El Abusador Sexual Infantil - Capítulo de Libro

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EL AGRESOR SEXUAL INFANTIL

Las nefastas noticias de los últimos meses sugieren que el abuso sexual infantil

es un fenómeno que ha incrementado su frecuencia y su crueldad; el periódico El

Tiempo expone datos suministrados por medicina legal que evidencian el aumento de

delitos sexuales, especialmente aquellos en donde las víctimas son niños y adolescentes

(“Casi el 90 por ciento”, 2018). En este mismo sentido, el informativo Red Más,

anuncia que “en los primeros ocho meses de 2018, el ICBF abrió 9.102 procesos para

restaurar los derechos de los niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual

(“ICBF reveló cifras”, 2018). En el contexto regional, “las estadísticas emitidas por la

Fiscalía dejó como resultado 5.530 casos de violencia sexual en el Huila, en donde

4.047 las víctima fueron menores de edad y 1.483 las mártires son adultos, eso significa

el 73,18% la víctima es un menor de edad” (“Preocupantes cifras”, 2018). A nivel

internacional, la Organización Mundial de la Salud afirma que “Una de cada 5 mujeres

y 1 de cada 13 hombres declaran haber sufrido abusos sexuales en la infancia” (OMS,

2016). Todo esto sin contar los múltiples casos que por diferentes motivos nunca llegan

a ser reportados, algo muy común en un delito con una pesada carga moral y emocional.

La tragedia del abuso sexual tiene consecuencias incalculables. Además de

producir profundas heridas psicológicas en la víctima, genera desestabilidad y otras

problemáticas familiares dejando huellas emocionales imborrables en todos los

afectados. Pero no sólo la familia de la víctima sufre, quienes están vinculados formal y

afectivamente con el agresor sexual también experimentan una serie de conflictos

difíciles de afrontar. Reflexionar lo anterior, permite dimensionar la dura experiencia de


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los entornos familiares en los que conviven víctimas y victimarios; algo sumamente

común en los casos de abuso (López, 2018).

Siendo el abuso sexual un flagelo inconmensurable no deben escatimarse

esfuerzos en el trabajo preventivo. Aunque los gobiernos y las instituciones demuestran

algunos esfuerzos por revertir las cifras, son imperceptibles los logros hasta la

actualidad. Se diseñan e implementan campañas y estratégicas para prevenir actos

sexuales abusivos, la mayoría de estas dirigidas a las potenciales víctimas y a sus

familias para promover factores protectores; aquellas en las que se enuncia al agresor, lo

hacen con el fin de develar sus características y alertar riesgos, tal como lo manifiesta

Tobón: “en clave de prevención y de intervención es fundamental hacer énfasis en que

el potencial agresor aprovecha tanto las ventajas del vínculo emocional, como la

autoridad abusiva que, generalmente, se da en forma gradual y progresiva por etapas

(2016)

Como otros países, Colombia ha venido ajustando su normatividad con el fin de

disminuir las alarmantes cifras y los escalofriantes casos de abuso sexual infantil (Ley

1098 de 2006, Decreto 4840 de 2007, Ley 1146 de 2007, Resolución 0459 de 2012);

hasta la fecha, estas medidas no generan resultados medibles. Algunos sectores,

principalmente políticos, insisten en la necesidad de castigos más contundentes para los

agresores, proponen que sean sometidos a cadena perpetua, castración química y hasta

pena de muerte. Estas posturas reflejan un discurso populista, que poco aporta a una

verdadera solución, en el que “el abusador sexual suele ser visto, por la gente en general

como “el otro”, opuesto a “nosotros””. Boschi (s.f.).

La mayoría de agresores sexuales han sido también víctimas, Orchowski (2007),

citado por Vásquez (2005), encontró que el principal predictor de la aparición de la


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conducta sexual agresiva en la adultez es haber sido víctima de ella en el pasado,

aunado a ciertos factores desinhibidores como el consumo de alcohol, sustancia

psicoactivas, la irritabilidad o la soledad, son variables situacionales frecuentes

presentes en estos actos (Valencia, 2010). Así lo corroboró Robert Parrado, quien lideró

una investigación desde el Ministerio del Interior de Uruguay: “Nuestra muestra, que es

la única de América Latina y del Caribe, dio que el 100% fueron víctimas de abuso de

hombres cuando niños. Uno solo había sido víctima de abuso por una mujer. Vimos más

de 100 casos” (Pereira, 2017). Bajo este contexto es necesario promover una mirada

más crítica y profunda del abuso sexual infantil donde los victimarios puedan ser vistos

como posibles víctimas y las víctimas como posibles victimarias.

Desde esta perspectiva el Estado Colombiano en virtual de los principios que

consagra la Constitución, tratados y convenios internacionales sobre la protección

integral, interés superior y prevalencia de los derechos de los niños, niñas y

adolescentes, establece que éstos deben ser respetados y garantizados independiente de

su comportamiento. En este sentido, el abuso sexual entre menores de 14 años es

tipificado como conductas sexualizadas, donde la autoridad competente (Comisaria o

Defensoría de Familia) debe inicia el Proceso Administrativo de Restablecimiento de

Derechos y dentro de éste garantizar la atención terapéutica especializada para el

ofensor y su familiar. Si el agresor es mayor de 14 años se remitirá al Sistema de

Responsabilidad Penal para Adolescentes, con el fin de que acompañen el proceso legal.

(Concepto 150 del 2015, Icbf). Generar un dialogo comprensivo con los ofensores y los

agresores sexuales y analizar sus historias seguramente permitirá vislumbrar una salida

del oscuro túnel del abuso, generando perpectivas de prevención y atención más

afectivas, porque las conductas de agresión sexual llevan implícitos importantes

elementos psicológicos que los abogados no pueden desconocer, como la motivación,


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que conlleva que cada uno desarrolle un modus operandi diferente, dándose la

repetición trasgeneracional de experiencias previas de abuso en la infancia, por un

componente psicopático de la personalidad, por trastorno de control de impulsos y

pedófilos exclusivos, por fijación obsesiva con un objeto sexualizado (Villanueva,

2013),

Son numerosas las investigaciones académicas alrededor del abuso sexual

infantil. La búsqueda en bases de datos da cuenta de un incrementado significativo de

artículos relacionados con este tema, en los últimos años. Esta tendencia coinciden con

el interés creciente de las instituciones y la sociedad en la protección de los niños, niñas

y adolescentes, lo cual se ha manifestado en aspectos educativos, políticos y jurídicos.

Muchos estudios tienen un carácter epidemiológico en el que se exponen datos

estadísticos que evidencian que el abuso sexual de menores es una problemática

universal de magnas consecuencias. “¿Uno de cada cinco?: victimización sexual infantil

en España” es un estudio de Noemí Pereda, en el que se analizan una serie de

investigaciones clasificadas en estudios de incidencia, estudios retrospectivos de

prevalencia y estudios con muestras de menores. El informe da cuenta de una alta

frecuencia que supera los desalentadores informes oficiales, y concluye que “la

victimización sexual de menores es un grave problema a nivel mundial” (Pereda, 2016)

La mayoría de estudios se enfocan en las víctimas directas y algunos incluyen a

las familias de los afectados. Encontramos, por ejemplo, aquellos que buscan establecer

las causas relacionadas con el abuso. Este es el caso de: “Graves vulneraciones de

derechos en la infancia y adolescencia: Variables de funcionamiento familiar”; trabajo

realizado por Lorena Contreras Taibo, Catalina Paulsen Gutierrez y Esteban Gómez

Muzzio, el año pasado. Aquí se determina que los factores familiares comunes en las
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situaciones de abuso y otros tipos de maltrato infantil, están relacionadas con “una

moderada vulnerabilidad socioeconómica, elevada presencia de dificultades en las

interacciones entre sus miembros y con su entorno (familia, vecindario), así como un

marcado debilitamiento de las competencias parentales” (Contreras, Paulsen & Gómez,

2018).

Rosario Girón Sánchez, en su estudio “abuso sexual en menores de edad,

problema de salud pública”, Ilustra el inmedible impacto del abuso sexual infantil,

exponiendo las consecuencia físicas, conductuales, emocionales, sexuales, sociales,

educativas e incluso productivas en las víctimas directas y en sus familiares. Menciona

la prevalencia, los factores de riesgo, la tipología de los agresores sexuales, algunas

consideraciones psicopatológicas del abuso y otros aspectos que merecen especial

atención y sirven de insumo para el presente trabajo.

Otro enfoque común en las investigaciones de abuso sexual se relaciona con la

perfilación de los agresores sexuales. El documento “Caracterización y perfilación

criminológica y penitenciaria de la población condenada y privada de la libertad en los

establecimientos de reclusión del INPEC y propuesta para el direccionamiento del

tratamiento penitenciario en Colombia” (INPEC, 2011), presenta una vasta

investigación cuyo fin está enmarcado en el reconocimiento de los contextos y

características de los internos, así como en la proposición de lineamientos para el

tratamiento penitenciario. El estudio ofrece información relevante como antecedente del

presente proyecto de investigación, en la medida en que las variables medidas sirven

como referente de la población. En los aspectos familiares, por ejemplo, encontramos

que la mayoría de hombres condenados vienen de una familia nuclear y que el 21% de

ellos reporta haber sido víctima de maltrato en la infancia, especialmente de carácter

físico. Los perfiles de los condenados por delitos relacionados con abuso sexual,
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permiten el reconocimiento de características muy significativas, tales como: “No

acepta su culpabilidad (con locus de control externo), atribuye el delito a un accidente y

a las circunstancias (quienes aceptan reconocen una motivación dada por el impulso y el

placer y se acogen a sentencia anticipada)” (p, 105). Con respecto a las características

sociofamiliares, el 67% de los internos admiten problemas en el contexto familiar como

pobreza, violencia intrafamiliar, abandonos, adicciones e infidelidades y el 75% refiere

que creció en contextos violentos o delictivos.

A pesar de la abundante información académica con la que se cuenta

actualmente, se identifica un importante vacío investigativo en lo que respecta a la

experiencia del agresor sexual. Se desconocen aspectos muy relevantes que se

relacionan con el abuso sexual infantil y van más allá de los hechos y el contexto en que

sucede; posibles causas que habitan en los oscuros túneles de la memoria de quienes

cometen estos crímenes.

Las agresiones sexuales en general y aquellas que victimizan a los niños y niñas,

son un fenómeno de alto impacto dentro de la sociedad que traspasa las barreras

geográficas y de tiempo. “El abuso sexual infantil no es un problema reciente. A lo

largo de la historia se ha manifestado. Los malos tratos a la infancia son una constante

histórica, que se producen en todas las culturas y sociedades y en cualquier estrato

social” (Losada, 2012).

El abuso sexual infantil, hace parte del denominado maltrato infantil, el cual es

definido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como: “los abusos y la

desatención de que son objeto los menores de 18 años, [incluidos] todos los tipos de

maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención, negligencia y explotación

comercial o de otro tipo, que causen o puedan causar un daño a la salud, desarrollo o
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dignidad del niño, o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de una relación de

responsabilidad, confianza o poder”. (OMS, 2016)

Entre diferentes conceptos, se retoma aquí el de Berliner y Elliott (2002), al

considerar que abarca elementos claves para la comprensión de lo que significa el abuso

sexual infantil:

“El abuso sexual incluye cualquier actividad con un niño o niña en la cual no

hay consentimiento o este no puede ser otorgado. Esto incluye el contacto sexual que se

consigue por la fuerza o por amenaza de uso de fuerza —independientemente de la edad

de los participantes— y todos los contactos sexuales entre un adulto y un niño o niña —

independientemente de si el niño o niña ha sido engañado o de si entiende la naturaleza

sexual de la actividad—“ (Citado por UNICEF, 2015)

CONSECUENCIA DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL

El abuso sexual infantil es una problemática social histórica pero vigente; los

casos son cada vez más concurridos y desalentadores. Los efectos de este despreciable

fenómeno se constituyen en una larga lista de consecuencias que van desde lo

emocional individual hasta lo macroeconómico. Dilucidar, con información científica

crítica, alternativas de prevención e intervención para este flagelo es, más que un bien,

una necesidad para el desarrollo de una sociedad que se desmorona moralmente.

Se reconoce una amplia lista de efectos negativos en las víctimas de abuso que

tienen implicaciones emocionales, sociales, conductuales y físicas. Cantón-Cortes y

Cortes (2015) enuncian, entre otras, las siguientes consecuencias: a corto plazo;

problemas somáticos, retrasos en el desarrollo, ansiedad, retraimiento, estrés, conductas

sexualizadas, agresividad, problemas conductuales, trastornos disociativos, problemas

en las relaciones con los iguales y bajo rendimiento escolar. En la adolescencia,


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aparecen también actividades delictivas, trastornos de la alimentación, problemas de

salud física, consumo de drogas, conductas suicidas y autolesivas, así como conductas

sexuales de riesgo. Los adultos abusados en la infancia, presentan mayor probabilidad

de padecer trastornos emocionales como depresión, ansiedad, baja autoestima o

problemas en las relaciones sexuales.

CONTEXTO SOCIO-FAMILIAR

En su libro “La Familia Como Raíz de la Sociedad” Donati (2013), sostiene: “En

la familia, las generaciones se encuentran y se desencuentran, se acercan y se distancian,

comparten y se separan, y cambian. Pero la familia es y sigue siendo el lugar primario

en el que una generación se define a sí misma con respecto a la generación precedente.

Es en la familia donde se forma el sentido fundamental de la existencia para cada ser

humano” (p.10). La familia es un sistema cuyas partes están integradas para su

funcionamiento, y que posee como característica fundamental el tipo de vínculo, el cual

marca una diferencia significativa entre esta y cualquier otra clase de grupo social.

La familia cumple diferentes roles, entre los que se destacan la función

reproductora, siendo ésta una de las más valoradas dentro del seno familiar. También la

función socializadora, ya que como menciona Altarejos, Martínez & Rodríguez, (2005):

“El ser humano no puede vivir instalado en la soledad, sino que debe desarrollar

primariamente su sociabilidad” (p. 174). Dicha socialización está enmarcada en una

serie de valores indispensables para la convivencia. También cumple una función

mediadora, pues de acuerdo con Bolívar, “en los primeros años, la familia es un

vehículo mediador en la relación del niño con el entorno, jugando un papel clave que

incidirá en el desarrollo personal y social” (citado por: Rodríguez & Sotes, 2008,

p.127).
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La familia en los últimos años ha sufrido importantes transformaciones tanto en

su estructura como en su aspecto funcional. Su tipología ha pasado de una clasificación

nuclear y extensa sencilla, a diversas formas de familiarización, y su estructura interna.

Estas alteraciones han generado inestabilidad en sus dinámicas interiores, siendo una

causa fundamental el ingreso de la mujer al ámbito laboral, donde el hombre dejó de

ser el único proveedor, empezando a asumir nuevas tareas al interior del hogar, y con

ello, mayor participación en los procesos de crianza y la educación de los hijos. Para

autores como González (2011): “El análisis de la dinámica familiar frente a variables

tales como el tipo de pareja que constituye el núcleo familiar, el rol de la mujer en el

hogar, la nupcialidad y el divorcio señalan cambios en el ciclo familiar que podrían

afectar su función y calidad”.

En cuanto al contexto sociofamiliar y su relación con el abuso sexual, se

reconoce que la disfunción familiar no sólo puede aumentar la probabilidad de que se

produzcan abusos sexuales intrafamiliares, sino también acentuar sus efectos una vez

producidos. (Cantón-Cortés y Cortés, 2015). Para Posada y Salazar (2005), un factor

determinante para la caracterización de un presunto agresor sexual es la vulnerabilidad

psicológica, que arranca frecuentemente de la ruptura de lazos entre padres e hijos. Los

vínculos inseguros entre padres de hijos generan en el niño una visión negativa sobre sí

mismo y sobre los demás y facilitan la aparición de una serie de efectos negativos, como

lo falta de autoestima, habilidades sociales inadecuadas, dificultad en la resolución de

problemas, estrategia de afrontamiento inapropiado, copo control de ira, egoísmo y

ausencia de empatía, entendido este último término como el fracaso en crear relaciones

íntimas, aun mas si el sujeto ha sido víctima de abuso sexual.

Factores de riesgo que afectan la salud mental de las familias víctimas de abuso

sexual especialmente cuando el agresor es un integrante de la misma familia, y porque


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no decirlo de las familias de los agresores sexuales, que sufren iguales o peores

consecuencias por la desintegración familiar, la pérdida del proveedor económico, del

jefe del hogar, y aun peor, el señalamiento social por ser la esposa del abusador, la hija,

el hermano, la progenitora… que en muchos casos conllevan forzosamente abandonar o

cambiar sus domicilio, incrementado el daño psicológico, como lo define Tapias

(2008b) la “perturbación profunda del equilibrio emocional de la víctima que guarde

adecuado nexo causal con el hecho dañoso y que entrañe una significativa

descompensación que altere su integración en el medio social”. Comprendiendo como

víctima a la familia del agresor sexual como lo refiere la Resolución 4030 de la ONU,

“víctimas son las personas que individual o colectivamente han sufrido daños,

incluyendo lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, perdida financiera o

menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u

omisiones que violen la legislación penal vigente, incluyendo la que proscribe el abuso

del poder”. Esta definición supera la concepción singular y se comprende que los

procesos de victimización son procesos plurales, que afecta a grupos, no solo al

individuo blanco del delito, trasciende la concepción de que son los sujetos pasivos del

delito y los afectados directos; la mención de daño implica el reconocimiento de la

afectación psicológica, no obstante aun hay que superar en legislaciones que se han

mantenido en la concepción de daño directo, pues es evidente que la victimización no

solo altera al directo afectado sino a los que los rodean, es decir hay victimización

indirecta o como lo define Rodríguez (2005), “la victimización secundaria es la que

sufre otras personas de manera indirecta”.

Desde la perspectiva de derechos humanos constituye el conjunto de libertades,

potestades o facultades relativos a toda persona por el simple hecho de su condición

humana, sin embargo, las familias de los agresores sexuales son discriminados por la
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sociedad despojándolos de sus derechos, impidiendo su pleno desarrollo como seres

humanos, bajo una relación de igualdad y respeto; independientemente del

comportamiento del agresor sexual en sociedad, la familia tiene derecho a no ser

sometidos a procesos alienantes, como lo plantea Diaz Gomez (2006) en su trabajo la

incursión de la psicología en el campo de los derechos humanos, con el objetivo de

asistir a grupos e individuos cuyos derechos hayan sido conculcados en sociedades para

que puedan reaccionar de forma constructiva a la violencia estructural, ofrecer

programas de formación integral para ayudar a mejorar las condiciones de vida del

individuo, su capacidad de auto percepción y su individualidad personal.


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