Vida de M. de Cervantes de Mayans y Siscar 1737

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 172

VIDA DE MIGUEL

DE CERVANTES
SAAVEDRA

de Gregorio Mayans y Siscar


Bibliotecario del Rey Católico
1737
Nota del editor
El presente libro es de descarga gra-
tuita y el original de este estudio esta
extraido de:
http://cvc.cervantes.es/literatura/cervantistas/encuentros/e_2004/e_2004_19.pdf

La dibulgación tiene por único objetivo poner


en valor, tanto el contenido como a su reconoci-
da autora Profesora María José Alvarez Faedo
Universidad de Oviedo, que mantiene todos sus
derechos para solicitar la retirada de este traba-
jo de cualquier medio y soporte. (este texto no
puede ser comercializado)
En una fecha tan significativa como el cuar-
to centenario del fallecimiento de Cervantes, es
justo recordar que su obra más universal, Don
Quijote de la Mancha, fuese puesta en valor en
1737 es decir 130 años después de haber sido
escrita, arrastrando con su éxito a su autor, que
había permanecido en el olvido durante casi si-
glo y medio.

Durante el siglo XVIII, tres fueron los eruditos que


tímidamente iniciaron estudios sobre don Miguel de
Cervantes pero el pistoletazo de salida al reconoci-
miento universal de Cervantes fue dado por un culti-
vado Lord inglés, John Carteret, 2º conde Granville,
7º Señor de Sark como lo expone la profesora de la
universidad de Oviedo, María José Álvarez Faedo, en
que a modo de prólogo lo incluyo en este homenaje a
Cervantes
John Carteret, 2º conde Granville, 7º Señor de Sark por por William Hoare
A MODO DE PRÓLOGO

LORD CARTERET Y CERVANTES:


ANÁLISIS DEL CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO
QUE PROPICIÓ LA PRIMERA INICIATIVA
INGLESA DE EDITAR EL QUIJOTE EN ESPAÑOL
Y OFRECER UNA BIOGRAFÍA DE SU AUTOR

En octubre de 1739, Lord Carteret, barón de Granville realiza la


primera edición monumental inglesa del Quijote titulada Vida y
Hechos del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que cons-
taba de dos tomos y en ellos se incluía con el primer retrato del
autor Cervantes (dibujo de William Kent) y una fabulosa portada
alegórica a la obra en que su autor se presenta como un héroe pro-
tector de las artes, liberando el monte Parnaso de los invasores de
la literatura fantástica (diseño de John Vanderbank), junto con la
Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, escrita por Gregorio Mayans
y Sisear, erudito español, director de la Biblioteca Real, antecedente
de la actual Biblioteca Nacional. Tanto la presentación física del li-
bro, su encuadernación, las ilustraciones y tipografía indicaban un
claro objetivo, lanzar al texto y a su autor español a un nivel muy
elevado dentro de la literatura inglesa.
Y he aquí la paradoja, ¿por qué acomete tal empresa un políti-
co inglés que, en octubre de 1737 lanza, con el apoyo de su colega
de partido William Pulteney -Barón de Bath- y de los hombres de
negocios de Liverpool, Manchester y Glasgow, una petición para
emprender una campaña contra España, defendiendo el derecho de
6 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Inglaterra a comerciar con Sudamerica sin tener que pagar tribu-


to por ello al monarca español, y continúa presionando hasta que,
dos años más tarde, el 19 de octubre de 1739, Inglaterra declara la
guerra a España?
John Carteret nació el 22 de abril de 1690 en una familia de nobles
descendientes de los normandos. Recibió una exquisita educación
en Westminster School y en Christ Church (Oxford), se aplicó a sus
estudios con gran dedicación, sabía más griego, latín y filosofía de
lo que era apropiado para alguien de su posición social, dominaba
las lenguas modernas, hablaba y escribía en francés, italiano, espa-
ñol, portugués, alemán, incluso sueco. El Consejo Privado del Mo-
narca, cuando él estaba presente, no necesitaba intérprete. Ningún
hombre público de aquel tiempo tenía más valor, más ambición,
más actividad, más talento para el debate o para la declamación.
Prosiguiendo con sus datos biográficos, cabe apuntar que John
Carteret contrajo matrimonio el 17 de Octubre de 1710 con Lady
Francés Worsley, una hermosa joven erudita de escasos 17 años.
En 1711 obtuvo su escaño en la Cámara de los Lores, y se unió a
los Whigs.
Por entonces, en Europa estaban a punto de desencadenarse una
serie de acontecimientos: Luis XIV de Francia fallecería en 1716,
un año después de que Jorge I fuera coronado rey de Inglaterra. El
país quedaba pues en manos del regente de su hijo Luis XV -que
era el Duque de Orleans—, quien se haría con el trono en caso de
que el joven monarca también falleciera. Sin embargo, el Borbón
más cercano en la línea sucesoria no era otro que Felipe V de Es-
paña -aunque según el Tratado de Utrecht un mismo soberano no
podría reinar a la vez en España y en Francia. No obstante, el temor
de que el monarca español hiciese caso omiso de dicho acuerdo
provocó un acercamiento entre Inglaterra y Francia. Así firmaron
un tratado por el que Inglaterra apoyaba al Duque de Orleans y
A MODO DE PRÓLOGO 7

Francia se comprometía a que el candidato de la Casa Estuardo al


trono inglés dejara de representar una amenaza para Jorge I.
En marzo de 1721 Lord Carteret, a quien le fascinaba la política
exterior, fue nombrado Secretario de Estado por el Distrito Sur, con
lo que se le asignaban las por entonces complicadas negociaciones
con Francia, España, Austria y los distintos príncipes de Italia. Poco
antes, Carlos VI de Alemania, tras el tratado de Utretch, había per-
dido toda posibilidad de acceso al trono de España, donde había
pasado a reinar Felipe V -o, más bien, su esposa, la italiana Isabel
de Farnesio-. Ella tenía un hijo, Don Carlos, que no era heredero
al trono de España, pero para el que quería los ducados de la Tos-
cana, Parma y Piacenza en Italia. Sin embargo, tras el mencionado
tratado de Utrecht, el emperador alemán ni estaba dispuesto a re-
conocer a Felipe V como rey de España, ni tenía intención de per-
mitir la presencia de tropas españolas en Italia. De modo que Isabel
de Farnesio inició los preparativos para una guerra. El emperador
Carlos VI, alarmado, trató de solucionar la situación mediante una
serie de tratados que, no resultando satisfactorios para España, no
consiguieron evitar que la flota española partiera de Barcelona para
atacar Messina el 10 de agosto de 1718. Pero, si la primera victoria
fue para España, acto seguido los ingleses atacaron la flota española
en Messina hasta casi aniquilarla. Mas no acababan ahí las desdichas
de nuestro país, pues antes de que terminara el año Inglaterra iba a
declararle la guerra, forzándola a evacuar Sicilia. También Francia
le iba a declarar la guerra al descubrir una conspiración española
contra el regente Duque de Orleans. Y así España se vio obligada
a unirse a la Cuádruple Alianza (integrada por Inglaterra, Francia,
Austria y Holanda) en febrero de 1720, por la que Sicilia pasaba a
manos del Emperador Carlos VI de Alemania, éste tendría derecho
a la sucesión de los ducados de Italia y no se admitirían allí tropas
españolas. Este era el panorama con el que se encontró Lord Car-
teret cuando fue nombrado Secretario de Estado.
8 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Pero aún había otro asunto que enfrentaba a Inglaterra y España:


la cuestión de Gibraltar. El Barón William Stanhope, embajador in-
glés en Madrid desde 1720 a 1727, opinaba que Gibraltar había de
ser devuelto a España como aliciente para que ésta firmase la Cuá-
druple Alianza. Sin embargo, tanto el parlamento como la nación
inglesa se opusieron rotundamente, y para cuando Lord Carteret
tomó posesión de su cargo el gobierno inglés ya había decidido
conservar la fortaleza. La única solución era tratar de negociar un
restablecimiento de las relaciones cordiales con la península sin
tocar la cuestión de Gibraltar, pero España se aferraba a las prome-
sas de Stanhope. No obstante el embajador inglés (que más tarde
se convertiría en Barón de Harrinton) explicó que su país estaría
dispuesto a continuar con la guerra otros diez años antes de ceder
el Peñón. La patria de Cervantes, por su parte, declaró que sólo
firmaría la paz si el rey Jorge prometiese la devolución de Gibral-
tar con la condición de que España le ofreciese algo a cambio de
equivalente valor. Así, el monarca británico envió una carta con la
promesa solicitada, a sabiendas de que, sin la aprobación del par-
lamento, la carta carecía de validez. Y, finalmente, tras padecer la
desesperante dilación de la burocracia de la Corte española, el Ba-
rón de Stanhope y Lord Carteret fueron testigos del tratado entre
Inglaterra y España (firmado en Madrid, el 13 de junio de 1721),
que fue seguido de una triple alianza entre Inglaterra, Francia y
España para preservar la paz. Pero Carteret aún tuvo que sopor-
tar nuevas disputas entre el emperador de Alemania y el monarca
español, teniendo que actuar de mediador entre ambos, y llegó a
verse obligado, en su afán por conservar la estabilidad en Europa,
a acallar las voces de aquellos de sus colegas que trataban de volver
a sacar a la luz la cuestión de Gibraltar.
Entre tanto, Carteret iba ganando influencia en Francia, hasta
el punto de que los rumores de que podría llegar a ser embajador
en París llevaron a Charles Townshend y Horario Walpole a urdir
un malévolo plan contra él para obligarle a abandonar su puesto
A MODO DE PRÓLOGO 9

de Secretario de Estado. Así fue enviado a Dublín en 1724, donde


permaneció hasta 1730. Rodeado siempre de eruditos, contó con
la amistad de Jonathan Swift. Lord Carteret fue un lugarteniente
muy querido en Irlanda por su buena y ecuánime gestión, pues trató
siempre de defender tanto los intereses ingleses como los irlandeses.
Mientras, España firmaba el Tratado de Viena con el emperador
alemán en 1725, y éste iba a apoyarla dos años más tarde, en su
afán por recuperar Gibraltar. Por ello, en 1727, Isabel de Farnesio
inició el asedio del Peñón. Sin embargo, Inglaterra no respondió
en términos bélicos, sino que recurrió, una vez más, a la diplo-
macia. Consiguió que Carlos VI de Alemania retirara su apoyo a
España que, al verse sola, inició las negociaciones de paz. Pero, en
ese momento, falleció Jorge I, y España frenó esas negociaciones
y continuó con el asedio ya que, con Jorge II en el trono inglés, la
alianza entre Inglaterra y Francia podría llegar a romperse. Pero sus
expectativas no se cumplieron, y la reina española tuvo que firmar
un tratado de paz en el Pardo, en Madrid. Más tarde, en 1729 se
firmaría el Tratado de Sevilla, por el que entre Inglaterra, Francia
y España debería existir paz absoluta. España consiguió que se le
permitiera tener tropas en Italia, e Inglaterra logró que España de-
jara de reclamarle Gibraltar, y, lo más importante, restablecer sus
relaciones comerciales con España.
El que Lord Carteret estuviera destinado en Dublín durante sie-
te años, no fue óbice para que visitara Inglaterra con frecuencia,
y asistiese a las sesiones del Parlamento. Ello le permitió estar al
corriente de la política interior y exterior de su país.
Cuando regresó a Londres definitivamente en 1730, Robert Wal-
pole, su gran enemigo político, era el Primer Ministro con el bene-
plácito del rey Jorge II. En realidad, el monarca había elegido a Sir
Spencer Compton para el cargo, destituyendo a Walpole, pero su
incompetencia se hizo pronto notoria. Archibald Ballantyne (1887:
158) relata que, aprovechando esa circunstancia,
10 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Carolina, una esposa extrañamente sabia para un marido de tan


escasas luces, a su manera prudente y aparentemente deferente,
manejaba a Jorge a su antojo; y la primera prueba de su cuidado-
samente velada influencia fue la casi inmediata restitución de Wal-
pole a su previa posición de poder.
Walpole aprovechaba la confianza que en él había depositado la
reina para hacer propaganda negativa de Lord Carteret, y así vol-
ver a su soberana en su contra. Curiosamente, Carteret, que era
consciente de que si quería ostentar un puesto importante en el
gobierno en Londres no tenía más remedio que aliarse con Walpole
o declararle una guerra sin tregua, le había escrito desde Irlanda
ofreciéndole su colaboración, como explica su biógrafo, pero el
Primer Ministro le dio a entender que aceptaría la cooperación de
Carteret sin darle nada a cambio. Por lo tanto, a éste no le quedó
más que una opción a su regreso a la capital de Inglaterra: la de
convertirse en el líder de la oposición en la Cámara de los Lores
y lanzar allí severas críticas, como la que incluyo a continuación,
contra su declarado enemigo:
Debemos considerar siempre al poder y a la autoridad como dos
cosas de naturaleza muy distinta. El poder puede ser otorgado por la
asamblea legislativa, pero la autoridad no puede ser concedida por
ningún hombre. La autoridad puede ser adquirida por sabiduría,
por prudencia, por buena conducta y comportamiento virtuoso,
pero no puede ser otorgada por rey alguno, ni por soberano ab-
soluto alguno sobre la tierra. El poder de un hombre depende del
cargo o posición que ostenta; pero su autoridad no puede depender
de nada más que del prestigio que adquiera entre la humanidad
Estas palabras suponían un claro ataque a la persona de Walpole,
pues, ponían de manifiesto que el hombre al que iban dirigidas, es
decir, quien ostentaba el poder en el gobierno, carecía de autoridad.
En el contexto de esta histórica enemistad, se dice que, el barón de
Granville, posiblemente para contrarrestar la mala propaganda que
A MODO DE PRÓLOGO 11

de él estaba haciendo el Primer Ministro ante la reina, y en su afán


por complacer a su soberana y ganarse su beneplácito, promovió
una costosa edición de Don Quijote .
Según J. A. Mayans y Sisear, Lord Carteret propuso que un ejem-
plar de la obra, «la fábula más agradable y discreta que se había es-
crito en el mundo», fuera añadida a la biblioteca del sabio Merlín
de la reina inglesa Carolina, integrada por una selecta colección de
«libros de invención». Sin embargo, la propia autora apunta luego
la posibilidad de que esta anécdota sea apócrifa.
La reina de Inglaterra formó una biblioteca de novelas para recreo
de su espíritu. La mostró a lord Carteret, conde Granville, quien en
obsequio de la reina manifestó que le faltaba la obra más ingeniosa
y graciosa, pero él la colocaría en aquella selectísima biblioteca.
Sin embargo, una vez más, esto no deja de ser una anécdota rela-
tada sin proporcionar evidencia documental alguna. No obstante,
resulta muy creíble desde el punto de vista histórico. Lord Carte-
ret, sabedor de que Jorge II, a pesar de sus numerosas amantes,
quería a la reina profundamente, y consciente de la determinante
influencia política que ésta ejercía sobre él, necesitaba conseguir
la amistad y el favor de la soberana, y puso en tal empresa todo su
empeño. Y a tal fin, si de complacer a la reina se trataba, no debía
reparar en gastos ni en ostentosidad para agasajarla con la hasta
entonces más sublime edición del Quijote en su versión original.
Carteret ya era hombre de confianza del rey, pues había defendido
los intereses de la Casa Hannover, y ahora se había hecho también
un asiduo de los círculos ilustrados del entorno de la reina Caro-
lina, haciéndola partícipe de sus proyectos literarios. Así, según
Ballantyne (1887: 183) es ella misma quien anuncia a Walpole que
Lord Granville estaba escribiendo la historia de su propia época,
y se decía que éste también frecuentaba las amistades de Voltaire
durante la estancia del filósofo francés en Inglaterra. La relación
personal de Carteret con los monarcas en la época en la que esta-
12 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

ba preparando su edición del Quijote llegó a ser tan estrecha, que


hasta tenía que tomar partido en las discusiones domésticas de
éstos con su hijo, el Príncipe de Gales. Hasta tal punto llegó esta
complicidad entre el erudito y los soberanos que, al oír al rey y a
la reina referirse al Barón de Granville con buenas y amables pa-
labras, Sir Robert Walpole se echaba a temblar. Ballantyne (1887:
186) explica que «tenía más miedo de Carteret en la Corte que en
la Cámara de los Lores, y le consideraba la persona que con más
probabilidades podría suplantarle consiguiendo el favor del rey y
la reina»16. En vista de esto, y como último recurso, Walpole dio
un ultimátum a la reina: tendría que elegir entre Carteret y él. Ella
le dio a él su beneplácito, pero falleció ese mismo año de 1937. Sin
embargo, en su lecho de muerte, se aseguró de que su marido man-
tuviera a Walpole en su puesto de Primer Ministro.
Así, todos los esfuerzos de Lord Carteret por ganarse a la rei-
na para poder ostentar un cargo de importancia en el gobierno,
incluida su «monumental» edición del Quijote, si bien lograron
conseguir su complicidad y su amistad, se vieron repentinamente
frustrados por el adverso devenir de los acontecimientos, y tuvo
que seguir contentándose con liderar la oposición en el gobierno.
Sin embargo, los errores políticos que Sir Robert Walpole come-
tería en su afán por evitar que Inglaterra participara en guerras,
a su juicio, innecesarias, serían aprovechados por Lord Carteret
para arremeter contra él con dureza en la Cámara de los Lores,
proponiendo que Inglaterra declarase la guerra a España, ya que
los guardacostas españoles impedían que los barcos ingleses pu-
dieran comerciar con América -España tenía una bula Papal que le
otorgaba ese territorio, pero la Inglaterra anglicana no consideraba
que ese documento tuviera validez-. Finalmente, Inglaterra entró
en guerra con España y Walpole hubo de abandonar su cargo en
febrero de 1742. El rey nombró entonces, de nuevo, a Lord Wil-
mington como Primer Ministro, aunque Carteret... oficialmente
fue designado Secretario de Estado para el departamento del nor-
A MODO DE PRÓLOGO 13

te, pero todos comprendieron que Wilmington era un don nadie,


y que Carteret era en realidad el Primer Ministro. Siempre se dijo
que el Gobierno estaba en sus manos.
Lo cierto es que el hecho de que la vuelta de Lord Carteret a Lon-
dres desde Irlanda se produjera en 1930, al año de haberse firmado
el tratado de paz con España, unido a que como ya se ha mencio-
nado el diplomático inglés fuera uno de los mayores eruditos de
su tiempo, amante de las letras y gran admirador de Cervantes y
su obra, y a que desde 1732 a 1735 el Conde de Montijo fuese em-
bajador español en Inglaterra y a ambos diplomáticos les uniese
una gran amistad, así como al hecho de que esa amistad también
se extendiese al por entonces embajador inglés en España, Sir Ben-
jamín Keene —muy útil, por otra parte, a la hora de contactar con
Don Gregorio Mayans y Sisear-, constituyen circunstancias que
posiblemente hayan contribuido también a propiciar el contexto
para emprender una edición sin precedentes de la obra maestra
de Cervantes.
Además, aparte del interés de Lord Carteret por las letras, Anto-
nio Mestre apunta otro posible aliciente -que considero muy plau-
sible— para que este noble inglés se embarcara en la empresa de
promover en Inglaterra una edición tan lujosa y costosa del Quijote
en español, adornándola ostentosamente con exquisitos grabados
de Vanderbank, y que, a su vez, explicaría su afán por incluir la pri-
mera biografía de Don Miguel de Cervantes Saavedra, escogiendo
a un erudito español para tal encargo.
En el prólogo a la Vida de Miguel de Cervantes Saavedra de Gre-
gorio Mayans , Mestre incluye las palabras quejóse Octavio Bos-
tanza dirige a éste en una carta:
Hablando de la Vida de Cervantes me ha dicho [Keene] que sen-
tiría que el delicadísimo gusto de Vm. se quisiesse manifestar en
dicha obra criticando (como doctamente supiera Vm. hacer) la
vida de D. Quijote, y es que My Lord Carteret, que la aprecia infi-
14 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

nitamente, no recibiera de buena gana el desengaño, y más siendo


a su costa y por su diversión el Quijote que allá se imprime. (Mes-
tre, 1972: xlii)
Es decir, de acuerdo con esto, Lord Carteret habría encargado
esta edición del Quijote por capricho propio o, citando a Bostanza
«por diversión» y, fiel a mi interpretación neohistoricista orientada,
según Veeser, a detectar y analizar el potencial subversivo implícito
en los hechos de este insigne político y erudito inglés, el Barón de
Granville podría haber pretendido, por medio de una edición a todo
lujo que incluyese la biografía del autor del Quijote, conseguir des-
prestigiar a Avellaneda. Ya que, como reza esta cita, Lord Carteret
no quería que Gregorio Mayans criticase la obra de Cervantes, de
lo que se deduce que lo que le pedía era una biografía laudatoria del
autor para restituirle el mérito que le habían tratado de arrebatar
los admiradores de Avellaneda. De hecho, Mestre explica que esa
edición incluye una ilustración de la certificación emitida por Al-
varo Tarfe de que el personaje de Don Quijote de Avellaneda era un
fraude y que la biografía en sí constituía un ataque contra éste autor
y sus seguidores, ya que, en ella, Mayans afirma que: «‘no ai hom-
bre de buen gusto que haga aprecio’ de Avellaneda» (1972: lxii)19 .
Estos son los posibles motivos que he conseguido recoger en mi
afán de tratar de ofrecer una respuesta a por qué Lord Carteret se
embarcó en tamaña tarea de edición del Quijote. Y dada la eviden-
cia histórica, política y documental que he aportado, he de concluir
que, en mi hu­milde opinión, los motivos que justifican tal empresa
son tanto literarios -reivindicativos del prestigio de Cervantes y del
valor artístico de su obra-como políticos —a fin de alcanzar el cul-
men de su carrera hacia la cima del poder, llegando a ejercer, si no
de título al menos sí de hecho, como Primer Ministro de su país-.
Por otra parte, todas las referencias a la personalidad de este eru-
dito inglés —que ponen de manifiesto que, entre otros idiomas,
hablaba español; que sacan a relucir sus «profundos y extensos»
A MODO DE PRÓLOGO 15

estudios y sus discusiones «filológicas y métricas» con otros ilustra-


dos de la época; que nos informan de que «con sus investigaciones,
había profundizado en los rincones más oscuros de la literatura»
(Dover, 1833: Introducción) y de que «podía hablar tanto de histo-
ria, como de derecho y literatura» (Ballantyne, 1887: viii)— revelan
que, además de un gran político, Lord Carteret era un hombre de
letras de mente preclara. Y esto explica que este exigente ilustrado
no promoviese una edición cualquiera del Quijote, sino que tratase
de hacer la mejor hasta la fecha, encargándose personalmente de
todo: de elegir impresor, biógrafo, e incluso pintor para sus graba-
dos. Una edición tan sumamente cuidada sólo podría surgir de un
experto filólogo y gran perfección.

Extracto de http://cvc.cervantes.es/literatura/cer-
vantistas/encuentros/e_2004/e_2004_19.pdf
Autor Profesora María José Alvarez Faedo
Universidad de Oviedo
Al Exmo. Señor Don Juan,
Barón de Carteret

Exmo. Señor:
Un tan insigne escritor como Miguel de Cervantes Saavedra, que
supo honrar la memoria de tantos españoles y hacer inmortales
en la de los hombres a los que nunca vivieron, no tenía hasta hoy,
escrita en su lengua, vida propia. Deseoso U. E. de que la hubiese,
me mandó recoger las noticias pertenecientes a los hechos y es-
critos de tan gran varón. He procurado poner la diligencia a que
me obligó tan honroso precepto, y he hallado que la materia que
ofrecen las acciones de Cervantes es tan poca, y la de sus escritos
tan dilatada, que ha sido menester valerme de las hojas de éstos
para encubrir de alguna manera, con tan rico y vistoso ropaje, la
pobreza y desnudez de aquella persona dignísima de mejor siglo;
porque, aunque dicen que la edad en que vivió era de oro, yo sé
que para él y algunos otros beneméritos fue de hierro. Los envidio-
sos de su ingenio y elocuencia le mormuraron y satirizaron. Los
hombres de escuela, incapaces de igualarle en la invención y arte,
le desdeñaron como a escritor no científico. Muchos señores, que
si hoy se nombran es por él, desperdiciaron su poder y autoridad
en aduladores y bufones sin querer favorecer al mayor ingenio de
18 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

su tiempo. Los escritores de aquella edad (habiendo sido tantos),


o no hablaron dél o le alabaron tan fríamente que su silencio y
sus mismas alabanzas son indicios ciertos o de su mucha envidia
o de su poco conocimiento. U. E. le tiene tan justo de sus obras,
que ha manifestado ser el más liberal mantenedor y propagador
de su memoria; y es por quien Cervantes y su Ingenioso Hidalgo
logran hoy el mayor aprecio y estimación. Salga, pues, nuevamen-
te a la luz del mundo el granDon Quijote de la Mancha, si hasta
hoy caballero desgraciadamente aventurero, en adelante por U. E.
felizmente venturoso. Viva la memoria del incomparable escritor
Miguel de Cervantes Saavedra. Y reciba U. E. estos apuntamientos
como cierta y perpetua señal de la gustosa y pronta obediencia que
profeso a U. E. Y cuando yo en ellos no haya conseguido el acierto
que merecen los preceptos de U. E. (que no vivo tan satisfecho de
mí, ni soy tan ambicioso que presuma y espere tanto), a lo menos
quedaré contento con la gloria de mi obsequio.
D. Gregorio Mayans y Siscar.
Vida de Miguel de Cervantes Saavedra
20 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Para facilitar la lectura, el texto ofrece párrafos nume-


rados y el índice —presentado bajo estas lineas— permite
localizar tema y párrafo.

número
Su patria, 4.
Sus estudios, 9.
Su empleo, 10.
Su profesión, 11
Su cautiverio, 12
Su redención, 12.
Su aplicación a la cómica, 12.
Sus obras, 13 et seqq.
Los seis libros de La Galatea, 13.
Don Quijote de la Mancha, 15.
Novelas Ejemplares, 147.
Viaje del Parnaso, 166.
Ocho comedias y ocho entremeses, 173.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 21

número
Otras comedias suyas, 71 et 175.
Los trabajos de Persiles
y Sigismunda, 178.
Otras obras suyas, 177 et ult
Su enfermedad, 177.
Su muerte, 178.
Su retrato, 183.

Para comodidad del lector se ha hipervinculado el numero


de párrafo con su correspondiente pagina y para regresar al
presente indice una serie de logos de nuestra editorial per-
miten, con un limple clik regresar a él
Vida de Miguel de Cervantes
Saavedra

M
iguel de Cervantes Saavedra, que viviendo fue un valiente
soldado aunque muy desvalido y escritor muy célebre
pero sin favor alguno, después de muerto es prohijado
a porfía de muchas patrias. Esquivias dice ser suyo. Sevilla le niega
esta gloria y la quiere para sí. Lucena tiene la misma pretensión.
Cada una alega su derecho, y ninguna le tiene.
1. Defiende la parte de Esquivias don Tomás Tamayo de Var-
gas, varón eruditísimo, quizá porque Cervantes llamó famoso a
este lugar, pero el mismo Cervantes se explicó diciendo: «Por mil
causas famoso: una, por sus ilustres linajes, y otra, por sus ilustrí-
simos vinos».
2. El grande émulo de Tamayo, don Nicolás Antonio, patrocina
la causa de Sevilla y, para probarla, alega dos razones o conjeturas.
Dice que Cervantes siendo niño vio representar en Sevilla a Lope
de Rueda, y añade que los apellidos de Cervantes y Saavedra son
sevillanos. La primera conjetura prueba poco. Yo, siendo niño, vi
representar en el Teatro de Valencia un gran comedión (que es el
24 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

único que he visto) y no soy de Valencia, sino de Oliva. Fuera de


esto, diciendo Cervantes que «Lope de Rueda, varón insigne en la
representación y en el entendimiento, fue natural de Sevilla», era
natural también llamarla su patria; y ni en ese ni en otros lugares
donde nombró a Sevilla, la reconoció como tal.
La segunda conjetura aún prueba menos: porque si Miguel de
Cervantes Saavedra hubiera sido de los Cervantes y Saavedra de
Sevilla, siendo nobles estas familias, lo hubiera él apuntado en algu-
na parte hablando en tantas de sí, y lo más que dijo fue ser hidalgo
sin añadir circunstancia que indicase su solar, y, a ser natural de
Sevilla, en las mismas familias sevillanas de Cervantes y Saavedra
se hubiera conservado desde aquel tiempo la gloriosa memoria de
haber dado a España tan ilustre varón.
Prueba que hubiera alegado don Nicolás Antonio, siendo desta
opinión y natural de Sevilla.
3. En Lucena dicen que hay tradición de haber nacido allí. Cuan-
do se pruebe la tradición o se exhiba la fe de su bautismo, debere-
mos creerlo.
4. Entre tanto, tengo por cierto que la patria de Cervantes fue
Madrid, pues él mismo en el Viaje del Parnaso despidiéndose de
esta grande villa le dice así:
A Dios, dije a la humilde choza mía.
A Dios Madrid, a Dios tu prado y fuentes,
que manan néctar, llueven ambrosía.
A Dios, conversaciones suficientes
a entretener un pecho cuidadoso
y a dos mil desvalidos pretendientes.
A Dios, sitio agradable y mentiroso,
do fueron dos gigantes abrasados
con el rayo de Júpiter fogoso.
A Dios, teatros públicos, honrados
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 25

por la ignorancia que ensalzada veo


en cien mil disparates recitados.
A Dios, de San Felipe el gran paseo,
donde si baja o sube el turco galgo,
como en gaceta de Venecia leo.
A Dios, hambre sotil de algún hidalgo,
que por no verme ante tus puertas muerto
hoy de mi patria y de mí mismo salgo.
5. Hecha esta observación, he recurrido a los apuntamientos
que hizo don Nicolás Antonio para formar su Biblioteca, y en la
margen de ellos he hallado añadida esta misma prueba de la pa-
tria de Cervantes, pero deseoso don Nicolás de mantener su an-
tigua opinión concluye así: «si bien mi patria se puede entender
por España toda».
Cualquiera que lea atenta y desapasionadamente los tercetos de
Cervantes juzgará que esta interpretación de don Nicolás Antonio
es violenta y aun contraria a la mente de Cervantes, porque los
cinco primeros tercetos son una definición descriptiva de Ma-
drid, los dos primeros versos del sexto terceto una apóstrofe o
razonamiento dirigido a su hambre, y el último verso un retorno
a la villa de Madrid donde ya había dicho que tenía la humilde
choza suya, de la cual salía por ir al Parnaso, viaje cuya descrip-
ción le sacaba de tino.
Hoy de mi patria y de mí mismo salgo.
Fuera de esto, en el terceto inmediato dice así:
Con esto poco a poco llegué al puerto
a quien los de Cartago dieron nombre,
cerrado a todos vientos y encubierto.
A cuyo claro y singular renombre
se postran cuantos puertos el mar baña,
descubre el sol y ha navegado el hombre.
26 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

6. Si Cervantes entendiera por patria suya a toda España (cosa


muy impropia y que no cabía en su pluma), al salir de ella sería
cuando la llamaría patria, pero no hablando con Madrid y al salir
de esta villa para Cartagena, y más caminando poco a poco para
llegar a aquel famoso puerto donde se había de embarcar para ha-
cer con Mercurio el viaje del Parnaso.
7. Quede, pues, por asentado que Madrid fue la patria de Miguel
de Cervantes Saavedra y también el lugar de su habitación. El mis-
mo Apolo dio las señas de ésta en el sobrescrito de una graciosa
carta que dice así:
A Miguel de Cervantes Saavedra en la calle de las Huer-
tas, frontero de las casas donde solía vivir el príncipe de
Marruecos en Madrid. Al porte medio real, digo diez y
siete maravedís.
Y parece que su habitación no era muy acomodada, pues en el
fin de la descripción de su viaje dijo:
Fuime con esto, y lleno de despecho
busqué mi antigua y lóbrega posada.
8. Nació Miguel de Cervantes Saavedra año 1549, según se colige
de esto que escribió4 día 14 de julio del año 1613:
Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que
al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y
por la mano.
Por la mano entiendo yo la anticipación de algunos días, de ma-
nera que en mi sentir nació en el mes de julio, y cuando escribía
eso tenía 64 años y algunos días.
9. Desde sus primeros años tuvo grande afición a los libros, de
suerte que hablando de sí dijo:
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 27

Yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos


de las calles.
Amó muchísimo las buenas letras y totalmente se aplicó a los
libros de entretenimiento, como son las novelas y todo género de
poesía, especialmente de autores españoles e italianos.
En estos géneros de letras fue su erudición consumadísima, como
lo manifiesta el donoso y grande escrutinio de la librería de Don
Quijote6, las frecuentes alusiones a las historias fabulosas, los exac-
tísimos juicios de tantos poetas y su Viaje del Parnaso.
10. De España pasó a Italia, o bien para servir en Roma al cardenal
Acuaviva, de quien fue camarero, o bien para militar, como militó
algunos años siguiendo las vencedoras banderas de aquel sol de la
milicia Marco Antonio Colona9.
11. Fue uno de los que se hallaron en la célebre batalla de Le-
panto, donde perdió la mano izquierda de un arcabuzazo o, a lo
menos herida dél, le quedó inhábil. Peleó como debía un tan buen
cristiano y soldado tan valiente. De lo cual él mismo se gloría, no
sin razón, diciendo muchos años después:
Arrojose mi vista a la campaña
rasa del mar, que trujo a mi memoria
del heroico don Juan la heroica hazaña.
Donde con alta de soldados gloria,
y con propio valor y airado pecho,
tuve (aunque13 humilde) parte en la vitoria.
12. Después, no sé cómo ni cuándo, le apresaron los moros y le
llevaron a Argel. De aquí coligen algunos que la Novela del cau-
tivo es una relación de las cosas de Cervantes. Y por eso añaden
que sirvió en Flandes al duque de Alba, que alcanzó a ser alférez
de un famoso capitán de Guadalajara llamado Diego de Urbina,
y después, hecho ya capitán de infantería, se halló en la batalla
naval yendo con su compañía en la capitana de Juan Andrea, de
28 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

la cual saltó en la galera de Uchali, rey de Argel, y, desviándose


ésta de la que había embestido, estorbó que con sus soldados le
siguiesen y así se halló solo entre sus enemigos, herido, sin poder
resistir, y en fin de tantos cristianos vitoriosos sólo él gloriosa-
mente cautivo.
Todo esto y mucho más refiere de sí el cautivo que es el principal
sujeto de la dicha Novela, el cual después de la muerte de Uchali
Fartax, que quiere decir el renegado tiñoso (porque había sido uno
y otro), recayó en el dominio de Azanaga, rey cruelísimo de Argel,
el cual le tenía encerrado en una prisión o casa que los turcos lla-
man baños, donde encierran los cautivos cristianos, así los que son
del rey como de algunos particulares y los que llaman de almacén,
que es como decir cautivos del Concejo, que sirven a la ciudad en
las obras públicas que hace y en otros oficios; y estos tales cautivos
tienen muy dificultosa su libertad que, como son del común y no
tienen amo particular, no hay con quien tratar su rescate.
Uno de los cautivos que por aquellos tiempos había en Argel,
juzgo yo que fue Miguel de Cervantes Saavedra, y tengo para esto
una prueba manifiesta en lo que de él dijo el cautivo hablando de
las crueldades de Azanaga:
Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a éste, desorejaba
aquél, y esto por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los
turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo y por
ser natural condición suya ser homicida de todo el género
humano. Sólo libró bien con él un soldado español lla-
mado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que
quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos
años y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo ni
se lo mandó dar ni le dijo mala palabra, y por la menor
cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser
empalado y así lo temió él más de una vez; y si no fuera
porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 29

que este soldado hizo que fuera parte para entreteneros y


admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia.
Hasta aquí Cervantes hablando de sí mismo en boca de otro
cautivo, de cuyo testimonio consta que sólo fue soldado y así se
llamó en otras ocasiones y no alférez y capitán, títulos con que se
hubiera honrado a lo menos en el frontispicio de sus obras si los
hubiera tenido.
Cinco años y medio fue cautivo, donde aprendió a tener pacien-
cia en las adversidades16. Volvió a España y se aplicó a la cómi-
ca. Compuso varias comedias que se representaron con aplauso
por la novedad del arte y adorno de las tablas, el cual debieron
al ingenio y buen gusto de Cervantes los teatros de Madrid. Ta-
les fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La batalla naval y
otras muchas, manejando Cervantes el primero y último asunto
como testigo de vista. También compuso algunas tragedias que
fueron bien recibidas. Su buen amigo Vicente Espinel, inventor
de las décimas que por él se llamaronespinelas, le juzgó digno
de ponerle en su ingeniosa Casa de la memoria, quejándose de
la desgracia de su cautividad y celebrando la gracia de su genio
poético en esta octava:
No pudo el hado inexorable avaro,
por más que usó de condición proterva
arrojándote al mar sin propio amparo
entre la mora desleal caterva,
hacer, Cervantes, que tu ingenio raro
del furor inspirado de Minerva
dejase de subir a la alta cumbre
dando altas muestras de divina lumbre.
Antes que Espinel, explicó estos mismos pensamientos Luis Gál-
vez de Montalvo en uno de los sonetos que preceden a La Galatea,
que dice así:
30 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Mientras del yugo sarraceno anduvo


tu cuello preso y tu cerviz domada,
y allí tu alma al de la fe amarrada
a más rigor, mayor firmeza tuvo,
gozose el cielo, mas la tierra estuvo
casi viuda sin ti, y desamparada
de nuestras musas la real morada
tristeza, llanto, soledad mantuvo.
Pero después que diste al patrio suelo
tu alma sana y tu garganta suelta
dentre las fuerzas bárbaras confusas
descubre claro tu valor el cielo,
gózase el mundo en tu felice vuelta
y cobra España las perdidas musas.
La conclusión de este soneto prueba que Miguel de Cervantes
Saavedra, aun antes de ser cautivo, era ya tenido en España por
uno de los más ilustres poetas de su tiempo.
13. Pero, como el informe que se tiene por los oídos no suele ser
el más exacto, quiso Cervantes sujetarse al riguroso examen que
hacen los juicios de los letores en vista de las obras. En el año, pues,
1584 publicó Los seis libros de la Galatea, los cuales ofreció, como
primicias de su ingenio, a Ascanio Colona, entonces abad de Santa
Sofía y después presbítero cardenal con el título de la Santa Cruz
de Jerusalén. Don Luis de Vargas Manrique celebró esta obra de
Cervantes con un soneto que, por ser mucho mejor que los que
suelen hacerse, le pondré aquí:
Hicieron muestra en vos de su grandeza,
gran Cervantes, los dioses soberanos.
Y, cual primera, dones inmortales
sin tasa os repartió naturaleza.
Jove su rayo os dio, que es la viveza5
de palabras que mueven pedernales,
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 31

Diana el exceder a los mortales


en castidad de estilo con presteza,
Mercurio las historias marañadas,
Marte el fuerte vigor que el brazo os mueve,10
Cupido y Venus todos sus amores,
Apolo las canciones concertadas,
su ciencia las hermanas todas nueve,
y al fin el dios silvestre sus pastores.
14. Este soneto es una igualmente verdadera que hermosa descrip-
ción de La Galatea, novela en que Cervantes manifestó la penetra-
ción de su ingenio en la invención, su fecundidad en la abundancia
de hermosas descripciones y entretenidos episodios, su rara habi-
lidad en desatar unos ñudos al parecer indisolubles, y el feliz uso
de las voces acomodadas a las personas y materia de que se trata.
Pero lo que merece mayor alabanza es que trató de amores hones-
tamente, imitando en esto a Heliodoro y Atenágoras; de los cuales
aquél nació en Emisa, ciudad de Fenicia, y escribió Los amores de
Teágenes y Clariquea, y éste no se sabe si vivió jamás porque, si
son verdaderas las conjeturas del sabio obispo de Avranches Pedro
Daniel Huet, Guillermo Filandro fue el que compuso la Novela del
perfeto amor y la prohijó a Atenágoras.
Como quiera que sea, nuestro Cervantes escribió las cosas de
amor tan aguda y filosóficamente que no tenemos que envidiar a
la voracidad del tiempo las Eróticas o libros amorosos de Aristó-
teles, de sus dos discípulos Clearco y Teofrasto, y de Aristón Ceo,
también peripatético. Pero esta misma delicadeza con que trató
Cervantes del amor temió que había de ser reprehendida y así pro-
curó anticipar la disculpa:
Bien sé -dice- lo que suele condenarse exceder nadie en la
materia del estilo que debe guardase en ella, pues el Prín-
cipe de la poesía latina fue calumniado en algunas de sus
églogas por haberse levantado más que en las otras. Y así
32 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

no temeré mucho que alguno condene haber mezclado


razones de filosofía entre algunas amorosas pastoras que
pocas veces se levantan a más que tratar cosas de campo
y esto con su acostumbrada llaneza. Mas, advirtiendo que
muchos de los disfrazados pastores de ella lo eran sólo
en el hábito, queda llana esta objeción.
No tuvo Cervantes igual disculpa que alegar en satisfacción de
otra censura que viene a parar en una nota de la fecundidad de su
ingenio, y es que entretejió en esta su novela tantos episodios que
su multitud confunde la imaginación de los letores por atenta que
sea porque, enlazados unos con otros, aunque con gran artificio,
este mismo no da lugar a seguir el hilo de la narración frecuente-
mente interrumpida con nuevos sucesos.
Bien lo conoció él y aun lo confesó cuando en boca del cura Pero
Pérez (que era hombre docto, graduado en Sigüenza) y del barbero
maese Nicolás introdujo este coloquio:
Pero ¿qué libro es -preguntó el cura- ese que está junto
a él?, -habla del Cancionero de Lope Maldonado-. La
Galatea de Cervantes, -dijo el barbero-. Muchos años ha
-respondió el cura- que es grande amigo mío ese Cervan-
tes y sé que es más versado en desdichas que en versos.
Su libro tiene algo de buena invención, propone algo y
no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte
que promete. Quizá con la enmienda alcanzará del todo
la misericordia que ahora se le niega; y entretanto que
esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada.
No llegó el caso de publicar La Galatea, aunque la prometió
muchas veces. Una cosa noté algunos años ha y la repito ahora
por ser propia del asunto y es que el estilo de La Galatea tiene la
colocación perturbada y por eso es algo afectado. Las voces de
que usa son muy propias, su construcción violenta por ser des-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 33

ordenada y contraria al común estilo de hablar. Imitó en esto los


antiguos libros de caballerías, se conoce que de industria y por
el deseo que tenía de la novedad, pues su dedicatoria y prólogo
tienen la colocación más natural, y las obras que publicó después,
mucho más, de suerte que son una manifiesta retractación de su
antiguo error.
En La Galatea hay coplas de arte menor de suma discreción y
dulzura por la delicadeza de los pensamientos y suavidad del es-
tilo. Sus composiciones de arte mayor son inferiores, pero hay en
ellas muchos versos que pueden competir con los mejores de cual-
quier poeta.
15. Pero no es ésta la obra por la cual debe medirse la grandeza
del ingenio, maravillosa invención, pureza y suavidad de estilo
de Miguel de Cervantes Saavedra. Todo esto se admira más en
los libros que compuso del ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha. Éste fue su principal asunto, y el desapasionado examen
de esta obra lo será también de mi pluma en estos mis apunta-
mientos de su vida, la cual escribo con mucho gusto por obedecer
a los preceptos de un gran honrador de la buena y feliz memoria
de Miguel de Cervantes Saavedra que, cuando no tuviera como
tiene una fama universal, la conseguiría ahora por el favor de tan
ilustre protector.
16. Es la lectura de los libros malos una de las cosas que corrom-
pen más las costumbres y de todo punto destruyen las repúblicas.
Y, si tanto daño causan los libros que solamente refieren los malos
ejemplos, ¿qué no harán los que se fingen de propósito para intro-
ducir en los ánimos incautos el veneno almibarado con la dulzura
del estilo? Tales son las fábulas milesias, llamadas así porque se
introdujeron en Mileto, ciudad de Jonia, provincia infamemente
aplicada a todo género de delicias como también los sibaritas en
Italia, de donde tomaron nombre las fábulas sibaríticas. El asunto
de estas fábulas (hablo ahora solamente de las malas) suele ser des-
34 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

truir la religión, embravecer los ánimos, afeminarlos, o instruirlos


en todo género de maldades.
17. Escribieron los hebreos las desvariadas fábulas de la Cábala
y el Talmud para sostener los desatinos de su incredulidad con la
crédula persuasión de las mentiras más ridículas, enormes y despre-
ciables que se pueden imaginar, y para no dar asenso a la verdad de
la religión cristiana, más visible al mundo que la luz del sol, y es tal
su afición a las patrañas que en la misma verdad desconocieron la
verdad, llegando a persuadirse sin otro fundamento que su afición
a las fábulas, que el libro de Job es una mera parábola. Diéronles fe
los anabaptistas, y arrojada y temerariamente dijeron que la histo-
ria de Ester y de Judith también eran parábolas compuestas por los
hebreos para diversión del pueblo. Así abusan ellos de sus fábulas
para confirmar su secta, y de sus propias invenciones para destruir
la verdad de las historias más auténticas que tiene el mundo y como
tales nos las conservaron sus propios mayores.
18. Con este mismo intento de destruir la verdadera religión está
escrito también el Alcorán de Mahoma, el cual, según observó el
doctísimo maestro Alexio Venegas:
Contiene una secta cuarteada cuyo principal cuarto es
la vida porcuna que dicen epicúrea. El segundo es tejido
de ceremonias judaicas vacías de significado, que solían
tener antes del advenimiento de Cristo. El tercero cuar-
to, de las herejías arriana y nestórea. El cuarto cuarto es
la letra del evangelio torcida y mal entendida conforme
a su desvariado propósito. También son fábulas a este
jaez La Cuna y Jara que urdieron los moros en su iglesia
de malignantes.
19. El otro designio de los perversos libros milesios es afeminar
los ánimos representando con viveza las cosas del amor y exci-
tando con las imágenes pensamientos y deseos amorosos. En este
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 35

género de escritos mucho mejor es no citar ejemplos y, cuando se


alegue alguno, sea El asno de Apuleyo para que el mismo ejem-
plo sea recuerdo de que la torpeza transforma a los hombres en
bestias.
20. Afeminan los ánimos por una parte, y por otra los embrave-
cen, ciertos libros que llamamos de caballerías, porque en ellos se
describen las monstruosas hazañas de unos caballeros imaginarios
que tenían sus damas y por ellas hacían mil locuras, hasta llegar a
hacerles oración invocándolas en sus peligros con ciertas fórmu-
las como si fuesen abogadas de las lides y peleas, y por su respeto
emprendían y hacían mil locuras.
La letura, pues, de estos libros incitaba los ánimos a unas accio-
nes bárbaras por el imaginario punto de defender las mujeres aun
por causas deshonestas. Y esto llegó a tal extremo que las mismas
leyes lo juzgaron digno de reprehensión y como tal lo refieren en-
tre los abusos diciendo:
E aun porque esforzassen más, tenían por cosa guisada
que los que oviessen amigas que las nombrassen en las
lides, porque les creciessen más los corazones e oviessen
mayor vergüenza de errar.
21. El último género de perniciosas novelas es el que, con pretexto
de cautelar de la vida pícara, la enseña. De cuya composición te-
nemos en España tanto número de ejemplos que sería cosa ociosa
citar algunos.
22. De todos estos libros los que malearon más las costumbres
públicas fueron los caballerescos. Las causas de su introducción
fueron éstas.
23. Las naciones septentrionales se apoderaron de toda Euro-
pa. Los habitadores de ellas arrojaron las plumas y empuñaron las
armas. El que más podía, más valía. Pudo más la barbarie y salió
vencedora y triunfante, quedaron abatidas las letras, perdido el
36 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

conocimiento de la antigüedad y aniquilado el buen gusto. Pero


como donde no se hallan estas cosas, la necesidad las echa menos,
sucedieron en su lugar la falsa doctrina y depravado gusto.
Escribieron historias que fueron fabulosas porque se perdió o no
sabía buscarse la memoria de los sucesos pasados. Unos hombres
que de repente querían ser los maestros de la vida mal podían en-
señar a los lectores lo que nunca habían aprendido.
Tal fue Thelesino Helio, escritor inglés que, cerca del año seiscien-
tos cuarenta, reinando Artús en Bretaña, escribió los hechos deste
rey fabulosamente. Imitole Melquino Avalonio que, en tiempo del
rey Vortiporio, cerca del año seiscientos cincuenta, escribió la his-
toria de Bretaña mezclando los cuentos del rey Artús y de la Tabla
Redonda. La historia publicada en nombre de Gildas por renombre
el Sabio, monje que fue de Gales, es del mismo jaez. Refiere las ma-
ravillosas hazañas del rey Artús, de Parceval y Lanzarote. El libro
de Hunibaldo Franco, reducido a compendio por el abad Tritemio,
es un montón de mentiras neciamente fingidas. El otro libro fal-
samente atribuido al arzobispo Turpín, siendo posterior a él más
de docientos años, trata de las hazañas de Carlo Magno llenas de
patrañas, y se fingió en Francia, no en España como alguno dijo
sólo porque quiso. Con esos libros se deben adocenar las fabulosas
historias falsamente prohijadas a Hancón Fortemán y Salcón For-
temán, a Sivardo el Sabio, a Juan Abgil-lo, hijo de un rey de Frisia,
y a Adel Adelingo, decendiente de los reyes de la misma nación,
todos los cuales se dice que fueron frisios y se finge que vivieron
en tiempo de Carlo Magno, cuyas cosas escribieron.
24. También fue fabulosa la Historia de los orígenes de Frisia atri-
buida a Occon Escarlense, nieto, según fingen, de una hermana de
Salcón Fortemán y coetáneo de Otón el Grande. Ni merece mayor
crédito la historia de Gaufredo Monumetense, bretón, donde están
escritas las hazañas del rey Artús y del sabio Merlín, por más que
se diga que las sacó de memorias antiguas.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 37

25. Éstas eran las historias que tanto se aplaudían entre las nacio-
nes que entonces eran menos rudas. Había hombres neciamente
ocupados en fingir y publicar tan extravagantes caprichos porque
había letores más necios que ellos que los leían y aplaudían y tal
vez los creían.
26. Los trovadores también, quiero decir los poetas, que en tiem-
po de Ludovico Pío empezaron a cultivar la gaya ciencia, esto es,
la poesía, como si dijésemos la ciencia festiva, se aplicaron a re-
ducir al metro aquellas mismas patrañas y, cantándolas todos, se
hicieron vulgares.
27. En España el uso de la poesía es mucho más antiguo. No tra-
to de los tiempos más apartados del nuestro, y por eso no me val-
go del testimonio de Estrabón. Hablo sólo de la poesía vulgar que
llamamos rítmica.
No hay memoria de ella en toda Europa antes de la entrada de
los árabes en España. Ellos solos tienen mayor número de poetas
y poesías que todos los europeos. Pegaron esta afición, o confirma-
ron más en la que ya tenían, a los españoles, los cuales componían
rimas con todo el primor que requieren el arte; como lo refiere
con prolija curiosidad Álvaro Cordovés, quejándose de ello ciento
y treinta años después de la pérdida de España. Si algunas, o mu-
chas de aquellas poesías árabes que refiere Álvaro, eran especie de
novelas no me atreveré a afirmarlo. Las hazañas de su Buhalul, tan
celebradas de ellos en prosa y verso, sin duda lo son.
Lo cierto es que la tradición aún hoy conserva en España ciertas
hablillas que llamamos cuentos de viejas, llenos de encantamientos,
de donde viene a tantos la credulidad de éstos. Por eso Cervantes,
hablando con la propiedad que suele, llamó cuentos a sus Novelas.
Bien que Lope de Vega quiso distinguir los cuentos de las novelas
cuando, escribiendo a la señora María Leonarda, dijo así:
38 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Mándame U. m. escriba una novela. Ha sido novedad


para mí que, aunque es verdad que en La Arcadia y Pe-
regrinohay alguna parte de este género y estilo más usa-
do de italianos y franceses que de españoles, con todo es
grande la diferencia y más humilde el modo. En tiempo
menos discreto que el de agora aunque de más hombres
sabios llamaban a las novelas cuentos. Éstos se sabían
de memoria y nunca, que yo me acuerde, los vi escritos.
Yo soy de sentir que entre cuento y novela no hay más diferencia,
si es que hay alguna, que lo dudo, que ser aquel más breve. Como
quiera que sea, los cuentos suelen llamarse novelas y las novelas,
cuentos, y éstos y aquéllas, fábulas.
Los que pretenden hablar con distinción aún añaden otra espe-
cie de fábulas que llaman caballerías. Por eso Lope de Vega, conti-
nuando en referir las costumbres de los españoles en lo que toca a
la afición de relaciones fingidas, inmediatamente añadió:
Porque se reducían sus fábulas a una manera de libros que
parecían historias y se llamaban en lenguaje castellano
caballerías, como si dijésemos hechos grandes de caba-
lleros valerosos. Fueron en esto los españoles ingeniosísi-
mos, porque en la invención ninguna nación del mundo
les ha hecho ventaja como se ve en tantos Esplandianes,
Febos, Palmerines, Lisuartes, Floranbelos, Esferamundos,
y el celebrado Amadís, padre de toda esta máquina que
compuso una dama portuguesa.
Al leer esto último, me detuvo la novedad, porque en el tiempo
que se publicó la fingida historia de Amadís no sé yo que hubiese
en el reino de Portugal dama capaz de escribir libro de tanta in-
vención y novedad.
28. El erudito y juicioso autor del Diálogo de las Lenguas, que es-
cribió en tiempo de Carlos V y examinó esta obra muy de propósito,
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 39

siempre habla suponiendo que el autor fue hombre y no mujer. El sa-


bio arzobispo de Tarragona don Antonio Agustín dice hablando de
Amadís de Gaula:
El cual dicen los portugueses que lo compuso Vasco Lo-
bera». Y uno de los interlocutores añade luego: «Ése es
otro secreto que pocos lo saben.
Manuel de Faria y Sousa en el erudito prólogo que hizo a su Fuente de
Aganipe publicó un soneto, que dice que escribió el infante don Pedro
de Portugal, hijo del rey don Juan el Primero, en alabanza de Vasco de
Lobera por haber escrito el Amadís. Yo he observado que Amadís de
Gaula es anagrama puro de La vida de Gama. De donde mis amigos los
portugueses podrán inferir otras muchas y muy probables conjeturas.
29. Como quiera que sea (que semejantes cosas después de tanto
tiempo no son fáciles de averiguar), siendo nuestro libro de caba-
llerías más antiguo cerca de cien años posterior a los que tratan
de Tristán y Lanzarote, esto dio motivo a que el eruditísimo Huet,
siguiendo a Juan Bautista Giraldo, dijese que los españoles recibie-
ron de los franceses el arte de novelar. En lo que toca al asunto de
caballerías lo creeré sin repugnancia. Pero la misma arte que reci-
bieron los españoles ruda y desaliñada, la pulieron y hermosearon
tanto que pasó el atavío a descompostura. Empezaron los españoles
de la misma suerte que los extranjeros.
La ignorancia de las historias verdaderas, puestos en ocasión de
haber de escribirlas, los obligó a llenarlas de mentiras, particular-
mente tratando de cosas pasadas; que raras veces fue tan grande el
atrevimiento y descaro que se atreviesen a mentir a las claras es-
cribiendo de las presentes.
Pero como el tiempo presente se hace pasado, la libertad de fingir
confundía de tal suerte la verdad con la mentira que no se podía
distinguir la una de la otra. Así vemos que los cantares fabulosos,
o por hablar más claro, los romances, en mi opinión así llamados
40 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

de roman, palabra francesa que significa novela, vemos, digo, que


los cantares o romances mentirosos, que al principio sólo eran en-
tretenimientos del vulgo ignorante, después llegaron a autorizarse
tanto, repitiéndose en boca de los demás, que con facilidad pasa-
ron a ser texto, entretejidas sus ficciones en la Crónica General de
España, que fue copilada por autoridad real. Pernicioso ejemplo
cuya imitación llegó a poner nuestras historias en tan infeliz estado
que se atrevió a decir un historiador nuestro, reputado por uno de
los más discretos de su tiempo, que «fuera de las Letras Divinas,
no hay que afirmar ni que negar en ninguna dellas».
Y ¿quién era este hombre que desterraba la verdad de la histo-
ria, siendo ésta el testigo más abonado y casi único de los tiempos
pasados? Dígalo el mismo que derechamente se lo reprendió, el
eruditísimo bachiller Pedro Rhua, profesor de letras humanas, el
cual, escribiéndole, le dice así:
Es vuestra señoría en sangre Guevara, es en oficio coro-
nista, es en profesión teólogo, es en dignidad y méritos
obispo, de todos estos renombres es amar la verdad, es-
crebir verdad, predicar verdad, vivir en la verdad y mo-
rir por ella. Así holgará oír verdad y ser avisado de ella.
Y más adelante:
Escrebí a vuestra señoría que, entre otras cosas que en sus
obras culpan los letores, es una la más fea y intolerable
que puede caer en escritor de autoridad como vuestra se-
ñoría lo es, y es que da fábulas por historias, y ficciones
propias por narraciones ajenas y alega autores que no lo
dicen, o lo dicen de otra manera, o son tales que no los
hallarán sino in aphanis, como dijeron los crotoniatas a
los sibaritas, en lo cual vuestra señoría pierde su autori-
dad y el letor, si es idiota, es engañado, y si es diligente
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 41

pierde el tiempo cuando busca a do cantan los gallos de


Nibas, como dice el refrán griego.
Desta falsa opinión que tenía el obispo de Mondoñedo de la li-
bertad de fingir historias, nació el persuadirse que, pues otros mu-
chos habían escrito lo que se les había antojado, podía él imitarlos;
licencia que se tomó tan atrevidamente que no sólo fingió sucesos
y autores en cuyos nombres los confirmaba, sino también leyes.
Y aludiendo a esto Rodrigo Dosma en el Catálogo de los obispos
desta ciudad que se halla al fin de sus Discursos patrios, hablando
del rey don Alonso XI de León, dijo: «Pobló la ciudad y le dio fue-
ros, llamados de Badajoz, que yo tengo ciertos, no los fingidos de
Guevara». Como tales los tenía el doctísimo Aldrete, pero por su
gran modestia no se atrevió a manifestar del todo su juicio.
Lo mismo es -dice- en los fueros de Badajoz, si son cier-
tos, que yo en esto no quiero determinar. Por el autor
que los puso, corre riesgo su certidumbre por lo poca
que tienen otras cosas que escribe.
Harto hizo señalando con el dedo al obispo de Mondoñedo. De
quien dijo tales cosas don Antonio Agustín, aunque tan modesto,
que por la autoridad de quien las refiere más quiero yo que se lean
en sus Diálogos que no copiadas aquí. No es mi ánimo infamar la
memoria de un varón de tan delicada conciencia, que habiendo
sido coronista del emperador Carlos V y escrito sus corónicas hasta
que vino de Túnez, mandó en su testamento que se restituyese a
su majestad el salario de un año porque en él no había escrito cosa
alguna considerando, como debía, que éste y semejantes salarios
no se dan en remuneración de servicios pasados, sino en recom-
pensa del trabajo que se debe poner satisfaciendo a la obligación
del propio empleo, la cual es indispensable porque se debe a toda
la república, que es lo mismo que decir que son acreedores legíti-
42 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

mos los que son y serán miembros suyos, esto es, los ciudadanos
presentes y venideros.
Sólo he referido tan memorable ejemplo para que se considere
lo que puede la costumbre de las ficciones contrarias a la verdad,
si aquélla se extiende, pues aun a los hombres buenos naturalmen-
te discretos y muy estudiosos, como fue el obispo Guevara, llega
a pervertir el juicio, y miserablemente pervirtió los de la mayor
parte de los españoles sólo porque se dejaban llevar del pernicioso
halago de los libros de caballerías.
30. Acostumbrados, pues, los entendimientos a la maravilla que
causaban las extravagantes hazañas entretejidas en las historias, se
atrevieron a escribir unos libros enteramente fabulosos, lo cual sería
mucho más tolerable y aun digno de alabanza si, fingiendo con ve-
rosimilitud, representasen la idea de unos grandes héroes en quie-
nes se viese premiada la virtud y castigado el vicio en la gente ruin.
Pero de qué manera se escribiesen aquellos libros dígalo el jui-
cioso autor del Diálogo de las Lenguas:
Cuanto a las cosas -dice-, siendo esto así que los que es-
criben mentiras las deben escribir de suerte que se alle-
guen cuanto fuere posible a la verdad, de tal manera que
puedan vender sus mentiras por verdades, nuestro autor
de Amadís -que fue el primero y el que mejor escribió los
libros de caballerías-, una vez por descuido, y otra no sé
por qué, dice cosas tan a la clara mentirosas que en nin-
guna manera las podéis tener por verdaderas.
Lo cual confirma con varios ejemplos. Esto mismo reprehendía
el sabio Luis Vives con aquella gravedad y peso de razones que le
hizo el más severo crítico de su tiempo.
La erudición -decía- no se ha de esperar de unos hom-
bres que ni aun vieron la sombra de la erudición. Pues
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 43

cuando cuentan algo, ¿qué gusto puede haber en unas


cosas que fingen tan abierta y neciamente? Este hombre
solo mató a veinte juntos, aquél a treinta, el otro, trespa-
sado con seiscientas heridas y dejado ya por muerto, se
levanta luego y el día siguiente, restituido ya a su salud,
y fuerzas, mata en un desafío a dos gigantes y sale de allí
cargado de oro, plata, sedas, piedras preciosas, con tanta
abundancia que ni una nave de carga las podría llevar.
¿Qué locura es dejarse llevar y detenerse en semejantes
despropósitos? Fuera de esto no hay cosa dicha con agu-
deza, si no es que se cuenten como tales algunas palabras
que sacaron de los más ocultos escondrijos de Venus, las
cuales se dicen muy a propósito para mover y sacar de
sus quicios a la que dicen que aman, si por ventura en ella
hay alguna constancia en resistirse. Si por esto se leen es-
tos libros, menos será leer aquellos que tratan (permitid,
letores, el término) de alcahuetería. Porque en lo demás,
¿qué discreciones pueden decir unos escritores faltos de
toda buena dotrina y arte?
Yo nunca he oído a hombre que dijese agradarle tales
libros, exceptuando sólo a los que nunca tocaron en sus
manos libro bueno, y confieso mi pecado que también
los he leído alguna vez, pero no hallé rastro alguno o de
buena intención o de mejor ingenio. A aquellos, pues, que
los alaban, de los cuales conozco algunos, entonces les
daré crédito cuando digan eso después de haber gustado
a Séneca, o a Cicerón, o a San Jerónimo, o a la Sagrada
Escritura, y cuando sus costumbres también no sean del
todo estragadísimas, porque las más veces la causa de
aprobar tales libros es contemplar en ellos sus costum-
bres representadas como en un espejo y regocijarse de
verlas aprobadas.
44 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Finalmente, aunque lo que dicen fuese muy agudo y agra-


dable, yo nunca querría un deleite emponzoñado y que
mi mujer se ingeniase para hacerme traición.
31. A este tenor prosigue el sabio Vives, el cual en otra parte
refiere entre las causas de la corrupción de las artes la leyenda de
los libros de caballerías.
Quieren -dice- leer unos libros manifiestamente men-
tirosos y llenos de meras bagatelas, por cierto halago
del estilo, como Amadís y Florián, españoles; Lanza-
rote y la Tabla Redonda, franceses; Rolando, italiano;
los cuales libros fingieron unos hombres ociosos, y
los llenaron de un género de mentiras, que ni condu-
cen algo para saber, ni para juzgar bien de las cosas,
ni para vivir, sino solamente para hacer cosquillas a
la concupiscencia. Y aun por eso los leen unos hom-
bres de unos ingenios corrompidos con el ocio y con-
decendencia de su propio amor, no de otra suerte que
algunos estómagos delicados que se lisonjean mucho,
sólo se sustentan con ciertas confituras de azúcar y
miel desechando toda comida sólida.
No era sólo Vives el que se quejaba desto. Pero Megía, cronista
de Carlos V y discreto historiador de aquellos tiempos, se lamentó
de lo mismo con gran sentimiento, tanto que el inca Garci-Laso,
por sólo su testimonio, nunca quiso leer tan desatinados libros.
El maestro Venegas, con su acostumbrado juicio, dijo:
En nuestros tiempos, con detrimento de las doncellas
recogidas, se escriben los libros desaforados de caba-
llerías que no sirven sino de ser unos sermonarios del
diablo con que en los rincones caza los ánimos tiernos
de las doncellas.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 45

Omitiendo el testimonio de otros gravísimos autores, uno de


los españoles de mayor juicio y el mayor teólogo que hubo en el
Concilio de Trento (visto es que hablo del obispo Cano), nos dejó
escrito lo siguiente:
Nuestra edad ha visto un sacerdote que estaba muy per-
suadido a que cosa que una vez se hubiese impreso, de
ningún modo era falsa. Porque, según decía, los ministros
de la república no habían de cometer tan gran maldad
que no sólo permitiesen que se divulgasen mentiras, sino
que también las autorizasen con su privilegio para que
más seguramente se esparciesen por los entendimientos
de los hombres, y movido de este argumento llegó a creer
que Amadís y Clarián verdaderamente obraron aquellas
cosas que se cuentan en sus libros patrañeros. Cuánto
peso tenga el motivo de aquél -aunque sencillo sacerdo-
te- contra los ministros de la república no es propio de
este lugar y tiempo el disputarlo.
Yo, ciertamente, por lo que a mí me toca, con grande
sentimiento y dolor de mi alma digo que, con gran daño
y ruina de la Iglesia, sólo se cautela en la publicación de
los libros que no estén rociados de errores contra la fe,
sin cuidar que no los haya dañosos a las costumbres. Y
principalmente no me inquieto por esas novelas que poco
ha nombré, aunque escritas sin erudición y tales que nada
nada conducen, no digo para vivir bien y dichosamente,
pero ni aun para formar buen juicio de las cosas huma-
nas. Porque ¿qué pueden aprovechar unas meras y vanas
frioleras fingidas por unos hombres ociosos y manosea-
das de unos ingenios corrompidos con los vicios? Sino
que mi dolor, etc..
Palabras dignas de escribirse en letras de oro por las cuales se
conoce cuánto apreciaba el obispo Cano los dictámenes de Vives:
46 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene ne-


cesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le
falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de
caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo
nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón, ni caen debajo de la
cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la
verdad, ni las observaciones de la astrología, ni le son de
importancia las medidas geométricas, ni la confutación
de los argumentos de quien se sirve la retórica, ni tiene
para qué predicar a ninguno mezclando lo humano con
lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha
de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene que
aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo,
que cuanto ella fuere más perfeta tanto mejor será lo que
escribiere. Y pues esta vuestra escritura no mira a más
que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y
en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para
qué andéis mendigando sentencias de filósofos, conse-
jos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones
de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la
llana con palabras significantes, honestas y bien colo-
cadas, salga vuestra oración y periodo sonoro y festivo,
pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible
vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos
sin intricarlos y escurecerlos.
Procurad también que, leyendo vuestra historia, el me-
lancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el sim-
ple no se enfade, el discreto se admire de la invención,
el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.
En efeto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal
fundada de estos caballerescos libros, aborrecidos de tan-
tos y alabados de muchos más, que, si esto alcanzásedes,
no habríades alcanzado poco.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 47

A quien frecuentemente copiaba, aunque tal vez le zahirió injus-


tamente por las ocultas causas que yo me sé y que, si Vives viviera,
hubiera sabido vindicar. Pero Vives vivirá en la memoria de los
hombres y algún tiempo habrá algún aficionado suyo que, juntan-
do la autoridad al saber, deshará el agravio que se hizo y aún hoy
se tolera contra tan piadoso varón.
32. Entretanto, basten las quejas referidas para hacer juicio del
daño que hacían los libros de caballerías, los cuales estaban tan
encastillados en los ánimos de la mayor parte de los letores que las
quejas, invectivas y sermones de los hombres más juiciosos, sa-
bios y celosos de la nación no bastaban a desterrarlos. Ni se logró
conseguir tan inmortal hazaña hasta que quiso Dios que Miguel
de Cervantes Saavedra escribiese (como él mismo lo dice en boca
de un amigo suyo)
una invectiva contra los libros de caballerías publican-
do la Historia de Don Quijote de la Mancha, la cual no
mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en
el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías.
Consideraba Cervantes que un clavo saca a otro y que, supuesta
la inclinación de la mayor parte de los ociosos a semejantes libros,
no era el medio mejor para apartarlos de tal letura la fuerza de la
razón, que sólo suele mover a los ánimos considerados, sino un li-
bro de semejante inventiva y de honesto entretenimiento que, ex-
cediendo a todos los demás en lo deleitable de su letura, atrajese a
sí a todo género de gentes, discretos y tontos. Para cuyo fin no era
necesario gran fondo de dotrina, sino tal discreción y gracia en el
decir que se llevasen toda la atención.
Por eso Cervantes en aquel su discretísimo Prólogo, en que tan
agudamente satirizó la vanidad de los malos escritores, después de
un graciosísimo coloquio entre él y un amigo suyo, hace que éste
le proponga la idea que debe seguir, la cual es ésta.
48 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

33. Estando, pues, Cervantes tan bien instruido, veamos ahora


sin pasión si fue capaz de ejecutarlo.
34. En tres cosas consiste la perfección de un libro: en la buena
invención, debida disposición y lenguage proporcionado al asun-
to que se trata.
35. La invención de Cervantes es conforme al carácter de un hi-
dalgo de harto buen juicio que, habiéndole ilustrado con la letura
de los libros, le perdió desvelándose en los de caballerías y, dando
en la manía de imitar aquellas locas hazañas que había leído, eligió
por escudero un labrador sencillo y gracioso, y, por no estar sin
dama, se la figuró en su imaginación según la medida de su cora-
zón platónicamente enamorado. Y con el pensamiento de probar
aventuras, él en su caballo a quien llamó Rocinante y, después en
su segunda y tercera salida, con su escudero Sancho Panza muy
sobre su asno, llamado Rucio, salió en busca de la buena suerte.
36. La idea, pues, de Miguel de Cervantes Saavedra y el sentido
de ella, a lo que yo alcanzo, son como se siguen. Alonso Quijada,
hidalgo manchego, se dio enteramente a la lección de los libros
de caballerías, vicio muy general en la gente ociosa y mal entre-
tenida. La demasiada aplicación a los libros caballerescos le secó
el celebro y le volvió el juicio, como al otro famoso rústico cono-
cido por el nombre de Paladín. Lo cual significa que aquella vana
letura trastornaba los juicios haciendo a los letores atrevidos y
temerarios, como si hubiesen de tratar con hombres meramente
fantásticos.
El infeliz manchego creyó ser verdaderas aquellas hazañas prodi-
giosas que había leído y le pareció necesaria en el mundo la profe-
sión de los caballeros andantes para deshacer y enderezar tuertos,
como él decía. Quiso, pues, entrar en tan honrosa cofradía y em-
plearse en unos ejercicios tan saludables al género humano.
Condición muy propia de hombres presumidos de valientes que
con insolente atrevimiento todo lo quieren remediar sin ser de su
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 49

obligación. Alonso Quijada tomó para sí el nombre de Don Quijote


de la Mancha y se dejó armar caballero de un ventero. Los que salen
de su esfera luego se tienen por unos Guzmanes, suelen variar los
apellidos y, si se llega a esto alguna exterior marca de honor, pien-
san que sólo se lee aquel sobrescrito y que en el mundo político no
hay zahorís que miren, noten y registren lo más interior.
37. Don Quijote se llamó con el ribete de la Mancha, y su dama
imaginaria Dulcinea del Toboso, lugar de la Mancha, porque, se-
gún he oído decir, Miguel de Cervantes fue allá con una comisión y
por ella le capitularon los del Toboso y dieron con él en una cárcel.
Y en agradecimiento desto (que no la hemos de llamar venganza
habiendo resultado en tanta gloria de la Mancha) hizo Cervantes
manchegos a su caballero andante y a su dama. Que Cervantes (cual
otro Nevio que escribió en la cárcel sus dos comedias El Hariolo y
Leonte) compusiese esta historia encarcelado también, lo confesó
él mismo diciendo:
«¿Qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio
mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antoja-
dizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados
de otro alguno? Bien, como quien se engendró en una
cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde
todo triste ruido hace su habitación».
38. Veamos ahora qué es lo que hace Don Quijote, el cual ya sale
de su casa en un caballo flaco, símbolo de la debilidad de su em-
presa, siguiéndole en su segunda y tercera salida Sancho Panza en
su Rucio, jerolífico de la simplicidad.
39. En Don Quijote se nos representa un valiente maniático que,
pareciéndole muchas cosas de las que ve semejantes a las que leyó,
sigue los engaños de su imaginación y acomete empresas en su opi-
nión hazañosas, en la de los demás, disparatadas, cuales son las que
los antiguos libros caballerescos refieren de sus héroes imaginarios,
50 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

para cuya imitación bien se echa de ver cuánta erudición caballe-


resca era necesaria en un autor que a cada paso había de aludir a
los hechos de aquella inumerable caterva de caballeros andantes.
La letura de Cervantes en este género de historias fabulosas fue sin
igual, como lo manifiesta en muchísimas partes.
40. Fuera de sus manías, habla Don Quijote como hombre cuer-
do, y son sus discursos muy conformes a razón. Son muy dignos de
leerse los que hizo sobre el siglo de oro o primera edad del mundo
poéticamente descrita, sobre la manera de vivir de los estudiantes
y soldados46, sobre las distinciones que hay de caballeros y linajes,
sobre el uso de la poesía, y las dos instrucciones, una política y otra
económica, las cuales dio a Sancho Panza cuando iba a ser gober-
nador de la ínsula Barataria, son tales que se pueden dar a los go-
bernadores verdaderos y, ciertamente, deben ponerlas en práctica.
41. En Sancho Panza se representa la simplicidad del vulgo que,
aunque conozca los errores, ciegamente los sigue. Pero para que la
simplicidad de Sancho no sea enfadosa a los letores la hace Cer-
vantes naturalmente graciosa. Nadie definió mejor a Sancho Panza
que su amo Don Quijote cuando, hablando con una duquesa, dijo:
Vuestra grandeza imagine que no tuvo caballero andan-
te en el mundo escudero más hablador ni más gracioso
que yo tengo.
Y en otra ocasión:
Quiero que entiendan vuestras señorías que Sancho Pan-
za es uno de los más graciosos escuderos que jamás sir-
vió a caballero andante. Tiene a veces unas simplicidades
tan agudas, que el pensar si es simple o agudo causa no
pequeño contento. Tiene malicias que le condenan por
bellaco y descuidos que le confirman por bobo. Duda
de todo y créelo todo. Cuando pienso que se va a despe-
ñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 51

al cielo. Finalmente, yo no le trocaría con otro escudero


aunque me diesen de añadidura una ciudad.
En prueba de la sencillez y gracia de Sancho Panza léase sólo el
cuento del rebuzno.
42. Siendo tales los principales personajes desta historia, viene a
suceder lo que en ajena persona dijo Cervantes:
Que los sucesos de Don Quijote o se han de celebrar con
admiración o con risa
y que Sancho es tal
a cuyas gracias no hay ningunas que se le igualen»
Y sin hablarnos por boca de otros, dijo en el fin de su I Prólogo:
Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte
a conocer tan noble y tan honrado caballero, pero quiero
que me agradezcas el conocimiento que tendrás del fa-
moso Sancho Panza su escudero, en quien a mi parecer
te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la ca-
terva de los libros vanos de caballerías están esparcidas.
43. Para que la historia de un caballero andante no enfadase a
los letores con la uniformidad o semejanza de los sucesos, lo cual
acontecería si únicamente se tratase de locas aventuras, ingirió Cer-
vantes muchos episodios donde los sucesos son frecuentes, nuevos
y verosímiles; los razonamientos artificiosos, claros y eficaces; los
enredos maravillosamente enmarañados; las salidas de ellos fáciles,
naturales y, sobre todo, tan agradables que dejan el ánimo sosegado,
quedando muy quietos y pacíficos aquellos afectos que con singular
industria y artificio se habían alborotado.
Y lo que más admira a los perspicaces letores es que todos estos
episodios menos dos, «las novelas, digo, del Cautivo y del Curioso
impertinente», están entretejidos en el principal asunto de la fábula
52 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

tan ingeniosamente que, cual hermoso tapiz, forman con ella una
misma tela y hacen una labor muy amena y agradable.
44. Cuando es muy hábil el artífice, nadie conoce mejor que él
la perfección de sus obras. Por eso decía el mismo Cervantes, ha-
blando de su historia:
Los cuentos y episodios della, en parte no son menos
agradables y artificiosos y verdaderos que la misma
historia.
45. Para hacer Cervantes su invención mucho más verosímil y
plausible, fingió haber sido el autor de ella Cide Hamete Ben-En-
geli, historiador arábigo natural de la Mancha.
Fingiole manchego para suponerle bien informado de las cosas
de Don Quijote. Es cosa muy graciosa ver cómo celebra Cervantes
la escrupulosa puntualidad de Cide Hamete en la relación de las
cosas aun más mínimas, como cuando hablando de Sancho Panza
maltratado a garrotazos dijo:
Despidiendo treinta ayes y sesenta sospiros y ciento y
veinte pésetes y reniegos de quien allí le había traído, se
levantó.
Y cuando dice de otro:
Era uno de los ricos arrieros de Arévalo, según lo dice
el autor desta historia, que deste arriero hace particular
mención porque le conocía muy bien, y aún quieren de-
cir que era algo pariente suyo. Fuera de que Cide Hamete
Benengeli fue historiador muy curioso y muy puntual en
todas las cosas, y échase bien de ver, pues las que quedan
referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso
pasar en silencio.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 53

De donde podrán tomar ejemplo los historiadores graves que


nos cuentan las acciones tan corta y sucintamente que apenas nos
llegan a los labios, dejándose en el tintero, ya por descuido, ya por
malicia, o ignorancia, lo más sustancial de la obra. ¡Bien haya mil
veces el autor de Tablante de Ricamonte, y aquel del otro libro donde
se cuentan los hechos del Conde Tomillas, y con qué puntualidad
lo escriben todo!» No habló más discretamente el mismo Luciano
en sus dos libros De la verdadera historia.
46. En otra parte, poniendo en práctica esta misma puntualidad
en referir las cosas muy por menor, dice Cervantes en boca de
Ben-Engeli:
Entraron a Don Quijote en una sala, desarmole Sancho,
quedó en valones y en jubón de camuza, todo bisunto
con la mugre de las armas: el cuello era valona a lo es-
tudiantil sin almidón y sin randas, los borceguíes eran
datilados y encerados los zapatos: ciñose su buena es-
pada que pendía de un tahalí de lobos marinos, que es
opinión que muchos años fue enfermo de los riñones,
cubriose un herreruelo de buen paño pardo, pero, an-
tes de todo, con cinco calderos o seis de agua, que en la
cantidad de los calderos hay alguna diferencia, se lavó
la cabeza y rostro». ¡Nimiedad sencilla y graciosa! ¡Ve-
rosimilitud admirable y sin igual! Exclame, pues, Cer-
vantes y con razón: «Real y verdaderamente todos los
que gustan de semejantes historias como ésta deben de
mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor prime-
ro, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semi-
nimas della sin dejar cosa, por menuda que fuese, que
no la sacase a luz distintamente. Pinta los pensamien-
tos, descrubre las imaginaciones, responde a las tácitas,
aclara las dudas, resuelve los argumentos, finalmente,
los átomos del más curioso deseo manifiesta. ¡Oh autor
54 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

celebérrimo! ¡Oh Don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea


famosa! ¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos, y
cada uno de por sí, viváis siglos infinitos para gusto y
general pasatiempo de los vivientes.
47. Fingió Cervantes que el autor de esta historia fue arábigo alu-
diendo en esto a lo que muchos piensan que los árabes pegaron a
los españoles la afición de novelar.
Es cierto que Aristóteles, Cornuto, y Prisciano hicieron mención
de las fábulas líbicas. Luciano añade que entre los árabes había
hombres empleados en explicar las fábulas. Locman, a quien cele-
bra el Alcorán de Mahoma, es opinión muy valida que fue Isopo,
fabulero insigne. Tomás Erpenio fue el primero que tradujo sus
fábulas en latín, año 1625. Bien cierto es que las de Isopo están
comodadas al genio de cada nación. Aun las que están en griego
no son las mismas que escribió Isopo. Fedro, que las tradujo en
latín, confiesa que las interpoló. Yo las tengo en español, impresas
en Sevilla por Juan Cronberger, año 1533, y están interpoladas y
añadidas extrañamente.
No es maravilla, pues, que los árabes las hayan acomodado a su
genio. y ¿qué mayor fábula que el Alcorán de Mahoma? Éste se es-
cribió a manera de novela para que se aprendiese con más facilidad
y se olvidase menos. Las vidas de los patriarcas, profetas y apóstoles
que tienen escritas los mahometanos están llenas de fábulas. Algu-
nos de sus filósofos que intentaron explicar los soñados misterios
de su dotrina, formaron unos libros a manera de novelas. Deste gé-
nero es la historia de Hayo hijo de Yocdán, de quien contó Avicena
grandísimas patrañas. León Africano y Luis de Mármol, como tes-
tigos de vista, dicen que los árabes tienen tanta afición a las novelas
que celebran las hazañas de su Buhalul en prosa y verso, como los
nuestros las de Reinaldos de Montalbán y Rolando el Enamorado.
Y sin salir de España, los que llamamos cuentos de viejas son unas
breves novelas cuyos asuntos, que de ordinario son encantamien-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 55

tos y apariciones de horribilísimos negros para causar espanto a


los niños haciéndolos así vilmente medrosos, están manifestando
ser invención arábiga.
48. Prueba de esto es también que los primeros libros de caba-
llerías se escribieron en España en tiempo en que los árabes aún
estaban en ella. Y así entiendo que escribía trascordado Lope de
Vega cuando dijo: Llamaban a las novelas, cuentos. Éstos se sa-
bían de memoria y, nunca que yo me acuerde, los vi escritos».
Haylos escritos y los había leído Lope en los mismos libros de
caballerías, pero no se acordaba, quizá porque los que le habrían
contado no serían los mismos. Aunque yo no niego que muchos
están hoy únicamente encomendados a la tradición de los ocio-
sos habladores.
49. Tenemos manchego y árabe al autor desta historia escrita
en árabigo. Añade Cervantes, siguiendo el hilo de su ficción, que
mandó traducirla de arábigo en castellano a un morisco aljama-
do. Aludiendo a esto introdujo al bachiller Sansón Carrasco que,
hablando con Don Quijote, dijo así:
Bien haya Cide Hamete Benengeli que la historia de vues-
tras grandezas dejó escrita, y rebién haya el curioso que
tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro
vulgar castellano para universal entretenimiento de las
gentes.
50. Y para que se entendiese que el traductor también hacía sus
críticas, en abono suyo añadió esto Cervantes:
Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto
capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla
Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer
de su corto ingenio y dice cosas tan sutiles que no tiene
por posible que él las supiese, pero que no quiso dejar
56 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

de traducillo por cumplir lo que a su oficio debía, y así


prosiguió diciendo.
Gran documento para los traductores que no saben que su ofi-
cio es como el de los retratistas, que no hacen su deber si sacan
un retrato más perfeto que el original. Hablo de las cosas, que en
lo que toca al estilo, cada cual usa de sus colores y éstos deben ser
proporcionados a lo que se quiere representar. Siendo esto así, no
sé cómo disculpar a Cervantes, el cual hace que en otra parte falte
el traductor a su acostumbrada puntualidad diciendo así:
Aquí pinta el autor todas las circunstancias de la casa de
don Diego, pintándonos en ellas lo que contiene una casa
de un caballero labrador y rico, pero al traductor desta
historia le pareció pasar estas y otras semejantes menu-
dencias en silencio porque no venían bien con el propó-
sito principal de la historia, la cual más tiene su fuerza
en la verdad que en las frías digresiones.
¿Por ventura diremos que lo que es reprehensión del traductor
es tácita alabanza de la puntualidad de Cervantes? ¿O que con esto
quiso reprobar la enfadosa prolijidad de muchos escritores que,
desviándose de su principal asunto, se paran en hacer descripcio-
nes de palacios y de semejantes cosas? Uno y otro es posible. Lo
cierto es que la Novela del verdadero y perfeto amor, atribuida a
Atenágoras, es desagradable por las frecuentes descripciones de
palacios, hechas con tan sobresaliente arte, y ésta vitruviana, que
parece que el que las hizo no podía disimular ser arquitecto, pues
describía los palacios como artífice, no como novelista. De donde
infirió el sagacísimo Huet que el autor de aquella novela no fue
Atenágoras, como se supone, sino Guillermo Filandro, ilustrador
insigne de Marco Vitruvio, el cual quiso en aquella obra lisonjear el
genio de su gran favorecedor el cardenal Gregorio Armanac, muy
amigo de la arquitectura. Ni podía Atenágoras pintar tan al vivo
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 57

como pinta, las costumbres modernas. Y no fue difícil persuadir, a


Fumeo, publicador de la Novela, que el original griego que le ense-
ñaron era verdadero, pero debía él haberle examinado mejor para
que no creyésemos que su traducción es supuesta. Fumeo se portó
muy al contrario de aquellos que cuando publican algunos libros
que saben ellos ser falsos, ponen gran conato en persuadir su legi-
timidad diciendo haberlos sacado de manuscritos muy antiguos de
letra apenas legible, carcomidos del tiempo, y que estaban en esta
o en la otra librería (donde nadie los vio), que pudieron lograrlos
por medio de uno que ya no vive.
Y estos y semejantes artificios son los que engañan a los sencillos
letores y los que nos representa Cervantes fingiendo que el autor
de esta obra fue un historiador arábigo y manchego, el traductor
morisco, y la continuación de la historia por buena dicha hallada
y comprada de un muchacho que vendía unos cartapacios y pape-
les viejos en el alcana de Toledo. Pudo ser arbitrario fingir en To-
ledo tal hallazgo. Pero, a tiempo que Cervantes decía esto, corría
muy valido entre la gente crédula haber en Toledo quien tenía una
Historia universal, donde todos hallaban lo que buscaban y aun
lo que querían. El autor de ella se suponía gravísimo. Y en efeto,
aquella historia que trataba de todas las cosas y otras muchas más,
esto es, de cuanto querían los que preguntaban algo al que supo-
nían tesorero de la erudición eclesiástica, era una fábula preñada
de muchas fábulas que con toda propiedad se llamaría en francés
con el nombre de roman y en buen romance cuento de cuentos,
los cuales fueron tan bien recibidos que salieron varias continua-
ciones no menos aplaudidas que las de los libros de Amadís y, lo
que es mucho peor, más leídas y más creídas y aún no desterradas,
reservando Dios esta gloria a quien se digne dar tantas fuerzas e
industria que sea capaz de embestir y vencer a todo el vulgo de una
nación. Pero éste no es asunto propio de este lugar. Lo será de otro
y en otra ocasión, si Dios quiere.
58 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

51. Últimamente, por no incurrir Cervantes en lo mismo que re-


prehendía de la vanidad de los libros caballerescos, y acordándose
del fin que se había propuesto de hacer despreciables aquellas pa-
trañas, hizo que Don Quijote de la Mancha, que como loco había
sido llevado a su casa encerrado en una carreta como si fuese en
una jaula, volviese luego en su juicio y confesase llana y cristiana-
mente haber sido disparate todo cuanto hizo y obró, por el deseo
de imitar aquel los caballeros andantes puramente imaginarios.
52. Según lo dicho, ya se ve cuán admirable es la invención desta
grande obra. No lo es menos la disposición de ella, pues las imá-
genes de las personas de que se trata tienen la debida proporción
y cada una ocupa el lugar que le toca; los sucesos están enlazados
con tanto artificio que los unos llaman a los otros y todos llevan
suspensa y gustosamente entretenida la atención del letor.
53. En orden al estilo, ojalá que el que hoy se usa en los asuntos
más graves fuese tal. En él se ven bien distinguidos y apropiados
los géneros de hablar. Sólo se valió Cervantes de voces antiguas
para representar mejor las cosas antiguas. Son muy pocas las que
introdujo nuevamente, pidiéndolo la necesidad. Hizo ver que la
lengua española no necesita de mendigar voces extranjeras para
explicarse cualquiera en el trato común.
En suma, el estilo de Cervantes en esta Historia de Don Quijote
es puro, natural, bien colocado, suave, y tan emendado que en po-
quísimos escritores españoles se hallará tan exacto. De suerte que es
uno de los mejores textos de la lengua española. Bien satisfecho de
esto estaba el mismo Cervantes, pues dirigiendo el tomo segundo
de la Historia de Don Quijote al conde de Lemos, don Pedro Fer-
nández de Castro, con inimitable gracia, con la cual supo encubrir
las propias alabanzas, le dijo así:
Enviando a U. Excelencia los días pasados mis comedias,
antes impresas que representadas, si bien me acuerdo,
dije que Don Quijote quedaba calzadas las espuelas para
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 59

ir a besar las manos a U. Excelencia, y ahora digo que se


las ha calzado y se ha puesto en camino, y si él allá llega
me parece que habré hecho algún servicio a U. Excelen-
cia, porque es mucha la priesa que de infinitas partes me
dan a que le envíe para quitar el hámago y la náusea que
ha causado otro Don Quijote que, con nombre de segun-
da parte, se ha disfrazado y corrido por el orbe. Y el que
más ha mostrado desearle ha sido el grande emperador
de la China, pues, en lengua chinesca, habrá un mes que
me escribió una carta con un propio pidiéndome, o por
mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería
fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana y
quería que el libro que se leyese fuese el de la Historia
de Don Quijote.
Juntamente con esto, me decía que fuese yo a ser el retor
del tal colegio. Preguntele al portador si su majestad le
había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondio-
me que ni por pensamiento. Pues, hermano, le respondí
yo, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las
veinte, o a las que venís despachado, porque yo no estoy
con salud para ponerme en tan largo viaje. Además, que
sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros; y empera-
dor por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles
tengo al gran conde de Lemos, que sin tantos titulillos
de colegios, ni retorías, me sustenta, me ampara y hace
más merced que la que yo acierto a desear. Con esto le
despedí, y con esto me despido, etc. De Madrid, último
de otubre de mil seiscientos y quince.
54. Examinada ya por sus partes la perfección de esta obra, y vis-
ta también la buena distribución y enlace de todas ellas, fácilmen-
te puede pensarse cuán bien recibida debió ser esta insigne obra.
Pero como salió en dos volúmenes y cada uno de ellos en diferen-
60 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

te tiempo, veamos cómo se recibieron, qué censuras padecieron, y


cuál es la que merecen.
55. El primer tomo salió en Madrid impreso por Juan de la Cues-
ta, año 1605, en 4, dirigido al duque de Béjar, de cuya protección se
congratuló Cervantes, en unos versos que escribió al libro de Don
Quijote de la Mancha Urganda la Desconocida.
56. Una de las mayores pruebas de la celebridad de algún libro
es el fácil despacho dél. Fue tal el que tuvo el primer tomo de esta
historia de Don Quijote, que antes que Cervantes publicase el se-
gundo, dijo en boca de Sansón Carrasco:
Tengo para mí que el día de hoy están impresos más de
doce mil libros de la tal historia. Si no dígalo Portugal,
Barcelona y Valencia, donde se ha impreso. Y aún hay
fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me
trasluce que no ha de haber nación, ni lengua, donde no
se traduzga.
Así ha sucedido, por cierto, de suerte que solamente de las tradu-
ciones se pudiera formar una larga relación. En otra parte introduce
a Don Quijote exagerando el número de los libros impresos de su
historia, desta suerte:
He merecido andar ya en estampa en casi todas, o las más,
naciones del mundo. Treinta mil volúmenes se han im-
preso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta
mil veces de millares si el cielo no lo remedia.
En otra parte, la duquesa (cuyos estados hasta ahora no se ha
podido averiguar cuáles son), hablando de la Historia de Don Qui-
jote, dice:
De pocos días a esta parte ha salido a la luz del mundo,
con general aplauso de las gentes.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 61

Mucho mejor se explicó el bachiller Sansón Carrasco hablando


de esta historia con el mismo Don Quijote:
Es tan clara -dijo- que no hay cosa que dificultar en ella.
Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres
la entienden y los viejos la celebran; y finalmente es tan
trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes,
que, apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: allí
va Rocinante. Y los que más se han dado a su letura son
los pajes. No hay antecámara de señor, donde no se halle
un Don Quijote. Unos le toman si otros le dejan, éstos le
embisten y aquéllos le piden. Finalmente, la tal historia
es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento
que hasta agora se haya visto, porque en toda ella no se
descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta ni un
pensamiento menos que católico.

Mucha razón, pues, tuvo Sancho Panza para hacer esta


profecía:

Yo apostaré, dijo Sancho, que antes de mucho tiempo no


ha de haber bodegón, venta, ni mesón, o tienda de barbe-
ro, donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas.
Así vemos que sucede y mucho más; pues no sólo en los mesones
y casas particulares se hallan los libros de Don Quijote, sino en las
más escogidas librerías, haciendo sus dueños una grande ostenta-
ción de esta historia si por ventura logran tenerla de las primeras
impresiones.
Los más diestros burilistas, pintores, tapiceros y escultores están
empleados en representar esta historia para adornar con sus figu-
ras las casas y palacios de los grandes señores y mayores príncipes.
Aún viviendo Cervantes, consiguió la gloria de que su obra tuviese
la acetación real.
62 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Estaba el rey don Felipe, tercero deste nombre, en un balcón de


su palacio de Madrid y, espaciando la vista, observó que un estu-
diante, junto al río Manzanares, leía un libro y de cuando en cuan-
do interrumpía la lección y se daba en la frente grandes palmadas,
acompañadas de extraordinarios movimientos de placer y alegría.
Y dijo el rey:
Aquel estudiante o está fuera de sí o lee la Historia de
Don Quijote.
Y luego se supo que la leía, porque los palaciegos suelen intere-
sarse mucho en ganar las albricias de los aciertos de sus amos en
lo que poco importa. Mas ninguno dellos solicitó a Cervantes una
moderada pensión para que con ella pudiese entretener su vida. Y
por eso no sé yo cómo entienda aquella parábola del emperador de
la China. Lo cierto es que Cervantes, mientras vivió, debió mucho
a los extranjeros y muy poco a los españoles. Aquéllos le alabaron
y honraron sin tasa ni medida. Éstos le despreciaron y aun le aja-
ron con sátiras privadas y públicas.
57. Porque no quede esta verdad a la mera cortesía de los leto-
res, produzgamos las pruebas. El licenciado Márquez Torres, en la
aprobación que dio al segundo tomo de la Historia de Don Qui-
jote, después de una justísima censura contra los perversos libros
de su tiempo, dice así:

Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel de


Cervantes así nuestra nación como las extrañas, pues
como a milagro desean ver el autor de libros que con
general aplauso, así por su decoro y decencia como por
la suavidad y blandura de sus discursos, han recebido
España, Francia, Italia, Alemania y Flandes. Certifico
con verdad que en veinte y cinco de febrero deste año de
seiscientos y quince, habiendo ido el Ilustrísimo señor
don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 63

de Toledo, mi señor, a pagar la visita que a su ilustrísima


hizo el embajador de Francia que vino a tratar cosas to-
cantes a los casamientos de sus príncipes y los de España,
muchos caballeros franceses de los que vinieron acom-
pañando al embajador, tan corteses como entendidos y
amigos de buenas letras, se llegaron a mí y a otros cape-
llanes del cardenal, mi señor, deseosos de saber qué libros
de ingenio andaban más validos; y tocando acaso en éste
que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de
Miguel de Cervantes cuando se comenzaron a hacer len-
guas encareciendo la estimación en que, así en Francia
como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras:
La Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria, la
primera parte désta, y las Novelas.
Fueron tantos sus encarecimientos que me ofrecí a llevar-
los a que viesen al autor dellas, que estimaron con mil de-
monstraciones de vivos deseos. Preguntáronme muy por
menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halleme
obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre.
A que uno respondió estas formales palabras: ¿Pues a tal
hombre no le tiene España muy rico y sustentado del era-
rio público? Acudió otro de aquellos caballeros con este
pensamiento y, con mucha. agudeza, dijo: Si necesidad
le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga
abundancia para que con sus obras, siendo él pobre, haga
rico a todo el mundo. Bien creo que ésta (para censura un
poco larga) alguno dirá que toca los límites de lisonjero
elogio, mas la verdad de lo que cortamente digo desha-
ce en el crítico la sospecha y en mí el cuidado. Además
que al día de hoy no se lisonjea a quien no tiene con qué
cebar el pico del adulador que, aunque afectuosa y falsa-
mente dice de burlas, pretende ser remunerado de veras.
64 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Pensará el letor que quien dijo esto fue el licenciado Francisco


Márquez Torres; no fue sino el mismo Miguel de Cervantes Saave-
dra, porque el estilo de licenciado Márquez Torres es metafórico,
afectadillo y pedantesco, como lo manifiestan los Discursos con-
solatorios que escribió a don Cristóbal de Sandoval y Rojas, duque
de Uceda, en la muerte de don Bernardo de Sandoval y Rojas, su
hijo, primer marqués de Belmonte, y, al contrario, el estilo de la
aprobación es puro, natural y cortesano, y tan parecido en todo al
de Cervantes que no hay cosa en él que le distinga. El licenciado
Márquez era capellán y maestro de pajes de don Bernardo San-
doval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, inquisidor general,
y Cervantes era muy favorecido del mismo. Con que ciertamente
eran entrambos amigos.
58. Supuesta la amistad, no era mucho que usase Cervantes de
semejante libertad. Conténtese, pues, el licenciado Márquez To-
rres con que Cervantes le hizo partícipe de la gloria de su estilo. Y
veamos qué movió a Cervantes a querer hablar, como dicen, por
boca de ganso. No fue otro su designio, sino manifestar la idea de
su obra, la estimación de ella y de su autor en las naciones extrañas
y su desvalimiento en la propia.
59. Ya hemos visto estas dos últimas cosas. Veamos ahora cuál
dice que es el fin de su obra, cómo dice que está escrita y cómo no
está; que todo esto contiene la aprobación deste libro igual en todo
al primero, atendida la dificultad que tiene la continuación de una
ficción, tan perfeta, que ya pudiera tenerse por felizmente acabada.
No hallo -dice- en él cosa indigna de un cristiano celoso
ni que disuene de la decencia debida a buen ejemplo, ni
virtudes morales, antes mucha erudición y aprovecha-
miento, así en la continencia de su bien seguido asunto
para extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías,
cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo,
como en la lisura de lenguaje castellano no adulterado
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 65

con enfadosa y estudiada afectación (vicio con razón


aborrecido de hombres cuerdos), y en la corrección de
vicios, que generalmente toca ocasionado de sus agudos
discursos, guarda con tanta cordura las leyes de la repre-
hensión cristiana que aquel que fuere tocado de la enfer-
medad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus
medecinas, gustosamente habrá bebido (cuando menos
lo imagine), sin empacho ni asco alguno, lo provechoso
de la detestación de su vicio, con que se hallará (que es
lo más difícil de conseguirse) gustoso y reprehendido.
Ha habido muchos que, por no haber sabido templar ni
mezclar a propósito lo útil con lo dulce, han dado con
todo su molesto trabajo en tierra, pues, no pudiendo
imitar a Diógenes en lo filósofo y docto, atrevida (por
no decir licenciosa y desalumbradamente) le pretenden
imitar en lo cínico, entregándose a maldicientes, inven-
tando casos que no pasaron para hacer capaz al vicio que
tocan de su áspera reprehensión, y por ventura descubren
caminos para seguirle hasta entonces ignorados, con que
vienen a quedar, si no reprehensores, a la menos maestros
dél. Hácense odiosos a los bien entendidos; con el pueblo
pierden el crédito (si alguno tuvieron) para admitir sus
escritos; y los vicios, que arrojada e imprudentemente
quisieron corregir, quedan en muy peor estado que an-
tes; que no todas las postemas a un mismo tiempo están
dispuestas para admitir las recetas o cauterios, antes algu-
nos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas,
con cuya aplicación el atentado y docto médico consigue
el fin de resolverlas, término que muchas veces es mejor
que no el que se alcanza con el rigor del hierro.
Censura digna, por cierto, del buen juicio y de la moderación de
ánimo de Miguel de Cervantes.
66 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

60. Muy diferentes eran las que le hacían sus contrarios, dejándo-
se llevar de su dañada intención y maledicencia. Unas, como dije,
fueron privadas, otras públicas. Pero tales, que el mismo contra
quien se dirigieron hizo alarde de contarlas:
Estando yo -dice- en Valladolid, llevaron una carta a mi
casa para mí con un real de porte; recibiola y pagó el porte
una sobrina mía que nunca ella le pagara, pero diome por
disculpa que muchas veces me había oído decir que en
tres cosas era bien gastado el dinero: en dar limosna, en
pagar al buen médico, y en el porte de las cartas, ora sean
de amigos o de enemigos, que las de los amigos avisan y
de las de los enemigos se puede tomar algún indicio de
sus pensamientos. Diéronmela y venía en ella un soneto
malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, dicien-
do mal de Don Quijote, y de lo que me pesó fue del real;
y propuse desde entonces de no tomar carta con porte.
61. Más sentido se manifestó Cervantes con otro enemigo de
su Don Quijote, pues le describió tan al vivo que bien se echa de
ver la fuerza de su indignación. Sólo se sabe que era fraile, pero
no quién ni de qué religión, y así bien podemos copiar aquí su
pintura:
La duquesa y el duque salieron a la puerta de la casa a
recibirle (a Don Quijote) y con ellos un grave eclesiásti-
co destos que gobiernan las casas de los príncipes, des-
tos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar
cómo lo han de ser los que lo son, destos que quieren
que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza
de sus ánimos, destos que queriendo mostrar a los que
ellos gobiernan a ser limitados los hacen ser miserables.
Destos tales digo que debía de ser el grave religioso que
con los duques salió a recibir a Don Quijote.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 67

El recibimiento del dicho fraile y sacudimiento de Don Quijote


mejor se leerá en el original. Y dejando nosotros las censuras ocul-
tas, hablemos ahora de las descubiertas.
62. Publicado, como queda dicho, tan bien recibido y diversas
veces impreso el primer tomo de la Historia de Don Quijote de la
Mancha, no faltó en España quien, envidioso de la gloria de Mi-
guel de Cervantes Saavedra y codicioso de la ganancia de sus libros,
aún viviendo él, se atrevió a escribir y publicar una continuación
de aquella historia inimitable. El título que dio a su obra fue éste:
63. Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Man-
cha que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventu-
ras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda,
natural de la villa de Tordesillas. Al alcalde, regidores y hidalgos
de la noble villa de Argamasilla, patria feliz del hidalgo caballero
Don Quijote de la Mancha. Con licencia, en Tarragona en casa de
Felipe Roberto, año 1614. En 8.
64. Ni el autor de esta obra se llamaba Alonso Fernández de Ave-
llaneda, ni fue natural de Tordesillas, célebre villa de Castilla la
Vieja, sino que fue aragonés, pues Miguel de Cervantes, a quien
debemos suponer bien informado, así le nombró en varias ocasio-
nes. En una, llamó a esta continuación Historia del aragonés recién
impresa. En otra, hablando della, dijo:
Ésta es la segunda parte de Don Quijote de la Mancha,
no compuesta por Cide Hamete su primer autor, sino
por un aragonés que él dice ser natural de Tordesillas.
Aunque Cervantes, pues, en alguna parte86 le llamó autor tordi-
llesco, sólo fue por hablar en suposición de la ficción de su patria
y quizá para tratarle con apodo equívoco a rocín tordillo, como si
dijera autor arrocinado. En suposición, pues, de que la obra se finge
haberse escrito en Tordesillas y de haberse impreso en Tarragona,
como lo manifiestan la aprobación del libro y licencia para impri-
68 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

mirle, se entenderá fácilmente lo que dijo Cervantes en el principio


de su discretísimo prólogo del segundo tomo aludiendo a la ficción
de la patria y realidad de la impresión en Tarragona.
Sus palabras son éstas:
Válame Dios y con cuánta gana debes de estar esperan-
do ahora, letor ilustre (o quier plebeyo), este prólogo
creyendo hallar en él venganzas, reñas y vituperios del
autor del segundo Don Quijote, digo de aquel que dicen
que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona,
pues en verdad que no te he de dar este contento que,
puesto que los agravios despiertan la cólera en los más
humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta
regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y
del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento. Castí-
guele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya.
Y poco más adelante:
Paréceme que me dices que ando muy limitado y que
me contengo mucho en los términos de mi modestia, sa-
biendo que no se ha de añadir aflición al afligido y que la
que debe de tener este señor sin duda es grande, pues no
osa parecer a campo abierto y a cielo claro encubriendo
su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho
alguna traición de lesa majestad.
Aquellas palabras señor y grande son misteriosas para mí, y, sea
lo que fuere, yo estoy persuadido a que el enemigo de Cervantes
era muy poderoso cuando un escritor, soldado, animoso y diestro
en el manejo de la pluma y de la espada no se atrevió a nombrar-
le. Si ya no es que fuese hombre tan vil y despreciable que ni aun
quiso que se supiese su nombre para que con la misma infamia no
lograse alguna fama.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 69

65. Don Nicolás Antonio juzgó que este autor no tenía genio para
continuar tal obra. Esto es poco. Ni tenía genio ni ingenio para tan
difícil empresa. No tenía genio porque éste supone ingenio, pues,
como decía la duquesa que tanto honró a Don Quijote,
las gracias y los donaires no asientan sobre ingenios
torpes.
Y tal era el del autor aragonés cuya leyenda es indigna de cual-
quier letor que se tenga por honesto. Escribir, pues, con gracia pide
un natural muy agudo y muy discreto, de que estaba muy ajeno el
dicho aragonés. Ni aun le tenía para inventar con alguna aparien-
cia de verosimilitud, pues habiendo intentado continuar la Histo-
ria de Don Quijote debía haber imitado el carácter de las personas
que fingió Cervantes, guardando siempre el decoro que es la ma-
yor perfección del arte. Últimamente, su dotrina es pedantesca y
su estilo lleno de impropiedades, solecismos y barbarismos, duro
y desapacible y, en suma, digno del desprecio que ha tenido, pues
se ha consumido en usos viles, y únicamente el haber llegado a ser
raro pudo darle estimación, pues, habiéndose reimpreso en Ma-
drid después de ciento y diez y ocho años, esto es en el de 1732,
no hay hombre de buen gusto que haga aprecio dél. El año 1704
se imprimió en París una que se llama traducción de esta obra en
lengua francesa, pero se observa el orden invertido, muchas cosas
quitadas y muchas más añadidas, y éstas han podido granjear al-
gún crédito a su primer autor.
66. Éste supo ocultar su nombre, pero no su maledicencia y co-
dicia, pues se atrevió a hablar en su prólogo con tanta insolencia
como ésta:
Se prosigue -esta Historia de Don Quijote de la Mancha-
con la autoridad que él -Miguel de Cervantes Saavedra- la
comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano
llegaron (y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola
70 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

una, y hablando tanto de todos hemos de decir dél que,


como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos,
tiene más lengua que manos), pero quéjese de mi trabajo
por la ganancia que le quito de su segunda parte.
No hagamos caso de la gramática. deste escritorcillo digno de la
férula. Oigamos otra reprehensión de la inculpable vejez de Miguel
de Cervantes, de su condición, pobreza y persecuciones, y tengan
paciencia los letores en sufrir las necias habladurías de un ridículo
pedante, que por tal juzgo al que dijo esto:
Y pues Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo
de San Cervantes y por los años tan mal contentadizo que
todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de ami-
gos que, cuando quisiera adornar sus libros con sonetos
campanudos, había de ahijarlos (como él dice) al Preste
Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda, por no
hallar título quizás en España que no se ofendiera de que
tomara su nombre en la boca, con permitir tantos, bajan
los suyos en los principios de los libros del autor de quien
murmura, y plegue a Dios aún deje ahora que se ha aco-
gido a la iglesia y sagrado. Conténtese con su Galatea y
Comedias en prosa, que eso son las más de sus novelas.
No nos canse. Santo Tomás en la 2.2.q.36 enseña que la
envidia es tristeza del bien y aumento ajeno. Dotrina que
la tomó de San Juan Damasceno. A este vicio da por hijos
San Gregorio, en el lib. 31, cap. 31 de la exposición moral
que hizo a la historia del Santo Job, aludio, susurración,
detracción del próximo, gozo de sus pesares y pesar de
sus buenas dichas, y bien se llama este pecadoinvidia a
non videndo, quia invidus non potest vi dere bona aliorum;
efetos todos tan infernales como su causa, y tan contra-
rios a los de la caridad cristiana de quien dijo San Pablo,
I Cor.13. Charitas patiens est, benigna est, non aemulatur,
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 71

non agit perperam, non inflatur, non est ambitiosa, congau-


det veritati, etc. Pero disculpan los hierros de su primera
parte en esta materia el haberse escrito entre los de una
cárcel. y así no pudo dejar de salir tiznada dellos, ni salir
menos que quejosa, murmuradora, impaciente y colérica
cual lo están los encarcelados.
67. Si preguntamos a este hombre qué le movió a decir tan gran-
des desvergüenzas, en todo su prólogo no hallaremos otra causa
sino que él y Lope de Vega fueron reprehendidos en la Historia de
Don Quijote.
Sus palabras son éstas:
No podrá por lo menos dejar de confesar tenemos am-
bos un fin que es desterrar la perniciosa lición de los va-
nos libros de caballerías tan ordinaria en gente rústica y
ociosa, si bien en los medios diferenciamos, pues él tomó
por tales el ofender a mí y particularmente a quien tan
justamente celebran las naciones más extranjeras -éste es
Lope de Vega- y la nuestra debe tanto, por haber entrete-
nido honestísima y fecundamente tantos años los teatros
de España con estupendas y inumerables comedias, con
el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad
y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe
esperar.
Fue Lope de Vega familiar del Santo Oficio.
68. Es muy propio de ignorantes, cuando se ven reprehendidos,
fundar el agravio que imaginan habérseles hecho reprendiéndolos
en la censura hecha a otros grandes hombres, para que los apa-
sionados a éstos se irriten contra el censor. Lope de Vega era en
su tiempo y aún el día de hoy el príncipe de la cómica española.
Censurar un escritor tan célebre era como poner las manos en un
hombre sacrosanto.
72 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

69. Pero Lope, que sabía que era de carne y hueso como los demás
escritores, como cuerdo agradecía las censuras hechas con verdad
y buena intención y procuraba aprovecharse del conocimiento
de sus errores. En prueba de esto, baste el mismo suceso que dio
ocasión a que el indiscreto autor aragonés se quejase tan fuera de
propósito y maldijese tanto.
70. Reprehendieron muchos a Lope de Vega porque componía
comedias no ajustadas a los preceptos del arte. Tengo por cierto que
Cervantes fue uno de sus más fuertes censores. Procuraría Lope
disculparse como mejor podía, quiero decir, atribuyendo muchos
de sus descuidos a la condecendencia del vulgo y, viéndose estre-
chado, llegó a decir que las nuevas circunstancias del tiempo pe-
dían nuevo género de comedias, como si la naturaleza de las cosas
fuese mudable por cualesquiera accidentes.
La controversia se puso en términos de que la Academia Poética
de Madrid mandase a Lope de Vega que alegase por su parte lo que
tuviese que decir. Entonces compuso el razonamiento que intituló
Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo.
Como hombre ingenuo hubo de confesar sus yerros, dorándolos
como mejor pudo, desta suerte:
Mándanme ingenios nobles, flor de España
que un arte de comedias os escriba
que al estilo del vulgo se reciba.
Fácil parece este sujeto, y fácil
fuera para cualquiera de vosotros
que ha escrito menos dellas, y más sabe
del arte de escribirlas y de todo,
que lo que a mí me daña en esta parte
es haberlas escrito sin el arte.
No porque yo ignorase los precetos,
gracias a Dios, que ya Tirón Gramático
pasé los libros que trataban desto.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 73

Antes que hubiese visto al sol diez veces


discurrí desde el aries a los peces.
Mas porque en fin hallé que las comedias
estaban en España en aquel tiempo,
no como sus primeros inventores
pensaron que en el mundo se escribieran,
mas como las trataron muchos bárbaros
que enseñaron el vulgo a sus rudezas.
Y así se introdujeron de tal modo
que quien con arte agora las escribe
muere sin fama y galardón, que puede
entre los que carecen de su lumbre
más que razón y fuerza, la costumbre.
Verdad es que yo he escrito algunas veces
siguiendo el arte que conocen pocos;
mas luego que salir por otra parte
veo los monstruos de apariencias llenos
adonde acude el vulgo, y las mujeres
que este triste ejercicio canonizan,
a aquel hábito bárbaro me vuelvo;
y cuando he de escribir una comedia
encierro los precetos con seis llaves,
saco a Terencio y Plauto de mi estudio
para que no me den voces, que suele
dar gritos la verdad en libros muchos.
Y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron,
porque, como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.
Más adelante dice:
Creed que ha sido fuerza que os trujese
a la memoria algunas cosas destas,
porque veáis que me pedís que escriba
74 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

arte de hacer comedias en España


donde cuanto se escribe es contra el arte.
Y que decir cómo serán agora
contra el antiguo, y que en razón se funda,
es pedir parecer a mi experiencia
no el arte, porque el arte verdad dice,
que del ignorante vulgo contradice.
Lo mismo confiesa poco después:
Mas pues del arte vamos tan remotos
y en España le hacemos mil agravios,
cierren los doctos esta vez los labios.
Y este mismo que por los más juiciosos y leídos es tenido por
príncipe de la cómica española (porque D. Pedro Calderón de la
Barca ni en la invención ni en el estilo es comparable con él) con-
cluye su Arte deste modo:
Mas ninguno de todos llamar puedo
más bárbaro que yo, pues contra el arte
me atrevo a dar precetos, y me dejo
llevar de la vulgar corriente adonde
me llamen ignorante Italia y Francia.
Pero ¿qué puedo hacer, si tengo escritas
con una que he acabado esta semana
cuatrocientas y ochenta y tres comedias?89,
porque, fuera de seis, las demás todas
pecaron contra el arte gravemente.
Sustento, en fin, lo que escribí y conozco
que, aunque fueran mejor de otra manera,
no tuvieran el gusto que han tenido;
porque a veces lo que es contra lo justo
por la misma razón deleita el gusto.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 75

71. Tenemos reo confeso a Lope de Vega antes del año 1602, pues
en él se imprimió esta Arte, si merece tal nombre un razonamiento
académico tan contrario a ella. Reflexionemos ahora cuán justa y
cuán moderada fue la censura de Cervantes dirigida a los malos
cómicos de su tiempo; no a Lope de Vega, de quien hizo el debido
aprecio contentándose sólo con reprehender (sin nombrarle) lo
mismo que él públicamente había confesado.
El discurso de Cervantes, en mi juicio, es el más feliz que escribió,
y así débame el letor que le repita el gusto de volver a leerlo. Su-
pongo que Miguel de Cervantes Saavedra se revistió de la persona
de un canónigo de Toledo y, en nombre de éste, habló desta suerte
con el célebre cura Pero Pérez:
He tenido cierta tentación de hacer un libro de caballe-
rías guardando en él todos los puntos que he significado
y, si he de confesar la verdad, tengo escritas más de cien
hojas, y, para hacer la experiencia de si correspondían a
mi estimación, las he comunicado con hombres apasio-
nados desta leyenda, dotos y discretos, y con otros ig-
norantes que sólo atienden al gusto de oír disparates, y
de todos he hallado una agradable aprobación. Pero con
todo esto no he proseguido adelante, así por parecerme
que hago cosa ajena de mi profesión como por ver que
es más el número de los simples que de los prudentes y
que, puesto que es mejor ser loado de los pocos sabios
que burlado de los muchos necios, no quiero sujetarme
al confuso juicio del desvanecido vulgo, a quien por la
mayor parte toca leer semejantes libros.
Pero lo que más me lo quitó de las manos, y aun del
pensamiento de acabarle, fue un argumento que hice
conmigo mesmo, sacado de las comedias que ahora se
representan, diciendo: Si estas que ahora se usan, así las
imaginadas como las de historia, todas o las más son co-
76 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

nocidos disparates y cosas que no llevan pies ni cabeza,


y con todo eso el vulgo las oye con gusto y las tiene y las
aprueba por buenas estando tan lejos de serlo; y los au-
tores que las componen y los actores que las representan
dicen que así han de ser porque así las quiere el vulgo y
no de otra manera; y que las que llevan traza y siguen
la fábula, como el arte pide, no sirven sino para cuatro
discretos que las entienden, y todos los demás se que-
dan ayunos de entender su artificio; y que a ellos les está
mejor ganar de comer con los muchos que no opinión
con los pocos, deste modo vendrá a ser un libro al cabo
de haberme quemado las cejas por guardar los precetos
referidos, y vendré a ser el sastre del cantillo.
Y aunque algunas veces he procurado persuadir a los
actores que se engañan en tener la opinión que tienen, y
que más gente atraerán y más fama cobrarán represen-
tando comedias que haga el arte que no con las dispara-
tadas, están tan asidos y encorporados en su parecer que
no hay razón ni evidencia que dél los saque. Acuérdome
que un día dije a uno destos pertinaces: Decidme, ¿no os
acordáis que ha pocos años que se representaron en Es-
paña tres tragedias que compuso un famoso poeta destos
reinos, las cuales fueron tales que admiraron, alegraron
y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples
como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y
dieron más dineros a los representantes ellas tres solas
que treinta de las mejores que después acá se han hecho?
Sin duda, respondió el autor que digo, que debe de decir
V. M. por La Isabela, La Filis y La Alejandra.
Por ésas digo, le repliqué yo, y mirad si guardaban bien los
precetos del arte y, si por guardarlos, dejaron de parecer
lo que eran y de agradar a todo el mundo. Así que no está
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 77

la falta en el vulgo que pide disparates, sino en aquellos


que no saben representar otra cosa. Sí, que no fue dis-
parate La ingratitud vengada, ni le tuvo La Numancia,
ni se le halló en la del Mercader amante, ni menos enLa
enemiga favorable, ni en otras algunas que de algunos
entendidos poetas han sido compuestas para fama y re-
nombre suyo y para ganancia de los que las han represen-
tado. Y otras cosas añadí a éstas, con que a mi parecer le
dejé algo confuso, pero no satisfecho, ni convencido, para
sacarle de su errado pensamiento. En materia ha tocado
V. M., señor canónigo (dijo a esta sazón el cura), que ha
despertado en mí un antiguo rancor que tengo con las
comedias que agora se usan, tal que iguala al que tengo
con los libros de caballerías, porque, habiendo de ser la
comedia, según le parece a Tulio, espejo de la vida hu-
mana, ejemplo de las costumbres y imagen de la verdad,
las que ahora se representan son espejos de disparates,
ejemplos de necedades e imágenes de lascivia.
Porque ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto que
tratamos, que salir un niño en mantillas en la primera
cena del primer acto y en la segunda salir ya hecho un
hombre barbado? Y ¿qué mayor que pintarnos un viejo
valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje
consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? Qué
diré, pues, de la observancia que guardan en los tiem-
pos en que pueden, o podían, suceder las acciones que
representan, sino que he visto comedia que la primera
jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la ter-
cera se acabó en África, y aun si fuera de cuatro jornadas,
la cuarta acabara en América, y así se hubiera hecho en
todas las cuatro partes del mundo.
78 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la


comedia, ¿cómo es posible que satisfaga a ningún media-
no entendimiento?, que fingiendo una acción que pasa
en tiempo del rey Pepino y Carlo Magno, al mismo que
en ella hace la persona principal le atribuyan que fue el
emperador Eraclio, que entró con la cruz en Jerusalén, y
el que ganó la Casa Santa como Godofre de Bullón, ha-
biendo infinitos años de lo uno a lo otro y, fundándose
la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de his-
toria y mezclarle pedazos de otras, sucedidas a diferentes
personas y tiempos; y esto no con trazas verisímiles, sino
con patentes errores de todo punto inexcusables.
Y es lo malo que hay ignorantes que digan que esto es lo
perfeto y que lo demás es buscar gullurías. Pues ¿qué, si
venimos a las comedias divinas? ¿Qué de milagros fal-
sos fingen en ellas? ¿Qué de cosas apócrifas y mal enten-
didas?, atribuyendo a un santo los milagros de otro. Y
aun en las humanas se atreven a hacer milagros sin más
respeto ni consideración que parecerles que allí estará
bien el tal milagro y apariencia como ellos llaman, para
que gente ignorante se admire y venga a la comedia, que
todo esto es en perjuicio de la verdad y en menoscabo
de las historias y aun en oprobio de los ingenios españo-
les, porque los extranjeros que con mucha puntualidad
guardan las leyes de la comedia nos tienen por bárbaros
e ignorantes, viendo los absurdos y disparates de las que
hacemos.
Y no sería bastante disculpa desto decir que el principal
intento que las repúblicas bien ordenadas tienen, permi-
tiendo que se hagan públicas comedias, es para entretener
la comunidad con alguna honesta recreación y divertirla
a veces de los malos humores que suele engendrar la ocio-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 79

sidad, y que pues éste se consigue con cualquier comedia


buena o mala, no hay para qué poner leyes, ni estrechar a
los que las componen y representan a que las hagan como
debían hacerse, pues, como he dicho, con cualquiera se
consigue lo que con ellas se pretende.
A lo cual respondería yo que este fin se conseguiría mu-
cho mejor sin comparación alguna con las comedias bue-
nas que con las no tales. Porque de haber oído la comedia
artificiosa y bien ordenada saldría el oyente alegre con las
burlas, enseñado con las veras, admirado de los sucesos,
discreto con las razones, advertido con los embustes, sa-
gaz con los ejemplos, airado contra el vicio, y enamora-
do de la virtud, que todos estos afectos ha de despertar
la buena comedia en el ánimo del que la escuchare por
rústico y torpe que sea.
Y de toda imposibilidad es imposible dejar de alegrar y
entretener, satisfacer y contentar, la comedia que todas
estas partes tuviere, mucho más que aquella que carecie-
re dellas, como por la mayor parte carecen estas que de
ordinario agora se representan.
Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen,
porque algunos hay dellos que conocen muy bien en lo
que yerran, y saben extremadamente lo que deben ha-
cer. Pero, como las comedias se han hecho mercadería
vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes
no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez. Y así el
poeta procura acomodarse con lo que el representante,
que le ha de pagar su obra, le pide.
Y que esto sea verdad véase por muchas e infinitas co-
medias que ha compuesto un felicísimo ingenio destos
reinos con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante
80 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias,


finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo que
tiene lleno el mundo de su fama. Y por querer acomo-
darse al gusto de los representantes no han llegado to-
das, como han llegado algunas, al punto de la perfección
que requieren. Otros las componen tan sin mirar lo que
hacen que, después de representadas, tienen necesidad
los recitantes de huirse y ausentarse temerosos de ser
castigados, como lo han sido muchas veces, por haber
representado cosas en perjuicio de algunos reyes y en
deshonra de algunos linajes.
Y todos estos inconvenientes cesarían, y aun otros mu-
chos más que no digo, con que hubiese en la corte una
persona inteligente y discreta que examinase todas las
comedias antes que se representasen, no sólo aquellas
que se hiciesen en la corte, sino todas las que se quisie-
sen representar en España, sin la cual aprobación, sello
y firma ninguna justicia en su lugar dejase representar
comedia alguna; y desta manera los comediantes tendrían
cuidado de enviar las comedias a la corte y con seguridad
podrían representallas; y aquellos que las componen mi-
rarían con más cuidado y estudio lo que hacían, temero-
sos de haber de pasar sus obras por el riguroso examen
de quien lo entiende.
Y desta manera se harían buenas comedias y se conse-
guiría felicísimamente lo que en ellas se pretende, así el
entretenimiento del pueblo como la opinión de los inge-
nios de España, el interés y seguridad de los recitantes, y
el ahorro del cuidado de castigados. Y si se diese cargo a
otro, o a este mismo que examinase los libros de caballe-
rías que de nuevo se compusiesen, sin duda podrían salir
algunos con la perfección que vuestra merced ha dicho,
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 81

enriqueciendo nuestra lengua del agradable y precioso


tesoro de la elocuencia, dando ocasión a que los libros
viejos se escureciesen a la luz de los nuevos que saliesen
para honesto pasatiempo, no solamente de los ociosos,
sino de los más ocupados. Pues no es posible que esté
continuo el arco armado, ni la condición y flaqueza hu-
mana se pueda sustentar sin alguna lícita recreación.
72. ¿Son acaso más graves, más discretos y agradables los Diálogos
de Platón? ¿Fueron mejores sus deseos? ¿Pudo la censura de Cer-
vantes ser más justa y modesta? Ella fue tal en lo que toca a Lope
de Vega que éste no se dio por ofendido, antes bien, cuando se le
ofreció decir algo de Cervantes escribió con mucha estimación.
73. Pero el mal continuador de Don Quijote, como desfacedor
de agravios literarios, quiso enderezar el tuerto que imaginaba se
había hecho a Lope de Vega y, abroquelándose de la autoridad de
éste, intentó con ella reparar los golpes que le dio Cervantes, hirién-
dole quizá en alguna de las censuras particulares a que aluden este
coloquio y la Novela de los perros, que puede muy bien llamarse
sátira lucilio-horaciana porque, imitando a Lucilio y a Horacio,
reprehende a muchísimos mordacísima pero ocultamente. Y sien-
do quizá uno de los heridos el aragonés, en lugar de satisfacer con
buenas razones a la censura de Cervantes, como no las hallaba ni
aun aparentes, se valió de su maledicencia. Pero bien se la castigó
Cervantes porque, a lo que le opuso de la vejez, manquedad y ge-
nio envidioso, le respondió así:
Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de
viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber
detenido el tiempo que no pasase por mí, o si mi manque-
dad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta
ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni
esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen
en los ojos de quien las mira, son estimadas a lo menos
82 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

en la estimación de los que saben dónde se cobraron;


que el soldado más bien parece muerto en la batalla que
libre en la fuga. Y es esto en mí de manera que, si ahora
me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera an-
tes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que
sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella.
Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos,
estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra
y al de desear la justa alabanza. Y hase de advertir que
no se escribe con las canas, sino con el entendimiento,
el cual suele mejorarse con los años. He sentido también
que me llame invidioso y que, como a ignorante, me des-
criba qué cosa sea la invidia, que, en realidad de verdad,
de dos que hay yo no conozco sino a la santa, a la noble
y bien intencionada99. Y siendo esto así, como lo es, no
tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene
por añadidura ser familiar del Santo Oficio.
Y si él lo dijo por quien parece que lo dijo (esto es, por Lope de Vega),
engañose de todo en todo, que del tal adoro el ingenio,
admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa.
74. Que Miguel de Cervantes Saavedra no tuviese envidia a Lope
de Vega se ve en las alabanzas que le dio antes y después del dis-
curso que hizo de las comedias donde, en persona del canónigo de
Toledo, le censuró tan moderadamente como hemos visto.
En el libro VI de su Galatea, en boca de la misma Calíope, dijo:
Muestra en un ingenio la experiencia,
que en años verdes y en edad temprana
hace su habitación ansí la ciencia
como enla edad madura antigua y cana.
No entraré con alguno en competencia
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 83

que contradiga una verdad tan llana,


y más si acaso a sus oídos llega
que lo digo por vos, Lope de Vega.
Después, en el Viaje del Parnaso100, habló del mismo con la ma-
yor estimación:
Llovió otra nube al gran Lope de Vega,
poeta insigne, a cuyo verso o prosa
ninguno la aventaja ni aun le llega.
Y aun después de la censura del aragonés, en la continuación de
la misma Historia de Don Quijote, hablando de Angélica, dijo que
... un famoso poeta andaluz -Luis Barahona de Soto- lloró
y cato sus lágrimas, y otro famoso y único poeta castella-
no -Lope de Vega- cantó su hermosura.
Y en otra parte aludió con mucha estimación a la Arcadia de Lope
de Vega. La censura, pues, que dél hizo Cervantes no nació de en-
vidia, pues le alabó tanto como el que más y sin medida alguna,
sino de su gran conocimiento, pues fue muy justa. Y la que hizo de
Cervantes el continuador tordesillesco fue hija de su maledicencia
tan abominable como se ha visto.
75. De otra manera que Fernández de Avellaneda habló Lope de
Vega de Miguel de Cervantes Saavedra, cuando, después de haber
sido censurado y aun después de la muerte de su censor, cantó y
celebró así su gloriosa manquedad:
En la batalla donde el rayo austrino,
hijo inmortal del águila famosa,
ganó las hojas del laurel divino
al rey del Asia en la campaña undosa,
la fortuna envidiosa
hirió la mano de Miguel Cervantes;
84 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

pero su ingenio en versos de diamantes


los del plomo volvió con tanta gloria
que por dulces, sonoros y elegantes
dieron eternidad a su memoria,
porque se diga que una mano herida
pudo dar a su dueño eterna vida.
76. También castigó Cervantes la codicia de su detractor ha-
ciendo desprecio de sus amenazas, encomendando al letor este
recado:
Dile también que de la amenaza que me hace que me ha
de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardi-
te; que, acomodándome al entremés famoso de laPeren-
denga, le respondo que viva el veinteicuatro mi Señor
y Cristo con todos. Viva el gran conde de Lemos (cuya
cristiandad y liberalidad bien conocida, contra todos los
golpes de mi corta fortuna me tiene en pie). Y vívame la
suma caridad de ilustrísimo de Toledo don Bernardo de
Sandoval y Rojas.
(Sospecho que, porque Cervantes halló algún consuelo en la pie-
dad deste prelado, dijo su detractor que se había
...acogido a la iglesia y sagrado.
Y si quiera no haya emprentas en el mundo, y si quiera
se impriman contra mí más libros que tienen letras las
Coplas de Mingo Revulgo. Estos dos príncipes, sin que
los solicite adulación mía ni otro género de aplauso, por
sola su bondad, han tomado a su cargo el hacerme mer-
ced y favorecerme, en lo que me tengo por más dichoso
y más rico que si la fortuna por camino ordinario me
hubiera puesto en su cumbre. La honra puédela tener el
pobre, pero no el vicioso; la pobreza puede anublar a la
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 85

nobleza, pero no escurecerla del todo; pero, como la vir-


tud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes
y resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los
altos y nobles espíritus y, por el consiguiente, favorecida.
Y no le digas más.
77. Puede ser que alguno eche menos la respuesta de Cervantes a
lo que dijo el maldiciente satírico, que se hallaba tan falto de amigos
que, si quisiese adornar sus libros con sonetos, no hallaría título
quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en
la boca. A lo cual Cervantes no respondió palabra alguna, porque
ya no tenía qué añadir a lo que había dicho en boca de aquel amigo
suyo, introducido en su prólogo como consejero del mismo Cer-
vantes, satirizando las costumbres de los escritores de su tiempo
con tanta discreción como ésta:
Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas
o elogios, que os faltan para el principio, y que sean de
personajes graves y de título, se puede remediar en que
vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos y después
los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes,
ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al emperador
de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron
famosos poetas, y, cuando no lo hayan sido y hubiere al-
gunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan
y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís,
porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de
cortar la mano con que lo escribistes.
Había entonces en España la ridícula costumbre de prevenir el
ánimo de los letores con muchas alabanzas, la mayor parte de ellas
fabricadas por sus mismos autores; como sucede hoy en los que dan
muchas juntas literarias, que profesan la crítica con poca seriedad
fiándose demasiadamente de juicios ajenos, tal vez ignorantes y tal
86 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

apasionados. Reprehendió Lope de Vega aquel abuso cuando dijo


que Apolo mandaba en un edicto varias cosas:
Y que no propusiesen alabanzas
en censuras fingidas,
con falsas esperanzas
de que serán creídas,
no sin risa escuchadas
en su soberbia y vanidad fundadas.
78. Satirizando Cervantes a estos tales y satisfaciendo al mismo
tiempo al deseo que tenía de ser alabado, puso al principio de su
Historia de Don Quijote algunas composiciones poéticas en nom-
bre, no de grandes señores (porque en la república literaria no
hay más grandes señores que los que saben), sino de Urganda la
Desconocida al libro de Don Quijote de la Mancha, de Amadís de
Gaula, de D. Belianís de Grecia, de Orlando Furioso, del Caballero
del Febo y de Solisdán a Don Quijote de la Mancha, de la Señora
Oriana a Dulcinea del Toboso, de Gandalín, escudero de Amadís
de Gaula, a Sancho Panza, escudero de Don Quijote, del Donoso
Poeta Entreverado a Sancho Panza y Rocinante, y, últimamente,
un diálogo entre Babieca y Rocinante, queriendo decir con esto
que su libro de Don Quijote de la Mancha era mejor que todos los
libros de caballerías, pues Don Quijote de la Mancha hizo ventaja
al célebre Amadís de Gaula, libro que, según la fama común, y lo
que dijo Cervantes,
... fue el primero de caballerías que se imprimió en Es-
paña y todos los demás han tomado principio y origen
deste... dogmatizador de una secta tan mala; ...bien que
es el mejor de todos los libros que deste género se han
compuesto.
79. También se aventajó Don Quijote al afamado Don Belianís
de Grecia:
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 87

... pues ése, replicó el cura -Pero Pérez, estando haciendo


el escrutinio con el barbero maese Nicolás-, con la se-
gunda, tercera y cuarta parte, tiene necesidad de un poco
de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es
menester quitarles todo aquello del castillo de la fama y
otras impertinencias de más importancia.
80. Ni son comparables con las graciosas locuras de Don Qui-
jote de la Mancha los desafueros de Orlando Furioso, bien que de
su autor dijo el cura que si hablaba en su idioma le pondría sobre
su cabeza.
81. No dijo otro tanto del Caballero del Febo, en cuyo nombre
también hizo Cervantes un soneto. Imprimiose este libro con este
título: Espejo de príncipes y caballeros, en el cual en tres libros se
cuentan los inmortales hechos del Caballero Febo y de su herma-
no Rosicler, hijos del grande emperador Trebacio, con las altas ca-
ballerías y muy extraños amores de la muy hermosa y extremada
princesa Claridiana, y de otros altos príncipes y caballeros, por
Diego Ortúnez de Calahorra de la ciudad de Nágera. Salió el Es-
pejo de príncipes en dos tomos en folio que contienen la primera
y segunda parte, en Zaragoza, año 1581. Su autor, Pedro la Sierra.
Después, Marco Martínez de Alcalá continuó dichas fábulas con
este título: Tercera parte del espejo de príncipes y caballeros, hechos
de las hijas y nietos del emperador Trebacio. En Alcalá, año 1589.
Y Feliciano de Silva escribió después La cuarta parte del Caba-
llero del Febo. Sabidos estos títulos, se entenderá mejor el soneto
del «Caballero del Febo a Don Quijote de la Mancha» y se podrá
aplicar la crítica que hizo el cura cuando, tomando el barbero un
libro, dijo:
Éste es Espejo de Caballerías. Ya conozco a su merced,
dijo el cura. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán
con sus amigos y compañeros más ladrones que Caco, y
88 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

los doce pares con el verdadero historiador Turpín. Y en


verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro
perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención
del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su
tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto.
Del estilo de Feliciano de Silva hizo gran burla Cervantes en otra
parte.
82. De la misma suerte que los caballeros andantes cedieron a
Don Quijote de la Mancha, fueron también inferiores sus damas
a Dulcinea del Toboso. Y esto significan los versos quebrados de
Urganda la Desconocida y el soneto de «La Señora Oriana a Dul-
cinea del Toboso», damas que hacen mucho papel en la historia de
Amadís de Gaula. Fuera de que esto también alude a que en tiem-
po de Cervantes dieron los escritores en la ridícula manía de hacer
sonetos en nombre de mujeres para que, puestos éstos al principio
de sus obras, fuesen aquéllas tenidas por poetisas y ellos se tuvie-
sen por favorecidos de ellas.
83. El soneto de Gandalín a Sancho Panza quiere decir que nin-
gún escudero hubo como Sancho Panza. Y las décimas del Poeta
Entreverado y el diálogo entre Babieca y Rocinante, que no hubo
caballo tan célebre como Rocinante, pues
... aunque tenía más cuartos que un real y más tachas
que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit,
le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el
del Cid con él se igualaban.
84. En lo que toca, pues, al cargo que el aragonés hizo a Cervantes
de que no tenía de quien valerse para autorizar con varios sonetos
la entrada de su libro, no tenía Cervantes satisfación alguna que
añadir, pues de lo mismo que el otro echaba menos había hecho
ya tanta burla, no sólo en el prólogo deDon Quijote, sino también
en el de sus Novelas, pues hablando de aquel abuso y del amigo en
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 89

cuya cabeza introdujo los discretísimos consejos que el mismo Cer-


vantes tan diestra y felizmente practicó, después de haberse pintado
en lo exterior e interior, según el cuerpo, digo, y el ánimo, añadió:
Y cuando a la -memoria- deste amigo de quien me quejo
no ocurrieran otras cosas de las dichas que decir de mí,
yo me levantara a mí mismo dos docenas de testimonios
y se los dijera en secreto con que extendiera mi nombre
y acreditara mi ingenio, porque pensar que dicen pun-
tualmente la verdad los tales elogios es disparate por no
tener punto preciso ni determinado las alabanzas ni los
vituperios. En fin, pues ya esta ocasión se pasó y yo he
quedado en blanco y sin figura, será forzoso valerme
por mi pico que, aunque tartamudo, no lo será para de-
cir verdades que dichas por señas suelen ser entendidas.
Después, prosigue diciendo lo que sentía de sus propias novelas,
sin hablar, como dicen, por boca de ganso.
85. A lo que dijo el maldiciente de que Cervantes había escrito su
primera parte de Don Quijote entre los hierros de la cárcel y que
por eso había cometido tantos, sobre su encarcelamiento no quiso
responder. Quizá por no ofender a los ministros de justicia, por-
que, ciertamente, su prisión no sería ignominiosa, pues el mismo
Cervantes voluntariamente la refirió en el principio del prólogo de
su primer tomo.
En lo que toca a sus descuidos, yo no niego que Cervantes haya
tenido algunos, los cuales tengo observados, pero como el arago-
nés no los especificó, no era razón que, satisfaciéndole Cervantes,
le atribuyese la gloria de una justa o razonable censura. Y así la
confesión de los propios descuidos o defensa de los que los críticos
de aquel tiempo censuraron como tales, se reserva para la debida
ocasión, y la censura de otros que se pudieran hacer reparables,
90 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

se omite por la reverencia que se debe a la buena memoria de tan


gran varón.
86. En lo que Miguel de Cervantes cargó más la mano a su in-
juriador fue en la reprehensión de su atrevimiento, pues lo fue, y
muy grande, continuar una obra de pura invención siendo ajena y
viviendo el autor. Por esto dice al letor:
Si por ventura llegares a conocerle dile de mi parte que
no me tengo por agraviado, que bien sé lo que son tenta-
ciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle
a un hombre en el entendimiento que puede componer y
imprimir un libro con que gane tanta fama como dine-
ros, y tantos dineros cuanta fama. Y para confirmación
desto quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes
este cuento.
Prosigue Cervantes contando el cuento, y después otro, con tan
satírica gracia que no cabe más.
87. Pareciéndole a Cervantes que el atrevimiento del aragonés
pedía mayor castigo, para hacerle más ridículo, en varias partes
del cuerpo de su obra entremezcló algunas censuras de aquella
perversa continuación, las cuales es razón que aquí se lean juntas
para que otros no caigan en tentación semejante.
88. En el capítulo LIX del segundo tomo, suponiendo que unos
pasajeros estaban leyendo en un mesón la continuación del arago-
nés, introduce a un tal don Juan diciendo así:
Por vida de V. M., señor don Jerónimo, que en tanto que
traen la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de
Don Quijote de la Mancha. Apenas oyó su nombre Don
Quijote (el cual estaba en el aposento inmediato, dividi-
do del otro con un sutil tabique) cuando se puso en pie y
con oído alerto escuchó lo que de él trataban, y oyó que
el tal don Jerónimo referido respondió: ¿Para qué quiere
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 91

V. M., señor don Juan, que leamos estos disparates si el


que hubiere leído la primera parte de la Historia de Don
Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gus-
to en leer esta segunda? Con todo eso, dijo el don Juan,
será bien leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga
alguna cosa buena. Lo que a mí en éste más me desplace
es que pinta a Don Quijote ya desenamorado de Dulci-
nea del Toboso.
Oyendo lo cual Don Quijote, lleno de ira y de despech,
alzó la voz y dijo: Quienquiera que dijere que Don Qui-
jote de la Mancha ha olvidado, ni puede olvidar, a Dul-
cinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales
que va muy lejos de la verdad, porque la sin par Dulci-
nea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en Don Quijote
puede caber olvido. Su blasón es la firmeza y su profesión
el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna.
¿Quién es el que nos responde?, respondieron del otro apo-
sento. ¿Quién ha de ser, respondió Sancho, sino el mismo
Don Quijote de la Mancha que hará bueno cuanto ha di-
cho y aun cuanto dijere?, que al buen pagador no le duelen
prendas. Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando entra-
ron por la puerta de su aposento dos caballeros, que tales
lo parecían, y uno dellos echando los brazos al cuello de
Don Quijote le dijo: Ni vuestra presencia puede desmen-
tir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar
vuestra presencia. Sin duda vos, señor, sois el verdadero
Don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante
caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar
vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha
hecho el autor deste libro que aquí os entrego; y, ponién-
dole un libro en las manos que traía su compañero, le tomó
Don Quijote y, sin responder palabra, comenzó a hojearle,
92 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

y de allí a un poco se le volvió diciendo: En esto poco que


he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de repre-
hensión: La primera es algunas palabras que he leído en
el prólogo. La otra, que el lenguaje es aragonés porque tal
vez escribe sin artículos. Y la tercera que más le confirma
por ignorante, es que yerra y desvía de la verdad en lo más
principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de
Sancho Panza, mi escudero, se llama Mari Gutiérrez y no
se llama tal sino Teresa Panza. Y quien en esta parte tan
principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las
demás de la historia.
A esto dijo Sancho: ¡Donosa cosa de historiador! Por
cierto, bien debe de estar en el cuento de nuestros suce-
sos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, Mari Gutiérrez.
Torne a tomar el libro, señor, y mire si ando yo por ahí y
si me ha mudado el nombre. Por lo que he oído hablar,
amigo, dijo don Jerónimo, sin duda debéis de ser Sancho
Panza, el escudero del señor Don Quijote. Sí soy, respon-
dió Sancho, y me precio dello. Pues a fe dijo el caballero
que no os trata este autor moderno con la limpieza que
en vuestra persona se muestra. Píntaos comedor y sim-
ple y no nada gracioso y muy otro del Sancho que en la
primera parte de la historia de vuestro amo se describe.
Dios se lo perdone, dijo Sancho. Dejárame en mi rincón
sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe y bien
se está San Pedro en Roma.
Los dos caballeros pidieron a Don Quijote se pasase a su
estancia a cenar con ellos, que bien sabían que en aquella
venta no había cosas pertenecientes para su persona. Don
Quijote, que siempre fue comedido, condecendió con su
demanda y cenó con ellos. Quedose Sancho con la olla
con mero mixto imperio. Sentose en cabecera de mesa
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 93

y con él el ventero que, no menos que Sancho, estaba de


sus manos y de sus uñas aficionado. En el discurso de la
cena preguntó don Juan a Don Quijote qué nuevas tenía
de la señora Dulcinea del Toboso, si se había casado, si
estaba parida o preñada, o si, estando en su entereza, se
acordaba (guardando su honestidad y buen decoro) de
los amorosos pensamientos del señor Don Quijote de la
Mancha. A lo que él respondió: Dulcinea se está entera y
mis pensamientos más firmes que nunca, las correspon-
dencias en su sequedad antigua, su hermosura en la de
una soez labradora transformada.
Y luego les fue contando punto por punto el encanto
de la señora Dulcinea y lo que le había sucedido en la
cueva de Montesinos con la orden que el sabio Merlín le
había dado para desencantarla, que fue la de los azotes
de Sancho. Sumo fue el contento que los dos caballeros
recibieron de oír contar a Don Quijote los extraños su-
cesos de su historia. Y así quedaron admirados de sus
disparates como del elegante modo con que los conta-
ba. Aquí le tenían por discreto y allí se les deslizaba por
mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían
entre la discreción y la locura. Acabó de cenar Sancho
y, dejando hecho equis al ventero, se pasó a la estancia
de su amo, y en entrando dijo: Que me maten, señores,
si el autor deste libro que vuesas mercedes tienen quiere
que no comamos buenas migas juntos. Yo querría que,
ya que me llama comilón como vuesas mercedes dicen,
no me llamase también borracho. Sí llama, dijo don Je-
rónimo, pero no me acuerdo en qué manera, aunque sé
que son mal sonantes las razones y además mentirosas,
según yo echo de ver en la fisonomía del buen Sancho
que está presente.
94 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Créanme vuesas mercedes, dijo Sancho, que el Sancho y


el Don Quijote desa historia deben de ser otros que los
que andan en aquella que compuso Cide Hamete Be-
nengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto
y enamorado; y yo, simple, gracioso y no comedor, ni
borracho. Yo así lo creo, dijo don Juan, y si fuera posible
se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de
las cosas del gran Don Quijote, si no fuese Cide Hame-
te, su primer autor. Bien así como mandó Alejandro que
ninguno fuese osado a retratarle sino Apeles. Retráteme
el que quisiere, dijo Don Quijote, pero no me maltrate,
que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la
cargan de injurias.
Ninguna, dijo don Juan, se le puede hacer al señor Don
Quijote de quien él no se pueda vengar si no la repara
en el escudo de su paciencia, que a mi parecer es fuerte
y grande. En estas y otras pláticas se pasó gran parte de
la noche. Y aunque don Juan quisiera que Don Quijote
leyera más del libro por ver lo que discantaba, no lo pu-
dieron acabar con él, diciendo que él lo daba por leído y
lo confirmaba por todo necio y que no quería, si acaso
llegase a noticia de su autor que le había tenido en sus
manos, se alegrase con pensar que le había leído; pues
de las cosas obscenas y torpes los pensamientos se han
de apartar, cuánto más los ojos.
Preguntáronle que adónde llevaba determinado su viaje.
Respondió que a Zaragoza a hallarse en las justas del Ar-
nés que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años.
Díjole don Juan que aquella nueva historia contaba cómo
Don Quijote, sea quien se quisiere, se había hallado en
ella en una sortija, falta de invención, pobre de letras, po-
brísima de libreas, aunque rica de simplicidades. Por el
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 95

mismo caso, respondió Don Quijote, no pondré los pies


en Zaragoza, y así sacaré a la plaza del mundo la mentira
de ese historiador moderno y echarán de ver las gentes
cómo yo no soy el Don Quijote que él dice. Hará muy
bien, dijo don Jerónimo, y otras justas hay en Barcelona
donde podrá el señor Don Quijote mostrar su valor. Así
lo pienso hacer, dijo Don Quijote, y vuesas mercedes me
den licencia (pues ya es hora) para irme al lecho, y me
tengan y pongan en el número de sus mayores amigos
y servidores. Y a mí también, dijo Sancho. Quizá seré
bueno para algo.
Con esto se despidieron, y Don Quijote y Sancho se re-
tiraron a su aposento, dejando a don Juan y a don Jeró-
nimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su
discreción y de su locura; y verdaderamente creyeron que
éstos eran los verdaderos Don Quijote y Sancho, y no los
que describía su autor aragonés.
¡Admirable crítica! Uno de los preceptos de la fábula es, o se-
guir la fama, o fingir las cosas de manera que convengan entre sí.
Cervantes había figurado a Don Quijote como caballero andante
valiente, discreto y enamorado; y esa fama tenía cuando el llamado
Fernández de Avellaneda se puso a continuar su historia, y en ella
le pinta cobarde, necio y desamorado. La dama de Don Quijote,
como decía la duquesa, era
... una dama fantástica -dama, en fin, de loco- que Don
Quijote engendró y parió en su entendimiento y la pin-
tó con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso...,
hermosa sin tacha, grave sin soberbia, amorosa con ho-
nestidad, agradecida por cortés, cortés por bien criada
y, finalmente, alta por linaje.
96 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Fernández de Avellaneda la pintó muy al contrario. Cervantes


ideó a Sancho Panza simple, gracioso y no comedor, ni borrach;
Fernández de Avellaneda, simple sí, pero no nada gracioso, come-
dor y borracho. Y así, ni siguió la fama, ni fingió con uniformidad.
Con razón, pues, hablando Altisidora de una visión que tuvo (que
las mujeres son las que ordinariamente fingen las visiones), dijo que
vio unos diablos que jugaban a la pelota con unas palas de fuego,
sirviéndoles de pelotas libros al parecer llenos de viento y de bo-
rra, de suerte que al primer voleo no quedaba pelota en pie, ni de
provecho para servir otra vez, y así menudeaban libros nuevos y
viejos que era una maravilla.
A uno de ellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le
dieron un papirotazo que le sacaron las tripas y le espar-
cieron las hojas. Dijo un diablo a otro: Mirad qué libro es
ése. Y el diablo le respondió: Ésta es la segunda parte de
la Historia de Don Quijote de la Mancha, no compuesta
por Cide Hamete su primer autor, sino por un aragonés
que él dice ser natural de Tordesillas. Quitádmele de ahí,
respondió el otro diablo, y metedle en los abismos del in-
fierno, no le vean más mis ojos. ¿Tan malo es?, respondió
el otro. Tan malo, replicó el primero, que si de propósito
yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara.
Y poco dispués añade Don Quijote:
Esa historia anda por acá de mano en mano, pero no para
en ninguna porque todos la dan del pie.
De cuyas palabras se colige que luego que salió a luz empezó a
despreciarse. Y como Cervantes finge que los diablos jugaban a
la pelota con unas palas de fuego, de ahí debieron tomar algunos
ocasión de adelante a decir que los amigos de Cervantes quema-
ban los libros del mal continuador, lo cual se dice voluntariamente
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 97

porque no tenía Cervantes amigos que tan a costa suya quisiesen


favorecerle.
89. Como quiera que sea, oigamos lo que sobre el mismo libro
dicen Sancho y Don Quijote:
Yo apostaré, dijo Sancho, que antes de mucho tiempo
no ha de haber bodegón, venta, ni mesón, o tienda de
barbero, donde no ande pintada la historia de nuestras
hazañas, pero querría yo que la pintasen manos de otro
mejor pintor que el que ha pintado a éstas. Tienes razón,
Sancho, dijo Don Quijote, porque este pintor es como
Orbaneja, un pintor que estaba en Úbeda que, cuando le
preguntaban qué pintaba, respondía: lo que saliere. Y si,
por ventura, pintara un gallo escribía debajo: éste es ga-
llo, porque no pensasen que era zorra. Desta manera me
parece a mí, Sancho, que debe de ser el pintor o escritor,
que todo es uno, que sacó a luz la historia deste nuevo
Don Quijote que ha salido, que pintó o escribió lo que
saliere; o habrá sido como un poeta que andaba los años
pasados en la corte, llamado Mauleón, el cual respondía
de repente a cuanto le preguntaban y, preguntándole uno
qué quería decir Deum de Deo, respondió: e donde diere.
90. El mismo Don Quijote, hablando en otra ocasión con don
Álvaro Tarfe (que en la historia del aragonés hace mucho papel),
tuvo este coloquio:
Dígame V. M., señor don Álvaro. ¿Parezco yo en algo a ese
tal Don Quijote que V. M. dice? No, por cierto, respondió
el huésped, en ninguna manera. Y ese Don Quijote, dijo
el nuestro, ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho
Panza? Sí traía, respondió don Álvaro, y aunque tenía
fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la
tuviese. Eso creo yo muy bien, dijo a esta sazón Sancho,
98 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho


que V. M. dice, señor gentilhombre, debe de ser algún
grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente, que el
verdadero Sancho Panza soy yo que tengo más gracias
que llovidas y, si no, haga V. M. la experiencia y ándese
tras de mí por lo menos un año y verá que se me caen a
cada paso, y tales y tantas que, sin saber yo las más veces
lo que me digo, hago reír a cuantos me escuchan; y el ver-
dadero Don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente,
y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el
tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el
mantenedor de las doncellas, el que tiene por única se-
ñora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que
está presente que es mi amo. Todo cualquier otro Don
Quijote, y cualquier otro Sancho Panza, es burlería y cosa
de sueño. Por Dios que lo creo, respondió don Álvaro,
porque más gracia habéis dicho vos, amigo, en cuatro
razones que habéis hablado que el otro Sancho Panza
en cuantas yo le oí hablar que fueron muchas; más tenía
de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de
gracioso.
Y tengo por sin duda que los encantadores, que persiguen
a Don Quijote el bueno, han querido perseguirme a mí
con Don Quijote el malo, pero no sé qué me diga, que
osaré yo jurar que le dejo metido en la casa del nuncio
en Toledo para que le curen, y ahora remanece aquí otro
Don Quijote aunque bien diferente del mío. Yo, dijo Don
Quijote, no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el
malo. Para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa mer-
ced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de
mi vida no he estado en Zaragoza, antes por haberme
dicho que ese Don Quijote fantástico se había hallado
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 99

en las justas desa ciudad no quise yo entrar en ella, por


sacar a las barbas del mundo su mentira.
Y así me pasé de claro a Barcelona, archivo de la corte-
sía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres,
patria de los valientes, venganza de los ofendidos y co-
rrespondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en
belleza, única. Y aunque los sucesos que en ella me han
sucedido no son de mucho gusto sino de mucha pesa-
dumbre, los llevo sin ella sólo por haberla visto. Final-
mente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy Don Quijote de la
Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventu-
rado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con
mis pensamientos..
A vuesa merced suplico por lo que debe a ser caballe-
ro, sea servido de hacer una declaración, ante el alcalde
deste lugar, de que vuesa merced no me ha visto en to-
dos los días de su vida hasta agora y de que yo no soy el
Don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho
Panza mi escudero es aquel que vuesa merced conoció.
Eso haré yo de muy buena gana, respondió don Álvaro,
puesto que causa admiración ver dos Don Quijotes y
dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los
nombres, como diferentes en las acciones. Y vuelvo a
decir, y me afirmo, que no he visto lo que he visto, ni
ha pasado por mí lo que ha pasado... Entró acaso el al-
calde del pueblo en el mesón con un escribano, ante el
cual alcalde pidió Don Quijote por una petición, de que
a su derecho convenía, de que don Álvaro Tarfe, aquel
caballero que allí estaba presente, declarase ante su mer-
ced cómo no conocía a Don Quijote de la Mancha, que
asimismo estaba allí presente, y que no era aquel que
andaba impreso en una historia intitulada Segunda par-
100 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

te de Don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal


de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente, el
alcalde proveyó jurídicamente.
La declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales
casos debían hacerse, con lo que quedaron Don Quijote
y Sancho muy alegres, como si les importara mucho se-
mejante declaración y no mostrara claro la diferencia de
los dos Don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y
sus palabras. Muchas cortesías y ofrecimientos pasaron
entre don Álvaro y Don Quijote, en las cuales mostró el
gran manchego su discreción de modo que desengañó
a don Álvaro del error en que estaba, el cual se dio a en-
tender que debía de estar encantado, pues tocaba con la
mano dos tan contrarios Don Quijotes.
91. Últimamente, el mismo Don Quijote de la Mancha o, por me-
jor decir, Alonso Quijano el bueno, restituido ya a su entero juicio,
en una de las cláusulas de su testamento, ordenó lo siguiente:
Ítem suplico a los dichos señores mis albaceas -el señor
cura Pero Pérez y el señor bachiller Sansón Carrasco, que
estaban presentes- que si la buena suerte los trujere a co-
nocer al autor que dicen que compuso una historia que
anda por ahí con el título deSegunda parte de las Haza-
ñas de Don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan,
cuan encarecidamente se pueda, perdone la ocasión que
sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes
disparates como en ella escribe, porque parto desta vida
con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.
92. Mucha razón, pues, tuvo Miguel de Cervantes Saavedra para
juzgar y decir que la gloria de continuar con felicidad la Historia
de Don Quijote de la Mancha sólo quedaba reservada a su pluma.
Y para que esto no sonase a jactancia, puso este discreto razona-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 101

miento en boca de Cide Hamete Ben-Engeli, hablando éste con su


propia pluma. Dice, pues, Cervantes:
Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: Aquí
quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre,
no sé si bien cortada o mal tajada, péñola mía, a donde
vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines his-
toriadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes
que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor
modo que pudieres: Tate, tate, folloncitos, de ninguno
sea tocada, porque esta impresa, buen rey, para mí estaba
guardada. Para mí sola nació Don Quijote, y yo para él;
él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en
uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesilles-
co que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma
de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi va-
leroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni
asunto de su resfriado ingenio.
A quien advertirás (si acaso llegas a conocerle) que deje
reposar en la sepultura los cansados y ya podridos hue-
sos de Don Quijote y no le quiera llevar contra todos los
fueros de la muerte a Castilla la Vieja, haciéndole salir
de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de
largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y
salida nueva, que para hacer burla de tantas como hicie-
ron tantos andantes caballeros bastan las dos que él hizo,
tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llega-
ron así en estos como en los extraños reinos; y, con esto,
cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien
a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de
haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos en-
teramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo
que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas
102 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

y disparatadas historias de los libros de caballerías, que


por las de mi verdadero Don Quijote van ya tropezando
y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.
En efeto, luego que salió el primer tomo de la Historia de Don
Quijote, este caballero andante empezó a arrinconar a todos los de-
más y, después que salió el segundo tomo, en el año 1615, fue tan
grande y tan universal el aplauso que mereció esta obra, que muy
pocas han logrado en el mundo tanta, tan general y tan constante
aprobación. Porque hay libros que sólo se estiman porque su estilo
es texto para las lenguas muertas; otros, a quienes hicieron célebres
las circunstancias del tiempo y, pasadas aquéllas, cesó su aplauso;
otros, que siempre se aprecian por la grandeza del asunto. Y los de
Cervantes, teniéndole ridículo, siendo ahora menos extendido el
dominio español y estando escritos en lengua viva reducida a ciertos
límites, viven y triunfan a pesar del olvido, y son hoy en el mundo
tan necesarios como cuando salieran a luz la primera vez; porque,
después que Francia con la feliz protección de Luis XIV llegó a la
cumbre del saber, empezó a descaecer y, faltando letrados seme-
jantes a Sirmondo, Bossuet, Huet y a otros varones como ellos de
inmortal memoria, comenzó a prevalecer el espíritu novelero, y ha
cundido de manera la afición a las fábulas que sus diarios literarios
están rellenos de ellas y de Francia apenas nos vienen otros libros.
El daño que causaron en otro tiempo semejantes fábulas fue tan
grande que se puede llamar universal. Por eso, aquel juiciosísimo
censor de la república literaria Juan Luis Vives, quejándose gra-
vísimamente de las corrompidas costumbres de su tiempo, decía:
¿Qué manera de vivir es ésta que no se tenga por canción
la que no sea torpe? Conviene, pues, que las leyes y los
magistrados den providencia contra esto, y también con-
tra los libros pestilenciales cuales son en España, Amadís,
Esplandián, Florisando, Tirante, Tristán, a cuyos despro-
pósitos no se pone término; cada día salen de nuevo más
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 103

y más comoCelestina, alcahueta, madre de maldades,


Cárcel de amores. En Francia, Lanzarote del Lago, París
y Viena, Punto y Sidonia, Pedro Proenzal y Magalona,
Melisendra, dueña inexorable. Aquí en Flandes -escribía
Vives en Brujas, año 1523-, Florián y Blanca Flor, Leo-
nela y Canamor, Curias y Floreta, Píramo y Tisbe. Hay
algunos libros traducidos de latín en lenguas vulgares,
como las desgraciadísimas gracias de Pogio, Eurialo y
Lucrecia, las cien novelas de Bocacio. Todos los cuales
libros escribieron unos hombres ociosos, mal empleados,
imperitos, entregados a los vicios y a la porquería. En los
cuales me maravillo que haya cosa que deleite. Pero las
cosas malas nos halagan mucho.
Medicina, pues, muy eficaz fue la que aplicó el ingeniosísimo
Cervantes, pues purgó los ánimos de toda Europa de tan enveje-
cida afición a semejantes libros tan pegajosos. Vuelva, pues, a salir
Don Quijote de la Mancha y desengañe un loco a muchos locos
voluntarios, divierta un discreto como Cervantes a tantos ociosos
y melancólicos con la entretenida y apacible letura de sus artificio-
sos y graciosísimos libros. Sobre los cuales suele haber duda cuál
de los tomos es mejor, el que contiene la primera y segunda salida
de Don Quijote o la tercera.
93. Yo quiero que la decisión de esta cuestión tan crítica no sea
mía sino del mismo Cervantes, el cual, habiendo oído el juicio que
algunos anticipadamente habían hecho, introdujo este coloquio
entre Don Quijote de la Mancha, el bachiller Sansón Carrasco, y
Sancho Panza:
¿Por ventura, dijo Don Quijote, promete el autor -esto
es, Cide Hamete Ben-Engeli- segunda parte? Sí prome-
te, respondió Sansón, pero dice136 que no ha hallado ni
sabe quién la tiene, y así estamos en duda si saldrá o no.
Y así por esto, como porque algunos dicen: nunca segun-
104 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

das partes fueron buenas, y otros: de las cosas de Don


Quijote bastan las escritas, se duda que no ha de haber
segunda parte. Aunque algunos, que son más joviales que
saturninos, dicen: vengan más quijotadas, embista Don
Quijote y hable Sancho Panza, y sea lo que fuere que con
eso nos contentamos. Y ¿a qué se atiene el autor?, dijo
Don Quijote. A que, respondió Sansón, en hallando que
halle la historia, que él va buscando con extraordinarias
diligencias, la dará luego a la estampa llevado más del in-
terés que de darla se le sigue que de otra alabanza alguna.
A lo que dijo Sancho: ¿Al dinero y al interés mira el autor?
Maravilla será que acierte porque no hará sino harbar
harbar, como sastre en vísperas de pascuas, y las obras
que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfeción que
requieren. Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo
que hace, que yo, y mi señor le daremos tanto ripio a la
mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes que
pueda componer no sólo segunda parte, sino ciento. Debe
de pensar el buen hombre, sin duda, que nos dormimos
aquí en las pajas: pues ténganos el pie al errar y verá del
que cosqueamos. Lo que yo sé decir es que, si mi señor
tomase mi consejo, ya habíamos de estar en esas campa-
ñas deshaciendo agravios y enderezando tuertos, como
es uso y costumbre de los buenos andantes caballeros.
En cuyo coloquio quiso Cervantes darnos a entender que tenía
ingenio para la invención, no sólo de uno, sino de cien Quijotes.
La del segundo tomo no es menos agradable que la del primero, y
la enseñanza es mucho mayor. Fuera de esto, en la narración prin-
cipal no entremetió novela alguna totalmente separada del asunto,
lo cual es muy contra el arte de fabular, sino que diestramente ingi-
rió muchos episodios muy bien enlazados con el principal asunto,
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 105

cosa que pide gran ingenio y singular habilidad. Oigamos otra vez
al mismo Cervantes:
Dicen que en el propio original desta historia se lee que,
llegando Cide Hamete a escribir este capítulo, no le tra-
dujo su intérprete como él le había escrito, que fue un
modo de queja que tuvo el moro de sí mismo por haber
tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada
como esta de Don Quijote, por parecerle que siempre ha-
bía de hablar dél y de Sancho sin osar extenderse a otras
digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y
decía que el ir siempre atenido el entendimiento, la mano
y la pluma, a escribir de un solo sujeto y hablar por las
bocas de pocas personas era un trabajo incomportable,
cuyo fruto no redundaba en el de su autor, y, que por huir
deste inconveniente, había usado en la primera parte del
artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso
impertinente y la del Capitán cautivo, que están como
separadas de la historia, puesto que las demás que allí se
cuentan son casos sucedidos al mismo Don Quijote que
no podían dejar de escribirse. También pensó, como él
dice, que muchos, llevados de la atención que piden las
hazañas de Don Quijote, no la darían a las novelas y pa-
sarían por ellas, o con priesa o con enfado, sin advertir
la gala y artificio que en sí contienen, el cual se mostrara
bien al descubierto cuando por sí solas, sin arrimarse a
las locuras de Don Quijote ni a las sandeces de Sancho,
salieran a luz. Y así en esta segunda parte no quiso inje-
rir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios
que lo pareciesen nacidos de los mismos sucesos que la
verdad ofrece, y aun éstos limitadamente y con solas las
palabras que bastan a declararlos. Y, pues, se contiene y
cierra en los estrechos límites de la narración, teniendo
106 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del


universo todo, pide no se desprecie su trabajo y se le
den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha
dejado de escribir.
Los que dicen, pues, que Cervantes en su segunda parte no se
igualó a sí mismo, sepan que su opinión nace, o de la tradición de
los que, enamorados de la primera, pensaron que no podía tener
segunda, o de su poca inteligencia, y pues echan menos en ésta los
que el mismo Cervantes confesó que en la otra habían sido defetos
del arte, o licencias del artífice, para desahogo de su imaginación y
divertimiento de la del letor.
94. En medio de tantas y tan justas alabanzas, así de la admirable
invención de Cervantes como de su prudente disposición y singular
elocuencia, como el que escribe es uno y los que leen muchos, y la
atención del autor, ocupada en inventar, tal vez se deja transportar
de la viveza de su imaginación, y, siendo ésta demasiadamente fe-
cunda, la misma multitud de circunstancias suele hacer que éstas
no se conformen entre sí, o no convengan al tiempo o al lugar en
que se fingen, no es mucho que Miguel de Cervantes Saavedra tro-
pezase algunas veces con la inverosimilitud y falsedad, en lo cual
tiene Cervantes por compañeros a cuantos han escrito hasta hoy
obras en que la invención haya sido dilatada, pues en todas ellas se
hallan semejantes descuidos.
Bien lo conoció el mismo Cervantes, pues, habiéndole censurado
algunas cosas de las que había escrito en su tomo primero, confesó
sus descuidos en los capítulos tercero, cuarto y cuarenta y tres de
su tomo segundo, donde borró muchos de sus yerros con la mis-
ma ingenuidad de tenerlos por tales y procuró dorar algunos de-
llos con tan graciosas disculpas que la misma defensa es un nuevo
y glorioso género de confesión. Tan generoso, pues, era su genio
que si viviese hoy y le propusieran nuevas censuras, como fuesen
justas, ciertamente se daría por bien advertido.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 107

95. Con la confianza, pues, que me da el ser yo uno de sus más


apasionados, me atreveré a decir que, en algunos casos, excedió los
límites de la verosimilitud y, tal vez, tocó en los de una manifiesta
falsedad. Porque en la célebre pendencia que tuvo con el vizcaíno
don Sancho de Aspeitia, en suposición de que Don Quijote le arre-
metió con determinación de quitarle la vida, es inverosímil que el
vizcaíno, que tendría ocupada la mano siniestra con las riendas de
su mula, no sólo tuviese tiempo para sacar la espada con la derecha,
sino también para tomar una almohada del coche que le sirvió de
escudo, pues los que iban en el coche, naturalmente, estarían sen-
tados sobre ella y, cuando así no fuese, siempre tiene su dificultad
que pudiese el vizcaíno tomarla tan aprisa, dando lugar a todo esto
la furia de un loco.
96. También me parece inverosímil que Camila, que en la Novela
del curioso impertinente se finge que hablaba a solas y consigo mis-
mo, hablase tanto y de manera que Anselmo, que estaba escondido,
pudiese oír un tan largo soliloquio. Pues, si los cómicos de mayor
arte introdujeron en sus comedias algunos soliloquios, fue para
que los mirones se instruyesen en los ocultos pensamientos de las
personas de la fábula, pero no para que las personas introducidas
escuchasen tan prolijas arengas.
97. El razonamiento que hizo Sancho Panza a su amo Don Quijo-
te, referido en el cap. VIII del segundo tomo, ciertamente excede la
capacidad de un hombre tan sencillo como Panza. No haré cargo a
Cervantes de la poca verosimilitud con que escribió lo que se sigue:
Este Ginés de Pasamonte, a quien Don Quijote llamaba
Ginesillo de Parapilla, fue el que hurtó a Sancho Panza el
Rucio que, por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en
la primera parte por culpa de los impresores, ha dado en
qué entender a muchos que atribuían a poca memoria del
autor la falta de la emprenta. Pero, en resolución, Ginés le
hurtó estando sobre él durmiendo Sancho Panza, usan-
108 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

do de la traza y modo que usó Brunelo, cuando, estando


Sacripante sobre Albraca, le sacó el caballo de entre las
piernas, y después le cobró Sancho como se ha contado.
Digo que no haré cargo a Cervantes de que esta invención tiene
más de posible que de verosímil, porque se ve que Cervantes tiró
en esto a reprehender a los autores que suelen disculpar sus errores
en los descuidos de los impresores, sin advertir que los de éstos sólo
suelen reducirse a trocar letras o palabras, y a omitir tal vez algunas
cláusulas. Y en lo que toca a la salida del modo y tiempo en que
Ginesillo de Pasamonte hurtó el Rucio parece, si no conozco mal
el genio de Cervantes, que su fin sólo fue reírse de la invención del
modo de hurtar el caballo de Sacripante.
98. Pero no sé yo cómo poder disculpar la ficción140 de que en
un lugar de Aragón de más de mil vecinos durase ocho o diez días
la publicidad de tener un gobernador de burlas. Si esto es verosí-
mil, los aragoneses lo digan. Lo que yo sé es que no habiendo en
Aragón caverna alguna que tenga de largo media legua, es contra
toda verdad haber fingido que Sancho Panza anduvo por ella todo
ese trecho hasta parar en un lugar donde Don Quijote, desde arri-
ba, oyó sus lamentos.
99. Tampoco sé cómo poder disculpar el que habiendo dicho Cer-
vantes que la fama había guardado en las memorias de la Mancha
que Don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza,
donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad hicie-
ron y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento,
después Cervantes en su continuación dice que Don Quijote no
pondría los pies en Zaragoza por sacar mentiroso al historiador
moderno, siendo así que en hacerle ir a las justas de Zaragoza hu-
biera seguido a la fama.
100. Menos disculpa tiene haber llamado Cervantes Juana Gu-
tiérrez a la mujer de Sancho Panza o Juana Panza, que es lo mismo
porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 109

maridos, y reprehender al continuador aragonés porque no sin al-


guna razón la llamó Mari-Gutiérrez, y llamarla después el mismo
Cervantes en todo su segundo tomo Teresa Panza. Aunque yo creo
que esto picó en historia verdadera.
101. Fuera de todo esto, cualquiera que se entretenga en formar
un diario de las salidas de Don Quijote, hallará la cuenta de Cer-
vantes muy errada y nada conforme a los sucesos referidos.
102. En una cosa debe ser tratado Cervantes con algún rigor, y
es en los anacronismos o retrocedimientos de tiempo, porque, ha-
biéndolos reprehendido tan justamente en sus contemporáneos
cómicos, también en él deben ser censurados. Señalaré algunos de
estos defetos.
103. Pero para que se entienda mejor lo que voy a decir, es me-
nester suponer que ha sido costumbre de muchos que han publica-
do libros de caballerías querer autorizarlos diciendo que se habían
hallado en alguna parte, escritos con letras muy antiguas difíciles
de leer. Así Garci-Ordóñez de Montalvo, regidor de Medina del
Campo, después de haber dicho que había corregido Los tres libros
de Amadís, que por falta de los malos escritores o componedores
se leían muy corruptos y viciosos, inmediatamente añadió que pu-
blicaba aquellos libros
... trasladando y emendando El libro cuarto con Las ser-
gas de Esplandián su hijo, que hasta aquí no es en me-
moria de ninguno ser visto, que por gran dicha pareció
en una tumba de piedra que debajo de la tierra en una
ermita cerca de Constantinopla fue hallado y traído por
un húngaro mercader a estas partes de España en la letra
y pergamino tan antiguo que con mucho trabajo se pudo
leer por aquellos que la lengua sabían.
Imitando en esto Cervantes a Garci-Ordóñez de Montalvo, dijo:
110 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Que la buena suerte le deparó un antiguo médico que te-


nía en su poder una caja de plomo que, según él dijo, se
había hallado en los cimientos derribados de una antigua
ermita que se renovaba, en la cual caja se habían halla-
do unos pergaminos escritos con letras góticas, pero en
versos castellanos, que contenían muchas de sus hazañas
-esto es, de Don Quijote-, y daban noticia de la hermosu-
ra de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de
la fidelidad de Sancho Panza, y de la sepultura del mes-
mo Don Quijote con diferentes epitafios y elogios de su
vida y costumbres.
Escribía esto Cervantes en el año mil seiscientos y cuatro, y lo
imprimió en el siguiente. Dejo al arbitrio del juicioso letor deter-
minar la edad en que, según las referidas circunstancias, se finge
que vivió Don Quijote de la Mancha. Referir un antiguo médico
el hallazgo de los pergaminos donde estaban los epitafios de Don
Quijote, haberse hallado en los cimientos derribados de una anti-
gua ermita, y estar escritos en letras góticas, cuyo uso se prohibió
en España en tiempo del rey don Alonso el Sexto, todas son cir-
cunstancias que arguyen el pasaje de algunos siglos. Y esto mismo
supone un discurso de Don Quijote, tan ocultamente erudito como
graciosamente disparatado:
¿No han vuestras mercedes leído, respondió Don Qui-
jote, los anales e historias de Inglaterra donde se tratan
las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente
en nuestro romance castellano llamamos el rey Artús, de
quien es tradición antigua y común en todo aquel reino
de la Gran Bretaña que este rey no murió, sino que por
arte de encantamento se convirtió en cuervo y que, an-
dando los tiempos, ha de volver a reinar y a cobrar su rei-
no y cetro? A cuya causa no se probará que desde aquel
tiempo a éste haya ningún inglés muerto cuervo alguno.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 111

Pues en tiempo deste buen rey fue instituida aquella fa-


mosa Orden de caballería de los Caballeros de la Tabla
Redonda, y pasaron sin faltar un punto los amores que
allí se cuentan de don Lanzarote del Lago con la reina
Ginebra, siendo medianera dellos y sabidor a aquella tan
honrada dueña Quintañona, de donde nació aquel tan
sabido romance y tan decantado en nuestra España de
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino.
Con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amo-
rosos y fuertes fechos. Pues desde entonces de mano en
mano fue aquella Orden de caballería extendiéndose y
dilatándose por muchas y diversas partes del mundo. Y
en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el va-
liente Amadís de Gaula con todos sus hijos y nietos hasta
la quinta generación, y el valeroso Félix Marte de Hirca-
nia, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco.
Y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oí-
mos al invencible y valeroso caballero don Belianís de
Grecia. Esto, pues, señores, es ser caballero andante, y la
que he dicho es la Orden de su caballería.
Si Don Quijote, pues, fue tan vecino al tiempo en que se fingió
haber vivido don Belianís de Grecia y la demás caterva de caba-
lleros andantes, habiéndose referido éstos a los siglos inmediatos
al origen del cristianismo, como lo observó y censuró el erudito
autor del Diálogo de las Lenguas, es consiguiente que Don Quijote
de la Mancha se finja haber vivido muchos siglos ha. ¿Cómo, pues,
Cervantes supone introducido ya en tiempo de Don Quijote el uso
de los coches?, siendo así que Gonzalo Fernández de Oviedo, en su
Adición o segunda parte a los oficios de la casa real, título del caba-
112 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

llerizo de las andas, dice que la princesa Margarita, cuando vino a


casar con el príncipe don Juan, trajo el uso de los carros de cuatro
ruedas y que, habiéndose vuelto viuda a Flandes, cesaron tales ca-
rros y quedaron las literas que antes se usaban. Aun en Francia, de
donde nos vino esta moda como casi todas las demás, no es muy
antiguo el uso de los coches, porque Juan de Laval Boisdausín de
la casa Memoransi fue el primero que, a lo último del reinado de
Francisco Primero, se sirvió de un coche por causa de su corpulen-
cia, que era tal que no le permitía ir a caballo. Debajo del reinado
de Enrique Segundo sólo había en la corte de Francia dos coches,
uno para la reina su mujer y otro para Diana, hija natural del rey.
En la ciudad de París, habiendo sido nombrado primer presiden-
te Cristóbal de Thou fue el primero que tuvo coche, pero nunca
se sirvió dél para ir a la casa real. Estos ejemplos que introdujo la
grandeza o necesidad fueron luego tan perniciosos que llegó la va-
nidad al último grado. Por lo que toca a España, escribiendo desto
don Lorenzo Vander Hamen y Leon en el Libro primero de la vida
de don Juan de Austria, dijo estas bien sentidas palabras:
Venía -Charles Pubest, criado del rey emperador Carlos
Quinto- en un coche o carrocilla de las que en aquellas
provincias se usaban. Cosa raras veces vista en estos rei-
nos. Salían las ciudades enteras a verla con admiración.
Tan corta noticia se tenía por entonces deste género de
deleite. Sólo lo que se usaban eran carretas de bueyes y
en ellas andaban las personas más graves tal vez. Don
Juan (porque no traigamos ejemplos de fuera de casa) fue
muchas a visitar el templo de Nuestra Señora de Regla
(Loreto de Andalucía) en una déstas en compañía de la
duquesa de Medina. Esto se usaba en aquel tiempo. Pero
dentro de pocos años (el de setenta y siete) fue necesario
prohibir los coches por pragmática. Tan introducido se
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 113

hallaba ya este vicio infernal que tanto daño ha causado


a Castilla.
Para pintar este abuso, Miguel de Cervantes hizo que Teresa Pan-
za, mujer de un pobre labrador, manifestase deseos de servirse de
coche sólo por imaginar que su marido era gobernador de la ín-
sula Barataria; así como, para reírse de algunos grados de dotor
que se daban en su tiempo y que debían suponer pero no hacían a
los hombres doctos, hizo mención de algunos licenciados gradua-
dos en las universidades de Sigüenza y Osuna en tiempo de Don
Quijote, siendo así que por consejo del cardenal Jiménez de Cis-
neros erigió la de Sigüenza don Juan López de Medina, consejero
de Enrique Cuarto y su enviado en Roma, arcediano de Almazán,
dignidad de la catedral de Sigüenza y canónigo de Toledo; y más
adelante, en el año 1548, fundó la de Osuna, con aprobación de
Carlos Quinto y Paulo Tercero, don Juan Téllez de Girón, conde
de Ureña. Si Cervantes viviese hoy, sobre este punto de los grados
diría algo más. Pero sea su comentador don Diego de Saavedra en
su República literaria.
104. Fue también falta de atención aludir, en el supuesto tiempo
de Don Quijote, al Concilio de Trento que empezó a celebrarse año
1544, siendo pontífice Paulo III, y se acabó en tiempo de Pío IV.
105. También Cervantes hizo mención de la América en boca del
cura antes que Américo Vespucio, florentín, el año 1497 hubiese
puesto los pies en ella dándole su nombre, siendo en esto más fe-
liz que Cristóbal Colón, ginovés, que fue su primer descubridor,
año 1592.
106. Ni debía haber hecho mención de Fernán Cortés, ni de la
destreza de los jinetes mejicanos antes que en el mundo hubiese
Cortés, conquistador de Méjico, y que en tal ciudad hubiese habi-
do caballos. Nombró también el famoso cerro del Potosí antes que
descubriese sus prodigiosas venas de plata aquel bárbaro cazador.
114 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Y la voz cacique, venida de la isla Española, no debía ponerse en


boca de Sancho Panza.
107. Fuera de esto, siendo tan reciente la impresión, no había de
suponer su uso en tiempo de Don Quijote, ni hacer mención de
tantos autores modernos, así extranjeros como españoles. Extran-
jeros como Ariosto, Miguel Verino, Jacobo Sannazaro, Antonio de
Lofraso, poeta sardo, Polidoro Virgilio y otros. Españoles como
Garci-Laso de la Vega, a quien unas veces alaba expresamente, otras
alega sus versos sin nombrarle, y otras alude a él claramente. De
Juan Boscán, poeta contemporáneo y muy amigo de Garci-Laso,
dice Don Quijote: «El antiguo Boscán se llamó Nemoroso», en lo
cual erró de muchas maneras, llamando antiguo a Boscán, y alu-
diendo a la primera écloga de Garci-Laso de la Vega.
108. El mismo Don Quijote, hablando muy discretamente de la
común disgracia de las traducciones, dice:
Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores, el
uno el dotor Cristóbal de Figueroa en su Pastor Fido, y el
otro don Juan de Jáuregui en su Aminta, donde felizmen-
te ponen en duda cuál es la tradución o cuál el original.
Y se ha de advertir que el dotor Suárez de Figueroa publicó El
pastor Fido, tragi-comedia pastoral de Bautista Guarini, en Valen-
cia, año 1609, en la oficina de Pedro Patricio Mei; y don Juan de
Jáuregui El Aminta, comedia pastoril de Torcuato Tasso, en Sevilla,
por Francisco Lira, año 1618, en 4.
109. También una pastora, hablando con Don Quijote, nombró
con anticipación de tiempo a Camoes, celebrándole como poeta ex-
celentísimo en su misma lengua portuguesa. Que fue lo mismo que
reprehender las traducciones castellanas de Luis Gómez de Tapia,
de Benito Caldera, y de Enrique Garcez para que se vea la dificul-
tad que tienen las traducciones, pues dos tan semejantes dialectos
de una misma lengua no son iguales en la expresión y harmonía.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 115

110. En el celebrado capítulo sexto del tomo primero, suponién-


dose el escrutinio en tiempo de Don Quijote, se hacen críticas de
las obras de Jorge de Montemayor, Gil Polo, López Maldonado,
don Alonso de Ercilla, Juan Rufo, Cristóbal de Virués, y aun de La
Galatea del mismo Cervantes.
111. También hace éste mención de las obras del obispo de Ávi-
la, don Alonso Tostado, natural de Madrigal, de donde quiso lla-
marse, el cual nació cerca de los años del Señor mil cuatrocientos
y murió en Bonilla de la Sierra, a tres de setiembre de 1455. Cita el
Dioscórides, ilustrado por el dotor Laguna, impreso en Salaman-
ca, año 1586, y los refranes del Comendador Griego, publicados en
la misma ciudad, año 1555. También las Súmulas de Villalpando,
siendo así que el dotor Gaspar Cardillo de Villalpando las impri-
mió en Alcalá, año 1599.
112. Las obras que censuró Cervantes sin nombrar sus autores,
casi todos coetáneos suyos, son muchísimas. Me contentaré con
apuntar algunos ejemplos.
113. Hablando de la traducción que hizo de Ludovico Ariosto, don
Jerónimo de Urrea, la cual salió a luz en León de Francia impresa
en 4 por Guillermo Roville, año 1556, dice en nombre del cura:
Le perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traí-
do a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su
natural valor. Y lo mesmo harán todos aquellos que los
libros de verso quisieren volver en otra lengua que, por
mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren,
jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer
nacimiento.
De donde puede inferirse cuánto más insípidas serán las dos tra-
ducciones que hicieron en prosa y publicaron dos toledanos: el uno
Fernando de Alcocer, año 1510, el otro Diego Vázquez de Contreras,
año 1585. Entrambos tan malos como fieles intérpretes de la letra
116 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

de Ariosto. Más adelante, hablando el cura de las tres Dianas, es a


saber: de la de Jorge de Montemayor que tiene primera y segunda
parte, publicada en Madrid por Luis Sánchez, año 1545, en 12; de
la de Alfonso Pérez, dotor en medecina conocido por el nombre
de Salmantino, la cual salió a luz en Alcalá, año 1564, en 8; y la de
Gaspar Gil Polo, impresa en Valencia, año 1564. Hablando, digo,
el cura de las tres Dianas, dice así:
Y pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de
parecer que no se queme, sino que se le quite todo aque-
llo que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y
casi todos los versos mayores, y quédesele enhorabuena
la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros.
Este que se sigue, dijo el barbero, es La Diana, llamada
segunda del Salmantino, y este otro que tiene el mismo
nombre, cuyo autor es Gil Polo. Pues la del Salmantino,
respondió el cura, acompañe y acreciente el número de
los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como
si fuera del mismo Apolo.
Poco más adelante, prosiguió el barbero diciendo:
Estos que se siguen son El pastor de Iberia, Ninfas de He-
nares, y Desengaños de celos. Pues no hay más que ha-
cer, dijo el cura, sino entregarlos al brazo seglar del ama;
y no se me pregunte el por qué, que sería nunca acabar.
El autor de Desengaños de celos no sé quién fue. De El pastor de
Iberia lo fue Bernardo de la Vega, natural de Madrid, canónigo de
Tucumán en la América Meridional, y le imprimió año 1591, en 8.
Bernardo Pérez de Bobadilla fue el que escribió la novela Ninfas y
pastores de Henares y la publicó año 1587, en 8. Aludiendo Cer-
vantes a estas dos censuras, y queriendo dar a entender que en el
Viaje del Parnaso (en el cual fingió que concurrieron casi todos los
poetas de España) había alabado a muchos según la fama popular,
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 117

introdujo un poeta descontento, haciéndole cargo por la omisión


de estos dos poetas y la censura que les hizo. Reprehende dicho
poeta a Cervantes deste modo:
Yo te confieso, ¡oh bárbaro!, y no niego
que algunos de los muchos que escogiste
(sin que el respeto te forzase, o ruego)
en el debido punto los pusiste.
Pero con los demás, sin duda alguna,
pródigo de alabanzas anduviste.
Has alzado a los cielos la fortuna
de muchos que en el cuerno del olvido
(sin ver la luz del sol ni de la luna)
yacían. Ni llamado ni escogido
fue el gran Pastor de Iberia, el gran Bernardo
que de la Vega tiene el apellido.
Fuiste envidioso, descuidado y tardo,
y a las ninfas de Henares y pastores
como a enemigos les tiraste un dardo.
Más adelante puso Cervantes entre los poetas del Viaje del Parna-
so a Bernardo de la Vega, pero entre los malos poetas, diciendo así:
Llegó el Pastor de Iberia, aunque algo tarde,
y derribó catorce de los nuestros
haciendo de su ingenio y fuerza alarde.
114. Continuándose el escrutinio de los libros de Don Quijote,
dijo el barbero:
Este que viene es El pastor de Filida. No es ése pastor,
dijo el cura, sino muy discreto cortesano. -Habla de Luis
Gálvez de Montalvo, que publicó su Pastor de Filida en
Madrid, año 1582.- Guárdese como joya preciosa. Este
grande que aquí viene se intitula, dijo el barbero, Teso-
118 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

ro de varias poesías. Como ellas no fueran tantas, dijo


el cura, fueran más estimadas. Menester es que este li-
bro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus
grandezas tiene. Guárdese porque su autor es amigo mío,
y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras
que ha escrito.
Éste es Fr. Pedro Padilla, natural de Linares, religioso carmelita,
y antes, según dicen, caballero de la Orden de Santiago. Entre otras
muchas obras poéticas publicó un Cancionero, en el cual se con-
tienen algunos sucesos de los españoles en la jornada de Flandes.
Imprimiose en Madrid en casa de Francisco Sánchez, año 1583, en
8. Y Miguel de Cervantes escribió un soneto en alabanza del autor.
115. Últimamente, por acabar su escrutinio, dice Cervantes:
Cansose el cura de ver más libros y así, a carga cerrada,
quiso que todos los demás se quemasen, pero ya tenía
abierto uno el barbero que se llamaba Las lágrimas de
Angélica. Lloráralas yo, dijo el cura en oyendo el nom-
bre, si tal libro hubiera mandado quemar, porque su au-
tor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo
de España, y fue felicísimo en la tradución de algunas
fábulas de Ovidio.
Entiendo yo que habla aquí del capitán Francisco de Aldana, al-
caide de San Sebastián, que murió gloriosamente en África pelean-
do con los moros, cuya gloriosa muerte celebró en octavas rimas
su hermano Cosme de Aldana, gentilhombre de Felipe II, al prin-
cipio de sus sonetos y octavas que se imprimieron en Milán, año
1587, en 8. Este Cosme de Aldana imprimió todas las obras que
pudo hallar de su hermano Francisco, en Madrid, en la impren-
ta de Luis Sánchez, año 1593, en 8, y, habiendo recogido después
otras muchas, publicó segunda parte en Madrid, en la imprenta de
P. Madrigal, año 1591, en 8. De Francisco de Aldana, dice su her-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 119

mano Cosme, que tradujo en verso suelto Las epístolas de Ovidio


y que compuso una obra De Angélica y Medoro, de inumerables
octavas; y, si bien no se imprimieron porque no se hallaron, por
estas dos obras venimos en conocimiento de que Cervantes habló
de Francisco de Aldana y no de Luis Barahona de Soto, de quien
tenemos doce cantos de La Angélica prosiguiendo la invención de
Ariosto. De cuyo poema dijo don Diego de Saavedra Fajardo en su
admirable República Literaria:
Ya con más luz nació Luis de Barahona, varón docto y de
levantado espíritu. Pero sucediole lo que a Ausonio, que
no halló con quien consultarse. Y así dejó correr libre su
vena sin tiento ni arte.
Juicio que también arguye ser otro el poeta a quien alabó sin
medida Miguel de Cervantes Saavedra, el cual añade en el capítu-
lo siguiente:
Se cree que fueron al fuego, sin ser vistos ni oídos, La Ca-
rolea y León de España con Los Hechos del Emperador
compuestos por don Luis de Ávila, que sin duda debían
de estar entre los que quedaban. y quizá, si el cura los
viera, no pasaran por tan rigurosa sentencia.
La Carolea de que Cervantes hace mención, puede ser la que
Hierónimo Sempere imprimió en Valencia, año 1560, en 8. Pero
más me inclino a que sea la que publicó en Lisboa, año 1585, Juan
Ochoa de Lasalde, porque, hablando Cervantes en su Viaje del Par-
naso de la lista de poetas que le dio Mercurio, dice así:
Miré la lista y vi que era el primero
el licenciado Juan de Ochoa, amigo,
por poeta, y cristiano verdadero.
116. El autor de El león de España fue Pedro de la Vecilla Caste-
llanos, natural de León, el cual publicó su poema y otras obras en
120 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Salamanca, año 1586, en 8. Los Comentarios de la guerra de Ale-


mania, hecha por Carlos Quinto, los escribió don Luis de Ávila y
Zúñiga, comendador mayor de Alcántara, persona a quien el césar
estimó muchísimo y a quien dieron grandes elogios los primeros
escritores de aquella edad.
117. Estos anacronismos basten en orden a las personas de letras.
Otros muchos cometió Cervantes hablando de las que fueron ilus-
tres en las armas, pues ya supone escrita en tiempo de Don Quijote
la historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con
la vida de Diego García de Paredes, siendo así que aquél murió
en Granada, día dos de deciembre del año 1515, agravado de una
cuartana (para él infausta), de edad de 62 años, y éste murió de 64
años en el de 1533, y las crónicas de ambos se imprimieron en Al-
calá de Henares por Hernán Ramírez, año 1584, en fol.
118. También introduce a un cautivo refiriendo que el gran duque
de Alba, don Fernando de Toledo, pasaba a Flandes.
119. El mismo cautivo dice que le sirvió en las jornadas que hizo,
que se halló en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos,
que alcanzó a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara lla-
mado Diego de Urbina. Habla de la pérdida de la famosa isla de
Chipre que ganó Selim II, año 1571, de la liga del Santo Pontífice
Pío V con España contra el enemigo común, del general de aque-
lla sagrada liga don Juan de Austria, hermano natural del rey don
Felipe II. Dice que se halló en aquella felicísima jornada ya hecho
capitán de infantiría, que se halló en la memorable batalla de Le-
panto, la cual dieron y ganaron los cristianos día siete de octubre
del año 1572. Allí mismo refiere cómo yendo en la capitana de Juan
Andrea de Oria, por haber querido faltar en la galera de Uchali,
rey de Argel, desviándose ésta, quedó cautivo. Pondera su desgra-
cia según se ha referido en otra parte. Algo más adelante celebra
a don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, y al invictísimo
Carlos Quinto. Cuenta muy despacio la pérdida de la Goleta y de
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 121

un pequeño fuerte o torre que estaba en mitad del estaño a cargo


de don Juan de Zanoguera, caballero valenciano y famoso solda-
do. Dice que cautivaron a don Pedro Puerto Carrero, general de
la Goleta, y a Gabrio Cervellón, general del fuerte; que murieron
en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, como Pagán de
Oria, hermano del famoso Juan de Andrea de Oria, y don Pedro
de Aguilar, caballero andaluz, el cual había sido alférez en el fuerte,
soldado de mucha cuenta y de raro entendimiento y que especial-
mente tenía mucha gracia en la poesía.
120. En otra parte celebra los puñales de Ramón de Hoces, el se-
villano. Acuerda el cuento del licenciado Torralba. Hace también
mención del fullero Andradilla. Y a este tenor, de otros muchos cuya
memoria era muy reciente. ¡Hay igual ensarte de anacronismos!
121. Pues no paran aquí. Dice Cervantes que encontró Don Qui-
jote unos recitantes de la compañía de Angulo el Malo, los cuales
habían hecho aquella mañana, que era la octava del Corpus, el auto
De las cortes de la muerte y le habían de repetir aquella tarde en
otro lugar; donde es digno de censura que suponga introducidos en
España en tiempo de Don Quijote los autos sacramentales, siendo
así que la gente de farza no se conocía antes en España ni era con-
forme a la gravedad de las antiguas costumbres.
122. También supone el uso de enfriar el agua con nieve, siendo
cierto que Pablo Jarquíes fue el primero que en tiempo de Felipe
III fue el inventor del tributo de los pozos de la nieve, habiendo
introducido antes en España el modo de guardarla y de usar de ella
don Luis de Castelví, gentilhombre de la boca del emperador Car-
los Quinto, de quien Gaspar Escolano, explicándose de la manera
que suele, escribió así:
A este caballero le debe España el uso de guardar la nie-
ve en casas -por casas entiende los pozos- en las sierras
donde cae, y el modo de enfriar el agua con ella. Porque
no conociendo generalmente otro medio para eso que
122 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

el del salmitre, fue el primero que puso en plática en la


ciudad de Valencia el manejo de la nieve, que ha sido
(demás de único regalo) singular ahorro de modorrias,
tabardillos, calenturas pestilentes, y de otras gravísimas
dolencias que nos daban en los calores del verano, y como
tal se comunicó poco a poco a lo restante de España el
uso della; de donde nos quedó a los valencianos llamarle
a este caballero don Luis de la Nieve.
123. San Diego de Alcalá y San Salvador de Orta se beatificaron
en tiempo de Felipe Tercero, y, aludiendo a eso, dice Sancho a Don
Quijote195:
Advierta, señor, que ayer o antes de ayer, que según ha
poco se puede decir desta manera, canonizaron o beati-
ficaron dos frailecitos descalzos, cuyas cadenas de hie-
rro con que ceñían y atormentaban sus cuerpos se tiene
agora a gran ventura el besarlas y tocarlas, y están en más
veneración que está, según dije, la espada de Roldán en
la armería del rey nuestro señor.
124. En el reinado de Felipe III fue general de las galeras de la
carrera de Indias don Pedro Vich, caballero valenciano a quien ala-
bó Cervantes en laNovela de las dos doncellas, y, señalando a éste
con ocasión de referir que Don Quijote entró en una galera, dice:
Diole la mano el general, que con este nombre le llama-
remos, que era un principal caballero valenciano; abrazó
a Don Quijote.
125. El edicto último de la expulsión de los moriscos de España se
publicó en el año 1611, y Cervantes introduce a un morisco llama-
do Ricote alabando a don Bernardino de Velasco, conde de Salazar,
a quien dio Felipe Tercero cargo de la expulsión de los moriscos.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 123

126. Pero ¿qué me detengo yo en amontonar anacronismos cuan-


do toda la Historia de Don Quijote está llena de ellos? Baste decir
que Sancho Panza puso la fecha de su carta escrita a Teresa Panza
su mujer a veinte de julio de 1614, que quizá sería el mismo día en
que Cervantes la escribió.
127. Mas con todo esto quiero disculpar cuanto pueda a Miguel
de Cervantes Saavedra diciendo que, como al principio de su his-
toria dijo que Don Quijote no había mucho tiempo que vivía en
un lugar de la Mancha, siguió después el hilo desta primera ficción
y, olvidado della en el fin de su historia, se propuso imitar a Gar-
ci-Ordóñez de Montalvo en el lugar citado y anticipó el tiempo de
Don Quijote. Y así sólo incurrió en este descuido. O para decirlo
mejor, Don Quijote es hombre de todos tiempos y verdadera idea
de los que ha habido, hay y habrá; y así se acomoda bien a todos
tiempos y lugares. Y cuando los más severos críticos no admitan
esta disculpa, a lo menos no me negarán que estos descuidos y los
demás que fuera fácil añadir de falsas alusiones y equivocaciones,
que suelen ser muy frecuentes en una mente algo abstraída por la
demasiada atención al principal asunto, por otra parte se recom-
pensan con mil perfecciones, pudiéndose decir con verdad que
toda la obra es una sátira, la más feliz que hasta hoy se ha escrito
contra todo género de gentes.
128. Porque, si atendemos al asunto, ¿quién había de pensar que
por medio de unos libros de caballerías se habían de desterrar los
demás? El caso fue que, escribiendo con invención y estilo de to-
das maneras agradables, se hizo único en este género de escritos,
como quien tenía bien conocido en qué habían pecado los demás
escritores y cómo podrían evitarse aquellos desaciertos cumplien-
do al mismo tiempo con el gusto de los letores; y nunca manifestó
mejor su grande idea que cuando, en boca del canónigo de Toledo,
habló desta manera:
124 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Verdaderamente, señor cura, yo hallo por mi cuenta que


son perjudiciales en la república estos que llaman libros de
caballerías. Y, aunque he leído, llevado de un ocioso y falso
gusto, casi el principio de todos los más que hay impresos,
jamás me he podido acomodar a leer ninguno del princi-
pio al cabo. Porque me parece que, cual más cual menos,
todos ellos son una mesma cosa, y no tiene más éste que
aquél ni estotro que el otro. Y, según a mí me parece, este
género de escritura y composición cae debajo de aquel de
las fábulas que llaman milesias, que son cuentos dispara-
tados que atienden solamente a deleitar y no a enseñar. Al
contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan
y enseñan juntamente. Y, puesto que el principal intento
de semejantes libros sea el deleitar, no sé yo cómo puedan
conseguirle yendo llenos de tantos y tan desaforados dis-
parates. Que el deleite que en el alma se concibe ha de ser
de la hermosura y concordancia que ve o contempla en
las cosas que la vista o la imaginación le ponen delante, y
toda cosa que tiene en sí fealdad y descompostura no nos
puede causar contento alguno.
Pues ¿qué hermosura puede haber o qué proporción de
partes con el todo y del todo con las partes en un libro
o fábula donde un mozo de diez y seis años da una cu-
chillada a un gigante como una torre y le divide en dos
mitades, como si fuera de alfeñique? ¿Y qué, cuando nos
quieren pintar una batalla después de haber dicho que
hay de la parte de los enemigos un millón de comba-
tientes, como sea contra ellos el señor del libro, forzosa-
mente, mal que nos pese, habemos de entender que el tal
caballero alcanzó la vitoria por sólo el valor de su fuerte
brazo? Pues ¿qué diremos de la facilidad con que una
reina o emperatriz heredera se conduce en los brazos de
un andante y no conocido caballero? ¿Qué ingenio, si no
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 125

es del todo bárbaro e inculto, podrá contentarse leyendo


que una gran torre llena de caballeros va por la mar ade-
lante como nave con próspero viento, y hoy anochece en
Lombardía y mañana amanezca en tierras del Preste Juan
de las Indias, o en otras, que ni las descubrió Tolomeo ni
las vio Marco Polo?
Y si a esto se me respondiese que los que tales libros
componen los escriben como cosas de mentira y que así
no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades,
responderles hía yo que tanto la mentira es mejor -habla
de la mentira parabólica, que por el fin del que la dice no
lo es- cuanto tiene más de los dudoso y posible. Hanse de
casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los
que las leyeren, escribiéndose de suerte que, facilitando
los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo
los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entreten-
gan, de modo que anden a un mismo paso la admiración
y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el
que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien
consiste la perfeción de lo que se escribe.
No he visto ningún libro de caballerías que haga un cuer-
po de fábula entero con todos sus miembros, de manera
que el medio corresponda al principio y el fin al principio
y al medio, sino que los componen con tantos miembros
que más parece que llevan intención a formar una quime-
ra o un monstruo que hacer una figura proporcionada.
Fuera desto, son en el estilo duros, en las hazañas increí-
bles, en los amores lascivos, en las cortesías mal mirados,
largos en las batallas, necios en las razones, disparatados
en los viajes, y finalmente ajenos de todo discreto artifi-
cio y por esto dignos de ser desterrados de la república
cristiana como a gente inútil
126 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

. ¿Se podía hacer sátira más fuerte y discreta contra los escritores
caballerescos?
129. Pues las críticas particulares que hizo de las obras de ellos
fueron exactísimas y graciosísimas, como se puede ver en el capítulo
VI de su primero tomo y en otros muchos. Con cuánto disimulo
reprehendió el estilo de los que le habían precedido en este género
de composición, diciendo en persona de Don Quijote que el sabio
que escribiese sus hechos, llegando a contar su primera salida tan
de mañana, pondría desta manera:
Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de
la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus her-
mosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajari-
llos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce
y meliflua harmonía la venida de la rosada aurora que,
dejando la blanda cama del celoso marido, por las puer-
tas y balcones del manchego horizonte a los mortales se
mostraba, cuando el famoso caballero Don Quijote de
la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su
famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el
antiguo y conocido campo de Montiel.
130. También nos pintó Cervantes tan al vivo los vicios, así de
los ánimos como de las obras de los demás escritores, que no hay
más que desear. En el prólogo de su primera parte, que leído mu-
chas veces, siempre causa novedad; con gran disimulo reprehende
aquellos que, faltos de dotrina, afectan erudición en las márgenes
de sus libros reventando por parecer eruditos, como si la variedad
de citas arguyese otra cosa que una tumultuaria lección o manejo
de alguna poliantea. Otros, muy fuera de propósito, encajan las citas
dentro de la obra pareciéndoles que, si alegan a Platón o Aristóteles,
serán tan simples los letores que se persuadan que los han leído.
Otros, habiendo apenas saludado la lengua latina, se precian mucho
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 127

de afectar su culta latini-parla. A éstos reprehendió Don Quijote,


pues, en una ocasión en que hablando con Sancho Panza le dijo
... que no tuviese pena del desamparo de aquellos ani-
males, que el que los llevaría a ellos por tan longincuos
caminos y regiones tendría cuenta de sustentarlos. No
entiendo esto de longincuos, dijo Sancho, no he oído
tal vocablo en todos los días de mi vida. Longinquos,
respondió Don Quijote, quiere decir apartados. Y no es
maravilla que no lo entiendas, que no estas tú obligado
a saber latín, como algunos que presumen que lo saben,
y lo ignoran.
Por eso, Cervantes, que se preciaba de saber la lengua castellana,
pero no la latina (que esto pide una aplicación y ejercicio de mu-
chos años), introdujo a Urganda la Desconocida, hablando con su
libro desta suerte:
Pues al cielo no le plu-
que salieses tan ladi-
como el negro Juan Lati-
hablar latines rehu-
131. Este Juan Latino fue un etiope, primeramente esclavo, y con-
dicípulo en la gramática de Gonzalo Fernández de Córdoba, duque
de Sesa, nieto del Gran Capitán, y después liberto suyo y maestro
de lengua latina en la escuela de la iglesia de Granada.
132. También reprehendió Cervantes las frioleras de los intérpre-
tes, cuando escribió así:
Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con
estas palabras en este capítulo: Juro como católico cristia-
no. A lo que su traductor dice que el jurar Cide Hamete
como católico cristiano, siendo él moro, como sin duda lo
era, no quiso decir otra cosa sino que así como el católico
128 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

cristiano cuando jura, jura o debe jurar verdad y decirla


en lo que dijere, así él la decía como si jurara como cris-
tiano católico en lo que quería escribir de Don Quijote.
133. En otra parte, tratando de Don Quijote, dice:
Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o
Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores
que deste caso escriben, aunque por conjeturas verosími-
les se deja entender que se llamaba Quejana.
En lo cual, en mi juicio, quiso Cervantes reprehender la ociosidad
de muchos vanamente solícitos en amontonar varias lecciones a fin
de manifestarse ingeniosos con frívolas conjeturas.
134. Estos, pues, y semejantes escritores son aquellos de quienes
hace burla Cervantes, diciendo en su prólogo que solicitan apro-
baciones hechas por sus amigos o por ellos mismos para satisfacer
mejor a la propia ambición de granjear aplausos. Bien que algunos
escritores cuerdos, que saben lo que puede con los necios la au-
toridad extrínseca, tal vez se dejan llevar o del apetito de gloria o
condecendiendo en los ruegos y cortesanía de sus amigos, son los
propios fabricadores de sus alabanzas, como sospecho yo que lo
practicó el padre Juan de Mariana en casi todas sus obras, y el mis-
mo Cervantes en su tomo segundo de Don Quijote de la Mancha.
135. Los letores no se libraron de la censura de nuestro autor. En-
tre otras muchas me parece muy graciosa aquella que hizo de los
que a las márgenes de los libros ponen notas muy ridículas, cual
era la que dice que tenía la historia arábiga de Don Quijote, que
traducida en castellano dice así:
Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia
referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puer-
cos, que otra mujer de toda la Mancha.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 129

136. No solamente los que escriben y leen tuvieron sus justas re-
prehensiones, sino también los que hablan con poca enmienda. Y
a esto me parece que alude lo que dijo el vizcaíno:
Anda, caballero, que mal andes; por el Dios que criome
que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí, viz-
caíno. Entendiole muy bien Don Quijote, y con mucho
sosiego le respondió: Si fueras caballero, como no lo eres,
ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva
criatura. A lo cual replicó el vizcaíno: ¡Yo no, caballero!
Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas
y espada sacas, el agua cuán presto verás que al gato lle-
vas. Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el
diablo, y mientes que mira si otra dices cosa.
Aquí se ve claramente cuánto desfigura el lenguaje y trastorna el
sentido la colocación perturbada, vicio de los libros antiguos escri-
tos en romance como más inmediatos al origen latino, y vicio tam-
bién del mismo Cervantes en su Galatea, el cual se evita siguiendo
la costumbre de hablar; pero, como ésta no está fundada en una
perfeta analogía, sino que tiene por reglas muchas irregularida-
des, de aquí nace que no se puede hablar ni escribir con enmienda
sin haber estudiado bien la gramática de la propia lengua como
lo practicaron los griegos y romanos, naciones las que mejor han
hablado en todo el mundo. Y porque en España no se usa esto han
sido poquísimos los que han escrito con enmienda.
137. Omito que Cervantes también nos quiso enseñar en boca de
Don Quijote que puede muy bien una provincia ser privilegiada
y exenta de tributos sin distinción de personas, pero que la verda-
dera nobleza, en opinión de todas las gentes, siempre será aquella
en que los hombres se hagan ilustres por sus hazañas y empleos,
y sean honrados de sus repúblicas o príncipes. Sobre lo cual hizo
Don Quijote en otra parte un excelente razonamiento explicando
la diferencia de caballeros y de linajes.
130 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Y Cide Hamete se ríe de la hidalguía de Maritornes, moza de una


venta, diciendo:
Cuéntase desta buena moza que jamás dio semejantes
palabras -como la que había dado a un arriero de Aréva-
lo- que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y
sin testigo alguno. Porque presumía muy de hidalga y no
tenía por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la
venta. Porque decía ella que desgracias y malos sucesos
la habían traído a aquel estado.
138. También tuvieron su oculta pero fuerte reprehensión los
señores del tiempo de Cervantes, por no apreciar como debían las
obras de ingenio. Esta sátira fue agudísima y pide muy particular
atención. Pintó Cervantes admirablemente a un falso humanista
al cual solemos llamar pedante y, después de habernos dejado dos
graciosísimos retratos suyos en que manifestó la ridícula idea de
sus obras, hizo que Don Quijote, prosiguiendo su discretísima con-
versación, le dijese esto:
Quería yo saber, ya que Dios le haga merced de que se le
dé licencia para imprimir esos sus libros (que lo dudo),
¿a quién piensa dirigirlos? Señores, y grandes, hay en
España a quien puedan dirigirse, dijo el primo. No mu-
chos, respondió Don Quijote. Y no porque no lo merez-
can, sino que no quieren admitirlos por no obligarse a la
satisfación que parece se debe al trabajo y cortesía de sus
autores. Un príncipe conozco yo -discreta lisonja a don
Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos- que puede
suplir la falta de los demás con tantas ventajas que, si me
atreviera a decirlas, quizá despertara la invidia en más de
cuatro generosos pechos.
Antigua, pues, y como heredada es en España esta falta de co-
nocimiento y aprecio de los grandes escritores. Por eso ha habido
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 131

quien fuera de ella ha buscado mecenas. Y preguntado otro, por


qué se mostraba arrepentido de haber honrado la memoria de tan-
tos, respondió:
Porque piensan ellos que el celebrarlos es deuda y así
no hacen mérito del obsequio. Creen que procede de
justicia, cuando no es sino muy de gracia. Por lo tanto,
anduvo discretamente donoso aquel autor que, en la se-
gunda impresión de sus obras, puso entre las erratas la
dedicatoria primera.
139. No anduvo Cervantes menos discreto en las cosas que per-
tenecen al trato civil y político. En la persona de Sancho Panza
nos pintó los habladores muy al vivo, haciéndole contar un cuen-
to sumamente apropiado para representar la idea de un importu-
no hablista semejante a los que tratamos cada día. Y, porque en el
trato civil no hay mayor impertinencia que la de un ceremonio-
so, remató el cuento contra la mal fundada presunción de los que
ponen el ser en la rigurosa observancia de las leyes de la etiqueta
muy fuera del caso.
140. No le pareció bien a Cervantes que algunos frailes mandasen
a algunos señores, y contra esto hizo un fuerte sermón.
141. Reprehendió el favor de los farsantes que entonces iban to-
mando cuerpo y llegó a ser escándalo.
142. No se libró de su censura la distribución de los premios
de justicia. Y así, en boca de Don Quijote (que tales cosas sola-
mente los locos o simples suelen atreverse a decirlas), habló des-
ta manera:
Ya por muchas experiencias sabemos que no es menester
ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gober-
nador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer y
gobiernan como unos girifaltes. El toque está en que ten-
132 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

gan buena intención y deseen acertar en todo, que nunca


les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han
de hacer, como los gobernadores caballeros y no letrados
que sentencian con asesor. Aconsejaríale yo que ni tome
cohecho ni pierda derecho y otras cosillas que me quedan
en el estómago, que saldrán a su tiempo para utilidad de
Sancho y provecho de la ínsula que gobernare.
Aludió en esto Don Quijote a las dos instrucciones que pensaba
dar y dio después a Sancho Panza, una política, para el buen go-
bierno de su ínsula, y otra económica, entrambas dignísimas de
ser leídas y practicadas de todo buen gobernador y padre de fami-
lias. Al propósito de los mismos gobernadores, dijo Sancho Panza
cuando trataba de ir a su gobierno y de llevar su rucio:
Yo he visto ir más de dos asnos a los gobiernos, y que
llevase yo el mío no sería cosa nueva.
El mismo Sancho anduvo sumamente discreto cuando, hablan-
do del uso de la caza respeto de los que tienen por oficio gobernar,
fue de contrario dictamen que su amo Don Quijote, alegando su
refrancico y confirmándolo con la razón natural, que fue la que
movió a decir al sabio rey don Alonso
... que non deve -el rey- meter tanta costa que mengüe
en lo que ha de complir, nin use tanto dello -esto es, de
la caza- que le embargue los otros fechos.
143. Sería menester hacer un libro muy crecido si en todo se hu-
biese de manifestar el alma verdadera desta fingida historia, y más
si hubiésemos de hablar de algunas personas que se creen carac-
terizadas en las de esta misteriosa historia. Pero, pues Cervantes
anduvo tan cauto que encubrió su idea con el velo de la ficción,
dejemos estas interpretaciones a la curiosa observación de los le-
tores y sigamos el consejo de Urganda la Desconocida:
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 133

No te metas en dibu-
ni en saber vidas age-
que en lo que no va ni vie-
pasar de largo es cordu-
144. Solamente en lo que toca a Don Quijote, no quiero pasar en
silencio que se engañan mucho los que piensan que Don Quijo-
te de la Mancha es una representación de Carlos Quinto, sin más
fundamento que antojárseles así. Cervantes apreciaba como debía
la memoria de un príncipe y señor suyo de tanto valor y de tan
heroicas virtudes, y muchas veces le nombró con la mayor venera-
ción. También se engañan los que piensan que pintó en Don Qui-
jote a don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, entonces duque
de Lerma, después cardenal presbítero con el título de San Sixto,
por elección de Paulo V, en 26 de marzo de 1618. Pero este pensa-
miento de ningún modo es creíble porque, mandando a España el
duque de Lerma, no se atrevería Cervantes a hacerle una burla tan
infame que le podía salir muy cara, ni dedicaría la continuación de
dicha obra al conde de Lemos, íntimo amigo del duque.
145. Querer hablar de las traducciones que se han hecho de la
Historia de Don Quijote sería alargarnos demasiado. Solamente
diré, para satisfacer de algún modo a la curiosidad de los letores,
que Lorenzo Franciosini, florentín, hombre muy amante y bene-
mérito de la lengua española, dentro de muy pocos años la tradujo
en italiano y la publicó en Venecia, año 1622, omitiendo los versos,
pero, habiéndoselos traducido después Alejandro Adimaro, tam-
bién florentín, publicó segunda vez la misma traducción en Ve-
necia, año 1625, en 8 siendo el impresor Andrés Baba. Debo esta
noticia a don Nicolás Antonio, y la he leído en sus Apuntamientos
manuscritos, donde dice que así se lo había escrito desde Florencia
su amigo Antonio Magliabequi. La misma historia se tradujo en
francés y se publicó en París, año 1678, en 2 vol. en 12. Después en
inglés y en otras lenguas.
134 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Pero hay tanta diferencia del original a las traducciones como de


lo vivo a lo pintado. Decía Don Quijote, y no decía mal:
... que el traducir de una lengua en otra, como no sea de
las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien
mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven
las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se
ven con la lisura y tez de la haz, y el traducir de lenguas
fáciles ni arguye ingenio ni elocución, como no le argu-
ye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel.
Pero esto debe entenderse de aquellos libros cuya gran parte de
perfección no consiste en el estilo, porque, donde tanto reina la
gracia de decir como en este de Don Quijote, la traducción no es
posible que corresponda al original. No será fuera de propósito un
cuento. Bien notorio es cuán ingenioso fue monsieur Row, célebre
poeta inglés. Procuraba éste obsequiar al conde de Oxford, gran
tesorero de Inglaterra, el cual un día le preguntó si entendía bien la
lengua española. Respondiole que no, y persuadiéndose a que pen-
saría enviarle a España con alguna honrosa comisión, añadió que
dentro de poco tiempo esperaba entenderla y hablarla. Aprobolo
el conde, retirose monsieur Row a una quinta y, como era tan há-
bil, dentro de pocos meses aprendió la lengua española y fue a dar
cuenta de su buena diligencia. El conde exclamó: «Dichoso vuesa
merced, que puede tener el gusto de leer y entender el original de
la Historia de Don Quijote». Quedó el poeta tan frío como honra-
da la memoria de Miguel de Cervantes Saavedra.
146. El cual, mientras estaba trabajando la continuación de la
Historia de Don Quijote, se divertía en escribir algunas novelas que
salieron a luz con este título: Novelas ejemplares de Miguel de Cer-
vantes Saavedra. En Madrid, por Juan de la Cuesta, año 1613, en 4.
147. Las novelas son doce, y sus títulos éstos: La Gitanilla. El
amante liberal. Rinconete y Cortadillo. La española inglesa. El li-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 135

cenciado Vidriera.La fuerza de la sangre. El celoso extremeño. La


ilustre fregona. Las dos doncellas. La señora Cornelia. El casamien-
to engañoso. Los perros, Cipión y Berganza.
148. Estaba Cervantes tan justamente satisfecho de estas Novelas
(algunas de las cuales, como Rinconete y Cortadillo y otras, años
había que las tenía compuestas) que, dedicándolas al conde de Le-
mos, llegó a decirle:
Advierta vuestra excelencia que le envío, como quien
no dice nada, doce cuentos que, a no haberse labrado en
la oficina de mi entendimiento, presumieran ponerse al
lado de los más pintados.
Pero es muy del caso referir aquí cuál fue la idea de Cervantes,
para que se haga mejor juicio de la censura que le hizo el escritor
aragonés.
149. Después de haber dicho Cervantes que, si en la Historia de
Don Quijote hubiera solicitado ambiciosas alabanzas, le hubiera
ido mejor, prosigue así:
En fin, pues ya esta ocasión se pasó y yo he quedado en
blanco y sin figura, será forzoso valerme por mi pico
que, aunque tartamudo, no lo será para decir verdades
que, dichas por señas, suelen ser entendidas. Y así te
digo (otra vez, letor amable) que destas Novelas que te
ofrezco en ningún modo podrás hacer pepitoria, porque
no tienen pies, ni cabeza, ni entrañas, ni cosa que les pa-
rezca. Quiero decir, que los requiebros amorosos que en
algunas hallarás son tan honestos y tan medidos con la
razón y discurso cristiano que no podrán mover a mal
pensamiento al descuidado o cuidadoso que las leyere.
Heles dado nombre de Ejemplares y, si bien lo miras, no
hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo
provechoso. Y, si no fuera por no alargar este sujeto, qui-
136 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

zá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría


sacar, así de todas juntas como de cada una de por sí.
Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república
una mesa de trucos donde cada uno pueda llegar a en-
tretenerse sin daño de barras, digo, sin daño del alma ni
del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables
antes aprovechan que dañan. Sí, que no siempre se está
en los templos. No siempre se ocupan los oratorios. No
siempre se asiste a los negocios por calificados que sean.
Horas hay de recreación donde el afligido espíritu des-
canse. Para este efeto se plantan las alamedas, se buscan
las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curio-
sidad los jardines. Una cosa me atreveré a decirte: que si
por algún modo alcanzara que la lección destas Novelas
pudiera inducir a quien las leyere algún mal deseo o pen-
samiento, antes me cortara la mano con que las escribí
que sacarlas en público.
Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al
cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por
la mano. A esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva
mi inclinación, y más que me doy a entender (y es así)
que soy el primero que he novelado en lengua castellana;
que las muchas novelas que en ella andan impresas todas
son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías
propias, no imitadas ni hurtadas. Mi ingenio las engendró
y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la
estampa... Sólo esto quiero que consideres: que pues yo
he tenido osadía de dirigir estas Novelas al gran conde de
Lemos, algún misterio tienen escondido que las levanta.
Este misterio lo es para mí. Declárelo quien lo entienda. En lo
demás, claramente entendemos el motivo que tuvo Cervantes para
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 137

llamar ejemplares a sus novelas. Con todo esto, el maldiciente ara-


gonés empezó su prólogo desta manera:
Como casi es comedia toda la Historia de Don Quijote
de la Mancha, no puede ni debe ir sin prólogo; y así sale
al principio desta segunda parte de sus hazañas éste, me-
nos cacareado y agresor de sus letores, que el que a su
primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra, y más
humilde que el que segundó en sus novelas, más satíricas
que ejemplares, si bien no poco ingeniosas.
150. No hagamos caso de que por burla llama cacareado a un
prólogo tan justamente celebrado, queriendo parear sus neceda-
des con aquellas incomparables discreciones. Ni nos detengamos
en que llame agresor de los letores a un prólogo en el cual nada se
dice contra éstos. Lo que a este satírico, como a envidioso, le do-
lía era el que Cervantes hubiese dicho haber sido el primero que,
valiéndose de su propia invención, noveló en la lengua castellana.
Oigamos a Luis Gaitán de Vozmediano, el cual en el prólogo de la
tradución que hizo de la Primera parte de las cien novelas de M.
Juan Bautista Giraldo Cinthio, impresa en Toledo por Pedro Ro-
dríguez, año 1590, en 4, hablando de las novelas rigurosamente
tales, y entendiendo por ellas, a mi ver, unas ficciones de sucesos
amorosos escritas en prosa artificiosamente para divertir e instruir
a los letores, según las definió el eruditísimo Huet, dice así:
Ya que hasta ahora se ha usado poco en España este gé-
nero de libros por no haber comenzado a traducir los de
Italia y Francia, no sólo habrá de aquí adelante quien por
su gusto los traduzga, pero será por ventura parte el ver
que se estima esto tanto en los extranjeros para que los
naturales hagan lo que nunca han hecho que es componer
novela. Lo cual entendido, harán mejor que todos ellos,
y más en tan venturosa edad cual la presente.
138 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Así sucedió, porque Cervantes escribió algunas novelas con tanto


ingenio, discreción y elegancia que pueden competir con las mejo-
res, no coartando el nombre de novela a las fábulas amorosas, sino
haciendo sujeto de ella cualquier asunto capaz de divirtir honesta-
mente a los letores. Lope de Vega estuvo tan ajeno de contradecir-
lo que, antes bien, alabó la invención, gracia y estilo de Cervantes
cuando, en la dedicatoria de su primera novela, dijo:
También hay -en España- libros de novelas, dellas tradu-
cidas de italianos, y dellas propias, en que no faltó gracia
y estilo a Miguel Cervantes.
Pero, porque esto mismo dicho con sencillez por Cervantes cau-
só envidia al detractor, notó éste su prólogo de poco humilde y a
sus novelas de más satíricas que ejemplares, aludiendo sin duda a
las dos novelas del Licenciado Vidriera y de Los Perros Cipión y
Berganza, de las cuales ésta mereció la aprobación de Pedro Daniel
Huecio, hombre el más erudito que ha tenido la Francia, y aquélla
juzgo yo que es el texto donde Quevedo tomaba puntos para for-
mar después sus lecciones satíricas contra todo género de gentes.
151. Últimamente, por lo que toca a intitular ejemplares a las no-
velas, yo, hablando con ingenuidad, no las hubiera llamado así, y
en esto no me aparto del juicio de Lope de Vega; el cual, acabando
de alabar las novelas de Cervantes, añade:
Confieso que son libros de grande entretenimiento y que
podrían ser ejemplares, como algunas de las historias de
Valdelo, pero habían de escribirlos hombres científicos o
por lo menos grandes cortesanos, gente que halla en los
desengaños notables sentencias y aforismos.
Pero para censurar el título que dio Cervantes a sus Novelas era
menester probar que no le convenía. Mas ésta no era empresa para
el censurador aragonés, el cual debía haber observado la explica-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 139

ción de Cervantes y tomado esta breve leción del maestro Alexio


Venegas:
Resumiendo -dice- todas estas tres especies de fábulas,
digo que la fábula mitológica es una habla que, con pa-
labras de admiración, significa algún secreto natural o
cuenta de historia. La apológica es una ejemplar figura
de habla, de cuya certeza se entiende la intención del fa-
bulador que es componer las buenas costumbres. La fá-
bula milesia es un desvarío vano sin meollo de virtud ni
ciencia, urdido para embebecer a los simples.
Dejando, pues, Cervantes la fábula mitológica a los poetas anti-
guos y la milesia a los escritores desvergonzados, antiguos y mo-
dernos, escogió para sí la apológica o ejemplar. Y, para que esto
se acabe de entender, oigamos de nuevo aquel necio reprehensor,
que por ventura nos dará ocasión para defender a Cervantes con
alguna novedad. «Conténtese», dice, «con su Galatea y comedias
en prosa, que eso son las más de sus novelas. No nos canse». Que
las comedias sean escritas en prosa no es maravilla, pues las grie-
gas y latinas, casi todas, están compuestas en versos y ambos tan
semejantes a la prosa que muchas veces apenas se distinguen de
ella. Y las mejores comedias que tenemos en español, que son La
Celestina yEufrosina, están escritas en prosa.
De La Celestina dijo el docto autor del Diálogo de las Lenguas
que, quitándole algunos vocablos fuera de propósito y algunos otros
latinos, era de opinión «que ningún libro hay escrito en castellano
adonde la lengua esté más natural, más propia, ni más elegante». Y,
después dél, dijo Cervantes que era «libro en su opinión divino si
encubriera más lo humano»; juicios que, según el mío, totalmente
cuadran también a La Eufrosina. Pero no puedo disimular que en
medio de la pureza de estilo de ésta hay frecuentísimas alusiones
pedantescas, las cuales empalagan mucho el delicado gusto de los
letores.
140 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

152. Que las novelas sean comedias no es mucho, pues, siendo la


novela una fábula, es necesario que sea alguna de las especies de la
fábula, y en mi juicio puede ser cualquiera de ellas, como se puede
observar en esta inducción; en la cual me valdré de los ejemplos de
Cervantes, en cuanto ellos alcancen, para que se vea que fue dies-
trísimo en casi todas las especies de composición fabulosa.
153. Toda fábula es ficción, y toda ficción es narración, o de co-
sas que no sucedieron pero fueron posibles, o de cosas que ni su-
cedieron ni fueron posibles. Si la narración es de cosas meramen-
te posibles y se atiende la semejanza y proporción que tiene lo
fingido con lo que se quiere persuadir, se llama parábola, de que
están llenos los Sagrados Libros, y el que compuso el infante don
Juan Manuel en su discretísimo Conde Lucanor. Y, si atendemos
la invención, se llama novela, nombre que en este significado no
es muy antiguo en España. Pero si la narración es de cosas impo-
sibles se llama apólogo, como Las fábulas de Isopo y de Fedro. En
cuyo género de composición se debe observar que aunque sea la
hipótesis imposible, una vez que sus partes se suponen existentes,
se deben guardar con verosimilitud la propiedad y costumbres de
las personas fingidas, siguiendo en todo la naturaleza de las cosas.
Es de tanto provecho esta invención, que se halla practicada en
las Divinas Letras, pues en el Libro de los Jueces leemos que los
árboles de la montaña tuvieron sus cortes para alzar por rey uno
de ellos. Algunos de los cuales no quisieron acetar el reinado. La
oliva, por no dejar su grosura; la higuera, la dulzura de sus frutos;
la vid, el vino regocijador, y, viniendo la cambronera, no sólo acetó
el cetro, sino que, a no dárselo, amenazó con pena de fuego a los
cedros del Líbano. También leemos en el Libro Cuarto de los Reyes
que Joaz, rey de Israel, envió a decir a Amasías, rey de Judá, que se
contentase con las vitorias que había alcanzado, sin querer habér-
selas consigo, guardándose no le aconteciese lo que al cepacaballo
(que es el que dicen cardo corredor), el cual envió a decir al cedro
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 141

del monte Líbano que diese su hija para casarla con su hijo, y, al
tiempo que hacía esta propuesta, pasaron las bestias del Líbano y
atropellaron y maltrataron al cardo, cuando con tanta arrogancia
aspiraba a ser consuegro del cedro. Esto supuesto, se debe tener
por apólogo La novela de los perros, donde introdujo Cervantes
un agradable coloquio entre Cipión y Berganza, perros del Hospi-
tal de la Resurrección de Valladolid.
154. En lo que toca a las Novelas, dichas así especialmente, su fic-
ción se compone o de partes meramente posibles, como casi todas
las que hay escritas, o de sucesos verdaderos, pero que no tuvieron
el enlace y consecuencia que dice el autor, porque si no, sería his-
toria o relación verdadera, como lo es en gran parte La novela del
cautivo, advirtiéndolo el mismo Cervantes, pero no lo es el enredo
y desenredo en que consiste la novela o fábula.
155. La ficción de cosas posibles, o propone la imitación de una
idea perfeta, la mejor que pueda imaginarse según las acciones ilus-
tres que se han de engrandecer, o una idea de la vida civil que sea
más practicable, o los defetos de la naturaleza o del ánimo, ahora sea
para reprehenderlos, ahora para incitar a su burla o imitación, que
a tanto como esto llega la malignidad del entendimiento humano.
156. Si la fábula propone una idea muy perfeta se llama epopeya,
la cual representa con gallardía las acciones ilustres de personas in-
signes en las artes de la paz o de la guerra con el fin de excitar los
ánimos de los letores a la admiración, y de moverlos a la imitación
de tan heroicas virtudes. Tales son la Iliada y Ulisea de Homero.
157. Antonio Diógenes, que, según conjetura Focio, patriarca de
Constantinopla, vivió poco después de Alejandro Magno, escribió
una Novela de las peregrinaciones y amores de Dinias y Dercilis,
donde se ve una manifiesta imitación de las peregrinaciones de
Ulises y amores de Calipso. La novela que compuso De las cosas de
Etiopia Heliodoro, obispo de Trica en Tesalia, también está escrita
a imitación de la Ulisea de Homero; asimismo, la De los amores de
142 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Clitofón y Leucippes, menos honesta que la otra; su autor, Aquiles


Tacio, que, si creemos a Suidas, también fue obispo.
Y para que a nuestra edad no faltase otro también novelista a lo de
Homero, monsieur Fenelón, arzobispo de Cambrai, ingeniosamente
escribió con estilo poético Las aventuras de Telémaco. Últimamente
(por no apartarme de Cervantes), Los trabajos de Persiles y Sigis-
munda son una clara imitación de la Ulisea de Homero yEtiópica
de Heliodoro, con quien Cervantes intentó competir y en mi juicio
le hubiera aventajado si, con la fecundidad de su ingenio, no hubie-
ra entremezclado tantos episodios que desfiguran y desaparecen la
constitución y proporción de los miembros de la fábula principal.
Pero este mismo descuido tiene una singular prerogativa, y es que
muchos destos episodios son otras tantas tragedias donde la acción
es una y de persona ilustre y el estilo correspondiente a la grandeza
de la acción, sin que falte otra cosa para la composición de una per-
feta tragedia sino la disposición dramática, coro y aparato sénico.
158. La Fábula de Don Quijote de la Mancha imita la Iliada.
Quiero decir que, si la ira es una especie de furor, yo no diferencio
a Aquiles airado de Don Quijote loco. Si la Iliada es una fábula he-
roica escrita en verso, la Novela de Don Quijote lo es en prosa, que
la épica (como dijo el mismo Cervantes) «tan bien puede escribirse
en prosa como en verso».
159. Si la novela propone una idea de la vida civil con su artificioso
enredo e ingeniosa solución, es comedia. Y por tales tengo yo casi
todas las novelas de Cervantes, y como comedias se han representa-
do muchas dellas sólo con haberlas dispuesto en forma dramática.
160. Si la vida que representa la novela es pastoril, se llamará églo-
ga con toda propiedad. Y así llamó Cervantes a su Galatea. Veamos,
pues, ahora cuán bien cuadra lo que dijo el ignorante aragonés:
Conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que eso
son las más de sus novelas. No nos canse.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 143

A fe que no diría esto Lope de Vega, su oráculo, pues en su No-


vela del desdichado por la honra dijo:
Yo he pensado que tienen las novelas los mismos precep-
tos que las comedias.
161. Si las costumbres se reprehenden con acrimonia descubierta
y severidad de ánimo, la novela será sátira como La gitanilla, Rin-
conete y Cortadillo, El licenciado Vidriera y Los perros Cipión y
Berganza, que son cuatro ingeniosísimas sátiras semejantes, según
podemos conjeturar, a las que compuso Marco Varrón intitulándo-
las menipeas, aludiendo a que Menipo, filósofo cínico, trató cosas
muy graves con estilo gracioso. La gitanilla es una reprehensión de
las costumbres de los gitanos, salteadores siempre perseguidos y
nunca acabados. Rinconete y Cortadillo es una satírica representa-
ción de la vida ladronesca y, especialmente, de la de los cortabolsas
que llamamos gatuna. El licenciado Vidriera es una censura general
de todos los vicios. La novela de los perros, una invectiva contra
los abusos que hay en la profesión de varios ejercicios y empleos.
162. Si las costumbres o acciones se representan ridículas, la no-
vela es entremés, de cuya composición, como diré en su lugar y
tiempo, nos dejó Cervantes ocho ideas, y en las cuatro novelas re-
cién alabadas hay mucho de eso, y aun en la de Don Quijote.
163. De las ideas torpes de los vicios, representándolos agrada-
bles, como dicen que lo hacían las antiguas y bien perdidas novelas
sibaríticas y se ve hoy en las milesias, no quiso Cervantes dejarnos
ejemplo por no darle malo.
164. Pero para que no nos faltase alguna idea de la fábula sáltica,
si es que debe llamarse así la que se dice que inventó o a lo menos
compuso nuestro español Lucano, nos le dejó en La gitanilla y en
La ilustre fregona, como también de la psáltica que podemos llamar
cantar o romance, de cuya especie compuso, según él dice, infini-
tos, entre los cuales habría muchos ciertamente correspondientes
144 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

a la grandeza de su ingenio, y yo (aunque por conjetura) pudiera


aquí señalar algunos y especialmente el que empieza En la corte
está cortés, que me agrada mucho.
165. El diestro inventor, como Cervantes, sabe hacer una agra-
dable mezcla de todas estas especies de fábulas, así en lo que toca
a los caracteres de las personas y costumbres como al estilo, apro-
piándole al sujeto de que se trata. Y a esto aludió el canónigo de
Toledo, esto es, el mismo Cervantes, cuando dijo:
Que con todo cuanto mal había dicho de tales libros -esto
es, de los noveleros- hallaba en ellos una cosa buena que
era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimien-
to pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y es-
pacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese
correr la pluma describiendo naufragios, tormentas, re-
encuentros y batallas; pintando un capitán valeroso con
todas las partes que para ser tal se requieren, mostrándo-
se prudente, previniendo las astucias de sus enemigos, y
elocuente orador, persuadiendo o disuadiendo a sus sol-
dados, maduro en el consejo, presto en lo determinado,
tan valiente en el esperar como en el acometer; pintando
ahora un lamentable y trágico suceso, ahora un alegre y
no pensado acontecimiento, allí una hermosísima dama,
honesta, discreta y recatada, aquí un caballero cristiano
valiente y comedido, acullá un desaforado bárbaro fan-
farrón, acá un príncipe cortés, valeroso y bien mirado,
representando bondad y lealtad de vasallos, grandezas y
mercedes de señores.
Ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente,
ya músico, ya inteligente en las materias de estado. Y tal
vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante, si qui-
siere. Puede mostrar las astucias de Ulises, la piedad de
Eneas, la valentía de Aquiles, las disgracias de Héctor, las
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 145

traiciones de Sinón, la amistad de Eurialo, la liberalidad


de Alejandro, el valor de César, la clemencia y verdad de
Trajano, la fidelidad de Zopiro, la prudencia de Catón,
y, finalmente, todas aquellas acciones que pueden hacer
perfeto a un varón ilustre, ahora poniéndolas en uno solo,
ahora dividiéndolas en muchos; y siendo esto hecho con
apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire
lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compon-
drá una tela de varios y hermosos lazos tejida que, des-
pués de acabada, tal perfeción y hermosura muestre que
consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que
es enseñar y deleitar juntamente, como ya tengo dicho.
Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el
autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con
todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas
y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria, que la
épica también puede escribirse en prosa como en verso.
Así es como V. M. dice, señor canónigo, dijo el cura, y
por esta causa son más dignos de reprehensión los que
hasta aquí han compuesto semejantes libros sin tener
advertencia a ningún buen discurso, ni al arte y reglas,
por donde pudieran guiarse y hacerse famosos en pro-
sa, como lo son en verso los dos príncipes de la poesía
griega y latina. Yo a lo menos, replicó el canónigo -el
cual ya he dicho que es Cervantes-, he tenido cierta ten-
tación de hacer un libro de caballerías guardando en él
todos los puntos que he significado y, si he de confesar
la verdad, tengo escritas más de cien hojas y, para hacer
la experiencia de si correspondían a mi estimación, las
he comunicado con hombres apasionados desta leyenda,
dotos y discretos, y con otros ignorantes que sólo atien-
den al gusto de oír disparates, y de todos he hallado una
agradable aprobación.
146 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Entre estos ignorantes no debió consultar al censurador aragonés,


el cual debía haber hecho reflexión de que quien así sabía los pre-
ceptos del arte de novelar, tomando la pluma, procuraría ajustarse
a ellos. En mi juicio, las novelas de Cervantes son las mejores que
se han escrito en España, así por la agudeza de su invención y ho-
nestidad de costumbres, como por el arte con que se dispusieron
y la propiedad y dulzura de estilo con que están escritas.
166. Un año después que publicó las Novelas, dio a luz un libro
que intituló Viaje del Parnaso, compuesto por Miguel de Cervantes
Saavedra, dirigido a don Rodrigo de Tapia, caballero del hábito de
Santiago, hijo del señor Pedro de Tapia, oidor del Concejo Real y
consultor del Santo Oficio de la Inquisición Suprema. En Madrid,
por la viuda de Alonso Martín. Año 1614, en 8.
167. Cervantes se preció mucho de la invención deste libro. Yo juzgo
que es más ingeniosa que agradable. Pero no por eso me atreveré a lla-
mar a su autor mal poeta como don Esteban Manuel de Villegas dijo
que lo era, escribiendo al dotor Bartolomé Leonardo de Argensola:
Irás del Helicón a la conquista
mejor que el mal poeta de Cervantes,
donde no le valdrá ser quijotista.
En cuyo terceto aludió a lo que había dicho Cervantes que los
dos hermanos Leonardos, Lupercio y Bartolomé, no habían ido al
Parnaso a dar la batalla a los malos poetas porque estaban ocupa-
dos en Nápoles en el obsequio debido al conde de Lemos. Ville-
gas, pues, torció el sentido de Cervantes convirtiendo en sátira de
aquellos grandes ingenios el no haber ido al Parnaso, cuando ellos
se alegrarían de que cediese eso en gloria del conde su protector, y
más sabiendo que Cervantes hacía de sí el justo aprecio, pues, aun
siendo mozos, los alabó muchísimo en su Galatea238 y, después,
en el mismo Viaje del Parnaso, llegando a decir239 en el lance más
apretado de la batalla:
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 147

Quiso Apolo indignado echar el resto


de su poder y de su fuerza sola,
y dar al enemigo fin molesto.
Y una sacra canción, donde acrisola
su ingenio, gala, estilo y bizarría
Bartolomé Leonardo de Argensola.
Cual si fuera un Petrarte, Apolo envía
adonde está el tesón más apretado,
más dura y más furiosa la porfía.
Cuando me paro a contemplar mi estado
comienza la canción que Apolo pone
en el lugar más noble y levantado.
168. Y lo que más es de admirar (en prueba de la rectitud del jui-
cio de Cervantes) es que alababa a los Leonardos, hallándose que-
joso de ellos porque no hacían con el conde de Lemos los buenos
oficios que le habían prometido. Don Esteban Manuel de Villegas,
que sabía esto, por lisonjear a Bartolomé Leonardo, torció el pensa-
miento de Cervantes y, haciendo comparación de uno y otro, pre-
firió a Bartolomé. De cuya censura no se puede hacer buen juicio
si no se habla con distinción según las especies de poesías. Porque
en las coplas de arte menor es maravilloso el juicio y gravedad de
Hernán Pérez de Guzmán y de don Jorge Manrique, como también
el ingenio, discreción y gracia de don Juan Manuel, Hernán Megía,
Gómez Manrique, Luis Bivero, Suárez, el comendador Ávila, don
Diego de Mendoza, y de otros muchísimos cuyos pensamientos
fueron agudísimos y sus expresiones tan graciosas como nobles.
Es admirable la festividad de Castillejo, la urbanidad de Luis Gál-
vez de Montalvo, el natural decir de todos éstos, castizo, intelligible
y de todas maneras agradable. Garci-Laso de la Vega es el único
maestro de las éclogas. De la comedia y tragedia hablo yo en otra
parte. De la poesía lírica es príncipe el que lo fue de Esquilache
don Francisco de Borja, a quien aventajó en erudición don Luis
148 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

de Góngora, pero, aunque hizo versos felicísimos e inimitables,


no supo igualarle en la observación del arte y pureza del estilo. La
sátira y poesía heroica empezaron tarde en España. El dotor Bar-
tolomé Leonardo de Argensola guardó en aquélla el rigor del arte,
como hombre versadísimo en los tres satíricos latinos, Horacio,
Juvenal y Persio, a quienes más copió que imitó. Don Francisco de
Quevedo observó menos el arte y fue más libre en la reprehensión.
En todo manifestó su gran ingenio, pero en la Espístola satírica y
censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita
a don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares en su valimiento, nos
dio a entender que, si no hubiera querido dejarse llevar de su genio,
hubiera excedido a los mayores satíricos que ha tenido el mundo.
Respeto de la poesía heroica, más quiero que se lea el juicio de Cer-
vantes que el mío. Introduce al bachiller Sansón Carrasco hablando
de los famosos poetas que había en España, y refiere
...que decían que no eran sino tres y medio.
El mismo Cervantes nos dirá cuáles son éstos. Haciendo el cura
y el barbero el escrutinio de los libros, dijo el barbero:
Aquí vienen tres todos juntos: La Araucana de don Alon-
so de Ercilla, La Austriada de Juan Rufo, jurado de Cór-
doba, y El Monserrate de Cristóbal de Virués, poeta
valenciano. Todos esos tres libros, dijo el cura, son los
mejores que en verso heroico en lengua castellana están
escritos y pueden competir con los más famosos de Ita-
lia. Guárdense como las más ricas prendas de poesía que
tiene España.
El medio poeta entiendo yo que era el mismo Cervantes, pues,
en boca de Don Quijote, dijo de sí mismo:
«A fe que debe de ser razonable poeta, o yo sé poco del arte».
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 149

Y con razón porque, según el testimonio del mismo Mercurio,


fue raro inventor y la invención es la parte que anima la poesía. En
aquello mismo que inventa suele guardar la debida puntualidad y
el común decoro. Pero como no tenía ni la profunda erudición que
requiere la poesía heroica, ni su genio festivo podía atarse a los ri-
gurosos preceptos de una arte tan seria, con cuerda modestia, no
se atrevió a llamarse poeta entero. Y, en efeto, no dio muestras de
serlo ni en el Canto de Calíope, ni en el Viaje del Parnaso.
169. En este último libro (escrito a imitación de César Caporal), a
primera vista parece una laudatoria de los poetas de su tiempo, pero
realmente es una sátira contra ellos. Y por eso está escrito en terce-
tos. El intento del autor se descubre en varias partes. En una dice:
Desta manera andaba la poesía
de uno en otro, haciendo que hablase,
éste latín, aquél algarabía.
En otra parte introduce a un poeta malcontento reprehendiendo
al nuestro, porque sin mérito había canonizado a tantos. Las pala-
bras del poetastro son éstas:
Oh tú (dijo), traidor, que los poetas
canonizaste de la larga lista
por causas y por vías indiretas,
¿dónde tenías, Magancés, la vista
aguda de tu ingenio, que así ciego
fuiste tan mentiroso coronista?
Yo te confieso, o bárbaro, y no niego
que algunos de los muchos que escogiste
(sin que el respeto te forzase o ruego)
en el debido punto los pusiste.
Pero con los demás, sin duda alguna,
pródigo de alabanzas anduviste.
150 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

170. A cuyo cargo satisfizo con decir que Mercurio le había dado
aquella lista, y que tocaba a Apolo, como a dios de la poesía, darles
los puestos que pedían sus ingenios y habilidad.
171. También es este Viaje un memorial de Miguel de Cervantes
Saavedra y, como los hombres desvalidos, aunque modestos, se
ven obligados a referir sus méritos porque no tienen otros que los
cuenten, introduce dos coloquios suyos, uno con Mercurio, a quien
fingió la mitología mensajero de los dioses, y otro con Apolo, so-
berano protector de las ciencias; y en uno y otro dijo Cervantes lo
que convenía que supiese y premiase el rey de España por medio
de su privado, que los que lo son tienen obligación de referir a sus
amos los que merecen premio o castigo, so pena de condenarse a
sí propios a una infamia perpetua. El primer coloquio, con Mer-
curio, dice así:
Mandome el dios parlero luego alzarme
y, con medidos versos y sonantes,
desta manera comenzó a hablarme:
Oh Adán de los poetas, o Cervantes,
¿qué alforjas y qué traje es éste, amigo?,
que así muestra discursos ignorantes.
Yo, respondiendo a su demanda, digo:
Señor, voy al Parnaso y, como pobre,
con este aliño mi jornada sigo.
Y él a mí dijo: Oh sobrehumano y sobre
espíritu cilenio levantado,
toda abundancia y todo honor te sobre,
que en fin has respondido a ser soldado
antiguo y valeroso, cual lo muestra
la mano de que estás estropeado.
Bien sé que en la naval dura palestra
perdiste el movimiento de la mano
izquierda para gloria de la diestra.
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 151

Y sé que aquel instinto sobrehumano,


que de raro inventor tu pecho encierra,
no te le ha dado el padre Apolo en vano.
Tus obras los rincones de la tierra
(llevándolas en grupa Rocinante)
descubren ya la envidia, mueven guerra.
Pasa, raro inventor, pasa adelante
con tu sotil desinio y presta ayuda
a Apolo, que la tuya es importante.
Antes que el escuadrón vulgar acuda
de más de veinte mil sietemesinos
poetas, que de serlo están en duda.
Llenas van ya las sendas y caminos
desta canalla inútil contra el monte,
que aun de estar a su sombra no son dinos.
Ármate de sus versos luego y ponte
a punto de seguir este viaje
conmigo y a la gran obra disponte.
Conmigo segurísimo pasaje
tendrás sin que te empaches, ni procures
lo que suelen llamar matalotaje.
172. El razonamiento que Cervantes hizo a Apolo fue con ocasión
de verse en el Parnaso, siendo el único que no tenía asiento en él,
aludiendo a la desestimación que se hacía de su ingenio, habiendo
sido el que en su tiempo empezó a levantar la poesía. Como en este
razonamiento dijo Cervantes de sí propio muchas cosas, es preciso
copiarlo. Dice así:
Suele la indignación componer versos,
pero, si el indignado es algún tonto,
ellos tendrán su todo de perversos.
De mí yo no sé más, sino que pronto
me hallé para decir en tercia rima
152 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

lo que no dijo el desterrado a Ponto.


Y así le dije a Delio: «No se estima,
señor, del vulgo vano el que te sigue
y al árbol sacro del laurel se arrima,
la envidia y la ignorancia le persigue.
Y así, envidiado siempre y perseguido,
el bien que espera por jamás consigue.
Yo corté con mi ingenio aquel vestido
con que al mundo la hermosa Galatea
salió para librarse del olvido.
Soy por quien La Confusa nada fea
pareció en los teatros admirable.
(Si esto a su fama es justo se le crea.)
Yo con estilo en parte razonable
he compuesto comedias, que en su tiempo
tuvieron de lo grave y de lo afable.
Yo he dado en Don Quijote pasatiempo
al pecho melancólico y mohíno
en cualquiera sazón, en todo tiempo.
Yo he abierto en mis novelas un camino
por do la lengua castellana puede
mostrar con propiedad un desatino.
Yo soy aquel que en la invención excede
a muchos, y al que falta en esta parte
es fuerza que a su fama falta quede.
Desde mis tiernos años amé el arte
dulce de la agradable poesía,
y en ella procuré siempre agradarte.
Nunca voló la pluma humilde mía
por la región satírica, bajeza
que a infames premios y desgracias guía.
Yo el soneto compuse, que así empieza,
por honra principal de mis escritos:
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 153

«Voto a Dios que me espanta esta grandeza».


Yo he compuesto romances infinitos
y el De los celos es aquel que estimo;
entre otros que los tengo por malditos.
Por esto me congojo y me lastimo
de verme solo en pie, sin que se aplique
árbol que me conceda algún arrimo.
Yo estoy (cual decir suelen), puesto a pique
para dar a la estampa el gran Persiles
con que mi nombre y obras multiplique.
Yo, en pensamientos castos y sotiles
(dispuestos en soneto de a docena),
he honrado tres sujetos fregoniles.
También, al par de Filis, mi Filena
resonó por las selvas, que escucharon
más de una y otra alegre cantilena.
Y en dulces varias rimas se llevaron
mis esperanzas los ligeros vientos,
que en ellos y en la arena se sembraron.
Tuve, tengo y tendré los pensamientos
(merced al cielo que a tal bien me inclina)
de toda adulación libres y exentos.
Nunca pongo los pies por do camina
la mentira, la fraude y el engaño,
de la santa virtud total ruina.
Con mi corta fortuna no me ensaño,
aunque por verme en pie, como me veo,
y en tal lugar, pondero así mi daño.
Con poco me contento aunque deseo
mucho». A cuyas razones enojadas
con estas blandas respondió Timbreo:
«Vienen las malas suertes atrasadas
y toman tan de lejos la corriente
154 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

que son temidas pero no escusadas.


El bien les viene a algunos de repente,
a otros poco a poco sin pensallo,
y el mal no guarda estilo diferente.
El bien que está adquirido, conservallo
con maña, diligencia y con cordura
es no menor virtud que el granjeallo.
Tú mismo te has forjado tu ventura,
y yo te he visto alguna vez con ella,
pero en el imprudente poco dura.
Mas, si quieres salir de tu querella,
alegre y no confuso y consolado,
dobla tu capa y siéntate sobre ella.
Que tal vez suele un venturoso estado,
cuando le niega sin razón la suerte,
honrar más merecido que alcanzado».
«Bien parece, señor, que no se advierte»
(le respondí) «que yo no tengo capa».
Él dijo: «Aunque sea así, gusto de verte.
La virtud es un manto con que tapa
y cubre su indecencia la estrecheza
que exenta y libre de la envidia escapa».
Incliné al gran consejo la cabeza.
Quedeme en pie; que no hay asiento bueno
si el favor no le labra o la riqueza.
Alguno murmuró viéndome ajeno
del honor que pensó se me debía,
del planeta, de luz y virtud lleno.
173. Miguel de Cervantes Saavedra dice en este memorial que
su pluma nunca voló por la región satírica, queriendo decir que
nunca hizo libelos infamatorios. Pero ésta es una sátira muy pe-
netrante que, en cualquiera pecho que no sea inhumano, excita la
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 155

misericordia de ver desvalido un ingenio, de quien hizo juicio el


sabio crítico Pedro Daniel Huet, que debe contarse entre los inge-
nios más aventajados que ha tenido España; y comueve al mismo
tiempo la indignación contra los que, teniendo a vista su mérito,
no le premiaron según debían. Yo no lo extraño, porque el padre
Juan de Mariana, honra inmortal de la compañía de Jesús, escri-
biendo a Miguel Juan Vimbodí, natural de la villa de Ontiniente en
el reino de Valencia, que a la sazón se hallaba en la corte romana
sirviendo de secretario al cardenal don Agustín de Espínola, arzo-
bispo de San-Tiago, le dice:
Aquí se echa menos a cada paso la cultura de las letras
humanas. Como no se ofrecen por ellas premios algu-
nos, ni tampoco honra, están abatidas miserablemente.
Las que dan que ganar, se estiman. Esto es lo que pasa
entre nosotros. Y es que, como casi todos valoran las ar-
tes por la utilidad y ganancia, tienen por inútiles las que
no reditúan.
No era el padre Mariana uno de aquellos lisonjeros en todos tiem-
pos tan frecuentes, que sólo secreteando y con grandes misterios
dicen las verdades. Quejándose de lo mismo, no menos que con
Felipe Tercero, le dijo a vista de todo el mundo:
«Mas ¿qué maravilla, pues ninguno por este camino se
adelanta? Ningún premio hay en el reino para estas letras.
Ninguna honra, que es la madre de las artes».
Algunos ánimos viles que, reconociendo las virtudes ajenas, se
atormentan envidiándolas y se enfurecen de que los mismos que
las tienen las acuerden para ser remunerados, interpretarán como
arrogancia aquellas justísimas quejas en que prorrumpió Cervan-
tes. Pero él pudiera decir lo que en ocasión semejante el igualmente
desfavorecido que erudito don Josef Pellicer:
156 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Y no sin justificación. Porque no se debe negar al estu-


dioso lo que es lícito al militar. A cualquier soldado le es
permitido recapitular con verdad los servicios, ocasiones
y trances en que intervino, y ésta fue virtud, no soberbia,
cuando en Roma se merecían los anillos militares y las
guirnaldas murales y cívicas, los trofeos y triunfos públi-
cos. Ansí no se debe atribuir a elación que yo haga alarde
de operaciones y de honores, cuando la ignorancia y la
maledicencia dan motivo a ello con injurias y calumnias,
también públicas. Si yo mintiese en ello, fuera crimen.
Pero, por mi verdad, sería ligereza, siendo yo vivo, permi-
tir la relación de lo que he llegado a obtener, a otra pluma.
Así lo practicaron los mayores hombres de España, don Antonio
Agustín, Jerónimo de Zurita, el dotor Benito Arias Montano, el
maestro Fray Luis de León, el padre Juan de Mariana, don Nicolás
Antonio, don Juan Lucas Cortés. Y, por decirlo en una palabra, ¿qué
hombre grande no lo ha practicado así en su caso y lugar? Mengua
del saber llamó San Pablo a las alabanzas de sí propio, pero men-
gua a que tal vez suele obligar la injusticia ajena. En Cervantes eran
desahogo del justo sentimiento de su disfavor, y muy tolerables,
atendido su genio, pues, como dijo él mismo:
Jamás me contenté, ni satisfice,
de hipócritos melindres. Llanamente
quise alabanzas de lo que bien hice.
Pero como no las encontraba en otros por la envidia que le tenían,
les dio ocasión de tenérsela mayor, no con fin de aumentarla, sino
de manifestar la satisfación de su propia conciencia, refrescando la
memoria de lo que había trabajado en beneficio público. Por eso,
en el gracioso coloquio que tuvo con Pancracio de Roncesvalles, el
cual puede servir de comento al razonamiento de Cervantes con
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 157

Apolo, introdujo al dicho Pancracio, figura de un remislado poeta


de aquellos tiempos, preguntándole:
Y V. M. señor Cervantes (dijo él), ¿ha sido aficionado a
la carátula?, ¿ha compuesto alguna comedia? Sí, dije yo.
Muchas. Y, a no ser mías, me parecieran dignas de ala-
banza, como lo fueron Los tratos de Argel, La Numan-
cia, La gran turquesa, La batalla naval, La Jerusalén, La
amaranta o la del mayo, El bosque amoroso, La única, y
La bizarra Arsinda, y otras muchas de que no me acuer-
do. Mas la que yo más estimo y de la que más me precio
fue, y es, de una llamada La confusa, la cual (con paz sea
dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy
se han representado) bien puede tener lugar señalado
por buena entre las mejores. Pancracio. Y agora ¿tiene
V. M. algunas? Miguel Seis tengo con otros seis entre-
meses. Pancracio. Pues ¿por qué no se representan? Mi-
guel. Porque ni los autores me buscan, ni yo los voy a
buscar a ellos. Pancracio. No deben de saber que V. M.
las tiene. Miguel. Sí saben, pero como tienen sus poetas
paniaguados y les va bien con ellos, no buscan pan de
trastrigo. Pero yo pienso darlas a la estampa para que se
vea despacio lo que pasa apriesa y se disimula, o no se
entiende, cuando las representan. Y las comedias tienen
sus sazones y tiempos como los cantares.
Hasta aquí Cervantes, cuyo coloquio fue como un prólogo echadi-
zo que anticipó al libro que publicó el año siguiente con este título:
Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados,
compuestas por Miguel de Cervantes Saavedra. En Madrid, por la
viuda de Alonso Martín. Año 1615, en 4.
174. Llegó Cervantes a tan miserable estado de pobreza que, por
no tener caudal para imprimir este libro, le vendió a Juan Villarroel,
a cuyas costas se imprimió.
158 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Los nombres destas comedias son los siguientes:


El gallardo español
La casa de los celos
Los baños de Argel
El rufián dichoso
La gran sultana
El laberinto de amor
La entretenida
Pedro de Urdemalas
Entremeses:
El juez de los divorcios
El rufián viudo
Elección de los alcaldes de Daganzo
La guarda cuidadosa
El vizcaíno fingido
El retablo de las maravillas
La cueva de Salamanca
El viejo celoso
El entremés segundo y tercero están escritos en verso, los demás
en prosa. Como esta especie de composición es una viva represen-
tación de cualesquiera acciones, remedadas de suerte que parezcan
ridículas, siempre los entremeses parecen mejor representados que
leídos. Y así, Lope de Rueda, que, viviendo embelesaba a los miro-
nes, leído en los entremeses que publicó Juan de Timoneda, famoso
valenciano y escritor plausible en su tiempo, da poquísimo gusto.
175. Las comedias de Cervantes, comparadas con otras más an-
tiguas, son mucho mejores, exceptuando siempre la de Calisto y
Melibea conocida por el nombre de Celestina, alcahueta tan infame
como famosa, porque el incierto autor que primero la ideó y em-
pezó a dibujar y colorir, por el bachiller Fernando de Rojas, que le
dio fin, no pudo igualar al primer inventor. Después de Cervantes
se han compuesto comedias de mayor invención que las griegas
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 159

(porque los cómicos latinos Plauto y Terencio sólo imitaron), pero


de arte mucho inferior.
El que dudare esto, infórmese primero de la suma dificultad que
tiene el arte cómica leyendo a Aristóteles en su Poética, y, si no
puede entenderla, a don Jusepe Antonio González de Salas en su
eruditísima Ilustración de la Poética de Aristóteles. Pero para que
el letor quede más bien informado de lo que deben a Cervantes
los teatros de España, oigámosle a él como a cronista único de los
progresos de la cómica en estos reinos. En el prólogo que hizo a
sus comedias, dice así:
No puedo dejar (letor carísimo) de suplicarte me per-
dones, si vieres que en este prólogo salgo algún tanto de
mi acostumbrada modestia. Los días pasados me hallé
en una conversación de amigos donde se trató de come-
dias y de las cosas a ellas concernientes, y de tal manera
las sutilizaron y atildaron que a mi parecer vinieron a
quedar en un punto de toda perfeción. Tratose también
de quién fue el primero que en España las sacó de man-
tillas y las puso en toldo y vistió de gala y apariencia. Yo,
como el más viejo que allí estaba, dije que me acordaba
de haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón
insigne en la representación y en el entendimiento. Fue
natural de Sevilla y de oficio batihoja, que quiere decir,
de los que hacen panes de oro. Fue admirable en la poesía
pastoril y, en este modo, ni entonces, ni después acá, nin-
guno le ha llevado ventaja y, aunque, por ser muchacho,
yo entonces no podía hacer juicio firme de la bondad de
sus versos, por algunos que me quedaron en la memo-
ria, vistos agora en la edad madura que tengo, hallo ser
verdad lo que he dicho.
Y, si no fuera por no salir del propósito de prólogo, pusie-
ra aquí algunos que acreditaran esta verdad. En el tiem-
160 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

po deste célebre español todos los aparatos de un autor


de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en
cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí do-
rado y en cuatro barbas y cabelleras y cuatro cayados,
poco más o menos. Las comedias eran unos coloquios
como églogas entre dos o tres pastores y alguna pastora.
Aderezábanlas y dilatábanlas con dos o tres entremeses,
ya de negra, ya de rufián, ya de bobo, y ya de vizcaíno,
que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal
Lope con la mayor excelencia y propiedad que pudiera
imaginarse.
No había en aquel tiempo tramoyas, ni desafíos de moros
y cristianos, a pie ni a caballo. No había figura que salie-
se, o pareciese salir, del centro de la tierra por lo hueco
del teatro, al cual componían cuatro bancos en cuadro y
cuatro o seis tablas encima con que se levantaba del sue-
lo cuatro palmos. Ni menos bajaban del cielo nubes con
ángeles o con almas. El adorno del teatro era una manta
vieja tirada con dos cordeles de una parte a otra, que ha-
cía lo que llaman vestuario, detrás de la cual estaban los
músicos cantando sin guitarra algún romance antiguo.
Murió Lope de Rueda y, por hombre excelente y famo-
so, le enterraron en la iglesia mayor de Córdoba (donde
murió) entre los dos coros, donde también está enterrado
aquel famoso loco Luis López. Sucedió a Lope de Rueda,
Naharro, natural de Toledo, el cual fue famoso en hacer la
figura de un rufián cobarde. Éste levantó algún tanto más
el adorno de las comedias, y mudó el costal de vestidos
en cofres y en baúles. Sacó la música que antes cantaba
detrás de la manta al teatro público, quitó las barbas de
los farsantes, que hasta entonces ninguno representaba
sin barba postiza, y hizo que todos representasen a cure-
ña rasa, si no era los que habían de representar los viejos
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 161

o otras figuras que pidiesen mudanza de rostro. Inventó


tramoyas, nubes, truenos y relámpagos, desafíos y ba-
tallas, pero esto no llegó al sublime punto en que está
agora; y esto es verdad que no se me puede contradecir
(y aquí entra el salir yo de los límites de mi llaneza) que
se vieron en los teatros de Madrid representar Los tratos
de Argel, que yo compuse, La destruición de Numancia y
La batalla naval, donde me atreví a reducir las comedias
a tres jornadas, de cinco que tenían.
Mostré (o, por mejor decir), fui el primero que represen-
tase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del
alma, sacando figuras morales al teatro, con general y
gustoso aplauso de los oyentes. Compuse en este tiempo
hasta veinte comedias, o treinta, que todas ellas se recita-
ron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra
cosa arrojadiza. Corrieron su carrera sin silbos, gritas, ni
barahúndas. Tuve otras cosas en qué ocuparme. Dejé la
pluma y las comedias.
Y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope
de Vega, y alzose con la monarquía cómica, avasalló y
puso debajo de su jurisdición a todos los farsantes, llenó
el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas,
¡tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene es-
critos, y todas (que es una de las mayores cosas que pue-
de decirse) las ha visto representar o oído decir (por lo
menos) que se han representado. Y si algunos (que hay
muchos) han querido entrar a la parte y gloria de sus
trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a
la mitad de lo que él solo. Pero no por esto (pues no lo
concede Dios a todos) dejen de tenerse en precio los tra-
bajos del dotor Ramón, que fueron los más después de
los del gran Lope.
162 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Estímense las trazas artificiosas en todo extremo del li-


cenciado Miguel Sánchez; la gravedad del doctor Mira de
Mescua, honra singular de nuestra nación; la discreción
e inumerables conceptos del canónigo Tárraga; la suavi-
dad y dulzura de don Guillén de Castro; la agudeza de
Aguilar; el tropel, el boato, la grandeza de las comedias
de Luis Vélez de Guevara; y las que agora están en jerga
del agudo ingenio de don Antonio de Galarza; y las que
prometen las fullerías de amor de Gaspar de Ávila; que
todos estos y otros algunos han ayudado a llevar esta
gran máquina al gran Lope. Algunos años ha que volví
yo a mi antigua ociosidad, y, pensando que aún duraban
los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer
algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de
antaño. Quiero decir que no hallé autor que me las pi-
diese, puesto que sabían que las tenía.
Y así las arrinconé en un cofre y las consagré y condené
al perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un librero
que él me las comprara, si un autor de título no le hubie-
ra dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero
que del verso, nada. Y, si va a decir la verdad, cierto que
me dio pesadumbre el oírlo, y dije entre mí: O yo me he
mudado en otro, o los tiempos se han mejorado mucho,
sucediendo siempre al revés, pues siempre se alaban los
pasados tiempos. Torné a pasar los ojos por mis come-
dias y por algunos entremeses míos que con ellas estaban
arrinconados, y vi no ser tan malas ni tan malos que no
mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor
a la luz de otros autores menos escrupulosos y más en-
tendidos. Aburrime y vendíselas al tal librero, que las ha
puesto en estampa como aquí te las ofrece. Él me las pagó
razonablemente. Yo cogí mi dinero con suavidad, sin te-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 163

ner cuenta con dimes ni diretes de recitantes. Querría que


fuesen las mejores del mundo o, a lo menos, razonables.
Tú lo verás (letor mío) y, si hallares que tienen alguna cosa
buena, en topando a aquel mi maldiciente autor, dile que
se emiende, pues yo no ofendo a nadie; y que advierta
que no tienen necedades patentes y descubiertas; y que
el verso es el mismo que piden las comedias, que ha de
ser de los tres estilos el ínfimo; y que el lenguaje de los
entremeses es propio de las figuras que en ellos se intro-
ducen; y que, para enmienda de todo esto, le ofrezco una
comedia que estoy componiendo y la intitulo El engaño
a los ojos, que (si no me engaño) le ha de dar contento.
Y, con esto, Dios te dé salud y a mí, paciencia.
176. Ésta es la historia de los progresos de la cómica española.
Había sido Cervantes el que más la había adelantado, y, para per-
ficionarla más, quiso darnos un ejemplo de una gran tragicome-
dia escrita en prosa. Muchos años había que estaba meditando y
escribiendo Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Habíalos ofre-
cido en varias ocasiones. En el Prólogo de sus Novelas, hablando
destas, dijo:
Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco Los trabajos
de Persiles; libro que se atreve a competir con Heliodoro,
si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza. Y
primero verás, y con brevedad, dilatadas las hazañas de
Don Quijote y donaires de Sancho Panza. Y luego, Las se-
manas del jardín. Mucho prometo, con fuerzas tan pocas
como las mías. Pero ¿quién pondrá rienda a los deseos?
La continuación de la Historia de Don Quijote salió, como vi-
mos, el año 1616. En su dedicatoria al conde de Lemos, fecha en
Madrid, último de otubre de mil seiscientos y quince, llegó Cer-
vantes a decir esto:
164 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Con esto me despido, ofreciendo a V. Excelencia Los


trabajos de Persiles y Sigismunda, libro a quien daré fin
dentro de cuatro meses, Deo volente, el cual ha de ser
o el más malo o el mejor que en nuestra lengua se haya
compuesto; quiero decir de los de entretenimiento. Y digo
que me arrepiento de haber dicho el más malo, porque,
según la opinión de mis amigos, ha de llegar al extremo
de bondad posible. Venga V. Excelencia con la salud que
es deseado, que ya estará Persiles para besarle las manos,
y yo los pies, como criado que soy de V. Exc..
En efeto, Cervantes acabó de escribir Los trabajos de Persiles y
Sigismunda, pero, antes que saliesen a luz, acabó la muerte con él.
177. Su enfermedad fue tal, que él mismo pudo ser y fue su histo-
riador. Y, porque no tenemos otro y refiere todas las cosas con tanta
gracia, veamos lo que dejó escrito en el fin del Prólogo que pensaba
hacer, o sea, prólogo entero empezado ex abrupto, donde dice así:
Sucedió, pues, letor amantísimo, que viniendo otros dos
amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas
famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrí-
simos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con
gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzar-
nos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos
tanto. Esperámosle y llegó sobre una borrica un estudian-
te pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparas,
zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y
con trenzas iguales. Verdad es, no traía más de dos, por-
que se le venía a un lado la valona por momentos y él
traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla.
Llegando a nosotros, dijo: Vuesas mercedes ¿van a al-
canzar algún oficio o prebenda a la corte?, pues allá está
su ilustrísima de Toledo y su majestad, ni más ni menos,
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 165

según la priesa con que caminan; que, en verdad, a mi


burra se le ha cantado el vítor de caminante más de una
vez. A lo cual respondió uno de mis compañeros: El ro-
cín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto,
porque es algo pasilargo. Apenas hubo oído el estudiante
el nombre de Cervantes cuando, apeándose de su cabal-
gadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo
(que con toda esta autoridad caminaba), arremetió a mí
y, acudiendo a asirme de la mano izquierda, dijo: Sí, sí.
¡Éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre,
y, finalmente, el regocijo de las musas! Yo, que en tan poco
espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, pareciome
ser descortesía no corresponder a ellas, y así, abrazándo-
le por el cuello donde le eché a perder de todo punto la
valona, le dije: Ése es un error donde han caído muchos
aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no
el regocijo de las musas ni ninguna de las demás baratijas
que ha dicho vuesa merced. Vuelva a cobrar su burra y
suba, y caminemos en buena conversación lo poco que
nos falta del camino. Hízolo así el comedido estudiante.
Tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso asen-
tado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi
enfermedad, y el buen estudiante me desahució al mo-
mento diciendo: Esta enfermedad es de hidropesía que
no la sanara toda el agua del mar Océano que dulcemente
se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al
beber no olvidándose de comer, que con esto sanará sin
otra medicina alguna. Eso me han dicho muchos, respon-
dí yo. Pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplá-
cito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va
acabando y, al paso de las efeméridas de mis pulsos que a
más tardar acabarán su carrera este domingo, acabaré yo
166 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a


conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme
agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mos-
trado. En esto llegamos a la puente de Toledo y yo entré
por ella y él se apartó a entrar por la de Segovia. Lo que
se dirá de mi suceso tendrá la fama cuidado, mis amigos
gana de decillo, y yo mayor gana de escuchallo. Tornele
a abrazar. Volvióseme a ofrecer. Picó a su burra y dejome
tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a
quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir
donaires. A Dios, regocijados amigos, que yo me voy mu-
riendo y deseando veros presto contentos en la otra vida.
La de Cervantes estaba ya en el confín de la muerte. La hidrope-
sía se le agravó. Pero cuanto más le debilitaba el cuerpo tanto más
procuraba él fortalecer su ánimo, y, habiendo recibido la extrema
unción para salir vitorioso como atleta cristiano en la última lucha,
esperaba la muerte con ánimo tan sereno que parece no la temía, y,
lo que es más de admirar, aún estaba para decir y escribir donaires
de suerte que, habiendo recibido el último sacramento día 18 de
abril del año 1616, el día siguiente escribió o dictó la Dedicatoria de
Los trabajos de Persiles y Sigismunda, citando coplas, a su patrón
el conde de Lemos, para quien dejó escrita la siguiente dedicatoria:
Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo cele-
bradas, que comienzan Puesto ya el pie en el estribo qui-
siera yo no vinieran tan a pelo en mi epístola, porque casi
con las mismas palabras las puedo comenzar diciendo:
Puesto ya el pie en el estribo
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te estribo.
Ayer me dieron la extrema unción y hoy escribo ésta. El
tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas men-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 167

guan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que


tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los
pies de V. Exc., que podría ser fuese tanto el contento de
ver a V. Exc. bueno en España que me volviese a dar la
vida; pero, si está decretado que la haya de perder, cúm-
plase la voluntad de los cielos; y, por lo menos, sepa V.
Exc. este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficio-
nado criado de servirle que quiso pasar aún más allá de
la muerte mostrando su intención. Con todo esto, como
en profecía, me alegro de la llegada de V. Exc. Regocí-
jome de verle señalar con el dedo, y realégrome de que
salieron verdaderas mis esperanzas dilatadas en la fama
de las bondades de V. Exc. Todavía me quedan en el alma
ciertas reliquias y asomos de Las semanas del jardín y
del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía,
que ya no sería ventura sino milagro, me diese el cielo
vida, las verá, y con ellas fin de La Galatea, de quien sé
está aficionado V. Exc. y con estas obras, continuando
mi deseo, guarde Dios a V. Excelencia como puede. De
Madrid, a diez y nueve de abril, de mil y seiscientos y
diez y seis años.
Criado de V. Exc.
Miguel de Cervantes.
178. Según indica esta carta, es creíble que muriese de allí a poco
tiempo. El día fijo no se sabe, ni aun el mes. Lo cierto es que no lle-
gó a poder ver impresos sus Trabajos; porque día 24 de setiembre
del año 1616, en San Lorenzo el Real, se concedió licencia a doña
Catalina de Salazar, viuda de Miguel de Cervantes Saavedra, para
imprimirlos, y salieron a luz con este título: Los trabajos de Persi-
les y Sigismunda, historia setentrional, por Miguel de Cervantes
Saavedra. En Madrid, por Juan de la Cuesta. Año 1617, en 4. Den-
tro de pocos años los tradujo en italiano Francisco Elio, milanés, y
168 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

salieron impresos en Venecia de la oficina de Bartolomé Fontana,


año 1626, en 8.
179. En la primera impresión hay dos epitafios, tales que, para
su duración, merecían gravarse en bien ligero corcho. El uno es un
soneto de Luis Francisco Calderón, que no contiene cosa particu-
lar. El otro es una décima que, por el raro pensamiento de quien la
hizo, se trasladará aquí al pie de la letra.
180. De don Francisco de Urbina a Miguel de Cervantes, insig-
ne y cristiano ingenio de nuestros tiempos, a quien llevaron los
terceros de S. Francisco a enterrar con la cara descubierta como a
tercero que era.
Epitafio
Caminante, el peregrino
Cervantes aquí se encierra.
Su cuerpo cubre la tierra,
no su nombre que es divino.
En fin hizo su camino,
pero su fama no es muerta
ni sus obras. Prenda cierta
de que pudo a la partida
desde ésta a la eterna vida
ir la cara descubierta.
181. Este epitafio dio ocasión al autor de la Bibliotheca Francis-
cana para poner en ella a Cervantes como uno de los escritores
que fueron hermanos de la cofradía de la tercera orden, biblioteca
que, si los ha de comprehender a todos, será ciertamente la más
copiosa de todas.
182. Cervantes dijo que su Persiles y Sigismunda se atrevía a com-
petir con Heliodoro. La mayor alabanza que podemos darle es decir
que es cierto. Los amores que refieren son castísimos, la fecundidad
de la invención, maravillosa en tanto grado que, pródigo su inge-
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 169

nio, excedió en la multitud de episodios. Los sucesos son muchos


y muy varios. En unos se descubre la imitación de Heliodoro, y de
otros muy mejorada; en los demás, campea la novedad. Todos están
dispuestos con arte y bien explicados, con circunstancias casi siem-
pre verosímiles. Cuanto más se interna el letor en esta obra tanto
es mayor el gusto de leerla, siendo el tercero y cuarto libro mucho
mejores que el primero y segundo. Los continuos trabajos llevados
en paciencia acaban en descanso sin máquina alguna, porque un
hombre como Cervantes sería milagro que acabase con algún milagro
para manifestar la felicidad de su raro ingenio. En las descripciones
excedió a Heliodoro. Las déste suelen ser sobrado frecuentes y muy
pomposas. Las de Cervantes, a tiempo y muy naturales. Aventajole
también en el estilo porque, aunque el de Heliodoro es elegantísimo,
es algo afectado, demasiadamente figurado y más poético de lo que
permite la prosa. Defeto en que cayó también el discreto Fenelón.
Pero el de Cervantes es propio, proporcionadamente sublime, mo-
destamente figurado y templadamente poético en tal cual descrip-
ción. En suma, esta obra es de mayor invención, artificio y de estilo
más sublime que la de Don Quijote de la Mancha. Pero no ha tenido
igual acetación, porque la invención de la Historia de Don Quijote es
más popular y contiene personas más graciosas y, como son menos
en número, el letor retiene mejor la memoria de las costumbres, he-
chos y caracteres de cada una. Fuera de eso, el estilo es más natural
y tanto más descansado cuanto menos sublime. Sepan, pues, los que
escriben que poner término a la invención y levantar la mano de la
obra, si es a su tiempo, es la última diligencia y mano. Y esto mismo
me amonesta de que ya es hora de que yo no moleste más a mi letor,
a quien suplico me perdone muchas impertinencias que aquí ha leí-
do, pues mi fin sólo ha sido obedecer a quien debía el obsequio de
recoger algunos apuntamientos para que otro los ordene y escriba con
la felicidad de estilo que merece el sujeto de que tratan. Entre tanto,
yo daré ahora una fidelísima copia del mismo original, procurando
170 VIDA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

acabar con aquellas mismas palabras con que Miguel de Cervantes


Saavedra dio principio al Prólogo de sus Novelas.
183. Quisiera yo, si fuera posible (letor amantísimo),
escusarme de escribir este prólogo, porque no me fue
tan bien con el que puse en mi Don Quijote que que-
dase con gana de segundar con éste. Desto tiene la cul-
pa algún amigo de los muchos que en el discurso de
mi vida he granjeado, antes con mi condición que con
mi ingenio; el cual amigo bien pudiera, como es uso y
costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja
deste libro, pues le diera mi retrato el famoso don Juan
de Jáuregui, y con esto quedara mi ambición satisfecha
y el deseo de algunos, que querrían saber qué rostro y
talle tiene quien se atreve a salir con tantas invenciones
en la plaza del mundo a los ojos de las gentes, poniendo
debajo del retrato.
Este que veis aquí, de rostro aguileño; de cabello cas-
taño; frente lisa y desembarazada; de alegres ojos y de
nariz corva aunque bien proporcionada; las barbas de
plata, que no ha veinte años que fueron de oro; los bi-
gotes grandes; la boca pequeña; los dientes ni menu-
dos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal
acondicionados y peor puestos porque no tienen co-
rrespondencia los unos con los otros; el cuerpo entre
dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes
blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy
ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La
Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo
el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal
Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas
y quizá sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmen-
te Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos
Gregorio Mayans y Siscar - BIBLIOTECARIO DEL REY CATOLICO 171

años y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener


paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval
de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida
que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa por ha-
berla cobrado en la más memorable y alta ocasión que
vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros,
militando debajo de las vencedoras banderas del Hijo
del Rayo de la Guerra Carlos Quinto, de felice memoria.

También podría gustarte