8.el Primer Tramo Del Camino Lorenzo Meyer PDF
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Historia general de México
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El primer tramo del camino
Lorenzo Meyer
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El triunfo del mov1m1ento constitucionalista sobre Victoriano
Huerta y posteriormente sobre sus antiguos aliados, Zapata y Vi-
lla, dejó a Carranza la tarea de reconstruir, consolidar y dirigir
la vida política posrevolucionaria. El predominio del grupo ca-
rrancista llevó al poder a los representantes de los estratégicos sec-
tores medios que habían permanecido marginados durante el Por-
firiato. La política carrancista, frente a las fuerzas del antiguo
régimen por un lado, y a los sectores campesinos y obreros por
el otro, representó esencialmente los intereses y la visión del mun-
do propios de los sectores medios urbanos y rurales que habían
crecido notablemente a consecuencia del proceso de desarrollo
económico de las tres décadas anteriores. En 1920 la gran tarea
de este nuevo grupo dominante era la institucionalización ~e su
sistema de dominación política y la reestructuración del económico.
Para ello era necesario mantener subordinados -pero sin anta-
gonizarlos- a los grupos populares. Esto no se logró tan sólo con
la derrota militar de los principales caudillos campesinos; fue
necesario también hacer ciertas concesiones de principios y ad-
mitir algún tipo de participación controlada de esta fuerzas den-
tro del nuevo sistema de poder. Este proceso de institucionaliza-
ción sería largo y difícil, sobre todo en el caso de los campesinos,
que constituían el grupo más numeroso, disperso y con la de-
manda más radical: la reforma agraria.
Una tarea, tan o más difícil fue controlar la economía, es decir,
volver al dominio nacional el petróleo y la minería, que se en-
contraban en manos de empresarios extranjeros. La conveniencia
de este paso era evidente, pues en ese momento había pocos in-
tereses en común entre los planes de los capitalistas extranjero!
y los de los nuevos líderes. Pero había un gran obstáculo : el poder
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político y económico con que contaban los empresarios extranjeros
parecía muy superior al del gobierno revolucionario. De ahí que
la lucha resultara más larga, difícil y accidentada que aquella
librada contra los antiguos sectores dominantes de origen nacio-
nal.
La derrota y asesinato de Carranza el 21 de mayo de 1920 no
significó en modo alguno que el programa constitucionalista des-
apareciera. Los vencedores lo reafirmaron. El movimiento anti-
carrancista de Agua PriP.ta no buscó imponer un nuevo sistema
de dominación; su meta fue el reacomodo de fuerzas dentro del
círculo dominante. El triunfo de Obregón sería la última vez que
un levantamiento militar tendría buen éxito. Sin embargo, iba a
pasar algún tiempo antes de que el nuevo régimen encontrara
una fórmula de transferencia pacífica del poder. Los problemas
a que tuvieron que hacer frente Obregón primero y Calles des-
pués, fueron varios, y es difícil señalar cuál era el más apremiante.
Por una parte, debieron establecer una posición hegemónica en
relación al resto de los líderes y facciones del grupo revolucionario,
de ahí que el problema político fuera el dominante durante todo
el período. La posibilidad de una división dentro del grupo gober-
nante y de perder el poder a manos de un movimiento similar al
que acabó con Carranza, estuvo siempre presente, como lo de-
muestran las rebeliones de Adolfo de la Huerta y Gonzalo Esco-
bar, así como los intentos fallidos de Francisco Serrano y Arnulfo
R. Gómez. Para acabar con esta inestabilidad fue necesario, entre
otras cosas, institucionalizar la actividad política, limitar la auto-
nomía de los caudillos locales y diversificar y organizar las bases
de poder introduciendo a grupos obreros y campesinos como acto-
res dentro del sistema, aunque controlando siempre desde arriba
su actividad y demandas. En la medida en que este proceso se
desarrolló, el peso político del ejército disminuyó, y el problema
de la sucesión pudo ser resuelto sin el uso intermitente de la vio-
lencia. Este proceso de institucionalización se desarrolló dentro
de un patrón autoritario que impidió la formación de una opo-
sición efectiva. En la medida en que este orden no estuvo ente-
ramente consolidado, el desarrollo económico interrumpido con
la caída del presidente Díaz fue lento, pero a partir de 1940,
cuando el problema político se resolvió, el desarrollo económico
pasó a ocupar el primer lugar en los esfunzos oficiales y priyados.
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La consolidación de las instituciones
Aparentemente todos los movimientos revolucionarios triunfantes
contemporáneos tienden a pasar por un período más o menos lar-
go en que la figura del caudillo constituye el factor político do-
minante; México no fue la excepción. Entre 1920 y 1935 el poder
personal de Obregón primero y el de Calles después, constituyeron
el eje central del drama político. Detrás se encontraban los jefes
militares y algunos civiles con poder local, que mantuvieron un
considerable grado de autonomía, que a la vez constituían la prin-
cipal base de poder de los dirigentes nacionales. A lo largo de tres
lustros el poder se fue centralizando y la independencia de estos
caciques y jefes locales (producto de la guerra civil) disminuyó,
aunque no desapareció. Obregón pudo imponer su autoridad so-
bre los miembros menores de la coalición debido a que era el jefe
militar de mayor prestigio, pero la base de poder de Calles fue ya
un poco diferente. Su posición dominante no se basó tanto en su
posición militar como en su relación con Obregón primero y en su
capacidad para coordinar los intereses del nuevo grupo gobernante
posteriormente. Cuando Obregón tomó el poder en 1920, la unidad
políti~a del país no existía. El presidente se encontraba lejos de tener
el control y poder que Díaz había logrado; su situación era más bien
la de primus inter pares. Su dominio sobre los jefes militares locales
era bastante limitado. Siempre existió la posibilidad de imponerse a
uno u otro de ellos, pero sólo si previamente se le aislaba y con-
seguía el apoyo tácito o explícito del resto.
En 1920 Obregón pudo enfrentarse y derrotar a Carranza por-
que un cuerpo importante del ejército quedó al margen de la
lucha: el de Pablo González. La presencia de González -rival de
Obregón durante la campaña presidencial de 1919-1920-- confron-
tó entonces al grupo de Sonora con una situación incómoda: para
mantener su recién ganada hegemonía era necesario neutralizar
o eliminar su influencia así como la de l<>s generales carrancistas
con mando de tropas. En julio de 1920, González, acusado de pre-
parar un movimiento sedicioso, fue desterrado. Otros jefes mili-
tares de dudosa lealtad -gonzalistas, carrancistas y antiguos re-
beldes-- fueron elimillfldOS o atraídos hacia las filas gubernamen-
tales con prebendas. Los jefes obregonistas, en especial los miem-
bros del gabinete y los jefes de operaciones, recibieron una amplia
recompensa por su lealtad, ya fuese mediante ascensos o permi-
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tiéndoles enriquecerse con operaciones de dudosa legalidad en las
zonas bajo su control. Esta forma de asegurar la estabilidad de
un gobierno central que casi no tenía otras fuentes de poder más
allá del ejército dio resultado. El apoyo obrero y campesino aún
no estaba plenamente organizado, y su acción era incapaz de neu-
tralizar las fuerzas armadas que sumaban unos 100 mil efectivos.
Los gobernadores de los estados -muchos de ellos también mili-
tares- se encontraron repetidas veces en conflicto, y en desventa-
ja, con los Jefes de Operaciones Militares; pues mientras los prime-
ros representaban la autoridad de jure, los segundos casi siempre
eran la de facto.
Obregón pretendió disminuir un tanto el poder de los militares
reorganizando el ejército. Lo logró parcialmente con la creación
de las reservas, dio de baja a un número considerable de gene-
rales, jefes, oficiales y tropa; se crearon colonias militares para
permitir el retorno a la vida civil de algunos de los cuerpos del
ejército y, finalmente, el aumento de la regiones militares de 20
a 35 disminuyó el poder individual de los jefes de zona. Lo pre-
cario de la estabilidad lograda quedó claramente confirmado a
fines de 1923, al plantearse la sucesión presidencial. Obregón favo-
reció la candidatura del general Calles, pero otros miembros de la
nueva élite se consideraron con tantos o más méritos que Calles. La
revuelta no se hizo esperar. Adolfo de la Huerta, entonces secretario
de Hacienda, conservaba aspiraciones presidenciales y se convirtió
en líder de la rebelión, pero en realidad nunca pudo imponerse
a los jefes rebeldes ni dirigir el movimiento. La rebelión tuvo la
misma bandera que la de Obregón contra Carranza: la lucha
contra la imposi'Ción. La acción la inició el general Rómulo Fi-
gueroa en Guerrero el 30 de noviembre de 1923; 102 generales
-entre ellos Guadalupe Sánchez, Rafael Buelna, Salvador Alva-
rado, Fortunato Maycotte y Antonio Villarreal- que comandaban
alrededor del 40 por ciento de los efectivos, se enfrentaron al gobier-
no central. En la lucha intervinieron marginalmente grupos obreros
y campesinos, la mayor parte de ellos del lado obregonista, que
logró movilizar muy rápidamente 10 mil agraristas en su apo-
yo, principalmente veracruzanos a quienes había organizado el co-
ronel Adalberto Tejeda y a los potosinos de Saturnino Cedilla.
La habilidad de Obregón, falta de coordinación de sus enemi-
gos, más la decisión de Washington de dar apoyo político y militar
al gobierno mexicano, pennitió que en marzo de 1924 el levanta-
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miento delahuertista quedara liquidado, con un costo aproximado
de cien millones de pesos y siete mil bajas. Con el triunfo de Obre-
gón en 1924, el proceso de centralización política se aceleró; pero
aún sería necesario hacer frente a otros levantamientos.
Al asumir la presidencia, Calles era considerado por algunos
círculos como representante del ala progresista del grupo de So-
nora, incluso como un socialista. En un primer momento, efectiva-
mente, tuvo una actitud más receptiva que Obregón ante las deman-
das de algunos grupos campesinos, e intentó restablecer la armonía
entre el grupo gobernante y los obreros organizados, especialmente
por lo que se refiere a la Confederación Regional Obrera Me-
xicana (CROM), que Obregón había descuidado. Luis N. Mo-
rones, líder de la CROM, que por entonces decía contar con casi
un millón de afiliados, ocupó un puesto en el gabinete de Plutarco
Elías Calles.
Sin embargo, este apoyo popular, importante y organizado, no
pudo todavía sustituir o neutralizar al del ejército. Fue entonces
cuando el Estado empezó a tomar un papel relativamente más
activo para resolver los problemas económicos. Como México no
contaba aún con una burguesía nacional importante que sustituye-
ra a la extranjera y dirigiera el sistema económico (esta burguesía
surgiría en buena medida por la protección y actividad del esta-
do), el sector oficial decidió ocupar en parte este vacío. Por ello
se crearon, entre otros, el Banco de México, las comisiones nacio-
nales de irrigación y de caminos, el Banco Nacional de Crédito
Agrícola y Ganadero y los regionales más otras instituciones me-
nores.
La precaria estabilidad política se rompió de nuevo en 1926 al
enfrentarse violentamente la Iglesia y el estado. En la segunda
mitad del siglo XIX la Iglesia perdió mucho de su poder político,
pero durante la larga paz porfiriana lo recuperó en parte. El nue-
vo modus vivendi entre Igletiia y estado fue turbado por la Revo-
lución, particularmente después de la Constitución de 1917, que
reafirmó y aumentó las disposiciones anticlericales de la de 1857.
La jerarquía católica denunció la nueva Carta Magna, en parti-
cular los artículos 3, 25, 27 y 130. Sin embargo, esta oposición no
se tradujo de inmediato en acciones efectivas. Durante la presi-
dencia de Obregón las relaciones entre la Iglesia católica y el go-
bierno fueron tensas. Ante los ataques jacobinos se creó la Asocia-
ción Católica de Jóvenes Mexicanos, cuyos militantes naturalmen-
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te se mostraron poco afectos al nuevo regimen. En 1923 la ten-
sión aumentó cuando se expulsó al nuncio apostólico y se detuvo
la construcción del monumento a "Cristo Rey" iniciada en el
cerro del Cubilete, Guanajuato. Declaraciones hostiles de la je-
rarquía católica motivaron la acción oficial. La crisis se agravó
durante la presidencia de Calles, quien de manera un tanto in:
necesaria alentó las corrientes anticlericales. Por ejemplo, el go-
bierno de Tabasco exigió que los sacerdotes contrajeran matri-
monio como condición necesaria para que se les permitiera ejercer
sus funciones; en la ciudad de México se patrocinó la formación
de una iglesia católica mexicana bajo la dirección del patriarca José
Joaquín Pérez.
En 1926 se publicó una declaración hecha nueve años atrás
por el arzobispo José Mora y del Rio contra la Constitución de
1917. Aparentemente se hizo sin la anuencia del arzobispo, pero
éste reafirmó después la validez de sus observaciones. Ante semejan-
te desafío, el gobierno respondió cerrando escuelas y conventos y
deportando a 200 sacerdotes extranjeros. Poco después se formó
la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR)
cuyos dirigentes decretaron un boicot contra el gobierno, que, a su
vez, dictó una serie de medidas anticlericales. Las autoridades ecle-
siásticas decidieron suspender el culto el 31 de julio de ese año.
El efecto de esta medida fue traumático para una capa muy am-
plia de la población, particularmente en el campo, pues en los
centros urbanos los servicios continuaron aunque de manera más
o menos clandestina. Para un amplio sector rural la Revolución
sólo había significado inseguridad y destrucción, sin ningún efecto
positivo en su situ~ción real, de ahí que el resultado de la política
anticlerical les pareciera intolerable. No se hizo esperar la rebelión
armada que en algunos casos se inició de manera espontánea y des-
organizada, pero finalmente quedó bajo la dirección formal de la
LNDLR.
La llamada guerra cristera tuvo un carácter fundamentalmente
rural aunque la dirección de la LNDLR fue urbana. Siguiendo la&
instrucciones del Vaticano, el episcopado mexicano nunca dio su
apoyo abierto a la lucha, pero numerosos sacerdotes se incorpora-
ron a ella. La dirección militar del movimiento quedó en manos de
un antiguo oficial federal, Enrique Gorostieta, hasta su muerte en
junio de 1929. El programa del movimiento fue la llamada Cons-
titución Cristera, con la que se pretendía reemplazar la de 1917,
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eliminando no sólo las cláusulas anticlericales, sino la reforma
agraria. La lucha se concentró principalmente en los estados de
Jalisco, Guanajuato, Colima y Michoacán. Las fuerzas cristeras,
calculadas en 12 000 hombres para 1927, eran 20 000 en 1929.
Las ofensivas cristeras nunca llegaron a constituir una verdadera
amenaza para el gobierno, pero la pacificación fue lenta e incom-
pleta, y las arbitrariedades que las tropas del gobierno cometieron
en esta campaña la hicieron más difícil.
En 1928 Calles y los representantes del episcopado sostuvieron
una serie de entrevistas, pero sin llegar a una solución definitiva.
El asesinato de Obregón por un católico llevó · a una suspensión
de las negociaciones. Portes Gil reanudó los contactos en 1929 con
la intervención del embajador norteamericano, Dwight Morrow.
Como resultado, la Iglesia accedió a reanudar los servicios religio-
sos así como la rendición del ejército cristero; por su parte, el
gobierno, sin modificar sus disposiciones originales, se comprome-
tió a aplicarlas con un espíritu de conciliación. El domingo 30 de
junio de 1929 se abrieroh formalmente las iglesias al culto regular.
Sin embargo, habría de pasar aún una década antes de que la vio-
lencia religiosa desapareciera por completo.
A una escasa docena de años del triunfo de los constituciona-
listas, los principales miembros de la élite dirigente contaban ya
con cuantiosas fortunas, producto de la corrupción y de sus rela-
ciones con el aparato estatal, situación que no les impidió continuar
presentándose como abanderados de los intereses de los grupos
populares. Lo escandaloso de la corrupción junto con el poco entu-
siasmo desplegado por el equipo gobernante para cumplir con las
promesas de la Constitución de 1917, produjeron un gran escep-
ticismo y desilusión acerca de la Revolución, como lo muestra no
sólo el movimiento cristero sino también el vasconcelista. José
Vasconcelos, secretario de Educación con Obregón, rompió lanzas
con el grupo -gobernante y en 1929 se presentó como candidato
opositor con un programa no particularmente claro ni progresista,
pero centró gran parte de su campaña en la denuncia del vacío
moral en que vivía el grupo callista. Su impacto fue modesto en
el campo, pero en los centros urbanos fue importante, y cautivó a
una gran masa resentida por la actuación oficial. Vasconcelos dijo
haber obtenido el triunfo electoral; es difícil saber si ello fue
cierto, pero careció de la fuerza militar para hacer respetar el su-
puesto triunfo y no tuvo más remedio que ir al exilio e insistir en
considerarse el presidente electo.
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El compromiso de Calles con el antiguo orden fue muy visible
a partir de 1928. Al fin de ese año, y tras una seria confrontación
con Estados Unido':!, el presidente llegó a un acuerdo informal con
el embajador norteamericano. México modificó entonces su legisla-
ción petrolera en un sentido favorable a las empresas norteameri-
canas. También dio marcha atrás en su programa agrario --que
nunca había llegado a ser plenamente aceptado por los líderes re-
volucionarios del norte- y anunció que el reparto de tierras habla
constituido un fracaso económico. Las relaciones con el sector obre-
ro organizado se volvieron a enfriar cuando Luis Morones perdió
-por presión de los obregonistas- la posición estratégica que ha-
bía ocupado dentro de la élite gobernante.
La sucesión presidencial en 1928 volvió a precipitar otra crisis.
Es verdad que Calles había logrado mantener cierta autonomía
en su gobierno, pero Obregón continuaba siendo la figura política
más importante. Al plantearse el problema, esa división afloró,
ccn el consiguiente distanciamiento entre las dos cabezas del grupo
revolucionario. Aparentemente, Calles consideró en un principio
que el general Amulfo R. Gómez, jefe de operaciones en Vera-
cruz, era el hombre adecuado para sucederle en la presidencia.
Obregón y un grupo de sus partidarios apoyaron al secretario de
Guerra, general Francisco R. Serrano. Ante esta situación conflic-
tiva, aparentemente Obregón decidió a fines de 1926 que la mejor
solución sería que él mismo volviera a la presidencia. Calles no pa-
rece haber visto con buenos ojos el retomo de Obregón, pero en
noviembre de ese año aceptó que el Congreso modificara la Cons-
titución para pennitir la reelección siempre y cuando ésta no fuera
inmediata~ abandonándose así una de las banderas que legitimó el
levantamiento contra Díaz. Si la reacción popular contra lo que era
el preámbulo para la reelección de Obregón no fue particularmente
notable, la de Serrano y Gómez sí lo fue. Ambos rompieron abier-
tamente con sus jefes, y en junio de 1927 lanzaron sus candidaturas
a la presidencia. Era evidente que el camino a la presidencia no pa-
saba por las urnas, y la pugna terminó por resolverse una vez
más por la violencia. A fines de 1927 Gómez se levantó en annas
en Veracruz y Serrano lo intentó en Morelos; sin embargo, Obre-
gón y Calles no permitieron a sus adversarios llegar muy lejos,
Serrano y- un grupo fueron aprehendidos en Cuemavaca y fusila-
dos el 3 de octubre cuando se les traía a la capital. Gómez, después
de una serie de acciones de armas de poca monta, fue capturado
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en Veracruz y fusilado el 5 de noviembre. El camino de Obregón
quedó despejado. Las elecciones se realizaron y el lo. de junio
de 1928 se declaró a Obregón vencedor. Este claro panorama po-
lítico se vio alterado repentinamente el 17 de julio cuando el pre-
sidente electo fue asesinado por León Toral. Aparentemente el
asesinato fue planeado por un pequeño grupo católico indepen-
diente del resto del movimiento.
La crisis en que se vio sumida la coalición revolucionaria por
la muerte de Obregón fue grave, p_ues para entonces las diferen-
cias entre Calles y Obregón habían cristalizado llevando a la ma-
yoría de Jos miembros importantes del grupo gobernante a tomar
partido por uno u otro. El equipo obregonista vio desvanecerse
de la noche a la mañana sus esperanzas de tomar el poder, y cul-
pó a Calles del asesinato. De poco sirvió que el presidente dejara
a cargo de los obregonistas la investigación del crimen y que anun-
ciara públicamente su intención de no reelegirse. Calles convocó
entonces a los principales jefes militares para decidir quién habría
de ocupar provisionalmente la presidencia: el licenciado Emilio
Portes Gil fue el designado, por ser un elemento aceptable tanto
a los obregonistas como a Calles. Se le nombró entonces secretario
de Gobernación y el Congreso le designó posteriormente presidente
provisional.
Uno de los últimos actos de Calles en 1928 -y uno de los más
trascendentales para Ja institucionalización del sistema político pos-
l'e\·olucionario-- fue anunciar la creación de un partido que agru-
para a todas las corrientes de la heterogénea coalición gobernan-
te: el Partido Nacional Revolucionario ( PNR) . La decisión fue
tomada como una más de las varias medidas destinadas a paliar la
crisis provocada por el asesinato de Obregón, pero ésta tuvo un
propósito a más largo plazo. En su informe al Congreso del
lo. de septiembre de 1928, Calles señaló que era preciso concluir
ya con la etapa caudillista e iniciar la construcción de un meca-
nismo que permitiera resolver pacíficamente la sucesión presiden-
cial. El nuevo partido constituía el primer paso. Ni la creación del
PNR ni las actitudes conciliadoras de Calles pudieron evitar que
la crisis producida por la desaparición de Obregón se resolviera
en paz. Cuando se volvió a plantear en 1929 el problema de re-
emplazar a Portes Gil las divisiones volvieron a aflorar. La de-
signación final recayó en Pascual Ortiz Rubio. Vasconcelos, como
se vio, fue su principal opositor. Ortiz Rubio no era una figura
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destacada; su designación obedeció a la necesidad de conciliar a
callistas y obregonistas, pero sin dar el poder a un obregonista des-
tacado: Aarón Sáenz, pero el compromiso fue en vano. Un grupo
de generales, dirigidos por Gonzalo Escobar, Jesús M. Aguirre,
Marcelo Caraveo, Roberto Cruz, Francisco Urbalejo, Claudio Fox
y Fausto Topete, se declararon en rebelión el 3 de marzo de 1929.
En su Plan de Hermosillo acusaron a Calles de pretender perpe-
tuarse en el poder aunque aparentando respetar la no reelección,
y se le culpó del asesinato de Obregón. La fuerza anticallista era
respetable: treinta mil hombres comandados por un tercio de los
oficiales activos, pero en poco tiempo la revuelta fue sofocada.
Como en el pasado, el gobierno central se vio auxiliado por fuer-
zas rurales irregulares y en buena medida por el gobierno norte-
americano, que lo proveyó de armamento, previo pago en efectivo.
La rebelión escobarista fue la última gran revuelta militar del
período posrevolucionario (aunque entre 1939 y 1940 estuvo a
punto de ocurrir otra) ; su derrota fue un nuevo golpe contra el
caudillismo y, junto con la creación del PNR, coadyuvó a acele-
Tal' el proceso de concentración del poder en el centro. Esta nueva
fuerza iba a residir por algún tiempo no en el _iefe del ejecutivo,
sino en Calles: el "Jefe Máximo de la Revolución". De ahí que
al período comprendido entre 1929 y mediados de 1935 se le de-
nomine el "Maximato". Este predominio político de Calles contó
con la anuencia inicial de los militares más fuertes: los generales
de división Joaquín Amaro, Saturnino Cedillo, Juan A. Almazán
y Lázaro Cárdenas. La fuerza de Calles quedó demostrada cuan-
do Ortiz Rubio renunció a la presidencia el 2 de septiembre de
1932 por haber entrado en conflicto con el "Jefe Máximo" al
manifestar cierta independencia y efectuar nombramientos sin su
anuencia. Ortiz Rubio fue sustituido por el general Abelardo Ro-
dríguez --que no era miembro del círculo militar más influyente-
y que en 1934 habría de entregar el poder a su secretario de Guerra,
el general Lázaro Cárdenas.
El sistema de partidos
La Constitución de 1917 era una síntesis de los objetivos que la fac-
ción revolucionaria triunfante proponía como marco institucional
para el nuevo sistema, en el que formalmente prevalecieran las
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reglas de los sistemas democráticos liberales del tipo norteameri-
cano y europeo occidental. La práctica mostró que el esquema
formal no funcionaba en la realidad. Las fuerzas desatadas po1'
la Revolución no pudieron ni quisieron circunscribirse a las reglas
constitucionales. Por una parte, desde Carranza, el poder ejecuti-
vo prevaleció sobre el legislativo y el judicial. México contaba
formalmente con un sistema pluripartidista en extremo -para
1929 había más de mil, la mayoría locales- pero en la realidad el
proceso electoral estuvo casi vacío de contenido. Los partidos no des-
empeñaron la función que en teoría tienen, o sea, la de formular,
agregar y articular las demandas de un sector más o menos defi-
nido de la población. En cambio fueron más bien partidos de
"notables", sin base en las masas y que operaron como instrumen-
tos políticos en manos de algunos caudillos o líderes locales o na-
cionales que se servían de ellos para sus propios intereses. A dife-
rencia de los verdaderos sistemas de partidos, la victoria política
no dependió de los resultados en las urnas sino del reconocimiento
que de ésta hicieran las autoridades centrales. La fortuna política
de los miembros de la élite revolucionaria -jefes de operaciones mi-
litares, gobernadores, legisladores, líderes obreros y campesinos, caci-
ques locales, etc.- dependía muy poco del proceso electoral y mu-
cho de sus relaciones con el líder de la coalición en el centro.
El carácter esencialmente personalista de la actividad política
en esta coyuntura explica lo efímero de la vida de los partidos;
cuando sus dirigentes perdían terreno en relación al líder de la
coalición, el partido desaparecía. Tal fue, por ejemplo, el caso
del Partido Liberal Constitucionalista (PLC) formado en 1916.
La ruina del PLC se debió a la desaparición de su líder, el gene-
ral Benjamín Hill, quien empezaba a rivalizar con Obregón. El
presidente alentó entonces a los opositores del PLC, Portes Gil,
Luis L. León, Díaz Soto y Gama y Aurelio Manrique del Partido
Nacional Agrarista, para que en el Congreso le lanzaran un ata-
que a fondo. Inmediatamente los líderes del PLC que se encon-
traban en el gabinete presentaron sus renuncias. La resistencia de
los representantes del PLC en el Congreso se mantuvo algunas
semanas en medio de acalorados y violentos debates, pero al ter-
minar el año ésta había cesado. El oontrol de la Comisión Per-
manente pasó a manos de los antagonistas del PLC, y poco des-
pués el partido se desintegro. Obregón dio entonces su apoyo al
Partido Nacional Cooperatista, pero como en la crisis de 1923-
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.1924 éste opt6 por Adolfo de la Huerta, el partido desapareci6.
El mismo proceso se repiti6 con el Partido Laborista Mexicano
(PLM), brazo político ¿e la CROM, creado a instancia de Mo-
rones en diciembre de 1921 y eliminado de la escena política en
1928, cuando Morones dej6 de pertenecer al círculo íntimo de
Calles. De todos los partidos nacionales el único que sobrevivi6 fue el
Partido Comunista, pero sin poder superar su carácter marginal.
Poco después de la creación del PNR, el sistema multiparti-
dista anterior desapareci6 de hecho. El PNR surgi6 como una
coalición de todos los sectores revolucionarios y declar6 ser su me-
ta el realizar los postulados de la Constituci6n de 1917. En la
realidad, comenz6 por ser más bien una confederaci6n de los prin-
cipales líderes y partidos de la coalici6n revolucionaria bajo la tute-
la de Calles. La preocupación central de sus directivos consistió en
crear y mantener un consenso real entre las facciones de la coalici6n
a través de la conciliaci6n de sus demandas y aspiraciones y
desterrar así la violencia como método para solucionar las pugna~
internas de la élite. La organizaci6n e incorporación de los obre-
ros y campesinos al partido, y al proceso político en general, tuvo
entonces una importancia muy secundaria. Al examinar de c-etC'á
la composición de los miembros fundadores del PNR destacan los
altos jefes militares, los caciques regionales, como Portes Gil, Gon-
zalo N. Santos, Saturnino Cedillo, Garrido Canabal, etc., y algunos
de los principales líderes campesinos y varios del sector obrero. Hay
algunas excepciones notables, en particular la de Morones, debi-
do a las presiones en su contra del grupo obregonista, o la de Soto
y Gama, cuya posici6n intransigente a la muerte de Obreg6n lo
había distanciado ya de Calles. La creación del PNR representa un
avance mayor en el proceso de centralización. Sin embargo, y en
alguna medida, el poder de los caudillos y caciques locales tuvo
que respetarse, y por ello el PNR se constituyó primero como una
agrupación de partidos estatales; la membresía de los militantes
era doble: al partido regional y al nacional. Pero en poco tiempo
los partidos estatales desaparecieron. En esta etapa formativa el
partido entr6 varias veces en conflicto con los gobiernos locales o
el presidente, y Calles se reservó el papel de medidador y árbitro
final. Tal fue el caso, por ejemplo, cuando Portes Gil, como pre-
sidente del partido, chocó con Ortiz Rubio, o cuando Cárdenas,
que también fue dirigente del partido, chocó con una facción del
Congreso. Tras la desaparici6n de Calles del escenario político en
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1935, el presidente quedó como jefe indiscutible de la coalición re-
volucionaria, y toda posibilidad de divergencia entre partido y go-
bierno desapareció para dar paso a la subordinación del primero.
El programa adoptado por el PNR en 1929 respondió perfec-
tamente a las necesidades del grupo en el poder a la vez que re-
afirmó algo que en la práctica no se daba: la ejecución cabal de
los artículos 3, 27, 28 y 123 constitucionales. Es notable el énfasis
dado en el programa a la necesidad de la conciliación nacional,
conciliación entre individuos, facciones y clases. El Estado era colo-
cado como el órgano de esa conciliación. Por ejemplo, se le supo-
nía capaz_ de favorecer, a la vez, a ejidatarios, jornaleros y a la clase
media rural, así como a los grandes empresarios agrícolas. El Esta-
do debía tomar un papel activo en promover el desarrollo econó-
mico, pero sin impedir el crecimiento de una clase empresarial
nacional fuerte aunque respetando los legítimos derechos del tra-
bajador. El cuadro se completaba con la referencia sistemática a un
enemigo no identificado, pero cuya presencia era empleada para
justificar estas metas contradictorias. Los partidos de oposición
prácticamente no aparecen. La campaña vasconcelista no dejó nada
permanente. Desde el principio quedó claro que a la oposición
se la podía tolerar, pero no se le permitiría actuar de manera
efectiva. La "oposición controlada" era bienvenida y necesaria;
ella personificaba de manera concreta a los "enemigos de la Re-
volución", y legitimaba así un sistema que si bien en principio
aceptaba las reglas democráticas, en la realidad actuaba en sen-
tido opuesto.
La reconstrucci6n económica
La Revolución hizo desaparecer muchas de las condiciones que
habían propiciado el acelerado progreso económico de las tres
décadas anteriol'es. S6lo la industria del petróleo, que tenía es-
casas ligas con el grueso del sistema económico nacional y que
además se encontraba geográficamente aislada de las zonas de
lucha, pudo continuar su desarrollo en medio de la guerra civil.
La minería, cuyos centros productores se encontraban más dis-
persos, muchos de ellos en medio de las regiones afectadas por la
guerra civil y dependientes de un sistema de transporte terrestre,
corrió con un poco menos de suerte, pero las firmas más impor-
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Cuadro I
PRODUCTO BRUTO INTERNO (MILLONES DE PESOS DE 1950)
Si/vi- Cons- Energía
Agri- Gana- cul- Mine- Pe- Manu- true- eléc- Trans- Go- Co-
Años Total cultura de ría tura Pesca nerla tróleo facturas ción trica portes bierno mercio Otros
1921 11 273 1441 905 44 5 620 1 733 1669 140 35 459 25f 2 314 1 654
1922 11917 1644 1 033 45 5 843 1633 1680 162 44 458 304 2 339 1 727
1923 12 273 1643 1032 46 6 1 079 1 612 1 687 186 54 493 294 2 364 1 777
1924 12 481 1813 1139 46 9 1 081 1465 1618 202 68 518 361 2 369 1 '.792
1925 14 816 2 421 1 521 48 17 1 087 2 268 2085 257 85 581 374 3008 2063
1926 16 622 2 811 1 766 49 10 1 258 1114 2 330 267 106 584 412 3634 2 281
1927 15 744 2 606 1637 50 21 1441 750 2 359 254 116 606 402 3 324 2 178
1928 16124 2 760 1 734 50 40 1508 618 2298 304 115 633 386 . 3 460 2 218
1929 16115 2 504 1573 51 15 1611 561 2427 292 115 801 371 3554 2 240
1930 15 540 2 283 1434 42 14 1458 552 2 416 301 122 793 368 3585 2172
1931 16 016 2 647 1647 60 9 1272 449 2 296 265 125 747 339 3944 2 216
1932 13 547 2 565 1632 86 10 882 463 1682 223 125 677 344 2 984 1874
1933 15 759 2 940 1 617 123 8 920 511 2 235 317 128 586 377 3 817 2180
1934 16647 2689 1876 255 16 1095 609 2427 407 153 811 408 3 598 2 303
1935 17 983 2 904 1 975 113 15 1136 623 2820 354 173 759 447 4176 2488
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FUENTE: Tomado de Leopoldo Solís, La realidad e:onómica mexicana: retrovisión y perspectivas (4a. ed., México: Siglo
XXI Editores, 1973), p. 91.
tantes sufrieron relativamente pocos estragos. La agricultura en
cambio fue dañada seriamente, así como las comunicaciones.
La movilización de una parte importante de la fuerza de tra-
bajo por los ejércitos revolucionarios, la inseguridad, la destruc-
ción de construcciones, maquinaria, cosechas, robo de ganado, la
dislocación del sistema de transporte ferroviario, del bancario, la
huida de capitales a los centros urbanos o al extranjero, etc., contri-
buyeron a la depresión agrícola. Posiblemente la incipiente industria
manufacturera, que abastecía el mercado interno (industrias como
la textil, la metalúrgica, la de cemento, alimentos y otras similares),
también se vio afectada por falta de mercado, pero no sufrió
destrucción de su equipo y, por tanto, pudo reanudar su ritmo
normal de producción al retomar la calma en 1920. La recons-
trucción de la economía durante el período de Obregón y de Ca-
lles se realizó con relativamente poca participación directa del
Estado, aunque bajo el régimen callista esta situación empezó a
cambiar. Puede decirse que en ese momento el restablecimiento
del orden interno fue el principal estímulo a la actividad econó-
mica. El crecimiento de la producción global fue bastante acci-
dentado. El Producto Interno Bruto (PIB} creció a un ritmo casi
imperceptible durante el gobierno de Obregón (0.6 por ciento).
Pero como coincidió con un ligero descenso en el crecimiento de
la población, el aumento del PIB per capita resultó ser del 1.2
por ciento. El ritmo se aceleró con Calles. Fue entonces cuando
se inició un programa de construcción de carreteras y de obras de
irrigación y se reorganizó el sistema bancario. Entre 1925 y 1929
el crecimiento anual del PIB se quintuplicó en relación al quin-
quenio anterior, siendo de 5.8 por ciento y el per capita de 4.2 por
ciento. Este panorama se ensombreció con la Gran Depresión de
1929, que se tradujo en una severa disminución de las exporta-
ciones que afectó tanto al sector minero y petrolero como a la
agricultura de exportación. El crecimiento del PIB no sólo se
detuvo entre 1930 y 1934, sino que disminuyó en un 0.5 por cien-
to, y dado que el aumento de la población fue de 1.6 por ciento,
el PIB per cap.ita bajó en 2.1 por ciento. En 1935 la economía se
encontraba de nuevo en un proceso ascendente. Dado el relativo
atraso del sistema económico mexicano, los grandes sectores rura-
les casi no resintieron el impacto negativo de la economía mun-
dial. Aparentemente los efectos más severos de la Gran Depre-
sión se dejaron sentir sobre todo en una baja de las utilidades del
sector moderno de la economía.
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La falta de comparabilidad de los datos censales de 1921 y
1930 no permite ver con todo rigor el efecto que el proceso de
reconstrucción económica tuvo en la estructura ocupacional. Apa-
rentemente, el sector agropecuario no experimentó ningún cambio
significativo con relación al periodo prerrevolucionario, y conti-
nuó absorbiendo alrededor del 70 por ciento de la población eco-
nómicamente activa. La población ocupada en actividades tercia-
rias disminuyó del 17.1 por ciento en 1921 al 15.4 por ciento en
1930, pérdida que se neutralizó con un aumento del 11.5 por cien-
to al 14.4 por ciento en la proporción de individuos dedicados a
actividades industriales. El proceso de urbanización se acentuó.
La población urbana que en 1910 constituía el 11.7 por ciento
del total, aumentó a 14.7 por ciento en 1921 y a 17.5 por ciento
en 1930. El crecimiento de la ciudad de México fue particular-
mente notable: su población que en 1910 representaba el 3.1 por
ciento de la total, en 1930 constituia el 6.3 por ciento. Este pro-
ceso irreversible iría acentuándose con el paso del tiempo.
Cuadro II
MÉXICO: ESTRUCTURA OCUPACIONAL Y PARTICIPACIÓN DE LOS
SECTORES, 1921-1940
Estrut:tura ocupacional
S•ctor d• actividad 1921 1930 1940
Población económicamente
activa total 4883.6 5165.8 5 858~1
Agropecuario 71.4 70.2 65.4
Industrial 11.5 14.4 12.8
Manufacturera y extractivas 9.3 13.0 10.8
Construcción 2.1 1.2 1.8
Electricidad 0.1 0.2 0.2
Servicios 17.1 15.4 21.8
Comercio 5.6 5.3 9.4
Transportes y comunicaciones 1.6 2.1 2.5
Otros servicios 9.9 8.0 9.9
FUENTE: Centro de Estudios Econ6micos y Demográficos. Dinámica de la
población en Mé:cico (México: El Colegio de México, 1970), p. 240.
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El sector agrícola continuó siendo el eje del sistema económico.
Su crecimiento fue del 5.1 por ciento anual durante el periodo
1921-1935, pero no llegó a recuperar enteramente los niveles an-
teriores a la Revolución (cuadro núm. 1) . Esto se explica por las
dislocaciones causadas por la lucha civil y por los efectos de la
reestructuración del sistema de propiedad agrícola, puesto que
desde 1913 la hacienda comenzó a resentir los ataques de la Re.
volución. Hasta 1935 la reforma agraria fue más una amenaza
que una realidad. Calles dio impetu al reparto de tierras, pero al
final de su periodo había perdido mucho de su vigor. De todas
formas, llegó a repartir 3.08 millones de hectáreas, que aunadas
a las de sus predecesores llegaron a los cuatro millones. Portes
Gil, a pesar del poco entusiasmo de Calles, logró reanimar los
planes de reforma agraria y distribuyó 1.17 millones de hectáreas
más entre diciembre de 1928 y febrero de 1930. Pascual Ortiz
Rubio er: poco más de los dos años y medio de presidencia sólo
distribuyó un millón y medio de hectáreas. En sus dos años y dos
meses, el general Abelardo Rodriguez se vio en la necesidad de mo-
dificar la política antiagrarista distribuyendo dos millones de hectá-
reas. Asi, pues, desde que Carranza inició el reparto de tierras hasta
1934 se habian repartido únicamente 7.6 millones de hectáreas entre
unos 800 000 campesinos.
El índice de producción agrícola muestra que el modesto aseen·
so de los años veinte se interrumpe en 1929 por la depresión mun·
dial. Para algunos observadores lo sorprendente no es tanto que
la producción haya aumentado con tanta lentitud en estos años,
sino el que no haya disminuido dadas las condiciones de ilata-
bilidad en el campo. Los problemas del sector agrario en estos
años tienen una multiplicidad de causas tanto económicas (inter-
nas y externas) como poHticas. En cualquier caso, la agricultura
y otras actividades primarias afines, que en 1910 contribuyeron
con el 31.3 por ciento al Producto Nacional Bruto (PNB), en
1921 representaron el 28.9 por ciento y en 1930 únicamente el
23.1 por ciento. Esta disminución de la importancia relativa del
sector agrícola no seria temporal ya que a pesar del notable creci-
miento de su producción desde 1940 habria de continuar, dado que
el crecimiento de los sectores industrial y terciario fue aún mayor.
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a satisfacer la demanda externa y bajo el control del capital ex-
tranjero, y aquellos sectores cuya actividad estaba destinada prin-
cipalmente a surtir el mercado interno. La industria petrolera tuvo
un desarrollo acelerado e ininterrumpido durante la década de
la lucha civil. Su producción, que se inició en 1901 con 10 mil
barriles anuales, aumentó a 193.3 millones en 1921. Toda esta
producción provino de los campos del Golfo de México, pero en
1923 estos depósitos empezaron a dar señales de agotamiento y
a ser invadidos por aguas saladas. Las exploraciones resultaron
infructuosas y así sobrevino un rápido descenso. En 1932 se llegó
al punto más bajo, con sólo 32 millones de barriles. A partir de
entonces habría un modesto incremento, pero ya no fue posible
volver a la producción de 1921. México fue desplazado rápida-
mente como productor de petróleo por los descubrimientos de los
yacimientos en el Medio Oriente y Venezuela. El valor de la
producci6n petrolera había representado casi el 7 por ciento del
PNB en 1921, pero para 1935 había disminuido a un poco más del
2 por ciento. En los primeros años de la década de 1920, los impues-
tos a la producci6n y exportación de petróleo suministraron por
sí solos entre el 20 y el 30 por ciento de los ingresos totales del
gobierno federal; el petróleo y sus derivados constituyeron en ese
momento el principal producto de exportación, lugar que los me-
tales volvieron a ocupar al final de la década. Hasta 1938 la
industria petrolera estuvo bajo un control completo del capital
externo (la participaci6n del capital nacional fluctu6 entre el 1
por ciento y 3 por ciento del total) y dominada por un puñado
de grandes consorcios. Las tres compañías sobresalientes fueron
la Standard Oil Co. (NJ), la Royal Dutch-Shell y la Sinclair Oíl
Corporation. Las pequeñas empresas tuvieron que depender de
este grupo de gigantes para la comercialización de su producto.
Fue el capital .norteamericano el que predominó durante la pri-
mera parte del periodo, pero en los años treinta su participaci6n
había disminuido y de rf?presentar el 61 por ciento en 1921, pas6
al 53 en 1934 y a menos del 30 en 1937.
Aunque el pago de impuestos petroleros lleg6 a representar una
parte sustancial de los ingresos federales, su relación con el valor
total de la producci6n estuvo muy lejos de las proporciones que
hoy se acostumbran. Dependiendo de la fuente, se calcula que
los impuestos pagados a México por las empresas petroleras re-
presentaron en el mejor de los casos el 21 por ciento de sus utili-
dades y en· el peor, sólo el 5 por ciento.
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Como en el caso del petróleo, la inversión nacional en la indus-
tria minera hasta 1940 fue insignificante, alrededor del 2 por
ciento del total. En este campo también la mayor parte de la pro-
ducción estaba en manos de un pequeño grupo de empresas: la
American Smelting and Refining Company, la American Smelters
Securities Company, la Green Cananea Copper Company (que
posteriormente pasaría a manos de la Anaconda Copper Compa-
ny), la Green Gold and Silver Company, y la Travers Durkes
Coppers. En conjunto, la inversión de estas cinco empresas equi-
valió a 277 de los 300 millones de dólares invertidos en la minería
mexicana por las empresas norteamericanas. La participación bri-
tánica y francesa fue siempre muy inferior a la norteamericana.
La actividad de la industria minera fue perturbada por la Revo-
lución. Sin embargo, las grandes empresas tuvieron relativamente
pocos contratiempos. Debido a su gran poder económico y polltico
pudieron protegerse tanto de las incursiones de bandas armadas
como de las presiones de los gobiernos locales deseosos siempre
de obtener mayores recursos mediante impuestos extraordinarios
y, a veces, dispuestos a apoyar las demandas de los sindicatos mi-
neros en busca de mejores condiciones de trabajo. En contraste,
las pequeñas compañías sufrieron notablemente y hubo innume-
rables quiebras, sobre todo entre 1914 y 1916. A partir de 1920
la actividad minera se normalizó. La expansión económica expe-
rimentada por Estados Unidos en esos años produjo un aumento
en la demanda de plata, plomo, zinc y cobre. Para 1929, la acti-
vidad minera había vuelto a recuperar su lugar como la primera
industria de exportación, y contribuía con el 10 por ciento al
PNB, pero la Gran Depresión afectó a esa industria de manera
directa y entre 1929 y 1934 su producción disminuyó en más de
treinta por ciento.
La actividad manufacturera, que ya a finales del Porfiriato
empezó a dar señales de gran dinamismo, continuó desarrollándo-
se con prisa en los años veinte. El retorno de la seguridad en el
transporte ferroviario recreó el mercado nacional desaparecido du-
rante la lucha armada, y las tendencias anteriores a la Revolución
se reafirmaron, Finalmente, la difícil situación política que se pre·
sentaba a algunos miembros del grupo terrateniente, les llevó a in-
vertir más en empresas industriales que en la agricultura. Según
algunos cálculos que toman como base los precios de 1950, el valor
de la producción manufacturera en 1921 era de 1 512 millones de
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pesos, es decir, 151 millones menos que en 1910. Desde entonces y
hasta 1927 ascendió de manera ininterrumpida para llegar en 1929
a 2 199 millones de pesos. Su Gran Depresión llevó a que en 1933
el valor de la producción fuera prácticamente el mismo que en
1920. Sin embargo, ya en 1935 se sobrepasó la cifra de 1929, pues
para aquel año el valor de la producción fue de 2 555 millones
de pesos.
El movimiento campesino
La Revolución mexicana ha sido calificada repetidas "-eces como
esencialmente agraria. Se ve al movimiento de 1910 como un le-
vantamiento campesino, y en menor medida obrero, en contra de
los abusos de terratenientes y capitalistas extranjeros. Esta inter-
pretación, aunque cierta, es parcial. Salvo algunas excepciones, pue-
de decirse que los campesinos no dirigieron la lucha contra el régi-
men porfirista; sus demandas fueron pospuestas y habrían d~ pasar
muchos años antes de traducirse en realidades parciales. l.'na in-
terpretación más satisfactoria lleva a "-er la revolución como una
lucha en la cual una fracción de una clase -los sec:tora medios
marginados- estableció una alianza con grupos campesinos y obre-
ros para acabar con un régimen personalista, esclerosado, y que
le negaba la posibilidad de participar en la vida pública. Loa
dirig<mtes revolucionarios terminan por comprometerse a una re-
distribución de la propiedad rural recreando el ejido. Sin em-
bargo, una vez que se ganó la lucha, y que la etapa violenta de
la Revolución quedó atrás, la urgau:ia de estos líderes por po-
ner en práctica sus promesas disminuyó. La tendencia predominante
en los círculos dirigentes nacionales en la década posterior a 1920
no fue la de una reforma agraria radical sino una economía
agraria basada tanto en una pequeña o mediana parcela como en
la hacienda, a la que no R pensó eliminar. A esta concepción
tan poco revolucionaria, se unió otro factor que contribuyó aún
más a retardar el fraccionamiento de la gran propiedad en los
años veinte: la tendencia de algunos militares a llegar a un com-
promiso con los antiguos grupos dominantes en el agro mexi-
cano, pues ello les reportaba un beneficio material inmediato que
no era posible si la reforma agraria se ejecutaba. Este beneftcio
renía lugar ya fuera cobrando por la protección, recibiendo d.
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taciones del estado, o reemplazando directamente a los antiguos
amos. Excepto en el caso de la zona dominada por los antiguos
jefes zápatistas, el ejército en los veinte frenó más que coadyuvó
a la reforma agraria.
Cuadro 111
DOTACIÓN DE TIERRA EJIDAL A PARTIR DE LA PRIMERA LEY AGRARIA
DE 1915
Prome-
dio de
Ejidatarios has/eji- Superficie Tasas de
Hectáreas beneficia- datario por creci-
Años (1) dos (2) (1)/(2) quinquenios miento
1920 64333 15566 4.1 '172 799
1921 178 815 27659 6.5
1922 140 267 16184 8.7
1923 284871 31142 9.1
1924 623 005 64335 9.7
1925 787014 70606 11.1 2014062 63.2
1926 816474 80625 10.1
1927 991526 84116 11.8
1928 638864 63260 10.1
1929 1084370 108846 9.9
1930 744090 67427 11.0 2 275 324 16.3
1931 610304 45625 13.4
1932 348400 21 217 16.4
1933 195 939 16126 12.2
1934 680194 51481 13.2
1935 2 668261 170134 15.7 4503 098 1.3
1936 3 656006 242 664 15.1
1937 5 319598 236424 22.5
1938 3 334 331 157 842 21.1
1939 1732608 78074 22.1
1940 1867 724 74302 25.1 15 910 267 29.0
FUENTE: Memorias del Departamento Agrario, y anuarios estadisticos de
la Dirección General de Estadistica.
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general sus líderes provienen de los sectores medios. En estas cir-
cunstancias, las demandas genuinamente campesinas no son cla-
ramente formuladas o son acalladas, manipuladas, transformadas.
La formación de una conciencia en la clase campesina sobre sus
intereses y, lo que es más importante, acerca de la posibilidad
de hacerlos respetar frente a las demandas de las otras clases,
ha sido siempre y en todo lugar un proceso difícil y no siem-
pre feliz. El grupo de Agua Prieta, heredero del legado carran-
cista, sostendría a partir de 1920 como propia la bandera agra-
rista. La retórica oficial se encuentra llena de alusiones al •origen
campesino de la lucha revolucionaria que acababa de concluir
y a la legitimidad de la demanda de "tierra y libertad". La le-
yenda negra de Zapata desaparecería durante el cardenismo y su
figura fue incorporada al panteón de los héroes venerados por
el grupo que originalmente lo combatió. La nueva élite us6 los
postulados agraristas -junto con el obrerismo y el nacionalismo--
como uno de los elementos decisivos para legitimar su sistema de
dominación.
La realidad distó mucho de corresponder a los pronunciamien-
tos oficiales, que, por otra parte, contribuyeron a la confusión y
mediatización de algunos de los sectores campesinos políticamen-
te activos después de 1920. Los 7.6 millones de hectáreas reparti-
dos desde el fin de la guerra civil hasta 1934 no pusieron fin al
latifundio como unidad central del sistema de producción agríco-
la. Al concluir Abelardo Rodríguez su periodo, la Revolución
apenas había puesto en manos de los campesinos que supuesta-
mente la hicieron, el 15 por ciento de la superlicie cultivada.
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de los caudillos militares, esta base civil de poder, por modesta
que fuera, result6 útil. El Partido Nacional Agrarista (PNA) fue el
primer organismo político nacional que al finalizar la etapa armada
de la Revolución planteó de manera sistemática la necesidad de
llevar a cabo la reforma agraria. Sus organizadores no eran cam-
pesinos sino intelectuales revolucionarios ligados al movimiento
zapatista, como Antonio Díaz Soto y Gama, Aurelio Manrique y
Rafael Ramos Pedrueza; a ellos se unieron otros elementos no za-
patistas, como José Vasconcelos. No es sorprendente que haya cierta
confusión en sus planteamientos ya que éstos correspondieron a una
visión del problema campesino propia de ciertos grupos urbanos ra-
dicales. El PNA apoyó la aplicación del artículo 27 en la parte
redistributiva de la propiedad de la tierra, pero dejó un tanto rele-
gado el problema de cómo organizar el nuevo sistema de propiedad:
su programa tampoco planteó la forma como se trataría de lograr
que el artículo 27 fuera puesto en práctica.
El PNA apoyó al presidente Obregón a la vez que introdujo
el problema de la reconstrucción del sistema ejidal, sus líderes
obtuvieron una posición preeminente dentro de los cuadros de
la élite política: de los miembros del Consejo Nacional del par-
tido cuatro serían con el tiempo gobernadores, uno más ministro
y seis miembros del congreso. Lo que no se logró fue acelerar la
reforma agraria. En la práctica, las demandas campesinas fueron
manipuladas por el PNA para. ganar posiciones dentro del apa-
rato político. Por ello no es de extrañar la existencia de fuertes di-
ferencias entre los directores del PNA. Estas pugnas llevaron a
que en 1923 la Confederación Nacional Agraria, formada bajo los
auspicios del PNA, rompiera con éste y actuara como una orga-
nización aut6noma. Este tipo de rivalidades entre los dirigentes
de todas las organizaciones políticas que apoyaban a Obregón
impidió al presidente unirlas en un solo organismo: la malograda
Confederación Nacional Revolucionaria. La formación de un par-
tido nacional único que agrupara a todos los sectores que apoya-
ran al gobierno tendría que esperar hasta 1929. El PNA sólo llegó
a controlar una fracción de los campesinos, pero en 1924 era qui-
zá el partido más poderoso. La identificación de los dirigentes del
PNA con Obregón fue completa. Por ello, al cambiar la admi-
nistración, perdieron terreno pues Calles vio al PNA como un ins-
trumento de Obregón al que no convenía favorecer. Con Calles la
CROM ganó fuerza y empezó ella a organizar a grupos campesinos
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y a chocar cada vez más abiertamente con el PNA. La CROM dijo
en 1926 contar con 1 500 sindicatos campesinos. Ya antes Ca-
lles había licenciado una parte de las fuerzas agraristas que en
1923 a 1924 organizaron algunos líderes del PNA para combatir
a los delahuertistas. La brecha entre el presidente y el PNA se
ahondó aún más cuando éste apoyó la reforma constitucional que
permitía la reelección de Obregón, y a principios de 1929 se negó
a participar en la formación de un partido nacional: el Partido Na-
cional Revolucionario ( PNR) . Entonces Calles fomentó una divi-
sión en el seno del grupo dirigente, división que culminó con la
expulsión de Manrique y Soto y Gama, a pesar de que contaban con
el apoyo de la mayoría, y con la incorporación del PNA al PNR.
Cuadro IV
DISTRIBUCIÓN DE LA TIERRA
Frecuencias de predios por tamaños
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guel Mendoza López, Andrés Molina Enríquez y Saturnino Ce-
dillo. Su programa seguía la línea oficial: la resolución del pro-
blema agrario se haría mediante la formación de un sistema de
tenencia de la tierra en el que tuvieran cabida tanto los ejidos
como la pequeña propiedad privada y la hacienda; esta última
debería concentrarse sobre todo en el norte y la pequeña pro-
piedad o rancho en el centro. En 1924 la CNA convocó a una
Convención Nacional Agraria. Ahí, tras de apoyar la candidatura
de Calles a la presidencia, se hicieron planteamientos para lograr
la parcelación voluntaria de las haciendas pero que no llegaron
muy lejos. Como el PNA, la CNA tampoco buscó agitar ni movi-
lizar a las masas del campo en apoyo de sus demandas, y quedó
pronto convertida en una organización poco efectiva, sin grandes
raíces en el campo y más preocupada por luchar contra el PNA
que por promover la reforma agraria.
Paralelamente al desarrollo de organizaciones como el PNA y
Ja CNA, surgieron movimientos más independientes y radicales,
influidos en buena medida por elementos comunistas o socialistas.
Uno de los más importantes se formó en Veracruz como resultado
de los esfuerzos del Sindicato Revolucionario de Inquilinos de
Veracruz y con el apoyo del gobernador Adalberto Tejeda. El
líder de este movimiento fue Úrsulo Galván, quien se dedicó a la
organización de bases campesinas como primer paso en la for-
mación de un movimiento que habría de llevar a la instauración
de un régimen socialista. En un tiempo relativamente corto Gal-
ván y sus colaboradores lograron la formación de comités agra-
rios, cuya finalidad inmediata fue la solicitud de dotaciones de
tierra. La tarea no fue fácil; hubo una lucha constante contra
los propietarios y sus guardias blancas -y a veces con el ejército-.
En mayo de 1923 se formó en Jalapa la Liga de Comunidades
Agrarias de Veracruz que bien pronto encontró apoyo en Obregón
que la usó contra los delahuertistas. Sin embargo, esa relación
no siguió el camino trillado, sus programas y acciones tuvieron
u,n carácter más radical y clasista que el agrarismo oficial. La
Liga, debido a la influencia comunista, estableció lazos con orga-
nismos obreros nacionales e internacionales dominados o influi-
dos por los comunistas. Su influencia rebasó Veracruz, y pronto
apareció en otros estados donde los gobiernos locales mostraron
cierta simpatía por las demandas campesinas, como en Michoa-
cán, Puebla, Jalisco, Tamaulipas y Yucatán. Aunque estas organi-
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zaciones contaron con un apoyo más o menos popular, ello no im-
pidió que su efectividad y desarrollo dependiera en gran medida de
la simpatía con que les vieron los gobiernos locales. Cuando este
apoyo desapareció como en 1926 en Michoacán, el ejército les per-
siguió.
Habiendo consolidado una cierta base de poder, las ligas esta-
tales decidieron formar una organización nacional. úrsulo Gal-
ván, que representó a Veracruz, Graciano Sánchez a San Luis
Potosí y José Guadalupe Rodríguez a grupos campesinos del nor-
te, lograron el 20 de noviembre de 1926 formar la Liga Na-
cional Campesina (LNC), que agrupaba a las ligas de 15 estados
más el Distrito Federal. De acuerdo con las declaraciones de sus
dirigentes, esta organización representaba a 400 mil campesinos.
Su programa consistió básicamente en proponer el enfrentamien-
to activo con las fuerzas del latifundismo y cooperar con las luchas
obreras; la meta final sería la socialización de la tierra y de los
medios de producción e~ general. La actitud relativamente mili-
tante e independiente de la LNC no fue obstáculo para que
cuando se fundara finalmente el Partido Nacional Revolucionario
se le invitara a unirse al nuevo organismo. La maniobra de coop- -
tación provocó en 1930 una división dentro de la Liga; mien-
tras una mayoría decidió rechazarla, un grupo encabezado por
Wenceslao Labra la aceptó. La mayoría formó entonces la Liga
Nacional Campesina Úrsulo Galván; una tercera fracción se unió a
la Confederación Sindical Unitaria de México dominada por los co-
munistas. La independencia de la Liga Úrsulo Galván duró poco.
En 1933 se formó la Confederación Campesina Mexicana compues-
ta por seis ligas estatales más la Úrsulo Galván. Su primera direc-
ción la tuvo Graciano Sánchez, y en ella se encontraron, entre otros,
a Marte R. Gómez, Enrique Flores Magón y Emilio Portes Gil. La
primera tarea de esta organización fue promover la candidatura pre-
sidencial del general Lázaro Cárdenas.
La formación de las ligas campdiinas y de la LNC, representa uno
de los momentos de mayor radicalización del movimiento campesi-
no antes del cardenismo, aunque éste no fue total ni afectó a la
mayoría de la masa campesina. La independencia de las ligas fue
relativa; en buena medida su efectividad dependió del apoyo de los
elementos más radicales del equipo gobernante, como Adalberto
Tejeda, Francisco Mugica, Salvador Alvarado o Lázaro Cárdenas.
Cuando por alguna razón este apoyo faltó, entonces los avances fue-
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Cuadro V
POSESIONES DEFINITIVAS DE TIERRAS Y SU CLASIFICACIÓN
1908-1935
Total d1
No.di Bine- superfici1 Otras
.Años 1jidos ficiados entregada Riego Temporal Monte Pastal Cerril clas1s
1928 364 59 671 606 665 19408 113 927 56397 270 639 137 282 9009
1929 640 104829 1003 848 36977 257 399 85 704 384242 220826 18697
1930 445 66176 699 511 17 261 149180 99660 226 455 170 706 36247
1931 348 43 740 603 576 14494 112 856 217 514 171107 83 891 3 711
1932 203 20 710 339 418 6984 52868 41595 147 688 88497 1 783
1933 133 16872 189 203 8485 38152 23932 82699 30079 5853
1934 462 51 561 597 419 40811 141 217 60102 270 020 77 451 7 815
1935 1886 176 556 2 909 371 158 585 704399 616 742 1196 642 194933 38067
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ron modestos y penosos. Cuando el PNR abrió sus puertas a los
dirigentes de las ligas, la mayor parte de éstos terminaron por acep-
tar la invitación y su independencia disminuyó aún más.
El PNR señaló- en su declaración de principios que uno de sus
objetivos sería, además de mantener la unificación de los grupos
revolucionarios, lograr el mejoramiento integral de las masas po-
pulares mediante la aplicación de los artículos 27 y 123 constitu-
cionales y la ley del 6 de enero de 1915. De manera más con-
creta, propuso dos soluciones al problema agrario. En relación a
los campesinos sin tierra, que era necesario continuar con la crea-
ción y restitución de los ejidos; y por lo que tocaba a los propie-
tarios privados, desarrollar una política de irrigación y facilitar el
crédito. Estas soluciones eran muy generales y rehuían compro-
meterse abiertamente con alguna de las dos tendencias en pugna,
la parvifundista o la ejidal. La solución al problema campesino
propuesta por el PNR no acabó con la agitación que existía en
algunas regiones del campo mexicano, (agitación que no llegó a
constituir una amenaza inmediata a la estabilidad del régimen) . En
diciembre de 1929 Calles consideró que la reforma agraria había
fracasado; el 20 de marzo de 1930 dijo al presidente y a su gabinete
que el reparto de tierras estaba dañando la economía nacional y
que la reforma agraria debía concluir. A partir de entonces se
consideró en muchos círculos que la solución ejidal se había aban-
donado. Varios estados dieron por terminada la dotación ejidal.
Con estos antecedentes no era previsible que en 1935 se iniciara
una repartición acelerada y sistemática de los latifundios. Pero fue
significativo que a pesar de lo dicho por Calles, Lázaro Cárdenas
en Michoacán, Agustín Arroyo Ch. en Guanajuato y sobre todo
Adalberto Tejeda en Veracruz, se negaran a concluir sus progra-
mas de reforma agraria. Las corrientes agrarias no eran fáciles
de eliminar, particularmente cuando servían de apoyo a los líderes
locales.
Los obreros
Junto con el modesto aparato industrial formado en México du-
rante el Porfiriato, surgieron. las primeras organizaciones obreras.
Cuando la Revolución se desencadenó, este movimiento obrero,
esencialmente anarco-sindicalista, pudo ser manipulado por el gru-
po carrancista en su lucha contra Villa y Zapata, dándole a cam-
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bio importantes concesiones de princ1p10 que fueron incluidas en
el artículo 123 de la Constitución de 1917, concesiones que ten-
drían que ser pagadas principalmente por los capitalistas extran-
jeros, en cuyas manos se encontraba una gran parte del naciente
sector industrial. A pesar de ello, las relaciones entre Carranza y
los obreros nunca fueron cordiales, y se deterioraron rápidamente
desde el momento en que los constitucionalistas consolidaron su
poder sobre los rivales. A pesar de esta tirantez, la alianza del mo-
vimiento obrero organizado con los triunfadores de la Revolución
se mantuvo, pero la independencia de aquél fue desapareciendo.
El nuevo gobierno, con sus concesiones, sus banderas reformistas
y su retórica de vanguardia, por un lado, y un uso efectivo de la
fuerza, por el otro, logró poco a poco un buen control del mo-
vimiento obrero organizado.
En 1921, únicamente el 30.8 por ciento de la población econó-
micamente activa se encontraba empleada en ocupaciones no clasi-
ficadas como agropecuarias; de ella la mitad se encontraba emplea-
da en la industria. La de transformación daba empleo al 10.4 por
ciento del total, mientras que la actividad extractiva, la industria
eléctrica, la construcción y el transporte, ocupaba a otro 4.2 por
ciento que, sumados, significaban un 14.6 por ciento. Veinte años
después la situación no se había alterado notablemente: en 1940
las actividades no agropecuarias ocupaban al 36. 7 por ciento de la
población económicamente activa, la industria de transformación
al 10.6 por ciento, mientras que las actividades extranjeras, la in-
dustria eléctrica, la construcción y el transporte al 7.1 por ciento, es
decir, 17.7 por ciento del total. Desde sus orígenes, las organizacio-
nes obreras sólo pudieron agrupar a una fracción de los miembros
potenciales. En alguna medida se debió a que las actividades indus-
triales y comerciales se encontraron poco concentradas, dificultando
el proceso de sindicalización. Durante este período, las grandes con-
centraciones obreras se dieron en la industria minera, en los ferro-
carriles, en la petrolera, en los servicios públicos, y en ciertas ac-
tividades manufactureras, como la industria textil. Las cifras sobre
el número de obreros organizados son pocas y no muy confiables;
según éstas, en 1930, de la población económicamente activa -in-
cluida la empleada en la agricultura-, únicamente el 5.5 por
ciento se encontraba sindicalizada. La proporción aumentó nota-
blemente al terminar el gobierno de Cárdenas, pero continuó sien-
do una minoría: 14.5 por ciento del total.
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Durante los años veinte, el movimiento obrero estuvo contro-
lado en gran medida por la Confederaci6n Regional Obrera Me-
xicana (CROM); de ahí que mucha de la historia del movimiento
obrero mexicano en esta década sea la historia de la CROM. La
CROM se organiz6 en 1918 con el apoyo de ciertos colaborado.
res de Carranza. Su prop6sito original era constituir una organi-
zación nacional que simultáneamente apoyara al gobierno y le
exigiera el cumplimiento cabal del artículo 123. La empresa era
problemática, pero la decisión de presionar sin mostrar abierta
hostilidad al sector oficial le dio cierta viabilidad. Para ello los
líderes cromistas hicieron a un lado su ideología anarco-sindicalista
en favor de otra que si bien aceptaba como meta última la lucha
de clases y la futura abolición de la propiedad privada, a corto
plazo favorecía la simple lucha sindical. Esta posición fue justi-
ficada porque el movimiento obrero mexicano se encontraba ape-
nas en su etapa formativa, y no podía pensar seriamente en la
posibilidad de un cambio revolucionario. A pesar de aceptar teó-
ricamente la necesidad de la lucha de clases, la CROM recibió
el apoyo del sindicalismo norteamericano y estableci6 relaciones
formales con la American Federation of Labor (AFL). Su presi-
dente, Samuel Gompers, fue invitado en 1924 a la toma de po-
sesión de Calles y Morones fue nombrado vicepresidente honora•
rio de la AFL. Esta relaci6n fue aprovechada por la CROM para
conseguir varias veces el apoyo de la AFL en las disputas de
México con Washington. La influencia que por un corto tiempo
había tenido el ala radical del obrerismo norteamericano -los
Industrial Workers of the World (IWW)- sobre el movimiento
sindical desapareció.
Desde un principio buena parte de la energía de la CROM se
dedic6 a combatir a las organizaciones rivales, en su mayoría más
radicales, aunque también aparecieron algunas a su derecha, en
particular las católicas. Los gobiernos de Obregón y Calles inter-
vinieron en estas disputas intergremiales en apoyo de la CROM,
que constituy6 una de las bases de poder no militar del gobierno
central en los veintes. La política moderada y de metas puramente
econ6micas de la CROM dio resultados tangibles y positivos para
sus miembros. Parece ser que los obreros cromistas obtuvieron
sistemáticamente aumentos salariales mayores que los miembros
de otros sindicatos, y que la CROM logró hacer efectivo el pa-
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go de indemnizaciones por despido o por accidentes de trabajo.
Los recursos de la Confederación parecen haber sido considerables,
pero sólo una parte procedía de las cuotas sindicales, la otra de
subsidios oficiales y de donaciones hechas por los líderes y empresas
que deseaban evitar conflictos laborales. La contrapartida consistió
en una señalada corrupción de los líderes: Morones y sus principales
lugartenientes, conocidos como el "Grupo Acción", que, sin recato
de ninguna especie, hicieron ostentación de una forma de vida
propia de las capas más adineradas de la población.
La CROM fue la organización laboral más poderosa, pero nun-
ca llegó a controlar por entero el movimiento obrero. Sindicatos
importantes, como los petroleros, permanecieron fuera de ella. En
su momento de mayor auge, la Confederación dijo controlar a un
millón y medio de trabajadores, pero sólo recibía contribuciones
efectivas de 13 mil> y de ese mjJlón y medio las dos terceras
partes eran campesinos. En 1923 'y 1924 la CROM ap<>yó efecti-
vamente a Obregón contra De la Huerta, e hizo suya la candida-
tura de Calles, alegando que su régimen sería en realidad un
régimen socialista: Calles fue declarado el primer presidente
obrerista. A cambío, Morones fue nombrado secretario de Indus-
tria, Comercio y Trabajo, y otros líderes cromistas menores recibie-
ren puestos en el congreso. Si bien la conciencia clasista de la
CROM es dudosa, en cambio favoreció las políticas nacionalistas.
Morones fue el inspirador de la ley petrolera de 1925 que afectó
los intereses de las empresas extranjeras y que fue rechazada tanto
por ellas como por el gobierno de Washington. La CROM declaró
como enemigo principal de la clase trabajadora mexicana al capi-
tal internacional. La libertad económica del pueblo mexicano,
según esto, dependía de defender la riqueza nacional frente a los
intereses extranjeros, defensa en la que el gobierno de Calles des-
empeñaba el papel principal. Dado el predominio del capital
extranjero en la base industrial mexicana y las tensiones diplomá-
ticas que acompañaron a la Revolución, fue relativamente fácil
colocar la lucha antiimperialista -que llevaba a una política de
unidad nacional y cooperación con el Estad<>- como el problema
central de la clase obrera. Cuando en 1927 se concertó el llamado
acuerdo Morrow-Calles con Estados Unidos y la política del pre-
sidente giró más a la derecha, Morones no tuvo más remedio que
hacer modificar la ley petrolera en favor de las empresas extran-
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jeras y apoyar a Calles en su decisión de establecer una colabora-
ción más estrecha con los empresarios extranjeros para la cons-
trucción de un México nuevo.
La escisión que se produjo dentro del grupo dominante por la
reelección y asesinato de Obregón, precipitó el cambio en las re-
laciones entre Morones y la CROM con Calles. En 1929 era evi-
dente que Calles no tenía ya aquel interés de antes por apoyarse
en el movimiento obrero ni deseaba mantener a su lado a Moro-
nes, a quien los obregonistas identificaban como enemigo. La
CROM perdió entonces su posición dominante. Portes Gil volvió
contra la CROM el poder del Estado y alentó temporalmente a
los sindicatos enemigos de Morones; una vez que la CROM se
encontró debilitada, la presión oficial se volvió contra algunos de
los grupos radicales empleados contra la CROM. Al iniciarse los
años treinta, el movimiento obrero se encontró en una crisis: su
organización más fuerte se desintegraba y el gobierno se mostraba
al parecer dispuesto a prescindir de su apoyo en la medida en
que habría de lograr establecer un modus vivendi con los restos
del antiguo régimen. Pero el cambio no fue tan brusco; en 1931
se aprobó finalmente la Ley Federal del Trabajo que reglamenta-
ba el artículo 123 constitucional. Se aceptaba la existencia del
contrato colectivo, se prohibía el cierre de los centros de traba jo
por los patrones y se restringía su derecho a suspender operaciones
y despedir empleados. Se estableció también la formación de las
juntas de conciliación y arbitraje a través de las cuales el gobierno
podía intervenir en la solución de los conflictos laborales. Esta
legislación, que acentuó el poder del Estado sobre los obreros,
estaría vigente hasta julio de 1936, cuando fue modificada por el
gobierno cardenista.
La pérdida de influencia de la CROM no tardó en dar por
resultado la reorganización del movimiento sindical. La Confe-
deración General de Trabajadores (CGT), antagónica de la
CROM y que había mantenido la bandera del anarco-sindicalismo,
se benefició del nuevo estado de cosas. Algunos de los sindicatos
de la CROM se separaron para afiliarse a la CGT; en 1931 esta
central contaba con 96 sindicatos que agrupaban a 80 mil obreros.
Vicente Lombardo Toledano, militante de la CROM, rompió con
ésta y en 1933 formó la Confederación General de Obreros y Cam-
pesinos de México (CGOCM), que iba a servirle para volver a
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crear una organización que llenase el vacío dejado por Morones
y su grupo. Su primer paso fue una denuncia de la CROM por
la corrupción de sus líderes y la claudicación de su línea política.
En contraste, la CGOCM dijo tener como meta la creación de una
conciencia realmente proletaria a fin de iniciar la verdadera lucha
contra el orden capitalista ya establecido. Sin embargo, dejó sen-
tado que en la primera etapa semejante lucha no podría tener un
carácter revolucionario sino de reivindicaciones económicas, acer-
cándose así peligrosamnte a la tesis inicial de la CROM. Por lo
pronto, la CGOCM obtuvo el apoyo de muchos de los sindicatos
anteriormente agrupados en la CROM y el movimiento obrero se
encontró actuando de una manera relativamente más radical, al
menos por un tiempo. Así pues, uno de los efectos del viraje a
la derecha de Calles y su grupo, fue llevar al movimiento obrero
a replantearse el problema de su papel en el cuadro político na-
cional. El apoyo que este nuevo movimiento daría a Cárdenas en
1935 sería un factor determinante en la eliminación de la in-
fluencia conservadora del callismo.
Si bien la CROM cubre la parte más importante del movi-
miento obrero de los años veintes, interesa señalar otras organiza-
ciones que, aunque marginadas, se mantuvieron activas. La CGT,
fundada en 1920, fue en los años siguientes la rival más importante
de la CROM, a la que denunció siempre como colaboracionista.
Esta central anarcosindicalista se mantuvo independiente y militan-
te, lo que le valió ser varias veces víctima de la represión oficial.
La CGT promovió varias huelgas importantes. Por algún tiempo su
principal base de acción se encontró en los ferrocarrileros y tranvia-
rios. Cuando tuvo lugar el enfrentamiento de Portes Gil con la
CROM, la CGT recibió un trato menos duro del gobierno; la con-
federación, por su parte, abandonó su posición anarquista y de no
colaboración con el estado. En 1935 hizo causa común con la
CROM, en contra de Cárdenas y en apoyo de Calles, con lo cual
perdió buena parte del poder que acababa de ganar.
El movimiento comunista ofreció un camino diverso del seguido
por la CROM y la CGT pero su influencia fue marginal. El Par-
tido Comunista Mexicano fue creado en 1919 a instancias del
Comintern y con base en el antiguo Partido Socialista Mexicano.
Por algún tiempo, el PC norteamericano sirvió de liga entre el
naciente partido en México y los círculos comunistas internacio-
nales. En un principio su dirección estuvo muy influida por ex-
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tranjeros y por intelectuales y artistas, como Diego Rivera o David
Alfaro Siqueiros. El partido pudo l[ltraer en sus primeros años a
algunos de los miembros más radicales de la élite política, como
Francisco Mugica o Felipe Carrillo Puerto, pero no los retuvo por
mucho tiempo. El movimiento comunista mexicano surgió cuan-
do un gran proceso de transformación social tenía lugar en Méxi-
co pero nunca llegó a influir de manera apreciable en este pro-
ceso y sí fue envuelto y arrastrado por las luchas internas del
nuevo grupo hegemónico. Así, por ejemplo, en 1923 el PCM se
ligó a De la Huerta, pero afortunadamente modificó su posi-
ción en el último minuto, y participó en la supresión de la re-
vuelta delahuertista. La liga entre el gobierno y los comunistas
no perduró. Cuando en 1929 estalló la rebelión escobarista, de
nueva cuenta el PCM se unió a Calles en una acción que fue
reprobada de inmediato por los líderes internacionales del mo-
vimiento y a continuación trató de iniciar un movimiento contra el
gobierno, que le llevó a sufrir una contundente derrota. La pos-
terior persecución contra los miembros del PCM fue abierta y
brutal; un buen número de sus líderes fueron encarcelados y algu-
nos asesinados. Como la base obrera y campesina del PCM siem-
pre fue modesta, para ampliarla el partido trató de penetrar a la
CROM y a la CGT. En algún momento ciertM· ri1iembros del par-
tido lograron obtener puestos directivos en esas dos organizaciones,
pero sin llegar a influir decisivamente en ellas. En enero de 1929 el
PCM formó una central propia: la Confederación Sindical Uni-
taria de México ( CSUM) , que se manifestó contraria a toda re-
lación con la burguesía gobernante así como a la lucha obrera
centrada en meras reivindicaciones económicas. La represión, au-
nada a la fraseología revolucionaria del grupo gobernante, y a la
dependencia del PCM de las líneas políticas soviéticas -no siem-
pre compatibles con las necesidades locale~ impidieron al PCM
consolidar un poder más o menos- sólido en esta primera eta-
pa de su existencia.
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el control externo de los sectores más dinámicos de la economía.
No tomó ninguna medida contra la hacienda, pero sí intentó po-
ner en práctica las disposiciones constitucionales que afectaban a
las empresas extranjeras, en particular las petroleras. La presión
externa frustró sus planes, pero al tomar el poder el grupo de So-
ncra, se volvió a plantear el problema y se decidió continuar con
las prioridades del pasado, es decir, resolver atacar primero el
dominio extranjero. Al final de la primera guerra mundial, Mé-
xico quedó definitivamente dentro del área de influencia norte-
americana. Ningún país europeo pudo ya contrarrestarla. De ahí
que las relaciones exteriores de México al terminar el período ar-
mado de la Revolución estuvieron detenúinadas (quizá aún más
que en el pasado) por su relación con Estados Unidos. El pro-
blema de fondo fue el status de los intereses norteamericanos en
México, en particular los petroleros, agrícolas y el de la deuda. Se
planteó inicialmente por la renuencia de Washington a dar su re-
conocimiento formal a los gobiernos de De la Huerta y de Obregón.
El gobierno de Adolfo de la Huerta trató de llegar a un arre-
glo para conseguir su reconocimiento cuanto antes. Sus agentes
confidenciales tuvieron una serie de entrevistas con funcionarios
del departamento de Estado norteamericano en las que afirmaron
que la nueva administración mexicana se proponía respetar los
derechos adquiridos por los extranjeros. Washington se congratuló
de esa buena disposición, pero se negó a dar el reconocimiento
si antes no se suscribía un tratado en el que formalmente queda-
ran incluidas las garantías que se ofrecían. Esta demanda obedecía
en buena parte a las presiones del congreso norteamericano sobre
el departamento de Estado. De la Huerta, con la aprobación de
Obregón y Calles, aceptó la posibilidad de negociar el tratado
sugerido por Washington sólo después de haberse otorgado el
reconocimiento formal; pero se rechazó la contra propuesta. En
ese momento los norteamericanos se encontraban en posibilidad
de dictar las condiciones del arreglo y no iba a disminuir su poder
de negociación concertando el tratado una vez que se hubiera
reconocido y legitimado internacionalmente al nuevo gobierno
mexicano. Obregón asumió el poder sin haber logrado el arreglo
con Washington. Desde un principio fue evidente que Obregón
debía resolver los siguientes problemas antes de poder contar con
el visto bueno de Washington: definir el alcance del artículo 27
en relación con la industria petrolera y a las propiedades agrarias
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extranjeras; la reanudación del pago de la deuda externa y las
compensaciones a los extranjeros por daños a sus bienes y perso-
nas durante la lucha civil. Estos cuatro problemas aparecieron una
y otra vez en la correspondencia oficial intercambiada entre Mé-
xico y Estados Unidos de 1920 a 1923. En realidad, lo que más
interesaba a Washington no era tanto la compensación por lo
pasado, sino la modificación de los derechos de propiedad, o sea
el problema petrolero y el agrario. El presidente Warren G. Har-
ding, que en 1921 sucedió a Wilson, y su secretario de Estado,
Charles Evans Hughes, reafirmaron la posición tomada en 1920;
no había otro camino para normalizar las relaciones entre los dos
países que un tratado que garantizara plenamente los derechos
de propiedad de los norteamericanos en México. El 27 de mayo
de 1921, el departamento de Estado hizo llegar a Obregón un
proyecto de tratado de "amistad y comercio". En su parte medular
proponía que los ciudadanos de cada uno de los dos países resi-
dentes en el otro tuvieran los mismos derechos que los nacionales,
y que se dieran garantías recíprocas contra la nacionalización de
sus bienes. tstas se harían sólo por razones de utilidad pública y pre-
via, adecuada, efectiva e inmediata compensación. Yendo a puntos
más concretos, se pedían garantías contra la aplicación retroactiva
del decreto de Carranza del 6 de enero de 1915 y de la Consti-
tución de 1917. Obregón reiteró su intención de respetar los de-
rechos adquiridos, pero se negó a aceptar el proyecto, alegando
que el poder ejecutivo a su cargo no podía firmar ese tratado
porque tocaba temas cuya resolución competía al poder judicial.
El reconocimiento norteamericano era indispensable para Obre-
g6n, no tanto por la posibilidad de un conflicto con Estados Uni-
dos sino porque sus enemigos podían obtener alguna ayuda en
Washington y él podría verse privado de elementos de guerra
provenientes de Estados Unidos en caso de un conflicto interno.
Por otra parte, la aceptación del tratado, si bien disminuía ese
peligro, enajenaría el gran sentimiento nacionalista que per-
meaba a la mayoría de quienes de una manera u otra partici-
paban en la vida política. Además, el interés del nuevo gobierno
aconsejaba no cerrar por entero la puerta a las posibilidades de
obtener un mayor control sobre los intereses extranjeros. Obregón
decidió no aceptar el tratado en espera de que su práctica política
terminara por convencer a Washington de la inutilidad de un re-
-conocimiento condicionado. En julio y agosto de 1921, Obregón
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comunicó personalmente al presidente Harding su decisión de no
afectar los derechos de propiedad de los norteamericanos en Mé-
xico con base en el artículo 27 constitucional. La decisión de
Obregón se puso rápidamente en práctica. En agosto de 1921 la
Suprema Corte, mediante un fallo relacionado con el amparo pre-
sentado por la Texas Oil contra un decreto de Carranza, declaró
que el artículo 27 en su aspecto petrolero no podía ser aplicado
retroactivamente. A esta decisión le siguieron otras cuatro en igual
sentido; las cinco ejecutorias establecieron jurisprudencia. Estas
decisiones del poder judicial reflejaron los deseos del ejecutivo, y
si bien no cerraron totalmente el camino a una interpretación
radical del artículo 27 en cuanto al subsuelo, sí contribuyeron a
legitimar la posición de las empresas extranjeras contra las deman-
das de los sectores nacionalistas de México. A Washington le com-
plació esta medida, pero no llegó a considerarla equivalente al tra-
tado. Había aún problemas. El hecho de que se requiriera que
las empresas demostraran haber efectuado un "acto positivo" an-
tes de 1917 para tener pleno reconocimiento de sus derechos, era
algo que ni éstas ni el gobierno norteamericano estaban disput;stos
a aceptar.
El siguiente paso de Obregón fue reiniciar el pago de la deuda
externa. Dadas las dificultades del erario, se intentó primero usar
los impuestos a la exportación petrolera para allegarse los recur-
sos necesarios. Con ese objeto se aumentaron los impuestos en
junio de 1921, pero el aumento fue vetado por las empresas, que,
además, suspendieron sus actividades. El nuevo impuesto se de-
rogó. México no tenía fuerza para imponerlo. Obregón entonces
envió a su secretario de Hacienda, De la Huerta, a negociar la
reanudación de los pagos con el International Co nmittee of Ban-
kers on Mexico, que controlaba la mayor parte de los bonos de la
deuda externa mexicana. Las negociaciones fueron largas, pero
finalmente se llegó a un acuerdo, conocido como el convenio De
la Huerta-Lamont (este último era el presidente del Comité de
Banqueros), que se firmó el 16 de junio de 1922. Resultó relati-
vamente oneroso para México, pero se consideró que era el costo
de un reconocimiento incondicional. En virtud del arreglo, Mé-
xico aceptó una deuda por valor de casi 1 452 millones de pesos
( 700 millones de dólares). Cerca de la mitad de esta suma corres-
pondía a obligaciones · ferroviarias. Obregón había esperado que
De la Huerta negociara también un préstamo con el que se haría
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frente a los pagos iniciales, pero De Ja Huerta fracasó en este
último punto y Jos recursos fiscales resultaron insuficientes para
saldar esta deuda. México tuvo que hacer un esfuerzo considera-
ble para iniciar los pagos, pero a fines de 1923 estalló la rebelión
dirigida por el propio De la Huerta; los ingresos federales se
redujeron y los pagos fueron suspendidos una vez más.
Ni las decisiones judiciales sobre el artículo 27, ni el convenio
De la Huerta-Lamont, ni la tibieza de la reforma agraria traje-
ron el reconocimiento de Obregón. Pero en 1923 los norteame-
ricanos comenzaron a reconsiderar su posición. La estabilidad del
gobierno obregonista -dijo el cónsul general de Estados Uni-
dos en México- no parecía haber sufrido mengua alguna debido
a la falta de relaciones formales; en cambio, demostraba que, des-
pués de todo, éstas no eran tan vitales como se había creído. La
permanencia de Obregón sin el beneplácito norteamericano ponía
en entredicho el control norteamericano en el hemisferio. Enton-
ces el departamento de Estado empezó a consicierar otro plan.
Desde fines de 1922 se dejó entrever en la correspondencia entre
las cancillerías la posibilidad de sustituir el acuerdo formal por
otro instrumento. Así fue como, mediante los buenos oficios de
un empresario norteamericano, el 9 de abril de 1923 se acordó
que representantes personales de los presidentes de Estados Uni-
dos y de México se reunieran para intercambiar opiniones sobre
los problemas pendientes. Las conversaciones se iniciaron en mayo
y se prolongaron por tres meses. El contenido de las pláticas, que
tuvieron lugar en una casa de las calles de Bucareli y por ello se
conocen como las "Conferencias de Bucareli", nunca se hizo pú-
blico, y apenas aparecieron unas breves minutas conteniendo los
puntos en que se llegó a un acuerdo, que fueron: a) los norte-
americanos aceptaron que las propiedades agrícolas expropiadas
se pagaran con bonos siempre y cuando la superficie afectada no
fuese mayor de 1 755 hectáreas; de lo contrario, el pago debía ser
al contado e inmediato; b) en cuanto a las reclamaciones que se
habían acumulado desde 1868, se acordó formar una comisión
que las revisara; aquellas originadas durante la Revolución serían
tratadas aparte; c) los delegados mexicanos aceptaron que el ar-
tfüulo 27 no podía ser aplicado retroactivamente, pero que la
doctrina de los "actos positivos" se mantendría en pie. Los nor-
teamericanos se reservaron la opción de reclamar el pleno dere-
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cho sobre sus propiedades, con lo cual ia aceptación de la doctrina
de los "actos positivos" no fue completa.
Los acuerdos suscritos en Bucareli no constituyeron técnicamen-
te un tratado. No fueron presentados ante los congresos de los
respectivos países, y por tanto carecieron de validez internacional,
y así lo hizo saber México a Washington cuando años después
éste intentó fundar algunos de sus alegatos en el contenido de
las minutas suscritas en 1923. Lo acordado entonces fue más bien
un "acuerdo de caballeros" que, cuando mucho, comprometía a
Obregón, pero no a sus sucesores. A pesar de ello, el presidente
Harding otorgó su reconocimiento al gobierno de México el 31
de agosto de 1923, y nombró como su embajador a Charles B.
W arren, Ull() de los dos delegados a las Conferencias de Bucareli.
El reconocimiento llegó en un momento oportuno, pues poco des-
pués se inició la rebelión delahuertista. Siendo Obregón el gober-
nante reconocido, pudo obtener armas y municiones en los Estados
Unidos mientras que sus enemigos no. De la Huerta intentó in-
útilmente obtene.r el apoyo de Washington, y a cambio se com-
prometió a respetar íntegramente los intereses norteamericanos en
México. A la vez, y dirigiéndose al público nacional, De la Huerta
acusó a Obregón de traición a la patria por 10 acordado en Bu-
careli. La desorganización en el campo delahuertista, más el apo-
yo de Norteamérica terminaron por asegurar la victoria a Obre-
gón. Para 1924 el acomodamiento del gobierno obregonista con
los intereses creados por los empresarios extranjeros era total.
A pesar de lo onesoso de los términos del convenio De la Huerta-
Lamont, en 1924 se iniciaron los pagos. Las comisiones de recla-
maciones se establecieron _según lo acordado.
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la secretaría de Industria, Comercio y Trabajo empezó a elaborar
una ley reglamentaria del artículo 27 constitucional. La emba-
jada norteamericana conoció los proyectos y advirtió al gobierno
mexicano que no aceptaría ninguna disposición que lesionara los
derechos adquiridos de sus empresas. A pesar de ello, en diciembre
de 1925 y enero de 1926 aparecieron las leyes reglamentarias de
los párrafos I y IV de ese artículo. El primero afectaba a las em-
presas que, a pesar de las disposiciones existentes en contra desde
el siglo pasado, hubieran adquirido propiedades en una franja de
100 kilómetros de ancho a lo largo de las fronteras y 50 en las
costas. Esta disposición ponía en peligro, entre otras, parte de las
propiedades ganaderas de William R. Hearst en Chihuahua, de
las mineras y ganaderas de Greene en Sonora y de las empresas
petroleras en Tamaulipas y Veracruz. Sin embargo, la más objetada
fue la ley reglamentaria del párrafo IV relativo a los derechos
petroleros. Según éste, las empresas con derechos anteriores a
1917 debían cambiar sus títulos de propiedad absoluta por meras
concesiones, las cuales tendrían una duración de cincuenta años.
La doctrina de los actos positivos se reafirmó, pero sujeta a una
interpretación más rigurosa que la acordada en Bucareli.
En 1926 las relaciones entre México y los Estados Unidos fue-
ron muy tensas: las empresas y el gobierno de Washington se
negaron a aceptar y a cumplir con lo dispuesto por la nueva
legislación. La tensión aumentó al vencerse a principios de 1927
el plazo de un año estipulado por la nueva ley petrolera para que
se hiciera el cambio de los antiguos títulos de propiedad por las
concesiones. Además, México y Estados Unidos chocaron en Ni-
caragua, donde cada uno apoyó a una facción distinta entre las
que se disputaban el poder. La crisis llegó a su clímax cuando el
gobierno mexicano ordenó la ocupación militar de algunos campos
petroleros a fin de impedir que las empresas en rebeldía continua-
ran sus operaciones. Si a este cuadro se le agrega el conflicto
religioso, que sin ser un problema estrictamente internacional, sí
movilizó a una parte de la opinión pública norteamericana contra
Calles, es posible imaginar que un choque armado entre ambas
naciones no era remoto. Desde 1926 Washington estuvo consi-
derando la posibilidad de tomar ciertas medidas contra Calles,
como levantar el embargo de armas y permitir a sus enemigos
adquirirlas. En 1927, el secretario de Estado, Frank B. Kellogg,
acusó abiertamente a Calles ante el senado norteamericano por
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fomentar la agitación política en Centro América y por tener
relaciones estrechas con los bolcheviques. Se pensó entonces que
la ruptura de relaciones entre los dos países era inminente y que
posiblemente se empleara la fuerza para que México respetara los
derechos de los extranjeros. Si la crisis no llegó a ese extremo fue
en buena medida porque una corriente de opinión pública norte-
americana, que contaba con voceros en el congreso, se negó a
secundar tal política. Este grupo pidió en cambio que el conflicto
se solucionara mediante un arbitraje internacional, como ya lo
había propuesto Calles. El presidente norteamericano no aceptó
el arbitraje, pero tampoco pudo llevar adelante sus planes agre-
sivos. Calles coadyuvó a este desenlace repitiendo una y otra vez
su intención de llegar a un compromiso y absteniéndose de tomar
una acción definitiva en contra de las empresas que no habían
cumplido la nueva ley.
En la segunda mitad de 1927, Coolidge decidió modificar su
política. El primer paso fue reemplazar al embajador James R.
Sheffield --que apoyaba la línea dura- con Dwight Morrow.
Este nuevo embajador no era diplomático de carrera, sino un
socio del famoso financiero J. P. Morgan. Las instrucciones que
Morrow recibió fueron terminantes y claras: evitar la guerra con
México sin ceder en los principios. Para lograr ambas cosas, el
nuevo embajador decidió prescindir en buena medida tanto de
las amenazas como de la argumentación jurídica usada hasta en-
tonces. En cambio, prefirió tratar de llegar, mediante un contac-
to directo e informal, a un compromiso con Calles basado en con-
cesiones mutuas. Para ello, Morrow procuró presentar sus de-
mandas y soluciones en términos que parecieran compatibles con
el interés nacional mexicano, tal y como éste era concebido por el
gobierno. El primer triunfo de Morrow -y el más resonante- fue
lograr la modificación de la ley petrolera. Tras una plática con
Calles el 8 de noviembre de 1927, el presidente ordenó al poder
judicial que declarara inconstitucional la ley por su carácter re-
troactivo. El día 17, la Suprema Corte dio un fallo en este sentido.
Posteriormente, y con la participación directa de la embajada nor-
teamericana, la ley fue modificada. En su nueva versión, los de-
rechos adquiridos por los petroleros antes de 1917 fueron recono-
cidos de manera absoluta, desapareciendo el límite de 50 años.
Por su parte, Morrow aceptó la doctrina de los actos positivos
aunque definida de tal modo que prácticamente todos los terrenos
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controlados por las empresas antes de 1917 podían quedar inclui-
dos. La embajada también aceptó -contra los deseos de las em-
presas- que los títulos de propiedad fueran cambiados por con-
cesiones confirmativas, a sabiendas de que tal cambio era puramente
formal. El departamento de Estado apoyó a Morrow. En un co-
municado de prensa del 28 de marzo de 1928 anunció oficialmen-
te que se cerraba el conflicto con México e informó a los petro-
leros que no estaba dispuesto a presionar más a México. No
teniendo otra solución, las compañías aceptaron la nueva ley.
Morrow también argumentó sobre la conveniencia económica
de detener la reforma agraria. En este punto nuevamente tuvo
éxito, pues Calles se fue mostrando menos entusiasmado con la
idea de destruir el latifundio. El embajador traía también entre
sus planes una modificación de la política anticlerical que tanto
había disgustado a ciertos sectores de la opinión pública norte-
americana. Morrow ofreció discretamente sus buenos oficios como
mediador, y fueron aceptados, contribuyendo en cierta medida a
poner fin a la rebelión cristera. Irónicamente, el único punto en
el cual no obtuvo el éxito deseado fue en el que más le interesaba
directamente: la reanudación del pago de la deuda externa.
Ya desde 1925, Alberto J. Pani, secretario de Hacienda, había
vuelto a ponerse en contacto con el Comité Internacional de Ban-
queros para renegociar los términos de la deuda, pues era evidente
que no se podía cumplir con los compromisos del acuerdo De la
Huerta-Lamont de 1922. En virtud de estas negociaciones -con-
cluidas él 23 de octubre de 1925- se logró separar del convenio
la deuda ferroviaria y devolver ciertos ferrocarriles· a sus antiguos
propietarios. El monto de la deuda disminuyó de 1 451 a 998
millones de pesos. A pesar de ello, en 1927 México tuvo que vol-
ver a suspender los pagos. Morrow logró entonces que el gobierno
mexicano aceptara que un grupo de expertos financieros norte-
americanos estudiara su situación económica y con base en tal
estudio recomendara los términos en que podía reanudarse el pago
de la deuda. El resultado de este estudio aconsejó desviar parte
de los recursos que estaba canalizando a gastos de infraestructura
y de tipo social, para cubrir la deuda. El 25 de julio de 1930 el
nuevo secretario de Hacienda, Luis Montes de Oca, firmó un
tercer acuerdo con el Comité Internacional de Banqueros. El
monto de la deuda volvió a disminuir por haberse aceptado can-
celar una buena parte de los intereses vencidos desde 1914. La
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suma total a pagar fue de poco más de 600 millones de pesos.
Claro que esta disminución era relativa, pues aún quedaba la
deuda ferroviaria por un monto de 510 millones de pesos. Este
convenio tampoco pudo ser puesto en práctica, pues los gastos
ocasionados por la rebelión escobarista aunados a los efectos de la
Gran Depresión de 1929, que había causado ya una baja considera-
ble en las exportaciones mexicanas, impidieron que se tuvieran los
recursos para cumplir con los términos del arreglo. Morrow no lo-
gró que el presidente Ortiz Rubio aceptara que algunos gastos de
índole social fueran suspendidos para cumplir con el convenio.
En 1928 no quedaba ninguna política que amenazara los inte-
reses de los Estados Unidos o de alguna otra potencia. Quedaba
por resolver, además de la <leuda, las compensaciones por daños
causados en el pasado por la lucha civil o las expropiaciones
agrícolas. Sin embargo, comparados con los otros, éstos eran pro-
blemas menores, sobre todo porque la suspensión de pagos fue
entonces mundi:al. Las decisiones tomadas en 1928 indican que el
grupo gobernante había desistido una vez más de su proyecto
original de arrancar de manos de los extranjeros los enclaves eco-
nómicos. Carranza, Obregón y Calles, cada cual a su manera,
habían tratado de disminuir la influencia norteamericana, pero
no habían contado con la fuerza ni la coyuntura internacional
adecuda para enfrentarse a las presiones externas en el momento
crítico. Por otra parte, esas presiones no explican totalmente el
abandono de la política nacionalista. La línea conservadora sobre el
problema agrario y obrero que siguió el grupo de Agua Prieta
contribuyó también a este resultado. El cambio, claro, no se re-
flejó en los programas ni en el lenguaje oficial, que siempre
continuó enarbolando banderas radicales y nacionalistas. La de-
manda de una mayor independencia económica a través del con-
trol nacional de sectores como el petróleo y la minería continuó
vigente en los círculos oficiales. La legitimidad de esta demanda
ante los ojos de la gran mayoría de los elementos políticamente
conscientes del país, haría posible que cuando las circunstancias
fueran propicias la lucha contra la influencia externa renaciera.
El cardenismo
La creación del PNR no evitó las pugnas entre los miembros de
la élite política al plantearse la sucesión presidencial; pero pare-
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cieron menos intensas. La suces1on de Abe.lardo Rodríguez no
fue excepción. Por una parte, el general Calles deseaba preservar
el patrón establecido, o sea, impedir que la presidencia quedara
en manos de uno de los miembros más influyentes --e indepen-
dientes-- del ejército. Por tanto, deseaba la designación de una
figura relativamente secundaria, que evitara la aparición de ten-
siones entre los componentes de ese pequeño pero poderoso grupo
militar de cuyo consenso dependía el poder de Calles al preservar
su papel de árbitro final. Por ello se ha dicho que Calles favoreció
en un principio la candidatura del entonces presidente del PNR:
general Manuel Pérez Treviño. Parece que esta decisión encontró
oposición dentro de los cuadros intermedios del partido. Apa·
rentemente, el grupo campesino, recién organizado en la Confe-
deración Campesina Mexicana (CCM), pudo ejercer suficiente
presión para que Calles aceptara la nominación del general Lá-
zaro Cárdenas, que era precisamente uno de los cinco jefes mili-
tares más fuertes, y que contaba con una cierta base de poder
propia, tanto dentro del ejército como en Michoacán y entre los
grupos políticos organizados.
El general Cárdenas se había unido a las fuerzas constitucio-
nalistas en Michoacán en 1913, cuando contaba 18 años de edad.
A todo lo largo del tumultuoso periodo de los años veinte, se
mantuvo leal a Obregón y a Calles, y por ello fue nombrado Jefe
de Operaciones en Veracruz y Michoacán, y posteriormente go-
bernador de este estado. Para 1930 se encontraba ya en el centro
del poder al ser nombrado presidente del PNR y en 1933 ocupó
la secretaría de Guerra. Al ser nombrado candidato del PNR en
ese mismo año, Cárdenas tenía una reputación de hombre honesto
y progresista, reputación que se había afianzado cuando, como
gobernador de Michoacán, y contraviniendo los deseos de Calles,
había continuado con el reparto agrario. Al iniciarse la década
de los 1930, Cárdenas constituía el ala progresista de la élite militar
en que se apoyaba Calles; los generales Amaro y Almazán se en-
contraban en el otro extremo. La posición de Calles era más cer-
cana a la de Amaro y Almazán que a la de Cárdenas; sin embargo,
no llegó a interferir decisivamente en la política agraria que éste si-
guió en su zona de influencia, Michoacán. Aunque la posición
de Cárdenas al ser nombrado candidato del PNR era relativamente
más fuerte que la de sus antecesores, nada hacía prever la posibili-
dad de que lograra sacudirse la tutela de Calles. De todas maneras,
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el "Jefe Máximo" ordenó en 1933 al presidente Abelardo Rodrí-
guez preparar una plataforma política -el llamado· Plan Sexenal-'-
a _cuyos lineamientos se tendría que sujetar su sucesor. El plan se
elaboró y se presentó posteriormente a una comisión del partido
para su adopción como programa oficial del mismo. La inquietud
y descontento de ciertos elementos, en particular de los represen-
tantes carripesinos, afloró entonces, y el proyecto fue sometido a
una crítica severa. La comisión terminó por introducir modifica-
ciones sustantivas, dándole un tono radical, de manera que el
plan acabó por ser un instrumento que limitaba la libertad de
maniobra de los elementos conseivadores del partido más que la
de Cárdenas. En su campaña presidencial --que por su vigor con-
trastó con las anteriores--, Cárdenas se ciñó a los lineamientos
del plan.
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sistió en alentar a los grupos obreros que se encontraban en pro-
ceso de reorganización a hacer uso extensivo de la huelga para
mejorar su posición. El movimiento obrero, en buena medida ya
bajo la dirección de Vicente Lombardo Toledano, tomó rápida-
mente un carácter más militante que antes. El presidente también
alentó a los grupos de campesinos organizados, que continuaban
manifestando su insatisfacción con la liquidación de la reforma
agraria propuesta por Calles.
Además de la agitación obrera -que en 1935 alcanzó propor-
ciones no conocidas hasta enton<;es, particularmente en la capital
del país-- y en menor grado de la campesina, los elementos del
círculo dirigente se encontraron molestos e intranquilos porque
Cárdenas afectó directamente algunos intereses secundarios de
varios de sus miembros más conspicuos. Así, por ejemplo, Abe-
lardo ~odríguez tuvo que aceptar la clausura de ciertos centros
de juego que él controlaba; el general José María Tapia fue pri-
vado de jugosas concesiones oficiales, y Amaro, en su calidad de
director de Educación Militar, fue censurado a raíz de una pro-
testa hecha por algunos alumnos de la Escuela Superior de Gue-
rra. Al finalizar el mes de mayo de 1935 la situación llegó a un
punto crítico. En una entrevista celebrada entre el general Calles
y un grupo de legisladores encabezados por el senador Ezequiel
Padilla, que todos los diarios del país publicaron el 11 de junio,
el "Jefe Máximo" se refirió al "marathón de radicalismo" por el
que atravesaba el país, y lo atribuyó a las ambiciones desmesu-
radas de los líderes obreros. Y aunque mencionó la vieja amistad
que le unía con Cárdenas, a nadie escapó que la declaración
constituía una severa crítica al presidente y que ponía a éste ante
una disyuntiva: o eliminaba a Calles y a su grupo de la escena
política con todo el riesgo que ello entrañaba, o renunciaba a toda
pretensión de independencia. Mientras una verdadera caravana
de líderes políticos se presentó ante Calles para expresarle su
apoyo, el presidente se decidió por el primer camino. Para ello
contó c9n la ayuda de las organizaciones obreras y campesinas.
Lombardo se lanzó abiertamente contra Calles y formó el Comité
Nacional de Defensa Proletaria en apoyo de Cárdenas. El presi-
dente logró también que algunos personajes influyentes, como Ce-
dillo y Portes Gil, se unieran a él. En última instancia, la lealtad
del ejército era el factor determinante y por eso Cárdenas actuó
con rapidez y obtuvo el apoyo explícito de un grupo de los
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generales y jefes que se encontraban en varios puntos estratégicos.
La prontitud con que Cárdenas contestó el reto que le lanzó
Calles y su grupo fue decisiva. La crisis precipitada por las de-
claraciones de Calles el día 11 terminó cuando el 18 el "Jefe
Máximo" tomó un avión para Sinaloa, de donde partió más
tarde a Estados Unidos. Calles permaneció en Los Ángeles, pero
en septiembre, a pesar de los consejos de Abelardo Rodríguez,
decidió volver a México. Cárdenas se encontraba ya en completo
dominio de la situación y no le permitió llevar adelante sus pla-
nes para recuperar el poder. El antiguo caudillo, junto con Moro-
nes, no tardó en ser consignado ante la Procuraduría General
acusado de estar preparando un movimiento armado contra el
gobierno. La investigación no llegó a efectuarse, pero fue evidente
para todos que el Maximato había concluido. En abril de 1936,
y sin previo aviso, Calles fue trasladado de su rancho Santa Bár-
bara al puerto aéreo y expulsado del país. Esta vez su salida fue
defintiva. ~-_l~_crisis de junio de 1935 siguió una amplia reorga-
nización del partido y del gobierno a foi de eliminar á los ca-
llistas: .El gabinete fue reorganizado; entre los cambios más im-
portantes se encontraron el del secretario de Guerra, cargo que
recayó en el general Andrés Figueroa; Silvano Barba González
fue nombrado secretario de Gobernación; Saturnino Cedillo, de
Agricultura, y el general Sánchez Tapia, de Economía. Emilio
Portes Gil fue sustituido por el general Eduardo Hay en la se-
cretaría de Relaciones Exteriores, y pasó a ocupar la presidencia
del PNR; Múgica quedó en la secretaría de Comunicaciones. En-
tre el secretario de Gobernación, el de Guerra y el presidente del
partido, eliminaron a los elementos anticardenistas que se encon-
traban en las legislaturas nacional y local, en los gobiernos esta-
tales y en los diversos cuerpos del ejército. El general Amaro fue
enteramente marginado aunque no así Almazán, que continuó en
servicio activo. El dominio que por tres lustros había ejercido so-
bre la política nacional la "dinastía sonorense" había concluido a
fines de 1935. !~mente desapareció la dualidad de centros de
~er inaugurada en-T929: el presidente volvió a ser el verdadero
~je del p~eso políti_co. La reforma agraria y el apoyo oficial a las
demandas obreras se acentuáro:ri: A cambio de este apoyo, los obre-
ros y- campesinos se afirmaron como la nueva base del gobierno car-
denista. La crisis política no concluyó con la salida de Calles:
álgunos de los líderes que habían apoyado al presidente original-
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mente entraron en conflicto con él y fueron marginados. Tal fue el
caso de Portes Gil, que en su calidad de presidente del PNR no sólo
elimin6 a los elementos callistas sino que pretendi6 hacer del par-
tido una fuente propia de poder; para agosto de 1936 se vio
obligado a renunciar. La política agraria radical de Cárdenas
termin6 por producir el distanciamiento de Saturnino Cedillo.
Las propiedades agrícolas de Cedillo en San Luis Potosí eran
importantes y el líder potosino no tenía interés en una reforma a
fondo. En agosto de 1937, y a raíz de un conflicto entre Cedillo
y los estudiantes de la Escuela Nacional de Agricultura de Cha-
pingo, el secretario de Agricultura abandonó el gabinete y no
tardó en acercarse a otros elementos militares para intentar un
golpe contra Cárdenas. Cedillo contaba con una fuerza militar
respetable, pero insuficiente. A fines de 1937, el gobierno central
retir6 a Cedillo los aviones de combate estacionados en San Luis
Potosí a la vez que estacion6 tropas leales en el estado. El si-
guiente paso fue ordenar a Cedillo que volviera al servicio activo,
y asumiera el mando de la zona militar en Michoacán, entidad
cardenista por excelencia. Ante la disyuntiva de perder su base
regional de poder o desafiar a Cárdenas prematuramente, Cedillo
opt6 por esto último. El 15 de mayo de 1938, la legislatura de
San Luis Potosí aprobó un decreto desconociendo al gobierno
central. La resistencia fue inútil; en unas pocas semanas -y con
un mínimo de violencia- el núcleo de la fuerza cedillista había
sido neutralizado por las tropas federales. Algunas bandas rebel-
des se mantuvieron activas hasta principios de 1939, cuando Ce-
dillo, casi solo, encontró la muerte en un choque con un desta-
camento federal que lo buscaba.
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rac1on Nacional Campesina (CNC) _y la Confederación de Tra-
bajadores Mexicanos ( CTM). La creación de la CNC puede
verse en parte no sólo-como·-una forma de captar el apoyo cam-
pesino, sino también como 1:1_n in_tentopor evitar que el poder de
la CTM creciera más allá de lo conveniente, pues originalmente
ésta pretendió convertirse en central única de obreros y cam-
}lesillos. Lo perdido por la CTM, lo ganó el presidente. J¿~_<!o e~
hecho de que el ejército continuaba siendo un factor político
decisi~o, tanto la CTM como la CNC sirvieron para neutralizarlo.
Para ·ello, contaron con su organización sindical misma, e inicia-
ron la creación de milicias rurales y obreras. Ya en la ceremonia
del día del ejército, en abril de 1938, Cárdenas había advertido
la posibilidad de un movimiento militar en su contra; el primero
de mayo de ese año desfilaron (desarmados) por las calles céntri-
cas de la capital de la República miles de miembros de las incipien-
tes milicias de los trabajadores. El presidente pudo declarar entonces
que si elementos reaccionarios intentaban una rebelión, las fuerzas
irregulares les harían frente. En realidad, la preparación y arma-
mento de estos grupos paramilitares nunca llegó a compararse con
los del ejército regular, pero sí constituyeron una fuerza potencial
que los opositores de Cárdenas debieron de tomar en cuenta.
El apoyo a Jo_!; _o_breros, la reforma agraria, la creación de las
organizaciones populares, el énfasis en una educación de corte
socialista basad~ en el materialismo histórico y otros elementos,
contribuyeron a dar por primera vez contenido a los slogans ofi-
ciales, que proclamaban como objetivo de la Revolución la cons-
trucción de una democracia de trabajadores. Las metas se rede-
finieron: México debía evitar los enormes costos sociales que aca-
rrea la industrialización clásica. Su proceso de modernización se
haría teniendo como base la creación de nuevas comunidades
agrarias, más un complejo industrial descentralizado subordinado
a aquéllas y que de preferencia tomaría la forma de _cooperativas.
Exactamente cómo se construiría y funcionaría este sistema eco-
nómico nunca fue puesto en claro, y el plan mismo nunca llegó
muy lejos. Las reformas que llegaron a ejecutarse desaparecieron
o terminaron por ser aprovechadas por los regímenes posteriores
para construir un sistema más acorde con los lineamientos del
capitalismo ortodoxo. Las posibilidades de este "socialismo mexi-
cano", que pretendía constituirse en otra opción al capitalismo
tradicional distinta del socialismo soviético y del fascismo, fue-
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ron pocas. Fuertes presiones internas y externas surgieron a par-
tir de 1938 y terminaron por anular esa solución. Las presiones
llevaron a Cárdenas a dar marcha atrás sin que los sectores po-
pulares, base de su régimen, pudieran percatarse de ello y menos
aún oponerse, porque carecían de la independencia necesaria para
ello. !-~s _ganancias a corto plazo para los obreros y campesinos a
' partir de 1935 fueron muchaii, pero se lograron más como conce-
sión desde arriba que como producto de presiones y demandas de
sus organizaciones, que por eso mismo no pretendieron actuar con
independencia del poder ejecutivo. En 1938, cuando la política
cardenlsüi. empezó a virar -·hacia una posición más moderada, la
participación de los grnpos organizados estaba ya mediatizada y
controlada por el nuevo partido oficial: el Partido de la Revolu-
ción Mexicana ( PRM) .
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rias confederaciones industriales y comerciales, fueron declaradas
por ley órganos de representación del sector empresarial ante los
organismos oficiales, pero debían quedar fuera de la estructura
partidaria, lo que a la larga las benefició, pues no tuvieron que
someterse a su disciplina. •' """, 1' • t• 1 •' •
La inclusión del ejército en el partido tuvo por objeto neutra-
lizar a una importante corriente anticardenista que estaba for-
mándose en su interior. Dentro del partido, el ejército se encon-
traría ·unido a otros tres sectores cuya lealtad a Cárdenas estaba
probada. La presencia del ejército dentro del partido, que en
cierta medida legitimaba su notable actividad política, duró poco
tiempo. Concluido el periodo cardenista y con él las posibilidades de
un levantamiento militar, este sector dejó de existir. En el futuro los
militares interesados en actividades políticas sólo podrían afiliarse
individualmente al partido a través del sector popular. En la nueva
organización partidaria, el nombramiento de candidatos quedó a
cargo de cada sector; el número de candidatos asignados a cada
uno dependería de una negociación entre ellos mismos. U na vez
seleccionados, los candidatos recibirían el apoyo de todo el par-
tido. A diferencia de los otros tres sectores, el militar no partici-
paba en la elección de candidatos locales y estatales. Las dificul-
tades dentro y entre los sectores se resolverían por el Comité Eje-
cutivo Nacional. En la práctica, si el problema era importante,
el presidente mismo ajustaba las diferencias.
La creación del PRM fue un paso más en la eliminación de] ¡,
~er_ de los caciques locales y en favor de la centralización y 1 '
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se reflejó en las declaraciones de princ1p1os del nuevo partido.
El énfasis en la reconciliación, propio del PNR del Maximato,
dio paso a los elementos populistas y de lucha de clases, por un
lado, y al papel director del Estado en lo económico y social, por
el otro. El elemento conciliatorio no desapareció, pero se aceptó
formalmente que el proceso de desarrollo en México se daba den-
tro de un marco clasista y que los antagonismos entre las clases
se podían limar pero no eliminar.
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presas- y las críticas implícitas en ellas al programa cardenista,
combinadas con una crisis económica agudizada por la baja de
la exportación, contribuyeron a crear una crisis dentro del país
que las fuerzas anticardenistas aprovecharon para fomentar los
ataques al presidente y sus políticas. Tras esfuerzos considerables,
México logró capear la crisis externa, pero no se pudo evitar que
la posición de Cárdenas se debilitara.
Las presiones internas contra Cárdenas provinieron tanto de
fuerzas de la coalición revolucionaria como de los elementos dere-
chistas más tradicionales. Estos últimos promovieron una propa-
ganda que alcanzó tonos histéricos, pero no constituyeron un
obstáculo muy serio para el gobierno. Elementos representativos
de estas fuerzas fueron el Partido Acción Nacional, la Unjón Na-
cional Sinarquista y otras organizaciones de clase media antico-
munista. La oposición más seria provino de ciertos sectores dentro
del grupo en el poder. Como ya se señaló, en el ejército había
una fuerte corriente anticardenista y una oposición particular-
mente aguda contra Lombardo Toledano y la CTM, en quienes
los militares veían un poder que disminuía el suyo. La rebelión
cedillista fue el caso más espectacular de esta oposición, pero no
el único. Aparentemente cuando Cedillo se levantó en armas es-
taba ya en cÓntacto con otros generales entre los que figura-
ban Almazán, Amaro, Abelardo Rodríguez, Román Yocupicio (go-
bernador de Sonora) y otros más, para organizar el movimiento
anticarden~sta. La acción precipitada de Cedillo y su rápida de-
rrota aplazó los intentos por repetir la experiencia delahuertista
o escobarista. Sin embargo, la agitación dentro del ejército conti-
nuó. En octubre de 1938 se fonnó el Frente Constitucional De-
mocrático que agrupó a una serie de generales fuera del servicio
activo, para organizar un movimiento anticomunista; sus ataques
estuvieron dirigidos contra Lombardo Toledano y aun contra el
presidente. En diciembre de ese año el general Pérez Trevifio, que
pidió su baja como protesta contra la política cardenista, formó
el Partido Revolucionario Anticomunista. La Unión Nacional de
Veteranos de la Revolución tomó también una posición claramente
anticardenista.
Paralelamente a estas manifestaciones de descontento, se inició
la lucha dentro del partido por la sucesión presidencial. Estaban
en juego esta vez no sólo las ambiciones personales de ciertos lí-
deres y grupos, sino la orientación misma de la Revolución: ¿se
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iba o no a continuu con el programa cardenista en el siguiente
sexenio? Para fines de 1938 había un gran número de aspirantes.
Entre ellos, Ávila Camacho, Almazán, Múgica, Sánchez Tapia,
Gildardo Magaña, Yocupicio y Francisco Castillo N?jera, todos
generales. Pronto las grandes corrientes dentro del partido se
orientaron hacia tres personas: Ávila Camacho, Almazán y Mú-
gica. Los dos primeros representaban corrientes de opini6n dis-
tintas del cardenismo, si bien la de Avila Camacho no era una
oposici6n abierta y la de Almazán sí. Múgica, por el contrario,
se comprometió a seguir el reformismo cardenista; pero al final
no logró atraer a los elementos importantes del partido. Aunque en
un principi6 contó con el apoyo de la mayoría de las comunidades
agrarias, no recibi6 el de la CTM. Ávila Camacho no consigui6
al principio un respaldo fuerte del sector campesino, pero cont6
con la mayoría de los gobernadores y de los legisladores. Almazán
tenía un gran apoyo en el ejército y entre los elementos conser-
vadores del partido. En febrero de 1939 Cárdenas, que tenía la
última palabra, dio su apoyo a Ávila Camacho, y la CTM le
respald6. En cierta medida fue la crisis econ6mica y política de
ese momento la que llev6 a Cárdenas a aceptar la candidatura
de Ávila Camacho. Múgica y Almazán quedaron eliminados; pú-
blicamente el primero aceptó el hecho, pero no así el segundo, que
inmediatamente abandonó el PRM y el servicio activo en el ejér-
cito' ~a formar el Partido Revolucionario de Unificaci6n Na-
cional (PRUN) e iniciar una activa campaña presidencial. La
oposici6n de Almazán no fue desdeñable, particulumente en los
centros urbanos.
El PRUN logró un apoyo importante, pero no exclusivo, de
los sectores medios y las capas altas. El almazanismo también con-
tó con algunos elementos progresistas cuya ideología mal se avenía
con el conservadurismo de su líder, pero que en él encontraron
la única soluci6n a Cárdenas y Lombardo. Para satisfacer a una
coalici6n tan heterogénea, Almazán llevó a cabo una campaña
activa, pero ambigua ideológicamente. Tan o más importante que
este apoyo civil, fue la gran simpatía del ejército, que provenía
no tanto de los generales y jefes en servicio activo --que se en-
contraban comprometidos con Cárdenas y Ávila Camacho-, sino
de los oficiales y aun de la tropa: esta situación era exactamente
la opuesta a la que se present6 en 1935 cuando Cárdenas se en-
frentó a Calles. Almazán trató de captar la simpatía o la neutrali-
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dad del gobierno norteamericano, pues tal elemento era necesario
si iba a acudir a las armas. En esto fracas6. El gobierno norte-
americano consider6 que Ávila t::amacho era lo suficientemente
moderado para permitir un arreglo de los asuntos pendientes con
México y garantizar a la v.ez un futuro más compatible con sus
intereses. Almazán, desde el punto de vista de Washington, estaba
demasiado a la derecha, y entre sus partidarios se contaban un gru-
po importante de tendencias fascistas, lo que era inaceptable. A
los norteamericanos les lleg6 a preocupar tanto como a Cárdenas la
posibilidad de que Almazán recurriera a la rebeli6n si el resultado
oficial de los comicios no le era favorable. Los Estados Unidos
no deseaban más des6rdenes al sur de su frontera, y menos si
propiciaban el fascismo.
En las elecciones de 1940 la violencia se desat6: los choques
entre grupos cardenistas y avilacamachistas por un lado y parti-
darios de Almazán por otro, menudearon. En la capital de la Re-
pública se inform6 de 15 muertos y más de un centenar de he-
ridos, en su mayoría almazanistas. Cuando los resultados oficiales
se dieron a conocer, a Ávila Camacho se le adjudicaron más de
2.25 millones de votos mientras que a Almazán se le reconocieron
únicamente 128 mil, y al tercer candidato, Sánchez Tapia, 14 mil.
No es sorprendente que los almazanistas consideraran que tales
resultados no correspondían a la realidad y que Cárdenas y Avila
Camacho les estaban arrebatando la victoria de un modo frau-
dulento. Almazán sali6 entonces para La Habana, prometiendo
volver. Los rumores sobre la inminencia de una rebeli6n circula-
ron por todas partes. Al fin¡Ll no hubo el levantamiento anunciado
y todo se redujo a unas cuantas acciones de pequeñas bandas arma-
das, especialmente en el norte. El líder del movimiento nunca cum-
pli6 la promesa hecha a sus partidarios de volver y recurrir a las ar-
mas. Almazán contaba ya con una considerable fortuna personal y
tenía mucho que perder en caso de que el resultado de su enfren-
tamiento con Cárdenas le fuera adverso. Ávila Camacho tom6 po-
sesi6n de su cargo en diciembre de 1940 sin mayores dificultades.
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importantes en los sectores agrícola y petrolero, y por la afirma-
ción· de tendencias del período anterior en cuanto a la industria-
Cuadro VI
Revolución y
Rubro Porfiriato reconstrucción
1900 1910 1930 1940
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pas6 a 177 en 194-0- no fue de la magnitud de la provocada
por la Gran Depresi6n, pero sí lo suficientemente importante para
llevar a México a una seria crisis, que se acentu6 Por una huida de
capital ocasionada por la política radical del cardenismo.
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petróleo y plata, perjudicó a la balanza de pagos, factor que,
unido a otros, provocó una cierta crisis económica general.
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segunda guerra mundial, el boicot contra México disminuyó no-
tablemente. La industria petrolera nacionalizada siguió entonces
la política de vender en el mercado interno a precios relativa-
mente bajos, con el fin de promover el desarrollo de la industria
y la agricultura. PEMEX, a pesar de la corrupción y de la mala
administración, llegaría a convertirse en una de las empresas más
importante11___de América latina.
, La minería'$e recuperó con bastante rapidez de la crisis mun-
;dial, pero la reducción de las compras norteamericanas de plata la
!afectó y el valor real de la producción minera en 1940 era menor
lque en 1930. A mediados de los años veinte los productos mine-
'rales representaban el 43 por ciento de toda la exportación; se-
guían el petróleo y los productos agrícolas. En 1940 el tanto por
ciento de los minerales, principalmente oro y plata, era de 62
por ciento. Éste sería el momento en que la producción minera
habría de ser la más importante de las exportaciones mexicanas,
un poco más importante aún que a fines del Porfiriato. Pero cin-
co años después, en 1945, su contribución al conjunto de las ex-
portaciones había descendido en más de la mitad y ya no volvería
a recuperarse. Su lugar lo ocuparía la exportación de productos
agrícolas y pecuarios.
La industria manufacturera continuó desarrollándose, aunque
no rápidamente. Eñ-193(fhabía contribuido con el 16.7 por ciento
al valor de la actividad económica total; para 1940 la cifra había
subido a 18 por ciento. ~! .P_roceso de sustitución de. i01portaciones,
que sería el .estímulo .más importante para el crecimiento ind~s
tiiil,ijlenas- lba ·a.· cómeñzar. Mientras que el número de obreros
ocupados en ésta· activida<! parece haber disminuido un tanto entre
1930 y 1940, el valor de la producción aumentó. Medida a pre-
cios de 1950, fue de 2 489 millones en 1930 y de 3 889 en 1940.
Esto hace suponer que ~a productividad en la industria manu-
facturera aumentó considerablemente. Las incertidumbres políticas
del cardenismo no parecen haber hecho mucha mella en este sec-
tor. La industria manufacturera orientada al mercado interno fue
vista siempre de manera positiva, como lo indica el Plan Sexenal.
Esta actitud, aunada a un encarecimiento de los bienes de con-
sumo procedentes del exterior como consecuencia de un aumento
en los aranceles, devaluación del peso, y al gasto deficitario del
g"biemo federal, se combinaron para crear una demanda favora-
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ble. En 194-0 la capacidad no utilizada de la industria, que habla
sido notable al inicio de los años veinte, había disminuido y el rit-
mo de las nuevas inversiones se acelero. La segunda guerra mun-
dial, al restringir aún más la oferta externa de bienes de consumo,
originó un aumento del ritmo de producción. Este aumento pudo
efectuarse sin un incremento significativo en la inversión, lo cual
demuestra que la capacidad de la base industrial había crecido
efectivamente en los años del cardenismo. ¿De dónde provino el
capital invertido en el sector manufacturero durante esta época?
Descontando la reinversión, parte provino de fuentes externas,
pero no parece haber sido muy importante. Aunque no es fácil de
cuantificar, también es un hecho que parte del capital de los an-
tiguos terratenientes y del acumulado por un grupo de líderes
políticos a través de contratos y otro tipo de concesiones que ob-
tuvieron del estado, se invirtió en la industria.
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tatal y municipal. En 1939 se creó el Banco Nacional de Comercio
Exterior a fin de promover la exportación. Al Banco Nacional de
Crédito Agrícola, creado por Calles, se sumó el Banco Nacional
de Crédito Ejidal en 1939 para hacer llegar el crédito a los grupos
ejidales que no contaban con un respaldo económico adecuado
que garantizara el préstamo, ya que no tenían la propiedad abso-
luta de su parcela. En 1939 y 1940 más del 90 por ciento del cré-
dito oficial a la agricultura fue canalizado a través de esta insti-
tución. A pesar de ello y a la larga, el crédito a la mayoría de los
ejidos y al minifundio quedaría rezagado en relación al recibido
por la mediana y gran propiedad agrícola privada.
A manera de resumen, puede decirse que al finalizar el gobierno
del presidente Cárdenas, las corrientes radicales que pretendían
modificar sustancialmente la-estrategia del desarrollo alejándose
del ·mOdelo capitalista, habían sido neutralizadas. Por otra parte,
la reforma agraria y la expropiación petrolera habí~n eliminado
algunas de las rigideces del sistema económico heredado del Por-
firiato. La segunda guerra mundial permitiría que se acelerara el
ritmo de desarrollo económico, tanto en el sector agrícola como en
el industrial. La gran propiedad agrícola privada había sido afee~
tada. seriamente en 1940, pero en el futuro se vería que lo que ésta
perdió en extensión lo ganó en capitalización. La huida de ca-
pital del sector agrícola al sector comercial o industrial se detuvo
Cuadro VII
A. ño y f •cha Población
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después de Cárdenas al garantizarse la propiedad privada en el
campo. Parte de la producción agrícola se exportaría y las divisas
generadas permitirían la adquisición de bienes de capital e inter-
medios para el desarrollo del sector industrial, cuya demanda
habría de provenir casi exclusivamente del mercado interno.
El nuevo agrarismo
Como se ha dicho, el Plan Sexenal surgió en parte del deseo de
Calles de contar con un instrumento más para controlar la poJí-
tica del nuevo presidente. Sin embargo, los elementos más inquie-
tos y radicales del PNR aprovecharon esta oportunidad para
introducir cambios sustanciales, criticar la corrupción que había
prevalecido entre los encargados de poner en práctica lo dispuesto
por el artículo 27, y pedir que los peones acasillados, que hasta en-
tonces habían quedado excluidos de los beneficios de la reforma
agraria, fueran también dotados de tierra y agua. La versión final
del Plan Sexenal señalaba que era indispensable llevar adelante la
parcelación del latifundio, respetar la pequeña propiedad, trans-
formar la Comisión Nacional Agraria en un Departamento Agra-
rio; suprimir las comisiones locales agrarias, que tan poco efectivas
habían resultado y formarse comisiones mixtas con representantes
del gobierno local, del Departamento Agrario y de las organiza-
ciones campesinas; el presupuesto del nuevo Departamento debería
duplicarse. Cárdenas, en su calidad de candidato se comprometió
con este proyecto y a resolver en lo fundamental el problema agra-
rio. Cuando todavía el presidente Rodríguez estaba en el poder,
empezó a funcionar el nuevo Departamento Agrario y se expidió
el primer Código Agrario, cuyas características principales fueron :
a) simplificación de los procedimientos, b) inclusión de los peones
acasillados entre los que tenían derecho a recibir dotación de- tie-
rra, y c) delimitación de la superficie considerada como pequeña
propiedad inafectable a 150 hectáreas de riego o su equivalente.
Desde su discurso inaugural, en diciembre de 1934, el presi-
dente Cárdenas dejó en claro que era su propósito apartarse de
las tendencias conservadoras del pasado en relación con el problema
agrario. La CCM, siguiendo el ejemplo de las organizaciones
obreras, respaldó públicamente al presidente Cárdenas en su con-
flicto con Calles. Cuando el 22 de diciembre de 1935 Cárdenas
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expuso el origen de este problema, señaló como una causa la des-
aprobación de Calles a ciertas restituciones de tierras a las comu-
nidades. En parte como causa y en parte como resultado de la nue-
va política agraria, el grupo campesino del PNR empezó a crecer.
Para fines de 1936 el partido oficial dijo contar con unos cuatro
millones y medio de miembros, de los cuales dos eran de campe-
sinos. No pasó mucho tiempo antes de empezarse a fomentar la
creación de una organización campesina nacional, más fuerte y
adecuada que la CCM y que ocupara respecto a los campesinos
una posición similar a la de la CTM con los obreros.
El 9 de julio de 1935, el presidente Cárdenas ordenó la creación
de la Confederación Nacional Campesina (CNC) como la gran
central del sector agrario. Señaló que se había impedido la uni-
ficación campesina no por motivos reales, sino por los intereses
personales y egoístas de algunos líderes. En su opinión, la falta
de unidad de los campesinos estaba perjudicando el desarrollo del
país, y era la causa de que en muchas regiones el reparto agrario
se hubiera detenido o marchara muy lentamente. Entre la apari-
ción del decreto y la creación efectiva de la CNC pasarían tres
años; mientras tanto la CCM, junto con la Liga de Comunida-
des Agrarias, continuó operando como el núcleo de apoyo cam-
pesino organizado de Cárdenas. Al disponerse la formación de
la CNC, habían transcurrido 15 años de intentos poco fructíferos
por institucionalizar la participación política de los campesinos,
iniciados con la creación del PNA. La organización había de
surgir, no de los campesinos mismos, sino por iniciativas externas.
Pero esta vez tuvo todo el apoyo oficial, y por eso el nacimiento
de esta organización fue relativamente rápido y efectivo. De no
haber existido la CNC la movilización campesina habría sido más
bien un peligro que una fuente de poder para el régimen.
La CNC se convertiría pronto en un organismo efectivo no
tanto para promover el reparto agrario como para canalizar el
apoyo de un amplio sector campesino, beneficiado por este repar-
to, al presidente Cárdenas y a sus sucesores. La organización tam-
bién serviría de un buen medio para controlar las demandas y
actividades de esos mismos grupos. Como la CNC no fue creada
a iniciativa de los campesinos mismos, su independencia fue in-
suficiente para oponerse a las directivas presidenciales cuando
empezaron a ser incongruentes con sus intereses. Como en el caso
de los obreros, los resultados rápidos y favorables de la reforma
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agraria durante el cardenismo tendrían como contrapartida la lirrii-
tación de las posibilidades de un desarrollo futuro independiente.
El primer programa adoptado por la CNC fue relativamente
radical y más coherente que el de la LCA y la CCM: correspon-
día cabalmente a la política adoptada por el presidente Cárdenas.
Según este programa, el fin último debía ser la socialización de
¡ta tierra. Era necesario que el ejido se convirtiera definitivamente
¡en la unidad fundamental de la explotación agrícola: la tierra
\debía estar en manos de quien la trabajaba. Para llevar adelante
estos propósitos, la CNC consideraba necesario establecer una es-
trecha cooperación con el Estado y con otras organizaciones po-
pulares. En un principio se pensó en agrupar unicamente a los
ejidatarios, excluyendo por el momento a los pequeños propieta-
rios y otros trabajadores agrícolas, pero esta exclusión desapareció
poco tiempo después. Cuando el PNR se transformó en el Partido
de la Revolución Mexicana ( PRM) en 1938, fue todavía la CCM
la que formó el sector agrario de este partido; pero al formarse la
CNC ésta se hizo cargo del sector campesino dentro del partido. El
que la nueva central campesina empezara a funcionar hasta media-
dos de 1938, tres años después de que el presidente había firmado el
decreto que la creaba, se explica en buena parte por las resisten-
cias locales que se tuvieron que vencer, pues ciertos intereses se
opusieron a. su formación al percibir --correctamente- que con
ello su poder disminuiría. La reunión constituyente de la CNC se
celebró el 28 de agosto de 1938. Los 300 representantes de las ligas
agrarias y sindicatos campesinos que estuvieron presentes dijeron
representar a casi tres millones de miembros. La CNC se definió
como la única organización representativa de los campesinos. El
profesor Graciano Sánchez, líder de la CCM --que se disolvió en-
tonces- fue designado Secretario General de la nueva organiza-
ción.
La CNC no acabó con las otras organizaciones campesinas, pero
a la larga terminó por hacerlas a un lado. La Liga Úrsulo Galván
de Veracruz no aceptó la idea de que la CNC se convirtiera en la
representante única de los campesinos, y se opuso desde posicio-
nes de izquierda a la unificación bajo el ala del partido oficial.
El partido comunista y otros grupos de izquierda intentaron pre-
servar su presencia en el campo, pero no lo lograron de manera
efectiva. De la parte conservadora del movimiento agrario surgió
también una respuesta: la Unión Nacional Sinarquista (UNS),
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cuyos dirigentes estaban influidos .por las corrientes conservadoras
y fascistas de la época. La UNS se desarrolló en el centro del
país, precisamente en aquellas zonas más influidas por las· activi-
dades cristeras y en donde el ejido había resultado pobre. La
meta de la UNS era clara: acabar con el ejido transformándolo
en pequeña propiedad. La propiedad privada de la tierra era la
mejor defensa contra los movimientos comunistas. Cuando Al-
mazán se presentó como candidato, el movimiento sinarquista lo
apoyó, y Almazán, por su parte, aceptó la conveniencia de con-
vertir al ejidatario en pequeño propietario para "aumentar su
productividad". Algunos grupos campesinos se mantuvieron ale-
jados de la CNC y continuaron adheridos a sindicatos obreros
tales como la CROM, la CGOCM y la propia CTM, que los ha-
bían organizado antes.
A partir de 1935 la reforma agraria no sólo consistió en acele-
rar el reparto, sino que introdujo nuevas modalidades; a más de
aumentarse el crédito y la ayuda técnica al ejido, se ensayaron
nuevas formas con los grandes ejidos colectivos. Estos aparecie-
ron en noviembre de 1936, cuando tras una enconada lucha
entre campesinos y propietarios, el presidente Cárdenas ordenó
proceder al reparto de la Laguna. Era ésta una de las regiones
más ricas del país gracias al cultivo del algodón y a la vez contaba
con uno de los movimientos campesinos más militantes y bajo la
influencia del Partido Comunista. A fin de no mermar la pro-
Jucción, la zona no se dividió en pequeños lotes individuales sino
que se creó una organización comunal. En Yucatán ocurrió algo
semejante. Entre 1936 y 1937, tras una gran agitación entre los
trabajadores henequeneros, el presidente Cárdenas puso en sus
manos casi el 80 por ciento de la tierra cultivable de la zona
henequenera y parte de la maquinaria. Dada la naturaleza de la
producción, el "Gran Ejido Henequenero" también se organizó
con carácter colectivo. En Michoacán, las dos grandes haciendas
de Dante Cusi, Lombardía y Nueva Italia, fueron objeto de una
reorganización similar y en 1938 les fueron entregadas a 2 000 an-
tiguos peones. Lo mismo sucedió en la región cañera de Morelos,
donde se construyó con fondos oficiales el ingenio de Zacatepec,
cuya explotación quedó a cargo de una cooperativa obrero-cam-
pesina. Estas situaciones se repitieron en El Man te, Tamaulipas;
en Los Mochis, Sinaloa, y otros lugares.
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Cuando a partir de 1938 se inici6 Ja agitaci6n por la sucesión
presidencial, algunas ligas agrarias hicieron pública au preferencia
por el general Múgica y muy pocas apoyaron inicialmente a Avila
Camacho. Pero una vez que Cárdenas defini6 su posición, la CNC
en pleno apoyó a Avila Camacho y abandonó a Múgica, a pesar de
que éste se encontraba más comprometido con la reforma agraria.
Unificada la CNC en su apoyo a Avila Camacho, aseguró al gobier-
no el respaldo de las fuerzas campesinas cuando el grupo almaza-
nista amenazaba con una nueva lucha civil.
Avila Camacho, como candidato, tuvo que aceptar la continua-
ción del reparto agrario. En 1940 se elaboró un Segundo Plan
Sexenal que le servirla de programa de gobierno. Fue elaborado
por una comisión en que se encontraron representadas diferentes
tendencias. Se admitió que el ejido, de preferencia el colectivo,
sería la base de la economía agrícola, sin implicar la desapari-
ción de la pequeña propiedad. El plan no sería ya puesto en prác-
tica. Si bien el reparto agrario había de continuar, y en algunos
momentos de manera acelerada, el ejido no llegaría a ser la base
de la explotación agrícola como se había previsto, y la idea del
ejido colectivo casi se abandonó. El poder judicial habría de ser
muy benigno en su interpretación de. la naturaleza de la pequeña
propiedad agrícola y en proteger considerablemente las concen-
traciones de tierra en manos de particulares.
A fines de 1949 se introducirían importantes reformas al C6di-
go Agrario en favor de la llamada "pequeña propiedad", y en
virtud de las cuales se habían de expedir certificados de inafecta-
bilidad que impedirían la transformación de esos predios en eji-
dos. La idea de un México orientado principalmente hacia el
campo y bajo un sistema que beneficiara sobre todo a la masa
campesina, que evitara la explotación del campo por la ciudad,
desapareci6 con el fin del régimen cardenista.
La reforma agraria durante la etapa cardenista fue el princi-
pio del fin de la hacienda y de toda una forma de vida rural
cuyas raíces se remontan a la época colonial. Sin embargo, aun-
que profunda, esta reforma sólo parcialmente modemiz6 al cam-
po mexicano. Grandes grupos permanecieron aún fuera de la
economía del mercado o de las organizaciones políticas. En 1940
coexistía el ejido con la pequeñá propiedad y la gran propie-
dad. Esta coexistencia se afirmó después de 1940, lo que dio
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seguridad a un sector empresarial importante que decidió volver
a invertir en esa actividad.
Políticamente la reforma agraria del cardenismo y su secuela
fue determinante en la creación de un clima de estabilidad en el
futuro. Entre 1915 y 1940 un millón y medio de familias, que antes
' no poseían tierra, las recibieron. Esto significó que al fin del pe-
riodo casi la mitad de todas las personas que se encontraban
dedicadas a actividades agrícolas poseían tierra, ya fuesen ejida-
les o privadas. Es verdad que la situación real de un número
importante de campesinos no mejoró con la redistribución de la
tierra; sin embargo, la posesión física de ésta parece haber modi-
ficado la percepción que ellos mismos tenían de su posición den-
tro de la sociedad y dejaron de sentirse enajenados --o al menos
no en el grado que se sentían hasta antes del cardenism<>-: del
sistema político nacional. A cambio de la entrega de la tierra; J
los gobiernos revolucionarios eliminaron la causa más importante
de inquietud en el campo y lograron el apeyo (aunque fuera sólo !
pasivo) de los grandes núcleos campesinos. Los ejidatarios en ge- ,1
neral y su brazo armado en particular, los cuerpos de defensa
rurales, constituyeron un soporte sólido del statu quo en el
campo mexicano. A pesar de que objetivamente muchos ejida-
tarios se encontraron en una situación de marginalidad, el hecho ,
de usufructuar una parcela tendió a impedir su identificación con :
corrientes opositoras.
Cuadro VIII
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La Confederación de Trabajadores Mexicanos
Durante el cardenismo volvió a fortalecerse la unión del movi-
miento obrero organizado y el grupo gobernante. El lugar domi-
nante que la CROM había dejado pasó a ser ocupado por la
central creada a instancias de Cárdenas: la Confederación de
Trabajadores de México (CTM). La unión entre la CTM y el
' presidente fue más firme que la que existió antes entre Obregón
y Calles, por un lado, y la CROM por otro. El apoyo de Cárde-
nas al movimiento obrero fue grande porque sus planes de trans-
formación social eran más radicales y decididos que los de sus
antecesores, y necesitaron de un apoyo más amplio para vencer
las resistencias. En el primer Plan Sexenal se reconocía la lucha
de clases como un fenómeno inherente al sistema de producción
en México. El gobierno revolucion,ario -se dijo- debería pro-
mover la sindicalización y fortalecimiento de la clase obrera. Casi
inmediatamente después de la toma de posesión de Cárdenas, se
desató una ola de huelgas. Es cierto que desde 1934 se había
notado un número mayor de huelgas, que pasaron de 13 en 1933
a 202; pero en 1935 llegaron a 642. El nuevo gobierno no pro-
movió directamente esos paros, pero sí fueron producto indirecto
de sus pronunciamientos. Los conflictos más importantes en estos
primeros meses de 1935 fueron los tranviarios, la fábrica de papel
San Rafael y la compañía de teléfonos en la ciudad de México, a
las que se sumó el de Mata Redonda, contra la Huasteca Petro-
leum Co., en Veracruz. En todos estos casos los intereses afectados
fueron extranjeros.
Cuando el ex presidente Calles hizo su declaración del 11 de
junio de 1935 en contra del nuevo movimiento obrero, la CGOCM
y otras organizaciones -respondiendo de inmediato al llamado
del sindicato de electricistas- formaron un Comité Nacional de
Defensa Proletaria (CNDP). El momento era difícil. El CNDP
acusó a Calles de traidor a la R~volución mexicana y de enemigo
de la clase trabajadora. Los líderes del movimiento habían llega-
do así al punto en que no podían retroceder sin perderlo todo.
El 14 de junio se publicó una declaración del presidente Cárde-
nas que justificaba la acción obrera y respondía indirectamente a
Calles. La huelga, dijo, era un arma legítima empleada para res-
tablecer el equilibrio entre los factores de la producción; además,
las acciones obreras del momento eran legales y acordes con el Plan
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Sexenal. La alianza entre Cárdenas y los_ obreros quedó sellada. úni-
camente laCROM y-lá:-CGT, enfrascadas en una pugna con Lom-
bardo Toledano, apoyaron a Calles, y acusaron al CNDP de obe-
decer consignas comunistas extranjeras. Morones tuvo que aban-
donar el país en compañía del propio Calles.
Uno de los resultados del triunfo de Cárdenas fue que a fines
de 1935 _se em~~flil _a trabajar en la formación de una_ gran
central -obrera que aumentara el apoyo al gobierno. En febrero
de rn36-se reunió en la ciudad de México un Congreso de Uni-
ficación Nacional del movimiento obrero para decidir su línea
de acción futura. Se acordó disolver la CGOCM y en su lugar
surgió la CTM con Lombardo Toledano como Secretario Ge-
neral. La nueva central quedó formada tanto por sindicatos na-
cionales como por federaciones regionales. La CROM y la CGT
permanecieron al margen. En 1937 los mineros y electricistas
abandonaron la CTM, pero sin romper con el gobierno. La frag-
mentación no continuó y la CTM se mantuvo como la organiza-
ción obrera más importante. En febrero de 1938 sus dirigentes ase-
guraron contar con 3 594 organizaciones filiales que agrupaban a
945 913 individuos.
Al constituirse la CTM, sus dirigentes declararon que su meta
última sería la abolición del régimen capitalista. ~ero_ª'-_.corto
plazo -y siguiendo aquí también la senda trazada por la CROM
y la CGOCM- no pretendía sino el cumplimiento del programa
social de la Revolución. Como en el pasado, el elemento nacio-
nalista tuvo prioridad sobre la lucha de clases: según la CTM,
<!ebía lograrse primero la independencia del país~ y sólo entonces
proceder a cambiar el sistema social. La CTM se declaró opuesta
a la colaboración con el Estado; pero en el discurso mismo de
clausura, Lombardo prometió el apoyo de la organización a t~ -
das las acciones revolucionarias del presidente Cárdenas. En rea-
lidad, la CTM nunca dejó de colaborar con el gobierno. En 1936
y 1937, a raíz de los planes para la formación de un frente popu-
lar que incluiría a la CTM, la CNC, y el PC y el PNR, Lom-
bardo afirmó que tal alianza no debería concluir en la forma-
ción de un partido político. El frente no llegó a constituirse,
pero el partido sí. Al reorganizarse en 1938 el PNR y convertirse
en el Partido de la Revolución Mexicana ( PRM), la CTM y la
CNC, así como la CROM y la CGT, pasaron a constituir sus sec-
ciones obreras y campesinas. En menos de dos años se pasó de
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una aparente colaboración coyuntural a ser el núcleo del parti-
do oficial. A los cargos de entreguismo, Lombardo respondió
que la política del gobierno y los intereses de la clase obrera eran
coincidentes, pero que la colaboración con el gobierno estaba con-
dicionada a la existencia de una efectiva política obrerista por
parte de este último. La realidad sería otra; una vez que la CTM
pasó a ser parte del PRM, no pudo condicionar mucho su co-
laboración pero la mantuvo a pesar de las variaciones de la política
oficial.
La cooperación entre el movimiento obrero y el régimen se
consolidó debido al apoyo efectivo que el presidente dio a muchas
de sus demandas. Para Cárdenas, la organización de obreros y
campesinos era un requisito a la transformación social del país. :e.1
y sus colaboradores más cercanos decidieron rechazar el modelo de
desarrollo implícito en la política de Carranza, Obregón y Calles, y
según el cual la meta era consolidar un sistema capitalista de
, corte más o menos clásico. Cárdenas proponía una línea de des-
arrollo diferente, aunque nunca llegó a delinear claramente su
modelo. En el caso concreto del grupo obrero, el presidente se
propuso poner en juego el poder del estado en favor de sus de-
mandas, aunque manteniendo siempre el control sobre el proceso
conflictivo. No se propuso la eliminación de la empresa privada,
pero sí que ésta dejara de ser el eje central del sistema econó-
mico. Se pretendía que una parte importante del producto fuera
a parar al trabajo y no al capital, como había sido hasta entonces
el caso. La formación de cooperativas en la agricultura y en la in-
dustria parece haber sido la otra solución a la empresa privada en
el plan cardenista. Si los empresarios se rehusaban por cualquier
motivo a aceptar la nueva situación, los trabajadores podían tomar
directamente el control de sus establecimientos. Finalmente, se de-
seaba una industria al servicio del desarrollo rural y no al contrario.
La crisis de 1938 llevó al gobierno y al movimiento obrero en
general a un cambio de posición. Como una forma de sortear la
crisis, la dirección del movimiento decidió, por instrucciones de
Cárdenas, pedir a sus agremiados una tregua en su lucha contra
el capital, que permitiría unir todas las fuerzas nacionales en tor-
no a Cárdenas, para hacer frente a las graves presiones interna-
cionales. Según esto, el antagonismo entre las clases no desapa-
recía, simplemente el choque se posponía debido a un conflicto de
mayor envergadura. El llamado fue efectivo, y el número de huel-
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gas disminuyó: de 576 en 1937 pasó a 319 en 1938. Es entonces,
justo cuando la CTM se adhiere al partido oficial, cuando la
etapa más activa del movimiento obrero toca a su fin. Teórica-
mente, el movimiento obrero hubiera podido responder en 1938
con una actitud más militante o abriendo un breve compás de
espera para reanudar su ofensiva al concluir el momento crítico.
rEn realidad esta posibilidad no existió, pues la independencia de
las organizaciones laborales era mínima. Como en el pasado, el
movimiento obrero continuaba siendo un actor secundario en
el escenario político, y no pudo reaccionar cuando se decidió su-
peditar las demandas obreras y campesinas a las del ·grupo en e]
poder.
La actitud del partido comunista es de cierto interés y mues-
tra su gran debilidad en el período de formación y consolidación
de la nueva estructura de poder en México, estructura que el
propio partido -teóricamente uno de los focos de acción inde-
pendiente- contribuyó en alguna forma a crear. Durante la cam-
paña presidencial cardenista, el PCM lo atacó. Negó que hubiera
una diferencia significativa entre CaJles y Cárdenas. A través de
la Confederación Sindica] Unitaria de México (CSUM), e] PCM
trató en 1935 de formar un bloque sindical para luchar contra el
nuevo gobierno. Cuando e] conflicto entre Cárdenas y CaJles sur-
gió a meqiados de año, la CSUM se unió al Comité Nacional de
Defensa del Proletariado en apoyo a Cárdenas. El PCM anunció
que colaboraría con las "masas cardenistas", pero insistió en la ne-
cesidad de mantener la independencia de la clase obrera. Esta re-
serva del PCM se abandonó después de que el Séptimo Congreso
de la Internacional Comunista apoyó Ja formación de frentes po-
pulares con los sectores más avanzados de las burguesías naciona-
les. El PCM intentó formar dicho frente pensando en Jlegar a va-
lerse de él para aumentar su influencia; pero no ocurrió así.
Las negociaciones preliminares a la formación del Frente Po-
pular en 1936 provocaron enfrentamientos entre el PCM y la
CTM. El PCM creó ese año un Frente Popular que la CTM se
negó a reconocer. El frente no se consolidó. Lombardo insistió en
que los elementos del PCM que se encontraban en la dirección
de la CTM se sometieran a Ja disciplina de ésta o salieran de
ella: el conflicto culminó con la expulsión de Jos líderes comu-
nistas. Igual cosa ocurriría dentro del PNR en 1937; pero a me-
diados de año el PCM cambió bruscamente de actitud y aceptó
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colaborar casi incondicionalmente con la CTM y con el PNR
bajo el lema "Unidad a toda costa". Admitió, además, que las
diferencias anteriores se habían debido a errores del propio PCM.
Este cambio tan radical tuvo su origen en el Comintern, que de-
seaba la formación de un verdadero frente popular en México
aun si el PCM no tenía un papel dirigente dentro del mismo. Cuan-
do el PNR se convirtió en el PRM, los comunistas le dieron su
apoyo a pesar de no formar parte de él; más tarde apoyaron al
candidato presidencial de ese partido: Avila Camacho. Estas rela-
ciones entre el PCM y el gobierno cambiaron una vez más en 1940,
cuando Laborde fue destituido y Dionisio .Encinas electo secretario
general. La nueva dirección del PCM lanzó varias acusaciones con-
tra Cárdenas por su condena del ataque soviético a Finlandia y,
sobre todo, por la presencia de Trotsky en México. En ese momen-
to las fuerzas conservadoras dentro del gobierno mexicano se forti-
ficaban y se decidió reprimir a los comunistas tomando como jus-
tificación su participación en el asesinato de Trotsky. El último
día del gobierno de Cárdenas se efectuó un arresto masivo de
dirigentes del PCM.
Resumiendo, si bien al iniciar su gobierno Cárdenas fue visto
con hostilidad y recelo por los comunistas, éstos terminaron por
unirse a las fuertas que le apoyaron. En un primer momento tra-
taron de obtener la dirección del movimiento obrero. Fracasaron,
pero mantuvieron su apoyo al régimen no obstante haber queda-
do fuera de la gran coalición cardenista. Irónicamente, el mayor
apoyo se· dio cuando el cardenismo se movió hacia posiciones con-
servadoras. Finalmente, en 1940 y de manera un tanto imprevista,
el PCM volvió a romper con Cárdenas. En buena medida estas
variaciones de la dirección del partido obedecieron a razones exter-
nas y llegaron a desorientar aun a sus propios miembros.
La cooperación entre trabajo y capital, aceptada por el grueso
del movimiento obrero mexicano a instancias de Cárdenas a par-
tir de 1938, tuvo su contrapartida en la esfera internacional con
la fundación de la Confederación de Trabajadores de América
( CTAL) en septiembre de ese año. Lombardo, con el apoyo de
Cárdenas, se convirtió en el Secretario General de la CT AL. Si-
guiendo las tendencias dominantes en los movimientos de izquier-
da internacional la CTAL se propuso lograr una amplia unión
obrero-patronal en la. América Latina para auxiliar al esfuerzo
mundial en contra de las potencias del Eje. Lombardo también
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trató de usar a la CTAL para apoyar la expropiación petrolera
mexicana lo que no impidió al gobierno norteamericano dar cier-
to respaldo a la CTAL. Una vez que la guerra concluyó, la
influencia de esta organización disminuyó notablemente.
,. .1 La dependencia del movimiento obrero mexicano de las decisio-
/ /nes presidenciales durante el cardenismo se puede ver en la forma
Í en que algunos de los grandes conflictos del periodo fueron tratados.
El conflicto petrolero constituye un ejemplo interesante. Con la
creación de la CTM y del Sindicato de Trabajadores Petroleros
de la República Mexicana (STPRM) y la negociación en 1936
de un contrato colectivo de trabajo, se abrió no sólo un capítulo
de lucha obrera sino otra etapa en el conflicto entre el gobierno
y los petroleros. El conflicto laboral muy pronto se transformó en
un intento de Cárdenas por obligar a las empresas a compartir
tanto sus utilidades como su administración con el STPRM. La ley
petrolera de 1926, modificada en 1929, había cerrado las posibi-
lidades de una reforma petrolera, pero el conflicto obrero abrió
una nueva posibilidad. Cuando Cárdenas intervino en 1937 para
evitar la huelga con la que amenazaba el STPRM, el conflicto,
de hecho, fue ya entre el gobierno y las empresas, quedando el
problema obrero más como una excusa que como el motivo cen-
tral. Una vez que la industria fue nacionalizada en marzo de
1938, los líderes del STPRM, apoyándose en declaraciones de
Cárdenas y en el precedente de la expropiación de los ferroca-
rriles, pretendieron tomar el control directo de la industria. El
gobierno se negó entonces a dejar una actividad tan estratégica
en sus manos. El sindicato amenazó con una huelga, pero terminó
por aceptar la decisión oficial.
Otro ejemplo del control gubernamental sobre las demandas
obreras lo constituye el caso de la minería. En febrero de 1937
el Sindicato de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos de la Re-
pública Mexicana (STMMRM) anunció su intención de declarar
una serie de huelgas contra la American Smelting and Refining
Company (ASARCO) para obligarle a firmar un contrato co-
lectivo que uniformara las condiciones de trabajo en las diferentes
plantas de la empresa. La ASARCO no cedió. En octubre, el
presidente Cárdenas consideró que, como en el caso del petró-
leo, la actividad minera era vital para la economía mexicana y
no convenía tener una huelga general en es;. rama. El presidente
y las autoridades del trabajo trataron de que las partes en
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conflicto llegaran a un acuerdo, pero fue inútil. En 1938 el
STMMRM decidió ir a la huelga, pero una nueva intervención
presidencial lo impidió. Desde el punto de vista del gobierno la cri-
sis producida por la expropiación petrolera hacía más inconvenien-
te que nunca un paro minero que afectaría aún más las exporta-
ciones. El sindicato fue presionado para sacrificar sus intereses par-
ticulares en beneficio de los generales y tuvo que aceptar un acuer-
do definitivo con la ASARCO en términos poco ventajosos.
Los ejemplos anteriores no significan que siempre los intereses
de los trabajadores estuvieron subordinados a los del Estado. Por
ejemplo, el presidente aceptó ampliar los derechos de los buró-
cratas a pesar de que tal medida hacía más vulnerable a la ad-
ministración pública. Numerosos conflictos menores fueron resuel-
tos en favor de los trabajadores. El conflicto en la industria textil
-uno de los más largos en la historia mexicana, pues se prolongó
cuatro años- concluyó con la intervención del Estado en favor
de los trabajadores, que sólo así pudieron vencer la resistencia
de las empresas. El problema planteado por la gran huelga en la
región lagunera en 1936, en que participaron la CTM y otras
organizaciones obreras, también se resolvió con la expropiación
en favor de los trabajadores de la mayor parte de la tierra cul-
tivable de esa rica zona.
A pesar del apoyo oficial los obreros fueron víctimas en varias
ocasiones de ataques violentos de parte de los patrones y de las
autoridades locales. Pero, en general, puede decirse que las ven-
tajas económicas a corto plazo obtenidas por los trabajadores --que
fueron espectaculares--- no hubieran sido posibles si los trabajado-
res hubieran tenido que atenerse a su propia fuerza y enfrentarse
a un gobierno central hostil. Tanto Cárdenas como los obreros
Clependieron unos de otros para la realización de sus fines inme-
diatos en un medio en que las fuerzas hostiles eran considerables.
En esta relación el presidente tuvo siempre la última palabra: el
movimiento obrero era el dependiente. A cambio de esta mejoría,
la CTM y el movimiento obrero en general se convirtieron en un
instrumento que ayudó a Cárdenas lo mismo a desembarazarse de
Calles que a minar la posición de la industria extranjera, y conso-
lidar la institucionalización del sistema surgido de la Revolución.
La búsqueda de una estrategia de desarrollo distinta del capi-
talismo tradicional, así como la coyuntura internacional, fueron
otros tantos elementos que facilitaron la sujeción del moviihiento
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obrero a la autoridad del presidente. Esta relación se instituciona-
lizó y desde entonces fortaleció a los sucesores de Cárdenas. A
corto plazo, el resultado de la política cardenista fue favorable a
los intereses de los trabajadores, pero a la larga estorbaría su ac-
ción independiente convirtiéndoles en sostenedores del statu quo.
Al parecer, la intención de Cárdenas fue permitir que la clase obre-
,: ',ra se organizara y llegara a defenderse por sí misma fr~nte al ca-
pital; pero en la medida en que la organización que tuvo lugar
'bajo el cardenismo no fue sólo el producto de la fuerza y lucha
. i de los grupos obreros, éstos carecieron de la conciencia necesaria
i para sacudirse la tutela oficial cuando ésta dejó de concordar con
i sus intereses.
La crisis petrolera
Cuando Cárdenas llegó al poder, la eliminación o limitación del
capital extranjero en el sistema productivo nacional, que parecía
un capítulo cerrado, volvió a cobrar actualidad. No se planteó co-
mo en el pasado inmediato la disyuntiva de una lucha antiim-
perialista o una reforma a la organización social interna. El pro-
pósito fue atacar al unísono los dos remanentes más notables del
antiguo régimen: los ei:iclaves extranjeros y el latifundio. En cier-
ta medida fue esta decisión lo que ha permitido que el intento no
terminara en una nueva frustración. No se puede negar que tam-
bién ciertos factores externos enteramente fortuitos pusieron a
Cárdenas en una situación más ventajosa que la de sus predece-
sores. En primer lugar, desde principios de los años treinta el
gobierno norteamericano había empezado a reconsiderar su polí-
tica latinoamericana. Las constantes intervenciones en el Caribe
habían tenido como fin fundamental no dar lugar a que potencias
extracontinentales se establecieran temporal o permanentemente
en esa zona, pues ello afectaría la seguridad nacional de Estados
U nidos. Sin embargo, desde el fin de la primera guerra mundial
tal amenaza había dejado de existir. Además, el co~to de las in-
tervenciones, en términos económicos y políticos, 'había aumen-
tado, como lo demostró la intervención de Nicaragua ( 1926-1933) .
Esta revisión de las políticas de Estados Unidos en América La-
tina empezó en 1927 cuando Washington decidió que los problemas
pendientes con México no convenía que fueran resueltos por la
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fuerza, sino por la negociación. El nuevo presidente, Herbert Hoo-
ver, hizo más explícita esta política cuando en 1928, habiendo triun-
fado en las elecciones, hizo un viaje de buena voluntad por diez
países latinoamericanos. Sería, sin embargo, la administración de-
mócrata de Franklin D. Roosevelt la que habría de concretar el
cambio con la llamada política de la "Buena Vecindad". Fue en-
tonces cuando Estados Unidos suscribió los acuerdos interamerica-
nos de 1933 y 1936, comprometiéndose a renunciar al uso unila-
teral de la fuerza. La llamada Enmienda Platt, que había dado a
los norteamericanos el derecho de intervenir en Cuba cuando se
alterara el orden interno, se abrogó. Tal como Roosevelt lo defi-
nió, el objetivo de la "Buena Vecindad" no era sólo evitar el uso
de la fuerza y de las presiones financieras en las relaciones inter-
americanas, sino crear un espíritu de verdadera cooperación entre
los miembros del sistema.
Cuando los conflictos políticos en Europa y en Asia se agudi-
zaron a partir de la segunda mitad de los años treinta, la "Buena
Vecindad" tomó un cariz relativamente diferente del original. No
se trataba ya simplemente de evitar los problemas políticos y
económicos que traían consigo las intervenciones militares, sino
aislar al continente de las influencias de Alemania, Italia y Japón.
La influencia extracontinental volvió a ser una amenaza a la se-
guridad norteamericana. Pero esta vez Washington decidió que
para hacer frente a la amenaza militar e ideológica debía reforzar-
se la solidaridad del sistema interamericano. Por ello, las ofensas
a los intereses privados norteamericanos en Latinoamérica, que an-
tes hubieran provocado respuestas violentas, fueron tratadas de una
manera más liberal. Esto no quiere decir que no se ejercieran pre-
siones contra los ofensores, pero no se llevaron tan lejos como en
el pasado. La visión que tenía Washington del interés norteameri-
cano en el hemisferio había cambiado en función de lo que suce-
día en Europa y Asia. Ahora lo importante no era tanto la defen-
sa de ciertos intereses económicos concretos, sino de impedir que la
influencia política norteamericana en este continente menguara
ante las nuevas fuerzas internacionales. Y si para mantener esta in-
fluencia política era necesario sacrificar intereses económicos que
antes se defendieran de manera intransigente, así se haría.
Bolivia primero, pero sobre todo México después, pusieron a
prueba la decisión norteamericana de modificar sus prioridades y
estrategias. En ambos casos, el motivo fue la expropiación de
intereses petroleros norteamericanos. La acción boliviana tuvo
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lugar primero y la reacci6n norteamericana se expres6 con severas
presiones econ6micas. La vulnerabilidad de Bolivia era muy gran-
de y ese país tuvo que ceder, restituyendo los bienes incautados
a la Standard Oil. En el caso de México las cosas fueron dife-
rentes. Aquí también se aplic6 una fuerte presi6n econ6mica, pero
una vez que México resistió con relativo buen éxito el asalto
inicial y la guerra europea se materializó, Estados Unidos busc6
una soluci6n de compromiso.
Los primeros indicios de que los lineamientos del llamado
"Acuerdo Morrow-Calles" de 1927 podían ser alterados en contra
de los petroleros, se encuentran ya en el Plan Sexenal de 1934.
El documento acepta que México no puede desarrollarse de ma-
nera autárquica, pero que debería establecer el predominio de
los intereses nacionales sobre los extranjeros. Se hacía una refe-
rencia concreta a la necesidad de rescatar las riquezas del subsuelo
de manos extranjeras y fomentar su procesamiento dentro del país.
Una vez en el poder, Cárdenas comenz6 a traducir en realidades
los postulados nacionalistas del plan. El renacimiento de la re-
forma agraria afectó propiedades agrícolas extranjeras sin hacer
el pago inmediato. Se expropiaron importantes extensiones pro-
piedad de norteamericanos en Chihuahua y Colima. El problema
se agudizó cuando se empezó a consolidar la expropiación del
Valle del Yaqui, una zona irrigada y fértil que había sido des-
arrollada por colonos norteamericanos dos generaciones atrás. En
repetidas ocasiones el embajador norteamericano, Josephus Da-
niels, pidió a Cárdenas que se dejaran de afectar esas propiedades
por no constituir verdaderos latifundios. Cárdenas retard6 su de-
cisión, pero en 1937 autorizó esa y otras expropiaciones de pro-
piedades norteamericanas en Baja California. En la correspon-
dencia diplomática de estos años se menciona constantemente la
demanda de compensaci6n para los terratenientes norteamerica-
nos. Ese año de 1938, Washington reclamó a México el pago de
10.1 millones de d61ares por concepto de tierras expropiadas (esta
cifra no incluía las pocas tierras tomadas antes de 1927, problema
que estaba siendo tratado por la Comisión General de Reclama-
ciones). Cárdenas se comprometió en octubre de ese año a iniciar
el pago con una suma no inferior al millón de dolares. El avalúo
final vendria más tarde.
Fue el problema petrolero y no el agrario el que verdadera-
mente llevó a una nueva crisis las relaciones entre México y Es-
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tados Unidos. Como ya se ha visto, el problema no se planteó
entonces en términos de modificaciones al status jurídico o fiscal
de la industria, sino que se intentó, de manera no enteramente
premeditada, ejercer presión a través del movimiento obrero or-
ganizado. El primer paso fue la demanda del STPRM a las em-
presas para firmar un contrato colectivo de trabajo. Las demaR-
das originales, como era de esperar, fueron exageradas y equiva-
üan a un aumento de 65 millones de pesos anuales. No fueron
aceptadas por las empresas. El gobierno intervino como media-
.:lor para impedir una huelga en mayo de 1937. La Junta Federal
de Conciliación y Arbitraje declaró que el conflicto era de orden
econónúco, y de inmediato nombró una comisión que investigara
la situación financiera de las empresas y decidiera si podían o no
satisfacer las peticiones obreras. La comisión se formó con los
subsecretarios de Hacienda, de Economía y con el profesor Jesús
Silva Herzog. Fue ésta la primera vez que el gobierno investigó
directamente la situación de las empresas y para entonces era
claro que el enfrentamiento no era ya entre obreros y empresas, si-
no entre estas últimas y el gobierno.
Para comprender cabalmente la atmósfera en que se desarrolló
el conflicto, es necesario tener en cuenta dos cosas. La primera
es la existencia de una ley de expropiaciones aprobada en 1936.
Ésta permitía al gobierno tomar cualquier propiedad si el interés
público así lo requería, sin tener que compensar al propietario in-
mediatamente, sino dentro de un plazo máximo de diez años.
Cuando la ley se aprobó, la embajada norteamericana expresó su
preocupación, pero el presidente Cárdenas dijo que no era su
intención expropiar sobre esa base alguna rama industrial contro-
lada por el capital extranjero, como era el caso de la minería o
el petróleo. En segundo lugar, es necesario tener presente que
el presidente Cárdenas se había manifestado ya en favor de una
política salarial conforme a la cual los aumentos no deberían
depender de la oferta y la demanda de mano de obra, sino de
la capacidad económica de la empresa. Así, pues, no importaba
el hecho de que una industria pagase salarios relativamente altos;
si su estado financiero le permitía aumentarlos aún más, debería
hacerlo.
El informe del "Comité de Expertos" no estimó aceptables las
demandas obreras originales, pero sí consideró que las empresas
petroleras podían conceder a sus trabajadores un aumento de 12
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millones de pesos más al año sobre la suma que habían ofrecido
originalmente ( 14 millones). El informe no se limit6 a aclarar
exclusivamente los aspectos econ6micos. Sus 2 700 cuartillas cons-
tituían una historia muy negativa del desarrollo de la industria
petrolera en México. En esencia sostenía que desde un principio las
necesidades del país y los intereses de los petroleros fueron antag6-
nicos, habiendo predominado estos últimos a pesar de los esfuerzos
de las administraciones revolucionarias. El informe fue un reflejo
de la posici6n del gobierno cardenista sobre el problema. Poco
después de presentado, el presidente Cárdenas inform6 a su em-
bajador en Washington que la soluci6n del conflicto no podía ser
otra que el aumento del control oficial sobre las actividades pe-
troleras: en el futuro, salarios e impuestos se fijarían segó.o el
criterio oficial. Las compañías desde luego se manifestaron opues-
tas al dictamen e iniciaron una batalla legal que duro varios me-
ses. El lo. de marzo de 1938 la Suprema Corte de Justicia ordenó
a las compañías dar cumplimiento, a más tardar el día 7 de ese
mes, a las condiciones establecidas por la Junta Federal de Con-
ciliaci6n y Arbitraje. La fase legal había terminado.
Las empresas habían estado ejerciendo ya presión sobre Mé-
xico. Desde fines de 1937 retiraron prácticamente todos sus depó-
sitos bancarios, iniciando una crisis monetaria. Las embajadas de
Estados U nidos e Inglaterra habían mostrado su preocupaci6n
ante el gobierno mexicano por el cariz que tomaba el conflicto,
e insinuaron que le sería conveniente llegar a un acuerdo con
las empresas. Ante la falta de respuesta de Cárdenas el gobierno
norteamericano fue un poco más lejos: a principios de 1938 no
renov6 el convenio anual establecido de tiempo atrás con México
para la compra de plata; a partir de esa fecha el convenio tendría
que ser revisado mensualmente. Se advertía así a Cárdenas que
de persistir en su política, podrían surgir en cualquier momento
graves problemas de balanza de pagos. Mientras la controversia
legal tenía lugar y las presiones econ6micas y diplomáticas se ha-
cían sentir, los petroleros y el presidente trataron inútilmente de
llegar a un acuerdo. Para las empresas el problema no consistía
tanto en dilucidar si podían o no otorgar el aumento, sino en evitar
el precedente que todo el procedimiento podía sentar dentro y fue-
ra de México. Si cedían, era s61o cosa de tiempo para que se
enfrentaran a nuevas exigencias. La fecha límite del 7 de marzo
pas6 sin que las empresas acataran el fallo de la Suprema Corte.
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Consideraron poco probable que Cárdenas eligiera la expropiaci6n
como medio para resolver el impasse; pensaban que la medida
más radical que podía tomar sería la de nombrar interventores
dentro de las empresas y hacer efectivo el aumento en los salarios.
Esta intervenci6n, por su propia naturaleza, sería temporal, y tar-
de o temprano el gobierno retornaría la industria a los propieta-
rios. La posibilidad de una expropiación no fue considerada seria-
mente porque se pensó que México no tenía los recursos para hacer
frente a la complejidad del proceso de producci6n y comercializa-
ción del petróleo.
El presidente Cárdenas tuvo una visi6n más optimista de la ca-
pacidad técnica y comercial del país. El 8 de marzo de 1938
decidi6 que sí padía y debía expropiar a las empresas petroleras,
ya en rebeldía. Según su propio testimonio, consider6 que las po-
sibilidades de buen éxito eran muchas. En primer lugar, la base
de apoyo del gobierno era mayor que la de sus antecesores. En
segundo, la situaci6n mundial impedía a Estados U nidos llevar
muy lejos sus presiones en aras de la preservación de la solidari-
dad continental. La expropiaci6n, según Cárdenas, daría a Mé-
xico "la gran oportunidad de liberarse de la presi6n política y
econ6mica que han ejercido en el país las empresas petroleras
que explotaban, para su provecho, una de nuestras mayores rique-
zas como es el petroleo, y cuyas empresas han estorbado la realiza-
ci6n del programa social señalado en la Constitución Política".
El 9 de marzo se envi6 un memorándum a todas las representa-
ciones de México en el extranjero notificándoles la posibilidad
de la expropiaci6n. El tono era de gran optimismo, suponiendo
que las dificultades econ6micas que acarrearía serían mínimas. A
última hora las empresas petroleras accedieron a otorgar el au-
mento de salarios señalado por las autoridades laborales, pero
condicionado a una rebaja en las prestaciones ya que el número
de los empleados llamados de confianza, o sea los no sindicaliza-
dos, debía ser de una proporción tal que permitiera a las empresas
mantener el control de sus decisiones clave. La demanda no fue
aceptada por Cárdenas y la noche del 18 de marzo de 1938, des-
pués de haber tenido una reuni6n con su gabinete, el presidente
ley6 por la radio un mensaje a la nación anunciando la expropia-
ción de los bienes de las 16 empresas petroleras que se habían
negado a acatar el fallo de la Suprema Corte.
La reacción de los intereses. afectados y sus gobiernos fue mu-
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cho más fuerte de lo previsto. No se lleg6 a emplear ni la violen-
cia directa ni a fomentar una rebelión porque se ponía en peligro
la política continental de la Buena Vecindad y se abría la posibi-
lidad de una lucha civil que repitiera el caso de España. Sin em-
bargo, sí se us6 una amplia gama de presiones diplomáticas y
económicas para obligar a México a dar marcha atrás. La posi-
ción oficial del gobierno mexicano fue desde un principio ésta:
la expropiación se había hecho dentro de la ley; México tenía la
intención de indemnizar a los afectados, pero dentro del plazo de
diez años señalado por la ley de expropiación de 1936. Además,
era necesario hacer un avalúo de los bienes expropiados que re-
quería de la cooperaci6n de los afectados, y si éstos se negaban
a darla el gobierno mexicano procedería por su cuenta. La com-
pensación no podía incluir el combustible aún en el subsuelo,
puesto que el artículo 27 constitucional había revertido su pro-
piedad a la nación desde 1917. En fin, la única manera de efec-
tuar el pago sería con exportaciones de petróleo, pues México no
contaba con divisas suficientes para hacer un pago en efectivo.
La posición de los afectados fue obviamente diferente. Para em-
pezar, se negaron a aceptar la legalidad del acto expropiatorio:
en su opinión, tal medida no obedecía a una necesidad de inte-
rés público sino a una maniobra política. En caso de que no se
les restituyeran sus propiedades, las empresas demandarían una
compensación inmediata y efectiva, no en petróleo; cualquier otra
cosa no sería expropiación sino confiscación. Las compañías des-
de luego no estaban de acuerdo en cuanto a lo adecuado de la
compensación; ésta debería incluir el combustible en el subsuelo,
que era lo más valioso de sus propiedades. Por todos esos motivos
se negaron a entrar en contacto con el gobierno para discutir el
problema del pago y recurrieron, sin mucho convencimiento, a los
tribunales mexicanos para exigir la anulación del decreto expro-
piatorio a la vez que pidieron a sus gobiernos que no reconocie-
ran la legalidad de la expropiación.
La posición del gobierno norteamericano difirió un tanto de
las empresas, y mostró ciertas inconsistencias. El presidente Roo-
sevelt reconocía públicamente el derecho de México a expropiar
las propiedades petroleras, y aceptó también qu~ el pago fuese
hecho sobre la base del valor de los bienes en la superficie sin in-
cluir los depósitos del subsuelo. Por su parte, el departamento de
Estado, que fue quien efectivamente determinó la política a se-
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guir, no reconoci6 en ningún momento que la compensaci6n
pudiera diferirse por diez años como México insistía y exigi6 el
pago inmediato. Nunca declaro que la compensaci6n s6lo debería
incluir el valor de los bienes en la superficie, y en general sigui6
la línea más dura dentro de los límites marcados por Roosevelt.
Una tercera posici6n fue la del embajador norteamericano. Para
Daniels, el interés nacional de su país exigía preservar a toda
costa la solidaridad latinoamericana y por tanto no debía pre-
sionarse mucho a Cárdenas. En su opini6n, el camino debía ser
obligar a las empresas petroleras a aceptar la soluci6n propuesta
por México, liquidar el caso cuanto antes, e impedir así que Ale-
mania e Italia llegaran a aprovechar las fisuras que aparecerían
en el sistema interamericano si el conflicto subsistía o se ahondaba.
Según el embajador, la actitud que se tomara hacia México sería
la prueba de fuego de la "Buena Vecindad". No era aconsejable
que la defensa de unos intereses particulares, que además se ha-
bían comportado de manera turbia en México, arruinara una
política contim~ntal. Al final, la línea del departamento de Es-
tado se impuso y hubo serias presiones sobre México. El secretario
de Estado, Cordell Hull, decidi6 mostrar a los "comunistas en el
gobierno mexicano" que debían respetar las normas del derecho
internacional tradicional.
La presi6n de Washington a partir de marzo de 1938 se enca-
minó a que México tuviera un arreglo con las empresas que de
alguna manera supusiera el retomo de éstas. Su origen fue doble:
las grandes corporaciones afectadas y el departamento de Estado.
Aquéllas, en particular la Standard Oil de New Jersey y !a Royal
Dutch Shell, intentaron impedir que México adquiriera cualquier
material para la industria recién nacionalizada así como cerrarle
los mercados mundiales. Como complemento, desataron una cam-
paña de propaganda contra México para que la protección que pe-
dían del gobierno norteamericano tuviera el apoyo de la opini6n
pública. Finalmente, las empresas quizá alentaron los planes sub-
versivos de los grupos anticardenistas, como el de Saturnino Cedi-
lla y de ciertos líderes del STPRM. Estas presiones fueron neutra-
lizadas parcialmente. Por una parte, empresas independientes como
la Eastem States Petroleum y la Davis and Co. -ambas norte-
americanas--- decidieron desafiar a las grandes empresas y a su
gobierno y vendieron el combustible mexicano en Europa. Esto fue
posible porque los gobiernos de Alemania e 1talia, y en menor
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medida el de Jap6n, empezaron a consumir combustible mexicano.
El arma para romper parcialmente el boicot fueron los bajos pre-
cios y el hecho de que se aceptó parte del pago en especie. A pesar
de ello, el boicot resultó bastante efectivo. En 1937 las exportacio-
nes de petróleo -que equivalían al 18.2 por ciento de las exporta-
ciones totales-- alcanzaron la cifra de 24.9 millones de barriles,
pero en 1938 bajaron a 14.5. Para 1939 lo peor había pasado; sin
embargo, la recuperación fue lenta y no fue sino hasta 1946 cuando
se alcanzarían los niveles de producción de 1937. Esta lentitud se
debió en buena parte a que desde 1940, con el inicio de las hosti-
lidades en Europa, México perdió los mercados de los países del
Eje. Sería el aumento constante de la demanda interna lo que ab-
sorbería finalmente la mayor parte de la producción de Petróleos
Mexicanos.
La acción económica de las empresas expropiadas fue secun-
dada por el departamento de Estado, a pesar de las protestas
del embajador Daniels. Primero, se suspendieron las negociacio-
nes sobre el tratado de comercio, que se suponía iba a beneficiar
a México. Segundo, la suspensión de las compras <Ie plata. Des-
de 1934 México había estado vendiendo plata a Estados Unidos
por valor de 30 millones de dólares anuales. México continuó ex-
portando plata después de 1938 pero en cantidades y a precios me-
nores que antes. Si las ventas no se suspendieron totalmente como
deseaban los intereses petroleros, se debió a las gestiones de los
propietarios norteamericanos de las minas de México. A pesar de
ello las exportaciones en 1938 fueron 50 por ciento menos que las
del año anterior; las de 1940 equivalieron a sólo un sexto. Al con-
cluir el régimen cardenista volvieron a subir.
El departamento de Estado cooperó también en el boicot a las
exportaciones de petróleo mexicano. Fue inútil que el presidente
Cárdenas hiciera ver a Estados Unidos que tal política le llevaría
a buscar mercado en los países fascistas. Washington no sólo pro-
hibió a sus dependencias gubernamentales consumir· petróleo me-
xicano, sino que dio preferencia a las importaciones de Vc:nezuela
y de las colonias holandesas. En noviembre de 1939 se fijó una
cuota al petróleo que podía ingresar a los Estados Unidos pagando
sólo la mitad del impuesto normal. México quedó prácticamente
excluido de esta cuota. Los esfuerzos del departamento de Estado
no pararon ahí. En varias ocasiones presionó a aquellos países que
llegaron a adquirir combustible mexicano, en particular a los del
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área del Caribe, logrando que se suspendieran pedidos subsecuen-
tes. En Europa las presiones fueron más discretas. Washington en
más de una ocasión trató de poner en aprietos a las compañías pe-
troleras independientes que distribuían el petróleo mexicano en el
extranjero. Además, vetó varios créditos que el EXIMBANK o la
banca privada norteamericana pensaban otorgar al gobierno o a
firmas particulares mexicanas. El objetivo era mantener al gobier-
no del presidente Cárdenas en una situación económica crítica para
obligarlo a buscar un arreglo favorable a las empresas petroleras,
aunque no tan crítica que pusiera en peligro la estabilidad del
gobierno y desatara la guerra civil.
Por algún tiempo pareció que el objetivo norteamericano se
iba a conseguir y que las empresas retornarían a México. En
1939 empezaron a negociar con Cárdenas los términos de un arre-
glo. Las pláticas entre Cárdenas y Donald R. Richberg, el aboga-
do petrolero, se iniciaron con las dos partes en posiciones antagó-
nicas. Mientras el presidente deseaba llegar a un acuerdo sobre
la indemnización, Richberg sólo pedía sentar las bases para for-
mar una nueva empresa o empresas que volvieran a explotar el
petróleo mexicano, si bien unidas al gobierno mexicano. Después
de una serie de titubeos, Cárdenas aceptó la idea de la nueva em-
presa pero al final del año dio marcha atrás al poner una condición
inaceptable para los petroleros: el control de las nuevas empresas
mixtas quedaría en manos del gobierno mexicano. El impasse a
fines de 1939 se rompió cuando el grupo Sinclair, apartándose
de la línea adoptada por la Standard Oil y la Royal Dutch Shell,
inició una larga negociación con el gobierno mexicano sobre la base
de aceptar la expropiación a cambio de una indemnización satisfac-
toria. El lo. de mayo de 1940 se firmó el acuerdo con el grupo
Sinclair: México se comprometió a cubrir una suma que oscilaba
entre 13 y H millones de dólares, de los cuales 8 serían pagados
en efectivo dentro de un plazo de tres años; el resto se pagaría
con combustible. De esta manera se liquidó al grupo que repre-
sentaba el 40 por ciento de la inversión petrolera norteamericana
y el 15 por ciento de Ja total en marzo de 1938. La indemnización
era elevada, y aunque no se dijera, Sinclair recibió más de lo que
valían sus instalaciones; es decir, se le compensó en parte por el
petróleo aún no extraído. Pero México logró así romper el frente
petrolero y Washington no tuvo ya una base tan firme para acu-
sarle de negarse a solucionar el problema. Cárdenas pudo argumen-
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tar entonces que la Standard Oil y la Shell eran las intransigentes.
El arreglo final del conflicto petrolero, así como de los otros
problemas internacionales, o sea el pago de la deuda externa, la
indemnización por las expropiaciones agrarias y las compensacio-
nes por daños causados a los intereses extranjeros durante la Re-
volución, no se lograron durante el régimen cardenista, pero las
bases se pusieron entonces, cuando el radicalismo inicial desapa-
reció. Al iniciarse en 1939 la lucha por la sucesión presidencial,
la embajada norteamericana pudo informar que cualquiera que
fuese su resultado la etapa radical del proceso político mexicano
había concluido: tanto Almazán como Ávila Camacho garanti-
zaban el retomo a la "normalidad".
Los arreglos de los principales problemas entre México y Es-
tados Unidos, meollo de la política exterior cardenista, se solu-
cionaron con Avila Camacho en 1941 y 1942. La guerra en Eu-
ropa y la tensión americano-japonesa indujeron a Norteamérica
a buscar cierta cooperación con México para vigilar fronteras y
costas, así como lograr que los aviones americanos en vuelo a Pa-
namá hicieran escala en México. Era necesario también asegurar
el suministro de ciertas materias primas. Todo ello requería la
liquidación de los problemas pendientes. El llamado "Convenio del
Buen Vecino" (Good Neighóor .Agreement) entre México y Es-
tados Unidos se firmó en noviembre 17 de 1941. Por él, los sig-
natarios aceptaron que mediante el pago de 40 millones de dó-
lares México liquidaría el conjunto de reclamaciones generales
presentadas por Estados Unidos y originadas durante la Revolu-
ción. A su vez, el gobierno norteamericano abrió a México un
crédito por una suma igual, que serviría para estabilizar su mo-
neda. La adquisición de plata mexicana por parte del departa-
mento del Tesoro se reanudó con la compra de seis millones de
onzas mensuales. Finalmente, Estados Unidos aceptó abrir otro
crédito por 20 millones de dólares a fin de rehabilitar su sistema
de transporte y lograr qm: la demanda americana de materias pri-
mas fuera surtida con eficacia. Quedaba por resolver el problema
petrolero.
Ante la negativa de la Standard y la Shell de llegar a un acuer-
do directo con México, Washington empezó a negociar con el go-
bierno de Avila Camacho. A pesar de lo dicho por Roosevelt en
1938 de que la compensación sólo debería tomar en cuenta el
valor de los bienes en la superficie, el departamento de Estado
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negoció sobre bases diferentes. Según sus cálculos, hechos en 1941,
el valor de los bienes en la superficie de la Standard y otras em-
presas menores norteamericanas aún no compensadas, fluctuaba
entre los 6 y 6.5 millones de dólares. Sin embargo, las cifras de
base empleadas en sus comunicaciones con México oscilaron entre
los 20 y 108 millones de d6lares. Tras largas negociaciones se
llegó en 1941 a un acuerdo informal que preveía crear una co-
misión valuadora intergubernamental. tsta presentó sus recomen-
daciones el 17 de abril de 1942. La suma propuesta era de 24
millones de dólares; un tercio sería pagado entonces y el resto
dentro de los cinco años siguientes. El departamento de Estado,
como en el caso del arreglo Calles.-Morrow, informó a las em-
presas que estaban en libertad de no aceptar los términos de la
recomendación, pero que no se les iba a apoyar más; la guerra
mundial, señaló Hull, le obligaba a no prolongar la controvenia
con México. La Standard Oil tardó más de un año en decidirse
a aceptar las recomendaciones, pues lo hizo el lo. de octubre de
1943 y no sin que antes México aumentara el monto de la indem-
nización de 24 a 30 millones de dólares.
De estos hechos puede concluirse que el éxito de la política
exterior cardenista no fue total. Es verdad que pese a las presiones
externas México pudo llevar adelante la reforma agraria y sos-
tener la reforma petrolera, triunfos innegables si se les compara
con los fracasos anteriores. Pero la crisis económica producida
por estas presiones no sólo impidió una reforma minera, sino que
el programa global del cardenismo fue abandonado a partir de
1938, en el momento de la crisis petrolera. Claro está que este
abandono no se debió sólo a la presión externa sino también
a la acción de los elementos conservadores dentro del grupo gober-
nante. Al concluir el régimen del presidente Cárdenas la posición
de los grupos económicos extranjeros estaba muy debilitada con
la desaparición del petrolero. El minero no parecía estar en apuros,
pero las dificultades laborales y los cambios en el mercado inter-
nacional lo habían afectado. En los años siguientes su importancia
disminuiría notablemente, aunque más por efecto de las fuerzas
del mercado que de la acción política oficial. En 1940 la inver-
sión directa extranjera había llegado a su punto mínimo. La norte-
americana, que en 1910 se había calculado entre 745 y 1 230
millones de dólares, era de sólo 300; la mayor parte se encontra-
ban en la minería y cantidades menores en servicios públicos y
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en el comercio. Con ciertas reservas es posible afirmar que el
objetivo nacionalista de la Revolución casi se había alcanzado, en
parte debido a las coyunturas internacionales, en parte al apoyo
interno logrado por Cárdenas, y, finalmente, a la decisión del
presidente. México entró entonces en una nueva etapa de desarro-
llo económico basado en la sustitución de importaciones. Aunque
inicialmente se apoyó en el capital nacional, con el paso del tiempo
la participación del capital externo volvería a crecer.
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