Estar Donde No LLeguen Las Tormentas
Estar Donde No LLeguen Las Tormentas
Estar Donde No LLeguen Las Tormentas
book
profeno
Ana Castelbón
ESTAR DONDE NO LLEGUEN LAS TORMENTAS
de Ana Castelbón
2013, Ebookprofeno
ebookprofeno.blogspot.com
[email protected]
Colección: Válvula de escape
Ideólogo Editorial: Felipe Zapico Alonso.
Diseño y maquetación: Sol Cabañas Arias
Ilustraciones: Ana Castelbón
Primavera, 2013
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en darnos cuenta de que esa tempestad y sus diversas manifestaciones
viajarán por siempre dentro de nosotros: “nacen y mueren / volcanes /
en mi vientre”. “La paz de la vereda” conviviendo con el dolor de “heridas
que no sangran”.
Este título lo extrae Ana, como podemos ver, de una cita del poeta británico
y jesuita atormentado del siglo XIX: Gerard Manley Hopkins, fuente de
inspiración de creadores a ambas orillas del charco como Wystan Hugh
Auden o T.S. Eliot, y un inquieto renovador de las estructuras métricas
clásicas; el soneto, sin ir más lejos, cultivado en varios pasajes de este
poemario con notable gusto, junto a otras formas tradicionales. Y ese refugio
místico que se desprende del punto de partida del libro impregnará cada
poema de una serenidad torturada: “Y el pecado, lechoso y somnoliento, /
encapota la jungla de mis venas.” Versos que perforan plácidamente las
vísceras: “en el cielo no hay luna, sino una cicatriz blanca.”
La obra la encontramos estructurada en cuatro secciones o capítulos
diferenciados: tiempo, soledad, muerte y amor; es decir, otra solución al
tema becqueriano: cuatro partes, cuatro motivaciones que son los cuatro
únicos estados de agregación de la materia poética. Toda la historia de
este extraño ámbito literario, desde los bucólicos jeroglíficos egipcios del
siglo XXV a.C. hasta la poesía virtual o la transmodernista de nuestro
siglo XXI, se encuentra condensada en ellos. Y por mucho que las hordas
de venideros vates se empeñen en seguir buscando, no hay ni habrá más.
Por otra parte, el regusto clásico y esa belleza que destilan los versos de
Ana Castelbón tienen, sin duda, su origen en un talento y sello propios,
aunque reforzados por el particular marco físico en el que se desenvuelve
su vida cotidiana. De esta manera, leyéndola, puedo imaginarme un
riguroso proceso de decantación que arranca en el desbordante lirismo
congénito de su ciudad, Alcalá de Henares, a través de fortificantes paseos
por sus plazas y calles; sin poder evitar, no obstante, por parte de la
autora, cierto poso nostálgico ante la sublimidad imperfecta que supone
la ausencia del mar: “Las torres emergidas / como arrecifes claros en la
tarde”, o bien “Como diques de oro / que detienen la noche.”
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Los poemas se van sucediendo con un cuidado estilo preciosista,
emprendiendo una búsqueda de la perfección formal sin caer en
chirriantes artificiosidades, aderezados con la musicalidad que provoca
el adecuado uso de figuras de repetición: “De muerte / de destino / de
pregunta”. “No muy honda / tan sólo lo bastante / para estar al abrigo
de los vientos. / No muy ancha, tan sólo lo bastante / para encogerme
en el amor materno.”
Con todo ello, consigue retrotraernos, con impronta personal, al modernismo
de Rubén Darío -el más famoso e influyente poeta centroamericano
también leyó a Gerard Manley Hopkins-: “Otra te mirará desde el fondo
de mis ojos; / más sabia y triste, huérfana de cisnes, / ahijada de la Lluvia
y del Otoño”. Una mirada al pasado en las estructuras estandarizadas que
arroja nueva luz a mi escasa preparación frente a ineludibles disertaciones
metapoéticas: la poesía, al contrario de lo que han intentado hacernos
creer, se mueve en una dimensión temporal diferente a la existencia. Para
vivir resulta totalmente desaconsejable mirar de forma constante hacia
atrás; para escribir versos, en cambio, necesitamos volver la vista una y
otra vez al pasado, porque en literatura por delante siempre está el vacío
y ese vacío nos asusta y paraliza: “por el estéril cauce de los besos / que
no se dieron nunca y los perdidos / poemas no soñados…” Todos los
poetas que han habitado este sufrido planeta se recrearon en el pasado,
y por tal motivo, por mucho que lo desearan, nunca pudieron llegar a ser
unos vividores. Envalentonado por esta premisa, me atrevo a enarbolar
la siguiente sentencia, aun a costa de lanzar piedras sobre nuestro propio
tejado: Vivir -en el amplio sentido del término- no es compatible con ser
poeta. Y eso Ana lo sabe, aunque ella tampoco esté dispuesta a transitar
por el universo renunciando a la belleza oculta en el veneno: “Estoy en
pie y no obstante yazgo / sobre cicuta en flor.”
Regresando al modernismo arriba señalado, su presencia vuelve a hacerse
verso, dentro del capítulo dedicado a la muerte, en el epitafio en honor a
la poeta de nacionalidad finlandesa Edith Södergran, precursora de este
estilo en su país: “…y terminé por irme / sin una despedida inadvertida y
tenue, / como acaban / la lluvia, / los sueños, / y la infancia.”
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Y precisamente, de esas cuatro partes de la obra, yo quisiera detenerme con
brevedad en la que hace referencia a la finitud -física o figurada-. Ana
nos muestra la mortalidad en sus diversas apariencias; la primera, como ya
dije, en forma de destino consciente a través del veneno y su hermosura;
en segundo lugar, como una redención: “Ven a la muerte, / contemplarás el
rostro que persigues / libre de la muralla de la carne.” Y, finalmente, como
algo productivo, aniquilamiento generador de otras vidas: “Me filtraré sin
pausa / y con mi pulso / nutriré maleza, / espigas, / agua.”
Mención aparte merecen las ilustraciones salpicadas a lo largo de la obra. Y
debo decir, sin miedo a equivocarme, que estos dibujos no cumplen en absoluto
la misión propia encomendada a sus congéneres, es decir, la de constituir una
eficaz pausa visual –más o menos excitante- entre texto y texto; y no la
cumplen por la sencilla razón de que consiguen erigirse -de forma aislada y
autónoma- como poemas cerrados a la altura del lenguaje escrito.
Para terminar, me quedo con otra definición sugestionada en mí por Ana
Castelbón: la poesía es crepúsculo y es saudade; y lo expresa a través de
dos de los más radiantes versos que haya leí do en mucho tiempo: 1) “la
muerte de pelo rojo mete sus pies en el agua” y 2) “Es su tristeza / un
manantial de estrellas subterráneas.”
Hasta hace tan solo unos días era un completo desconocedor de la faceta
lírica de nuestra protagonista, solo había conseguido ser testigo lector de
alguno de sus cuentos, género que también practica, por lo visto, con gran
acierto –aviso a (editor) navegante-; y me alegro, me alegro mucho de que
las líneas que están ustedes a punto de comenzar rayen muy por encima
de la media publicada dentro de esta inabarcable lonja de mercaderías
perecederas que es la poesía. Y me alegra sobre todo por interés propio,
por puro egoísmo, ya que cuanto mejor es un libro, antes conseguirán
olvidarse sus leedores del dichoso prólogo y su prologuista ejecutor.
Por mi parte, solo puedo añadir –trocando la lengua de Bécquer por la de
Jagger-: It’s only poetry, but I hope you like it.
Germán Guirado
6
por Ana Castelbón
Y he pedido estar
donde no lleguen tormentas,
donde el verde oleaje calla en los puertos,
alejado del balanceo del mar
G.M.Hopkins
Tiempo
PRELUDIO
Alguien murió
y herido por su ausencia
muere el aire.
13
II
14
15
III
Y desde entonces
así canta el ocaso:
Ni fue ayer
ni habrá de ser mañana
y hoy es Nunca
Nunca para Siempre
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UNO
C
uando la tarde muere, voy muriendo.
Me desangro en la luz como un torrente
De pájaros de sombra que en mi frente
Golpean y se van, siempre fluyendo.
17
ALCALÁ, ANOCHECIÉNDOSE
A llá en lo alto
es la luna
un asidero triste,
una baliza huérfana
de náufragos.
Allá no alcanza
la alta profundidad
de las cigüeñas,
las torres emergidas
como arrecifes claros en la tarde,
como quietos peregrinos de la altura.
Como diques de oro
que detienen la noche,
como espigas de incienso,
como cimas de siglos,
como Humo,
como Polvo,
como Nada,
como...
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S i vinieras por mí en esta noche blanca
A coger este vuelo de cisnes amansados
Que guardé para ti,
A beber de mi boca la luna desvelada.
Si vinieras ahora,
En esta noche cándida
Te daría el ajuar de mis sueños
de lino.
Te daría la infancia de mis besos.
Mira que lucen las estrellas de junio
Y tiembla mi corazón, que no comprende.
No habrá ninguna noche más
Que sea como ésta.
Ya jamás habrá noches con corazón de alba
En que se abra mi juventud para esperarte.
Y si no vienes hoy
Otra te mirará desde el fondo de mis ojos;
Más sabia y triste, huérfana de cisnes,
Ahijada de la Lluvia y del Otoño.
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O jos de estatua,
Veis el paisaje de los siglos,
Veis la eternidad ya remansada
Como agua quieta y muda,
Plácida sobre todos los ahogados.
Ojos de estatua,
Lejos de todas las tormentas,
Que conocéis el limo de su boca,
La boca de la Muerte,
Dulce en vuestros párpados de almendra,
Ácida de sal,
Devoradora,
Aquélla que,
frenética,
busca grietas
en pupilas de concha,
donde el ansia busca ansia
en que saciarse
para alcanzar
un imposible corazón,
una increada
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lágrima de piedra.
Ojos de estatua,
Ojos que tocáis el horizonte
Acorralándolo
Frente a frente
Con su propia distancia.
Ojos que sois
Lunas sin brillo,
Centinelas de Nada,
Umbrales de oscuridad,
Atrio del templo
De un Dios olvidado
Que aún nos mira,
Ciego,
Con vuestros ojos
De Muerte
De Destino
De Pregunta.
22
Y o guardaba estos versos
para un día de abril,
cuando la luz sonriera
reposada y tranquila,
con silencio de niña
aún convaleciente.
Habrían florecido por fin
las lilas blancas
del jardín olvidado
y el cielo azul sería
un acerico añil
cuajado, hincado todo
de mariposas
de vencejos revoltosos
como párvulos después de la merienda.
Hubieran sido versos pequeños,
como aquello que cantaban.
Su vida como vida de insecto
que no busca memorias
sino sólo un instante
de sol y yerbabuena.
23
Yo soñaba un poema
para un día de abril
(rosas tempranas y tardíos almendros)
“Versos para un día de abril
en que te viera”
24
Blanco lo tuve
y al irse conservaba
la albura de la rosa.
25
como la adormidera,
se tendió en mi camino.
Eso será;
este día
que no atesoraré,
que no he de recordar
porque no labré en él
ni tan sólo un recuerdo,
no ha pasado por mí.
26
ROMANCE DE LA BLANCA LUNA
U
n día de primavera la Luna estaba cansada,
La Luna quedó dormida en lo más hondo del agua.
En lo más hondo del día la Luna fría soñaba
(soñaba que era Mujer, con vestidos de Alborada).
Y el día vino y se fue, pero ella no despertaba.
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Y un escabel de planetas, y un trono de ocaso y plata
Y mil palacios de ébano con bóvedas de galaxias”.
Pero los sauces suspiran y esto entre sí cantaban
“Quien me bese beberá de mi boca Muerte helada”
Los príncipes de la tierra, con sus séquitos y espadas
Estandartes y corceles, terciopelos y oriflamas
Se han acercado a su lecho, buscando su boca pálida.
Pero apuran de sus labios una espina envenenada
Un sorbo de luz oscura, más fría que una nevada.
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29
Y pone sobre su boca un resplandor de alborada,
Y un amanecer de carne sobre su pecho de estatua.
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S ólo yo sé que al caer de la tarde
vienen a mi ventana los ángeles cansados.
Se posan en mi alféizar con el viento del Este,
devoran en silencio mi corazón amargo.
Arden
sus ojos al beberse mis lágrimas.
Golpean mis cristales, ángeles en bandadas...
Creen que es el último sol olvidado en el cielo
y confunden sus alas con nubes pasajeras;
por eso no saben que ángeles cansados
devoran mi tristeza y alzan después el vuelo.
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35
M is huesos, encadenados uno a uno,
Y el leve bosquecillo de mis venas
Donde canta el pájaro negro de la vida
¡Qué extraño encaje de moléculas!
Dios, ¿por qué gastaste en mí tantos latidos,
Tantas incomprensibles maravillas?
Pues me parezco a un ánfora desierta
Que jamás calmó la angustia del sediento.
36
ENMUDECIDA
37
T
engo un rostro clavado en el espejo
Y otro rostro para mi soledad de nieve.
Cuando soy con vosotros
soy sólo mi reflejo
Una imagen insomne en vuestros ojos
que me hiere.
Y cuando soy a solas
soy sólo la conciencia
De mi propia soledad encarcelada
¿Dónde encontraré aquella mirada
que me acoja sin juicio,
que me pinte del color de la sangre
la pureza de escarcha?
El Tiempo lo repite:
Ven a la Muerte,
Contemplarás el rostro que persigues
Libre de la muralla de la carne.
38
39
D
esnudo,
Incluso del recuerdo de los pájaros,
Incluso del deseo de la hiedra,
Desmenuza el Invierno con sus huesos de
escarcha
Y le cerca un silencio que ha perdido los
nidos.
Desnudo
Como una herida abierta
Como un dolor sin muerte
O una madre sin hijo,
Confusamente y ciego
Tantea el aire esquivo
Mendigando un último roce
De la Primavera.
40
Y
ella se quedará sola.
Nevará en sus entrañas,
Plantará lirios blancos
En el rincón más recogido
De su vientre
Y cerrará la puerta.
Tendrá por ello
La paz de la vereda
Al mediodía,
La mansedumbre ciega
De la lluvia.
Por junio, cada año,
Cosechará en su pecho
Golondrinas
Y sembrará en otoño
La misma pena intacta
De otros días.
41
Entonces,
Un ángel de luto incendiará las rosas
Como antorchas de fiebre por su seno.
Su boca fría la besará en la boca
Y construirán un cielo de rojo malherido.
Un cuerpo que estrechar entre sus brazos
será Dios para ella
42
43
M iraré el jardín tras la puerta cerrada.
El cristal es tan frío...
Miraré el jardín, y las hojas doradas
de septiembre, y la fuente callada
y los sauces sin sombra.
No dejarán nada mis ojos, nada.
Apoyaré la frente en el cristal helado.
Despacio, muy despacio, me haré gris en
la tarde.
Y sabré que no ha de venir quien espero.
Y no seré nadie.
44
Muerte
TEDIO
LL
evo este día gris
Sobre mi pecho,
Sobre la sangre espesa
Como el jugo de la flor
De los Trópicos…
Pesa
Esta sangre quieta
de pantano
donde han varado
chalupas de azucenas.
Late
El corazón con cadencia
De tam-tam
Que convoca tormenta.
La serpiente roja
Se desangra en círculos
Hirvientes. Gotea,
Repta, busca en las entrañas
El camino que lleva
47
De vuelta al mediodía.
Algo gime en mí,
Nacen y mueren
Volcanes
En mi vientre.
Se ha evaporado el alma..
Tengo sólo la mirada de áámbar
mb a r
Del caimán en letargo.
o m no l i e nt o ,
Y el Pecado, lechoso y somnoliento,
Encapota la jungla de misis vvenas.
enas.
48
49
EPITAFIO IMPOSIBLE
P
obre Rey Pescador,
Monarca, Soberano…
Ya tienes hoy tu trono preparado.
Ven al lecho, Señor,
La niña Muerte continua su canto:
-Rey Pescador, Rey Pescador…
¿Cuándo nos desposamos?
50
EPITAFIO PARA EDITH SODERGRAND
51
Mirad mi ser desvanecerse.
Yo ya no soy aquélla.
Muero.
Estoy en pie y no obstante yazgo
Sobre cicuta en flor.
La espuma del almendro
Es mi sangre de nieve, derramándose.
No me toquéis,
Dejadme así, en silencio,
En el umbral incierto,
Sintiendo el dolor,
Como una ola,
Jugar entre mi carne.
No oigáis siquiera
Este rumor callado
De mi cuerpo al mezclarse con la yerba.
El golpe
De mis ojos cerrados
Contra el ocaso de ocre estremecido.
En un fluir de agua
52
Precipito mis manos hacia el viento
Y caen.
Las alzo y caen en cascadas gimientes
Y de mi cuello brotan los rosales
Y en la oquedad porosa de mis labios
El musgo rezuma su silencio.
Sé que estoy aquí, erguida ante el cristal opaco,
Mientras a mundos de distancia
Mi ser deshecho yace.
Muero,
Levemente,
Envuelta en carne,
Pero muero.
53
P or más que ahora parezca
que no pienso jamás en ese instante,
cuando me abandonaréis
(gélida, callada)
pienso,
sí.
(Creo que reiré
jugando al escondite
entre recuerdos pálidos
de cuanto fui y se fue).
Y no quisiera
un féretro entelado
como un lecho de amor,
como un disfraz inútil
del sincero destino de mi carne.
Quisiera en cambio
que en el alba,
cavarais (si es su tiempo)
mi tumba entre las rosas.
No muy honda,
tan sólo lo bastante
54
55
para estar al abrigo de los vientos.
No muy ancha,
tan sólo lo bastante
para encogerme en el amor materno.
No me vistáis.
Coged alguna sábana
si así os parece bien,
por el pudor
que fue mi compañero,
pero tampoco es necesario.
Yo estaré quieta,
lo prometo,
hasta las lágrimas últimas;
hasta
el último rumor
de las plegarias.
Pero entonces,
ya sola,
desataré sin prisa mi cordura,
mi sangre,
mi risa recobrada
y empaparé la tierra,
las ávidas y diligentes criaturas que nacen del olvido,
56
todas las raíces
y los túneles sin luces ni esperanza.
Me filtraré sin pausa
y con mi pulso
nutriré maleza,
espigas,
agua.
Susurro:
(Cuando me hayáis perdido por completo
toda yo seré flor).
57
M e voy
No pueden retenerme.
El Polvo y la Ceniza me han llamado hermana,
conozco el sendero del Olvido,
y me voy.
Yo
Nadie
Me voy
58
E lla llegó, callada, era un día cualquiera,
sin heraldos ni pajes, como llegan las rosas.
Saludó por su nombre todas mis esperanzas
y se sentó en silencio junto a la primavera.
Día y noche me mira y teje en la penumbra
y su lento cariño va cercando mis horas.
Nada dice,
sonríe y espera
sin acechar, paciente
como una madre grávida y serena
Llueve
59
H abía una alborada de rosas en la tapia,
Rosal blanco y silvestre como el amor primero.
Su blancura de entonces era igual que tu infancia,
Sus espinas pequeñas iguales a tus besos.
Hay ddías
Hay í a s eenn qque
u e vvuelvo
u el vo a ssentir
ent ir ssuu ffragancia
raga ncia
Ron d a r ppor
Rondar or ttuu ccalleja
a l le j a y m or ir eenn ssilencio.
morir ilencio.
El lluminoso
El u m inoso aaroma r om a ddee aaquellas
qu el l a s rrosas
osa s bblancas
l a nca s
Me rrecita
Me ecit a ttuu nnombre
omb re ccomo om o ssii ffuera
u era uunn vverso.
erso.
60
Tronchándose en la tarde veo tu faz dorada
Y tu ventana abierta para enhebrar el viento.
En el rosal silvestre se nos quedó enredada
La salvaje madeja inocente de tu pelo.
61
Empedradas de rosas están hoy las distancias,
Por ventiscas de rosas se ha extraviado el Tiempo;
Por caminos de rosas vuelven tus manos plácidas,
Obedientes y dulces, como los niños buenos.
62
Amor
A l fin,
Rostros y cadenas,
Palabras en enjambre…
Al fín todo pasó
Y ahora es la hora
De que busque
Tus manos.
A tientas.
Deja marchar estas horas vacías
Que no llevan tu Nombre.
¿Vendrás hoy?
Hoy que la luna nueva
Se marchita en silencio
Con una letanía
De dolor y de adelfas.
Va cayendo la tarde.
Tengo miedo.
Ya no me queda sitio
Donde huir
Ni tengo más refugios.
65
Ya sólo en tus manos
Puede cobijarse mi Esperanza.
Y tú no vienes.
Y la noche me cerca.
Y va subiendo esta oscura marea
De la noche que ya alcanza
Mi pecho
Pájaros de alas negras
Se agitan, pájaros negros
Me desgarran la espera.
Las sombras ya llegan a mis ojos
Y en tinieblas
“¿Vendrás hoy?”
Y se cierra la Noche sobre mí,
Soledad ciega,
Brazos que se alzan,
Brazos de ahogado,
Aferrando el último jirón
Del aire y de la Vida.
¡Pronto! Ya no quedan estrellas…
¿Y tus manos?
Tus manos…
66
C on un amor
De Tierra y de Cosecha
Así te amo.
Con afanes de otoño
Mi corazón aguarda
Tu Verano.
De lluvia y trigo esbelto,
guadaña de mis besos,
así sueño tus labios.
Por eso
Apacienta tu amor
sobre mi pecho,
En el surco de mi dolor
siembra tus manos,
que florezcan por fin las amapolas.
67
Coda:
Rojas y ásperas
son las duras raíces de mi duelo
Y qué profunda
la pena en que te aguardo
Mientras va enlutándose de invierno
Este rosario
De noches
Y de ocasos
solitarios….
68
69
DOS
C
uando la tarde muere voy muriendo.
Me desangro en la luz como un torrente
De pájaros de sombra que en mi frente
Golpean y se van, siempre fluyendo.
70
E n mi angosto regazo de niña castigada
yo sería madrina de vidas diminutas:
mirlos
ortigas
malvas
conchas empapadas de mar,
pensamientos dorados...
De todo lo silvestre
y lo apacible
yo seria madrina
y velaría
por el vencejo
por el grano de trigo
por la bullente sangre de la golondrina
Amando algo tan leve
que lo podría amar
del principio hasta el fin
sin dejar nada...
algo tan pequeño
71
que sus horas
no rebosarían
de mis horas
y su vida
cabría
dentro
de mi vida.
Con un amor
que no tuviera
pena
ni expectación
ni duda
nada que recordar
Sólo un soplo
inconsciente de gozo
¿Y después?
Sí, después
que vuele el vencejo
y que el trébol florezca
y que grane la espiga..
72
Me columpio.
Un instante en mi cuerpo
y al siguiente en el tuyo.
Y me quiebro,
estallando en mis venas
mediodías de junio
voy besando cadenas
con que anclarme en tu pulso.
Y no puedo
con candados de sangre
ni eslabones desnudos
aferrarme a tu vuelo
ni enraizarme en tu mundo.
¡Ya! ¡Deténme!
Y que cese
este vivir a sorbos
esta muerte sin rumbo.
Me columpio,
trapecista en tu beso
y suicida en tu impulso.
Me columpio
y me quiebro.
Me columpio.
73
H ay un ángel que llora, cada tarde,
En mi camino de regreso a casa.
Bajo el árbol de mayo habita un ángel
triste,
En mi sendero.
A veces le saluda el ángel que me guarda
Y los lirios le llaman por su nombre,
Al ángel sin corona
Que no tiene Justicia en la mirada.
En su morada
palomas y azucenas brotan de la tierra,
La tierra se viste para él de desposada.
Es su tristeza
Un manantial de estrellas subterráneas
Y su llanto, sereno como la lluvia mansa.
No, no es un mendigo
Ni un vagabundo errante
Ni una visión de plata,
El ángel triste que llora cada tarde
Por los perdidos pájaros del alba.
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75
T e vas al fin, lo sé, pero no importa.
Aún no se ha ido tu ausencia, ni ha partido
tu rostro de mi pecho, florecido
de lirios negros y de luna absorta.
76
EL ÚNICO POEMA
77
Ya no tengo más versos
sólo tengo tus manos
donde estuvieron
los perdidos ropajes
de los besos.
Tú,
Tú que desnudas,
tú que vistes
mis labios con los tuyos;
Tú,
me entregaste
el único Poema,
en silencio,
en tus manos.
78
colección
Válvula
escape
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