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ENTRELOBOS

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ENTRELOBOS

Disfruté ésta película en muchos sentidos, no solo por el mensaje que conlleva esta historia real, de
un cabrero Marcos, que sufrió las reglas de juego socio- culturales de ese medio rural de Andalucía,
en la época de los 50, en pleno reino de taifas del señorito y sus territorios, en los que fue
abandonado, en plena la sierra (Sierra Morena), que con la ayuda de un maestro cabrero, pudo
aprender a sobrevivir y vivir, en esa naturaleza.

Y que cuando éste murió, Marquitos, tuvo la suerte de ser acogido o ayudado, por una manada de
lobos, haciéndole la vida más fácil, durante casi 13 años. Padeció, luego la más difícil y nunca
conseguida, vivencia en la sociedad humana, de la cual, pudo separarse de alguna manera,
regresando a dicho entorno natural, el Parque Natural de Cardeña Montóro, localizado en la sierra
cordobesa.

La película, tiene una fotografía, realmente conseguida, con un equipo técnico de naturaleza,
dirigido por Joaquin Gutierrez Ancha, colaborador asiduo, para la National Geographic y BBC, que
parece haberse nutrido (en mi modesta opinión) de técnicas de Rodriguez de la Fuente, pero
evitando siempre las escenas crudas.

“Entrelobos”, es una película de Gerardo Olivares, que retrata bien la sociedad rural de esa época y
que da una visión del medio natural, que hace apenas un par de décadas, hubiese sido difícil de
admitir por muchos. Pero mas allá de esta película, que conto con un presupuesto de 5 millones de
euros, para rodar 12 semanas , en el Parque Natural de Cardeña Montóro y Almodóvar del Rio, me
gustaría resaltar la calidad y emoción de la fotografía, que muestra un ecosistema, con unos valores
estéticos de tanto valor , que hace obligatoria una visita a ese lugar.

Y de hecho, la web de la película, tiene una sección de Rutas de Viaje, donde hay un resumen, de
los lugares naturales y rurales, donde se rodaron, las diferentes escenas.

Faltaría solo, que una operadora turística, realizase el resto, creando rutas de turismo de naturaleza,
con guías locales de la sierra y un inteligente y divertido programa de animación turística, para al
menos comprender la esencia de la Sierra y el mensaje de la película.

Sin duda, más que una llamada, es un reclamo turístico, de indudable e incalculable valor, que hay
que poner en juego.
CRITICAS

No hay reflexiones sobre la naturaleza humana ni dramas intensos en “Entrelobos”, sino


preciosismo fotográfico y paisajes de la sierra, con una cuidada planificación y tomas de
animales que hubiera firmado el amigo Félix Rodríguez de la Fuente.

La primera escena del ataque de los lobos al rebaño de cabras es ya sintomática de todo lo
que Gerardo Olivares nos va a ofrecer en “Entrelobos”. Y eso porque refleja su formación como
documentalista, su amor a la Naturaleza y su sensibilidad hacia todas las realidades humanas.
Además, el director cordobés se mueve en un ambiente que conoce bien, con grandes cortijos
terratenientes y personajes que luchan por sobrevivir… aunque la historia se desarrolle en la década
de los cincuenta. Es la evocación de un niño que vivió solo durante doce años en Sierra Morena,
con la única compañía de los lobos y otros especímenes del lugar, huyendo de unos humanos más
salvajes que las mismas bestias. Una crónica extraída de la realidad para fabricar un producto
placentero para un espectador de amplio espectro, amante de los animales domésticos y también de
los que están por civilizar.

Las bazas de Olivares parten de la historia real y del atractivo de una fauna ibérica de una posguerra
aún con enfrentamientos y odios. Tanto es así que el Marcos real —el que aparece en la última
secuencia del filme haciendo de sí mismo— ha manifestado estar más próximo a sus “compañeros”
de aventuras y de supervivencia que a los que se hacen llamar ilustrados. Pero no hay grandes
reflexiones sobre la naturaleza humana ni tampoco dramas intensos en “Entrelobos”, sino más bien
un preciosismo fotográfico de bellas imágenes a contraluz o de hermosos paisajes de la sierra, con
una cuidada planificación y tomas de animales que hubiera firmado el amigo Félix Rodríguez de la
Fuente, con un tempo contemplativo que habla del embelesamiento del director con la Naturaleza…
y también de la pérdida de ritmo narrativo que padece, agudizada en los momentos que introduce
algunos ralentíes. La banda sonora de Klaus Badelt apunta en la misma dirección y su música
sinfónica, siendo hermosa y melódica, queda subrayada en exceso en una búsqueda de emociones
agradables en esta Arcadia salvaje.

Gran esfuerzo de producción y buen trabajo en el adiestramiento de los animales, por otra parte.
También es justo destacar el acierto de casting con unos magníficos Sancho Gracia y Carlos
Bardem que saben generar ese aire castizo con su deje andaluz, pero sobre todo para descubrir al
pequeño Manuel Ángel Camacho… alma mater del proyecto y modelo de frescura desgarbada y
de inocencia infantil. Más discreta y breve es la presencia de Juan José Ballesta, más testimonial y
promocional que destacable… El guión es el talón de Aquiles del proyecto, desinflado en lo
dramático e irregular en lo narrativo, con demasiados cabos sin desarrollar que hubieran dado
humanidad —no animal— y empaque al trabajo… como esa niña de mirada llena de complicidad,
ese hermano mayor más abandonado por la cámara que Marcos por su padre, o ese hijo perseguido
por la Guardia Civil.
A pesar de desaprovechar una interesante historia que ofrecía mucho más material del utilizado, hay
que valorar los logros artísticos conseguidos y reconocer la docilidad del buen salvaje —me refiero
al lobito y al hurón—, aunque también recomendar al director que sienta la llamada del documental
y vuelva a la selva —o a la sierra—, donde a buen seguro obtendrá grandes resultados con lobos
convertidos en el mejor amigo del hombre, hurones que cazan conejos o buitres carroñeros que
vuelan al acecho de cuerpos sin vida. De hecho, parece que lo hará en breve… pues ha anunciado
un documental sobre Marcos Pantoja, el protagonista real de la historia, trabajo para el que le
deseamos el mayor de los éxitos.

Una de esas realidades extraordinarias que superan la ficción sirve de base para el nuevo trabajo
de Gerardo Olivares, que funciona tan sólo a medio gas descompensado entre lo que sugiere
contar y la forma que tiene de hacerlo.

En la difícil España de los años 50, el pequeño Marcos (Manuel Ángel Camacho) es arrancado de
su familia para dar con sus ya cansados huesos junto a los de Atanasio (Sancho Gracia), pastor
autosuficiente que le enseñará todo lo necesario para sobrevivir en la naturaleza. Tal y como se
desarrollarán los acontecimientos, falta le harán sus conocimientos, desde luego. Gerardo
Olivares propone con “Entrelobos” una de esas realidades que tan a menudo superan la ficción,
una historia fascinante a nuestros ojos que sorprende por lo que propone más que por la forma en
que lo hace. Esto es algo que, por desgracia, también sucede frecuentemente en el séptimo arte,
dentro y fuera de nuestras fronteras.

Y es que la película, ardua en su lánguido, pesaroso y rayano en lo cansino desarrollo, se debate


más en los límites del docudrama que del biopic minúsculamente épico, asemejando en demasiadas
ocasiones un llano canto a la naturaleza ibérica ─hermosamente representada, por otro lado─ en
toda su magnitud; porque la propuesta, que expone la imposible ─por atípica─ fusión del hombre
con su entorno, centra su mirada en el fragor asalvajado de la sierra andaluza ─fauna y flora son
examinadas con ojo respetuoso pero reiterativo en sus trucos y ralentizaciones─ en detrimento de la
propia evolución del personaje, machacado a base de feas transiciones culminadas en una elipsis
epatantemente radical que abre un tránsito del Mowgliprogresivamente cavernícola al John
Clayton hirsuto al que da vida, tan sólo durante unos pocos minutos postreros, el chico-
reclamo Juan José Ballesta.

Si el componente animal de la propuesta funciona a la perfección por su capacidad de plegarse a los


requerimientos visuales y estéticos del film ─la participación de los lobos es tan hermosa como
sorprendente─, el elenco humano defiende con ímpetu variable unos papeles que requieren, de
entrada, un esfuerzo lingüístico nada desdeñable; así, encontramos entre los secundarios a Carlos
Bardem ─rey de la entonación ajena─, Antonio Dechent, Vicente Romero o Àlex Brendemühl,
ocupados en nutrir de vida ambos espectros de esa España de apariencia tan lejana y aún preñada de
bandoleros, forajidos, terratenientes y un contundente cuerpo de guardia civil a caballo. Castigado
por una banda sonora insufriblemente melancólica y fullera, el costumbrismo caduco de
“Entrelobos” no siempre puede esquivar comicidades involuntarias, apostando por un equilibrio
complejo entre lo que pretende y lo que consigue, derivando en un montante final que la
empequeñece respecto de las expectativas creadas.

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