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Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad No 273,

enero-febrero de 2018, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.

Populismo Para comprender más

republicano: más profundamente las experiencias


populistas que se desplegaron
allá de «Estado en América Latina, es necesario
versus pueblo» construir un marco teórico, en
clave populista y republicana,
que abandone el legado por el cual
se piensa al pueblo como «lo otro»
del Estado y que permita pensar
una recíproca interpelación.
Para ello resulta de utilidad
adentrarse en algunos debates
clásicos entre populismo y
socialismo y en otros más recientes
entre populismo y autonomismo,
con la finalidad de revisitar el rol
del Estado y las instituciones
Valeria Coronel / al pensar la emancipación y
Luciana Cadahia la autodeterminación popular.

I. Las tensiones entre el socialismo y el populismo en América Latina han


moldeado los principales debates políticos latinoamericanos de izquier-
da en la década de 19801. Tras la crisis del paradigma comunista de los años 60

Valeria Coronel: es doctora en Historia por la New York University (nyu). Coordina el Centro Ma-
ria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales
(calas, por sus siglas en inglés) para la región andina. Es profesora e investigadora en la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso)-Ecuador. Su investigación aborda la transición del Es-
tado oligárquico al Estado nacional social en la región andina y formas de movilización e integración
del campesinado indígena en partidos políticos en los siglos xix y xx. Correo electrónico: <avc211@
gmail.com>.
Luciana Cadahia: es doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Es profesora
e investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso)-Ecuador. Entre sus
líneas de investigación se destaca la teoría política contemporánea vinculada a las transforma-
ciones del rol del Estado, la democracia y las experiencias emancipadoras de carácter populista.
Correo electrónico: <[email protected]>.
Palabras claves: democracia, Estado, populismo, republicanismo, socialismo, América Latina.
1. Emilio de Ípola y Juan Carlos Portantiero: «Lo nacional popular y los populismos realmente
existentes» en Nueva Sociedad Nº 54, 5-6/1981, disponible en <www.nuso.org>.
73 Tema Central
Populismo republicano: más allá de «Estado versus pueblo»

y 702, la izquierda latinoamericana se vio en la necesidad de replantear en


profundidad el modo de comprender la transformación social y el sentido de
la emancipación popular. En muchos casos, este replanteamiento se tradujo
en el intento de recoger lo mejor del legado de la izquierda en clave grams-
ciana y en la voluntad de incorporarlo dentro de un proyecto hegemónico
de carácter democrático. Podría decirse que es en el interior del debate sobre
la hegemonía y la democracia donde nace esta disputa entre el socialismo y
el populismo. Ambas corrientes coinciden en concebir la hegemonía como
aquella forma de organización capaz de construir una voluntad colectiva al-
ternativa al bloque dominante. Es decir, una propuesta organizada en el seno
del mundo plebeyo para transformar la naturaleza de la forma nación. Si el
bloque dominante se configuraba bajo la forma de Estado-nación, la hege-
monía plebeya debería constituirse bajo la figura de lo nacional-popular.
Y la construcción de lo nacional-popular se consolidaría mediante una articu-
lación entre el pueblo y los intelectuales –en sentido amplio–, vínculo que
permitiría diferenciar las sedimentaciones conservadoras de las posibilida-
des transformadoras propias de toda experiencia popular. Pero para que esta
transformación tuviera lugar, era necesario delimitar el verdadero origen de
las relaciones de subordinación. Podríamos decir que precisamente en rela-
ción con este problema –cómo definir el origen de las formas de dominación
y los tipos de antagonismos a los que estas dan lugar– se produjeron las
principales tensiones entre el populismo y el socialismo latinoamericano de
corte gramsciano3.

Ahora bien, es importante resaltar que estas tensiones entre el socialismo


y el populismo tienen un antecedente en los debates latinoamericanos: las
discusiones entre José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre.
Por la misma época en que Antonio Gramsci configuraba un marxismo
heterodoxo para la Italia meridional, estos intelectuales peruanos expre-
saban sus reparos a la idea de aplicar sin más el programa comunista en
lugares tan abigarrados como América Latina e intentaban pensar formas de
articulación plebeyas e interclasistas heterodoxas. La tensión aparece por
el rechazo que experimenta Mariátegui ante la propuesta de Haya de la
Torre de convertir el movimiento popular a la forma partido y lograr, así,
la configuración de una forma estatal. Es esta tensión, entonces, la que vuelve a

2. V. Coronel: La última guerra del Siglo de las Luces. Revolución Liberal y formación del Estado nacional
en el Ecuador (1880-1926), Flacso, Quito, en prensa.
3. E. De Ípola y J.C. Portantiero: ob. cit. y Ernesto Laclau: Política e ideología en la teoría marxista.
Capitalismo, fascismo, populismo, Siglo xxi, Madrid, 1978.
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instalarse de manera desplazada en los debates de los años 804. Mientras el


socialismo identificaba el Estado como la forma originaria de la domina-
ción capitalista, el populismo hacía de la forma estatal un espacio para la
irrupción plebeya y un instrumento de conquistas populares. Alrededor de
la cuestión del Estado girará, entonces, uno de los mayores desencuentros
entre estas dos corrientes de pensamiento latinoamericano. Si para muchos
socialistas el Estado funciona como un ar-
Alrededor de la cuestión quetipo de dominación, resulta evidente
del Estado girará –como intentaron demostrar Portantiero y
De Ípola– caracterizar el populismo como
uno de los mayores
un movimiento de traición a lo popular.
desencuentros entre
estas corrientes Es como si la crisis de los Estados oligárqui-
de pensamiento n cos hubiera abierto una ventana de oportu-
nidad que el populismo obturó al volver a
poner en el centro de la escena al Estado y las instituciones. Si bien es aquí
donde aparecen todas las dicotomías entre una y otra corriente –dado que
mientras la hegemonía socialista se asume como una propuesta verdadera-
mente popular, pluralista y democrática, la populista aparece como un ce-
sarismo que «traiciona» lo popular, organicista y antidemocrático–, lo cierto
es que la pertinencia de esta caracterización depende de cómo se lea el tipo
de oportunidad que abrió la crisis, es decir, si el populismo operó como una
recomposición o como una transformación de la naturaleza del Estado.

Tanto el socialismo como el populismo acuerdan en asumir la crisis de la


oligarquía como la oportunidad para activar y organizar a los sectores po-
pulares bajo la forma de una voluntad colectiva y para que el pueblo recu-
pere el sentido y la percepción de la nación que había sido capturada bajo
la forma Estado-nación. No obstante, desde el punto de vista socialista, el
populismo habría propiciado esta recuperación de lo nacional para luego
expropiarlo, es decir, contribuiría a liberar lo nacional para luego apropiar-
se de su sentido y ponerlo, otra vez, bajo la custodia de un Estado anti-
pluralista. Por tanto, desde esta interpretación se piensa la irrupción del
populismo como una recomposición del Estado (que estatiza lo popular)
y así se deja por fuera la posibilidad de leer tal irrupción como una trans-
formación (aparición de una nueva forma de poder) de la naturaleza de lo

4. Excedería los propósitos de este trabajo establecer una genealogía que permita comprender
cómo se transfirieron estos debates entre Mariátegui y Haya de la Torre, propios de la primera
mitad del siglo xx, a las discusiones de los años 80, por lo que nos limitamos a resaltar la coinci-
dencia temática.
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Populismo republicano: más allá de «Estado versus pueblo»

político ante la crisis de las oligarquías, mutación que también alcanza al


retorno del Estado.

Quizá haga falta prestar más atención a las formas de este retorno y a los
tipos de desplazamiento institucional que produce cada juego de repetición
populista a lo largo de la historia latinoamericana5. La lectura sobre la «trai-
ción del populismo al pueblo» solamente tiene sentido si partimos de una
premisa: que el pueblo y el Estado son dos producciones sociales antagónicas
y autocontenidas. Si el Estado es asumido como un tipo de poder mono-
lítico y cerrado sobre sí mismo, una forma universal inmutable y destinada
por naturaleza a la opresión, entonces sí tendría sentido pensar al pueblo
como su contraparte. Pero si, en cambio, lo consideramos como una produc-
ción social porosa, como el lugar donde los distintos actores políticos pujan
por darle forma para determinar su orientación institucional y los tipos de
acumulación y distribución, entonces resulta más complicado asumir sin más
esta dicotomía. ¿No hay acaso en este movimiento de crisis y recomposición
estatal la reiteración de un acto fundante de derecho ejercido mediante una
profanación popular?6

En ese sentido, resulta más interesante invertir la cuestión y preguntarse por


el tipo de movimiento teológico que autoriza a pensar algo así como lo na-
cional «liberado» de la «enajenación» estatal y recuperado por el «pueblo». Es
como si el socialismo viniera a subsanar la herida de la comunidad causada
por la irrupción del Estado, como si de manera inconfesada perviviese una
especie de nostalgia sustancialista. Cabría decir que es esta forma de libe-
ración lo que viene a poner en cuestión el populismo, puesto que no habría
algo así como una «sustancia nacional» secuestrada por el «Estado» para fines
privados. Tampoco habría un pueblo dado como realidad previa, a la espera
de su liberación. Si algo permite pensar el populismo es que el Estado no tie-
ne por qué ser, en sentido estricto, una forma de enajenación, sino que puede
convertirse en un modo de mediación de lo popular. La confusión estaría en
creer que toda forma de mediación es un modo de enajenación que oprime
una materialidad dada. Y aquí vemos cómo el problema de fondo no es otro
que la ilusión de inmediatez. Es decir, asumir que existe algo no mediado
que es sustraído al pueblo, y que solo en el retorno a lo espontáneo estaría la

5. Gerardo Aboy Carlés: «Las dos caras de Jano: acerca de la compleja relación entre populismo
e instituciones políticas» en Pensamiento Plural No 7, 7-12/2010 y L. Cadahia: «Hacia una nueva
crítica del dispositivo» en Utopía y Praxis Latinoamericana vol. 19 No 66, 7-9/2014.
6. James Sanders: Contentious Republicans: Popular Politics, Race, and Class in Nineteenth-Century
Colombia, Duke University Press, Durham, 2004.
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clave de la emancipación. Si el Estado oligárquico era la expresión elitista de


una determinada forma estatal, eso no significa que toda forma estatal se
reduzca a esto7. O dicho de otra manera, era la oligarquía la que convertía
al Estado en la propiedad de unos pocos. Por tanto, por qué no pensar que
quizá sea el acto de profanación popular el que convierte las instituciones
en un espacio de litigio para los cualquiera. Y es aquí donde hallamos la gran
originalidad del populismo: arriesgarse a construir una forma estatal en
sintonía con la irrupción de las masas populares en la política8.

II. Como nos recuerda Gramsci, las experiencias populares se encuentran


atravesadas por fuerzas reactivas y emancipadoras9. Y es en el interior de esta
difícil dialéctica reactiva y emancipadora donde se juegan la apuesta popu-
lista y su forma de construir los antagonismos que traducen la conflictividad
social de lo político. Las fuerzas reacti-
Como nos recuerda vas pujan por configurar un «nosotros»
Gramsci, las experiencias a partir de la creencia de una falta que
podría ser restituida, una identidad
populares se encuentran
perdida por recuperar, lo cual implica
atravesadas por fuerzas delimitar una frontera entre los de aba-
reactivas y emancipadoras n jo y una relación de exterioridad con
un otro. Esta frontera entre los de aba-
jo es construida mediante un ejercicio claramente inmunitario, puesto que
ese otro –el inmigrante, el indígena, el homosexual, etc.– que queda figurado
como exterioridad amenazante de lo social es identificado como la anomalía
que habría quebrado desde dentro la identidad y armonía de un pueblo. La
identificación entre las insatisfacciones populares y un elemento perturbador
que es preciso eliminar no es sino la reactivación de elementos fascistas que
no han dejado de estar presentes en las sensibilidades populares, un sí mismo
que, aunque plebeyo, es refractario a cualquier experiencia que no suponga
un repliegue de sí.

La dimensión reactiva que late de manera peligrosa en el interior del populis-


mo no solo apunta a las elites como las responsables de haber permitido esta
descomposición, sino que a su vez promete la recuperación de esta pérdida.
Este anhelo de una totalidad perdida que venga a remediar esa falta no es otra
cosa que un cierre en una identidad que se presupone como algo previamente

7. V. Coronel: «Justicia laboral y formación del Estado como contraparte ante el capital transnacional
en Ecuador 1927-1938» en Illes I Imperis No 15, 2013.
8. Gino Germani: Autoritarismo, fascismo y populismo nacional, Temas, Buenos Aires, 2003.
9. A. Gramsci: Cuadernos de la cárcel tomo 6, Era, Ciudad de México, 2000.
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Populismo republicano: más allá de «Estado versus pueblo»

garantizado y vulnerado. Las fuerzas emancipadoras del populismo, por el


contrario, erosionan este tipo de frontera antagónica y consiguen desactivar
la identificación inmunitaria mediante otro tipo de lazo plebeyo: la igual-
dad entre los de abajo. A su vez, el antagonismo solamente apunta a los de
arriba de un modo no inmunitario, es decir, no ya como aquellos que co-
rrompen la identidad previamente establecida de un pueblo, sino como los
responsables que obturan las posibilidades aún no transitadas de este. Y es
esta forma emancipadora del populismo lo que conecta con la democracia,
puesto que su forma de establecer esta frontera está dada por una profunda
voluntad democratizadora10.

Esto nos lleva, entonces, a la cuestión de si el populismo es compatible o no


con la democracia. La afirmación de que es contrario a la democracia solamen-
te tiene lugar cuando aceptamos una noción restringida de esta, una noción
que hace de la democracia un procedimiento formal, consensual y alejado de
cualquier tipo de conflictividad popular. Una de las grandes dificultades de
nuestro tiempo es el predominio de esta concepción y el olvido del sentido
original de la palabra democracia: poder del pueblo. La figura de un pueblo
activo no solo ha desaparecido de cierto registro democrático contemporá-
neo, sino que además se postula muchas veces como una amenaza para la
democracia. A diferencia de lo que suelen afirmar los defensores de este tipo
de democracia, podríamos decir que el populismo es una de las pocas expe-
riencias políticas que mantiene viva la figura de un pueblo empoderado. Por
eso, en lugar de decir que el populismo es antidemocrático, habría que ver si
reactiva la dimensión constitutiva de la democracia. Más aún, el intento de
neutralizar el vínculo entre populismo y democracia obtura todo un campo
reflexivo sobre el rol del Estado en nuestro presente.

III. Si tratamos de conectar el problema del Estado con la democracia, habría


que indagar sobre el tipo de institucionalidad que propicia el populismo.
¿Acaso es solamente una forma de poder que se rige sin más por la figura
dominación-subordinación? ¿No es posible hablar de una institucionalidad
populista que no coincida ni con el Estado oligárquico ni con el Estado li-
beral-conservador europeo? El pensamiento político latinoamericano se en-
cuentra aún hoy atrapado en la respuesta a esta pregunta. Por eso resulta tan
importante poner en relación el populismo con la tradición republicana, tal

10. L. Cadahia: «Populismo y democracia: una alternativa emancipadora» en Cuba Posible,


23/5/2017.
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Valeria Coronel / Luciana Cadahia

como sugieren Carlos Vilas11 y Eduardo Rinesi12, al momento de delimitar las


formas realmente existentes de institucionalidad a las que han dado lugar los
populismos de esta última década. María Julia Bertomeu hace una distin-
ción muy importante entre dos tradiciones republicanas, una oligárquica o
elitista y otra democrática o plebeya,
Bertomeu hace una distinción que puede ayudar a reflexionar mejor
muy importante entre dos sobre este posible vínculo13. Cuando
hablamos del republicanismo oligár-
tradiciones republicanas, una
quico nos referimos a la forma de go-
oligárquica o elitista y otra bierno que hace del derecho un meca-
democrática o plebeya n nismo de conservación de privilegios.
Es decir, una manera de restringir el
campo de oportunidades de los de abajo y de ampliar el sistema de privile-
gios de los de arriba. Las instituciones, por tanto, operan como una forma de
dominación y perpetuación de las desigualdades sociales. El republicanismo
plebeyo, por el contrario, lejos de invisibilizar la dimensión conflictual de las
instituciones, apela a ella como mecanismo de ampliación de derechos. Aquí,
las instituciones son concebidas en su dimensión igualitaria como el espacio
propicio para la expansión de derechos y la desarticulación de la frontera
material entre los de arriba y los de abajo.

Si prestamos atención a las formas de institucionalidad y a los usos del dere-


cho posibilitados en las experiencias populistas contemporáneas, ¿no es po-
sible encontrar casos en los que pareciera materializarse un republicanismo
plebeyo? Esto implicaría revisar algunas de las premisas actuales de la teoría
populista que, al haber identificado el populismo con una lógica de lo político
de carácter rupturista, presenta algunas dificultades para pensar el vínculo
entre este y las instituciones14. La cuestión es si acaso la lógica rupturista del
populismo no puede hacerse extensiva a una determinada forma de institu-
cionalidad que combine dinámicas instituyentes de los gobiernos populares
con decisionismo y movilización popular15. Para ello es preciso abandonar
el prejuicio por el cual se considera que las experiencias políticas populistas

11. C. Vilas: «¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? El mito del neopopulismo latino-
americano» en Estudios Sociales No 26, 2004.
12. C. Vilas y E. Rinesi: «Populismo y república. Algunos apuntes sobre un debate actual» en E.
Rinesi, Gabriel Vommaro y Matias Muraca (comps.): Si este no es el pueblo. Hegemonía, populismo y
democracia en Argentina, iec, Buenos Aires, 2010.
13. M.J. Bertomeu: «Republicanismo y propiedad» en Sin Permiso, 5/7/2005.
14. E. Laclau: La razón populista, fce, Buenos Aires, 2009.
15. L. Cadahia, V. Coronel y Franklin Ramírez (eds.): A contracorriente: materiales para una teoría
renovada del populismo, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, La Paz, en prensa.
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Populismo republicano: más allá de «Estado versus pueblo»

habrían descuidado el papel de las instituciones, dado más peso a la figura


de los líderes y desmantelado la división de poderes propia de las repúbli-
cas. Lo que cabría preguntarse aquí es si esta imposibilidad de pensar una
articulación entre populismo e instituciones no se debe a una concepción de
las instituciones todavía heredera de la matriz liberal y procedimental16. Po-
siblemente sea una lectura «cosificada» de las instituciones lo que nos impide
abordarlas desde otras perspectivas. La dialéctica entre poder instituyente y
poder instituido, algo que atravesó las experiencias populistas de los países
andinos de esta última década, abriría las puertas para desarrollar una ma-
triz de institucionalidad diferente de la clásica liberal y podría generar un
marco de análisis para pensar el juego entre lo instituido y lo instituyente en
las instituciones populistas. En lugar de concebir los afectos y liderazgos po-
líticos –dos elementos claves de la lógica populista– como obstáculos para la
institucionalidad, habría que preguntarse cómo intervienen en su construc-
ción. O también cómo los conflictos colectivos van gestando, a través de una
concepción plebeya del derecho, formas de institucionalidad que no pueden
ser concebidas desde la matriz liberal del individuo posesivo. Y si de una con-
cepción popular del derecho se trata, se comprende mejor cómo la tradición
republicana puede ser clave para hacer inteligible la dimensión institucional
del populismo.

IV. Es sabido que tanto la tradición liberal17 como la socialista18 han tratado de
tender puentes con los estudios del republicanismo. Sin ánimo de simplificar
los debates, podría decirse que el principal desencuentro entre los estudios
sobre el republicanismo se vincula con la bifurcación entre un republicanis-
mo de corte liberal y otro de carácter popular. El primero trata de aunar las
premisas del liberalismo clásico –el individualismo metodológico, la división
de poderes y la libertad negativa– con una reflexión sobre las instituciones
republicanas y sobre cómo estas podrían garantizar esos principios. Este tipo
de vínculo procura centrarse en la dimensión consensual de las institucio-
nes y abandona un rasgo que será clave para la otra vía: el conflicto y las
formas de organización de la soberanía popular. Desde esta perspectiva, el
conflicto es experimentado como una falla o debilidad de las instituciones y
la democracia, y su existencia supone un signo de deterioro. El populismo,
al considerarse no solo como una experiencia que construye poder a partir

16. L. Cadahia: «Espectrologías del populismo en Ecuador: materiales para una lectura renovada
de la Revolución Ciudadana» en La Revolución Ciudadana en escala de grises, iaen, Quito, 2016.
17. Philip Pettit: Republicanismo, Paidós, Barcelona, 1999.
18. Antoni Domènech: El eclipse de la fraternidad, una revisión republicana de la tradición socialista,
Crítica, Madrid, 2004.
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del conflicto –bajo la figura de lo nacional-popular–, sino también como una


forma de conflicto inerradicable19, es visto por la corriente liberal como la
antítesis de cualquier proyecto republicano20. Pero si nos centramos en aque-
llas investigaciones que identifican el republicanismo con el poder popular,
es posible establecer un diálogo fructífero con el populismo. Como sugieren
Eduardo Rinesi y Matías Muraca, podríamos ver tanto en el populismo como
en el republicanismo una concepción del conflicto diferente de la matriz con-
sensualista y liberal21. Si la lectura liberal concibe las instituciones como un
espacio de regulación del conflicto –con la esperanza de una futura neutra-
lización–, la matriz populista-republicana, en cambio, interpreta el conflicto
como constitutivo de las instituciones. Es decir, el rol de las instituciones no
consistiría tanto en neutralizar el conflicto como en expresarlo y regularlo de
un modo específico. Dicho de otra manera, las instituciones mismas pueden
ser concebidas, en términos gramscianos, como un campo de fuerzas, don-
de el problema de la hegemonía adquiere toda su importancia analítica para
pensar la república en su dimensión conflictual. Así, también aparece una di-
mensión consensual, pero inseparable del conflicto. Esta vía conflictual para
pensar las instituciones sienta las bases para que pueda empezar a tejerse un
vínculo analítico entre los estudios del populismo, el republicanismo y las
instituciones. Esta articulación entre la dimensión práctica y la dimensión
teórica nos podría ayudar a explorar cómo han funcionado las instituciones
en las experiencias progresistas latinoamericanas. Es decir, qué formas de
institucionalidad y gobernabilidad han posibilitado las experiencias popu-
listas de la última década y cuáles han sido sus fortalezas y debilidades, sus
logros y contradicciones. A la vez, nos permitiría preguntarnos acerca de
las posibilidades (o no) de coexistencia entre figuras de liderazgo y fortale-
cimiento institucional, articulación (o no) de movimientos sociales e institu-
ciones del Estado.

IV. A modo de conclusión, que se pretende provisional, podríamos afirmar


que esta matriz plebeya, de corte republicano-populista, debería ser asumida
dentro de los debates actuales entre autonomismo y populismo, entendidos
como una reactualización diferida de las viejas tensiones entre el populismo
y el socialismo. Podríamos decir que el lugar asignado a los movimientos
sociales por parte del autonomismo es equivalente al que el socialismo atri-
buía a la voluntad colectiva nacional-popular. Según esta nueva perspectiva,

19. Chantal Mouffe: «El reto populista» en La Circular No 5, 10/11/2016.


20. Roberto Gargarella y Christian Courtis: El nuevo constitucionalismo latinoamericano: promesas e
interrogantes, Cepal / asdi, 11/2009.
21. E. Rinesi, G. Vommaro y M. Muraca (comps.): ob. cit.
81 Tema Central
Populismo republicano: más allá de «Estado versus pueblo»

consolidada sobre todo en la «larga noche neoliberal» de los años 90, los mo-
vimientos sociales serían la expresión plebeya liberada del Estado, los sindi-
catos y los partidos políticos22.

Esta irrupción plebeya llevaría en sí una demanda de autonomía que abriría las
puertas para la autodeterminación y la emancipación. Si los populismos de
la primera mitad del siglo xx fueron concebidos como una traición a la volun-
tad colectiva popular, los de inicio del siglo xxi se asumirían, desde la perspec-
tiva autonomista, como una traición a los movimientos sociales. O dicho de
otra manera, la transformación plebeya de los movimientos sociales se encon-
traría reificada por la forma populista; la demanda de autonomía, subordina-
da por la interpelación del Estado, y la búsqueda de emancipación, reducida
a un cesarismo o revolución pasiva de carácter decisionista, verticalista y ca-
rismática. Trazadas estas coordenadas, el Estado quedaría identificado con la
opresión, el verticalismo y la desdemocratización, y los movimientos socia-
les, con la emancipación, la horizontalidad y la democracia. La pregunta que
puede hacerse aquí es por qué la ampliación de derechos que propicia el po-
pulismo no puede ser leída como una forma de autonomía, en los términos de
capacidad de autodeterminación de un pueblo a partir de sí mismo mediante
el uso del derecho. Una forma de autonomía que contribuiría, aunque sea for-
mulada desde arriba –algo que se vuelve paradójico cuando es un líder indí-
gena, un profesor universitario o un líder social quien accede al gobierno– a la
emancipación (posibilidad de autorrealización de nuestras capacidades),
la horizontalidad (todos somos iguales en derechos) y la democratización
(ampliación del poder popular). Que una
medida sea tomada desde arriba ¿supone Que una medida sea
necesariamente subalternizar lo plebeyo? tomada desde arriba
¿Por qué, entonces, determinadas con-
¿supone necesariamente
quistas sociales, muchas veces logradas
mediante la articulación entre Estado y subalternizar lo plebeyo? n
movimientos sociales –como lo fueron la
ley de medios o el matrimonio igualitario en Argentina, la nacionalización
del agua en Bolivia o la regulación de las empleadas domésticas en Ecuador–
no pueden ser comprendidas desde el autonomismo como pasos hacia la au-
todeterminación y la emancipación de ciertas formas de opresión popular23?

22. Massimo Modonesi y Maristella Svampa: «Post-progresismo y horizontes emancipatorios en


América Latina» en La Izquierda Diario, 10/8/2016.
23. Soledad Stoessel: «Los claroscuros del populismo. El caso de la Revolución Ciudadana en
Ecuador» en Pasajes No 46, 2014.
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Valeria Coronel / Luciana Cadahia

¿No son estas las exigencias de los movimientos sociales cuando reclaman
educación universitaria gratuita o regulación de la tierra para evitar los des-
plazamientos forzados? ¿No son acaso las interpelaciones de los movimientos
sociales una forma de exigir más institucionalidad y presencia del Estado en
lugares a los que históricamente este no ha llegado?

Si la actual crisis del neoliberalismo –entendida como un nuevo pacto pos-


democrático– se expresa como una distorsión del sentido de la democracia
y aleja cada vez más a los sectores populares del acceso a los derechos y
las instituciones, quizá resulte sumamente provechoso detenernos a pen-
sar cómo los usos populares del derecho, dentro de una matriz populista-
republicana, ayudan a imaginar una alternativa a este escenario. Es claro
que muchas veces los populismos no han estado a la altura de esta sinergia
entre las demandas populares y la ampliación de derechos, pero hacer del
vínculo entre las demandas y el Estado la quintaesencia de la opresión no
nos habrá hecho avanzar un ápice en las reflexiones sobre las formas real-
mente existentes de emancipación social y, menos aún, en las posibilidades
que esta articulación abre para seguir radicalizando la democracia en nues-
tra región.

RE­VIS­TA DE CIEN­CIAS SO­CIA­LES


Septiembre de 2017 Quito No 59

DOSSIER: Los trabajos de campo, lo experimental y el quehacer etnográfico. Presentación del


dossier, X. Andrade, Ana María Forero y Fiamma Montezemolo. Resituando el diario/bitá-
cora/sketch en la producción de conocimiento y sentido antropológico, Catalina Cortés Severino.
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cía Nacional, Bogotá, Daniel Kraus, X. Andrade, Ana María Forero y Mauricio Salinas.
TEMAS: Transitar por América Latina: redes, trabajo y sexualidad, Lidia Raquel García Díaz.
Conocimiento ecológico local y conservación biológica: la ciencia postnormal como campo de
interculturalidad, Jorje Ignacio Zalles. RESEÑAS.

Íconos es una publicación cuatrimestral de Flacso-Ecuador, La Pradera E7-174 y Av. Almagro,


Quito, Ecuador. Tel.: (593 2) 3238888. Correo electrónico: <[email protected]>. Página
web: < www.revistaiconos.ec>.

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