Jesualdo La Literatura Infantil PDF
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LITERATURA
INFANTIL
Ensayo sobre ética, estética y psicopedagogía de la
literatura infantil.
SÉPTIMA EDICIÓN
I.S.B.N. 950-03-8370-5
Séptima edición:
2
IMPRESO EN LA ARGENTINA PRINTED IN
ARGENTINA
A GUSTAVO, CRISTINA Y DANA,
mis hijos,
LAURA, GUSTAVO, GABRIELA y BEATRIZ,
mis nietos, que fueron y siguen siendo mis mejores
maestros.
La escuela ha de ser para mí un
cielo en el que cada día se encienda
una estrella más. . .
Este ensayo sobre literatura infantil no se propone ser una simple "guía
de lecturas". Para ese efecto no me hubiera movido en tal trabajo. Creo
que ni eso es lo que más puede interesar a los escritores, como
orientación, ni a los maestros y estudiantes como permanente lección. Tal
limitación, pues, no entra en mis cálculos. Sé que lo fundamental, lo que se
busca y no se halla, lo que se quiere saber y no se explica en parte alguna,
es el problema en su totalidad: su estética, su ética y la psicopedagogía de
la literatura infantil, limitada a su propia y exclusiva estructura desgajada
del resto del arte al servicio del niño.
Sobre esto, en una visión amplia y de conjunto no hay referencias
concretas. No hay el libro trazado en base a las cuantiosas
documentaciones que existen —si bien dispersas—a las experiencias
realizadas, y con miras a cierto objetivismo —y análisis científico—
capaz de ponernos a cubierto de interpretaciones puramente
personales o tendenciosas, sobre cada uno o todos los asuntos.
Oue ése es, sin duda, el otro peligro de una "guía" de lectura, un
poco semejante a todas las guías, en las cuales, más que primar
un severo análisis, puede primar —y en los casos que conocemos
así sucede...— una caprichosa interpretación, de acuerdo con la
ética o la simple gustación personal de cada realizador de tales
guías. Evitar ese peligro y realizar un amplio trabajo de ensayo
previsto, fue nuestro interés.
Conocedor de esta materia por larga y especificada experiencia,
reafirmada y corregida luego en otros ambientes, en los que acrecí este
ejercicio de su conocimiento, especialmente dicté dos años esta
asignatura, mi labor no pretende ser una voz final, definitiva, sobre tales
aspectos, pero sí, reclamar la atención sobre el cuantioso material propio y
ajeno que sirve de cimiento a los conceptos que expongo y defiendo. No es
este trabajo, pues, fruto de ninguna improvisación con miras a un
deleznable objetivo cualquiera. Son muchos años de labor resumida y
puesta al día, en forma científica, tal como la pedagogía actual. Hemos
caminado, pedagógicamente, lo suficiente como para exigir tal condición a
toda obra que pretenda ser didáctica.
Como puede apreciarse por el índice, este ensayo consta de cuatro
capítuldos. En el primero se estudian los aspectos generales de la
materia: el planteo de su existencia (es decir, si existe como tal),
las dificultades que entraña su especialización, su función, la
penetrabilidad como método de superación, sus caracteres
diferenciales, el problema de la moral y su didactismo. Como
consecuencia de la necesidad de trazar su didáctica
científicamente, el segundo capítulo estudia los fundamentales
aspectos de la psique del niño, en especial el proceso de su
inteligencia, el lenguaje, la imaginación, la mentira y la fabulación
y los juegos, en sus relaciones con esta clase de nutrición. De este
estudio se desprende el capítulo tercero, que es uno de los
debatidos problemas de estos últimos tiempos: el proceso
evolutivo de la mentalidad infantil; las semejanzas y diferencias
mentales de los niños, con las de los adultos primitivos, y el naci-
miento y evolución del principal y primario elemento de su
fantasía: los mitos. Y, por último, un capítulo más extenso, en el
que se desarrollan y analizan las formas esenciales de la
expresión literaria que sirven al niño: leyendas, cuentos, fábulas,
relatos, historias, novelas de aventuras, policiales y
sentimentales, clásicos, poesía, teatro infantil y la presentación
material de dicha literatura. Se las estudia en todos los aspectos:
su origen, evolución, formas y función. Algunas, como los cuentos
de hadas, las fábulas o la poesía —que han sido objeto de las más
variadas discusiones—, se las estudia en toda su profundidad, y
creemos presentar, en nuestras afirmaciones, el más exacto juicio
aceptado por la moderna enseñanza. Cada uno de los aspectos
tratados, está seriamente documentado con los pensadores más
importantes, en cada caso, y fundamentado con numerosos y
claros ejemplos. Ellos han de servir por sí mismos, como la mejor
guía, para que los maestros sitúen lo conveniente y lo perjudicial.
Ése es el mejor camino, el más lógico, el más imparcial, y
creemos, el más amplio, pues rebasa el simple marco del
recetario, cosa que, a veces, parecería ser lo único que importa a
los metodólogos. Nunca así de mezquino fue nuestro criterio. Con
ello se hace, por otra parte, el mejor homenaje al maestro: no
menoscabar con imposiciones formales, muy restrictivas su juicio
en la elección de obras y sí, hacerle conocer los valores éticos y
estéticos de la literatura infantil así como el proceso
psicopedagógico que se ha de seguir para su transmisión.
Además, con este criterio, estamos seguros de salvar la jerarquía
y la trascendencia del tema propuesto.
Y finalmente, debemos decir que la minuciosidad de algunos apartados
—que a veces pudiera quizá hasta pecar por demasiado sutil—, no lleva
otro objeto que el de promover en el ánimo de todos el máximo de respeto
para una psicología tan delicada como es la del niño; teóricamente siempre
reconocida, pero prácticamente, por lo general, siempre atropellada.
CAPÍTULO 111
1
Tal vez hubiera sido prudente el haber analizado nuevas producciones en la materia,
aparecidas con posterioridad a la publicación de esta obra para incorporarlas en lo que tuvieran
de aprovechable. Pero en un balance de lo editado hasta la fecha, nada original —o enriquecedor
— podemos señalar. Algunos trabajos, incluso, han tomado nuestro libro como base de muchos
de sus capítulos. Tal es el caso de La literatura infantil en México, de Blanca Lydia
Trejo (México, 1950, edición de la autora), el que, a pesar de la "Nota importante" que figura
como pórtico de su obra, para valorar su esfuerzo —y ante "la carencia absoluta... de Tratados
sobre esta materia que pudieran brindar orientaciones y normas para despejar caminos.
Buscando aquí, preguntando allá, aprovechando a veces, dos líneas de todo un libro...", utiliza no
obstante capítulos enteros de nuestra obra, así como las citas de obras de la misma, las que
aparecen como consultadas por la autora. Esta situación, desleal por otra parte, es muy común
con nuestros libros, dentro y fuera del país. Por ésta y otras razones de menor peso, nos hemos
concretado en la presente edición solamente, entonces, a revisar y ajustar su contenido, en vista
de nuevas y siempre crecientes experiencias, y de la esperanza en la transformación de la
conciencia docente en éste como en los demás aspectos de la educación.
pintura maravillosa, de la deleitable música; el libro bello, en suma, sin otra
utilidad que su belleza" 2.
5
M. Medina Bravo y Luis C. Ramos, "La estética en la escuela",
publicación de la Revista de Pedagogía, Madrid, 1934. pág. 80. Esta
cita se encuentra en otros libros además, como en el de Marcelo
Braunschvig, del que haremos referencia.
6
R. Villar Negre, "Bibliotecas Escolares ¿qué leen nuestros niños?",
Revista de Pedagogía, abril de 1935, Madrid.
7
M. Braunschvig, El arte y el niño, Madrid, 1914, págs. 315 y sigs.
razón, como destaca Altamira, "de la bobada de cuentos morales que
podrían clasificarse «clásicos»."
Como se comprenderá fácilmente, "el mostrar siempre a los niños la
felicidad que acompaña fielmente a la virtud y el infortunio que sigue
infaliblemente al vicio —aspectos que estudiaremos más detenidamente en
su capítulo respectivo—, es darles, desde luego, una idea inexacta de la
vida y prepararles, de este modo, para amargas decepciones", criterio éste
de Braunschvig, por lo demás, que está en la médula de la generalidad de
los conocimientos que la escuela trata de trasmitir a los niños. Pero en su
ineficacia, a fuerza de dogmatizarse en su función, ellos tienen su propio
castigo. A esta seria objeción habría que agregar aún la del pedagogo
francés Rigaul, quien afirma que presentarle a los niños la virtud "como una
fuente aseguradora de beneficios, como una buena colocación, es
hacérsela amar por sus resultados, no por ella misma y enseñarles el
cálculo en vez de la moral" 8. Los grandes escritores que moralizaron en
tal sentido, como La Fontaine, por ejemplo, lo hicieron con "donaire y
malicia" —advierte la Mistral—, mas la familia pedagógica de La Fontaine
se puso a moralizar con "pesadez fastidiosa". Con esto se perdió la
literatura (no creo que tampoco se haya ganado la moral) porque en la gran
familia aludida ha primado, desde entonces, una moral logrera, a base de
ardides, y una moral para niños, a base de astucia, que "me parece
perversa y cuando menos sin atractivo para nuestra raza generosa"9.
Anatole France, preocupado por este tema, que fue inquietud también de
su país en un momento determinado, y en trance de escribir sobre La
biblioteca de Susana, se pregunta, como cuestión previa, si debemos
dar a los niños obras especialmente escritas para ellos, ya que existe tanto
antecedente de la reacción infantil contra toda obra que trata de
circunscribirse a su mentalidad. La pregunta no carece de un alto sentido
especulativo. Es posible que este afán de aniñamiento que caracteriza toda
obra de tal clase y en la que tiende a dar alguna experiencia sin
trascendencia, ya realizada, ese esfuerzo que el autor hace para entrar en
el mundo infantil, en vez de transportarlo a otro mundo, como dice France,
es la causa que quita toda novedad a la obra que él busca anheloso para
satisfacer su precaria imaginación. Hemos comprobado al igual que el
autor de El libro de mi amigo, cuánto más interesa a los niños siempre
un capítulo de El Quijote, una historia de Shakespeare o de Moliere, un
cuento de Tolstoy o de Homero, que esa literatura condimentada a su
paladar. Por eso mismo no dudamos en ratificar el concepto del maestro
francés de que lo más comprensible para los niños es un genio preclaro, y
8
Ob. cit., pág. 317.
9
Gabriela Mistral, ob. cit.
que las obras que más le agradan son aquellas "en que se presenten
magníficas y espléndidas creaciones, donde la perfecta ordenación de las
partes, forma un conjunto luminoso, y cuyo estilo es enérgico y razonable"
10
.
¿Y entonces, Perrault?, se me preguntaría. ¿Pero es que Perrault es un
escritor típicamente infantil? La crítica literaria, luego de minuciosos análisis
de su obra ha acabado por considerarlo como uno de los grandes maestros
de todos los tiempos. Sería falsa la apreciación si se le considerara un
escritor solamente de niños. En el fondo, Perrault como Defoe o Verne, no
es un escritor de personajes determinados para la infancia, sino que,
exactamente como piensa Arvéle Barine, no es más que un "Homero
burgués" que ha recogido la tradición de un tiempo mediante fórmulas ex-
presivas adaptadas a todas las mentalidades, es decir, universales, aunque
dedicadas a la formación de las generaciones futuras. Pero, además, ha
debido proceder así, con estos elementos y con esta especie de
ingenuidad intencionada, por las condiciones en que ha tenido que librar su
batalla expresiva en el tiempo en que vive. No es por una casualidad que
en su misma época La Fontaine prefiera hacer hablar a los animales, antes
que echarse todo un mundo encima, como le sucedió al gran Moliere,
contemporáneo de ambos. Por la misma razón es que los cuentistas "para
niños", como destaca Barine en su muy buen estudio sobre Perrault, tienen
hoy, entre sus lectores, "muchas más cabezas calvas que en el siglo último
y quizá menos cabezas ensortijadas"11. Concepto que ratifica otro escritor
francés refiriéndose por su parte al notable Andersen, cuando afirma que lo
ha leído en la infancia "y todavía lo leemos teniendo la barba gris" 12. Y si
Don Quijote o las historias de Shakespeare o todo Homero, no son por
momentos accesibles al niño, ello se debe en especial a problemas de cul-
tura o erudición, pues ni Cervantes ni Shakespeare ni Homero cuando
escribían sus obras famosas, pensaron en dirigirse a los niños
determinadamente, como lo hizo Perrault.
La riqueza imaginativa de los grandes escritores es, por otra parte, el
mayor argumento en favor de su utilidad a los niños quienes por su
precaria imaginación precisamente han de necesitar de mayor cantidad de
medios; de expresiones que reúnan una máxima suma de experiencia, que
desenvuelvan un drama más totalmente y manejen personajes de
10
Anatole France, El libro de mi amigo, Madrid, 4? edición, página
220.
11
Arvéle Barine, "Les contes de Perrault", Revue de Deux Mondes,
1? de diciembre de 1882, París, pág. 674.
12
Maurice Pellison, H. C. "Andersen et ses contes", Revue
Pédagogique, octubre de 1907, París, pág. 309.
caracteres más concretos. Pero es que tampoco, ningún libro serio, dirigido
al niño, le ha sido solamente a él.
"Hasta el Robinson Crusoe que desde hace un siglo es clásico de la
infancia, anota A. France, iba dirigido a los hombres graves de su tiempo, a
los comerciantes de la City de Londres y a los marinos de Su Majestad. El
autor puso en esa obra todo su arte, su rectitud espiritual, su mucho saber
y su experiencia." Porque todo eso es necesario para entretener a los niños
13
. Todo eso y mucho más, agregamos. Ningún conocimiento que se trate
de inculcarle de una manera abstracta, además, conseguirá interesarle,
porque la facultad de abstracción es profunda, se alcanza con cierta
dificultad y es muy distinta en cada persona. Por eso su espíritu necesitará
el drama, el movimiento de los personajes, la suma de las experiencias
populares y todo ello dicho con las más altas formas expresivas y con
innegable elevación de pensamiento.
De modo que, de acuerdo con estas reflexiones, se puede decir que
existe una literatura dirigida a los niños; escrita en un léxico especial, que
pretende consultar sus características psíquicas y responder a sus
exigencias intelectuales y espirituales, pero que esta literatura no es la que
interesa a la edad infantil. Y que hay mucha expresión, dentro de cualquier
literatura, cuya finalidad no fue la de dirigirse especialmente a los niños
para fomentar en ellos determinadas corrientes psíquicas y que, sin
embargo, les interesa más vivamente que esa preferentemente rotulada
"infantil" o la verdaderamente infantil sin rotulación. Gran cantidad de obras
que les son dedicadas especialmente, no les interesarán, pues, nunca, ni
llenarán las más precarias condiciones de su psicología. Y en cambio la
experiencia nos demuestra, como decía France, cuánto le interesan las
obras maestras de la literatura aun a veces sin siquiera estar adaptadas a
su entendimiento, obras que nunca consultaron la psicología infantil, ni
fueron escritas para servir a esos fines que se proponen las esencialmente
de este género, pero que igual lo consultan, porque responden a procesos
más totales en la evolución de la cultura humana, que hemos de estudiar
en su lugar respectivo. Por todo lo cual y a pesar de que piense que los
buenos escritores deben escribir obras que sirvan a los niños, aunque no
piensen en ellos al hacerlo, "tengo poca afición a los especialistas", igual
que el autor de "Abeja"-, no me decido, entre los especialistas, ni por el
hombre ni por la mujer, aunque advierta en éstas una sensibilidad más
aguda para entrar en el interés del niño —a pesar de que no conozco
ningún Perrault o Andersen femenino. . .—, y creo que todas las
13
Anatole France, ob cit., pág. 222.
recomendaciones a los escritores, sobre cómo escribir para los niños,
serán siempre pocas.
26
Paula Lombroso, ob. cit., pág. 142.
27
Ob. cit. págs. 144 y 145.
28
Se refiere France al Alfabeto de las maravillas de la industria,
de Figuier, uno de los tantos libros que se escriben "para los niños".
etapa, y necesariamente, forma la base de la realidad infantil. No vamos
tan lejos. En nuestra biblioteca infantil caben también estas lecturas sobre
todo hasta el grado en que el propio niño las condicione a su
temperamento y a su momento adecuado, aquél en el cual éste se sirve de
lo real para entrar en su fantasía, justamente. Mucho me extrañó, en una
rápida encuesta realizada con varios niños con un libro corriente de
cuentos que anda en las manos de éstos, Misia Pepa, que prefirieran el
cuento El Relámpago, que trataba de problemas de mecánica, siendo que
sus edades parecerían demostrar que aún estaban en los de maravillas.
Pero lo comprendí en seguida cuando tomé a uno del grupo y comentando
una fábula de animales... le dije: "¿No te parece fabuloso que hablen los
animales...?" A lo que el niño me contestó: —"Sí, pero ahora ya no
hablan..." Ciertamente, los niños ya estaban en edad en que les hablaba
más la mecánica que la fábula, en que tal vez les importara más, a pesar
de France, el Alfabeto de las maravillas de la industria del que es
autor el señor Figuier. Pero porque sabemos bien esto es por lo que
comprendemos que "el menor librito que inspira una idea poética, que
sugiere un dulce sentimiento y conmueve el alma, es infinitamente mejor
para la infancia y para la juventud, que todos los libros atestados de
nociones mecánicas". Por otra parte no existe el engaño que supone
Montessori. El mismo France, muy sabiamente, advierte, a menudo se ha
comprobado ello científicamente, que "el niño sabe muy bien que no se
halla en la vida real esas encantadoras apariciones" y que a veces puede
ser más peligroso para la propia realidad esa "ciencia recreativa que lo
engaña. . . falsamente práctica que no habla ni a la inteligencia ni al
sentimiento" 29.
Ahora bien; tanto una verdadera literatura, como la que pretende serlo,
tiene un cometido múltiple en cuanto a nuestra intención educativa. Creo
que este planteo implica una serie de problemas que nos llevarán a la más
exacta respuesta en cuanto a su eficacia. Por ejemplo: ¿Lo que leyeron
antes los niños es lo mismo que leen en la actualidad? ¿Leen menos, tanto
o más? ¿Busca el niño por sí mismo la lectura o se le condiciona
intencionadamente una determinada nutrición? Y todavía ¿cuál es el fin
que se persigue cuando se desea que el niño lea?
Refiriéndose a la primera pregunta, no sabemos cuánto de valedero
alcanzarán nuestras respuestas. Hace muchos años leí un estudio de
Lefévre a este respecto. En él se analizaba una encuesta hecha a los
maestros sobre la cantidad y la calidad de la lectura de los niños en ese
entonces. Era en 1910. La primera conclusión general demostró que los
29
Anatole France, ob. cit., pág. 123.
niños consagraban mucho menos tiempo a la lectura que antes 30. Desde
entonces acá ¿permanece invariable el problema? Creemos que no. No
hablamos en base a estadísticas, pero los hechos parecen evidentes:
multiplicación de publicaciones y nuevos instrumentos creados para tal
efecto. Los maestros franceses de entonces culpaban de esta nueva
situación al excesivo trabajo de los estudiantes por una parte y a las nuevas
condiciones de la vida social, por otra. "En los medios pudientes, dice
Lefébre comentador, la vida familiar ha sido muerta por los placeres, los
deportes, los viajes, la necesidad de actuar y de exhibirse y el niño ha sido
apresado por el torbellino. En los medios modestos de lucha por el pan
cotidiano no les permite otra lectura que el diario de un franco" 31.
¿Subsisten estas razones en la actualidad? Creemos que sí y agudizadas
por los nuevos instrumentos sociales de penetración y mercantilismo, como
el cine, la radío y la televisión, que facilitan el folletín mediante sus relatos
cinematográficos o los episodios radiales y televisivos. En cuanto a lo que
leían en 1910, era ya muy distinto a las lecturas de años atrás. En ese
entonces primaban narraciones de aventuras, historias policiales y ya las
revistas deportivas por sobre lo que podríamos llamar "lo clásico" de la
literatura infantil; en una palabra, "se nota —dice— progresos de un
utilitarismo que carece de grandeza... Existe una regresión del idealismo y
una especie de despoetización de la juventud" 32. En la actualidad no
hemos podido localizar estadísticas ni otras observaciones que las
nuestras, que proyecten luces sobre este asunto. Creemos que los niños
leen más, en general, porque las lecturas son más accesibles a sus
posibilidades. Pero en cuanto a la calidad, evidentemente ha disminuido; se
ha rebajado el nivel de su literatura y en vez de lo clásico, ocupa su lugar lo
que llamamos "lo cursi", sea ello de la clase que fuere: sentimental, policial,
ectétera. La historieta que parece, desde algunos años a esta parte,
dominar el mercado infantil, es quien tiene la palabra en cuanto a su gusto
literario. En 1938, de acuerdo con datos extraídos para la publicidad, el
noventa por ciento de la población de todas las edades y clases sociales en
Montevideo se alimentaba con literatura policial y de aventuras en primer
término y sentimental en segundo. En cuanto al primer grupo, las
colecciones Misterio, Wallace, Mister Reeder, Sexton Blake, y todavía
Arsenio Lupin, dominaban ampliamente el mercado. El segundo grupo
estaba casi totalmente absorbido por las novelas "Delly". Eran tales
producciones la "nueva sensibilidad" en este aspecto literario y una
30
"Lecture et collégiens", Revue de Pédagogie, diciembre de 1910,
pág. 511.
31
s Ob. cit., pág. 507.
32
Ob. cit., pág. 511.
evidente continuación de aquellas expresiones que iniciaron Conan Doyle
(Sherlock Holmes), Ponson du Terrail (Rocambole) y las numerosas
derivaciones posteriores: Nick Cárter, Lupin, Báffalo Bill, en lo policial y
Carolina Invernizio, Carlota Braeme, etc., en lo sentimental. En los
momentos actuales esta masa infantil devora las historietas de los PifPaf,
Tit-Bits, Billiken, Fenómeno, Patoruzú, Historietas, El Tony,
Gorrión, Rataplán, Figuritas y otros.
Toda esta literatura de la masa, que no es desde luego considerada
como literatura infantil, pero que no podemos abstraer, es producto sin
duda de una nueva concepción social, de nuevas relaciones humanas, en
donde los personajes: ladrón, policía, gángster, etc., han adquirido un
relieve determinado debido al desarrollo de un clima que les ha sido
propicio, el mundo del capitalismo: las finanzas, la bolsa, las industrias, el
comercio; el ansia de dinero y el afán de enriquecerse "de golpe" de los
individuos; las luchas y competencias en el mercado productivo y en el
tráfico mercantil. Se puede observar, así, que no es porque sí que al
picaro, personaje de fines de siglo xv, en las dos últimas centurias, han
sucedido estos nuevos tipos: bribones, asesinos, ladrones y agentes de
policía criminal. Hay un acondicionamiento, una selección casi impalpable,
que se opera en el gusto de la masa mediante estos preparados sociales y
las razones nuevas de su existencia. La necesidad de esta literatura es,
pues, una consecuencia de determinadas condiciones que no se pueden
escamotear de su realidad. Cuando Ponson du Terrail dio muerte a su
famoso héroe Rocambole, alimento ya de un mundo entero, habitantes
de París organizaron una imponente manifestación para exigir de Terrail la
continuación de la novela. Por cuya razón, Terrail, cuyo éxito no había sido
superado por ningún otro, aún, resucitó moral y físicamente a su personaje
en una serie de nuevos volúmenes. Se ad miraba la habilidad de los ladro-
nes, la astucia de los asesinos, con el mismo encanto que se admiraba la
perspicacia de los policías. Cuando todo este mundo de bandidaje y
tropelía económica adquirió una amplitud heroica e imponente en las
bolsas, en los parlamentos y en la prensa, el bribón fue cediendo su
puesto, como héroe de la novela popular, al policía capaz de descubrir
crímenes misteriosos muy complicados... aunque imaginarios. Tampoco
sucede por casualidad que Sherlock Holmes y Nick Cárter, los dos más
interesantes casos con que se inicia esta época para una literatura que iba
a ser dedicada, en gran parte a la infancia, aparezcan en Inglaterra antes
que en ningún otro país. Ni ello es producto de una leca fantasía. "La
imaginación crea lo que la realidad le inspira y no es la fantasía sin razón,
aislada de la vida, sino causas absolutamente reales..." ¿Pero cuál es el
encanto de todo este "cursi" literario que los adultos lo usan "para
descansar" y los niños "para divertirse"? De ello trataremos en el capítulo
correspondiente.
Y por último ¿cuál es el fin que perseguimos en el niño con esta
materia? El de instruirlo, educarlo y divertirlo, cuando no las tres cosas a la
vez. Las obras literarias puramente instructivas le disgustan; suelen ser
rechazadas y difícilmente cumplen su fin; cuando ello sucede es bajo una
tenaz presión. Los libros educativos también suelen llevarnos fácilmente al
equívoco porque los niños perciben de inmediato, anota Cousinet, que las
historias contadas en estos libros no tienen ningún aire de realidad y que
quienes las recomiendan se guardan muy bien de no leerlas nunca, porque
ellas son fabricadas especialmente para "educarlos". ¿Cuáles son,
entonces, las lecturas verdaderamente provechosas para los niños? Sin
duda las de distracción y placer y aunque las anteriores se conserven para
la preparación de los niños, a las últimas es necesario darles un lugar
importante porque son las que verdaderamente responden a las
necesidades del niño, y ejercen, o pueden ejercer, una influncia muy feliz
en el desarrollo de su psique
Aparte de estos problemas generales que entraña la función de la
literatura infantil, ella de por sí es la reveladora en el niño de intereses
adormecidos que esperan esa especie de varita mágica para despertar
aspectos de la experiencia que está viviendo; actúa sobre aquellos poderes
del intelecto, como la imaginación o sus sentidos estéticos, que necesitan
el empuje de corrientes exteriores para adquirir todo el desenvolvimiento
en su evolución psíquica. A este trabajo, que se denomina "educación de la
sensibilidad" y que es tan esencial en la vida del niño, debe agregarse el
propósito nato de la asignatura que explica Torner: llevarle a distinguir lo
valioso de lo que no lo es y hacerle gustar de lo primero, es decir, educar el
sentido apreciativo de la belleza que encierra una palabra o una imagen
determinada en función de su concepto.
Además de esto, de la adaptación que debe realizar en su gusto, la
literatura, que no es ni puede ser su único objetivo desde luego, es
necesario proponerse con ella, a la vez que ofrecer un alimento sano a la
imaginación del niño, iniciarlo en el conocimiento de la realidad, como
fundamentan en su propósito diversos autores. Con lo cual y trayendo de
este modo, poco a poco, al niño "del país de la quimera y del
ensueño, le aproximaremos a la vida sin perturbar por eso en
manera alguna la serenidad de sus diez o quince años". De ahí
mismo el fundamento de su cometido tan determinantemente
directo como es el suyo y para lo cual ha de reunir una serie de
condiciones que hemos comentado en el capítulo anterior 33.
Y agregúese a todas estas funciones aún la de identificación, por el
goce, que toda lectura que pretenda ser provechosa, debe alcanzar en el
alma del niño, más allá de todo simplismo expresivo o puro retrato físico de
una modalidad de ser y de sentir que el niño siempre está luchando por
trascender. Muchos escritores creen que simplemente con ajustarse a
determinadas prescripciones psicológicas —no siempre las más veraces ni
las más fundamentales—, pueden alcanzar la jerarquía de productores
literarios para el gusto infantil, olvidando en ese su material fácilmente
agotable la observación que hacemos. Nada más erróneo. El niño, por el
propio sentido de la evolución de su experiencia cognoscitiva, necesita ir
trascendiendo de sí mismo y de sus anteriores retratos, paso a paso, a un
progreso que nunca es final y que se caracteriza por la obstinación
insatisfecha de su búsqueda, y por la alegría de su victoria frente a cada
nuevo obstáculo que es el que, precisamente, más favorece ese
crecimiento intelectual. Solamente las literaturas infantiles que entiendan
esta lucha del niño, intencionadamente o sin proponérselo, alcanzarán el
éxito que pretenden como instrumento de cultura, además de instrumento
de diversión.
33
Roger Cousinet, Les lectures des enfants, L'Educateur Mo-
derne, París, mayo de 1911.
34
Carlos Vaz Ferreira, Ideas y observaciones, Montevideo, 1905.
el escalonamiento. Si bien el escalonamiento nos proporciona una
sistematización tan lógica que a veces su facilidad acaba por quitarnos todo
impulso de realizar, la penetrabilidad nos ofrece la posibilidad de medir
tanto nuestro esfuerzo como nuestras capacidades adquisitivas. Por otra
parte, todo conocimiento que nos resulte de sencilla captación, fácilmente
agotable a nuestro esfuerzo o interés, acaba por aburrirnos. Todo lo
contrario sucederá con aquél, que a cada instante, nos revela una nueva
faceta de su interés, nos incita hacia un dominio cada vez más total de su
contenido. En este aspecto literario, hemos visto que uno de los mayores
emulativos en su gustación es el de utilizar la penetrabilidad como
procedimiento adquisitivo. Para muchos pedagogos y psicólogos este
procedimiento es superior al anterior, criterio que ha defendido Vaz Ferreira
ya que, para él, "la penetración de lo parcialmente inteligible" es "la
manifestación del proceso educativo por excelencia en el período post-
pedagógico, esto es, cuando el individuo ha dejado de ser enseñado (sea
personalmente, sea por medio de textos) por procedimientos más o menos
reglados, la penetración de lo parcialmente inteligible es, otra vez, la
manifestación por excelencia del proceso mental" 35, cosa de la que no
dudamos en absoluto. En consecuencia, para Vaz Ferreira, criterio que
aceptamos, los libros penetrables tienen el fermento de interés del que
carecen los textos, por lo cual su acción es permanente, contrariamente a
la del texto que es momentánea. Un libro de literatura al servicio del niño —
así es como mejor se le estima—, es un libro escolar, es decir, un
instrumento más de trabajo; pero un libro de mala literatura no pasa de ser
un texto, como así lo diferencia Almendros, "una barrera puesta a la
iniciativa del pensamiento infantil"36. Lo importante, entonces, es tener en
cuenta que, si bien existe en alguna literatura no específicamente infantil,
elementos "que no se hallan total y absolutamente en un momento dado, al
alcance de quien debe sufrir su acción, como dice Vaz Ferreira, no importa
una condenación a aquéllos, y, por consiguiente, no constituye por sí sola
la objeción dirimente o de exclusión", sino que "lejos de ser eliminada
totalmente esta materia parcialmente inteligible, destinada a ser penetrada,
constituye el fermento vivo y estimulante de la educación en su forma más
eficaz naturalmente, bien seleccionada y en conveniente proporción" 37.
En nombre de estos principios comprobados o sobreentendidos,
numerosos pedagogos, desde muchos años atrás, no han dudado en
recomendar para los niños el alimento de las grandes obras: Dante,
35
Ob. cit., pág. 42.
36
H. Almendros, Función del libro en el trabajo escolar, En-
ciclopedia de la educación, marzo de 1931, Montevideo, pág. 163.
37
Carlos Vaz Ferreira, ob. cit., pág. 84.
Cervantes, Shakespeare, Goethe, etc., que, por ser la más alta poesía, son
el conocimiento total. Todas ellas obras que por mucho tiempo fueron
vedadas a los niños, en nombre de la dificultad de sus expresiones para la
captación y mejor provecho de su contenido. Con más frecuencia de la que
se cree, anota una educadora española, los niños nacidos en un ambiente
culto hállanse muy pronto familiarizados con estos maestros, prueba que
las encuentran atractivas y comprensibles. Ellos toman de sus lecturas, "lo
que les conviene y es afín a su naturaleza, para asimilárselo según sus
fuerzas y el alcance de su inteligencia, igual que les ocurre a las personas
mayores. Interpretan los hechos a sus modos; describen puntos de vista
peculiares, prescindiendo de lo que supera su capacidad o no encaja en su
esfera espiritual y todo esto con facilidad maravillosa... Son así los mejores
adaptadores que pudiera soñarse pues dejando la obra en su primitiva y
hermosa integridad, saben acomodarla a sus necesidades" 38.
Lo aconsejable pedagógicamente, en este sentido, es no prohibir a los
niños ninguna lectura que suponga un esfuerzo mayor al casi inconsciente
que realiza el niño en la lectura corriente. Ratificado en el criterio
precedente que vimos, Vaz Ferreira aconseja, si bien no substituir los tex-
tos, que siempre son útiles porque resumen y ofrecen una visión general
de los asuntos, complementarlos siempre con libros penetrables. Pero, en
ningún caso, prohibir lecturas por las cuales los niños sientan interés, por
creérselas demasiado elevadas a su entendimiento, pues con tal actitud se
crea un muro a la posibilidad de que el niño trascienda más rápidamente
sus etapas, y si esto del tiempo no fuera el interés, diríamos entonces, con
"mayor profundidad". El deseo de alcanzar su superación en la
autoeducación que realiza —la más provechosa—, es lo que le incita
precisamente a usar medios superiores a su propia mentalidad. Es un
juego intelectual de capacitación que se manifiesta obsesionantemente en
el niño. No hay ningún peligro, y hasta es contrario a la propia teoría del
esfuerzo, entonces, el prohibirles ese camino en nombre de cualquier
riguroso escalonamiento prescripto.
La peptonización, tal como ha sido entendida por gran parte de la
educación moderna, en muchos aspectos suele ser un grave perjuicio para
la educación por la restricción que supone a su esfuerzo. Es necesario
evitar, y muy especialmente en esta materia, en donde por lo general priva
la tendencia del "añoñar" al niño, que éste quede inhibido para ampliar sus
horizontes mediante su procedimiento de penetración. Una literatura que
no deje ininteligible cierta zona de su desarrollo a la mente del niño pierde,
en gran parte, su eficacia como emuladora, de la misma manera que toda
39
Medina Bravo y Ramos, ob. cit., pág. 78.
desenvolvimiento intelectual tienen libros que nosotros tratamos de
prohibirles, y que no lo consiguen aquéllos que les elegimos y que los
niños hojean sin alegría alguna. Es evidente que los niños leen natural-
mente lo que les gusta, porque existe algo de común entre su gusto y la
obra que leen. En un análisis sobre sus preferencias se ha encontrado dos
elementos comunes a todas estas narraciones: "ellas nos muestran, dice
Cousinet, el desarrollo de una actividad feliz y fácil", que traduce per-
fectamente lo que el lector busca, la pintura de una vida "en donde el
esfuerzo está coronado por el éxito", o completando: "la novela debe
terminar bien, y los hechos, los más imprevistos, deben sucederse para
variar la vida de los héroes y para salvarlos en el momento que ellos van a
perecer o sucumbir en la desgracia" 40.
Ahora bien, parecería que descubriendo el principio de este interés que
ata a los niños a las lecturas muy diversas, y habiendo extraído el elemento
común, ya quedaría suficientemente aclarada esta respuesta que tales
libros dan al alma del niño. Sin embargo, en opinión del autor aludido, es
preciso ir más lejos y buscar las razones de esta ligadura. "¿Por qué los
niños sienten placer con este espectáculo de una actividad libre y feliz?
¿Por qué se atan de prisa a la contemplación de esta vida cambiante,
parecida a la de los sueños, en donde los hechos se suceden como las
olas del río sin que una voluntad creadora tenga necesidad de hacerlos
nacer? ¿Por qué ellos son, en este punto, arrebatados por historias que
parecen a las personas mayores y a los espíritus cultivados, insignificantes
y enojosas, precisamente porque es nula la parte de acción propia del
hombre, porque la acción voluntaria no se hace sentir? ¿Por qué no
amarán ellos lo que se les cuenta de vidas semejantes a las suyas, vidas
hechas de alegrías y tristezas entremezcladas, donde es necesario
trabajar, esforzarse, obedecer y en donde no se es libre?" 41
Todas estas razones que tan bien plantea el pedagogo francés desde un
punto de vista psicológico, aunque sin perder las razones de otro carácter
que exponemos también en el capítulo anterior relativas a quienes crean o
fomentan esta función de la lectura, se aclaran mejor aun cuando se
entiende la característica de los pueblos primitivos y que empieza por ser la
de "un caos indiferenciado". Poco a poco, el uso de los sentidos le hace
distinguir algunas percepciones y rápidamente forma una primera
organización mental, "organización mental ésta que él se ve obligado a
destruirla y reformarla a cada momento para introducir nuevas imágenes",
explica Cousinet, que agrega: "Este trabajo le resulta en seguida muy
penoso y cuando el conjunto de imágenes que forman el contenido del
40
R. Cousinet, ob. cit.
41
Ob. cit.
espíritu ha resultado demasiado múltiple, demasiado compacto tanto que
requiere un esfuerzo muy considerable recorrerlas, ya no se agregan más
imágenes nuevas que previamente han sido reformadas para entrar en
esta organización. La percepción analógica y confusa se convierte
entonces, para él, en un arte. El mundo en el cual vivimos no es el mismo
que él conoce. Los objetos no son los mismos, sino algo de ellos mismos y
de cualquier otra cosa. La muñeca es una muñeca y también tina pequeña
niña, la silla es una silla y también un coche, un vagón de ferrocarril y un
vapor; el bastón es también un bastón y un caballo, el propio cuerpo de un
cuerpo humano y en ocasiones también el cuerpo de una bestia. La
pretendida imaginación que el niño desliza en sus juegos, no es más que
una confusión fácilmente observable, es la imposibilidad de descubrir entre
las diferentes percepciones sus desemejanzas y también sus contradiccio-
nes que nos impiden confundirlos, es esa ignorancia todavía del principio
de identidad... En este mundo es también donde se mueven los héroes
cuyas historias gusta de leer. Más abajo aún de este plano, en la escala de
los cuentos de hadas para los pequeñitos, las cosas no son de todo punto
reales ni indiferenciales. Una calabaza es una carroza, un ogro es un león
o un ratón, una rata es un lacayo. Ulises es un joven o un viejo, Minerva es
una diosa y es mortal, Proteo es todo lo que el niño quiere, un gato habla
como un hombre, botas mágicas se adaptan a todos los pies. Es una
transformación perpetua. Nada es sino lo que parece ser y las cosas sin fin
y los seres pasan de un estado a otro, sin que uno pueda asirse de nada,
sin que nada parezca estable, inmóvil, en este mundo irreal hecho de luz y
de sombra. Después que el niño crece, las percepciones se precisan, el
mundo se inmoviliza, aparece la estabilidad y la diferenciación. Pero
justamente porque el mundo está detenido en formas diversas, no es real,
no opone todavía resistencia a la actividad libre y triunfante del héroe. El
cerebro rueda sin que nadie lo detenga. La bala vuela, las rodillas se
desplazan libremente en las carreras, no hay obstáculos ni peligro. Los
gigantes huyen o mueren, los monstruos ceden; el viajero continúa sin ser
detenida su exploración; los audaces aventureros atraviesan los océanos,
surcan el aire, descienden al centro de la tierra o suben hasta la luna. El
triunfo es seguro. El mundo no resiste, no es más que la materia de nuestro
sueño. Demos un paso más todavía. El niño conoce mejor el mundo, sabe
la duración y la manera como él se opone a nuestro sueño, su solidez con
la cual chocamos. No importa: la astucia, las invenciones científicas, el
poder del dinero, la ayuda de las sociedades ocultas y poderosas
socorrerán a los héroes. La fortuna de un Matías Sandorf lo convierte en el
amo del mundo; un destino feliz conduce a Sherlock Holmes al éxito; los
fenianos innumerables rodean a Rocambole y le dan un poderío invencible.
. ." 42
Y así, de este modo, gradualmente, vemos persistir una característica
que resume las preferencias del niño en relación con su concepción del
mundo. A medida que su concepción se va tornando más intelectual, le
resultará más difícil la elección de su literatura. Pero siempre persistirán
estas dos estructuras que se desenvolverán paralelamente: la visión de un
mundo que no es nunca resistente a una actividad feliz, libre y ayudada por
la suerte para el incuestionable triunfo final.
Esto en cuanto al concepto general de su identidad con la nutrición.
Ahora bien: cuando tratamos en el primer capítulo sobre la existencia o
inexistencia de una literatura infantil, reafirmando un concepto de France,
dijimos que el más bello libro del mundo no conseguirá interesar a un niño
si expresa sus ideas de una manera abstracta, siempre será necesario
para avivar su interés y conseguir su propósito que intervengan otros
elementos en el desarrollo de sus ideas ¿Cuáles son ellos? Antes que
ningún otro, sin duda el carácter imaginativo que posean ya sea en
mayor o menor grado; traducidos en mitos o apariciones de la antigüedad o
en los monstruos o realidades de la edad moderna; expuesto en cualquier
forma expresiva que sea: leyenda, cuento, fábula, historietas, etc.,
descripto con belleza poética o en forma más o menos realista y
descarnado de toda lisonja idiomática; dicho en largas tiradas subjetivas o
en pocas y simples expresiones que completan su expresividad con dibujos
o ilustraciones que más que dicen, sugieren. Esa calidad imaginativa es, en
primer término, la que ha de afirmar el máximo interés de la expresión para
el niño. Vida más imaginativa que real —como veremos en el capítulo en
que estudiemos su imaginación—, la de todas sus primeras etapas, su
tiempo de invención para suplir lo que ignora en relación con la distancia
que va del raciocinio a la comprobación experimental, es tan fundamental
como el movimiento interior de sus relaciones cognoscitivas. Su mundo
interior, que se va forjando de contradicciones para su mentalidad, con su
multiplicación de imágenes, colaborará en el conocimiento que ha de ir
necesitando. Y "este movimiento interior de los niños, sobre todo a cierta
edad, anota la educadora inglesa Mac Millan, consiste en una constante
producción y desfile de imágenes que se proyectan al exterior, pero que
forman un mundo hacia el cual se retira el soñador como un refugio contra
la cruda realidad. .43
He visto muchos niños que se deciden a leer una obra simplemente
porque tiene "un argumento fantástico", como leo en un cuaderno de un
42
Ob. cit.
43
Margarita Mac Millan, La imaginación infantil, España, 1932.
niño de trece años. Otros porque "el país de los gnomos es maravilloso e
irreal" como opina un niño de diez años, a raíz del libro El mundo de los
gnomos de Selma Lagerlóf; o porque es "un cuento muy fantástico" La
tempestad de Shakespeare (doce años), y así sucesivamente. Los niños
de menos edad, sobre este punto son, como se sabe, todavía más
concretos y radicales en cuanto a este aspecto, ya que ellos viven en
medio de una realidad que es fantástica como la propia fantasía de los
cuentos. "No olvidemos jamás, agrega la educadora aludida, que el niño
vive su vida interior, centro para él de toda relación con el exterior a
despecho de cualquier actitud nuestra que pueda contrariar aquella vida" 44,
a despecho de toda cultura sin drama ni invención, agregamos, que
pretenda prevalecer sobre sus invenciones y dramas interiores; a despecho
de toda intención, más o menos falsa, con que tratemos de eludir sus
etapas de desarrollo interior para precipitar su aprendizaje.
Toda exploración en ese drama de proyectarse, tiene en el niño carácter
de drama interno que nunca se termina y que puede ser reproducido en
cualquier momento, como así piensa Margarita Mac Millan. El
dramatismo, de este modo, es el segundo rasgo esencial de esa
literatura infantil, dramatismo que refleja el suyo, o que trata de hacerlo, el
suyo ideal y absurdo, la más de las veces, realista y desnudo en otros, pero
siempre importante para centrar toda la atención del niño y obligar una
conjunción de sus imágenes interiores a su alrededor. Ello sucede en su
esperanza de que en este drama que están viviendo sus sentidos, se
podrán repetir los movimientos interiores que hacen el suyo, entonces. El
propio Perrault destaca la alegría o la aflicción de los niños mientras se
desarrollaban las escenas de su narración, al igual que lo hace Schmid,
como vimos.
Al preguntar a una niña, ya casi adolescente, y en cuya vida me parecía
que esta fantasía dramática ya no tenía lugar, por qué le interesaba un
cuento inverosímil, me contestó que "porque quisiera que ese mundo y
esos personajes (liebres voladoras, etc.) fueran así...". Cada vez que
averiguaba, en experiencias realizadas en tal sentido por el personaje
conocido que el niño quisiera ser, siempre se me contestó que aquel que
representa el drama. Así, una niña lectora de biografías, se decide siempre
por el biografiado: por Leonardo da Vinci, "porque fue uno de los hombres
más sabios de su tiempo y realizó muchas cosas que he leído"; por
Washington, "porque desde joven le agradó la carrera militar y pudo lograr
independizar a su país de los ingleses"; "es seguro que yo quisiera ser
Jaime I, agrega en otro juicio, porque fue como Julio César célebre por su
44
Ob. cit.
audacia y valentía". Otra niña, después de la lectura de La cabana del tío
Tom, prefiere ser el tío Tom "porque fue muy desgraciado, porque sufrió,
porque fue bueno y bondadoso con todos sus amos"; en una palabra,
porque fue el que centró el drama entero, el que realizó la mayor suma de
trabajo dentro de la novela, porque el tío Tom fue el drama mismo. Una
niña que había leído El Príncipe Veliz, de Oscar Wilde, prefería ser la
golondrinita a todos los demás personajes, incluso al propio Príncipe Feliz,
porque "se quedó con el Príncipe en vez de irse con sus compañeras ... y
murió con él", ejemplo una vez más reafirmatorio, ya que si se recuerda
bien, es la pequeña golondrina quien centra el trabajo del cuento y resume
el drama. Esta misma niña, al contestar sobre la parte que más le había
interesado en ese cuento, describía aquélla en la que hacen fundir la
estatua del Príncipe sin que el fuego pudiera consumir su corazón el que
fue arrojado a la basura junto con el cadáver de la golondrina, pero que
habían de ir luego al paraíso. Todavía un ejemplo más: otra niña prefiere,
en una obra de Julio Verne, ser Dick Sand "no para llevar el nombre de un
Capitán de quince años, sino porque Dick era valiente, nunca se dejó
vencer por los peligros, realizó todos los grandes trabajos y supo llevar
hasta el final el buen nombre con que le apodó la señora Weldon". Todos
estos ejemplos, que podríamos multiplicarlos, nos enseñan cuánto el
drama importa al niño como traductor de sus movimientos interiores y
cuánto en él, el niño se siente vivir. Invención y drama son, pues, los dos
pilares esenciales de toda la literatura que sirve a los intereses del niño y
esto en cualquier edad que sea.
Uniendo estos dos elementos de dicha literatura, la técnica del
desarrollo y el lenguaje completan los más fundamentales caracteres de
la misma, es decir, la manera cómo se presenta la invención y el
instrumento con el cual se desarrolla el drama. En la técnica nos es dado
admirar la manera cómo el autor despliega el argumento del hecho ante la
avidez del lector, esa avidez que según la Montessori es lo que confunde y
hace creer en la imaginación infantil, y mediante la cual todo lo realiza
porque "sus juveniles fuerzas están deseosas de ejercicio y de
crecimiento", y desenvuelve la trama de su invención dramatizada que,
generalmente, es sencilla y concreta. En la técnica apreciamos la
sobriedad con que el autor distribuye los detalles imprescindibles, ilusorios
o reales, pero que no dejan lugar a dudas ni crean confusiones en cuanto
al desarrollo del asunto; la manera como se va pre-anunciando las escenas
que han de sucederse; la intervención y características de los personajes;
las descripciones, apenas sombreadas o, por el contrario, muy detalladas,
de las escenas en donde actúan los personajes y se desarrolla el hecho,
todos estos detalles que estudiaremos minuciosamente en sus capítulos
correspondientes. Y luego el lenguaje que se emplea, que es de
importancia absoluta para la gustación de la obra y resume en cierto modo
la habilidad del creador.
Es muy general el encontrarse en las documentaciones infantiles que se
relacionan con sus preferencias literarias, el dato de "cómo está escrita" la
obra, en una palabra, sobre el lenguaje que emplea el autor. "Me gustó
porque está escrita muy agradable y sencillamente" es más que una
calificación del asunto, lo sustantivo en cuanto a esa necesidad de un
idioma preciso, sencillo y puro. Y aquí nuevamente, lo del principio: no
significa esto que para ser sencillo el lenguaje haya que trivializarse, no.
Cuanto más depurada sea la expresión, más sencilla pero bella la ento-
nación del lenguaje, más gustará y atraerá al niño a su lectura. En gran
parte de este aspecto radica el secreto de la atracción del niño por las
grandes obras de la literatura. Cuando pregunté cierta vez a una niña por
qué su devoción por la escritora sueca, Lagherlof, me contestó: "Porque
sus obras están escritas de un modo tan sencillo, pero tan bello que hasta
el más pequeño podría comprender todo lo que dice la escritora", cosa que
hasta entonces no me había parecido. En ningún momento su lenguaje es
trivial, bien por el contrario es elevado, levemente poético y muy cuidado
en cuanto a su originalidad idiomática.
Estos cuatro elementos son, sin duda alguna, la base de sustentación de
esa literatura cuya denominación infantil aceptamos. Ser capaz de
combinarlos en una forma artística y sabia para realizar, a medida que el
niño la lee, la integración de su propia personalidad es, justamente, lo
difícil. Esto se alcanza —creo que la mayor parte de las veces sin
proponérselo— mediante las condiciones personales del narrador.
6. EL PROBLEMA DE LA MORAL EN LA LITERATURA
45
Johann P. Eckermann, Conversaciones con Goethe, Barcelona,
1946, t. I, pág. 261.
46
Antoniorrobles, ¿Se comió el lobo a Caperucita? , México, 1942,
págs. 106 y 107.
críticos esto significa para los niños? ¿Semejante literatura "son cuentos
para niños o cuentos para fomentar asesinos o malvados?"47, se preguntan
los críticos aludidos. De acuerdo con el éxito que han tenido estos cuentos
durante tantos siglos, tendríamos que pensar lógicamente que no quedaría
en el mundo casi nadie que no fuera asesino o malvado, si aceptamos que
todos hemos gustado y regustado de esta literatura en nuestra más tierna
edad... y parece que tales cuentos no han podido imponer su ética
"perversa", por lo menos en lo que respecta a nuestras experiencias
personales. Por el contrario, como Rodó "que en la dichosa edad de los
albores amó a Perrault...que pasó por Lamartine, por Hugo, por Cervantes,
por no decir por toda la cultura que busca en Balzac "sensación más ruda",
como dice en su celebrado soneto, volvemos a Perrault, nos
concentramos y reímos.
No sería difícil que algunos hasta hubieran intentado descubrir en estos
cuentos el origen de alguna teoría política actual caracterizada por su
barbarie... pero se da el caso de que en el país de tal política es en donde
ellos han tenido un concepto distinto, precisamente. ¿No es, además, un
desmentido rotundo el peligro de tal influencia en las mentes juveniles, la
jerarquía humana de las generaciones danesas —ejemplo siempre a flor
de labio del mundo civilizado—, que se han nutrido de Andersen a quien se
le acusa de las terribles páginas de Nicolasón y Nicolastn? 48¿Es que
Dinamarca, ese gran país, tiene algún pavoroso índice de
malvados o asesinos, porque sus niños hayan leído esas viejas
leyendas recogidas por Andersen y que se nos pretende exagerar
hasta el espanto? ¿Qué de "perverso" o peligroso, puede tener el
hecho de que Andersen viviera en un clima de fantasía y le
creyera real en su vida, si ello no es más que consecuencia
natural de su psique con lo cual obtenía sus maravillosos cuentos?
Hablando específicamente de la moral de esos cuentos se dice, por
ejemplo que en Alí Baba, la suerte de Casim depende de la muerte
de su mujer que le deja una cuantiosa herencia, por cuya razón,
adquirió su importancia, y "que un niño no debe pensar que para
ser importante es necesario que se le muera a uno un pariente
con una tienda surtida, ni con una tienda, ni con una vaca, ni con
acciones en una mina"49.
Aparte de lo baladí de la deducción que puede realizar el niño ¿puede
contradecirnos la realidad de que ello no sucede? Lo importante de tales
cuentos es que la moral que se desprende de su desarrollo es la de su
47
Ob. cit. pág. 107.
48
Ob. cit., pág. 29.
49
Ob. cit. pág. 62.
tiempo, que a veces, como este caso, es tan clara, aun para el mismo
ignorante, y tan profundamente lógica —lógica si no humana. . .— en estas
sociedades, que a cinco o diez siglos de su origen sigue siendo una
irrebatible actualidad. 'No debe pensar" (el niño), se dice, pero la realidad
en su torno le muestra que es así cómo sucede. Aceptamos que resulta a
veces horrible para determinadas mentalidades adultas muy sensibles
el verosímil descuartizamiento que se lee en Alí Baba y que el
niño jamás lo cree. Los críticos se aterrorizan de ellos (no sé si se
aterrorizan de la misma manera de los cientos de bárbaros
crímenes que suceden por lo menos en las columnas de los
periódicos) y creemos que honradamente. Sabemos bien quién es
y cuál es la preocupación de algunos que se horrorizan, por
ejemplo del noble creador de Botón Rompetacones y Azulina, al
que hemos venido comentando, Antoniorrobles se ha preocupado
por crear para el niño un mundo que, como en el de San Francisco
de Asís, todas las cosas deban y puedan ser hermanas:
"Hermanas tijeras, hermano aeroplano, hermano Alcalde,
hermana lagartija, hermana llave..." ¡Todos hermanos! 50 ¿Pero en
este su tan noble servicio al niño es posible ver, como es el propósito
de su literatura, "que todas las cosas son buenas y amables en la
vida"? ¿No es esta actitud justamente lo falso y contradictorio?
Se aterroriza Antoniorrobles, por ejemplo, de que el lobo haya comido a
Caperucita, cosa que él no cree cierta. Tampoco lo creen los niños. Pero si
hubiera sido cierto ¿es que no hay lobos que sigan comiendo caperucitas,
en la actualidad? ¿Alguien es capaz de desmentir el mito popular —no tan
mito, pues. . .— que recogió honradamente Perrault respetando la verdad
dicha por el pueblo? Bien, suprimamos a Caperucita, cuento
insuperablemente bien escrito, obra maestra que ha vencido a los siglos y
a todos los malos escritores de literatura infantil que le han salido al paso.
¿Dejaremos al niño en manos de la falsa composición, mal escrita por
todos los costados, aunque muy llena de buena intención, o" de las
columnas de los periódicos con su manjar diario de crímenes cínicos, de
notas verdaderamente pornográficas o desembozadamente cursis? Está
visto que no ha sido tan "peligrosa" la influencia de Caperucita en el
tiempo... que tampoco se propone convencer a nadie con determinado
ejemplo moral. . . Mucho más peligroso es la otra literatura, la falsa versión,
ésa en la que no se la quiere comer, pero que en verdad se la come.
En cuanto a otros cuentos: ¿qué mal existe —si es que no se quiere
intencionalmente escamotear la verdad de una situación existente— en
50
Antoniorrobles, Aleluya de Rompetacones, núrn. 1. México.
que se note el contraste entre "reyes, bodas, princesas, carrozas y
mantos... con los harapos, como así ha sido, año tras año, el cuento
infantil"? 51. ¿O es que justamente se pretende que eso no ocurra dentro de
la experiencia moral que el niño realiza? ¿No resulta de este modo
criticable la crítica de quienes ven en Cenicienta un personaje que muestra
la desigualdad de dos clases como sucede en la de Antoniorrobles? Claro
está que se trataba de la moral de hace tres siglos, dice; pero el niño lee
hoy y se inclina a pensar de este modo: "¡qué horror, lo que le hacían llorar
y dónde le hacían dormir! ¡igual que una criada!" Ahora bien, agrega, ¿es
oportuno que en el corazón del siglo veinte se tenga esa línea divisoria
entre unas mujeres y otras? 52. ¿Pero es que no existe? ¿Puede decir
nadie que porque el fregar sea un oficio (que por mucho que se le quiera
no se le puede amar), la fregona está equiparada (si no ha nacido para tal
cosa como se suponía hace tres siglos y que ahora parece aceptarlos el
comentador) en un solo aspecto a quien paga para tal oficio?
Nosotros, como es necesario comprender, no defendemos ni el crimen ni
el vicio ni la maldad en la literatura infantil. Sabemos que gran parte de la
vieja literatura que los tiempos alcanzan al niño, y que él no obstante
prefiere a las demás, no fue escrita para él, precisamente. También que
esa literatura no traduce esa moral que se quiere imponer, sino una
experiencia que han vivido tales sociedades, el reflejo de hechos y
actitudes, que por tan humanas en su realidad, el tiempo no ha podido
destruir. Por eso la desnudez con que ella se presenta a nuestro
conocimiento no siempre puede resultar muy edificante para una psicología
en evolución como es la infantil. Como el propio Antoniorrobles
rechacemos, si no de plano, sí en muchos pasajes o al menos de sus
detalles, que no casan de ningún modo con la hora actual infantilista; al
menos con la que nosotros tenemos por hora exacta, según el meridiano
que pasa por nuestro criterio de ternuri, de limpieza y solidaiidad" 53. Pero
también sabemos que, más allá de toda gazmoñería o prejuicio banal
exagerando determinadas influencias, siempre lo desnudo ética y
estéticamente del cuento original, va a ser menos peligroso y le va a influir
en menor escala, que el mal ropaje que sólo trata de mostrar lo que se
propone... de una literatura infantil compuesta falsamente para los niños.
Es decir donde la pornografía y lo cursi (crímenes por cientos, noveiillas por
miles, historietas por millones), presiona a toda hora y de todos modos
(prensa, cine, radio, televisión; tierra, luz y aire) el alma del niño.
pág. 111.
52
Ob. cit., pág. 69.
53
Ob. cit., págs. 113 y 114.
Pero este problema moral no quedaría perfectamente aclarado si no
estableciéramos antes qué es lo que debe leer —más que qué es lo
que puede leer...— el niño, cosa que para algunos autores, Ortega y
Gasset por ejemplo, no debería ser más que el corolario de la noción de
vida infantil o paisaje, ciertamente no utilitario sino deportivo, usando
los términos que ha vulgarizado Ortega y Gasset en su proposición
filosófica sobre ese asunto. Esto quiere decir, pues que el niño tiene un
medio natural en el que se desarrolla y crea "un paisaje pueril" cuya
característica fundamental no son "los objetos reales", sino los "objetos
deseables", y aunque un objeto deseable sea real, el niño lo preferirá por lo
primero. En este mundo el niño libra su mayor lucha a fin de
desembarazarse de lo real y quedarse con lo deseable, esto es, "con las
cosas según debían ser" 54. Este criterio ya modifica fundamentalmente el
sentido y la extensión de "lo moral". Pero continuemos un poco más aún el
análisis que realiza el pensador español. ¿Y de dónde salen estos objetos
deseables? O de la historia que fabrica nuestra mente en su afán de
conocer la realidad del hecho o de la cosa, o de la leyenda que construya
nuestra fantasía con los valores reales del objeto o hecho descompuesto,
deformado, seleccionado a su gusto, contesta Ortega y Gasset. Historia o
leyenda, de ahí la doble reacción que llega hasta nosotros. La leyenda
puede ser incluso imperceptible pero no falta nunca y puede ser creada
hasta de la propia ciencia. De tales elementos, cada cual tomará lo que
más se acerca a su temperamento, ya que existen individuos con mayor o
menor capacidad para percibir lo uno o lo otro: o los hiperpoéticos o los
hipopoéticos, según su clasificación, es decir, o ése que advierte sólo la
realidad o el que "arranca al mundo su antifaz de realidades o descubre su
otra faz deseable, el que es entonces muy semejante al niño, heroico
creador de leyendas..."
Por eso, todo lo que en torno suyo es como debía ser y lo que no es así,
no lo ve, tanto que "los vicios mismos —¡qué piensa pues de los conceptos
inmorales, como se dice de Piel de asno..., etc.!—, hasta la muerte y el
crimen quedan purificados por su alquimia espiritual y le presentan sólo su
vertiente atractiva", como afirma Ortega redondeando su concepto con un
ejemplo muy ilustrativo que a menudo lo hemos ratificado: "Mi hijo dice,
que tiene una sensibilidad de caballerito de la Tabla Redonda, prefiere sin
embargo entre sus juegos a aquel en que pueda hacer de ladrón. Y es que
su alma sólo deja pasar al ladrón real a aquellas cualidades de efectos
deseables: la audacia, la serenidad, el afán de aventuras. Del mismo modo
la muerte es para los niños una variación del escondite: el hombre se
54
J. Ortega y Gasset, Biología y Pedagogía, Madrid, El Espectador.
ausenta para reaparecer en medio de la alegría general. Por eso, en los
cuentos de hadas, la muerte sólo puede ser la carrerilla que se toma para
su resurrección. .."55
De este modo el sentido moral que nos proponemos con una lectura,
cuando ello suceda, varía fundamentalmente si se le mira desde el ángulo
de la concepción infantil, que desde nuestro ángulo. Su moral no existe
como precepto estático y formal, sino que es de un orden activo, no con-
templativo. Por eso la disciplina entiende que su misión debe tender
siempre a la acción, precisamente. Educar un niño desde ese punto de
vista no es sólo y tanto enseñarle sino mejor aún darle la fuerza para
cumplir su fin. "Hacer de esta educación activa, una educación por la
palabra o por el libro o por la lección, añade Cousinet, es llevar al niño,
poco a poco, a creer que la moral es de las cosas que se dicen, no de
las que se hacen" 56.
Esta observación del pedagogo francés tiene el siguiente corolario para
el maestro, a fin de ponerlo en guardia contra esos "bellos anteojos
morales", a través de los cuales puedan ver las demás disciplinas muy bien
adornadas. El inconveniente para la lectura, a ese respecto, ¿y por qué no
el peligro más inminente de estos libros?, es que ellos les parecen irreales,
irreal también la moral, no del dominio de la vida sino solamente de los
libros. Y eso entraña un doble peligro que destaca Cousinet, porque, o bien
"su falsedad disgusta a los niños inteligentes que al propio tiempo
adquieren desprecio contra determinada moral: la moral de la piedad y de
la sensiblería, o bien porque su dulzura insípida encanta a los pequeños y
ellos adquieren el gusto de una calidad edulcorada y de una moralidad que
se funda en amor al prójimo y en palabras piadosas". Y es el propio
Cousinet quien nos proporciona el ejemplo de M. Lemaítre en su ensayo
por reconstruir el efecto que debieron hacer sobre el Duque de Borgoña,
las fábulas compuestas por su maestro Fenelón. ¿Cuál fue el resultado el
haber provocado reacciones realmente contrarias a las que se pretendían
alcanzar, porque el niño prefiere gustar la gracia de las descripciones y
dejar la moral a un lado "como una rebanada de pan que no tiene más
dulce".
De esta misma manera es cómo los niños gustan de muchas lecturas de
tendencia moral, como las fábulas en general. Casi nunca es la conseja
final la que queda como experiencia del conocimiento en su alma, sino el
simple hecho dramático de la fábula, los vaivenes de la astucia para atacar
o el ingenio para defenderse, y hasta lo doloroso del desenlace en muchos
55
Ob. cit. pág. 64.
56
Roger Cousinet, Les lee tur es des enfants, L'Educateur Mo-
derne, París, julio de 1911.
casos. Por otra parte, en las lecturas morales, especialmente en las
fábulas, el niño no extrae otra cosa que lo que su propia experiencia le
revela, experiencia que gira en torno de cosas deseables como vimos, no
reales como se quieren; en torno de un mundo tal como debía ser y él lo
entiende, y no tal como es y él no lo entiende. Además, para evitar que el
niño lea a escondidas las lecturas que prefiere y no llenar ese cometido
moral que desea, nada mejor que seguir el proceso de un mundo, que es
distinto del nuestro, y que también tiene su moral. En su mundo, las cosas
y los hechos suceden sin esa individualidad que suceden en el nuestro, sin
la resistencia que en el nuestro. En su mundo, la "actividad es
singularmente fácil, puesto que nada la traba y esa misma actividad es
siempre feliz y coronada de éxito"57, lo que nunca puede ser un tan mal
precedente moral, aunque la vida luego le demuestra que no es
exactamente así como suceden las cosas en rigor. Porque si la adoración
al éxito es uno de los mayores atractivos que el niño siente por la lectura,
habría que preguntarse como el maestro francés, si "esta adoración del
éxito no va a convertir en inútil nuestra enseñanza de la moral, de esta
moral en la que todo paciente esfuerzo para vencerse a sí mismo es
resignación y fuerza de soportar el sufrimiento y los descalabros". Sin duda
que si eso sucediera, bien difícil sería la solución del problema. Sabemos
que el niño, de cualquier modo, igualmente satisfará sus apetitos: a
nuestra vista, o la mayor parte de las veces, a escondidas. Los padres de
todos los niños, con su santa, buena e ignorante intención, son como los
padres de Ramón y Cajal, que pensaban que las obras de entretenimiento
eran "como mortal veneno de nuestra insana curiosidad", y que durante "el
período educativo, no debían los jóvenes distraer su imaginación con
lecturas frivolas"58. Aunque la terrible venganza la iba a realizar el niño, a
hurtadillas, cuando descubriera el tesoro de libros en el desván del vecino
confitero. "—¡Cuántas exquisitas sensaciones de arte me trajeron aquellas
admirables novelas! —exclama—. ¡Qué de interesantes y novísimos tipos
humanos me revelaron! Al fin, aunque por medios ilícitos, trabé conoci-
mientos con grandes creaciones de la fantasía..." 3.
Por todo esto, es necesario entender algunas cosas previas: por ejemplo,
que en general no son las lecturas las que proporcionan la educación
moral, sino la acción y la vida. De este modo, si la influencia familiar y las
disciplinas escolares o sociales cumplen su cometido en el otro sentido, no
hay mucho que temer a los efectos de las lecturas, a menos que ellas sean
rematadamente malas y que sólo ellas, obrando continuamente,
57
Ob. cit.
S. Ramón y Cajal, Mi infancia y juventud, Buenos Aires, 1939,
58
59
R. Cousinet, ob. cit.
60
afirma que "el relato es peligroso en proporción inversa a la
realidad"; nosotros decimos: "a la falsa realidad a la manera realista",
como define Kirpotin a esa literatura.
Bien está que antaño aceptaran la palabra empírica en este problema,
pero ¿ha respondido o responde en la actualidad la transmisión de
conocimientos que pretende esta materia, a un planteo racional y científico
en relación con la evolución infantil, tal como se ha operado en estos
últimos años? De una manera general y sin temor a equívocos, se puede
decir que no. Las recomendaciones en esta materia han seguido siendo
tan empíricas como antaño; la guía sigue siendo rutinaria, no más que la
experiencia acumulada en el tiempo, que no deja de ser una selección no
desprovista de cierto cientificismo. Puede que exista, incluso, cierta
relación entre la calidad y la cantidad de material transmisible y la
necesidad que sienten los niños de él. Una relación insensible y no otra,
claro está.
Desde hace muchos años ha formado parte de la didáctica escolar, sin
duda, la hora del cuento, y ha sido el empirismo sólo el que ha dictado las
normas para la graduación de esos ejercicios según los años, los que, a su
vez, han respondido de la misma manera a las edades. Gervasio Manrique,
entonces, puede dar el tono del trabajo cuando hace el reparto del material
en los distintos años. En los grados de iniciación se han de dar preferencia
a los cuentos de hadas, las historias maravillosas, recitaciones sobre la
vida de los animales, como las fábulas sencillas, y todo esto, dice, muy
simplemente, porque "de los cinco a los siete años a los niños les
deslumhra lo raro y maravilloso". Luego, en los grados medios, los cuentos
y leyendas populares localizadas, romances heroicos, cuentos de aven-
turas de niños y cuentos graciosos y burlescos, y esto también porque "de
ocho a once años, las aventuras y el valor les convencen a los niños
magníficamente", y, finalmente en los grados superiores, los mitos y,
alegorías, las recitaciones humorísticas, los cuentos y leyendas del folklore,
las parábolas bíblicas, las de la naturaleza y las historias verdaderas de
heroísmo y abnegación de grandes hombres, y ello, porque "de los
doce a los catorce años las narraciones sobre todo de hechos
humanos abnegados, les despiertan a los escolares extraordinario
i n t e r é s " C o n esta simplicidad, no exenta de cierto buen ojo, tal
vez como el del cubero, reduce el maestro español todo el vasto
problema que entraña esta materia.
Sin duda los primeros narradores no se equivocaron en su sano deseo
de colaborar en la ilustración y moralidad del niño, cuando y en vista de
que no existía tal material que el niño necesitaba se decidieron por las
fuentes más antiguas. Carecieron de originalidad, seguramente, ya que no
se pusieron en gastos de imaginación como opina Godart puesto que se
dedicaron a coleccionar los cuentos populares y señalar con sus
invenciones personales las encantadoras pendas que habían retenido
las memorias de las viejas gentes: "Estos cuentos son, así,
supervivencias instructivas del pasado —dice—. Traducen un
instante de la mentalidad del pueblo y significan un exacto punto
de partida para la nutrición intelectual del niño" 61.
Podría decirse que de este mismo modo empírico también lo resuelve
Braunschvig, que citáramos al principio, al establecer su escala primero
con los periódicos ilustrados, porque siendo la atención del niño, en tal
época, aún débil para enfrascarse en un libro, por corto que sea, el que
siempre le resultará largo, el periódico es la síntesis más adecuada a su
necesidad y gusto. Eso ofrece cierto inconveniente, que destaca
Braunschvig: la pésima factura de esa literatura del periódico, situación
que, como se ve, no ha variado; nosotros diríamos ha empeorado. A partir
de los siete años, aconseja el libro de relatos cortos, ya que la atención del
niño aún no está muy desarrollada y cuyo contenido ha de ser cuentos de
hadas, material eficaz para el desenvolvimiento de su imaginación. A los
nueve años se le proveerá de historias un poco más largas, prefiriendo las
grandes obras a la literatura especialmente escrita "para niños"; de once a
trece años las novelas de aventuras, y de trece a quince, las novelas
cortas, las de narración, las historias de viajes y las obras de vulgarización
científica" 62.
Pedagógicamente, nos hemos preguntado algunas veces, como
Claparéde respecto al "olfato pedagógico", si ese solo empirismo nos
basta. Por momentos parecería que hasta sobrara. En otros casos, en los
más de acuerdo con la evolución que ha experimentado nuestra ciencia
pedagógica, que ello no alcanza. Cuando nos pensamos de niños,
respecto a esta etapa funcional de nuestra cultura literaria, vivimos toda
una maravillosa e inacabada historia que comenzaba en la narración de los
humildes servidores de nuestra vida, nuestros primeros rapsodas: peones
de estancia, sirvientes y criados, lavanderas y mozos de reparto. A través
de ellos, simple y ceñidamente las narraciones de leyendas y tradiciones
populares, de las que guardaban más que el contenido social de su
desarrollo una síntesis de su drama, adquirían nuevas y distintas versiones.
Y nos dejaban un perfume de cultura, que nunca ya más pudimos olvidar.
Es del propio profesor Manrique, que citáramos al principio, el recuerdo
feliz de cuando era escolar y acudía "una vez a la semana a la morada de
una anciana del pueblo, archivo de sabiduría popular, que nos narraba a
los niños encantadores cuentos, nos recitaba romances y nos refería
fantásticas historietas deslumbradoras de emoción y de poesía. Aquellos
Capítulo I I 1
1
Es posible que este capítulo, en muchas de sus afirmaciones, ya no
responda enteramente al pensamiento actual del autor por razones de
evolución de su proceso ideológico, pero ellas serán, en todo caso,
revisadas en próximas ediciones. (N. del A.)
2
F. M. Torner, ob. cit., pág. 22.
contribuyan a la formación o a la exaltación de tales sentimientos.
Reciente aún la ciencia que se ocupa del niño, lo ha hecho hasta ahora,
por otra parte, de una manera fragmentaria. Para alcanzar su mejor
conocimiento, a pesar de haberlo hecho en esta forma, ha debido pasar
por un período descriptivo y uno experimental, como lo destaca Vermeylen
1
. Si la primera parte de este estudio, la descriptiva, pertenece al
pasado, la segunda, el experimentalismo, está aún en manos del
futuro, puesto que apenas ha iniciado su labor de una manera
científica. En la primera fase, a los observadores que, como
Preyer, se han dedicado a señalar minuciosamente, día por día,
las adquisiciones del niño y sus formas de desarrollo 64, han
sucedido los teorizadores, •que han tratado de hacer entrar las
observaciones ya hechas y las propias en un cuadro general, con
el interés de establecer reglas fijas65. La segunda fase la inicia
Cattell, en los Estados Unidos, empleando los mental tests en sus
estudios experimentales sobre la inteligencia del niño. Cattell
abrió el camino de nuevas posibilidades. Cientos de pedagogos y
psicólogos se dedicaron a realizar, entonces, toda suerte de
estudios que sirvieron para localizar, más científicamente, la
evolución general del psiquismo infantil.
De aquella antigua noción del niño como homunculus, entendiendo
que las funciones psíquicas del niño eran cualitativamente las
mismas para cualquier edad, y que sólo se requería graduarlas en
una escala —según se tratase de un niño, de un adolescente o de
un adulto—, a la preocucupación científica actual, sucedió,
partiendo sin duda del alerta que dio Rousseau con su Emilio, toda
64
Preyer, El alma del niño, cuya primera traducción al español fue
hecha por don Martín Navarro y publicada en Madrid en 1908.
65
Ejemplo es el libro de Baldwin, M.ental devélopment in the child
and race, aparecido en Londres en 1895, trece años después del de
Preyer.
una amplia evolución. Rousseau afirmó la necesidad de estudiar al
niño, que tenía derecho a ser entendido antes que ser educado.
La experiencia recogió su recomendación, y dijo entonces su
palabra: Berger y Flechsig demostraron que desenvolviéndose
sistemáticamente los sentidos del niño, éste siente, oye y ve
mejor, o lo que es lo mismo, puede conocer mejor lo que le rodea.
Luego Feré, por medio de una serie de expresiones, demuestra
que existe una relación concomitante entre el desenvolvimiento
de la inteligencia y la energía de los movimientos voluntarios, es
decir, que el desarrollo de la movilidad contribuye al desarrollo
intelectual66. Y así sucesivamente, paso a paso, y día a día,
continuaron en el tiempo las demostraciones científicas. Una sola
de entre ellas, habría bastado para ratificar la importancia que
tiene para el estudio de las necesidades del niño el exacto cono-
cimiento de su fisiología y de su psicología. De ahí que, en todos
los países, y cada día que pasa, en una forma más perfecta, en lo
que respecta a la cultura general que necesita el niño, se tienda a
subordinar los métodos y los programas de enseñanza, tanto
como la preparación del profesorado y magisterio, al perfecto
conocimiento de las necesidades físicopsíquicas del niño. Ésta es
la razón por la cual hemos querido también ajustar en lo posible, y
sin que ello suponga ninguna mecanización, este trabajo a tales
directivas.
Realizado el primer desenvolvimiento del sistema endocrino-simpático
con la única inmigración de las células que todavía eran indiferenciadas, y
organizado ya plenamente este sistema simpático, nutridor, ¿cómo se
efectúa la evolución de su psique dentro del organismo general? ¿En torno
a qué manifestaciones? Empíricamente, ratificado luego por el análisis
científico, ya se había señalado que el desarrollo de la infancia hasta la
pubertad, no era un proceso ni muy continuado ni muy uniforme. Sin
detenerse en las variaciones individuales, específicas, en cada ser, se no-
taba que diferentes funciones de su mecanismo psíquico que aparecían en
el transcurso de su vida, desaparecían luego, para dar paso a otras que las
reemplazaban o completaban. Varias fueron, entonces, las proposiciones
que hicieron los psicólogos para explicar la marcha de estos fenómenos.
Quienes artificiosamente, como Stumpf, dividieron la vida del niño en tres
períodos irrelacionados; uno, en el que el niño no habla; otro, en el que
habla, y un tercero en en el que va a la escuela, desligados los dos
66
Farías de Vasconcellos, Sección de Paidología y Pedagogía
Experimental, Enciclopedia de la Educación, Montevideo, 1930, pág.
189.
primeros del último y condicionándolos en su clasificación a
distintos criterios. Un poco menos artificiosa, pero tampoco muy
correcta, como advierte Aníbal Ponce, y eso porque no es mucho
más lógica que la anterior, es la clasificación de W. Stern, que
considera toda la vida del niño dividida en dos grandes períodos:
uno, en el cual toda su actividad está en torno del juego y otro, en
el cual el niño juega y trabaja 67. Distintos psicólogos todavía —como
Vermeylen, por ejemplo—, combinando a Decroly y Claparéde, dividen
la evolución infantil en tres etapas, según un elemento idéntico, el
interés, y de acuerdo con los que aparecen en cada una de ellas.
La primera infancia, caracterizada por la presencia de intereses
motores, perceptivos y glósicos; la segunda, en que aparecen
intereses concretos y de juego, y la tercera, caracterizada por la
presencia de intereses abstractos y de trabajo.
Pero ni la clasificación de Stern —critica Ponce—, porque el juego no
puede caracterizar un momento de la vida del niño, ya que el "juego es,
precisamente, toda la vida del niño"; ni el trabajo, que es característico de
la vida adulta, pueden servir para este propósito de clasificación. Pero
tampoco, la clasificación de los intereses responde totalmente al sentido
racional de su evolución, nos advierte el psicólogo argentino. Si bien
aceptamos que los intereses ofrecen ya una vertebración más consecuente
con la ciencia, al hacer girar en su eje toda la evolución psíquica del niño —
y esto, más acertadamente que el simple describir funciones inconexas,
como los casos anteriores—, pensamos, como Ponce, que no es quizás, el
interés, el fenómeno más afortunado para con él seguir al niño a través de
sus etapas. El interés, "con prestarse a muchas vaguedades, no nos ilustra
suficientemente sobre el carácter propio del psiquismo infantil puesto que
todos estos intereses son los mismos que encontramos en el adulto" 68.
¿Qué propone Ponce para suplantar esas clasificaciones? Prefiere tomar
la inteligencia y su evolución como un fenómeno más lógico en el niño,
desde su nacimiento hasta los límites de la pubertad. Nosotros habíamos
visto también, en reiteradas observaciones, que los intereses no eran el
fenómeno más adecuado para estudiar la evolución del niño, y habíamos
adoptado, aunque sin un análisis muy riguroso, una división en dos etapas:
antes, y en vías o después del conocimiento, siguiendo el proceso de la
inteligencia, justamente. Ponce plantea el poblema más concretamente.
Para él, la exacta clasificación del desarrollo psíquico del niño, no puede
ser otra que "la clasificación genética de las etapas de su inteligencia".
Estas etapas son cuatro: la primera, la etapa de la maduración,
67
Aníbal Ponce, Problemas de la psicología infantil, Buenos
68
Aires, 1931, pág. 18.
comienzo del desenvolvimiento mental del niño, que es paralelo al
del crecimiento orgánico. Esta etapa está caracterizada, "desde el
punto de vista psicológico, por el predominio de la impulsividad y
de la emoción. Este período alcanza hasta los quince o dieciocho
meses. La segunda etapa, denominada de la técnica, está
caracterizada por la "invención de la mano", y significa para el
niño una época mucho más trascendental, incluso que la del
comienzo de la palabra. "El empleo de la mano como instrumento
de análisis, señala el fin de la historia humana" 69. A este período,
Ponce le llama así por la semejanza con esa etapa de la historia de la
humanidad. Prenan, en su Darwin, dice justamente, que "sólo el
hombre ha logrado imprimir su huella en la naturaleza... y todo lo
ha hecho en principio y esencialmente con la mano"2. En esta
etapa infantil comienza, en efecto, de este modo, la conquista de la
realidad, "y el mundo va saliendo poco a poco de la niebla a medida
que nosotros actuamos en él. El niño es ahora y exclusivamente,
obrero e ingeniero: técnico antes de ser mago", agrega. Después de
esta importante etapa, comienza la tercera, a la que denomina
egocéntrica. Se extiende desde los tres hasta los siete años, "y el
monólogo es la característica paradoja! de este período". En su
trascurso, la palabra carece de función social y no sirve más que
como refuerzo o suplantación de la acción, alcanzando caracteres
propios. Y luego, la ultima etapa, la que une el niño a la
adolescencia, y que Ponce denomina del pensamiento racional. En
ella entra en juego su razón, "tanto como el simbolismo del concepto...
hasta alcanzar, alrededor de los once años, un dominio casi completo"70.
Preferimos esta clasificación a las demás, en el curso de nuestro trabajo,
porque aparte de que nos parece la más lógica, es la que mejor responde
al desenvolvimiento de su mente, factor principalísimo en la evolución de
su psique, y que trataremos en lugar aparte.
73
G. Vermeylen, ob. cit., pág. 167.
Aníbal Ponce, ob. cit., pág. 113.
Este capítulo también entra en el cuestionamiento anteriormente
señalado en relación con el concepto sobre la inteligencia, ya citado.
descubrir, pero por lo general, ella siempre existe. No se conforma muy
fácilmente con tanteos, como creen algunos psicólogos. En algunos casos
insiste una y cien veces, en forma diversa, sobre un mismo asunto, en un
día o en días subsiguientes.
Con la observación, sin duda uno de los caracteres más salientes del
niño en esta etapa, realiza en función de sí mismo y para sus fines
inmediatos, su mejor aprendizaje. Se han distinguido rasgos muy definidos
en el proceso de este fenómeno. Por ejemplo, que primero sus
observaciones son variables: el hecho observado es susceptible de
nuevas observaciones, por necesidad de un mejor reconocimiento. Por tal
razón, éstas resultan fragmentarias. El niño no observa sistemáticamente
una cosa, destacando lo principal y luego lo accesorio, sino lo que le hiere
fundamentalmente su interés en un momento dado. Los dibujos que
ejecuta, y a pesar de que sean siempre sintéticos, son los ejemplos más
exactos en este sentido, pues en ellos, el niño realiza caminos de
composición y recomposición al parecer, en gran parte, propios. Cuando
observa, como cuando aprende, en general no suele pasar de la parte al
todo; su síntesis va de la subjetividad a la racionalidad. De ahí que Stern
divida la evolución de esta tendencia educativa en cuatro períodos,
interesándonos en esta etapa los períodos de fragmentación y de
acción. El primario, de los tres a los cuatro años, y durante el cual el niño
percibe elementos del todo, sin poder establecer el valor de su diferencia;
este período de Stern corresponde al de la enumeración de Binet, en el
cual una lámina es enumerada en su contenido, pero sin relacionar la
escena. El segundo, que alcanza hasta el límite de la segunda infancia,
corresponde al de la descripción de Binet, en el cual el niño considera las
cosas y los seres según la utilidad que puedan tener para él, sin
desentrañar la acción que se desenvuelve. Los otros dos restantes, el de
relación y el de análisis, no corresponden al estudio que realizamos en
esta etapa.
La imitación tiene gran importancia en su vida y se manifiesta desde los
primeros meses de ella. Colabora fundamentalmente en su expresión,
siendo la mímica lo primero y que mejor se adapta a lo que le rodea. Esta
tendencia educativa tiene, pues, gran importancia dentro de su cultura y
entre los medios de su aprendizaje. Supone esfuerzo y actividad en el niño,
por cuya razón Ponce dice muy bien, que no se imita: se aprende a imitar".
Tiende, esencialmente, "a formar y dirigir actos que no estaban predeter-
minados en la organización del individuo"1, alcanzando este fenómeno su
apogeo de los dos a los tres años. La imitación, como las anteriores
tendencias educativas que hemos estudiado, primero tiene un carácter
instintivo, y se realiza inconscientemente, y luego se torna tendenciosa,
de los diez meses en adelante, alcanzando hasta los veintitantos, es decir,
cuando su relación con el exterior le lleva a interesarse más directamente
por la actividad de los demás. Hasta esta fecha, su imitación ha sido un
poco general, sin diferenciación del objeto a mirar. A los cuatro años, sin
embargo, se acepta que el niño selecciona ya muy bien qué es lo que debe
imitar y qué es lo que no debe. Apunta así cierta personalidad, aunque
todavía esté "guiado por sus tendencias primitivas y por un utilitarismo
demasiado inmediato". Después de los seis años, su imitación se torna
razonada-, es cuando predominan los intereses diferidos, y es la etapa del
niño que más interesa a la escuela, porque durante ella es cuando mejor
se aprovecha para educarle. Por esta misma razón es que, entre los
métodos de la dirección del aprendizaje, el imitativo es de tanta importancia
y sirve como un instrumento de innegable valor en las transmisiones del
conocimiento.
3. CARÁCTER Y EVOLUCIÓN DE LA INTELIGENCIA INFANTIL1
79
Ob. cit., pág. 151.
80
Ob. cit., pág. 168.
fundamento "una actitud original de creencia en un continuum de
conciencia. O más bien, no es propiamente el saber y el sentir lo que el
niño presta a las cosas, sino una suerte de voluntad y discernimiento
elementales, el mínimo necesario para la realización de las funciones que
la naturaleza ejerce" 81. Freud explica el animismo por una "proyección" al
exterior de percepciones interiores que es un "mecanismo primitivo"; para
Ribot se trata de una "tendencia inexplicada"; para Piaget, cuatro grupos de
causas convergen en el origen del animismo, dos de orden individual y dos
de orden social. Para las del primer orden la indisociación o sea la
concepción del mundo, para la conciencia primitiva, "como un continuo a la
vez físico y psíquico" y la introyección mediante la cual el niño "presta a
las cosas determinados sentimientos recíprocos de los que él experimenta
con ellas" s. Por indisociación, el animismo difuso es un antecedente
primero de la conciencia del niño y se mantendrá en ésta hasta no alcanzar
la disociación debida a los progresos del conocimiento en sí mismo. En
cuanto a las de orden social que favorecen la persistencia del animismo
hay también dos grupos: por un lado, "los sentimientos de participación que
el niño debe experimentar frente a frente de su ambiente social"; y por el
otro, "la necesidad moral a que el niño está sometido por la educación".
Sea cual fuere su complejidad, lo cierto es que los factores que con-
dicionan la génesis del animismo infantil son, para los estudiosos del
asunto como Piaget, poco más o menos, los que condicionan la formación
de los sentimientos de participación o de causalidad mágica.
En cuanto al artificialismo, etapa que continúa a las precedentes en el
desenvolvimiento de la inteligencia, en relación con la representación del
mundo, se puede definir como el hecho "de considerar las cosas como el
producto de la fabricación humana más bien que a prestarles a ellas la
actividad fabricadora"x; artificialismo que se ha querido explicar casi
únicamente por la presión de la educación (hay algunos que lo han
sostenido como proviniendo del artificialismo teológico), pero que Piaget
denuncia su complejidad debido a otros factor. Para este autor suceden
cuatro etapas en el desenvolvimiento de este período: una primaria durante
la cual el niño no se plantea todavía el problema del origen, "de la
fabricación" de las cosas y en el que magia, animismo (que es difuso) y
artificialismo se confunden. Una segunda que llama artificialismo
mitológico, durante la cual el niño se preocupa por el origen de las cosas
y en la que precisará su animismo difuso en una serie de mitos. Entre estos
mitos —unas veces "desencadenados" y otros "espontáneos"— y el
artificialismo difuso del primer período, se acepta la misma relación (Levy
81
Ob. cit., pág. 222.
Bruhl) que entre "una primera etapa de la mentalidad primitiva en el curso
de la cual las participaciones son simplemente sentidas y vividas y una
segunda etapa, en el curso de la cual las participaciones comienzan a ser
formuladas y dan así nacimiento a los mitos de origen" 2. Etapa en la cual
las cosas le parecen al niño a la vez que vivas, fabricadas: no se interfieren
ni se estorban el artificialismo y el animismo. La tercera etapa es la del
artificialismo técnico en donde el niño empieza a ser apto para
comprender los funcionamientos técnicos sencillos que se apoyan en las
leyes de la naturaleza misma; en que el artificialismo está en baja porque
"la resistencia de las cosas es parcialmente reconocida", ya que a "las
leyes puramente morales que reobraban hasta en la naturaleza, a los ojos
del niño, se sustituye poco a poco un determinismo físico" 1; y, finalmente,
hacia los nueve-diez años aparece la cuarta etapa, la del artificialismo
inmanente, en la que la idea de que la naturaleza es fabricada por el
hombre desaparece totalmente, ocupando, "heredando" de este modo la
naturaleza, el poder de fabricante que tenía el hombre. Sus orígenes de-
penden, como en los casos anteriores, de dos grupos de causas: las de
orden individual y las de orden social, siendo estas ultimas, en el
artificialismo —al contrario que en la magia y el animismo—, las más
importantes: "el lazo de dependencia material que el niño siente existir
entre él y sus padres y la deificación espontánea de los padres por el
niño"82. Después de esta etapa de causalidad artificialista, el niño, mediante
un proceso de identificación, alcanza las formas superiores de la
causalidad.
Consecuencia de esta evolución son sin duda los grupos de prácticos,
razonables y soñadores, según que su actividad sea orientada hacia la
acción, hacia el concepto o la abstracción, o hacia la vida interior. En
cuanto al papel e influencia de la educación en estas distinciones se le
supone nulo. No sabemos hasta dónde esto es cierto. Pensamos que la
influencia exterior existe en el menor acto de la vida infantil, y por tanto nos
parece difícil que en esos procesos el niño se pueda sustraer a los efectos
de aquélla. Hay quienes afirman que las formas de inteligencia son nativas
como las formas del temperamento, aunque con esta afirmación no se trate
de descartar la posibilidad de que las influencias generales del medio
puedan acentuar o desviar los rasgos de algunas de ellas. Es posible
pensar que en muchos casos quizá la escuela pueda jugar un papel impor-
tante en su diferenciación. "En el caso especial de la mentalidad
egocéntrica, se pregunta Ponce, ¿la escuela moderna no habrá contribuido
un poco a reforzarla? El deseo de acercarse hasta la mentalidad del niño
82
Ob. cit., pág. 358.
¿-no habrá inducido a rebajar la enseñanza hasta su propio nivel?" 83.
Creemos que eso puede suceder. ¿Cuál es la misión del maestro sino la de
convertir la monte infantil, tanto como sus sentidos, en una mente y
sentidos adultos mediante un proceso gradual de evolución? ¿Es
conveniente, por otra parte, conservar al niño en el infantilismo más del
tiempo que naturalmente debe estar?
Los modernos planteos nos han demostrado claramente que su
inteligencia se desarrolla de acuerdo con una sucesión de etapas que el
niño las va viviendo y trascendiendo una por una, y que evitar alguna de
ellas con un salto intempestivo, por pura precipitación utilitaria, es contrario
a la más completa realización del adulto futuro. Sólo será un verdadero
hombre, se dice corrientemente, aquel que ha sido totalmente niño. Por
otra parte el enunciado que recomienda al educador adaptarse totalmente
a la psicología del niño, o el que recomienda ir más allá del propio niño
para lograr todavía un mayor estímulo, no son tan vagos como para que
nos ofrezcan dudas al respecto. No hay ningún temor en aceptar la primera
recomendación. Los intereses de los niños más que satisfacciones totales
a sus necesidades, deben ser, como señala Dewey, puntos de partida de
las potencias en desarrollo espontáneo. Claro está que este criterio en
lugar de inmovilizar el espíritu niño, anota Claparéde, lo dinamiza. Todas
estas cuestiones que el psicólogo aludido ha planteado en cinco o seis
interrogantes fundamentales84, nos aseguran datos precisos en muchos de
los aspectos que aquí nos importan, y en especial en el caso determinado
de nuestro encuentro con una tendencia nociva en el niño, lo que nos pone
en la obligación de tratar de desviarla, mediante conocimientos adecuados,
reemplazando esa nociva por una buena, o como dice Freud en su
lenguaje pansexuallsta, "sublimar las tendencias perversas". Esto, en la
mayor parte de los casos, y sobre todo en esta materia, será nuestra
verdadera función.
83
Aníbal Ponce, La evolución de la inteligencia, Buenos Aires, 1930.
84
E. Claparéde, Psicología del niño y -pedagogía experimental,
Madrid, 1916, pág. 150.
85
Para completar la mayor parte de los aspectos a que se refiere
este libro, es necesario consultar la obra del autor La expresión
creadora, Buenos Aires, 1950.
Antes que nada, el lenguaje en el niño es su más valioso instrumento
expresivo. Lleva en su cometido una función social de comunicación con su
medio y sirve, además, para establecer el comercio entre sus sentimientos
y pensamientos con los del medio circundante, realizando así la integración
de lo psíquico a lo físico, totalmente. Por eso la expresión inherente a todo
ser humano, cumple en éste un proceso que puede ser creador siempre
que las condiciones pedagógicas, más que ningunas otras, lo permitan.
Toda persona lleva en sí dones expresivos, de ello no se puede dudar.
Pero esos dones pueden alcanzar originalidad siempre que las condiciones
educativas favorezcan estas posibilidades. Porque, además de esa
expresión corriente que singulariza en general a la especie humana, esa
que hemos llamado "exterior" —que tiene sentido de directa e inmediata
comunicatividad con personas u objetos—, además de ésa, existe la otra
que incluso puede tener raíces subconscientes y que sirve para totalizar,
más que completar, la expresión general de la persona. Esta expresión, no
muy corriente en las personas, es, sin embargo, la que responde a la
intimidad psicológica del hombre y alcanza, por consecuencia, ciertos
rasgos más determinados en el drama de traducirse o de encontrar las
formas de su traducción. Aquella expresión que empieza siendo orgánica
casi exclusivamente (las primeras manifestaciones, del balbuceo en ade-
lante), si sigue el proceso lógico de su propia experiencia, acabará por ser
creadora, se entiende, si no obran en su contra los factores generales de la
presión exterior, entre los cuales, los de la literatura infantil son de los más
tenaces.
Si con la primera expresión el hombre tiende a conectarse con el medio,
a socializar su influencia, con la segunda trata de jerarquizar su persona,
es decir, de desentrañar en el individuo más el medio las más íntimas
posibilidades de particularizar su conocimiento o experiencia. Si el afianza-
miento de una expresión del niño tiene importancia, es porque es capaz de
poner en movimiento "el cauce virgen de las impresiones personales y
vivientes que reposan en el alma de cada ser y que, ordinariamente,
sombrean en la esterilidad o encuentran su expresión en palabras de
formas impersonales", es decir, de formas que no traducen ni su expe
riencia ni su conocimiento ni su actualidad. Y si para los hombres la palabra
resulta un resumen de la dura experiencia de muchos siglos de
estructuraciones, ampliaciones o simplificaciones lógicas, es porque es el
símbolo de más alta alcurnia en la escala zoológica. Una lucha por
poseerlo, identidad misma del niño, será su juego apasionante desde que
inicia su tanteo de vocablos hasta que alcanza "su estilo", esa manera de
decir que es la característica de los que han podido trascender de las
imposiciones formales impersonales.
¿Cuáles son los rasgos esenciales de esa palabra que usa el niño? Casi
uno de los primeros, la aparición en su léxico de elementos totales de
valorización como por ejemplo la imagen. Si antes era el sonido de su casi
exclusiva preocupación, tan pronto sea capaz de representaciones y
todavía "de generalización de representaciones", como dice Meumann,
será la imagen la que le preocupará. Lo que también al principio fue simple
aprehensión de la cosa que continúa, más tarde, siendo una repreentación
con "algo de las cosas", ahora ya estará más allá de las cosas mismas.
Cuando intervienen los elementos psíquicos más complejos, esa
representación que se propone el niño "es como una nueva libre
combinación de elementos libres de anteriores aprehensiones en una
nueva unidad representativa y entonces la llamo fantasía o representación
imaginativa" 86
Es la imagen como un exacto gráfico de nuestra voz interior más íntima y
justa en la traducción de la realidad que queremos expresar. Primero es en
el niño atributo comparativo por necesidad o por simple pobreza de
lenguaje; después se convierte en necesidad expresiva por ser el elemento
que mejor se adapta a su psicología diversa, cambiante y realista, la que le
resulta más fiel para sus traducciones íntimas, para las reacciones
sensoriales de los más íntimos movimientos interiores. El niño sin coerción
expresiva sabe que solamente por la imagen es capaz de dar una
impresión acabada de lo que hiere en profundidad a sus sentidos o a su
razón. Una niñita de cuatro años, observando unos ojos celestes y
húmedos, dijo que le parecían "una uvita pelada", traduciendo así lo más
totalmente posible tal semejanza. Niños diversos han expresado: como
totalizaciones del mayor silencio: "el cielo es la fuente desbordante de
silencio"; del acercamiento insensible de algo: "la noche se acercaba como
un gato"; de la alegría o tristeza que produce un hecho en su alma:
"cuando empiezan a tocar el piano es como si me regalaran una muñeca;
cuando cesan de hacerlo, es como si me la quitaran", etc. ¿Cuáles
expresiones, que no fueran estas imágenes tan exactas, serían capaces de
traducir tan íntima y particular, como umversalmente al mismo tiempo, un
sentimiento bajo formas casi enteramente plásticas, casi totales? Por estas
razones justamente sus imágenes son más gráficas que las del propio
adulto, tienen más materia, a la par que se mueven en un clima de una
aireación lógicamente infantil, incomparable con la de los mayores. Por
esta razón, para el niño, la imagen precisa, que sea capaz de traducir sus
conoceres o experiencias plásticas, será siempre más apetecible que la
palabras directa, esa abstracción repetida, agotable al examen y finalista.
86
Meumann, Compendio de pedagogía experimental, Barcelona,
1924, pág. 144.
Por otra parte, con el criterio de esta evolución, el niño no hace más que
repetir el movimiento de los pueblos primitivos en la formación de su
poesía, la de su conocimiento. Sus principios son imaginativos. Sus
mejores voces, sus leyendas y mitología, las formas esenciales de sus
cuentos populares, están traducidas en imágenes. Por medio de la imagen,
además, se alcanza jerarquía expresiva, forma artística de la expresión,
cúspide del arte. No existe arte sin imágenes y la imagen, nos valemos de
la exacta definición de Kirpotin, "es una reproducción condensada,
comulgada, de la realidad" del niño. "El contenido del mundo real se
manifiesta en la imagen"; con lo cual, además de mostrar el más
importante de sus aspectos, su síntesis, nos ofrece su génesis: la propia
realidad. Por eso cuando las sociedades pervierten sus formas estéticas,
se vuelven obscuras en su expresión, abusan del símbolo en sus alegorías
más intrincadas. El símbolo, entonces, ya no es aquella transparente
expresión de los pueblos puros o de las formas populares decantadas, sino
"el peldaño para entrar en lo irreal, en lo místico"; no es un instrumento que
sirve para entender a la realidad, como lo es la imagen, sino un medio que
sirve "de salida" de la realidad precisamente 87.
La imagen aparece en el niño tan pronto como se organiza su lenguaje.
La generalidad de los psicólogos explican la intromisión de ese elemento
en su lenguaje, por pobreza. No descartamos lo que hay de verdadero en
esta afirmación, pero agregamos que además es por necesidad de síntesis
expresiva. Hay una palabra que establece, antes que ninguna otra, la unión
de los conceptos: me refiero al adverbio como, palabra que, más que un
ornamental atributo comparativo, realiza la función de columna
arquitectónica; enraizada al suelo sostiene el techo. Primero por pobreza,
si se quiere, después por costumbre, el uso de este como determina una
relación plástica que es capaz de traducir más fielmente que ninguna otra,
su emoción sensible ante un asunto determinado. En este trance su
expresión es casi totalmente objetiva. Pero sus sucesivas experiencias le
irán transportando a nuevos planos y un buen día este como desaparece
de su lenguaje en su función conexiva, pues el niño ya es capaz de traducir
sus matices interiores sin ella "porque si lo que parece es, explicaba una
niña en el caso de la segunda palabra conexiva {parece), no tengo que
poner parece o como sino es..." Es en estos momentos en los que ya
muy sabiamente, crea, con objetos y animales, entidades humanas,
animizadas. Al uso de: "el mar es como una mesa", sucederán estos
paisajes; "todas las cosas están quietas y el pan dorado posa su chata
cabeza sobre la callada mesa"; es decir, un pan con cabeza chata, una
87
V. Kirpotin, El realismo socialista , Conferencia de Escritores
Soviéticos, Montevideo, 1935, pág. 128.
mesa como una persona callada. O este otro: "tierra arada, de tus ojos
brotan verdes plantas de este trigo. En tu corazón, etc.", o lo que es lo
mismo, una tierra con cuerpo humano, una tierra-persona. Una a una, así,
se van sucediendo en su lenguaje las palabras conexivas, funcionales,
hasta que, en determinado momento, como nos decía aquella niña, el
lenguaje es ya no el retrato del dibujo, sino el dibujo mismo, libre de tutelas
y en libertad de concepto.
Quiere decir que, desde muy pequeño, el niño es sensible al lenguaje
imaginativo. Con más de tres años, por lo general, todos los niños
comienzan el período "de la tabulación" —período que Waddle lo señala
como perfectamente desenvuelto ya en el tercer año—, ilustrando con
acierto sus realidades convencionales y personalizando lo abstracto con
esas mismas realidades. De esta edad, en adelante, el idioma del niño es
una imagen continuada. Y se explica que ello suceda de este modo si se
afirma que con la imagen, además del conocimiento del hecho, se da
también su actividad, su dinamismo, con lo cual se descuenta que éste es
el camino más lógico para traducir un conocimiento que va naciendo de la
realidad actuante. Todos los niños sin excepción, usan, pues, la imagen. Su
ausencia en el lenguaje debe informarnos de posibles anomalías. A veces
esa anomalía está en el propio medio en el que se desenvuelve y crece su
personalidad. Todos saben que el ambiente en general: casa, escuela,
calles, paseos públicos, cultura, es trivial, anodino como expresión, repetido
como lenguaje. Todo parece estar organizado para sus sentidos en base
de una misma repetición abusiva, sin originalidad: letreros, revistas,
periódicos, carteles, libros. Las lecturas que le nutren suelen ser tinas
calcadas de otras, a veces hasta con los mismos errores y todas con el
mismo sello de insipidez o gazmoñería falsamente infantil, desde las mal
llamadas "revistas para niños", hasta los textos escolares que suelen
presumir de conocimientos psicológicos de la infancia. Hay poca cosa a su
alrededor que le obligue a superar su propio entendimiento y lenguaje, a
aguzar su ingenio para desentrañar la novedad, en una palabra, que le
obligue a "penetrar". En cambio abunda lo que llamamos "lo cursi infantil".
Pocas veces nos encontramos para su nutrición con hallazgos personales,
de cierto substancioso imaginismo, que limpie las corrientes vulgares y cree
sugerencias más profundas en el alma del niño. Todos estos antecedentes
conspiran contra su imaginación, la que se ve privada de emulsionadores.
Por otra parte, tampoco los maestros, en la medida de sus poderes, lo son.
Ni sus familiares ni ninguno de los instrumentos sociales que están en
contacto con él. Todos estos inconvenientes van obstruyendo su expresión
más honda y total, van inhibiendo los cauces fundamentales de su psique y
preparando el drama de la adolescencia futura, el drama de su inenarrable
ambición y angustia expresivas.
¿Cuál ha de ser su fisonomía interior entonces? Cuando es pequeño y
empieza a componer su mundo por medio de imágenes, a componer la
explicación de ese mundo que va entendiendo, los adultos se suelen mofar
de sus "invenciones", o en otro caso festejarlo como "locuras" o "salidas".
Para contrarrestar estos desvíos se les colocan sucedáneos: castigos o
recompensas, tóxicos con los más diversos rótulos (entre los cuales
determinada literatura cumple un fin específicamente intencionado), etc. A
medida que el niño crece y se desarrollan sus expresividades, todas estas
causas le obligan a irse recogiendo dentro de su concha frente a un peligro
inminente. El niño es esencialmente púdico y temeroso, por eso ha de
dejar apenas para sus juegos libres, la exaltación de sus imágenes,
muchas veces ya las de imitación, ni siquiera las que se hubiera querido
componer. Escolar más tarde se encuentra con un ambiente, un maestro y
un libro que no son los que ambiciona. Un ambiente coercitivo, áspero y
banal, antes que liberador, amigo y original; un maestro, que las más veces
es carcelero y déspota, dictador antes que presidente, enemigo antes que
camarada, transmisor antes que receptor; un hombre que si se le pregunta
no contesta, que si tiene ganas de contestar no es capaz de hacerse
preguntar; se encuentra con un enemigo; y como necesidad de saber, con
el desencuentro formal y la medida inexorable a su sentido; un libro que es
calco desmejorado de libros de otros países, el que a veces ni siquiera ha
sido adaptado a su medio, a su realidad y a su aspiración. Un libro frío, sin
interés para su imaginación, desprovisto de luz y gracia para sus ojos. Un
libro que nunca será como el que pedían los niños puertorriqueños a Juan
Ramón Jiménez, o aquel que me pidió una niña que fuera "como las alas
del mundo..." y cuyas palabras "las leyesen los colibríes si supiesen leer",
como dice Martí en La Edad de Oro.
De este modo su caracol se sigue cerrando. Cada día que pasa, su
soledad se torna más recóndita, se vuelve más atormentadora la
incomprensión para sus aspiraciones, más negativo para su expresión el
ambiente en el cual se mueve. Si se entrega a algo, por fuerza ha de ser a
lo prohibido, y es casi por reacción, precisamente. Otras veces su nervio-
sismo contenido explota en manías, desórdenes o impulsividades
incorregibles: es la forma lógica de su defensa. Freud ha estudiado cientos
de casos que no son más que producto de estas contenciones. Y la mentira
encuentra su aliada más importante entonces. Su mentira lleva "una
finalidad utilitaria y le sirve para defenderse o atacar", dice Ponce con
acierto88, como estudiaremos más adelante. Miente por necesidad de
ayuda y fabula por deporte: es la tabulación la madre que le alimenta y le
entiende. Cuanto mayores sean sus medios para expresarse y más
limitados los horizontes de sus posibilidades para hacerlo, mayores
perturbaciones generales experimentará su psique, mayor disipación
mostrará en lo que realiza, porque el niño tiene que encontrar, en alguna
forma, una vía de descarga para sus complejos expresivos que no son
menores que ninguno otro. Luego, adolescente, sin un esqueleto que le
vertebre, sin dominar su instrumento de relación, la primera corriente social
le zarandea, las demás lo destrozan. Para lo que debió haber sido en la
vida cuando menos razón y sentimientos equilibrados, no va a tener más
que la máscara, pero ridicula; esa personalidad que le dieran familia,
escuela, sociedad. Debajo de su máscara, de la persona 89, no subsistirá
más que un gran mar de confusión y una turbera de contradicciones y
trivialidades. Y como concepto, nunca sobrepasará del fatalismo que viva, y
no podrá hacerlo por haber perdido la raíz de sus sentimientos que estaban
en el lenguaje, en "su lenguaje", el instrumento total que era capaz de
traducir su mundo, síntesis de la realidad que vive, de la tradición que
gravita sobre él y de las nuevas aspiraciones del individuo que se perfila en
el medio. El lenguaje, que para llegar a ser expresivo, como dice Bally, ha
de tratar "de reflejar doble función" 90. Entender este lenguaje, ser capaz de
aprovechar esta dimensión de la imagen y construir con la base de este
conocimiento sus lecturas, es materia de nuestro trabajo. Por eso no
podíamos prescindir de este capítulo. Entre los caracteres de la literatura
infantil, dijimos que el lenguaje era esencial. Es que en su raíz está
implícita la forma de su drama. Una literatura que no contemple esa verdad
no alcanzará a identificarse con el lector infantil.
Entre todos los aspectos de la psicología del niño, quizá ninguno tan
importante como la imaginación a la cual Brodie, ya en 1859, consideraba
como "una facultad sorprendente —fuente del genio poético—, instrumento
que hace posibles los descubrimientos, etc", y que sirve para caracterizar
tan poderosamente al niño. "En ser esclavo de las propias creaciones
88
Aníbal Ponce, Problemas de la psicología infantil, ob. cit., Pág.
132.
89
Persona significa originalmente, la máscara (gr. proson) que el
actor griego llevaba en el escenario y que caracterizaba el papel por él
desempeñado.
90
Ch. Bally, El lenguaje y la vida, Buenos Aires, 1941, pág. 23. Este
libro es de absoluta y necesaria consulta. Editorial Losada, Buenos
Aires.
consiste la nota característica de la niñez", dice Margarita Mac Millan 91.
Sobre la importancia que tiene esta actividad en la vida del niño no hay un
solo psicólogo que no esté de acuerdo y son miles los estudios realizados
en tal sentido. Meumann, por ejemplo, la considera a la par de la memoria,
como "la primera actividad con la cual su conciencia elabora los materiales
adquiridos con las representaciones intuitivas y las hace su propia posición
intelectual porque disuelve las conexiones aliadas en las representaciones,
y forma nuevas combinaciones de ellas; anima sus juegos, llena todos los
objetos que le rodean, todas las personas y sus acciones, con los procesos
de personificación y traslación peculiares al niño; pero mezclándose
también a la fidelidad de su recuerdo en el testimonio de lo experimentado
y aun en las aprensiones de los sentidos, se convierte en pernicioso
manantial de sus errores y de las tan sorprendentes mentiras de los
niños"92. Claparéde, por su parte, afirma que la imaginación desempeña un
papel inmenso en la vida del niño, mezclándose a todas sus ocupaciones.
Con ella "anima las cosas, personifica las letras del alfabeto, se atribuye las
personalidades más diversas y transfigura la realidad hasta ilusionarse a sí
mismo"93.
Si resulta erróneo suponer que infancia equivale a imaginación, porque no
es en ella precisamente cuando más alto
grado alcanza, ni es en la etapa que mejor se desenvuelve, no sucede lo
mismo al pensar que la mayor parte de su vida está ocupada por este
poder psíquico aunque a veces su evolución se retarde por causas
orgánicas o psicológicas, cuando no por el despropósito de la educación
que en vez de dirigir o estimular todo impulso imaginativo del niño, coarta y
destruye cualquier indicio de fantasía en su vida. Es todavía dudoso el
afirmar que los niños tienen por reales los productos de su fantasía.
Parecería que en los muy pequeños esa creencia fuera cierta. Con
Meumann podemos considerar la fantasía como un carácter positivo de la
actividad, definido por los siguientes rasgos: el contenido de la
representación y pensamiento que interesan como tales, el contenido de la
representación que substituye de un modo peculiar a la realidad y a la
actividad de la fantasía que se dirige en cierto modo a resolver anteriores
enlaces de representaciones o ideas y a construir otras por combinación. El
mismo autor, deduciendo de sus anteriores conclusiones, extrae los
caracteres que hacen peculiar a la fantasía infantil, como por ejemplo: "que
la fantasía del niño trabaja más pasivamente y vagando sin plan, que
activamente y con plan; más intuitivamente que de un modo abstracto;
91
Margarita Mac Millan, ob. cit., pág. 7.
92
Meumann, ob. cit., págs. 152 y 153.
93
E. Claparéde, ob. cit., 447 y 448.
más subjetivamente, sin crítica y de un modo arbitrario, que con
subordinación al juicio crítico, y por eso su fantasía parece ser entonces
principalmente viva y productiva ... El niño es más fantasioso que de
fecunda fantasía. La actividad fantástica es, por ende, más bien repro-
ductiva e imitativa; su animación del mundo al exterior, las historias que
ejecuta con palitos y muñecos, son repeticiones de anteriores
experiencias, principalmente de acciones y situaciones que ha observado
en los adultos" 94.
Para este autor, así, la fantasía del niño posee aquella actividad interior
que él designa con el nombre de reproductiva, pero tiene casi siempre lo
que Wundt llama fantasía combinatoria" y que negaba como existente en
los niños. Si sucediera como piensa Wundt, la misión educadora tan
importante mediante esta condición psíquica, perdería todo su valor y no
serviría para la liberación del espíritu del niño como evidentemente sirve.
Combinar imágenes, representarlas, enlazarlas y refundirlas para obtener
nuevas representaciones, etc., es trabajo que traduce la importancia
pedagógica de esta actividad psíquica del niño. Así lo han entendido las
modernas corrientes educativas fomentando toda acción espontánea en el
niño en el trabajo escolar e impulsando todas sus posibilidades expresivas
con el juego de esta función.
Y todavía habremos de considerar dentro de este problema general de la
imaginación, el importante capítulo de su etapa creadora, esa imaginación
que no se sabe bien a qué edad, ni en qué forma y circunstancias
aparecen en el niño, como se pregunta Ribot en el principio de su capítulo
sobre esta clase de imaginación95. No cabe duda que esta etapa es
trascendental en el niño. Su evolución ofrece cuatro momentos bien
diferenciados que han sido la base de la cual han partido los psicólogos
hacia nuevos horizontes de investigación. El primero, según el autor
francés, consiste en el paso de la imaginación pasiva a la imaginación
creadora, o dicho con las palabras de Queyrat: "estriba en la percepción
ilusoria de las cosas por el niño", como dice en su libro sobre los juegos
infantiles, siguiendo a Ribot96. Un segundo momento que se caracteriza por
la presencia del animismo o animación de todas las cosas, estado cuya
naturaleza Ribot determina mediante el siguente proceso: el primer
elemento de su mente es una idea fija, o más bien, una imagen o un grupo
de imágenes que se apoderan de la conciencia y excluyen todo lo demás;
esta idea tiene por sostén "una realidad que ella encierra" que es la que le
94
Meumann, ob. cit., págs. 154 y 155.
95
Th. Ribot, Ensayo acerca de la imaginación creadora, Madrid,
1901, pág. 117.
96
F. Queyrat, Los juegos en los niños, Madrid, 1928, pág. 8.
confiere objetividad a la creación imaginaria y la incorpora al mundo
exterior, y, finalmente, un "estado de creencia" de la imagen gracias a los
atributos de la realidad que sirvieron a su animismo 97. Por lo tanto,
ratificando a Dugald Stewart, Ribot deduce que "la imaginación va siempre
acompañada de un acto de creencia, sin que, cuanto más viva sea la
imagen, se crea menos en ella, pues es todo lo contrario lo que ocurre; la
concepción (representación) exige el convencimiento tanto como la
sensación misma"98. Un tercer momento es el de los juegos, los que al
pasar de los animales a los niños, como creación, ganan en complejidad y
se intelectualizan, son, además de una simple combinación de
movimientos, una combinación de imágenes. Y un cuarto momento, en el
que aparece "la invención novelesca que exige una cultura más refinada,
siendo su creación puramente interior y toda ella compuesta de imágenes",
como explica Ribot99, aptitud ésta que aparece de los tres a los cuatro
años, justamente en la edad en que el niño entra en contacto con el
maestro, la escuela y el libro. Es en dicha edad cuando comienza su gusto
por los cuentos y leyendas, cuyo mecanismo veremos más adelante, los
que le absorben totalmente y los que reclama hasta la saciedad. En
resumen: se puede afirmar con el mismo autor, quien mejor ha estudiado
este problema, que "la imaginación es la facultad soberana y la forma más
alta del desarrollo intelectual; trabaja en dos direcciones: en la primera y
principal crea los juegos, inventa las novelas y extiende el lenguaje; en la
otra dirección, que es secundaria, contiene un germen de pensamiento y
arriesga una explicación quimérica del mundo, que aún no le es dado
concebir según nociones abstractas y las leyes de la naturaleza" 100.
105
A. Ponce, ob. cit., pág. 132.
agregados en sus narraciones biográficas, en las que se notan
superabundancia de detalles imaginarios, y que están ahí presentes por
muchas razones, entre las cuales no es ajena siquiera la vanidad,
sirviéndole para completar la mise en scéne de su relato como asuntos
que lo enriquezcan y adornen aunque escapen a la realidad viva. Si es
propio incluso del adulto ¿cómo no serlo del niño que carece de vida social
a que nos hemos referido? Algunos psicólogos han negado y otros han du-
dado de que el niño crea en su propia fabulación. Sin embargo, afirmado
en la fórmula de Baine: "creer es, en efecto, prometer actuar", se puede
asegurar por lo menos, que si el niño no cree esencialmente en su relato,
vive su ficción con un extraño gusto real como la vive el hombre. ¿No es la
alucinosis estética, tan corriente entre los artistas al punto que Balzac
llegó a tomar por absolutamente cierto algún ofrecimiento que realizara
bajo ese estado —como aquel del caballo amaestrado a Sandeau y sobre
el cual le interrogara ávidamente—, no es una ratificación de esta creencia
en nuestra propia fabulación?
Juego o deporte, la fabulación en el niño, más que otra cosa y desde un
punto de vista rigurosamente científico, "es el producto natural de una
memoria insuficiente que nos muestra en toda su riqueza la mentalidad
aún no socializada del niño y extraña al contralor de los demás, ajena a la
crítica, orgullosa de su mismo aislamiento, la fabulación infantil tiene como
las construcciones de la magia su más honda raíz en el deseo: a ese
parentesco profundo, los magos habían sospechado obscuramente, y todo
el complicado edificio de la magia reposaba para eüos sobre la fe en la
virtud creadora del deseo, que los oráculos de Zoroastro simbolizaban por
un niño de anchos hombros"1. Por ese campo, en especial en su
insatisfacción, ha caminado toda la especulación freudiana.
107
Queyrat, ob. cit., pág. 40.
convertirle en igual del adulto; en este transcurso en que el niño lucha
desesperadamente para no perder su originalidad y convertirse en adulto
en miniatura; en que "trata de crecer por fuera pero conservarse niño por
dentro", como sabiamente me dijo una niña aun en este período, la
literatura debe ser tan cuidadosa en su cometido como en los períodos
anteriores. No es sólo la "inteligencia práctica", como se afirma, la que le va
a dar unidad conceptual a la inteligencia infantil; es, además, la posibilidad
de manejar sus instrumentos en el comercio de sus relaciones sociales, de
la mejor y más potente manera posible. La literatura que le sirve para ir
graduando las etapas de esta inteligencia progresiva, es también de sus
instrumentos de lucha y de recobración. Instrumento cuyo uso no debemos
amenguarlo en ningún instante. La evolución de la inteligencia se cumple
inexorablemente. Es inútil exigir un pensamiento abstracto en un niño de
ocho años, pero es evidente que un inteligente manejo de los instrumentos
que utilizamos —en este caso la materia que nos ocupa—, colaborará para
que el niño trascienda más armónicamente, si no más rápidamente, las
etapas de esta vinculación. Su mentalidad sincrética, animista, mágica y
artificialista, especie de caos y transitoria vuelta hacia el pasado de la
especie, es, no obstante, como un resplandor en el que extrañas luces
brillan. Nuestro entendimiento debe ser capaz de verlas y no apagarlas por
oficio de bomberos inexorables, en nombre del adulto que nos preocupa
obtener, sino de ser capaces, incluso, de multiplicarlas. Con ello habremos
conseguido lo que el niño quiere que sea la escuela cuando la sueña a su
gusto, como me lo advertía una niña, cierta vez: "un cielo en el que cada
día se encienda una estrella más..."
Capítulo III
109
Henry Wallon, La mentalité primitive et celle de l'enfant, Revue
Philosophique, París, diciembre de 1928, pág. 83.
110
Ob. cit., pág. 84.
111
Ob. cit., pág. 84.
apreciación de las causas", y por otro: "su sistema de representaciones y
de explicaciones en el cual el principio es totalmente extraño a la realidad
de las leyes físicas..."3. En el olvido de esta importante noción está, para el
psicólogo francés, el nudo de muchos errores en la apreciación de tales
semejanzas. No porque el mito provoque la vuelta de determinados efectos
en el niño que le han asombrado, cautivado o excitado, agrega, o porque
su respuesta a determinadas circunstancias sea perfectamente adecuada,
es posible sacar en conclusión que su espíritu ha asimilado la idea de la
causalidad... Las objeciones que plantea Wallon en su estudio analítico,
terminan por significar que se puede arribar a que ciertas creencias les son
comunes y que la posibilidad de estas mismas creencias en ambos debe
hacernos suponer condiciones mentales semejantes.
Piaget, no obstante, al estudiar las nociones de causa y de ley en el
niño, en sus conocidas obras, una de las cuales sirve de base a uno de
nuestros capítulos 112, reafirma muchas de las semejanzas de Levy Bruhl,
como hemos podido ver al tratar el desarrollo de la inteligencia en el niño.
En su estudio sobre sus etapas realista, animista y artificialista, vemos
claramente cómo surgen estas semejanzas, muchos de cuyos aspectos,
psicológicamente, los destacaremos a continuación.
Desde un punto de vista estrictamente psíquico, la vida comienza en el
niño —la evolución que ahora nos interesa— mediante la aparición de las
sensaciones, los más simples elementos de esa elaboración psíquica.
Serían ellas las que condicionarían el interés del niño por la literatura, el
gusto que señalará sus preferencias y que irá cambiando a medida que su
estructura psíquica evolucione. Sólo por el gusto —dice Scheid—, que es
una emoción, se comprende el interés puramente literario de una obra. "El
gusto, en donde se conjugan y afinan todas las facultades del espíritu,
participa del crecimiento y de las modificaciones del propio espíritu"113, cosa
que parece cierta. El gusto comienza así, en estas sensaciones, que son
los primeros y verdaderos elementos de la vida real del niño. Pero como
estas sensaciones son, como se sabe, elementos muy simples, condicio-
nan, por tanto, un gusto muy simple y directo, casi exclusivo para los más
inmediatos sentidos, máxime si se tiene en cuenta que los niños son tipos
"de naturaleza unánimemente vibrante". Sus vidas no están, como las
112
Además de La representación del mundo en el niño, Piaget
publicó también La causalidad física en el niño, Madrid, 1934, en
cuyo libro estudia la física del niño y analiza las explicaciones que éste
se da no sólo del origen de las cosas, sino de los detalles de los
fenómenos y de la manera cómo se transforman, así como de sus
movimientos.
113
Scheid, ob. cit., pág. 1.
nuestras, "seriadas". Toda idea, en ellos, se convierte en acto, y todo
movimiento, en emoción 114.
Los niños son, así, el tipo justo para entrar en contacto con la literatura
que recoge en notas vigorosas la vida total; sentimiento, imaginación,
acción; esa literatura que se puede transformar en mímica por la actividad
que entraña; que se la puede cantar; que hace ver y sentir, y en donde
cuerpo y alma entran en el campo de su profunda sugestión. Tal es la
poesía primitiva, la primera que más fuertemente puede emocionar al niño.
Sintética a la par que sincrética, características del psiquismo primigenio de
los pueblos primitivos. Sintética, es decir, de percepción global y reducida a
lo fundamental; sincrética, porque sus razonamientos no son nunca
explícitos, cosa que corresponde, por otra parte, a las demás
características psicológicas de este tiempo: inhabilidad a toda atención
interna más o menos sostenida; incapacidad para separar las sensaciones
que obran sobre él, de conocerlas claramente; incapacidad de emociones
sutiles, "de todo impresionismo y de diletantismo de la sensación",
rehuyendo todo encuentro con estos elementos.
Son así propias para el niño las escenas sobrias, los epítetos fuertes y la
emoción inmediata que proporciona Homero. En esta etapa, el niño tiene el
exacto gusto del primitivo, gusto que Scheid llama clásico, y lo tiene no sólo
por una impotencia de análisis, sino por falta de enriquecimiento de su
espíritu1. Como sus sensaciones son directas, sus emociones han de ser
netas. Y a medida que éstas se desarrollan, la literatura debe ir
proporcionándoles sensaciones cada vez menos sintéticas, menos precisas
y tendiendo siempre hacia lo delicado. En este comienzo, la palabra lleva, o
ha de llevar, en sí misma la sensación, por las propias características de
captación difusa que tiene el niño. Sólo lo excelentemente descartado de
todo aditamento de color o forma o sonoridad, es capaz de interesarle en
esta etapa: en una palabra, la exacta aventura, traducida por la palabra
justa con una emoción auténtica, es lo que puede ser capaz de despertarle
la sensación puramente literaria. Los demás elementos que se encuentran
en la literatura —color, forma, sonoridad—, sólo más tarde irán entrando,
por su orden, en su gusto. Sintetizando, se puede decir que en este
período, en el que priman las sensaciones, el niño parte "de impresiones
ciertamente fuertes, más fogosas que penetrantes; la vivacidad de la
sensación antes que la precisión, la confusión antes que la riqueza.
Necesita, por lo tanto, más que ser iluminado, conmovido. Primero sensible
a la síntesis y al misterio poético, a las evocaciones fuertes y rápidas, a las
palabras enérgicas y simples, podrá ser fino, jamás refinado"1. Su gusto,
114
Ob. cit., pág. 2.
Ob. cit., pág. 4.
muy limitado, permanece siempre sano. Es lector de los escritores que se
interesan por las cosas mismas y no por las sensaciones que ellas
proveen. Su imaginación, en esta primera etapa, no gusta o entiende más
que de oposiciones o extremos. No discierne matices ni claroscuros, y no
es herido nada más que por colores netos y vivos. Para esta etapa,
finalmente, agrega el escritor aludido, le satisface la paleta de Homero:
para ellos, la noche es negra y el cielo es azul.
Si el sincretismo y la síntesis caracterizan un momento determinado de
su evolución, también el animismo, a veces al mismo tiempo, define y
peculiariza —como vimos anteriormente— una larga etapa. Es solamente
el animismo, "profundo procedimiento poético", el que le ha de reafirmar la
imaginación creadora y le ha de dar carácter propio; su rasgo fundamental
es el movimiento. Este paso de su espíritu es semejante al que crea los
mitos en el hombre primitivo, como veremos en seguida. Mas, si el niño le
da movimiento a todo, no discierne estos movimientos, y entre ellos
prefiere aquellos que puedan agregar variedad a la rapidez. De ahí es que
en ese momento gusten de los estilos de acciones netas, movidas con
personajes activos y cuyos gestos se tracen en líneas breves y justas. La
evolución de su sentido de la forma, en esta etapa, es todavía más rica y
larga. Y es un dato importante el que los niños alien en sus preferencias las
cosas menudas con las gigantescas, que son la medida de sí mismos o de
sus ideales, que anotara Casona, pero que no le gustan en conjunto 3. Du-
rante un primer tiempo, la imaginación provee espontáneamente los mitos
que combinan los aspectos de las cosas y nuestros pensamientos
personales. El mundo exterior no empieza, pues, a emocionarle, hasta que
no puede transportarlo a su interior. En la edad siguiente, el niño empieza a
percibir el mundo tal como es y trata de congeniarlo con el mito que le es
caro: o bien explicando por el mito el hecho real: ("la luna recorre la ciudad
cuando las gentes olvidan de encender las lámparas"), o ya sosteniendo el
mito de la realidad ("el sol se levanta y se acuesta") 115. No son, por tanto,
estos momentos los de ofrecer a los niños verdades psíquicas no
verificables, las que serán deformadas por su animismo.
Un nuevo paso ha de conducir a los niños a las alegorías que establecen
las relaciones entre lo concreto y lo moral. Los cuentos morales, las
parábolas, las fábulas, que son la primera filosofía de los pueblos jóvenes,
son también para los niños, las formas necesarias para las primeras ideas
éticas. ¿Y hacia dónde los conduce este camino en su evolución psíquica?
Para muchos ha sido entendido como un camino hacia la certidumbre,
hacia la adquisición de la verdad. De este modo se afirma que la evolución
115
lbid.
del espíritu y de ese gusto a que nos hemos referido, no es más que la
evolución del sentido de la certidumbre, que va desde la ilusión voluntaria,
por la ilusión voluntaria, hasta la afirmación positiva, siguiendo tres etapas
principales: la ficción, la verosimilitud y la verdad. Por ficción ha de
entenderse "la invención de un mundo que no está sometido a las leyes
necesarias y rigurosas de la realidad"2, en el cual el niño se siente libre,
incontrolado; el que le provee como si fuera un hecho auténtico, de formas
e impresiones y le sirve de ejercicio preparatorio. "Es por la belleza del
imposible como el niño puede ejercitarse, para sentir más tarde la belleza
de lo real. Por eso, esta ficción será su primera y más provechosa escuela
literaria. Luego, la evolución natural lo lleva a la necesidad de verosimilitud,
que es "la prolongación de lo real en nuestra imaginación", período de
vacilaciones para el niño y el adolescente, y de eterna lucha, ya que "lo
posible, para él, no es más que lo que él desea, lo que él sabe, lo que él
es" 116. Y todavía más tarde, la experiencia ensanchará el campo de su
espíritu: lo posible ya no tiene la medida en sí mismo, como antes. Es que
su mente, entonces, empieza a pertenecer al dominio de lo adulto.
Podría anotarse, todavía, como identidades de pensamiento entre el
primitivo y el niño, la posibilidad que tienen ambos de proyectar en el
mundo exterior parte de su personalidad, objetivándola de tal manera, que,
en adelante, ya no será reconocida como formando parte del yo, cosa que
ha observado el doctor Sanchiz Banús, en su estudio sobre la
psicopatología y los cuentos infantiles 117. Por esta razón es posible para
ambos, la existencia de las hadas, de los espíritus, etc. —afirma—. Es
posible ese país encantador de la fantasía, "cuya apariencia es tan absurda
—dice—, y cuyos fenómenos obedecen a ciertos principios de vigencia
eterna en la vida del espíritu". Tal mundo sería, así, "la proyección
ambiental de los propios temores y deseos", los que no se manifiestan
como son, como cosas nacidas dentro del propio espíritu de quien las
siente, sino que, en virtud del transitivismo (facultad por la cual la
personalidad puede descomponerse en fragmentos y proyectarse al mundo
exterior independiente de su matriz, que los considera extraños a ella), se
proyecta sobre la realidad ambiental y adquiere personalidad aparte, como
seres que gozan de una vida propia" 118.
119
Ob. cit.
más o menos lejano explotan en anomalías de la índole más diversa. En
general, la pedagogía de nuestro tiempo, con su frialdad, con su aridez y su
mentado practicismo, tiene todas las características "de una caza del niño",
de un método cruel para vulnerar la infancia y producir hombres que llevan
dentro una puerilidad gangrenada"120. Y todo ello —insiste Ortega—, por
querer suplantar el paisaje natural del niño con el medio que rodea a las
personas mayores, por querer desencariñarlo de las realidades que
construye su sensibilidad.
Lo afectivo, de este modo, juega un papel esencial en el desarrollo
psicológico del niño. Y la máxima virtud de una literatura infantil está en
que actúe sobre los sentimientos, produciendo emociones que se clasifican
entre las funciones psíquicas internas más profundas. En cierto modo, claro
está, se puede explicar esta reacción de la pedagogía en contra de la
intervención de los sentimientos en la cutlura. Es que para la filosofía
utilitaria y mecanicista, los sentimientos parecerían carecer de una utilidad
externa, como advierte Ortega y Gasset. Es posible, que sea cierto, porque
cualquier sentimiento es función interna y responde con su eficacia "al
centro íntimo de la vida". Toda reacción a los sentimientos actúa como
corriente eléctrica, al decir del autor de El espectador: "Presentad al niño
la imagen de Hércules echándose al hombro el Toro de Creta, o a Ulises
sonriendo desde la marina mientras el Cíclope aúlla de dolor con el asta
astuta clavada en la frente: en la fontana vital del niño se produciría un
estremecimiento y de él brotará a poco una fluida oleada de cálida, irreal
materia, e inundará el volumen entero de su alma. Es el entusiasmo
ardiente, ráfaga íntima que cruza nuestro paisaje psíquico con todo el
dinamismo exaltador de una primavera momentánea. Las proporciones de
la psique que acaso estaban entumecidas y como solidificadas vuelven a
licuarse y fluir bajo el nuevo calor. Nos parece haber perdido el peso, nos
sentimos capaces de todo, e inertes un momento antes, advertimos con
sorpresa de nosotros una súbita posibilidad de heroísmo" ¿.
Es esta literatura infantil, pues, la que ha de provocar tales reacciones en
el alma infantil. Sea ella realista o fantástica; esté condicionada por
absurdos factores o por motivos familiares, en cualquier caso, ella será
siempre parte integrante del hombre pleno. "No será sólo como un pris-
mático archipiélago al cual retornan los poetas o los niños que jamás
han crecido", según la curiosa, cuando exacta definición de Delattre. Ella
constituirá el cimiento mismo del individuo, y, por ende, el de un pueblo
entero. De ahí la importancia que en algunos países se le ha dado a esta
materia desde un principio. Inglaterra es un ejemplo de cómo se han
120
Ob. cit.
preocupado por dotar a sus generaciones de determinados caracteres,
aprovechando su psicología, gracias al influjo de esta materia. Cada una
de las ramas de literatura infantil en ese país ha tendido a la preocupación
de precisar "en un haz armonioso, los múltiples componentes del
temperamento inglés. Se la percibe como en un esquema exacto vuelto a
sus líneas generatrices y a sus ejes esenciales, libre todavía de toda
influencia cosmopolita, típicamente individual y finalmente nacional" 1.
Leyendo esta literatura infantil inglesa —tal vez el país que se ha
empeñado en obtener más provecho con esta enseñanza—, vemos que
ningún aspecto ha fallado en esta preocupación. Tienen para ofrecer al
niño el cuento moral o religioso, que ha configurado la parte más esencial
del temperamento británico; los relatos de aventura y de viajes que les ha
reafirmado el espíritu orgulloso, conquistador, dueño de sí y seguro de su
porvenir; las novelas históricas para exaltar religiosamente la grandeza de
su pasado y su culto, exagerado a veces, de la tradición, para afirmar su
patriotismo presente y proyectarlo hacia el futuro; y sus nursery rithmes
en donde las viejas criadas, bien que a hurtadillas aunque muy conscien-
tes, inflaman la imaginación de los pequeños ingleses con las tradiciones y
leyendas del pasado.
La obra de toda literatura infantil ha de ser la de envolver al niño en una
atmósfera de sentimientos que sean al mismo tiempo que "audaces y
magnánimos, ambiciosos y entusiastas"; apartando de su lado "cuanto
pueda deprimir su confianza en sí mismo y en la vida cósmica, cuanto
siembre en su interior suspicacia y le haga presentir lo equívoco de la
existencia. Por eso yo creo, termina Ortega y Gasset, concepto que
compartimos, que imágenes como la de Hércules y Ulises serán
eternamente escolares. Gozan de una irradiación inmarcesible, generatriz
de inagotables entusiasmos"
3. LOS MITOS, CREACIONES POPULARES, EN LA BASE DE ESTA
LITERATURA INFANTIL
124
Ob. cit. pág. 132.
expresión mitológica sea, en gran parte, transcripciones tan humanas y
vivas en las que, por momentos parece sentirse "el eco del trabajo
realizado para domesticar los animales, el eco de descubrimientos de
hierbas medicinales y de la invención de instrumentos de trabajo", como
dice Gorki. Desde la más remota antigüedad los hombres soñaban con la
posibilidad de volar por los aires. Las leyendas Faetón, de Dédalo y de su
hijo
Icaro, lo mismo que la fábula de "la alfombra voladora" nos lo testimonian.
Soñaban con la posibilidad de moverse rápidamente sobre la tierra (la
fábula de las botas de las siete leguas), y domesticaron el caballo. El deseo
de nadar más rápidamente que la corriente de un río consiguió la invención
de los remos y de las velas; el deseo de matar al enemigo y a las bestias
feroces desde lejos ha sido la razón del invento de la honda, del arco y de
la flecha. Soñaban con la posibilidad de hilar y de tejer en una sola noche
una enorme cantidad de paño, eso fue lo que dio nacimiento a la rueca, uno
de los útiles de trabajo más antiguos, el trabajo primitivo de tejer, y crearon
la fábula de Basilisa la prudente. Se puede citar todavía decenas de
testimonios sobre el espíritu juicioso de las fábulas y mitos antiguos,
decenas de testimonios de la perspicacia del pensamiento imaginado,
hipotético, pero ya tecnológico, de los hombres primitivos, que se elevaban
a hipótesis que nos son contemporáneas, como por ejemplo la utilización
de las fuerzas de rotación de la tierra sobre su eje o la destrucción de los
hielos polares. Todos los mitos y cuentos de la antigüedad parecen
coronarse por el mito de Tántalo: Tántalo está hundido hasta el cuello en el
agua, la sed lo atormenta y no puede aplacarla. Es el hombre antiguo en
medio de los fenómenos del mundo exterior que no ha aprendido a
conocer125.
No son pues las fábulas producto del azar, disparatadas interpretaciones
de la naturaleza, cada vez que se las interpreta por medio de teorías
racionales. Sino que están sostenidas por "un cuidadoso espíritu juicioso".
Ahora bien, ¿cuál es, en verdad, el exacto sentido que quisieron traducir
estos mitos? Quizá su verdadero sentido resida "en la aspiración de los
trabajadores de la antigüedad a aliviar su trabajo, a intensificar su
productividad, a armarse contra los enemigos cuadrúpedos y bípedos; y
también a obrar por conjuraciones, por exorcismos, sobre los elementos
de la naturaleza hostiles a los hombres", como sucede en el caso de las
leyendas bélicas. No escapará a nadie la importancia de estos hechos que
demuestran, por otra parte, "hasta qué punto los hombres tenían fe en la
fuerza y en el verbo (una nueva semejanza con el niño que destacamos, en
125
M. Gorki, Panorama de la literatura mundial, Congreso de
Escritores, ob. cit., págs. 22 y 23.
este mismo capítulo), y esa fe se explica por la utilidad evidente y
perfectamente real de la palabra que organiza las relaciones sociales y los
procesos de trabajo de los hombres"x. ¿No era tener, acaso, demasiada
confianza en la palabra, el hecho de que se esforzaran por obrar contra los
dioses por medio de sus exorcismos? No olvidemos que la génesis de los
mitos, por mucho tiempo, fue explicada mediante la teoría filosófica de Max
Müller. Los mitos provendrían para éste de una "enfermedad del lenguaje";
las palabras se habrían convertido en cosas con atributos y leyendas
propias... pero es bien natural que esto sucediera porque, como afirma
Gorki, los dioses de la antigüedad vivían en la tierra, eran semejantes a los
hombres y se conducían como ellos: benévolos con los sumisos, hostiles
con los desobedientes. Como los hombres, los dioses eran también
orgullosos, envidiosos, vengativos... es permitido pensar que lo que sirvió
de materia prima a la fabricación de los dioses fue la "aristocracia" de la
antigüedad. Hércules, "héroe del trabajo", "maestro de todas las artes",
finalmente, fue elevado al rango de Dios y tomó su sitio entre ellos en el
Olimpo. "Dios en el pensamiento de los hombres primitivos no era, así, una
concepción abstracta, un amo fantástico, sino un personaje perfectamente
real, armado de tal o cual instrumento de trabajo; Dios era maestro en tal o
cual oficio, era el maestro y el colaborador de los hombres"2.
¿Qué carácter debían tener, entonces, estos mitos, aceptando que
procedieran de tal origen? No otro que un carácter realista. Y eso se
comprueba fácilmente analizando la imaginación de las antiguas leyendas y
mitos, porque en ellos siempre encontramos como una especie de deseo
de los hombres de aliviar sus tareas, como acabamos de decir. Y este
deseo no iba a ser, como es de suponerse, a causa de un trabajo
imaginario, sino del trabajo físico que debían realizar. Resumiendo; los
mitos son un producto de sana y sabia creación popular. Sintetizan la
experiencia en el trabajo de las sociedades primitivas, o traducen su
incomprensión y su terror frente a las causas físicas que les eran
desconocidas. Tienen un sentido de universalidad en su anonimato y un
carácter realista en su concepción, y, finalmente, son útiles a nuestra
función interna psíquica, porque obran como reactivos para aumentar la
tensión de nuestros más profundos resortes; obran como hormonas
psíquicas, según el preciso término de Ortega y Gasset.
34.
mano; después, son los terrores del héroe en el país de los colosos, en
Brovdingnag, por donde él ambula como un grillo en los trigales en
cosecha y en donde la hija del rey haciendo de ello un juego lo encierra en
una pequeña jaula en la que corre peligros inmensos; todas las
maravillosas transformaciones de Gulliver, en una palabra, la suerte del
Ogro en cada instante y la del Pulgarcito, menos legendario y más real. De
la misma manera el Robinson de la infancia no es de ningún modo el
apologista de la energía perseverante que ha exaltado Taine, que sabe
bien lo que quiere y lo sabe tenazmente, sino el hombre sagaz y
desenvuelto que cuando la tempestad lo ha arrojado a la costa con su
perro, sus dos gatos y algunas raras cosas sin dueño, se reconstruye su
casa, se viste con pieles, se nutre abundantemente, aprisiona un loro,
espanta a los salvajes y consigue en Viernes un esclavo y un amigo. Es el
lado sensacional de la obra lo que solamente interesa al niño y todo lo im-
previsto de situación tan extraordinaria"127. Yo diría que es solamente el
mito, semirrealista en uno y realista en otro, lo que traducen los dos
personajes. Pero la lucha entre la necesidad de crear una psicología más
que realista, verista, en los niños, y el mito permanente que vemos existe
en el alma del niño, estaba ya iniciada en Inglaterra.
En vano fue que se echara mano del ingenio de inagotables escritores
de literaturas de viajes y aventuras. Así aparecieron por cientos las
narraciones de J. Fenimore Cooper128, el capitán Mayne Reid129, los más
de cincuenta volúmenes de Kingston130, los ochenta y tantos volúmenes de
Ballantyne 131, con descripciones de las colonias, de animales salvajes, con
luchas de indios y piratas, con tramas cautivadoras para el espíritu infantil.
A pesar de todo ello y de las cuantiosas hazañas de pieles rojas en las
praderas de América narradas por cientos de cronistas y escritores,
literatura ésta que alcanzó a ser muy popular en Inglaterra, nada de ello
alcanzó a suplantar a Robinson y a Gulliver. Antes bien, ellos empezaron a
influir en numerosa literatura subsiguiente, creación de notables escritores
como Stevenson, autor de su muy popular, entre los niños ingleses, Isla
127
Ob. cit., pág. 108.
128
J. Fenimore Cooper (1789-1851), es autor de una serie de
volúmenes, entre los cuales están traducidos al español: El último
mohicano, La pradera, El Robinson americano, El cazador de
ciervos, etcétera.
129
El capitán Mayne Reid (1818-1883) tiene traducidos al español:
Los náufragos del Pandora, Por las llamas del Chaco, En las selvas
de Borneo, El gigante sin cabeza, Los tiradores de rifle, etcétera.
130
De W. H. Kingston (1884-1880), conocemos traducido Salvado
del mar, aunque es autor de numerosos tomos: Peter the Whaler,
The Midshipmen, The three Lieutenants, The three Admiráis,
etcétera.
131
Ballantyne, sobrino de los impresores de Walter Scott, es
del tesoro6. La influencia de Robinson y Gulliver, agrega además
apreciables matices en esa evolución literaria que destaca Delattre. El
héroe solitario, náufrago, que se sobrepone a todos los peligros ya no es
siquiera un hombre, como era Robinson, o lord Antón, de La isla
Felsenburg, en cuyo viaje alrededor del mundo, dice Goethe, "reunía la
dignidad de la verdad con la fantasía del cuento" x; sino que en la obra de
Stevenson, el héroe es un niño, lo que significa un progreso muy
importante. Y los libros en ese sentido se multiplican.
Es que, en el fondo, el niño siempre reaccionará contra todo libro que
pretenda, muy intencionadamente, algo más que deleitarnos. Su empeño
es encontrar en el mito una actividad a su imaginación y "proveerle de
combustible". De ahí la justicia de la manifestación de la nieta de Tolstoi
que anotamos al principio. Es que, a veces, la más ingenua historia de la
vieja criada realiza mucho mejor su cometido que la literatura que lo
pretende en ese sentido. Por eso es que el niño volverá siempre a los
cuentos de hadas, a las historias antiguas y populares, anónimas, y puede
hacer de su sueño una muy pintoresca realidad. "Tratar de destruir en el
niño esa maravillosa capacidad mítica sería intentar con anticipación
estúpida la más brutal de las mutilaciones. No debe perderla sin usarla
primero, como el renacuajo pierde su cola después de jugar con ella en su
infancia de charca; porque tal vez es necesaria como tantas cosas que
parecen inútiles"132. Por su parte, Scheid agrega que si se quiere ignorar o
combatir su genio mitológico, el niño palpará nuestra ignorancia sobre las
verdades positivas que le presentaremos antes de tiempo. "Nosotros no
habremos destruido su fuerza poética, pero ellos habrán destruido en
nosotros nuestra inocencia. De este modo, si arriesgamos en él,
prematuramente, las primeras nociones de ciencia, ellas pasarán al
enemigo y se convertirán en nociones míticas y largo tiempo después, para
nuestro asombro, se mostrarán todavía bajo el traje extraño con que
supieron revestir el país de su quimera" 1.
Y cuando se reacciona en contra de determinada literatura por temor a
ese exceso de imaginismo como lo hizo Inglaterra, en donde estos cuentos
de animales y cosas fabulosas se dice que no han jugado un papel muy
importante; en donde se cree que ellos extravían la imaginación de los
jóvenes lectores y hasta se señalan las monstruosidades de las
narraciones de animales o las inverosímiles exageradas de los cuentos de
hadas; en donde se reclama una imaginación "más natural" —si es que
esto se puede reclamar—, aun en este pueblo, repetimos, se hace
necesaria la nutrición de la mente y el corazón infantiles con lo antiguo y
132
A. Casona, ob. cit.
maravilloso de siempre, porque todos esos cuentos venidos de la India
mística o del norte tenebroso, como destaca Delattre, introducen a los
niños en el dominio encantador de la maravilla en donde él se siente mejor
que en ningún otro lado. "¿Qué importa que la acción sea uniformemente
melodramática o los caracteres invariables? Hay un perfecto acuerdo entre
la semibruma que vela los cuentos maravillosos, tan antiguos como la
humanidad misma... y el vapor irisado a través del cual el niño percibe
siempre el mundo exterior" 133.
Cuando se reacciona contra esta literatura imaginativa, necesariamente
se ha de buscar suplirla con otros elementos. En la propia Inglaterra fueron
los Nursery Rithmes y las Nursery Tales, en los que sin duda aún "domina
la fantasía, pero mitigada por la veracidad de la experiencia, que esos
cuentos y rimas han adquirido en el curso de los siglos". Y aunque a
menudo, o mejor, casi siempre, el niño no comprende lo que le canta casi
inconscientemente su nodriza, aunque él no tenga "más que el sonido de
las palabras, el parloteo para inflamar todo el campo de su imaginación". El
sentido vago y extraño de la mayoría de los Nursery Rithmes será por otra
parte lo que les encanta. "Venidos del fondo de la antigüedad e
impregnados de folklore, ellos dicen de la ingenuidad de la vieja criada que
en lo recóndito de su alma obscura los guarda como un reflejo de
tradiciones primitivas. Sus pobres sílabas son todavía claras y esta mezcla
de ilusiones quiméricas y de humildes realidades, de maravillas fantásticas
y de realismo familiar, se parecen a esas chozas a las que ilumina siempre,
como un crepúsculo rezagado, el fulgor de las últimas leyendas" Y cuando
no sean ni esas cantigas ni las leyendas las que han de suplir la literatura
imaginativa, será una expresión falsamente realista que se adueñará de su
alma, como sucedió en la propia Inglaterra con esa literatura en cuya base,
ladrones, detectives y aventureros originaron los nuevos tipos de la magia
infantil.
. Capítulo IV
133
F. Delattre, ob. cit., pág. 131.
La literatura infantil se presenta a los niños bajo distintas formas
expresivas y antes que nada en su gran división de prosa y poesía. En la
primera forma, de la que nos ocuparemos a continuación, la leyenda, el
cuento, la fábula y el apólogo, las historias, la novela son las formas más
representativas. En la segunda, las canciones rítmicas de cuna, las
monorrítmicas de los juegos y rondas, las de estribillo y las enumerativas, a
base de animales, de los pequeños, la descriptiva, la heroica y la lírica.
La prosa evoca imágenes, hace vivir en la imaginación del niño los
sucesos con una fuerza irresistible y aumenta la tensión de su experiencia
del conocimiento general. La poesía, además de crear esas imágenes y
desarrollarlas tanto como la prosa, es de un poder evocador superior,
aunque no siempre se produce para el niño este fenómeno, en la medida
que él quisiera. Hasta parecería que, en relación con el proceso primitivo
de esta nutrición literaria, la poesía debería ocupar siempre un lugar
destacado en su interés ya que su aprendizaje y gustación estética
empieza con esta forma. Pero ello no sucede puesto que la prosa ocupa,
casi enseguida que el niño trasciende la primera etapa de entendimiento,
en este sentido, toda su atención. Si antes el desarrollo objetivo, simple y
musical de las consonantes, tanto como el monorritmo de los estribillos de
la canción o el de la fábula que se le recitara, le adormecía y deleitaba,
creando las imágenes de su asociación maravillosa, ahora la narración
sencilla y ceñida, también con los estribillos de unión o enlace en unos
casos, y las preguntas finales de escena en otros, son los que se
encargarán de crear esa especie de ensoñación que el cuento en su
desarrollo le provoca al niño. Claro está que nunca es exactamente una
prosa desprovista de poesía por la que el niño se apasiona. La prosa de
sus cuentos y fábulas es la de la más auténtica poesía, si por ella se
entiende la transmisión del conocimiento básico de todos los pueblos,
depurado en sus medios expresivos como el pueblo lo ha hecho. Como las
formas de la prosa revisten muchos aspectos, haremos un ensayo de
explicación de las más importantes, así como de sus caracteres en sus
relaciones con el contenido de esta materia.
Pero antes, todavía, veamos algunos puntos importantes: como por
ejemplo, el que se relaciona con el origen y preeminencia (de unas sobre
otras), de estas formas expresivas, la edad a que se remontan, cómo
fueron sus principios y evolución. Las más de estas preguntas, quizá no
puedan ser contestadas sino en base de suposiciones muy prolijas o a
través de deducciones más lógicas que ciertas.
Todas estas formas expresivas nacieron sin duda desde el momento en
que el hombre tuvo necesidad de buscarse algún género de explicación a
los hechos que se sucedían a su alrededor, a los que realizaban en sus
luchas contra la naturaleza, los animales y las inclemencias del medio en
su afán de abastecerse y extraer de ello ejemplo, emulación, o
simplemente crear con ellos, como dijimos anteriormente, especie de
exorcismos para espantar los espíritus del mal y allegar a su vida y obra los
espíritus del bien. De la misma manera que en los dibujos rupestres los
primitivos pensaban que grabando imágenes de animales adquirían cierto
poder mágico sobre ellos, bien para acercarlos a sus fuentes de necesidad
o para asegurar o aumentar su producción de caza o quizá para acelerar
su fecundidad y muchas otras posibilidades por el estilo, como piensan los
paleontólogos Hoerness y Benn134, es decir, que grabándolos
repetidamente adquirían sobre ellos un poder mágico; de la
misma manera, decimos, es posible que sucediera el origen de
estas narraciones. Quizá tuvieran también fuerza los talismanes.
En las primeras edades del mundo, como se sabe, los hombres no
escribían. Conservaban sus recuerdos a través de sus tradiciones
orales y donde la memoria fallaba, estaba la imaginación para
suplirla, la imaginación que era quien poblaba su mundo de seres.
Fue este momento la etapa infantil de la humanidad. Desde
mucho tiempo ya se ha querido ver en el desarrollo espiritual del
niño no más que una breve recapitulación de la evolución de la
humanidad. Ése es el principio de la famosa ley biogenética de
Hackel. El hombre primitivo, en las horas infantiles del mundo
empezó su cultura, su arte, su religión queriendo explicarse el
mundo mediante los milagros del mito "y la arbitraria belleza de
las teogonias".
Las nuevas investigaciones que realizan los estudiosos se han
encaminado a demostrar que el pensamiento del hombre primitivo no debe
haber existido sino en relación con el mundo en que vivía. Y este mundo
debe habérsele manifestado como la acumulación fabulosa de fuerzas
desconocidas y terribles que en medio de su ignorancia no alcanzaba a
comprender, ni era capaz de separar unas de otras en el cuadro de sus
efectos, ni explicar las consecuencias que creaba su atemorizamiento.
Pero los hechos igualmente se sucedían, persistentemente, obligando al
hombre primitivo a buscar las causas y no encontrando para ello más
ayuda que su propio yo. De él sacó estas causas reflejando su propia vida
sobre ese mundo que le rodeaba y animando la naturaleza con estas
narraciones de angustias, alegrías y afanes.
135
A. van Gennep, La formación de las leyendas, Buenos Aires,
1943, pág. 186 y sigs.
J. L. Sánchez Trincado, Los cuentos en la escuela, Revista de
Pedagogía, Madrid, febrero de 1934.
Es fundamental anotar que su origen proviene, así, del mundo natural y
que, diversificadas las concepciones de dioses, hadas y personajes
irreales, continúen teniendo en la actualidad de la historia humana un
origen común, en especial en el último milenio, como dice France; que
sean lo mismo las diosas de Homero y las hadas de Perrault que supone
poéticamente, en bella y precisa página, que a través del tiempo, esos
magníficos poemas fueron siendo conservados por nuestras abuelas.
Pueriles, no dejaron de ser encantadores "en los labios de la vieja
hilandera que, azorada, junto al hogar, se los contara a los hijos de sus
hijos. Y cuando las tribus se dispersan —hay que convenir que al parecer
una misma raíz ha unido a la mayor parte de los cuentos tal vez por el
hecho de que las luchas del hombre han tenido un proceso semejante en
todas las partes—, cada grupo imprime nuevos rasgos a la primitiva
concepción. Y si bien los personajes eran los mismos, y las aventuras
también, los narradores agregaban los nuevos datos del ambiente que les
servía de escenario y les había comunicado su experiencia. Y así
sucesivamente. "¿Qué es Mi madre la Oca se pregunta, sino nuestra
antepasada, y la antepasada de nuestras antepasadas, mujeres
de corazón sencillo y de brazo recio, las cuales realizaban su tarea
cotidiana con humilde grandeza, y consumidas por la edad, sin
tener —como las cigarras— carne ni sangre, recordaban todavía
en un rincón del hogar, bajo las vigas ahumadas, entre un corro
de niños, interminables narraciones que les hacía imaginar mil
cosas? La poesía rústica, la poesía de los campos, de los bosques
y de las fuentes, emanaba fresca y cristalina de los labios de las
viejas desdentadas, como esas aguas cuyos nítidos cristales
manan sin esfuerzo de los manantiales" 136. En cuanto al tiempo de
su formulación, así como la preeminencia de unos géneros sobre
otros (y sus razones), preferimos analizarlo en las divisiones
sucesivas que realicemos.
Parecería que antes que ninguna otra forma narrativa fuera la leyenda,
en especial las mitológicas, el resumen del asombro y el temor del hombre
frente al mundo y una explicación necesaria de las cosas. La leyenda, así,
no es sino el pensamiento infantil de la humanidad, en su primera etapa,
reflejando el drama humano ante el drama en el que actuaban astros y
meteoros, fuerzas desencadenadas y ocultas. Al principio se creyó ver en
136
A. France, ob cit., pág. 147.
las leyendas mitológicas, por ejemplo, únicamente un juego poético y
misterioso. Pero estudiosos como Müller se encargaron de demostrar el
carácter naturalista de sus concepciones, luego de comparar las diversas
mitologías del mundo y de demostrar cómo todas ellas parten de
fenómenos derivados de la observación del hombre sobre la naturaleza y
del asombro que éstos causaban en la imaginación de eso niños grandes,
los primitivos. Nace, así, pues, la leyenda de la propensión del espíritu
humano a explicar lo maravilloso, lo que no entiende, ante su asombro por
los hechos naturales que desconoce. Por eso la leyenda en su principio no
es más que la historia de las primeras luchas del hombre, de su ignorancia
y de su ansia por desentrañar ese misterio que le rodea y le aprisiona. En
ese entonces, todo era para él causa de leyenda; los trastornos del cielo y
del mar, el movimiento de los astros, las emigraciones de los pueblos tanto
como la de los animales, las conquistas y los viajes, la menuda vida de
todas las criaturas de la tierra, en una palabra, la traducción viva del mundo
físico que encontró en la voz popular el más sólido acogimiento. Realidad,
experiencia, saber, luchas por defenderse, consejos de unos hombres a
otros para saber enfrentarse a la vida, etc. Todo ello es materia de la
leyenda. Por eso los libros más antiguos de este género como los Vedas,
colección de leyendas arias y el Zend-Avesta, de leyendas persas,
son libros que como la Biblia, las leyendas hebraicas posteriores,
traducen una totalidad de experiencia, de ciencia, de
conocimiento, que unos hombres tratan de transmitir a los otros
como lección moral para su futuro, como profecía o como consejos
prácticos para una posible felicidad humana. Son, pues, el fondo
fundamental de la cultura de los pueblos; existen en todos ellos,
en algunos apenas si en los recuerdos desarticulados de los
viajeros, como en el caso de los pueblos atrasados; en otros, en
una firme tradición oral que no ha encontrado aún el recopilador
anónimo o colectivo como en el caso de los libros anteriores o en
Homero, como en el caso del pueblo griego; y, en otros, en forma
rudimentaria pero ya plasmado en un libro que es como una
especie de ley que se asemeja al libro de los demás pueblos,
como en el caso del Popol Vuh de lo mayas, o El Libro de la
Muerte, de los egipcios.
Queremos tomar aquí el concepto de "leyenda" en su amplia acepción,
aunque los estudiosos traten de precisar y deslindar nítidamente su campo
de las demás narraciones.
Van Gennep, en ese sentido, dice que mientras el mito "sería, en suma,
una leyenda localizada en regiones y tiempos fuera del alcance humano, y
de personajes divinos", en la leyenda, "el lugar se indica con precisión; los
personajes son individuos determinados, tienen sus actos un fundamento
que parece histórico y son de cualidad heroica"; en tanto que el cuento
"sería una maravillosa y novelesca narración sin localizar el lugar de acción
ni individualizar sus personajes, que respondiese a una concepción "infan-
til" del universo y fuere de una "indiferencia moral" absoluta. Como dice la
Gesta Romanorum: "Erat quidam rex in cujus imperio quidam
pauper habitabat..." O bien: "En un reino de la China vivía un
príncipe bello como el día. . ,"137.
Este concepto, así, difiere fundamentalmente de los corrientes, sobre la
leyenda que se leen en las preceptivas comunes, y en las cuales narran
hechos de la invención novelesca del creador; por lo general, está
caracterizada por su final maravilloso; puebla sus discursos con infinidad
de personajes sobrenaturales; y está marcada por un hondo sentido de
fatalidad, de hecho inexorable, que nos traduce bien el carácter estático de
esas primeras sociedades y de las siguientes feudales. Este sentido de
fatalidad es importante en la leyenda porque señala la presencia del
Destino, aquello contra lo cual no puede lucharse y demuestra irrecusable-
mente el pensamiento del hombre dominado por la fuerza de lo que
desconoce. Dan carácter a estas leyendas las luchas del hombre por
estructurar a sus pueblos, como se ve en los libros citados, todos ellos
densos de la historia de los primeros días de sus pueblos, de su
estructuración, de sus usos y costumbres, de sus relaciones sociales y polí-
ticas, de la vida íntima y descripción familiar, en una palabra: cultura, arte,
oficios, industria, comercio. Todo vive, de alguna manera, en estas
leyendas que creó la masa anónima y que los antiguos narradores, en
algunos países rapsodas, en otras, más tarde, juglares y trovadores, etc.,
iban a repetir, depurar, seleccionar y reducir a sus límites precisos, en lo
más fundamental.
Van Gennep precisa aun más los términos, sosteniendo que debe
entenderse por leyenda, "la narración localizada, individualizada, objeto
de fe, y por mito, la leyenda relacionada con el mundo
sobrenatural y que se traduce en actos por ritos" 138. Y si las
137
Van Gennep, ob. cit., pág. 28.
138
Ob. cit., págs. 33 y 34. Es importante consultar esta obra, que
estudia ampliamente todo lo relacionado con las leyendas: sus temas
(relativos al mundo natural, a los astros, cielo, tierra y agua,
personajes, animales, mundo sobrenatural, leyenda ritual y
dramatizada, de héroes civilizadores y santos, el ciclo Heracles,
Hércules); las históricas (valor del testimonio y la memoria, valor
documental y los relativos a personajes históricos); las leyendas y la
literatura (formación de las epopeyas, introducción en la literatura de
temas populares, Don Juan y Fausto, Combate del padre y el hijo);
leyendas mitológicas cumplieron su fin y alcanzaron tan grande
importancia, las históricas no la tuvieron menos y sirvieron
determinadamente ya a la lucha entre los hombres. Las de la Edad
Media, por ejemplo, son las historias de las disputas dinásticas de las
luchas entre los papas y los príncipes y traducen el ansia de los
pueblos por liberarse de las calamidades, las angustias, por convertir
su estatismo en forma activa de vivir.
Todos los países que tienen una participación guerrera en la Edad Media
(Alemania, Italia, Galia, etc.) están llenos de leyendas históricas. En
nuestro idioma, las más antiguas, empiezan con La Gran Conquista de
Ultramar, leyendas de las cruzadas que giran alrededor de la Con-
quista de Jerusalén y las hazañas de Godofredo de Bouillon, entre
las cuales la del Caballero del Cisne trata de explicar la
complicada genealogía de Godofredo. Se conoce también la
leyenda del Caballero Cifar que es uno de los antecedentes de los
llamados libros de caballería, literatura feudal, de caballero y
escudero, de origen bizantino, que sería uno de los ilustres
antecedentes de la más gloriosa epopeya de la burguesía
naciente: el Quijote de la Mancha.
142
Godart, ob. cit., pág. 469.
143
Ob. cit., pág. 470.
144
G. List Arzubide, Troka el Poderoso, México, 1939.
sentimiento religioso, porque el niño habiendo "cesado de creer en las
varitas mágicas, conserva la costumbre de "mirar para arriba", por cuya
razón, el racionalismo repudió tan intransigentemente el cuento de
hadas"145. ¿Pueden los cuentos de hadas crear condiciones contrarias a
los preceptos científicos y gravitar, en tal sentido, en el niño? Éstas y
muchas otras preguntas surgen entre los polemistas. Para
contestarlas y aclarar este tan fundamental asunto con el que los
Kindergarten inician esta materia, es menester que analicemos
antes, en toda su extensión, esta clase de cuento, cuya
importancia, por momentos, parece resumir el cuento en general.
II. SU origen
145
A. Barine, ob. cit., pág. 663.
146
G. List Arzubide, Apuntes.
147
Emile Montegut, Des fées et de leur littérature en France,
Revue de Deux Mondes, 1? de abrü de 1882, pág. 654.
que se frotan. .. Detestan las noches negras, que son las preferidas por los
espíritus dañinos; eligen para sus días de fiesta y de reunión, para sus
bailes y sus festines las bellas noches alumbradas por una luz plateada,
dulce y pareja. Sus lugares de cita son siempre elegidos con muy buen
gusto: una límpida fuente, un claro que se abre en una pradera, los lugares
de los bosques donde los árboles son más verdeantes y los tapices de
musgo más abandonados y más bellos. Sus costumbres, sin ser
ejemplares, están exentas de acciones negras y criminales. Son maliciosas
sin ser malas, pérfidas sin ser perversas, caprichosas, egoístas; sus
defectos no son, mirando bien, más que los excesos de sus cualidades
porque son afectuosas y sociables y no soportan la soledad más que
cuando no tienen otro remedio. Gustan de amar y ser amadas: he ahí la
fuente de algunas malas acciones que se les reprocha" 1.
El hada es una forma de representación, de acuerdo con su propia
etimología, del destino del hombre, y proceden de la concepción "más
dulce y más trágica, más íntima y más universal de la vida humana", como
afirma France.
Advertimos sin reticencia ni falso pudor, que somos capaces de entender
perfectamente bien al maestro francés; más íntima, porque es la expresión
de lo casi incognoscible del ser humano, misterioso que por serlo talmente,
es más universal, porque se hace común a todo el género temeroso del
mundo; más dulce y más trágica, porque a la par que es de una ternura
infantil, es perfectamente realista, ya que sólo la mente es capaz de crear lo
sobrenatural y darle un destino; trágica, sí, porque nos muestra el terrible
influjo que el miedo tuvo sobre la vida del hombre que concibió estos
primeros protectores y los primeros genios del mal.
150
Ob. cit., pág. 657.
destinos, sino que trasformaron su carácter según las vicisitudes de la
historia", como vimos con anterioridad 151.
Ahora bien; ¿basta esta evocación poética para determinar el origen de
estos héroes que Perrault habría de llevarlos a la cúspide de su
importancia? Los mitólogos no creen que baste, y con los mitólogos, todos
los racionalistas que buscan una explicación objetiva y total de todas las
cosas. Si se hubiera podido preguntar a los pequeños inocentes que
forman la legión de estos cuentos —opina Barine—•, quizás ellos hubieran
podido responder "que venían de sus aldeas y que habían hecho como
Caperucita, que se fue por el camino más largo, jugando y cogiendo
avellanas, corriendo tras mariposas y haciendo manojos con las pequeñas
flores que encontraba. Pero no contestaron nada. Viendo que ellos se
obstinaban en callar, los mitólogos hablaron por ellos, y hubo entonces una
gran confusión. Grimm, M. André Lefévre y muchos ingleses, optaban por
la patria aria: Beufly y Monsieur Sosquín, por la patria india; Monsieur
Hycinthe Husson, por una patria mixta; Monsieur Andrew Lang, en Santo
Tomás de la mitología popular, resumía el debate diciendo que no sabía
nada..." ¿Pararon aquí los interrogantes de quienes querían extraer la
simbología de sus representados? No, nos responde el propio Barine, y
esta vez los viajeros contestaron demasiado. El lobo declaró a M. Hycinthe
Husson que en los tiempos pasados, era "el sol devorador y se ocupaba en
comer la aurora peinada con los rojos resplandores naturales". Añadió que
la abuela era una vieja aurora. Puff, la pequeña perra de La bella
durmiente del bosque, dijo a M. André Lefévre, que no era otra
que Sarama, la perra del Rig-Veda que busca la aurora. Pulgarcito
contó a M. Gastón Paris, que él había sido postillón de la Osa
Mayor 8, donde su lugar está todavía marcado por una muy pequeña
estrella. El asno de Piel de asno reveló a M. Hycinthe Husson, que
él era "la húmeda bruma detrás de la cual la aurora se esconde,
escapando así de la persecución del sol." Hasta la sandalia de La
Cenicienta quiso darse importancia, y le sopló una palabra
sánscrita a Monsieur de Gubernatis, de la cual éste se sirvió para
fabricar una grandiosa genealogía" 152. Pero no había de parar aquí
el ansia de los desentrañados de un significado lógico o caprichoso,
ciertamente lo último, de estos seres inverosímiles. Y es Max Müller,
casi contemporáneo, quien ha afirmado que "los cuentos son las
derivaciones modernas de la mitología, y para estudiarlos científi-
camente, lo primero que se ha de hacer, es referir cada cuento
151
Ob. cit. pág. 658.
152
Ob. cit., pág. 663.
moderno a la antigua leyenda que lo engendró, y cada leyenda, al
mito de donde proviene" 153.
Sea cual fuere su origen, provengan del mundo que provengan, lo cierto
es que ellas ganaron la voluntad de los más grandes escritores y formaron
en la legión de sus personajes. "Si queréis conocer los hechos y gestos de
las hadas —aclara justamente Montegut—, debéis buscarlas en Ariosto,
Spenser y Shakespeare, sobre todo en este último, que es quien mejor las
ha conocido, las ha visto más de cerca..."s. Tanta importancia adquirieron
en la trasformación de la estructura humana. Cuando fueron revividas
o creadas como criaturas, ciertamente, para sus creadores, no
trataron de traducir más de lo que son, pero eso sí, en su total
dimensión. De ahí, precisamente, su gran vivencia y eternidad.
153
E. Montegut, ob. cit., pág. 660.
VI. Estructura del cuento de hadas
157
Véase en el capítulo I, el apartado núm. 3.
158
A. Barine, ob. cit., pág. 669.
de este cuento, y que traducen exactamente "la impresión de gustoso
bienestar que ofrecían ciertas explotaciones agrícolas del viejo tiempo
anterior a la revolución" 159.
Otra de las cosas que se han estudiado como elemento importante de
los cuentos de hadas, son los sucesos que ocurren en ellos, y como
por lo general, se trata de viejas leyendas, del folklore de los
pueblos de los primeros tiempos —cosa que comentaremos más
adelante—, nos importa afirmar que, sean cuales fueren esos
sucesos, ellos siempre tratan de excitar la imaginación y poner en
tensión, que excede los límites de los de la vida diaria, ciertas
cuerdas de la motilidad infantil; que se parecen a veces a un
sueño, y que tienen cualidades adecuadas para despertar y
mantener sujeta la imaginación oscilante y anhelosa de hallar
asuntos a que se acoge la desocupada facultad de pensar y es
piedra de toque de la acción —dice exactamente Bühler 160. En
cuanto a la motivación de las acciones, suele ser muy sencilla,
para algunos un tanto caprichosa, para otros absolutamente
lógica y ceñida. Lo que es evidente, es que a menudo se resuelve
de manera brusca, como de golpe; sus premios y castigos son
inmediatos y accesibles a cualquier mentalidad.
Y todavía, en cuanto a la técnica de exponer los cuentos, éstos
presentan, más que una unidad orgánica indesunible en ninguna
de sus partes, una sucesión de actos aislados, casi independientes
unos de los otros, que se van ensartando y que mantienen la
atención del oyente por medios muy simples y directos de estilo:
ya anteponiendo profecías, órdenes o prohibiciones, por ejemplo,
antes de ocurrir el suceso, como un adelanto a lo que va a pasar;
o repitiendo estribillos en forma diferente, o dejando en un párrafo
final el interrogante natural del hecho que sucederá para unir al
cuadro siguiente, interrogante que es el emulativo que lo lleva al
niño a .proseguir en su conocimiento.
Aparte de todos estos caracteres, no nos encontramos en los cuentos
infantiles de esa clase, con el esfuerzo para vencer las dificultades. Los
personajes triunfan sin desesperarse, sin vacilar —anota Cousinet—. Esto
todo se cumple tan sencilla y fácilmente, tan maravillosamente "como en un
sueño en el que las diversas percepciones se suceden y se funden como
las olas del mar, cuando bajo nuestras pupilas cerradas, una calabaza se
convierte en una carroza, sin que siquiera haya necesidad de una varita
159
- Ob. cit., pág. 670.
160
Bühler, ob cit., pág. 327.
mágica. La expresión de un deseo es suficiente para que Riquet se torne
bello y la princesa espiritual, y el que un príncipe encantado roza la mano
de la Bella, restituye la vida a todo un pueblo dormido" 1. A eso hay que
agregar una segunda observación: que todos estos relatos suponen,
por lo general, un triunfo, un éxito, éxito que se logra de igual
manera. Hércules entra en el palacio de los dioses, Ulises vuelve a
encontrar a su patria y a su mujer, Cenicienta se casa con el príncipe,
etc. En una palabra, que estos relatos llevan implicados, además, la
seguridad de un triunfo logrado sin dificultad.
Creemos que aun en la literatura fantástica actual en donde la vieja hada
ha sido sustituida por otros emulativos de sus mismos perfiles, se puede
anotar la presencia de estos mismos elementos. Lo maravilloso está
presente en muchas historietas: o bien traducido si no en varitas mágicas,
en fuerzas hipnóticas (Mandrake, Fu Man Chu, El Mago Zarata, etc.); o en
el poder de la fuerza humana superada en el hombre mismo (El
Superhombre, Lotario, Tarzán); o en el poder de los elementos reales de
las ciencias en todas sus manifestaciones (de la vitaminas: Espinaca; de la
aviación: El Murciélago; del trasformismo estético: Frankenstein; etc.). Los
personajes que intervienen siguen presentando las mismas características
que los anteriores, incluso revelados ya por sus propios nombres: Capitán
Maravillas, Sargento Noble, Llanero Solitario, Detective Perfecto, etc. En
cuanto al número, siguen siendo pocos y teniendo gran unidad de acción;
en cuanto al origen, de la misma manera que los anteriores. Los animales
continúan interviniendo en muchos cuentos: grandes monos, osos, gi-
gantescos cóndores, caballos amaestrados, asnos, loros, siguen existiendo
también los personajes-sujetos: alimentos, ganzúas milagrosas, espejos, y
en casos muy perfeccionados, incluso el hombre de hierro, como en la
historia de Red Romer. El medio en que se desarrollan, tampoco sigue
siendo muy claro: los sucesos que forman sus argumentos siguen siendo,
siempre en algún aspecto, el fondo de la experiencia humana que vive el
hombre actual y que no es de otra sustancia que de la misma que dio lugar
a los mitos y leyendas antiguas. Y, finalmente, las motivaciones de los
sucesos, tanto como de la técnica expositiva, siguen presentando las
mismas características que en los viejos cuentos que hemos analizado.
163
Ob. cit., pág. 661
164
Ibid.
165
Ibid.
del pueblo con lo de su imaginación de escritor. De este modo, incluso
la técnica de su narración, se mueve no en un ambiente vago e
impreciso, como el que nos diera como carácter general de los
cuentos de hadas, Bühler, y que se va a repetir más tarde en
Andersen. Se mueve en "un pequeño cuadro de costumbres, familiar y
sincero, que lo trae sobre la tierra y lo fija en el tiempo", como lo
harían después, con hombres y bestias, Moliere y La Fontaine, de tal
modo que, "después de los siglos trascurridos, Harpagón, Maestro
Cuervo y Cenicienta, son más reales para nosotros, que todos esos
seres anónimos que atraviesan todos los días nuestros caminos y se
desvanecen prestamente en el olvido"166.
Pero para tener una idea exacta de lo que decimos y poder estimar, en
todo su valor, estas pequeñas obras maestras de Perrault, necesitamos
estudiar más detenidamente sus personajes. A través de ellos, la moral que
en otros como en el frío Telémaco resulta fastidiosa, poco pesa, no es
inoportuna y hasta, en su papel de fiscalizadora "en gran parte del tiempo,
brilla por su ausencia"167. Propiamente hablando, los personajes de
Perrault "no saben exactamente qué es la moralidad y la inmoralidad.
Ellos sí saben qué cosas son las que se llaman fineza, bondad,
malignidad, prudencia, curiosidad..." Es decir, que en ellos sucede
como en toda verdadera obra de arte, por cuya razón Perrault, en
estos cuentos para niños, alcanza la misma libertad de espíritu que un
Shakespeare o un Cervantes 168.
Los héroes que animan sus cuentos no son más que una síntesis de
esas oleadas precipitadas de héroes de los cuentos populares, a que alude
Barine, que vienen de todos los puntos cardinales y muchos de los cuales
"han realizado las cosas más extraordinarias, más difíciles, más propias
para golpear en la imaginación que uno de los héroes de Perrault". Sin
embargo, no son célebres porque Perrault los ha desdeñado o
simplemente ignorado. Pero hay más: Perrault ha hecho posar a los
modelos de su alrededor.
"Ha hecho posar a sus amigos, sus vecinos, al grueso financiero, los
campesinos que ha encontrado en el campo, los principillos que ha
apercibido en sus visitas a Versailles..." 169Por eso casi todos sus
personajes siguen existiendo en la actualidad. ¿Qué es Barba Azul
sino "uno de esos nuevos ricos que florecieron ya bajo Luis XIV,
166
A. Barine, ob. cit., pág. 664.
167
E. Montegut, ob. cit., pág. 662.
168
Ob. cit., pág. 663.
169
A. Barine, ob. cit., pág. 664.
pero cuya raza ha crecido y se ha multiplicado prodigiosamente en
nuestro siglo?
La presencia de la experiencia popular, así, se nota en todos los
momentos de sus cuentos, los que no cierran nunca la posibilidad de que
sea la versión popular incluso la que le dé solución al drama, como en el
caso del propio Barba Azul. Es el pueblo también el que le da el final al
drama de la Cenicienta, personaje escarnecido de todos los días, la
humilde maltratada de siempre. El gato con botas no es más que
el criado picaro e ingenioso que venía de la comedia italiana, sin
sentido de las nociones sobre lo tuyo y lo mío, lo justo y lo injusto
y los demás conceptos morales. Pulgarcito no es otro que una "de
esos advenedizos que asaltaron las plazas bajo el reinado de Luis
XIV" y ha nacido, agrega el autor francés, "en la época en que
nuestro mundo era muy duro con los seres deformes de cuerpo y
espíritu (Pulgarcito era enano, enfermizo, etc.), y a menudo eran
quemados y muertos por brujos. Pulgarcito, venciendo al Ogro, no
es un final solamente para producir el placer en las masas, como
en los niños ese placer de que gigantes muy tontos son vencidos
por enanos astutos; no, sino que es la proyección de un símbolo
que en el fin del siglo en que vive Perrault ya empezaba a adquirir
un sentido profético: la necesidad de fortificar en el débil, en el
desvalido, las virtudes que le hicieran capaz para vencer al
poderoso avasallador. Tampoco es porque sí que este Ogro de
Pulgarcito es de raza noble, y que el pueblo lo hizo descender de
antiguos conquistadores, "de caníbales que comían a los
prisioneros", como tampoco es casual la clase de muerte que el
propio pueblo le reservó en su leyenda.
Y si está presente el realismo en la trama y desenlace del cuento, tanto
como los personajes mismos, respetando el sentido profético del pueblo, no
lo está menos en las descripciones que hace en este propio cuento, como
la de la casa del Ogro en la que, "cualquiera que haya penetrado en las
viejas chozas del centro de Francia, con sus pequeñas ventanas oscuras
donde la luz de las puertas expira a pocos pasos del umbral, en donde los
muebles encerados brillan en la sombra y los propios muros han recibido la
pátina armonisa del tiempo", ése reconocería la casa del Ogro170. Y
todavía, en el más fabuloso de sus cuentos, Piel de Asno, ya dijimos
al principio de este estudio, cuánto tenía de realista, qué poca
necesidad tenía de inventar sus descripciones y cómo Piel de
Asno, la eterna fregona, es el fin ordinario de todas las farsas y
170
Ob. cit., pág. 669.
burlas de la canalla. Con estos personajes, por otra parte, Perrault
introdujo en la literatura la gente humilde, los leñadores, los
molineros, los sirvientes. "Las pequeñas gentes contaban
entonces muy poco en la literatura, dice Barine, y es una de las
grandes novedades de Perrault el haber introducido los zuecos en
las salas, al abrigo del manto de brocato de las hadas" 171, por lo
cual su obra realista está llena de un poderoso soplo de humanidad y
traduce verdaderas epopeyas populares.
173
Ob. cit., pág. 315.
174
Ob. cit., pág. 317.
175
Ob. cit., pág. 319.
haya adquirido, como se dice, "una óptica infantil para describir" y se
haya convertido en el más grande de los animistas: "juegos, plantas,
flores, bestias, utensilios, muebles, juguetes, Andersen los siente
iguales, con una personalidad, como un alma actuante" 176:
Andersen tampoco sobrepuso a su creación el problema moral, directo,
esa instrucción o moraleja. Le preocupó que sus cuentos fueran poéticos,
antes que nada, porque él era un poeta. Que no se parecieran a los que
florecieron en Alemania en el siglo xvin, con Campe y Rochow, en Francia,
con las señoras Leprince de Beamont, y Genlis, en Dinamarca, con
Malbech, en Inglaterra, con numerosos escritores, etc., y ello a pesar de
que dijera, como escribía a Ingelmann, que cuando contaba sus historias a
los niños no se olvidaba de que les debía dar alguna cosa en qué pensar x.
Y si esa moral a que nos referimos, y que a veces se pretende en sus
cuentos, no aparece, es cierto que ellos nos hacen pensar. Son la
experiencia humana una vez más, un siglo más adelante, decantada
en tono y expresión, sin que haya perdido lo conmovedor y edificante
que tienen las cosas del pueblo siempre. Por eso Andersen, el menos
realista de todos, es un poeta por excelencia de la infancia, aunque
sea él mismo quien haya protestado porque se le considerara
solamente de la infancia cuando al final de su vida, y al enseñarle los
proyectos de monumentos que se pensaba erigirle, en todos ellos
apareciera siempre su imagen rodeada de niños: "Es una trivialidad —
protesta— el no ver en mí más que el poeta de la infancia. Mi pensa -
miento fue el de ser poeta de todas las edades" 2, reacción muy lógica
pero que no alcanza para desmerecer la trascendencia de su
verdadera actitud: poeta de los niños.
176
Ob. cit., pág. 318.
1778
Carlos Vega, Panorama de la música popular argentina, con
un ensayo de la ciencia del folklore, Buenos Aires, 1944, pág. 2 y
sigs.
y creadora del pueblo", como define el poeta Antonio Machado 178, en
una palabra, es el hálito que sale del oficio, el trabajo y la experiencia
del pueblo 179.
Por su parte, Gabriela Mistral afirma que la poesía infantil más válida, o
la única válida, sería la popular y prominente, el folklore que cada pueblo
tiene a mano, "y aun el más desnutrido de todos tiene su caudal. En el fol-
klore encontramos todo lo que necesita como alimento el espíritu del niño:
hay canciones del trabajo, de la amistad de la fidelidad, de la fe, de la
chanza, de la naturaleza y hasta de la holgazanería. No faltan ni diversidad
ni élan, pero tampoco falta primor, como que está en el folklore
toda la familia de los primores.. Cuando Maragall aconseja a los
poetas aprender a hablar del pueblo, daba, sin saberlo, la receta
recta para los maestros. El habla popular es antítesis de la lengua
docente de la escuela. Esa habla posee una expresividad única:
pinta, esculpe, y hasta graba a fuego. Ella ondula de una gracia de
buena ley: está como picada de especies y esencias; ella sigue
narrando mejor que nadie; ninguno se durmió nunca, oyendo al
pueblo pescador o leñador. Y si hablar es aludir, interesante
mentar de veras las cosas y dando testimonio de ellas, ese hablar
completo correspondería al pueblo y no más que a él. Los
maestros sabemos bien, y podemos decirlo entre nosotros que
anda por allí, muy gárrula de una parte, y de otra muy
descolorida, la lengua del pupitre escolar y que más adormece
que azuza al niño sentado en el banco. Ningún miedo del folklore
es sano, es decir, del que se recoge por el campo y que en España
ya está recogido en muchos libros; pero cuidado con el argot de la
ciudad, ése si es delicado y feo. Este jaleo de río en el delta, que
es el hecho urbano, revuelve el agua limpia que le viene de lo
rural, y, por lo menos, debe ser colado. Yo me sé de años que se
puede pasar del folklore a la lengua arcaica, de ahí a los clásicos
nacionales y de éstos a los latinos, y sé que la vía que repugna
más al niño es la otra, la de su primer comida sacada de las
literaturas de transición, las románticas por ejemplo, y su tránsito
desde ellas a cualquier literatura clásica. Lo que tuerce el gusto,
envicia en lo mediocre agradable y arruina la afección del escolar
867.
179
usufructúan las supervivencias" como define el autor aludido en su
obra citada, pág. 53.
para lo grande son las literaturas cursilonas de hace treinta años y
las flotantes y circunstanciales de cualquier tiempo" 180.
Y este concepto sobre la calidad de lo folklórico en la base de la literatura
infantil, que hemos querido reproducir en su totalidad, ha sido
perfectamente visto por muchos pedagogos que se han convertido en sus
más decididos defensores. Sus virtudes se extienden, por lo demás, para
todos los rasgos de la vida del niño. Sí, por ejemplo, Lombardo Radice lo
recomendaba para hacer jugar al niño los juegos tradicionales; para
preparar la experiencia y la virtud expresivas en sus cuentos fantásticos;
para despertar el sentimiento por medio de sus novelas üenas de
ingenuidad; para formar el juicio con agudos refranes muy antiguos y muy
modernos repetidos por todas partes181. Y nosotros insistimos, que nunca
como en este elemento alquitarado, cuya materia nos ponen en las
manos los creadores esenciales, se nos ofrecerá un alimento más puro
y valioso que pueda servir de médula para el conocer del niño en sus
relaciones con el mundo al cual ha de entrar saliendo del suyo. Porque
este material creará la identidad, mejor aún, la intimidad, entre su
espíritu que se abre ávidamente como flor y el del mundo que lo
recibe con su aire.
180
Gabriela Mistral, ob. cit.
181
A. Aymard, Erkmann Chatrian h l'écola primaire, Revue
Pedagogique, París, enero-junio de 1925, pág. 275.
existe"; de su falta de preparación para enfrentarse con las cosas y los
hechos; de sus vacilaciones, pérdidas de equilibrio, angustias y
sobresaltos, incluso de su incapacitación, y, por reacción, será el culpable
de su "repulsión hacia el mundo nuevo —que es por cierto el mundo real—,
y un ansia de escapar a esa realidad refugiándose en el sueño, alargando
su niñez con ilusiones y mentiras; y como la realidad se impone
brutalmente, el hombre se siente acosado, perseguido, de donde resultan
esos estados morbosos, de aguda dolencia frente al mundo, de odio a la
vida, de afán de huir sin conseguir más que hundirse cada vez más en
vaguedades que lo desplazan de la vida real" x. Pero se dice más aún; se
dice que si la psicología nos demuestra que en el niño se repite en
gran parte la situación del hombre primitivo: asombro frente a la
naturaleza y sus fenómenos por ignorancia de las fuerzas que mira
actuar sin comprenderlas; terror delante de las manifestaciones
violentas por su debilidad para contrarrestarlas, etc., es decir, que si
el niño, como el salvaje, reflejan sobre su horizonte su propio espíritu
asombrado, lo animan y le crean su vida propia; y si esos mundos y
tiempos han cambiado ya que para el niño "es tan extraordinaria la
existencia de una nube como la de una máquina de escribir, y su vida
estará en el futuro más ligada al instrumento mecánico que a los
elementos atmosféricos, que ha dominado gracias al progreso (por la
casa, el paraguas, con el impermeable, etcétera)", es fuerza que
debemos ponerlo en contacto con lo que mañana necesitará utilizar
empleando su condición animista por medio de interpretaciones
fabulosas —el cuento, la leyenda—, y conseguiremos así, además, que
se vaya habituando a contemplar el mundo de creación que pronto
tendrá a su alcance182.
Todos éstos son argumentos que se han hecho en contra de los cuentos
de hadas, argumentos que, para nosotros, proceden, o de un verdadero
desconocimiento de la intimidad de la psique infantil, o de un agudo sentido
de verismo o materialismo racionalista, o de ambas cosas a la vez. Nuestra
exposición ha sido suficientemente amplia y clara para llegar a contestar
estas inquietudes en las conclusiones que siguen:
1? — Que si bien en el niño se repite en parte esa situación del primitivo,
en el proceso de su evolución hacia el pensamiento racional, no es tal ni
totalmente como en éste; no se puede comparar en especial por la
brevedad de este tiempo de semejanza en el niño. La etapa de su
imaginismo, que es la más importante, ocupa en su vida nada más que una
pequeña porción de tiempo que no alcanzará para crearle esos tan
182
G. List Arzubide, Troka el Poderoso, ob. cit., prólogo, págs. de 7 a
11.
Ob. cit., pág. de 7 a 11.
profundos trastornos que se pretende. Está perfectamente estudiado por la
pedagogía científica que "la afición a los cuentos ha desaparecido ya,
normalmente, a los diez años, edad en que lo absurdo, increíble e invero-
símil empieza a aparecer como tal a los ojos del niño, edad en la que Binet
y Simón han colocado el test de crítica de frases absurdas, sin duda,
después de haber comprobado por numerosas experiencias que en ella la
lógica característica del niño va cediendo lugar a la lógica propia del adulto"
183
.
2? — Que las condiciones del desenvolvimiento de ambos —el primitivo
y el niño— difieren fundamentalmente porque si bien el primitivo se
desarrolla en un mundo sin otras relaciones y medidas que su propia
ignorancia, por lo cual quedaba irremediablemente en las suyas, el niño
crece y se desarrolla en un mundo que le supera por miles de veces, en
todos los sentidos. De este modo lo que lee o se imagina o crea su fantasía
alrededor de lo inexistente no alcanzará más que a crearle una lejana y
absurda situación que lo único que le proporcionará será el encanto poético
de la leyenda que es ratificada de continuo por el propio espectáculo de la
técnica y de la sabiduría que ha alcanzado el hombre de nuestro tiempo y
que está en la propia evolución del niño.
3? — Que, por lo tanto, ni se falsea su espíritu ni se le inclina a
credulidad, ya que la realidad de su contorno le está demostrando, aun
insensiblemente, que tales cosas no son ciertas. Que es un error
psicológico creer que eso, lo que no es cierto, es lo que ahoga su sentido
crítido cuando, por otra parte, en los demás rasgos de la cultura y la
educación que recibe el niño, existe más que nada una saturación de
sentido crítico que siempre sería suficiente para equilibrar ese peligro que
se anota, si realmente él existiera.
4? — Que, de acuerdo con los numerosos análisis que hemos hecho, la
imaginación del niño requiere excitantes, para cada una de sus etapas, que
respondan a sus exigencias funcionales y actúen, como dice Ortega y
Gasset, como hormonas psíquicas, y que los mitos, las leyendas, las hadas
y demás emulativos maravillosos cumplen esa función en la imaginación
infantil. En efecto, ellos enriquecen sus estímulos; amplían, por
transferencia, las demás facultades o poderes psíquicos, puesto que han
de intervenir activamente en ellos la atención, la memoria, la asociación de
ideas, el juicio, etc., y le sedimentan, con una serie de imágenes, el
conocimiento posterior, le crean la tradición, esas imágenes tradicionales
que sirven, como a los pueblos enteros, de raíz expresiva y conocimiento
posterior.
183
Torner, ob cit., pág. 27.
5? — Que ni la fatalidad ni la imaginación, son actitudes o ejemplos que
puedan quedar irrebatibles para la experiencia del niño en la era presente.
La historia de las nuevas sociedades, en la' democratización de sus
procedimientos provee de continuas posibilidades para que cada uno
pueda alcanzar, mediante su esfuerzo y su lucha, determinado destino
social. El más mísero puede alcanzar el más alto sitial sin la varita mágica,
y si ella existe en algunos poderes que no son precisamente irreales, está
condicionada por factores, valores y elementos fácilmente apreciables y
analizables en sus menores aspectos. La lucha de clases de los hombres
ha cambiado el panorama del mundo. El esfuerzo de las colectividades ha
logrado éxitos insuperados. De este modo, fatalismo y resignación son
términos ya fuera de otro uso que no sea el de determinada intención y en
vías de sojuzgamientos perfectamente logreros, pero que no alcanzarán
más que muy mediano éxito.
6? — Que no es cierto que para el niño la existencia de la máquina de
escribir, por ejemplo, importe más que la de una nube, ni que estará más
ligada a su futuro la primera que la segunda, usando los dos elementos de
los opositores que citáramos. Ese argumento es falso en dos aspectos; en
cuanto a la cosa en sí: la nube siempre será un enigma, aclarada en su
estructura, y su forma cambiante, su carrera por el cielo, la belleza de sus
transformaciones, el sentido de su destino para la vida, etc., para el niño,
será siempre un maravilloso enigma y una fuente de inspiración real o
abstracta, pero innegable, y la máquina de escribir, el objeto doméstico,
palpable, desamable, finito como ansia de sentir su intimidad o su secreto,
será el objeto por sí mismo y en función de sí mismo. Y en cuanto a su des-
tino, la nube seguirá preocupando al niño —en especial al campesino— un
millón de veces más que la máquina de escribir, aunque la máquina de
escribir sea un millón de veces más deseada. Un niño me dijo
concretamente en cuanto a estos dos elementos (la nube y la máquina de
escribir): "que le interesaba más la nube y que le parecía más importante
porque la máquina tenía un oficio limitado, solamente práctico, después del
cual no servía para nada más; en cambio la nube, además de tener ese
valor al dar el agua a la tierra, creaba emoción, despertaba belleza y servía
de inspiración a las personas. . . Lo que es muy importante", reafirmó. Y
esto es exacto.
7? — Que también es erróneo pensar que sus angustias y sus
desencuentros con la realidad se crean por lecturas irreales que absorben
en tan limitado espacio de tiempo su atención. Las causas verdaderas de
este desacuerdo tienen otro carácter social y son palpables. No es lo irreal,
sino lo real inalcanzable lo que atormentará al adolescente en su
vida. Si él sabe que lo irreal no existe, que ese mundo inverosímil
y que esos objetos mágicos pertenecen solamente a un clima de
ensueño, eso no será nunca preocupación de su vida. Antes bien,
lo real que él ve a otros alcanzar mientras a él se le escapa de las
manos, eso sí será lo que le preocupará.
8? — Que el problema aún se torna más claro cuando analizamos la
relación psicológica que existe entre su imaginación y los cuentos de
maravillas. Por ejemplo: ¿"hasta qué punto penetra en su inteligencia, en
relación con los hechos narrados", lo maravilloso? Es cosa sobre la cual los
psicólogos discrepan, aunque se sabe que el niño sigue ávidamente el
desarrollo de un cuento, como hacían notar Perrault, Andersen y Schmid
en sus memorias y nos lo han repetido infinidad de niños. Una niña nos
decía que cuando terminaba de leer un cuento, miraba hacia los lados y
salía corriendo porque todas las cosas le parecían fantasmas. Estos
estados, sin embargo, parecen más bien transitorios que permanentes y su
influencia, más accidental que efectiva. En tal caso ella no obraría más que
como materia de sueño. Existiría así "cierta analogía entre los cuentos de
hadas y nuestros sueños: el cuento de hadas es en ciertos puntos un tipo
de imaginación artística de ensueños", como dice Bühler 184 y tiene por
base el desarrollo de los centros representativos que es la etapa más
importante en esta literatura.
Por otra parte, esta representación de imágenes inmediatas bien pronto
es insuficiente mediante el cuento de hadas, porque esta narración es de
un gran primitivismo estético y carece en absoluto de matices. Siendo
desconocidos aún para la psicología los límites de las dimensiones que en
la imaginación infantil pueden alcanzar lo enorme y lo pequeño, esto
mismo hace que dichos efectos sobrenaturales no impliquen más que un
pasajero placer imaginativo, con una influencia precaria. En cambio, como
emulativo de la psique son de indiscutible valor, pues el cuento de hadas
"hace uso de la constitución de un complejo de imágenes por el medio
auditivo puesto que ordena en serie las imágenes una tras otra", anota
Bühler, agregando Sully esta expeditiva cita: "hay causas más o menos
fundadas para suponer que en esta primera época las palabras tienen en sí
un valor como sonido, algo de la realidad objetiva de una impresión
sensorial completa; de manera que, al nombrar una cosa, en cierto modo,
provoca la presencia de la misma. Sea ello lo que fuere, lo cierto, es que
las palabras como transmisoras de las percepciones sensoriales ejercen
poderosa acción excitante sobre la imaginación infantil; porque hacen
surgir, como por magia, imágenes extraordinariamente vivas de lo objetos
nombrados. Esta acción profunda y duradera de las palabras no se
184
Bühler, ob. cit., pág. 330.
Ob. cit., pág. 341.
observa nunca más claramente que en la magia de los cuentos de hadas.
Nosotros, los adultos, nos hacemos la ilusión de leer historias; si el niño
pudiera darse cuenta de lo que nosotros llamamos leer, se reiría" 1. Y esto
lo han tenido en cuenta muy bien los narradores de esta clase de
cuentos. Recordemos que Andersen trataba, incluso, de que sus
palabras fueran capaces de traducir el ruido del viento desencade-
nado. Por otra parte, no todos los detalles de un cuento son
perfectamente retenidos con la misma fidelidad por el niño. A veces, y
esto es un poco caprichoso en cada uno, los únicos detalles que
permanecen en su mente son justamente los menos maravillosos.
9? — Este problema fue duramente debatido en países como la Unión
Soviética, que ha tratado de fñtrar todo conocimiento de resabios idealistas
o conceptos confusos que no respondan a la ideología de su fñosofía. En
la conferencia del año 1929, en la que se discutió la preparación del
preescolar, se trató del lugar que ocupan los cuentos de hadas en la
educación. La cuestión, dice Pinkevich, se formuló y resolvió de la siguiente
manera, lo que podría dar la pauta para las exigencias aún más objetivas,
realistas o materialistas: "¿Son, en general necesarios los cuentos de
hadas? Sí. Pero los cuentos que surjan de la vida contemporánea; de los
cuentos de hadas que el mismo niño cree..." 185. El autor aludido estudia
por su cuenta este material analizando los argumentos en su contra o
en su favor que son, en general, lo que hemos desarrollado en nuestro
examen, y a pesar de sostener que la mayor parte de tales cuentos
sólo pueden obrar negativamente sobre la mente del niño y muy a
menudo resultan responsables del desarrollo de estados anormales de
la fantasía —lo que vimos no sucede—, no desconoce al mismo tiempo
"su gran importancia para el desarrollo de la imaginación, su
adaptación al cerebro infantil y su capacidad para producir en el lector
u oyente un estdo de alto abandono emocional. De suerte, finaliza,
que, sin rechazar terminantemente los cuentos de hadas, deberíamos
darles un nuevo contenido; deberíamos imprimirles en todo lo posible,
un carácter realístico y enlazarlos íntimamente con el mundo con-
temporáneo. Deberían contener menos prodigios" y maravillas y más
suma de fantasía tomada del mundo circundante. ¿No encierra el
mundo de la realidad temas suficientes para cautivar y retener la
imaginación de los niños?"186 Pero este criterio en la realidad —-1952,
época de nuestras reales comprobaciones, en la Unión Soviética— ha
sido más general y explícito, en especial en el teatro (títeres y
representaciones). El teatro para la primera edad infantil utiliza el
185
A. Pinkevich, La nueva educación en la Rusia Soviética, Madrid,
1927, pág. 106.
186
Ob. cit., pág. 106 y sigs.
elemento fantástico abundantemente: las palabras exorcísticas, que
obran milagros; aguas sobrenaturales a cuyo influjo crecen o
desaparecen las cosas; animales que hablan y se comportan como
personas, etc. 187 Creemos que a través de nuestro estudio,
demostramos el gran realismo de la mayor parte de los cuentos de
hadas. Si lo que se quiere es verismo, ellos ya no serán "de hadas".
Demostramos también que su substancia es materia folklórica y está
tomada del mundo circundante. Lo único que compartimos como
necesidad es la de ajustados con las realidades y experiencias de
nuestras épocas, sin que por ello pierdan ni su carácter maravilloso ni
su entonación poética.
10? — Y si tenemos, finalmente, en cuenta que estos relatos de
maravillas sobre ese realismo de innegable trascendencia, que van a servir
al niño solamente para su faz representativa y que luego en la "edad del
Robinson" volvemos nuevamente al realismo ya menos filtrado, más direc-
to, en donde "el máximo ejercicio del pensamiento crítico y de la voluntad
amplia y orientada a un fin consciente", serán quienes guíen su camino
siguiente, no habrá peligro en que ellos nutran ese período de su vida. Que
es incluso delito el privarles de tal clase de literatura que supone una
mutilación a su maravillosa capacidad mítica, como anotáramos en su
capítulo respectivo. Esto no quiere decir, de ningún modo, que nos
opongamos a la estructuración de un nuevo cuento infantil que tenga por
base la fantasía de la era contemporánea, pero no porque tengamos temor
de que los viejos mitos traicionen la identidad humana del niño en su
devenir, ni creen los fantasmas de su confusión. Sino porque nuevos
tiempos ofrecen necesidades distintas y exigen alimento diverso, aunque
los elementos que provoca puedan resultar los eternos, que por tales, son
los primordiales. Pero rechazamos toda mezcla en cuanto a esta materia,
en donde, a base de un falso realismo o de un frío intelectualismo, mitad
científico y mitad irreal, animando con una grosería que está muy
lejos del gusto depurado del niño, se trate de suplir toda la
literatura, que, además de transmitir conocimientos perdurables,
se esfuerza por establecer el perfecto equilibrio entre la realidad y
el sueño, entre la verdad y la fantasía que vive el niño.
Rechazamos esa mezcla y exigimos un cuento infantil que antes
que nada, sea verdaderamente un cuento.
Montevideo, 1952.
5. ORIGEN Y CONCEPTO DE LA FABULA
188
C. T. Gamba, La canción de las cigarras, Anales de Instrucción
Primaria, Montevideo, enero-junio de 1932, pág. 182.
en nuestra América el pueblo anónimo, dueño de un vastísimo folklore
animalista en el que predominan personajes tan importantes como Don
Juan el Zorro, capaces de caracterizar toda la época de nuestra picaresca.
I. La fábula en la enseñanza,
un análisis de rousseau
189
J. J. Rousseau, Emilio, Barcelona, tomo I, pág. 139.
recordar, como lección permanente, este análisis de Rousseau
que, como tal, en muchos de sus aspectos aún no ha sido
superado. Por lo cual lo transcribiremos:
¡Qué olor da este queso que desde la rama del árbol penetra hasta la
madriguera del zorro! ¿A éste le gusta el queso? Poco estrago harían en
los corrales, si no frecuentaran más que las lecherías. "¡Muy maestro!"
¿Qué es lo que el zorro enseña? Bien sé que es maestro y doctor en tretas
y que no puede aplicarse epíteto con más facilidad; pero esto lo sé yo, y no
lo sabe el niño. Es preciso que le digáis cuál es la índole natural del zorro,
y cuál la que le atribuyen los fabulistas convencionalmente. ¿Y queréis que
os entienda? Menester fuera para ello una poética del apólogo.
¿Con que hablan los zorros? ¿Y su habla la entienden los cuervos? ¿Qué
has de responder, discreto preceptor, a esta pregunta tan natural del niño?
"A poco más o menos" es un ripio que ni para el niño ni para mí tienen
disculpa.
Tenga usted buenos días, señor
cuervo, mi dueño.
"¡Mi dueño!" ¿Qué quiere decir dueño? El que tiene esclavos. ¿Con que el
zorro es esclavo del cuervo?
Vaya, que estáis donoso, mono, lindo
en extremo.
¡Con qué arte gradúa el maulero los elogios! Arte perdido para el niño;
"Mono" precedido del verbo "estar", siempre es un elogio; cuando le
antecede "ser" suele ser un improperio. Para Emilio "estar mono", cuando
sea mayor, siempre lo tendrá a mengua: niño, no lo entenderá.
¿Qué son "lisonjas"? ¿Hay quien "las gasta"? ¿Quién "dice lo que no
siente"? ¡Pobre niño, cuántas lecciones de vicio hay que darte, y ninguna
necesitabas! La profesión de veracidad del astuto zorro, es nuevo lazo
tendido al imprudente y vanidoso cuervo; ¿pero tú, cómo has de apreciar
sus artes, o más bien la habilidad del poeta?
190
Ob. cit., págs. de 140 a 143. 170
II. El pseudo-cientificismo en las fábulas
193
Ob. cit., pág. 145.
Piaget, ob. cit., pág. 235.
superación, siempre será la peor moral, la más odiosa, la más utilitaria y
logrera. Y será también más equívoca para el niño, cuando éste, por
instinto, no la acepte y prefiera defender el personaje esquilmado de la
fábula, como muy a menudo acontece. Todo esto se agrava aun si estudia-
mos más a fondo las relaciones de los sentimientos infantiles en sus
entendimientos con los animales. El niño posee un sentido epecial para
relacionarse con ellos, aún no bien determinado por la Psicología.
Tenemos cientos de documentos infantiles que nos demuestran un
estado afectivo especial que se crea el niño en relación con los animales.
Por ejemplo, el de un niño que dice, refiriéndose al buey que se ve en el
otoño, en las faenas, "el buey entra a mi alma delicadamente". Otra niña, y
este concepto es generalizado, afirma que los animales tienen alma porque
"si no tuvieran alma no morirían, serían eternos como el hierro y todas las
demás cosas. No tendrían calor, serían fríos, helados, malos; de todo su
ser emanaría su maldad, ese humo negro que envuelve y aleja todo". En
fin, que todavía los estudios de Freud sobre "la vuelta infantil al totemismo"
nos demuestran que el niño "mezcla ciertos animales a su vida moral" y
atribuye "a los animales, ciertos sentimientos que él ha experimentado con
sus padres, es decir, que si el niño comete una falta cree al animal al
corriente de sus faltas, etc.", como anota Piaget 1. Por todo lo cual, las
fábulas en las que intervengan animales, más que ninguna otra
expresión literaria, deben ser producto de meditada selección y
amplio estudio antes de dejarlas al alcance de las manos infantiles.
Deben reunir un mínimo de condiciones que las pongan a cubierto de
toda confusión interpretativa en lo que pretendan enseñar. Concepto
claro y concreto; sobriedad narrativa en su desarrollo; lenguaje
depurado de toda terminología vaga, abstracta o inaccesible a la poca
cultura y una muy velada proposición moral, la que se ha de
desprender, por sí sola, del propio desarrollo de la fábula, antes de
estar contenida como resumen final.
IV. El material de nuestras fábulas
196
Ob. cit., de las págs. 38 a 41.
J. Zavala Múñiz, Crónica de la reja, Montevideo, 1930. página 194
197
y sigs.
humanos y salir a las fábulas" 198
y en algunos casos —La Fontaine o
Iriarte— incluso se trata de rencillas literarias muy personales de cada
uno con sus contemporáneos. En una palabra, el animal no fue más
que el pretexto. Por eso se falseó la psicología y costumbre animales,
se falseó su vida entera. La fábula sin duda respondió a su propósito,
pero se olvidó del animal como ser, como suma y experiencia de un
reino.
Desde entonces hasta nuestros días no había aparecido un fabulista
desinteresado del género literario e interesado por los animales. Pero
sucede la aparición de Walt Disney y con él aparece nuevamente el
animador de la más delicada estirpe animal imaginada. Los animales de la
creación disneiana, que, además de la palabra han conseguido una bella
imagen plástica, han vuelto a la vida en sí, como animales. Es posible que
el intransigente cientificista no esté conforme con algunos de los caracteres
conseguidos, que los encuentre demasiado caricaturescos, pero el Pato
Donald, con su charlatanismo e irritabilidad tan a flor de piel
siempre; el simplote Perro Pluto, tan tierno y a menudo infeliz, el
ingenuo, tímido y esperanzado elefantito Dumbo, en su eterna
ansia por volar; ese picaruelo ratón Mickey —la gran creación de
Disney—, medio sátrapa y medio honrado, ingenioso para escapar
a las tretas que le traman, siempre vencedor de los peligros; o
esos personajillos más ínfimos: el ratoncito Timoteo Lauchín,
especie de "promotor" de Dumbo, los pajarillos de Blanca Nieves,
el grillito parlador de Pinocho, etc., en fin, toda esa serie de
pequeños animalitos, pájaros y conejos, ardillas y gacelas, que se
mueven en un clima de bosques con árboles de hojas y flores tan
humanas como los propios seres, tiene, en Disney, una vida, una
psicología más animalmente humana, que en ninguna otra fábula.
La vivacidad de sus escenas; la gracia incomparable que pone en
el movimiento de sus argumentos intrascendentes, al parecer; la
ternura maravillosa que irradian en algunas escenas, sus
animalillos, como esos de Blanca Nieves en el bosque, o en esas
de solidaridad que se repiten en todos los cuentos; el aspecto
cómico que resume toda su fábula, escena por escena y, sobre
todo, el ambiente natural del animal, en medio lógico, propio,
suyo, en el que éstos se mueven, todo ello le da un carácter
nuevo, de creación auténtica a la fábula moderna. Es posible que
se nos diga que los elementos de la filosofía humana, los valores
negativos de la misma están siempre presentes, tal vez poco
Antoniorrobles, ¿Se comió el lobo...}, ob. cit., pág. 52.
198
o tal vez el sentido del éxito seguro y ese vencer con esfuerzos poco
valorables que percibe en las aventuras de Mickey, el héroe del
robinsonismo disneiano (Mickey en la Isla del Tesoro, Mickey en el
Castillo Malandrín, Mickey y los Siete Fantasmas, etc.), pueden
desvalorizar el sentido en sí del animal, moviéndose tan
lógicamente en su medio. Pero Disney no hace más que traducir
inconscientemente su propia sociedad, la angustia del pueblo de
su tiempo presionado por los fantasmas tan conocidos y las
esperanzas que se crean, hasta estos diminutos personajes para
vivir y vencer tales fantasmas, y esto dicho con el menor gasto de
intención de hacer filosofía con este mundo que, si tiene algo de
maravilloso, precisamente, es la infantilidad de que rebosan sus
escenas. A veces, cuando es su intento alcanzar algo de esto, el
trabajo solidario, edificante y alegre es el que une a los que lo
realizan, un trabajo que si se advierte que suele no ser muy
angustioso ni servir nunca, crea, por otra parte, un sentido de
saludable constructividad. En su mundo, los animales siempre
tienen un sentido y una función clara y honrada. Mientras un
cerdito trabaja, los otros se divierten; cada animalillo en la
sinfonía Blanca Nieves actúa en su menester muy concretamente;
el grillito de Pinocho le dice al muñeco:
200
Bühler, ob. cit.. pág. 324.
Ibid.
7. LO REAL: EL ESFUERZO Y LA CIENCIA EN LOS CUENTOS
ROBINSONIANOS
201
Ob. cit., pág. 149.
fin, puesto que Savage Landorf ha salido del Tibet, no ha sido más que un
juego para él eso de volver... 1.
Y no vamos tan lejos, repetimos, porque los niños, en muchos más casos
de los que se piensa, también saben apreciar los esfuerzos y las
incertidumbres de la vida del héroe. Y tanto, que cuando las aventuras son
burdamente tramadas, de tal forma que a las pocas páginas se vislumbra
que el héroe saldrá triunfante de todas las pruebas, muy a menudo los
niños abandonan dicha lectura, porque de inmediato perciben que el héroe
ha de triunfar en todos los lances. Y un héroe que en este segundo período
deje la sensación de cierto triunfo debido más que al esfuerzo, al milagro —
al revés que en la etapa anterior—, deja de interesar a los niños. La
aventura, la hazaña, debe ser convenientemente sazonada de una dosis
de picante esfuerzo, bastante apreciable para que sea capaz de mantener
al niño, durante todo su desarrollo, en la incertidumbre por el destino final
del héroe.
Otra diferencia muy notable todavía entre los cuentos de hadas y estos
nuevos relatos es que en esta etapa robinsoniana la experiencia directa del
hombre y la ciencia (más ésta que la otra), sustituyen el papel de las
invenciones maravillosas. No es difícil ser el amo de las aguas, cuando se
posee el Nautilus, o el amo de los aires, dice muy bien Cousinet 202,
cuando se posee una aeronave como posee Robur, el Conquistador; o
cuando, en otros casos, grandes fortunas ofrecen a un Capitán Nemo
o a un Matías Sandorf los necesarios recursos para llegar a un buen fin
de su obra. Habría que decir, sin embargo, que gran parte del secreto
de Robinson y de las mejores novelas robinsonianas radica,
justamente, en el esfuerzo personal, en el ingenio del héroe para
proveerse de los medios necesarios para continuar su aventura, cosa
ésta que quita, en la opinión de los niños, todo el carácter de
artificialidad y preparación previa para el logro que propone. Me
parece muy exacto el juicio de un niño cuando me afirmó que "los
héroes que siempre ganan, como los que poseen todos los medios
para realizar su aventura, tienen poco interés y a menudo suelen no
interesarme..." Exacto. Y hemos notado más: es cuando los niños ya
prefieren no este falso realismo sino la intervención de la fantasía en
el realismo.
202
Ob. cit., pág. 150.
que a través de ellas traducen algunos autores, por lo general
intencionalmente, y con el fin de allegar "instrucción" a los niños sobre
determinadas características de la ciencia. El caso más típico es el de Julio
Verne que traduce el mundo de esta etapa, como Andersen el de la
primera, aunque quizás no tan profundamente como el autor nórdico.
Mientras Andersen se preocupaba por mostrar grutas encantadas, estos
realistas o científicos de la escuela robinsoniana (otro caso típico es Ewald,
cuyos cuentos han sido comentados por Pellison 203), muestran inmensos
bosques de algas y arrecifes construidos por la tenaz labor de los
corales. Mientras uno representa el albergue de los gnomos, los otros
muestran graneros de hormigas o galerías de lombrices. Sirenas,
hadas, gigantes y duendes son los personajes de uno; bestias, plantas
y hombres de los otros, y aunque sean reales están animados, como
en muchos de los cuentos de Ewald, como elementos del mundo
irreal: plantas y animales que hablan, objetos que tienen vida propia.
Se advierte en estos cuentistas de ahora que parecería interesarles
más que las cosas en sí, el hombre y su trabajo que aunque con
nombres y personificaciones distintas, siempre serán la lucha, el
esfuerzo y el valor del hombre los que se harán presentes.
El caso de la Jangada, de Verne, es típico en este sentido; no
contiene nada de esencial que sea contrario a la verdad. La
descripción de esta balsa que desciende por el Amazonas
trasportando una ciudad está hecha en base a observaciones
reales, plena de datos geográficos y de costumbres, que sólo la
novedad de los personajes y alguna pequeña intriga le alcanzan el
carácter de novedad y de drama que tienen. Ahora bien: ¿es
pernicioso este llamado pseudocientificismo del que reniegan
muchos padres y no menos escritores, como lo hace Anatole
France? Es cierto que Julio Verne, tomemos este ejemplo, no está
encuadrado en el exacto dominio científico, pero no es menos
exacto, como destaca Weulersee, que entre la esfera de lo real y
de lo irrealizable se extiende el vasto campo de las posibilidades
del porvenir. "El Nautilus no es una quimera, agrega, una creación
fantástica de la imaginación puesto que todas las naciones tienen
hoy, treinta años después (destacamos que Weulersee escribe
esto en 1905) sus sumergibles y submarinos. Sin duda, ninguno
de ellos ha recorrido veinte mil millas bajo el mar, pero ¿quién
osara decir que en más o menos largo tiempo un sumergible
perfeccionado no realizará esta hazaña?" L
203
M. Pellison, Les contes de M. Karl Ewald, Revue Péda- gogique,
julio de 1908, pág. 54 y sigs.
Sin duda, si este escritor viviera en la actualidad, habría podido ratificar
estos conceptos con las innumerables grandes hazañas realizadas por la
ciencia moderna, como por ejemplo, desde la vuelta al mundo por el Graff
Zeppelin, el viaje a la estratosfera del globo del profesor Piccard, la
conquista aérea del Polo por la misión soviética, hasta las numerosas
hazañas de records de aviación cumplidas en los últimos años y las
actuales aventuras de la guerra mundial con los nuevos e
increíbles monstruos de acero: tanques, bombarderos en picadas,
portaviones, aviones a chorro y atómicos, cohetes
interplanetarios, etc., que realizan hazañas que escalofriarían la
propia imaginación de Verne.
Pero si analizamos un poco menos ligeramente las condiciones de esas
obras pseudo-científicas, tal como lo hace el autor últimamente citado al
estudiar a Julio Verne, encontraremos que en ellas, este caso del Nautilus
precisamente, no se trata de un estudio de las condiciones
técnicas de la navegación submarina, sino de un simple viaje por
el fondo del mar. "El elemento geográfico, por tanto el elemento
real, tienen aquí todavía su gran sitio: el autor nos inicia en
misterios de la oceanografía viva, nos pasea a través de las
maravillas de la flora y fauna marítimas". Se puede incluso
aceptar, como lo hace Weulersee, que en ciertos casos, algunas
de sus obras sostienen una hipótesis menos feliz que en la
anterior, como sucede en Un viaje a la luna. Pero aquí también
habría que decir en su descargo "que esta vez la hipótesis del
novelista entra en el dominio de los imposibles en donde la poesía
está más en su lugar que un falso aparato de ciencia: una hada
que en una noche de sueño llevara a nuestro explorador en un
rayo de luna, realizaría mejor nuestro empeño... a menos que la
descripción pura y simple de lo que se ve por el telescopio, a
través de la pluma pintoresca de un Fla mmarion, por ejemplo, no lo
consiga mejor..."204.
Anatole France se opone terminantemente a esta literatura de Verne,
porque dice que el niño "sabe bien que no se hallan en la vida real esas
encantadoras aspiraciones (se refiere a las hadas y a los enanos). Es la
ciencia recreativa la que le engaña; ella es quien siembra errores difíciles
de corregir. Los niños crédulos no dudan porque dice Julio Verne —agrega
— que se puede llegar a la luna dentro de una bala de cañón y que un
organismo pueda sustraerse a las leyes de gravedad". Para France, así,
204
Weulersee, ob. cit., pág. 550. Excusamos decir lo anticuado que
resultan todos estos ejemplos en estos tiempos... en que el hombre
camina por la luna como por su casa.
esta literatura de la noble ciencia no le proveerá a los niños de ningún pro-
vecho, porque es una literatura "falsamente práctica", que no habla "ni a la
inteligencia ni al sentimiento", por eso es preferible volver a las hermosas
leyendas y a todo lo que proporcione la emoción de lo bello
Aunque con un fondo no desprovisto de cierta verdad esta crítica de
France, no es posible dejar de aceptar la novela tipo Verne porque sea un
género esencialmente falso. Es injusto no reconocer en Verne la parte de
sana vulgarización científica que, proponiéndose o no, realiza con su obra,
tanto como en el sentido simple que traduce su filosofía y su moral. En
efecto, ¿qué cuadro puede impresionar más fuertemente a los
adolescentes sobre la pequeñez y variedad de nuestro planeta que la
vuelta al mundo en veinticuatro horas, como se pregunta Weulersee? ¿Y
ese rayo verde, "ese último que lanza el sol cuando desaparece (usamos el
término tal cual está expresado) detrás del horizonte del mar en un cielo
perfectamente límpido; ese rayo que parece tan fácil de asirlo por poco que
se intente y que tantas circunstancias, tantos azares impiden llegar hasta
nosotros, no es, si se sabe entender, un medio de hacernos reflexionar en
la complejidad de todas las cosas, en la dificultad de realizar la
concurrencia de condiciones en apariencia las más difíciles de reunir?" 205.
En cuanto a la moral de sus novelas, cosa de la que se puede decir no
escapa a ningún escritor, ¿no es la suya una moral tendiente a reforzar las
condiciones personales, en especial las de la adolescencia? "El joven que
lee la historia de El capitán de quince años no irá sin duda des-
provisto de tal grado, y también en tan trágicas circunstancias, de
cualidades de iniciativa, de sufrimiento, de intrepidez; habrá
adquirido la idea, si no la ha conseguido como ideal, que
procurará alcanzar naturalmente más tarde en la medida de sus
fuerzas y deseos. Igualmente no tendrá mucha oportunidad a
través de ella para destruir las criminales maniobras de un traidor,
pero habrá tomado horror a todo lo que sea simulación, mentira,
malevolencia. Esta moral de Julio Verne es muy simplista, muy
breve, muy vulgar, se podría decir: es, como se la ha señalado, la
moral del melodrama popular... " 206, aunque no creemos así tan
ligeramente, como cree este comentador de Verne, que ésta sea la
moral que más conviene a los jóvenes...
Agreguemos a estos rasgos, el de que Verne no es un sentimental más
o menos cursi, y que se manifiesta a través de su obra como un honrado
pacifista. Si bien inspira siempre anhelos de victoria, las ambiciones de su
conquista no son hechos en base de la explotación del género humano, ni
205
Weulersee, ob. cit., pág. 551.
206
Ob. cit., pág. 552.
para la acumulación de riquezas de determinado individuo, sino que ellas
tratan de beneficiar a todo el género humano. Por todas estas
generalidades sus obras responden a las necesidades infantiles de esta
etapa robinsoniana.
208
Ob. cit.
209
Godart, ob. cit., pág. 468.
210
Vermeylen, ob. cit., pág. 261.
que sigue, de la misma manera que el pensamiento, una graduación: la
causalidad empieza siendo pragmática, luego un antecedente precausal y
finalmente, la causalidad. Es éste también el período de los grandes
procesos intelectuales y en el que el niño va penetrando "en el sentido
de las realidades", de una manera cada vez más total y perfecta.
Tan complejo desenvolvimiento psíquico, de este modo, ha de
necesitar una nutrición intelectual más completa, que nadie mejor
que la novela en general le podrá proporcionar. Éste es el género
literario que acaparará su atención total, ya la del tipo que deno-
minamos en un gran rubro cursi (las policiales y las sentimentales
en su gran gama), o ya las literaturas, especialmente románticas,
como mejor cuadra a este período de su anarquismo y confusión
mental y espiritual. Aparte de este tipo de literatura, que es la
básica, le servirá toda otra de ciertas características realistas pero
que tenga un rasgo preponderantemente sentimental, que es el
emulativo de mayor significación de este período.
En efecto, en este lapso el niño comienza su nueva etapa egocéntrica,
una especie de retorno más profundo y total a aquella primera. Si en
aquella primera este su egocentrismo tenía por centro su propia innata
soledad, era más individual, en éste las nuevas relaciones sociales
serán las que le darán el carácter. Será el suyo menos individual
frente a los problemas en general, pero siempre una vuelta a sí
mismo, una reafirmación de sus valores y una necesidad de
explicación absolutamente lógica de sus problemas. De ahí que
tratará de buscar en las obras que lea una traducción no sólo a
sus cuestiones personales, un espejo a su alma atribulada, sino un
ejemplo a su actividad fiel, y un camino a través de las
contradicciones que se le plantean insolubles, a cada momento.
Una fuerte dosis romántica alentará sus búsquedas y el héroe en
sí —de la misma manera que sucediera para el romanticismo—,
que ahora pasa a primer plano de su interés, adquirirá para el
niño un rasgo definido: su capacidad de sufrimiento y de
experiencia y recursos personales para vencer las adversidades,
problemas éstos que se encuentran en el niño, de aquí en
adelante, con la intervención del elemento que desde este
momento gobernará su psique: el elemento erótico, o mejor
sexual, que estaba ausente en las etapas anteriores.
Desde luego que no podría ser otro género que este novelesco el que
mejor tradujera estas luchas de su psiquismo. En la novela "que es una
narración dramática, en prosa estética, de una acción humana interesante,
generalmente todo acaece de un modo real y positivo, pero de ordinario
verosímil y con determinada extensión, para recreo y enseñanza indirecta
de los lectores...", como así la define la preceptiva 211, la novela contiene
todos los elementos para su interés.
En ella están no sólo los elementos caros a las etapas anteriores:
imaginismo y drama en la primera, invención, realismo y verosimilitud, en la
segunda, sino que, además, están los nuevos que importan a la de ésta: la
acción humana de alto interés, la trama de un cuasi realismo, humanismo,
o de una posibilidad real, y el lenguaje estético en el caso de los que
buscan las novelas literarias y la enseñanza indirecta en determinados
aspectos, para quienes buscan la materia de su contenimiento estético, o
simplemente sensual, en el caso de que sea. A través de este género, en el
que "la oposición y la lucha de afectos, el antagonismo de caracteres que
presta interés dramático a las acciones, tienen tal preponderancia" y le dan
ese carácter épico-dramático que ofrece, contribuyendo a "hacerla popular
y a darle una gran influencia en las costumbres"212, es en donde el niño,
que comienza a lindar en la pubertad, encuentra el mejor espejo de su
inquietud, de su "ambición y angustia", como se ha caracterizado
justamente esta etapa 213.
La novela, por otra parte, es un género posterior en la evolución
creadora de la humanidad. Tiene su origen según explican los retóricos,
tanto en el sentido filosófico como en el histórico. En el primero, porque el
espíritu humano siempre ha tendido a la contemplación de un mundo mejor
en donde se reúnen libremente las aspiraciones del bien, la justicia y la
belleza, y en el segundo porque la novela ha comenzado en los tiempos
remotos en que los hombres debieron narrar sus hazañas para trasmitir
determinadas experiencias a las generaciones posteriores, tal como
sucedió con los demás géneros literarios. La importancia que la novela ha
adquirido para la niñez y la adolescencia es la que ha hecho que hasta
nacieran nuevos géneros en este rótulo, como destaca Giner de los Ríos
en su clasificación, agregando las científicas que él llama "didácticas", tipo
Verne, y las marítimas o de navegación, como el caso de las de Cooper 3.
215
Ramón y Cajal, ob. cit., págs. 113 y 114.
216
E. Cousinet, Un livre pour les enjants, Revue Pédagogique,
noviembre de 1887, pág. 407.
217
- V. Battistelli, La literatura infantil moderna, Firenze, 1923, pág.
65.
esos efectos que trata de buscar con contraposiciones de
sentimientos, de sus limitados conceptos de patria, de fraternidad,
de solidaridad, etc., a veces demasiado rígidos, en fin, somos
capaces de advertir todo ello, pero también de no desconocer
cuánto de humano encierran sus cuentos y las páginas de su
Diario, sin compartir el exagerado concepto del maestro Alfonso
Reyes, en su Calendario 218 sobre este libro, cuando nos habla "de la
criminal voluptuosidad de dolor", porque si bien pensamos que el niño
no tendría que sentir el dolor, al no podérselo evitar, razonablemente,
porque la realidad es más dura que nuestra intención, tampoco
tendremos ni que esconderlo ni que reprimirlo ni que exagerarlo. Este
topo de los sentimientos, que existe, ha de vivir su vida con la misma
naturalidad que los demás sentimientos, mientras no se le pueda
extinguir de la vida. Toda otra actitud docente es falsa porque sería
escamotear algo que está palpable en el aire y es producto de este
mundo de contradicciones y desarreglos que vivimos y que más que
alegría, para los niños, en especial para los pobres, es fuente de
amarguras y torturas. No puedo olvidar lo que un niño me decía un
día; que "quería quedarse niño para no mezclar su vida en la miseria
de los grandes, ni monotonizarla como le parecía la vida de los
adultos..."
Para algunos, De Amicis hasta "es un jardinero cuidadoso", pero cuyo
jardín "es un invernadero con las variadísimas macetas, admirablemente
atendidas", pero que les falta a las flores "la alegría del Sol sin vidrios: del
Sol, del cielo y del aire", por cuya razón, los "pétalos quedan allí, emo-
cionando y entristeciendo aquel invernadero cerrado; y si entra un niño a
ver las flores, el viejo jardinero se sienta a su lado y le cuenta las historias
de aquellas desgraciadas flores que, pétalo a pétalo, como lágrima a
lágrima van agonizando" 1. No, no está mal hecha la crítica, sobre todo
si se piensa que la literatura infantil debe tender siempre hacia una
alegría verdadera y hacia una bienaventura, aunque, agregamos, que
no le haga perder el sentido vital de una realidad esencial, la que se
huele viviendo, la que está aunque nos irrite y de la que hemos de
sacar los elementos necesarios para superar nuestro propio destino;
el destino de nuestra fraternidad por un más alto entendimiento.
Como el héroe es uno de los rasgos característicos de esta literatura, el
paso previo para entrar en esta novela ha de ser, sin duda la biografía
donde se exalten las grandes figuras humanas: biografías históricas,
científicas, literarias, las que por otra parte serán el mejor lazo de unión
entre la anterior etapa y esta subsiguiente. Facilitar en todo instante la
218
Antoniorrobles, ¿Se comió..., ob. cit., pág. 96.
posibilidad de que el niño se ponga en contacto con tal literatura —es decir
con la "literaria" de la que nos hemos ocupado en esta segunda parte— es
combatir de la mejor manera, de la única manera, la literatura "cursi", el
gran problema de su nutrición en la época más difícil de su evolución como
es esta tercera infancia.
223
Georges Maurice, La poésie lyrique a l'école primaire, Ré- vue
Pedagogique, julio-diciembre de 1906, pág. 438.
Además de estos valores que hemos destacado en el planteo general de
la poesía, es necesario señalar, como lo hace el propio Charlier que
aludimos, sus valores estéticos, emulsionadores, que la colocan en el
plano de importancia educativa que le corresponde. En efecto, la
poesía no sólo exige probidad intelectual en su creador, una voluntad
en el esfuerzo de síntesis que debe realizar con el pensamiento
rebelde a la disciplina del verso, aun en el más libre, sino que,
además, los poetas "son los buscadores de proporciones, de
equilibrio, de armonía" y eso "un maestro advertido no lo dejará de
hacer sentir jamás a los niños".
Nunca como cuando se lleva a cabo una experiencia en este sentido
expresivo del niño, se palpa tan bien la realidad de este concepto del
maestro francés: "si es verdad que todo pensamiento y todo sentimiento se
irradian de alguna manera en el alma y las ideas se penetran y se
impregnan las unas con las otras, no es prematuro asegurar que el senti-
miento de la armonía poética, el amor al equilibrio y a las bellas
proporciones, ganará, poco a poco, dominios en apariencia alejados de los
de la poesía pura; lo que se pretende no ser más que materia de literatura,
se convertirá en materia de la vida real todo hombre verdaderamente
tocado por la armonía poética querrá encontrarla y se esforzará por hacerla
reinar a su alrededor en los hombres y en las cosas"
Porque los niños, impuestos de que esa imagen que venía con ellos, y
que la escuela logra traducir en trivial lenguaje adulterado, es moneda de
gran valor en su cambio, se afirman en ella y tratan de animar su alrededor,
jerarquizando formas, hechos y cosas, admirablemente. Porque —y antes
que nada—, el niño tiene un alma poética. Y es esencialmente creador. Las
palabras del poeta, así, ésas que tratan de llegarle por los caminos más
naturales aunque sean los más profundos en su síntesis, no importa, nunca
serán, en ninguna parte, mejor recibidas que en su alma, porque su alma
es más nueva, más virgen, y, por lo tanto, "más sensible al fulgor de las
bellas palabras, a la magia de los sonidos para nosotros desconocidos,
símbolos casi sin vida de palabras abstractas". Por eso mismo, ha de
ser la que le envuelva, una poesía generosa, sin reticencias morales ni
fines especulativos. Entera, sin cortapisas, capaz de provocar las
corrientes más diversas en su alma; poderosa como actividad
sugestionante, capaz de dictar, sin proponérselo, la gran lección al
corazón, la gran lección de belleza y de justicia humana. Que sea
capaz de emocionar las almas auténticamente y crear en ellas un
sentido de alta moral, ésa que no se aprende, se vive, mediante el
goce estético y en miras de los postulados más honrados que existen.
Gracias a su magia se ha de alcanzar a crear en la clase, en esa fría
clase escolar, la atmósfera poética necesaria y por la cual todo
conocimiento, por abstruso que sea, por analítico y árido que resulte,
se proyectará en él sin penas ni angustias.
Es así la poesía un gran emulativo para el trabajo armonioso, en especial
la que se pueda recitar en coro o cantar, y que nos ayudará a sobrellevar
cualquier trabajo penoso, más fácil si no más alegremente. El famoso libro
de Bucheres un enorme alegato en tal sentido. Sólo ella puede dar una
visión de conjunto, por otra parte, agrega Charlier, y como intuición de
los paisajes, de la vida de los países lejanos, con ese encantamiento
que deja traslucir a través de sus ritmos y sus palabras, tanto como es
capaz de hacer surgir las sombras del pasado, con la grandeza que
nuestros sentimientos reclaman en su favor y animación. Poesía,
finalmente, es conocimiento, con lo cual creemos que la definimos en
su proyección total.
224
K. Bucher, Trabajo y ritmo, Madrid, 1914.
misma. Hemos visto que el niño por lo general rehuye toda poesía
larga, toda estrofa demasiado amplia y de versos largos. Las estrofas
que más le interesan son las sintéticas, si se quiere un tanto
monótonas: la copla, el romance, la cuarteta, la lira.
En cuanto al fondo o contenido, como concepto general es ya asunto
más delicado. Hay quienes piensan que es necesario proscribir de su
alcance toda poesía que "contenga análisis demasiado delicados de
sentimientos tenues y fugaces", porque, lo más que le interesa, "es la
representación del hecho". Es cierto que el propio espíritu natural sintético
del niño se torna incapaz de distinguir el fondo de su forma, corrientemente
en literatura, como advierte Scheid, interesándole el fondo sólo cuando él
es claro, rápido y vivo. "Toda cualidad exclusivamente literaria se le
escapa; no percibe las cualidades externas al interés de la narración y no
apresa de ellas más que las que son incorporadas en la propia narración" -.
Pero si bien la representación de un hecho es tal vez lo que más le
interesa, porque es lo que puede percibir en su máxima dimensión, la
transmisión de sentimientos muy claramente hechos, a través de autobio-
grafías, pinturas de sencillos estados anímicos primarios muy
frecuentemente expresados, etc., se adentran poéticamente en su alma y le
crean, con facilidad, estados emotivos sin duda afectivos. Es evidente que
la poesía de las fábulas alcanza gran favor en su ánimo porque ellas
cuentan, pero una poesía que traduzca sentimientos, tal como
hemos referido, tiene, en todos los casos, el mismo éxito que las
fábulas, a pesar de que sean éstas los mayores sucesos en su
iniciación poética.
y ninguno de ellos fue fácilmente entendido por los niños. Y la poesía que
detiene la emoción porque el lector queda pendiente de sus razones, es
poesía que no alcanza a provocar los estados que se propone. En cambio
hemos leído de Campos de Castilla, del mismo autor, su famoso
romance La tierra de Alvar-gonzález, y en cada uno de sus
capítulos los niños sentían verdadera emoción. Ni siquiera en
aquellos pasajes de más hondo subjetivismo o de meditación
filosófica:
"Cuando el asesino labre será su labor
pesada; antes que un surco en la tierra
tendrá una arruga en su cara"
o en los que quedaban rezagados, siendo lo mismo, en otros poemas:
225
Antonio Machado, ob. cit., págs. 42, 47 y 59.
vencerlas, tanteando inteligentemente, de la mano de los grandes líricos y
a través de los poemas que ofrezcan algún punto de referencia concreto
para el alma infantil.
El tenerlo, es, en algún sentido, el éxito de Platero y yo de Juan
Ramón Jiménez, sin duda un libro que tal vez no
estaba ------"...estaba escrito para... ¡qué sé yo para
quién!. . . para quien escribimos los poetas líricos. . . Ahora que va a los
niños no le quito ni le pongo una coma"— escrito para los niños, duda que
nos deja el poeta en el prólogo a pesar de que, ya en tren de generosidad
con los niños, comenta Novalis: "Donde quiera que haya niños, existe una
edad de oro". En Platero y yo se ofrece "una visión panteísta de la
vida y del universo y refiere metempsícosis tan poéticas cual la del
canario en rosa, presta con ferviente animismo personalidad y
espíritu hasta a los objetos más inertes, enseña a descifrar la
elocuencia de la naturalea y a fraternizar no sólo con los hombres,
sino con los animales y plantas, matiz de ternura que falta hasta
en Corazón de De Amicis. La forma de este idilio, desarrollado en
un ambiente de ensueño, es su deslumbrante ropaje de fondo. La
atrevida originalidad de las antítesis, metáforas y descripciones,
revela un estudio de la naturaleza, nuevo, pictórico, estudio de
verdadero colorista, hasta tal punto que quizá no ha llegado nunca
nuestro idioma a la luminosidad, a la irradiación, a la policromía de
este libro que parece escrito por un pintor poeta", como opina un
maestro español226. Todas estas razones son las que embarcan el
espíritu del niño en su lectura. Crean sugerencias en su subjetivismo y
acomodan en su introyección este asno poético tan suave y tan
humano.
226
Magdalena S. Fuente, Lecturas infantiles, La Escuela Moderna,
Madrid, enero-diciembre de 1916, págs. 208 y 209.
227
F. Froebel, La educación del hombre, Nueva York, 1899, págs.
204 a 210.
En tal sentido creemos que antes que nada se impone una vuelta a las
letras de nuestro folklore, de una manera decidida. Aires populares, coplas,
pequeños romances y letrillas corrientes, que han andado en muchas
generaciones en la boca de nuestros pueblos, deben ser coleccionados con
honradez y musicadas al gusto de los niños. Este debe ser un gran material
de letra para nuestros cantos. Así se ha hecho en algunos países.
Recordamos en Francia el libro de Bouchor228, que recogió los aires
provenzales, alsacianos, etc., y los puso al servicio de la escuela, cosa
que se ha venido practicando en algunos países desde algunos años a
esta parte.
Si es difícil escribir poemas para los niños, no lo es menos hacer letras
para cantos. Sabemos por experiencia que las letras que tienen más éxito
entre los niños, enriquecida por la enseñanza de sus juegos y rondas, son
aquéllas que traducen algún asunto, escenas o actividades, que, por lo
tanto, presentan su pequeño argumento. Es un hecho irrefutable el que la
mayor parte de las letras que se usan en las escuelas son tan abstractas
que no sólo los niños no las entienden, sino que jamás las aprenden bien,
caso bien típico el del Himno Nacional en casi todos los países. Por
muchos años y ya adolescente, recién vine a darme cuenta de lo que
querían expresar algunas letras del canto que hube de aprender en mi
escolaridad, en especial la propia del himno nacional, una de las letras (en
especial la parte solista) más incongruentes que pedir se puedan. Ni giros
rebuscados, pues, ni imágenes dificultosas para entender, ni abstracciones
o vaguedades deben existir en las letras de cantos escolares. En general,
los niños gustan de los tiempos musicales que sirvan para marchar y es en
estos asuntos en donde las letras resultan más detestables. Son por lo
general expresiones cursis, lenguaje trivial y teórico, más vocinglero que
épico. Pero los niños, que suelen tener un buen gusto natural, prefieren
bellos poemas musicalizados, a letras hechas a la medida. El material del
Romancero español puede ser, además de las letras que hemos
señalado, cantera inagotable para extraer valioso mineral. En
cuanto a la estética de estas letras, para quienes se dediquen a
tal tarea, la hemos estudiado, en sus principios generales, al
tratar las rondas y los juegos infantiles.
¿Qué se ha entendido por teatro infantil? ¿El que escriben los grandes
para que los representen los niños; el que se escribe, adapta o ajusta a los
228
Maurice Bouchor, Chants populaires pour les écoles, París,
1908.
niños pero que lo representan actores adultos profesionales, o el que crea
el propio niño y él mismo lo representa? Qtra cosa todavía, como
consecuencia: ¿el teatro infantil debe ser representado por
profesionales o por niños? ¿Qué lugar ocupa en la educación
estética este instrumento —si se le acepta como válido— en
especial en cuanto a las dramatizaciones que se realizan en la
escuela? Como vemos, más allá en la satírica, cuanto exacta,
definición de Martínez Estrada, que he leído sobre este problema:
"puede afirmarse que en términos generales, por teatro infantil se
ha entendido una clase de espectáculos de costo muy módico que
no interesan a a los mayores... ni a los niños" 229; más allá de este
pretendido teatro infantil de "mediocridad presuntuosa, que quiere
disimular su ineptitud con el pretexto de lo infantil: teatro pueril, no
infantil", producto de escritores sin conciencia, que faltos de
imaginación y expresión para interesar a los adultos, han creído
conquistar a los niños —las eternas víctimas de toda expresión
frustrada...—; más allá de éste, decimos, existe una expresión teatral
que trata de cumplir una función educadora: quiere dirigirse, a la vez
que a sus sentimientos, a su corazón y utilizar en su propósito todos
los elementos capaces de despertar las más diversas sensaciones.
Quiere decir novedades a su imaginación y aclarar realidades a su
mente. Y es —en general, aún no es— o quiere ser un teatro que no se
parezca al adulto y esto es importante.
No se trata de una miniatura del teatro para adultos, ni tampoco de
representaciones esporádicas, de tentativas más
o menos felices o de improvisaciones afortunadas, se dice a este respecto
comentando el más grande y lógico intento de teatro infantil que se ha
hecho en el mundo. No. "El teatro para niños, es, ante todo, un
"teatro" en la más compleja acepción de la palabra. Es decir, que
tiene una fisonomía propia, caracteres peculiares perfectamente
definidos, un repertorio especial que abarca los más diversos
géneros: drama, comedia, farsa, ópera, comedia musical, ballet,
espectáculos mixtos deportivos y una legión de actores
profesionales formados y educados para interpretar ese nuevo
género que, por su índole especial, requiere artistas de una gran
flexibilidad y que posean las más diversas aptitudes y dones
artísticos"230.
229
Ezequiel Martínez Estrada, Teatro infantil, Boletín de la
Universidad de La Plata, tomo XIX, 1935, núm. 1, pág. 150.
230
A. Gómez de la Vega, El teatro en la U.R.S.S., México, 1938, pág.
114.
No podía ser de otro modo. De la misma forma que los demás aspectos
literarios, también a esta expresión le caben los calificativos que a aquéllas,
y también a sus escritores la advertencia de que en ella no es lo fácil ni lo
ñoño el atributo del éxito: es expresión inasequible a la mediocridad y
ordinariez por las dificultades que habrá que vencer en la complejidad de
su estructura. Cuando, como en los otros casos que vimos, no han sido
esos rasgos, los que lo han caracterizado, ha sido el tono moralista quien lo
ha ahogado; ése del. apologista resumidor de consignas finales —la opción
que se indica—, todo lo cual nos demuestra cuán lejos se ha estado de lo
que es o debe ser este instrumento de goce y aprendizaje.
En consecuencia, aceptada su complejidad, lo primero es dilucidar las
zonas: una cosa es el teatro para los niños hechos por profesionales, otra
la dramatización escolar realizada por los niños, y una tercera la expresión
creadora teatral de los niños. En el primer caso, es el gran teatro a que
hace referencia de la Vega en el párrafo anterior y sobre cuyos
lincamientos volveremos a insistir por creer que es fundamental. En el
segundo, no es más que la interpretación por los niños, la vivencia total de
un texto que ya ofrece cierta movilidad en su desarrollo y el apro-
vechamiento de determinadas aptitudes que ofrecen al niño. Y en el
tercero, es la expresión creadora infantil conjuncionada en varios
elementos, como la palabra, el color y la forma, el ritmo, etc. Es la etapa
que se debe conseguir partiendo justamente de los juegos infantiles.
231
Ob. cit., pág. 116.
vehículo de las ideas del espectáculo" a. Con ello se conseguirá que sus
sentidos no solamente vivan ese segundo de maravillosa
trasformación, sino que, saliendo del teatro, señala como
preocupación la Satz, conserven parte de su beneficio, aprovechen de
ese estimulante recibido. "La obra teatral debe suscitar en ellos el
deseo de vencer y sobrepasar en la realidad lo que los héroes vencen
y dominan en la acción escénica. Cada espectáculo debe ser
suficientemente complicado para interesarles..." Es decir que debe
obligarlos a entrar en el asunto por una atención fija en algo
cautivante; debe, en una palabra, ser tan interesante, que guste
también al adulto, como piensa el escritor argentino. Se entiende:
dicho teatro, instrumento valioso, es "un auxiliar del trabajo individual
de cada espectáculo", porque tiene por misión, sobre todo cuando él
es entendido así, no la de formar "observadores", sino la de formar
"campeones y constructores"232.
Pero de ningún modo, éste será un teatro despreocupado por los más
íntimos resortes de producir el goce estético. No. Aun en los casos en los
que él no es más que un instrumento de fina penetración ideológica, en los
que tiene un sentido político, aun en esos casos no se rechaza, como
afirma Satz, la expresión artística, ni el matiz ni el colorido o la gracia; antes
bien, "tendemos, dice, a su máximo refinamiento, pues consideramos
absolutamente errónea la teoría de que un espectáculo que quiere
convencer políticamente debe ser de naturaleza ascética en sus procedi-
mientos artísticos. Nada más lejos de ello. Una de las cosas que atraen al
niño al teatro es el halago de la vista el ímpetu, el movimiento, y el
espectáculo debe ser para él como una fiesta" 233. En una palabra, que
todo el gran secreto de su éxito ha de depender del más perfecto
conocimiento que se tenga del espectador. Ésa es la llave de un
trabajo que en este siglo es tan nuevo y completo en la U.R.S.S.
Sin duda los conocidos títeres (el muñeco movido con los dedos) y las
marionetas (movidas con hilos), tan amigos del niño, desempeñan un muy
importante papel en su función de introducir a los pequeños en la
complejidad de la escenificación. Ellos son el principio del teatro. Y lo son
porque el títere es un juguete. Por esa misma razón el niño gusta del circo,
porque el circo le ofrece muchos juguetes y animales. Ambos son los
elementos de su mayor intimidad, pero el juguete es parte de su propia
232
Gómez de la Vega, ob. cit., 118.
233
Martínez Estrada, ob. cit., pág. 151.
vida, lleva algo de su yo, realiza en la etapa del animismo difuso, lo que
Piaget llama introyección, es decir, esa tendencia egocéntrica a
creer que todo gravita alrededor de nosotros y consiste en
comunicar a las cosas los poderes propios para obedecernos, o, si
se presenta la ocasión, resistirnos 234. De ese modo, cuando el niño
es quien lo concibe y lo saca del anonimato de "cosa' en sí, el juguete
consuma su actividad, o mejor, resume esta actividad. De aquí la im-
portancia que existe de no olvidar estas experiencias para la
estructuración de su teatro. En él deben caber todos los elementos de
su intimidad y primero que nadie éste, el simple títere, el juguete en
el que el niño va a vivir la experiencia humana próxima. Por otra
parte, en este primer paso, el propósito del títere es excelentemente
caricaturesco, de simple diversión. Su intención no va más lejos, por
eso ni siquiera ha tratado de vencer las dificultades técnicas que se le
han presentado. La síntesis de este teatro está todavía en la
simplicidad del asunto, en la esquematización del muñeco y en el
golpe con el mazo que es, en definitiva, su símbolo. Ni los mismos
geniales títeres de Obrazsov, con su perfección inquietante o las
marionetas checas de Trnka o las de Podrecca, de complejo sistema y
enloquecedora belleza y humanismo, se han preocupado por ir más
lejos, que los simples muñecos del argentino Javier Villafañe, de La
Andariega, con su Caballero de la mano de fuego, al parecer un
camino detenido por la inconsecuencia del poeta con sus
muñecos, o los numerosos que ha creado mi hijo Gustavo,
maestro y titiritero de alma. Hemos visto en una excelente
escuela argentina preparar una serie de piezas, cuentos,
romances con un sentido un poco más profundo que la simple
caricatura: me refiero a la escuela de las hermanas Cossettini de
Rosario de Santa Fe Yo mismo pensaba ofrecerles escenas de
Martín Fierro que me parecen extraordinarias para su
escenificación y que ellas lo han hecho con gran acierto haciendo
que los propios niños crearan los muñecos.
Luego de este primer paso (los títeres gustan a todos los niños), en
algunos países, con ellos mismos, se ha tratado de alcanzar con el
"Guignol" en su puro sentido, algo más que esta simple diversión.
Obrazsov ha trascendido esta etapa haciendo intervenir los sentimientos y
alcanzando con ellos un clima de verdadera emoción. El artista ruso es el
creador y fabricante de sus muñecos y el escritor de las letras siempre
originales y minuciosamente escritas. Cada piecita, pequeñas obras
234
Piaget, ob. cit., pág. 233.
1
Olga Cossettini, La Escuela viva, Buenos Aires, Losada, 1942, pág.
166 y sigs.
maestras, le lleva meses de prolija preparación, meses para unos breves
minutos... de alegría de los niños en su Teatro Central del Estado de
Muñecas, de Moscú.
Hemos visto su teatro y conversado con Obrazsov, y no creemos que
nada (ni el teatro humano) pueda superar la labor representativa de sus
muñecos. Obrazsov opina que un espectáculo para el niño "no debe ser
puramente imaginativo, al contrario, hay que partir de una firme base de
realidad para mejor desplegar las alas de la fantasía", lo que no hace sino
ratificar nuestras anteriores aseveraciones generales. Pero su fantasía no
se detiene luego. La pieza que vimos, de contenido imaginativo, en torno a
brujos y brujas y una belleza amada por un príncipe, era una síntesis de
realidad y fantasía, de verdad y sueño conmovedores. La duración del
drama es de tres actos, de media hora cada uno y la intensidad y belleza
del desarrollo, subyugantes. Este aspecto, como los demás que se
relacionan con estas etapas, deben ser (como sucede en la U.R.S.S.),
objeto de profundos estudios y revisiones, en cada caso, hasta donde sea
posible. Ni qué decir de los bellísimos filmes creados con muñecos por Jiri
Trnka, algunos, como los en vidrio de su película "Inspiración".
237
Martínez Estrada, ob. cit., pág. 153.
utilizarlas muy hábil y completamente. Con ellas se pueden obtener nuevos
matices en el aprendizaje. Los cuentos, leyendas, romances, escenas, etc.,
a dramatizarse de lo que hay ejemplos en muchos libros corrientes deben
ser cuidadosamente elegidos en su tema, bien ajustados en sus diálogos
precisos en su argumento y si es posible eficientemente completados con
plástica y música. El antecedente concreto del juego, tan natural, debe ser
aprovechado para tal efecto, sobre todo si nos damos cuenta que el niño
pasa insensiblemente del juego a la dramatización. Cuanto más natu-
ralmente se consiga este pasaje, más efectiva será la dramatización. Los
niños no deben sentirse nunca actores, y los papeles que se les asignen
han de variar, aunque siempre se han de aprovechar las condiciones
naturales de cada uno. Y este trabajo, como el de toda verdadera cultura
que se realice, mediante la expresión, siempre ha de estar perfectamente
engranado al resto de la labor escolar, ha de formar un todo orgánico y
vivo.
14. LA PRESENTACIÓN MATERIAL DE LA LITERATURA INFANTIL:
ILUSTRACIONES, ETCÉTERA
238
M. de Unamuno, ob. cit., pág. 49.
239
F. Delattre, ob. cit., pág. 140.
15. SOBRE LAS "TIRAS" E HISTORIETAS, PELIGROSO ENEMIGO DE
LA AFICIÓN A LA LECTURA DEL NIÑO
Í N D I C E
Capítulo II
Capítulo IV