Aira César - Ars Narrativa
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nuestras miserables capacidades. Directamente empieza a parecerse a la realidad. Y lo
mejor es que después vendrá el capítulo cuatro… La exaltación a que da lugar el
procedimiento hace parecer melancólica en comparación la prudencia de escribir bien,
razonablemente, con una cautela que desde esta perspectiva podemos ver como estéril y
en última instancia mortífera, por inadecuada a la economía temporal de los seres vivos,
buena solo para los objetos.
De todos modos, la novela es un género literario entre otros, y tomárselo muy en serio
puede ser grave para la libertad constitutiva de nuestro oficio, la libertad que hace al
escritor. Ante cualquier amenaza a la libertad, la estrategia favorita del que huye hacia
adelante es la renuncia, el abandono. Y no sólo de él; abandonar suele ser lo más eficaz
cuando se trata de seguir viviendo, y el artista casi siempre lo es del arte de sobrevivir: su
momento más característico es el de haber sobrevivido para poder contar lo que pasó.
Yo diría que los géneros no tienen más función, para el escritor, que darle algo
concreto que abandonar. La sed de abandono del escritor, ese movimiento que es su vida,
se acelera con los abandonos, ¿y qué hay más práctico y fácil de abandonar que un
género? Para eso están. Comportan un abandono portátil, indoloro. Emprendemos el
trabajo de un género, la novela, el teatro, la poesía, el ensayo, con la sola idea de
abandonarlo. Y lo emprendemos con entusiasmo y esperanza, le dedicamos nuestros
mejores años, porque se trata de construir la plataforma de lanzamiento de un abandono.
Este entusiasmo paradójico es necesario porque lamentablemente no se puede abandonar
lo que no se tiene; no se abandona la nada. Trabajamos para darle peso al abandono.
Ahora bien, cuando se han abandonado todos los géneros, uno tras otro, se hace más
difícil seguir avanzando. Es una lástima que sean tan pocos. Emprendedores, nos
lanzamos a la invención de géneros nuevos; al fin se agota nuestra imaginación, y
empezamos a buscar unidades mayores que abandonar. Por lo general en este punto uno
se muere, con lo que el problema cesa.
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general, un arte de la invención. Mi formato fue siempre el libro, por simplificación, por
fatalidad, a la larga por convicción. Eso ya no va a cambiar. En el libro encontré el soporte
mágico, el objeto que podía ser todos los objetos, sin ser ninguno, sin ceder a la lógica
deprimente del objeto. Y no el libro soñado, el libro ideal, platónico, sino el impreso, real,
publicado, no importa dónde ni cómo ni con qué fortuna (eso siempre me tuvo sin
cuidado, al contrario, siempre preferí el libro más bien secreto) Creo que esa fue mi
vocación, lo que me gustó hacer, y quizás lo que hice: publicar libros. Lo demás es
secundario, por ejemplo escribirlos. El proceso está bien resumido en el lema de mi
maestro: “Primero publicar, después escribir”. Hacerlo al revés, primero escribir, después
publicar, es lo deprimente, porque entonces sí el libro se desprende de uno, como un
producto se desprende de su productor, al que no le queda más que volverse tonto,
envejecer y morirse.
Con alguna ingratitud, he dicho y repetido que no me importan los libros, que los
considero a penas un mal necesario en nuestro oficio. Quizás exagero, pero la idea es que
los libros, por lo menos los míos, no sean tomados como objetos corrientes, de los que
circulan en el mercado de los objetos, condenándome a mí al pasado en el que se supone
que los escribí. Me espanta que me juzguen por mis libros. Me siento vagamente
insultado, siento el riesgo de una mutilación, cuando alguien se toma en serio un libro
mío. Querría prevenirlo contra ese error, y no encuentro otro modo de hacerlo que
publicando un libro más.
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Se acusa al procedimiento de ser una renuncia a la libertad. Yo creo más bien que es
el uso de la libertad en el momento en que sirve: antes de escribir, en el momento de
inventar el procedimiento. Desde esta perspectiva, podría decir que el artista que no
adopta ningún procedimiento, que sigue sólo los dictados de su inspiración o su talento,
está gozando de un simulacro de libertad, y en realidad es un esclavo o un robot, atado de
pies y manos, dominado, teleguiado, por entidades tan sospechosas (por misteriosas y
oscuras) como la inspiración y el talento. El procedimiento es por definición claro,
transparente; si lo obedecemos, sabemos a qué estamos obedeciendo. En cambio si
obedecemos al talento, por ejemplo, no sabemos a quién estamos obedeciendo, y quizás
estamos siendo ultracondicionados por determinaciones inconscientes o sociales. El
procedimiento es la creación de un juego personal de condicionamientos, analógicos,
alegóricos, lo que sea; como maqueta o miniatura de la sociedad o el universo.