Las Crónicas Del Reino: Bajo Las Acacias
Las Crónicas Del Reino: Bajo Las Acacias
Las Crónicas Del Reino: Bajo Las Acacias
PRÓLOGO:
Los pájaros aún cantaban en los árboles. Las nubes todavía cruzaban
lentamente el cielo. Una suave brisa aún acariciaba la hierba y formaba
olas de serena tranquilidad. Pero para las leonas de la Roca del Rey, el
viejo mundo que pensaban que duraría para siempre acababa de concluir
abruptamente: Mufasa y Simba se habían ido.
Sarabi estaba buscando fuerzas para seguir viviendo a cada
instante. Nala estaba acurrucada contra su madre, luchando por entender
su pérdida. Mufasa ya no la llamaría “preciosa” por más tiempo, ni le
contaría historias sobre los Grandes Reyes del Pasado. Y su amigo Simba
se había ido para siempre- no más juegos, no más palabras, no más nada.
En lo profundo de su dolor deseó haberle dejado ganar a las peleas tan
sólo una vez. Ahora ya nunca tendría otra oportunidad.
“¿Le dolió mucho?” preguntó a su madre
Sarafina era una cazadora y había visto muchas veces su parte de la
muerte. Negando con emoción, mesuró cuidadosamente sus palabras y dijo,
“Estaría tan sorprendido que apenas sentiría dolor. Quiero decir,
antes de que tuviera tiempo de pensar, todo habría acabado”
Sintió cálidas lágrimas rodando por sus mejillas
“¡Pobre angelito!” empezó a acariciar a su hija con una pata, “Si
hubiese sido mi pequeñita, me habría muerto. ¡Muerto! ¡Nunca te acerques
a ese lugar, o te azotaré el trasero!¿¿Me oyes, Missy??” Sarafina la
acarició y la besó
“¡Oh, mamá!” Nala empezó a sollozar, “¡Nunca iré allí! ¡Te lo
prometo!” Añadió en casi un suspiro, “¿Pero no podemos ir a verle una
última vez?”
“No” Fini la volvió a besar, “No quieres recordarle tal como está
ahora...De verdad no quieres”
Antes de que el último calor hubiera abandonado el antiguo cuerpo
del Rey, un nuevo dirigente se sentó sobre la Roca del Rey y procediendo
hacia a él hacia el extremo del saliente iban las hienas del clan de
Shenzi. Este era un nuevo mundo, un aterrador lugar de incertidumbre,
desconfianza y pena. Uzuri las vio con angustiosa amargura mientras ellas
violaban su santuario, y silenciosamente maldijo a Taka por traicionar a
su gente. Las hienas habían asesinado a su tía y a su tío, ¡y él las
estaba metiendo en su hogar!
A pesar de su promesa de un “grandioso y glorioso futuro”, Taka
estaba más bien pagando su deuda con Shenzi, y le importaban muy poco las
de su raza. Pero había una hiena que él amaba sobre todos los amores
restantes en su torturado corazón. Fabana se salió desde su lugar en la
procesión y corrió junto al lado de Taka, llegando a su lado. Él la
acarició amablemente, volviendo su pequeña y cicatrizada con su gran pata
y besando su mejilla con su gran lengua.
“Muti” dijo él en horrendo hiénico, “¡mo keth ban´ret dubrek!”
Algunas de las hienas se giraron, pasmadas,
“¿Betra hiannicha?” preguntó una de ellas
Él sacudió la cabeza, “Sólo cogí algunas frases”
Shenzi satisfizo el anhelo de su vida al ver el mundo desde el
extremo del promontorio, planeando para el día en que no tuviera que
compartirlo con los leones. Mientras tanto, sin ser consciente de su
deleitado relamerse, Taka acariciaba amorosamente a Fabana con su pata, y
miró a su cara sonriente
“Me siento hoy aquí por ti, muti. Me habría quitado la vida, y mi
espíritu desesperado habría deambulado en la noche mientras un extraño
gobernaba las Tierras del Reino”
“Si no hubiese sido yo, otro te habría detenido”
“Podrías repetir eso. Siempre has creído que la bondad
prevalecerá.” besó su mejilla, “Te amo más de lo que pueden decir las
palabras”
Las lágrimas rodaron por su rostro, mientras ella permanecía
sentada gentilmente junto a él,
“Mi querido hijo.”
CAPÍTULO 7: EL FÉNIX
CAPÍTULO 8: LA OFERTA
Hubo un tiempo en el que Togo y Kombi pensaban que todos los machos
eran como Taka. El natural buen sentido del humor de Simba y su gentileza
les causaron honda impresión.
En particular vieron el modo en el que trataba a Nala, y la forma
en la que respondía a sus atenciones. Sentían curiosidad acerca de ese
tipo de relaciones que parecían brindarle a Simba tanta felicidad.
Su madre asentía y sonreía. “Así es lo que siento yo por vuestro
padre. Algún día también tendréis esposa y cachorros y también seréis
felices.”
Probablemente eso era lo más que nunca había dicho acerca de tener
un padre, y ella no dio muestras de dar más detalles de ese asunto. Pero
de alguna manera eso les dio esperanzas.
Isha pensó que se estaba metiendo en otro tira y afloja cuando Togo
y Kombi aparecieron en su lugar de descanso.
“¿Qué estáis tramando esta vez?” preguntó, algo impaciente
“Nada.” contestó inocentemente Kombi. Era cuando él parecía que no
estaba tramando nada cuando Isha más sospechaba de él.
“¿Y por qué no estáis tramando nada por mi sitio? Id a no hacer
nada a cualquier otra parte--me sentiré mucho más segura.”
Sin dejarse impresionar, Kombi se sentó frente a ella. “Es algo
así. Ya sabes cómo son las madres. Ellas no quieren contarte nada de lo
jugoso.”
“¿Oh?” las orejas de Isha respingaron al frente. “¿Y qué es lo
jugoso?”
“Leonas. Ya sabes--leonas.”
“Ya, entiendo.” cruzó los brazos y la punta de su cola respingó un
instante. “¿Quieres ser más específico?”
Kombi parecía desorientado. Miró a Togo quien parecía igualmente
descolocado. “Tú sólo empieza a hablar y ya te diré cuando hayas
llegado.”
Isha rió. “¿Quieres decir...” se acercó y susurró, “...leonas?”
“¡Si!”
“¡Bueno, por qué no lo dijiste desde el principio!” Isha extendió
sus garras y acicaló el extremo de su pata sin prisas. “Ese es un gran
tema, pero os pondré al corriente. Veréis, llegará una época cuando
estéis haciendo vuestro gran camino por el mundo y con ello vendrá esta
adorable y pequeña leona. Pararéis en vuestros rastreos y la mirareis, y
aún a pesar de haberla visto antes docenas de veces, ella os parecerá
diferente porque la estaréis viendo con ojos diferentes. Pensareis que de
alguna manera es diferente, y querréis que ella piense que de alguna
manera vosotros también sois diferentes”
Togo y Kombi la miraron absortos, toda su atención fascinada por el
discurso. “¿Qué pasa entonces?” preguntó Togo.
“Lo sabréis cuando os pase. No es nada de lo que tener miedo o
avergonzarse. Es regalo de Aiheu para vosotros el que caigáis enamorados
de alguien. Si ese alguien también os quiere, aún es más maravilloso. Es
el tipo de amor que crea luz en la oscuridad.”
“Estupendo,” dijo Kombi. “¿Y cuándo va a pasarme eso a mí?”
“Eso es algo que no puedo decirte,” dijo Isha. “Cuando acabes de
pasar la pubertad, lo entenderás.”
“Gracias,” dijo Togo, frotándose contra ella. “¿Te ha pasado alguna
vez?”
“Unas pocas.” dijo ella, sonriendo tímidamente.
Armados con toda la información que necesitaban, los expertos en
amor se fueron con otros propósitos, como jugar al “tú la llevas” y usar
de cebo a un erizo como distracción.
El erizo estaba protegido por espinas que lastimaron sus patas. No
eran lo bastante mayores para saber volcar al infortunado animal y atacar
su parte inferior, pero eran lo bastante mayores para hacer envejecer al
erizo unos cuantos años en unos pocos momentos.
Finalmente el erizo salió disparado metiéndose entre los tallos y
se escabulló.
“Carape,” dijo Togo. “Esperaba que pudiésemos conservarlo.”
“¿Y qué habrías hecho con él? ¿Enseñarle trucos?”
Justo entonces Vianga salió saltando de las hierbas con destacable
gracia para una leona en una edad tan “piernas largas”. “Hola, Togo.”
Ella le sonrió a Kombi y le guiñó el ojo. “Hola, calentito.”
“Eh, hola Vivi.”
Ella pasó pavoneándose ante los dos leones con un movimiento de su
cola que rozó la punta de la nariz de Kombi.
Togo vio el juguetón ballet de sus conformados muslos mientras ella
se dirigía hacia la cisterna. Su boca se entreabrió.
Kombi dijo, “Acaba de pasar.”
“¿El qué?”
“Acabo de pasar la pubertad.” Se recobró y caminó tras ella.
“¡Eh, Kombi, espérame!”
Togo y Kombi nunca antes habían estado en una cacería. Cada vez más
conscientes de los peligros que los leones sin Manada debían afrontar, se
dirigieron a su madre y le suplicaron que les diese algunas clases. Uzuri
accedió, porque quería estar un poco más de tiempo con sus hijos en su
antigua casa. Ella conocía íntimamente la Tierra. Como todas las leonas,
ella también pensaba que la Tierra estaba viva. Su aliento se mecía
suavemente en el viento, y ella casi podía sentir el pulso que latía con
fuerza y suavidad bajo sus patas. La Roca del Rey era el corazón de la
tierra, y siempre ocuparía un lugar permanente en su corazón. ¿Podría
aprender a amar el Montículo del Rey? Sí, si Ugas estaba allí. Pero
siempre sentiría pesar por la tierra y los Hermanos que había dejado
atrás.
Al principio Uzuri estaba deleitada por su petición. No había
tenido hijas para adiestrarlas en el arte de la caza, y ahora que se le
presentaba tan magnífica oportunidad de traspasar parte de su profundo
conocimiento a su descendencia, la cazó al vuelo. Comenzó instruyéndoles
en las habilidades básicas, y prosiguió compartiendo con ellos algunas de
sus trucos y consejos secretos para ayudarles a asegurar una caza
exitosa. Era ella una maestra paciente, así como una cazadora sin
parangón, pero a medida que pasaba el tiempo llegó a ser de una claridad
cristalina que ninguna de sus habilidades naturales había pasado a sus
hijos. Ellos tenían el encanto natural de su padre Ugas, y tenían el
aspecto de un par de encarnizados luchadores si el territorio debía ser
defendido. Pero no eran cazadores.
Ya bien entrada la tarde, ella se mantenía de pie entre las hierbas
altas al pie de la Roca del Rey, moviendo la cabeza adelante y atrás
imitando a una gacela pastando. A pocos metros de distancia, Togo y Kombi
se arrastraban hacia ella en las profundidades de la maleza, respirando
rápidamente mientras practicaban una maniobra de tijeras por enésima vez.
Habían sido dispensados de las patrullas fronterizas para poder dedicarse
en exclusiva al entrenamiento de caza, y habían estado repitiendo ese
patrón de ataque desde antes del Mediodía; el calor era opresivo entre la
exuberante vegetación
Togo alzó su pelirroja cabeza, su rojiza melena enmarañada con la
transpiración mientras oteaba a través de la crecida hierba. El sudor
corrió por su frente, y se metió en el ojo, escociéndole, e hizo una
mueca de disgusto. Parpadeando furiosamente, vio a su madre a una
distancia de unos seis cuerpos, con su espalda hacia él. Una sonrisa de
oreja a oreja explotó en sus facciones, y volvió a sumergirse en la
espesura de la maleza. Moviéndose hacia Kombi, se acercó por un lateral,
sin descubrirse ante Uzuri, intentando alinearse en ángulo oblicuo
mientras Kombi ejecutaba el ataque principal.
Kombi asintió levemente, y reptó lentamente hacia delante, apoyando
cuidadosamente las patas para evitar el más mínimo ruido. Sus patas
delanteras temblaron de puro cansancio y nerviosismo, resultado de los
últimos cinco intentos fallidos de completar con éxito la maniobra y
alcanzar la distancia de ataque. Su cola se agitó, y reanudó
sigilosamente la marcha.
“¡Movimiento!” Uzuri rompió el sepulcral silencio con un inesperado
grito, “El movimiento es la clave de la caza. Un león ha de ser
disciplinado, de otro modo, los instintos toman el mando, y el control
sobre uno mismo se pierde.” Su voz se endureció, “Togo está a cinco
cuerpos por mi espalda; Kombi, tú estás a mi izquierda a la misma
distancia. ¿Qué estáis intentando hacer? ¿Alertar a vuestra presa
aplastando la hierba como lo hacen los elefantes al caminar?”
Kombi saltó de su escondite y gritó con toda su rabia,
“¡Maldita sea! ¡¿Qué hice mal esta vez?!”
“¡Vigila tu boca, niño!”
“¡Ya no soy un niño, madre!”
“Lo eres hasta tu Cubrimiento, que sólo está a una semana, ¡en caso
de que lo hayas olvidado!” le espetó Uzuri, “Eres demasiado ruidoso. Has
segado la hierba con tu cola y has delatado tu posición con facilidad.
Togo, tú eras lo bastante silencioso...pero moviste las puntas de la
hierba en tu avance al comenzar la maniobra de flanqueo; vi la estela
cortando el techo de hierba en el momento que te moviste”
Togo se sentó tristemente y bajó la cabeza,
“Lo siento”
“¡¿Y acaso habéis olvidado el viento?!” continuó Uzuri duramente,
“Estaba a sotavento vuestro todo el rato, os olí venir. Podéis conducir
un ataque con el viento en contra SÓLO si poseéis una velocidad superior
o un número mayor de atacantes para cortarle la retirada a la presa...y
ninguno de los dos es lo bastante rápido” se detuvo Uzuri, con las garras
extendidas de pura frustración
“¿Mamá? Lo siento” Kombi hundió su cabeza, “No quería enojarte de
ésa manera” Cerró sus ojos con impotencia, sus músculos tensándose por el
dolor de su obvia decepción. Kombi se maldijo por ser tan torpe. Su madre
era la mejor cazadora que jamás había conocido, y ahí estaba él,
avergonzándola.
La pena salió claramente a relucir, y Uzuri se sintió angustiada al
ver al cachorro desolado, enterrado en su enorme forma actual, rogando
suplicante por su aprobación, desesperado por probarse a sí mismo como
hijo de una gran cazadora. Sus ojos le quemaban, amenazando con explotar
en lágrimas, miró lejos.
“Está bien” les consoló, “Sentaos junto a mí y descansad. Lo
intentaremos otra vez en un momento”
Togo comenzó a llorar,
“¡Nunca aprenderemos esto! ¡Moriremos de hambre!”
“¡No!” saltó su madre en un arrebato de angustia y pánico,
“Tendréis leonas para ayudaros”
“¿Cómo?”
“Lo que voy a contaros debe quedar entre nosotros” Uzuri se acercó
a sus hijos, “Togo, Kombi, no seréis merodeadores. Uno de vosotros será
un Rey, y el otro será Príncipe Consorte”
“Desde luego.” Kombi sonrió perdiendo la mirada en la vasta savana,
“Cuando encontremos nuestra propia Manada...”
“Ya he hecho un arreglo. No lo se debéis contar a nadie.
¿Entendido?”
“¡Sí!” aulló emocionado Togo, las lágrimas rodándole por las
mejillas, “¡Mamá, eres la más grande!” la acarició y la besó con fuerza.
Kombi se dejó caer al suelo, y rodó sobre su espalda, apuntando con una
pata al cielo
“Bendito Aiheu,” musitó, “¡Gracias! ¡Gracias, Aiheu! ¡Nos has
salvado! ¡Poderoso Dios, REY de Reyes, gracias!”
Por unos instantes, todo lo que hicieron los dos hermanos fue besar
y acariciar apasionadamente a su madre mientras que de las mejillas de
ella caían libremente cálidas lágrimas de dicha. En su corazón, sabía que
podía encontrar felicidad con su esposo y sus hijos a su lado. Serían una
familia, el igual que lo eran Simba, Nala y Tanabi.
Volvió a mirar la hermosa panorámica de las Tierras del Reino.
Había nacido allí, alcanzado la madurez, aprendido su oficio en esas
praderas. Había sido un orgullo y un placer servir a tres generaciones de
Reyes como Líder de Caza, sus habilidades respetadas e inigualadas por
ningún león en kilómetros a la redonda. Estaría dejando todo eso atrás y
pasándole el Liderazgo a un par de hombros más joven. Misha era una sagaz
estudiante, y un día sería Reina. La cuestión no era a quién elegir, sino
la forma de explicárselo a la elegida. Era una pesada responsabilidad
para alguien tan joven, pero ya tenía la misma edad que tenía Uzuri
cuando Kiva le untó ambas mejillas con la sangre de su presa y la besó
Al principio Kiva fue relevada para aliviar su carga, pero Kiva
estaba sola. Sus hermanos la habían dejado tras un Cubrimiento de
normales, y no tenía compañero o cachorros propios. Poco después de
perder su posición, empezó a sumirse en una depresión, mala salud, y
llegó a morir. Uzuri siempre había pensado que moriría de dolor. Pero eso
no le pasaría a ella, se determinó. No a Uzuri...
Rafiki conocía bien a Ugas. Demasiado bien como para no saber que
su muerte iba a traer problemas. Sin saberlo Habusu acababa de liberar un
trueno sobre la hierba reseca, y las noticias se propagarían como un
reguero de pólvora.
Isha metió tranquilamente su cabeza en el baobab. “Rafiki, ¿tienes
un momento?”
“Si, cariño.” miró a su gran y triste cara. “Apuesto a que sé para
qué estás aquí”
“Eres muy perspicaz,” dijo ella. “¿Te contó Ugas algo de lo
nuestro?”
“Lo hizo. Siempre te llamaba `flor´”
“Hay una historia tras ese nombre,” dijo ella. Rafiki tuvo una
fuerte sospecha de que iba a oírla, así que se sentó mientras los
angustiados detalles fueron fluyendo, punteados por adecuados sollozos.
Él estaba genuinamente interesado, pero rezaba porque se diese prisa y se
marchase antes de que llegara alguien más.
“...Y solíamos encontrarnos en nuestro sitio especial junto al
río,” continuó ella. “Había una planta de jazmín allí. Él me decía que
era la flor más hermosa de todas. El nombre pegaba...”
“Rezarás por él esta noche, ¿estoy en lo cierto?”
“Más que eso,” dijo ella. “Él se merece mucho más. Pero no puedo
decírselo a mis otras Hermanas, Quiero decir, ninguna de ellas sabe que
me estaba viendo con otro león. Me despreciarían.”
“Entiendo.”
“A Medianoche, esperaba que tú y yo pudiésemos encontrarnos en
nuestro rincón especial junto a las flores. Lo entiendes, ¿verdad? Quiero
decir, no puedo dejar que ese pobre y maravilloso león marche a las
estrellas sin alguien que entienda lo importante que era para él que yo
escuchase una hermosas palabras.”
Rafiki puso sus brazos alrededor de su cuello y le dio un abrazo.
“Mi pobre y querida dama. Veremos lo que podemos hacer.”
Justo entonces Ajenti metió la cabeza. “Oh, estás con alguien más.
Es que tengo una espina en la pata...”
“Mi hombro estaba agarrotado,” dijo Isha. “Ahora ya lo noto mucho
mejor. Entra.”
Cojeando tan buen como supo, Ajenti esperó hasta que Isha estuvo
fuera del radio de escucha.
“¡Oh, Rafiki!” dijo ella, rompiendo en lágrimas. “¡Es horrible lo
de Ugas! ¿Seguramente te habló de mí?”
“Si, querida. Él fue el padre de Misha. Solía llamarte `ardilla´.”
“Cierto. Hay una historia tras ese nombre. La primera vez que nos
encontramos, había una ardilla en la acacia, y...”
Justo a la vez que Rafiki se estaba sentando y se preparaba para
escuchar otra historia de amores perdidos, Sarafina metió la cabeza.
“Oh, estás con alguien. Puedo volver después.”
“No, está bien,” dijo Ajenti. “Sólo acaba de sacarme una espina de
la pata.”
“Tienes suerte,” dijo Sarafina. “Me ha dado un tirón en el hombro.”
Ajenti empezó a marcharse. “Si quieres comprobarlo a Medianoche,
sabes dónde estaré. Por favor mira a ver si puedes estar allí.”
Rafiki suspiró. Sabía exactamente dónde estaría ella a Medianoche.
Ella tendría una espina mayor en su corazón que en su pata cuando se
descubriera la verdad.
Sarafina la miró hasta que se hubo marchado. Y cuando todo estuvo
de nuevo en calma, cayó ante Rafiki. “¡Oh, Dios mío, tienes que
ayudarme!” tartamudeó, las lágrimas rodando por sus mejillas. “¡He
guardado esto enterrado en mi interior y si no lo saco me moriré!”
“¿Acabas de saber lo de Ugas? No pensaba que fuese juicioso
decírtelo, sabiendo cuán cercanos erais el uno al otro.”
“¡Lo sabía todo!” ella cubrió su rostro con una pata y sollozó.
“¡Por qué no me dijiste que era el esposo de Uzuri! ¡Por qué me dejaste
hacer la estúpida así! ¡Es todo por mi culpa!”
“¡Querida, no seas tan dura contigo misma! Nada es culpa tuya.”
“Pero lo es, ¿¿Es que no lo ves??” le miró penetrantemente a los
ojos. “¡Todo es culpa mía!” Ella añadió en un tenue susurro, “¡En ese
momento estábamos haciendo el amor!”
“¡Oh, Dios mío!”
“Y cuando se estaba muriendo, creyó que yo era Uzuri. Dijo
`Perdóname por haberte sido infiel. ¡Sólo te amaba a ti!´”
Rafiki bajó la cabeza mientras gruesas lágrimas rodaban por sus
mejillas. “¡Dime que no te dijo eso!”
“Lo hizo,” dijo ella, su corazón despedazándose. “Dios mío, ¡me
siento tan desgraciada! ¡El esposo de mi propia Hermana! ¡Y yo le maté!”
“¡Tú no le mataste! La edad lo hizo. ¡Su avanzada edad, Fini! Al
menos murió con alguien que le cuidaba a su lado.”
Él se le acercó y le besó la mejilla, acariciando amorosamente su
cara y sus orejas. “No creas esa pequeña confesión. Él quería que Uzuri
se sintiese amada, pero conozco a ese león. Él hablaba en alto de ti, y
solía presumir de que tu hija tiene tus adorables ojos. Él te amaba,
Fini.”
“¿Él dijo eso?”
“Si, lo juro.” La abrazó gentilmente. “Tu Hermana Uzuri y tú sois
las dos hermosas, dulces e inteligentes, y tan maravillosas. Él estaba
solo porque Uzuri no estaba con él. Quizá vio en ti cosas que amaba en
ella.”
Ella le miró perspicazmente a través de sus lágrimas. “Sé cómo te
sientes por ella. Eso es lo más hermoso que podías haberme dicho.”
“Lo digo en serio, mi vida. Cada palabra.”
Ella alzó su pata y acarició su cabeza. “Me es muy duro mirarla,
sabiendo por lo que está pasando. ¿Puedes encontrarte conmigo a
Medianoche en nuestro sitio especial? Quizá Aiheu sea misericordioso
conmigo y me ayude a encontrar la paz interior. Mi vida no ha valido la
pena vivirla desde hace semanas.”
“¿Cómo podría rechazarte, pequeña?” le dio unos golpecitos en el
hombro. “Puede que me retrase unos minutos, pero allí estaré.”
EPÍLOGO