Comentario de Texto. Lo Fatal. Rubén Darío
Comentario de Texto. Lo Fatal. Rubén Darío
Comentario de Texto. Lo Fatal. Rubén Darío
La obra pertenece a Cantos de vida y esperanza (1905), libro que la crítica inscribe en su
segunda etapa, donde el autor evoluciona a una poesía reflexiva, preocupada, que
utiliza un lenguaje más sobrio, menos preciosista y exuberante que sus anteriores obras
Azul (1888) y Prosas Profanas ( 1896).
El verso alejandrino fue característico del Mester de Clarecía, pero poco usado hasta la
renovación del Romanticismo y el Modernismo., que lo recuperó ornamentándolo con
rimas internas y con ritmos acentuales musicales.
En la segunda estrofa, Darío expresa la angustia por lo incierto de la vida, una enorme
pregunta sin respuesta en contraste con la certeza de la muerte. Predominan los
infinitivos, formas no personales porque explican sentimientos que afectan a todos los
seres humanos, que hablan de un pasado que tememos porque ya se ha perdido- el
tema de la angustia por lo perecedero de la realidad es inherente a los autores de la
crisis de fin de siglo- pero también de un futuro que aterroriza. Destaca el uso del
polisíndeton de conjunción copulativa y, para remarcar que todas y cada una de las
circunstancias expresadas, duelen como golpes: se sufre por ser, por no saber, por ser
sin rumbo, por haber sido…
Los puntos suspensivos tras el futuro terror, lo dejan impreciso, lógico porque el futuro,
como tal, está por venir.
Lo desconocido:
El primer terceto se une con la segunda parte, porque como en aquella, expresa algo
por lo que el poeta sufre: lo que no conocemos y apenas sospechamos, esta vez definido de
un modo más personal, en primera persona del plural, como si el poeta se hiciera uno
con los lectores, con nosotros, solidarizándose junto a todos puesto que ninguno de
nosotros podemos dar respuesta a nuestras preguntas existenciales. Este dirigirse de
algún modo a los receptores, de apelar a ellos, es síntoma de función apelativa, si bien
no es la única. La función poética está presente en los recursos, en el ritmo, en la
métrica particular que busca dar estructura y belleza al poema. Por último, la función
emotiva impregna todos los versos, el poeta abre su corazón, confiesa sus penas más
íntimas. No hay fingimiento, es poesía confesional.
El dolor alcanza incluso a los placeres de la vida, expresados metafóricamente en la
carne que tienta con sus frescos racimos. Se sufre por ellos porque son efímeros. Igual que
la belleza o la vida en sí, no son permanentes. Esta fugacidad, esta decadencia de todo
lo creado por el paso del tiempo, es un tema barroco que pervivió durante el
Romanticismo hasta llegar, como hemos comentado, a los poetas de fin de siglo y al
Modernismo.
En los dos últimos versos, Rubén Darío finaliza sintetizando en una especie de
conclusión en forma exclamativa, con un ritmo diferente (¡y no saber adónde vamos, / ni
de dónde venimos…!). Es la eterna pregunta, quo vadis; solo que aquí la cuestión no va
dirigida a Dios. Dios no está en estos versos, ni siguiera para buscarlo y no encontrarlo,
como después hará Blas de Otero. De hecho la zozobra del autor, su desazón, delata
que su corazón no está confortado por una fe que dé respuesta a sus preguntas, igual
que no lo estaba el corazón de don Manuel, el personaje de San Manuel Bueno, mártir y
exponente novelístico de la duda que atenazaba a otros autores, coetáneos a Darío,
como Unamuno. Nuestro poeta tiene miedo a vivir, pero no quiere morir, como no
quería Unamuno en El sentimiento trágico de la vida; escindido entre el deseo de
trascendencia y la posibilidad de la nada.
Salinas incluyo a Rubén Darío en la nómina de los hombres del 98, y este poema es
buena prueba de ello. Destila preocupación. El autor se atormenta pues se siente
arrojado a un mundo sin sentido, del que no sabe nada, en la línea del mejor
Schopenhauer.