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o II de Macedonia

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Para otros usos de este término, véase Felipe II (desambiguación).
Filipo IIInformación sobre la plantilla
Rey de Macedonia
Filipo II de Macedonia.jpg
Rey de Macedonia
Reinado 355 a. C
Nacimiento 356 adC
Macedonia
Fallecimiento 333 adC
Padre Eurídice II
Madre Amintas III

Filipo II. Militar y rey griego, rey de Macedonia y padre de Alejandro Magno.Hijo
de Amintas III y Eurídice II, Filipo II

Sumario
1 Biografía
2 Filipo rey
3 El Ejército
4 Las victorias
5 Muerte de Filipo
6 Referencias
7 Véase además
8 Fuente
Biografía
Durante muchos años Macedonia fue una zona inestable, cuyos reyes se asesinaban
unos a otros para conseguir el poder sobre todas las tribus. Hasta que llegó un
nuevo rey, un joven de veintidós años llamado Filipo (Filipo II de Macedonia), y
con él el comienzo de una gran Historia y de un gran Imperio. Filipo impuso el
poder sobre los demás y consiguió que su pueblo sacara partido de su ventajosa
posición geográfica. Las hazañas de Filipo son grandiosas pero en realidad no son
sino la apertura de un camino de gloria que recorrería su hijo Alejandro Magno.

Filipo rey
En el año 356 adC subió al trono de Macedonia el joven Filipo de veintidós años,
con el nombre de Filipo II. De él se dice que era un excelente jinete, gran nadador
y un soldado muy sufrido en campaña. De maneras afables, conversación animada y
gusto por los festines. Se había casado con Olimpia, princesa de Epiro, y tenía un
hijo, Alejandro, que sería más tarde Alejandro Magno.

Filipo había pasado tres años en Tebas en calidad de rehén y allí había aprovechado
bien el tiempo, estudiando de cerca los ejércitos griegos y su política. Allí se
había dado cuenta de que la nueva táctica de la ruptura que se enseñaba a los
soldados, basada íntegramente en la falange, podía mejorarse y mucho. En el campo
político se dio cuenta de que Tebas ya no era la ciudad fuerte ante Atenas, que se
debilitaba y dejaría de dominar. Pensó que tal vez él y Macedonia podrían ser los
nuevos dominantes, como así sucedió. La idea de este rey era llegar a la unidad
política de todos los pueblos griegos bajo su mando.

El Ejército
Su primer cometido fue organizar un buen ejército, un ejército competente,
disciplinado y numeroso, capaz de enfrentarse con los más grandes pueblos de aquel
mundo conocido, capaz de dominar, como lo hizo, a lo largo de dos siglos. Filipo
preparó el ejército no con mercenarios sino con sus súbditos, para el posterior
triunfo de Alejandro Magno, de la misma manera que Gayo Mario preparó en Roma el
ejército que haría triunfar a César. El biógrafo griego Plutarco (c. 46-125)
escribiría siglos más tarde esta coincidencia en su gran obra Vidas paralelas.
El rey proporcionaba las armas:

casco
coraza de cuero
escudo pequeño y redondeado
espada corta
lanza de 6 metros y medio, llamada sarissa. Era famosa esta lanza, la más larga y
pesada que se conoce de la antigüedad.
Se componía de:

caballería (formada por la clase de la nobleza). Desde antes, los reyes macedonios
tenían una tropa de jinetes nobles que formaban su escolta. Se llamaban Haires
(compañeros). Filipo organizó a su modo esa caballería y les dio a todos las mismas
armas: coraza metálica, jabalina y sable. Eran en total 800 hombres.
infantería (formada por la masa del pueblo).
falange (donde estaban los hombres más robustos).
Al principio este ejército lo componían 10.000 soldados; poco a poco fue engrosando
el número y llegaron hasta los 30.000. Llegó a ser muy superior a todos los demás
ejércitos de los distintos pueblos griegos, no sólo superior en número de
contingentes, sino, lo que es más importante, en organización y disciplina. Filipo
sabía que los griegos se habían ido relajando en sus costumbres y por tanto él
trató de corregir todos los fallos. Los soldados griegos temían las grandes
marchas, nunca se ponían en campaña si no era Primavera, llevaban muchos carros
consigo y sirvientes, lo que hacía que se llenaran los campos y que se retrasaran
las marchas. Desde un principio, Filipo obligó a sus soldados a caminar 50 km
diarios llevando sus armas e impedimentas, prohibió llevar vehículos y sólo
consintió un sirviente por cada 10 hombres y uno también para cada jinete. Además
hizo campañas en Invierno. Era muy rígido y contaba con la disciplina por encima de
todo.

Para la lucha en el campo de batalla se colocaban en Falange, que era la masa


regular. La falange no era un invento de Filipo, ya existía entre los griegos, pero
él supo perfeccionarla. La falange macedonia constaba de 16 filas de fondo y todos
los hombres armados con la sarissa. Los hombres de las 6 primeras filas sostenían
con las dos manos la lanza tendida en dirección al enemigo. Por delante de ellos
iban asomando las lanzas de las filas de los que estaban detrás, de manera que la
formación quedaba así:

En la primera fila la lanza o sarissa avanzaba 6 metros (6 y medio, a veces).


La segunda fila sobrepasaba su lanza en 5 metros a la primera.
La tercera sobrepasaba en 4 metros.
La cuarta sobrepasaba en 3 metros.
La quinta, en 2 metros.
La sexta en 1 metro.
Las últimas filas sostenían su lanza hacia arriba, se mantenían a la expectativa y
cubrían bajas. En caso necesario, las ocho últimas filas hacían frente al lado
opuesto, volviendo la espalda a sus compañeros. Entonces se formaba una agrupación
impenetrable. La falange era una masa pesada, de movimientos lentos, que sólo podía
maniobrar en llano. Para movimientos rápidos, escalar alturas y atrincheramientos,
Filipo contaba con infantes que llevaban un escudo pequeño y armas ligeras.

Otra cuestión de la que se ocupó este rey fue de la maquinaria de guerra que llegó
a ser la más completa que los historiadores hayan conocido hasta ahora. Se empleaba
para sitiar las ciudades y constaba de catapultas (que lanzaban grandes piedras y
tizones encendidos) y torres movibles para alcanzar las murallas. Con este ejército
tan preparado y tan bien equipado Alejandro Magno pudo realizar los sueños de su
padre Filipo: conquistar Persia.
Las victorias
Su campaña comenzó por los alrededores de las tierras de Macedonia. En el 355 adC
conquistó la ciudad de Crenidas, (a la que bautizó con su nombre llamándola Filipos
o Filípolis) cerca de la costa del Mar Egeo, a orillas del río Hebro y al otro lado
de la zona minera de Pangreo. Desde esta ciudad podía tener el control absoluto de
la producción de oro y a partir de ese momento, Filipo pudo acuñar en este metal y
dejar de lado la plata que patrocinaban otras ciudades. En el año 349 adC invadió
la Península Calcídica y en el 348 adC destruyó su principal ciudad, Olinto. Siguió
hacia el sur y consiguió ser el gobernador de la región de Tesalia.

La primera victoria de Filipo en territorio de los griegos fue en año 346 adC en
que venció a la región de Fócida (en el centro de la península griega). Esta
victoria dio la alerta general de que algo estaba pasando y que aquellos bárbaros
con su rey al frente debían ser tenidos en cuenta. A partir de este momento,
Macedonia fue admitida (aunque no de muy buen grado) en el consejo de ciudades, lo
que se llamaba Anfictionía, y Filipo aprovechó su posición en dicha Liga para
dominar los asuntos de Grecia y tener el control del Oráculo de Delfos, asunto éste
de suma importancia para cualquier decisión militar o política que hubiera que
tomar.

En el año 338 adC, Filipo, con su gran ejército, se dirige a Queronea (Beocia) y
arrasa literalmente a las huestes de Tebas y Atenas, que, aunque enemigas, se
habían aliado temporalmente frente a un enemigo común. En esta batalla, su hijo
Alejandro, de 18 años de edad, tenía a sus órdenes 1.800 jinetes. Después de esta
gran victoria, Filipo se comportó sabiamente haciendo gala de gran político; no
humilló a los vencidos pero les impuso la paz del vencedor y les dio a conocer sus
ambiciosos planes: invadir Asia y destruir el Imperio Persa.

El eterno rival de Filipo fue el ateniense Demóstenes, político y orador, que


mantuvo en vilo y en odio perpetuo contra Filipo y Macedonia a sus conciudadanos.
Demóstenes quiere la guerra a toda costa, a pesar de la paz impuesta, y con sus
discursos solivianta y perpetúa la enemistad de Atenas con Macedonia. Son las
famosas Filípicas, palabra que en nuestros días se sigue usando como sinónimo de
regañina importante.

Muerte de Filipo
En el año 337 adC, Filipo se divorcia de Olimpia. Su intención era volverse a casar
con una noble macedonia. Para aplacar el descontento de los nobles de Molosia (de
donde era Olimpia), trama un matrimonio de conveniencia entre su propia hija
Cleopatra y un hermano de Olimpia (es decir, un tío de Cleopatra) que era rey
vasallo en Molosia.

Para la boda se organizaron grandes fiestas en Pella (capital de Macedonia). Desde


el amanecer avanzaban en procesión solemne las estatuas de los doce dioses sentados
en tronos lujosos muy adornados. Había una estatua que hacía el número trece: era
la efigie del gran Filipo. Hubo un gran banquete y a continuación todos se
dirigieron al teatro para terminar allí el agasajo. Llegó Filipo que se había
vestido de blanco para la ocasión y cuando se disponía a entrar en el recinto se le
abalanzó un joven noble macedonio y le hirió en un costado. Murió al instante allí
mismo. El asesino se llamaba Pausanias (como el famoso general del siglo V adC y el
famoso historiador del siglo II) y se dijo entonces que había sido una venganza
personal por no haber podido obtener justicia de Filipo en una ocasión en que la
necesitó. La verdad no se ha sabido nunca.

Los historiadores de todos los tiempos han barajado muchas teorías sobre el caso.
Lo primero que han hecho siempre ha sido preguntarse quien salía beneficiado con la
muerte de Filipo. Pero esta pregunta tiene muchas réplicas. Varios personajes
pudieron estar implicados:
El propio Alejandro, su hijo
Olimpia, la esposa de la que se divorció
El rey de Persia
Muchos nobles macedonios
Demóstenes, el eterno enemigo
Cada autor presenta su tesis y sus teorías, pero el asesinato de Filipo sigue
siendo un misterio.

Referencias
Charles Seignobos. Historia Universal. Oriente y Grecia de Editorial Daniel Jorro,
Madrid, 1930
Peter Levi. Grecia cuna de Occidente. Ediciones Folio S.A.
La Historia y sus protagonistas. Ediciones Dolmen 2000
José Pijoan. Historia general del arte, vol. IV, colección Summa Artis, El arte
griego hasta la toma de Corinto por los romanos (146 adC). Editorial Espasa Calpe
S.A. Bilbao, 1932.
Maurice Meleau. Egypte Orient Grèce. Editorial Bordas, 1963.
Pedro Aguado Bleye. Curso de Historia para segunda enseñanza, tomo I, segunda
edición. Madrid, 1935.
Véase además
Tumba de Filipo
Macedonia
Alejandro Magno
Olimpia de Epirodro III de Macedonia, más conocido como Alejandro Magno (Pella, 20
o 21 de julio del 356 a. n. e. - Babilonia, 10 de junio del 323 a. n. e.) fue uno
de los más grandes conquistadores de la civilización antigua. Alejandro recibió los
títulos de Rey de Macedonia, Gran Rey de Media y Persia, y Faraón de la Dinastía
Macedónica de Egipto. La campaña militar de Alejandro fue una de las más grandes de
su tiempo y le permitió gobernar desde un vasto territorio comprendido desde Europa
hasta Asia. La clave de sus éxitos bélicos fue el perfeccionamiento del orden de
batalla oblicuo, experimentado con anterioridad por Epaminondas.

Sumario
1 Su vida
1.1 Nacimiento
1.2 Formación cívico-militar
1.3 Primeras batallas
1.4 El asesinato de Filipo
1.5 Rey de Macedonia
1.5.1 La conquista del Imperio persa
1.5.2 El regreso
1.6 Sus últimos días
2 El imperio tras su muerte
3 El legado de Alejandro
4 Enlaces externos
5 Fuente
Su vida
Nacimiento
Alejandro nació en Pela, capital de la antigua comarca macedónica de Pelagonia, en
octubre del 356 a. n. e. Ese año proporcionó numerosas felicidades a la ambiciosa
comunidad macedonia: uno de sus más reputados generales, Parmenión, venció a los
ilirios; uno de sus jinetes resultó vencedor en los Juegos celebrados en Olimpia; y
Filipo tuvo a su hijo Alejandro, que en su imponente trayectoria guerrera jamás
conocería la derrota.

Quiere la leyenda que, el mismo día en que nació Alejandro, un extravagante


pirómano incendiase una de las Siete Maravillas del Mundo, el Templo de Artemisa en
Éfeso, aprovechando la ausencia de la diosa, que había acudido a tutelar el
nacimiento del príncipe. Cuando fue detenido, confesó que lo había hecho para que
su nombre pasara a la historia. Las autoridades lo ejecutaron, ordenaron que
desapareciese hasta el más recóndito testimonio de su paso por el mundo y
prohibieron que nadie pronunciase jamás su nombre. Pero más de dos mil años después
todavía se recuerda la infame tropelía del perturbado Eróstrato, y los sacerdotes
de Éfeso según la leyenda, vieron en la catástrofe el símbolo inequívoco de que
alguien, en alguna parte del mundo, acababa de nacer para reinar sobre todo el
Oriente. Según otra descripción, la de Plutarco, su nacimiento ocurrió durante una
noche de vientos huracanados, que los augures interpretaron como el anuncio de
Júpiter de que su existencia sería gloriosa.

Formación cívico-militar
Predestinado por dioses y oráculos a gobernar a la vez dos imperios, la
confirmación de ese destino excepcional parece hoy más atribuible a su propia y
peculiar realidad. Nieto e hijo de reyes en una época en que la aristocracia estaba
integrada por guerreros y conquistadores, fue preparado para ello desde que vio la
luz.

En el momento de nacer, su padre, Filipo II, general del ejército y flamante rey de
Macedonia, a cuyo trono había accedido meses antes, se encontraba lejos de Pela, en
la Península Calcídica, celebrando con sus soldados la rendición de la colonia
griega de Potidea. Al recibir la noticia, lleno de júbilo, envió en seguida a
Atenas una carta dirigida a Aristóteles, en la que le participaba el hecho y
agradecía a los dioses que su hijo hubiera nacido en su época (la del filósofo), y
le transmitía la esperanza de que un día llegase a ser discípulo suyo. La reina
Olimpias de Macedonia, su madre, era la hija de Neoptolomeo, rey de Molosia, y,
como su padre, decidida y violenta. Vigiló de cerca la educación de sus hijos
(pronto nacería Cleopatra, hermana de Alejandro) e imbuyó en ellos su propia
ambición.

El príncipe tuvo primero en Lisímaco y luego en Leónidas dos severos pedagogos que
sometieron su infancia a una rigurosa disciplina. Nada superfluo. Nada frívolo.
Nada que indujese a la sensualidad. De natural irritable y emocional, esa
austeridad convino, al parecer, a su carácter, y adquirió un perfecto dominio de sí
mismo y de sus actos.

Alejandro y Aristóteles
Cuando, al cumplir los doce años, el rey, alejado hasta entonces de su lado debido
a sus constantes campañas militares, decidió dedicarse personalmente a su
educación, se maravilló de encontrarse frente a un niño inteligente y valeroso,
lleno de criterio, extraordinariamente dotado e interesado por cuanto ocurría a su
alrededor. Era el momento justo de encargarle a Aristóteles la educación de su
hijo. A partir de los trece años y hasta pasados los diecisiete, el príncipe
prácticamente convivió con el filósofo. Estudió gramática, geometría, filosofía y,
en especial, ética y política, aunque en este sentido el futuro rey no seguiría las
concepciones de su preceptor. Con los años, confesaría que Aristóteles le enseñó a
«vivir dignamente»; siempre sintió por el pensador ateniense una sincera gratitud.

Aristóteles le enseñó además a amar los poemas homéricos, en particular la Ilíada,


que con el tiempo se convertiría en una verdadera obsesión del Alejandro adulto. El
nuevo Aquiles fue en cierta ocasión interrogado por su maestro respecto a sus
planes para con él cuando hubiera alcanzado el poder. El prudente Alejandro
contestó que llegado el momento le daría respuesta, porque el hombre nunca puede
estar seguro del futuro. Aristóteles, lejos de alimentar suspicacias respecto a
esta reticente réplica, quedó sumamente complacido y le profetizó que sería un gran
rey.

La doma de Bucéfalo por Alejandro.


Alejandro fue creciendo mientras los macedonios aumentaban sus dominios y Filipo su
gloria. Desde temprana edad, su aspecto y su valor fueron parangonados con los de
un león, y cuando contaba sólo quince años, según narra Plutarco, tuvo lugar una
anécdota que anticipa su deslumbrante porvenir. Filipo quería comprar un caballo
salvaje de hermosa estampa, pero ninguno de sus aguerridos jinetes era capaz de
domarlo, de modo que había decidido renunciar a ello. Alejandro, encaprichado con
el animal, quiso tener su oportunidad de montarlo, aunque su padre no creía que un
muchacho triunfara donde los más veteranos habían fracasado. Ante el asombro de
todos, el futuro conquistador de Persia subió a lomos del que sería su amigo
inseparable durante muchos años, Bucéfalo, y galopó sobre él con inopinada
facilidad.

Sano, robusto y de gran belleza (siempre según Plutarco), Alejandro encarnaría, a


los dieciséis y diecisiete años, el prototipo del mancebo ideal. En plena vigencia
del amor dorio, ya enriquecido por Platón con su filosofía, y descendiente él mismo
de dorios con un maestro que, a su vez, había sido durante veinte años el discípulo
predilecto de Platón, no es difícil imaginar su despertar sexual. Ya mediante la
recíproca admiración con el propio Aristóteles, ya proporcionándole éste otros
muchachos como método formativo de su espíritu, no habría sino caracterizado, en la
época y en la sociedad guerrera en que vivió, el papel correspondiente a su edad y
condición.

Primeras batallas
Si, como sostenía Platón, este tipo de amor promovía la heroicidad, en Alejandro,
durante esos años, el despertar del héroe era inminente. A sus dieciséis años se
sentía capacitado para dirigir una guerra, y con dominio y criterio suficientes
para reinar. Pudo muy pronto probar ambas cosas. Herido su padre en Perinto, fue
llamado a sustituirlo. Era la primera vez que tomaba parte en un combate, y su
conducta fue tan brillante que lo enviaron a Macedonia en calidad de regente. En el
338 a. n. e. marchó con su padre hacia el sur para someter a las tribus de Anfisa,
al norte de Delfos.

Desde el año 380 a. n. e., un griego visionario, Isócrates, había predicado la


necesidad de que se abandonaran las luchas intestinas en la península y de que se
formara una liga panhelénica. Pero décadas después, el ateniense Demóstenes
mostraba su preocupación por las conquistas de Filipo, que se había apoderado de la
costa norte del Egeo. Demóstenes, enemigo declarado de Filipo, aprovechó el
alejamiento para inducir a los atenienses a que se armasen contra los macedonios.
Al enterarse el rey, partió con su hijo a Queronea y se batió con los atenienses.
Las gloriosas falanges tebanas, invictas desde su formación por el genial
Epaminondas, fueron completamente devastadas. Hasta el último soldado tebano murió
en la Batalla de Queronea, donde el joven Alejandro capitaneaba la caballería
macedonia.arta. (en griego Σπάρτη [Esparta]), o Lacedemonia (en griego Λακεδαιμων
[Lakedaimon]) Era una ciudad-estado de la Antigua Grecia situada en la península
del Peloponeso a orillas del río Eurotas. Fue la capital de Laconia y una de las
polis griegas más importantes junto con Atenas y Tebas.

Sumario
1 Historia
1.1 Orígenes
1.2 Guerras médicas
1.3 Guerra del Peloponeso
1.4 El imperialismo espartano del siglo IV adC
1.5 Declive del poder espartano
1.6 La dominación romana
2 Organización social
2.1 Población
2.2 Los ciudadanos
2.3 Los no ciudadanos: ilotas y periecos
2.4 La educación espartana
3 Sistema Político
3.1 La eunomía
3.2 La asamblea
3.3 Los reyes
3.4 La gerusía
3.5 Los éforos
4 La religión en Esparta
5 Véase también
6 Fuentes
Historia
Orígenes

Ruinas de Esparta
La ciudad fue fundada tras la conquista de la llanura de Mesenia por los habitantes
de la vecina Laconia (730 adC-710 adC). Después del período aqueo, Esparta se
convierte en una ciudad Doria. Según la leyenda, sólo hubo una gran invasión doria,
dirigida por un tal Aristodemo, ochenta años después de la caída de Troya. En
realidad, parece claro que se dieron una serie de incursiones sucesivas. La Esparta
doria no se convirtió enseguida en la gran ciudad que luego llegaría a ser. Al
principio estuvo minada por disensiones internas. Las reformas de Licurgo en el
siglo VII adC son un verdadero punto de inflexión en la historia de la ciudad, a
partir de entonces todo se encaminará a reforzar su poderío militar y Esparta se
convertirá en la ciudad hoplita por excelencia.

Esparta sometió a la totalidad de Laconia: comenzó por conquistar toda la vega del
Eurotas para, a continuación, rechazar a los de Argos y asegurarse toda la región.
La segunda etapa consistió en la anexión de Mesenia. En ese momento, Esparta era ya
la ciudad más poderosa del área, con la Arcadia y Argos como únicos rivales. A
mediados del siglo VI adC Esparta sometió también las ciudades de Arcadia y
posteriormente Argos. Todas ellas se vieron forzadas a firmar pactos leoninos.

En el año 506 adC Cleómenes I utilizó sus alianzas para organizar una expedición
que reunió, según Heródoto a "todo el Peloponeso". En esta ocasión tuvo lugar la
primera crisis: Cleómenes alistó el ejército sin explicar sus objetivos, ni
geográficos ni políticos. Esto nada tenía de excepcional, pero cuando en Eleusis
los corintios cayeron en la cuenta de que se trataba de marchar contra Atenas y
derrocar a los pisistrátidas dieron media vuelta, seguidos por el otro rey
espartano, Demarato.

Es lo que se conoce como "divorcio de Eleusis". A fin de no reincidir en el mismo


fracaso, Esparta convocó entonces una cumbre con sus aliados, probablemente en el
505 adC, para discutir una nueva intervención en Atenas, esta vez con el propósito
de reponer a Hipias. Sin embargo, tuvo que renunciar ante la firme oposición
aliada. Podemos situar en este encuentro el nacimiento formal de la Liga del
Peloponeso.

Fortalecida con dicha Liga y apoyada en su poderoso ejército, a comienzos del siglo
V adC, Esparta no tenía rival en todo el Peloponeso.

Guerras médicas

Vestimenta y equipamiento militar de un soldado espartano.


En el siglo VI a.C, Esparta se había interesado por el Asia Menor, entre otras
cosas suscribiendo una alianza con Creso, rey de Lidia. Al comienzo del reinado de
Cleómenes I, sin embargo, se mostrará más aislacionista, rechazando apoyar, en el
499 a.c, la Revuelta jónica contra los medos (persas), para centrarse en consolidar
su propio imperio del Peloponeso. En 491 a.c, cuando Cleómenes logra desembarazarse
de Demarato, las cosas cambiarán. Los espartanos arrojaron a un pozo a los
emisarios de Darío I, llegados para reclamar la tierra y el agua, acto simbólico de
aceptación de la hegemonía universal de los aqueménidas, y despacharon refuerzos a
los atenienses (refuerzos que llegaron a Batalla de Maratón demasiado tarde para
participar en la gran victoria griega).

En el año 481 a.C, cuando Jerjes I reclama de nuevo la tierra y el agua a todas las
ciudades griegas, exceptuando a Atenas y Esparta, es naturalmente a ésta última a
la que se le confía encabezar la liga panhelénica, incluyendo la flota pese a la
hegemonía marítima de Atenas. Tras haber renunciado a defender Tesalia, los
espartanos, mandados por su rey Leónidas I, defendieron valerosamente el
desfiladero de las Batalla de las Termópilas, retrasando notablemente el avance de
los persas y permitiendo a la flota replegarse hacia Salamina. En contrapartida, la
total victoria de Batalla de Salamina fue obra de los atenienses, quienes casi
hubieron de recurrir al chantaje para forzar la batalla en el estrecho, siendo así
que el navarca –almirante– espartano de la flota, Euribíades, deseaba replegarse al
istmo de Corinto.

En el 479 a.c, las victorias de Platea y Micala se lograron bajo el mando


espartano. El rey Leotíquidas II recibió la misión de destruir el puente de barcas
construido por los persas sobre el Bósforo, con el fin de dificultar su retirada,
pero una tempestad se encargó por él del trabajo. Con el restablecimiento de la
paz, Esparta propone abandonar a su suerte las ciudades jonias, demasiado lejanas,
pero tropieza con la oposición de Atenas, lo mismo que en su sugerencia de expulsar
de la anfictionía de Delfos a las ciudades culpables de "medismo" o alianza con los
persas: es decir, las de Tesalia.

Guerra del Peloponeso


Apenas terminadas las guerras médicas, Esparta se inquietó por el creciente poderío
de Atenas, enardecida ésta por sus victorias contra los persas. Presionada por
Egina y Corinto, Esparta prohibió a Atenas reconstruir sus murallas, destruidas por
los persas. Esto no impidió a Atenas abandonar la Liga Panhelénica (Guerras
Médicas) para fundar la Liga de Delo. Esparta no llegó a desencadenar una guerra y
las relaciones se mantuvieron estables hasta el 462 a.c, año en el que desdeñó y
envió de vuelta un contingente ateniense dirigido por Cimón, que había acudido a
socorrerla en plena revuelta de los ilotas. Esto supuso la ruptura, sellada con la
condena al ostracismo del espartófilo Cimón por sus compatriotas de Atenas.

Las hostilidades propiamente dichas comenzaron en el 457 a.c, a requerimientos de


Corinto. Tras una serie de victorias y derrotas para ambos bandos, se alcanza una
paz inestable que durará cinco años. En el 446 adC la revuelta de Megara y Eubea
(Grecia Continental) reaviva el conflicto. Esparta, a la cabeza de las ciudades
coaligadas, arrasa el Ática. El propio rey espartano Pleistoanax fue acusado de
corrupción por no haber proseguido la ofensiva y condenado al exilio. En el 433
adC, por último, el asunto de Corcira (la actual isla de Corfú da lugar al inicio
de la Guerra del Peloponeso.

La guerra se prolonga demasiado. Pericles decide abandonar el Ática al pillaje


sistemático de los espartanos, acogiendo a la población dentro de los Largos Muros,
que unen Atenas con su puerto, El Pireo. En el 425 adC se produce la humillante
derrota de Esfacteria, donde 120 Iguales, pertenecientes en su mayor parte a las
grandes familias de Esparta, son capturados en un islote. La ciudad tendrá que
rendir la flota para recuperar a sus hoplitas. El golpe es traumático: es la
primera vez que se ve a los Iguales rendirse en vez de combatir hasta la muerte. En
el 421 se firma en Nicias una paz largo tiempo anhelada.

Pese a todo, las tensiones permanecen. Esparta y Atenas chocan nuevamente en el 418
adC por una disputa territorial en Mantinea. Atenas decide que Esparta ha roto los
tratados y la guerra recomienza en el 415 adC. Los atenienses organizan una
expedición contra Sicilia que termina en desastre. La revuelta de las ciudades
jonias de la Liga de Delos permite a Esparta imponerse en el campo de batalla. En
el 404 adC una Atenas sitiada termina por capitular.

Esparta obliga a Atenas a acortar los Largos Muros en diez (algo menos de dos
kilómetros) por cada extremo, y a unirse a la Liga del Peloponeso. Los espartanos,
sin embargo, titubean respecto al sistema de gobierno que impondrán a la ciudad.
Todo el mundo está de acuerdo en la necesidad de poner fin a la democracia, pero se
duda entre una oligarquía radical bajo tutela espartana y otra más moderada, sin
guarnición espartana para sostenerla. El rey Lisandro, gran artífice de la victoria
sobre Atenas, impone el gobierno de los Treinta Tiranos, pero el otro rey,
Pausanias, permite enseguida el derrocamiento y huida de los Treinta y de sus
partidarios, y apoya en cambio a los oligarcas moderados que se han quedado en
Atenas. Con todo, a su regreso a Esparta Pausanias será juzgado, y ocho años
después de su absolución, se verá condenado cuando Atenas vuelva a tomar las armas
contra Esparta.

El imperialismo espartano del siglo IV adC


Esparta se había lanzado a la Guerra del Peloponeso bajo la bandera de la libertad
y de la autonomía de las ciudades, amenazadas por el imperialismo ateniense. Pero,
tras haber vencido, hará ella otro tanto: impone tributos, gobernantes títeres e
incluso guarniciones. A partir del 413 adC, Tucídides la describe como la potencia
que ejerce sola desde ahora la hegemonía sobre toda Grecia (VIII, 2, 4).

Esparta cambia en consecuencia de política ante Persia, haciéndose la portavoz del


panhelenismo. En primer lugar, se produce la expedición de los Diez Mil narrada por
Jenofonte en la Anábasis, derrotada en el 401 adC. En el 396 adC, el rey Agesilao
II es enviado a derrocar a Tisafernes, sátrapa de Caria, y proteger a las ciudades
griegas. Los sueños imperiales de Agesilao terminan rápidamente, porque se le
convoca de vuelta a causa de los acontecimientos en Grecia: Atenas, Tebas, Argos y
otras ciudades se han rebelado contra Esparta. Es el inicio de la Guerra de
Corinto. La coalición es derrotada en Coronea y Nemea (394 adC), pero Esparta
pierde su presente hegemonía marítima. Entre tanto, los persas se lanzan a una
contraofensiva y Atenas reconstruye sus Largos Muros. Bajo la amenaza, Esparta
termina por firmar la paz de Antalcidas, tanto con los griegos como con los persas
(386 adC).

Esta paz, protegida por el Gran Rey persa, permite en realidad a Esparta continuar
su política imperialista con la excusa de proteger la autonomía de las ciudades más
pequeñas. Esparta obliga a Argos a conceder a Corinto su independencia, e incluso a
Olinto a respetar la autonomía de sus ciudades de la Península Calcídica.

En el 378 adC, sin embargo, el conflicto vuelve a aparecer tras una razia espartana
contra El Pireo. Concluye con la paz entre Atenas y Esparta (371 adC), preocupadas
ambas por los avances de Tebas de Grecia. Esparta lanza de inmediato un ataque
contra la ciudad beocia que termina en el desastre de batalla de Leuctra. El
general tebano Epaminondas destroza el ejército espartano comandado por Cleombroto
y organiza una poderosa ofensiva contra Esparta. Ésta se verá obligada a reclutar a
numerosos ilotas a fin de proteger la ciudad. Es el final de la hegemonía
espartana.

Declive del poder espartano


La hegemonía espartana fue clara entre el 403 adC y el 371 adC. Tras la batalla de
Leuctra no solamente perdió Esparta dicha hegemonía, sino también la mayor parte de
Mesenia y la Liga del Peloponeso, que quedó disuelta. La irrupción de Macedonia en
la arena política griega tampoco mejorará las cosas. En el 330 adC el rey Agis III
ataca a Antípater, lugarteniente de Alejandro Magno, a la cabeza de una coalición
peloponesa, pero es vencido y muerto en la batalla de Megalópolis. Durante la
Guerra Lamiana (a la muerte de Alejandro, en el 323 adC), Esparta se halla
demasiado débil para participar.
La debilidad de Esparta permitirá medrar a la Liga Aquea, mientras que las
revoluciones de Agis IV y Cleómenes III minan las instituciones de la ciudad. Éste
último se enfrenta con algún éxito a los aqueos, pero la intervención macedonia de
Antígono III supondrá la terrible derrota de Batalla de Selasia, que conduce a la
toma de Esparta. En el 207 adC llega al trono Nabis, que poco después se convertirá
en Tiranía de Esparta y reiniciará la guerra contra los aqueos.

En el 205 adC Esparta se alía con Roma, modificando de raíz el equilibrio de


fuerzas en la región. Los aqueos se apresuran a firmar también tratados con Roma,
enemistada por entonces con Macedonia. En el 197 adC Roma, en alianza con las demás
ciudades griegas, se vuelve contra Esparta, que se ve obligada a firmar la paz en
el 195 adC. Pierde con ello una parte importante de su territorio, el derecho a
reclutar periecos, su puerto (en Giteo) y casi toda su flota.

En el 192 adC la Liga Aquea obliga a Esparta a ingresar en sus filas. Los
espartanos se ven forzados a derruir sus muros (los primeros de su historia, que
Nabis había mandado edificar), libertar a los ilotas, abolir la [[educación
espartana ó educación específicamente espartana, etc. Se crea una situación de gran
inestabilidad social que no se calmará hasta el 180 adC, cuando quedan sin efecto
las prohibiciones y regresan los exiliados.

Las tensiones con la Liga Aquea, sin embargo, no han terminado. En el 148 adC los
aqueos atacan y derrotan a Esparta. Roma interviene, exigiendo que Esparta y
Corinto queden separadas de la Acaya. Los aqueos, furiosos, retomaron las armas,
pero fueron aplastados por Roma en el 146 adC. Esparta se hallaba en teoría en el
bando vencedor, pero en la práctica perdió sus ciudades periecas, que formaron por
su cuenta la koinonía (alianza) de los Lacedemonios. Esparta no era ya más que una
ciudad de segundo orden, autónoma pero aislada, muy lejos de su esplendor de
antaño.

La dominación romana
Durante la dominación romana, ya sin ambiciones militares ni políticas, Esparta se
concentró en lo que tenía de más específico: la educación espartana. Ésta se
endurece, atrayendo a los , ávidos de ritos violentos y extraños. De este modo, los
combates rituales que tradicionalmente se habían disputado en el santuario de
Artemisa Ortia, bajo la dominación romana pasan a convertirse en la los niños son
flagelados, en ocasiones hasta la muerte. Cicerón lo relata en las Tusculanas la
multitud que acude al espectáculo es tan numerosa que se hace necesario construir
un anfiteatro delante del templo para acogerla. Este espectáculo atraerá turistas
hasta el siglo IV de nuestra era, como lo testimonia Libanio.

Esparta fue saqueada por los hérulos en el 267, y definitivamente arrasada por
Alarico I, rey de los visigodos, en el 395. Los Imperio bizantinos edificarían
luego la ciudad de Lacedemonia sobre las ruinas de la antigua Esparta.

Organización social
Población
En el siglo V adC, los espartanos propiamente dichos, los representan una pequeña
parte de la población global de la ciudad. En el 480 adC, el rey Demarato estima el
número de hoplitas movilizables en algo menos de 8.000 Heródoto. Este número caerá
a lo largo del siglo V adC, principalmente a causa del terremoto del 464 adC que,
según Plutarco destruyó el gimnasio, matando a toda la efebía de Esparta, así como
a la revuelta de los ilotas, que supuso diez años de guerrilla. Así, cuando la
batalla de Leuctra (371 adC), no había más que 1.200 hoplitas movilizables, de los
cuales 400 murieron durante el combate.

El número de los periecos era superior al de los Iguales. Se puede estimar que
había unas cien aglomeraciones de periecos, pues dice Estrabón que Esparta era
conocida como la ciudad de las cien villas. Los ilotas (o siervos) pueden
calcularse entre 150.000 y 200.000. De acuerdo con Tucídides, se trataba del grupo
servil más numeroso de Grecia.

Los ciudadanos
Los únicos que poseían derechos políticos eran los espartanos propiamente dichos,
llamados “astoi” ó “ciudadanos” (término más aristocrático que el de “polités”
habitual en otras ciudades griegas). También se les conocía como “Homoioi” (“Pares”
o “Iguales”). Al parecer, no todos los espartanos fueron “Iguales”. Existía un
cierto número de ciudadanos considerados cobardes en el combate, a los que los
historiadores denominan con el término latino de “tresantes” (“los temblorosos”).
Según Heródoto, Jenofonte, Plutarco y Tucídides, a los “temblorosos” se les sometía
a toda clase de desprecios y vejaciones: obligación de pagar el impuesto de
soltería, expulsión de los equipos de pelota, de los coros, de las comidas en
común, etc. Su estado de marginación era casi tan absoluto como el de los ilotas,
con la excepción de que ellos sí podían acceder a los lugares públicos (siempre en
los últimos puestos) y que les estaba permitido redimir su deshonra mediante actos
de valor en la guerra.

Un auténtico espartano debía ser hijo de padres espartanos, haber recibido la


educación espartana, hacer sus comidas junto a los demás ciudadanos en los
comedores públicos y poseer una propiedad suficiente como para permitirle sufragar
los gastos de su ciudadanía.

El nombre de Homoioi (Iguales) es testimonio, según Tucídides, del hecho de que en


Esparta se ha instaurado la máxima igualdad entre el estilo de vida de los
acomodados y el de la masa( todos llevan una vida en común y austera.

Los no ciudadanos: ilotas y periecos


Los ilotas son los campesinos de Esparta. Su estatus se crea con la reforma de
Licurgo. No son estrictamente esclavos, sino siervos: están adscritos a la
propiedad que cultivan, pueden casarse y tener hijos y se quedan con los frutos de
su trabajo una vez deducida la renta que corresponde al titular de la hacienda.

De modo excepcional, los ilotas podían ser reclutados para el ejército y liberados
luego. Mucho más numerosos que los ciudadanos, la reforma de Licurgo les dejó por
completo al margen de la vida social. Los Iguales, que temían su rebelión, les
declaraban solemnemente la guerra cada año, les humillaban y aterrorizaban.

También los periecos (habitantes de la periferia), el tercer grupo social de


Esparta, son mantenidos al margen del cuerpo cívico por la reforma de Licurgo, que
les niega cualquier derecho político. Aunque libres, jamás participan en las
decisiones. Poseen el monopolio del comercio y comparten el de la industria y la
artesanía con los ilotas. Entre los periecos hay también campesinos, reducidos a
cultivar los terrenos menos productivos.

La educación espartana
La educación espartana (agogé), sistema educativo introducido a partir de Licurgo,
se caracteriza por ser obligatoria, colectiva, pública y destinada en principio a
los hijos de los ciudadanos, aunque parece que en ocasiones se debió admitir a
ilotas o periecos, y los hijos de un ateniense como Jenofonte se educaron en
Esparta.

Esparta practicaba una rígida eugenesia. Nada más nacer, el niño espartano era
examinado por una comisión de ancianos en el "Lesjé" (Pórtico), para determinar si
era hermoso y bien formado. En caso contrario se le consideraba una boca inútil y
una carga para la ciudad. En consecuencia, se le conducía al "Apótetas" (lugar de
abandono), al pie del monte Taigeto, donde se le arrojaba a un barranco. De ser
aprobado, le asignaban uno de los 9.000 lotes de tierra disponibles para los
ciudadanos y lo confiaban a su familia para que lo criara, siempre con miras a
endurecerlo y prepararlo para su futura vida de soldado.

A los siete años (o a los cinco, según Plutarco) se arrancaba a los niños de su
entorno familiar y pasaban a vivir en grupo, bajo el control de un magistrado
especial, en condiciones paramilitares. A partir de entonces, y hasta los veinte
años, la educación se caracterizaba por su extrema dureza, encaminada a crear
soldados obedientes, eficaces y apegados al bien de la ciudad, más que a su propio
bienestar o a su gloria personal (ésta última, el ideal de los tiempos homéricos.I
de Macedonia
Rey de Macedonia (?, h. 389 - Pella, 336 a. C.). En su juventud había vivido como
rehén en Tebas, donde se instruyó sobre las prácticas políticas y militares del
mundo griego. Cuando accedió al poder en el 359 a. C., como regente de su sobrino
Amyntas, Macedonia era un país bárbaro superficialmente helenizado en la frontera
norte de Grecia, una región rica, pero sometida a continuas disputas sucesorias y a
los ataques de los pueblos balcánicos vecinos.

Filipo de Macedonia

Filipo impuso la unidad en el interior sometiendo a los diversos candidatos al


Trono, lo que le permitió lanzarse a la expansión del reino, al que pretendía dotar
de una salida al mar; a su vez, los éxitos militares en el exterior aseguraron la
cohesión interna de la que el reino había carecido hasta entonces. Filipo se impuso
a todos sus enemigos haciendo valer la superior organización y armamento del
ejército macedonio, en el que se combinaban una caballería nobiliaria y una
infantería de campesinos libres encuadrados en falanges.

El ataque en línea oblicua y el empleo de maquinaria oriental para asaltar las


plazas fortificadas fueron otras tantas innovaciones que determinaron la
impresionante sucesión de campañas victoriosas: las primeras, dirigidas contra los
peonios y los ilirios (358-357) le consolidaron en el poder, siendo aclamado desde
entonces como rey (aun en vida de Amyntas); luego se lanzó a la conquista de
Anfípolis y Calcidia (357), que le dio el control de las minas de oro del Pangeo,
con las que sufragaría las guerras posteriores.

En la Guerra de los Confederados (357-355) acabó con el poder marítimo de Atenas y


de sus aliados de la segunda Liga Délica en el norte del Egeo. En la segunda Guerra
Santa (356-346), aliado con Atenas y Esparta contra los focios de Tebas, conquistó
Tesalia, extendiendo sus dominios hacia el corazón de Grecia. Tras firmar con
Atenas un pacto para mantener el statu quo (Paz de Filócrates, 346), Filipo dirigió
sus fuerzas hacia el Este, adueñándose de Tracia (343-342).

En aquel momento era tal el poderío alcanzado por Macedonia que apareció en Atenas
un partido (liderado por Isócrates) que proponía la unificación de Grecia bajo la
monarquía de Filipo para hacer frente al Imperio Persa; a él se oponía el partido
belicista de Demóstenes, quien exhortaba en sus filípicas a defender las libertades
griegas contra la barbarie macedonia. La línea de estos últimos se impuso, dando
pie a la formación de la Liga Helénica para impedir a Filipo la toma de Bizancio y
el consiguiente control del acceso al mar Negro (340). La tercera Guerra Santa
(339-338) condujo a una nueva victoria de Filipo tras la batalla de Queronea (338).

Esto permitió formar la Liga de Corinto (337), en la que se agruparon bajo el


liderazgo macedonio la mayor parte de las ciudades griegas, cumpliendo en cierto
modo el ideal de Isócrates; dicha Liga se proponía atacar al Imperio Persa y
liberar de su dominio las ciudades griegas de Asia Menor. Pero Filipo murió durante
los preparativos de aquella campaña, asesinado en la boda de su hija.
La obra de Filipo fue continuada por su hijo y sucesor, Alejandro Magno, quien,
apoyándose en la sólida base que le proporcionaba un reino unido, rico, bien armado
y rodeado de aliados, pudo lanzarse a extender el poder de Macedonia hasta los
confines del mundo conocido.

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Algunas figuras son más conocidas por su pseudónimo literario o su nombre artístico
que por su nombre real; otros escritores o artistas se sirvieron de nombres
ficticios, pero no llegaron a popularizarlos. En general, utilizamos en los índices
la opción más común: Marilyn Monroe (su verdadero nombre fue Norma Jean Baker) o
Pablo Neruda (pseudónimo de Neftalí Ricardo Reyes).

La misma norma seguimos para los motes y apodos: se emplean para designar al
personaje únicamente cuando es más conocido por su sobrenombre que por su verdadero
apellido. Es el caso de El Empecinado o La Argentinita. Por lo general, tales
apodos suelen asociarse a un nombre que determina la posición: La Bella Otero (en
la O de Otero) o Alfonso X el Sabio (en la A de AlfonsoMaría Vaca de Guzmán
(Marchena, c. 1750- c. 1801) Escritor español. Adquirió fama y prestigio con sus
obras Las naves de Cortés destruidas (1778) y Granada rendida (1779), con las que
venció a Nicolás y a Leandro Fernández de Moratín, respectivamente, en sendos
premios de la Academia Española. En 1784 escribió una égloga titulada El
Colombino.o de Macedonia
23 de septiembre de 2008 Publicado por Verónica
En el 356 A.C. subió al trono de Macedonia el joven Filipo quien, apenas rebasados
los veinte años, se veía convertido en señor de un reino caótico y violento en el
que eran frecuentes las disputas por el poder y el asesinato de reyes. Tomó el
poder bajo el título de Filipo II, rey de Macedonia. Sucedía a sus dos hermanos
mayores ya muertos: Pérdicas III y Alejandro II y a su padre Amintas III.

Filipo II de Macedonia
Había nacido en el 382 A.C. en Pella, desde muy joven fue un notable jinete y
nadador; también se había caracterizado por su aguerrido temperamento y su valor en
el campo de batalla como soldado. Tomó por esposa a Olimpia, hija del señor de
Épiro, con quien tendría un hijo: el célebre Alejandro Magno, cuya fama terminaría
por opacar las hazañas de su padre.

En una de las constantes guerras que los macedonios sostenían contra los griegos,
Filipo fue tomado como rehén y hecho prisionero por tres años en Tebas, donde tuvo
oportunidad de conocer por dentro los entresijos de la organización militar del
estado tebano y sus estructuras políticas. Particularmente le llamó la atención las
tácticas de batalla de una de las partes más móviles del ejército griego: la
falange. En secreto, ideo nuevos movimientos y estudió sus puntos débiles. Notó la
gran debilidad política de la antes poderosa Tebas y sintió que la hora de
imponerse había llegado para Macedonia.

Al regresar a su patria se dio a la tarea de organizar al ejército, sometiéndolo a


una estricta disciplina y entrenamiento constante. De diez mil soldados pronto
creció a treinta mil. Parte de su entrenamiento consistía en caminar 50 kilómetros
diarios cargando armas y bastimentos.
Comenzó sus campañas militares en el 355 A.C. y logró conquistar Crénidas (a la que
nombró Filípolis) rica en oro, mismo que aprovechó para acuñar una moneda más
fuerte que las de plata que manejaban las demás ciudades. En el 349 A.C. llegó a la
Cálcide y un año después se hizo gobernador de Tesalia.

Filipo logró entrar a territorio griego en el 346 A.C.tomando la Fócide. Los demás
griegos, temerosos de la belicosidad del macedonio, le permitieron tomar parte de
la Anfictionía o consejo de las ciudades. Filipo pronto tomó el control no sólo de
los asuntos políticos de Grecia, sino también de la religión y la milicia, llegando
a controlar el oráculo de Delfos.

En Queronea, acabó con los ejércitos de Tebas y Atenas en el 338 A.C., tomó parte
en esta batalla el joven Alejandro, que apenas cumplidos los dieciocho años, tenía
a su mando un ejército de casi dos mil soldados. Se cuenta que con Atenas, Filipo
fue misericordioso, no así con la odiada Tebas a la que sometió con mano dura.

Tras vencer a las dos más grandes polis griegas, exigió a Esparta someterse a su
poder, pero los laconios no estaban dispuestos a dejarse gobernar por un
extranjero. Filipo envió su mensaje: en caso de entrar a Esparta, centro de la
Lacónide, la arrasaría. La respuesta del rey espartano Agis III es famosa
justamente por su laconismo: “Sí”. Quizá esto sirvió para que Filipo desistiera de
invadir a los espartanos, por lo que su siguiente objetivo fue Asia, en particular
el Imperio persa.

Dentro de la Anfictionía, Filipo tenía enemigos y detractores que lo odiaban; uno


de los más encarnizados enemigos del rey de Macedonia fue el orador ateniense
Demóstenes en cuyos encendidos discursos procuraba levantar la llama de la
enemistad entre Atenas y Macedonia. Estos discursos pasaron a la historia con el
nombre de “filípicas”.

Filipo decide poner fin a su relación con Olimpia en el 337 A.C., con la intención
de casarse con una joven noble macedonia. La familia de Olimpia protesta y se
malquista con el rey, quien hace toda clase de movimientos para aplacar el enojo de
su aún esposa y su poderosa familia.
En poco tiempo logró la separación de Olimpia y se organizaron grandes festejos
para celebrar las nuevas bodas del rey. Tras un dispendioso banquete donde dio
muestras de su riqueza y poder, se dice que Filipo se dirigió al teatro para cerrar
con broche de oro las festividades, pero justo antes de entrar al lugar, un joven
se lanzó en su contra puñal en mano, hiriéndolo de muerte.

Muchas hipótesis hay detrás del asesinato del controvertido rey de Macedonia, se
suele implicar en su muerte a Olimpia, a Demóstenes y al rey de Persia -enemigos
jurados del macedonio- e incluso a su propio hijo Alejandro. Tras su muerte, su
hijo Alejandro llevaría a cabo la empresa con la que Filipo había soñado: sojuzgar
a los persas y extender los confines de su reino más allá de sus límites asiáticos,
concretamente hasta la India.

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Vieos cheroqui
31 de agosto de 2017 Publicado por Hilda

Cuando los europeos arribaron a Norteamérica en el siglo XVI, los cheroquis o


cherokees (que significa habitantes de las montañas) o “ahniyvwiya” como ellos se
autodenominaban que significa “humanos del principio», era uno de los pueblos
aborígenes y pacíficos que habitaban tal vez desde hace miles de años o según otras
teorías habrían emigrado desde el norte hacia al sureste de Estados Unidos, se
ubicaban en lo que es hoy, Virginia, Alabama, Carolina del Norte y del Sur,
Tennessee y Georgia. Los cheroqui adoptaron la cultura de los conquistadores, al
igual que sus vecinos los Choctaw, los Creek, los Chickasaw,y los Seminola,
llamados por esta razón por los invasores, pueblos civilizados.

En su religión priman los números, las direcciones y la forma circular. Existe una
comunicación a través de la telepatía y los sueños entre el mundo visible y el
invisible o espiritual. Su lengua es iroquesa, su piel amarronada, sus ojos
almendrados y su cabello lacio y negro. Tienen algunas características peculiares
como una hendidura en el pecho, por un hueso de más en el esternón. Poseen gran
conciencia de grupo.

Se dividían en siete clanes, que políticamente estaban representados en la “Casa


del Consejo”, y se dedicaron desde siempre a la agricultura, cultivando
especialmente maíz y calabacines, lo que en general hacían las mujeres, en una
sociedad matriarcal, donde el parentesco se determinaba por la vía materna; y a la
caza y la pesca, actividades que realizaban los hombres. Sus viviendas tenían forma
rectangular o cuadrada y las cubrían y protegían con la corteza de los árboles.
Usaban la cerámica para hacer cuencos.

Los cheroqui bajo la dominación europea, establecieron en 1822 un Tribunal Supremo


para sus cuestiones, sancionaron su propia ley en 1824, y tres años después su
Constitución; pero en 1828, se derogó su aplicación rigiéndose por las leyes
estatales. En 1.831 el juez John Marshall dijo en su sentencia que los cherokees no
conformaban una nación independiente sino una nación dependiente del gobierno de
Washington. Se suprimieron el gobierno cherokee y su prensa. Las leyes tribales se
abolieron definitivamente en 1898.

Blancos y cheroqis firmaron varios acuerdos desventajosos para los segundos, tras
haber luchado éstos infructuosamente: El Tratado de Hard Labor (14 de octubre de
1768) donde cedieron tierras ubicadas al sudoeste de Virginia. En 1777, el tratado
de Dewitts Cornes, donde los indígenas cedieron territorios, entre ellos Carolina
del sur. En 1785 la nueva nación estadounidense liberada de Inglaterra ofreció
protección a los cheroquis y les impuso límites territoriales. En 1791 por el
Tratado de Houston debieron trasladarse hacia Arkansas y Missuri, habiendo
entregado sus territorios del este de Tenessee, lo que originó graves conflictos
violentos entre los cheroquis y los colonos de Knoxville.

En 1806 cedieron territorios situados al norte del río Tennessee. En 1817, desde
Georgia, partió un grupo voluntariamente hacia reservas en Arkansas. Los que no lo
hicieron fueron obligados a trasladarse en 1828.

En 1835, a cambio de tierras, los cheroquis fueron enviados a Oklahoma donde se


instalaron en el denominado “territorio indio”. En 1838 tuvo lugar el episodio
conocido como “sendero de las lágrimas” donde, aplicándose el Tratado de New
Echota, los cheroquis fueron llevados hacia el oeste estadounidense, muriendo en el
camino unos 4.000 aborígenes por la escasez de víveres, el maltrato y las pésimas
condiciones climáticas.

En 1887, por ley del Congreso, las tierras dejaron de ser comunales y se las
entregaron en propiedad individual.

Los territorios cheroquis de Oklahoma fueron invadidos ilegalmente en 1889 y


redistribuidos en 1893 entre colonos blancos lo que se legalizó en 1905.

A partir de 1934 se reestructura la organización de la sociedad cheroqui, bajo un


sistema de reservas y autogobierno; y en 1961 fueron indemnizados por la usurpación
de sus tierras.

En 1970 adquirieron los cheroquis judicialmente la propiedad de algunas zonas sobre


el río Arkansas. En 1990 los cheroquis lograron su autogobierno.

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