Luvina 97 PDF
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Universidad de Guadalajara
Rector General: Ricardo Villanueva Lomelí
Vicerrector Ejecutivo: Héctor Raúl Solís Gadea
Secretario General: Guillermo Arturo Gómez Mata
Rector del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño: Francisco Javier González Madariaga
Secretario de Vinculación y Difusión Cultural: Ángel Igor Lozada Rivera Melo
Luvina
Directora: Silvia Eugenia Castillero < [email protected] >
Editor: José Israel Carranza < [email protected] >
Coeditor: Víctor Ortiz Partida < [email protected] >
Corrección: Sofía Rodríguez Benítez < [email protected] >
Administración: Griselda Olmedo Torres < [email protected] >
Diseño y dirección de arte: Peggy Espinosa
Viñetas: Jimmar Vásquez, excepto Depositphotos: pp. 64, 170, 186, 520 y 549.
Consejo editorial: Luis Armenta Malpica, Jorge Esquinca, Verónica Grossi, Josu Landa,
Baudelio Lara, Ernesto Lumbreras, Ángel Ortuño, Antonio Ortuño, León Plascencia Ñol,
Laura Solórzano, Sergio Téllez-Pon, Jorge Zepeda Patterson.
Consejo consultivo: José Balza, Adolfo Castañón, Gonzalo Celorio, Eduardo Chirinos†,
Luis Cortés Bargalló, Antonio Deltoro, François-Michel Durazzo, José María Espinasa,
Francisco Payó González, Hugo Gutiérrez Vega†, José Homero, Christina Lembrecht,
Tedi López Mills, Luis Medina Gutiérrez, Jaime Moreno Villarreal, José Miguel Oviedo,
Luis Panini, Felipe Ponce, Vicente Quirarte, Jesús Rábago, Patricia Torres San Martín,
Julio Trujillo, Minerva Margarita Villarreal, Carmen Villoro, Miguel Ángel Zapata.
Agradecemos la valiosa colaboración del Dr. A. J. Thomas, director de la revista de la Sahitya Akademi,
así como de los Profesores Shyama Prasad Ganguly y Savita Singh. También, el apoyo del Dr. Dibyajyoti Mukhopadhyay,
director de la Indo Hispanic Language Academy y de Santiago Ruy Sánchez de Orellana, agregado cultural
de la Embajada de México en India.
Luvina, año 23, no. 97, invierno de 2019, es una publicación trimestral editada por la Universidad de Guadalajara, a través de
la Secretaría de Vinculación y Difusión Cultural del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño. Periférico Norte
Manuel Gómez Morín núm. 1695, colonia Belenes, cp 45100, piso 6, Zapopan, Jalisco, México. Teléfono: 3044-4050.
www.luvina.com.mx, [email protected]. Editor responsable: Silvia Eugenia Castillero. Reserva de Derechos al
Uso Exclusivo: 04-2006-112713455400-102. ISSN 1665-1340, otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor,
Licitud de título 10984, Licitud de Contenido 7630, ambos otorgados por la Comisión Calificadora de Publicaciones y
Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Pandora Impresores, sa de cv, Caña 3657, col. La Nogalera,
Guadalajara, Jalisco, cp 46170. Este número se terminó de imprimir el 28 de noviembre de 2019 con un tiraje de 1,300
ejemplares.
Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación.
Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa
autorización de la Universidad de Guadalajara.
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India, la India, un vasto territorio tan variado que podría concebirse
como un continente. Tierras milenarias en donde se fueron asentando
diversas tribus, se mezclaron y tejieron culturas múltiples, se expresaron
en lenguajes complejos y heterogéneos. De esas lenguas provienen las
más de veinte que en la actualidad se hablan y escriben.
Entrar en los entresijos de esos lenguajes es hundirse en la
profundidad de sus diferentes literaturas. Todas de una riqueza
extraordinaria, nos llevan a un viaje por la geografía de caminos y
ciudades tan peculiares, tan fieles a su historia que gracias a su literatura
—a las literaturas— acudimos a una sintaxis donde se fusiona la historia
con la vida.
En este número, Luvina da cuenta de las cosmologías que animan cada
pieza literaria; en ellas el lector puede acceder al flujo de visiones,
costumbres y modos de vivir que se agitan dentro de los tejidos de las
ficciones, pues la India es un país que ha desarrollado su mitología y su
devenir histórico unidos a la naturaleza. Por ello en estas literaturas
fluyen ríos, aparecen dioses, brotan los matices de flores y los
claroscuros de la espesura de montañas. Además, en estas historias y
cantos descubrimos la confluencia de religiones tan dispares como la
hindú y la musulmana. Y modos de vida que unen a ambas.
Dado que la India es un país que, como el árbol del baniano que ahí
tanto crece, hace de sus raíces el camino para continuar erguido, en este
número publicamos autores vivos de diversas generaciones y lenguas
variadas: asamés, bengalí, canarés, dogri, gujarati, hindi, inglés, konkani,
malabar, malayalam, manipuri, maratí, nepalí, oriya, panyabí, rajastaní,
tamil, telugu y urdu; también publicamos algunos textos antiguos
—míticos—, como un fragmento del Ramayana y algunos poemas de
Rabindranath Tagore, entre otros más de la tradición literaria.
Por otra parte, Luvina nos acerca a la realidad de las desigualdades
sociales, a la pobreza y la violencia que —como en México— aquejan a
la India. Las literaturas que nos ofrece este número nos conducen a un
grado de conciencia del transcurrir contemporáneo en las numerosas
regiones y los distintos roles sociales que la gente vive en una sociedad
organizada por castas. No obstante, la narrativa, la poesía y los ensayos
aquí publicados portan la plenitud gozosa de ser obras de arte, críticas,
propositivas y, sobre todo, bellas l
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Depositphotos, 3
Índice
14 * Poemas l
Mangalesh Dabral (Kaphalpani, 1948). Ha publicado seis poemarios, entre ellos
Linterna en la montaña (1981) y Lo que vemos (1995), por el que ganó el premio de la
Academia Nacional de Letras de India.
18 * Poemas l
A shok V ajpeyi (Durg, 1941). Poeta, ensayista, crítico literario-cultural. Ha publicado
más de quince libros de poesía. Los poemas incluidos aquí están tomados de la antología
A Name for Every Leaf: Selected Poems, 1959-2015.
22 * Poemas l
Leeladhar Jaguri (Dhangan, Tehri, Uttarakhand, 1940). Ha publicado una docena de
libros de poemas. También es dramaturgo y ensayista.
26 * Poemas l
Anamika (Muzaffarpur, 1961). Poeta. Escribe en hindi. Kavita Mein Aurat (Mujer en el
poema, Itihas Bodh, 2000) y Khurduri Hatheliyan (Rugosas palmas, Radhakrishna
Prakashan, 2005) son algunos de sus libros.
28 * La espera [fragmentos] l
Usha Akella (Hyderabad). Es autora de varios libros de poemas y un drama musical
sobre la vida de Sai Baba de Shirdi. Es cofundadora de Matwaala, festival literario que
reúne a escritores del sudeste asiático residentes en Estados Unidos.
34 * Octavio Paz y la India l
Minni Sawhney (Nueva Delhi, 1962). Profesora de Estudios Hispánicos y jefa
del Departamento de Estudios Germánicos y Latinos en la Universidad de Delhi.
Especialista en literatura y cultura mexicanas de los siglo xix y xx. Publicó recientemente
el artículo «Viajeros latinoamericanos en la India moderna», en el libro Explorando
modernidades de la India: ideas y prácticas (Springer, 2018).
42 * Poemas l
Madhav Kaushik (Bhiwani, Haryana, 1954). conocido poeta de nuestros días, escribe
poemas en hindi, urdu en inglés. Tiene publicados varios poemarios. Sus zéjeles en
hindi gozan de amplia popularidad. Actualmente es vicepresidente de la Academia de
Letras de la India.
44 * Un punto equilibra el resto del universo l
Nidheesh Tyagi (Jagdalpur, 1969). Poeta y narrador. Su libro de microficciones Tamanna
Tum Ab Kahan Ho está publicado por Penguin.
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46 * Me olvidaste, mi amor l
Autar Krishen Rahbar (1933). Autor, entre otras obras, de Talash (Búsqueda) y Bi
chus tsur (Soy un ladrón). Entre los premios que ha recibido está el Khillat-e-Kashmir
por su contribución a la lengua cachemir.
54 * Poemas l
Savita Singh (Arrah, Bihar, 1962). Poeta y narradora. Escribe en hindi y en inglés.
Entre sus poemarios en hindi se encuentra Apne Jaisa Jeevan (2001).
59 * Los orioles han regresado l
Chandrakanta Mura Singh ((Srinagar, 1938). Su novela Katha Satisar (2006) ganó el
premio Vyas Samman.
73 * Reflexiones sobre la literatura de la India: el género poético l
Shyama Prasad Ganguly. Catedrático retirado de Estudios Hispánicos y
Latinoamericanos de la Universidad Jawaharlal Nehru, de Nueva Delhi. Recibió la
Orden del Águila Azteca en México en 2018.
98 * Poemas l
Asad Zaidi (Karauli, Rajasthan). Es uno de los poetas hindi más reconocidos. Tiene
tres libros de poemas: Behnen aur anya kavitaen (1980), Kavita ka jivan (1988) y Saman ki
talash (2008).
100 * Poemas l
Arun Kamal (1954). Poeta. Vive en Patna. Hasta la fecha han aparecido tres antologías de
sus poemas.
102 * Poemas l
Anupam Singh (Labeda, 1986) Poeta. Escribe en hindi. Ha publicado en revistas como
Criticism, Friday y Adhan. Activista de movimentos de mujeres.
104 * Ignarus scriptus l
Subhro Bandopadhyay (Calcuta, 1978). Recibió el Premio Nacional de Escritores
Jóvenes de India en 2013 por su libro de poemas Bouddho lekhomala o onyanyo shraman.
Dirige la revista de poesía podyocharcha desde 1999. Es profesor de español en el
Instituto Cervantes, en Nueva Delhi.
110 * La campana suena en la escuela para ciegos l
Debarati Mitra (1946). Poeta. Uno de sus libros es Andha Skoole Ghanta Baje. Recibió el
premio Ananda Puraskar para poesía en 1995.
112 * La tierra natal de Meherunnisa l
Shukti Roy (Calcuta, 1962). Autora de varios poemarios y libros de narrativa. Escribe
en inglés, español y bengalí. Es secretaria de Los Hispanófilos, asociación que promueve
el español en la India y la cultura india en Hispanoamérica. Ha publicado la novela
Mayabini (Hechicera) y el libro de cuentos Sagarpriya (La amada del mar).
124 * Si me preguntas l
Joy Goswami (Calcuta, 1954). Poeta, novelista, ensayista. Ha publicado veinticinco
poemarios, entre ellos ¿Qué es el polvo floreciente? (2011) y Familiares (2011). Ha ganado
numerosos premios, entre ellos el Ananda Purashkar, en dos ocasiones.
129 * Danpatra, acta de donación l
Amar Mitra (Shatkhira, Bangladesh, 1951). Vive en Calcuta. Escribe en bengalí. Ha
escrito alrededor de cincuenta libros: de cuentos, novelas, para niños. Ha ganado, entre
otros premios, el Sahitya Akademi Award, el Bankim Puroskar y el Sarat Puroskar.
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141 * El último día es terrible l
Sudip Bhattacharyya (Calculta, 1975). Entre sus libros se encuentran Swapnera
Chuti Nik Kichudin (Kolkata Utol Hawa) y Aronger Dhuti Nodiar Tat (Trimukh Publication).
143 * Shadon y sus caminitos l
Joya Mitra (Dhanbad, 1950). Escribe en bengalí. Novelista, poeta y traductora. Autora
de Matando los días: memorias de la prisión (2004). Recientemente publicó el libro de
ensayos Kolom (La pluma, Dey’s Publishers) y el poemario Kalo moyur nache (Baila el pavo
negro, Khoai).
150 * ¿Qué dijo, globalización? l
Subodh Sarkar (Kishnanagar, 1958). Poeta, narrador y editor bengalí. Entre sus
libros más recientes se encuentra En mi falso inglés (In my Bastard English: poems and Diaries,
Yash Publications, Nueva Delhi, 2012).
151 * Poemas l
Amitesh Mait (1962-2001). Fue uno de los poetas más destacados en Bengala
contemporánea, con unos catorce libros de poemas.
155 * Lágrimas de Dios l
Shamik Ghosh (Calcuta, 1983). Escritor en bengalí. Ganó el premio Sahitya Akademi
Yuva Puraskar en 2017 por su libro de cuentos Elvis O Amolasundari.
163 * Alfabetos l
Sharmila Ray (1960). Vive en Calcuta. Autora de cinco libros de poesía, entre ellos: Es
una fantasía, es realidad (It’s a fantasy, it’s reality, Punaschya, 2010).
164 * Poemas l
Shankha Ghosh (Chandpur, 1932). Poeta y crítico literario. Ha publicado sesenta libros,
entre ellos dieciséis poemarios. En 2016 recibió el premio Jnanpeeth.
168 * Cineasta l
Tanmoy Chakraborty (Calculta, 1970). Poeta y narrador, escribe en bengalí. Tiene diez
volúmenes de poesía y ha recibido, entre otros, los premios Krritibash Puroshkar,
Maheshsweta Devi Memorial Award y Dwijendralal Roy Padak.
169 * No apto l
Anindita Das (Calculta, 1974). Ha publicado sus relatos en las revistas Icche Dana,
Pratilipi Bengali, Bak y Momspresso Bangla.
172 * La lista de deseos del jugador l
Srijato (Calcuta, 1975). Poeta, letrista, novelista. Ganó el premio Ananda Puroskar
(2004) por su libro Udanta Sawb Joker.
173 * Ribereño l
Amrita Nilanjana (Calcuta). Narradora. Autora de un libro de cuentos en inglés,
idioma al que tradujo cinco obras de teatro de Ritwik Ghatak, publicadas en 2018.
181 * El dolor l
Bava Chelladurai. Narrador y poeta tamil. Su libro de cuentos Santuario donde se
esconden las estrellas (Natchathirangal Olinthu Kollum Karuvarai) ganó varios premios, entre
ellos el Tamil Nadu Progressive Writers Association Award.
188 * Poemas l
Angshuman Kar (Beliatore, Bankura). Escribe poesía y prosa. Uno de sus poemarios
más recientes es Mi ciervo dorado (2012).
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190 * Junto al río l
Jerry Pinto (1966). Poeta, narrador, periodista. Vive en Bombay. Escribe en inglés. Entre
sus libros se encuentra Helen: The Life and Times of an H-Bomb (Helen: la vida y los tiempos de
una bomba H), que ganó el Premio al Mejor Libro de Cine.
195 * Poemas l
A. J. Thomas (Kerela, 1952). Poeta. Escribe en inglés. Traductor del malayalam, su lengua
materna. Sus poemas han sido incluidos en varias antologías, entre ellas The Dance of the
Peacock.
198 * Poemas l
Mamang Dai (Pasighat, 1957). Poeta, novelista y periodista. Residente en Itanagar,
Arunachal Pradesh. Recibió el Premio Sahitya Akademi en 2017 por su novela The Black
Hill.
201 * Poemas l
Sampurna Chattarji (Dessie, Etiopía, 1970). Una de sus últimas publicaciones es Over and
Under Ground in Mumbai & Paris (Context / Westland Publications, 2018), en colaboración
con Karthika Naïr y con ilustraciones de Joëlle Jolivet y Roshni Vyam.
205 * La poesía fue la lengua materna de Nirendranath Chakraborty l
Nirmal Kanti Bhattacharjee (Silchar, Assam, 1947). Traductor y crítico. Entre sus
libros se encuentra El fantasma de Gosain Bagan. Fue editor de Indian Literature y director
del National Book Trust y de la K. K. Birla Foundation. Desde 2013 es el director
editorial de la editorial Niyogi Books.
210 * Poemas l
Ranjit Hoskote (Bombay, 1969). Poeta. Autor de más de veinticinco libros de poesía,
crítica de arte, historia de la cultura y poesía traducida. Uno de sus poemarios más
recientes es Central Time (2014).
213 * Poemas l
Keki Daruwalla (Lahore, 1937). En 1984 obtuvo el Sahitya Akademi Award. El año pasado
publicó el libro Swerving to Solitude: Letters to Mama (Simon & Schuster India).
216 * Poemas l
Sudeep Sen (Nueva Delhi, 1964). Uno de sus últimos títulos es Blue Nude: New Poems,
Ekphrasis, Anthropocene (2019).
221 * Poemas l
Arundhathi Subramaniam. Poeta y prosista. Tiene diez libros publicados. Su poemario When
God is a Traveller fue finalista del Premio T. S. Eliot en el Reino Unido. Ha ganado los
premios Khushwant Singh Memorial, Raza y el International Piero Bigongiari, en Italia.
226 * Poemas l
Geet Chaturvedi (Bombay, 1977). Poeta, cuentista y novelista. Su libro más reciente de
poemas es Nyoonatam Main. Recibió los premios Bharat Bhushan Agrawal Award (2017),
por poesía, y Krishna Pratap (2014).
229 * Cosas que dejar atrás [fragmento] l
Namita Gokhale (Lucknow, 1956). Escritora, editora y directora del Festival de
Literatura de Jaipur. Es autora de dieciséis libros, entre ellos la novela Things to Leave
Behind (Viking / Penguin Random House, 2016), de la que aquí presentamos un
fragmento.
234 * Prisionero en la ilusión del cuerpo l
Pravasini Mahakud (Kokkasara, 1957). Poeta de la lengua oriya. Ha publicado
múltiples poemas en medios impresos.
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236 * Poemas l
Sukrita Paul Kumar (Nairobi). Entre sus libros más recientes se encuentra Seven
Leaves, One Autumn (Rajkamal Publications, 2011).
240 * Mujer nacida en la biblioteca l
Vipin Choudhary. Poeta, narradora. Ha publicado los poemarios Nai Sadi Ke Haskashtra
(2002), Andhere Ke Madhya Se (2008) y Ek Baar Phir (2008).
242 * Nonato en un círculo l
Sonnet Mondal (Calcuta). Sus libros más recientes son Karmic Chanting (Copper Coin
Publishers) y Ink & Line (Dhauli Books).
244 * Leila [fragmento] l
Prayaag Akbar (Calcuta, 1982). Periodista y novelista. En 2017 publicó la novela Leila
(Simon & Schuster), que ganó los premios Crossword Book Award y el Tata Literature
Live First Book Award. En junio pasado comenzó a transmitirse en Netflix la serie basada
en esta novela.
259 * Hogar l
Sarabjeet Garcha. Vive en Delhi. Poeta bilingüe inglés/hindi. Ha publicado cuatro
poemarios, entre ellos A Clock in the Far Past (Un reloj en el pasado lejano, Dhauli Books,
2018), de donde se tomó su poema «Hogar».
261 * Poonachi o la historia de una cabra negra l
Perumal Murugan (Tiruchengode, 1966). Escribe en tamil. Entre sus novelas traducidas
al inglés se encuentran Seasons of the Palm (Estaciones de la palma) y Current Show
(Espectáculo actual).
268 * Nelumbo Nucifera l
Lakshmi Kannan (Mysore, 1947). En 1988 publicó la novela Going Home (Orient Black
Swan Private Limited.).
270 * Poemas l
Rajathi Salma (pseudónimo de Rokkiah Begum, 1968). Narradora y poeta musulmana
tamil. Su novela más reciente es Manaamiyangal (Los sueños, 2016).
277 * Adiós, Mahatma l
Devibharathi (pseudónimo de Nallamuthu Rajasekaran, nacido en Tamilnadu).
Narrador y poeta. Escribe en tamil. Adiós, Mahatma es el título de su primer libro de
cuentos.
304 * Escribir por una canción l
G. N. Devy (Maharastra, 1950). Activista cultural y académico. Creador de
instituciones como la Academia Adivasi. Sus publicaciones más recientes son
The Question of Silence (La cuestión del silencio, 2019) y Countering Violence
(Oponerse a la violencia, 2019). Escribe en maratí, gujarati e inglés.
308 * Poemas l
N. Sukumaran ( (Coimbatore, Tamilnadu, 1957). En enero de este año, Kalachuvadu
Publication Nagercoil editó su poemario ‘Sevvaikku marunal aanal puthankizhamai alla.
312 * El espejo de Bélgica l
Sirpi Balasubramaniam (Aathupollachi, 1936). Irahu (1996) y Margazhip paavai (2010)
son dos entre sus múltiples libros de poemas. En 2018 recibió el premio
Puthiyathalaimurai Tamilan, por sus logros de toda una vida.
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315 * Caravanas: continúen. Poéticas indias contemporáneas l
H. S. Shivaprakash (Bangalore, 1954). Poeta y dramaturgo canarés. Su primer
poemario, Milarepa, apareció en 1977. Tiene otros cuatro libros de poemas: Anukshana
Charite, Suryajala, Maleye Mantapa y Matte Matte. En 2017 ganó el premio Kusumagraja
Rashtriya Puraskar.
326 * Poemas l
Basavaraj Hrutsakshi (Sirdar, 1984). Poeta canarés. Su libro Kasabarige Pada recibió el
premio Rajya Sahitya Academy.
328 * Corte en u l
L. C. Sumithra. Narradora, ensayista y poeta. Escribe en canarés. El título de uno de sus
libros de cuentos es Gubbihallada Sakshiyalli. Tiene cuatro libros de ensayos y dos
antologías de poemas.
333 * Poemas l
Mamta Sagar (Bangalore, 1966). Académica, poeta, traductora y narradora. Ha publicado
cuatro poemarios, cuatro obras de teatro y una colección de ensayos críticos sobre
género, lenguaje, literatura y cultura, entre otros libros.
335 * Poemas l
Rajendra Prasad (Kodavaththi, 1987). Es editor de la revista de literatura en canarés
Sankathana. Uno de sus últimos libros publicados es Nirolage Mayada Jolige (2018).
340 * La rueca de Ammi l
Arif Raja (1983). Uno de sus últimos libros es A Raiment for Fire (2012).
343 * Poemas l
Ramesh Aroli. Poeta canarés. Es profesor de periodismo en el Kamala Nehru College,
en la Universidad de Delhi.
347 * Poemas l
H. S. Shivaprakash
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371 * Poema l
Lutfa Hanum Salima Begum. Poeta. Escribe en asamés. Ha publicado cinco
poemarios. Recibió el premio Munin Borkotoky.
372 * El ojo l
Moushumi Kandali. Joven narradora, crítica de arte y traductora. Escribe en asamés.
Tiene tres libros de cuentos: Lambada Nachor Seshot, Tritiyottor Golp y Mockdrill. Ha
recibido los premios Yuva Purashkar y Munin Borkatoky Memorial, entre otros.
382 * Serpientes negras venenosas l
Bachint Kaur (Patiala, 1940). Escritora panyabí, ha publicado numerosas colecciones
de historias, poesía y libros para niños.
388 * Poemas l
Nirupama Dutt (1955). Poeta, periodista y traductora. Con su primer libro de poemas,
Una corriente algo oscura, ganó el Delhi Punjabi Akademi Award en 2000.
390 * Poemas l
Surjit Patar (1945). Poeta. Ha publicado tres libros de poemas. Ganó el Sahitya
Akademi Award.
392 * Una tierra extranjera l
Gourahari Das (Bhadrak, Odisha, 1960). Narrador, periodista, académico. Ha
publicado libros en casi todos los géneros literarios, principalmente novelas y cuentos.
Ganó el premio Sahitya Akademi.
403 * Enamorado del cráneo l
Rajendra Kishore Panda (Batalaga, 1944). Ha publicado dieciséis libros de poesía. En
2003 se publicó un tomo con su poesía reunida.
405 * Negociando la heterogeneidad: la literatura india después de la Independencia l
K. Satchidanandan (Pulloot, Kerala, 1946). Escribe en malayalam y en inglés. Sus
libros más recientes son Pakshikal ente pirake varunnu’ (Los pájaros me persiguen, DC
Books, 2017) y Not Only the Oceans (No sólo los océanos, Poetrywala, 2018).
419 * Escritura l
Anita Thampi (Kerala, 1968). Dos de sus libros de poemas son Muttamatikkumbol
(2004) y Azhakillathavayellam (2010).
421 * Moradas l
Anvar Ali (Trivandrum, Kerala, 1966). Poeta. En 2018 apareció la segunda edición de su
libro de poemas Mazhakkalam.
423 * Muerte y funeral de la hermana Alphonsa l
Paul Zacharia (1945). Es un renombrado escritor malayalam de cuentos cortos,
novelas y ensayos. Su obra ha sido ampliamente traducida al inglés y a otros idiomas.
Recibió el premio de la Sahitya Academi por su colección de cuentos cortos Zachariyayute
Kathakal.
429 * Una afectuosa esperanza l
Manthri Krishna Mohan (Markapuram, 1978). Ha publicado dos poemarios: Matti
Palakalu (2011) y Pravahinche Paadalu (2012).
431 * ¿Dónde está mi casa? l
Mukunda Rama Rao (1946). Poeta y cuentista. Ha publicado dieciséis libros de
poemas en telegu y uno en inglés. Tiene dos libros de cuentos. Recibió el premio
Sri Ramana Sumanasree.
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437 * Parando en nada l
José Lourenço (Goa, 1967). Cuentista, poeta y ensayista. Escribe en konkani
y en inglés. Publicó el libro Iglesias parroquiales de Goa, un estudio de arquitectura de
fachadas.
445 * Poemas l
Wilson Kateel (pseudónimo de Wilson Roshan Sequeira). Poeta y letrista.
Escribe en konkani. Sus libros más recientes son Tasveenth (Karnataka Konkani
Sahitya Academy Publication, 2015) y Paklyo (Dhyanavana Prakashana, 2015).
447 * Poemas l
Hemant Divate (Maharastra, 1967). Editor, traductor y poeta maratí. Cuenta con
seis poemarios publicados. Es fundador y editor de la revista Abhidha Nantar, que se
ha publicado ininterrumpidamente por dieciocho años.
454 * Aldea global l
Pradnya Daya Pawar. Entre sus libros de poemas se encuentran Antastha, Utkat
Jivghenya Dhagiwar y Aarpaar Layit Pranantikand Drushyancha Dhobal Samudra. Ha
obtenido los premios Birsa Munda Sanman Puraskar (2009) y Bodhivardhan
Puraskar (2010).
456 * Liberación l
Varsha Adalja (Bombay, 1940). Narradora, ensayista, dramaturga. Escribe en
gujarati. Entre sus libros se encuentran la novela Ansar (1992) y la antología de
cuentos Varsha Adaljani Shreshth Vartao (1992, IIa Arab Mehta).
465 * Vishvaamitri, detrás de la curva l
Sitanshu Yashaschandra (Bhuj, 1941). Poeta, crítico literario, dramaturgo,
editor. Ha publicado los poemarios Odysseus nu Halesu (1974), Jatayu (1986)
y Vakhar (2008).
470 * Jaisalmer l
Gulam Mohammed Sheikh (Guyarat, 1937). Pintor, poeta y crítico de arte. Entre
sus libros se encuentra el poemario Athwa. Fue galardonado con el premio Padma
Bhushan por el Gobierno de la India.
471 * Ladrones l
Girdhari Lal Malav (1937). Escritor de Rajastán. Entre sus libros publicados
se encuentran la colección de cuentos Kheenchdyan Ki Soram y la novela
Ek Aur Bhagirath.
479 * El poder de los sueños l
Indra Bahadur Rai (Darjeeling, 1927-2018). Novelista, cuentista, crítico
literario. Pionero de la literatura en nepalí de la India. Su primer libro publicado
fue Vipana Katipaya (1960) y el último Pachila Chuniya Ka Lekh Haru (2018).
485 * Pescado: una historia amenazante l
K. P. Ramanunni (Ponnani, 1955). Novelista y cuentista. Su primera novela,
Sufi Paranja Katha (Lo que dijo el sufí), ganó el premio de la Sahitya Akademi
en 1995, galardón que obtuvo de nuevo en 2017 con la novela Daivathinte
Pusthakam (El propio libro de Dios).
498 * La decisión l
Musharraf Alam Zauqi (1962). Narrador, poeta, crítico y columnista. Escribe
en urdu. Ha publicado más de treinta títulos, entre ellos once novelas y diecinueve
libros de cuentos. Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Krishna Chandra
Award.
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502 * La luna y Rahu l
Keisham Priyokumar (Manipur, 1949). Cuentista. Ha publicado cinco libros de
cuentos. Entre sus publicaciones se encuentra el volumen Nongdi Tarakhidare (1995).
507 * Hello Maya l
Lalit Magotra (1944) Cuentista, dramaturgo, ensayista y crítico literario. Escribe en
dogri. Ha publicado múltiples libros de cuentos. Por su libro de ensayos Cheten Diyan
Ga’liyan ganó el premio de la Sahitya Akademi.
513 * Entre labios l
Desmond Kharmawphlang (1964). Poeta y folclorista, ha publicado colecciones de
poesía y libros de ensayos teóricos sobre folclore.
515 * Poemas l
Kynpham Sing Nonkynrih (Cherrapunjee, Meghalaya, 1964). Poeta, escritor y
traductor, escribe en khasi e inglés. Trabaja como lector en el Departamento de Inglés
de la Universidad North-Eastern Hill (nehu), en Shillong. Edita el boletín universitario
nehu News y la primera revista de poesía en khasi, Rilum.
555 * Poemas l
David Huerta (Ciudad de México, 1949). Es el ganador este año del Premio fil de
Literatura en Lenguas Romances. Su poesía fue reunida en 2013 en dos volúmenes
con el título La mancha en el espejo (Fondo de Cultura Económica).
Arte
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l P Á R A M O l
Cine
l Hitos del cine indio l Hugo Hernández Valdivia 557
Libros
l Nepantla: una sonoridad en sí misma l Silvia Eugenia Castillero 559
l Contra la indeterminación ontológica l José Israel Carranza 561
l Zurcir el tiempo l Alonso Tolsá 563
l Camino a casa: poesía y recapitulación en Juan Carlos Abril l José Homero 565
l En Atípica Editorial leen, escriben, hacen libros l Víctor Ortiz Partida 568
Lecturas
l Laberíntica ciudad. Sobre algunas líneas de David Huerta l Gustavo Íñiguez 570
l La India caribeña de V. S. Naipaul l Alejandro Espinosa Fuentes 574
l Sobre los componentes sinestésico y escrito de la experiencia mística en Victoria Cirlot l
Luis Jorge Aguilera 576Á
Plástica
l Martha Pacheco: entre el realismo y la marginalidad l Baudelio Lara 582
Música
l (In)tensa calma l Gamaliel Ruiz 587
In memoriam
l Enrique Servín (1958-2019) l Françoise Roy 589
Primera lectura
l Una migala sobre el tablero del poema l Luis Armenta Malpica 592
Zona intermedia
l India: ciertas paradas, ciertas miradas, ciertas realidades l Silvia Eugenia Castillero 596
Visitaciones
l La India y el amor l Jorge Esquinca 603
Sigilosos v(u)elos
l Arrebato l Verónica Grossi 605
Polifemo bifocal
l Ludwig Zeller (1927-2019) l Ernesto Lumbreras 606
Anacrónicas
l Las cosas que digo son ciertas l María Negroni 608
Encrucijada
l Mundo Real, treinta años después l Alfredo Sánchez G. 611
www.luvina.com.mx
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Mangalesh
Dabral
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Las cosas se pierden pero sus lugares permanecen,
se mueven con nosotros toda nuestra vida.
Nosotros nos vamos a otra parte, abandonando nuestras casas, a
[nuestra gente,
el agua, los árboles,
como una piedra que tenía, que el agua arrastró de una montaña;
esa montaña aún ha de conservar un mínimo lugar.
Mientras tanto, mi ciudad fue sumergida por una presa enorme.
Han creado en su lugar otra ciudad
pero yo dije: ésta no es, mi ciudad es ahora un sentimiento vacío.
L os desaparecidos
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Pero nadie puede identificarlos
Ya no se parecen a las imágenes desvaídas
En esos carteles
Sobrescrita ahora su tristeza inicial
Por el soportar del sufrimiento
Sus rostros reflejan las estaciones cambiantes de la ciudad
Comen poco duermen poco hablan poco
Sus domicilios siguen cambiando
Enfrentando los días buenos y los malos con ecuanimidad
Habitan su propio mundo
Mirando con ligera curiosidad
Los carteles que los registran desaparecidos
Que sus padres siguen circulando de vez en cuando
Donde siguen teniendo
Diez y doce años.
Sí, sabemos
lo arteros y taimados que somos
Sabemos
cuántas mentiras hemos dicho
Sabemos
a cuánta gente hemos matado
a cuántos golpeado
a cuántos hostigado sin razón
Y no,
no hemos perdonado a las mujeres o los niños.
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y sin ser visto
Nadie sabe mejor que nosotros
los detalles cruentos de nuestros actos.
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A shok
V ajpeyi
Llevamos en canastos
nuestras cargas y el tiempo.
Nos alimentamos simplemente,
bebemos agua fría y caminamos
a lo largo del sendero hacia la eternidad
desvaneciéndonos gradualmente
fuera de la escena
tanto que si alguien mirara
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no podría saber
que alguna vez existimos.
Mallikarjun Mansur
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Shubhsrava
Kedarnath, El poeta
Kedarnath Singh fue quizá el más activo poeta veterano hindi de su épo-
ca. Era suave pero firme; fue el más premiado y el más honrado, pero
también el más humilde y amoroso ser humano. Fue amigo de muchos
y a muchos ayudó, siempre dispuesto a compartir las preocupaciones y
el dolor de los colegas. Era determinado y sin ambigüedades en su com-
promiso, pero estaba lejos de mostrar esto como una virtud a los demás.
Era medido, pero un poco impaciente en estos días; solía mirar su reloj
de vez en cuando en las funciones públicas, pero siempre esperaba. Cual-
quiera podía notar fácilmente en él una ansiedad serena y una inmensa
curiosidad por el mundo, pero también una ausencia sorprendente de la
necesidad de juzgar a los demás y autoproclamarse el mejor.
Kedarnath Singh era, de hecho, el Ajaatshatru (Inconquistable) de la
poesía hindi. Difícilmente hablaba con amargura o dureza de alguien. A
pesar de ser progresista, era cercano a Agyeya y era su admirador. Era un
poco conservador en sus propios gastos, pero liberal de corazón.
Se contaba entre los poetas cuya modernidad cívica nunca fue criticada
por ningún arrebato o altercado, pero que nunca olvidaron sus raíces nati-
vas. Como Sarveshwar Dayal Saxena nunca olvidó el río Kuano de sus días
de infancia, Kedarnath tampoco olvidó el Manjhi ka pul. En sus poemas,
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personajes como Tolstói o Noor Mian podrían entrar fácilmente. Él era de
esos modernistas, los muy raros, que nunca abandonaron sus tempranos
rasgos de lirismo. En cambio, ese lirismo lo transformó en narrativa mo-
derna. Su poesía, con frecuencia, ha sido sometida a escrutinio intelectual,
pero nunca sometió su poesía a ningún tipo de intelectualismo.
Lo conocí en Allahabad, en el Sahitykaar Smmellan que se realizó en
1957. También recuerdo que era un gran admirador del poeta británico
Dylan Thomas, del poeta estadounidense Wallace Stevens y del poeta
francés René Char. Había traducido a alguno de ellos. Quizás adquirió su
lirismo lúcido bajo la inspiración de estos poetas. El título de su primera
colección de poemas, publicada por la editorial del escritor Markand-
ya, fue Abhi, Bilkul Abhi (Ahora, justo ahora). Su frescura e inmediatez
continuaron en sus trabajos posteriores. Él podía llevar las cosas y los
personajes más ordinarios a sus poemas e iluminarlos con su brillantez
poética. En cierto sentido, su poesía siempre se mantuvo tan fresca y
nueva como «ahora, justo ahora».
Sin duda, la de Kedarnath fue una poesía de amor y apego munda-
no, y a pesar de sus ironías, los celebra profundamente. Difícilmente
hay otro poeta de su generación en hindi cuya poesía esté tan bien
construida desde el principio hasta el final. Nunca se dejó llevar por la
inercia ni se deslizó hacia la inmadurez. Una vez me quejé con él: «Aap
kavita ko es kadar sanyamit kar dete hain ki unmen apke kachhe-risate
ghao kabhi nazar nahin aate» (Controlas tus poemas de tal manera que
tus heridas sin cicatrizar y aún supurantes nunca se asoman en ellos).
Fue el «Ruhe-ravan» de las reuniones literarias en Delhi. Nunca
olvidaremos su alegre compañía y su camaradería «Kam kharch Bala
nashin». Sus manos cálidas, sus ojos curiosos y sonrientes, su dispo-
sición entusiasta para hacer que el mundo fuera mejor y más bonito,
cada gesto suyo sigue siendo inolvidable.
Su vida física de ochenta y cuatro años llegó a su fin, pero la se-
gunda vida de su poesía acaba de comenzar. Y, sin duda, esta segunda
vida será mucho más larga que su vida física. Su poesía seguramente
lo sobrevivirá l
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Leeladhar
Jaguri
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La propia noticia desea seguridad
Por favor no guardes nada adentro de esta carta
El remitente sabe
Lo que no ha sido escrito
Por qué no ha sido escrito, el lector lo sabrá.
U na noticia
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Por eso los cultivos de caña de azúcar se queman.
Sulahdeen dijo...
No es de extrañar que la caña de azúcar sea mucho más terrible
Que el fantasma del árbol Peepal.
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C anción de los deseos de una mujer anciana
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Anamika
C elular
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S elfie
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La espera
[fragmentos]
Usha Akella
No me reconozcas,
No me encuentres, te ruego,
No vengas,
No llames, te suplico.
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No seas los poros de esta piel,
No seas esta soledad,
No seas el espacio entre mis palabras,
No seas la esencia de todas las enseñanzas,
No vayas al mundo,
No regreses a mí,
No sonrías,
No seas gentil,
No seas el cielo nocturno bajo el que yazgo,
No seas la promesa de las estrellas
Ni los juegos de la luna,
No vengas muy tarde, no vengas muy pronto.
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No des nombres
como puentes para encontrarte,
No dejes tus huellas como claves,
No marques el universo con tus signos,
No me llames «mía».
No me bendigas
y quites tu mano de mi cabeza,
No dejes mi corazón vulnerable
como un becerro recién nacido,
No me dejes viviendo,
No me dejes muerta.
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No me enseñes control,
No seas gentil mi Maestro,
No me derritas en fuegos ocultos,
No tires de las cuerdas como un titiritero.
Esta espera:
como una serpiente enroscada
en el vientre,
como un lago congelado,
como un nido de pájaros que no vuelan,
que nacen ciegos picos abiertos,
como una bestia salvaje
desgarrándome en dos,
como ortigas, zarzas, espinas
como una mimosa,
como un reloj que se ha detenido,
un espejo en llamas.
Y los ojos, húmedos
como trapos mojados en aceite.
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se fundió, destelló, se desvaneció,
fue un acto sobre mi corazón gregario,
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Y ahora
un poco
más rápido,
hacia
la
tierra
como deshechos de mariposas caramelo
invirtiendo
la dirección.
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Tres pasos,
¡y estoy de regreso!
una mariposa en un capullo.
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Octavio Paz
y la India
Minni Sawhney
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lenarias se atraen entre sí porque, contrario al orientalismo, encuentran
similaridades entre ellas en lugar de dicotomías.1
Las categorías de análisis de Paz difieren considerablemente de la
rúbrica orientalista que estudiaron autores como Edward Said o Ronald
Inden. Contrario a los indólogos, no se enfocó solamente en la anti-
gua India, y al estudiarla no lo hizo con idealización apresurada; no se
concentró únicamente en el hinduismo, sino también en el budismo, y
cuando observó a la India moderna, la cosmopolita cara exterior no lo
distrajo. Paz nunca posicionó a Oriente como opuesto a Occidente, y
tampoco lo miraba como una masa homogénea: su interés en diversas
culturas como la japonesa es bien conocido. No hizo una cosificación del
carácter nacional de México o la India; siempre enfatizó que el carácter
mexicano era el resultado de su historia y sus circunstancias. La India lo
sedujo porque inmediatamente pudo ver su singularidad, una caracterís-
tica que también México tiene. En sus propias palabras:
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en la estructura, y el trabajo está dividido consecuentemente. Lo que se
pretende no es un punto de fusión de razas como en Estados Unidos,
sino la integración de cada especie en un sistema más grande. Sin em-
bargo, una de las consecuencias negativas fue la superioridad de unos
sobre otros. Asimismo ha sido una manera de encajar el flujo de la vida
en una estructura atemporal. En el sistema de castas indio, Paz hizo una
reflexión acerca del mito de Edipo, dado que la necesidad de encontrar
una diferenciación con el mundo exterior ha sido anulada: no fue ne-
cesaria la diversidad porque todo ha quedado en familia. El sistema de
castas ofrece protección contra el cambio como el útero de una madre.
En contraparte, las sociedades occidentales contemporáneas valoran el
cambio y la individualidad. Sin embargo, a pesar de este contexto, Paz
añadió que estaba lejos de ser un defensor del sistema de castas, pero
era hipócrita que las sociedades capitalistas juzgaran el sistema cuando
ellas habían creado uniformidad pero no equidad: él reprochaba a las so-
ciedades modernas y al capitalismo por la falta de equidad (pp. 57-66).
Las ideas de Paz sobre castas y nacionalismo en India y su aseveración
de que la estratificación de castas no conducía al nacionalismo causaron
molestias en algunos círculos. Su apreciación, no obstante, se basaba en
el presupuesto de que la ideología nacionalista, al menos en su homóloga
europea, era exclusiva, mientras que el hinduismo incluye comunidades
y tribus.3
3 En palabras de Paz: «La oposición entre historia y casta se convierte en enemistad moral
cuando la historia asume la forma del progreso y la modernidad. Al hablar de moderni-
dad no me refiero solamente al liberalismo democrático y al socialismo, sino a su rival:
el nacionalismo. Las castas constituyen una realidad indiferente a la idea de nación. El
moderno nacionalismo hindú, según se verá más adelante, amenaza a la casta porque
sustituye la diferencia específica que constituye a cada casta por su realidad ideológica
que las engloba a todas. El nacionalismo erosiona las diferencias entre las castas que son
una razón de ser, como la democracia erosiona el concepto jerárquico que las sustenta.
La modernidad en sus dos direcciones es incompatible con el sistema de castas» (Paz, op.
cit., pp. 67-68).
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imágenes oníricas y, por supuesto, su antiimperialismo en la literatura y
las artes, como un movimiento que va en pos de su propia alma. Técni-
cas de desplazamiento metonímico y collage son endémicas del arte y la
literatura latinoamericanos. Los surrealistas se dejaron guiar por motivos
inconscientes más allá de la razón. Si estas tendencias son características
de la escritura de Paz, podemos ver que las críticas del orientalismo que
le atañen poseen las mismas técnicas de condensación y desplazamiento
que Freud identificaba en los sueños.
Hugo J. Verani apunta que el compromiso de Paz con el surrealis-
mo es una forma de conectar con otros tiempos y circunstancias y para
mejorar percepciones de la otredad. Paz fue poeta, un flâneur, un ob-
servador andante de la modernidad, desencantado del capitalismo y su
consiguiente avaricia, quien conectó a través de sus viajes varios grados
de conciencia. Él nunca renunció a su compromiso con la historia y la
política al escribir poesía; el surrealismo fue uno de los pilares en los que
se apoyó para sustentar su tesis de que no encontraba ninguna contradic-
ción entre sus creencias y la poesía. Como él mismo escribe:
4 Hugo J. Verani, «Octavio Paz: El poeta como caminata», Octavio Paz entre poética y política, ed.
de Anthony Stanton, El Colegio de México, México, 2009, pp. 38-64.
5 El poeta y crítico mexicano Adolfo Castañón ha comparado en este sentido un pasaje sobre
mujeres en Sundarakunda, del Ramayana (traducido al español por Juan B. Bergua), con un
pasaje de El mono gramático de Paz. El objetivo de Castañón es ilustrar el trabajo de recreación
poética que Paz llevó a cabo en sus lecturas de la vida en la India y de la literatura clásica. Adolfo
Castañon, «El mono gramático: cima y testamento», Letras Libres, núm. 183, pp. 42-45.
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mo estaba comprometido con el hinduismo, el protestantismo era una
ruptura dentro de la cristiandad. Mientras el budismo tántrico significa
fusión, el protestantismo es una ruptura y significa una separación, y esto
es especialmente claro en los hábitos alimenticios. El banquete tántrico
está marcado por el exceso; en cambio, el plato protestante es frugal. En
Figuras y figuraciones, una compilación de poemas, bocetos y fotografía de
Paz y su esposa Marie-José, nos encontramos con el poema «India», en
el que se versa: «donde arden y brillan las millares de velas / que, cada
noche, los devotos / lanzan a navegar por lagos y por ríos».6
Para aquellos familiarizados con el imaginario de la India, las velas en
el río sugieren la ciudad sagrada de Varanasi. En El mono gramático, un
libro de veintinueve capítulos a menudo considerado un poema largo, la
aldea de Galta es su sitio de trabajo, pero la narración gira de Churchill
Collage, Cambridge, a los mercadillos aztecas en la histórica Ciudad de
México y nuevamente a las ruinas de un antiguo fuerte de un pueblo de
carretera secundaria a medio camino de Agra a Jaipur.
En un poema como «Himachal Pradesh» coexisten varios periodos
históricos, lugares y situaciones. El tono es ligeramente crítico en el
orden de palabras:
6 Extraído del original en español de Figuras y figuraciones, de Octavio Paz y Marie-José Paz, ver-
sión digital. (N. del T.).
7 El original en español se obtuvo de Obra poética de Octavio Paz, vol. i, Fondo de Cultura
Económica, México, 1997, p. 375. (N. del T.).
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En sus escritos acerca de México, comenzando con El laberinto de la
soledad (1950), Paz se remontaba a la época precolombina para buscar res-
puestas a las interrogantes del México moderno. En su encuentro con la
modernidad de la India siguió la misma metodología.
Su interés en el hinduismo y el budismo lo llevaron a escribir Corriente
alterna (1967), El mono gramático (1974), Conjunciones y disyunciones (1969) y
Vislumbres de la India (1995). Usó la comparación para encontrar pistas en el
hinduismo antiguo y relacionarlas con las civilizaciones ibérica y azteca. Su
trabajo sociológico y literario se apoyaba fuertemente en la antropología fran-
cesa, el Tristes tropiques (1955), de Claude Lévi-Strauss, fue la base del estudio
de Paz Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967). En este libro, Paz
establece las bases de la metodología que usó para hacer las transferencias y
analogías entre culturas. Así como su mentor Lévi-Strauss, Paz utiliza los mi-
tos de culturas diversas y, aplicando teorías antropológicas, forma un corpus de
ideas, una red interpretativa por la cual cada verdad se vuelve convertible de
una civilización a otra para así detectar una estructura universal.
El mediador entre civilizaciones puede ser un antropólogo, un diplomá-
tico o hasta un flâneur, el escritor andante y observador, una figura emble-
mática de la modernidad. Éstos fueron los representantes de una cultura
particular que convirtieron oposición en reconciliación mediante el recurso
de permutar y combinar. Como Lévi-Strauss, Paz usaría también las ana-
logías para comparar civilizaciones, y sus poemas y ensayos abundan en
referencias a la India.
Las paradojas y metáforas fueron herramientas que Paz usó al unísono
en sus comparaciones de diferentes civilizaciones. En Conjunciones y disyun-
ciones (1969) expone conceptos ordenados en pares contrastantes: lo re-
presivo y lo explosivo, el erotismo y la indiferencia que se manifestaban en
diferentes épocas y culturas. En sus propias palabras:
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En la misma obra deja claro que no establece ningún desfase temporal
de Oriente respecto a su progreso y su evolución:
Por el momento no nos queda sino repetir que alma y cuerpo, cara y sexo,
muerte y vida son realidades distintas que tienen nombres distintos en
cada civilización y, por tanto, distintos significados. No es esto todo: es
imposible traducir cabalmente de un área cultural a otra los términos
centrales de cada cultura: ni mukti es realmente liberación ni nirvana
extinción. [...] Apenas se examina con detenimiento esta dificultad, se
advierte que nos enfrentamos no tanto a una diversidad de realidades
como a una pluralidad de significados.9
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gos de Occidente. Lo que Lévi-Strauss y Paz trataron de hacer fue abrir
un espacio para nuevas ideas y actores dentro del esquema occidental. «Soñar
singularidades alternativas de pensamiento, un modo distinto de sueño
global, mas no una alternativa a éste», sólo microdiscursos que reten las
homogeneidades.
Esto se debió a que investigaron las realidades alternativas tan amplia-
mente representadas en el imaginario europeo u occidental y la mirada
de los escritores no pudo ser inocente, lo cual fue socialmente interpe-
lado, pasando por las jerarquías y los conflictos de la cultura del objeto
representado; pero en la India el objetivo de los escritores latinoameri-
canos fue el deseo de trascender el círculos hermenéuticos de sus pro-
pias culturas imbricadas con el Estado nacional, así como ampliar su es-
pacio discursivo. El intercambio transcultural se dio porque dos sistemas
de pensamiento se acercaron, posibilitando el surgimiento de un nuevo
mutante surgido de este encuentro.
Paz y otros escritores latinoamericanos como Severo Sarduy, que tam-
bién visitaron y escribieron acerca de la India, entendieron que sus in-
cursiones en la modernidad india mostraban la perspectiva hegemónica
de su propio espacio. Han salido del latinoamericanismo tradicional en
el que se sentían incómodos porque, aunque su visión nació de las di-
ferencias, las ha homogeneizado. Arraigados en la modernidad latinoa-
mericana al igual que sus antepasados continentales, han diversificado
en la India las dificultades de su propia modernidad multifacética. Con
su acercamiento surrealista incongruente iluminan aspectos ocultos de
la cultura, la historia y la arqueología indias. Las imágenes de Varanasi,
Galta, Madurai, y la tumba de Humayun en sus poemas y ensayos crean
nuevos mitos de sitios de la India, de igual forma que pasa con París,
Francia. En efecto, mediante comparaciones inusuales (budismo tántrico
y protestantismo, Eva y Prajnaparamita, la madre del budismo), Paz ele-
vó rituales arcanos al estatus de universales al compararlos con otros en
Europa y América. Estos escritores perforaron el discurso orientalista al
desestimar dicotomías y buscar puntos de coincidencia. La modernidad
india los atrajo porque Paz supo ver una historia milenaria y la reconci-
liación de binas que tanto echa de menos Occidente l
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Madhav
Kaushik
L a reencarnación
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«Abre los ojos ahora».
Ví ante mí la reencarnación.
En mi seno
algo como una pitón respira,
algún asesino implacable por dentro grita.
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Un punto equilibra
el resto del universo
Nidheesh Tyagi
1 Canciones devocionales.
2 Música clásica de la India.
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Eres el Brahm de este Naad 3
Las bhajans en tu sueño alcanzaron el último crescendo
No hay palabras ahora. Sólo sonido.
La danza del alma en ritmos rápidos.
Oscila. Oscila de nuevo.
Más alto cada vez.
Te conviertes en tus propios anhelos
Tu propio silencio
Tu propia piedra
Tu propia quietud
También eres tu propio revuelo
Tu propia primavera
Tu propia realización
Orilla y océano
Los gorriones regresan a tu terraza
Ves a los antepasados de tu ser
Herencia de tu rostro olvidado
No les pides que se acerquen demasiado
No quieres que desaparezcan de nuevo
Los ves gentil y no intrusivamente
Quieres que estén allí y encuentren formas de no desaparecer
No les preguntas dónde estuvieron todo este tiempo
Como si no te preguntaras dónde estuviste todo este tiempo
Cambias de tema
Para llevarte a ti mismo a un
Cielo limpio.
Un punto equilibra el resto del universo.
Un sonido cuelga el silencio de ese hilo
Estás aquí. No aquí.
Las bhajans se fugan con los gorriones.
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Me olvidaste,
mi amor
Autar Krishen Rahbar
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Se sentía, alternadamente, exaltado y abatido, después de caminar más de
cien pasos, esperando impaciente la decisión de Dharmaraj. «¿Cómo hacerle
saber las vicisitudes crueles y los laberintos que debe atravesar un pobre ser
humano? Cada segundo es un martirio. Desearía que él mismo se instalara
en la Tierra y llevara una vida normal. Seguramente entonces entendería lo
que cuesta hacerlo», siguió el profesor con sus reflexiones y sus cavilaciones.
Justo entonces una sonrisa, con un trazo de ironía, se dibujó en las facciones
de Dharmaraj.
«¡Maldita suerte! Tal vez él entienda todo...», comenzó a preocuparse el
profesor y, en su tumulto interno, se imaginó a sí mismo, mientras desgarraba
a mordidas la carne de sus propias muñecas.
El aura y la conducta de Dharmaraj, grandiosas y solemnes, eran incompa-
rables. La mesa en la que trabajaba estaba impecable. Sobre ella, en un costa-
do, había un vaso de agua cristalina, con una tapa sobre él. Del lado opuesto,
estaba el archivo del profesor y nada más.
Lucía apuesto y soberbio en su túnica, más elevado que el resto. Detrás
de él estaban plantados dos guardias. ¡En verdad, Dharmaraj tenía toda la
apariencia de un juez!
Mucho más abajo de Dharmaraj se hallaba sentada una persona que ex-
traía, de cada lote, el archivo que se requería. Era el encargado del registro
que, según se decía, era llamado Inderjeet. Sus dos brazos se proyectaban
hacia atrás. Mientras trabajaba, su vista no recaía en sus manos. Por lo tanto,
gracias a esto, no era capaz de hacer trampa o cometer fraude. El profesor,
entonces, miró sobre su hombro para contemplar, erguidos sobre sus pies, a
los emisarios de la muerte, que habían transportado su alma hasta la morada
de Dharmaraj. Sus lenguas eran púrpura y sus rostros del color de la brea,
cual si se hubiera untado alquitrán sobre ellas.
«¡Astutos, pillos! No sueltan ni un chillido, como si no supieran nada. ¿Aca-
so me trajeron a estos lares, a través de leguas y leguas de senderos peligro-
sos? Supieron que habría de tener un accidente y de inmediato me raptaron,
como a una gallina, para traerme aquí. Mi esposa estaba a mi lado. Me pregun-
to si su alma fue transportada hacia acá. Mi vida estaba por expirar, pero la
suya se había extinguido ya. Un costado entero de su cabeza, hasta la mejilla,
estaba empapado en sangre. Está bien que haya muerto. Shaama simplemente
no habría sido capaz de vivir sin mí. ¡Cuánto me quería! Ella vivía por su espo-
so. Era un referente para todas las esposas. ¡Una diosa, de hecho! ¿No debería
preguntar dónde está? Debe estar buscándome, a su amado, su satyawan».
En un impulso, le preguntó a Dharmaraj mismo:
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—¿Dónde está Shaama? Ella no puede pasar un solo momento sin mí.
Dharmaraj irguió su espalda y sonrió un poco. Después, hojeó velozmente
el archivo del profesor, por última vez. Se preparaba a sí mismo para emitir
su juicio. El profesor parecía un niño, esperando la calificación de su examen.
«¿Qué puedo decir? Me gustaría hacerles saber que fui profesor de Cien-
cias Políticas. A lo largo de mi vida, relaté a mis alumnos el auge y la caída, los
méritos y defectos de distintos sistemas polítcos. Cómo me explayaba acerca
del individuo y la sociedad, las responsabilidades y tareas del Parlamento.
Los derechos humanos eran uno de mis temas consentidos y escribí extensa-
mente acerca de él, por lo que me otorgaron galardones y fui muy estimado.
Siempre me desagradó el silencio en la política y tuve en gran estima el de-
bate. ¿Qué puedo decir? Este silencio del cementerio me roe por dentro. ¡No
entiendo cuál es el sistema vigente aquí! Aunque me inclinaría por decir que
es una dictadura. ¡Nadie respira siquiera! ¡No hay un solo sonido! La gente,
como máquinas, trabaja en un orden estrictamente reglamentado... ¡No sé qué
hayan anotado en mi archivo! Que mi dios, Ishwar, sea mi abogado. ¡Cómo
quisiera saber, desde ahora, su decisión! Terminarían para mí esta agonía y
este suspenso».
Siguió, indefenso, mirando estúpidamente a Dharmaraj. Se sentía pequeño
e inferior. Shaama, su morena amorosa, se paseaba por sus pensamientos.
Veía sus aretes flotar frente a él.
Cerca de ahí, había un salón desde el que llegaba un sonido de risas y
júbilo. Se asomó entre los paneles de vidrio. Había muchas mujeres reunidas
allí. ¡Se reían! Chismorreaban y se divertían. Alcanzó a notar el sonido con
que reía su esposa, que tenía su propio tono y ritmo. Cuando reía, apare-
cían unos hoyuelos en sus mejillas. Esos hoyuelos habían robado el corazón
del profesor. Varias veces le había dicho: «He visto a muchas con hoyuelos
en las mejillas, pero ningunos tan encantadores como los tuyos. Seducen
mortalmente».
Entonces, Dharmaraj se irguió aún más y resonó por doquier su voz, pro-
funda y melodiosa:
—¡Señor profesor! Tenemos ya los resultados. Volverás a nacer en la Tie-
rra: tendrás una nueva vida. Nos complace anunciar que la forma que adopta-
rás no será otra que la de un hombre.
El profesor Suraj Prakash se sentía extático. Pensó: «Ni Suraj Prakash
abandonará a su querida Tierra, ni la Tierra dejará a Suraj Prakash... pero no
tengo idea de qué planes haya para Shaama».
De inmediato, volvió a alzarse la voz de Dharmaraj:
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—Profesor, queremos darte otra buena noticia: en tu nueva encarnación,
habrás de casarte con quien tú desees. Habla ahora: ¿quién es la elegida?
Nómbrala, y tu deseo habrá de realizarse este mismo día.
«Quisiera besar la boca de Dharmaraj», pensó el profesor, abrumado por
la dicha.
—Manifiesta lo que tengas que decir —instó Dharmaraj.
—Maharaj, sólo ella. ¡Nadie más que ella!
—¿Quién es ella: el jardín o el monte? —se mofó Dharmaraj.
El profesor se sintió desconcertado. Le rogó:
—Maharaj, ella,1 solamente: mi Shaama, mi esposa. ¿Quién más?
—¿Ése es también el deseo de ella? Debemos verificarlo.
—Pero, maharaj, ¿hace falta verificarlo siquiera? ¿Cuándo fue ella capaz
de negar algo que yo determinara?
—Necesitamos consultarle el tema. Ella está justo aquí.
El profesor estaba fascinado. Dharmaraj señaló a uno de sus servidores,
quien al instante trajo a Shaama del salón adyacente y la presentó ante su
señor.
—¿Reconoces a esta persona? —preguntó Dharmaraj a Shaama.
Ella estaba un poco aturdida y miraba en torno suyo, sin hablar. En su
pensamiento difuso no atinaba a saber cuál era el tema que les ocupaba.
—Te hablo a ti... ¡a ti! ¿Sabes quién es este hombre? —Dharmaraj empezaba
a rugir.
—¿Cómo no iba a saberlo, maharaj? ¿Quién no conoce al señor profesor?
Es una celebridad —dijo ella.
—Shaama, ustedes dos volverán a nacer en la Tierra, en la forma humana.
Preguntamos al profesor a quién elegiría como su compañera en la nueva vida
y nos dio tu nombre. ¿Te parece aceptable? Si nos confirmas que ése es tu
deseo, tu voluntad compartida será ejecutada hoy mismo, en este momento.
Shaama estaba perpleja. Reflexionó un momento.
—¡Te pido que hables pronto! —el profesor no pudo contenerse—. ¡Tú, mi
nueva novia y yo tu nuevo esposo!
De golpe, Shaama soltó su lengua:
—No... no... esto no puede ser. No voy a aceptarlo.
El profesor sintió como si le hubieran apaleado con un bastón. El suelo se
movió bajo sus pies, y en completa estupefacción le respondió:
1 La palabra soy, en hindi, significa tanto «ella» como «ortiga». El juego de palabras es
intraducible. (N. del T.).
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—¡Querida, mírame! ¡Soy tu Suraj, el profesor Suraj Prakash! Soy Nagraj,2
tu amor. Soy tu Manjoon y tu Satyawaan.¿Por qué no me reconoces? No po-
drías ni masticar un solo bocado sin mí.
—Señor profesor, te conozco enteramente, al derecho y al revés —respon-
dió ella.
—Tonterías —dijo el profesor, indignado—. Mujer, ¿por qué no recuerdas
tu vida recién terminada? Eras incapaz incluso de digerir la comida sin mí.
—¿Qué más podía hacer? No tenía opción —replicó ella—. Toda mujer,
después del matrimonio, es entregada a una casa ajena y hace de ella su único
nido. Sólo la abandona con la muerte, en un ataúd. Mientras tanto, se olvida
de todo y entrega su vida entera en sacrificio.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el profesor.
—El asunto es que una mujer, necesitada e indefensa, no puede hacer otra
cosa que soportar la indignidad, la esclavitud y el sacrificio.
—¿Qué clase de fantasía estás tejiendo? ¿Estás fuera de tus cabales? —dijo
el profesor.
—Estoy completamente lúcida —soltó ella—. Toda mi vida estuve confinada
en las cuatro paredes de mi hogar, prisionera como un ave enjaulada. Dime
dónde pasabas esas horas valiosas, antes de que regresaras a casa por las
noches. Harta y exhausta, solía esperarte como si hubieras sido mi exigua
ración de alpiste.
El profesor estaba atónito. Las palabras seguían brotando de Shaama,
como una cascada:
—Un día sí y al otro también, invitabas a tus amigos a casa. Jugaban cartas
y se ponían a chismorrear, a hacer bromas tontas y hablar de naderías. Lle-
gabas a beber un trago o dos mientras yo, sin parar, cocinaba y guisaba cada
noche para tus invitados, con la desesperación subiendo por cada uno de mis
cabellos. Ellos se iban ya avanzada la noche y yo pasaba las siguientes horas
lavando los trastes y limpiando la casa, en el frío punzante, hasta que me do-
lían los ojos. Mi cuerpo entero se congelaba. ¿Y te atreves a preguntarme si te
conozco? ¿Qué es la vida de una mujer común?, te pregunto. Es un instrumen-
to cuya piel, rosada y pura, se encoge y desgasta mientras cría niños. La mujer
siempre ha sido un juguete en las manos del hombre, que sólo acierta a ser
un poco afable con ella de vez en cuando y se dedica a usarla injustamente.
—¿Quieres decir que te asumí como propia y me despreocupé de ti?
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—¿Dirías que eso es una mentira, que lo estoy inventando? —replicó en
voz alta.
El profesor no pudo hacer más que mirarla fijamente, como mangosta hip-
notizada.
—La mujer siempre ha padecido la tiranía y la opresión. Siempre. Desde
tiempos inmemoriales, ¡en casa y fuera de ella! ¡Incluso los cinco pandavas,
cuyo valor fue ejemplar, llegaron a apostar a su propia esposa, en un juego!
¿Acaso ha ocurrido algo más detestable y descabellado en este mundo? Re-
cuerda a Ram y a Sita, que fueron personajes ejemplares, un dios y una diosa.
Ram tuvo que exiliarse y decidió irse a residir al bosque. Sita lo acompañó,
pensando en lo injusto que resultaba todo para él. Y aquí surge una duda: ¿le
preguntó a Sita lo que ella pensaba de esa decisión? Al final, Sita tuvo que
pasar la prueba del fuego junto a él. ¿Era necesario que ambos compartieran
el suplicio? Es cierto que mucho ha cambiado desde entonces. Pero, incluso
hoy, ¿acaso una mujer tiene una posición comparable a la del hombre? El na-
cimiento de una niña hace que se tuerza el gesto de todos los presentes. Para
muchos, es preferible un aborto que una hija.
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»Hay una variedad de recursos que se utilizan para evitar que nazca una
hija. Tú los entiendes mejor que yo, profesor. ¿Los activistas por los derechos
humanos no deberían evitar que se aplasten los derechos de las mujeres?
La dote, ese cáncer, sigue carcomiendo nuestro tejido social. Las mujeres se
enfrentan a la muerte por inmolación, no al fuego que las cremaría después
de la muerte. Se incendian y luego mueren, en vez de que sea a la inversa,
como dicta la costumbre. ¿No es algo desalmado? ¡Despiadado! Pueden verse
unas cuantas mujeres en ciertas asambleas, tanto como en el Parlamento. Con
todo y eso, ustedes, los hombres, hacen lo que les place. Se escriben leyes a
su medida».
—¡Espera, espera! ¡Escucha, mujer! ¿Por qué me atacas? ¿Soy acaso un
emperador o la cabeza del Parlamento? —dijo el profesor, exasperado—. ¿Qué
puede hacer una persona ordinaria como yo? ¿Qué?
—Te lo diré —respondió Shaama—. Es justo el hombre común quien da a
luz ese sistema y lo legitima. Si lo rechazaran, podrían levantarse para derro-
carlo. ¿Qué clase de enseñanza dabas a tus estudiantes? Transmitir el cono-
cimiento significa despertar a las mentes. ¿Cuántas de ellas lograste elevar,
a cuántas iluminaste? Hablas con elocuencia cuando se trata de los derechos
humanos. ¿Alguna vez se te ocurrió que podías haber estado impidiendo el
ejercicio de esos derechos en tu propia casa?
El profesor se había quedado mudo. Ni una palabra podía decir. Su Shaama
parecía estar sumamente elocuente ese día. ¿Algo había cambiado en ella o se
trataba de rabia pura? No dejaba de mirarla.
Cuando al fin vio Dharmaraj que la tormenta amainaba, volvió a interrogar
a esta mujer sagaz y de veloz ingenio:
—Shaama, todos tus argumentos serán recuperados en la Tierra, cuando
renazcas en tu nueva forma humana. Y entonces podrás lograr todo lo que
no te fue posible en tu encarnación previa. Es posible que ésa sea la base
para tu salvación futura. Tengo una sola pregunta que hacerte: ¿aceptas, para
tu siguiente vida, la unión para la que el señor profesor ya tiene el corazón
dispuesto?
—Señor, ¿para qué apresurarnos? Nos será concedido un renacimiento an-
tes de eso y luego, llegado el momento, seremos adultos y nuestro matrimonio
será un asunto a considerarse. ¿Cuál es la urgencia? En su curso normal, el
tiempo decidirá cuándo será propicia tal unión... pero no con él... nunca...
¡de ninguna forma!
El profesor Suraj Prakash se quedó incapaz de ver: sus ojos se apagaron
ante la imagen del rostro real de Shaama. Perdió el uso de todos sus sentidos.
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Sintió vértigo y se desmayó, dando un golpe en el suelo como un leño al caer.
Dharmaraj observaba el triste estado de las cosas. El resto de los presentes
esperaban, como pilares de hierro, las órdenes que daría Dharmaraj.
Al ver todo esto, Shaama perdió el control y se sintió fuera de sí misma.
Como una demente, se lanzó hacia su marido y comenzó a sacudirlo. Él pare-
cía haber perdido toda sensación y estaba inerte. Shaama entró en pánico. Sin
preocuparse de pedir permiso, tomó el vaso de agua que el señor tenía sobre
la mesa y fue a rociar unas gotas sobre el profesor. Luego vertió un poco más
sobre sus labios. El profesor abrió los ojos y su cuerpo, hasta entonces está-
tico, cobró vida y se movió. Shaama lo llevó a sentarse en una silla cercana.
Luego, volvió la vista hacia Dharmaraj, para saber si había hecho algo inco-
rrecto. Vio una sonrisa contenida en su rostro y respiró, aliviada.
Dharmaraj les aconsejó ir a la habitación contigua, recomponerse y luego
hablar entre sí, libremente, hasta desahogarse.
—Luego, pronunciaré mi sentencia —dijo.
El profesor estaba por dirigirse hacia allá, obediente, cuando la lengua de
la mujer volvió a agitarse:
—No... ¡no, maharaj! Pronuncia ahora tu sentencia. La aceptaremos de
corazón. Sostengo todo lo que dije. Aunque te ruego, con toda humildad y
mis manos dobladas, que su alteza no preste atención a nuestro altercado. En
la Tierra, estos intercambios estridentes ocurren continuamente, en la vida
de cualquier pareja. ¡Di tu plegaria! Entrega tu sentencia, cualquiera que tú
dispongas.
Todos los presentes miraban atentamente a la mujer de fuerte espíritu,
¡una flor excepcional! Se ocupaban en juzgar su conducta. Dharmaraj conce-
dió su veredicto de la forma que había sido prefigurada y anunciada por la
refinada mujer, en su última declaración l
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Savita
Singh
P ensamientos descalzos
S ilencio
La dilatada tarde
Como una cara sórdida
Cae apática
En la orilla del día
Maravillosamente
A pesar de la tristeza y el desaliento
De los deseos nocturnos
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El viento cálido aúlla
Y amenaza con volverse tormenta
Y las vacas siempre sin propósitos
Esparcidas por el campo
Mastican y bostezan
L os anhelos herméticos
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E xtraño aspirante
Extraña noche
Más extraña que mi yo para mí
Me incita a caminar sin rumbo
Me provoca que sea mi yo
Sabemos que es una broma cruel
Pero vemos
La inescrutable vastedad de tus propios deseos
Que transforma la cordura de la lujuria
En la locura de la serenidad
Mi yo desconocido
Ven y siéntate
En la amplitud de mi jardín muy amado
L a tarde mágica
La tarde ha pasado
Mi mundo cambió ya
Las hojas amarillas no planean más
Tormentas en el páramo
De mis pensamientos
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Mucho está por abrirse:
Vías, que eran
Estrecho, peligroso carril
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U na larga caminata
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Los orioles
han regresado
Chandrakanta Mura Singh
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Khadija siguió volteando los panes roti en la plancha y hablando
entre dientes para sí misma. «Desde temprano en la mañana hasta
muy tarde en la noche sigo trabajando como autómata sin un mo-
mento para enderezar la espalda. La gente de la aldea está celosa
de mi buena suerte de haber tenido tantos hijos, ¡pero mis hijos son
un montón de ingratos! No tengo tiempo siquiera de voltear a ver
el cielo».
«Deja de quejarte así», dijo Mahda. «Ten corazón. Si empiezas a
culpar de esa manera a nuestros hijos, los vecinos se harán ideas y
nos difamarán. Después de todo, los niños son niños. Con el curso
del tiempo, crecerán y adquirirán la madurez suficiente para enten-
der las cosas».
Cada que Khadija se quejaba de sus hijos, ése era el formato de
respuesta que le ofrecía Mahda. Eran niños, crecerían y adquirirían la
madurez suficiente para entender las cosas. Pero Khadija sabía que
sus hijos ya habían crecido y recibido la educación suficiente para
entender las cosas. Y a pesar de todo encontraban culpa en todo
lo que sus padres hacían o planeaban hacer. Había sólo cinco almas
vivientes en la familia y a pesar de ello tenían discusiones que a me-
nudo se convertían en acaloradas peleas.
Su nuera no salía de su recámara hasta mediodía. En las tardes
también, cuando Khadija estaba en la cocina preparando comida
para toda la familia, ella evitaba pasar por ahí para no tener que
ayudarla, con el pretexto de que estaba ocupada en una u otra ton-
tería. Después de todo, ella era el producto de un nuevo amanecer,
¡una nueva era! Ella se creía muy educada y creía que así demostraba
su educación. Ella no sabía cómo ordeñar una vaca (¡la vaca de la
familia no la dejaba ni tocar sus ubres!). Ella no toleraba el humo
que salía del fuego generado con estiércol que usaban para cocinar
y calentar la casa. Como fue criada en la ciudad, probablemente
estuviera acostumbrada a las estufas de gas. El resultado era que
Khadija tenía que hacer todas las tareas del hogar por su cuenta.
Encima de todo, su nuera no bebía el té de sal que tomaban todos.
Ella debía tener té «inglés» Lipton, ¡como si su familia lo hubiera
bebido por generaciones! En cuanto a su educación, en realidad no
había pasado de la preparatoria, ¡y a pesar de todo alardeaba como
si hubiera terminado una carrera universitaria! Encima de todo, Tariq
se quedaba mudo en presencia de su esposa. Parecía sufrir de un
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complejo porque su mujer había sido criada en la ciudad y creía que
esto justificaba la forma en que se comportaba en la familia.
«En cambio, mira a nuestra Noorie...», continuó pensando Khadi-
ja. Noorie se había casado en la ciudad y allí tuvo que hacerse car-
go de una familia de diez personas. Había tenido que aguantar los
abusos de sus suegros y a veces los golpes de su marido. Lo había
aceptado todo con calma, sin rencores ni quejas. Por eso era que,
cuando su suegra estaba de ánimo benevolente, la bañaba de afecto
como si fuera su propia hija.
El corazón de Mahda también rebosaba de afecto hacia Noorie.
Recordaba que su hija había sido criada al lado de Durgi y Kamli, las
dos pequeñas hijas de su empleador, Samsar Chand (llamado afec-
tuosamente Bablal por todos). Ella siempre buscó rodearse de bue-
nas personas que llevaran una vida recta y respetaran las costumbres
y las normas sociales. ¿Cómo podría equivocarse, entonces? Para
Mahda, la nuera también era el otro extremo de ese continuum. La
poca educación que había recibido se le había subido a la cabeza.
Había hecho amistad con todas las mujeres caprichosas de la aldea.
Era inevitable que esa compañía tuviera un efecto en su compor-
tamiento. Mahda quería aligerar la carga que había en su corazón
hablando sobre ello. Pero para qué dar lugar a disputas impropias
en la familia.
Para evitar cualquier discusión sobre este tema sensible, Mahda
se levantó y caminó hacia el establo. Ahí vio temblar a los becerros
recién nacidos y se preocupó. Miró arriba y vio que el techo de paja
tenía goteras y que gotas de agua helada caían sobre el más joven,
haciéndolo tiritar. Mahda lo levantó, lo colocó en su regazo y le dio
unas palmaditas afectuosas. Después extendió una colcha andrajosa
en un rincón seco y lo hizo yacer ahí. Luego puso un largo recipiente
de hierro justo bajo la gotera para contener el flujo incesante.
«Le pedí a Tariq que extendiera unos cuantos fardos de paja en el
techo», masculló Mahda. «Eso hubiera prevenido la presente eventua-
lidad, pero Tariq no lo hizo. El techo está goteando. Además, el peso
de la nieve que se acumuló sobre la paja está haciendo que se desmo-
rone. Ahora será más difícil llegar ahí para remover los carámbanos».
«¿Por qué muchachos educados como Tariq treparían a los techos
del establo para barrer la nieve y amortiguarla con fardos de paja?»,
ironizó Khadija. «Debes de estar poniéndote senil para pensar así».
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Khadija, que estaba amargada por el comportamiento caprichoso de
sus hijos, dirigía toda su ira contenida hacia Mahda.
«Nunca he tenido materia gris dentro de mi cráneo», repuso
Mahda con amargura. «De hecho, me volví senil el día en que co-
menzó a salirles pelo sobre el labio a nuestros muchachos. Debería
estar agradecido con Alá de que, aún a esta edad, puedo trabajar
con mis manos. Ven, tráeme mi pala y mi vasija. Removeré una por-
ción de la nieve del techo para aligerarlo. Para cuando los mucha-
chos regresen, puede ser demasiado tarde. Si el techo se cae, nues-
tros animales sufrirán seriamente».
Haciéndose cargo, Mahda siguió adelante y logró llegar a lo más
alto del techo. Con su pala, empujó los montículos de nieve hasta el
borde para hacerlos caer. Mientras se ocupaba en este trabajo, no
pudo evitar pensar en los muchachos y sus maneras irresponsables, y
este pensamiento llenó su corazón de pena y arrepentimiento. Cada
que pensaba en Tariq y Fazal y su comportamiento desconsiderado,
no podía evitar culparse a sí mismo. «Mahda, has fallado en educar
bien a tus hijos», su propia voz reverberaba en sus oídos, resaltando
el desagradable hecho. Perdido en sus recriminaciones, Mahda re-
cordó lo que su empleador Samsar Chand le había dicho: «Mahda,
tu ausencia de aquí, aun por pocos días, hace las cosas más difíciles
para mí en casa. Tú sabes cómo cuidar niños, cómo hacerlos portarse
bien».
Pero mientras Mahda podía hacerse cargo de los hijos de su em-
pleador, se encontraba impotente lidiando con su propia descen-
dencia. Tras darles educación en buenas escuelas, ellos demostraban
constantemente una indiferencia por las normas y convenciones se-
guidas por sus padres y sus mayores.
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das inmediatamente por la morera. Les gustaron particularmente sus
frutas agridulces y los coloridos orioles que saltaban de forma jugue-
tona entre las ramas del árbol cantando: «Ee... ee... yo...».
«¿Qué dicen los orioles, Mahda Kaka?».
«Los orioles dicen: “Gopis del señor Krishna, ¿dónde han dejado
los mantos que cubrían sus cabellos?”».
Aplaudiendo con sus pequeñas manos, Kamli saltó y arrancó ju-
guetonamente la gorra que llevaba puesta Mahda.
«Eso no es parte del juego», bromeó Mahda, fingiendo ira y exas-
peración.
«Por Dios, yo no he robado tu gorra», dijo en tono travieso Kamli,
escondiéndola tras su espalda. «Ve, ese oriol se la ha llevado».
«Ni que el oriol fuera un mono para robarme la gorra».
Mahda finalmente tuvo éxito. Recuperó su gorra y se la puso sobre
la cabeza. «El oriol nunca se llevaría la gorra de una persona», explicó.
«De hecho, devolvería la gorra que fue robada a su dueño. Una gorra,
como un turbante, es un signo de modestia, y su lugar legítimo es en
la cabeza de una persona, donde debería quedarse».
Después de eso, con maneras simples pero interesantes, Mahda
explicó a las niñas la diferencia entre una gorra y un turbante. Tam-
bién los significados de los muchos sonidos producidos por las cria-
turas emplumadas. Como resultado de la conversación, las niñas no
volvieron a tocar la gorra de Mahda ese día.
Durgi y Kamli se habían convertido en niñas grandes. Se habían
casado y vivían en lugares distantes en los que estaban felizmente
absortas en sus responsabilidades del hogar. Pero Mahda aún ima-
ginaba que seguían siendo niñas inquisitivas. Recordó que en días
nevados esculpía figuras de animales con nieve para entretenerlas.
Iban desde pequeños ratones hasta leones miedosos. También creó
un prototipo de aspecto feroz, el espectro de un hombre indígena
llamado Rahchok, para asustarlas. Los vientos helados, la curiosidad
y el miedo que les había despertado pusieron las mejillas de las pe-
queñas niñas más rojas de lo normal.
«¿Has visto a Rahchok, Mahda Kaka?».
«Sí, ¿cómo no? En la noche oscura, cuando nieva sin parar, Rah-
chok toma una linterna en sus manos y cruza campos y montañas y
riachuelos. Él siempre camina hacia atrás».
«¡Oh! ¿Él ahoga gente en los arroyos?».
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«No, no en absoluto. Bueno, sólo a la gente con corazón de galli-
na, que es la que se intimida cuando lo ve. De hecho, él tiene miedo
de gente brava e intrépida y se asusta cuando se la encuentra».
Durgi y Kamli amaban escuchar historias. Especialmente historias
sobre diferentes clases de aves, sus hábitats, sus rutas de vuelo y sus
destinos finales más allá del horizonte carmesí. En las tardes, cuando
las parvadas volaban hacia un destino desconocido formando filas
inmaculadas, sacaban a Mahda de algún rincón de la casa y le hacían
preguntas.
«Mahda Kaka, ¿hacia dónde están volando esas aves?, ¿van hacia
el enorme nogal de allá? Mahda Kaka, ¿quién vive en ese árbol?».
«Ahí viven sus hijos, que esperan a que les lleven comida. Los
polluelos pían con débiles sonidos para darles la bienvenida. Luego
abren sus pequeñas bocas para que sus padres los alimenten».
«¿Ellos comen comida cruda y sin cocinar? ¿No les duele la panza
después de comer eso?», Durgi seguía disparando su descarga de
preguntas sobre Mahda.
Mahda se veía obligado muchas veces a revisar declaraciones que
había hecho antes. En una ocasión, había dicho que a los polluelos
recién nacidos sus padres les daban arroz, que ellos digerían bas-
tante bien. El resultado fue que Kamli empezó a imitar a las aves
comiendo puñados de arroz crudo a hurtadillas. Cuando su madre,
Kakni, la vio comiendo arroz crudo, le gritó. Pero Kamli se defen-
dió diciendo: «Mahda Kaka dice que los polluelos comen y digieren
arroz crudo».
Kakni llamó a Mahda y le preguntó: «Si los polluelos comen arroz
crudo se enferman del estómago, ¿no es cierto?».
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Mahda entendió la indirecta e inmediatamente reaccionó a su de-
claración anterior. «Sí, Kakni Ma, tienes razón. La madre enciende un
pequeño fuego en la copa del árbol. Los granos son cocinados y sólo
entonces se los dan a los polluelos».
«Pero las aves no tienen manos, ¿cómo les dan de comer a los po-
lluelos?», Durgi desafió las perlas de sabiduría ofrecidas por Mahda
Kaka.
«Alimentan a los polluelos con sus picos», replicó rápidamente
Mahda por temor a que cualquier retraso fuera interpretado como
falta de conocimiento de su parte. «De hecho, las aves hacen casi
todo su trabajo con sus picos».
Durgi y Kamli se habían encariñado demasiado con Mahda. Se
quedaron estáticas ante la vista de un bulbul. ¿Quién sino Mahda
podría descifrar el significado del melodioso gorjeo del bulbul que
se había posado en las ramas del árbol chinar? Mahda trataba inclu-
so de imitar sus canciones, poniendo sus manos en forma de concha
y soplando en ellas. El sonido que producía era dulce y melodioso
(exactamente como el de los cantantes emplumados que estaba imi-
tando: «Goo... gu, goo... gu, goo»).
«¿Qué cantan estas aves, Mahda Kaka?».
Entonces Mahda explicaría que, en sus voces lastimeras, los pe-
queños pájaros narraban cómo eran castigados por sus madres y
también por su hermana por supuestos actos desvergonzados. Ellos
se quejaban de que su madre los golpeaba con el mazo de un morte-
ro de piedra y que su hermana hacía lo mismo con el husillo de una
rueca.
«¿Su mamá de verdad les pegaba con el mazo de un mortero?».
«¿Por qué no lo haría? Los pequeños habían ensuciado los utensi-
lios mientras su madre estaba ocupada haciéndoles de comer».
«¿Y por qué les pegaba su hermana?»
«Su hermana estaba girando la rueda cuando ellos empezaron a
jugar con el rollo de hilo que hacía que la rueda girara. Eso lo ensu-
ciaría todo de tierra. Además, ¿es así como los niños deben saltar
por todas partes creando molestias?», preguntó Mahda.
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resfriar y eso va a ser causa de preocupación para toda la familia. De
por sí lleva mucho tiempo tosiendo».
Mahda bajó del techo casi arrastrando sus pies cubiertos de nie-
ve. El frío había congelado sus extremidades y las había vuelto pe-
sadas. Cuando escuchó las palabras de Tariq, replicó: «¿Crees que la
gente como nosotros debería contratar sirvientes para hacer tales
trabajos?».
El tono quejumbroso del discurso de Mahda provocó a Tariq, que
estalló, «Puedes tener razón en decir eso. Después de todo, has
trabajado toda tu vida como sirviente y estás muy acostumbrado a
tales tareas».
Mahda quedó estupefacto ante la reacción de Tariq. En su ceño
aparecieron profundos surcos, también venas azules que se hincha-
ron en su piel trigueña. «¿Quieres decir que he trabajado como sir-
viente toda mi vida? Sí, lo he hecho. Pero si tú hubieras trabajado en
la posición en que he trabajado y te hubieras ganado el respeto que
me he ganado, no estarías diciendo esto».
Khadija hizo una señal a su hijo de cesar el duelo de palabras
con su padre. Ella estaba muy al tanto de la asociación de Mahda
con la familia de Samsar Chand y no quería que el tema se siguiera
discutiendo.
Khadija rellenó el kanger de Mahda con más pedazos de carbón
ardiendo y se lo entregó. Mahda puso su palma congelada en el kan-
ger y sintió calor. La intensidad de las brasas pronto lo transportó a
un mundo de memorias relacionadas con el pasado. Sí, había trabaja-
do como sirviente en la casa de Samsar Chand (Tariq no estaba com-
pletamente errado). Sí, Mahda trabajó primero como aparcero en
sus terrenos, después como peón bajo sus órdenes (Samsar Chand
tenía un puesto importante en el Departamento de Educación) y
finalmente como cuidador de su casa y de su corazón. Tariq conside-
raba todo eso como trabajar en las capas más bajas y serviles.
Depende de cómo se miren las cosas, razonó Mahda. Ojos ajenos
veían las cosas desde afuera y consideraban su trabajo como el de un
sirviente de la más baja categoría. Pero ellos no tenían idea de cómo
funcionaba todo desde adentro. Ellos no sabían que Bablal insistía
en que él comiera la misma comida y bebiera el mismo té que los
miembros de su familia. Ellos no veían cómo Bablal no comía hasta
que Mahda hubiera aprobado el sabor del roganjosh o del caldo
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yahni que hubieran preparado. Ellos no escuchaban la voz de Kakni
Ma insistiendo: «Mira, Mahda, de ahora en adelante debes sentarte
a comer con la familia en vez de esperar a que terminen». Cuando
Mahda escuchó las instrucciones de Kakni, sus orejas enrojecieron.
Intentó razonar con ella, «Kakni Ma, ¿cómo podrían patrón y sirvien-
te comer juntos? Eso sería sacrílego. Me transportaría directamente
al infierno».
«No, Mahda», Bablal respiró del incesante humo de su cachimba
antes de intervenir. «Tú eres como mi hermano. Si no retribuyo el bien
que me haces, tendré que sufrir seriamente en mi próxima vida».
Mientras Bablal pensaba que Mahda le había hecho mucho bien
y le estaba agradecido, Mahda nunca lo vio como una obligación. Él
siempre consideró a Kakni como a su madre y a Durgi y Kamli como
a sus propias hijas.
Cuando Mahda iba a su aldea durante sus días de descanso, Durgi
y Kamli se sentían inquietas. Se sentaban tristemente en la ventana
abierta mirando hacia afuera, de una manera no muy distinta a la de
los niños que esperan melancólicamente a que regresen sus padres
de una tierra distante a la que han ido por razones de trabajo. En
tales ocasiones, cantan: «Que la nieve caiga sin cesar. Pero padre,
debes regresar a casa pronto».
Al regreso de Mahda, Kakni le diría cómo Durgi y Kamli se habían
sentido tristes sin él y cómo esperaron ansiosamente que volviera.
Esto llenaba el corazón de Mahda con orgullo, satisfacción y una can-
tidad redoblada de afecto paternal por las pequeñas niñas.
Pero pronto el tiempo dio un giro para peor. Los británicos aban-
donaron el país tras partirlo en dos. Aquellos que habían estado
viviendo como hermanos se convirtieron en enemigos jurados de
la noche a la mañana. En Cachemira, el azote llegó en forma de la
infame incursión kabali que, tomando la ruta ocupada por Pakistán,
había alcanzado Baramulla. En aquellos días, Bablal trabajaba como
director de una preparatoria en Baramulla y Mahda como peón en la
misma escuela. Como la aldea de Mahda estaba mucho más lejos y
él no podía viajar diariamente de su casa al trabajo, se quedaba con
Bablal y cuidaba a los niños.
¡Cómo podría olvidar Mahda esa fatídica noche del mes de kartika
envuelta en oscuridad y silencio! El pueblo parecía dormido como un
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niño en el acogedor regazo de su madre. De repente, en mitad de la
noche, una descarga de disparos raspó el aire sacudiendo el lugar y
sus frágiles estructuras. En cuestión de minutos, el pequeño pueblo
fue cimbrado con gritos de saqueo y violencia. Mahda, que estaba
durmiendo, se levantó de un salto. Se apresuró afuera para ver qué
estaba ocurriendo en los alrededores. Vio gente corriendo como loca
que quedaba atrapada en el rango de fuego de los intrusos, que pa-
recían disparar indiscriminadamente para aterrorizar a todos. Algunas
mujeres volaron a refugiarse en bodegas y graneros, pero los atacan-
tes habían capturado a muchas de ellas y las sacaban por la fuerza.
Repentinamente, Rasool Miyan, Lateef Baig y Ghaffar Bhat busca-
ron a Mahda y le dijeron: «Mahda, si quieres salvar las vidas del maes-
tro y su familia, ¡manda a su esposa e hijas fuera de la casa rápido!»
La mera mención de la esposa e hijas del maestro sacudió a Ma-
hda. Estaba claro para él que esos hombres estaban confabulados
con los intrusos y trabajaban para su beneficio. También estaba claro
que los intrusos necesitaban mujeres locales para satisfacer su lujuria
y que estos hombres habían sido enviados para hacer los arreglos ne-
cesarios. Mahda vio a través de sus intenciones. Se apresuró a cerrar
la casa desde adentro.
Una vez de vuelta en el interior, Mahda vio un Bablal de cara
cenicienta caminando de un lado a otro, muy ansioso. Mahda aún
recordaba cómo Bablal se había quitado su turbante recién apretado
para colocarlo a sus pies, buscando su ayuda en esa hora de crisis
sin precedentes. Más que los sangrientos eventos que siguieron a la
convulsión del mundo, fueron los ojos tristes y suplicantes de Bablal
los que se grabarían en la memoria de Mahda.
Mahda levantó el turbante de Bablal y lo colocó respetuosamente
en una respisa, se inclinó ante él en una reverencia. Después pensó
en un plan que puso en movimiento en el acto. Limpió la marca de
color bermellón de su frente y le quitó las ropas sagradas que lleva-
ba puestas. Ayudó a Bablal a vestirse con su propio salwarkameez.
Finalmente, lo hizo saltar sobre el parapeto en la parte trasera del
complejo, urgiéndolo a dirigirse hacia Srinagar por cualquier medio
del que pudiera disponer.
Después de esa rápida operación, Mahda guió a Kakni, Durgi y
Kamli fuera de la casa a través de la puerta trasera y las ocultó en
su propia habitación. Por dos días, Durgi y Kamli estuvieron vesti-
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das con las ropas de Noorie para ocultar su identidad. Por la misma
razón, cuando Kakni se puso las ropas de Khadija para camuflarse,
Mahda se sintió agobiado con un sentimiento de vergüenza y arre-
pentimiento. Habló mirando el suelo: «Kakni Ma, que la furia de Alá
visite a estos demonios por lo que han hecho a tu noble familia. Tam-
bién rezaré a Él para poder guiarte fuera de esta crisis con gracia y
honor». Al escuchar esto, Kakni no pudo evitar derramar lágrimas de
gratitud y abrazarlo como si fuera su propio hijo.
Tras unos pocos días, cuando las fuerzas indias finalmente lle-
garon, mandaron a los saqueadores de vuelta a Muzaffarabad. Tan
pronto como las cosas volvieron a la normalidad, Mahda llevó de
regreso a Kakni, Durgi y Kamli a salvo.
El episodio hizo que Rasool, Latif y Ghaffar se enfurecieran con
Mahda. Incluso lo llamaron «ingrato kafir». «¿Qué es esta noción
de lealtad a un amo pandit?», le increparon. «Si los atacantes se
hubieran enterado, hubieran quemado toda la zona en retribución.
Nuestra primera prioridad debe ser salvar nuestras propias vidas».
Mahda estaba triste y perplejo. Para él, había algo por encima de la
fe, pero no podía explicarles a ellos qué era.
¿Por qué arriesgó Mahda su propia vida para salvar a Bablal y su
familia? ¿Sólo porque eran sus empleadores y los habían manteni-
do a él y su familia por tanto tiempo? Mahda quería plantear esta
pregunta a Tariq. Después de todo, Tariq era una persona educada,
razonó él, y debería ser capaz de ofrecer un respuesta convincente y
bien razonada. Pero entonces Mahda decidió no preguntárselo. No
en absoluto.
Pero después de muchos, muchos años, Tariq había hecho la mis-
ma pregunta a Mahda dándole un giro distinto. Mahda quedó bo-
quiabierto. Nunca le había importado cómo vería sus acciones la
gente desde fuera, pero ¿su propio hijo? Si Tariq había sido bien
educado, era debido a Bablal. Fue él quien pagó su educación hasta
nivel universitario. Era debido a la generosidad de Bablal que ahora
estaba lo bastante calificado como para ser maestro de una prepara-
toria. Un pueblerino como él, pensó Mahda, no podía haber soñado
que su hijo no sólo recibiría una buena educación, sino que además
sería lo bastante competente para impartir conocimiento a otros.
¿Por qué no tendría Tariq siquiera un remanente de la forma en que
su padre veía la vida? ¿Qué sentido tiene el conocimiento si incapa-
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cita a una persona para retener siquiera una pizca de gratitud hacia
su benefactor? Era difícil para Mahda entender por qué, después de
leer unos cuantos libros, una persona pierde respeto por los valores
transmitidos por sus mayores tras años de trabajo duro, experiencia
práctica y sabiduría benigna.
«¿Para qué sirve la educación si no inculca sentimientos de amor,
honestidad y humildad en los estudiantes?». Mahda no podía evitar
plantear la cuestión. «¿Qué tus libros no hablan sobre ellos? Noso-
tros no fuimos educados como tú, pero nos embebimos del libro de
la vida».
Tariq no pudo ofrecer ninguna respuesta coherente y convincente
ni para su padre ni para sí mismo. Para él, esos sentimientos eran
demasiado abstractos y no se relacionaban con su vida de forma
significativa.
Sí hizo un intento, sin embargo, de sopesar los términos plantea-
dos en las escalas de la lógica. Entonces resumió su entendimiento
de la situación de este modo: «Padre, uno debe hablar de cosas
como amor, amistad y honor sólo entre iguales. Trabajar como sir-
viente para un patrón toda la vida y después hablar de esas cosas en
relación con él no tiene sentido. Toma tu propio caso, por ejemplo.
¿No es un hecho que trabajaste para Samsar Chand toda tu vida?
Ese sentido de lealtad aún persiste en tu corazón. ¿Tú crees que
los hijos de Samsar Chand, a quienes criaste como propios, aún se
acuerdan de ti? Estoy seguro de que deben haber borrado esas me-
morias de su conciencia hace mucho tiempo».
Tariq reafirmó su argumento con una parábola popular: «Padre,
a menudo nos cuentas la historia de un nawab que tenía dos sirvien-
tes. Cada mes, el nawab le daría un puñado de monedas de oro a
uno y unas cuantas bofetadas al otro. La razón era obvia: el sirviente
que recibía las monedas era honesto y trabajador, mientras que el
sirviente que recibía las bofetadas era deshonesto y holgazán. Aho-
ra, es probable que tú seas como el sirviente que siempre recibió las
monedas. Ésa es la única diferencia».
Mahda no discutió más con su hijo. Recordó un proverbio que
decía que alguna vez la talla de zapatos del padre le quedaría al hijo
y que, cuando eso sucediera, debía tratársele más como amigo que
como hijo. También había llegado a darse cuenta de que existía un
vasto abismo entre el conocimiento adquirido a través de los libros
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y el conocimiento recogido del libro de la vida. Él ya no trabajaba
para Bablal. De hecho, tanto Bablal como Kakni habían muerto unos
años antes (sus muertes sólo estuvieron separadas por unos cuantos
meses de distancia). Sus dos hijas, Durgi y Kamli, se habían casado
y ahora vivían muy lejos. Su hijo Nika había conseguido trabajo en
Delhi y se había establecido ahí. Antes de morir, Bablal había legado
una gran parte de sus tierras de cultivo a Mahda. Después de que
falleciera Kakni, Mahda había regresado a su aldea definitivamente.
Aún abrazaba un largo rastro de memorias dulces conectadas con
ellos.
En casa, Mahda se exponía a un mundo distinto con sus propios
hijos (cada uno de los cuales tenía sus propios asuntos). A Mahda no
le importaban los cambios que tenían lugar tras un periodo. Había
aceptado que el cambio era la ley de la naturaleza. Después de todo,
las estaciones también cambiaban. Los árboles cubiertos de abun-
dantes hojas verdes y flores en primavera, en otoño eran despojados
de su follaje quedándose con su esqueleto desnudo. Pero después
de que el helado invierno se iba, sus estructuras esqueléticas se
cubrían de verde musgo preparando el terreno para que de los ca-
pullos brotaran nuevas flores.
Mahda se preguntó por qué sus hijos no podían enteder que la
tierra debe retener humedad para permitir que los capullos crez-
can. Sin humedad, no crecería nada de ella, excepto malas hierbas
y cardos espinosos. Cuando Mahda tomó la fotografía de Durgi y
Kamli en la que las dos pequeñas niñas, sentadas en su regazo,
escuchaban los cantos de los orioles, se sintió inmensamente agra-
decido. En un estado de ánimo agradable, comenzó a tararear la
vieja canción: «Los bulbules gorjean y retozan en las ramas llenas
de flores».
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en la escuela».
«Mi puesto no es lo suficientemente importante como para conse-
guir trabajos a la gente», musitó Tariq. Después se giró hacia Mahda
nuevamente y agregó: «Esta carta viene de Calcuta, de una tal Kamla
Raina».
«¡De la niña Kamli!», saltó Mahda de gusto, sorprendido. «¿Des-
pués de todos estos años? Parece que aún se acuerda de Mahda
Kaka... Léemela, hijo».
Tariq hizo una cara burlona y leyó la carta. Mahda escuchó todas
y cada una de las palabras con la máxima atención posible.
Kamli había escrito que esa primavera planeaba ir a Srinagar lle-
vando a sus hijos. Los niños visitarían Cachemira por primera vez.
Kamli los había alimentado con muchas de las historias que le había
contado Mahda cuando era una niña. Ahora los niños querían saber
quién era Mahda Kaka y cuál era su parentesco con ellos. Kamli no
sabía qué responderles en cuanto al parentesco. Sabía que existían
algunos vínculos sin nombre que no podrían explicarse metiéndolos
en los moldes de las relaciones humanas. Tal vez Mahda Kaka podría
explicarles mejor esas sutilezas. Ella cerraba la carta contándole que
el nombre de su hija era Kukil y el de su hijo Poshnool.
Cuando Tariq terminó de leer, Mahda se sintió inundado de gozo
y gratitud. Jaló una bocanada profunda del chilum y después se rio
alocadamente. «Mira, los niños educados como ingleses tienen nom-
bres como Kukil y Poshnool (el cuco negro y el oriol), los nombres de
dos aves de Cachemira. Mira Tariq, Kamli no se ha olvidado de nada.
Nada... ¡Kukil yPoshnool!».
Por intentar aspirar mayores bocandas y hablar al mismo tiempo,
Mahda se quedó sin aliento. Se levantó y salió al patio. Con lágrimas
en los ojos, miró la morera, que se paraba como un centinela cubier-
to de hielo en medio del patio. Imaginó que el hielo se derretía y
el árbol se cubría de follaje verde y frutas maduras. Estaba seguro
de que pronto regresarían los orioles y, posados en las ramas de los
árboles, cantarían: «Las gopis del señor Krishna están bailando sin
sus mantos» l
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Reflexiones
sobre la literatura
de la India:
el género poético1*
Shyama Prasad Ganguly
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en cierto modo, fue impactante para asentar el camino por donde habría
de ir la tendencia moderna. Esto conllevó consecuencias problemáticas,
por ejemplo, la de aventajar a la literatura india escrita en inglés como la
más representativa de la literatura india, en desmedro de las expresiones
en lenguas regionales. ¡Pero no saltemos épocas!
En el mundo hispánico es conocida la figura del gran escritor en sáns-
crito Kalidasa, así como algunos tratados lingüísticos en esa lengua, y ya en
el siglo xx, además de la recepción parcial de la teosofía oriental, quizás
más pronunciadamente la figura del Premio Nobel Rabindranath Tagore.
Y eso tanto por su estatura literaria como por el interés de Juan Ramón Ji-
ménez y Zenobia Camprubí en acercar al idioma español la magnitud del
universo poético de Tagore a través de las traducciones en inglés o francés.
Pero el resto de la tradición literaria india queda bastante difuminado, por
lo que trataremos, desde estas páginas, de ofrecer algunos datos esenciales
para la mejor comprensión y la valoración de la poesía escrita en la India.
Es natural la imposibilidad de poder penetrar en la espiritualidad de un
idioma extranjero y por lo tanto apreciar hasta dónde puede penetrar la
luz invisible de un conjunto de palabras místicamente escogidas y agru-
padas en un texto para producir ese efecto mágico que logra el poema,
pero cualquier labor intercultural en el ámbito del conocimiento mutuo
debe tratar de aunar los puntos de vista oriental y occidental a la hora de
lograr ese difícil equilibrio de forma y fondo, ese funambulismo del texto
en que consiste la traducción, para dejar al lector la evidencia y la suge-
rencia del texto, el aroma de su espiritualidad oriental, la evolución de su
planteamiento hacia la modernidad, el ritmo y el tempo de su música y, en
resumen, la síntesis de los elementos del significante y del significado que
ahorman el poema.
Al principio, es conveniente aclarar algunos datos sobre aspectos gene-
rales del país para entender la diversidad unificada de la poesía escrita en
la India como un caso especial. El territorio indio consiste en veintinueve
estados demarcados lingüísticamente. La población presenta claras hue-
llas raciales muy diversas. La religión, las costumbres, la forma de vida,
el clima y las tradiciones son, entre otras, algunas de las cosas que más
diferencian a sus habitantes. Hay ochocientas cuarenta y cinco lenguas,
de las que setecientas veinte son dialectos hablados por más de cien mil
personas. Más del noventa y uno por ciento de la población habla uno
de los veintidós idiomas principales del país que tienen la consideración
de lengua nacional. El asamés, el bengalí, el gujarati, el hindi, el urdu, el
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cachemir, el maratí, el oriya, el panyabí, el sindi, el manipuri y el konkani
hablados en las zonas del este, el oeste, el centro y el norte pertenecen al
grupo de lenguas llamadas indo-arias, habladas casi por el setenta y cuatro
por ciento de la población total. En su evolución, la mayoría de ellos, de
un modo u otro, se relacionan y se inspiran en el sánscrito, el prácrito y
el tamil (en términos de antigüedad), idiomas «clásicos» y mayormente
depositarios de la tradición cultural del país. El tamil, el telugu, el mala-
yalam y el canarés son del grupo dravidiano y predominan en el sur.
A grandes rasgos, los idiomas de la India se fusionan entre sí y, a ex-
cepción de la diferencia de origen entre el indo-ario y el dravidiano, no se
marcan fronteras rigurosas. Existe una mezcolanza de lenguas y culturas
entre los diversos grupos lingüísticos. Nueve de cada diez personas ha-
blan uno de los quince idiomas principales. La mayoría de la población
es bilingüe y hasta trilingüe en la mayor parte del país. El bilingüismo y el
trilingüismo son amplios en todas las clases, excepto en el campesinado
de las áreas lingüísticamente homogéneas.
El hindi, con sus variaciones, figura numéricamente como uno de los
principales idiomas del mundo después del chino, el inglés, el ruso y el
español. Siete de los idiomas principales se encuentran entre los veinte
primeros del mundo. Más de setenta millones de personas hablan el ben-
galí (sin contar otros ciento diez millones que lo hablan en Bangladesh)
y, de esta manera, después del español es el quinto idioma más hablado
del mundo. También figuran entre los primeros veinte más hablados el
maratí, el tamil, el urdu, el panyabí, el gujarati, el canarés, el malayalam
y el oriya.
Cabe destacar que el sánscrito no tiene ninguna regionalidad y hace
bastante tiempo que ha cesado de ser un idioma importante (popular) de
comunicación, aunque represente el microcosmos de todo lo esencial-
mente indio. El idioma más en uso es el hindi, que sigue ganando terreno
para sustituir al inglés en su papel de segunda lengua de uso general y de
enlace entre distintas regiones —ambos son los idiomas oficiales en la
actualidad. Con esto pretendemos hacer notar la dificultad de realizar
un estudio actual de la poesía en la India, porque haría falta examinar los
veintidós idiomas, cada uno de los cuales representa el pensamiento, la
cultura y el desarrollo de la India en su forma múltiple y en cada uno de
los cuales se han escrito miles de páginas. La India ya ha sobrepasado la
cifra de mil trescientos millones de personas en términos de población
censada, y en el presente ensayo nos vemos obligados a centrar la aten-
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ción en la historia literaria en tres lenguas fundamentales: hindi, bengalí
e inglés, deteniéndonos especialmente en sus características y principios
creadores, pero también reflejando las características de otra decena de
lenguas. En esta tarea hemos contado con la inestimable colaboración y
asesoramiento de la Academia de Letras de la India (Sahitya Academy),
que aglutina a poetas de todos estos idiomas, regiones y tendencias.1
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A nuestro entender, el término contemporáneo tiene un carácter más am-
plio que el de mera actualidad, y en tal sentido la contemporaneidad india
puede fijarse en las figuras de Tagore (bengalí) y Subramaniam Bharati (ta-
mil). Ambos representan, en términos cronológicos strictu sensu, un periodo
premoderno. Por otra parte, la evolución de los movimientos poéticos en la
India no es tan rápida como en Occidente, y el curso de los mismos puede
permanecer más o menos invariable durante cuarenta o cincuenta años.
También pueden surgir varias ramificaciones del núcleo original, como
en el caso del postromanticismo de la época inmediatamente anterior a
la Independencia (1947), que se ha consolidado sin adoptar un nuevo
término y al que se le sigue considerando un movimiento neoexperi-
mentalista. Por lo tanto, para considerar el estado actual de la poesía será
conveniente remitirnos a una base temporal más amplia que permita en-
troncar con las tendencias anteriores.
La cultura desarrollada en la literatura de cada región de la India,
tanto en el pasado como en la actualidad, ha conservado su carácter in-
dividualista y regionalista. Las regiones de habla panyabí y sindi, o hindi
y urdu, están muy mezcladas, aunque conservan sus caracteres propios
con bastante claridad. No existe mucha diferencia en la vida cultural y
social entre la gente de Maharastra y Gujarat, y sin embargo no se pueden
confundir las líneas trazadas por ambos grupos en sus tareas literarias. Se
puede afirmar lo mismo entre los cuatro idiomas existentes en el sur, del
grupo dravidiano, o entre bengalí, asamés y oriya, entre las regiones del
este. Los elementos distintivos de cada uno no les apartan de esa proximi-
dad básica que les otorga una perspectiva muy india en su totalidad. Cabe
destacar que esta diversidad viene estrechándose con el paso del tiempo
hacia una identidad derivada de sucesos históricos, económicos, cultura-
les y sociales comunes desde la fecha de la Independencia, que originan
una respuesta poética bastante similar.
A pesar de la unidad cultural del diverso escenario indio, no es fácil
llegar a entender en términos concretos dicha unidad, puesto que suele
tros occidentales, serían muy importantes por el número de sus hablantes, como
el cachemir, el manipuri, el konkani, el mizo, el rajastaní, etcétera. Una visión
totalizadora del tema que nos ocupa debe incluir referencias a los trabajos rea-
lizados en todas estas lenguas para integrar el complejo mapa lingüístico de la
India contemporánea de manera más completa. Un reto, ¡pero valdrá la pena
el esfuerzo!
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ser el idioma el que da a la literatura su identidad y por ende es lógico
pensar que hay más de veinte literaturas en la India. Además, el lector
de una lengua está más o menos familiarizado con su propia literatura, y
conoce las otras de una manera fragmentada mediante traducciones. Esta
interacción por vía de traducciones ha aumentado bastante en las últimas
cuatro décadas, pero todavía queda mucho por hacer para que el lector
interesado en cada una de las lenguas consiga una visión holística de la
totalidad del panorama literario de la India en forma íntegra. Pero no ig-
noremos que dentro del país ha existido un vivo debate sobre el concepto
de literatura india, marcado, por un lado, por la convicción de que este
concepto resulta ser un mito, pues existen tantas literaturas como lenguas
en la India, y, por otro, que todavía es superable toda aseveración con-
flictiva de ese modo de pensar y establecer la visión de interliterariedad
extraída de la misma realidad histórica del país. Es importante también
considerar si la experiencia de la colonización dio una dirección que con-
solidara esa definición unificadora.
En el contexto de las influencias extranjeras, dijo Gandhi una vez: «No
quiero tener mi casa amurallada y con sus ventanas cerradas. Quiero que
las culturas de todo el mundo soplen en mi casa libremente, aunque me
niego igualmente a ser arrastrado por los vientos». Eso explica las diver-
gencias internas también, pero es natural que con el paso del tiempo vayan
surgiendo unas condiciones de modernidad que contribuyan a una pers-
pectiva literaria convergente. Hay elementos universales que resultan de
las estructuras políticas modernas de la nación-Estado, la industrialización
y la comercialización. Estos elementos incluyen valores e ideales de indi-
vidualidad, libertad, racionalidad, igualdad, etcétera, mismos que condu-
cen, en el campo literario, hacia metas de una subjetividad liberadora para
manifestar la personalidad del ser, dando cabida al espíritu de experimen-
tación y originalidad en temas y técnicas. Toda modernidad, aunque esté
impulsada por factores exógenos, tiene que interaccionar creativamente
con tradiciones y quehaceres endógenos para institucionalizarse en rum-
bos propios, teniendo presente el entorno sociocultural del país.
Generalmente, el año desde el que se considera que se inició el pe-
riodo moderno en la literatura en general, y por lo tanto en la poesía, es
1857, año del comienzo del primer combate por la Independencia de la
India. En este poco más de siglo y medio transcurrido, los movimientos
más notables son: renacimiento, generaciones nacionalistas, revivificación
romántica, marxismo y movimientos sociales, y neoexperimentalismo.
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El estado actual de la poesía es producto de todos estos elementos del
último siglo, junto al fenómeno más reciente de libre experimentación o
síntesis de temas y estilos tan vigentes universalmente. Ha ganado mucho
terreno el elemento de la creatividad en la expresión de la conciencia
social y de resistencia humana.
Indudablemente, la aportación extranjera en el panorama poético es
innegable, ya que su impacto se difundió por todos los aspectos de la vida
de la India. Aunque las posturas intelectuales eran contrapuestas durante
y después del dominio británico, el anglicismo contactó a la India con los
movimientos del exterior, principalmente con los del mundo inglés, lo
que despertó en la India pasiva un nuevo camino de expresión literaria.
Por lo tanto, lo considerado como moderno en la poesía india es pro-
ducto de antecedentes nacionales y extranjeros y un avance que nació de
la conciencia de renovación interna y conciencia social de la condición
humana interna.
No es extraño el hecho de que la presencia de los ingleses en la India
creara la más aguda reacción en la vida social y cultural. Con el motín
de 1857 y el establecimiento de las tres universidades al estilo inglés en
Madrás, Calcuta y Bombay, la reacción se inició de tal forma que los inte-
lectuales se polarizaron en dos grupos diferentes: uno quería liberalismo
y reformas sociales, y el otro lo formaban los románticos revolucionarios.
Los primeros empezaron, con todo rigor, a enfocar y denostar en sus
actividades literarias las lamentables condiciones de viudas y huérfanos,
la costumbre inhumana de la intocabilidad y demás sufrimientos de las
clases miserables. Los segundos continuaban inmersos en la nostalgia de
glorias pasadas, deseando un restablecimiento del nacionalismo y el espi-
ritualismo propio, sin interferencia extranjera. No obstante, las precarias
condiciones de vida y la incertidumbre en el futuro hicieron perder una
dirección clara en el quehacer poético.
La revivificación romántica vino en la primera cuarta parte de este
siglo y trajo consigo un acento místico en las composiciones poéticas. La
poesía de este periodo se caracteriza por el refinamiento del lenguaje y la
preocupación por el ritmo y las rimas de las composiciones poéticas. La
suavidad del estilo armonizado con la destreza métrica y la dulzura en la
elección de palabras para dar a la elocución un sentido romántico fueron
una obsesión constante entre sus seguidores. El amor platónico y una
perspectiva bohemia se incorporaron como tema. Tagore, cuya influencia
se difundió por todos los rincones de la India, fue su principal prota-
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gonista. Él, aunque perteneció a la literatura bengalí, era su líder más
destacado, con una perspectiva poética universal. Dio el tono místico y el
sentido refinado de la belleza a sus versos y tuvo numerosos seguidores.
Fue, sin duda alguna, el padre de la conciencia cultural-nacionalista y del
romanticismo. Al mismo tiempo, a través de su genio literario, los escri-
tores indios llegaron a sentir lo más profundo de Occidente. Entre otros,
Aurobindo Ghosh tiene una importancia especial por su influencia mís-
tica sobre los poetas de la época. Su tradición upanishádica aportó a los
movimientos literarios un profundo sentimiento filosófico. La influencia
de Gandhi era indirecta y sus ideas de simplicidad y de pureza, así como
los valores de autenticidad en el comportamiento humano, inspiraron a
muchos de los poetas e intelectuales de los años de lucha por la Indepen-
dencia. Fueron los años en los que, con el conocimiento de las novedades
literarias extranjeras, el poeta indio inició la experimentación en los mis-
terios del sonido y el símbolo en la creación de las imágenes y en la orna-
mentación poética, lo que lo puso en el camino de una reacción contra el
romanticismo y de la asunción de una mayor libertad para experimentar
en las innovaciones métricas y temáticas. Su fuente de inspiración fue la
vida común, la experiencia popular y las cosas cotidianas de su entorno.
La década de los cuarenta marca el primer paso para la aplicación seria
del marxismo en la literatura. La atractiva filosofía se inicia bajo la forma
de una rebelión contra el tagorismo. El poeta, tanto como el novelista,
toma conciencia de su responsabilidad como reformista social y protago-
nista de su tiempo. Los poetas, influidos por las ideologías de izquierdas,
levantaron sus voces contra la mentalidad burguesa de Tagore y sus segui-
dores. Los ideales marxistas eran los nuevos argumentos, y el deseo de
crear una nueva sociedad para dar más cabida a los oprimidos, junto con
la ansiedad de lograr la independencia, trajo a la poesía una tendencia a
la politización de sus versos, rompiendo las tradiciones de construcción
métrica. El esteticismo fue sacrificado por el eslogan político, y apareció
el «progresismo», o poesía que abarcaba la ideología del conflicto entre
clases.
Los años de pre y postindependencia se han caracterizado por una rea-
nimación de la tendencia nacionalista-cultural en la que el tema y el conte-
nido alcanzaron una importancia mayor que la forma y la estructura. Pero
este entusiasmo, que vino a colmar los sueños de los escritores a causa
de la realización de un sueño dorado —la Independencia— y significó la
simbolización de la emancipación espiritual, no pudo durar mucho, ya que
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pronto se vio sumergido en los problemas y frustraciones de la realidad co-
tidiana. El poeta se encontró solo, y esta soledad, agudizada por la filosofía
del existencialismo, hizo perder a la poesía una dirección singular.
Llega el neoexperimentalismo y aumenta la importancia de la psicolo-
gía introspectiva del hombre y la búsqueda de la verdad en cuanto al reino
del estado inconsciente del ser humano.
Una vez experimentada la técnica moderna y revolucionaria del irra-
cionalismo, en la cual las palabras no reflejaban el simbolismo anterior,
sino que se referían a las asociaciones irreflexivas, provocando emociones
inesperadas y mayor esfuerzo por parte de los lectores, tuvo un éxito
instantáneo la recuperación del legado de movimientos occidentales. Da-
daísmo, surrealismo, irracionalismo, Freud, Eliot y Sartre tuvieron una
acogida excelente en los poetas del bengalí, el hindi, el tamil o el maratí, y
señalaron también la aparición específica de un nuevo grupo de escritores
que, recogiendo más específicamente el legado de la literatura inglesa en
su obra, utilizaron el inglés como lengua de sus creaciones. Esto, por su
presencia posterior a nivel internacional, tuvo consecuencias conflictivas
en cuanto a la cuestión de la identidad auténtica de la literatura india,
específicamente en el género narrativo.
En cuanto a la forma y la técnica de expresión, no hay mucha diferen-
cia con la experimentada en Occidente: la poesía lírica, con sus variantes
como la oda, la elegía, el soneto y el verso libre se han infiltrado en la
poesía india. Las formas poéticas ya existentes eran las del sánscrito (del
más antiguo grupo lingüístico indo-ario), o sea la mahakavya, forma de
los grandes libros sagrados como el Ramayana o el Mahabharata), la khand-
kavya (redacción literaria narrativa en composiciones cortas), el muktat
(estilo libre), el katha (narración en prosa) y la akhyayika (cuentos líricos),
junto a otras, como las formas de apabhramsa (del grupo indo-ario me-
diano terciario), la charti-kavya (descripción de un personaje en versos),
la premgatha (romance), la rasa (el sentimiento lírico literario), y la pada
(estrófica), existentes en todas las regiones lingüísticas. Las formas de
estructuración poética separada en espacios de dos versos (doha) o cuatro
versos (chaupahi) también se han mantenido desde la Antigüedad hasta
nuestros días.
Por otra parte, la tradición oral, especie poética de trasmisión intem-
poral, supone un legado importantísimo respecto de creencias, leyendas,
fábulas y temores, que forman un corpus de vida trasmitido a través de
la educación a generaciones sucesivas. La exquisita riqueza de sus imáge-
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nes, ambiente y legado histórico forma parte del ser y de la conciencia
del pueblo. Los bardos y los peregrinos transitaban a través de ciudades
y pueblos, recitando himnos y homilías. En la penetrante escena poética
de la India esta tradición persiste hoy en numerosas áreas. Los festivales
de poesía agrupan a menudo a miles de personas que escuchan, al aire
libre, a los poetas y recitadores durante horas con una atención y un gozo
no exentos de elementos mágicos y sacralizados. Otro elemento impor-
tante en la tradición poética está relacionado con la herencia religiosa. Se
ha dicho a menudo que el poeta «es una parte de Dios». Dios manda a
sus profetas bajo la forma de poetas. En esta hermosa tradición poética,
tan apartada de los aspectos teológicos de la religión, ¿cómo olvidar los
himnos religiosos, frecuentemente rimados, que se cantan o rezan cons-
tantemente durante el día o la noche en rituales y ceremonias conectadas
con el nacimiento, el matrimonio y la muerte? Muchas de las epopeyas
religiosas eran obras de gran sublimidad poética. A menudo se basaban
en la tradición musical de las ragas. La amplia gama de sentimientos que
evocaban se relacionaban con los nueve rasas, comenzando con alegría la
trascendental experiencia de la comunión con lo divino.
Como ya hemos comentado, otro rasgo notable de la tradición poéti-
ca, que aún se conserva, son los recitales públicos, por los que se consi-
dera al poeta como un elemento importante en la estructura social de las
aldeas rurales. En dicha estructura, los cantantes, artesanos versificadores
y artistas han tenido acceso a la vida económica y social del entorno y han
sido mantenidos por ella.
Particularmente en el oeste, las mushairas y los kavi darbars congregan
a miles de seguidores de los poetas y recitadores más conocidos a nivel
popular, que, situados sobre una plataforma elevada, reciben los gritos y
aplausos del público enfervorizado que corea frecuentemente sus com-
posiciones. Otra variante popular asiática de la poesía es la shayeri, escrita
y recitada públicamente, en la que hay una mezcla de expresiones en
lenguas como el hindi, el urdu, el farsi, el turco y el sánscrito, con temas
de amor, vida social, sátira política, filosofía humana, etcétera. Por otra
parte, la riqueza del paisaje y del propio discurso vital pareciera que nos
dictaran la máxima de que uno no tiene otra opción en la India más que
la de ser poeta. Este sentido de la tradición mueve a los grandes poetas
contemporáneos en una constante de avance y retroceso en el tiempo y en
el espacio. Siguiendo a Eliot, diremos que «ningún poeta, ningún artista
tiene significado completo en soledad. Su valoración, su apreciación nace
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de su relación con los ya muertos. Debe comparársele por contraste con
todos ellos», aunque bien es verdad que ninguno de los grandes poetas
universales está muerto, sino que permanece vivo a través de su obra.
La aportación de los últimos renovadores en la expresión literaria al-
canza una variedad riquísima en la poesía, desde la creación de nuevas
imágenes hasta la innovación métrica. La búsqueda de la originalidad ha
sido propósito fundamental en este siglo. En este sentido, dos etapas han
sido sobresalientes. Una, la de Tagore y su época, y otra, la reacción contra
él o el postagorismo de posguerra. De la rima y la ritmificación de versos
surge la preocupación por la simple armonía. Basta, para el poeta de hoy,
la comunicación pura entre su pensamiento y su expresión sin obedecer
rígidamente ningún principio. La nueva poesía en la India ha roto un
estilismo muy geometrizado, revistiendo la expresión poética con nuevas
dimensiones, sin olvidar lo fundamental de sus tradiciones ancestrales.
Como ya señalamos, es prácticamente imposible realizar un análisis
exhaustivo de la evolución en todas las lenguas nacionales de la India, por
lo que vamos a continuar esta presentación con el estudio de los carac-
teres y figuras más destacadas de la poesía en las dos lenguas de mayor
difusión: el hindi y el bengalí, así como en inglés. Este último constituye
un caso especial de la literatura india que, por supuesto, se ha arraigado
firmemente hoy no sólo en la India, sino en todo el mundo anglosajón.
Además son estas tres las lenguas indias en que el presente autor tiene
razonable dominio como para haber podido consultar los escritos origina-
les. Recalquemos también que en el presente ensayo el periodo cubierto
no abarca los temas y modalidades de las generaciones más recientes,
aunque aclaremos cómo en el desarrollo de las últimas corrientes es no-
table el fenómeno de la coexistencia de una continuidad de la tendencias
individualizadoras anterior a la neoexperimentación, sin rupturas bruscas
con el surgimiento de voces más directas de contenido social asociadas a
las injusticias y opresiones locales y globales.
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del siglo xx, la lengua tradicional para cualquier tipo de creación literaria
era el braj bhasha, la forma que prevalecía en la región de Agra-Mathura.
Por su posición central, que ocupa más de la mitad del territorio del país,
y por ser, hasta cierto punto, el idioma común de la clase no privilegiada,
el hindi ha sido el portador de la emoción, la protesta y las aspiraciones de
la sociedad oprimida durante los reinos musulmanes y el dominio inglés.
Con el bengalí, el hindi ha servido como el vehículo más importante para
trasmitir el sentimiento nacionalista del pueblo en cuanto a sus deseos de
alcanzar la libertad política y su emancipación social y económica.
Los investigadores están de acuerdo en que la lengua hindi sirvió de
vehículo en la Antigüedad y en la Edad Media para las figuras que trasmi-
tieron individualmente el pensamiento hindú. Sin embargo, este carácter
individualista no se muestra muy claro en la literatura hindi que surge en
el siglo xix con la apertura de las ideas occidentales sobre la personalidad
individual del artista y su papel en la ejecución del arte.
La edad moderna en la literatura hindi se inicia con Bharatendu Ha-
rishchand (1850). Él y sus sucesores inmediatos, Mahavir Prashad Divedi
y Prem Chand, consolidaron sus fundamentos. Alrededor de este núcleo
crece un círculo grande en el que el khari-boli (o sea la variedad o dialecto
más preferido del lenguaje estándar hindi/hindustaní) tuvo que luchar
para establecerse como medio de expresión junto al idioma de las cortes
reales (urdu) y el más culto (sánscrito). Pero sus ventajas, al ser el idioma
de la gente común, le hicieron alcanzar un alto grado de popularidad y
difusión que le ayudaron también en su sistematización. El contacto del
hindi con el inglés desde principios de ese siglo, y a través de éste con la
literatura rusa y francesa, sirve a sus poetas para conocer la obra de los
victorianos y los líricos románticos. El poeta tuvo cierta proclividad hacia
la poesía narrativa, influido también por Pope y Milton.
Aunque en el tiempo de Bharatendu existían poetas con métodos tra-
dicionales y temas eternos (amorosos y devocionales), fue en esa época
cuando la poesía sufrió un cambio en su estilo y significado. Vino a preva-
lecer una nueva conciencia social y nacional que fue endureciéndose con
el tiempo, y durante las generaciones en las que Mahavirprashad Dwivedi
fue el maestro surgieron poetas reformistas, quienes propagaron ideas de
corte social y de resurgimiento nacional. Su lenguaje era lúcido y claro,
aunque faltaban belleza y encanto en sus expresiones. También existían
poetas de espíritu libre y filosofía propia. Shiridhar Pathak, Ram Naresh
Tripathi y muchos otros se preocuparon de temas románticos volcados
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hacia la naturaleza, las libres expresiones de amor y las ideas sobre la vida
impregnadas de ingenuidad y naturalismo.
La exigencia de la vida sociopolítica trajo una ola de frustración y
confusión entre los poetas durante la Primera Guerra Mundial y los años
posteriores. El poeta fue buscando su propia sensibilidad e individuali-
dad, y ello se consolida como eje central de la poesía. La autoidea del
poeta como un creador y su preocupación por los seres le dio un quehacer
nuevo y su expresión se ajusta a ese reto. Este nuevo periodo, conocido
como Chayavad, obtiene su inspiración de la situación cultural y nacional
y en su foco tenía un teísmo vital.
La filosofía introvertida de este movimiento subjetivo, que tuvo su
origen en el individualismo, se cataliza como un grito de protesta y deses-
peración que reaccionaba contra el formalismo y el didactismo imperante
en la estructura feudal del país. La creación que el poeta solía expresar
por medio de símbolos —porque la expresión libre de los sentimientos se
encontraba bajo la férrea censura de los ingleses— dio luz a nuevos idea-
les de belleza y a una naturaleza en plenitud, sin demasiada preocupación
por el destino final del hombre. Se desarrollaron nuevas técnicas literarias
y las figuras espirituales de esta época ejercieron una notable influencia
con sus pensamientos sobre los escritores.
Entre los más notables citamos a Maithilisharan Gupta, nacido en
1886, que sirve de puente de transición entre la época anterior y el mo-
dernismo. Su fidelidad a la tradición y al tiempo su aceptación de la ne-
cesidad de hacer nuevos experimentos originales le hizo acreedor al título
de Poeta Nacional. En sus poemas consigue con éxito delinear las relacio-
nes humanas con una perspectiva de cultura nacional.
Jaishankar Prashad, nacido en 1889, fue otra de las figuras del Cha-
yavad que, en su célebre obra Kamayani, pinta, con técnica alegórica y en
forma de lore antiguo, el desarrollo emocional e intelectual del hombre, lo
que le otorgó una posición preeminente en el mundo literario.
Otros miembros importantes del grupo fueron Suryakant Tripathi, nira-
la nacido en 1896, y Sumitranandan Pant, nacido en 1900. La preocupación
por utilizar la expresión más certera, la percepción del elemento musical
y la espontaneidad de las ideas creadoras de belleza ante el esplendor de
la vida son notas de la nueva sensibilidad de estos poetas. Entre los que
ayudaron al despertar de la cultura nacional y sirvieron de nexo entre
la modernidad y la tradición debemos incluir los nombres de Dinkar y
Subhadra Kumari Chauhan. Estos poetas, trazando inicialmente las pau-
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tas del Chayavad, se disgregaron en varias direcciones, sobrepasando los
límites de este movimiento y convirtiéndose en los líderes de la poesía
del siglo xx.
Otro movimiento que se empieza a gestar en la década de 1920 y
que se concreta sólidamente más tarde es el conocido como Pragativad,
el progresismo indio. Fue una reacción contra la posición esteticista del
Chayavad, con una clara proclividad hacia la búsqueda y la expresión de lo
feo, mísero y brutal en la naturaleza, y una fuerte simpatía hacia la clase
social oprimida, interesándose por sus problemas y sufrimientos. Muchos
de los poetas del Chayavad empezaron también a sentir esta nueva con-
ciencia y modificaron sus conceptos poéticos, incidiendo en los anhelos
de emancipación del hombre. El Pragativad, al tener un amplio atractivo
entre el pueblo, se extendió con rapidez influido por las ideas marxistas,
que, sobre todo en la novela, alcanzaron gran importancia en las obras.
Sumitranandan Pant, uno de los poetas seguidores del Chayavad, glosó
la filosofía socialista de la vida en su obra posterior, al igual que los poe-
tas del grupo. Junto a ellos, los jóvenes izquierdistas trataron de utilizar
la literatura como panfleto político y condicionaron en cierto modo su
desarrollo teórico. Su rápida expansión por todas las regiones propició
también la de otras ideas como las de sacrificio, no violencia y sencillez
del gandhismo, que, aunque fueron esencialmente criterios morales indi-
viduales, tuvieron influencia sobre los poetas.
No podemos terminar este comentario sobre ambos movimientos sin
hacer mención de Shivmangal Singh Suman, nacido en 1916, cuya aporta-
ción en la poesía otorgó una nueva dimensión al tratamiento de los temas
satíricos y de humor, así como de Bachchan, nacido en 1907, un poeta
romántico que ha tenido gran popularidad y numerosos seguidores al uti-
lizar el lenguaje cotidiano con gran frescura. Girija Kumar Mathur, nacido
en 1917, fue un lírico romántico que experimentó con formas y técni-
cas cuyas innovaciones posteriores fueron conocidas con el nombre de
Nueva Poesía. Estos movimientos siguieron teniendo vigencia en la época
posterior, junto a las nuevas formas de expresión surgidas en la época de
transición de la posguerra y en la aparición posterior del experimenta-
lismo, aunque es evidente el cambio profundo hacia una nueva sensibili-
dad. Durante los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial
surgió una conciencia literaria que puso de relieve la importancia del ser
humano como individuo y la evolución de los valores que le rodeaban. Era
un conflicto vasto, y el impacto del enfrentamiento con Occidente forzó
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la búsqueda de una fórmula que abarcara la espiritualidad y la revivifica-
ción de aquellos años.
La nueva poesía en hindi se apuntaló con el reconocimiento de la
posición del hombre, sus límites y su insignificancia. Esa Nueva Poesía
en la edad contemporánea se basa en el hecho de que el poeta se ha dado
cuenta de la posibilidad de verse subyugado por la personalidad y los
valores del hombre en el contexto de su propio tiempo. Esta conciencia
de la realidad de las condiciones humanas hizo que surgiese el esfuerzo
para proyectar lo más común, lo más elemental, lo que constituye la ver-
dad para el entendimiento del poeta. Este nuevo movimiento se conoce
como Prayogvad, o experimentalismo. En el fondo, es una preocupación
estética, una búsqueda de valores y un examen de sus fuentes y sus resul-
tados. Respecto a la forma y la técnica, la perspectiva ha sido muy abierta
a las exigencias de su tiempo en cuanto a la simplificación del lenguaje.
Claro está que se sigue experimentando con el simbolismo y con asocia-
ciones de imágenes racionales e irracionales, no sólo en hindi, sino en
otros idiomas nacionales. Aunque la rima aún sigue atrayendo a los poe-
tas y se nota en los modernistas una tendencia a poner más énfasis en el
ritmo musical de las palabras, se palpa una mayor libertad y una ausencia
de forma explícita a las que se acogen la mayoría. No obstante, no toda
la producción poética en hindi es experimentalista, ya que siguen coe-
xistiendo las ideas de los dos movimientos anteriores y todas ellas se en-
caminan hacia una síntesis. Algunos poetas que no pertenecen a ninguna
escuela específica, pero cuyas tendencias experimentalistas son signifi-
cativas, son Shamsher Bahadur Singh, nacido en 1911, y Bhavaniprasad
Mishra, nacido en 1914. El primero investiga sobre nuevas formas en
poemas extranjeros y se deja notar en sus obras la influencia del haikú
japonés y de la poesía visual. El segundo ha contribuido al modernismo
con su libertad de expresión y su uso de vocablos usuales. Tal es el caso
también del poeta Naresh Mehta, que consideró en su obra cómo el ser
humano puede transformarse en el centro de la experiencia poética y
que tuvo una gran aproximación keatsiana a la naturaleza, aunque es de
extrañar que su poética no haya influido más notoriamente en la obra de
las generaciones posteriores, como sí ha sucedido con el también consa-
grado Dharamvir Bharati, nacido en 1926, con una amplia influencia en
todos los medios literarios.
Dos revistas literarias establecidas en esa época captan bien las ten-
dencias y cambios y debates suscitados en el pensamiento poético en hin-
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di. Las revistas Rupabh (1938) y Tarsaptak (1943), de tendencias román-
tico-experimentalista una y progresista-experimentalista la otra, son una
buena muestra de las transformaciones en las experiencias y metáforas
fundamentales que se producen en la poesía hindi. Resaltan qué difícil
resultaba separar los bordes de esas corrientes como para ver una en
oposición a la otra, con la ejemplificación de los escritos y textos de los
poetas destacados. Haciendo una valiosa recapitulación de esa realidad, el
estudioso y crítico Permanand Srivastava (1936-2013), en su compilación
Saamkalin hindi kavita (La poesía contemporánea en hindi), nos ofrece una
buena valoración del fenómeno en sus diversas dimensiones.
Asimismo, recogiendo algunas de las reflexiones sobre la poesía en
hindi manifestadas por uno de sus poetas, Raghuvir Sahay, diríamos que
la importancia del hindi en la guerra de la Independencia de la India fue
muy grande como vínculo de comunicación. A nivel literario, el propio
Tagore lo reflejó en bengalí, y luego Zenobia Camprubí lo pasaría al cas-
tellano desde las traducciones inglesas de Tagore. Después de la Indepen-
dencia su importancia es menor, ya que se circunscribe a la región donde
se habla y a ser el idioma oficial del gobierno, lo que potencia la expresión
en el resto de lenguas que antes traducían sus obras literarias al hindi.
Existe, para Sahay, una nueva visión entre los poetas, preocupados hoy
por el realismo más que sus maestros. Tradicionalmente, el poeta en hindi
había sido un soñador romántico, que se aproximaba a la naturaleza, y los
actuales han realizado una síntesis con el pensamiento, la esencia espiri-
tual de la vida, el significado de la humanidad y una actitud de bendición
hacia todo lo existente, que se puede nombrar como indianidad. Después
de la independencia del país (1947), sobrevino un contacto más estrecho
con la realidad y con la poesía social que, al impregnar la obra poética, la
dota de un nuevo significado poético político. En hindi, el poeta se vincu-
la más con la realidad que con la ideología y huye de esa limitación de ex-
presión que la ideología crea en el escritor. Su perspectiva es más racional,
lógica y coherente socialmente que la de la generación anterior y conecta
estrechamente con la participación del idioma en los actos sociales.
Para finalizar, subrayaremos que casi todos los poetas que han protago-
nizado los movimientos mencionados saltaron sus propios marcos, y con
los jóvenes que aparecieron en el camino han ido construyendo la evolu-
ción de la poesía en hindi. La búsqueda de nuevos estilos es una constante
en todos los poetas contemporáneos del mundo.
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Poesía escrita en inglés
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Mucho se ha escrito ya desde los años de la independencia de la In-
dia y el inglés ha perdido su carácter peyorativo para formar parte de la
vida diaria del país. De igual manera la poesía en inglés refleja la esencia
de la experiencia vital contemporánea. Otro fenómeno destacable es la
aparición de importantes poetas bilingües. Dilip Chitre, por ejemplo, se
ocupaba de ofrecer su producto creativo tanto en inglés como en maratí.
Naturalmente, el hecho de no tener una larga y firme tradición críti-
ca ocasionó que al principio no tuviera un número grande de lectores y
tampoco suficientes salidas editoriales, hasta el punto de que la mayoría
de sus mejores obras fueron autopublicadas. Ese escenario ha cambiado
en cierto modo y, en las últimas décadas, con la creación de sociedades
y talleres poéticos en inglés, han proliferado las publicaciones de varios
poetas que están creando nuevos espacios para sí mismos.
Ello, por otra parte, libera a la poesía escrita en inglés de las cadenas
de las normas tradicionales (lectores, críticos, etcétera) y puede reflejar
en sus obras el complejo panorama de la vida en la India sin sentirse atada
al regionalismo, lo que le ocasiona potencialmente una mayor capacidad
de distribución en todo el país, al utilizar como instrumento un lenguaje
con una gran fuerza de comunicación (el inglés es, con el hindi, la lengua
oficial del gobierno y la administración).
El hecho de no contar con una tradición consolidada y unos movimien-
tos poéticos muy estructurados deja en más libertad a los poetas que escri-
ben en inglés para encontrar su propio camino. La influencia de la poesía
occidental, y en concreto de la inglesa contemporánea (Blake, Eliot, etcé-
tera) es más patente en este grupo de poetas. Su estilo y riqueza conceptual
son más refinados y sus obras tienen numerosos puntos de concomitancia
con las de los poetas europeos. Pero también es cierto que algunos, particu-
larmente los más recientes, han podido liberarse de esa influencia.
Es cierto que en su totalidad, desde la perspectiva y el panorama pa-
nindio, la poesía escrita en inglés sigue conservando todavía ese perfume
de lo extranjero y sus creadores son considerados como poetas que no
tienen difusión y que se leen entre ellos, sin que sus obras alcancen un
reconocimiento popular masivo.
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Poesía escrita en bengalí
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temas era abrumadora. Comenzando como un poeta inspirado en el amor
y en la naturaleza, poco a poco su gran visión metafísica le hizo crear una
dimensión filosófica en la poesía. Su imaginación lo puso en continua
búsqueda de todo lo humano en la Tierra, sus miserias y alegrías, la inti-
midad y la mística del ser y el misterio de su relación con Dios. A través
de su genio literario hizo durante su vida un intento de yuxtaponer lo real
con lo espiritual, y su gran conocimiento de la cultura upanishádica y de
la tradición lírica de los poetas de Occidente dio como resultado la pro-
ducción de una fabulosa obra en todos los géneros literarios.
Aunque Tagore era un poeta de la escuela del arte para el arte, su alma
impaciente se sumergió en todo momento en la profundidad de los pro-
blemas del ser humano. Abundan por eso en su obra temas sociales, ade-
más de la exploración artística del vínculo triangular entre la naturaleza, la
divinidad y lo divino. En cuanto a expresión métrica, Tagore experimenta
con todas las formas ya existentes en los poemas de la Antigüedad y de la
Edad Media. El verso libre de Dutt sufrió una nueva trasformación que le
dio mayor musicalidad y ritmo, impregnando también su prosa poética y
sus canciones.
Como creador de belleza, Tagore se sitúa en la cumbre de la expresión
poética universal. Su delicada sensibilidad y su creación de formas mu-
sicales y nuevos ritmos melódicos son igualmente sorprendentes. Su im-
portancia es mayor todavía si pensamos en el hecho de que él, como poeta
y espectador, convivió con la iniciación de la tendencia más moderna en
la poesía bengalí, influenciada por el marxismo y la justicia social. Tagore,
que siempre daba la bienvenida a los nuevos rumbos, había preparado el
fundamento de esta transición en la revista Sabujpatra (Hojas Verdes), en
1914. En ella introdujo la adopción y el uso extenso de un lenguaje coti-
diano y común en el pueblo.
A través de otra revista, Bharati, la generación de aquella época
tuvo otro instrumento de expresión, en el que destaca Sudhindranath
Dutta, cuya influencia sobre la generación posterior era más profun-
da que la de Tagore. Dutta escogió una forma de expresión poética
dependiente del ritmo lexicográfico y de la sonoridad métrica, con
gran sentido satírico y del humor, y en ella abundan las connotaciones
nacionalistas.
La agitación política en Bengala y la creciente conciencia acerca del
mundo oprimido, junto con el fervor nacionalista, hicieron surgir un
movimiento de jóvenes escritores que se autonombró como Kallol (La
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Corriente Rizada) y que señaló el inevitable nuevo rumbo en temas y téc-
nicas, influido por Freud, Marx y el neomodernismo.
Dentro del marco del grupo Kallol destaca, por su espíritu libre y sus
fuertes convicciones democráticas, Kaji Nazrul Islam. Nazrul se hizo fa-
moso como el poeta del pueblo, porque en todos sus poemas manifestó
oposición a la tiranía y apoyo a una verdadera justicia social. Su habilidad
para expresar los sentimientos del alma en formas muy imaginativas y
poéticas, sin perder nunca la sonoridad y la resonancia de sus versos, es
verdaderamente importante. En dirección paralela, en la Bengala del Este,
Jasimuddin alcanza de igual manera una popularidad muy extensa.
El grupo progresista Kallol tiene como protagonistas grandes figu-
ras como Jibanananda Das, nacido en 1898; Premendra Mitra, en 1904;
Buddhadev Bose, en 1908, y Achintya Sengupta, nacido en 1903. Todos
ellos defendieron la necesidad de rebasar el dominio que Tagore ejercía
sobre toda la expresión poética de la época. Sus discusiones con él fueron
muy duras, y ejercieron también influencia sobre su obra posterior. Sin
embargo, el estilo de Tagore, tan refinado y rico en expresión, ha pervivi-
do universalmente sobre estas tendencias posteriores.
Jibanananda Das, el más renovador, y objeto de controversia de este
nuevo movimiento poético, evolucionó desde la línea más tradicional has-
ta la asunción de las influencias más en boga en Occidente (Eliot, Pound).
Sus poemas tienen voluntariamente un carácter vivo y descarnado, con
temas inspirados en la naturaleza y la realidad circundante. Premendra
Mitra fue un nuevo romántico y, en su mayoría, sus versos son reflexiones
sobre los fracasos de la vida, sobre los oprimidos y la redención humana.
Buddhadev Bose, influenciado en sus primeros años por D. H. Lawrence,
manifestó siempre una imaginación refinada a través de sus temas psico-
lógicos y sus poemas de amor.
Estos poetas, junto a los de las generaciones posteriores, han mani-
festado una clara tendencia hacia el simbolismo del lenguaje, en el que
tanto el escritor como el lector quedan prendidos en la sugerencia. Sin
limitación en cuanto a contenidos, destacan por su originalidad la obra
de Jibanananda Das y la de Bishnu De, impregnadas de fuerte contenido
filosófico y meditación intelectual. Florecen también poetas de tendencia
marxista (muy influidos por la ideología) cuya preocupación fundamental
es la adhesión a la filosofía del arte para la sociedad. Subhash Mukhopad-
hyay es uno de sus más famosos exponentes, aunque posteriormente su
ideología ha experimentado un cambio de rumbo.
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El individualismo y la libertad de temas y estilos preponderantes en
el resto de la poesía en India y en todo el mundo ha influido también a
los poetas de la generación actual, en los que se apunta igualmente una
difuminación de los géneros, con un frecuente uso de la prosa poética en
las composiciones.
En opinión del destacado profesor y poeta Sisir Kumar Das, a grandes
rasgos la poesía contemporánea bengalí se mueve en torno a dos grandes
polos estéticos: la figura de Tagore y la reacción contra Tagore.
Esta última se consolida a partir de 1930, a instancias de las nuevas
circunstancias sociales en Bengala y en el mundo y de la influencia de los
nuevos movimientos literarios (simbolismo, surrealismo). No obstante,
Tagore les va enseñando un nuevo camino de libertad expresiva con sus
poemas en prosa y sus formas métricas en absoluta libertad.
A la muerte de Tagore en 1941, los poetas adoptan una postura más
solidaria, socialmente hablando. Las cambiantes condiciones sociales en
la India y en el mundo, los enfrentamientos entre ideologías (fascismo y
democracia), la formación del partido comunista en la India y los nuevos
brotes imperialistas en Japón les hacen ser más conscientes de esta nueva
realidad y, en consecuencia, de la necesidad de una toma de postura fren-
te a estos problemas. Esta conciencia se decanta hacia posiciones políti-
cas generalmente marxistas o hacia actitudes de solidaridad derivadas de
una obligación moral (ciudadanos del mundo) que impregnan su poesía
de un aura cosmopolita. Esto ya lo había hecho Tagore con su filosofía
panteísta y de firme convicción en un universo moral, de valores, pero
el optimismo tagoriano deja paso ahora a la desilusión, la desconfianza,
la agonía derivada del conocimiento de que el mundo caminaba hacia el
enfrentamiento de una catástrofe. Ellos, como Yeats, asumieron la idea
de que el centro no se sostiene y todo se destruye (poesía de fragmen-
tación).
La independencia de la India en 1947 hizo pagar a Bengala un alto
precio. Su división en dos, motivada por criterios religiosos, en la que
su parte más hermosa (la Bengala Dorada) fue anexionada a Pakistán,
y produjo el éxodo de miles de familias con un efecto traumático en su
cultura, tan importante que sigue vigente hoy, influyó en la temática de
los poetas (la patria dividida, la nostalgia del pasado reciente, el contraste
entre el modo de vida urbano y el rural, el despojamiento en el exilio).
Ello determinó en gran medida la politización de su pensamiento y su
rechazo al arte por el arte.
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Ambas tendencias, la de los modernistas y la de los progresistas o
poetas sociales, se funden después en una nueva vía en la que Tagore si-
gue estando vigente por su tradición humanista y por su importancia, al
ayudar al poeta a descubrir nuevos significados y confiar en el poder del
lenguaje a la hora de emprender nuevos caminos expresivos. Tagore cobra
así una nueva dimensión que representa la totalidad de la sensibilidad
literaria bengalí a mediados del siglo xx. Él sirve como puente entre tra-
dicionalistas y modernistas, y también entre modernistas y progresistas.
La poesía moderna comienza en Tagore y regresa a él. Los poetas poste-
riores más jóvenes mostraron, de manera variada, cierto rechazo a estas
posturas y se adentraron más en la poesía indígena, la lírico-folclórica y
la del Tercer Mundo, sin olvidar el retorno a los clásicos y la influencia
europea y social.
Respecto a la literatura en bengalí de Bangladesh, la diferenciación po-
lítica y religiosa hacía, en las primeras décadas tras la independencia de
aquel país, que su difusión fuera muy escasa. Existía un control importante
de los medios editoriales y de los traductores especializados en la obra de
los poetas de países del Este. Las distancias provenían más de criterios po-
líticos que poéticos. Sin embargo, la comunicación entre las literaturas de
ambas Bengalas se produce al nivel de escritores y de intelectuales, pero no
tanto al nivel de sus lectores de manera directa. Este último fenómeno se ha
transformado bastante con los avances del mundo digital y la internet, así
como por la participación en las ferias y otros eventos en torno al libro y las
expresiones culturales. No cabe duda de que Tagore ha servido también de
nexo de unión entre los diferentes matices de ambos lados.
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Sin embargo, muy especial es el caso de la poesía en urdu, idioma que
borra fronteras entre la India y Pakistán, al igual que el bengalí lo hace
entre la India y Blangladesh. El urdu ha gozado de una riquísima herencia
literaria al ser el idioma de las cortes musulmanas, tanto que ya en el siglo
xiii vivió el famosísimo poeta y creador de zejeles (gajal) Amir Khusrau,
que pudo utilizar con su alta cultura las sutilezas del idioma a medida de
su evolución e interacción con otros idiomas como el sánscrito, el hindus-
taní (mezcla de hindi y dialectos de Brajabhasha) y el telugu, así como con
el árabe, el turco y el persa. La poesía en urdu hoy ha evolucionado desde
la tradición persa, produciendo sus grandes poetas durante el motín de
1857 contra los ingleses —Ghalib y posteriormente Iqbal son sus máxi-
mos representantes. El último, influido por la introducción del inglés,
tomó muchas libertades en cuanto a las formas simétricas rigurosas de la
tradición clásica, produciendo en nuestra época una verdadera oleada del
verso libre exento de rima. Esto rompió con las formas populares como
el ghazal (zejel), qaseeda (casida), mathnavi (cantares de gesta) y marthia
(elegía), aunque éstos se siguen utilizando en los festivales de poesía que
gozan del reconocimiento popular, en los que la musicalidad del verso y
la rima tienen suma importancia para su perpetuación por medio de la
tradición oral.
Volviendo al panorama poético en su totalidad, en otros idiomas los
poetas de las últimas generaciones afrontan la conciencia de su respon-
sabilidad social junto con la búsqueda de una creación literaria original.
La poesía de las últimas décadas ha sido multidimensional y hay una rea-
parición del romanticismo, en síntesis con el realismo social. Los poetas
exigen y enfatizan su libertad en cuanto a la expresión de su emoción y las
técnicas modernas tienen estilísticamente una gran aplicación. El lenguaje
sintético y el simbolismo y la sorpresa tienen una aceptación general, aun-
que siguen existiendo poetas con utilización de recursos medievalistas en
temas y formas antiguas. Al mismo tiempo, los poetas indios que escriben
en inglés han aportado al panorama poético la revelación de un profundo
tratamiento intelectual basado en la filosofía occidental e impregnado de
la mística orientalista.
Otro hecho que ha influido en la evolución poética ha sido el incre-
mento de las traducciones de poesía escrita en los diferentes idiomas al
inglés, lo que ha permitido una mayor difusión de las obras de poetas co-
nocidos hasta hoy sólo en su ámbito lingüístico, y una mayor reflexión so-
bre la vida y la obra del poeta en las distintas regiones en la India. En esta
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época de complicados problemas políticos, sociales, raciales y religiosos,
el poeta siente una grave preocupación acerca de su posición como artista
y acerca de la dimensión de su actividad literaria. Para muchos de ellos, la
expectación que supuso la independencia de la India y su consolidación
como una cultura autóctona e independiente ha dado paso al desencanto
ante las convulsiones de un inmenso territorio inmerso en la problemá-
tica del Tercer Mundo. Los enfrentamientos religiosos, con la tremenda
secuela del terrorismo; los desequilibrios sociales, la contradicción entre
los valores clásicos y la modernidad, y, en general, todos los aspectos de-
rivados de la evolución de este inmenso semicontinente, planean sobre
la vida y la obra de los poetas que siguen luchando en la búsqueda de la
armonía entre el intimismo y la experiencia exterior. Hay un esfuerzo
constante y consciente de lograr una síntesis entre el mundo interno de
imaginación creativa y el ambiente contemporáneo l
Bibliografía breve
—Amiya Dev y S. K. Das, Comparative Literature Theory and Practice, Allied Publishers,
Nueva Delhi, 1989.
—Sujit Mukherjee, Towards a Literary History of India, Indian Institute of Advanced Stu-
dy, Shimla, 1975.
—K. M. George (ed.), Contemporary Indian Literature, Sahitya Akademi / Macmillan In-
dia Ltd., 1984.
—Ashok Kumar Mitra, Adhunik Bangla Kabitar Ruprekha, Dey’s Publishing, Kolkata,
2013.
—Sisir Kumar Das (ed.), A History of India Literature (1911-1956), Sahitya Akademi,
Nueva Delhi, 1995.
—Parmanand Srivastav (ed.), Samkaleen Hindi Kavita, Sahitya Akademi, Nueva Delhi,
2016.
—Makarand Paranjape, Indian Poetry in English, Macmillan India Ltd., Nueva Delhi,
1993.
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Asad
Zaidi
El poema de la fe
E n est a t ie r r a mu e r t a
la vi d a v o l v e r á.
T o d o n u e s t r o idio ma
vo lverá .
L o s d í a s de e s te v il o r de n p as ar án .
T o d o s le e r án l a o r ac ió n
e s cri t a c o n s an gr e .
El hogar olvidado
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O b i en , c o m o l as mal as .
Pero a b re .
Ac ó g e m e co n u n a r ap ide z qu e me av e r go nza r á .
Q ue d o n d e t e r min e n mis r e c u e r do s
m i m a d re s i g a v iv ie n do .
Q ue d o n d e y o r e bo te c o mo u n a p e l o ta de m i inf a nc ia ,
s o p le un v i e n t o s e c o .
S é un ca st i g o , o h c h o za, c o mo e l qu e mi m a d r e nu nc a m e d io .
E n c a rc éla n o s aqu í p ar a qu e p o damo s v e r d e r e pe nt e e l c ie lo .
T o d o e l m un do s abe
q ue t o d o en A y o dh y a
es i m a g i n a ri o
I m a g i n a ri a
esa m ez q ui t a
q ue f ue d e m o l ida
E sa s i m á g en e s
s ó lo e s t a b a n de s t in adas p ar a
a lg un a p elí c u l a f amo s a
q ue f ue un a
s i e s t a en la t ar de
un a e s p ec i e de s u e ñ o c o n f u s o
o un ro n q ui d o
cuy o rui d o d e s ap ar e c ió
el cruji d o le v e me n t e t r is t e
d e eso s a rc o s
m i en t ra s la s c ú p u l as s e de r r u mbaban l e nt a m e nt e
en un p o c o d e s e n f o c ado bl an c o y n e gr o
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Arun
Kamal
É sta es la hora
Ésta es la hora
Es la hora
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A nsiedad
Temo la noche.
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Anupam
Singh
Viudas de mi pueblo
Las viudas son baldes vacíos que no pueden llevar agua bendita;
cuando las hijas se van a sus hogares maritales
las madres viudas no pueden bendecirlas.
Las viudas de nuestro pueblo son tan poco propicias como los gatos.
¿Cuándo se convirtieron en viudas las mujeres multicolores?
Ni las viudas ni los gatos lo saben.
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Sí, mi amor tiene sus condiciones
Para merecer mi amor tendrás que verter todas las represas en los
[ríos,
liberar todos los peces de los acuarios,
tendrás que cuidar a los hijos de los pescadores
y descansar en las montañas de noche.
Para merecer mi amor tendrás que llevar todas las cartas perdidas
a sus direcciones correctas,
tendrás que trabajar conmigo en los campos,
estar de pie en la cocina durante largas horas como yo.
Tendrás que ser mi amante y no mi esposo en la cama,
sí, mi amor pone sus condiciones:
no puedes pretender mi amor sin cumplirlas.
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Ignarus scriptus
Subhro Bandopadhyay
Cuántas veces me habré dicho que me tendré que marchar, enfrentando las
palabrotas fuertes, con la arena en la lengua veo hacia el ignarus, en la caja
cerrada de dos sílabas sigo dando vueltas
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enorme del intento rompe los músculos y todo— yo me escondo en el polvo
intensamente anímico, el deseo de escribir el rasguño y la gramática aristócrata
la última vez con las mandíbulas rígidas
Ya no se puede despertar a nadie, todo el mundo está en una fila, los árboles
de la avenida están adornados con utensilios, suena el ruido, la copulación
rutinaria y los deseos carnales quieren llevar un pezón por lo menos hacia
las hojas de caduca, quieren dejar la huella de la uña sobre todos los lugares,
aprendemos a respetar las normas sin preguntas, en la senda de arena se ve un
constructo metálico, sobre el río una barca abandonada; por toda esta imagen
hay un muro, y cae la cera del ignarus sobre él.
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Este poema no tiene sentido hasta que yo salga de este lenguaje, hasta que
se tranquilicen mis inquietudes para salir por un bosque del cuero artificial,
hasta que pueda sembrar la alegría del cigarro —que fumé con miedo en un
chiringuito— en esta carta manuscrita
Sí, hay que dejar las palabras así, claras, porque cuando se levanta el ignarus y
rompe en pedazos la conciencia que tenía hasta ahora, o se aferra a lo áspero
de la arena que quedaba en la lengua rota de un beso denegado o al sonido
repentino de pasos sobre la escalera
De veras hace muchos años que me llegó un cuerpo femenino, hace mucho que
no pude difundir mi lengua con sabor a ajo sobre lo áspero de una vulva —sigo
colocando mi cuerpo peludo en las hojas de fechas que se pierden, lanzo la
pelota metálica de masturbación para que ruede sobre mi cansancio que ni
siquiera ha podido formar completamente
Te trocearé Derrota
con la eficacia de matar a un hijo
como una piedra que destaca
en un valle soleado
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Piensa que se llega así a tu pueblo sin genealogía, hay una tela pálida de
desconfianza, tendida desde hace siglos sobre el camino que cansa —tú les
preguntas ¿desde cuándo están aquí? Antes de saber la respuesta comprendes
que formas parte de ese mismo pueblo, donde un caballero extranjero se quedó
por esta tierra poco navegable por la falta de ganas que llega tras descansar.
Esta falta de genealogía está en tu sangre. La cinta larga, como la tarde, de
pelo de color negro de las mujeres y el hilo pálido de su blusa han creado tus
neuronas bruscas. Antes de crear un argumento te caes dentro de las agallas
del discurso del otro —comprendes que el hombre a quien se le olvidó su nasa
de juncos en esta tierra de arroyos y ríos, es el mismo que sacó el licor fresco
desde el cuerpo velludo de enero— después de eso nada va hacia el mundo de
ganancias y pérdidas en siglos y décadas, tú quisiste llevar al cementerio que
se llama el diccionario los cambios de identidad que dejaron la huella medio
inconscientemente sobre el léxico. Y de esta manera subieron hacia el cielo,
en el ojo del pájaro, muchos pueblos y su falta de genealogía —las puertas
asfixiantemente curiosas de las innumerables ciudades pequeñas— de pronto,
delante los ojos de un hombre adolescente que dormía sobre una senda en el
campo, cada día al mediodía, sin depender de la estación, se levanta el ignarus
asombrando todo el lugar; no se podrá pararlo con la sangre del sacrificio de
animales
Se oye claramente
el ruido de la competencia
y de correr sin parar
de los peces en el agua turbia
de los animales sobre el humus blando
por esa carne
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El resto del mundo está tranquilo
El ignarus inflado irradia calor
tras devorar la historia larga y las palabras perdidas
Suben las mentiras una tras otra
Tienen el encanto de una branquilla
que cae del alimento sobrado de un pájaro cazador
Sobre el río y otros flujos de agua
mentiras intensas
como la primera atracción sexual se llama el amor
la repetición irónicamente errónea de la Historia
Me quedo dentro del aroma de mi cuerpo callado con un placer todo abrasador
de la última parte del invierno, poniendo el mordisco leve y su saliva sobre la
palma del momento, sobre la lengua, sobre la piel placentera de los pezones
—suena un contrabajo armónico— las tardes mezcladas con palomas y las
cúpulas arquitectónicas de la época turca se deslizan —de verdad no queda nada
importante, con las palabras y la sintaxis la zarpa de los suspiros largos del
ignarus rasguña el arena que se llama el tiempo
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¿Qué significa no poder ver? ¿Acaso es el recuerdo de la orilla de un estanque?
Nada crece en los recuerdos, sólo se prolonga la sombra de lo perdido —
un árbol de Kadamba2 y sus posibilidades de florecer impropiamente en la
primavera ¡fueron aplastados por el ignarus!
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La campana
suena en la escuela
para ciegos
Debarati Mitra
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¿Alguna vez viste
tumba inacabada de niño o niña
mirando al cielo llorando en silencio?
En la hendidura de dos cimas solitarias
flores como copos de algodón de pronto se dispersan
a veces, abstractamente, en las montañas.
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La tierra natal
de Meherunnisa
Shukti Roy
Isha jamás tuvo el deseo de ir a aquella aldea llamada Turtuk. Siempre tuvo
la ilusión de visitar Ladakh con su hermano mayor, su cuñada y su sobrina pe-
queña, Jhilmil. Tantas investigaciones sobre este viaje por casi dos años, juntar
el dinero tan meticulosamente y arreglar todo lo necesario para llevarlo a cabo.
A Isha no le gustaba viajar con gente desconocida. Por eso se había negado
totalmente a la opción de ir a Ladakh con un grupo preorganizado por las agen-
cias de viaje, aunque su cuñada, por su parte, tenía miedo de ir a un terreno
tan difícil sólo con su marido Somok, su cuñada Isha y su niña Jhilmil. Pero al
fin se rindieron ante la obstinación fuerte de Isha. Poco antes de la salida, se
convirtieron en un equipo de cinco en vez de cuatro, cuando Rafael, el jefe de
Somok, expresó su deseo de volverse parte del grupo. Había venido a la India
desde un lugar tan lejano como México por dos motivos: para enterarse de
cómo se venden en la India las cosas que fabrica su empresa y para conocer el
país. No era la primera visita de Rafael. La primera vez que él conoció a Somok
Das, el gerente de ventas de su compañía en Calcuta, conoció a Isha. Rafael
quedó muy impresionado por la sabiduría de Isha en el campo de la lengua,
la literatura y la cultura hispánicas. Le gustaban mucho las canciones que Isha
cantaba cuando Somok lo invitó a un programa cultural. Poco a poco creció
una amistad pura entre Rafael e Isha y Rafael expresó el deseo de acompañar
a la familia de Somok a Ladakh durante las vacaciones. Somok y su mujer Rini
aceptaron la propuesta de Rafael con mucho gusto.
En realidad no viajaban totalmente juntos como una familia. Rafael era más
joven que Somok y le gustaban mucho las actividades de aventura. Por eso él
había alquilado una moto para pasear por Ladakh. A veces también iba con
todos para visitar los monasterios budistas. Isha y Rafael ya habían llegado a
ser muy buenos amigos e Isha, con mucho orgullo (como una ciudadana de la
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112
India), le explicaba todo sobre las historias y la arquitectura de aquellos mo-
nasterios muy cuidadosamente, lo que le encantaba. Con mucha ilusión, Isha le
narró el tema de la unidad entre la diversidad de la cultura de la India. Rafael
ya había visto Kerala y Rajasthan, provincias hermosísimas. Después de ver la
belleza del paisaje de Ladakh y la arquitectura imponente de los templos, stupas
y monasterios, Rafael también estaba de acuerdo en que verdaderamente la
India tiene una cultura muy impresionante.
Al cruzar el paso altísimo entre las montañas, llamado Paso Khardung, se
encuentra Hundar, un sitio muy pequeño ubicado cerca del río Shyok, que
emerge desde el glaciar Siachen y pasa por las montañas entre los chopos y los
pinos. Este paisaje parece un hermoso oasis en el desierto frío de la región.
Debido al crecimiento del turismo, el número de gente que viene de otras par-
tes de la India ha superado a la población indígena. Las casas privadas hechas
de piedra y madera se han convertido en alojamientos pequeños para ser al-
quilados a los turistas. También los campesinos pusieron un aviso para alquilar
algunas recámaras de sus casitas propias. La familia de Isha, con su invitado
extranjero, ya se había alojado en una posada donde había sólo tres habitacio-
nes. Después de viajar durante días enteros, disfrutaban las tardes charlando,
discutiendo y cantando. Rafael era un hombre genial. Le gustaban mucho sus
nuevos amigos y la parte de este país que él nunca había visto antes. Somok
también había empezado a charlar con su jefe como si fuera un amigo suyo.
Jhilmil estaba aprendiendo algunas palabras en un español de la vida diaria y se
las dirigía a Rafael, lo que él disfrutaba mucho.
Por la tarde durante la cena Rafael mencionó Turtuk como una aldea peque-
ñita ubicada en la orilla del río Shyok, muy cerca de la frontera con Paquistán.
En la época en que la India y Paquistán habían ganado sus independencias del
reino británico, la aldea Turtuk era una parte de Baltistan, que es una provin-
cia de Paquistán. Pero después de las guerras entre la India y Paquistán en el
año 1971, Turtuk, con tres aldeas más, quedó dentro del dominio de la India.
Actualmente los turistas de Ladakh pueden visitar Turtuk, que todavía muestra
los vestigios de la cultura antigua de Baltistan. Rafael quería ir a Turtuk porque
tenía mucho interés en las civilizaciones antiguas. Pero los demás ya habían
reservado su alojamiento en Panamik, un lugar al lado del río Nubra, que está
situado demasiado lejos de Turtuk. También Isha tenía ganas de visitar Turtuk,
aunque le costaba aceptar que India hubiera invadido la tierra de cualquier otro
país. Finalmente decidieron dividirse. Rafael e Isha alquilarían una moto para ir
a Turtuk y los otros seguirían el plan de visitar Panamik en el coche que habían
alquilado desde Leh. Al día siguiente se encontrarían en la posada de Leh.
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113
A la mañana siguiente, Isha y Rafael despidieron a Somok, Rini y Jhilmil y
salieron para Turtuk en la moto. La autopista pasaba por la orilla del río Shyok.
No se puede ver ningún habitáculo humano, salvo los campamentos militares
rodeados por cerros sin árboles. Las piedras muestran tantos colores increí-
bles, azul y gris y púrpura y verde, mezclados con el color de la tierra. A veces,
al lado del río se pueden ver los pueblos pequeños sembrados de manzanos,
albaricoques, sauces y álamos. Las aldeas están poco pobladas. Los niños con su
uniforme escolar les sonreían agitando sus pequeñas manos.
Rafael detiene la moto frecuentemente para poder sacar fotos. Algunas ve-
ces Isha se lo impide porque no se permite sacar fotos en las zonas cerca de los
campamentos de los soldados. Como Rafael es extranjero, está encantado al ver
la belleza del paisaje. Otras veces se quita los zapatos y sumerge los pies en las
aguas de los manantiales o baja a la arena del río Shyok. Isha se siente ansiosa
por los arrebatos de Rafael, pero en las inmediaciones de la naturaleza empieza
a invadirla un sentimiento dulce y suave hacia su amigo extranjero.
Al fin llegan a Turtuk al mediodía. Al lado de la aldea fluye un manantial
de agua clara y azulada que desemboca en el agua gris del río Shyok. La aldea
entera se estrecha desde la orilla de Shyok por los cerros verdes. Hay unos
alojamientos nuevos cerca del río. Rafael no tiene ganas de alojarse en uno de
estos hoteles. Lo que quiere es conocer todo sobre la aldea y, tanto como sea
posible durante su estancia, saber sobre sus habitantes. Aparcó su moto en el
estacionamiento y se marchó con Isha hacia el puente construido con troncos
de madera sobre el manatial, que corre rápidamente para entrar en la aldea.
Lo que atrajo la atención de Rafael fueron las caras de los aldeanos. Los
habitantes de Turtuk no tienen las característica mongoloides ni son como los
habitantes de Kashmir. Se pueden distinguir sus rasgos casi europeos con las
narices puntiagudas y a veces con los ojos azules y grises. Aunque las caras de
los hombres son bronceadas por el sol tan fuerte, las mejillas son rosadas como
una manzana madura. Rafael e Isha tenían muchas ganas de sacar fotos de los
aldeanos, pero lastimosamente ellos se lo negaron. Casi todas las personas se
cubrieron la cabeza, las mujeres tan hermosas no se habían puesto el burkha o
hizab. Era evidente que no les gustaba la vestimenta de Isha, pantalones vaque-
ros y camiseta. Isha también se sintió incómoda con la presencia de las bellas
con las cabezas cubiertas. Rafael e Isha siguieron subiendo por la senda bajo el
fuerte sol de mediodía, sudando mucho. Cuando a Isha le faltó el aliento para
respirar y le pareció que sus pulmones iban a estallar, vio de repente un letrero
Friendship Café. Sin esperar a Rafael, entró en el sitio rodeado de árboles y
cubierto por un toldo.
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Se sentó sobre un banco hecho con ramitas de árboles. Había algunas mesas
y bancos para los clientes. Los bancos estaban cubiertos por mantas ásperas
hechas con lana local. Los toldos estaban atados a las ramas altas de los alba-
ricoques. Isha no veía a nadie. Lo que pudo oír fue el sonido monótono del
azan. Es claro que los aldeanos han ido a la mezquita para asistir a la oración del
mediodía. Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Hay que subir los cerros de nuevo?
Estaba en esos pensamientos cuando de repente Isha vio a una vieja acercándo-
se. Era evidente que debió de ser bellísima en su juventud. Ahora tiene la piel
arrugada, el pelo blanco y su espalda encorvada como un arco. Sólo brillan sus
ojos verdes con la viveza de la experiencia.
Isha estaba todavía jadeando y sudando profusamente. La vieja llevaba un
vestido bastante flojo y sacó una manzana madura de su bolso, no era total-
mente roja, era una mezcla de verde y rosa. Colocando la manzana frente a Isha
le dijo: «Come, hija mía. Te va a quitar el cansancio y la fatiga». Enseguida se
marchó lentamente hacia su cuarto hecho de piedras.
Isha tomó la manzana y al voltear vio que Rafael había llegado a aquel sitio.
También estaba muy cansado y sudaba mucho. Isha y Rafael compartieron la
manzana y, cuando se la estaban comiendo, llegaron unos aldeanos y el dueño
de la cafetería. Él recibió a Rafael y a Isha con mucha cortesía y con una cesta
llena de albaricoques maduros. Para entonces Rafael e Isha se sentían mejor.
Pidieron el menú porque tenían mucha hambre. El dueño de la cafetería les
preguntó si querían comer comida nacional o deseaban saborear la comida
local. Y entonces empezó la tertulia informal entre ellos. El dueño se presentó
como Sadek. Por generaciones su familia ha vivido en la aldea de Turtuk.
Rafael le preguntó a Sadek con curiosidad si Turtuk había sido ocupado por
el ejército de la India después de la guerra entre la India y Paquistán. De repen-
te se oscureció la cara de Sadek Mian, aunque pudo controlar sus emociones
rápidamente y le respondió:
—¿Ha visto usted el nombre de mi café? Podemos ser una parte de cual-
quier país porque queremos mantener amistad con todos los lugares del
mundo.
—¿Pero por qué el ejercito de la India ha ocupado su aldea particularmen-
te? ¿Hay alguna razón diplomática? —Isha preguntó muy seriamente.
—No lo sabemos —contestó Sadek—, sería mejor preguntar a los diplo-
máticos. Nuestra aldea es muy importante para nosotros y lo que más nos
importa es nuestra cultura. No somos de Cachemira ni de Ladakh. Somos una
población muy antigua. Somos de Baltistan.
—¿Entonces Baltistan y Paquistán son distintos, verdad? —preguntó Isha.
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—Claro que sí —respondió Sadek orgullosamente—, como su país, la In-
dia, Paquistán también es una tierra de muchas variedades culturales.
—Ustedes forman ya parte de la India, ¿verdad? —Isha le preguntó.
—Tiene razón —dijo Sadek, sin discurrir más.
A Rafael el asunto de la India y Paquistán no le importaba nada. Él quería
saber únicamente sobre la civilización antigua de Baltistan. Sadek fue adentro
para pedir la comida para Isha y Rafael. Volvió con su teléfono celular y empe-
zó a mostrar los videos de tantas fiestas de Baltistan. La mayoría de las fiestas
habían tenido lugar en el pueblo de Turtuk, como las carreras de caballos a la
orilla del arenal de Shyok, los bailes con espadas y escudos alrededor del fuego
con la música de bocinas y tambores. Sadek les contó que todos los hombres de
aquel sitio pueden tocar los dos instrumentos musicales que se llaman sanai (la
bocina), daman (el tambor) y un instrumento metálico como los platillos. Pero
no había ni una mujer participando en la fiesta del baile. Es normal en aquellas
regiones. El interés de Rafael aumentaba cada momento. Estaba ansioso por
ver más, escuchar más y aprender al máximo.
Ya está lista la comida. Un platillo con tortillas preparadas de una variante
de trigo local que se llama hiran dana y una mezcla de yogurt y pedacitos de
nueces locales. Sadek les ofreció los albaricoques maduros. La comida era ver-
daderamente muy sabrosa. Isha y Rafael comieron con mucho gusto. Luego
salieron a dar un paseo para ver la aldea con Sadek como su guía. Por las lade-
ras de los cerros se podían ver las cosechas maduras de hiran dana. Los árboles
de albaricoques llenos de las frutas doradas. Abajo de los árboles las aldeanas
estaban cosechando en distintas cestas las frutas secas y frescas. En este sitio se
usa el aceite de albaricoque para cocinar.
Sadek puede comunicarse bien en inglés. Relata la historia local de la aldea
con gran detalle. Nadie sabe que cuando fue construida la mezquita vieja de
la aldea, había un gran pedazo de madera con las grabaciones de los signos sa-
grados del islam, el judaísmo, el hinduismo y el budismo. Lo que les pareció a
Rafael e Isha fue que la gente de aquel tiempo luchó para que su religión domi-
nara sobre las otras religiones. Al lado de la mezquita hay un museo pequeño.
Las aldeanas están preparando la lana con los husos. Con la lana ellas tejen las
mantas gruesas para venderlas en los hoteles nuevos construidos cerca del río
Shyok y para uso diario de los locales. Las mantas no son tan hermosas, pero
sin duda son calientes.
El sol ya había perdido fuerza y se sentía agradable la brisa fría. A Rafael
le parecía que todo el mundo era amigo de Sadek, con quienes presentaba a
Rafael e Isha como sus nuevos amigos extranjeros. De repente se le ocurrió a
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Sadek que Rafael e Isha quisieran ya regresarse. Les mencionó que deberían
salir para llegar sanos y salvos a su destino. Rafael dijo que él tenía ganas de
pasar una noche en Turtuk e Isha lo apoyó. Al saberlo Sadek llamó a su mujer y
le dijo algo en su propia lengua. Enseguida llamó a Rafael a un rincón del café
y le preguntó si Isha era su esposa. Rafael se rio mucho y contestó que Isha no
era su esposa, ni su novia, que eran muy buenos amigos. Por su parte, la mujer
de Sadek hizo la misma pregunta a Isha y recibió la misma respuesta. Entonces
Sadek les dijo a Rafael e Isha que su cafetería no era albergue para pasar la no-
che, pero de todos modos podrían estar con su familia como sus huéspedes. Su
familia estaría muy feliz si ellos pasaran la noche con ellos.
Rafael e Isha aceptaron la invitación con mucha alegría. Sadek les explicó
que su casa estaba ubicada arriba al subir el cerro, que Rafael se quedaría allí y
al lado de la cafetería había una sala cómoda en la que Isha podría dormir. Para
acompañarla, unas mujeres de la familia dormirían en la sala al lado de aquella
sala especial. Al arreglar todo Sadek preguntó a Rafael con una voz misteriosa:
—¿Has visto una carrera de caballos en una noche de luna llena?
—No, nunca —respondió ansiosamente Rafael.
—Entonces hoy mismo por la noche nos vamos a la orilla del Shyok. Lo vas
a recordar toda la vida. Pareciera que los pies de los caballos no tocan la tierra,
tan rápido van, en verdad, tan rápido. Tanta gente va a la carrera para apostar,
¿sabes? Unos regresan como reyes y los otros como mendigos.
Rafael se sintió muy excitado y le dijo:
—Yo también voy a apostar.
—No es posible, amigo mío. No se permite a los huéspedes —Sadek le res-
pondió con una sonrisa suave—, no queremos causar daño a nuestros huéspedes.
—De acuerdo —dijo Rafael—, si no hay alternativa de todos modos quie-
ro tener la experiencia.
Isha también tenía muchas ganas de ir a la carrera, pero no se permiten
mujeres, siguiendo la tradición local de Baltistan.
¿Quién sabe qué hora es? Probablemente Rafael no haya regresado todavía.
Sobre el cielo oscuro estaba la luna llena. Isha había ido a la cama para des-
cansar y dormir. El cansancio de todo el día había cubierto sus parpádos con
el sueño. De repente le pareció que alguien caminaba por la sala. Isha saltó de
la cama. Un lugar desconocido. ¡Quién sabe cómo son los habitantes! Pero,
¿cómo se ha abierto la puerta? Isha recordaba bien que había cerrado antes de
irse a acostar. Tomó el celular que había dejado cerca de su almohada, ¡qué ho-
rror! ¡estaba descargado! Pero no era por falta de energía. La sala entera parecía
estar sumergida en la luz maravillosa de la luna llena. El baño estaba afuera de la
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117
sala a poca distancia. La esposa de Sadek había dejado un bello mantón o chal
para Isha en caso de que ella necesitara ir al baño. Isha sintió un deseo irrepri-
mible de ir afuera de la sala y sentarse bajo la luz de la luna entre las montañas.
Se puso el mantón y se sentó afuera sobre una piedra muy grande.
No veía a nadie caminando como una sombra. Normalmente Isha no es
una mujer temerosa, pero en este sitio, este ambiente y sobre todo a la me-
dianoche… ¿Y si esa sombra fuera un hombre con malas intenciones en vez
de una fantasma? ¿Podría Isha defenderse de él? Isha empezó a andar hacia su
sala cuando una voz muy suave vino a ella flotando por la brisa fría y húmeda
de la luz lunar.
—No tengas miedo, hija mía. Soy Meherunnisa, todo el mundo me llama
Meher Dadi (abuela).
¡Ah, aquella anciana tan linda! Aun en la oscuridad Isha la reconoció. Ella
sonrió en silencio recordando las memorias de su abuela. En sus años maduros
no podía dormir bien. Por eso a veces se pasea por toda la casa descalza. Isha
se sentó sobre la piedra de nuevo cara a cara con la viejecita. La cara arrugada
de la anciana mostró la luz por un lado y por el otro lado estaba cubierta por
la oscuridad misteriosa. Isha y Meher sonrieron mirándose una a la otra. Se
quedaron ahí silenciosas.
Después de un rato, la abuelita Meher le preguntó a Isha:
—¿Quieres ver la carrera de caballos?
¡Qué dice la vieja! ¡La carrera! ¡Ahora! ¡A la medianoche! ¡Quién sabe!
Todo parece ser posible en este mundo mágico y prehistórico. Isha asintió con
la cabeza.
—Ven entonces —dijo la vieja.
Isha la siguió como si estuviera encantada por su magia. Al bajar un poco
se encontaron un asiento de piedra sobre la ladera del cerro. Un considerable
número de personas podrían sentarse allí. La abuelita se lo mostró a Isha y le
preguntó:
—¿Sabes las reglas del polo?
—¿Polo? —pronunció Isha, tartamudeando—, ¿el juego montando los
caballos?
—Sí —confirmó la anciana—, pero el juego es muy difícil aquí. Necesitas
mucha fuerza y mucha inteligencia también, ¿entiendes? Los caballos de aquí
son los más fuertes y los más listos. ¿Sabes de Genghis Khan?
—Sí, fue un conquistador —respondió Isha inmediatamente.
—Él y sus soldados montaban los caballos de aquí, de Baltistan en las gue-
rras.
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—¡Ah! ¿Es verdad? —suspiró Isha como una niña. La historia y la geografía
y todo lo que ella había aprendido antes se desvaneció. La verdad estaba sólo
en las palabras de la anciana flotando a la luz de la luna y en los ojos verdes de
la mujer como dos luciérnagas.
A la distancia, más abajo, brillaban el agua del río y la arena blanca y plateada.
Desde lejos flotaba en el aire el sonido de daman y sanai. El ritmo aumentaba a
cada momento. De repente hubo un silencio total y en un instante aparecieron
siete u ocho caballos. A Isha le pareció que corrían como sombras de fantasmas
sin tocar la tierra con sus cascos. En un instante los caballos desaparecieron en
la curva del río con los jinetes y de nuevo sonaron los instrumentos musicales.
—Mi marido era el jinete más conocido de nuestra localidad —dijo la
abuelita—. Él era el hijo más listo de su papá. Tenía la misma habilidad de
su padre de capturar los caballos en las junglas y entrenarlos. Los caballos sil-
vestres se volvieron tan adaptables como los perros domésticos. Él iba a los
bosques para escoger los caballos de la mejor calidad. Al final los vendía. Nadie
replicó nunca sobre el precio de los caballos entrenados por Mudassar Mian,
mi marido. Sólo el nombre bastaba. Yo era la primera esposa de aquel hombre
tan famoso y con un cuerpo tan sano. Cuando los caballos corrían por la arena
de este río que ves, no había ninguna duda sobre el jinete que iba a conquistar
todo. El caballo que corría como el relámpago y cuyos cascos no tocaban la
tierra era el caballo de mi marido.
—¿Naciste en este pueblo, abuela? —le preguntó Isha.
La anciana suspiró una vez y dijo:
—Sí, este mismo pueblo es mi tierra natal. Mi papá vivía ahí, entre aquellos
cerros. En esta aldea todos los habitantes son parientes de sangre.
—¿Entonces tú no tienes ningún pariente en Paquistán?
—Sí —respondió la anciana—, de mis catorce hijos algunos viven en Pa-
quistán. Sólo es una hora de camino, pero el proceso de cruzar la frontera
es demasiado complicado. Por eso he perdido las ganas de ir allá a visitarlos.
¡Un tiempo muy largo de no verlos! Recibo noticias, por supuesto. ¡Qué pena
el saber que ya murió mi hijo Sami! Pero ¿qué se puede hacer? Lloré días y
noches. El fallecimiento de un hijo es la pena más profunda para una madre.
Mas no hay otro remedio que llorar y orar al Supremo que conceda paz al alma
del muerto. Entonces entendí la verdad absoluta, ¿sabes? La vida es como la
corriente del río. El tiempo repara todo.
—¿Odias a la India? —preguntó Isha a la vieja.
—No —respondió ella casi suspirando—. ¿Sabes por qué? Yo conozco
bien la tierra mía. Mi papá y mi marido, los queridísimos míos, siempre decían
que en este sitio de Baltistan hay tanta gente, tantas sangres mezcladas. Hace
muchos años esta tierra era de los griegos que habían venido con el conquis-
tador Alejandro. Un gran número de sus soldados no se marcharon a su país
cuando regresó él. Se casaron con las mujeres de este lugar y así luego la pobla-
ción llevó la sangre de los griegos en sus venas. Y después vinieron los judíos,
los soldados mongoles de Genghis Khan, y todo el mundo aceptó esta tierra
como su propio lugar. Baltistan no se ha negado a nadie, no ha odiado a nadie.
Mira mis ojos verdes, hija mía. A mi me parece que es posible que yo también
lleve en mis venas la sangre de un general del gran héroe Alejandro.
—Pero, abuela, los otros se habían establecido en este lugar y lo habían
aceptado como su tierra natal; el caso de India es diferente, ¿no?
—No importa, hija —la vieja respondió instantáneamente—. Cuando era
pequeña los mayores de la familia hablaban sobre la lucha por la Independen-
cia. Nos sentimos orgullosos de ser una parte del gran país, la India, y nuestros
padres tenían la ilusión de la independencia del Reino Británico. Los adultos
discutían sobre los sacrificios de las personas que luchaban en la guerra de in-
dependencia en Karachi o Bombay o en otros sitios lejanos y desconocidos. El
año de mi boda ocurrió la Independencia. Los adultos nos enseñaron desde en-
tonces que somos ciudadanos de Paquistán y que la India es nuestro enemigo.
¿Quién sabe por qué? Durante los días de las elecciones, íbamos juntos a votar
siguiendo la orden del jefe de la aldea. Las alegrías y tristezas pequeñas de la
vida diaria eran todo para nosostros. Sí, había guerra entre la India y Paquistán.
Los machos del pueblo expresaban su enfado y odio por unos días y después
seguía la vida como siempre. Yo di a luz a catorce hijos. Entre ellos diez eran
varones. ¡Qué honor! En la familia todo el mundo me trataba como una reina.
—¡Catorce partos! ¡Dios mío! —exclamó Isha y cambiando de tema pre-
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guntó otra vez—: Abuela, ¿tú eras la única mujer de tu marido?
—No —se rio la abuela sin dientes—. Tenía sólo una mujer más. Éramos
dos. La otra era mi prima. Casi diez años menor que yo. ¡Lástima que ella era
yerma. No pudo dar a luz ni un hijo. ¡Tantas oraciones en tantos lugares! Pero
no ocurrió nada. Es verdad que ella era una buena mujer. Quería mucho a mis
hijos. Después de cada parto era ella quien cuidaba a mis niños. Mis hijos tam-
bién querían y respetaban mucho a su madrastra.
—¿No peleaban ustedes? —Isha preguntó con mucha curiosidad.
—Sí, a veces sí. Yo era mayor que ella y a veces le pegaba en los momentos
de rabía. Pero eso es todo. No nos odiamos una a la otra. Éramos cordiales.
El año 1971 nos trajo muy mal tiempo, particularmente para mí fue lo peor.
De repente vino la noticia por la radio de que había empezado una guerra más
entre la India y Paquistán. Los jóvenes salían a decir que esta vez Paquistán iba
a vencer totalmente a la India. Antes también habíamos tenido guerras. Mi hija
Ashrafi nació durante las guerras, ¿quién recuerda en qué año? Luego terminó
la guerra como algo normal. Sólo mi esposo se quedaba triste por algunos días
porque la India había vencido a Paquistán. No obstante, las cosas no parecían
ir bien. Los ejércitos, primero el de Paquistán y luego el de la India, marchaban
por nuestra aldea de vez en cuando. ¡Alá! ¡Qué sonido de fusilamiento! ¡Qué
fuego de las bombas! Como si rompieran las montañas. No podía cerrar los
ojos, tanto terror tenía. Mi marido entonces había ido entre los bosques
para capturar caballos. Durante esos días no teníamos noticias de él ni de
sus compañeros. Al fin llegaron las noticias. Ese mismo día supimos que mi
marido, Mudassar, y cuatro de sus compañeros habían muerto por una ex-
plosión terrible entre las junglas. ¿La bomba era de los soldados de la India
o de los ejércitos de Paquistán? ¿Quién lo sabe? También supimos que desde
entonces nuestra aldea Turtuk, junto con dos más, Taksi y Feng, habían sido
incluidas en la tierra de la India. Otra vez la India había vencido a Paquistán.
Todo el mundo ardía de rabia, de dolor y de luto. Pero ¿qué se puede hacer?
No teníamos la fuerza mínima para hacer algo. Lo que podíamos era soportar
tiempos peores y lo hicimos. En unos días la aldea entera se quedó vacía. La
mayoría de la gente se fue a Paquistán. Ellos no aceptaron a la India como su
país. De mis hijos, los mayores salieron para Paquistán y los menores per-
manecieron aquí. Al crecer en este lugar poco a poco aceptaron a la India
como su país. La aldea empezó a poblarse de nuevo. Mis dos hijas se habían
casado al otro lado de la frontera. La tercera murió por la fiebre en sólo tres
días. La menor se casó en Leh y está bien. Finalmente de nuestra familia sólo
quedaron aquí unas cuantas personas y los demás vinieron de Cachemira, de
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121
Ladakh y quién sabe de dónde para establecerse en esta aldea. En esta sala yo
me quedaba con Munira. Munira no quería salir a ninguna parte sin mí. Y yo
no quería dejar mi aldea, mi tierra natal.
—¿Y Sadek es tu pariente? —Isha le preguntó a Meher.
—Mi nieto —contestó la anciana con mucho cariño en su voz—, su papá
se trasladó a Cachemira poco después de la Guerra de 1971. Ahí se casó con
una mujer bellísima. En Cachemira abrió un restaurante de comida típica de
Cachemira y también de Baltistan. Ganaba bastante dinero. Venía aquí durante
Naoroz (el año nuevo de la gente de Baltistan) con muchos regalos para cada
miembro de la familia. Luego, se precipitaron las tensiones políticas después
de la guerra de Karguil y mi hijo se fue a Paquistán para siempre. Sadek regresó
aquí con su familia sólo para cuidarme.
—¿Por qué no quieres irte a Paquistán, abuelita? Allá viven todos tus hijos
—dijo Isha.
—No, hijita mía, contestó la vieja, somos sólo una parte de la multitud.
Sólo una entre millones. Mi propia identidad es mi tierra, mi aldea. ¡Ven, hija,
mira la fuente brillando bajo la luz de la luna! Así brillaba la fuente cuando era
una chica. Lavaba yo la ropa en esta fuente desde la niñez. Hace tantos años
que solía ver la carrera de los caballos a la orilla del río. Mi marido después
de ganar la carrera me besaba con todo su corazón y me amaba tanto. ¿Ves el
viejo árbol de nueces? Cada año ahí solíamos colgar una hamaca nueva para los
recién nacidos. Esta aldea es mi vida, hijita, mi alma, mi corazón. No importa
qué país gobierna esta tierra, sobre qué mapa fluye este río, este manantial. Mi
nieto Sadek sabe mucho sobre tantas cosas, yo puedo entender todo lo que él
me relata. Tuve la triste suerte de enterrar a mi prima, mi amiga y mi compa-
ñera Munira en esta tierra el invierno pasado. Lo que yo quiero es hacerme una
parte de esta tierra después de morir. Quisiera confiarte una cosa muy secreta,
hija mía, esta tierra de Turtuk no es de nadie. Ni de los gobiernos, ni de los
ejércitos, ni de los negocios, ni de los extranjeros que vienen aquí cada año sólo
para divertirse, ni de la India, ni de Paquistán. Esta tierra pertenece sólo a los
que la aman, que la respetan.
—Como tú —dijo Isha.
—Por supuesto —respondió la anciana inmediatamente y brillaron sus ojos
verdes como un par de estrellas—. Sí, hijita, tienes razón.
La luna se había ocultado por el oeste del cielo. Por el este brillaba la estrella
de la madrugada. Desde todas partes lucía como si estuviera cubierta por una
luz que queda fuera de toda descripción. Meherunnisa se levantó cuidadosa-
mente. Sacó un par de pulseras para los tobillos.
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—Mi marido me las regaló con mucho amor. Nunca me las había quitado de
mis pies. Guárdalas para conservar los recuerdos de esta noche y mi memoria.
La vieja colocó cariñosamente las joyas en las manos de Isha. Isha lo aceptó
como si estuviera encantada por una maga. Meherunnisa empezó a subir por
la senda lentamente.
Unas personas bajaron rápido el camino. Hasta adelante de todos venía
Sadek y le seguían su esposa Saira y Rafael. Al ver a Isha sentada sobre el banco
de piedra lanzaron un suspiro de alivio.
—¡Ah, estás aquí! —dijo Rafael.
—De repente me ocurrió que la puerta de la sala estaba abierta. Ella nos
despertó. Y vi la carrera de los caballos desde aquí —dijo Isha con mucha
emoción en su voz.
—¿Qué carrera? —preguntó Rafael con mucha sorpresa—. Anoche no
tuvo lugar la carrera porque la gente no pudo venir debido a derrumbes en las
montañas. Después de charlar un rato nos acostamos.
Isha vio a Sadek y a su mujer por un instante y les dijo:
—Su abuela Meherunnisa estuvo aquí conmigo durante toda la noche y ella
misma me mostró la carrera. ¡Qué visita inolvidable!
—¡Mi abuela! ¿Cómo sabe usted que ella era mi abuela? —preguntó Sadek
con una pizca de diversión y mucha sorpresa.
—Ella misma me lo dijo, contestó Isha. Y he aquí estas joyas que ella me
ha regalado como signo de su presencia conmigo anoche —abriendo su puño,
Isha le mostró las pulseras de tobillo. Sadek y su mujer se quedaron muy sor-
prendidos y al fin Saira dijo:
—¡Qué maravilla! Habíamos buscado estas cadenas tantas veces y no las
encontramos. Es que nuestra abuelita falleció hace seis meses. El sitio adonde
usted llegó anoche era su lugar favorito para pensar, hablar y descansar. Pasaba
todas las horas, días y noches ahí relatando sus historias a cada uno que pasa-
ba por el camino. ¿Quién tiene tanto tiempo para escuchar las palabras de la
vieja? Estas joyas eran su vida, su aliento. Ella la ha bendecido con estas joyas.
Guárdelas con cuidado.
La luz dorada de la mañana lavaba los valles verdes. El sol saltaba desde el
pico de los albaricoques sobre las ramas de los manzanos. La moto corría con
demasiada velocidad hacia la ciudad de Leh, situada muy lejos. Los ojos de Isha
estaban nublados por las lágrimas ¿Sería posible regresar una vez más a la tierra
natal de la abuelita Meherunnisa? ¿Quién lo sabe? l
Traducción del bengalí de la autora.
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Si me
preguntas
Joy Goswami
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Un día mi cuerpo era una bolsa llena de hojas verdes
y mis dedos eran largos lirios blancos
y mi cabello era una nube cúmulo:
cuando llegue el viento, flotará por cualquier lugar
Un día yo era la hierba de campo en campo,
pero sólo porque vendrás y derramarás tu cuerpo sobre él
sí, mis ojos sobrepasan todas las órdenes
vagan de río en río en río
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el sudor escurría
de nuestras frentes
Guardé el sudor reunido en mi archivo
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Aquí debes usar un beso que mate
uno que se aproveche y luego deje vivir, para que los labios choquen
entre sí tratando de unirse
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¿Eres musulmán o encargado de una pira?
¿Eres una piedra adorada o estás vivo?
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Danpatra,
acta de donación
Amar Mitra
1 Entre los meses de agosto y septiembre, cuando se celebra la cosecha. (Todas las
notas son del traductor).
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Sahebmari Baske tiene la obligación moral de compartir las fortunas de
esta tierra en los tiempos buenos y en los malos.
Así es. Todas las responsabilidades que esta tierra ha acumulado ahora
te pertenecen. Soy Sahebmari Baske, tu abuelo; conoces muy bien la te-
rrible historia de mi vida. Ha llegado mi ocaso; mi cuerpo está enfermo
y el don de la vista está por dejarme. Ya no tengo posibilidad de hacer
todas las cosas que habría querido en mi vida, mas no he perdido la
esperanza. Por eso escribo esta acta. Espero que toda actividad que la
misma te permita y te invite a hacer me brinde felicidad en los días que
me quedan. Mis ojos resplandecerán y este cuerpo volverá a sentir el
calor de la vida. La solidez y fuerza de los árboles apoyarán mis jorobas
y nudos antes de que parta a Sermapuri, la morada de los dioses.
Puede que surjan confusiones por nuestras identidades y eso podría
ser causa de alegría para algunos, pero esa alegría se puede convertir
en nuestra miseria. Por lo tanto, es esencial que dejemos todo claro y
protejamos nuestro futuro.
Si hablamos de tribus, somos de los santhal, de complexión negra. A
mí, el donante, me falta una mano. Ya hablaré de eso. Tú, Sahebmari
Baske, mi donatario, mi heredero, recuerda que esta tierra india, esta
República de la India, es el lugar donde naciste. Tus ancestros fueron
los primeros habitantes de este país y de ahí surge mi derecho a redac-
tar un acta. Tendrás felicidad si la aceptas.
Al ser mi nieto, heredaste mi nombre igual que yo el de mi abuelo.
Así recordamos nuestro pasado. En otras palabras, así se hizo para in-
mortalizar a nuestro ancestro. Nieto mío, nunca olvides que la sangre
de este ancestro que nunca conocimos pero conmemoramos, ese hom-
bre santhal, vive en ti.
Espero que continúes la tradición para que su recuerdo nos acom-
pañe y que su vida nos inspire. Hablemos, pues, de ella para que nos
agudice la visión y nos libre de ilusiones.
Recuerda que este Sahebmari Baske en particular nació en algún
momento del pasado aquí mismo en el distrito de Sonari Mara. Desco-
nozco su nombre original, pero sé que se lo cambiaron después de que
mató a un saheb, un hombre blanco.
A los babus, la gente educada, les parece ofensivo. Dicen que está
ligado a un terrible asesinato, que trae consigo cierta violencia, que
usarlo es alentar el barbarismo. Por eso nos es difícil llevar una vida
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simple y sin complicaciones. Para ellos, los santhal son una de las razas
más inocentes; creen que tienen mentes tan claras como los manantia-
les. Nuestro nombre es mugre en sus aguas transparentes; priva a los
santhal de toda inocencia.
Querido nieto, hemos aprendido en el mundo material que la for-
ma en la que nos ven los babus y la gente respetable puede causarnos
muchas penas. Hasta cierto punto, esta inocencia es la razón por la
que uno pierde todos sus derechos. Por lo tanto, que ni nos preocupe lo
que ofende a los demás. Si la inocencia es la incapacidad de entender y
pelear por nuestros derechos, librémonos de ella y recordemos la vida
de Sahebmari Baske, el primero de nosotros.
La verdad es que nuestro ancestro hacía trabajo forzado en la casa
de Ishwarbabu, un prestamista bengalí adinerado. ¿Qué puedo decir
acerca de su vida dura? Por una deuda que tenía con él, estaba obli-
gado a venderse y le daban una miseria de alimento y ropa. El presta-
mista es Ishwarbabu porque se convirtió en el ishwar, el señor y deidad
responsable de nuestro ancestro.
La tierra estaba repleta de árboles en esos tiempos. Ishwarbabu era
el hombre más inteligente de esa jungla y, por lo tanto, ¡era el rey! En
aquel entonces, la India estaba bajo la soberanía del hombre blanco.
Uno de ellos, un negociante inglés, vivía en el pueblo sadar. Había
llegado a trabajar. Se instaló en la casa de Ishwarbabu, quien se sin-
tió abrumado. Uno podía ver que el mismo ishwar estaba dispuesto a
adorar a cualquier persona que lo superara en poder. Resultó no ser el
único e inigualable. Más bien, nuestro ancestro era quien no tenía par.
Fue así, mi nieto, que Ishwarbabu trajo desgracia a su propio hogar.
Los ojos ingleses del hombre blanco comenzaron a verse nublados ante
la belleza de la hija de dieciséis años de su anfitrión. Ella no hablaba
la lengua de ese hombre pero leía sus intenciones. Entró en pánico y le
contó a su padre. Ishwarbabu estaba consciente de la naturaleza oculta
de su ishwar. Se preocupó, así que le ofreció a este hombre una niña
santhal de regalo. Pero él era astuto. Su semblante cambió y sus ojos se
tornaron perversos, como los de los policías y los militares.
Ishwarbabu creía el asunto resuelto, así que comenzó a buscar mu-
jeres santhal, bagdi y dom deseables. Pero esa noche, nuestro ancestro
despertó al escuchar el llanto agudo de una mujer. Había recolectado
leña y pastoreado a las vacas ese día, por lo que estaba exhausto. Era
el grito de la hermosa hija de Ishwarbabu, quien se encontraba junto
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al pozo. El hombre blanco se había convertido en un gopiballabh2 y le
estaba arrancando la ropa a la niña. El hombre santhal gritó y con un
solo golpe envió su alma directo al más allá. Así es que se convirtió en
sahebmari, el asesino del hombre blanco.
Este incidente tuvo consecuencias terribles. Los hechos se tergiver-
saron y nadie sabía qué había pasado en realidad. A la gente se le enga-
ñó con baladas sobre las hazañas de este hombre blanco. Se construyó
una estatua de mármol en su honor. Todavía sigue erecta; yo la he visto
y tú también. Más adelante volveré a este tema.
Es más urgente que conozcas la historia de esta tierra y de las pro-
piedades que he enumerado en el acta. Igual que uno debe saber la
composición y naturaleza del suelo para producir una buena cosecha,
es importante conocer su origen si quieres demostrar que te pertenece.
Se trata de una larga serie de traspasos, de cambios de dueño. Es una
historia de derrota para sus dueños legítimos. Los documentos viejos
no corresponden con las escrituras, a menos que uno vea cómo la tierra
ha pasado de una persona a otra. Los papeles sellan la realidad y son
cosas sumamente terribles.
Esta acta de donación registra los catálogos e incluye los números
de todos los asentamientos y tierras agrícolas del distrito de Sonari
Mara, las cuales entran en la categoría de auwal, es decir, de la más
alta calidad. Aunque es tierra forestal, toda esta tierra auwal es el
resultado de cultivo meticuloso por generaciones. Nuestros ancestros
le habían rendido honor al cultivar en ella. Habían conocido sus se-
cretos tras años de brindarle atención. Y por eso, la gente de buena
familia comenzó a mirar nuestra tierra. Así nos la arrebataron y los
documentos oficiales fueron modificados. Esa gente se aprovechó de
nuestra inocencia.
A simple vista, aquí hay puras contradicciones, pero todo se aclara-
rá si rastreamos cada transferencia. Así podrás cumplir con las respon-
sabilidades que aquí te encomiendo.
Sabes que a orillas del distrito hay un bosque denso de árboles de
sal, de mohua y kusum. Ahí, junto a un manantial solíamos cultivar en
2 Alusión del visnuismo a Krishna y a sus amantes, las gopīs, que eran pasto-
ras de vacas. En un canto devocional de Bhaktivinoda Thakura, se refiere a
Krishna como gopī-jana-vallabha, «el amante de las pastoras de Vrindavana».
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un terreno de una bigha.3 Mi padre trabajó ese campo. Todos lo cui-
dábamos sin descanso y nos lo recompensaba. Nosotros entendemos la
tierra, no los documentos. Solíamos creer que los papeles no producían
cosecha. Me temo, nieto, que estábamos equivocados.
Aprendimos que el gobierno decidía quién era dueño de esa mara-
villosa tierra. Un día vimos a un peón del babu Chaitanya Mahakur
Mahasay trabajar ahí. Al pedir una explicación, se nos informó que la
tierra ahora le pertenecía al honorable terrateniente.
Tiempo atrás, Chaitanya se había hecho de las escrituras de nuestra
tierra (podía solicitarlas «en nombre de sus trabajadores») a pesar de que
no era suya, de que no tenía derecho a ella. Acumuló tanta propiedad de
este modo que se había pasado del límite permitido por la ley, así que el go-
bierno se la quitó, pero le dio una buena compensación. Después, mediante
un sistema llamado patta, se le devolvió la escritura de la tierra.
No sabía de la existencia de esa escritura. Por años, nosotros había-
mos cultivado la tierra. No tengo idea de cuándo Chaitanya se había
hecho «dueño» de ella, cuándo se la había quitado el gobierno y cuándo
había logrado sacarle dinero por eso y después recuperar la escritura
de todos modos.
—¡Esa tierra es de nuestros ancestros! —protesté.
El oficial de gobierno sonrió y dijo:
—No mienta. La escritura está a nombre del babu Chaitanya.
Todo se resumía en los documentos. El muy respetable Chaitanya
Mahakur jamás había pisado nuestra tierra, pero había logrado sacarle
dinero al gobierno por ella y mandar hacer la escritura a su nombre
con facilidad.
—No entiendo los documentos. Esta tierra es nuestra.
Chaitanya agitó los papeles frente a mí. Y después llegaron los ofi-
ciales.
Resulta que un pedazo de papel vale más que una vida humana, a
pesar de las mentiras y verdades a medias que dice. Ese día se derramó
sangre en la tierra de nuestros ancestros, pues una bala hizo trizas mi
mano derecha.
El gobierno salió victorioso. Chaitanya Mahakur era dueño de nues-
tra tierra. Durante la pelea, un oficial de policía mató a mi querido Hari
3 La bigha es una medida cuyo valor varía según el país. En la India, una bigha
equivale a mil seiscientos metros cuadrados, aproximadamente.
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Ramey Bagdi. ¡Trataba de defendernos nada más! El juez determinó
que los oficiales eran inocentes, pues habían respetado la ley al mostrar
los documentos relevantes. La defensa de nuestra tierra me había cos-
tado una mano; a mi amigo, su vida.
Y ahora esos documentos le otorgan la cosecha al babu Chaitanya.
En algún momento de la historia, todas las propiedades de este dis-
trito habían sido propiedad mía y de mis parientes y amigos. Hay do-
cumentos más viejos que lo sustentan.
Pero los documentos han cambiado. Es asombroso. Parecen seres
vivos, como camaleones. ¿Cómo esta criatura que solía habitar en las
junglas verdes terminó frente a un árbol gris y triste? Se posó bajo su
sombra y eso le cambió los colores.
Por eso mismo creo que un documento no puede cambiar por sí
solo. Algunos han soñado con liberar al camaleón del tronco del árbol
y soltarlo de nuevo en la jungla.
Uno de esos soñadores fue Debendranath. Un joven bengalí del
pueblo sadar. Tenía ojos brillantes y desafiantes. Sintió compasión por
nosotros. Me enseñó el alfabeto en la escuela nocturna. Él donaba la
educación y yo era su donatario. Debemos mantener esos recuerdos
vivos. Se hizo inmortal al revelar los misterios del mundo y la sociedad.
Con él, aprendí sobre el origen de las cosas, sobre economía y sobre el
clima y la topografía de otras tierras. Una vez dijo:
—Los hombres negros son los habitantes originales del mundo. No
lo sabes, pero tú naciste directo de la tierra.
Nos llenaba de asombro.
—Justo como nuestro dios Shiva sale del vientre de la tierra, con el
cuerpo hecho de piedra negra, tú también has emergido de ella. Desde
que naces, te pertenece por derecho natural.
He escuchado acerca de la furia de Shiva, dios de los hindúes, de
su naturaleza destructiva. Debendranath nos comparaba con esa gran
deidad poderosa.
—Tienes un derecho inalienable a esa tierra —repitió—. ¿Alguna
vez fue tuya?
Asentí.
—¿Cómo fue transferida? —preguntó.
Ya sabes esa historia, nieto mío. Sin embargo, Debendranath señaló
algunos huecos. Me iluminó con la educación. Todos nacen sin hogar y
sin tierra. Incluso nuestros ancestros. Aun así, les ponemos nombres a
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esas tierras en honor a personas o tribus que tuvieron vidas insoporta-
bles y que poco a poco se frustraron y desilusionaron.
Sabes que el mejor y más productivo pedazo de tierra de unas diez
bighas se conoce como la tierra de Nimey Santhal. ¿Quién era este
hombre? Nadie lo sabe. Tal vez fue uno de nuestros ancestros. Esa tie-
rra ahora es de los brahmanes utkal. Las treinta bighas que rodean esa
área, divididas en terrenillos, se manejan por contratos de aparcería y
se les conoce como tierras santhal, aunque no les pertenecen a los brah-
manes. ¡Lo mismo es el caso de Bagdir Math, Domer Math, Mahalishol,
Dharopayjora y muchas otras!
—Los nombres de estos terrenos contienen pistas sobre sus verda-
deros dueños. Es como el nombre de la India, que no se convirtió en
«Inglaterra» en doscientos años. Todos siguen intactos.
Nos quedamos atónitos al escucharlo. Se podía ver el asombro en
los ojos de los bagdis, los bawris, los doms y los santhal. El decrépito
Hori Dom gritó:
—¡Es cierto! Domer Math solía ser nuestra. Mi padre me lo dijo.
Debendranath nos lo había contado durante el anochecer. Todo es-
taba quieto. Esas palabras parecían hacer eco en el bosque a nuestro
alrededor. Podía escuchar que hablaba, que nos decía: «Es cierto, toda
esta tierra es de ellos. Somos un bosque antiguo y podemos comprobar
este hecho».
Me deprimí. Nadie más podría escuchar este bosque, pues los árbo-
les no hablan. No pueden ir a testificar por nosotros en las cortes.
De cualquier modo, las cortes son lugares muy peligrosos. Cuando
intenté proteger mi vida al decir la verdad respecto al caso que ha-
bían inventado otros, los abogados interrogaron a otros testigos y los
hicieron corroborar testimonios falsos. Uno de ellos, un pobre hombre
que fue sentenciado y aterrado en la corte, había vuelto a su aldea de-
vastado. Dijo una y otra vez que ese lugar hace que la lengua se sienta
pesada, que te duela la cabeza frente al abogado y que se te suba la
presión por el terror.
Por eso, incluso si alguien sabe la verdad, no sirve de mucho. Esos
hombres habían sido como los árboles, incapaces de hablar.
A pesar de todo, Debendranath se fue a investigar al pueblo. Un día
volvió a Sonari Mara lleno de júbilo. ¡La cantidad de documentos que
traía! Había recolectado mucha información y estaba feliz. Le pregunté
dónde había estado.
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—En el mehfezkhana del pueblo sadar —respondió. Allí se archivan
los documentos oficiales.
—¿Es posible acceder a la historia de todas las tierras del distrito?
—preguntó Hori Dom.
—Tal vez lo sea.
Debendranath nos platicó sobre el archivo y cómo bajo capas y ca-
pas de polvo se escondía la verdad de nuestra tierra. Tenía todos los
documentos, notificaciones y más.
—¿No está lleno de ratas? —preguntó Lakhon Murmu. Siempre las
busca. No tiene hogar ni tierra. Se alimenta de ellas y eso le causa pro-
blemas en la piel—. Conozco el sabor de las ratas que se alimentan de
las cosechas, pero me intriga experimentar el sabor de las ratas que se
comen la historia.
Debendranath nos contó cómo se había empolvado en el mehfezkha-
na y que había leído la Ley Agraria de Bengala de 1885 y muchas otras
leyes. También había transcrito el Acuerdo Distrital, los convenios per-
manentes y otros manuscritos.
—¿Qué había detrás de estas transferencias de tierra? —nos pre-
guntó.
—Tal vez fue el hambre —propuso Ravan Soren.
Concuerdo con él. Sí, tenía que ser eso. Un hambre ilimitada car-
come los cuerpos de los hombres pobres y los sabios se asombran al
verlo. Venden a sus mujeres e hijos para llenarse los estómagos. Si fuera
posible, se tragarían el mundo entero.
Debendranath continuó:
—¿Piensan que podrían sobrevivir si toda la tierra de Sonari Mara
volviera a ser suya?
—Sí, sería posible. Nuestro único deseo es sobrevivir.
—Cuando esta tierra era suya, la población era mucho menor —seña-
ló Debendranath—. Sin embargo, la tierra tuvo que cambiar de manos
para satisfacer el hambre de los hombres.
Todos se quedaron callados. ¿Acaso una persona tenía que comerse
la parte que le correspondía a otras veinte para sobrevivir?
Debendranath fue de inmediato a las oficinas del distrito y apeló
ante el honorable juez. Le enseñó que los documentos mostraban a
quiénes les pertenecía esa tierra y cómo los habían privado de ella. Y
las dichosas escrituras no mostraban cómo se les había quitado esos
terrenos y su paso a otras manos; no eran transparentes. Por lo tanto,
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se les debía restituir la tierra a sus propietarios legítimos y mostrar
verdadero respeto al espíritu de la ley. Debían dejar que la tierra gozara
volver a sus verdaderos dueños.
Qué tarea tan inmensa se había impuesto Debendranath: tratar de
recuperar al camaleón que se había vuelto gris y marchito bajo los
árboles equivocados para devolverlo al refugio del bosque verde. Creía
que la evidencia del archivo nos restituiría esa tierra.
Pero no fue así. Esa gloriosa corte hedía a camaleón putrefacto. Los
documentos estaban tan viejos que comenzaron a deshacerse. El tiem-
po pasó. El juez salió a comer, se echó una siesta y cuando volvió, sólo
quedaba el polvo de la verdad en la ropa del abogado. Los argumentos
y contraargumentos se volvieron más y más intensos. El juez interrogó
a los presentes y cuestionó todos y cada uno de los argumentos. Se ras-
caba la frente. No podía llegar a un veredicto. «Así es como funciona el
mundo», pensaba.
No se lograron cambiar los colores del camaleón de aquel modo.
Acosaron a Debendranath a tal grado que no volvió a Sonari Mara. Los
ricos estaban furiosos con él y con nosotros también. Las consecuencias
fueron poco agradables. Habíamos nacido en esa tierra y nuestro dere-
cho sobre ella era natural pero, cuando volvimos de la corte, nos des-
alojaron. Esto pasaba con frecuencia. La tierra comenzó a sangrar. Nos
dimos cuenta de que, en este mundo, todo estaba en contra nuestra.
A pesar de su enorme educación y comprensión, Debendranath no
estaba consciente de las leyes de la naturaleza. Las únicas leyes que
esta vida insoportable nos ha enseñado son las de las nubes y los bos-
ques. No es posible entenderlas a menos que uno nazca entre los árbo-
les. ¡Nadie más sabe cuándo la tierra quiere saborear las nubes!
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No es posible resucitar a una criatura muerta de este modo. Las
leyes y los documentos son el veneno que le cambian el color. Deben-
dranath sabía que era posible usar ese mismo veneno para devolverle
la vida porque veneno mata veneno. Pero es importante recordar que el
veneno se puede aplicar de nuevo, sin remedio alguno.
¿Cómo íbamos a creer que cualquier cambio de color a esos docu-
mentos sería permanente? ¿Quién podía prometernos que esa gente no
volvería a hallar la forma legal de quitarnos la tierra?
Debendranath había creído que el juez nos devolvería la tierra.
Que se nos otorgaría, cual regalo, el derecho de propiedad sobre ella.
En el ocaso de mi vida, siento la enorme necesidad de volverme a
encontrar con ese hombre tan comprensivo e ingenuo. No sé dónde
esté ahora.
Con todo, merece nuestro respeto. Había perseguido la verdad. Es
cierto que si uno va a la raíz de todo, igual que él, lo que hallará es que
todos los terrenos de este mundo pertenecen a los que no tienen ahora
ningún derecho sobre ellos. Excava bien y encontrarás los nombres de
personas como nosotros. Como nuestra tierra santhal o Domer Math, el
mundo entero pertenece, sin duda alguna, a los desposeídos.
Esa verdad se halla oculta bajo el polvo del mehfezkhana y yo soy el
pobre hombre que te otorga este conocimiento.
Recuerda, nuestro ancestro había matado al hombre blanco y la histo-
ria se contó por doquier. ¡Después del juicio, se concluyó que él era quien
había intentado abusar de la niña y que el hombre blanco había tratado
de detenerlo antes de morir en el intento! Ishwarbabu atestiguó por parte
del honorable gobierno y a él y a su hija les fue bien. Así se erigió una
estatua en honor de ese saheb blanco. Y por eso la tradición de nombrar
Sahebmari a nuestros hijos es lo que mantiene ese barbarismo vivo.
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Veo la estatua cada vez que visito el pueblo. Sigue ahí, aplastando
todo lo que es verdadero. Ese viejo cuento ya es historia y el mehfezkha-
na la guarda. Es un cuento falso que se ha propagado en este país. La
historia de nuestro valor y nuestra virtud no se le ha revelado a la gente.
La historia falsa nos ha etiquetado como hombres bárbaros y toscos.
Aquí he narrado la verdad de Sahebmari.
Recuerda que a nuestro ancestro lo encarcelaron por matar al hom-
bre blanco. El nombre Sahebmari Baske nació en una prisión y, desde
ese entonces, sus herederos han nacido en Sonari Mara, nuestra prisión.
No podemos experimentar la verdadera naturaleza de este mundo
porque nacemos encerrados. Hemos intentado demoler los muros de-
masiadas veces. Desde que nací, la pobreza y la humillación me han
tenido atrapado y lo mismo pasó con mi abuelo, Sahebmari Baske.
Y tú, Sahebmari Baske, donatario de esta acta, debes extender tus
brazos al exterior. He aprendido que las rejas son entidades frágiles.
La práctica de cumplir con las formalidades de actas como la que
tienes en tus manos es algo muy natural para la gente de buena cuna.
Se hacen de riquezas mediante una variedad de trucos y estrategias
mientras nos reducen a penurias. Para ellos, la acumulación es señal de
éxito. Por lo tanto, las actas de donación se hacen para alguien relacio-
nado con ellos y así protegen la riqueza y dejan que nosotros sigamos
en la pobreza. Los hombres honorables hacen actas de donación para
que sus herederos perpetúen y repliquen la forma en la que ellos han
gastado su vida y sus trucos para esconder las riquezas de otros bajo
sus techos.
No deseo tal cosa para mí. No quiero que otros soporten la clase de
vida que tuve. Espero que nadie tenga que enfrentarse a este terrible
mundo como yo. Por eso he redactado el acta de donación.
Querido nieto, hoy se celebra el festival de Karam. Los cielos y la
tierra languidecen bajo el peso de las nubes y las cosechas. Dice la le-
yenda que en este mismo día, hace mucho tiempo, Kormu se había em-
barcado en busca del dios Karam. Qué peligros lo esperaban. El fuego
terrible, la serpiente venenosa, el cocodrilo, el mar, el río, las montañas.
Kormu llegó con el dios con la ayuda de todos ellos. Y así logró rescatar
el tesoro que se le había arrebatado.
Igual que Kormu, hazte amigo de los terribles poderes que pueden
ayudarte. Ésa es la moraleja del festival. Tú lograrás hacer legítima el
acta de donación.
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Recuerda, los documentos de la gente rica pueden quitarle a uno o
beneficiarlo. Ya no me hagas repetir qué nos arrebataron. La sospecha y
el miedo van de la mano con estas actas. Por eso las actas y registros se
guardan en baúles y poco a poco se desbaratan.
Espero que mi declaración no se guarde en el mehfezkhana como los
otros documentos oficiales, o en baúles de hierro como los registros de la
clase alta. Recuerda algo, Sahebmari Baske: esta acta no trae sospecha
alguna y, después de todos estos años, ya no tengo nada que temer. Por eso
no perecerá. No se convertirá en alimento para las ratas del mehfezkhana.
Espero que mis palabras, las que Sahebmari Baske llevará a cabo,
se graben por siempre en cada rayo de luz que baña nuestro mundo, en
el viento, en cada color, en cada aroma, en las nubes y en las cosechas
que emergen de la tierra. Quiero que desde el momento en el que todos
abran los ojos por primera vez al nacer entiendan el mensaje de estas
palabras; que eres mi donatario, que el mundo y sus tierras volverán a
ser de la gente que nació en ella si se logran destrozar los grilletes que
nos sujetan; que aquí yace la historia del nacimiento de Sahebmari, un
nacimiento y una vida a los que debemos rendir honor con la sangre.
Al final de mi vida, yo, un viejo Sahebmari Baske, ejecuto esta acta
de donación. Mi esperanza es que cuando veas la luz y esta tierra, reu-
nirás la fuerza de todos tus predecesores para reclamar nuestra tierra.
Declaro por la presente en pleno uso de mis capacidades mentales, por
voluntad propia, con toda sinceridad y sin presión externa de ningún
tipo, en la feliz ocasión del festival de Karam, en presencia de los testi-
gos frente a quienes se ha escrito la misma, que se han escrito, leído en
voz alta y celebrado los contenidos del acta.
Testigos Declara
Las nubes, el suelo Sahebmari Baske
y sus bosques y la Madre Tierra Sonari Mara
República de la India
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El último día
es terrible
Sudip Bhattacharyya
[de comer
Aquel día que el último pez en el estanque, una sonrisa diga con una
[sonrisa, vamos,
Aquel día por una sola gota de agua que comience otra vez la Guerra
[Mundial,
[Bengala,
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Las aves migratorias no vendrán en grupos.
[tras millas,
[guerra.
[brazos y adorarlo
aquí, en el mundo.
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Shadon
y sus caminitos
Joya Mitra
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pios huertos y compran las herramientas, como martillos, hoces, palas y
unos utensilos pequeños de uso diario. Durante el verano, en el mercado
de Chandrachur se venden montón de palas, hoces y herramientas de
labranza. Sadhon había empezado su trabajo de carpintero con su papá
cuando tenía apenas once o doce años. Al principio tenía que cortar la
madera con serruchos y pulirla, lo que no le gustaba ni tantito. Pulir la
madera era un trabajo muy aburrido, pero no había muchas opciones. En
una ocasión, tuvo la oportunidad de conocer al carpintero Ramjibon, o
Ramu, en la feria de Bero.
En la feria del pueblo de Bero, lo máximo y lo mejor que se vende son
las cosas de madera. Es la feria de los indígenas que se encuentra bajo el
cerro, a la sombra de las rocas. Se pueden reconocer las muñecas de
Bero por sus caras chatas. También hay muñecas que se parecen a las
pequeñas novias, pintadas de verde y púrpura, con narices puntiagudas y
ojos grandes. Fue a visitar la feria y vio a una persona fabricar un estante
con el cincel y el taladro de mano. Un estante pequeño para fijarlo en la
pared, y debajo tenía dos pájaros. A Sadhon le pareció como si los pája-
ros estuvieran llevando el estante sobre las alas. ¡Qué cuerpecitos tenían
los pájaros! ¡Qué plumaje! ¡Qué garganta! ¡Todo de madera! ¡Ay, qué
maravilla! Sadhon no dejó de admirar las cosas de madera ni, sobre todo,
de ver a la persona que las estaba fabricando. Estaba sumergida en su
trabajo, y a Sadhon le pareció que el carpintero no veía más allá del pe-
dazo de madera con el que estaba trabajabando. Su tienda no era más
que una tapete rústico bastante viejo, con unos objetos recién labrados,
unas estatuas de los dioses populares. Su cincel parecía hablar suavemen-
te con el pedazo de madera y todo se fabricaba con magia. Sadhon se
sentó frente al carpintero Ramjibon por un largo rato, cuando él le pre-
guntó:
—¿De dónde vienes, hijo mío?
—Desde una aldea cerca de Asansol.
—¿Qué haces?
—Soy carpintero, maestro.
Desde aquel día, nunca le aburrió a Sadhon el trabajo del carpintero.
Su padre era un hombre genial y nunca le negaba a Sadhon ir a la casa del
maestro elegido por él mismo para aprender su trabajo ancestral. Inme-
diatamente, Sadhon se fue a Chandrachur, la aldea de su maestro, para
volverse el discípulo de Ramu. Antes de irse, había arreglado todo lo que
su padre necesitaba. Poco a poco empezó a labrar cosas de madera. Los
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estantes pequeños, los tendederos, las mesas y luego las puertas de los
armarios y los taburetes que los aldeanos necesitaban en la vida diaria.
Crecía su confianza poco a poco. Su maestro decía que la cosa más difícil
es labrar una silla porque, con las patas delgadas, la silla debe soportar el
peso de toda clase de gente, desde los delgados hasta los gordos. Se debe
calcular con mucho cuidado. Se dice que en los campos pedregosos y
áridos de Lalganj van a construir una oficina de una compañía de carbón,
y si lo que dicen es verdad, necesitarán un gran número de mesas y sillas.
Es un montón de trabajo. Pero ellos no contratan a los aldeanos de aquí
para un trabajo tan importante, sino que lo compran en el mercado, sólo
buscan a los carpinteros locales para reparar los muebles. Sadhon había
labrado dos sillas según su propio diseño, pero ¿quién las compraría? La
madera de buena calidad cuesta mucho. En las ciudades, la gente compra
sillas de plástico. Sólo en Senryal, donde se construyó un complejo de
departamentos cerca de la fábrica, se venden los muebles de madera. Allí
vive gente con mucho dinero. Compran camas, estantes y otras cosas
costosas. Sin embargo, no quieren comprar cosas de madera pura, sino
que prefieren las de chapados. Así sobreviven los carpinteros. La gente
soporta a los carpinteros y también les reclama si se retrasa la fecha de
entrega del pedido. Sadhon se pone muy triste si alguien le grita. Pero la
culpa es suya. Entonces, ¿qué se puede hacer? ¡Ay, Dios mío!
Allí se puede ver el largo camino sobre el que está la casa de Sukumar,
en la aldea que se llama Shitola. Lo que confunde a Sadhon es cómo
atravesar el camino. Antes el camino no era así. Desde Senryal, pasando
por Nuni, Lalganj, Samri y el cruce de Dabar, el camino se terminaba en
Rupnarayonpur. Era más estrecho y había docenas de baches debido a los
camiones pesados. Pasaban sólo unos autobuses pequeños y a veces los
vehículos de la mina de carbón. Los vehículos pesados rompieron el ca-
mino e hicieron los baches y por eso los vehículos no podían correr rá-
pido. Los aldeanos vivían en paz. El camino se ha convertido en una pe-
sadilla. Días y noches corren los grandes camiones y se ve cómo se seca
la sangre de Sadhon con un miedo terrible. Los vehículos amarillos gi-
gantes. Antes sus colores le parecían a Sadhon como el color del ídolo de
la querida diosa Durga, pero ya no. Sadhon ha visto de cerca cómo fun-
cionan las máquinas que llevan los camiones. También ha visto cómo se
estira la piel de la madre Tierra y los saca por la boca monstruosa antes
de irse. La vista misma es muy temerosa. Aunque todavía no lo ha visto,
Sadhon ha oído que los camiones con las máquinas díabolicas han des-
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trozado las casas del pueblo Gobindopur por haber estado ubicadas so-
bre el camino que contemplaba el mapa. Antes el camino era más fami-
liar, pasaba por los barrios como si fuera un pariente de la aldea. Se
podía pasear a pie y en bicicleta. Pasaban lentamente los carros de bue-
yes cargados de arroz y paja. Los caminos, los barrios y la gente eran muy
familiares. Todo el mundo sabía a dónde dirigían los caminos. También
los conocía la mayoría de la gente que pasaba por ahí. No había muchos
camiones, salvo los de las minas. Todos los conductores sabían que, des-
pués de pasar por Murgasol, se podrían hallar una tienda pequeña que
sirve té, pan y dulces locales de Lalganj. Entre los dos sitios no había
ningún lugar donde se pudiera comer o beber algo. Sólo pasar por los
campos y las minas de carbón. En los meses de verano, cuando no se
podía dormir dentro de las casas, la gente traía sus camas ligeras hechas
de bambú y soga para descansar al fresco cerca del camino. ¡Tantos árbo-
les se podían encontrar! ¡Pero ahora! ¡Ay Dios! Todo ha cambiado. Sad-
hon se preocupa mucho. Moyna es su hermana. Pero no puede él cruzar
la nueva autopista enorme para visitarla. ¡Qué miedo tiene! Corren mu-
chos camiones grandísimos por la autopista con gran rapidez. Es fácil
que algunos mueran cada mes atropellados por los camiones demonia-
cos. ¿De dónde vienen tantos camiones y a dónde van? De verdad, valen
mucho los caminos que conectan los sitios cercanos. ¿Dónde estaban
tantos camiones cuando no había estas calles? A veces Sadhon duda de
que estas mismas hubieran dado a luz a estos camiones. Aunque los co-
lores de los camiones se parecen al color del cuerpo de la diosa Durga,
de verdad son vehículos del diablo que corren por los caminos golpean-
do la tierra para construir como quieren las calles, y detrás viene el mon-
tón de camiones. Sin árboles, sin ninguna señal de estar habitadas, las
calles se estrechan como si fueran un fantasma muerto. Dios mío, piensa
Sadhon, ¿es una calle o una trampa para matar a los habitantes locales?
Aquí no hay nada más que los pueblos pequeñitos con sus campos y sus
caminitos. La mayoría de la gente son campesinos y artesanos con sus
alegrías y tristezas de la vida diaria. No piensan nunca en ganar montones
de dinero, ni consideran nunca irse a sitios lejanos. ¿De dónde ha apare-
cido esta autopista terrible que ha puesto en peligro la vida de la gente
como la de Sadhon? ¡Antes de construir esta calle nadie les preguntó a
los habitantes locales si ellos la necesitaban, aunque todas las pérdidas:
los campos, los estanques y todo ha sido de los pueblos como Gopalpur,
Gobindapur, Shitola, Nuni, Lalganj! Para construir la calle, los líderes
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urbanos tuvieron que reunir a la gente de la localidad, a los hombres, las
mujeres y hasta los niños. Por unos días, removían la tierra al lado del
camino y la juntaban para hacer la nueva calle más alta. Recibieron sus
pagos al instante. ¡Tan feliz estaba la gente al pensar que irían a conseguir
el trabajo diario y así cambiaría su vida! Entonces no sabían lo que segui-
ría. Radhamoni también se fue a trabajar. Ella era la hija de Ramu, el
maestro de Sadhon. ¡Con cuánta ilusión se había casado Sadhon con la
hija de su maestro! ¡Era tan bella! Parecía como el ídolo de la diosa Rad-
ha, hecha de latón. Lo que más le importaba a Sadhon era que ella fue la
querida hija de su maestro. Al casarse con ella, Sadhon se había conver-
tido en pariente cercano de su maestro. ¡Tan delicadamente Sadhon la
amaba! Pero Radhamoni no obedecía a Sadhon cuando empezó el traba-
jo de construir la autopista. ¡Mucha gente trabaja allí! ¿Por qué yo no?
Después del trabajo tan duro, ella dijo que no volvería allí al día siguien-
te. Él no quería que ella se pusiera triste por no haber podido ganar di-
nero por su propio esfuerzo. Pero ella continuaba yendo al trabajo dia-
riamente. El trabajo terminó en una semana. Los contratristas despidieron
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a casi todos los tabajadores, salvo a los jóvenes y fuertes. En vez de gente,
trajeron las máquinas que podían hacer el trabajo de treinta hombres en
una hora. Todas las personas regresaron a sus casas, salvo Radhamoni.
Con su piel morada, cabellos largos y ojos negritos, ella se fue con el
conductor de uno de los camiones grandísimos. Entonces, durante mu-
chos días, Sadhon la había buscado por las calles como un loco, parando
a los camiones amarillos para buscar dentro, con la fe de que la podría
encontrar ahí. Dos veces fue embestido por los conductores y había caí-
do al lado de la autopista. La noticia había llegado a Moyna, su hermana
menor, y a Sukumar, el marido de Moyna, por los aldeanos, y ellos lleva-
ron a Sadhon a su casa, ubicada en la aldea Shitola. Sadhon había pasado
muchas noches sin dormir, sólo pensando en Radhamoni. ¿Todavía los
hombres desconocidos desgarran y violan brutalmente el cuerpo de Rad-
hamoni? ¿Ya la han vendido en la ciudad? ¿Vive o está muerta, su queri-
dísima Radhamoni? ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, qué pena!
Un día, Sadhon regresó a su casa desde la casa de Moyna. La chocita
le parecía como una casa embrujada, aunque su vecina Minoti la limpia-
ba a veces. De haber vuelto, Sadhon habría visto que estaba lista la calle
grande, que se estrecha quietamente, como una serpiente atropellada
por un camión. Los vehículos empezarían a transitar por aquella autopis-
ta en unos días. Desde Calcuta, ¡ay, Dios!, ¿a dónde va la calle... hasta
Kashi? ¡O quién sabe a dónde! Sin falta, hoy Sadhon tiene que cruzar
esta calle, ¿pero cómo puede hacerlo? Los vehículos no se paran ni por
un momento. No sólo los camiones, también los autobuses, los coches y
las motos. Todo el mundo corre muy rápido. ¿Tanta prisa tienen? ¿Pero
cómo puede cruzar la calle una persona como Sadhon, que no tiene nin-
guna prisa y sólo desea ir a la casa de su hermana a tráves de la autopista?
Debido a su trabajo y al regaño de los otros, Sadhon había ido al lado de
la autopista unas veces, pero siempre se había confundido mucho. Con
su bicicleta tan pequeña ¿cómo puede atravesar la calle tan gigantesca?
Además, hay barandales largos a la mitad. Los vehículos de un lado co-
rren hacia la izquierda y los del otro lado a la derecha. No se puede
cruzar la calle a menos que por donde han puesto las barandillas. Enton-
ces, ¿qué debe hacer Sadhon? No sólo para ir por el cincel, sino también
para visitar a su querida hermana, Sadhon tiene que ir a la aldea Shitola
atravesando la calle. De todos modos, es obligatorio que Sadhon vaya
allí. Él le prometió al señor Sarkar, el médico, que empezaría su trabajo
mañana sin falta.
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¡Ay! Cuántos chicos se han marchado fuera para ganar un montón de
dinero en las ciudades. Las chicas huyeron también sin hablar con nadie.
¿Quién sabe qué los atrae a cuidades tan oscuras? Pero ¿qué se puede
hacer? De los jóvenes que se habían marchado, ¿cuántos han vuelto? Las
mujeres cuidan a los niños y a sus viejos padres. Los que vinieron desde
las ciudades en coches, compraron los campos por un precio demasiado
alto. Ahora estos campos han sido rodeados por paredes. Desde un rin-
concito de su aldea, Sadhon puede ver que hay un gran número de tien-
das a lo largo de la autopista. Las tiendas pequeñitas de té, las tiendas de
reparar las llantas, y poco más lejos, está la tienda donde se vende carne
y roti, y hoteles y restaurantes. Sadhon ha oído que los chicos de las al-
deas cercanas lavan los utensilios allí. Los que habían ganado considera-
ble dinero al vender sus campos han comprado motos. Han establecido
unas tiendas pequeñas en las aldeas y cerca de los nuevos complejos de
apartamentos. Antes los chicos no fumaban frente a los adultos como un
signo de respeto, pero ya no. Fuman mucho. No les importa nada ni
nadie. También hay lugares donde venden abiertamente alcohol ilegal.
¿Vienen a las aldeas por las calles, o llegan bordeando la autopista desde
las aldeas? No se sabe. Hay muchas opiniones. Los viejos odian la auto-
pista como a un enemigo espantoso. Las madres se preocupan mucho
cuando sus hijos están fuera de casa. Hace uno o dos días, un joven
maestro murió atropellado por un camión. ¿Así mueren los aldeanos y
eso vale la autopista, entonces? Las calles y los caminos existen para que
la gente pueda ir y venir a las cercanías de sus pueblos para trabajar o
para viajar. Pero, ¿y esta autopista? Impide a Sadhon acercarse a la casa
de su hermana. Sadhon es una persona tan tranquila que nunca ha podi-
do gritar a nadie, está enojado consigo mismo estos días. Hoy no tiene
otra opción. Va a salir muy temprano y después de almorzar con su que-
ridísima hermana Moyna regresará antes del atardecer.
Antes de morir bajo un camión de dieciséis ruedas, Sadhon pudo ver
por un momento que el color del camión también era amarillo. Por un
instante se había acordado de Radhamoni. El camión lo tiró con todo y
bicicleta al otro lado de la calle, y así al fin pudo cruzarla l
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¿Qué dijo,
globalización?
Subodh Sarkar
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Amitesh
Maiti
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Esta mortalidad
Mapa de ruta
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Habíamos salido juntos
pero cada uno tenía un mapa diferente.
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Es que tú eres una chica de la ciudad,
soy yo del pueblo.
En la lluvia me mojé con la hoja de colocasia sobre la cabeza
y me unté el rocío sobre el cuerpo
Las estrellas, los pájaros, las flores y los árboles yo conozco
Me he teñido las manos con el arcoíris
He trabado amistad con las nubes
De una orilla del río la llamada alcanzaba la otra
En esta ciudad yo también he pasado muchos días
No puedo conocer nada; nada me gusta.
Sufro un choque en el callejón sin salida, de nuevo entro en el laberinto
Escucho a escondidas mi infamia que dice la gente
¡Ay, chica mía, tú me cuentas tus dolores a mí!
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Lágrimas
de Dios
Shamik Ghosh
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El cremoso curri de res en el restaurante de Nur Amin se veía beige
en el frasco amarillo. Algunos kebabs medio cocidos yacían en el plato.
«Hermano, puedes meterte en esta profesión. Pero no puedes
renunciar».
Traté de cambiar el tema. «¿No te salvará tu partido político?».
«Carnal, créeme, lo juro por mi mamá, nunca maté a ese pendejo.
Me dijeron que me entregara. Prometieron salvarme. Esos hijos de puta
no hicieron nada. La policía me cagó a golpes. Me pusieron varillas en
el culo».
Me sentí sucio. Tenía ganas de vomitar. Escupí la carne en el plato.
«Olvídalo, Iswar. Vámonos».
«Carnal, lo juro por mi mamá, no lo maté».
«Ya vete a la chingada. Lame las botas del partido». Me sentí agitado.
No debió mencionar lo de las varillas en su recto mientras comía.
Esa noche fui a Harkata Gali con mi amigo Arniban. Arniban compraría
hash y yo observaría la zona. Fue espeluznante. Las putas podrían
habernos tocado en cualquier momento. Se exhibían como los kebabs
del restaurante, casi desnudas, a ambos lados del camino. Intentaron
tocarnos, intentaron forzarnos. «¿Quieres divertirte por treinta rupias?».
Se burlaron de nosotros.
Una negra obesa me tocó. Vestía un pequeño negligé. Llevaba
ligueros y unas largas medias negras; la irregular grasa de sus muslos era
evidente. Su edad arruinaba sus esfuerzos por parecer sexy. «Carnal, soy
Amina. ¿Puedes salvar a Iswar? Lo van a colgar por homicidio».
Anirban estaba sorprendido. Nos miraba fijamente. «Deja que
lo cuelguen. ¿Crees que Iswar se casará contigo? No lo hará. Los
innumerables perros de este callejón se darán un festín con tus huesos»,
le grité a Amina.
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con un balón de futbol. La luna carmesí se alejó flotando por el golpe
como un globo. «Saludo rojo a la luna roja», gritó Arniban al tiempo
que se deslizaba lejos. Todavía pude escuchar sus últimas palabras.
«Este hash de mierda no sirve. No siento el subidón. Estos cabrones nos
engañan. Hasta el hash es de tercera en este tercer mundo».
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llegando a las ciudades. Necesitan gente como tú. Tendrás empleo».
El policía tenía un extraño parecido con Iswar. Se veía igual. Traté de
averiguar si era Iswar disfrazado de policía. Me empujó. «Vete ya».
Quizá también él fue asesinado por el partido de Iswar. Su trabajo lo
llevó hasta allí. También tenía que alimentar a su familia. Dos Iswars.
Dos dioses con armas sobre sus hombros, tratando de matarse el uno al
otro por comida.
Una chica caminaba detrás de mí. Era negra. Tendría quince años,
supongo. El policía la detuvo. «¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? Quítate
la ropa. Déjame revisar si eres hombre o mujer». La chica lloró. No me
atreví a mirarlos. Pude ver el cartel de Aiswariya Rai en las paredes de
la estación de tren. Su espalda perfecta estaba expuesta. La miré con
lujuria. Tomé el próximo tren para regresar a Calcuta. Tenía que ver una
película pirata de Monica Bellucci en mi laptop.
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«Sobre los disturbios. ¿Qué pasó?».
Allahrakha se rascó la cabeza. Las sombras de las casas nos protegieron
del sol abrasador. Fue relajante. Allahrakha replicó: «¿En algún momento
hablé de disturbios? ¿Hubo disturbios?».
«¡Pero si tú dijiste que habías escapado durante los disturbios!».
Hablábamos en hindi y gujarati. Podíamos ver el matadero a la
distancia. La ciudad estaba cubierta de suciedad.
«¿Te acuerdas de Amina?».
«Sí, me acuerdo».
«Nos casamos. Yo trabajaba, Amina cocinaba. ¡Oh, su biryani era
delicioso! Escuchábamos las noticias en televisión. Quemaron un tren.
Nos sentimos amenazados. Amina estaba asustada. Tenía cinco meses
de embarazo. Su cuerpo era pesado, dijo: Allahrakha, hay que dejar
este lugar. Pero me negué. ¿A dónde íbamos a ir? Fuimos felices aquí.
Me estaba yendo bien. No conocíamos a los que quemaron el tren. ¿Por
qué íbamos a preocuparnos? Esa noche llegó la policía. Vestidos con sus
uniformes caquis y sus botas pesadas. Acordonaron el pueblo entero.
Ninguno de los dos pudo dormir esa noche. Podíamos ver el fuego a
la distancia —fuego, oscuridad y humo. Escuchábamos los gritos de la
gente. Disparos ocasionales a la distancia. Amina estaba asustada. Se
abrazaba a mí. De pronto oímos los disparos en las cercanías. Personas
gritando frenéticas. Veíamos a la gente corriendo por el callejón. Saltamos
la barda y comenzamos a correr. Patio, bardas, paredes, más paredes...
corrimos y corrimos. La tierra se hacía más caliente. Se sentía como
correr sobre una plancha caliente. Atrapaban a la gente y la mataban.
Violaban a las mujeres».
«¿Pero no dijiste que había policías?».
«¿Policías? Ellos les disparaban a los que intentaban escapar. Algunas
personas lanzaban piedras. ¡Gas! Los ojos se nos quemaban. La tierra
se sentía como una plancha. Amina resbaló y se cayó. Yo estaba sobre la
barda. Volteé hacia atrás. Venían por nosotros. Tenían espadas. Amina
me miró. Levantó las manos hacia mí. Pensó que la ayudaría a escapar. Y
fui un cobarde. Dejé a mi esposa embarazada, a mi hijo no nacido, y salté
hacia el otro lado. Mi boca y mi nariz ardían. Se sentía como un horno y
nos estaban asando a todos. Había un paso subterráneo bajo las vías del
tren. Pude ver los cadáveres tendidos allí. La sangre fluyendo por el suelo.
Yo estaba vivo todavía. Me acosté y cerré los ojos. La sangre de los muertos
me cubrió. Me sentí como un animal sacrificado tirado en el matadero».
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Escuché a Allahrakha. Luego hice lo que hago siempre en este tipo
de situaciones: prendí un cigarro. Allahrakha o Iswar temblaba. Dije:
«Allahrakha, tengo que irme. Nos encontraremos de nuevo».
GOVANDI
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Bombay. Govandi. Una estación de tren de la línea Harbour. Un mercado
junto al complejo de la estación y el arrabal. Al salir escuché que alguien
me gritaba: «¡Oye, hermano!».
Era Iswar parado afuera de la estación de Govandi. Sostenía un vaso
de té con una mano, con la otra se rascaba el abdomen.
«¡Una vez más nos encontramos!».
Iswar arrojó el vaso.
«Ahora vivo aquí. Pude encontrar a Amina de nuevo. Se cambió el
nombre a Madhuri».
«¡Oh, sacó el nombre de una estrella de cine! ¿Y cómo está ahora?».
«La cortaron con una espada. Pero ya está bien. Sólo una marca
negra en el cuerpo. Se negó a regresar. Ha perdido su modestia. ¿Pero los
pobres tienen modestia? Ahora vivimos aquí. La gente dice que el dinero
vuela en esta ciudad».
«¿Dónde vives?».
«¿Quieres conocer? Ahora vivo en un palacio en el agua. Construí una
ciudadela en el mar». Iswar sonrió. Me sentí interesado. ¡Dios viviendo
en el agua!
Caminamos a través del canal. Aguas negras obstruidas por
incontables pedazos de plástico. Las sucias casas de los pobres —algunas
de un piso, otras de dos, pequeñas chozas de ladrillo tocándose entre sí.
El barrio M de la ciudad de Bombay. Algunas personas dicen que en ese
lugar la mortalidad infantil supera a la del África subsahariana.
Iswar tarareó una cancioncilla.
«¿Puedes cantar?», pregunté.
Se avergonzó un poco. «Tenemos una buena vida aquí».
«¿A qué te dedicas?».
«Trabajo haciendo pan».
«¿Pan?».
«Hacemos pan. Pongo la masa en el horno. Se convierte en pan».
El barrio se adensó. Estaba atestado. Apestaba. Me irrité. Dejó de
gustarme esa aventura.
Nos detuvimos cerca de las marismas. Agua espesa y negra. Parecía
como si todas las aguas residuales de la ciudad fluyeran hacia allí. Pude
ver las chozas. ¡Estaban flotando!
Iswar trajo una balsa. Estaba hecha de hielo seco y triplay. Dos
marinos embarcados en el viaje. Iríamos a la casa de Dios. No podía
saber si había suciedad o agua bajo nuestro barquito. Iswar jaló los
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remos. «Este lugar se llama Chikalwadi —una casa en el lodo».
«¿Cómo la haces flotar?».
«Usamos hule. El mismo hule que se usa en las llantas. Se hunde
durante el monzón, pero nuestra casa sigue flotando en el agua».
Amina estaba adentro. Estaba asombrada. «¡Tú! ¡Aquí! Nos
conocimos hace mucho tiempo».
Todavía podía recordar a la escasamente vestida Amina de Harkata
Gali. ¿Era la misma Amina o era otra persona? ¿Otra Madhuri, quizás?
Sentí la urgencia de mirar la marca negra del corte en su cuerpo para
verificarlo. Me resistí y miré a lo lejos. Pude ver los rascacielos al otro
lado del arroyo. Era Nueva Bombay. Los altos edificios sobre las colinas
se veían más prominentes desde donde estaba parado.
Sentíamos la casa balanceándose a nuestros pies. Balanceándose
como un pequeño bote al viento. La casa de Dios flota en la porquería.
En la mitología, el príncipe Lakhindar, mordido por una serpiente, fue
llevado en una balsa por su nueva esposa, Behula. Su paciencia venció a
los dioses. Se vieron obligados a devolverle la vida a su marido. Amina
e Iswar están en un viaje similar. La casita no tiene ventilador ni luz
eléctrica. El aire siempre huele a mugre. La casa de Iswar y la casa de
Amina. Pueden soportarlo todo.
Me puse los audífonos para el camino de regreso. Escuché los
anuncios del canal fm: «¿Quieres evitar el tráfico de Bombay? Compra
un departamento en Torre Mathura. Departamentos de lujo por veinte
billones o más».
Luego de comprar cigarros afuera de la estación de tren, vi a un niño
pequeño lavando trastes en un restaurante. El agua del balde era negra.
Sus manos mojadas tenían un tono blancuzco. Me miró fijamente. Volteé
hacia otro lado.
El cielo estaba negro. Sentí el viento salado que llegaba desde los
mares. Iba a llover. Toda la ciudad se llenaría de agua. La pequeña casa
de Iswar flotaría sobre el agua. Se balancearía con las corrientes. De
pronto pude sentir las gotas de lluvia cayendo sobre mi cuerpo. No sería
por mucho tiempo. Se detendría. Las lágrimas de Dios se secaron l
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Alfabetos
Sharmila Ray
V e r s i ó n d e l b e n g a l í d e K a t h a k a l i R o y , M o n a l i s h a D a s g up t a ,
S a b e r e e M a n da l , S aya n i H a z r a y D i bya j yo t i M u k h o pa d h yay .
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Shankha
Ghosh
T ormenta de deseo
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Apareces
con tu cara
fría como nube, sin luz como la luna,
tus senos son como ondulaciones de una tierra
que se ha llorado hasta la quietud del cansancio,
estiras tus ansiosos brazos gastados, largamente esperanzados,
fatigados de rezos, hacia ese furioso cielo enorme.
L ápidas blancas
al principio parecían
filas y filas de monjas hincadas, inmóviles,
cristalizadas en oración;
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en la brisa invernal
el mundo temblaba cargado de culpa por la fragancia
del eucalipto;
pero luego
la niebla se hizo muro,
la oración se volvió reproche de esas piedras blancas,
E n la curva
ante mí
el largo tronco despojado de sus ramas
frío y silencioso,
también, posiblemente,
los recuerdos de haber protegido a algunos,
el ascenso y el descenso del hacha.
Luego,
los sonidos y las huellas de los muchos pasos que se desvanecen
hacia el Ganges.
Déjenme aquí,
arruinado por la edad, ciego y
sin hijos.
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L o sagrado
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Cineasta
Tanmoy Chakraborty
D es e o a h o g a m i ento , mi l es d e a ño s l uz d e la lu na
C ó m o y c o n q ui én, d ul ce pel ea en una noc he inv ernal
P a l a b r a s y s il enci o , ca nci ó n o po ema
L a c á ma r a s e pi erd e, l a ta rd e pas a .
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No apto
Anindita Das
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lucho con este chico todo el día? Nunca me he concentrado en mi carrera.
¡Bailaba Odyssey tan bien! Todo lo dejé por mi hijo. Qué no hago por él,
dime. Obtuvo buenas notas en todas las asignaturas, pero no es apto para
el dibujo. ¡Qué vergüenza! ¡Qué pena, qué insulto! No podré enfrentar
nunca a Rumela, a Sweta, a Bithi. Todos sus hijos han aprobado en dibujo.
Su nombre, Atri Majumder, debería haber estado al inicio de la lista, en
lugar del hijo de Sohini, Hridayjeet: a pesar de que tiene notas más bajas en
matemáticas e inglés que Atri, ha destacado en la primera posición. ¡Una
vergüenza, qué vergüenza! No puedo hacértelo entender ni sentir.
Kushal respira profundamente al escuchar las palabras de Ahona y le
pide a Atri que sea muy respetuoso.
—Hijo, ¿qué debías dibujar? ¿Te acuerdas?
Jugueteando con los ojos, dijo a su padre:
—La maestra escribió en el pizarrón: dibuja todo lo que desees.
Inmediatamente comencé a dibujar un palo y una pelota de críquet. ¡Sabes
cuánto me encanta jugar al críquet! Ya no miré el pizarrón. Luego, cuando
terminó el examen y la maestra vino a recoger mi copia del dibujo, dijo:
«¿Por qué dibujaste un palo y la pelota? Escribí entre paréntesis y les di dos
opciones: paisaje del pueblo o un partido de futbol. ¿Por qué dibujaste una
pelota y un palo? ¿No viste las opciones? ¿No podrías dibujar un escenario
o un partido de futbol?».
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Atri salió de la casa con su papá, comió helado y pizza. Cuando volvieron,
el pequeño Atri se durmió. Los próximos siete días eran vacaciones, después
la escuela abriría. Su papá dijo:
—Papá tomará vacaciones por siete días. Te llevaré a la casa en el pueblo
donde crecí. La casa del campo de Guskarai en Burdwan.
El padre estudió en Rammohan Boys School. Y le cuenta una historia
muy interesante. En el examen de dibujo en la escuela, el maestro escribió
en la pizarra: «Dibuja lo que desees». Papá era tan joven entonces como
Atri. Inmediatamente papá dibujó un palo y una pelota. Y no pudo hacer
el examen. La razón: el maestro había escrito entre paréntesis «Dibuja una
mañana de invierno o una fiesta». El padre sabía dibujar ambos, pero, como
su hijo, amaba tanto la pelota de críquet que, tan pronto como tuvo ocasión,
comenzó a dibujar el palo. No vio eso entre paréntesis.
¡Papá tampoco aprobó el examen de dibujo!
Atri se ha dormido durante mucho tiempo. Se cree que la cabeza del
niño que duerme está acunando sus manos en el seno. Después de que fue
rechazado su dibujo durante la prueba de la clase de habilidades, una alegría
había inundado su casa. El tío mayor trajo dulces y tapas calientes de mohan
y celebró al «No apto». Su padre regresó una noche a casa y le dijo:
—Vas a ir a Calcuta mañana conmigo, hijo. Te compraré un buen palo y
una pelota de críquet. Hace tiempo que los querías, ¿no?
Su madre le dijo:
—Yo compré un guante también. Vaya. Le gusta mucho el juego de
críquet.
Ese día, los padres y todos en la casa le explicaron a Atri lo difícil que
es ser niño.
—Debes tratar de convencer a Ahona para que se sienta bien. El
problema de Ahona fue no entender el dibujo de un niño. A medida que
crecía, estaba a punto de volverse incómodo el problema cuando pensaba
en lo horrible que había sido. Kushal aprendió que se debe tener cuidado
de no entrar en pánico en la infancia. No importa cuál sea la complicación
en la vida, el niño es más importante. Si no, la habilidad de ser padre fallará
para siempre l
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La lista de deseos
del jugador
Srijato
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Ribereño
Amrita Nilanjana
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fundidades del río, dando un toque al lienzo que la prodigiosa naturaleza
ha creado.
Es en estos campos donde Lakhan solía pasar la mayor parte del día
con su amigo Pilu. Ambos tenían ocho años y sus casas estaban una junto
a la otra. Pero Lakhan ya no va a los campos: en lugar de eso se sienta
en el dique con el rostro entre las manos y mira ausente hacia el campo.
Extraña a Pilu, quien no ha regresado de donde sea que lo llevó su familia
hace seis meses. Su ribereña amistad terminó tan pronto como empezó,
con un juego de canicas hace tres años.
Tikarampur no tiene pasado, como un hombre sin memoria. Nadie
recuerda cuándo es que apareció en la ribera del Ganges, en el estado
oriental de Bihar, ni, por ende, quiénes eran sus primeros habitantes. El
pueblo se yergue como una mención oblicua en una geografía saturada.
Tikarampur se ha aferrado a las penumbras sin escándalo y con cierto
grado de despreocupación. El sistema social basado en la costumbre ha
desafiado el cambio desde hace mucho. Con el tiempo algunos bajaron
de categoría social, mientras otros asumieron un rol influyente y de go-
bernantes. La justicia social en el pueblo depende más de la genealogía
del acusador que del buen criterio y del sentido común. Como en muchos
otros pueblos del país, casta, credo y religión juegan un rol importante al
decidir el curso de la vida en Tikarampur. La ley de esta tierra es parcial,
intransigente y, en ocasiones, brutal. Los adinerados bhumihar, quienes
por generaciones han afirmado pertenecer a las castas más altas de la
región, son superados en número por los dalits, o intocables. A pesar de
esta demografía desigual en Tikarampur, los bhumihar se las han arre-
glado para tener una repartición injusta en el modo de vida del pueblo.
Todos los escuchan. Todos les temen.
También Budhia, el padre de Pilu; pero sólo porque vive en un sistema
social que le exige que escuche en lugar de hablar. Él sabe que el silen-
cio es oro, pero su silencio está cargado de angustia y desacuerdo. ¿Qué
importa si él no es un bhumihar? De hecho, él ni sabe qué es: el pasado
de Budhia es tan oscuro como el del mismo pueblo. Todo lo que sabe es
que los bhumihar no lo quieren de vecino y que su choza de adobe y el
horno de arcilla que Sita, su mujer, usa para cocinar austeramente son tan
frágiles como su existencia. Muy a menudo los otros pueblerinos lo hacen
sentir como un proscrito; después de todo, él no tiene tierras ni vacas ni
búfalos. Sólo es un aparcero sin importancia en la ribera del Ganges; de
todas formas, la sociedad lo ignora.
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Pero Budhia no permitía que esos pensamientos le ocuparan la mente.
A cinco pies estaba su esposa haciendo pan plano de mijo perla o bajra,
que crecía abundantemente en la región. Bajra y salmuera, salmuera y ba-
jra, su comida de todos los días. A él le preocupaba más la crecida de las
aguas del Ganges que habían empezado a elevarse desde que se abrió el
cielo hace una semana. El agua coqueteaba peligrosamente con la ribera.
Él sabía que la tierra que había pedido prestada para sembrar mostaza
quedaría inundada pronto. Miró afuera, al negro vacío, hacia el río, pero
no pudo ver nada. Era un campo de oscuridad. Le parecía que el Ganges,
que hacía apenas dos días estaba tan tranquilo, había empezado a desba-
rrar y despotricar, agitándose para azotar las tierras colindantes. Al des-
pertar, el día siguiente, encontró agua junto al dique. Se quedó en la parte
más alta sosteniendo un paraguas. El río se había desbordado en apenas
siete horas de oscuridad, con sus aguas arrastrándose como una serpien-
te que cazaba, desenrollándose lentamente hacia el pueblo, pulgada a
pulgada, lista para devorar todo lo que se cruzara en su camino. Budhia
sabía de buena mano que el apetito de un río hambriento era insaciable.
Cuando era muy joven, presenció cómo las merodeadoras aguas del Gan-
ges invadían el pueblo de su padre, barriendo con todo a su paso, inclu-
yendo a su madre y hermano mayor. Su padre lo llevó cargando sobre
sus hombros, con el agua que le llegaba al pecho, hasta la seguridad de
un árbol en una parcela alta junto al pueblo. De lo contrario, él también
habría muerto en aquella ocasión. Ese fatídico día se había grabado en su
memoria. La única persona en todo el pueblo que sabía de la miserable
infancia de Budhia era Kanhaiya. Sin importar que Kanhaiya perteneciera
a una familia de casta más alta, era tan pobre como Budhia y la pobreza
fue el lazo común de su amistad.
Budhia se dio la vuelta y comenzó a avanzar por el centro del pue-
blo hacia donde, bajo un árbol de baniano que según el mito tenía ya
mil años, debían reunirse los ancianos e influyentes con todos los demás.
Budhia se quedó con la multitud, sentado en semicírculo sobre la tierra,
y puso sus brazos en jarra, en aparente desafío, como era su costumbre.
Frente a él estaba el consejo del pueblo dominado por los bhumihar. Se
negó a esconderse bajo el peso de su pobreza, sin importar lo insoporta-
ble que fuera la carga. Aunque su terrible circunstancia le hubiera ganado
el desprecio de los bhumihar, ellos no podían someterlo abiertamente por
miedo a represalias. Según dijo el consejo, se debía evacuar el pueblo lo
antes posible porque las lluvias no parecían mermar, lo que quería decir
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que no habría manera de apaciguar al río, sin importar los incesantes
rezos a los muchos dioses dentro de las casas.
Ram Singh, el bhumihar más rico del pueblo, les preguntó a todos
cuáles eran sus planes:
—¿Qué hay de ti, Budhia? Aunque no tienes mucho que perder, salvo
lo poco que tengas en el cerebro, debes responder al llamado. Sugie-
ro que apenas amanezca mañana te marches a un lugar seguro —sonrió
Singh engreídamente.
Budhia, recto como una tabla, no se molestó:
—Sí, señor, haré algo.
Budhia, como muchos de sus vecinos, sabía que Singh no iría en su
ayuda a la hora de partir. Pero ¿podría rechazar a otro ser humano por
completo? De ninguna manera. Budhia pensó, y hasta su esposa que no
era del pueblo le había susurrado en privado, que todo el pueblo proba-
blemente esperaba verlos de regreso. Después de todo, los Budhia eran
sólo aparceros, gente iletrada, empobrecida y sin lugar a dónde ir. Eran
una mancha en la sociedad. Pero Budhia no se rompería.
Esa noche se vino abajo el dique. Las gorgojeantes aguas creaban
remolinos, primero comenzaron a llenar las cavidades en el pueblo, des-
pués atacaron los jardines de las casas de adobe. Las casas de concreto
de los bhumihar no fueron perdonadas, pero podían resistir el impac-
to del torrente que crecía, quizás por un día más; no como la casa de
Budhia, cuyo precipicio estaba por rendirse. Al amanecer, Budhia, Sita
y Pilu salieron del pueblo en una carreta de bueyes, uniéndose a dece-
nas de personas que también huían como ellos. Mientras la caravana se
alejaba del pueblo por tierras altas junto a los rieles del ferrocarril, el
gigante que dejaban atrás lanzaba su último golpe. Nadie volteó a ver,
porque todos sabían que el pueblo había desaparecido de la faz de la
tierra. Podrían regresar a sus casas devastadas cuando amainara el agua,
y eso significaba hasta dos meses, si no es que más. Sólo las copas de los
árboles más altos emergían de la superficie, como pompones, pero has-
ta ellos serían rebasados cuando la naturaleza caníbal diera su bocado
final, para lo cual no faltaba mucho.
Dos meses después, Budhia llamó a Ram Singh desde un teléfono pú-
blico en Patna. Su tío, Vikas, quien se ganaba la vida pintando automó-
viles en un taller en Patna, ofreció asilo a su sobrino y a la familia de
éste mientras el cauce estuviera destruyendo los pueblos del estado. Ellos
habían llegado como empacadores de alfombras, sin saber cómo iban a
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obtener su próxima comida o hasta cuándo podrían conservar un techo
sobre sus cabezas. Hasta Vikas sabía que la estancia de su sobrino tenía
fecha límite. Él mismo no ganaba lo suficiente para mantener a su familia
y ahora tenía a Budhia, Sita y Pilu. Vikas fue brutalmente honesto con
Budhia:
—Mira, puedes quedarte por un tiempo, pero mientras estés aquí de-
bes trabajar. No puedo alimentarlos gratis. Le puedo pedir al dueño del
taller que te contrate para que pintes y limpies automóviles, ¿está bien?
Budhia no tenía más opción.
Budhia esperó a que Ram Singh contestara su llamada; cuando lo
hizo, se identificó:
—Señor Ram Singh, soy Budhia —hablaba alto y con aparente gusto,
lo cual se entendía porque no se había contactado con alguien de Tika-
rampur desde hacía mucho tiempo. Se sentía en casa tan sólo con una
llamada.
—Oh, claro, Budhia, ¿cómo estás?
—Estoy bien, señor. Estoy a salvo con mi tío. ¿Qué novedades hay del
pueblo?
—No mucho, Budhia, sigue bajo el agua. Todavía sigue lloviendo en
Tikarampur. Llámame en un mes, espero poder darte buenas noticias
para entonces —Ram Singh interrumpió abruptamente la conexión.
Budhia se preguntaba cuánto tiempo le tomaría al agua volver a su
veta madre. ¿Sesenta días? ¿Setenta días? ¿Noventa? No tenía ni idea. Su
vida en Patna lo había reducido a un estado de total desesperación. Se
sentía prisionero de la miseria que lo rodeaba en el taller. Además, le pre-
ocupaban las fricciones que obviamente ya tenía con la familia de su tío.
Él, Sita y Pilu estaban casi sobreviviendo de la caridad.
Budhia sabía que apenas fuera posible tenían que regresarse al pue-
blo, si no los desacuerdos esporádicos seguramente se harían más gran-
des hasta que un día explotaran incontrolablemente, dejándolo sin más
opción que pedir prestado, mendigar o robar. Ninguna opción le apete-
cía. Por la tarde, en el pequeño cuarto que les habían dejado, Budhia mi-
raba a Sita mientras cocinaba. Se reprendió por ser un total fracaso, por
hacer a su familia pasar apuros que no se merecían. Veía la fingida calma
que envolvía el rostro de Sita. No obstante, detrás de esa fachada, Budhia
podía sentir que los ojos de su esposa estaban ahogados en un diluvio
invisible. De vez en cuando, la encontraba con la guardia baja, con lágri-
mas derramándose por la comisura de sus bellos ojos color miel. Pero,
como una verdadera y solidaria compañera de vida, Sita nunca lloró, por
temor a que su debilidad desatara una funesta depresión en su marido y
eso lo orillara a hacer algo horrendo. Budhia también pensaba en Pilu,
quien quizás crecería como un árbol torcido desde retoño, doblado de-
liberadamente cerca de la base del tallo. Budhia debía regresar al campo
de mostaza, al aire puro que ningún artilugio mecánico se atreviera a
envilecer esparciendo humo venenoso, al imperdonable flujo del río que
estaba dispuesto a perdonar. Ser pobre en su propia casa era radicalmen-
te diferente de ser pobre en la casa de alguien más.
Budhia llamó a Ram Singh nuevamente; habían pasado casi tres me-
ses desde que salieron del pueblo. Singh se lamentó porque el pueblo
todavía no estuviera listo para que lo habitaran. Quince días después lo
volvió a llamar y Singh le dio la misma respuesta. Llamó a Ram Singh al
día siguiente, y al siguiente y el siguiente a ése. Las llamadas continuaron,
pero el celular de Singh nunca estaba disponible. Mientras caminaba de
regreso al taller, Budhia levantó la mirada al cielo. En su lucha por sobre-
vivir se había aislado del mundo exterior y ni siquiera se había puesto a
reflexionar en cómo se veían las cosas a su alrededor. El cielo era azul rey,
con pequeñas bolitas blancas de nubes saltando como ovejas perezosas
que se rehúsan a ser pastoreadas. La luz del sol caía sobre su arrugada
frente. Había olvidado ver la luz después de trabajar largas horas en el
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oscuro aprisionamiento que llamaba taller automotriz, agachado entre
defensas y maleteros que necesitaban arreglo. «Por Dios, el cielo es tan
claro ahora, debe estar soleado en Tikarampur». ¿Soleado? ¿Entonces por
qué Ram Singh seguía diciendo que la inundación no había bajado y que
el cielo seguía gris sobre el pueblo?
Dos días después, Budhia y su familia salieron rumbo a Tikarampur.
Budhia supo que debía labrar la tierra hasta devolverle su fertilidad. Pero
entonces supo que también sabía hacer algo más: pintar carros usados. Si
había problemas con el cultivo podía intentar buscar un trabajo en la cer-
cana ciudad de Munger. Cuando Budhia y su familia bajaron del autorick-
shaw1 a la entrada del pueblo, una banda comenzó a tocar música popular
para la fiesta de bienvenida. El jefe del pueblo y Ram Singh lo abrazaron
antes de acompañarlo a entrar, como si se tratara del hijo pródigo que
regresa de una tierra lejana. Budhia caminó hasta su choza, la cual había
sido arreglada por el comité de socorro del pueblo. En el centro del patio
había ollas donde cocinaban aromáticos platillos. El pueblo entero estaba
preparando un festín para celebrar el regreso de Budhia. Su historia pudo
haber tenido un final de cuento de hadas como éste.
Pero los cuentos de hadas y la realidad nunca son sinónimos. Al amane-
cer, Budhia, Sita y Pilu se bajaron de una carreta de bueyes en la entrada
del pueblo y comenzaron a caminar hasta su casa, creyendo que no verían
a nadie después de que Ram Singh dijera que Tikarampur todavía no era
habitable. Sintió mariposas en el estómago mientras caminaban, paso a
paso, hasta las entrañas del pueblo. Para su sorpresa encontraron a todo
el mundo en su faena. La vida se desarrollaba igual que antes de la inunda-
ción frente a sus ojos. Estaba perplejo. ¿Qué podía ser esto? Por un lado,
Ram Singh había insistido por meses que la afluencia del agua no había
retrocedido; por otro lado, encontró al pueblo lleno de gente como siem-
pre, rebosante de actividad cotidiana. Budhia aceleró el paso y, mientras
lo hacía, pudo ver gente bien conocida que lo miraba con ojos inquietos.
Comenzó a correr hasta su casa. Pero su casa ya no estaba ahí. En su lugar
se había levantado un edificio de ladrillo de dos plantas. Budhia no pudo
creer lo que estaba viendo. Miró a su alrededor, todo estaba igual, nada
había cambiado, salvo la casa de ladrillo que ahora estaba donde antes es-
taba la suya. Una multitud se reunió detrás de Budhia. Él volteó y vio entre
1 Transporte típico del sur de Asia, también llamado tuk-tuk. Son triciclos motori-
zados con espacio para dos pasajeros detrás del asiento del piloto. (N. del T.).
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la gente a Kanhaiya con un hacha en una mano y leña en la otra. Kanhaiya
dejó la leña en el piso, se acercó y con ambas manos en los hombros de
Budhia le susurró al oído:
—Ésa ya no es tu casa. Ésta la construyó Ram Singh para su yerno.
—Pero ¿dónde está mi casa?
—Tu casa cayó en un designio que no pudiste ver ni leer.
Kanhaiya apartó su rostro, negándose a ver los abatidos ojos de Budhia.
Lentamente, la historia completa comenzó a desentrañarse en casa de Kan-
haiya, quien le ofreció un almuerzo a Budhia y su familia.
Budhia, siendo iletrado, grosero, insolente y pobre, era el menos apre-
ciado en el Tikarampur gobernado por los bhumihar, así que Ram Singh
y sus secuaces concibieron un plan. El agua bajó veinte días después del
diluvio y al trigésimo día la gente había comenzado a regresar a sus casas.
La inundación le había dado a Ram Singh la oportunidad que necesitaba. Él
sabía que, aunque Budhia fuera algo rebelde, jamás lo enfrentaría. Además,
Ram Singh tenía a sus secuaces contentos con dinero que les daba ocasio-
nalmente. También era consciente de que nadie se atrevería a cuestionarlo
por sus acciones mientras él siguiera siendo rico y poderoso. Así pues, cada
vez que Budhia llamaba desde Patna, lo mantenía alejado diciendo que el
pueblo seguía bajo el agua, aplazando el regreso de Budhia todo el tiempo
necesario para arrebatarle su tierra, demoler su choza y construir su propia
casa de ladrillo.
—Lo sé, Kanhaiya, he sido un tonto. Ahora necesito hacer algo y ha-
cerlo pronto.
Los ojos de Budhia lanzaban llamas.
—Claro, puedes comenzar una nueva vida en algún taller de Munger.
¿No acabas de decir que pintabas carros usados allá en Patna?
—Así es.
—¿Entonces qué harás?
Budhia se levantó, dejando su plato a medio comer. Hizo una reve-
rencia por primera vez en muchos meses, tomó el hacha de Kanhaiya del
patio y caminó a la salida.
Se quedó ahí un rato, tomó aire y volteó hacia su amigo.
—Voy a pintar este pueblo de rojo l
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El dolor
Bava Chelladurai
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La roca que Raman sostenía se resbaló de entre sus dedos y cayó sobre
su pie. Se sobresaltó y volteó hacia Munusamy. Su mirada no bajaba de la
cima del árbol. Seguía rodando la piedra.
Raman había decidido irse, pero Munusamy seguía jugando con el guija-
rro en su mano. Cuando éste se le escapó también y cayó a la tierra, Raman
se puso de pie para irse.
Todo estaba perfectamente bien.
Mientras regresaban, Raman escuchó un ruido y giró el cuello para mi-
rar atrás. Vio a la madre de los jabatos entrar al arbusto. Sus ojos ya estaban
acostumbrados a la oscuridad y la imagen del enorme lomo de la jabalí lo
atemorizó.
Pensó en tocar el hombro de Munusamy para mostrarle lo que había
visto, pero no lo hizo. Era peligroso perder la concentración. Caminaban
con tal facilidad a través de los arbustos que parecía como si ellos hubieran
creado personalmente esa vereda. Las plantas de cacahuate que rompían
como olas en ambos costados del camino se mezclaban con la oscuridad que
las rodeaba, formando un mar negro.
El foco que había en la fachada de aquella casa titilaba. Desde el interior
pobremente iluminado escapaba otra luz amarilla. Cuando Munusamy miró
a la entrada de la casa desde el porche trasero, la vio tan oscura como si no
hubiera un solo foco.
Ahí planearon las señales que harían con sus cuerpos para comunicarse.
Ragothaman, que estaba tirado en la cama, escuchó un ruido y prendió
la lámpara. Raman estaba parado muy cerca, en la luz que llenó la habita-
ción, como un poste alto y tieso.
Ragothaman quiso gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. Con
el corazón lleno de miedo y tensión vio a su esposa e hija durmiendo cerca
de él. Lanzó la sábana sobre su esposa, pero cayó sobre su hija.
No dirigió sus ojos en esa dirección en absoluto. Clavó sus ojos en él.
Cuando lo vio erguirse, se volvió más vigilante. Creyó que se había levantado
de la cama sin intención de escapar o de dar la voz de alarma. Su mente le
dijo que no sería tan tonto como para perder a su esposa o a su hija, pero
aun así su cuerpo se mantuvo tenso y en alerta.
El hombre quitó el cerrojo de la recámara y entró lentamente al pasillo.
Él también lo siguió. Apagó la luz que allí había. El pasillo quedó completa-
mente a oscuras. Cuadros con imágenes de dioses colgaban de las paredes.
Raman trató de entender para qué lo había llevado ahí. En la habitación
que acababan de dejar, el sonido de la esposa tosiendo subió de volumen
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y después se detuvo. Raman notó que había luces del otro lado de la casa.
«Pero ¿y qué?», pensó.
Ragothaman levantó la cabeza para tener una vista completa del intruso.
Era muy alto. Su aspecto lo previno de perder más tiempo.
A través de su silencio, transmitió las palabras: «No hagas nada, ¡te daré
todo lo que tengo!».
Raman se acercó a él y respondió con la mirada: «¡Ya sé!, ¿qué más pue-
des hacer? ¡Dámelo rápido!».
Raman tocó su garganta. Se mantuvo expectante mientras la puerta de
la recámara se abría. Sabía que podría cerrarse repentinamente, pero no
sucedió. Luego escuchó cómo se abría el armario. Se movió lenta y cuida-
dosamente hasta pararse con un pie en el escalón de la puerta y otro en el
interior del cuarto.
Intentó calcular cuántos soberanos de oro estaba a punto de obtener por
los sonidos que le llegaban mientras escuchaba las tinieblas. Se dio cuenta
de que su atención se estaba desviando y la redirigió a Ragothaman, que
regresó trayendo un puñado de joyas y un fajo de billetes.
Una vez que ambos estuvieron de vuelta en el vestíbulo, Ragothaman
cerró con seguro la puerta de la recámara.
Se acercó al tipo. Un extraño olor emanaba de su cuerpo. Puso todo
lo que cargaban sus manos en las manos que se extendían hacia él. Por su-
puesto, sintió el dolor de perder, pero aun así supo que era un intercambio
necesario. Al siguiente segundo, el tipo comenzó a prepararse para irse.
Sus ojos recorrieron el patio y barrieron de este a oeste la casa. Hubo una
señal (Ragothaman no la entendió, pero supuso que habría cuatro o cinco
personas agazapadas afuera).
Cuando caminaron por el pasillo hacia la entrada principal, sus hombros
chocaron suavemente. Así que uno se hizo a un lado para que el otro saliera
con facilidad. Al girarse Raman, vio que Ragothaman también se había dado
la vuelta hacia él. Al notar la forma en que lo miraba, se puso aún más en
alerta. Sin quitarle un ojo de encima, descorrió el pasador. El marco de la
puerta era tan alto como él. Cuando puso un pie en el escalón de afuera,
Ragothaman pisó la parte inferior de su lungi y gritó muy fuerte: «¡Ladrón!
¡Ladrón!». Uno abrió una de las puertas dobles y luego la cerró muy rápido.
El otro trató de zafarse, incapaz de resistir el dolor en el pulgar que había
quedado atrapado donde se unían las puertas. Cayó al suelo.
Raman lo pateó para mantenerlo adentro, cerró la puerta desde afuera y
se alejó. Munusamy llegó del otro lado y se unió a él. Vieron cómo las luces
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se encendían y escucharon cierta conmoción adentro de la casa. Caminaron
rápido en la oscuridad dando largas zancadas. El campo de cañas que había
cerca los esperaba. Los absorbió.
El inspector Falullah fue directamente a la cocina sin poner atención a
las manchas de sangre seca que había cerca de la puerta. Sus ojos contaron
cuatro platos con restos de comida. Cuando regresó, escuchó a la esposa del
tipo llorar mientras rogaba que alguien lo llevara al hospital.
Con antorcha en mano, el inspector Falullah caminó solo en dirección
al oeste. Los agentes que lo acompañaban calcularon la distancia por el mo-
vimiento de la luz que cargaba.
A través de la puerta abierta, se podía ver que la hija yacía en estado de
shock sobre el catre. Había mucha gente a su alrededor, consolándola.
Un agente murmuró, con voz tan baja que ni siquiera él mismo se es-
cuchó, que encontraría al culpable. Otros se decían lo mismo. Dos agentes
registraron habitación tras habitación. Sus pasos cadenciosos expresaban el
temor de que alguien pudiera seguir oculto ahí adentro.
La esposa caminaba por toda la casa, hablando con alguien. Había en-
tre cuarenta y cincuenta personas esperando el regreso del inspector. Este
último se acercó a la entrada del campo de caña que un círculo de luz se-
ñalaba. Escrutó cuidadosamente los tallos con ojos expertos, se dio vuelta
y se dirigió al agente principal, Thandavarayan, que lo había seguido y en
quien confiaba:
«Éste es el trabajo de kuravas».1
«¿Cuántos, señor?».
«¡Cuatro!».
Esas palabras contenían el orgullo y la experiencia de muchos años. Tras
pronunciarlas, mostró a Thadavarayan el interior del campo, moviendo la
luz de la antorcha lentamente. Había, en cuatro lugares, pequeñas pilas de
excremento fresco. Thandavarayan pudo darse cuenta una vez más de la
exactitud de sus cálculos.
Cuando ciertas personas intentaron acercarse a ellos, un agente les gritó
con lenguaje soez. El tono de su voz advertía que los ladrones podían seguir
escondidos en el campo de caña y atacar en cualquier momento.
Sin saber exactamente por dónde empezar, el inspector preguntó a la
dueña de la casa, que estaba completamente destrozada: «¿Cómo está su
esposo ahora, señora?».
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Mientras respondía con mucha tensión en su voz que para esa hora el
vehículo habría cruzado Kannamangalam, ella se preparaba mentalmente
para la siguiente pregunta.
«¿Pudo ver a alguno de ellos, señora?».
Abrazó fuertemente a su hija mayor y dijo: «No», mirándola a ella.
«¿Cómo se dio cuenta de lo que ocurría?».
«Señor, cuando mi esposo gritó de dolor por su mano machucada salta-
mos de la cama. El armario estaba abierto. La puerta de la recámara había
sido cerrada con seguro desde afuera».
«¿Él fue herido sólo de la mano?».
«Sí, señor. Pero se desmayó. ¡Había demasiada sangre!».
Thandavarayan tomaba notas de todo lo que se decía en una caligrafía
que sólo él podía entender.
El inspector consoló a la mujer: «No se preocupe, señora. Dejaré dos
o tres policías para velar por su seguridad». Después se llevó a un lado a
Thandavarayan.
La palabra kuravas se escuchó varias veces en esa conversación.
Thandavarayan asintió con la cabeza frecuentemente, dando esperanza a
los policías que lo observaban de que podrían capturar a los fugitivos.
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La investigación arrojó montones de información. Con cada nuevo de-
talle, el dolor se incrementaba en el dedo herido. De vez en cuando, cerraba
los ojos y suplicaba por agua, comida o ayuda a quien estuviera cerca. En
tales ocasiones, la mano derecha se movía suavemente sobre el destrozado
pulgar. La gente que las observaba, comprendía la empatía que sentía una
mano por la otra.
Una tarde en que la herida aún no había sanado por completo, se so-
licitó a Ragothaman que fuera a la estación de policía. Como no tenía aún
el valor suficiente para ir solo, pidió a un amigo suyo que lo acompañara.
El despacho del inspector estaba muy limpio y ordenado. Aún así, era
claro que el miedo seguía echado ahí, como un perro que asomaba la len-
gua goteando charcos de saliva. Ragothaman sintió que la herida que había
estado sanando ahora le dolía de nuevo, pero intentó ocultarlo. El inspector
irradiaba orgullo.
«¡Los hemos atrapado, señor! ¡Sólo eran dos personas! Si usted hubiera
actuado juiciosamente, pudo haber evitado eso». Señaló su dedo herido.
«¡Son personas muy peligrosas! Para ellos, el asalto es una cosa muy común.
A la menor provocación, ¡le hubieran partido la cabeza!»
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Sin permitirle continuar, Ragothaman preguntó: «¿Qué debo hacer aho-
ra, señor?». Hablaba en un tono nervioso e irritado que sugería que lo
único que quería era olvidar todo el asunto.
«¡Nada! Todo se ha terminado, ¿por qué está tan asustado y tenso?
¿Quiere verlos?».
«¡No, señor! ¿Qué sentido tiene?».
«No se preocupe. Sólo tiene que identificarlos, no hablar con ellos».
Thandavarayan los acompañó a la celda de detención. Una mujer que
estaba parada afuera se cruzó con ellos. Como el agente esperaba, ella giró
su rostro para mirarlo.
Munusamy estaba parado al fondo. Sostenía una maleta. Al verlos llegar,
la arrojó a un rincón disimuladamente. El otro hombre tenía la cara vuelta
hacia la pared.
Thadavarayan gritó: «¡Hey, tú, perro asqueroso! Ven aquí. ¿Por qué
mientes descaradamente?». Él, mostrando que no le asustaban los gritos y
las amenazas, lentamente se puso de pie, se acomodó la ropa, se aproximó
a los barrotes de la celda y se quedó parado ahí. Ragothaman quedó a unos
cuantos centímetros de él. Hizo su dedo cosido muy visible, como si desea-
ra que él lo viera.
Tan pronto como lo vio, apartó la vista de la misma manera en que la
había apartado con los jabatos aquella noche en el bosque.
Ragothaman evitó mirarlo a los ojos. Su mente rezó porque un velo ne-
gro cayera entre ellos. Lo había visto muy de cerca aquella noche en el ves-
tíbulo, pero algo evitaba que lo viera directamente a los ojos ahora. El tipo
estaba bastante calmado y lo barrió de pies a cabeza. No había ningún sigilo
en su mirada. Era una mirada que decía: «Todo se ha terminado, ¿ahora qué
sigue?», pero a pesar de todo él no podía verlo a los ojos.
Sin decir nada, entró de nuevo al despacho del inspector.
Su amigo y Thandavarayan se quedaron parados afuera.
El inspector le hizo un gesto invitándolo a sentarse. Él lo ignoró y dijo:
«¡Esos dos no son los hombres que vi aquella noche!». Su voz, que acababa
de perder algo importante, se quebró l
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Angshuman
Kar
Regla de la naturaleza
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O tro poema sobre l a memoria
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Junto
al río
Jerry Pinto
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa sabes quién
eres y de dónde vienes. Sabes que son novecientas generaciones de es-
tar en la cima de la pirámide las que te permiten esperar cada mañana
el canto del pájaro saarkhoo —o comodemoniosseaquelellaman— para
despertarte.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu hogar aprendes a
reconocer el poder del agua. La dama del río-marrón no solamente fluye
cerca de tu puerta. Asciende sobre el éter, invade huesos antiguos, cami-
na sobre la madera joven con los pies mojados y rasguña vasijas de cobre
con las uñas. Mordisquea el suelo, tomando una pequeña porción un año
y luego otra el año próximo, enloquecida, furiosa, mujer preñada con an-
tojo de tierra negra, que se propaga violentamente a través de la noche
y que por la mañana ha hecho desaparecer un pedazo más de suelo, bur-
lándose de los mukkadam y de los talati,1 burlándose de la concesión de
siete acres de cieno, lodo y ranas que saltan de entre los dedos de los pies
y nueve generaciones de superioridad.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa algunas cosas
son fáciles. El muchacho, el sirviente, muestra el camino, arremangándose
los pantalones cortos y mostrando el capullo de una flor café que suelta
en el nacimiento de un riachuelo amarillo, hediondo, manchado, color to-
1 Mukkadam y talati son términos empleados para designar a quienes realizan fun-
ciones de contabilidad rural, especialmente de terrenos y propiedades comuna-
les. (Todas las notas son de los traductores).
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pacio, en la luz de la tarde, que salpica silbando. No tiene nombre este
muchacho, es El Muchacho, y es uno de muchos de los que han ido y
venido en la vida de la casa. Algunos «lo hicieron bien» (con un dejo de
furia ante ambiciones tan pujantes) y otros «fueron carne de cañón» (con
un dejo de desdén ante tal falta de visión).
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de la casa el heredero
del sombrío chapaleo y los árboles frutales y la casa oblicua y atravesada
aprende que puede arrojar las colillas de los cigarrillos en el agua (bidis
cuando está quebrado). Su hermana desliza un novio nocturno en el agua.
Él es un delfín, brillante en el agua café. Apenas una pequeña ola mientras
escapa de la mirada del hombre de rostro lúgubre que anhela un depar-
tamento como los que tienen sus colegas de la oficina, donde todos en
sociedad deben compartir los costos del mantenimiento.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa pueden llegar
regalos. Algunos dicen que la vieja señora que todavía cocina, que muele
masala en una piedra, que no usa blusas porque sus senos han abandona-
do hace mucho tiempo la forma de los senos, que fuma bidis acres cada
noche pero no hace preguntas si algo desaparece, esa vieja señora cuyo
ojo con catarata lo ha visto todo, se dice: ella fue también un regalo del
río. Y una vez una maleta vino río abajo y Nuestro-Muchacho-de-Entonces
se metió, balanceándose, sin saber nadar pero confiando en que su cuer-
po lo haría, para arrastrarla a la orilla, y encontró en ella una lata de talco,
dos corbatas y un monóculo. Se puso todo esto, dicen, y todos se rieron.
No se rieron cuando murió echando espuma por la boca, dieciocho horas
después. Ese muchacho de-Entonces, ¿también se orinó en el río? ¿Qué
muchacho de-Cualquier-Tiempo podría resistirlo?
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa, es bum-
sap-bum-bap-bum-bob. Cara sumergida en el río. Imposible decir si es
hombre o mujer, ya que los álbumes de fotografías son blancos o azu-
les, pero en este país todos los traseros son morenos, como escribió el
alguna-vez novio en el alguna-vez libro de autógrafos de la alguna-vez
señorita.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa creces acos-
tumbrado a los olores. El río es una olla de carne, una olla de estofado,
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un hasta-lo-que-no. El río exuda. El río emana. Temprano en la mañana a
veces un fuerte olor a limón y a musgo en la pared. Y en verano curiosa-
mente a las fiestas y al sabor a carne del mahua.2 Con frecuencia, sólo es
putrefacción. Una turbia sopa podrida primigenia café-verdosa. Una he-
dionda, fría y húmeda sopa apestosa de pelo púbico no lavado, manchada
de sal, con sabor a genes, tal como debe oler el adn, una hélice morena
enroscándose en las ventanas, subrayándolo todo de modo que cuando
se vayan, incluso al centro de la diésel-y-samosa ciudad, el aire parezca
limpio. Imagina salir de tu propio bote de basura. Ah, sí, mierda. Con fre-
cuencia a mierda. Está bien cuando es mierda de pezuña hendida, pero
con frecuencia es mierda después-de-la-peda o simplemente era-mierda-
de-perro-en-tu-zapato.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa, te acostum-
bras. No a esto. A cómo se pudre la carne. El joven amo lo sabe. Lo sabe
por la muerta masa informe de camino a la escuela. Tanta vida crepitante y
palpitante, contoneante y reptante, agitada y excedente, sobre una muer-
te. Y, conocedor de malos olores, él se acercó y esperó el tufillo. Marea-
dor, nauseabundo, exquisito, no había habido nada así desde que la joven
señorita tapó el baño con sus toallas sanitarias y trató de destaparlo con
agua hirviendo. Él trajo el agua, la echó en el excusado y fue recompensa-
do con el olor a mierda hervida. Ahora la señorita tiró sus almohadillas en
el río y el río se apoderó de todos esos rechazados ciclos de la vida y trajo
un cuerpo a bum-sap-bum-bap-bum-bobear en la trenza café de la diosa.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa sabes a quién
preguntarle. M. Piel-de-puerco es el bueno. Seguramente él lo hará con
los puercos. Seguramente no, pues M. Piel-de-puerco está en cama con
«pleuresía», dice su hijo. Impresionante, esta noción. Impresionante que
M. Piel-de-puerco pueda tener un cuerpo sujeto a enfermedades con
nombres en inglés. Impresionante que este cuerpo con su carga de do-
lencias de nombres en inglés deba estar en cama. Y que estas noticias
lleguen a la casa junto al río de los blancos dientes relucientes de un hom-
bre que deliberadamente cierra los seguros de los grilletes del francés de
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su crujiente y almidonada camisa azul que está hecha para fajarse en los
pantalones caqui.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa aprendes que
la pirámide se abre sin fin por debajo de ti. Reconoces la existencia de otras
pirámides entre vasos de Horlicks antes de dormir.3 Se cree que el hijo de
M. Piel-de-puerco debe estar pensando en comprar un carro. Nadie en esta
casa puede pensar en eso. ¿Un sueño? Cualquiera puede soñar en estos
días —risillas de matriarcas de pelo blanco— pero diligentemente, mientras
cada recluso de la casa crece, rehúsan soñar en carros. Desde esta pirámi-
de, esa pirámide luce ciertamente como un ascenso arduo y sin reservacio-
nes, ¿quién podría pensar en escalar sus costados lisos? Pero cuando miras
hacia abajo de la pirámide, qué densa y bien poblada es su base. Desde ahí,
debemos escoger, dice la matriarca, dos cabezas de delfines.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa sabes que lo
que no haces cuando un cuerpo está bum-sap-bum-bap-bobeando en la
base del jardín es llamar a la policía para que bum-sap-bum-bapeen du-
rante tu té de la tarde. Los dos chicos se desvestirán en la orilla más lejana
y en una semidesnudez aceitosa y brillante saltarán ligera y ágilmente en
el agua y lanzarán una soga para atrapar el cuerpo y arrastrarlo, decente,
decorosamente, y echarlo a que siga vagando en el riachuelo, lejos de
nosotros, donde pueda flotar curso abajo y presentar su pobre bifurcada
mortalidad en algún otro mordisqueado borde.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa no supervisas
la operación después de que oyes el splash gemelo, sino que simplemen-
te pones el tapón negro en la botella de agua de colonia que viene de
algún lugar cercano a la casa, porque el olor se irá pronto y comienzas a
preguntarte si podrías haberla adquirido más barata deslizándote un par
de niveles más abajo de la pirámide. Pero en un rato se hace evidente que
el olor no se ha ido a otra parte y que los jóvenes sí se han ido a algún
sitio. Con cautela, debido a que incluso él ha perdido interés en el olor,
el joven amo va a revisar y encuentra el bum-sap-bum-bap-bum-bobeado
cuerpo sin pie o parte del mismo.
3 Se trata de una bebida que llegó a la India con el ejército británico, hecha de leche
de búfala, y que es símbolo de estatus entre las clases medias altas y altas.
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Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa tienes una úl-
tima oportunidad. Tomas el bambú con el que se arranca la fruta de las ra-
mas más altas y lo deslizas hasta el agua y comienzas a apalancar el cuerpo
lejos de la tierra. Ves cómo el pelaje de las raíces ha tirado su red sobre los
restos de una vida. Te comienzas a preguntar si estás ofendiendo a un cuer-
po muerto. Te comienzas a preguntar si tu renuencia a reportar la presencia
de esta ausencia será mal interpretada. Te rindes y llamas a la policía.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa estás feliz de
que haya un final aburrido. Es la sirvienta de la casa más allá de la curva
del río. Tenía el mal hábito de mostrarte el dedo. A menudo salía dispara-
da tras una borrachera para que nadie se enterara. Debió haber caído en
el agua y ahogarse. No hay signos de violencia que no sean los de las bo-
cas ansiosas de los peces y las tortugas. El ropavejero vino y se llevó casi
dos docenas de botellas vacías de brandy Doctor Brand, esas botellas pla-
nas que una mujer puede meter de contrabando ocultas contra su vientre.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa sabes que
el río también traerá sueños. Aquí está ella ahora, una serpiente cuyas
escamas cafés están moteadas con el dorado sol de la tarde. Bosteza
y demanda un sacrificio, todas las vírgenes a lo largo del río lloran y los
hombres jóvenes palidecen. Las hermosas se causan heridas a sí mismas
para no ser llevadas. Las feas calman a los bebés y lavan úlceras. Sólo
una mujer se prepara, con una furia tan grande que el aguardiente calma
apenas. Se desviste completamente y toda la piel revelada la hacer crecer
todavía más. De su maleta toma una lata de talco y salpica su cuerpo de
blanco de modo que parece una noche estrellada. Ahora se inclina junto
al río y ofrece reverencias con sus labios. El agua late, a temperatura cor-
poral, dulce y salobre. Es seducida.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa aprendes a
aceptar que el bum-sap-bum-bap-bum puede continuar por un rato des-
pués de que el cuerpo bum-sap-bum-guombee y los sonidos del té sorbi-
do a plena vista de todos en la veranda del camino que muestran que no
tenemos nada que esconder se hayan perdido l
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A. J.
Thomas
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Una tarde de mediados de julio. Llevados por el sopor luego del almuerzo,
Subimos por la calle Ridge. El aire
Gotea húmedo bajo el espeso verde del verano;
Nadamos, respirando por la boca.
Sarmad Shaheed
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Con la Quila-e Mualla —o la Fortaleza Exaltada que finalmente se redujo
[a la
Simple Lal Quila para adaptarse a la realidad de la decrepitud total de los
[últimos días—
Surgiendo detrás en el horizonte.
A pesar de vivir en Delhi los últimos veintidós años, apenas visité la Haveli de
Ghalib1 en la calle Ballimaran, cerca del Chandni Chowk.
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Mamang
Dai
Quién diría,
la hermosura de los árboles ha fracasado este año,
esperan en vano;
porque el sol calla
lo que sabe del tiempo y la distancia.
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A tesora la canción
La noche.
El sol se va
con su carcaj repleto.
Cada palabra que pronunciamos ahora es un recuerdo
hasta que el sol regrese.
Atesora la canción.
Toda la noche.
No pierdas el acorde
que une todas las cosas.
La lluvia cae de las colinas
empujada por nubes grises,
y una blanca, ordinaria luna
de pronto atrae nuestra mirada hacia arriba.
El amanecer.
El brillante grito del pavo real.
La luz de la mañana toca la hierba.
Es hora de irse.
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N ube y montaña
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200
Sampurna
Chattarji
C o n q u i s t a d o r a e s p aci a l
E n t r e d emas i ad o es paci o y muy po co
S e e n c u e n t r a u n c i el o d e i nfi ni ti vo s
P a rt i d o
E s e co f r e d e ma d era ta l l ad a y pul i d a es tá a s u a lc a nc e
Pero no lo tocará
E s u n a v i s i t a n t e a ho ra
Y l a s c o s a s d e l a T ierra l a perturb a n
S e a p a r ec en
A s u a l r ed ed o r c o n s us b o rd es fi rmes s u pa s ado resu elt o
I n cl u s o l a s c o r t i n a s d e l a s pared es
Y l a i n t r i n c a d a c o lch a en l a q ue el l a
Reposa
L a a su s t a n c o n s u v i s to s a pro xi mi d a d y s u b o r da do
Que habla del dolor
D e j a n d o es t a c a s e n s u terri to ri o co mo aguj a s qu e a pu ñalan telas
[ en u n millón de manos
E n e l t o c a d o r c o n e l es pej o empa ñad o es tá l a fot o de u n c hic o
P o r f u er a d e l a v e n tana un l a b eri nto d e ani males c ortados
G u l l i v e r d e l es p a c i o s e h a a co s tumb ra d o ri d í c u lament e a v iv ir en
Cajas
Tubos
Cilindros
Máscaras de gas
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201
T r a j es d e b a ño
Lanzaderas
R i d í c u l a men t e a co s tumb ra d a a tener a Brahmand a su a lrededor
C o mo s i t o d o s es o s año s l uz no fueran na da , sa lv o u na c álida
C o b i j a d e l a na d el H i ma l ay a s o b re s us rodillas
Y a n o es t á a terro ri zad a po r l a va s ted a d
S u s o j o s e s p a ci a l es l e h a n ens eñad o a ve r en la osc u rida d
L o s c en t a u r o s vi aj ero s l o s C as a no vas rev entados
L a s c a b e z a s de s a nto s
E l p l a t ea d o e s a h o ra s u co l o r favo ri to el insoport able pla teado
[del
S o l f r í o q u e cad a maña na i ntenta ro mpe r la nu be de ac ero qu e lo
[aprisiona
L o s t o n o s c á li d o s l e pro d ucen temb l o res respirac ión ag itada
T o n o s g o l o n d ri na
T r a g a r t r a g a r tragar tragar el a i re fres co rac iona do en la
habitación
A n t es p o d r í a h ab er muerto i ntentand o
E s t a b l ec er u na rel a ci ó n perfecta y precisa entre ella
Y c a d a o b j et o en l a h ab i taci ó n
D e s d e s u r eg res o a l a T i erra
H a es t a d o s e n ta d a en l a ventana
R ec o n c i l i á n d o s e co ns i go mi s ma
La Luz
la luz para ver novias en la luz para tomar vuelos en la luz por la que el
mediodía se mueve como daga en su funda la luz que vive al fondo de los
vasos la luz como un tigre en la pared la luz de ladrillos rojos del amanecer
luz-cuervo fija como un nido a su árbol luz de las ocho de la mañana en
la que el vapor de una olla de arroz cocinándose lento en la choza tras la
carretera puede verse como el vapor de mi taza de té luz de mi vida luz que
canta en una cáscara que pela tu sueño ¿tienes luz? la luz de la luna roja
madura naranja sanguina fruto de una noche cínica la luz con la que un
grupo de muchachos detiene a los coches para recolectar dinero por un show
que no verás venir de una ciudad de perros salvajes volando sobre la flota de
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202
las vocales desde las orillas del Mar Báltico luz como una canasta de huevos
que cuelga de un gancho en una tienda de paso luz-arrozal revoloteando en
un pedazo de tela blanca atorada en un trocito de madera luz singular la luz
que se mueve a través de la habitación en la que calentaremos la parte baja
de nuestra espalda luz salvajemente impulsada por dientes contra lenguas luz
del pensamiento que crece y crece enorme y tangencial como la luz
Perros, m u l t i tu d e s y c o n c i e r t o s d e r o c k
Diario de Bombay: 07 de abril de 2013
H o y a l a s 7 d e l a m aña na
u n a m a n a d a d e p erro s s al vaj es entró a un ed i fic io y c a stró a u n
[hombre.
F u e ta n r á p i d o q u e nad i e pud o l l ama r a l a po lic ía
o a l a c a m i o n et a d e l a BS P C A 1 para q ue s e l l ev ara a los perros
[rabiosos.
C i n co p er r o s l l eg a ro n.
Q u e d a n s ei s .
H o y a l a s 1 2 d el d í a
u n a g r u p o d e ma t o nes a s uel d o ti ró fl o res a una mu ltitu d desde
[u na c amioneta.
L a m u l t i t u d , q u e s e h ab í a reuni d o s i l enci o s a m ent e du ra nt e la
[ma ña na
a r r a n c ó l o s t a l l o s co n l o s d i entes y expl o tó
e n u n a f u r i a d e p a nfl eto s . L o s panfl eto s d ecí an
F u e ra , E x t r a n j e r o s y l uego s e ca nta ro n a s í mi s mos entre el estu por.
E l gru p o d e m a t o n e s fue d es ped i d o
p o r n o h a b er l e p a g ad o a l a much ed umb re.
H o y a l a s 7 d e l a n och e,
U n e s t a d i o a b r i ó s u s puerta s al ci el o .
L a t i e r r a s e a g i t ó y l a gente a ped reó .
1 Siglas en inglés de la Sociedad Bahreiní para Prevenir la Crueldad contra los Animales.
(N. del T.).
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E n o r mes l a b io s d e go ma s e vo l vi ero n d e u n azu l eléc tric o c on el
[sonido.
E n el s u el o , a pl as tad a entre un ej ecuti vo c on ropa informa l
y u n a ma d r e d e d o s h i j o s , una cantante india entrada en a ños
s a c u d i ó s u s c a i rel es . E n l o s a s i ento s d el c ha mpán
e l b a r ó n d el l i co r b urb uj eó
p u l c r o f u er a d e s u es mo q ui n.
A l a s 7 : 1 0 , 1 2:22 y a l a med i a no ch e
L a c i u d a d s i n ti ó un temb l o r d e anh el o .
C o s a s e x t r a ñ as s uced i ero n y l as pa s aro n por a lto.
M a ñ a n a , q u i e nes ma rca rán l a s h o ras s erán los trenes,
a l a s 7 : 1 0 , l a s 12:22, l a med i ano ch e,
c a d a u n o s a c ud i end o s us cad ena s ,
r eg r e s a n d o a mi l es a s us j a ul a s
h a s t a el a m a necer.
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La poesía fue la lengua
materna de Nirendranath
Chakraborty
Nirmal Kanti Bhattacharjee
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205
Y por todas partes había gruesas manchas de sangre. Regresó a su casa esa
noche aturdido y escribió un poema llamado «Rameswar, el mártir». A la
mañana siguiente, metió el poema en un sobre y lo envió por correo a la ofi-
cina de Desh. El siguiente sábado se publicó a página completa en la revista.
Como beneficio adicional, recibió una carta de Sagarmay Ghosh que decía:
«Me doy cuenta de que tú también escribes historias. Pero será mejor que te
mantengas firme en la poesía». Este consejo lo ayudó a definir con fuerza su
dirección literaria.
¿Esto significa que sólo escribió poesía? Todo lo contrario. Periodista de
profesión, escribió gran cantidad de prosa durante más de cincuenta años:
reportajes, reseñas, artículos, editoriales, etcétera. En 1942, luego de apro-
bar el examen intermedio, comenzó a trabajar como subeditor en un perió-
dico llamado Pratyaha, quizá el primer periódico que usó el bengalí chalit, es
decir, conversacional, en lugar del bengalí formal, sadhu. A punto de graduar-
se, se unió a otro periódico, llamado Sriharsha, que se publicaba en cuatro
versiones: inglés, bengalí, hindi y urdu. Después trabajó en Matribhumi, Nava-
yug, Bharat, Swaraj, Satyayug, Advance y otros periódicos y revistas. En 1951 se
unió al grupo Anandabazar y se desempeñó como subeditor del servicio de
noticias, editor de poesía de Desh, editor de Anandamela, redactor editorial de
Anandabazar, etcétera. Pero confesaba que nunca le gustó escribir prosa. Cada
vez que escribía un texto en prosa, se sentía culpable, pensando que podía
dedicar ese tiempo a la poesía. Curiosamente, con frecuencia decía: «La
poesía es mi lengua materna, no la prosa». Y sin embargo escribía una prosa
maravillosa, tanto es así que a su libro sobre el oficio de la poesía, titulado
Kobitar Klas (El aula de la poesía), hoy en día casi se le trata como un clásico y
es la Biblia para todos aquellos bengalíes que aspiran a ser poetas.
Mencioné al principio que Nirendranath no creía en la escuela poética
del soliloquio. Hay un dicho en inglés que afirma que los poetas se hablan a sí
mismos y que nosotros sólo escuchamos casualmente. Nirendranath desde-
ñaba este dicho; razonaba que, si uno se hablaba a sí mismo, el asunto termi-
naría una vez que el discurso llegara a su fin. Pero desde el momento en que
el poeta se esfuerza por publicar su poema o decirlo frente a un auditorio,
está tratando de comunicarse con los demás. Por lo tanto, su poesía inmedia-
tamente deja de ser un monólogo. Entonces se convierte en responsabilidad
del poeta usar un lenguaje que sea accesible a los otros. En este contexto,
Nirendranath habló en una ocasión sobre Enrique V, la obra de Shakespeare.
Después de conquistar Francia, Enrique V se enamoró de la princesa Cathe-
rine. Pero Catherine no hablaba bien inglés. Entonces, cuando se suponía
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206
que iban a intercambiar dulces naderías, Catherine dijo: «Su Majestad, yo
no hablo su Inglaterra». Inglés defectuoso, pero sin embargo inglés. Enton-
ces, Enrique le dijo que hablara en su pobre inglés, eso sería suficiente para
intercambiar votos de amor, porque el rey le hablaría de acuerdo a su nivel
de conocimiento. Nirendranath creía que un buen poeta debería estar al ni-
vel de sus lectores. Su uso del lenguaje debe determinarse por su entorno y
estar al nivel de comunicación del hablante menos privilegiado de un idioma.
¿Qué es lo que hace que la poesía de Nirendranath Chakraborty sea tan
inmensamente atractiva? Él se esforzó para rescatar la poesía bengalí de su
triste sentimentalismo, su vaguedad romántica y su sensiblera expresión.
Eligió autoexiliarse de la larga tradición de la emoción superficial, la signi-
ficación desmesurada y el éxtasis abrumador en torno al amor del hombre
y la mujer. Entonces hubiera sido posible que su poesía gravitara hacia las
expresiones intelectuales como reacción a los arrebatos emocionales. Pero
no permitió que eso sucediera. Lo que sobrevino fue la expresión poética de
la realidad vista y escuchada de primera mano. Golpeó con fuerza la dicción
bengalí al captar los temas y la imaginación de los caminos y las calles, de la
fea herida abierta de la realidad. En el largo viaje poético que comenzó con
la publicación de su poemario Nilnirjan en 1954, alcanzó las alturas con Ko-
lkatar Jishu (1969), Ulanga Raja (1971), Pagla Ghanti (1981), y terminó con
su trigésimo libro, Ananta Godhulibela (2008), el poeta nunca desistió de esta
convicción básica.
Algunos de los poemas extremadamente populares de Nirendranath son
«Amalkanti», «Batashi», «KolkatarJishu» (El Jesús de Calcuta), «Kolghore
Chiler Kanna» (El cometa llorando en el baño), «Hola, Dumdum», «Na Ram
Na Ganga» (Ni Ram ni Ganga), «Sakulye Tinjan» (Tres en total) y otros. Las
posibles razones de su legendario éxito se pueden atribuir a sus cualidades
narrativas y dramáticas, su recitabilidad, su extrema destreza para otorgar a
un incidente actual y popularmente discutido un sabor poético y, sobre todo,
la sencillez de su dicción. Los amigos de Amalkanti querían ser maestros,
doctores o abogados, pero Amalkanti no quería ser nada de eso. Quería
ser luz del Sol. Los deseos de los amigos de Amalkanti se cumplieron en
su mayoría, pero él no podía ser luz del Sol. Ahora trabajaba en una oscura
imprenta. Desde un tren en marcha, el poeta vio a un joven fornido de pelo
rizado correr en la dirección opuesta, gritando ruidosamente: «¡Batashi, Ba-
tashi!». ¿Quién es Batashi? ¿Por qué el joven la llama con tanta urgencia? El
poeta no lo sabía ni lo sabría jamás. Los taxis apresurados, los autobuses de
dos pisos, los ritmos de Chowringhee, la concurrida zona de Calcuta, se de-
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207
tuvieron repentinamente, porque un niño desnudo cruzaba la calle con pa-
sos inestables. Todo esto se convierte en tema de la poesía de Nirendranath
Chakraborty. Él trata en su poesía las escenas e incidentes que el hombre
común encuentra en su vida diaria. Representaciones así resuenan al instante
en la mente del lector y tal vez eso explique su extraordinaria popularidad.
Asia
(1953)
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Amalkanti
Amalkanti es mi amigo,
Íbamos en la misma escuela,
Casi siempre llegaba tarde, no le importaban sus lecciones.
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Ranjit
Hoskote
D unhuang
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L os búngalos de S outh A venue
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¿Pudiera ser que el latido de un corazón mineral
[enterrado en lo profundo
haya cedido, a causa de flautas que nadie podía escuchar
por encima de las ardillas que chillaban en el árbol de gulmohar,
la fiebre de martillos del yunque? Y mis propios oídos
detenidos ante las sirenas pero también ante los saludos
[entrecortados
de algodoneros y las disertaciones de acróbatas callejeros:
¿No habré escuchado nada en absoluto? ¿Habré perdido el paso, o la
[caída?
El árbol oracular
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Keki
Daruwalla
Migración 3
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Madre
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Cavilando acerca de las galaxias (Divagaciones)
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Sudeep
Sen
M adera de deriva
para Derek Walcott
1.
Parte de la balaustrada está ausente
pese a sus sólidas amarras con remaches de metal.
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Hay generosidad para familia, amigos —
aquellos que se han ido, y permanecen —
2.
3.
Ya no se ve la madera a la deriva —
parte de su casa donada al mar —
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A marillo , L a T ortuga
para Bernard y Didier
1.
2.
3.
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en el borde de la pila del jardín
esperando que lo llenen de nuevo —
Z en /K okoro
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Espartano es lleno, lleno
subliminal, liminal, sutil,
imperfecto, apenas ahí — wabi-sabi.
Kokoro
es tu propio «corazón»
en el «corazón de las cosas» —
Aranika, un sentimiento, un milagro
células cancerosas que se curan —
magia silenciosa de un jardín Zen
donde Kami-no-michi y Shinto
son sinónimos.
La poesía es caligrafía —
líneas negras de grueso variable
que miden la gama de tonos —
metáfora visual
en trazos cursivos —
Tantra de Kalachakra, una exposición.
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Arundhathi
Subramaniam
L a V erna
Agnóstico italiano,
budista unitario estadounidense,
buscador hindú
Y así fuimos
una tarde de marzo
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sumidos en un delirio
de roca, lluvia y cielo giratorio
suspendidos
entre el Tíber y el Arno
entre una geología salvaje y la intensa luz
donde el viento es vuelo de halcón
y gravedad aérea.
la alquimia diaria
de la roca derritiéndose en el bosque
el lobo en el cordero
el cielo en el mineral
la raíz retorcida en el cosmos
y oración
el grito de cernícalos enredados
en madera de haya antigua
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Se sentía como si ese día hubiera algo
para cada uno de nosotros
Nunca supimos
y no fuimos más sabios después
si acaso había uno
o muchos
o ninguno en absoluto
—estaríamos de acuerdo
nosotros tres—
Y debe ser
porque no estoy lista aún
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para que el verso de la tarjeta de felicitación signifique tanto
como Basho
como tú
y algunos momentos
aún más preciosos
Detener el exceso
de igualdad
Dejar que las distinciones permanezcan
que entiende
un poco
de jerarquía
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¿Quién desea un panorama general?
Más
Más
de esta conversación
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Geet
Chaturvedi
Tú caminas conmigo
De la misma manera en que la luna camina con un niño sentado ante la
[ventana de un tren
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Cada recuerdo es un poema
En nuestros libros, la suma de los poemas no escritos es mucho mayor
Mi lengua, mi futuro
La lengua de Kumārajīva
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siendo incinerado, todo su cuerpo se quemó y se convirtió en cenizas,
pero su lengua resistió las llamas y no se quemó.
Luego, con esa lengua, Kumārajīva había traducido, oralmente, con
palabras dichas, los Sutras al chino.
Después de todos estos años, se están realizando traducciones inversas
de los textos traducidos. Los tratados originales del sánscrito-pali se han
perdido para siempre, pero en chino todo eso sobrevivió. Hoy podemos
aprender muchas cosas sobre Buda con base en traducciones al inglés y al
hindi-sánscrito del chino.
Entonces, la lengua de Kumārajīva está presente en gran parte de lo
que sabemos sobre Buda hoy. A pesar de eso, no sabemos nada sobre
Kumāraj īva En la historia de las lenguas, por lo tanto, la lengua del traduc-
tor es la más desinteresada.
La lengua del traductor que ni siquiera el fuego tiene el valor de que-
mar.
Si matas la verdad, aparecerá la traducción de la verdad. Si destruyes
la traducción, aún persiste la verdad del tamaño de una lengua. Ansiosa,
inquietamente, saltando y rebotando, seguirá diciendo sus palabras l
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Cosas
que dejar atrás
[fragmento]
Namita Gokhale
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cada otoño. No había casas allí porque era un lugar sagrado, y no podía ser
contaminado por la presencia humana. Sólo a Traill, el difunto comisionado
de Kumaon y Garhwal, se le había permitido una peregrinación allí. Traill se
había enamorado de las montañas a las que había sido enviado para que las
administrara, y las protegía celosamente del mundo exterior. Consideraba la
afluencia de visitantes europeos como una «calamidad pública» y logró que
sus compatriotas no tuvieran conocimiento del lago.
Pero Barron, quien luego publicaría un diario de sus viajes bajo el seu-
dónimo de Pilgrim, era un hombre persistente. La idea de un lago secreto
lo emocionó y lo estimuló. Decidido a descubrir dónde estaba el lugar, or-
ganizó una escolta y emprendió una complicada caminata en la supuesta ve-
cindad de Naineetal. El sistema begaari prevalecía, y los montañeses locales
estaban en esos días obligados a proporcionar mano de obra por contrato
cuando los hombres blancos lo exigían. Un aldeano pahari particularmente
simple fue expropiado para llevar la carga de «Peregrino» Barron. Pilgrim
dice en sus memorias:
Mencioné antes que teníamos un guía con muy poca disposición en nuestro viaje
a Naini Tal; y tuvimos que usar algo así como una violencia gentil para evitar que
nos engañara*. Éramos ya muy experimentados viajeros del Himalaya para que
groseramente se burlaran de nosotros en cuanto al aspecto de las montañas donde
probablemente se ubicaría un lago, y los arroyos eran de alguna manera una guía
para llegar a él. [El culí del pueblo] nos llevó por una subida considerable clara-
mente en la dirección equivocada; así que, sospechando que nos había engañado
deliberadamente, adoptamos el excelente plan de darle una piedra pesada para que
la cargara, hasta que pudiera descubrir la dirección correcta. Los hombres de las
montañas son generalmente grandes papanatas, y se traicionan a sí mismos muy
fácilmente. Si alguna vez va usted a Naini Tal con un guía que dice nunca haber visto
el lugar, la siguiente es la receta para que lo descubra. Ponga una gran piedra en su
cabeza y dígale que tiene que llevarla a Naini Tal, donde no hay piedras, y que debe
tener cuidado de no dejarla que se caiga y se rompa, porque la necesitará allá; y, con
el fin de ser relevado de su carga, pronto admitirá que no hay escasez de piedras
en el lugar, un hecho que no podría haber sabido sin haber sido testigo ocular de
ello. Aliviamos al caballero de su carga después de una caminata de una milla, y no
volvimos a escuchar más sobre su ignorancia del camino.
*El truco de los montañeses que pretenden ignorer un camino es muy común, particularmente
cuando a algunos culís se les requiere en una temporada en la que preferirían no dejar sus hogares.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
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Barron registra la primera vista del lago. «Es, con mucho, la vista más
hermosa que he presenciado en el transcurso de una caminata de mil qui-
nientas millas en el Himalaya; mis recuerdos de él son tan vívidos, y pro-
bablemente quedarán tan profundamente grabados en el recuerdo, que no
dudo que en alguna ocasión futura me induzcan a hacer una visita menos
apresurada que la última. Vaya y haga lo mismo».
Dos años después, Barron regresó a Naineetal. Lo acompañaban sus
amigos, Welles de los Ingenieros y Batten del Servicio Civil. Los sesenta
hombres que empujaron y cargaron el bote arriba a las montañas lanzaron
un fuerte suspiro de alivio colectivo mientras lo deslizaban hacia las claras
olas. Los terratenientes, o thakurs, y los funcionarios de ingresos, los putware,
resoplaron ruidosamente con deleite y asombro. Mientras el bote hacía un
circuito por el lago, la nobleza local soltó trémulos vítores que se convirtie-
ron en un rugido. Nunca antes, en la memoria viva, ningún hombre se había
aventurado a poner un bote, ni siquiera una canoa primitiva o una balsa, en
el agua sagrada del lago Naini.
Nursingh Thokdar, un terrateniente local enorme y digno con un bigote
intimidante, se conmovió hasta las lágrimas ante la vista. «Se parecen a la
Santa Trinidad”, suspiró. «¡El señor Welles es Brahma, el señor Batten es
bueno y recto como Vishnú y seguramente el señor Barron es Shiva!».
Cuando el bote llegó a la orilla y emergió la trinidad, Nursingh se apresu-
ró a agarrarse de sus pies. Batten, Welles y Barron lo observaron divertidos.
«Vishnú yacía dormido en el fondo del océano», pronunció Nursingh,
«soñando profundamente en el seno de la diosa hasta que el tallo de loto
salió de su cuerpo. Esta flor ascendente llegó a la superficie del agua. Tu
barco es el nuevo avatar, la manifestación actual, del mismo loto divino
eterno. ¡Ha caminado sobre las aguas! ¡Salve, Brahma! ¡Salve, Vishnú! ¡Sal-
ve, Shiva!».
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
231
«¿Nunca has nadado en este lago?», preguntó Barron con curiosidad.
«¡Pensé que todo hombre de las montañas de Kumaon podía trepar a un
árbol y vadear un río!»
«No las castas más altas», anunció orgullosamente Nursingh Thokdar.
«Nunca aprendí a nadar».
Nursingh Thokdar tenía derecho hereditario a las montañas que rodean
el lago Nainital, un derecho que la administración británica había cuestio-
nado recientemente. Batten había decidido no reconocerlo en su tribunal,
y estaba pendiente en ese momento ante el tribunal de Sadr y la Junta de
Ingresos.
Una idea traviesa surgió en la mente de Peregrino Barron. «Nursingh
será el primer hindú nativo en deslizarse sobre estas aguas», dijo impulsi-
vamente, y empujó al terrateniente al bote. Batten y Welles los siguieron.
Barron tomó los remos y se dirigieron hasta el centro del lago, donde las
montañas verdes y el cielo azul claro se reflejaban fielmente en las suaves
olas. Nursingh Thokdar estaba extasiado y se untó reverentemente los ojos
y la frente con agua del lago antes de tomar un poco en su mano ahuecada
y beberla.
«¡Cuidado!», exclamó Welles. «Dile a este tonto que el bote se volteará».
Nursingh escuchó sus palabras y se quedó muy quieto, sonriendo beatífi-
camente.
«Entonces, Nursingh, señor Thokdar, escuché que piensa que el lago le
pertenece», dijo Barron de manera amable. «Si es así, tenemos la intención
de dejarlo en medio, para que usted regrese solo».
Una mirada lenta de extrema precaución se desplegó sobre las hirsutas
facciones de Nursingh. «Este lago es muy profundo», dijo sin comprome-
terse.
«Nunca he cuestionado las decisiones del gora sahib [hombre blanco]»,
dijo Nursingh, ganando tiempo. Sus ojos buscaron la orilla, donde los tra-
bajadores y los ricos de Kumaon aplaudían el paso del bote.
Barron sacó cuaderno y lápiz. La mayoría de los hombres pahari de alto
rango, ricos o pobres, podían leer y escribir, y así, Nursingh compuso labo-
riosamente una temblorosa nota en puro hindi en la que anulaba su reclamo
hereditario sobre el lago Nainital y las montañas circundantes.
«Buen amigo», dijo Barron alentadoramente. Batten y Welles también
lo recompensaron con una sonrisa de aprobación. Regresaron a la orilla,
donde Nursingh bajó del bote desconsolado, haciendo a un lado a los sahibs
cuando se resguardaba en tierra firme.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
232
«Estos delincuentes británicos me robaron en medio del lago», declaró
tristemente. «Renuncié a mi derecho a la tierra de mis antepasados».
Sus palabras fueron recibidas como ridículas y con burla. «Como si tu-
vieras un reclamo válido en primer lugar», declaró un vecino thakur.
«Al menos supiste cuál vale más: tu vida o tu tierra», exclamó otro.
En el otro sector: «He observado que la violencia amable es siempre
muy persuasiva con los nativos», dijo Barron, reflexivamente. «Nuestro no-
ble Nursingh Thokdar es un hombre sabio».
«Buen amigo», repitió Batten.
«¡Y valiente!», dijo Welles. «Muy valiente».
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Prisionero en
la ilusión del cuerpo
Pravasini Mahakud
Un cuerpo prisionero
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
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recuerda al Buda, tonsurado
y vestido de amarillo, cercano
a Yashodhara y Rahul.
Del cuenco mendigante surge
de generosidad, de paciencia,
la elegancia de la desapasionada
oración de paz.
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
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Sukrita
Paul Kumar
M uchos al momento
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
236
deslizándose por mi columna
Yo, retozando con sólo nueve años,
Con chocolate derritiéndose en mi boca,
rodando de la nube hacia abajo
haciendo ngoma 1
bola tras bola, atrapada en la red
el inútil palo en mis manos
en el punto lejano los agitados y pecosos
blancos brazos de la dama del pt
yo, nunca un guardián de metas
I ntuición
En el centro de
Ese círculo de luz
Elevándose con lentitud
sobre el río de la experiencia
jadeando y resoplando
tan blanca
Que no puedo verla
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Todos los colores se mezclan,
Se absorben las vidas
el blanco se vuelve más blanco
Y yo
Más ciega
C ontinuidades
Pero yo sé
A la vuelta de la esquina
Mientras cruzo la frontera
Entre aquí y allá
Voy a volar
Sobre el horizonte
Acompañar a los ancestros
En la Vía Láctea
Un papalote ladrón
Bajará en picada
Escogerá el cadáver
Y alimentará a sus bebés.
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El final desde el principio
no visto y no escuchado,
inalterado y quieto
a través de los siglos
sonrojado y palpitante
con el amanecer
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Mujer nacida
en la biblioteca
Vipin Choudhary
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Te n g o t am b i é n o t r o t r ab ajo
L e e r l e a l a d a m a in c lin ada en la mesa página por página
C o m o si h u b i e r a un a aper t ur a f r en t e a mí
A b s o l u t a m e n t e n uev a
D e l a c u a l n i s i q u ier a un a sola págin a
E s l e í d a p o r n ad ie exc ept o po r mí
Y que sin siquiera terminar la lectura es
Absol u t a me n t e c l a r a
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Nonato
en un círculo
Sonnet Mondal
Una vez que nuestra alma se vuelve parte del «Ciclo Kármico»,
El efecto Maya 1 nos envuelve y nos obliga a pensar sobre una nueva
1 Maya (sánscrito: «magia» o «ilusión»), concepto fundamental en la filosofía india. Maya originalmen-
te denotaba el poder mágico con el cual un dios puede hacer creer a los humanos lo que al final
resulta una ilusión. Pero más adelante significó la fuerza poderosa que crea la ilusión cósmica de
que el mundo fenomenológico es real. (N. de la T.).
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en días cargados de lluvia
Siempre he traicionado
mis sentidos
mi racionalidad
consejo y sabiduría
me dice que sólo soy otra alma que busca otra vuelta
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Leila
[fragmento]
Prayaag Akbar
El centro de su palma
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encorvados en los asientos de adelante como si los hubieran apagado.
Para cuando estábamos rodando en el camino, había peleas con botellas
de agua y brasieres jalados por doquier. Las parejas que llevaban tiempo
juntas se iban hasta atrás. Algunos chicos luchaban. Los de hasta adelante
nos arrancaban las ligas del cabello y sacaban la mano por la ventana para
amenazar con lanzarlas al viento, para hacernos rogar.
Algunos días, el ruido se volvía demasiado, y el maestro de artes de
la secundaria, el señor Basak, era el encargado de llegar a callarnos. Un
viejo bengalí, tocado por el Párkinson y a punto de perder el oído. Una
tarde, Basak llegó acechando por el pasillo. Un chico había subido la
cubierta blanca de cada asientos unos cuantos centímetros para que cada
uno se colapsara inútil bajo sus dedos, en vez de ser una superficie es-
table. Dos veces se tropezó. El viejo estaba furioso, detrás de sus lentes
opacos como un par de ventanas esmeriladas. Nos sacudimos con risa
silenciosa. Amenazó con involucrar a otros maestros. Y luego, unas fi-
las atrás, un chico con su cabello peinado de partido en medio salió de
entre los asientos como un animal de la pradera. Arremedó su acento y
se escondió debajo. Basak giró peligrosamente. Por años en la escuela
nos habíamos burlado de su denso acento bengalí, con vocales gruesas y
fuertes, y consonantes perdidas. Ver a este chico lindo imitarlo me hizo
reír hasta tener que agarrarme el estómago, hasta que las lágrimas de la
risa no podían detenerse, incluso frente al viejo que seguía preguntando
detrás de su acento: «¿Quién dijo? ¿Quién?».1
Riz era de un grado superior. Lo había visto voltearme a ver una o
dos veces mientras yo caminaba por el pasillo del autobús. Quizá le gustó
cuánto me había hecho reír su broma. El día siguiente, se sentó en el
asiento triple justo frente al mío. Estaba jugando con dos chicas de mi
clase a un juego en que pones el nombre de un chico junto al tuyo, can-
celas dos letras en común, y ves si las letras que quedan deciden «amor»,
«odio», «amigos». Una canción de una película sonaba en las vetustas
bocinas. Olía a las sobras del almuerzo que alguien estaba comiendo. Y
yo estaba cruzando letras con la velocidad que sólo la práctica otorga,
cuando una voz me interrumpió.
«Deberías probar con mi nombre», dijo Riz. Estaba sobre su asiento
con las rodillas y los brazos envueltos en el respaldo.
1 En el inglés original la línea dice: «Oo said thees? Oo said?», imitando el acento bengalí del
personaje. (Todas las notas son del traductor).
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«Es sólo un juego tonto. Para niños», le dije. Y estaba enojada con-
migo misma. Había un pequeño tinte verduzco donde su piel se había
inflamado, quizá con una navaja de rasurar. Sonreía coqueto, como
una estrella de cine. La intensa luz del sol a través del tinte de las ven-
tanas le dejaba destellos ámbar en el cabello. A través de las bocinas
podridas, la canción se volvía un grito de dolor. Cuando hablaba, con-
tinuamente se acomodaba el partido del cabello, con un movimiento
de dedos que me causaba un cálido sobresalto de emoción. Quizá era
su sincera admisión de interés, que era inusual a esta edad. Sentí un
hambre instantánea.
Y sí, probamos el juego. El resultado que arrojó me escapa. Despla-
zó a las dos chicas que estaban sentadas junto a mí, y me sorprendió al
sacar una armónica de su mochila y ponerla contra sus labios. Después,
sacudió la cabeza y puso el instrumento en su bolsillo del pecho, y dijo:
«Estoy tratando de aprender». Tenía yo las manos planas sobre los mus-
los. Estaba consciente, de repente, de lo sucios que estaban los dobleces
de mis codos. Si los sobaba con un dedo, resultaban granos de mugre
aceitosa, como polvo de borrador. Cuando él no miraba, los cubrí con las
mangas de mi blusa. Todo pasó tan rápido, y justo cuando yo quería que
el autobús tomara el camino más largo posible. Hablé del concurso de
ensayo en la que me había inscrito. Me contó del equipo de squash, y me
contó que había pasado gran parte del verano jugando juegos de video de
una libra en las «fantásticas» máquinas del Trocadero, en Londres. «Eso
es muchísimo, son como cincuenta rupias. Pero los juegos están mucho
mejores que los que hay aquí». Ya había aprendido a conducir, dijo. Y
justo antes de su parada, apuntó mi número en su cuaderno, en la última
página, cubierta de rayones, partidas de «gato» empatadas y dibujos de
chicas con formas como las de los cómics de Archie. Estaba segura que
nunca me llamaría.
Y me llamó, justo esa noche, tan tarde que mis padres ya se habían
dormido. Al principio fue un poco incómodo. Y después me dijo un se-
creto: un amigo de su equipo de squash estaba engañando a la chica más
popular del grupo, una preciosidad de ojos fríos llamada Radhika. Le
dije de una chica rellenita de nuestro autobús cuyo anciano tutor de ma-
temáticas le sobaba los pezones con el pulgar y el índice, provocándole
escalofríos durante las sesiones de una hora. Y así fuimos, intercambian-
do confidencias hasta que el cielo comenzó a brillar. Y desde esa noche,
todo se sintió cálido y natural.
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Unas horas después, en el autobús, me senté del lado de la ventana
de un asiento doble, y bloqueé el asiento adyacente con mi mochila, con
anticipación. Y caminó y pasó sin mirarme. ¿Vi ahí una sonrisa sarcás-
tica? Estuve mortificada todo el camino a la escuela. Sola en un asiento
doble, insegura de que me acompañaría, tremendamente consciente de
cada minuto que pasaba. Y en la escuela, mis pensamientos hervían, des-
menuzando todo lo malo que podría haber dicho la noche pasada. Pero
en la tarde, sin siquiera mencionar el incidente de la mañana, una vez
más se había separado de sus amigos y desplazado a mis compañeras. La
intimidad de la noche llegó de nuevo. Nos tomamos de la mano. Con mi
dedo dibujaba círculos en el centro de su palma, como me había ense-
ñado una amiga. Se retorcía y cerraba los ojos. Nos fuimos por el barrio
de Nizam, en el sector de Ashraf donde vivía. Justo antes de su parada,
junto al letrero espectacular de una chica con un destellante hijab, nos
besamos por primera vez.
Para entonces, mi familia también se había establecido, de acuerdo a
la nueva ley. Vivir en el sector de Arora te dejaba con un leve —y a veces
no tan desagradable— sentimiento de encierro. En cuanto pasabas los
portones, los sentías surgir detrás del cuello. Los muros eran visibles
desde casi cualquier lugar del sector. Papá había encontrado una estre-
cha casa de dos pisos en una línea de hogares idénticos con jardines en
forma de cartera y techos de tejas del color de un sombrero fez. Desde
mi cuarto, mirando hacia el este, el muro estaba a doscientos metros.
Sobresalía por encima de la extensión de las casas propagadas con la
placidez de una montaña. Desde la ventana corrediza de la sala de estar,
y desde la ventana del cuarto de mis padres justo arriba de ella, se veía el
muro como a un kilómetro. Todavía se veía en partes, aunque buena par-
te de la vista estaba obstruida por un cerro artificial en el que las familias
ricas de nuestra comunidad habían construido sus mansiones; se dejaba
de ver y se veía de nuevo, detrás del shikhar segmentado del templo de
Shirdi Sai Baba; al noreste, vigilando más allá de la sucesión de campos
de futbol y críquet. Después de un tiempo ya no me fijaba, y llegar a casa
se sentía como si uno estuviera de vuelta en un lugar seguro, cobijado y
bajo candado.
Por meses traté de ocultar la relación con Riz de mis padres. Enton-
ces, Ma dijo un día que podía escuchar que mi teléfono timbraba cada
noche, a través de las paredes delgadas como papel de nuestra nueva casa.
Prometió no decirle a mi padre, pero en la cena, unas semanas después,
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Papá contó una historia sobre el papá de Riz, chismes del club. El pa-
dre de Riz y otros exportadores de telas habían sobornado a burócratas
clave para mantener la rupia devaluada. Ese robo codicioso, escarbar y
rogar, es común de los exportadores, dijo repentinamente. Fue extraño,
porque a Papá nunca le habían importado mis amigos o sus familias. No
recuerdo que después de esto mencionara a Riz de nuevo.
Llegó el verano con el viento del Loo,2 que llegaba cada día del desier-
to del oeste. El viento raspaba como lija y dejaba cúmulos de manchas
marrones en la piel. La escuela se suspendió una semana antes de lo
planeado, porque dos niños sufrieron de golpe de calor. Riz y yo planeá-
bamos escabullirnos al cine el lunes porque ese día Ma tenía un almuerzo
largo con sus amigas del colegio.
Un mediodía sofocante, un cielo pálido, plano como una sábana ten-
dida. El brillo deslumbrante parecía rebotar desde las paredes blancas de
las casas de piedra. Papá estaba en el trabajo, Ma estaba en su almuerzo.
Desde mi ventana, mientras esperaba, vi una sandalia azul con blanco
derretirse ante el calor de la superficie de la calle. El teléfono timbraba.
Era Riz. «Apenas llegué», susurró. «Por un momento..»..
«¿Qué dijeron?».
«Son unos hijos de puta. Tus repetidores3 son durísimos. Son lo peor».
Los repetidores son una banda informal de hombres, la mayoría de
entre veinte y cuareta años. Trabajan para el concejo municipal, aunque
en ese momento no se sabía cuán cercanamente. Son guardias de las
comunidades y patrullan los muros. Al pasar de los años han construi-
do una reputación terrible. La paliza que le propinaron a mi padre no
era inusual. Generalmente van armados. Los incidentes más pequeños
pueden volverse mortales. No usan uniforme, así que pueden huir entre
las multitudes que invariablemente se forman cuando están destruyendo
una tienda, o amenazando a algún inquilino. Uno de los líderes del con-
cejo dijo, después de que causaron destrozos de nuevo: «Son como un
puño. No son nada más». Pero los repetidores eran más importantes para
el concejo de lo que se mostraba.
Mientras yo esperaba junto a la ventana, Riz y su hermano Naseer
manejaban hacia el portón principal de mi sector. Naz era un año más
2 Loo es el nombre que recibe el viento desértico que afecta en el verano ciertas regiones del
Ganges y el norte de India.
3 «Repeaters», se refiere a un grupo paramilitar de la India.
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joven, pero le gustaba decir que era su hermano mayor el que necesitaba
protección. «Bhai no es un peleador. Está construido para amar». Riz
contaba historias entretenidas de la pandilla de su hermano menor, ocho
o nueve gruesos fisicoculturistas con el tradicional sombrero taqiyah,4
reclutados de algún gimnasio de escasos recursos del barrio de Nizam.
Naz los llamaba «su espalda». Me decía, con la sinceridad de un niño
pequeño, en sus oraciones como resortera: «Si alguien, cualquiera, cuaa-
aaalquieeera, te dice o te hace algo. En tu sector incluso. Yo me encargo
de él. Haría cualquier cosa por Riz. Es decir, haré cualquier cosa por ti
también».
En el portón, los repetidores habían rodeado el nuevo sedán bmw gris
azulado del padre de Riz. Un repetidor metió la cabeza por la ventana de
Riz. «Sal del carro».
Riz y Naz emergieron del carro a la luz alta y fuerte del sol. Las casas
de dos o tres pisos a la distancia ondulaban al vapor del calor del aire.
Los parques estaban vacíos a esta hora, una fila de declives de venenoso
brillo.
«Identificación», dijo el repetidor. Riz le entregó la identificación que
había comprado, deseando que su hermano se quedara calmado.
«Kushagra Arora», leyó el hombre, con el ceño fruncido. «Pero en-
tonces, ¿cómo es que nunca he visto a ninguno de ustedes antes?».
Quizá sólo les pasaba a los jóvenes, en busca de amor, que cayeran en
este problema. Las mejores escuelas todavía no se habían trasplantado,
con campos y auditorios y todo, a cada sector que tuviera suficiente di-
nero para ellas. Chicos y chicas de todos los sectores entonces acababan
juntos todo el día. Los estudiantes encontraban cualquier forma de lidiar
con los repetidores. Yellowstone tenía un peón llamado Raju, cuyo tra-
bajo era sonar la campana entre clases. Uno de los muchachos del último
año descubrió que Raju sabía falsificar. Por mil doscientas rupias te daba,
en tres días, una versión bastante decente de la identificación del sector
que necesitaras, con tu foto pegada. Cada sector tenía su propia insignia
de casta, bordes distintos, firmas, fondos. La parte difícil debería haber
sido la marca de agua: la pirámide, y debajo de ella escrito «Pureza para
todos».
«Por lo general entramos por el portón 4», dijo Riz. «Nuestra casa
está de aquel lado».
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«Nosotros tampoco te hemos visto nunca». Dijo Naz. «¿Cuánto tiem-
po llevas trabajando aquí?».
Una mirada de preocupación surgió en la cara del repetidor. «Llevo
trabajando aquí casi seis meses». Levantó las tarjetas de identificación
para examinarlas mejor. «¿Ambos viven en la Creciente?».
«Sí», dijo Naz, avanzando un par de pasos. «¿Te dejan entrar ahí, o
tienes que quedarte aquí afuera junto al muro?».
El repetidor les devolvió su identificación. «Pido disculpas. No sabía
que eran de la Creciente».
«Somos una de las primeras familias», continuó Naz, disfrutando el
momento ahora, incluso cuando el repetidor comenzó a alejarse. «¿Qué
te piensas? Nuestro abbu5 está en el comité».
El repetidor se detuvo. Giró de inmediato, confundido. «¿Abbu? ¿Di-
jiste abbu?», gritó. Otro miembro de su grupo se acercó también. «¿Es-
cuchaste eso, Rakesh? ¿Lo que dijo este muchacho? ¿Usaría esta palabra
un muchacho de nuestra comunidad para referirse a su padre?».
Naz miró a ambos lados, inmóvil. Riz corrió alrededor del carro, ha-
cia su hermano, y se colocó entre Naz y los repetidores que se acercaban.
Riz mostró su sonrisa más grande. «Miren, muchachos. ¿Qué están
diciendo? ¿Quieren que mi hermano les enseñe?». Se desabrochó la he-
billa del cinturón y se metió la mano al pantalón, para agarrarse. Se rio
junto con los hombres, y hacia su hermano. Riz sabía usar los hombros,
la sonrisa, su encanto físico. «¿O quieren que yo les enseñe? Yo también
puedo. Pero si mi madre se entera de que revisaron a sus hijos a ver si
estaban ... recortados... como muchachos de cualquier madrasa... ten-
dríamos que llamarle una ambulancia, amigos».
El segundo hombre reía. El primero seguía mirando con sospecha. Se
acercó a Riz, a pocos centímetros de su cara, y de cerca, casi impercep-
tiblemente, lo olió.
«Mira, jefe», Riz continuó, «te diré la verdad. Saqué a este para en-
señarle a manejar. Cree que tiene la edad suficiente. Quizá. Pero ahora
no sé si es suficientemente inteligente». Una sonrisa surgió de la cara
del segundo hombre. «No le dijimos a nuestro padre que íbamos a sacar
su auto nuevo. No queremos decirle así, desde el portón. Entiendes,
¿no? Papá tiene un temperamento terrible. Primero, se enojaría contigo.
5 La palabra abbu es una forma levemente infantil de decir papá en urdu. Esto implicaría la
condición étnica de los personajes.
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Luego nosotros recibiríamos su furia completa. Mira, déjame darte algo
para que te compres un té. No digas que no, tómalo, tómalo. Somos
hermanos, después de todo. Nada más no les digas a nuestros padres.
¿Está bien?».
Para cuando Riz llegó a mi casa, yo era un mar de lágrimas. Los sir-
vientes seguían dormidos en sus cuartos, así que yo misma fui a la puerta.
El golpe del calor casi me quita la respiración. Jalé a Riz adentro y rápi-
damente cerré la puerta detrás de nosotros.
«¿Por qué estás llorando tú?», preguntó levemente molesto, pero me
limpió las mejillas con dedos tiernos.
«Lo siento».
«No es tu culpa. No llores». Miraba con rigidez al suelo, caminando
alrededor de la mesa de café de nuestra pequeña sala de estar. «Ya me
encargaré de ese guardia», musitó. «Olerme. Como a un animal. ¿Quién
mierda se cree que es?».
«¿Olerte?».
«Y sabes que ni siquiera era eso». Dejó de caminar y me volteó a ver
directamente. «No fue lo que él dijo, sino que tuve que mentir hoy. Men-
tir sobre quién soy, y de dónde vengo. Es humillante. ¡No me avergüenzo!
Pero tuve que mentir, nada más porque... sólo por...».
«¡Sólo por mí!», grité consternada. Lágrimas calientes de nuevo.
«Puedes decirlo. Sólo por mí».
Llegó hasta la puerta, donde estaba parada, y me envolvió en sus bra-
zos. Puse los míos alrededor de su cuello. Me empujó contra la pared.
Por minutos nos besamos en la sala de estar. Repentinamente recordé
que un sirviente podría entrar y vernos en cualquier momento. «¿Quie-
res ver mi cuarto?» pregunté. «¿Pero dónde está Naz? No podemos de-
jarlo esperando afuera. Hay que dejarlo entrar».
«No te preocupes. Se ha ido de paseo en el carro. Nunca ha estado en
un sector como éste, y quiere ver qué hay».
Cuando subimos por la escalera, Riz me pellizcó a través de mis shorts
tipo Daisy Duke. Mi cuarto estaba oscuro y todavía fresco por el aire
acondicionado de la mañana. Con un dedo del pie encendí el pesado
interruptor verde, y un par de luces. «¡Cuánto rosa!», rio. «Hasta huele
rosa».
En un principio, esa sensación de posibilidad abierta seguía siendo
demasiado para nosotros. Con las manos detrás como un sargento que
inspecciona, Riz caminó por el cuarto mirando el surtido de pósters y
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fotos de las revistas de rock y de Hollywood. Las pegaba en la pared con
cinta de doble cara. Dio tres o cuatro vueltas en mi cuarto mientras yo
estaba sentada en mi cama, moviendo las piernas debajo de mí y baján-
dolas al piso de vez en cuando. Y de repente supe que se había puesto las
manos detrás para evitar que temblaran. Cuando se acercó, le acaricié el
brazo. Los pelos se le pararon por el escalofrío. Y, de repente, estaba en
mi lado de la cama, y nos estábamos besando. Y luego estaba sobre mí.
Si entra algún sirviente, mi padre nunca volverá a hablarme.
El calor y el peso de sus muslos se sentían bien sobre mi cintura. Sus
labios rondaban en mi cuello y sus dientes raspaban el cuello de mi ca-
miseta. De repente, mi cuarto era un lugar distinto. La alta cabecera de
metal se veía distinta de cabeza, las piezas de bronce de los postes de las
esquinas como los rieles de un barco, las cortinas y muros rosas con una
textura más profunda, aterciopelada. Y cada centímetro de mí, la chica
que cortaba cinta Sellotape en pequeños pedazos y con cuidado los pega-
ba de seis en seis en las fotografías era otra persona completamente. Me
quitó el brasier. Dejé salir un gemido largo y grave. ¿Les dirá a sus amigos
cómo gemí? ¿A su hermano, en el camino de vuelta, cómo me quitó el brasier?
Riz se estremeció en respuesta. Me trataba de quitar la camiseta con
los dientes, moviéndola para poder concentrarse en mis pechos. Pánico.
Le agarré la muñeca y le dije que no. Me miró con una gran sonrisa, con
los ojos abiertos y hambrientos. Y luego poco a poco volvía a subirla. Mis
dedos se envolvieron alrededor de su muñeca. Apreté más fuerte, sonreí,
y volví a agitar la cabeza para decir que no. No hagas eso. Miré sus hom-
bros poderosos. Me miró de nuevo, ya sin sonreír, y confundido. Nada
está mal, dije, pero no me puedo quitar la camiseta. Se rio y quiso saber
por qué. Por muchos minutos me rehusé a explicarle, mientras mordía a
través de la camiseta mis pechos y mis costillas, seguro de que cedería. Y
como no paraba, tuve que explicarle. Inocente, sin saber qué pasaría esta
tarde, me había olvidado de rasurarme las axilas. Muy dulcemente, Riz
pasó las siguientes dos horas en mi cama, con su boca y lengua vagando
entre el borde de mi camiseta y la cintura de mis shorts. Me besó por
mucho tiempo a través de mis shorts de mezclilla y me hizo girar, y perder
el sentido del control de mi propio cuerpo. Después, cuando hablamos
por teléfono, Riz se rio al recordar que había gemido y me había agitado
como un pescado fuera del agua. Me burlé de su expresión cuando vio
mis senos por primera vez. Y para entonces estábamos nerviosos por lo
necesitados que nos habíamos visto.
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En la escuela, nos encontrábamos durante los recesos del desayuno
y el almuerzo. De vez en cuando encontrábamos algún salón vacío. Mu-
chas veces simplemente nuestros pies se tocaban bajo alguna mesa de la
biblioteca, o nos tomábamos de las manos. En el autobús tomábamos el
asiento trasero, escondido junto a alguna ventana mientras otra pareja
ocupaba la otra. Lo mandaba a casa todos los días hinchado hasta casi ex-
plotar. A veces sentía el bulto húmedo en sus pantalones. Me masturbaba
en cuanto llegaba de la escuela. Nuestro segundo año juntos pasó rápi-
damente. Riz, en su último año, tenía permiso de sacar el auto tarde. Yo
pasaba la noche en casa de una amiga. Justo antes de que se graduara, co-
menzamos a tener sexo. Íbamos en grandes grupos a bares sucios llenos
de espirales de humo en el techo, y donde los dueños no tenían interés
en aplicar las leyes de mayoría de edad o de sector. Íbamos a los clubes
nocturnos, cuartos largos con láseres verdes que hacían líneas a través de
la oscuridad, y baños hechos completamente de espejo y granito.
Casi duramos los cuatro años enteros que Riz estuvo lejos, en Ober-
lin. Pero se quedó en el campus en su último verano, y me pidió «algo de
independencia». Me pregunté por qué su énfasis en el algo, cuando en
verdad la palabra operativa debía ser la segunda. Un año, dijo, regresaría.
Estaba enojada, pero decidí esperarlo. Sabía, sólo por las películas, cómo
era la universidad en América. Sentada en mi cuarto, junto a mi com-
putadora nueva, veía su username encenderse cuando estaba en línea; de-
terminada a no iniciar contacto; perdiendo la paciencia, enviando algún
mensaje innecesario en tono casual, hirviendo de coraje, mandando el
link de una canción que estaba escuchando —¿estaba ahí? Sin respuesta.
Viendo su nombre volverse gris de nuevo, cuando se iba sin decir ni Hola.
Me gradué de la universidad ese año, honores en inglés. Un par de se-
manas después de graduarme me emborraché una noche con unos amigos y
me acosté con un estudiante de diseño de pelo largo, llamado Jethro, nom-
bre real Jaiveer Arora. Me había dado un aventón a casa en su motocicleta.
Una experiencia terrible, escabullirnos furtivamente por el cuarto de sus
padres, su propio cuarto apestoso de humo rancio. Lo evité todo el verano.
Y se extendió en mi sector el rumor de que yo era una puta.
En septiembre de ese año murió mi padre. Un año antes, se nos
dijo que había contraído enfisema, que diagnosticaron como efecto del
epoc . 6 No podía trabajar. Esto lo hizo aislarse mucho más en sí mismo.
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Mi madre daba clases privadas de inglés a los niños del sector. Papá se
sentaba en su mecedora. A veces incluso eso era demasiado, y le faltaba
el aliento. Jadeaba como si sus costillas se hubieran colapsado, su pecho
hundido, y boqueaba con dificultad. Tosía con tanta fuerza que los líqui-
dos caían a metros de distancia. Líquidos transparentes en el mosaico,
separados de la viscosidad de su corazón. Mi madre perturbada. Yo lim-
piaba después.
Ma había estado sola por mucho tiempo. Yo también, sin darme cuen-
ta. Luego regresó Riz. Había vuelto de América. Nunca había conocido
a mi padre, pero se apresuró a regresar en cuanto supo la noticia. Riz
habló con sobriedad con mi madre por media hora, mientras ella estaba
sentada con los ojos vidriosos sobre un tapete de paja que alguien había
colocado en el piso de la sala. Se fue después de sonreírme levemente.
Regresó con una foto de pasaporte de mi padre, ampliada y enmarcada.
Mi madre comenzó a aullar del llanto. Cuando se colgó la foto, insistió
que nadie la decorara con la tradicional guirnalda de caléndulas.
Riz vino cada día, y sirvió té y aperitivos a las visitas. En la tarde
caminábamos juntos. Ése era el único momento en que yo podía llorar.
Su camisa siempre acababa empapada en los hombros. Las primeras dos
semanas mi tía y mis dos primos durmieron conmigo y con mi madre
en colchones en la sala. Riz se quedaba todos los días hasta la hora de
dormir. Les contaba a mis primos chistes tontos, mientras lo ayudaban
a tender las sábanas de los colchones. Luego, me dijo que tenía que so-
bornar a los repetidores cada día para que lo dejaran entrar en el sector.
Habían sido más amables porque entendían que había habido un falle-
cimiento.
Me pregunto qué habría pensado papá de mi boda. El nikaah7 fue una
mañana de enero en el haveli8 del pueblo ancestral de Riz, rodeado de
los huertos de mango de la familia, dos años después de que murió papá.
Vinieron mi madre y Dipanita, mi mejor amiga. Nos fuimos al amanecer
en nuestro viejo Fiat azul claro. El conductor no podía seguirle el paso al
convoy y repentinamente habíamos llegado a un camino de pueblo lleno
de pequeñas casas blancas y tiendas de abarrotes, y pequeños estudios
fotográficos, hombres de largas barbas blancas y cabellos naranjas bajo
sus taqiyah, mirando nuestro vehículo, curiosos por las mujeres citadi-
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nas. Parecía que se hubiera apagado el cerebro del conductor. El camino
se hacía cada vez más estrecho. Tenía miedo, aunque no me atrevía a
decirlo, de que alguna de las ruedas delanteras cayera en un bache y aca-
báramos llegando incluso más tarde. Una autocarroza del pueblo, de las
que tienen espacio para ocho o hasta diez pasajeros, vino en el sentido
opuesto. Tratamos de rodearla pero ninguno de los dos podía avanzar.
Comencé a gritar, enojada con Ma, con el conductor. Dipanita trató de
calmarme desde el asiento delantero. Finalmente llamé a Riz. En cuanto
escuché su voz comencé a llorar. Me dio instrucciones precisas. Fuimos
en reversa por el camino estrecho y llegamos a una pequeña glorieta. Naz
apareció quince minutos después, y para entonces yo estaba tan furiosa
con nuestra estupidez que estaba dispuesta a regresar a casa. Llegó en
una 4x4, con uno de sus primos junto a él. Se acercó en sentido contra-
rio, detrás de sus ruedas una densa nube de polvo naranja, y se subió los
Oakleys a la frente.
«¿Nos vamos, damas?». Una sonrisa gigantesca mientras miraba alre-
dedor. «Qué bonito lugar han encontrado, pero maulvi Sahab9 espera».
Cuando vio mi expresión, su cara cambió. «¿Por qué tan triste, Shal?
Ammi, abbu, todos están relajados en casa. El maulvi lo está pasando bien.
Ha tomado ya tres tazas de té, directo del tazón. Toda una imagen. Y todo
un ruido, también». Sonrió levemente cuando me reí. Luego volteó a ver
a mi conductor. «Y tú. Ahora sí sigue el paso. Te estoy observando».
No hubo sol en el haveli ese día. Después de nuestras disculpas sin im-
portancia fui llevada de prisa a un cuarto estrecho alumbrado con luces
de tubo, donde mi madre me ayudó a cambiarme. Riz estaba en la sala
con los hombres de su familia y el maulvi. El corredor al aire libre que
llevaba a ellos estaba lleno de rocío casi congelado. Ma me gritaba que
me subiera el jaal gharara10 que me habían dado. No dejes que se arruine.
Me llevaron a un cuarto adyacente con colchones en cada centímetro del
piso. Silenciosamente, repetí el nombre que había elegido. «Yasmeen,
Yasmeen, Yasmeen», como la princesa de Disney.
A Ma parecía caerle bien Riz. No se inmutó mucho con la insistencia
de su padre en el nikaah. Encontraron un maulvi que ignorara las rígidas
costumbres de la conversión. Se divirtió en el haveli. Cuando asentí a las
dos o tres preguntas que me hizo en urdu el maulvi, Mamá, Dips y yo
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255
estábamos repentinamente rodeadas de una parvada de mujeres, las tías
y primas de Riz. Riz entró y todas comenzaron a gritar. Parecía diferente
en esta casa; más seguro de sí mismo. Nunca había sentido en él la falta
de seguridad, siempre ancho y fuerte, vestido en una salwar-kameez ma-
rrón, con el pelo derramándose del topi blanco. Puso su brazo alrededor
de mi cintura, lo que provocó muchas burlas. Mi madre y Dipanita se
unieron a ellas. Fotografías con un carrusel de primas, las más jóvenes
muy tímidas. Por la forma como lo miraban podía uno deducir que algu-
nas estaban enamoradas de Riz.
El tío de Riz entró. Chachoo administraba las tierras de la familia.
Sin decir mucho, tomó a Riz de la mano y nos escoltó al piso superior, a
un pasillo con veranda que miraba a los jardines. La mañana se rehusó a
volverse cálida, y yo temblaba de frío para cuando llegamos. Levantó un
bloque de madera estrecho que aseguraba la puerta del final del pasillo.
Una vez que nos llevó al cuarto, apuntó a la cama y miró firmemente al
suelo. «Ustedes descansen aquí», murmuró. «Alguien subirá en media
hora».
Estábamos en un cuarto húmedo donde las ventanas altas, entrece-
rradas, dejaban entrar sólo líneas del cielo gris, las barras de madera de
las ventanas tan gastadas que sonajeaban. Encontré una caja de apaga-
dores amarillentos pegada a la pared, y cuando la encendí, una luz de
tubo prendió con chispeos y zumbidos. La idea de coger en este haveli de
ochenta años, cuando mi madre y sus padres bebían té lechoso y denso
bajo nosotros. Dipanita sentada con ellos.
Reí silenciosamente. Me quité dos capas de ropa, con cuidado, y las
puse en una silla, y me extendí en la cama. Riz se quitó la kurta11 y se
unió, y ambos sonreímos al pensar en cómo nos tratarían ahora nuestras
familias. Riz estaba inquieto bocarriba, así que puso su cabeza sobre mi
pecho. Su respiración se aceleró. Apenas comenzaba a acostumbrarme
cuando dijo: «Sabes, mis padres deben de haberlo hecho también en esta
cama».
«Pues sí. Y ahora para eso estamos aquí tú y yo. Hora de cogerte a
Jazmín, Aladdin».
«¿En serio? ¿Tienes energía para eso?».
«El cuarto está congelado. Y no tengo idea de cómo quitarme el resto
de esta cosa».
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«Abbu probablemente tenía vergüenza de decirle a Chachoo de noso-
tros. Que hemos estado juntos».
«¿Y por qué diablos sabría eso tu padre?», le pregunté a Riz, con un
pequeño golpe en la nuca. Había grietas en el techo que parecían las fo-
sas nasales y los ojos de una pequeña cara retorcida.
«Quisiera que mi papá todavía estuviera con nosotros», dije.
«¿Cómo está tu mamá? ¿Está tomando todo esto bien?».
«Sí, muy emocionada. Se ve bastante feliz».
«Me alegra. Me preocupaba que esto fuera demasiado».
«No, todo esto le gustó. Estaba preocupada antes».
«¿Qué quieres decir?», la voz apagada de Riz ahora estaba alerta. Se
rodó lejos de mí y se levantó con la mano bajo su oreja derecha. El vien-
to abrió una ventana y un cuadrado muy derecho de luz apareció en la
cama, encendiendo el polvo que flotaba junto a la cabeza de Riz como
burbujas de soda.
«Nada, realmente. Fue algo que dijo».
No dijo nada, y me miró con una sonrisa forzada, con el brazo do-
blado en un escaleno muy prolijo, y pensamientos rápidos detrás de sus
ojos.
«Amor, no malentiendas», dije. «Sólo estaba siendo protectora. Soy
su única hija. Por supuesto que se preocupa».
De nuevo, no hubo movimiento, pero sí el mismo tono pesado. «¿Qué
dijo?».
«Abrimos una botella de vino porque era mi última noche en su casa.
Ahora estará completamente sola. Pero sabes que le caes bien, ¿verdad?
Nunca diría algo como eso».
«¿De qué se preocupaba, entonces?».
«Uf. Sólo preguntó si estaba segura de lo que estaba haciendo. Era más
como una broma. Nos sirvió un segundo vaso, y subió la copa a su nariz,
y dijo —traté de copiar la expresión nerviosa de mi madre, esperando
que eso disipara la tensión—: “Riz es... es un chico tan bueno. Sabes lo
bien que me cae. Nos ayudó tanto cuando tu padre murió. Y yo sé que ha
estado ahí contigo. Te digo, mi mayor alivio es que es tan diferente. No
es tan... típicamente musulmán, ¿sabes? Es que, después se pueden volver
muy religiosos. Hay una tendencia. Le pasó a una amiga mía. Su esposo
se volvió fanático después. ¿Recuerdas a tu tía Leena? Las hijas tenían que
ponerse el Hijab. Sus hijos sólo podían casarse con mujeres musulmanas.
Imagínate. ¡Aunque su madre era hindú! Me sentí tan mal”».
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Riz no parecía ofendido. Incluso, le divertía. Lo volví a acercar a mi
pecho. «He oído eso antes», dijo. «No de tu mamá, por supuesto. Debe-
mos explicarle qué es un fanático de verdad. ¿Eso era entonces?».
«Sí, básicamente». Acaricié su cabello con mis dedos. «Le preocupaba
que te quisieras casar de nuevo, y de nuevo, y de nuevo: “Pueden tener
cuatro esposas. ¿Qué harás entonces?’».
«Mi pobre nena. Y la noche antes de casarte. Qué puñeta psicológi-
ca».
«Y le dije que te haría la vida tan miserable que nunca querrías casarte
de nuevo. ¡Y lo haré!».
Sus padres insistieron en que pasáramos la noche en la casa vieja,
pero mientras su familia hacía la siesta, hicimos que uno de los conduc-
tores nos llevase a la ciudad. Nuestros amigos de la escuela nos esperaban
en una suite que Riz había rentado en Claridges. No hicimos la larga ce-
lebración típica porque nuestro matrimonio ya era de por sí complicado.
No era contra la ley, pero te hacían sentir como si hubieras hecho algo
terrible. Nuestras fotografías tuvieron que publicarse en el boletín de la
estación de policía por un mes antes de la boda. Permisos firmados de
los padres de ambos, en todo tipo de formas burocráticas. Habíamos te-
nido que tramitar fotocopias del certificado de defunción de mi papá con
siete autoridades distintas. Permisos, en su sector y en el mío. Tuvimos
que declarar domicilio oficial. Las reglas eran tan estrictas que se había
vuelto imposible para nosotros vivir en su sector, o en el mío, con alguna
semblanza de paz.
Y así fue que llegamos al East End l
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Hogar
Sarabjeet Garcha
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¿Cómo podría siquiera afirmar
que las cartas que había recibido
eran realmente mías?
No había diálogo.
Incluso así, las palabras siempre se intercambiaban
en algunas direcciones.
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Poonachi
o la historia
de una cabra negra
Perumal Murugan
Había una vez una cabra en un pueblo. Nadie sabía dónde había nacido. El
origen de una vida ordinaria nunca deja rastro, ¿verdad? Dicho esto, la llegada
de la cabra al mundo fue de algún modo inusual.
Aquel año no había llovido mucho en ese tramo de tierra semiárida
conocido como Odakkan Hill. Los últimos años habían sido iguales. Si en un
día excepcional llovía durante media hora, algunos advenedizos hablaban de
«lluvia torrencial». Nunca habían vivido una temporada de lluvias en la que el
agua cayera sin parar durante todo el día a lo largo de varios meses. Cuando
la lluvia era abundante, maldecían: «¿Por qué llueve tanto?». Estaban hartos
de tener que proteger sus pertenencias de la lluvia y de terminar empapados
cada vez que salían. Pero hasta un enemigo debe ser recibido con cortesía. Si
maldecimos y ahuyentamos la lluvia, que nos trae riqueza y prosperidad, ¿por
qué tendría que volver a visitarnos?
Meditando así sobre la falta de lluvia, el anciano estaba sentado en una
colina cercana a su terreno y observaba el cielo con la mirada perdida. Era
un granjero perteneciente a la comunidad de Asuras. La cosecha acababa
de concluir en todos los campos. El rendimiento había sido modesto. Pero
aun después de la cosecha quedaba algo de hierba verde y exuberante en los
terrenos. La capa de rocío ayudaría a que la hierba soportara el calor del sol y
sobreviviera otros cuantos días antes de secarse por completo. Aunque poseía
algunas cabras que podía llevar a pastar allí, el anciano anhelaba tener una
cabra más para alimentarla y criarla en tan sólo dos meses.
Había una pequeña concavidad bajo la colina donde se hallaba sentado,
más allá de la cual se extendían campos bañados por el sol. Le encantaba
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261
sentarse allí al atardecer para admirar el espectáculo de la sábana carmesí que
se tendía sobre el horizonte. En días en que llevaba a pastar a sus cabras a ese
lugar, así como en otras ocasiones, se retiraba hasta después de contemplar
la colorida exhibición que se desplegaba en el cielo. Si por alguna razón se la
perdía se sentía agraviado, como si le hubieran robado algo precioso. «Siéntate
en el campo y mira el cielo un rato. Te despejará la mente», solía mofarse la
esposa del anciano.
Un día, mientras disfrutaba el atardecer, sus ojos fueron atraídos por una
visión insólita en el largo sendero contiguo al terreno. Una silueta enorme
se movía en la distancia. Parecía como si el tronco de un árbol despojado de
todas sus ramas se hubiera arrancado de su sitio para echar a andar por el
sendero. El anciano se puso de pie instintivamente. En los momentos siguientes
quedó claro que lo que observaba era la figura de un hombre, estirada por la
luz del ocaso.
El anciano conocía a toda la gente de la zona, incluidos los niños locales
de todas las edades. ¿Quién podía ser, entonces? No lograba adivinarlo por la
manera de andar. En el espacio entre un paso gigantesco y el siguiente, pensó,
un hombre de uno ochenta de estatura podía recostarse y extender los brazos
libremente a ambos lados.
Era la hora del crepúsculo y la figura se movía con rapidez, quizá porque
quería llegar a algún lugar antes de que cayera la noche. Parecía que iba a
pasar justo por la colina en unos cuantos segundos. El anciano creía que no
había un alma en la región que no conociera. Tampoco había imaginado jamás
que sería fácil que alguien lo ignorara y se alejara. ¿Quién era ese gigante?
Unos instantes después, el balanceo de su mano derecha y su brazo
izquierdo doblado aparecieron a la vista. Al advertir que el gigante se apretaba
el brazo izquierdo contra el pecho, el anciano se preguntó si sería inservible. Si
cobraba tal impulso moviendo sólo el brazo derecho, ¡a qué velocidad andaría
si hiciera oscilar también el izquierdo! Para tratar de averiguar la identidad del
gigante, el anciano bajó de la colina hacia el sendero.
El gigante era una figura imponente, alto como media palmera y ataviado
únicamente con un taparrabos atado a la cintura. El taparrabos parecía aletear
en la brisa. Aunque el anciano lo divisó desde lejos, el gigante había acortado
la distancia en un santiamén. Daba la impresión de que pasaría volando y
se perdería para siempre en cuestión de segundos. Temeroso de que se le
escapara, el anciano gritó desde cierta lejanía:
—¿Quién anda ahí?
El gigante se detuvo en seco.
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—Soy yo, samiyov —respondió.
Su voz sonó como una avispa que se abriera paso en un trozo de madera. El
anciano todavía no podía identificarlo. Pese a que el gigante aún se encontraba
a cierta distancia, el anciano tuvo que alzar los ojos para ver su rostro.
—¿Quién eres? —preguntó—. Pareces ser nuevo por aquí.
—Para nada —contestó el gigante—. Pertenezco a esta región. Deambulo
de pueblo en pueblo tratando de vender esta cabrita. Aún no he hallado a
un comprador. Tiene un día de nacida. Por eso estoy yendo a cada campo,
samiyov.
—Si vas al mercado la venderás muy rápido —dijo el anciano.
—¿Quién comprará a mi bebé en un mercado, sami? —rio el gigante.
Este tipo es muy arrogante, pensó el anciano.
—Los hombres llegarán uno tras otro, le sujetarán la quijada y le mirarán
los dientes. Le rodearán la cintura con los dedos, le jalarán las ubres y le
acariciarán el lomo. ¿Acaso no hemos visto a las pobres cabras expuestas como
si fueran joyas en los mercados? ¿Acaso permitiré que cualquier mano vieja
toque a esta bebé hermosa? Por eso no me atreví a llevarla a un mercado. No
está en mí criar a esta cabra y ganarme la vida con ella. Así que vago de pueblo
en pueblo intentando encontrar a alguien que la cuide como se debe —explicó
el gigante.
Parece que la lengua de este sujeto también se alargará como su cuerpo,
pensó el anciano. Echó una ojeada a la cabrita. Era apenas visible. Quizá
descansaba cómodamente en el hueco del brazo del gigante. En la tenue luz
del ocaso no se le podía distinguir con claridad. El anciano estaba reacio a
acercarse.
—Dices que has ido a varios pueblos. ¿Nadie tuvo el dinero suficiente para
comprar esta pequeña maravilla?
—Ah, los hombres de fortuna abundan como los gusanos de la fruta. Lo que
escasea son los corazones buenos. Sólo un hombre de buen corazón podrá
tener a mi bebé —dijo el gigante.
Se agachó y dejó a la cabra en el suelo. Su espalda era tan ancha como una
losa de granito. Cerca de sus pies se retorció un gusano grande y gordo. Al
enderezarse, se quitó el turbante para secarse el sudor del rostro y el torso.
—Mire, no es una cabra cualquiera. Su madre dio a luz una camada de siete
crías. Luego de que parió a la sexta, pensé que ya había terminado y que sólo
restaría el cordón umbilical. Pero entonces se le contrajo el cuerpo y pujó con
fuerza una vez más. Así salió la séptima cabrita, que cayó como un pedazo de
estiércol. Es un verdadero milagro, mírela nada más —dijo el gigante.
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Una brisa agradable se había levantado con el atardecer, pero el sudor
corría por el torso del gigante como un riachuelo. El anciano lo observó con
asombro mientras detenía el flujo con el turbante y se secaba. ¿Qué clase de
hombre es?, se dijo, ¿vendrá de otro planeta? El gigante continuó:
—No puedo seguir dando vueltas, sami. Mis días están tocando a su fin. Le
dejaré esta cabrita y retomaré mi camino. Cuide de ella, samiyov.
Alzó a la cabrita y la depositó entre las manos del anciano. Al principio
éste sintió que un mazo le había rozado los dedos, pero enseguida se topó con
una flor en sus palmas. Nunca antes había visto una cabrita tan minúscula. La
contempló azorado. Su forma inquieta le cabía a la perfección en la curva del
brazo. La cabrita era totalmente negra, del negro lustroso de un escarabajo.
Con la mano reposando en la garganta del animal, el anciano levantó la vista. El
gigante había desaparecido, disolviéndose en la oscuridad al final del sendero.
—¡Yov, yov! ¿No quieres algo de dinero a cambio? —gritó el anciano.
Pero el gigante no pudo oírlo. El anciano permaneció inmóvil, observando
cómo la figura se reducía a una mancha y después se esfumaba por entero. Al
girar con lentitud, el anciano fue presa de la ansiedad. Había anhelado tener
una cabra más que pastara en la hierba verde. Por azar, esta pizca de estiércol
había llegado a sus manos. ¿Cómo iba a criarla hasta que fuera adulta?
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hierba nueva. Si no fuera por la cabrita ya estaría en casa con la cesta llena
de hierba.
Mientras avanzaba oyó de golpe que la cabrita balaba una y otra vez en un
zumbido constante. La miserable no sólo había consumido su tiempo sino que
además lloraba, pensó el anciano molesto. Entonces vio a un grupo de pastores
que corrían hacia él desde las cuatro direcciones, gritando:
—¡Dhooyi, dhooyi!
El anciano se detuvo en seco, sintiendo que algo andaba mal. Parecía que
una ráfaga de viento quería arrancarle la cesta de la cabeza. La asió con fuerza.
Un hombre se adelantó velozmente, tomó al anciano del brazo y lo estabilizó.
De otro modo habría caído de bruces en la tierra. El hombre retiró la cesta de
la cabeza del anciano y la puso en el suelo. Tras recobrar la compostura, el
anciano preguntó sin aliento:
—¿Qué sucede?
—Voltea —dijo el hombre, apuntando al Poniente. Agitando las alas, un ave
enorme volaba hacia la colina donde ya había oscurecido.
—¿Qué llevas en la cesta que atrae a un pájaro tan grande? —Dos o tres
hombres se aproximaron al anciano con aire inquisitivo—. ¿Una rata que
atrapaste en el campo?
Entretanto, la cabrita se había incorporado con lentitud en la cesta para
gemir: «Mmmm». El anciano aún estaba demasiado asombrado para hablar.
—Traías a este gran gusano negro en la cesta. Por eso atacó el águila —rio
un hombre al alzar a la cabrita.
—Es una cabrita, viejo —dijo otro hombre.
La cría se retorció como lombriz en manos de quien la había alzado. Todos
los pastores la observaron con asombro.
—¿En serio es una cabrita?
Se la turnaron para examinarla. El anciano se sentía avergonzado. Si los
pastores no la hubieran visto al descender sobre la cesta, el águila se habría
llevado a la cabrita entre las garras para devorarla.
«Mírenla», pensó el anciano. «Este instante de peligro debió estar en su
destino». Después se dirigió a los pastores:
—Como la providencia, ustedes se presentaron en el momento preciso para
ayudarme. Además de perder a la cabrita, podría haberme caído con la cesta
y roto una pierna. ¿Qué habría hecho entonces? Tengo a una mujer en casa.
Todos los días me da de comer porque trabajo y gano algo de dinero. ¿Me
cuidaría si me viera tendido en cama con la pierna rota?
Un pastor en taparrabos que sostenía en una mano a la cabrita dijo:
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—Su barriga está vacía, viejo. Mírala. Tiene tanta hambre que no puede ni
abrir los ojos.
El pastor gritó «Bu-ck-oo, bu-ck-oo» y sus cabras vinieron corriendo hacia
él. Eligió a una hembra y le puso a la cabrita en la ubre. La cabrita estaba
demasiado débil para alcanzar el pezón, así que el pastor se lo metió en la
boca. Era quizá la primera vez que la cabrita intentaba mamar de una ubre.
Luego de batallar un poco, logró agarrarla con firmeza y la succionó. Cuando
las primeras gotas de leche tocaron su lengua, descubrió un nuevo sabor y
empezó a amamantarse con entusiasmo.
—Esta cabrita es inteligente —dijo el pastor que había dispuesto la
alimentación. Al cabo de unas cuantas succiones que le empaparon el vientre,
la cabrita sintió que le dolía la quijada y soltó el pezón—. Anda, bebe un poco
más. Así pasarás una noche sin punzadas de hambre —insistió el joven, haciendo
que la cabrita continuara amamantándose otro rato. Después la levantó para
entregarla al anciano—. Parece un gusano, pero gracias a su actitud ya es toda
una adulta —dijo.
Los pastores se alejaron con sus rebaños. Luego de asegurar a la cabrita
en la cesta y cubrirla de hierba, el anciano retomó su camino. «No sé cuántos
riesgos más correrá esta criatura», caviló. «¿Podrá sortearlos o sucumbirá a
ellos? ¿Quién sabe qué le depara el destino?».
A la anciana no le gustaron el aspecto ni los ruidos de la cabrita. Se dirigió
a su esposo con el ceño fruncido:
—¿Dónde recogiste esta gatita? ¿Para qué la necesitamos? —Cuando el
anciano la sacó de su error, ella alzó al animal y exclamó azorada—: En efecto,
es una cabrita.
Toda la noche los ancianos repasaron la historia de cómo había llegado
la cabrita a sus manos. Tenían ya dos cabras. Una de ellas había dado a luz
apenas el mes anterior. Tres crías: dos machos y una hembra. Los tres animales
brincaban y jugaban en el patio delantero. La otra cabra estaba preñada y
alumbraría dentro de un mes aproximadamente. Habían vendido las crías de
su camada previa al carnicero hacía tan sólo diez días. También tenían una
cría de búfalo, una novilla. Si pastaba durante un año más, estaría en edad de
aparearse y entonces podrían venderla.
La pareja pasaba sus días ocupándose de algunos cultivos en el medio
acre de tierra contiguo a su cobertizo de paja, llevando a pastar las cabras
y atendiendo la cría de búfalo. El anciano se responsabilizaba de pastorear
las cabras en los campos y de buscar forraje para ellas y la novilla. Usaba
esta labor como excusa para vagar por terrenos y pueblos, bromeando con la
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gente y disfrutando de la camaradería. Su esposa casi no salía de casa. Como
sus necesidades eran pocas, iba al mercado una vez al mes para comprar
provisiones. Ambos visitaban a su hija una vez al año para el festival anual
en el templo del pueblo, que implicaba ausentarse durante una quincena. Era
su única hija, y ellos no deseaban más que pasar el resto de sus vidas con la
serenidad mantenida todos estos años.
Esa misma noche la anciana puso un apodo a la cabrita que parecía gatita:
Poonachi. Una vez había tenido una gata llamada así. En memoria de esa
mascota amada, la cabrita también se llamaría Poonachi. La habían adquirido
sin gastar ni un centavo. Ahora, de algún modo, debían cuidarla. Su esposo le
había contado una historia vaga acerca de un demonio parecido a Bakasura
con el que se topó y que terminó dándole la cabrita como obsequio. La anciana
se preguntaba si podía habérsela robado a un pastor. Alguien podría venir a
buscarla mañana. ¿Y si su esposo le había contado esa historia para ocultar su
crimen?
La anciana no estaba acostumbrada a prender lámparas por la noche. La
pareja cenaba y se retiraba a dormir cuando aún había luz del crepúsculo. Esa
noche, sin embargo, ella tomó una gran lámpara de arcilla y la llenó con aceite
de castor extraído el año anterior. No había algodón para el pabilo. Arrancó
una tira de un taparrabos desechado por su esposo y la convirtió en mecha.
Miró a la cabrita a la luz de la lámpara en el cobertizo como si viera a su
propia hija después de mucho tiempo de separación. Su cuerpo no presentaba
puntos calvos ni magulladuras. El animal era completamente negro. Mientras
observaba la lámpara, sus ojos abiertos de par en par eran claramente visibles.
En su rostro había un rastro de fatiga. La anciana pensó que la cabrita lucía
demacrada porque no había sido alimentada de forma correcta. Debía de tener
apenas unos cuantos días de nacida. En su corazón enraizó la determinación de
que de alguna manera debía criar al animal hasta la edad adulta.
Llamó al anciano para que acudiera a ver a la cabrita, que parecía un grumo
negro brillando bajo la lámpara en la noche profundamente oscura. El anciano
le jaló con cariño las orejas que aleteaban y dijo:
—Vaya suerte que tienes de vivir aquí.
Hacía mucho que marido y mujer no se entregaban a una charla tan amena.
Gracias a la repentina entrada de la cabrita en sus vidas acabaron hablando de
los viejos tiempos l
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Nelumbo
Nucifera
Lakshmi Kannan
Asia te ha conocido
El-honrado-por-el-mundo 1
ceras hidrofóbicas
* Nelumbo Nucifera: es el nombre científico de la flor de loto, además el «Sutra del loto» es
uno de los más influyentes sutras mahayanas o discursos del Buda. (Todas las notas son
de la traductora).
1 El-honrado-por-el-mundo: Bhagavat, en sánscrito, se refiere a uno de los diez nombres
de Shakyamuni Buddha (Siddhartha Gautama) cuyas mejores enseñanzas se encuentran
en el «Sutra del loto».
2 Wilhelm Barthlott: botánico alemán conocido por el «efecto del loto». Él y Ehler estu-
diaron las propiedades de autolimpieza de las hojas de loto en 1977. Es el resultado de
ultrahidrofobicidad de las hojas del nelumbo o flor de loto. Las partículas de suciedad
son recogidas por las gotas de agua debido a la arquitectura micro y nanoscópica de la
superficie. Esto minimiza la adhesión de las gotas a la superficie.
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en las células epidérmicas de las hojas del loto.
Toda la suciedad
en la hoja de loto
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Rajathi
Salma
L ago
Otro día
Enjuagaste tu cenicero,
Echando la ceniza en sus aguas
Ayer incluso
Al escarnio de nuestro amor
Que se ha agriado, escupiste
Furioso en el agua.
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Hoy, sin recordar
Nada de esto, te preparas
A saciar tu infinita sed.
Agua, acumulada
Un estanque inmóvil
Que carga con todo sin perder nada.
I magen
Pisada en la oscuridad,
La cucaracha fue molida
Hasta la pulpa. Toda la noche,
Una armada de hormigas ha
Limpiado el cuerpo de carne,
Dejando sólo el armazón vacío para mostrarme
La imagen de mí misma
Con alas que ya no pueden elevar el vuelo
Y patas de palo —ahora redundantes e inútiles.
C ontrato
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Las primeras palabras que escucho
Cada noche en la alcoba:
«¿Qué te pasa esta noche?»
Éstas son, casi siempre,
También las últimas palabras.
Tú, también,
Tendrás quejas.
Mi posición, sin embargo,
Se ha hecho clara
Al tiempo y a la historia.
Para recibir
Un poco de tu amor
Incluso turbio como lo está —
Para cumplir
Mis deberes
Como la madre de tu hija —
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Para darte un poco de órdenes,
Si pudiera —
Para afirmar un poco
De mi autoridad —
Mi vagina se abre,
Y sabe todo lo que debería.
Mi cuerpo hinchado
Mi vientre arrugado de estrías,
Son verdaderamente repulsivos, me dices;
Y también que
Mi cuerpo no cambiará —
Ni ahora, ni nunca
Sí, es verdad
Tu cuerpo no es para nada como el mío,
Con su fanfarria
Y su flagrancia
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¿Qué puedo hacer yo?
Estas estrías son
Como mi descenso:
No tan fáciles de reparar o remendar.
Este cuerpo no es papel que puedas cortar e injertar.
La traición de la naturaleza
Ha sido mucho más terrible conmigo que contigo.
Fuiste tú, después de todo, quien comenzó
La primera fase de mi caída
U na noche y otra
1.
Otra noche
Se desliza marchita
En los resquicios de la soledad.
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Al calor de los respiros
Exhalados por el acomodo
Del cuarto, se levanta
El pungente olor del azufre.
2.
Esta existencia
Es complicada —
Como la vida de un gato
Que se esconde en la cocina
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La soledad en el baño
Crea miedo, que viene de
La revulsión por la desnudez.
En jardines levantados
Entre muros, no hay sombra
Para sentarse a descansar.
Ni se asegura la privacidad
En los espacios abiertos
De la terraza de arriba.
Si mi hija
Me prestara
Su cuna,
Dormir podría volverse posible.
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Adiós,
Mahatma
Devibharathi
Por el suave rechinar de las bisagras, Gandhi supo que alguien abría la
puerta de su cuarto. Luego escuchó el movimiento de pies, más cerca con
cada paso cuidadoso. El Mahatma cerró los ojos y fingió dormir.
Debía de ser Dhaniklal, un viejo que era por mucho el más alerta de los
habitantes de Casa Birla; el secretario personal de Gandhi, alguien que se en-
orgullecía más de llamarse discípulo que secretario; que creía que atender al
hombre era igual que servir a la nación. El único deber de Dhaniklal consis-
tía en vigilar al Mahatma durante la noche, sin dormir ni un parpadeo, desde
un cuarto muy pequeñito situado directamente con vista a su dormitorio.
Entraba al cuarto de Gandhi al menos tres veces cada noche y se aseguraba
de que todo estuviese bien con él. Hasta un tenue gemido de Gandhi ponía
muy nervioso a Dhaniklal. Una vez, Gandhi le había preguntado, en tono de
broma:
—¿Por qué esta vigilia constante, Dhaniklalji? ¿Quieres ser testigo cuan-
do me muera?
Dhaniklal se alarmó.
—Tú nunca morirás, Bapuji —dijo—. El futuro de esta nación ha sido
confiado a tus manos misericordiosas.
Gandhi suspiró.
—No moriré tan pronto, Dhaniklalji —replicó—. Mis deberes no están
cumplidos aún. Mis luchas, también, son muy largas, Estoy condenado a vivir
por tanto tiempo como se me necesite. Si, por casualidad, Dios decide lle-
varme antes, nadie puede anticipar ese momento, ni siquiera tú. Toses y que-
jas nunca serán avisos de mi muerte, Dhaniklalji. Mi muerte será silenciosa.
Al alba de una mañana de primavera, un pajarito anidando en la punta de un
cedro rojo muy alto en el centro de Delhi despertará y anunciará mi muerte
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al mundo. Dhaniklalji, todos —incluyéndote a ti— estarán bien dormidos
entonces. Así que deja de preocuparte y descansa un poco.
Pero Dhaniklal nunca era capaz de dormir apropiadamente. Gandhi,
cuando despertaba al amanecer, veía a Dhaniklal dormido con su cabeza
reposando en el borde de su cama. Para no molestarlo, se levantaba sin ha-
cer ruido e iba al baño. Dhaniklal dormía profundamente hasta que Ghandi
terminaba de escribir sus cartas. Urgido por el instinto, tal vez, se despertaba
justo antes de que Gandhi saliera a dar su caminata matutina. Después, du-
rante las oraciones y siempre que Gandhi estaba metido en conversaciones
dentro su cuarto, los ojos de Dhaniklal se nublaban de sueño. Siempre que
Gandhi veía a Dhaniklal en ese estado, su corazón rebosaba de bondad y
compasión.
Pero Gandhi también sospechaba que estaba perdiendo gradualmente la
habilidad de controlar el fastidio que le causaban las vigilias de Dhaniklal. Es-
taba constantemente preocupado de decir, sin querer, algo que lo lastimara.
Lamentaba tener que fingir que dormía siempre que Dhaniklal entraba en
su cuarto, tan sólo para evitar las preguntas de éste. Sus ojos comunicaban
disgusto siempre que veía a Dhaniklal. Examinó con cuidado esa aversión. Le
desagradaban no sólo Dhaniklal, sino también Nehru, Patel y todo aquel que
se deleitaba con los motines; en realidad era un síntoma del odio de Gandhi
hacia sí mismo.
Esa noche, cuando las bisagras rechinaron y los pasos de Dhaniklal se
acercaban, se despertó.
—Dhaniklalji, ¿aún no te has ido a dormir? ¿Por qué estás levantado a
medianoche? Te he rogado muchas veces que no te preocupes por mí. Us-
tedes me están haciendo sentir culpable. Nuestro deber ahora es hacer algo
por nuestro pueblo que sufre. ¡Eso valdría mucho más la pena que atender-
me, Dhaniklalji!
—¡Por favor perdóname, Bapuji! Vine porque hacía mucho frío en mi
cuarto. ¿Puedes ponerte esta cobija de khaddar1 para cubrirte? —Dhaniklal
cubrió a Gandhi con la gruesa cobija que había traído.
Gandhi la hizo a un lado y se incorporó.
—No puedo dormir. Me estás manteniendo despierto para nada. Y no he
hecho nada útil en todo el día: puras juntas, discusiones y entrevistas. Podría
haber ido con los voluntarios a recoger mantas para las pobres personas en
1 Tela basta y sencilla de algodón. (Todas las notas son del traductor).
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los campos. Estoy viviendo aquí como un emperador mientras niños, muje-
res y ancianos padecen grandes sufrimientos.
—Nuestros voluntarios están haciendo su trabajo apropiadamente, Ba-
puji. No hay razón para que te agobies. Cientos de sábanas y cobijas se distri-
buyeron hoy a los refugiados.
—Gracias por traerme una buena noticia. ¿Se distribuyeron al parejo
para todos?
—Sí, Bapuji, se distribuyeron al parejo por todos los campos.
Gandhi sonrió.
—La gente está ansiosa de ayudar, ¿no es así? Es muy gratificante escu-
charlo. Siempre he dicho que Dios está lleno de piedad.
En su corazón, que estaba muy afligido por los interminables tumultos, la
esperanza empezó a brotar y crecer. El Mahatma creía que su reciente ayuno
no había sido en vano. Se puso de pie, de pronto liberado del cansancio, el
insomnio y la fatiga.
—Dhaniklalji, ¿quieres tomar un poco de agua caliente? ¿Por qué no
platicamos un rato? —caminó hacia la cocina. Dhaniklal lo siguió ansiosa-
mente y ofreció ayudar—. Muy bien. Cuéntame todo lo que pasó. Quiero
escucharlo todo.
Dhaniklal estaba lleno de entusiasmo. Trató de abundar en incidentes
tomados de los hechos del día que pensaba que podrían complacer a Gandhi.
Comenzó diciéndole qué felices estaban de ver a los voluntarios los residen-
tes de los campos en Turkman Gate y Chandni Chowk.
Durante su visita allá, un par de semanas antes, el Mahatma había visto de
primera mano las condiciones patéticas en que vivían los refugiados. Un gran
número de niñas pequeñas había buscado refugio en el campo de Turkman
Gate. Nunca podría olvidar a la niña musulmana de doce años a la que había
conocido allí. Ella le contó cómo sus padres habían sido atacados y asesi-
nados delante de ella. Durante un motín, la turba había rodeado su asenta-
miento hacia la medianoche. Para salvar a los residentes del asentamiento, su
padre, un satyagrahi,2 cayó a sus pies y les rogó que se apiadaran de su gente.
Ella nunca podría olvidar la cara de su padre mientras enfrentaba a aquellos
brutos armados, con las palmas unidas en un gesto de ruego, dijo la niña. Le
cortaron sus manos que rezaban, primero una y luego la otra.
Su madre trató de salvarla. A toda prisa, pintó la frente de la niña con
bermellón y le pidió que cantara «Jai Sri Ram!». «Si lo haces, la turba te
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perdonará la vida y podrás huir a alguna otra parte y sobrevivir», le dijo su
madre; pero ella se negó a hacerlo. Lo que les dijo, en cambio, fue «Allah-hu
Akbar».
—¿Te dejaron ir?
—Querían mi cuerpo. Me arrastraron. Por nueve días me mantuvieron
confinada en su vehículo y me violaron. Después, dándome por muerta,
aventaron mi cuerpo al lado de la carretera y se fueron. Entonces me vine
sola hasta este campo. No me quedaba identidad en aquel momento. Conocí
a muchas niñas como yo. Todas nos veíamos igual, con nuestras mentes en el
mismo estado, todas sangrando. Hasta había olvidado mi nombre.
Cuando Gandhi le preguntó: «¿Conociste a aquella niña, Dhaniklalji?», el
hombre vaciló. Al ver que Dhaniklal se esforzaba por extraer recuerdos de su
memoria, Gandhi temió que acabara por mentir
—Está bien. Ve y acuéstate. Estoy muy cansado —dijo a su asistente.
Cuando Dhaniklal se preparaba para irse, Gandhi vio una expresión divertida
en su cara.
—¿De qué te acordaste, Dhaniklalji?
—Perdóname, Bapuji. No pude controlar la risa. ¡Oh, Dios! ¡Qué gran
hombre resultó ser ese Bhagwaticharan! Simplemente me quedé sorpren-
dido. Era una copia exacta del original, ¿no? ¿Pueden pasar esas cosas? ¡Es
muy listo ese Bhagwaticharan! —exclamó Dhaniklal con una carcajada.
Gandhi lo observó en silencio. Entonces la expresión en la cara de Dha-
niklal se debilitó y se asentó. Posando la cabeza entre sus rodillas, comenzó
a recontar todo:
—Lo conoces, ¿no? Ese joven bengalí es tu discípulo. Ha venido a De-
lhi sólo para verte. Muchos han alabado mucho el trabajo que ha hecho en
Calcuta. Es joven, probablemente cerca de los cuarenta. Creo que se rasura
la cabeza todos los días. Pero el bigote y las cejas... —mientras hablaba,
la risa volvía a acumularse en la garganta de Dhaniklal—. Escucha, Bapuji.
Nos sentíamos extremadamente desalentados. Nadie acudía a ayudarnos, ni
siquiera los gujaratis ricos. Las canciones que tocábamos en las mansiones
no ablandaban el corazón de nadie. Para la tarde apenas habíamos reunido
unos pocos trapos. Nos sentíamos terriblemente mal. Les rogamos que tu-
vieran caridad con aquella gente pobre, afectada por los motines, que seguía
sufriendo en los campos. Nadie les tuvo piedad, Bapuji. Sólo un viejo, que
parecía estar en la miseria él mismo, nos dio su chaleco. Fue con nosotros
sin que se lo pidiéramos y nos lo dio. Fue un gran momento. Fue cuando
recobramos la esperanza que para entonces habíamos perdido.
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—¡Sí que fue un gran momento! Ese trapo fue una señal de nuestro éxi-
to, ¿no es así, Dhaniklalji? —intervino el Mahatma, exultante. A Dhaniklal
no le importó la interrupción. La emoción de llegar a una etapa emocionan-
te de su relato se notaba en su cara.
—Entonces todos vimos cómo se persignaba. Sin prestar atención a
nuestras expresiones de gratitud, murmuró un salmo acerca de Jesús mien-
tras se marchaba. Seguimos nuestro camino. El sol del invierno nos quemaba
las caras. Y nuestro viaje era más difícil que antes. Nadie nos prestaba ningu-
na atención. Lo que pasó fue increíble. ¡Escucha esto, Bapuji! Estábamos pa-
sando frente a un poblado de clase media. Unas pocas personas nos seguían,
sólo para ver el espectáculo. Caminábamos cantando «Raghupati Raghava
Raja Ram». Entonces oímos un rugido detrás de nosotros: «Mahatma Gan-
dhi ki Jai! ¡Victoria para Mahatma Gandhi!», y miramos para atrás sorprendi-
dos. Dios, todavía no puedo creer la vista que tuvimos. ¡Como Cristo, estaba
caminando hacia nosotros! ¡El Mahatma! Nadie de nosotros pensó otra cosa.
Se veía exactamente como tú, una copia genuina. «Bapuji», lo saludamos,
todavía asombrados. Mientras nos sonreía graciosamente, también mostró
respeto a las personas que se habían amontonado a su alrededor. La gente
se acercaba a él con una especie de deseo. Yo vi lo insoportablemente felices
que se sentían al tocar su manto de khaddar blanco y sus manos huesudas.
Luego, uno por uno empezaron a tocarle los pies. La gente salía corriendo de
sus casas, de callejones estrechos, y se amontonaba a su alrededor.
Gandhi escuchaba a Dhaniklal asombrado y confundido. Quiso inter-
venir, pero Dhaniklal estaba describiendo los eventos con un entusiasmo
incontenible; Gandhi simplemente no podía llamar hacia sí la atención del
hombre.
—Entonces comenzó a hablarle a la multitud. Su voz —igual que la tuya,
muy gentil pero firme— les pidió a todos ayudar a aquellos que se habían re-
fugiado tras ser cazados y víctimas de atrocidades. Repitió las mismas frases
que tú dijiste antes, acerca de la moralidad de vivir, ¡en una voz muy parecida
a la tuya! Los deberes que hay que cumplir, la discreción que se debe mostrar
en la turbulencia, la paciencia que hay que mantener en tiempos de crisis, el
sentimiento de culpa que debe estar activo en cada uno de nosotros... ¡Re-
pitió literalmente todos tus nobles preceptos, en el mismo tono de voz, una
imitación perfecta! Yo imaginaba que lo que decía era el consejo divino del
Bhagavad Gita o el Sermón de la Montaña de Jesucristo. La gente escuchaba,
incrédula, todo lo que él decía. Como si estuvieran hechizados, sacaron las
mejores sábanas y cobijas que tenían y empezaron a apilarlas a sus pies. Él
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los bendijo siempre con la misma sonrisa —Dhaniklal estaba muy cansado.
Sin embargo, la urgencia de terminar su historia lo hacía continuar—. Poco
después de eso se me acabó la paciencia. Con dificultad me abrí paso entre la
multitud apretujada y me acerqué a él. ¡No lo vas a creer, Bapuji! Lo reconocí
de inmediato. Parado muy cerca de él, murmuré: «¿No eres tú Bhagwaticha-
ran?». Sonrió serenamente sin contestar. ¡Bapuji, la sonrisa era exactamente
como la tuya!
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los sostuvo con delicadeza. Pero cuando empezó a explicarse fue incapaz de
contener su fervor. El Hombre de Hierro empezó a arrancar páginas aún
más rápido que su secretario.
—¡Se hace tarde! —decía, como para sí mismo, mientras desdoblaba
y sostenía las hojas delante de su cara. Poniendo su grueso dedo índice en
renglones importantes, leía en voz alta frases importantes de las páginas para
reforzar sus argumentos.
Siempre que hablaba con Gandhi, Patel trataba constantemente de ob-
servar las reglas del tacto y la humildad; aun así, alzaba la voz inadvertida-
mente de vez en cuando. No tenía otra opción que pedir perdón a Gandhi
en cada ocasión.
Poco después, otros secretarios y asistentes habían llegado. El Mahatma
observó que cada hombre había traído una gran cantidad de archivos con él.
Mostrando un grado increíble de disciplina y decoro, no se hablaban unos a
otros; ni siquiera se dedicaban un vistazo. Gandhi notó que prevalecía, pese
a todo, la más precisa coordinación entre ellos. Las ansiedades y la timidez
que normalmente exhiben los burócratas de un país recién independizado
no eran evidentes de ningún modo en ellos. La mayoría se parecían a Patel
en edad y actitudes. Salvo Patel, todos vestían saco y corbata al estilo inglés.
Cuando Gandhi le preguntó: «¿No les dijiste a todos estos funcionarios del
gobierno que sólo debían vestir khaddar?», Patel se sonrojó, avergonzado,
como una mujer.
Luego siguió su explicación. Finalmente, dijo:
—Debes encontrar una solución para estos asuntos, Bapu. Danos una
solución que se pueda implementar de forma práctica. Tenemos toda la vo-
luntad de realizar acciones inmediatas —Patel estaba más o menos suplicán-
dole a Gandhi—. ¡No tenemos otra alternativa, Bapu! Estas acciones son in-
evitables. Si quieres, puedo darle mis responsabilidades a alguien más, pero
también serían inevitables para esa persona.
—Inevitable..., no hay otra alternativa..., ¡qué lindas frases! —murmu-
raba Gandhi para sí mismo, solo en la oscuridad de su cuarto. Cuando Dha-
niklal lo había dejado la noche anterior, también había usado las mismas
frases. Gandhi recordó aquellas frases y la manera en que había narrado su
historia «divertida». La voz y las expresiones de Dhaniklal, junto con sus rui-
dos de alegría al final de la historia, su vientre sacudiéndose de risa, aparecie-
ron ante su mirada interior. La cara de «Mahatma» Bhagwaticharan también
surgió en su imaginación.
Un joven bengalí que se veía exactamente como él. ¡Dhaniklal lo había
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descrito en tan minucioso detalle! A partir de la descripción de Dhaniklal,
Gandhi, que nunca había puesto los ojos en aquel hombre, podía imaginarlo
muy vívidamente. Además de su voz gentil, su sonrisa bondadosa y su mirada
serena, Gandhi era capaz hasta de figurarse las arrugas en el vientre del joven.
Miren: la gente se arremolina alrededor de Bhagwaticharan, saludándolo
y gritando lemas. «Mahatma Gandhi ki jai!, Mahatma Gandhi ki jai!». Ma-
hatma Bhagwaticharan les da sus bendiciones. La multitud está en éxtasis:
ruge, grita y, abrumada por la emoción, se disuelve en lágrimas. El Mahatma
les habla, hace una petición, da instrucciones. Varias personas corren hacia
él y lo tocan. Un hombre le quita el chal y se va corriendo. El Mahatma le
pide que vuelva y le da también su dhoti.4 Ahora está desnudo delante de
todos. «Señor, ¿por qué me has obligado a caminar desnudo dentro de este
precioso jardín?». Está avergonzado. Corre, tratando de escapar de ellos. Es
perseguido por uno y por todos. Un hombre arranca pelo de su bigote y lo
guarda. Otro le saca las uñas y huye. Otra más intenta sacarle los dientes.
El Mahatma no puede soportar el dolor. «Oh, Dios», grita, y pide ayuda.
Un policía que ha estado viéndolo todo desde lejos se aproxima despacio.
«¿Por qué gritas así?», pregunta con aspereza, dando al Mahatma una bofeta-
da en su mejilla izquierda. El Mahatma le muestra al policía la mejilla dere-
cha. El policía lo abofetea también en la mejilla derecha. El Mahatma le sigue
enseñando una y otra mejilla, por turnos. El policía lo abofetea incansable-
mente. Hay un chorro de sangre. Los pocos dientes que le quedan en la boca
se han aflojado. Sus globos oculares se han salido de las órbitas. La multitud
se apresura a recogerlos. La visión del Mahatma se oscurece. De pronto, en
todas partes está totalmente oscuro. «¡No soy Mahatma Gandhi! ¡Soy Charan,
un bengalí llamado Bhagwaticharan!».
Gandhi, involuntariamente, se tocó los ojos. Estaba sin aliento. Se quedó
tendido en la cama, exhausto, y cerró los ojos.
Cuando volvió a abrirlos, un poco después, el cuarto brillaba de luz. Gan-
dhi vio rayos irregulares de luz cruzando el cuarto. «¿Ya es de mañana? ¿Me
quedé dormido, rompiendo mi hábito de toda la vida de levantarme tem-
prano? Debe de ser un signo de que la muerte se acerca. Ahora es tiempo de
aceptar mi avanzada edad. ¡Tengo setenta y ocho años, después de todo!». El
Mahatma sonrió para sí mismo.
4 Prenda tradicional india para hombres, que consiste en una pieza de tela de algo-
dón que se enrolla en la cintura y se deja caer por las piernas, como una especie de
pantalón ligero.
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«¿Dónde está Dhaniklal? ¡Tampoco puedo ver a Manu! La niña invaria-
blemente se despierta antes que yo».
Después de enrollar su ropa de cama, Gandhi estaba a punto de comen-
zar sus abluciones matinales cuando escuchó algunas voces agitadas. Pre-
guntándose quién o qué podría ser, abrió una ventana y miró hacia fuera. Se
quedó helado, conmocionado por el horror. Afuera de la alta mansión, no
muy lejos, la ciudad de Delhi estaba en llamas.
La gente corría aterrada en todas direcciones. Gandhi vio cómo eran caza-
dos con furia asesina por una turba de entre diez y quince personas con armas
mortales. Incapaz de soportar su propia agonía, cerró los ojos con fuerza. Con
toda esperanza perdida, se dejó caer en la silla de madera de su cuarto.
¿Cuándo se había estropeado todo?
¿Quién era responsable de aquello..., hindúes o musulmanes? ¿Quién
era enemigo de quién? ¿Quién iba a ser masacrado por quién? ¿Quién va a
sobrevivir? ¿Para ajustar qué cuentas se había desatado esta violencia? ¿Es la
historia del último milenio la que tiene la culpa? ¡Pero nos hemos adelan-
tado tanto a ella! ¿Quién es responsable por esta violencia que está siendo
fomentada justamente cuando el mundo nos felicita como a un pueblo que
ha ganado su libertad solamente por la fuerza de su espíritu, sin tomar las
armas? ¿Soy yo el culpable? Como filósofo, ¿he repudiado la verdad? ¿Se
hubiera alcanzado una resolución si hubiera permitido que la gente siguiera
su propio camino? ¿La muerte y el derramamiento de sangre nos hubieran
traído la paz? En cierto modo es en verdad posible. Cuando el otro lado es
totalmente destruido, ¿qué puede frenar la paz? Después de todo, ¿esta sed
de sangre innata no iba a ser dirigida, por necesidad, a nuestros propios her-
manos? ¿Es la violencia la cualidad innata del hombre? ¿La lucha no violenta
es contraria a las leyes de la naturaleza? ¿El principio sobre el que lanzamos
esta enorme lucha..., está ese mismo principio equivocado ahora?
—Dhaniklalji, ¿a dónde te has ido? ¿Y Manu? Despiértala también. ¡Pa-
rece que no hay nadie aquí en esta hora terrible! —gritando, Gandhi trató de
levantarse y abrir la puerta. No pudo. Alguien la había cerrado con llave por
fuera—. ¿Dónde estás, Dhaniklalji? ¿Quién ha hecho esto?
Abrió la ventana de la derecha y, a través de ella, miró la entrada principal
de la mansión: se le heló la sangre. Incontables personas se habían reunido
del otro lado de la enorme puerta de hierro de la mansión, centenares de
pobres, medio muertos, víctimas recientes de un ataque asesino.
—¡Bapuji, Bapuji...!
—¡Sálvanos, Bapuji...!
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—¡Oh, Dios...!
—Cuando está aquí Bapuji, ¿por qué hemos de sentirnos abatidos? Guar-
dias, por favor llamen a Bapuji.
—Tontos, abran la puerta. Después, Bapuji no los perdonará.
Gandhi corrió otra vez a la puerta.
—¡Dhaniklal...! ¿Hay alguien ahí? ¿Por qué cerraron con llave esta puer-
ta? Ábranla, por favor. ¡Inviten a todos a que pasen! ¡No me echen encima la
carga de un crimen imperdonable...! ¡Dhaniklal, ven acá!
Otra vez corrió a la ventana abierta.
Con antorchas y armas letales en las manos, la turba que había llegado
a perseguirlos masacraba sin piedad a los inocentes desarmados. Y entre el
río de sangre y los cuerpos desparramados en el suelo, pequeñas niñas eran
violadas. Gandhi no podía sino atestiguar estas atrocidades en silencio, afe-
rrándose a los barrotes de la ventana y apoyando su cara en ellos como un
cadáver sin vida.
—¡Bapuji, Bapuji! ¿Por qué nos has abandonado, Bapuji?
Fue sólo hasta el final que sucedió el milagro. Desde adentro de la man-
sión, sacudido por una profunda pena, «Mahatma» Bhagwaticharan llegó.
Ahora las altas puertas de la mansión estaban bien abiertas para que él pasara.
Acompañado por guardias, el Mahatma caminó muy despacio y alcanzó los
cuerpos que yacían en el suelo. Dos o tres personas medio muertas trata-
ron de levantarse para verlo, y él trató de consolarlas con palabras llenas de
bondad... Los ojos de Mohandas Karamchand Gandhi lo presenciaron todo.
La conciencia se le estaba escapando.
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el Mahatma tiene también infinita confianza en su cuerpo. Nunca ha tenido
miedo de morir. Hace sólo unos pocos días, cuando oyeron explotar una
bomba cerca de la sala de oración, Manu tuvo un acceso de pánico. Él ofreció
consuelo a aquella niña extremadamente asustada: para calmarla, le dijo que
la bomba podía haber explotado durante ejercicios de entrenamiento en un
campo militar cercano. Él no tenía duda de haber sido el blanco de la explo-
sión. Los asesinos están acechándolo de cerca.
La muerte lo rastrea y lo sigue gracias a las huellas de sus «pasos». Él está
bastante dispuesto a entregársele. Recibe con una sonrisa los mensajes que
la muerte le ha estado enviando. Se burla de la muerte, también la desafía.
A su edad, incluso los ayunos que lleva a cabo son gritos de batalla contra
la muerte. Siempre que ayuna, todo el mundo se aterroriza y se pregunta si
esta vez morirá. Lo examinan doctores. Aceptan sus condiciones a cambio
de hacer que tome un poco de jugo de frutas, dirigen marchas por la paz, se
dan la mano, se abrazan cálidamente y rezan a Dios. Después, todos firman
los papeles del acuerdo y se los dan; luego consiguen un vaso de jugo de fruta
y le piden que beba. Él bebe con una sensación de satisfacción y alcanza un
acuerdo con la muerte. Luego el Mahatma se pierde en sus sueños: sueños de
imperio, de llegar hasta los ciento veinticinco años.
La vieja rutina se desarrolla casi sin cambios. Se levanta a la hora usual, las
tres de la mañana; completa sus abluciones matutinas, escribe cartas, redacta
ensayos para Harijan y otros periódicos, sale a su caminata matinal, come
una comida de cacahuates y leche de cabra, recibe a todos los que lo buscan,
da a todos sus bendiciones. Como es usual, los ministros se reúnen con él,
buscan su guía y consejo y hacen sonar sus propias trompetas. El primer
ministro Nehru lo llama, junto con Sardar Patel. El Mahatma está feliz de ver
a los dos líderes de pie juntos, hombro con hombro. Todos participan en las
reuniones de oración que hay cada tarde. Versos del Corán, la Santa Biblia y
el Bhagavad Gita se leen en voz alta y se escuchan; luego son cantados por la
multitud al unísono:
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o cual. Él mira mientras el humo negro, elevándose desde cuerpos humanos
en llamas, se extiende y se pega a las ventanas de su cuarto. Escucha estallidos
de bombas y gritos de socorro. Sólo entonces calla, como las figurillas de
monos que guarda en su cuarto. Cierra los ojos y tapa sus orejas. Pero más y
más reportes siguen llegando, perforando sus oídos. Reportes de cómo satya-
grahis que se han hecho de poder se deleitan en corrupción y estafas; cómo
las peleas entre Nehru y Patel crecen cada día..., él los escucha incluso con
los oídos tapados. «O él o yo...». ¡Proclamas, amenazas, quejas, advertencias,
desafíos...!
Los satyagrahis exigen ahora la cuota por los sacrificios que han hecho.
Sobre todo, lo que más le preocupa es el futuro de Delhi y la república
independiente. Las figurillas de monos en su cuarto parecen burlarse de él.
Así la muerte, que se ha cansado después de probar varios disfraces, está de
pie ante él en la forma de una copia genuina de sí mismo.
«¡Victoria para Mahatma Bhagwaticharan! ¡Victoria para Mahatma Bha-
gwaticharan!»
—Esto es un truco barato —dijo el Mahatma en voz alta.
Es barato y cobarde también. Y un desafío a su respeto por sí mismo. ¡La
muerte está intentando transformar la vida de él en su propio mensaje! Es
en encarar este desafío que se esconde el significado intrínseco de su vida. La
muerte también es como la vida. No podría haber mayor insulto a la vida que
renunciar al derecho de elegir la muerte. Así son sus reflexiones.
Toda su vida, el Mahatma se ha sumergido en una miríada de fantasías
sobre la muerte. Debe ser un evento lleno de sentimiento poético y coraje.
Su sueño, largamente acariciado, es que uno de sus ayunos extendidos lleve
su vida a un fin. No puede haber una mejor oportunidad para un satyagrahi,
piensa. Sabe que podría ser asesinado, también. No prestó realmente aten-
ción a los sonidos de explosiones de bomba que se escucharon cerca de la
sala de oración. La muerte por una explosión así sería honorable. Él está
bastante listo y dispuesto para quedar delante de ellos totalmente desnudo.
De todas las características definitorias que debe poseer un satyagrahi, el valor
de elegir la muerte es la más importante. Los sabios encuentran a la muerte
con una sonrisa. La muerte es vencida por ellos. Entonces vuelven a la vida y
reciben el regalo de la inmortalidad.
Como Jesucristo: como su maestro, Tolstói. Sus vidas son su única inspi-
ración, sus vidas y sus muertes.
Ambos habían aceptado la muerte voluntaria, animosamente. Habían en-
gendrado a los asesinos de sus propias vidas. El viaje que Tolstói emprendió
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desde Yasnaya Polyana a Astapovo no fue menos que el viaje que Jesús em-
prendió al Monte Calvario, cargando a la muerte en sus hombros. Gandhi
recuerda la primera vez que leyó sobre el viaje de Tolstói. Fue capaz de ter-
minar aquellas páginas sólo con suspiros y una profunda tristeza.
Después, las mismas páginas le parecieron muy diferentes. Las había leí-
do una y otra vez. Había pensado que Tolstói no pudo haber elegido un me-
jor modo de morir. Era una muerte más poética que todas las otras muertes
del mundo. Gandhi nunca podría olvidar la mañana cubierta de nieve en que
Tolstói salió de su mansión.
Cada vez que despertaba al amanecer, el recuerdo de Tolstói llegaba a él.
Lo más probable es que Tolstói hubiera salido de la famosa mansión de Yas-
naya Polyana a aquella hora. Después de que lo llevaran a Casa Birla, aquellos
renglones volvieron a la vida en la mente de Gandhi, más vívidos que nunca
antes. Casa Birla no era en verdad diferente de aquella mansión en Yasnaya
Polyana. Como Tolstói, él también estaba alojado en esta mansión en calidad
de prisionero. Como Tolstói, también anhelaba salir de allí.
Sí, debía marcharse. Debía volver a la colonia de pepenadores donde una
vez había vivido..., o a su ashram. Pero todos sus discípulos de seguro lo segui-
rían hasta allá. Entonces lo confinarían, como a un prisionero o a un dios, y
asignarían a un par de guardias armados para pararse, tiesos, ante la entrada.
Entonces sería la misma historia: cartas, reuniones, bendiciones y consejo; y
en las tardes, reuniones de oración. ¡Era realmente un lindo arreglo!
¡Un dios hecho prisionero! Si quiere huir, debe seguir con cuidado los
pasos de Tolstói. Debe descubrir su propia estación de trenes, su Astapovo
afuera de esta ciudad famosa por sus glorias antiguas.
No hay duda al respecto: la historia hace una copia exacta de sí misma,
frase por frase, sin dejar fuera ni una sola letra.
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Con la ayuda del jefe de estación y de la hija más joven de Tolstói, Alexan-
dra Lvovna Tolstói, que había ido en busca de su padre, Makovitsky arregló
que Tolstói, quien sufría de un severo brote de neumonía, bajara del tren.
Lo pusieron en el cuarto del jefe de estación durante los siguientes tres días.
Casi de inmediato, la atención del mundo entero se enfocó en aquella pe-
queña y oscura estación de trenes. Periodistas que habían llegado allá desde
toda Europa para enviar boletines anticipando la muerte de uno de los hom-
bres más grandes del mundo esperaron durante los tres días completos. En
sus oficinas, sus editores habían preparado sus obituarios, que estaban listos
para ser impresos. Las estaciones de telégrafo trabajaban sin parar. «Dé-
jenme en paz. Voy a un lugar donde nadie se molestará por mí». Con estas
palabras, dichas a las seis y cinco de la mañana del 7 de noviembre, el gran
hombre exhaló el último suspiro.
Cuando Gandhi salió caminando de Casa Birla, era cuarto para las cuatro
de la mañana. Al contrario de su maestro, salió solo. Había decidido llevarse
con él a Dhaniklal pero luego cambió de parecer. Gandhi no había podido
verlo después de las once de la noche. Cuando no hubo respuesta a sus re-
petidos llamados, fue al cuarto de Dhaniklal, buscándolo. Ni siquiera Manu
estaba allí. Susheela se había llevado a la niña la noche anterior.
Cuando regrese en la mañana, la niña podría molestarse por no encon-
trarme, pensó Gandhi.
Los otros dormían profundamente. La mansión estaba envuelta en si-
lencio. Gandhi sólo se llevó con él una copia del Gita. No vio guardias en
la entrada. Como las puertas estaban abiertas, pudo escurrirse al exterior
fácilmente. Preocupado por que lo reconocieran si caminaba por la amplia
avenida vestido sólo con su usual taparrabos y llevando su conocido bastón,
se apresuró. Las calles desiertas fueron de gran ayuda para él. Gotas de rocío
caían sin cesar de los árboles. Un muro de niebla cubría la luz que se derra-
maba de algún poste ocasional. El frío taladraba sus huesos. Pensó que debía
haber traído una manta.
La nieve en Yasnaya Polyana habría sido más densa.
No había hecho planes en el momento de su partida. Pensó que alcanzaría
alguna estación de trenes cercana y desde allí comenzaría su viaje. Sólo tenía
una hora de ventaja, cuando mucho. Pronto descubrirían que el perico se
había escapado de la jaula. Tolstói había dejado una carta para Sofia Andre-
yevna; él también podría haber dejado una carta, explicando las razones de
su partida.
¿Era el odio lo que le había impedido escribir una carta así?
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No el odio, sino el amor, debe ser la razón subyacente a mi partida. Sólo
si es amor tendrá sentido que me vaya de aquí. Si esta partida es producto
del odio, entonces no soy un satyagrahi, y sólo puedo llamarme un alma in-
completa, pensó Gandhi.
En las banquetas que flanqueaban ambos lados de la calle, Gandhi vio a
incontables humanos, con ropas que apenas bastaban para cubrirlos, amon-
tonados unos junto a otros en el frío inclemente. Se preguntó si su partida
traería algún cambio en las condiciones de aquella gente. Se sentía con-
fundido. ¿Tenía razón Bhagwaticharan en hacer lo que hizo? Si las sábanas
y mantas que había reunido pudieran mitigar el sufrimiento de al menos
unas pocas de estas personas, ¿cómo se podía criticar su trabajo? Pero él
ha mentido, se ha hecho pasar por mí, ha engañado al público. ¿Es posible
reevaluar esas malas acciones sobre la base de sus consecuencias benéficas?,
se preguntó Gandhi. No tuvo de inmediato una respuesta. Concluyendo que
la cuestión requería un examen más atento, siguió caminando.
Mientras cruzaba una famosa intersección de Delhi con ayuda de su bas-
tón, un vehículo motorizado abrió la niebla y se detuvo cerca de él. Un oficial
de policía con un largo abrigo y su conductor, que llevaba dos o tres suéteres
encima de su uniforme, bajaron del auto.
—Señor, ¿quién es usted? ¿Qué hace aquí a esta hora? —cuestionó el
policía a Gandhi con un aire de autoridad.
—¿Yo? Gandhi. Mohandas Karamchand Gandhi.
—¿Ves? ¡Empezó temprano esta mañana! —rio el conductor.
—¡No nos venga con esos cuentos, viejo! ¿Por qué está haraganeando aquí
a su edad? ¡Se va a congelar! Regrese tranquilo a su casa. ¡La de problemas
que nos causa la gente como usted...! ¿Cree que se les puede escapar si se sale
a vagar disfrazado? Le van a disparar, señor, tienen pistolas y son de verdad.
Cómo puede ser tan ignorante este hombre, se preguntó Gandhi. Sin
embargo, como es un representante autorizado del gobierno, es mi deber
como ciudadano indio responder cualquier pregunta que pueda hacer, se
dijo Gandhi.
—¡No temo a la muerte, señor! Si la muerte llega a mí de esa manera,
estaré feliz. En verdad, ahora voy en busca de la muerte. Justo hace media
hora dejé Casa Birla sin avisar a nadie y salí por mi cuenta. No tenía planes en
mente. Pero ahora estoy pensando en ir a Meerut. Si puedo encontrar cerca
una estación de trenes...
—¡Bueno, este parece ser un caso totalmente avanzado! —el conductor
empezó a reír otra vez—. Tan avanzado que no tiene cura.
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El oficial de policía se enojó mucho.
—Viejo, le recomiendo que deje de parlotear. Váyase tranquilo a su casa.
Si no, y si realmente quiere morir, ¡vaya y muérase en otra parte...! Mire para
allá. Si da vuelta a la derecha en aquel poste de luz y sigue por el callejón es-
trecho de la izquierda, saldrá a una pequeña estación de trenes. No se puede
saber cuándo llegará un tren. Si, como dice, está buscando la muerte, vaya
para allá y espere. Si llega un tren, ¡será sólo por su buena suerte! Pero no
esté dando vueltas aquí sin llegar a ningún lado. Éste es un barrio donde vi-
ven los más importantes ciudadanos del país. No se sabe quién va a pasar por
aquí ni a qué hora. Estamos encargados de la seguridad del Mahatma, y nos
está costando mucho trabajo ocuparnos de todo. ¡Y por si eso fuera poco,
llega gente como usted!
—Les he pedido muchas veces a Nehru y a Patel no hacer ningún arreglo
especial de seguridad en beneficio mío.
Cuando escuchó la respuesta avergonzada de Gandhi, los ojos del oficial
se pusieron rojos. Al ver que su superior estaba realmente furioso, el con-
ductor pasó a la acción:
—Viejo, ¿te largas o no? —y blandiendo su porra quiso ahuyentar a
Gandhi.
Los dos hombres estaban trabados: no sabían cómo manejar a ese viejo
loco que veía los desfiguros del conductor con un aire intrépido y una sonrisa
triste.
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varios idiomas —hindi, urdu, bengalí y gujarati— chocaba y rebotaba contra
las paredes negras de humo de la estación. Cientos de pájaros negros podían
verse posados en las parrillas y los rieles. Todos parecían idénticos, como si
hubieran sido hechos para verse así.
Nadie le prestó atención. Pero mientras subía los escalones del paso a
desnivel, una niña lo miró maravillada. Llamó a su madre, que estaba ocu-
pada hablando con alguien más, y le dijo algo, señalando hacia él. La madre
miró hacia Gandhi y luego apartó la vista con desdén. Gandhi sintió la ur-
gencia de hablar con ellas.
Primero debía comprarse un boleto.
—¿Hay trenes aquí que vayan a Meerut?
La pregunta atrajo una mirada burlona del hombre dentro de la taquilla,
que apretó los labios y anunció en tono lúgubre:
—Ningún tren está programado para salir de aquí próximamente, por la
simple razón de que no ha llegado ningún tren durante los últimos tres días.
Ésa es la situación. Puede verlo, ¿no? Todas estas personas están esperando
aquí para subir a distintos trenes. Estamos vendiendo sin parar todos los
boletos que tenemos. Estas personas, además, están esperando aquí sin dar
señales de fatiga. El tren tiene que llegar, eso es todo. Ah, sí, ¿a dónde tiene
que ir? ¿A Meerut? ¿O a Ahmedabad? Dijo Meerut, ¿verdad?
—De hecho, no tengo un plan definido. Creo que subiré al primer tren
que llegue.
—Ése es un patrón conocido, ¿no? Es lo que la gente como usted pre-
fiere, ¿verdad? Se suben al primer tren que llegue, sea el que sea. Y sin em-
bargo, ninguno compra boleto. Y los revisores no hacen nada en contra de
ustedes. Esto sólo puede durar unos pocos días más. El sardar tiene las manos
atadas de momento. Están esperando a que pase. Se están conteniendo por
él. Pero que pase. ¡Será divertido ver qué sigue luego!
—Señor, discúlpeme... No entiendo lo que dice. Si se puede explicar...
El vendedor de boletos empezó a reír a carcajadas.
—¡Oh, dios! ¡Ya basta, Bapuji! No puedo seguir explicándolo todo. Viene
un tren. Va a llegar hasta Amritsar y va a ir muy despacio. Jallianwala Bagh5
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está en algún sitio cerca de Amritsar, ¿no? ¿Has ido allá? ¿No es lugar sagra-
do de tu gente? Ni siquiera necesitas un boleto. Y en todo caso ustedes nunca
compran boletos. Unos pocos días más, hasta que pase.
A Gandhi le sorprendió que todos fueran tan informales.
—Deme un boleto a Amritsar —dijo, extendiendo un billete de una
rupia.
—¿A Jallianwala Bagh, entonces?
—¡Sí...! Ha pasado mucho tiempo desde mi última visita —dijo Gandhi,
sonriendo compasivamente al vendedor de boletos. Entonces el vendedor de
boletos devolvió la mirada al Mahatma, y, de pronto, su corazón se llenó de
miedo.
Cuando vio a los cinco o seis Gandhis que se abrían paso a golpes y
empujones en un compartimento atestado del tren a Amritsar, Gandhi se
quedó atónito: fue hacia ellos, corriendo parte del camino. La multitud era
inmensa e incontrolable. Todos los que esperaban intentaron meterse en el
compartimento al mismo tiempo. Todos trataron de apartar a los otros del
tren para poder subir ellos. Algunos recurrieron incluso a agresiones físicas.
La estación entera de trenes hacía eco de insultos y gritos de auxilio.
Gandhi estaba de pie, tímidamente, cerca de la puerta. Pero la multitud
se volvía más y más grande a cada minuto. Pensó que no sería capaz de abor-
dar el tren. Por fortuna, la multitud lo empujó involuntariamente al interior
del compartimento. Una vez adentro, encontró que había cuatro o cinco
veces más pasajeros que la capacidad del compartimento, apretados juntos.
Sin ningún esfuerzo de su parte, todo el mundo había sido empujado por
la multitud a alguna parte del compartimento. Gandhi se sintió deprimido.
Las rodillas le dolían de modo intolerable. El tren empezó a moverse.
—¡Oiga, Gandhi, señor, venga para acá! Aquí hay un poco de espacio
para usted. Se ve realmente viejo. Denle un poco de espacio, pobre hombre.
A pesar de todo es uno de nosotros, ¿no?
El grupo de Gandhis que había tomado algo de espacio junto a una litera
lo invitaba a sentarse junto a ellos.
—¡Parece que viene de muy lejos! ¿Cuál es su nombre, señor?
Mirando maravillado a cada uno de ellos, todos maquillados para verse
exactamente como él, el Mahatma contestó:
—Gandhi. Mohandas Karamchand Gandhi...
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Todos empezaron a reírse.
—Ése lo sabemos, ¿no? Le preguntaba su nombre real, el que le dieron
sus padres...
—Fueron mis padres los que me dieron este nombre.
—Su lugar de nacimiento es Porbandar, entonces.
—Sí, ahí fue donde nací. Ahora bien, durante los últimos meses, he teni-
do que quedarme en Casa Birla. Salí de allí temprano esta mañana. Aunque
no tenía ningún plan cuando salí, ahora estoy viajando a Amritsar. Es mi de-
seo visitar Jallianwala Bagh. Hace mucho tiempo desde que lo vi por última
vez.
—¡Creo que se le zafó un tornillo!
—Eso es lo que crees. En realidad este viejo es listo. En estos días, la fas-
cinación por esos lugares ha crecido enormemente. Grandes cantidades de
turistas los visitan todos los días. Todo lo que necesitas es ponerte el disfraz
y quedarte por ahí sin hacer nada. Puedes ganar más que suficiente dinero
en un solo mes.
Incapaz de soportar su repulsión, el Mahatma cerró los ojos. De modo
que así es como salieron las cosas. Bhagwaticharan no era el único. Los ofi-
ciales de policía que había encontrado por la mañana, el vendedor de boletos
en la estación y las personas patéticas presentes en aquel compartimiento
debían haberse encontrado con innumerables Gandhis falsos.
—Pero, Gandhi, señor, por favor no se imagine que, como usted, nos
hemos puesto este maquillaje para mendigar en las calles —dijo un Gandhi
de mediana edad en tono admonitorio—. Este hombre de aquí es gujarati.
Un gran propietario de inmuebles que estuvo en el Partido del Congreso por
muchos años. Incluso fue a la cárcel. Sólo después de que logramos la Inde-
pendencia se puso ese disfraz. No ha conocido todavía al verdadero Gandhi.
¡Pero sus formas de hablar, de caminar y conducirse son tan llamativas como
las del verdadero!
—Si no tiene intención de mendigar, ¿para qué se puso el disfraz? —pre-
guntó el Mahatma con voz temblorosa.
—Ésa es una buena pregunta. Nuestro hombre ha decidido disputar
elecciones. ¡Señor, no hay manera más fácil de asegurar una victoria! Rasú-
rese la cabeza. Envuélvase los hombros y la cintura con un trozo de khaddar.
Tenga en la mano un ejemplar nuevo del Bhagavad Gita. Luego salga a la calle
y siga caminando. ¡Tiene que hacerlo como él, a buen paso...!
Mientras más escuchaba, más se sorprendía Gandhi. El hombre parecía
disfrutar lo que le estaba diciendo. Como no había pasado aún de la me-
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diana edad, debía hacer grandes esfuerzos por parecer viejo. Tenía un poco
de panza, y para esconderla apretaba el estómago todo el tiempo. Pero no
tenía dientes. Podría habérselos hecho sacar para que su disfraz fuera más
perfecto.
—¿Es posible ganarse la confianza de la gente mediante esos trucos? —pre-
guntó el Mahatma, genuinamente intrigado.
—Esto sirve solamente para llamar la atención de la gente. Para endere-
zar a los enemigos y persuadirlos, hay que emplear otras estrategias.
—Sólo por medios no violentos, espero —preguntó Gandhi, mirando
expectante al hombre.
—¿Medios no violentos? ¡Qué tontería! —replicó éste, acompañado de
una carcajada. Luego, confió en un murmullo, como si fuera un secreto—:
¡Sólo unos pocos días más! Que pase el evento. Entonces yo seré como Ma-
harana Pratrap. Mis hombres los perseguirán hasta más allá de los Himalayas.
Pero, Gandhi, señor, ¡usted debería ir a mendigar en las calles, cuidar su
supervivencia! ¿Por qué pierde su tiempo escuchando todas estas historias?
El Mahatma empezó a pensar en su propio Astapovo.
El tren se detenía sin fallar en cada estación de la ruta y volvía a ponerse
en marcha. A pesar de haber viajado todo el día, no podía haber cubierto la
mitad de la distancia hacia su destino. La prisa en el momento de abordar
había desaparecido por completo. Cuatro o cinco paradas después de Del-
hi, el grupo de Gandhis se marchó. Pero un nuevo montón de ellos subía a
bordo en cada parada. Lentes, khaddar y un ejemplar del Gita en una mano...
El disfraz es bastante fácil de usar, pensó el Mahatma. Cada hombre tenía sus
propias razones para usar el disfraz. El Mahatma notó que había varios otros
que se habían maquillado para verse como él. Un joven vendedor de fruta
le dijo que su disfraz le había ayudado a escapar de una turba en un motín y
de la policía.
—Incluso cuando el disfraz es obvio, no hay problema. Piensan que sería
un pecado matar a alguien que lo lleve. Si no me lo hubiera puesto, me hu-
bieran matado junto con mis padres cuando le prendieron fuego a nuestro
asentamiento el mes pasado —le dijo a Gandhi—. El disfraz es útil hasta
para vender fruta. ¿No es especial comprar una naranja de un mahatma y no
de un ordinario vendedor de fruta? —preguntó el joven, riendo.
Gandhi le compró un par de plátanos y se los comió. Luego se acostó en
una litera vacía, estirando las piernas. Su cuerpo se sentía caliente. ¿Sería un
síntoma de neumonía? ¡Debían estar acercándose a Astapovo!
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limpio el compartimento, otros pasajeros se habían reído de él. En la tarde,
Gandhi empezó a limpiar él mismo el compartimento. Cuando regresó a
su asiento después de recoger la basura y sacarla, sus compañeros de vagón
tiraron monedas a sus pies. Él las juntó en silencio y las guardó en el nudo de
su dhoti. Para entonces, los Gandhis también estaban desfigurados e irreco-
nocibles. Su maquillaje se había corrido. En las caras rasuradas de los jóvenes
Gandhis había empezado a crecer pelo. La hora usual de las plegarias para el
Mahatma se acercaba. Un vendedor de cacahuates que pasaba les dijo que el
tren tardaría mucho tiempo en partir.
¿Habré alcanzado Astapovo?
Pensando en caminar por un rato, salió del tren y se fue solo.
Había pájaros que cantaban sus melodías de la hora de anidar en la esta-
ción. Batiendo nerviosamente las alas, se agitaron al ver a Gandhi. Él se alejó
de allí porque no deseaba perturbar su soledad. Imaginó que había llegado
por fin a un lugar donde nadie le haría caso. ¡Ésa era una libertad que nunca
antes había experimentado! Sentado en una banca cubierta de excremento
de pájaros, Gandhi comenzó sus oraciones a la luz mortecina de un poste de
luz.
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—Mohandas Karamchand Gandhi.
La ansiedad brilló en la cara del jefe de estación mientras miraba atenta-
mente a Gandhi.
—Bapuji, por favor perdóneme. Vuelvo enseguida. Necesito examinar
esto —se fue deprisa con el boleto en la mano.
Lo más seguro es que ya haya llegado al lugar correcto, pensó el Mahatma.
De pronto, su cuerpo comenzó a temblar. Lo asaltó una fatiga que nunca an-
tes había experimentado. Sintió un dolor insoportable en sus articulaciones.
Éste parece ser el momento correcto en el sitio adecuado, se dijo.
Su vista se oscureció de repente. Sintiéndose débil, se sentó en la banca
de cemento. ¿Aún no ha terminado su escrutinio el jefe de estación? Pensó
que tomar una siesta podría hacerlo sentirse mejor. Sacudió su manto y se
cubrió con él mientras se tendía, doblando las piernas. El tren que lo había
traído aquí estaba inmóvil ante él, como un cadáver. Sin contar el cuartito
del jefe de estación, a poca distancia, y el poste de luz, el lugar era realmente
una selva. Los pájaros gritaban sin cesar.
Un gran pájaro posado en la punta del poste, con sus alas negras abiertas,
lo miraba. Ésta debe de ser el ave que anunciará mi muerte al mundo, pensó
Gandhi.
Dhaniklal sería el primero en llegar hasta aquel lugar. Podría traer a Manu
con él. Debo dejarle a ella mi última declaración, decidió el Mahatma.
¡Qué maravilloso sería tener a Ba aquí en este momento! Kasturba nunca
había entendido por completo el significado de sus declaraciones. Pero no
había nadie que entendiera sus silencios tan bien como ella. A Ba le gustaban
especialmente los lunes, cuando él hacía voto de silencio. Era en lunes que
ella tenía la oportunidad de quedarse con él todo el día, sin alejarse de su
lado ni por un momento. Si ella estuviera con él, él no tendría siquiera nece-
sidad de hacer una declaración final, pensó el Mahatma. Para él, la muerte de
ella era una pérdida irreparable. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Bapuji, por favor levántese. Su tren se va. Bapuji... ¡Bapuji! Dios, ¿qué
hago ahora? Aquí no hay nadie que ayude. ¡Bapuji, Bapuji! ¡Oh, Dios...!
El Mahatma escuchó la voz agitada del jefe de estación y las largas notas
del silbato del tren. No podía abrir los ojos. Su conciencia era precaria y
colgaba de un hilo delgado. ¿De quién es ese tren? ¿De dónde sale? ¿A
dónde va? ¿De quién es esa voz? ¿De dónde vienen esos sonidos? ¿Es la
voz de Kasturba? ¿O del pequeño pájaro que vive en lo alto del gran cedro
rojo? Si no, ¿son los gritos del pájaro de alas negras posado en este poste
de luz?
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El Mahatma trató de abrir los ojos. No podía decirle adiós al mundo sin
hacer una declaración, ¿o sí?
Después de cubrir a Gandhi con una manta, el jefe de estación corrió con
su lámpara verde, levantando su luz mientras trotaba, para despedir al tren
que estaba a punto de salir para Amritsar. Poco después, al llevar a Gandhi
un poco de agua caliente que había preparado especialmente para él, notó
que el Mahatma se había incorporado. Al ver al jefe de estación, el Mahatma
le dedicó una sonrisa desdentada.
—Su tren se ha ido, Bapuji. Podría tener que esperar otras dieciocho
horas para el siguiente tren a Amritsar.
El Mahatma suspiró. Fortalecido por un sorbo de agua caliente, fue capaz
de enderezarse y sentarse apropiadamente.
—Gracias. Éste parece ser el deseo de Dios. Si él ha preparado este lugar
para que sea mi Astapovo, no podría ir más allá tan fácilmente, ¿no es así?
La cara del jefe de estación había palidecido.
—Bapuji, por favor perdóneme. Ayúdeme a evitar la culpa de semejan-
te crimen imperdonable. ¡Aquí no hay nadie! Tendrá que hacer su última
declaración solamente a mí, Bapu. No creo tener la fuerza para soportarlo.
Perdóneme. El tren a Delhi llegará aquí en menos de una hora. Por favor,
vuelva a Delhi. Ahí es donde todo tiene que pasar.
El Mahatma se rio al escuchar esto.
—¡Todo está decidido, entonces! Pero, por favor, dígame una cosa. Me
reconoció desde el principio..., ¿cómo lo hizo? Debe de haber visto monto-
nes y montones de Bapujis, ¿no?
El jefe de estación se rio.
—Es muy fácil, Bapu. Ni uno de esos incontables Bapujis compró jamás
un boleto. Cuando se les pregunta, dicen: «Te di la libertad, ¿no es suficien-
te?». Y siempre tienen ganas de discutir. Además...
El Mahatma intervino:
—Además, tú habías anticipado todo esto, ¿no es verdad? ¡Sabías por
anticipado de mi viaje y su objetivo!
El jefe de estación se puso inquieto.
—Pero, Bapuji, por favor escuche lo que tengo que decirle. No debe ter-
minar así. ¡Éste no debe ser jamás su mensaje para el mundo!
El Mahatma levantó su dedo para silenciarlo. Luego continuó:
—No, querido hermano, no puedo retirarme ahora. He tomado mi de-
cisión. Creo firmemente, hermano, que este mundo entenderá el razona-
miento que está detrás de mi salida de Delhi y mi llegada aquí. Pero ¿no
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hay doctores por aquí? ¡La neumonía ha comenzado su ataque virulento!
—volvió a tenderse.
—No, Bapuji. Nadie de por aquí sabe nada de neumonía. Por favor acepte
mi petición. Todo debe ocurrir solamente en Delhi —dijo y miró su reloj
de pulsera—. Dios, sólo quedan diez minutos para que llegue el tren. Hay
poco que pueda hacer antes de eso —después de murmurar para sí mis-
mo, dijo a Gandhi—: Usted debe haber entendido esto más claramente
que cualquier otro, Bapuji. Debe haber caminado aquí no con un deseo de
morir, sino con un deseo de vivir. Su partida tenía la intención solamente de
llamar la atención y provocar obediencia, igual que todos los ayunos que hizo
anteriormente.
Como si no tuviera una respuesta que ofrecer, Gandhi permaneció en
silencio.
—Pero ahora todos sus adversarios verán esto desde un ángulo diferente,
Bapu. Ya se han decidido. Ayer, o el día anterior, podrían haber sufrido una
derrota. Pero ahora han comenzado su guerra contra usted. Hoy o mañana.
Mañana o el día después..., ahora ya es cuestión de días, solamente.
—Lo que dices es verdad. Pero ¿dónde se torció todo? ¡Sólo he pensado
en esto durante los últimos tres días! Considero mi hermano a todo hombre.
Incluso a aquellos hombres blancos, que resultaron ser mis enemigos por
obra de la Historia, los amé también. Traté de enseñar a nuestro pueblo a
hacer lo mismo. Intenté enviar un mensaje de verdad y no violencia a todos.
De cierta forma... —el Mahatma dudó.
—¡De cierta forma nos trajo el mensaje de Cristo! Por eso el gobierno
británico jamás pudo matarlo. Usted aparecía ante ellos no como un cristia-
no, ¡sino como el propio Cristo, Bapuji!
—Sí, soy un auténtico cristiano; un cristiano más verdadero que los mis-
mos cristianos.
El Mahatma sonrió. Hablar con el jefe de estación era como hablar con su
propia conciencia. Era extraño cómo su conciencia era un jefe de estación
en una oscura aldea.
—Ésa es la razón por la que nuestros gobernantes coloniales pusieron
sus armas a sus pies y se fueron del país. No eran capaces de pelear contra
Cristo, su dios.
—Soy hindú. Un verdadero hindú. Rama es mi dios. El Gita es mi filo-
sofía.
—Si alguien lo acusara de haber llevado a cabo este engaño, ¿cuál sería
su respuesta, Bapuji?
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Gandhi estaba en silencio.
—Dígame, Bapuji. ¿De qué fuentes formuló usted sus preceptos? ¿De
qué dios en nuestra tierra aprendió la no violencia? ¿Hay alguno entre nues-
tros dioses que no tomara las armas? ¿Cuál de ellos perdonó a sus enemigos?
Al pedírsele que diera su chal, ¿cuál de ellos dio su dhoti también? ¿Quién,
al ser abofeteado en una mejilla, mostró la otra? O, por lo menos, ¿alguno
de nuestros dioses siguió los principios de simplicidad que usted ha pedido
a todos que sigan? Dígame, Bapuji...
Gandhi suspiró profundamente.
—¿Qué debo hacer como satyagrahi? ¡Por favor, dime, querido hermano!
—dijo. Se habían formado lágrimas en sus ojos.
—Por favor regrese, Bapuji —le rogó el jefe de estación.
—¡No, eso sería equivalente a la muerte! —dijo él, repitiendo la famosa
frase de su maestro Tolstói.
Su conciencia estaba enojada ahora.
—¡Diga sus propias frases, Bapu...! Encárenos a su propia manera. Esta-
mos esperando el momento para asesinarlo. Hemos comenzado esta guerra
para vengarnos unos de otros. Deseamos ajustar cuentas con la Historia. La
sangre de mil años que corre por las calles de Delhi no se ha secado todavía.
Enséñenos la nobleza de sus preceptos o reciba como regalo las balas que dis-
paran nuestras armas —el jefe de estación perdía el aliento—. Usted logrará
una muerte poética, tal como deseaba, en la estación de trenes de esta aldea
remota. Entonces nosotros, sus seguidores, lo traicionaremos después de su
muerte o seremos muertos. Nos haremos pasar por usted mientras destrui-
mos su forma de vida. Esta tierra sagrada va a llenarse de Bhagwaticharans.
Usted será consagrado como dios..., pero un dios incapaz de cambiar nada. Y
luego, en nombre de ese dios, comenzará una guerra de venganza. Y la guerra
durará hasta que la identidad de usted se borre por completo.
Los dos hombres quedaron en silencio.
El gran pájaro de alas negras, que observaba a Gandhi desde lo alto del
poste de luz, entonó un canto de lamentación mientras se alejaba volando. Su
grito pudo oírse hasta que hubo recorrido una gran distancia.
—¿Es esto una especie de profecía?
—Profecía o superstición, lo puede llamar como usted quiera. ¡Pero estas
cosas serán realidad, Bapu!
Gandhi estaba absorto en profunda contemplación. Cerró los ojos.
—No, no aceptaré la derrota. ¡Haré que mis adversarios entiendan la
naturaleza poética de la no violencia!
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—Bapuji, entonces usted debe vivir su vida completa. Es decir, ciento
veinticinco años...
El Mahatma cerró los ojos y quedó en silencio.
—Bapuji... El tren a Delhi ha llegado.
Gandhi encontró un asiento en un compartimento de tercera clase re-
pleto. Era solamente otro Gandhi entre los varios Gandhis que viajaban en el
mismo compartimento. El jefe de estación corrió hacia él, con una taza de
leche de cabra y un puñado de cacahuates.
—¡Debe mantenerse bien, Bapuji! ¡Su muerte debe ser el mensaje de
nuestras vidas! —dijo al Mahatma mientras secaba sus ojos llorosos.
Dos días después, a las tres en punto de la tarde del 30 de enero de 1948,6
el tren en que Gandhi viajaba llegó a Delhi. Cuando llegó a Casa Birla a pie
desde la estación, daban las cuatro con cincuenta minutos.
Ansioso porque casi era la hora de su reunión de oración, el Mahatma
entró deprisa a Casa Birla por la puerta trasera. En el amplio jardín de la
mansión, Mahatma Bhagwaticharan estaba sentado, mirando los rosales que
florecían. No se sabe si notó la llegada de Gandhi. Éste lo dejó atrás rápida-
mente, entró en su cuarto y pasó al baño. Se lavaba la cara cuando escuchó
a Dhaniklal llamándolo.
—¡Es hora de la reunión de oración, Bapuji! Él ya llegó.
El Mahatma replicó en voz alta:
—Estaré allá en un momento, Dhaniklalji. Por favor pídele que espere l
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Escribir
por una canción
G. N. Devy
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304
los adivasi se morían por hablar sobre la injusticia que el «sistema»
les había provocado. Para mi sorpresa, ellos no estaban tan articula-
dos sobre lo político como sobre lo cultural. A través de mis años de
trabajo con ellos, he conocido a individuos que pueden cantar todo el
Mahabharata seguido. Los bhil que viven en la frontera de Rajastán
y Gujarat tienen varias epopeyas propias; y los cantantes se enorgulle-
cían inmensamente de presentar toda la obra, sin perder una sola síla-
ba. También me encontré con miembros de la comunidad bharthari de
los estados boscosos del centro de la India, que podían interpretar sólo
por preguntarles toda la saga de un rey legendario. Un amigo mío de la
comunidad banjara me dijo una vez que los banjara tienen un género
poético llamado lehngi. Cuando le sugerí que escribiera alguna de las
composiciones si las recordaba, respondió que podía recordar cerca de
seis mil lehngis. Su afirmación no me sorprendió porque anteriormen-
te había escuchado de un amigo de la comunidad nayak que él sabía
más de nueve mil canciones. Y además tenía una gran voz. Todavía
recuerdo lo fascinado que yo estaba cuando él cantaba durante horas,
una canción tras otra.
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305
primero aparecen ante su ojo mental son los de Kabir y Mira, Jaydeva
y Chandidas, Surdas y Nanak, Akkamahadevi y Tukaram, Thyagraj y
Narsi Mehta, cada uno de los cuales está entre los más grandes crea-
dores de canciones y entre los cantantes más icónicos. Cada uno de
ellos tenía su filosofía propia y, sin embargo, todos ellos viven en la
memoria de la India como cantantes de amor, devoción y humanidad.
El genio de Gandhi era colosal en comparación; pero, para todo indio,
sus diarias bayans [canciones devocionales] «raghupati raghav raja-
ram» o «vaishnav jana to tene kahiye» lo dicen todo. Rabindranath
era un genio renacentista de amplio espectro que abarcaba la filosofía,
la educación, el teatro, la política, la ficción, la pintura y la poesía.
Dejó una huella indeleble en la cultura india del siglo xx. No obstante,
nada llegó tan lejos y tan profundo en las mentes de la gente como lo
hicieron sus canciones.
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pletamente basada en la tecnología como el cine llegó a la India, los
creadores de nuestras películas rápidamente pusieron la canción en
su corazón. Esto no ha sucedido en otros lugares, con la excepción del
cine árabe, y allí tampoco en la misma escala. Puede que no esté de-
masiado fuera de lugar afirmar que «la canción» es el sello distintivo
de la civilización india.
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307
N.
Sukumaran
A gua en mi mano
en el pozo de mi palma
Vertí el agua.
¿cuál es mi agua?
M ás huesos
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podría estar envenenado.
estar mezclada
Podría ir disuelta
sal de lágrimas
Hoy,
pájaros. Mujeres.
se expanden en un tartamudeo.
Hoy,
El aire —
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(El humo se vuelve denso.)
No llames a mi puerta
a preguntarme nada.
Hoy,
U dhagamandalam
para Sumathi
Aun así,
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Mi idioma,
aún es débil
no estás aquí.
Ahora yo soy
un corazón cautivo
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311
El espejo
de Bélgica
Sirpi Balasubramaniam
E l o r o de su mar c o de mader a
s e h ab ía en n egr ec ido ;
s u e n c aje lab r ado
d e e n redader as y f lo r es
e r a u n a r ed r asgada.
A l g u n a v ez, pájar o s ex quisit os
c an t a ban en su mar gen ;
a h o r a t en ían
l a s a l a s est r o peadas,
l o s p i c os r o t os.
D e b e n h ab er sido c in c uen t a.
« E l e spejo es un dio s,
q u e n o se r ompa» ,
r e p e t í a A mma.
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312
u n a m e d i a h o r a t o dos lo s días
p ar a d ar l e a la past a de sán dalo
e n su f r e n t e la f or ma de un c ír c ulo
p e r f e c t o c o n un t allo de N an diav at tai.
N u n c a m e per mit ía
j u g a r c o n l a pelot a en la c asa.
« ¡ D añ ar ás el espejo.
S al a l a c a l l e a jugar !»
C u a n d o h a bía gen t e pr oc lamab a:
« ¡ E s o r i g i n a l de Bélgic a!
Ya n o s e c o nsigue...» .
L u e g o d e l a muer t e de A ppa,
Amma
c a m b i ó e l e spejo
a l a sal a d e o r ac ió n ,
lo enceraba
u n a v e z a l a seman a,
l o d e c o r ab a c on kumkumam
y s e p e r d í a en or ac ión .
Po s t r ad a e n c ama,
d e m ac r a d a , A mma
murmuraba
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313
a n t e e l más lev e r uido:
« C u i d en el espejo » .
A n o c h e,
¡ u n e st r épit o ! E n la sala de o r a ción
u n a r a t a en or me se t r opezó y corrió;
e n e l p iso,
e l e s p ejo b elga
yacía
h e c h o r eluc ien t es añ ic o s.
« ¡ A y. . . A mma...!» .
C h i l l ó mi espo sa,
y o e n t r é pr ec ipit adamen t e;
l o s o j o s de A mma,
d o s p iedr as de c r ist al
s i n v i d a.
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314
Caravanas: continúen.
Poéticas indias
contemporáneas
H. S. Shivaprakash
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315
mi aporte sobre las diversas poesías indias no esté por completo libre
de esos yerros, espero compensarlos con mi familiaridad con las otras
poesías indias cuyo acercamiento debo a traducciones.
Con una historia que se remonta a dos mil años, la poesía india ha
experimentado diversos cambios de paradigma, incluso en el periodo
precolonial. Durante la primera mitad del primer milenio florecieron
las dos grandes tradiciones clásicas de poesía: el sánscrito del norte y
el tamil del sur. Además de grandes obras de poesía lírica, narrativa
y dramática, también produjeron obras fundamentales de gramáti-
ca, poética y dramaturgia. En la segunda mitad del primer milenio
aparece la corriente de la poesía bhakti, que como una marejada se
extendió desde el sur hasta el norte, transformando por completo el
paisaje poético del subcontinente. Los valores heroicos/ascéticos pre-
ponderantes en las expresiones clásicas fueron reemplazados por la
poesía del apasionado amor divino. Se abjuró del educado lenguaje y
del estilo de las cortes y se tradujo al lenguaje cotidiano. El rigor de la
poesía clásica dio paso a la libertad y la espontaneidad. Durante todo
este periodo sobrevivió asimismo en la tradición oral de toda la India
un rico acervo de poesía folclórica y tribal, siempre en interacción con
las tradiciones clásica y bhakti. Tales son las tres corrientes poéticas
que a lo largo de los siglos han fertilizado la imaginación india en sus
diversas regiones e idiomas.
El panorama cambió radicalmente en la época colonial. Ese territo-
rio de vasta riqueza cultural, lingüística y religiosa hubo de someterse
al yugo de una uniformidad artificial moldeada por la prioridades de
la eurocéntrica cultura anglosajona. La lengua de los colonizadores, el
inglés, sirvió de herramienta para reconfigurar cada uno de los ám-
bitos de la vida, de manera que se ajustase al modelo de la cultura
colonizadora: nueva administración, nueva educación, nueva ética y
nueva cultura. Es aquí donde comienza la historia de la poesía moder-
na de la India.
Amanecer turbulento
Ham wahaa hai jahaa hum ko bhee
Kuch hamaree khabar nahee aatee
Marte hai aarzoo mein marne ki
Maut ateehai par nahee ate
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Qaabaa kis munh se jaaoge Ghalib
Sharm magar tumko nahee aatee
(Situado en un lugar
donde no escucho ni mis propias noticias,
agónico de esperanzas, la muerte acude
sin acercarse.
¿Con qué cara iré a Qaba, Ghalib,
nunca te avergüenzas?)
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la poesía de la India durante el turbulento amanecer de la nueva era.
Shishunal Sherif, el gran poeta de origen canarés de ese periodo, re-
fleja un conflicto similar. La instalación en su tierra del innovador
primer molino británico le suscita esperanzas: «una pieza mágica»;
sin embargo, en otros aspectos se muestra aprehensivo: «¡Mira! Las
langostas se propagan / —malas nuevas para todos los reyes de estas
tierras».
Hacia la libertad
Si bien la emancipación india del yugo extranjero ocurrió en 1947,
las proclamas de libertad habían comenzado cien años atrás de forma
aislada y espontánea.
Cubierto de esplendorosa
riqueza es mi hogar, y con todo la aparto
para emprender el camino, de riqueza ávido...
En sueños Banga, diosa del lenguaje, me increpa:
Con esa plétora de tesoros en casa, ¿por qué entonces
mendigas hoy, oh, hombre acaudalado?
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indio fue también el primer escritor indio de fama mundial, gracias a
las traducciones al inglés de sus obras. Su influencia alcanzó incluso a
Latinoamérica, merced a las versiones en español de sus poemas que
efectuó el gran poeta español Jiménez. Enarbolando los valores de la
libertad y la fraternidad, criticó todas las formas de opresión, fueran
del pasado o del presente. He aquí cómo emplazó a la India a un re-
nacimiento:
Caravanas, sigamos,
ésta es una falsa aurora.
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Tras el exultante momento de la Independencia, muy pronto afloró
el trauma de la separación y de la violencia sin precedentes que siguió
al asesinato de Mahatma Gandhi, el símbolo de la libertad de la India.
Como ocurriera con otras naciones emancipadas, los poetas indios ad-
quirieron amarga conciencia de la brecha entre la realidad y el anhelo;
tal expresión tendría en poesía dos clases de respuesta.
Constituyen el modernismo político, como denomino a la primera
tendencia, poetas afiliados a la ideología del progreso. Inspirado por
la internacional proletaria, el movimiento progresista tomó fuerza es-
pecialmente en el norte de la India. De este grupo sobresalen, entre
una gran variedad, G. M. Muktibodh (hindi, 1917-1964) y Makdoom
Mohiuddin (urdú, 1908-1969), como principales representantes. A
despecho de su conciencia de los horrores del presente, nunca perdie-
ron la esperanza.
La excelente poesía de Muktibodh es un viaje de la desesperación
a la esperanza. Su poema «The Voice Calling Me» (La voz que me re-
clama) comienza como un llanto desde las profundidades del abismo:
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en el azur del espacio
la inspiración ha vuelto
la melodía del amanecer
una vez más despunta.
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como mi madre
escucho tenuemente la canción matinal
(aun cuando aquí suene
a japonesa)
y tres claras cuerdas
en la puerta vecina
a través del estrépito
de la cocina
como mi pequeña hija
me da pena
y cubro mi pubis con la mano
mi cuerpo todavía virginal
de novelerías
e hijos
me agarro el pilín
como mi hijo pequeño
juego con la manguera del jardín
dentro y fuera
de la bañera
como mi nieto
miro hacia arriba
aún sin nacer
a mí mismo
como mi tata
tataranieto
aún no soy
quizá nunca lo sea
mi futuro
depende
de muchas
personas
todavía
por nacer
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El interregno presente
Llegamos ahora a la fase más reciente de la poesía india, cuyo inicio
se remonta tentativamente a los primeros años setenta, cuando tras
la imposición del estado de emergencia y los constantes ataques a los
derechos democráticos surgió el segundo movimiento independentista.
Dicho periodo se distinguió por fortalecer, a través de la educación, a
vastos sectores de la población hasta entonces en silencio: los parias,
las tribus y las mujeres. Durante este periodo estas voces sonaron de
forma clara y contundente, con lo que el idioma poético de la India ex-
perimentó una renovación total, pues hasta entonces había sido mayo-
ritariamente una expresión de las castas superiores y de la clase media.
Siddalingiah, un poeta dalit de lengua canarés, procedente de la
casta más reprimida y humillada, tiene esta afrentosa apostilla sobre
la Independencia:
A quién vino
a quién
la libertad del 47?
Al botín de los contrabandistas
a los bolsillos de los políticos
a las botas de la policía
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Meena Kandasami, una poderosa poeta dalit, también se expresa
en inglés:
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en las costas que has moldeado
¿Brillarán en tus playas las estrellas de los esclavos?
¿Las piedras atadas a sus estómagos hambrientos
caerán al suelo y se harán pedazos?
¿Dormirán sus ojos en la sedienta tierra?
Abandoné
ambos mundos mucho tiempo atrás
y llegué a donde no se habla
de conocimiento ni ignorancia
donde los dadores de vida no alardean
sobre los terrenos de cremación
donde Prajapati no se jacta
de su colosal ego
donde las flores no se marchitan
esperando dioses
donde las colonias de los hambrientos
no han sido arrasadas
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Basavaraj
Hrutsakshi
Tanto así
Que lloro con fuerza
Cuando alguien viene a acariciarme
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Fui iniciado en el dolor cuando me marcaron con una aguja candente
Pero no soporto ser separado de ti
La serpiente envainada es como la verga de un niño
El amor puede apresurar a todos
La membrana que cae es la piel de uno
Entre más me expongo y me hago daño
Hay un problema
Con el aire de este mundo
Que inhalé al principio
Tal vez el día que me abandone
Seré libre
Me dolerá la piel cuando la estrujen
Tus labios se harán dulces al contacto
Vacío
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Corte en u
L. C. Sumithra
—En el segundo piso de un gran edificio, en la última habitación al final del largo
pasillo —es lo que había dicho Preeti.
Vi a la vieja y débil figura sentada en la cama blanca y me sentí muy triste.
Pelando una lima dulce le pregunté:
—¿Ya vino Komala?
—Ya vino —respondió—, pero dime, ¿cómo es posible que esté aquí ignorando
las responsabilidades familiares?
—Sus hijas ya debieron haber terminado la escuela, ¿o no?
—No, las dos estudian aquí.
—¿Entonces Komala ya vive aquí? No me había enterado de que se mudó a Mysore.
—Cuando las chicas entraron a la universidad, ella rentó una casa y ahora
está aquí.
—En ese caso no debería ser un problema para ella quedarse aquí contigo
por unos días.
—Dice que no tolera el olor del hospital. Además ha subido de peso y le cuesta
trabajo desplazarse —en su voz no había rastro aparente de desaprobación
hacia su hija.
Por un rato más hablamos de eso y aquello, también del terreno que vendió
su esposo. Como dice la gente mayor, «¡Condénate y sé un habitante de la
ciudad!». Ella confiaba en su mala salud y mostraba la tristeza que le daba todo.
Después de consolarla un poco, cuando le pregunté cómo le iba a Jyotsna, le
volvió la luz al rostro y dijo que Jyotsna estaba en Bangalore. Un rato después,
cuando le dije que ya debía irme, me contestó:
—Ya es hora de que venga Komala, siéntate, vete después de hablar con ella.
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Cuando vivía en casa de mi abuela como estudiante, Jyotsna era mi compañera
de clases y Komala su hermana mayor; pero no se parecían ni en belleza ni en
personalidad.
La naturaleza de Komala era voluble, «unas veces tranquila y otras irascible».
Un sirviente podía ir acompañándola y cargando su mochila camino a la escuela.
Un día, salió corriendo de la escuela a media clase rumbo a su casa ¡porque el
maestro la había regañado!
Incluso cuando ya estaba en la preparatoria trenzaba flojamente su pelo. Era
famosa en la escuela por su cabellera. Con sol o lluvia siempre traía un paraguas
consigo. Los rayos del sol nunca tocaban su piel. Hasta cuando caminaba en
el jardín de su casa se cubría la cabeza con una dupatta. Nunca hizo ningún
trabajo que pudiera arrugar sus manos o sus pies. Siempre estaba ahí para que la
contempláramos, posada en su sillón con una novela en la mano. Publicaciones y
revistas con consejos de belleza, ella seguía todo al pie de la letra. Luego de leer
que comer más verduras es bueno, se servía cuatro veces más curry que arroz.
Se daba masajes en las piernas y la cara con crema. Mezclaba un vaso de leche
con cinco vasos de agua y con ello se debía lavar el cabello al finalizar su baño.
Amla, jugo de limón, yema de huevo. Cada día usaba algo distinto para dar masaje
a su cabello y se bañaba por horas. Gracias a sus prolongados baños, su abuela
decía que «los baños de Komala son como los de Urmila». Según el Ramayana de
la abuela, la razón por la que Urmila no fue llevada al bosque con su marido fue
porque, cuando Rama y Lakshmana empezaban, «Urmila no terminaba su baño.
Hasta Rama, Sita y Lakshmana cruzaron las puertas del palacio y salieron. Estuvo
separada de su marido por catorce años... no es bueno para una chica tomar
baños tan largos». Las palabras de la abuela nos entretenían a todos. A Komala no
le importaba. Cuando extendía su cabello para que se secara, era para nosotros
como Akka Mahadevi en una fotografía que habíamos visto.
Su cabellera era el centro de atención en el colegio. También se había ganado
la admiración de las niñas. Pasaba un mechón de detrás de su oreja y dejaba
caer el rizo por su mejilla. Cuando pasaba de lado, se escuchaba a los niños
burlarse de ella diciendo «Tirukkural». Esos chicos, que estaban enamorados
de su color de piel, le mandaban cartas y saludos, haciendo que su padre se
preocupara por su matrimonio desde antes de que terminara sus estudios.
¡De haberse planeado un swayamvara, posiblemente habrían llegado muchos
pretendientes! Pero ya que el hijo de un hacendado de Chikamagalur tenía ya
el visto bueno, se planeó una «presentación de la novia». Como su padre sabía
que ella era hermosa, no estaba listo para presentarla a ninguna examinación
nupcial ante nadie todavía. En su lugar se decidió mandar a Komala a la boda de
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
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la cuñada de su tía, un sábado del mes del Jyeshtha. Se le informó a la familia
del novio que su hija podía «ser vista» en el autobús que iba a tomar para ir a la
boda que se llevaría a cabo en Shimoga. Ella tomaría el autobús cerca de su casa
y se bajaría cerca de la casa de su tía.
Komala llevaba un sari con joyería de perlas comprado exclusivamente
para ella el año pasado por la boda de su hermana. El cabello iba recogido
flojamente y así caía hasta sus tobillos. En su frente, una tilaka casi invisible.
La acompañaban su hermana, que estudiaba el curso preuniversitario, y su
hermano de preparatoria: a él lo necesitaban para detener el autobús. Después
de que el autobús tardara más de diez minutos en pasar, comenzó a lloviznar;
Komala tenía miedo de que su maquillaje se arruinara. Toda su vestimenta se
había preparado desde el día anterior con la ayuda de los hermanos. Se había
lavado el cabello con jugo de hojas de matti, lo había secado a la sombra y
arregló cada mechón con cuidado. Lo trenzó de tal forma que se viera cuatro
veces más grueso de lo normal. El día anterior se dio masaje en la cara con
crema de leche de vaca. Todos los miembros de la familia debatían qué sari
debía usar, y hasta que escogieron uno de seda verde oscuro con joyas que
combinaran pudo irse a la cama. Se dio un baño de hora y media y se vistió en
la mañana. Sus hermanos menores la ayudaron. No puso un pie fuera de casa
hasta que su madre la apresuró para tomar el autobús; no sin antes revisarse
en el espejo una vez más. Desde el momento en que cruzó el portón rumbo
a la calle, Gulabi, la doméstica, observó detenidamente la manera en la que
llevaba su sari y el modo de andar y la siguió. ¡Gulabi tenía el cabello tan corto
que le terminaba en la frente! Ella vio con la boca abierta el largo pallu y el
maquillaje exagerado que hacía que Komala pareciera estar actuando en una
obra; se quedó a un lado del camino. No fue sino hasta que la hermana menor,
Jyotsna, le recriminó diciendo «¿Qué no tienes nada mejor que hacer?», que
ella regresó a casa. Komala sostenía delicadamente con dos dedos los pliegues
de su sari para que no tocara el suelo. Se paró sobre una losa de piedra junto
a la carretera. Incluso ella, que estaba acostumbrada, se incomodó ante la
mirada de las otras personas que esperaban en la parada. Cuando por fin llegó
el autobús, se las ingenió para librarse del escrutinio de los demás y subirse
sólo para descubrir que, para su desgracia, ya no quedaban asientos libres.
Ella quería sentarse lo antes posible, donde fuera. Aunque sabía que la familia
del novio tenía que «ver» que estaba en el autobús, no encontró el valor para
buscarlos. Cuando alguien le ofreció su asiento, ella se dio la vuelta y vio a un
joven levantándose. Temerosa de que alguien más pudiera ganárselo, se sentó
rápidamente. Al igual que otros que la veían, el chico que le cedió el lugar
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también la examinaba tanto a ella como su cabello; algo de lo que Komala no se
dio cuenta. Qué habría en su mente en ese momento es algo que no sabría decir
después de todo el tiempo que ha pasado. El «chico», después de ver a Komala
y su cabello, decía que, si algún día se casaba, sería con ella. El examen nupcial
de Komala continuó hasta que llegaron a Shimoga.
De hecho, todos llamaban a Komala supaani, o la delicada. Ella soñaba con
desposar a un hombre que trabajara en Bangalore, ¡pero el novio que había
aparecido cultivaba café a mitad del bosque! Aunque refunfuñó sobre el asunto,
la boda tuvo lugar con gran prisa.
Ahora, después de tantos años, ¡nos íbamos a encontrar inesperadamente!
¿Le costará mucho trabajo visitar a su madre que está bajo tratamiento en
Mysore...?
—¿Dónde está Jyotsna?
—En Bangalore. Allá trabaja.
Jyotsna era sensible y calmada, de una naturaleza sencilla. Era una belleza
morena sin mucho adorno. Cuando Narayana Swamy, nuestro maestro de
geografía, nos explicó que la gente de diferentes grupos tenía colores de piel
distintos, dijo: «La gente de Kenia es de piel oscura», y apuntando a Jyotsna,
«como ella». Jyotsna rompió en llanto, todos sentíamos pena por ella.
Pero ese año Jyotsna obtuvo las mejores calificaciones. Se enojaba al
escuchar a su padre decir: «Su matrimonio nos va a costar trabajo». Con ese
mismo enojo, estudió un máster en Ciencias y ahora tenía un buen puesto. Sus
padres están orgullosos de los logros que ha alcanzado. En un instante todo esto
ha vuelto a mí.
—Ya es hora de que Komala llegue —dijo la madre.
—Han pasado muchos años desde que vi a Komala. ¿Cómo estará ahora?
—ella es entre cuatro o cinco años mayor que yo.
Me costó trabajo creer que Komala era la mujer robusta que había abierto
la cortina y entrado. En lugar de sus trenzas, llevaba el cabello corto en forma
de u. Su cuerpo pesado aparentaba poca energía.
—¿Cómo estás?
Cuando ambas nos hicimos esta pregunta nos dimos cuenta del tiempo que
había pasado. Hablamos de nuestros hijos y casas. Ella le sirvió a su madre un
poco de la comida que había traído en un portaviandas. Mientras su madre
comía, seguimos conversando. Hasta que finalmente ella se abrió:
—Hiciste muy bien en dedicarte a trabajar. Forjaste una carrera tal y como
quisiste. ¿Qué veo yo cuando vuelvo la mirada hacia atrás? No sé por qué, pero
me entristece cuando pienso en cómo ha ido todo.
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Yo estaba sorprendida. La Komala que actuaba como si no hubiera nada más
en el mundo que su belleza física por fin había salido de aquella ilusión. O al
menos eso pensé.
Recordé a la antigua Komala, que estaba obsesionada por traer el cabello
largo. Con tal de que le creciera el pelo, una vez intentó tocar con la punta
de su trenza a una serpiente que estaba en la reja; y en su intento resbaló y
cayó al pozo de agua con estiércol. Esa mañana de domingo había ido al jardín
a recoger flores de hibisco a la reja del huerto, justo a un lado del pozo de
composta; quería preparar un champú para lavarse el pelo. El pozo de composta
rebozaba de agua. El hibisco de la reja era de la variedad bell y crecía por
montones. Lo que Komala necesitaba era la hoja del hibisco de la variedad
pimiento picante. Cuando estaba por arrancar las hojas vio a la serpiente.
Recordó que Jalala había dicho que, si tocaba a una serpiente verde con el
cabello, éste le crecería; así, sosteniendo su trenza con la mano izquierda, se
acercó a la serpiente. Viendo fijamente a la serpiente se resbaló, ¡y cayó justo
en el pozo de la composta! Era la temporada de lluvias, estaba lleno de agua y
ella quedó empapada de excremento oscuro. Chinnappa, quien trabajaba en el
establo, llegó corriendo y diciendo: «Ayyo, sannamma» («ayyo, niña»), y le ayudó
a salir y ponerse en pie. La madre bañó y consoló a la chica, que no paraba de
llorar. Incluso después de ese incidente, su manía por dejarse el cabello largo
siguió acentuándose en lugar de amainar. Si un día aplicaba menthya en el pelo
y después lo lavaba, otro se ponía mehendi. Y se la pasaba sentada en el sillón
del segundo piso leyendo novelas, olvidándose de todo...
Gracias a la modernidad de mi madre, mi cabello era víctima de muchos
experimentos con tijeras. Mi peinado era motivo de burla para Komala.
Sin importar cuánto la criticáramos, yo sentía que ella exponía todos
nuestros deseos internos. Salió corriendo a media clase cuando el profesor
la regañó y después, cuando ya había dado a luz a dos niños, escapó cargando
con ellos, dejando que alguien más se hiciera cargo del trabajo de criarlos
y limpiarles la mierda. Ha vivido feliz de la forma en la que ella concibe la
felicidad, sin preocuparse por los demás. Ha hecho circo, maroma y teatro para
aclararse la piel. ¿Y dónde quedó ahora el cabello que había cuidado todos esos
años? Su pequeño corte en u parece estar criticándome. ¿Han avanzado los
compañeros del viaje que es la vida? ¿Está Komala sola, justo donde siempre ha
estado, como una roca inmóvil en agua que fluye?
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Mamta
Sagar
Mi madre
un torrente de tristeza.
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E scondidillas
que se desliza
que es corrediza
que se balancea
un destello verde en la
el agua no sabe
el aire no sabe
el árbol no sabe
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Rajendra
Prasad
E l pav o r r e a l q u e b a j ó p o r l a c o l i n a , j u nt o a B a h u b a l i
N o vas a cree r
Qu e Ba hubali de la col i na baj ó
Y vi sit ó mi hoga r, n o v as a cr eer
S i te digo que vino un pav or r eal
¡ Qu eda rá s de sconcer t ado! Por s upues t o.
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M e t ie ndo su pal m a l um i nos a en el es pac io n e g r o
M e dio un vas o de bar r o par a beber
¡Oh! El río en f l uj o, el m ar agi t ado, el má s a z u l c ie lo
Bioma sa de ochent a y cuat r o t r i l l ones
La riquez a m i ner al de l a t i er r a... ¡La Ví a L á c te a !
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A ú n no e st oy se guro de que l o v as a cr eer
S i te digo que Ba hubal i de l a col i na v i no a v i s ita r me
N o o bst ant e
E l d ía de spués de l a l una l l ena de Vai s akha, c u a n d o d e sp e r té
C o n el grit o de los s as t r eci l l os com unes par a a fr o n ta r u n a
m añ ana f init a
C o n templé, e n mi cam a
P étalos de lot o e spar ci dos , ¡j unt o con s i et e p lu ma s d e p a v o r r e a l!
Peaje en el camino al infierno
N in guna f lor ge rmi na y r í e
Den tro de l Git a , Cor án o Bi bl i a
C iu d ade s de La M eca, Vat i cano y K as hi
N o emit en f ra ga nci a
Man tras balbuce an t es no s al v an
F i el es a pla st ados b aj o l as r uedas del car r o
O aq ue llos que mur i er on
Dan do vue lt a s e n Kaaba o en l a pl aza de San P e d r o
¿P o r qué , ent once s ?
¿Qu é f ue lo que hici er on? ¿ Q ué pueden hacer ?
S aq ue aron los c uer pos de l as m uj er es
Mo n t aron en el lomo de l os pobr es
E n gulle ron las vidas de l os cr ey ent es , m edi da s in c a u ta s
A h o ra un t orna do v enenos o
In vade y e nvue lve nues t r a t i er r a
Os cu ridad de f ueg o s i n m i s er i cor di a,
Dejando un juic io a puer t a cer r ada, un puñad o d e c e n iz a s
C réeme , amigo
C am ina r bajo la so m br a del G i t a, Cor án y Bi b lia
E s el pea je que pa gam os cam i no al i nf i er no.
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Canción nocturna
Ca nsado de spués del t r abaj o
¿Qué ca nción he de cant ar en es t a noch e llu v io sa ?
Ya son la s nu ev e, neces i t o agua cal i ent e p a r a d a r me u n b a ñ o
¿Qué poe ma he de com poner en el r es p la n d o r
de l f og ón ardi ent e?
En el ot ro ho r no hay una cr em a de av en a a me d ia s y
Dos pe daz os de pes cado con s al .
El g at o f lac o j unt o a m í , m odor r o,
De spie rt a c on el ol or a pes cado, y m e p ic a o tr a v e z c o n su s
bigot es.
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338
M e d i o d í a d e V i e r n e s S a nt o
E n tie rra esos c la vo s de l a cr uz
E n el sue lo
He d e crec er un re t oño
B ro ta r una f lor
S er f rut o pa ra los ham br i ent os ...
E n tié rrame e n e l bar r o
L o s cla vos homic id as podr án m ezcl ar s e
R es u cit ados, unido s
E n u n amor Terre nal
He d e ser e l hombr o
C u ando c argue s t u cr uz de penas
S ep últ ame e n la t i er r a
P u es t a l ve z así
L a o la de f uria f lamí ger a
S e h aga a bono
Qu e las vides del a m or s e es par zan por el m u n d o
C ris t o dijo. ..
«Q u e la comida se a abundant e al com par t i r s e
Qu e la palabra sea abundant e al com par t i r s e»
¿P o d rían sus últ imas pal abr as en l a cr uz s er v e r d a d ?
Qu e sus últ ima s pa l abr as en l a cr uz s ean una v e r d a d sa g r a d a
V ersiones de E duardo P adilla , a partir de las versiones
del canarés al inglés de T ina S hashikanth .
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339
La rueca de
Ammi
Arif Raja
P arte ii
1 Roti, una tortilla de pan redonda y plana, hecha con harina y agua, típica de la India. También
conocida como chapati. (N. de la T.).
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340
Les da vida:
estas interminables pacas de tela,
vastas como el cielo y el mar.
Ammi, la creadora.
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P arte i
Para mi Ammi,
Namaz quiere decir Jummah.
Eid quiere decir Dudhkurma.
Para Ammi,
estos tiernos retoños son como los ojos de su sueño,
como campo verde, aún en el desierto.
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Ramesh
Aroli
En respuesta
Al año nuevo de las compañías publicitarias
Entre los chismes de los deleitados
Al menos las hojas de los árboles ondulan
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Viendo los gestos de un par de sordos
Bueno, ¡ya basta de pasarla mal!
Leyendo la orden
No te enamores según el almanaque
Mis ojos se hicieron ciegos como una piedra
Escuchando los sollozos
Al menos dos perros callejeros comenzaron a lamer mis pies
Bueno, ¡ya basta de pasarla mal!
En este pueblo
Cuyos rugidos son condecorados
Con festones de hojas frescas
En las carpas donde suenan ecos de protesta
Al menos dos dedos se juntan
Bueno, ¡ya basta de pasarla mal!
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Cuando hay calles llenas de mendigos
Y callejas llenas de los que dan limosna
Al menos una gallina puso un huevo
Bueno, ¡ya basta de pasarla mal!
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¡Oh, Dios! ¡Incluso en mis deseos
has ejercitado tu astucia!
¡Escucha! Trajiste a alguien que nunca había votado
El día de la elección; preparaste la credencial de elector
Lo ahogaste en alcohol adulterado
Él es quien te vendió su voto
Promulgando a los chicos del tam-tam al día siguiente
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H. S.
Shivaprakash
Estuve perdido hace un momento
Como un precioso anillo perdido en el río
Como mi amada perdida en el mercado
Como mi gurú perdido en una isla de caníbales
Como mi único hijo perdido en el bosque
Repleto de leones hambrientos
Como un pasaporte perdido en un país muy lejano
Como mi juventud perdida en insomnes noches solitarias
Como un glorioso sueño que perdí
En desvelo
Pero tu fragante afecto
Y tu acogedora ciudad
Me sacaron del olvido
Y me trajeron de vuelta a mí mismo
Sí, me he encontrado a mí mismo a través de tí
Y he empezado a recuperar
Mis océanos, islas y ciudades,
Mis palacios y templos perdidos
Y mis poemas incompletos
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E l 1-11-2013 en L a H abana
para Heidi
Hoy es tu último día en esta magnífica ciudad
Llena tus ojos, Shiva Prakash,
Con la tierna luz dorada del amanecer;
Sumérgete
En las ardientes aguas azules de su bahía;
Sigue
El brillo de su vasto cielo
Hasta el límite de su resplandeciente horizonte;
Reverencia
Los monumentos de sus héroes,
Que dieron su aliento y su vida,
Para liberar esta tierra del yunque del gobierno extranjero;
Da tres vueltas
Alrededor del árbol de ceiba que concede deseos
En el centro de la vieja ciudad;
Reza desde lo profundo de tu corazón:
«Que ningún país en esta vasta tierra
Sea presa de los golpes de los EstadosUnidos»
Siente suavemente
El delicado cuello blanco, como de cisne,
De esta chica, Heidi, dulce y tierna;
Desentraña
Los secretos de las mechas de su pelo de plata
Que despiden prematuramente su juventud;
Éste es tu último día
En esta conmovedora ciudad
Éste podría ser también tu último día
Suplícale al sol,
Rézale a la luz:
Que su corazón, ahora vacío, se llene de amor otra vez;
No dejes que el engaño de la capital
Que convierte a los hombres en demonios egoístas
Se acerque a su país
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N ataraja
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Fuera de
la norma
Lakshmi Nandan Bora
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sentido de tener estabilidad en el futuro. Fue entonces que comenzó mi bús-
queda de un trabajo en forma. Atendí cuatro entrevistas laborales sin éxito,
no por mi incompetencia; los puestos de gobierno, de hecho, están a la venta
en este sistema corrupto gracias a los intereses de las autoridades. Hasta los
de cuarto nivel. Algunos trabajos se negocian por varios lakhs1 de rupias. Yo
había escuchado de este tipo de cosas en el pasado y resultaron ser verdad
durante una época en la que me paralizaba el agotamiento, yendo de acá para
allá en busca de un empleo. El resultado no es una agonía leve. Mi mente y
mis sentimientos se rebelaban contra la sociedad. A veces me preguntaba:
¿debería unirme al Frente Unido de Liberación de Assam, como mis amigos
de la infancia, Rajendra, Hariprasad y Maqbool? Casi estaba por decidirme a
hacerlo cuando me llamaron a una entrevista para el puesto de delegado su-
perintendente de la policía. «Bien» pensé, «le haré frente a la última entrevista
de mi vida». ¡Y qué increíblemente cambió mi fortuna! El triunfo estuvo a mi
favor. Tal vez el buen juicio imperó en los miembros del consejo de entrevis-
tas, quienes debieron pensar que sería una auténtica injusticia privarme de
este puesto. Tal vez su decisión no se basó en mi formación académica, con
cincuenta y seis por ciento de calificación en mi mejor materia; fue por algo
más. De seguro por el impacto de mi personalidad con características suma-
mente masculinas, además de mis logros en boxeo y karate. Sin embargo,
después de asumir esa tarea de ensueño, volví a hundirme en la frustración.
El sueldo era suficiente, sin duda, pero para alguien como yo, que no había
podido renunciar ni un poco a la honestidad y a la integridad, la satisfacción
del trabajo era dolorosamente fútil. Si hubiera comenzado a llenar mi vida de
crueldad y malas prácticas, ¡habría terminado siendo el peor miserable de to-
dos! ¿Pueden acaso el dinero y la opulencia asegurarme la paz? He de contar
algo, y si eso desencadena la ira de alguno, que así sea. El meollo del asunto es
que el mundillo criminal se encuentra protegido por la misma policía. Si fue-
ran policías de verdad, la gente de Assam podría salir de sus casas dejando las
puertas sin llave, como en Gujarat; no habría lugar para rufianes en la política,
el vandalismo de aquellos que no encajan en la sociedad ya se habría acabado,
y la opresión abierta de los escandalosos contratistas, los mafiosos de mar y
tierra y otros más ni siquiera habrían aparecido en escena.
Estos temas no tienen fin. Una vez que uno abre la boca no hay ma-
nera de parar, como si fuera una reacción en cadena. Ey, ven acá, déjalo
en paz. El verdadero problema fue que, como yo era diferente a los de-
1 Unidad de medida del sur de Asia, equivale a cien mil. (Todas las notas son del traductor).
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351
más, les causaba demasiados problemas. Cuando presenté un reporte post
mortem verídico, de una persona víctima de asesinato premeditado, mis
supervisores se mostraron descontentos. Comenzaron a presionarme
con fuerza para cumplir sus objetivos. Se me pidió, en tono de amenaza,
que alterara mi reporte. Dado que yo no pude simplemente apagar mi
conciencia, renuncié. Escuché que muchos de mis compañeros y amigos
habían expresado su desaprobación: ¿Será posible que todavía existan
ese tipo de ingenuos idiotas? ¡Seguro se ha vuelto loco, o algo así!
Había vuelto al desempleo. No obstante, la fortuna me volvió a son-
reír de repente. Un escritor amigo mío me ayudó a ocupar un cubícu-
lo en las oficinas de un periódico de renombre. Los periodistas ahí no
habían caído en las garras del amarillismo ni la extorsión. El lugar tenía
prestigio y también era próspero. Mi salario como lector de pruebas me
permitía llevar un estilo de vida modesto.
No, éste no es el fin de mi presentación. Soy soltero todavía, pero eso
no significa que haya hecho votos para ser célibe toda la vida. Apenas voy
a dar el brinco a los treinta (tengo veintinueve años y dos meses exactos).
Mi familia es de las más antiguas de Guwahati, así que, en lugar de ren-
tar, tengo mi propio espacio en la casa de cuatro cuartos de mi madre;
también están mi hermana menor y mi hermano. Además, rentamos una
cabaña. Desde la muerte de mi padre, mi madre ha recibido mensual-
mente una pensión familiar.
Con esto doy por terminada completamente mi presentación. Como
se dice en la industria del cine, «el personaje ya está definido».
Ahora sí, ya puedo comenzar mi historia.
Entre la rutina habitual y la apatía, la insensibilidad y la monotonía,
todo mi ser ha sido empalado.
Mi madre y mi hermana me preparan el desayuno a las nueve de la
mañana. Mientras desayuno solo, mi madre aprovecha para despertar
mis inquietudes con ciertos asuntos prácticos, como la factura mensual
de la electricidad, que ha sido anormalmente alta; en cuanto a mi her-
mana Sunita, por su edad ya no podemos esperar mucho para que llegue
el momento de casarla, y yo debo acelerar mi búsqueda; dos láminas del
techo están demasiado oxidadas y debemos cambiarlas por nuevas; cuán-
to tiempo más una mujer epiléptica podría seguir haciéndose cargo de
la casa, etcétera. Cada día, mi madre plantea más y más problemas. ¡Por
Dios! ¿Así es esto de dirigir una casa? Quienes llevan a cabo la adminis-
tración del país parecen poder arreglar las cosas de una manera u otra.
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Es así que la verborrea de mi madre me entra por un oído y me sale por
el otro; todas esas quejas y problemas se están gastando mientras más los
repite, y chirrían como un disco de gramófono viejo.
Luego está mi oficina. El fastidioso trabajo de corregir errores por
descuido: tachar unas tes y ponerle el punto a las íes, además cambiar
por la forma correcta las palabras, como «salón» por «saloon», «memen-
to» por «momento», «pivote» por «piloto», etcétera. Los programas de
autoedición contribuyen a nuestra desgracia de formas sorprendentes: a
veces un pequeño error hace que toda la frase sea incomprensible.
A una hora específica, una taza de té se posa en mi escritorio junto a
una rebanada de pastel. Las ingiero con la misma displicencia. Las prue-
bas de textos con las que tengo que trabajar ciertamente no pertenecen a
los temas típicos todo el tiempo, pero la prioridad que doy y la atención
que pongo a la corrección ortográfica y de estilo no me dan la sensación
de placer que podría tener por el contenido. Tal vez ésta sea la razón por
la que la vida de los lectores de pruebas como yo son insípidas y monó-
tonas, tanto física como mentalmente. Físicamente porque la concen-
tración en encontrar posibles errores causa tensión y la postura sentado
hace que la columna casi nunca se encuentre cómoda.
He encontrado una manera de mantener el equilibrio en cuerpo y
mente como alivio de esta malsana rutina de una vida común e irritante.
Es fácil revelar mi descubrimiento, pero su aplicación práctica requiere
tener la posibilidad de gastar un poco. Mis ingresos mensuales me per-
miten hacerlo, por suerte. Lo que yo hago es tomarme ocasionalmente
un día enteramente para mí y usarlo para lo que se me dé la gana. Este
descubrimiento no es totalmente mío, sino de dos afamados escritores,
Dale Carnegie y Deepak Chopra, quienes escribieron Cómo dejar de pre-
ocuparse y comenzar a vivir y Rejuvenezca y viva más tiempo, respectivamente.
He andado por las nubes ya en tres ocasiones en los últimos meses,
pasándomela lo mejor que puedo. Hoy no necesito ir a la oficina, tengo
el día libre. Pretendo usar esas horas en otro de mis más preciados días.
Normalmente me levanto temprano. Para hacer algo diferente, la noche
anterior me desvelé viendo una vieja película hindi por la televisión hasta
entrada la noche, para alterar mi horario normal. Disfruté bastante el filme,
con sus canciones fuera del tiempo que tocaron los más profundos resqui-
cios de mi mente. Esas elevadas melodías son completamente opuestas a los
espectáculos malhechos y apresurados que saca Bollywood hoy en día. Las
heroínas tenían una linda personalidad que acariciaba el corazón, con sus
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atuendos y maquillaje decentes. Qué diferencia con lo que uno ve ahora, ¡lo
poco que llevan puesto grita lujuria! Disfruté anoche reflexionando acerca
del cambio abismal que ha ocurrido en apenas tres décadas.
Así que hoy me ha dado muchísima satisfacción esta maravillosa ma-
ñana, sumido en sopor y percibiendo la singularidad del letargo. Sí, las
palabras no pueden expresar lo singular y único que puede llegar a ser el
letargo. Me preparé una taza de té, como les dije que haría yo mismo a
mi madre y mi hermana. Para acompañar el té no iba a tener esas aburri-
das galletas, sino tres hot-cakes hechos en casa. Uno se habitúa a evacuar
el vientre a una hora específica del día, siguiendo la acción cronometrada
de las ondas peristálticas causadas por la contracción y relajación de los
músculos intestinales. Hoy se me pasó esa hora. Sin embargo, dos vasos
de agua tibia con sal me regresaron las ganas de limpiar mi intestino y
quitaron el impedimento de mi alivio a cambio de una sensación como
de ablución. La evacuación normal está relacionada con el placer. Por
lo tanto, obtuve mi fuente de placer igual que otros días. Hoy no me
apetece demasiado tener las típicas chapattis secas con la misma mesco-
lanza de papa y lentejas. Le pedí a mi hermana que me hiciera de forma
especial cuatro idlis acompañadas con chutney de coco y sambar relleno de
vegetales, dos dahi vadas bañadas en cuajada y una taza de café aromático.
Estaba inmensamente satisfecho con un buen desayuno típico del sur de
la India.
Normalmente, cuando tengo un día libre, me lleno la panza a la hora
de la comida con un plato grande de arroz y pollo local hasta eructar y
terminar roncando gloriosamente hasta las tres de la tarde. Hoy el plan
ha tenido un cambio. Todos en la familia hemos decidido darnos el lujo
de ir al restaurante Mujulir Exaj, que está en la carretera Radhagovinda
Baruah. La comida de este local revive antiguos recuerdos de nuestro
pueblo natal o, como dicen ahora, nos sumerge en la nostalgia. Aquí
sirven pescado goroi a las brasas y arroz fermentados con chiles secos,
fríen melón amargo que cortan en tiras, papaya preparada en alkali, tartas
de arroz con frijoles, pollo al curri, grandes trozos de pescado prepara-
do con hierbas y papas, etcétera. Por supuesto, tienen gran variedad de
chutneys, como menta molida o Kahudi-Karoli. El banquete termina con
nueces de areca y hojas de tabaco muy dulces.
Como otros días, no pude tomar una siesta. Les pedí a mi mamá y
mi hermana que volvieran a casa, yo me subí a un autobús local y salí
para Abadari. Una extraña idea vino a mí. Decidí que tomaría cualquier
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autobús que pasara por donde yo me encontraba y me iría al lugar donde
tuviera su terminal. Me subí a un autobús y hasta encontré un pequeño
lugar para sentarme. El chofer, mientras cobraba los pasajes, me pre-
guntó: «¿A dónde?». Yo sentí ganas de decirle: «Al horizonte, donde la
arenosa esperanza se esparce, donde siguen brillando las crestas de la
miel del deseo». ¡Qué poético! Si le hubiera externado mis sentimien-
tos, él me habría tomado por un loco. El resto de los pasajeros también
se habrían reído nerviosamente. Regresé de mi mundo de fantasía y le
dije: «A donde sea que termine esta ruta», y le di tres billetes de diez
rupias. El chofer quizá estaba experimentado el momento más extraño
de sus años de servicio. Toda molestia desapareció del sarcástico rostro
del muchacho de veinte años. Una sonrisilla amistosa apareció en su cara
desnutrida, dándole muchísima belleza y brillo. Con una risa contenida
me dijo: «Usted tiene una manera maravillosa de expresarse, en una for-
ma compleja», y me dio dos rupias de cambio.
El autobús avanzaba entre el parloteo de los pasajeros y el rechinido
de los vehículos que iban pasando. Cruzamos el puente Saraighat y, en
lugar de ir rumbo a Baihata, nos dirigimos hacia Hajo. Tuve que consi-
derar la situación por un rato. Esto aún no se había convertido en una
osada aventura. El autobús de seguro llegaría hasta Nalbari, vía Hajo.
Esta conjetura resultó ser cierta, según me lo confirmó un pasajero asin-
tiendo: «Sí, está en lo correcto». Desgraciadamente, ¡otra vez tenía que
pasar algo! ¿Qué haría yo si en Nalbari iba a casa de Pehi? ¿Qué razones
le daría para haber llegado así? Quizá podría contarle la situación real,
pero eso no cambiaría nada. Pehi comenzaría a presumir a sus niños con
adjetivos nefastos a media oración y, en algún punto, a platicar sobre
sus deprimentes episodios. Todos en esa casa me tratarían con la misma
calidez y la misma afinidad. La presencia de un huésped requiere matar
unos cuantos pichones. Yogurt después de cada comida. ¡Melaza licuada
de yogurt!... Todo como siempre, repetición de las mismas tradiciones.
Me bajé del autobús antes de Hajo. Los pasajeros y el chofer se me que-
daron viendo con sorpresa. Quizás se hayan preguntado: «¿Qué tan loco
está este tipo, que de repente se bajó así sin más? ¡No hay ni un alma en
kilómetros!». Cuando me bajé, me di cuenta de que el sitio era un ex-
tenso páramo deshabitado de salvaje verdor en el que el tiempo parecía
detenerse, donde el corazón se desplomaba en silencio, la flora y la fauna
se mezclaban en la intimidad. ¡Qué maravilla! Para alguien como, yo que
sobrevive, quién sabe cómo, entre el clamor ajetreado de Guwahati, esto
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era un gozo total. Traté de abandonar mi conciencia y fundirme con el
entorno. Mis ojos saciaron su sed ante este regalo de la naturaleza. ¡Exu-
berantes campos verdes, los bosques tupidos a lo lejos, el Brahmaputra
en toda su gloria bañado por el sol, el coro de ambrosía de los pájaros y
los insectos sobre las ramas de los árboles y el infinito azul del cielo más
allá de todas las cosas!
De repente, un sonido mecánico se acentuó en el profundo silencio
y la soledad de la tarde. Me incorporé. Era el palpitante sonido de un
autorickshaw2 que esperaba, y el conductor sacó su cabeza como una grúa
y me preguntó:
—¿Viene?
La pregunta idónea a la hora indicada. Sí, debía ir a algún lado.
―¿Hay algo interesante que ver por allá? —le pregunté.
El chofer contestó:
—¿Qué quiere saber? Todos conocen bien por aquí.
—No me diga.
—Bonmou, junto al Brahmaputra. Es un sitio turístico fantástico
—contestó.
Parece que entendió mi respuesta cuando me subí al vehículo sin
decir nada.
En veinte minutos llegamos a Bonmou. Hice que el auto esperara. El
chofer se merecía mi agradecimiento y los dos nos beneficiamos de que
no se regresara con el asiento vacío hasta Guwahati. Sin duda éste era un
sitio maravilloso. Un cauce de agua vaporosa delante, a través de una am-
plia explanada; un pequeño bosque embellecido por la naturaleza; filas de
árboles de Devdaru y cocoteros, una pesquería, caminos color bermellón
por todos lados, el enorme Brahmaputra al norte, maravillosos adornos
en las bancas reclinables para turistas, sitios para comer y cabañas, etcé-
tera. Me sentía un poco tonto por no conocer desde antes este hermoso
lugar tan cercano a Guwahati. Tenía la impresión de ser como una ola
centelleante del Brahmaputra, un beatífico pájaro multicolor entre los
árboles, y ahora contemplaba el ensoñador flujo de conciencia en el zigzag
del cauce.
La brisa fresca del Brahmaputra, la línea plateada del río fusionándose
con el horizonte, ese verde exuberante más allá de la voz primaveral del
2 Transporte típico del sur de Asia, también llamados tuk-tuk. Son triciclos motorizados
con espacio para dos pasajeros detrás del asiento del piloto.
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bosque. Me instalé en una banca redonda y cavilé: ¡qué maravilloso sería
si me pudiera quedar ahí como un sabio absorto en las profundidades
de la tranquilidad! ¡Qué robusto y sano el ayuno en un estómago vacío!
Tenía hambre. El atardecer se acercaba. Había un lugar amplio con un
restaurante rodeado de tecas y cocoteros. Ahí encontré el menú típico de
cualquier restaurante: bebidas frías como Coca-Cola y Thums Up; quizá
vendían algo con alcohol también; variedad de comida rápida, pollo masa-
la, pollo tendoori, dedos de pescado, arroz Jeera, biryani y cosas así. Nada
extraordinario. Por eso el mesero se sorprendió cuando le pedí agua de
coco, también la carnita que hay adentro, sopa de tomate y rebanadas de
pan con germinado de frijol mungo. El restaurante sorprendentemente
me pudo servir todo eso, menos lo último. Comí hasta quedar contento y
luego me fui a desplomar sobre una alfombra de pasto que encontré aleja-
da de ahí, totalmente solo. Me senté con las piernas cruzadas en posición
de yogasana. La savia que recorría mis venas, el plateado Brahmaputra,
estaba justo frente a mis ojos. Atrás el glorioso verde y la quietud de la
profunda noche, una vivacidad única y muda.
Estuve fuera de mi ser por un momento, una persona diferente en
ese instante. Vi cara a cara a la vida, sus realidades. Como si estuviera
buscando la verdad superior. Mi alma parecía elevarse. ¡Maravilloso! Esa
resonancia silenciosa puede llevar al hombre más allá de su insignificante
cotidianidad y transportarlo a un Elíseo indescriptible. Me regocijé con-
templando lo que los sabios de los Upanishads le han concedido a la tierra
con la luz de su sabiduría, obtenida gracias a la meditación en este tipo
de ambientes. ¡Qué extraño! ¿Cómo pude yo reflexionar sobre estos al-
tos pensamientos siendo un ordinario mortal? ¿Me habré vuelto creativo
como algún famoso novelista? Las horas se fueron revoloteando y perdí
por completo el sentido del tiempo. Sí, el tiempo es un flujo constante
de transitoriedad y transformación.
Pero ¿qué pasaba? Me dolieron los tímpanos. Un montón de vehí-
culos habían atiborrado el lugar. El clamor de la gente y los ruidos se
mezclaban contaminando el sonido. Bonmou se llenó de visitantes y tu-
ristas. Varios tipos de gente con ropas distintas, hombres y mujeres con
diferentes perspectivas, sus niños y sirvientas. Un montón de automóvi-
les lujosos se habían estacionado apenas a unos cuantos metros. Honda
Citys, Opel Astras, Mitsubishi Lancers, Toyota Corollas y más de ese
estilo. Alcancé a ver hasta un Mercedes Benz. El caminar y los ademanes
de muchos produjeron un espectáculo aparente de afluencia y aristocra-
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cia. De repente me sentí inmerso en un arranque de frustración. ¡Qué
abrupta transformación había caído sobre el paradisiaco Bonmou! Qué
recurrencia de ambiente vulgar lo había vuelto como cualquier resort tu-
rístico. Se desvaneció el encanto y no sentí ganas de permanecer ahí.
Perdí toda la euforia.
El auto que había alquilado me esperaba, contrastando fuertemente
por sus rasgos, detrás de un Verna reluciente. Me senté atrás del asiento
del conductor y le di a entender que acelerara.
Después de más o menos una hora ya estaba en mi nada añorado
Guwahati. Las luces de la ciudad brillaban como estrellas en la oscuridad
de la noche. Las luces mecánicas de los automóviles hacían de las calles
ríos con la fluidez de sus faros. Los letreros luminosos de los hoteles,
restaurantes, tiendas departamentales y otros establecimientos le daban
cierta elegancia al normalmente desagradable Guwahati de día.
Ahora era un ser inexistente, un insensible al que le habían esquilado
todo rastro de identidad, el estado más ordinario posible, una minúscula
mancha entre muchas más. ¡Oh, qué agonía! Era imposible avanzar por
la acera. ¡El correr de los transeúntes, la peste del sudor y los cosméticos
mezclándose, actividades y conmoción sin sentido!
En verdad era anticlimático. Como si me hubieran desterrado de las
dichosas regiones del Mediterráneo a los estériles páramos del desierto.
Mi desasosiego, mi frustración y mi agonía aumentaron. No porque se
acabara el día que viví de acuerdo a mis deseos, sino por la imposibilidad
de encontrar alguna manera de dedicarme a algo distinto.
Entré a una tienda de ropa con la intención de comprar una playera
Reebok con diseños florales, como los de algunos saris.3 El dependiente me
mostró varias playeras, una por una. Yo seguía meneando la cabeza en se-
ñal de desaprobación. Así continuamos mientras intentaba decidirme entre
quince o más playeras. Dirigí mi mirada al dependiente. Me sorprendió que
él aún no se hubiera desesperado conmigo. Su sonrisa profesional seguía
fija en su rostro. ¡Eso es, chico, así son las ventas! Era de la comunidad
marwari. Nuestros vendedores asameses deberían aprender de él. Algunos
dependientes asameses parecen estar molestos por la llegada de clientes,
como si en lugar de comerciantes fueran guardias de valores.
Se dice que los pensamientos llegan sin previo aviso. Así es como sue-
nan algunos tonos en los oídos de los músicos, algunas historias llegan a
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la mente de los escritores y las emociones se reavivan en un poeta. De
esa forma llegó un pensamiento a mi mente. Si estuviera en casa en ese
momento, estaría viendo televisión y dando deliciosos traguitos de vez
en cuando a mi taza de té. Claro, muchos tienen el mismo pasatiempo
a esta hora. Pero hoy debía hacer algo distinto, algo nuevo. En lugar de
ese té rutinario, ¿por qué no pasar un buen rato en un bar y andar por
las nubes irritando mi garganta con algo de whisky? Para muchos, dos
whiskies después del atardecer son una actividad cotidiana. Pero se tiene
que ser un joven entusiasta por la salud como yo, criado en la santificada
atmósfera de la clase media, para ver este ritual como algo inusual. Como
fuera, ya no estaba como para que este mundo de restricciones me man-
tuviera atado, quiero decir, ni siquiera antes me contenía de tomar unos
cuantos tragos de alcohol ocasionalmente.
Me acerqué al bullicioso Ganeshguri, la atareada zona comercial co-
lindante con el complejo capital de Dispur. El lugar tiene un buen nú-
mero de bares, además de los que están dentro de los altos edificios de
hoteles. Más aún, a cada paso uno se encuentra tiendas de vinos. La si-
tuación ahí puede hacer pensar al visitante o turista que llega a la ciudad
que Ganeshguri vive sumergida en alcohol. La conjetura podría no ser del
todo superficial si se toma en cuenta el número de accidentes de tráfico
producto de manejar en estado de ebriedad.
El negocio de los licores ha transformado las vidas de muchos don na-
die en vidas de príncipes. Puedo mencionar algunos casos; por ejemplo,
mis conocidos Akshay Saikia, Jadumoni Das, Aniruddha Purkayastha, Adhar
Tamuly y otros. Cada uno de ellos es dueño de un bar o una licorería. Las
licencias para tener uno de estos establecimientos las da el Ministerio de
Impuestos. No es de sorprender que la obtención de estos permisos sea
bastante costosa. ¿Quién no conoce la afluencia e influencia de mi antiguo
compañero de clases, Akshay Saikia? El hijo de un poderoso burócrata que
casi no estaba interesado en los estudios, de alguna manera se las arregló
para apenas pasar los exámenes de la secundaria. Aunque después intentó
continuar con la universidad, nunca llegó a graduarse. Sin mejor alternativa,
su padre le abrió un locutorio. Cuando la empresa fracasó, su padre le ayu-
dó con una agencia de viajes. Ésta tampoco tuvo éxito. No obstante, se las
ingenió para obtener el consentimiento del gobierno y abrir un bar. Desde
entonces ya no necesitó ver hacia atrás. Dirigió una discoteca no autorizada
junto a un casino. Comenzó a irle bien haciendo dinero a manos llenas.
Se hizo de dos pubs y dos tiendas de licores en poco tiempo. Su forma de
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andar y moverse cambió, se hizo más suave y solemne, se desplazaba en
automóviles elegantes a la vez que satisfacía sus necesidades en la oscuridad
de los callejones. Su ser interior (¡carácter!) iba en descenso. Sin contar el
hombre en el que se había convertido, mi relación con él siguió siendo la
misma de antes. Ocasionalmente me invitaba a verlo, quizás para demostrar
sus logros y su gloria.
Con estos pensamientos circunnavegando mi mente llegué a Moon-
light, el bar de Akshay Saikia, sólo para encontrar que el lugar que pudo
haber aplacado mi necesidad de humectar mi garganta con un par de
tragos había dejado caer la persiana. Al lado había un local de venta y
reparación de relojes, aparatos electrónicos y refacciones. Un chico es-
taba enfrascado en reparar un teléfono celular. Mi irrupción de seguro lo
incomodó. Como a un yogi que pierde la postura. Levantó sus ojos con
resentimiento y me preguntó:
—¿Qué necesitas?
—Nada, sólo quería saber por qué este bar, el Moonlight bar, está
cerrado esta noche.
La exasperación del chico no había disminuido. Me contestó con
tono enfadado:
—¿Acaso no eres de Guwahati? ¿No ves las noticias?
—Disculpe, no sé de qué me habla.
—Oh, ya veo. Has de haber estado muy ocupado quién sabe dónde.
La corte ha ordenado que clausuren todos los bares y licorerías que estén
en las cercanías de escuelas y edificios religiosos. Como sea, dada, échale
un ojo a este equipo de Nokia, no necesitas apretar ningún botón, sólo
toca la pantalla...
Tomé el celular en mis manos y examiné sus funciones y modo de
operación. Por lo menos así pude darle al chico un poco de satisfacción.
Otra cosa más, aunque Akshay Saikia prosperó con sus negocios turbios,
nuestra antigua cercanía permitió que la amistad no se rompiera por
completo; pues mi corazón también es comprensivo con mi viejo amigo
que ha sido empujado a una situación incómoda por el veredicto de la
corte. ¡Una comprensión ilegal, quizás!
Me reproché que ese olvido de la clausura de bares ordenada por la corte
y tiendas de alcohol me hubiera tomado por sorpresa, ha sido noticia para
todo el mundo. Quizá mi desinterés sobre el tema fue la causa de mi olvido.
La inusual inclinación a humedecer mis labios y garganta con alcohol chocó
con el recuerdo de esa información y reaccionó en mi mente.
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Llegué a casa de Akshay. Él estaba más estupefacto que exaltado por
verme. Me tomó en sus brazos. Admití:
—Debí haber venido antes. ¡La orden de la corte te debe de haber
causado muchos problemas y pérdidas!
Miré su cara mientras terminaba de hablar. No había ni el mínimo
rastro de depresión, decepción o abatimiento en el rostro de un hombre
que había perdido dos pubs y dos tiendas de licores. Era la antigua versión
de él, hablando con su característico tono alto, repleto de entusiasmo.
—¿No has sufrido pérdidas?
—Sí, pero no.
—¿A qué te refieres?
—Las ganancias siguen igual. Siempre hay un acuerdo, y ¿por qué no
iba a haber una alternativa? ¡Algunas personas, e incluso nuestros jueces,
están muy equivocadas si creen que la gente se va a volver abstemia de la
noche a la mañana con cada uno de ellos convirtiéndose en un Morarji
Desai!
Sentí curiosidad por saber más acerca de los medios alternativos
de Akshay para hacer dinero con tan imperturbable tranquilidad. Des-
pués de tomar té y bocadillos en su casa, lo acompañé en su carro a ver
sus negocios. No tenía ni idea de adónde me llevaba, siempre pierdo la
orientación por completo en Guwahati durante la noche.
La zona a la que entramos me pareció bastante suburbana. Akshay
comenzó a explicarme:
—Hay gente que llega por botellas desde cualquier lugar que se te
ocurra: pequeños minoristas, estanqueros, vendedores de té y otros.
Como sea, los clientes están enfrentándose a varios tipos de inconve-
nientes. Los precios se han duplicado. La situación es igual en Manipur
y Mizoram. ¿Me entiendes?
Al final me llevó a una agradable casa de campo. Desde afuera el am-
biente parecía tranquilo y solitario, pero un zumbido suave impregnaba
su interior. Varios automóviles lujosos estaban estacionados a los lados
de la casa.
Mesas y sillas bonitas. Este montaje ilegal estaba mucho mejor que los
bares autorizados. Akshay dijo:
—Tengo otros dos establecimientos similares. ¿Te das cuenta de lo ma-
ravilloso que nos va? Así como un padre tiene a su padre y un maestro tiene
otro maestro arriba, el gobierno también tiene un segundo gobierno que lo
rige. ¡De seguro no tienes ni idea de qué gobierno se trata!
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¿Por qué no iba a tener sentimientos simultáneos de ira, rencor y hos-
tilidad contra este hombre? Después de todo, ¡no soy Mahatma Gandhi,
Vinoba Bhave o Jayprakash Narayan! Un par de chicas estaban apuradas
llenando vasos vacíos con su característico encanto. Tal vez no eran exac-
tamente del tipo que encaja en la categoría de bellezas, pero tampoco
podían despedirlas, sería como despojarse por completo de atracción.
Una visión casi hizo que me salieran chispas por los ojos. El dele-
gado superintendente de la policía, Khargeswar Deka, a unos metros,
bebiendo sin siquiera tomarse la molestia de quitarse el uniforme ofi-
cial. Sus acompañantes eran quizás subordinados. Perdí la paciencia por
completo. ¡Estos protectores convertidos en sanguijuelas son la mayor
causa de desastre del país! He sido instructor de karate. La reacción de
un hombre armado no podía ni compararse con la rapidez de mis manos
desnudas.
No le di a Khargeswar la oportunidad de defenderse ni siquiera de mi
asalto verbal. Mi corazón estaba feliz de darle puñetazos de hierro en la
cara. Llené cada parte de su cuerpo con la amplia variedad de patadas de
karate que tenía en mi repertorio. Sus piernas flácidas ya no podían con
el peso de su carcasa. Le escurría sangre de la nariz mientras caía con el
rostro desfigurado. Sus acompañantes también estaban abrumados por
mi ataque relámpago y no hicieron el intento de acercárseme. Miré de
reojo a todo el mundo y con asco fijamente a Akshay, quien se pavoneaba
hacia la salida sin miedo alguno.
Me subí a una autorickshaw después de darle mi destino. Entre el bu-
llicio del motor me quedé contemplativo. ¡Verdaderamente qué día! Tuve
lo mejor de todo lo que buscaba mientras avanzaba de un momento a
otro. Mañana, Khargeswar, con su cara destrozada, no podría decirle a
nadie que un civil ordinario como yo le había dado semejante paliza...
Por cierto, ¿me huelen las manos como si hubiera matado a una rata
almizclera? No, para nada, es sólo una manifestación simbólica de mi
resentimiento y mi perdida de fe en el orden social que está totalmente
desprovisto de consciencia... l
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La historia
de una historia
[tres fragmentos]
Kushal Dutta
Ahora
Éste de quien voy a hablar hoy es generalmente una persona que vive
en el «presente». Él no gasta mucho de su materia gris atendiendo el
pasado y el futuro. Si no fuera así, no continuaría la vida —ésta es su
simple filosofía de plebeyo. A pesar de esto, en este momento él está
pensando repetidamente una y otra vez acerca de muchas cosas del pa-
sado y del futuro que, a pesar de ser vistas, permanecen sin ser vistas;
a pesar de ser conocidas, permanecen sin ser conocidas— buscando
salvarse de todas las tentaciones.
Como las noticias insertadas en una conversación, la historia que ya
ha sido confeccionada, lo que ya es pasado en este momento, por cuya
fragancia él tenía que haber vuelto a la vida de nuevo, los días por ve-
nir, él se encuentra ahora en profunda meditación buscando salvarse de
toda tentación. Ocurriera lo que ocurriera sólo un poco más allá, lo que
es el futuro para él, lo que está fuera de su control en este momento,
él reflexionaría tres veces la lección del presente: acaso se enredaría en
la tentación de nuevo o, cayendo y levantándose de nuevo, buscaría la
salvación una y otra vez, o permanecería libre hasta la muerte.
La experiencia le ha enseñado demasiadas cosas. Antes de tomar
una decisión precipitada, disfruta meditar sobre esas cosas si encuen-
tra un pequeño respiro. No se daba cuenta de que se había quedado
dormido en la cama del ahora mientras reflexionaba sobre estas cosas
desordenadas para llegar a una firme decisión. Trabajar trabajar traba-
jar y dormir, ambos verbos son sus amigos inseparables, en cuyo regazo
se puede descansar para olvidarse uno mismo de uno mismo, en cuyo
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seguro refugio el universo puede ser nulificado para embarcarse en un
viaje de recolección de coraje para otro día, otra batalla. Para vivir de
sus propios medios, para luchar contra uno mismo.
Mediodía
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Bijoy
Sankar Barman
T ransición
Un insecto invisible
se alimenta de los brotes
de mi corazón.
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F luvial
Kanaikunda
el riachuelo de mi corazón
se aquieta.
rostros muertos
sonrisas olvidadas.
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Biman
Kumar Daley
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Me duele al pensar
La flor roja
se mece al viento.
Me duele al pensar
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Más pronto
que el instante
Bibha Rani Talukdar
Su cuerpo se deshiela y
Luego
por un momento».
comenzaron a arder
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Yo no lo pedí,
Oh, triste
podría identificarlo:
él es mi padre
y yo soy su hijo
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Lutfa Hanum
Salima Begum
No esperas
en el umbral de los labios
la morada de mi corazón
construida con tus lágrimas.
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El ojo
Moushumi Kandali
La intensa luz del sol de la tarde entra por la ventana. Masdan corrió
las cortinas para atenuarla y nuevamente se echó sobre el almohadón...
1 Canción melancólica que lamenta la ausencia del «cruel amante». (Todas las notas son del
traductor).
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¡Poesía! Madan es afecto a escribir poemas y cuentos. He aquí la cau-
sa de que su descripción revista tan gruesa capa de lirismo: el delicado
calostro de la luna de la quinta noche, Virahotkanthita Nayika;2 las relu-
cientes hojas de la limonia; y la luz de luna goteando como plata líquida.
Metáforas a borbotones; sobredosis de hipérboles; torrente de símiles.
Con todo, escuchábamos sin protestar, digiriendo los verbosos bocetos
de Masdan. Porque en la hora en que el abrasador sol de mediodía se
apacigua en un atardecer silencioso nosotros le damos gusto a la boca.
Un mal necesario, pero ¡vaya que es un placer tentador!
2 Virahotkanthita Nayika es el nombre del segundo tipo nayika o heroína, de acuerdo a la clasifi-
cación de Bharata en su tratado sobre las artes escénicas, Natya shastra. Para él, son ocho los
diferentes estados que atraviesa la pasión amorosa, los cuales se convierten en tipos para las
representaciones de este sentimiento en las diversas artes: danza, teatro, música, pintura….
La virahotkanthita es la amante que espera el regreso de su amado. A menudo se le representa
aguardando en un jardín, lecho o pabellón.
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es a todos efectos irrelevante. En este momento nos hemos conver-
tido en Arjuna, del Mahabharata, con nuestra vista clavada al hoyo en
el muro. Nos sumergimos en las profundidades de un mar prohibido
pletórico de misterios sin fin.
3 Alusión a la montaña Mandara, que aparece en los Puranas, donde se usa como molinillo
para batir el océano de leche. El episodio del batido del océano de leche es un mito
fundacional del hinduismo. Aparece en el Mahabharata y también en el Bhagavata Purana
y en el Vishnu Purana. Mientras el monte se usa como base, la serpiente Vasuki acepta
fungir como la cuerda que sacudirá el molinete. El oceano de leche es uno de los siete
exóticos oceanos lejanos que hay dentro del planeta. La representación de este episodio
que llevaría a obtener el néctar de la inmortalidad es un tema popular dentro del arte
jemer, tanto en Camboya como en Tailandia.
4 Nueva alusión al mito del océano de leche: el episodio ocurrió porque tanto dioses como
demonios buscaban extraer el néctar de la inmortalidad del océano de leche.
5 Griselda Pollock: teórica feminista y de estudios poscoloniales. La autora escribe incorrecta-
mente el nombre de Linda Nochlin, igualmente autora feminista experta en arte y en estudios
de género.
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nuestra pandilla de chicos es también nuestra confidente. Nuestra hermana
del alma. A despecho de sus virtudes, no le pasaríamos esto. Bijoy no se
quedó callado. Parando el mandoble de sarcasmo con el escudo de su son-
risilla irónica, a su vez contratacó. «Deja de parlotear sobre la mirada. ¿Qué
hay de masculino y femenino en el acto de ver, eh?». Una cerilla chisporro-
teó y la chispa lamió la boca del repelente en espiral de la marca Tortoise,
mientras por la ventana resonaba una orden para el chico de Dulces Kalita:
«¡Una goza y seis tés!».6
Sentado a orillas del río, Raikka, el asceta, rascaba sus llagas mien-
tras indagaba el sentido de la vida... La eterna verdad detrás del univer-
so. La sarna en el cuerpo de Raikka representaba su sed por la verdad
final... El prurito sin tregua de un alma que no ceja su indagación más
allá de la apariencia. Sin embargo, nuestra sarna es producto del aguijón
6 Nombre popular en la India para referirse al narguilé o hookah. La aspiración del tabaco suele
acompañarse con la ingesta de te o café; de ahí la petición al vendedor.
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de nuestros apetitos carnales. Como burbujas sobre la linfa de un lago,
las ronchas brotan en nuestro cuerpo una y otra vez. Vaya que el ardor
corporal ha extendido su dominio. Ahora todos tenemos sarna. Tan sólo
el otro día surgió una pandilla de modernos Raikka entregados a rascar
sus llagas con fruición: un niño pequeño había caído en un pozo con
una profundidad de veinte metros. El angustioso combate por la vida se
convirtió de inmediato en un espectáculo apasionante. Con todas las te-
levisoras trasmitiendo en vivo, el país entero siguió el drama; y el terror
y el sufrimiento del pequeño niño desnudo atrajo al instante miradas
impuras: los modernos Raikkas que han perfeccionado su papel jugando
al mercado. Como comensales en torno a la boca del pozo, salivaban ante
el supremo placer de pelarse a sí mismos... rasca... rasca... rasca...
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hazarou saal»,7 los anuncios del locutor —«participa en esta operación
para rescatar a este niño... llama o envía un sms a...»— y la pantalla del
televisor transcribía los mensajes recibidos: «valiente-hijo-de-la-India-
siéntate-en-el-regazo-de-la-madre-tierra-hasta-que-vuelvas-al-regazo-
de-tu-madre», alguien canta por teléfono «tum mukkadar ke sikandar»8,
sus nombres, direcciones y datos parpadean sin cesar en la pantalla... El
niño abandonado en el pozo llora lastimeramente mientras un insecto
venenoso se arrastra lentamente hacia él, una nueva escena se sobrepo-
ne, corte a un acercamiento a una fiesta de cumpleaños. Una chica con
los labios pintados, enfundada en un vestido brillante y con una maang
tekka adornando su frente, rebana el pastel mientras otros rostros relu-
cientes con sus ropas a la última moda se apretujan contra ella cantando
«Happy birthday to you». Todos festejan el pastel de cumpleaños —las
rebanadas están cubiertas de una gruesa capa de crema de vainilla con
una superficie de chocolate—, porque el niño atrapado en el pozo cum-
ple años; un pastel que supera los sueños más delirantes del niño. El
cigarrillo de Bijoy se apagó. Con un gesto de cansancio, silenciosamente
ella expulsó, además del humo, su enfado. Las volutas se desvanecieron
en el vacío; agobiados por la soledad y el silencio nos quedamos calla-
dos. Silenciosamente, conversábamos con nosotros mismos. De hecho
nos veíamos siendo parte de esos otros ladinos Raikkas del presente,
rascándonos las llagas codiciosa y placenteramente —al tiempo que nos
sacudía un latigazo de culpa. Mientras seguíamos la trasmisión en directo
de esa lucha de vida o muerte, secretamente, sin que lo percibiéramos,
ocurrió una metamorfosis inesperada. Sinceramente, no percibimos en
qué momento ni cómo la mirada de simpatía se había convertido en una
visión sadomasoquista. Bien para reconfortarnos o bien para engañarnos
a nosotros mismos, extendíamos un manto de simpatía imaginaria y re-
costados en la comodidad de nuestros lechos, consumíamos despreocu-
padamente nuestras golosinas favoritas mientras saboreábamos, con los
ojos cerrados, las atroces escenas de crímenes y violaciones. Las secretas
aventuras de Ramananda y sus secuaces estaban a la vista. Esa aventura
clandestina, aunque natural, con sus apetitos de carne y hueso, había
7 «Tum jiyo hazaron saa» es un popular canción de cumpleaños incluida en la cinta Sujata
(1959), un clásico del cine indio.
8 Tema principal de la cinta homónima Muqaddar Ka Sikandar (1978) de Prakash Mehra.
Trata de un huérfano que al crecer se convierte en millonario.
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terminado de una forma antinatural y desconcertante: propagándose en
un imperio de roñosos.
¡Sí! La recordamos muy bien. La cara de Gudiya,9 sus ojos con gran-
des ribetes de kohl, los recortes con noticias de su vida... Todo.
9 La historia de Gudiya, cuyo relato se expone en el texto, tuvo un final trágico y se consi-
dera ejemplo tanto de la arbitrariedad de las decisiones de los jueces musulmanes como
de la humillación pública y de la inmoralidad de los medios. Murió de septicemia en
2006, de ahí que sea un recuerdo reciente en la historia de Kandali, escrita en 2008.
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respetables —maestros, madres, padres, hermanos, gurúes religiosos,
pilares intelectuales de la justicia y custodios de la tradición—, entre
una audiencia de un millar visible y de otros millones invisibles. Ella yace
en el centro del compacto alboroto... El premio de una partida de da-
dos flanqueado por sus dos maridos. El humilde locutor convoca: «Hey,
gente, sean jueces de esta búsqueda de justicia... ¿quién debería tener la
mano de esta mujer?». El estudio retiembla con la batahola de las dis-
cusiones —un juego que alcanza su vertiginoso clímax bajo los cientos
de proyectores y micrófonos, más excitante que la final del Mundial de
Futbol o que un partido de críquet entre la India y Pakistán. Mientras
continúa la andanada de telefonemas y mensajes de texto, bajo el fulgor
de las luces y el sonido, el primer esposo relumbra... Porque él es un
héroe de guerra —un guerrero invencible—, mientras que el otro es un
simple plebeyo, incapaz de brillar con elocuencia ante las masas, mudo y
silencioso. Ignora que vivimos la edad de la demagogia y que el lenguaje
de la reticencia ha muerto. ¿Y la mujer? Apenas si es un objeto inerte,
una posesión material, uno más de los bienes de la casa. Luego de horas
postrada en el piso, con su vientre hinchado, poco a poco se ha ido en-
varando; atormentada por el hambre y la sed, la pequeña muñeca en su
interior llora en la silenciosa oscuridad golpeando el vientre con su cabe-
cita; azuzada por dardos de luz y sonido, sufre vértigo, pero nadie tiempo
para eso. Naderías insignificantes: el tribunal de justicia está para decidir
asuntos más trascendentes. Para los avasalladores contextos de la ma-
quinaria estatal —partidos políticos, fuerzas armadas, multinacionales,
el cuarto poder, etcétera—, materias tan insignificantes e irrelevantes,
como el hambre, la sed, el amor o los derechos, les importan un cuerno.
En la apoteosis de este excitante juego, entre el revolucionario volumen
de mensajes de texto que, mientras el trofeo llamado Gudiya vuelve junto
al primer hombre, proclaman el veredicto de millones de ojos invisibles,
las calles atronaron con estruendosos petardos y grupos que gritaban
consignas, el canal reluciendo con el aumento de los porcentajes del
rating y los ingresos por publicidad. Después de este prolongado atracón
gourmet de entretenimiento, nos fuimos a dormir, al igual que Gudiya.
Rodeada por una parvada de mujeres, ella se recostó en su camastro de
bambú. La resguardaban los vecinos del pueblo y el enjambre de repor-
teros y camarógrafos, mientras grupos de gente se arremolinaban a su
puerta codiciando dar un vistazo al singular espectáculo. Al centro de la
multitud que desfila con orgullo, el héroe de guerra recibe felicitacio-
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nes. Declara: «Dejaremos que el bebé esté un rato con su madre; más
tarde lo enviaremos a su verdadero hogar». La gente aplaude ese gesto
de humanidad mietras él sonríe orgullosamente. Entre el alboroto, todos
observan que la mujer yace inmóvil sobre su camastro, con la mirada va-
cía, pero en realidad nadie la ve. Aunque no padece enfermedad alguna,
sin embargo yace en posición fetal sobre el camastro. Dos meses después
da a luz a un objeto, frío e inerte. Al cabo de otros dos meses, Gudiya
aún no se levanta. Los médicos diagnostican que está bien. Sin embargo
todos los días vomita sangre por dentro y por afuera, mientras agoniza
palmo a palmo, hasta que finalmente un día muere con plena entereza.
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peo, ¿no? ¡Qué importa, al diablo con los detalles, el hecho en sí es de
suyo interesante! Cierto monarca desarrolló una prisión con un diseño
único. Una torre imponentemente alta, desafiando los cielos, con una
cúpula como corona en el centro de un anillo de celdas circulares. Las
celdas estaban llenas de criminales infames —traidores, revolucionarios,
ladrones, asesinos. Claro que la historia calla respecto a si en verdad eran
criminales. Porque sin duda el solo hecho de oponerse al tirano en turno
bastaría para recluirte de por vida. Apostados en el domo en la cúspide,
el gobernante o los guardias podían ver a todos los prisioneros: sus mi-
radas hurgaban dentro de cada celda; los convictos no tenían privacidad.
Las celdas se encontraban situadas tan debajo que sus moradores no
podían divisar a sus vigilantes en la cúpula cimera. Intenta imaginarlo,
sentirlo... No hay un solo momento que no te vigilen: observan todos tus
actos, dormir, comer, tu enojo, soledad, incluso orinar, cagar y mastur-
barte. Y aunque sabes que te observan, eres impotente porque no los ves.
Ni siquiera puedes revirar con la mirada. Al principio eres presa de la
furia, pero incapaz de nada, lentamente aceptas tu predicamento, derro-
tado, convirtiéndote en un objeto apático e irracional. ¡Oh! Vaya proceso
de deshumanización paulatino, esa torre vigía, símbolo de la tiranía, el
poder ilimitado y el sometimiento total al Estado...».
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Serpientes
negras venenosas
Bachint Kaur
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responsabilidad de los hijos varones (y sólo de ellos) proveer para sus
madres? Especialmente cuando los yernos han obligado a las hijas a
tomar la delantera a sus hermanos para pedir una parte equitativa de
la propiedad ancestral.
«De acuerdo, entonces será sólo por unos pocos días. ¿Qué sentido
tiene crear molestias innecesarias en la casa?». Mukhtiyaro aceptó la
propuesta que ella misma acababa de hacer a su madre, después lanzó
una mirada furtiva al rostro amargo de su esposo para medir su reacción.
Mientras tanto, la madre se moría por una oportunidad de compar-
tir sus alegrías y tristezas con su hija.
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Sólo espera y verás si Bebe regresa en menos de un mes».
«Mmm», asintió nuevamente Balwant a las palabras de Mindro.
«Como si hubiera escasez de arroz en Delhi para que ella tenga que
cargar un contenedor repleto. Y como si la pasta vermicelli fuera un
fruto tan raro como para que tuviera que llevar todas nuestras reser-
vas. Después de todo, todas somos hijas de alguien pero nuestra madre
nunca hace nada como esto. Arrebatar comida de las bocas de hijos y
nueras para atiborrar la casa de la hija... Y yo te pregunto, ¿qué esca-
sea en una ciudad como Delhi? Uno podría comprar todo el mercado
de una pasada si quisiera. ¡Como si no conociera a la vieja...! Cual-
quier dinero que tenga, se lo entregará a su hija. Incluso lo retiraría de
la pensión de Baiji para dárselo a ella».
Mindro creía tener pleno derecho incluso de la pensión que Bebe
Bhagwanti recibía del ejército por su difunto marido. Ésa era la razón
por la que todo lo que Bebe había comprado para Mukhtiyaro, aun si
costaba una moneda, para Mindro era como si valiera cien.
Bhagwanti no amaba a Mukhtiyaro menos de lo que amaba a Ba-
lwant. Era debido a su amor inagotable que para ella era difícil sopor-
tar la separación de cualquiera de los dos. Tal vez por eso, cada vez
que Bhagwanti visitaba a Mukhtiyaro en Delhi por un día o dos, no se
estaba quieta ni un momento.
«Mira, niña, seguramente pueda ser útil mientras estoy aquí. Déja-
me picar los vegetales o hacer cualquier otra cosa mientras sólo estoy
sentada sin hacer nada. Yo me encargaré de la masa. Si no, déjame
picar ajo para que puedas usarlo después. Así, cuando tengamos que
cocinar algo más tarde lo tendremos listo rápidamente». Normalmen-
te, iba una mujer a lavar los trastes, pero Bebe se adelantaba discreta-
mente y los lavaba ella misma.
Todo el tiempo que estuviera ahí, Bebe Bhagwanti se encargaría
de muchos pequeños quehaceres para Mukhtiyaro. Si la correa de
un bolso se rompía, ella se sentaría rápidamente con aguja e hilo a
coserla. Si cualquier edredón tuviera una rasgadura, ella lo parcharía
enseguida. Si el borde de alguna alfombra estuviera deshilachado,
ella tomaría un nuevo pedazo de tejido de algún lado y lo enmenda-
ría. Haría cien cosas para Mukhtiyaro durante todo el tiempo que se
quedara con ella. E incluso entonces, las únicas palabras que pronun-
ciaría serían: «Yo sólo vengo aquí a ser una carga para ti, niña. No
puedo hacer mucho».
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«Bebe, no digas lo primero que te llegue a la mente. Yo nunca veo
que te estés quieta». Mukhtiyaro apapacharía a su madre desde la
cabeza hasta el dedo pequeño del pie mientras ésta seguía haciendo
sus quehaceres.
Pero Lehna Singh, después de dirigir un somero saludo a Bebe Bha-
gwanti cuando llegó a visitarlos, no intercambiaría otra palabra con ella
hasta que se fuera nuevamente a su pueblo. Sintiendo su hostilidad, Bebe
se mantendría agachada en la cocina hasta que él hubiera salido a tra-
bajar. Entonces una tristeza profunda carcomería las entrañas de Bebe
como una rata. Mientras se despertaba, comía, hacía quehaceres, se sen-
taba, dormía, un solo pensamiento levantaría la cabeza en su mente.
«¿Por qué razón estoy sentada aquí en el umbral de la puerta de mi
hija? Estar con ella un día es tan bueno como estar con ella dos días».
¿Pero puede el amor entre madres e hijas quebrarse tan fácilmente?
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¡Cuánto amor!
¡Cuánto desamparo!
¡Cuánta frialdad y cuánta insolencia! Lehna Singh no tenía ningu-
na consideración por sus mayores. Mukhtiyaro miró con impotencia
a Lehna Singh por una respuesta y a su vez Bebe Bhagwanti miró a
Mukhtiyaro tristemente, melancólicamente, durante un largo rato. Y
entonces comenzó a doblar su traje chheent con el corazón roto de
volver a meterlo en su caja. Y entregando la pasta vermicelli, el gram
dal y los muchos otros paquetes de regalos y la bolsa que contenía las
almendras a Mukhtiyaro, dijo suavemente:
«Toma, niña, guarda éstas también en la cocina. Cada mañana,
pon a remojar unas cuantas almendras en leche y dáselas a Lehna
Singh. Y tú también debes tomar un poco de leche de vez en cuando.
Ve cómo tu cara se ha vuelto permanentemente adormilada como la
de un gato. Después de todo, debes de estar muy cansada de trabajar
en la fábrica todos los días. Y además tienes que hacer todo lo de la
casa, todo tú sola, con tus propias manos. No tienes a nadie que te
apoye... yo hubiera pensado que tendrías un poco de descanso... yo
hubiera podido al menos encargarme de la casa. Y este catre tuyo está
casi completamente descosido. Si hubieras traído un poco de hilo, yo
lo hubiera cosido. Y este khes está tirado sin usar, nuevecito, sólo por
la molestia de anudar los hilos de sus bordes. Yo podría haber hecho
al menos eso, sentada aquí sin hacer nada... no soy capaz de nada más
que eso. Creo que si Dios me llama pronto, sería mucho mejor...».
La garganta de Bebe Bhagwanti parecía ahogarse mientras habla-
ba. Finalmente, había comprendido todo en el silencio de su hija. Le-
hna Singh no quería que se quedara.
La furiosa Mukhtiyaro, que escrutaba silenciosamente el rostro in-
diferente de su marido, sólo podía hervir de rabia por dentro.
«¡Idiota! ¡Qué carnicero es! No ha mantenido ninguna relación
con sus hermanos o hermanas. Ahora quiere que yo también me des-
prenda de los míos. ¿A quién me ha atado Dios? No tiene ningún
sentido común, ¡ninguna vergüenza! Ningún respeto por sus mayores.
Sé que se muere ante el mero pensamiento de que Bebe se quede aquí
conmigo por un día o dos. Es porque yo dormiría con Bebe durante el
tiempo en que esté aquí, ¿no es cierto? Ahora sólo lo dejaré que me
mire... Cómo me encantaría arrojarle este incienso encendido... ¡a su
negra cara!».
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Mukhtiyaro se sentó agitando el veneno en su interior como una
serpiente durante una hora, y luego dijo en voz muy alta y muy irri-
tada:
«Ven, Bebe, déjame acompañarte a la estación de autobuses ahora
mismo».
«Muy bien, niña. Que prosperen en su hogar».
Tras bendecirlos a los dos, acariciar la cabeza de Lehna Singh y
colocar un billete de diez rupias en la palma de su mano, Bebe Bha-
gwanti levantó un pesado equipaje de tristezas en su propia cabeza y
caminó calladamente detrás de Mukhtiyaro.
«Bebe, no hay necesidad de alimentar con leche a serpientes
venenosas».1 Mukthiyaro arrebató el billete de diez rupias de la mano
de Lehna Singh y lo devolvió al puño de Bebe l
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Nirupama
Dutt
C iudad en movimiento
de la ventana
no cambia
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S iglo que pasa
el poema se encontrará
en tu cariñoso abrazo
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Surjit
Patar
Distancia
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Asustado de los toquidos
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Una tierra
extranjera
Gourahari Das
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estaba bien. Calculaba en su propia mente que sería como la una de la
tarde cuando llegara a su pueblo. De nuevo vino a su mente la carta de
su padre. Después de que se fue de casa a vivir en el hostal, su padre
le escribía al menos dos cartas al mes, muy largas y en odia, porque
quería probar su habilidad de leer la escritura de la lengua odia. Su padre
siempre dijo que uno, aunque pueda leer y escribir en muchas lenguas,
debería siempre ser adepto a su idioma nativo.
Siempre que Itishree iba a casa, su madre le pedía: «Lee el Laxmi
Purana». En el día de Janmastami, le pedía: «Por favor, lee el Gopalila
del décimo canto del Bhagawata». Su padre le decía: «Querida, por
favor lee el Vishad Yoga, del Gita». Sus padres estaban orgullosos de
que Itishree pudiera leer las letras del Purana con la tonada y el ritmo
correctos. Su padre siempre les decía a sus hermanos: «Miren a mi
hija. Lee el Purana con una voz tan hermosa. Podría hacer llorar a
cualquiera que la escuche. Ustedes nada más pierden su tiempo
pescando y jugando. ¿Cuál será su destino?». Cuando no estaba en
casa, Itishree extrañaba a su madre. Cuando su madre escuchaba el
Purana o cualquier otro texto religioso se sentaba con la cabeza cubierta
con un velo. Doblaba las palmas y las ponía sobre su frente. Cuando
escuchaba el Laxmi Purana, murmuraba: «Oh, Señor querido, ¿por qué
harías esto? ¿Por qué echarías a una esposa como Laxmi del templo?».
Y más allá, se emocionaba mucho cuando salía a colación el tópico del
significado de Jagannath y Balbhadra. Aunque nunca hacía comentarios,
parecía siempre feliz de escuchar la historia de éxito de Laxmi como si
ella también formara parte.
El pueblo de Patapur, a las orillas del río Mathei era el pueblo
paternal de Itishree. Sin embargo, había sido educada en la ciudad. Su
padre trabajaba en Cuttack. Fue transferido de Cuttack a Bhubaneswar.
Ella y su madre le acompañaron allá. Para cuando ella había terminado
la educación media, su padre se había jubilado. Regresó a su pueblo
natal. Itishree se fue a Bangalore a buscar su carrera de medicina, e
inmediatamente después de graduarse se casó. Después de su matrimonio
con Nilalohita, cuando se estaba yendo a Estados Unidos, sus padres
habían ido al aeropuerto de Bhubaneswar con su hermano mayor. Su
madre no podía dejar de llorar. Finalmente, Itishree tuvo que fingir
enojo y decir: «¿Por qué no pusiste condición durante la boda? Estaban
tan emocionados al oír “América” que querían deshacerse de su hija
cuanto antes. ¿Entonces por qué lloran aquí y ahora?».
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Sin embargo, su madre no estaba lista para entender. Abrazó a Itishree
y siguió llorando. Nada podía hacer que las lágrimas dejaran de correr.
Cuando Itishree la miró desde la fila de seguridad, su madre la veía como
una estatua.
Las lágrimas inundaron los ojos de Itishree.
Quizá su madre tenía la intuición de que ésa sería la última vez que
vería a su hija. ¿Por qué, si no, se quedaría viéndola así? ¿Por qué la
abrazaría tanto tiempo, como no dejando ir a su hija querida?
Recientemente, su hermano menor había escrito: «Papá no está
bien. A veces, le sube la presión a niveles anormales. Sólo habla de ti. Si
puedes, ven a visitarlo al menos una vez».
Itishree entendía el significado indirecto de las palabras de su
hermano y su padre. Cuando la gente de su pueblo está al borde de la
muerte, entonces, y sólo entonces, se envía una carta con las palabras:
«Las cosas no está bien, y sería bueno que vinieras a visitar». Y por eso
se asustó cuando recibió la carta. Recordó los incidentes que rodearon
la muerte de su madre. Tenía ansia por irse. Nilalohita le había dicho:
«Espera una semana. Swati y yo iremos contigo». Pero Itishree no lo
escuchó. No podía mas que ser directa y decirle: «A veces en un solo
día cuelga una vida entera. No pude ver a mi madre cuando murió. No
podría perdonarme si pasa lo mismo con mi padre. Ustedes, ambos,
padre e hija, pueden venir en una semana si quieren. Yo me voy ya».
Al lado del camino había un gran estanque de loto. Itishree bajó la
ventana del vehículo y miró las flores. ¡Qué atractiva y encantadora se
veía su tierra! ¡Qué íntimos el viento y agua de este país! Con toda la
plenitud y lujo de la tierra extranjera, nunca sentía esta calidez. Y por
otro lado, alguien en completa miseria también podría sentirse atado a
su tierra natal. Estaba impaciente por llegar a su pueblo.
Solía ser así de impaciente cuando estudiaba en Bangalore. Cuando
era hora de ir a casa, deseaba tener alas. Pero nunca se cumplía su deseo.
En esos tiempos, no había vuelos ni trenes directos. Tenía que viajar
pasando por Madrás siempre que visitaba su hogar. Ahora es mucho más
conveniente el viaje.
En esos tiempos, cuando en cuanto llegaba a casa, Itishree mandaba a
todos. Le decía a su madre qué cocinar y cuándo, de una lista especialmente
preparada para esto. Arroz lilawati, y con él curri hilsa de pescado con
requesón y pasta de mostaza; chudchuda de pez mahurali: calabaza okra con
taro y requesón; flores de calabaza fritas ligeramente, empanizadas con
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polvo de arroz; pescado rohu en caldillo de patatas sin pelar; camarones
molidos con ajo y chiles verdes; hojas verdes de kalam con chile verde
mung dal del mismo pueblo, sazonado con ghee puro; filetillos de caviar;
okra salteada con pasta de mostaza; brinjal rostizado; bolitas de dal en
polvo; hongos rostizados en hoja de calabaza; plátanos crudos y patatas
salteadas cortadas en círculo con chile y polvo de cilantro fresco, recién
cocinadas. Los domingos, para el almuerzo había curri de cangrejo y para
la cena curri de huevo y patata. Además de esto, Itishree no podía objetar
si su madre y sus cuñadas añadían algo más.
Cuando Itishree le daba la lista a su madre, su padre decía: «Llévate a
tu madre al hostal, y ahí te servirá bien».
Señalaba a sus cuñadas y decía: «Madre nada más daría instrucciones.
¿Cómo podría cocinar todas estas cosas ella sola? Si ella tiene que hacer
todo, ¿qué harán ellas?».
Su cuñada mayor sonreía y decía: «No tenemos problema, pero tu
madre no entendería. Si no suda y se cansa en la cocina, pensaría que
le falta algo en la tarea de cuidar a su hija. Cuando te fueras a tu hostal,
se quedaría y diría: «Oh, esta mente terrible. Mi hija quería un platillo
ácido de dilleniai y lo olvidé».
Su madre sonreía y decía: «No es verdad. No puede tolerar si su
comida no está perfecta. Hasta las cosas más triviales, como la sal o el
chile, tienen que ser perfectas. Mis hijos se comen lo que sea, pero ella
no se lo piensa antes de rechazar el curri. Ni siquiera lo toca. Se comería
el sambar y el arroz aguado del hostal, pero en cuanto llega a casa no
tolera ninguna imperfección».
Todo mundo estallaba en risas. La casa entera reverberaba en
carcajadas. Pero Itishree sentía vergüenza. Corría y escondía la cara en el
regazo de su padre. Su padre fingía enojarse con todos y decía: «¿Por qué
molestan todos a mi hija?».
Alrededor de las diez moujas, la familia de Managovinda Mahapatra era
vista como una familia ideal. La familia de Managovinda era una familia
feliz que consistía en cuatro hijos y una hija. Todos se quedaban juntos,
se sentaban juntos, y comían juntos.
Después de su visita al mercado de Ghanteswar, su padre le hablaba
a su madre de la discusión acerca de la buena reputación de sus hijos.
Hablaba tan fuerte para que sus hijos supieran que no debería haber
muros que dividieran a la familia o al campo. «Pueden hacer cualquier
cosa, pero no dejen que pase esto», decía.
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Todos los hermanos eran capaces. Tenían como veinticinco acres de
tierras en ambos lados del pueblo, peces en los estanques, árboles de coco
con frutos, ganado como toros y vacas. Pero, con excepción del menor,
nadie tenía una carrera. Nadie tenía un empleo distinto. El hermano
menor había obtenido una maestría y entrenamiento en educación. Era
el director de una escuela en un pueblo vecino.
Su padre solía decir: «No requerimos ningún empleo. Incluso después
de que me muera, a mis hijos nunca les faltará el arroz».
Y su madre añadía: «Yo pongo el curri».
Y sus hermanos reían.
Itishree discutía por su madre y decía: «¿De qué se ríen? ¿Está
diciendo algo mal? Nuestro padre trae varios tipos de arroz, como sola,
patina y lilavati de sus campos, y nuestra madre trae calabazas, hongos
y berenjenas de su jardín. ¿Y hace caso siquiera si alguien le dice que
descanse y no salga al sol?».
Sus hermanos se callaban.
Su hermano mayor decía: «Madre, tienes un pobre abogado que no
tiene trabajo, pero puede defenderte en este caso».
Pero Itishree nunca se rendía.
Siempre que había ido al pueblo había visto a su madre en el jardín de
berenjenas de atrás o en la cocina. El jardín de su madre era como una
gran vedulería. Había vegetales desde las calabazas hasta la espinaca poi,
y todo tipo de calabacín. Durante la temporada lluviosa, su madre hacía
alambrados para la espinaca, el pepino, la calabaza larga y el calabacín, y
los vegetales colgaban de ahí. En las orillas del jardín estaban las plantas
de pepino, que daban hasta dos frutos diarios. Al otro lado había plantas
de chile. Y a veces, cuando había servido la comida de todos, no quedaba
nada para ella, pero no le decía a nadie. De prisa traía un pepino y chile
del jardín, y eso era su curri. No dejaba que se enteraran ni siquiera sus
nueras.
Los chiles crecían en el jardín todo el año. Su madre decía: «Están
pagando algo que les presté en mi vida pasada».
Itishree sonreía. Su madre le contaba los secretos. Había una regla
que dominaba el hogar de los Mahapatra; todos comían juntos. Primero
el padre, con sus hijos e hija, y luego la madre con sus nueras. Cuando
los hijos comenzaron a tener sus propios hijos, también ellos fueron
incluidos en la primera lista. Todo se cocinaba en un solo lugar. Todos
comían en un solo lugar.
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Itishree venía a su pueblo por primera vez en siete años. Un día
después de irse de América, había venido a vivir en casa de Nihalohita en
Brahmagiri. Después fue a Bhubaneswar, y había regresado a Brahmagiri
porque habían llamado de vuelta a Nilalohita. El banco en donde trabajaba
había quebrado. Nilalohita estaba muy molesto. No habían tenido más
opción que regresar inmediatamente. Y el deseo de Itishree de regresar
a su pueblo no se cumplía.
Ahora, Itishree vivía en Nashville, en Estados Unidos. Nilalohita
trabajaba ahí, en la industria del software. Ella trabajaba en el hospital de
Rose Valley. Tenían una hija que se llamaba Swati, que estaba por cumplir
cuatro años. Su hogar se veía distinto después de la muerte de su madre.
No podía olvidarla una vez que llegó. ¿Cómo vería a su padre? Itishree
se preparaba.
Sus cuatro hermanos tenían un hijo cada uno. Había diecisiete
miembros de la familia incluyendo a su padre. Si el tío Suna también se
incluía, eran dieciocho. Desde que su madre todavía vivía, el trabajo se
dividía entre las nueras. Alguna cocinaba, otra cortaba las verduras, otra
cuidaba a los niños, otra los llevaba a la escuela, y otra cuidaba el ganado.
El cuidado del jardín se dividía entre su madre y el tío Suna.
Su padre solía sentarse en la veranda y saludar a los que pasaban, e
intermitentemente pedía té o agua, y preguntaba finalmente: «¿Cuándo
terminarán de cocinar?».
Su familia era como el gran árbol de tamarindo en el centro del pueblo.
Como las ramas del tamarindo, con los cantos de diversos pájaros, la casa
de la familia Mahapatra siempre estaba viva con los ruidos de los niños.
El hijo mayor cuidaba las tierras, y el de enmedio cuidaba la tienda de
la familia. El tercero se encargaba del tractor y del molino de harina. El
hermano menor se encargaba de su propio trabajo y de la educación de
su hijo y de todos sus sobrinos y sobrinas.
La casa de los Mahapatra era circular. Justo en el centro estaba la
cocina, del tamaño de un gran salón. En ambos lados de la cocina había
grandes patios donde jugaban los niños. El patio trasero se usaba para
secar hojas, chiles, cúrcuma y arroz para las tortitas. Sus cuñadas se
quedaban ahí cortando verduras y chismeaban acerca de cualquier cosa
que se pudiera.
Como era una familia grande, siempre había algún invitado en casa.
A veces había gente de la familia de alguna u otra cuñada, que venía a
visitar. Como tenían su propia tienda de abarrotes, no había problema
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para traer té o azúcar, o aceite y patatas. Por lo tanto, siempre había algo
que ofrecer a las visitas.
Itishree era la que más halagos recibía de todas las visitas que venían.
Siempre se hablaba de ella, estuviera ahí o no. Los huéspedes aplaudían
a su padre que la educara como doctora, aunque fuera mujer. Y su padre
sonreía: «No he gastado ni un centavo en ella. Desde niña siempre ha
estudiado con becas. Sólo cuando se fue a estudiar a Bangalore gasté
tres o cuatro lakhs en su educación. ¿No es una inversión que fácilmente
recuperaríamos su madre y yo con puras muestras médicas?».
Las visitas se reían. Su padre se reía con ellas.
Itishree pensaba que era bueno que sus hermanos no se hubieran ido
a trabajar a otro lado. Al menos todos vivían con sus padres. Había tantas
familias en su pueblo en las que los padres sólo tenían dos hijos varones,
y cada uno tenía su propia familia separada. Pero en su casa, no había
familias separadas. Ni hablar de ello.
El arroz de las tierras de su padre y las berenjenas del jardín de su
madre unían a todos. Itishree se decía a sí misma: «Sólo faltan cinco
kilómetros para Ghanteswar. Sólo media hora más para Patapur».
La cuñada mayor decía: «Ya te he pedido tantas veces que vengas
a comer, y no me haces caso. ¿Quizá debería mandarte el arroz y el
curri?». Itishree no respondía. Se imaginaba la mirada de su padre. Se
imaginaba que su padre ahora estaba solitario, pero no podía imaginarse
que estuviera tan desolado. Su padre parecía una aguda estatua de madera.
Las lágrimas le brotaban.
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Itishree se preguntaba: «¿Cómo es que ha pasado esto? ¿Por qué no
me dijeron nada?». Quizá su padre no sabía ni por dónde empezar a
decirle. Cuando llegó a casa, de inmediato vio todo lo que había cambiado.
Aunque nadie lo decía, ella podía imaginar ese gran cambio. Cuando
saludó respetuosamente a su hermano y a su cuñada, inmediatamente
leyó este cambio en sus caras.
Eran las dos de la tarde. Las cuñadas no podían esperar más. De
inmediato mandaron el curri que habían cocinado al cuarto de su padre
para que ambos, padre e hija, pudieran comer juntos.
Su padre dijo: «Ahora sólo se cocina el arroz para todos juntos. Todo
lo demás lo cocinan por separado, cada quien para sus propios hijos».
Itishree se lo había imaginado. Había humo saliendo de la casa de
cada cuñada, y diferentes olores de cada curri. El hermano mayor tenía
una estufa de keroseno y los otros tenían estufas de leña en las verandas
de cada cuarto. El hermano menor tenía una estufa de gas en su cuarto.
La casa donde sólo una estufa sacaba humo, como el humo del fuego
sagrado, ahora tenía cuatro estufas secretas. Itishree no podía aceptarlo,
para nada. El arroz se compartía porque no se podía dividir la tierra.
Quizá, una vez que muriera su padre, también el arroz se cocinaría por
separado.
Su padre estaba sentado en su silla, inmóvil, cabizbajo. Parecía un
soldado derrotado.
Itishree sólo observaba a sus cuñadas, asombrada. Su propio hogar
ahora parecía un país extraño, donde no reconocía nada.
Gradualmente, aumentaba el número de platos de curri en el cuarto
de su padre. Sus cuatro cuñadas trajeron los curri cocinados por cada
una, dos platos pequeños de pescado, plátano frito con patatas, calabacín
con posto, cuatro tipos de vegetales de hoja, tortitas badi de lenteja,
berenjenas fritas, curri de potola y más patatas. Ninguna de las cuñadas
había reparado en mostrar hospitalidad a Itishree.
Su padre dijo: «Ven, hija. Come algo. Tu cara está seca y oscura. Dime,
¿por qué te has debilitado tanto? ¿Estás comiendo bien? ¿Ha aumentado
tu carga de trabajo? Esta profesión de medicina que has elegido te hace
ver más vieja».
Itishree no dijo una sola palabra. Su padre siempre fue así. Aunque
hubiese engordado, su padre siempre le decía que la veía débil. Su madre
ya no estaba. Si no, también ella habría llorado un largo rato por la
debilidad de su hija.
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Preguntó lo mismo, de nuevo: «¿Cómo ha pasado esto, papá?».
Su padre dijo, en un tono tranquilo: «Todo estaba bien hasta un
año después de que se fue tu madre. Un día, de repente, hubo una
gran pelea entre todas las cuñadas sobre quién iba a cocinar. Les grité.
Después, se quedaron todas juntas un rato por miedo. Pero un día vi
que se estaba cocinando en dos lugares en vez de uno. Y luego, pasó lo
que ves».
Las imágenes del pasado se mostraban frente a sus ojos. Su madre
sudaba e iba de un lado a otro, cocinando, y sus cuñadas la ayudaban.
Había una calma increíble en su cara, aunque la marca bermellón de
su frente casi sangrara sobre la mitad de su cara. Sólo ella sabía qué les
gustaba comer a cada uno de sus hijos, qué les gustaba a sus nueras.
Siempre había una u otra cosa cocinándose —a veces té y tentempiés, a
veces pasteles y tortitas tradicionales, a veces arroz y curri, y otras arroz
seco. Pero ese día, en la cocina, sólo se cocinaba arroz. El curri y todo lo
demás lo cocinaba cada quien en su cuarto. A diferencia de esos días, no
había niños jugando en el patio. Cada quien observaba desde su cuarto,
como extranjeros en busca de refugio.
Itishree sentía la tristeza y el resentimiento hervir dentro de ella.
Su padre dijo: «Vamos, hija. Ya se debe haber enfriado todo. Hay que
comer».
¿Vino deprisa desde una tierra extranjera para llegar a ver esto?
¿Quería ver a su padre tan desolado, tan triste, tan indefenso? ¿Cómo
podía pasar cinco años así, en este ambiente terrible? Cada momento
debe ser doloroso, como una cama de picos. Sin decir palabra a su
padre, Itishree corrió al jardín del patio trasero. Y ahí le esperaba
más sobresalto. El jardín de su madre ahora estaba dividido en cuatro.
Como el pescado hilsa, cortado en delgadas rebanadas. Ahora había tres
fronteras temporales en medio. Fue y arrancó un pepino de los arbustos
y un puño de chiles verdes. Cuando iba de regreso, se le atoró el sari en
una planta de chile. Miró, y vio que otra planta reemplazaba a la que su
madre había plantado. Resonaron en sus oídos las palabras de su madre:
«Me ha pagado algo de una vida pasada; el nacimiento de una persona
que ha reencarnado en una planta de chile». Desenredó su sari de la
planta y la acarició suavemente.
Su padre salió a buscarla. Su espalda se había encorvado con la edad.
No podía caminar derecho. No lo querían ni en su propia casa.
Itishree lo tomó de la mano y lo llevó de vuelta adentro. El plato de
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arroz estaba enmedio. Era el arroz rojizo de sus tierras. Tomó un puñado
y lo puso en otro plato. Lavó el pepino y los chiles del jardín y empezó
a comer arroz.
Los platillos de curri servidos por sus cuñadas seguían ahí,
abandonados. Su padre le rogaba como a una niña pequeña: «Querida,
preciosa, tus cuñadas han cocinado esto con tanto cariño. Toma, cómelo.
Se sentirán heridas si saben que no lo has comido. Eres una invitada
por sólo unos días, y no debes herirlas». Finalmente, en una voz de
reprimenda, le dijo. «Si tú no comes, yo tampoco».
Itishree no hacía caso a sus palabras. Había una tormenta dentro de
ella. Sentía como si se quebrara por dentro, como el tronco de un árbol
de tamarindo. Toda la flora y la fauna se destruían dentro de ella. Todas
las enredaderas de la calabaza y la espinaca se arrancaban de raíz. Todo se
caía a pedazos. Miró a su padre y le dijo: «Tú cómete lo que han servido
tus nueras. Yo no comeré nada de eso. Yo solo comeré el arroz de los
campos de mi padre y el pepino del jardín de mi madre».
Managovinda cerró la puerta levemente. Su hija era asombrosamente
necia. Nunca le hacía caso a nadie cuando estaba enojada. Y él no quería
que nadie escuchara su conversación. Trataría de explicarle todo esto
cuando se calmara, porque ahora no haría caso a nada.
Sus ojos lagrimeaban también por el picor del chile, y las lágrimas
rodaban por sus mejillas, pero ella no las secaba. Comía su arroz, mordía
los chiles.
Su padre vino y le ofreció un vaso de agua, y dijo: «Toma, bebe un
poco».
Itishree miró directamente a su padre y le preguntó: «¿Me dirás,
primero, si vendrás conmigo o no? Si no, sólo será este puñado todo lo
que comeré, y nada más. Ya me conoces».
Managovinda estaba un poco asustado. Su hija le había puesto una
prueba difícil. Dijo «Salir al extranjero, a esta edad…».
«¿Qué es el extranjero, padre, aquí o allá? ¿No es esta casa en pleno
Patapur un lugar extranjero para ti? ¿Éste es tu país, en el que ahora
se cocina y se come en cuatro lugares separados? ¿Cómo toleras este
sufrimiento todos los días aquí, padre?».
Managovinda dijo, en tono vengativo: «Deja que venga tu hermano
mayor. Todo va a estar bien. No necesitas preocuparte». Pero Itishree
hablaba con toda su voz, y sabía que su cuñada más joven estaba detrás de
la puerta espiando para ver qué pasaba. Pero la tenía sin cuidado. Decía:
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«Si las cosas están tan bien, habrían estado bien antes de que yo llegara. Y
nada está bien. Por eso te lo pido. Me escribes dos veces al mes. Cuando
llegó un segundo horno a casa, ¿por qué no me lo dijiste? ¿No soy yo
también de esta casa?».
Managovinda miraba la cara de su hija en silencio. Se veía tal cual
como su madre.
Itishree le dijo: «No sé si puedo liberarte del infierno en la otra vida, pero
no puedo dejarte vivir en este infierno. Dime si vendrás conmigo o no».
«Pero... Dejar a los hijos…». Estas palabras salían de Managovinda.
«¿No soy yo también tu hija? Padre querido, ¿no me has dado el
mismo amor que a tus hijos? ¿Entonces cómo puedes olvidar a tu hija?
¿Por qué no me dijiste cuando te volviste un extranjero en tu propia casa?
¿Por qué? ¿Es porque pensabas que una vez habiendo cedido a tu hija
en matrimonio se acababa tu relación con ella? Has cumplido tu deber
como padre, ¿por qué no me dejas cumplir el mío como hija? Es posible
que tenga que pasar problemas por esto, pero sé que los pasaré porque
he tomado responsabilidad de mi padre, y eso me llena de orgullo. ¿Por
qué me niegas esto, padre?».
Managovinda Mahapatra bajó la cabeza para que las lágrimas que
brotaban de sus ojos pudieran esconderse. Itishree había hecho una bola
de arroz apretada con sus propias manos, y trataba de darle esto de
comer a su padre, en la boca, directamente, justo como él la alimentaba
de niña. Las lágrimas seguían cayendo de los ojos de Managovinda.
Itishree habló de nuevo: «No has respondido mi pregunta».
Indefenso, Managovinda dijo: «Muy bien. Será como tú desees».
Incluso con sus manos sucias, Itishree abrazó a su padre. Con felicidad
y afecto le dijo: «Querido padre; me quedaré aquí cuanto se requiera,
pero esta vez no me iré sin ti». Se veía feliz, como si hubiera ganado una
batalla.
Padre e hija terminaron de comer. Sin embargo, los platillos
cocinados por las cuñadas seguían abandonados por ahí, como productos
extranjeros.
Limpió la cara húmeda de su padre con el extremo de su sari, y luego
sus ojos miraron la foto de su madre, en la pared de enfrente. Se dijo a
sí misma: «Te llevaré a ti también» l
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Enamorado
del cráneo
Rajendra Kishore Panda
El corazón extraído
en la cirugía se retorcerá
un rato y después se quedará quieto.
Poco a poco se pudrirá
y después no habrá ni huella de él.
Le hablo,
lo veo,
lo levanto en mis manos,
lo acaricio, lo beso.
Y al abrazarlo,
lo hago escuchar
las palpitaciones
de mi corazón demente.
Le pongo talco
en la frente,
kohl en los ojos;
le hago dibujitos
en el pómulo
y luego lo limpio.
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403
No sonríe ni llora,
no finge ni protesta. Tan
sólo sigue mirando.
Me convierto en dos
huesos cruzados
y me coloco
bajo el cráneo.
A veces me
vuelvo un rizo
alrededor del amado cráneo.
A veces
dejo que mi mente, mi pluma y mi conciencia
entren por los agujeros de sus ojos y su nariz.
A veces
me pregunto: ¿y si el corazón
hubiera sido hecho de huesos?
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404
Negociando la
heterogeneidad:
la literatura india después
de la Independencia
K. Satchidanandan
1 Los dalit o intocables ocupan el sitio inferior de la cadena social; son llamados, incluso,
“intocables”. (N. del T.).
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405
hindi; Arogyaniketan, de Tarasankar Banerjee, Chomana Dudi (El tambor de
Choma), de Shivram Karanth, o Bharatipura, de U. R. Ananthamurthy en
canarés; o Nalukettu (Casa ancestral), de M. T. Vasudevan Nair; Oru Desathinte
Katha (La historia de un pueblo), de S. K. Pottekkaatt; Kayar, de Thaka-
zhi Sivasankarapillai, o Mayyazippuzhayude Theerangalil (En Las orillas del río
Mayyazhi), de M. Mukundan, en malayalam; o Oru Puliyamarathin Kathai (La
historia de un árbol de tamarindo), de Sundararamaswamy, en tamil. La
división de la India es un tema recurrente en la ficción postindependen-
cia, como en Purab-O-Paschim (Este y Oeste), de Sunil Gangopadhyay, en
bengalí; A Train to Pakistan, de Khushwant Singh, en inglés, o Jhoota Sach (La
falsa verdad), de Yashpal, en hindi, o Aag ka Dariyaa (El río de fuego), de
Qurratulain Hyder, y las historias de Saadat Hasan Manto, Kishan Chandar
y Rajinder Singh Bedi, en urdu.
La novela histórica sigue siendo un género favorito entre los escrito-
res desde el comienzo de la novela en la India. Shyamal Gangopadhyay en
bengalí (p. ej. Darashuko), Vrindavan Lal Verma en hindi (Jhansi ki Rani, La
reina de Jhansi), Masti Venkatesha Iyengar en canarés (Chikkaveera Rajendra),
Ranjeet Desai en maratí (Swami), Surendra Mohanty en oriya (Nila Saila,
La montaña azul) y Viswanatha en telugu (Ekavira) son algunos ejemplos.
Juntos, estos escritores han cubierto un largo periodo de la historia, desde
el siglo xii al presente, con gran imaginación y perspicacia. O. V. Vijayan,
M. Mukundan, Sethu, N. S. Madhavan y Paul Zacharia en malayalam, U.
R. Ananthamurthy, Chandrasekhara Kambar y Poornachandra Tejaswi en
canarés, Sundararamaswamy y Jayamohan en tamil, Suresh Joshi en gujarati,
Bhalchandra Nemade en maratí y Nirmal Verma, Krishna Baldev Vaid y Vi-
nod Kumar Shukla en hindi han contribuido a la modernización del género
exponiendo las complejidades de la vida moderna —particularmente su
angustia y su alienación— e inventando nuevas estructuras y expresiones
idiomáticas que expresan mejor sus originales percepciones sobre la vida y
la mente. El aumento en el número de mujeres escritoras en estas lenguas
en años recientes ha asegurado la representación de los temas femeninos
y las perspectivas de las mujeres en la ficción india. Ellas reexaminan los
cánones patriarcales y las prácticas literarias, revisan mitos, reinterpretan
la épica, forjan un contralenguaje y encuentran una alternativa semiótica
del cuerpo y otras cuestiones. Mujeres novelistas establecidas como Kamala
Das, Amrita Pritam, Krishna Sobti, Ashapurna Devi, Ajeet Cour, Laksh-
mikantamma, Lalitambika Antarjanam, Pratibha Ray, Indira Goswami y Na-
baneeta Dev Sen han sido ahora alcanzadas por muchas nuevas y poderosas
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escritoras desde Sara Joseph, Gracy y Sitara en malayalam hasta Ambai en
tamil, Volga en telugu, Bani Basu en bengalí, Moushmi Kandali en asamés,
Sania en maratí y Geetanjali Sree en hindi. Hay toda una nueva genera-
ción de escritoras talentosas en todas las lenguas indias, desde Nabarun
Bhattacharya en bengalí (p. ej. Herbert) y Alka Saraogi en hindi (Kolikatha via
Byepass) hasta Jayamohan en tamil (Vishnupuram) y K. P. Ramanunni en ma-
layalam (Jeevitathinte Pusthakam, El libro de la vida), quienes ya han probado
sus credenciales como novelistas de gran capacidad.
La ficción india en inglés comenzó a recibir una aclamación internacio-
nal más amplia con la publicación de Midnight’s Children, de Salman Rushdie.
Pero no hay que olvidar las contribuciones de pioneros como R. K. Narayan,
Raja Rao, Bhabani Bhattacharya, Mulk Raj Anand, Nayantara Sehgal, Anita
Desai y otros. Aunque, ciertamente, ha habido un cambio de paradigma con
la aparición de Rushdie, Vikram Seth, Amitav Ghosh, Allan Sealy y Arund-
hati Roy, quienes son libres de la autoduda que parecía haber atormentado
a sus predecesores. Estos escritores y sus seguidores, como Kiran Nagarkar,
Kiran Desai, Rohinton Mistry, Gita Hariharan, Mukul Kesavan, Shama Fu-
tehally, Amit Choudhuri, Rukun Advani, Vikram Chandra, Altaf Tyrewala,
Shashi Deshpande, Jhumpa Lahiri, Manju Kapur, Ruchir Joshi, Radhika Jha,
Hari Kunzru, Anita Nair, Attia Hosain y muchos otros no son apologéticos
por escribir en inglés; ellos consideran al inglés una lengua legítimamente
india y la usan con gran libertad y creatividad. Comparten dispositivos esti-
lísticos y géneros con sus contrapartes de idioma. Si Malgudi Days, de R. K.
Narayan, Kanthapura, de Raja Rao, y God of Small Things, de Arundhati Roy,
son sthalapuranas o historias locales, Trotternama, de Allan Sealy, sigue el pa-
trón de las nama o crónicas indias. Cuckold, de Kiran Nagarkar, es una nueva
forma de hagiografía; The Great Indian Novel, de Sasi Taroor, es una parodia
épica, y Golden Gate, de Vikram Seth, es parte de la tradición narrativa en
verso. El uso directo de palabras malayalam en The God of Small Things y el
empleo de usos nativos y proverbios, así como de costumbres y actitudes
locales, en los trabajos de Khushwant Singh, Bhabani Bhattacharya, Raja
Rao, Kiran Nagarkar, Kiran Desai, Kaveri Nambisan y Vikram Seth apuntan
a un proceso de nativización del ingés. Trabajos como Midnight’s Children, de
Salman Rushdie, English, August, de Upamanyu Chatterjee, y Sea of Poppies,
de Amitav Ghosh, demuestran una autoconciencia que cuestiona las fron-
teras lingüísticas. Los nuevos novelistas interrogan la «pureza» de la cultura
india, aceptan el inglés como parte de la polifonía subcontinental y rehúsan
privilegiar tradición o modernidad. El rango temático de la nueva novela en
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inglés es asombrosamente amplio: las fisuras en el cuerpo político (Beethoven
Among the Cows), el comunalismo ascendente (The Little Soldier), la emigra-
ción (The Glass Palace, A Sea of Poppies), el ser inmigrante dividido (Satanic
Verses), la confusión de la pérdida (Afternoon Rag), la historia postcolonial
(Midnight’s Children, Shame, Trotternama), la celebración de lo híbrido (Moor’s
Last Sigh, The Enchantress of Florence), la cuestión de la identidad (Namesake)
y el cambio en los poblados indios (Nectar in a Sieve, Sunlight on a Broken Co-
lumn) son sólo algunas de las mayores preocupaciones temáticas puestas en
relieve por estos novelistas. Una nueva y más ligera forma de escritura rara
vez preocupada sobre la literariedad también ha emergido con los traba-
jos de escritores como Chetan Bhagat, Samit Basu y Meenakshi Madhavan.
Blogs, e-zines e internet también están cambiando rápidamente la naturaleza
de la comunicación literaria en la India. Es muy posible que se abran cami-
nos inesperados bajo la presión de la economía de mercado, la globalización
y la homogenización forzada de culturas. La cartografía interna de la India
liberalizada puede probablemente poner en primer plano nuevas cuestiones
éticas sobre nuestro comportamiento social hacia los refugiados, los inmi-
grantes y las poblaciones no convencionales, cuestiones ya señaladas por
Rana Dasgupta y Kiran Desai en sus trabajos recientes.
2 Se refiere a un dios de la mitología hinduista que ha sido llevado a la artesanía, por lo que aquí
se refiere a algo despojado de su valor sagrado que ha sido degradado al adorno. (N. del T.).
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intensidad». Bishnu Dey, el poeta bengalí, expresó su preocupación por la
muerte de la aldea, de la villa, la ruda agresión a la naturaleza y la urbaniza-
ción desconsiderada que parecía perturbar la armonía de la vida:
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Incluso sus nombres diferían: era nayee kavita (hubo otros movimientos
también, como akavita) en hindi, adhunik kavita en bengalí y malayalam, na-
vya en canarés y puthukkavitai en tamil, aunque todos significaban la nueva
o moderna poesía. Los modismos y aproximaciones a menudo difieren de
lengua a lengua e incluso ideológicamente no hay unidad monolítica. Por
ejemplo en hindi, bengalí o telugu la nueva poesía tuvo un carácter predo-
minantemente progresista, ya que el movimiento había sido liderado por
Muktibodh, Bishnu Dey y Sri Sri, quienes tenían un impulso socialista radi-
cal, mientras en maratí, malayalam y canarés el impulso fue individualista,
como en B. S. Mardhekar, Ayyappa Paniker o Gopalakrishna Adiga, quienes
predominantemente se enfocaron en la soberanía del individuo, aunque su
poesía vista en retrospectiva no carece de implicaciones sociales expresadas
con frecuencia de manera negativa, en términos de escape o de agonía.
Cualquiera que sea el paradigma que escojamos, la experiencia moderna
en la India puede ser vista como un compuesto de varios elementos que
tenían en su trasfondo el contexto más amplio de la industrialización y la
urbanización. Al menos inicialmente se trataba de la sublevación de una
sensibilidad amenazada, por una parte, por la inminente decadencia, y por
los ominosos indicios de la pérdida de la vida rural, por otra. La cultura
existente estaba en una crisis estimulada por la retirada de los valores de
Gandhi de la vida política, los enormes movimientos demográficos orien-
tados a la ciudad provocados por el desempleo rural, el trauma que dejó la
Partición, el demonio del hambre acechando los suburbios de la ciudad, así
como los pueblos; las tensiones engendradas por la educación colonial, la
alienación, la angustia y la soledad experimentadas por la sensible población
urbana, gran parte de la cual tenía sus raíces en sus pueblos, los retos im-
puestos por las masas desplazadas de la sensación segura de la tradición y los
modos nativos de ver y sentir, y el terror y el éxtasis de un nuevo mundo sin
un Dirigente Supremo. Incluso las ideologías colectivas parecían haber per-
dido su encanto en muchos y la idea simplista del progreso continuo estaba
en duda: las complejidades interminables de la experiencia empujaron a los
escritores a buscar estilos alternativos de pensamiento, imagen y expresión.
Para 1965-1970, los escritores indios en distintas lenguas habían pro-
ducido ya un cuerpo de poesía que se esforzó por capturar la naturaleza
multicapas de la vida en su difícil coexistencia con mundos temporales di-
ferentes, lo racional con lo espiritual, lo real con lo surreal, en sus sor-
prendentes imágenes, ritmos sincopados, empleo de patrones innovadores,
mezclas oníricas y sustitución de tiempo y espacio, inesperados saltos de
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pensamiento y sofisticadas transgresiones de las normas de decencia y pro-
piedad establecidas, raros juegos combinatorios de lo clásico y lo folclórico,
elementos exóticos e indígenas, reelaboraciones de la mitología india en los
nuevos contextos de la vida y el lenguaje, incursiones en leyendas y arqueti-
pos y uso consciente del lenguaje de la vida diaria. Mor aru Prithvir (Mío y de
la Tierra), de Navakanta Barua; Bibhinna Dinar Kavita (Poemas de diferentes
días), de Hiren Bhattacharya, y Surya Heno Nami ahe ei Nadiyedi (Se dice que
el sol desciende de este río), de Neelmani Phookan en asamés; Jete Pari Kintu
Kena Jabo (Puedo ir, ¿pero por qué debería hacerlo?), de Shakti Chattopad-
hyay, y Ulanga Raja (El rey desnudo), de Nirendra Chakraborty, además de
los poemas de Buddhadev Bose, Amiya Chakravarty, Subhas Mukhopadhyay,
Sudhindranath Datta, Samar Sen, Premendra Mitra, Sunil Gangopadhyay y
Joy Goswami en bengalí; Chand ka Muh Tedha hai, de G. M. Muktibodh, y
Nadi ke Dweep, de Ajney, en hindi, además de los poemas de Kunwar Narain,
Kedarnath Singh, Vinod Kumar Shukla, Shamsher y otros, Pratyancha, de
Suresh Joshi, y Magan Poems, de Sitanshu Yashaschandra, en gujarati, además
de los poemas de Ravji Patel y Labhshankar Thaker; Bhoomigeete, Bhoota y
Koopamanduka, de Gopalakrishna Adiga, en canarés, además de los poemas
de K. S. Narasimhaswami, S. R. Ekkundi, Chandrasekhar Patil, Channavee-
ra Kanavi y G. S. Shivarudrappa; Jeevitathil, Maranathil (En vida, en muer-
te), de M. Govindan; Kavitakal (Poemas), de Ayyappa Paniker; 1963, de N.
N. Kakkad; Jeevacharitrakkurippikal (Notas para una biografía), de Madhavan
Ayyappath, y los poemas de Attoor Ravivarnma y Cherian K. Cherian en
malayalam; la poesía de Nachiketa en maithili; Ba Geva Na Az (No cantaré
hoy), de Dina Nath Nadim, y los poemas de Rahman Rahi, Amin Kamil y
G. R. Santosh en cachemir; Khula Amagi Wari (La historia de un pueblo),
de L. Samarendra Singh; Narak-Patal-Prithvi (El infierno, el inframundo y la
tierra), de Thangjom Ibopishak, además de la poesía de E. Neelakanta Singh
y N. Biren en manipuri; los poemas de B. S. Mardhekar, Dilip Chitre, Arun
Kolatkar y P. S. Rege en maratí; Bisad eka Ritu (Desesperación, una tempo-
rada), de Bhanuji Rao; la serie Kabita, de Sachi Rautroy; Sri Radha, de Ra-
makant Rath, y los poemas de Sitakanata Mahapatra, Guruprasad Mohanty,
Hara Parasad Das y Soubhagyakumar Mishra en oriya; Rukte Rishi de Har-
bhajan Singh, Sunehere (Mensajes), de Amrita Pritam, y Luna, de Shivkumar
Batalvi, en panyabí; Nadunisi Naikkal (Perros de medianoche), de Sundara
Ramaswamy, y los poemas de Ka. Na. Subramanyam, Jnanakoothan, C. S.
Chellappa, S. Mani, T. K. Doraiswamy y otros más en tamil; los poemas de
Ismail, Ajanta y otros en telugu, y de Firaq Gorakhpuri, Akhtar-ul-Iman,
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Balraj Komal Shehryar, Makhdoom Mohiuddin y otros, en urdu, fueron
responsables de dar nuevos dispositivos formales y dimensiones estéticas
a la poesía india en las últimas décadas. Aunque unidos en su urgencia de
descubrir un nuevo idioma para la poesía, difieren en muchos aspectos: de
la específica situación y genio lingüísticos, de los anclajes ideológicos y de
los modelos, si alguno, que estaban buscando en otras lenguas.
De 1970 en adelante, la tradición democrática de la poesía india —de
la cual la poesía de los movimientos bhakti-sufi, de la lucha por la libertad y
de los progresistas es ejemplo temprano— ha florecido como nunca antes
con la aparición de muchos sectores de la sociedad hasta entonces margina-
dos que iban empoderándose con la democracia. Esta poesía ha emergido
de una serie de luchas transversales que han ido mostrando los temas de la
descentralización, el derecho a la diferencia cultural, los poderes de casta y
género, el balance ecológico, los derechos tribales sobre la tierra, la lengua
y la cultura, y el combate a la intrusión del mercado en la vida cotidiana;
la consecuente reducción de la libertad a la mera opción consumista, la
estandarización forzada de la cultura buscada por las fuerzas capitalistas y
comunales, la valorización de la competencia, la supresión de la autonomía,
el sutil imperialismo del mundo unipolar con el despertar de la globali-
zación y la amnesia cultural impuesta al pueblo indio sobre sus gloriosos
intelectuales y tradiciones artísticas y sus formas únicas de conocimiento y
respuesta al mundo. Las tendencias individualistas de algunos modernistas
comenzaron a ser cuestionadas y las nuevas identidades colectivas forjaron
una nueva literatura de oposición y una estética de la resistencia comenzó a
evolucionar en casi cada lengua de la India.
La poesía refleja esas identidades colectivas emergentes a través de di-
versas expresiones y modos de articulación. Una de esas colectividades está
formada por los poetas que comparten una profunda preocupación social,
aun cuando difieren en sus objetivos ideológicos. Hay un amplio espectro
de disidentes que son democráticos pero que encuentran el sistema actual
inadecuado para reflejar las aspiraciones de la gente común. Éstos incluyen
a los gandhianos, los seguidores de Ram Manohar Lohia y M. N. Roy y a
comunistas de diferentes denominaciones y humanistas liberales de diversas
tonalidades. Todos ellos reconocen la existencia de inequidades de clase y
sueñan con una sociedad más igualitaria. Difieren de los viejos progresistas
en el uso de nuevos modos de poesía, algunos de los cuales fueron intro-
ducidos por los modernistas: ironía, humor negro, verso libre, prosa en
diferentes tonos, imágenes frescas, surrealistas y nuevas formas como el
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poema secuencia, ciclos poéticos, el poema extenso, la lírica extendida y
otros. En resumen, comparten la visión socialista de los progresistas y la
sensibilidad contemporánea de los modernistas. Su poesía está también ins-
pirada por una conciencia de la complejidad de la vida en nuestros tiempos,
así como por su propia experiencia urbana. La poesía de Raghuveer Sahai,
Dhoomil, Sarveswar Dayal Saxena, Vijay Narayan Sahi, Kunwar Narain, Ke-
darnath Singh, Vinod Kumar Shukla, Manglesh Dabral, Rajesh Joshi, Arun
Kamal, Vishnu Nagar, Riruraj, Asad Zaidi y muchos otros de la generación
más joven pueden ser citados como ejemplos del hindi, así como poetas de
otras lenguas como Jagtar, Pash o Surjit Pather en panyabí; Chandrasekhara
Kambar o P. Lankesh en canarés; Bishnu Dey, Samar Sen o Subhash Mukho-
padhyay en bengalí; J. P. Das o Jayanta Mahapatra en oriya; Narayan Surve
o Chandrakant Patil en maratí; Mafat Oza, Chinu Modi o Sarup Dhruv en
gujarati; Ali Sardar Jafri o Javed Akhtar en urdu; Kadammanitta Ramakrish-
nan, K. Satchidanandan o K. G. Sankara Pillai en malayalam; Siva Reddy o
Varavara Rao en telugu, para citar unos pocos ejemplos. Algunos de estos
poetas, como Kadammanitta y Kambar, han redescubierto el idioma folcló-
rico con frescos matices, mientras ciertos poetas maoístas, como Subbarao
Panigrahi, Cherabanda Raju, Saroj Dutta, Murari Mukhopadhyay, Gaddar y
Civic Chandran, han creado un nuevo simbolismo que marca la llegada de
un romanticismo revolucionario. Muchos de estos poetas han creado un
lenguaje concreto, agudo, irónico, no sentimental, para expresar su disgus-
to por el sistema. Veamos a Pash, el poeta panyabí: «No, no pienso ahora /
en cosas tales / como los finos tonos del rojo / cuando el sol se pone en la
villa / tampoco me importa cómo se siente ella / cuando la luna brilla sobre
el umbral /en la noche. / No, no me preocupo ya por esas nimiedades»
(«No, I am not Losing My Sleep Over»). Dhoomil dice: «Un hombre / am-
puta el cuello de otro / desde el torso / como un mecánico quita una tuerca
/ de un tornillo / Tú dices: Es asesinato. Yo digo: Es la disolución de un
mecanismo». Lleva a sus lectores «al territorio de la poesía / a lo salvaje del
lenguaje / donde la cobardía ha huido / tirando revólver vacío / y el desafío
se ha adelantado / a aquella oscuridad». En «Veinte años después» pregunta:
«¿es la libertad sólo el nombre / de tres colores cansados / arrastrados por
una simple rueda?».
Otra comunidad figurada es la de las poetas que han emergido con fuer-
tes inclinaciones feministas en las tres últimas décadas en diversas lenguas
indias. Aunque la India tiene una tradición de poesía de mujeres que se
extiende desde las monjas budistas del siglo vi antes de Cristo, pasando por
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las poetas del bhakti como Akka Mahadevi, Meerabai, Andal o Lal Ded, hasta
autoras de la última generación, como Mahadevi Varma y Balamani Amma,
la poesía conscientemente comprometida con la causa de la emancipación
de la mujer que toma el género como el principio de organización de la ex-
periencia y el cuerpo como asunto central para su lenguaje es más bien un
fenómeno nuevo. Puede decirse que ha empezado con poetas como Kabita
Sinha, Nabaneeta Dev Sen, Amrita Preetam y Kamala Das y que ahora tiene
muchas voceras, de Eunice D’ Souza, Rukmini Bhaya Nair, Arundhati Su-
bramaniam, Menka Shivdasani y Sujata Bhatt, en inglés, a Mallika Sengupta
en bengalí, Pravasini Mahakud en oriya, Pratibha Nandakumar en canarés,
Tarannum Riaz en urdu, Manjit Tiwana en panyabí, A. Jayaprabha en té-
lugu, Kanimozhi en tamil, Anuradha Patil en maratí, Anamika en hindi o
Savitri Rajeevan en malayalam, y muchas otras representadas en antologías
populares como la de Arlene Zide, In Their Own Voice, o la de Susie Taru and
K. Lalita, Women Writing in India: From the 6th Century to the Present, además
de colecciones y antologías individuales en diferentes lenguas. Estas poe-
tas desafían las normas del discurso falocéntrico, interrogan los cánones
patriarcales y tratan de forjar expresiones adecuadas para las experiencias
específicamente femeninas de dolor, soledad, deseo y placer. Pero la poesía
de las mujeres no es monolítica, sino que tiene espacio suficiente para las
variaciones regionales, genialidades específicas del lenguaje, tradiciones di-
versas, una amplia variedad de formas y diferentes aproximaciones a la ex-
periencia. Por ejemplo la poesía de las mujeres urbanas musulmanas, como
Mallika Amar Seikh o Imtiaz Dharker, exiliadas como Panna Naik o (des-
pués) Meena Alexander, o dalit como Prajna Lokhande o Hira Bansode, que
reflejan su propia experiencia específica de comunidad con el más amplio
marco de la poesía de las mujeres. Ellas se han dado cuenta, con Eunice D’
Souza, de que «las historias que conocen no sirven para ser publicadas» y de
que «el libro perfecto es un largo llanto en la oscuridad».
La poesía dalit se ha vuelto parte del mainstream en canarés, maratí y
gujarati y ha arrancado fuerte en panyabí, tamil, telugu y malayalam. No es
ya más sólo una expresión de la desesperación y la indignación de las comu-
nidades dalit que han sido relegadas al fondo de la jerarquía de la casta por
más de treinta siglos, sino una afirmación de los valores dalit y del derecho
de la comunidad de exigir todos los privilegios que la democracia ofrece al
pueblo. El movimiento ha dado una poesía extremadamente innovadora,
como Namdeo Dhasal en maratí, mientras se ha enriquecido con las contri-
buciones de los aciertos de poetas como Siddalingaiah en canarés, S. Jose-
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ph, Raghavan Atholi, M. R. Renukumar y M. B. Manoj en malayalam; Sivsa-
gar, J. Gautam, Maddoori Nageshbabu, Paidi Thereshbabu y Satish Chander
en telugu; Anpathavan,Yakkan, Bharati Vasanthan, Puthiya Matavi e Idaya-
vendan en tamil; Soorajpal Chauhan, Rajnee Tilak, Om Prakash Valmiki,
Mohandas Naimishrai, Susheela Taksore, Asang Ghosh y Kusum Meghval
en hindi; Gurdas Alam, Sant Ram Udasi, Manjit Khader y Lalsingh Dil en
panyabí, sin hablar de poetas maratíes como Arjun Dangle, Daya Pawar, J.
V. Powar, Arun Kamble, Arun Kale, Sharan Kumar Limbale, Prakash Kharat,
Arun Chandra Gavli, Dinkar Manwar, Mahendra Bhavre, Asha Torat, Meena
Gajbhiye, Urmila Pawar, Jyoti Lanjewar y Kumud Pavade, y de poetas gu-
jaratíes, como Harish Mangalam, Jayant Parmar, Yoseph Macwan, Mangal
Rathod y Kisan Sosa, para citar sólo unos pocos nombres. Los poetas da-
lit han creado su propia estética, que frecuentemente va en contra de los
mandatos de las poéticas tradicionales, usando expresiones que solían ser
evitadas por ser gramya (rústicas), chyutasamskara (culturalmente corruptas)
y asleela (obscenas), y que cuestionan reglas como la dhwani (sugerencia) y la
ouchitya (propiedad). Ellos han traído a la poesía un nuevo, rico y completo
léxico con dialectos comunitarios, jerga, lenguaje callejero y expresiones y
usos poco conocidos. Han redibujado el mapa de la literatura india, des-
cubriendo y explorando un continente completo de experiencias hasta en-
tonces dejadas en el silencio y la oscuridad. Los escritores dalit han incluso
superado la paralización que amenazaba a muchas literaturas a través de una
renovación liberadora, perturbando la complacencia de los grupos sociales
dominantes, retando la moral establecida y las formas convencionales de ver
la realidad y al forzar a la comunidad a remodelar sus herramientas críticas
y a observarse a sí misma críticamente. En este intento, los poetas han re-
visado mitos y releído la épica desde las perspectivas de un Sambooka o de
un Ekalavya, subvirtiendo así las nociones de clase media de la poesía y de
la poética del lenguaje.
Junto con los dalit, las comunidades tribales de la India también han
despertado y han comenzado a exigir sus derechos sobre la tierra y la vida al
rescatar su historia de la amnesia. Se han dado cuenta de que fueron los pri-
meros poetas, los poetas filósofos, los primeros cosmólogos, los primeros
campesinos, los primeros creadores de mitos y los primeros artistas y los
primeros científicos. Los Vedas, los Upanishads y la épica fueron creados por
las tribus ancestrales. La historia de la humanidad también ha sido la histo-
ria de su marginalización y alienación del llamado mainstream. También tie-
nen una historia de luchas contra invasores extranjeros; los bhil de Guyarat,
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los kurichya de Kerala y los santal de Bihar fueron los primeros en combatir
el dominio británico. Es extraño que héroes como Birsa Munda, Siddhu
Kanhu, Chand Bhairav, Thilak Majhi, Tantiya Bhil, Khajya Nayak y Rumalya
Nayak no tengan un lugar en las historias oficiales. Vinayak Tumram ha defi-
nido a la nueva literatura tribal como «la verbalización del dolor primario de
la vida mutilada de los adivasis». La nueva escritura tribal se opone al sistema
varna que los expulsó de la sociedad y defiende el ideal de una sociedad igua-
litaria, no jerárquica, no explotadora y no violenta. Prakriti, sanskriti e itihas
(naturaleza, cultura e historia) inspiran igualmente su escritura y celebran
los valores tribales positivos de la camaradería, el compartir y la preocupa-
ción por la naturaleza. Ademán del santali y el bodo, que han conseguido
recientemente el reconocimiento oficial en la constitución, lenguas como el
bhili, el mundari, el gondi, el garo, el gammit, el bhartari, el mizo, el lepcha,
el garhwali, el pahadi, el kokborok, el tenydie, el adi y el ho han producido
mucha escritura nueva que se conecta con las tradiciones orales específicas
a través de su imaginación mitopoética y es incluso así distintivamente con-
temporánea. Anil Bodo, Ramdayal Munda, Nirmala Putul, Mamang Dai,
Paul Lingdoh, Kympham Nongkinrih, Bhujang Meshram y Vinayak Tumram
son sólo algunos de estos campeones de la nueva escritura tribal de disenso
y reivindicación.
Los escritores nativistas o desivadi han celebrado el pluralismo cultural y
cuestionado los cánones hegemónicos del mercado y de los revivalistas que
buscan crear una India que se ajuste a sus proyectos. Sienten que el federa-
lismo geopolítico y lingüístico está siendo socavado en las prácticas cotidia-
nas de gobierno y reafirman la necesidad del multiculturalismo y la hetero-
glosia que han definido la cultura india a lo largo de las eras. Los intentos
de los poetas bandaya en canarés, como Chandrasekhara Patil, P. Lankesh y
Siddalingaiah, para recuperar la memoria cultural de los sudras; la desans-
critización del malayalam, perseguida por poetas como M. Govindan, N.
N. Kakkad y Attoor Ravivarma; el empleo consciente de dialectos locales
de diversos poetas en malayalam y telugu; el uso de la historia local, arque-
tipos provinciales, mitos y naturaleza en Kadammanitta Ramakrishnan, K.
G. Sankara Pillai, P. P. Ramachandran o Rafeek Ahmed en malayalam, Arun
Kolatkar en maratí o Kanji Patel en gujarati; el uso de la oralidad y la evo-
cación de la vida rural en el uttar-adhunik bengalí de poetas como Anuradha
Mahapatra, Ekram Ali y Amitabha Gupta («las raíces están profundas en el
suelo, las sofisterías gritadas no son sino una invocación desesperada», dice
Birendra Chattopadhyay); la deliberada afirmación de la tradición tamil y la
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identidad en poetas como Jnanakkoothan, Manushyaputran, Vallikkannan,
Pasuvayya y otros; la construcción de una identidad específicamente panya-
bí de poetas como Gul Chauhan, Surjit Pather, Minder, Swarjbir, Mohanjit,
Jaswant Deed y otros; el retorno al bhakti para iniciar un discurso espiritual
contemporáneo en poesía como la de H. S. Shivaprakash, S. R. Ekkun-
di o Dilip Chitre; la evoación de la historia maithei y el paisaje manipuri
por parte de poetas manipuri como Y. Ibomchasingh, Thangjom Ibopishak,
Mouchambi Devi y Saratchandra Thiyam: todos éstos son fuertes intentos
de recuperar matices regionales en el mapa cultural de una India que se está
volviendo cada vez más monocroma bajo las presiones de las fuerzas del
mercado, así como de los teócratas hindúes.
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Todos ellos aprendieron mucho de las prácticas europeas de Antonin Ar-
taud, Adolphe Appiah, Stanislavsky, Ionesco, Anouilh y muchos otros, pero
fueron capaces de integrar su conciencia de lo nuevo con una profunda
comprensión del drama indio, así como de las técnicas teatrales. Hay ahora
toda una nueva generación de escritores y activistas teatrales en escena, lu-
chando por dramatizar las nuevas tensiones de una India globalizada.
La crítica literaria india ha tratado de comprender e interpretar los nue-
vos cambios de diversas maneras. En el proceso, ha extendido el alcance de
las teorías críticas tradicionales disponibles en sánscrito, tamil y canarés,
creando variantes indias de orientaciones occidentales como la mitocrítica,
la crítica arquetípica, la nueva crítica semántica, fenomenológica, semioló-
gica, estructuralista, psicoanalítica y formas de análisis marxista, además de
orientaciones postestructuralistas, como la deconstrucción y las teorías de
la recepción, y, por supuesto, crítica postcolonial, a menudo inspirada por
Edward Said y Homi Bhabha. Algunos críticos, como Bhalchandra Nemade
y P. K. Balakrishnan, han tratado de desarrollar modelos indígenas basados
en principios derivados de la práctica literaria respectiva en maratí y en
malayalam.
Una forma de observar el desarrollo de las literaturas de la India des-
pués de la Independencia es verlas como una serie de intentos de lucha
contra la situación postcolonial. Los paradigmas han sido probados y des-
echados, las comunidades se han imaginado y disuelto, las tradiciones han
sido construidas y deconstruidas, los principios de unidad y diferencia han
sido reclamados alternativamente, la presencia de Occidente es reconocida
y rechazada, los conceptos y modelos europeos radicales se alternan con un
retorno a las raíces indígenas, los elementos clásicos y elementos folclóricos
de la herencia —lo que A. K. Ramanujan llama «la gran tradición» y «la
pequeña tradición»— se exploran por turnos: incluso la escena actual está
ansiosa con la dialéctica de la descolonización. Nuestra creatividad ha sido,
pues, dialógica, debido a que le viene bien a la «India argumentativa» y a un
discurso literario marcado por la negociación de una heterogeneidad nece-
saria, por una concepción de la identidad que vive a partir de la diferencia
y la hibridación, una continua negociación entre «el yo» y «el otro» usando,
para emplear el concepto foucaultiano, diferentes «tecnologías del yo» l
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Escritura
Anita Thampi
Bañándome,
el agua se detuvo
de pronto
Silbando,
el agua en la tubería oxidada
se detuvo
Goteando,
el cuerpo se estremeció,
desnudo
Estirándose
a través de la ventana
sus dedos,
un viento tembloroso
Por un momento
sentí como
si tuviera frío.
Y salió volando
la prenda
de la humedad.
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Cubierta
con un verano silvestre
olvidé
la modestia.
De la memoria
se escribe
en el cuerpo
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Moradas
Anvar Ali
P rimera : L luvia
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Para que sigas recostada cómodamente
yo le pondré nombre al departamento que no hemos comprado.
A mis apuros en la lucha por la supervivencia
tú les deberías poner unos pinches nombres empresariales.
T ercera : V iento
El viento es un terreno
hay ciertos árboles indomables en él.
Incluso en sus pequeñas ramas
se extienden hongos, hojas, pájaros, osos y personas
que comen y cagan, colgados y sentados.
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Muerte y funeral
de la hermana
Alphonsa
Paul Zacharia
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Cuando despertó, estaba en su cuarto de enferma. No había nadie
ahí. Su cama estaba cubierta con una nueva sábana blanca. Encima
había un rosario, acomodado en forma de corazón, y junto a él des-
cansaba una sola rosa. Todo tan limpio, ¡tan hermoso! Se rio de lo bien
que se veía su habitación. Acarició su camita para renovar la memoria
de sus manos, y voló sobre ella mientras susurraba: Oh, mi camita, mi
amiga, por tanto tiempo soportaste mi cuerpo enfermo. Que el próxi-
mo que duerma en ti no sea enfermizo. Que tu carga sea más ligera.
Repentinamente sintió la necesidad de verse una vez más. El cuer-
po que me hacía una mujer fue lo que abandoné primero. Sin embar-
go, vino conmigo hasta tan lejos, siempre sintiendo dolor, siempre
dando dolor. Mi amado, dijo Alphonsa a su cuerpo, no te he besado
siquiera una vez. Tampoco te he visto completo. Cuando pensó en la
soledad de su cuerpo en su muerte, una ola de tristeza rompió dentro
de ella. Se dejó arrastrar por el sueño de nuevo.
Cuando recuperó la conciencia, frente a ella yacía la sombra del
jardín proyectada por ramas de diversas plantas y sobre todo por ho-
jas de baniano. Su gallina favorita cacareó ansiosamente y llamó a
sus polluelos. Éstos corrieron para adherirse a las patas de su madre.
Entonces Alphonsa escuchó también el sonido que había asustado a
la gallina: el repiqueteo de una campana. Paseó con la mirada por el
patio. Del otro extremo, en la veranda del convento, su procesión fú-
nebre estaba casi lista para partir.
El que hacía sonar la pequeña campana era Kuria (quien a menu-
do le había pedido que rezara por él para que pasara el examen de
matemáticas). La movía de izquierda a derecha. Estaba parado en el
verdadero jardín, que iluminaba el sol, y tañía la campana sin cesar:
talán... talán... Alphonsa sonrió. Entonces viniste a hacer sonar la cam-
pana por mí, ¿no es cierto, Kuria? Acarició su rostro sudoroso con un
viento. De pronto sintió el impulso de hacer sonar la campana ella
misma, pero recordó sus votos y se controló.
Cuando vio salir a Kunjamma y Thresia (las ayudantes de la coci-
nera) sosteniendo la cruz de madera y la sombrilla negra, Alphonsa
se conmovió hasta lo más profundo de su ser. Las manos que me ali-
mentaron en vida sostienen ahora mi cruz y mi sombrilla fúnebres.
Besó esas manos con tristeza y agradecimiento. Después, llorando, se
aferró a sus dedos.
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Pero cuando vio quiénes cargaban su ataúd, su aflicción se des-
vaneció. Tímida y feliz, soltó una risa minúscula como una semilla de
mostaza. ¡Oh! ¡Si son mis hermanas las que me cargan personalmen-
te al cementerio!. Desbordada de afecto, se acercó más a ellas. Mis
amigas, ¿cómo puedo agradecerles su amor? Alphonsa sonrió. ¿Estoy
muy pesada, hermanas? ¡Se cansarán y me tirarán antes de ll `egar al
cementerio! Se abrió camino entre las portadoras de su féretro y les
preguntó: ¿Debería ayudarlas a cargarme?
Vio a su padre, a su hermana y a sus hermanos. Voló entre ellos, tocó
a cada uno. Mi achachan2, mi chechi,3 mis hermanos, ¡aquí está el beso
de Annakutty para ustedes! Compartan mi felicidad, no lloren. Miró en
los ojos cansados de su padre. Achachan, sonríe tú también, ¿quieres?
Se sobresaltó al escuchar de improviso su propia voz: «Mi querido
chetta,4 ese viejo paraguas que tenía se rompió la semana pasada...».
Alphonsa miró atónita a su alrededor. ¿Quién es ésta? ¿Hay otro Yo
aquí? ¿Otro Yo que no está muerto todavía?
Escuchó que su voz seguía hablando: «Ahora ando por ahí sin para-
guas. Aunque éste es un lugar montañoso, lluvioso y frío...».
La memoria se revolvió en su interior como una neblina. Ella reco-
noció sus propias palabras y miró con remordimiento a su hermano
mayor, que estaba parado detrás del ataúd. Dijo con tristeza: Mi más
querido hermano, te causé muchas molestias cuando te envié esas
cartas para pedirte dinero, ¿no es cierto? ¡Qué lástima! No debí temer
a la lluvia. Querida hermana lluvia, pude haber dicho, no tengo para-
guas. Y me hubiera empapado.
Escuchó su voz de nuevo.
«Como la escuela está un poco lejos, el trayecto se vuelve pesado
cuando se recorre sin paraguas. La última vez que achachan vino, le
conté que se me había roto. Tal vez no pudo conseguirme uno nuevo
y quizá por eso no he recibido noticias de él».
Alphonsa miró a su padre con insoportable pena. Mi achachan,
también te causé muchas molestias. Aunque había dejado la casa para
siempre, seguía aferrándome a todos ustedes con una mano. ¡Por fa-
vor, perdónenme!
2 Padre.
3 Hermana mayor.
4 Hermano mayor.
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«Entonces, chetta, si pudieras darme dinero para comprar un pa-
raguas, estaría muy feliz. Porque la carretera está muy agrietada y es
difícil caminar junto a otra persona para colarme bajo la protección de
su paraguas. Si puedes, por favor mándame al menos cinco rupias».
Alphonsa lloriqueó mientras besaba las mejillas de su padre y de su
hermano. Después, fatigada, se hundió en la estrella de papel platea-
do que había sobre su féretro.
La procesión comenzó a moverse. Alphonsa acompañó su cuerpo
al cementerio. Kuria tenía una expresión ausente y sacudía la campana
como un sonámbulo: talán... talán... Alphonsa se sintió adormilada de
nuevo, pero esta vez reunió toda su fuerza para alejar el sueño. ¿Está
bien dormirme en mi propio entierro?
Cuando la gente dejó los jardines del convento, una leve llovizna
entró, cayendo a través de la luz caliente del sol. Las aflicciones de
Alphonsa desaparecieron. ¡Shooo!, dijo. ¡Ah, lluvia!
Al escuchar el tamborileo en la tapa de su caja, recordó cómo solía
sentarse en la veranda de su cuarto de enferma. Desde ahí estiraba los
brazos hacia afuera y extendía las manos para poder sentir las gotas.
Soltó una carcajada y se dejó mojar. ¡Ya no necesito paraguas! ¡Tampo-
co volveré a caer enferma! ¡Ya no necesito dinero! ¡Shooo!
La llovizna cesó. La procesión cruzó la carretera pública mientras
una húmeda bruma que se alzaba del suelo elevaba consigo el olor de
la tierra.
Fue entonces cuando la hermana Alphonsa vio al padre Romulus.
Se quedó parada, mirándolo fijamente con culpa y júbilo a la vez. Mi
querido padre, ¿cómo no te había visto? La felicidad la llenó. Saltó ha-
cia él y le dijo: Sabía que no te perderías mi funeral. Pero no te vi por
concentrarme sólo en mis preocupaciones. Sopló las gotas de sudor
que caían sobre su frente y agregó: Padre, ahora todo está bien con
mi funeral.
Le preguntó: Padre, ¿escucharías la confesión de una persona
muerta? Si no, ¿con quién me confesaré ahora? ¿O no pecaré más?
¿Ya no tendré miedos y tribulaciones? ¿Quién me aconsejará ahora?
La hermana susurró en los oídos del sacerdote: Oh, maestro querido
a mi conciencia, ¡Umma! ¡Umma!
Aunque lo intentó, no pudo contener su deseo de contar el número
de personas que conformaban su cortejo. ¡Buen Dios! Hay dieciocho
dolientes. Contándome a mí, diecinueve. Contándome a mí dentro del
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ataúd, ¡veinte! ¡Jaja! Tantos han venido a plantarme como semilla de
arroz en el suelo húmedo de una fosa recién excavada en el nuevo ce-
menterio. Sin poder contener su felicidad, dijo a su cuerpo: No temas,
pequeña, vas a entrar en tierra fresca y rica que ha nutrido mangos,
pimientas, bananas, jacas y camotes.
Mientras el cortejo subía los escalones que llevaban a la iglesia, las
portadoras jadeaban y sudaban. Alphonsa exclamó, preocupada: Mis
queridas hermanas, ¿qué debo hacer? ¡Sigo siendo una carga, siem-
pre! Por favor perdónenme una última vez.
Cuando lo colocaron dentro del templo, Alphonsa fue a despedirse
de su cuerpo. Bajo el forro negro del ataúd, que ahora se alzaba sos-
tenido en sus cuatro esquinas por patas similares a las de una mesa,
vio su propia cara. Estaba pálida.
Parecía como si se hubiera quedado dormida de improviso. ¿No
sabes que has muerto?, preguntó a su cuerpo. Sus dientes superiores
estaban a la vista porque sus labios habían retrocedido ligeramente.
Alphonsa sintió ganas de juntarlos para ponerlos como deberían estar.
Pequeña, ¿no debieron cerrártelos cuando moriste como hicieron con
tus ojos? Y entonces besó esos párpados, esos labios pálidos y esa
frente expuesta. ¡Umma! ¡Umma! ¡Mi querida Annakutty!
Fue entonces cuando notó una hebra de gris en el cabello que se
ocultaba detrás de su oreja. Se sorprendió. ¡Buen Dios, he encaneci-
do! ¡Con sólo treinta y seis años! Un relámpago de tristeza la atravesó.
Lo dejó pasar. Abrazó su cuerpo y dijo: No importa, querida. No im-
porta. Ahora, no nos importa nada.
El padre Romulus terminaba su panegírico.
«Bendito sea el convento en que ella vivió. Bendita sea esta aldea,
Bharanganam, donde su cuerpo sagrado es puesto a descansar».
Alphonsa sonrió con timidez. El padre está diciendo todo esto por
afecto hacia mí. ¡Padre!, clamó, cuando me plantes en la tierra revuel-
ta y fresca del cementerio, riégame con amor. Daré abundante cose-
cha. Como los tallos de grano, danzaré con el viento. Maduraré bajo
el sol y esperaré la recolección.
Nuevas manos vinieron para ayudar a las portadoras exhaustas a
cargar la caja. El cortejo se movió del fresco interior del templo al
patio repleto de aire y luz del día. Alphonsa vio la tierra roja que ha-
bía quedado amontonada a los lados de la fosa como una pequeña
cordillera. ¡Qué bonito!
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Las hermanas bajaron el féretro al suelo cerca de la tumba. Llora-
ban. Achachan lloraba. El padre Romulus se enjugaba el rostro. Al-
phonsa sintió un dolor tormentoso crecer en su interior. Llorando tam-
bién, se movió nerviosamente como un plateado rayo de sol entre los
que se lamentaban por ella y besó cada una de sus lágrimas.
El entierro había terminado. Alphonsa se quedó parada viendo
cómo se dispersaban los dolientes. Por fin, ella y su tumba se que-
daron solas. Examinó las flores y las velas colocadas en los seis pies
de largo que ocupaba el montón de tierra que era ahora su tumba.
Sonrió.
Y entonces, justo antes de derretirse en la luz del sol, Alphonsa
miró hacia el cielo azul y las nubes y exclamó: ¡Oh! ¿Ahora quién me
mostrará el camino al cielo? l
Nota:
El autor reconoce y agradece al libro Alphonsammayude Likhithangal (Escrituras
de la hermana Alphonsa), compilado por la reverenda Damianos, por las citas de la
carta escrita por la hermana Alphonsa y también por los fragmentos del discurso
del padre Romulus que se incluyeron en la historia.
La Hermana Alphonsa (1910-1946), nativa de Kerala, fue canonizada en 2008.
Su tumba está en Bharananganam, en el distrito Kottayam, en Kerala, India.
Annakutty fue el nombre dado a la hermana Alphonsa cuando tomó sus votos.
El padre Romulus fue el guía espiritual y confesor de la hermana Alphonsa.
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Una afectuosa
esperanza
Manthri Krishna Mohan
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Y si el otoño de dos meses comienza
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¿Dónde
está mi casa?
Mukunda Rama Rao
Era una noche helada. Una y otra vez, el viento gélido nos punzaba las orejas. A
pesar de que usábamos suéter, estábamos temblando. Nos sentamos en la sala,
después de cerrar ajustadamente las puertas y ventanas.
Hay muy pocos programas de tele que nos gusten a los dos. En un canal,
había un concurso de cantantes aficionados. Todos los chicos eran buení-
simos. Nos había absorbido tanto que olvidamos incluso cenar.
De pronto, el timbre de la puerta nos sobresaltó. ¿Quién podía ser,
tan avanzada la noche? Nos miramos uno al otro, sorprendidos y también,
preguntándonos tácitamente quién se levantaría para abrir la puerta. A
esa hora, la reja de la calle debía estar cerrada con llave, no había forma
de que un extraño hubiera entrado, así que seguramente era un vecino de
los pisos de arriba. Asumiendo esto, abrí la puerta... la reja estaba abierta.
Un hombre de mediana edad, un niño (que parecía ser su hijo) y un
anciano estaban al otro lado del umbral.
—¿Me recuerdas, Raoji? Fuiste a nuestra casa una vez —dijo el primer
hombre.
Cuando dijo que había ido a su casa, ¿cómo iba a responderle «no lo
recuerdo»? Después de ver mi cara inexpresiva, empezó a dar detalles, es-
perando que ayudaran en algo:
—Tu amigo Sridharji, que vive en nuestra calle, te llevó a mi casa. El
lugar te gustó mucho. Ahora que veo tu hogar, me doy cuenta de por qué
querías que tu esposa viera el nuestro. También yo debería traer a mi es-
posa a que viera tu casa. Las dos parecen interesadas en el diseño de inte-
riores, un gran pasatiempo. Con ustedes dos iba alguien más, no recuerdo
su nombre. Escribía poemas en francés y los llevó con él, porque supo que
mi esposa es experta en ese idioma.
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Mientras él buscaba qué más decir, lo recordé:
—¡Ah, eres Suriji! ¡Disculpa que no te haya reconocido de inmediato!
Hace tanto que visité tu casa. Como fue esa vez solamente, lo había olvi-
dado. Por favor, no vayas a tomarlo a mal. ¿Qué les trae aquí, a esta hora
de la noche?
La cara de mi esposa se había iluminado cuando lo escuchó mencionar
el diseño de interiores.
—Déjalos entrar. Los detuviste en la puerta —dijo ella—. Vengan, pa-
sen... afuera hace frío y hay mosquitos.— Los llevó hacia dentro y cerró la
puerta.
Cuando ya todos estábamos sentados, Suriji dijo:
—Traje a mi hijo para que nos acompañara... necesitaba venir a tu casa
para hablar de este hombre.
—Continúa... ¿quién es él? —pregunté, mirando al viejo.
—Para allá voy... según recuerdo, me dijiste que trabajabas en una em-
presa de software.
—Seguro, pero hace casi cuatro años que me retiré... Dime, ¿cuál es el
problema?
—Nada grave. Tampoco sé quién sea este anciano. Llegó a nuestra casa
hace una hora y tocó a la puerta. Cuando le preguntamos a quién buscaba,
sólo repetía: «Nuestra casa, ésta es nuestra casa». Le dijimos que no lo era
y me puse a indagar dónde vivía y demás... Todo lo que encontré fue que
salió de su casa para comprar medicinas y no pudo encontrar el camino
de vuelta. Iba de casa en casa. ¡Cuántas puertas debe de haber tocado,
cuánto tiempo llevaba haciéndolo! Qué triste. Su hijo trabaja en la Satyam
Company, donde tiene un puesto de alto nivel y se llama Ramabrahmam.
Es todo lo que ha sido capaz de recordar. Lo traje aquí, pensando que tal
vez podrías conocer a Ramabrahmam. O, aunque no lo conozcas, puede que
conozcas a alguien que trabaje en Satyam y viva cerca de aquí.
Lo entendimos. Durante unos momentos, mi esposa y yo fuimos incapa-
ces de decir algo. Nos asombró que Suriji se hubiera tomado tantas moles-
tias para ayudar al anciano que había perdido el rumbo.
—Estuvimos deambulando en mi coche por todas las calles que él iba
mencionando, sin ningún resultado. No sabíamos qué más hacer. Como
último recurso, llegamos aquí. Si podemos, de alguna forma, lograr que
regrese a su casa, habrá valido la pena.
Escuchaba a Suriji mientras, de tanto en tanto, miraba de reojo la tele.
Eso le molestó a mi esposa y fue a apagarla.
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—Los empleados de Satyam que conozco no viven cerca de aquí —ape-
nas había terminado de decirlo y empezaba a pensar en otra forma de so-
lucionarlo, cuando mi esposa me recordó que el hijo mayor de su hermano,
Raju, había trabajado ahí mucho tiempo.
Cuando encontramos el número de Raju y le hablamos, una grabación
nos avisó que su teléfono estaba apagado.
Día con día, la ciudad ha cambiado hasta volverse irreconocible, inclu-
so para alguien tan familiarizado con ella, como yo. Si ese anciano había
pasado un tiempo fuera y acababa de regresar, no era extraño que ahora
se hubiera perdido.
—Hagamos esto, Suriji: tratemos de averiguar más información sobre su
hijo —luego, me volví hacia el hombre y le pregunté—: ¿Dónde vivía antes?
Nos dijo el nombre de una calle en Visakhapatnam, junto el número
del domicilio. Respiramos, aliviados. Ante mi pregunta de quién vivía ahí
actualmente, la respuesta fue que nadie. Me sentí desanimado.
Después de unos minutos, le pedí que me dijera todos los sitios en
los que había trabajado, a lo que me dio una larga y detallada respuesta,
con fluidez y sin pausas: unos años en el ejército, unos cuantos más en el
ferrocarril y después un tiempo en organizaciones no gubernamentales.
Sin saber por dónde seguir, se nos ocurrió que tal vez pudiera darnos
el nombre de amigos suyos o parientes, cercanos o lejanos. Nos mencionó
a varios, pero no podía recordar sus teléfonos. Entre los nombres, había
incluido el de un hombre, ya mayor, al que resultó que conocíamos.
Después de unas cuantas llamadas, logré por fin conseguir su número. Cuando
me respondió la llamada, lo puse al corriente de la situación. Irritado, me dijo:
—¡No tengo idea de quién sea el anciano que está en tu casa! ¡Me arrui-
naste el sueño! —y colgó con fuerza el auricular.
Mientras seguíamos con nuestros esfuerzos desesperados, mi esposa
empezó a preguntarnos, uno por uno:
—Puede que no todos ustedes hayan cenado aún. Tomen un té, al me-
nos. Y para ti, ¿té o café?
Padre e hijo respondieron que nada, de momento. El anciano no con-
testó. Mi esposa le dijo:
—Debería cenar. ¡Quién sabe cuánto tiempo lleve sin comer algo! Ha
estado dando vueltas por ahí en este frío, sin un suéter.
—¡Ah, no! Para nada, voy a mi casa y ahí voy a cenar. Me estarán espe-
rando con la cena. Sólo le voy a pedir algo: un vaso de leche tibia, con poca
azúcar —dijo el hombre.
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A mi esposa le encantó escucharlo y trajo la leche en menos de cinco
minutos. El viejo la bebió, saboreándola. Empezaban a llegar las llamadas
de casa de Suriji:
—No te preocupes, aquí está mi hijo. Vamos a encontrar a la familia de
este hombre y nos regresamos a la casa. Si tienes sueño, vete a dormir. No
te quedes esperando y preocupándote —dijo, con una voz suave.
Pensamos en llevarlo a la estación de policía, pero al final desisti-
mos, porque no creímos que fueran a tomar el asunto con la seriedad
necesaria. El tiempo seguía pasando y empezábamos a perder la calma.
En medio de la agitación, nos sorprendió notar que el viejo no parecía
alterado, ni mucho menos. Nos estábamos desviviendo por identificarlo,
pero él permanecía sentado, con una sonrisa imborrable, como si todo
aquello no tuviera nada que ver con él.
De pronto, Suriji recordó que, poco antes, había conocido a un policía
y propuso llamarlo.
—Veamos qué pasa. Si es un buen hombre, al menos podrá aconsejarnos
qué más hacer.
Respondió. Estaba de vacaciones. Nos pidió que dejáramos pasar unos
minutos y luego habláramos a un número que nos dio. En ese rato, él ha-
blaría con alguien que nos ayudaría. Nos aseguró que no había problema y
recuperamos la tranquilidad.
Tal como nos lo había pedido, esperamos un cuarto de hora e hicimos
la llamada. Lo que nos anunciaron nos llenó de júbilo: el hijo del viejo ya
había contactado a la policía. Nos indicaron que nos quedáramos ahí y en
poco tiempo llegarían a donde estábamos.
Decidimos que el hijo recibiría un buen reclamo nuestro, tan pronto lo
viéramos.
Una camioneta de la policía, y detrás suyo un coche particular, se de-
tuvieron en nuestra puerta, después de seguir las indicaciones que les ha-
bíamos dado.
Un hombre joven salió del coche y le ofreció ayuda a una mujer mayor
para bajar.
Apenas vio al viejo, la mujer rompió a sollozar, pero no hubo reacción
por parte de él. Parecía un niñito extraviado que era incapaz de hablar.
Después de que terminaron el papeleo y se aseguraron de que el viejo
era familiar de los querellantes, los policías se retiraron.
La angustia que habían sufrido la mujer y su hijo estaba dibujada con
toda claridad en sus rostros.
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—No sabemos cómo expresar nuestra gratitud a todos ustedes. No po-
dríamos agradecerles lo suficiente los esfuerzos que hicieron para que lle-
gara a casa a salvo, a esta hora de la noche, con este frío. Él ha sido muy
afortunado de haber llegado a las manos de personas como ustedes —dijo
su hijo, con los ojos húmedos, mientras sostenía mis manos.
—Tu agradecimiento debería ser para Suriji. Él es quien se puso a buscar
tu casa diligentemente, sin perder la paciencia. Como sea, no podemos en-
tender cómo es que dejaron a una persona de su edad salir sola. Lo menos
que podrían haber hecho era asegurarse de que llevara en su bolsillo un
papel con su domicilio y su teléfono —dije, un poco malhumorado.
—Pero, querido, ¿por qué íbamos a dejarlo solo así? —gimió la mu-
jer—. Incluso mientras lo estamos cuidando, como los párpados protegen
al ojo, nos asombra la forma en que se esfuma. Tengo fuertes dolores
en las rodillas y no puedo caminar mucho. Este chico se va a la oficina
por la mañana y nunca sabe a qué hora de la noche podrá volver. Y la
oficina no está cerca de nuestra casa, por cierto. Todos los días, llega
a casa fatigado. Y aun cuando está en la oficina, su mente está com-
pletamente enfocada en nosotros. Siempre que puede, nos llama para
averiguar, directamente de nuestra voz, si tenemos algún problema. Y
sus preguntas sólo logran irritar a este hombre. ¿Qué podemos hacer?
Lo que es peor, hace todo esto y luego no lo recuerda. A pesar de tantas
medicinas, no hay mejora. Por más que tomemos precauciones, nos mete
en un problema o en otro. Como lo dices, todos los días ponemos en su
bolsillo papeles con nuestros datos. Él los desgarra y los echa al bote de
la basura. Si trato de llamar a mi hijo, pocas veces lo encuentro: juntas,
seminarios, clientes... siempre una cosa o la otra, como él dice. Cuando
le pedimos que deje de tomarse tantas molestias por nuestra culpa, que
se busque una esposa y nos lleve a un asilo, nos para en seco: «No hables
de eso», y frunce el ceño. ¿Qué nos sugieren hacer? No hay descanso, ni
siquiera a nuestra edad —su voz empezó a quebrarse por el llanto y se
detuvo. No podía hablar más.
—Mamá, para ya, te lo pido. ¡Mira a mi papá, qué sereno está! Si no lo
encontramos, todo mal; si lo encontramos, todo mal. Señores, de nuevo,
nuestro sincero agradecimiento a todos. He tratado de encontrar a alguien
confiable que pueda cuidar a mi padre. También he consultado a espe-
cialistas para saber si es viable colocar un transmisor en su cuerpo, para
que podamos rastrearlo —siguió diciendo, y al mismo tiempo, trataba de
consolar a su madre.
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¡Quién habría podido decir algo, luego de conocer el otro lado de la
historia! Sentimos orgullo de ver a un hijo que, en esta época, se preocupa
tanto por sus padres y les dedica tantos cuidados.
Al notar los ojos adormilados de su hijo, Suriji nos avisó:
—Bien, creo que ya nos vamos.
Todos nos despedimos de él llenos de agradecimiento. Más que alegría,
la cara de Suriji irradiaba una tranquilidad absoluta. Cuando iba de salida,
le dijo al anciano:
—Por favor, cuida tu salud.
Hablamos unos minutos, de cualquier cosa, con la familia, nos despedi-
mos del viejo y volvimos a la sala.
Nos sentíamos satisfechos de saber que nuestra casa había sido el es-
cenario de una buena acción. Ni siquiera habíamos notado el frío o los
mosquitos durante el tiempo que duró.
Mi esposa dijo, vacilante:
—Si no te molesta, quisiera hablarte de algo.
—¿De qué se trata? —le respondí.
—Sólo si no te molesta —repitió ella.
—Puedes decirme lo que quieras —me había irritado un poco—. ¿A qué
viene todo esto?
—No es nada. Tu mamá también acostumbraba salir a pasear por la
calle. Arrancaba flores de casas, para robarlas, desde el otro lado de las
rejas que protegían los jardines. Todos ustedes salían a buscarla, hasta que
daban con ella, y la traían de regreso... ¿te acuerdas?
—Sí, sí... a veces, la encontrábamos con rasguños en los hombros, por
las espinas. Por eso le decíamos: «Mamá, ¿para qué quieres todas esas
flores? Hay flores en la casa. Y si no hubiera, podríamos ir a comprarlas».
Pero ella soltaba una risa extraña, como diciendo: «Vete de aquí, zoquete».
Hasta hoy, cuando veo a cualquier persona anciana recogiendo flores, re-
cuerdo a mamá —dije, ensimismado.
No contestó nada, como si no quisiera seguir con el tema. Pero pude ver
en sus ojos el miedo a que, con los años, yo también llegara a ser como el
viejo que nos visitó l
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Parando en
nada
José Lourenço
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Los toros temían a Bholu. Bholu temía a su esposa. En una me-
dida personalizada, según la tradición, ella nunca se dirigió a él por
su nombre. En cambio, ella dijo cosas como, «¿Ahora estás culpando
a los toros? ¡Hijo de puta perezoso! No puedo ganar. Arre, mira a
Chandu, un hombre tan inteligente. Sólo porque Chandu viene en
nuestra ayuda estamos bien».
Para evitar escuchar las arengas de su esposa, Bholu se levantó a
la mañana siguiente al amanecer, alimentó y preparó sus toros y se
fue con ellos al campo. Pero, una vez más, el arado no reaccionó bien.
Bholu removió la tierra del lado izquierdo del campo y luego la del
derecho. El área de enmedio permaneció intacta. Los toros simple-
mente se negaron a ir allá. Bholu ató sus toros a un árbol al borde del
campo y fue a la casa de su vecino en busca de ayuda.
La conversación fue breve:
—¡Oh Madhu! ¡Madhu!
Madhu salió de su choza.
—Por favor, préstame tus toros.
—¿Qué les pasa a tus toros, entonces?
—Nada. Los traeré de regreso pronto, dentro de dos horas.
—Tómalos, entonces.
Madhu se rascó la cabeza y volvió a entrar.
Los toros de Madhu conocían a Bholu y no tuvo problemas para
aprovecharlos; trotaron voluntariamente delante de él mientras los lle-
vaba hacia el campo. Pero cuando los condujo a la isla de tierra sin
labrar, comenzaron con un sonido espeluznante y también se mantuvie-
ron firmes a unos metros del lugar donde Bholu sólo podía ver el aire.
Un golpe con el palo no ayudó. Una patada en el trasero tam-
poco. Después de que Bholu los había abofeteado varias veces, los
toros retrocedieron lentamente y se fueron de regreso por donde
vinieron.
Bholu se rascó las flacas nalgas y reflexionó sobre la situación.
—¡Eh, Bholanath! —escuchó una voz familiar. Madhu vino, fu-
mando un bidi.
—¿Qué está pasando, bhai?
—No están dispuestos a hacer el medio.
—¡Hettt! Te mostraré —dijo Madhu—. Ehhh Kallyah... ehhh
Losnngya... ahurrrrr... ¡hirrrrrriaaaaahhhh!
Pero aunque Madhu bailaba y bailaba con sus toros de esta ma-
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nera, lo mismo se repitió. Entonces Madhu y Bholu se fueron a casa
rascándose la cabeza.
Esa noche, en la taberna del pueblo, Madhu compartió la historia.
Todos sentados con sus clavijas de feni tenían un comentario que
hacer.
—Debe de haber algo en el campo de Bholu...
—Arre, alguien debe de haber enterrado algo de oro allí...
—Algo está tratando de llegar a Bholu...
—¿La forma en que Chandu intenta llegar a la esposa de Bholu...?
—¡Cállense, tipos locos! —rugió Shembu, el brujo, desde una es-
quina oscura—. ¿De qué están hablando? ¿No ven lo que está suce-
diendo? ¡El campo de Bholu se encuentra en la frontera del pueblo!
Donde se cree que el Guardián vive.
Un silencio cayó sobre todos los presentes; intercambiaron mi-
radas preocupadas. Madhu incluso derramó un poco de feni en el
suelo, para apaciguar de antemano cualquier espíritu que quisiera
aparecer.
—Las cosas no van bien en el pueblo en estos días...
El brujo se puso de pie con los ojos muy abiertos y brillantes como
brasas de carbón.
——Hace sólo unas noches, mientras caminaba por el borde del
pueblo, vi una gran luz cegadora sobre los árboles.
—¡El Guardián puede convertir la noche en día...!
En la otra esquina, el viejo Bhikumam dijo, con una sonrisa entre
dientes:
—Arre, no hay nada allí...
—Tal vez el Guardián se ha enojado —dijo Shembu, sin prestar
atención al viejo—. Bholya, lo sorprendiste al ofrecer esto.
Bholu sacudió la cabeza. No había suficiente gachas para mojar sus
estómagos en casa, ¿de dónde sacaría toddy y bakri para el sur-rontt?
La noche continuó. Para cuando salieron de la taberna, tropezan-
do y chocando con las jambas de las puertas y entre sí, todos acorda-
ron que deberían hacer algo con el problema de Bholu. Esa noche se
colocó una ofrenda de toddy, pan grueso e incienso al pie del árbol
del Guardián del pueblo.
La noche siguiente, los aldeanos acompañaron a tres parejas de
toros al campo. Uno tras otro, los toros y los aldeanos maniobraron
y se esquivaron por el campo como jugadores de futbol. El siniestro
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parche de tierra de unos diez a doce pies de ancho permaneció in-
tacto; ninguno de los toros pondría ni la sombra de una pezuña allí,
¡aunque Shembu, el brujo, había rezado en el lugar durante una hora
entera!
Los aldeanos regresaron a casa, muy desconcertados. Cuando
Bholu se acercó a su casa, Chandu, el jefe de la aldea panachayat,
salió desde adentro. Justo detrás de él vino la esposa de Bholu a la
puerta. Ella vio a su esposo y se sorprendió brevemente; entonces
lanzó una risa forzada.
—Mira, Chandu ha traído plátanos. ¿Qué buen hombre, no?
—¡Ye, Bholya! —dijo Chandu—. ¿Algo gracioso está sucediendo
en tu campo, según he oído?
Todo el pueblo sabía que Chandu llevaba a cabo numerosos nego-
cios, y que metía el dedo en las casas de los demás. Bholu entró sin
decir una palabra. Esa noche, una gran cantidad de feni fluyó en la
taberna de Sazulo.
—La barriga del Guardián no está llena del sur-rontt —el brujo
proclamó—. Tendremos que ofrecerle algo más.
—¿Un gallo? —Sadu, el barbero se ofreció voluntario.
—Tengo una gallina —Madhu dio un paso adelante—. Puedes pa-
garme en cualquier momento, Bholya... esta maldad puede afectar a
toda la aldea; por eso estoy...
Bhikumam se rio desde su esquina:
—¿Cómo puede afectar? ¡Cualquier cosa!
Chandu avisó al maestro de la escuela. El maestro avisó al perio-
dista local. El periodista habló con Kamarbandh. El doctor Kamlakar
Kantak había sido, de hecho, un brillante e inteligente científico de
la Universidad de Panjim, pero los universitarios y el mundo exterior
lo conocían mejor como «Kamarbandh Kantak». Era tan brillante
que podía hablar extensamente sobre cualquier tema.
Justo el otro día había dado una poderosa conferencia en el Ins-
tituto Nacional de Oceanografía sobre «Goan Fish Curry». Y en la
caja negra de la Academia Kala, el día anterior a eso, había hablado
durante una hora y media sobre «Cómo los agujeros blancos niegan
los agujeros negros y potencian el universo».
Cuando Bholu fue al campo por la mañana, encontró que una
multitud ya se había reunido. Chandu, el maestro de escuela, el pe-
riodista local y el doctor Kamarbandh estaban allí, hablando en voz
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alta. A un lado, Madhu y los otros aldeanos se preparaban con una
gallina, algunos chiles, sal y un limón.
Kamarbandh observó el curioso caso de los toros de Bholu. Asom-
brado, también siguió corriendo en círculos por el campo.
—Ciertamente, hay algo aquí —admitió al fin.
—¿Debo publicar eso? —preguntó el periodista.
—Alguien ha hecho algo de magia aquí —dijo el brujo, oscura-
mente.
—Algo ha afectado el campo —dijo otro aldeano.
—Alguien está sentado en la cabeza de Bholu.
—La forma en que Chandu...
—¡Cállate!
El doctor Kamarbandh y sus hombres pasaron un par de horas
caminando y corriendo por el campo. Los aldeanos trotaban detrás
de ellos y finalmente sacrificaron a su gallina. Al mediodía todos re-
gresaron a casa por su siesta.
Cuando Bholu entró en la casa, su esposa lo reprendió:
—Hoy también has venido temprano, hombre bueno para nada.
Bholu entendió. Chandu había estado ocupado con el periodista
y con el científico, o ya habría tenido deliciosos chikoos en su casa.
—¡Cómo irán allí los toros! El Guardián todavía está sentado —
dijo el brujo Shembu esa noche a los aldeanos acurrucados alrededor
del calor del feni de Sazulo—. Tendremos que darle un poco de más
honor.
Madhu se adelantó nuevamente y se preparó para poner una ca-
bra. La deuda de Bholu estaba aumentando. Cayó en un silencio
resignado.Tan pronto como Bholu llegó a su campo al amanecer si-
guiente, abandonó todos los pensamientos de arar por el día. Una
treintena de científicos y más o menos cincuenta periodistas se ha-
bían concentrado allí. El doctor Kamarbandh había arreglado un
gran instrumento en el centro del campo y estaba realizando pruebas
abajo de la tierra.
Uno de los médicos se acercó a Bholu y comenzó a examinar de
cerca los extremos traseros de los toros de Bholu. Cuando sacó una
sonda de su bolsillo, Bholu se alarmó mucho y se llevó al hombre.
Cerca de la máquina del doctor Kamarbandh, los aldeanos se pre-
paraban para sacrificar su cabra. Chandu se movió de un lado a otro
entre los dos grupos.
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—Estos malditos tipos deberían ser expulsados de aquí —dijo
Madhu.
Y Chandu:
—¡Vienen a esta tierra santa y hacen tanto ruido!
—¡Aleja a estos locos, hombre! —le dijo Kamarbandh a Chan-
du—. Un evento significativo ha tenido lugar aquí y estos locos están
bailando con ¡una cabra!
El alboroto continuó durante todo el día. Alrededor de las cuatro
de la tarde, Kamarbandh dejó escapar un triunfante grito. Todos los
científicos se reunieron alrededor de la pantalla de la máquina y co-
menzaron a saltar de alegría.
—¡Mira! —gritó Kamarbandh a Chandu—. Hay algo ¡Aquí aba-
jo! Podemos verlo en esta pantalla. Como una bola aplanada, sobre
ocho pies de largo y cinco pies de altura.
Bholu, Madhu y los otros aldeanos estaban perplejos. Ellos no
podían ver nada en medio del campo de arroz. Chandu tampoco en-
tendió por qué los científicos estaban saltando, pero como jefe del
panchayat conocía sus responsabilidades: se puso de pie y comenzó
a dar un discurso.
—Nuestro pueblo será conocido en todo el mundo ahora— se-
ñaló—. De ahora en adelante, si alguien quiere hacer algo aquí, el
gobierno tendrá que apoyar a nuestro panchayat con ayuda y dinero.
Los científicos también deben ayudar. ¡Si nuestro pueblo va a ser
famoso, también debe progresar y prosperar!
Luego Chandu fue a ver a los aldeanos reunidos:
—Construyamos un gran templo aquí en honor al Guardián —dijo—.
Propondré esto al panchayat, y lo aprobarán. Estos doctores y el gobier-
no nos darán dinero, y lo construiré.
Cuando Bholu llegó a casa esa noche, su esposa estaba refunfu-
ñando y preocupada. Bholu entendió. Chandu había estado total-
mente ocupado en el progreso y la prosperidad del pueblo; de lo
contrario, habría una cesta llena de papayas maduras en la casa.
En cuatro días, el campo de arroz de Bholu se convirtió en un
recinto ferial. Doscientas o trescientas personas acamparon allí. Cien-
tíficos y equipos de televisión de todo el mundo estaban ocupados
trabajando. Habiendo recogido algo de dinero del gobierno, Chandu
y los aldeanos comenzaron a construir un templo cerca del punto de
interés.
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El arrendador cuyo campo cultivaba Bholu recibió una fuerte
compensación del gobierno. Los científicos ataron una cuerda alre-
dedor del lugar misterioso para que quedara fuera del público.
—El objeto que hay aquí debe ser una entidad extraterrestre —dijo
Kamarbandh a los periodistas—. ¿Qué es, de dónde viene? Todo esto
debemos averiguarlo. He llamado a esta entidad «Kamarbandh Band-
hkamar» —continuó—. Debemos abrir esta cápsula cerrada y ver su
contenido. Debemos levantarla desde aquí y llevarla a nuestro labora-
torio para estudiarla más.
Al escuchar esto, el viejo Bhikumam permanecía parado con las
manos detrás, y rio.
—¿Cómo va a quitar lo que no está allí?
Uno de los científicos trajo una soga, pero no encontró nada que
atar. Otro trajo una grúa, pero no había nada que levantar. Rociaron
agua en el suelo. Luego pasaron corriente eléctrica a través del lugar
y sometieron el suelo a todo tipo de radiación y vibración, pero nada
había cambiado.
El hombre podía caminar sobre ese terreno sagrado tanto como
quisiera, pero ningún toro, perro o gato estaba listo para olfatear o
cagar en el lugar. El mundo entero se sacudió. Los periódicos criti-
caron las noticias; los canales transmitieron interminables especu-
laciones, pensando que el mundo estaba llegando a su fin. Algunas
personas dejaron sus casas y fueron a los bosques.
El presidente estadounidense culpó a los iraníes por el incidente y
los bombardeó. El maestro de escuela se despidió. Chandu presentó
una petición. En la tarde del quinto día, dos mil personas se habían
reunido. Las donaciones fluyeron para el templo y Chandu bailó de un
lado a otro hasta casi agotarse. Esa noche, Chandu le dijo a Bholu que
vigilara el templo y lo dejó dormido en la terraza inacabada del mismo.
Cuando Chandu llegó a su casa, casi amanecía. Cuando Bholu se
levantó al amanecer, vio a sus toros durmiendo profundamente en
medio de todas las cuerdas, máquinas y cámaras. Al ver los toros allí,
los científicos corrieron a sus pantallas.
—¡Se fue! ¡Se ha ido! —se lamentaron.
Al enterarse de esto, el viejo Bhikumam sacudió la cabeza:
—¡Cómo, si nunca estuvo allí!
Los aldeanos acudieron trotando como mandriles a la tierra sa-
grada. Se alegraron de que el Guardián se hubiera levantado satisfe-
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cho. El ritmo del templo se incrementó; ya había recaudado una gran
cantidad de dinero. Chandu se compró un auto, aunque no podía
conducir.
Los científicos recogieron todo su equipo y se fueron, profunda-
mente decepcionados. Las personas que se habían retirado a los bos-
ques creyendo que el mundo estaba llegando a su fin regresaron a
regañadientes a casa.
El doctor Kamarbandh recibió un premio internacional. Llamó a
una conferencia de prensa para negar informes de que era conside-
rado para el Premio Nobel, ayudando así a difundir más el rumor.
El gobierno de Goa aumentó su salario tres veces. Su libro titulado
La investigación inútil de Kamarbandh se agotó en tres meses. Rá-
pidamente se puso a trabajar en un nuevo texto, Fish Curry and
Kamarbandh.
En el pequeño pedazo de tierra que Bholu una vez labró se cons-
truyó el templo. En la inauguración, el invitado principal colocó una
guirnalda de flores alrededor del cuello de los toros de Bholu. Fueron
a entregarle una guirnalda a Bholu, pero no estaba en casa, así que
en lugar de eso engañaron a su esposa.
Más tarde, en la noche colocaron una guirnalda alrededor del cue-
llo de Chandu. En las elecciones siguientes, Chandu se presentó como
candidato y fue elegido como miembro de la Asamblea Legislativa.
Ahora iría de rico a más rico. La esposa de Bholu se fue a vivir con él.
El comité principal del Templo del Guardián declaró que los toros
de Bholu eran santos. Fueron tomados de con Bholu y de allí en ade-
lante alimentados y vestidos por el templo. Bholu se levantaba por
las mañanas y acariciaba las pacas de heno que habían quedado pero
ya no eran necesarias. Comenzó a vagar por aquí y por allá. Un día
desapareció, pero nadie se preocupó mucho.
Aunque cada Shivratri, cuando ese glorioso festival religioso se de-
sarrolla a su alrededor, se pueden escuchar los cantores del templo
cantando y cantando: «Jai Bholanath. Larga vida a Bholanath. Lar-
ga vida...» l
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Wilson
Kateel
La escala se pregunta
¿Qué pasa si alguien cruza
la línea que he trazado?
El transportador piensa
¿Qué pasa si alguien
cambia la dirección
a la que apunto?
El compás tiene miedo
¿Y si alguien rompe
las falanges que construí?
La goma está asustada
¿Y si alguien despierta
al error
que yo he borrado?
El lápiz
se revuelca de dolor
¿Y si alguien
destroza
la imagen de un bebé
que yo he dibujado
en el margen de una hoja?
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M ejor no hagan esto
No vendan tabaco
Cerca de las escuelas y universidades
Ya hay suficiente opio
En los libros de texto
No enciendan cigarros
En las asambleas
La tarea de penderle fuego a la audiencia
Es de los oradores
Sobre todo
No voten por dos partidos en los comicios
Uno es suficiente
Para destruir al país
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Hemant
Divate
Mariposas
M i e n t r a s i b a r o n d a nd o po r el j a rd í n d e mi co lonia de v iv ienda s,
ca s u a l m en t e , l e c o menté a un ami go :
S a b e s , en es t o s d í a s , y a no s e ven es as peq ueñ as ma riposa s
a m a ri l l a s , c o mu n e s.
C a s u a l men t e , m e c ontes tó
E s a m a r c a s e h a d e sc on ti n uado.
La t e m p e r a tu r a p r o m e d i o d e u n a p a l a b r a p a r a s e r u s a d a e n u n v e r s o
Cuál es la
t e m p e r a t u r a p r o med i o d e una pa l ab ra
p a r a s e r u s a d a e n u n vers o ?
H i c e el e x p e r i m en to en un po ema
i n s e r t é u n t e r mó metro en l a s axi l as d e l a s pala bras
y
co l o q u é l a s p a l a b r a s en vers o s
a l gú n t i emp o d es p ués
s e d es a r r o l l ó u n es ta d o to rmento s o
y l a at mó s f e r a d e l o s vers o s s e veí a afectad a adv ersa ment e
p o r l a d i f e r en c i a e ntre l a temperatura i nteri or de las pa labras y
[la ext erior
tuve miedo
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d e l a p o s i b i l i d ad
d e q u e a l p i s a r l a ma raña crea d a
p o r l o s v e r s os q ue co nti enen un s i gni fi c ado f u ert e
e j e r c i e n d o p res i ó n s o b re l o s vers o s co n u n sig nific a do débil
p o d r í a r es b a l arme y ca er tro pezand o
e n l a s c u r s i vas
o
u n e n t er o v e rs o cuy o s i gni fi ca d o no ti en e el respa ldo de la
[ experi enci a, me podría est rellar enc ima
d e s d e u n n u evo po ema q ue es tá a punto de ser esc rit o
u n a p a l a b r a s i n s enti d o d e pres i ó n b aj a
o u n a b o r r a da
p o d r í a n p o r mi ed o
g o l p ea r m e
d e ma l a g a n a vo y a d ej ar es te experi mento
d e es c r i b i r u n po ema
ahora
h a s t a h e c er r ad o es te l a b o rato ri o
1.
U n a p a l o ma t i emb l a en l a rej a d e l a s a l a
y es t á a p u n t o d e co l aps a r
su vitalidad
me aterroriza
y c o n s u s o j os a tra vi es a
los míos
y l a r ej a
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o v o l v er á a e m p e z a r, un nuevo co mi enzo
¿ S e r á es t o q u e e l rel o j d e l a pal o ma s i gue co rr iendo?
2.
H o y h a b l é c o n a mi g o s l ej a no s
de sus problemas
m e p el eé c o n m i es po s a
en el celular
p o r l a c u en t a d e s u cel ul ar
m i e nt r a s y o l e e x pl i cab a
q u e n o s e s p e r a n t i empo s d e terro r fi na nci ero
e l t o n o d e l d i á l o g o s e d i s paró
l a f rec u en c i a d e l pul s o s e d i s paró
3.
C o m p r é u n a c a s a , es to y pa ga nd o l a s cuo tas
co m p r é u n a t el e, es to y pagand o l as cuo ta s
n a cí , e s t o y p a g a n do l as cuo ta s
e l p a r a l el i s mo d e es ta s
t r e s l í n e a s r ec i é n p ens ad a s
co n t e s t a n m i p r eg unta
¿por qué vivo?
4.
E n e l f o n d o , u n p u nto pa ra
e l z u m b i d o d e l v e n ti l ad o r s o b re l a o s curi d a d
y e l t i n t i n e o d ep r i mente d e l o s ca rri l l o nes ,
l o s re s p i r o s c o l e c t ivo s co mo s i l enci ad o s
l o s c u e r p o s t i r a d o s en l a ca ma
co m o ma l et a s en u na pl atafo rma
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449
u n e n o r m e a ta s co d e trá fi co
g i me e n m i c ab eza tras to rna d a
c u a n d o p a r ó el venti l ad o r
t ú t e v o l t ea s te para tu l ad o
e l h i j o p a r a el s uy o
y o t a mb i én
p a r a a c o mo d arme me vo l teé h aci a el h o yo neg ro
u n a n u ev a n och e s o fo ca nte
p a s ó d es l i z á nd o s e
e n u n n u ev o aguj ero negro
a Hiranya
1
¿ C ó m o p u d o el pano rama en mi mente
f i l t r a r s e en l a mente d e mi h i j a ?
J u s t o d e l a n t e d e mí , h ay una extens i ó n de
e d i f i c i o s , c e n tro s co merci a l es , auto pi s tas, fábric a s y t ráfic o,
y s i l e p i d o que d i b uj e un pai s aj e
e l l a es b o z a atard eceres ,
u n r í o q u e c orre, árb o l es , pra d eras , a l ta res,
p er f i l a p á j a ro s q ue pa recen número s gara bateados
e n m i s p eq u eño s ci el o s nub l ad o s
N u n c a s e h a v i s to
d e s d e l a s e l v a i nces ante d e es ta ci ud a d
u n a t a r d ec er má s al l á d e l a cas a en mi c a beza ,
e l r í o , l o s á rb o l es , l o s s end ero s , l o s a l ta res, los pá ja ros y las
[a c era s.
¿ C ó m o , en t o n ces , pud i ero n és to s
f i l t r a r s e en s u mente?
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450
2
C u a n d o a l g ú n d í a e l l a co mprend erá
e s t a i m a g en d e m i i nfa nci a
que se ha ido,
y la respuesta
d e ¿p o r q u é d i b u j a e x ac tame n te así ?
¿ y a s e h a b r á n d er r eti d o to d a s l as pi nturas
d e t o d a l a g en t e d el mund o ? ¿ O s egui rán a h í ,
a t r a p a d a s e n s u p ro pi o s i l enci o ?
3
C o m o y o , e l l a t i e n e pes ad i l l as
d e ge n t e a c é f a l a t ra ns po rtand o
ca d á v er e s d e p u e b l o s h uérfano s
h a ci a l o s c e m en t e r i o s d e l as ci ud ad es
o a rr a s t r a n d o h o r r o ro s o s pai s aj es ci ud ad a no s
p a r a s o b r e p o n e r l o s a pueb l o s b o rra d o s ,
e l m i s m í s i m o , i d é n ti co pano rama
e n c i e r r a en s í m i s mo
a t o d a l a g e n t e a c é fa l a,
t o d a s , t o d a s l a s c i ud ad es ti enen el mi s mo no m bre
l a s m i s ma s c a l l es , l o s mi s mo s ed i fi ci o s , l o s mismos c ent ros
[c omerc ia les,
t o d o t r a s l a d a d o a l mi s mo l ugar pred efi ni d o
co m o u n r e g i mi e n to l i s to para d es fi l ar
E l l a a v a n z a p o r l o s s end ero s
m i s m o n o m b r e, mi smo s co l o res
m i s m o o l o r , m i s ma s fo rmas
m i s m a s c a r a s c o mo cl o nes d e s í mi s ma s
y e n l a s mi s ma s encruci j a d as engaño s as
e l l a l l e g a a l a mi s ma es ta tua
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N o i m p o r t a ad ó nd e h uy e
l a mi s ma e s t atua l a enfrenta una y o tra v ez
y el l a l l e g a a l o s mi s mo s pai s aj es
d e l a s mi s mas ci ud ad es
s i n s eñ a l e s n i marcas pa ra gui arl a
E n l o s mi s mo s l ugares
v e a l a m i s ma gente
q u e h a b l a e l mi s mo i d i o ma
c o n f o r ma s y ges to s i gual es
h a c i e n d o f i l a en fi l as d el mi s mo l a rgo
d e l a m i s mí s i ma ma nera
y e n d o h a c i a l as mi s mas es taci o nes
m a n e j a n d o l os mi s mo s veh í cul o s
a l a m i s ma v el o ci d ad
e n l a mi s ma d i recci ó n
a l mi s mo t i empo
p a s a n d o p o r l o s mi s mo s árb o l es
d e l mi s mo t a ma ño
d e l mi s mo t i po
s ep a r a d o s d e l a mi s ma ma nera
p o r l o s mi s mo s s epa rad o res
e n l a mi s ma ca l l e
L a m i s ma g e n te
h ec h a t r i z a s
d e l a m i s ma manera
p o r l a s mi s mas b o mb as
d e s p a r r a m a d a d e l a mi s ma ma nera
p et r i f i c a d a d e l a mi s ma ma nera
q u e b r a d a d e l a mi s ma manera
D e l a m i s ma manera mo nó to na
e n c u a l q u i er ca nal d e cua l q ui er tel evi s ión
s a l en l a s mi sma s i má genes mul ti pl i cand o miseria
monótona
mono-tonal
mono-tonal
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t o t a l men t e mo n ó t ona
d e p ri men t e m en t e mo nó to na
t o t a l men t e d ep r i m ente
d e p -d e p - d e p r i men te
E l l a b a j a , b a j a y c o l aps a
v e m i r o s t r o d e s i e mpre a terra d o , d epri mi d o
a ú l t i m a h o r a , c u a n d o s uel ta
m i ma n o q u e c i ñ e entre l a mul ti tud
y e x a c t a m en t e c o mo y o
e l l a t a mb i én f l u y e en
l a gi g a n t es c a i n u n da ci ó n a uto d es tructi va
d e ge n t e a c é f a l a
Y o s u e ñ o e l mi s mo s ueño q ue el l a es tá s o ña ndo
e n e l m i s mo m o mento
y o t a mb i én v e o s u ro s tro petri fi ca d o , d epri mido
v e o e l t er r o r
y m e es t r emez c o
m e o l v i d o d e l l ev a r el pueb l o a l a ci ud a d y l a c iu dad al pu eblo
[y lleg ar
aquí
¿llegar adónde?
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453
Aldea
global
Pradnya Daya Pawar
Queríamos construir
un mundo extraordinariamente bello,
sin jerarquías.
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Pero criamos el techo
con imágenes y metáforas
por una sombra pequeñita.
Construimos muros debido al miedo.
Instalamos azulejos
para que las cosas vivieran felices.
De nuestras manos
se deslizó la selva,
el agua
rompió los lazos.
¿Será posible encontrar
nuestra primigenia piel en la aldea global?
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Liberación
Varsha Adalja
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456
Oh, Dios. ¿Asesina? La palabra le golpeó en el plexo solar como un
relámpago salido de la nada. «¿Soy una asesina?», se preguntó. «Por
supuesto que lo soy, anoche hundí un cuchillo en el cuerpo de Kedar,
con toda mi fuerza». Ni siquiera él podía creer lo que había pasado:
«Avni, ¿qué hiciste?». Pero se encontraba tan alterada que no podía
escuchar nada. En su arrebato, había acuchillado a Kedar una y otra
vez. Fue como si su cuerpo no le perteneciera. Volvió de golpe en sí
cuando la sangre que manaba del cuerpo de Kedar casi tocaba sus
propios pies.
Avni comenzó a dar alaridos mientras recordaba y, asustada por
sus propios gritos, se dejó caer en posición fetal, luchando para pro-
tegerse del horror.
Una de las presas se acercó a ella y le preguntó:
—¿Por qué lo asesinaste?
Avni sintió que la bilis subía de nuevo a su boca y se cubrió con las
manos, para detenerla.
—¿Era tu amante? Yo también maté a mi esposo. El desgraciado
tomaba todo el día y luego me violaba. Hasta se acostaba con prosti-
tutas.— Le dio una bocanada a su bidi y continuó—: Era un verdadero
hijo de puta, un pinche vago —y escupió—. A nadie le importa que me
haya violado a diario, pero cuando lo maté, y ojalá haya tenido un feliz
viaje, el miserable, me sentenciaron a cinco años.
Apenas oyó la palabra sentencia, Avni salió de su estupor. «No, no
me van a sentenciar», se dijo. «Soy una persona decente y con buena
educación». Luego la golpéo la realidad y empezó a sollozar.
La mujer le dijo:
—No llores, tonta. Yo también lloré, a montones. Pero aun así me
dieron cinco años. No importa: cuando termine mi condena y salga,
voy a casarme de nuevo, con su cuñado. Está guapo.
Avni sintió que estaba atrapada en una telaraña surrealista que la
sujetaba hasta asfixiarla. Quería gritar con toda su fuerza que ella no
era una persona malvada. Era una persona cultivada, idealista, que no
tenía por qué recibir una condena de cárcel. La tenían que soltar, de-
jarla libre. ¿Cómo iba a poder vivir con esas criminales, esa escoria?
La mujer soltó unos anillos de humo y luego aventó la colilla.
—No te espantes. Al principio, todo mundo se asusta, pero luego la
cárcel empieza a volverse menos horrible y al final, hasta vas a preferir
estar aquí. ¿Me entiendes?
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Avni comenzó a llenarse de rabia. ¿Qué hacía ella ahí, escuchando
a esa mujer? Se apoyó en la pared y cerró sus ojos, para dar por ter-
minado el diálogo.
Había un mundo de diferencia entre ese día y el anterior. Ayer,
ella era un ama de casa feliz, como un ave en libertad. Hoy, era una
asesina, sentada junto a otra asesina en la cárcel. Tragó saliva y pensó
en Paritosh, su esposo. Él llegaría en cualquier momento, la tomaría
en sus brazos y toda la amargura de sus problemas y desventuras
desaparecería al instante. Paritosh, tan amoroso, tan cariñoso, astuto,
inteligente... él se encargaría de lidiar con todo el fastidio del juicio y
los embrollos legales y la llevaría lejos de esa miserable cárcel, hacia
su hogar feliz. Mucho tiempo atrás, había hecho algo parecido. La ha-
bía sacado de su existencia solitaria en un orfanato, hacia un mundo
distinto, y se casó con ella. Hoy, volvería a ser su salvador de nuevo.
¿Por qué preocuparse?
—Tu abogado vino a verte —dijo una voz tensa que cortó su en-
sueño.
La otra presa se levantó y se esfumó. Avni se puso de pie y fue al
cuarto de visitas. Ahí estaba Umesh, su cuñado.
—Avni, bhabhi, no te preocupes de nada. Pero, ¿qué sucedió?
¿Cómo llegó a suceder esto?
Avni empezó a revivir los momentos de la escena del crimen: el ca-
dáver de Kedar a sus pies, los ojos de éste mirándola fijamente, en la
estupefacción. Ella, de pie junto a él, con un cuchillo largo y afilado en
su mano, empapada de sangre. Empezó a sollozar como si su corazón
fuera a romperse.
—Por favor, bhabhi, no llores.
—Umesh, todavía no puedo creer que lo maté. ¡Una asesina!
—No te preocupes, bhabhi, todo va a arreglarse. ¿Dónde está Pa-
ritosh? ¿No estaba contigo?
La sola mención de Paritosh ayudó a calmar sus nervios.
—Dios mío, sigo esperando a Paritosh. Viajó a Delhi por su trabajo.
Yo estaba sola en la casa. Estoy segura de que ya debe de haber reci-
bido el mensaje.
—¿Entonces él no sabe? Me sorprende que haya pasado esto, Ke-
dar es un amigo muy querido.
Avni se preguntó qué debía contarle a Umesh y hasta dónde llegar.
¿Debía entrar en detalles escabrosos y decirle que Kedar trató de
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violarla? Mañana todo estaría en las primeras planas, con su retrato a
un lado: ¿el ama de casa de una familia rica involucrada en un caso de
violación y asesinato? No, jamás.
—Lo siento, bhabhi, sé que debes estar en shock y completamente
traumatizada, pero, como tu abogado, necesito saber todos los de-
talles para preparar el caso. Dime de una vez si de verdad mataste a
Kedar, y si lo hiciste, por qué fue y cómo.
Avni se dejó caer en una banca y suspiró. Ahora tendría que narrar
todos los detalles, una y otra vez, no sólo a Umesh, sino a otras per-
sonas. Y tendría que enfrentarse a muchas preguntas no expresadas.
—Sí, Umesh, maté a Kedar. Un día antes, el había regresado de
Bangalore antes de tiempo y fue a nuestra casa. Se veía de buen hu-
mor: había obtenido su divorcio después de una larga espera. Paritosh
estaba en Delhi, así que él me llevó a celebrar con una cena. Te hablé
para que nos acompañaras, pero Heena y tú no estaban en casa. Así
que al final fuimos los dos solos a cenar. Kedar bebió todo el tiempo
que estuvimos ahí. Intenté convencerlo de que parara, pero no me
hizo caso. Llegamos a casa muy tarde.
Avni juntó fuerzas para revivir el incidente de nuevo. Durante toda
la cena, Kedar ignoró sus súplicas para que no bebiera tan rápido. Se
embriagó por completo. Al llegar a casa, ella empezó a preocuparse.
Su intuición femenina percibía que algo andaba mal, había algo fuera
de lugar, como si el aire estuviera cargado de lujuria y traición. Kedar
pidió que le sirviera jugo de limón. Tan pronto como entró a la coci-
na, él la asaltó por detrás y trató de abusar de ella. En el frenesí que
siguió, tratando de salvarse del ataque, no supo siquiera que lo había
matado. Fue como si hubiera estado en piloto automático. Tuvo que
pasar un momento para que recobrara los sentidos y se diera cuenta
de que Kedar yacía a sus pies, bañado en su propia sangre.
Umesh intentó apaciguarla:
—No te preocupes, bhabhi, estabas en riesgo. Lo que hiciste se de-
bió a las circunstancias. Vamos a contratar a los mejores abogados de
la ciudad. Cuando llegue Paritosh, dile que vaya a verme. Por cierto,
¿qué le dijiste a la policía?
—Les conté todo. No estaba en condiciones de mentir.
Umesh se fue. Avni regresó a su celda, llena de presas. Se sentó en
una esquina y cerró los ojos. Vio cómo Paritosh le sonreía y se aferró a
esa imagen, para mantener el balance mental. Tal vez dormitó un poco.
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De pronto, se despertó cuando sus manos y pies estaban por aca-
lambrarse y oyó a alguien decirle que Paritosh había llegado. Avni
saltó y fue, casi corriendo, al cuarto de visitas. Paritosh estaba ahí, una
imagen del desaliento: cabizbajo, las manos cruzadas sobre el pecho.
Avni fue y se paró junto a él. Paritosh la miró:
—¿Qué sucedió, Avni? No entiendo.
—Ni siquiera yo entiendo cómo pasó —dijo ella—, pero ahora que
estás aquí, sé que no debo preocuparme.
—Sí, ya... ¡Pero Kedar fue asesinado!
—Tampoco puedo creer que maté a Kedar. No tienes idea de lo
horrible que fue la noche anterior para mí. Dios sabe que traté de
llamarte al hotel de Delhi, una y otra vez, pero la línea se había des-
compuesto. Mala suerte.
—Pero ¿cómo pudo hacer eso Kedar?
—No puedo imaginarlo, me rebasa. Él era un buen amigo tuyo,
Paritosh. Cuando llegó a casa, estaba tan feliz por haber obtenido su
divorcio. Luego, en la cena, no paraba de tomar.
—¿Por qué tenías que ir con él? ¿No podías haberle pedido a al-
guien que te acompañara?
—Le hablé a Umesh, pero él y Heena habían salido. Después, Kedar
no me dejó hacer más llamadas. Todo fue horrible, Paritosh.
Avni recargó la cabeza en el hombro de Paritosh y empezó a sollozar.
—Le pedí a la policía que te avisaran y ellos hablaron inmediata-
mente a la policía de Delhi.
Paritosh se dio la vuelta y murmuró:
—Ese bueno para nada llegó a contarme todo cuando estábamos en
medio de una junta con la Dirección General: «Señor Paritosh, arres-
taron a su esposa por asesinar a Kedar, su amigo». Imbécil, estúpido.
Anu, me sentí tan avergonzado. Todo mundo en la junta me miró fija-
mente, como si fuera una criatura extraña. Y ese inspector Chahuan,
canalla, empezó a interrogarme. Dios, me sentí tan humillado.
—¿El inspector te contó eso frente a todo mundo?
—Sí, y todo mundo saboreó el escándalo: violación, asesinato y mi
esposa involucrada.
Paritosh se aflojó la corbata. Avni sintió que un peso la oprimía por
dentro. Se iba muriendo poco a poco, cada palabra de Paritosh era
una herida en su corazón. Moría lentamente... o ya se sentía muerta
del todo. Murmuró:
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—Paritosh, pensé que todos mis problemas iban a desaparecer en
cuanto llegaras.
—Eso sí, de seguro. El dinero no es el problema. Voy a darle un che-
que en blanco a Umesh. Tendremos a los mejores abogados trabajando
en tu caso. Pero, ¿puedes ver lo difícil que será para mí dar la cara a
la sociedad? Todo esto es terrible para mí, para ti.
—Pero, Paritosh, no hice nada malo. Cualquier otra, en mi lugar, se
habría defendido.
Avni empezó a recomponerse.
—Cierto, pero hubo asesinato, violación y tu arresto: es un menú en
bandeja de plata para los periódicos.
—¿Entonces crees que debí haberme sometido ante Kedar?
—No, no, Anu. Pero era posible otra solución, una vía intermedia,
algo que salvara nuestra reputación y que guardara las apariencias. Se
podría haber llegado a un arreglo.
Anu se sentó lentamente en la banca, devastada ante esas palabras
desalmadas. Paritosh estaba de pie frente a ella, irritado, agitado y
todo lo que tenía en la cabeza era su propio deshonor.
Avni nunca se había sentido tan sola. Le preguntó:
—¿Qué quieres decir con llegar a un arreglo? Se trataba de un
hombre borracho y empeñado en violarme. ¿Crees que habría escu-
chado razones o se habría conmovido con mis lágrimas? Estaba más
allá de eso. Nunca pensé en matarlo. Sólo sucedió, como un destello.
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Paritosh se sentó junto a ella, abatido y sin esperanza.
—Tenemos que enfrentarnos a la realidad de lo que pasó. Ahora es
mi deber trabajar en tu caso.
—¡Deber! ¿Vas a llevar mi caso porque es tu deber? Sólo puedes
pensar en la reputación, el deber, en dar la cara a la sociedad. Sólo
piensas en ti. ¿Y qué hay de mí? ¿Has pensado siquiera en el trauma y
la angustia por los que he pasado? ¿No quieres que te hable de eso?
¿No vas a preguntarme?
—Anu, por favor, ten algo de perspectiva. Todo este incidente es
espantoso, una pesadilla. Te arrestaron por homicidio. Cuando se abra
el caso, la gente comenzará a hablar. Será un chisme irresistible. Estoy
en una encrucijada y no sé qué hacer.
Anu miró fijamente a Paritosh, desde el fondo de su abatimiento.
¡Se trataba de la misma persona que había estado esperando, impa-
ciente, todo este tiempo! La persona que debía salvarla. ¿Era posible
que hubiera pasado todos estos años con él, entregando cuerpo y
alma, sin haberlo conocido en verdad? Todo lo que le importaba era su
reputación y su sitio en la sociedad. No tenía idea de su trauma mental
y físico, ni le importaba. Por primera vez en su vida, se preguntó si en
realidad lo conocía.
Paritosh siguió divagando:
—Anu, iban a nombrarme director de la compañía este año. Todo
el trabajo duro de estos años ha sido para nada. No tenía idea de que
mis sueños iban a derrumbarse así algún día.
—Sí, Paritosh. Yo tampoco tenía idea de que mis sueños se derrum-
barían así.
Para seguirse revolcando en su desgracia, Paritosh agregó:
—¿Sabes, Anu, cuál iba a ser mi salario? Iban a darme un auto, a
cubrir mi renta y a asignarme un viaje de negocios cada dos o tres
meses. Ahora mi carrera se terminó.
—¡Sólo piensas en tu carrera y tu futuro! ¿Qué hay de mí? ¿Qué va
a sucederme ahora? —preguntó, casi contra su voluntad.
—A eso me refiero: la gente dudará de tu carácter. ¿Por qué Kedar
iba a intentar violarte? Anu, eres tan ingenua. Los fiscales pondrán en
duda tu versión. Van a destrozarte en los interrogatorios. Tu honor
estará en riesgo.
Anu le gritó:
—¡Cállate ya! ¡No sólo eres egoísta, también eres un cobarde!
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—¿Anu...?
—¿Te sorprende? Hoy, que veo la horrible verdad sobre ti, también
estoy sorprendida hasta lo más profundo. ¡No tienes idea!
—¿Me llamas egoísta? Te he dado todo. Me fui de casa, me alejé
de mi madre, mi padre, mi hermano mayor, de toda mi familia, por ti.
Por ti, Anu.
Avni se hizo a un lado, pensando en cómo esas declaraciones tan
francas también podían ser mentiras disfrazadas.
—También creía eso, Paritosh, pero ya no. Ahora sé que, aun si no
nos hubiéramos casado, habrías dejado tu hogar y a tu familia, porque
no podías llevarte bien con tu padre, terco y de mal temperamento. El
matrimonio sólo fue el pretexto.
Avni se dio cuenta de que, de pronto, estaba contemplando las
cosas de una forma nueva, especialmente su vida pasada. Sus ojos es-
taban abiertos y todo, cada detalle, estaba claro como el agua.
Después de la boda, Paritosh había tenido un ascenso tras otro,
gracias a los esfuerzos y el apoyo de Avni. Él decía que su jefe dis-
frutaba las fiestas que ella organizaba, o que la esposa de su jefe
admiraba la decoración que ella le había dado a la casa. Ella siguió
haciendo estos pequeños favores y Paritosh siguió subiendo en la es-
calera corporativa.
Paritosh reflexionó:
—Anu, estás siendo muy injusta al negarte a reconocer mi punto
de vista.
—No, Paritosh, tú eres quien ha sido injusto conmigo. No me has
tratado como a una persona, con su propia identidad. Estuve viviendo
a tu sombra y se suponía que debía estar feliz con eso. Me exhibiste
como tu esposa-trofeo, bella e inteligente, y como su dueño, tu pres-
tigio y tu poder aumentaron.
Paritosh caminó dos veces alrededor del cuarto. Había llegado a su
límite. Era incapaz de pensar, todo le resultaba confuso.
—Anu, ahora no estás pensando bien las cosas, pero cuando todo
esto pase, y estemos juntos de nuevo, haré todo lo necesario para
que seas feliz de nuevo. Te prometo que voy a contratar los mejores
abogados y no voy a descansar hasta que te liberen.
—Sí, pero vas a hacerlo por tu bien, no por mí. Si me declaran
inocente y me liberan, vas a recuperar tu puesto en la empresa y tu
prestigio social. Vete ya, por favor.
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Anu se dio la vuelta y se dirigió a la salida. Paritosh la retuvo, su-
jetándola de la mano.
—Anu, Anu, ¿te volviste loca? Vamos a superar esto y volveremos
a tener nuestra estabilidad, como si nada hubiera pasado.
Anu liberó su mano con un tirón y volvió a avanzar hacia la salida.
Cuando llegó a la puerta, se detuvo y volteó a verlo. Le habló con
calma:
—Lo que haya pasado, ya pasó. No te molestes por mí, Paritosh.
No hagas nada. No me interesa pelear este caso. Voy a declararme
culpable y voy a quedarme en esta cárcel.
Paritosh no podía creer lo que escuchaba:
—Anu, ya perdiste por completo la cabeza. ¡No hagas esa insen-
satez! —Empezó a hiperventilar y la tomó de nuevo del brazo—:
¡Júrame que no harás algo tan estúpido! ¿Quieres quedarte encar-
celada?
—Ésta no es una cárcel, Paritosh. En realidad, es un mundo en el
que voy a liberarme de tu mundo. Aquí no hay simulación, no hay hi-
pocresía, ni falsos prestigios o reputaciones que salvar. Tampoco seré
Avni. En este mundo nuevo, sólo voy a ser un número.
—¿Cómo voy a vivir sin ti, Anu?
—Antes, yo pensaba lo mismo. Pero ahora sólo quiero descubrir-
me, descubrir quién soy en realidad.
—¿Aquí, en la cárcel? ¿Como una prisionera?
—También tú eres prisionero de las normas sociales y la hipocresía.
Tu conducta pretenciosa, tus falsas creencias y todo tu comportamien-
to lleno de rituales sociales son más rígidos que los barrotes de esta
cárcel. Tu mundo sólo es libre en el discurso, pero es una libertad pri-
sionera. Déjame ir, Paritosh.
Avni salió y fue hacia la cárcel, hacia ese nuevo mundo libre de la
simulación y la hipocresía del mundo exterior que ella había conocido.
Sentada, Avni abrazaba una mochila pequeña en su regazo, en la
que cargaba sus pertenencias. Recargó su cabeza en ella. El tumultuo-
so tiempo que pasó en la cárcel había consumido su belleza y su juven-
tud, pero su espíritu estaba intacto. Era su renacimiento. Avni levantó
la mochila y empezó a caminar por el largo y desolado camino l
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Vishvaamitri,
detrás de la curva
Sitanshu Yashaschandra
Ella no ti ene lugares íntimos para lavarse, en los que las mujeres se
[puedan bañar.
No hay muelles públicos donde los veleros puedan detenerse para
[recargarse.
No hay banquetas tranquilas cerca de su corriente para un paseo tardío.
Gurús con el agua hasta la cintura profiriendo shlokas hacia el Sol
padres 2 que bauticen a otros en el nombre del Hijo,
ella no tiene ninguno.
Nada de agua, de hecho, nada que pueda llamarse de verdad agua.
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Ella fluye, muda, arrastrando un líquido sin nombre.
Encuentra un pasaje estrecho
entre las bestias encerradas de por vida en el gran zoológico
y los ciudadanos de mi pueblo que merodean perdidos por un tiempo en
[el gran jardín.
Como una mujer leprosa, ella se retira con sus extremidades sumergidas
[en sí misma.
Aunque, si lo piensas,
ella también podría haber sido alguna vez un río.
Como el Ganges Sena Volga Nilo Támesis Amarillo Misisipi Amazonas,
son todos ríos,
ella, también fue, quizá, uno.
Mucho más pequeño,
pero río también: agua corriente, en la que vivían criaturas acuáticas,
se reflejaba la luna llena,
ciervos, de cuernos enredados, al amanecer,
y al anochecer, guepardos, de cuerpos relucientes,
inclinaron las cabezas, respetuosos,
y luego bebieron;
en cuyas dos orillas, tierras de cultivo,
sedientas por el fuerte sol de verano,
amamantadas, agachándose en fila, sus labios temblorosos,
como infantes adorables.
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—Cuando digo cosas como ésta,
de pie en ese puente de ahí extendido a través de ella,
suavemente, para que sólo ella pueda escuchar,
cada vez ella
ha fingido no escucharme.
ella,
se detiene, observa, comprende, se muerde la lengua,
aprieta los labios, seca sus lágrimas
con el dorso de la mano, y, sola,
retrocede, se repliega, silenciosa, atraviesa todo el lodo, y se aleja
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La selva
Las maderas gruesas y pesadas no arden tan rápido, las llamas
estallan, forman doseles de chispas, se detienen, sólo para
[comenzar de nuevo.
El fuego no se acuesta con los ojos cerrados en cualquier cama
[fresca de cenizas suaves.
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El grueso y ancho estandarte en el templo de Shiva del bosque
se quema y aletea.
¿Dónde están las reglas de prosodia para las figuras
retóricas que escucho tan bien en el burbujeo del agua hirviendo
en la jarra del Shivalinga?
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Jaisalmer
Gulam Mohammed Sheikh
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Ladrones
Girdhari Lal Malav
Los dos bueyes que tiraban de la carreta eran más como bebés de elefante
que simples bueyes. Podían llevar una carreta cargada a una distancia de
cincuenta kilómetros en una noche, sin pedir descanso. El metal de las
campanas atadas a sus cuellos tintineaba mientras los bueyes trotaban,
moviendo sus cabezas arriba y abajo. Los coloridos tapices de tela en sus
lomos mejoraban la marcha de los bueyes. Bueyes así eran una posesión
que enorgullecía a pocas familias en el pueblo. Ramchanda emitió un so-
nido típico con su boca mientras tocaba sus colas. Los bueyes entendieron
el aviso y aumentaron su velocidad, como si estuvieran en celo. La carreta
comenzó a rodar como el viento, levantando una nube de polvo.
Después de recorrer una distancia de aproximadamente un kilómetro,
vieron a dos granjeros del pueblo de Motipara, custodiando un campo de
mijo. Uno de ellos reconoció la carreta. Se preguntó en voz alta hacia dónde
iría Dahji Patel, el veterano jefe de la aldea, pues ya iba a caer la tarde.
«¿Quién es Dahji Patel?», preguntó el otro. El primer hombre, que había
mencionado a Patel, obtenía las semillas y fertilizantes que requería de él.
«¿No sabes quién es Dahji Patel, del pueblo Sokanda? Es famoso en toda
la zona. Tiene la suerte de disfrutar un asiento al lado del rey en la corte
real. ¿Quién no lo conoce?», soltó en un solo respiro.
«¿Cómo se llama?», preguntó el otro hombre de nuevo.
«¡Qué ignorante eres! Él es Nanda Patel. El gran campo cerca del límite
del pueblo, donde dos guardianes vigilan la cosecha, pertenece a él», dijo
el primero.
«¡Oh! ¿Es él, él?», el otro hombre expresó con una mirada de reverencia.
«Sólo había escuchado su nombre hasta ahora. ¡Ahora lo estoy viendo!
¿Y a dónde va a esta hora? ¡Qué decir de él! Es un hombre respetado. Tiene
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decenas de trabajos para atender, como asuntos de la comunidad, disputas,
tribunales, invitados, visitas, ¿y qué no?», el primero explicó.
Mientras tanto, la carreta se detuvo cerca de ellos.
«Ram Ram, Patelji». El primero ofreció saludos con las manos juntas.
«¡Ram Ram, hermano! ¿Protegiendo el mijo?», Patel respondió.
«¿Qué más? No hay otro trabajo; así que vinimos aquí», respondió el
segundo hombre humildemente, aún cruzando las manos. Luego fingió risa.
«Bueno, bueno». Patel miró de cerca el campo de mijo. Escondiendo su
intención codiciosa, dijo: «La cosecha es realmente abundante, este año.
Dios tiene muchas bendiciones».
«Sí, Dahji; es toda tu gracia». El granjero se inclinó casi tocando con su
cabeza el suelo. La carreta rodó por delante. Había otras cuatro personas
en la carreta, además de Patel y Ramchanda. Todos del mismo pueblo y
eran hombres de confianza de Patel. Modya, Dhanya, Rama y Kanha. Modya
preguntó: «¿Quiénes eran estos hombres, Dahji?».
«Son nuestros pobres cultivadores. No les hagas caso», Patel respondió.
«Al contrario, ¿debería manejarlos adecuadamente, si me lo dices?»,
Modya completó su oferta con un abuso obsceno.
«¡No, no! ¿Qué estás haciendo? Callar. ¡No sabes nada!».
Patel silenció a Modya. Luego le preguntó a Kanha: «¿Has traído las cosas?».
Kanha sabía la intención de la pregunta de Patel. «Sí, Dahji, pero ¿cómo
nos las arreglamos? Se derramará. Los idiotas, ya sabes».
«No, no. Sólo pregunté para comprobar que no te hayas olvidado», Patel
se humedeció los labios con la punta de la lengua y tragó saliva.
El sol estaba a punto de hundirse en el horizonte occidental. Los gran-
jeros y los trabajadores regresaban de los campos a sus hogares. La carreta
iba a toda velocidad. Hubo intercambios ocasionales de saludos y algunas
personas conocidas pasaron de largo. Las mujeres, caminando con manojos
de forraje verde sobre sus cabezas, se cubrieron con sus velos y dieron
paso al carro.
Rama preguntó, en un susurro: «¿En la próxima parada, Dahji?». Patel
respondió de la misma manera: «Sí, en la próxima. Todavía hay luz del día».
La carreta se movía a un ritmo constante. Todos los ocupantes hablaban
sobre cualquier cosa, para matar el tiempo. Hacían chistes obscenos, ador-
nando la narrativa con bocados de expresiones lascivas.
«Vamos, Modya, sácalo de tu bolsillo. No dejas que incluso el viento
toque tus bidis». Kanha tomó la mano de Modya y deslizó su otra mano en
su bolsillo.
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«Es un avaro», Dhanna intervino. «Cuando todos ustedes quiebren, sólo
mis recursos vendrán en su ayuda». Modya cedió, sacó de su bolsillo y ofre-
ció bidis a todos. Patel cambió el tema: «Dhanya, ¿qué pasó cuando fueron
a secuestrar a la esposa del hermano de Rama?».
Modya interrumpió: «Nada de eso sucedió, Dahji. El padre de la mujer
no tenía intención de enviarla. Muchas personas lo intentaron, pero en
vano. Quería entregarla a otro hombre. ¡Bastardo codicioso!».
Todos se rieron mucho. «La mujer se comunicó en secreto a través de
alguien para llevarla por la fuerza, ya que su padre no iba a enviarla de
buena gana».
«¿Entonces?», Patel mostró interés en la historia.
«¿Entonces qué? ¡No tienen cerebro!», dijo Kanha.
«¿Cómo?», preguntó Modya.
«No podían ponerse de acuerdo en una cosa. No discutieron el asunto
lo suficientemente en serio como para encontrar una salida viable. Ton-
tamente, se pusieron en marcha en la misión una noche, armados con sus
palos y reunidos cerca de la casa», dijo Kanha.
«¿No fuiste tú también con ellos?», le preguntó Patel a Kanha.
«Tenía que hacerlo. Amistad, ya sabes. Incluso si uno tiene que sacri-
ficarse por la causa de un amigo, uno debería hacerlo. De lo contrario,
¿cuánto vale la amistad?». Kanha continuó: «Modya, Rama y yo tomamos
posiciones detrás de la casa, esperando que entráramos a través del techo
de paja y nos lleváramos a la mujer con nosotros. Estaba lista, como ha-
bía dicho. Ok, lo que pasó a partir de entonces puede ser mejor narrado
por Dhanya. En lo que a nosotros respecta, nos pusimos tan nerviosos al
escuchar ruido que nos fuimos, antes de que la gente tuviera tiempo de
reunirse en la escena».
«Dinos ahora, Dhanya», Patel disfrutaba los detalles.
Dhanya dijo a su vez. «¡Qué desastre fue! Tan pronto como entré a
través del agujero hecho en el techo, la mujer se despertó e intentó dar
alarma. “¡Cállate”, le dije, “tanto a ti como a mí nos matarán!”».
«La advertencia no tuvo efecto en ella. Sus agudos gritos despertaron
a todo el pueblo. La gente se reunió en poco tiempo. Se volvió demasiado
arriesgado salir de la casa. Algunas personas también habían subido al te-
cho. Mis amigos ya salieron desbocados», pensé.
«¿Qué más podríamos haber hecho? ¿Quedarnos allí para ser asesina-
dos? ¿Cómo podríamos haber peleado con toda la aldea?», Modya defendió
su acto.
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Dhanya continuó: «Me devané los sesos. La mujer seguía llorando. En
una esquina vi un contenedor de hojalata en un hueco de la pared y al
abrirlo encontré que estaba lleno de chile en polvo. Envolví una colcha a
una piedra de molino y grité en voz alta: “Estoy saliendo. ¡Deténganme si
pueden!”».
«Luego levanté la piedra de molino, desde la apertura en el techo. Los
hombres ahí afuera comenzaron a golpearlo con palos y lo que tenían.
Después de unos minutos dejaron de escucharse. Tomando un puñado de
chile en polvo con una mano y la colcha envuelta en la otra, saqué la cabe-
za fuera de la apertura. Tiré chile en polvo hacia los hombres que estaban
aún allí. Tuvo el efecto deseado. Se dispersaron en poco tiempo, algunos
frotándose los ojos y otros incluso llorando de dolor. No habiendo nadie
en el lugar para enfrentarme, salí por la abertura y escapé tan rápido como
pude».
«¡Qué trabajo tan heroico! ¡Ya no hay hombres como tú!», Patel le dio
unas palmaditas a Dhanya en el hombro.
La carreta se precipitaba por la pista de barro. Al divisar un pozo y un
par de árboles en el camino cerca de un pueblo, Patel señaló la ubicación
y tocó a Ramchanda, quien lo miró. Patel susurró: «Aquí, debajo de los
árboles».
La carreta fue conducida debajo de un árbol. Los bueyes fueron des-
enganchados y atados al árbol. Ramchanda barrió un pedazo de tierra,
sirvió forraje a los bueyes y extendió una alfombra para Patel. Kanha y
Modya descargaron algunos artículos de la carreta, encendieron un fuego
con trozos de estiércol secos y pusieron un poco de dal para hervir. Otro
hombre amasó harina de trigo e hizo algunos baatis. Patel le preguntó a
Kanha: «¿Tónico?».
Kanha gritó: «Tráelo, Dhanya; se guarda debajo del piso de la carreta».
Dhanya sacó una botella, la descorchó y vertió el licor en seis vasos
de vidrio. Sintieron el golpe tan pronto el alcohol bajó por sus gargantas.
Comenzaron sus chismes de rutina.
«Una vez que eso sucedió, Dahji», Kanha comenzó, «cuatro de nosotros
nos habíamos ido al pueblo de Kasanpara para nuestra ocupación habitual.
Era tiempo de sembrar. La mayoría de la gente en esos días permanecía en
un estado de agotamiento debido a la difícil rutina».
«No dejes que se queme el baatis mientras hablas», dijo Modya.
«No te preocupes; los estoy volteando. Vierte ghee en el dal», Kanha le
dijo a Modya y continuó: «La gente del pueblo regresaba de los campos tar-
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de, cenaban, alimentaban al ganado, preparaban las semillas para sembrar
y se iban a la cama, con la presión del trabajo en sus mentes, para el día
siguiente. Difícilmente tenían tiempo para alguna diversión. Se quedaban
dormidos rápidamente, en poco tiempo. Ése era el momento que estábamos
esperando. Cuando el silencio fue profundo, subimos a la casa de un Patel
desde la parte trasera. Nos las arreglamos para saltar al patio que lucía
la quietud de un cementerio. Buscamos en una habitación y, por suerte,
encontramos una caja grande y pesada de lata. Dhanya la levantó sobre
su cabeza y todos nos apresuramos hacia la puerta principal para salir.
En ese momento, una anciana preguntó: “¿Quién está allí, Gopala?”. Dije
vagamente: “¡Hmm!”, pero ella insistió: “Hmm... ¿Qué? ¿Quién es?, ¿tú?”. La
anciana había sospechado».
Dhanya interrumpió y agregó: «Estos tres lograron abrir la puerta prin-
cipal y escaparon. También traté de correr con ellos, pero la carga de la
pesada caja en mi cabeza me detuvo. La anciana seguía gritando tanto que
muchas personas salieron de sus casas y algunas de ellas me atraparon con
las manos en la masa».
«¡Te atraparon!», Patel expresó asombrado, «¿y entonces?».
«Comenzaron a golpearme por todos lados. Pude soportarlo como por-
que mi cuerpo está endurecido por el ejercicio desde la infancia. Otro en
mi lugar habría caído inconsciente», dijo Dhanya.
Patel tragó de un solo golpe todo lo que quedaba en su vaso. Eructó en
voz alta y, girando su bigote, preguntó: «¿Qué pasó entonces?».
«¿Qué más? Me llevaron a un espacio abierto y trajeron una linterna.
Colocaron la caja en una plataforma y me ataron las manos y los pies con
una soga. También me dejaron en la misma plataforma. Todo el que acer-
caba me pateaba o me golpeaba con el puño. Algunos quedaban satisfechos
con gritarme sus insultos preferidos».
«Mira, preparemos la cena primero. Podemos seguir hablando mientras
comemos», dijo Modya. Patel le preguntó a Dhanya: «¿Todavía hay algo en
la botella?».
«Sí, hay un poco. Puedes terminártelo. Luego podemos comer», Dhanya ofre-
ció.
Patel tomó el último sorbo. Rama sirvió cuatro baatis a cada uno. Abrió
la parte superior de los baatis y puso dal sobre ellos. Comenzaron a comer.
Patel retomó el incidente de nuevo. «Entonces, Dhanya, ¿te llevaron a la
policía la mañana siguiente?
Modya interrumpió: «¿Por qué? ¿Para qué estamos nosotros?».
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«¿Qué podían hacer ustedes?», Patel se agitó como si algo impensable
hubiera sucedido.
«Nosotros lo rescatamos, Dahji», dijo Kanha, luchando con la sensación
de chile en la lengua. Luego comenzó a toser. «Cómo...», Patel no podía en-
tenderlo. «¿Cómo pudieron rescatarlo después de que lo atraparon? ¿Crees
que soy tonto?».
«Cuando los tres huimos y Dhanya se quedó atrás, nos escondimos en
un campo de mijo cerca del pueblo y vimos lo que estaba pasando desde
una distancia segura. Nos asustamos cuando la gente comenzó a golpear
a Dhanya, pues sentíamos que a nosotros también nos podían atrapar y
golpear», dijo Modya. «Le dije a Kanha: se sabe que tu casta es tonta, pero
ahora recuerda a tu Dios y exprime tu cerebro para encontrar una salida. Si
entregan a Dhanya a la policía, sería un gran insulto para nosotros. ¡Nues-
tras madres se avergonzarían, amigo mío!», le lanzó una sonrisa burlona a
Kanha, que estaba limpiándose la nariz que escurría copiosamente debido
al alto contenido de chile en el dal.
Kanha protestó: «Mira, Dahji, este hombre no degradará mi casta».
Patel dijo bruscamente: «¡No discutas! ¿Qué paso después?».
Kanha continuó: «Después de todo, fue mi truco lo que funcionó. Nada
vence a la inteligencia, ya sabes. Cuando le expliqué mi plan, Rama se
negó: “No, no. ¡No podemos entrar en la boca abierta de un león!”. Yo le
aseguré: “La gente no podrá vernos. Nadie puede ver desde un lugar ilumi-
nado hacia la oscuridad de alrededor. Entonces, su atención tampoco esta-
rá puesta en nosotros”. Con mucha persuasión, Rama estuvo de acuerdo».
Nos apretamos el turbante, recogimos nuestros palos y nos levantamos
para enfrentar el desafío. Caminando en silencio, nos mezclamos con la
gente que rodeaba al pobre Dhanya. De repente, Rama golpeó la linterna
con su palo y comenzó a desatar a Dhanya. Aprovechando la oscuridad
total, hicimos buen uso de nuestros palos con quien estuviera delante de
nosotros. Tomada totalmente desprevenida, la gente comenzó a gritar, a
llorar y a correr para resguardarse. Recogimos la caja y, en cuestión de
minutos, salimos del pueblo junto con Dhanya, algunos hombres trataron
de seguirnos pero pronto nos alejamos».
«¿Es cierto eso?», Patel estaba muy contento de escuchar su aventura.
Añadió: «¡Los valientes deberían ser tan valientes como ustedes!».
Habían terminado de comer y ahora encendían beedis para fumar. Patel
hizo balance de la situación. «Parece que la gente se ha ido a dormir. ¡Mo-
dya! prepárate, ahora». Kanha asintió con la cabeza. Caminó, subió al carro
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y trajo dos palos y dos varillas de hierro. Los cuatro hombres tomaron un
arma cada uno.
«¡La gracia de la Diosa Madre sea contigo! ¡Tengan cuidado!». Patel dio
luz verde a la misión. Modya aseguró a Patel: «No te preocupes por no-
sotros. También cuídate y mantén la carreta con los bueyes lista para la
carrera».
«No se preocupen por mí. ¡Vayan!», Patel los despidió con la mano otra vez.
Luego de que los cuatro hombres se fueron, Ramchanda extendió una
alfombra en el piso de la carreta. Los bueyes estaban unidos al carro.
Sosteniendo la cuerda, Ramchanda se puso en cuclillas en el suelo, frente
al carro. El pueblo estaba profundamente dormido. El silencio fue perfora-
do tan sólo por los ladridos de unos perros y por el ruido de la tos de un
anciano. Este año el invierno era bastante severo y la gente evitaba dejar
sus cálidas colchas.
Ramchanda encendió un beedi más, dio un largo bostezo y miró en el
cielo. Un grupo de estrellas, Orión, estaba sobre su cabeza. Tauro gravitaba
hacia el oeste. Patel había empezado a roncar. Un buey masticaba el cud
mientras el otro lamía el cuello de su compañero. Sus campanas de metal
hacían un sonido suave. El cielo nocturno con millones de estrellas era
muy brillante.
Algunos perros ladraron de nuevo y el viejo tosió un par de veces más.
Ramchanda alertó a Patel sin hacer ruido. Patel dejó de roncar y despertó
con un tirón. Aclarando su garganta, preguntó: «¿Qué es eso?, ¿ya vienen?».
«Parece que están volviendo. Puedo escuchar el sonido de sus pasos», con-
firmó Ramchanda.
«Prepárate, entonces», Patel se puso completamente atento
«¡Estoy listo!», aseguró Ramchanda, aclarándose la garganta.
Los cuatro hombres aparecieron rápidamente. Rama y Dhanya llevaban
cada uno una caja en la cabeza. Se acercaron al carro e hicieron y anuncia-
ron su llegada silenciosamente. Patel se incorporó. Ramchanda levantó el
piso de la carreta. Las dos cajas se colocaron cuidadosamente allí y nive-
laron el piso nuevamente. Extendieron la alfombra encima y todos tomaron
sus posiciones. Nadie hablaba. Ramchanda, sentada delante de la carreta,
arrió a los bueyes. La carreta comenzó a acelerar hacia su pueblo.
Casi amanecía. La gente giraba en sus camas para comenzar un nuevo día.
Cuando la carreta pasó por el último pueblo, estaba bastante oscuro, pero
ahora una luz dorada había comenzado a aparecer en el horizonte oriental.
Las mujeres y los hombres mayores habían salido de sus casas y ya iban
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a sus quehaceres matutinos. Algunos de ellos incluso saludaron a los ocu-
pantes de la carreta.
Los bueyes, ansiosos por llegar a casa, trotaban sin ser arriados. Patel
y los otros iban medio dormidos. El sol ya se distinguía bien por encima
de los árboles cuando la carreta pasó al lado del propio terreno de Patel.
Sus guardias de la aldea Sokanda ya estaban allí. Una manada de ganado
pastaba cerca. Cuatro niños vigilaban la manada. Dos entraron en el campo
de Patel, arrancaron algunas espigas de mijo y salieron. Ramchanda los vio,
detuvo la carreta y preguntó: «¡Ah!¿Van a asarlas y disfrutarlas?».
Patel de repente se interesó: «¿Quién está ahí?».
«Son pequeños arrieros, Dahji; arrancando espigas de mijo de tu terre-
no», Ramchanda informó.
Al escuchar eso, todos en la carreta despertaron de su sueño. «Vamos.
Enciende un beedi. Todavía me siento somnoliento», murmuró Modya, fro-
tando sus ojos. Kanha sacó cuatro beedis y se los ofreció a todos.
«¡Los ladrones son una maldita molestia!». Kanha inhaló humo de su
beedi y pronunció una frase obscena, mientras expulsaba una nube de
humo a través de sus fosas nasales. «¿Quién son ustedes? Vengan aquí». Los
dos muchachos estaban parados como estatuas. No sabían cómo responder
cuando estaban acorralados. Uno de ellos se aventuró a decir algo, vacilan-
te: «Tomamos un poco para asar y comer».
Patel estaba rojo de ira. «Atrápalos y tráelos aquí, Ramchanda. Ya les
había advertido antes, pero parece que no se darán por vencidos en su
hábito de robar. ¡Seguirán siendo ladrones toda su vida!». Concluyó con
algunos sucios insultos. Luego ordenó: «Amárrenles las manos y súbanlos
al carro para entregarlos a la policía».
Modya y Rama agarraron a los dos niños que estaban llorando y rogan-
do que los liberaran. Los subieron a la carreta. Los bueyes ya tenían prisa.
Levantando mucho polvo, la carreta tomó el camino hacia el pueblo l
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El poder
de los sueños
Indra Bahadur Rai
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Ya despierto, mientras observaba las flores en el jardín, me pregunté
cuál podría ser el significado de ese sueño. Decidí que representaba que
el dinero es la fuente de toda disputa y profetizaba que me metería en
una durante el día, así que debía conducirme con cautela.
Caminaba sobre la banqueta hacia mi lugar de trabajo cuando me di
cuenta de que había llegado exactamente al mismo punto en que ha-
bía ocurrido mi sueño. Mientras la gente me rodeaba como si fuera una
glorieta para continuar su camino, me detuve y examiné el lugar. Si una
disputa estaba a punto de suceder, debía ocurrir precisamente ahí. Sin
embargo, todos los que pasaban lo hacían a paso tranquilo y ocupándose
de lo suyo. Así que me consideré un tonto y seguí andando hacia mi desti-
no. Justo entonces llamó mi atención un hombre que vestía un abrigo de
doble pechera y unos pantalones caquis desgastados. Aunque aún estaba
lejos, por su forma vacilante de moverse era obvio que caminaba con
miedo mientras cruzaba apresuradamente la carretera. Alcancé a ver tam-
bién que llevaba un sombrero y que, aunque venía directamente hacia mí,
evitaba mirarme. Cuando se acercó más, observé detenidamente su cara.
¡Era el mismo hombre! Aunque ese descubrimiento no me atemorizó, me
invadió repentinamente el impulso de hacer algo irracional. Caminé tan
silenciosamente como él, lo detuve y espeté: «Dame diez rupias».
Me miró con los ojos completamente abiertos, de arriba abajo. No
entendía lo que estaba ocurriendo. Tal vez trató de decirme algo pero
sus labios apenas se movieron. Dio un paso atrás. Yo seguí mirándolo
como si estuviera a punto de comérmelo. Una de sus manos se dirigió
lentamente hacia el bolsillo de su abrigo, sacó un colorido billete de diez
rupias y, sin decir palabra, me lo entregó. Lo acepté y retomé mi camino.
Pude sentir que él se había dado la vuelta tras de mí y también cómo su mi-
rada me acompañó hasta que la oficina postal me ocultó de su campo de visión.
No conté a nadie el incidente. Temía que después de escucharlo hi-
cieran innumerables comentarios, añadirían de su cosecha a la historia
real y se la contarían a otros. Lo que sí hice fue examinar sin falta las diez
rupias al menos una vez al día. Me preguntaba si el billete sería falso.
Comparé su número de serie con otros de la misma denominación. No
era falso. Empecé a cuestionarme si ese billete en particular serviría para
comprar cosas. Hasta que un día traté de intercambiarlo por un libro. El
dependiente lo aceptó y lo puso en la caja registradora inmediatamente.
Sin pensarlo grité y se lo arrebaté. Entregué otro idéntico para sustituirlo
y corrí de regreso a casa.
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Esa noche tuve un ataque de pánico ante el pensamiento de perder el
billete. El hombre no volvió a aparecer en mis sueños. Tampoco volví a
encontrármelo. Fui a la estación de policía para preguntar por cualquier
reporte de un hombre arrollado por un vehículo. Ningún accidente de
ese tipo había sido reportado en los últimos seis meses. Después de al-
gunas visitas indagatorias, comencé a sentir que los oficiales de policía
empezaban a mirarme con sospecha. Dejé de ir a la estación.
Justo cuando intentaba olvidarlo todo y volver a mi rutina, el hombre
vino a mi casa. Había adelgazado mucho y se veía frágil. Parecía aún más
asustado que cuando nos encontramos la última vez. En cuanto a mí, me
molestaba mucho tener que verlo de nuevo. «Por favor no te molestes
por verme aquí», suplicó. Al ver mi reacción dijo con voz triste: «¿Lo
que te está molestando es tener que regresarme las diez rupias? Tendrás
que devolverlas de cualquier manera». «No recibirás ni una rupia de
vuelta», repuse. «¿Por qué no?», a pesar de mantener un tono amable,
siguió interrogándome con firmeza: «¿Por qué razón te di yo ese billete?
Explícame al menos eso». Lo cierto es que para mí ésa todavía era una
pregunta difícil de responder.
«Tú dime por qué me lo diste. Porque estabas obligado a dármelo, ¿por
qué si no? Medítalo con calma, y si todavía sientes que tengo que devolverte
el dinero, te lo daré. Si falto a mi palabra, que un jeep me pase por encima».
Se quedó parado ahí con expresión malhumorada mientras yo lo es-
quivaba y me alejaba en dirección al mercado.
Al día siguiente volvió a visitarme. Esperó durante media hora, que
pasó merodeando por el jardín hasta que me vio salir. «No tengo nada
que comer, por eso estoy aquí otra vez. ¿Cómo puedes sonreír mientras
me muero de hambre?». Con un tono que amenazaba con transformarse
en llanto en cualquier momento, dijo, «Por favor dámelo para poder
comprar un poco de arroz e irme a casa». Yo empecé a burlarme de él
descaradamente: «Primero tráeme un comprobante oficial de lo que te
debo. Te lo pagaré enseguida. No te comportes como niño y reclames
el dinero de alguien más como si fuera tuyo. No pude haberte pedido
prestada una suma tan insignificante como diez rupias».
«¡Quédatelas! Y ojalá prosperes con las diez rupias que me quitaste con
engaños. Ojalá que te salga barriga. Ahora bromeas, pero más tarde puede que
tengas que arrepentirte de haberme matado. Te convertirás en un asesino».
Un par de días después me lo crucé en el mismo lugar de nuestro primer
encuentro. Sin embargo, esa vez no quiso hablar conmigo. Parecía asustado
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mientras corría sobre la banqueta. Yo aún llevaba el billete en mi bolsillo. Le
había tomado cariño. El día que tuviera que deshacerme de él...
Una semana más tarde, mientras iba hacia mi trabajo, lo vi de nuevo.
Iba acompañado por un amigo. Este último sobresalía desde lejos porque
llevaba puesto un sombrero de plumas y botas de policía. Traté de actuar
como si no los hubiera visto, pero noté que mientras caminaban hacia
mí él hacía una punta con sus labios para señalarme. Me pregunté qué
clase de cosas habría contado para difamarme. Intenté no molestarme.
Cuando pasaron a mi lado, el hombre del sombrero de plumas exclamó
«¡Yuck!» y se rio. A pesar de eso, mantuve la cabeza fría. Para no cometer
una imprudencia, seguí mi camino.
Después de ese encuentro pasaron unos diez meses sin que volviera a
ver al hombre ni en sueños ni en la realidad. Para entonces ya empezaba
a sentir un fuerte arrepentimiento. Tal vez era verdad que no tenía nada
que comer. ¿Qué, si hubiera muerto realmente? ¿Qué, si fui yo quien lo
llevó a tan miserable estado? Si tan sólo pudiera tener otra oportunidad
de encontrármelo. Lo había buscado por todas partes sin éxito. Ya había
olvidado su cara y todo su aspecto, pero estaba completamente seguro
de que había muerto.
A pesar de ello seguí preguntando a un montón de gente, pero no
pude averiguar si él trabajaba en alguna parte de la zona. Fui al hospital,
pero no había nadie que hubiera sido atropellado por un vehículo. La
desaparición empezaba a carcomerme la conciencia. Sentía que tenía
una especie de enfermedad del corazón y temía enloquecer muy pronto.
Empezaba a creer que hasta el último día en que hubiera vida en mi cuer-
po, estaría infatuado con el billete de diez rupias. Que mientras no fuera
capaz de devolverlo, no podría descansar y me sentiría más inquieto cada
día. Definitivamente debía hablar con alguien sobre mi condición. Si al
menos pudiera ir al cementerio a llorar ruidosamente sobre la tumba de
ese hombre, quizás...
De la nada, el tipo del sombrero de plumas pasó por mi mente. Te-
nía que encontrármelo de alguna manera porque encontrarlo significaría
resolverlo todo. Así que fui a donde lo vi la primera vez y esperé toda la
mañana. No apareció.
Al día siguiente tampoco.
Al tercer día llevaba un buen rato parado ahí cuando lo vi aparecer a la
distancia. Se comportaba de una manera que me sugería que quería que
lo viera, se tambaleaba al caminar.
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Cuando estuvo lo bastante cerca para oírme, le pregunté de golpe:
«¿Dónde está tu amigo?».
Él se veía confundido.
«¿Dónde está tu amigo?, dímelo». En mi agitación, repetía la misma
pregunta una y otra vez, al tiempo que apretaba su mano temiendo que
pudiera correr y desaparecer para siempre.
«¿De qué amigo hablas?».
«¡Tu amigo! Pasaste por aquí una vez, hablando con él».
«¿Quién podría ser?».
«No me salgas con eso. El de los pantalones caquis, el abrigo verde y
el sombrero».
«¡Ah! Él no es mi amigo».
«No me importa quién sea para ti. ¿Dónde puedo encontrarlo?».
«Está muerto».
«¿Muerto?».
«Ya han pasado dos meses».
Dejé escapar su mano.
«Él no tenía trabajo y, como tampoco tenía nada que comer, murió.
Estaba enfermo. En vez de encogerse y morir en su cama, pensó que sería
mejor saltar de uno de los acantilados de Kageybhir». Cuando terminó
de hablar, no supe qué responder.
Esa noche, mientras dormía, la imagen de los acantilados de Kageybhir
se formó en mis ojos cerrados. La luna estaba en lo más alto del cielo de
mi subconsciente.
La figura de un alto, negro y desnudo árbol totala1 que se erguía junto
al barranco parecía resguardar bolsas llenas de dinero. Estaba parado al
borde del precipicio y recordaba la silueta de un hombre mirando hacia
abajo. Era un acantilado rocoso, poblado por largos helechos. Me colo-
qué junto al árbol y grité: «Nunca llegué a saber quién eras. Aquí tengo
tus diez rupias. El sueño tuvo una influencia mágica en mí. Ésa es la úni-
ca razón por la que no te regresé el dinero. No deberías estar muerto. Lo
cierto es que me he vuelto muy apegado a tu billete. Aun así, si alguien
me lo pidiera, se lo daría».
1 El totala es un árbol que crece en regiones montañosas. Parece estar siempre des-
nudo porque tiene pocas hojas. Sus flores, que aparecen antes que sus frutos, tienen
propiedades medicinales y son preparadas como si fueran vegetales. En cambio, las
semillas de los frutos del totala son usadas en rituales budistas. (N. del T.).
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Mientras organizaba en mi mente dormida el montón de cosas que
quería añadir, el hombre salió de un hueco entre las raíces del árbol.
«¿Estaré muerto? Parecería como si hubiera muerto por falta de dinero».
Dejó pasar unos segundos y continuó: «Fui yo quien pidió al hombre del
sombrero de plumas que te dijera eso». Se rio y añadió: «¿Me regresarías
al menos mi dinero ahora?».
Yo también me reí.
Saqué el billete de mi bolsillo y se lo extendí: «Ten, tómalo. Llévate tu
dinero de una vez por todas. No lo mantendría conmigo ni un segundo
más». Pero cuando él lo tuvo a su alcance, extendido en mi mano, retro-
cedió incrédulo, como si sospechara una conspiración. «No tomaré este
dinero. No ahora. ¡Simplemente no lo haré!».
Lo arrojé al suelo y dije: «Una vez que salió de mi bolsillo, no regre-
sará. Aquí está tu dinero. Levántalo y llévatelo. Yo me voy».
El hombre gritó a mis espaldas: «¡No voy a tomarlo hoy! Y si insistes,
te juro que saltaré de este acantilado ahora mismo».
¿Qué tal si por saltar en el acantilado de mis sueños él nunca despier-
ta en el mundo real y muere otra vez? «De acuerdo entonces. Lo con-
servaré durante una noche más, pero tienes que venir por él mañana», le
advertí mientras levantaba el billete de la tierra.
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Pescado: una historia
amenazante
K. P. Ramanunni
1 Una persona que pertenece a una de las castas de empleados de templo. (Todas las
notas son del traductor).
2 Femenino de variyar, un grupo dentro de los ambalavasi.
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—Si es así, no lo hagas sola, come cuando estés a mi lado. Te voy
a enseñar a retirar las espinas para comer el pescado sin mayor difi-
cultad —dijo Firoz Babu con voz autoritaria.
Desde entonces, Firoz Babu y Anitha Das comenzaron a almorzar
juntos en el comedor universitario. Los dos iban a la caja y compraban
las fichas de un plato de curri de pescado y otro de mero frito cada uno.
Cuando ya estaban servidos el arroz y el curri, Firoz movía los
platos, dejando de su lado la comida no vegetariana de Anitha. En-
tonces ella mezclaba el arroz con sambar3 y Firoz mezclaba su arroz
con curri de pescado y cada uno comenzaba a comer de su propio
plato. A mitad del almuerzo, él le contaba todos los chistes que había
aprendido, no sólo en la facultad y las películas, sino en otros lugares
también. Cuando estaba absorta en los chistes y se reía fuertemen-
te, olvidándose de todo, Firoz Babu pasaba el curri de pescado y
los pedazos de mero a su plato, y ella ingería esa comida espantosa
junto con el arroz. Algunas veces, cuando su jocosa plática se volvía
fascinante, él incluso ponía su propio bocado de arroz con pescado
en la boca de Anitha.
Las noticias de que un chico mapila4 enseñaba a una muchacha
varasyar a comer pescado se esparció rápidamente en la universidad.
Como Firoz era un joven devoto y con buenos modales, y nunca los
habían visto abrazándose en alguna esquina del campus como las
otras parejas de enamorados lo hacían inmediatamente después de
comenzar el noviazgo, todos veían su relación con algo de curiosidad.
Hasta los profesores y otros trabajadores los observaban almorzar
juntos. No obstante, era una pena que después de mes y medio de
hacer el «programa de combinar los platos», Firoz Babu sólo pudiera
hacer que ella comiera diez gramos de pescado.
Lo que obligó a Anitha a acostumbrarse a comer pescado fue un
problema social y fisiológicamente importante. Empezó a estornudar
frecuentemente y a sufrir de escurrimiento nasal; asimismo le brotaron
erupciones de sarpullido en la piel, por lo que la llevaron al doctor. Des-
pués de un examen detallado, el médico encontró la presencia de quími-
cos nocivos como forato, quinalfose, karate y endosulfán en su cuerpo, lo
que había afectado sus funciones físicas y causaba los síntomas.
3 Un guiso de vegetales.
4 Un grupo especial de musulmanes malabar.
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Pero ¿cómo podían haber entrado semejantes sustancias en el
cuerpo de una estudiante de ingeniería, especialmente siendo una
chica de Paderi variyam?5
Por esas fechas, el diario Mathrubhumi publicó un reportaje res-
pecto a varios pesticidas encontrados en vegetales de venta en Kera-
la, como coles, calabazas agrias y coliflores. Como Anitha Das solía
comer gobi manchurian y thoran de col dos o tres veces al día, se
había descubierto el misterio de estos químicos en su cuerpo. Des-
pués les explicaron que los pesticidas afectan muy poco la salud de
la gente común, debido a su mejor sistema inmune; no obstante, en
personas muy sensibles los síntomas de los males que causaban apa-
recían rápidamente.
—Para que los niveles de I. G. E. en la sangre bajen, mejor acos-
túmbrate a comer pescado paulatinamente. Es muy difícil conseguir
verduras orgánicas en Thrissur —le recomendó el alergólogo a su lis-
ta y bella paciente después de recetarle dos medicamentos antialer-
gias y tres ungüentos. El extraño tratamiento, que jamás se hubiera
imaginado, y el rostro alegre del doctor la hicieron reír.
El médico había dicho la verdad: era muy complicado conseguir
vegetales libres de toxinas en lugares como Thrissur. Sólo tenían ac-
ceso a las mercancías contaminadas que llegaban de Tamil Nadu y
Karnataka. A pesar de que le preparaban comida especial usando col
y coliflor traídas de la tienda orgánica de Kalavara, tanto en el come-
dor universitario como en casa, sus niveles de I. G. E. en la sangre no
habían cambiado. Bajo estas circunstancias fue que tuvo la conver-
sación con su compañero Firoz Babu, quien además se había vuelto
su vecino al rentar uno de los anexos a Paderi variyam. Cuando él le
dio la misma opinión que el médico, ella le pidió ayuda para afrontar
una tarea casi imposible de cumplir sola.
Anitha Das tenía veinte años y vivía con su tía en la noble Paderi
variyam de su infancia. No porque sus padres hubieran muerto, sino
porque, cuando Anitha tenía cuatro años, la hermana menor y única
de su padre, Malathy Varasyar, perdió a su esposo. La mujer había
pasado por mucha tensión y estrés mientras veía a su marido retor-
ciéndose por un dolor en el pecho, así como por un aborto espontáneo.
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Inmediatamente después de la ceremonia del palakuli,6 Malathy
Varasyar hizo saber su decisión de regalar todas las propiedades que
tenía con su esposo a la hija mayor de su hermano, Anitha, y de
llevar una vida ascética en el tempo de Sarada Mutt. No obstante,
los bondadosos consejos que le dieron otros miembros de su familia
durante la noche la hicieron cambiar de decisión y aceptó vivir en
Paderi variyam con una condición: que debían dejarle a la pequeña
Anitha como hija adoptiva.
Fue entonces que la vida de esa pequeña niña dio un giro ines-
perado y comenzó a vivir con su tía. Tuvo una vida sin complicacio-
nes... Rentaban un taxi con tarifa mensual que la llevaba de la casa
al colegio de monjas, para el beneplácito y la comodidad de la peque-
ña de Singapur... La tía era exageradamente celosa de darle a su hija
adoptiva todo lo que quisiera... Anitha tenía consideraciones especia-
les de las hermanas en la escuela, al ser una niña que no vivía en su
tierra natal lejos de sus padres y su hermana menor, que estaban en
Singapur... Tenía malos hábitos, como su asco por ciertas comidas,
y se le olvidaba hacer las tareas debido al exceso de indulgencia en
casa y por no recibir castigos corporales en el colegio. Viajes en avión
a Singapur cada temporada de vacaciones para ver a sus padres...
Viajes de placer con ellos a países como Malasia, Indonesia y Hong
Kong... Las travesuras, rebeldía y protestas contra su tía durante el
bachillerato y la facultad... Las reacciones tranquilas y conciliadoras
de la tía... Reconciliación entre las dos que acabó en besos y abra-
zos... La aparición de síntomas alérgicos como estornudar, proble-
mas respiratorios e inflamación en la piel de Anithakkutty. No había
sufrido de ninguna enfermedad desde entonces, salvo por pequeños
dolores de cabeza durante sus periodos... La ansiedad, el miedo y el
insomnio que sufría la tía como resultado de permanecer velando el
extraño mal de su querida hija... La valentía de Anitha al continuar
comiendo pescado después de descubrir que eran las sustancias tóxi-
cas en las verduras lo que le causaba problemas, aunque perteneciera
a una familia estrictamente vegetariana.
Cuando el alergólogo le dijo que comer sólo unos cuantos bocados
de pescado no era sustituto suficiente para los vegetales a los que
6 Baño que se toma para retirar la supuesta contaminación que causa la muerte de un
pariente cercano.
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488
había renunciado, Anitha decidió intensificar su entrenamiento con-
sumiendo comida no vegetariana. En lugar de comer unos cuantos
bocaditos de pescado de su plato, decidió consumir el total de lo que
se les servía a ambos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que,
además de los chistes de Firoz, había algo que le transmitían sus
dedos que ayudaba a que pudiera tolerar mejor el pescado. Sí, era el
sabor a aceite que provenía de su piel clara, la calidez agradable de
los dedos del joven mapila y la fragancia que desprendía su cuerpo. A
partir de ahí, su «práctica no-vegetariana» en el comedor cambió, de
ser un par de travesuras ocasionales de Firoz Babu en las que ponía
pescado en la boca, de ella a ser una práctica cotidiana. Un día le
pareció a ella que los labios de Firoz tenían más «química» que sus
dedos. Anitha acercó el rostro a su delicado bigote, oliendo el trozo
de pescado entre sus labios, y lo besó en un impulso inesperado. En-
tre la escandalosa risa que siguió al acto, ella logró extraer el pedazo
de caballa frita de su boca.
Desde ese día, sus almuerzos juntos se daban de tal manera que
era difícil saber si estaban comiendo pescado o besándose. Firoz
Babu, rebosando de energía, y la sonrosada Anitha Das solían llegar
al comedor antes de que los platillos estuvieran listos, compraban
las fichas y se acomodaban en una esquina escondida del comedor.
Anitha Das llegó a consumir algunos días hasta dos curris picantes de
pescado y tres caballas fritas.
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489
❉
7 Oración de la mañana.
8 Proclamación de la grandeza de Dios.
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«Aunque Firoz es un hombre devoto, parece que la dejó embaraza-
da...»; «El papá de Anitha, que vive en Singapur, debió de haber ame-
nazado a Firoz enviando matones...»; «El padre de Firoz es empresario,
de seguro tiene el plan de vender a su hijo por una dote grande».
Mientras los días pasaban, ambos se sentían hundidos en las som-
bras y estaban exhaustos. Aunque ella tenía ganas de tomar la mano
del joven mapila y llevarlo al comedor en varias ocasiones, el rostro
atormentado de él la disuadía. Ninguno respondió a las preguntas y
los comentarios de los otros compañeros. Cuando ella dejó el pescado
y volvió a comer gobi manchurian y calabaza agria de thoran, co-
menzó a sentirse sofocada y nuevamente tuvo irritaciones. Su tos y
su apariencia desmejorada le rompían el corazón a Firoz Babu, y él
sólo podía llorar en silencio.
Cuando Anitha estaba en casa, hacía como si nada hubiera pasado.
Intentaba alejar las penas de su tía. No obstante, Malathy sabía que
algo iba mal en la vida de su hija adoptiva. Le comentó por teléfono
a su hermano en Singapur sobre el cambio que había tenido la chica.
—¿Qué pasa, hija? ¿Estás ocultándole algo a tu padre? ¿No hasta
te di permiso de comer pescado en secreto? —le preguntó su padre,
quien orientaba la administración de templos hindúes en Singapur.
Dos o tres semanas después de que «prefiriera un comportamiento
pío», Firoz Babu fue citado a la oficina del F. I. M. por Abdul Shah. Un
estudiante de informática llamado Sadique lo había presentado con él.
En la oficina del F. I. M., Shah le dio una amistosa bienvenida a Firoz,
lo invitó a sentarse justo frente a él y lo sermoneó por largo rato sobre
la grandeza del amor. Sostuvo que el primer matrimonio del Profeta
podría ser considerado un matrimonio por amor. Al final le dijo que
podría ser un crimen de su parte rechazar a Anitha Das, y quizás iba
a desaprovechar la oportunidad de cumplir su deber como musulmán.
Cuando los miembros del Bharatiya Vichar Manch se enteraron de
que los activistas del F. I. M. estaban intentando intervenir en el pro-
blema de Firoz Babu y Anitha Das, se hicieron cargo de la protección
de todas las chicas hinduistas. Después, la organización de estudian-
tes de izquierdas llevó a cabo un seminario sobre «La gran comunión
entre estudiantes» en el complejo universitario. A los intelectuales
invitados a hablar se les dieron viáticos muy robustos.
Los padres de Firoz Babu estaban angustiados porque los chis-
mes contra su hijo y la chica de la familia Variyath habían llegado
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491
a sus oídos. Ellos sabían que Malathy Varasyar era una mujer ultra
ortodoxa y muy estricta al seguir las tradiciones hinduistas. Había
puesto láminas de fibra de vidrio sobre la barda perimetral para
protegerse del olor a pescado que venía de la casa de los vecinos,
aunque decía que era para evitar la molestia de los cuervos. Por ello
suponían que la relación de Anitha con un chico musulmán sería
imposible de aceptar para ella. Al mismo tiempo, había muchas se-
ñales que probaban el amor y la buena voluntad de esta santa mujer
con sus vecinos musulmanes. No dudó en lo más mínimo en alqui-
lar uno de los anexos de su casa a la familia de Firoz y otro a la de
Abdulá Koya. Además, estaba de acuerdo en abrir las esquinas de la
barda del recinto para que los inquilinos pudieran bajar sus muebles
y pertenencias de los camiones. Aunque el olor a pescado le pare-
cía asqueroso, ella detenía a los vendedores ambulantes cuando los
encontraba caminando junto al camino para que así los vecinos pu-
dieran comprar su pescado. Cuando se interrumpía el suministro del
agua por parte de la municipalidad, ella les daba de su propia casa.
El joven Firoz Babu, de veintiún años, tenía permiso de entrar al
variyam cuando quisiera, incluso cuando una chica joven vivía ahí.
La idea de que la travesura de su hijo y Anithakkutty pudiera ser
vista como un abuso de confianza por Malathy Varasyar le preocupa-
ba al padre de Firoz. Pasaba los dedos por los callos oscuros resulta-
do del namaaz y recitaba los hadiths del Profeta: «No es un creyente
quien llena su estómago estando el vecino hambriento»; «Un vecino
tiene el mayor derecho a reclamar la casa y la tierra de su vecino».
«No, no he hecho nada a mis vecinos que vaya en contra de las
enseñanzas del Profeta», se dijo a sí mismo.
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Cuando la oficina del F. I. M. llamó al padre de Firoz sugiriendo
que debería unírseles para tratar el caso de su hijo con la chica hin-
duista, él estalló, derribando todas las barreras del autocontrol, no
sólo contra el demonio al otro lado de la línea, sino contra su hijo,
que estaba desanimado en casa.
Fue en ese momento, cuando todo el mundo sabía sobre la rela-
ción entre Firoz Babu y Anitha Das, menos Malathy Varasyar, que
el padre de Anitha decidió hacer un viaje a casa desde Singapur. Su
viaje a Kerala siempre era como el festival de pooram del templo de
Uthralikkave, que comienza con la explosión de un barril-cohete...
Antes que nada, una llamada telefónica a su hermana mayor con el
dramático anuncio: «¡Papá viene a casa!», seguido del correr del
dinero (recordando el aflujo de ofrendas de los devotos al templo)
requerido para rentar cuartos en los hoteles en Chavakkad Beach,
la Sreevalsam Guest House en Guruvayur y el Hotel Le Meridien en
Kochi. Ella recibiría una carta preguntándole la lista de cosas que
quería que le llevaran, como brazaletes, collares y cosméticos. Final-
mente, su salida de la terminal internacional del aeropuerto Nedum-
bassery, como si viniera en la espalda de un elefante, a su izquierda
la esposa y su hija, quien era adorada con todo tipo de ornamentos.
En esta ocasión, la respuesta de Anitha ante la noticia del viaje de
su padre fue fría como la tierra empapada por una lluvia inoportuna.
Cuando su padre le preguntó: «¿Por qué estás de tan mal humor,
Ani?», ella sólo le dijo: «¡Ven a casa, papá!, ¡ven!».
Durante esos días, la impaciencia y la esperanza cruzaban la men-
te de Anitha como relámpagos por las nubes. Para ese entonces, Firoz
Babu se había dado por vencido ante su propia restricción y comenzó
a acercase a ella hablando de cualquier cosa. Fueron vistos conver-
sando por los rincones del comedor.
En esta ocasión, sólo venía el padre de Anitha desde Singapur,
porque su madre debía dirigir la ceremonia de Gita Jnana Yajna9
y la hermana estaba preparándose para los exámenes. Como había
algunos problemas administrativos en los dos templos de Bhagavati
bajo el fideicomiso de Paderi variyam, él decidió ir a los templos
primero y, debido a que la tía Malathy debía hacer algunos arreglos
para que pintaran la fachada, Anitha fue al aeropuerto para recibir
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a su padre y acompañarlo a los templos. Enviaron el equipaje a casa
y fueron directo al templo Nallesweri, en Poonkunnam. Anitha había
decidido no sacar su angustia de inmediato; sin embargo, cuando él
le preguntó: «Escuché que tu alergia empeoró. ¿Abandonaste el tra-
tamiento de pescado?», ella sintió que su mente se salía de control.
Pero intentó esconder una tormenta interna riéndose fuertemente y
mirando con sus ojos húmedos directo al sol. Su padre lo notó, pero
no pudo desentrañar sus pensamientos, pues estaba preso del telé-
fono con muchas personas por los problemas relacionados con los
templos. El templo de Nallesweri era manejado en conjunto por un
comité y la familia del poojari.10 De hecho, ambas partes competían
entre ellas por el desfalco de las finanzas del templo. El padre de
Anitha ya estaba al tanto gracias a los locales que le habían infor-
mado; no obstante, fue hasta que observó todo personalmente que se
dio cuenta de la gravedad de la situación. Los miembros del comité
estaban vendiendo los árboles y la tierra de los terrenos del templo.
El administrador había hurtado montones de dinero emitiendo fal-
sas recetas a los devotos a cambio de sus ofrendas. El poojari pedía
abiertamente a los fieles que le dieran dakshina11 directamente a él
en lugar de pagar en la oficina del templo. Diría poojas12 recitando
sólo la mitad de los mantras o sin recitar nada en absoluto. La pasta
de sándalo y kalabham13 elaborada para un día se usaba por cuatro
días y la adulteraban con antibióticos.
El padre de Anitha organizó una reunión con todas las personas
involucradas y les advirtió que serían denunciadas y el poojari des-
pedido. Escucharon sus palabras coléricas con falsa humildad. Mas
cuando vio lo ojos ardientes del poojari y se percató del lenguaje cor-
poral del administrador, quien parecía gritarle en silencio: «Te voy a
mostrar quién soy», el ingenuo variyar que venía de Singapur se dio
cuenta de que no iba a poder arreglar nada. Al final le confió todo a
Nalleswariamma y se postró en la entrada del templo. Después de un
rato se levantó y sin siquiera quitarse el polvo salió del santuario, su-
bió a su automóvil y condujo con Anitha al templo de Ambikapuram.
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A pesar de que el padre de Anitha aprendió de su abuela el dicho
malabar «La serpiente que yace en su hoyo es más venenosa que la
que te ha mordido» cuando tenía ocho años, ya casi lo había olvi-
dado. Pero en ese momento, a sus cincuenta y cuatro años, la frase
estaba en su mente como una cobra que extiende su capucha. Descu-
brió que las autoridades del templo de Ambikapuram habían supe-
rado a los de Nalleswari en corrupción y dirigiendo falsas poojas. Lo
más increíble, incluso, era que el poojari mayor era el responsable
principal en el desvío de fondos del templo. Además, hacía brujería
y hechizos a las mujeres para aquellos que se lo pedían. Si una mujer
que había sido seducida con brujería quedaba embarazada, el poo-
jari ayudaría a terminar con el embarazo. Hasta dejaba de lado sus
deberes sagrados como preparar el nivedyam14 si alguien se le acerca-
ba para realizar semejantes rituales nefastos.
Cuando el padre de Anitha se dio cuenta del terrible estado en el
que se encontraba el templo, pensó en salir caminando de ahí, dado
que no era necesaria ninguna reunión o debate, y que los demandaría.
Entonces, un hombre que vivía cerca del templo y estaba orgulloso
de las tradiciones culturales de la India, se le acercó como mediador.
Comenzó citando mal la línea que empieza con «Sindooraruna...»
en el Lalitha Sahasranamam.15 Entonces pasó su mano por los hilos
del cordón de rudraksha que portaba en su cuello y espetó acusacio-
nes contra el padre de Anitha, conteniendo una sonrisa. Luego le dio
un valioso consejo: que gente de la misma comunidad, los hinduistas,
no deberían luchar entre ellos por trivialidades, como dice Mahavis-
hnu en el Markandeya Purana. Describió a los musulmanes como
búfalos y a los cristianos como zorros. Tras tolerar esa conversación
venenosa por un tiempo, el padre de Anitha se alejó del pórtico del
templo y entró al santuario, golpeó su cabeza varias veces en el sopa-
nam16 de Ambikapurathmma y salió disparado del templo.
La distancia desde el templo de Ambikapuram a su variyam en
Thrissur era de sesenta y cinco kilómetros. En el camino, la cajita de
plástico con prasadam17 que alguien le había dado a Anitha salió de su
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bolsa. Su padre miró la orilla teñida de azul con sospecha y le susurró:
—No. No te lo vayas a comer, hija.
En el momento en que articulaba estas palabras, la cara triste
de Ambikapurathamma, quien había sido su salvadora, varadayini
(diosa que bendice y regala sus favores) y mangalakarini (quien da
paz y prosperidad), en su infancia, vino a su mente y comenzó a llo-
rar, ignorando la presencia del conductor.
Cuando notó las inflamaciones alérgicas en la mano de su hija, co-
menzó a indagar a qué restaurante deberían ir a tomar el almuerzo.
La col contiene quinalfos... la coliflor, karate... la calabaza agria y
las hojas de curri tienen endusolfán...
Finalmente, le pidió al conductor parar frente al hotel Thalassery.
—Comerás pescado, hija.
Al escuchar esas palabras saliendo de la boca de su padre, Anitha
hundió la cabeza en su pecho. A pesar de que su padre pasó la mayor
parte del tiempo inmerso en sus pensamientos acerca del futuro de
los dos templos familiares y consultando gente para buscar solucio-
nes y medidas efectivas para protegerlos de los administradores co-
rruptos, pudo darse tiempo suficiente para escuchar a su hija cuando
ella le abrió su corazón. El dolor de Anitha llovió tormentosamente
en los oídos de su padre.
Lo que ella le dijo, más los problemas de los templos, hicieron que
el variyar que había vivido desde hace más de dos décadas y media
en Singapur estuviera consciente de la misión a la que estaba pre-
destinado. Respecto a los templos, implementaría medidas estrictas.
En cuanto al futuro de su hija, decidió ser un testigo lejano de las
decisiones que ella tomara y los planes que hiciera. Aunque trató de
consolarse pensando que «son ideas igual de adorables», también
una cultura adorable debía jugar su rol «en lugares donde la aflicción
se comienza a propagar». Cada vez se sentía más nervioso.
Ambos templos serían entregados a un nuevo fideicomiso bajo el
liderazgo de Brahmandattan Namboodiri, a quien el padre de Anitha
tenía en muy alta estima, y Rama Pisharody, un experto en adminis-
tración de templos. La reunión para tratar el asunto se celebró en
Paderi variyam. Él había decretado que ninguno de los antiguos in-
tegrantes sería parte del nuevo fideicomiso; sin embargo, Rama Pis-
harody le pidió admitirlos aunque fuera como miembros ordinarios.
El padre de Anitha hizo como si no hubiera escuchado las palabras
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de Pisharody. Cuando Pisharody repitió su petición con un matiz de
despecho en su voz, el padre de Anitha fue al baño. No obstante, Pis-
harody volvió a sacar el tema y fue cuando el padre de Anitha aflojó
los dientes y dijo:
—No, Pisharody. Algunas especies tienen bajas defensas. No sólo
es la comida, sino asuntos como el culto están hoy día llenos de vene-
no. Habrás escuchado de la enfermedad de mi hija; pues yo tampoco
puedo tolerar la cepa. En vista de que ustedes tienen una inmunidad
más fuerte, podrán arreglar el asunto. Entonces...
El padre de Anitha salió rumbo al aeropuerto Nedumvasseri con
su hermana Malathy Varasyar para tomar el avión a Singapur. Cuan-
do pasaban por Mathimoola, la suv sedán entró en el terreno acci-
dentado en lugar de ir derecho por la autopista nacional y se detu-
vo frente a una mezquita cercana y un salón comunitario. Malathy
Varasyar esperó cabizbaja y con ojos llenos de lágrimas adentro del
automóvil. El padre de Anitha descendió y caminó al salón. Al llegar
a la puerta escuchó que alguien dirigía la khutba18 desde el estrado.
Sólo había cincuenta o sesenta personas en la asamblea. Pudo ver a
Anithakutty sentada a la izquierda del estrado entre varias mujeres,
vistiendo un sari y un muftha.19 Firoz Babu estaba sentado del lado
derecho, con su ropa de boda y un pañuelo en su cabeza. Su padre y
el khazi20 también estaban sentados junto a él. El matrimonio entre
Anitha y Firoz Babu estaba por celebrarse. El padre de Anitha la ob-
servó por un tiempo, pidiéndole en silencio que continuara con lo que
había decidido. Después de unos segundos salió del salón, antes de
que su hija o alguien más se diera cuenta. Al entrar al auto, sus ojos
estaban llenos de lágrimas. En el momento en que cerró la puerta, el
vehículo arrancó rumbo al aeropuerto como un traidor que huía con
su vida entre las manos l
18 Oración.
19 Velo que cubre el cabello.
20 Persona principal de la congregación de una mezquita.
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La decisión
Musharraf Alam Zauqi
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dientes negros y los dedos amarillos. Pelo sin peinar, él no había sentido
la necesidad de peinarlo.
Lo había estado observando desde ayer. El primer día estuve bastante
asustada. Un hombre en mi habitación... estaba muy asustada y tiritaba
mientras le preguntaba: «¿Quién eres tú?». «¡Uy! Cometí un error»,
susurró. «¿Qué estás escribiendo?». Me miró: «Quiero escribir algo,
pero... mis palabras se han perdido. Recuerda que hubo un tiempo en el
que solía escribir una historia al día muy fácilmente».
«No intentes ser inteligente. Una historia al día, esto sucedió contigo
sólo una vez. No había tenido el dinero ni siquiera para cigarrillos y
licores. Escribías una historia, la enviabas al editor de una revista y con
ese dinero solías comprar una botella de vino. No te preocupaste por tu
encantadora esposa, ni siquiera».
Pero ignoró mi pregunta, ya que no la escuchó. Él estaba buscando
en otro lado. «Tenía muchas palabras. Incluso en ese momento,
cuando Tobatek Singh iba a cerrar los ojos en la tierra de nadie... y
eso... peligroso… Thanda Gosht (Cold Flesh)... Probablemente estoy
recordando todo... Esa tarde peligrosa... Cuando la niña comenzó
desabrochando sus pantalones ante el médico... No, en ese momento
también tuve palabras...».
«Y ahora...». Desapareció repentinamente mientras lo miraba. Me
sorprendió mucho ese sueño aterrador esa noche.
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periodista y no cuento esos incidentes que siguen viendo en los canales
de televisión.
Sólo recuerdo esto: en la mañana llovió, nos vendaron los ojos en
una casa de miedo. La sensación de ser un extraño en la propia casa,
tú puedes entender. Ese día cenamos temprano. Tuvimos interés en las
historias de encuentros falsos en la televisión. Llegué a mi habitación...
cerré la ventana y me acosté en la cama en silencio.
No, ¡uy!, lo siento por ese sueño aterrador. Pero esa noche Manto
estaba en mi habitación una vez más. Y no fue falso. «Vamos afuera».
«¿Estás loco? Afuera... es una gota de agua silenciosa como durante un
toque de queda». «Lo sé. El ambiente no es bueno». «Entonces, la policía
lo arrestará». «No sólo arresto», se estaba riendo. «Lo matará en un
encuentro...». «Tú sabes todo. ¿Todavía estás hablando de vagar afuera,
deambulando...?».
Se puso serio de repente. «No pasará nada, iremos una milla o dos y
luego regresamos». «¿Una milla, dos millas, a pie?». «Shheee... Traje un
auto... lo robé», se estaba riendo. «Solamente pocas personas saben que
conduje por el Qaid-e-Azam Mohammad Ali Jinnah». «Lo sé, y chocaste
con su auto». Manto se reía. «No te preocupes. Esta vez conduciré con
cuidado».
Miré mi reloj. Eran las tres de la mañana. El camino estaba vacío.
Abrí la ventana. El suelo todavía estaba húmedo. No sé qué tipo de
atracción tenía el hombre delgado, que acepté ir con él. El camino
estaba mojado a causa de la lluvia; el ladrido de un perro hizo eco por
todas partes y nos sentamos en el coche. El auto corría rápido. Pasamos
jeeps policiales a intervalos regulares, pero Manto estaba ocupado en
su pensamiento. Parecía que él quería llenar sus ojos con la ciudad y
el vacío de la ciudad. A la una, la policía lo detuvo y le hizo algunas
preguntas. Manto respondió con una sonrisa, no supo nada. Sólo pude
ver en la oscuridad que se había pegado polvo de sándalo en la frente
verticalmente. Se rio cuando vio mi miedo.
«Te dije que no pasaría nada... Ahora... Un poco más lejos...». Ya
habíamos recorrido más de cuatro o cinco kilómetros. Fue en el
momento en que Manto había girado su auto hacia una carretera que
de repente grité: «¿A dónde vas?». «Sheee...», me calló con su dedo: «La
historia no muere tan rápido. No hay necesidad de decir nada. Sigue
adelante». Quería decir eso. La historia nunca muere... Pero no podría
decir nada, no sé por qué.
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500
Ahora eran las cuatro en punto. Estábamos en el pueblo pobre de
las minorías, donde las pequeñas casas de jornaleros y los criadores de
caballos de barro estaban de pie. Los perros seguían ladrando. Entre
esas casas, para algunos de ellos había llegado la mañana. En pocas
de ellas la cocina tenía movimiento. Las mujeres salían y entraban de
sus casas. Y de repente ese incidente tuvo lugar... un incidente horrible
de repente frente al auto... un niño muy pequeño de una minoría y un
ternero... Conducir sin miedo, para Manto era hora de decidir en un
segundo.
«No», si quieres puedes dejar la historia aquí. No voy a forzarte a
leer más... porque lo que sea que leas es grosero, inhumano, brutal y
muy doloroso, también contra los derechos humanos. En los siguientes
segundos cerré los ojos con miedo y vi que el ternero saltó y corrió...
Manto... a ese niño minoritario... No, te lo digo de nuevo, por favor,
puedes dejar este diálogo despiadado fuera de la historia.
Habíamos regresado a casa. Manto estaba cerca de los bares. Sus
gafas estaban llenas de polvo. Estaba inhalando bocanadas de cigarrillos.
«Podrías haber salvado a ese niño», grité en voz alta.
«Vaca o niño, a uno de ellos...», Manto gritó tal vez más fuerte que
yo. «Un accidente de un niño minoritario será olvidado en horas en esta
área, no el asesinato de un ternero... ¿lo sabes?».
Manto se movió, tomó los papeles desorganizados de la mesa, los
arrancó, se los quitó y los tiró al basurero. Manto ha desaparecido...
pero la silla en la que estaba sentado hace unos momentos, todavía se
mueve de un lado a otro l
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501
La luna y
Rahu
Keisham Priyokumar
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mujeres en el autobús. Callados, todos se acomodan en sus respectivos
asientos, sin hacer un solo ruido. Sus caras palidecen.
«No somos ladrones. Nuestra lucha es separarnos de la India y obte-
ner la soberanía. Agradecemos su ayuda. Por favor, sin resentimientos».
El líder va al frente del autobús y explica. Los pasajeros siguen quietos
como antes, sin decir palabra.
En cuanto el autobús arranca, el grupo de gente suspira con alivio.
Los que apenas hace momentos estaban sentados en silencio comien-
zan un animado zumbido. ¡Sapermeina! ¡Ya cruzamos Sapermeina! La
gente comienza a conversar. La anciana que está frente a mí se queja:
«Esos bandidos, ¡que se mueran de plaga! ¡Me quitaron mi mercancía!
¡Ni siquiera me dejaron las tres miserables rupias de mi bolso! Y luego,
pedir disculpas. Por esto es que el ejército les dispara y los mata».
«Ésta es una situación peor, madre; les quitaron el salario a las per-
sonas. Son capaces de quitarle a la gente hasta la ropa que trae puesta»,
observa un hombre.
«Si lo intentan, les arranco la quijada». La voz de la anciana se ha
vuelto un poco rara. ¿Está llorando? Se limpia la cara con su tela. Lue-
go comienza a maldecir, un alud de groserías sale de su boca.
«¿Qué más se puede decir, madre? La vida se está volviendo más di-
fícil. Muchos de ellos, en nombre de la revolución, sólo roban; aunque
estén en el valle o las montañas, son todos iguales».
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no quería que yo me fuera de casa. ¿Pero qué podía hacer ella? Con
cualquier reporte de una inminente operación armada, se sumergía en
las actividades de los meira-paibis locales, y juntaba todas sus fuer-
zas para mantenerse calmada en casa. Como es difícil administrar los
traslados en camión arriba y abajo con el pequeño salario, me quedo
en Senapati por diez, veinte días. Muy preocupada por mí, la abuela no
descansaba durante días y noches. La abuela se preocupa por sus nietas
cuando se aproximan las tropas de la armada. Esta era es de completa
penumbra. Sin un rayo de luz, una vida incierta. No puedo cerrar los
ojos y miro por la ventana.
La sierra del este sigue absolutamente negra en la oscuridad. Sufi-
cientemente encima de la sierra negra está la luna, blanca como nieve,
de Purnima, brillando en el cielo, con una mancha negra en el filo. Sí,
hoy es Grahan, el eclipse de una luna madura.
¡Abuela! Mientras Rahu comienza a tragarse la luna, la abuela se
preocupa por ella. Mientras la luz plateada se desvanece del mundo de
la noche, ella llora, ayuna, maldice a Rahu. De vez en cuando, grita:
«¡Suelta! ¡Suelta!» y nadie la escucha. Lenta, gradualmente, la luna es
engullida por la oscuridad. La abuela se queda en casa, y sólo sale para
gritarle a Rahu de vez en cuando. La abuela no es testigo de la tierra
que se desvanece en la oscuridad.
«¡Deténgase! ¡Debe reportarse!».
El autobús es un hervidero enardecido. Es la estación de policía de
Sekmai. El autobús se detiene. ¿Qué hora es? Sin recordar, trato de
mirar en mi muñeca.
¿Dónde pasó el saqueo? ¿A qué hora? ¿Cómo se veían? ¿Eran del
monte o del valle? ¿Cuántos eran? ¿Qué tipo de armas tenían? ¿Eran
genuinas sus pistolas? ¿Eran de perfil clandestino? ¿Eran atracadores
de carretera?
Multitud de preguntas de la policía. Las respuestas de todos se re-
vuelven. El policía anota con tedio en un pedazo de papel, y luego co-
mienza a preguntar sobre las joyas que fueron robadas. Ésas se registran
en otro papel, junto a los nombres. Parece como si realmente pudieran
recuperar lo perdido, mañana mismo. Mi cuerpo entra en letargo.
«Manden un mensaje a la Superintendencia de Policía de Imphal».
Sin moverse de su postura ociosa en su silla, el oficial llama a otro
agente. Con una sonrisa burlona, voltea a ver a la muchedumbre reta-
cada en la habitación y dice: «Es una gran cantidad. ¡Ochenta y siete
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504
mil quinientas setenta y cinco rupias en efectivo; más de un lakh si
juntamos todo!»
«Thanababu, Sapermeina está muy cerca de aquí. Por favor arrés-
tenlos de inmediato si se puede. Todas las mercancías se compraron
con un pequeño capital. ¿Qué pasará con el dinero para mi negocio de
mañana?» Es la misma anciana. Su voz temblorosa, de nuevo.
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Nos gritan justo al pasar el puente de Feidinga. Todas las luces del
autobús se apagan. Bajo la tenue luz de la luna, se ve por la ventana una
línea de tropas, paradas junto a la carretera. ¿Ahora qué? Miro hacia
arriba una sola vez, a la luna que es devorada por Rahu.
«¡Que todos los hombres se bajen del autobús!», grita el conductor.
En cuanto nos bajamos del autobús, se nos empuja a un lado de la
carretera y se nos coloca bocabajo en fila. Levanto la cabeza un poco,
y miro los alrededores. El oscuro soldado que está parado frente a mí
me patea en la cabeza muy fuerte, con su bota. Mi nuca choca con una
piedra. Siento el dolor. Lentamente, toco mi frente. Mi mano toca sangre
densa. Se me salen las lágrimas de los ojos. No entiendo la razón de las
lágrimas. Hace mucho que no lloro. ¿Qué tipo de dolor es el de hoy? En
silencio, me muerdo los labios para mantenerlos cerrados.
Me levantan del pelo. Me ponen una antorcha directo en la cara. Me
interrogan en hindi.
«¿De dónde vienes?».
«De Senapati».
«¿Dónde vives?».
«Tera Bazaar».
«¿Para qué vas a Senapati? ¿Eres terrorista? ¿Eres extremista?».
«No, soy empleado del gobierno, con puesto en Senapati».
«Todos ustedes son extremistas, terroristas».
Y su bota me patea de nuevo en la cabeza. Miles de estrellas aparecen
frente a mis ojos. Luego, de nuevo, la tierra entera se vuelve oscuridad.
Puedo ver borroso el pequeño remanente de la luna blanca, mientras
Rahu la engulle. La luz de plata ha desaparecido. ¿Puede que mi abuela
esté en el patio, gritando: «¡Suelten a Grahan! ¡Suelten a Grahan!»? ¿O
estará en la carretera, con una antorcha encendida en la mano? l
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Hello Maya
Lalit Magotra
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pliendo. Se sorprendió de sí mismo. «Estoy libre, como un pájaro», dijo con
ligereza. Extendió los brazos como si buscara emprender el vuelo. Maya car-
cajeó sonoramente y dijo: «Entonces, podemos volar juntos en el cielo azul».
Shekhar levantó la cabeza y miró al cielo. Se veía tan claro y azul como la
mente de un santo Sufí: Un azul que le daba a su mente consciencia única de
la profundidad que había percibido después de tanto tiempo.
Maya respondió: «A donde quieras. Lo divertido de volar está en el vuelo,
y no en la dirección».
Shekhar rio. Abrió la puerta de su auto y dijo: «Entonces ven. ¡Te invito!».
El auto se deslizó por la superficie plana de la calle. Sonriente, Shekhar
miró a Maya mientras conducía. Ella miraba hacia el frente, pero también
sonreía. «¿Recuerdas la primera vez que te declaré mi amor?», preguntó él.
Maya le dirigió una mirada inquisitiva y respondió. «¿Se puede olvidar una
cosa así?».
Shekhar recordó el día. Había organizado una pequeña fiesta para algunos
de sus compañeros, nuevos amigos de la universidad. Cuando todo mundo
estaba ahí, había revelado que era su cumpleaños. Todos lo habían felicitado.
Aprovechando la oportunidad de estar solo con Maya, le había preguntado
medio en juego: «¿No me darás un regalo de cumpleaños?». Maya le había res-
pondido inocentemente: «Vine aquí desprevenida. ¿Cómo habría sabido que
hoy era tu cumpleaños?». Y él contraatacó: «Pero ahora lo sabes».
Maya había dicho: «Está bien. Te debo un regalo».
Después de ese incidente, siempre que veía a Maya le preguntaba: «¿No
me das mi regalo?», y Maya le respondía con una sonrisa: «¿Cómo sabría qué
te gusta?». Así siguió por muchos días. Un día, parado ante su puerta, cuando
Maya llegó a su pregunta usual de «¿Cómo sabría qué te gusta?», él no ter-
minó la farsa ahí. En vez de eso, recitó una línea de una canción famosa de
Bollywood: «¡Teri pasand kya hai yeh mujh ko nahin khabar, meri pasand yeh
hai ke mujh ko hai tu pasand!».1
Habiéndose tomado esa libertad, Shekhar ni siquiera se quedó para notar
cómo había afectado a Maya. Simplemente había dado la vuelta y se había ido
del lugar sin mirar atrás.
Conduciendo su auto ahora, seguía tarareando la misma canción, ¡teri pa-
sand kya hai yeh mujh ko nahin khabar, meri pasand yeh hai ke mujh ko hai
tu pasand!
Maya echó a reír de nuevo.
1 «No sé quién te gusta a ti; lo que me gusta es que tú me gustas a mí». (N. del T.).
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«¿Cómo te sentiste cuando me escuchaste hablar así por primera vez?»,
preguntó Shekhar.
«¿Pero cómo te sentiste cuando dijiste eso?», preguntó Maya de vuelta.
Se mantuvo callado por unos momentos y dijo: «Sí, vale la pena pensarlo.
Decirle a alguien que la amas, o escuchar de quien amas, discretamente, que
te ama también, eso sería intoxicante».
«No me has respondido cómo te sentiste cuando me dijiste de tu amor por
primera vez», persistió Maya.
«No sentí mucho en esa ocasión, excepto el duro latir del corazón». En un
instante de reminiscencia, añadió: «Es así. No experimentas dolor ni placer
en el instante en que una cosa te está pasando. El presente es tan impaciente
que pasa a la memoria en el instante en que apenas has dicho la “p” de la
palabra. No puedes ni siquiera experimentar algo en un momento tan breve y
fugaz. El sabor dulce o amargo de la experiencia viene hasta que el incidente
ha sido relegado al montón de los recuerdos. El momento en que te dije estas
palabras, ese momento pasó de inmediato. Pero por mucho tiempo después,
la euforia inducida por lo que dije ante ti me mantuvo dando vueltas en el
aire, volando alto y más alto en el cielo, hasta que me sentí mareado».
Shekhar estacionó su auto afuera de un hotel, y luego de subir las esca-
leras, ambos se sentaron en las sillas del balcón. Desde ahí podían ver el
valle, atravesado por un río serpenteante, que se extendía en la distancia;
una delgada y ligera bruma azulada y aterciopelada, que se entretejía en la
brisa gentil, y filas y filas de montañas al fondo. Como lo ordenó Shekhar, se
sirvieron medallones de pollo y crujientes saag-pakoras —que seguían siendo
la colación favorita de Maya— con café caliente, humeante.
Shekhar lo encontró delicioso. Llamó a un mesero elegante y alto, y le
dijo: «Yar, tu comida de hoy es excepcionalmente deliciosa. ¿Cambiaron al
chef o están probando nuevas recetas?».
El mesero, cuya cara parecía hecha para sonreír, dijo: «Nada por el estilo,
señor. El chef es el mismo y las recetas son iguales. Todo es lo de siempre».
Mirando a Maya, la sonrisa del mesero se volvió más radiante y dejó su
mesa contento, eufórico.
Con mucha delicadeza, Shekhar puso su mano sobre la de Maya en la mesa
y le preguntó: «Maya, ahora tú dime. Cuando dije que te adoro, ¿cómo te
sentiste?».
Maya contempló el valle brumoso y dijo: «Para decirte precisamente cómo
me sentí las palabras no serían suficiente. Pero puedes recordar que estaba
en el primer escalón de la puerta de mi casa cuando lo dijiste. Sabía que di-
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rías algo por el estilo el día que me preguntaste en privado. Callada, esperaba
que esto ocurriera. Ese día, finalmente lo dijiste y luego te fuiste. Me quedé
parada ahí, viendo tu figura al alejarse. Luego entré. Sentí que mi casa tenía
una capa nueva de pintura, vi que las hojas en los floreros se habían puesto
más verdes y las flores más brillantes, y hasta me sonó mucho más dulce la
canción de Vividh Bharati, vi lo brillantes y hermosos que eran los ojos de la
mucama Baghadi que limpiaba nuestros utensilios: pensé en cuánto valía la
pena vivir la vida».
Luego Maya volteó la cara hacia Shekhar y colocó su otra mano sobre la
de él.
Mirando los ojos fulgentes de Maya, a quien la luz dorada del atardecer
había vuelto traslúcida, Shekhar dijo: «Cuando el amor florece en tu pecho por
alguien, la creación entera otorga la capacidad de experimentar su máxima
belleza en esa persona. También yo sentí que al amarte, amaba a todas las
personas que había conocido hasta entonces».
Shekhar tomó un sorbo de café. Se rio entre dientes por algún viejo re-
cuerdo. Apretando levemente la mano de Maya, dijo: «¿Maya, recuerdas ese
incidente, cuando buscamos a un ladrón en la oscuridad de la noche?».
Maya preguntó con cara de confusión: «¿Cuál incidente?».
«Querida, el mismo, cuando al escuchar un ruido a medianoche, el sirvien-
te de tu vecino hizo un gran escándalo de que un ladrón había entrado a tu
casa. Todo el vecindario, incluyéndome, salió con antorchas encendidas en
las manos y buscó por hora y media al ladrón. ¡Pero no era ningún ladrón!
¿Quién más había hecho tanta alharaca sino yo cuando salí por tu ventana?».
Shekhar rio en voz alta. «El vecindario entero había llegado al punto de
formar un comité de vigilancia para prevenir los robos. ¿No lo recuerdas?».
Maya dijo sonriente: «Estás equivocado. No puedo recordar dicho inciden-
te, y no vivías en mi vecindario».
«No, eres tú quien ha olvidado. Tu gente se cambió de casa y rentó la que
estaba junto a la nuestra».
Maya mantuvo su expresión divertida. Al ver esto, Shekhar dijo, «Ahora,
no me digas que no recuerdas el día que llamé a tu papá para pedir tu mano».
La sonrisa de Maya tenía ahora un leve tinte de travesura. «¡Muy bien!
Ahora tú dime qué ocurrió. Quizá pueda yo recordar». Miró a Shekhar con cu-
riosidad. Shekhar explotó en carcajadas de nuevo, y mirando también travie-
samente a Maya, comenzó: «No tenía las agallas de hablar con él. Mis amigos
Joshi y Slathia encontraron la forma de hacer algo. Había un bar en el bazar
donde empieza la calle hacia tu casa. Ahí me llevaron, y me hicieron tomar un
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vaso de whisky. Pero a la mitad del camino, se me fue la valentía. Me dieron
otro trago, y me empujaron hacia tu casa. Pero eso tampoco fue suficiente.
Para ese punto, ya no podía sentir la diferencia entre tu casa y la de tus veci-
nos. No podía sentir nada, de hecho. Abyectamente aturdido, apenas y logré
timbrar en tu puerta. Fue tu padre quien abrió la puerta. Al verlo, parado
frente a mí, me incliné al instante a tocar sus pies como lo había planeado.
Me incliné tanto que me caí al suelo. Tu padre trató de levantarme, pero yo
estaba demasiado borracho…». Shekhar rio de nuevo, y Maya también.
Shekhar añadió: «A la fecha, no sé qué tanto tuviste que sufrir por ello».
Maya respondió sonriente: «¿Por qué habría de sufrir yo? Estás confundi-
do. Nunca fuiste así a mi casa. No había un bar cerca de mi casa».
El júbilo de Shekhar decayó un poco. «¿Cómo puede ser que no haya visi-
tado tu casa?».
Disfrutando la situación, Maya rio sonoramente y dijo: «Debes haber ido
con alguien más. Tan borracho como estabas, quién sabe con el padre de
quién te inclinaste».
En la cara de Shekhar, el asombro sustituyó a la risa. Preguntó: «¿Pero
recuerdas el día en que pretendiste haber perdido el sentido y ahogarte en la
playa de Goa y traté de revivirte con respiración de boca a boca?».
Maya respondió: «No, no recuerdo eso».
«¿Y cuando te pasé una carta de amor dentro de un sándwich y te lo co-
miste todo?».
Maya dijo de nuevo: «¡No!».
Confundido, Shekhar preguntó: «¿Me dices la verdad? ¿No recuerdas
nada?».
Maya dijo: «No es culpa de mi memoria. Nada de esto pasó conmigo. Puede
ser con otra chica u otras chicas. ¿Cómo podría recordarlo yo?».
El predicamento de Shekhar se volvía ansiedad rápidamente. Al percibir
esto, Maya sofocó una risa. «Pero, Shekhar, ¿Realmente recuerdas todo esto?».
Shekhar asintió y dijo: «Con certeza».
Maya dijo: «Bien, si así lo recuerdas, entonces no importa que nadie más lo
recuerde, o no. Tú vives tus propios recuerdos, y no los de nadie más. Si está
en tus recuerdos, es verdad para ti. No te preocupes».
Shekhar sentía que Maya tenía razón. Miró por un rato el valle que se
extendía ante él y bebió a profundidad su intoxicante brisa. Luego exclamó:
«¡Qué vista tan espléndida!».
Maya preguntó: «¿Vienes aquí diario?».
Shekhar respondió: «No».
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Maya inquirió sorprendida: «¿Por qué no?».
Shekhar respondió: «Estoy ocupado con otras cosas».
Maya preguntó con mayor sorpresa: «¿Puede haber algo mejor que ver el
espectáculo de este valle?».
Shekhar se preguntó a sí mismo y dijo: «Quizá no».
Maya dijo después de un rato: «Debemos tener una vista mejor desde la
azotea».
Shekhar llamó al mesero sonriente y le preguntó dónde estaba la escalera
a la azotea.
El mesero dijo: «Mire, ahí está frente a usted». Vieron que, efectivamente,
frente a ellos colgaba una escalera hecha de gruesas cuerdas de colorida seda.
Advirtiendo la curiosidad de Shekhar, el mesero dijo: «El hotel la tiene espe-
cialmente para los huéspedes que quieren ver el valle desde arriba».
Ambos dejaron sus sillas y caminaron hacia la escalera. Maya iba al frente.
Se pescó de la escalera y comenzó a ascender. Apenas había subido tres o cua-
tro travesaños cuando se le soltó la cuerda sedosa. La escalera quedó lejos de
su alcance. ¡Pero qué ocurría entonces! En vez de caer al suelo, Maya comenzó
a volar hacia el valle, y luego, como un pájaro, se desvaneció por completo en
la bruma. Shekhar no podía hacer nada sino mirar.
Shekhar se sobresaltó. El clamoroso claxon de un vehículo lo había traí-
do de vuelta. Estaba parado junto a su auto, había cerrado la ventanilla
hacía solo un momento. Una de sus manos seguía en la manija de la ventana
del auto. La mujer de mediana edad se acercaba a él apenas, con la familiar
sonrisa.
Shekhar le dijo: «¡Hola, Maya!» .
La mujer le preguntó a su vez: «¿Hain?».
Shekhar dudó un poco. Le preguntó: «¿Eres Maya?».
Le respondió: «No».
Shekhar agitó la cabeza por hábito. Pero la mujer no dijo: «¡Hola, Shekhar!».
En sus ojos él no vio ningún indicio de reconocimiento l
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Entre labios
Desmond Kharmawphlang
[iletrada
transmitiéndola
de boca en boca.
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La canasta de caña desapareció cuando
habitaciones.
[invierno amargo,
[libros,
[historia».
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Kynpham
Sing Nonkynrih
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meses antes del Pomblang, el festival de danza y rituales.
Este triste Ïing, la Casa de la Reina Madre,
en forma de caparazón,
no lo encuentra hermoso ni majestuoso.
Tampoco lo ve único porque fue construido sin clavos,
ni siquiera le interesa compararlo
con el Arca de Noé. Lo que en realidad le intriga
es el ritual que regenera el techo. Es una gran lección:
incluso los ciclos de la cultura requieren un nuevo techo al año.
Esta casa ejerce su atracción hacia él como un lazo de sangre
mientras una enorme tristeza lo sofoca al pensar
que aunque no sea nuevo el techo, una nueva casa se construye este
[año.
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ojos, clama en la desolación,
¿no hemos conocido ya esos ojos
que bailaron traviesos mirando tus ojos?
¡Tejedores de romances y oscuras fantasías!
Cada uno había sido una posibilidad,
un amor, una alegría, una celebración...
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La visión de
Arjuna como imagen
poética
Elsa Cross
1 La raíz de éschatos, (έσχατος), «final», se confunde con la de skató (σκáτό), que signifi-
ca excremento, y al hablar de «escatología» o «escatológico», suele haber una confu-
sión porque en español se usa la misma palabra para los dos conceptos; en griego esto
se diferenciaría perfectamente con dos palabras distintas que serían, respectivamente,
εσχατολογία (eschatología) y σκατολογία (skatología).
2 El término viene de Orígenes, que hablaba de una restauración final del Reino de los
Cielos tanto para los justos como para los pecadores, idea que implicó serios problemas
doctrinales.
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una influencia o coincidencias con la tradición mística judía del Merka-
bá, que proviene de la visión de Ezequiel del Trono divino, visto como
un carruaje (que es lo que significa merkabá) que representa todas las
formas de la creación, y cuyos animales y seres emblemáticos pasarán
después a ser distintivos de los cuatro evangelistas. También es posible
encontrar imágenes que están ya en el Libro de Daniel, como la bestia
con diez cuernos, el anciano de «vestiduras blancas como la nieve» y
esa figura «como hijo de hombre» que llega hasta él, y que para Daniel
es un ángel. Y más cercano en el tiempo al Apocalipsis está el intertes-
tamentario Libro de Enoch,3 donde los rostros de los «santos hijos de
Dios» son también «blancos como la nieve», aunque pueda pensarse en
el posible carácter derivativo y epigonal de este último texto, no acep-
tado en el canon de la Biblia hebrea ni por ninguna iglesia cristiana,
excepto la etíope.
La semejanza que hay entre el Apocalipsis y el Libro de Daniel en el
uso de la imagen poética y en el tono, se hace evidente en los siguientes
versículos de este último texto, en que pueden reconocerse muchas imá-
genes del Apocalipsis. Dice el Libro de Daniel:
3 Libro escrito entre los siglos iii y i a.C., es decir, después de la escritura de la Biblia he-
brea y antes del Nuevo Testamento. Aunque es citado en algunas epístolas, sólo lo acepta
el canon bíblico etíope, en cuyo caso se conoce como Libro etíope de Enoch.
4 Libro de Daniel, 10. 5-6 p. 651 (versión de Casiodoro de Reina y Cirpriano de Valera).
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Al respecto de toda esta literatura apocalíptica, acaso resulte de ma-
yor interés que su carácter profético, el fenómeno de la visión misma.5
Los símbolos y las imágenes con que se expresan estas revelaciones —o
elaboraciones— son tan amplios que podrían profetizar casi cualquier
evento de cualquier época según los términos de referencia que se acep-
taran como válidos. Lo que más me interesa subrayar es la fuerza poé-
tica del texto y las imágenes. Una visión o revelación contiene, por lo
general, una serie de símbolos, a veces muy visuales y siempre llenos de
significados latentes, que es lo que más los acerca a la imagen poética. Tal
vez la poesía y la profecía, así como el mito, surjan de espacios internos
semejantes. Haya habido o no de por medio una revelación directa en
san Juan, no es raro que tenga influencia o semejanza con algunos textos
proféticos anteriores, pues si aun en distintos momentos históricos de
esa tradición se conserva una retórica similar y un mismo trasfondo sim-
bólico, éste puede configurar tanto los elementos expresivos de visiones
ulteriores como su manera de interpretarlos. De ahí que sea frecuente
que los místicos judíos vean el trono de Dios, los cristianos tengan visio-
nes de ángeles y santos o de la cruz, y los hindúes de sus dioses, o de ṛṣis
y siddhas, por poner algunos ejemplos.
5 Ésta no puede ser comprobable, pero considero que es un fenómeno de interés aun su
posible elaboración intencional.
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Acercándome más a un pasaje de la Bhagavad Gītā que deseo contrastar
aquí, muy escuetamente, con algunos versículos del comienzo del Apocalip-
sis, quisiera partir del carácter de visión o revelación que tiene expresamen-
te ese fragmento del capítulo xi de la Bhagavad Gītā, su carácter de teofanía,
para subrayar algunas similitudes que encuentro, en cuanto a la imagen
poética, con el texto de san Juan, y que saltan a la vista por la diferencia tan
radical de las dos tradiciones y sus contextos respectivos. Me detendré en el
contexto de la Bhagavad Gītā, que por lo general es menos conocido.
La Bhagavad Gītā aparece en la parte central de la famosa épica india
del Mahābhārata, y por su importancia, cobró un valor autónomo. Bha-
gavad Gītā significa «La canción del Señor», y en el capítulo xi es donde
Arjuna recibe una revelación de la forma cósmica de Kṛṣṇa. Se da en el
contexto de una gran batalla que está a punto de comenzar. Los ejércitos
se encuentran ya formados, y Arjuna, que es el jefe del ejército de los
Pāṇḍava, en lucha contra sus primos, los Kaurava, que les han arrebatado
su reino, debe dar ya la señal de combate.
Algo lo detiene, sin embargo, y cuando Arjuna le pide al conductor de
su carro de guerra, que es otro primo suyo, Kṛṣṇa, que avance el carro a
la mitad del campo para ver a sus enemigos, descubre que éstos no son
sino sus tíos, sus maestros, sus primos, sus amigos. ¿Cómo va a matar
a su propia familia? Sería un crimen que haría recaer sobre él un karma
terrible. Por ningún motivo los matará, ni aun a cambio del reino. Arjuna
cae en un desaliento muy profundo, se hunde en su carro, arroja el arco
y se niega a combatir. Kṛṣṇa le recrimina esa conducta, diciéndole que
son indignos de un noble semejantes desmayos y que su deber, su dharma
de guerrero es luchar; también le da a entender que no va a combatir por
un reino sino por la justicia.
Arjuna se encuentra totalmente confundido y le pide a Kṛṣṇa que le
resuelva sus dudas, que le dé instrucción. Kṛṣṇa acepta y se convierte en
ese momento en el guru de Arjuna, quien tardará dieciocho capítulos en
entender finalmente cuál es el sentido de la acción correcta, del dharma, y
en aceptar ir al combate. Ahora bien, Kṛṣṇa no es un primo cualquiera, y
Arjuna se va dando cuenta de ello en el curso de la instrucción que recibe
de él. Según el Mahābhārata y los Puraṇa, Kṛṣṇa es un avatāra o encarna-
ción divina de Viṣṇu, el dios protector del universo.
Al comienzo de su instrucción, Kṛṣṇa le explica a Arjuna que diversos
caminos del yoga, como el de la acción correcta, el del conocimiento,
el de la meditación y el de la devoción, conducen al mismo fin, que es
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liberarse de la ignorancia y el sufrimiento para unirse a la divinidad.
Kṛṣṇa habla después de su propio ser, y comienza a decir cosas raras que
desconciertan a Arjuna. Declara ser la raíz del más antiguo linaje de sa-
bios, siendo que es muy joven, y dice después: «Has de saber que todos
los seres nacen (de mí). Yo soy el origen de este mundo al igual que su
disolución».6
Luego, va dando gradualmente una descripción de su ser, que abarca
desde el plano de la inmanencia, como cuando dice, «Yo soy el sabor del
agua... la luz de la luna y el sol» o «Yo soy la fragancia pura de la tierra
y el resplandor en el fuego», hasta el plano de la trascendencia: «Los
hombres sin entendimiento me consideran a mí, que no estoy mani-
fiesto, como si estuviera manifestado, ignorando mi naturaleza más alta,
inmutable y suprema».7
A medida que Kṛṣṇa sigue hablando de su naturaleza divina, Arjuna
está más azorado cada vez, hasta que dice: «En verdad Tú mismo te co-
noces a ti mismo, por ti mismo, oh suprema Persona, fuente de los seres,
Señor de las criaturas, Dios de dioses y dueño del mundo».8
Y cuando le pide que le revele el poder de sus manifestaciones divi-
nas, Kṛṣṇa le dice: «Yo (oh, Arjuna) soy el ser que habita en el corazón
de todas las criaturas, soy el comienzo, el medio y el fin mismo de los
seres».9 Esto nos hace recordar obviamente el «Yo soy el alfa y la omega»
del Apocalipsis de san Juan.
Al final del capítulo X de la Gītā, después de extender a toda cosa imagi-
nable la descripción de lo que él es, Kṛṣṇa agrega: «Yo sustento este universo
entero, penetrándolo con una sola fracción de mi ser»,10 y entonces Arjuna
siente un deseo incontenible de ver la forma cósmica de Kṛṣṇa, y le pide que
se la revele. Kṛṣṇa accede, pero primero tiene que otorgarle una visión espi-
ritual que le permita percibirla. Y entonces Arjuna contempla esa revelación
de la forma cósmica de Kṛṣṇa, y al cabo de un momento, aterrado, se inclina
ante él con las manos juntas y entre otras cosas le dice lo siguiente, que cito
in extenso:
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En tu cuerpo, oh Dios, veo a todos los dioses y también a las varia-
das huestes de seres, a Brahm ā , el señor sentado sobre el trono de
loto y a todos los sabios y n ā gas celestiales.
Te contemplo, infinito en forma por todos lados, con innumera-
bles brazos, vientres, caras y ojos, pero no veo tu fin ni tu medio ni
tu comienzo, oh Señor del universo, oh Forma universal.
Te contemplo con tu corona, mazo y disco, fulgurando por don-
dequiera como una masa de luz, difícil de discernir, (deslumbran-
do) por todas partes con el resplandor del fuego llameante y del sol,
incomparable.
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Todos aquellos hijos de Dh ṛ tar āṣṭ ra, junto con las huestes de
reyes, y también Bh īṣ ma, Dro ṇ a y Ka rṇ a, al igual que los jefes gue-
rreros de nuestro lado también,
Van corriendo hacia tus bocas temibles, provistas de tremendos
colmillos. Atrapadas entre los dientes, las cabezas de algunos se ven
aplastadas hasta pulverizarse.
Como torrentes de muchos ríos corren hacia el mar, así estos
héroes del mundo de los hombres se apresuran hacia tus bocas lla-
meantes.
Como las polillas van ligeras hacia el fuego ardiente para morir
allí, así estos hombres corren veloces hacia tus bocas, hacia su pro-
pia destrucción.
Devorando todos los mundos a cada extremo de tus bocas lla-
meantes, los lames. Tus rayos fogosos llenan este universo entero y
lo calcinan con su brutal fulgor.
Dime quién eres Tú, de forma tan terrible. Salutaciones a Ti, oh
gran Divinidad, ten compasión. Deseo conocerte a Ti, que eres el
Ser primordial, pues no conozco tus obras . 13
Arjuna no puede resistir por mucho tiempo esa visión terrible y ter-
mina pidiéndole a ese ser inabarcable que recupere su forma apacible
de Viṣṇu. Tampoco san Juan puede tolerar su revelación y al principio,
al igual que Daniel, se desmaya; en sus historias respectivas, Moisés se
cubre el rostro ante la zarza ardiente14 e Isaías exclama, «Ay de mí!, que
soy muerto».15 Son visiones tan tremendas que resultan amenazantes. Es
algo muy distinto del susurro amoroso, que acaso escuchan los místicos.
Tanto para Arjuna como para san Juan, su capacidad de concebir a Dios
se ve sobrepasada en tal medida, que los dos se aterran. Las sendas vi-
siones están más allá incluso de los conceptos convencionales de vida y
muerte. Arjuna le dice a Kṛṣṇa: «Eres el Imperecedero, el ser y el no ser
y lo que está más allá de eso». Y dejando de lado cuestiones teológicas o
doctrinales, quisiera subrayar algunas semejanzas de las dos visiones en
cuanto al contenido plástico y poético de sus imágenes. En una estrofa
semejante a otra que he citado ya, dice la Gītā:
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Te contemplo como algo sin principio, medio ni fin, de poder in-
finito, de brazos innumerables, con el sol y la luna como Tus ojos,
con Tu cara como un fuego llameante, cuya irradiación quema este
universo. 16
sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al latón fino,
ardientes como en un horno; y su voz como ruido de muchas aguas.
Y tenía en su diestra siete estrellas y de su boca salía una espada
aguda de dos filos. 17
En la Gītā, Arjuna dice: «Como las muchas corrientes de los ríos corren
hacia el mar, así estos héroes del mundo de los hombres se apresuran hacia tus
bocas llameantes».18 Y en el Apocalipsis: «y de su boca sale una espada aguda
para herir con ella a las gentes».19
Para Arjuna, el objeto de su visión es «el guardián inmortal de la
ley eterna»; san Juan habla del «testigo fiel y verdadero, el principio de
la creación de Dios».
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Dice la Bhagavad Gītā:
Y el Apocalipsis dice:
Y también:
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nes precisas. La revelación es también fundamental en el judaísmo, y la
Torah, los cinco primeros libros de la Biblia hebrea (o Tanakh), llamados
también Pentateuco, se consideran igualmente libros revelados. Tanto
en la tradición védica como en la judaica se piensa que sus escrituras
respectivas —o la sabiduría que contienen— son anteriores incluso a la
creación.
¿Pero la visión es anterior al lenguaje o al revés? En el Génesis, Dios
dice primero «Hágase la luz», y es entonces cuando la luz se manifiesta. En
las escrituras hindúes el sonido divino también precede a la aparición de las
formas: el nāda o vibración primordial, da origen al bindu, el punto luminoso
donde se concentra toda la energía potencial que dará origen al universo,
kalā, al explotar y expandirse —tal como en la teoría del Big-Bang.
Y si en la visión del comienzo está implícita también la visión del
final, como es frecuente en mitos de creación, «la semilla de mundos
extintos» de la que surge el universo, según un himno del Ṛg-Veda, será la
que vuelva a contener al universo cuando al final de esa era cósmica sea
devorado por el fuego vaiśvānara, pues hay también aquí un fin catastrófi-
co del mundo. Pero un aspecto que hace que cualquier escatología hindú
sea mucho menos terrible que la del Apocalipsis, es que ningún fin del
mundo es definitivo: el tiempo es circular, de modo que se alternan cí-
clicamente etapas de creación y destrucción del universo y cada una en-
gendra a la otra, aunque haya intervalos de reposo donde todo queda, o
bien, latente como semilla, o bien, manifiesto en las formas del universo.
Así, la visión de Arjuna no es tan radical como la de san Juan. Está
realmente presagiando el fin de una era y la muerte de la mayor parte de
los guerreros que participan en la guerra, pero al final hay una restaura-
ción de la justicia. La existencia sigue, en la vida o la muerte; está más
allá de ellas, tal como dice Krishna desde el comienzo de su enseñanza:
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Hay también una restauración al final del Apocalipsis, donde se res-
tituyen la justicia y el bien y se instaura el Reino de Dios en la tierra.
Independientemente de la diferencia entre estas dos visiones y otras,
cuyos ejemplos podrían multiplicarse, sean una revelación externa,
transmitida por un ángel, un dios o lo que sea, o interna, originada en
las profundidades de la propia psique, es significativa la reiteración de
ciertos elementos.
Tanto la Bhagavad Gītā como el Apocalipsis comparten una teofanía en
la que el Dios o el ser objeto de la revelación es el comienzo y el fin de
todo; es sobrecogedor e irradia fuego o una tremenda luminosidad; tiene
una boca o bocas amenazantes, de las que sale, o una espada de dos filos,
o el fuego que devora a los guerreros; es un dios que recibe, en una y otra
narrativa, las salutaciones de los seres celestes o los santos.
En un texto y en el otro hay un extraordinario vigor poético, tanto
por el contenido como por el ritmo de las imágenes, que se magnifican
dada la gravedad de los contextos respectivos, si bien en la Gītā se habla
sólo de una batalla, y en el Apocalipsis del fin del mundo, de la batalla
final, el Armagedón. Tienen los dos textos en común un contenido que
sobrepasa y desborda los límites de la racionalidad y de lo que el ser
humano considera normalmente como factible y natural. Si esas visiones
provienen de la imaginación, ésta debería considerarse como algo muy
importante pues tiene la capacidad de engendrar cosas más grandes que
el ser humano mismo. Y ya quieran verse desde el punto de vista de la
mística o de la poesía, sin duda se conectan con algo muy profundo en
cada uno de nosotros.
En su libro Las grandes tendencias de la mística judía, Gershom Scholem
señala que los aspectos o sucesos históricos de una religión determinada
adquieren un sentido místico que los desliga de sus propias circuns-
tancias concretas para convertirlos en símbolos de un acontecimiento
interior, refrendable en cada ser humano. Por ejemplo, el Éxodo no se
agotará en la salida de Egipto, sino que, dice: «debe corresponder con
algo que ocurre en nosotros mismos, un éxodo de un Egipto interno en
el cual todos somos esclavos».
Cada quien tendrá que indagar qué es lo que detonan en su propio
interior esas dos visiones de las que se ha hablado aquí l
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528
Literatura
antigua de la India
[Compilación]
H itopadesha
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529
La hija del sabio
Érase una vez un sabio que vivía a orillas de un río. El sabio y su es-
posa no tuvieron hijos. Estaban descontentos. Un día, cuando el sabio se
dedicaba a la penitencia, un pajarito dejó caer una rata en su regazo. El
sabio pensó que Dios podría haberle enviado esta rata. Pensó que, si la
llevaba a su casa, la gente se reiría de él. Entonces decidió transformarla
en una niña.
El sabio llevó a la niña a su casa. Al verla, la esposa del sabio preguntó:
«¿Quién es ella? ¿De dónde trajiste a esta chica?». El sabio le narró toda
la historia y dijo: «La regresaré a su forma original». Su esposa lo detuvo
al instante: «Te lo ruego, por favor, no la conviertas en una rata. Le has
dado la vida, entonces te has convertido en su padre. Como eres su padre,
soy su madre. Dios debe de habérnosla enviado porque no tenemos hijos».
El sabio aceptó la petición de su esposa. Comenzaron a criar a la niña
como su propia hija. Pronto, la niña se convirtió en una bella doncella.
Cuando cumplió dieciséis años, la esposa del sabio decidió casarla. Le
pidió a su esposo que le encontrara una pareja adecuada. Al sabio le
gustó la idea y sugirió que el Dios Sol haría la mejor pareja para su hija.
La esposa estuvo de acuerdo con esto, y el sabio oró al Dios Sol para que
apareciera. Cuando apareció, el Sabio le pidió que se casara con su hija.
Pero la chica rechazó la idea y dijo: «¡Lo siento! No me puedo casar
con el Dios Sol porque está ardiendo. Seré reducida a cenizas en su calor
y su luz». El sabio se desilusionó al escuchar esto. Le preguntó al Dios
Sol si podía sugerir un novio para su hija. El Dios Sol dijo: «El Señor de
las Nubes podría ser una buena pareja para ella, ya que él es el único que
puede detener fácilmente los rayos del Sol».
El sabio entonces oró al Señor de las Nubes para que se presentara y
le pidió que se casara con su hija. Pero la chica una vez más rechazó la
propuesta y dijo: «No quiero casarme con una persona oscura como él.
Además de esto, me aterroriza el trueno que genera». El sabio se desani-
mó una vez más y le preguntó al Señor de las Nubes si podía sugerir un
posible novio. El Señor de las Nubes dijo: «El Dios Viento puede ser, ya
que fácilmente puede volarme».
El sabio entonces oró al Dios Viento para que se apareciera y le pidió
que se casara con su hija. La hija declinó la idea y dijo: «No me puedo
casar con una persona frágil como el Dios Viento, que siempre está re-
volcándose». Una vez más, el sabio se puso triste y le pidió al Dios Viento
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530
que sugiriera algo. El Dios Viento respondió: «El Señor de la Montaña es
sólido y puede detener los duros golpes del viento con facilidad. Él puede
hacer una pareja adecuada para su hija».
Según la sugerencia amable hecha por el Dios Viento, el sabio fue al
Señor de la Montaña y le pidió que se casara con su hija. Pero la chica
una vez más rechazó la propuesta y dijo: «No me puedo casar con el Se-
ñor de la Montaña porque tiene demasiado frío». Le pidió al sabio que
encontrara un novio más suave para ella. El sabio buscó la sugerencia
del Señor de la Montaña para lo mismo. El Señor de la Montaña res-
pondió: «Un ratón hará una pareja perfecta para ella, ya que es suave y
puede hacer agujeros en la montaña».
La hija aprobó la idea de casarse con un ratón. Además, estaba com-
placida con esta propuesta. El sabio dijo: «Éste es el destino. Viniste
como una rata y estabas destinada a casarte con un ratón». Al decir esto,
el sabio convirtió a la chica de nuevo en una rata. La rata se casó con un
ratón y vivió feliz a partir de entonces ✹
L os cuentos J ataka
El poder de un rumor
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Cuando corría por el bosque, otra liebre la vio y le preguntó: «¿Qué
pasó? ¿A dónde vas con tanta prisa?». La primera liebre gritó: «La tierra
se está rompiendo. Es mejor que corras también». La segunda liebre co-
rrió tan rápido que superó a la primera. Mientras pasaban por el bosque,
ambas gritaron a otras liebres: «¡La tierra se está rompiendo. La tierra
se está rompiendo!». Muy pronto, miles de liebres corrían por el bosque.
Al ver a las liebres corriendo por el bosque, los otros animales tam-
bién se asustaron. La noticia se extendió de boca en boca y pronto to-
dos llegaron a saber que la tierra se estaba rompiendo. No pasó mucho
tiempo antes de que todos los animales se unieran a la carrera. Todas
las criaturas, ya fueran reptiles o pájaros, insectos o animales de cuatro
patas, todas intentaban escapar y sus gritos de miedo creaban caos por
todas partes.
Un león de pie en una colina vio a todos los animales corriendo y pen-
só: «¿Cuál es el problema?». Bajó corriendo la colina rápidamente y se
colocó frente a la multitud. Les gritó: «¡Alto! ¡Deténganse!». La podero-
sa presencia del león redujo la creciente ola de miedo entre los animales.
Un loro gritó: «¡La tierra se está rompiendo!», posándose sobre una roca
cerca de él. El león preguntó: «¿Quién lo dijo?». El loro respondió: «Lo
escuché de los monos».
Cuando se les preguntó a los monos, respondieron que lo habían oído
de los tigres. Cuando se les preguntó a los tigres, se descubrió que habían
sido informados por los elefantes. Los elefantes dijeron que los búfalos
fueron su fuente. Finalmente, cuando las liebres fueron atrapadas, se se-
ñalaron una a la otra hasta que se reconoció a la que comenzó a difundir
la amenaza.
El león le preguntó a la liebre: «¿Qué te hizo pensar que la tierra se
estaba rompiendo?». La liebre, vacilando por el miedo, respondió: «Su
Majestad, la escuché resquebrajarse con mis propios oídos». El león in-
vestigó el asunto y buscó el sonido que la liebre había escuchado. Final-
mente, llegó a saber que el sonido había sido causado por un gran coco
que caía de un árbol. El coco cayó sobre una pila de rocas, causando un
pequeño derrumbe.
El león les dijo a todos los animales: «Vuelvan a sus casas. La tierra
es absolutamente segura. La próxima vez, verifiquen un rumor antes de
actuar sobre él». Los animales, que ahora parecían bastante estúpidos,
regresaron a sus hogares ✹
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532
S hakuntala
S hakuntala
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primavera alrededor de la ermita. Después de esto comenzó a bailar, y la
música divina la acompañó. Después de un tiempo, la música empezó a
filtrarse en la conciencia del sabio. Estaba lleno de un extraño deseo y ya
no podía concentrarse en su penitencia. Abrió los ojos y vio una visión en
rojo, Menaka bailando sensualmente, con una melodía celestial. Inme-
diatamente la pasión comenzó a arder en su mente, y deseó a esta mujer,
cuando nunca antes había deseado algo en su vida. La estratagema de
Indra había tenido éxito: la penitencia de Vishwamitra fue interrumpida.
El sabio y la ninfa pasaron muchos meses juntos, complaciéndose en
sus deseos. Con el tiempo, una hermosa hija nació para ella. Llamaron a
la niña Shakuntala. Ambos padres estaban inquietos. Menaka quería re-
gresar al lugar que le correspondía en la corte de Indra y el sabio quería
retomar sus interrumpidas austeridades. Por este tiempo, el sabio Kanva
visitó la ermita. Shakuntala se quedó con él para ser criado como su hija
y sus padres se fueron para continuar con sus deberes.
Tal era la historia de cómo Shakuntala llegó a vivir en la ermita del
sabio Kanva. Ella heredó la inteligencia de su padre y la belleza de su
divina madre. No era de extrañar que Dushyanta se enamorara de ella
instantáneamente al contemplarla. Una vez que Dushyanta llegó a saber
quién era, empezó a dirigirse a ella así: «Oh, doncella. Tu belleza brilla
como la de Chandra en el día de luna llena. Si es posible, eres incluso
más hermosa que tu madre. He caído desesperadamente enamorado de
ti. Por favor consiente en ser mi esposa».
Shakuntala estaba llena de admiración por este rey, porque debe re-
cordarse que Dushyanta era un guerrero guapo. Sin embargo, ella no
consentiría en ser su esposa de inmediato. Ella dijo: «Oh, rey. En este
momento mi padre Kanva está lejos de esta ermita. No volverá aquí
durante muchos meses. Antes de proponerle matrimonio a una niña, el
consentimiento de su tutor es esencial. Por lo tanto, no me presiones para
que dé una respuesta a tu propuesta ahora. Vuelve más tarde y solicita el
consentimiento de mi padre para dirigirte a mí».
Dushyanta no pudo soportar la idea de esperar tanto tiempo antes
de casarse con ella. Nunca se había acostumbrado a esperar nada en
su vida. Intentó convencerla de un matrimonio instantáneo. Dijo: «Oh,
Shakuntala, es cierto que la práctica común es buscar el consentimiento
de los guardianes antes del matrimonio; sin embargo, en circunstancias
extraordinarias, las Escrituras permiten un gandharva vivaha, en el que
dos personas que se aman se casan entre sí con testigos. Se ha recurrido
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
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con frecuencia a esa práctica en los casos en que no se puede contactar
a los tutores de inmediato para conocer su opinión. Por favor, no me
atormentes, vamos a casarnos inmediatamente, ya que no puedo pensar
en una vida sin ti».
Así que Shakuntala permitió que la convencieran de casarse con el
rey inmediatamente, muy en contra de su mejor juicio. El amor ardiente
debió de ser su única excusa, ya que no se habría perdido nada al esperar
unos meses para que su padre regresara y el matrimonio se llevara a cabo
de acuerdo con el modo común. Se casaron, con sólo las criaturas del
bosque como testigos. El rey y Shakuntala pasaron un mes muy agrada-
ble allí en la ermita. Ya era hora de que Dushyanta regresara a su reino,
pues no había dejado una palabra acerca de dónde se lo podía encontrar.
Quería llevar a su esposa junto con él.
Sin embargo, Shakuntala no pudo consentir esto. Ella dijo: «Mi padre
volverá muy pronto. Si no estoy en la ermita para darle la bienvenida,
estará muy preocupado. Dado que nuestro matrimonio se realizó muy
simplemente, es justo que llegues en forma, acompañado por tu séquito,
para llevar a tu novia a tu hogar. Regresa a tu reino ahora, pero vuelve
pronto y llévame a tu reino».
Dushyanta estuvo de acuerdo en que éste era un buen plan y regresó
a su país. Antes de ir, le dio su anillo de sello, como muestra de su afecto.
Mientras tanto, Shakuntala no podía apartar al rey de su mente. Pasó todo
el tiempo meditando, esperando el momento en que Dushyanta regresara
y la llevara a su reino. Estaba tan distraída que incluso dejó de atender
su jardín favorito, donde se había encontrado con el rey por primera vez.
Mientras estaba en este estado de ánimo, el sabio Durvasa vino a visitar a
su padre. No encontró a nadie en la ermita, ya que Shakuntala había em-
pezado a vagar por el bosque todo el día. El sabio finalmente la encontró
sumida en sus pensamientos, bajo un baniano. Sabía quién era ella, ya que
no era su primera visita a la ermita. Él le preguntó dónde estaba Kanva.
Tan grande fue la abstracción de Shakuntala en sus propios asuntos, que
ni siquiera notó que el sabio le estaba hablando. De hecho, ni siquiera notó
su presencia. Después de repetir sus preguntas muchas veces, Durvasa se
enojó mucho. Era un sabio de temperamento bastante corto, notorio por
sus maldiciones pronunciadas con ira. Maldijo a Shakuntala así: «¡Ya que
estás abstraída en tus pensamientos, que aquél en el que estás pensando
olvide tu propia existencia!».
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Su voz resonante mientras pronunciaba la maldición sacudió a
Shakuntala de su abstracción. Humildemente le pidió perdón y le pidió
que anulara la maldición. Le dijo con lágrimas que no había notado su
llegada, ya que estaba pensando en su marido. Finalmente, el sabio ce-
dió. No pudo anular por completo la maldición, y la enmendó para que
Dushyanta no la olvidara permanentemente, sino sólo temporalmente.
Después de esto, el sabio se despidió. Algún tiempo más tarde, el sabio
Kanva regresó a su ermita. Shakuntala le relató todos los incidentes que
ocurrieron durante su ausencia, incluido su matrimonio con Dushyanta
y la maldición de Durvasa. Kanva estaba preocupado por la maldición,
pero se consoló con el reflejo de que sólo era temporal.
Pasaron unos meses y Shakuntala descubrió que estaba embarazada.
Kanva decidió que era hora de ir al reino de su marido, ya que el here-
dero al trono debería nacer en el país de su padre. Encontró un grupo
de brahmanes que planeaban visitar el reino de Dushyanta. Les pidió
que escoltaran a su hija adoptiva con su marido. Todo el grupo comenzó
su viaje. Shakuntala siempre llevaba el anillo de sello que Dushyanta le
había dado en su dedo anular. Mientras viajaban, se estaban bañando en
un río, y su anillo se deslizó de su dedo y fue arrastrado por el río. Estaba
muy molesta, ya que era lo único que tenía como recuerdo de su marido.
Ella no había aceptado ningún otro regalo de él.
Los brahmanes la acompañaron a la corte de Dushyanta. Por supues-
to, la maldición de Durvasa había entrado en vigencia para entonces y
él no la reconoció en absoluto. Él le dijo: «Oh, doncella, ¿quién eres tú?
¿Qué es lo que buscas de mí? ¿Has sufrido alguna injusticia en mi reino?
De ser así, me ocuparé de que se haga justicia».
Shakuntala estaba muy sorprendida. «Oh rey, ¿no me reconoces? No
he cambiado tanto en estos seis meses que hemos estado separados. Hace
siete meses me conociste en el bosque, cerca de la ermita de Sage Kanva.
Usaste palabras de cariño conmigo y me pediste que fuera tu esposa. A
pesar de que te pedí que esperaras a que mi padre regresara, me conven-
ciste de que me casara contigo de inmediato. Nos casamos de acuerdo
con los derechos del gandharva vivaha. Volviste a tu reino, prometiendo
regresar pronto y llevarme a mi lugar correcto como tu reina. Ahora ni
siquiera me reconoces. ¿Es ésta la práctica de los reyes? Acéptame como
tu esposa, tu reina».
Por supuesto, Dushyanta no recordaba nada de esto. Él pensó que
ella era una impostora, y se enojó mucho. «Oh, doncella. Tu forma justa
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536
no coincide con la astucia de tu mente. Nunca te había visto antes. Tu
audacia al afirmar que me casé contigo no tiene paralelo. Tu estratagema
no tendrá éxito. Puedo ver que estás embarazada. Estás intentando im-
ponerme ese hijo, después de haber perdido tu virtud ante otra persona.
¡Vete de mi presencia, antes de que cambie de opinión para ejecutarte
por tus acusaciones infundadas!».
Al escuchar las duras palabras pronunciadas por el rey, Shakuntala se
desmayó. Cuando despertó, ardiendo con justa ira, dijo: «Oh, rey, pen-
saste que cuando hiciste tu promesa no hubo más testigos que nosotros
dos. Olvidas que Mitra, Varuna y otros dioses son siempre testigos de una
promesa. Por alguna razón mejor conocida por ellos, los devas no vienen
a mi rescate. Debiste haber sido derrotado, cuando hablaste esas pala-
bras duras y rompiste tu promesa. Los dioses siempre castigarán al que
rompa los juramentos. No me quedaré un instante en este lugar donde
he sido insultada así».
Al escuchar sus palabras, Dushyanta se llenó de asombro; sin em-
bargo, no la recordaba del todo, y se mantuvo firme en su negativa. Los
brahmanes que habían acompañado a Shakuntala la consolaron y la lle-
varon de vuelta a la ermita de su padre. Kanva vio que todavía quedaba
mucho tiempo por recorrer antes de que la maldición de Durvasa siguie-
ra su curso, consoló a su hija y le aconsejó que aceptara su destino. Él le
aseguró que su futuro estaría lleno de felicidad que pasaría en compañía
de su esposo y su hijo, y que los tiempos oscuros actuales pasarían.
A su debido tiempo, Shakuntala tuvo un hijo varón. Él había hereda-
do la belleza de su madre y su valor de su padre. Kanva lo llamó Bharata.
Pasaron diez años, durante los cuales el niño creció hasta convertirse en
un niño. Kanva le enseñó las Escrituras y el dharma (el camino de la
verdad). Además de esto, como corresponde a un príncipe, le enseñaron
el uso de las armas, y destacó particularmente con el arco.
El anillo de sello que había sido arrastrado por el río yació en el
fondo durante mucho tiempo. Por fin, fue tragado por un pez. Este pez
fue atrapado en la red de un pescador en el reino de Dushyanta. Cuando
abrió el pescado para cocinarlo, encontró el anillo dentro. Inmediata-
mente reconoció el anillo de sello de su rey, y lo llevó a la corte. Cuando
Dushyanta lo vio, la maldición de Durvasa se levantó. Inmediatamente
recordó a Shakuntala. Estaba muy afligido, porque ella había venido
a su encuentro, sólo para ser insultada en su corte. Decidió buscarla y
disculparse por su conducta, y pedirle que fuera su reina. Conocía el
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bosque en el que había conocido a Shakuntala, pero no pudo recordar la
ubicación exacta del jardín en el que la conoció. Fue solo, sin su séquito,
y pasó muchos días en el bosque, en busca de la ermita de Kanva.
Buscó comida en este bosque. Un día vio un gordo jabalí en el bos-
que. Lo persiguió y finalmente logró derribarlo con sus flechas. Al mis-
mo tiempo, otro cazador también había disparado sus flechas contra el
mismo jabalí. Ambos llegaron al jabalí al mismo tiempo. El Rey estaba
muy sorprendido de que el otro cazador fuera un niño de diez años. Por
supuesto, éste no era otro que su hijo, pero naturalmente el rey no lo re-
conoció. Ambos comenzaron a discutir, alegando que el jabalí era suyo.
La discusión se volvió violenta y el niño desafió al rey a combatir. El
rey dudó, ya que no era apropiado que un guerrero tan famoso luchara
contra un simple niño. Sin embargo, cuando Bharata lo acusó de cobar-
día, se enojó mucho y aceptó el desafío. Muy rápidamente, una vez que
comenzó la batalla, Dushyanta se dio cuenta de que, aunque sólo tenía
diez años, su oponente era un guerrero consumado. El rey estaba muy
presionado para contrarrestar el asalto del niño. La batalla se prolongó
durante horas, pero al final, el rey fue derrotado y hecho prisionero.
Según las reglas de combate individual de aquellos tiempos, se convirtió
en esclavo del vencedor. El niño lo llevó a su casa, que era la ermita de
Kanva. Allí, el rey se encontró con Shakuntala y se dio cuenta de que su
conquistador no era otro que su hijo. Hubo una reunión muy feliz, con
el rey pidiendo perdón al sabio y a su esposa por los eventos que habían
tenido lugar en su corte. Ambos lo perdonaron de inmediato, ya que era
irreprochable en este asunto, la maldición de Durvasa era la causa de su
comportamiento.
Dushyanta regresó a su reino, acompañado por su esposa y su here-
dero. A su debido tiempo, abdicó al trono a favor de su hijo. Bharata
gobernó por un largo tiempo. Conquistó a todos los reyes del mundo
y los puso a todos bajo su control. Desafortunadamente, aunque tuvo
muchos hijos, no encontró a ninguno de ellos digno de gobernar el reino
después de él ✹
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538
P anchatantra
El mono y el cocodrilo
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539
Entonces, el mono tomó felizmente más frutas para que el cocodrilo las
llevara a casa.
Karalamukha las tomó y se las ofreció a su esposa, y narró la historia
de su amistad con el mono que vivía en el árbol. La esposa del cocodrilo
estaba encantada de comer esos dulces frutos. Dijo: «Oh, querido, estos
frutos son tan dulces como el néctar. Si el mono los come todos los días,
me pregunto si será aún más sabroso. Trae el corazón del mono para mí».
Karalamukha estaba asombrado al escuchar esto. Dijo: «Querida, no
puedo matar ni engañar al mono para obtener su corazón. Es mi amigo.
Es injusto pensar en tal cosa».
Pero su esposa le suplicó por el corazón del mono. Cuando no pudo
convencer al cocodrilo de que lo hiciera por ella, dejó de comer e insistió
en que preferiría morir si el cocodrilo se negaba a hacer lo que deseaba.
Karalamukha no tuvo más remedio que sucumbir a sus deseos. Aunque
estaba triste, ideó un plan para atrapar a su amigo y fue con Raktamukha.
Él dijo: «Oh, amigo, mi esposa ama mucho los frutos y le conté a mi
esposa sobre nuestra amistad. Ahora está ansiosa por conocerte. Está
enojada conmigo por no presentarte con ella antes. Por lo tanto, te ha
invitado a nuestra casa para la cena. Acepta nuestra invitación».
El mono aceptó de inmediato, pero ¿cómo podía ir a la casa del co-
codrilo? No podía nadar. El cocodrilo dijo: «Siéntate en mi espalda y te
llevaré a mi casa».
Y entonces Raktamukha se sentó en Karalamukha y entraron al agua
del río. Karalamukha lo llevó a aguas más profundas, donde planeaba
matarlo. Raktamukha se asustó mucho con tanta agua a su alrededor. Le
suplicó a su amigo que se moviera lentamente.
En este momento, el cocodrilo sabía que había tenido éxito en su plan
y tenía al mono totalmente bajo su control. Pensó que no era posible que
escapara, por lo que reveló su plan: «Oh, mono, la verdad es que te llevo a
hacer feliz a mi esposa. Ella desea comer tu corazón. Ella cree que su gusto
debería ser aún mejor que los frutos jamun que tienes todo el tiempo».
Al escuchar esto, Raktamukha se sorprendió. Pero no entró en pánico.
En lugar de eso, dijo ingenuamente: «Oh, amigo, ¿por qué no dijiste eso
antes? Sería mi privilegio si pudiera servir a tu esposa con mi corazón.
Eres un buen amigo, y deberías haberme dicho antes. He dejado mi co-
razón en el árbol jamun. Regresemos y traeré mi corazón de inmediato».
El tonto cocodrilo le creyó y se dio la vuelta. Karalamukha llevó a
Raktamukha al árbol creyendo que el mono debía sacar su corazón del
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540
árbol. Pero tan pronto como Raktamukha saltó de la espalda del coco-
drilo, trepó al árbol y se sentó en una rama alta. Finalmente se había
salvado del malvado plan del cocodrilo.
Karalamukha quería saber: «¿Qué está causando este retraso? Se está
haciendo tarde y mi esposa está esperando». Raktamukha respondió:
«Oh, amigo mío, ¿cómo puede uno sacar su propio corazón y guardarlo
en el árbol? Me engañaste para matarme, y a cambio te engañé para
salvarme. Deja que esto sea una lección para ti por ser tan infiel. Vete y
nunca vuelvas».
El cocodrilo supo que había sido engañado, y se sintió avergonzado
por sus acciones. Se fue ✹
P uranas
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Los principales Puranas son Brahma Purana, Brahma Vaivarta
Purana, Brahmanda Purana, Bhagavata Purana, Vishnu Purana,
Matsya Purana, Kurma Purana, Varaha Purana, Vamana Pura-
na, Shiva Purana, Linga Purana, Skanda Purana, Markandeya
Purana, Agni Purana, Narada Purana, Padma Purana, Bhavis-
hya y Garuda Purana. Algunos de los Upa-Puranas prominentes
incluyen Deva Bhagavata, Narasimha, Vayu, Sthala y Nilamata
Puranas.
V amana A vatar
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542
Cuando Vishnu apareció ante ella, le pidió a Vishnu que naciera como
su hijo y terminara con el rey Bali.
El Señor Vishnu dijo: «El rey Bali es un hombre justo y está destinado
a convertirse en el rey de todos los mundos, pero debido a que has orado
por mí y me has pedido este favor, muy pronto naceré como tu hijo y
haré lo que tú has deseado».
Después de un breve periodo, Aditi estuvo embarazada del Señor
Vishnu y dio a luz a un bebé que creció hasta convertirse en un joven
apuesto, pero muy pequeño para su edad; era muy inteligente y se llamó
Vamana.
Para cuando Vamana llegó a la edad de cinco años, el rey Bali realizó
noventa y nueve ashwamedha yagna y sólo uno más lo convertiría en el
rey de los mundos.
La ceremonia del hilo de Vamana se realizó a la edad de cinco años
y salió a hacer viksha (mendigar) como parte del ritual y llegó al lugar
donde Bali estaba representando el centésimo yagna.
Al ver al niño radiante en el yagna, Bali se levantó y se acercó a él.
Shukracharya inmediatamente reconoció a Vishnu y le advirtió a Bali
que no se le acercara, pero Bali se sintió atraído por él y fue hacia él.
Bali le dijo al niño: «Me siento honrado de tenerte aquí en el yagna,
doy limosna a cualquiera que venga a verme hoy, por favor pregúntame
qué deseas tener».
Antes de que Vamana pudiera hablar, Shukracharya interrumpió a
Bali y lo llevó a un lado y le dijo que su Señor Vishnu había venido en la
forma de un brahmán y lo destruiría si le concedía algo.
Bali estaba feliz de saber que era su dios quien había venido a él y le
pidió que le diera algo; nada podría ser más satisfactorio y más precioso
para él en su vida.
Sin preocuparse por la advertencia de su gurú, Bali fue a ver a Vama-
na y le pidió que deseara lo que quisiera.
Vamana sonrió a Bali y dijo: «Sólo necesito tres pasos de tierra medi-
dos por mis pies».
Bali se divirtió con ese simple deseo y dijo: «Te concedo lo que pe-
diste».
Tan pronto como Bali lo dijo, Vamana comenzó a crecer en tamaño
y siguió creciendo a tal tamaño que cubrió toda la tierra con un paso,
el cielo con otros pies y no quedó nada para poner sus pies en el tercer
paso prometido.
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Vamana preguntó dónde pondría los pies para el tercer paso. Bali, im-
presionado por el poder del Señor Vishnu, lloraba y le decía: «Te ofrezco
mi cabeza para pisar». Vamana sonrió y puso sus pies en la cabeza de
Bali y lo empujó hacia patala (subterráneo).
Todos los dioses estaban felices con el evento y se apoderaron del cielo
otra vez ✹
M ahabharata
La historia Mahabharata
El rey Santanu se casó con una mujer que encontró junto al río. Tuvie-
ron muchos hijos y ella los ahogó a todos. El rey la detuvo derribando al
último niño. Luego dijo que era una diosa y que este niño era un dios,
pero tuvo que permanecer en la tierra como castigo por robar una vaca
sagrada en una vida pasada. El niño se llamaba Devavratha, pero era
conocido como Bhishma.
La diosa regresó a donde sea que vayan las diosas, y el rey continuó
gobernando. Un día se enamoró de una mujer; su nombre era Satyavathi.
El rey Santanu le preguntó a su padre si podía casarse con ella, y él dijo
que sí, pero sólo si los hijos de Satyavathi heredaban, dejando al pobre
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544
Bhishma. Bhishma fue realmente genial con esto y dijo que permane-
cería célibe para que nunca tuviera hijos. Por lo tanto, el rey Santanu
y Satyavathi se casaron. Tuvieron dos niños: uno no tuvo hijos y murió
en la batalla, y otro, Vichitravirya, creció hasta la edad adulta y se casó
con dos mujeres, Ambika y Ambalika. Pero antes de que cualquiera de
sus esposas tuviera hijos, Vichitravirya murió y no mucho después el rey
Santanu también murió. Por lo tanto, el único miembro sobreviviente de
la familia era Bhishma, que había hecho un voto de celibato y se negó a
romperlo.
Lo que la reina Satyavathi no le había dicho a nadie era que antes
de casarse había nacido de un pez y había tenido un encuentro con un
sabio y dio a luz a un hijo llamado Vyasa. Entonces, aunque Vyasa no
era exactamente el heredero, todavía podía heredar. Todos acordaron
que Vyasa debería dormir con las dos esposas de Vichitravirya y los niños
heredarían. Ambika dio a luz a un niño llamado Dhritarashtra. Él era
agradable y habría llegado a ser rey, pero nació ciego. Mientras tanto,
la otra esposa de Vichitravirya se unió a Vyasa y dio a luz a un niño
llamado Pandu.
Dhritarashtra, siendo ciego, se da cuenta de que realmente no puede
gobernar, por lo que le da su reino a su hermano Pandu. Es un tipo muy
agradable y le encanta cazar. Un día sale a cazar y mata a un ciervo
mientras está en el medio del «juego del amor». Resulta que no es un
ciervo común sino un dios, quien maldice a Pandu y dice esencialmente
que «ya que me interrumpiste, voy a ensuciarme contigo». La maldición
dice que si tienes relaciones sexuales morirás. Pandu no tiene hijos en
este momento, pero tiene dos esposas: Kunthi y Madri. Él decide que no
puede gobernar, por lo que él y sus esposas pasan el rato en el bosque.
Un día Kunthi (la primera esposa de Pandu) llama al dios del sol.
Él realmente aparece. Ella da a luz a un niño que nombra Karna, pero
lo envía río abajo en una canasta. Es descubierto y criado por un sol-
dado y su esposa. Vuelve más tarde como una fuerza a tener en cuen-
ta. Pandu piensa que tal vez las cosas funcionarán para él si juega el
sistema. Él le dice a Kunthi que tiene relaciones con otros dioses para
tener hijos. Kunthi se lleva a Yama (dios de la muerte y la justicia) y
ella da a luz a Yudhishthira. Luego se une con Vayu (dios del viento) y
tiene a Bhimasena. Finalmente hace la escritura con el dios Indra y da
nacimiento a Arjuna. Mientras tanto, la segunda esposa de Pandu, Ma-
dri, atrae a los dioses Aswins y tiene a los gemelos Nakua y Sahadeva.
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545
Todos son niños, todos son increíbles y son colectivamente conocidos
como los Pandavas.
Pandu simplemente no puede resistir sus impulsos e intenta tener
sexo con su esposa Madri. Él muere en sus brazos y ella se arroja. Kunthi
(la otra esposa de Pandu) lleva los niños al hermano ciego de Pandu,
Dhritarashtra, para que puedan ser criados para heredar. Mientras tan-
to, Dhritarashtra se casó con la princesa Gandharai y se convirtió en un
rey ciego. Gandharai se venda los ojos Ella simpatiza con su ceguera y
nunca vuelve a ver. Mientras Pandu estaba afuera en el maderas con
sus dos esposas evitando el sexo, Dhritarashtra se convirtió en rey, y él y
Gandharai tuvieron cien hijos Estos hijos no son buenos chicos y pelean
con sus primos todo el tiempo. El más viejo de estos niños se llama Dur-
yodhana y es un verdadero malvado. Esta colección de niños es llamada
Kauravas.
Todos los ciento cinco niños son atendidos por Bhishma, quien está
constantemente tratando de entrenarlos.
Los hermanos malvados tenían envidia de su primo Yudhishthira y
comenzaron a maquinar destronarlo. Su primer intento de matar a los
Pandavas fue quemándolos dentro de un palacio. Los Pandavas lograron
escapar, pero luego los malvados hermanos una vez más intentaron ga-
nar control. Uno desafió al hermano mayor, Yudhishthira, a un juego de
dados que llevó a Yudhishthira a perder todo, incluso su esposa y la de
sus hermanos, Draupadi. Él, junto con sus hermanos y su esposa Drau-
padi, fueron exiliados del reino. Por doce años tuvieron que vivir en el
bosque y en el decimotercer año debieron esconderse en una ciudad, dis-
frazados. Fue durante esos trece años que los hermanos crecieron para
aprender cómo era vivir con lo mínimo y adquirir más conocimiento.
Después, el decimotercer año, Duryodhana decidió que lucharía contra
ellos, lo que llevó a una gran guerra y a la muerte de muchos. Muchos
murieron por ambos lados, y después de la guerra, se dio cuenta de que
nada se ganó realmente.
La figura más dramática de todo el Mahabharata, sin embargo, fue
Krishna, quien fue la personalidad suprema de Dios mismo, descendió a
la tierra en forma humana para restablecer a sus devotos como cuidadores
de la tierra y que practicaron el dharma. Krishna era el primo de ambas
partes, pero era amigo y consejero de los Pandavas, se convirtió en el cuña-
do de Arjuna, y sirvió como mentor y auriga de Arjuna en la Gran Guerra.
Krishna se retrata varias veces como ansioso por ver la guerra y en mu-
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546
chas formas en que los Pandavas fueron sus instrumentos humanos para
cumplir ese fin. A lo largo de sus vidas y la terrible Gran Guerra, hubo
ejemplos de lagunas éticas entre hombres que nunca fueron resueltas. A
raíz de la guerra, Yudhishthira sólo estaba terriblemente preocupado, pero
su sentido de la injusticia de la guerra persistió hasta el final del texto. Esto
fue a pesar del hecho de que todos los demás, desde su esposa hasta Kris-
hna, le dijeron que la guerra fue correcta; incluso el moribundo patriarca,
Bhishma, le habló extensamente sobre todos los aspectos de la Buena Ley
(los deberes y responsabilidades de los reyes).
En los años que siguieron a la Gran Guerra, los únicos supervivientes
por parte de los Kauravas, los padres de Duryodhana, el rey Dhritaras-
htra y su reina, Gandharai, vivieron una vida de ascetismo en un retiro
forestal y murieron con calma yóguica en un incendio forestal. Kunti,
la madre de los Pandavas, estaba con ellos también. Krishna se fue de
esta tierra treinta y seis años después la Gran Guerra. Cuando supieron
esto, los Pandavas creyeron que era hora de que ellos dejaran este mun-
do también y se embarcaron en el «Gran Viaje», que involucró caminar
al norte hacia la montaña polar que está hacia los mundos celestiales,
hasta que el cuerpo de uno cayó muerto. Uno por uno, comenzando con
Draupadi, los Pandavas murieron en el camino hasta que Yudhishthira
se quedó solo con un perro que lo había acompañado desde el principio.
Yudhishthira llegó a las puertas del cielo y allí se negó a obedecer la
orden de conducir el perro de vuelta; en ese momento el perro se reveló
como una forma encarnada del dios Dharma (el dios que era el padre
real y físico de Yudhishthira), que estaba allí para probar la virtud de
Yudhishthira. Una vez en el cielo, Yudhishthira se enfrentó a una prueba
final de su virtud: le dijeron que sus hermanos estaban en el infierno.
¡Insistió en unirse a sus hermanos en el infierno, si ese fuera el caso! En-
tonces se reveló que estaban realmente en el cielo, que esta ilusión había
sido una prueba final para él ✹
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R amayana
La historia R amayana
Había una vez un rey llamado Dasaratha, que solía gobernar la pro-
vincia de Ayodhya. Al no tener problemas, decidió realizar un gran sa-
crificio para engendrar un hijo. Como resultado de esto, le entregó una
fruta para dar a sus esposas para que tuvieran un hijo. El rey Dasaratha
la dividió por igual entre Kausalya, la esposa mayor, y Kaikeyi, su reina
favorita. Pero tanto Kausalya como Kaikeyi amaban a la reina Sumitra.
Así que cada una de ellas le dio la mitad de sus porciones a Sumitra y,
a su vez, las reinas dieron a luz a cuatro príncipes: Kausalya al mayor,
Rama; Kaikeyi al segundo, Bharat, y Sumitra a Laxman y Shatrughna.
Los cuatro príncipes crecieron bajo la tutela de sabios y se convirtieron
en excelentes guerreros. Laxman estaba muy apegado a Rama desde la
infancia.
Durante sus viajes con el sabio Vishwamitra, una vez llegaron a
Mithila, donde el rey Janaka había pronunciado un swayamvar (ceremo-
nia de cacería del novio) para su hija Sita. Era la diosa Laxmi encarnada
en este mundo, y estaba destinada a casarse con Rama. La condición
en el swayamvar era que quien pudiera levantar el arco pesado, que le
fue presentado por Shiva, podría ganar la mano de Sita en matrimonio.
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Uno por uno, los reyes que vinieron por el swayamvar fracasaron en sus
intentos. Cuando Rama fue y levantó el arco, se levantó fácilmente. Por
lo tanto, Rama se casó con Sita en Mithila y regresaron a Ayodhya como
una familia feliz.
Pero la felicidad no duraría mucho. Desde un incidente temprano
en la vida del rey Dasaratha, su reina favorita, Kaikeyi, quien una vez
lo salvó de un tigre, le había dado el don de la vida. Entonces le había
concedido dos dones. Pero en ese momento Kaikeyi controló la situación
con las bendiciones y su malvada criada sirvienta Manthara le recordó
que la incitó a usar las bendiciones para llevar a su hijo Bharat al trono
en lugar de al Señor Rama. Su mente envenenada por el mal, Manthara
le pidió al rey Dasaratha dos bendiciones: una, que Bharat se convirtiera
en el rey, y otra, , que Rama fuera desterrado al bosque por catorce años.
Dasaratha murió poco después de que Rama partiera al exilio.
Rama, siguiendo las palabras de su padre, se fue al bosque poco des-
pués con su esposa Sita y su hermano favorito, Laxman, lo acompañó
también al bosque. Bharat, que estaba lejos en la casa de un pariente,
se enteró de esto y fue al bosque y le pidió a su hermano Rama que re-
gresara. Pero Rama se negó a volver a la promesa de su padre. Entonces
Bharat tomó las sandalias de Rama y las colocó en el trono y gobernó
virtualmente en Ayodhya hasta el regreso del Señor Rama del destierro.
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Hay muchos relatos emocionantes durante los catorce años de des-
tierro de Rama. Pasaron por diferentes bosques, diferentes ashrams (er-
mitas) y varios rishis y vivieron de los frutos del bosque. Durante estos
años libraron muchas guerras con asuras (demonios) para salvar a los
sabios, y ayudaron a los sabios a llevar a cabo sus oraciones, que estaban
siendo constantemente perturbadas por los asuras. El punto culminante
de sus Vanvaas (destierro) fue la larga guerra contra el rey de los asuras,
Ravana.
La hermana de Ravana, Surpanakha, estaba enamorada de la belle-
za de Rama cuando lo vio pasar por el bosque de Panchavati, y quería
casarse con Rama. Rama la rechazó y le pidió que fuera con Laxman.
Laxman también se negó y esto la enojó. Pensó en Sita como la razón
principal detrás de esto y trató de dañar a Sita. Laxman le cortó la nariz.
Enfurecida, regresó y volvió con su hermano Khara para luchar con-
tra Rama. Pero Rama y Laxman también derrotaron y mataron a Khara.
Luego huyó y se refugió en Ravana, el poderoso rey de los asuras, a quien
el Señor Shiva le otorgó la inmunidad, de los dioses, los asuras y todas las
criaturas, excepto los seres humanos, a los que consideraba demasiado
serviles. Por lo tanto, el Señor Vishnu tuvo que encarnar como humano
para matar a Ravana. Ravana deseaba a Sita desde hacía largo tiempo.
Y en la furia del momento, decidió un plan para secuestrar a Sita.
Con la ayuda de su tío Maricha, se disfrazó como un ciervo hermoso
y vagó cerca del paradero de Rama, Sita y Laxman. Al ver al hermoso
venado, Sita se sintió atraída por él y le pidió a Rama que lo persiguiera.
Rama luego dejó a Laxman cuidar a Sita, y luego fue tras Maricha en
la forma del ciervo. Después de un rato, Laxman y Sita escucharon los
gritos de Rama pidiendo ayuda. Fue un ardid de Maricha para distraer a
Laxman y a Sita. Sita estaba preocupada y le pidió a Laxman que fuera
a ver qué pasaba. Pero al mismo tiempo, Laxman no quería dejar sola a
Sita. Ante la insistencia de Sita, él trazó una línea y le pidió que no cru-
zara la línea, popularmente llamada Laxman Rekha (línea de Laxman).
Le aconsejó que no la cruzara o de lo contrario podría estar en peligro.
Poco después de irse, Ravana, que esperaba esta oportunidad, se dis-
frazó de mendigo y pidió una donación de Sita. Sita entró a comprar
granos para donar al mendigo. Cuando salió, le dijo al mendigo que
fuera a buscarlo, ya que no podía cruzar el Laxman Rekha. El mendigo
actuó como si estuviera ofendido y Sita cruzó la línea para darle limosna,
y Ravana, en contra de sus deseos, la arrastró en un carro y la llevó a su
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ciudad natal, Lanka, en contra de sus deseos. Mientras iba por el camino
dejó caer sus joyas para que Rama pudiera seguir su ruta.
El viejo rey de los buitres estaba retirado y no tenía fuerzas trató de
pararlo, pero sus alas fueron cortadas y cayó sangrando. Cuando Rama
y Laxmam llegaron y vieron este pájaro, lo reconocieron como Jatayu.
Y luego le describió que «traté muy duro a mi querido Rama, pero mi
Señor, lo siento. Fallé en mi esfuerzo. Traté de salvar a la Madre Sita,
pero no pude salvarla. Me siento muy mal por haber fallado». El Señor
Rama le dijo: «Realmente has ganado. Eres victorioso porque no es el
resultado del esfuerzo lo que me preocupa. Es tu hermoso esfuerzo. Tuvo
todas las descalificaciones con todas tus descalificaciones, prestó servicio
e hizo todo lo posible».
Finalmente Rama y Laxmam llegaron al reino de Kishkindha. Éste
era gobernado por el rey mono Bali, que había desterrado a su hermano
Sugreeva. Rama y Laxman llegaron a la colina donde vivían el desterra-
do Sugreeva y su amigo Hanuman. Hanuman cayó de inmediato a los
pies del Señor Rama y le mostró las joyas, que Sita les había arrojado
cuando estaba en camino a Lanka. Rama ayudó a Sugreeva a derrocar a
su hermano Bali fuera de Kishkindha y convertirse en el rey. A cambio,
Rama consiguió que todo el ejército de monos de Sugreeva incluyera a
Hanuman para ayudarlo en la búsqueda de Sita.
Hanuman, mientras buscaba a gran distancia, cruzó a Lanka al otro
lado del mar y reconoció a Sita allí. Luego transmitió el mensaje de
haber encontrado a Sita con Rama. Rama luego le declaró la guerra a
Ravana para que recuperara a Sita. Vibhishana, que era el hermano de
Ravana, se acercó al lado de Rama y se convirtió en devoto de Rama. El
ejército de monos liderado por Hanuman formó un enorme puente que
cruzaba desde tierra firme hasta Lanka. Entonces Rama se llevó su ejér-
cito a Lanka y organizó una guerra en toda regla.
Ravana fue derrotado al final y Rama trajo a Sita a su casa y luego
en el proceso su Vanvaas (período de destierro) terminó y regresó para
gobernar Ayodhya como un rey justo y difundir Ram-Rajya (ley ideal)
en Ayodhya ✹
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Rabindranath
Tagore
La caracola
Tu car acol a es t á en e l p o lv o ,
cóm o l o puedo s op o r ta r.
El ai r e, l a Luz es t án desc o n e c ta d o s
qué m al a s uer te .
r ápi do m ov i éndos e a d e la n te ,
l o m i r an acos t ado en e l p o lv o
es a car acol a v al i e n te .
Voy a l a s al a de c u lto
bus co t odo el d ía
en donde es t á l a Paz — e l C ie lo .
Ahor a l a her i da de m i c o r a z ó n
pens é que s e i r ía ,
l av ando l as m anchas su c ia s
s er é i nm acul ad o .
t u gr an car acol a .
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El sol del primer día
El s ol del pr i m er dí a
pr egunt ó
¿ Q ui én er es ?
No obt uv o l a r es pues t a.
El s ol al f i nal del dí a
en l a noche s i l enci os a
— ¿ Q ui én er es ?
No r eci bi ó l a r es pues t a.
En una aldea
l as t om é en m i br azo.
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El nom br e de nues t r a al dea e s K h a n ja n a ,
el nom br e de nues t r o r í o e s A n ja n a ,
m i nom br e es bi en co n o c id o —
el nom br e de m i el l a es R a n ja n a .
s ól o hay un cam po en me d io —
f l ot an en nues t r o mu e lle
el nom br e de nues t r o r í o e s A n ja n a ,
m i nom br e es bi en co n o c id o —
el nom br e de m i el l a es R a n ja n a .
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PREMIO FIL DE LITERATURA EN LENGUAS ROMANCES
David Huerta
A tropellamiento
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PREMIO FIL DE LITERATURA EN LENGUAS ROMANCES
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l Páram o l Lu v i na l i nv i er n o l 2 0 1 9 l
a su familia. Esta cinta inaugura la llamada de las películas de acción más exitosas de
Trilogía de Apu, quien es hijo del sacerdote. la historia india. Sigue los caminos de dos
Apajarito (1956) es la segunda entrega hermanos que buscan salir de la pobreza por
y acompaña a Apu en sus experiencias rutas contrastantes: uno desde la policía y
estudiantiles en Calcuta. En Venecia la cinta otro desde el contrabando. La cinta influyó
obtuvo el máximo premio del festival, el en otras obras del género, y también fue
León de Oro, así como el Premio de la Crítica. una referencia para Danny Boyle en la
Cierra la trilogía El mundo de Apu (Apur Sansar, mencionada Quisiera ser millonario. Por su
1959), que recoge los intentos de Apu por parte, Dil Se (1998), de Mani Ratman, que
convertirse en escritor. Ray se convertiría sigue los encontronazos entre un empleado
en un asiduo asistente a los festivales más de una cadena radial y una mujer con ideas
importantes de Europa, y entre los premios revolucionarias, es uno de los hitos del cine
más relevantes están los berlineses Osos de romántico.
Plata a mejor director por Mahanagar (1963) y El cine indio no se caracteriza por la
La mujer solitaria (Charulata, 1964), cintas que equidad de género. De ahí que el caso de
exploran las contrariedades de dos mujeres Deepa Mehta sea excepcional. Ella hizo
que no renuncian a la independencia ni al algunos intentos en su país natal, pero
amor en un ambiente opresivo; el premio fue hasta que emigró a Canadá que inició
a la mejor película de Berlín, el Oso de Oro, una carrera fructífera que la ubica como la
llegó una década después con Ashani Sanket cineasta india más exitosa y reconocida.
(1973), cuya acción transcurre en los años Películas como Fuego (Fire, 1996), Tierra
cuarenta y da cuenta de la lucha de una (Earth, 1998) y Agua (Water, 2005) regresan
pareja para apoyar a la población de un a diferentes épocas para dar voz a la mujer,
pueblito de Bengala cuando es alcanzada por exhibir las vicisitudes que ha sufrido y
la guerra y la hambruna. explorar su complejidad.
Mother India (1957), de Mehboob Khan, en En el nuevo siglo se ha podido ver una
su momento hizo una de las contribuciones puesta al día de las diferentes apuestas
más célebres al melodrama social. Recoge la genéricas. Asimismo, hemos presenciado
historia de una «madre coraje» que encara la el crecimiento de un verdadero star system,
adversidad y la pobreza para «sacar adelante» con actores que son verdaderos imanes en
a sus hijos. Meghe Dhaka Tara (1960), que se la taquilla. Es el caso de Priyanka Chopra,
traduciría como La estrella oculta y fue dirigida quien ganó un título de belleza y posee
por Ritwik Ghataktam, también acompaña a una extensa filmografía, y de Irrfan Khan,
una mujer fuerte, en este caso una joven que quien ha participado en más de ciento
sacrifica todo por el bien de su familia. Ambas cincuenta películas y es un rostro conocido
películas además ofrecen largos pasajes por su participación en Amor a la carta
de corte musical. En contraste, la gravedad (Dabba, 2013), de Ritesh Batra, la famosa
es constante en Bhumika (1977), de Shyam coproducción de India, Francia, Alemania,
Benegal, película protagonizada por una Estados Unidos y Canadá. Entre los títulos
mujer que se rebela de forma singular ante los más exitosos del siglo xxi cabría anotar la
deseos de su madre. película de aventuras de casi cuatro horas
Deewaar (1975), de Yash Chopra, es una Lagaan: Érase una vez en la India (Lagaan:
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Once Upon a Time in India, 2001), de Ashutosh frente a las puertas de un lugar inaudito.
Gowariker; los dramas Guzaarish (2010), de Libro enigmático, poemario del misterio:
Sanjay Leela Bhansali, y Mi nombre es Khan puede ser la muerte y la develación total
(My Name is Khan, 2010), de Karan Johar, así del enigma. Es una estación significativa
como la comedia romántica Barfi! (2012), de en el paisaje de la poesía mexicana y
Anurag Basu. también en la sucesión de libros de la
Como toda industria de cine que se autora, pues, con este poemario, Cross
respete, la de India ha conseguido navegar elimina cualquier mediación objetiva para
entre la frivolidad y las propuestas «de autor». hundirse en la sonoridad misma de las
Su solidez es emblemática y ha sabido palabras.
conservar el puente que históricamente ha Nepantla, un punto final que
existido entre productores y consumidores. se decanta y genera dimensiones
Es un cine que merece atención desde el extratemporales; se despoja de constituir
campo de la mercadotecnia, pero también una trama, recurso muy en boga en
desde la Academia y el Arte con mayúsculas. la poesía contemporánea, para cursar
Es un cine sustentable pero, acaso por sus propios derroteros que brotan
lo mismo, con ambiciones limitadas. Al de la palabra misma, Nepantla, y que
espectador extranjero le ofrece la posibilidad constituyen el asidero capaz de convocar
de asomarse a facetas relevantes de la en un instante al presente con su pasado
cotidianidad; es un medio pertinente para y su futuro, pero sin ninguna cronicidad.
algo más que el turismo y, en la mayoría Es lapso, pero también territorio. Es
de los casos, para algo menos que la percepción, pero también recuerdo y
antropología. En todo caso, es un cine que expectativa.
refleja una circunstancia y habitualmente Ya en Bomarzo, Elsa Cross introdujo
entretiene. Y eso no es poca cosa l su poesía a los intersticios de las palabras
y las raíces, a los tiempos pasados y
su desmesura como sedimento de lo
que ocurre en el presente, en el paso
hacia otra dimensión, con la carga de la
memoria instando otras realidades. En
Bomarzo la piedra se une a la naturaleza
Nepantla: una sonoridad para que florezca la memoria abisal.
en sí misma Nepantla, su libro más reciente, no
necesita de la memoria para establecer
l S ilvia E ugenia C astillero los límites temporales, da un paso hacia
la abolición de fronteras. Nepantla llega
a lo que aspira la poesía: decantar todo
significante en aras de la música de cada
letra entreverada a las otras para lograr el
sentido eufónico de la cadencia poética.
No aquí / No todavía allá: con este inicio, Sitio donde los contrarios se alían y se va
Nepantla, de Elsa Cross, deja al lector construyendo un significado proveniente
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antigua casa que éste ha heredado de su como ésta, necesita renovarse. Atender a
tío abuelo. El paralelismo de estos dos Zuri, por su parte, apela a su autoestima,
vínculos conflictivos permite asomarnos al haciéndola sentir necesitada.
empañado espejo de las motivaciones más Conforme avanza Restauración, algo
íntimas de la protagonista. Zuri es un sujeto va tomando forma subrepticiamente de
arrogante e inmaduro al que Min se obstina manera paralela a la trama. A partir del
en querer y cuidar pese a la adversa actitud segundo capítulo, titulado «La Quimera»,
que él demuestra; a través de la emotividad un tiempo alterno va posicionándose como
abierta de ella, vislumbramos en el reflejo el único tiempo posible: el tiempo del
de la acción la opresión cotidiana del recuerdo subsume en su peculiar lógica
machismo estructural agudizado poco a secuencial al presente hasta reemplazar la
poco en cada nuevo pasaje. La estrategia certeza de éste por la conjetura de aquél.
narrativa funciona de manera circular: Estas digresiones intercaladas en episodios
denuncia al tiempo que provoca, es decir, breves constituyen el universo dialéctico en
contiene un elemento político y estético el que la anécdota de Min dialoga con la de
a la vez. La perspectiva feminista que Gertrudis, la antigua habitante de la casona,
también comprende Restauración no es determinada también por los caprichos del
nada convencional, pues sus resoluciones poder masculino, hasta fundirse en una sola
asientan problemas antes que respuestas, hebra. La manufactura de la novela pone a
son graduales y por lo mismo contundentes prueba la destreza de la narradora, que se
al final. inclina por una solución anclada en el estilo;
El ventajoso provecho, al dejar sola a a pesar de que el desenlace es previsible
Min a cargo de la restauración de la casona una vez que se descubren las normas
familiar, forma parte del control tácito que que gobiernan el conflicto, el interés no
Zuri ejerce sobre ella; bajo un paradigma disminuye sustancialmente, gracias a la
biográfico, atender sus necesidades se preocupación por descubrir los cómos
desplaza al margen una y otra vez, pues antes que por saber los porqués.
Min fue educada para conceder siempre. El estilo de Barrera en esta obra
Leemos el tipo de experiencias que se caracteriza por su soltura y por su
articulan su relación en un encuentro sexual capacidad para armonizar la naturaleza
sin preservativo consentido únicamente heterogénea del discurso, alejado del
por temor a que él se sintiera frustrado. A diálogo extenso y la argumentación
cada obstáculo, Min responde con una abstracta. Aunque con frecuencia
angustia creciente: llora o explota de ira abusa de las explicaciones, le viene
tras una espera inútil. ¿Qué la mantiene, sin bien el uso de oraciones cortas para
embargo, al lado de Zuri? ¿Obtiene algo de simular deliberadamente las atmósferas
todo esto? Min está embarazada en secreto típicamente elizondianas, aledañas a
y de este modo se pregunta si tener o no los territorios del sueño, la fantasía y la
a su hijo; mientras tanto limpia, recoge, perversidad. Entre otras, las funciones
selecciona, decide en qué se convertirá la primordiales de la brevedad de los
vieja casa contigua al Parque Hundido, una subapartados consisten sustancialmente
metáfora externa de su interioridad que, en que permiten asimilar el golpe recibido
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del viaje y el derrotero. La analogía entre confesionalismo —en este caso del todo—
vida y camino es un tópico, como lo es la contenido, la poesía de Abril, abierta
consideración espacial de la memoria. Sin a múltiples ecos y especialmente a las
embargo, a diferencia de las edificaciones resonancias de América —una circunstancia
para apoyar la evocación —la nemotécnica que continúa indicando rareza en la
que erigió los palacios de la memoria—, en ultramontana poesía española—, no ha
el caso de esta poesía los desplazamientos dudado en ocluir el sentido y fermentar
acontecen en una comarca imaginaria el significado con giros sintácticos más
donde se deambula en medio de sombras apropiados al ensayo que a la lírica. Síntesis
y luces, de claroscuros y de pasadizos: de esas escuelas en apariencia antitéticas
«atravesando alternativamente / franjas de de la poesía transparente y el verso oscuro:
sombra y arcos claros». El camino oscuro
no ordena la memoria, sino que patentiza Que tú no lo comprendas
su caos. Abril usa la pausa no sólo para no significa
cotejar la propia vida, sino sobre todo para que nadie pueda comprenderlo,
acometer un análisis. Ejercicio dialéctico y que los referentes
y no únicamente melancólico, aunque sean la realidad.
el confeso lector de Walter Benjamin no («Causa perdida»)
soslaye el ascendente del signo de Saturno
y declare la clave de lectura. Asimismo está consciente de que
varias actitudes suyas provienen de un
Concédete permiso credo metapoético, como lo asientan las
para esperar. Es un camino. alusiones a la originalidad o a la exploración
Y echar de menos, lingüística. Sin renunciar a la lírica, Abril
una obsesión para los melancólicos. sabe que una poesía sincera comienza con
(«Esperar es un camino») el reconocimiento de la imposibilidad de
la ingenuidad. Agréguese a ello que como
La criba racional permitirá trascender otros poetas recientes que entreveran los
la antítesis que por sí sola no ha aclarado climas del ensayo con los de la emoción
nunca obra alguna. El distanciamiento de manera equilibrada, algo hay en el
permite entonces confrontar los sueños acento de Abril que, además de sugerir los
de la juventud con la cosecha del presente ecos de T. S. Eliot —a cuya lectura remite
—sin soslayar que el futuro está en coquetamente al jugar perifrásticamente
construcción, no definido—, e igualmente con la frase «Abril mezclando memoria
sopesar la fidelidad a las creencias juveniles y deseo»— y de un apenas perceptible
y su cotejo con las de la madurez. Por ello, Jaime Gil de Biedma, nos trae aunque sea
el examen no concluye en la biografía, tenuemente las cadencias de John Ashbery.
sino que deviene evaluación de la propia Poesía que se asume memoriosa,
poesía y por ende de la poética que la la del quinto libro de Abril entraña
sustenta. Asociado —más por la relación una complejidad que no reside en el
profesional que por inmanencia textual— vocabulario sino en la referencia. El poeta
con la poesía de la experiencia y con cierto pareciera entregarnos una confesión y lo
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Cómete un pay, de Gris Gutiérrez, y Mar de donde las atracciones, en efecto, son seres
luces lejanas, de Miguel Ángel Gómez Caro; contrahechos, insólitos. Pero al mirarlos
y Otoño, con Hasta los monstruos dicen la de cerca, el espectador descubre —con
verdad, de Yamil Rodríguez Coronel, y Motel fascinación— que también son seres
Kraken, de Cyntia Ocampo. dotados de una belleza que desquicia, son
Atípica imprime tan sólo ciento veinte prodigios capaces de provocar un gran goce
ejemplares numerados. La intención es, estético, quimeras que hacen cimbrar a
dicen Ada Cabrales y Cecilia Magaña, «que quien las mira».
quienes adquieran cualquiera de nuestros «En un ejercicio frenético y brutal, los
títulos tenga una pieza única, de colección». personajes de estas historias miran hacia
En cada libro, describen ellas, se pone atrás sin temor a convertirse en estatuas
mucha atención en los detalles. El lector de sal. Con atrevimiento se enfrentan
podrá apreciar las portadas atractivas, los al pasado, volcado ante los ojos de su
colores, el formato de los libros, las fuentes memoria en sílabas e imágenes difusas»,
tipográficas usadas, el tamaño de la letra. opina Gabriela Torres Cuerva sobre Mar
Las editoras cerraron este 2019 con la de luces lejanas, de Miguel Ángel Gómez
creación de otra línea editorial, «dedicada Caro (Tepic, 1977), libro integrado por ocho
a piezas literarias creadas por autores de cuentos que, describen en la editorial,
trayectoria, joyas raras que quizá no han «tienen una vocación de nostalgia. Sus
encontrado su espacio en otros sellos personajes evocan el territorio de la infancia
editoriales». El título seleccionado fue La y la adolescencia con todos sus absurdos y
geometría absoluta, de Mario Heredia, equívocos, quizás buscando una respuesta
«una colección de cuentos sobre el amor a los absurdos y equívocos de la vida adulta,
y el vacío, caracterizada por su estética del quizás encontrando en ellos una profecía».
contrapunto entre dos o más historias». En Cyntia Ocampo (Guamúchil, 1980),
este caso se imprimieron 200 ejemplares, autora de Motel Kraken, libro que contiene
que se distribuyen también numerados. tres cuentos, describe así su labor: «Siempre
Atípica Editorial presenta sus libros de tuve la fantasía de escribir, según yo iba a ser
dos maneras: la tradicional, al estilo más una vez retirada, en mi cabaña de Tapalpa,
clásico, «y en eventos íntimos que hemos en medio del bosque, pero se dio un poco
denominado Maridajes, que consisten en antes. Disfruto crear personajes únicos, que
la degustación de bebidas y alimentos dejan ver sus miedos y se desnudan; esto,
especialmente seleccionados para combinar mezclado con un ambiente enrarecido».
con la lectura de nuestros libros, al tiempo Dice Rafael Villegas acerca de Motel Kraken:
que los asistentes conviven con nuestros «Un hombre de cuerpo gelatinoso, un
autores», explican Cabrales y Magaña. enamorado obsesivo y una mujer que ve
Sobre la colección de once cuentos lo que no debería, conforman un primer
de aliento breve Del cuello para abajo, de inventario de extrañezas. Hay un amor por
Adriana Haro (Guadalajara, 1986), que las maravillas y los esperpentos que nos
tiene como eje el cuerpo como motivo, remiten al lado anormal de lo humano, del
Alejandro Paniagua escribió: «es como que sólo adivinamos fragmentos a través de
adentrarse en un circo de fenómenos la mirilla de la puerta».
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l En casa con mis monstruos, l Riesgos de los viajes l Una jacaranda en medio
de Guillermo del Toro. Universi- en el tiempo, de Joyce Carol del patio, de Zel Cabrera. Instituto
dad de Guadalajara, Guadalajara, Oates. Alfaguara, México, Sinaloense de Cultura, Culiacán,
2019. 2019. 2018.
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mundialmente conocido como Mahatma Thoreau, sino las burdas ideas religiosas
Gandhi, se plantea si no será que en la India de su madre, la Asociación Sin Desayuno
se consiente que lo externo sea meramente de Manchester y las normas carcelarias de
lo externo. Esto quiere decir, a diferencia de lo Sudáfrica».
que vio la madre de Naipaul, que los indios no La India, bajo el tamiz caribeño-oxoniense
reparen en un vínculo entre las condiciones en los ojos de Naipaul, se reinventa, al igual
austeras o poco higiénicas del exterior y la que todos su libros, con la perspectiva
riqueza y pulcritud de su interior. del colonialismo y el entendimiento de la
Naipaul admiraba la figura de Gandhi rebelión como uno de los grandes temas de
tanto como a Buda, el príncipe que abandona la literatura. El Premio Nobel admiraba tanto
el palacio para descubrir la enfermedad, la a Mahatma Gandhi sencillamente porque se
vejez y la muerte en las afueras de la ciudad. atrevió a hacer las cosas a su manera, sin dejar
Sin embargo, el trinitario busca una imagen que le impusieran una visión.
humanizada del Mahatma, considerando que Lo que me lleva indirectamente a mí, un
si se trató de un líder tan importante para la escritor mexicano (país que tampoco se ha
historia fue porque se atrevió a ver a su país deslindando del yugo colonial) a comparar
directamente a los ojos, mirarlo de verdad, esa perspectiva de la literatura india con el
no mediante idealizaciones ni prejuicios. A estado actual de la literatura mexicana. A
su vez, el personaje de Gandhi, a los ojos de continuación, propongo al lector intercambiar
Naipaul, se individualiza al rastrear las claves el nombre de la India por el de México para
de sus costumbres y mecanismos de lucha sacar en claro por qué ambas literaturas se
como aprendizajes empíricos y no como encuentran hoy en día atascadas.
rasgos de una cultura milenaria. Según lo entiende Naipaul, en la literatura
El ayuno, por ejemplo, le viene a Gandhi de la India falta ese rasgo de rebeldía que
de herencia por los rituales supersticiosos perseguía Gandhi al hacer las cosas a su
de su madre. «Durante las incesantes lluvias manera. En su mayoría se imitan modelos
del monzón, [la mamá de Gandhi] podía occidentales que gustarán al ojo victimista
prometer no comer si no veía el sol. Los que anhelan las industrias editoriales
pobres niños esperaban a que se rompieran norteamericana y europea cuando se habla
las nubes. Si asomaba el sol, corrían hacia de países del tercer mundo. «Hay que plantear
su madre con la buena noticia. Ella salía la cuestión, porque jamás se ha creado así una
a comprobarlo, pero entonces a lo mejor literatura nacional, a costa de tal alejamiento,
se había vuelto a esconder el sol, y decía con el que los libros los publica gente de
alegremente: “No importa. Dios no quiere que fuera, los juzga gente de fuera y en gran
hoy coma”». medida los compra gente de fuera».
Como buen viajero incansable, Naipaul Si observamos con esta lupa a la literatura
vincula los ideales de Gandhi con sus fuentes mexicana nos daremos cuenta de que
bibliográficas y ciertas decisiones caprichosas nuestros errores son semejantes. Nuestra
que tomó de acuerdo a sus experiencias literatura no se ha afianzado porque la sigue
viajeras en Inglaterra y Sudáfrica: «Gandhi legitimando el ojo foráneo, llámese editoriales
había bebido de muchas fuentes, algunas españolas, críticos de El País o The New York
muy extrañas: no sólo Ruskin, Tolstói y Times, o premios literarios del Primer Mundo.
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(h. 1385) y A Revelation of Love (entre 1388 forma, la experiencia radical encuentra
y1393). Las posteriores exégesis sobre la posibilidad de adherirse a soportes
sus visiones, el volver sobre ellas y la expresivos sancionados en el horizonte
incorporación de nuevas visiones hacen cronológico en el que se ha producido. No
necesaria una nueva redacción, de manera así, por ejemplo, las canciones de Juan de la
que «la escritura de la experiencia visionaria Cruz, que van a alojar su contenido místico
de Juliana se presenta en movimiento, esto en la lira, esa forma lírica que hasta el siglo
es, según la mouvance propia del texto xvi español simpatizó más con temas de
medieval».2 expresión profana. No así, como nos hace
El proceso de memoria, asedios de ver Visión en rojo, las visiones de Juliana de
comprensión y búsqueda de representación Norwich.
del contenido de la experiencia suele Para entrar en el universo visionario de
tomar a quienes son sujetos de ella un Juliana por la vía que propone Visión en
tiempo bastante más dilatado del que rojo es necesario aceptar una premisa que
tomaría la transcripción de un dictado termina por afirmarse una vez concluida la
inmediato. Se produce en místicas y lectura del libro: la aceptación del tiempo
místicos, lo que Victoria Cirlot en su estudio rizomático, instalado previamente en
sobre Hildegard von Bingen y la tradición el pensamiento de Victoria Cirlot como
visionaria de Occidente explica como «una función cronológica operativa. La previa
comprensión “otra” que nada tiene que ver confrontación de Hildegard von Bingen
con la humana, gramatical y sintáctica».3 con Max Ernst «logró diluir la alteridad de
¿Cómo fijar entonces en cualquier soporte la mística visionaria y al mismo tiempo
humano esa experiencia, esa comprensión dotar de significado las visiones de Ernst».4
que todo lo excede? La cuestión se presenta En una nueva espiral del rizoma, Visión en
compleja. Parece constante que la escritura rojo abre el diálogo con la abstracción y el
de la experiencia mística se presente por lo informalismo debido a que las imágenes
menos en dos momentos fundamentales. visionarias de Juliana no pertenecen a
El primero, lo más cercano posible a la su mundo, sino que inverosímilmente se
experiencia, atiende la urgencia de fijar resuelven según estilos del siglo xx. Es
con fidelidad lo vivido en la revelación. en este siglo que los anteriores fuegos
El segundo surge del sentimiento de del artificio, llamaradas visionarias de
insatisfacción que sobrecoge a los místicos abstracción e informalismo, devienen
al comprobar que lo escrito no expresa efectivos modos de comprensión. Las
lo revelado. Parece que en un camino imágenes explosivas de la visión de la sangre
intermedio entre lo revelado y lo buscado, y de la carne responden a la tradición de la
siempre desde el impulso de la necesidad especulación apofática estudiada por Alois
interior como fuerza transgresora de la Haas. Las estéticas en las que se resuelven
estas imágenes explosivas sedimentan en
2 Victoria Cirlot, Visión en rojo, Siruela, Madrid, 2019, la negación adoptada, debido al carácter
pp. 30-31. excesivo del ser de Dios.
3 Victoria Cirlot, Hildegard von Bingen y la tradición
visionaria de Occidente, Herder, Barcelona, 2005, p.
24. 4 Visión en rojo, op. cit, p. 16.
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metonímicamente pars pro toto y la estética por ejemplo, las «Canciones en que Dios
del racimo sanguíneo que ha devenido descubre el camino para que las almas vayan
sustancia sólida es similar a la del crucifijo a Él por la escala secreta de la oración», de la
de Silesia con el cual Peter Dinzelbacher carmelita Isabel de Jesús, poema en el que
propone relacionar el estilo de las visiones no sólo se asume la composición en lira y
de Juliana. el modus loquendi de la paradoja apofática
¿Qué tipo de experiencia ha tenido Juan sanjuanina, sino también parece dibujarse la
de la Cruz frente al cuadro? El testimonio propia vivencia, como se verifica en sus dos
es que el místico, con el rostro encendido, primeras liras?:
compone una canción bajo los efectos de la
contemplación del cuadro. Esta experiencia ¡Oh dulce noche obscura,
que lo ha arrastrado a la creación ¿es una que no pones tiniebla tenebrosa,
experiencia mística como la que ha vivido mas antes tu espesura,
en el monasterio interior del cautiverio cuan ciega, es deleitosa
toledano? ¿Es una experiencia visionaria y cuanto más obscura, más vistosa!
sinestésica? ¿Es una experiencia estética?
Hans Robert Jauss deduce la teoría de la ¡Dichosas negaciones!
experiencia estética de las Confesiones de ¡Dichosa obscuridad, dulce sosiego,
Agustín de Hipona. El factor fundamental secretas invenciones!
que diferencia la experiencia estética de la ¡Dichoso el que está ciego
experiencia religiosa es la devoción; dice en tanta claridad, dichoso entriego!
Jauss:
No se puede decir sin más que se
El placer acústico que producen los cantos trata sólo de una experiencia estética
religiosos puede dirigir el espíritu hacia una producida por la recepción de las canciones
profunda emoción del alma, la devoción, y sanjuaninas. Hay una penetración en la
los placeres de la vista, resaltar la belleza de doctrina, una expresión fervorosa, una
la creación divina. Pero esta lícita fruitio corre vivencia que sólo puede calificarse de
el riesgo de transformarse en un simple devocional. Para Terence O’Reilly tanto
placer de los sentidos y de entregarse a la las canciones como las declaraciones
atracción estética de la experiencia sensorial, sanjuaninas son producto de la lectio divina
intensificada por medio del arte.17 y ambas, canciones y declaraciones, fueron
pensadas por el místico como base de divina
Devoción. Ésta es la frontera que lección para otros. Armando López Castro
transfiere la experiencia estética a la y posteriormente Rafael Boeta explican el
experiencia religiosa. Aunque en la teoría cifrado de la lectio divina en una estrofa
estén bien tipificadas, en el reconocimiento desde la que se debería leer, en opinión de
de casos concretos no es tan fácil deslindar López Castro, el Cántico entero, y para Boeta,
una experiencia de la otra. ¿Dónde situar, toda la poesía de Juan de la Cruz:
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si en esos tus semblantes plateados, con Blanca Garí había dado una respuesta
formases de repente también contextual a esta pregunta. Juliana
los ojos deseados de Norwich y otras místicas escribieron
que tengo en mis entrañas dibujados! porque los hombres lo permitieron. Creo,
sin embargo, que esta pregunta admite
Cuando la amada se ve reflejada en la otra respuesta que también se encuentra
fuente ve sus propios ojos, y en ellos ve entre las reflexiones de Victoria Cirlot y
los otros ojos que tiene en las entrañas que no atiende necesidades meramente
dibujados, que son las de su amado. Su contextuales. La escritura es respuesta a una
amado está en ella y sólo en ella debe necesidad profunda, una necesidad interior
buscarlo. El espejo de la fuente arrastra en donde la palabra cobra la dimensión
a la amada a la experiencia abisal, a las de instrumento de restauración, como
sombras de la noche oscura; el único lugar dijera Raquel Asún. La escritura surge del
donde encontrará a su amado es dentro de dolor ante la pérdida. Esta concepción
sí misma. La estrofa, en su configuración nietzscheana que le interesa a Cirlot en
y tematización de lectio divina cumple la la configuración que le da Aby Warburg,
misma función que la imago pietatis de la encontrará en un poema del siglo xx y en
profusión roja de la sangre en la visión de la misma lengua que escribiera Juliana una
Juliana en la que se da «el paso del crucifijo solución técnica del dolor ante la pérdida
(la escultura real y material) a una imago en escritura. Me refiero al poema «One Art»,
pietatis de clara función contemplativa.18 de Elizabeth Bishop, que dice en su primer
Ambas, lira y visión, cifran en sus códigos terceto:
lírico y plástico de estilo abstracto la vía de la
interioridad. The art of losing isn’t hard to master;
Finalmente, después de estos apuntes so many things seem filled with he intent
sobre el misterio de un epifenómeno místico to be lost that their loss is no disaster.
como la sinestesia, y la relación de lo visual
y lo visionario como factores determinantes Y termina:
en la experiencia mística y la experiencia
estética, quisiera acompañar de otras dos —Even losing you (the joking voice, a
posibles respuestas ése que Victoria Cirlot [gesture
llama «enigma auténtico» sobre por qué I love) I shan’t have lied. It’s evident
conocemos la escritura de Juliana: «¿Cómo the art of losing’s not too hard to master
y por qué llegó a la escritura?».19 Después though it may look like (Write it!) like
de considerar varias hipótesis, la autora se [disaster l
inclina por la que conjetura la escritura como
probatio, «el texto escrito para los que tenían
que aceptar la transformación de Juliana
20 Idem.
21 Victoria Cirlot y Blanca Garí, La mirada interior.
18 Visión en rojo, op. cit., p. 54. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media,
19 Ibid., p. 30. Martínez Roca, Barcelona, 1999.
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Cámara en mano,
en la India
l J ulieta m arón
aró n
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extienden enormes para amarte sin para arrojar miles de poemas, impresos
medida», escribió Frida Kahlo. Yo quisiera en papelitos de color, que abordaban
inventar el adjetivo servinesco (y, de ahí, el tema de la paz, como protesta contra
el verbo servinear) para recordar a mi los bombardeos estadounidenses a Irak
entrañable amigo, el narrador, ensayista, llamados Tormenta del Desierto, en 1991.
poeta, antropólogo, lingüista y traductor Fui bendecida —y, más aún, honrada—
Enrique Servín. por un encuentro fortuito con Enrique
Servín, quien fuera maestro en Servín en 2007. Tuvo lugar en el Centro de
Antropología Social y desde 2016 fungía Traducción Literaria del Centro de Banff
como jefe del Departamento de Culturas para las Artes, un conjunto artístico anidado
Étnicas y Diversidad y coordinador del en las majestuosas montañas de Alberta,
Programa Institucional de Atención a las provincia occidental de mi país de origen.
Lenguas y Literaturas Indígenas (pialli) Éramos ambos becarios del bilt, convocados
de la Secretaría de Cultura de Chihuahua, ahí para desarrollar, cada uno, un proyecto
se dedicó a estudiar, rescatar, revitalizar y individual de traducción, él como asesor
difundir las lenguas indígenas de este país, del maya peninsular. Supe, desde que lo oí
entre las que se encuentra el rarámuri, que servinear por primera vez, que tenía ante mí
él dominaba. Su obra fue galardonada con a un ser fuera de serie. Intuí, por la calidez
premios y reconocimientos a escala nacional de su trato y sus extraordinarios dones de
e internacional. Sin embargo, ninguno de conversador, que había nacido para mí una
esos logros impidió que fuera brutalmente amistad irrompible que sólo la guadaña
asesinado dentro de su domicilio en de la muerte pudo cercenar. Amistad, ese
Chihuahua, el pasado 9 de octubre. concepto tan radiante acerca del cual
Nada menos servinesco que su Enrique escribió estos versos: «Cuando
propia muerte. De estar incluidos en hablan los amigos / las horas callan / no
un diccionario, esos neologismos de viene el tiempo / la noche crece infinita».
mi cosecha —servinesco y servinear— La primera cosa que me contó para
describirían una avidez tal en cuanto al entrar en calor fue el mito fundacional del
saber universal, que uno acaba hablando pueblo tarahumara, en el que se estipula
una veintena de idiomas y puede que al principio de la Creación, la Luna era
memorizar en parte la obra de escritores tan pobre que ella y el Sol se espulgaban
que vivieron bajo la dinastía Tang. ¡Quién mutuamente. Enrique evocaba, maravillado,
como Enrique para transmitir destellos de la magia de los mitos; la mitología fue una de
erudición de la manera más amena posible, sus numerosas pasiones, como lo sabemos
y por si fuera poco, con un entusiasmo y quienes convivimos con él. También le tenía
una modestia fenomenales! Basta decir una devoción casi mística a la belleza del
que el mismísimo Sergio Pitol describió lenguaje y a sus numerosos prismas.
la biblioteca de Enrique Servín como Gozaba de una memoria prodigiosa, y
la más maravillosa que había visitado al respecto puedo citar dos anécdotas que
jamás. Enrique era aquel que encabezó un hablan por sí mismas. La primera sucede
evento bautizado Tormenta de Poesía, en en un paseo en el campo de Chihuahua,
el que sobrevoló la ciudad de Chihuahua cuando se puso a recitar de memoria —en
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francés, por supuesto, noblesse oblige— las los Han no tienen otro remedio que recurrir
primeras páginas de Las iluminaciones, a la magia para nombrar a sus recién
según él para honrar la hermosura silvestre nacidos: arrojan una lata de cerveza vacía
de esa naturaleza semiárida donde por encima del hombro y, según el ruido
asomaban a lo lejos los cerros. Esto era que produce al rebotar, le dan al bebé
posible porque Enrique era en sí el conjunto su nombre de pila (sin pila, obviamente),
de tomos de la Enciclopedia Británica personalizado, cuyo sonido asemeje la
dotado de dos piernas humanas para sonoridad del objeto chocando contra el
sostener el todo, aunado a un mecanismo piso. Lo dijo con tal seriedad que nunca
invisible que hiciera que lo escrito en una supe si estaba servineando o quería
página encontrara resonancia en otra. propiciar unas carcajadas.
La segunda anécdota que da fe de su Otra anécdota atestigua que Enrique
memoria de elefante y su vastísima cultura «poéticamente habitó sobre esta Tierra»,
libresca es una vivencia que tuvimos en la como lo consignaba inigualable Hölderlin.
ciudad de Suiyang, provincia de Guizhou, Leí acerca de ello en un post de su amigo
en el oeste de China. Nos habían invitado, Roberto Castillo Udiarte. Cuenta él que le
en el marco de un festival literario, a la mandó a Enrique una pieza musical del
inauguración del Museo de la Poesía de compositor alemán Holger Czukay, una
la localidad. Recién cortado el listón y melodía en la que se oyen voces de mujeres
acabados los actos protocolarios, Enrique vietnamitas con un fondo electrónico
se precipitó al interior del recinto (que haría minimalista. Enrique le confesó haber usado
sonrojarse de vergüenza a muchos museos aquella grabación como música de fondo
del mundo) como si ahí se encontrara para admirar, con sumo deleite (me lo
el hilo negro de los secretos siderales, la imagino con goce totalmente servinesco) las
caja negra del mismísimo Dios. Durante el imágenes fotográficas de Saturno mandadas
recorrido, él y yo coincidimos en una pieza por la sonda espacial Cassini-Huygins.
donde estaban exhibidos poemas y notas Porque no había tema ajeno a su curiosidad
biográficas de autores que pertenecen al insaciable. Y tampoco había partes de la
acervo poético de esta gran civilización vida —con sus horrores y sus bemoles— que
oriental. Ahí, Enrique encontró, entre los no lo maravillaran, como lo comprueba su
poetas reseñados, a una mujer que había asombro ante el paisaje saturnino.
escrito hace siglos, y cuyo nombre, dotada Cuando pienso en la tragedia de esa
yo de una memoria nada servinesca, vida truncada, rememoro una cita de la
que ronda más bien la del común de los extraordinaria novela La edad de hierro,
mortales, desgraciadamente no recuerdo. de J. M. Coetzee, donde la protagonista
Enrique no sólo había leído a aquella —una mujer desahuciada, en la fase
autora, sino que podía recitar de memoria terminal de su enfermedad— escribe
algunos versos de su obra. Dándose esto: «Sin embargo, esta primera vida,
cuenta de que la prosodia muy peculiar del esta vida en la tierra, en el cuerpo de la
mandarín se me figuraba un trabalenguas, tierra, ¿habrá, o será posible que haya,
añadió —con esa picardía tan suya— que, alguna vez, una mejor que ésta? A pesar
claro, con esos nombres impronunciables, de todas las penumbras, los momentos de
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desesperación, la cólera, no he soltado mi él, como buen políglota que era, lo recitó
amor hacia ella». dulcemente, en varios idiomas, al cruzar el
La desaparición de Enrique Servín limen entre lo visible y lo invisible.
deja un hueco inconmensurable en el Descansa en paz, querido Enrique. Que
ámbito cultural y literario de ese México la travesía te sea leve, y que el sueño te sea
desfigurado por la violencia que por a color, como tú mismo lo escribiste en tu
desgracia nos toca vivir. Un país en cuyos libro de aforismos. Te cedo la palabra, de la
noticieros el descubrimiento de fosas que eras tan diestro juglar.
comunes donde mal reposan decenas de
cuerpos, a veces desmembrados, es pan Naturaleza muerta
de todos los días. Muchos se atreven a
banalizar, e incluso a negar, la gravedad de Lo bueno de todo esto
la situación. ¿Será que poca mella les hace es que ya sin ballenas
esa recurrencia casi diaria de atrocidades (podría decirse osos o delfines)
inenarrables? Parecen lejos los días en los nada podrá impedir que en el recuerdo
que la población levantará la voz al unísono, inventemos de nuevo las ballenas.
en un clamor imposible de callar. Esa Y más a nuestro gusto
denuncia colectiva que tanto necesitamos una de canto más profundo. Y audible
está presente en toda la obra de Enrique. desde las playas
Su activismo por un mundo más humano (bello: peces saltando, y ballenas
donde haya menos balas y más poemas, sobre los Himalayas).
menos asesinados en las morgues y más
abrazos, menos puñales y más lectura, no Porque conforme avanzan estas líneas
debe quedar en una vil utopía; no podemos avanza el desierto
permitirlo. que es un lugar propicio para el recuerdo
No sé cuál fue la primera palabra que el espejismo y la visión.
dijo Enrique cuando empezó a hablar, Porque en algún lugar, ahora mismo
hace sesenta y dos años. Sin embargo, caen los árboles
sospecho que fue algo como poesía. y las ramas resuenan, ahora mismo.
Tampoco sé cuál fue la última palabra que Caen los árboles
dijo antes de cerrar los ojos para siempre (mientras el president en turno
sobre este mundo que amaba intensa y repite hasta dormido las palabras
profundamente pese a sus iniquidades democracia
y su crueldad, su racismo y clasismo, y libertad y progreso).
cuyas barbaridades siempre tuvo el valor
de denunciar. El argumento de negación Lo bueno de todo esto
que, espantada, oigo a cada rato («No es que una vez sin selvas
estamos tan mal, en todos lados pasan nada podrá impedir que con los sueños
cosas»), a estas alturas ya no tiene cabida. hagamos una selva más vasta
Me consuela imaginar que Enrique recitó más profunda
uno de los poemas que gravitaban a su mucho más alta l
derredor como ángeles de la guarda, y que
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último tomé la idea de que en mi primer otros libros y temas musicales en mi propio
poemario apareciera la figura de una migala trabajo son esos otros modos, olvidados
para representar, de manera alegórica, por mí, o no reconocidos, no creados
a la mujer y al narrador. Esta manera de específicamente y que me representan.
homenajear a una de mis figuras tutelares Así, los tantos referentes culturales y la
traía consigo su carga de veneno: en la obra memoria ajena alimentan, sin miedo, esta
de Arreola hay aspectos misóginos que yo reconstrucción biográfica y ficticia, a la vez,
debí romper y, sin embargo, sabemos de su de lo que soy como hombre y como poeta.
pasión por las mujeres, comparable con sus El cuento «La migala», aparecido por
otras pasiones conocidas, como el teatro o primera vez en libro entre los textos de
el juego de ajedrez. La mujer, en mis textos, Confabulario en 1952, reapareció ilustrado
no podría ser la víctima, ni de la sociedad ni por Gabriel Pacheco y con prólogo de
siquiera del hombre. Ni podía hacerla a un Christopher Domínguez Michael en La
lado, como la dama del juego de ajedrez de Caja de Cerillos Ediciones, en 2013. En su
mi novela fallida. Entonces, al igual que la comentario, Domínguez Michael indica
Beatriz arreoliana, la migala en Voluntad de la que «la migala arreoliana, aunque sea una
luz (1996) le mostraría el camino al hombre, araña, pertenece al mundo de las creaturas
al poeta, hacia una realidad inexplorada. imaginarias, tan amadas por Arreola, autor
Pero la araña lo que impone es la de un Bestiario (1972) como su maestro
ansiedad, la incertidumbre, el miedo. Borges lo fue de un libro mutante a veces
Elementos que corren y encontramos, de llamado Manual de zoología fantástica, a
una manera orgánica, en la escritura propia. veces Libro de los seres imaginarios. [...] En
En Voluntad de la luz la mujer es la abuela y “La migala”, Arreola dialoga con Borges.
es la naturaleza: la figura primera de la obra Ambos, como nuestro padre Dante antes
literaria. En contraposición, el Ulises salmón que ellos, aman a una Beatriz. Pero mientras
de José Gorostiza: símbolo del poeta, del que Borges la honra como custodia del
héroe, de quien regresa a casa luego de un Aleph (que cumple setenta años), Arreola,
largo viaje por los siglos de vida que lo llevan un romántico que aprendió a disfrazar su
de la composición primaria (minerales y dolor con la varia invención, hace de la
plantas) hasta la evolución espiritual. migala un símbolo del amor destruido entre
Pasar de Darwin y Lamarck a Teilhard él y su Beatriz». En palabras de Arreola: «La
de Chardin hubiera sido más complejo sin migala discurre libremente por la casa, pero
la Muerte sin fin de Gorostiza y sin Arreola. mi capacidad de horror no disminuye», así
En este mismo libro el pez es femenino y inicia su cuento: «El día en que Beatriz y yo
la malagua el macho. Esta otra oposición entramos en aquella barraca inmunda...»,
de los artículos y personajes me serviría que nos recuerda el estupendo inicio de
para un sujeto ambiguo, anfibio, no binario Alighieri en su Comedia: «A mitad del camino
(como dicen ahora) que es el creador de de la vida...». Entonces, junto a Arreola,
ese libro que intentó (lo intenta, muchos abandonamos toda esperanza y entramos en
años más tarde) recrear su propia historia su mundo, en otro mundo.
a falta de una memoria en serio. Lo que «La migala» es el miedo, y no en vano
quiero incorporar a la hora en que refiero compareció en mi mente en algunos
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versos de Llámenme Ismael (2014) para manifiesto las obsesiones que perseguían
hablar de un tumor cerebral, clínicamente al argentino y cuya impronta reflexiva es el
denominado aracnoide. Si bien el libro cierre del segundo soneto que compone el
trata de Moby Dick, la conocida y enorme poema «Ajedrez»:
ballena blanca, en la arquitectura del libro
funciona en múltiples espacios: un pabellón También el jugador es prisionero
para enfermos psiquiátricos, la embarcación (la sentencia es de Omar) de otro tablero
que remite a Herman Melville, el Pequod, de negras noches y de blancos días.
un edificio en Nueva York del cual se tira un
joven fotógrafo en su intento de suicidio, Dios mueve al jugador, y éste la pieza.
etcétera. Habitaciones todas en las cuales ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
la incertidumbre corre por las venas, por los de polvo y tiempo y sueño y agonía?
mares, por las nubes, siempre libre y con
nosotros como espectadores atónitos del Arreola era un experto ajedrecista. En
juego entre la vida y la muerte. su Casa Museo permanecen la mesa y el
El blanco del cachalote y el cuadro del tablero que le pertenecieron y nos muestran
tablero de ajedrez se funden en la almohada a un narrador distinto: más lúdico en sus
que es capaz de ahogar a quien amamos libros que en su casa. El Arreola editor está
con tal de no verlo sufrir, como en el filme presente y de seguro entrecierra los ojos
de Milos Forman Atrapado sin salida (1975): cuando hablamos de Borges. Borges, en
embestimos un rostro para hundirlo en el su poema, parece hablar de Arreola. Me lo
sueño más profundo, Mar adentro (2004) de parece a mí. ¿Qué Arreola tras de Borges
ese deseo de morir que se nos niega una me inspiró a escribir Enola Gay, distante
vez pronunciada la palabra «eutanasia». En de Voluntad de la luz por veinticinco libros,
Llámenme Ismael hay varias muertes (por pero cuya capacidad de horrorizarme nunca
suicidio, asistida, natural, por accidente, desaparece? Puedo decir que ninguno,
por un evento criminal o por enfermedad), y mentiría. Lejos del juego y cerca de la
incluida la inyección de una droga o veneno. estrategia de la guerra, el desamor sigue
El momento oportuno, en la siempre siendo la constante que nos hace escribir. Es
inoportuna muerte, es la noche: esa casilla el veneno. El Aleph es el mundo complejo
negra del tablero. que lo mismo requiere del blanco de la
Entre las mil y una noches que nieve que del negro del humo. La pureza y la
encantaban a Borges, quien tanto admiró pólvora, Beatriz y su revés.
a Arreola, hay Siete noches que me resultan Ensayar la historia de la bomba de
magníficas. Son siete maravillas de Hiroshima desde una varia invención, del
lucidez, conferencias que Borges ofreció diario de Paul Tibbets y del nombre del
en 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos bombardero B-29 Superfortress —Enola
Aires, posteriormente publicadas como Gay, por la madre del primer oficial—,
libro en 1980. En dichos capítulos («La requirió muchos días negros, muchas noches
Divina Comedia», «La pesadilla», «Las mil en blanco y una mecha de enebros. Para
y una noches», «El budismo», «La poesía», seguir un método, contrario al Paraíso es el
«La cábala» y «La ceguera») quedan de Infierno. En esas mil y una noches propias
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del Purgatorio tuve que fabular, a partir de Herbert que abre el libro: «la dulzura tiene
la Comedia de Dante, las Divinas comedias un nombre: rosa / el estallido» nos dejamos
de James Merrill (Vaso Roto, 2013), de Paul caer. Toda Beatriz, como señaló Shakespeare,
Celan, Hart Crane, Antoine de Saint-Exupèry, «aunque cambie de nombre la rosa siempre
un par de libros de Inger Christensen y es rosa». Incluso si es la «Rosa de Hiroshima»
material diverso de poetas polacos, sobre y su estallido escapa de Vinicius de Moraes
todo, lo que nos lleva de una casilla a otra, de para hacerse presente dentro del Muro de
barraca en barraca, a no dar en el blanco de Pink Floyd, de las bardas de Stonewall, del
la divinidad pero sí en la comedia del polvo muro en contrucción en la frontera mexicana
y la agonía. con Estados Unidos o el muro derribado en
De nuevo tuve enfrente de mí a esa Berlín en 1989.
migala que iba de letra en letra en el teclado, Paul Tibbets soltó a Little Boy desde
de una palabra a otra, de una página en el Enola Gay hace setenta y cuatro años,
negro a la página en blanco. «Todas las porque buscaba «hacer del mundo un sitio
noches tiemblo en espera de la picadura más seguro». Con la migala suelta no hay
mortal. Muchas veces despierto con el una habitación que llamemos segura: ¿cómo
cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el va a serlo el mundo? «[…] porque yo he
sueño ha creado para mí, con precisión, consagrado a la migala con la certeza de mi
el paso cosquilleante de la araña sobre mi muerte aplazada. [...] Entonces, estremecido
piel, su peso indefinible, su consistencia de en mi soledad, acorralado por el pequeño
entraña. Sin embargo, siempre amanece. monstruo, recuerdo que en otro tiempo
Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y yo soñaba con Beatriz y con su compañía
se perfecciona». Tan aplicable al deseo como imposible». En realidad, lo imposible, en mi
a la detonación de la bomba, las palabras de caso, es olvidar el juego l
Arreola me hicieron suponer que, en efecto,
ese desasosiego de la escritura, su paso por
nuestra habitación, es toda una experiencia
inenarrable.
Da igual si la premisa llegara con Godard
y una mujer descansando a un lado de la
alberca mientras un avión cruza el cielo
y representa al Espíritu Santo que la deja
preñada en Yo te saludo, María. O si se
completara tal premisa con el nombre de
una madre en un avión destructor. Otro
ladrillo en la pared es cada verso que va del
blanco al negro en la epopeya sin dios detrás
de Dios que nos sigue diciendo: «La noche
memorable en que solté a la migala en mi
departamento y la vi correr».
Si en lugar de Beatriz decimos G. I. Joe,
la migala es la rosa. Con la cita de Zbigniew
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En realidad, la tela es lo que cambia, del profunda de los mares para desplegarse
algodón a la seda. Ésa es la diferencia. en el aire, ser llevado por el viento y de ahí
Algunos ancianos transportan gente no en llegar al reino sobrenatural. Sólo así, los
bicitaxis, sino en taxis que jala un hombre a miles de mortales que reciben la noche
pie: se le va la vida en ese trayecto. Son los logran tocar el cielo.
llamados rickshaws. Se trata de la evocación de seres
La tarde cae, sobre el Ganges cientos remotos que seguramente pertenecen
de lanchas y barcos llenos de personas a otro cuerpo celeste, pero cuyo rastro
presencian por agua el rito iniciático. aún se percibe en los indios actuales, en
Más lejos arde el fuego, varios fuegos, sus gestos, en objetos, en un atavismo
donde están incinerando a los muertos. invencible, como lo llama Roberto Calasso
Los sacerdotes mismos portan lámparas (El ardor, Anagrama, 2016). Por eso la vida
ardientes que hierven en sus manos y con en la India transcurre y triunfa a pesar de
ellas dirigen el ritual. Fuegos diferentes, la pobreza, pues esta civilización milenaria
algunos son circulares, otros cuadrados, (más de tres mil años), tan distante
otros en forma de medialuna. Evocan la era incluso para los antiguos, proporciona
en que los hombres llegaron a la llanura del coordenadas, dispersas pero evidentes en la
Ganges y un dios abría el camino: Agni, dios invisibilidad.
del fuego. Los vedas dejaron únicamente versos,
Los edificios de piedra, antaño palacios fórmulas y explicaciones para los rituales.
de reyes y príncipes (ahora hoteles), Ningún objeto, ninguna imagen: sólo
parecen muros de contención y se yerguen palabras: himnos, invocaciones, conjuros:
para darle encuadre a la intensidad del poesía. No dejaron memoria de sus
momento. Después de cantos que en conquistas y hazañas, dejaron cantos
realidad son repeticiones silábicas para y en ellos el saber: la clarividencia. Y la
llegar a la raíz de la comunicación con los embriaguez de una planta misteriosa: el
dioses, oraciones como pócimas, inflexiones soma, el objeto del deseo.
de los tonos más elementales tal cual Todo lo que se desarrollaba fuera del
colores que se mezclan para significar lo rito pertenecía a la no-verdad. Como un
profundo, sin retórica: la raíz que toca el platonismo primario, los vedas creían que
cielo. Mantras. todo lo que existía en la tierra tenía su
En ese trance del canto, sumergidos en modelo en el cielo. Pero no había templos ni
los aromas del incienso, llega el instante murallas. Existían surcos de cantos, de ritos.
en que esos siete sacerdotes toman sus Había imágenes dentro de su mente y una
caracolas y llaman al cosmos, el sol está vida que se balanceaba entre la naturaleza
penetrando el horizonte, el río como un y la imaginación. Muy poco de tangible se
mar, como un océano lo sumerge, lo acoge conserva de la época védica. «Construyeron
en su oscuridad, en lo profundo de su un Partenón de palabras: la lengua sánscrita,
cauce, para que inicie el viaje a las sombras ya que samskrta significa “perfecto”»
y nos deje bendecidos. El sonido de las (Calasso, op. cit., p. 19). No tuvieron la idea
caracolas es un rugido suave, un alarido de templo, ni la de perdurar. Todo era
seductor, un registro que sale del agua movimiento, como el del fuego que se
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consume, como el del sol que se oculta y el objetivo es postrarse sin permanecer,
renace. Es el culto estrechamente vinculado mirar pero no insistir en la mirada. Ahí
a textos de una extrema complejidad y a está la diosa negra con la lengua de fuera.
una planta mágica. «La mitología, y con Un gesto que enmudece. El desafío es
ella las especulaciones más temerarias, proseguir el rito en lo invisible, continuar
se presentaba como la consecuencia del el sacrificio, el ritual frente a la nada.
encuentro fatal y explosivo entre una liturgia Después es obligatorio pasar al lingam,
y una ebriedad» (Calasso, ibid., p. 29). conjunto formado por el órgano masculino
El corpus védico posee un gran rigor engastado en el sexo femenino (yoni).
formal pero no existe un marco temporal ni Allí continúa el rito en ese símbolo de la
histórico. La vastedad y la unicidad son sus fertilidad, de la sexualidad sagrada, de
características. Frits Staal, citado por Calasso, la unión cósmica permanente, origen de
dice: «Hace más de tres mil años, pequeños nuestra especie. Lo sagrado se manifiesta a
grupos de pueblos seminómadas atravesaron través del placer corporal, como medio de
las regiones montañosas que separan Asia lograr el éxtasis y como energía que genera
central de Irán y del subcontinente indio. el milagro de la vida.
Hablaban una lengua indoeuropea, que Es el único elemento en el ritual que
se desarrolló en el védico, e importaron puede tocarse y en donde se puede
los rudimentos de un sistema social y permanecer. El Lingam, además, es el único
ritual. Como otros que hablaban lenguas elemento común prácticamente de todos
indoeuropeas, celebraban el fuego, llamado los templos hindúes, el único también
Agni, y como sus parientes iraníes adoptaron con el que se puede tener contacto y que
el culto del soma: una planta, quizá es accesible a cualquiera, sin importar su
alucinógena, que crecía en la alta montaña. religión, su secta o su casta.
La interacción entre estos aventureros y los Todo esto supone una visión diferente
anteriores habitantes del subcontinente indio de la ordinaria, que considera que el goce y
dio origen a la civilización védica, así llamada lo espiritual son incompatibles. La potencia
debido a los cuatro vedas, composiciones física y mental se adquiere controlando el
orales transmitidas por la voz hasta hoy» sexo, ritualizándolo y no reprimiéndolo. Los
(ibid., pp. 28-29). órganos que intervienen (lingam y yoni)
son la expresión visible del poder creador.
Calcuta Después de estos actos rituales, se accede
A la orilla izquierda del río Hooghly a un estado alto de conciencia, al mismo al
se encuentra el templo de la diosa que llevaba la planta de la ebriedad, el soma.
Kali, Dakshineshwar. Lugar de un culto
multitudinario. Allí prevalece el silencio, Delhi
porque lo que es constante es la secuencia Las aceras de las calles de Calcuta y
de gestos, una especie de inclinación Delhi están tomadas por la gente, ahí
a extenderse hacia el resto de los seres permanecen: comercian, comen, se
humanos para lograr la salvación. bañan, duermen. Ahí viven. Hay miseria.
Desposeídos de zapatos, ciegos en la Sin embargo, la gente tiene una mirada,
posibilidad de ver a la diosa, al llegar a ella un estado de inspiración, de sosiego,
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el poema épico más antiguo escrito en quien también mandó construir el Taj
sánscrito por el sabio Valmiki, en el siglo Mahal.
v, a. C. La historia trata sobre la séptima El hindi es la lengua que se habla en
reencarnación del dios Vishnu, quien vino Delhi y alrededores; quisieron volverla
a la Tierra para liberarla de Ravana, el lengua oficial pero fracasaron: más allá
rey demonio de Lanka con diez cabezas. de la región norte no se comprende.
Poseía el don de la inmortalidad, así que Michaux llama al hindi «lengua de las
no podía ser asesinado ni por dioses ni por palabras beatas pronunciadas con dulzura
demonios. Preocupados por esto, los dioses campesina y lenta, muchas vocales gruesas,
decidieron enviar a la Tierra a Vishnu en la la â y la ô con una especie de vibración
figura de un rey mortal. El dios Vishnu bajó pesada, de ronquido, la î y sobre todo
entonces al mundo como Rama y la historia la ê, una letra cursi. El todo en conjunto
despliega las luchas entre él y los demonios, es desagradable, confortable, eufónico,
entre el bien y el mal. Este poema se lee en satisfactorio, desprovisto del sentido del
las casas, en los templos, a manera de texto ridículo» (p. 25). El bengalí, considera, «tiene
religioso, en forma de obras de teatro. más de canto, una cuesta, el tono de una
Según la leyenda, el Mahabharata fue dulce amonestación, de la bonhomía y de la
dictado a Ganesha, el dios con cabeza suavidad, vocales suculentas y una especie
de elefante, por Vyasa, «el que compila». de incienso» (p. 25).
Llamado «el Homero del Este», se dice Bengalí-hindi, dos lenguas provenientes
que Vyasa compuso todo el Mahabharata, de dos ciudades importantes, la primera
además de las dieciocho Puranas y los —Calcuta— el mayor polo cultural, con la
cuatro libros Vedas. Fue sacerdote y feria del libro más grande del mundo, y la
maestro. El tema principal es la gran batalla segunda —Delhi— el polo cívico y político
que tuvo lugar en Kurukshterra, donde los más importante, la capital.
Padavas pelearon contra los Kauravas. No Todas las demás lenguas (incluido
obstante, el más valiente de los hermanos el inglés, con el que también se trató de
Pandava, Arjun, no quiso pelear contra unificar al país, pero tampoco se logró) se
sus primos. Y de esto se desprende el hablan en distintas regiones y provienen
gran sermón del dios Krishna, el dharma, de las distintas tribus que antaño se fueron
la responsabilidad del guerrero de pelear asentando a lo largo y ancho de la India.
por lo que es correcto. La base de este No obstante, en todas encontramos ese
discurso está en el Bhagavad Gita, libro de razonamiento indio a través del cual se
enseñanzas éticas y filosóficas. Por ello, logra ver de golpe la totalidad y se abarca el
Krishna aparece como líder, guerrero, dios y mundo real:
teólogo de la humanidad.
Nueva Delhi se construyó sobre una Gautama, un espíritu contemplativo, sin
antigua ciudad de la que no quedaban [embargo,
vestigios, Indrapashta, según se cuenta expresa así su primera iluminación:
en el Mahabharata. Old Delhi, como se le De la ignorancia vienen los Sankharas.
nombra ahora a esta antigua ciudad, obra De los Sankharas viene la conciencia.
del emperador Shah Jahan, nieto de Akbar, De la conciencia vienen nombre y forma.
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Del nombre y la forma vienen las seis Aquí conviene hacer una parada
[provincias. sobre la presencia de la cultura árabe en
De las seis provincias viene el contacto. la India. Sabemos que la India está llena
Del contacto viene la sensación. de contrastes, pero el más extremo es
De la sensación viene la sed. de índole religiosa: la coexistencia entre
De la sed viene la atadura. el hinduismo y el islam. La presencia del
De la atadura viene la existencia. monoteísmo riguroso y del politeísmo tan
De la existencia viene el nacimiento. variado. «Entre el islam y el hinduismo no
Del nacimiento vienen la vejez, la muerte, sólo hay oposición sino incompatibilidad.
[el dolor, las lamentaciones, el En el primero, la teología es simple y
sufrimiento, el abatimiento, la desesperanza. estricta; en el hinduismo, la variedad de
sectas y doctrinas provoca mareo. Mínimo
[Citado por Michaux, op. cit., pp. 37-38] de ritos entre los musulmanes; proliferación
de ceremonias entre los hindúes. El
Taj Mahal hinduismo es un conjunto de ceremonias
El Taj Mahal es una aparición que flota complicadas y el islam es una fe simple y
como descendiendo del cielo, que se clara» (Octavio Paz, Vislumbres de la India,
mantiene en la categoría de espejismo Seix Barral, 1995, p. 41).
inalcanzable, entre la tierra y el infinito. Es La llegada de guerreros musulmanes a
un mausoleo que el rey Shah Jahan le hizo territorios de la India data del año 712, eran
a su mujer al fallecer tempranamente, pero expediciones de pillaje que se convirtieron
es ante todo un templo en donde pareciera muy pronto en invasiones de conquista.
hacerse culto a la eternidad. Geométrico, Luego de la ocupación en la región de
de líneas sencillas, se levanta a la vez como Punjab se fundó el sultanato de Delhi
expandiéndose con una luz como de vela en 1206. Pasó por varias dinastías, todas
que se multiplica a través de los tiempos. de origen turco, hasta su desaparición
El mármol de su interior parece estar no en el siglo xvi. Y fue el centro del mundo
esculpido, sino tejido con finas agujas. Y musulmán, concentrando a intelectuales y
los colores de ese tejido casi deprenden artistas. Sin embargo, y paradójicamente,
aromas de lo reales que se imponen: son su apogeo coincide con la decadencia de la
piedras preciosas incrustadas en el mármol. civilización islámica.
Delicadeza, exquisitez y, sin embargo, se
percibe el dolor de la condición pasajera Galta
de lo humano. El Taj Mahal parece estar Cae la tarde. Una desviación larga y
suspendido de manera irreal. No pesa ni sinuosa nos aparta de la carretera que nos
parece ser una edificación sólida. Ahí se conducía de Agra a Jaipur. Después de
siente la ternura y el deseo de corporeizar media hora de montañas entramos a una
lo perdido, esa lágrima de su mujer que el ciudad hermosa, con edificios cuidados y
emperador quiso eternizar: «Una lágrima / bellos. Aquí vivieron algunas mujeres de
Eterna / Descendiendo del paraíso / En la los emperadores, nos dice el chofer del
mejilla del tiempo». auto. Más adelante, llegamos a un terreno
escarpado y, al fondo, una reja. En la puerta,
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un hombre con rostro muy parecido al sucede una nueva alteración y otro insólito
de un mono. No habla inglés, a señas nos equilibrio» (pp. 512-513).
lleva hacia arriba, pasamos por galerías Hanuman era el hijo de Pavan, el dios
y altares extraños, no comprendemos del viento, y de Kesari, la hija del rey mono.
qué los unifica hasta que vemos que en Es conocido por su fortaleza y habilidad
todos está el dios Hanuman, el dios mono. para volar. Según el Ramayana, ayudó a
Seguimos el camino que sube, altares y Rama en su batalla en contra del malvado
mezquitas continúan a ambos lados, vemos rey Ravana. Hanuman también era versado
erguirse palacios abandonados, después las en la gramática y considerado el noveno
montañas entre acantilados y hasta arriba escritor de gramática.
un manantial. Este paisaje pedregoso y casi desértico
De pronto nos percatamos de que miles en medio del agua y la vegetación es
de monos acechan a nuestro alrededor, el descrito por Paz como una página de
señor con cara de mono los llama y vienen enmarañada caligrafía vegetal. Maleza
en manada, nos trepan por la espalda, por de signos que, como el lenguaje, hay
los brazos hasta la cabeza y allí permanecen que despojarla de su espesura, porque
esperando comida. Monos machos y la realidad más allá del lenguaje no es
hembras con sus crías, todos saben convivir del todo realidad y la realidad que no
con los humanos y se divierten paseando habla ni dice no es realidad: «Hay que
por nuestros cuerpos. destejer inclusive las frases más simples
El agua corre desde el manantial par averiguar qué es lo que encierran y
llenando tres estanques en tres terrazas; de qué y cómo están hechas... Destejer
las caídas de agua con su sonido dulce y a el tejido verbal: la realidad aparecerá» (p.
la vez estruendoso remata en la figura de 517). Pero no sólo eso, también es necesario
Hanuman. Tres albercas donde se sumergen internarse en las metáforas, porque las
los creyentes. El templo de Galta, del siglo cosas no son cosas sino palabras, y las
xviii, rodeado de vegetación y de árboles metáforas son palabras de otras cosas.
de donde cuelgan los monos, es un lugar Transmutación: aparición de lo ausente, del
de meditación para limpiar mente y cuerpo mundo original.
y lograr la liberación del alma. Aquí se Al partir de estos templos sucios y
conquista el arte de la inmovilidad en abandonados, del abigarramiento de
medio de la agitación. En El mono gramático formas y altares, de la repetición de
(Obra Poética, Seix Barral, 1990) dice Octavio imágenes y esculturas del dios mono,
Paz: «La fijeza es siempre momentánea. descubrimos que nos vamos con una
Es un equilibrio, a un tiempo precario y claridad: la transparencia que da una
perfecto, que dura lo que dura un instante: presencia rotunda, que nos ha permitido
basta una vibración de la luz, la aparición no hablar y ni siquiera pensar, sino ver,
de una nube o una mínima alteración de la imaginar y nombrar. Ésa es la bendición de
temperatura para que el pacto de quietud Hanuman l
se rompa y se desencadene la serie de
las metamorfosis. Cada metamorfosis, a
su vez, es otro momento de fijeza al que
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Apaga la lámpara.
Mi mente no puede abrazarte en la luz.
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humecta su dorado abrigo. Por la noche, ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos
sobre la espesura silvestre abrasada en sus en esta dudosa realidad hecha de materia
bordes, ulula desde las alturas un búho incandescente? En una tarde de primavera
solitario. austral, a la salida de La Chascona, casa
Transitar por las hojas. Desprenderse de Pablo Neruda en Santiago de Chile,
bocarriba. El sobresalto de la brisa. me encontré con Ludwig Zeller, quien
Mordisquear cada brote. Los brazos presentaba un par de exposiciones de sus
trenzados en un vuelco. El abdomen exquisitos y deslumbrantes collages en una
trepidante por el tacto. Respirar. La apertura galería del barrio Las Condes y en el centro
del color l cultural de la Fundación Itaú. Huelga decir,
en zona de barrios súper pitucos. Después
de cuarenta años estaba de regreso en su
Chile contradictorio y saturnal. Comimos en
Polifemo bifocal el barrio chic de Buenavista unos sánguches
de pescado y dos chatos de vino del valle de
Maipo. Almuerzo memorable para que Pablo
de Rokha lo incluyera en su famosa épica de
Ludwig Zeller los alimentos del país andino, pero también
(1927-2019) una comida tan de amigos, de cocina del día
a día en una villa de pescadores.
En esa ocasión, el poeta nacido en Río
l E rnesto L umbreras Loa —pueblito del círculo de la desértica
Calama— me relató sus andanzas y
revoluciones en esta ciudad recatada y
aristócrata durante la década de los sesenta.
Se va la canícula, vertiginosa y delirante, Los militares y los comunistas se espantaron
como las imágenes intrépidas y sensuales de de sus performances, de sus versos y de su
la poesía de Ludwig Zeller, muerto el pasado manera de caminar por los desfiladeros.
1 de agosto en su casa de Huayapam, Tan memorable fue el happening El entierro
Oaxaca. Una larga vida de virtuoso sibarita de la castidad, que hasta la cia le contrató
dedicado a contrariar la lógica, gurú de una espía que lo vigilaba incluso en los días
alacranes y nimbos, alguacil de un pueblo de de guardar y de desaparecer. No esperó
albinos especializados en el arte del tatuaje. el triunfo ni la caída de Salvador Allende
Hombre bueno y generoso, sin alharaca de para emigrar hacia tierras más fértiles para
tales atributos, fue para mí una hoguera de la vendimia del sentido del humor y del
amistad y una higuera de sabiduría. Honro amor más libérrimo. Al lado de su cómplice
su memoria, caminando de ida y de vuelta ineluctable, la pintora Susana Wald, montó
sobre el océano que separa las playas de dos su tienda trashumante en Toronto por varios
continentes a punto de desaparecer. lustros para, finalmente, pasar sus últimos
años en Oaxaca, la ciudad que ilusionó a
✱ Nietzsche y mantuvo a raya la neurastenia de
D. H. Lawrence.
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generales, y dicho con toda nuestra y que tiene como finalidad promover a
autosuficiencia, hablamos de todas las artistas de todos los rincones del mundo.
músicas «no occidentales». O de aquellas El paso natural era grabar a esos artistas en
que, aunque ubicadas en alguna porción condiciones óptimas, editar las grabaciones
del mundo occidental, se consideran al y difundirlas de manera eficiente. Así
margen de éste (la música de los pueblos nació Real World Records con la edición de
indígenas mexicanos, por ejemplo). Es decir, Passion, el disco basado en la banda sonora
de aquellas que pertenecen a la mayor escrita por Peter Gabriel para la polémica
parte del mundo aunque se difundan película de Martin Scorsese The Last
minoritariamente. ¿Cuántos millones Temptation of Christ, y que incluía a artistas
de chinos hay contra cuántos ingleses? como Youssou N’Dour, Shankar, Djalma
¿Cuántos senegaleses o nigerianos Correa, Hossam Ramzy y otros más.
por cuántos franceses? El simplismo Ya que estamos con Peter Gabriel, será
es apabullante tomando en cuenta la justo calificarlo de personaje singular,
clasificación más común: Occidente y lo desde los tiempos en que conducía los
demás. Si sacáramos cuentas, «lo demás» excesos teatrales y musicales de Genesis
sería algo así como ochenta y cinco por en su época «progresiva», con canciones
ciento del total. Y aun en el terreno de lo extensas y llenas de cambios, discos
meramente étnico, o de la world music, hay conceptuales, alardes virtuosos que
serias dificultades para nuestros afanes buscaban intencionalmente darle al rock
clasificatorios, pues ahí cabrían lo mismo un estatus de seriedad, convencer de que
el son tradicional cubano que la música no era solamente una música visceral de
indonesia. Peor aún, cabrían también tres acordes. Luego vinieron sus discos
algunos experimentos interraciales, los como solista, oscuros y siempre en la
cuales algunas veces tienen ya poco que búsqueda de una expresión personal.
ver con las músicas étnicas originales, pues Después el gran éxito mundial en 1986 de
en realidad son músicas occidentales que su álbum So, y luego su ya citado interés
integran algunos elementos que no lo son. por la música de otras latitudes. Todo
Pero lo cierto es que Real World puso ello le ha dado una posición aparte en el
la lámpara en artistas a quienes nos habría panorama musical, a pesar de que para
tomado mucho más tiempo conocer: algunos sus discos recientes no han sido
Nusrat Fateh Ali Khan, Papa Wemba, tan satisfactorios. Cuando Gabriel cumplió
Geoffrey Oryema, Joseph Arthur, Sheila sesenta años, lo festejó de manera peculiar
Chandra, Baaba Maal y muchísimos más: con la aparición de Scratch my Back, que fue
hasta el día de hoy, treinta años después, un reto sorprendente en varios sentidos:
son doscientos treinta los discos que han en primer lugar por la selección musical:
editado. La intuición no salió de la nada: canciones de otros en versiones que no se
Gabriel ya llevaba algunos años, desde parecen a las originales; en segundo lugar,
1982, embarcado en la aventura de womad porque decidió no usar guitarras ni baterías
(World of Music, Arts & Dance), el festival ni teclados electrónicos, sino solamente
que hasta nuestros días sigue siendo piano, orquesta y coros ocasionales para
exitoso, que se replica en varios países acompañar su voz inconfundible.
613
l Pára m o l Lu v i na l i nv i er n o l 2 0 1 9 l
l Páram o l Lu v i na l i nv i er n o l 2 0 1 9 l
CONVOCATORIA PERMANENTE
para recepción de colaboraciones
l Pára m o l Lu v i na l i nv i er n o l 2 0 1 9 l
H imali S ingh S oin
somos
opuestos
así
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
II
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
III
En la obra de Himali Singh Soin se entrecruzan la escritura,
el performance y la imagen en movimiento. En su arte, el entorno
natural es una metáfora de las cosmologías especulativas y revela
los conflictos entre las vidas humanas y no humanas.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
IV
En las piezas de la serie we are opossite like that (somos opuestos así),
creadas a partir de un proyecto de investigación en áreas remotas
de los círculos Ártico y Antártico, Himali Singh Soin crea mitos ficticios
para lugares en los que no hay comunidades indígenas ni leyendas.
La artista narra sus historias desde la perspectiva no humana de un fósil
que se derrite —hielo— y que ha sido testigo de los cambios a través
del tiempo.
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V
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
VI
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
VII
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VIII
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IX
Gracias al Frieze Artist Award 2019, Himali Singh Soin lleva ahora
la metáfora del hielo a la Gran Bretaña: usa el miedo de la era
victoriana a una época glacial inminente, cuando se creía que el hielo
ártico subsumiría el país. Ése es el punto de partida para pensar
en el extranjero, en el otro.
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X
¿La Gran Bretaña siempre ha temido la invasión del mundo exterior?
¿Podrían sus pasados miedos de desaparecer en un olvido neblinoso,
de caer de la grandeza a la insignificancia, estar influenciando
su realidad actual? De esta manera, Himali Singh Soin reimagina el hielo
como un agente de descolonización, un lienzo vacío para las historias,
los deseos y los posibles futuros, y como un canario en una mina
de carbón para una inminente catástrofe climática.
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XI
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
XII
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
XIII
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
XIV
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
XV
H imali S ingh S oin , we are opposite like that (somos
opuestos así), fotogramas de video + impresión
en aluminio, 2019. Video en alta definición, Luv in a / I N V I E R N O / 2 0 19
estéreo, color. Cortesía de la artista. XVI
Lu vU
i nn a
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1
Universidad de Guadalajara
Rector General: Ricardo Villanueva Lomelí
Vicerrector Ejecutivo: Héctor Raúl Solís Gadea
Secretario General: Guillermo Arturo Gómez Mata
Rector del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño: Francisco Javier González Madariaga
Secretario de Vinculación y Difusión Cultural: Ángel Igor Lozada Rivera Melo
Luvina
Directora: Silvia Eugenia Castillero < [email protected] >
Editor: José Israel Carranza < [email protected] >
Coeditor: Víctor Ortiz Partida < [email protected] >
Corrección: Sofía Rodríguez Benítez < [email protected] >
Administración: Griselda Olmedo Torres < [email protected] >
Diseño y dirección de arte: Peggy Espinosa
Viñetas: Jimmar Vásquez, excepto Depositphotos: pp. 64, 170, 186, 520 y 549.
Consejo editorial: Luis Armenta Malpica, Jorge Esquinca, Verónica Grossi, Josu Landa,
Baudelio Lara, Ernesto Lumbreras, Ángel Ortuño, Antonio Ortuño, León Plascencia Ñol,
Laura Solórzano, Sergio Téllez-Pon, Jorge Zepeda Patterson.
Consejo consultivo: José Balza, Adolfo Castañón, Gonzalo Celorio, Eduardo Chirinos†,
Luis Cortés Bargalló, Antonio Deltoro, François-Michel Durazzo, José María Espinasa,
Francisco Payó González, Hugo Gutiérrez Vega†, José Homero, Christina Lembrecht,
Tedi López Mills, Luis Medina Gutiérrez, Jaime Moreno Villarreal, José Miguel Oviedo,
Luis Panini, Felipe Ponce, Vicente Quirarte, Jesús Rábago, Patricia Torres San Martín,
Julio Trujillo, Minerva Margarita Villarreal, Carmen Villoro, Miguel Ángel Zapata.
Agradecemos la valiosa colaboración del Dr. A. J. Thomas, director de la revista de la Sahitya Akademi,
así como de los Profesores Shyama Prasad Ganguly y Savita Singh. También, el apoyo del Dr. Dibyajyoti Mukhopadhyay,
director de la Indo Hispanic Language Academy y de Santiago Ruy Sánchez de Orellana, agregado cultural
de la Embajada de México en India.
Luvina, año 23, no. 97, invierno de 2019, es una publicación trimestral editada por la Universidad de Guadalajara, a través de
la Secretaría de Vinculación y Difusión Cultural del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño. Periférico Norte
Manuel Gómez Morín núm. 1695, colonia Belenes, cp 45100, piso 6, Zapopan, Jalisco, México. Teléfono: 3044-4050.
www.luvina.com.mx, [email protected]. Editor responsable: Silvia Eugenia Castillero. Reserva de Derechos al
Uso Exclusivo: 04-2006-112713455400-102. ISSN 1665-1340, otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor,
Licitud de título 10984, Licitud de Contenido 7630, ambos otorgados por la Comisión Calificadora de Publicaciones y
Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Pandora Impresores, sa de cv, Caña 3657, col. La Nogalera,
Guadalajara, Jalisco, cp 46170. Este número se terminó de imprimir el 28 de noviembre de 2019 con un tiraje de 1,300
ejemplares.
Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación.
Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa
autorización de la Universidad de Guadalajara.
www.luvina.com.mx Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
2
India, la India, un vasto territorio tan variado que podría concebirse
como un continente. Tierras milenarias en donde se fueron asentando
diversas tribus, se mezclaron y tejieron culturas múltiples, se expresaron
en lenguajes complejos y heterogéneos. De esas lenguas provienen las
más de veinte que en la actualidad se hablan y escriben.
Entrar en los entresijos de esos lenguajes es hundirse en la
profundidad de sus diferentes literaturas. Todas de una riqueza
extraordinaria, nos llevan a un viaje por la geografía de caminos y
ciudades tan peculiares, tan fieles a su historia que gracias a su literatura
—a las literaturas— acudimos a una sintaxis donde se fusiona la historia
con la vida.
En este número, Luvina da cuenta de las cosmologías que animan cada
pieza literaria; en ellas el lector puede acceder al flujo de visiones,
costumbres y modos de vivir que se agitan dentro de los tejidos de las
ficciones, pues la India es un país que ha desarrollado su mitología y su
devenir histórico unidos a la naturaleza. Por ello en estas literaturas
fluyen ríos, aparecen dioses, brotan los matices de flores y los
claroscuros de la espesura de montañas. Además, en estas historias y
cantos descubrimos la confluencia de religiones tan dispares como la
hindú y la musulmana. Y modos de vida que unen a ambas.
Dado que la India es un país que, como el árbol del baniano que ahí
tanto crece, hace de sus raíces el camino para continuar erguido, en este
número publicamos autores vivos de diversas generaciones y lenguas
variadas: asamés, bengalí, canarés, dogri, gujarati, hindi, inglés, konkani,
malabar, malayalam, manipuri, maratí, nepalí, oriya, panyabí, rajastaní,
tamil, telugu y urdu; también publicamos algunos textos antiguos
—míticos—, como un fragmento del Ramayana y algunos poemas de
Rabindranath Tagore, entre otros más de la tradición literaria.
Por otra parte, Luvina nos acerca a la realidad de las desigualdades
sociales, a la pobreza y la violencia que —como en México— aquejan a
la India. Las literaturas que nos ofrece este número nos conducen a un
grado de conciencia del transcurrir contemporáneo en las numerosas
regiones y los distintos roles sociales que la gente vive en una sociedad
organizada por castas. No obstante, la narrativa, la poesía y los ensayos
aquí publicados portan la plenitud gozosa de ser obras de arte, críticas,
propositivas y, sobre todo, bellas l
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Depositphotos, 3
Índice
14 * Poemas l
Mangalesh Dabral (Kaphalpani, 1948). Ha publicado seis poemarios, entre ellos
Linterna en la montaña (1981) y Lo que vemos (1995), por el que ganó el premio de la
Academia Nacional de Letras de India.
18 * Poemas l
A shok V ajpeyi (Durg, 1941). Poeta, ensayista, crítico literario-cultural. Ha publicado
más de quince libros de poesía. Los poemas incluidos aquí están tomados de la antología
A Name for Every Leaf: Selected Poems, 1959-2015.
22 * Poemas l
Leeladhar Jaguri (Dhangan, Tehri, Uttarakhand, 1940). Ha publicado una docena de
libros de poemas. También es dramaturgo y ensayista.
26 * Poemas l
Anamika (Muzaffarpur, 1961). Poeta. Escribe en hindi. Kavita Mein Aurat (Mujer en el
poema, Itihas Bodh, 2000) y Khurduri Hatheliyan (Rugosas palmas, Radhakrishna
Prakashan, 2005) son algunos de sus libros.
28 * La espera [fragmentos] l
Usha Akella (Hyderabad). Es autora de varios libros de poemas y un drama musical
sobre la vida de Sai Baba de Shirdi. Es cofundadora de Matwaala, festival literario que
reúne a escritores del sudeste asiático residentes en Estados Unidos.
34 * Octavio Paz y la India l
Minni Sawhney (Nueva Delhi, 1962). Profesora de Estudios Hispánicos y jefa
del Departamento de Estudios Germánicos y Latinos en la Universidad de Delhi.
Especialista en literatura y cultura mexicanas de los siglo xix y xx. Publicó recientemente
el artículo «Viajeros latinoamericanos en la India moderna», en el libro Explorando
modernidades de la India: ideas y prácticas (Springer, 2018).
42 * Poemas l
Madhav Kaushik (Bhiwani, Haryana, 1954). conocido poeta de nuestros días, escribe
poemas en hindi, urdu en inglés. Tiene publicados varios poemarios. Sus zéjeles en
hindi gozan de amplia popularidad. Actualmente es vicepresidente de la Academia de
Letras de la India.
44 * Un punto equilibra el resto del universo l
Nidheesh Tyagi (Jagdalpur, 1969). Poeta y narrador. Su libro de microficciones Tamanna
Tum Ab Kahan Ho está publicado por Penguin.
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4
46 * Me olvidaste, mi amor l
Autar Krishen Rahbar (1933). Autor, entre otras obras, de Talash (Búsqueda) y Bi
chus tsur (Soy un ladrón). Entre los premios que ha recibido está el Khillat-e-Kashmir
por su contribución a la lengua cachemir.
54 * Poemas l
Savita Singh (Arrah, Bihar, 1962). Poeta y narradora. Escribe en hindi y en inglés.
Entre sus poemarios en hindi se encuentra Apne Jaisa Jeevan (2001).
59 * Los orioles han regresado l
Chandrakanta Mura Singh ((Srinagar, 1938). Su novela Katha Satisar (2006) ganó el
premio Vyas Samman.
73 * Reflexiones sobre la literatura de la India: el género poético l
Shyama Prasad Ganguly. Catedrático retirado de Estudios Hispánicos y
Latinoamericanos de la Universidad Jawaharlal Nehru, de Nueva Delhi. Recibió la
Orden del Águila Azteca en México en 2018.
98 * Poemas l
Asad Zaidi (Karauli, Rajasthan). Es uno de los poetas hindi más reconocidos. Tiene
tres libros de poemas: Behnen aur anya kavitaen (1980), Kavita ka jivan (1988) y Saman ki
talash (2008).
100 * Poemas l
Arun Kamal (1954). Poeta. Vive en Patna. Hasta la fecha han aparecido tres antologías de
sus poemas.
102 * Poemas l
Anupam Singh (Labeda, 1986) Poeta. Escribe en hindi. Ha publicado en revistas como
Criticism, Friday y Adhan. Activista de movimentos de mujeres.
104 * Ignarus scriptus l
Subhro Bandopadhyay (Calcuta, 1978). Recibió el Premio Nacional de Escritores
Jóvenes de India en 2013 por su libro de poemas Bouddho lekhomala o onyanyo shraman.
Dirige la revista de poesía podyocharcha desde 1999. Es profesor de español en el
Instituto Cervantes, en Nueva Delhi.
110 * La campana suena en la escuela para ciegos l
Debarati Mitra (1946). Poeta. Uno de sus libros es Andha Skoole Ghanta Baje. Recibió el
premio Ananda Puraskar para poesía en 1995.
112 * La tierra natal de Meherunnisa l
Shukti Roy (Calcuta, 1962). Autora de varios poemarios y libros de narrativa. Escribe
en inglés, español y bengalí. Es secretaria de Los Hispanófilos, asociación que promueve
el español en la India y la cultura india en Hispanoamérica. Ha publicado la novela
Mayabini (Hechicera) y el libro de cuentos Sagarpriya (La amada del mar).
124 * Si me preguntas l
Joy Goswami (Calcuta, 1954). Poeta, novelista, ensayista. Ha publicado veinticinco
poemarios, entre ellos ¿Qué es el polvo floreciente? (2011) y Familiares (2011). Ha ganado
numerosos premios, entre ellos el Ananda Purashkar, en dos ocasiones.
129 * Danpatra, acta de donación l
Amar Mitra (Shatkhira, Bangladesh, 1951). Vive en Calcuta. Escribe en bengalí. Ha
escrito alrededor de cincuenta libros: de cuentos, novelas, para niños. Ha ganado, entre
otros premios, el Sahitya Akademi Award, el Bankim Puroskar y el Sarat Puroskar.
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141 * El último día es terrible l
Sudip Bhattacharyya (Calculta, 1975). Entre sus libros se encuentran Swapnera
Chuti Nik Kichudin (Kolkata Utol Hawa) y Aronger Dhuti Nodiar Tat (Trimukh Publication).
143 * Shadon y sus caminitos l
Joya Mitra (Dhanbad, 1950). Escribe en bengalí. Novelista, poeta y traductora. Autora
de Matando los días: memorias de la prisión (2004). Recientemente publicó el libro de
ensayos Kolom (La pluma, Dey’s Publishers) y el poemario Kalo moyur nache (Baila el pavo
negro, Khoai).
150 * ¿Qué dijo, globalización? l
Subodh Sarkar (Kishnanagar, 1958). Poeta, narrador y editor bengalí. Entre sus
libros más recientes se encuentra En mi falso inglés (In my Bastard English: poems and Diaries,
Yash Publications, Nueva Delhi, 2012).
151 * Poemas l
Amitesh Mait (1962-2001). Fue uno de los poetas más destacados en Bengala
contemporánea, con unos catorce libros de poemas.
155 * Lágrimas de Dios l
Shamik Ghosh (Calcuta, 1983). Escritor en bengalí. Ganó el premio Sahitya Akademi
Yuva Puraskar en 2017 por su libro de cuentos Elvis O Amolasundari.
163 * Alfabetos l
Sharmila Ray (1960). Vive en Calcuta. Autora de cinco libros de poesía, entre ellos: Es
una fantasía, es realidad (It’s a fantasy, it’s reality, Punaschya, 2010).
164 * Poemas l
Shankha Ghosh (Chandpur, 1932). Poeta y crítico literario. Ha publicado sesenta libros,
entre ellos dieciséis poemarios. En 2016 recibió el premio Jnanpeeth.
168 * Cineasta l
Tanmoy Chakraborty (Calculta, 1970). Poeta y narrador, escribe en bengalí. Tiene diez
volúmenes de poesía y ha recibido, entre otros, los premios Krritibash Puroshkar,
Maheshsweta Devi Memorial Award y Dwijendralal Roy Padak.
169 * No apto l
Anindita Das (Calculta, 1974). Ha publicado sus relatos en las revistas Icche Dana,
Pratilipi Bengali, Bak y Momspresso Bangla.
172 * La lista de deseos del jugador l
Srijato (Calcuta, 1975). Poeta, letrista, novelista. Ganó el premio Ananda Puroskar
(2004) por su libro Udanta Sawb Joker.
173 * Ribereño l
Amrita Nilanjana (Calcuta). Narradora. Autora de un libro de cuentos en inglés,
idioma al que tradujo cinco obras de teatro de Ritwik Ghatak, publicadas en 2018.
181 * El dolor l
Bava Chelladurai. Narrador y poeta tamil. Su libro de cuentos Santuario donde se
esconden las estrellas (Natchathirangal Olinthu Kollum Karuvarai) ganó varios premios, entre
ellos el Tamil Nadu Progressive Writers Association Award.
188 * Poemas l
Angshuman Kar (Beliatore, Bankura). Escribe poesía y prosa. Uno de sus poemarios
más recientes es Mi ciervo dorado (2012).
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190 * Junto al río l
Jerry Pinto (1966). Poeta, narrador, periodista. Vive en Bombay. Escribe en inglés. Entre
sus libros se encuentra Helen: The Life and Times of an H-Bomb (Helen: la vida y los tiempos de
una bomba H), que ganó el Premio al Mejor Libro de Cine.
195 * Poemas l
A. J. Thomas (Kerela, 1952). Poeta. Escribe en inglés. Traductor del malayalam, su lengua
materna. Sus poemas han sido incluidos en varias antologías, entre ellas The Dance of the
Peacock.
198 * Poemas l
Mamang Dai (Pasighat, 1957). Poeta, novelista y periodista. Residente en Itanagar,
Arunachal Pradesh. Recibió el Premio Sahitya Akademi en 2017 por su novela The Black
Hill.
201 * Poemas l
Sampurna Chattarji (Dessie, Etiopía, 1970). Una de sus últimas publicaciones es Over and
Under Ground in Mumbai & Paris (Context / Westland Publications, 2018), en colaboración
con Karthika Naïr y con ilustraciones de Joëlle Jolivet y Roshni Vyam.
205 * La poesía fue la lengua materna de Nirendranath Chakraborty l
Nirmal Kanti Bhattacharjee (Silchar, Assam, 1947). Traductor y crítico. Entre sus
libros se encuentra El fantasma de Gosain Bagan. Fue editor de Indian Literature y director
del National Book Trust y de la K. K. Birla Foundation. Desde 2013 es el director
editorial de la editorial Niyogi Books.
210 * Poemas l
Ranjit Hoskote (Bombay, 1969). Poeta. Autor de más de veinticinco libros de poesía,
crítica de arte, historia de la cultura y poesía traducida. Uno de sus poemarios más
recientes es Central Time (2014).
213 * Poemas l
Keki Daruwalla (Lahore, 1937). En 1984 obtuvo el Sahitya Akademi Award. El año pasado
publicó el libro Swerving to Solitude: Letters to Mama (Simon & Schuster India).
216 * Poemas l
Sudeep Sen (Nueva Delhi, 1964). Uno de sus últimos títulos es Blue Nude: New Poems,
Ekphrasis, Anthropocene (2019).
221 * Poemas l
Arundhathi Subramaniam. Poeta y prosista. Tiene diez libros publicados. Su poemario When
God is a Traveller fue finalista del Premio T. S. Eliot en el Reino Unido. Ha ganado los
premios Khushwant Singh Memorial, Raza y el International Piero Bigongiari, en Italia.
226 * Poemas l
Geet Chaturvedi (Bombay, 1977). Poeta, cuentista y novelista. Su libro más reciente de
poemas es Nyoonatam Main. Recibió los premios Bharat Bhushan Agrawal Award (2017),
por poesía, y Krishna Pratap (2014).
229 * Cosas que dejar atrás [fragmento] l
Namita Gokhale (Lucknow, 1956). Escritora, editora y directora del Festival de
Literatura de Jaipur. Es autora de dieciséis libros, entre ellos la novela Things to Leave
Behind (Viking / Penguin Random House, 2016), de la que aquí presentamos un
fragmento.
234 * Prisionero en la ilusión del cuerpo l
Pravasini Mahakud (Kokkasara, 1957). Poeta de la lengua oriya. Ha publicado
múltiples poemas en medios impresos.
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7
236 * Poemas l
Sukrita Paul Kumar (Nairobi). Entre sus libros más recientes se encuentra Seven
Leaves, One Autumn (Rajkamal Publications, 2011).
240 * Mujer nacida en la biblioteca l
Vipin Choudhary. Poeta, narradora. Ha publicado los poemarios Nai Sadi Ke Haskashtra
(2002), Andhere Ke Madhya Se (2008) y Ek Baar Phir (2008).
242 * Nonato en un círculo l
Sonnet Mondal (Calcuta). Sus libros más recientes son Karmic Chanting (Copper Coin
Publishers) y Ink & Line (Dhauli Books).
244 * Leila [fragmento] l
Prayaag Akbar (Calcuta, 1982). Periodista y novelista. En 2017 publicó la novela Leila
(Simon & Schuster), que ganó los premios Crossword Book Award y el Tata Literature
Live First Book Award. En junio pasado comenzó a transmitirse en Netflix la serie basada
en esta novela.
259 * Hogar l
Sarabjeet Garcha. Vive en Delhi. Poeta bilingüe inglés/hindi. Ha publicado cuatro
poemarios, entre ellos A Clock in the Far Past (Un reloj en el pasado lejano, Dhauli Books,
2018), de donde se tomó su poema «Hogar».
261 * Poonachi o la historia de una cabra negra l
Perumal Murugan (Tiruchengode, 1966). Escribe en tamil. Entre sus novelas traducidas
al inglés se encuentran Seasons of the Palm (Estaciones de la palma) y Current Show
(Espectáculo actual).
268 * Nelumbo Nucifera l
Lakshmi Kannan (Mysore, 1947). En 1988 publicó la novela Going Home (Orient Black
Swan Private Limited.).
270 * Poemas l
Rajathi Salma (pseudónimo de Rokkiah Begum, 1968). Narradora y poeta musulmana
tamil. Su novela más reciente es Manaamiyangal (Los sueños, 2016).
277 * Adiós, Mahatma l
Devibharathi (pseudónimo de Nallamuthu Rajasekaran, nacido en Tamilnadu).
Narrador y poeta. Escribe en tamil. Adiós, Mahatma es el título de su primer libro de
cuentos.
304 * Escribir por una canción l
G. N. Devy (Maharastra, 1950). Activista cultural y académico. Creador de
instituciones como la Academia Adivasi. Sus publicaciones más recientes son
The Question of Silence (La cuestión del silencio, 2019) y Countering Violence
(Oponerse a la violencia, 2019). Escribe en maratí, gujarati e inglés.
308 * Poemas l
N. Sukumaran ( (Coimbatore, Tamilnadu, 1957). En enero de este año, Kalachuvadu
Publication Nagercoil editó su poemario ‘Sevvaikku marunal aanal puthankizhamai alla.
312 * El espejo de Bélgica l
Sirpi Balasubramaniam (Aathupollachi, 1936). Irahu (1996) y Margazhip paavai (2010)
son dos entre sus múltiples libros de poemas. En 2018 recibió el premio
Puthiyathalaimurai Tamilan, por sus logros de toda una vida.
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315 * Caravanas: continúen. Poéticas indias contemporáneas l
H. S. Shivaprakash (Bangalore, 1954). Poeta y dramaturgo canarés. Su primer
poemario, Milarepa, apareció en 1977. Tiene otros cuatro libros de poemas: Anukshana
Charite, Suryajala, Maleye Mantapa y Matte Matte. En 2017 ganó el premio Kusumagraja
Rashtriya Puraskar.
326 * Poemas l
Basavaraj Hrutsakshi (Sirdar, 1984). Poeta canarés. Su libro Kasabarige Pada recibió el
premio Rajya Sahitya Academy.
328 * Corte en u l
L. C. Sumithra. Narradora, ensayista y poeta. Escribe en canarés. El título de uno de sus
libros de cuentos es Gubbihallada Sakshiyalli. Tiene cuatro libros de ensayos y dos
antologías de poemas.
333 * Poemas l
Mamta Sagar (Bangalore, 1966). Académica, poeta, traductora y narradora. Ha publicado
cuatro poemarios, cuatro obras de teatro y una colección de ensayos críticos sobre
género, lenguaje, literatura y cultura, entre otros libros.
335 * Poemas l
Rajendra Prasad (Kodavaththi, 1987). Es editor de la revista de literatura en canarés
Sankathana. Uno de sus últimos libros publicados es Nirolage Mayada Jolige (2018).
340 * La rueca de Ammi l
Arif Raja (1983). Uno de sus últimos libros es A Raiment for Fire (2012).
343 * Poemas l
Ramesh Aroli. Poeta canarés. Es profesor de periodismo en el Kamala Nehru College,
en la Universidad de Delhi.
347 * Poemas l
H. S. Shivaprakash
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9
371 * Poema l
Lutfa Hanum Salima Begum. Poeta. Escribe en asamés. Ha publicado cinco
poemarios. Recibió el premio Munin Borkotoky.
372 * El ojo l
Moushumi Kandali. Joven narradora, crítica de arte y traductora. Escribe en asamés.
Tiene tres libros de cuentos: Lambada Nachor Seshot, Tritiyottor Golp y Mockdrill. Ha
recibido los premios Yuva Purashkar y Munin Borkatoky Memorial, entre otros.
382 * Serpientes negras venenosas l
Bachint Kaur (Patiala, 1940). Escritora panyabí, ha publicado numerosas colecciones
de historias, poesía y libros para niños.
388 * Poemas l
Nirupama Dutt (1955). Poeta, periodista y traductora. Con su primer libro de poemas,
Una corriente algo oscura, ganó el Delhi Punjabi Akademi Award en 2000.
390 * Poemas l
Surjit Patar (1945). Poeta. Ha publicado tres libros de poemas. Ganó el Sahitya
Akademi Award.
392 * Una tierra extranjera l
Gourahari Das (Bhadrak, Odisha, 1960). Narrador, periodista, académico. Ha
publicado libros en casi todos los géneros literarios, principalmente novelas y cuentos.
Ganó el premio Sahitya Akademi.
403 * Enamorado del cráneo l
Rajendra Kishore Panda (Batalaga, 1944). Ha publicado dieciséis libros de poesía. En
2003 se publicó un tomo con su poesía reunida.
405 * Negociando la heterogeneidad: la literatura india después de la Independencia l
K. Satchidanandan (Pulloot, Kerala, 1946). Escribe en malayalam y en inglés. Sus
libros más recientes son Pakshikal ente pirake varunnu’ (Los pájaros me persiguen, DC
Books, 2017) y Not Only the Oceans (No sólo los océanos, Poetrywala, 2018).
419 * Escritura l
Anita Thampi (Kerala, 1968). Dos de sus libros de poemas son Muttamatikkumbol
(2004) y Azhakillathavayellam (2010).
421 * Moradas l
Anvar Ali (Trivandrum, Kerala, 1966). Poeta. En 2018 apareció la segunda edición de su
libro de poemas Mazhakkalam.
423 * Muerte y funeral de la hermana Alphonsa l
Paul Zacharia (1945). Es un renombrado escritor malayalam de cuentos cortos,
novelas y ensayos. Su obra ha sido ampliamente traducida al inglés y a otros idiomas.
Recibió el premio de la Sahitya Academi por su colección de cuentos cortos Zachariyayute
Kathakal.
429 * Una afectuosa esperanza l
Manthri Krishna Mohan (Markapuram, 1978). Ha publicado dos poemarios: Matti
Palakalu (2011) y Pravahinche Paadalu (2012).
431 * ¿Dónde está mi casa? l
Mukunda Rama Rao (1946). Poeta y cuentista. Ha publicado dieciséis libros de
poemas en telegu y uno en inglés. Tiene dos libros de cuentos. Recibió el premio
Sri Ramana Sumanasree.
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437 * Parando en nada l
José Lourenço (Goa, 1967). Cuentista, poeta y ensayista. Escribe en konkani
y en inglés. Publicó el libro Iglesias parroquiales de Goa, un estudio de arquitectura de
fachadas.
445 * Poemas l
Wilson Kateel (pseudónimo de Wilson Roshan Sequeira). Poeta y letrista.
Escribe en konkani. Sus libros más recientes son Tasveenth (Karnataka Konkani
Sahitya Academy Publication, 2015) y Paklyo (Dhyanavana Prakashana, 2015).
447 * Poemas l
Hemant Divate (Maharastra, 1967). Editor, traductor y poeta maratí. Cuenta con
seis poemarios publicados. Es fundador y editor de la revista Abhidha Nantar, que se
ha publicado ininterrumpidamente por dieciocho años.
454 * Aldea global l
Pradnya Daya Pawar. Entre sus libros de poemas se encuentran Antastha, Utkat
Jivghenya Dhagiwar y Aarpaar Layit Pranantikand Drushyancha Dhobal Samudra. Ha
obtenido los premios Birsa Munda Sanman Puraskar (2009) y Bodhivardhan
Puraskar (2010).
456 * Liberación l
Varsha Adalja (Bombay, 1940). Narradora, ensayista, dramaturga. Escribe en
gujarati. Entre sus libros se encuentran la novela Ansar (1992) y la antología de
cuentos Varsha Adaljani Shreshth Vartao (1992, IIa Arab Mehta).
465 * Vishvaamitri, detrás de la curva l
Sitanshu Yashaschandra (Bhuj, 1941). Poeta, crítico literario, dramaturgo,
editor. Ha publicado los poemarios Odysseus nu Halesu (1974), Jatayu (1986)
y Vakhar (2008).
470 * Jaisalmer l
Gulam Mohammed Sheikh (Guyarat, 1937). Pintor, poeta y crítico de arte. Entre
sus libros se encuentra el poemario Athwa. Fue galardonado con el premio Padma
Bhushan por el Gobierno de la India.
471 * Ladrones l
Girdhari Lal Malav (1937). Escritor de Rajastán. Entre sus libros publicados
se encuentran la colección de cuentos Kheenchdyan Ki Soram y la novela
Ek Aur Bhagirath.
479 * El poder de los sueños l
Indra Bahadur Rai (Darjeeling, 1927-2018). Novelista, cuentista, crítico
literario. Pionero de la literatura en nepalí de la India. Su primer libro publicado
fue Vipana Katipaya (1960) y el último Pachila Chuniya Ka Lekh Haru (2018).
485 * Pescado: una historia amenazante l
K. P. Ramanunni (Ponnani, 1955). Novelista y cuentista. Su primera novela,
Sufi Paranja Katha (Lo que dijo el sufí), ganó el premio de la Sahitya Akademi
en 1995, galardón que obtuvo de nuevo en 2017 con la novela Daivathinte
Pusthakam (El propio libro de Dios).
498 * La decisión l
Musharraf Alam Zauqi (1962). Narrador, poeta, crítico y columnista. Escribe
en urdu. Ha publicado más de treinta títulos, entre ellos once novelas y diecinueve
libros de cuentos. Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Krishna Chandra
Award.
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502 * La luna y Rahu l
Keisham Priyokumar (Manipur, 1949). Cuentista. Ha publicado cinco libros de
cuentos. Entre sus publicaciones se encuentra el volumen Nongdi Tarakhidare (1995).
507 * Hello Maya l
Lalit Magotra (1944) Cuentista, dramaturgo, ensayista y crítico literario. Escribe en
dogri. Ha publicado múltiples libros de cuentos. Por su libro de ensayos Cheten Diyan
Ga’liyan ganó el premio de la Sahitya Akademi.
513 * Entre labios l
Desmond Kharmawphlang (1964). Poeta y folclorista, ha publicado colecciones de
poesía y libros de ensayos teóricos sobre folclore.
515 * Poemas l
Kynpham Sing Nonkynrih (Cherrapunjee, Meghalaya, 1964). Poeta, escritor y
traductor, escribe en khasi e inglés. Trabaja como lector en el Departamento de Inglés
de la Universidad North-Eastern Hill (nehu), en Shillong. Edita el boletín universitario
nehu News y la primera revista de poesía en khasi, Rilum.
555 * Poemas l
David Huerta (Ciudad de México, 1949). Es el ganador este año del Premio fil de
Literatura en Lenguas Romances. Su poesía fue reunida en 2013 en dos volúmenes
con el título La mancha en el espejo (Fondo de Cultura Económica).
Arte
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l P Á R A M O l
Cine
l Hitos del cine indio l Hugo Hernández Valdivia 557
Libros
l Nepantla: una sonoridad en sí misma l Silvia Eugenia Castillero 559
l Contra la indeterminación ontológica l José Israel Carranza 561
l Zurcir el tiempo l Alonso Tolsá 563
l Camino a casa: poesía y recapitulación en Juan Carlos Abril l José Homero 565
l En Atípica Editorial leen, escriben, hacen libros l Víctor Ortiz Partida 568
Lecturas
l Laberíntica ciudad. Sobre algunas líneas de David Huerta l Gustavo Íñiguez 570
l La India caribeña de V. S. Naipaul l Alejandro Espinosa Fuentes 574
l Sobre los componentes sinestésico y escrito de la experiencia mística en Victoria Cirlot l
Luis Jorge Aguilera 576Á
Plástica
l Martha Pacheco: entre el realismo y la marginalidad l Baudelio Lara 582
Música
l (In)tensa calma l Gamaliel Ruiz 587
In memoriam
l Enrique Servín (1958-2019) l Françoise Roy 589
Primera lectura
l Una migala sobre el tablero del poema l Luis Armenta Malpica 592
Zona intermedia
l India: ciertas paradas, ciertas miradas, ciertas realidades l Silvia Eugenia Castillero 596
Visitaciones
l La India y el amor l Jorge Esquinca 603
Sigilosos v(u)elos
l Arrebato l Verónica Grossi 605
Polifemo bifocal
l Ludwig Zeller (1927-2019) l Ernesto Lumbreras 606
Anacrónicas
l Las cosas que digo son ciertas l María Negroni 608
Encrucijada
l Mundo Real, treinta años después l Alfredo Sánchez G. 611
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Mangalesh
Dabral
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Las cosas se pierden pero sus lugares permanecen,
se mueven con nosotros toda nuestra vida.
Nosotros nos vamos a otra parte, abandonando nuestras casas, a
[nuestra gente,
el agua, los árboles,
como una piedra que tenía, que el agua arrastró de una montaña;
esa montaña aún ha de conservar un mínimo lugar.
Mientras tanto, mi ciudad fue sumergida por una presa enorme.
Han creado en su lugar otra ciudad
pero yo dije: ésta no es, mi ciudad es ahora un sentimiento vacío.
L os desaparecidos
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Pero nadie puede identificarlos
Ya no se parecen a las imágenes desvaídas
En esos carteles
Sobrescrita ahora su tristeza inicial
Por el soportar del sufrimiento
Sus rostros reflejan las estaciones cambiantes de la ciudad
Comen poco duermen poco hablan poco
Sus domicilios siguen cambiando
Enfrentando los días buenos y los malos con ecuanimidad
Habitan su propio mundo
Mirando con ligera curiosidad
Los carteles que los registran desaparecidos
Que sus padres siguen circulando de vez en cuando
Donde siguen teniendo
Diez y doce años.
Sí, sabemos
lo arteros y taimados que somos
Sabemos
cuántas mentiras hemos dicho
Sabemos
a cuánta gente hemos matado
a cuántos golpeado
a cuántos hostigado sin razón
Y no,
no hemos perdonado a las mujeres o los niños.
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y sin ser visto
Nadie sabe mejor que nosotros
los detalles cruentos de nuestros actos.
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A shok
V ajpeyi
Llevamos en canastos
nuestras cargas y el tiempo.
Nos alimentamos simplemente,
bebemos agua fría y caminamos
a lo largo del sendero hacia la eternidad
desvaneciéndonos gradualmente
fuera de la escena
tanto que si alguien mirara
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no podría saber
que alguna vez existimos.
Mallikarjun Mansur
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Shubhsrava
Kedarnath, El poeta
Kedarnath Singh fue quizá el más activo poeta veterano hindi de su épo-
ca. Era suave pero firme; fue el más premiado y el más honrado, pero
también el más humilde y amoroso ser humano. Fue amigo de muchos
y a muchos ayudó, siempre dispuesto a compartir las preocupaciones y
el dolor de los colegas. Era determinado y sin ambigüedades en su com-
promiso, pero estaba lejos de mostrar esto como una virtud a los demás.
Era medido, pero un poco impaciente en estos días; solía mirar su reloj
de vez en cuando en las funciones públicas, pero siempre esperaba. Cual-
quiera podía notar fácilmente en él una ansiedad serena y una inmensa
curiosidad por el mundo, pero también una ausencia sorprendente de la
necesidad de juzgar a los demás y autoproclamarse el mejor.
Kedarnath Singh era, de hecho, el Ajaatshatru (Inconquistable) de la
poesía hindi. Difícilmente hablaba con amargura o dureza de alguien. A
pesar de ser progresista, era cercano a Agyeya y era su admirador. Era un
poco conservador en sus propios gastos, pero liberal de corazón.
Se contaba entre los poetas cuya modernidad cívica nunca fue criticada
por ningún arrebato o altercado, pero que nunca olvidaron sus raíces nati-
vas. Como Sarveshwar Dayal Saxena nunca olvidó el río Kuano de sus días
de infancia, Kedarnath tampoco olvidó el Manjhi ka pul. En sus poemas,
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personajes como Tolstói o Noor Mian podrían entrar fácilmente. Él era de
esos modernistas, los muy raros, que nunca abandonaron sus tempranos
rasgos de lirismo. En cambio, ese lirismo lo transformó en narrativa mo-
derna. Su poesía, con frecuencia, ha sido sometida a escrutinio intelectual,
pero nunca sometió su poesía a ningún tipo de intelectualismo.
Lo conocí en Allahabad, en el Sahitykaar Smmellan que se realizó en
1957. También recuerdo que era un gran admirador del poeta británico
Dylan Thomas, del poeta estadounidense Wallace Stevens y del poeta
francés René Char. Había traducido a alguno de ellos. Quizás adquirió su
lirismo lúcido bajo la inspiración de estos poetas. El título de su primera
colección de poemas, publicada por la editorial del escritor Markand-
ya, fue Abhi, Bilkul Abhi (Ahora, justo ahora). Su frescura e inmediatez
continuaron en sus trabajos posteriores. Él podía llevar las cosas y los
personajes más ordinarios a sus poemas e iluminarlos con su brillantez
poética. En cierto sentido, su poesía siempre se mantuvo tan fresca y
nueva como «ahora, justo ahora».
Sin duda, la de Kedarnath fue una poesía de amor y apego munda-
no, y a pesar de sus ironías, los celebra profundamente. Difícilmente
hay otro poeta de su generación en hindi cuya poesía esté tan bien
construida desde el principio hasta el final. Nunca se dejó llevar por la
inercia ni se deslizó hacia la inmadurez. Una vez me quejé con él: «Aap
kavita ko es kadar sanyamit kar dete hain ki unmen apke kachhe-risate
ghao kabhi nazar nahin aate» (Controlas tus poemas de tal manera que
tus heridas sin cicatrizar y aún supurantes nunca se asoman en ellos).
Fue el «Ruhe-ravan» de las reuniones literarias en Delhi. Nunca
olvidaremos su alegre compañía y su camaradería «Kam kharch Bala
nashin». Sus manos cálidas, sus ojos curiosos y sonrientes, su dispo-
sición entusiasta para hacer que el mundo fuera mejor y más bonito,
cada gesto suyo sigue siendo inolvidable.
Su vida física de ochenta y cuatro años llegó a su fin, pero la se-
gunda vida de su poesía acaba de comenzar. Y, sin duda, esta segunda
vida será mucho más larga que su vida física. Su poesía seguramente
lo sobrevivirá l
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Leeladhar
Jaguri
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La propia noticia desea seguridad
Por favor no guardes nada adentro de esta carta
El remitente sabe
Lo que no ha sido escrito
Por qué no ha sido escrito, el lector lo sabrá.
U na noticia
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Por eso los cultivos de caña de azúcar se queman.
Sulahdeen dijo...
No es de extrañar que la caña de azúcar sea mucho más terrible
Que el fantasma del árbol Peepal.
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C anción de los deseos de una mujer anciana
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Anamika
C elular
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S elfie
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La espera
[fragmentos]
Usha Akella
No me reconozcas,
No me encuentres, te ruego,
No vengas,
No llames, te suplico.
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No seas los poros de esta piel,
No seas esta soledad,
No seas el espacio entre mis palabras,
No seas la esencia de todas las enseñanzas,
No vayas al mundo,
No regreses a mí,
No sonrías,
No seas gentil,
No seas el cielo nocturno bajo el que yazgo,
No seas la promesa de las estrellas
Ni los juegos de la luna,
No vengas muy tarde, no vengas muy pronto.
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No des nombres
como puentes para encontrarte,
No dejes tus huellas como claves,
No marques el universo con tus signos,
No me llames «mía».
No me bendigas
y quites tu mano de mi cabeza,
No dejes mi corazón vulnerable
como un becerro recién nacido,
No me dejes viviendo,
No me dejes muerta.
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No me enseñes control,
No seas gentil mi Maestro,
No me derritas en fuegos ocultos,
No tires de las cuerdas como un titiritero.
Esta espera:
como una serpiente enroscada
en el vientre,
como un lago congelado,
como un nido de pájaros que no vuelan,
que nacen ciegos picos abiertos,
como una bestia salvaje
desgarrándome en dos,
como ortigas, zarzas, espinas
como una mimosa,
como un reloj que se ha detenido,
un espejo en llamas.
Y los ojos, húmedos
como trapos mojados en aceite.
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se fundió, destelló, se desvaneció,
fue un acto sobre mi corazón gregario,
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Y ahora
un poco
más rápido,
hacia
la
tierra
como deshechos de mariposas caramelo
invirtiendo
la dirección.
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Tres pasos,
¡y estoy de regreso!
una mariposa en un capullo.
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Octavio Paz
y la India
Minni Sawhney
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lenarias se atraen entre sí porque, contrario al orientalismo, encuentran
similaridades entre ellas en lugar de dicotomías.1
Las categorías de análisis de Paz difieren considerablemente de la
rúbrica orientalista que estudiaron autores como Edward Said o Ronald
Inden. Contrario a los indólogos, no se enfocó solamente en la anti-
gua India, y al estudiarla no lo hizo con idealización apresurada; no se
concentró únicamente en el hinduismo, sino también en el budismo, y
cuando observó a la India moderna, la cosmopolita cara exterior no lo
distrajo. Paz nunca posicionó a Oriente como opuesto a Occidente, y
tampoco lo miraba como una masa homogénea: su interés en diversas
culturas como la japonesa es bien conocido. No hizo una cosificación del
carácter nacional de México o la India; siempre enfatizó que el carácter
mexicano era el resultado de su historia y sus circunstancias. La India lo
sedujo porque inmediatamente pudo ver su singularidad, una caracterís-
tica que también México tiene. En sus propias palabras:
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en la estructura, y el trabajo está dividido consecuentemente. Lo que se
pretende no es un punto de fusión de razas como en Estados Unidos,
sino la integración de cada especie en un sistema más grande. Sin em-
bargo, una de las consecuencias negativas fue la superioridad de unos
sobre otros. Asimismo ha sido una manera de encajar el flujo de la vida
en una estructura atemporal. En el sistema de castas indio, Paz hizo una
reflexión acerca del mito de Edipo, dado que la necesidad de encontrar
una diferenciación con el mundo exterior ha sido anulada: no fue ne-
cesaria la diversidad porque todo ha quedado en familia. El sistema de
castas ofrece protección contra el cambio como el útero de una madre.
En contraparte, las sociedades occidentales contemporáneas valoran el
cambio y la individualidad. Sin embargo, a pesar de este contexto, Paz
añadió que estaba lejos de ser un defensor del sistema de castas, pero
era hipócrita que las sociedades capitalistas juzgaran el sistema cuando
ellas habían creado uniformidad pero no equidad: él reprochaba a las so-
ciedades modernas y al capitalismo por la falta de equidad (pp. 57-66).
Las ideas de Paz sobre castas y nacionalismo en India y su aseveración
de que la estratificación de castas no conducía al nacionalismo causaron
molestias en algunos círculos. Su apreciación, no obstante, se basaba en
el presupuesto de que la ideología nacionalista, al menos en su homóloga
europea, era exclusiva, mientras que el hinduismo incluye comunidades
y tribus.3
3 En palabras de Paz: «La oposición entre historia y casta se convierte en enemistad moral
cuando la historia asume la forma del progreso y la modernidad. Al hablar de moderni-
dad no me refiero solamente al liberalismo democrático y al socialismo, sino a su rival:
el nacionalismo. Las castas constituyen una realidad indiferente a la idea de nación. El
moderno nacionalismo hindú, según se verá más adelante, amenaza a la casta porque
sustituye la diferencia específica que constituye a cada casta por su realidad ideológica
que las engloba a todas. El nacionalismo erosiona las diferencias entre las castas que son
una razón de ser, como la democracia erosiona el concepto jerárquico que las sustenta.
La modernidad en sus dos direcciones es incompatible con el sistema de castas» (Paz, op.
cit., pp. 67-68).
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imágenes oníricas y, por supuesto, su antiimperialismo en la literatura y
las artes, como un movimiento que va en pos de su propia alma. Técni-
cas de desplazamiento metonímico y collage son endémicas del arte y la
literatura latinoamericanos. Los surrealistas se dejaron guiar por motivos
inconscientes más allá de la razón. Si estas tendencias son características
de la escritura de Paz, podemos ver que las críticas del orientalismo que
le atañen poseen las mismas técnicas de condensación y desplazamiento
que Freud identificaba en los sueños.
Hugo J. Verani apunta que el compromiso de Paz con el surrealis-
mo es una forma de conectar con otros tiempos y circunstancias y para
mejorar percepciones de la otredad. Paz fue poeta, un flâneur, un ob-
servador andante de la modernidad, desencantado del capitalismo y su
consiguiente avaricia, quien conectó a través de sus viajes varios grados
de conciencia. Él nunca renunció a su compromiso con la historia y la
política al escribir poesía; el surrealismo fue uno de los pilares en los que
se apoyó para sustentar su tesis de que no encontraba ninguna contradic-
ción entre sus creencias y la poesía. Como él mismo escribe:
4 Hugo J. Verani, «Octavio Paz: El poeta como caminata», Octavio Paz entre poética y política, ed.
de Anthony Stanton, El Colegio de México, México, 2009, pp. 38-64.
5 El poeta y crítico mexicano Adolfo Castañón ha comparado en este sentido un pasaje sobre
mujeres en Sundarakunda, del Ramayana (traducido al español por Juan B. Bergua), con un
pasaje de El mono gramático de Paz. El objetivo de Castañón es ilustrar el trabajo de recreación
poética que Paz llevó a cabo en sus lecturas de la vida en la India y de la literatura clásica. Adolfo
Castañon, «El mono gramático: cima y testamento», Letras Libres, núm. 183, pp. 42-45.
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mo estaba comprometido con el hinduismo, el protestantismo era una
ruptura dentro de la cristiandad. Mientras el budismo tántrico significa
fusión, el protestantismo es una ruptura y significa una separación, y esto
es especialmente claro en los hábitos alimenticios. El banquete tántrico
está marcado por el exceso; en cambio, el plato protestante es frugal. En
Figuras y figuraciones, una compilación de poemas, bocetos y fotografía de
Paz y su esposa Marie-José, nos encontramos con el poema «India», en
el que se versa: «donde arden y brillan las millares de velas / que, cada
noche, los devotos / lanzan a navegar por lagos y por ríos».6
Para aquellos familiarizados con el imaginario de la India, las velas en
el río sugieren la ciudad sagrada de Varanasi. En El mono gramático, un
libro de veintinueve capítulos a menudo considerado un poema largo, la
aldea de Galta es su sitio de trabajo, pero la narración gira de Churchill
Collage, Cambridge, a los mercadillos aztecas en la histórica Ciudad de
México y nuevamente a las ruinas de un antiguo fuerte de un pueblo de
carretera secundaria a medio camino de Agra a Jaipur.
En un poema como «Himachal Pradesh» coexisten varios periodos
históricos, lugares y situaciones. El tono es ligeramente crítico en el
orden de palabras:
6 Extraído del original en español de Figuras y figuraciones, de Octavio Paz y Marie-José Paz, ver-
sión digital. (N. del T.).
7 El original en español se obtuvo de Obra poética de Octavio Paz, vol. i, Fondo de Cultura
Económica, México, 1997, p. 375. (N. del T.).
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En sus escritos acerca de México, comenzando con El laberinto de la
soledad (1950), Paz se remontaba a la época precolombina para buscar res-
puestas a las interrogantes del México moderno. En su encuentro con la
modernidad de la India siguió la misma metodología.
Su interés en el hinduismo y el budismo lo llevaron a escribir Corriente
alterna (1967), El mono gramático (1974), Conjunciones y disyunciones (1969) y
Vislumbres de la India (1995). Usó la comparación para encontrar pistas en el
hinduismo antiguo y relacionarlas con las civilizaciones ibérica y azteca. Su
trabajo sociológico y literario se apoyaba fuertemente en la antropología fran-
cesa, el Tristes tropiques (1955), de Claude Lévi-Strauss, fue la base del estudio
de Paz Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967). En este libro, Paz
establece las bases de la metodología que usó para hacer las transferencias y
analogías entre culturas. Así como su mentor Lévi-Strauss, Paz utiliza los mi-
tos de culturas diversas y, aplicando teorías antropológicas, forma un corpus de
ideas, una red interpretativa por la cual cada verdad se vuelve convertible de
una civilización a otra para así detectar una estructura universal.
El mediador entre civilizaciones puede ser un antropólogo, un diplomá-
tico o hasta un flâneur, el escritor andante y observador, una figura emble-
mática de la modernidad. Éstos fueron los representantes de una cultura
particular que convirtieron oposición en reconciliación mediante el recurso
de permutar y combinar. Como Lévi-Strauss, Paz usaría también las ana-
logías para comparar civilizaciones, y sus poemas y ensayos abundan en
referencias a la India.
Las paradojas y metáforas fueron herramientas que Paz usó al unísono
en sus comparaciones de diferentes civilizaciones. En Conjunciones y disyun-
ciones (1969) expone conceptos ordenados en pares contrastantes: lo re-
presivo y lo explosivo, el erotismo y la indiferencia que se manifestaban en
diferentes épocas y culturas. En sus propias palabras:
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En la misma obra deja claro que no establece ningún desfase temporal
de Oriente respecto a su progreso y su evolución:
Por el momento no nos queda sino repetir que alma y cuerpo, cara y sexo,
muerte y vida son realidades distintas que tienen nombres distintos en
cada civilización y, por tanto, distintos significados. No es esto todo: es
imposible traducir cabalmente de un área cultural a otra los términos
centrales de cada cultura: ni mukti es realmente liberación ni nirvana
extinción. [...] Apenas se examina con detenimiento esta dificultad, se
advierte que nos enfrentamos no tanto a una diversidad de realidades
como a una pluralidad de significados.9
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40
gos de Occidente. Lo que Lévi-Strauss y Paz trataron de hacer fue abrir
un espacio para nuevas ideas y actores dentro del esquema occidental. «Soñar
singularidades alternativas de pensamiento, un modo distinto de sueño
global, mas no una alternativa a éste», sólo microdiscursos que reten las
homogeneidades.
Esto se debió a que investigaron las realidades alternativas tan amplia-
mente representadas en el imaginario europeo u occidental y la mirada
de los escritores no pudo ser inocente, lo cual fue socialmente interpe-
lado, pasando por las jerarquías y los conflictos de la cultura del objeto
representado; pero en la India el objetivo de los escritores latinoameri-
canos fue el deseo de trascender el círculos hermenéuticos de sus pro-
pias culturas imbricadas con el Estado nacional, así como ampliar su es-
pacio discursivo. El intercambio transcultural se dio porque dos sistemas
de pensamiento se acercaron, posibilitando el surgimiento de un nuevo
mutante surgido de este encuentro.
Paz y otros escritores latinoamericanos como Severo Sarduy, que tam-
bién visitaron y escribieron acerca de la India, entendieron que sus in-
cursiones en la modernidad india mostraban la perspectiva hegemónica
de su propio espacio. Han salido del latinoamericanismo tradicional en
el que se sentían incómodos porque, aunque su visión nació de las di-
ferencias, las ha homogeneizado. Arraigados en la modernidad latinoa-
mericana al igual que sus antepasados continentales, han diversificado
en la India las dificultades de su propia modernidad multifacética. Con
su acercamiento surrealista incongruente iluminan aspectos ocultos de
la cultura, la historia y la arqueología indias. Las imágenes de Varanasi,
Galta, Madurai, y la tumba de Humayun en sus poemas y ensayos crean
nuevos mitos de sitios de la India, de igual forma que pasa con París,
Francia. En efecto, mediante comparaciones inusuales (budismo tántrico
y protestantismo, Eva y Prajnaparamita, la madre del budismo), Paz ele-
vó rituales arcanos al estatus de universales al compararlos con otros en
Europa y América. Estos escritores perforaron el discurso orientalista al
desestimar dicotomías y buscar puntos de coincidencia. La modernidad
india los atrajo porque Paz supo ver una historia milenaria y la reconci-
liación de binas que tanto echa de menos Occidente l
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Madhav
Kaushik
L a reencarnación
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«Abre los ojos ahora».
Ví ante mí la reencarnación.
En mi seno
algo como una pitón respira,
algún asesino implacable por dentro grita.
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Un punto equilibra
el resto del universo
Nidheesh Tyagi
1 Canciones devocionales.
2 Música clásica de la India.
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Eres el Brahm de este Naad 3
Las bhajans en tu sueño alcanzaron el último crescendo
No hay palabras ahora. Sólo sonido.
La danza del alma en ritmos rápidos.
Oscila. Oscila de nuevo.
Más alto cada vez.
Te conviertes en tus propios anhelos
Tu propio silencio
Tu propia piedra
Tu propia quietud
También eres tu propio revuelo
Tu propia primavera
Tu propia realización
Orilla y océano
Los gorriones regresan a tu terraza
Ves a los antepasados de tu ser
Herencia de tu rostro olvidado
No les pides que se acerquen demasiado
No quieres que desaparezcan de nuevo
Los ves gentil y no intrusivamente
Quieres que estén allí y encuentren formas de no desaparecer
No les preguntas dónde estuvieron todo este tiempo
Como si no te preguntaras dónde estuviste todo este tiempo
Cambias de tema
Para llevarte a ti mismo a un
Cielo limpio.
Un punto equilibra el resto del universo.
Un sonido cuelga el silencio de ese hilo
Estás aquí. No aquí.
Las bhajans se fugan con los gorriones.
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Me olvidaste,
mi amor
Autar Krishen Rahbar
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Se sentía, alternadamente, exaltado y abatido, después de caminar más de
cien pasos, esperando impaciente la decisión de Dharmaraj. «¿Cómo hacerle
saber las vicisitudes crueles y los laberintos que debe atravesar un pobre ser
humano? Cada segundo es un martirio. Desearía que él mismo se instalara
en la Tierra y llevara una vida normal. Seguramente entonces entendería lo
que cuesta hacerlo», siguió el profesor con sus reflexiones y sus cavilaciones.
Justo entonces una sonrisa, con un trazo de ironía, se dibujó en las facciones
de Dharmaraj.
«¡Maldita suerte! Tal vez él entienda todo...», comenzó a preocuparse el
profesor y, en su tumulto interno, se imaginó a sí mismo, mientras desgarraba
a mordidas la carne de sus propias muñecas.
El aura y la conducta de Dharmaraj, grandiosas y solemnes, eran incompa-
rables. La mesa en la que trabajaba estaba impecable. Sobre ella, en un costa-
do, había un vaso de agua cristalina, con una tapa sobre él. Del lado opuesto,
estaba el archivo del profesor y nada más.
Lucía apuesto y soberbio en su túnica, más elevado que el resto. Detrás
de él estaban plantados dos guardias. ¡En verdad, Dharmaraj tenía toda la
apariencia de un juez!
Mucho más abajo de Dharmaraj se hallaba sentada una persona que ex-
traía, de cada lote, el archivo que se requería. Era el encargado del registro
que, según se decía, era llamado Inderjeet. Sus dos brazos se proyectaban
hacia atrás. Mientras trabajaba, su vista no recaía en sus manos. Por lo tanto,
gracias a esto, no era capaz de hacer trampa o cometer fraude. El profesor,
entonces, miró sobre su hombro para contemplar, erguidos sobre sus pies, a
los emisarios de la muerte, que habían transportado su alma hasta la morada
de Dharmaraj. Sus lenguas eran púrpura y sus rostros del color de la brea,
cual si se hubiera untado alquitrán sobre ellas.
«¡Astutos, pillos! No sueltan ni un chillido, como si no supieran nada. ¿Aca-
so me trajeron a estos lares, a través de leguas y leguas de senderos peligro-
sos? Supieron que habría de tener un accidente y de inmediato me raptaron,
como a una gallina, para traerme aquí. Mi esposa estaba a mi lado. Me pregun-
to si su alma fue transportada hacia acá. Mi vida estaba por expirar, pero la
suya se había extinguido ya. Un costado entero de su cabeza, hasta la mejilla,
estaba empapado en sangre. Está bien que haya muerto. Shaama simplemente
no habría sido capaz de vivir sin mí. ¡Cuánto me quería! Ella vivía por su espo-
so. Era un referente para todas las esposas. ¡Una diosa, de hecho! ¿No debería
preguntar dónde está? Debe estar buscándome, a su amado, su satyawan».
En un impulso, le preguntó a Dharmaraj mismo:
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—¿Dónde está Shaama? Ella no puede pasar un solo momento sin mí.
Dharmaraj irguió su espalda y sonrió un poco. Después, hojeó velozmente
el archivo del profesor, por última vez. Se preparaba a sí mismo para emitir
su juicio. El profesor parecía un niño, esperando la calificación de su examen.
«¿Qué puedo decir? Me gustaría hacerles saber que fui profesor de Cien-
cias Políticas. A lo largo de mi vida, relaté a mis alumnos el auge y la caída, los
méritos y defectos de distintos sistemas polítcos. Cómo me explayaba acerca
del individuo y la sociedad, las responsabilidades y tareas del Parlamento.
Los derechos humanos eran uno de mis temas consentidos y escribí extensa-
mente acerca de él, por lo que me otorgaron galardones y fui muy estimado.
Siempre me desagradó el silencio en la política y tuve en gran estima el de-
bate. ¿Qué puedo decir? Este silencio del cementerio me roe por dentro. ¡No
entiendo cuál es el sistema vigente aquí! Aunque me inclinaría por decir que
es una dictadura. ¡Nadie respira siquiera! ¡No hay un solo sonido! La gente,
como máquinas, trabaja en un orden estrictamente reglamentado... ¡No sé qué
hayan anotado en mi archivo! Que mi dios, Ishwar, sea mi abogado. ¡Cómo
quisiera saber, desde ahora, su decisión! Terminarían para mí esta agonía y
este suspenso».
Siguió, indefenso, mirando estúpidamente a Dharmaraj. Se sentía pequeño
e inferior. Shaama, su morena amorosa, se paseaba por sus pensamientos.
Veía sus aretes flotar frente a él.
Cerca de ahí, había un salón desde el que llegaba un sonido de risas y
júbilo. Se asomó entre los paneles de vidrio. Había muchas mujeres reunidas
allí. ¡Se reían! Chismorreaban y se divertían. Alcanzó a notar el sonido con
que reía su esposa, que tenía su propio tono y ritmo. Cuando reía, apare-
cían unos hoyuelos en sus mejillas. Esos hoyuelos habían robado el corazón
del profesor. Varias veces le había dicho: «He visto a muchas con hoyuelos
en las mejillas, pero ningunos tan encantadores como los tuyos. Seducen
mortalmente».
Entonces, Dharmaraj se irguió aún más y resonó por doquier su voz, pro-
funda y melodiosa:
—¡Señor profesor! Tenemos ya los resultados. Volverás a nacer en la Tie-
rra: tendrás una nueva vida. Nos complace anunciar que la forma que adopta-
rás no será otra que la de un hombre.
El profesor Suraj Prakash se sentía extático. Pensó: «Ni Suraj Prakash
abandonará a su querida Tierra, ni la Tierra dejará a Suraj Prakash... pero no
tengo idea de qué planes haya para Shaama».
De inmediato, volvió a alzarse la voz de Dharmaraj:
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—Profesor, queremos darte otra buena noticia: en tu nueva encarnación,
habrás de casarte con quien tú desees. Habla ahora: ¿quién es la elegida?
Nómbrala, y tu deseo habrá de realizarse este mismo día.
«Quisiera besar la boca de Dharmaraj», pensó el profesor, abrumado por
la dicha.
—Manifiesta lo que tengas que decir —instó Dharmaraj.
—Maharaj, sólo ella. ¡Nadie más que ella!
—¿Quién es ella: el jardín o el monte? —se mofó Dharmaraj.
El profesor se sintió desconcertado. Le rogó:
—Maharaj, ella,1 solamente: mi Shaama, mi esposa. ¿Quién más?
—¿Ése es también el deseo de ella? Debemos verificarlo.
—Pero, maharaj, ¿hace falta verificarlo siquiera? ¿Cuándo fue ella capaz
de negar algo que yo determinara?
—Necesitamos consultarle el tema. Ella está justo aquí.
El profesor estaba fascinado. Dharmaraj señaló a uno de sus servidores,
quien al instante trajo a Shaama del salón adyacente y la presentó ante su
señor.
—¿Reconoces a esta persona? —preguntó Dharmaraj a Shaama.
Ella estaba un poco aturdida y miraba en torno suyo, sin hablar. En su
pensamiento difuso no atinaba a saber cuál era el tema que les ocupaba.
—Te hablo a ti... ¡a ti! ¿Sabes quién es este hombre? —Dharmaraj empezaba
a rugir.
—¿Cómo no iba a saberlo, maharaj? ¿Quién no conoce al señor profesor?
Es una celebridad —dijo ella.
—Shaama, ustedes dos volverán a nacer en la Tierra, en la forma humana.
Preguntamos al profesor a quién elegiría como su compañera en la nueva vida
y nos dio tu nombre. ¿Te parece aceptable? Si nos confirmas que ése es tu
deseo, tu voluntad compartida será ejecutada hoy mismo, en este momento.
Shaama estaba perpleja. Reflexionó un momento.
—¡Te pido que hables pronto! —el profesor no pudo contenerse—. ¡Tú, mi
nueva novia y yo tu nuevo esposo!
De golpe, Shaama soltó su lengua:
—No... no... esto no puede ser. No voy a aceptarlo.
El profesor sintió como si le hubieran apaleado con un bastón. El suelo se
movió bajo sus pies, y en completa estupefacción le respondió:
1 La palabra soy, en hindi, significa tanto «ella» como «ortiga». El juego de palabras es
intraducible. (N. del T.).
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—¡Querida, mírame! ¡Soy tu Suraj, el profesor Suraj Prakash! Soy Nagraj,2
tu amor. Soy tu Manjoon y tu Satyawaan.¿Por qué no me reconoces? No po-
drías ni masticar un solo bocado sin mí.
—Señor profesor, te conozco enteramente, al derecho y al revés —respon-
dió ella.
—Tonterías —dijo el profesor, indignado—. Mujer, ¿por qué no recuerdas
tu vida recién terminada? Eras incapaz incluso de digerir la comida sin mí.
—¿Qué más podía hacer? No tenía opción —replicó ella—. Toda mujer,
después del matrimonio, es entregada a una casa ajena y hace de ella su único
nido. Sólo la abandona con la muerte, en un ataúd. Mientras tanto, se olvida
de todo y entrega su vida entera en sacrificio.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el profesor.
—El asunto es que una mujer, necesitada e indefensa, no puede hacer otra
cosa que soportar la indignidad, la esclavitud y el sacrificio.
—¿Qué clase de fantasía estás tejiendo? ¿Estás fuera de tus cabales? —dijo
el profesor.
—Estoy completamente lúcida —soltó ella—. Toda mi vida estuve confinada
en las cuatro paredes de mi hogar, prisionera como un ave enjaulada. Dime
dónde pasabas esas horas valiosas, antes de que regresaras a casa por las
noches. Harta y exhausta, solía esperarte como si hubieras sido mi exigua
ración de alpiste.
El profesor estaba atónito. Las palabras seguían brotando de Shaama,
como una cascada:
—Un día sí y al otro también, invitabas a tus amigos a casa. Jugaban cartas
y se ponían a chismorrear, a hacer bromas tontas y hablar de naderías. Lle-
gabas a beber un trago o dos mientras yo, sin parar, cocinaba y guisaba cada
noche para tus invitados, con la desesperación subiendo por cada uno de mis
cabellos. Ellos se iban ya avanzada la noche y yo pasaba las siguientes horas
lavando los trastes y limpiando la casa, en el frío punzante, hasta que me do-
lían los ojos. Mi cuerpo entero se congelaba. ¿Y te atreves a preguntarme si te
conozco? ¿Qué es la vida de una mujer común?, te pregunto. Es un instrumen-
to cuya piel, rosada y pura, se encoge y desgasta mientras cría niños. La mujer
siempre ha sido un juguete en las manos del hombre, que sólo acierta a ser
un poco afable con ella de vez en cuando y se dedica a usarla injustamente.
—¿Quieres decir que te asumí como propia y me despreocupé de ti?
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—¿Dirías que eso es una mentira, que lo estoy inventando? —replicó en
voz alta.
El profesor no pudo hacer más que mirarla fijamente, como mangosta hip-
notizada.
—La mujer siempre ha padecido la tiranía y la opresión. Siempre. Desde
tiempos inmemoriales, ¡en casa y fuera de ella! ¡Incluso los cinco pandavas,
cuyo valor fue ejemplar, llegaron a apostar a su propia esposa, en un juego!
¿Acaso ha ocurrido algo más detestable y descabellado en este mundo? Re-
cuerda a Ram y a Sita, que fueron personajes ejemplares, un dios y una diosa.
Ram tuvo que exiliarse y decidió irse a residir al bosque. Sita lo acompañó,
pensando en lo injusto que resultaba todo para él. Y aquí surge una duda: ¿le
preguntó a Sita lo que ella pensaba de esa decisión? Al final, Sita tuvo que
pasar la prueba del fuego junto a él. ¿Era necesario que ambos compartieran
el suplicio? Es cierto que mucho ha cambiado desde entonces. Pero, incluso
hoy, ¿acaso una mujer tiene una posición comparable a la del hombre? El na-
cimiento de una niña hace que se tuerza el gesto de todos los presentes. Para
muchos, es preferible un aborto que una hija.
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»Hay una variedad de recursos que se utilizan para evitar que nazca una
hija. Tú los entiendes mejor que yo, profesor. ¿Los activistas por los derechos
humanos no deberían evitar que se aplasten los derechos de las mujeres?
La dote, ese cáncer, sigue carcomiendo nuestro tejido social. Las mujeres se
enfrentan a la muerte por inmolación, no al fuego que las cremaría después
de la muerte. Se incendian y luego mueren, en vez de que sea a la inversa,
como dicta la costumbre. ¿No es algo desalmado? ¡Despiadado! Pueden verse
unas cuantas mujeres en ciertas asambleas, tanto como en el Parlamento. Con
todo y eso, ustedes, los hombres, hacen lo que les place. Se escriben leyes a
su medida».
—¡Espera, espera! ¡Escucha, mujer! ¿Por qué me atacas? ¿Soy acaso un
emperador o la cabeza del Parlamento? —dijo el profesor, exasperado—. ¿Qué
puede hacer una persona ordinaria como yo? ¿Qué?
—Te lo diré —respondió Shaama—. Es justo el hombre común quien da a
luz ese sistema y lo legitima. Si lo rechazaran, podrían levantarse para derro-
carlo. ¿Qué clase de enseñanza dabas a tus estudiantes? Transmitir el cono-
cimiento significa despertar a las mentes. ¿Cuántas de ellas lograste elevar,
a cuántas iluminaste? Hablas con elocuencia cuando se trata de los derechos
humanos. ¿Alguna vez se te ocurrió que podías haber estado impidiendo el
ejercicio de esos derechos en tu propia casa?
El profesor se había quedado mudo. Ni una palabra podía decir. Su Shaama
parecía estar sumamente elocuente ese día. ¿Algo había cambiado en ella o se
trataba de rabia pura? No dejaba de mirarla.
Cuando al fin vio Dharmaraj que la tormenta amainaba, volvió a interrogar
a esta mujer sagaz y de veloz ingenio:
—Shaama, todos tus argumentos serán recuperados en la Tierra, cuando
renazcas en tu nueva forma humana. Y entonces podrás lograr todo lo que
no te fue posible en tu encarnación previa. Es posible que ésa sea la base
para tu salvación futura. Tengo una sola pregunta que hacerte: ¿aceptas, para
tu siguiente vida, la unión para la que el señor profesor ya tiene el corazón
dispuesto?
—Señor, ¿para qué apresurarnos? Nos será concedido un renacimiento an-
tes de eso y luego, llegado el momento, seremos adultos y nuestro matrimonio
será un asunto a considerarse. ¿Cuál es la urgencia? En su curso normal, el
tiempo decidirá cuándo será propicia tal unión... pero no con él... nunca...
¡de ninguna forma!
El profesor Suraj Prakash se quedó incapaz de ver: sus ojos se apagaron
ante la imagen del rostro real de Shaama. Perdió el uso de todos sus sentidos.
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Sintió vértigo y se desmayó, dando un golpe en el suelo como un leño al caer.
Dharmaraj observaba el triste estado de las cosas. El resto de los presentes
esperaban, como pilares de hierro, las órdenes que daría Dharmaraj.
Al ver todo esto, Shaama perdió el control y se sintió fuera de sí misma.
Como una demente, se lanzó hacia su marido y comenzó a sacudirlo. Él pare-
cía haber perdido toda sensación y estaba inerte. Shaama entró en pánico. Sin
preocuparse de pedir permiso, tomó el vaso de agua que el señor tenía sobre
la mesa y fue a rociar unas gotas sobre el profesor. Luego vertió un poco más
sobre sus labios. El profesor abrió los ojos y su cuerpo, hasta entonces está-
tico, cobró vida y se movió. Shaama lo llevó a sentarse en una silla cercana.
Luego, volvió la vista hacia Dharmaraj, para saber si había hecho algo inco-
rrecto. Vio una sonrisa contenida en su rostro y respiró, aliviada.
Dharmaraj les aconsejó ir a la habitación contigua, recomponerse y luego
hablar entre sí, libremente, hasta desahogarse.
—Luego, pronunciaré mi sentencia —dijo.
El profesor estaba por dirigirse hacia allá, obediente, cuando la lengua de
la mujer volvió a agitarse:
—No... ¡no, maharaj! Pronuncia ahora tu sentencia. La aceptaremos de
corazón. Sostengo todo lo que dije. Aunque te ruego, con toda humildad y
mis manos dobladas, que su alteza no preste atención a nuestro altercado. En
la Tierra, estos intercambios estridentes ocurren continuamente, en la vida
de cualquier pareja. ¡Di tu plegaria! Entrega tu sentencia, cualquiera que tú
dispongas.
Todos los presentes miraban atentamente a la mujer de fuerte espíritu,
¡una flor excepcional! Se ocupaban en juzgar su conducta. Dharmaraj conce-
dió su veredicto de la forma que había sido prefigurada y anunciada por la
refinada mujer, en su última declaración l
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Savita
Singh
P ensamientos descalzos
S ilencio
La dilatada tarde
Como una cara sórdida
Cae apática
En la orilla del día
Maravillosamente
A pesar de la tristeza y el desaliento
De los deseos nocturnos
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El viento cálido aúlla
Y amenaza con volverse tormenta
Y las vacas siempre sin propósitos
Esparcidas por el campo
Mastican y bostezan
L os anhelos herméticos
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E xtraño aspirante
Extraña noche
Más extraña que mi yo para mí
Me incita a caminar sin rumbo
Me provoca que sea mi yo
Sabemos que es una broma cruel
Pero vemos
La inescrutable vastedad de tus propios deseos
Que transforma la cordura de la lujuria
En la locura de la serenidad
Mi yo desconocido
Ven y siéntate
En la amplitud de mi jardín muy amado
L a tarde mágica
La tarde ha pasado
Mi mundo cambió ya
Las hojas amarillas no planean más
Tormentas en el páramo
De mis pensamientos
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Mucho está por abrirse:
Vías, que eran
Estrecho, peligroso carril
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U na larga caminata
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Los orioles
han regresado
Chandrakanta Mura Singh
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Khadija siguió volteando los panes roti en la plancha y hablando
entre dientes para sí misma. «Desde temprano en la mañana hasta
muy tarde en la noche sigo trabajando como autómata sin un mo-
mento para enderezar la espalda. La gente de la aldea está celosa
de mi buena suerte de haber tenido tantos hijos, ¡pero mis hijos son
un montón de ingratos! No tengo tiempo siquiera de voltear a ver
el cielo».
«Deja de quejarte así», dijo Mahda. «Ten corazón. Si empiezas a
culpar de esa manera a nuestros hijos, los vecinos se harán ideas y
nos difamarán. Después de todo, los niños son niños. Con el curso
del tiempo, crecerán y adquirirán la madurez suficiente para enten-
der las cosas».
Cada que Khadija se quejaba de sus hijos, ése era el formato de
respuesta que le ofrecía Mahda. Eran niños, crecerían y adquirirían la
madurez suficiente para entender las cosas. Pero Khadija sabía que
sus hijos ya habían crecido y recibido la educación suficiente para
entender las cosas. Y a pesar de todo encontraban culpa en todo
lo que sus padres hacían o planeaban hacer. Había sólo cinco almas
vivientes en la familia y a pesar de ello tenían discusiones que a me-
nudo se convertían en acaloradas peleas.
Su nuera no salía de su recámara hasta mediodía. En las tardes
también, cuando Khadija estaba en la cocina preparando comida
para toda la familia, ella evitaba pasar por ahí para no tener que
ayudarla, con el pretexto de que estaba ocupada en una u otra ton-
tería. Después de todo, ella era el producto de un nuevo amanecer,
¡una nueva era! Ella se creía muy educada y creía que así demostraba
su educación. Ella no sabía cómo ordeñar una vaca (¡la vaca de la
familia no la dejaba ni tocar sus ubres!). Ella no toleraba el humo
que salía del fuego generado con estiércol que usaban para cocinar
y calentar la casa. Como fue criada en la ciudad, probablemente
estuviera acostumbrada a las estufas de gas. El resultado era que
Khadija tenía que hacer todas las tareas del hogar por su cuenta.
Encima de todo, su nuera no bebía el té de sal que tomaban todos.
Ella debía tener té «inglés» Lipton, ¡como si su familia lo hubiera
bebido por generaciones! En cuanto a su educación, en realidad no
había pasado de la preparatoria, ¡y a pesar de todo alardeaba como
si hubiera terminado una carrera universitaria! Encima de todo, Tariq
se quedaba mudo en presencia de su esposa. Parecía sufrir de un
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complejo porque su mujer había sido criada en la ciudad y creía que
esto justificaba la forma en que se comportaba en la familia.
«En cambio, mira a nuestra Noorie...», continuó pensando Khadi-
ja. Noorie se había casado en la ciudad y allí tuvo que hacerse car-
go de una familia de diez personas. Había tenido que aguantar los
abusos de sus suegros y a veces los golpes de su marido. Lo había
aceptado todo con calma, sin rencores ni quejas. Por eso era que,
cuando su suegra estaba de ánimo benevolente, la bañaba de afecto
como si fuera su propia hija.
El corazón de Mahda también rebosaba de afecto hacia Noorie.
Recordaba que su hija había sido criada al lado de Durgi y Kamli, las
dos pequeñas hijas de su empleador, Samsar Chand (llamado afec-
tuosamente Bablal por todos). Ella siempre buscó rodearse de bue-
nas personas que llevaran una vida recta y respetaran las costumbres
y las normas sociales. ¿Cómo podría equivocarse, entonces? Para
Mahda, la nuera también era el otro extremo de ese continuum. La
poca educación que había recibido se le había subido a la cabeza.
Había hecho amistad con todas las mujeres caprichosas de la aldea.
Era inevitable que esa compañía tuviera un efecto en su compor-
tamiento. Mahda quería aligerar la carga que había en su corazón
hablando sobre ello. Pero para qué dar lugar a disputas impropias
en la familia.
Para evitar cualquier discusión sobre este tema sensible, Mahda
se levantó y caminó hacia el establo. Ahí vio temblar a los becerros
recién nacidos y se preocupó. Miró arriba y vio que el techo de paja
tenía goteras y que gotas de agua helada caían sobre el más joven,
haciéndolo tiritar. Mahda lo levantó, lo colocó en su regazo y le dio
unas palmaditas afectuosas. Después extendió una colcha andrajosa
en un rincón seco y lo hizo yacer ahí. Luego puso un largo recipiente
de hierro justo bajo la gotera para contener el flujo incesante.
«Le pedí a Tariq que extendiera unos cuantos fardos de paja en el
techo», masculló Mahda. «Eso hubiera prevenido la presente eventua-
lidad, pero Tariq no lo hizo. El techo está goteando. Además, el peso
de la nieve que se acumuló sobre la paja está haciendo que se desmo-
rone. Ahora será más difícil llegar ahí para remover los carámbanos».
«¿Por qué muchachos educados como Tariq treparían a los techos
del establo para barrer la nieve y amortiguarla con fardos de paja?»,
ironizó Khadija. «Debes de estar poniéndote senil para pensar así».
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Khadija, que estaba amargada por el comportamiento caprichoso de
sus hijos, dirigía toda su ira contenida hacia Mahda.
«Nunca he tenido materia gris dentro de mi cráneo», repuso
Mahda con amargura. «De hecho, me volví senil el día en que co-
menzó a salirles pelo sobre el labio a nuestros muchachos. Debería
estar agradecido con Alá de que, aún a esta edad, puedo trabajar
con mis manos. Ven, tráeme mi pala y mi vasija. Removeré una por-
ción de la nieve del techo para aligerarlo. Para cuando los mucha-
chos regresen, puede ser demasiado tarde. Si el techo se cae, nues-
tros animales sufrirán seriamente».
Haciéndose cargo, Mahda siguió adelante y logró llegar a lo más
alto del techo. Con su pala, empujó los montículos de nieve hasta el
borde para hacerlos caer. Mientras se ocupaba en este trabajo, no
pudo evitar pensar en los muchachos y sus maneras irresponsables, y
este pensamiento llenó su corazón de pena y arrepentimiento. Cada
que pensaba en Tariq y Fazal y su comportamiento desconsiderado,
no podía evitar culparse a sí mismo. «Mahda, has fallado en educar
bien a tus hijos», su propia voz reverberaba en sus oídos, resaltando
el desagradable hecho. Perdido en sus recriminaciones, Mahda re-
cordó lo que su empleador Samsar Chand le había dicho: «Mahda,
tu ausencia de aquí, aun por pocos días, hace las cosas más difíciles
para mí en casa. Tú sabes cómo cuidar niños, cómo hacerlos portarse
bien».
Pero mientras Mahda podía hacerse cargo de los hijos de su em-
pleador, se encontraba impotente lidiando con su propia descen-
dencia. Tras darles educación en buenas escuelas, ellos demostraban
constantemente una indiferencia por las normas y convenciones se-
guidas por sus padres y sus mayores.
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das inmediatamente por la morera. Les gustaron particularmente sus
frutas agridulces y los coloridos orioles que saltaban de forma jugue-
tona entre las ramas del árbol cantando: «Ee... ee... yo...».
«¿Qué dicen los orioles, Mahda Kaka?».
«Los orioles dicen: “Gopis del señor Krishna, ¿dónde han dejado
los mantos que cubrían sus cabellos?”».
Aplaudiendo con sus pequeñas manos, Kamli saltó y arrancó ju-
guetonamente la gorra que llevaba puesta Mahda.
«Eso no es parte del juego», bromeó Mahda, fingiendo ira y exas-
peración.
«Por Dios, yo no he robado tu gorra», dijo en tono travieso Kamli,
escondiéndola tras su espalda. «Ve, ese oriol se la ha llevado».
«Ni que el oriol fuera un mono para robarme la gorra».
Mahda finalmente tuvo éxito. Recuperó su gorra y se la puso sobre
la cabeza. «El oriol nunca se llevaría la gorra de una persona», explicó.
«De hecho, devolvería la gorra que fue robada a su dueño. Una gorra,
como un turbante, es un signo de modestia, y su lugar legítimo es en
la cabeza de una persona, donde debería quedarse».
Después de eso, con maneras simples pero interesantes, Mahda
explicó a las niñas la diferencia entre una gorra y un turbante. Tam-
bién los significados de los muchos sonidos producidos por las cria-
turas emplumadas. Como resultado de la conversación, las niñas no
volvieron a tocar la gorra de Mahda ese día.
Durgi y Kamli se habían convertido en niñas grandes. Se habían
casado y vivían en lugares distantes en los que estaban felizmente
absortas en sus responsabilidades del hogar. Pero Mahda aún ima-
ginaba que seguían siendo niñas inquisitivas. Recordó que en días
nevados esculpía figuras de animales con nieve para entretenerlas.
Iban desde pequeños ratones hasta leones miedosos. También creó
un prototipo de aspecto feroz, el espectro de un hombre indígena
llamado Rahchok, para asustarlas. Los vientos helados, la curiosidad
y el miedo que les había despertado pusieron las mejillas de las pe-
queñas niñas más rojas de lo normal.
«¿Has visto a Rahchok, Mahda Kaka?».
«Sí, ¿cómo no? En la noche oscura, cuando nieva sin parar, Rah-
chok toma una linterna en sus manos y cruza campos y montañas y
riachuelos. Él siempre camina hacia atrás».
«¡Oh! ¿Él ahoga gente en los arroyos?».
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«No, no en absoluto. Bueno, sólo a la gente con corazón de galli-
na, que es la que se intimida cuando lo ve. De hecho, él tiene miedo
de gente brava e intrépida y se asusta cuando se la encuentra».
Durgi y Kamli amaban escuchar historias. Especialmente historias
sobre diferentes clases de aves, sus hábitats, sus rutas de vuelo y sus
destinos finales más allá del horizonte carmesí. En las tardes, cuando
las parvadas volaban hacia un destino desconocido formando filas
inmaculadas, sacaban a Mahda de algún rincón de la casa y le hacían
preguntas.
«Mahda Kaka, ¿hacia dónde están volando esas aves?, ¿van hacia
el enorme nogal de allá? Mahda Kaka, ¿quién vive en ese árbol?».
«Ahí viven sus hijos, que esperan a que les lleven comida. Los
polluelos pían con débiles sonidos para darles la bienvenida. Luego
abren sus pequeñas bocas para que sus padres los alimenten».
«¿Ellos comen comida cruda y sin cocinar? ¿No les duele la panza
después de comer eso?», Durgi seguía disparando su descarga de
preguntas sobre Mahda.
Mahda se veía obligado muchas veces a revisar declaraciones que
había hecho antes. En una ocasión, había dicho que a los polluelos
recién nacidos sus padres les daban arroz, que ellos digerían bas-
tante bien. El resultado fue que Kamli empezó a imitar a las aves
comiendo puñados de arroz crudo a hurtadillas. Cuando su madre,
Kakni, la vio comiendo arroz crudo, le gritó. Pero Kamli se defen-
dió diciendo: «Mahda Kaka dice que los polluelos comen y digieren
arroz crudo».
Kakni llamó a Mahda y le preguntó: «Si los polluelos comen arroz
crudo se enferman del estómago, ¿no es cierto?».
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Mahda entendió la indirecta e inmediatamente reaccionó a su de-
claración anterior. «Sí, Kakni Ma, tienes razón. La madre enciende un
pequeño fuego en la copa del árbol. Los granos son cocinados y sólo
entonces se los dan a los polluelos».
«Pero las aves no tienen manos, ¿cómo les dan de comer a los po-
lluelos?», Durgi desafió las perlas de sabiduría ofrecidas por Mahda
Kaka.
«Alimentan a los polluelos con sus picos», replicó rápidamente
Mahda por temor a que cualquier retraso fuera interpretado como
falta de conocimiento de su parte. «De hecho, las aves hacen casi
todo su trabajo con sus picos».
Durgi y Kamli se habían encariñado demasiado con Mahda. Se
quedaron estáticas ante la vista de un bulbul. ¿Quién sino Mahda
podría descifrar el significado del melodioso gorjeo del bulbul que
se había posado en las ramas del árbol chinar? Mahda trataba inclu-
so de imitar sus canciones, poniendo sus manos en forma de concha
y soplando en ellas. El sonido que producía era dulce y melodioso
(exactamente como el de los cantantes emplumados que estaba imi-
tando: «Goo... gu, goo... gu, goo»).
«¿Qué cantan estas aves, Mahda Kaka?».
Entonces Mahda explicaría que, en sus voces lastimeras, los pe-
queños pájaros narraban cómo eran castigados por sus madres y
también por su hermana por supuestos actos desvergonzados. Ellos
se quejaban de que su madre los golpeaba con el mazo de un morte-
ro de piedra y que su hermana hacía lo mismo con el husillo de una
rueca.
«¿Su mamá de verdad les pegaba con el mazo de un mortero?».
«¿Por qué no lo haría? Los pequeños habían ensuciado los utensi-
lios mientras su madre estaba ocupada haciéndoles de comer».
«¿Y por qué les pegaba su hermana?»
«Su hermana estaba girando la rueda cuando ellos empezaron a
jugar con el rollo de hilo que hacía que la rueda girara. Eso lo ensu-
ciaría todo de tierra. Además, ¿es así como los niños deben saltar
por todas partes creando molestias?», preguntó Mahda.
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resfriar y eso va a ser causa de preocupación para toda la familia. De
por sí lleva mucho tiempo tosiendo».
Mahda bajó del techo casi arrastrando sus pies cubiertos de nie-
ve. El frío había congelado sus extremidades y las había vuelto pe-
sadas. Cuando escuchó las palabras de Tariq, replicó: «¿Crees que la
gente como nosotros debería contratar sirvientes para hacer tales
trabajos?».
El tono quejumbroso del discurso de Mahda provocó a Tariq, que
estalló, «Puedes tener razón en decir eso. Después de todo, has
trabajado toda tu vida como sirviente y estás muy acostumbrado a
tales tareas».
Mahda quedó estupefacto ante la reacción de Tariq. En su ceño
aparecieron profundos surcos, también venas azules que se hincha-
ron en su piel trigueña. «¿Quieres decir que he trabajado como sir-
viente toda mi vida? Sí, lo he hecho. Pero si tú hubieras trabajado en
la posición en que he trabajado y te hubieras ganado el respeto que
me he ganado, no estarías diciendo esto».
Khadija hizo una señal a su hijo de cesar el duelo de palabras
con su padre. Ella estaba muy al tanto de la asociación de Mahda
con la familia de Samsar Chand y no quería que el tema se siguiera
discutiendo.
Khadija rellenó el kanger de Mahda con más pedazos de carbón
ardiendo y se lo entregó. Mahda puso su palma congelada en el kan-
ger y sintió calor. La intensidad de las brasas pronto lo transportó a
un mundo de memorias relacionadas con el pasado. Sí, había trabaja-
do como sirviente en la casa de Samsar Chand (Tariq no estaba com-
pletamente errado). Sí, Mahda trabajó primero como aparcero en
sus terrenos, después como peón bajo sus órdenes (Samsar Chand
tenía un puesto importante en el Departamento de Educación) y
finalmente como cuidador de su casa y de su corazón. Tariq conside-
raba todo eso como trabajar en las capas más bajas y serviles.
Depende de cómo se miren las cosas, razonó Mahda. Ojos ajenos
veían las cosas desde afuera y consideraban su trabajo como el de un
sirviente de la más baja categoría. Pero ellos no tenían idea de cómo
funcionaba todo desde adentro. Ellos no sabían que Bablal insistía
en que él comiera la misma comida y bebiera el mismo té que los
miembros de su familia. Ellos no veían cómo Bablal no comía hasta
que Mahda hubiera aprobado el sabor del roganjosh o del caldo
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yahni que hubieran preparado. Ellos no escuchaban la voz de Kakni
Ma insistiendo: «Mira, Mahda, de ahora en adelante debes sentarte
a comer con la familia en vez de esperar a que terminen». Cuando
Mahda escuchó las instrucciones de Kakni, sus orejas enrojecieron.
Intentó razonar con ella, «Kakni Ma, ¿cómo podrían patrón y sirvien-
te comer juntos? Eso sería sacrílego. Me transportaría directamente
al infierno».
«No, Mahda», Bablal respiró del incesante humo de su cachimba
antes de intervenir. «Tú eres como mi hermano. Si no retribuyo el bien
que me haces, tendré que sufrir seriamente en mi próxima vida».
Mientras Bablal pensaba que Mahda le había hecho mucho bien
y le estaba agradecido, Mahda nunca lo vio como una obligación. Él
siempre consideró a Kakni como a su madre y a Durgi y Kamli como
a sus propias hijas.
Cuando Mahda iba a su aldea durante sus días de descanso, Durgi
y Kamli se sentían inquietas. Se sentaban tristemente en la ventana
abierta mirando hacia afuera, de una manera no muy distinta a la de
los niños que esperan melancólicamente a que regresen sus padres
de una tierra distante a la que han ido por razones de trabajo. En
tales ocasiones, cantan: «Que la nieve caiga sin cesar. Pero padre,
debes regresar a casa pronto».
Al regreso de Mahda, Kakni le diría cómo Durgi y Kamli se habían
sentido tristes sin él y cómo esperaron ansiosamente que volviera.
Esto llenaba el corazón de Mahda con orgullo, satisfacción y una can-
tidad redoblada de afecto paternal por las pequeñas niñas.
Pero pronto el tiempo dio un giro para peor. Los británicos aban-
donaron el país tras partirlo en dos. Aquellos que habían estado
viviendo como hermanos se convirtieron en enemigos jurados de
la noche a la mañana. En Cachemira, el azote llegó en forma de la
infame incursión kabali que, tomando la ruta ocupada por Pakistán,
había alcanzado Baramulla. En aquellos días, Bablal trabajaba como
director de una preparatoria en Baramulla y Mahda como peón en la
misma escuela. Como la aldea de Mahda estaba mucho más lejos y
él no podía viajar diariamente de su casa al trabajo, se quedaba con
Bablal y cuidaba a los niños.
¡Cómo podría olvidar Mahda esa fatídica noche del mes de kartika
envuelta en oscuridad y silencio! El pueblo parecía dormido como un
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niño en el acogedor regazo de su madre. De repente, en mitad de la
noche, una descarga de disparos raspó el aire sacudiendo el lugar y
sus frágiles estructuras. En cuestión de minutos, el pequeño pueblo
fue cimbrado con gritos de saqueo y violencia. Mahda, que estaba
durmiendo, se levantó de un salto. Se apresuró afuera para ver qué
estaba ocurriendo en los alrededores. Vio gente corriendo como loca
que quedaba atrapada en el rango de fuego de los intrusos, que pa-
recían disparar indiscriminadamente para aterrorizar a todos. Algunas
mujeres volaron a refugiarse en bodegas y graneros, pero los atacan-
tes habían capturado a muchas de ellas y las sacaban por la fuerza.
Repentinamente, Rasool Miyan, Lateef Baig y Ghaffar Bhat busca-
ron a Mahda y le dijeron: «Mahda, si quieres salvar las vidas del maes-
tro y su familia, ¡manda a su esposa e hijas fuera de la casa rápido!»
La mera mención de la esposa e hijas del maestro sacudió a Ma-
hda. Estaba claro para él que esos hombres estaban confabulados
con los intrusos y trabajaban para su beneficio. También estaba claro
que los intrusos necesitaban mujeres locales para satisfacer su lujuria
y que estos hombres habían sido enviados para hacer los arreglos ne-
cesarios. Mahda vio a través de sus intenciones. Se apresuró a cerrar
la casa desde adentro.
Una vez de vuelta en el interior, Mahda vio un Bablal de cara
cenicienta caminando de un lado a otro, muy ansioso. Mahda aún
recordaba cómo Bablal se había quitado su turbante recién apretado
para colocarlo a sus pies, buscando su ayuda en esa hora de crisis
sin precedentes. Más que los sangrientos eventos que siguieron a la
convulsión del mundo, fueron los ojos tristes y suplicantes de Bablal
los que se grabarían en la memoria de Mahda.
Mahda levantó el turbante de Bablal y lo colocó respetuosamente
en una respisa, se inclinó ante él en una reverencia. Después pensó
en un plan que puso en movimiento en el acto. Limpió la marca de
color bermellón de su frente y le quitó las ropas sagradas que lleva-
ba puestas. Ayudó a Bablal a vestirse con su propio salwarkameez.
Finalmente, lo hizo saltar sobre el parapeto en la parte trasera del
complejo, urgiéndolo a dirigirse hacia Srinagar por cualquier medio
del que pudiera disponer.
Después de esa rápida operación, Mahda guió a Kakni, Durgi y
Kamli fuera de la casa a través de la puerta trasera y las ocultó en
su propia habitación. Por dos días, Durgi y Kamli estuvieron vesti-
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das con las ropas de Noorie para ocultar su identidad. Por la misma
razón, cuando Kakni se puso las ropas de Khadija para camuflarse,
Mahda se sintió agobiado con un sentimiento de vergüenza y arre-
pentimiento. Habló mirando el suelo: «Kakni Ma, que la furia de Alá
visite a estos demonios por lo que han hecho a tu noble familia. Tam-
bién rezaré a Él para poder guiarte fuera de esta crisis con gracia y
honor». Al escuchar esto, Kakni no pudo evitar derramar lágrimas de
gratitud y abrazarlo como si fuera su propio hijo.
Tras unos pocos días, cuando las fuerzas indias finalmente lle-
garon, mandaron a los saqueadores de vuelta a Muzaffarabad. Tan
pronto como las cosas volvieron a la normalidad, Mahda llevó de
regreso a Kakni, Durgi y Kamli a salvo.
El episodio hizo que Rasool, Latif y Ghaffar se enfurecieran con
Mahda. Incluso lo llamaron «ingrato kafir». «¿Qué es esta noción
de lealtad a un amo pandit?», le increparon. «Si los atacantes se
hubieran enterado, hubieran quemado toda la zona en retribución.
Nuestra primera prioridad debe ser salvar nuestras propias vidas».
Mahda estaba triste y perplejo. Para él, había algo por encima de la
fe, pero no podía explicarles a ellos qué era.
¿Por qué arriesgó Mahda su propia vida para salvar a Bablal y su
familia? ¿Sólo porque eran sus empleadores y los habían manteni-
do a él y su familia por tanto tiempo? Mahda quería plantear esta
pregunta a Tariq. Después de todo, Tariq era una persona educada,
razonó él, y debería ser capaz de ofrecer un respuesta convincente y
bien razonada. Pero entonces Mahda decidió no preguntárselo. No
en absoluto.
Pero después de muchos, muchos años, Tariq había hecho la mis-
ma pregunta a Mahda dándole un giro distinto. Mahda quedó bo-
quiabierto. Nunca le había importado cómo vería sus acciones la
gente desde fuera, pero ¿su propio hijo? Si Tariq había sido bien
educado, era debido a Bablal. Fue él quien pagó su educación hasta
nivel universitario. Era debido a la generosidad de Bablal que ahora
estaba lo bastante calificado como para ser maestro de una prepara-
toria. Un pueblerino como él, pensó Mahda, no podía haber soñado
que su hijo no sólo recibiría una buena educación, sino que además
sería lo bastante competente para impartir conocimiento a otros.
¿Por qué no tendría Tariq siquiera un remanente de la forma en que
su padre veía la vida? ¿Qué sentido tiene el conocimiento si incapa-
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cita a una persona para retener siquiera una pizca de gratitud hacia
su benefactor? Era difícil para Mahda entender por qué, después de
leer unos cuantos libros, una persona pierde respeto por los valores
transmitidos por sus mayores tras años de trabajo duro, experiencia
práctica y sabiduría benigna.
«¿Para qué sirve la educación si no inculca sentimientos de amor,
honestidad y humildad en los estudiantes?». Mahda no podía evitar
plantear la cuestión. «¿Qué tus libros no hablan sobre ellos? Noso-
tros no fuimos educados como tú, pero nos embebimos del libro de
la vida».
Tariq no pudo ofrecer ninguna respuesta coherente y convincente
ni para su padre ni para sí mismo. Para él, esos sentimientos eran
demasiado abstractos y no se relacionaban con su vida de forma
significativa.
Sí hizo un intento, sin embargo, de sopesar los términos plantea-
dos en las escalas de la lógica. Entonces resumió su entendimiento
de la situación de este modo: «Padre, uno debe hablar de cosas
como amor, amistad y honor sólo entre iguales. Trabajar como sir-
viente para un patrón toda la vida y después hablar de esas cosas en
relación con él no tiene sentido. Toma tu propio caso, por ejemplo.
¿No es un hecho que trabajaste para Samsar Chand toda tu vida?
Ese sentido de lealtad aún persiste en tu corazón. ¿Tú crees que
los hijos de Samsar Chand, a quienes criaste como propios, aún se
acuerdan de ti? Estoy seguro de que deben haber borrado esas me-
morias de su conciencia hace mucho tiempo».
Tariq reafirmó su argumento con una parábola popular: «Padre,
a menudo nos cuentas la historia de un nawab que tenía dos sirvien-
tes. Cada mes, el nawab le daría un puñado de monedas de oro a
uno y unas cuantas bofetadas al otro. La razón era obvia: el sirviente
que recibía las monedas era honesto y trabajador, mientras que el
sirviente que recibía las bofetadas era deshonesto y holgazán. Aho-
ra, es probable que tú seas como el sirviente que siempre recibió las
monedas. Ésa es la única diferencia».
Mahda no discutió más con su hijo. Recordó un proverbio que
decía que alguna vez la talla de zapatos del padre le quedaría al hijo
y que, cuando eso sucediera, debía tratársele más como amigo que
como hijo. También había llegado a darse cuenta de que existía un
vasto abismo entre el conocimiento adquirido a través de los libros
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y el conocimiento recogido del libro de la vida. Él ya no trabajaba
para Bablal. De hecho, tanto Bablal como Kakni habían muerto unos
años antes (sus muertes sólo estuvieron separadas por unos cuantos
meses de distancia). Sus dos hijas, Durgi y Kamli, se habían casado
y ahora vivían muy lejos. Su hijo Nika había conseguido trabajo en
Delhi y se había establecido ahí. Antes de morir, Bablal había legado
una gran parte de sus tierras de cultivo a Mahda. Después de que
falleciera Kakni, Mahda había regresado a su aldea definitivamente.
Aún abrazaba un largo rastro de memorias dulces conectadas con
ellos.
En casa, Mahda se exponía a un mundo distinto con sus propios
hijos (cada uno de los cuales tenía sus propios asuntos). A Mahda no
le importaban los cambios que tenían lugar tras un periodo. Había
aceptado que el cambio era la ley de la naturaleza. Después de todo,
las estaciones también cambiaban. Los árboles cubiertos de abun-
dantes hojas verdes y flores en primavera, en otoño eran despojados
de su follaje quedándose con su esqueleto desnudo. Pero después
de que el helado invierno se iba, sus estructuras esqueléticas se
cubrían de verde musgo preparando el terreno para que de los ca-
pullos brotaran nuevas flores.
Mahda se preguntó por qué sus hijos no podían enteder que la
tierra debe retener humedad para permitir que los capullos crez-
can. Sin humedad, no crecería nada de ella, excepto malas hierbas
y cardos espinosos. Cuando Mahda tomó la fotografía de Durgi y
Kamli en la que las dos pequeñas niñas, sentadas en su regazo,
escuchaban los cantos de los orioles, se sintió inmensamente agra-
decido. En un estado de ánimo agradable, comenzó a tararear la
vieja canción: «Los bulbules gorjean y retozan en las ramas llenas
de flores».
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en la escuela».
«Mi puesto no es lo suficientemente importante como para conse-
guir trabajos a la gente», musitó Tariq. Después se giró hacia Mahda
nuevamente y agregó: «Esta carta viene de Calcuta, de una tal Kamla
Raina».
«¡De la niña Kamli!», saltó Mahda de gusto, sorprendido. «¿Des-
pués de todos estos años? Parece que aún se acuerda de Mahda
Kaka... Léemela, hijo».
Tariq hizo una cara burlona y leyó la carta. Mahda escuchó todas
y cada una de las palabras con la máxima atención posible.
Kamli había escrito que esa primavera planeaba ir a Srinagar lle-
vando a sus hijos. Los niños visitarían Cachemira por primera vez.
Kamli los había alimentado con muchas de las historias que le había
contado Mahda cuando era una niña. Ahora los niños querían saber
quién era Mahda Kaka y cuál era su parentesco con ellos. Kamli no
sabía qué responderles en cuanto al parentesco. Sabía que existían
algunos vínculos sin nombre que no podrían explicarse metiéndolos
en los moldes de las relaciones humanas. Tal vez Mahda Kaka podría
explicarles mejor esas sutilezas. Ella cerraba la carta contándole que
el nombre de su hija era Kukil y el de su hijo Poshnool.
Cuando Tariq terminó de leer, Mahda se sintió inundado de gozo
y gratitud. Jaló una bocanada profunda del chilum y después se rio
alocadamente. «Mira, los niños educados como ingleses tienen nom-
bres como Kukil y Poshnool (el cuco negro y el oriol), los nombres de
dos aves de Cachemira. Mira Tariq, Kamli no se ha olvidado de nada.
Nada... ¡Kukil yPoshnool!».
Por intentar aspirar mayores bocandas y hablar al mismo tiempo,
Mahda se quedó sin aliento. Se levantó y salió al patio. Con lágrimas
en los ojos, miró la morera, que se paraba como un centinela cubier-
to de hielo en medio del patio. Imaginó que el hielo se derretía y
el árbol se cubría de follaje verde y frutas maduras. Estaba seguro
de que pronto regresarían los orioles y, posados en las ramas de los
árboles, cantarían: «Las gopis del señor Krishna están bailando sin
sus mantos» l
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Reflexiones
sobre la literatura
de la India:
el género poético1*
Shyama Prasad Ganguly
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en cierto modo, fue impactante para asentar el camino por donde habría
de ir la tendencia moderna. Esto conllevó consecuencias problemáticas,
por ejemplo, la de aventajar a la literatura india escrita en inglés como la
más representativa de la literatura india, en desmedro de las expresiones
en lenguas regionales. ¡Pero no saltemos épocas!
En el mundo hispánico es conocida la figura del gran escritor en sáns-
crito Kalidasa, así como algunos tratados lingüísticos en esa lengua, y ya en
el siglo xx, además de la recepción parcial de la teosofía oriental, quizás
más pronunciadamente la figura del Premio Nobel Rabindranath Tagore.
Y eso tanto por su estatura literaria como por el interés de Juan Ramón Ji-
ménez y Zenobia Camprubí en acercar al idioma español la magnitud del
universo poético de Tagore a través de las traducciones en inglés o francés.
Pero el resto de la tradición literaria india queda bastante difuminado, por
lo que trataremos, desde estas páginas, de ofrecer algunos datos esenciales
para la mejor comprensión y la valoración de la poesía escrita en la India.
Es natural la imposibilidad de poder penetrar en la espiritualidad de un
idioma extranjero y por lo tanto apreciar hasta dónde puede penetrar la
luz invisible de un conjunto de palabras místicamente escogidas y agru-
padas en un texto para producir ese efecto mágico que logra el poema,
pero cualquier labor intercultural en el ámbito del conocimiento mutuo
debe tratar de aunar los puntos de vista oriental y occidental a la hora de
lograr ese difícil equilibrio de forma y fondo, ese funambulismo del texto
en que consiste la traducción, para dejar al lector la evidencia y la suge-
rencia del texto, el aroma de su espiritualidad oriental, la evolución de su
planteamiento hacia la modernidad, el ritmo y el tempo de su música y, en
resumen, la síntesis de los elementos del significante y del significado que
ahorman el poema.
Al principio, es conveniente aclarar algunos datos sobre aspectos gene-
rales del país para entender la diversidad unificada de la poesía escrita en
la India como un caso especial. El territorio indio consiste en veintinueve
estados demarcados lingüísticamente. La población presenta claras hue-
llas raciales muy diversas. La religión, las costumbres, la forma de vida,
el clima y las tradiciones son, entre otras, algunas de las cosas que más
diferencian a sus habitantes. Hay ochocientas cuarenta y cinco lenguas,
de las que setecientas veinte son dialectos hablados por más de cien mil
personas. Más del noventa y uno por ciento de la población habla uno
de los veintidós idiomas principales del país que tienen la consideración
de lengua nacional. El asamés, el bengalí, el gujarati, el hindi, el urdu, el
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cachemir, el maratí, el oriya, el panyabí, el sindi, el manipuri y el konkani
hablados en las zonas del este, el oeste, el centro y el norte pertenecen al
grupo de lenguas llamadas indo-arias, habladas casi por el setenta y cuatro
por ciento de la población total. En su evolución, la mayoría de ellos, de
un modo u otro, se relacionan y se inspiran en el sánscrito, el prácrito y
el tamil (en términos de antigüedad), idiomas «clásicos» y mayormente
depositarios de la tradición cultural del país. El tamil, el telugu, el mala-
yalam y el canarés son del grupo dravidiano y predominan en el sur.
A grandes rasgos, los idiomas de la India se fusionan entre sí y, a ex-
cepción de la diferencia de origen entre el indo-ario y el dravidiano, no se
marcan fronteras rigurosas. Existe una mezcolanza de lenguas y culturas
entre los diversos grupos lingüísticos. Nueve de cada diez personas ha-
blan uno de los quince idiomas principales. La mayoría de la población
es bilingüe y hasta trilingüe en la mayor parte del país. El bilingüismo y el
trilingüismo son amplios en todas las clases, excepto en el campesinado
de las áreas lingüísticamente homogéneas.
El hindi, con sus variaciones, figura numéricamente como uno de los
principales idiomas del mundo después del chino, el inglés, el ruso y el
español. Siete de los idiomas principales se encuentran entre los veinte
primeros del mundo. Más de setenta millones de personas hablan el ben-
galí (sin contar otros ciento diez millones que lo hablan en Bangladesh)
y, de esta manera, después del español es el quinto idioma más hablado
del mundo. También figuran entre los primeros veinte más hablados el
maratí, el tamil, el urdu, el panyabí, el gujarati, el canarés, el malayalam
y el oriya.
Cabe destacar que el sánscrito no tiene ninguna regionalidad y hace
bastante tiempo que ha cesado de ser un idioma importante (popular) de
comunicación, aunque represente el microcosmos de todo lo esencial-
mente indio. El idioma más en uso es el hindi, que sigue ganando terreno
para sustituir al inglés en su papel de segunda lengua de uso general y de
enlace entre distintas regiones —ambos son los idiomas oficiales en la
actualidad. Con esto pretendemos hacer notar la dificultad de realizar
un estudio actual de la poesía en la India, porque haría falta examinar los
veintidós idiomas, cada uno de los cuales representa el pensamiento, la
cultura y el desarrollo de la India en su forma múltiple y en cada uno de
los cuales se han escrito miles de páginas. La India ya ha sobrepasado la
cifra de mil trescientos millones de personas en términos de población
censada, y en el presente ensayo nos vemos obligados a centrar la aten-
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ción en la historia literaria en tres lenguas fundamentales: hindi, bengalí
e inglés, deteniéndonos especialmente en sus características y principios
creadores, pero también reflejando las características de otra decena de
lenguas. En esta tarea hemos contado con la inestimable colaboración y
asesoramiento de la Academia de Letras de la India (Sahitya Academy),
que aglutina a poetas de todos estos idiomas, regiones y tendencias.1
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A nuestro entender, el término contemporáneo tiene un carácter más am-
plio que el de mera actualidad, y en tal sentido la contemporaneidad india
puede fijarse en las figuras de Tagore (bengalí) y Subramaniam Bharati (ta-
mil). Ambos representan, en términos cronológicos strictu sensu, un periodo
premoderno. Por otra parte, la evolución de los movimientos poéticos en la
India no es tan rápida como en Occidente, y el curso de los mismos puede
permanecer más o menos invariable durante cuarenta o cincuenta años.
También pueden surgir varias ramificaciones del núcleo original, como
en el caso del postromanticismo de la época inmediatamente anterior a
la Independencia (1947), que se ha consolidado sin adoptar un nuevo
término y al que se le sigue considerando un movimiento neoexperi-
mentalista. Por lo tanto, para considerar el estado actual de la poesía será
conveniente remitirnos a una base temporal más amplia que permita en-
troncar con las tendencias anteriores.
La cultura desarrollada en la literatura de cada región de la India,
tanto en el pasado como en la actualidad, ha conservado su carácter in-
dividualista y regionalista. Las regiones de habla panyabí y sindi, o hindi
y urdu, están muy mezcladas, aunque conservan sus caracteres propios
con bastante claridad. No existe mucha diferencia en la vida cultural y
social entre la gente de Maharastra y Gujarat, y sin embargo no se pueden
confundir las líneas trazadas por ambos grupos en sus tareas literarias. Se
puede afirmar lo mismo entre los cuatro idiomas existentes en el sur, del
grupo dravidiano, o entre bengalí, asamés y oriya, entre las regiones del
este. Los elementos distintivos de cada uno no les apartan de esa proximi-
dad básica que les otorga una perspectiva muy india en su totalidad. Cabe
destacar que esta diversidad viene estrechándose con el paso del tiempo
hacia una identidad derivada de sucesos históricos, económicos, cultura-
les y sociales comunes desde la fecha de la Independencia, que originan
una respuesta poética bastante similar.
A pesar de la unidad cultural del diverso escenario indio, no es fácil
llegar a entender en términos concretos dicha unidad, puesto que suele
tros occidentales, serían muy importantes por el número de sus hablantes, como
el cachemir, el manipuri, el konkani, el mizo, el rajastaní, etcétera. Una visión
totalizadora del tema que nos ocupa debe incluir referencias a los trabajos rea-
lizados en todas estas lenguas para integrar el complejo mapa lingüístico de la
India contemporánea de manera más completa. Un reto, ¡pero valdrá la pena
el esfuerzo!
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ser el idioma el que da a la literatura su identidad y por ende es lógico
pensar que hay más de veinte literaturas en la India. Además, el lector
de una lengua está más o menos familiarizado con su propia literatura, y
conoce las otras de una manera fragmentada mediante traducciones. Esta
interacción por vía de traducciones ha aumentado bastante en las últimas
cuatro décadas, pero todavía queda mucho por hacer para que el lector
interesado en cada una de las lenguas consiga una visión holística de la
totalidad del panorama literario de la India en forma íntegra. Pero no ig-
noremos que dentro del país ha existido un vivo debate sobre el concepto
de literatura india, marcado, por un lado, por la convicción de que este
concepto resulta ser un mito, pues existen tantas literaturas como lenguas
en la India, y, por otro, que todavía es superable toda aseveración con-
flictiva de ese modo de pensar y establecer la visión de interliterariedad
extraída de la misma realidad histórica del país. Es importante también
considerar si la experiencia de la colonización dio una dirección que con-
solidara esa definición unificadora.
En el contexto de las influencias extranjeras, dijo Gandhi una vez: «No
quiero tener mi casa amurallada y con sus ventanas cerradas. Quiero que
las culturas de todo el mundo soplen en mi casa libremente, aunque me
niego igualmente a ser arrastrado por los vientos». Eso explica las diver-
gencias internas también, pero es natural que con el paso del tiempo vayan
surgiendo unas condiciones de modernidad que contribuyan a una pers-
pectiva literaria convergente. Hay elementos universales que resultan de
las estructuras políticas modernas de la nación-Estado, la industrialización
y la comercialización. Estos elementos incluyen valores e ideales de indi-
vidualidad, libertad, racionalidad, igualdad, etcétera, mismos que condu-
cen, en el campo literario, hacia metas de una subjetividad liberadora para
manifestar la personalidad del ser, dando cabida al espíritu de experimen-
tación y originalidad en temas y técnicas. Toda modernidad, aunque esté
impulsada por factores exógenos, tiene que interaccionar creativamente
con tradiciones y quehaceres endógenos para institucionalizarse en rum-
bos propios, teniendo presente el entorno sociocultural del país.
Generalmente, el año desde el que se considera que se inició el pe-
riodo moderno en la literatura en general, y por lo tanto en la poesía, es
1857, año del comienzo del primer combate por la Independencia de la
India. En este poco más de siglo y medio transcurrido, los movimientos
más notables son: renacimiento, generaciones nacionalistas, revivificación
romántica, marxismo y movimientos sociales, y neoexperimentalismo.
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78
El estado actual de la poesía es producto de todos estos elementos del
último siglo, junto al fenómeno más reciente de libre experimentación o
síntesis de temas y estilos tan vigentes universalmente. Ha ganado mucho
terreno el elemento de la creatividad en la expresión de la conciencia
social y de resistencia humana.
Indudablemente, la aportación extranjera en el panorama poético es
innegable, ya que su impacto se difundió por todos los aspectos de la vida
de la India. Aunque las posturas intelectuales eran contrapuestas durante
y después del dominio británico, el anglicismo contactó a la India con los
movimientos del exterior, principalmente con los del mundo inglés, lo
que despertó en la India pasiva un nuevo camino de expresión literaria.
Por lo tanto, lo considerado como moderno en la poesía india es pro-
ducto de antecedentes nacionales y extranjeros y un avance que nació de
la conciencia de renovación interna y conciencia social de la condición
humana interna.
No es extraño el hecho de que la presencia de los ingleses en la India
creara la más aguda reacción en la vida social y cultural. Con el motín
de 1857 y el establecimiento de las tres universidades al estilo inglés en
Madrás, Calcuta y Bombay, la reacción se inició de tal forma que los inte-
lectuales se polarizaron en dos grupos diferentes: uno quería liberalismo
y reformas sociales, y el otro lo formaban los románticos revolucionarios.
Los primeros empezaron, con todo rigor, a enfocar y denostar en sus
actividades literarias las lamentables condiciones de viudas y huérfanos,
la costumbre inhumana de la intocabilidad y demás sufrimientos de las
clases miserables. Los segundos continuaban inmersos en la nostalgia de
glorias pasadas, deseando un restablecimiento del nacionalismo y el espi-
ritualismo propio, sin interferencia extranjera. No obstante, las precarias
condiciones de vida y la incertidumbre en el futuro hicieron perder una
dirección clara en el quehacer poético.
La revivificación romántica vino en la primera cuarta parte de este
siglo y trajo consigo un acento místico en las composiciones poéticas. La
poesía de este periodo se caracteriza por el refinamiento del lenguaje y la
preocupación por el ritmo y las rimas de las composiciones poéticas. La
suavidad del estilo armonizado con la destreza métrica y la dulzura en la
elección de palabras para dar a la elocución un sentido romántico fueron
una obsesión constante entre sus seguidores. El amor platónico y una
perspectiva bohemia se incorporaron como tema. Tagore, cuya influencia
se difundió por todos los rincones de la India, fue su principal prota-
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gonista. Él, aunque perteneció a la literatura bengalí, era su líder más
destacado, con una perspectiva poética universal. Dio el tono místico y el
sentido refinado de la belleza a sus versos y tuvo numerosos seguidores.
Fue, sin duda alguna, el padre de la conciencia cultural-nacionalista y del
romanticismo. Al mismo tiempo, a través de su genio literario, los escri-
tores indios llegaron a sentir lo más profundo de Occidente. Entre otros,
Aurobindo Ghosh tiene una importancia especial por su influencia mís-
tica sobre los poetas de la época. Su tradición upanishádica aportó a los
movimientos literarios un profundo sentimiento filosófico. La influencia
de Gandhi era indirecta y sus ideas de simplicidad y de pureza, así como
los valores de autenticidad en el comportamiento humano, inspiraron a
muchos de los poetas e intelectuales de los años de lucha por la Indepen-
dencia. Fueron los años en los que, con el conocimiento de las novedades
literarias extranjeras, el poeta indio inició la experimentación en los mis-
terios del sonido y el símbolo en la creación de las imágenes y en la orna-
mentación poética, lo que lo puso en el camino de una reacción contra el
romanticismo y de la asunción de una mayor libertad para experimentar
en las innovaciones métricas y temáticas. Su fuente de inspiración fue la
vida común, la experiencia popular y las cosas cotidianas de su entorno.
La década de los cuarenta marca el primer paso para la aplicación seria
del marxismo en la literatura. La atractiva filosofía se inicia bajo la forma
de una rebelión contra el tagorismo. El poeta, tanto como el novelista,
toma conciencia de su responsabilidad como reformista social y protago-
nista de su tiempo. Los poetas, influidos por las ideologías de izquierdas,
levantaron sus voces contra la mentalidad burguesa de Tagore y sus segui-
dores. Los ideales marxistas eran los nuevos argumentos, y el deseo de
crear una nueva sociedad para dar más cabida a los oprimidos, junto con
la ansiedad de lograr la independencia, trajo a la poesía una tendencia a
la politización de sus versos, rompiendo las tradiciones de construcción
métrica. El esteticismo fue sacrificado por el eslogan político, y apareció
el «progresismo», o poesía que abarcaba la ideología del conflicto entre
clases.
Los años de pre y postindependencia se han caracterizado por una rea-
nimación de la tendencia nacionalista-cultural en la que el tema y el conte-
nido alcanzaron una importancia mayor que la forma y la estructura. Pero
este entusiasmo, que vino a colmar los sueños de los escritores a causa
de la realización de un sueño dorado —la Independencia— y significó la
simbolización de la emancipación espiritual, no pudo durar mucho, ya que
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pronto se vio sumergido en los problemas y frustraciones de la realidad co-
tidiana. El poeta se encontró solo, y esta soledad, agudizada por la filosofía
del existencialismo, hizo perder a la poesía una dirección singular.
Llega el neoexperimentalismo y aumenta la importancia de la psicolo-
gía introspectiva del hombre y la búsqueda de la verdad en cuanto al reino
del estado inconsciente del ser humano.
Una vez experimentada la técnica moderna y revolucionaria del irra-
cionalismo, en la cual las palabras no reflejaban el simbolismo anterior,
sino que se referían a las asociaciones irreflexivas, provocando emociones
inesperadas y mayor esfuerzo por parte de los lectores, tuvo un éxito
instantáneo la recuperación del legado de movimientos occidentales. Da-
daísmo, surrealismo, irracionalismo, Freud, Eliot y Sartre tuvieron una
acogida excelente en los poetas del bengalí, el hindi, el tamil o el maratí, y
señalaron también la aparición específica de un nuevo grupo de escritores
que, recogiendo más específicamente el legado de la literatura inglesa en
su obra, utilizaron el inglés como lengua de sus creaciones. Esto, por su
presencia posterior a nivel internacional, tuvo consecuencias conflictivas
en cuanto a la cuestión de la identidad auténtica de la literatura india,
específicamente en el género narrativo.
En cuanto a la forma y la técnica de expresión, no hay mucha diferen-
cia con la experimentada en Occidente: la poesía lírica, con sus variantes
como la oda, la elegía, el soneto y el verso libre se han infiltrado en la
poesía india. Las formas poéticas ya existentes eran las del sánscrito (del
más antiguo grupo lingüístico indo-ario), o sea la mahakavya, forma de
los grandes libros sagrados como el Ramayana o el Mahabharata), la khand-
kavya (redacción literaria narrativa en composiciones cortas), el muktat
(estilo libre), el katha (narración en prosa) y la akhyayika (cuentos líricos),
junto a otras, como las formas de apabhramsa (del grupo indo-ario me-
diano terciario), la charti-kavya (descripción de un personaje en versos),
la premgatha (romance), la rasa (el sentimiento lírico literario), y la pada
(estrófica), existentes en todas las regiones lingüísticas. Las formas de
estructuración poética separada en espacios de dos versos (doha) o cuatro
versos (chaupahi) también se han mantenido desde la Antigüedad hasta
nuestros días.
Por otra parte, la tradición oral, especie poética de trasmisión intem-
poral, supone un legado importantísimo respecto de creencias, leyendas,
fábulas y temores, que forman un corpus de vida trasmitido a través de
la educación a generaciones sucesivas. La exquisita riqueza de sus imáge-
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nes, ambiente y legado histórico forma parte del ser y de la conciencia
del pueblo. Los bardos y los peregrinos transitaban a través de ciudades
y pueblos, recitando himnos y homilías. En la penetrante escena poética
de la India esta tradición persiste hoy en numerosas áreas. Los festivales
de poesía agrupan a menudo a miles de personas que escuchan, al aire
libre, a los poetas y recitadores durante horas con una atención y un gozo
no exentos de elementos mágicos y sacralizados. Otro elemento impor-
tante en la tradición poética está relacionado con la herencia religiosa. Se
ha dicho a menudo que el poeta «es una parte de Dios». Dios manda a
sus profetas bajo la forma de poetas. En esta hermosa tradición poética,
tan apartada de los aspectos teológicos de la religión, ¿cómo olvidar los
himnos religiosos, frecuentemente rimados, que se cantan o rezan cons-
tantemente durante el día o la noche en rituales y ceremonias conectadas
con el nacimiento, el matrimonio y la muerte? Muchas de las epopeyas
religiosas eran obras de gran sublimidad poética. A menudo se basaban
en la tradición musical de las ragas. La amplia gama de sentimientos que
evocaban se relacionaban con los nueve rasas, comenzando con alegría la
trascendental experiencia de la comunión con lo divino.
Como ya hemos comentado, otro rasgo notable de la tradición poéti-
ca, que aún se conserva, son los recitales públicos, por los que se consi-
dera al poeta como un elemento importante en la estructura social de las
aldeas rurales. En dicha estructura, los cantantes, artesanos versificadores
y artistas han tenido acceso a la vida económica y social del entorno y han
sido mantenidos por ella.
Particularmente en el oeste, las mushairas y los kavi darbars congregan
a miles de seguidores de los poetas y recitadores más conocidos a nivel
popular, que, situados sobre una plataforma elevada, reciben los gritos y
aplausos del público enfervorizado que corea frecuentemente sus com-
posiciones. Otra variante popular asiática de la poesía es la shayeri, escrita
y recitada públicamente, en la que hay una mezcla de expresiones en
lenguas como el hindi, el urdu, el farsi, el turco y el sánscrito, con temas
de amor, vida social, sátira política, filosofía humana, etcétera. Por otra
parte, la riqueza del paisaje y del propio discurso vital pareciera que nos
dictaran la máxima de que uno no tiene otra opción en la India más que
la de ser poeta. Este sentido de la tradición mueve a los grandes poetas
contemporáneos en una constante de avance y retroceso en el tiempo y en
el espacio. Siguiendo a Eliot, diremos que «ningún poeta, ningún artista
tiene significado completo en soledad. Su valoración, su apreciación nace
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de su relación con los ya muertos. Debe comparársele por contraste con
todos ellos», aunque bien es verdad que ninguno de los grandes poetas
universales está muerto, sino que permanece vivo a través de su obra.
La aportación de los últimos renovadores en la expresión literaria al-
canza una variedad riquísima en la poesía, desde la creación de nuevas
imágenes hasta la innovación métrica. La búsqueda de la originalidad ha
sido propósito fundamental en este siglo. En este sentido, dos etapas han
sido sobresalientes. Una, la de Tagore y su época, y otra, la reacción contra
él o el postagorismo de posguerra. De la rima y la ritmificación de versos
surge la preocupación por la simple armonía. Basta, para el poeta de hoy,
la comunicación pura entre su pensamiento y su expresión sin obedecer
rígidamente ningún principio. La nueva poesía en la India ha roto un
estilismo muy geometrizado, revistiendo la expresión poética con nuevas
dimensiones, sin olvidar lo fundamental de sus tradiciones ancestrales.
Como ya señalamos, es prácticamente imposible realizar un análisis
exhaustivo de la evolución en todas las lenguas nacionales de la India, por
lo que vamos a continuar esta presentación con el estudio de los carac-
teres y figuras más destacadas de la poesía en las dos lenguas de mayor
difusión: el hindi y el bengalí, así como en inglés. Este último constituye
un caso especial de la literatura india que, por supuesto, se ha arraigado
firmemente hoy no sólo en la India, sino en todo el mundo anglosajón.
Además son estas tres las lenguas indias en que el presente autor tiene
razonable dominio como para haber podido consultar los escritos origina-
les. Recalquemos también que en el presente ensayo el periodo cubierto
no abarca los temas y modalidades de las generaciones más recientes,
aunque aclaremos cómo en el desarrollo de las últimas corrientes es no-
table el fenómeno de la coexistencia de una continuidad de la tendencias
individualizadoras anterior a la neoexperimentación, sin rupturas bruscas
con el surgimiento de voces más directas de contenido social asociadas a
las injusticias y opresiones locales y globales.
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del siglo xx, la lengua tradicional para cualquier tipo de creación literaria
era el braj bhasha, la forma que prevalecía en la región de Agra-Mathura.
Por su posición central, que ocupa más de la mitad del territorio del país,
y por ser, hasta cierto punto, el idioma común de la clase no privilegiada,
el hindi ha sido el portador de la emoción, la protesta y las aspiraciones de
la sociedad oprimida durante los reinos musulmanes y el dominio inglés.
Con el bengalí, el hindi ha servido como el vehículo más importante para
trasmitir el sentimiento nacionalista del pueblo en cuanto a sus deseos de
alcanzar la libertad política y su emancipación social y económica.
Los investigadores están de acuerdo en que la lengua hindi sirvió de
vehículo en la Antigüedad y en la Edad Media para las figuras que trasmi-
tieron individualmente el pensamiento hindú. Sin embargo, este carácter
individualista no se muestra muy claro en la literatura hindi que surge en
el siglo xix con la apertura de las ideas occidentales sobre la personalidad
individual del artista y su papel en la ejecución del arte.
La edad moderna en la literatura hindi se inicia con Bharatendu Ha-
rishchand (1850). Él y sus sucesores inmediatos, Mahavir Prashad Divedi
y Prem Chand, consolidaron sus fundamentos. Alrededor de este núcleo
crece un círculo grande en el que el khari-boli (o sea la variedad o dialecto
más preferido del lenguaje estándar hindi/hindustaní) tuvo que luchar
para establecerse como medio de expresión junto al idioma de las cortes
reales (urdu) y el más culto (sánscrito). Pero sus ventajas, al ser el idioma
de la gente común, le hicieron alcanzar un alto grado de popularidad y
difusión que le ayudaron también en su sistematización. El contacto del
hindi con el inglés desde principios de ese siglo, y a través de éste con la
literatura rusa y francesa, sirve a sus poetas para conocer la obra de los
victorianos y los líricos románticos. El poeta tuvo cierta proclividad hacia
la poesía narrativa, influido también por Pope y Milton.
Aunque en el tiempo de Bharatendu existían poetas con métodos tra-
dicionales y temas eternos (amorosos y devocionales), fue en esa época
cuando la poesía sufrió un cambio en su estilo y significado. Vino a preva-
lecer una nueva conciencia social y nacional que fue endureciéndose con
el tiempo, y durante las generaciones en las que Mahavirprashad Dwivedi
fue el maestro surgieron poetas reformistas, quienes propagaron ideas de
corte social y de resurgimiento nacional. Su lenguaje era lúcido y claro,
aunque faltaban belleza y encanto en sus expresiones. También existían
poetas de espíritu libre y filosofía propia. Shiridhar Pathak, Ram Naresh
Tripathi y muchos otros se preocuparon de temas románticos volcados
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hacia la naturaleza, las libres expresiones de amor y las ideas sobre la vida
impregnadas de ingenuidad y naturalismo.
La exigencia de la vida sociopolítica trajo una ola de frustración y
confusión entre los poetas durante la Primera Guerra Mundial y los años
posteriores. El poeta fue buscando su propia sensibilidad e individuali-
dad, y ello se consolida como eje central de la poesía. La autoidea del
poeta como un creador y su preocupación por los seres le dio un quehacer
nuevo y su expresión se ajusta a ese reto. Este nuevo periodo, conocido
como Chayavad, obtiene su inspiración de la situación cultural y nacional
y en su foco tenía un teísmo vital.
La filosofía introvertida de este movimiento subjetivo, que tuvo su
origen en el individualismo, se cataliza como un grito de protesta y deses-
peración que reaccionaba contra el formalismo y el didactismo imperante
en la estructura feudal del país. La creación que el poeta solía expresar
por medio de símbolos —porque la expresión libre de los sentimientos se
encontraba bajo la férrea censura de los ingleses— dio luz a nuevos idea-
les de belleza y a una naturaleza en plenitud, sin demasiada preocupación
por el destino final del hombre. Se desarrollaron nuevas técnicas literarias
y las figuras espirituales de esta época ejercieron una notable influencia
con sus pensamientos sobre los escritores.
Entre los más notables citamos a Maithilisharan Gupta, nacido en
1886, que sirve de puente de transición entre la época anterior y el mo-
dernismo. Su fidelidad a la tradición y al tiempo su aceptación de la ne-
cesidad de hacer nuevos experimentos originales le hizo acreedor al título
de Poeta Nacional. En sus poemas consigue con éxito delinear las relacio-
nes humanas con una perspectiva de cultura nacional.
Jaishankar Prashad, nacido en 1889, fue otra de las figuras del Cha-
yavad que, en su célebre obra Kamayani, pinta, con técnica alegórica y en
forma de lore antiguo, el desarrollo emocional e intelectual del hombre, lo
que le otorgó una posición preeminente en el mundo literario.
Otros miembros importantes del grupo fueron Suryakant Tripathi, nira-
la nacido en 1896, y Sumitranandan Pant, nacido en 1900. La preocupación
por utilizar la expresión más certera, la percepción del elemento musical
y la espontaneidad de las ideas creadoras de belleza ante el esplendor de
la vida son notas de la nueva sensibilidad de estos poetas. Entre los que
ayudaron al despertar de la cultura nacional y sirvieron de nexo entre
la modernidad y la tradición debemos incluir los nombres de Dinkar y
Subhadra Kumari Chauhan. Estos poetas, trazando inicialmente las pau-
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tas del Chayavad, se disgregaron en varias direcciones, sobrepasando los
límites de este movimiento y convirtiéndose en los líderes de la poesía
del siglo xx.
Otro movimiento que se empieza a gestar en la década de 1920 y
que se concreta sólidamente más tarde es el conocido como Pragativad,
el progresismo indio. Fue una reacción contra la posición esteticista del
Chayavad, con una clara proclividad hacia la búsqueda y la expresión de lo
feo, mísero y brutal en la naturaleza, y una fuerte simpatía hacia la clase
social oprimida, interesándose por sus problemas y sufrimientos. Muchos
de los poetas del Chayavad empezaron también a sentir esta nueva con-
ciencia y modificaron sus conceptos poéticos, incidiendo en los anhelos
de emancipación del hombre. El Pragativad, al tener un amplio atractivo
entre el pueblo, se extendió con rapidez influido por las ideas marxistas,
que, sobre todo en la novela, alcanzaron gran importancia en las obras.
Sumitranandan Pant, uno de los poetas seguidores del Chayavad, glosó
la filosofía socialista de la vida en su obra posterior, al igual que los poe-
tas del grupo. Junto a ellos, los jóvenes izquierdistas trataron de utilizar
la literatura como panfleto político y condicionaron en cierto modo su
desarrollo teórico. Su rápida expansión por todas las regiones propició
también la de otras ideas como las de sacrificio, no violencia y sencillez
del gandhismo, que, aunque fueron esencialmente criterios morales indi-
viduales, tuvieron influencia sobre los poetas.
No podemos terminar este comentario sobre ambos movimientos sin
hacer mención de Shivmangal Singh Suman, nacido en 1916, cuya aporta-
ción en la poesía otorgó una nueva dimensión al tratamiento de los temas
satíricos y de humor, así como de Bachchan, nacido en 1907, un poeta
romántico que ha tenido gran popularidad y numerosos seguidores al uti-
lizar el lenguaje cotidiano con gran frescura. Girija Kumar Mathur, nacido
en 1917, fue un lírico romántico que experimentó con formas y técni-
cas cuyas innovaciones posteriores fueron conocidas con el nombre de
Nueva Poesía. Estos movimientos siguieron teniendo vigencia en la época
posterior, junto a las nuevas formas de expresión surgidas en la época de
transición de la posguerra y en la aparición posterior del experimenta-
lismo, aunque es evidente el cambio profundo hacia una nueva sensibili-
dad. Durante los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial
surgió una conciencia literaria que puso de relieve la importancia del ser
humano como individuo y la evolución de los valores que le rodeaban. Era
un conflicto vasto, y el impacto del enfrentamiento con Occidente forzó
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la búsqueda de una fórmula que abarcara la espiritualidad y la revivifica-
ción de aquellos años.
La nueva poesía en hindi se apuntaló con el reconocimiento de la
posición del hombre, sus límites y su insignificancia. Esa Nueva Poesía
en la edad contemporánea se basa en el hecho de que el poeta se ha dado
cuenta de la posibilidad de verse subyugado por la personalidad y los
valores del hombre en el contexto de su propio tiempo. Esta conciencia
de la realidad de las condiciones humanas hizo que surgiese el esfuerzo
para proyectar lo más común, lo más elemental, lo que constituye la ver-
dad para el entendimiento del poeta. Este nuevo movimiento se conoce
como Prayogvad, o experimentalismo. En el fondo, es una preocupación
estética, una búsqueda de valores y un examen de sus fuentes y sus resul-
tados. Respecto a la forma y la técnica, la perspectiva ha sido muy abierta
a las exigencias de su tiempo en cuanto a la simplificación del lenguaje.
Claro está que se sigue experimentando con el simbolismo y con asocia-
ciones de imágenes racionales e irracionales, no sólo en hindi, sino en
otros idiomas nacionales. Aunque la rima aún sigue atrayendo a los poe-
tas y se nota en los modernistas una tendencia a poner más énfasis en el
ritmo musical de las palabras, se palpa una mayor libertad y una ausencia
de forma explícita a las que se acogen la mayoría. No obstante, no toda
la producción poética en hindi es experimentalista, ya que siguen coe-
xistiendo las ideas de los dos movimientos anteriores y todas ellas se en-
caminan hacia una síntesis. Algunos poetas que no pertenecen a ninguna
escuela específica, pero cuyas tendencias experimentalistas son signifi-
cativas, son Shamsher Bahadur Singh, nacido en 1911, y Bhavaniprasad
Mishra, nacido en 1914. El primero investiga sobre nuevas formas en
poemas extranjeros y se deja notar en sus obras la influencia del haikú
japonés y de la poesía visual. El segundo ha contribuido al modernismo
con su libertad de expresión y su uso de vocablos usuales. Tal es el caso
también del poeta Naresh Mehta, que consideró en su obra cómo el ser
humano puede transformarse en el centro de la experiencia poética y
que tuvo una gran aproximación keatsiana a la naturaleza, aunque es de
extrañar que su poética no haya influido más notoriamente en la obra de
las generaciones posteriores, como sí ha sucedido con el también consa-
grado Dharamvir Bharati, nacido en 1926, con una amplia influencia en
todos los medios literarios.
Dos revistas literarias establecidas en esa época captan bien las ten-
dencias y cambios y debates suscitados en el pensamiento poético en hin-
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di. Las revistas Rupabh (1938) y Tarsaptak (1943), de tendencias román-
tico-experimentalista una y progresista-experimentalista la otra, son una
buena muestra de las transformaciones en las experiencias y metáforas
fundamentales que se producen en la poesía hindi. Resaltan qué difícil
resultaba separar los bordes de esas corrientes como para ver una en
oposición a la otra, con la ejemplificación de los escritos y textos de los
poetas destacados. Haciendo una valiosa recapitulación de esa realidad, el
estudioso y crítico Permanand Srivastava (1936-2013), en su compilación
Saamkalin hindi kavita (La poesía contemporánea en hindi), nos ofrece una
buena valoración del fenómeno en sus diversas dimensiones.
Asimismo, recogiendo algunas de las reflexiones sobre la poesía en
hindi manifestadas por uno de sus poetas, Raghuvir Sahay, diríamos que
la importancia del hindi en la guerra de la Independencia de la India fue
muy grande como vínculo de comunicación. A nivel literario, el propio
Tagore lo reflejó en bengalí, y luego Zenobia Camprubí lo pasaría al cas-
tellano desde las traducciones inglesas de Tagore. Después de la Indepen-
dencia su importancia es menor, ya que se circunscribe a la región donde
se habla y a ser el idioma oficial del gobierno, lo que potencia la expresión
en el resto de lenguas que antes traducían sus obras literarias al hindi.
Existe, para Sahay, una nueva visión entre los poetas, preocupados hoy
por el realismo más que sus maestros. Tradicionalmente, el poeta en hindi
había sido un soñador romántico, que se aproximaba a la naturaleza, y los
actuales han realizado una síntesis con el pensamiento, la esencia espiri-
tual de la vida, el significado de la humanidad y una actitud de bendición
hacia todo lo existente, que se puede nombrar como indianidad. Después
de la independencia del país (1947), sobrevino un contacto más estrecho
con la realidad y con la poesía social que, al impregnar la obra poética, la
dota de un nuevo significado poético político. En hindi, el poeta se vincu-
la más con la realidad que con la ideología y huye de esa limitación de ex-
presión que la ideología crea en el escritor. Su perspectiva es más racional,
lógica y coherente socialmente que la de la generación anterior y conecta
estrechamente con la participación del idioma en los actos sociales.
Para finalizar, subrayaremos que casi todos los poetas que han protago-
nizado los movimientos mencionados saltaron sus propios marcos, y con
los jóvenes que aparecieron en el camino han ido construyendo la evolu-
ción de la poesía en hindi. La búsqueda de nuevos estilos es una constante
en todos los poetas contemporáneos del mundo.
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Poesía escrita en inglés
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Mucho se ha escrito ya desde los años de la independencia de la In-
dia y el inglés ha perdido su carácter peyorativo para formar parte de la
vida diaria del país. De igual manera la poesía en inglés refleja la esencia
de la experiencia vital contemporánea. Otro fenómeno destacable es la
aparición de importantes poetas bilingües. Dilip Chitre, por ejemplo, se
ocupaba de ofrecer su producto creativo tanto en inglés como en maratí.
Naturalmente, el hecho de no tener una larga y firme tradición críti-
ca ocasionó que al principio no tuviera un número grande de lectores y
tampoco suficientes salidas editoriales, hasta el punto de que la mayoría
de sus mejores obras fueron autopublicadas. Ese escenario ha cambiado
en cierto modo y, en las últimas décadas, con la creación de sociedades
y talleres poéticos en inglés, han proliferado las publicaciones de varios
poetas que están creando nuevos espacios para sí mismos.
Ello, por otra parte, libera a la poesía escrita en inglés de las cadenas
de las normas tradicionales (lectores, críticos, etcétera) y puede reflejar
en sus obras el complejo panorama de la vida en la India sin sentirse atada
al regionalismo, lo que le ocasiona potencialmente una mayor capacidad
de distribución en todo el país, al utilizar como instrumento un lenguaje
con una gran fuerza de comunicación (el inglés es, con el hindi, la lengua
oficial del gobierno y la administración).
El hecho de no contar con una tradición consolidada y unos movimien-
tos poéticos muy estructurados deja en más libertad a los poetas que escri-
ben en inglés para encontrar su propio camino. La influencia de la poesía
occidental, y en concreto de la inglesa contemporánea (Blake, Eliot, etcé-
tera) es más patente en este grupo de poetas. Su estilo y riqueza conceptual
son más refinados y sus obras tienen numerosos puntos de concomitancia
con las de los poetas europeos. Pero también es cierto que algunos, particu-
larmente los más recientes, han podido liberarse de esa influencia.
Es cierto que en su totalidad, desde la perspectiva y el panorama pa-
nindio, la poesía escrita en inglés sigue conservando todavía ese perfume
de lo extranjero y sus creadores son considerados como poetas que no
tienen difusión y que se leen entre ellos, sin que sus obras alcancen un
reconocimiento popular masivo.
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Poesía escrita en bengalí
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temas era abrumadora. Comenzando como un poeta inspirado en el amor
y en la naturaleza, poco a poco su gran visión metafísica le hizo crear una
dimensión filosófica en la poesía. Su imaginación lo puso en continua
búsqueda de todo lo humano en la Tierra, sus miserias y alegrías, la inti-
midad y la mística del ser y el misterio de su relación con Dios. A través
de su genio literario hizo durante su vida un intento de yuxtaponer lo real
con lo espiritual, y su gran conocimiento de la cultura upanishádica y de
la tradición lírica de los poetas de Occidente dio como resultado la pro-
ducción de una fabulosa obra en todos los géneros literarios.
Aunque Tagore era un poeta de la escuela del arte para el arte, su alma
impaciente se sumergió en todo momento en la profundidad de los pro-
blemas del ser humano. Abundan por eso en su obra temas sociales, ade-
más de la exploración artística del vínculo triangular entre la naturaleza, la
divinidad y lo divino. En cuanto a expresión métrica, Tagore experimenta
con todas las formas ya existentes en los poemas de la Antigüedad y de la
Edad Media. El verso libre de Dutt sufrió una nueva trasformación que le
dio mayor musicalidad y ritmo, impregnando también su prosa poética y
sus canciones.
Como creador de belleza, Tagore se sitúa en la cumbre de la expresión
poética universal. Su delicada sensibilidad y su creación de formas mu-
sicales y nuevos ritmos melódicos son igualmente sorprendentes. Su im-
portancia es mayor todavía si pensamos en el hecho de que él, como poeta
y espectador, convivió con la iniciación de la tendencia más moderna en
la poesía bengalí, influenciada por el marxismo y la justicia social. Tagore,
que siempre daba la bienvenida a los nuevos rumbos, había preparado el
fundamento de esta transición en la revista Sabujpatra (Hojas Verdes), en
1914. En ella introdujo la adopción y el uso extenso de un lenguaje coti-
diano y común en el pueblo.
A través de otra revista, Bharati, la generación de aquella época
tuvo otro instrumento de expresión, en el que destaca Sudhindranath
Dutta, cuya influencia sobre la generación posterior era más profun-
da que la de Tagore. Dutta escogió una forma de expresión poética
dependiente del ritmo lexicográfico y de la sonoridad métrica, con
gran sentido satírico y del humor, y en ella abundan las connotaciones
nacionalistas.
La agitación política en Bengala y la creciente conciencia acerca del
mundo oprimido, junto con el fervor nacionalista, hicieron surgir un
movimiento de jóvenes escritores que se autonombró como Kallol (La
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Corriente Rizada) y que señaló el inevitable nuevo rumbo en temas y téc-
nicas, influido por Freud, Marx y el neomodernismo.
Dentro del marco del grupo Kallol destaca, por su espíritu libre y sus
fuertes convicciones democráticas, Kaji Nazrul Islam. Nazrul se hizo fa-
moso como el poeta del pueblo, porque en todos sus poemas manifestó
oposición a la tiranía y apoyo a una verdadera justicia social. Su habilidad
para expresar los sentimientos del alma en formas muy imaginativas y
poéticas, sin perder nunca la sonoridad y la resonancia de sus versos, es
verdaderamente importante. En dirección paralela, en la Bengala del Este,
Jasimuddin alcanza de igual manera una popularidad muy extensa.
El grupo progresista Kallol tiene como protagonistas grandes figu-
ras como Jibanananda Das, nacido en 1898; Premendra Mitra, en 1904;
Buddhadev Bose, en 1908, y Achintya Sengupta, nacido en 1903. Todos
ellos defendieron la necesidad de rebasar el dominio que Tagore ejercía
sobre toda la expresión poética de la época. Sus discusiones con él fueron
muy duras, y ejercieron también influencia sobre su obra posterior. Sin
embargo, el estilo de Tagore, tan refinado y rico en expresión, ha pervivi-
do universalmente sobre estas tendencias posteriores.
Jibanananda Das, el más renovador, y objeto de controversia de este
nuevo movimiento poético, evolucionó desde la línea más tradicional has-
ta la asunción de las influencias más en boga en Occidente (Eliot, Pound).
Sus poemas tienen voluntariamente un carácter vivo y descarnado, con
temas inspirados en la naturaleza y la realidad circundante. Premendra
Mitra fue un nuevo romántico y, en su mayoría, sus versos son reflexiones
sobre los fracasos de la vida, sobre los oprimidos y la redención humana.
Buddhadev Bose, influenciado en sus primeros años por D. H. Lawrence,
manifestó siempre una imaginación refinada a través de sus temas psico-
lógicos y sus poemas de amor.
Estos poetas, junto a los de las generaciones posteriores, han mani-
festado una clara tendencia hacia el simbolismo del lenguaje, en el que
tanto el escritor como el lector quedan prendidos en la sugerencia. Sin
limitación en cuanto a contenidos, destacan por su originalidad la obra
de Jibanananda Das y la de Bishnu De, impregnadas de fuerte contenido
filosófico y meditación intelectual. Florecen también poetas de tendencia
marxista (muy influidos por la ideología) cuya preocupación fundamental
es la adhesión a la filosofía del arte para la sociedad. Subhash Mukhopad-
hyay es uno de sus más famosos exponentes, aunque posteriormente su
ideología ha experimentado un cambio de rumbo.
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El individualismo y la libertad de temas y estilos preponderantes en
el resto de la poesía en India y en todo el mundo ha influido también a
los poetas de la generación actual, en los que se apunta igualmente una
difuminación de los géneros, con un frecuente uso de la prosa poética en
las composiciones.
En opinión del destacado profesor y poeta Sisir Kumar Das, a grandes
rasgos la poesía contemporánea bengalí se mueve en torno a dos grandes
polos estéticos: la figura de Tagore y la reacción contra Tagore.
Esta última se consolida a partir de 1930, a instancias de las nuevas
circunstancias sociales en Bengala y en el mundo y de la influencia de los
nuevos movimientos literarios (simbolismo, surrealismo). No obstante,
Tagore les va enseñando un nuevo camino de libertad expresiva con sus
poemas en prosa y sus formas métricas en absoluta libertad.
A la muerte de Tagore en 1941, los poetas adoptan una postura más
solidaria, socialmente hablando. Las cambiantes condiciones sociales en
la India y en el mundo, los enfrentamientos entre ideologías (fascismo y
democracia), la formación del partido comunista en la India y los nuevos
brotes imperialistas en Japón les hacen ser más conscientes de esta nueva
realidad y, en consecuencia, de la necesidad de una toma de postura fren-
te a estos problemas. Esta conciencia se decanta hacia posiciones políti-
cas generalmente marxistas o hacia actitudes de solidaridad derivadas de
una obligación moral (ciudadanos del mundo) que impregnan su poesía
de un aura cosmopolita. Esto ya lo había hecho Tagore con su filosofía
panteísta y de firme convicción en un universo moral, de valores, pero
el optimismo tagoriano deja paso ahora a la desilusión, la desconfianza,
la agonía derivada del conocimiento de que el mundo caminaba hacia el
enfrentamiento de una catástrofe. Ellos, como Yeats, asumieron la idea
de que el centro no se sostiene y todo se destruye (poesía de fragmen-
tación).
La independencia de la India en 1947 hizo pagar a Bengala un alto
precio. Su división en dos, motivada por criterios religiosos, en la que
su parte más hermosa (la Bengala Dorada) fue anexionada a Pakistán,
y produjo el éxodo de miles de familias con un efecto traumático en su
cultura, tan importante que sigue vigente hoy, influyó en la temática de
los poetas (la patria dividida, la nostalgia del pasado reciente, el contraste
entre el modo de vida urbano y el rural, el despojamiento en el exilio).
Ello determinó en gran medida la politización de su pensamiento y su
rechazo al arte por el arte.
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Ambas tendencias, la de los modernistas y la de los progresistas o
poetas sociales, se funden después en una nueva vía en la que Tagore si-
gue estando vigente por su tradición humanista y por su importancia, al
ayudar al poeta a descubrir nuevos significados y confiar en el poder del
lenguaje a la hora de emprender nuevos caminos expresivos. Tagore cobra
así una nueva dimensión que representa la totalidad de la sensibilidad
literaria bengalí a mediados del siglo xx. Él sirve como puente entre tra-
dicionalistas y modernistas, y también entre modernistas y progresistas.
La poesía moderna comienza en Tagore y regresa a él. Los poetas poste-
riores más jóvenes mostraron, de manera variada, cierto rechazo a estas
posturas y se adentraron más en la poesía indígena, la lírico-folclórica y
la del Tercer Mundo, sin olvidar el retorno a los clásicos y la influencia
europea y social.
Respecto a la literatura en bengalí de Bangladesh, la diferenciación po-
lítica y religiosa hacía, en las primeras décadas tras la independencia de
aquel país, que su difusión fuera muy escasa. Existía un control importante
de los medios editoriales y de los traductores especializados en la obra de
los poetas de países del Este. Las distancias provenían más de criterios po-
líticos que poéticos. Sin embargo, la comunicación entre las literaturas de
ambas Bengalas se produce al nivel de escritores y de intelectuales, pero no
tanto al nivel de sus lectores de manera directa. Este último fenómeno se ha
transformado bastante con los avances del mundo digital y la internet, así
como por la participación en las ferias y otros eventos en torno al libro y las
expresiones culturales. No cabe duda de que Tagore ha servido también de
nexo de unión entre los diferentes matices de ambos lados.
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Sin embargo, muy especial es el caso de la poesía en urdu, idioma que
borra fronteras entre la India y Pakistán, al igual que el bengalí lo hace
entre la India y Blangladesh. El urdu ha gozado de una riquísima herencia
literaria al ser el idioma de las cortes musulmanas, tanto que ya en el siglo
xiii vivió el famosísimo poeta y creador de zejeles (gajal) Amir Khusrau,
que pudo utilizar con su alta cultura las sutilezas del idioma a medida de
su evolución e interacción con otros idiomas como el sánscrito, el hindus-
taní (mezcla de hindi y dialectos de Brajabhasha) y el telugu, así como con
el árabe, el turco y el persa. La poesía en urdu hoy ha evolucionado desde
la tradición persa, produciendo sus grandes poetas durante el motín de
1857 contra los ingleses —Ghalib y posteriormente Iqbal son sus máxi-
mos representantes. El último, influido por la introducción del inglés,
tomó muchas libertades en cuanto a las formas simétricas rigurosas de la
tradición clásica, produciendo en nuestra época una verdadera oleada del
verso libre exento de rima. Esto rompió con las formas populares como
el ghazal (zejel), qaseeda (casida), mathnavi (cantares de gesta) y marthia
(elegía), aunque éstos se siguen utilizando en los festivales de poesía que
gozan del reconocimiento popular, en los que la musicalidad del verso y
la rima tienen suma importancia para su perpetuación por medio de la
tradición oral.
Volviendo al panorama poético en su totalidad, en otros idiomas los
poetas de las últimas generaciones afrontan la conciencia de su respon-
sabilidad social junto con la búsqueda de una creación literaria original.
La poesía de las últimas décadas ha sido multidimensional y hay una rea-
parición del romanticismo, en síntesis con el realismo social. Los poetas
exigen y enfatizan su libertad en cuanto a la expresión de su emoción y las
técnicas modernas tienen estilísticamente una gran aplicación. El lenguaje
sintético y el simbolismo y la sorpresa tienen una aceptación general, aun-
que siguen existiendo poetas con utilización de recursos medievalistas en
temas y formas antiguas. Al mismo tiempo, los poetas indios que escriben
en inglés han aportado al panorama poético la revelación de un profundo
tratamiento intelectual basado en la filosofía occidental e impregnado de
la mística orientalista.
Otro hecho que ha influido en la evolución poética ha sido el incre-
mento de las traducciones de poesía escrita en los diferentes idiomas al
inglés, lo que ha permitido una mayor difusión de las obras de poetas co-
nocidos hasta hoy sólo en su ámbito lingüístico, y una mayor reflexión so-
bre la vida y la obra del poeta en las distintas regiones en la India. En esta
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época de complicados problemas políticos, sociales, raciales y religiosos,
el poeta siente una grave preocupación acerca de su posición como artista
y acerca de la dimensión de su actividad literaria. Para muchos de ellos, la
expectación que supuso la independencia de la India y su consolidación
como una cultura autóctona e independiente ha dado paso al desencanto
ante las convulsiones de un inmenso territorio inmerso en la problemá-
tica del Tercer Mundo. Los enfrentamientos religiosos, con la tremenda
secuela del terrorismo; los desequilibrios sociales, la contradicción entre
los valores clásicos y la modernidad, y, en general, todos los aspectos de-
rivados de la evolución de este inmenso semicontinente, planean sobre
la vida y la obra de los poetas que siguen luchando en la búsqueda de la
armonía entre el intimismo y la experiencia exterior. Hay un esfuerzo
constante y consciente de lograr una síntesis entre el mundo interno de
imaginación creativa y el ambiente contemporáneo l
Bibliografía breve
—Amiya Dev y S. K. Das, Comparative Literature Theory and Practice, Allied Publishers,
Nueva Delhi, 1989.
—Sujit Mukherjee, Towards a Literary History of India, Indian Institute of Advanced Stu-
dy, Shimla, 1975.
—K. M. George (ed.), Contemporary Indian Literature, Sahitya Akademi / Macmillan In-
dia Ltd., 1984.
—Ashok Kumar Mitra, Adhunik Bangla Kabitar Ruprekha, Dey’s Publishing, Kolkata,
2013.
—Sisir Kumar Das (ed.), A History of India Literature (1911-1956), Sahitya Akademi,
Nueva Delhi, 1995.
—Parmanand Srivastav (ed.), Samkaleen Hindi Kavita, Sahitya Akademi, Nueva Delhi,
2016.
—Makarand Paranjape, Indian Poetry in English, Macmillan India Ltd., Nueva Delhi,
1993.
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97
Asad
Zaidi
El poema de la fe
E n est a t ie r r a mu e r t a
la vi d a v o l v e r á.
T o d o n u e s t r o idio ma
vo lverá .
L o s d í a s de e s te v il o r de n p as ar án .
T o d o s le e r án l a o r ac ió n
e s cri t a c o n s an gr e .
El hogar olvidado
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O b i en , c o m o l as mal as .
Pero a b re .
Ac ó g e m e co n u n a r ap ide z qu e me av e r go nza r á .
Q ue d o n d e t e r min e n mis r e c u e r do s
m i m a d re s i g a v iv ie n do .
Q ue d o n d e y o r e bo te c o mo u n a p e l o ta de m i inf a nc ia ,
s o p le un v i e n t o s e c o .
S é un ca st i g o , o h c h o za, c o mo e l qu e mi m a d r e nu nc a m e d io .
E n c a rc éla n o s aqu í p ar a qu e p o damo s v e r d e r e pe nt e e l c ie lo .
T o d o e l m un do s abe
q ue t o d o en A y o dh y a
es i m a g i n a ri o
I m a g i n a ri a
esa m ez q ui t a
q ue f ue d e m o l ida
E sa s i m á g en e s
s ó lo e s t a b a n de s t in adas p ar a
a lg un a p elí c u l a f amo s a
q ue f ue un a
s i e s t a en la t ar de
un a e s p ec i e de s u e ñ o c o n f u s o
o un ro n q ui d o
cuy o rui d o d e s ap ar e c ió
el cruji d o le v e me n t e t r is t e
d e eso s a rc o s
m i en t ra s la s c ú p u l as s e de r r u mbaban l e nt a m e nt e
en un p o c o d e s e n f o c ado bl an c o y n e gr o
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Arun
Kamal
É sta es la hora
Ésta es la hora
Es la hora
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A nsiedad
Temo la noche.
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Anupam
Singh
Viudas de mi pueblo
Las viudas son baldes vacíos que no pueden llevar agua bendita;
cuando las hijas se van a sus hogares maritales
las madres viudas no pueden bendecirlas.
Las viudas de nuestro pueblo son tan poco propicias como los gatos.
¿Cuándo se convirtieron en viudas las mujeres multicolores?
Ni las viudas ni los gatos lo saben.
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Sí, mi amor tiene sus condiciones
Para merecer mi amor tendrás que verter todas las represas en los
[ríos,
liberar todos los peces de los acuarios,
tendrás que cuidar a los hijos de los pescadores
y descansar en las montañas de noche.
Para merecer mi amor tendrás que llevar todas las cartas perdidas
a sus direcciones correctas,
tendrás que trabajar conmigo en los campos,
estar de pie en la cocina durante largas horas como yo.
Tendrás que ser mi amante y no mi esposo en la cama,
sí, mi amor pone sus condiciones:
no puedes pretender mi amor sin cumplirlas.
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Ignarus scriptus
Subhro Bandopadhyay
Cuántas veces me habré dicho que me tendré que marchar, enfrentando las
palabrotas fuertes, con la arena en la lengua veo hacia el ignarus, en la caja
cerrada de dos sílabas sigo dando vueltas
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enorme del intento rompe los músculos y todo— yo me escondo en el polvo
intensamente anímico, el deseo de escribir el rasguño y la gramática aristócrata
la última vez con las mandíbulas rígidas
Ya no se puede despertar a nadie, todo el mundo está en una fila, los árboles
de la avenida están adornados con utensilios, suena el ruido, la copulación
rutinaria y los deseos carnales quieren llevar un pezón por lo menos hacia
las hojas de caduca, quieren dejar la huella de la uña sobre todos los lugares,
aprendemos a respetar las normas sin preguntas, en la senda de arena se ve un
constructo metálico, sobre el río una barca abandonada; por toda esta imagen
hay un muro, y cae la cera del ignarus sobre él.
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Este poema no tiene sentido hasta que yo salga de este lenguaje, hasta que
se tranquilicen mis inquietudes para salir por un bosque del cuero artificial,
hasta que pueda sembrar la alegría del cigarro —que fumé con miedo en un
chiringuito— en esta carta manuscrita
Sí, hay que dejar las palabras así, claras, porque cuando se levanta el ignarus y
rompe en pedazos la conciencia que tenía hasta ahora, o se aferra a lo áspero
de la arena que quedaba en la lengua rota de un beso denegado o al sonido
repentino de pasos sobre la escalera
De veras hace muchos años que me llegó un cuerpo femenino, hace mucho que
no pude difundir mi lengua con sabor a ajo sobre lo áspero de una vulva —sigo
colocando mi cuerpo peludo en las hojas de fechas que se pierden, lanzo la
pelota metálica de masturbación para que ruede sobre mi cansancio que ni
siquiera ha podido formar completamente
Te trocearé Derrota
con la eficacia de matar a un hijo
como una piedra que destaca
en un valle soleado
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Piensa que se llega así a tu pueblo sin genealogía, hay una tela pálida de
desconfianza, tendida desde hace siglos sobre el camino que cansa —tú les
preguntas ¿desde cuándo están aquí? Antes de saber la respuesta comprendes
que formas parte de ese mismo pueblo, donde un caballero extranjero se quedó
por esta tierra poco navegable por la falta de ganas que llega tras descansar.
Esta falta de genealogía está en tu sangre. La cinta larga, como la tarde, de
pelo de color negro de las mujeres y el hilo pálido de su blusa han creado tus
neuronas bruscas. Antes de crear un argumento te caes dentro de las agallas
del discurso del otro —comprendes que el hombre a quien se le olvidó su nasa
de juncos en esta tierra de arroyos y ríos, es el mismo que sacó el licor fresco
desde el cuerpo velludo de enero— después de eso nada va hacia el mundo de
ganancias y pérdidas en siglos y décadas, tú quisiste llevar al cementerio que
se llama el diccionario los cambios de identidad que dejaron la huella medio
inconscientemente sobre el léxico. Y de esta manera subieron hacia el cielo,
en el ojo del pájaro, muchos pueblos y su falta de genealogía —las puertas
asfixiantemente curiosas de las innumerables ciudades pequeñas— de pronto,
delante los ojos de un hombre adolescente que dormía sobre una senda en el
campo, cada día al mediodía, sin depender de la estación, se levanta el ignarus
asombrando todo el lugar; no se podrá pararlo con la sangre del sacrificio de
animales
Se oye claramente
el ruido de la competencia
y de correr sin parar
de los peces en el agua turbia
de los animales sobre el humus blando
por esa carne
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El resto del mundo está tranquilo
El ignarus inflado irradia calor
tras devorar la historia larga y las palabras perdidas
Suben las mentiras una tras otra
Tienen el encanto de una branquilla
que cae del alimento sobrado de un pájaro cazador
Sobre el río y otros flujos de agua
mentiras intensas
como la primera atracción sexual se llama el amor
la repetición irónicamente errónea de la Historia
Me quedo dentro del aroma de mi cuerpo callado con un placer todo abrasador
de la última parte del invierno, poniendo el mordisco leve y su saliva sobre la
palma del momento, sobre la lengua, sobre la piel placentera de los pezones
—suena un contrabajo armónico— las tardes mezcladas con palomas y las
cúpulas arquitectónicas de la época turca se deslizan —de verdad no queda nada
importante, con las palabras y la sintaxis la zarpa de los suspiros largos del
ignarus rasguña el arena que se llama el tiempo
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¿Qué significa no poder ver? ¿Acaso es el recuerdo de la orilla de un estanque?
Nada crece en los recuerdos, sólo se prolonga la sombra de lo perdido —
un árbol de Kadamba2 y sus posibilidades de florecer impropiamente en la
primavera ¡fueron aplastados por el ignarus!
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La campana
suena en la escuela
para ciegos
Debarati Mitra
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¿Alguna vez viste
tumba inacabada de niño o niña
mirando al cielo llorando en silencio?
En la hendidura de dos cimas solitarias
flores como copos de algodón de pronto se dispersan
a veces, abstractamente, en las montañas.
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La tierra natal
de Meherunnisa
Shukti Roy
Isha jamás tuvo el deseo de ir a aquella aldea llamada Turtuk. Siempre tuvo
la ilusión de visitar Ladakh con su hermano mayor, su cuñada y su sobrina pe-
queña, Jhilmil. Tantas investigaciones sobre este viaje por casi dos años, juntar
el dinero tan meticulosamente y arreglar todo lo necesario para llevarlo a cabo.
A Isha no le gustaba viajar con gente desconocida. Por eso se había negado
totalmente a la opción de ir a Ladakh con un grupo preorganizado por las agen-
cias de viaje, aunque su cuñada, por su parte, tenía miedo de ir a un terreno
tan difícil sólo con su marido Somok, su cuñada Isha y su niña Jhilmil. Pero al
fin se rindieron ante la obstinación fuerte de Isha. Poco antes de la salida, se
convirtieron en un equipo de cinco en vez de cuatro, cuando Rafael, el jefe de
Somok, expresó su deseo de volverse parte del grupo. Había venido a la India
desde un lugar tan lejano como México por dos motivos: para enterarse de
cómo se venden en la India las cosas que fabrica su empresa y para conocer el
país. No era la primera visita de Rafael. La primera vez que él conoció a Somok
Das, el gerente de ventas de su compañía en Calcuta, conoció a Isha. Rafael
quedó muy impresionado por la sabiduría de Isha en el campo de la lengua,
la literatura y la cultura hispánicas. Le gustaban mucho las canciones que Isha
cantaba cuando Somok lo invitó a un programa cultural. Poco a poco creció
una amistad pura entre Rafael e Isha y Rafael expresó el deseo de acompañar
a la familia de Somok a Ladakh durante las vacaciones. Somok y su mujer Rini
aceptaron la propuesta de Rafael con mucho gusto.
En realidad no viajaban totalmente juntos como una familia. Rafael era más
joven que Somok y le gustaban mucho las actividades de aventura. Por eso él
había alquilado una moto para pasear por Ladakh. A veces también iba con
todos para visitar los monasterios budistas. Isha y Rafael ya habían llegado a
ser muy buenos amigos e Isha, con mucho orgullo (como una ciudadana de la
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112
India), le explicaba todo sobre las historias y la arquitectura de aquellos mo-
nasterios muy cuidadosamente, lo que le encantaba. Con mucha ilusión, Isha le
narró el tema de la unidad entre la diversidad de la cultura de la India. Rafael
ya había visto Kerala y Rajasthan, provincias hermosísimas. Después de ver la
belleza del paisaje de Ladakh y la arquitectura imponente de los templos, stupas
y monasterios, Rafael también estaba de acuerdo en que verdaderamente la
India tiene una cultura muy impresionante.
Al cruzar el paso altísimo entre las montañas, llamado Paso Khardung, se
encuentra Hundar, un sitio muy pequeño ubicado cerca del río Shyok, que
emerge desde el glaciar Siachen y pasa por las montañas entre los chopos y los
pinos. Este paisaje parece un hermoso oasis en el desierto frío de la región.
Debido al crecimiento del turismo, el número de gente que viene de otras par-
tes de la India ha superado a la población indígena. Las casas privadas hechas
de piedra y madera se han convertido en alojamientos pequeños para ser al-
quilados a los turistas. También los campesinos pusieron un aviso para alquilar
algunas recámaras de sus casitas propias. La familia de Isha, con su invitado
extranjero, ya se había alojado en una posada donde había sólo tres habitacio-
nes. Después de viajar durante días enteros, disfrutaban las tardes charlando,
discutiendo y cantando. Rafael era un hombre genial. Le gustaban mucho sus
nuevos amigos y la parte de este país que él nunca había visto antes. Somok
también había empezado a charlar con su jefe como si fuera un amigo suyo.
Jhilmil estaba aprendiendo algunas palabras en un español de la vida diaria y se
las dirigía a Rafael, lo que él disfrutaba mucho.
Por la tarde durante la cena Rafael mencionó Turtuk como una aldea peque-
ñita ubicada en la orilla del río Shyok, muy cerca de la frontera con Paquistán.
En la época en que la India y Paquistán habían ganado sus independencias del
reino británico, la aldea Turtuk era una parte de Baltistan, que es una provin-
cia de Paquistán. Pero después de las guerras entre la India y Paquistán en el
año 1971, Turtuk, con tres aldeas más, quedó dentro del dominio de la India.
Actualmente los turistas de Ladakh pueden visitar Turtuk, que todavía muestra
los vestigios de la cultura antigua de Baltistan. Rafael quería ir a Turtuk porque
tenía mucho interés en las civilizaciones antiguas. Pero los demás ya habían
reservado su alojamiento en Panamik, un lugar al lado del río Nubra, que está
situado demasiado lejos de Turtuk. También Isha tenía ganas de visitar Turtuk,
aunque le costaba aceptar que India hubiera invadido la tierra de cualquier otro
país. Finalmente decidieron dividirse. Rafael e Isha alquilarían una moto para ir
a Turtuk y los otros seguirían el plan de visitar Panamik en el coche que habían
alquilado desde Leh. Al día siguiente se encontrarían en la posada de Leh.
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113
A la mañana siguiente, Isha y Rafael despidieron a Somok, Rini y Jhilmil y
salieron para Turtuk en la moto. La autopista pasaba por la orilla del río Shyok.
No se puede ver ningún habitáculo humano, salvo los campamentos militares
rodeados por cerros sin árboles. Las piedras muestran tantos colores increí-
bles, azul y gris y púrpura y verde, mezclados con el color de la tierra. A veces,
al lado del río se pueden ver los pueblos pequeños sembrados de manzanos,
albaricoques, sauces y álamos. Las aldeas están poco pobladas. Los niños con su
uniforme escolar les sonreían agitando sus pequeñas manos.
Rafael detiene la moto frecuentemente para poder sacar fotos. Algunas ve-
ces Isha se lo impide porque no se permite sacar fotos en las zonas cerca de los
campamentos de los soldados. Como Rafael es extranjero, está encantado al ver
la belleza del paisaje. Otras veces se quita los zapatos y sumerge los pies en las
aguas de los manantiales o baja a la arena del río Shyok. Isha se siente ansiosa
por los arrebatos de Rafael, pero en las inmediaciones de la naturaleza empieza
a invadirla un sentimiento dulce y suave hacia su amigo extranjero.
Al fin llegan a Turtuk al mediodía. Al lado de la aldea fluye un manantial
de agua clara y azulada que desemboca en el agua gris del río Shyok. La aldea
entera se estrecha desde la orilla de Shyok por los cerros verdes. Hay unos
alojamientos nuevos cerca del río. Rafael no tiene ganas de alojarse en uno de
estos hoteles. Lo que quiere es conocer todo sobre la aldea y, tanto como sea
posible durante su estancia, saber sobre sus habitantes. Aparcó su moto en el
estacionamiento y se marchó con Isha hacia el puente construido con troncos
de madera sobre el manatial, que corre rápidamente para entrar en la aldea.
Lo que atrajo la atención de Rafael fueron las caras de los aldeanos. Los
habitantes de Turtuk no tienen las característica mongoloides ni son como los
habitantes de Kashmir. Se pueden distinguir sus rasgos casi europeos con las
narices puntiagudas y a veces con los ojos azules y grises. Aunque las caras de
los hombres son bronceadas por el sol tan fuerte, las mejillas son rosadas como
una manzana madura. Rafael e Isha tenían muchas ganas de sacar fotos de los
aldeanos, pero lastimosamente ellos se lo negaron. Casi todas las personas se
cubrieron la cabeza, las mujeres tan hermosas no se habían puesto el burkha o
hizab. Era evidente que no les gustaba la vestimenta de Isha, pantalones vaque-
ros y camiseta. Isha también se sintió incómoda con la presencia de las bellas
con las cabezas cubiertas. Rafael e Isha siguieron subiendo por la senda bajo el
fuerte sol de mediodía, sudando mucho. Cuando a Isha le faltó el aliento para
respirar y le pareció que sus pulmones iban a estallar, vio de repente un letrero
Friendship Café. Sin esperar a Rafael, entró en el sitio rodeado de árboles y
cubierto por un toldo.
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Se sentó sobre un banco hecho con ramitas de árboles. Había algunas mesas
y bancos para los clientes. Los bancos estaban cubiertos por mantas ásperas
hechas con lana local. Los toldos estaban atados a las ramas altas de los alba-
ricoques. Isha no veía a nadie. Lo que pudo oír fue el sonido monótono del
azan. Es claro que los aldeanos han ido a la mezquita para asistir a la oración del
mediodía. Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Hay que subir los cerros de nuevo?
Estaba en esos pensamientos cuando de repente Isha vio a una vieja acercándo-
se. Era evidente que debió de ser bellísima en su juventud. Ahora tiene la piel
arrugada, el pelo blanco y su espalda encorvada como un arco. Sólo brillan sus
ojos verdes con la viveza de la experiencia.
Isha estaba todavía jadeando y sudando profusamente. La vieja llevaba un
vestido bastante flojo y sacó una manzana madura de su bolso, no era total-
mente roja, era una mezcla de verde y rosa. Colocando la manzana frente a Isha
le dijo: «Come, hija mía. Te va a quitar el cansancio y la fatiga». Enseguida se
marchó lentamente hacia su cuarto hecho de piedras.
Isha tomó la manzana y al voltear vio que Rafael había llegado a aquel sitio.
También estaba muy cansado y sudaba mucho. Isha y Rafael compartieron la
manzana y, cuando se la estaban comiendo, llegaron unos aldeanos y el dueño
de la cafetería. Él recibió a Rafael y a Isha con mucha cortesía y con una cesta
llena de albaricoques maduros. Para entonces Rafael e Isha se sentían mejor.
Pidieron el menú porque tenían mucha hambre. El dueño de la cafetería les
preguntó si querían comer comida nacional o deseaban saborear la comida
local. Y entonces empezó la tertulia informal entre ellos. El dueño se presentó
como Sadek. Por generaciones su familia ha vivido en la aldea de Turtuk.
Rafael le preguntó a Sadek con curiosidad si Turtuk había sido ocupado por
el ejército de la India después de la guerra entre la India y Paquistán. De repen-
te se oscureció la cara de Sadek Mian, aunque pudo controlar sus emociones
rápidamente y le respondió:
—¿Ha visto usted el nombre de mi café? Podemos ser una parte de cual-
quier país porque queremos mantener amistad con todos los lugares del
mundo.
—¿Pero por qué el ejercito de la India ha ocupado su aldea particularmen-
te? ¿Hay alguna razón diplomática? —Isha preguntó muy seriamente.
—No lo sabemos —contestó Sadek—, sería mejor preguntar a los diplo-
máticos. Nuestra aldea es muy importante para nosotros y lo que más nos
importa es nuestra cultura. No somos de Cachemira ni de Ladakh. Somos una
población muy antigua. Somos de Baltistan.
—¿Entonces Baltistan y Paquistán son distintos, verdad? —preguntó Isha.
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—Claro que sí —respondió Sadek orgullosamente—, como su país, la In-
dia, Paquistán también es una tierra de muchas variedades culturales.
—Ustedes forman ya parte de la India, ¿verdad? —Isha le preguntó.
—Tiene razón —dijo Sadek, sin discurrir más.
A Rafael el asunto de la India y Paquistán no le importaba nada. Él quería
saber únicamente sobre la civilización antigua de Baltistan. Sadek fue adentro
para pedir la comida para Isha y Rafael. Volvió con su teléfono celular y empe-
zó a mostrar los videos de tantas fiestas de Baltistan. La mayoría de las fiestas
habían tenido lugar en el pueblo de Turtuk, como las carreras de caballos a la
orilla del arenal de Shyok, los bailes con espadas y escudos alrededor del fuego
con la música de bocinas y tambores. Sadek les contó que todos los hombres de
aquel sitio pueden tocar los dos instrumentos musicales que se llaman sanai (la
bocina), daman (el tambor) y un instrumento metálico como los platillos. Pero
no había ni una mujer participando en la fiesta del baile. Es normal en aquellas
regiones. El interés de Rafael aumentaba cada momento. Estaba ansioso por
ver más, escuchar más y aprender al máximo.
Ya está lista la comida. Un platillo con tortillas preparadas de una variante
de trigo local que se llama hiran dana y una mezcla de yogurt y pedacitos de
nueces locales. Sadek les ofreció los albaricoques maduros. La comida era ver-
daderamente muy sabrosa. Isha y Rafael comieron con mucho gusto. Luego
salieron a dar un paseo para ver la aldea con Sadek como su guía. Por las lade-
ras de los cerros se podían ver las cosechas maduras de hiran dana. Los árboles
de albaricoques llenos de las frutas doradas. Abajo de los árboles las aldeanas
estaban cosechando en distintas cestas las frutas secas y frescas. En este sitio se
usa el aceite de albaricoque para cocinar.
Sadek puede comunicarse bien en inglés. Relata la historia local de la aldea
con gran detalle. Nadie sabe que cuando fue construida la mezquita vieja de
la aldea, había un gran pedazo de madera con las grabaciones de los signos sa-
grados del islam, el judaísmo, el hinduismo y el budismo. Lo que les pareció a
Rafael e Isha fue que la gente de aquel tiempo luchó para que su religión domi-
nara sobre las otras religiones. Al lado de la mezquita hay un museo pequeño.
Las aldeanas están preparando la lana con los husos. Con la lana ellas tejen las
mantas gruesas para venderlas en los hoteles nuevos construidos cerca del río
Shyok y para uso diario de los locales. Las mantas no son tan hermosas, pero
sin duda son calientes.
El sol ya había perdido fuerza y se sentía agradable la brisa fría. A Rafael
le parecía que todo el mundo era amigo de Sadek, con quienes presentaba a
Rafael e Isha como sus nuevos amigos extranjeros. De repente se le ocurrió a
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Sadek que Rafael e Isha quisieran ya regresarse. Les mencionó que deberían
salir para llegar sanos y salvos a su destino. Rafael dijo que él tenía ganas de
pasar una noche en Turtuk e Isha lo apoyó. Al saberlo Sadek llamó a su mujer y
le dijo algo en su propia lengua. Enseguida llamó a Rafael a un rincón del café
y le preguntó si Isha era su esposa. Rafael se rio mucho y contestó que Isha no
era su esposa, ni su novia, que eran muy buenos amigos. Por su parte, la mujer
de Sadek hizo la misma pregunta a Isha y recibió la misma respuesta. Entonces
Sadek les dijo a Rafael e Isha que su cafetería no era albergue para pasar la no-
che, pero de todos modos podrían estar con su familia como sus huéspedes. Su
familia estaría muy feliz si ellos pasaran la noche con ellos.
Rafael e Isha aceptaron la invitación con mucha alegría. Sadek les explicó
que su casa estaba ubicada arriba al subir el cerro, que Rafael se quedaría allí y
al lado de la cafetería había una sala cómoda en la que Isha podría dormir. Para
acompañarla, unas mujeres de la familia dormirían en la sala al lado de aquella
sala especial. Al arreglar todo Sadek preguntó a Rafael con una voz misteriosa:
—¿Has visto una carrera de caballos en una noche de luna llena?
—No, nunca —respondió ansiosamente Rafael.
—Entonces hoy mismo por la noche nos vamos a la orilla del Shyok. Lo vas
a recordar toda la vida. Pareciera que los pies de los caballos no tocan la tierra,
tan rápido van, en verdad, tan rápido. Tanta gente va a la carrera para apostar,
¿sabes? Unos regresan como reyes y los otros como mendigos.
Rafael se sintió muy excitado y le dijo:
—Yo también voy a apostar.
—No es posible, amigo mío. No se permite a los huéspedes —Sadek le res-
pondió con una sonrisa suave—, no queremos causar daño a nuestros huéspedes.
—De acuerdo —dijo Rafael—, si no hay alternativa de todos modos quie-
ro tener la experiencia.
Isha también tenía muchas ganas de ir a la carrera, pero no se permiten
mujeres, siguiendo la tradición local de Baltistan.
¿Quién sabe qué hora es? Probablemente Rafael no haya regresado todavía.
Sobre el cielo oscuro estaba la luna llena. Isha había ido a la cama para des-
cansar y dormir. El cansancio de todo el día había cubierto sus parpádos con
el sueño. De repente le pareció que alguien caminaba por la sala. Isha saltó de
la cama. Un lugar desconocido. ¡Quién sabe cómo son los habitantes! Pero,
¿cómo se ha abierto la puerta? Isha recordaba bien que había cerrado antes de
irse a acostar. Tomó el celular que había dejado cerca de su almohada, ¡qué ho-
rror! ¡estaba descargado! Pero no era por falta de energía. La sala entera parecía
estar sumergida en la luz maravillosa de la luna llena. El baño estaba afuera de la
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sala a poca distancia. La esposa de Sadek había dejado un bello mantón o chal
para Isha en caso de que ella necesitara ir al baño. Isha sintió un deseo irrepri-
mible de ir afuera de la sala y sentarse bajo la luz de la luna entre las montañas.
Se puso el mantón y se sentó afuera sobre una piedra muy grande.
No veía a nadie caminando como una sombra. Normalmente Isha no es
una mujer temerosa, pero en este sitio, este ambiente y sobre todo a la me-
dianoche… ¿Y si esa sombra fuera un hombre con malas intenciones en vez
de una fantasma? ¿Podría Isha defenderse de él? Isha empezó a andar hacia su
sala cuando una voz muy suave vino a ella flotando por la brisa fría y húmeda
de la luz lunar.
—No tengas miedo, hija mía. Soy Meherunnisa, todo el mundo me llama
Meher Dadi (abuela).
¡Ah, aquella anciana tan linda! Aun en la oscuridad Isha la reconoció. Ella
sonrió en silencio recordando las memorias de su abuela. En sus años maduros
no podía dormir bien. Por eso a veces se pasea por toda la casa descalza. Isha
se sentó sobre la piedra de nuevo cara a cara con la viejecita. La cara arrugada
de la anciana mostró la luz por un lado y por el otro lado estaba cubierta por
la oscuridad misteriosa. Isha y Meher sonrieron mirándose una a la otra. Se
quedaron ahí silenciosas.
Después de un rato, la abuelita Meher le preguntó a Isha:
—¿Quieres ver la carrera de caballos?
¡Qué dice la vieja! ¡La carrera! ¡Ahora! ¡A la medianoche! ¡Quién sabe!
Todo parece ser posible en este mundo mágico y prehistórico. Isha asintió con
la cabeza.
—Ven entonces —dijo la vieja.
Isha la siguió como si estuviera encantada por su magia. Al bajar un poco
se encontaron un asiento de piedra sobre la ladera del cerro. Un considerable
número de personas podrían sentarse allí. La abuelita se lo mostró a Isha y le
preguntó:
—¿Sabes las reglas del polo?
—¿Polo? —pronunció Isha, tartamudeando—, ¿el juego montando los
caballos?
—Sí —confirmó la anciana—, pero el juego es muy difícil aquí. Necesitas
mucha fuerza y mucha inteligencia también, ¿entiendes? Los caballos de aquí
son los más fuertes y los más listos. ¿Sabes de Genghis Khan?
—Sí, fue un conquistador —respondió Isha inmediatamente.
—Él y sus soldados montaban los caballos de aquí, de Baltistan en las gue-
rras.
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—¡Ah! ¿Es verdad? —suspiró Isha como una niña. La historia y la geografía
y todo lo que ella había aprendido antes se desvaneció. La verdad estaba sólo
en las palabras de la anciana flotando a la luz de la luna y en los ojos verdes de
la mujer como dos luciérnagas.
A la distancia, más abajo, brillaban el agua del río y la arena blanca y plateada.
Desde lejos flotaba en el aire el sonido de daman y sanai. El ritmo aumentaba a
cada momento. De repente hubo un silencio total y en un instante aparecieron
siete u ocho caballos. A Isha le pareció que corrían como sombras de fantasmas
sin tocar la tierra con sus cascos. En un instante los caballos desaparecieron en
la curva del río con los jinetes y de nuevo sonaron los instrumentos musicales.
—Mi marido era el jinete más conocido de nuestra localidad —dijo la
abuelita—. Él era el hijo más listo de su papá. Tenía la misma habilidad de
su padre de capturar los caballos en las junglas y entrenarlos. Los caballos sil-
vestres se volvieron tan adaptables como los perros domésticos. Él iba a los
bosques para escoger los caballos de la mejor calidad. Al final los vendía. Nadie
replicó nunca sobre el precio de los caballos entrenados por Mudassar Mian,
mi marido. Sólo el nombre bastaba. Yo era la primera esposa de aquel hombre
tan famoso y con un cuerpo tan sano. Cuando los caballos corrían por la arena
de este río que ves, no había ninguna duda sobre el jinete que iba a conquistar
todo. El caballo que corría como el relámpago y cuyos cascos no tocaban la
tierra era el caballo de mi marido.
—¿Naciste en este pueblo, abuela? —le preguntó Isha.
La anciana suspiró una vez y dijo:
—Sí, este mismo pueblo es mi tierra natal. Mi papá vivía ahí, entre aquellos
cerros. En esta aldea todos los habitantes son parientes de sangre.
—¿Entonces tú no tienes ningún pariente en Paquistán?
—Sí —respondió la anciana—, de mis catorce hijos algunos viven en Pa-
quistán. Sólo es una hora de camino, pero el proceso de cruzar la frontera
es demasiado complicado. Por eso he perdido las ganas de ir allá a visitarlos.
¡Un tiempo muy largo de no verlos! Recibo noticias, por supuesto. ¡Qué pena
el saber que ya murió mi hijo Sami! Pero ¿qué se puede hacer? Lloré días y
noches. El fallecimiento de un hijo es la pena más profunda para una madre.
Mas no hay otro remedio que llorar y orar al Supremo que conceda paz al alma
del muerto. Entonces entendí la verdad absoluta, ¿sabes? La vida es como la
corriente del río. El tiempo repara todo.
—¿Odias a la India? —preguntó Isha a la vieja.
—No —respondió ella casi suspirando—. ¿Sabes por qué? Yo conozco
bien la tierra mía. Mi papá y mi marido, los queridísimos míos, siempre decían
que en este sitio de Baltistan hay tanta gente, tantas sangres mezcladas. Hace
muchos años esta tierra era de los griegos que habían venido con el conquis-
tador Alejandro. Un gran número de sus soldados no se marcharon a su país
cuando regresó él. Se casaron con las mujeres de este lugar y así luego la pobla-
ción llevó la sangre de los griegos en sus venas. Y después vinieron los judíos,
los soldados mongoles de Genghis Khan, y todo el mundo aceptó esta tierra
como su propio lugar. Baltistan no se ha negado a nadie, no ha odiado a nadie.
Mira mis ojos verdes, hija mía. A mi me parece que es posible que yo también
lleve en mis venas la sangre de un general del gran héroe Alejandro.
—Pero, abuela, los otros se habían establecido en este lugar y lo habían
aceptado como su tierra natal; el caso de India es diferente, ¿no?
—No importa, hija —la vieja respondió instantáneamente—. Cuando era
pequeña los mayores de la familia hablaban sobre la lucha por la Independen-
cia. Nos sentimos orgullosos de ser una parte del gran país, la India, y nuestros
padres tenían la ilusión de la independencia del Reino Británico. Los adultos
discutían sobre los sacrificios de las personas que luchaban en la guerra de in-
dependencia en Karachi o Bombay o en otros sitios lejanos y desconocidos. El
año de mi boda ocurrió la Independencia. Los adultos nos enseñaron desde en-
tonces que somos ciudadanos de Paquistán y que la India es nuestro enemigo.
¿Quién sabe por qué? Durante los días de las elecciones, íbamos juntos a votar
siguiendo la orden del jefe de la aldea. Las alegrías y tristezas pequeñas de la
vida diaria eran todo para nosostros. Sí, había guerra entre la India y Paquistán.
Los machos del pueblo expresaban su enfado y odio por unos días y después
seguía la vida como siempre. Yo di a luz a catorce hijos. Entre ellos diez eran
varones. ¡Qué honor! En la familia todo el mundo me trataba como una reina.
—¡Catorce partos! ¡Dios mío! —exclamó Isha y cambiando de tema pre-
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guntó otra vez—: Abuela, ¿tú eras la única mujer de tu marido?
—No —se rio la abuela sin dientes—. Tenía sólo una mujer más. Éramos
dos. La otra era mi prima. Casi diez años menor que yo. ¡Lástima que ella era
yerma. No pudo dar a luz ni un hijo. ¡Tantas oraciones en tantos lugares! Pero
no ocurrió nada. Es verdad que ella era una buena mujer. Quería mucho a mis
hijos. Después de cada parto era ella quien cuidaba a mis niños. Mis hijos tam-
bién querían y respetaban mucho a su madrastra.
—¿No peleaban ustedes? —Isha preguntó con mucha curiosidad.
—Sí, a veces sí. Yo era mayor que ella y a veces le pegaba en los momentos
de rabía. Pero eso es todo. No nos odiamos una a la otra. Éramos cordiales.
El año 1971 nos trajo muy mal tiempo, particularmente para mí fue lo peor.
De repente vino la noticia por la radio de que había empezado una guerra más
entre la India y Paquistán. Los jóvenes salían a decir que esta vez Paquistán iba
a vencer totalmente a la India. Antes también habíamos tenido guerras. Mi hija
Ashrafi nació durante las guerras, ¿quién recuerda en qué año? Luego terminó
la guerra como algo normal. Sólo mi esposo se quedaba triste por algunos días
porque la India había vencido a Paquistán. No obstante, las cosas no parecían
ir bien. Los ejércitos, primero el de Paquistán y luego el de la India, marchaban
por nuestra aldea de vez en cuando. ¡Alá! ¡Qué sonido de fusilamiento! ¡Qué
fuego de las bombas! Como si rompieran las montañas. No podía cerrar los
ojos, tanto terror tenía. Mi marido entonces había ido entre los bosques
para capturar caballos. Durante esos días no teníamos noticias de él ni de
sus compañeros. Al fin llegaron las noticias. Ese mismo día supimos que mi
marido, Mudassar, y cuatro de sus compañeros habían muerto por una ex-
plosión terrible entre las junglas. ¿La bomba era de los soldados de la India
o de los ejércitos de Paquistán? ¿Quién lo sabe? También supimos que desde
entonces nuestra aldea Turtuk, junto con dos más, Taksi y Feng, habían sido
incluidas en la tierra de la India. Otra vez la India había vencido a Paquistán.
Todo el mundo ardía de rabia, de dolor y de luto. Pero ¿qué se puede hacer?
No teníamos la fuerza mínima para hacer algo. Lo que podíamos era soportar
tiempos peores y lo hicimos. En unos días la aldea entera se quedó vacía. La
mayoría de la gente se fue a Paquistán. Ellos no aceptaron a la India como su
país. De mis hijos, los mayores salieron para Paquistán y los menores per-
manecieron aquí. Al crecer en este lugar poco a poco aceptaron a la India
como su país. La aldea empezó a poblarse de nuevo. Mis dos hijas se habían
casado al otro lado de la frontera. La tercera murió por la fiebre en sólo tres
días. La menor se casó en Leh y está bien. Finalmente de nuestra familia sólo
quedaron aquí unas cuantas personas y los demás vinieron de Cachemira, de
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Ladakh y quién sabe de dónde para establecerse en esta aldea. En esta sala yo
me quedaba con Munira. Munira no quería salir a ninguna parte sin mí. Y yo
no quería dejar mi aldea, mi tierra natal.
—¿Y Sadek es tu pariente? —Isha le preguntó a Meher.
—Mi nieto —contestó la anciana con mucho cariño en su voz—, su papá
se trasladó a Cachemira poco después de la Guerra de 1971. Ahí se casó con
una mujer bellísima. En Cachemira abrió un restaurante de comida típica de
Cachemira y también de Baltistan. Ganaba bastante dinero. Venía aquí durante
Naoroz (el año nuevo de la gente de Baltistan) con muchos regalos para cada
miembro de la familia. Luego, se precipitaron las tensiones políticas después
de la guerra de Karguil y mi hijo se fue a Paquistán para siempre. Sadek regresó
aquí con su familia sólo para cuidarme.
—¿Por qué no quieres irte a Paquistán, abuelita? Allá viven todos tus hijos
—dijo Isha.
—No, hijita mía, contestó la vieja, somos sólo una parte de la multitud.
Sólo una entre millones. Mi propia identidad es mi tierra, mi aldea. ¡Ven, hija,
mira la fuente brillando bajo la luz de la luna! Así brillaba la fuente cuando era
una chica. Lavaba yo la ropa en esta fuente desde la niñez. Hace tantos años
que solía ver la carrera de los caballos a la orilla del río. Mi marido después
de ganar la carrera me besaba con todo su corazón y me amaba tanto. ¿Ves el
viejo árbol de nueces? Cada año ahí solíamos colgar una hamaca nueva para los
recién nacidos. Esta aldea es mi vida, hijita, mi alma, mi corazón. No importa
qué país gobierna esta tierra, sobre qué mapa fluye este río, este manantial. Mi
nieto Sadek sabe mucho sobre tantas cosas, yo puedo entender todo lo que él
me relata. Tuve la triste suerte de enterrar a mi prima, mi amiga y mi compa-
ñera Munira en esta tierra el invierno pasado. Lo que yo quiero es hacerme una
parte de esta tierra después de morir. Quisiera confiarte una cosa muy secreta,
hija mía, esta tierra de Turtuk no es de nadie. Ni de los gobiernos, ni de los
ejércitos, ni de los negocios, ni de los extranjeros que vienen aquí cada año sólo
para divertirse, ni de la India, ni de Paquistán. Esta tierra pertenece sólo a los
que la aman, que la respetan.
—Como tú —dijo Isha.
—Por supuesto —respondió la anciana inmediatamente y brillaron sus ojos
verdes como un par de estrellas—. Sí, hijita, tienes razón.
La luna se había ocultado por el oeste del cielo. Por el este brillaba la estrella
de la madrugada. Desde todas partes lucía como si estuviera cubierta por una
luz que queda fuera de toda descripción. Meherunnisa se levantó cuidadosa-
mente. Sacó un par de pulseras para los tobillos.
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—Mi marido me las regaló con mucho amor. Nunca me las había quitado de
mis pies. Guárdalas para conservar los recuerdos de esta noche y mi memoria.
La vieja colocó cariñosamente las joyas en las manos de Isha. Isha lo aceptó
como si estuviera encantada por una maga. Meherunnisa empezó a subir por
la senda lentamente.
Unas personas bajaron rápido el camino. Hasta adelante de todos venía
Sadek y le seguían su esposa Saira y Rafael. Al ver a Isha sentada sobre el banco
de piedra lanzaron un suspiro de alivio.
—¡Ah, estás aquí! —dijo Rafael.
—De repente me ocurrió que la puerta de la sala estaba abierta. Ella nos
despertó. Y vi la carrera de los caballos desde aquí —dijo Isha con mucha
emoción en su voz.
—¿Qué carrera? —preguntó Rafael con mucha sorpresa—. Anoche no
tuvo lugar la carrera porque la gente no pudo venir debido a derrumbes en las
montañas. Después de charlar un rato nos acostamos.
Isha vio a Sadek y a su mujer por un instante y les dijo:
—Su abuela Meherunnisa estuvo aquí conmigo durante toda la noche y ella
misma me mostró la carrera. ¡Qué visita inolvidable!
—¡Mi abuela! ¿Cómo sabe usted que ella era mi abuela? —preguntó Sadek
con una pizca de diversión y mucha sorpresa.
—Ella misma me lo dijo, contestó Isha. Y he aquí estas joyas que ella me
ha regalado como signo de su presencia conmigo anoche —abriendo su puño,
Isha le mostró las pulseras de tobillo. Sadek y su mujer se quedaron muy sor-
prendidos y al fin Saira dijo:
—¡Qué maravilla! Habíamos buscado estas cadenas tantas veces y no las
encontramos. Es que nuestra abuelita falleció hace seis meses. El sitio adonde
usted llegó anoche era su lugar favorito para pensar, hablar y descansar. Pasaba
todas las horas, días y noches ahí relatando sus historias a cada uno que pasa-
ba por el camino. ¿Quién tiene tanto tiempo para escuchar las palabras de la
vieja? Estas joyas eran su vida, su aliento. Ella la ha bendecido con estas joyas.
Guárdelas con cuidado.
La luz dorada de la mañana lavaba los valles verdes. El sol saltaba desde el
pico de los albaricoques sobre las ramas de los manzanos. La moto corría con
demasiada velocidad hacia la ciudad de Leh, situada muy lejos. Los ojos de Isha
estaban nublados por las lágrimas ¿Sería posible regresar una vez más a la tierra
natal de la abuelita Meherunnisa? ¿Quién lo sabe? l
Traducción del bengalí de la autora.
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Si me
preguntas
Joy Goswami
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Un día mi cuerpo era una bolsa llena de hojas verdes
y mis dedos eran largos lirios blancos
y mi cabello era una nube cúmulo:
cuando llegue el viento, flotará por cualquier lugar
Un día yo era la hierba de campo en campo,
pero sólo porque vendrás y derramarás tu cuerpo sobre él
sí, mis ojos sobrepasan todas las órdenes
vagan de río en río en río
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el sudor escurría
de nuestras frentes
Guardé el sudor reunido en mi archivo
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Aquí debes usar un beso que mate
uno que se aproveche y luego deje vivir, para que los labios choquen
entre sí tratando de unirse
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¿Eres musulmán o encargado de una pira?
¿Eres una piedra adorada o estás vivo?
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Danpatra,
acta de donación
Amar Mitra
1 Entre los meses de agosto y septiembre, cuando se celebra la cosecha. (Todas las
notas son del traductor).
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Sahebmari Baske tiene la obligación moral de compartir las fortunas de
esta tierra en los tiempos buenos y en los malos.
Así es. Todas las responsabilidades que esta tierra ha acumulado ahora
te pertenecen. Soy Sahebmari Baske, tu abuelo; conoces muy bien la te-
rrible historia de mi vida. Ha llegado mi ocaso; mi cuerpo está enfermo
y el don de la vista está por dejarme. Ya no tengo posibilidad de hacer
todas las cosas que habría querido en mi vida, mas no he perdido la
esperanza. Por eso escribo esta acta. Espero que toda actividad que la
misma te permita y te invite a hacer me brinde felicidad en los días que
me quedan. Mis ojos resplandecerán y este cuerpo volverá a sentir el
calor de la vida. La solidez y fuerza de los árboles apoyarán mis jorobas
y nudos antes de que parta a Sermapuri, la morada de los dioses.
Puede que surjan confusiones por nuestras identidades y eso podría
ser causa de alegría para algunos, pero esa alegría se puede convertir
en nuestra miseria. Por lo tanto, es esencial que dejemos todo claro y
protejamos nuestro futuro.
Si hablamos de tribus, somos de los santhal, de complexión negra. A
mí, el donante, me falta una mano. Ya hablaré de eso. Tú, Sahebmari
Baske, mi donatario, mi heredero, recuerda que esta tierra india, esta
República de la India, es el lugar donde naciste. Tus ancestros fueron
los primeros habitantes de este país y de ahí surge mi derecho a redac-
tar un acta. Tendrás felicidad si la aceptas.
Al ser mi nieto, heredaste mi nombre igual que yo el de mi abuelo.
Así recordamos nuestro pasado. En otras palabras, así se hizo para in-
mortalizar a nuestro ancestro. Nieto mío, nunca olvides que la sangre
de este ancestro que nunca conocimos pero conmemoramos, ese hom-
bre santhal, vive en ti.
Espero que continúes la tradición para que su recuerdo nos acom-
pañe y que su vida nos inspire. Hablemos, pues, de ella para que nos
agudice la visión y nos libre de ilusiones.
Recuerda que este Sahebmari Baske en particular nació en algún
momento del pasado aquí mismo en el distrito de Sonari Mara. Desco-
nozco su nombre original, pero sé que se lo cambiaron después de que
mató a un saheb, un hombre blanco.
A los babus, la gente educada, les parece ofensivo. Dicen que está
ligado a un terrible asesinato, que trae consigo cierta violencia, que
usarlo es alentar el barbarismo. Por eso nos es difícil llevar una vida
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simple y sin complicaciones. Para ellos, los santhal son una de las razas
más inocentes; creen que tienen mentes tan claras como los manantia-
les. Nuestro nombre es mugre en sus aguas transparentes; priva a los
santhal de toda inocencia.
Querido nieto, hemos aprendido en el mundo material que la for-
ma en la que nos ven los babus y la gente respetable puede causarnos
muchas penas. Hasta cierto punto, esta inocencia es la razón por la
que uno pierde todos sus derechos. Por lo tanto, que ni nos preocupe lo
que ofende a los demás. Si la inocencia es la incapacidad de entender y
pelear por nuestros derechos, librémonos de ella y recordemos la vida
de Sahebmari Baske, el primero de nosotros.
La verdad es que nuestro ancestro hacía trabajo forzado en la casa
de Ishwarbabu, un prestamista bengalí adinerado. ¿Qué puedo decir
acerca de su vida dura? Por una deuda que tenía con él, estaba obli-
gado a venderse y le daban una miseria de alimento y ropa. El presta-
mista es Ishwarbabu porque se convirtió en el ishwar, el señor y deidad
responsable de nuestro ancestro.
La tierra estaba repleta de árboles en esos tiempos. Ishwarbabu era
el hombre más inteligente de esa jungla y, por lo tanto, ¡era el rey! En
aquel entonces, la India estaba bajo la soberanía del hombre blanco.
Uno de ellos, un negociante inglés, vivía en el pueblo sadar. Había
llegado a trabajar. Se instaló en la casa de Ishwarbabu, quien se sin-
tió abrumado. Uno podía ver que el mismo ishwar estaba dispuesto a
adorar a cualquier persona que lo superara en poder. Resultó no ser el
único e inigualable. Más bien, nuestro ancestro era quien no tenía par.
Fue así, mi nieto, que Ishwarbabu trajo desgracia a su propio hogar.
Los ojos ingleses del hombre blanco comenzaron a verse nublados ante
la belleza de la hija de dieciséis años de su anfitrión. Ella no hablaba
la lengua de ese hombre pero leía sus intenciones. Entró en pánico y le
contó a su padre. Ishwarbabu estaba consciente de la naturaleza oculta
de su ishwar. Se preocupó, así que le ofreció a este hombre una niña
santhal de regalo. Pero él era astuto. Su semblante cambió y sus ojos se
tornaron perversos, como los de los policías y los militares.
Ishwarbabu creía el asunto resuelto, así que comenzó a buscar mu-
jeres santhal, bagdi y dom deseables. Pero esa noche, nuestro ancestro
despertó al escuchar el llanto agudo de una mujer. Había recolectado
leña y pastoreado a las vacas ese día, por lo que estaba exhausto. Era
el grito de la hermosa hija de Ishwarbabu, quien se encontraba junto
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al pozo. El hombre blanco se había convertido en un gopiballabh2 y le
estaba arrancando la ropa a la niña. El hombre santhal gritó y con un
solo golpe envió su alma directo al más allá. Así es que se convirtió en
sahebmari, el asesino del hombre blanco.
Este incidente tuvo consecuencias terribles. Los hechos se tergiver-
saron y nadie sabía qué había pasado en realidad. A la gente se le enga-
ñó con baladas sobre las hazañas de este hombre blanco. Se construyó
una estatua de mármol en su honor. Todavía sigue erecta; yo la he visto
y tú también. Más adelante volveré a este tema.
Es más urgente que conozcas la historia de esta tierra y de las pro-
piedades que he enumerado en el acta. Igual que uno debe saber la
composición y naturaleza del suelo para producir una buena cosecha,
es importante conocer su origen si quieres demostrar que te pertenece.
Se trata de una larga serie de traspasos, de cambios de dueño. Es una
historia de derrota para sus dueños legítimos. Los documentos viejos
no corresponden con las escrituras, a menos que uno vea cómo la tierra
ha pasado de una persona a otra. Los papeles sellan la realidad y son
cosas sumamente terribles.
Esta acta de donación registra los catálogos e incluye los números
de todos los asentamientos y tierras agrícolas del distrito de Sonari
Mara, las cuales entran en la categoría de auwal, es decir, de la más
alta calidad. Aunque es tierra forestal, toda esta tierra auwal es el
resultado de cultivo meticuloso por generaciones. Nuestros ancestros
le habían rendido honor al cultivar en ella. Habían conocido sus se-
cretos tras años de brindarle atención. Y por eso, la gente de buena
familia comenzó a mirar nuestra tierra. Así nos la arrebataron y los
documentos oficiales fueron modificados. Esa gente se aprovechó de
nuestra inocencia.
A simple vista, aquí hay puras contradicciones, pero todo se aclara-
rá si rastreamos cada transferencia. Así podrás cumplir con las respon-
sabilidades que aquí te encomiendo.
Sabes que a orillas del distrito hay un bosque denso de árboles de
sal, de mohua y kusum. Ahí, junto a un manantial solíamos cultivar en
2 Alusión del visnuismo a Krishna y a sus amantes, las gopīs, que eran pasto-
ras de vacas. En un canto devocional de Bhaktivinoda Thakura, se refiere a
Krishna como gopī-jana-vallabha, «el amante de las pastoras de Vrindavana».
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un terreno de una bigha.3 Mi padre trabajó ese campo. Todos lo cui-
dábamos sin descanso y nos lo recompensaba. Nosotros entendemos la
tierra, no los documentos. Solíamos creer que los papeles no producían
cosecha. Me temo, nieto, que estábamos equivocados.
Aprendimos que el gobierno decidía quién era dueño de esa mara-
villosa tierra. Un día vimos a un peón del babu Chaitanya Mahakur
Mahasay trabajar ahí. Al pedir una explicación, se nos informó que la
tierra ahora le pertenecía al honorable terrateniente.
Tiempo atrás, Chaitanya se había hecho de las escrituras de nuestra
tierra (podía solicitarlas «en nombre de sus trabajadores») a pesar de que
no era suya, de que no tenía derecho a ella. Acumuló tanta propiedad de
este modo que se había pasado del límite permitido por la ley, así que el go-
bierno se la quitó, pero le dio una buena compensación. Después, mediante
un sistema llamado patta, se le devolvió la escritura de la tierra.
No sabía de la existencia de esa escritura. Por años, nosotros había-
mos cultivado la tierra. No tengo idea de cuándo Chaitanya se había
hecho «dueño» de ella, cuándo se la había quitado el gobierno y cuándo
había logrado sacarle dinero por eso y después recuperar la escritura
de todos modos.
—¡Esa tierra es de nuestros ancestros! —protesté.
El oficial de gobierno sonrió y dijo:
—No mienta. La escritura está a nombre del babu Chaitanya.
Todo se resumía en los documentos. El muy respetable Chaitanya
Mahakur jamás había pisado nuestra tierra, pero había logrado sacarle
dinero al gobierno por ella y mandar hacer la escritura a su nombre
con facilidad.
—No entiendo los documentos. Esta tierra es nuestra.
Chaitanya agitó los papeles frente a mí. Y después llegaron los ofi-
ciales.
Resulta que un pedazo de papel vale más que una vida humana, a
pesar de las mentiras y verdades a medias que dice. Ese día se derramó
sangre en la tierra de nuestros ancestros, pues una bala hizo trizas mi
mano derecha.
El gobierno salió victorioso. Chaitanya Mahakur era dueño de nues-
tra tierra. Durante la pelea, un oficial de policía mató a mi querido Hari
3 La bigha es una medida cuyo valor varía según el país. En la India, una bigha
equivale a mil seiscientos metros cuadrados, aproximadamente.
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Ramey Bagdi. ¡Trataba de defendernos nada más! El juez determinó
que los oficiales eran inocentes, pues habían respetado la ley al mostrar
los documentos relevantes. La defensa de nuestra tierra me había cos-
tado una mano; a mi amigo, su vida.
Y ahora esos documentos le otorgan la cosecha al babu Chaitanya.
En algún momento de la historia, todas las propiedades de este dis-
trito habían sido propiedad mía y de mis parientes y amigos. Hay do-
cumentos más viejos que lo sustentan.
Pero los documentos han cambiado. Es asombroso. Parecen seres
vivos, como camaleones. ¿Cómo esta criatura que solía habitar en las
junglas verdes terminó frente a un árbol gris y triste? Se posó bajo su
sombra y eso le cambió los colores.
Por eso mismo creo que un documento no puede cambiar por sí
solo. Algunos han soñado con liberar al camaleón del tronco del árbol
y soltarlo de nuevo en la jungla.
Uno de esos soñadores fue Debendranath. Un joven bengalí del
pueblo sadar. Tenía ojos brillantes y desafiantes. Sintió compasión por
nosotros. Me enseñó el alfabeto en la escuela nocturna. Él donaba la
educación y yo era su donatario. Debemos mantener esos recuerdos
vivos. Se hizo inmortal al revelar los misterios del mundo y la sociedad.
Con él, aprendí sobre el origen de las cosas, sobre economía y sobre el
clima y la topografía de otras tierras. Una vez dijo:
—Los hombres negros son los habitantes originales del mundo. No
lo sabes, pero tú naciste directo de la tierra.
Nos llenaba de asombro.
—Justo como nuestro dios Shiva sale del vientre de la tierra, con el
cuerpo hecho de piedra negra, tú también has emergido de ella. Desde
que naces, te pertenece por derecho natural.
He escuchado acerca de la furia de Shiva, dios de los hindúes, de
su naturaleza destructiva. Debendranath nos comparaba con esa gran
deidad poderosa.
—Tienes un derecho inalienable a esa tierra —repitió—. ¿Alguna
vez fue tuya?
Asentí.
—¿Cómo fue transferida? —preguntó.
Ya sabes esa historia, nieto mío. Sin embargo, Debendranath señaló
algunos huecos. Me iluminó con la educación. Todos nacen sin hogar y
sin tierra. Incluso nuestros ancestros. Aun así, les ponemos nombres a
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esas tierras en honor a personas o tribus que tuvieron vidas insoporta-
bles y que poco a poco se frustraron y desilusionaron.
Sabes que el mejor y más productivo pedazo de tierra de unas diez
bighas se conoce como la tierra de Nimey Santhal. ¿Quién era este
hombre? Nadie lo sabe. Tal vez fue uno de nuestros ancestros. Esa tie-
rra ahora es de los brahmanes utkal. Las treinta bighas que rodean esa
área, divididas en terrenillos, se manejan por contratos de aparcería y
se les conoce como tierras santhal, aunque no les pertenecen a los brah-
manes. ¡Lo mismo es el caso de Bagdir Math, Domer Math, Mahalishol,
Dharopayjora y muchas otras!
—Los nombres de estos terrenos contienen pistas sobre sus verda-
deros dueños. Es como el nombre de la India, que no se convirtió en
«Inglaterra» en doscientos años. Todos siguen intactos.
Nos quedamos atónitos al escucharlo. Se podía ver el asombro en
los ojos de los bagdis, los bawris, los doms y los santhal. El decrépito
Hori Dom gritó:
—¡Es cierto! Domer Math solía ser nuestra. Mi padre me lo dijo.
Debendranath nos lo había contado durante el anochecer. Todo es-
taba quieto. Esas palabras parecían hacer eco en el bosque a nuestro
alrededor. Podía escuchar que hablaba, que nos decía: «Es cierto, toda
esta tierra es de ellos. Somos un bosque antiguo y podemos comprobar
este hecho».
Me deprimí. Nadie más podría escuchar este bosque, pues los árbo-
les no hablan. No pueden ir a testificar por nosotros en las cortes.
De cualquier modo, las cortes son lugares muy peligrosos. Cuando
intenté proteger mi vida al decir la verdad respecto al caso que ha-
bían inventado otros, los abogados interrogaron a otros testigos y los
hicieron corroborar testimonios falsos. Uno de ellos, un pobre hombre
que fue sentenciado y aterrado en la corte, había vuelto a su aldea de-
vastado. Dijo una y otra vez que ese lugar hace que la lengua se sienta
pesada, que te duela la cabeza frente al abogado y que se te suba la
presión por el terror.
Por eso, incluso si alguien sabe la verdad, no sirve de mucho. Esos
hombres habían sido como los árboles, incapaces de hablar.
A pesar de todo, Debendranath se fue a investigar al pueblo. Un día
volvió a Sonari Mara lleno de júbilo. ¡La cantidad de documentos que
traía! Había recolectado mucha información y estaba feliz. Le pregunté
dónde había estado.
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—En el mehfezkhana del pueblo sadar —respondió. Allí se archivan
los documentos oficiales.
—¿Es posible acceder a la historia de todas las tierras del distrito?
—preguntó Hori Dom.
—Tal vez lo sea.
Debendranath nos platicó sobre el archivo y cómo bajo capas y ca-
pas de polvo se escondía la verdad de nuestra tierra. Tenía todos los
documentos, notificaciones y más.
—¿No está lleno de ratas? —preguntó Lakhon Murmu. Siempre las
busca. No tiene hogar ni tierra. Se alimenta de ellas y eso le causa pro-
blemas en la piel—. Conozco el sabor de las ratas que se alimentan de
las cosechas, pero me intriga experimentar el sabor de las ratas que se
comen la historia.
Debendranath nos contó cómo se había empolvado en el mehfezkha-
na y que había leído la Ley Agraria de Bengala de 1885 y muchas otras
leyes. También había transcrito el Acuerdo Distrital, los convenios per-
manentes y otros manuscritos.
—¿Qué había detrás de estas transferencias de tierra? —nos pre-
guntó.
—Tal vez fue el hambre —propuso Ravan Soren.
Concuerdo con él. Sí, tenía que ser eso. Un hambre ilimitada car-
come los cuerpos de los hombres pobres y los sabios se asombran al
verlo. Venden a sus mujeres e hijos para llenarse los estómagos. Si fuera
posible, se tragarían el mundo entero.
Debendranath continuó:
—¿Piensan que podrían sobrevivir si toda la tierra de Sonari Mara
volviera a ser suya?
—Sí, sería posible. Nuestro único deseo es sobrevivir.
—Cuando esta tierra era suya, la población era mucho menor —seña-
ló Debendranath—. Sin embargo, la tierra tuvo que cambiar de manos
para satisfacer el hambre de los hombres.
Todos se quedaron callados. ¿Acaso una persona tenía que comerse
la parte que le correspondía a otras veinte para sobrevivir?
Debendranath fue de inmediato a las oficinas del distrito y apeló
ante el honorable juez. Le enseñó que los documentos mostraban a
quiénes les pertenecía esa tierra y cómo los habían privado de ella. Y
las dichosas escrituras no mostraban cómo se les había quitado esos
terrenos y su paso a otras manos; no eran transparentes. Por lo tanto,
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se les debía restituir la tierra a sus propietarios legítimos y mostrar
verdadero respeto al espíritu de la ley. Debían dejar que la tierra gozara
volver a sus verdaderos dueños.
Qué tarea tan inmensa se había impuesto Debendranath: tratar de
recuperar al camaleón que se había vuelto gris y marchito bajo los
árboles equivocados para devolverlo al refugio del bosque verde. Creía
que la evidencia del archivo nos restituiría esa tierra.
Pero no fue así. Esa gloriosa corte hedía a camaleón putrefacto. Los
documentos estaban tan viejos que comenzaron a deshacerse. El tiem-
po pasó. El juez salió a comer, se echó una siesta y cuando volvió, sólo
quedaba el polvo de la verdad en la ropa del abogado. Los argumentos
y contraargumentos se volvieron más y más intensos. El juez interrogó
a los presentes y cuestionó todos y cada uno de los argumentos. Se ras-
caba la frente. No podía llegar a un veredicto. «Así es como funciona el
mundo», pensaba.
No se lograron cambiar los colores del camaleón de aquel modo.
Acosaron a Debendranath a tal grado que no volvió a Sonari Mara. Los
ricos estaban furiosos con él y con nosotros también. Las consecuencias
fueron poco agradables. Habíamos nacido en esa tierra y nuestro dere-
cho sobre ella era natural pero, cuando volvimos de la corte, nos des-
alojaron. Esto pasaba con frecuencia. La tierra comenzó a sangrar. Nos
dimos cuenta de que, en este mundo, todo estaba en contra nuestra.
A pesar de su enorme educación y comprensión, Debendranath no
estaba consciente de las leyes de la naturaleza. Las únicas leyes que
esta vida insoportable nos ha enseñado son las de las nubes y los bos-
ques. No es posible entenderlas a menos que uno nazca entre los árbo-
les. ¡Nadie más sabe cuándo la tierra quiere saborear las nubes!
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No es posible resucitar a una criatura muerta de este modo. Las
leyes y los documentos son el veneno que le cambian el color. Deben-
dranath sabía que era posible usar ese mismo veneno para devolverle
la vida porque veneno mata veneno. Pero es importante recordar que el
veneno se puede aplicar de nuevo, sin remedio alguno.
¿Cómo íbamos a creer que cualquier cambio de color a esos docu-
mentos sería permanente? ¿Quién podía prometernos que esa gente no
volvería a hallar la forma legal de quitarnos la tierra?
Debendranath había creído que el juez nos devolvería la tierra.
Que se nos otorgaría, cual regalo, el derecho de propiedad sobre ella.
En el ocaso de mi vida, siento la enorme necesidad de volverme a
encontrar con ese hombre tan comprensivo e ingenuo. No sé dónde
esté ahora.
Con todo, merece nuestro respeto. Había perseguido la verdad. Es
cierto que si uno va a la raíz de todo, igual que él, lo que hallará es que
todos los terrenos de este mundo pertenecen a los que no tienen ahora
ningún derecho sobre ellos. Excava bien y encontrarás los nombres de
personas como nosotros. Como nuestra tierra santhal o Domer Math, el
mundo entero pertenece, sin duda alguna, a los desposeídos.
Esa verdad se halla oculta bajo el polvo del mehfezkhana y yo soy el
pobre hombre que te otorga este conocimiento.
Recuerda, nuestro ancestro había matado al hombre blanco y la histo-
ria se contó por doquier. ¡Después del juicio, se concluyó que él era quien
había intentado abusar de la niña y que el hombre blanco había tratado
de detenerlo antes de morir en el intento! Ishwarbabu atestiguó por parte
del honorable gobierno y a él y a su hija les fue bien. Así se erigió una
estatua en honor de ese saheb blanco. Y por eso la tradición de nombrar
Sahebmari a nuestros hijos es lo que mantiene ese barbarismo vivo.
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Veo la estatua cada vez que visito el pueblo. Sigue ahí, aplastando
todo lo que es verdadero. Ese viejo cuento ya es historia y el mehfezkha-
na la guarda. Es un cuento falso que se ha propagado en este país. La
historia de nuestro valor y nuestra virtud no se le ha revelado a la gente.
La historia falsa nos ha etiquetado como hombres bárbaros y toscos.
Aquí he narrado la verdad de Sahebmari.
Recuerda que a nuestro ancestro lo encarcelaron por matar al hom-
bre blanco. El nombre Sahebmari Baske nació en una prisión y, desde
ese entonces, sus herederos han nacido en Sonari Mara, nuestra prisión.
No podemos experimentar la verdadera naturaleza de este mundo
porque nacemos encerrados. Hemos intentado demoler los muros de-
masiadas veces. Desde que nací, la pobreza y la humillación me han
tenido atrapado y lo mismo pasó con mi abuelo, Sahebmari Baske.
Y tú, Sahebmari Baske, donatario de esta acta, debes extender tus
brazos al exterior. He aprendido que las rejas son entidades frágiles.
La práctica de cumplir con las formalidades de actas como la que
tienes en tus manos es algo muy natural para la gente de buena cuna.
Se hacen de riquezas mediante una variedad de trucos y estrategias
mientras nos reducen a penurias. Para ellos, la acumulación es señal de
éxito. Por lo tanto, las actas de donación se hacen para alguien relacio-
nado con ellos y así protegen la riqueza y dejan que nosotros sigamos
en la pobreza. Los hombres honorables hacen actas de donación para
que sus herederos perpetúen y repliquen la forma en la que ellos han
gastado su vida y sus trucos para esconder las riquezas de otros bajo
sus techos.
No deseo tal cosa para mí. No quiero que otros soporten la clase de
vida que tuve. Espero que nadie tenga que enfrentarse a este terrible
mundo como yo. Por eso he redactado el acta de donación.
Querido nieto, hoy se celebra el festival de Karam. Los cielos y la
tierra languidecen bajo el peso de las nubes y las cosechas. Dice la le-
yenda que en este mismo día, hace mucho tiempo, Kormu se había em-
barcado en busca del dios Karam. Qué peligros lo esperaban. El fuego
terrible, la serpiente venenosa, el cocodrilo, el mar, el río, las montañas.
Kormu llegó con el dios con la ayuda de todos ellos. Y así logró rescatar
el tesoro que se le había arrebatado.
Igual que Kormu, hazte amigo de los terribles poderes que pueden
ayudarte. Ésa es la moraleja del festival. Tú lograrás hacer legítima el
acta de donación.
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Recuerda, los documentos de la gente rica pueden quitarle a uno o
beneficiarlo. Ya no me hagas repetir qué nos arrebataron. La sospecha y
el miedo van de la mano con estas actas. Por eso las actas y registros se
guardan en baúles y poco a poco se desbaratan.
Espero que mi declaración no se guarde en el mehfezkhana como los
otros documentos oficiales, o en baúles de hierro como los registros de la
clase alta. Recuerda algo, Sahebmari Baske: esta acta no trae sospecha
alguna y, después de todos estos años, ya no tengo nada que temer. Por eso
no perecerá. No se convertirá en alimento para las ratas del mehfezkhana.
Espero que mis palabras, las que Sahebmari Baske llevará a cabo,
se graben por siempre en cada rayo de luz que baña nuestro mundo, en
el viento, en cada color, en cada aroma, en las nubes y en las cosechas
que emergen de la tierra. Quiero que desde el momento en el que todos
abran los ojos por primera vez al nacer entiendan el mensaje de estas
palabras; que eres mi donatario, que el mundo y sus tierras volverán a
ser de la gente que nació en ella si se logran destrozar los grilletes que
nos sujetan; que aquí yace la historia del nacimiento de Sahebmari, un
nacimiento y una vida a los que debemos rendir honor con la sangre.
Al final de mi vida, yo, un viejo Sahebmari Baske, ejecuto esta acta
de donación. Mi esperanza es que cuando veas la luz y esta tierra, reu-
nirás la fuerza de todos tus predecesores para reclamar nuestra tierra.
Declaro por la presente en pleno uso de mis capacidades mentales, por
voluntad propia, con toda sinceridad y sin presión externa de ningún
tipo, en la feliz ocasión del festival de Karam, en presencia de los testi-
gos frente a quienes se ha escrito la misma, que se han escrito, leído en
voz alta y celebrado los contenidos del acta.
Testigos Declara
Las nubes, el suelo Sahebmari Baske
y sus bosques y la Madre Tierra Sonari Mara
República de la India
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El último día
es terrible
Sudip Bhattacharyya
[de comer
Aquel día que el último pez en el estanque, una sonrisa diga con una
[sonrisa, vamos,
Aquel día por una sola gota de agua que comience otra vez la Guerra
[Mundial,
[Bengala,
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Las aves migratorias no vendrán en grupos.
[tras millas,
[guerra.
[brazos y adorarlo
aquí, en el mundo.
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Shadon
y sus caminitos
Joya Mitra
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pios huertos y compran las herramientas, como martillos, hoces, palas y
unos utensilos pequeños de uso diario. Durante el verano, en el mercado
de Chandrachur se venden montón de palas, hoces y herramientas de
labranza. Sadhon había empezado su trabajo de carpintero con su papá
cuando tenía apenas once o doce años. Al principio tenía que cortar la
madera con serruchos y pulirla, lo que no le gustaba ni tantito. Pulir la
madera era un trabajo muy aburrido, pero no había muchas opciones. En
una ocasión, tuvo la oportunidad de conocer al carpintero Ramjibon, o
Ramu, en la feria de Bero.
En la feria del pueblo de Bero, lo máximo y lo mejor que se vende son
las cosas de madera. Es la feria de los indígenas que se encuentra bajo el
cerro, a la sombra de las rocas. Se pueden reconocer las muñecas de
Bero por sus caras chatas. También hay muñecas que se parecen a las
pequeñas novias, pintadas de verde y púrpura, con narices puntiagudas y
ojos grandes. Fue a visitar la feria y vio a una persona fabricar un estante
con el cincel y el taladro de mano. Un estante pequeño para fijarlo en la
pared, y debajo tenía dos pájaros. A Sadhon le pareció como si los pája-
ros estuvieran llevando el estante sobre las alas. ¡Qué cuerpecitos tenían
los pájaros! ¡Qué plumaje! ¡Qué garganta! ¡Todo de madera! ¡Ay, qué
maravilla! Sadhon no dejó de admirar las cosas de madera ni, sobre todo,
de ver a la persona que las estaba fabricando. Estaba sumergida en su
trabajo, y a Sadhon le pareció que el carpintero no veía más allá del pe-
dazo de madera con el que estaba trabajabando. Su tienda no era más
que una tapete rústico bastante viejo, con unos objetos recién labrados,
unas estatuas de los dioses populares. Su cincel parecía hablar suavemen-
te con el pedazo de madera y todo se fabricaba con magia. Sadhon se
sentó frente al carpintero Ramjibon por un largo rato, cuando él le pre-
guntó:
—¿De dónde vienes, hijo mío?
—Desde una aldea cerca de Asansol.
—¿Qué haces?
—Soy carpintero, maestro.
Desde aquel día, nunca le aburrió a Sadhon el trabajo del carpintero.
Su padre era un hombre genial y nunca le negaba a Sadhon ir a la casa del
maestro elegido por él mismo para aprender su trabajo ancestral. Inme-
diatamente, Sadhon se fue a Chandrachur, la aldea de su maestro, para
volverse el discípulo de Ramu. Antes de irse, había arreglado todo lo que
su padre necesitaba. Poco a poco empezó a labrar cosas de madera. Los
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estantes pequeños, los tendederos, las mesas y luego las puertas de los
armarios y los taburetes que los aldeanos necesitaban en la vida diaria.
Crecía su confianza poco a poco. Su maestro decía que la cosa más difícil
es labrar una silla porque, con las patas delgadas, la silla debe soportar el
peso de toda clase de gente, desde los delgados hasta los gordos. Se debe
calcular con mucho cuidado. Se dice que en los campos pedregosos y
áridos de Lalganj van a construir una oficina de una compañía de carbón,
y si lo que dicen es verdad, necesitarán un gran número de mesas y sillas.
Es un montón de trabajo. Pero ellos no contratan a los aldeanos de aquí
para un trabajo tan importante, sino que lo compran en el mercado, sólo
buscan a los carpinteros locales para reparar los muebles. Sadhon había
labrado dos sillas según su propio diseño, pero ¿quién las compraría? La
madera de buena calidad cuesta mucho. En las ciudades, la gente compra
sillas de plástico. Sólo en Senryal, donde se construyó un complejo de
departamentos cerca de la fábrica, se venden los muebles de madera. Allí
vive gente con mucho dinero. Compran camas, estantes y otras cosas
costosas. Sin embargo, no quieren comprar cosas de madera pura, sino
que prefieren las de chapados. Así sobreviven los carpinteros. La gente
soporta a los carpinteros y también les reclama si se retrasa la fecha de
entrega del pedido. Sadhon se pone muy triste si alguien le grita. Pero la
culpa es suya. Entonces, ¿qué se puede hacer? ¡Ay, Dios mío!
Allí se puede ver el largo camino sobre el que está la casa de Sukumar,
en la aldea que se llama Shitola. Lo que confunde a Sadhon es cómo
atravesar el camino. Antes el camino no era así. Desde Senryal, pasando
por Nuni, Lalganj, Samri y el cruce de Dabar, el camino se terminaba en
Rupnarayonpur. Era más estrecho y había docenas de baches debido a los
camiones pesados. Pasaban sólo unos autobuses pequeños y a veces los
vehículos de la mina de carbón. Los vehículos pesados rompieron el ca-
mino e hicieron los baches y por eso los vehículos no podían correr rá-
pido. Los aldeanos vivían en paz. El camino se ha convertido en una pe-
sadilla. Días y noches corren los grandes camiones y se ve cómo se seca
la sangre de Sadhon con un miedo terrible. Los vehículos amarillos gi-
gantes. Antes sus colores le parecían a Sadhon como el color del ídolo de
la querida diosa Durga, pero ya no. Sadhon ha visto de cerca cómo fun-
cionan las máquinas que llevan los camiones. También ha visto cómo se
estira la piel de la madre Tierra y los saca por la boca monstruosa antes
de irse. La vista misma es muy temerosa. Aunque todavía no lo ha visto,
Sadhon ha oído que los camiones con las máquinas díabolicas han des-
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trozado las casas del pueblo Gobindopur por haber estado ubicadas so-
bre el camino que contemplaba el mapa. Antes el camino era más fami-
liar, pasaba por los barrios como si fuera un pariente de la aldea. Se
podía pasear a pie y en bicicleta. Pasaban lentamente los carros de bue-
yes cargados de arroz y paja. Los caminos, los barrios y la gente eran muy
familiares. Todo el mundo sabía a dónde dirigían los caminos. También
los conocía la mayoría de la gente que pasaba por ahí. No había muchos
camiones, salvo los de las minas. Todos los conductores sabían que, des-
pués de pasar por Murgasol, se podrían hallar una tienda pequeña que
sirve té, pan y dulces locales de Lalganj. Entre los dos sitios no había
ningún lugar donde se pudiera comer o beber algo. Sólo pasar por los
campos y las minas de carbón. En los meses de verano, cuando no se
podía dormir dentro de las casas, la gente traía sus camas ligeras hechas
de bambú y soga para descansar al fresco cerca del camino. ¡Tantos árbo-
les se podían encontrar! ¡Pero ahora! ¡Ay Dios! Todo ha cambiado. Sad-
hon se preocupa mucho. Moyna es su hermana. Pero no puede él cruzar
la nueva autopista enorme para visitarla. ¡Qué miedo tiene! Corren mu-
chos camiones grandísimos por la autopista con gran rapidez. Es fácil
que algunos mueran cada mes atropellados por los camiones demonia-
cos. ¿De dónde vienen tantos camiones y a dónde van? De verdad, valen
mucho los caminos que conectan los sitios cercanos. ¿Dónde estaban
tantos camiones cuando no había estas calles? A veces Sadhon duda de
que estas mismas hubieran dado a luz a estos camiones. Aunque los co-
lores de los camiones se parecen al color del cuerpo de la diosa Durga,
de verdad son vehículos del diablo que corren por los caminos golpean-
do la tierra para construir como quieren las calles, y detrás viene el mon-
tón de camiones. Sin árboles, sin ninguna señal de estar habitadas, las
calles se estrechan como si fueran un fantasma muerto. Dios mío, piensa
Sadhon, ¿es una calle o una trampa para matar a los habitantes locales?
Aquí no hay nada más que los pueblos pequeñitos con sus campos y sus
caminitos. La mayoría de la gente son campesinos y artesanos con sus
alegrías y tristezas de la vida diaria. No piensan nunca en ganar montones
de dinero, ni consideran nunca irse a sitios lejanos. ¿De dónde ha apare-
cido esta autopista terrible que ha puesto en peligro la vida de la gente
como la de Sadhon? ¡Antes de construir esta calle nadie les preguntó a
los habitantes locales si ellos la necesitaban, aunque todas las pérdidas:
los campos, los estanques y todo ha sido de los pueblos como Gopalpur,
Gobindapur, Shitola, Nuni, Lalganj! Para construir la calle, los líderes
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urbanos tuvieron que reunir a la gente de la localidad, a los hombres, las
mujeres y hasta los niños. Por unos días, removían la tierra al lado del
camino y la juntaban para hacer la nueva calle más alta. Recibieron sus
pagos al instante. ¡Tan feliz estaba la gente al pensar que irían a conseguir
el trabajo diario y así cambiaría su vida! Entonces no sabían lo que segui-
ría. Radhamoni también se fue a trabajar. Ella era la hija de Ramu, el
maestro de Sadhon. ¡Con cuánta ilusión se había casado Sadhon con la
hija de su maestro! ¡Era tan bella! Parecía como el ídolo de la diosa Rad-
ha, hecha de latón. Lo que más le importaba a Sadhon era que ella fue la
querida hija de su maestro. Al casarse con ella, Sadhon se había conver-
tido en pariente cercano de su maestro. ¡Tan delicadamente Sadhon la
amaba! Pero Radhamoni no obedecía a Sadhon cuando empezó el traba-
jo de construir la autopista. ¡Mucha gente trabaja allí! ¿Por qué yo no?
Después del trabajo tan duro, ella dijo que no volvería allí al día siguien-
te. Él no quería que ella se pusiera triste por no haber podido ganar di-
nero por su propio esfuerzo. Pero ella continuaba yendo al trabajo dia-
riamente. El trabajo terminó en una semana. Los contratristas despidieron
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a casi todos los tabajadores, salvo a los jóvenes y fuertes. En vez de gente,
trajeron las máquinas que podían hacer el trabajo de treinta hombres en
una hora. Todas las personas regresaron a sus casas, salvo Radhamoni.
Con su piel morada, cabellos largos y ojos negritos, ella se fue con el
conductor de uno de los camiones grandísimos. Entonces, durante mu-
chos días, Sadhon la había buscado por las calles como un loco, parando
a los camiones amarillos para buscar dentro, con la fe de que la podría
encontrar ahí. Dos veces fue embestido por los conductores y había caí-
do al lado de la autopista. La noticia había llegado a Moyna, su hermana
menor, y a Sukumar, el marido de Moyna, por los aldeanos, y ellos lleva-
ron a Sadhon a su casa, ubicada en la aldea Shitola. Sadhon había pasado
muchas noches sin dormir, sólo pensando en Radhamoni. ¿Todavía los
hombres desconocidos desgarran y violan brutalmente el cuerpo de Rad-
hamoni? ¿Ya la han vendido en la ciudad? ¿Vive o está muerta, su queri-
dísima Radhamoni? ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, qué pena!
Un día, Sadhon regresó a su casa desde la casa de Moyna. La chocita
le parecía como una casa embrujada, aunque su vecina Minoti la limpia-
ba a veces. De haber vuelto, Sadhon habría visto que estaba lista la calle
grande, que se estrecha quietamente, como una serpiente atropellada
por un camión. Los vehículos empezarían a transitar por aquella autopis-
ta en unos días. Desde Calcuta, ¡ay, Dios!, ¿a dónde va la calle... hasta
Kashi? ¡O quién sabe a dónde! Sin falta, hoy Sadhon tiene que cruzar
esta calle, ¿pero cómo puede hacerlo? Los vehículos no se paran ni por
un momento. No sólo los camiones, también los autobuses, los coches y
las motos. Todo el mundo corre muy rápido. ¿Tanta prisa tienen? ¿Pero
cómo puede cruzar la calle una persona como Sadhon, que no tiene nin-
guna prisa y sólo desea ir a la casa de su hermana a tráves de la autopista?
Debido a su trabajo y al regaño de los otros, Sadhon había ido al lado de
la autopista unas veces, pero siempre se había confundido mucho. Con
su bicicleta tan pequeña ¿cómo puede atravesar la calle tan gigantesca?
Además, hay barandales largos a la mitad. Los vehículos de un lado co-
rren hacia la izquierda y los del otro lado a la derecha. No se puede
cruzar la calle a menos que por donde han puesto las barandillas. Enton-
ces, ¿qué debe hacer Sadhon? No sólo para ir por el cincel, sino también
para visitar a su querida hermana, Sadhon tiene que ir a la aldea Shitola
atravesando la calle. De todos modos, es obligatorio que Sadhon vaya
allí. Él le prometió al señor Sarkar, el médico, que empezaría su trabajo
mañana sin falta.
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¡Ay! Cuántos chicos se han marchado fuera para ganar un montón de
dinero en las ciudades. Las chicas huyeron también sin hablar con nadie.
¿Quién sabe qué los atrae a cuidades tan oscuras? Pero ¿qué se puede
hacer? De los jóvenes que se habían marchado, ¿cuántos han vuelto? Las
mujeres cuidan a los niños y a sus viejos padres. Los que vinieron desde
las ciudades en coches, compraron los campos por un precio demasiado
alto. Ahora estos campos han sido rodeados por paredes. Desde un rin-
concito de su aldea, Sadhon puede ver que hay un gran número de tien-
das a lo largo de la autopista. Las tiendas pequeñitas de té, las tiendas de
reparar las llantas, y poco más lejos, está la tienda donde se vende carne
y roti, y hoteles y restaurantes. Sadhon ha oído que los chicos de las al-
deas cercanas lavan los utensilios allí. Los que habían ganado considera-
ble dinero al vender sus campos han comprado motos. Han establecido
unas tiendas pequeñas en las aldeas y cerca de los nuevos complejos de
apartamentos. Antes los chicos no fumaban frente a los adultos como un
signo de respeto, pero ya no. Fuman mucho. No les importa nada ni
nadie. También hay lugares donde venden abiertamente alcohol ilegal.
¿Vienen a las aldeas por las calles, o llegan bordeando la autopista desde
las aldeas? No se sabe. Hay muchas opiniones. Los viejos odian la auto-
pista como a un enemigo espantoso. Las madres se preocupan mucho
cuando sus hijos están fuera de casa. Hace uno o dos días, un joven
maestro murió atropellado por un camión. ¿Así mueren los aldeanos y
eso vale la autopista, entonces? Las calles y los caminos existen para que
la gente pueda ir y venir a las cercanías de sus pueblos para trabajar o
para viajar. Pero, ¿y esta autopista? Impide a Sadhon acercarse a la casa
de su hermana. Sadhon es una persona tan tranquila que nunca ha podi-
do gritar a nadie, está enojado consigo mismo estos días. Hoy no tiene
otra opción. Va a salir muy temprano y después de almorzar con su que-
ridísima hermana Moyna regresará antes del atardecer.
Antes de morir bajo un camión de dieciséis ruedas, Sadhon pudo ver
por un momento que el color del camión también era amarillo. Por un
instante se había acordado de Radhamoni. El camión lo tiró con todo y
bicicleta al otro lado de la calle, y así al fin pudo cruzarla l
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¿Qué dijo,
globalización?
Subodh Sarkar
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Amitesh
Maiti
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Esta mortalidad
Mapa de ruta
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Habíamos salido juntos
pero cada uno tenía un mapa diferente.
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Es que tú eres una chica de la ciudad,
soy yo del pueblo.
En la lluvia me mojé con la hoja de colocasia sobre la cabeza
y me unté el rocío sobre el cuerpo
Las estrellas, los pájaros, las flores y los árboles yo conozco
Me he teñido las manos con el arcoíris
He trabado amistad con las nubes
De una orilla del río la llamada alcanzaba la otra
En esta ciudad yo también he pasado muchos días
No puedo conocer nada; nada me gusta.
Sufro un choque en el callejón sin salida, de nuevo entro en el laberinto
Escucho a escondidas mi infamia que dice la gente
¡Ay, chica mía, tú me cuentas tus dolores a mí!
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Lágrimas
de Dios
Shamik Ghosh
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El cremoso curri de res en el restaurante de Nur Amin se veía beige
en el frasco amarillo. Algunos kebabs medio cocidos yacían en el plato.
«Hermano, puedes meterte en esta profesión. Pero no puedes
renunciar».
Traté de cambiar el tema. «¿No te salvará tu partido político?».
«Carnal, créeme, lo juro por mi mamá, nunca maté a ese pendejo.
Me dijeron que me entregara. Prometieron salvarme. Esos hijos de puta
no hicieron nada. La policía me cagó a golpes. Me pusieron varillas en
el culo».
Me sentí sucio. Tenía ganas de vomitar. Escupí la carne en el plato.
«Olvídalo, Iswar. Vámonos».
«Carnal, lo juro por mi mamá, no lo maté».
«Ya vete a la chingada. Lame las botas del partido». Me sentí agitado.
No debió mencionar lo de las varillas en su recto mientras comía.
Esa noche fui a Harkata Gali con mi amigo Arniban. Arniban compraría
hash y yo observaría la zona. Fue espeluznante. Las putas podrían
habernos tocado en cualquier momento. Se exhibían como los kebabs
del restaurante, casi desnudas, a ambos lados del camino. Intentaron
tocarnos, intentaron forzarnos. «¿Quieres divertirte por treinta rupias?».
Se burlaron de nosotros.
Una negra obesa me tocó. Vestía un pequeño negligé. Llevaba
ligueros y unas largas medias negras; la irregular grasa de sus muslos era
evidente. Su edad arruinaba sus esfuerzos por parecer sexy. «Carnal, soy
Amina. ¿Puedes salvar a Iswar? Lo van a colgar por homicidio».
Anirban estaba sorprendido. Nos miraba fijamente. «Deja que
lo cuelguen. ¿Crees que Iswar se casará contigo? No lo hará. Los
innumerables perros de este callejón se darán un festín con tus huesos»,
le grité a Amina.
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con un balón de futbol. La luna carmesí se alejó flotando por el golpe
como un globo. «Saludo rojo a la luna roja», gritó Arniban al tiempo
que se deslizaba lejos. Todavía pude escuchar sus últimas palabras.
«Este hash de mierda no sirve. No siento el subidón. Estos cabrones nos
engañan. Hasta el hash es de tercera en este tercer mundo».
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llegando a las ciudades. Necesitan gente como tú. Tendrás empleo».
El policía tenía un extraño parecido con Iswar. Se veía igual. Traté de
averiguar si era Iswar disfrazado de policía. Me empujó. «Vete ya».
Quizá también él fue asesinado por el partido de Iswar. Su trabajo lo
llevó hasta allí. También tenía que alimentar a su familia. Dos Iswars.
Dos dioses con armas sobre sus hombros, tratando de matarse el uno al
otro por comida.
Una chica caminaba detrás de mí. Era negra. Tendría quince años,
supongo. El policía la detuvo. «¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? Quítate
la ropa. Déjame revisar si eres hombre o mujer». La chica lloró. No me
atreví a mirarlos. Pude ver el cartel de Aiswariya Rai en las paredes de
la estación de tren. Su espalda perfecta estaba expuesta. La miré con
lujuria. Tomé el próximo tren para regresar a Calcuta. Tenía que ver una
película pirata de Monica Bellucci en mi laptop.
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«Sobre los disturbios. ¿Qué pasó?».
Allahrakha se rascó la cabeza. Las sombras de las casas nos protegieron
del sol abrasador. Fue relajante. Allahrakha replicó: «¿En algún momento
hablé de disturbios? ¿Hubo disturbios?».
«¡Pero si tú dijiste que habías escapado durante los disturbios!».
Hablábamos en hindi y gujarati. Podíamos ver el matadero a la
distancia. La ciudad estaba cubierta de suciedad.
«¿Te acuerdas de Amina?».
«Sí, me acuerdo».
«Nos casamos. Yo trabajaba, Amina cocinaba. ¡Oh, su biryani era
delicioso! Escuchábamos las noticias en televisión. Quemaron un tren.
Nos sentimos amenazados. Amina estaba asustada. Tenía cinco meses
de embarazo. Su cuerpo era pesado, dijo: Allahrakha, hay que dejar
este lugar. Pero me negué. ¿A dónde íbamos a ir? Fuimos felices aquí.
Me estaba yendo bien. No conocíamos a los que quemaron el tren. ¿Por
qué íbamos a preocuparnos? Esa noche llegó la policía. Vestidos con sus
uniformes caquis y sus botas pesadas. Acordonaron el pueblo entero.
Ninguno de los dos pudo dormir esa noche. Podíamos ver el fuego a
la distancia —fuego, oscuridad y humo. Escuchábamos los gritos de la
gente. Disparos ocasionales a la distancia. Amina estaba asustada. Se
abrazaba a mí. De pronto oímos los disparos en las cercanías. Personas
gritando frenéticas. Veíamos a la gente corriendo por el callejón. Saltamos
la barda y comenzamos a correr. Patio, bardas, paredes, más paredes...
corrimos y corrimos. La tierra se hacía más caliente. Se sentía como
correr sobre una plancha caliente. Atrapaban a la gente y la mataban.
Violaban a las mujeres».
«¿Pero no dijiste que había policías?».
«¿Policías? Ellos les disparaban a los que intentaban escapar. Algunas
personas lanzaban piedras. ¡Gas! Los ojos se nos quemaban. La tierra
se sentía como una plancha. Amina resbaló y se cayó. Yo estaba sobre la
barda. Volteé hacia atrás. Venían por nosotros. Tenían espadas. Amina
me miró. Levantó las manos hacia mí. Pensó que la ayudaría a escapar. Y
fui un cobarde. Dejé a mi esposa embarazada, a mi hijo no nacido, y salté
hacia el otro lado. Mi boca y mi nariz ardían. Se sentía como un horno y
nos estaban asando a todos. Había un paso subterráneo bajo las vías del
tren. Pude ver los cadáveres tendidos allí. La sangre fluyendo por el suelo.
Yo estaba vivo todavía. Me acosté y cerré los ojos. La sangre de los muertos
me cubrió. Me sentí como un animal sacrificado tirado en el matadero».
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Escuché a Allahrakha. Luego hice lo que hago siempre en este tipo
de situaciones: prendí un cigarro. Allahrakha o Iswar temblaba. Dije:
«Allahrakha, tengo que irme. Nos encontraremos de nuevo».
GOVANDI
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Bombay. Govandi. Una estación de tren de la línea Harbour. Un mercado
junto al complejo de la estación y el arrabal. Al salir escuché que alguien
me gritaba: «¡Oye, hermano!».
Era Iswar parado afuera de la estación de Govandi. Sostenía un vaso
de té con una mano, con la otra se rascaba el abdomen.
«¡Una vez más nos encontramos!».
Iswar arrojó el vaso.
«Ahora vivo aquí. Pude encontrar a Amina de nuevo. Se cambió el
nombre a Madhuri».
«¡Oh, sacó el nombre de una estrella de cine! ¿Y cómo está ahora?».
«La cortaron con una espada. Pero ya está bien. Sólo una marca
negra en el cuerpo. Se negó a regresar. Ha perdido su modestia. ¿Pero los
pobres tienen modestia? Ahora vivimos aquí. La gente dice que el dinero
vuela en esta ciudad».
«¿Dónde vives?».
«¿Quieres conocer? Ahora vivo en un palacio en el agua. Construí una
ciudadela en el mar». Iswar sonrió. Me sentí interesado. ¡Dios viviendo
en el agua!
Caminamos a través del canal. Aguas negras obstruidas por
incontables pedazos de plástico. Las sucias casas de los pobres —algunas
de un piso, otras de dos, pequeñas chozas de ladrillo tocándose entre sí.
El barrio M de la ciudad de Bombay. Algunas personas dicen que en ese
lugar la mortalidad infantil supera a la del África subsahariana.
Iswar tarareó una cancioncilla.
«¿Puedes cantar?», pregunté.
Se avergonzó un poco. «Tenemos una buena vida aquí».
«¿A qué te dedicas?».
«Trabajo haciendo pan».
«¿Pan?».
«Hacemos pan. Pongo la masa en el horno. Se convierte en pan».
El barrio se adensó. Estaba atestado. Apestaba. Me irrité. Dejó de
gustarme esa aventura.
Nos detuvimos cerca de las marismas. Agua espesa y negra. Parecía
como si todas las aguas residuales de la ciudad fluyeran hacia allí. Pude
ver las chozas. ¡Estaban flotando!
Iswar trajo una balsa. Estaba hecha de hielo seco y triplay. Dos
marinos embarcados en el viaje. Iríamos a la casa de Dios. No podía
saber si había suciedad o agua bajo nuestro barquito. Iswar jaló los
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remos. «Este lugar se llama Chikalwadi —una casa en el lodo».
«¿Cómo la haces flotar?».
«Usamos hule. El mismo hule que se usa en las llantas. Se hunde
durante el monzón, pero nuestra casa sigue flotando en el agua».
Amina estaba adentro. Estaba asombrada. «¡Tú! ¡Aquí! Nos
conocimos hace mucho tiempo».
Todavía podía recordar a la escasamente vestida Amina de Harkata
Gali. ¿Era la misma Amina o era otra persona? ¿Otra Madhuri, quizás?
Sentí la urgencia de mirar la marca negra del corte en su cuerpo para
verificarlo. Me resistí y miré a lo lejos. Pude ver los rascacielos al otro
lado del arroyo. Era Nueva Bombay. Los altos edificios sobre las colinas
se veían más prominentes desde donde estaba parado.
Sentíamos la casa balanceándose a nuestros pies. Balanceándose
como un pequeño bote al viento. La casa de Dios flota en la porquería.
En la mitología, el príncipe Lakhindar, mordido por una serpiente, fue
llevado en una balsa por su nueva esposa, Behula. Su paciencia venció a
los dioses. Se vieron obligados a devolverle la vida a su marido. Amina
e Iswar están en un viaje similar. La casita no tiene ventilador ni luz
eléctrica. El aire siempre huele a mugre. La casa de Iswar y la casa de
Amina. Pueden soportarlo todo.
Me puse los audífonos para el camino de regreso. Escuché los
anuncios del canal fm: «¿Quieres evitar el tráfico de Bombay? Compra
un departamento en Torre Mathura. Departamentos de lujo por veinte
billones o más».
Luego de comprar cigarros afuera de la estación de tren, vi a un niño
pequeño lavando trastes en un restaurante. El agua del balde era negra.
Sus manos mojadas tenían un tono blancuzco. Me miró fijamente. Volteé
hacia otro lado.
El cielo estaba negro. Sentí el viento salado que llegaba desde los
mares. Iba a llover. Toda la ciudad se llenaría de agua. La pequeña casa
de Iswar flotaría sobre el agua. Se balancearía con las corrientes. De
pronto pude sentir las gotas de lluvia cayendo sobre mi cuerpo. No sería
por mucho tiempo. Se detendría. Las lágrimas de Dios se secaron l
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Alfabetos
Sharmila Ray
V e r s i ó n d e l b e n g a l í d e K a t h a k a l i R o y , M o n a l i s h a D a s g up t a ,
S a b e r e e M a n da l , S aya n i H a z r a y D i bya j yo t i M u k h o pa d h yay .
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Shankha
Ghosh
T ormenta de deseo
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Apareces
con tu cara
fría como nube, sin luz como la luna,
tus senos son como ondulaciones de una tierra
que se ha llorado hasta la quietud del cansancio,
estiras tus ansiosos brazos gastados, largamente esperanzados,
fatigados de rezos, hacia ese furioso cielo enorme.
L ápidas blancas
al principio parecían
filas y filas de monjas hincadas, inmóviles,
cristalizadas en oración;
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en la brisa invernal
el mundo temblaba cargado de culpa por la fragancia
del eucalipto;
pero luego
la niebla se hizo muro,
la oración se volvió reproche de esas piedras blancas,
E n la curva
ante mí
el largo tronco despojado de sus ramas
frío y silencioso,
también, posiblemente,
los recuerdos de haber protegido a algunos,
el ascenso y el descenso del hacha.
Luego,
los sonidos y las huellas de los muchos pasos que se desvanecen
hacia el Ganges.
Déjenme aquí,
arruinado por la edad, ciego y
sin hijos.
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L o sagrado
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Cineasta
Tanmoy Chakraborty
D es e o a h o g a m i ento , mi l es d e a ño s l uz d e la lu na
C ó m o y c o n q ui én, d ul ce pel ea en una noc he inv ernal
P a l a b r a s y s il enci o , ca nci ó n o po ema
L a c á ma r a s e pi erd e, l a ta rd e pas a .
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No apto
Anindita Das
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lucho con este chico todo el día? Nunca me he concentrado en mi carrera.
¡Bailaba Odyssey tan bien! Todo lo dejé por mi hijo. Qué no hago por él,
dime. Obtuvo buenas notas en todas las asignaturas, pero no es apto para
el dibujo. ¡Qué vergüenza! ¡Qué pena, qué insulto! No podré enfrentar
nunca a Rumela, a Sweta, a Bithi. Todos sus hijos han aprobado en dibujo.
Su nombre, Atri Majumder, debería haber estado al inicio de la lista, en
lugar del hijo de Sohini, Hridayjeet: a pesar de que tiene notas más bajas en
matemáticas e inglés que Atri, ha destacado en la primera posición. ¡Una
vergüenza, qué vergüenza! No puedo hacértelo entender ni sentir.
Kushal respira profundamente al escuchar las palabras de Ahona y le
pide a Atri que sea muy respetuoso.
—Hijo, ¿qué debías dibujar? ¿Te acuerdas?
Jugueteando con los ojos, dijo a su padre:
—La maestra escribió en el pizarrón: dibuja todo lo que desees.
Inmediatamente comencé a dibujar un palo y una pelota de críquet. ¡Sabes
cuánto me encanta jugar al críquet! Ya no miré el pizarrón. Luego, cuando
terminó el examen y la maestra vino a recoger mi copia del dibujo, dijo:
«¿Por qué dibujaste un palo y la pelota? Escribí entre paréntesis y les di dos
opciones: paisaje del pueblo o un partido de futbol. ¿Por qué dibujaste una
pelota y un palo? ¿No viste las opciones? ¿No podrías dibujar un escenario
o un partido de futbol?».
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Atri salió de la casa con su papá, comió helado y pizza. Cuando volvieron,
el pequeño Atri se durmió. Los próximos siete días eran vacaciones, después
la escuela abriría. Su papá dijo:
—Papá tomará vacaciones por siete días. Te llevaré a la casa en el pueblo
donde crecí. La casa del campo de Guskarai en Burdwan.
El padre estudió en Rammohan Boys School. Y le cuenta una historia
muy interesante. En el examen de dibujo en la escuela, el maestro escribió
en la pizarra: «Dibuja lo que desees». Papá era tan joven entonces como
Atri. Inmediatamente papá dibujó un palo y una pelota. Y no pudo hacer
el examen. La razón: el maestro había escrito entre paréntesis «Dibuja una
mañana de invierno o una fiesta». El padre sabía dibujar ambos, pero, como
su hijo, amaba tanto la pelota de críquet que, tan pronto como tuvo ocasión,
comenzó a dibujar el palo. No vio eso entre paréntesis.
¡Papá tampoco aprobó el examen de dibujo!
Atri se ha dormido durante mucho tiempo. Se cree que la cabeza del
niño que duerme está acunando sus manos en el seno. Después de que fue
rechazado su dibujo durante la prueba de la clase de habilidades, una alegría
había inundado su casa. El tío mayor trajo dulces y tapas calientes de mohan
y celebró al «No apto». Su padre regresó una noche a casa y le dijo:
—Vas a ir a Calcuta mañana conmigo, hijo. Te compraré un buen palo y
una pelota de críquet. Hace tiempo que los querías, ¿no?
Su madre le dijo:
—Yo compré un guante también. Vaya. Le gusta mucho el juego de
críquet.
Ese día, los padres y todos en la casa le explicaron a Atri lo difícil que
es ser niño.
—Debes tratar de convencer a Ahona para que se sienta bien. El
problema de Ahona fue no entender el dibujo de un niño. A medida que
crecía, estaba a punto de volverse incómodo el problema cuando pensaba
en lo horrible que había sido. Kushal aprendió que se debe tener cuidado
de no entrar en pánico en la infancia. No importa cuál sea la complicación
en la vida, el niño es más importante. Si no, la habilidad de ser padre fallará
para siempre l
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La lista de deseos
del jugador
Srijato
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Ribereño
Amrita Nilanjana
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fundidades del río, dando un toque al lienzo que la prodigiosa naturaleza
ha creado.
Es en estos campos donde Lakhan solía pasar la mayor parte del día
con su amigo Pilu. Ambos tenían ocho años y sus casas estaban una junto
a la otra. Pero Lakhan ya no va a los campos: en lugar de eso se sienta
en el dique con el rostro entre las manos y mira ausente hacia el campo.
Extraña a Pilu, quien no ha regresado de donde sea que lo llevó su familia
hace seis meses. Su ribereña amistad terminó tan pronto como empezó,
con un juego de canicas hace tres años.
Tikarampur no tiene pasado, como un hombre sin memoria. Nadie
recuerda cuándo es que apareció en la ribera del Ganges, en el estado
oriental de Bihar, ni, por ende, quiénes eran sus primeros habitantes. El
pueblo se yergue como una mención oblicua en una geografía saturada.
Tikarampur se ha aferrado a las penumbras sin escándalo y con cierto
grado de despreocupación. El sistema social basado en la costumbre ha
desafiado el cambio desde hace mucho. Con el tiempo algunos bajaron
de categoría social, mientras otros asumieron un rol influyente y de go-
bernantes. La justicia social en el pueblo depende más de la genealogía
del acusador que del buen criterio y del sentido común. Como en muchos
otros pueblos del país, casta, credo y religión juegan un rol importante al
decidir el curso de la vida en Tikarampur. La ley de esta tierra es parcial,
intransigente y, en ocasiones, brutal. Los adinerados bhumihar, quienes
por generaciones han afirmado pertenecer a las castas más altas de la
región, son superados en número por los dalits, o intocables. A pesar de
esta demografía desigual en Tikarampur, los bhumihar se las han arre-
glado para tener una repartición injusta en el modo de vida del pueblo.
Todos los escuchan. Todos les temen.
También Budhia, el padre de Pilu; pero sólo porque vive en un sistema
social que le exige que escuche en lugar de hablar. Él sabe que el silen-
cio es oro, pero su silencio está cargado de angustia y desacuerdo. ¿Qué
importa si él no es un bhumihar? De hecho, él ni sabe qué es: el pasado
de Budhia es tan oscuro como el del mismo pueblo. Todo lo que sabe es
que los bhumihar no lo quieren de vecino y que su choza de adobe y el
horno de arcilla que Sita, su mujer, usa para cocinar austeramente son tan
frágiles como su existencia. Muy a menudo los otros pueblerinos lo hacen
sentir como un proscrito; después de todo, él no tiene tierras ni vacas ni
búfalos. Sólo es un aparcero sin importancia en la ribera del Ganges; de
todas formas, la sociedad lo ignora.
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Pero Budhia no permitía que esos pensamientos le ocuparan la mente.
A cinco pies estaba su esposa haciendo pan plano de mijo perla o bajra,
que crecía abundantemente en la región. Bajra y salmuera, salmuera y ba-
jra, su comida de todos los días. A él le preocupaba más la crecida de las
aguas del Ganges que habían empezado a elevarse desde que se abrió el
cielo hace una semana. El agua coqueteaba peligrosamente con la ribera.
Él sabía que la tierra que había pedido prestada para sembrar mostaza
quedaría inundada pronto. Miró afuera, al negro vacío, hacia el río, pero
no pudo ver nada. Era un campo de oscuridad. Le parecía que el Ganges,
que hacía apenas dos días estaba tan tranquilo, había empezado a desba-
rrar y despotricar, agitándose para azotar las tierras colindantes. Al des-
pertar, el día siguiente, encontró agua junto al dique. Se quedó en la parte
más alta sosteniendo un paraguas. El río se había desbordado en apenas
siete horas de oscuridad, con sus aguas arrastrándose como una serpien-
te que cazaba, desenrollándose lentamente hacia el pueblo, pulgada a
pulgada, lista para devorar todo lo que se cruzara en su camino. Budhia
sabía de buena mano que el apetito de un río hambriento era insaciable.
Cuando era muy joven, presenció cómo las merodeadoras aguas del Gan-
ges invadían el pueblo de su padre, barriendo con todo a su paso, inclu-
yendo a su madre y hermano mayor. Su padre lo llevó cargando sobre
sus hombros, con el agua que le llegaba al pecho, hasta la seguridad de
un árbol en una parcela alta junto al pueblo. De lo contrario, él también
habría muerto en aquella ocasión. Ese fatídico día se había grabado en su
memoria. La única persona en todo el pueblo que sabía de la miserable
infancia de Budhia era Kanhaiya. Sin importar que Kanhaiya perteneciera
a una familia de casta más alta, era tan pobre como Budhia y la pobreza
fue el lazo común de su amistad.
Budhia se dio la vuelta y comenzó a avanzar por el centro del pue-
blo hacia donde, bajo un árbol de baniano que según el mito tenía ya
mil años, debían reunirse los ancianos e influyentes con todos los demás.
Budhia se quedó con la multitud, sentado en semicírculo sobre la tierra,
y puso sus brazos en jarra, en aparente desafío, como era su costumbre.
Frente a él estaba el consejo del pueblo dominado por los bhumihar. Se
negó a esconderse bajo el peso de su pobreza, sin importar lo insoporta-
ble que fuera la carga. Aunque su terrible circunstancia le hubiera ganado
el desprecio de los bhumihar, ellos no podían someterlo abiertamente por
miedo a represalias. Según dijo el consejo, se debía evacuar el pueblo lo
antes posible porque las lluvias no parecían mermar, lo que quería decir
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que no habría manera de apaciguar al río, sin importar los incesantes
rezos a los muchos dioses dentro de las casas.
Ram Singh, el bhumihar más rico del pueblo, les preguntó a todos
cuáles eran sus planes:
—¿Qué hay de ti, Budhia? Aunque no tienes mucho que perder, salvo
lo poco que tengas en el cerebro, debes responder al llamado. Sugie-
ro que apenas amanezca mañana te marches a un lugar seguro —sonrió
Singh engreídamente.
Budhia, recto como una tabla, no se molestó:
—Sí, señor, haré algo.
Budhia, como muchos de sus vecinos, sabía que Singh no iría en su
ayuda a la hora de partir. Pero ¿podría rechazar a otro ser humano por
completo? De ninguna manera. Budhia pensó, y hasta su esposa que no
era del pueblo le había susurrado en privado, que todo el pueblo proba-
blemente esperaba verlos de regreso. Después de todo, los Budhia eran
sólo aparceros, gente iletrada, empobrecida y sin lugar a dónde ir. Eran
una mancha en la sociedad. Pero Budhia no se rompería.
Esa noche se vino abajo el dique. Las gorgojeantes aguas creaban
remolinos, primero comenzaron a llenar las cavidades en el pueblo, des-
pués atacaron los jardines de las casas de adobe. Las casas de concreto
de los bhumihar no fueron perdonadas, pero podían resistir el impac-
to del torrente que crecía, quizás por un día más; no como la casa de
Budhia, cuyo precipicio estaba por rendirse. Al amanecer, Budhia, Sita
y Pilu salieron del pueblo en una carreta de bueyes, uniéndose a dece-
nas de personas que también huían como ellos. Mientras la caravana se
alejaba del pueblo por tierras altas junto a los rieles del ferrocarril, el
gigante que dejaban atrás lanzaba su último golpe. Nadie volteó a ver,
porque todos sabían que el pueblo había desaparecido de la faz de la
tierra. Podrían regresar a sus casas devastadas cuando amainara el agua,
y eso significaba hasta dos meses, si no es que más. Sólo las copas de los
árboles más altos emergían de la superficie, como pompones, pero has-
ta ellos serían rebasados cuando la naturaleza caníbal diera su bocado
final, para lo cual no faltaba mucho.
Dos meses después, Budhia llamó a Ram Singh desde un teléfono pú-
blico en Patna. Su tío, Vikas, quien se ganaba la vida pintando automó-
viles en un taller en Patna, ofreció asilo a su sobrino y a la familia de
éste mientras el cauce estuviera destruyendo los pueblos del estado. Ellos
habían llegado como empacadores de alfombras, sin saber cómo iban a
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obtener su próxima comida o hasta cuándo podrían conservar un techo
sobre sus cabezas. Hasta Vikas sabía que la estancia de su sobrino tenía
fecha límite. Él mismo no ganaba lo suficiente para mantener a su familia
y ahora tenía a Budhia, Sita y Pilu. Vikas fue brutalmente honesto con
Budhia:
—Mira, puedes quedarte por un tiempo, pero mientras estés aquí de-
bes trabajar. No puedo alimentarlos gratis. Le puedo pedir al dueño del
taller que te contrate para que pintes y limpies automóviles, ¿está bien?
Budhia no tenía más opción.
Budhia esperó a que Ram Singh contestara su llamada; cuando lo
hizo, se identificó:
—Señor Ram Singh, soy Budhia —hablaba alto y con aparente gusto,
lo cual se entendía porque no se había contactado con alguien de Tika-
rampur desde hacía mucho tiempo. Se sentía en casa tan sólo con una
llamada.
—Oh, claro, Budhia, ¿cómo estás?
—Estoy bien, señor. Estoy a salvo con mi tío. ¿Qué novedades hay del
pueblo?
—No mucho, Budhia, sigue bajo el agua. Todavía sigue lloviendo en
Tikarampur. Llámame en un mes, espero poder darte buenas noticias
para entonces —Ram Singh interrumpió abruptamente la conexión.
Budhia se preguntaba cuánto tiempo le tomaría al agua volver a su
veta madre. ¿Sesenta días? ¿Setenta días? ¿Noventa? No tenía ni idea. Su
vida en Patna lo había reducido a un estado de total desesperación. Se
sentía prisionero de la miseria que lo rodeaba en el taller. Además, le pre-
ocupaban las fricciones que obviamente ya tenía con la familia de su tío.
Él, Sita y Pilu estaban casi sobreviviendo de la caridad.
Budhia sabía que apenas fuera posible tenían que regresarse al pue-
blo, si no los desacuerdos esporádicos seguramente se harían más gran-
des hasta que un día explotaran incontrolablemente, dejándolo sin más
opción que pedir prestado, mendigar o robar. Ninguna opción le apete-
cía. Por la tarde, en el pequeño cuarto que les habían dejado, Budhia mi-
raba a Sita mientras cocinaba. Se reprendió por ser un total fracaso, por
hacer a su familia pasar apuros que no se merecían. Veía la fingida calma
que envolvía el rostro de Sita. No obstante, detrás de esa fachada, Budhia
podía sentir que los ojos de su esposa estaban ahogados en un diluvio
invisible. De vez en cuando, la encontraba con la guardia baja, con lágri-
mas derramándose por la comisura de sus bellos ojos color miel. Pero,
como una verdadera y solidaria compañera de vida, Sita nunca lloró, por
temor a que su debilidad desatara una funesta depresión en su marido y
eso lo orillara a hacer algo horrendo. Budhia también pensaba en Pilu,
quien quizás crecería como un árbol torcido desde retoño, doblado de-
liberadamente cerca de la base del tallo. Budhia debía regresar al campo
de mostaza, al aire puro que ningún artilugio mecánico se atreviera a
envilecer esparciendo humo venenoso, al imperdonable flujo del río que
estaba dispuesto a perdonar. Ser pobre en su propia casa era radicalmen-
te diferente de ser pobre en la casa de alguien más.
Budhia llamó a Ram Singh nuevamente; habían pasado casi tres me-
ses desde que salieron del pueblo. Singh se lamentó porque el pueblo
todavía no estuviera listo para que lo habitaran. Quince días después lo
volvió a llamar y Singh le dio la misma respuesta. Llamó a Ram Singh al
día siguiente, y al siguiente y el siguiente a ése. Las llamadas continuaron,
pero el celular de Singh nunca estaba disponible. Mientras caminaba de
regreso al taller, Budhia levantó la mirada al cielo. En su lucha por sobre-
vivir se había aislado del mundo exterior y ni siquiera se había puesto a
reflexionar en cómo se veían las cosas a su alrededor. El cielo era azul rey,
con pequeñas bolitas blancas de nubes saltando como ovejas perezosas
que se rehúsan a ser pastoreadas. La luz del sol caía sobre su arrugada
frente. Había olvidado ver la luz después de trabajar largas horas en el
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oscuro aprisionamiento que llamaba taller automotriz, agachado entre
defensas y maleteros que necesitaban arreglo. «Por Dios, el cielo es tan
claro ahora, debe estar soleado en Tikarampur». ¿Soleado? ¿Entonces por
qué Ram Singh seguía diciendo que la inundación no había bajado y que
el cielo seguía gris sobre el pueblo?
Dos días después, Budhia y su familia salieron rumbo a Tikarampur.
Budhia supo que debía labrar la tierra hasta devolverle su fertilidad. Pero
entonces supo que también sabía hacer algo más: pintar carros usados. Si
había problemas con el cultivo podía intentar buscar un trabajo en la cer-
cana ciudad de Munger. Cuando Budhia y su familia bajaron del autorick-
shaw1 a la entrada del pueblo, una banda comenzó a tocar música popular
para la fiesta de bienvenida. El jefe del pueblo y Ram Singh lo abrazaron
antes de acompañarlo a entrar, como si se tratara del hijo pródigo que
regresa de una tierra lejana. Budhia caminó hasta su choza, la cual había
sido arreglada por el comité de socorro del pueblo. En el centro del patio
había ollas donde cocinaban aromáticos platillos. El pueblo entero estaba
preparando un festín para celebrar el regreso de Budhia. Su historia pudo
haber tenido un final de cuento de hadas como éste.
Pero los cuentos de hadas y la realidad nunca son sinónimos. Al amane-
cer, Budhia, Sita y Pilu se bajaron de una carreta de bueyes en la entrada
del pueblo y comenzaron a caminar hasta su casa, creyendo que no verían
a nadie después de que Ram Singh dijera que Tikarampur todavía no era
habitable. Sintió mariposas en el estómago mientras caminaban, paso a
paso, hasta las entrañas del pueblo. Para su sorpresa encontraron a todo
el mundo en su faena. La vida se desarrollaba igual que antes de la inunda-
ción frente a sus ojos. Estaba perplejo. ¿Qué podía ser esto? Por un lado,
Ram Singh había insistido por meses que la afluencia del agua no había
retrocedido; por otro lado, encontró al pueblo lleno de gente como siem-
pre, rebosante de actividad cotidiana. Budhia aceleró el paso y, mientras
lo hacía, pudo ver gente bien conocida que lo miraba con ojos inquietos.
Comenzó a correr hasta su casa. Pero su casa ya no estaba ahí. En su lugar
se había levantado un edificio de ladrillo de dos plantas. Budhia no pudo
creer lo que estaba viendo. Miró a su alrededor, todo estaba igual, nada
había cambiado, salvo la casa de ladrillo que ahora estaba donde antes es-
taba la suya. Una multitud se reunió detrás de Budhia. Él volteó y vio entre
1 Transporte típico del sur de Asia, también llamado tuk-tuk. Son triciclos motori-
zados con espacio para dos pasajeros detrás del asiento del piloto. (N. del T.).
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la gente a Kanhaiya con un hacha en una mano y leña en la otra. Kanhaiya
dejó la leña en el piso, se acercó y con ambas manos en los hombros de
Budhia le susurró al oído:
—Ésa ya no es tu casa. Ésta la construyó Ram Singh para su yerno.
—Pero ¿dónde está mi casa?
—Tu casa cayó en un designio que no pudiste ver ni leer.
Kanhaiya apartó su rostro, negándose a ver los abatidos ojos de Budhia.
Lentamente, la historia completa comenzó a desentrañarse en casa de Kan-
haiya, quien le ofreció un almuerzo a Budhia y su familia.
Budhia, siendo iletrado, grosero, insolente y pobre, era el menos apre-
ciado en el Tikarampur gobernado por los bhumihar, así que Ram Singh
y sus secuaces concibieron un plan. El agua bajó veinte días después del
diluvio y al trigésimo día la gente había comenzado a regresar a sus casas.
La inundación le había dado a Ram Singh la oportunidad que necesitaba. Él
sabía que, aunque Budhia fuera algo rebelde, jamás lo enfrentaría. Además,
Ram Singh tenía a sus secuaces contentos con dinero que les daba ocasio-
nalmente. También era consciente de que nadie se atrevería a cuestionarlo
por sus acciones mientras él siguiera siendo rico y poderoso. Así pues, cada
vez que Budhia llamaba desde Patna, lo mantenía alejado diciendo que el
pueblo seguía bajo el agua, aplazando el regreso de Budhia todo el tiempo
necesario para arrebatarle su tierra, demoler su choza y construir su propia
casa de ladrillo.
—Lo sé, Kanhaiya, he sido un tonto. Ahora necesito hacer algo y ha-
cerlo pronto.
Los ojos de Budhia lanzaban llamas.
—Claro, puedes comenzar una nueva vida en algún taller de Munger.
¿No acabas de decir que pintabas carros usados allá en Patna?
—Así es.
—¿Entonces qué harás?
Budhia se levantó, dejando su plato a medio comer. Hizo una reve-
rencia por primera vez en muchos meses, tomó el hacha de Kanhaiya del
patio y caminó a la salida.
Se quedó ahí un rato, tomó aire y volteó hacia su amigo.
—Voy a pintar este pueblo de rojo l
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El dolor
Bava Chelladurai
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La roca que Raman sostenía se resbaló de entre sus dedos y cayó sobre
su pie. Se sobresaltó y volteó hacia Munusamy. Su mirada no bajaba de la
cima del árbol. Seguía rodando la piedra.
Raman había decidido irse, pero Munusamy seguía jugando con el guija-
rro en su mano. Cuando éste se le escapó también y cayó a la tierra, Raman
se puso de pie para irse.
Todo estaba perfectamente bien.
Mientras regresaban, Raman escuchó un ruido y giró el cuello para mi-
rar atrás. Vio a la madre de los jabatos entrar al arbusto. Sus ojos ya estaban
acostumbrados a la oscuridad y la imagen del enorme lomo de la jabalí lo
atemorizó.
Pensó en tocar el hombro de Munusamy para mostrarle lo que había
visto, pero no lo hizo. Era peligroso perder la concentración. Caminaban
con tal facilidad a través de los arbustos que parecía como si ellos hubieran
creado personalmente esa vereda. Las plantas de cacahuate que rompían
como olas en ambos costados del camino se mezclaban con la oscuridad que
las rodeaba, formando un mar negro.
El foco que había en la fachada de aquella casa titilaba. Desde el interior
pobremente iluminado escapaba otra luz amarilla. Cuando Munusamy miró
a la entrada de la casa desde el porche trasero, la vio tan oscura como si no
hubiera un solo foco.
Ahí planearon las señales que harían con sus cuerpos para comunicarse.
Ragothaman, que estaba tirado en la cama, escuchó un ruido y prendió
la lámpara. Raman estaba parado muy cerca, en la luz que llenó la habita-
ción, como un poste alto y tieso.
Ragothaman quiso gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. Con
el corazón lleno de miedo y tensión vio a su esposa e hija durmiendo cerca
de él. Lanzó la sábana sobre su esposa, pero cayó sobre su hija.
No dirigió sus ojos en esa dirección en absoluto. Clavó sus ojos en él.
Cuando lo vio erguirse, se volvió más vigilante. Creyó que se había levantado
de la cama sin intención de escapar o de dar la voz de alarma. Su mente le
dijo que no sería tan tonto como para perder a su esposa o a su hija, pero
aun así su cuerpo se mantuvo tenso y en alerta.
El hombre quitó el cerrojo de la recámara y entró lentamente al pasillo.
Él también lo siguió. Apagó la luz que allí había. El pasillo quedó completa-
mente a oscuras. Cuadros con imágenes de dioses colgaban de las paredes.
Raman trató de entender para qué lo había llevado ahí. En la habitación
que acababan de dejar, el sonido de la esposa tosiendo subió de volumen
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y después se detuvo. Raman notó que había luces del otro lado de la casa.
«Pero ¿y qué?», pensó.
Ragothaman levantó la cabeza para tener una vista completa del intruso.
Era muy alto. Su aspecto lo previno de perder más tiempo.
A través de su silencio, transmitió las palabras: «No hagas nada, ¡te daré
todo lo que tengo!».
Raman se acercó a él y respondió con la mirada: «¡Ya sé!, ¿qué más pue-
des hacer? ¡Dámelo rápido!».
Raman tocó su garganta. Se mantuvo expectante mientras la puerta de
la recámara se abría. Sabía que podría cerrarse repentinamente, pero no
sucedió. Luego escuchó cómo se abría el armario. Se movió lenta y cuida-
dosamente hasta pararse con un pie en el escalón de la puerta y otro en el
interior del cuarto.
Intentó calcular cuántos soberanos de oro estaba a punto de obtener por
los sonidos que le llegaban mientras escuchaba las tinieblas. Se dio cuenta
de que su atención se estaba desviando y la redirigió a Ragothaman, que
regresó trayendo un puñado de joyas y un fajo de billetes.
Una vez que ambos estuvieron de vuelta en el vestíbulo, Ragothaman
cerró con seguro la puerta de la recámara.
Se acercó al tipo. Un extraño olor emanaba de su cuerpo. Puso todo
lo que cargaban sus manos en las manos que se extendían hacia él. Por su-
puesto, sintió el dolor de perder, pero aun así supo que era un intercambio
necesario. Al siguiente segundo, el tipo comenzó a prepararse para irse.
Sus ojos recorrieron el patio y barrieron de este a oeste la casa. Hubo una
señal (Ragothaman no la entendió, pero supuso que habría cuatro o cinco
personas agazapadas afuera).
Cuando caminaron por el pasillo hacia la entrada principal, sus hombros
chocaron suavemente. Así que uno se hizo a un lado para que el otro saliera
con facilidad. Al girarse Raman, vio que Ragothaman también se había dado
la vuelta hacia él. Al notar la forma en que lo miraba, se puso aún más en
alerta. Sin quitarle un ojo de encima, descorrió el pasador. El marco de la
puerta era tan alto como él. Cuando puso un pie en el escalón de afuera,
Ragothaman pisó la parte inferior de su lungi y gritó muy fuerte: «¡Ladrón!
¡Ladrón!». Uno abrió una de las puertas dobles y luego la cerró muy rápido.
El otro trató de zafarse, incapaz de resistir el dolor en el pulgar que había
quedado atrapado donde se unían las puertas. Cayó al suelo.
Raman lo pateó para mantenerlo adentro, cerró la puerta desde afuera y
se alejó. Munusamy llegó del otro lado y se unió a él. Vieron cómo las luces
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se encendían y escucharon cierta conmoción adentro de la casa. Caminaron
rápido en la oscuridad dando largas zancadas. El campo de cañas que había
cerca los esperaba. Los absorbió.
El inspector Falullah fue directamente a la cocina sin poner atención a
las manchas de sangre seca que había cerca de la puerta. Sus ojos contaron
cuatro platos con restos de comida. Cuando regresó, escuchó a la esposa del
tipo llorar mientras rogaba que alguien lo llevara al hospital.
Con antorcha en mano, el inspector Falullah caminó solo en dirección
al oeste. Los agentes que lo acompañaban calcularon la distancia por el mo-
vimiento de la luz que cargaba.
A través de la puerta abierta, se podía ver que la hija yacía en estado de
shock sobre el catre. Había mucha gente a su alrededor, consolándola.
Un agente murmuró, con voz tan baja que ni siquiera él mismo se es-
cuchó, que encontraría al culpable. Otros se decían lo mismo. Dos agentes
registraron habitación tras habitación. Sus pasos cadenciosos expresaban el
temor de que alguien pudiera seguir oculto ahí adentro.
La esposa caminaba por toda la casa, hablando con alguien. Había en-
tre cuarenta y cincuenta personas esperando el regreso del inspector. Este
último se acercó a la entrada del campo de caña que un círculo de luz se-
ñalaba. Escrutó cuidadosamente los tallos con ojos expertos, se dio vuelta
y se dirigió al agente principal, Thandavarayan, que lo había seguido y en
quien confiaba:
«Éste es el trabajo de kuravas».1
«¿Cuántos, señor?».
«¡Cuatro!».
Esas palabras contenían el orgullo y la experiencia de muchos años. Tras
pronunciarlas, mostró a Thadavarayan el interior del campo, moviendo la
luz de la antorcha lentamente. Había, en cuatro lugares, pequeñas pilas de
excremento fresco. Thandavarayan pudo darse cuenta una vez más de la
exactitud de sus cálculos.
Cuando ciertas personas intentaron acercarse a ellos, un agente les gritó
con lenguaje soez. El tono de su voz advertía que los ladrones podían seguir
escondidos en el campo de caña y atacar en cualquier momento.
Sin saber exactamente por dónde empezar, el inspector preguntó a la
dueña de la casa, que estaba completamente destrozada: «¿Cómo está su
esposo ahora, señora?».
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Mientras respondía con mucha tensión en su voz que para esa hora el
vehículo habría cruzado Kannamangalam, ella se preparaba mentalmente
para la siguiente pregunta.
«¿Pudo ver a alguno de ellos, señora?».
Abrazó fuertemente a su hija mayor y dijo: «No», mirándola a ella.
«¿Cómo se dio cuenta de lo que ocurría?».
«Señor, cuando mi esposo gritó de dolor por su mano machucada salta-
mos de la cama. El armario estaba abierto. La puerta de la recámara había
sido cerrada con seguro desde afuera».
«¿Él fue herido sólo de la mano?».
«Sí, señor. Pero se desmayó. ¡Había demasiada sangre!».
Thandavarayan tomaba notas de todo lo que se decía en una caligrafía
que sólo él podía entender.
El inspector consoló a la mujer: «No se preocupe, señora. Dejaré dos
o tres policías para velar por su seguridad». Después se llevó a un lado a
Thandavarayan.
La palabra kuravas se escuchó varias veces en esa conversación.
Thandavarayan asintió con la cabeza frecuentemente, dando esperanza a
los policías que lo observaban de que podrían capturar a los fugitivos.
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La investigación arrojó montones de información. Con cada nuevo de-
talle, el dolor se incrementaba en el dedo herido. De vez en cuando, cerraba
los ojos y suplicaba por agua, comida o ayuda a quien estuviera cerca. En
tales ocasiones, la mano derecha se movía suavemente sobre el destrozado
pulgar. La gente que las observaba, comprendía la empatía que sentía una
mano por la otra.
Una tarde en que la herida aún no había sanado por completo, se so-
licitó a Ragothaman que fuera a la estación de policía. Como no tenía aún
el valor suficiente para ir solo, pidió a un amigo suyo que lo acompañara.
El despacho del inspector estaba muy limpio y ordenado. Aún así, era
claro que el miedo seguía echado ahí, como un perro que asomaba la len-
gua goteando charcos de saliva. Ragothaman sintió que la herida que había
estado sanando ahora le dolía de nuevo, pero intentó ocultarlo. El inspector
irradiaba orgullo.
«¡Los hemos atrapado, señor! ¡Sólo eran dos personas! Si usted hubiera
actuado juiciosamente, pudo haber evitado eso». Señaló su dedo herido.
«¡Son personas muy peligrosas! Para ellos, el asalto es una cosa muy común.
A la menor provocación, ¡le hubieran partido la cabeza!»
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Sin permitirle continuar, Ragothaman preguntó: «¿Qué debo hacer aho-
ra, señor?». Hablaba en un tono nervioso e irritado que sugería que lo
único que quería era olvidar todo el asunto.
«¡Nada! Todo se ha terminado, ¿por qué está tan asustado y tenso?
¿Quiere verlos?».
«¡No, señor! ¿Qué sentido tiene?».
«No se preocupe. Sólo tiene que identificarlos, no hablar con ellos».
Thandavarayan los acompañó a la celda de detención. Una mujer que
estaba parada afuera se cruzó con ellos. Como el agente esperaba, ella giró
su rostro para mirarlo.
Munusamy estaba parado al fondo. Sostenía una maleta. Al verlos llegar,
la arrojó a un rincón disimuladamente. El otro hombre tenía la cara vuelta
hacia la pared.
Thadavarayan gritó: «¡Hey, tú, perro asqueroso! Ven aquí. ¿Por qué
mientes descaradamente?». Él, mostrando que no le asustaban los gritos y
las amenazas, lentamente se puso de pie, se acomodó la ropa, se aproximó
a los barrotes de la celda y se quedó parado ahí. Ragothaman quedó a unos
cuantos centímetros de él. Hizo su dedo cosido muy visible, como si desea-
ra que él lo viera.
Tan pronto como lo vio, apartó la vista de la misma manera en que la
había apartado con los jabatos aquella noche en el bosque.
Ragothaman evitó mirarlo a los ojos. Su mente rezó porque un velo ne-
gro cayera entre ellos. Lo había visto muy de cerca aquella noche en el ves-
tíbulo, pero algo evitaba que lo viera directamente a los ojos ahora. El tipo
estaba bastante calmado y lo barrió de pies a cabeza. No había ningún sigilo
en su mirada. Era una mirada que decía: «Todo se ha terminado, ¿ahora qué
sigue?», pero a pesar de todo él no podía verlo a los ojos.
Sin decir nada, entró de nuevo al despacho del inspector.
Su amigo y Thandavarayan se quedaron parados afuera.
El inspector le hizo un gesto invitándolo a sentarse. Él lo ignoró y dijo:
«¡Esos dos no son los hombres que vi aquella noche!». Su voz, que acababa
de perder algo importante, se quebró l
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Angshuman
Kar
Regla de la naturaleza
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O tro poema sobre l a memoria
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Junto
al río
Jerry Pinto
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa sabes quién
eres y de dónde vienes. Sabes que son novecientas generaciones de es-
tar en la cima de la pirámide las que te permiten esperar cada mañana
el canto del pájaro saarkhoo —o comodemoniosseaquelellaman— para
despertarte.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu hogar aprendes a
reconocer el poder del agua. La dama del río-marrón no solamente fluye
cerca de tu puerta. Asciende sobre el éter, invade huesos antiguos, cami-
na sobre la madera joven con los pies mojados y rasguña vasijas de cobre
con las uñas. Mordisquea el suelo, tomando una pequeña porción un año
y luego otra el año próximo, enloquecida, furiosa, mujer preñada con an-
tojo de tierra negra, que se propaga violentamente a través de la noche
y que por la mañana ha hecho desaparecer un pedazo más de suelo, bur-
lándose de los mukkadam y de los talati,1 burlándose de la concesión de
siete acres de cieno, lodo y ranas que saltan de entre los dedos de los pies
y nueve generaciones de superioridad.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa algunas cosas
son fáciles. El muchacho, el sirviente, muestra el camino, arremangándose
los pantalones cortos y mostrando el capullo de una flor café que suelta
en el nacimiento de un riachuelo amarillo, hediondo, manchado, color to-
1 Mukkadam y talati son términos empleados para designar a quienes realizan fun-
ciones de contabilidad rural, especialmente de terrenos y propiedades comuna-
les. (Todas las notas son de los traductores).
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pacio, en la luz de la tarde, que salpica silbando. No tiene nombre este
muchacho, es El Muchacho, y es uno de muchos de los que han ido y
venido en la vida de la casa. Algunos «lo hicieron bien» (con un dejo de
furia ante ambiciones tan pujantes) y otros «fueron carne de cañón» (con
un dejo de desdén ante tal falta de visión).
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de la casa el heredero
del sombrío chapaleo y los árboles frutales y la casa oblicua y atravesada
aprende que puede arrojar las colillas de los cigarrillos en el agua (bidis
cuando está quebrado). Su hermana desliza un novio nocturno en el agua.
Él es un delfín, brillante en el agua café. Apenas una pequeña ola mientras
escapa de la mirada del hombre de rostro lúgubre que anhela un depar-
tamento como los que tienen sus colegas de la oficina, donde todos en
sociedad deben compartir los costos del mantenimiento.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa pueden llegar
regalos. Algunos dicen que la vieja señora que todavía cocina, que muele
masala en una piedra, que no usa blusas porque sus senos han abandona-
do hace mucho tiempo la forma de los senos, que fuma bidis acres cada
noche pero no hace preguntas si algo desaparece, esa vieja señora cuyo
ojo con catarata lo ha visto todo, se dice: ella fue también un regalo del
río. Y una vez una maleta vino río abajo y Nuestro-Muchacho-de-Entonces
se metió, balanceándose, sin saber nadar pero confiando en que su cuer-
po lo haría, para arrastrarla a la orilla, y encontró en ella una lata de talco,
dos corbatas y un monóculo. Se puso todo esto, dicen, y todos se rieron.
No se rieron cuando murió echando espuma por la boca, dieciocho horas
después. Ese muchacho de-Entonces, ¿también se orinó en el río? ¿Qué
muchacho de-Cualquier-Tiempo podría resistirlo?
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa, es bum-
sap-bum-bap-bum-bob. Cara sumergida en el río. Imposible decir si es
hombre o mujer, ya que los álbumes de fotografías son blancos o azu-
les, pero en este país todos los traseros son morenos, como escribió el
alguna-vez novio en el alguna-vez libro de autógrafos de la alguna-vez
señorita.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa creces acos-
tumbrado a los olores. El río es una olla de carne, una olla de estofado,
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un hasta-lo-que-no. El río exuda. El río emana. Temprano en la mañana a
veces un fuerte olor a limón y a musgo en la pared. Y en verano curiosa-
mente a las fiestas y al sabor a carne del mahua.2 Con frecuencia, sólo es
putrefacción. Una turbia sopa podrida primigenia café-verdosa. Una he-
dionda, fría y húmeda sopa apestosa de pelo púbico no lavado, manchada
de sal, con sabor a genes, tal como debe oler el adn, una hélice morena
enroscándose en las ventanas, subrayándolo todo de modo que cuando
se vayan, incluso al centro de la diésel-y-samosa ciudad, el aire parezca
limpio. Imagina salir de tu propio bote de basura. Ah, sí, mierda. Con fre-
cuencia a mierda. Está bien cuando es mierda de pezuña hendida, pero
con frecuencia es mierda después-de-la-peda o simplemente era-mierda-
de-perro-en-tu-zapato.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa, te acostum-
bras. No a esto. A cómo se pudre la carne. El joven amo lo sabe. Lo sabe
por la muerta masa informe de camino a la escuela. Tanta vida crepitante y
palpitante, contoneante y reptante, agitada y excedente, sobre una muer-
te. Y, conocedor de malos olores, él se acercó y esperó el tufillo. Marea-
dor, nauseabundo, exquisito, no había habido nada así desde que la joven
señorita tapó el baño con sus toallas sanitarias y trató de destaparlo con
agua hirviendo. Él trajo el agua, la echó en el excusado y fue recompensa-
do con el olor a mierda hervida. Ahora la señorita tiró sus almohadillas en
el río y el río se apoderó de todos esos rechazados ciclos de la vida y trajo
un cuerpo a bum-sap-bum-bap-bum-bobear en la trenza café de la diosa.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa sabes a quién
preguntarle. M. Piel-de-puerco es el bueno. Seguramente él lo hará con
los puercos. Seguramente no, pues M. Piel-de-puerco está en cama con
«pleuresía», dice su hijo. Impresionante, esta noción. Impresionante que
M. Piel-de-puerco pueda tener un cuerpo sujeto a enfermedades con
nombres en inglés. Impresionante que este cuerpo con su carga de do-
lencias de nombres en inglés deba estar en cama. Y que estas noticias
lleguen a la casa junto al río de los blancos dientes relucientes de un hom-
bre que deliberadamente cierra los seguros de los grilletes del francés de
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su crujiente y almidonada camisa azul que está hecha para fajarse en los
pantalones caqui.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa aprendes que
la pirámide se abre sin fin por debajo de ti. Reconoces la existencia de otras
pirámides entre vasos de Horlicks antes de dormir.3 Se cree que el hijo de
M. Piel-de-puerco debe estar pensando en comprar un carro. Nadie en esta
casa puede pensar en eso. ¿Un sueño? Cualquiera puede soñar en estos
días —risillas de matriarcas de pelo blanco— pero diligentemente, mientras
cada recluso de la casa crece, rehúsan soñar en carros. Desde esta pirámi-
de, esa pirámide luce ciertamente como un ascenso arduo y sin reservacio-
nes, ¿quién podría pensar en escalar sus costados lisos? Pero cuando miras
hacia abajo de la pirámide, qué densa y bien poblada es su base. Desde ahí,
debemos escoger, dice la matriarca, dos cabezas de delfines.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa sabes que lo
que no haces cuando un cuerpo está bum-sap-bum-bap-bobeando en la
base del jardín es llamar a la policía para que bum-sap-bum-bapeen du-
rante tu té de la tarde. Los dos chicos se desvestirán en la orilla más lejana
y en una semidesnudez aceitosa y brillante saltarán ligera y ágilmente en
el agua y lanzarán una soga para atrapar el cuerpo y arrastrarlo, decente,
decorosamente, y echarlo a que siga vagando en el riachuelo, lejos de
nosotros, donde pueda flotar curso abajo y presentar su pobre bifurcada
mortalidad en algún otro mordisqueado borde.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa no supervisas
la operación después de que oyes el splash gemelo, sino que simplemen-
te pones el tapón negro en la botella de agua de colonia que viene de
algún lugar cercano a la casa, porque el olor se irá pronto y comienzas a
preguntarte si podrías haberla adquirido más barata deslizándote un par
de niveles más abajo de la pirámide. Pero en un rato se hace evidente que
el olor no se ha ido a otra parte y que los jóvenes sí se han ido a algún
sitio. Con cautela, debido a que incluso él ha perdido interés en el olor,
el joven amo va a revisar y encuentra el bum-sap-bum-bap-bum-bobeado
cuerpo sin pie o parte del mismo.
3 Se trata de una bebida que llegó a la India con el ejército británico, hecha de leche
de búfala, y que es símbolo de estatus entre las clases medias altas y altas.
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Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa tienes una úl-
tima oportunidad. Tomas el bambú con el que se arranca la fruta de las ra-
mas más altas y lo deslizas hasta el agua y comienzas a apalancar el cuerpo
lejos de la tierra. Ves cómo el pelaje de las raíces ha tirado su red sobre los
restos de una vida. Te comienzas a preguntar si estás ofendiendo a un cuer-
po muerto. Te comienzas a preguntar si tu renuencia a reportar la presencia
de esta ausencia será mal interpretada. Te rindes y llamas a la policía.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa estás feliz de
que haya un final aburrido. Es la sirvienta de la casa más allá de la curva
del río. Tenía el mal hábito de mostrarte el dedo. A menudo salía dispara-
da tras una borrachera para que nadie se enterara. Debió haber caído en
el agua y ahogarse. No hay signos de violencia que no sean los de las bo-
cas ansiosas de los peces y las tortugas. El ropavejero vino y se llevó casi
dos docenas de botellas vacías de brandy Doctor Brand, esas botellas pla-
nas que una mujer puede meter de contrabando ocultas contra su vientre.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa sabes que
el río también traerá sueños. Aquí está ella ahora, una serpiente cuyas
escamas cafés están moteadas con el dorado sol de la tarde. Bosteza
y demanda un sacrificio, todas las vírgenes a lo largo del río lloran y los
hombres jóvenes palidecen. Las hermosas se causan heridas a sí mismas
para no ser llevadas. Las feas calman a los bebés y lavan úlceras. Sólo
una mujer se prepara, con una furia tan grande que el aguardiente calma
apenas. Se desviste completamente y toda la piel revelada la hacer crecer
todavía más. De su maleta toma una lata de talco y salpica su cuerpo de
blanco de modo que parece una noche estrellada. Ahora se inclina junto
al río y ofrece reverencias con sus labios. El agua late, a temperatura cor-
poral, dulce y salobre. Es seducida.
Cuando el río corre justo por detrás del jardín de tu casa aprendes a
aceptar que el bum-sap-bum-bap-bum puede continuar por un rato des-
pués de que el cuerpo bum-sap-bum-guombee y los sonidos del té sorbi-
do a plena vista de todos en la veranda del camino que muestran que no
tenemos nada que esconder se hayan perdido l
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194
A. J.
Thomas
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Una tarde de mediados de julio. Llevados por el sopor luego del almuerzo,
Subimos por la calle Ridge. El aire
Gotea húmedo bajo el espeso verde del verano;
Nadamos, respirando por la boca.
Sarmad Shaheed
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196
Con la Quila-e Mualla —o la Fortaleza Exaltada que finalmente se redujo
[a la
Simple Lal Quila para adaptarse a la realidad de la decrepitud total de los
[últimos días—
Surgiendo detrás en el horizonte.
A pesar de vivir en Delhi los últimos veintidós años, apenas visité la Haveli de
Ghalib1 en la calle Ballimaran, cerca del Chandni Chowk.
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197
Mamang
Dai
Quién diría,
la hermosura de los árboles ha fracasado este año,
esperan en vano;
porque el sol calla
lo que sabe del tiempo y la distancia.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
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A tesora la canción
La noche.
El sol se va
con su carcaj repleto.
Cada palabra que pronunciamos ahora es un recuerdo
hasta que el sol regrese.
Atesora la canción.
Toda la noche.
No pierdas el acorde
que une todas las cosas.
La lluvia cae de las colinas
empujada por nubes grises,
y una blanca, ordinaria luna
de pronto atrae nuestra mirada hacia arriba.
El amanecer.
El brillante grito del pavo real.
La luz de la mañana toca la hierba.
Es hora de irse.
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N ube y montaña
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Sampurna
Chattarji
C o n q u i s t a d o r a e s p aci a l
E n t r e d emas i ad o es paci o y muy po co
S e e n c u e n t r a u n c i el o d e i nfi ni ti vo s
P a rt i d o
E s e co f r e d e ma d era ta l l ad a y pul i d a es tá a s u a lc a nc e
Pero no lo tocará
E s u n a v i s i t a n t e a ho ra
Y l a s c o s a s d e l a T ierra l a perturb a n
S e a p a r ec en
A s u a l r ed ed o r c o n s us b o rd es fi rmes s u pa s ado resu elt o
I n cl u s o l a s c o r t i n a s d e l a s pared es
Y l a i n t r i n c a d a c o lch a en l a q ue el l a
Reposa
L a a su s t a n c o n s u v i s to s a pro xi mi d a d y s u b o r da do
Que habla del dolor
D e j a n d o es t a c a s e n s u terri to ri o co mo aguj a s qu e a pu ñalan telas
[ en u n millón de manos
E n e l t o c a d o r c o n e l es pej o empa ñad o es tá l a fot o de u n c hic o
P o r f u er a d e l a v e n tana un l a b eri nto d e ani males c ortados
G u l l i v e r d e l es p a c i o s e h a a co s tumb ra d o ri d í c u lament e a v iv ir en
Cajas
Tubos
Cilindros
Máscaras de gas
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T r a j es d e b a ño
Lanzaderas
R i d í c u l a men t e a co s tumb ra d a a tener a Brahmand a su a lrededor
C o mo s i t o d o s es o s año s l uz no fueran na da , sa lv o u na c álida
C o b i j a d e l a na d el H i ma l ay a s o b re s us rodillas
Y a n o es t á a terro ri zad a po r l a va s ted a d
S u s o j o s e s p a ci a l es l e h a n ens eñad o a ve r en la osc u rida d
L o s c en t a u r o s vi aj ero s l o s C as a no vas rev entados
L a s c a b e z a s de s a nto s
E l p l a t ea d o e s a h o ra s u co l o r favo ri to el insoport able pla teado
[del
S o l f r í o q u e cad a maña na i ntenta ro mpe r la nu be de ac ero qu e lo
[aprisiona
L o s t o n o s c á li d o s l e pro d ucen temb l o res respirac ión ag itada
T o n o s g o l o n d ri na
T r a g a r t r a g a r tragar tragar el a i re fres co rac iona do en la
habitación
A n t es p o d r í a h ab er muerto i ntentand o
E s t a b l ec er u na rel a ci ó n perfecta y precisa entre ella
Y c a d a o b j et o en l a h ab i taci ó n
D e s d e s u r eg res o a l a T i erra
H a es t a d o s e n ta d a en l a ventana
R ec o n c i l i á n d o s e co ns i go mi s ma
La Luz
la luz para ver novias en la luz para tomar vuelos en la luz por la que el
mediodía se mueve como daga en su funda la luz que vive al fondo de los
vasos la luz como un tigre en la pared la luz de ladrillos rojos del amanecer
luz-cuervo fija como un nido a su árbol luz de las ocho de la mañana en
la que el vapor de una olla de arroz cocinándose lento en la choza tras la
carretera puede verse como el vapor de mi taza de té luz de mi vida luz que
canta en una cáscara que pela tu sueño ¿tienes luz? la luz de la luna roja
madura naranja sanguina fruto de una noche cínica la luz con la que un
grupo de muchachos detiene a los coches para recolectar dinero por un show
que no verás venir de una ciudad de perros salvajes volando sobre la flota de
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202
las vocales desde las orillas del Mar Báltico luz como una canasta de huevos
que cuelga de un gancho en una tienda de paso luz-arrozal revoloteando en
un pedazo de tela blanca atorada en un trocito de madera luz singular la luz
que se mueve a través de la habitación en la que calentaremos la parte baja
de nuestra espalda luz salvajemente impulsada por dientes contra lenguas luz
del pensamiento que crece y crece enorme y tangencial como la luz
Perros, m u l t i tu d e s y c o n c i e r t o s d e r o c k
Diario de Bombay: 07 de abril de 2013
H o y a l a s 7 d e l a m aña na
u n a m a n a d a d e p erro s s al vaj es entró a un ed i fic io y c a stró a u n
[hombre.
F u e ta n r á p i d o q u e nad i e pud o l l ama r a l a po lic ía
o a l a c a m i o n et a d e l a BS P C A 1 para q ue s e l l ev ara a los perros
[rabiosos.
C i n co p er r o s l l eg a ro n.
Q u e d a n s ei s .
H o y a l a s 1 2 d el d í a
u n a g r u p o d e ma t o nes a s uel d o ti ró fl o res a una mu ltitu d desde
[u na c amioneta.
L a m u l t i t u d , q u e s e h ab í a reuni d o s i l enci o s a m ent e du ra nt e la
[ma ña na
a r r a n c ó l o s t a l l o s co n l o s d i entes y expl o tó
e n u n a f u r i a d e p a nfl eto s . L o s panfl eto s d ecí an
F u e ra , E x t r a n j e r o s y l uego s e ca nta ro n a s í mi s mos entre el estu por.
E l gru p o d e m a t o n e s fue d es ped i d o
p o r n o h a b er l e p a g ad o a l a much ed umb re.
H o y a l a s 7 d e l a n och e,
U n e s t a d i o a b r i ó s u s puerta s al ci el o .
L a t i e r r a s e a g i t ó y l a gente a ped reó .
1 Siglas en inglés de la Sociedad Bahreiní para Prevenir la Crueldad contra los Animales.
(N. del T.).
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203
E n o r mes l a b io s d e go ma s e vo l vi ero n d e u n azu l eléc tric o c on el
[sonido.
E n el s u el o , a pl as tad a entre un ej ecuti vo c on ropa informa l
y u n a ma d r e d e d o s h i j o s , una cantante india entrada en a ños
s a c u d i ó s u s c a i rel es . E n l o s a s i ento s d el c ha mpán
e l b a r ó n d el l i co r b urb uj eó
p u l c r o f u er a d e s u es mo q ui n.
A l a s 7 : 1 0 , 1 2:22 y a l a med i a no ch e
L a c i u d a d s i n ti ó un temb l o r d e anh el o .
C o s a s e x t r a ñ as s uced i ero n y l as pa s aro n por a lto.
M a ñ a n a , q u i e nes ma rca rán l a s h o ras s erán los trenes,
a l a s 7 : 1 0 , l a s 12:22, l a med i ano ch e,
c a d a u n o s a c ud i end o s us cad ena s ,
r eg r e s a n d o a mi l es a s us j a ul a s
h a s t a el a m a necer.
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La poesía fue la lengua
materna de Nirendranath
Chakraborty
Nirmal Kanti Bhattacharjee
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205
Y por todas partes había gruesas manchas de sangre. Regresó a su casa esa
noche aturdido y escribió un poema llamado «Rameswar, el mártir». A la
mañana siguiente, metió el poema en un sobre y lo envió por correo a la ofi-
cina de Desh. El siguiente sábado se publicó a página completa en la revista.
Como beneficio adicional, recibió una carta de Sagarmay Ghosh que decía:
«Me doy cuenta de que tú también escribes historias. Pero será mejor que te
mantengas firme en la poesía». Este consejo lo ayudó a definir con fuerza su
dirección literaria.
¿Esto significa que sólo escribió poesía? Todo lo contrario. Periodista de
profesión, escribió gran cantidad de prosa durante más de cincuenta años:
reportajes, reseñas, artículos, editoriales, etcétera. En 1942, luego de apro-
bar el examen intermedio, comenzó a trabajar como subeditor en un perió-
dico llamado Pratyaha, quizá el primer periódico que usó el bengalí chalit, es
decir, conversacional, en lugar del bengalí formal, sadhu. A punto de graduar-
se, se unió a otro periódico, llamado Sriharsha, que se publicaba en cuatro
versiones: inglés, bengalí, hindi y urdu. Después trabajó en Matribhumi, Nava-
yug, Bharat, Swaraj, Satyayug, Advance y otros periódicos y revistas. En 1951 se
unió al grupo Anandabazar y se desempeñó como subeditor del servicio de
noticias, editor de poesía de Desh, editor de Anandamela, redactor editorial de
Anandabazar, etcétera. Pero confesaba que nunca le gustó escribir prosa. Cada
vez que escribía un texto en prosa, se sentía culpable, pensando que podía
dedicar ese tiempo a la poesía. Curiosamente, con frecuencia decía: «La
poesía es mi lengua materna, no la prosa». Y sin embargo escribía una prosa
maravillosa, tanto es así que a su libro sobre el oficio de la poesía, titulado
Kobitar Klas (El aula de la poesía), hoy en día casi se le trata como un clásico y
es la Biblia para todos aquellos bengalíes que aspiran a ser poetas.
Mencioné al principio que Nirendranath no creía en la escuela poética
del soliloquio. Hay un dicho en inglés que afirma que los poetas se hablan a sí
mismos y que nosotros sólo escuchamos casualmente. Nirendranath desde-
ñaba este dicho; razonaba que, si uno se hablaba a sí mismo, el asunto termi-
naría una vez que el discurso llegara a su fin. Pero desde el momento en que
el poeta se esfuerza por publicar su poema o decirlo frente a un auditorio,
está tratando de comunicarse con los demás. Por lo tanto, su poesía inmedia-
tamente deja de ser un monólogo. Entonces se convierte en responsabilidad
del poeta usar un lenguaje que sea accesible a los otros. En este contexto,
Nirendranath habló en una ocasión sobre Enrique V, la obra de Shakespeare.
Después de conquistar Francia, Enrique V se enamoró de la princesa Cathe-
rine. Pero Catherine no hablaba bien inglés. Entonces, cuando se suponía
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206
que iban a intercambiar dulces naderías, Catherine dijo: «Su Majestad, yo
no hablo su Inglaterra». Inglés defectuoso, pero sin embargo inglés. Enton-
ces, Enrique le dijo que hablara en su pobre inglés, eso sería suficiente para
intercambiar votos de amor, porque el rey le hablaría de acuerdo a su nivel
de conocimiento. Nirendranath creía que un buen poeta debería estar al ni-
vel de sus lectores. Su uso del lenguaje debe determinarse por su entorno y
estar al nivel de comunicación del hablante menos privilegiado de un idioma.
¿Qué es lo que hace que la poesía de Nirendranath Chakraborty sea tan
inmensamente atractiva? Él se esforzó para rescatar la poesía bengalí de su
triste sentimentalismo, su vaguedad romántica y su sensiblera expresión.
Eligió autoexiliarse de la larga tradición de la emoción superficial, la signi-
ficación desmesurada y el éxtasis abrumador en torno al amor del hombre
y la mujer. Entonces hubiera sido posible que su poesía gravitara hacia las
expresiones intelectuales como reacción a los arrebatos emocionales. Pero
no permitió que eso sucediera. Lo que sobrevino fue la expresión poética de
la realidad vista y escuchada de primera mano. Golpeó con fuerza la dicción
bengalí al captar los temas y la imaginación de los caminos y las calles, de la
fea herida abierta de la realidad. En el largo viaje poético que comenzó con
la publicación de su poemario Nilnirjan en 1954, alcanzó las alturas con Ko-
lkatar Jishu (1969), Ulanga Raja (1971), Pagla Ghanti (1981), y terminó con
su trigésimo libro, Ananta Godhulibela (2008), el poeta nunca desistió de esta
convicción básica.
Algunos de los poemas extremadamente populares de Nirendranath son
«Amalkanti», «Batashi», «KolkatarJishu» (El Jesús de Calcuta), «Kolghore
Chiler Kanna» (El cometa llorando en el baño), «Hola, Dumdum», «Na Ram
Na Ganga» (Ni Ram ni Ganga), «Sakulye Tinjan» (Tres en total) y otros. Las
posibles razones de su legendario éxito se pueden atribuir a sus cualidades
narrativas y dramáticas, su recitabilidad, su extrema destreza para otorgar a
un incidente actual y popularmente discutido un sabor poético y, sobre todo,
la sencillez de su dicción. Los amigos de Amalkanti querían ser maestros,
doctores o abogados, pero Amalkanti no quería ser nada de eso. Quería
ser luz del Sol. Los deseos de los amigos de Amalkanti se cumplieron en
su mayoría, pero él no podía ser luz del Sol. Ahora trabajaba en una oscura
imprenta. Desde un tren en marcha, el poeta vio a un joven fornido de pelo
rizado correr en la dirección opuesta, gritando ruidosamente: «¡Batashi, Ba-
tashi!». ¿Quién es Batashi? ¿Por qué el joven la llama con tanta urgencia? El
poeta no lo sabía ni lo sabría jamás. Los taxis apresurados, los autobuses de
dos pisos, los ritmos de Chowringhee, la concurrida zona de Calcuta, se de-
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207
tuvieron repentinamente, porque un niño desnudo cruzaba la calle con pa-
sos inestables. Todo esto se convierte en tema de la poesía de Nirendranath
Chakraborty. Él trata en su poesía las escenas e incidentes que el hombre
común encuentra en su vida diaria. Representaciones así resuenan al instante
en la mente del lector y tal vez eso explique su extraordinaria popularidad.
Asia
(1953)
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Amalkanti
Amalkanti es mi amigo,
Íbamos en la misma escuela,
Casi siempre llegaba tarde, no le importaban sus lecciones.
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Ranjit
Hoskote
D unhuang
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L os búngalos de S outh A venue
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¿Pudiera ser que el latido de un corazón mineral
[enterrado en lo profundo
haya cedido, a causa de flautas que nadie podía escuchar
por encima de las ardillas que chillaban en el árbol de gulmohar,
la fiebre de martillos del yunque? Y mis propios oídos
detenidos ante las sirenas pero también ante los saludos
[entrecortados
de algodoneros y las disertaciones de acróbatas callejeros:
¿No habré escuchado nada en absoluto? ¿Habré perdido el paso, o la
[caída?
El árbol oracular
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Keki
Daruwalla
Migración 3
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Madre
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Cavilando acerca de las galaxias (Divagaciones)
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Sudeep
Sen
M adera de deriva
para Derek Walcott
1.
Parte de la balaustrada está ausente
pese a sus sólidas amarras con remaches de metal.
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Hay generosidad para familia, amigos —
aquellos que se han ido, y permanecen —
2.
3.
Ya no se ve la madera a la deriva —
parte de su casa donada al mar —
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A marillo , L a T ortuga
para Bernard y Didier
1.
2.
3.
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en el borde de la pila del jardín
esperando que lo llenen de nuevo —
Z en /K okoro
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219
Espartano es lleno, lleno
subliminal, liminal, sutil,
imperfecto, apenas ahí — wabi-sabi.
Kokoro
es tu propio «corazón»
en el «corazón de las cosas» —
Aranika, un sentimiento, un milagro
células cancerosas que se curan —
magia silenciosa de un jardín Zen
donde Kami-no-michi y Shinto
son sinónimos.
La poesía es caligrafía —
líneas negras de grueso variable
que miden la gama de tonos —
metáfora visual
en trazos cursivos —
Tantra de Kalachakra, una exposición.
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Arundhathi
Subramaniam
L a V erna
Agnóstico italiano,
budista unitario estadounidense,
buscador hindú
Y así fuimos
una tarde de marzo
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221
sumidos en un delirio
de roca, lluvia y cielo giratorio
suspendidos
entre el Tíber y el Arno
entre una geología salvaje y la intensa luz
donde el viento es vuelo de halcón
y gravedad aérea.
la alquimia diaria
de la roca derritiéndose en el bosque
el lobo en el cordero
el cielo en el mineral
la raíz retorcida en el cosmos
y oración
el grito de cernícalos enredados
en madera de haya antigua
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Se sentía como si ese día hubiera algo
para cada uno de nosotros
Nunca supimos
y no fuimos más sabios después
si acaso había uno
o muchos
o ninguno en absoluto
—estaríamos de acuerdo
nosotros tres—
Y debe ser
porque no estoy lista aún
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para que el verso de la tarjeta de felicitación signifique tanto
como Basho
como tú
y algunos momentos
aún más preciosos
Detener el exceso
de igualdad
Dejar que las distinciones permanezcan
que entiende
un poco
de jerarquía
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¿Quién desea un panorama general?
Más
Más
de esta conversación
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Geet
Chaturvedi
Tú caminas conmigo
De la misma manera en que la luna camina con un niño sentado ante la
[ventana de un tren
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Cada recuerdo es un poema
En nuestros libros, la suma de los poemas no escritos es mucho mayor
Mi lengua, mi futuro
La lengua de Kumārajīva
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227
siendo incinerado, todo su cuerpo se quemó y se convirtió en cenizas,
pero su lengua resistió las llamas y no se quemó.
Luego, con esa lengua, Kumārajīva había traducido, oralmente, con
palabras dichas, los Sutras al chino.
Después de todos estos años, se están realizando traducciones inversas
de los textos traducidos. Los tratados originales del sánscrito-pali se han
perdido para siempre, pero en chino todo eso sobrevivió. Hoy podemos
aprender muchas cosas sobre Buda con base en traducciones al inglés y al
hindi-sánscrito del chino.
Entonces, la lengua de Kumārajīva está presente en gran parte de lo
que sabemos sobre Buda hoy. A pesar de eso, no sabemos nada sobre
Kumāraj īva En la historia de las lenguas, por lo tanto, la lengua del traduc-
tor es la más desinteresada.
La lengua del traductor que ni siquiera el fuego tiene el valor de que-
mar.
Si matas la verdad, aparecerá la traducción de la verdad. Si destruyes
la traducción, aún persiste la verdad del tamaño de una lengua. Ansiosa,
inquietamente, saltando y rebotando, seguirá diciendo sus palabras l
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228
Cosas
que dejar atrás
[fragmento]
Namita Gokhale
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229
cada otoño. No había casas allí porque era un lugar sagrado, y no podía ser
contaminado por la presencia humana. Sólo a Traill, el difunto comisionado
de Kumaon y Garhwal, se le había permitido una peregrinación allí. Traill se
había enamorado de las montañas a las que había sido enviado para que las
administrara, y las protegía celosamente del mundo exterior. Consideraba la
afluencia de visitantes europeos como una «calamidad pública» y logró que
sus compatriotas no tuvieran conocimiento del lago.
Pero Barron, quien luego publicaría un diario de sus viajes bajo el seu-
dónimo de Pilgrim, era un hombre persistente. La idea de un lago secreto
lo emocionó y lo estimuló. Decidido a descubrir dónde estaba el lugar, or-
ganizó una escolta y emprendió una complicada caminata en la supuesta ve-
cindad de Naineetal. El sistema begaari prevalecía, y los montañeses locales
estaban en esos días obligados a proporcionar mano de obra por contrato
cuando los hombres blancos lo exigían. Un aldeano pahari particularmente
simple fue expropiado para llevar la carga de «Peregrino» Barron. Pilgrim
dice en sus memorias:
Mencioné antes que teníamos un guía con muy poca disposición en nuestro viaje
a Naini Tal; y tuvimos que usar algo así como una violencia gentil para evitar que
nos engañara*. Éramos ya muy experimentados viajeros del Himalaya para que
groseramente se burlaran de nosotros en cuanto al aspecto de las montañas donde
probablemente se ubicaría un lago, y los arroyos eran de alguna manera una guía
para llegar a él. [El culí del pueblo] nos llevó por una subida considerable clara-
mente en la dirección equivocada; así que, sospechando que nos había engañado
deliberadamente, adoptamos el excelente plan de darle una piedra pesada para que
la cargara, hasta que pudiera descubrir la dirección correcta. Los hombres de las
montañas son generalmente grandes papanatas, y se traicionan a sí mismos muy
fácilmente. Si alguna vez va usted a Naini Tal con un guía que dice nunca haber visto
el lugar, la siguiente es la receta para que lo descubra. Ponga una gran piedra en su
cabeza y dígale que tiene que llevarla a Naini Tal, donde no hay piedras, y que debe
tener cuidado de no dejarla que se caiga y se rompa, porque la necesitará allá; y, con
el fin de ser relevado de su carga, pronto admitirá que no hay escasez de piedras
en el lugar, un hecho que no podría haber sabido sin haber sido testigo ocular de
ello. Aliviamos al caballero de su carga después de una caminata de una milla, y no
volvimos a escuchar más sobre su ignorancia del camino.
*El truco de los montañeses que pretenden ignorer un camino es muy común, particularmente
cuando a algunos culís se les requiere en una temporada en la que preferirían no dejar sus hogares.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
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Barron registra la primera vista del lago. «Es, con mucho, la vista más
hermosa que he presenciado en el transcurso de una caminata de mil qui-
nientas millas en el Himalaya; mis recuerdos de él son tan vívidos, y pro-
bablemente quedarán tan profundamente grabados en el recuerdo, que no
dudo que en alguna ocasión futura me induzcan a hacer una visita menos
apresurada que la última. Vaya y haga lo mismo».
Dos años después, Barron regresó a Naineetal. Lo acompañaban sus
amigos, Welles de los Ingenieros y Batten del Servicio Civil. Los sesenta
hombres que empujaron y cargaron el bote arriba a las montañas lanzaron
un fuerte suspiro de alivio colectivo mientras lo deslizaban hacia las claras
olas. Los terratenientes, o thakurs, y los funcionarios de ingresos, los putware,
resoplaron ruidosamente con deleite y asombro. Mientras el bote hacía un
circuito por el lago, la nobleza local soltó trémulos vítores que se convirtie-
ron en un rugido. Nunca antes, en la memoria viva, ningún hombre se había
aventurado a poner un bote, ni siquiera una canoa primitiva o una balsa, en
el agua sagrada del lago Naini.
Nursingh Thokdar, un terrateniente local enorme y digno con un bigote
intimidante, se conmovió hasta las lágrimas ante la vista. «Se parecen a la
Santa Trinidad”, suspiró. «¡El señor Welles es Brahma, el señor Batten es
bueno y recto como Vishnú y seguramente el señor Barron es Shiva!».
Cuando el bote llegó a la orilla y emergió la trinidad, Nursingh se apresu-
ró a agarrarse de sus pies. Batten, Welles y Barron lo observaron divertidos.
«Vishnú yacía dormido en el fondo del océano», pronunció Nursingh,
«soñando profundamente en el seno de la diosa hasta que el tallo de loto
salió de su cuerpo. Esta flor ascendente llegó a la superficie del agua. Tu
barco es el nuevo avatar, la manifestación actual, del mismo loto divino
eterno. ¡Ha caminado sobre las aguas! ¡Salve, Brahma! ¡Salve, Vishnú! ¡Sal-
ve, Shiva!».
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«¿Nunca has nadado en este lago?», preguntó Barron con curiosidad.
«¡Pensé que todo hombre de las montañas de Kumaon podía trepar a un
árbol y vadear un río!»
«No las castas más altas», anunció orgullosamente Nursingh Thokdar.
«Nunca aprendí a nadar».
Nursingh Thokdar tenía derecho hereditario a las montañas que rodean
el lago Nainital, un derecho que la administración británica había cuestio-
nado recientemente. Batten había decidido no reconocerlo en su tribunal,
y estaba pendiente en ese momento ante el tribunal de Sadr y la Junta de
Ingresos.
Una idea traviesa surgió en la mente de Peregrino Barron. «Nursingh
será el primer hindú nativo en deslizarse sobre estas aguas», dijo impulsi-
vamente, y empujó al terrateniente al bote. Batten y Welles los siguieron.
Barron tomó los remos y se dirigieron hasta el centro del lago, donde las
montañas verdes y el cielo azul claro se reflejaban fielmente en las suaves
olas. Nursingh Thokdar estaba extasiado y se untó reverentemente los ojos
y la frente con agua del lago antes de tomar un poco en su mano ahuecada
y beberla.
«¡Cuidado!», exclamó Welles. «Dile a este tonto que el bote se volteará».
Nursingh escuchó sus palabras y se quedó muy quieto, sonriendo beatífi-
camente.
«Entonces, Nursingh, señor Thokdar, escuché que piensa que el lago le
pertenece», dijo Barron de manera amable. «Si es así, tenemos la intención
de dejarlo en medio, para que usted regrese solo».
Una mirada lenta de extrema precaución se desplegó sobre las hirsutas
facciones de Nursingh. «Este lago es muy profundo», dijo sin comprome-
terse.
«Nunca he cuestionado las decisiones del gora sahib [hombre blanco]»,
dijo Nursingh, ganando tiempo. Sus ojos buscaron la orilla, donde los tra-
bajadores y los ricos de Kumaon aplaudían el paso del bote.
Barron sacó cuaderno y lápiz. La mayoría de los hombres pahari de alto
rango, ricos o pobres, podían leer y escribir, y así, Nursingh compuso labo-
riosamente una temblorosa nota en puro hindi en la que anulaba su reclamo
hereditario sobre el lago Nainital y las montañas circundantes.
«Buen amigo», dijo Barron alentadoramente. Batten y Welles también
lo recompensaron con una sonrisa de aprobación. Regresaron a la orilla,
donde Nursingh bajó del bote desconsolado, haciendo a un lado a los sahibs
cuando se resguardaba en tierra firme.
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«Estos delincuentes británicos me robaron en medio del lago», declaró
tristemente. «Renuncié a mi derecho a la tierra de mis antepasados».
Sus palabras fueron recibidas como ridículas y con burla. «Como si tu-
vieras un reclamo válido en primer lugar», declaró un vecino thakur.
«Al menos supiste cuál vale más: tu vida o tu tierra», exclamó otro.
En el otro sector: «He observado que la violencia amable es siempre
muy persuasiva con los nativos», dijo Barron, reflexivamente. «Nuestro no-
ble Nursingh Thokdar es un hombre sabio».
«Buen amigo», repitió Batten.
«¡Y valiente!», dijo Welles. «Muy valiente».
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Prisionero en
la ilusión del cuerpo
Pravasini Mahakud
Un cuerpo prisionero
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recuerda al Buda, tonsurado
y vestido de amarillo, cercano
a Yashodhara y Rahul.
Del cuenco mendigante surge
de generosidad, de paciencia,
la elegancia de la desapasionada
oración de paz.
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Sukrita
Paul Kumar
M uchos al momento
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deslizándose por mi columna
Yo, retozando con sólo nueve años,
Con chocolate derritiéndose en mi boca,
rodando de la nube hacia abajo
haciendo ngoma 1
bola tras bola, atrapada en la red
el inútil palo en mis manos
en el punto lejano los agitados y pecosos
blancos brazos de la dama del pt
yo, nunca un guardián de metas
I ntuición
En el centro de
Ese círculo de luz
Elevándose con lentitud
sobre el río de la experiencia
jadeando y resoplando
tan blanca
Que no puedo verla
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Todos los colores se mezclan,
Se absorben las vidas
el blanco se vuelve más blanco
Y yo
Más ciega
C ontinuidades
Pero yo sé
A la vuelta de la esquina
Mientras cruzo la frontera
Entre aquí y allá
Voy a volar
Sobre el horizonte
Acompañar a los ancestros
En la Vía Láctea
Un papalote ladrón
Bajará en picada
Escogerá el cadáver
Y alimentará a sus bebés.
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El final desde el principio
no visto y no escuchado,
inalterado y quieto
a través de los siglos
sonrojado y palpitante
con el amanecer
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Mujer nacida
en la biblioteca
Vipin Choudhary
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Te n g o t am b i é n o t r o t r ab ajo
L e e r l e a l a d a m a in c lin ada en la mesa página por página
C o m o si h u b i e r a un a aper t ur a f r en t e a mí
A b s o l u t a m e n t e n uev a
D e l a c u a l n i s i q u ier a un a sola págin a
E s l e í d a p o r n ad ie exc ept o po r mí
Y que sin siquiera terminar la lectura es
Absol u t a me n t e c l a r a
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Nonato
en un círculo
Sonnet Mondal
Una vez que nuestra alma se vuelve parte del «Ciclo Kármico»,
El efecto Maya 1 nos envuelve y nos obliga a pensar sobre una nueva
1 Maya (sánscrito: «magia» o «ilusión»), concepto fundamental en la filosofía india. Maya originalmen-
te denotaba el poder mágico con el cual un dios puede hacer creer a los humanos lo que al final
resulta una ilusión. Pero más adelante significó la fuerza poderosa que crea la ilusión cósmica de
que el mundo fenomenológico es real. (N. de la T.).
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en días cargados de lluvia
Siempre he traicionado
mis sentidos
mi racionalidad
consejo y sabiduría
me dice que sólo soy otra alma que busca otra vuelta
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Leila
[fragmento]
Prayaag Akbar
El centro de su palma
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encorvados en los asientos de adelante como si los hubieran apagado.
Para cuando estábamos rodando en el camino, había peleas con botellas
de agua y brasieres jalados por doquier. Las parejas que llevaban tiempo
juntas se iban hasta atrás. Algunos chicos luchaban. Los de hasta adelante
nos arrancaban las ligas del cabello y sacaban la mano por la ventana para
amenazar con lanzarlas al viento, para hacernos rogar.
Algunos días, el ruido se volvía demasiado, y el maestro de artes de
la secundaria, el señor Basak, era el encargado de llegar a callarnos. Un
viejo bengalí, tocado por el Párkinson y a punto de perder el oído. Una
tarde, Basak llegó acechando por el pasillo. Un chico había subido la
cubierta blanca de cada asientos unos cuantos centímetros para que cada
uno se colapsara inútil bajo sus dedos, en vez de ser una superficie es-
table. Dos veces se tropezó. El viejo estaba furioso, detrás de sus lentes
opacos como un par de ventanas esmeriladas. Nos sacudimos con risa
silenciosa. Amenazó con involucrar a otros maestros. Y luego, unas fi-
las atrás, un chico con su cabello peinado de partido en medio salió de
entre los asientos como un animal de la pradera. Arremedó su acento y
se escondió debajo. Basak giró peligrosamente. Por años en la escuela
nos habíamos burlado de su denso acento bengalí, con vocales gruesas y
fuertes, y consonantes perdidas. Ver a este chico lindo imitarlo me hizo
reír hasta tener que agarrarme el estómago, hasta que las lágrimas de la
risa no podían detenerse, incluso frente al viejo que seguía preguntando
detrás de su acento: «¿Quién dijo? ¿Quién?».1
Riz era de un grado superior. Lo había visto voltearme a ver una o
dos veces mientras yo caminaba por el pasillo del autobús. Quizá le gustó
cuánto me había hecho reír su broma. El día siguiente, se sentó en el
asiento triple justo frente al mío. Estaba jugando con dos chicas de mi
clase a un juego en que pones el nombre de un chico junto al tuyo, can-
celas dos letras en común, y ves si las letras que quedan deciden «amor»,
«odio», «amigos». Una canción de una película sonaba en las vetustas
bocinas. Olía a las sobras del almuerzo que alguien estaba comiendo. Y
yo estaba cruzando letras con la velocidad que sólo la práctica otorga,
cuando una voz me interrumpió.
«Deberías probar con mi nombre», dijo Riz. Estaba sobre su asiento
con las rodillas y los brazos envueltos en el respaldo.
1 En el inglés original la línea dice: «Oo said thees? Oo said?», imitando el acento bengalí del
personaje. (Todas las notas son del traductor).
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«Es sólo un juego tonto. Para niños», le dije. Y estaba enojada con-
migo misma. Había un pequeño tinte verduzco donde su piel se había
inflamado, quizá con una navaja de rasurar. Sonreía coqueto, como
una estrella de cine. La intensa luz del sol a través del tinte de las ven-
tanas le dejaba destellos ámbar en el cabello. A través de las bocinas
podridas, la canción se volvía un grito de dolor. Cuando hablaba, con-
tinuamente se acomodaba el partido del cabello, con un movimiento
de dedos que me causaba un cálido sobresalto de emoción. Quizá era
su sincera admisión de interés, que era inusual a esta edad. Sentí un
hambre instantánea.
Y sí, probamos el juego. El resultado que arrojó me escapa. Despla-
zó a las dos chicas que estaban sentadas junto a mí, y me sorprendió al
sacar una armónica de su mochila y ponerla contra sus labios. Después,
sacudió la cabeza y puso el instrumento en su bolsillo del pecho, y dijo:
«Estoy tratando de aprender». Tenía yo las manos planas sobre los mus-
los. Estaba consciente, de repente, de lo sucios que estaban los dobleces
de mis codos. Si los sobaba con un dedo, resultaban granos de mugre
aceitosa, como polvo de borrador. Cuando él no miraba, los cubrí con las
mangas de mi blusa. Todo pasó tan rápido, y justo cuando yo quería que
el autobús tomara el camino más largo posible. Hablé del concurso de
ensayo en la que me había inscrito. Me contó del equipo de squash, y me
contó que había pasado gran parte del verano jugando juegos de video de
una libra en las «fantásticas» máquinas del Trocadero, en Londres. «Eso
es muchísimo, son como cincuenta rupias. Pero los juegos están mucho
mejores que los que hay aquí». Ya había aprendido a conducir, dijo. Y
justo antes de su parada, apuntó mi número en su cuaderno, en la última
página, cubierta de rayones, partidas de «gato» empatadas y dibujos de
chicas con formas como las de los cómics de Archie. Estaba segura que
nunca me llamaría.
Y me llamó, justo esa noche, tan tarde que mis padres ya se habían
dormido. Al principio fue un poco incómodo. Y después me dijo un se-
creto: un amigo de su equipo de squash estaba engañando a la chica más
popular del grupo, una preciosidad de ojos fríos llamada Radhika. Le
dije de una chica rellenita de nuestro autobús cuyo anciano tutor de ma-
temáticas le sobaba los pezones con el pulgar y el índice, provocándole
escalofríos durante las sesiones de una hora. Y así fuimos, intercambian-
do confidencias hasta que el cielo comenzó a brillar. Y desde esa noche,
todo se sintió cálido y natural.
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Unas horas después, en el autobús, me senté del lado de la ventana
de un asiento doble, y bloqueé el asiento adyacente con mi mochila, con
anticipación. Y caminó y pasó sin mirarme. ¿Vi ahí una sonrisa sarcás-
tica? Estuve mortificada todo el camino a la escuela. Sola en un asiento
doble, insegura de que me acompañaría, tremendamente consciente de
cada minuto que pasaba. Y en la escuela, mis pensamientos hervían, des-
menuzando todo lo malo que podría haber dicho la noche pasada. Pero
en la tarde, sin siquiera mencionar el incidente de la mañana, una vez
más se había separado de sus amigos y desplazado a mis compañeras. La
intimidad de la noche llegó de nuevo. Nos tomamos de la mano. Con mi
dedo dibujaba círculos en el centro de su palma, como me había ense-
ñado una amiga. Se retorcía y cerraba los ojos. Nos fuimos por el barrio
de Nizam, en el sector de Ashraf donde vivía. Justo antes de su parada,
junto al letrero espectacular de una chica con un destellante hijab, nos
besamos por primera vez.
Para entonces, mi familia también se había establecido, de acuerdo a
la nueva ley. Vivir en el sector de Arora te dejaba con un leve —y a veces
no tan desagradable— sentimiento de encierro. En cuanto pasabas los
portones, los sentías surgir detrás del cuello. Los muros eran visibles
desde casi cualquier lugar del sector. Papá había encontrado una estre-
cha casa de dos pisos en una línea de hogares idénticos con jardines en
forma de cartera y techos de tejas del color de un sombrero fez. Desde
mi cuarto, mirando hacia el este, el muro estaba a doscientos metros.
Sobresalía por encima de la extensión de las casas propagadas con la
placidez de una montaña. Desde la ventana corrediza de la sala de estar,
y desde la ventana del cuarto de mis padres justo arriba de ella, se veía el
muro como a un kilómetro. Todavía se veía en partes, aunque buena par-
te de la vista estaba obstruida por un cerro artificial en el que las familias
ricas de nuestra comunidad habían construido sus mansiones; se dejaba
de ver y se veía de nuevo, detrás del shikhar segmentado del templo de
Shirdi Sai Baba; al noreste, vigilando más allá de la sucesión de campos
de futbol y críquet. Después de un tiempo ya no me fijaba, y llegar a casa
se sentía como si uno estuviera de vuelta en un lugar seguro, cobijado y
bajo candado.
Por meses traté de ocultar la relación con Riz de mis padres. Enton-
ces, Ma dijo un día que podía escuchar que mi teléfono timbraba cada
noche, a través de las paredes delgadas como papel de nuestra nueva casa.
Prometió no decirle a mi padre, pero en la cena, unas semanas después,
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Papá contó una historia sobre el papá de Riz, chismes del club. El pa-
dre de Riz y otros exportadores de telas habían sobornado a burócratas
clave para mantener la rupia devaluada. Ese robo codicioso, escarbar y
rogar, es común de los exportadores, dijo repentinamente. Fue extraño,
porque a Papá nunca le habían importado mis amigos o sus familias. No
recuerdo que después de esto mencionara a Riz de nuevo.
Llegó el verano con el viento del Loo,2 que llegaba cada día del desier-
to del oeste. El viento raspaba como lija y dejaba cúmulos de manchas
marrones en la piel. La escuela se suspendió una semana antes de lo
planeado, porque dos niños sufrieron de golpe de calor. Riz y yo planeá-
bamos escabullirnos al cine el lunes porque ese día Ma tenía un almuerzo
largo con sus amigas del colegio.
Un mediodía sofocante, un cielo pálido, plano como una sábana ten-
dida. El brillo deslumbrante parecía rebotar desde las paredes blancas de
las casas de piedra. Papá estaba en el trabajo, Ma estaba en su almuerzo.
Desde mi ventana, mientras esperaba, vi una sandalia azul con blanco
derretirse ante el calor de la superficie de la calle. El teléfono timbraba.
Era Riz. «Apenas llegué», susurró. «Por un momento..»..
«¿Qué dijeron?».
«Son unos hijos de puta. Tus repetidores3 son durísimos. Son lo peor».
Los repetidores son una banda informal de hombres, la mayoría de
entre veinte y cuareta años. Trabajan para el concejo municipal, aunque
en ese momento no se sabía cuán cercanamente. Son guardias de las
comunidades y patrullan los muros. Al pasar de los años han construi-
do una reputación terrible. La paliza que le propinaron a mi padre no
era inusual. Generalmente van armados. Los incidentes más pequeños
pueden volverse mortales. No usan uniforme, así que pueden huir entre
las multitudes que invariablemente se forman cuando están destruyendo
una tienda, o amenazando a algún inquilino. Uno de los líderes del con-
cejo dijo, después de que causaron destrozos de nuevo: «Son como un
puño. No son nada más». Pero los repetidores eran más importantes para
el concejo de lo que se mostraba.
Mientras yo esperaba junto a la ventana, Riz y su hermano Naseer
manejaban hacia el portón principal de mi sector. Naz era un año más
2 Loo es el nombre que recibe el viento desértico que afecta en el verano ciertas regiones del
Ganges y el norte de India.
3 «Repeaters», se refiere a un grupo paramilitar de la India.
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joven, pero le gustaba decir que era su hermano mayor el que necesitaba
protección. «Bhai no es un peleador. Está construido para amar». Riz
contaba historias entretenidas de la pandilla de su hermano menor, ocho
o nueve gruesos fisicoculturistas con el tradicional sombrero taqiyah,4
reclutados de algún gimnasio de escasos recursos del barrio de Nizam.
Naz los llamaba «su espalda». Me decía, con la sinceridad de un niño
pequeño, en sus oraciones como resortera: «Si alguien, cualquiera, cuaa-
aaalquieeera, te dice o te hace algo. En tu sector incluso. Yo me encargo
de él. Haría cualquier cosa por Riz. Es decir, haré cualquier cosa por ti
también».
En el portón, los repetidores habían rodeado el nuevo sedán bmw gris
azulado del padre de Riz. Un repetidor metió la cabeza por la ventana de
Riz. «Sal del carro».
Riz y Naz emergieron del carro a la luz alta y fuerte del sol. Las casas
de dos o tres pisos a la distancia ondulaban al vapor del calor del aire.
Los parques estaban vacíos a esta hora, una fila de declives de venenoso
brillo.
«Identificación», dijo el repetidor. Riz le entregó la identificación que
había comprado, deseando que su hermano se quedara calmado.
«Kushagra Arora», leyó el hombre, con el ceño fruncido. «Pero en-
tonces, ¿cómo es que nunca he visto a ninguno de ustedes antes?».
Quizá sólo les pasaba a los jóvenes, en busca de amor, que cayeran en
este problema. Las mejores escuelas todavía no se habían trasplantado,
con campos y auditorios y todo, a cada sector que tuviera suficiente di-
nero para ellas. Chicos y chicas de todos los sectores entonces acababan
juntos todo el día. Los estudiantes encontraban cualquier forma de lidiar
con los repetidores. Yellowstone tenía un peón llamado Raju, cuyo tra-
bajo era sonar la campana entre clases. Uno de los muchachos del último
año descubrió que Raju sabía falsificar. Por mil doscientas rupias te daba,
en tres días, una versión bastante decente de la identificación del sector
que necesitaras, con tu foto pegada. Cada sector tenía su propia insignia
de casta, bordes distintos, firmas, fondos. La parte difícil debería haber
sido la marca de agua: la pirámide, y debajo de ella escrito «Pureza para
todos».
«Por lo general entramos por el portón 4», dijo Riz. «Nuestra casa
está de aquel lado».
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«Nosotros tampoco te hemos visto nunca». Dijo Naz. «¿Cuánto tiem-
po llevas trabajando aquí?».
Una mirada de preocupación surgió en la cara del repetidor. «Llevo
trabajando aquí casi seis meses». Levantó las tarjetas de identificación
para examinarlas mejor. «¿Ambos viven en la Creciente?».
«Sí», dijo Naz, avanzando un par de pasos. «¿Te dejan entrar ahí, o
tienes que quedarte aquí afuera junto al muro?».
El repetidor les devolvió su identificación. «Pido disculpas. No sabía
que eran de la Creciente».
«Somos una de las primeras familias», continuó Naz, disfrutando el
momento ahora, incluso cuando el repetidor comenzó a alejarse. «¿Qué
te piensas? Nuestro abbu5 está en el comité».
El repetidor se detuvo. Giró de inmediato, confundido. «¿Abbu? ¿Di-
jiste abbu?», gritó. Otro miembro de su grupo se acercó también. «¿Es-
cuchaste eso, Rakesh? ¿Lo que dijo este muchacho? ¿Usaría esta palabra
un muchacho de nuestra comunidad para referirse a su padre?».
Naz miró a ambos lados, inmóvil. Riz corrió alrededor del carro, ha-
cia su hermano, y se colocó entre Naz y los repetidores que se acercaban.
Riz mostró su sonrisa más grande. «Miren, muchachos. ¿Qué están
diciendo? ¿Quieren que mi hermano les enseñe?». Se desabrochó la he-
billa del cinturón y se metió la mano al pantalón, para agarrarse. Se rio
junto con los hombres, y hacia su hermano. Riz sabía usar los hombros,
la sonrisa, su encanto físico. «¿O quieren que yo les enseñe? Yo también
puedo. Pero si mi madre se entera de que revisaron a sus hijos a ver si
estaban ... recortados... como muchachos de cualquier madrasa... ten-
dríamos que llamarle una ambulancia, amigos».
El segundo hombre reía. El primero seguía mirando con sospecha. Se
acercó a Riz, a pocos centímetros de su cara, y de cerca, casi impercep-
tiblemente, lo olió.
«Mira, jefe», Riz continuó, «te diré la verdad. Saqué a este para en-
señarle a manejar. Cree que tiene la edad suficiente. Quizá. Pero ahora
no sé si es suficientemente inteligente». Una sonrisa surgió de la cara
del segundo hombre. «No le dijimos a nuestro padre que íbamos a sacar
su auto nuevo. No queremos decirle así, desde el portón. Entiendes,
¿no? Papá tiene un temperamento terrible. Primero, se enojaría contigo.
5 La palabra abbu es una forma levemente infantil de decir papá en urdu. Esto implicaría la
condición étnica de los personajes.
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Luego nosotros recibiríamos su furia completa. Mira, déjame darte algo
para que te compres un té. No digas que no, tómalo, tómalo. Somos
hermanos, después de todo. Nada más no les digas a nuestros padres.
¿Está bien?».
Para cuando Riz llegó a mi casa, yo era un mar de lágrimas. Los sir-
vientes seguían dormidos en sus cuartos, así que yo misma fui a la puerta.
El golpe del calor casi me quita la respiración. Jalé a Riz adentro y rápi-
damente cerré la puerta detrás de nosotros.
«¿Por qué estás llorando tú?», preguntó levemente molesto, pero me
limpió las mejillas con dedos tiernos.
«Lo siento».
«No es tu culpa. No llores». Miraba con rigidez al suelo, caminando
alrededor de la mesa de café de nuestra pequeña sala de estar. «Ya me
encargaré de ese guardia», musitó. «Olerme. Como a un animal. ¿Quién
mierda se cree que es?».
«¿Olerte?».
«Y sabes que ni siquiera era eso». Dejó de caminar y me volteó a ver
directamente. «No fue lo que él dijo, sino que tuve que mentir hoy. Men-
tir sobre quién soy, y de dónde vengo. Es humillante. ¡No me avergüenzo!
Pero tuve que mentir, nada más porque... sólo por...».
«¡Sólo por mí!», grité consternada. Lágrimas calientes de nuevo.
«Puedes decirlo. Sólo por mí».
Llegó hasta la puerta, donde estaba parada, y me envolvió en sus bra-
zos. Puse los míos alrededor de su cuello. Me empujó contra la pared.
Por minutos nos besamos en la sala de estar. Repentinamente recordé
que un sirviente podría entrar y vernos en cualquier momento. «¿Quie-
res ver mi cuarto?» pregunté. «¿Pero dónde está Naz? No podemos de-
jarlo esperando afuera. Hay que dejarlo entrar».
«No te preocupes. Se ha ido de paseo en el carro. Nunca ha estado en
un sector como éste, y quiere ver qué hay».
Cuando subimos por la escalera, Riz me pellizcó a través de mis shorts
tipo Daisy Duke. Mi cuarto estaba oscuro y todavía fresco por el aire
acondicionado de la mañana. Con un dedo del pie encendí el pesado
interruptor verde, y un par de luces. «¡Cuánto rosa!», rio. «Hasta huele
rosa».
En un principio, esa sensación de posibilidad abierta seguía siendo
demasiado para nosotros. Con las manos detrás como un sargento que
inspecciona, Riz caminó por el cuarto mirando el surtido de pósters y
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fotos de las revistas de rock y de Hollywood. Las pegaba en la pared con
cinta de doble cara. Dio tres o cuatro vueltas en mi cuarto mientras yo
estaba sentada en mi cama, moviendo las piernas debajo de mí y baján-
dolas al piso de vez en cuando. Y de repente supe que se había puesto las
manos detrás para evitar que temblaran. Cuando se acercó, le acaricié el
brazo. Los pelos se le pararon por el escalofrío. Y, de repente, estaba en
mi lado de la cama, y nos estábamos besando. Y luego estaba sobre mí.
Si entra algún sirviente, mi padre nunca volverá a hablarme.
El calor y el peso de sus muslos se sentían bien sobre mi cintura. Sus
labios rondaban en mi cuello y sus dientes raspaban el cuello de mi ca-
miseta. De repente, mi cuarto era un lugar distinto. La alta cabecera de
metal se veía distinta de cabeza, las piezas de bronce de los postes de las
esquinas como los rieles de un barco, las cortinas y muros rosas con una
textura más profunda, aterciopelada. Y cada centímetro de mí, la chica
que cortaba cinta Sellotape en pequeños pedazos y con cuidado los pega-
ba de seis en seis en las fotografías era otra persona completamente. Me
quitó el brasier. Dejé salir un gemido largo y grave. ¿Les dirá a sus amigos
cómo gemí? ¿A su hermano, en el camino de vuelta, cómo me quitó el brasier?
Riz se estremeció en respuesta. Me trataba de quitar la camiseta con
los dientes, moviéndola para poder concentrarse en mis pechos. Pánico.
Le agarré la muñeca y le dije que no. Me miró con una gran sonrisa, con
los ojos abiertos y hambrientos. Y luego poco a poco volvía a subirla. Mis
dedos se envolvieron alrededor de su muñeca. Apreté más fuerte, sonreí,
y volví a agitar la cabeza para decir que no. No hagas eso. Miré sus hom-
bros poderosos. Me miró de nuevo, ya sin sonreír, y confundido. Nada
está mal, dije, pero no me puedo quitar la camiseta. Se rio y quiso saber
por qué. Por muchos minutos me rehusé a explicarle, mientras mordía a
través de la camiseta mis pechos y mis costillas, seguro de que cedería. Y
como no paraba, tuve que explicarle. Inocente, sin saber qué pasaría esta
tarde, me había olvidado de rasurarme las axilas. Muy dulcemente, Riz
pasó las siguientes dos horas en mi cama, con su boca y lengua vagando
entre el borde de mi camiseta y la cintura de mis shorts. Me besó por
mucho tiempo a través de mis shorts de mezclilla y me hizo girar, y perder
el sentido del control de mi propio cuerpo. Después, cuando hablamos
por teléfono, Riz se rio al recordar que había gemido y me había agitado
como un pescado fuera del agua. Me burlé de su expresión cuando vio
mis senos por primera vez. Y para entonces estábamos nerviosos por lo
necesitados que nos habíamos visto.
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En la escuela, nos encontrábamos durante los recesos del desayuno
y el almuerzo. De vez en cuando encontrábamos algún salón vacío. Mu-
chas veces simplemente nuestros pies se tocaban bajo alguna mesa de la
biblioteca, o nos tomábamos de las manos. En el autobús tomábamos el
asiento trasero, escondido junto a alguna ventana mientras otra pareja
ocupaba la otra. Lo mandaba a casa todos los días hinchado hasta casi ex-
plotar. A veces sentía el bulto húmedo en sus pantalones. Me masturbaba
en cuanto llegaba de la escuela. Nuestro segundo año juntos pasó rápi-
damente. Riz, en su último año, tenía permiso de sacar el auto tarde. Yo
pasaba la noche en casa de una amiga. Justo antes de que se graduara, co-
menzamos a tener sexo. Íbamos en grandes grupos a bares sucios llenos
de espirales de humo en el techo, y donde los dueños no tenían interés
en aplicar las leyes de mayoría de edad o de sector. Íbamos a los clubes
nocturnos, cuartos largos con láseres verdes que hacían líneas a través de
la oscuridad, y baños hechos completamente de espejo y granito.
Casi duramos los cuatro años enteros que Riz estuvo lejos, en Ober-
lin. Pero se quedó en el campus en su último verano, y me pidió «algo de
independencia». Me pregunté por qué su énfasis en el algo, cuando en
verdad la palabra operativa debía ser la segunda. Un año, dijo, regresaría.
Estaba enojada, pero decidí esperarlo. Sabía, sólo por las películas, cómo
era la universidad en América. Sentada en mi cuarto, junto a mi com-
putadora nueva, veía su username encenderse cuando estaba en línea; de-
terminada a no iniciar contacto; perdiendo la paciencia, enviando algún
mensaje innecesario en tono casual, hirviendo de coraje, mandando el
link de una canción que estaba escuchando —¿estaba ahí? Sin respuesta.
Viendo su nombre volverse gris de nuevo, cuando se iba sin decir ni Hola.
Me gradué de la universidad ese año, honores en inglés. Un par de se-
manas después de graduarme me emborraché una noche con unos amigos y
me acosté con un estudiante de diseño de pelo largo, llamado Jethro, nom-
bre real Jaiveer Arora. Me había dado un aventón a casa en su motocicleta.
Una experiencia terrible, escabullirnos furtivamente por el cuarto de sus
padres, su propio cuarto apestoso de humo rancio. Lo evité todo el verano.
Y se extendió en mi sector el rumor de que yo era una puta.
En septiembre de ese año murió mi padre. Un año antes, se nos
dijo que había contraído enfisema, que diagnosticaron como efecto del
epoc . 6 No podía trabajar. Esto lo hizo aislarse mucho más en sí mismo.
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Mi madre daba clases privadas de inglés a los niños del sector. Papá se
sentaba en su mecedora. A veces incluso eso era demasiado, y le faltaba
el aliento. Jadeaba como si sus costillas se hubieran colapsado, su pecho
hundido, y boqueaba con dificultad. Tosía con tanta fuerza que los líqui-
dos caían a metros de distancia. Líquidos transparentes en el mosaico,
separados de la viscosidad de su corazón. Mi madre perturbada. Yo lim-
piaba después.
Ma había estado sola por mucho tiempo. Yo también, sin darme cuen-
ta. Luego regresó Riz. Había vuelto de América. Nunca había conocido
a mi padre, pero se apresuró a regresar en cuanto supo la noticia. Riz
habló con sobriedad con mi madre por media hora, mientras ella estaba
sentada con los ojos vidriosos sobre un tapete de paja que alguien había
colocado en el piso de la sala. Se fue después de sonreírme levemente.
Regresó con una foto de pasaporte de mi padre, ampliada y enmarcada.
Mi madre comenzó a aullar del llanto. Cuando se colgó la foto, insistió
que nadie la decorara con la tradicional guirnalda de caléndulas.
Riz vino cada día, y sirvió té y aperitivos a las visitas. En la tarde
caminábamos juntos. Ése era el único momento en que yo podía llorar.
Su camisa siempre acababa empapada en los hombros. Las primeras dos
semanas mi tía y mis dos primos durmieron conmigo y con mi madre
en colchones en la sala. Riz se quedaba todos los días hasta la hora de
dormir. Les contaba a mis primos chistes tontos, mientras lo ayudaban
a tender las sábanas de los colchones. Luego, me dijo que tenía que so-
bornar a los repetidores cada día para que lo dejaran entrar en el sector.
Habían sido más amables porque entendían que había habido un falle-
cimiento.
Me pregunto qué habría pensado papá de mi boda. El nikaah7 fue una
mañana de enero en el haveli8 del pueblo ancestral de Riz, rodeado de
los huertos de mango de la familia, dos años después de que murió papá.
Vinieron mi madre y Dipanita, mi mejor amiga. Nos fuimos al amanecer
en nuestro viejo Fiat azul claro. El conductor no podía seguirle el paso al
convoy y repentinamente habíamos llegado a un camino de pueblo lleno
de pequeñas casas blancas y tiendas de abarrotes, y pequeños estudios
fotográficos, hombres de largas barbas blancas y cabellos naranjas bajo
sus taqiyah, mirando nuestro vehículo, curiosos por las mujeres citadi-
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nas. Parecía que se hubiera apagado el cerebro del conductor. El camino
se hacía cada vez más estrecho. Tenía miedo, aunque no me atrevía a
decirlo, de que alguna de las ruedas delanteras cayera en un bache y aca-
báramos llegando incluso más tarde. Una autocarroza del pueblo, de las
que tienen espacio para ocho o hasta diez pasajeros, vino en el sentido
opuesto. Tratamos de rodearla pero ninguno de los dos podía avanzar.
Comencé a gritar, enojada con Ma, con el conductor. Dipanita trató de
calmarme desde el asiento delantero. Finalmente llamé a Riz. En cuanto
escuché su voz comencé a llorar. Me dio instrucciones precisas. Fuimos
en reversa por el camino estrecho y llegamos a una pequeña glorieta. Naz
apareció quince minutos después, y para entonces yo estaba tan furiosa
con nuestra estupidez que estaba dispuesta a regresar a casa. Llegó en
una 4x4, con uno de sus primos junto a él. Se acercó en sentido contra-
rio, detrás de sus ruedas una densa nube de polvo naranja, y se subió los
Oakleys a la frente.
«¿Nos vamos, damas?». Una sonrisa gigantesca mientras miraba alre-
dedor. «Qué bonito lugar han encontrado, pero maulvi Sahab9 espera».
Cuando vio mi expresión, su cara cambió. «¿Por qué tan triste, Shal?
Ammi, abbu, todos están relajados en casa. El maulvi lo está pasando bien.
Ha tomado ya tres tazas de té, directo del tazón. Toda una imagen. Y todo
un ruido, también». Sonrió levemente cuando me reí. Luego volteó a ver
a mi conductor. «Y tú. Ahora sí sigue el paso. Te estoy observando».
No hubo sol en el haveli ese día. Después de nuestras disculpas sin im-
portancia fui llevada de prisa a un cuarto estrecho alumbrado con luces
de tubo, donde mi madre me ayudó a cambiarme. Riz estaba en la sala
con los hombres de su familia y el maulvi. El corredor al aire libre que
llevaba a ellos estaba lleno de rocío casi congelado. Ma me gritaba que
me subiera el jaal gharara10 que me habían dado. No dejes que se arruine.
Me llevaron a un cuarto adyacente con colchones en cada centímetro del
piso. Silenciosamente, repetí el nombre que había elegido. «Yasmeen,
Yasmeen, Yasmeen», como la princesa de Disney.
A Ma parecía caerle bien Riz. No se inmutó mucho con la insistencia
de su padre en el nikaah. Encontraron un maulvi que ignorara las rígidas
costumbres de la conversión. Se divirtió en el haveli. Cuando asentí a las
dos o tres preguntas que me hizo en urdu el maulvi, Mamá, Dips y yo
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estábamos repentinamente rodeadas de una parvada de mujeres, las tías
y primas de Riz. Riz entró y todas comenzaron a gritar. Parecía diferente
en esta casa; más seguro de sí mismo. Nunca había sentido en él la falta
de seguridad, siempre ancho y fuerte, vestido en una salwar-kameez ma-
rrón, con el pelo derramándose del topi blanco. Puso su brazo alrededor
de mi cintura, lo que provocó muchas burlas. Mi madre y Dipanita se
unieron a ellas. Fotografías con un carrusel de primas, las más jóvenes
muy tímidas. Por la forma como lo miraban podía uno deducir que algu-
nas estaban enamoradas de Riz.
El tío de Riz entró. Chachoo administraba las tierras de la familia.
Sin decir mucho, tomó a Riz de la mano y nos escoltó al piso superior, a
un pasillo con veranda que miraba a los jardines. La mañana se rehusó a
volverse cálida, y yo temblaba de frío para cuando llegamos. Levantó un
bloque de madera estrecho que aseguraba la puerta del final del pasillo.
Una vez que nos llevó al cuarto, apuntó a la cama y miró firmemente al
suelo. «Ustedes descansen aquí», murmuró. «Alguien subirá en media
hora».
Estábamos en un cuarto húmedo donde las ventanas altas, entrece-
rradas, dejaban entrar sólo líneas del cielo gris, las barras de madera de
las ventanas tan gastadas que sonajeaban. Encontré una caja de apaga-
dores amarillentos pegada a la pared, y cuando la encendí, una luz de
tubo prendió con chispeos y zumbidos. La idea de coger en este haveli de
ochenta años, cuando mi madre y sus padres bebían té lechoso y denso
bajo nosotros. Dipanita sentada con ellos.
Reí silenciosamente. Me quité dos capas de ropa, con cuidado, y las
puse en una silla, y me extendí en la cama. Riz se quitó la kurta11 y se
unió, y ambos sonreímos al pensar en cómo nos tratarían ahora nuestras
familias. Riz estaba inquieto bocarriba, así que puso su cabeza sobre mi
pecho. Su respiración se aceleró. Apenas comenzaba a acostumbrarme
cuando dijo: «Sabes, mis padres deben de haberlo hecho también en esta
cama».
«Pues sí. Y ahora para eso estamos aquí tú y yo. Hora de cogerte a
Jazmín, Aladdin».
«¿En serio? ¿Tienes energía para eso?».
«El cuarto está congelado. Y no tengo idea de cómo quitarme el resto
de esta cosa».
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«Abbu probablemente tenía vergüenza de decirle a Chachoo de noso-
tros. Que hemos estado juntos».
«¿Y por qué diablos sabría eso tu padre?», le pregunté a Riz, con un
pequeño golpe en la nuca. Había grietas en el techo que parecían las fo-
sas nasales y los ojos de una pequeña cara retorcida.
«Quisiera que mi papá todavía estuviera con nosotros», dije.
«¿Cómo está tu mamá? ¿Está tomando todo esto bien?».
«Sí, muy emocionada. Se ve bastante feliz».
«Me alegra. Me preocupaba que esto fuera demasiado».
«No, todo esto le gustó. Estaba preocupada antes».
«¿Qué quieres decir?», la voz apagada de Riz ahora estaba alerta. Se
rodó lejos de mí y se levantó con la mano bajo su oreja derecha. El vien-
to abrió una ventana y un cuadrado muy derecho de luz apareció en la
cama, encendiendo el polvo que flotaba junto a la cabeza de Riz como
burbujas de soda.
«Nada, realmente. Fue algo que dijo».
No dijo nada, y me miró con una sonrisa forzada, con el brazo do-
blado en un escaleno muy prolijo, y pensamientos rápidos detrás de sus
ojos.
«Amor, no malentiendas», dije. «Sólo estaba siendo protectora. Soy
su única hija. Por supuesto que se preocupa».
De nuevo, no hubo movimiento, pero sí el mismo tono pesado. «¿Qué
dijo?».
«Abrimos una botella de vino porque era mi última noche en su casa.
Ahora estará completamente sola. Pero sabes que le caes bien, ¿verdad?
Nunca diría algo como eso».
«¿De qué se preocupaba, entonces?».
«Uf. Sólo preguntó si estaba segura de lo que estaba haciendo. Era más
como una broma. Nos sirvió un segundo vaso, y subió la copa a su nariz,
y dijo —traté de copiar la expresión nerviosa de mi madre, esperando
que eso disipara la tensión—: “Riz es... es un chico tan bueno. Sabes lo
bien que me cae. Nos ayudó tanto cuando tu padre murió. Y yo sé que ha
estado ahí contigo. Te digo, mi mayor alivio es que es tan diferente. No
es tan... típicamente musulmán, ¿sabes? Es que, después se pueden volver
muy religiosos. Hay una tendencia. Le pasó a una amiga mía. Su esposo
se volvió fanático después. ¿Recuerdas a tu tía Leena? Las hijas tenían que
ponerse el Hijab. Sus hijos sólo podían casarse con mujeres musulmanas.
Imagínate. ¡Aunque su madre era hindú! Me sentí tan mal”».
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Riz no parecía ofendido. Incluso, le divertía. Lo volví a acercar a mi
pecho. «He oído eso antes», dijo. «No de tu mamá, por supuesto. Debe-
mos explicarle qué es un fanático de verdad. ¿Eso era entonces?».
«Sí, básicamente». Acaricié su cabello con mis dedos. «Le preocupaba
que te quisieras casar de nuevo, y de nuevo, y de nuevo: “Pueden tener
cuatro esposas. ¿Qué harás entonces?’».
«Mi pobre nena. Y la noche antes de casarte. Qué puñeta psicológi-
ca».
«Y le dije que te haría la vida tan miserable que nunca querrías casarte
de nuevo. ¡Y lo haré!».
Sus padres insistieron en que pasáramos la noche en la casa vieja,
pero mientras su familia hacía la siesta, hicimos que uno de los conduc-
tores nos llevase a la ciudad. Nuestros amigos de la escuela nos esperaban
en una suite que Riz había rentado en Claridges. No hicimos la larga ce-
lebración típica porque nuestro matrimonio ya era de por sí complicado.
No era contra la ley, pero te hacían sentir como si hubieras hecho algo
terrible. Nuestras fotografías tuvieron que publicarse en el boletín de la
estación de policía por un mes antes de la boda. Permisos firmados de
los padres de ambos, en todo tipo de formas burocráticas. Habíamos te-
nido que tramitar fotocopias del certificado de defunción de mi papá con
siete autoridades distintas. Permisos, en su sector y en el mío. Tuvimos
que declarar domicilio oficial. Las reglas eran tan estrictas que se había
vuelto imposible para nosotros vivir en su sector, o en el mío, con alguna
semblanza de paz.
Y así fue que llegamos al East End l
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Hogar
Sarabjeet Garcha
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¿Cómo podría siquiera afirmar
que las cartas que había recibido
eran realmente mías?
No había diálogo.
Incluso así, las palabras siempre se intercambiaban
en algunas direcciones.
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Poonachi
o la historia
de una cabra negra
Perumal Murugan
Había una vez una cabra en un pueblo. Nadie sabía dónde había nacido. El
origen de una vida ordinaria nunca deja rastro, ¿verdad? Dicho esto, la llegada
de la cabra al mundo fue de algún modo inusual.
Aquel año no había llovido mucho en ese tramo de tierra semiárida
conocido como Odakkan Hill. Los últimos años habían sido iguales. Si en un
día excepcional llovía durante media hora, algunos advenedizos hablaban de
«lluvia torrencial». Nunca habían vivido una temporada de lluvias en la que el
agua cayera sin parar durante todo el día a lo largo de varios meses. Cuando
la lluvia era abundante, maldecían: «¿Por qué llueve tanto?». Estaban hartos
de tener que proteger sus pertenencias de la lluvia y de terminar empapados
cada vez que salían. Pero hasta un enemigo debe ser recibido con cortesía. Si
maldecimos y ahuyentamos la lluvia, que nos trae riqueza y prosperidad, ¿por
qué tendría que volver a visitarnos?
Meditando así sobre la falta de lluvia, el anciano estaba sentado en una
colina cercana a su terreno y observaba el cielo con la mirada perdida. Era
un granjero perteneciente a la comunidad de Asuras. La cosecha acababa
de concluir en todos los campos. El rendimiento había sido modesto. Pero
aun después de la cosecha quedaba algo de hierba verde y exuberante en los
terrenos. La capa de rocío ayudaría a que la hierba soportara el calor del sol y
sobreviviera otros cuantos días antes de secarse por completo. Aunque poseía
algunas cabras que podía llevar a pastar allí, el anciano anhelaba tener una
cabra más para alimentarla y criarla en tan sólo dos meses.
Había una pequeña concavidad bajo la colina donde se hallaba sentado,
más allá de la cual se extendían campos bañados por el sol. Le encantaba
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sentarse allí al atardecer para admirar el espectáculo de la sábana carmesí que
se tendía sobre el horizonte. En días en que llevaba a pastar a sus cabras a ese
lugar, así como en otras ocasiones, se retiraba hasta después de contemplar
la colorida exhibición que se desplegaba en el cielo. Si por alguna razón se la
perdía se sentía agraviado, como si le hubieran robado algo precioso. «Siéntate
en el campo y mira el cielo un rato. Te despejará la mente», solía mofarse la
esposa del anciano.
Un día, mientras disfrutaba el atardecer, sus ojos fueron atraídos por una
visión insólita en el largo sendero contiguo al terreno. Una silueta enorme
se movía en la distancia. Parecía como si el tronco de un árbol despojado de
todas sus ramas se hubiera arrancado de su sitio para echar a andar por el
sendero. El anciano se puso de pie instintivamente. En los momentos siguientes
quedó claro que lo que observaba era la figura de un hombre, estirada por la
luz del ocaso.
El anciano conocía a toda la gente de la zona, incluidos los niños locales
de todas las edades. ¿Quién podía ser, entonces? No lograba adivinarlo por la
manera de andar. En el espacio entre un paso gigantesco y el siguiente, pensó,
un hombre de uno ochenta de estatura podía recostarse y extender los brazos
libremente a ambos lados.
Era la hora del crepúsculo y la figura se movía con rapidez, quizá porque
quería llegar a algún lugar antes de que cayera la noche. Parecía que iba a
pasar justo por la colina en unos cuantos segundos. El anciano creía que no
había un alma en la región que no conociera. Tampoco había imaginado jamás
que sería fácil que alguien lo ignorara y se alejara. ¿Quién era ese gigante?
Unos instantes después, el balanceo de su mano derecha y su brazo
izquierdo doblado aparecieron a la vista. Al advertir que el gigante se apretaba
el brazo izquierdo contra el pecho, el anciano se preguntó si sería inservible. Si
cobraba tal impulso moviendo sólo el brazo derecho, ¡a qué velocidad andaría
si hiciera oscilar también el izquierdo! Para tratar de averiguar la identidad del
gigante, el anciano bajó de la colina hacia el sendero.
El gigante era una figura imponente, alto como media palmera y ataviado
únicamente con un taparrabos atado a la cintura. El taparrabos parecía aletear
en la brisa. Aunque el anciano lo divisó desde lejos, el gigante había acortado
la distancia en un santiamén. Daba la impresión de que pasaría volando y
se perdería para siempre en cuestión de segundos. Temeroso de que se le
escapara, el anciano gritó desde cierta lejanía:
—¿Quién anda ahí?
El gigante se detuvo en seco.
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—Soy yo, samiyov —respondió.
Su voz sonó como una avispa que se abriera paso en un trozo de madera. El
anciano todavía no podía identificarlo. Pese a que el gigante aún se encontraba
a cierta distancia, el anciano tuvo que alzar los ojos para ver su rostro.
—¿Quién eres? —preguntó—. Pareces ser nuevo por aquí.
—Para nada —contestó el gigante—. Pertenezco a esta región. Deambulo
de pueblo en pueblo tratando de vender esta cabrita. Aún no he hallado a
un comprador. Tiene un día de nacida. Por eso estoy yendo a cada campo,
samiyov.
—Si vas al mercado la venderás muy rápido —dijo el anciano.
—¿Quién comprará a mi bebé en un mercado, sami? —rio el gigante.
Este tipo es muy arrogante, pensó el anciano.
—Los hombres llegarán uno tras otro, le sujetarán la quijada y le mirarán
los dientes. Le rodearán la cintura con los dedos, le jalarán las ubres y le
acariciarán el lomo. ¿Acaso no hemos visto a las pobres cabras expuestas como
si fueran joyas en los mercados? ¿Acaso permitiré que cualquier mano vieja
toque a esta bebé hermosa? Por eso no me atreví a llevarla a un mercado. No
está en mí criar a esta cabra y ganarme la vida con ella. Así que vago de pueblo
en pueblo intentando encontrar a alguien que la cuide como se debe —explicó
el gigante.
Parece que la lengua de este sujeto también se alargará como su cuerpo,
pensó el anciano. Echó una ojeada a la cabrita. Era apenas visible. Quizá
descansaba cómodamente en el hueco del brazo del gigante. En la tenue luz
del ocaso no se le podía distinguir con claridad. El anciano estaba reacio a
acercarse.
—Dices que has ido a varios pueblos. ¿Nadie tuvo el dinero suficiente para
comprar esta pequeña maravilla?
—Ah, los hombres de fortuna abundan como los gusanos de la fruta. Lo que
escasea son los corazones buenos. Sólo un hombre de buen corazón podrá
tener a mi bebé —dijo el gigante.
Se agachó y dejó a la cabra en el suelo. Su espalda era tan ancha como una
losa de granito. Cerca de sus pies se retorció un gusano grande y gordo. Al
enderezarse, se quitó el turbante para secarse el sudor del rostro y el torso.
—Mire, no es una cabra cualquiera. Su madre dio a luz una camada de siete
crías. Luego de que parió a la sexta, pensé que ya había terminado y que sólo
restaría el cordón umbilical. Pero entonces se le contrajo el cuerpo y pujó con
fuerza una vez más. Así salió la séptima cabrita, que cayó como un pedazo de
estiércol. Es un verdadero milagro, mírela nada más —dijo el gigante.
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Una brisa agradable se había levantado con el atardecer, pero el sudor
corría por el torso del gigante como un riachuelo. El anciano lo observó con
asombro mientras detenía el flujo con el turbante y se secaba. ¿Qué clase de
hombre es?, se dijo, ¿vendrá de otro planeta? El gigante continuó:
—No puedo seguir dando vueltas, sami. Mis días están tocando a su fin. Le
dejaré esta cabrita y retomaré mi camino. Cuide de ella, samiyov.
Alzó a la cabrita y la depositó entre las manos del anciano. Al principio
éste sintió que un mazo le había rozado los dedos, pero enseguida se topó con
una flor en sus palmas. Nunca antes había visto una cabrita tan minúscula. La
contempló azorado. Su forma inquieta le cabía a la perfección en la curva del
brazo. La cabrita era totalmente negra, del negro lustroso de un escarabajo.
Con la mano reposando en la garganta del animal, el anciano levantó la vista. El
gigante había desaparecido, disolviéndose en la oscuridad al final del sendero.
—¡Yov, yov! ¿No quieres algo de dinero a cambio? —gritó el anciano.
Pero el gigante no pudo oírlo. El anciano permaneció inmóvil, observando
cómo la figura se reducía a una mancha y después se esfumaba por entero. Al
girar con lentitud, el anciano fue presa de la ansiedad. Había anhelado tener
una cabra más que pastara en la hierba verde. Por azar, esta pizca de estiércol
había llegado a sus manos. ¿Cómo iba a criarla hasta que fuera adulta?
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hierba nueva. Si no fuera por la cabrita ya estaría en casa con la cesta llena
de hierba.
Mientras avanzaba oyó de golpe que la cabrita balaba una y otra vez en un
zumbido constante. La miserable no sólo había consumido su tiempo sino que
además lloraba, pensó el anciano molesto. Entonces vio a un grupo de pastores
que corrían hacia él desde las cuatro direcciones, gritando:
—¡Dhooyi, dhooyi!
El anciano se detuvo en seco, sintiendo que algo andaba mal. Parecía que
una ráfaga de viento quería arrancarle la cesta de la cabeza. La asió con fuerza.
Un hombre se adelantó velozmente, tomó al anciano del brazo y lo estabilizó.
De otro modo habría caído de bruces en la tierra. El hombre retiró la cesta de
la cabeza del anciano y la puso en el suelo. Tras recobrar la compostura, el
anciano preguntó sin aliento:
—¿Qué sucede?
—Voltea —dijo el hombre, apuntando al Poniente. Agitando las alas, un ave
enorme volaba hacia la colina donde ya había oscurecido.
—¿Qué llevas en la cesta que atrae a un pájaro tan grande? —Dos o tres
hombres se aproximaron al anciano con aire inquisitivo—. ¿Una rata que
atrapaste en el campo?
Entretanto, la cabrita se había incorporado con lentitud en la cesta para
gemir: «Mmmm». El anciano aún estaba demasiado asombrado para hablar.
—Traías a este gran gusano negro en la cesta. Por eso atacó el águila —rio
un hombre al alzar a la cabrita.
—Es una cabrita, viejo —dijo otro hombre.
La cría se retorció como lombriz en manos de quien la había alzado. Todos
los pastores la observaron con asombro.
—¿En serio es una cabrita?
Se la turnaron para examinarla. El anciano se sentía avergonzado. Si los
pastores no la hubieran visto al descender sobre la cesta, el águila se habría
llevado a la cabrita entre las garras para devorarla.
«Mírenla», pensó el anciano. «Este instante de peligro debió estar en su
destino». Después se dirigió a los pastores:
—Como la providencia, ustedes se presentaron en el momento preciso para
ayudarme. Además de perder a la cabrita, podría haberme caído con la cesta
y roto una pierna. ¿Qué habría hecho entonces? Tengo a una mujer en casa.
Todos los días me da de comer porque trabajo y gano algo de dinero. ¿Me
cuidaría si me viera tendido en cama con la pierna rota?
Un pastor en taparrabos que sostenía en una mano a la cabrita dijo:
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—Su barriga está vacía, viejo. Mírala. Tiene tanta hambre que no puede ni
abrir los ojos.
El pastor gritó «Bu-ck-oo, bu-ck-oo» y sus cabras vinieron corriendo hacia
él. Eligió a una hembra y le puso a la cabrita en la ubre. La cabrita estaba
demasiado débil para alcanzar el pezón, así que el pastor se lo metió en la
boca. Era quizá la primera vez que la cabrita intentaba mamar de una ubre.
Luego de batallar un poco, logró agarrarla con firmeza y la succionó. Cuando
las primeras gotas de leche tocaron su lengua, descubrió un nuevo sabor y
empezó a amamantarse con entusiasmo.
—Esta cabrita es inteligente —dijo el pastor que había dispuesto la
alimentación. Al cabo de unas cuantas succiones que le empaparon el vientre,
la cabrita sintió que le dolía la quijada y soltó el pezón—. Anda, bebe un poco
más. Así pasarás una noche sin punzadas de hambre —insistió el joven, haciendo
que la cabrita continuara amamantándose otro rato. Después la levantó para
entregarla al anciano—. Parece un gusano, pero gracias a su actitud ya es toda
una adulta —dijo.
Los pastores se alejaron con sus rebaños. Luego de asegurar a la cabrita
en la cesta y cubrirla de hierba, el anciano retomó su camino. «No sé cuántos
riesgos más correrá esta criatura», caviló. «¿Podrá sortearlos o sucumbirá a
ellos? ¿Quién sabe qué le depara el destino?».
A la anciana no le gustaron el aspecto ni los ruidos de la cabrita. Se dirigió
a su esposo con el ceño fruncido:
—¿Dónde recogiste esta gatita? ¿Para qué la necesitamos? —Cuando el
anciano la sacó de su error, ella alzó al animal y exclamó azorada—: En efecto,
es una cabrita.
Toda la noche los ancianos repasaron la historia de cómo había llegado
la cabrita a sus manos. Tenían ya dos cabras. Una de ellas había dado a luz
apenas el mes anterior. Tres crías: dos machos y una hembra. Los tres animales
brincaban y jugaban en el patio delantero. La otra cabra estaba preñada y
alumbraría dentro de un mes aproximadamente. Habían vendido las crías de
su camada previa al carnicero hacía tan sólo diez días. También tenían una
cría de búfalo, una novilla. Si pastaba durante un año más, estaría en edad de
aparearse y entonces podrían venderla.
La pareja pasaba sus días ocupándose de algunos cultivos en el medio
acre de tierra contiguo a su cobertizo de paja, llevando a pastar las cabras
y atendiendo la cría de búfalo. El anciano se responsabilizaba de pastorear
las cabras en los campos y de buscar forraje para ellas y la novilla. Usaba
esta labor como excusa para vagar por terrenos y pueblos, bromeando con la
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gente y disfrutando de la camaradería. Su esposa casi no salía de casa. Como
sus necesidades eran pocas, iba al mercado una vez al mes para comprar
provisiones. Ambos visitaban a su hija una vez al año para el festival anual
en el templo del pueblo, que implicaba ausentarse durante una quincena. Era
su única hija, y ellos no deseaban más que pasar el resto de sus vidas con la
serenidad mantenida todos estos años.
Esa misma noche la anciana puso un apodo a la cabrita que parecía gatita:
Poonachi. Una vez había tenido una gata llamada así. En memoria de esa
mascota amada, la cabrita también se llamaría Poonachi. La habían adquirido
sin gastar ni un centavo. Ahora, de algún modo, debían cuidarla. Su esposo le
había contado una historia vaga acerca de un demonio parecido a Bakasura
con el que se topó y que terminó dándole la cabrita como obsequio. La anciana
se preguntaba si podía habérsela robado a un pastor. Alguien podría venir a
buscarla mañana. ¿Y si su esposo le había contado esa historia para ocultar su
crimen?
La anciana no estaba acostumbrada a prender lámparas por la noche. La
pareja cenaba y se retiraba a dormir cuando aún había luz del crepúsculo. Esa
noche, sin embargo, ella tomó una gran lámpara de arcilla y la llenó con aceite
de castor extraído el año anterior. No había algodón para el pabilo. Arrancó
una tira de un taparrabos desechado por su esposo y la convirtió en mecha.
Miró a la cabrita a la luz de la lámpara en el cobertizo como si viera a su
propia hija después de mucho tiempo de separación. Su cuerpo no presentaba
puntos calvos ni magulladuras. El animal era completamente negro. Mientras
observaba la lámpara, sus ojos abiertos de par en par eran claramente visibles.
En su rostro había un rastro de fatiga. La anciana pensó que la cabrita lucía
demacrada porque no había sido alimentada de forma correcta. Debía de tener
apenas unos cuantos días de nacida. En su corazón enraizó la determinación de
que de alguna manera debía criar al animal hasta la edad adulta.
Llamó al anciano para que acudiera a ver a la cabrita, que parecía un grumo
negro brillando bajo la lámpara en la noche profundamente oscura. El anciano
le jaló con cariño las orejas que aleteaban y dijo:
—Vaya suerte que tienes de vivir aquí.
Hacía mucho que marido y mujer no se entregaban a una charla tan amena.
Gracias a la repentina entrada de la cabrita en sus vidas acabaron hablando de
los viejos tiempos l
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Nelumbo
Nucifera
Lakshmi Kannan
Asia te ha conocido
El-honrado-por-el-mundo 1
ceras hidrofóbicas
* Nelumbo Nucifera: es el nombre científico de la flor de loto, además el «Sutra del loto» es
uno de los más influyentes sutras mahayanas o discursos del Buda. (Todas las notas son
de la traductora).
1 El-honrado-por-el-mundo: Bhagavat, en sánscrito, se refiere a uno de los diez nombres
de Shakyamuni Buddha (Siddhartha Gautama) cuyas mejores enseñanzas se encuentran
en el «Sutra del loto».
2 Wilhelm Barthlott: botánico alemán conocido por el «efecto del loto». Él y Ehler estu-
diaron las propiedades de autolimpieza de las hojas de loto en 1977. Es el resultado de
ultrahidrofobicidad de las hojas del nelumbo o flor de loto. Las partículas de suciedad
son recogidas por las gotas de agua debido a la arquitectura micro y nanoscópica de la
superficie. Esto minimiza la adhesión de las gotas a la superficie.
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en las células epidérmicas de las hojas del loto.
Toda la suciedad
en la hoja de loto
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Rajathi
Salma
L ago
Otro día
Enjuagaste tu cenicero,
Echando la ceniza en sus aguas
Ayer incluso
Al escarnio de nuestro amor
Que se ha agriado, escupiste
Furioso en el agua.
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Hoy, sin recordar
Nada de esto, te preparas
A saciar tu infinita sed.
Agua, acumulada
Un estanque inmóvil
Que carga con todo sin perder nada.
I magen
Pisada en la oscuridad,
La cucaracha fue molida
Hasta la pulpa. Toda la noche,
Una armada de hormigas ha
Limpiado el cuerpo de carne,
Dejando sólo el armazón vacío para mostrarme
La imagen de mí misma
Con alas que ya no pueden elevar el vuelo
Y patas de palo —ahora redundantes e inútiles.
C ontrato
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Las primeras palabras que escucho
Cada noche en la alcoba:
«¿Qué te pasa esta noche?»
Éstas son, casi siempre,
También las últimas palabras.
Tú, también,
Tendrás quejas.
Mi posición, sin embargo,
Se ha hecho clara
Al tiempo y a la historia.
Para recibir
Un poco de tu amor
Incluso turbio como lo está —
Para cumplir
Mis deberes
Como la madre de tu hija —
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Para darte un poco de órdenes,
Si pudiera —
Para afirmar un poco
De mi autoridad —
Mi vagina se abre,
Y sabe todo lo que debería.
Mi cuerpo hinchado
Mi vientre arrugado de estrías,
Son verdaderamente repulsivos, me dices;
Y también que
Mi cuerpo no cambiará —
Ni ahora, ni nunca
Sí, es verdad
Tu cuerpo no es para nada como el mío,
Con su fanfarria
Y su flagrancia
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¿Qué puedo hacer yo?
Estas estrías son
Como mi descenso:
No tan fáciles de reparar o remendar.
Este cuerpo no es papel que puedas cortar e injertar.
La traición de la naturaleza
Ha sido mucho más terrible conmigo que contigo.
Fuiste tú, después de todo, quien comenzó
La primera fase de mi caída
U na noche y otra
1.
Otra noche
Se desliza marchita
En los resquicios de la soledad.
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Al calor de los respiros
Exhalados por el acomodo
Del cuarto, se levanta
El pungente olor del azufre.
2.
Esta existencia
Es complicada —
Como la vida de un gato
Que se esconde en la cocina
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La soledad en el baño
Crea miedo, que viene de
La revulsión por la desnudez.
En jardines levantados
Entre muros, no hay sombra
Para sentarse a descansar.
Ni se asegura la privacidad
En los espacios abiertos
De la terraza de arriba.
Si mi hija
Me prestara
Su cuna,
Dormir podría volverse posible.
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Adiós,
Mahatma
Devibharathi
Por el suave rechinar de las bisagras, Gandhi supo que alguien abría la
puerta de su cuarto. Luego escuchó el movimiento de pies, más cerca con
cada paso cuidadoso. El Mahatma cerró los ojos y fingió dormir.
Debía de ser Dhaniklal, un viejo que era por mucho el más alerta de los
habitantes de Casa Birla; el secretario personal de Gandhi, alguien que se en-
orgullecía más de llamarse discípulo que secretario; que creía que atender al
hombre era igual que servir a la nación. El único deber de Dhaniklal consis-
tía en vigilar al Mahatma durante la noche, sin dormir ni un parpadeo, desde
un cuarto muy pequeñito situado directamente con vista a su dormitorio.
Entraba al cuarto de Gandhi al menos tres veces cada noche y se aseguraba
de que todo estuviese bien con él. Hasta un tenue gemido de Gandhi ponía
muy nervioso a Dhaniklal. Una vez, Gandhi le había preguntado, en tono de
broma:
—¿Por qué esta vigilia constante, Dhaniklalji? ¿Quieres ser testigo cuan-
do me muera?
Dhaniklal se alarmó.
—Tú nunca morirás, Bapuji —dijo—. El futuro de esta nación ha sido
confiado a tus manos misericordiosas.
Gandhi suspiró.
—No moriré tan pronto, Dhaniklalji —replicó—. Mis deberes no están
cumplidos aún. Mis luchas, también, son muy largas, Estoy condenado a vivir
por tanto tiempo como se me necesite. Si, por casualidad, Dios decide lle-
varme antes, nadie puede anticipar ese momento, ni siquiera tú. Toses y que-
jas nunca serán avisos de mi muerte, Dhaniklalji. Mi muerte será silenciosa.
Al alba de una mañana de primavera, un pajarito anidando en la punta de un
cedro rojo muy alto en el centro de Delhi despertará y anunciará mi muerte
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al mundo. Dhaniklalji, todos —incluyéndote a ti— estarán bien dormidos
entonces. Así que deja de preocuparte y descansa un poco.
Pero Dhaniklal nunca era capaz de dormir apropiadamente. Gandhi,
cuando despertaba al amanecer, veía a Dhaniklal dormido con su cabeza
reposando en el borde de su cama. Para no molestarlo, se levantaba sin ha-
cer ruido e iba al baño. Dhaniklal dormía profundamente hasta que Ghandi
terminaba de escribir sus cartas. Urgido por el instinto, tal vez, se despertaba
justo antes de que Gandhi saliera a dar su caminata matutina. Después, du-
rante las oraciones y siempre que Gandhi estaba metido en conversaciones
dentro su cuarto, los ojos de Dhaniklal se nublaban de sueño. Siempre que
Gandhi veía a Dhaniklal en ese estado, su corazón rebosaba de bondad y
compasión.
Pero Gandhi también sospechaba que estaba perdiendo gradualmente la
habilidad de controlar el fastidio que le causaban las vigilias de Dhaniklal. Es-
taba constantemente preocupado de decir, sin querer, algo que lo lastimara.
Lamentaba tener que fingir que dormía siempre que Dhaniklal entraba en
su cuarto, tan sólo para evitar las preguntas de éste. Sus ojos comunicaban
disgusto siempre que veía a Dhaniklal. Examinó con cuidado esa aversión. Le
desagradaban no sólo Dhaniklal, sino también Nehru, Patel y todo aquel que
se deleitaba con los motines; en realidad era un síntoma del odio de Gandhi
hacia sí mismo.
Esa noche, cuando las bisagras rechinaron y los pasos de Dhaniklal se
acercaban, se despertó.
—Dhaniklalji, ¿aún no te has ido a dormir? ¿Por qué estás levantado a
medianoche? Te he rogado muchas veces que no te preocupes por mí. Us-
tedes me están haciendo sentir culpable. Nuestro deber ahora es hacer algo
por nuestro pueblo que sufre. ¡Eso valdría mucho más la pena que atender-
me, Dhaniklalji!
—¡Por favor perdóname, Bapuji! Vine porque hacía mucho frío en mi
cuarto. ¿Puedes ponerte esta cobija de khaddar1 para cubrirte? —Dhaniklal
cubrió a Gandhi con la gruesa cobija que había traído.
Gandhi la hizo a un lado y se incorporó.
—No puedo dormir. Me estás manteniendo despierto para nada. Y no he
hecho nada útil en todo el día: puras juntas, discusiones y entrevistas. Podría
haber ido con los voluntarios a recoger mantas para las pobres personas en
1 Tela basta y sencilla de algodón. (Todas las notas son del traductor).
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los campos. Estoy viviendo aquí como un emperador mientras niños, muje-
res y ancianos padecen grandes sufrimientos.
—Nuestros voluntarios están haciendo su trabajo apropiadamente, Ba-
puji. No hay razón para que te agobies. Cientos de sábanas y cobijas se distri-
buyeron hoy a los refugiados.
—Gracias por traerme una buena noticia. ¿Se distribuyeron al parejo
para todos?
—Sí, Bapuji, se distribuyeron al parejo por todos los campos.
Gandhi sonrió.
—La gente está ansiosa de ayudar, ¿no es así? Es muy gratificante escu-
charlo. Siempre he dicho que Dios está lleno de piedad.
En su corazón, que estaba muy afligido por los interminables tumultos, la
esperanza empezó a brotar y crecer. El Mahatma creía que su reciente ayuno
no había sido en vano. Se puso de pie, de pronto liberado del cansancio, el
insomnio y la fatiga.
—Dhaniklalji, ¿quieres tomar un poco de agua caliente? ¿Por qué no
platicamos un rato? —caminó hacia la cocina. Dhaniklal lo siguió ansiosa-
mente y ofreció ayudar—. Muy bien. Cuéntame todo lo que pasó. Quiero
escucharlo todo.
Dhaniklal estaba lleno de entusiasmo. Trató de abundar en incidentes
tomados de los hechos del día que pensaba que podrían complacer a Gandhi.
Comenzó diciéndole qué felices estaban de ver a los voluntarios los residen-
tes de los campos en Turkman Gate y Chandni Chowk.
Durante su visita allá, un par de semanas antes, el Mahatma había visto de
primera mano las condiciones patéticas en que vivían los refugiados. Un gran
número de niñas pequeñas había buscado refugio en el campo de Turkman
Gate. Nunca podría olvidar a la niña musulmana de doce años a la que había
conocido allí. Ella le contó cómo sus padres habían sido atacados y asesi-
nados delante de ella. Durante un motín, la turba había rodeado su asenta-
miento hacia la medianoche. Para salvar a los residentes del asentamiento, su
padre, un satyagrahi,2 cayó a sus pies y les rogó que se apiadaran de su gente.
Ella nunca podría olvidar la cara de su padre mientras enfrentaba a aquellos
brutos armados, con las palmas unidas en un gesto de ruego, dijo la niña. Le
cortaron sus manos que rezaban, primero una y luego la otra.
Su madre trató de salvarla. A toda prisa, pintó la frente de la niña con
bermellón y le pidió que cantara «Jai Sri Ram!». «Si lo haces, la turba te
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perdonará la vida y podrás huir a alguna otra parte y sobrevivir», le dijo su
madre; pero ella se negó a hacerlo. Lo que les dijo, en cambio, fue «Allah-hu
Akbar».
—¿Te dejaron ir?
—Querían mi cuerpo. Me arrastraron. Por nueve días me mantuvieron
confinada en su vehículo y me violaron. Después, dándome por muerta,
aventaron mi cuerpo al lado de la carretera y se fueron. Entonces me vine
sola hasta este campo. No me quedaba identidad en aquel momento. Conocí
a muchas niñas como yo. Todas nos veíamos igual, con nuestras mentes en el
mismo estado, todas sangrando. Hasta había olvidado mi nombre.
Cuando Gandhi le preguntó: «¿Conociste a aquella niña, Dhaniklalji?», el
hombre vaciló. Al ver que Dhaniklal se esforzaba por extraer recuerdos de su
memoria, Gandhi temió que acabara por mentir
—Está bien. Ve y acuéstate. Estoy muy cansado —dijo a su asistente.
Cuando Dhaniklal se preparaba para irse, Gandhi vio una expresión divertida
en su cara.
—¿De qué te acordaste, Dhaniklalji?
—Perdóname, Bapuji. No pude controlar la risa. ¡Oh, Dios! ¡Qué gran
hombre resultó ser ese Bhagwaticharan! Simplemente me quedé sorpren-
dido. Era una copia exacta del original, ¿no? ¿Pueden pasar esas cosas? ¡Es
muy listo ese Bhagwaticharan! —exclamó Dhaniklal con una carcajada.
Gandhi lo observó en silencio. Entonces la expresión en la cara de Dha-
niklal se debilitó y se asentó. Posando la cabeza entre sus rodillas, comenzó
a recontar todo:
—Lo conoces, ¿no? Ese joven bengalí es tu discípulo. Ha venido a De-
lhi sólo para verte. Muchos han alabado mucho el trabajo que ha hecho en
Calcuta. Es joven, probablemente cerca de los cuarenta. Creo que se rasura
la cabeza todos los días. Pero el bigote y las cejas... —mientras hablaba,
la risa volvía a acumularse en la garganta de Dhaniklal—. Escucha, Bapuji.
Nos sentíamos extremadamente desalentados. Nadie acudía a ayudarnos, ni
siquiera los gujaratis ricos. Las canciones que tocábamos en las mansiones
no ablandaban el corazón de nadie. Para la tarde apenas habíamos reunido
unos pocos trapos. Nos sentíamos terriblemente mal. Les rogamos que tu-
vieran caridad con aquella gente pobre, afectada por los motines, que seguía
sufriendo en los campos. Nadie les tuvo piedad, Bapuji. Sólo un viejo, que
parecía estar en la miseria él mismo, nos dio su chaleco. Fue con nosotros
sin que se lo pidiéramos y nos lo dio. Fue un gran momento. Fue cuando
recobramos la esperanza que para entonces habíamos perdido.
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—¡Sí que fue un gran momento! Ese trapo fue una señal de nuestro éxi-
to, ¿no es así, Dhaniklalji? —intervino el Mahatma, exultante. A Dhaniklal
no le importó la interrupción. La emoción de llegar a una etapa emocionan-
te de su relato se notaba en su cara.
—Entonces todos vimos cómo se persignaba. Sin prestar atención a
nuestras expresiones de gratitud, murmuró un salmo acerca de Jesús mien-
tras se marchaba. Seguimos nuestro camino. El sol del invierno nos quemaba
las caras. Y nuestro viaje era más difícil que antes. Nadie nos prestaba ningu-
na atención. Lo que pasó fue increíble. ¡Escucha esto, Bapuji! Estábamos pa-
sando frente a un poblado de clase media. Unas pocas personas nos seguían,
sólo para ver el espectáculo. Caminábamos cantando «Raghupati Raghava
Raja Ram». Entonces oímos un rugido detrás de nosotros: «Mahatma Gan-
dhi ki Jai! ¡Victoria para Mahatma Gandhi!», y miramos para atrás sorprendi-
dos. Dios, todavía no puedo creer la vista que tuvimos. ¡Como Cristo, estaba
caminando hacia nosotros! ¡El Mahatma! Nadie de nosotros pensó otra cosa.
Se veía exactamente como tú, una copia genuina. «Bapuji», lo saludamos,
todavía asombrados. Mientras nos sonreía graciosamente, también mostró
respeto a las personas que se habían amontonado a su alrededor. La gente
se acercaba a él con una especie de deseo. Yo vi lo insoportablemente felices
que se sentían al tocar su manto de khaddar blanco y sus manos huesudas.
Luego, uno por uno empezaron a tocarle los pies. La gente salía corriendo de
sus casas, de callejones estrechos, y se amontonaba a su alrededor.
Gandhi escuchaba a Dhaniklal asombrado y confundido. Quiso inter-
venir, pero Dhaniklal estaba describiendo los eventos con un entusiasmo
incontenible; Gandhi simplemente no podía llamar hacia sí la atención del
hombre.
—Entonces comenzó a hablarle a la multitud. Su voz —igual que la tuya,
muy gentil pero firme— les pidió a todos ayudar a aquellos que se habían re-
fugiado tras ser cazados y víctimas de atrocidades. Repitió las mismas frases
que tú dijiste antes, acerca de la moralidad de vivir, ¡en una voz muy parecida
a la tuya! Los deberes que hay que cumplir, la discreción que se debe mostrar
en la turbulencia, la paciencia que hay que mantener en tiempos de crisis, el
sentimiento de culpa que debe estar activo en cada uno de nosotros... ¡Re-
pitió literalmente todos tus nobles preceptos, en el mismo tono de voz, una
imitación perfecta! Yo imaginaba que lo que decía era el consejo divino del
Bhagavad Gita o el Sermón de la Montaña de Jesucristo. La gente escuchaba,
incrédula, todo lo que él decía. Como si estuvieran hechizados, sacaron las
mejores sábanas y cobijas que tenían y empezaron a apilarlas a sus pies. Él
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los bendijo siempre con la misma sonrisa —Dhaniklal estaba muy cansado.
Sin embargo, la urgencia de terminar su historia lo hacía continuar—. Poco
después de eso se me acabó la paciencia. Con dificultad me abrí paso entre la
multitud apretujada y me acerqué a él. ¡No lo vas a creer, Bapuji! Lo reconocí
de inmediato. Parado muy cerca de él, murmuré: «¿No eres tú Bhagwaticha-
ran?». Sonrió serenamente sin contestar. ¡Bapuji, la sonrisa era exactamente
como la tuya!
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los sostuvo con delicadeza. Pero cuando empezó a explicarse fue incapaz de
contener su fervor. El Hombre de Hierro empezó a arrancar páginas aún
más rápido que su secretario.
—¡Se hace tarde! —decía, como para sí mismo, mientras desdoblaba
y sostenía las hojas delante de su cara. Poniendo su grueso dedo índice en
renglones importantes, leía en voz alta frases importantes de las páginas para
reforzar sus argumentos.
Siempre que hablaba con Gandhi, Patel trataba constantemente de ob-
servar las reglas del tacto y la humildad; aun así, alzaba la voz inadvertida-
mente de vez en cuando. No tenía otra opción que pedir perdón a Gandhi
en cada ocasión.
Poco después, otros secretarios y asistentes habían llegado. El Mahatma
observó que cada hombre había traído una gran cantidad de archivos con él.
Mostrando un grado increíble de disciplina y decoro, no se hablaban unos a
otros; ni siquiera se dedicaban un vistazo. Gandhi notó que prevalecía, pese
a todo, la más precisa coordinación entre ellos. Las ansiedades y la timidez
que normalmente exhiben los burócratas de un país recién independizado
no eran evidentes de ningún modo en ellos. La mayoría se parecían a Patel
en edad y actitudes. Salvo Patel, todos vestían saco y corbata al estilo inglés.
Cuando Gandhi le preguntó: «¿No les dijiste a todos estos funcionarios del
gobierno que sólo debían vestir khaddar?», Patel se sonrojó, avergonzado,
como una mujer.
Luego siguió su explicación. Finalmente, dijo:
—Debes encontrar una solución para estos asuntos, Bapu. Danos una
solución que se pueda implementar de forma práctica. Tenemos toda la vo-
luntad de realizar acciones inmediatas —Patel estaba más o menos suplicán-
dole a Gandhi—. ¡No tenemos otra alternativa, Bapu! Estas acciones son in-
evitables. Si quieres, puedo darle mis responsabilidades a alguien más, pero
también serían inevitables para esa persona.
—Inevitable..., no hay otra alternativa..., ¡qué lindas frases! —murmu-
raba Gandhi para sí mismo, solo en la oscuridad de su cuarto. Cuando Dha-
niklal lo había dejado la noche anterior, también había usado las mismas
frases. Gandhi recordó aquellas frases y la manera en que había narrado su
historia «divertida». La voz y las expresiones de Dhaniklal, junto con sus rui-
dos de alegría al final de la historia, su vientre sacudiéndose de risa, aparecie-
ron ante su mirada interior. La cara de «Mahatma» Bhagwaticharan también
surgió en su imaginación.
Un joven bengalí que se veía exactamente como él. ¡Dhaniklal lo había
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descrito en tan minucioso detalle! A partir de la descripción de Dhaniklal,
Gandhi, que nunca había puesto los ojos en aquel hombre, podía imaginarlo
muy vívidamente. Además de su voz gentil, su sonrisa bondadosa y su mirada
serena, Gandhi era capaz hasta de figurarse las arrugas en el vientre del joven.
Miren: la gente se arremolina alrededor de Bhagwaticharan, saludándolo
y gritando lemas. «Mahatma Gandhi ki jai!, Mahatma Gandhi ki jai!». Ma-
hatma Bhagwaticharan les da sus bendiciones. La multitud está en éxtasis:
ruge, grita y, abrumada por la emoción, se disuelve en lágrimas. El Mahatma
les habla, hace una petición, da instrucciones. Varias personas corren hacia
él y lo tocan. Un hombre le quita el chal y se va corriendo. El Mahatma le
pide que vuelva y le da también su dhoti.4 Ahora está desnudo delante de
todos. «Señor, ¿por qué me has obligado a caminar desnudo dentro de este
precioso jardín?». Está avergonzado. Corre, tratando de escapar de ellos. Es
perseguido por uno y por todos. Un hombre arranca pelo de su bigote y lo
guarda. Otro le saca las uñas y huye. Otra más intenta sacarle los dientes.
El Mahatma no puede soportar el dolor. «Oh, Dios», grita, y pide ayuda.
Un policía que ha estado viéndolo todo desde lejos se aproxima despacio.
«¿Por qué gritas así?», pregunta con aspereza, dando al Mahatma una bofeta-
da en su mejilla izquierda. El Mahatma le muestra al policía la mejilla dere-
cha. El policía lo abofetea también en la mejilla derecha. El Mahatma le sigue
enseñando una y otra mejilla, por turnos. El policía lo abofetea incansable-
mente. Hay un chorro de sangre. Los pocos dientes que le quedan en la boca
se han aflojado. Sus globos oculares se han salido de las órbitas. La multitud
se apresura a recogerlos. La visión del Mahatma se oscurece. De pronto, en
todas partes está totalmente oscuro. «¡No soy Mahatma Gandhi! ¡Soy Charan,
un bengalí llamado Bhagwaticharan!».
Gandhi, involuntariamente, se tocó los ojos. Estaba sin aliento. Se quedó
tendido en la cama, exhausto, y cerró los ojos.
Cuando volvió a abrirlos, un poco después, el cuarto brillaba de luz. Gan-
dhi vio rayos irregulares de luz cruzando el cuarto. «¿Ya es de mañana? ¿Me
quedé dormido, rompiendo mi hábito de toda la vida de levantarme tem-
prano? Debe de ser un signo de que la muerte se acerca. Ahora es tiempo de
aceptar mi avanzada edad. ¡Tengo setenta y ocho años, después de todo!». El
Mahatma sonrió para sí mismo.
4 Prenda tradicional india para hombres, que consiste en una pieza de tela de algo-
dón que se enrolla en la cintura y se deja caer por las piernas, como una especie de
pantalón ligero.
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«¿Dónde está Dhaniklal? ¡Tampoco puedo ver a Manu! La niña invaria-
blemente se despierta antes que yo».
Después de enrollar su ropa de cama, Gandhi estaba a punto de comen-
zar sus abluciones matinales cuando escuchó algunas voces agitadas. Pre-
guntándose quién o qué podría ser, abrió una ventana y miró hacia fuera. Se
quedó helado, conmocionado por el horror. Afuera de la alta mansión, no
muy lejos, la ciudad de Delhi estaba en llamas.
La gente corría aterrada en todas direcciones. Gandhi vio cómo eran caza-
dos con furia asesina por una turba de entre diez y quince personas con armas
mortales. Incapaz de soportar su propia agonía, cerró los ojos con fuerza. Con
toda esperanza perdida, se dejó caer en la silla de madera de su cuarto.
¿Cuándo se había estropeado todo?
¿Quién era responsable de aquello..., hindúes o musulmanes? ¿Quién
era enemigo de quién? ¿Quién iba a ser masacrado por quién? ¿Quién va a
sobrevivir? ¿Para ajustar qué cuentas se había desatado esta violencia? ¿Es la
historia del último milenio la que tiene la culpa? ¡Pero nos hemos adelan-
tado tanto a ella! ¿Quién es responsable por esta violencia que está siendo
fomentada justamente cuando el mundo nos felicita como a un pueblo que
ha ganado su libertad solamente por la fuerza de su espíritu, sin tomar las
armas? ¿Soy yo el culpable? Como filósofo, ¿he repudiado la verdad? ¿Se
hubiera alcanzado una resolución si hubiera permitido que la gente siguiera
su propio camino? ¿La muerte y el derramamiento de sangre nos hubieran
traído la paz? En cierto modo es en verdad posible. Cuando el otro lado es
totalmente destruido, ¿qué puede frenar la paz? Después de todo, ¿esta sed
de sangre innata no iba a ser dirigida, por necesidad, a nuestros propios her-
manos? ¿Es la violencia la cualidad innata del hombre? ¿La lucha no violenta
es contraria a las leyes de la naturaleza? ¿El principio sobre el que lanzamos
esta enorme lucha..., está ese mismo principio equivocado ahora?
—Dhaniklalji, ¿a dónde te has ido? ¿Y Manu? Despiértala también. ¡Pa-
rece que no hay nadie aquí en esta hora terrible! —gritando, Gandhi trató de
levantarse y abrir la puerta. No pudo. Alguien la había cerrado con llave por
fuera—. ¿Dónde estás, Dhaniklalji? ¿Quién ha hecho esto?
Abrió la ventana de la derecha y, a través de ella, miró la entrada principal
de la mansión: se le heló la sangre. Incontables personas se habían reunido
del otro lado de la enorme puerta de hierro de la mansión, centenares de
pobres, medio muertos, víctimas recientes de un ataque asesino.
—¡Bapuji, Bapuji...!
—¡Sálvanos, Bapuji...!
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—¡Oh, Dios...!
—Cuando está aquí Bapuji, ¿por qué hemos de sentirnos abatidos? Guar-
dias, por favor llamen a Bapuji.
—Tontos, abran la puerta. Después, Bapuji no los perdonará.
Gandhi corrió otra vez a la puerta.
—¡Dhaniklal...! ¿Hay alguien ahí? ¿Por qué cerraron con llave esta puer-
ta? Ábranla, por favor. ¡Inviten a todos a que pasen! ¡No me echen encima la
carga de un crimen imperdonable...! ¡Dhaniklal, ven acá!
Otra vez corrió a la ventana abierta.
Con antorchas y armas letales en las manos, la turba que había llegado
a perseguirlos masacraba sin piedad a los inocentes desarmados. Y entre el
río de sangre y los cuerpos desparramados en el suelo, pequeñas niñas eran
violadas. Gandhi no podía sino atestiguar estas atrocidades en silencio, afe-
rrándose a los barrotes de la ventana y apoyando su cara en ellos como un
cadáver sin vida.
—¡Bapuji, Bapuji! ¿Por qué nos has abandonado, Bapuji?
Fue sólo hasta el final que sucedió el milagro. Desde adentro de la man-
sión, sacudido por una profunda pena, «Mahatma» Bhagwaticharan llegó.
Ahora las altas puertas de la mansión estaban bien abiertas para que él pasara.
Acompañado por guardias, el Mahatma caminó muy despacio y alcanzó los
cuerpos que yacían en el suelo. Dos o tres personas medio muertas trata-
ron de levantarse para verlo, y él trató de consolarlas con palabras llenas de
bondad... Los ojos de Mohandas Karamchand Gandhi lo presenciaron todo.
La conciencia se le estaba escapando.
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el Mahatma tiene también infinita confianza en su cuerpo. Nunca ha tenido
miedo de morir. Hace sólo unos pocos días, cuando oyeron explotar una
bomba cerca de la sala de oración, Manu tuvo un acceso de pánico. Él ofreció
consuelo a aquella niña extremadamente asustada: para calmarla, le dijo que
la bomba podía haber explotado durante ejercicios de entrenamiento en un
campo militar cercano. Él no tenía duda de haber sido el blanco de la explo-
sión. Los asesinos están acechándolo de cerca.
La muerte lo rastrea y lo sigue gracias a las huellas de sus «pasos». Él está
bastante dispuesto a entregársele. Recibe con una sonrisa los mensajes que
la muerte le ha estado enviando. Se burla de la muerte, también la desafía.
A su edad, incluso los ayunos que lleva a cabo son gritos de batalla contra
la muerte. Siempre que ayuna, todo el mundo se aterroriza y se pregunta si
esta vez morirá. Lo examinan doctores. Aceptan sus condiciones a cambio
de hacer que tome un poco de jugo de frutas, dirigen marchas por la paz, se
dan la mano, se abrazan cálidamente y rezan a Dios. Después, todos firman
los papeles del acuerdo y se los dan; luego consiguen un vaso de jugo de fruta
y le piden que beba. Él bebe con una sensación de satisfacción y alcanza un
acuerdo con la muerte. Luego el Mahatma se pierde en sus sueños: sueños de
imperio, de llegar hasta los ciento veinticinco años.
La vieja rutina se desarrolla casi sin cambios. Se levanta a la hora usual, las
tres de la mañana; completa sus abluciones matutinas, escribe cartas, redacta
ensayos para Harijan y otros periódicos, sale a su caminata matinal, come
una comida de cacahuates y leche de cabra, recibe a todos los que lo buscan,
da a todos sus bendiciones. Como es usual, los ministros se reúnen con él,
buscan su guía y consejo y hacen sonar sus propias trompetas. El primer
ministro Nehru lo llama, junto con Sardar Patel. El Mahatma está feliz de ver
a los dos líderes de pie juntos, hombro con hombro. Todos participan en las
reuniones de oración que hay cada tarde. Versos del Corán, la Santa Biblia y
el Bhagavad Gita se leen en voz alta y se escuchan; luego son cantados por la
multitud al unísono:
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o cual. Él mira mientras el humo negro, elevándose desde cuerpos humanos
en llamas, se extiende y se pega a las ventanas de su cuarto. Escucha estallidos
de bombas y gritos de socorro. Sólo entonces calla, como las figurillas de
monos que guarda en su cuarto. Cierra los ojos y tapa sus orejas. Pero más y
más reportes siguen llegando, perforando sus oídos. Reportes de cómo satya-
grahis que se han hecho de poder se deleitan en corrupción y estafas; cómo
las peleas entre Nehru y Patel crecen cada día..., él los escucha incluso con
los oídos tapados. «O él o yo...». ¡Proclamas, amenazas, quejas, advertencias,
desafíos...!
Los satyagrahis exigen ahora la cuota por los sacrificios que han hecho.
Sobre todo, lo que más le preocupa es el futuro de Delhi y la república
independiente. Las figurillas de monos en su cuarto parecen burlarse de él.
Así la muerte, que se ha cansado después de probar varios disfraces, está de
pie ante él en la forma de una copia genuina de sí mismo.
«¡Victoria para Mahatma Bhagwaticharan! ¡Victoria para Mahatma Bha-
gwaticharan!»
—Esto es un truco barato —dijo el Mahatma en voz alta.
Es barato y cobarde también. Y un desafío a su respeto por sí mismo. ¡La
muerte está intentando transformar la vida de él en su propio mensaje! Es
en encarar este desafío que se esconde el significado intrínseco de su vida. La
muerte también es como la vida. No podría haber mayor insulto a la vida que
renunciar al derecho de elegir la muerte. Así son sus reflexiones.
Toda su vida, el Mahatma se ha sumergido en una miríada de fantasías
sobre la muerte. Debe ser un evento lleno de sentimiento poético y coraje.
Su sueño, largamente acariciado, es que uno de sus ayunos extendidos lleve
su vida a un fin. No puede haber una mejor oportunidad para un satyagrahi,
piensa. Sabe que podría ser asesinado, también. No prestó realmente aten-
ción a los sonidos de explosiones de bomba que se escucharon cerca de la
sala de oración. La muerte por una explosión así sería honorable. Él está
bastante listo y dispuesto para quedar delante de ellos totalmente desnudo.
De todas las características definitorias que debe poseer un satyagrahi, el valor
de elegir la muerte es la más importante. Los sabios encuentran a la muerte
con una sonrisa. La muerte es vencida por ellos. Entonces vuelven a la vida y
reciben el regalo de la inmortalidad.
Como Jesucristo: como su maestro, Tolstói. Sus vidas son su única inspi-
ración, sus vidas y sus muertes.
Ambos habían aceptado la muerte voluntaria, animosamente. Habían en-
gendrado a los asesinos de sus propias vidas. El viaje que Tolstói emprendió
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desde Yasnaya Polyana a Astapovo no fue menos que el viaje que Jesús em-
prendió al Monte Calvario, cargando a la muerte en sus hombros. Gandhi
recuerda la primera vez que leyó sobre el viaje de Tolstói. Fue capaz de ter-
minar aquellas páginas sólo con suspiros y una profunda tristeza.
Después, las mismas páginas le parecieron muy diferentes. Las había leí-
do una y otra vez. Había pensado que Tolstói no pudo haber elegido un me-
jor modo de morir. Era una muerte más poética que todas las otras muertes
del mundo. Gandhi nunca podría olvidar la mañana cubierta de nieve en que
Tolstói salió de su mansión.
Cada vez que despertaba al amanecer, el recuerdo de Tolstói llegaba a él.
Lo más probable es que Tolstói hubiera salido de la famosa mansión de Yas-
naya Polyana a aquella hora. Después de que lo llevaran a Casa Birla, aquellos
renglones volvieron a la vida en la mente de Gandhi, más vívidos que nunca
antes. Casa Birla no era en verdad diferente de aquella mansión en Yasnaya
Polyana. Como Tolstói, él también estaba alojado en esta mansión en calidad
de prisionero. Como Tolstói, también anhelaba salir de allí.
Sí, debía marcharse. Debía volver a la colonia de pepenadores donde una
vez había vivido..., o a su ashram. Pero todos sus discípulos de seguro lo segui-
rían hasta allá. Entonces lo confinarían, como a un prisionero o a un dios, y
asignarían a un par de guardias armados para pararse, tiesos, ante la entrada.
Entonces sería la misma historia: cartas, reuniones, bendiciones y consejo; y
en las tardes, reuniones de oración. ¡Era realmente un lindo arreglo!
¡Un dios hecho prisionero! Si quiere huir, debe seguir con cuidado los
pasos de Tolstói. Debe descubrir su propia estación de trenes, su Astapovo
afuera de esta ciudad famosa por sus glorias antiguas.
No hay duda al respecto: la historia hace una copia exacta de sí misma,
frase por frase, sin dejar fuera ni una sola letra.
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Con la ayuda del jefe de estación y de la hija más joven de Tolstói, Alexan-
dra Lvovna Tolstói, que había ido en busca de su padre, Makovitsky arregló
que Tolstói, quien sufría de un severo brote de neumonía, bajara del tren.
Lo pusieron en el cuarto del jefe de estación durante los siguientes tres días.
Casi de inmediato, la atención del mundo entero se enfocó en aquella pe-
queña y oscura estación de trenes. Periodistas que habían llegado allá desde
toda Europa para enviar boletines anticipando la muerte de uno de los hom-
bres más grandes del mundo esperaron durante los tres días completos. En
sus oficinas, sus editores habían preparado sus obituarios, que estaban listos
para ser impresos. Las estaciones de telégrafo trabajaban sin parar. «Dé-
jenme en paz. Voy a un lugar donde nadie se molestará por mí». Con estas
palabras, dichas a las seis y cinco de la mañana del 7 de noviembre, el gran
hombre exhaló el último suspiro.
Cuando Gandhi salió caminando de Casa Birla, era cuarto para las cuatro
de la mañana. Al contrario de su maestro, salió solo. Había decidido llevarse
con él a Dhaniklal pero luego cambió de parecer. Gandhi no había podido
verlo después de las once de la noche. Cuando no hubo respuesta a sus re-
petidos llamados, fue al cuarto de Dhaniklal, buscándolo. Ni siquiera Manu
estaba allí. Susheela se había llevado a la niña la noche anterior.
Cuando regrese en la mañana, la niña podría molestarse por no encon-
trarme, pensó Gandhi.
Los otros dormían profundamente. La mansión estaba envuelta en si-
lencio. Gandhi sólo se llevó con él una copia del Gita. No vio guardias en
la entrada. Como las puertas estaban abiertas, pudo escurrirse al exterior
fácilmente. Preocupado por que lo reconocieran si caminaba por la amplia
avenida vestido sólo con su usual taparrabos y llevando su conocido bastón,
se apresuró. Las calles desiertas fueron de gran ayuda para él. Gotas de rocío
caían sin cesar de los árboles. Un muro de niebla cubría la luz que se derra-
maba de algún poste ocasional. El frío taladraba sus huesos. Pensó que debía
haber traído una manta.
La nieve en Yasnaya Polyana habría sido más densa.
No había hecho planes en el momento de su partida. Pensó que alcanzaría
alguna estación de trenes cercana y desde allí comenzaría su viaje. Sólo tenía
una hora de ventaja, cuando mucho. Pronto descubrirían que el perico se
había escapado de la jaula. Tolstói había dejado una carta para Sofia Andre-
yevna; él también podría haber dejado una carta, explicando las razones de
su partida.
¿Era el odio lo que le había impedido escribir una carta así?
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No el odio, sino el amor, debe ser la razón subyacente a mi partida. Sólo
si es amor tendrá sentido que me vaya de aquí. Si esta partida es producto
del odio, entonces no soy un satyagrahi, y sólo puedo llamarme un alma in-
completa, pensó Gandhi.
En las banquetas que flanqueaban ambos lados de la calle, Gandhi vio a
incontables humanos, con ropas que apenas bastaban para cubrirlos, amon-
tonados unos junto a otros en el frío inclemente. Se preguntó si su partida
traería algún cambio en las condiciones de aquella gente. Se sentía con-
fundido. ¿Tenía razón Bhagwaticharan en hacer lo que hizo? Si las sábanas
y mantas que había reunido pudieran mitigar el sufrimiento de al menos
unas pocas de estas personas, ¿cómo se podía criticar su trabajo? Pero él
ha mentido, se ha hecho pasar por mí, ha engañado al público. ¿Es posible
reevaluar esas malas acciones sobre la base de sus consecuencias benéficas?,
se preguntó Gandhi. No tuvo de inmediato una respuesta. Concluyendo que
la cuestión requería un examen más atento, siguió caminando.
Mientras cruzaba una famosa intersección de Delhi con ayuda de su bas-
tón, un vehículo motorizado abrió la niebla y se detuvo cerca de él. Un oficial
de policía con un largo abrigo y su conductor, que llevaba dos o tres suéteres
encima de su uniforme, bajaron del auto.
—Señor, ¿quién es usted? ¿Qué hace aquí a esta hora? —cuestionó el
policía a Gandhi con un aire de autoridad.
—¿Yo? Gandhi. Mohandas Karamchand Gandhi.
—¿Ves? ¡Empezó temprano esta mañana! —rio el conductor.
—¡No nos venga con esos cuentos, viejo! ¿Por qué está haraganeando aquí
a su edad? ¡Se va a congelar! Regrese tranquilo a su casa. ¡La de problemas
que nos causa la gente como usted...! ¿Cree que se les puede escapar si se sale
a vagar disfrazado? Le van a disparar, señor, tienen pistolas y son de verdad.
Cómo puede ser tan ignorante este hombre, se preguntó Gandhi. Sin
embargo, como es un representante autorizado del gobierno, es mi deber
como ciudadano indio responder cualquier pregunta que pueda hacer, se
dijo Gandhi.
—¡No temo a la muerte, señor! Si la muerte llega a mí de esa manera,
estaré feliz. En verdad, ahora voy en busca de la muerte. Justo hace media
hora dejé Casa Birla sin avisar a nadie y salí por mi cuenta. No tenía planes en
mente. Pero ahora estoy pensando en ir a Meerut. Si puedo encontrar cerca
una estación de trenes...
—¡Bueno, este parece ser un caso totalmente avanzado! —el conductor
empezó a reír otra vez—. Tan avanzado que no tiene cura.
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El oficial de policía se enojó mucho.
—Viejo, le recomiendo que deje de parlotear. Váyase tranquilo a su casa.
Si no, y si realmente quiere morir, ¡vaya y muérase en otra parte...! Mire para
allá. Si da vuelta a la derecha en aquel poste de luz y sigue por el callejón es-
trecho de la izquierda, saldrá a una pequeña estación de trenes. No se puede
saber cuándo llegará un tren. Si, como dice, está buscando la muerte, vaya
para allá y espere. Si llega un tren, ¡será sólo por su buena suerte! Pero no
esté dando vueltas aquí sin llegar a ningún lado. Éste es un barrio donde vi-
ven los más importantes ciudadanos del país. No se sabe quién va a pasar por
aquí ni a qué hora. Estamos encargados de la seguridad del Mahatma, y nos
está costando mucho trabajo ocuparnos de todo. ¡Y por si eso fuera poco,
llega gente como usted!
—Les he pedido muchas veces a Nehru y a Patel no hacer ningún arreglo
especial de seguridad en beneficio mío.
Cuando escuchó la respuesta avergonzada de Gandhi, los ojos del oficial
se pusieron rojos. Al ver que su superior estaba realmente furioso, el con-
ductor pasó a la acción:
—Viejo, ¿te largas o no? —y blandiendo su porra quiso ahuyentar a
Gandhi.
Los dos hombres estaban trabados: no sabían cómo manejar a ese viejo
loco que veía los desfiguros del conductor con un aire intrépido y una sonrisa
triste.
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varios idiomas —hindi, urdu, bengalí y gujarati— chocaba y rebotaba contra
las paredes negras de humo de la estación. Cientos de pájaros negros podían
verse posados en las parrillas y los rieles. Todos parecían idénticos, como si
hubieran sido hechos para verse así.
Nadie le prestó atención. Pero mientras subía los escalones del paso a
desnivel, una niña lo miró maravillada. Llamó a su madre, que estaba ocu-
pada hablando con alguien más, y le dijo algo, señalando hacia él. La madre
miró hacia Gandhi y luego apartó la vista con desdén. Gandhi sintió la ur-
gencia de hablar con ellas.
Primero debía comprarse un boleto.
—¿Hay trenes aquí que vayan a Meerut?
La pregunta atrajo una mirada burlona del hombre dentro de la taquilla,
que apretó los labios y anunció en tono lúgubre:
—Ningún tren está programado para salir de aquí próximamente, por la
simple razón de que no ha llegado ningún tren durante los últimos tres días.
Ésa es la situación. Puede verlo, ¿no? Todas estas personas están esperando
aquí para subir a distintos trenes. Estamos vendiendo sin parar todos los
boletos que tenemos. Estas personas, además, están esperando aquí sin dar
señales de fatiga. El tren tiene que llegar, eso es todo. Ah, sí, ¿a dónde tiene
que ir? ¿A Meerut? ¿O a Ahmedabad? Dijo Meerut, ¿verdad?
—De hecho, no tengo un plan definido. Creo que subiré al primer tren
que llegue.
—Ése es un patrón conocido, ¿no? Es lo que la gente como usted pre-
fiere, ¿verdad? Se suben al primer tren que llegue, sea el que sea. Y sin em-
bargo, ninguno compra boleto. Y los revisores no hacen nada en contra de
ustedes. Esto sólo puede durar unos pocos días más. El sardar tiene las manos
atadas de momento. Están esperando a que pase. Se están conteniendo por
él. Pero que pase. ¡Será divertido ver qué sigue luego!
—Señor, discúlpeme... No entiendo lo que dice. Si se puede explicar...
El vendedor de boletos empezó a reír a carcajadas.
—¡Oh, dios! ¡Ya basta, Bapuji! No puedo seguir explicándolo todo. Viene
un tren. Va a llegar hasta Amritsar y va a ir muy despacio. Jallianwala Bagh5
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está en algún sitio cerca de Amritsar, ¿no? ¿Has ido allá? ¿No es lugar sagra-
do de tu gente? Ni siquiera necesitas un boleto. Y en todo caso ustedes nunca
compran boletos. Unos pocos días más, hasta que pase.
A Gandhi le sorprendió que todos fueran tan informales.
—Deme un boleto a Amritsar —dijo, extendiendo un billete de una
rupia.
—¿A Jallianwala Bagh, entonces?
—¡Sí...! Ha pasado mucho tiempo desde mi última visita —dijo Gandhi,
sonriendo compasivamente al vendedor de boletos. Entonces el vendedor de
boletos devolvió la mirada al Mahatma, y, de pronto, su corazón se llenó de
miedo.
Cuando vio a los cinco o seis Gandhis que se abrían paso a golpes y
empujones en un compartimento atestado del tren a Amritsar, Gandhi se
quedó atónito: fue hacia ellos, corriendo parte del camino. La multitud era
inmensa e incontrolable. Todos los que esperaban intentaron meterse en el
compartimento al mismo tiempo. Todos trataron de apartar a los otros del
tren para poder subir ellos. Algunos recurrieron incluso a agresiones físicas.
La estación entera de trenes hacía eco de insultos y gritos de auxilio.
Gandhi estaba de pie, tímidamente, cerca de la puerta. Pero la multitud
se volvía más y más grande a cada minuto. Pensó que no sería capaz de abor-
dar el tren. Por fortuna, la multitud lo empujó involuntariamente al interior
del compartimento. Una vez adentro, encontró que había cuatro o cinco
veces más pasajeros que la capacidad del compartimento, apretados juntos.
Sin ningún esfuerzo de su parte, todo el mundo había sido empujado por
la multitud a alguna parte del compartimento. Gandhi se sintió deprimido.
Las rodillas le dolían de modo intolerable. El tren empezó a moverse.
—¡Oiga, Gandhi, señor, venga para acá! Aquí hay un poco de espacio
para usted. Se ve realmente viejo. Denle un poco de espacio, pobre hombre.
A pesar de todo es uno de nosotros, ¿no?
El grupo de Gandhis que había tomado algo de espacio junto a una litera
lo invitaba a sentarse junto a ellos.
—¡Parece que viene de muy lejos! ¿Cuál es su nombre, señor?
Mirando maravillado a cada uno de ellos, todos maquillados para verse
exactamente como él, el Mahatma contestó:
—Gandhi. Mohandas Karamchand Gandhi...
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Todos empezaron a reírse.
—Ése lo sabemos, ¿no? Le preguntaba su nombre real, el que le dieron
sus padres...
—Fueron mis padres los que me dieron este nombre.
—Su lugar de nacimiento es Porbandar, entonces.
—Sí, ahí fue donde nací. Ahora bien, durante los últimos meses, he teni-
do que quedarme en Casa Birla. Salí de allí temprano esta mañana. Aunque
no tenía ningún plan cuando salí, ahora estoy viajando a Amritsar. Es mi de-
seo visitar Jallianwala Bagh. Hace mucho tiempo desde que lo vi por última
vez.
—¡Creo que se le zafó un tornillo!
—Eso es lo que crees. En realidad este viejo es listo. En estos días, la fas-
cinación por esos lugares ha crecido enormemente. Grandes cantidades de
turistas los visitan todos los días. Todo lo que necesitas es ponerte el disfraz
y quedarte por ahí sin hacer nada. Puedes ganar más que suficiente dinero
en un solo mes.
Incapaz de soportar su repulsión, el Mahatma cerró los ojos. De modo
que así es como salieron las cosas. Bhagwaticharan no era el único. Los ofi-
ciales de policía que había encontrado por la mañana, el vendedor de boletos
en la estación y las personas patéticas presentes en aquel compartimiento
debían haberse encontrado con innumerables Gandhis falsos.
—Pero, Gandhi, señor, por favor no se imagine que, como usted, nos
hemos puesto este maquillaje para mendigar en las calles —dijo un Gandhi
de mediana edad en tono admonitorio—. Este hombre de aquí es gujarati.
Un gran propietario de inmuebles que estuvo en el Partido del Congreso por
muchos años. Incluso fue a la cárcel. Sólo después de que logramos la Inde-
pendencia se puso ese disfraz. No ha conocido todavía al verdadero Gandhi.
¡Pero sus formas de hablar, de caminar y conducirse son tan llamativas como
las del verdadero!
—Si no tiene intención de mendigar, ¿para qué se puso el disfraz? —pre-
guntó el Mahatma con voz temblorosa.
—Ésa es una buena pregunta. Nuestro hombre ha decidido disputar
elecciones. ¡Señor, no hay manera más fácil de asegurar una victoria! Rasú-
rese la cabeza. Envuélvase los hombros y la cintura con un trozo de khaddar.
Tenga en la mano un ejemplar nuevo del Bhagavad Gita. Luego salga a la calle
y siga caminando. ¡Tiene que hacerlo como él, a buen paso...!
Mientras más escuchaba, más se sorprendía Gandhi. El hombre parecía
disfrutar lo que le estaba diciendo. Como no había pasado aún de la me-
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diana edad, debía hacer grandes esfuerzos por parecer viejo. Tenía un poco
de panza, y para esconderla apretaba el estómago todo el tiempo. Pero no
tenía dientes. Podría habérselos hecho sacar para que su disfraz fuera más
perfecto.
—¿Es posible ganarse la confianza de la gente mediante esos trucos? —pre-
guntó el Mahatma, genuinamente intrigado.
—Esto sirve solamente para llamar la atención de la gente. Para endere-
zar a los enemigos y persuadirlos, hay que emplear otras estrategias.
—Sólo por medios no violentos, espero —preguntó Gandhi, mirando
expectante al hombre.
—¿Medios no violentos? ¡Qué tontería! —replicó éste, acompañado de
una carcajada. Luego, confió en un murmullo, como si fuera un secreto—:
¡Sólo unos pocos días más! Que pase el evento. Entonces yo seré como Ma-
harana Pratrap. Mis hombres los perseguirán hasta más allá de los Himalayas.
Pero, Gandhi, señor, ¡usted debería ir a mendigar en las calles, cuidar su
supervivencia! ¿Por qué pierde su tiempo escuchando todas estas historias?
El Mahatma empezó a pensar en su propio Astapovo.
El tren se detenía sin fallar en cada estación de la ruta y volvía a ponerse
en marcha. A pesar de haber viajado todo el día, no podía haber cubierto la
mitad de la distancia hacia su destino. La prisa en el momento de abordar
había desaparecido por completo. Cuatro o cinco paradas después de Del-
hi, el grupo de Gandhis se marchó. Pero un nuevo montón de ellos subía a
bordo en cada parada. Lentes, khaddar y un ejemplar del Gita en una mano...
El disfraz es bastante fácil de usar, pensó el Mahatma. Cada hombre tenía sus
propias razones para usar el disfraz. El Mahatma notó que había varios otros
que se habían maquillado para verse como él. Un joven vendedor de fruta
le dijo que su disfraz le había ayudado a escapar de una turba en un motín y
de la policía.
—Incluso cuando el disfraz es obvio, no hay problema. Piensan que sería
un pecado matar a alguien que lo lleve. Si no me lo hubiera puesto, me hu-
bieran matado junto con mis padres cuando le prendieron fuego a nuestro
asentamiento el mes pasado —le dijo a Gandhi—. El disfraz es útil hasta
para vender fruta. ¿No es especial comprar una naranja de un mahatma y no
de un ordinario vendedor de fruta? —preguntó el joven, riendo.
Gandhi le compró un par de plátanos y se los comió. Luego se acostó en
una litera vacía, estirando las piernas. Su cuerpo se sentía caliente. ¿Sería un
síntoma de neumonía? ¡Debían estar acercándose a Astapovo!
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limpio el compartimento, otros pasajeros se habían reído de él. En la tarde,
Gandhi empezó a limpiar él mismo el compartimento. Cuando regresó a
su asiento después de recoger la basura y sacarla, sus compañeros de vagón
tiraron monedas a sus pies. Él las juntó en silencio y las guardó en el nudo de
su dhoti. Para entonces, los Gandhis también estaban desfigurados e irreco-
nocibles. Su maquillaje se había corrido. En las caras rasuradas de los jóvenes
Gandhis había empezado a crecer pelo. La hora usual de las plegarias para el
Mahatma se acercaba. Un vendedor de cacahuates que pasaba les dijo que el
tren tardaría mucho tiempo en partir.
¿Habré alcanzado Astapovo?
Pensando en caminar por un rato, salió del tren y se fue solo.
Había pájaros que cantaban sus melodías de la hora de anidar en la esta-
ción. Batiendo nerviosamente las alas, se agitaron al ver a Gandhi. Él se alejó
de allí porque no deseaba perturbar su soledad. Imaginó que había llegado
por fin a un lugar donde nadie le haría caso. ¡Ésa era una libertad que nunca
antes había experimentado! Sentado en una banca cubierta de excremento
de pájaros, Gandhi comenzó sus oraciones a la luz mortecina de un poste de
luz.
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—Mohandas Karamchand Gandhi.
La ansiedad brilló en la cara del jefe de estación mientras miraba atenta-
mente a Gandhi.
—Bapuji, por favor perdóneme. Vuelvo enseguida. Necesito examinar
esto —se fue deprisa con el boleto en la mano.
Lo más seguro es que ya haya llegado al lugar correcto, pensó el Mahatma.
De pronto, su cuerpo comenzó a temblar. Lo asaltó una fatiga que nunca an-
tes había experimentado. Sintió un dolor insoportable en sus articulaciones.
Éste parece ser el momento correcto en el sitio adecuado, se dijo.
Su vista se oscureció de repente. Sintiéndose débil, se sentó en la banca
de cemento. ¿Aún no ha terminado su escrutinio el jefe de estación? Pensó
que tomar una siesta podría hacerlo sentirse mejor. Sacudió su manto y se
cubrió con él mientras se tendía, doblando las piernas. El tren que lo había
traído aquí estaba inmóvil ante él, como un cadáver. Sin contar el cuartito
del jefe de estación, a poca distancia, y el poste de luz, el lugar era realmente
una selva. Los pájaros gritaban sin cesar.
Un gran pájaro posado en la punta del poste, con sus alas negras abiertas,
lo miraba. Ésta debe de ser el ave que anunciará mi muerte al mundo, pensó
Gandhi.
Dhaniklal sería el primero en llegar hasta aquel lugar. Podría traer a Manu
con él. Debo dejarle a ella mi última declaración, decidió el Mahatma.
¡Qué maravilloso sería tener a Ba aquí en este momento! Kasturba nunca
había entendido por completo el significado de sus declaraciones. Pero no
había nadie que entendiera sus silencios tan bien como ella. A Ba le gustaban
especialmente los lunes, cuando él hacía voto de silencio. Era en lunes que
ella tenía la oportunidad de quedarse con él todo el día, sin alejarse de su
lado ni por un momento. Si ella estuviera con él, él no tendría siquiera nece-
sidad de hacer una declaración final, pensó el Mahatma. Para él, la muerte de
ella era una pérdida irreparable. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Bapuji, por favor levántese. Su tren se va. Bapuji... ¡Bapuji! Dios, ¿qué
hago ahora? Aquí no hay nadie que ayude. ¡Bapuji, Bapuji! ¡Oh, Dios...!
El Mahatma escuchó la voz agitada del jefe de estación y las largas notas
del silbato del tren. No podía abrir los ojos. Su conciencia era precaria y
colgaba de un hilo delgado. ¿De quién es ese tren? ¿De dónde sale? ¿A
dónde va? ¿De quién es esa voz? ¿De dónde vienen esos sonidos? ¿Es la
voz de Kasturba? ¿O del pequeño pájaro que vive en lo alto del gran cedro
rojo? Si no, ¿son los gritos del pájaro de alas negras posado en este poste
de luz?
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El Mahatma trató de abrir los ojos. No podía decirle adiós al mundo sin
hacer una declaración, ¿o sí?
Después de cubrir a Gandhi con una manta, el jefe de estación corrió con
su lámpara verde, levantando su luz mientras trotaba, para despedir al tren
que estaba a punto de salir para Amritsar. Poco después, al llevar a Gandhi
un poco de agua caliente que había preparado especialmente para él, notó
que el Mahatma se había incorporado. Al ver al jefe de estación, el Mahatma
le dedicó una sonrisa desdentada.
—Su tren se ha ido, Bapuji. Podría tener que esperar otras dieciocho
horas para el siguiente tren a Amritsar.
El Mahatma suspiró. Fortalecido por un sorbo de agua caliente, fue capaz
de enderezarse y sentarse apropiadamente.
—Gracias. Éste parece ser el deseo de Dios. Si él ha preparado este lugar
para que sea mi Astapovo, no podría ir más allá tan fácilmente, ¿no es así?
La cara del jefe de estación había palidecido.
—Bapuji, por favor perdóneme. Ayúdeme a evitar la culpa de semejan-
te crimen imperdonable. ¡Aquí no hay nadie! Tendrá que hacer su última
declaración solamente a mí, Bapu. No creo tener la fuerza para soportarlo.
Perdóneme. El tren a Delhi llegará aquí en menos de una hora. Por favor,
vuelva a Delhi. Ahí es donde todo tiene que pasar.
El Mahatma se rio al escuchar esto.
—¡Todo está decidido, entonces! Pero, por favor, dígame una cosa. Me
reconoció desde el principio..., ¿cómo lo hizo? Debe de haber visto monto-
nes y montones de Bapujis, ¿no?
El jefe de estación se rio.
—Es muy fácil, Bapu. Ni uno de esos incontables Bapujis compró jamás
un boleto. Cuando se les pregunta, dicen: «Te di la libertad, ¿no es suficien-
te?». Y siempre tienen ganas de discutir. Además...
El Mahatma intervino:
—Además, tú habías anticipado todo esto, ¿no es verdad? ¡Sabías por
anticipado de mi viaje y su objetivo!
El jefe de estación se puso inquieto.
—Pero, Bapuji, por favor escuche lo que tengo que decirle. No debe ter-
minar así. ¡Éste no debe ser jamás su mensaje para el mundo!
El Mahatma levantó su dedo para silenciarlo. Luego continuó:
—No, querido hermano, no puedo retirarme ahora. He tomado mi de-
cisión. Creo firmemente, hermano, que este mundo entenderá el razona-
miento que está detrás de mi salida de Delhi y mi llegada aquí. Pero ¿no
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hay doctores por aquí? ¡La neumonía ha comenzado su ataque virulento!
—volvió a tenderse.
—No, Bapuji. Nadie de por aquí sabe nada de neumonía. Por favor acepte
mi petición. Todo debe ocurrir solamente en Delhi —dijo y miró su reloj
de pulsera—. Dios, sólo quedan diez minutos para que llegue el tren. Hay
poco que pueda hacer antes de eso —después de murmurar para sí mis-
mo, dijo a Gandhi—: Usted debe haber entendido esto más claramente
que cualquier otro, Bapuji. Debe haber caminado aquí no con un deseo de
morir, sino con un deseo de vivir. Su partida tenía la intención solamente de
llamar la atención y provocar obediencia, igual que todos los ayunos que hizo
anteriormente.
Como si no tuviera una respuesta que ofrecer, Gandhi permaneció en
silencio.
—Pero ahora todos sus adversarios verán esto desde un ángulo diferente,
Bapu. Ya se han decidido. Ayer, o el día anterior, podrían haber sufrido una
derrota. Pero ahora han comenzado su guerra contra usted. Hoy o mañana.
Mañana o el día después..., ahora ya es cuestión de días, solamente.
—Lo que dices es verdad. Pero ¿dónde se torció todo? ¡Sólo he pensado
en esto durante los últimos tres días! Considero mi hermano a todo hombre.
Incluso a aquellos hombres blancos, que resultaron ser mis enemigos por
obra de la Historia, los amé también. Traté de enseñar a nuestro pueblo a
hacer lo mismo. Intenté enviar un mensaje de verdad y no violencia a todos.
De cierta forma... —el Mahatma dudó.
—¡De cierta forma nos trajo el mensaje de Cristo! Por eso el gobierno
británico jamás pudo matarlo. Usted aparecía ante ellos no como un cristia-
no, ¡sino como el propio Cristo, Bapuji!
—Sí, soy un auténtico cristiano; un cristiano más verdadero que los mis-
mos cristianos.
El Mahatma sonrió. Hablar con el jefe de estación era como hablar con su
propia conciencia. Era extraño cómo su conciencia era un jefe de estación
en una oscura aldea.
—Ésa es la razón por la que nuestros gobernantes coloniales pusieron
sus armas a sus pies y se fueron del país. No eran capaces de pelear contra
Cristo, su dios.
—Soy hindú. Un verdadero hindú. Rama es mi dios. El Gita es mi filo-
sofía.
—Si alguien lo acusara de haber llevado a cabo este engaño, ¿cuál sería
su respuesta, Bapuji?
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Gandhi estaba en silencio.
—Dígame, Bapuji. ¿De qué fuentes formuló usted sus preceptos? ¿De
qué dios en nuestra tierra aprendió la no violencia? ¿Hay alguno entre nues-
tros dioses que no tomara las armas? ¿Cuál de ellos perdonó a sus enemigos?
Al pedírsele que diera su chal, ¿cuál de ellos dio su dhoti también? ¿Quién,
al ser abofeteado en una mejilla, mostró la otra? O, por lo menos, ¿alguno
de nuestros dioses siguió los principios de simplicidad que usted ha pedido
a todos que sigan? Dígame, Bapuji...
Gandhi suspiró profundamente.
—¿Qué debo hacer como satyagrahi? ¡Por favor, dime, querido hermano!
—dijo. Se habían formado lágrimas en sus ojos.
—Por favor regrese, Bapuji —le rogó el jefe de estación.
—¡No, eso sería equivalente a la muerte! —dijo él, repitiendo la famosa
frase de su maestro Tolstói.
Su conciencia estaba enojada ahora.
—¡Diga sus propias frases, Bapu...! Encárenos a su propia manera. Esta-
mos esperando el momento para asesinarlo. Hemos comenzado esta guerra
para vengarnos unos de otros. Deseamos ajustar cuentas con la Historia. La
sangre de mil años que corre por las calles de Delhi no se ha secado todavía.
Enséñenos la nobleza de sus preceptos o reciba como regalo las balas que dis-
paran nuestras armas —el jefe de estación perdía el aliento—. Usted logrará
una muerte poética, tal como deseaba, en la estación de trenes de esta aldea
remota. Entonces nosotros, sus seguidores, lo traicionaremos después de su
muerte o seremos muertos. Nos haremos pasar por usted mientras destrui-
mos su forma de vida. Esta tierra sagrada va a llenarse de Bhagwaticharans.
Usted será consagrado como dios..., pero un dios incapaz de cambiar nada. Y
luego, en nombre de ese dios, comenzará una guerra de venganza. Y la guerra
durará hasta que la identidad de usted se borre por completo.
Los dos hombres quedaron en silencio.
El gran pájaro de alas negras, que observaba a Gandhi desde lo alto del
poste de luz, entonó un canto de lamentación mientras se alejaba volando. Su
grito pudo oírse hasta que hubo recorrido una gran distancia.
—¿Es esto una especie de profecía?
—Profecía o superstición, lo puede llamar como usted quiera. ¡Pero estas
cosas serán realidad, Bapu!
Gandhi estaba absorto en profunda contemplación. Cerró los ojos.
—No, no aceptaré la derrota. ¡Haré que mis adversarios entiendan la
naturaleza poética de la no violencia!
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
302
—Bapuji, entonces usted debe vivir su vida completa. Es decir, ciento
veinticinco años...
El Mahatma cerró los ojos y quedó en silencio.
—Bapuji... El tren a Delhi ha llegado.
Gandhi encontró un asiento en un compartimento de tercera clase re-
pleto. Era solamente otro Gandhi entre los varios Gandhis que viajaban en el
mismo compartimento. El jefe de estación corrió hacia él, con una taza de
leche de cabra y un puñado de cacahuates.
—¡Debe mantenerse bien, Bapuji! ¡Su muerte debe ser el mensaje de
nuestras vidas! —dijo al Mahatma mientras secaba sus ojos llorosos.
Dos días después, a las tres en punto de la tarde del 30 de enero de 1948,6
el tren en que Gandhi viajaba llegó a Delhi. Cuando llegó a Casa Birla a pie
desde la estación, daban las cuatro con cincuenta minutos.
Ansioso porque casi era la hora de su reunión de oración, el Mahatma
entró deprisa a Casa Birla por la puerta trasera. En el amplio jardín de la
mansión, Mahatma Bhagwaticharan estaba sentado, mirando los rosales que
florecían. No se sabe si notó la llegada de Gandhi. Éste lo dejó atrás rápida-
mente, entró en su cuarto y pasó al baño. Se lavaba la cara cuando escuchó
a Dhaniklal llamándolo.
—¡Es hora de la reunión de oración, Bapuji! Él ya llegó.
El Mahatma replicó en voz alta:
—Estaré allá en un momento, Dhaniklalji. Por favor pídele que espere l
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303
Escribir
por una canción
G. N. Devy
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304
los adivasi se morían por hablar sobre la injusticia que el «sistema»
les había provocado. Para mi sorpresa, ellos no estaban tan articula-
dos sobre lo político como sobre lo cultural. A través de mis años de
trabajo con ellos, he conocido a individuos que pueden cantar todo el
Mahabharata seguido. Los bhil que viven en la frontera de Rajastán
y Gujarat tienen varias epopeyas propias; y los cantantes se enorgulle-
cían inmensamente de presentar toda la obra, sin perder una sola síla-
ba. También me encontré con miembros de la comunidad bharthari de
los estados boscosos del centro de la India, que podían interpretar sólo
por preguntarles toda la saga de un rey legendario. Un amigo mío de la
comunidad banjara me dijo una vez que los banjara tienen un género
poético llamado lehngi. Cuando le sugerí que escribiera alguna de las
composiciones si las recordaba, respondió que podía recordar cerca de
seis mil lehngis. Su afirmación no me sorprendió porque anteriormen-
te había escuchado de un amigo de la comunidad nayak que él sabía
más de nueve mil canciones. Y además tenía una gran voz. Todavía
recuerdo lo fascinado que yo estaba cuando él cantaba durante horas,
una canción tras otra.
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
305
primero aparecen ante su ojo mental son los de Kabir y Mira, Jaydeva
y Chandidas, Surdas y Nanak, Akkamahadevi y Tukaram, Thyagraj y
Narsi Mehta, cada uno de los cuales está entre los más grandes crea-
dores de canciones y entre los cantantes más icónicos. Cada uno de
ellos tenía su filosofía propia y, sin embargo, todos ellos viven en la
memoria de la India como cantantes de amor, devoción y humanidad.
El genio de Gandhi era colosal en comparación; pero, para todo indio,
sus diarias bayans [canciones devocionales] «raghupati raghav raja-
ram» o «vaishnav jana to tene kahiye» lo dicen todo. Rabindranath
era un genio renacentista de amplio espectro que abarcaba la filosofía,
la educación, el teatro, la política, la ficción, la pintura y la poesía.
Dejó una huella indeleble en la cultura india del siglo xx. No obstante,
nada llegó tan lejos y tan profundo en las mentes de la gente como lo
hicieron sus canciones.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
306
pletamente basada en la tecnología como el cine llegó a la India, los
creadores de nuestras películas rápidamente pusieron la canción en
su corazón. Esto no ha sucedido en otros lugares, con la excepción del
cine árabe, y allí tampoco en la misma escala. Puede que no esté de-
masiado fuera de lugar afirmar que «la canción» es el sello distintivo
de la civilización india.
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N.
Sukumaran
A gua en mi mano
en el pozo de mi palma
Vertí el agua.
¿cuál es mi agua?
M ás huesos
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podría estar envenenado.
estar mezclada
Podría ir disuelta
sal de lágrimas
Hoy,
pájaros. Mujeres.
se expanden en un tartamudeo.
Hoy,
El aire —
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(El humo se vuelve denso.)
No llames a mi puerta
a preguntarme nada.
Hoy,
U dhagamandalam
para Sumathi
Aun así,
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Mi idioma,
aún es débil
no estás aquí.
Ahora yo soy
un corazón cautivo
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El espejo
de Bélgica
Sirpi Balasubramaniam
E l o r o de su mar c o de mader a
s e h ab ía en n egr ec ido ;
s u e n c aje lab r ado
d e e n redader as y f lo r es
e r a u n a r ed r asgada.
A l g u n a v ez, pájar o s ex quisit os
c an t a ban en su mar gen ;
a h o r a t en ían
l a s a l a s est r o peadas,
l o s p i c os r o t os.
D e b e n h ab er sido c in c uen t a.
« E l e spejo es un dio s,
q u e n o se r ompa» ,
r e p e t í a A mma.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
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u n a m e d i a h o r a t o dos lo s días
p ar a d ar l e a la past a de sán dalo
e n su f r e n t e la f or ma de un c ír c ulo
p e r f e c t o c o n un t allo de N an diav at tai.
N u n c a m e per mit ía
j u g a r c o n l a pelot a en la c asa.
« ¡ D añ ar ás el espejo.
S al a l a c a l l e a jugar !»
C u a n d o h a bía gen t e pr oc lamab a:
« ¡ E s o r i g i n a l de Bélgic a!
Ya n o s e c o nsigue...» .
L u e g o d e l a muer t e de A ppa,
Amma
c a m b i ó e l e spejo
a l a sal a d e o r ac ió n ,
lo enceraba
u n a v e z a l a seman a,
l o d e c o r ab a c on kumkumam
y s e p e r d í a en or ac ión .
Po s t r ad a e n c ama,
d e m ac r a d a , A mma
murmuraba
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313
a n t e e l más lev e r uido:
« C u i d en el espejo » .
A n o c h e,
¡ u n e st r épit o ! E n la sala de o r a ción
u n a r a t a en or me se t r opezó y corrió;
e n e l p iso,
e l e s p ejo b elga
yacía
h e c h o r eluc ien t es añ ic o s.
« ¡ A y. . . A mma...!» .
C h i l l ó mi espo sa,
y o e n t r é pr ec ipit adamen t e;
l o s o j o s de A mma,
d o s p iedr as de c r ist al
s i n v i d a.
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314
Caravanas: continúen.
Poéticas indias
contemporáneas
H. S. Shivaprakash
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
315
mi aporte sobre las diversas poesías indias no esté por completo libre
de esos yerros, espero compensarlos con mi familiaridad con las otras
poesías indias cuyo acercamiento debo a traducciones.
Con una historia que se remonta a dos mil años, la poesía india ha
experimentado diversos cambios de paradigma, incluso en el periodo
precolonial. Durante la primera mitad del primer milenio florecieron
las dos grandes tradiciones clásicas de poesía: el sánscrito del norte y
el tamil del sur. Además de grandes obras de poesía lírica, narrativa
y dramática, también produjeron obras fundamentales de gramáti-
ca, poética y dramaturgia. En la segunda mitad del primer milenio
aparece la corriente de la poesía bhakti, que como una marejada se
extendió desde el sur hasta el norte, transformando por completo el
paisaje poético del subcontinente. Los valores heroicos/ascéticos pre-
ponderantes en las expresiones clásicas fueron reemplazados por la
poesía del apasionado amor divino. Se abjuró del educado lenguaje y
del estilo de las cortes y se tradujo al lenguaje cotidiano. El rigor de la
poesía clásica dio paso a la libertad y la espontaneidad. Durante todo
este periodo sobrevivió asimismo en la tradición oral de toda la India
un rico acervo de poesía folclórica y tribal, siempre en interacción con
las tradiciones clásica y bhakti. Tales son las tres corrientes poéticas
que a lo largo de los siglos han fertilizado la imaginación india en sus
diversas regiones e idiomas.
El panorama cambió radicalmente en la época colonial. Ese territo-
rio de vasta riqueza cultural, lingüística y religiosa hubo de someterse
al yugo de una uniformidad artificial moldeada por la prioridades de
la eurocéntrica cultura anglosajona. La lengua de los colonizadores, el
inglés, sirvió de herramienta para reconfigurar cada uno de los ám-
bitos de la vida, de manera que se ajustase al modelo de la cultura
colonizadora: nueva administración, nueva educación, nueva ética y
nueva cultura. Es aquí donde comienza la historia de la poesía moder-
na de la India.
Amanecer turbulento
Ham wahaa hai jahaa hum ko bhee
Kuch hamaree khabar nahee aatee
Marte hai aarzoo mein marne ki
Maut ateehai par nahee ate
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Qaabaa kis munh se jaaoge Ghalib
Sharm magar tumko nahee aatee
(Situado en un lugar
donde no escucho ni mis propias noticias,
agónico de esperanzas, la muerte acude
sin acercarse.
¿Con qué cara iré a Qaba, Ghalib,
nunca te avergüenzas?)
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
317
la poesía de la India durante el turbulento amanecer de la nueva era.
Shishunal Sherif, el gran poeta de origen canarés de ese periodo, re-
fleja un conflicto similar. La instalación en su tierra del innovador
primer molino británico le suscita esperanzas: «una pieza mágica»;
sin embargo, en otros aspectos se muestra aprehensivo: «¡Mira! Las
langostas se propagan / —malas nuevas para todos los reyes de estas
tierras».
Hacia la libertad
Si bien la emancipación india del yugo extranjero ocurrió en 1947,
las proclamas de libertad habían comenzado cien años atrás de forma
aislada y espontánea.
Cubierto de esplendorosa
riqueza es mi hogar, y con todo la aparto
para emprender el camino, de riqueza ávido...
En sueños Banga, diosa del lenguaje, me increpa:
Con esa plétora de tesoros en casa, ¿por qué entonces
mendigas hoy, oh, hombre acaudalado?
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
318
indio fue también el primer escritor indio de fama mundial, gracias a
las traducciones al inglés de sus obras. Su influencia alcanzó incluso a
Latinoamérica, merced a las versiones en español de sus poemas que
efectuó el gran poeta español Jiménez. Enarbolando los valores de la
libertad y la fraternidad, criticó todas las formas de opresión, fueran
del pasado o del presente. He aquí cómo emplazó a la India a un re-
nacimiento:
Caravanas, sigamos,
ésta es una falsa aurora.
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
319
Tras el exultante momento de la Independencia, muy pronto afloró
el trauma de la separación y de la violencia sin precedentes que siguió
al asesinato de Mahatma Gandhi, el símbolo de la libertad de la India.
Como ocurriera con otras naciones emancipadas, los poetas indios ad-
quirieron amarga conciencia de la brecha entre la realidad y el anhelo;
tal expresión tendría en poesía dos clases de respuesta.
Constituyen el modernismo político, como denomino a la primera
tendencia, poetas afiliados a la ideología del progreso. Inspirado por
la internacional proletaria, el movimiento progresista tomó fuerza es-
pecialmente en el norte de la India. De este grupo sobresalen, entre
una gran variedad, G. M. Muktibodh (hindi, 1917-1964) y Makdoom
Mohiuddin (urdú, 1908-1969), como principales representantes. A
despecho de su conciencia de los horrores del presente, nunca perdie-
ron la esperanza.
La excelente poesía de Muktibodh es un viaje de la desesperación
a la esperanza. Su poema «The Voice Calling Me» (La voz que me re-
clama) comienza como un llanto desde las profundidades del abismo:
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
320
en el azur del espacio
la inspiración ha vuelto
la melodía del amanecer
una vez más despunta.
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
321
como mi madre
escucho tenuemente la canción matinal
(aun cuando aquí suene
a japonesa)
y tres claras cuerdas
en la puerta vecina
a través del estrépito
de la cocina
como mi pequeña hija
me da pena
y cubro mi pubis con la mano
mi cuerpo todavía virginal
de novelerías
e hijos
me agarro el pilín
como mi hijo pequeño
juego con la manguera del jardín
dentro y fuera
de la bañera
como mi nieto
miro hacia arriba
aún sin nacer
a mí mismo
como mi tata
tataranieto
aún no soy
quizá nunca lo sea
mi futuro
depende
de muchas
personas
todavía
por nacer
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
322
El interregno presente
Llegamos ahora a la fase más reciente de la poesía india, cuyo inicio
se remonta tentativamente a los primeros años setenta, cuando tras
la imposición del estado de emergencia y los constantes ataques a los
derechos democráticos surgió el segundo movimiento independentista.
Dicho periodo se distinguió por fortalecer, a través de la educación, a
vastos sectores de la población hasta entonces en silencio: los parias,
las tribus y las mujeres. Durante este periodo estas voces sonaron de
forma clara y contundente, con lo que el idioma poético de la India ex-
perimentó una renovación total, pues hasta entonces había sido mayo-
ritariamente una expresión de las castas superiores y de la clase media.
Siddalingiah, un poeta dalit de lengua canarés, procedente de la
casta más reprimida y humillada, tiene esta afrentosa apostilla sobre
la Independencia:
A quién vino
a quién
la libertad del 47?
Al botín de los contrabandistas
a los bolsillos de los políticos
a las botas de la policía
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Meena Kandasami, una poderosa poeta dalit, también se expresa
en inglés:
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en las costas que has moldeado
¿Brillarán en tus playas las estrellas de los esclavos?
¿Las piedras atadas a sus estómagos hambrientos
caerán al suelo y se harán pedazos?
¿Dormirán sus ojos en la sedienta tierra?
Abandoné
ambos mundos mucho tiempo atrás
y llegué a donde no se habla
de conocimiento ni ignorancia
donde los dadores de vida no alardean
sobre los terrenos de cremación
donde Prajapati no se jacta
de su colosal ego
donde las flores no se marchitan
esperando dioses
donde las colonias de los hambrientos
no han sido arrasadas
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Basavaraj
Hrutsakshi
Tanto así
Que lloro con fuerza
Cuando alguien viene a acariciarme
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Fui iniciado en el dolor cuando me marcaron con una aguja candente
Pero no soporto ser separado de ti
La serpiente envainada es como la verga de un niño
El amor puede apresurar a todos
La membrana que cae es la piel de uno
Entre más me expongo y me hago daño
Hay un problema
Con el aire de este mundo
Que inhalé al principio
Tal vez el día que me abandone
Seré libre
Me dolerá la piel cuando la estrujen
Tus labios se harán dulces al contacto
Vacío
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327
Corte en u
L. C. Sumithra
—En el segundo piso de un gran edificio, en la última habitación al final del largo
pasillo —es lo que había dicho Preeti.
Vi a la vieja y débil figura sentada en la cama blanca y me sentí muy triste.
Pelando una lima dulce le pregunté:
—¿Ya vino Komala?
—Ya vino —respondió—, pero dime, ¿cómo es posible que esté aquí ignorando
las responsabilidades familiares?
—Sus hijas ya debieron haber terminado la escuela, ¿o no?
—No, las dos estudian aquí.
—¿Entonces Komala ya vive aquí? No me había enterado de que se mudó a Mysore.
—Cuando las chicas entraron a la universidad, ella rentó una casa y ahora
está aquí.
—En ese caso no debería ser un problema para ella quedarse aquí contigo
por unos días.
—Dice que no tolera el olor del hospital. Además ha subido de peso y le cuesta
trabajo desplazarse —en su voz no había rastro aparente de desaprobación
hacia su hija.
Por un rato más hablamos de eso y aquello, también del terreno que vendió
su esposo. Como dice la gente mayor, «¡Condénate y sé un habitante de la
ciudad!». Ella confiaba en su mala salud y mostraba la tristeza que le daba todo.
Después de consolarla un poco, cuando le pregunté cómo le iba a Jyotsna, le
volvió la luz al rostro y dijo que Jyotsna estaba en Bangalore. Un rato después,
cuando le dije que ya debía irme, me contestó:
—Ya es hora de que venga Komala, siéntate, vete después de hablar con ella.
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328
Cuando vivía en casa de mi abuela como estudiante, Jyotsna era mi compañera
de clases y Komala su hermana mayor; pero no se parecían ni en belleza ni en
personalidad.
La naturaleza de Komala era voluble, «unas veces tranquila y otras irascible».
Un sirviente podía ir acompañándola y cargando su mochila camino a la escuela.
Un día, salió corriendo de la escuela a media clase rumbo a su casa ¡porque el
maestro la había regañado!
Incluso cuando ya estaba en la preparatoria trenzaba flojamente su pelo. Era
famosa en la escuela por su cabellera. Con sol o lluvia siempre traía un paraguas
consigo. Los rayos del sol nunca tocaban su piel. Hasta cuando caminaba en
el jardín de su casa se cubría la cabeza con una dupatta. Nunca hizo ningún
trabajo que pudiera arrugar sus manos o sus pies. Siempre estaba ahí para que la
contempláramos, posada en su sillón con una novela en la mano. Publicaciones y
revistas con consejos de belleza, ella seguía todo al pie de la letra. Luego de leer
que comer más verduras es bueno, se servía cuatro veces más curry que arroz.
Se daba masajes en las piernas y la cara con crema. Mezclaba un vaso de leche
con cinco vasos de agua y con ello se debía lavar el cabello al finalizar su baño.
Amla, jugo de limón, yema de huevo. Cada día usaba algo distinto para dar masaje
a su cabello y se bañaba por horas. Gracias a sus prolongados baños, su abuela
decía que «los baños de Komala son como los de Urmila». Según el Ramayana de
la abuela, la razón por la que Urmila no fue llevada al bosque con su marido fue
porque, cuando Rama y Lakshmana empezaban, «Urmila no terminaba su baño.
Hasta Rama, Sita y Lakshmana cruzaron las puertas del palacio y salieron. Estuvo
separada de su marido por catorce años... no es bueno para una chica tomar
baños tan largos». Las palabras de la abuela nos entretenían a todos. A Komala no
le importaba. Cuando extendía su cabello para que se secara, era para nosotros
como Akka Mahadevi en una fotografía que habíamos visto.
Su cabellera era el centro de atención en el colegio. También se había ganado
la admiración de las niñas. Pasaba un mechón de detrás de su oreja y dejaba
caer el rizo por su mejilla. Cuando pasaba de lado, se escuchaba a los niños
burlarse de ella diciendo «Tirukkural». Esos chicos, que estaban enamorados
de su color de piel, le mandaban cartas y saludos, haciendo que su padre se
preocupara por su matrimonio desde antes de que terminara sus estudios.
¡De haberse planeado un swayamvara, posiblemente habrían llegado muchos
pretendientes! Pero ya que el hijo de un hacendado de Chikamagalur tenía ya
el visto bueno, se planeó una «presentación de la novia». Como su padre sabía
que ella era hermosa, no estaba listo para presentarla a ninguna examinación
nupcial ante nadie todavía. En su lugar se decidió mandar a Komala a la boda de
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
329
la cuñada de su tía, un sábado del mes del Jyeshtha. Se le informó a la familia
del novio que su hija podía «ser vista» en el autobús que iba a tomar para ir a la
boda que se llevaría a cabo en Shimoga. Ella tomaría el autobús cerca de su casa
y se bajaría cerca de la casa de su tía.
Komala llevaba un sari con joyería de perlas comprado exclusivamente
para ella el año pasado por la boda de su hermana. El cabello iba recogido
flojamente y así caía hasta sus tobillos. En su frente, una tilaka casi invisible.
La acompañaban su hermana, que estudiaba el curso preuniversitario, y su
hermano de preparatoria: a él lo necesitaban para detener el autobús. Después
de que el autobús tardara más de diez minutos en pasar, comenzó a lloviznar;
Komala tenía miedo de que su maquillaje se arruinara. Toda su vestimenta se
había preparado desde el día anterior con la ayuda de los hermanos. Se había
lavado el cabello con jugo de hojas de matti, lo había secado a la sombra y
arregló cada mechón con cuidado. Lo trenzó de tal forma que se viera cuatro
veces más grueso de lo normal. El día anterior se dio masaje en la cara con
crema de leche de vaca. Todos los miembros de la familia debatían qué sari
debía usar, y hasta que escogieron uno de seda verde oscuro con joyas que
combinaran pudo irse a la cama. Se dio un baño de hora y media y se vistió en
la mañana. Sus hermanos menores la ayudaron. No puso un pie fuera de casa
hasta que su madre la apresuró para tomar el autobús; no sin antes revisarse
en el espejo una vez más. Desde el momento en que cruzó el portón rumbo
a la calle, Gulabi, la doméstica, observó detenidamente la manera en la que
llevaba su sari y el modo de andar y la siguió. ¡Gulabi tenía el cabello tan corto
que le terminaba en la frente! Ella vio con la boca abierta el largo pallu y el
maquillaje exagerado que hacía que Komala pareciera estar actuando en una
obra; se quedó a un lado del camino. No fue sino hasta que la hermana menor,
Jyotsna, le recriminó diciendo «¿Qué no tienes nada mejor que hacer?», que
ella regresó a casa. Komala sostenía delicadamente con dos dedos los pliegues
de su sari para que no tocara el suelo. Se paró sobre una losa de piedra junto
a la carretera. Incluso ella, que estaba acostumbrada, se incomodó ante la
mirada de las otras personas que esperaban en la parada. Cuando por fin llegó
el autobús, se las ingenió para librarse del escrutinio de los demás y subirse
sólo para descubrir que, para su desgracia, ya no quedaban asientos libres.
Ella quería sentarse lo antes posible, donde fuera. Aunque sabía que la familia
del novio tenía que «ver» que estaba en el autobús, no encontró el valor para
buscarlos. Cuando alguien le ofreció su asiento, ella se dio la vuelta y vio a un
joven levantándose. Temerosa de que alguien más pudiera ganárselo, se sentó
rápidamente. Al igual que otros que la veían, el chico que le cedió el lugar
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
330
también la examinaba tanto a ella como su cabello; algo de lo que Komala no se
dio cuenta. Qué habría en su mente en ese momento es algo que no sabría decir
después de todo el tiempo que ha pasado. El «chico», después de ver a Komala
y su cabello, decía que, si algún día se casaba, sería con ella. El examen nupcial
de Komala continuó hasta que llegaron a Shimoga.
De hecho, todos llamaban a Komala supaani, o la delicada. Ella soñaba con
desposar a un hombre que trabajara en Bangalore, ¡pero el novio que había
aparecido cultivaba café a mitad del bosque! Aunque refunfuñó sobre el asunto,
la boda tuvo lugar con gran prisa.
Ahora, después de tantos años, ¡nos íbamos a encontrar inesperadamente!
¿Le costará mucho trabajo visitar a su madre que está bajo tratamiento en
Mysore...?
—¿Dónde está Jyotsna?
—En Bangalore. Allá trabaja.
Jyotsna era sensible y calmada, de una naturaleza sencilla. Era una belleza
morena sin mucho adorno. Cuando Narayana Swamy, nuestro maestro de
geografía, nos explicó que la gente de diferentes grupos tenía colores de piel
distintos, dijo: «La gente de Kenia es de piel oscura», y apuntando a Jyotsna,
«como ella». Jyotsna rompió en llanto, todos sentíamos pena por ella.
Pero ese año Jyotsna obtuvo las mejores calificaciones. Se enojaba al
escuchar a su padre decir: «Su matrimonio nos va a costar trabajo». Con ese
mismo enojo, estudió un máster en Ciencias y ahora tenía un buen puesto. Sus
padres están orgullosos de los logros que ha alcanzado. En un instante todo esto
ha vuelto a mí.
—Ya es hora de que Komala llegue —dijo la madre.
—Han pasado muchos años desde que vi a Komala. ¿Cómo estará ahora?
—ella es entre cuatro o cinco años mayor que yo.
Me costó trabajo creer que Komala era la mujer robusta que había abierto
la cortina y entrado. En lugar de sus trenzas, llevaba el cabello corto en forma
de u. Su cuerpo pesado aparentaba poca energía.
—¿Cómo estás?
Cuando ambas nos hicimos esta pregunta nos dimos cuenta del tiempo que
había pasado. Hablamos de nuestros hijos y casas. Ella le sirvió a su madre un
poco de la comida que había traído en un portaviandas. Mientras su madre
comía, seguimos conversando. Hasta que finalmente ella se abrió:
—Hiciste muy bien en dedicarte a trabajar. Forjaste una carrera tal y como
quisiste. ¿Qué veo yo cuando vuelvo la mirada hacia atrás? No sé por qué, pero
me entristece cuando pienso en cómo ha ido todo.
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
331
Yo estaba sorprendida. La Komala que actuaba como si no hubiera nada más
en el mundo que su belleza física por fin había salido de aquella ilusión. O al
menos eso pensé.
Recordé a la antigua Komala, que estaba obsesionada por traer el cabello
largo. Con tal de que le creciera el pelo, una vez intentó tocar con la punta
de su trenza a una serpiente que estaba en la reja; y en su intento resbaló y
cayó al pozo de agua con estiércol. Esa mañana de domingo había ido al jardín
a recoger flores de hibisco a la reja del huerto, justo a un lado del pozo de
composta; quería preparar un champú para lavarse el pelo. El pozo de composta
rebozaba de agua. El hibisco de la reja era de la variedad bell y crecía por
montones. Lo que Komala necesitaba era la hoja del hibisco de la variedad
pimiento picante. Cuando estaba por arrancar las hojas vio a la serpiente.
Recordó que Jalala había dicho que, si tocaba a una serpiente verde con el
cabello, éste le crecería; así, sosteniendo su trenza con la mano izquierda, se
acercó a la serpiente. Viendo fijamente a la serpiente se resbaló, ¡y cayó justo
en el pozo de la composta! Era la temporada de lluvias, estaba lleno de agua y
ella quedó empapada de excremento oscuro. Chinnappa, quien trabajaba en el
establo, llegó corriendo y diciendo: «Ayyo, sannamma» («ayyo, niña»), y le ayudó
a salir y ponerse en pie. La madre bañó y consoló a la chica, que no paraba de
llorar. Incluso después de ese incidente, su manía por dejarse el cabello largo
siguió acentuándose en lugar de amainar. Si un día aplicaba menthya en el pelo
y después lo lavaba, otro se ponía mehendi. Y se la pasaba sentada en el sillón
del segundo piso leyendo novelas, olvidándose de todo...
Gracias a la modernidad de mi madre, mi cabello era víctima de muchos
experimentos con tijeras. Mi peinado era motivo de burla para Komala.
Sin importar cuánto la criticáramos, yo sentía que ella exponía todos
nuestros deseos internos. Salió corriendo a media clase cuando el profesor
la regañó y después, cuando ya había dado a luz a dos niños, escapó cargando
con ellos, dejando que alguien más se hiciera cargo del trabajo de criarlos
y limpiarles la mierda. Ha vivido feliz de la forma en la que ella concibe la
felicidad, sin preocuparse por los demás. Ha hecho circo, maroma y teatro para
aclararse la piel. ¿Y dónde quedó ahora el cabello que había cuidado todos esos
años? Su pequeño corte en u parece estar criticándome. ¿Han avanzado los
compañeros del viaje que es la vida? ¿Está Komala sola, justo donde siempre ha
estado, como una roca inmóvil en agua que fluye?
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Mamta
Sagar
Mi madre
un torrente de tristeza.
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E scondidillas
que se desliza
que es corrediza
que se balancea
un destello verde en la
el agua no sabe
el aire no sabe
el árbol no sabe
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Rajendra
Prasad
E l pav o r r e a l q u e b a j ó p o r l a c o l i n a , j u nt o a B a h u b a l i
N o vas a cree r
Qu e Ba hubali de la col i na baj ó
Y vi sit ó mi hoga r, n o v as a cr eer
S i te digo que vino un pav or r eal
¡ Qu eda rá s de sconcer t ado! Por s upues t o.
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M e t ie ndo su pal m a l um i nos a en el es pac io n e g r o
M e dio un vas o de bar r o par a beber
¡Oh! El río en f l uj o, el m ar agi t ado, el má s a z u l c ie lo
Bioma sa de ochent a y cuat r o t r i l l ones
La riquez a m i ner al de l a t i er r a... ¡La Ví a L á c te a !
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
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A ú n no e st oy se guro de que l o v as a cr eer
S i te digo que Ba hubal i de l a col i na v i no a v i s ita r me
N o o bst ant e
E l d ía de spués de l a l una l l ena de Vai s akha, c u a n d o d e sp e r té
C o n el grit o de los s as t r eci l l os com unes par a a fr o n ta r u n a
m añ ana f init a
C o n templé, e n mi cam a
P étalos de lot o e spar ci dos , ¡j unt o con s i et e p lu ma s d e p a v o r r e a l!
Peaje en el camino al infierno
N in guna f lor ge rmi na y r í e
Den tro de l Git a , Cor án o Bi bl i a
C iu d ade s de La M eca, Vat i cano y K as hi
N o emit en f ra ga nci a
Man tras balbuce an t es no s al v an
F i el es a pla st ados b aj o l as r uedas del car r o
O aq ue llos que mur i er on
Dan do vue lt a s e n Kaaba o en l a pl aza de San P e d r o
¿P o r qué , ent once s ?
¿Qu é f ue lo que hici er on? ¿ Q ué pueden hacer ?
S aq ue aron los c uer pos de l as m uj er es
Mo n t aron en el lomo de l os pobr es
E n gulle ron las vidas de l os cr ey ent es , m edi da s in c a u ta s
A h o ra un t orna do v enenos o
In vade y e nvue lve nues t r a t i er r a
Os cu ridad de f ueg o s i n m i s er i cor di a,
Dejando un juic io a puer t a cer r ada, un puñad o d e c e n iz a s
C réeme , amigo
C am ina r bajo la so m br a del G i t a, Cor án y Bi b lia
E s el pea je que pa gam os cam i no al i nf i er no.
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Canción nocturna
Ca nsado de spués del t r abaj o
¿Qué ca nción he de cant ar en es t a noch e llu v io sa ?
Ya son la s nu ev e, neces i t o agua cal i ent e p a r a d a r me u n b a ñ o
¿Qué poe ma he de com poner en el r es p la n d o r
de l f og ón ardi ent e?
En el ot ro ho r no hay una cr em a de av en a a me d ia s y
Dos pe daz os de pes cado con s al .
El g at o f lac o j unt o a m í , m odor r o,
De spie rt a c on el ol or a pes cado, y m e p ic a o tr a v e z c o n su s
bigot es.
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M e d i o d í a d e V i e r n e s S a nt o
E n tie rra esos c la vo s de l a cr uz
E n el sue lo
He d e crec er un re t oño
B ro ta r una f lor
S er f rut o pa ra los ham br i ent os ...
E n tié rrame e n e l bar r o
L o s cla vos homic id as podr án m ezcl ar s e
R es u cit ados, unido s
E n u n amor Terre nal
He d e ser e l hombr o
C u ando c argue s t u cr uz de penas
S ep últ ame e n la t i er r a
P u es t a l ve z así
L a o la de f uria f lamí ger a
S e h aga a bono
Qu e las vides del a m or s e es par zan por el m u n d o
C ris t o dijo. ..
«Q u e la comida se a abundant e al com par t i r s e
Qu e la palabra sea abundant e al com par t i r s e»
¿P o d rían sus últ imas pal abr as en l a cr uz s er v e r d a d ?
Qu e sus últ ima s pa l abr as en l a cr uz s ean una v e r d a d sa g r a d a
V ersiones de E duardo P adilla , a partir de las versiones
del canarés al inglés de T ina S hashikanth .
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La rueca de
Ammi
Arif Raja
P arte ii
1 Roti, una tortilla de pan redonda y plana, hecha con harina y agua, típica de la India. También
conocida como chapati. (N. de la T.).
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Les da vida:
estas interminables pacas de tela,
vastas como el cielo y el mar.
Ammi, la creadora.
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P arte i
Para mi Ammi,
Namaz quiere decir Jummah.
Eid quiere decir Dudhkurma.
Para Ammi,
estos tiernos retoños son como los ojos de su sueño,
como campo verde, aún en el desierto.
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Ramesh
Aroli
En respuesta
Al año nuevo de las compañías publicitarias
Entre los chismes de los deleitados
Al menos las hojas de los árboles ondulan
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Viendo los gestos de un par de sordos
Bueno, ¡ya basta de pasarla mal!
Leyendo la orden
No te enamores según el almanaque
Mis ojos se hicieron ciegos como una piedra
Escuchando los sollozos
Al menos dos perros callejeros comenzaron a lamer mis pies
Bueno, ¡ya basta de pasarla mal!
En este pueblo
Cuyos rugidos son condecorados
Con festones de hojas frescas
En las carpas donde suenan ecos de protesta
Al menos dos dedos se juntan
Bueno, ¡ya basta de pasarla mal!
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Cuando hay calles llenas de mendigos
Y callejas llenas de los que dan limosna
Al menos una gallina puso un huevo
Bueno, ¡ya basta de pasarla mal!
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¡Oh, Dios! ¡Incluso en mis deseos
has ejercitado tu astucia!
¡Escucha! Trajiste a alguien que nunca había votado
El día de la elección; preparaste la credencial de elector
Lo ahogaste en alcohol adulterado
Él es quien te vendió su voto
Promulgando a los chicos del tam-tam al día siguiente
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H. S.
Shivaprakash
Estuve perdido hace un momento
Como un precioso anillo perdido en el río
Como mi amada perdida en el mercado
Como mi gurú perdido en una isla de caníbales
Como mi único hijo perdido en el bosque
Repleto de leones hambrientos
Como un pasaporte perdido en un país muy lejano
Como mi juventud perdida en insomnes noches solitarias
Como un glorioso sueño que perdí
En desvelo
Pero tu fragante afecto
Y tu acogedora ciudad
Me sacaron del olvido
Y me trajeron de vuelta a mí mismo
Sí, me he encontrado a mí mismo a través de tí
Y he empezado a recuperar
Mis océanos, islas y ciudades,
Mis palacios y templos perdidos
Y mis poemas incompletos
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E l 1-11-2013 en L a H abana
para Heidi
Hoy es tu último día en esta magnífica ciudad
Llena tus ojos, Shiva Prakash,
Con la tierna luz dorada del amanecer;
Sumérgete
En las ardientes aguas azules de su bahía;
Sigue
El brillo de su vasto cielo
Hasta el límite de su resplandeciente horizonte;
Reverencia
Los monumentos de sus héroes,
Que dieron su aliento y su vida,
Para liberar esta tierra del yunque del gobierno extranjero;
Da tres vueltas
Alrededor del árbol de ceiba que concede deseos
En el centro de la vieja ciudad;
Reza desde lo profundo de tu corazón:
«Que ningún país en esta vasta tierra
Sea presa de los golpes de los EstadosUnidos»
Siente suavemente
El delicado cuello blanco, como de cisne,
De esta chica, Heidi, dulce y tierna;
Desentraña
Los secretos de las mechas de su pelo de plata
Que despiden prematuramente su juventud;
Éste es tu último día
En esta conmovedora ciudad
Éste podría ser también tu último día
Suplícale al sol,
Rézale a la luz:
Que su corazón, ahora vacío, se llene de amor otra vez;
No dejes que el engaño de la capital
Que convierte a los hombres en demonios egoístas
Se acerque a su país
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N ataraja
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Fuera de
la norma
Lakshmi Nandan Bora
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sentido de tener estabilidad en el futuro. Fue entonces que comenzó mi bús-
queda de un trabajo en forma. Atendí cuatro entrevistas laborales sin éxito,
no por mi incompetencia; los puestos de gobierno, de hecho, están a la venta
en este sistema corrupto gracias a los intereses de las autoridades. Hasta los
de cuarto nivel. Algunos trabajos se negocian por varios lakhs1 de rupias. Yo
había escuchado de este tipo de cosas en el pasado y resultaron ser verdad
durante una época en la que me paralizaba el agotamiento, yendo de acá para
allá en busca de un empleo. El resultado no es una agonía leve. Mi mente y
mis sentimientos se rebelaban contra la sociedad. A veces me preguntaba:
¿debería unirme al Frente Unido de Liberación de Assam, como mis amigos
de la infancia, Rajendra, Hariprasad y Maqbool? Casi estaba por decidirme a
hacerlo cuando me llamaron a una entrevista para el puesto de delegado su-
perintendente de la policía. «Bien» pensé, «le haré frente a la última entrevista
de mi vida». ¡Y qué increíblemente cambió mi fortuna! El triunfo estuvo a mi
favor. Tal vez el buen juicio imperó en los miembros del consejo de entrevis-
tas, quienes debieron pensar que sería una auténtica injusticia privarme de
este puesto. Tal vez su decisión no se basó en mi formación académica, con
cincuenta y seis por ciento de calificación en mi mejor materia; fue por algo
más. De seguro por el impacto de mi personalidad con características suma-
mente masculinas, además de mis logros en boxeo y karate. Sin embargo,
después de asumir esa tarea de ensueño, volví a hundirme en la frustración.
El sueldo era suficiente, sin duda, pero para alguien como yo, que no había
podido renunciar ni un poco a la honestidad y a la integridad, la satisfacción
del trabajo era dolorosamente fútil. Si hubiera comenzado a llenar mi vida de
crueldad y malas prácticas, ¡habría terminado siendo el peor miserable de to-
dos! ¿Pueden acaso el dinero y la opulencia asegurarme la paz? He de contar
algo, y si eso desencadena la ira de alguno, que así sea. El meollo del asunto es
que el mundillo criminal se encuentra protegido por la misma policía. Si fue-
ran policías de verdad, la gente de Assam podría salir de sus casas dejando las
puertas sin llave, como en Gujarat; no habría lugar para rufianes en la política,
el vandalismo de aquellos que no encajan en la sociedad ya se habría acabado,
y la opresión abierta de los escandalosos contratistas, los mafiosos de mar y
tierra y otros más ni siquiera habrían aparecido en escena.
Estos temas no tienen fin. Una vez que uno abre la boca no hay ma-
nera de parar, como si fuera una reacción en cadena. Ey, ven acá, déjalo
en paz. El verdadero problema fue que, como yo era diferente a los de-
1 Unidad de medida del sur de Asia, equivale a cien mil. (Todas las notas son del traductor).
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
351
más, les causaba demasiados problemas. Cuando presenté un reporte post
mortem verídico, de una persona víctima de asesinato premeditado, mis
supervisores se mostraron descontentos. Comenzaron a presionarme
con fuerza para cumplir sus objetivos. Se me pidió, en tono de amenaza,
que alterara mi reporte. Dado que yo no pude simplemente apagar mi
conciencia, renuncié. Escuché que muchos de mis compañeros y amigos
habían expresado su desaprobación: ¿Será posible que todavía existan
ese tipo de ingenuos idiotas? ¡Seguro se ha vuelto loco, o algo así!
Había vuelto al desempleo. No obstante, la fortuna me volvió a son-
reír de repente. Un escritor amigo mío me ayudó a ocupar un cubícu-
lo en las oficinas de un periódico de renombre. Los periodistas ahí no
habían caído en las garras del amarillismo ni la extorsión. El lugar tenía
prestigio y también era próspero. Mi salario como lector de pruebas me
permitía llevar un estilo de vida modesto.
No, éste no es el fin de mi presentación. Soy soltero todavía, pero eso
no significa que haya hecho votos para ser célibe toda la vida. Apenas voy
a dar el brinco a los treinta (tengo veintinueve años y dos meses exactos).
Mi familia es de las más antiguas de Guwahati, así que, en lugar de ren-
tar, tengo mi propio espacio en la casa de cuatro cuartos de mi madre;
también están mi hermana menor y mi hermano. Además, rentamos una
cabaña. Desde la muerte de mi padre, mi madre ha recibido mensual-
mente una pensión familiar.
Con esto doy por terminada completamente mi presentación. Como
se dice en la industria del cine, «el personaje ya está definido».
Ahora sí, ya puedo comenzar mi historia.
Entre la rutina habitual y la apatía, la insensibilidad y la monotonía,
todo mi ser ha sido empalado.
Mi madre y mi hermana me preparan el desayuno a las nueve de la
mañana. Mientras desayuno solo, mi madre aprovecha para despertar
mis inquietudes con ciertos asuntos prácticos, como la factura mensual
de la electricidad, que ha sido anormalmente alta; en cuanto a mi her-
mana Sunita, por su edad ya no podemos esperar mucho para que llegue
el momento de casarla, y yo debo acelerar mi búsqueda; dos láminas del
techo están demasiado oxidadas y debemos cambiarlas por nuevas; cuán-
to tiempo más una mujer epiléptica podría seguir haciéndose cargo de
la casa, etcétera. Cada día, mi madre plantea más y más problemas. ¡Por
Dios! ¿Así es esto de dirigir una casa? Quienes llevan a cabo la adminis-
tración del país parecen poder arreglar las cosas de una manera u otra.
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Es así que la verborrea de mi madre me entra por un oído y me sale por
el otro; todas esas quejas y problemas se están gastando mientras más los
repite, y chirrían como un disco de gramófono viejo.
Luego está mi oficina. El fastidioso trabajo de corregir errores por
descuido: tachar unas tes y ponerle el punto a las íes, además cambiar
por la forma correcta las palabras, como «salón» por «saloon», «memen-
to» por «momento», «pivote» por «piloto», etcétera. Los programas de
autoedición contribuyen a nuestra desgracia de formas sorprendentes: a
veces un pequeño error hace que toda la frase sea incomprensible.
A una hora específica, una taza de té se posa en mi escritorio junto a
una rebanada de pastel. Las ingiero con la misma displicencia. Las prue-
bas de textos con las que tengo que trabajar ciertamente no pertenecen a
los temas típicos todo el tiempo, pero la prioridad que doy y la atención
que pongo a la corrección ortográfica y de estilo no me dan la sensación
de placer que podría tener por el contenido. Tal vez ésta sea la razón por
la que la vida de los lectores de pruebas como yo son insípidas y monó-
tonas, tanto física como mentalmente. Físicamente porque la concen-
tración en encontrar posibles errores causa tensión y la postura sentado
hace que la columna casi nunca se encuentre cómoda.
He encontrado una manera de mantener el equilibrio en cuerpo y
mente como alivio de esta malsana rutina de una vida común e irritante.
Es fácil revelar mi descubrimiento, pero su aplicación práctica requiere
tener la posibilidad de gastar un poco. Mis ingresos mensuales me per-
miten hacerlo, por suerte. Lo que yo hago es tomarme ocasionalmente
un día enteramente para mí y usarlo para lo que se me dé la gana. Este
descubrimiento no es totalmente mío, sino de dos afamados escritores,
Dale Carnegie y Deepak Chopra, quienes escribieron Cómo dejar de pre-
ocuparse y comenzar a vivir y Rejuvenezca y viva más tiempo, respectivamente.
He andado por las nubes ya en tres ocasiones en los últimos meses,
pasándomela lo mejor que puedo. Hoy no necesito ir a la oficina, tengo
el día libre. Pretendo usar esas horas en otro de mis más preciados días.
Normalmente me levanto temprano. Para hacer algo diferente, la noche
anterior me desvelé viendo una vieja película hindi por la televisión hasta
entrada la noche, para alterar mi horario normal. Disfruté bastante el filme,
con sus canciones fuera del tiempo que tocaron los más profundos resqui-
cios de mi mente. Esas elevadas melodías son completamente opuestas a los
espectáculos malhechos y apresurados que saca Bollywood hoy en día. Las
heroínas tenían una linda personalidad que acariciaba el corazón, con sus
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atuendos y maquillaje decentes. Qué diferencia con lo que uno ve ahora, ¡lo
poco que llevan puesto grita lujuria! Disfruté anoche reflexionando acerca
del cambio abismal que ha ocurrido en apenas tres décadas.
Así que hoy me ha dado muchísima satisfacción esta maravillosa ma-
ñana, sumido en sopor y percibiendo la singularidad del letargo. Sí, las
palabras no pueden expresar lo singular y único que puede llegar a ser el
letargo. Me preparé una taza de té, como les dije que haría yo mismo a
mi madre y mi hermana. Para acompañar el té no iba a tener esas aburri-
das galletas, sino tres hot-cakes hechos en casa. Uno se habitúa a evacuar
el vientre a una hora específica del día, siguiendo la acción cronometrada
de las ondas peristálticas causadas por la contracción y relajación de los
músculos intestinales. Hoy se me pasó esa hora. Sin embargo, dos vasos
de agua tibia con sal me regresaron las ganas de limpiar mi intestino y
quitaron el impedimento de mi alivio a cambio de una sensación como
de ablución. La evacuación normal está relacionada con el placer. Por
lo tanto, obtuve mi fuente de placer igual que otros días. Hoy no me
apetece demasiado tener las típicas chapattis secas con la misma mesco-
lanza de papa y lentejas. Le pedí a mi hermana que me hiciera de forma
especial cuatro idlis acompañadas con chutney de coco y sambar relleno de
vegetales, dos dahi vadas bañadas en cuajada y una taza de café aromático.
Estaba inmensamente satisfecho con un buen desayuno típico del sur de
la India.
Normalmente, cuando tengo un día libre, me lleno la panza a la hora
de la comida con un plato grande de arroz y pollo local hasta eructar y
terminar roncando gloriosamente hasta las tres de la tarde. Hoy el plan
ha tenido un cambio. Todos en la familia hemos decidido darnos el lujo
de ir al restaurante Mujulir Exaj, que está en la carretera Radhagovinda
Baruah. La comida de este local revive antiguos recuerdos de nuestro
pueblo natal o, como dicen ahora, nos sumerge en la nostalgia. Aquí
sirven pescado goroi a las brasas y arroz fermentados con chiles secos,
fríen melón amargo que cortan en tiras, papaya preparada en alkali, tartas
de arroz con frijoles, pollo al curri, grandes trozos de pescado prepara-
do con hierbas y papas, etcétera. Por supuesto, tienen gran variedad de
chutneys, como menta molida o Kahudi-Karoli. El banquete termina con
nueces de areca y hojas de tabaco muy dulces.
Como otros días, no pude tomar una siesta. Les pedí a mi mamá y
mi hermana que volvieran a casa, yo me subí a un autobús local y salí
para Abadari. Una extraña idea vino a mí. Decidí que tomaría cualquier
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autobús que pasara por donde yo me encontraba y me iría al lugar donde
tuviera su terminal. Me subí a un autobús y hasta encontré un pequeño
lugar para sentarme. El chofer, mientras cobraba los pasajes, me pre-
guntó: «¿A dónde?». Yo sentí ganas de decirle: «Al horizonte, donde la
arenosa esperanza se esparce, donde siguen brillando las crestas de la
miel del deseo». ¡Qué poético! Si le hubiera externado mis sentimien-
tos, él me habría tomado por un loco. El resto de los pasajeros también
se habrían reído nerviosamente. Regresé de mi mundo de fantasía y le
dije: «A donde sea que termine esta ruta», y le di tres billetes de diez
rupias. El chofer quizá estaba experimentado el momento más extraño
de sus años de servicio. Toda molestia desapareció del sarcástico rostro
del muchacho de veinte años. Una sonrisilla amistosa apareció en su cara
desnutrida, dándole muchísima belleza y brillo. Con una risa contenida
me dijo: «Usted tiene una manera maravillosa de expresarse, en una for-
ma compleja», y me dio dos rupias de cambio.
El autobús avanzaba entre el parloteo de los pasajeros y el rechinido
de los vehículos que iban pasando. Cruzamos el puente Saraighat y, en
lugar de ir rumbo a Baihata, nos dirigimos hacia Hajo. Tuve que consi-
derar la situación por un rato. Esto aún no se había convertido en una
osada aventura. El autobús de seguro llegaría hasta Nalbari, vía Hajo.
Esta conjetura resultó ser cierta, según me lo confirmó un pasajero asin-
tiendo: «Sí, está en lo correcto». Desgraciadamente, ¡otra vez tenía que
pasar algo! ¿Qué haría yo si en Nalbari iba a casa de Pehi? ¿Qué razones
le daría para haber llegado así? Quizá podría contarle la situación real,
pero eso no cambiaría nada. Pehi comenzaría a presumir a sus niños con
adjetivos nefastos a media oración y, en algún punto, a platicar sobre
sus deprimentes episodios. Todos en esa casa me tratarían con la misma
calidez y la misma afinidad. La presencia de un huésped requiere matar
unos cuantos pichones. Yogurt después de cada comida. ¡Melaza licuada
de yogurt!... Todo como siempre, repetición de las mismas tradiciones.
Me bajé del autobús antes de Hajo. Los pasajeros y el chofer se me que-
daron viendo con sorpresa. Quizás se hayan preguntado: «¿Qué tan loco
está este tipo, que de repente se bajó así sin más? ¡No hay ni un alma en
kilómetros!». Cuando me bajé, me di cuenta de que el sitio era un ex-
tenso páramo deshabitado de salvaje verdor en el que el tiempo parecía
detenerse, donde el corazón se desplomaba en silencio, la flora y la fauna
se mezclaban en la intimidad. ¡Qué maravilla! Para alguien como, yo que
sobrevive, quién sabe cómo, entre el clamor ajetreado de Guwahati, esto
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era un gozo total. Traté de abandonar mi conciencia y fundirme con el
entorno. Mis ojos saciaron su sed ante este regalo de la naturaleza. ¡Exu-
berantes campos verdes, los bosques tupidos a lo lejos, el Brahmaputra
en toda su gloria bañado por el sol, el coro de ambrosía de los pájaros y
los insectos sobre las ramas de los árboles y el infinito azul del cielo más
allá de todas las cosas!
De repente, un sonido mecánico se acentuó en el profundo silencio
y la soledad de la tarde. Me incorporé. Era el palpitante sonido de un
autorickshaw2 que esperaba, y el conductor sacó su cabeza como una grúa
y me preguntó:
—¿Viene?
La pregunta idónea a la hora indicada. Sí, debía ir a algún lado.
―¿Hay algo interesante que ver por allá? —le pregunté.
El chofer contestó:
—¿Qué quiere saber? Todos conocen bien por aquí.
—No me diga.
—Bonmou, junto al Brahmaputra. Es un sitio turístico fantástico
—contestó.
Parece que entendió mi respuesta cuando me subí al vehículo sin
decir nada.
En veinte minutos llegamos a Bonmou. Hice que el auto esperara. El
chofer se merecía mi agradecimiento y los dos nos beneficiamos de que
no se regresara con el asiento vacío hasta Guwahati. Sin duda éste era un
sitio maravilloso. Un cauce de agua vaporosa delante, a través de una am-
plia explanada; un pequeño bosque embellecido por la naturaleza; filas de
árboles de Devdaru y cocoteros, una pesquería, caminos color bermellón
por todos lados, el enorme Brahmaputra al norte, maravillosos adornos
en las bancas reclinables para turistas, sitios para comer y cabañas, etcé-
tera. Me sentía un poco tonto por no conocer desde antes este hermoso
lugar tan cercano a Guwahati. Tenía la impresión de ser como una ola
centelleante del Brahmaputra, un beatífico pájaro multicolor entre los
árboles, y ahora contemplaba el ensoñador flujo de conciencia en el zigzag
del cauce.
La brisa fresca del Brahmaputra, la línea plateada del río fusionándose
con el horizonte, ese verde exuberante más allá de la voz primaveral del
2 Transporte típico del sur de Asia, también llamados tuk-tuk. Son triciclos motorizados
con espacio para dos pasajeros detrás del asiento del piloto.
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bosque. Me instalé en una banca redonda y cavilé: ¡qué maravilloso sería
si me pudiera quedar ahí como un sabio absorto en las profundidades
de la tranquilidad! ¡Qué robusto y sano el ayuno en un estómago vacío!
Tenía hambre. El atardecer se acercaba. Había un lugar amplio con un
restaurante rodeado de tecas y cocoteros. Ahí encontré el menú típico de
cualquier restaurante: bebidas frías como Coca-Cola y Thums Up; quizá
vendían algo con alcohol también; variedad de comida rápida, pollo masa-
la, pollo tendoori, dedos de pescado, arroz Jeera, biryani y cosas así. Nada
extraordinario. Por eso el mesero se sorprendió cuando le pedí agua de
coco, también la carnita que hay adentro, sopa de tomate y rebanadas de
pan con germinado de frijol mungo. El restaurante sorprendentemente
me pudo servir todo eso, menos lo último. Comí hasta quedar contento y
luego me fui a desplomar sobre una alfombra de pasto que encontré aleja-
da de ahí, totalmente solo. Me senté con las piernas cruzadas en posición
de yogasana. La savia que recorría mis venas, el plateado Brahmaputra,
estaba justo frente a mis ojos. Atrás el glorioso verde y la quietud de la
profunda noche, una vivacidad única y muda.
Estuve fuera de mi ser por un momento, una persona diferente en
ese instante. Vi cara a cara a la vida, sus realidades. Como si estuviera
buscando la verdad superior. Mi alma parecía elevarse. ¡Maravilloso! Esa
resonancia silenciosa puede llevar al hombre más allá de su insignificante
cotidianidad y transportarlo a un Elíseo indescriptible. Me regocijé con-
templando lo que los sabios de los Upanishads le han concedido a la tierra
con la luz de su sabiduría, obtenida gracias a la meditación en este tipo
de ambientes. ¡Qué extraño! ¿Cómo pude yo reflexionar sobre estos al-
tos pensamientos siendo un ordinario mortal? ¿Me habré vuelto creativo
como algún famoso novelista? Las horas se fueron revoloteando y perdí
por completo el sentido del tiempo. Sí, el tiempo es un flujo constante
de transitoriedad y transformación.
Pero ¿qué pasaba? Me dolieron los tímpanos. Un montón de vehí-
culos habían atiborrado el lugar. El clamor de la gente y los ruidos se
mezclaban contaminando el sonido. Bonmou se llenó de visitantes y tu-
ristas. Varios tipos de gente con ropas distintas, hombres y mujeres con
diferentes perspectivas, sus niños y sirvientas. Un montón de automóvi-
les lujosos se habían estacionado apenas a unos cuantos metros. Honda
Citys, Opel Astras, Mitsubishi Lancers, Toyota Corollas y más de ese
estilo. Alcancé a ver hasta un Mercedes Benz. El caminar y los ademanes
de muchos produjeron un espectáculo aparente de afluencia y aristocra-
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cia. De repente me sentí inmerso en un arranque de frustración. ¡Qué
abrupta transformación había caído sobre el paradisiaco Bonmou! Qué
recurrencia de ambiente vulgar lo había vuelto como cualquier resort tu-
rístico. Se desvaneció el encanto y no sentí ganas de permanecer ahí.
Perdí toda la euforia.
El auto que había alquilado me esperaba, contrastando fuertemente
por sus rasgos, detrás de un Verna reluciente. Me senté atrás del asiento
del conductor y le di a entender que acelerara.
Después de más o menos una hora ya estaba en mi nada añorado
Guwahati. Las luces de la ciudad brillaban como estrellas en la oscuridad
de la noche. Las luces mecánicas de los automóviles hacían de las calles
ríos con la fluidez de sus faros. Los letreros luminosos de los hoteles,
restaurantes, tiendas departamentales y otros establecimientos le daban
cierta elegancia al normalmente desagradable Guwahati de día.
Ahora era un ser inexistente, un insensible al que le habían esquilado
todo rastro de identidad, el estado más ordinario posible, una minúscula
mancha entre muchas más. ¡Oh, qué agonía! Era imposible avanzar por
la acera. ¡El correr de los transeúntes, la peste del sudor y los cosméticos
mezclándose, actividades y conmoción sin sentido!
En verdad era anticlimático. Como si me hubieran desterrado de las
dichosas regiones del Mediterráneo a los estériles páramos del desierto.
Mi desasosiego, mi frustración y mi agonía aumentaron. No porque se
acabara el día que viví de acuerdo a mis deseos, sino por la imposibilidad
de encontrar alguna manera de dedicarme a algo distinto.
Entré a una tienda de ropa con la intención de comprar una playera
Reebok con diseños florales, como los de algunos saris.3 El dependiente me
mostró varias playeras, una por una. Yo seguía meneando la cabeza en se-
ñal de desaprobación. Así continuamos mientras intentaba decidirme entre
quince o más playeras. Dirigí mi mirada al dependiente. Me sorprendió que
él aún no se hubiera desesperado conmigo. Su sonrisa profesional seguía
fija en su rostro. ¡Eso es, chico, así son las ventas! Era de la comunidad
marwari. Nuestros vendedores asameses deberían aprender de él. Algunos
dependientes asameses parecen estar molestos por la llegada de clientes,
como si en lugar de comerciantes fueran guardias de valores.
Se dice que los pensamientos llegan sin previo aviso. Así es como sue-
nan algunos tonos en los oídos de los músicos, algunas historias llegan a
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358
la mente de los escritores y las emociones se reavivan en un poeta. De
esa forma llegó un pensamiento a mi mente. Si estuviera en casa en ese
momento, estaría viendo televisión y dando deliciosos traguitos de vez
en cuando a mi taza de té. Claro, muchos tienen el mismo pasatiempo
a esta hora. Pero hoy debía hacer algo distinto, algo nuevo. En lugar de
ese té rutinario, ¿por qué no pasar un buen rato en un bar y andar por
las nubes irritando mi garganta con algo de whisky? Para muchos, dos
whiskies después del atardecer son una actividad cotidiana. Pero se tiene
que ser un joven entusiasta por la salud como yo, criado en la santificada
atmósfera de la clase media, para ver este ritual como algo inusual. Como
fuera, ya no estaba como para que este mundo de restricciones me man-
tuviera atado, quiero decir, ni siquiera antes me contenía de tomar unos
cuantos tragos de alcohol ocasionalmente.
Me acerqué al bullicioso Ganeshguri, la atareada zona comercial co-
lindante con el complejo capital de Dispur. El lugar tiene un buen nú-
mero de bares, además de los que están dentro de los altos edificios de
hoteles. Más aún, a cada paso uno se encuentra tiendas de vinos. La si-
tuación ahí puede hacer pensar al visitante o turista que llega a la ciudad
que Ganeshguri vive sumergida en alcohol. La conjetura podría no ser del
todo superficial si se toma en cuenta el número de accidentes de tráfico
producto de manejar en estado de ebriedad.
El negocio de los licores ha transformado las vidas de muchos don na-
die en vidas de príncipes. Puedo mencionar algunos casos; por ejemplo,
mis conocidos Akshay Saikia, Jadumoni Das, Aniruddha Purkayastha, Adhar
Tamuly y otros. Cada uno de ellos es dueño de un bar o una licorería. Las
licencias para tener uno de estos establecimientos las da el Ministerio de
Impuestos. No es de sorprender que la obtención de estos permisos sea
bastante costosa. ¿Quién no conoce la afluencia e influencia de mi antiguo
compañero de clases, Akshay Saikia? El hijo de un poderoso burócrata que
casi no estaba interesado en los estudios, de alguna manera se las arregló
para apenas pasar los exámenes de la secundaria. Aunque después intentó
continuar con la universidad, nunca llegó a graduarse. Sin mejor alternativa,
su padre le abrió un locutorio. Cuando la empresa fracasó, su padre le ayu-
dó con una agencia de viajes. Ésta tampoco tuvo éxito. No obstante, se las
ingenió para obtener el consentimiento del gobierno y abrir un bar. Desde
entonces ya no necesitó ver hacia atrás. Dirigió una discoteca no autorizada
junto a un casino. Comenzó a irle bien haciendo dinero a manos llenas.
Se hizo de dos pubs y dos tiendas de licores en poco tiempo. Su forma de
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359
andar y moverse cambió, se hizo más suave y solemne, se desplazaba en
automóviles elegantes a la vez que satisfacía sus necesidades en la oscuridad
de los callejones. Su ser interior (¡carácter!) iba en descenso. Sin contar el
hombre en el que se había convertido, mi relación con él siguió siendo la
misma de antes. Ocasionalmente me invitaba a verlo, quizás para demostrar
sus logros y su gloria.
Con estos pensamientos circunnavegando mi mente llegué a Moon-
light, el bar de Akshay Saikia, sólo para encontrar que el lugar que pudo
haber aplacado mi necesidad de humectar mi garganta con un par de
tragos había dejado caer la persiana. Al lado había un local de venta y
reparación de relojes, aparatos electrónicos y refacciones. Un chico es-
taba enfrascado en reparar un teléfono celular. Mi irrupción de seguro lo
incomodó. Como a un yogi que pierde la postura. Levantó sus ojos con
resentimiento y me preguntó:
—¿Qué necesitas?
—Nada, sólo quería saber por qué este bar, el Moonlight bar, está
cerrado esta noche.
La exasperación del chico no había disminuido. Me contestó con
tono enfadado:
—¿Acaso no eres de Guwahati? ¿No ves las noticias?
—Disculpe, no sé de qué me habla.
—Oh, ya veo. Has de haber estado muy ocupado quién sabe dónde.
La corte ha ordenado que clausuren todos los bares y licorerías que estén
en las cercanías de escuelas y edificios religiosos. Como sea, dada, échale
un ojo a este equipo de Nokia, no necesitas apretar ningún botón, sólo
toca la pantalla...
Tomé el celular en mis manos y examiné sus funciones y modo de
operación. Por lo menos así pude darle al chico un poco de satisfacción.
Otra cosa más, aunque Akshay Saikia prosperó con sus negocios turbios,
nuestra antigua cercanía permitió que la amistad no se rompiera por
completo; pues mi corazón también es comprensivo con mi viejo amigo
que ha sido empujado a una situación incómoda por el veredicto de la
corte. ¡Una comprensión ilegal, quizás!
Me reproché que ese olvido de la clausura de bares ordenada por la corte
y tiendas de alcohol me hubiera tomado por sorpresa, ha sido noticia para
todo el mundo. Quizá mi desinterés sobre el tema fue la causa de mi olvido.
La inusual inclinación a humedecer mis labios y garganta con alcohol chocó
con el recuerdo de esa información y reaccionó en mi mente.
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Llegué a casa de Akshay. Él estaba más estupefacto que exaltado por
verme. Me tomó en sus brazos. Admití:
—Debí haber venido antes. ¡La orden de la corte te debe de haber
causado muchos problemas y pérdidas!
Miré su cara mientras terminaba de hablar. No había ni el mínimo
rastro de depresión, decepción o abatimiento en el rostro de un hombre
que había perdido dos pubs y dos tiendas de licores. Era la antigua versión
de él, hablando con su característico tono alto, repleto de entusiasmo.
—¿No has sufrido pérdidas?
—Sí, pero no.
—¿A qué te refieres?
—Las ganancias siguen igual. Siempre hay un acuerdo, y ¿por qué no
iba a haber una alternativa? ¡Algunas personas, e incluso nuestros jueces,
están muy equivocadas si creen que la gente se va a volver abstemia de la
noche a la mañana con cada uno de ellos convirtiéndose en un Morarji
Desai!
Sentí curiosidad por saber más acerca de los medios alternativos
de Akshay para hacer dinero con tan imperturbable tranquilidad. Des-
pués de tomar té y bocadillos en su casa, lo acompañé en su carro a ver
sus negocios. No tenía ni idea de adónde me llevaba, siempre pierdo la
orientación por completo en Guwahati durante la noche.
La zona a la que entramos me pareció bastante suburbana. Akshay
comenzó a explicarme:
—Hay gente que llega por botellas desde cualquier lugar que se te
ocurra: pequeños minoristas, estanqueros, vendedores de té y otros.
Como sea, los clientes están enfrentándose a varios tipos de inconve-
nientes. Los precios se han duplicado. La situación es igual en Manipur
y Mizoram. ¿Me entiendes?
Al final me llevó a una agradable casa de campo. Desde afuera el am-
biente parecía tranquilo y solitario, pero un zumbido suave impregnaba
su interior. Varios automóviles lujosos estaban estacionados a los lados
de la casa.
Mesas y sillas bonitas. Este montaje ilegal estaba mucho mejor que los
bares autorizados. Akshay dijo:
—Tengo otros dos establecimientos similares. ¿Te das cuenta de lo ma-
ravilloso que nos va? Así como un padre tiene a su padre y un maestro tiene
otro maestro arriba, el gobierno también tiene un segundo gobierno que lo
rige. ¡De seguro no tienes ni idea de qué gobierno se trata!
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¿Por qué no iba a tener sentimientos simultáneos de ira, rencor y hos-
tilidad contra este hombre? Después de todo, ¡no soy Mahatma Gandhi,
Vinoba Bhave o Jayprakash Narayan! Un par de chicas estaban apuradas
llenando vasos vacíos con su característico encanto. Tal vez no eran exac-
tamente del tipo que encaja en la categoría de bellezas, pero tampoco
podían despedirlas, sería como despojarse por completo de atracción.
Una visión casi hizo que me salieran chispas por los ojos. El dele-
gado superintendente de la policía, Khargeswar Deka, a unos metros,
bebiendo sin siquiera tomarse la molestia de quitarse el uniforme ofi-
cial. Sus acompañantes eran quizás subordinados. Perdí la paciencia por
completo. ¡Estos protectores convertidos en sanguijuelas son la mayor
causa de desastre del país! He sido instructor de karate. La reacción de
un hombre armado no podía ni compararse con la rapidez de mis manos
desnudas.
No le di a Khargeswar la oportunidad de defenderse ni siquiera de mi
asalto verbal. Mi corazón estaba feliz de darle puñetazos de hierro en la
cara. Llené cada parte de su cuerpo con la amplia variedad de patadas de
karate que tenía en mi repertorio. Sus piernas flácidas ya no podían con
el peso de su carcasa. Le escurría sangre de la nariz mientras caía con el
rostro desfigurado. Sus acompañantes también estaban abrumados por
mi ataque relámpago y no hicieron el intento de acercárseme. Miré de
reojo a todo el mundo y con asco fijamente a Akshay, quien se pavoneaba
hacia la salida sin miedo alguno.
Me subí a una autorickshaw después de darle mi destino. Entre el bu-
llicio del motor me quedé contemplativo. ¡Verdaderamente qué día! Tuve
lo mejor de todo lo que buscaba mientras avanzaba de un momento a
otro. Mañana, Khargeswar, con su cara destrozada, no podría decirle a
nadie que un civil ordinario como yo le había dado semejante paliza...
Por cierto, ¿me huelen las manos como si hubiera matado a una rata
almizclera? No, para nada, es sólo una manifestación simbólica de mi
resentimiento y mi perdida de fe en el orden social que está totalmente
desprovisto de consciencia... l
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La historia
de una historia
[tres fragmentos]
Kushal Dutta
Ahora
Éste de quien voy a hablar hoy es generalmente una persona que vive
en el «presente». Él no gasta mucho de su materia gris atendiendo el
pasado y el futuro. Si no fuera así, no continuaría la vida —ésta es su
simple filosofía de plebeyo. A pesar de esto, en este momento él está
pensando repetidamente una y otra vez acerca de muchas cosas del pa-
sado y del futuro que, a pesar de ser vistas, permanecen sin ser vistas;
a pesar de ser conocidas, permanecen sin ser conocidas— buscando
salvarse de todas las tentaciones.
Como las noticias insertadas en una conversación, la historia que ya
ha sido confeccionada, lo que ya es pasado en este momento, por cuya
fragancia él tenía que haber vuelto a la vida de nuevo, los días por ve-
nir, él se encuentra ahora en profunda meditación buscando salvarse de
toda tentación. Ocurriera lo que ocurriera sólo un poco más allá, lo que
es el futuro para él, lo que está fuera de su control en este momento,
él reflexionaría tres veces la lección del presente: acaso se enredaría en
la tentación de nuevo o, cayendo y levantándose de nuevo, buscaría la
salvación una y otra vez, o permanecería libre hasta la muerte.
La experiencia le ha enseñado demasiadas cosas. Antes de tomar
una decisión precipitada, disfruta meditar sobre esas cosas si encuen-
tra un pequeño respiro. No se daba cuenta de que se había quedado
dormido en la cama del ahora mientras reflexionaba sobre estas cosas
desordenadas para llegar a una firme decisión. Trabajar trabajar traba-
jar y dormir, ambos verbos son sus amigos inseparables, en cuyo regazo
se puede descansar para olvidarse uno mismo de uno mismo, en cuyo
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seguro refugio el universo puede ser nulificado para embarcarse en un
viaje de recolección de coraje para otro día, otra batalla. Para vivir de
sus propios medios, para luchar contra uno mismo.
Mediodía
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Bijoy
Sankar Barman
T ransición
Un insecto invisible
se alimenta de los brotes
de mi corazón.
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F luvial
Kanaikunda
el riachuelo de mi corazón
se aquieta.
rostros muertos
sonrisas olvidadas.
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Biman
Kumar Daley
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Me duele al pensar
La flor roja
se mece al viento.
Me duele al pensar
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Más pronto
que el instante
Bibha Rani Talukdar
Su cuerpo se deshiela y
Luego
por un momento».
comenzaron a arder
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Yo no lo pedí,
Oh, triste
podría identificarlo:
él es mi padre
y yo soy su hijo
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Lutfa Hanum
Salima Begum
No esperas
en el umbral de los labios
la morada de mi corazón
construida con tus lágrimas.
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El ojo
Moushumi Kandali
La intensa luz del sol de la tarde entra por la ventana. Masdan corrió
las cortinas para atenuarla y nuevamente se echó sobre el almohadón...
1 Canción melancólica que lamenta la ausencia del «cruel amante». (Todas las notas son del
traductor).
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¡Poesía! Madan es afecto a escribir poemas y cuentos. He aquí la cau-
sa de que su descripción revista tan gruesa capa de lirismo: el delicado
calostro de la luna de la quinta noche, Virahotkanthita Nayika;2 las relu-
cientes hojas de la limonia; y la luz de luna goteando como plata líquida.
Metáforas a borbotones; sobredosis de hipérboles; torrente de símiles.
Con todo, escuchábamos sin protestar, digiriendo los verbosos bocetos
de Masdan. Porque en la hora en que el abrasador sol de mediodía se
apacigua en un atardecer silencioso nosotros le damos gusto a la boca.
Un mal necesario, pero ¡vaya que es un placer tentador!
2 Virahotkanthita Nayika es el nombre del segundo tipo nayika o heroína, de acuerdo a la clasifi-
cación de Bharata en su tratado sobre las artes escénicas, Natya shastra. Para él, son ocho los
diferentes estados que atraviesa la pasión amorosa, los cuales se convierten en tipos para las
representaciones de este sentimiento en las diversas artes: danza, teatro, música, pintura….
La virahotkanthita es la amante que espera el regreso de su amado. A menudo se le representa
aguardando en un jardín, lecho o pabellón.
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es a todos efectos irrelevante. En este momento nos hemos conver-
tido en Arjuna, del Mahabharata, con nuestra vista clavada al hoyo en
el muro. Nos sumergimos en las profundidades de un mar prohibido
pletórico de misterios sin fin.
3 Alusión a la montaña Mandara, que aparece en los Puranas, donde se usa como molinillo
para batir el océano de leche. El episodio del batido del océano de leche es un mito
fundacional del hinduismo. Aparece en el Mahabharata y también en el Bhagavata Purana
y en el Vishnu Purana. Mientras el monte se usa como base, la serpiente Vasuki acepta
fungir como la cuerda que sacudirá el molinete. El oceano de leche es uno de los siete
exóticos oceanos lejanos que hay dentro del planeta. La representación de este episodio
que llevaría a obtener el néctar de la inmortalidad es un tema popular dentro del arte
jemer, tanto en Camboya como en Tailandia.
4 Nueva alusión al mito del océano de leche: el episodio ocurrió porque tanto dioses como
demonios buscaban extraer el néctar de la inmortalidad del océano de leche.
5 Griselda Pollock: teórica feminista y de estudios poscoloniales. La autora escribe incorrecta-
mente el nombre de Linda Nochlin, igualmente autora feminista experta en arte y en estudios
de género.
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nuestra pandilla de chicos es también nuestra confidente. Nuestra hermana
del alma. A despecho de sus virtudes, no le pasaríamos esto. Bijoy no se
quedó callado. Parando el mandoble de sarcasmo con el escudo de su son-
risilla irónica, a su vez contratacó. «Deja de parlotear sobre la mirada. ¿Qué
hay de masculino y femenino en el acto de ver, eh?». Una cerilla chisporro-
teó y la chispa lamió la boca del repelente en espiral de la marca Tortoise,
mientras por la ventana resonaba una orden para el chico de Dulces Kalita:
«¡Una goza y seis tés!».6
Sentado a orillas del río, Raikka, el asceta, rascaba sus llagas mien-
tras indagaba el sentido de la vida... La eterna verdad detrás del univer-
so. La sarna en el cuerpo de Raikka representaba su sed por la verdad
final... El prurito sin tregua de un alma que no ceja su indagación más
allá de la apariencia. Sin embargo, nuestra sarna es producto del aguijón
6 Nombre popular en la India para referirse al narguilé o hookah. La aspiración del tabaco suele
acompañarse con la ingesta de te o café; de ahí la petición al vendedor.
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de nuestros apetitos carnales. Como burbujas sobre la linfa de un lago,
las ronchas brotan en nuestro cuerpo una y otra vez. Vaya que el ardor
corporal ha extendido su dominio. Ahora todos tenemos sarna. Tan sólo
el otro día surgió una pandilla de modernos Raikka entregados a rascar
sus llagas con fruición: un niño pequeño había caído en un pozo con
una profundidad de veinte metros. El angustioso combate por la vida se
convirtió de inmediato en un espectáculo apasionante. Con todas las te-
levisoras trasmitiendo en vivo, el país entero siguió el drama; y el terror
y el sufrimiento del pequeño niño desnudo atrajo al instante miradas
impuras: los modernos Raikkas que han perfeccionado su papel jugando
al mercado. Como comensales en torno a la boca del pozo, salivaban ante
el supremo placer de pelarse a sí mismos... rasca... rasca... rasca...
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hazarou saal»,7 los anuncios del locutor —«participa en esta operación
para rescatar a este niño... llama o envía un sms a...»— y la pantalla del
televisor transcribía los mensajes recibidos: «valiente-hijo-de-la-India-
siéntate-en-el-regazo-de-la-madre-tierra-hasta-que-vuelvas-al-regazo-
de-tu-madre», alguien canta por teléfono «tum mukkadar ke sikandar»8,
sus nombres, direcciones y datos parpadean sin cesar en la pantalla... El
niño abandonado en el pozo llora lastimeramente mientras un insecto
venenoso se arrastra lentamente hacia él, una nueva escena se sobrepo-
ne, corte a un acercamiento a una fiesta de cumpleaños. Una chica con
los labios pintados, enfundada en un vestido brillante y con una maang
tekka adornando su frente, rebana el pastel mientras otros rostros relu-
cientes con sus ropas a la última moda se apretujan contra ella cantando
«Happy birthday to you». Todos festejan el pastel de cumpleaños —las
rebanadas están cubiertas de una gruesa capa de crema de vainilla con
una superficie de chocolate—, porque el niño atrapado en el pozo cum-
ple años; un pastel que supera los sueños más delirantes del niño. El
cigarrillo de Bijoy se apagó. Con un gesto de cansancio, silenciosamente
ella expulsó, además del humo, su enfado. Las volutas se desvanecieron
en el vacío; agobiados por la soledad y el silencio nos quedamos calla-
dos. Silenciosamente, conversábamos con nosotros mismos. De hecho
nos veíamos siendo parte de esos otros ladinos Raikkas del presente,
rascándonos las llagas codiciosa y placenteramente —al tiempo que nos
sacudía un latigazo de culpa. Mientras seguíamos la trasmisión en directo
de esa lucha de vida o muerte, secretamente, sin que lo percibiéramos,
ocurrió una metamorfosis inesperada. Sinceramente, no percibimos en
qué momento ni cómo la mirada de simpatía se había convertido en una
visión sadomasoquista. Bien para reconfortarnos o bien para engañarnos
a nosotros mismos, extendíamos un manto de simpatía imaginaria y re-
costados en la comodidad de nuestros lechos, consumíamos despreocu-
padamente nuestras golosinas favoritas mientras saboreábamos, con los
ojos cerrados, las atroces escenas de crímenes y violaciones. Las secretas
aventuras de Ramananda y sus secuaces estaban a la vista. Esa aventura
clandestina, aunque natural, con sus apetitos de carne y hueso, había
7 «Tum jiyo hazaron saa» es un popular canción de cumpleaños incluida en la cinta Sujata
(1959), un clásico del cine indio.
8 Tema principal de la cinta homónima Muqaddar Ka Sikandar (1978) de Prakash Mehra.
Trata de un huérfano que al crecer se convierte en millonario.
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terminado de una forma antinatural y desconcertante: propagándose en
un imperio de roñosos.
¡Sí! La recordamos muy bien. La cara de Gudiya,9 sus ojos con gran-
des ribetes de kohl, los recortes con noticias de su vida... Todo.
9 La historia de Gudiya, cuyo relato se expone en el texto, tuvo un final trágico y se consi-
dera ejemplo tanto de la arbitrariedad de las decisiones de los jueces musulmanes como
de la humillación pública y de la inmoralidad de los medios. Murió de septicemia en
2006, de ahí que sea un recuerdo reciente en la historia de Kandali, escrita en 2008.
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respetables —maestros, madres, padres, hermanos, gurúes religiosos,
pilares intelectuales de la justicia y custodios de la tradición—, entre
una audiencia de un millar visible y de otros millones invisibles. Ella yace
en el centro del compacto alboroto... El premio de una partida de da-
dos flanqueado por sus dos maridos. El humilde locutor convoca: «Hey,
gente, sean jueces de esta búsqueda de justicia... ¿quién debería tener la
mano de esta mujer?». El estudio retiembla con la batahola de las dis-
cusiones —un juego que alcanza su vertiginoso clímax bajo los cientos
de proyectores y micrófonos, más excitante que la final del Mundial de
Futbol o que un partido de críquet entre la India y Pakistán. Mientras
continúa la andanada de telefonemas y mensajes de texto, bajo el fulgor
de las luces y el sonido, el primer esposo relumbra... Porque él es un
héroe de guerra —un guerrero invencible—, mientras que el otro es un
simple plebeyo, incapaz de brillar con elocuencia ante las masas, mudo y
silencioso. Ignora que vivimos la edad de la demagogia y que el lenguaje
de la reticencia ha muerto. ¿Y la mujer? Apenas si es un objeto inerte,
una posesión material, uno más de los bienes de la casa. Luego de horas
postrada en el piso, con su vientre hinchado, poco a poco se ha ido en-
varando; atormentada por el hambre y la sed, la pequeña muñeca en su
interior llora en la silenciosa oscuridad golpeando el vientre con su cabe-
cita; azuzada por dardos de luz y sonido, sufre vértigo, pero nadie tiempo
para eso. Naderías insignificantes: el tribunal de justicia está para decidir
asuntos más trascendentes. Para los avasalladores contextos de la ma-
quinaria estatal —partidos políticos, fuerzas armadas, multinacionales,
el cuarto poder, etcétera—, materias tan insignificantes e irrelevantes,
como el hambre, la sed, el amor o los derechos, les importan un cuerno.
En la apoteosis de este excitante juego, entre el revolucionario volumen
de mensajes de texto que, mientras el trofeo llamado Gudiya vuelve junto
al primer hombre, proclaman el veredicto de millones de ojos invisibles,
las calles atronaron con estruendosos petardos y grupos que gritaban
consignas, el canal reluciendo con el aumento de los porcentajes del
rating y los ingresos por publicidad. Después de este prolongado atracón
gourmet de entretenimiento, nos fuimos a dormir, al igual que Gudiya.
Rodeada por una parvada de mujeres, ella se recostó en su camastro de
bambú. La resguardaban los vecinos del pueblo y el enjambre de repor-
teros y camarógrafos, mientras grupos de gente se arremolinaban a su
puerta codiciando dar un vistazo al singular espectáculo. Al centro de la
multitud que desfila con orgullo, el héroe de guerra recibe felicitacio-
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nes. Declara: «Dejaremos que el bebé esté un rato con su madre; más
tarde lo enviaremos a su verdadero hogar». La gente aplaude ese gesto
de humanidad mietras él sonríe orgullosamente. Entre el alboroto, todos
observan que la mujer yace inmóvil sobre su camastro, con la mirada va-
cía, pero en realidad nadie la ve. Aunque no padece enfermedad alguna,
sin embargo yace en posición fetal sobre el camastro. Dos meses después
da a luz a un objeto, frío e inerte. Al cabo de otros dos meses, Gudiya
aún no se levanta. Los médicos diagnostican que está bien. Sin embargo
todos los días vomita sangre por dentro y por afuera, mientras agoniza
palmo a palmo, hasta que finalmente un día muere con plena entereza.
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peo, ¿no? ¡Qué importa, al diablo con los detalles, el hecho en sí es de
suyo interesante! Cierto monarca desarrolló una prisión con un diseño
único. Una torre imponentemente alta, desafiando los cielos, con una
cúpula como corona en el centro de un anillo de celdas circulares. Las
celdas estaban llenas de criminales infames —traidores, revolucionarios,
ladrones, asesinos. Claro que la historia calla respecto a si en verdad eran
criminales. Porque sin duda el solo hecho de oponerse al tirano en turno
bastaría para recluirte de por vida. Apostados en el domo en la cúspide,
el gobernante o los guardias podían ver a todos los prisioneros: sus mi-
radas hurgaban dentro de cada celda; los convictos no tenían privacidad.
Las celdas se encontraban situadas tan debajo que sus moradores no
podían divisar a sus vigilantes en la cúpula cimera. Intenta imaginarlo,
sentirlo... No hay un solo momento que no te vigilen: observan todos tus
actos, dormir, comer, tu enojo, soledad, incluso orinar, cagar y mastur-
barte. Y aunque sabes que te observan, eres impotente porque no los ves.
Ni siquiera puedes revirar con la mirada. Al principio eres presa de la
furia, pero incapaz de nada, lentamente aceptas tu predicamento, derro-
tado, convirtiéndote en un objeto apático e irracional. ¡Oh! Vaya proceso
de deshumanización paulatino, esa torre vigía, símbolo de la tiranía, el
poder ilimitado y el sometimiento total al Estado...».
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Serpientes
negras venenosas
Bachint Kaur
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responsabilidad de los hijos varones (y sólo de ellos) proveer para sus
madres? Especialmente cuando los yernos han obligado a las hijas a
tomar la delantera a sus hermanos para pedir una parte equitativa de
la propiedad ancestral.
«De acuerdo, entonces será sólo por unos pocos días. ¿Qué sentido
tiene crear molestias innecesarias en la casa?». Mukhtiyaro aceptó la
propuesta que ella misma acababa de hacer a su madre, después lanzó
una mirada furtiva al rostro amargo de su esposo para medir su reacción.
Mientras tanto, la madre se moría por una oportunidad de compar-
tir sus alegrías y tristezas con su hija.
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Sólo espera y verás si Bebe regresa en menos de un mes».
«Mmm», asintió nuevamente Balwant a las palabras de Mindro.
«Como si hubiera escasez de arroz en Delhi para que ella tenga que
cargar un contenedor repleto. Y como si la pasta vermicelli fuera un
fruto tan raro como para que tuviera que llevar todas nuestras reser-
vas. Después de todo, todas somos hijas de alguien pero nuestra madre
nunca hace nada como esto. Arrebatar comida de las bocas de hijos y
nueras para atiborrar la casa de la hija... Y yo te pregunto, ¿qué esca-
sea en una ciudad como Delhi? Uno podría comprar todo el mercado
de una pasada si quisiera. ¡Como si no conociera a la vieja...! Cual-
quier dinero que tenga, se lo entregará a su hija. Incluso lo retiraría de
la pensión de Baiji para dárselo a ella».
Mindro creía tener pleno derecho incluso de la pensión que Bebe
Bhagwanti recibía del ejército por su difunto marido. Ésa era la razón
por la que todo lo que Bebe había comprado para Mukhtiyaro, aun si
costaba una moneda, para Mindro era como si valiera cien.
Bhagwanti no amaba a Mukhtiyaro menos de lo que amaba a Ba-
lwant. Era debido a su amor inagotable que para ella era difícil sopor-
tar la separación de cualquiera de los dos. Tal vez por eso, cada vez
que Bhagwanti visitaba a Mukhtiyaro en Delhi por un día o dos, no se
estaba quieta ni un momento.
«Mira, niña, seguramente pueda ser útil mientras estoy aquí. Déja-
me picar los vegetales o hacer cualquier otra cosa mientras sólo estoy
sentada sin hacer nada. Yo me encargaré de la masa. Si no, déjame
picar ajo para que puedas usarlo después. Así, cuando tengamos que
cocinar algo más tarde lo tendremos listo rápidamente». Normalmen-
te, iba una mujer a lavar los trastes, pero Bebe se adelantaba discreta-
mente y los lavaba ella misma.
Todo el tiempo que estuviera ahí, Bebe Bhagwanti se encargaría
de muchos pequeños quehaceres para Mukhtiyaro. Si la correa de
un bolso se rompía, ella se sentaría rápidamente con aguja e hilo a
coserla. Si cualquier edredón tuviera una rasgadura, ella lo parcharía
enseguida. Si el borde de alguna alfombra estuviera deshilachado,
ella tomaría un nuevo pedazo de tejido de algún lado y lo enmenda-
ría. Haría cien cosas para Mukhtiyaro durante todo el tiempo que se
quedara con ella. E incluso entonces, las únicas palabras que pronun-
ciaría serían: «Yo sólo vengo aquí a ser una carga para ti, niña. No
puedo hacer mucho».
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«Bebe, no digas lo primero que te llegue a la mente. Yo nunca veo
que te estés quieta». Mukhtiyaro apapacharía a su madre desde la
cabeza hasta el dedo pequeño del pie mientras ésta seguía haciendo
sus quehaceres.
Pero Lehna Singh, después de dirigir un somero saludo a Bebe Bha-
gwanti cuando llegó a visitarlos, no intercambiaría otra palabra con ella
hasta que se fuera nuevamente a su pueblo. Sintiendo su hostilidad, Bebe
se mantendría agachada en la cocina hasta que él hubiera salido a tra-
bajar. Entonces una tristeza profunda carcomería las entrañas de Bebe
como una rata. Mientras se despertaba, comía, hacía quehaceres, se sen-
taba, dormía, un solo pensamiento levantaría la cabeza en su mente.
«¿Por qué razón estoy sentada aquí en el umbral de la puerta de mi
hija? Estar con ella un día es tan bueno como estar con ella dos días».
¿Pero puede el amor entre madres e hijas quebrarse tan fácilmente?
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¡Cuánto amor!
¡Cuánto desamparo!
¡Cuánta frialdad y cuánta insolencia! Lehna Singh no tenía ningu-
na consideración por sus mayores. Mukhtiyaro miró con impotencia
a Lehna Singh por una respuesta y a su vez Bebe Bhagwanti miró a
Mukhtiyaro tristemente, melancólicamente, durante un largo rato. Y
entonces comenzó a doblar su traje chheent con el corazón roto de
volver a meterlo en su caja. Y entregando la pasta vermicelli, el gram
dal y los muchos otros paquetes de regalos y la bolsa que contenía las
almendras a Mukhtiyaro, dijo suavemente:
«Toma, niña, guarda éstas también en la cocina. Cada mañana,
pon a remojar unas cuantas almendras en leche y dáselas a Lehna
Singh. Y tú también debes tomar un poco de leche de vez en cuando.
Ve cómo tu cara se ha vuelto permanentemente adormilada como la
de un gato. Después de todo, debes de estar muy cansada de trabajar
en la fábrica todos los días. Y además tienes que hacer todo lo de la
casa, todo tú sola, con tus propias manos. No tienes a nadie que te
apoye... yo hubiera pensado que tendrías un poco de descanso... yo
hubiera podido al menos encargarme de la casa. Y este catre tuyo está
casi completamente descosido. Si hubieras traído un poco de hilo, yo
lo hubiera cosido. Y este khes está tirado sin usar, nuevecito, sólo por
la molestia de anudar los hilos de sus bordes. Yo podría haber hecho
al menos eso, sentada aquí sin hacer nada... no soy capaz de nada más
que eso. Creo que si Dios me llama pronto, sería mucho mejor...».
La garganta de Bebe Bhagwanti parecía ahogarse mientras habla-
ba. Finalmente, había comprendido todo en el silencio de su hija. Le-
hna Singh no quería que se quedara.
La furiosa Mukhtiyaro, que escrutaba silenciosamente el rostro in-
diferente de su marido, sólo podía hervir de rabia por dentro.
«¡Idiota! ¡Qué carnicero es! No ha mantenido ninguna relación
con sus hermanos o hermanas. Ahora quiere que yo también me des-
prenda de los míos. ¿A quién me ha atado Dios? No tiene ningún
sentido común, ¡ninguna vergüenza! Ningún respeto por sus mayores.
Sé que se muere ante el mero pensamiento de que Bebe se quede aquí
conmigo por un día o dos. Es porque yo dormiría con Bebe durante el
tiempo en que esté aquí, ¿no es cierto? Ahora sólo lo dejaré que me
mire... Cómo me encantaría arrojarle este incienso encendido... ¡a su
negra cara!».
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Mukhtiyaro se sentó agitando el veneno en su interior como una
serpiente durante una hora, y luego dijo en voz muy alta y muy irri-
tada:
«Ven, Bebe, déjame acompañarte a la estación de autobuses ahora
mismo».
«Muy bien, niña. Que prosperen en su hogar».
Tras bendecirlos a los dos, acariciar la cabeza de Lehna Singh y
colocar un billete de diez rupias en la palma de su mano, Bebe Bha-
gwanti levantó un pesado equipaje de tristezas en su propia cabeza y
caminó calladamente detrás de Mukhtiyaro.
«Bebe, no hay necesidad de alimentar con leche a serpientes
venenosas».1 Mukthiyaro arrebató el billete de diez rupias de la mano
de Lehna Singh y lo devolvió al puño de Bebe l
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Nirupama
Dutt
C iudad en movimiento
de la ventana
no cambia
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S iglo que pasa
el poema se encontrará
en tu cariñoso abrazo
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Surjit
Patar
Distancia
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Asustado de los toquidos
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Una tierra
extranjera
Gourahari Das
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estaba bien. Calculaba en su propia mente que sería como la una de la
tarde cuando llegara a su pueblo. De nuevo vino a su mente la carta de
su padre. Después de que se fue de casa a vivir en el hostal, su padre
le escribía al menos dos cartas al mes, muy largas y en odia, porque
quería probar su habilidad de leer la escritura de la lengua odia. Su padre
siempre dijo que uno, aunque pueda leer y escribir en muchas lenguas,
debería siempre ser adepto a su idioma nativo.
Siempre que Itishree iba a casa, su madre le pedía: «Lee el Laxmi
Purana». En el día de Janmastami, le pedía: «Por favor, lee el Gopalila
del décimo canto del Bhagawata». Su padre le decía: «Querida, por
favor lee el Vishad Yoga, del Gita». Sus padres estaban orgullosos de
que Itishree pudiera leer las letras del Purana con la tonada y el ritmo
correctos. Su padre siempre les decía a sus hermanos: «Miren a mi
hija. Lee el Purana con una voz tan hermosa. Podría hacer llorar a
cualquiera que la escuche. Ustedes nada más pierden su tiempo
pescando y jugando. ¿Cuál será su destino?». Cuando no estaba en
casa, Itishree extrañaba a su madre. Cuando su madre escuchaba el
Purana o cualquier otro texto religioso se sentaba con la cabeza cubierta
con un velo. Doblaba las palmas y las ponía sobre su frente. Cuando
escuchaba el Laxmi Purana, murmuraba: «Oh, Señor querido, ¿por qué
harías esto? ¿Por qué echarías a una esposa como Laxmi del templo?».
Y más allá, se emocionaba mucho cuando salía a colación el tópico del
significado de Jagannath y Balbhadra. Aunque nunca hacía comentarios,
parecía siempre feliz de escuchar la historia de éxito de Laxmi como si
ella también formara parte.
El pueblo de Patapur, a las orillas del río Mathei era el pueblo
paternal de Itishree. Sin embargo, había sido educada en la ciudad. Su
padre trabajaba en Cuttack. Fue transferido de Cuttack a Bhubaneswar.
Ella y su madre le acompañaron allá. Para cuando ella había terminado
la educación media, su padre se había jubilado. Regresó a su pueblo
natal. Itishree se fue a Bangalore a buscar su carrera de medicina, e
inmediatamente después de graduarse se casó. Después de su matrimonio
con Nilalohita, cuando se estaba yendo a Estados Unidos, sus padres
habían ido al aeropuerto de Bhubaneswar con su hermano mayor. Su
madre no podía dejar de llorar. Finalmente, Itishree tuvo que fingir
enojo y decir: «¿Por qué no pusiste condición durante la boda? Estaban
tan emocionados al oír “América” que querían deshacerse de su hija
cuanto antes. ¿Entonces por qué lloran aquí y ahora?».
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Sin embargo, su madre no estaba lista para entender. Abrazó a Itishree
y siguió llorando. Nada podía hacer que las lágrimas dejaran de correr.
Cuando Itishree la miró desde la fila de seguridad, su madre la veía como
una estatua.
Las lágrimas inundaron los ojos de Itishree.
Quizá su madre tenía la intuición de que ésa sería la última vez que
vería a su hija. ¿Por qué, si no, se quedaría viéndola así? ¿Por qué la
abrazaría tanto tiempo, como no dejando ir a su hija querida?
Recientemente, su hermano menor había escrito: «Papá no está
bien. A veces, le sube la presión a niveles anormales. Sólo habla de ti. Si
puedes, ven a visitarlo al menos una vez».
Itishree entendía el significado indirecto de las palabras de su
hermano y su padre. Cuando la gente de su pueblo está al borde de la
muerte, entonces, y sólo entonces, se envía una carta con las palabras:
«Las cosas no está bien, y sería bueno que vinieras a visitar». Y por eso
se asustó cuando recibió la carta. Recordó los incidentes que rodearon
la muerte de su madre. Tenía ansia por irse. Nilalohita le había dicho:
«Espera una semana. Swati y yo iremos contigo». Pero Itishree no lo
escuchó. No podía mas que ser directa y decirle: «A veces en un solo
día cuelga una vida entera. No pude ver a mi madre cuando murió. No
podría perdonarme si pasa lo mismo con mi padre. Ustedes, ambos,
padre e hija, pueden venir en una semana si quieren. Yo me voy ya».
Al lado del camino había un gran estanque de loto. Itishree bajó la
ventana del vehículo y miró las flores. ¡Qué atractiva y encantadora se
veía su tierra! ¡Qué íntimos el viento y agua de este país! Con toda la
plenitud y lujo de la tierra extranjera, nunca sentía esta calidez. Y por
otro lado, alguien en completa miseria también podría sentirse atado a
su tierra natal. Estaba impaciente por llegar a su pueblo.
Solía ser así de impaciente cuando estudiaba en Bangalore. Cuando
era hora de ir a casa, deseaba tener alas. Pero nunca se cumplía su deseo.
En esos tiempos, no había vuelos ni trenes directos. Tenía que viajar
pasando por Madrás siempre que visitaba su hogar. Ahora es mucho más
conveniente el viaje.
En esos tiempos, cuando en cuanto llegaba a casa, Itishree mandaba a
todos. Le decía a su madre qué cocinar y cuándo, de una lista especialmente
preparada para esto. Arroz lilawati, y con él curri hilsa de pescado con
requesón y pasta de mostaza; chudchuda de pez mahurali: calabaza okra con
taro y requesón; flores de calabaza fritas ligeramente, empanizadas con
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polvo de arroz; pescado rohu en caldillo de patatas sin pelar; camarones
molidos con ajo y chiles verdes; hojas verdes de kalam con chile verde
mung dal del mismo pueblo, sazonado con ghee puro; filetillos de caviar;
okra salteada con pasta de mostaza; brinjal rostizado; bolitas de dal en
polvo; hongos rostizados en hoja de calabaza; plátanos crudos y patatas
salteadas cortadas en círculo con chile y polvo de cilantro fresco, recién
cocinadas. Los domingos, para el almuerzo había curri de cangrejo y para
la cena curri de huevo y patata. Además de esto, Itishree no podía objetar
si su madre y sus cuñadas añadían algo más.
Cuando Itishree le daba la lista a su madre, su padre decía: «Llévate a
tu madre al hostal, y ahí te servirá bien».
Señalaba a sus cuñadas y decía: «Madre nada más daría instrucciones.
¿Cómo podría cocinar todas estas cosas ella sola? Si ella tiene que hacer
todo, ¿qué harán ellas?».
Su cuñada mayor sonreía y decía: «No tenemos problema, pero tu
madre no entendería. Si no suda y se cansa en la cocina, pensaría que
le falta algo en la tarea de cuidar a su hija. Cuando te fueras a tu hostal,
se quedaría y diría: «Oh, esta mente terrible. Mi hija quería un platillo
ácido de dilleniai y lo olvidé».
Su madre sonreía y decía: «No es verdad. No puede tolerar si su
comida no está perfecta. Hasta las cosas más triviales, como la sal o el
chile, tienen que ser perfectas. Mis hijos se comen lo que sea, pero ella
no se lo piensa antes de rechazar el curri. Ni siquiera lo toca. Se comería
el sambar y el arroz aguado del hostal, pero en cuanto llega a casa no
tolera ninguna imperfección».
Todo mundo estallaba en risas. La casa entera reverberaba en
carcajadas. Pero Itishree sentía vergüenza. Corría y escondía la cara en el
regazo de su padre. Su padre fingía enojarse con todos y decía: «¿Por qué
molestan todos a mi hija?».
Alrededor de las diez moujas, la familia de Managovinda Mahapatra era
vista como una familia ideal. La familia de Managovinda era una familia
feliz que consistía en cuatro hijos y una hija. Todos se quedaban juntos,
se sentaban juntos, y comían juntos.
Después de su visita al mercado de Ghanteswar, su padre le hablaba
a su madre de la discusión acerca de la buena reputación de sus hijos.
Hablaba tan fuerte para que sus hijos supieran que no debería haber
muros que dividieran a la familia o al campo. «Pueden hacer cualquier
cosa, pero no dejen que pase esto», decía.
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Todos los hermanos eran capaces. Tenían como veinticinco acres de
tierras en ambos lados del pueblo, peces en los estanques, árboles de coco
con frutos, ganado como toros y vacas. Pero, con excepción del menor,
nadie tenía una carrera. Nadie tenía un empleo distinto. El hermano
menor había obtenido una maestría y entrenamiento en educación. Era
el director de una escuela en un pueblo vecino.
Su padre solía decir: «No requerimos ningún empleo. Incluso después
de que me muera, a mis hijos nunca les faltará el arroz».
Y su madre añadía: «Yo pongo el curri».
Y sus hermanos reían.
Itishree discutía por su madre y decía: «¿De qué se ríen? ¿Está
diciendo algo mal? Nuestro padre trae varios tipos de arroz, como sola,
patina y lilavati de sus campos, y nuestra madre trae calabazas, hongos
y berenjenas de su jardín. ¿Y hace caso siquiera si alguien le dice que
descanse y no salga al sol?».
Sus hermanos se callaban.
Su hermano mayor decía: «Madre, tienes un pobre abogado que no
tiene trabajo, pero puede defenderte en este caso».
Pero Itishree nunca se rendía.
Siempre que había ido al pueblo había visto a su madre en el jardín de
berenjenas de atrás o en la cocina. El jardín de su madre era como una
gran vedulería. Había vegetales desde las calabazas hasta la espinaca poi,
y todo tipo de calabacín. Durante la temporada lluviosa, su madre hacía
alambrados para la espinaca, el pepino, la calabaza larga y el calabacín, y
los vegetales colgaban de ahí. En las orillas del jardín estaban las plantas
de pepino, que daban hasta dos frutos diarios. Al otro lado había plantas
de chile. Y a veces, cuando había servido la comida de todos, no quedaba
nada para ella, pero no le decía a nadie. De prisa traía un pepino y chile
del jardín, y eso era su curri. No dejaba que se enteraran ni siquiera sus
nueras.
Los chiles crecían en el jardín todo el año. Su madre decía: «Están
pagando algo que les presté en mi vida pasada».
Itishree sonreía. Su madre le contaba los secretos. Había una regla
que dominaba el hogar de los Mahapatra; todos comían juntos. Primero
el padre, con sus hijos e hija, y luego la madre con sus nueras. Cuando
los hijos comenzaron a tener sus propios hijos, también ellos fueron
incluidos en la primera lista. Todo se cocinaba en un solo lugar. Todos
comían en un solo lugar.
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Itishree venía a su pueblo por primera vez en siete años. Un día
después de irse de América, había venido a vivir en casa de Nihalohita en
Brahmagiri. Después fue a Bhubaneswar, y había regresado a Brahmagiri
porque habían llamado de vuelta a Nilalohita. El banco en donde trabajaba
había quebrado. Nilalohita estaba muy molesto. No habían tenido más
opción que regresar inmediatamente. Y el deseo de Itishree de regresar
a su pueblo no se cumplía.
Ahora, Itishree vivía en Nashville, en Estados Unidos. Nilalohita
trabajaba ahí, en la industria del software. Ella trabajaba en el hospital de
Rose Valley. Tenían una hija que se llamaba Swati, que estaba por cumplir
cuatro años. Su hogar se veía distinto después de la muerte de su madre.
No podía olvidarla una vez que llegó. ¿Cómo vería a su padre? Itishree
se preparaba.
Sus cuatro hermanos tenían un hijo cada uno. Había diecisiete
miembros de la familia incluyendo a su padre. Si el tío Suna también se
incluía, eran dieciocho. Desde que su madre todavía vivía, el trabajo se
dividía entre las nueras. Alguna cocinaba, otra cortaba las verduras, otra
cuidaba a los niños, otra los llevaba a la escuela, y otra cuidaba el ganado.
El cuidado del jardín se dividía entre su madre y el tío Suna.
Su padre solía sentarse en la veranda y saludar a los que pasaban, e
intermitentemente pedía té o agua, y preguntaba finalmente: «¿Cuándo
terminarán de cocinar?».
Su familia era como el gran árbol de tamarindo en el centro del pueblo.
Como las ramas del tamarindo, con los cantos de diversos pájaros, la casa
de la familia Mahapatra siempre estaba viva con los ruidos de los niños.
El hijo mayor cuidaba las tierras, y el de enmedio cuidaba la tienda de
la familia. El tercero se encargaba del tractor y del molino de harina. El
hermano menor se encargaba de su propio trabajo y de la educación de
su hijo y de todos sus sobrinos y sobrinas.
La casa de los Mahapatra era circular. Justo en el centro estaba la
cocina, del tamaño de un gran salón. En ambos lados de la cocina había
grandes patios donde jugaban los niños. El patio trasero se usaba para
secar hojas, chiles, cúrcuma y arroz para las tortitas. Sus cuñadas se
quedaban ahí cortando verduras y chismeaban acerca de cualquier cosa
que se pudiera.
Como era una familia grande, siempre había algún invitado en casa.
A veces había gente de la familia de alguna u otra cuñada, que venía a
visitar. Como tenían su propia tienda de abarrotes, no había problema
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para traer té o azúcar, o aceite y patatas. Por lo tanto, siempre había algo
que ofrecer a las visitas.
Itishree era la que más halagos recibía de todas las visitas que venían.
Siempre se hablaba de ella, estuviera ahí o no. Los huéspedes aplaudían
a su padre que la educara como doctora, aunque fuera mujer. Y su padre
sonreía: «No he gastado ni un centavo en ella. Desde niña siempre ha
estudiado con becas. Sólo cuando se fue a estudiar a Bangalore gasté
tres o cuatro lakhs en su educación. ¿No es una inversión que fácilmente
recuperaríamos su madre y yo con puras muestras médicas?».
Las visitas se reían. Su padre se reía con ellas.
Itishree pensaba que era bueno que sus hermanos no se hubieran ido
a trabajar a otro lado. Al menos todos vivían con sus padres. Había tantas
familias en su pueblo en las que los padres sólo tenían dos hijos varones,
y cada uno tenía su propia familia separada. Pero en su casa, no había
familias separadas. Ni hablar de ello.
El arroz de las tierras de su padre y las berenjenas del jardín de su
madre unían a todos. Itishree se decía a sí misma: «Sólo faltan cinco
kilómetros para Ghanteswar. Sólo media hora más para Patapur».
La cuñada mayor decía: «Ya te he pedido tantas veces que vengas
a comer, y no me haces caso. ¿Quizá debería mandarte el arroz y el
curri?». Itishree no respondía. Se imaginaba la mirada de su padre. Se
imaginaba que su padre ahora estaba solitario, pero no podía imaginarse
que estuviera tan desolado. Su padre parecía una aguda estatua de madera.
Las lágrimas le brotaban.
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Itishree se preguntaba: «¿Cómo es que ha pasado esto? ¿Por qué no
me dijeron nada?». Quizá su padre no sabía ni por dónde empezar a
decirle. Cuando llegó a casa, de inmediato vio todo lo que había cambiado.
Aunque nadie lo decía, ella podía imaginar ese gran cambio. Cuando
saludó respetuosamente a su hermano y a su cuñada, inmediatamente
leyó este cambio en sus caras.
Eran las dos de la tarde. Las cuñadas no podían esperar más. De
inmediato mandaron el curri que habían cocinado al cuarto de su padre
para que ambos, padre e hija, pudieran comer juntos.
Su padre dijo: «Ahora sólo se cocina el arroz para todos juntos. Todo
lo demás lo cocinan por separado, cada quien para sus propios hijos».
Itishree se lo había imaginado. Había humo saliendo de la casa de
cada cuñada, y diferentes olores de cada curri. El hermano mayor tenía
una estufa de keroseno y los otros tenían estufas de leña en las verandas
de cada cuarto. El hermano menor tenía una estufa de gas en su cuarto.
La casa donde sólo una estufa sacaba humo, como el humo del fuego
sagrado, ahora tenía cuatro estufas secretas. Itishree no podía aceptarlo,
para nada. El arroz se compartía porque no se podía dividir la tierra.
Quizá, una vez que muriera su padre, también el arroz se cocinaría por
separado.
Su padre estaba sentado en su silla, inmóvil, cabizbajo. Parecía un
soldado derrotado.
Itishree sólo observaba a sus cuñadas, asombrada. Su propio hogar
ahora parecía un país extraño, donde no reconocía nada.
Gradualmente, aumentaba el número de platos de curri en el cuarto
de su padre. Sus cuatro cuñadas trajeron los curri cocinados por cada
una, dos platos pequeños de pescado, plátano frito con patatas, calabacín
con posto, cuatro tipos de vegetales de hoja, tortitas badi de lenteja,
berenjenas fritas, curri de potola y más patatas. Ninguna de las cuñadas
había reparado en mostrar hospitalidad a Itishree.
Su padre dijo: «Ven, hija. Come algo. Tu cara está seca y oscura. Dime,
¿por qué te has debilitado tanto? ¿Estás comiendo bien? ¿Ha aumentado
tu carga de trabajo? Esta profesión de medicina que has elegido te hace
ver más vieja».
Itishree no dijo una sola palabra. Su padre siempre fue así. Aunque
hubiese engordado, su padre siempre le decía que la veía débil. Su madre
ya no estaba. Si no, también ella habría llorado un largo rato por la
debilidad de su hija.
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Preguntó lo mismo, de nuevo: «¿Cómo ha pasado esto, papá?».
Su padre dijo, en un tono tranquilo: «Todo estaba bien hasta un
año después de que se fue tu madre. Un día, de repente, hubo una
gran pelea entre todas las cuñadas sobre quién iba a cocinar. Les grité.
Después, se quedaron todas juntas un rato por miedo. Pero un día vi
que se estaba cocinando en dos lugares en vez de uno. Y luego, pasó lo
que ves».
Las imágenes del pasado se mostraban frente a sus ojos. Su madre
sudaba e iba de un lado a otro, cocinando, y sus cuñadas la ayudaban.
Había una calma increíble en su cara, aunque la marca bermellón de
su frente casi sangrara sobre la mitad de su cara. Sólo ella sabía qué les
gustaba comer a cada uno de sus hijos, qué les gustaba a sus nueras.
Siempre había una u otra cosa cocinándose —a veces té y tentempiés, a
veces pasteles y tortitas tradicionales, a veces arroz y curri, y otras arroz
seco. Pero ese día, en la cocina, sólo se cocinaba arroz. El curri y todo lo
demás lo cocinaba cada quien en su cuarto. A diferencia de esos días, no
había niños jugando en el patio. Cada quien observaba desde su cuarto,
como extranjeros en busca de refugio.
Itishree sentía la tristeza y el resentimiento hervir dentro de ella.
Su padre dijo: «Vamos, hija. Ya se debe haber enfriado todo. Hay que
comer».
¿Vino deprisa desde una tierra extranjera para llegar a ver esto?
¿Quería ver a su padre tan desolado, tan triste, tan indefenso? ¿Cómo
podía pasar cinco años así, en este ambiente terrible? Cada momento
debe ser doloroso, como una cama de picos. Sin decir palabra a su
padre, Itishree corrió al jardín del patio trasero. Y ahí le esperaba
más sobresalto. El jardín de su madre ahora estaba dividido en cuatro.
Como el pescado hilsa, cortado en delgadas rebanadas. Ahora había tres
fronteras temporales en medio. Fue y arrancó un pepino de los arbustos
y un puño de chiles verdes. Cuando iba de regreso, se le atoró el sari en
una planta de chile. Miró, y vio que otra planta reemplazaba a la que su
madre había plantado. Resonaron en sus oídos las palabras de su madre:
«Me ha pagado algo de una vida pasada; el nacimiento de una persona
que ha reencarnado en una planta de chile». Desenredó su sari de la
planta y la acarició suavemente.
Su padre salió a buscarla. Su espalda se había encorvado con la edad.
No podía caminar derecho. No lo querían ni en su propia casa.
Itishree lo tomó de la mano y lo llevó de vuelta adentro. El plato de
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arroz estaba enmedio. Era el arroz rojizo de sus tierras. Tomó un puñado
y lo puso en otro plato. Lavó el pepino y los chiles del jardín y empezó
a comer arroz.
Los platillos de curri servidos por sus cuñadas seguían ahí,
abandonados. Su padre le rogaba como a una niña pequeña: «Querida,
preciosa, tus cuñadas han cocinado esto con tanto cariño. Toma, cómelo.
Se sentirán heridas si saben que no lo has comido. Eres una invitada
por sólo unos días, y no debes herirlas». Finalmente, en una voz de
reprimenda, le dijo. «Si tú no comes, yo tampoco».
Itishree no hacía caso a sus palabras. Había una tormenta dentro de
ella. Sentía como si se quebrara por dentro, como el tronco de un árbol
de tamarindo. Toda la flora y la fauna se destruían dentro de ella. Todas
las enredaderas de la calabaza y la espinaca se arrancaban de raíz. Todo se
caía a pedazos. Miró a su padre y le dijo: «Tú cómete lo que han servido
tus nueras. Yo no comeré nada de eso. Yo solo comeré el arroz de los
campos de mi padre y el pepino del jardín de mi madre».
Managovinda cerró la puerta levemente. Su hija era asombrosamente
necia. Nunca le hacía caso a nadie cuando estaba enojada. Y él no quería
que nadie escuchara su conversación. Trataría de explicarle todo esto
cuando se calmara, porque ahora no haría caso a nada.
Sus ojos lagrimeaban también por el picor del chile, y las lágrimas
rodaban por sus mejillas, pero ella no las secaba. Comía su arroz, mordía
los chiles.
Su padre vino y le ofreció un vaso de agua, y dijo: «Toma, bebe un
poco».
Itishree miró directamente a su padre y le preguntó: «¿Me dirás,
primero, si vendrás conmigo o no? Si no, sólo será este puñado todo lo
que comeré, y nada más. Ya me conoces».
Managovinda estaba un poco asustado. Su hija le había puesto una
prueba difícil. Dijo «Salir al extranjero, a esta edad…».
«¿Qué es el extranjero, padre, aquí o allá? ¿No es esta casa en pleno
Patapur un lugar extranjero para ti? ¿Éste es tu país, en el que ahora
se cocina y se come en cuatro lugares separados? ¿Cómo toleras este
sufrimiento todos los días aquí, padre?».
Managovinda dijo, en tono vengativo: «Deja que venga tu hermano
mayor. Todo va a estar bien. No necesitas preocuparte». Pero Itishree
hablaba con toda su voz, y sabía que su cuñada más joven estaba detrás de
la puerta espiando para ver qué pasaba. Pero la tenía sin cuidado. Decía:
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«Si las cosas están tan bien, habrían estado bien antes de que yo llegara. Y
nada está bien. Por eso te lo pido. Me escribes dos veces al mes. Cuando
llegó un segundo horno a casa, ¿por qué no me lo dijiste? ¿No soy yo
también de esta casa?».
Managovinda miraba la cara de su hija en silencio. Se veía tal cual
como su madre.
Itishree le dijo: «No sé si puedo liberarte del infierno en la otra vida, pero
no puedo dejarte vivir en este infierno. Dime si vendrás conmigo o no».
«Pero... Dejar a los hijos…». Estas palabras salían de Managovinda.
«¿No soy yo también tu hija? Padre querido, ¿no me has dado el
mismo amor que a tus hijos? ¿Entonces cómo puedes olvidar a tu hija?
¿Por qué no me dijiste cuando te volviste un extranjero en tu propia casa?
¿Por qué? ¿Es porque pensabas que una vez habiendo cedido a tu hija
en matrimonio se acababa tu relación con ella? Has cumplido tu deber
como padre, ¿por qué no me dejas cumplir el mío como hija? Es posible
que tenga que pasar problemas por esto, pero sé que los pasaré porque
he tomado responsabilidad de mi padre, y eso me llena de orgullo. ¿Por
qué me niegas esto, padre?».
Managovinda Mahapatra bajó la cabeza para que las lágrimas que
brotaban de sus ojos pudieran esconderse. Itishree había hecho una bola
de arroz apretada con sus propias manos, y trataba de darle esto de
comer a su padre, en la boca, directamente, justo como él la alimentaba
de niña. Las lágrimas seguían cayendo de los ojos de Managovinda.
Itishree habló de nuevo: «No has respondido mi pregunta».
Indefenso, Managovinda dijo: «Muy bien. Será como tú desees».
Incluso con sus manos sucias, Itishree abrazó a su padre. Con felicidad
y afecto le dijo: «Querido padre; me quedaré aquí cuanto se requiera,
pero esta vez no me iré sin ti». Se veía feliz, como si hubiera ganado una
batalla.
Padre e hija terminaron de comer. Sin embargo, los platillos
cocinados por las cuñadas seguían abandonados por ahí, como productos
extranjeros.
Limpió la cara húmeda de su padre con el extremo de su sari, y luego
sus ojos miraron la foto de su madre, en la pared de enfrente. Se dijo a
sí misma: «Te llevaré a ti también» l
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402
Enamorado
del cráneo
Rajendra Kishore Panda
El corazón extraído
en la cirugía se retorcerá
un rato y después se quedará quieto.
Poco a poco se pudrirá
y después no habrá ni huella de él.
Le hablo,
lo veo,
lo levanto en mis manos,
lo acaricio, lo beso.
Y al abrazarlo,
lo hago escuchar
las palpitaciones
de mi corazón demente.
Le pongo talco
en la frente,
kohl en los ojos;
le hago dibujitos
en el pómulo
y luego lo limpio.
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403
No sonríe ni llora,
no finge ni protesta. Tan
sólo sigue mirando.
Me convierto en dos
huesos cruzados
y me coloco
bajo el cráneo.
A veces me
vuelvo un rizo
alrededor del amado cráneo.
A veces
dejo que mi mente, mi pluma y mi conciencia
entren por los agujeros de sus ojos y su nariz.
A veces
me pregunto: ¿y si el corazón
hubiera sido hecho de huesos?
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404
Negociando la
heterogeneidad:
la literatura india después
de la Independencia
K. Satchidanandan
1 Los dalit o intocables ocupan el sitio inferior de la cadena social; son llamados, incluso,
“intocables”. (N. del T.).
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405
hindi; Arogyaniketan, de Tarasankar Banerjee, Chomana Dudi (El tambor de
Choma), de Shivram Karanth, o Bharatipura, de U. R. Ananthamurthy en
canarés; o Nalukettu (Casa ancestral), de M. T. Vasudevan Nair; Oru Desathinte
Katha (La historia de un pueblo), de S. K. Pottekkaatt; Kayar, de Thaka-
zhi Sivasankarapillai, o Mayyazippuzhayude Theerangalil (En Las orillas del río
Mayyazhi), de M. Mukundan, en malayalam; o Oru Puliyamarathin Kathai (La
historia de un árbol de tamarindo), de Sundararamaswamy, en tamil. La
división de la India es un tema recurrente en la ficción postindependen-
cia, como en Purab-O-Paschim (Este y Oeste), de Sunil Gangopadhyay, en
bengalí; A Train to Pakistan, de Khushwant Singh, en inglés, o Jhoota Sach (La
falsa verdad), de Yashpal, en hindi, o Aag ka Dariyaa (El río de fuego), de
Qurratulain Hyder, y las historias de Saadat Hasan Manto, Kishan Chandar
y Rajinder Singh Bedi, en urdu.
La novela histórica sigue siendo un género favorito entre los escrito-
res desde el comienzo de la novela en la India. Shyamal Gangopadhyay en
bengalí (p. ej. Darashuko), Vrindavan Lal Verma en hindi (Jhansi ki Rani, La
reina de Jhansi), Masti Venkatesha Iyengar en canarés (Chikkaveera Rajendra),
Ranjeet Desai en maratí (Swami), Surendra Mohanty en oriya (Nila Saila,
La montaña azul) y Viswanatha en telugu (Ekavira) son algunos ejemplos.
Juntos, estos escritores han cubierto un largo periodo de la historia, desde
el siglo xii al presente, con gran imaginación y perspicacia. O. V. Vijayan,
M. Mukundan, Sethu, N. S. Madhavan y Paul Zacharia en malayalam, U.
R. Ananthamurthy, Chandrasekhara Kambar y Poornachandra Tejaswi en
canarés, Sundararamaswamy y Jayamohan en tamil, Suresh Joshi en gujarati,
Bhalchandra Nemade en maratí y Nirmal Verma, Krishna Baldev Vaid y Vi-
nod Kumar Shukla en hindi han contribuido a la modernización del género
exponiendo las complejidades de la vida moderna —particularmente su
angustia y su alienación— e inventando nuevas estructuras y expresiones
idiomáticas que expresan mejor sus originales percepciones sobre la vida y
la mente. El aumento en el número de mujeres escritoras en estas lenguas
en años recientes ha asegurado la representación de los temas femeninos
y las perspectivas de las mujeres en la ficción india. Ellas reexaminan los
cánones patriarcales y las prácticas literarias, revisan mitos, reinterpretan
la épica, forjan un contralenguaje y encuentran una alternativa semiótica
del cuerpo y otras cuestiones. Mujeres novelistas establecidas como Kamala
Das, Amrita Pritam, Krishna Sobti, Ashapurna Devi, Ajeet Cour, Laksh-
mikantamma, Lalitambika Antarjanam, Pratibha Ray, Indira Goswami y Na-
baneeta Dev Sen han sido ahora alcanzadas por muchas nuevas y poderosas
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
406
escritoras desde Sara Joseph, Gracy y Sitara en malayalam hasta Ambai en
tamil, Volga en telugu, Bani Basu en bengalí, Moushmi Kandali en asamés,
Sania en maratí y Geetanjali Sree en hindi. Hay toda una nueva genera-
ción de escritoras talentosas en todas las lenguas indias, desde Nabarun
Bhattacharya en bengalí (p. ej. Herbert) y Alka Saraogi en hindi (Kolikatha via
Byepass) hasta Jayamohan en tamil (Vishnupuram) y K. P. Ramanunni en ma-
layalam (Jeevitathinte Pusthakam, El libro de la vida), quienes ya han probado
sus credenciales como novelistas de gran capacidad.
La ficción india en inglés comenzó a recibir una aclamación internacio-
nal más amplia con la publicación de Midnight’s Children, de Salman Rushdie.
Pero no hay que olvidar las contribuciones de pioneros como R. K. Narayan,
Raja Rao, Bhabani Bhattacharya, Mulk Raj Anand, Nayantara Sehgal, Anita
Desai y otros. Aunque, ciertamente, ha habido un cambio de paradigma con
la aparición de Rushdie, Vikram Seth, Amitav Ghosh, Allan Sealy y Arund-
hati Roy, quienes son libres de la autoduda que parecía haber atormentado
a sus predecesores. Estos escritores y sus seguidores, como Kiran Nagarkar,
Kiran Desai, Rohinton Mistry, Gita Hariharan, Mukul Kesavan, Shama Fu-
tehally, Amit Choudhuri, Rukun Advani, Vikram Chandra, Altaf Tyrewala,
Shashi Deshpande, Jhumpa Lahiri, Manju Kapur, Ruchir Joshi, Radhika Jha,
Hari Kunzru, Anita Nair, Attia Hosain y muchos otros no son apologéticos
por escribir en inglés; ellos consideran al inglés una lengua legítimamente
india y la usan con gran libertad y creatividad. Comparten dispositivos esti-
lísticos y géneros con sus contrapartes de idioma. Si Malgudi Days, de R. K.
Narayan, Kanthapura, de Raja Rao, y God of Small Things, de Arundhati Roy,
son sthalapuranas o historias locales, Trotternama, de Allan Sealy, sigue el pa-
trón de las nama o crónicas indias. Cuckold, de Kiran Nagarkar, es una nueva
forma de hagiografía; The Great Indian Novel, de Sasi Taroor, es una parodia
épica, y Golden Gate, de Vikram Seth, es parte de la tradición narrativa en
verso. El uso directo de palabras malayalam en The God of Small Things y el
empleo de usos nativos y proverbios, así como de costumbres y actitudes
locales, en los trabajos de Khushwant Singh, Bhabani Bhattacharya, Raja
Rao, Kiran Nagarkar, Kiran Desai, Kaveri Nambisan y Vikram Seth apuntan
a un proceso de nativización del ingés. Trabajos como Midnight’s Children, de
Salman Rushdie, English, August, de Upamanyu Chatterjee, y Sea of Poppies,
de Amitav Ghosh, demuestran una autoconciencia que cuestiona las fron-
teras lingüísticas. Los nuevos novelistas interrogan la «pureza» de la cultura
india, aceptan el inglés como parte de la polifonía subcontinental y rehúsan
privilegiar tradición o modernidad. El rango temático de la nueva novela en
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407
inglés es asombrosamente amplio: las fisuras en el cuerpo político (Beethoven
Among the Cows), el comunalismo ascendente (The Little Soldier), la emigra-
ción (The Glass Palace, A Sea of Poppies), el ser inmigrante dividido (Satanic
Verses), la confusión de la pérdida (Afternoon Rag), la historia postcolonial
(Midnight’s Children, Shame, Trotternama), la celebración de lo híbrido (Moor’s
Last Sigh, The Enchantress of Florence), la cuestión de la identidad (Namesake)
y el cambio en los poblados indios (Nectar in a Sieve, Sunlight on a Broken Co-
lumn) son sólo algunas de las mayores preocupaciones temáticas puestas en
relieve por estos novelistas. Una nueva y más ligera forma de escritura rara
vez preocupada sobre la literariedad también ha emergido con los traba-
jos de escritores como Chetan Bhagat, Samit Basu y Meenakshi Madhavan.
Blogs, e-zines e internet también están cambiando rápidamente la naturaleza
de la comunicación literaria en la India. Es muy posible que se abran cami-
nos inesperados bajo la presión de la economía de mercado, la globalización
y la homogenización forzada de culturas. La cartografía interna de la India
liberalizada puede probablemente poner en primer plano nuevas cuestiones
éticas sobre nuestro comportamiento social hacia los refugiados, los inmi-
grantes y las poblaciones no convencionales, cuestiones ya señaladas por
Rana Dasgupta y Kiran Desai en sus trabajos recientes.
2 Se refiere a un dios de la mitología hinduista que ha sido llevado a la artesanía, por lo que aquí
se refiere a algo despojado de su valor sagrado que ha sido degradado al adorno. (N. del T.).
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408
intensidad». Bishnu Dey, el poeta bengalí, expresó su preocupación por la
muerte de la aldea, de la villa, la ruda agresión a la naturaleza y la urbaniza-
ción desconsiderada que parecía perturbar la armonía de la vida:
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409
Incluso sus nombres diferían: era nayee kavita (hubo otros movimientos
también, como akavita) en hindi, adhunik kavita en bengalí y malayalam, na-
vya en canarés y puthukkavitai en tamil, aunque todos significaban la nueva
o moderna poesía. Los modismos y aproximaciones a menudo difieren de
lengua a lengua e incluso ideológicamente no hay unidad monolítica. Por
ejemplo en hindi, bengalí o telugu la nueva poesía tuvo un carácter predo-
minantemente progresista, ya que el movimiento había sido liderado por
Muktibodh, Bishnu Dey y Sri Sri, quienes tenían un impulso socialista radi-
cal, mientras en maratí, malayalam y canarés el impulso fue individualista,
como en B. S. Mardhekar, Ayyappa Paniker o Gopalakrishna Adiga, quienes
predominantemente se enfocaron en la soberanía del individuo, aunque su
poesía vista en retrospectiva no carece de implicaciones sociales expresadas
con frecuencia de manera negativa, en términos de escape o de agonía.
Cualquiera que sea el paradigma que escojamos, la experiencia moderna
en la India puede ser vista como un compuesto de varios elementos que
tenían en su trasfondo el contexto más amplio de la industrialización y la
urbanización. Al menos inicialmente se trataba de la sublevación de una
sensibilidad amenazada, por una parte, por la inminente decadencia, y por
los ominosos indicios de la pérdida de la vida rural, por otra. La cultura
existente estaba en una crisis estimulada por la retirada de los valores de
Gandhi de la vida política, los enormes movimientos demográficos orien-
tados a la ciudad provocados por el desempleo rural, el trauma que dejó la
Partición, el demonio del hambre acechando los suburbios de la ciudad, así
como los pueblos; las tensiones engendradas por la educación colonial, la
alienación, la angustia y la soledad experimentadas por la sensible población
urbana, gran parte de la cual tenía sus raíces en sus pueblos, los retos im-
puestos por las masas desplazadas de la sensación segura de la tradición y los
modos nativos de ver y sentir, y el terror y el éxtasis de un nuevo mundo sin
un Dirigente Supremo. Incluso las ideologías colectivas parecían haber per-
dido su encanto en muchos y la idea simplista del progreso continuo estaba
en duda: las complejidades interminables de la experiencia empujaron a los
escritores a buscar estilos alternativos de pensamiento, imagen y expresión.
Para 1965-1970, los escritores indios en distintas lenguas habían pro-
ducido ya un cuerpo de poesía que se esforzó por capturar la naturaleza
multicapas de la vida en su difícil coexistencia con mundos temporales di-
ferentes, lo racional con lo espiritual, lo real con lo surreal, en sus sor-
prendentes imágenes, ritmos sincopados, empleo de patrones innovadores,
mezclas oníricas y sustitución de tiempo y espacio, inesperados saltos de
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pensamiento y sofisticadas transgresiones de las normas de decencia y pro-
piedad establecidas, raros juegos combinatorios de lo clásico y lo folclórico,
elementos exóticos e indígenas, reelaboraciones de la mitología india en los
nuevos contextos de la vida y el lenguaje, incursiones en leyendas y arqueti-
pos y uso consciente del lenguaje de la vida diaria. Mor aru Prithvir (Mío y de
la Tierra), de Navakanta Barua; Bibhinna Dinar Kavita (Poemas de diferentes
días), de Hiren Bhattacharya, y Surya Heno Nami ahe ei Nadiyedi (Se dice que
el sol desciende de este río), de Neelmani Phookan en asamés; Jete Pari Kintu
Kena Jabo (Puedo ir, ¿pero por qué debería hacerlo?), de Shakti Chattopad-
hyay, y Ulanga Raja (El rey desnudo), de Nirendra Chakraborty, además de
los poemas de Buddhadev Bose, Amiya Chakravarty, Subhas Mukhopadhyay,
Sudhindranath Datta, Samar Sen, Premendra Mitra, Sunil Gangopadhyay y
Joy Goswami en bengalí; Chand ka Muh Tedha hai, de G. M. Muktibodh, y
Nadi ke Dweep, de Ajney, en hindi, además de los poemas de Kunwar Narain,
Kedarnath Singh, Vinod Kumar Shukla, Shamsher y otros, Pratyancha, de
Suresh Joshi, y Magan Poems, de Sitanshu Yashaschandra, en gujarati, además
de los poemas de Ravji Patel y Labhshankar Thaker; Bhoomigeete, Bhoota y
Koopamanduka, de Gopalakrishna Adiga, en canarés, además de los poemas
de K. S. Narasimhaswami, S. R. Ekkundi, Chandrasekhar Patil, Channavee-
ra Kanavi y G. S. Shivarudrappa; Jeevitathil, Maranathil (En vida, en muer-
te), de M. Govindan; Kavitakal (Poemas), de Ayyappa Paniker; 1963, de N.
N. Kakkad; Jeevacharitrakkurippikal (Notas para una biografía), de Madhavan
Ayyappath, y los poemas de Attoor Ravivarnma y Cherian K. Cherian en
malayalam; la poesía de Nachiketa en maithili; Ba Geva Na Az (No cantaré
hoy), de Dina Nath Nadim, y los poemas de Rahman Rahi, Amin Kamil y
G. R. Santosh en cachemir; Khula Amagi Wari (La historia de un pueblo),
de L. Samarendra Singh; Narak-Patal-Prithvi (El infierno, el inframundo y la
tierra), de Thangjom Ibopishak, además de la poesía de E. Neelakanta Singh
y N. Biren en manipuri; los poemas de B. S. Mardhekar, Dilip Chitre, Arun
Kolatkar y P. S. Rege en maratí; Bisad eka Ritu (Desesperación, una tempo-
rada), de Bhanuji Rao; la serie Kabita, de Sachi Rautroy; Sri Radha, de Ra-
makant Rath, y los poemas de Sitakanata Mahapatra, Guruprasad Mohanty,
Hara Parasad Das y Soubhagyakumar Mishra en oriya; Rukte Rishi de Har-
bhajan Singh, Sunehere (Mensajes), de Amrita Pritam, y Luna, de Shivkumar
Batalvi, en panyabí; Nadunisi Naikkal (Perros de medianoche), de Sundara
Ramaswamy, y los poemas de Ka. Na. Subramanyam, Jnanakoothan, C. S.
Chellappa, S. Mani, T. K. Doraiswamy y otros más en tamil; los poemas de
Ismail, Ajanta y otros en telugu, y de Firaq Gorakhpuri, Akhtar-ul-Iman,
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411
Balraj Komal Shehryar, Makhdoom Mohiuddin y otros, en urdu, fueron
responsables de dar nuevos dispositivos formales y dimensiones estéticas
a la poesía india en las últimas décadas. Aunque unidos en su urgencia de
descubrir un nuevo idioma para la poesía, difieren en muchos aspectos: de
la específica situación y genio lingüísticos, de los anclajes ideológicos y de
los modelos, si alguno, que estaban buscando en otras lenguas.
De 1970 en adelante, la tradición democrática de la poesía india —de
la cual la poesía de los movimientos bhakti-sufi, de la lucha por la libertad y
de los progresistas es ejemplo temprano— ha florecido como nunca antes
con la aparición de muchos sectores de la sociedad hasta entonces margina-
dos que iban empoderándose con la democracia. Esta poesía ha emergido
de una serie de luchas transversales que han ido mostrando los temas de la
descentralización, el derecho a la diferencia cultural, los poderes de casta y
género, el balance ecológico, los derechos tribales sobre la tierra, la lengua
y la cultura, y el combate a la intrusión del mercado en la vida cotidiana;
la consecuente reducción de la libertad a la mera opción consumista, la
estandarización forzada de la cultura buscada por las fuerzas capitalistas y
comunales, la valorización de la competencia, la supresión de la autonomía,
el sutil imperialismo del mundo unipolar con el despertar de la globali-
zación y la amnesia cultural impuesta al pueblo indio sobre sus gloriosos
intelectuales y tradiciones artísticas y sus formas únicas de conocimiento y
respuesta al mundo. Las tendencias individualistas de algunos modernistas
comenzaron a ser cuestionadas y las nuevas identidades colectivas forjaron
una nueva literatura de oposición y una estética de la resistencia comenzó a
evolucionar en casi cada lengua de la India.
La poesía refleja esas identidades colectivas emergentes a través de di-
versas expresiones y modos de articulación. Una de esas colectividades está
formada por los poetas que comparten una profunda preocupación social,
aun cuando difieren en sus objetivos ideológicos. Hay un amplio espectro
de disidentes que son democráticos pero que encuentran el sistema actual
inadecuado para reflejar las aspiraciones de la gente común. Éstos incluyen
a los gandhianos, los seguidores de Ram Manohar Lohia y M. N. Roy y a
comunistas de diferentes denominaciones y humanistas liberales de diversas
tonalidades. Todos ellos reconocen la existencia de inequidades de clase y
sueñan con una sociedad más igualitaria. Difieren de los viejos progresistas
en el uso de nuevos modos de poesía, algunos de los cuales fueron intro-
ducidos por los modernistas: ironía, humor negro, verso libre, prosa en
diferentes tonos, imágenes frescas, surrealistas y nuevas formas como el
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poema secuencia, ciclos poéticos, el poema extenso, la lírica extendida y
otros. En resumen, comparten la visión socialista de los progresistas y la
sensibilidad contemporánea de los modernistas. Su poesía está también ins-
pirada por una conciencia de la complejidad de la vida en nuestros tiempos,
así como por su propia experiencia urbana. La poesía de Raghuveer Sahai,
Dhoomil, Sarveswar Dayal Saxena, Vijay Narayan Sahi, Kunwar Narain, Ke-
darnath Singh, Vinod Kumar Shukla, Manglesh Dabral, Rajesh Joshi, Arun
Kamal, Vishnu Nagar, Riruraj, Asad Zaidi y muchos otros de la generación
más joven pueden ser citados como ejemplos del hindi, así como poetas de
otras lenguas como Jagtar, Pash o Surjit Pather en panyabí; Chandrasekhara
Kambar o P. Lankesh en canarés; Bishnu Dey, Samar Sen o Subhash Mukho-
padhyay en bengalí; J. P. Das o Jayanta Mahapatra en oriya; Narayan Surve
o Chandrakant Patil en maratí; Mafat Oza, Chinu Modi o Sarup Dhruv en
gujarati; Ali Sardar Jafri o Javed Akhtar en urdu; Kadammanitta Ramakrish-
nan, K. Satchidanandan o K. G. Sankara Pillai en malayalam; Siva Reddy o
Varavara Rao en telugu, para citar unos pocos ejemplos. Algunos de estos
poetas, como Kadammanitta y Kambar, han redescubierto el idioma folcló-
rico con frescos matices, mientras ciertos poetas maoístas, como Subbarao
Panigrahi, Cherabanda Raju, Saroj Dutta, Murari Mukhopadhyay, Gaddar y
Civic Chandran, han creado un nuevo simbolismo que marca la llegada de
un romanticismo revolucionario. Muchos de estos poetas han creado un
lenguaje concreto, agudo, irónico, no sentimental, para expresar su disgus-
to por el sistema. Veamos a Pash, el poeta panyabí: «No, no pienso ahora /
en cosas tales / como los finos tonos del rojo / cuando el sol se pone en la
villa / tampoco me importa cómo se siente ella / cuando la luna brilla sobre
el umbral /en la noche. / No, no me preocupo ya por esas nimiedades»
(«No, I am not Losing My Sleep Over»). Dhoomil dice: «Un hombre / am-
puta el cuello de otro / desde el torso / como un mecánico quita una tuerca
/ de un tornillo / Tú dices: Es asesinato. Yo digo: Es la disolución de un
mecanismo». Lleva a sus lectores «al territorio de la poesía / a lo salvaje del
lenguaje / donde la cobardía ha huido / tirando revólver vacío / y el desafío
se ha adelantado / a aquella oscuridad». En «Veinte años después» pregunta:
«¿es la libertad sólo el nombre / de tres colores cansados / arrastrados por
una simple rueda?».
Otra comunidad figurada es la de las poetas que han emergido con fuer-
tes inclinaciones feministas en las tres últimas décadas en diversas lenguas
indias. Aunque la India tiene una tradición de poesía de mujeres que se
extiende desde las monjas budistas del siglo vi antes de Cristo, pasando por
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las poetas del bhakti como Akka Mahadevi, Meerabai, Andal o Lal Ded, hasta
autoras de la última generación, como Mahadevi Varma y Balamani Amma,
la poesía conscientemente comprometida con la causa de la emancipación
de la mujer que toma el género como el principio de organización de la ex-
periencia y el cuerpo como asunto central para su lenguaje es más bien un
fenómeno nuevo. Puede decirse que ha empezado con poetas como Kabita
Sinha, Nabaneeta Dev Sen, Amrita Preetam y Kamala Das y que ahora tiene
muchas voceras, de Eunice D’ Souza, Rukmini Bhaya Nair, Arundhati Su-
bramaniam, Menka Shivdasani y Sujata Bhatt, en inglés, a Mallika Sengupta
en bengalí, Pravasini Mahakud en oriya, Pratibha Nandakumar en canarés,
Tarannum Riaz en urdu, Manjit Tiwana en panyabí, A. Jayaprabha en té-
lugu, Kanimozhi en tamil, Anuradha Patil en maratí, Anamika en hindi o
Savitri Rajeevan en malayalam, y muchas otras representadas en antologías
populares como la de Arlene Zide, In Their Own Voice, o la de Susie Taru and
K. Lalita, Women Writing in India: From the 6th Century to the Present, además
de colecciones y antologías individuales en diferentes lenguas. Estas poe-
tas desafían las normas del discurso falocéntrico, interrogan los cánones
patriarcales y tratan de forjar expresiones adecuadas para las experiencias
específicamente femeninas de dolor, soledad, deseo y placer. Pero la poesía
de las mujeres no es monolítica, sino que tiene espacio suficiente para las
variaciones regionales, genialidades específicas del lenguaje, tradiciones di-
versas, una amplia variedad de formas y diferentes aproximaciones a la ex-
periencia. Por ejemplo la poesía de las mujeres urbanas musulmanas, como
Mallika Amar Seikh o Imtiaz Dharker, exiliadas como Panna Naik o (des-
pués) Meena Alexander, o dalit como Prajna Lokhande o Hira Bansode, que
reflejan su propia experiencia específica de comunidad con el más amplio
marco de la poesía de las mujeres. Ellas se han dado cuenta, con Eunice D’
Souza, de que «las historias que conocen no sirven para ser publicadas» y de
que «el libro perfecto es un largo llanto en la oscuridad».
La poesía dalit se ha vuelto parte del mainstream en canarés, maratí y
gujarati y ha arrancado fuerte en panyabí, tamil, telugu y malayalam. No es
ya más sólo una expresión de la desesperación y la indignación de las comu-
nidades dalit que han sido relegadas al fondo de la jerarquía de la casta por
más de treinta siglos, sino una afirmación de los valores dalit y del derecho
de la comunidad de exigir todos los privilegios que la democracia ofrece al
pueblo. El movimiento ha dado una poesía extremadamente innovadora,
como Namdeo Dhasal en maratí, mientras se ha enriquecido con las contri-
buciones de los aciertos de poetas como Siddalingaiah en canarés, S. Jose-
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ph, Raghavan Atholi, M. R. Renukumar y M. B. Manoj en malayalam; Sivsa-
gar, J. Gautam, Maddoori Nageshbabu, Paidi Thereshbabu y Satish Chander
en telugu; Anpathavan,Yakkan, Bharati Vasanthan, Puthiya Matavi e Idaya-
vendan en tamil; Soorajpal Chauhan, Rajnee Tilak, Om Prakash Valmiki,
Mohandas Naimishrai, Susheela Taksore, Asang Ghosh y Kusum Meghval
en hindi; Gurdas Alam, Sant Ram Udasi, Manjit Khader y Lalsingh Dil en
panyabí, sin hablar de poetas maratíes como Arjun Dangle, Daya Pawar, J.
V. Powar, Arun Kamble, Arun Kale, Sharan Kumar Limbale, Prakash Kharat,
Arun Chandra Gavli, Dinkar Manwar, Mahendra Bhavre, Asha Torat, Meena
Gajbhiye, Urmila Pawar, Jyoti Lanjewar y Kumud Pavade, y de poetas gu-
jaratíes, como Harish Mangalam, Jayant Parmar, Yoseph Macwan, Mangal
Rathod y Kisan Sosa, para citar sólo unos pocos nombres. Los poetas da-
lit han creado su propia estética, que frecuentemente va en contra de los
mandatos de las poéticas tradicionales, usando expresiones que solían ser
evitadas por ser gramya (rústicas), chyutasamskara (culturalmente corruptas)
y asleela (obscenas), y que cuestionan reglas como la dhwani (sugerencia) y la
ouchitya (propiedad). Ellos han traído a la poesía un nuevo, rico y completo
léxico con dialectos comunitarios, jerga, lenguaje callejero y expresiones y
usos poco conocidos. Han redibujado el mapa de la literatura india, des-
cubriendo y explorando un continente completo de experiencias hasta en-
tonces dejadas en el silencio y la oscuridad. Los escritores dalit han incluso
superado la paralización que amenazaba a muchas literaturas a través de una
renovación liberadora, perturbando la complacencia de los grupos sociales
dominantes, retando la moral establecida y las formas convencionales de ver
la realidad y al forzar a la comunidad a remodelar sus herramientas críticas
y a observarse a sí misma críticamente. En este intento, los poetas han re-
visado mitos y releído la épica desde las perspectivas de un Sambooka o de
un Ekalavya, subvirtiendo así las nociones de clase media de la poesía y de
la poética del lenguaje.
Junto con los dalit, las comunidades tribales de la India también han
despertado y han comenzado a exigir sus derechos sobre la tierra y la vida al
rescatar su historia de la amnesia. Se han dado cuenta de que fueron los pri-
meros poetas, los poetas filósofos, los primeros cosmólogos, los primeros
campesinos, los primeros creadores de mitos y los primeros artistas y los
primeros científicos. Los Vedas, los Upanishads y la épica fueron creados por
las tribus ancestrales. La historia de la humanidad también ha sido la histo-
ria de su marginalización y alienación del llamado mainstream. También tie-
nen una historia de luchas contra invasores extranjeros; los bhil de Guyarat,
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los kurichya de Kerala y los santal de Bihar fueron los primeros en combatir
el dominio británico. Es extraño que héroes como Birsa Munda, Siddhu
Kanhu, Chand Bhairav, Thilak Majhi, Tantiya Bhil, Khajya Nayak y Rumalya
Nayak no tengan un lugar en las historias oficiales. Vinayak Tumram ha defi-
nido a la nueva literatura tribal como «la verbalización del dolor primario de
la vida mutilada de los adivasis». La nueva escritura tribal se opone al sistema
varna que los expulsó de la sociedad y defiende el ideal de una sociedad igua-
litaria, no jerárquica, no explotadora y no violenta. Prakriti, sanskriti e itihas
(naturaleza, cultura e historia) inspiran igualmente su escritura y celebran
los valores tribales positivos de la camaradería, el compartir y la preocupa-
ción por la naturaleza. Ademán del santali y el bodo, que han conseguido
recientemente el reconocimiento oficial en la constitución, lenguas como el
bhili, el mundari, el gondi, el garo, el gammit, el bhartari, el mizo, el lepcha,
el garhwali, el pahadi, el kokborok, el tenydie, el adi y el ho han producido
mucha escritura nueva que se conecta con las tradiciones orales específicas
a través de su imaginación mitopoética y es incluso así distintivamente con-
temporánea. Anil Bodo, Ramdayal Munda, Nirmala Putul, Mamang Dai,
Paul Lingdoh, Kympham Nongkinrih, Bhujang Meshram y Vinayak Tumram
son sólo algunos de estos campeones de la nueva escritura tribal de disenso
y reivindicación.
Los escritores nativistas o desivadi han celebrado el pluralismo cultural y
cuestionado los cánones hegemónicos del mercado y de los revivalistas que
buscan crear una India que se ajuste a sus proyectos. Sienten que el federa-
lismo geopolítico y lingüístico está siendo socavado en las prácticas cotidia-
nas de gobierno y reafirman la necesidad del multiculturalismo y la hetero-
glosia que han definido la cultura india a lo largo de las eras. Los intentos
de los poetas bandaya en canarés, como Chandrasekhara Patil, P. Lankesh y
Siddalingaiah, para recuperar la memoria cultural de los sudras; la desans-
critización del malayalam, perseguida por poetas como M. Govindan, N.
N. Kakkad y Attoor Ravivarma; el empleo consciente de dialectos locales
de diversos poetas en malayalam y telugu; el uso de la historia local, arque-
tipos provinciales, mitos y naturaleza en Kadammanitta Ramakrishnan, K.
G. Sankara Pillai, P. P. Ramachandran o Rafeek Ahmed en malayalam, Arun
Kolatkar en maratí o Kanji Patel en gujarati; el uso de la oralidad y la evo-
cación de la vida rural en el uttar-adhunik bengalí de poetas como Anuradha
Mahapatra, Ekram Ali y Amitabha Gupta («las raíces están profundas en el
suelo, las sofisterías gritadas no son sino una invocación desesperada», dice
Birendra Chattopadhyay); la deliberada afirmación de la tradición tamil y la
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identidad en poetas como Jnanakkoothan, Manushyaputran, Vallikkannan,
Pasuvayya y otros; la construcción de una identidad específicamente panya-
bí de poetas como Gul Chauhan, Surjit Pather, Minder, Swarjbir, Mohanjit,
Jaswant Deed y otros; el retorno al bhakti para iniciar un discurso espiritual
contemporáneo en poesía como la de H. S. Shivaprakash, S. R. Ekkun-
di o Dilip Chitre; la evoación de la historia maithei y el paisaje manipuri
por parte de poetas manipuri como Y. Ibomchasingh, Thangjom Ibopishak,
Mouchambi Devi y Saratchandra Thiyam: todos éstos son fuertes intentos
de recuperar matices regionales en el mapa cultural de una India que se está
volviendo cada vez más monocroma bajo las presiones de las fuerzas del
mercado, así como de los teócratas hindúes.
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Todos ellos aprendieron mucho de las prácticas europeas de Antonin Ar-
taud, Adolphe Appiah, Stanislavsky, Ionesco, Anouilh y muchos otros, pero
fueron capaces de integrar su conciencia de lo nuevo con una profunda
comprensión del drama indio, así como de las técnicas teatrales. Hay ahora
toda una nueva generación de escritores y activistas teatrales en escena, lu-
chando por dramatizar las nuevas tensiones de una India globalizada.
La crítica literaria india ha tratado de comprender e interpretar los nue-
vos cambios de diversas maneras. En el proceso, ha extendido el alcance de
las teorías críticas tradicionales disponibles en sánscrito, tamil y canarés,
creando variantes indias de orientaciones occidentales como la mitocrítica,
la crítica arquetípica, la nueva crítica semántica, fenomenológica, semioló-
gica, estructuralista, psicoanalítica y formas de análisis marxista, además de
orientaciones postestructuralistas, como la deconstrucción y las teorías de
la recepción, y, por supuesto, crítica postcolonial, a menudo inspirada por
Edward Said y Homi Bhabha. Algunos críticos, como Bhalchandra Nemade
y P. K. Balakrishnan, han tratado de desarrollar modelos indígenas basados
en principios derivados de la práctica literaria respectiva en maratí y en
malayalam.
Una forma de observar el desarrollo de las literaturas de la India des-
pués de la Independencia es verlas como una serie de intentos de lucha
contra la situación postcolonial. Los paradigmas han sido probados y des-
echados, las comunidades se han imaginado y disuelto, las tradiciones han
sido construidas y deconstruidas, los principios de unidad y diferencia han
sido reclamados alternativamente, la presencia de Occidente es reconocida
y rechazada, los conceptos y modelos europeos radicales se alternan con un
retorno a las raíces indígenas, los elementos clásicos y elementos folclóricos
de la herencia —lo que A. K. Ramanujan llama «la gran tradición» y «la
pequeña tradición»— se exploran por turnos: incluso la escena actual está
ansiosa con la dialéctica de la descolonización. Nuestra creatividad ha sido,
pues, dialógica, debido a que le viene bien a la «India argumentativa» y a un
discurso literario marcado por la negociación de una heterogeneidad nece-
saria, por una concepción de la identidad que vive a partir de la diferencia
y la hibridación, una continua negociación entre «el yo» y «el otro» usando,
para emplear el concepto foucaultiano, diferentes «tecnologías del yo» l
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Escritura
Anita Thampi
Bañándome,
el agua se detuvo
de pronto
Silbando,
el agua en la tubería oxidada
se detuvo
Goteando,
el cuerpo se estremeció,
desnudo
Estirándose
a través de la ventana
sus dedos,
un viento tembloroso
Por un momento
sentí como
si tuviera frío.
Y salió volando
la prenda
de la humedad.
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Cubierta
con un verano silvestre
olvidé
la modestia.
De la memoria
se escribe
en el cuerpo
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Moradas
Anvar Ali
P rimera : L luvia
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Para que sigas recostada cómodamente
yo le pondré nombre al departamento que no hemos comprado.
A mis apuros en la lucha por la supervivencia
tú les deberías poner unos pinches nombres empresariales.
T ercera : V iento
El viento es un terreno
hay ciertos árboles indomables en él.
Incluso en sus pequeñas ramas
se extienden hongos, hojas, pájaros, osos y personas
que comen y cagan, colgados y sentados.
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Muerte y funeral
de la hermana
Alphonsa
Paul Zacharia
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Cuando despertó, estaba en su cuarto de enferma. No había nadie
ahí. Su cama estaba cubierta con una nueva sábana blanca. Encima
había un rosario, acomodado en forma de corazón, y junto a él des-
cansaba una sola rosa. Todo tan limpio, ¡tan hermoso! Se rio de lo bien
que se veía su habitación. Acarició su camita para renovar la memoria
de sus manos, y voló sobre ella mientras susurraba: Oh, mi camita, mi
amiga, por tanto tiempo soportaste mi cuerpo enfermo. Que el próxi-
mo que duerma en ti no sea enfermizo. Que tu carga sea más ligera.
Repentinamente sintió la necesidad de verse una vez más. El cuer-
po que me hacía una mujer fue lo que abandoné primero. Sin embar-
go, vino conmigo hasta tan lejos, siempre sintiendo dolor, siempre
dando dolor. Mi amado, dijo Alphonsa a su cuerpo, no te he besado
siquiera una vez. Tampoco te he visto completo. Cuando pensó en la
soledad de su cuerpo en su muerte, una ola de tristeza rompió dentro
de ella. Se dejó arrastrar por el sueño de nuevo.
Cuando recuperó la conciencia, frente a ella yacía la sombra del
jardín proyectada por ramas de diversas plantas y sobre todo por ho-
jas de baniano. Su gallina favorita cacareó ansiosamente y llamó a
sus polluelos. Éstos corrieron para adherirse a las patas de su madre.
Entonces Alphonsa escuchó también el sonido que había asustado a
la gallina: el repiqueteo de una campana. Paseó con la mirada por el
patio. Del otro extremo, en la veranda del convento, su procesión fú-
nebre estaba casi lista para partir.
El que hacía sonar la pequeña campana era Kuria (quien a menu-
do le había pedido que rezara por él para que pasara el examen de
matemáticas). La movía de izquierda a derecha. Estaba parado en el
verdadero jardín, que iluminaba el sol, y tañía la campana sin cesar:
talán... talán... Alphonsa sonrió. Entonces viniste a hacer sonar la cam-
pana por mí, ¿no es cierto, Kuria? Acarició su rostro sudoroso con un
viento. De pronto sintió el impulso de hacer sonar la campana ella
misma, pero recordó sus votos y se controló.
Cuando vio salir a Kunjamma y Thresia (las ayudantes de la coci-
nera) sosteniendo la cruz de madera y la sombrilla negra, Alphonsa
se conmovió hasta lo más profundo de su ser. Las manos que me ali-
mentaron en vida sostienen ahora mi cruz y mi sombrilla fúnebres.
Besó esas manos con tristeza y agradecimiento. Después, llorando, se
aferró a sus dedos.
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Pero cuando vio quiénes cargaban su ataúd, su aflicción se des-
vaneció. Tímida y feliz, soltó una risa minúscula como una semilla de
mostaza. ¡Oh! ¡Si son mis hermanas las que me cargan personalmen-
te al cementerio!. Desbordada de afecto, se acercó más a ellas. Mis
amigas, ¿cómo puedo agradecerles su amor? Alphonsa sonrió. ¿Estoy
muy pesada, hermanas? ¡Se cansarán y me tirarán antes de ll `egar al
cementerio! Se abrió camino entre las portadoras de su féretro y les
preguntó: ¿Debería ayudarlas a cargarme?
Vio a su padre, a su hermana y a sus hermanos. Voló entre ellos, tocó
a cada uno. Mi achachan2, mi chechi,3 mis hermanos, ¡aquí está el beso
de Annakutty para ustedes! Compartan mi felicidad, no lloren. Miró en
los ojos cansados de su padre. Achachan, sonríe tú también, ¿quieres?
Se sobresaltó al escuchar de improviso su propia voz: «Mi querido
chetta,4 ese viejo paraguas que tenía se rompió la semana pasada...».
Alphonsa miró atónita a su alrededor. ¿Quién es ésta? ¿Hay otro Yo
aquí? ¿Otro Yo que no está muerto todavía?
Escuchó que su voz seguía hablando: «Ahora ando por ahí sin para-
guas. Aunque éste es un lugar montañoso, lluvioso y frío...».
La memoria se revolvió en su interior como una neblina. Ella reco-
noció sus propias palabras y miró con remordimiento a su hermano
mayor, que estaba parado detrás del ataúd. Dijo con tristeza: Mi más
querido hermano, te causé muchas molestias cuando te envié esas
cartas para pedirte dinero, ¿no es cierto? ¡Qué lástima! No debí temer
a la lluvia. Querida hermana lluvia, pude haber dicho, no tengo para-
guas. Y me hubiera empapado.
Escuchó su voz de nuevo.
«Como la escuela está un poco lejos, el trayecto se vuelve pesado
cuando se recorre sin paraguas. La última vez que achachan vino, le
conté que se me había roto. Tal vez no pudo conseguirme uno nuevo
y quizá por eso no he recibido noticias de él».
Alphonsa miró a su padre con insoportable pena. Mi achachan,
también te causé muchas molestias. Aunque había dejado la casa para
siempre, seguía aferrándome a todos ustedes con una mano. ¡Por fa-
vor, perdónenme!
2 Padre.
3 Hermana mayor.
4 Hermano mayor.
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«Entonces, chetta, si pudieras darme dinero para comprar un pa-
raguas, estaría muy feliz. Porque la carretera está muy agrietada y es
difícil caminar junto a otra persona para colarme bajo la protección de
su paraguas. Si puedes, por favor mándame al menos cinco rupias».
Alphonsa lloriqueó mientras besaba las mejillas de su padre y de su
hermano. Después, fatigada, se hundió en la estrella de papel platea-
do que había sobre su féretro.
La procesión comenzó a moverse. Alphonsa acompañó su cuerpo
al cementerio. Kuria tenía una expresión ausente y sacudía la campana
como un sonámbulo: talán... talán... Alphonsa se sintió adormilada de
nuevo, pero esta vez reunió toda su fuerza para alejar el sueño. ¿Está
bien dormirme en mi propio entierro?
Cuando la gente dejó los jardines del convento, una leve llovizna
entró, cayendo a través de la luz caliente del sol. Las aflicciones de
Alphonsa desaparecieron. ¡Shooo!, dijo. ¡Ah, lluvia!
Al escuchar el tamborileo en la tapa de su caja, recordó cómo solía
sentarse en la veranda de su cuarto de enferma. Desde ahí estiraba los
brazos hacia afuera y extendía las manos para poder sentir las gotas.
Soltó una carcajada y se dejó mojar. ¡Ya no necesito paraguas! ¡Tampo-
co volveré a caer enferma! ¡Ya no necesito dinero! ¡Shooo!
La llovizna cesó. La procesión cruzó la carretera pública mientras
una húmeda bruma que se alzaba del suelo elevaba consigo el olor de
la tierra.
Fue entonces cuando la hermana Alphonsa vio al padre Romulus.
Se quedó parada, mirándolo fijamente con culpa y júbilo a la vez. Mi
querido padre, ¿cómo no te había visto? La felicidad la llenó. Saltó ha-
cia él y le dijo: Sabía que no te perderías mi funeral. Pero no te vi por
concentrarme sólo en mis preocupaciones. Sopló las gotas de sudor
que caían sobre su frente y agregó: Padre, ahora todo está bien con
mi funeral.
Le preguntó: Padre, ¿escucharías la confesión de una persona
muerta? Si no, ¿con quién me confesaré ahora? ¿O no pecaré más?
¿Ya no tendré miedos y tribulaciones? ¿Quién me aconsejará ahora?
La hermana susurró en los oídos del sacerdote: Oh, maestro querido
a mi conciencia, ¡Umma! ¡Umma!
Aunque lo intentó, no pudo contener su deseo de contar el número
de personas que conformaban su cortejo. ¡Buen Dios! Hay dieciocho
dolientes. Contándome a mí, diecinueve. Contándome a mí dentro del
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ataúd, ¡veinte! ¡Jaja! Tantos han venido a plantarme como semilla de
arroz en el suelo húmedo de una fosa recién excavada en el nuevo ce-
menterio. Sin poder contener su felicidad, dijo a su cuerpo: No temas,
pequeña, vas a entrar en tierra fresca y rica que ha nutrido mangos,
pimientas, bananas, jacas y camotes.
Mientras el cortejo subía los escalones que llevaban a la iglesia, las
portadoras jadeaban y sudaban. Alphonsa exclamó, preocupada: Mis
queridas hermanas, ¿qué debo hacer? ¡Sigo siendo una carga, siem-
pre! Por favor perdónenme una última vez.
Cuando lo colocaron dentro del templo, Alphonsa fue a despedirse
de su cuerpo. Bajo el forro negro del ataúd, que ahora se alzaba sos-
tenido en sus cuatro esquinas por patas similares a las de una mesa,
vio su propia cara. Estaba pálida.
Parecía como si se hubiera quedado dormida de improviso. ¿No
sabes que has muerto?, preguntó a su cuerpo. Sus dientes superiores
estaban a la vista porque sus labios habían retrocedido ligeramente.
Alphonsa sintió ganas de juntarlos para ponerlos como deberían estar.
Pequeña, ¿no debieron cerrártelos cuando moriste como hicieron con
tus ojos? Y entonces besó esos párpados, esos labios pálidos y esa
frente expuesta. ¡Umma! ¡Umma! ¡Mi querida Annakutty!
Fue entonces cuando notó una hebra de gris en el cabello que se
ocultaba detrás de su oreja. Se sorprendió. ¡Buen Dios, he encaneci-
do! ¡Con sólo treinta y seis años! Un relámpago de tristeza la atravesó.
Lo dejó pasar. Abrazó su cuerpo y dijo: No importa, querida. No im-
porta. Ahora, no nos importa nada.
El padre Romulus terminaba su panegírico.
«Bendito sea el convento en que ella vivió. Bendita sea esta aldea,
Bharanganam, donde su cuerpo sagrado es puesto a descansar».
Alphonsa sonrió con timidez. El padre está diciendo todo esto por
afecto hacia mí. ¡Padre!, clamó, cuando me plantes en la tierra revuel-
ta y fresca del cementerio, riégame con amor. Daré abundante cose-
cha. Como los tallos de grano, danzaré con el viento. Maduraré bajo
el sol y esperaré la recolección.
Nuevas manos vinieron para ayudar a las portadoras exhaustas a
cargar la caja. El cortejo se movió del fresco interior del templo al
patio repleto de aire y luz del día. Alphonsa vio la tierra roja que ha-
bía quedado amontonada a los lados de la fosa como una pequeña
cordillera. ¡Qué bonito!
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Las hermanas bajaron el féretro al suelo cerca de la tumba. Llora-
ban. Achachan lloraba. El padre Romulus se enjugaba el rostro. Al-
phonsa sintió un dolor tormentoso crecer en su interior. Llorando tam-
bién, se movió nerviosamente como un plateado rayo de sol entre los
que se lamentaban por ella y besó cada una de sus lágrimas.
El entierro había terminado. Alphonsa se quedó parada viendo
cómo se dispersaban los dolientes. Por fin, ella y su tumba se que-
daron solas. Examinó las flores y las velas colocadas en los seis pies
de largo que ocupaba el montón de tierra que era ahora su tumba.
Sonrió.
Y entonces, justo antes de derretirse en la luz del sol, Alphonsa
miró hacia el cielo azul y las nubes y exclamó: ¡Oh! ¿Ahora quién me
mostrará el camino al cielo? l
Nota:
El autor reconoce y agradece al libro Alphonsammayude Likhithangal (Escrituras
de la hermana Alphonsa), compilado por la reverenda Damianos, por las citas de la
carta escrita por la hermana Alphonsa y también por los fragmentos del discurso
del padre Romulus que se incluyeron en la historia.
La Hermana Alphonsa (1910-1946), nativa de Kerala, fue canonizada en 2008.
Su tumba está en Bharananganam, en el distrito Kottayam, en Kerala, India.
Annakutty fue el nombre dado a la hermana Alphonsa cuando tomó sus votos.
El padre Romulus fue el guía espiritual y confesor de la hermana Alphonsa.
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Una afectuosa
esperanza
Manthri Krishna Mohan
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Y si el otoño de dos meses comienza
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¿Dónde
está mi casa?
Mukunda Rama Rao
Era una noche helada. Una y otra vez, el viento gélido nos punzaba las orejas. A
pesar de que usábamos suéter, estábamos temblando. Nos sentamos en la sala,
después de cerrar ajustadamente las puertas y ventanas.
Hay muy pocos programas de tele que nos gusten a los dos. En un canal,
había un concurso de cantantes aficionados. Todos los chicos eran buení-
simos. Nos había absorbido tanto que olvidamos incluso cenar.
De pronto, el timbre de la puerta nos sobresaltó. ¿Quién podía ser,
tan avanzada la noche? Nos miramos uno al otro, sorprendidos y también,
preguntándonos tácitamente quién se levantaría para abrir la puerta. A
esa hora, la reja de la calle debía estar cerrada con llave, no había forma
de que un extraño hubiera entrado, así que seguramente era un vecino de
los pisos de arriba. Asumiendo esto, abrí la puerta... la reja estaba abierta.
Un hombre de mediana edad, un niño (que parecía ser su hijo) y un
anciano estaban al otro lado del umbral.
—¿Me recuerdas, Raoji? Fuiste a nuestra casa una vez —dijo el primer
hombre.
Cuando dijo que había ido a su casa, ¿cómo iba a responderle «no lo
recuerdo»? Después de ver mi cara inexpresiva, empezó a dar detalles, es-
perando que ayudaran en algo:
—Tu amigo Sridharji, que vive en nuestra calle, te llevó a mi casa. El
lugar te gustó mucho. Ahora que veo tu hogar, me doy cuenta de por qué
querías que tu esposa viera el nuestro. También yo debería traer a mi es-
posa a que viera tu casa. Las dos parecen interesadas en el diseño de inte-
riores, un gran pasatiempo. Con ustedes dos iba alguien más, no recuerdo
su nombre. Escribía poemas en francés y los llevó con él, porque supo que
mi esposa es experta en ese idioma.
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Mientras él buscaba qué más decir, lo recordé:
—¡Ah, eres Suriji! ¡Disculpa que no te haya reconocido de inmediato!
Hace tanto que visité tu casa. Como fue esa vez solamente, lo había olvi-
dado. Por favor, no vayas a tomarlo a mal. ¿Qué les trae aquí, a esta hora
de la noche?
La cara de mi esposa se había iluminado cuando lo escuchó mencionar
el diseño de interiores.
—Déjalos entrar. Los detuviste en la puerta —dijo ella—. Vengan, pa-
sen... afuera hace frío y hay mosquitos.— Los llevó hacia dentro y cerró la
puerta.
Cuando ya todos estábamos sentados, Suriji dijo:
—Traje a mi hijo para que nos acompañara... necesitaba venir a tu casa
para hablar de este hombre.
—Continúa... ¿quién es él? —pregunté, mirando al viejo.
—Para allá voy... según recuerdo, me dijiste que trabajabas en una em-
presa de software.
—Seguro, pero hace casi cuatro años que me retiré... Dime, ¿cuál es el
problema?
—Nada grave. Tampoco sé quién sea este anciano. Llegó a nuestra casa
hace una hora y tocó a la puerta. Cuando le preguntamos a quién buscaba,
sólo repetía: «Nuestra casa, ésta es nuestra casa». Le dijimos que no lo era
y me puse a indagar dónde vivía y demás... Todo lo que encontré fue que
salió de su casa para comprar medicinas y no pudo encontrar el camino
de vuelta. Iba de casa en casa. ¡Cuántas puertas debe de haber tocado,
cuánto tiempo llevaba haciéndolo! Qué triste. Su hijo trabaja en la Satyam
Company, donde tiene un puesto de alto nivel y se llama Ramabrahmam.
Es todo lo que ha sido capaz de recordar. Lo traje aquí, pensando que tal
vez podrías conocer a Ramabrahmam. O, aunque no lo conozcas, puede que
conozcas a alguien que trabaje en Satyam y viva cerca de aquí.
Lo entendimos. Durante unos momentos, mi esposa y yo fuimos incapa-
ces de decir algo. Nos asombró que Suriji se hubiera tomado tantas moles-
tias para ayudar al anciano que había perdido el rumbo.
—Estuvimos deambulando en mi coche por todas las calles que él iba
mencionando, sin ningún resultado. No sabíamos qué más hacer. Como
último recurso, llegamos aquí. Si podemos, de alguna forma, lograr que
regrese a su casa, habrá valido la pena.
Escuchaba a Suriji mientras, de tanto en tanto, miraba de reojo la tele.
Eso le molestó a mi esposa y fue a apagarla.
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—Los empleados de Satyam que conozco no viven cerca de aquí —ape-
nas había terminado de decirlo y empezaba a pensar en otra forma de so-
lucionarlo, cuando mi esposa me recordó que el hijo mayor de su hermano,
Raju, había trabajado ahí mucho tiempo.
Cuando encontramos el número de Raju y le hablamos, una grabación
nos avisó que su teléfono estaba apagado.
Día con día, la ciudad ha cambiado hasta volverse irreconocible, inclu-
so para alguien tan familiarizado con ella, como yo. Si ese anciano había
pasado un tiempo fuera y acababa de regresar, no era extraño que ahora
se hubiera perdido.
—Hagamos esto, Suriji: tratemos de averiguar más información sobre su
hijo —luego, me volví hacia el hombre y le pregunté—: ¿Dónde vivía antes?
Nos dijo el nombre de una calle en Visakhapatnam, junto el número
del domicilio. Respiramos, aliviados. Ante mi pregunta de quién vivía ahí
actualmente, la respuesta fue que nadie. Me sentí desanimado.
Después de unos minutos, le pedí que me dijera todos los sitios en
los que había trabajado, a lo que me dio una larga y detallada respuesta,
con fluidez y sin pausas: unos años en el ejército, unos cuantos más en el
ferrocarril y después un tiempo en organizaciones no gubernamentales.
Sin saber por dónde seguir, se nos ocurrió que tal vez pudiera darnos
el nombre de amigos suyos o parientes, cercanos o lejanos. Nos mencionó
a varios, pero no podía recordar sus teléfonos. Entre los nombres, había
incluido el de un hombre, ya mayor, al que resultó que conocíamos.
Después de unas cuantas llamadas, logré por fin conseguir su número. Cuando
me respondió la llamada, lo puse al corriente de la situación. Irritado, me dijo:
—¡No tengo idea de quién sea el anciano que está en tu casa! ¡Me arrui-
naste el sueño! —y colgó con fuerza el auricular.
Mientras seguíamos con nuestros esfuerzos desesperados, mi esposa
empezó a preguntarnos, uno por uno:
—Puede que no todos ustedes hayan cenado aún. Tomen un té, al me-
nos. Y para ti, ¿té o café?
Padre e hijo respondieron que nada, de momento. El anciano no con-
testó. Mi esposa le dijo:
—Debería cenar. ¡Quién sabe cuánto tiempo lleve sin comer algo! Ha
estado dando vueltas por ahí en este frío, sin un suéter.
—¡Ah, no! Para nada, voy a mi casa y ahí voy a cenar. Me estarán espe-
rando con la cena. Sólo le voy a pedir algo: un vaso de leche tibia, con poca
azúcar —dijo el hombre.
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A mi esposa le encantó escucharlo y trajo la leche en menos de cinco
minutos. El viejo la bebió, saboreándola. Empezaban a llegar las llamadas
de casa de Suriji:
—No te preocupes, aquí está mi hijo. Vamos a encontrar a la familia de
este hombre y nos regresamos a la casa. Si tienes sueño, vete a dormir. No
te quedes esperando y preocupándote —dijo, con una voz suave.
Pensamos en llevarlo a la estación de policía, pero al final desisti-
mos, porque no creímos que fueran a tomar el asunto con la seriedad
necesaria. El tiempo seguía pasando y empezábamos a perder la calma.
En medio de la agitación, nos sorprendió notar que el viejo no parecía
alterado, ni mucho menos. Nos estábamos desviviendo por identificarlo,
pero él permanecía sentado, con una sonrisa imborrable, como si todo
aquello no tuviera nada que ver con él.
De pronto, Suriji recordó que, poco antes, había conocido a un policía
y propuso llamarlo.
—Veamos qué pasa. Si es un buen hombre, al menos podrá aconsejarnos
qué más hacer.
Respondió. Estaba de vacaciones. Nos pidió que dejáramos pasar unos
minutos y luego habláramos a un número que nos dio. En ese rato, él ha-
blaría con alguien que nos ayudaría. Nos aseguró que no había problema y
recuperamos la tranquilidad.
Tal como nos lo había pedido, esperamos un cuarto de hora e hicimos
la llamada. Lo que nos anunciaron nos llenó de júbilo: el hijo del viejo ya
había contactado a la policía. Nos indicaron que nos quedáramos ahí y en
poco tiempo llegarían a donde estábamos.
Decidimos que el hijo recibiría un buen reclamo nuestro, tan pronto lo
viéramos.
Una camioneta de la policía, y detrás suyo un coche particular, se de-
tuvieron en nuestra puerta, después de seguir las indicaciones que les ha-
bíamos dado.
Un hombre joven salió del coche y le ofreció ayuda a una mujer mayor
para bajar.
Apenas vio al viejo, la mujer rompió a sollozar, pero no hubo reacción
por parte de él. Parecía un niñito extraviado que era incapaz de hablar.
Después de que terminaron el papeleo y se aseguraron de que el viejo
era familiar de los querellantes, los policías se retiraron.
La angustia que habían sufrido la mujer y su hijo estaba dibujada con
toda claridad en sus rostros.
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—No sabemos cómo expresar nuestra gratitud a todos ustedes. No po-
dríamos agradecerles lo suficiente los esfuerzos que hicieron para que lle-
gara a casa a salvo, a esta hora de la noche, con este frío. Él ha sido muy
afortunado de haber llegado a las manos de personas como ustedes —dijo
su hijo, con los ojos húmedos, mientras sostenía mis manos.
—Tu agradecimiento debería ser para Suriji. Él es quien se puso a buscar
tu casa diligentemente, sin perder la paciencia. Como sea, no podemos en-
tender cómo es que dejaron a una persona de su edad salir sola. Lo menos
que podrían haber hecho era asegurarse de que llevara en su bolsillo un
papel con su domicilio y su teléfono —dije, un poco malhumorado.
—Pero, querido, ¿por qué íbamos a dejarlo solo así? —gimió la mu-
jer—. Incluso mientras lo estamos cuidando, como los párpados protegen
al ojo, nos asombra la forma en que se esfuma. Tengo fuertes dolores
en las rodillas y no puedo caminar mucho. Este chico se va a la oficina
por la mañana y nunca sabe a qué hora de la noche podrá volver. Y la
oficina no está cerca de nuestra casa, por cierto. Todos los días, llega
a casa fatigado. Y aun cuando está en la oficina, su mente está com-
pletamente enfocada en nosotros. Siempre que puede, nos llama para
averiguar, directamente de nuestra voz, si tenemos algún problema. Y
sus preguntas sólo logran irritar a este hombre. ¿Qué podemos hacer?
Lo que es peor, hace todo esto y luego no lo recuerda. A pesar de tantas
medicinas, no hay mejora. Por más que tomemos precauciones, nos mete
en un problema o en otro. Como lo dices, todos los días ponemos en su
bolsillo papeles con nuestros datos. Él los desgarra y los echa al bote de
la basura. Si trato de llamar a mi hijo, pocas veces lo encuentro: juntas,
seminarios, clientes... siempre una cosa o la otra, como él dice. Cuando
le pedimos que deje de tomarse tantas molestias por nuestra culpa, que
se busque una esposa y nos lleve a un asilo, nos para en seco: «No hables
de eso», y frunce el ceño. ¿Qué nos sugieren hacer? No hay descanso, ni
siquiera a nuestra edad —su voz empezó a quebrarse por el llanto y se
detuvo. No podía hablar más.
—Mamá, para ya, te lo pido. ¡Mira a mi papá, qué sereno está! Si no lo
encontramos, todo mal; si lo encontramos, todo mal. Señores, de nuevo,
nuestro sincero agradecimiento a todos. He tratado de encontrar a alguien
confiable que pueda cuidar a mi padre. También he consultado a espe-
cialistas para saber si es viable colocar un transmisor en su cuerpo, para
que podamos rastrearlo —siguió diciendo, y al mismo tiempo, trataba de
consolar a su madre.
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¡Quién habría podido decir algo, luego de conocer el otro lado de la
historia! Sentimos orgullo de ver a un hijo que, en esta época, se preocupa
tanto por sus padres y les dedica tantos cuidados.
Al notar los ojos adormilados de su hijo, Suriji nos avisó:
—Bien, creo que ya nos vamos.
Todos nos despedimos de él llenos de agradecimiento. Más que alegría,
la cara de Suriji irradiaba una tranquilidad absoluta. Cuando iba de salida,
le dijo al anciano:
—Por favor, cuida tu salud.
Hablamos unos minutos, de cualquier cosa, con la familia, nos despedi-
mos del viejo y volvimos a la sala.
Nos sentíamos satisfechos de saber que nuestra casa había sido el es-
cenario de una buena acción. Ni siquiera habíamos notado el frío o los
mosquitos durante el tiempo que duró.
Mi esposa dijo, vacilante:
—Si no te molesta, quisiera hablarte de algo.
—¿De qué se trata? —le respondí.
—Sólo si no te molesta —repitió ella.
—Puedes decirme lo que quieras —me había irritado un poco—. ¿A qué
viene todo esto?
—No es nada. Tu mamá también acostumbraba salir a pasear por la
calle. Arrancaba flores de casas, para robarlas, desde el otro lado de las
rejas que protegían los jardines. Todos ustedes salían a buscarla, hasta que
daban con ella, y la traían de regreso... ¿te acuerdas?
—Sí, sí... a veces, la encontrábamos con rasguños en los hombros, por
las espinas. Por eso le decíamos: «Mamá, ¿para qué quieres todas esas
flores? Hay flores en la casa. Y si no hubiera, podríamos ir a comprarlas».
Pero ella soltaba una risa extraña, como diciendo: «Vete de aquí, zoquete».
Hasta hoy, cuando veo a cualquier persona anciana recogiendo flores, re-
cuerdo a mamá —dije, ensimismado.
No contestó nada, como si no quisiera seguir con el tema. Pero pude ver
en sus ojos el miedo a que, con los años, yo también llegara a ser como el
viejo que nos visitó l
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Parando en
nada
José Lourenço
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Los toros temían a Bholu. Bholu temía a su esposa. En una me-
dida personalizada, según la tradición, ella nunca se dirigió a él por
su nombre. En cambio, ella dijo cosas como, «¿Ahora estás culpando
a los toros? ¡Hijo de puta perezoso! No puedo ganar. Arre, mira a
Chandu, un hombre tan inteligente. Sólo porque Chandu viene en
nuestra ayuda estamos bien».
Para evitar escuchar las arengas de su esposa, Bholu se levantó a
la mañana siguiente al amanecer, alimentó y preparó sus toros y se
fue con ellos al campo. Pero, una vez más, el arado no reaccionó bien.
Bholu removió la tierra del lado izquierdo del campo y luego la del
derecho. El área de enmedio permaneció intacta. Los toros simple-
mente se negaron a ir allá. Bholu ató sus toros a un árbol al borde del
campo y fue a la casa de su vecino en busca de ayuda.
La conversación fue breve:
—¡Oh Madhu! ¡Madhu!
Madhu salió de su choza.
—Por favor, préstame tus toros.
—¿Qué les pasa a tus toros, entonces?
—Nada. Los traeré de regreso pronto, dentro de dos horas.
—Tómalos, entonces.
Madhu se rascó la cabeza y volvió a entrar.
Los toros de Madhu conocían a Bholu y no tuvo problemas para
aprovecharlos; trotaron voluntariamente delante de él mientras los lle-
vaba hacia el campo. Pero cuando los condujo a la isla de tierra sin
labrar, comenzaron con un sonido espeluznante y también se mantuvie-
ron firmes a unos metros del lugar donde Bholu sólo podía ver el aire.
Un golpe con el palo no ayudó. Una patada en el trasero tam-
poco. Después de que Bholu los había abofeteado varias veces, los
toros retrocedieron lentamente y se fueron de regreso por donde
vinieron.
Bholu se rascó las flacas nalgas y reflexionó sobre la situación.
—¡Eh, Bholanath! —escuchó una voz familiar. Madhu vino, fu-
mando un bidi.
—¿Qué está pasando, bhai?
—No están dispuestos a hacer el medio.
—¡Hettt! Te mostraré —dijo Madhu—. Ehhh Kallyah... ehhh
Losnngya... ahurrrrr... ¡hirrrrrriaaaaahhhh!
Pero aunque Madhu bailaba y bailaba con sus toros de esta ma-
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nera, lo mismo se repitió. Entonces Madhu y Bholu se fueron a casa
rascándose la cabeza.
Esa noche, en la taberna del pueblo, Madhu compartió la historia.
Todos sentados con sus clavijas de feni tenían un comentario que
hacer.
—Debe de haber algo en el campo de Bholu...
—Arre, alguien debe de haber enterrado algo de oro allí...
—Algo está tratando de llegar a Bholu...
—¿La forma en que Chandu intenta llegar a la esposa de Bholu...?
—¡Cállense, tipos locos! —rugió Shembu, el brujo, desde una es-
quina oscura—. ¿De qué están hablando? ¿No ven lo que está suce-
diendo? ¡El campo de Bholu se encuentra en la frontera del pueblo!
Donde se cree que el Guardián vive.
Un silencio cayó sobre todos los presentes; intercambiaron mi-
radas preocupadas. Madhu incluso derramó un poco de feni en el
suelo, para apaciguar de antemano cualquier espíritu que quisiera
aparecer.
—Las cosas no van bien en el pueblo en estos días...
El brujo se puso de pie con los ojos muy abiertos y brillantes como
brasas de carbón.
——Hace sólo unas noches, mientras caminaba por el borde del
pueblo, vi una gran luz cegadora sobre los árboles.
—¡El Guardián puede convertir la noche en día...!
En la otra esquina, el viejo Bhikumam dijo, con una sonrisa entre
dientes:
—Arre, no hay nada allí...
—Tal vez el Guardián se ha enojado —dijo Shembu, sin prestar
atención al viejo—. Bholya, lo sorprendiste al ofrecer esto.
Bholu sacudió la cabeza. No había suficiente gachas para mojar sus
estómagos en casa, ¿de dónde sacaría toddy y bakri para el sur-rontt?
La noche continuó. Para cuando salieron de la taberna, tropezan-
do y chocando con las jambas de las puertas y entre sí, todos acorda-
ron que deberían hacer algo con el problema de Bholu. Esa noche se
colocó una ofrenda de toddy, pan grueso e incienso al pie del árbol
del Guardián del pueblo.
La noche siguiente, los aldeanos acompañaron a tres parejas de
toros al campo. Uno tras otro, los toros y los aldeanos maniobraron
y se esquivaron por el campo como jugadores de futbol. El siniestro
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parche de tierra de unos diez a doce pies de ancho permaneció in-
tacto; ninguno de los toros pondría ni la sombra de una pezuña allí,
¡aunque Shembu, el brujo, había rezado en el lugar durante una hora
entera!
Los aldeanos regresaron a casa, muy desconcertados. Cuando
Bholu se acercó a su casa, Chandu, el jefe de la aldea panachayat,
salió desde adentro. Justo detrás de él vino la esposa de Bholu a la
puerta. Ella vio a su esposo y se sorprendió brevemente; entonces
lanzó una risa forzada.
—Mira, Chandu ha traído plátanos. ¿Qué buen hombre, no?
—¡Ye, Bholya! —dijo Chandu—. ¿Algo gracioso está sucediendo
en tu campo, según he oído?
Todo el pueblo sabía que Chandu llevaba a cabo numerosos nego-
cios, y que metía el dedo en las casas de los demás. Bholu entró sin
decir una palabra. Esa noche, una gran cantidad de feni fluyó en la
taberna de Sazulo.
—La barriga del Guardián no está llena del sur-rontt —el brujo
proclamó—. Tendremos que ofrecerle algo más.
—¿Un gallo? —Sadu, el barbero se ofreció voluntario.
—Tengo una gallina —Madhu dio un paso adelante—. Puedes pa-
garme en cualquier momento, Bholya... esta maldad puede afectar a
toda la aldea; por eso estoy...
Bhikumam se rio desde su esquina:
—¿Cómo puede afectar? ¡Cualquier cosa!
Chandu avisó al maestro de la escuela. El maestro avisó al perio-
dista local. El periodista habló con Kamarbandh. El doctor Kamlakar
Kantak había sido, de hecho, un brillante e inteligente científico de
la Universidad de Panjim, pero los universitarios y el mundo exterior
lo conocían mejor como «Kamarbandh Kantak». Era tan brillante
que podía hablar extensamente sobre cualquier tema.
Justo el otro día había dado una poderosa conferencia en el Ins-
tituto Nacional de Oceanografía sobre «Goan Fish Curry». Y en la
caja negra de la Academia Kala, el día anterior a eso, había hablado
durante una hora y media sobre «Cómo los agujeros blancos niegan
los agujeros negros y potencian el universo».
Cuando Bholu fue al campo por la mañana, encontró que una
multitud ya se había reunido. Chandu, el maestro de escuela, el pe-
riodista local y el doctor Kamarbandh estaban allí, hablando en voz
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alta. A un lado, Madhu y los otros aldeanos se preparaban con una
gallina, algunos chiles, sal y un limón.
Kamarbandh observó el curioso caso de los toros de Bholu. Asom-
brado, también siguió corriendo en círculos por el campo.
—Ciertamente, hay algo aquí —admitió al fin.
—¿Debo publicar eso? —preguntó el periodista.
—Alguien ha hecho algo de magia aquí —dijo el brujo, oscura-
mente.
—Algo ha afectado el campo —dijo otro aldeano.
—Alguien está sentado en la cabeza de Bholu.
—La forma en que Chandu...
—¡Cállate!
El doctor Kamarbandh y sus hombres pasaron un par de horas
caminando y corriendo por el campo. Los aldeanos trotaban detrás
de ellos y finalmente sacrificaron a su gallina. Al mediodía todos re-
gresaron a casa por su siesta.
Cuando Bholu entró en la casa, su esposa lo reprendió:
—Hoy también has venido temprano, hombre bueno para nada.
Bholu entendió. Chandu había estado ocupado con el periodista
y con el científico, o ya habría tenido deliciosos chikoos en su casa.
—¡Cómo irán allí los toros! El Guardián todavía está sentado —
dijo el brujo Shembu esa noche a los aldeanos acurrucados alrededor
del calor del feni de Sazulo—. Tendremos que darle un poco de más
honor.
Madhu se adelantó nuevamente y se preparó para poner una ca-
bra. La deuda de Bholu estaba aumentando. Cayó en un silencio
resignado.Tan pronto como Bholu llegó a su campo al amanecer si-
guiente, abandonó todos los pensamientos de arar por el día. Una
treintena de científicos y más o menos cincuenta periodistas se ha-
bían concentrado allí. El doctor Kamarbandh había arreglado un
gran instrumento en el centro del campo y estaba realizando pruebas
abajo de la tierra.
Uno de los médicos se acercó a Bholu y comenzó a examinar de
cerca los extremos traseros de los toros de Bholu. Cuando sacó una
sonda de su bolsillo, Bholu se alarmó mucho y se llevó al hombre.
Cerca de la máquina del doctor Kamarbandh, los aldeanos se pre-
paraban para sacrificar su cabra. Chandu se movió de un lado a otro
entre los dos grupos.
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—Estos malditos tipos deberían ser expulsados de aquí —dijo
Madhu.
Y Chandu:
—¡Vienen a esta tierra santa y hacen tanto ruido!
—¡Aleja a estos locos, hombre! —le dijo Kamarbandh a Chan-
du—. Un evento significativo ha tenido lugar aquí y estos locos están
bailando con ¡una cabra!
El alboroto continuó durante todo el día. Alrededor de las cuatro
de la tarde, Kamarbandh dejó escapar un triunfante grito. Todos los
científicos se reunieron alrededor de la pantalla de la máquina y co-
menzaron a saltar de alegría.
—¡Mira! —gritó Kamarbandh a Chandu—. Hay algo ¡Aquí aba-
jo! Podemos verlo en esta pantalla. Como una bola aplanada, sobre
ocho pies de largo y cinco pies de altura.
Bholu, Madhu y los otros aldeanos estaban perplejos. Ellos no
podían ver nada en medio del campo de arroz. Chandu tampoco en-
tendió por qué los científicos estaban saltando, pero como jefe del
panchayat conocía sus responsabilidades: se puso de pie y comenzó
a dar un discurso.
—Nuestro pueblo será conocido en todo el mundo ahora— se-
ñaló—. De ahora en adelante, si alguien quiere hacer algo aquí, el
gobierno tendrá que apoyar a nuestro panchayat con ayuda y dinero.
Los científicos también deben ayudar. ¡Si nuestro pueblo va a ser
famoso, también debe progresar y prosperar!
Luego Chandu fue a ver a los aldeanos reunidos:
—Construyamos un gran templo aquí en honor al Guardián —dijo—.
Propondré esto al panchayat, y lo aprobarán. Estos doctores y el gobier-
no nos darán dinero, y lo construiré.
Cuando Bholu llegó a casa esa noche, su esposa estaba refunfu-
ñando y preocupada. Bholu entendió. Chandu había estado total-
mente ocupado en el progreso y la prosperidad del pueblo; de lo
contrario, habría una cesta llena de papayas maduras en la casa.
En cuatro días, el campo de arroz de Bholu se convirtió en un
recinto ferial. Doscientas o trescientas personas acamparon allí. Cien-
tíficos y equipos de televisión de todo el mundo estaban ocupados
trabajando. Habiendo recogido algo de dinero del gobierno, Chandu
y los aldeanos comenzaron a construir un templo cerca del punto de
interés.
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El arrendador cuyo campo cultivaba Bholu recibió una fuerte
compensación del gobierno. Los científicos ataron una cuerda alre-
dedor del lugar misterioso para que quedara fuera del público.
—El objeto que hay aquí debe ser una entidad extraterrestre —dijo
Kamarbandh a los periodistas—. ¿Qué es, de dónde viene? Todo esto
debemos averiguarlo. He llamado a esta entidad «Kamarbandh Band-
hkamar» —continuó—. Debemos abrir esta cápsula cerrada y ver su
contenido. Debemos levantarla desde aquí y llevarla a nuestro labora-
torio para estudiarla más.
Al escuchar esto, el viejo Bhikumam permanecía parado con las
manos detrás, y rio.
—¿Cómo va a quitar lo que no está allí?
Uno de los científicos trajo una soga, pero no encontró nada que
atar. Otro trajo una grúa, pero no había nada que levantar. Rociaron
agua en el suelo. Luego pasaron corriente eléctrica a través del lugar
y sometieron el suelo a todo tipo de radiación y vibración, pero nada
había cambiado.
El hombre podía caminar sobre ese terreno sagrado tanto como
quisiera, pero ningún toro, perro o gato estaba listo para olfatear o
cagar en el lugar. El mundo entero se sacudió. Los periódicos criti-
caron las noticias; los canales transmitieron interminables especu-
laciones, pensando que el mundo estaba llegando a su fin. Algunas
personas dejaron sus casas y fueron a los bosques.
El presidente estadounidense culpó a los iraníes por el incidente y
los bombardeó. El maestro de escuela se despidió. Chandu presentó
una petición. En la tarde del quinto día, dos mil personas se habían
reunido. Las donaciones fluyeron para el templo y Chandu bailó de un
lado a otro hasta casi agotarse. Esa noche, Chandu le dijo a Bholu que
vigilara el templo y lo dejó dormido en la terraza inacabada del mismo.
Cuando Chandu llegó a su casa, casi amanecía. Cuando Bholu se
levantó al amanecer, vio a sus toros durmiendo profundamente en
medio de todas las cuerdas, máquinas y cámaras. Al ver los toros allí,
los científicos corrieron a sus pantallas.
—¡Se fue! ¡Se ha ido! —se lamentaron.
Al enterarse de esto, el viejo Bhikumam sacudió la cabeza:
—¡Cómo, si nunca estuvo allí!
Los aldeanos acudieron trotando como mandriles a la tierra sa-
grada. Se alegraron de que el Guardián se hubiera levantado satisfe-
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cho. El ritmo del templo se incrementó; ya había recaudado una gran
cantidad de dinero. Chandu se compró un auto, aunque no podía
conducir.
Los científicos recogieron todo su equipo y se fueron, profunda-
mente decepcionados. Las personas que se habían retirado a los bos-
ques creyendo que el mundo estaba llegando a su fin regresaron a
regañadientes a casa.
El doctor Kamarbandh recibió un premio internacional. Llamó a
una conferencia de prensa para negar informes de que era conside-
rado para el Premio Nobel, ayudando así a difundir más el rumor.
El gobierno de Goa aumentó su salario tres veces. Su libro titulado
La investigación inútil de Kamarbandh se agotó en tres meses. Rá-
pidamente se puso a trabajar en un nuevo texto, Fish Curry and
Kamarbandh.
En el pequeño pedazo de tierra que Bholu una vez labró se cons-
truyó el templo. En la inauguración, el invitado principal colocó una
guirnalda de flores alrededor del cuello de los toros de Bholu. Fueron
a entregarle una guirnalda a Bholu, pero no estaba en casa, así que
en lugar de eso engañaron a su esposa.
Más tarde, en la noche colocaron una guirnalda alrededor del cue-
llo de Chandu. En las elecciones siguientes, Chandu se presentó como
candidato y fue elegido como miembro de la Asamblea Legislativa.
Ahora iría de rico a más rico. La esposa de Bholu se fue a vivir con él.
El comité principal del Templo del Guardián declaró que los toros
de Bholu eran santos. Fueron tomados de con Bholu y de allí en ade-
lante alimentados y vestidos por el templo. Bholu se levantaba por
las mañanas y acariciaba las pacas de heno que habían quedado pero
ya no eran necesarias. Comenzó a vagar por aquí y por allá. Un día
desapareció, pero nadie se preocupó mucho.
Aunque cada Shivratri, cuando ese glorioso festival religioso se de-
sarrolla a su alrededor, se pueden escuchar los cantores del templo
cantando y cantando: «Jai Bholanath. Larga vida a Bholanath. Lar-
ga vida...» l
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Wilson
Kateel
La escala se pregunta
¿Qué pasa si alguien cruza
la línea que he trazado?
El transportador piensa
¿Qué pasa si alguien
cambia la dirección
a la que apunto?
El compás tiene miedo
¿Y si alguien rompe
las falanges que construí?
La goma está asustada
¿Y si alguien despierta
al error
que yo he borrado?
El lápiz
se revuelca de dolor
¿Y si alguien
destroza
la imagen de un bebé
que yo he dibujado
en el margen de una hoja?
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M ejor no hagan esto
No vendan tabaco
Cerca de las escuelas y universidades
Ya hay suficiente opio
En los libros de texto
No enciendan cigarros
En las asambleas
La tarea de penderle fuego a la audiencia
Es de los oradores
Sobre todo
No voten por dos partidos en los comicios
Uno es suficiente
Para destruir al país
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Hemant
Divate
Mariposas
M i e n t r a s i b a r o n d a nd o po r el j a rd í n d e mi co lonia de v iv ienda s,
ca s u a l m en t e , l e c o menté a un ami go :
S a b e s , en es t o s d í a s , y a no s e ven es as peq ueñ as ma riposa s
a m a ri l l a s , c o mu n e s.
C a s u a l men t e , m e c ontes tó
E s a m a r c a s e h a d e sc on ti n uado.
La t e m p e r a tu r a p r o m e d i o d e u n a p a l a b r a p a r a s e r u s a d a e n u n v e r s o
Cuál es la
t e m p e r a t u r a p r o med i o d e una pa l ab ra
p a r a s e r u s a d a e n u n vers o ?
H i c e el e x p e r i m en to en un po ema
i n s e r t é u n t e r mó metro en l a s axi l as d e l a s pala bras
y
co l o q u é l a s p a l a b r a s en vers o s
a l gú n t i emp o d es p ués
s e d es a r r o l l ó u n es ta d o to rmento s o
y l a at mó s f e r a d e l o s vers o s s e veí a afectad a adv ersa ment e
p o r l a d i f e r en c i a e ntre l a temperatura i nteri or de las pa labras y
[la ext erior
tuve miedo
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d e l a p o s i b i l i d ad
d e q u e a l p i s a r l a ma raña crea d a
p o r l o s v e r s os q ue co nti enen un s i gni fi c ado f u ert e
e j e r c i e n d o p res i ó n s o b re l o s vers o s co n u n sig nific a do débil
p o d r í a r es b a l arme y ca er tro pezand o
e n l a s c u r s i vas
o
u n e n t er o v e rs o cuy o s i gni fi ca d o no ti en e el respa ldo de la
[ experi enci a, me podría est rellar enc ima
d e s d e u n n u evo po ema q ue es tá a punto de ser esc rit o
u n a p a l a b r a s i n s enti d o d e pres i ó n b aj a
o u n a b o r r a da
p o d r í a n p o r mi ed o
g o l p ea r m e
d e ma l a g a n a vo y a d ej ar es te experi mento
d e es c r i b i r u n po ema
ahora
h a s t a h e c er r ad o es te l a b o rato ri o
1.
U n a p a l o ma t i emb l a en l a rej a d e l a s a l a
y es t á a p u n t o d e co l aps a r
su vitalidad
me aterroriza
y c o n s u s o j os a tra vi es a
los míos
y l a r ej a
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o v o l v er á a e m p e z a r, un nuevo co mi enzo
¿ S e r á es t o q u e e l rel o j d e l a pal o ma s i gue co rr iendo?
2.
H o y h a b l é c o n a mi g o s l ej a no s
de sus problemas
m e p el eé c o n m i es po s a
en el celular
p o r l a c u en t a d e s u cel ul ar
m i e nt r a s y o l e e x pl i cab a
q u e n o s e s p e r a n t i empo s d e terro r fi na nci ero
e l t o n o d e l d i á l o g o s e d i s paró
l a f rec u en c i a d e l pul s o s e d i s paró
3.
C o m p r é u n a c a s a , es to y pa ga nd o l a s cuo tas
co m p r é u n a t el e, es to y pagand o l as cuo ta s
n a cí , e s t o y p a g a n do l as cuo ta s
e l p a r a l el i s mo d e es ta s
t r e s l í n e a s r ec i é n p ens ad a s
co n t e s t a n m i p r eg unta
¿por qué vivo?
4.
E n e l f o n d o , u n p u nto pa ra
e l z u m b i d o d e l v e n ti l ad o r s o b re l a o s curi d a d
y e l t i n t i n e o d ep r i mente d e l o s ca rri l l o nes ,
l o s re s p i r o s c o l e c t ivo s co mo s i l enci ad o s
l o s c u e r p o s t i r a d o s en l a ca ma
co m o ma l et a s en u na pl atafo rma
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u n e n o r m e a ta s co d e trá fi co
g i me e n m i c ab eza tras to rna d a
c u a n d o p a r ó el venti l ad o r
t ú t e v o l t ea s te para tu l ad o
e l h i j o p a r a el s uy o
y o t a mb i én
p a r a a c o mo d arme me vo l teé h aci a el h o yo neg ro
u n a n u ev a n och e s o fo ca nte
p a s ó d es l i z á nd o s e
e n u n n u ev o aguj ero negro
a Hiranya
1
¿ C ó m o p u d o el pano rama en mi mente
f i l t r a r s e en l a mente d e mi h i j a ?
J u s t o d e l a n t e d e mí , h ay una extens i ó n de
e d i f i c i o s , c e n tro s co merci a l es , auto pi s tas, fábric a s y t ráfic o,
y s i l e p i d o que d i b uj e un pai s aj e
e l l a es b o z a atard eceres ,
u n r í o q u e c orre, árb o l es , pra d eras , a l ta res,
p er f i l a p á j a ro s q ue pa recen número s gara bateados
e n m i s p eq u eño s ci el o s nub l ad o s
N u n c a s e h a v i s to
d e s d e l a s e l v a i nces ante d e es ta ci ud a d
u n a t a r d ec er má s al l á d e l a cas a en mi c a beza ,
e l r í o , l o s á rb o l es , l o s s end ero s , l o s a l ta res, los pá ja ros y las
[a c era s.
¿ C ó m o , en t o n ces , pud i ero n és to s
f i l t r a r s e en s u mente?
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450
2
C u a n d o a l g ú n d í a e l l a co mprend erá
e s t a i m a g en d e m i i nfa nci a
que se ha ido,
y la respuesta
d e ¿p o r q u é d i b u j a e x ac tame n te así ?
¿ y a s e h a b r á n d er r eti d o to d a s l as pi nturas
d e t o d a l a g en t e d el mund o ? ¿ O s egui rán a h í ,
a t r a p a d a s e n s u p ro pi o s i l enci o ?
3
C o m o y o , e l l a t i e n e pes ad i l l as
d e ge n t e a c é f a l a t ra ns po rtand o
ca d á v er e s d e p u e b l o s h uérfano s
h a ci a l o s c e m en t e r i o s d e l as ci ud ad es
o a rr a s t r a n d o h o r r o ro s o s pai s aj es ci ud ad a no s
p a r a s o b r e p o n e r l o s a pueb l o s b o rra d o s ,
e l m i s m í s i m o , i d é n ti co pano rama
e n c i e r r a en s í m i s mo
a t o d a l a g e n t e a c é fa l a,
t o d a s , t o d a s l a s c i ud ad es ti enen el mi s mo no m bre
l a s m i s ma s c a l l es , l o s mi s mo s ed i fi ci o s , l o s mismos c ent ros
[c omerc ia les,
t o d o t r a s l a d a d o a l mi s mo l ugar pred efi ni d o
co m o u n r e g i mi e n to l i s to para d es fi l ar
E l l a a v a n z a p o r l o s s end ero s
m i s m o n o m b r e, mi smo s co l o res
m i s m o o l o r , m i s ma s fo rmas
m i s m a s c a r a s c o mo cl o nes d e s í mi s ma s
y e n l a s mi s ma s encruci j a d as engaño s as
e l l a l l e g a a l a mi s ma es ta tua
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N o i m p o r t a ad ó nd e h uy e
l a mi s ma e s t atua l a enfrenta una y o tra v ez
y el l a l l e g a a l o s mi s mo s pai s aj es
d e l a s mi s mas ci ud ad es
s i n s eñ a l e s n i marcas pa ra gui arl a
E n l o s mi s mo s l ugares
v e a l a m i s ma gente
q u e h a b l a e l mi s mo i d i o ma
c o n f o r ma s y ges to s i gual es
h a c i e n d o f i l a en fi l as d el mi s mo l a rgo
d e l a m i s mí s i ma ma nera
y e n d o h a c i a l as mi s mas es taci o nes
m a n e j a n d o l os mi s mo s veh í cul o s
a l a m i s ma v el o ci d ad
e n l a mi s ma d i recci ó n
a l mi s mo t i empo
p a s a n d o p o r l o s mi s mo s árb o l es
d e l mi s mo t a ma ño
d e l mi s mo t i po
s ep a r a d o s d e l a mi s ma ma nera
p o r l o s mi s mo s s epa rad o res
e n l a mi s ma ca l l e
L a m i s ma g e n te
h ec h a t r i z a s
d e l a m i s ma manera
p o r l a s mi s mas b o mb as
d e s p a r r a m a d a d e l a mi s ma ma nera
p et r i f i c a d a d e l a mi s ma ma nera
q u e b r a d a d e l a mi s ma manera
D e l a m i s ma manera mo nó to na
e n c u a l q u i er ca nal d e cua l q ui er tel evi s ión
s a l en l a s mi sma s i má genes mul ti pl i cand o miseria
monótona
mono-tonal
mono-tonal
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
452
t o t a l men t e mo n ó t ona
d e p ri men t e m en t e mo nó to na
t o t a l men t e d ep r i m ente
d e p -d e p - d e p r i men te
E l l a b a j a , b a j a y c o l aps a
v e m i r o s t r o d e s i e mpre a terra d o , d epri mi d o
a ú l t i m a h o r a , c u a n d o s uel ta
m i ma n o q u e c i ñ e entre l a mul ti tud
y e x a c t a m en t e c o mo y o
e l l a t a mb i én f l u y e en
l a gi g a n t es c a i n u n da ci ó n a uto d es tructi va
d e ge n t e a c é f a l a
Y o s u e ñ o e l mi s mo s ueño q ue el l a es tá s o ña ndo
e n e l m i s mo m o mento
y o t a mb i én v e o s u ro s tro petri fi ca d o , d epri mido
v e o e l t er r o r
y m e es t r emez c o
m e o l v i d o d e l l ev a r el pueb l o a l a ci ud a d y l a c iu dad al pu eblo
[y lleg ar
aquí
¿llegar adónde?
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
453
Aldea
global
Pradnya Daya Pawar
Queríamos construir
un mundo extraordinariamente bello,
sin jerarquías.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
454
Pero criamos el techo
con imágenes y metáforas
por una sombra pequeñita.
Construimos muros debido al miedo.
Instalamos azulejos
para que las cosas vivieran felices.
De nuestras manos
se deslizó la selva,
el agua
rompió los lazos.
¿Será posible encontrar
nuestra primigenia piel en la aldea global?
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
455
Liberación
Varsha Adalja
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
456
Oh, Dios. ¿Asesina? La palabra le golpeó en el plexo solar como un
relámpago salido de la nada. «¿Soy una asesina?», se preguntó. «Por
supuesto que lo soy, anoche hundí un cuchillo en el cuerpo de Kedar,
con toda mi fuerza». Ni siquiera él podía creer lo que había pasado:
«Avni, ¿qué hiciste?». Pero se encontraba tan alterada que no podía
escuchar nada. En su arrebato, había acuchillado a Kedar una y otra
vez. Fue como si su cuerpo no le perteneciera. Volvió de golpe en sí
cuando la sangre que manaba del cuerpo de Kedar casi tocaba sus
propios pies.
Avni comenzó a dar alaridos mientras recordaba y, asustada por
sus propios gritos, se dejó caer en posición fetal, luchando para pro-
tegerse del horror.
Una de las presas se acercó a ella y le preguntó:
—¿Por qué lo asesinaste?
Avni sintió que la bilis subía de nuevo a su boca y se cubrió con las
manos, para detenerla.
—¿Era tu amante? Yo también maté a mi esposo. El desgraciado
tomaba todo el día y luego me violaba. Hasta se acostaba con prosti-
tutas.— Le dio una bocanada a su bidi y continuó—: Era un verdadero
hijo de puta, un pinche vago —y escupió—. A nadie le importa que me
haya violado a diario, pero cuando lo maté, y ojalá haya tenido un feliz
viaje, el miserable, me sentenciaron a cinco años.
Apenas oyó la palabra sentencia, Avni salió de su estupor. «No, no
me van a sentenciar», se dijo. «Soy una persona decente y con buena
educación». Luego la golpéo la realidad y empezó a sollozar.
La mujer le dijo:
—No llores, tonta. Yo también lloré, a montones. Pero aun así me
dieron cinco años. No importa: cuando termine mi condena y salga,
voy a casarme de nuevo, con su cuñado. Está guapo.
Avni sintió que estaba atrapada en una telaraña surrealista que la
sujetaba hasta asfixiarla. Quería gritar con toda su fuerza que ella no
era una persona malvada. Era una persona cultivada, idealista, que no
tenía por qué recibir una condena de cárcel. La tenían que soltar, de-
jarla libre. ¿Cómo iba a poder vivir con esas criminales, esa escoria?
La mujer soltó unos anillos de humo y luego aventó la colilla.
—No te espantes. Al principio, todo mundo se asusta, pero luego la
cárcel empieza a volverse menos horrible y al final, hasta vas a preferir
estar aquí. ¿Me entiendes?
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457
Avni comenzó a llenarse de rabia. ¿Qué hacía ella ahí, escuchando
a esa mujer? Se apoyó en la pared y cerró sus ojos, para dar por ter-
minado el diálogo.
Había un mundo de diferencia entre ese día y el anterior. Ayer,
ella era un ama de casa feliz, como un ave en libertad. Hoy, era una
asesina, sentada junto a otra asesina en la cárcel. Tragó saliva y pensó
en Paritosh, su esposo. Él llegaría en cualquier momento, la tomaría
en sus brazos y toda la amargura de sus problemas y desventuras
desaparecería al instante. Paritosh, tan amoroso, tan cariñoso, astuto,
inteligente... él se encargaría de lidiar con todo el fastidio del juicio y
los embrollos legales y la llevaría lejos de esa miserable cárcel, hacia
su hogar feliz. Mucho tiempo atrás, había hecho algo parecido. La ha-
bía sacado de su existencia solitaria en un orfanato, hacia un mundo
distinto, y se casó con ella. Hoy, volvería a ser su salvador de nuevo.
¿Por qué preocuparse?
—Tu abogado vino a verte —dijo una voz tensa que cortó su en-
sueño.
La otra presa se levantó y se esfumó. Avni se puso de pie y fue al
cuarto de visitas. Ahí estaba Umesh, su cuñado.
—Avni, bhabhi, no te preocupes de nada. Pero, ¿qué sucedió?
¿Cómo llegó a suceder esto?
Avni empezó a revivir los momentos de la escena del crimen: el ca-
dáver de Kedar a sus pies, los ojos de éste mirándola fijamente, en la
estupefacción. Ella, de pie junto a él, con un cuchillo largo y afilado en
su mano, empapada de sangre. Empezó a sollozar como si su corazón
fuera a romperse.
—Por favor, bhabhi, no llores.
—Umesh, todavía no puedo creer que lo maté. ¡Una asesina!
—No te preocupes, bhabhi, todo va a arreglarse. ¿Dónde está Pa-
ritosh? ¿No estaba contigo?
La sola mención de Paritosh ayudó a calmar sus nervios.
—Dios mío, sigo esperando a Paritosh. Viajó a Delhi por su trabajo.
Yo estaba sola en la casa. Estoy segura de que ya debe de haber reci-
bido el mensaje.
—¿Entonces él no sabe? Me sorprende que haya pasado esto, Ke-
dar es un amigo muy querido.
Avni se preguntó qué debía contarle a Umesh y hasta dónde llegar.
¿Debía entrar en detalles escabrosos y decirle que Kedar trató de
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458
violarla? Mañana todo estaría en las primeras planas, con su retrato a
un lado: ¿el ama de casa de una familia rica involucrada en un caso de
violación y asesinato? No, jamás.
—Lo siento, bhabhi, sé que debes estar en shock y completamente
traumatizada, pero, como tu abogado, necesito saber todos los de-
talles para preparar el caso. Dime de una vez si de verdad mataste a
Kedar, y si lo hiciste, por qué fue y cómo.
Avni se dejó caer en una banca y suspiró. Ahora tendría que narrar
todos los detalles, una y otra vez, no sólo a Umesh, sino a otras per-
sonas. Y tendría que enfrentarse a muchas preguntas no expresadas.
—Sí, Umesh, maté a Kedar. Un día antes, el había regresado de
Bangalore antes de tiempo y fue a nuestra casa. Se veía de buen hu-
mor: había obtenido su divorcio después de una larga espera. Paritosh
estaba en Delhi, así que él me llevó a celebrar con una cena. Te hablé
para que nos acompañaras, pero Heena y tú no estaban en casa. Así
que al final fuimos los dos solos a cenar. Kedar bebió todo el tiempo
que estuvimos ahí. Intenté convencerlo de que parara, pero no me
hizo caso. Llegamos a casa muy tarde.
Avni juntó fuerzas para revivir el incidente de nuevo. Durante toda
la cena, Kedar ignoró sus súplicas para que no bebiera tan rápido. Se
embriagó por completo. Al llegar a casa, ella empezó a preocuparse.
Su intuición femenina percibía que algo andaba mal, había algo fuera
de lugar, como si el aire estuviera cargado de lujuria y traición. Kedar
pidió que le sirviera jugo de limón. Tan pronto como entró a la coci-
na, él la asaltó por detrás y trató de abusar de ella. En el frenesí que
siguió, tratando de salvarse del ataque, no supo siquiera que lo había
matado. Fue como si hubiera estado en piloto automático. Tuvo que
pasar un momento para que recobrara los sentidos y se diera cuenta
de que Kedar yacía a sus pies, bañado en su propia sangre.
Umesh intentó apaciguarla:
—No te preocupes, bhabhi, estabas en riesgo. Lo que hiciste se de-
bió a las circunstancias. Vamos a contratar a los mejores abogados de
la ciudad. Cuando llegue Paritosh, dile que vaya a verme. Por cierto,
¿qué le dijiste a la policía?
—Les conté todo. No estaba en condiciones de mentir.
Umesh se fue. Avni regresó a su celda, llena de presas. Se sentó en
una esquina y cerró los ojos. Vio cómo Paritosh le sonreía y se aferró a
esa imagen, para mantener el balance mental. Tal vez dormitó un poco.
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
459
De pronto, se despertó cuando sus manos y pies estaban por aca-
lambrarse y oyó a alguien decirle que Paritosh había llegado. Avni
saltó y fue, casi corriendo, al cuarto de visitas. Paritosh estaba ahí, una
imagen del desaliento: cabizbajo, las manos cruzadas sobre el pecho.
Avni fue y se paró junto a él. Paritosh la miró:
—¿Qué sucedió, Avni? No entiendo.
—Ni siquiera yo entiendo cómo pasó —dijo ella—, pero ahora que
estás aquí, sé que no debo preocuparme.
—Sí, ya... ¡Pero Kedar fue asesinado!
—Tampoco puedo creer que maté a Kedar. No tienes idea de lo
horrible que fue la noche anterior para mí. Dios sabe que traté de
llamarte al hotel de Delhi, una y otra vez, pero la línea se había des-
compuesto. Mala suerte.
—Pero ¿cómo pudo hacer eso Kedar?
—No puedo imaginarlo, me rebasa. Él era un buen amigo tuyo,
Paritosh. Cuando llegó a casa, estaba tan feliz por haber obtenido su
divorcio. Luego, en la cena, no paraba de tomar.
—¿Por qué tenías que ir con él? ¿No podías haberle pedido a al-
guien que te acompañara?
—Le hablé a Umesh, pero él y Heena habían salido. Después, Kedar
no me dejó hacer más llamadas. Todo fue horrible, Paritosh.
Avni recargó la cabeza en el hombro de Paritosh y empezó a sollozar.
—Le pedí a la policía que te avisaran y ellos hablaron inmediata-
mente a la policía de Delhi.
Paritosh se dio la vuelta y murmuró:
—Ese bueno para nada llegó a contarme todo cuando estábamos en
medio de una junta con la Dirección General: «Señor Paritosh, arres-
taron a su esposa por asesinar a Kedar, su amigo». Imbécil, estúpido.
Anu, me sentí tan avergonzado. Todo mundo en la junta me miró fija-
mente, como si fuera una criatura extraña. Y ese inspector Chahuan,
canalla, empezó a interrogarme. Dios, me sentí tan humillado.
—¿El inspector te contó eso frente a todo mundo?
—Sí, y todo mundo saboreó el escándalo: violación, asesinato y mi
esposa involucrada.
Paritosh se aflojó la corbata. Avni sintió que un peso la oprimía por
dentro. Se iba muriendo poco a poco, cada palabra de Paritosh era
una herida en su corazón. Moría lentamente... o ya se sentía muerta
del todo. Murmuró:
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460
—Paritosh, pensé que todos mis problemas iban a desaparecer en
cuanto llegaras.
—Eso sí, de seguro. El dinero no es el problema. Voy a darle un che-
que en blanco a Umesh. Tendremos a los mejores abogados trabajando
en tu caso. Pero, ¿puedes ver lo difícil que será para mí dar la cara a
la sociedad? Todo esto es terrible para mí, para ti.
—Pero, Paritosh, no hice nada malo. Cualquier otra, en mi lugar, se
habría defendido.
Avni empezó a recomponerse.
—Cierto, pero hubo asesinato, violación y tu arresto: es un menú en
bandeja de plata para los periódicos.
—¿Entonces crees que debí haberme sometido ante Kedar?
—No, no, Anu. Pero era posible otra solución, una vía intermedia,
algo que salvara nuestra reputación y que guardara las apariencias. Se
podría haber llegado a un arreglo.
Anu se sentó lentamente en la banca, devastada ante esas palabras
desalmadas. Paritosh estaba de pie frente a ella, irritado, agitado y
todo lo que tenía en la cabeza era su propio deshonor.
Avni nunca se había sentido tan sola. Le preguntó:
—¿Qué quieres decir con llegar a un arreglo? Se trataba de un
hombre borracho y empeñado en violarme. ¿Crees que habría escu-
chado razones o se habría conmovido con mis lágrimas? Estaba más
allá de eso. Nunca pensé en matarlo. Sólo sucedió, como un destello.
461
Paritosh se sentó junto a ella, abatido y sin esperanza.
—Tenemos que enfrentarnos a la realidad de lo que pasó. Ahora es
mi deber trabajar en tu caso.
—¡Deber! ¿Vas a llevar mi caso porque es tu deber? Sólo puedes
pensar en la reputación, el deber, en dar la cara a la sociedad. Sólo
piensas en ti. ¿Y qué hay de mí? ¿Has pensado siquiera en el trauma y
la angustia por los que he pasado? ¿No quieres que te hable de eso?
¿No vas a preguntarme?
—Anu, por favor, ten algo de perspectiva. Todo este incidente es
espantoso, una pesadilla. Te arrestaron por homicidio. Cuando se abra
el caso, la gente comenzará a hablar. Será un chisme irresistible. Estoy
en una encrucijada y no sé qué hacer.
Anu miró fijamente a Paritosh, desde el fondo de su abatimiento.
¡Se trataba de la misma persona que había estado esperando, impa-
ciente, todo este tiempo! La persona que debía salvarla. ¿Era posible
que hubiera pasado todos estos años con él, entregando cuerpo y
alma, sin haberlo conocido en verdad? Todo lo que le importaba era su
reputación y su sitio en la sociedad. No tenía idea de su trauma mental
y físico, ni le importaba. Por primera vez en su vida, se preguntó si en
realidad lo conocía.
Paritosh siguió divagando:
—Anu, iban a nombrarme director de la compañía este año. Todo
el trabajo duro de estos años ha sido para nada. No tenía idea de que
mis sueños iban a derrumbarse así algún día.
—Sí, Paritosh. Yo tampoco tenía idea de que mis sueños se derrum-
barían así.
Para seguirse revolcando en su desgracia, Paritosh agregó:
—¿Sabes, Anu, cuál iba a ser mi salario? Iban a darme un auto, a
cubrir mi renta y a asignarme un viaje de negocios cada dos o tres
meses. Ahora mi carrera se terminó.
—¡Sólo piensas en tu carrera y tu futuro! ¿Qué hay de mí? ¿Qué va
a sucederme ahora? —preguntó, casi contra su voluntad.
—A eso me refiero: la gente dudará de tu carácter. ¿Por qué Kedar
iba a intentar violarte? Anu, eres tan ingenua. Los fiscales pondrán en
duda tu versión. Van a destrozarte en los interrogatorios. Tu honor
estará en riesgo.
Anu le gritó:
—¡Cállate ya! ¡No sólo eres egoísta, también eres un cobarde!
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
462
—¿Anu...?
—¿Te sorprende? Hoy, que veo la horrible verdad sobre ti, también
estoy sorprendida hasta lo más profundo. ¡No tienes idea!
—¿Me llamas egoísta? Te he dado todo. Me fui de casa, me alejé
de mi madre, mi padre, mi hermano mayor, de toda mi familia, por ti.
Por ti, Anu.
Avni se hizo a un lado, pensando en cómo esas declaraciones tan
francas también podían ser mentiras disfrazadas.
—También creía eso, Paritosh, pero ya no. Ahora sé que, aun si no
nos hubiéramos casado, habrías dejado tu hogar y a tu familia, porque
no podías llevarte bien con tu padre, terco y de mal temperamento. El
matrimonio sólo fue el pretexto.
Avni se dio cuenta de que, de pronto, estaba contemplando las
cosas de una forma nueva, especialmente su vida pasada. Sus ojos es-
taban abiertos y todo, cada detalle, estaba claro como el agua.
Después de la boda, Paritosh había tenido un ascenso tras otro,
gracias a los esfuerzos y el apoyo de Avni. Él decía que su jefe dis-
frutaba las fiestas que ella organizaba, o que la esposa de su jefe
admiraba la decoración que ella le había dado a la casa. Ella siguió
haciendo estos pequeños favores y Paritosh siguió subiendo en la es-
calera corporativa.
Paritosh reflexionó:
—Anu, estás siendo muy injusta al negarte a reconocer mi punto
de vista.
—No, Paritosh, tú eres quien ha sido injusto conmigo. No me has
tratado como a una persona, con su propia identidad. Estuve viviendo
a tu sombra y se suponía que debía estar feliz con eso. Me exhibiste
como tu esposa-trofeo, bella e inteligente, y como su dueño, tu pres-
tigio y tu poder aumentaron.
Paritosh caminó dos veces alrededor del cuarto. Había llegado a su
límite. Era incapaz de pensar, todo le resultaba confuso.
—Anu, ahora no estás pensando bien las cosas, pero cuando todo
esto pase, y estemos juntos de nuevo, haré todo lo necesario para
que seas feliz de nuevo. Te prometo que voy a contratar los mejores
abogados y no voy a descansar hasta que te liberen.
—Sí, pero vas a hacerlo por tu bien, no por mí. Si me declaran
inocente y me liberan, vas a recuperar tu puesto en la empresa y tu
prestigio social. Vete ya, por favor.
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463
Anu se dio la vuelta y se dirigió a la salida. Paritosh la retuvo, su-
jetándola de la mano.
—Anu, Anu, ¿te volviste loca? Vamos a superar esto y volveremos
a tener nuestra estabilidad, como si nada hubiera pasado.
Anu liberó su mano con un tirón y volvió a avanzar hacia la salida.
Cuando llegó a la puerta, se detuvo y volteó a verlo. Le habló con
calma:
—Lo que haya pasado, ya pasó. No te molestes por mí, Paritosh.
No hagas nada. No me interesa pelear este caso. Voy a declararme
culpable y voy a quedarme en esta cárcel.
Paritosh no podía creer lo que escuchaba:
—Anu, ya perdiste por completo la cabeza. ¡No hagas esa insen-
satez! —Empezó a hiperventilar y la tomó de nuevo del brazo—:
¡Júrame que no harás algo tan estúpido! ¿Quieres quedarte encar-
celada?
—Ésta no es una cárcel, Paritosh. En realidad, es un mundo en el
que voy a liberarme de tu mundo. Aquí no hay simulación, no hay hi-
pocresía, ni falsos prestigios o reputaciones que salvar. Tampoco seré
Avni. En este mundo nuevo, sólo voy a ser un número.
—¿Cómo voy a vivir sin ti, Anu?
—Antes, yo pensaba lo mismo. Pero ahora sólo quiero descubrir-
me, descubrir quién soy en realidad.
—¿Aquí, en la cárcel? ¿Como una prisionera?
—También tú eres prisionero de las normas sociales y la hipocresía.
Tu conducta pretenciosa, tus falsas creencias y todo tu comportamien-
to lleno de rituales sociales son más rígidos que los barrotes de esta
cárcel. Tu mundo sólo es libre en el discurso, pero es una libertad pri-
sionera. Déjame ir, Paritosh.
Avni salió y fue hacia la cárcel, hacia ese nuevo mundo libre de la
simulación y la hipocresía del mundo exterior que ella había conocido.
Sentada, Avni abrazaba una mochila pequeña en su regazo, en la
que cargaba sus pertenencias. Recargó su cabeza en ella. El tumultuo-
so tiempo que pasó en la cárcel había consumido su belleza y su juven-
tud, pero su espíritu estaba intacto. Era su renacimiento. Avni levantó
la mochila y empezó a caminar por el largo y desolado camino l
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Vishvaamitri,
detrás de la curva
Sitanshu Yashaschandra
Ella no ti ene lugares íntimos para lavarse, en los que las mujeres se
[puedan bañar.
No hay muelles públicos donde los veleros puedan detenerse para
[recargarse.
No hay banquetas tranquilas cerca de su corriente para un paseo tardío.
Gurús con el agua hasta la cintura profiriendo shlokas hacia el Sol
padres 2 que bauticen a otros en el nombre del Hijo,
ella no tiene ninguno.
Nada de agua, de hecho, nada que pueda llamarse de verdad agua.
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Ella fluye, muda, arrastrando un líquido sin nombre.
Encuentra un pasaje estrecho
entre las bestias encerradas de por vida en el gran zoológico
y los ciudadanos de mi pueblo que merodean perdidos por un tiempo en
[el gran jardín.
Como una mujer leprosa, ella se retira con sus extremidades sumergidas
[en sí misma.
Aunque, si lo piensas,
ella también podría haber sido alguna vez un río.
Como el Ganges Sena Volga Nilo Támesis Amarillo Misisipi Amazonas,
son todos ríos,
ella, también fue, quizá, uno.
Mucho más pequeño,
pero río también: agua corriente, en la que vivían criaturas acuáticas,
se reflejaba la luna llena,
ciervos, de cuernos enredados, al amanecer,
y al anochecer, guepardos, de cuerpos relucientes,
inclinaron las cabezas, respetuosos,
y luego bebieron;
en cuyas dos orillas, tierras de cultivo,
sedientas por el fuerte sol de verano,
amamantadas, agachándose en fila, sus labios temblorosos,
como infantes adorables.
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—Cuando digo cosas como ésta,
de pie en ese puente de ahí extendido a través de ella,
suavemente, para que sólo ella pueda escuchar,
cada vez ella
ha fingido no escucharme.
ella,
se detiene, observa, comprende, se muerde la lengua,
aprieta los labios, seca sus lágrimas
con el dorso de la mano, y, sola,
retrocede, se repliega, silenciosa, atraviesa todo el lodo, y se aleja
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
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La selva
Las maderas gruesas y pesadas no arden tan rápido, las llamas
estallan, forman doseles de chispas, se detienen, sólo para
[comenzar de nuevo.
El fuego no se acuesta con los ojos cerrados en cualquier cama
[fresca de cenizas suaves.
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El grueso y ancho estandarte en el templo de Shiva del bosque
se quema y aletea.
¿Dónde están las reglas de prosodia para las figuras
retóricas que escucho tan bien en el burbujeo del agua hirviendo
en la jarra del Shivalinga?
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Jaisalmer
Gulam Mohammed Sheikh
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Ladrones
Girdhari Lal Malav
Los dos bueyes que tiraban de la carreta eran más como bebés de elefante
que simples bueyes. Podían llevar una carreta cargada a una distancia de
cincuenta kilómetros en una noche, sin pedir descanso. El metal de las
campanas atadas a sus cuellos tintineaba mientras los bueyes trotaban,
moviendo sus cabezas arriba y abajo. Los coloridos tapices de tela en sus
lomos mejoraban la marcha de los bueyes. Bueyes así eran una posesión
que enorgullecía a pocas familias en el pueblo. Ramchanda emitió un so-
nido típico con su boca mientras tocaba sus colas. Los bueyes entendieron
el aviso y aumentaron su velocidad, como si estuvieran en celo. La carreta
comenzó a rodar como el viento, levantando una nube de polvo.
Después de recorrer una distancia de aproximadamente un kilómetro,
vieron a dos granjeros del pueblo de Motipara, custodiando un campo de
mijo. Uno de ellos reconoció la carreta. Se preguntó en voz alta hacia dónde
iría Dahji Patel, el veterano jefe de la aldea, pues ya iba a caer la tarde.
«¿Quién es Dahji Patel?», preguntó el otro. El primer hombre, que había
mencionado a Patel, obtenía las semillas y fertilizantes que requería de él.
«¿No sabes quién es Dahji Patel, del pueblo Sokanda? Es famoso en toda
la zona. Tiene la suerte de disfrutar un asiento al lado del rey en la corte
real. ¿Quién no lo conoce?», soltó en un solo respiro.
«¿Cómo se llama?», preguntó el otro hombre de nuevo.
«¡Qué ignorante eres! Él es Nanda Patel. El gran campo cerca del límite
del pueblo, donde dos guardianes vigilan la cosecha, pertenece a él», dijo
el primero.
«¡Oh! ¿Es él, él?», el otro hombre expresó con una mirada de reverencia.
«Sólo había escuchado su nombre hasta ahora. ¡Ahora lo estoy viendo!
¿Y a dónde va a esta hora? ¡Qué decir de él! Es un hombre respetado. Tiene
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
471
decenas de trabajos para atender, como asuntos de la comunidad, disputas,
tribunales, invitados, visitas, ¿y qué no?», el primero explicó.
Mientras tanto, la carreta se detuvo cerca de ellos.
«Ram Ram, Patelji». El primero ofreció saludos con las manos juntas.
«¡Ram Ram, hermano! ¿Protegiendo el mijo?», Patel respondió.
«¿Qué más? No hay otro trabajo; así que vinimos aquí», respondió el
segundo hombre humildemente, aún cruzando las manos. Luego fingió risa.
«Bueno, bueno». Patel miró de cerca el campo de mijo. Escondiendo su
intención codiciosa, dijo: «La cosecha es realmente abundante, este año.
Dios tiene muchas bendiciones».
«Sí, Dahji; es toda tu gracia». El granjero se inclinó casi tocando con su
cabeza el suelo. La carreta rodó por delante. Había otras cuatro personas
en la carreta, además de Patel y Ramchanda. Todos del mismo pueblo y
eran hombres de confianza de Patel. Modya, Dhanya, Rama y Kanha. Modya
preguntó: «¿Quiénes eran estos hombres, Dahji?».
«Son nuestros pobres cultivadores. No les hagas caso», Patel respondió.
«Al contrario, ¿debería manejarlos adecuadamente, si me lo dices?»,
Modya completó su oferta con un abuso obsceno.
«¡No, no! ¿Qué estás haciendo? Callar. ¡No sabes nada!».
Patel silenció a Modya. Luego le preguntó a Kanha: «¿Has traído las cosas?».
Kanha sabía la intención de la pregunta de Patel. «Sí, Dahji, pero ¿cómo
nos las arreglamos? Se derramará. Los idiotas, ya sabes».
«No, no. Sólo pregunté para comprobar que no te hayas olvidado», Patel
se humedeció los labios con la punta de la lengua y tragó saliva.
El sol estaba a punto de hundirse en el horizonte occidental. Los gran-
jeros y los trabajadores regresaban de los campos a sus hogares. La carreta
iba a toda velocidad. Hubo intercambios ocasionales de saludos y algunas
personas conocidas pasaron de largo. Las mujeres, caminando con manojos
de forraje verde sobre sus cabezas, se cubrieron con sus velos y dieron
paso al carro.
Rama preguntó, en un susurro: «¿En la próxima parada, Dahji?». Patel
respondió de la misma manera: «Sí, en la próxima. Todavía hay luz del día».
La carreta se movía a un ritmo constante. Todos los ocupantes hablaban
sobre cualquier cosa, para matar el tiempo. Hacían chistes obscenos, ador-
nando la narrativa con bocados de expresiones lascivas.
«Vamos, Modya, sácalo de tu bolsillo. No dejas que incluso el viento
toque tus bidis». Kanha tomó la mano de Modya y deslizó su otra mano en
su bolsillo.
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«Es un avaro», Dhanna intervino. «Cuando todos ustedes quiebren, sólo
mis recursos vendrán en su ayuda». Modya cedió, sacó de su bolsillo y ofre-
ció bidis a todos. Patel cambió el tema: «Dhanya, ¿qué pasó cuando fueron
a secuestrar a la esposa del hermano de Rama?».
Modya interrumpió: «Nada de eso sucedió, Dahji. El padre de la mujer
no tenía intención de enviarla. Muchas personas lo intentaron, pero en
vano. Quería entregarla a otro hombre. ¡Bastardo codicioso!».
Todos se rieron mucho. «La mujer se comunicó en secreto a través de
alguien para llevarla por la fuerza, ya que su padre no iba a enviarla de
buena gana».
«¿Entonces?», Patel mostró interés en la historia.
«¿Entonces qué? ¡No tienen cerebro!», dijo Kanha.
«¿Cómo?», preguntó Modya.
«No podían ponerse de acuerdo en una cosa. No discutieron el asunto
lo suficientemente en serio como para encontrar una salida viable. Ton-
tamente, se pusieron en marcha en la misión una noche, armados con sus
palos y reunidos cerca de la casa», dijo Kanha.
«¿No fuiste tú también con ellos?», le preguntó Patel a Kanha.
«Tenía que hacerlo. Amistad, ya sabes. Incluso si uno tiene que sacri-
ficarse por la causa de un amigo, uno debería hacerlo. De lo contrario,
¿cuánto vale la amistad?». Kanha continuó: «Modya, Rama y yo tomamos
posiciones detrás de la casa, esperando que entráramos a través del techo
de paja y nos lleváramos a la mujer con nosotros. Estaba lista, como ha-
bía dicho. Ok, lo que pasó a partir de entonces puede ser mejor narrado
por Dhanya. En lo que a nosotros respecta, nos pusimos tan nerviosos al
escuchar ruido que nos fuimos, antes de que la gente tuviera tiempo de
reunirse en la escena».
«Dinos ahora, Dhanya», Patel disfrutaba los detalles.
Dhanya dijo a su vez. «¡Qué desastre fue! Tan pronto como entré a
través del agujero hecho en el techo, la mujer se despertó e intentó dar
alarma. “¡Cállate”, le dije, “tanto a ti como a mí nos matarán!”».
«La advertencia no tuvo efecto en ella. Sus agudos gritos despertaron
a todo el pueblo. La gente se reunió en poco tiempo. Se volvió demasiado
arriesgado salir de la casa. Algunas personas también habían subido al te-
cho. Mis amigos ya salieron desbocados», pensé.
«¿Qué más podríamos haber hecho? ¿Quedarnos allí para ser asesina-
dos? ¿Cómo podríamos haber peleado con toda la aldea?», Modya defendió
su acto.
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Dhanya continuó: «Me devané los sesos. La mujer seguía llorando. En
una esquina vi un contenedor de hojalata en un hueco de la pared y al
abrirlo encontré que estaba lleno de chile en polvo. Envolví una colcha a
una piedra de molino y grité en voz alta: “Estoy saliendo. ¡Deténganme si
pueden!”».
«Luego levanté la piedra de molino, desde la apertura en el techo. Los
hombres ahí afuera comenzaron a golpearlo con palos y lo que tenían.
Después de unos minutos dejaron de escucharse. Tomando un puñado de
chile en polvo con una mano y la colcha envuelta en la otra, saqué la cabe-
za fuera de la apertura. Tiré chile en polvo hacia los hombres que estaban
aún allí. Tuvo el efecto deseado. Se dispersaron en poco tiempo, algunos
frotándose los ojos y otros incluso llorando de dolor. No habiendo nadie
en el lugar para enfrentarme, salí por la abertura y escapé tan rápido como
pude».
«¡Qué trabajo tan heroico! ¡Ya no hay hombres como tú!», Patel le dio
unas palmaditas a Dhanya en el hombro.
La carreta se precipitaba por la pista de barro. Al divisar un pozo y un
par de árboles en el camino cerca de un pueblo, Patel señaló la ubicación
y tocó a Ramchanda, quien lo miró. Patel susurró: «Aquí, debajo de los
árboles».
La carreta fue conducida debajo de un árbol. Los bueyes fueron des-
enganchados y atados al árbol. Ramchanda barrió un pedazo de tierra,
sirvió forraje a los bueyes y extendió una alfombra para Patel. Kanha y
Modya descargaron algunos artículos de la carreta, encendieron un fuego
con trozos de estiércol secos y pusieron un poco de dal para hervir. Otro
hombre amasó harina de trigo e hizo algunos baatis. Patel le preguntó a
Kanha: «¿Tónico?».
Kanha gritó: «Tráelo, Dhanya; se guarda debajo del piso de la carreta».
Dhanya sacó una botella, la descorchó y vertió el licor en seis vasos
de vidrio. Sintieron el golpe tan pronto el alcohol bajó por sus gargantas.
Comenzaron sus chismes de rutina.
«Una vez que eso sucedió, Dahji», Kanha comenzó, «cuatro de nosotros
nos habíamos ido al pueblo de Kasanpara para nuestra ocupación habitual.
Era tiempo de sembrar. La mayoría de la gente en esos días permanecía en
un estado de agotamiento debido a la difícil rutina».
«No dejes que se queme el baatis mientras hablas», dijo Modya.
«No te preocupes; los estoy volteando. Vierte ghee en el dal», Kanha le
dijo a Modya y continuó: «La gente del pueblo regresaba de los campos tar-
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de, cenaban, alimentaban al ganado, preparaban las semillas para sembrar
y se iban a la cama, con la presión del trabajo en sus mentes, para el día
siguiente. Difícilmente tenían tiempo para alguna diversión. Se quedaban
dormidos rápidamente, en poco tiempo. Ése era el momento que estábamos
esperando. Cuando el silencio fue profundo, subimos a la casa de un Patel
desde la parte trasera. Nos las arreglamos para saltar al patio que lucía
la quietud de un cementerio. Buscamos en una habitación y, por suerte,
encontramos una caja grande y pesada de lata. Dhanya la levantó sobre
su cabeza y todos nos apresuramos hacia la puerta principal para salir.
En ese momento, una anciana preguntó: “¿Quién está allí, Gopala?”. Dije
vagamente: “¡Hmm!”, pero ella insistió: “Hmm... ¿Qué? ¿Quién es?, ¿tú?”. La
anciana había sospechado».
Dhanya interrumpió y agregó: «Estos tres lograron abrir la puerta prin-
cipal y escaparon. También traté de correr con ellos, pero la carga de la
pesada caja en mi cabeza me detuvo. La anciana seguía gritando tanto que
muchas personas salieron de sus casas y algunas de ellas me atraparon con
las manos en la masa».
«¡Te atraparon!», Patel expresó asombrado, «¿y entonces?».
«Comenzaron a golpearme por todos lados. Pude soportarlo como por-
que mi cuerpo está endurecido por el ejercicio desde la infancia. Otro en
mi lugar habría caído inconsciente», dijo Dhanya.
Patel tragó de un solo golpe todo lo que quedaba en su vaso. Eructó en
voz alta y, girando su bigote, preguntó: «¿Qué pasó entonces?».
«¿Qué más? Me llevaron a un espacio abierto y trajeron una linterna.
Colocaron la caja en una plataforma y me ataron las manos y los pies con
una soga. También me dejaron en la misma plataforma. Todo el que acer-
caba me pateaba o me golpeaba con el puño. Algunos quedaban satisfechos
con gritarme sus insultos preferidos».
«Mira, preparemos la cena primero. Podemos seguir hablando mientras
comemos», dijo Modya. Patel le preguntó a Dhanya: «¿Todavía hay algo en
la botella?».
«Sí, hay un poco. Puedes terminártelo. Luego podemos comer», Dhanya ofre-
ció.
Patel tomó el último sorbo. Rama sirvió cuatro baatis a cada uno. Abrió
la parte superior de los baatis y puso dal sobre ellos. Comenzaron a comer.
Patel retomó el incidente de nuevo. «Entonces, Dhanya, ¿te llevaron a la
policía la mañana siguiente?
Modya interrumpió: «¿Por qué? ¿Para qué estamos nosotros?».
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«¿Qué podían hacer ustedes?», Patel se agitó como si algo impensable
hubiera sucedido.
«Nosotros lo rescatamos, Dahji», dijo Kanha, luchando con la sensación
de chile en la lengua. Luego comenzó a toser. «Cómo...», Patel no podía en-
tenderlo. «¿Cómo pudieron rescatarlo después de que lo atraparon? ¿Crees
que soy tonto?».
«Cuando los tres huimos y Dhanya se quedó atrás, nos escondimos en
un campo de mijo cerca del pueblo y vimos lo que estaba pasando desde
una distancia segura. Nos asustamos cuando la gente comenzó a golpear
a Dhanya, pues sentíamos que a nosotros también nos podían atrapar y
golpear», dijo Modya. «Le dije a Kanha: se sabe que tu casta es tonta, pero
ahora recuerda a tu Dios y exprime tu cerebro para encontrar una salida. Si
entregan a Dhanya a la policía, sería un gran insulto para nosotros. ¡Nues-
tras madres se avergonzarían, amigo mío!», le lanzó una sonrisa burlona a
Kanha, que estaba limpiándose la nariz que escurría copiosamente debido
al alto contenido de chile en el dal.
Kanha protestó: «Mira, Dahji, este hombre no degradará mi casta».
Patel dijo bruscamente: «¡No discutas! ¿Qué paso después?».
Kanha continuó: «Después de todo, fue mi truco lo que funcionó. Nada
vence a la inteligencia, ya sabes. Cuando le expliqué mi plan, Rama se
negó: “No, no. ¡No podemos entrar en la boca abierta de un león!”. Yo le
aseguré: “La gente no podrá vernos. Nadie puede ver desde un lugar ilumi-
nado hacia la oscuridad de alrededor. Entonces, su atención tampoco esta-
rá puesta en nosotros”. Con mucha persuasión, Rama estuvo de acuerdo».
Nos apretamos el turbante, recogimos nuestros palos y nos levantamos
para enfrentar el desafío. Caminando en silencio, nos mezclamos con la
gente que rodeaba al pobre Dhanya. De repente, Rama golpeó la linterna
con su palo y comenzó a desatar a Dhanya. Aprovechando la oscuridad
total, hicimos buen uso de nuestros palos con quien estuviera delante de
nosotros. Tomada totalmente desprevenida, la gente comenzó a gritar, a
llorar y a correr para resguardarse. Recogimos la caja y, en cuestión de
minutos, salimos del pueblo junto con Dhanya, algunos hombres trataron
de seguirnos pero pronto nos alejamos».
«¿Es cierto eso?», Patel estaba muy contento de escuchar su aventura.
Añadió: «¡Los valientes deberían ser tan valientes como ustedes!».
Habían terminado de comer y ahora encendían beedis para fumar. Patel
hizo balance de la situación. «Parece que la gente se ha ido a dormir. ¡Mo-
dya! prepárate, ahora». Kanha asintió con la cabeza. Caminó, subió al carro
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y trajo dos palos y dos varillas de hierro. Los cuatro hombres tomaron un
arma cada uno.
«¡La gracia de la Diosa Madre sea contigo! ¡Tengan cuidado!». Patel dio
luz verde a la misión. Modya aseguró a Patel: «No te preocupes por no-
sotros. También cuídate y mantén la carreta con los bueyes lista para la
carrera».
«No se preocupen por mí. ¡Vayan!», Patel los despidió con la mano otra vez.
Luego de que los cuatro hombres se fueron, Ramchanda extendió una
alfombra en el piso de la carreta. Los bueyes estaban unidos al carro.
Sosteniendo la cuerda, Ramchanda se puso en cuclillas en el suelo, frente
al carro. El pueblo estaba profundamente dormido. El silencio fue perfora-
do tan sólo por los ladridos de unos perros y por el ruido de la tos de un
anciano. Este año el invierno era bastante severo y la gente evitaba dejar
sus cálidas colchas.
Ramchanda encendió un beedi más, dio un largo bostezo y miró en el
cielo. Un grupo de estrellas, Orión, estaba sobre su cabeza. Tauro gravitaba
hacia el oeste. Patel había empezado a roncar. Un buey masticaba el cud
mientras el otro lamía el cuello de su compañero. Sus campanas de metal
hacían un sonido suave. El cielo nocturno con millones de estrellas era
muy brillante.
Algunos perros ladraron de nuevo y el viejo tosió un par de veces más.
Ramchanda alertó a Patel sin hacer ruido. Patel dejó de roncar y despertó
con un tirón. Aclarando su garganta, preguntó: «¿Qué es eso?, ¿ya vienen?».
«Parece que están volviendo. Puedo escuchar el sonido de sus pasos», con-
firmó Ramchanda.
«Prepárate, entonces», Patel se puso completamente atento
«¡Estoy listo!», aseguró Ramchanda, aclarándose la garganta.
Los cuatro hombres aparecieron rápidamente. Rama y Dhanya llevaban
cada uno una caja en la cabeza. Se acercaron al carro e hicieron y anuncia-
ron su llegada silenciosamente. Patel se incorporó. Ramchanda levantó el
piso de la carreta. Las dos cajas se colocaron cuidadosamente allí y nive-
laron el piso nuevamente. Extendieron la alfombra encima y todos tomaron
sus posiciones. Nadie hablaba. Ramchanda, sentada delante de la carreta,
arrió a los bueyes. La carreta comenzó a acelerar hacia su pueblo.
Casi amanecía. La gente giraba en sus camas para comenzar un nuevo día.
Cuando la carreta pasó por el último pueblo, estaba bastante oscuro, pero
ahora una luz dorada había comenzado a aparecer en el horizonte oriental.
Las mujeres y los hombres mayores habían salido de sus casas y ya iban
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a sus quehaceres matutinos. Algunos de ellos incluso saludaron a los ocu-
pantes de la carreta.
Los bueyes, ansiosos por llegar a casa, trotaban sin ser arriados. Patel
y los otros iban medio dormidos. El sol ya se distinguía bien por encima
de los árboles cuando la carreta pasó al lado del propio terreno de Patel.
Sus guardias de la aldea Sokanda ya estaban allí. Una manada de ganado
pastaba cerca. Cuatro niños vigilaban la manada. Dos entraron en el campo
de Patel, arrancaron algunas espigas de mijo y salieron. Ramchanda los vio,
detuvo la carreta y preguntó: «¡Ah!¿Van a asarlas y disfrutarlas?».
Patel de repente se interesó: «¿Quién está ahí?».
«Son pequeños arrieros, Dahji; arrancando espigas de mijo de tu terre-
no», Ramchanda informó.
Al escuchar eso, todos en la carreta despertaron de su sueño. «Vamos.
Enciende un beedi. Todavía me siento somnoliento», murmuró Modya, fro-
tando sus ojos. Kanha sacó cuatro beedis y se los ofreció a todos.
«¡Los ladrones son una maldita molestia!». Kanha inhaló humo de su
beedi y pronunció una frase obscena, mientras expulsaba una nube de
humo a través de sus fosas nasales. «¿Quién son ustedes? Vengan aquí». Los
dos muchachos estaban parados como estatuas. No sabían cómo responder
cuando estaban acorralados. Uno de ellos se aventuró a decir algo, vacilan-
te: «Tomamos un poco para asar y comer».
Patel estaba rojo de ira. «Atrápalos y tráelos aquí, Ramchanda. Ya les
había advertido antes, pero parece que no se darán por vencidos en su
hábito de robar. ¡Seguirán siendo ladrones toda su vida!». Concluyó con
algunos sucios insultos. Luego ordenó: «Amárrenles las manos y súbanlos
al carro para entregarlos a la policía».
Modya y Rama agarraron a los dos niños que estaban llorando y rogan-
do que los liberaran. Los subieron a la carreta. Los bueyes ya tenían prisa.
Levantando mucho polvo, la carreta tomó el camino hacia el pueblo l
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El poder
de los sueños
Indra Bahadur Rai
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Ya despierto, mientras observaba las flores en el jardín, me pregunté
cuál podría ser el significado de ese sueño. Decidí que representaba que
el dinero es la fuente de toda disputa y profetizaba que me metería en
una durante el día, así que debía conducirme con cautela.
Caminaba sobre la banqueta hacia mi lugar de trabajo cuando me di
cuenta de que había llegado exactamente al mismo punto en que ha-
bía ocurrido mi sueño. Mientras la gente me rodeaba como si fuera una
glorieta para continuar su camino, me detuve y examiné el lugar. Si una
disputa estaba a punto de suceder, debía ocurrir precisamente ahí. Sin
embargo, todos los que pasaban lo hacían a paso tranquilo y ocupándose
de lo suyo. Así que me consideré un tonto y seguí andando hacia mi desti-
no. Justo entonces llamó mi atención un hombre que vestía un abrigo de
doble pechera y unos pantalones caquis desgastados. Aunque aún estaba
lejos, por su forma vacilante de moverse era obvio que caminaba con
miedo mientras cruzaba apresuradamente la carretera. Alcancé a ver tam-
bién que llevaba un sombrero y que, aunque venía directamente hacia mí,
evitaba mirarme. Cuando se acercó más, observé detenidamente su cara.
¡Era el mismo hombre! Aunque ese descubrimiento no me atemorizó, me
invadió repentinamente el impulso de hacer algo irracional. Caminé tan
silenciosamente como él, lo detuve y espeté: «Dame diez rupias».
Me miró con los ojos completamente abiertos, de arriba abajo. No
entendía lo que estaba ocurriendo. Tal vez trató de decirme algo pero
sus labios apenas se movieron. Dio un paso atrás. Yo seguí mirándolo
como si estuviera a punto de comérmelo. Una de sus manos se dirigió
lentamente hacia el bolsillo de su abrigo, sacó un colorido billete de diez
rupias y, sin decir palabra, me lo entregó. Lo acepté y retomé mi camino.
Pude sentir que él se había dado la vuelta tras de mí y también cómo su mi-
rada me acompañó hasta que la oficina postal me ocultó de su campo de visión.
No conté a nadie el incidente. Temía que después de escucharlo hi-
cieran innumerables comentarios, añadirían de su cosecha a la historia
real y se la contarían a otros. Lo que sí hice fue examinar sin falta las diez
rupias al menos una vez al día. Me preguntaba si el billete sería falso.
Comparé su número de serie con otros de la misma denominación. No
era falso. Empecé a cuestionarme si ese billete en particular serviría para
comprar cosas. Hasta que un día traté de intercambiarlo por un libro. El
dependiente lo aceptó y lo puso en la caja registradora inmediatamente.
Sin pensarlo grité y se lo arrebaté. Entregué otro idéntico para sustituirlo
y corrí de regreso a casa.
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Esa noche tuve un ataque de pánico ante el pensamiento de perder el
billete. El hombre no volvió a aparecer en mis sueños. Tampoco volví a
encontrármelo. Fui a la estación de policía para preguntar por cualquier
reporte de un hombre arrollado por un vehículo. Ningún accidente de
ese tipo había sido reportado en los últimos seis meses. Después de al-
gunas visitas indagatorias, comencé a sentir que los oficiales de policía
empezaban a mirarme con sospecha. Dejé de ir a la estación.
Justo cuando intentaba olvidarlo todo y volver a mi rutina, el hombre
vino a mi casa. Había adelgazado mucho y se veía frágil. Parecía aún más
asustado que cuando nos encontramos la última vez. En cuanto a mí, me
molestaba mucho tener que verlo de nuevo. «Por favor no te molestes
por verme aquí», suplicó. Al ver mi reacción dijo con voz triste: «¿Lo
que te está molestando es tener que regresarme las diez rupias? Tendrás
que devolverlas de cualquier manera». «No recibirás ni una rupia de
vuelta», repuse. «¿Por qué no?», a pesar de mantener un tono amable,
siguió interrogándome con firmeza: «¿Por qué razón te di yo ese billete?
Explícame al menos eso». Lo cierto es que para mí ésa todavía era una
pregunta difícil de responder.
«Tú dime por qué me lo diste. Porque estabas obligado a dármelo, ¿por
qué si no? Medítalo con calma, y si todavía sientes que tengo que devolverte
el dinero, te lo daré. Si falto a mi palabra, que un jeep me pase por encima».
Se quedó parado ahí con expresión malhumorada mientras yo lo es-
quivaba y me alejaba en dirección al mercado.
Al día siguiente volvió a visitarme. Esperó durante media hora, que
pasó merodeando por el jardín hasta que me vio salir. «No tengo nada
que comer, por eso estoy aquí otra vez. ¿Cómo puedes sonreír mientras
me muero de hambre?». Con un tono que amenazaba con transformarse
en llanto en cualquier momento, dijo, «Por favor dámelo para poder
comprar un poco de arroz e irme a casa». Yo empecé a burlarme de él
descaradamente: «Primero tráeme un comprobante oficial de lo que te
debo. Te lo pagaré enseguida. No te comportes como niño y reclames
el dinero de alguien más como si fuera tuyo. No pude haberte pedido
prestada una suma tan insignificante como diez rupias».
«¡Quédatelas! Y ojalá prosperes con las diez rupias que me quitaste con
engaños. Ojalá que te salga barriga. Ahora bromeas, pero más tarde puede que
tengas que arrepentirte de haberme matado. Te convertirás en un asesino».
Un par de días después me lo crucé en el mismo lugar de nuestro primer
encuentro. Sin embargo, esa vez no quiso hablar conmigo. Parecía asustado
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mientras corría sobre la banqueta. Yo aún llevaba el billete en mi bolsillo. Le
había tomado cariño. El día que tuviera que deshacerme de él...
Una semana más tarde, mientras iba hacia mi trabajo, lo vi de nuevo.
Iba acompañado por un amigo. Este último sobresalía desde lejos porque
llevaba puesto un sombrero de plumas y botas de policía. Traté de actuar
como si no los hubiera visto, pero noté que mientras caminaban hacia
mí él hacía una punta con sus labios para señalarme. Me pregunté qué
clase de cosas habría contado para difamarme. Intenté no molestarme.
Cuando pasaron a mi lado, el hombre del sombrero de plumas exclamó
«¡Yuck!» y se rio. A pesar de eso, mantuve la cabeza fría. Para no cometer
una imprudencia, seguí mi camino.
Después de ese encuentro pasaron unos diez meses sin que volviera a
ver al hombre ni en sueños ni en la realidad. Para entonces ya empezaba
a sentir un fuerte arrepentimiento. Tal vez era verdad que no tenía nada
que comer. ¿Qué, si hubiera muerto realmente? ¿Qué, si fui yo quien lo
llevó a tan miserable estado? Si tan sólo pudiera tener otra oportunidad
de encontrármelo. Lo había buscado por todas partes sin éxito. Ya había
olvidado su cara y todo su aspecto, pero estaba completamente seguro
de que había muerto.
A pesar de ello seguí preguntando a un montón de gente, pero no
pude averiguar si él trabajaba en alguna parte de la zona. Fui al hospital,
pero no había nadie que hubiera sido atropellado por un vehículo. La
desaparición empezaba a carcomerme la conciencia. Sentía que tenía
una especie de enfermedad del corazón y temía enloquecer muy pronto.
Empezaba a creer que hasta el último día en que hubiera vida en mi cuer-
po, estaría infatuado con el billete de diez rupias. Que mientras no fuera
capaz de devolverlo, no podría descansar y me sentiría más inquieto cada
día. Definitivamente debía hablar con alguien sobre mi condición. Si al
menos pudiera ir al cementerio a llorar ruidosamente sobre la tumba de
ese hombre, quizás...
De la nada, el tipo del sombrero de plumas pasó por mi mente. Te-
nía que encontrármelo de alguna manera porque encontrarlo significaría
resolverlo todo. Así que fui a donde lo vi la primera vez y esperé toda la
mañana. No apareció.
Al día siguiente tampoco.
Al tercer día llevaba un buen rato parado ahí cuando lo vi aparecer a la
distancia. Se comportaba de una manera que me sugería que quería que
lo viera, se tambaleaba al caminar.
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Cuando estuvo lo bastante cerca para oírme, le pregunté de golpe:
«¿Dónde está tu amigo?».
Él se veía confundido.
«¿Dónde está tu amigo?, dímelo». En mi agitación, repetía la misma
pregunta una y otra vez, al tiempo que apretaba su mano temiendo que
pudiera correr y desaparecer para siempre.
«¿De qué amigo hablas?».
«¡Tu amigo! Pasaste por aquí una vez, hablando con él».
«¿Quién podría ser?».
«No me salgas con eso. El de los pantalones caquis, el abrigo verde y
el sombrero».
«¡Ah! Él no es mi amigo».
«No me importa quién sea para ti. ¿Dónde puedo encontrarlo?».
«Está muerto».
«¿Muerto?».
«Ya han pasado dos meses».
Dejé escapar su mano.
«Él no tenía trabajo y, como tampoco tenía nada que comer, murió.
Estaba enfermo. En vez de encogerse y morir en su cama, pensó que sería
mejor saltar de uno de los acantilados de Kageybhir». Cuando terminó
de hablar, no supe qué responder.
Esa noche, mientras dormía, la imagen de los acantilados de Kageybhir
se formó en mis ojos cerrados. La luna estaba en lo más alto del cielo de
mi subconsciente.
La figura de un alto, negro y desnudo árbol totala1 que se erguía junto
al barranco parecía resguardar bolsas llenas de dinero. Estaba parado al
borde del precipicio y recordaba la silueta de un hombre mirando hacia
abajo. Era un acantilado rocoso, poblado por largos helechos. Me colo-
qué junto al árbol y grité: «Nunca llegué a saber quién eras. Aquí tengo
tus diez rupias. El sueño tuvo una influencia mágica en mí. Ésa es la úni-
ca razón por la que no te regresé el dinero. No deberías estar muerto. Lo
cierto es que me he vuelto muy apegado a tu billete. Aun así, si alguien
me lo pidiera, se lo daría».
1 El totala es un árbol que crece en regiones montañosas. Parece estar siempre des-
nudo porque tiene pocas hojas. Sus flores, que aparecen antes que sus frutos, tienen
propiedades medicinales y son preparadas como si fueran vegetales. En cambio, las
semillas de los frutos del totala son usadas en rituales budistas. (N. del T.).
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Mientras organizaba en mi mente dormida el montón de cosas que
quería añadir, el hombre salió de un hueco entre las raíces del árbol.
«¿Estaré muerto? Parecería como si hubiera muerto por falta de dinero».
Dejó pasar unos segundos y continuó: «Fui yo quien pidió al hombre del
sombrero de plumas que te dijera eso». Se rio y añadió: «¿Me regresarías
al menos mi dinero ahora?».
Yo también me reí.
Saqué el billete de mi bolsillo y se lo extendí: «Ten, tómalo. Llévate tu
dinero de una vez por todas. No lo mantendría conmigo ni un segundo
más». Pero cuando él lo tuvo a su alcance, extendido en mi mano, retro-
cedió incrédulo, como si sospechara una conspiración. «No tomaré este
dinero. No ahora. ¡Simplemente no lo haré!».
Lo arrojé al suelo y dije: «Una vez que salió de mi bolsillo, no regre-
sará. Aquí está tu dinero. Levántalo y llévatelo. Yo me voy».
El hombre gritó a mis espaldas: «¡No voy a tomarlo hoy! Y si insistes,
te juro que saltaré de este acantilado ahora mismo».
¿Qué tal si por saltar en el acantilado de mis sueños él nunca despier-
ta en el mundo real y muere otra vez? «De acuerdo entonces. Lo con-
servaré durante una noche más, pero tienes que venir por él mañana», le
advertí mientras levantaba el billete de la tierra.
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Pescado: una historia
amenazante
K. P. Ramanunni
1 Una persona que pertenece a una de las castas de empleados de templo. (Todas las
notas son del traductor).
2 Femenino de variyar, un grupo dentro de los ambalavasi.
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—Si es así, no lo hagas sola, come cuando estés a mi lado. Te voy
a enseñar a retirar las espinas para comer el pescado sin mayor difi-
cultad —dijo Firoz Babu con voz autoritaria.
Desde entonces, Firoz Babu y Anitha Das comenzaron a almorzar
juntos en el comedor universitario. Los dos iban a la caja y compraban
las fichas de un plato de curri de pescado y otro de mero frito cada uno.
Cuando ya estaban servidos el arroz y el curri, Firoz movía los
platos, dejando de su lado la comida no vegetariana de Anitha. En-
tonces ella mezclaba el arroz con sambar3 y Firoz mezclaba su arroz
con curri de pescado y cada uno comenzaba a comer de su propio
plato. A mitad del almuerzo, él le contaba todos los chistes que había
aprendido, no sólo en la facultad y las películas, sino en otros lugares
también. Cuando estaba absorta en los chistes y se reía fuertemen-
te, olvidándose de todo, Firoz Babu pasaba el curri de pescado y
los pedazos de mero a su plato, y ella ingería esa comida espantosa
junto con el arroz. Algunas veces, cuando su jocosa plática se volvía
fascinante, él incluso ponía su propio bocado de arroz con pescado
en la boca de Anitha.
Las noticias de que un chico mapila4 enseñaba a una muchacha
varasyar a comer pescado se esparció rápidamente en la universidad.
Como Firoz era un joven devoto y con buenos modales, y nunca los
habían visto abrazándose en alguna esquina del campus como las
otras parejas de enamorados lo hacían inmediatamente después de
comenzar el noviazgo, todos veían su relación con algo de curiosidad.
Hasta los profesores y otros trabajadores los observaban almorzar
juntos. No obstante, era una pena que después de mes y medio de
hacer el «programa de combinar los platos», Firoz Babu sólo pudiera
hacer que ella comiera diez gramos de pescado.
Lo que obligó a Anitha a acostumbrarse a comer pescado fue un
problema social y fisiológicamente importante. Empezó a estornudar
frecuentemente y a sufrir de escurrimiento nasal; asimismo le brotaron
erupciones de sarpullido en la piel, por lo que la llevaron al doctor. Des-
pués de un examen detallado, el médico encontró la presencia de quími-
cos nocivos como forato, quinalfose, karate y endosulfán en su cuerpo, lo
que había afectado sus funciones físicas y causaba los síntomas.
3 Un guiso de vegetales.
4 Un grupo especial de musulmanes malabar.
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Pero ¿cómo podían haber entrado semejantes sustancias en el
cuerpo de una estudiante de ingeniería, especialmente siendo una
chica de Paderi variyam?5
Por esas fechas, el diario Mathrubhumi publicó un reportaje res-
pecto a varios pesticidas encontrados en vegetales de venta en Kera-
la, como coles, calabazas agrias y coliflores. Como Anitha Das solía
comer gobi manchurian y thoran de col dos o tres veces al día, se
había descubierto el misterio de estos químicos en su cuerpo. Des-
pués les explicaron que los pesticidas afectan muy poco la salud de
la gente común, debido a su mejor sistema inmune; no obstante, en
personas muy sensibles los síntomas de los males que causaban apa-
recían rápidamente.
—Para que los niveles de I. G. E. en la sangre bajen, mejor acos-
túmbrate a comer pescado paulatinamente. Es muy difícil conseguir
verduras orgánicas en Thrissur —le recomendó el alergólogo a su lis-
ta y bella paciente después de recetarle dos medicamentos antialer-
gias y tres ungüentos. El extraño tratamiento, que jamás se hubiera
imaginado, y el rostro alegre del doctor la hicieron reír.
El médico había dicho la verdad: era muy complicado conseguir
vegetales libres de toxinas en lugares como Thrissur. Sólo tenían ac-
ceso a las mercancías contaminadas que llegaban de Tamil Nadu y
Karnataka. A pesar de que le preparaban comida especial usando col
y coliflor traídas de la tienda orgánica de Kalavara, tanto en el come-
dor universitario como en casa, sus niveles de I. G. E. en la sangre no
habían cambiado. Bajo estas circunstancias fue que tuvo la conver-
sación con su compañero Firoz Babu, quien además se había vuelto
su vecino al rentar uno de los anexos a Paderi variyam. Cuando él le
dio la misma opinión que el médico, ella le pidió ayuda para afrontar
una tarea casi imposible de cumplir sola.
Anitha Das tenía veinte años y vivía con su tía en la noble Paderi
variyam de su infancia. No porque sus padres hubieran muerto, sino
porque, cuando Anitha tenía cuatro años, la hermana menor y única
de su padre, Malathy Varasyar, perdió a su esposo. La mujer había
pasado por mucha tensión y estrés mientras veía a su marido retor-
ciéndose por un dolor en el pecho, así como por un aborto espontáneo.
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Inmediatamente después de la ceremonia del palakuli,6 Malathy
Varasyar hizo saber su decisión de regalar todas las propiedades que
tenía con su esposo a la hija mayor de su hermano, Anitha, y de
llevar una vida ascética en el tempo de Sarada Mutt. No obstante,
los bondadosos consejos que le dieron otros miembros de su familia
durante la noche la hicieron cambiar de decisión y aceptó vivir en
Paderi variyam con una condición: que debían dejarle a la pequeña
Anitha como hija adoptiva.
Fue entonces que la vida de esa pequeña niña dio un giro ines-
perado y comenzó a vivir con su tía. Tuvo una vida sin complicacio-
nes... Rentaban un taxi con tarifa mensual que la llevaba de la casa
al colegio de monjas, para el beneplácito y la comodidad de la peque-
ña de Singapur... La tía era exageradamente celosa de darle a su hija
adoptiva todo lo que quisiera... Anitha tenía consideraciones especia-
les de las hermanas en la escuela, al ser una niña que no vivía en su
tierra natal lejos de sus padres y su hermana menor, que estaban en
Singapur... Tenía malos hábitos, como su asco por ciertas comidas,
y se le olvidaba hacer las tareas debido al exceso de indulgencia en
casa y por no recibir castigos corporales en el colegio. Viajes en avión
a Singapur cada temporada de vacaciones para ver a sus padres...
Viajes de placer con ellos a países como Malasia, Indonesia y Hong
Kong... Las travesuras, rebeldía y protestas contra su tía durante el
bachillerato y la facultad... Las reacciones tranquilas y conciliadoras
de la tía... Reconciliación entre las dos que acabó en besos y abra-
zos... La aparición de síntomas alérgicos como estornudar, proble-
mas respiratorios e inflamación en la piel de Anithakkutty. No había
sufrido de ninguna enfermedad desde entonces, salvo por pequeños
dolores de cabeza durante sus periodos... La ansiedad, el miedo y el
insomnio que sufría la tía como resultado de permanecer velando el
extraño mal de su querida hija... La valentía de Anitha al continuar
comiendo pescado después de descubrir que eran las sustancias tóxi-
cas en las verduras lo que le causaba problemas, aunque perteneciera
a una familia estrictamente vegetariana.
Cuando el alergólogo le dijo que comer sólo unos cuantos bocados
de pescado no era sustituto suficiente para los vegetales a los que
6 Baño que se toma para retirar la supuesta contaminación que causa la muerte de un
pariente cercano.
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había renunciado, Anitha decidió intensificar su entrenamiento con-
sumiendo comida no vegetariana. En lugar de comer unos cuantos
bocaditos de pescado de su plato, decidió consumir el total de lo que
se les servía a ambos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que,
además de los chistes de Firoz, había algo que le transmitían sus
dedos que ayudaba a que pudiera tolerar mejor el pescado. Sí, era el
sabor a aceite que provenía de su piel clara, la calidez agradable de
los dedos del joven mapila y la fragancia que desprendía su cuerpo. A
partir de ahí, su «práctica no-vegetariana» en el comedor cambió, de
ser un par de travesuras ocasionales de Firoz Babu en las que ponía
pescado en la boca, de ella a ser una práctica cotidiana. Un día le
pareció a ella que los labios de Firoz tenían más «química» que sus
dedos. Anitha acercó el rostro a su delicado bigote, oliendo el trozo
de pescado entre sus labios, y lo besó en un impulso inesperado. En-
tre la escandalosa risa que siguió al acto, ella logró extraer el pedazo
de caballa frita de su boca.
Desde ese día, sus almuerzos juntos se daban de tal manera que
era difícil saber si estaban comiendo pescado o besándose. Firoz
Babu, rebosando de energía, y la sonrosada Anitha Das solían llegar
al comedor antes de que los platillos estuvieran listos, compraban
las fichas y se acomodaban en una esquina escondida del comedor.
Anitha Das llegó a consumir algunos días hasta dos curris picantes de
pescado y tres caballas fritas.
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❉
7 Oración de la mañana.
8 Proclamación de la grandeza de Dios.
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«Aunque Firoz es un hombre devoto, parece que la dejó embaraza-
da...»; «El papá de Anitha, que vive en Singapur, debió de haber ame-
nazado a Firoz enviando matones...»; «El padre de Firoz es empresario,
de seguro tiene el plan de vender a su hijo por una dote grande».
Mientras los días pasaban, ambos se sentían hundidos en las som-
bras y estaban exhaustos. Aunque ella tenía ganas de tomar la mano
del joven mapila y llevarlo al comedor en varias ocasiones, el rostro
atormentado de él la disuadía. Ninguno respondió a las preguntas y
los comentarios de los otros compañeros. Cuando ella dejó el pescado
y volvió a comer gobi manchurian y calabaza agria de thoran, co-
menzó a sentirse sofocada y nuevamente tuvo irritaciones. Su tos y
su apariencia desmejorada le rompían el corazón a Firoz Babu, y él
sólo podía llorar en silencio.
Cuando Anitha estaba en casa, hacía como si nada hubiera pasado.
Intentaba alejar las penas de su tía. No obstante, Malathy sabía que
algo iba mal en la vida de su hija adoptiva. Le comentó por teléfono
a su hermano en Singapur sobre el cambio que había tenido la chica.
—¿Qué pasa, hija? ¿Estás ocultándole algo a tu padre? ¿No hasta
te di permiso de comer pescado en secreto? —le preguntó su padre,
quien orientaba la administración de templos hindúes en Singapur.
Dos o tres semanas después de que «prefiriera un comportamiento
pío», Firoz Babu fue citado a la oficina del F. I. M. por Abdul Shah. Un
estudiante de informática llamado Sadique lo había presentado con él.
En la oficina del F. I. M., Shah le dio una amistosa bienvenida a Firoz,
lo invitó a sentarse justo frente a él y lo sermoneó por largo rato sobre
la grandeza del amor. Sostuvo que el primer matrimonio del Profeta
podría ser considerado un matrimonio por amor. Al final le dijo que
podría ser un crimen de su parte rechazar a Anitha Das, y quizás iba
a desaprovechar la oportunidad de cumplir su deber como musulmán.
Cuando los miembros del Bharatiya Vichar Manch se enteraron de
que los activistas del F. I. M. estaban intentando intervenir en el pro-
blema de Firoz Babu y Anitha Das, se hicieron cargo de la protección
de todas las chicas hinduistas. Después, la organización de estudian-
tes de izquierdas llevó a cabo un seminario sobre «La gran comunión
entre estudiantes» en el complejo universitario. A los intelectuales
invitados a hablar se les dieron viáticos muy robustos.
Los padres de Firoz Babu estaban angustiados porque los chis-
mes contra su hijo y la chica de la familia Variyath habían llegado
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a sus oídos. Ellos sabían que Malathy Varasyar era una mujer ultra
ortodoxa y muy estricta al seguir las tradiciones hinduistas. Había
puesto láminas de fibra de vidrio sobre la barda perimetral para
protegerse del olor a pescado que venía de la casa de los vecinos,
aunque decía que era para evitar la molestia de los cuervos. Por ello
suponían que la relación de Anitha con un chico musulmán sería
imposible de aceptar para ella. Al mismo tiempo, había muchas se-
ñales que probaban el amor y la buena voluntad de esta santa mujer
con sus vecinos musulmanes. No dudó en lo más mínimo en alqui-
lar uno de los anexos de su casa a la familia de Firoz y otro a la de
Abdulá Koya. Además, estaba de acuerdo en abrir las esquinas de la
barda del recinto para que los inquilinos pudieran bajar sus muebles
y pertenencias de los camiones. Aunque el olor a pescado le pare-
cía asqueroso, ella detenía a los vendedores ambulantes cuando los
encontraba caminando junto al camino para que así los vecinos pu-
dieran comprar su pescado. Cuando se interrumpía el suministro del
agua por parte de la municipalidad, ella les daba de su propia casa.
El joven Firoz Babu, de veintiún años, tenía permiso de entrar al
variyam cuando quisiera, incluso cuando una chica joven vivía ahí.
La idea de que la travesura de su hijo y Anithakkutty pudiera ser
vista como un abuso de confianza por Malathy Varasyar le preocupa-
ba al padre de Firoz. Pasaba los dedos por los callos oscuros resulta-
do del namaaz y recitaba los hadiths del Profeta: «No es un creyente
quien llena su estómago estando el vecino hambriento»; «Un vecino
tiene el mayor derecho a reclamar la casa y la tierra de su vecino».
«No, no he hecho nada a mis vecinos que vaya en contra de las
enseñanzas del Profeta», se dijo a sí mismo.
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Cuando la oficina del F. I. M. llamó al padre de Firoz sugiriendo
que debería unírseles para tratar el caso de su hijo con la chica hin-
duista, él estalló, derribando todas las barreras del autocontrol, no
sólo contra el demonio al otro lado de la línea, sino contra su hijo,
que estaba desanimado en casa.
Fue en ese momento, cuando todo el mundo sabía sobre la rela-
ción entre Firoz Babu y Anitha Das, menos Malathy Varasyar, que
el padre de Anitha decidió hacer un viaje a casa desde Singapur. Su
viaje a Kerala siempre era como el festival de pooram del templo de
Uthralikkave, que comienza con la explosión de un barril-cohete...
Antes que nada, una llamada telefónica a su hermana mayor con el
dramático anuncio: «¡Papá viene a casa!», seguido del correr del
dinero (recordando el aflujo de ofrendas de los devotos al templo)
requerido para rentar cuartos en los hoteles en Chavakkad Beach,
la Sreevalsam Guest House en Guruvayur y el Hotel Le Meridien en
Kochi. Ella recibiría una carta preguntándole la lista de cosas que
quería que le llevaran, como brazaletes, collares y cosméticos. Final-
mente, su salida de la terminal internacional del aeropuerto Nedum-
bassery, como si viniera en la espalda de un elefante, a su izquierda
la esposa y su hija, quien era adorada con todo tipo de ornamentos.
En esta ocasión, la respuesta de Anitha ante la noticia del viaje de
su padre fue fría como la tierra empapada por una lluvia inoportuna.
Cuando su padre le preguntó: «¿Por qué estás de tan mal humor,
Ani?», ella sólo le dijo: «¡Ven a casa, papá!, ¡ven!».
Durante esos días, la impaciencia y la esperanza cruzaban la men-
te de Anitha como relámpagos por las nubes. Para ese entonces, Firoz
Babu se había dado por vencido ante su propia restricción y comenzó
a acercase a ella hablando de cualquier cosa. Fueron vistos conver-
sando por los rincones del comedor.
En esta ocasión, sólo venía el padre de Anitha desde Singapur,
porque su madre debía dirigir la ceremonia de Gita Jnana Yajna9
y la hermana estaba preparándose para los exámenes. Como había
algunos problemas administrativos en los dos templos de Bhagavati
bajo el fideicomiso de Paderi variyam, él decidió ir a los templos
primero y, debido a que la tía Malathy debía hacer algunos arreglos
para que pintaran la fachada, Anitha fue al aeropuerto para recibir
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a su padre y acompañarlo a los templos. Enviaron el equipaje a casa
y fueron directo al templo Nallesweri, en Poonkunnam. Anitha había
decidido no sacar su angustia de inmediato; sin embargo, cuando él
le preguntó: «Escuché que tu alergia empeoró. ¿Abandonaste el tra-
tamiento de pescado?», ella sintió que su mente se salía de control.
Pero intentó esconder una tormenta interna riéndose fuertemente y
mirando con sus ojos húmedos directo al sol. Su padre lo notó, pero
no pudo desentrañar sus pensamientos, pues estaba preso del telé-
fono con muchas personas por los problemas relacionados con los
templos. El templo de Nallesweri era manejado en conjunto por un
comité y la familia del poojari.10 De hecho, ambas partes competían
entre ellas por el desfalco de las finanzas del templo. El padre de
Anitha ya estaba al tanto gracias a los locales que le habían infor-
mado; no obstante, fue hasta que observó todo personalmente que se
dio cuenta de la gravedad de la situación. Los miembros del comité
estaban vendiendo los árboles y la tierra de los terrenos del templo.
El administrador había hurtado montones de dinero emitiendo fal-
sas recetas a los devotos a cambio de sus ofrendas. El poojari pedía
abiertamente a los fieles que le dieran dakshina11 directamente a él
en lugar de pagar en la oficina del templo. Diría poojas12 recitando
sólo la mitad de los mantras o sin recitar nada en absoluto. La pasta
de sándalo y kalabham13 elaborada para un día se usaba por cuatro
días y la adulteraban con antibióticos.
El padre de Anitha organizó una reunión con todas las personas
involucradas y les advirtió que serían denunciadas y el poojari des-
pedido. Escucharon sus palabras coléricas con falsa humildad. Mas
cuando vio lo ojos ardientes del poojari y se percató del lenguaje cor-
poral del administrador, quien parecía gritarle en silencio: «Te voy a
mostrar quién soy», el ingenuo variyar que venía de Singapur se dio
cuenta de que no iba a poder arreglar nada. Al final le confió todo a
Nalleswariamma y se postró en la entrada del templo. Después de un
rato se levantó y sin siquiera quitarse el polvo salió del santuario, su-
bió a su automóvil y condujo con Anitha al templo de Ambikapuram.
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A pesar de que el padre de Anitha aprendió de su abuela el dicho
malabar «La serpiente que yace en su hoyo es más venenosa que la
que te ha mordido» cuando tenía ocho años, ya casi lo había olvi-
dado. Pero en ese momento, a sus cincuenta y cuatro años, la frase
estaba en su mente como una cobra que extiende su capucha. Descu-
brió que las autoridades del templo de Ambikapuram habían supe-
rado a los de Nalleswari en corrupción y dirigiendo falsas poojas. Lo
más increíble, incluso, era que el poojari mayor era el responsable
principal en el desvío de fondos del templo. Además, hacía brujería
y hechizos a las mujeres para aquellos que se lo pedían. Si una mujer
que había sido seducida con brujería quedaba embarazada, el poo-
jari ayudaría a terminar con el embarazo. Hasta dejaba de lado sus
deberes sagrados como preparar el nivedyam14 si alguien se le acerca-
ba para realizar semejantes rituales nefastos.
Cuando el padre de Anitha se dio cuenta del terrible estado en el
que se encontraba el templo, pensó en salir caminando de ahí, dado
que no era necesaria ninguna reunión o debate, y que los demandaría.
Entonces, un hombre que vivía cerca del templo y estaba orgulloso
de las tradiciones culturales de la India, se le acercó como mediador.
Comenzó citando mal la línea que empieza con «Sindooraruna...»
en el Lalitha Sahasranamam.15 Entonces pasó su mano por los hilos
del cordón de rudraksha que portaba en su cuello y espetó acusacio-
nes contra el padre de Anitha, conteniendo una sonrisa. Luego le dio
un valioso consejo: que gente de la misma comunidad, los hinduistas,
no deberían luchar entre ellos por trivialidades, como dice Mahavis-
hnu en el Markandeya Purana. Describió a los musulmanes como
búfalos y a los cristianos como zorros. Tras tolerar esa conversación
venenosa por un tiempo, el padre de Anitha se alejó del pórtico del
templo y entró al santuario, golpeó su cabeza varias veces en el sopa-
nam16 de Ambikapurathmma y salió disparado del templo.
La distancia desde el templo de Ambikapuram a su variyam en
Thrissur era de sesenta y cinco kilómetros. En el camino, la cajita de
plástico con prasadam17 que alguien le había dado a Anitha salió de su
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bolsa. Su padre miró la orilla teñida de azul con sospecha y le susurró:
—No. No te lo vayas a comer, hija.
En el momento en que articulaba estas palabras, la cara triste
de Ambikapurathamma, quien había sido su salvadora, varadayini
(diosa que bendice y regala sus favores) y mangalakarini (quien da
paz y prosperidad), en su infancia, vino a su mente y comenzó a llo-
rar, ignorando la presencia del conductor.
Cuando notó las inflamaciones alérgicas en la mano de su hija, co-
menzó a indagar a qué restaurante deberían ir a tomar el almuerzo.
La col contiene quinalfos... la coliflor, karate... la calabaza agria y
las hojas de curri tienen endusolfán...
Finalmente, le pidió al conductor parar frente al hotel Thalassery.
—Comerás pescado, hija.
Al escuchar esas palabras saliendo de la boca de su padre, Anitha
hundió la cabeza en su pecho. A pesar de que su padre pasó la mayor
parte del tiempo inmerso en sus pensamientos acerca del futuro de
los dos templos familiares y consultando gente para buscar solucio-
nes y medidas efectivas para protegerlos de los administradores co-
rruptos, pudo darse tiempo suficiente para escuchar a su hija cuando
ella le abrió su corazón. El dolor de Anitha llovió tormentosamente
en los oídos de su padre.
Lo que ella le dijo, más los problemas de los templos, hicieron que
el variyar que había vivido desde hace más de dos décadas y media
en Singapur estuviera consciente de la misión a la que estaba pre-
destinado. Respecto a los templos, implementaría medidas estrictas.
En cuanto al futuro de su hija, decidió ser un testigo lejano de las
decisiones que ella tomara y los planes que hiciera. Aunque trató de
consolarse pensando que «son ideas igual de adorables», también
una cultura adorable debía jugar su rol «en lugares donde la aflicción
se comienza a propagar». Cada vez se sentía más nervioso.
Ambos templos serían entregados a un nuevo fideicomiso bajo el
liderazgo de Brahmandattan Namboodiri, a quien el padre de Anitha
tenía en muy alta estima, y Rama Pisharody, un experto en adminis-
tración de templos. La reunión para tratar el asunto se celebró en
Paderi variyam. Él había decretado que ninguno de los antiguos in-
tegrantes sería parte del nuevo fideicomiso; sin embargo, Rama Pis-
harody le pidió admitirlos aunque fuera como miembros ordinarios.
El padre de Anitha hizo como si no hubiera escuchado las palabras
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de Pisharody. Cuando Pisharody repitió su petición con un matiz de
despecho en su voz, el padre de Anitha fue al baño. No obstante, Pis-
harody volvió a sacar el tema y fue cuando el padre de Anitha aflojó
los dientes y dijo:
—No, Pisharody. Algunas especies tienen bajas defensas. No sólo
es la comida, sino asuntos como el culto están hoy día llenos de vene-
no. Habrás escuchado de la enfermedad de mi hija; pues yo tampoco
puedo tolerar la cepa. En vista de que ustedes tienen una inmunidad
más fuerte, podrán arreglar el asunto. Entonces...
El padre de Anitha salió rumbo al aeropuerto Nedumvasseri con
su hermana Malathy Varasyar para tomar el avión a Singapur. Cuan-
do pasaban por Mathimoola, la suv sedán entró en el terreno acci-
dentado en lugar de ir derecho por la autopista nacional y se detu-
vo frente a una mezquita cercana y un salón comunitario. Malathy
Varasyar esperó cabizbaja y con ojos llenos de lágrimas adentro del
automóvil. El padre de Anitha descendió y caminó al salón. Al llegar
a la puerta escuchó que alguien dirigía la khutba18 desde el estrado.
Sólo había cincuenta o sesenta personas en la asamblea. Pudo ver a
Anithakutty sentada a la izquierda del estrado entre varias mujeres,
vistiendo un sari y un muftha.19 Firoz Babu estaba sentado del lado
derecho, con su ropa de boda y un pañuelo en su cabeza. Su padre y
el khazi20 también estaban sentados junto a él. El matrimonio entre
Anitha y Firoz Babu estaba por celebrarse. El padre de Anitha la ob-
servó por un tiempo, pidiéndole en silencio que continuara con lo que
había decidido. Después de unos segundos salió del salón, antes de
que su hija o alguien más se diera cuenta. Al entrar al auto, sus ojos
estaban llenos de lágrimas. En el momento en que cerró la puerta, el
vehículo arrancó rumbo al aeropuerto como un traidor que huía con
su vida entre las manos l
18 Oración.
19 Velo que cubre el cabello.
20 Persona principal de la congregación de una mezquita.
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La decisión
Musharraf Alam Zauqi
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dientes negros y los dedos amarillos. Pelo sin peinar, él no había sentido
la necesidad de peinarlo.
Lo había estado observando desde ayer. El primer día estuve bastante
asustada. Un hombre en mi habitación... estaba muy asustada y tiritaba
mientras le preguntaba: «¿Quién eres tú?». «¡Uy! Cometí un error»,
susurró. «¿Qué estás escribiendo?». Me miró: «Quiero escribir algo,
pero... mis palabras se han perdido. Recuerda que hubo un tiempo en el
que solía escribir una historia al día muy fácilmente».
«No intentes ser inteligente. Una historia al día, esto sucedió contigo
sólo una vez. No había tenido el dinero ni siquiera para cigarrillos y
licores. Escribías una historia, la enviabas al editor de una revista y con
ese dinero solías comprar una botella de vino. No te preocupaste por tu
encantadora esposa, ni siquiera».
Pero ignoró mi pregunta, ya que no la escuchó. Él estaba buscando
en otro lado. «Tenía muchas palabras. Incluso en ese momento,
cuando Tobatek Singh iba a cerrar los ojos en la tierra de nadie... y
eso... peligroso… Thanda Gosht (Cold Flesh)... Probablemente estoy
recordando todo... Esa tarde peligrosa... Cuando la niña comenzó
desabrochando sus pantalones ante el médico... No, en ese momento
también tuve palabras...».
«Y ahora...». Desapareció repentinamente mientras lo miraba. Me
sorprendió mucho ese sueño aterrador esa noche.
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periodista y no cuento esos incidentes que siguen viendo en los canales
de televisión.
Sólo recuerdo esto: en la mañana llovió, nos vendaron los ojos en
una casa de miedo. La sensación de ser un extraño en la propia casa,
tú puedes entender. Ese día cenamos temprano. Tuvimos interés en las
historias de encuentros falsos en la televisión. Llegué a mi habitación...
cerré la ventana y me acosté en la cama en silencio.
No, ¡uy!, lo siento por ese sueño aterrador. Pero esa noche Manto
estaba en mi habitación una vez más. Y no fue falso. «Vamos afuera».
«¿Estás loco? Afuera... es una gota de agua silenciosa como durante un
toque de queda». «Lo sé. El ambiente no es bueno». «Entonces, la policía
lo arrestará». «No sólo arresto», se estaba riendo. «Lo matará en un
encuentro...». «Tú sabes todo. ¿Todavía estás hablando de vagar afuera,
deambulando...?».
Se puso serio de repente. «No pasará nada, iremos una milla o dos y
luego regresamos». «¿Una milla, dos millas, a pie?». «Shheee... Traje un
auto... lo robé», se estaba riendo. «Solamente pocas personas saben que
conduje por el Qaid-e-Azam Mohammad Ali Jinnah». «Lo sé, y chocaste
con su auto». Manto se reía. «No te preocupes. Esta vez conduciré con
cuidado».
Miré mi reloj. Eran las tres de la mañana. El camino estaba vacío.
Abrí la ventana. El suelo todavía estaba húmedo. No sé qué tipo de
atracción tenía el hombre delgado, que acepté ir con él. El camino
estaba mojado a causa de la lluvia; el ladrido de un perro hizo eco por
todas partes y nos sentamos en el coche. El auto corría rápido. Pasamos
jeeps policiales a intervalos regulares, pero Manto estaba ocupado en
su pensamiento. Parecía que él quería llenar sus ojos con la ciudad y
el vacío de la ciudad. A la una, la policía lo detuvo y le hizo algunas
preguntas. Manto respondió con una sonrisa, no supo nada. Sólo pude
ver en la oscuridad que se había pegado polvo de sándalo en la frente
verticalmente. Se rio cuando vio mi miedo.
«Te dije que no pasaría nada... Ahora... Un poco más lejos...». Ya
habíamos recorrido más de cuatro o cinco kilómetros. Fue en el
momento en que Manto había girado su auto hacia una carretera que
de repente grité: «¿A dónde vas?». «Sheee...», me calló con su dedo: «La
historia no muere tan rápido. No hay necesidad de decir nada. Sigue
adelante». Quería decir eso. La historia nunca muere... Pero no podría
decir nada, no sé por qué.
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Ahora eran las cuatro en punto. Estábamos en el pueblo pobre de
las minorías, donde las pequeñas casas de jornaleros y los criadores de
caballos de barro estaban de pie. Los perros seguían ladrando. Entre
esas casas, para algunos de ellos había llegado la mañana. En pocas
de ellas la cocina tenía movimiento. Las mujeres salían y entraban de
sus casas. Y de repente ese incidente tuvo lugar... un incidente horrible
de repente frente al auto... un niño muy pequeño de una minoría y un
ternero... Conducir sin miedo, para Manto era hora de decidir en un
segundo.
«No», si quieres puedes dejar la historia aquí. No voy a forzarte a
leer más... porque lo que sea que leas es grosero, inhumano, brutal y
muy doloroso, también contra los derechos humanos. En los siguientes
segundos cerré los ojos con miedo y vi que el ternero saltó y corrió...
Manto... a ese niño minoritario... No, te lo digo de nuevo, por favor,
puedes dejar este diálogo despiadado fuera de la historia.
Habíamos regresado a casa. Manto estaba cerca de los bares. Sus
gafas estaban llenas de polvo. Estaba inhalando bocanadas de cigarrillos.
«Podrías haber salvado a ese niño», grité en voz alta.
«Vaca o niño, a uno de ellos...», Manto gritó tal vez más fuerte que
yo. «Un accidente de un niño minoritario será olvidado en horas en esta
área, no el asesinato de un ternero... ¿lo sabes?».
Manto se movió, tomó los papeles desorganizados de la mesa, los
arrancó, se los quitó y los tiró al basurero. Manto ha desaparecido...
pero la silla en la que estaba sentado hace unos momentos, todavía se
mueve de un lado a otro l
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La luna y
Rahu
Keisham Priyokumar
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mujeres en el autobús. Callados, todos se acomodan en sus respectivos
asientos, sin hacer un solo ruido. Sus caras palidecen.
«No somos ladrones. Nuestra lucha es separarnos de la India y obte-
ner la soberanía. Agradecemos su ayuda. Por favor, sin resentimientos».
El líder va al frente del autobús y explica. Los pasajeros siguen quietos
como antes, sin decir palabra.
En cuanto el autobús arranca, el grupo de gente suspira con alivio.
Los que apenas hace momentos estaban sentados en silencio comien-
zan un animado zumbido. ¡Sapermeina! ¡Ya cruzamos Sapermeina! La
gente comienza a conversar. La anciana que está frente a mí se queja:
«Esos bandidos, ¡que se mueran de plaga! ¡Me quitaron mi mercancía!
¡Ni siquiera me dejaron las tres miserables rupias de mi bolso! Y luego,
pedir disculpas. Por esto es que el ejército les dispara y los mata».
«Ésta es una situación peor, madre; les quitaron el salario a las per-
sonas. Son capaces de quitarle a la gente hasta la ropa que trae puesta»,
observa un hombre.
«Si lo intentan, les arranco la quijada». La voz de la anciana se ha
vuelto un poco rara. ¿Está llorando? Se limpia la cara con su tela. Lue-
go comienza a maldecir, un alud de groserías sale de su boca.
«¿Qué más se puede decir, madre? La vida se está volviendo más di-
fícil. Muchos de ellos, en nombre de la revolución, sólo roban; aunque
estén en el valle o las montañas, son todos iguales».
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no quería que yo me fuera de casa. ¿Pero qué podía hacer ella? Con
cualquier reporte de una inminente operación armada, se sumergía en
las actividades de los meira-paibis locales, y juntaba todas sus fuer-
zas para mantenerse calmada en casa. Como es difícil administrar los
traslados en camión arriba y abajo con el pequeño salario, me quedo
en Senapati por diez, veinte días. Muy preocupada por mí, la abuela no
descansaba durante días y noches. La abuela se preocupa por sus nietas
cuando se aproximan las tropas de la armada. Esta era es de completa
penumbra. Sin un rayo de luz, una vida incierta. No puedo cerrar los
ojos y miro por la ventana.
La sierra del este sigue absolutamente negra en la oscuridad. Sufi-
cientemente encima de la sierra negra está la luna, blanca como nieve,
de Purnima, brillando en el cielo, con una mancha negra en el filo. Sí,
hoy es Grahan, el eclipse de una luna madura.
¡Abuela! Mientras Rahu comienza a tragarse la luna, la abuela se
preocupa por ella. Mientras la luz plateada se desvanece del mundo de
la noche, ella llora, ayuna, maldice a Rahu. De vez en cuando, grita:
«¡Suelta! ¡Suelta!» y nadie la escucha. Lenta, gradualmente, la luna es
engullida por la oscuridad. La abuela se queda en casa, y sólo sale para
gritarle a Rahu de vez en cuando. La abuela no es testigo de la tierra
que se desvanece en la oscuridad.
«¡Deténgase! ¡Debe reportarse!».
El autobús es un hervidero enardecido. Es la estación de policía de
Sekmai. El autobús se detiene. ¿Qué hora es? Sin recordar, trato de
mirar en mi muñeca.
¿Dónde pasó el saqueo? ¿A qué hora? ¿Cómo se veían? ¿Eran del
monte o del valle? ¿Cuántos eran? ¿Qué tipo de armas tenían? ¿Eran
genuinas sus pistolas? ¿Eran de perfil clandestino? ¿Eran atracadores
de carretera?
Multitud de preguntas de la policía. Las respuestas de todos se re-
vuelven. El policía anota con tedio en un pedazo de papel, y luego co-
mienza a preguntar sobre las joyas que fueron robadas. Ésas se registran
en otro papel, junto a los nombres. Parece como si realmente pudieran
recuperar lo perdido, mañana mismo. Mi cuerpo entra en letargo.
«Manden un mensaje a la Superintendencia de Policía de Imphal».
Sin moverse de su postura ociosa en su silla, el oficial llama a otro
agente. Con una sonrisa burlona, voltea a ver a la muchedumbre reta-
cada en la habitación y dice: «Es una gran cantidad. ¡Ochenta y siete
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mil quinientas setenta y cinco rupias en efectivo; más de un lakh si
juntamos todo!»
«Thanababu, Sapermeina está muy cerca de aquí. Por favor arrés-
tenlos de inmediato si se puede. Todas las mercancías se compraron
con un pequeño capital. ¿Qué pasará con el dinero para mi negocio de
mañana?» Es la misma anciana. Su voz temblorosa, de nuevo.
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Nos gritan justo al pasar el puente de Feidinga. Todas las luces del
autobús se apagan. Bajo la tenue luz de la luna, se ve por la ventana una
línea de tropas, paradas junto a la carretera. ¿Ahora qué? Miro hacia
arriba una sola vez, a la luna que es devorada por Rahu.
«¡Que todos los hombres se bajen del autobús!», grita el conductor.
En cuanto nos bajamos del autobús, se nos empuja a un lado de la
carretera y se nos coloca bocabajo en fila. Levanto la cabeza un poco,
y miro los alrededores. El oscuro soldado que está parado frente a mí
me patea en la cabeza muy fuerte, con su bota. Mi nuca choca con una
piedra. Siento el dolor. Lentamente, toco mi frente. Mi mano toca sangre
densa. Se me salen las lágrimas de los ojos. No entiendo la razón de las
lágrimas. Hace mucho que no lloro. ¿Qué tipo de dolor es el de hoy? En
silencio, me muerdo los labios para mantenerlos cerrados.
Me levantan del pelo. Me ponen una antorcha directo en la cara. Me
interrogan en hindi.
«¿De dónde vienes?».
«De Senapati».
«¿Dónde vives?».
«Tera Bazaar».
«¿Para qué vas a Senapati? ¿Eres terrorista? ¿Eres extremista?».
«No, soy empleado del gobierno, con puesto en Senapati».
«Todos ustedes son extremistas, terroristas».
Y su bota me patea de nuevo en la cabeza. Miles de estrellas aparecen
frente a mis ojos. Luego, de nuevo, la tierra entera se vuelve oscuridad.
Puedo ver borroso el pequeño remanente de la luna blanca, mientras
Rahu la engulle. La luz de plata ha desaparecido. ¿Puede que mi abuela
esté en el patio, gritando: «¡Suelten a Grahan! ¡Suelten a Grahan!»? ¿O
estará en la carretera, con una antorcha encendida en la mano? l
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Hello Maya
Lalit Magotra
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pliendo. Se sorprendió de sí mismo. «Estoy libre, como un pájaro», dijo con
ligereza. Extendió los brazos como si buscara emprender el vuelo. Maya car-
cajeó sonoramente y dijo: «Entonces, podemos volar juntos en el cielo azul».
Shekhar levantó la cabeza y miró al cielo. Se veía tan claro y azul como la
mente de un santo Sufí: Un azul que le daba a su mente consciencia única de
la profundidad que había percibido después de tanto tiempo.
Maya respondió: «A donde quieras. Lo divertido de volar está en el vuelo,
y no en la dirección».
Shekhar rio. Abrió la puerta de su auto y dijo: «Entonces ven. ¡Te invito!».
El auto se deslizó por la superficie plana de la calle. Sonriente, Shekhar
miró a Maya mientras conducía. Ella miraba hacia el frente, pero también
sonreía. «¿Recuerdas la primera vez que te declaré mi amor?», preguntó él.
Maya le dirigió una mirada inquisitiva y respondió. «¿Se puede olvidar una
cosa así?».
Shekhar recordó el día. Había organizado una pequeña fiesta para algunos
de sus compañeros, nuevos amigos de la universidad. Cuando todo mundo
estaba ahí, había revelado que era su cumpleaños. Todos lo habían felicitado.
Aprovechando la oportunidad de estar solo con Maya, le había preguntado
medio en juego: «¿No me darás un regalo de cumpleaños?». Maya le había res-
pondido inocentemente: «Vine aquí desprevenida. ¿Cómo habría sabido que
hoy era tu cumpleaños?». Y él contraatacó: «Pero ahora lo sabes».
Maya había dicho: «Está bien. Te debo un regalo».
Después de ese incidente, siempre que veía a Maya le preguntaba: «¿No
me das mi regalo?», y Maya le respondía con una sonrisa: «¿Cómo sabría qué
te gusta?». Así siguió por muchos días. Un día, parado ante su puerta, cuando
Maya llegó a su pregunta usual de «¿Cómo sabría qué te gusta?», él no ter-
minó la farsa ahí. En vez de eso, recitó una línea de una canción famosa de
Bollywood: «¡Teri pasand kya hai yeh mujh ko nahin khabar, meri pasand yeh
hai ke mujh ko hai tu pasand!».1
Habiéndose tomado esa libertad, Shekhar ni siquiera se quedó para notar
cómo había afectado a Maya. Simplemente había dado la vuelta y se había ido
del lugar sin mirar atrás.
Conduciendo su auto ahora, seguía tarareando la misma canción, ¡teri pa-
sand kya hai yeh mujh ko nahin khabar, meri pasand yeh hai ke mujh ko hai
tu pasand!
Maya echó a reír de nuevo.
1 «No sé quién te gusta a ti; lo que me gusta es que tú me gustas a mí». (N. del T.).
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«¿Cómo te sentiste cuando me escuchaste hablar así por primera vez?»,
preguntó Shekhar.
«¿Pero cómo te sentiste cuando dijiste eso?», preguntó Maya de vuelta.
Se mantuvo callado por unos momentos y dijo: «Sí, vale la pena pensarlo.
Decirle a alguien que la amas, o escuchar de quien amas, discretamente, que
te ama también, eso sería intoxicante».
«No me has respondido cómo te sentiste cuando me dijiste de tu amor por
primera vez», persistió Maya.
«No sentí mucho en esa ocasión, excepto el duro latir del corazón». En un
instante de reminiscencia, añadió: «Es así. No experimentas dolor ni placer
en el instante en que una cosa te está pasando. El presente es tan impaciente
que pasa a la memoria en el instante en que apenas has dicho la “p” de la
palabra. No puedes ni siquiera experimentar algo en un momento tan breve y
fugaz. El sabor dulce o amargo de la experiencia viene hasta que el incidente
ha sido relegado al montón de los recuerdos. El momento en que te dije estas
palabras, ese momento pasó de inmediato. Pero por mucho tiempo después,
la euforia inducida por lo que dije ante ti me mantuvo dando vueltas en el
aire, volando alto y más alto en el cielo, hasta que me sentí mareado».
Shekhar estacionó su auto afuera de un hotel, y luego de subir las esca-
leras, ambos se sentaron en las sillas del balcón. Desde ahí podían ver el
valle, atravesado por un río serpenteante, que se extendía en la distancia;
una delgada y ligera bruma azulada y aterciopelada, que se entretejía en la
brisa gentil, y filas y filas de montañas al fondo. Como lo ordenó Shekhar, se
sirvieron medallones de pollo y crujientes saag-pakoras —que seguían siendo
la colación favorita de Maya— con café caliente, humeante.
Shekhar lo encontró delicioso. Llamó a un mesero elegante y alto, y le
dijo: «Yar, tu comida de hoy es excepcionalmente deliciosa. ¿Cambiaron al
chef o están probando nuevas recetas?».
El mesero, cuya cara parecía hecha para sonreír, dijo: «Nada por el estilo,
señor. El chef es el mismo y las recetas son iguales. Todo es lo de siempre».
Mirando a Maya, la sonrisa del mesero se volvió más radiante y dejó su
mesa contento, eufórico.
Con mucha delicadeza, Shekhar puso su mano sobre la de Maya en la mesa
y le preguntó: «Maya, ahora tú dime. Cuando dije que te adoro, ¿cómo te
sentiste?».
Maya contempló el valle brumoso y dijo: «Para decirte precisamente cómo
me sentí las palabras no serían suficiente. Pero puedes recordar que estaba
en el primer escalón de la puerta de mi casa cuando lo dijiste. Sabía que di-
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rías algo por el estilo el día que me preguntaste en privado. Callada, esperaba
que esto ocurriera. Ese día, finalmente lo dijiste y luego te fuiste. Me quedé
parada ahí, viendo tu figura al alejarse. Luego entré. Sentí que mi casa tenía
una capa nueva de pintura, vi que las hojas en los floreros se habían puesto
más verdes y las flores más brillantes, y hasta me sonó mucho más dulce la
canción de Vividh Bharati, vi lo brillantes y hermosos que eran los ojos de la
mucama Baghadi que limpiaba nuestros utensilios: pensé en cuánto valía la
pena vivir la vida».
Luego Maya volteó la cara hacia Shekhar y colocó su otra mano sobre la
de él.
Mirando los ojos fulgentes de Maya, a quien la luz dorada del atardecer
había vuelto traslúcida, Shekhar dijo: «Cuando el amor florece en tu pecho por
alguien, la creación entera otorga la capacidad de experimentar su máxima
belleza en esa persona. También yo sentí que al amarte, amaba a todas las
personas que había conocido hasta entonces».
Shekhar tomó un sorbo de café. Se rio entre dientes por algún viejo re-
cuerdo. Apretando levemente la mano de Maya, dijo: «¿Maya, recuerdas ese
incidente, cuando buscamos a un ladrón en la oscuridad de la noche?».
Maya preguntó con cara de confusión: «¿Cuál incidente?».
«Querida, el mismo, cuando al escuchar un ruido a medianoche, el sirvien-
te de tu vecino hizo un gran escándalo de que un ladrón había entrado a tu
casa. Todo el vecindario, incluyéndome, salió con antorchas encendidas en
las manos y buscó por hora y media al ladrón. ¡Pero no era ningún ladrón!
¿Quién más había hecho tanta alharaca sino yo cuando salí por tu ventana?».
Shekhar rio en voz alta. «El vecindario entero había llegado al punto de
formar un comité de vigilancia para prevenir los robos. ¿No lo recuerdas?».
Maya dijo sonriente: «Estás equivocado. No puedo recordar dicho inciden-
te, y no vivías en mi vecindario».
«No, eres tú quien ha olvidado. Tu gente se cambió de casa y rentó la que
estaba junto a la nuestra».
Maya mantuvo su expresión divertida. Al ver esto, Shekhar dijo, «Ahora,
no me digas que no recuerdas el día que llamé a tu papá para pedir tu mano».
La sonrisa de Maya tenía ahora un leve tinte de travesura. «¡Muy bien!
Ahora tú dime qué ocurrió. Quizá pueda yo recordar». Miró a Shekhar con cu-
riosidad. Shekhar explotó en carcajadas de nuevo, y mirando también travie-
samente a Maya, comenzó: «No tenía las agallas de hablar con él. Mis amigos
Joshi y Slathia encontraron la forma de hacer algo. Había un bar en el bazar
donde empieza la calle hacia tu casa. Ahí me llevaron, y me hicieron tomar un
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vaso de whisky. Pero a la mitad del camino, se me fue la valentía. Me dieron
otro trago, y me empujaron hacia tu casa. Pero eso tampoco fue suficiente.
Para ese punto, ya no podía sentir la diferencia entre tu casa y la de tus veci-
nos. No podía sentir nada, de hecho. Abyectamente aturdido, apenas y logré
timbrar en tu puerta. Fue tu padre quien abrió la puerta. Al verlo, parado
frente a mí, me incliné al instante a tocar sus pies como lo había planeado.
Me incliné tanto que me caí al suelo. Tu padre trató de levantarme, pero yo
estaba demasiado borracho…». Shekhar rio de nuevo, y Maya también.
Shekhar añadió: «A la fecha, no sé qué tanto tuviste que sufrir por ello».
Maya respondió sonriente: «¿Por qué habría de sufrir yo? Estás confundi-
do. Nunca fuiste así a mi casa. No había un bar cerca de mi casa».
El júbilo de Shekhar decayó un poco. «¿Cómo puede ser que no haya visi-
tado tu casa?».
Disfrutando la situación, Maya rio sonoramente y dijo: «Debes haber ido
con alguien más. Tan borracho como estabas, quién sabe con el padre de
quién te inclinaste».
En la cara de Shekhar, el asombro sustituyó a la risa. Preguntó: «¿Pero
recuerdas el día en que pretendiste haber perdido el sentido y ahogarte en la
playa de Goa y traté de revivirte con respiración de boca a boca?».
Maya respondió: «No, no recuerdo eso».
«¿Y cuando te pasé una carta de amor dentro de un sándwich y te lo co-
miste todo?».
Maya dijo de nuevo: «¡No!».
Confundido, Shekhar preguntó: «¿Me dices la verdad? ¿No recuerdas
nada?».
Maya dijo: «No es culpa de mi memoria. Nada de esto pasó conmigo. Puede
ser con otra chica u otras chicas. ¿Cómo podría recordarlo yo?».
El predicamento de Shekhar se volvía ansiedad rápidamente. Al percibir
esto, Maya sofocó una risa. «Pero, Shekhar, ¿Realmente recuerdas todo esto?».
Shekhar asintió y dijo: «Con certeza».
Maya dijo: «Bien, si así lo recuerdas, entonces no importa que nadie más lo
recuerde, o no. Tú vives tus propios recuerdos, y no los de nadie más. Si está
en tus recuerdos, es verdad para ti. No te preocupes».
Shekhar sentía que Maya tenía razón. Miró por un rato el valle que se
extendía ante él y bebió a profundidad su intoxicante brisa. Luego exclamó:
«¡Qué vista tan espléndida!».
Maya preguntó: «¿Vienes aquí diario?».
Shekhar respondió: «No».
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Maya inquirió sorprendida: «¿Por qué no?».
Shekhar respondió: «Estoy ocupado con otras cosas».
Maya preguntó con mayor sorpresa: «¿Puede haber algo mejor que ver el
espectáculo de este valle?».
Shekhar se preguntó a sí mismo y dijo: «Quizá no».
Maya dijo después de un rato: «Debemos tener una vista mejor desde la
azotea».
Shekhar llamó al mesero sonriente y le preguntó dónde estaba la escalera
a la azotea.
El mesero dijo: «Mire, ahí está frente a usted». Vieron que, efectivamente,
frente a ellos colgaba una escalera hecha de gruesas cuerdas de colorida seda.
Advirtiendo la curiosidad de Shekhar, el mesero dijo: «El hotel la tiene espe-
cialmente para los huéspedes que quieren ver el valle desde arriba».
Ambos dejaron sus sillas y caminaron hacia la escalera. Maya iba al frente.
Se pescó de la escalera y comenzó a ascender. Apenas había subido tres o cua-
tro travesaños cuando se le soltó la cuerda sedosa. La escalera quedó lejos de
su alcance. ¡Pero qué ocurría entonces! En vez de caer al suelo, Maya comenzó
a volar hacia el valle, y luego, como un pájaro, se desvaneció por completo en
la bruma. Shekhar no podía hacer nada sino mirar.
Shekhar se sobresaltó. El clamoroso claxon de un vehículo lo había traí-
do de vuelta. Estaba parado junto a su auto, había cerrado la ventanilla
hacía solo un momento. Una de sus manos seguía en la manija de la ventana
del auto. La mujer de mediana edad se acercaba a él apenas, con la familiar
sonrisa.
Shekhar le dijo: «¡Hola, Maya!» .
La mujer le preguntó a su vez: «¿Hain?».
Shekhar dudó un poco. Le preguntó: «¿Eres Maya?».
Le respondió: «No».
Shekhar agitó la cabeza por hábito. Pero la mujer no dijo: «¡Hola, Shekhar!».
En sus ojos él no vio ningún indicio de reconocimiento l
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Entre labios
Desmond Kharmawphlang
[iletrada
transmitiéndola
de boca en boca.
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La canasta de caña desapareció cuando
habitaciones.
[invierno amargo,
[libros,
[historia».
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Kynpham
Sing Nonkynrih
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meses antes del Pomblang, el festival de danza y rituales.
Este triste Ïing, la Casa de la Reina Madre,
en forma de caparazón,
no lo encuentra hermoso ni majestuoso.
Tampoco lo ve único porque fue construido sin clavos,
ni siquiera le interesa compararlo
con el Arca de Noé. Lo que en realidad le intriga
es el ritual que regenera el techo. Es una gran lección:
incluso los ciclos de la cultura requieren un nuevo techo al año.
Esta casa ejerce su atracción hacia él como un lazo de sangre
mientras una enorme tristeza lo sofoca al pensar
que aunque no sea nuevo el techo, una nueva casa se construye este
[año.
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ojos, clama en la desolación,
¿no hemos conocido ya esos ojos
que bailaron traviesos mirando tus ojos?
¡Tejedores de romances y oscuras fantasías!
Cada uno había sido una posibilidad,
un amor, una alegría, una celebración...
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La visión de
Arjuna como imagen
poética
Elsa Cross
1 La raíz de éschatos, (έσχατος), «final», se confunde con la de skató (σκáτό), que signifi-
ca excremento, y al hablar de «escatología» o «escatológico», suele haber una confu-
sión porque en español se usa la misma palabra para los dos conceptos; en griego esto
se diferenciaría perfectamente con dos palabras distintas que serían, respectivamente,
εσχατολογία (eschatología) y σκατολογία (skatología).
2 El término viene de Orígenes, que hablaba de una restauración final del Reino de los
Cielos tanto para los justos como para los pecadores, idea que implicó serios problemas
doctrinales.
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una influencia o coincidencias con la tradición mística judía del Merka-
bá, que proviene de la visión de Ezequiel del Trono divino, visto como
un carruaje (que es lo que significa merkabá) que representa todas las
formas de la creación, y cuyos animales y seres emblemáticos pasarán
después a ser distintivos de los cuatro evangelistas. También es posible
encontrar imágenes que están ya en el Libro de Daniel, como la bestia
con diez cuernos, el anciano de «vestiduras blancas como la nieve» y
esa figura «como hijo de hombre» que llega hasta él, y que para Daniel
es un ángel. Y más cercano en el tiempo al Apocalipsis está el intertes-
tamentario Libro de Enoch,3 donde los rostros de los «santos hijos de
Dios» son también «blancos como la nieve», aunque pueda pensarse en
el posible carácter derivativo y epigonal de este último texto, no acep-
tado en el canon de la Biblia hebrea ni por ninguna iglesia cristiana,
excepto la etíope.
La semejanza que hay entre el Apocalipsis y el Libro de Daniel en el
uso de la imagen poética y en el tono, se hace evidente en los siguientes
versículos de este último texto, en que pueden reconocerse muchas imá-
genes del Apocalipsis. Dice el Libro de Daniel:
3 Libro escrito entre los siglos iii y i a.C., es decir, después de la escritura de la Biblia he-
brea y antes del Nuevo Testamento. Aunque es citado en algunas epístolas, sólo lo acepta
el canon bíblico etíope, en cuyo caso se conoce como Libro etíope de Enoch.
4 Libro de Daniel, 10. 5-6 p. 651 (versión de Casiodoro de Reina y Cirpriano de Valera).
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Al respecto de toda esta literatura apocalíptica, acaso resulte de ma-
yor interés que su carácter profético, el fenómeno de la visión misma.5
Los símbolos y las imágenes con que se expresan estas revelaciones —o
elaboraciones— son tan amplios que podrían profetizar casi cualquier
evento de cualquier época según los términos de referencia que se acep-
taran como válidos. Lo que más me interesa subrayar es la fuerza poé-
tica del texto y las imágenes. Una visión o revelación contiene, por lo
general, una serie de símbolos, a veces muy visuales y siempre llenos de
significados latentes, que es lo que más los acerca a la imagen poética. Tal
vez la poesía y la profecía, así como el mito, surjan de espacios internos
semejantes. Haya habido o no de por medio una revelación directa en
san Juan, no es raro que tenga influencia o semejanza con algunos textos
proféticos anteriores, pues si aun en distintos momentos históricos de
esa tradición se conserva una retórica similar y un mismo trasfondo sim-
bólico, éste puede configurar tanto los elementos expresivos de visiones
ulteriores como su manera de interpretarlos. De ahí que sea frecuente
que los místicos judíos vean el trono de Dios, los cristianos tengan visio-
nes de ángeles y santos o de la cruz, y los hindúes de sus dioses, o de ṛṣis
y siddhas, por poner algunos ejemplos.
5 Ésta no puede ser comprobable, pero considero que es un fenómeno de interés aun su
posible elaboración intencional.
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Acercándome más a un pasaje de la Bhagavad Gītā que deseo contrastar
aquí, muy escuetamente, con algunos versículos del comienzo del Apocalip-
sis, quisiera partir del carácter de visión o revelación que tiene expresamen-
te ese fragmento del capítulo xi de la Bhagavad Gītā, su carácter de teofanía,
para subrayar algunas similitudes que encuentro, en cuanto a la imagen
poética, con el texto de san Juan, y que saltan a la vista por la diferencia tan
radical de las dos tradiciones y sus contextos respectivos. Me detendré en el
contexto de la Bhagavad Gītā, que por lo general es menos conocido.
La Bhagavad Gītā aparece en la parte central de la famosa épica india
del Mahābhārata, y por su importancia, cobró un valor autónomo. Bha-
gavad Gītā significa «La canción del Señor», y en el capítulo xi es donde
Arjuna recibe una revelación de la forma cósmica de Kṛṣṇa. Se da en el
contexto de una gran batalla que está a punto de comenzar. Los ejércitos
se encuentran ya formados, y Arjuna, que es el jefe del ejército de los
Pāṇḍava, en lucha contra sus primos, los Kaurava, que les han arrebatado
su reino, debe dar ya la señal de combate.
Algo lo detiene, sin embargo, y cuando Arjuna le pide al conductor de
su carro de guerra, que es otro primo suyo, Kṛṣṇa, que avance el carro a
la mitad del campo para ver a sus enemigos, descubre que éstos no son
sino sus tíos, sus maestros, sus primos, sus amigos. ¿Cómo va a matar
a su propia familia? Sería un crimen que haría recaer sobre él un karma
terrible. Por ningún motivo los matará, ni aun a cambio del reino. Arjuna
cae en un desaliento muy profundo, se hunde en su carro, arroja el arco
y se niega a combatir. Kṛṣṇa le recrimina esa conducta, diciéndole que
son indignos de un noble semejantes desmayos y que su deber, su dharma
de guerrero es luchar; también le da a entender que no va a combatir por
un reino sino por la justicia.
Arjuna se encuentra totalmente confundido y le pide a Kṛṣṇa que le
resuelva sus dudas, que le dé instrucción. Kṛṣṇa acepta y se convierte en
ese momento en el guru de Arjuna, quien tardará dieciocho capítulos en
entender finalmente cuál es el sentido de la acción correcta, del dharma, y
en aceptar ir al combate. Ahora bien, Kṛṣṇa no es un primo cualquiera, y
Arjuna se va dando cuenta de ello en el curso de la instrucción que recibe
de él. Según el Mahābhārata y los Puraṇa, Kṛṣṇa es un avatāra o encarna-
ción divina de Viṣṇu, el dios protector del universo.
Al comienzo de su instrucción, Kṛṣṇa le explica a Arjuna que diversos
caminos del yoga, como el de la acción correcta, el del conocimiento,
el de la meditación y el de la devoción, conducen al mismo fin, que es
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liberarse de la ignorancia y el sufrimiento para unirse a la divinidad.
Kṛṣṇa habla después de su propio ser, y comienza a decir cosas raras que
desconciertan a Arjuna. Declara ser la raíz del más antiguo linaje de sa-
bios, siendo que es muy joven, y dice después: «Has de saber que todos
los seres nacen (de mí). Yo soy el origen de este mundo al igual que su
disolución».6
Luego, va dando gradualmente una descripción de su ser, que abarca
desde el plano de la inmanencia, como cuando dice, «Yo soy el sabor del
agua... la luz de la luna y el sol» o «Yo soy la fragancia pura de la tierra
y el resplandor en el fuego», hasta el plano de la trascendencia: «Los
hombres sin entendimiento me consideran a mí, que no estoy mani-
fiesto, como si estuviera manifestado, ignorando mi naturaleza más alta,
inmutable y suprema».7
A medida que Kṛṣṇa sigue hablando de su naturaleza divina, Arjuna
está más azorado cada vez, hasta que dice: «En verdad Tú mismo te co-
noces a ti mismo, por ti mismo, oh suprema Persona, fuente de los seres,
Señor de las criaturas, Dios de dioses y dueño del mundo».8
Y cuando le pide que le revele el poder de sus manifestaciones divi-
nas, Kṛṣṇa le dice: «Yo (oh, Arjuna) soy el ser que habita en el corazón
de todas las criaturas, soy el comienzo, el medio y el fin mismo de los
seres».9 Esto nos hace recordar obviamente el «Yo soy el alfa y la omega»
del Apocalipsis de san Juan.
Al final del capítulo X de la Gītā, después de extender a toda cosa imagi-
nable la descripción de lo que él es, Kṛṣṇa agrega: «Yo sustento este universo
entero, penetrándolo con una sola fracción de mi ser»,10 y entonces Arjuna
siente un deseo incontenible de ver la forma cósmica de Kṛṣṇa, y le pide que
se la revele. Kṛṣṇa accede, pero primero tiene que otorgarle una visión espi-
ritual que le permita percibirla. Y entonces Arjuna contempla esa revelación
de la forma cósmica de Kṛṣṇa, y al cabo de un momento, aterrado, se inclina
ante él con las manos juntas y entre otras cosas le dice lo siguiente, que cito
in extenso:
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En tu cuerpo, oh Dios, veo a todos los dioses y también a las varia-
das huestes de seres, a Brahm ā , el señor sentado sobre el trono de
loto y a todos los sabios y n ā gas celestiales.
Te contemplo, infinito en forma por todos lados, con innumera-
bles brazos, vientres, caras y ojos, pero no veo tu fin ni tu medio ni
tu comienzo, oh Señor del universo, oh Forma universal.
Te contemplo con tu corona, mazo y disco, fulgurando por don-
dequiera como una masa de luz, difícil de discernir, (deslumbran-
do) por todas partes con el resplandor del fuego llameante y del sol,
incomparable.
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Todos aquellos hijos de Dh ṛ tar āṣṭ ra, junto con las huestes de
reyes, y también Bh īṣ ma, Dro ṇ a y Ka rṇ a, al igual que los jefes gue-
rreros de nuestro lado también,
Van corriendo hacia tus bocas temibles, provistas de tremendos
colmillos. Atrapadas entre los dientes, las cabezas de algunos se ven
aplastadas hasta pulverizarse.
Como torrentes de muchos ríos corren hacia el mar, así estos
héroes del mundo de los hombres se apresuran hacia tus bocas lla-
meantes.
Como las polillas van ligeras hacia el fuego ardiente para morir
allí, así estos hombres corren veloces hacia tus bocas, hacia su pro-
pia destrucción.
Devorando todos los mundos a cada extremo de tus bocas lla-
meantes, los lames. Tus rayos fogosos llenan este universo entero y
lo calcinan con su brutal fulgor.
Dime quién eres Tú, de forma tan terrible. Salutaciones a Ti, oh
gran Divinidad, ten compasión. Deseo conocerte a Ti, que eres el
Ser primordial, pues no conozco tus obras . 13
Arjuna no puede resistir por mucho tiempo esa visión terrible y ter-
mina pidiéndole a ese ser inabarcable que recupere su forma apacible
de Viṣṇu. Tampoco san Juan puede tolerar su revelación y al principio,
al igual que Daniel, se desmaya; en sus historias respectivas, Moisés se
cubre el rostro ante la zarza ardiente14 e Isaías exclama, «Ay de mí!, que
soy muerto».15 Son visiones tan tremendas que resultan amenazantes. Es
algo muy distinto del susurro amoroso, que acaso escuchan los místicos.
Tanto para Arjuna como para san Juan, su capacidad de concebir a Dios
se ve sobrepasada en tal medida, que los dos se aterran. Las sendas vi-
siones están más allá incluso de los conceptos convencionales de vida y
muerte. Arjuna le dice a Kṛṣṇa: «Eres el Imperecedero, el ser y el no ser
y lo que está más allá de eso». Y dejando de lado cuestiones teológicas o
doctrinales, quisiera subrayar algunas semejanzas de las dos visiones en
cuanto al contenido plástico y poético de sus imágenes. En una estrofa
semejante a otra que he citado ya, dice la Gītā:
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524
Te contemplo como algo sin principio, medio ni fin, de poder in-
finito, de brazos innumerables, con el sol y la luna como Tus ojos,
con Tu cara como un fuego llameante, cuya irradiación quema este
universo. 16
sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al latón fino,
ardientes como en un horno; y su voz como ruido de muchas aguas.
Y tenía en su diestra siete estrellas y de su boca salía una espada
aguda de dos filos. 17
En la Gītā, Arjuna dice: «Como las muchas corrientes de los ríos corren
hacia el mar, así estos héroes del mundo de los hombres se apresuran hacia tus
bocas llameantes».18 Y en el Apocalipsis: «y de su boca sale una espada aguda
para herir con ella a las gentes».19
Para Arjuna, el objeto de su visión es «el guardián inmortal de la
ley eterna»; san Juan habla del «testigo fiel y verdadero, el principio de
la creación de Dios».
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525
Dice la Bhagavad Gītā:
Y el Apocalipsis dice:
Y también:
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526
nes precisas. La revelación es también fundamental en el judaísmo, y la
Torah, los cinco primeros libros de la Biblia hebrea (o Tanakh), llamados
también Pentateuco, se consideran igualmente libros revelados. Tanto
en la tradición védica como en la judaica se piensa que sus escrituras
respectivas —o la sabiduría que contienen— son anteriores incluso a la
creación.
¿Pero la visión es anterior al lenguaje o al revés? En el Génesis, Dios
dice primero «Hágase la luz», y es entonces cuando la luz se manifiesta. En
las escrituras hindúes el sonido divino también precede a la aparición de las
formas: el nāda o vibración primordial, da origen al bindu, el punto luminoso
donde se concentra toda la energía potencial que dará origen al universo,
kalā, al explotar y expandirse —tal como en la teoría del Big-Bang.
Y si en la visión del comienzo está implícita también la visión del
final, como es frecuente en mitos de creación, «la semilla de mundos
extintos» de la que surge el universo, según un himno del Ṛg-Veda, será la
que vuelva a contener al universo cuando al final de esa era cósmica sea
devorado por el fuego vaiśvānara, pues hay también aquí un fin catastrófi-
co del mundo. Pero un aspecto que hace que cualquier escatología hindú
sea mucho menos terrible que la del Apocalipsis, es que ningún fin del
mundo es definitivo: el tiempo es circular, de modo que se alternan cí-
clicamente etapas de creación y destrucción del universo y cada una en-
gendra a la otra, aunque haya intervalos de reposo donde todo queda, o
bien, latente como semilla, o bien, manifiesto en las formas del universo.
Así, la visión de Arjuna no es tan radical como la de san Juan. Está
realmente presagiando el fin de una era y la muerte de la mayor parte de
los guerreros que participan en la guerra, pero al final hay una restaura-
ción de la justicia. La existencia sigue, en la vida o la muerte; está más
allá de ellas, tal como dice Krishna desde el comienzo de su enseñanza:
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527
Hay también una restauración al final del Apocalipsis, donde se res-
tituyen la justicia y el bien y se instaura el Reino de Dios en la tierra.
Independientemente de la diferencia entre estas dos visiones y otras,
cuyos ejemplos podrían multiplicarse, sean una revelación externa,
transmitida por un ángel, un dios o lo que sea, o interna, originada en
las profundidades de la propia psique, es significativa la reiteración de
ciertos elementos.
Tanto la Bhagavad Gītā como el Apocalipsis comparten una teofanía en
la que el Dios o el ser objeto de la revelación es el comienzo y el fin de
todo; es sobrecogedor e irradia fuego o una tremenda luminosidad; tiene
una boca o bocas amenazantes, de las que sale, o una espada de dos filos,
o el fuego que devora a los guerreros; es un dios que recibe, en una y otra
narrativa, las salutaciones de los seres celestes o los santos.
En un texto y en el otro hay un extraordinario vigor poético, tanto
por el contenido como por el ritmo de las imágenes, que se magnifican
dada la gravedad de los contextos respectivos, si bien en la Gītā se habla
sólo de una batalla, y en el Apocalipsis del fin del mundo, de la batalla
final, el Armagedón. Tienen los dos textos en común un contenido que
sobrepasa y desborda los límites de la racionalidad y de lo que el ser
humano considera normalmente como factible y natural. Si esas visiones
provienen de la imaginación, ésta debería considerarse como algo muy
importante pues tiene la capacidad de engendrar cosas más grandes que
el ser humano mismo. Y ya quieran verse desde el punto de vista de la
mística o de la poesía, sin duda se conectan con algo muy profundo en
cada uno de nosotros.
En su libro Las grandes tendencias de la mística judía, Gershom Scholem
señala que los aspectos o sucesos históricos de una religión determinada
adquieren un sentido místico que los desliga de sus propias circuns-
tancias concretas para convertirlos en símbolos de un acontecimiento
interior, refrendable en cada ser humano. Por ejemplo, el Éxodo no se
agotará en la salida de Egipto, sino que, dice: «debe corresponder con
algo que ocurre en nosotros mismos, un éxodo de un Egipto interno en
el cual todos somos esclavos».
Cada quien tendrá que indagar qué es lo que detonan en su propio
interior esas dos visiones de las que se ha hablado aquí l
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Literatura
antigua de la India
[Compilación]
H itopadesha
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La hija del sabio
Érase una vez un sabio que vivía a orillas de un río. El sabio y su es-
posa no tuvieron hijos. Estaban descontentos. Un día, cuando el sabio se
dedicaba a la penitencia, un pajarito dejó caer una rata en su regazo. El
sabio pensó que Dios podría haberle enviado esta rata. Pensó que, si la
llevaba a su casa, la gente se reiría de él. Entonces decidió transformarla
en una niña.
El sabio llevó a la niña a su casa. Al verla, la esposa del sabio preguntó:
«¿Quién es ella? ¿De dónde trajiste a esta chica?». El sabio le narró toda
la historia y dijo: «La regresaré a su forma original». Su esposa lo detuvo
al instante: «Te lo ruego, por favor, no la conviertas en una rata. Le has
dado la vida, entonces te has convertido en su padre. Como eres su padre,
soy su madre. Dios debe de habérnosla enviado porque no tenemos hijos».
El sabio aceptó la petición de su esposa. Comenzaron a criar a la niña
como su propia hija. Pronto, la niña se convirtió en una bella doncella.
Cuando cumplió dieciséis años, la esposa del sabio decidió casarla. Le
pidió a su esposo que le encontrara una pareja adecuada. Al sabio le
gustó la idea y sugirió que el Dios Sol haría la mejor pareja para su hija.
La esposa estuvo de acuerdo con esto, y el sabio oró al Dios Sol para que
apareciera. Cuando apareció, el Sabio le pidió que se casara con su hija.
Pero la chica rechazó la idea y dijo: «¡Lo siento! No me puedo casar
con el Dios Sol porque está ardiendo. Seré reducida a cenizas en su calor
y su luz». El sabio se desilusionó al escuchar esto. Le preguntó al Dios
Sol si podía sugerir un novio para su hija. El Dios Sol dijo: «El Señor de
las Nubes podría ser una buena pareja para ella, ya que él es el único que
puede detener fácilmente los rayos del Sol».
El sabio entonces oró al Señor de las Nubes para que se presentara y
le pidió que se casara con su hija. Pero la chica una vez más rechazó la
propuesta y dijo: «No quiero casarme con una persona oscura como él.
Además de esto, me aterroriza el trueno que genera». El sabio se desani-
mó una vez más y le preguntó al Señor de las Nubes si podía sugerir un
posible novio. El Señor de las Nubes dijo: «El Dios Viento puede ser, ya
que fácilmente puede volarme».
El sabio entonces oró al Dios Viento para que se apareciera y le pidió
que se casara con su hija. La hija declinó la idea y dijo: «No me puedo
casar con una persona frágil como el Dios Viento, que siempre está re-
volcándose». Una vez más, el sabio se puso triste y le pidió al Dios Viento
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530
que sugiriera algo. El Dios Viento respondió: «El Señor de la Montaña es
sólido y puede detener los duros golpes del viento con facilidad. Él puede
hacer una pareja adecuada para su hija».
Según la sugerencia amable hecha por el Dios Viento, el sabio fue al
Señor de la Montaña y le pidió que se casara con su hija. Pero la chica
una vez más rechazó la propuesta y dijo: «No me puedo casar con el Se-
ñor de la Montaña porque tiene demasiado frío». Le pidió al sabio que
encontrara un novio más suave para ella. El sabio buscó la sugerencia
del Señor de la Montaña para lo mismo. El Señor de la Montaña res-
pondió: «Un ratón hará una pareja perfecta para ella, ya que es suave y
puede hacer agujeros en la montaña».
La hija aprobó la idea de casarse con un ratón. Además, estaba com-
placida con esta propuesta. El sabio dijo: «Éste es el destino. Viniste
como una rata y estabas destinada a casarte con un ratón». Al decir esto,
el sabio convirtió a la chica de nuevo en una rata. La rata se casó con un
ratón y vivió feliz a partir de entonces ✹
L os cuentos J ataka
El poder de un rumor
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Cuando corría por el bosque, otra liebre la vio y le preguntó: «¿Qué
pasó? ¿A dónde vas con tanta prisa?». La primera liebre gritó: «La tierra
se está rompiendo. Es mejor que corras también». La segunda liebre co-
rrió tan rápido que superó a la primera. Mientras pasaban por el bosque,
ambas gritaron a otras liebres: «¡La tierra se está rompiendo. La tierra
se está rompiendo!». Muy pronto, miles de liebres corrían por el bosque.
Al ver a las liebres corriendo por el bosque, los otros animales tam-
bién se asustaron. La noticia se extendió de boca en boca y pronto to-
dos llegaron a saber que la tierra se estaba rompiendo. No pasó mucho
tiempo antes de que todos los animales se unieran a la carrera. Todas
las criaturas, ya fueran reptiles o pájaros, insectos o animales de cuatro
patas, todas intentaban escapar y sus gritos de miedo creaban caos por
todas partes.
Un león de pie en una colina vio a todos los animales corriendo y pen-
só: «¿Cuál es el problema?». Bajó corriendo la colina rápidamente y se
colocó frente a la multitud. Les gritó: «¡Alto! ¡Deténganse!». La podero-
sa presencia del león redujo la creciente ola de miedo entre los animales.
Un loro gritó: «¡La tierra se está rompiendo!», posándose sobre una roca
cerca de él. El león preguntó: «¿Quién lo dijo?». El loro respondió: «Lo
escuché de los monos».
Cuando se les preguntó a los monos, respondieron que lo habían oído
de los tigres. Cuando se les preguntó a los tigres, se descubrió que habían
sido informados por los elefantes. Los elefantes dijeron que los búfalos
fueron su fuente. Finalmente, cuando las liebres fueron atrapadas, se se-
ñalaron una a la otra hasta que se reconoció a la que comenzó a difundir
la amenaza.
El león le preguntó a la liebre: «¿Qué te hizo pensar que la tierra se
estaba rompiendo?». La liebre, vacilando por el miedo, respondió: «Su
Majestad, la escuché resquebrajarse con mis propios oídos». El león in-
vestigó el asunto y buscó el sonido que la liebre había escuchado. Final-
mente, llegó a saber que el sonido había sido causado por un gran coco
que caía de un árbol. El coco cayó sobre una pila de rocas, causando un
pequeño derrumbe.
El león les dijo a todos los animales: «Vuelvan a sus casas. La tierra
es absolutamente segura. La próxima vez, verifiquen un rumor antes de
actuar sobre él». Los animales, que ahora parecían bastante estúpidos,
regresaron a sus hogares ✹
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532
S hakuntala
S hakuntala
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primavera alrededor de la ermita. Después de esto comenzó a bailar, y la
música divina la acompañó. Después de un tiempo, la música empezó a
filtrarse en la conciencia del sabio. Estaba lleno de un extraño deseo y ya
no podía concentrarse en su penitencia. Abrió los ojos y vio una visión en
rojo, Menaka bailando sensualmente, con una melodía celestial. Inme-
diatamente la pasión comenzó a arder en su mente, y deseó a esta mujer,
cuando nunca antes había deseado algo en su vida. La estratagema de
Indra había tenido éxito: la penitencia de Vishwamitra fue interrumpida.
El sabio y la ninfa pasaron muchos meses juntos, complaciéndose en
sus deseos. Con el tiempo, una hermosa hija nació para ella. Llamaron a
la niña Shakuntala. Ambos padres estaban inquietos. Menaka quería re-
gresar al lugar que le correspondía en la corte de Indra y el sabio quería
retomar sus interrumpidas austeridades. Por este tiempo, el sabio Kanva
visitó la ermita. Shakuntala se quedó con él para ser criado como su hija
y sus padres se fueron para continuar con sus deberes.
Tal era la historia de cómo Shakuntala llegó a vivir en la ermita del
sabio Kanva. Ella heredó la inteligencia de su padre y la belleza de su
divina madre. No era de extrañar que Dushyanta se enamorara de ella
instantáneamente al contemplarla. Una vez que Dushyanta llegó a saber
quién era, empezó a dirigirse a ella así: «Oh, doncella. Tu belleza brilla
como la de Chandra en el día de luna llena. Si es posible, eres incluso
más hermosa que tu madre. He caído desesperadamente enamorado de
ti. Por favor consiente en ser mi esposa».
Shakuntala estaba llena de admiración por este rey, porque debe re-
cordarse que Dushyanta era un guerrero guapo. Sin embargo, ella no
consentiría en ser su esposa de inmediato. Ella dijo: «Oh, rey. En este
momento mi padre Kanva está lejos de esta ermita. No volverá aquí
durante muchos meses. Antes de proponerle matrimonio a una niña, el
consentimiento de su tutor es esencial. Por lo tanto, no me presiones para
que dé una respuesta a tu propuesta ahora. Vuelve más tarde y solicita el
consentimiento de mi padre para dirigirte a mí».
Dushyanta no pudo soportar la idea de esperar tanto tiempo antes
de casarse con ella. Nunca se había acostumbrado a esperar nada en
su vida. Intentó convencerla de un matrimonio instantáneo. Dijo: «Oh,
Shakuntala, es cierto que la práctica común es buscar el consentimiento
de los guardianes antes del matrimonio; sin embargo, en circunstancias
extraordinarias, las Escrituras permiten un gandharva vivaha, en el que
dos personas que se aman se casan entre sí con testigos. Se ha recurrido
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
534
con frecuencia a esa práctica en los casos en que no se puede contactar
a los tutores de inmediato para conocer su opinión. Por favor, no me
atormentes, vamos a casarnos inmediatamente, ya que no puedo pensar
en una vida sin ti».
Así que Shakuntala permitió que la convencieran de casarse con el
rey inmediatamente, muy en contra de su mejor juicio. El amor ardiente
debió de ser su única excusa, ya que no se habría perdido nada al esperar
unos meses para que su padre regresara y el matrimonio se llevara a cabo
de acuerdo con el modo común. Se casaron, con sólo las criaturas del
bosque como testigos. El rey y Shakuntala pasaron un mes muy agrada-
ble allí en la ermita. Ya era hora de que Dushyanta regresara a su reino,
pues no había dejado una palabra acerca de dónde se lo podía encontrar.
Quería llevar a su esposa junto con él.
Sin embargo, Shakuntala no pudo consentir esto. Ella dijo: «Mi padre
volverá muy pronto. Si no estoy en la ermita para darle la bienvenida,
estará muy preocupado. Dado que nuestro matrimonio se realizó muy
simplemente, es justo que llegues en forma, acompañado por tu séquito,
para llevar a tu novia a tu hogar. Regresa a tu reino ahora, pero vuelve
pronto y llévame a tu reino».
Dushyanta estuvo de acuerdo en que éste era un buen plan y regresó
a su país. Antes de ir, le dio su anillo de sello, como muestra de su afecto.
Mientras tanto, Shakuntala no podía apartar al rey de su mente. Pasó todo
el tiempo meditando, esperando el momento en que Dushyanta regresara
y la llevara a su reino. Estaba tan distraída que incluso dejó de atender
su jardín favorito, donde se había encontrado con el rey por primera vez.
Mientras estaba en este estado de ánimo, el sabio Durvasa vino a visitar a
su padre. No encontró a nadie en la ermita, ya que Shakuntala había em-
pezado a vagar por el bosque todo el día. El sabio finalmente la encontró
sumida en sus pensamientos, bajo un baniano. Sabía quién era ella, ya que
no era su primera visita a la ermita. Él le preguntó dónde estaba Kanva.
Tan grande fue la abstracción de Shakuntala en sus propios asuntos, que
ni siquiera notó que el sabio le estaba hablando. De hecho, ni siquiera notó
su presencia. Después de repetir sus preguntas muchas veces, Durvasa se
enojó mucho. Era un sabio de temperamento bastante corto, notorio por
sus maldiciones pronunciadas con ira. Maldijo a Shakuntala así: «¡Ya que
estás abstraída en tus pensamientos, que aquél en el que estás pensando
olvide tu propia existencia!».
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
535
Su voz resonante mientras pronunciaba la maldición sacudió a
Shakuntala de su abstracción. Humildemente le pidió perdón y le pidió
que anulara la maldición. Le dijo con lágrimas que no había notado su
llegada, ya que estaba pensando en su marido. Finalmente, el sabio ce-
dió. No pudo anular por completo la maldición, y la enmendó para que
Dushyanta no la olvidara permanentemente, sino sólo temporalmente.
Después de esto, el sabio se despidió. Algún tiempo más tarde, el sabio
Kanva regresó a su ermita. Shakuntala le relató todos los incidentes que
ocurrieron durante su ausencia, incluido su matrimonio con Dushyanta
y la maldición de Durvasa. Kanva estaba preocupado por la maldición,
pero se consoló con el reflejo de que sólo era temporal.
Pasaron unos meses y Shakuntala descubrió que estaba embarazada.
Kanva decidió que era hora de ir al reino de su marido, ya que el here-
dero al trono debería nacer en el país de su padre. Encontró un grupo
de brahmanes que planeaban visitar el reino de Dushyanta. Les pidió
que escoltaran a su hija adoptiva con su marido. Todo el grupo comenzó
su viaje. Shakuntala siempre llevaba el anillo de sello que Dushyanta le
había dado en su dedo anular. Mientras viajaban, se estaban bañando en
un río, y su anillo se deslizó de su dedo y fue arrastrado por el río. Estaba
muy molesta, ya que era lo único que tenía como recuerdo de su marido.
Ella no había aceptado ningún otro regalo de él.
Los brahmanes la acompañaron a la corte de Dushyanta. Por supues-
to, la maldición de Durvasa había entrado en vigencia para entonces y
él no la reconoció en absoluto. Él le dijo: «Oh, doncella, ¿quién eres tú?
¿Qué es lo que buscas de mí? ¿Has sufrido alguna injusticia en mi reino?
De ser así, me ocuparé de que se haga justicia».
Shakuntala estaba muy sorprendida. «Oh rey, ¿no me reconoces? No
he cambiado tanto en estos seis meses que hemos estado separados. Hace
siete meses me conociste en el bosque, cerca de la ermita de Sage Kanva.
Usaste palabras de cariño conmigo y me pediste que fuera tu esposa. A
pesar de que te pedí que esperaras a que mi padre regresara, me conven-
ciste de que me casara contigo de inmediato. Nos casamos de acuerdo
con los derechos del gandharva vivaha. Volviste a tu reino, prometiendo
regresar pronto y llevarme a mi lugar correcto como tu reina. Ahora ni
siquiera me reconoces. ¿Es ésta la práctica de los reyes? Acéptame como
tu esposa, tu reina».
Por supuesto, Dushyanta no recordaba nada de esto. Él pensó que
ella era una impostora, y se enojó mucho. «Oh, doncella. Tu forma justa
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no coincide con la astucia de tu mente. Nunca te había visto antes. Tu
audacia al afirmar que me casé contigo no tiene paralelo. Tu estratagema
no tendrá éxito. Puedo ver que estás embarazada. Estás intentando im-
ponerme ese hijo, después de haber perdido tu virtud ante otra persona.
¡Vete de mi presencia, antes de que cambie de opinión para ejecutarte
por tus acusaciones infundadas!».
Al escuchar las duras palabras pronunciadas por el rey, Shakuntala se
desmayó. Cuando despertó, ardiendo con justa ira, dijo: «Oh, rey, pen-
saste que cuando hiciste tu promesa no hubo más testigos que nosotros
dos. Olvidas que Mitra, Varuna y otros dioses son siempre testigos de una
promesa. Por alguna razón mejor conocida por ellos, los devas no vienen
a mi rescate. Debiste haber sido derrotado, cuando hablaste esas pala-
bras duras y rompiste tu promesa. Los dioses siempre castigarán al que
rompa los juramentos. No me quedaré un instante en este lugar donde
he sido insultada así».
Al escuchar sus palabras, Dushyanta se llenó de asombro; sin em-
bargo, no la recordaba del todo, y se mantuvo firme en su negativa. Los
brahmanes que habían acompañado a Shakuntala la consolaron y la lle-
varon de vuelta a la ermita de su padre. Kanva vio que todavía quedaba
mucho tiempo por recorrer antes de que la maldición de Durvasa siguie-
ra su curso, consoló a su hija y le aconsejó que aceptara su destino. Él le
aseguró que su futuro estaría lleno de felicidad que pasaría en compañía
de su esposo y su hijo, y que los tiempos oscuros actuales pasarían.
A su debido tiempo, Shakuntala tuvo un hijo varón. Él había hereda-
do la belleza de su madre y su valor de su padre. Kanva lo llamó Bharata.
Pasaron diez años, durante los cuales el niño creció hasta convertirse en
un niño. Kanva le enseñó las Escrituras y el dharma (el camino de la
verdad). Además de esto, como corresponde a un príncipe, le enseñaron
el uso de las armas, y destacó particularmente con el arco.
El anillo de sello que había sido arrastrado por el río yació en el
fondo durante mucho tiempo. Por fin, fue tragado por un pez. Este pez
fue atrapado en la red de un pescador en el reino de Dushyanta. Cuando
abrió el pescado para cocinarlo, encontró el anillo dentro. Inmediata-
mente reconoció el anillo de sello de su rey, y lo llevó a la corte. Cuando
Dushyanta lo vio, la maldición de Durvasa se levantó. Inmediatamente
recordó a Shakuntala. Estaba muy afligido, porque ella había venido
a su encuentro, sólo para ser insultada en su corte. Decidió buscarla y
disculparse por su conducta, y pedirle que fuera su reina. Conocía el
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bosque en el que había conocido a Shakuntala, pero no pudo recordar la
ubicación exacta del jardín en el que la conoció. Fue solo, sin su séquito,
y pasó muchos días en el bosque, en busca de la ermita de Kanva.
Buscó comida en este bosque. Un día vio un gordo jabalí en el bos-
que. Lo persiguió y finalmente logró derribarlo con sus flechas. Al mis-
mo tiempo, otro cazador también había disparado sus flechas contra el
mismo jabalí. Ambos llegaron al jabalí al mismo tiempo. El Rey estaba
muy sorprendido de que el otro cazador fuera un niño de diez años. Por
supuesto, éste no era otro que su hijo, pero naturalmente el rey no lo re-
conoció. Ambos comenzaron a discutir, alegando que el jabalí era suyo.
La discusión se volvió violenta y el niño desafió al rey a combatir. El
rey dudó, ya que no era apropiado que un guerrero tan famoso luchara
contra un simple niño. Sin embargo, cuando Bharata lo acusó de cobar-
día, se enojó mucho y aceptó el desafío. Muy rápidamente, una vez que
comenzó la batalla, Dushyanta se dio cuenta de que, aunque sólo tenía
diez años, su oponente era un guerrero consumado. El rey estaba muy
presionado para contrarrestar el asalto del niño. La batalla se prolongó
durante horas, pero al final, el rey fue derrotado y hecho prisionero.
Según las reglas de combate individual de aquellos tiempos, se convirtió
en esclavo del vencedor. El niño lo llevó a su casa, que era la ermita de
Kanva. Allí, el rey se encontró con Shakuntala y se dio cuenta de que su
conquistador no era otro que su hijo. Hubo una reunión muy feliz, con
el rey pidiendo perdón al sabio y a su esposa por los eventos que habían
tenido lugar en su corte. Ambos lo perdonaron de inmediato, ya que era
irreprochable en este asunto, la maldición de Durvasa era la causa de su
comportamiento.
Dushyanta regresó a su reino, acompañado por su esposa y su here-
dero. A su debido tiempo, abdicó al trono a favor de su hijo. Bharata
gobernó por un largo tiempo. Conquistó a todos los reyes del mundo
y los puso a todos bajo su control. Desafortunadamente, aunque tuvo
muchos hijos, no encontró a ninguno de ellos digno de gobernar el reino
después de él ✹
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P anchatantra
El mono y el cocodrilo
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539
Entonces, el mono tomó felizmente más frutas para que el cocodrilo las
llevara a casa.
Karalamukha las tomó y se las ofreció a su esposa, y narró la historia
de su amistad con el mono que vivía en el árbol. La esposa del cocodrilo
estaba encantada de comer esos dulces frutos. Dijo: «Oh, querido, estos
frutos son tan dulces como el néctar. Si el mono los come todos los días,
me pregunto si será aún más sabroso. Trae el corazón del mono para mí».
Karalamukha estaba asombrado al escuchar esto. Dijo: «Querida, no
puedo matar ni engañar al mono para obtener su corazón. Es mi amigo.
Es injusto pensar en tal cosa».
Pero su esposa le suplicó por el corazón del mono. Cuando no pudo
convencer al cocodrilo de que lo hiciera por ella, dejó de comer e insistió
en que preferiría morir si el cocodrilo se negaba a hacer lo que deseaba.
Karalamukha no tuvo más remedio que sucumbir a sus deseos. Aunque
estaba triste, ideó un plan para atrapar a su amigo y fue con Raktamukha.
Él dijo: «Oh, amigo, mi esposa ama mucho los frutos y le conté a mi
esposa sobre nuestra amistad. Ahora está ansiosa por conocerte. Está
enojada conmigo por no presentarte con ella antes. Por lo tanto, te ha
invitado a nuestra casa para la cena. Acepta nuestra invitación».
El mono aceptó de inmediato, pero ¿cómo podía ir a la casa del co-
codrilo? No podía nadar. El cocodrilo dijo: «Siéntate en mi espalda y te
llevaré a mi casa».
Y entonces Raktamukha se sentó en Karalamukha y entraron al agua
del río. Karalamukha lo llevó a aguas más profundas, donde planeaba
matarlo. Raktamukha se asustó mucho con tanta agua a su alrededor. Le
suplicó a su amigo que se moviera lentamente.
En este momento, el cocodrilo sabía que había tenido éxito en su plan
y tenía al mono totalmente bajo su control. Pensó que no era posible que
escapara, por lo que reveló su plan: «Oh, mono, la verdad es que te llevo a
hacer feliz a mi esposa. Ella desea comer tu corazón. Ella cree que su gusto
debería ser aún mejor que los frutos jamun que tienes todo el tiempo».
Al escuchar esto, Raktamukha se sorprendió. Pero no entró en pánico.
En lugar de eso, dijo ingenuamente: «Oh, amigo, ¿por qué no dijiste eso
antes? Sería mi privilegio si pudiera servir a tu esposa con mi corazón.
Eres un buen amigo, y deberías haberme dicho antes. He dejado mi co-
razón en el árbol jamun. Regresemos y traeré mi corazón de inmediato».
El tonto cocodrilo le creyó y se dio la vuelta. Karalamukha llevó a
Raktamukha al árbol creyendo que el mono debía sacar su corazón del
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540
árbol. Pero tan pronto como Raktamukha saltó de la espalda del coco-
drilo, trepó al árbol y se sentó en una rama alta. Finalmente se había
salvado del malvado plan del cocodrilo.
Karalamukha quería saber: «¿Qué está causando este retraso? Se está
haciendo tarde y mi esposa está esperando». Raktamukha respondió:
«Oh, amigo mío, ¿cómo puede uno sacar su propio corazón y guardarlo
en el árbol? Me engañaste para matarme, y a cambio te engañé para
salvarme. Deja que esto sea una lección para ti por ser tan infiel. Vete y
nunca vuelvas».
El cocodrilo supo que había sido engañado, y se sintió avergonzado
por sus acciones. Se fue ✹
P uranas
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541
Los principales Puranas son Brahma Purana, Brahma Vaivarta
Purana, Brahmanda Purana, Bhagavata Purana, Vishnu Purana,
Matsya Purana, Kurma Purana, Varaha Purana, Vamana Pura-
na, Shiva Purana, Linga Purana, Skanda Purana, Markandeya
Purana, Agni Purana, Narada Purana, Padma Purana, Bhavis-
hya y Garuda Purana. Algunos de los Upa-Puranas prominentes
incluyen Deva Bhagavata, Narasimha, Vayu, Sthala y Nilamata
Puranas.
V amana A vatar
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542
Cuando Vishnu apareció ante ella, le pidió a Vishnu que naciera como
su hijo y terminara con el rey Bali.
El Señor Vishnu dijo: «El rey Bali es un hombre justo y está destinado
a convertirse en el rey de todos los mundos, pero debido a que has orado
por mí y me has pedido este favor, muy pronto naceré como tu hijo y
haré lo que tú has deseado».
Después de un breve periodo, Aditi estuvo embarazada del Señor
Vishnu y dio a luz a un bebé que creció hasta convertirse en un joven
apuesto, pero muy pequeño para su edad; era muy inteligente y se llamó
Vamana.
Para cuando Vamana llegó a la edad de cinco años, el rey Bali realizó
noventa y nueve ashwamedha yagna y sólo uno más lo convertiría en el
rey de los mundos.
La ceremonia del hilo de Vamana se realizó a la edad de cinco años
y salió a hacer viksha (mendigar) como parte del ritual y llegó al lugar
donde Bali estaba representando el centésimo yagna.
Al ver al niño radiante en el yagna, Bali se levantó y se acercó a él.
Shukracharya inmediatamente reconoció a Vishnu y le advirtió a Bali
que no se le acercara, pero Bali se sintió atraído por él y fue hacia él.
Bali le dijo al niño: «Me siento honrado de tenerte aquí en el yagna,
doy limosna a cualquiera que venga a verme hoy, por favor pregúntame
qué deseas tener».
Antes de que Vamana pudiera hablar, Shukracharya interrumpió a
Bali y lo llevó a un lado y le dijo que su Señor Vishnu había venido en la
forma de un brahmán y lo destruiría si le concedía algo.
Bali estaba feliz de saber que era su dios quien había venido a él y le
pidió que le diera algo; nada podría ser más satisfactorio y más precioso
para él en su vida.
Sin preocuparse por la advertencia de su gurú, Bali fue a ver a Vama-
na y le pidió que deseara lo que quisiera.
Vamana sonrió a Bali y dijo: «Sólo necesito tres pasos de tierra medi-
dos por mis pies».
Bali se divirtió con ese simple deseo y dijo: «Te concedo lo que pe-
diste».
Tan pronto como Bali lo dijo, Vamana comenzó a crecer en tamaño
y siguió creciendo a tal tamaño que cubrió toda la tierra con un paso,
el cielo con otros pies y no quedó nada para poner sus pies en el tercer
paso prometido.
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543
Vamana preguntó dónde pondría los pies para el tercer paso. Bali, im-
presionado por el poder del Señor Vishnu, lloraba y le decía: «Te ofrezco
mi cabeza para pisar». Vamana sonrió y puso sus pies en la cabeza de
Bali y lo empujó hacia patala (subterráneo).
Todos los dioses estaban felices con el evento y se apoderaron del cielo
otra vez ✹
M ahabharata
La historia Mahabharata
El rey Santanu se casó con una mujer que encontró junto al río. Tuvie-
ron muchos hijos y ella los ahogó a todos. El rey la detuvo derribando al
último niño. Luego dijo que era una diosa y que este niño era un dios,
pero tuvo que permanecer en la tierra como castigo por robar una vaca
sagrada en una vida pasada. El niño se llamaba Devavratha, pero era
conocido como Bhishma.
La diosa regresó a donde sea que vayan las diosas, y el rey continuó
gobernando. Un día se enamoró de una mujer; su nombre era Satyavathi.
El rey Santanu le preguntó a su padre si podía casarse con ella, y él dijo
que sí, pero sólo si los hijos de Satyavathi heredaban, dejando al pobre
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544
Bhishma. Bhishma fue realmente genial con esto y dijo que permane-
cería célibe para que nunca tuviera hijos. Por lo tanto, el rey Santanu
y Satyavathi se casaron. Tuvieron dos niños: uno no tuvo hijos y murió
en la batalla, y otro, Vichitravirya, creció hasta la edad adulta y se casó
con dos mujeres, Ambika y Ambalika. Pero antes de que cualquiera de
sus esposas tuviera hijos, Vichitravirya murió y no mucho después el rey
Santanu también murió. Por lo tanto, el único miembro sobreviviente de
la familia era Bhishma, que había hecho un voto de celibato y se negó a
romperlo.
Lo que la reina Satyavathi no le había dicho a nadie era que antes
de casarse había nacido de un pez y había tenido un encuentro con un
sabio y dio a luz a un hijo llamado Vyasa. Entonces, aunque Vyasa no
era exactamente el heredero, todavía podía heredar. Todos acordaron
que Vyasa debería dormir con las dos esposas de Vichitravirya y los niños
heredarían. Ambika dio a luz a un niño llamado Dhritarashtra. Él era
agradable y habría llegado a ser rey, pero nació ciego. Mientras tanto,
la otra esposa de Vichitravirya se unió a Vyasa y dio a luz a un niño
llamado Pandu.
Dhritarashtra, siendo ciego, se da cuenta de que realmente no puede
gobernar, por lo que le da su reino a su hermano Pandu. Es un tipo muy
agradable y le encanta cazar. Un día sale a cazar y mata a un ciervo
mientras está en el medio del «juego del amor». Resulta que no es un
ciervo común sino un dios, quien maldice a Pandu y dice esencialmente
que «ya que me interrumpiste, voy a ensuciarme contigo». La maldición
dice que si tienes relaciones sexuales morirás. Pandu no tiene hijos en
este momento, pero tiene dos esposas: Kunthi y Madri. Él decide que no
puede gobernar, por lo que él y sus esposas pasan el rato en el bosque.
Un día Kunthi (la primera esposa de Pandu) llama al dios del sol.
Él realmente aparece. Ella da a luz a un niño que nombra Karna, pero
lo envía río abajo en una canasta. Es descubierto y criado por un sol-
dado y su esposa. Vuelve más tarde como una fuerza a tener en cuen-
ta. Pandu piensa que tal vez las cosas funcionarán para él si juega el
sistema. Él le dice a Kunthi que tiene relaciones con otros dioses para
tener hijos. Kunthi se lleva a Yama (dios de la muerte y la justicia) y
ella da a luz a Yudhishthira. Luego se une con Vayu (dios del viento) y
tiene a Bhimasena. Finalmente hace la escritura con el dios Indra y da
nacimiento a Arjuna. Mientras tanto, la segunda esposa de Pandu, Ma-
dri, atrae a los dioses Aswins y tiene a los gemelos Nakua y Sahadeva.
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545
Todos son niños, todos son increíbles y son colectivamente conocidos
como los Pandavas.
Pandu simplemente no puede resistir sus impulsos e intenta tener
sexo con su esposa Madri. Él muere en sus brazos y ella se arroja. Kunthi
(la otra esposa de Pandu) lleva los niños al hermano ciego de Pandu,
Dhritarashtra, para que puedan ser criados para heredar. Mientras tan-
to, Dhritarashtra se casó con la princesa Gandharai y se convirtió en un
rey ciego. Gandharai se venda los ojos Ella simpatiza con su ceguera y
nunca vuelve a ver. Mientras Pandu estaba afuera en el maderas con
sus dos esposas evitando el sexo, Dhritarashtra se convirtió en rey, y él y
Gandharai tuvieron cien hijos Estos hijos no son buenos chicos y pelean
con sus primos todo el tiempo. El más viejo de estos niños se llama Dur-
yodhana y es un verdadero malvado. Esta colección de niños es llamada
Kauravas.
Todos los ciento cinco niños son atendidos por Bhishma, quien está
constantemente tratando de entrenarlos.
Los hermanos malvados tenían envidia de su primo Yudhishthira y
comenzaron a maquinar destronarlo. Su primer intento de matar a los
Pandavas fue quemándolos dentro de un palacio. Los Pandavas lograron
escapar, pero luego los malvados hermanos una vez más intentaron ga-
nar control. Uno desafió al hermano mayor, Yudhishthira, a un juego de
dados que llevó a Yudhishthira a perder todo, incluso su esposa y la de
sus hermanos, Draupadi. Él, junto con sus hermanos y su esposa Drau-
padi, fueron exiliados del reino. Por doce años tuvieron que vivir en el
bosque y en el decimotercer año debieron esconderse en una ciudad, dis-
frazados. Fue durante esos trece años que los hermanos crecieron para
aprender cómo era vivir con lo mínimo y adquirir más conocimiento.
Después, el decimotercer año, Duryodhana decidió que lucharía contra
ellos, lo que llevó a una gran guerra y a la muerte de muchos. Muchos
murieron por ambos lados, y después de la guerra, se dio cuenta de que
nada se ganó realmente.
La figura más dramática de todo el Mahabharata, sin embargo, fue
Krishna, quien fue la personalidad suprema de Dios mismo, descendió a
la tierra en forma humana para restablecer a sus devotos como cuidadores
de la tierra y que practicaron el dharma. Krishna era el primo de ambas
partes, pero era amigo y consejero de los Pandavas, se convirtió en el cuña-
do de Arjuna, y sirvió como mentor y auriga de Arjuna en la Gran Guerra.
Krishna se retrata varias veces como ansioso por ver la guerra y en mu-
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546
chas formas en que los Pandavas fueron sus instrumentos humanos para
cumplir ese fin. A lo largo de sus vidas y la terrible Gran Guerra, hubo
ejemplos de lagunas éticas entre hombres que nunca fueron resueltas. A
raíz de la guerra, Yudhishthira sólo estaba terriblemente preocupado, pero
su sentido de la injusticia de la guerra persistió hasta el final del texto. Esto
fue a pesar del hecho de que todos los demás, desde su esposa hasta Kris-
hna, le dijeron que la guerra fue correcta; incluso el moribundo patriarca,
Bhishma, le habló extensamente sobre todos los aspectos de la Buena Ley
(los deberes y responsabilidades de los reyes).
En los años que siguieron a la Gran Guerra, los únicos supervivientes
por parte de los Kauravas, los padres de Duryodhana, el rey Dhritaras-
htra y su reina, Gandharai, vivieron una vida de ascetismo en un retiro
forestal y murieron con calma yóguica en un incendio forestal. Kunti,
la madre de los Pandavas, estaba con ellos también. Krishna se fue de
esta tierra treinta y seis años después la Gran Guerra. Cuando supieron
esto, los Pandavas creyeron que era hora de que ellos dejaran este mun-
do también y se embarcaron en el «Gran Viaje», que involucró caminar
al norte hacia la montaña polar que está hacia los mundos celestiales,
hasta que el cuerpo de uno cayó muerto. Uno por uno, comenzando con
Draupadi, los Pandavas murieron en el camino hasta que Yudhishthira
se quedó solo con un perro que lo había acompañado desde el principio.
Yudhishthira llegó a las puertas del cielo y allí se negó a obedecer la
orden de conducir el perro de vuelta; en ese momento el perro se reveló
como una forma encarnada del dios Dharma (el dios que era el padre
real y físico de Yudhishthira), que estaba allí para probar la virtud de
Yudhishthira. Una vez en el cielo, Yudhishthira se enfrentó a una prueba
final de su virtud: le dijeron que sus hermanos estaban en el infierno.
¡Insistió en unirse a sus hermanos en el infierno, si ese fuera el caso! En-
tonces se reveló que estaban realmente en el cielo, que esta ilusión había
sido una prueba final para él ✹
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547
R amayana
La historia R amayana
Había una vez un rey llamado Dasaratha, que solía gobernar la pro-
vincia de Ayodhya. Al no tener problemas, decidió realizar un gran sa-
crificio para engendrar un hijo. Como resultado de esto, le entregó una
fruta para dar a sus esposas para que tuvieran un hijo. El rey Dasaratha
la dividió por igual entre Kausalya, la esposa mayor, y Kaikeyi, su reina
favorita. Pero tanto Kausalya como Kaikeyi amaban a la reina Sumitra.
Así que cada una de ellas le dio la mitad de sus porciones a Sumitra y,
a su vez, las reinas dieron a luz a cuatro príncipes: Kausalya al mayor,
Rama; Kaikeyi al segundo, Bharat, y Sumitra a Laxman y Shatrughna.
Los cuatro príncipes crecieron bajo la tutela de sabios y se convirtieron
en excelentes guerreros. Laxman estaba muy apegado a Rama desde la
infancia.
Durante sus viajes con el sabio Vishwamitra, una vez llegaron a
Mithila, donde el rey Janaka había pronunciado un swayamvar (ceremo-
nia de cacería del novio) para su hija Sita. Era la diosa Laxmi encarnada
en este mundo, y estaba destinada a casarse con Rama. La condición
en el swayamvar era que quien pudiera levantar el arco pesado, que le
fue presentado por Shiva, podría ganar la mano de Sita en matrimonio.
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548
Uno por uno, los reyes que vinieron por el swayamvar fracasaron en sus
intentos. Cuando Rama fue y levantó el arco, se levantó fácilmente. Por
lo tanto, Rama se casó con Sita en Mithila y regresaron a Ayodhya como
una familia feliz.
Pero la felicidad no duraría mucho. Desde un incidente temprano
en la vida del rey Dasaratha, su reina favorita, Kaikeyi, quien una vez
lo salvó de un tigre, le había dado el don de la vida. Entonces le había
concedido dos dones. Pero en ese momento Kaikeyi controló la situación
con las bendiciones y su malvada criada sirvienta Manthara le recordó
que la incitó a usar las bendiciones para llevar a su hijo Bharat al trono
en lugar de al Señor Rama. Su mente envenenada por el mal, Manthara
le pidió al rey Dasaratha dos bendiciones: una, que Bharat se convirtiera
en el rey, y otra, , que Rama fuera desterrado al bosque por catorce años.
Dasaratha murió poco después de que Rama partiera al exilio.
Rama, siguiendo las palabras de su padre, se fue al bosque poco des-
pués con su esposa Sita y su hermano favorito, Laxman, lo acompañó
también al bosque. Bharat, que estaba lejos en la casa de un pariente,
se enteró de esto y fue al bosque y le pidió a su hermano Rama que re-
gresara. Pero Rama se negó a volver a la promesa de su padre. Entonces
Bharat tomó las sandalias de Rama y las colocó en el trono y gobernó
virtualmente en Ayodhya hasta el regreso del Señor Rama del destierro.
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
549
Hay muchos relatos emocionantes durante los catorce años de des-
tierro de Rama. Pasaron por diferentes bosques, diferentes ashrams (er-
mitas) y varios rishis y vivieron de los frutos del bosque. Durante estos
años libraron muchas guerras con asuras (demonios) para salvar a los
sabios, y ayudaron a los sabios a llevar a cabo sus oraciones, que estaban
siendo constantemente perturbadas por los asuras. El punto culminante
de sus Vanvaas (destierro) fue la larga guerra contra el rey de los asuras,
Ravana.
La hermana de Ravana, Surpanakha, estaba enamorada de la belle-
za de Rama cuando lo vio pasar por el bosque de Panchavati, y quería
casarse con Rama. Rama la rechazó y le pidió que fuera con Laxman.
Laxman también se negó y esto la enojó. Pensó en Sita como la razón
principal detrás de esto y trató de dañar a Sita. Laxman le cortó la nariz.
Enfurecida, regresó y volvió con su hermano Khara para luchar con-
tra Rama. Pero Rama y Laxman también derrotaron y mataron a Khara.
Luego huyó y se refugió en Ravana, el poderoso rey de los asuras, a quien
el Señor Shiva le otorgó la inmunidad, de los dioses, los asuras y todas las
criaturas, excepto los seres humanos, a los que consideraba demasiado
serviles. Por lo tanto, el Señor Vishnu tuvo que encarnar como humano
para matar a Ravana. Ravana deseaba a Sita desde hacía largo tiempo.
Y en la furia del momento, decidió un plan para secuestrar a Sita.
Con la ayuda de su tío Maricha, se disfrazó como un ciervo hermoso
y vagó cerca del paradero de Rama, Sita y Laxman. Al ver al hermoso
venado, Sita se sintió atraída por él y le pidió a Rama que lo persiguiera.
Rama luego dejó a Laxman cuidar a Sita, y luego fue tras Maricha en
la forma del ciervo. Después de un rato, Laxman y Sita escucharon los
gritos de Rama pidiendo ayuda. Fue un ardid de Maricha para distraer a
Laxman y a Sita. Sita estaba preocupada y le pidió a Laxman que fuera
a ver qué pasaba. Pero al mismo tiempo, Laxman no quería dejar sola a
Sita. Ante la insistencia de Sita, él trazó una línea y le pidió que no cru-
zara la línea, popularmente llamada Laxman Rekha (línea de Laxman).
Le aconsejó que no la cruzara o de lo contrario podría estar en peligro.
Poco después de irse, Ravana, que esperaba esta oportunidad, se dis-
frazó de mendigo y pidió una donación de Sita. Sita entró a comprar
granos para donar al mendigo. Cuando salió, le dijo al mendigo que
fuera a buscarlo, ya que no podía cruzar el Laxman Rekha. El mendigo
actuó como si estuviera ofendido y Sita cruzó la línea para darle limosna,
y Ravana, en contra de sus deseos, la arrastró en un carro y la llevó a su
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
550
ciudad natal, Lanka, en contra de sus deseos. Mientras iba por el camino
dejó caer sus joyas para que Rama pudiera seguir su ruta.
El viejo rey de los buitres estaba retirado y no tenía fuerzas trató de
pararlo, pero sus alas fueron cortadas y cayó sangrando. Cuando Rama
y Laxmam llegaron y vieron este pájaro, lo reconocieron como Jatayu.
Y luego le describió que «traté muy duro a mi querido Rama, pero mi
Señor, lo siento. Fallé en mi esfuerzo. Traté de salvar a la Madre Sita,
pero no pude salvarla. Me siento muy mal por haber fallado». El Señor
Rama le dijo: «Realmente has ganado. Eres victorioso porque no es el
resultado del esfuerzo lo que me preocupa. Es tu hermoso esfuerzo. Tuvo
todas las descalificaciones con todas tus descalificaciones, prestó servicio
e hizo todo lo posible».
Finalmente Rama y Laxmam llegaron al reino de Kishkindha. Éste
era gobernado por el rey mono Bali, que había desterrado a su hermano
Sugreeva. Rama y Laxman llegaron a la colina donde vivían el desterra-
do Sugreeva y su amigo Hanuman. Hanuman cayó de inmediato a los
pies del Señor Rama y le mostró las joyas, que Sita les había arrojado
cuando estaba en camino a Lanka. Rama ayudó a Sugreeva a derrocar a
su hermano Bali fuera de Kishkindha y convertirse en el rey. A cambio,
Rama consiguió que todo el ejército de monos de Sugreeva incluyera a
Hanuman para ayudarlo en la búsqueda de Sita.
Hanuman, mientras buscaba a gran distancia, cruzó a Lanka al otro
lado del mar y reconoció a Sita allí. Luego transmitió el mensaje de
haber encontrado a Sita con Rama. Rama luego le declaró la guerra a
Ravana para que recuperara a Sita. Vibhishana, que era el hermano de
Ravana, se acercó al lado de Rama y se convirtió en devoto de Rama. El
ejército de monos liderado por Hanuman formó un enorme puente que
cruzaba desde tierra firme hasta Lanka. Entonces Rama se llevó su ejér-
cito a Lanka y organizó una guerra en toda regla.
Ravana fue derrotado al final y Rama trajo a Sita a su casa y luego
en el proceso su Vanvaas (período de destierro) terminó y regresó para
gobernar Ayodhya como un rey justo y difundir Ram-Rajya (ley ideal)
en Ayodhya ✹
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551
Rabindranath
Tagore
La caracola
Tu car acol a es t á en e l p o lv o ,
cóm o l o puedo s op o r ta r.
El ai r e, l a Luz es t án desc o n e c ta d o s
qué m al a s uer te .
r ápi do m ov i éndos e a d e la n te ,
l o m i r an acos t ado en e l p o lv o
es a car acol a v al i e n te .
Voy a l a s al a de c u lto
bus co t odo el d ía
en donde es t á l a Paz — e l C ie lo .
Ahor a l a her i da de m i c o r a z ó n
pens é que s e i r ía ,
l av ando l as m anchas su c ia s
s er é i nm acul ad o .
t u gr an car acol a .
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552
El sol del primer día
El s ol del pr i m er dí a
pr egunt ó
¿ Q ui én er es ?
No obt uv o l a r es pues t a.
El s ol al f i nal del dí a
en l a noche s i l enci os a
— ¿ Q ui én er es ?
No r eci bi ó l a r es pues t a.
En una aldea
l as t om é en m i br azo.
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553
El nom br e de nues t r a al dea e s K h a n ja n a ,
el nom br e de nues t r o r í o e s A n ja n a ,
m i nom br e es bi en co n o c id o —
el nom br e de m i el l a es R a n ja n a .
s ól o hay un cam po en me d io —
f l ot an en nues t r o mu e lle
el nom br e de nues t r o r í o e s A n ja n a ,
m i nom br e es bi en co n o c id o —
el nom br e de m i el l a es R a n ja n a .
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
554
PREMIO FIL DE LITERATURA EN LENGUAS ROMANCES
David Huerta
A tropellamiento
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555
PREMIO FIL DE LITERATURA EN LENGUAS ROMANCES
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
556
H imali S ingh S oin
somos
opuestos
así
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II
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
III
En la obra de Himali Singh Soin se entrecruzan la escritura,
el performance y la imagen en movimiento. En su arte, el entorno
natural es una metáfora de las cosmologías especulativas y revela
los conflictos entre las vidas humanas y no humanas.
Lu v i na / i nv i e r no / 2 0 1 9
IV
En las piezas de la serie we are opossite like that (somos opuestos así),
creadas a partir de un proyecto de investigación en áreas remotas
de los círculos Ártico y Antártico, Himali Singh Soin crea mitos ficticios
para lugares en los que no hay comunidades indígenas ni leyendas.
La artista narra sus historias desde la perspectiva no humana de un fósil
que se derrite —hielo— y que ha sido testigo de los cambios a través
del tiempo.
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V
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VI
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VII
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VIII
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IX
Gracias al Frieze Artist Award 2019, Himali Singh Soin lleva ahora
la metáfora del hielo a la Gran Bretaña: usa el miedo de la era
victoriana a una época glacial inminente, cuando se creía que el hielo
ártico subsumiría el país. Ése es el punto de partida para pensar
en el extranjero, en el otro.
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X
¿La Gran Bretaña siempre ha temido la invasión del mundo exterior?
¿Podrían sus pasados miedos de desaparecer en un olvido neblinoso,
de caer de la grandeza a la insignificancia, estar influenciando
su realidad actual? De esta manera, Himali Singh Soin reimagina el hielo
como un agente de descolonización, un lienzo vacío para las historias,
los deseos y los posibles futuros, y como un canario en una mina
de carbón para una inminente catástrofe climática.
Lu v i na / i nv i e r no / 20 1 9
XI
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
XII
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
XIII
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
XIV
Luv in a / in v ier n o / 2 0 19
XV
H imali S ingh S oin , we are opposite like that (somos
opuestos así), fotogramas de video + impresión
en aluminio, 2019. Video en alta definición, Luv in a / I N V I E R N O / 2 0 19
estéreo, color. Cortesía de la artista. XVI
557
l Pára m o l Lu v i na l i nv i er n o l 2 0 1 9 l
l Páram o l Lu v i na l i nv i er n o l 2 0 1 9 l
a su familia. Esta cinta inaugura la llamada de las películas de acción más exitosas de
Trilogía de Apu, quien es hijo del sacerdote. la historia india. Sigue los caminos de dos
Apajarito (1956) es la segunda entrega hermanos que buscan salir de la pobreza por
y acompaña a Apu en sus experiencias rutas contrastantes: uno desde la policía y
estudiantiles en Calcuta. En Venecia la cinta otro desde el contrabando. La cinta influyó
obtuvo el máximo premio del festival, el en otras obras del género, y también fue
León de Oro, así como el Premio de la Crítica. una referencia para Danny Boyle en la
Cierra la trilogía El mundo de Apu (Apur Sansar, mencionada Quisiera ser millonario. Por su
1959), que recoge los intentos de Apu por parte, Dil Se (1998), de Mani Ratman, que
convertirse en escritor. Ray se convertiría sigue los encontronazos entre un empleado
en un asiduo asistente a los festivales más de una cadena radial y una mujer con ideas
importantes de Europa, y entre los premios revolucionarias, es uno de los hitos del cine
más relevantes están los berlineses Osos de romántico.
Plata a mejor director por Mahanagar (1963) y El cine indio no se caracteriza por la
La mujer solitaria (Charulata, 1964), cintas que equidad de género. De ahí que el caso de
exploran las contrariedades de dos mujeres Deepa Mehta sea excepcional. Ella hizo
que no renuncian a la independencia ni al algunos intentos en su país natal, pero
amor en un ambiente opresivo; el premio fue hasta que emigró a Canadá que inició
a la mejor película de Berlín, el Oso de Oro, una carrera fructífera que la ubica como la
llegó una década después con Ashani Sanket cineasta india más exitosa y reconocida.
(1973), cuya acción transcurre en los años Películas como Fuego (Fire, 1996), Tierra
cuarenta y da cuenta de la lucha de una (Earth, 1998) y Agua (Water, 2005) regresan
pareja para apoyar a la población de un a diferentes épocas para dar voz a la mujer,
pueblito de Bengala cuando es alcanzada por exhibir las vicisitudes que ha sufrido y
la guerra y la hambruna. explorar su complejidad.
Mother India (1957), de Mehboob Khan, en En el nuevo siglo se ha podido ver una
su momento hizo una de las contribuciones puesta al día de las diferentes apuestas
más célebres al melodrama social. Recoge la genéricas. Asimismo, hemos presenciado
historia de una «madre coraje» que encara la el crecimiento de un verdadero star system,
adversidad y la pobreza para «sacar adelante» con actores que son verdaderos imanes en
a sus hijos. Meghe Dhaka Tara (1960), que se la taquilla. Es el caso de Priyanka Chopra,
traduciría como La estrella oculta y fue dirigida quien ganó un título de belleza y posee
por Ritwik Ghataktam, también acompaña a una extensa filmografía, y de Irrfan Khan,
una mujer fuerte, en este caso una joven que quien ha participado en más de ciento
sacrifica todo por el bien de su familia. Ambas cincuenta películas y es un rostro conocido
películas además ofrecen largos pasajes por su participación en Amor a la carta
de corte musical. En contraste, la gravedad (Dabba, 2013), de Ritesh Batra, la famosa
es constante en Bhumika (1977), de Shyam coproducción de India, Francia, Alemania,
Benegal, película protagonizada por una Estados Unidos y Canadá. Entre los títulos
mujer que se rebela de forma singular ante los más exitosos del siglo xxi cabría anotar la
deseos de su madre. película de aventuras de casi cuatro horas
Deewaar (1975), de Yash Chopra, es una Lagaan: Érase una vez en la India (Lagaan:
559
l Pára m o l Lu v i na l i nv i er n o l 2 0 1 9 l
Once Upon a Time in India, 2001), de Ashutosh frente a las puertas de un lugar inaudito.
Gowariker; los dramas Guzaarish (2010), de Libro enigmático, poemario del misterio:
Sanjay Leela Bhansali, y Mi nombre es Khan puede ser la muerte y la develación total
(My Name is Khan, 2010), de Karan Johar, así del enigma. Es una estación significativa
como la comedia romántica Barfi! (2012), de en el paisaje de la poesía mexicana y
Anurag Basu. también en la sucesión de libros de la
Como toda industria de cine que se autora, pues, con este poemario, Cross
respete, la de India ha conseguido navegar elimina cualquier mediación objetiva para
entre la frivolidad y las propuestas «de autor». hundirse en la sonoridad misma de las
Su solidez es emblemática y ha sabido palabras.
conservar el puente que históricamente ha Nepantla, un punto final que
existido entre productores y consumidores. se decanta y genera dimensiones
Es un cine que merece atención desde el extratemporales; se despoja de constituir
campo de la mercadotecnia, pero también una trama, recurso muy en boga en
desde la Academia y el Arte con mayúsculas. la poesía contemporánea, para cursar
Es un cine sustentable pero, acaso por sus propios derroteros que brotan
lo mismo, con ambiciones limitadas. Al de la palabra misma, Nepantla, y que
espectador extranjero le ofrece la posibilidad constituyen el asidero capaz de convocar
de asomarse a facetas relevantes de la en un instante al presente con su pasado
cotidianidad; es un medio pertinente para y su futuro, pero sin ninguna cronicidad.
algo más que el turismo y, en la mayoría Es lapso, pero también territorio. Es
de los casos, para algo menos que la percepción, pero también recuerdo y
antropología. En todo caso, es un cine que expectativa.
refleja una circunstancia y habitualmente Ya en Bomarzo, Elsa Cross introdujo
entretiene. Y eso no es poca cosa l su poesía a los intersticios de las palabras
y las raíces, a los tiempos pasados y
su desmesura como sedimento de lo
que ocurre en el presente, en el paso
hacia otra dimensión, con la carga de la
memoria instando otras realidades. En
Bomarzo la piedra se une a la naturaleza
Nepantla: una sonoridad para que florezca la memoria abisal.
en sí misma Nepantla, su libro más reciente, no
necesita de la memoria para establecer
l S ilvia E ugenia C astillero los límites temporales, da un paso hacia
la abolición de fronteras. Nepantla llega
a lo que aspira la poesía: decantar todo
significante en aras de la música de cada
letra entreverada a las otras para lograr el
sentido eufónico de la cadencia poética.
No aquí / No todavía allá: con este inicio, Sitio donde los contrarios se alían y se va
Nepantla, de Elsa Cross, deja al lector construyendo un significado proveniente
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antigua casa que éste ha heredado de su como ésta, necesita renovarse. Atender a
tío abuelo. El paralelismo de estos dos Zuri, por su parte, apela a su autoestima,
vínculos conflictivos permite asomarnos al haciéndola sentir necesitada.
empañado espejo de las motivaciones más Conforme avanza Restauración, algo
íntimas de la protagonista. Zuri es un sujeto va tomando forma subrepticiamente de
arrogante e inmaduro al que Min se obstina manera paralela a la trama. A partir del
en querer y cuidar pese a la adversa actitud segundo capítulo, titulado «La Quimera»,
que él demuestra; a través de la emotividad un tiempo alterno va posicionándose como
abierta de ella, vislumbramos en el reflejo el único tiempo posible: el tiempo del
de la acción la opresión cotidiana del recuerdo subsume en su peculiar lógica
machismo estructural agudizado poco a secuencial al presente hasta reemplazar la
poco en cada nuevo pasaje. La estrategia certeza de éste por la conjetura de aquél.
narrativa funciona de manera circular: Estas digresiones intercaladas en episodios
denuncia al tiempo que provoca, es decir, breves constituyen el universo dialéctico en
contiene un elemento político y estético el que la anécdota de Min dialoga con la de
a la vez. La perspectiva feminista que Gertrudis, la antigua habitante de la casona,
también comprende Restauración no es determinada también por los caprichos del
nada convencional, pues sus resoluciones poder masculino, hasta fundirse en una sola
asientan problemas antes que respuestas, hebra. La manufactura de la novela pone a
son graduales y por lo mismo contundentes prueba la destreza de la narradora, que se
al final. inclina por una solución anclada en el estilo;
El ventajoso provecho, al dejar sola a a pesar de que el desenlace es previsible
Min a cargo de la restauración de la casona una vez que se descubren las normas
familiar, forma parte del control tácito que que gobiernan el conflicto, el interés no
Zuri ejerce sobre ella; bajo un paradigma disminuye sustancialmente, gracias a la
biográfico, atender sus necesidades se preocupación por descubrir los cómos
desplaza al margen una y otra vez, pues antes que por saber los porqués.
Min fue educada para conceder siempre. El estilo de Barrera en esta obra
Leemos el tipo de experiencias que se caracteriza por su soltura y por su
articulan su relación en un encuentro sexual capacidad para armonizar la naturaleza
sin preservativo consentido únicamente heterogénea del discurso, alejado del
por temor a que él se sintiera frustrado. A diálogo extenso y la argumentación
cada obstáculo, Min responde con una abstracta. Aunque con frecuencia
angustia creciente: llora o explota de ira abusa de las explicaciones, le viene
tras una espera inútil. ¿Qué la mantiene, sin bien el uso de oraciones cortas para
embargo, al lado de Zuri? ¿Obtiene algo de simular deliberadamente las atmósferas
todo esto? Min está embarazada en secreto típicamente elizondianas, aledañas a
y de este modo se pregunta si tener o no los territorios del sueño, la fantasía y la
a su hijo; mientras tanto limpia, recoge, perversidad. Entre otras, las funciones
selecciona, decide en qué se convertirá la primordiales de la brevedad de los
vieja casa contigua al Parque Hundido, una subapartados consisten sustancialmente
metáfora externa de su interioridad que, en que permiten asimilar el golpe recibido
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del viaje y el derrotero. La analogía entre confesionalismo —en este caso del todo—
vida y camino es un tópico, como lo es la contenido, la poesía de Abril, abierta
consideración espacial de la memoria. Sin a múltiples ecos y especialmente a las
embargo, a diferencia de las edificaciones resonancias de América —una circunstancia
para apoyar la evocación —la nemotécnica que continúa indicando rareza en la
que erigió los palacios de la memoria—, en ultramontana poesía española—, no ha
el caso de esta poesía los desplazamientos dudado en ocluir el sentido y fermentar
acontecen en una comarca imaginaria el significado con giros sintácticos más
donde se deambula en medio de sombras apropiados al ensayo que a la lírica. Síntesis
y luces, de claroscuros y de pasadizos: de esas escuelas en apariencia antitéticas
«atravesando alternativamente / franjas de de la poesía transparente y el verso oscuro:
sombra y arcos claros». El camino oscuro
no ordena la memoria, sino que patentiza Que tú no lo comprendas
su caos. Abril usa la pausa no sólo para no significa
cotejar la propia vida, sino sobre todo para que nadie pueda comprenderlo,
acometer un análisis. Ejercicio dialéctico y que los referentes
y no únicamente melancólico, aunque sean la realidad.
el confeso lector de Walter Benjamin no («Causa perdida»)
soslaye el ascendente del signo de Saturno
y declare la clave de lectura. Asimismo está consciente de que
varias actitudes suyas provienen de un
Concédete permiso credo metapoético, como lo asientan las
para esperar. Es un camino. alusiones a la originalidad o a la exploración
Y echar de menos, lingüística. Sin renunciar a la lírica, Abril
una obsesión para los melancólicos. sabe que una poesía sincera comienza con
(«Esperar es un camino») el reconocimiento de la imposibilidad de
la ingenuidad. Agréguese a ello que como
La criba racional permitirá trascender otros poetas recientes que entreveran los
la antítesis que por sí sola no ha aclarado climas del ensayo con los de la emoción
nunca obra alguna. El distanciamiento de manera equilibrada, algo hay en el
permite entonces confrontar los sueños acento de Abril que, además de sugerir los
de la juventud con la cosecha del presente ecos de T. S. Eliot —a cuya lectura remite
—sin soslayar que el futuro está en coquetamente al jugar perifrásticamente
construcción, no definido—, e igualmente con la frase «Abril mezclando memoria
sopesar la fidelidad a las creencias juveniles y deseo»— y de un apenas perceptible
y su cotejo con las de la madurez. Por ello, Jaime Gil de Biedma, nos trae aunque sea
el examen no concluye en la biografía, tenuemente las cadencias de John Ashbery.
sino que deviene evaluación de la propia Poesía que se asume memoriosa,
poesía y por ende de la poética que la la del quinto libro de Abril entraña
sustenta. Asociado —más por la relación una complejidad que no reside en el
profesional que por inmanencia textual— vocabulario sino en la referencia. El poeta
con la poesía de la experiencia y con cierto pareciera entregarnos una confesión y lo
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Cómete un pay, de Gris Gutiérrez, y Mar de donde las atracciones, en efecto, son seres
luces lejanas, de Miguel Ángel Gómez Caro; contrahechos, insólitos. Pero al mirarlos
y Otoño, con Hasta los monstruos dicen la de cerca, el espectador descubre —con
verdad, de Yamil Rodríguez Coronel, y Motel fascinación— que también son seres
Kraken, de Cyntia Ocampo. dotados de una belleza que desquicia, son
Atípica imprime tan sólo ciento veinte prodigios capaces de provocar un gran goce
ejemplares numerados. La intención es, estético, quimeras que hacen cimbrar a
dicen Ada Cabrales y Cecilia Magaña, «que quien las mira».
quienes adquieran cualquiera de nuestros «En un ejercicio frenético y brutal, los
títulos tenga una pieza única, de colección». personajes de estas historias miran hacia
En cada libro, describen ellas, se pone atrás sin temor a convertirse en estatuas
mucha atención en los detalles. El lector de sal. Con atrevimiento se enfrentan
podrá apreciar las portadas atractivas, los al pasado, volcado ante los ojos de su
colores, el formato de los libros, las fuentes memoria en sílabas e imágenes difusas»,
tipográficas usadas, el tamaño de la letra. opina Gabriela Torres Cuerva sobre Mar
Las editoras cerraron este 2019 con la de luces lejanas, de Miguel Ángel Gómez
creación de otra línea editorial, «dedicada Caro (Tepic, 1977), libro integrado por ocho
a piezas literarias creadas por autores de cuentos que, describen en la editorial,
trayectoria, joyas raras que quizá no han «tienen una vocación de nostalgia. Sus
encontrado su espacio en otros sellos personajes evocan el territorio de la infancia
editoriales». El título seleccionado fue La y la adolescencia con todos sus absurdos y
geometría absoluta, de Mario Heredia, equívocos, quizás buscando una respuesta
«una colección de cuentos sobre el amor a los absurdos y equívocos de la vida adulta,
y el vacío, caracterizada por su estética del quizás encontrando en ellos una profecía».
contrapunto entre dos o más historias». En Cyntia Ocampo (Guamúchil, 1980),
este caso se imprimieron 200 ejemplares, autora de Motel Kraken, libro que contiene
que se distribuyen también numerados. tres cuentos, describe así su labor: «Siempre
Atípica Editorial presenta sus libros de tuve la fantasía de escribir, según yo iba a ser
dos maneras: la tradicional, al estilo más una vez retirada, en mi cabaña de Tapalpa,
clásico, «y en eventos íntimos que hemos en medio del bosque, pero se dio un poco
denominado Maridajes, que consisten en antes. Disfruto crear personajes únicos, que
la degustación de bebidas y alimentos dejan ver sus miedos y se desnudan; esto,
especialmente seleccionados para combinar mezclado con un ambiente enrarecido».
con la lectura de nuestros libros, al tiempo Dice Rafael Villegas acerca de Motel Kraken:
que los asistentes conviven con nuestros «Un hombre de cuerpo gelatinoso, un
autores», explican Cabrales y Magaña. enamorado obsesivo y una mujer que ve
Sobre la colección de once cuentos lo que no debería, conforman un primer
de aliento breve Del cuello para abajo, de inventario de extrañezas. Hay un amor por
Adriana Haro (Guadalajara, 1986), que las maravillas y los esperpentos que nos
tiene como eje el cuerpo como motivo, remiten al lado anormal de lo humano, del
Alejandro Paniagua escribió: «es como que sólo adivinamos fragmentos a través de
adentrarse en un circo de fenómenos la mirilla de la puerta».
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l En casa con mis monstruos, l Riesgos de los viajes l Una jacaranda en medio
de Guillermo del Toro. Universi- en el tiempo, de Joyce Carol del patio, de Zel Cabrera. Instituto
dad de Guadalajara, Guadalajara, Oates. Alfaguara, México, Sinaloense de Cultura, Culiacán,
2019. 2019. 2018.
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mundialmente conocido como Mahatma Thoreau, sino las burdas ideas religiosas
Gandhi, se plantea si no será que en la India de su madre, la Asociación Sin Desayuno
se consiente que lo externo sea meramente de Manchester y las normas carcelarias de
lo externo. Esto quiere decir, a diferencia de lo Sudáfrica».
que vio la madre de Naipaul, que los indios no La India, bajo el tamiz caribeño-oxoniense
reparen en un vínculo entre las condiciones en los ojos de Naipaul, se reinventa, al igual
austeras o poco higiénicas del exterior y la que todos su libros, con la perspectiva
riqueza y pulcritud de su interior. del colonialismo y el entendimiento de la
Naipaul admiraba la figura de Gandhi rebelión como uno de los grandes temas de
tanto como a Buda, el príncipe que abandona la literatura. El Premio Nobel admiraba tanto
el palacio para descubrir la enfermedad, la a Mahatma Gandhi sencillamente porque se
vejez y la muerte en las afueras de la ciudad. atrevió a hacer las cosas a su manera, sin dejar
Sin embargo, el trinitario busca una imagen que le impusieran una visión.
humanizada del Mahatma, considerando que Lo que me lleva indirectamente a mí, un
si se trató de un líder tan importante para la escritor mexicano (país que tampoco se ha
historia fue porque se atrevió a ver a su país deslindando del yugo colonial) a comparar
directamente a los ojos, mirarlo de verdad, esa perspectiva de la literatura india con el
no mediante idealizaciones ni prejuicios. A estado actual de la literatura mexicana. A
su vez, el personaje de Gandhi, a los ojos de continuación, propongo al lector intercambiar
Naipaul, se individualiza al rastrear las claves el nombre de la India por el de México para
de sus costumbres y mecanismos de lucha sacar en claro por qué ambas literaturas se
como aprendizajes empíricos y no como encuentran hoy en día atascadas.
rasgos de una cultura milenaria. Según lo entiende Naipaul, en la literatura
El ayuno, por ejemplo, le viene a Gandhi de la India falta ese rasgo de rebeldía que
de herencia por los rituales supersticiosos perseguía Gandhi al hacer las cosas a su
de su madre. «Durante las incesantes lluvias manera. En su mayoría se imitan modelos
del monzón, [la mamá de Gandhi] podía occidentales que gustarán al ojo victimista
prometer no comer si no veía el sol. Los que anhelan las industrias editoriales
pobres niños esperaban a que se rompieran norteamericana y europea cuando se habla
las nubes. Si asomaba el sol, corrían hacia de países del tercer mundo. «Hay que plantear
su madre con la buena noticia. Ella salía la cuestión, porque jamás se ha creado así una
a comprobarlo, pero entonces a lo mejor literatura nacional, a costa de tal alejamiento,
se había vuelto a esconder el sol, y decía con el que los libros los publica gente de
alegremente: “No importa. Dios no quiere que fuera, los juzga gente de fuera y en gran
hoy coma”». medida los compra gente de fuera».
Como buen viajero incansable, Naipaul Si observamos con esta lupa a la literatura
vincula los ideales de Gandhi con sus fuentes mexicana nos daremos cuenta de que
bibliográficas y ciertas decisiones caprichosas nuestros errores son semejantes. Nuestra
que tomó de acuerdo a sus experiencias literatura no se ha afianzado porque la sigue
viajeras en Inglaterra y Sudáfrica: «Gandhi legitimando el ojo foráneo, llámese editoriales
había bebido de muchas fuentes, algunas españolas, críticos de El País o The New York
muy extrañas: no sólo Ruskin, Tolstói y Times, o premios literarios del Primer Mundo.
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(h. 1385) y A Revelation of Love (entre 1388 forma, la experiencia radical encuentra
y1393). Las posteriores exégesis sobre la posibilidad de adherirse a soportes
sus visiones, el volver sobre ellas y la expresivos sancionados en el horizonte
incorporación de nuevas visiones hacen cronológico en el que se ha producido. No
necesaria una nueva redacción, de manera así, por ejemplo, las canciones de Juan de la
que «la escritura de la experiencia visionaria Cruz, que van a alojar su contenido místico
de Juliana se presenta en movimiento, esto en la lira, esa forma lírica que hasta el siglo
es, según la mouvance propia del texto xvi español simpatizó más con temas de
medieval».2 expresión profana. No así, como nos hace
El proceso de memoria, asedios de ver Visión en rojo, las visiones de Juliana de
comprensión y búsqueda de representación Norwich.
del contenido de la experiencia suele Para entrar en el universo visionario de
tomar a quienes son sujetos de ella un Juliana por la vía que propone Visión en
tiempo bastante más dilatado del que rojo es necesario aceptar una premisa que
tomaría la transcripción de un dictado termina por afirmarse una vez concluida la
inmediato. Se produce en místicas y lectura del libro: la aceptación del tiempo
místicos, lo que Victoria Cirlot en su estudio rizomático, instalado previamente en
sobre Hildegard von Bingen y la tradición el pensamiento de Victoria Cirlot como
visionaria de Occidente explica como «una función cronológica operativa. La previa
comprensión “otra” que nada tiene que ver confrontación de Hildegard von Bingen
con la humana, gramatical y sintáctica».3 con Max Ernst «logró diluir la alteridad de
¿Cómo fijar entonces en cualquier soporte la mística visionaria y al mismo tiempo
humano esa experiencia, esa comprensión dotar de significado las visiones de Ernst».4
que todo lo excede? La cuestión se presenta En una nueva espiral del rizoma, Visión en
compleja. Parece constante que la escritura rojo abre el diálogo con la abstracción y el
de la experiencia mística se presente por lo informalismo debido a que las imágenes
menos en dos momentos fundamentales. visionarias de Juliana no pertenecen a
El primero, lo más cercano posible a la su mundo, sino que inverosímilmente se
experiencia, atiende la urgencia de fijar resuelven según estilos del siglo xx. Es
con fidelidad lo vivido en la revelación. en este siglo que los anteriores fuegos
El segundo surge del sentimiento de del artificio, llamaradas visionarias de
insatisfacción que sobrecoge a los místicos abstracción e informalismo, devienen
al comprobar que lo escrito no expresa efectivos modos de comprensión. Las
lo revelado. Parece que en un camino imágenes explosivas de la visión de la sangre
intermedio entre lo revelado y lo buscado, y de la carne responden a la tradición de la
siempre desde el impulso de la necesidad especulación apofática estudiada por Alois
interior como fuerza transgresora de la Haas. Las estéticas en las que se resuelven
estas imágenes explosivas sedimentan en
2 Victoria Cirlot, Visión en rojo, Siruela, Madrid, 2019, la negación adoptada, debido al carácter
pp. 30-31. excesivo del ser de Dios.
3 Victoria Cirlot, Hildegard von Bingen y la tradición
visionaria de Occidente, Herder, Barcelona, 2005, p.
24. 4 Visión en rojo, op. cit, p. 16.
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metonímicamente pars pro toto y la estética por ejemplo, las «Canciones en que Dios
del racimo sanguíneo que ha devenido descubre el camino para que las almas vayan
sustancia sólida es similar a la del crucifijo a Él por la escala secreta de la oración», de la
de Silesia con el cual Peter Dinzelbacher carmelita Isabel de Jesús, poema en el que
propone relacionar el estilo de las visiones no sólo se asume la composición en lira y
de Juliana. el modus loquendi de la paradoja apofática
¿Qué tipo de experiencia ha tenido Juan sanjuanina, sino también parece dibujarse la
de la Cruz frente al cuadro? El testimonio propia vivencia, como se verifica en sus dos
es que el místico, con el rostro encendido, primeras liras?:
compone una canción bajo los efectos de la
contemplación del cuadro. Esta experiencia ¡Oh dulce noche obscura,
que lo ha arrastrado a la creación ¿es una que no pones tiniebla tenebrosa,
experiencia mística como la que ha vivido mas antes tu espesura,
en el monasterio interior del cautiverio cuan ciega, es deleitosa
toledano? ¿Es una experiencia visionaria y cuanto más obscura, más vistosa!
sinestésica? ¿Es una experiencia estética?
Hans Robert Jauss deduce la teoría de la ¡Dichosas negaciones!
experiencia estética de las Confesiones de ¡Dichosa obscuridad, dulce sosiego,
Agustín de Hipona. El factor fundamental secretas invenciones!
que diferencia la experiencia estética de la ¡Dichoso el que está ciego
experiencia religiosa es la devoción; dice en tanta claridad, dichoso entriego!
Jauss:
No se puede decir sin más que se
El placer acústico que producen los cantos trata sólo de una experiencia estética
religiosos puede dirigir el espíritu hacia una producida por la recepción de las canciones
profunda emoción del alma, la devoción, y sanjuaninas. Hay una penetración en la
los placeres de la vista, resaltar la belleza de doctrina, una expresión fervorosa, una
la creación divina. Pero esta lícita fruitio corre vivencia que sólo puede calificarse de
el riesgo de transformarse en un simple devocional. Para Terence O’Reilly tanto
placer de los sentidos y de entregarse a la las canciones como las declaraciones
atracción estética de la experiencia sensorial, sanjuaninas son producto de la lectio divina
intensificada por medio del arte.17 y ambas, canciones y declaraciones, fueron
pensadas por el místico como base de divina
Devoción. Ésta es la frontera que lección para otros. Armando López Castro
transfiere la experiencia estética a la y posteriormente Rafael Boeta explican el
experiencia religiosa. Aunque en la teoría cifrado de la lectio divina en una estrofa
estén bien tipificadas, en el reconocimiento desde la que se debería leer, en opinión de
de casos concretos no es tan fácil deslindar López Castro, el Cántico entero, y para Boeta,
una experiencia de la otra. ¿Dónde situar, toda la poesía de Juan de la Cruz:
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si en esos tus semblantes plateados, con Blanca Garí había dado una respuesta
formases de repente también contextual a esta pregunta. Juliana
los ojos deseados de Norwich y otras místicas escribieron
que tengo en mis entrañas dibujados! porque los hombres lo permitieron. Creo,
sin embargo, que esta pregunta admite
Cuando la amada se ve reflejada en la otra respuesta que también se encuentra
fuente ve sus propios ojos, y en ellos ve entre las reflexiones de Victoria Cirlot y
los otros ojos que tiene en las entrañas que no atiende necesidades meramente
dibujados, que son las de su amado. Su contextuales. La escritura es respuesta a una
amado está en ella y sólo en ella debe necesidad profunda, una necesidad interior
buscarlo. El espejo de la fuente arrastra en donde la palabra cobra la dimensión
a la amada a la experiencia abisal, a las de instrumento de restauración, como
sombras de la noche oscura; el único lugar dijera Raquel Asún. La escritura surge del
donde encontrará a su amado es dentro de dolor ante la pérdida. Esta concepción
sí misma. La estrofa, en su configuración nietzscheana que le interesa a Cirlot en
y tematización de lectio divina cumple la la configuración que le da Aby Warburg,
misma función que la imago pietatis de la encontrará en un poema del siglo xx y en
profusión roja de la sangre en la visión de la misma lengua que escribiera Juliana una
Juliana en la que se da «el paso del crucifijo solución técnica del dolor ante la pérdida
(la escultura real y material) a una imago en escritura. Me refiero al poema «One Art»,
pietatis de clara función contemplativa.18 de Elizabeth Bishop, que dice en su primer
Ambas, lira y visión, cifran en sus códigos terceto:
lírico y plástico de estilo abstracto la vía de la
interioridad. The art of losing isn’t hard to master;
Finalmente, después de estos apuntes so many things seem filled with he intent
sobre el misterio de un epifenómeno místico to be lost that their loss is no disaster.
como la sinestesia, y la relación de lo visual
y lo visionario como factores determinantes Y termina:
en la experiencia mística y la experiencia
estética, quisiera acompañar de otras dos —Even losing you (the joking voice, a
posibles respuestas ése que Victoria Cirlot [gesture
llama «enigma auténtico» sobre por qué I love) I shan’t have lied. It’s evident
conocemos la escritura de Juliana: «¿Cómo the art of losing’s not too hard to master
y por qué llegó a la escritura?».19 Después though it may look like (Write it!) like
de considerar varias hipótesis, la autora se [disaster l
inclina por la que conjetura la escritura como
probatio, «el texto escrito para los que tenían
que aceptar la transformación de Juliana
20 Idem.
21 Victoria Cirlot y Blanca Garí, La mirada interior.
18 Visión en rojo, op. cit., p. 54. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media,
19 Ibid., p. 30. Martínez Roca, Barcelona, 1999.
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Cámara en mano,
en la India
l J ulieta m arón
aró n
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extienden enormes para amarte sin para arrojar miles de poemas, impresos
medida», escribió Frida Kahlo. Yo quisiera en papelitos de color, que abordaban
inventar el adjetivo servinesco (y, de ahí, el tema de la paz, como protesta contra
el verbo servinear) para recordar a mi los bombardeos estadounidenses a Irak
entrañable amigo, el narrador, ensayista, llamados Tormenta del Desierto, en 1991.
poeta, antropólogo, lingüista y traductor Fui bendecida —y, más aún, honrada—
Enrique Servín. por un encuentro fortuito con Enrique
Servín, quien fuera maestro en Servín en 2007. Tuvo lugar en el Centro de
Antropología Social y desde 2016 fungía Traducción Literaria del Centro de Banff
como jefe del Departamento de Culturas para las Artes, un conjunto artístico anidado
Étnicas y Diversidad y coordinador del en las majestuosas montañas de Alberta,
Programa Institucional de Atención a las provincia occidental de mi país de origen.
Lenguas y Literaturas Indígenas (pialli) Éramos ambos becarios del bilt, convocados
de la Secretaría de Cultura de Chihuahua, ahí para desarrollar, cada uno, un proyecto
se dedicó a estudiar, rescatar, revitalizar y individual de traducción, él como asesor
difundir las lenguas indígenas de este país, del maya peninsular. Supe, desde que lo oí
entre las que se encuentra el rarámuri, que servinear por primera vez, que tenía ante mí
él dominaba. Su obra fue galardonada con a un ser fuera de serie. Intuí, por la calidez
premios y reconocimientos a escala nacional de su trato y sus extraordinarios dones de
e internacional. Sin embargo, ninguno de conversador, que había nacido para mí una
esos logros impidió que fuera brutalmente amistad irrompible que sólo la guadaña
asesinado dentro de su domicilio en de la muerte pudo cercenar. Amistad, ese
Chihuahua, el pasado 9 de octubre. concepto tan radiante acerca del cual
Nada menos servinesco que su Enrique escribió estos versos: «Cuando
propia muerte. De estar incluidos en hablan los amigos / las horas callan / no
un diccionario, esos neologismos de viene el tiempo / la noche crece infinita».
mi cosecha —servinesco y servinear— La primera cosa que me contó para
describirían una avidez tal en cuanto al entrar en calor fue el mito fundacional del
saber universal, que uno acaba hablando pueblo tarahumara, en el que se estipula
una veintena de idiomas y puede que al principio de la Creación, la Luna era
memorizar en parte la obra de escritores tan pobre que ella y el Sol se espulgaban
que vivieron bajo la dinastía Tang. ¡Quién mutuamente. Enrique evocaba, maravillado,
como Enrique para transmitir destellos de la magia de los mitos; la mitología fue una de
erudición de la manera más amena posible, sus numerosas pasiones, como lo sabemos
y por si fuera poco, con un entusiasmo y quienes convivimos con él. También le tenía
una modestia fenomenales! Basta decir una devoción casi mística a la belleza del
que el mismísimo Sergio Pitol describió lenguaje y a sus numerosos prismas.
la biblioteca de Enrique Servín como Gozaba de una memoria prodigiosa, y
la más maravillosa que había visitado al respecto puedo citar dos anécdotas que
jamás. Enrique era aquel que encabezó un hablan por sí mismas. La primera sucede
evento bautizado Tormenta de Poesía, en en un paseo en el campo de Chihuahua,
el que sobrevoló la ciudad de Chihuahua cuando se puso a recitar de memoria —en
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francés, por supuesto, noblesse oblige— las los Han no tienen otro remedio que recurrir
primeras páginas de Las iluminaciones, a la magia para nombrar a sus recién
según él para honrar la hermosura silvestre nacidos: arrojan una lata de cerveza vacía
de esa naturaleza semiárida donde por encima del hombro y, según el ruido
asomaban a lo lejos los cerros. Esto era que produce al rebotar, le dan al bebé
posible porque Enrique era en sí el conjunto su nombre de pila (sin pila, obviamente),
de tomos de la Enciclopedia Británica personalizado, cuyo sonido asemeje la
dotado de dos piernas humanas para sonoridad del objeto chocando contra el
sostener el todo, aunado a un mecanismo piso. Lo dijo con tal seriedad que nunca
invisible que hiciera que lo escrito en una supe si estaba servineando o quería
página encontrara resonancia en otra. propiciar unas carcajadas.
La segunda anécdota que da fe de su Otra anécdota atestigua que Enrique
memoria de elefante y su vastísima cultura «poéticamente habitó sobre esta Tierra»,
libresca es una vivencia que tuvimos en la como lo consignaba inigualable Hölderlin.
ciudad de Suiyang, provincia de Guizhou, Leí acerca de ello en un post de su amigo
en el oeste de China. Nos habían invitado, Roberto Castillo Udiarte. Cuenta él que le
en el marco de un festival literario, a la mandó a Enrique una pieza musical del
inauguración del Museo de la Poesía de compositor alemán Holger Czukay, una
la localidad. Recién cortado el listón y melodía en la que se oyen voces de mujeres
acabados los actos protocolarios, Enrique vietnamitas con un fondo electrónico
se precipitó al interior del recinto (que haría minimalista. Enrique le confesó haber usado
sonrojarse de vergüenza a muchos museos aquella grabación como música de fondo
del mundo) como si ahí se encontrara para admirar, con sumo deleite (me lo
el hilo negro de los secretos siderales, la imagino con goce totalmente servinesco) las
caja negra del mismísimo Dios. Durante el imágenes fotográficas de Saturno mandadas
recorrido, él y yo coincidimos en una pieza por la sonda espacial Cassini-Huygins.
donde estaban exhibidos poemas y notas Porque no había tema ajeno a su curiosidad
biográficas de autores que pertenecen al insaciable. Y tampoco había partes de la
acervo poético de esta gran civilización vida —con sus horrores y sus bemoles— que
oriental. Ahí, Enrique encontró, entre los no lo maravillaran, como lo comprueba su
poetas reseñados, a una mujer que había asombro ante el paisaje saturnino.
escrito hace siglos, y cuyo nombre, dotada Cuando pienso en la tragedia de esa
yo de una memoria nada servinesca, vida truncada, rememoro una cita de la
que ronda más bien la del común de los extraordinaria novela La edad de hierro,
mortales, desgraciadamente no recuerdo. de J. M. Coetzee, donde la protagonista
Enrique no sólo había leído a aquella —una mujer desahuciada, en la fase
autora, sino que podía recitar de memoria terminal de su enfermedad— escribe
algunos versos de su obra. Dándose esto: «Sin embargo, esta primera vida,
cuenta de que la prosodia muy peculiar del esta vida en la tierra, en el cuerpo de la
mandarín se me figuraba un trabalenguas, tierra, ¿habrá, o será posible que haya,
añadió —con esa picardía tan suya— que, alguna vez, una mejor que ésta? A pesar
claro, con esos nombres impronunciables, de todas las penumbras, los momentos de
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desesperación, la cólera, no he soltado mi él, como buen políglota que era, lo recitó
amor hacia ella». dulcemente, en varios idiomas, al cruzar el
La desaparición de Enrique Servín limen entre lo visible y lo invisible.
deja un hueco inconmensurable en el Descansa en paz, querido Enrique. Que
ámbito cultural y literario de ese México la travesía te sea leve, y que el sueño te sea
desfigurado por la violencia que por a color, como tú mismo lo escribiste en tu
desgracia nos toca vivir. Un país en cuyos libro de aforismos. Te cedo la palabra, de la
noticieros el descubrimiento de fosas que eras tan diestro juglar.
comunes donde mal reposan decenas de
cuerpos, a veces desmembrados, es pan Naturaleza muerta
de todos los días. Muchos se atreven a
banalizar, e incluso a negar, la gravedad de Lo bueno de todo esto
la situación. ¿Será que poca mella les hace es que ya sin ballenas
esa recurrencia casi diaria de atrocidades (podría decirse osos o delfines)
inenarrables? Parecen lejos los días en los nada podrá impedir que en el recuerdo
que la población levantará la voz al unísono, inventemos de nuevo las ballenas.
en un clamor imposible de callar. Esa Y más a nuestro gusto
denuncia colectiva que tanto necesitamos una de canto más profundo. Y audible
está presente en toda la obra de Enrique. desde las playas
Su activismo por un mundo más humano (bello: peces saltando, y ballenas
donde haya menos balas y más poemas, sobre los Himalayas).
menos asesinados en las morgues y más
abrazos, menos puñales y más lectura, no Porque conforme avanzan estas líneas
debe quedar en una vil utopía; no podemos avanza el desierto
permitirlo. que es un lugar propicio para el recuerdo
No sé cuál fue la primera palabra que el espejismo y la visión.
dijo Enrique cuando empezó a hablar, Porque en algún lugar, ahora mismo
hace sesenta y dos años. Sin embargo, caen los árboles
sospecho que fue algo como poesía. y las ramas resuenan, ahora mismo.
Tampoco sé cuál fue la última palabra que Caen los árboles
dijo antes de cerrar los ojos para siempre (mientras el president en turno
sobre este mundo que amaba intensa y repite hasta dormido las palabras
profundamente pese a sus iniquidades democracia
y su crueldad, su racismo y clasismo, y libertad y progreso).
cuyas barbaridades siempre tuvo el valor
de denunciar. El argumento de negación Lo bueno de todo esto
que, espantada, oigo a cada rato («No es que una vez sin selvas
estamos tan mal, en todos lados pasan nada podrá impedir que con los sueños
cosas»), a estas alturas ya no tiene cabida. hagamos una selva más vasta
Me consuela imaginar que Enrique recitó más profunda
uno de los poemas que gravitaban a su mucho más alta l
derredor como ángeles de la guarda, y que
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último tomé la idea de que en mi primer otros libros y temas musicales en mi propio
poemario apareciera la figura de una migala trabajo son esos otros modos, olvidados
para representar, de manera alegórica, por mí, o no reconocidos, no creados
a la mujer y al narrador. Esta manera de específicamente y que me representan.
homenajear a una de mis figuras tutelares Así, los tantos referentes culturales y la
traía consigo su carga de veneno: en la obra memoria ajena alimentan, sin miedo, esta
de Arreola hay aspectos misóginos que yo reconstrucción biográfica y ficticia, a la vez,
debí romper y, sin embargo, sabemos de su de lo que soy como hombre y como poeta.
pasión por las mujeres, comparable con sus El cuento «La migala», aparecido por
otras pasiones conocidas, como el teatro o primera vez en libro entre los textos de
el juego de ajedrez. La mujer, en mis textos, Confabulario en 1952, reapareció ilustrado
no podría ser la víctima, ni de la sociedad ni por Gabriel Pacheco y con prólogo de
siquiera del hombre. Ni podía hacerla a un Christopher Domínguez Michael en La
lado, como la dama del juego de ajedrez de Caja de Cerillos Ediciones, en 2013. En su
mi novela fallida. Entonces, al igual que la comentario, Domínguez Michael indica
Beatriz arreoliana, la migala en Voluntad de la que «la migala arreoliana, aunque sea una
luz (1996) le mostraría el camino al hombre, araña, pertenece al mundo de las creaturas
al poeta, hacia una realidad inexplorada. imaginarias, tan amadas por Arreola, autor
Pero la araña lo que impone es la de un Bestiario (1972) como su maestro
ansiedad, la incertidumbre, el miedo. Borges lo fue de un libro mutante a veces
Elementos que corren y encontramos, de llamado Manual de zoología fantástica, a
una manera orgánica, en la escritura propia. veces Libro de los seres imaginarios. [...] En
En Voluntad de la luz la mujer es la abuela y “La migala”, Arreola dialoga con Borges.
es la naturaleza: la figura primera de la obra Ambos, como nuestro padre Dante antes
literaria. En contraposición, el Ulises salmón que ellos, aman a una Beatriz. Pero mientras
de José Gorostiza: símbolo del poeta, del que Borges la honra como custodia del
héroe, de quien regresa a casa luego de un Aleph (que cumple setenta años), Arreola,
largo viaje por los siglos de vida que lo llevan un romántico que aprendió a disfrazar su
de la composición primaria (minerales y dolor con la varia invención, hace de la
plantas) hasta la evolución espiritual. migala un símbolo del amor destruido entre
Pasar de Darwin y Lamarck a Teilhard él y su Beatriz». En palabras de Arreola: «La
de Chardin hubiera sido más complejo sin migala discurre libremente por la casa, pero
la Muerte sin fin de Gorostiza y sin Arreola. mi capacidad de horror no disminuye», así
En este mismo libro el pez es femenino y inicia su cuento: «El día en que Beatriz y yo
la malagua el macho. Esta otra oposición entramos en aquella barraca inmunda...»,
de los artículos y personajes me serviría que nos recuerda el estupendo inicio de
para un sujeto ambiguo, anfibio, no binario Alighieri en su Comedia: «A mitad del camino
(como dicen ahora) que es el creador de de la vida...». Entonces, junto a Arreola,
ese libro que intentó (lo intenta, muchos abandonamos toda esperanza y entramos en
años más tarde) recrear su propia historia su mundo, en otro mundo.
a falta de una memoria en serio. Lo que «La migala» es el miedo, y no en vano
quiero incorporar a la hora en que refiero compareció en mi mente en algunos
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versos de Llámenme Ismael (2014) para manifiesto las obsesiones que perseguían
hablar de un tumor cerebral, clínicamente al argentino y cuya impronta reflexiva es el
denominado aracnoide. Si bien el libro cierre del segundo soneto que compone el
trata de Moby Dick, la conocida y enorme poema «Ajedrez»:
ballena blanca, en la arquitectura del libro
funciona en múltiples espacios: un pabellón También el jugador es prisionero
para enfermos psiquiátricos, la embarcación (la sentencia es de Omar) de otro tablero
que remite a Herman Melville, el Pequod, de negras noches y de blancos días.
un edificio en Nueva York del cual se tira un
joven fotógrafo en su intento de suicidio, Dios mueve al jugador, y éste la pieza.
etcétera. Habitaciones todas en las cuales ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
la incertidumbre corre por las venas, por los de polvo y tiempo y sueño y agonía?
mares, por las nubes, siempre libre y con
nosotros como espectadores atónitos del Arreola era un experto ajedrecista. En
juego entre la vida y la muerte. su Casa Museo permanecen la mesa y el
El blanco del cachalote y el cuadro del tablero que le pertenecieron y nos muestran
tablero de ajedrez se funden en la almohada a un narrador distinto: más lúdico en sus
que es capaz de ahogar a quien amamos libros que en su casa. El Arreola editor está
con tal de no verlo sufrir, como en el filme presente y de seguro entrecierra los ojos
de Milos Forman Atrapado sin salida (1975): cuando hablamos de Borges. Borges, en
embestimos un rostro para hundirlo en el su poema, parece hablar de Arreola. Me lo
sueño más profundo, Mar adentro (2004) de parece a mí. ¿Qué Arreola tras de Borges
ese deseo de morir que se nos niega una me inspiró a escribir Enola Gay, distante
vez pronunciada la palabra «eutanasia». En de Voluntad de la luz por veinticinco libros,
Llámenme Ismael hay varias muertes (por pero cuya capacidad de horrorizarme nunca
suicidio, asistida, natural, por accidente, desaparece? Puedo decir que ninguno,
por un evento criminal o por enfermedad), y mentiría. Lejos del juego y cerca de la
incluida la inyección de una droga o veneno. estrategia de la guerra, el desamor sigue
El momento oportuno, en la siempre siendo la constante que nos hace escribir. Es
inoportuna muerte, es la noche: esa casilla el veneno. El Aleph es el mundo complejo
negra del tablero. que lo mismo requiere del blanco de la
Entre las mil y una noches que nieve que del negro del humo. La pureza y la
encantaban a Borges, quien tanto admiró pólvora, Beatriz y su revés.
a Arreola, hay Siete noches que me resultan Ensayar la historia de la bomba de
magníficas. Son siete maravillas de Hiroshima desde una varia invención, del
lucidez, conferencias que Borges ofreció diario de Paul Tibbets y del nombre del
en 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos bombardero B-29 Superfortress —Enola
Aires, posteriormente publicadas como Gay, por la madre del primer oficial—,
libro en 1980. En dichos capítulos («La requirió muchos días negros, muchas noches
Divina Comedia», «La pesadilla», «Las mil en blanco y una mecha de enebros. Para
y una noches», «El budismo», «La poesía», seguir un método, contrario al Paraíso es el
«La cábala» y «La ceguera») quedan de Infierno. En esas mil y una noches propias
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del Purgatorio tuve que fabular, a partir de Herbert que abre el libro: «la dulzura tiene
la Comedia de Dante, las Divinas comedias un nombre: rosa / el estallido» nos dejamos
de James Merrill (Vaso Roto, 2013), de Paul caer. Toda Beatriz, como señaló Shakespeare,
Celan, Hart Crane, Antoine de Saint-Exupèry, «aunque cambie de nombre la rosa siempre
un par de libros de Inger Christensen y es rosa». Incluso si es la «Rosa de Hiroshima»
material diverso de poetas polacos, sobre y su estallido escapa de Vinicius de Moraes
todo, lo que nos lleva de una casilla a otra, de para hacerse presente dentro del Muro de
barraca en barraca, a no dar en el blanco de Pink Floyd, de las bardas de Stonewall, del
la divinidad pero sí en la comedia del polvo muro en contrucción en la frontera mexicana
y la agonía. con Estados Unidos o el muro derribado en
De nuevo tuve enfrente de mí a esa Berlín en 1989.
migala que iba de letra en letra en el teclado, Paul Tibbets soltó a Little Boy desde
de una palabra a otra, de una página en el Enola Gay hace setenta y cuatro años,
negro a la página en blanco. «Todas las porque buscaba «hacer del mundo un sitio
noches tiemblo en espera de la picadura más seguro». Con la migala suelta no hay
mortal. Muchas veces despierto con el una habitación que llamemos segura: ¿cómo
cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el va a serlo el mundo? «[…] porque yo he
sueño ha creado para mí, con precisión, consagrado a la migala con la certeza de mi
el paso cosquilleante de la araña sobre mi muerte aplazada. [...] Entonces, estremecido
piel, su peso indefinible, su consistencia de en mi soledad, acorralado por el pequeño
entraña. Sin embargo, siempre amanece. monstruo, recuerdo que en otro tiempo
Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y yo soñaba con Beatriz y con su compañía
se perfecciona». Tan aplicable al deseo como imposible». En realidad, lo imposible, en mi
a la detonación de la bomba, las palabras de caso, es olvidar el juego l
Arreola me hicieron suponer que, en efecto,
ese desasosiego de la escritura, su paso por
nuestra habitación, es toda una experiencia
inenarrable.
Da igual si la premisa llegara con Godard
y una mujer descansando a un lado de la
alberca mientras un avión cruza el cielo
y representa al Espíritu Santo que la deja
preñada en Yo te saludo, María. O si se
completara tal premisa con el nombre de
una madre en un avión destructor. Otro
ladrillo en la pared es cada verso que va del
blanco al negro en la epopeya sin dios detrás
de Dios que nos sigue diciendo: «La noche
memorable en que solté a la migala en mi
departamento y la vi correr».
Si en lugar de Beatriz decimos G. I. Joe,
la migala es la rosa. Con la cita de Zbigniew
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l Páram o l Lu v i na l i nv i er n o l 2 0 1 9 l
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En realidad, la tela es lo que cambia, del profunda de los mares para desplegarse
algodón a la seda. Ésa es la diferencia. en el aire, ser llevado por el viento y de ahí
Algunos ancianos transportan gente no en llegar al reino sobrenatural. Sólo así, los
bicitaxis, sino en taxis que jala un hombre a miles de mortales que reciben la noche
pie: se le va la vida en ese trayecto. Son los logran tocar el cielo.
llamados rickshaws. Se trata de la evocación de seres
La tarde cae, sobre el Ganges cientos remotos que seguramente pertenecen
de lanchas y barcos llenos de personas a otro cuerpo celeste, pero cuyo rastro
presencian por agua el rito iniciático. aún se percibe en los indios actuales, en
Más lejos arde el fuego, varios fuegos, sus gestos, en objetos, en un atavismo
donde están incinerando a los muertos. invencible, como lo llama Roberto Calasso
Los sacerdotes mismos portan lámparas (El ardor, Anagrama, 2016). Por eso la vida
ardientes que hierven en sus manos y con en la India transcurre y triunfa a pesar de
ellas dirigen el ritual. Fuegos diferentes, la pobreza, pues esta civilización milenaria
algunos son circulares, otros cuadrados, (más de tres mil años), tan distante
otros en forma de medialuna. Evocan la era incluso para los antiguos, proporciona
en que los hombres llegaron a la llanura del coordenadas, dispersas pero evidentes en la
Ganges y un dios abría el camino: Agni, dios invisibilidad.
del fuego. Los vedas dejaron únicamente versos,
Los edificios de piedra, antaño palacios fórmulas y explicaciones para los rituales.
de reyes y príncipes (ahora hoteles), Ningún objeto, ninguna imagen: sólo
parecen muros de contención y se yerguen palabras: himnos, invocaciones, conjuros:
para darle encuadre a la intensidad del poesía. No dejaron memoria de sus
momento. Después de cantos que en conquistas y hazañas, dejaron cantos
realidad son repeticiones silábicas para y en ellos el saber: la clarividencia. Y la
llegar a la raíz de la comunicación con los embriaguez de una planta misteriosa: el
dioses, oraciones como pócimas, inflexiones soma, el objeto del deseo.
de los tonos más elementales tal cual Todo lo que se desarrollaba fuera del
colores que se mezclan para significar lo rito pertenecía a la no-verdad. Como un
profundo, sin retórica: la raíz que toca el platonismo primario, los vedas creían que
cielo. Mantras. todo lo que existía en la tierra tenía su
En ese trance del canto, sumergidos en modelo en el cielo. Pero no había templos ni
los aromas del incienso, llega el instante murallas. Existían surcos de cantos, de ritos.
en que esos siete sacerdotes toman sus Había imágenes dentro de su mente y una
caracolas y llaman al cosmos, el sol está vida que se balanceaba entre la naturaleza
penetrando el horizonte, el río como un y la imaginación. Muy poco de tangible se
mar, como un océano lo sumerge, lo acoge conserva de la época védica. «Construyeron
en su oscuridad, en lo profundo de su un Partenón de palabras: la lengua sánscrita,
cauce, para que inicie el viaje a las sombras ya que samskrta significa “perfecto”»
y nos deje bendecidos. El sonido de las (Calasso, op. cit., p. 19). No tuvieron la idea
caracolas es un rugido suave, un alarido de templo, ni la de perdurar. Todo era
seductor, un registro que sale del agua movimiento, como el del fuego que se
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consume, como el del sol que se oculta y el objetivo es postrarse sin permanecer,
renace. Es el culto estrechamente vinculado mirar pero no insistir en la mirada. Ahí
a textos de una extrema complejidad y a está la diosa negra con la lengua de fuera.
una planta mágica. «La mitología, y con Un gesto que enmudece. El desafío es
ella las especulaciones más temerarias, proseguir el rito en lo invisible, continuar
se presentaba como la consecuencia del el sacrificio, el ritual frente a la nada.
encuentro fatal y explosivo entre una liturgia Después es obligatorio pasar al lingam,
y una ebriedad» (Calasso, ibid., p. 29). conjunto formado por el órgano masculino
El corpus védico posee un gran rigor engastado en el sexo femenino (yoni).
formal pero no existe un marco temporal ni Allí continúa el rito en ese símbolo de la
histórico. La vastedad y la unicidad son sus fertilidad, de la sexualidad sagrada, de
características. Frits Staal, citado por Calasso, la unión cósmica permanente, origen de
dice: «Hace más de tres mil años, pequeños nuestra especie. Lo sagrado se manifiesta a
grupos de pueblos seminómadas atravesaron través del placer corporal, como medio de
las regiones montañosas que separan Asia lograr el éxtasis y como energía que genera
central de Irán y del subcontinente indio. el milagro de la vida.
Hablaban una lengua indoeuropea, que Es el único elemento en el ritual que
se desarrolló en el védico, e importaron puede tocarse y en donde se puede
los rudimentos de un sistema social y permanecer. El Lingam, además, es el único
ritual. Como otros que hablaban lenguas elemento común prácticamente de todos
indoeuropeas, celebraban el fuego, llamado los templos hindúes, el único también
Agni, y como sus parientes iraníes adoptaron con el que se puede tener contacto y que
el culto del soma: una planta, quizá es accesible a cualquiera, sin importar su
alucinógena, que crecía en la alta montaña. religión, su secta o su casta.
La interacción entre estos aventureros y los Todo esto supone una visión diferente
anteriores habitantes del subcontinente indio de la ordinaria, que considera que el goce y
dio origen a la civilización védica, así llamada lo espiritual son incompatibles. La potencia
debido a los cuatro vedas, composiciones física y mental se adquiere controlando el
orales transmitidas por la voz hasta hoy» sexo, ritualizándolo y no reprimiéndolo. Los
(ibid., pp. 28-29). órganos que intervienen (lingam y yoni)
son la expresión visible del poder creador.
Calcuta Después de estos actos rituales, se accede
A la orilla izquierda del río Hooghly a un estado alto de conciencia, al mismo al
se encuentra el templo de la diosa que llevaba la planta de la ebriedad, el soma.
Kali, Dakshineshwar. Lugar de un culto
multitudinario. Allí prevalece el silencio, Delhi
porque lo que es constante es la secuencia Las aceras de las calles de Calcuta y
de gestos, una especie de inclinación Delhi están tomadas por la gente, ahí
a extenderse hacia el resto de los seres permanecen: comercian, comen, se
humanos para lograr la salvación. bañan, duermen. Ahí viven. Hay miseria.
Desposeídos de zapatos, ciegos en la Sin embargo, la gente tiene una mirada,
posibilidad de ver a la diosa, al llegar a ella un estado de inspiración, de sosiego,
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el poema épico más antiguo escrito en quien también mandó construir el Taj
sánscrito por el sabio Valmiki, en el siglo Mahal.
v, a. C. La historia trata sobre la séptima El hindi es la lengua que se habla en
reencarnación del dios Vishnu, quien vino Delhi y alrededores; quisieron volverla
a la Tierra para liberarla de Ravana, el lengua oficial pero fracasaron: más allá
rey demonio de Lanka con diez cabezas. de la región norte no se comprende.
Poseía el don de la inmortalidad, así que Michaux llama al hindi «lengua de las
no podía ser asesinado ni por dioses ni por palabras beatas pronunciadas con dulzura
demonios. Preocupados por esto, los dioses campesina y lenta, muchas vocales gruesas,
decidieron enviar a la Tierra a Vishnu en la la â y la ô con una especie de vibración
figura de un rey mortal. El dios Vishnu bajó pesada, de ronquido, la î y sobre todo
entonces al mundo como Rama y la historia la ê, una letra cursi. El todo en conjunto
despliega las luchas entre él y los demonios, es desagradable, confortable, eufónico,
entre el bien y el mal. Este poema se lee en satisfactorio, desprovisto del sentido del
las casas, en los templos, a manera de texto ridículo» (p. 25). El bengalí, considera, «tiene
religioso, en forma de obras de teatro. más de canto, una cuesta, el tono de una
Según la leyenda, el Mahabharata fue dulce amonestación, de la bonhomía y de la
dictado a Ganesha, el dios con cabeza suavidad, vocales suculentas y una especie
de elefante, por Vyasa, «el que compila». de incienso» (p. 25).
Llamado «el Homero del Este», se dice Bengalí-hindi, dos lenguas provenientes
que Vyasa compuso todo el Mahabharata, de dos ciudades importantes, la primera
además de las dieciocho Puranas y los —Calcuta— el mayor polo cultural, con la
cuatro libros Vedas. Fue sacerdote y feria del libro más grande del mundo, y la
maestro. El tema principal es la gran batalla segunda —Delhi— el polo cívico y político
que tuvo lugar en Kurukshterra, donde los más importante, la capital.
Padavas pelearon contra los Kauravas. No Todas las demás lenguas (incluido
obstante, el más valiente de los hermanos el inglés, con el que también se trató de
Pandava, Arjun, no quiso pelear contra unificar al país, pero tampoco se logró) se
sus primos. Y de esto se desprende el hablan en distintas regiones y provienen
gran sermón del dios Krishna, el dharma, de las distintas tribus que antaño se fueron
la responsabilidad del guerrero de pelear asentando a lo largo y ancho de la India.
por lo que es correcto. La base de este No obstante, en todas encontramos ese
discurso está en el Bhagavad Gita, libro de razonamiento indio a través del cual se
enseñanzas éticas y filosóficas. Por ello, logra ver de golpe la totalidad y se abarca el
Krishna aparece como líder, guerrero, dios y mundo real:
teólogo de la humanidad.
Nueva Delhi se construyó sobre una Gautama, un espíritu contemplativo, sin
antigua ciudad de la que no quedaban [embargo,
vestigios, Indrapashta, según se cuenta expresa así su primera iluminación:
en el Mahabharata. Old Delhi, como se le De la ignorancia vienen los Sankharas.
nombra ahora a esta antigua ciudad, obra De los Sankharas viene la conciencia.
del emperador Shah Jahan, nieto de Akbar, De la conciencia vienen nombre y forma.
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Del nombre y la forma vienen las seis Aquí conviene hacer una parada
[provincias. sobre la presencia de la cultura árabe en
De las seis provincias viene el contacto. la India. Sabemos que la India está llena
Del contacto viene la sensación. de contrastes, pero el más extremo es
De la sensación viene la sed. de índole religiosa: la coexistencia entre
De la sed viene la atadura. el hinduismo y el islam. La presencia del
De la atadura viene la existencia. monoteísmo riguroso y del politeísmo tan
De la existencia viene el nacimiento. variado. «Entre el islam y el hinduismo no
Del nacimiento vienen la vejez, la muerte, sólo hay oposición sino incompatibilidad.
[el dolor, las lamentaciones, el En el primero, la teología es simple y
sufrimiento, el abatimiento, la desesperanza. estricta; en el hinduismo, la variedad de
sectas y doctrinas provoca mareo. Mínimo
[Citado por Michaux, op. cit., pp. 37-38] de ritos entre los musulmanes; proliferación
de ceremonias entre los hindúes. El
Taj Mahal hinduismo es un conjunto de ceremonias
El Taj Mahal es una aparición que flota complicadas y el islam es una fe simple y
como descendiendo del cielo, que se clara» (Octavio Paz, Vislumbres de la India,
mantiene en la categoría de espejismo Seix Barral, 1995, p. 41).
inalcanzable, entre la tierra y el infinito. Es La llegada de guerreros musulmanes a
un mausoleo que el rey Shah Jahan le hizo territorios de la India data del año 712, eran
a su mujer al fallecer tempranamente, pero expediciones de pillaje que se convirtieron
es ante todo un templo en donde pareciera muy pronto en invasiones de conquista.
hacerse culto a la eternidad. Geométrico, Luego de la ocupación en la región de
de líneas sencillas, se levanta a la vez como Punjab se fundó el sultanato de Delhi
expandiéndose con una luz como de vela en 1206. Pasó por varias dinastías, todas
que se multiplica a través de los tiempos. de origen turco, hasta su desaparición
El mármol de su interior parece estar no en el siglo xvi. Y fue el centro del mundo
esculpido, sino tejido con finas agujas. Y musulmán, concentrando a intelectuales y
los colores de ese tejido casi deprenden artistas. Sin embargo, y paradójicamente,
aromas de lo reales que se imponen: son su apogeo coincide con la decadencia de la
piedras preciosas incrustadas en el mármol. civilización islámica.
Delicadeza, exquisitez y, sin embargo, se
percibe el dolor de la condición pasajera Galta
de lo humano. El Taj Mahal parece estar Cae la tarde. Una desviación larga y
suspendido de manera irreal. No pesa ni sinuosa nos aparta de la carretera que nos
parece ser una edificación sólida. Ahí se conducía de Agra a Jaipur. Después de
siente la ternura y el deseo de corporeizar media hora de montañas entramos a una
lo perdido, esa lágrima de su mujer que el ciudad hermosa, con edificios cuidados y
emperador quiso eternizar: «Una lágrima / bellos. Aquí vivieron algunas mujeres de
Eterna / Descendiendo del paraíso / En la los emperadores, nos dice el chofer del
mejilla del tiempo». auto. Más adelante, llegamos a un terreno
escarpado y, al fondo, una reja. En la puerta,
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un hombre con rostro muy parecido al sucede una nueva alteración y otro insólito
de un mono. No habla inglés, a señas nos equilibrio» (pp. 512-513).
lleva hacia arriba, pasamos por galerías Hanuman era el hijo de Pavan, el dios
y altares extraños, no comprendemos del viento, y de Kesari, la hija del rey mono.
qué los unifica hasta que vemos que en Es conocido por su fortaleza y habilidad
todos está el dios Hanuman, el dios mono. para volar. Según el Ramayana, ayudó a
Seguimos el camino que sube, altares y Rama en su batalla en contra del malvado
mezquitas continúan a ambos lados, vemos rey Ravana. Hanuman también era versado
erguirse palacios abandonados, después las en la gramática y considerado el noveno
montañas entre acantilados y hasta arriba escritor de gramática.
un manantial. Este paisaje pedregoso y casi desértico
De pronto nos percatamos de que miles en medio del agua y la vegetación es
de monos acechan a nuestro alrededor, el descrito por Paz como una página de
señor con cara de mono los llama y vienen enmarañada caligrafía vegetal. Maleza
en manada, nos trepan por la espalda, por de signos que, como el lenguaje, hay
los brazos hasta la cabeza y allí permanecen que despojarla de su espesura, porque
esperando comida. Monos machos y la realidad más allá del lenguaje no es
hembras con sus crías, todos saben convivir del todo realidad y la realidad que no
con los humanos y se divierten paseando habla ni dice no es realidad: «Hay que
por nuestros cuerpos. destejer inclusive las frases más simples
El agua corre desde el manantial par averiguar qué es lo que encierran y
llenando tres estanques en tres terrazas; de qué y cómo están hechas... Destejer
las caídas de agua con su sonido dulce y a el tejido verbal: la realidad aparecerá» (p.
la vez estruendoso remata en la figura de 517). Pero no sólo eso, también es necesario
Hanuman. Tres albercas donde se sumergen internarse en las metáforas, porque las
los creyentes. El templo de Galta, del siglo cosas no son cosas sino palabras, y las
xviii, rodeado de vegetación y de árboles metáforas son palabras de otras cosas.
de donde cuelgan los monos, es un lugar Transmutación: aparición de lo ausente, del
de meditación para limpiar mente y cuerpo mundo original.
y lograr la liberación del alma. Aquí se Al partir de estos templos sucios y
conquista el arte de la inmovilidad en abandonados, del abigarramiento de
medio de la agitación. En El mono gramático formas y altares, de la repetición de
(Obra Poética, Seix Barral, 1990) dice Octavio imágenes y esculturas del dios mono,
Paz: «La fijeza es siempre momentánea. descubrimos que nos vamos con una
Es un equilibrio, a un tiempo precario y claridad: la transparencia que da una
perfecto, que dura lo que dura un instante: presencia rotunda, que nos ha permitido
basta una vibración de la luz, la aparición no hablar y ni siquiera pensar, sino ver,
de una nube o una mínima alteración de la imaginar y nombrar. Ésa es la bendición de
temperatura para que el pacto de quietud Hanuman l
se rompa y se desencadene la serie de
las metamorfosis. Cada metamorfosis, a
su vez, es otro momento de fijeza al que
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Apaga la lámpara.
Mi mente no puede abrazarte en la luz.
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humecta su dorado abrigo. Por la noche, ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos
sobre la espesura silvestre abrasada en sus en esta dudosa realidad hecha de materia
bordes, ulula desde las alturas un búho incandescente? En una tarde de primavera
solitario. austral, a la salida de La Chascona, casa
Transitar por las hojas. Desprenderse de Pablo Neruda en Santiago de Chile,
bocarriba. El sobresalto de la brisa. me encontré con Ludwig Zeller, quien
Mordisquear cada brote. Los brazos presentaba un par de exposiciones de sus
trenzados en un vuelco. El abdomen exquisitos y deslumbrantes collages en una
trepidante por el tacto. Respirar. La apertura galería del barrio Las Condes y en el centro
del color l cultural de la Fundación Itaú. Huelga decir,
en zona de barrios súper pitucos. Después
de cuarenta años estaba de regreso en su
Chile contradictorio y saturnal. Comimos en
Polifemo bifocal el barrio chic de Buenavista unos sánguches
de pescado y dos chatos de vino del valle de
Maipo. Almuerzo memorable para que Pablo
de Rokha lo incluyera en su famosa épica de
Ludwig Zeller los alimentos del país andino, pero también
(1927-2019) una comida tan de amigos, de cocina del día
a día en una villa de pescadores.
En esa ocasión, el poeta nacido en Río
l E rnesto L umbreras Loa —pueblito del círculo de la desértica
Calama— me relató sus andanzas y
revoluciones en esta ciudad recatada y
aristócrata durante la década de los sesenta.
Se va la canícula, vertiginosa y delirante, Los militares y los comunistas se espantaron
como las imágenes intrépidas y sensuales de de sus performances, de sus versos y de su
la poesía de Ludwig Zeller, muerto el pasado manera de caminar por los desfiladeros.
1 de agosto en su casa de Huayapam, Tan memorable fue el happening El entierro
Oaxaca. Una larga vida de virtuoso sibarita de la castidad, que hasta la cia le contrató
dedicado a contrariar la lógica, gurú de una espía que lo vigilaba incluso en los días
alacranes y nimbos, alguacil de un pueblo de de guardar y de desaparecer. No esperó
albinos especializados en el arte del tatuaje. el triunfo ni la caída de Salvador Allende
Hombre bueno y generoso, sin alharaca de para emigrar hacia tierras más fértiles para
tales atributos, fue para mí una hoguera de la vendimia del sentido del humor y del
amistad y una higuera de sabiduría. Honro amor más libérrimo. Al lado de su cómplice
su memoria, caminando de ida y de vuelta ineluctable, la pintora Susana Wald, montó
sobre el océano que separa las playas de dos su tienda trashumante en Toronto por varios
continentes a punto de desaparecer. lustros para, finalmente, pasar sus últimos
años en Oaxaca, la ciudad que ilusionó a
✱ Nietzsche y mantuvo a raya la neurastenia de
D. H. Lawrence.
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generales, y dicho con toda nuestra y que tiene como finalidad promover a
autosuficiencia, hablamos de todas las artistas de todos los rincones del mundo.
músicas «no occidentales». O de aquellas El paso natural era grabar a esos artistas en
que, aunque ubicadas en alguna porción condiciones óptimas, editar las grabaciones
del mundo occidental, se consideran al y difundirlas de manera eficiente. Así
margen de éste (la música de los pueblos nació Real World Records con la edición de
indígenas mexicanos, por ejemplo). Es decir, Passion, el disco basado en la banda sonora
de aquellas que pertenecen a la mayor escrita por Peter Gabriel para la polémica
parte del mundo aunque se difundan película de Martin Scorsese The Last
minoritariamente. ¿Cuántos millones Temptation of Christ, y que incluía a artistas
de chinos hay contra cuántos ingleses? como Youssou N’Dour, Shankar, Djalma
¿Cuántos senegaleses o nigerianos Correa, Hossam Ramzy y otros más.
por cuántos franceses? El simplismo Ya que estamos con Peter Gabriel, será
es apabullante tomando en cuenta la justo calificarlo de personaje singular,
clasificación más común: Occidente y lo desde los tiempos en que conducía los
demás. Si sacáramos cuentas, «lo demás» excesos teatrales y musicales de Genesis
sería algo así como ochenta y cinco por en su época «progresiva», con canciones
ciento del total. Y aun en el terreno de lo extensas y llenas de cambios, discos
meramente étnico, o de la world music, hay conceptuales, alardes virtuosos que
serias dificultades para nuestros afanes buscaban intencionalmente darle al rock
clasificatorios, pues ahí cabrían lo mismo un estatus de seriedad, convencer de que
el son tradicional cubano que la música no era solamente una música visceral de
indonesia. Peor aún, cabrían también tres acordes. Luego vinieron sus discos
algunos experimentos interraciales, los como solista, oscuros y siempre en la
cuales algunas veces tienen ya poco que búsqueda de una expresión personal.
ver con las músicas étnicas originales, pues Después el gran éxito mundial en 1986 de
en realidad son músicas occidentales que su álbum So, y luego su ya citado interés
integran algunos elementos que no lo son. por la música de otras latitudes. Todo
Pero lo cierto es que Real World puso ello le ha dado una posición aparte en el
la lámpara en artistas a quienes nos habría panorama musical, a pesar de que para
tomado mucho más tiempo conocer: algunos sus discos recientes no han sido
Nusrat Fateh Ali Khan, Papa Wemba, tan satisfactorios. Cuando Gabriel cumplió
Geoffrey Oryema, Joseph Arthur, Sheila sesenta años, lo festejó de manera peculiar
Chandra, Baaba Maal y muchísimos más: con la aparición de Scratch my Back, que fue
hasta el día de hoy, treinta años después, un reto sorprendente en varios sentidos:
son doscientos treinta los discos que han en primer lugar por la selección musical:
editado. La intuición no salió de la nada: canciones de otros en versiones que no se
Gabriel ya llevaba algunos años, desde parecen a las originales; en segundo lugar,
1982, embarcado en la aventura de womad porque decidió no usar guitarras ni baterías
(World of Music, Arts & Dance), el festival ni teclados electrónicos, sino solamente
que hasta nuestros días sigue siendo piano, orquesta y coros ocasionales para
exitoso, que se replica en varios países acompañar su voz inconfundible.
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CONVOCATORIA PERMANENTE
para recepción de colaboraciones
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