Ricardo Llamas, Teoría Torcida, Prejuicios y Discursos en Torno A La Homosexualidad

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 434

Ricardo Llamas

Siglo . V

Veintiuno
de España
Editorés

Teoría
F3

Teoría
torcida
Prejuicios y
discursos en torno a
«la homosexualidad»
Esta obra ha sido publicada con la
ayuda de la Dirección General del Libro, Archivos
y Bibliotecas del Ministerio de Educación y Cultura
TEORÍA TORCIDA

Prejuicios y discursos en torno


a «la homosexualidad»

por

Ricardo Llamas

siglo
veintiuno
editores

MÉXICO
ESPAÑA
siglo veintiuno editores, sa
CERRO DEL AGUA, 248. 04310 MÉXICO. D.F.

siglo veintiuno de españa editores, sa


PRÍNCIPE DE VERGARA. 78. 28006 MADRID. ESPAÑA

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra
por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico,
fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes
magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

Primera edición, diciembre de 1998


© SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A.
Príncipe de Vergara, 78. 28006 Madrid
© Ricardo Llamas
DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY
Impreso y hecho en España
Printed and made in Spain
Diseño de la cubierta: Pedro Arjona
ISBN: 84-323-0981-8
Depósito legal: M. 45.018-1998
Fotocomposición: Fernández Ciudad, S. L.
Catalina Suárez, 19. 28007 Madrid
Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polígono Igarsa
Paracuellos de Jarama (Madrid)
ÍNDICE

{DIS)TORSIÓN IX

PUNTOS DE PARTIDA................................................................................ 1
LA INFLACIÓN DISCURSIVA DEL SECRETO .......................................... 1
EL RÉGIMEN DE LA SEXUALIDAD ............................................................. 11
CONSTRUCCIÓN SOCIAL O ESENCIA. LOS LÍMITES DE UNA DICO­
TOMÍA ........................................................................................................... 21
LAS REALIDADES GAYS Y LÉSBICAS Y EL ACCESO A ÉSTAS {Y A
OTRAS) SUBJETIVIDADES ....................................................................... 30

PRIMERA PARTE
LAS FORMAS “ESPONTÁNEAS” DEL PREJUICIO

1. SER o NO SER. PROFUSIÓN TERMINOLÓGICA Y CEN­


SURA SELECTIVA...................................................................... 49
1.1. EL ESPACIO INCIERTO ENTRE EL TABÚ Y EL INSULTO. LA FE­
MINIZACIÓN DE LO EXCLUIDO ........................................................ 55
1.2. CÓMO PUEDE SER. UN RÉGIMEN DE REPRESENTACIÓN SE­
LECTIVO ..................................................................................................... 66
1.3. ENTRE UNA HISTORIA ALIENADA Y UN FUTURO INCIERTO .... 77

2. UN LUGAR BAJO EL SOL. DISTANCIAMIENTO Y EM­


PLAZAMIENTO .......................................................................... 91
2.1. EXTRANJERÍA SUPERLATIVA .............................................................. 93
“Nuestra” nación, 97.—“Nuestra” ideología, 103.—“Nues­
tra” clase, “nuestra” raza, 109.—“Nuestra” fe, 116.—“Nues­
tra” especie, 120.—En resumen: “nuestro” enemigo, 126.
2.2. ¿DÓNDE NOS COLOCAMOS? (¿DÓNDE ESTÁIS?) ......................... 130
Invirtiendo el distanciamiento (tendiendo puentes), 132.—
¡Dejad que se acerquen a mí!, 140.
VI índice

2.3. MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DEL DOLOR.......................................... 143


La construcción del deseo de muerte, 145.—Cómo reco­
nocer la pérdida y afrontar la conminación al suici­
dio, 154.—La necesidad de superar el victimismo, 164

3. PRÁCTICAS DE AUTORREPRESIÓN. SUBLIMACIÓN,


NEGACIÓN, AGRESIÓN ........................................................ 171
3.1. QUÉ HACER PARA NO HACER SEXO (CÓMO SUBLIMAR EL DE­
SEO) ............................................................................................................. 172
3.2. CÓMO HACER SEXO Y LOGRAR QUE PAREZCA OTRA COSA.
NEGACIÓN Y COMPLICIDAD ............................................................. 183
3.3. EL COLAPSO ÚLTIMO DE LA RACIONALIDAD. AGRESIÓN Y
VIOLENCIA............................................................................................... 190

SEGUNDA PARTE
LOS DISCURSOS ARTICULADOS Y SUS IMPLICACIONES

4. LOS DISCURSOS DE UNA MORAL EXCLUYENTE Y SU


TRASCENDENCIA JURÍDICO-LEG AL............................... 213
4.1. LA DIFÍCIL CARACTERIZACIÓN DE UN SUJETO EXCLUIDO,
CONTRA NATURA, SODOMITA .......................................................... 219
El control de sí y la demonización del abandono al placer, 227
4.2. LA AMBIGÜEDAD DEL ÁMBITO JURÍDICO-LEGAL Y LA RECU­
PERACIÓN DEL PREJUICIO.................................................................. 232
La articulación de leyes represivas, 239.—Los límites de
una legislación no represiva: los “nuevos derechos”, 248
4.3. ENTRE LA ADECUACIÓN A UN ORDEN REPRESIVO Y UNA
AUTONOMÍA ÉTICA ............................................................................. 234
Moralidad y legalidad de los grupos gays y lésbicos. 236.—
La adecuación al presente: la gestión cristiana del sacrifi­
cio. 258.—Hacia una autonomía ética, 263

5. LOS EFECTOS TERAPÉUTICOS DE LOS DISCURSOS


CIENTÍFICOS.............................................................................. 267
5.1. EL SUJETO PERVERSO ........................................................................... 273
Esencia fisiológica, reconocimiento e identificación. 278.—
Límites de la identificación fisiológica. La lesbiana desen­
carnada, 285
índice VII

5.2. INVERTIDA - INVERTIDO .................................................................... 291


Las nuevas posibilidades de localización. 295.—El debate
sobre el carácter congenito o adquirido, 297
5.3. HOMOSEXUAL......................................................................................... 302

La original vocación liberadora: las redes de sexolo-


gía. 307.—Imposición de la práctica terapéutica y desarrollo
de terapias. 310.—El reconocimiento en lo enfermo. 317.—
Antropología sexual y sociología de la desviación. 322.—La
recuperación jurídico-legal del prejuicio: la terapia como
condena. 329.—Los fundamentos de la sexología contem­
poránea: Alfred Kinsey y Evelyn Hooker. 332.—La “ho­
mosexualidad distònica” y la “identidad de género infantil”:
el mantenimiento de un ámbito de actuación, 335

6. LOS DISCURSOS EN PRIMERA PERSONA ...................... 344


6.1. EL TERCER SEXO URANISTA ............................................................. 353
6.2. LA RESPETABILIDAD HOMÓFILA.................................................... 360
6.3. GAYS Y LESBIANAS: NUEVOS SUJETOS DE UN MOVIMIENTO .. 364
6.4. TIERRA BOLLERA / MUNDO MARICA. ¿UN PLANETA QUEER? .. 371

{CON)TORSIÓN 383

BIBLIOGRAFÍA 387

ÍNDICE ONOMÁSTICO 409


(Dis) torsión

Voy a empezar pidiendo prestadas unas palabras: «Como todo en


la vida de los humanos, también el amor puede caminar por sen­
das torcidas.» Así daba comienzo el libro de un autor, de apellido
Koning, publicado a principios de los setenta. En años sucesivos
llegarían muchas más publicaciones, y eso de “la homosexuali­
dad” se vulgarizaría y se nombraría con exhaustividad. Saldrían a
la luz vidas desdichadas (atormentadas) por el vacío y el silencio,
por la falta de referentes o imágenes, por la ausencia de términos.
Existencias, en suma, sólo reconocidas por la violencia (el tor­
mento inherente a la culpa inducida, la tortura que aplica la ley) y
la amenaza o el chantaje (la extorsión que se ejerce desde cual­
quier posición de autoridad). Reconocidas un instante y, de nue­
vo, negadas; desdichas.
Pero, en última instancia, quienes supuestamente debían en­
carnar esa entelequia, acabarían por torcer el gesto, mostrando
abiertamente su disgusto y exasperación. Desde hace ya mucho
tiempo, aquí hay un entuerto por resolver. Sólo le pido prestadas
a Koning sus palabras (y a otros, que son legión) para decir yo las
mías. La desdicha está ahora en otro sitio. Veamos quién es más
retorcido.

De igual modo que, hasta en las mejores familias, hay niñas que se
echan a perder y niños que salen raritos, la teoría que en este libro
X (Dis)torsíón

se expone se aparta de lo que la tradición académica o intelectual


espera de un trabajo sobre “la homosexualidad”. Quizás se apar­
te también de lo que un cierto “saber del pueblo” parece querer
oír o estar dispuesto a comprender. E incluso de los modos, for­
mas y rutinas de los proyectos disidentes y de los resultados asi­
milables a los que éstos con frecuencia conducen.
Porque este libro no es el resultado de un intento de mantener
firmes la reflexión, el cuerpo o el deseo. Búsquense esos ensayos en
las bibliotecas, pero también en la prensa del día, en cualquier
reunión social o acto mundano. Ni es la manifestación de un amor
torcido o de una pasión desviada. Sería también demasiado sencillo,
y de ello abundan los ejemplos en diversas manifestaciones artísti­
cas o literarias. Ni es tampoco, por último, el fruto de una aspira­
ción a la participación o la integración de apetitos y sentimientos en
nuevas firmezas. Esas intenciones suelen encontrar su caldo de
cultivo en opciones distintas de las que la reflexión implica.
Lo que en estas páginas parece haber descarrilado irremisi­
blemente es la teoría misma. Pero es que las vías sobre las que ésta
ha ido circulando, sencillamente, no son pertinentes en este caso.
Es más: el destino de este recorrido está aún por determinar, y así
habrá de quedar en la última página. Que nadie espere, pues,
que este trab^o le lleve a certezas concluyentes susceptibles de ser
anticipadas. Este es un libro inconcluso. No ya (sólo) inacabado,
sino incluso no-cerrado. Incluso. Abierto.
Y no es éste un trabajo oclusivo porque el punto de partida
está invertido de antemano. Es lo que a ojos de muchos consti­
tuirá un enfoque distorsionado, con premisas poco claras y pre­
supuestos ambiguos. Así, los resultados habrán de ser forzosa­
mente inciertos. Cierto es (o al menos así quiero postularlo) que
no son las que siguen reflexiones del derecho, sino del revés. No
sólo se apartan de ese Derecho que define una Ley y un Orden
precisos; que coarta y condiciona, en primer término, a quienes lo
tienen demasiado en cuenta. Sino que, además, se apartan de la
rectitud que a menudo se espera de una investigación que se pro­
pone como “seria”. O de la eficacia programática de iniciativas su­
puestamente contestatarias. Es, entonces, un revés a los enfoques
mayoritariamente vigentes con que muchas ciencias (y en parti­
cular las ciencias sociales) y muchas estrategias políticas se apro­
ximan a cuestiones relativas a los placeres, a los cuerpos, a los gé­
neros o a los sentimientos...
(Dts)tom'ó» XI

Éste no es, en definitiva, un trabajo que siga un camino defi­


nido que conduzca a alguna de las metas de prestigio y reconoci­
miento intelectual al uso. Tampoco es la primera vez que abordo
una tarea semejante, y hasta ahora esas intenciones no me han
abierto las puertas del éxito ni las salidas profesionales. Mala­
mente habrán de hacerlo ahora. Pero claro, no es, por decirlo
usando un término inglés (a los que con frecuencia habré de re­
currir), un trabajo straight. Una de las acepciones de esa palabra
es, digámoslo ya, “heterosexual”.
Estamos, entonces, ante una estrategia que no puede culminar
su recorrido en vía muerta; que no acabará entrando en un cauce
que la contenga. Ni podrá fabricársele un remanso que calme
sus turbulencias y fuerce su sedimentación. Ni allanarse tampoco
un arcén en el que pueda detenerse, reposar y ser reparada. Pare­
cerá haberse salido incluso de cualquiera de los márgenes que
puedan imaginarse; también del de la marginalidad. Dicho de
otro modo, ésta es una teoría que ha abandonado el recto camino
sin hacerse otro. O, si se prefiere, que no reconoce autoridad o le­
gitimidad alguna que la haga entrar en vereda. Quien quiera se­
guir su rastro comprenderá pronto que los ejercicios de reflexión
aquí contenidos constituyen un acto de seducción {seductió}^ es
decir, un canto de sirenas que aparta a quien le preste atención de
la ruta prefijada. Teoría queer^ en definitiva, es decir, rarità. O, si
apelamos a la etimología latina del término, {torqueré}, sencilla­
mente, teoría torcida.
PUNTOS DEPARTIDA

• LA INFLACIÓN DISCURSIVA DEL SECRETO

El papel que juega “la homosexualidad” en el mundo contempo­


ráneo sólo puede entenderse a la luz de la multiplicación de los
ámbitos que intervienen en los afectos y placeres de las personas
en Europa Occidental y Norteamérica. Esa intervención se ha
intensificado progresivamente desde el siglo xvni hasta el pre­
sente. Las diversas instancias de ordenación de la realidad (la
Iglesia, la medicina, la familia y el sistema educativo, la judicatura,
los medios de comunicación...) han dado lugar a una serie de
prácticas más o menos institucionalizadas (confesión, hospitaliza­
ción o tratamiento, escolarización o pedagogía, enjuiciamiento y
encarcelamiento, información...) que siguen unos criterios con
frecuencia incoherentes. Sin embargo, sus efectos, en lo que se re­
fiere a “la homosexualidad”, presentan determinadas regulari­
dades.
Pero la significación que para toda la sociedad adquieren las
relaciones de amor y placer entre personas del “mismo” sexo no
es reductible a una serie de prácticas institucionales o de discursos
más o menos incoherentes.’ La “puesta en discurso” de la sexua­
lidad (o lo que Foucault denomina “implantación perversa”) es un
proceso de mayor alcance. En él están implicados criterios de
análisis y modos de conocimiento nuevos aplicados a realidades

’ Una discusión detallada sobre las implicaciones de las expresiones “mismo”


sexo y “otro” sexo (o sexo “contrario”), en lo que se refiere a la construcción de
una identidad esencial en el seno del primero y de una alteridad radical de éste
con respecto al segundo, será desarrollada más adelante. Por el momento, sirvan
las comillas para señalar que esas expresiones son, por mi parte, objeto de cues-
tionamiento.
2 Puntos de partida

diferenciadas. Estos saberes y sus efectos, ordenados o no, con


trascendencia institucional o como prácticas aisladas, justifica­
dos en detalle o aplicados de forma espontánea, influyen en la co­
munidad de manera general. Es decir, elaboran un prisma a través
del cual “la homosexualidad” se constituye según un estatuto
preciso y funcional, y al hacerlo definen los criterios de pertenen­
cia, las posibilidades de integración, los límites de la legitimidad
de la participación social, el grado de credibilidad de la palabra
pública y las bases de las identidades articulables o inconcebibles
para toda una comunidad.^
El carácter coherente de ese prisma se mide sólo en cuanto a
la consistencia con que establece “la homosexualidad” como “aje­
na”. Su eficacia, en cambio, es más evidente: viene dada por la
exclusión sistemática a que da lugar. Contestando la aparente
coherencia de dicho prisma y la vocación exhaustiva a que su
funcionalidad aspira; dando lugar a una multiplicidad de expe­
riencias desorganizadoras (desestabilizadoras, subversivas), las
realidades gays y lésbicas (el vivir cotidiano de quienes no ajustan
sus prácticas o identidades a un determinado modelo “heterose­
xual”), se articulan de forma paralela. Si bien esta variedad de mo­
delos de interpelación de la vida en comunidad (de sus saberes, de
sus normas, de sus creencias) ha sido silenciada (reducida al con­
cepto de “homosexualidad”), no por ello pueden dejar de obser­
varse su trascendencia y sus implicaciones. Este trabajo se empla­
za, pues, en esa compleja intersección histórica y culturalmente
localizable entre el establecimiento estratégico de una instancia
alienada y sometida a control, por un lado, y una práctica política
comunitaria de resistencia y autonomía, por otro.
El análisis que sigue sería difícilmente aplicable a sociedades
distintas de las occidentales. En general, tanto la vivencia subjeti­
va como la ordenación institucional de las realidades afectivo-se-
xuales entre hombres o entre mujeres que se produce en el mun­
do islámico, el África negra y el continente asiático presentan
unos caracteres claramente diferenciados de los que aquí serán ex-

2 Foucault, Michel (1978), Historia de la sexualidad (I), La voluntad de saber,


Madrid, Siglo XXI. Publicado por primera vez en 1976. Sobre la importancia del
análisis de Foucault en el desarrollo de las aproximaciones académicas a la “se­
xualidad” y en las estrategias y discursos del activismo gay y lèsbico, véase Hal­
perin, David (1995), Saint Foucault, Towards a gay hagiography, Nueva York y
Oxford, Oxford University Press.
Puntos de partida 3

puestos. Es por ello que lo que sigue no pretende ser más que un
análisis de los elementos que caracterizan ‘‘la homosexualidad” y
las realidades gays y lésbicas en Europa Occidental y Norteamé­
rica. Es decir, allí donde el afecto y el placer humanos (y en par­
ticular los que unen a personas del “mismo” sexo) han cobrado
una importancia particular que se expresa a través de múltiples
discursos y numerosas prácticas de los que se derivan implicacio­
nes en ámbitos diversos.^
Sería ingenuo, no obstante, considerar que los criterios de
análisis y las implicaciones de “la homosexualidad” en Occidente
son idiosincrásicos hasta el punto de su incompatibilidad con
otras culturas o sistemas político-económicos. Los procesos de
mundialización de los prejuicios o de los referentes de liberación
pueden alcanzar rapidez o trascendencia sorprendentes. Si las
costumbres o las opciones éticas de los pueblos no varían de un
año para otro, los procesos que aquí se estudian tienen una histo­
ria de varios siglos. En este periodo, las disposiciones legales y los
estereotipos que las justifican y que son netamente occidentales se
han impuesto (o han sido adoptados, o han confirmado esquemas
más o menos coincidentes) en puntos dispares del globo.' * De

’ Sin embargo, el contacto de las élites europeas con otros pueblos y culturas
donde los afectos y los placeres se organizan de diversos modos (un contacto es­
tablecido a partir de las crónicas coloniales), tiene gran importancia a la hora de
definir un modelo occidental de racionalización y organización del “sexo”. A este
respecto, Bleys, Rudi C. (1996), The geography ofperversion. Male-to-male sexual
behavior outside the West and the ethnographic imagination, 1750-1918, Lon­
dres, Cassell. El análisis puede ser también válido para la población mayoritaria-
mente “occidentalizada” de Oceania, América Latina y, progresivamente, para la
Europa Oriental. De cualquier modo, la aplicación de los argumentos que desa­
rrollo a estos casos, así como a las comunidades étnica o culturalmente diversas de
las mayoritarias en Europa Occidental y Norteamérica, puede resultar bien poco
esclarecedora, y no debe realizarse sino con extremada prudencia. No obstante,
algunos paralelismos y regularidades que trascienden fronteras serán menciona­
dos a título ilustrativo. Hablaré del “mundo occidental” para dar cuenta de la vi­
gencia (no absoluta o ininterrumpida) en un espacio geográfico determinado y
progresivamente interrelacionado de las tradiciones culturales greco-latina, ger­
mánica y anglosajona; del modelo económico capitalista y del sistema político de-
mocrático-liberal.
Después de muchos años de presión por parte de numerosas asociaciones
de gays y lesbianas de todo el mundo, una de las más importantes Organizaciones
No Gubernamentales de defensa de los derechos humanos, Amnesty internatio­
nal^ aceptó en 1993 reconocer como presos y presas de conciencia a los gays y les­
bianas encarcelados por “homosexualidad”. Un año más tarde, esta organización
4 Puntos de partida

igual modo, y pese a dificultades estructurales específicas, las for­


mas de articulación de las realidades gays y lésbicas, sus discursos,
valores, referentes o prácticas, han experimentado un proceso
paralelo y acelerado de internacionalización?
Esta explosión discursiva y las prácticas de represión y auto-
organización que las ponen de manifiesto son fácilmente percep­
tibles en el presente, pero sus orígenes como procesos interrela­
cionados de amplia trascendencia se remontan, al menos, a las
últimas décadas del siglo XIX. Desde entonces, al catalogar expe­
riencias o comportamientos que antes tenían menos implicaciones,
se otorga a las nuevas categorías establecidas una existencia que
nunca habían tenido. La práctica sexual en un primer momento,
el impulso erótico (la libido freudiana) después, y hasta el senti­
miento afectivo de todas las personas pero, sobre todo, las de las
categorías “desviadas”, atraviesan por primera vez cuerpos, men­
tes y vidas, pasando a constituir el elemento esencial de revelación
de la persona; su “verdad”. En este sentido, dicho proceso histó­
rico de articulación de discursos se refiere, fundamentalmente, a
las formas de saber cuyos efectos dejan traslucir el carácter “re­
presivo” de los criterios que los inspiran. Los discursos con voca­
ción “liberadora” o de constitución de una autonomía no han

denunciaba la represión en Irán (pena de muerte), México (amenazas, arrestos y


palizas por parte de autoridades locales), Colombia (asesinatos por escuadrones
de la muerte, en connivencia con fuerzas policiales) o Rumania (detenciones y tor­
turas amparadas por la legislación). En el carro de los gobiernos que practican,
autorizan o consienten formas de represión que atenían contra la libertad de afec­
tos y placeres, además de los mencionados, podemos incluir a Chile (en particu­
lar durante el régimen de Pinochet), China, Mozambique, Pakistán, Uruguay, Is­
rael, Cuba o Sudàfrica (sobre todo hasta el fin del apartheid y la aprobación de la
primera constitución que, a nivel mundial, reconoce la libertad de opción se­
xual)...
’ El diario The Economist informaba el 6 de enero de 1996 que en el año pre­
cedente surgieron grupos de gays y lesbianas en Bolivia, Curasao, Kenia, Molda­
via, Portugal, Corea del Sur, Sri Lanka y Pakistán; un grupo de lesbianas en Es­
tonia, un segundo grupo en China y otro en Hong Kong. En la Europa Oriental,
desde la caída del muro de Berlín, los grupos constituidos se cuentan ya por de­
cenas; en México la cifra tampoco baja de dos dígitos y en Sudàfrica llegan a cin­
cuenta. En la ciudad de Tomsk, en Siberia, se celebró un primer Congreso; en
Turquía se abrió una página gay en un periódico de amplia difusión; en Pakistán
se publicó el primer libro de poesía explícitamente gay en lengua urdù, y el se­
gundo Desfile del Orgullo Gay celebrado en Japón fue patrocinado por varias fir­
mas comerciales.
Puntos de partida 5

tenido, hasta el presente, la misma incidencia. Aunque responden


también, de un modo quizás aún más clamoroso, a ese proceso de
“sexualización” de la persona.
Una de las aportaciones más originales y trascendentes de
Foucault al estudio de la “sexualidad” es, precisamente, su consi­
deración de este proceso como único. Es decir, desde su punto de
vista, no puede decirse que haya “represión” por un lado y “libe­
ración” por otro. Es más: el poder tiene una dimensión producti­
va, morfogenética o “positiva”; genera lo que después controla o
reprime y, de este modo, autoriza también su liberación. Es, en
definitiva, una relación dinámica, y no una substancia que se
mida en la cantidad de fuerza de que se disponga; el poder no se
agota en una relación unilateral a partir de un vector que partiría
de la instancia opresora a la instancia oprimida.^ Dicho de otro
modo, sin la intervención de todas las instancias que se reclaman
en un momento determinado pertinentes a la hora de establecer
qué es “el sexo”, éste no existiría tal y como lo conocemos. La re­
sistencia frente a ese poder, en su sugestivo aunque escéptico
análisis, a su vez, modifica o regula según nuevos parámetros lo
que pretende liberar; la “liberación” no es liberación del poder,
sino uno de sus efectos.
Este estudio no se limita a considerar las referencias que, en
sentido estricto, señalan este nuevo proceso de interpelación ge­
neralizada de “la sexualidad”. Si las reflexiones o prácticas ante­
riores al siglo xvm (así como otras surgidas en contextos distintos
del occidental) tienen cierta cabida aquí, ello no se debe a que el
contexto en que se produjeron fuera equiparable a nuestro pre­
sente. Obedece más bien a una estrategia que apela a referencias
distantes (o “distanciadas”) para que jueguen un determinado
papel en el régimen discursivo vigente. El rescate de la tradición
pederasta griega o de la poesía sáfica que se produce a finales del
siglo XIX, la investigación antropológico-sexual de principios del
siglo XX o el rescate de las formas de opresión en vigor durante las
épocas medieval y moderna que desde hace pocos años se lleva a
cabo en diversos departamentos de estudios históricos; todo ello
Que el poder no sea sólo negativo (que no sólo dé lugar a constreñimiento,
prohibición o negación) no significa, claro está, que la dominación no exista.
A este respecto (y sobre las reacciones desde posiciones “progresistas” a los pos-
tuados foucaultianos de la ubicuidad del poder), consúltese Halperin, 1995:16-17
y21-22.
6 Puntos de partida

responde a este clima de “inflación discursiva” que está en la


base de este trabajo.
De este modo, no pretendo restablecer como deseable un hi­
potético y poco verosímil modelo de “sexualidad no oprimida”
previo al desarrollo de ese modo de cuestionamiento permanente
del significado del “sexo”. Ni pretendo tampoco promover un
igualmente hipotético horizonte de “sexualidad liberada” que
culminara ese proceso de interrogación llevándolo a extremos
inéditos y difícilmente imaginables. Ni aspiro, por último, a cues­
tionar el fundamento de esa inquietud que lleva “el sexo” al co­
razón mismo de las cuestiones sociales, poKticas y económicas. De
este modo, no trataré de refutar los discursos de prejuicio, sino
más bien de mostrar cómo se constituyen y cómo operan, cómo
construyen sus objetos y sus sujetos, cómo perpetúan y legitiman
prácticas de exclusión y cómo logran que todas estas operaciones
se mantengan (prácticamente) invisibles e incuestionadas.
Para comprender cómo se establece este proceso de prolife­
ración discursiva, es necesario reconocer el papel contradictorio
que pasa a jugar esa nueva entidad simbólica que es “el sexo”.
Cuanto más se habla de él y cuanta más inquietud genera, más rí­
gido y menos susceptible de adquirir valencias nuevas o cam­
biantes se vuelve. Paradójicamente, lo que en términos íntimos e
individuales empieza a ser esencial de cara al conocimiento per­
sonal de sí (ese “yo” sexuado, verdadero, privado y secreto que
sólo el amor o la pasión reconocibles y ortodoxas pueden revelar),
no alcanza, en términos de la colectividad social, y pese a estable­
cerse según un modelo restrictivo, ningún protagonismo. La me­
tafísica de un amor preciso y de su manifestación corporal como
quintaesencia de la realización personal y del sentido, y la pro-
blematización de “la sexualidad” en general, tardan más de cien
años en dar lugar a un proceso social y políticamente significativo
de crítica y cuestionamiento de los criterios que establecen una
determinada “normalidad” afectivo-sexual.
Los factores que determinan la “verdad” de la persona (y,
por consiguiente, sus posibilidades de actuar como sujeto legítimo
o “humano”) quedan al margen de los procesos públicos de re­
flexión y articulación colectiva con los que se definen los márge­
nes de libertad y autonomía que en cada sociedad se establecen.
Y las posibilidades de definir esos criterios que determinan la
humanidad legítima son, entonces, monopolizadas por las ins­
Puntos de partida 7

tancias que definen un cierto orden de los placeres y de los senti­


mientos. La “vida privada” (al margen del prejuicio popular o del
estereotipo) es orcienada institucionalmente desde instancias pre­
cisas. La democratización de la inquietud por la “verdad sexual”
propia o ajena coincide con un creciente elitismo en lo que se re­
fiere a la determinación de las implicaciones que tienen los casos
de incumplimiento de una norma sexual restrictiva.
Inversamente, los elementos que en una persona empiezan a
ser considerados accidentales y teóricamente menos trascendentes
desde el punto de vista de una relación satisfactoria de cada cual
consigo y con el resto de las personas, y de la felicidad o serenidad
que ésta procura (la situación económica, la clase social, la ideo­
logía política,..), se convierten en factores determinantes de la
comunicación y reflexión, del desarrollo social y de la participa­
ción política, de la reivindicación y la lucha públicas y colectivas.^
La definición de los ámbitos de opresión o libertad sólo es posible
en el campo de lo establecido como público y político. Un amplio
espectro de realidades afectivas y sexuales (y, entre ellas, las rea­
lidades lésbicas y gays) queda al margen de toda posible articula­
ción de sentido; no porque no haya habido intentos de acceder a
ese espacio de legitimidad pública, sino porque tales iniciativas
han sido, durante muchas décadas, bien desestimadas como irre­
levantes, bien aplastadas. Pero de igual modo, la adecuación a la
norma, en última instancia siempre precaria, queda alienada y
sin acceso a criterios de reflexión, a nuevos valores o a posibili­
dades de redefinición de la realidad discursiva en que ésta se de­
fine.
Estamos, pues, ante un doble proceso. Por un lado, una
“puesta en discurso de la sexualidad” (en un doble sentido: ge­
neralización universal de una inquietud y control exclusivo de la
posibilidad de establecer su significado “verdadero” por parte
de determinadas instancias de saber). Y, por otro lado, un proce­
so de confinamiento de sus manifestaciones “correctas” o “des­
viadas” en la esfera privada. En este último caso, tal confina­
miento supone una abyección {abficeré}\ una expulsión radical del
espacio de la humanidad legítima. Y supone, consecuentemente,

’ Padgug, Roben (1992), «Sexual matters: On conceptualizing sexuality in


history», en Stein, Edward (comp.) (1992), Porms of desire. Sexual orientation and
the social constructionist controversy, Nueva York, Routledge.
8 Puntos de partida

la constitución de un espacio inhabitable que, no obstante, está


densamente poblado.®
Este proceso de regulación restrictiva y de exclusión se mani­
fiesta, en lo que se r^ere a las relaciones entre personas del “mis­
mo” sexo, a partir del desarrollo paralelo de varios elementos. Por
un lado, una estigmatización popular inducida y alentada por
una categorización moral, jurídica y científica, y que se concreta
en un creciente número de actos de hostilidad y violencia. Por
otro lado, la consecuente clandestinidad (entre la irrelevancia y la
amenaza) de un submundo de especificidades: redes sociales, es­
pacios de encuentro, constitución de un imaginario simbólico y de
una forma de comunicarse específicas, desarrollo de un discurso
propio y de múltiples estrategias de supervivencia... Todos estos
elementos dan cuenta de una multitud de relaciones y prácticas de
poder, de control y de resistencia que conforman el papel que “la
sexualidad” desempeña en el presente.
Desde el siglo XIX, “el sexo”, en su versión demográfica, con­
genita o “patológica”; moral, delictiva, social o económica; pasio­
nal o romántica, está cada vez más presente en las inquietudes
científicas, en las disquisiciones filosóficas, en los debates intelec­
tuales, en la literatura (Malthus, Darwin, Krafft-Ebing, Fourier,
Lombroso, Dürkheim, Engels, Laclos...). Todo ello traduce una
nueva presencia del “sexo” en la vida cotidiana que no es ajena al
desarrollo de otros regímenes de ordenación social. La apertura
del mercado de trabajo, la libre contratación, el libre comercio tie­
nen un equivalente camal: una mayor accesibilidad física al placer,
una mayor libertad en el “mercado” del matrimonio; el desarrollo
inusitado de la prostitución y de la pornografía como “mercado
del sexo”. La regulación contemporánea de las relaciones inter­
personales está estrechamente relacionada con los otros sistemas
de producción, reproducción, distribución o representación de
bienes, servicios, valores o símbolos.
El espectro de sistemas de análisis “legítimos” de esa nueva se­
xualidad no es, como iremos viendo, ni preciso ni coherente.
Tampoco lo es el discurso autorreferencial de la “liberación”.
Pero no es el objetivo primordial de este estudio describir las ba­
tallas de orden simbólico (pero con efectos tangibles) que se es-

® Butler, Judith (1993b), Bodies that matter. Qn the discursive limits of^sex\
Nueva York y Londres, Routledge.
Puntos de partida 9

tablecen entre los diferentes ámbitos e instituciones que ejercen


determinadas formas de poder o resistencia y que generan dis­
cursos sobre las realidades afectivo-sexuales. Tampoco es mi in­
tención hacer una revisión de sus contradicciones internas, tanto
teóricas como desde el punto de vista de las prácticas que los ex-
plicitan. Unas y otras son significativas (y como tales serán seña­
ladas) en tanto que ilustran su evolución e influencia recíproca en
ese contexto global de generalización de la inquietud y (cuestio­
nado) confinamiento de su “verdad” que aquí se analizan.
El afán por conocer, por comprender, y por controlar las for­
mas de placer; la consolidación de una moral (burguesa o prole­
taria) activamente hostil al amor y al sexo entre “mujeres” o entre
“hombres”, y el desarrollo de formas de resistencia frente a estas
estrategias determinan, en última instancia, la génesis de procesos
de articulación de ciertas afinidades que sientan las bases de la
emergencia de lo que puede ser considerado como una identidad
colectiva diferenciada.’ La Europa Occidental y América del Nor­
te, dice Foucault (1978), no inventan un catálogo amplio de afec­
tos o placeres nuevos, pero sí ponen en marcha mecanismos que
hacen que los existentes jueguen un papel específico en el seno de
estas sociedades (diferente al que regía en otras épocas históricas
o al que continúa vigente en otras regiones del mundo).’®
Las realidades gays y lésbicas que en este nuevo contexto se
establecen, se “politizan” de manera inusitada; es decir, adquieren
implicaciones nuevas para órdenes dispares, en un principio aje­
nos a tales realidades. Si el conocimiento se ocupa del “sexo”; si lo
establece para controlarlo, entonces ese “sexo” se constituye
como campo de batallas de poder y resistencia; como objeto de

Si hablar de relaciones entre “gays” y entre “lesbianas” supone arriesgarse


a caer en un cierto anacronismo, establecer ese supuesto en términos de relacio­
nes entre “hombres” y entre “mujeres” implica caer en la sobredeterminación con
que se conceptualizan esos términos, establecida según una matriz teleológica-
mente heterosexual que tampoco da cuenta fielmente de lo que se pretende decir.
Al igual que en el caso del “uno y otro sexo” o de “la homosexualidad”, el re­
curso a las comillas señala tanto el cuestionamiento de la construcción ideológica
de los términos según un proyecto excluyente (aunque “ilustrado” o “científico”),
como los límites del lenguaje a la hora de dar cuenta de determinadas cuestiones.
Tampoco el espectro de prácticas se ha ampliadq substancialmente; salvo el
fist-fucking y las posibilidades inherentes a alguna innovación tecnológica (el te­
léfono primero, Internet después), pocas novedades pueden citarse en el campo
de “la sexualidad”.
10 Punios de partida

política. En su versión “homosexual”, tales realidades pasan a


constituir temas privilegiados de opinión pública y de escándalo,
de legislación y acción judicial, de impulso de disciplinas científi­
cas y experimentales. En su versión de “resistencia” o “militante”
dan lugar a un catálogo inédito de formas de ordenación de la
propia vida en contextos hostiles y pasan a constituir ámbitos de
génesis de nuevos sujetos y movimientos sociales en un espacio de
abyección preciso. En todos los casos, se constituyen como cam­
pos de reflexión filosófica y ética, de especulación estética e ins­
piración artística. La politización de las realidades lésbicas y gays
en sus facetas de resistencia y activismo social es, en buena medi­
da, el corolario lógico de su politización desde instancias ajenas.
Un proceso que se inicia a partir del momento en que las for­
mas de poder y control social empiezan a articularse en torno a los
conceptos de eficacia, productividad, bienestar o “salud” física o
psicológica, corporal o espiritual, individual o colectiva. Los fac­
tores que supuesta o efectivamente impiden o dificultan la conse­
cución de una determinada versión de esos objetivos empiezan a
ser objeto de una atención muy particular. Foucault (1978) asocia
esta articulación en torno al concepto de salud con la articulación
del poder de forma general en torno a la vida, trascendido el pe­
riodo de las grandes epidemias y la hasta entonces predominante
ordenación de la realidad en torno a la muerte. Una “anatomo-po-
lítica” del cuerpo individual y una “bio-política” de las poblacio­
nes pasan a jugar un papel fundamental.
Se pasaría entonces del problema metafísico de la salvación a
toda una serie de nuevas inquietudes: el problema médico del
tratamiento de la enfermedad, el problema urbanístico, demo­
gráfico, económico y socio-sanitario de las condiciones de super­
vivencia (distribución de la población, recursos, condiciones de
vida) y el problema ético y político de la (definición), promoción
y defensa de la vida. Como veremos, al hablar de “vidas que pro­
teger” o de “enfermedades que curar”, entran en cascada a jugar
un papel decisivo todas las racionalizaciones sobre “el sexo” (y las
exclusiones a que dan lugar) que desde diversas instancias se es­
tablecen. De este modo, “el sexo” pasa a constituir un factor pri­
mordial de inteligibilidad de la vida (de “sentido”), y de articula­
ción del poder (de “legitimidad”). Todos estos criterios son objeto
de elaboración, interpretación y (cuando ésta puede articularse),
controversia.
Puntos de partida 11

• EL RÉGIMEN DE LA SEXUALIDAD

Estamos, pues, ante la articulación de un “régimen de la sexuali­


dad” como sistema relativamente coherente de organización de
toda una serie de criterios a partir de los cuales se construyen, se
realizan y se interpretan las relaciones afectivas entre las personas
y las prácticas corporales placenteras, y a partir de los que se es­
tablecen sus implicaciones en todos los órdenes de la vida social.
El régimen de la sexualidad que se establece en Occidente está
determinado por discursos y prácticas que emanan de instancias
de poder, o que las hacen emerger como tales, en unas sociedades
y en un momento histórico determinados. El régimen de la se­
xualidad se basa en una abstracción; en la constitución de un
modelo también (sólo) aparentemente coherente de afecto y pla­
cer, de convivencia y de deseo, de socialización e integración. Un
modelo establecido a partir de una evidente multiplicidad de ma­
nifestaciones irreductibles a un principio único. Tal régimen de­
termina indirectamente las prácticas y su significado a través de
sus implicaciones: las limita con sanciones o, al contrario, las fa­
vorece con recompensas. En todo caso, las cataloga como frus­
tración o satisfacción, desviación o coherencia. Más que la exis­
tencia de diferentes formas de afecto y placer, el régimen de la
sexualidad determina su visibilidad, su recurrencia, sus manifes­
taciones, su significado y lo que de todo elfo se deriva.
Desde un punto de vista materialista, cada modo de produc­
ción (en este caso el capitalista) conlleva un orden sexual especí­
fico que determina cómo se estructuran socialmente, cómo se re­
gulan y cómo se distribuyen los deseos y los placeres de acuerdo
con un sistema particular de organización de la producción y la
reproducción. Los modos de vida en común, la reproducción
biológica del grupo, la definición de un modelo de unidad fami­
liar, la autoridad patriarcal o gerontocrática, la producción y dis­
tribución de los medios de subsistencia, el establecimiento de
unidades de consumo y el mantenimiento a lo largo del tiempo de
todas estas formas de organización forman parte de este sistema.
De este modo, no son los dictados fisiológicos sino las formas de
organización social las que determinan qué sexualidades (qué de­
seos, qué afectos, qué prácticas corporales) resultan apropiados y
cuáles son impertinentes. Como veremos, esta clasificación de­
12 Punios de partida

termina lo bueno y lo malo, lo tolerable y lo punible, lo natural y


lo antinatural, lo conveniente y lo peligroso, lo saludable y lo pa­
tológico?^
Si bien un discurso autorreferencial y una palabra autónoma
surgen de las mismas condiciones de posibilidad que autorizan la
articulación de prismas “represivos” (moral, jurídico o científico),
no por ello juegan el mismo papel en dicho régimen de la sexua­
lidad. Es más, en cuanto se constituyen públicamente, los dis­
cursos lésbicos y gays cuestionan uno de los criterios de exclusión
de dicho régimen (la impertinencia o la abyección decretadas).
Aunque siempre, de uno u otro modo, lo confirmen como sistema
de regulación, manteniendo inevitablemente algunos de sus efec­
tos de exclusión. Así pues, no se trata de caracterizar el discurso
de lesbianas y gays como meramente reactivo; como el reverso es­
tricto de un discurso de control y exclusión que operara básica­
mente de igual modo. Precisamente al articularse desde un espa-

“ La idea de un orden sexual asociado a cada modo de producción y de la re­


producción de la especie humana como base de la organización social está ya pre­
sente en la obra de Friedrich Engels, Los orígenes de la familia, la propiedad pri­
vada y el Estado (Madrid, Fundamentos, 1996), publicada por primera vez en
1884. En todas las sociedades operan regímenes de control que afectan, como
poco, a la reproducción biológica en el seno de la comunidad y que prescriben,
además, ciertos límites a la expresión de la sexualidad. Efectivamente, la distin­
ción cuerpo / mente (materia / espíritu, carne ! alma o sociedad / cultura) está en
la base de los sistemas de convivencia. Desde el pensamiento griego o la teología
cristiana y las teorías del contrato social hasta el tabú del incesto y el complejo de
Edipo (considerados por Freud como fundamento de la vida en comunidad), esta
dicotomía está presente a lo largo de la historia del pensamiento en el mundo oc­
cidental. El “régimen de la sexualidad” que aquí considero equivale, en cierto
modo, tanto a lo que Foucault (1978) denomina “dispositivo de la sexualidad”
como a lo que De Lauretis llama ^‘sexual structuring \ y que son «las formas en
que la subjetividad, la identidad sexual, el deseo y los impulsos sexuales son
orientados, modelados, formados y reformados por la representación, las imáge­
nes sociales, los discursos y las prácticas que hacen de cada individuo, de cada ser
histórico un sujeto singular psico-socio-sexual». De Lauretis, Teresa (1992),
«Freud, sexuality and perversion», en Stanton, Domna C. (comp.) (1992), Dis­
courses of sexuality. From Aristotle to AIDS, Ann Arbor, The University of Mi­
chigan Press. Una cierta reglamentación del sexo, un determinado régimen social
de afectos y placeres parece estar presente siempre de uno u otro modo. Para
Guasch, «las normas sexuales aparecen incluso en las sociedades de ficción: el li­
bertinaje sexual propuesto por Sade tiene reglas que cumplir, y en U« mundo fe­
liz se proscribe la pareja y se prescribe la promiscuidad». Guasch, Óscar (1993),
«Para una sociología de la sexualidad», Revista Española de Investigaciones So­
ciológicas, 64, p. 107.
Puntos de partida 13

cío de exclusión, la palabra autorreferencial tiene potencialmente


la posibilidad de inventar nuevos códigos, nuevas formas de or­
ganizar el placer. Que el movimiento de lesbianas y gays apunte a
esa invención de nuevas posibilidades o que se adapte a los mo­
delos socialmente reconocidos (y a las exclusiones que éstos esta­
blecen) son las opciones que determinan a qué resistencia y a
qué integración aspiran.
El régimen de la sexualidad, como form<. de control social, de­
termina la constitución del “sexo” como esencia de la persona;
como su identidad colapsada en su deseo. El “sexo” no es la con­
dición previa del régimen de sexualidad, sino la construcción re­
sultante de éste: la nueva categoría que resume y sintetiza en una
unidad dotada de sentido anatomía, biología, relación erótica,
corporal o espiritual con otras personas igualmente sexuadas, roles
en función de la práctica sexual, roles de género y roles sociales.
Todo ello bajo una estricta dicotomía “hombre / mujer”.El sexo
supone el uso instrumental de la propia anatomía, el cumplimien­
to de ciertas funciones biológicas y la articulación de ambas según
un esquema preestablecido: una “matriz heterosexual” de tras­
cendencia social, política y económica. Es decir, no es una condi­
ción estática del cuerpo, sino un proceso por el que se reiteran
constantemente las normas reguladoras que lo materializan.
Los cuerpos y sus formas de interacción no son entonces la
condición previa de la sexualidad, sino los instrumentos a través
de los que ésta actúa. La sexualidad, como régimen de control im­
pone, como primera operación, la investidura del cuerpo con un
sexo; categoría rígidamente bipolar que establece dos principios:
uno los hace incompatibles (no se puede pertenecer a “ambos” se­
xos a la vez ); y el otro ineludibles (no se puede no pertenecer a
ninguno).Los cuerpos (o las personas), investidas desde que
La distinción “hombre ! mujer” a la que aquí hago referencia es nueva en
lo que concierne a sus efectos sobre quienes no se pliegan al postulado de su
universal y necesaria complementaridad. Como sistema general de supremacía
patriarcal masculina, tal distinción es, evidentemente, bien anterior. Pero que ta­
les conceptos hayan expulsado de su espacio de referencia a lesbianas y gays (y
que progresivamente quienes se identifican como lesbianas y gays cada vez se re­
conozcan menos en los términos “hombre” o “mujerf) sí son efectos de dicho
régimen.
Butler, Judith (1995), «Las inversiones sexuales», en Llamas, Ricardo,
(comp.) (1995b), Construyendo sidentzdades. Estudios desde el corazón de una
pandemia, Madrid, Siglo XXI. En sus estudios sobre embriología desarrollados
14 Puntos de partida

nacen y cotidianamente durante toda su vida con “uno” u “otro”


sexo, pasan a ser necesariamente complementarias en razón de esa
misma bipolaridad.
Esta idea del cuerpo y el sexo como producto de discursos,
como apunta Butler (1993b), no supone caer necesariamente en
una “somatofobia” que no viera ya más que discurso (o poder /
resistencia) allí donde debiera estar el cuerpo (o el sexo). El naci­
miento, el envejecimiento, la enfermedad o la muerte nos lo re­
cuerdan frecuentemente. Pero esa idea del sexo impuesto por un
determinado régimen sí mantiene que no hay referencia posible a
un sexo (o a un cuerpo) “previos” al discurso que no pase a ser,
de inmediato, un elemento constitutivo de su misma conforma­
ción. Además, establecer en un “término medio” el sexo como
parcialmente natural y parcialmente determinado resulta para­
dójico; no sólo por esa idea de un sexo “por partes”, sino porque
además sería difícil distinguir esas partes sin establecer para ello
una distinción en sí misma discursiva y caer, precisa e irremedia­
blemente, en lo que se pretendía evitar.
El régimen de la sexualidad establece, pues, dos cuerpos, dos
tipos de roles y dos identidades que conjuntamente y de manera si­
multánea constituyen “la diferencia sexual”. Dos sexos idealmente
discretos y uniformes que se expresan públicamente (políticamen­
te) de acuerdo con la ordenación de los géneros (masculino / fe­
menino) y según prácticas sociales y corporales simbólicamente
predeterminadas y necesariamente imbricadas unas con otras en un
proceso dotado de significado (enamoramiento, cortejo, seduc­
ción, romance, noviazgo, matrimonio, coito, descendencia). Es de­
cir, no es la materialidad del cuerpo o la naturaleza del sexo lo que
fundamenta la organización de los géneros o el establecimiento de
los ritos que los ponen de manifiesto. Todos estos factores operan
de manera simultánea.^'’
durante los años cincuenta del siglo XX, John Money estableció los diez signos que
conducen a uno u otro sexo: 1/ sexo cromosomático, 2/ sexo gonádico, 3/ sexo
hormonal fetal, 4/ sexo morfológico interno, 5/ sexo morfológico externo, 6/
sexo cerebral, 7/ sexo asignado al nacer y con el que se crece, 8/ sexo hormonal
en la pubertad, 9/ identidad y roles de género consistentes y 10/ sexo procreativo.
Véase Fausto-Sterling, Anne (1997), «How to build a man», en Rosario, Vernon
A. (comp.) (1997a), Science and homosexualities, Nueva York y Londres, Routledge.
” De este modo, el “¡Ha sido niña! ” pronunciado por una autoridad médica
y confirmado por una institución familiar tras un parto, no es sólo la constatación
de una estructura anatómica del bebé sino la reiteración de un proyecto de exis-
Puntos de partida 15

Así pues, todo caso de incumplimiento del proyecto que es­


tablece esa diferencia sexual; todo caso de no identidad, discon­
tinuidad o incoherencia (anatómica, de género o de práctica) es
sustraído de cualquier ámbito de articulación en primera persona
(singular o plural) y pasa a ser objeto de control específico por
parte de terceras instancias. Es entonces susceptible de institu-
cionalización, racionalizado, publicitado y discursivamente en­
quistado como anormal, excepcional, inconveniente, peligroso o
ridículo.
Pero tal dicotomía no puede, evidentemente, dar cuenta de la
multiplicidad de posibilidades en función de las cuales se puede
estructurar (en un momento concreto o a lo largo del tiempo) la
vida afectiva y sexual de las personas. La distinción “hom­
bre” / “mujer” reduce a dos posibilidades las identidades (de gé­
nero y / o anatómicas), los roles (de género y / o de práctica se­
xual) y el sujeto que se desea (el “objeto sexual”), las cuales, a su
vez, pueden articularse en torno a los ejes establecidos: “hombre-
masculino”, “mujer-femenina”, en torno a ambos ejes (en simul­
taneidad o alternancia), o en torno a ninguno de ellos. Las posi­
bilidades resultantes superan los dos centenares. De entre ellas,
sólo un número ínfimo tiene una existencia reconocida, aun como
“no ortodoxa”. El modelo legítimo es sólo uno.^^
tencia que le será dictado cotidianamente a partir de ese momento. Si, como ob­
serva Butler (1993 b) —comentando un chiste aparecido en una publicación les­
bica—, se exclamara con igual autoridad y trascendencia “¡Ha sido lesbiana!”, las
implicaciones de ese proyecto se harían clamorosamente patentes.
Más exactamente, 243 posibles formas de articulación, según el cálculo de
Murray. En realidad, habida cuenta que éste subsume en una sola posibilidad el
rechazo de ese doble eje y la asunción de ambos componentes, y considerando,
además, que su análisis no contempla la dimensión diacrònica, la cifra resultan­
te, según lo expuesto sería, en el mejor de los casos, bien superior. A lo peor, la
cifra sería imposible de determinar siquiera por aproximación. Así, a principios
del siglo XX, el sexólogo Magnus Hirschfeld estableció una clasificación según
cuatro criterios básicos con diversos subtipos que podían combinarse entre sí
hasta de 43.046.721 formas posibles; cada una de las cuales constituiría un “tipo
sexual”. Al final, acabó admitiendo que cada persona constituía un tipo sexual
específico. Obviamente, el régimen de la sexualidad reduce al mínimo la incer­
tidumbre a costa, claro está, de condenar a la ignominia a quienes no comulgan
con los preceptos de una cierta ortodoxia (o heterodoxia). Es evidente que,
desde el punto de vista foucaultiano, la articulación de tales posibilidades sólo
confirmaría el proceso de ordenación discursiva y consolidaría sus efectos re­
presivos. Esa “ignominia” sería, paradójicamente, un espacio de libertad desde el
que cuestionar la ortodoxia de lo nombrado, de lo prescriptivo. Sobre el cálculo
16 Puntos de partida

“La sexualidad” no es, pues, la forma en que se manifiesta


“el sexo”, sino lo que permite que éste exista como tal, con to­
das las implicaciones que en la actualidad tiene. La sexualidad es
el sistema que determina el sexo, que diferencia las morfologías,
construyendo complementaridades necesarias (entre “uno” y
“otro” sexo), estableciendo incompatibilidades (en el seno del
“mismo” sexo), determinando las implicaciones de las formas de
adecuación y de los casos de violación de las normas que la
constituyen. La sexualidad es, además, el régimen que impone
ese proceso de confidencia o exhibición, de desnudo de sí, de
subordinación del sujeto desvelado con respecto a la instancia
que impone esa presentación obscena. Constituye, entonces,
la amenaza que da a la privacidad su justo valor, y que la limita
por medio de la confesión, el interrogatorio o el reconocimien­
to médico.Y es, por último, el régimen que borra o ame­
naza otras posibilidades de articulación y realización del deseo,
dejándolas en una virtual inexistencia o en una situación pre­
caria.
El denominador común de las nuevas (o reformuladas) formas
de control del afecto y el placer es el supuesto implícito de una
múltiple jerarquía, a partir de la cual se define, por un lado, lo
moral, lo natural, lo legal, lo saludable, lo “bueno” y, por otro
lado, lo inmoral, antinatural, ilegal, enfermo, “malo”. En dicha je­
rarquía se distingue, evidentemente, entre las relaciones hetero­
sexuales y las homosexuales, pero también se establecen diferen­
cias entre relaciones procreativas / no procreativas; en pareja / en
solitario o en grupo; en el marco de una relación / de forma casual
o esporádica; en un lugar privado / en espacios públicos; “vaini­
lla” / sadomasoquistas; entre personas de la misma genera-

de Murray, Epstein, Steven (1992), «Gay politics, ethnic identity. The limits of
social constructionism», en Stein, Edward (comp.), 1992. Sobre los criterios
calsifìcatorios de Hirschfeld, Steakley, James D. (1997), «Per scientiam adjusti-
tiam. Magnus Hirschfeld and the sexual politics of innate homosexuality», en
Rosario (comp.), 1997a.
En referenda al precursor proyecto de exposición exhaustiva que preside
la obra de Sade, Hénaff escribe: «Del escritor al lector, es decir, de Amo a Amo,
la relación no es de contrato, sino de complot. Leer es ya conspirar. Por lo tanto
decirlo todo no define una sabiduría sino un poder. Poder que el lector, libertino
y cómplice por hipótesis y por conclusión, es invitado a compartir. Leer es ya ser
elegido.» Hénaff, Marcel (1980), Sade. La invenáón del cuerpo libertino., Barce­
lona, Destino, p. 77.
Puntos de partida 17

ción / de edades diferentes..?^ “La homosexualidad” (y su con­


trapunto: “la heterosexualidad”) es sólo un elemento de una serie
de escisiones en función de las cuales se impone un régimen de
poder acorde con el modelo de sociedad que se establece en Oc­
cidente. Pero es, sin duda, el criterio de distinción más emblemá­
tico y, como tal, sintetiza todos los demás.^®
Oposiciones de este tipo resultan, en cierto modo, novedosas,
no por no tener antecedentes, tanto legítimos e institucionalizados
(relaciones joven-adulto en la Antigua Grecia) como estigmatiza­
dos o castigados (el acto sexual no procreativo en la Edad Media),
sino por pasar a constituir elementos de un mismo régimen de po­
der y de opresión omnicomprensivo que los asemejan a otras dis­
tinciones consideradas “esenciales” por unas u otras tradiciones fi­
losóficas o culturales como hombre / mujer o libre / esclavo. Las
implicaciones de la distinción hetero / homo, establecida como
emblemática en el régimen de la sexualidad, la sitúan al mismo ni­
vel en cuanto a importancia y trascendencia que otras formas de
articulación de la realidad propia o ajena y de organización de la
vida en comunidad.
Como señala Rubín, las personas que se acomodan al modelo
legítimo, es decir, al modelo implícito en los primeros términos de
las oposiciones citadas, son recompensadas con un “certificado de
salud mental”, se les reconoce respetabilidad, movilidad social y
física, y se les concede apoyo institucional y beneficios materia-

Todos esos tipos de relaciones tienen un potencial generador de nuevos


modos de vida y de nuevos placeres con los que es posible contestar el espacio
pobre y limitado de las experiencias legítimamente articulables y públicamente ac­
cesibles. La expresión inglesa "vantila sex' hace referencia a las relaciones físicas
basadas en caricias y besos y en las que están ausentes juegos de rol de tipo do­
minación / sumisión, o posesión ! entrega, base fundamental o componente po­
sible de las relaciones sadomasoquistas, entendiendo que tales juegos pueden de­
sarrollarse entre iguales, de forma libre y con consentimiento mutuo.
Por ejemplo: «la homosexualidad de tipo constitucional no es una simple
desviación sexual, sino una anomalía polimorfa; una anomalía que suele ir acom­
pañada de diversas desviaciones, como el autoerotismo, también llamado auto-
sexualidad, el exhibicionismo, la pedofilia, el voyeurisme, es decir, el deseo mor­
boso de mirar las interioridades de la gente, d masoquismo, el fetichismo, el
sadismo, errores éstos que, en muchos casos, pueden llegar a enmascarar por
completo la tendencia homosexual. Y para complicar todavía más las cosas, la ho­
mosexualidad puede alcanzar un componente heterosexual más o menos acusa­
do». Koning, Frederik (1973), Lor errores sexuales. Las sendas torcidas del amor,
Barcelona, Bruguera, p. 20.
18 Punios de partida

les?^ Paralelamente, quienes practican formas de afecto o placer


denostadas se enfrentan a las consecuencias contrarias: atribu­
ción de una patología, desprestigio, limitada movilidad social y fí­
sica, ausencia de apoyo o reconocimiento institucional y sanciones
económicas. El régimen de la sexualidad está, pues, imbricado
como parte esencial del orden social considerado en su conjunto.
“La homosexualidad” viene a constituirse en el seno de este
régimen como el elemento esencial que resume todos los peli­
gros imaginables (todas las “perversiones”), y que apela a todos
los controles posibles: estéril si es en pareja, aunque con frecuen­
cia sea un vicio solitario o adquiera un carácter orgiástico; sexo
promiscuo e indecentemente exhibicionista, sofisticado y “co­
rruptor de menores”; inestable, incapaz de lealtad, de compro­
miso o de afecto; decididamente improductivo... Todas las formas
de infamia y todas las amenazas concebibles (por contradictorias
que puedan ser unas y otras) se resumen en la elaboración de
unas determinadas concepciones sobre “la homosexualidad”.
De este modo, podemos hablar de una saturación de sentido,
de ima inflación del significado atribuido a las relaciones sexuales.
El régimen de sexualidad supone la constitución de una realidad
hasta ese momento bastante indeterminada (el término “sexuali­
dad” tiene una historia reciente; no se generaliza en los círculos
científicos hasta finales del siglo XIX) como fundamento de una
parte importante de los criterios que estructuran la organización
social, sus sistemas de sanciones y recompensas, los conceptos
de realización personal o frustración en el imaginario colectivo, las
estructuras de valores y expectativas. Ello equivale a una sexuali-
zación general de la sociedad, de la política, de la economía, de la
cultura...
Toda la elaboración de concepciones relativamente nuevas
de la privacidad y de la intimidad tendrá también connotaciones
sexuales. Si la sexualidad va a determinar una buena parte de la
vida en las comunidades occidentales, no por ello será considera­
da como factor estratégico de opresión (de estructura social, eco-

Rubin, Gayle S. (1993), «Thinking sex: Notes for a radical theory of the
politics of sexuality», en Abelove, Henry; Barale, Michele Aina y Halperin, David
(comps.) (1993), The lesbian and gay studies reader, Nueva York, Routledge,
p. 12. Edición en español: (1993), «Reflexionando sobre el sexo: notas para una
teoría radical de la sexualidad», en Vanee, Carol S. (comp.) (1989), Placer y peli­
gro. Explorando la sexualidad femenina, Madrid, Talasa.
Puntos de partida 19

nómica, laboral...). La confiscación de sus manifestaciones (de la


realidad de las vivencias cotidianas que la ponen de manifiesto) en
el terreno de lo íntimo y lo privado, la deja a merced de sus im­
plicaciones, determinadas por estereotipos difusos (inducidos
aunque no racionalizados), discursos de control y prácticas re­
presivas, éstos, por el contrario, marcadamente públicos, pero
sólo asequibles desde ámbitos o instituciones precisos. La politi­
zación de las implicaciones de afectos y placeres es establecida por
el régimen de la sexualidad a partir de la privatización de su vi­
vencia subjetiva.
Todo ello supone localizar en “el sexo” el locus privilegiado
del secreto o lo indecible; si hay secreto éste debe ser de orden se­
xual (así lo ilustra una interrelación creciente entre espionaje, ex­
torsión, chantaje o amenaza, por un lado, y prostitución, seduc­
ción..., por otro).2® “La homosexualidad” será definida como la
sexualidad secreta por excelencia, no sólo por adecuarse al mo­
delo de privacidad y discreción vigentes en general sino, sobre
todo, porque sus implicaciones la llevan más allá, situándola en el
campo de lo clandestino y lo prohibido; en el espacio de lo que no
puede articularse. Pasa a constituir, de este modo, el objeto de to­
das las ansiedades; el terreno en el que se localizan los fantasmas
colectivos (la amenaza a los propios valores, a la descendencia le­
gítima, a la civilización; la amenaza, sobre todo, a la siempre pre­
caria adecuación a la norma socio-sexual vigente). La constitución
del estereotipo de una hipersexualidad desbordante y sofisticada
como fantasma del “orden heterosexual” es el corolario lógico de
la institucionalización de una sexualidad cotidiana y ordenada.
Terreno en el que todas las frustraciones pueden ser localizadas,
“la homosexualidad” (incluyendo o excluyendo lo indecible les-
biano) juega el papel de válvula de escape social de ansiedades y
miserias de un orden que le impone un papel subordinado.
El confinamiento del “sexo erróneo” (o del placer y el afecto
•“desviados”) en la ignominia de la esfera privada supone su des-

Sedgwick, Eve Kosofsky (1994a), Epistemology of the closet^ Londres, Pen­


guin. La primera edición fue publicada en 1990. Las nuevas normas del pudor
muestran que, además del placer y el afecto, otras conductas, prácticas o senti­
mientos humanos son confinados desde el siglo XVIII a la esfera privada. Varela,
Julia (1988), «De las reglas de urbanidad a la ritualización y domesticación de las
pulsiones», en Savater, Fernando (comp.) (1988), Eilosofía y sexualidad, Barce­
lona, Anagrama.
20 Punios de partida

vinculación radical con respecto a otros ámbitos de análisis de la


realidad. Ese sexo es entonces psicología, pero no sociología, eco­
nomía o política; es naturaleza o biología, pero no cultura o his­
toria. El sexo disidente, como quintaesencia de lo privado, de lo
individual, de lo presocial, se construye como “femenino’* y como
“homosexual”; y se asocia con el consumo y no con la produc­
ción. Correlativamente, “lo masculino-heterosexual” se asocia
con los valores públicos (Padgug, 1992). Las implicaciones que en
todos los ámbitos de la vida tiene la sexualidad (los privados tan­
to como los públicos; los individuales tanto como los colectivos)
vienen a demostrar que estas asociaciones son espurias. La condi­
ción del ejercicio de actividades públicas reconocidas como tras­
cendentes reside en la adecuación inmaciJada de esa vida menos
privada (aunque tampoco manifiestamente sexual) al modelo so­
cialmente reconocido, culturalmente promocionado, económica­
mente “productivo”, moralmente alabado, políticamente “con­
servador”.
Si bien el régimen de la sexualidad surge y se desarrolla en el
mundo occidental y aparece imbricado en el orden capitalista,
sería no obstante un error suponer que su vigencia y la asunción
de sus postulados están restringidas a ámbitos ideológicos con­
servadores de su idiosincrasia o a estrategias de mantenimiento de
dicho orden. La distinción burguesa entre lo público y lo privado
como dos esferas delimitadas de forma estricta es asumida, en
buena medida, por el pensamiento marxista hasta al menos (y
salvo contadas excepciones, como Reich o la Escuela de Franc­
fort) los años setenta del siglo XX. La sexualidad, como el género,
forma parte de las superestructuras y, en este sentido, no tiene lu­
gar en la teoría o la práctica revolucionarias o reformistas. Las “ca­
tegorías sexuales”, consideradas universales, naturales, estáticas e
inmutables, no pueden ser objeto de un discurso de cambio radi­
cal. El pensamiento feminista y la más reciente teoría gay-lésbica y
queer han demostrado, no obstante, que el género y la preferencia
sexual juegan un papel determinante en la producción y repro­
ducción de la realidad social, al mismo nivel que las estructuras
económicas del trabajo y la producción.
Todo el análisis hasta ahora desarrollado tiene un carácter
paradójico. Estamos, pues, ante una sexualidad pública que es ob­
jeto de múltiples discursos pero que también es, no obstante, la
máxima expresión de la intimidad y el secreto. Una sexualidad
Puntos de partida 21

que tiene implicaciones en todos los ámbitos de la vida cotidiana


y que permanece excéntrica, pese a todo, con respecto a los aná­
lisis sobre el poder, la opresión o el cambio. El régimen de la se­
xualidad supone, precisamente, la imposición de esta paradoja.
Los afectos y placeres, sobre todo los denostados, son demasiado
importantes como para no atravesar toda la existencia individual
y, al mismo tiempo, irrelevantes desde el punto de vista de sus im­
plicaciones en quienes los protagonizan o a nivel colectivo. De­
senmascarar esta paradoja y el doble vínculo paralizante que es­
tablece es uno de los objetivos de este trabajo. Una paradoja que
se plantea, de entrada, en torno a un debate: ¿cómo han de ser
consideradas epistemológicamente las relaciones de afecto o pla­
cer entre las personas?

CONSTRUCCIÓN SOCIAL O ESENCIA. LOS LÍMITES


DE UNA DICOTOMÍA

Si el régimen de la sexualidad impone un sexo bipolar y constru­


ye la necesaria complementaridad de las entidades que lo confor­
man a partir de su radical oposición, del mismo modo, y precisa­
mente por la fracasada exhaustividad del modelo, determina los
casos excepcionales. Las personas que no se acomodan a dicho ré­
gimen no pueden sino constituir, a su vez, modelos estáticos, pre­
determinados, inmutables; colapsados con frecuencia en una co­
herencia “desviada” de la que “la homosexualidad” es su mani­
festación paradigmática. Todas las categorías “desviadas” serían,
a partir de este análisis, un producto más de la articulación del po­
der en torno a las formas del placer y el afecto humanos.
Los argumentos hasta ahora desarrollados parten de la hipó­
tesis del carácter histórico de la constitución de un régimen de la
sexualidad. Pero ese régimen, se basa, no obstante, en el postula­
do del “sexo” (de los dos sexos complementarios) como supuesto
esencial; como un a priori natural incuestionable. La relación en­
tre la historicidad (el relativismo de dicho régimen) y la inherencia
(el determinismo que éste establece como evidente) resulta epis­
temológicamente contradictoria e intelectualmente conflictiva.
El debate sobre el carácter de “construcción social” de las
realidades, identidades y especificidades gays y lésbicas, así como
22 Puntos de partida

de la “esencia homosexual”, ha estado presente desde el inicio de


investigaciones de orden académico y de los debates y discursos
militantes que tienen lugar a partir de los años setenta. La tesis del
construccionismo social, planteada por Weeks y Foucault, viene a
postular el carácter histórico de esa “esencia”, que no sería en­
tonces más que un producto “social” impuesto claramente desde
el siglo XIX a las personas que no se pliegan al modelo (también
histórico) de pareja heterosexual cerrada y “familia nuclear”
Esta polémica no sólo no es específica de la aproximación
académica al estudio de la diversidad sexual, sino que tampoco es
nueva. Antecedentes bien lejanos de la misma se pueden encon­
trar en la discusión medieval en torno a los universales; un debate
en el que se enfrentaban dos posturas. Por un lado, la línea no­
minalista argumentaba que las categorías (los nombres) no refle­
jaban sino que determinaban la realidad perceptible, mientras
que, por otro lado, los postulados realistas defendían la existencia
de un orden de las cosas que el conocimiento humano se limitaba
a desvelar.
Según la tesis del construccionismo social, la génesis de un
“sujeto homosexual” no se debe a la súbita emergencia o visibili­
dad de unas propiedades que pudieran observarse en otros per­
sonajes cronológica o geográficamente distantes. Sus especifici­
dades, tanto evidentes (el establecimiento de espacios de encuen­
tro o formas de comunicación), como supuestas (un cuerpo o

Weeks, Jeffrey (1990), Coming out. Homosexual politics in Britain from the
nineteenth Century to the present^ Londres, Quartet Books (la primera edición
data de 1977) y Foucault, 1978 (edición original de 1976). Particularmente es-
clarecedor es el análisis de Halperin, David M. (1990), One hundred years of ho­
mosexuality and other essays on Greek love^ Nueva York y Londres, Routledge.
Un antecedente de los postulados de la construcción social de “la homosexuali­
dad” es el artículo de McIntosh, Mary (1968), «The homosexual role», Social Pro-
hlems, 16,2, pp. 182-92. Recientes aportaciones a este debate se pueden encon­
trar en Stein (comp.), 1992. Los roles sociales y económicos, los significados
atribuidos y las formas de articulación con otras instituciones de las unidades de
convivencia que denominamos “familia” no son comparables a las que existen en
otras sociedades diferentes del Occidente moderno y contemporáneo.
Boswell, John (1985), «Hacia un enfoque amplio. Revoluciones, universa­
les y categorías relativas a la sexualidad», en Steiner, George y Boyers, Robert
(comps.) (1985), Homosexualidad: literatura y política, Madrid, Alianza. Otras ver­
siones comparables de este debate pueden ser las que se producen en el seno del
pensamiento feminista entre las corrientes de la igualdad y la diferencia, así
como otros en tomo a realidades étnicas o de clase. Cf. Epstein, 1992.
Puntos de partida 23

una mente particulares), dependen de complejos sistemas de re­


laciones institucionales y culturales, así como de procesos (eco­
nómicos, políticos o sociales) que son localizables geográfica e
históricamente. Estos elementos no están presentes en el sujeto ni
le permiten emerger: lo constituyen. Así, no se puede hablar de un
sujeto homosexual hasta que, en un contexto determinado, se
hace necesario establecer dicho término. Tal sujeto es generado al
ser definido y al establecerse sus implicaciones.
En este sentido, se han realizado multitud de aproximaciones
a la variedad de comportamientos, instituciones implicadas, con-
ceptualizaciones, racionalizaciones, actitudes o consecuencias de
las relaciones entre personas del “mismo” sexo en América Lati­
na, Oceania, Asia o África?^ Según las tesis construccionistas, no
se pueden señalar regularidades entre unas y otras comunidades,
culturas y sociedades que sostengan la hipótesis del carácter uni­
versal de “la homosexualidad” tal y como se conceptualiza en el
mundo occidental, o de la diferencia hombre / mujer como único
prisma a través del que puedan considerarse las formas de placer
o afecto entre las personas. Sostener esa regularidad equivaldría a
postular el carácter acrónico, ahistórico, transcultural, interclasista
y transétnico de las implicaciones concretas de un modelo de
“homosexualidad ” básicamente eurocèntrico.
Como señala Halperin, la definición de “la homosexualidad”
y la ulterior distinción entre “homo” y “hetero” presupone la
consideración de la “sexualidad” como principio constitutivo de
la persona; como un espacio de significación y experiencia espe­
cífico e independiente de otras dimensiones de la existencia. “La
sexualidad”, pues, se crea al escindir un espectro de vivencias y
creencias de otros espacios simbólicos en donde éstas eran cata­
logadas previamente (los apetitos, las pasiones, los actos carnales,
la virilidad, el honor, la incontinencia, el libertinaje, el amor ro­
mántico...) y al agruparlos en una nueva entidad. En este nuevo
contexto cultural, se define una identidad sexual precisa.

A este respecto se pueden consultar los estudios recogidos por Blackwood,


Evelyn (comp.) (1986a), The many faces of homosexuality. Anthropological ap­
proaches to homosexual behavior, Nueva York, Harrington Park Press. Las y los
autores de la mayoría de estos estudios parten de un posicionamiento gay o les­
bico explícito o implícito. Las formas de heterocentrismo que caracteriza(ba)n la
mayor parte de los análisis antropológicos no se encuentran, pues, en los artículos
recogidos por Blackwood.
24 Puntos de partida

Así, hasta el siglo xvm, no existía una “sexualidad” que diera


cuenta de los mecanismos fisiológicos y psicológicos que gobier­
nan la genitalidad y el erotismo, y hasta el siglo XIX no se consi­
deraba que ésta fuera un “instinto” decisivo que determina nues­
tras vidas (el carácter, la personalidad, los valores o el comporta­
miento) de acuerdo con sus propias leyes. Es entonces cuando “el
sexo” se establece en el corazón mismo de la hermenéutica del su­
jeto. Antes, sencillamente, no había ningún aparato conceptual
que permitiera identificar para cada persona una “orientación
sexual” fija y estable, ni mucho menos teorías que permitieran ex­
plicarla o clasificarla (Halperin, 1990:26).
Por otro lado, las tesis consideradas esencialistas defienden la
existencia en general de manifestaciones conscientes de una dife­
rencia y de una particularidad sólo minoritaria. John Boswell, al
establecer su “historia de la gente gay en Europa Occidental des­
de principios de la Era cristiana hasta el siglo XIV”, ha sido a me­
nudo considerado como representante de posiciones esencialis-
tas?^ Sin embargo, ni él, ni ninguna de las personas que estudian
las realidades gay y lèsbica reivindican de forma absoluta tales
postulados: nadie niega la importancia de los condicionamientos
sociales y culturales en la vivencia subjetiva de la propia expe­
riencia, incluida la afectiva y la sexual.
No obstante, muchos análisis torpemente esencialistas que
inciden colateralmente en “la homosexualidad” (desde el perio­
dismo o una cierta antropología, a mucha de la psicopatologia ac­
tual o el análisis literario...) utilizan categorías etnocéntricas y
contemporáneas como universalmente válidas, asumiendo implí­
citamente un modelo de sexualidad inherente a la persona y cons­
tante a lo largo del tiempo o el espacio, que puede ser descrito ha­
ciendo abstracción del contexto en que tiene lugar. De este modo,
se puede hablar de la “inmoralidad” de las costumbres de los
“pueblos salvajes”, analizar las “perversiones” de los emperadores
romanos o rastrear “la homosexualidad latente” en Shdcespeare.
Evidentemente, el problema estriba en cómo acceder a las formas
en que determinadas actitudes o comportamientos, placeres y
afectos eran (y son) experimentados y racionalizados en culturas o
épocas diferentes.

Boswell, John (1992a), Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad,


Barcelona, Muchnik. La edición original en inglés fue publicada en 1980.
Puntos de partida 25

Esos análisis históricos o antropológicos, entonces, no son


estudios sobre “los gays y las lesbianas” de otras épocas o lugares.
Escribir la historia o la diversidad cultural implica siempre el
ejercicio de una forma de violencia conceptual, ya que al hacerlo
se impone una falsa coherencia sobre sucesos, gentes o lugares en
términos de un discurso particular que es, como todo lenguaje, un
sistema de signos arbitrario.^^ Pero no por ello dejan de ser estu­
dios gays y lésbicos; constituyen aproximaciones a realidades dis­
tintas cuyo interés y relevancia vienen determinados por un pre­
sente concreto. Y es en ese presente que interroga incansable­
mente el papel del sexo y la sexualidad en las vidas de los indivi­
duos donde tales aproximaciones tienen sentido.
Los postulados asociados con posiciones esencialistas inci­
den, no obstante, en determinadas regularidades. Existen modelos
de relación presentes, de forma desigual, en todas las sociedades y
a lo largo del tiempo. Tales modelos pueden aplicarse a las rela­
ciones entre dos mujeres, entre dos hombres o entre una mujer y
un hombre.^^ Así, un tipo de relación se basa en la diferencia entre
sus componentes, uno o una de las cuales es “superior” en edad,
fuerza, experiencia, prestigio, reconocimiento o poder. Un se­
gundo modelo se basa en la constitución de complementaridades
entre las dos personas, en función de la práctica sexual y / o en
función de los roles sociales que desarrollan. Estos modelos son
perfectamente compatibles y estructuran, de hecho, la mayor par­
te de las relaciones entre hombres y mujeres, así como buena
parte de “las homosexualidades”.
Por último, se puede observar un modelo formalmente igua­
litario (que, en su versión gay y lèsbica podría denominarse de
“androfüia o ginofilia recíprocas”), estructurado, racionalizado,
promovido, criticado como utópico, incluso como indeseable, o
puesto a prueba fundamentalmente por las comunidades de les­
bianas y gays. Dicho modelo resulta particularmente contradicto­
rio desde el punto de vista del vigente régimen de sexualidad,
toda vez que borra diferencias y cuestiona relaciones de poder por

Turner, Bryan S. (1989), The body and society, Oxford y Nueva York,
Basil Blackwell, p. 159.
Weinrich, James (1992), «Reality or social construction?», en Stein,
(comp.), 1992. Este autor proporciona abundantes ejemplos referentes a las re­
laciones entre dos hombres, aunque no incide en la pertinencia de su análisis en
otros casos.
26 Puntos de partida

imposición o supuesta complementaridad. De ahí su carácter de­


sestabilizador e inquietante. Si el movimiento feminista aspira
(entre otras cosas) a posibilitar modelos de relación heterosexual
igualitarios, la realidad (pese a la progresiva articulación legal de la
igualdad) se encarga de demostrar el limitado alcance de dicha as­
piración y, de paso, la relativa solidez del régimen (patriarcal) de
la sexualidad.
La indiscutible (pero no exhaustiva) categorización de las se­
xualidades que se establecen como periféricas y que tiene lugar
durante el siglo XIX no supone, como ya he dicho, la invención de
sentimientos o placeres inéditos, ni tampoco la elaboración de
nuevos modelos generales en función de los cuales se estructuran
las relaciones de pareja. Sin embargo, la caracterización de estos
tipos supone la génesis de nuevos sujetos sociales (jurídicos, pa­
tológicos...), que adquieren así una existencia específica, y que tie­
nen implicaciones en todos los ámbitos de la vida cotidiana indi­
vidual y colectiva. Sujetos como elementos de sujeción, sujetos
como primeros responsables y protagonistas (agentes o pacientes)
de sus acciones, de sus instintos, de sus tentaciones. Las relaciones
podían ser comparables, los deseos equivalentes, las prácticas
corporales y las sensaciones acaso idénticas y, sin embargo, las
consecuencias de todo ello y su vivencia subjetiva eran completa­
mente nuevas.
Pero estas implicaciones se manifiestan no sólo en las personas
que son marginadas por los nuevos sistemas de análisis, sino tam­
bién en la teórica mayoría que queda, asimismo, definida (según
una cierta negatividad o ausencia que es, en realidad, su único fac­
tor “positivo”), y que queda limitada formalmente al espacio res­
tringido y mezquino de los afectos y placeres considerados legíti­
mos. Dicho de otro modo, el establecimiento de la categoría
“homosexual” implica también el de su categoría antitética, “he­
terosexual”, y lo que una o uno “es” supone indirectamente lo
que las o los demás “no pueden ser”, o “lo que podían haber
sido”, o lo que “no pueden hacer o pensar para no ser”...
De este modo, la construcción o la redefinición del o de la
“heterosexual” se reduce a un código de limitaciones impuestas
generalmente a la categoría “persona”; es una esencia sin conte­
nido predeterminado y, por lo tanto, efectivamente (dentro de
unos límites) más libre. La persona, el ser humano, es necesaria­
mente, entre muchas otras cosas (ciudadano, trabajadora, hija,
Puntos de partida 27

consumidor), heterosexual. La categoría “heterosexual” no in­


fiere nada que no se dé por supuesto, no facilita información, no
tiene implicaciones, no está (social, económica o políticamente)
predeterminada, no señala un carácter, un estilo de vida, un com­
portamiento. Sin embargo, como supuesto omnipresente con vo­
cación monopólica y, pese a todo, discreto, “existe”, aunque sólo
sea en la ilusoria negación de lo que constituye su contrapunto. Su
manifestación positiva no pertenece al ámbito de las esencias
(siendo éste un presupuesto), sino al de los pequeños retos de in­
tegración social que se producen cotidianamente.
Todo el debate del construccionismo y el esencialismo apenas
tiene repercusión en el análisis de “la heterosexualidad” que, sin
que nadie muestre demasiado interés por el tema, se presupone
como esencial (“normal”, “natural”, “instintiva”). Si como forma
de placer o como institución social que fundamente un régimen
de poder concreto, la relación entre un hombre y una mujer no
plantea problema alguno, parece comprensible que no dé lugar a
ninguna inquietud filosófica o intelectual.^^ Sin embargo, en tanto
que sistema cuya (in)definición determina efectos patentes en
aquellas instancias emplazadas fuera de esa dimensión incuestio­
nable, “la heterosexualidad” puede ser considerada como sus­
ceptible de dar lugar al mismo análisis.
Una y otra perspectiva (construccionismo / esencialismo), teo­
rizadas abundantemente en las aproximaciones académicas y
ejemplarizadas en las estrategias activistas, suelen asociarse a sus
posibles repercusiones “liberadoras”. La hipótesis de la cons­
trucción de sujetos sociales incide en la institucionalización de re­
gímenes de control, en la arbitrariedad de las diferencias, en el ca­
rácter “polimorfo” de los deseos de todo el mundo, en la incohe­
rencia de las sanciones y en el carácter innecesario de las formas
de represión (e, indirectamente, de los principios de protección).
Por otro lado, el postulado de la existencia de categorías “esen­
ciales” presupone el establecimiento de bases de resistencia co­
munitarias y plataformas de liberación, el carácter inmodificable

Pueden señalarse, no obstante, algunas excepciones en el ámbito científico.


Por ejemplo, Bell, Alan P., Weinberg, Martin S. y Hammersmith, Sue Kiefer
(1981), Sexual preference, Bloomington, Indiana University Press. En este sentido,
es significativo que el último libro publicado en EE UU por la prestigiosa pareja
de sexólogo/a William W. Masters y Virginia E. Johnson se titule, precisamente.
Heterosexuality (Nueva York, Harper/ Collins, 1994).
28 Puntos de partida

de la estructura del deseo, así como la necesidad de establecer me­


didas de protección específicas de derechos y libertades. Efectos
políticos no contradictorios aunque estratégicamente diferentes
que subyacen al debate y que hacen de éste una querella confusa.
A esta confusión entre aproximaciones teóricas y estrategias
políticas contribuye la ausencia de certezas en lo que se refiere a
otro debate subyacente: el del origen de la atracción afectiva o se­
xual (que se expresa con frecuencia en fórmulas diferentes: “pre­
ferencia” u “opción” sexual, para el construccionismo, y “orien­
tación” o “tendencia” sexual para el esencialismo).
Pero, además, cualquiera de las dos hipótesis es susceptible de
constituir el fundamento de estrategias represoras. Así, la censura
y la discriminación (o el pecado y el crimen) suponen la asunción
implícita de postiJados construccionistas, mientras que la reclu­
sión o el exterminio se basan implícitamente en razonamientos de
tipo esencial. Otros análisis (como la “desviación”) y prácticas
(como la terapéutica) se sitúan en terrenos que no son reductibles
a esta polémica.
Como ha observado Epstein, el debate se articula en torno a
dos ejes: Igualdad-diferencia y opción-orientación, y si el cons­
truccionismo parte de la igualdad de todas las personas y la posi­
ble opción afectiva y sexual en uno(s) u otro(s) sentido(s), el esen­
cialismo presupone la diferencia y la inevitabilidad de la orienta-
ción.2® No obstante, el debate no responde a otras dos posibilida­
des: igualdad-orientación (postulado implícito en la militancia
homófila de los años cincuenta y sesenta y en la reivindicación de
tolerancia e integración), y el eje diferencia-opción (base del les-
bianismo radical de los setenta y de las estrategias de constitución
de comunidades escindidas). De este modo, la “liberación sexual
general” (igualdad-opción) y “los derechos civiles” (diferencia-
orientación) tampoco dan cuenta de la totalidad de discursos y
prácticas de los proyectos reivindicativos.
El principal debate que subyace al postulado de una incom­
patibilidad radical entre las tesis pro y anti construccionistas es la
reivindicación de, por un lado, una disolución de la importancia y
de las imphcaciones que tienen en Occidente las relaciones entre
personas del “mismo” sexo, en favor de una “resexualización” de-

Epstein, 1992. Traduzco libremente los términos originales choice” y


"constraint” por opción y orientación respectivamente.
Puntos de partida 29

mocrática y general sobre bases no opresivas y, por otro lado, un


llamamiento a la autodeterminación de quienes opten por esta­
blecer su propia realidad según criterios definidos colectivamente
y en el marco de un espacio social abierto, en el que una autono­
mía de este tipo no es cuestionable. No existe una contradicción
esencial entre las dos tesis, ni razón aparente para dejar de consi­
derar otras alternativas.
Entre los análisis que pretenden abrir líneas de fuga que su­
peren la estrechez de esa dicotomía, Butler (1993b) observa que
tanto las posturas construccionistas como las esencialistas son in­
capaces de dar cuenta de esa instancia que ni “es” ni se “constru­
ye”; de ese espacio de abyección que es excluido, que queda sin
formular, que ni surge ni se establece. Una aproximación al régi­
men de la sexualidad desde la deconstrucción no encaja en los pa­
rámetros de ese debate. Es por ello que tal debate, paradójica­
mente, mantiene en la ignominia a muchas de “las homosexuali­
dades” en cuyo nombre se establece.
Este análisis no se pretende fiel a una u otra perspectiva. Así,
los análisis de los discursos de control y “liberación” (la segunda
parte de este volumen) pueden entenderse desde los postulados
construccionistas. Sin embargo, la primera parte de este trabajo
trasciende en sus presupuestos un debate que, con frecuencia,
se ha revelado como estéril cuando no como excluyente. Al esta­
blecer la incompatibilidad de ambas perspectivas (y al ignorar
otras opciones metodológicas o conceptuales), se obstaculiza la
posibilidad de abordar esa paradoja fundamental del régimen de
la sexualidad. A saber, la constitución histórica del sexo como
esencia de la persona; ese “sexo” que siempre / ya había estado en
el centro mismo de la persona que cualifica como “verdadera­
mente” humana.
Ello no se debe, evidentemente, a una repentina sexualiza-
ción inédita de la especie humana, sino al inusitado alcance que
adquieren las dimensiones afectiva y placentera en la constitución
de sí como sujeto. Tal proceso puede describirse como articula­
ción histórica de elementos de orden biológico o psicológico, o
bien como determinación de sentimientos y deseos a partir de
procesos históricos, económicos, políticos o culturales. De hecho,
es a partir de la interacción de ambas perspectivas con las que se­
ñalan sus limitaciones, trascendiendo sus formas “puras”, a par­
tir de la exploración de su potencial explicativo y de su mutuo
30 Puntos de partida

enriquecimiento, que estudios como éste pueden resultar fructí­


feros de cara al firme establecimiento de las realidades gays y lés-
bicas.

• LAS REALIDADES GAYS Y LÉSBICAS Y EL ACCESO


A ÉSTAS (Y A OTRAS) SUBJETIVIDADES

El individuo, tal y como se ha establecido en la tradición filosófi­


ca occidental, es concebido como la conjunción de una serie de
elementos: un cuerpo (que es simultáneamente material y simbó­
lico), una conciencia de sí, una continuidad (reconocerse y ser re­
conocido por otras personas de modo coherente y estable a lo lar­
go del tiempo; si se quiere, una identidad), unos derechos (o
libertad de elección) y unas responsabilidades (considerarse y ser
tenido por responsable de los propios actos)?^ De este modo, no
tener (control del propio) cuerpo, o carecer de medios para esta­
blecer una identidad reconocible (para sí mismo o socialmente),
no poder optar o ser considerado irresponsable de los propios ac­
tos son factores que señalan un estatuto prehumano o deshuma­
nizado que se manifiesta en una exclusión del ámbito de lo pú­
blico.
El régimen de sexualidad establece el sexo como condición de
inteligibilidad del sujeto. El sujeto, pues, se constituye en la en­
carnación y reiteración de unos principios establecidos según una
matriz de signo heterosexual. Y para su confirmación como tal, el
sujeto requiere la producción simultánea de pre-sujetos (de no-su­
jetos) (Butler, 1993b). Es en ese proceso de abyección donde se
define “la homosexualidad” como requisito para la viabilidad de
una subjetividad precisa.

Turner, 1989:56-57. Tales concepciones son incuestionablemente etno-


centristas: el concepto de “persona” como sujeto de conciencia, por ejemplo, es
propio del cristianismo y de la idea del alma como elemento indestructible del ser
humano. La persona romana era una máscara de signos de status impersonales,
objetivos y exteriores al individuo. Aunque acabó confundiéndose con el “yo”, no
dejó sin embargo de excluir a los esclavos/as, que no estaban en posesión de sus
cuerpos, carecían de personalidad y no tenían derechos de propiedad. De igual
modo, durante el feudalismo, la persona se definía según una idea del “honor”
que estaba determinado por unos roles institucionales precisos.
Puntos de partida 31

“La homosexualidad” como elemento clave del régimen de los


afectos y los placeres, se emplaza entonces en ese terreno resba­
ladizo de lo pre-humano. La “confiscación pública” del afecto y
del placer (de “la sexualidad”); la estricta definición de una norma
desde instancias precisas y la constitución y reificación de formas
“desviadas” como objetos de discurso y control universal, son
posibles a partir de una “epistemología de la homosexualidad”. Es
decir, a partir del establecimiento de unas formas particulares de
percepción, explicación y determinación de realidades cotidia­
nas. La epistemología de la homosexualidad, que se practica
abundantemente en el mundo occidental desde el siglo XIX, de­
termina una cierta “realidad homosexual”. Y si esa realidad esta­
blece las características (re)presentables (o visibles) de las vidas de
quienes no encajan en el modelo privilegiado, del mismo modo,
esa epistemología establece las formas legítimas de conocimiento
y reconocimiento de tales individuos.
Frente a la epistemología de la homosexualidad, consideraré
aquí una palabra autorreferencial; un espectro de discursos en pri­
mera persona donde se desarrollan formas de conocimiento y
análisis de una realidad en la que se participa. Frente a la realidad
homosexual, la articulación de estas realidades gays y lésbicas.
Una y otras son condiciones de posibilidad de una nueva subjeti­
vidad o, mejor dicho, de una cierta apertura de los accesos a esa
subjetividad. Al control de la realidad material y el significado
simbólico del propio cuerpo, a la posibilidad de influir sobre las
formas de concepción de sí, a ver la propia identidad reconocida,
a gozar de los derechos acordados a cualquier individuo, a ser res­
ponsable de las propias opciones. Si estos postulados no pueden
ser nunca absolutos, sí existen, no obstante, formas objetivas de li­
mitarlos y grados en la posibilidad de realizarlos. Que lesbianas y
gays sean (considerados) sujetos plenos significa, entonces, que re­
conozcan la posibilidad de su propia autonomía, que puedan exi­
gir y defender su libertad y sus derechos (de expresión, de pen­
samiento, de acción), y que puedan integrar colectivamente esos
proyectos en estrategias de afirmación y reivindicación en el seno
de una comunidad determinada.
La consideración de subjetividades lésbicas y gays remite, ine­
vitablemente, a un proyecto ilustrado de “liberación” que, como
ya he señalado, ha de contemplarse con extremada cautela. La
consideración filosófica de “la subjetividad” es reacia a su esta­
32 Puntos de partida

blecimiento como pluralidad. Subjetividad sólo habría una, y a


ella accederían, hipotéticamente, (algunos individuos o grupos
de) gays y lesbianas, mientras que siempre habría parias (del sexo
o según cualquier otro criterio) que quedarían al margen. Sin ab­
yección no habría sujeto. De este modo, establecer esa pluralidad
de subjetividades no jerarquizadas como perspectiva utópica su­
pone, por un lado, señalar esa exclusión que “la” subjetividad
siempre (y acaso necesariamente) establece. Incidir, por otro lado,
en el carácter “comunicante” de ese espacio de legitimidad con
sus márgenes (es decir, se puede acceder a él del mismo modo que
se puede ser expulsada de sus dominios). Considerar, en tercer lu­
gar, que el acto de resistencia que en la actualidad implica esta­
blecer subjetividades lésbicas y gays dará pie, necesariamente, a
otros procesos de contestación de esa nueva “subjetividad gay-lés-
bica ortodoxa”, cualquiera que ésta sea (aunque ya pueden verse
los derroteros por donde se va estableciendo). Y supone, por úl­
timo, intentar trascender la inacción o el silencio a que podría
conducir una lectura radicalmente escéptica de los postulados de
Foucault.^^
El significado atribuido a “la homosexualidad” en las socie­
dades occidentales contemporáneas es el resultado de la reduc­
ción de una realidad plural a un determinado estatuto fenomeno­
lògico. Esto quiere decir que determinados “accidentes” o facto­
res, en ocasiones escogidos de forma interesada pero poco re­
presentativos de la colectividad a la que pueden ser aplicados, en
ocasiones “falsos”, pasan a constituirlos referentes necesarios de
esa “homosexualidad” ideal constituida como fenómeno. En tér­
minos generales, lo que se impone a través de la reducción al es­
tereotipo y al monopolio de éste es un modelo problemático. “La

Como acertadamente apunta Halperin (1995:32), en su Historia de la se­


xualidad (1978), efectivamente, Foucault se distanciaba de la retórica de la eman­
cipación. Pero esa desconfianza no es ya sólo un postulado teórico; la misma po­
lítica activista de las comunidades de lesbianas y gays ya no se concibe desde los
años ochenta en términos de revolución, sino en términos de resistencia y de su­
pervivencia. Ya no se concibe una instancia única o coherente cuyo derroca­
miento prometa el advenimiento de una “libertad”; los agentes, instrumentos o
símbolos de la opresión (la ley, la policía, las bandas...) están tan diseminados que
no parece factible afrontarlos todos de una misma tacada, ni parece haber estra­
tegia que pueda responder a todas sus manifestaciones. Porque éstas, además
(como los otros), no son coherentes entre sí y, de hecho, la política de exclusión
funciona con eficacia gracias a estas mismas contradicciones.
Puntos de partida 33

homosexualidad” pasa a constituir una realidad cuestionable des­


de el punto de vista de su naturaleza, de su legitimidad, de sus
efectos en terceros. Problema individual o problema social; de sa­
lud física o mental, de ética personal o moral colectiva... A fin de
cuentas, problema.^^
De este modo, el sentido de la norma heterosexual y de sus
implicaciones (la constitución de sujetos como proyectos de rei­
teración del proceso por el que se establecen unas determinadas
unidades de convivencia estables con finalidad productiva y re­
productiva), aparece fijado negativamente en la constitución de las
realidades no ortodoxas. La “desviación” con respecto al “recto
camino”; “la homosexualidad” como realidad infame o aberrante,
certifica el modelo de integración social, económica y política
que el régimen de la sexualidad establece. Sus virtudes, en tanto
que realidad no cuestionada, se definen más por la renuncia o el
rechazo de las supuestas características del modelo denostado
que por sus (igualmente supuestas) cualidades intrínsecas.
El sentido de las realidades lésbicas y gays se define, en cier­
to modo, a partir de la problematización de los fundamentos del
régimen de la sexualidad. Sin embargo, este proceso parte del
análisis y crítica de las condiciones de la propia vida, y del desa­
rrollo de valores y expectativas propios, para establecer después
las formas de interacción, adaptación o conflicto respecto a un
sistema de valores y una colectividad social hostiles. Se parte,
pues, de la propia “realidad”; de una cotidianidad irreductible a
una supuesta “coherencia” pero susceptible de ser compartida,
para criticar la inserción de ésta en un marco de referencia glo­
bal, y no de la determinación fantasmática de una realidad (más

” Una perspectiva muy parecida es la que adopta Mira, que considera “la ho­
mosexualidad” como «una categoría ideológica construida ya como marginal,
perversa, reprobable». Como escribe este autor a propósito del teatro inglés de
los años cincuenta y sesenta (y como tendremos ocasión de ver en detalle), ciertas
subjetividades en el seno de contextos hostiles son posibles. «Las subjetividades
homosexuales que Rattigan e Inge contribuyen a construir no son ni las únicas
posibles ni las más pertinentes. Se trata de un tipo de subjetividad que, si se toma
como una verdad absoluta [...] sólo puede conducir a la auto-opresión.» En el
contexto de prejuicio del mundo occidental, las subjetividades homosexuales, tal
y como las define Mira, no han sido perseguidas. Es más, en ocasiones han sido
promocionadas. Mira Nouselles, Alberto (1994), ¿Alguien se atreve a decir su
nombre? Enunciación homosexual y la estructura del armario en el texto dramático.
Valencia, Universität de Valencia, pp. 84 y 217-18.
34 Puntos de partida

O menos) ajena como justificación del modelo en que se basa la


propia.
Sin embargo, el proceso de “subjetivización” (o de acceso a la
subjetividad) es necesariamente paradójico. La resistencia a las
normas que establecen la subjetividad coloca dicha regulación
como elemento constituyente de ese mismo sujeto “resistente”.
Ello, efectivamente, no impide la agencia, pero sí hace de ésta un
factor inmanente al poder (y no algo exterior a éste). El acto de re­
sistencia es, pues, una práctica de reiteración o de re-articulación
del poder (Butler, 1993 b).
Si bien la problematización de una realidad ficticia formal­
mente ajena se estructura en forma de generalizaciones estereoti­
padas y de categorías aplicables de forma colectiva, todo incum­
plimiento de la norma básica de la complementaridad entre “los
dos sexos” es un proceso de radical individualidad. Ello es con­
secuencia de los impedimentos de orden estructural o coyuntural
que impiden cualquier construcción colectiva, cualquier agrega­
ción autónoma de experiencias. Las realidades gays y lésbicas
han sido y todavía son realidades atomizadas; sólo son legítima­
mente estructurables desde fuera, porque todo viso de colectivi­
dad está predeterminado por el modelo de la no conformidad
con la ley natural, divina o lógica, o bien porque rompe los re­
quisitos de secreto y clandestinidad que le permiten funcionar
como ámbito de localización de las ansiedades. Estas restricciones
tienen, como veremos, sus límites. Las realidades lésbicas y gays se
estructuran precisamente en los límites de un régimen de la se­
xualidad rígido y, por lo tanto, frágil. Un régimen, en todo caso,
no inexpugnable, sino en constante evolución.
Un elemento característico de este proceso de reducción es la
primacía de la “masculinización afeminada de la homosexuali­
dad”; esto es, la consideración preferente o exclusiva de una ho­
mosexualidad masculina, así como la construcción de las mani­
festaciones necesarias en que ésta se explícita (la “inversión” del
rol de género).^2 La consideración del “afeminamiento” como

La expresión “homosexualidad masculina” constituye, ciertamente, una


contradicción en sus términos, toda vez que lo que el régimen establece como pe­
culiarmente problemático y representativo de un todo es el modelo de “homose­
xualidad afeminada”. Del mismo modo, “homosexualidad femenina” es el nom­
bre que recibe un lesbianismo estereotipadamente masculinizado. Como se irá
viendo, la inexistencia en castellano (o en francés) de un término que remita a lo
Punios de partida

elemento necesario o recurrente de “la homosexualidad” se re­


monta al siglo xvin. Anteriormente, esa relación no existía. Del
mismo modo, el “afeminamiento” en niños y adolescentes o la “vi-
rilización” de niñas y jóvenes, no son analizados como signos de
una futura “homosexualidad” (o de una “homosexualidad” que
siempre-ya había estado presente) hasta bien entrado el siglo XX.
Un corolario lógico de la reducción de la persona a las supuestas
manifestaciones visibles de la sexualidad íntima (el género como
índice del tipo de placer y “la inversión” como signo de traición a
la biología y a la anatomía), es la hipersexualización fantasmática
de “la homosexualidad”. Toda la vida (laboral, social, familiar, po­
lítica...) es reducida, no sólo al aspecto y el comportamiento
“desviados”, sino también (después) a la práctica sexual y al esti­
lo de vida que obsesionan a los epistemólogos. Así, “la homose­
xualidad” se expresa en una apariencia grotesca o ridicula y su
quintaesencia es un acto de autodegradación. Esa “expresión” y
ese “acto”, aún en su desviación, siguen señalando un androcen-
trismo patriarcal y misógino.
Para que un espectro de realidades plural y diverso pase a de­
sempeñar un papel determinado, coherente, es conveniente re­
ducirlo a un estatuto único. Ello supone la negación del lesbia-
nismo no como problema sino, sobre todo, como posibilidad y
como cotidianidad de muchas mujeres. O, por otro lado, la recu­
peración y resignificación de las formas de placer entre mujeres
como elementos de inspiración erótica de la “masculinidad” he­
terosexual. Ello supone también la reducción a la invisibilidad y a
la inexistencia de cualquier otra realidad no acorde con ese “mo­
delo problemático de la homosexualidad”. Ello supone, por últi­
mo, la consideración interesadamente incorrecta del rol de géne­
ro como factor causal suficiente (y a menudo necesario) de la
relación física entre dos hombres, así como la constitución del
“afeminamiento” como elemento de una traición global a la na­
turaleza. El supuesto de “coherencia” en que se basa la construc­
ción de una determinada “realidad homosexual” es, pues, bien

que es “propio de las mujeres” (o “de los hombres”) sin colapsarlo en los térmi­
nos que designan los roles de género, da pie a muchas formulaciones paradójicas.
Las distinciones en lengua inglesa entre female y féminine, y entre male y mascu­
line evitan estas confusiones, aunque no evitan que todos esos términos remitan a
una misma matriz de significados heterosexual.
36 Puntos de partida

débil. Pero esa debilidad constituye, paradójicamente, un factor


crucial de su operatividad.
De este modo, el régimen de la sexualidad no opera sólo a tra­
vés de imposiciones de categorías y establecimientos de diferen­
cias; como régimen de control y represión no sólo actúa por re­
ducción, clasificación, regulación y contención, sino también por
falsificación, exclusión y eliminación, imposibilitando, en el caso
del lesbianismo, de las realidades gays “no invertidas” o de la bi-
sexualidad cualquier articulación, incluso aquellas de orden es­
trictamente condenatorio (Butler, 1995). Si el proyecto de subje­
tividad resulta, en el primer caso, difícil, se parte al menos de
una base. En el segundo caso, la ruptura con la inexistencia es el
prerrequisito imprescindible para cualquier afirmación de la sub­
jetividad.^^
El régimen del género, la representación social de “la femini­
dad” y “la masculinidad”, actúa como dimensión pública y visible
de las manifestaciones, en general privadas, de la sexualidad. Am­
bos órdenes se confunden artificialmente y, la mayor parte de las
veces, la adecuación a los criterios establecidos del género, junto
al celo en el mantenimiento del secreto, bastan para conservar una

’’ En modo alguno aspira este trabajo a dar cuenta de toda la pluralidad de


realidades lésbicas y gays. El hecho de que parte de éstas (las de quienes organi­
zan sus vidas en pareja, las de quienes reclaman integrarse en los ejércitos, las de
quienes buscan compatibilizar la fe cristiana con su “sexualidad”, por no citar
más que unos pocos ejemplos), no reciban aquí una atención detallada, puede ser
considerado un efecto “de exclusión”. Considero, no obstante, que el corpus de
publicaciones sobre estas realidades (con un peso específico en el contexto re­
ducido de las reflexiones sobre las vidas de lesbianas y gays en el mundo anglo­
sajón) y la trascendencia pública que han logrado por todo Occidente (consoli­
dadas recientemente en la polémica por parte de individuos, colectivos y medios
de comunicación), no parece incidir en la hipótesis de que sean dimensiones
excluidas. Trataré, en cualquier caso, de remitir a esas referencias en espera de
que otros autores y autoras les presten una atención más específica. Que toda “li­
beración” implique nuevas exclusiones y que los espacios de subjetividad men­
cionados sean el elemento fundamental de la reivindicación actual de buena par­
te del movimiento gay y lèsbico, indica la siempre renovada necesidad de
prácticas de resistencia. Pero, sin duda, el hecho de que tampoco aquí se resuel­
va explícitamente la pertinencia al espacio de la subjetividad de los más jóvenes y
las más viejas, de quienes tienen menos dinero o pertenecen a minorías étnicas, de
la gente seropositiva o con características físicas o condiciones de salud particu­
lares, de quienes aman y desean no sólo en el seno del “mismo sexo”, sino además
a través de cualquiera de esas barreras... incide en ese “acceso a la subjetividad”
como proceso en constante definición y cuestionamíento.
Punios de partida 37

precaria fachada de integración social. La presunción universal de


“heterosexualidad ” y recurrentes concesiones a las formas coti­
dianas de manifestación de la adecuación a la norma, contribuyen
a establecer una “realidad homosexual” rara vez explícita.
Así, bajo el imperio de “la homosexualidad”, “el gay” y “la
lesbiana”, si han de evitar un conflicto permanente, deben en
ocasiones confirmar el régimen por connivencia y jugar según
sus normas; es decir, deben renunciar a cualquier signo que los
epistemólogos (en la confusión de sexo y género) puedan consi­
derar como manifestación de un “sexo erróneo”. El carácter im­
previsible de los criterios con que juzgan los epistemólogos de la
homosexualidad no hace sino reforzar su capacidad de control.
De igual modo, la democratización del ejercicio de dicha episte­
mología (el hecho de que virtualmente cualquiera pueda desvelar
una práctica privada —sexual— a partir de sus supuestas mani­
festaciones públicas —de género—, o al revés), contribuye a hacer
de dicho control un proceso difuso, difícilmente localizable, teó­
ricamente omnipresente.
El ejercicio vulgarizado de esa epistemología no sólo limita la
libertad de apariencias y comportamientos o de manifestación
pública de gustos, afectos o placeres, sino que a menudo impone,
además, la renuncia a lo que el presente régimen de la sexualidad
ha erigido como el fundamento de la esencia humana: el placer y
el deseo íntimos. La propia deshumanización (el polo opuesto
de la subjetividad) es el precio altísimo que aún hoy pagan quie­
nes, por querer ser ciudadanos o trabajadoras, sindicalistas o ve­
cinos, hijos o ministras, deben renunciar (incluso) a ser homose­
xuales (a confirmar un estereotipo) y no atreverse siquiera a ser
lesbianas o gays (a negarlo o a determinar de forma autónoma sus
implicaciones).
La imagen que se elabora de “la homosexualidad” es la que se
establece a partir de la mirada de un forense que estudia órganos,
de una crítica de arte que presenta estéticas, o de un cronista
que analiza implicaciones morales. Cualquier epistemólogo, en
su acto de reconocimiento, se atribuye una legitimidad de uno u
otro tipo que valida su análisis. La adecuación a la norma es un
factor necesario implícito pero, además, un determinado estatuto
explícito (aún no formalizado) es igualmente necesario. Así, “la
homosexualidad” se manifiesta a través de la actuación de “obje­
tos performantes” ideales, actuación que tiene lugar en la mayor
38 Puntos de partida

parte de los casos en la imaginación ajena, y que constituye un


modelo de coherencia que queda confirmado por las instancias
encargadas de desvelar el secreto: los tribunales, los confesiona­
rios, los divanes de psicoanalistas...; todo ello con trascendencia
colectiva a través de la prensa amarilla, de la literatura de bolsillo
o de la televisión. Estas son las últimas instancias de validación del
análisis y de legitimación de su ejercicio “democrático”. “La ho­
mosexualidad” no es más que un reflejo distorsionado hasta ha­
cerse irreconocible de lo que pueden ser (de lo que ya son) las
realidades gays y lésbicas.
El planteamiento de la cuestión del “sujeto gay” frente al ob­
jeto homosexual supone la contestación de esa reducción al in­
cumplimiento del imperativo social de adecuación al género y de
la reducción subsiguiente a la práctica sexual o a determinadas
formas en que (de acuerdo con los fantasmas de quien analiza)
ésta se explicita. La cuestión del “sujeto lésbico” supone la con­
testación de los estereotipos elaborados por esa “epistemología de
la homosexualidad” que determinan bien la inexistencia, bien la
desexualización. Pero de cualquier modo, ni la práctica sexual ni
la representación de un determinado rol de género dan cuenta de
las dimensiones de “la sexualidad” de una persona (de los deseos,
los cuerpos, los gustos, las emociones, los miedos, los anhelos, las
satisfacciones, las ansiedades, los comportamientos, los place­
res...), ni de su identidad, ni de las formas en que estructura su
realidad para hacerla compatible con el ámbito en el que vive. Ni
la sexualidad de una persona es réductible a sus manifestaciones
(aparentes) ni la persona “en sí” es réductible a su sexualidad. Sin
embargo, tales procesos de reducción constituyen el fundamento
básico del régimen de la sexualidad imperante en el Occidente
contemporáneo.
Lo que se produce, entonces, es un proceso de alienación (en
el sentido de pérdida de control) por el cual quienes no aman ni
gozan como se supone que se debe amar y gozar ven negada cual­
quier posibilidad de subjetividad, de existencia autónoma. Este
proceso de alienación múltiple se explicita en la negación de actos
por prohibición y amenaza de sanción o por miedo, la negación
de la palabra por censura y toda una serie de corolarios (limita­
ción espacial, económica...) que ya he mencionado. Esta aliena­
ción se expresa a partir de un doble vínculo contradictorio, que
hace de “la homosexualidad” bien un error de clasificación, una
Punios departida 39

identidad imposible, una categoría bastarda, un desastre natural,


un fallo en el desarrollo; bien, precisamente, la quintaesencia de lo
que debe ser clasificado: el paradigma de lo que debe explicar el
orden social y sexual, la excepción, la anomalía que confirma, da
vigor y legitima la norma.^"
*
Las realidades lésbicas y gays son prácticas de autonomía (que
se nombran a sí mismas) y de autodeterminación (que construyen
sus implicaciones). Prácticas colectivas y públicas que, como tales,
señalan procesos de constitución de sentido y que permiten, en su
evolución diacrònica, en su recreación, en su diversificación, el ac­
ceso a posiciones de subjetividad en el marco de referentes co­
munes (identidades, comunidades, códigos, valores, expectati­
vas. ..). Son ejercicios de construcción de sí; no de descubrimiento
de una “verdad” inmanente, sino un constante e inacabable “lle­
gar a ser”. O, por utilizar la expresión de Foucault, un ejercicio de
ascesis; pero una ascesis secularizada, no austera y poblada de pla­
ceres.
El establecimiento como categoría de análisis de unas reali­
dades gays y lésbicas no supone en modo alguno la asunción de
postulados esencialistas, aunque sí señala los límites de una pers­
pectiva construccionista pura?^ realidades lésbicas y gays,
como punto de partida de análisis y reflexiones compartidas que
no ignoran un contexto social general, y que se expresan más en la
vida cotidiana que en las disquisiciones intelectuales, consideran
fundamentales ciertas especificidades, sin que ello implique caer
en reduccionismos de corte esencialista. No es por ello ni una hi­
potética base empírica aséptica ni un proyecto romántico e inge­
nuo de comunión sentimental.
De este modo, a lo largo de este texto, hablaré de “realidades
gays y lésbicas” como expresión opuesta a esa construcción de “la
homosexualidad” como prisma necesario a través del cual han de
ser vistas todas las implicaciones de las relaciones afectivas y se­
xuales entre “hombres” y entre “mujeres”. Así, el concepto de

Butler, Judith (1993a), «Imitation and gender insubordination», en Abe-


love, Barale y Halperin (comps.), 1993.
” Para Dynes, los y las analistas que consideran “la homosexualidad” como
una construcción social contestan las aproximaciones deterministas con postula­
dos voluntaristas de independencia absoluta, sin dejar de presentar sus teorías
como “objetivas”. Dynes, Wayne R. (1992), «Wrestling with the social boa cons­
tructor», en Stein, Edward (comp.), 1992.
40 Punios de partida

realidades gays y lésbicas pretende distanciarse de cualquier tipo


de reducción a una fenomenología concreta, pretende no dar por
supuesta ninguna regularidad, ni en las manifestaciones, ni en las
implicaciones. Una base de análisis que tiende puentes tanto hacia
el pasado y hacia el presente cultural, económica, étnica y geo­
gráficamente diverso, como hacia el futuro.
Si los sentimientos y las sensaciones atraviesan fronteras tem­
porales o espaciales, los modelos de relación socialmente recono­
cidos y sus implicaciones dan cuenta de elementos estructurales o
coyunturales concretos. “La androfilia y la ginofilia recíprocas”
ocupan un lugar destacado (al menos formalmente) en las reali­
dades gays y lésbicas. No como postulado normativo, sino como
posibilidad articulada que cuestiona la complementaridad o la
imposición como fundamentos de los modelos de integración es­
tablecidos por el régimen de la sexualidad. De este modo, las
realidades lésbicas y gays se constituyen como realidades plurales
que, en resumidas cuentas, se determinan a sí mismas.
Tal autodeterminación se expresa, fundamentalmente, en lo
que a su propia existencia y continuidad se refiere. Si el pecado se
perdona y se expía, si el delito se castiga y se paga, y se trata de
evitar la reincidencia promoviendo una cierta “reinserción”, si la
enfermedad se cura o se aísla en cuarentena; si las visiones de
“la homosexualidad” que no postulan el exterminio se presentan
como capaces de superarla, las realidades lésbicas y gays, ajenas a
y deslegitimadoras de estos órdenes de análisis y determinación de
contextos represivos, se presentan, ante todo, como un hecho so­
cial y político irreductible a procesos que pretendan trascenderlas.
Las subjetividades lésbicas y gays, como principio que posi­
bilita el ejercicio de la libertad individual y colectiva, son el resul­
tado de la articulación de esas cotidianidades; de la construcción
plural de discursos y prácticas, de la progresiva extensión de su
accesibilidad hasta todos los ámbitos, de la apertura a una parti­
cipación general en el proceso. De la afirmación y determinación
de la propia vida en el marco de un proceso social de trascen­
dencia global. Este trabajo pretende contribuir a ello.
PRIMERA PARTE

LAS FORMAS “ESPONTÁNEAS” DEL PREJUICIO


«No es nada raro que las personas normales sientan legítima
repugnancia por toda clase de amores contra naturaleza. La
idea de un scudo coito entre machos debe inspirar, forzosa­
mente, gran aversión a todo hombre bien constituido. Pero,
¿debemos deducir de ello que sea absolutamente necesario re­
primir tales actos?»^
André Lorulot, 1932

«Su presencia, incluso su nombre, crean ya un cierto malestar.


Hay en ellos, desde su aspecto externo, un algo malsano. Un
auténtico muro de convenciones y de conveniencias se eleva
aún entre ‘ellos’ y nosotros. ¿Por qué esta repulsión, de la que,
por regla general, no conocemos el origen? ¿Puede la violencia
con que se expresa nuestra repugnancia considerarse como la
prueba de un reflejo ‘naturar?»^
Jean-Louis Chardans, 1970

* Lorulot, André (1932b), «Perversiones y desviaciones del instinto genital.


¿Es necesario reprimir la pederastia?», iniciales, 9, septiembre de 1932. La revista
Iniciales, publicada durante ocho años a partir de 1929, se definía como una
publicación «mensual que trata sobre anarquismo, educación sexual y procrea­
ción consciente, naturismo y nudismo, amor libre, etc. [...] es la revista ecléctica
de los espíritus libres». El artículo de Lorulot y muchos otros publicados en
medios anarquistas como Revista Blanca, Generación Consciente o Estudios apa­
recen recopilados en Cleminson, Richard (comp.) (1995), Anarquismo y homo­
sexualidad, Madrid, Huerga y Fierro.
2 Chardans, Jean-Louis (1970), Histoire et antologie de l'homosexualité, París,
Le Centre d’Etudes et de Documentation Pédagogiques, p. 62. Esta antología (bi­
lingue e ilustrada) pretende reunir (según el autor por vez primera), una “síntesis
de los estados intersexuales ”.
44 Las formas “espontáneas* del prejuicio

En las dos citas precedentes puede encontrarse un elemento co­


mún: la “diferencia sexual” (“homo / hetero”) es algo incómodo
desde un determinado punto de vista. Para el anarquista Lorulot
constituye un punto de partida evidente que le permite plantear la
cuestión menos obvia de la represión legal. Para el liberal Chardans,
no obstante, ese «malestar» es algo susceptible de ser cuestionado
en sí mismo. Las razones del prejuicio anti-gay y anti-lésbico, como
sin pudor expresa el psico-sexólogo, no son siempre fácilmente
identificables. Las manifestaciones más insidiosas de odio del placer
o el afecto ajenos son difíciles de explicar para quienes las llevan a
cabo, y carecen de cualquier sentido para quienes las sufren.
Claro que habrá que reconocer, al menos, (sin menoscabo
del tiempo transcurrido entre una y otra afirmación) que esa “cu­
riosidad” que manifiesta Chardans ya es digna de mención, toda
vez que lo más frecuente es que el prejuicio se presente, aún hoy,
como «un reflejo natural» («legítima repugnancia», decía Lorulot)
que ni siquiera requiere una explicación. La presencia, el aspecto,
hasta el nombre; todo contribuye a crear «un cierto malestar».
Una incomodidad, para Chardans, de orden convencional (luego
relativa) y conveniente, útil. Sí, pero ¿para quién? (¿para las «per­
sonas normales»?; ¿para “nosotros”; ¿para “nosotras”; ¿para
“ellos”?) Y, sobre todo, ¿quién establece o de qué posición de po­
der surge ese «forzosamente» con el que Lorulot generalizaba su
propia «aversión»?; ¿qué subjetividad se esconde tras ese «hom­
bre bien constituido»?
Una de las características más fundamentales del prejuicio, tal
y como se instituye en el vigente ordenamiento del sexo, es su per­
meabilidad. Como expresión fundamental de un régimen que se
impone a todo un conjunto social, el prejuicio atraviesa todos los
estratos y está potencialmente presente en cualquier ámbito. De­
rechas o izquierdas, jóvenes o mayores, pueblos o ciudades, ricos
o pobres... cualesquiera que sean las clasificaciones que propon­
gamos, todas demuestran su incapacidad a la hora de situar y de
explicar ese prejuicio. Las diferencias entre los contextos en que
Lorulot y Chardans establecen sus afirmaciones no sólo son cro­
nológicas; el hecho de que provengan de espacios ideológicos di­
ferentes confirma esta “trascendencia” del prejuicio.
De este modo, diríase que el prejuicio tiene un carácter “uni­
versal”. No sería más que la respuesta lógica a la presencia evi­
Las formas **espontáneas^ del prejuicio 45

dente o fantasmática de lesbianas y gays en todos los espacios


sociales. Como veremos, esa supuesta universalidad del prejuicio
debe examinarse en el contexto de la imposición generalizada
del régimen de ordenamiento de los placeres. La imposición de un
prejuicio como ubicuo hace innecesario (o inútil) localizarlo con
precisión. Pero sobre todo, esa difusión hace que sus manifesta­
ciones no requieran explicación alguna y que sus efectos, con
frecuencia, ni siquiera tengan que ser justificados. Lo decisivo es
que ese carácter no problemático del prejuicio no es considerado
una consecuencia de su implantación, sino una causa de su abso­
luta vigencia.
Para confirmar esa ubicuidad del prejuicio, se puede apelar
incluso a los casos que constituyen las supuestas excepciones.
Eso es lo que hace un psicoterapeuta llamado Kronemeyer en un
libro publicado en 1980 cuya finalidad manifiesta es “superar la
homosexualidad”. Para él, «ninguna sociedad conocida en la his­
toria del mundo, excepto quizás la Antigua Grecia (con reservas),
el Japón pre-Meiji, la jerarquía militar de los nazis, y los espíritus
libres del londinense Grupo de Bloomsbury durante los años
veinte y treinta, ha sido verdaderamente tolerante respecto a la ho­
mosexualidad». Las posibilidades de identificación con cualquie­
ra de los ejemplos de tolerancia que proporciona (para quien
quisiera tratar la historia y las culturas con la misma soltura) son
escasísimas. Y la referencia a los nazis particularmente obscena.^
Estamos, pues, ante formas de prejuicio que se presentan
como “espontáneas”, que aparentan no estar articuladas y que son
consideradas como difícilmente explicables. Es decir, no podría­
mos señalar discursos coherentes que las establecieran o legiti­
maran. Del mismo modo, tampoco podríamos señalar instancias
concretas que las promovieran. Estaríamos, en definitiva, ante
prácticas que atraviesan todo el entramado social, que son difíci­
les de localizar, que pasan inadvertidas para la mayor parte de
quienes las protagonizan, que no surgen de discursos concretos ni
de estructuras formales o institucionales localizables.

Kronemeyer, Robert (1980), Overcoming homosexuality, Nueva York, Mac­


millan, p. 10. Su definición de “la homosexualidad” como una de las “inadecua­
ciones y distorsiones sexuales” y como “el síntoma de una personalidad pertur­
bada” (Ibid.-NÜ} no coincide, desde luego, con lo que podía ser tolerado en la
Antigua Grecia o el Japón pre-Meiji, sino que es propia de una conceptualización
occidental contemporánea.
46 Las formas "espontáneas” del prejuicio

De ahí se deriva, precisamente, la principal dificultad que


encontramos a la hora de analizar las formas no articuladas de
prejuicio. Su permeabilidad y su insidiosa difusión las dotan no
ya de una pátina de inmunidad o de resistencia a la crítica, sino
que las emplazan en el ámbito de lo incuestionable. Incuestiona­
ble porque no se considera subjetividad alguna que las interro­
gue. Y sin esa articulación de sujetos de disidencia (o desde una
articulación en la impotencia, como la implícita en las fórmtJas
del párrafo precedente), esa ‘‘espontaneidad” permanece inalte­
rada.
Por ello, la primera tarea que aquí se aborda es la de aprender
a reconocer y a localizar un prejuicio que se presenta de modo re­
currente y que se manifiesta de las más variadas formas. Al iden­
tificarlo, trataré de enfrentar a quienes ni siquiera se plantean
esta cuestión con los efectos de ese desconocimiento; trataré de
despojar al prejuicio de su carácter indiscutible. Trataré, además,
de animar a quienes aún hoy no consideran problemático el pre­
juicio (a no ser que les afecte de modo directo y contundente), a
participar en ese ejercicio de crítica que es identificarlo y enfren­
tarlo a su esencia irracional y a su fundamento de ignorancia. Esa
es la condición para que ese prejuicio y sus efectos puedan ser efi­
cazmente combatidos.
Pretendo, pues, trasladar estas manifestaciones de prejuicio no
articuladas de lo evidente a lo problemático. Si el a priori de la
hostilidad es el carácter problemático de “la homosexualidad”,
aquí, al revés, lo que será considerado como un problema que ha
de afrontarse es la manifestación de prejuicios que cuestionan la
posibilidad de una convivencia en sociedad no conflictiva. Se tra­
ta entonces, en primer lugar, de dotar de entidad y coherencia a
dichas formas de hostilidad. Es decir, de darles una existencia de
la que carecían. Para ello, es necesario recopilar manifestaciones
indeterminadas de prejuicio y proceder a su clasificación, a partir
de la agregación de las regularidades que las caracterizan.
Con este ejercicio, acaban por salir a la luz los procesos de
promoción de las subjetividades que se consideran legítimas (que
se establecen como tales en la exclusión de una instancia cons­
truida como ajena). Lo “natural” acaba siendo producto de una
vasta incitación al cómodo refugio en una posición de desconoci­
miento autorizado, o a un estatuto de “autonegación” y oculta-
miento precario.
Las formas “espontáneas'’ del prejuicio 47

Al establecer un discurso a partir de prácticas que evitan si­


nuosamente la reflexión, la discusión o la crítica, se hará evidente
que el prejuicio y la hostilidad no pueden hacer frente a una exi­
gencia de justificación. Precisamente porque el prejuicio no arti­
culado no puede explicarse o justificarse, esta práctica de desen­
mascarar su irracionalidad no supone que quede conjurado o que
desaparezca. De hecho, la dificultad principal estriba en la mera
posibilidad de trasladar la práctica “espontánea” al ámbito del de­
bate social y de la exposición razonada de motivos. El desafío
no es, pues, cuestionar la espontaneidad del prejuicio, sino esta­
blecer legítimamente una instancia crítica que sea capaz de inte­
rrogarlo. Sólo así se hará evidente la necesidad de apelar a otros
mecanismos que lo combatan con convicción.
Las manifestaciones no articuladas del odio del placer y el
afecto “ajenos” no han suscitado nunca demasiado interés. En ge­
neral, como señala Dynes (1992), los círculos académicos han
dado prioridad al estudio de fuentes documentales elaboradas
desde posiciones de privilegio: arte “consagrado” más que fol­
klore popular, documentos oficiales más que transacciones no
institucionales, procesos excepcionales más que vivencias coti­
dianas, reflexiones intelectuales más que reacciones espontáneas.
Esta no es sólo una tendencia apreciable en las aproximaciones
académicas a las realidades lésbicas y gays. También la práctica
militante da prioridad a la lucha contra las formas más institucio­
nalizadas del prejuicio, al considerar que existe una relación es­
trecha entre ambas dimensiones y una cierta causalidad entre
ellas.
Las formas del odio poco articuladas presentan, no obstante,
un interés especial. En primer lugar, su difusión las emplaza po­
tencialmente en cualquier lugar del espacio social. Además, la
ubicuidad del prejuicio supone que sus manifestaciones alcan­
zan potencialmente, en uno u otro momento, a todas las lesbianas
y a todos los gays. En tercer lugar, debemos considerar sus efec­
tos: estas manifestaciones se expresan de manera casi sistemática
de forma discriminatoria y opresiva y, con mucha frecuencia, de
manera violenta o directamente homicida. Por último, como ve­
remos, son con frecuencia consideradas como precedentes de las
visiones más articuladas; de los discursos del prejuicio que ema­
nan de instituciones reconocibles que explican y justifican sus
prácticas igualmente represivas. Se trata, entonces, de cuestionar
48 Las formas "espontáneas'' del prejuicio

los supuestos “fatalistas” e inmovilizadores según los cuales, in­


cluso desmontado un discurso del prejuicio, las manifestaciones
de hostilidad no racionalizadas sobreviven. La palabra (o “la ra­
zón”) por sí mismas no destierran la violencia, pero sí pueden per­
suadir de la necesidad de esa erradicación.
Pretendo, pues, cuestionar esa “naturalidad” del prejuicio y
mostrar cómo, si bien en ocasiones su ejercicio parece irreflexivo
o “espontáneo”, su origen es inducido. De este modo, esa in­
cuestionada “aversión” dejará de ser una justificación verosímil de
los discursos más elaborados.
Este primera parte está dividida en tres capítulos. En el pri­
mero, pasaré revista a las prácticas que dan una existencia social
determinada a “la homosexualidad”, y que le niegan a las reali­
dades lésbicas y gays cualquier posibilidad de articularse libre­
mente. Qué puede verse y qué debe permanecer censurado, cómo
nombrar una realidad denostada y cómo dejar sin nombre y sin
referentes (sin posibilidad de articulación simbólica) a quienes
no cumplen con el imperativo heterosexual. En el capítulo se­
gundo, me detendré en las prácticas que conceden una existencia
desproporcionada a “la homosexualidad” al localizarla en ámbitos
diferentes al propio y de modo superlativo. Comprobaremos así
que “la homosexualidad” está siempre en otro lugar, lejos del es­
pacio simbólico en que se emplaza quien fundamenta su subjeti­
vidad en la práctica del prejuicio. Por último, en el capítulo ter­
cero presentaré las formas de negación y sublimación de los
propios deseos o de los ajenos y analizaré la “violencia visceral”
como expresión última de estulticia.
1. SER o NO SER. PROFUSIÓN TERMINOLÓGICA
Y CENSURA SELECTIVA

«[San Agustín] añade que nombrar solamente ese vicio es ya la


peor torpeza, pues su nombre solo mancha los labios del que lo
pronuncia y los oídos del que lo oye.»^
Luis Sala-Molins
Tribunal del Santo Oficio, finales del s. XV

«Esta década ha contemplado la explosión de un ‘arte’ antia­


mericano, anticristiano, nihilista [...] Al igual que con nuestros
ríos y lagos, debemos limpiar nuestra cultura, ya que es un ma­
nantial del que todos debemos beber. De igual modo que una
tierra envenenada producirá frutos venenosos, una cultura con­
taminada, abandonada a supuraciones y pestilencias, puede
destruir el alma de una nación.
Patrick Buchanan
Washington Post, 19 de junio de 1989

Tanto en el inquisidor valenciano de finales del siglo XV como en


el político norteamericano de finales del siglo XX, podemos seña­
lar una misma aproximación a una realidad denostada. Ambos
sienten rechazo y ambos lo manifiestan porque creen necesario
defenderse (y defender a los demás) de un “algo” que mancha,
que ensucia, que contamina. Para ambos, este rechazo se presen­
ta apelando a una tradición incuestionable o a instancias cuasi-so-
brenaturales o abstractas. Es decir, no llegan a explicarnos nunca
por qué ellos mismos se horrorizan hasta ese extremo. Sala-Molins
se escuda en san Agustín para solventar la cuestión al decirnos
que lo mejor es no hablar de “ello”. Por su parte, Buchanan se re­
mite a una concepción ideal de América, a una entelequia cristia­
na dotada de alma. Lo que estas manifestaciones muestran ine-

Citado por Carrasco, Rafael (1985), Inquisición y represión sexual en Va­


lencia. Historia de los sodomitas, Barcelona, Laertes, pp. 39-40.
2 Buchanan se refiere en particular a la obra fotográfica de los norteamerica­
nos Andrés Serrano y Robert Mapplethorpe. Citado por Vanee, Carol S. (1994),
«The war on culture», en Gott, Ted (comp.) (1994a), Don't leave me this way. Art
in the age ofAIDS, Canberra, National Gallery of Australia, p. 97.
50 Las formas "espontáneas" del prejuicio

quívocamente es que el prejuicio está en el inquisidor y en el po­


lítico republicano, tanto o más que en san Agustín o en el “alma
americana”. Para interrogar ese prejuicio es más eficaz apelar a sus
protagonistas que a las referencias en que se escudan.
Entre la primera y la segunda cita, como es evidente, muchas
cosas han cambiado. Fundamentalmente, y pese a que determi­
nadas formas de prejuicio presenten bastantes regularidades, en el
Occidente contemporáneo, “la homosexualidad” (un término
que hasta el siglo XIX no existía) ocupa un lugar mucho más tras­
cendente. Como construcción abstracta, puede funcionar bien
como instancia indeterminada, bien como instancia sobredeter­
minada. Indeterminada porque puede dar lugar a una multitud de
reacciones diversas. Sobredeterminada porque, necesariamente,
siempre da lugar a alguna reacción. En esta pinza, “la homose­
xualidad” se constituye como instancia cosificada (porque se hace
con ella lo que se quiere), alienada (porque no se le permite hablar
ni actuar), heterónoma (porque todo lo que significa vendrá esta­
blecido desde fuera).
De este modo, el “ser o no ser” de “la homosexualidad ”; las
condiciones de su existir o no existir, vienen definidas por esa co-
sificación, esa alienación, esa heteronomía. La instancia indeter­
minada, la instancia no marcada, el absoluto y legítimo espacio
“hetero” desde el que se nombra lo “homo”, actúa de manera ex­
plícita atribuyendo términos y determinando, en cada momento,
las implicaciones de tales términos. En ese “poner nombre” y en
ese permanente determinar qué significa lo que se nombra, la
instancia no marcada otorga a “la homosexualidad” una determi­
nada existencia. Además, la instancia no marcada censura y re­
prime posibilidades o intentos de autonomía. De este modo, tam­
bién decreta la invisibilidad o la inexistencia y anula la posibilidad
de una subjetividad disidente.
En este doble juego de poner y quitar, de nombrar o dejar en
la ignominia; en el juego de la aparente contradicción entre la
proliferación terminológica y la censura, se desarrolla (y en oca­
siones parece resolverse) una buena parte del (aparentemente
indocumentado y con frecuencia no articulado) odio / asco / miedo
que “la homosexualidad” provoca como requisito para la cons­
titución de subjetividades legítimas. Esa nominación excluyen-
te es la condición misma de la existencia de la subjetividad del
orden.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 51

Efectivamente, resulta en apariencia contradictorio constatar


que una multitud de situaciones y experiencias plurales y diversas,
reducidas a un determinado estatuto, privatizadas, denostadas y
reprimidas, haya acabado dando lugar a una enorme cantidad de
términos para designarlas. Como veremos, esa diversidad termi­
nológica responde a la necesidad de nombrar una instancia cuya
relevancia es nueva. Al establecer el régimen de sexualidad esa
instancia como coherente, se acabará colapsando esa variedad en
un mismo y único espacio de significación e insignificancia.
Correlativamente, podemos señalar que las sociedades en las
que las realidades gays y lésbicas no son estigmatizadas, o en las que
los afectos y placeres en general no son objeto de una problemati-
zación particular, ese arsenal terminológico no parece necesario. De
este modo, la atribución generosa de nombres y la mezquina con­
cesión de espacios de autonomía (al igual que el exceso discursivo
y el silencio impuesto) son dos caras de una misma moneda. En re­
ferencia a los estudios de Margaret Mead sobre las costumbres se­
xuales de los pueblos de Melanesia y Polinesia, Roditi afirma que
en muchos de ellos «la homosexualidad se practica a gran escala
[...] sin que jamás sea mencionada o revelada explícitamente [...]
En otros, en cambio, el lenguaje, los gestos y los ritos hacen cons­
tante alusión a actos homosexuales que, sin embargo, son tabú,
prohibidos y castigados; tenemos, entonces, el derecho a creer que
tantas alusiones más o menos explícitas a un acto tabú deben re­
emplazar a éste en la vida de la comunidad, a fin de rechazar o su­
primir todo deseo personal que pudiera nacer en el individuo».^
Pero el léxico especializado no es el único que se desarrolla.
Es más, con frecuencia la terminología surge mucho antes de que

’ Roditi es otro “psicosexólogo” que, durante los años sesenta, extiende las
implicaciones de “la homosexualidad” al relacionarla no sólo con el crimen y la
enfermedad, sino con otras especies animales, con la política, la historia, el urba­
nismo. .. Básicamente, su tesis se reduce a un “mejor curar que castigar”. Roditi,
Edouard (1975), La inversión sexual (sin lugar de edición), Picazo, p. 100. La pri­
mera edición data de 1962. O, en otras palabras, «cuando más necesario es afir­
mar públicamente un principio es cuando está dejando de ser aceptado. Enton­
ces, su afirmación pública sustituye simbólicamente a su negación real y efectiva
y se reafirma simbólicamente lo que se niega en la práctica». Lamo de Espinosa,
Emilio (1989), Delitos sin víctima. Orden social y ambivalencia moral, Madrid,
Alianza Universidad, p. 153. La articulación de subjetividades en las sociedades
que no construyen “la homosexualidad” como abyección se produce, a buen
seguro, por medio de otros procesos de diferenciación y exclusión.
52 Las formas '‘espontáneas” del prejuicio

se logre un acuerdo (siempre precario) sobre su significado. La es-


pecialización sería un intento de clarificar y establecer las impli­
caciones precisas de ciertos términos. Incluso aquéllos asociados
explícitamente a un orden de saber y a una práctica social con­
cretas, pueden ser adoptados y recuperados por otros ámbitos
mucho menos articulados. En todo caso, además de los discursos
articulados, y sin que se puedan señalar ámbitos concretos de su
génesis o prácticas específicas que los expliciten (siendo unos y
otras demasiado indeterminados o diversos), surge todo un arse­
nal terminológico “popular” que designa realidades que ante­
riormente no necesitaban de tantos neologismos."
* Esa variedad de
posibles implicaciones de una realidad diversa acabará estable­
ciéndose como coherente sólo en su exclusión; un cierto margen
de libertad está abocado a una progresiva restricción hacia un
modelo único de prejuicio.
Las actitudes populares hacia las personas que mantenían re­
laciones con otras “de su mismo sexo”, pese a la escasez de do­
cumentación y de estudios que confírmen inequívocamente esta
hipótesis, no fueron abrumadoramente hostiles hasta el desarrollo
de este vocabulario y del régimen que exige la nominación de
una realidad “nueva”. La ironía o el sarcasmo (menos frecuentes
que el ensalzamiento o la indiferencia) eran las actitudes más ne­
gativas que podían encontrarse en el mundo antiguo y la Alta
Edad Media. Desde la articulación de formas de intolerancia du­
rante el siglo XIV y hasta el siglo XIX, la mayoría de las referencias
históricas provienen de procesos judiciales en los que, evidente-
Sin ánimo de exhaustividad, Giraud señala los siguientes términos popula­
res de la lengua francesa, nacidos en su mayor parte durante los siglos XVlll y XIX,
y referidos a los hombres que tienen relaciones sexuales entre sí: “tante'', “tata",
“tantouse", “tapette", 'jope”, “lopette", “lopaille", “pédale", “joconde" (todos ellos
femeninos), así como: “pédalo", “pédé", “pédoque", “enculé", “emmanché", “en-
viandé", “enfoiré”, “enfifré", “empapaouté", “empaffé", “emprosé" (términos mas­
culinos), y las expresiones: “en être", “être choux pour choux", “être de la pédale",
“aimer la terre jaune", “appartenir à la confrérie du trou du cul", “s'entraîner pour
courir le Tour de Trance", entre otros. Para la lengua francesa se puede señalar, ya
en el siglo XVIII, un léxico abundante, nacido del argot y reflejado en la literatura,
con connotaciones, en muchos casos, despectivas. Giraud, Robert (1965), Le ro­
yaume d'argot, Paris, Denoël, pp. 187-91. De entre los 174 sinónimos de “homo­
sexual” recogidos en diccionarios de slang, Chardans (1970:271) menciona algu­
nos: “wop", “fairy", “pansy", “sister", “sissy", “fag", “faggot", “queen", “queer",
“homo", “freak", “bugger". Algunos términos eran utilizados exclusivamente por la
policía: “daddy", “joker", “wolf, “apple pie", “lavender boy"...
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 53

mente, los argumentos utilizados son poco condescendientes con


los acusados?
Con frecuencia, se ha interpretado que la abundancia docu­
mental de procesos judiciales en contra de los sodomitas y la bru­
talidad de las penas aplicadas eran índices significativos de la
existencia generalizada del prejuicio. Sin embargo, si prestamos
atención a otro orden de representación, el de la creación artística
y literaria, no parece que podamos inferir ni esa hostilidad gene­
ralizada, ni siquiera ese estatuto problemático hoy en día indiscu­
tible. Y si consideramos el silencio sobre el lesbianismo, habremos
de deducir también que esa “represión” tampoco era la forma de
gestión general de las realidades lésbicas. Es evidente que una
inmensa mayoría de quienes no han tenido exclusivamente rela­
ciones heterosexuales han pasado sin pena ni gloria tanto para “el
pueblo” como para las diversas instancias de análisis y control so­
cial, Al menos en lo que se refiere a las posteriores reacciones de
prejuicio, odio y violencia. Y también parece obvio que la repre­
sión aspira a ser aleccionadora y que el castigo o el silencio tienen
una dimensión docente. Los fantasmas de la prevención absoluta
o la erradicación total no son ampliamente diseminados en el
cuerpo social hasta fechas mucho más recientes.
La estigmatización popular, cuando se manifiesta, no es la con­
secuencia inmediata del desarrollo de prácticas sexuales o de rela­
ciones afectivas. Éstas funcionan más bien (al menos hasta el siglo
XVIIl) como factor necesario pero no suficiente para desencadenar
tal proceso. La articulación de discursos que se presentan como
coherentes y que tienen vocación universal acabará por determinar
el carácter denostado de “la homosexualidad”, pero no como una
evidencia en sí misma, sino como una verdad y una necesidad que
puede (que debe) ser explicada y confrontada. La estigmatización
popular se producía caso por caso, de manera poco habitual y
5 Por ejemplo, en su estudio sobre los procesos contra los sodomitas sevilla­
nos a finales del siglo XVI y principios del XVII, Perry afirma que a menudo se in­
siste en el carácter “afeminado” de los condenados, pero matiza que en tales des­
cripciones se aprecia más una voluntad por ridiculizar a los reos que una
preocupación por la exactitud testimonial. De hecho, esta autora no descarta que
se obligara a los condenados a adornarse con pelucas, postizos y bisutería el día
de la ejecución. Por otro lado, esos rasgos no eran indicativos a priori de sodomía;
es decir, no eran ni propios ni exclusivos de los sodomitas. Perry, Mary Elisabeth
(1989), «The ‘nefarious sin’ in early modem Seville», ]ournal ofHomosexuality,
16, l/2,pp. 67-89.
54 Las formas “espontáneas" del prejuicio

sólo en presencia de factores extrínsecos a la propia relación: en la


Valencia del siglo XVII, «[la ira popular contra el marica] es cues­
tión de manera, de forma de actuar [...] Una cierta forma de vida
llevada a cabo por individuos perfectamente integrados en la co­
munidad podía go2ar del asentimiento discreto de la colectividad»
(Carrasco, 1985:110). El régimen de la sexualidad naturaliza, jus­
tifica, impulsa y propaga una poco extendida hostilidad popular
cuya promoción no tiene precedentes, y llega a establecer la vio­
lencia y el rechazo como un a priori necesario y universal.
En el refranero castellano podemos encontrar numerosas alu­
siones a los putos y sodomitas, y casi todas se refieren al castigo
impuesto: «Los que a Sodoma se pasan, cuando los asen, los
asan.» O bien: «Putos, gran cautela; qué bien oléis la quema.» O,
por último: «¡Mucho ojo; que asan carne!» Llama la atención
comprobar cómo el sujeto que articula ese saber popular no par­
ticipa ni solicita o aplaude el castigo infligido. Es más, los dos úl­
timos refranes parecen un llamamiento a la precaución o una ad­
vertencia, pero difícilmente pueden considerarse una amenaza. En
cualquier caso, se aprecia poca sorna en las expresiones y, en
cambio, hay constancia de la consternación popular que se origi­
na cuando esa sodomía se hace socialmente visible por la inter­
vención de la autoridad punitiva.
Muestra de todo ello (y de la imposición del citado régimen en
otras latitudes) es el proceso previo a la ejecución pública en la
hoguera de catorce hombres que tuvo lugar en la ciudad de Mé­
xico el 6 de noviembre de 1658. En dicho proceso fueron llama­
das a testificar una mujer mestiza (que dio origen a la persecución
del “pecado nefando”), y que en su testimonio mostraba más cu­
riosidad que escándalo; «Doña Melchora de Estrada que hospe­
daba a uno de los inculpados y a sus amantes», así como «los
dueños de pulquerías que frecuentaban 'indios vestidos de mu­
jer’». A pesar de la ausencia de indignación que se aprecia en tales
testimonios, el alto número de personas inculpadas, la abundancia
de referencias al suceso y el detalle que éstas muestran, son indi­
cios claros de «la extraordinaria relevancia del acontecimiento
que percibieron los contemporáneos».^ Así, la intervención judi-

Gruzínski, Serge (1985) «Las cenizas del deseo. Homosexuales novohispa-


nos a mediados del siglo xvii», en Ortega, Sergio (comp.) (1985), De la santidad a
la perversión. O de por qué no se cumplía la ley de Dios en la soáedad novohispana^
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 55

cial establece unas actitudes que no estaban, en modo alguno,


generalizadas. Tras una aparente “reacción popular” empiezan a
aparecer instancias instigadoras.

1.1. EL ESPACIO INCIERTO ENTRE EL TABÚ Y EL INSULTO.


LA FEMINIZACIÓN DE LO EXCLUIDO

«Porque en fin, muchas damas me lo han dicho; no hay sino los


hombres, y sólo a falta de ellos, les sirven estas fricarelas, pues si
los hallaran a propósito y sin escándalo, plantarían a sus com­
pañeras para ir a ellos y saltarles al cuello.»^
Brantôme, 1665

«Celebramos a todas las jotas, putos, ambidestros, patas, mari­


quitas, lunáticos, manfloras, marimachas, divas, vestidas, niñas
y niños, locas, tortilleras, maricas, homeboys, partidos, queenas,
pervies, bûchas, patos, camp echón as, areperas, queers, ñocos,
zapatonas, rosquetes, lesbianas, cabros, buchonas, jotos, chotos,
gallitos, cholitas, los benditos, cachaperas, frutas, mariposas, dy-
kas, compañeros, corruptos, bandoleras, gansos, mujeres de
calle, palomas, papaya eaters, homegirls y pervertidos que han
resistido, luchado y sobrevivido en nuestra vida loca.»
Proyecto Contrasida Por Vida (San Francisco), 1994

México, Gríjalbo, pp. 265 y 259. Pese a lo que este proceso da a entender, en
América, fueron relativamente pocos los indios condenados por sodomía, sobre
todo si tenemos en cuenta la generalidad con que tales prácticas se atribuían en
diversas crónicas a toda la población autóctona. Este dato remite al argumento se­
gún el cual la atribución de la sodomía funcionaba más como criterio de estable­
cimiento de una alteridad y como argumento que permitía postular una diferen­
ciación étnica que permitiera considerar tales pueblos como inferiores, y a partir
de la que construir la propia especificidad. Bleys, 1996:36.
’ Un extracto de Las damas galantes de Brantôme aparece en W.AA. (1971),
Loí homosexuales, Buenos Aires, Minerva, pp. 43-44. Esta anónima antología de
textos (según se puede leer en la contraportada), «procura ser un muestrario des­
prejuiciado [... ] El resultado ha sido un libro excento [r/c. ] de morbosidad gra­
tuita, destinado a aportar elementos para la mejor comprensión y estudio de un
hecho triste pero de existencia inocultable». El texto completo, Les Dames Ga­
lantes, está editado en París, (Librairie Générale Française, 1990). El libro, pu­
blicado por vez primera en 1665 (medio siglo después de la muerte de su autor),
cuenta recuerdos, anécdotas, rumores y acontecimientos que de la corte y la
aristocracia francesa de finales del siglo XVI guardaba éste, y muy particular­
mente los referidos a la vida íntima de las damas.
56 Las formas '"espontáneas'’ del prejuicio

El régimen de sexualidad acabará por confirmar el modelo pa­


triarcal que ya en tiempos de Brantôme ignoraba el placer entre
mujeres o lo reducía a “frotamientos” en espera de poder saltar­
le al cuello a “un hombre”. “La sexualidad” se constituirá final­
mente como interacción entre un hombre y una mujer, y todo lo
que se salga de ese modelo será despreciado o reprimido. Esas
damas darán paso a un amplio catálogo de identidades hetero­
doxas. La lista de nombres que sigue (una auténtica antología de
la trascendencia en América de la profusión terminológica) tiene,
en la mayor parte de los casos, connotaciones exclusivamente
injuriosas. En otros casos, sus implicaciones son quizá más am­
plias (podrían ser, incluso, términos utilizados de manera cari­
ñosa). En cualquier caso, la intención del grupo de San Francisco
es evidentemente subversiva: el mero hecho de pronunciarse, de
referirse a sí mismo/a, echa por tierra la exclusiva prerrogativa
de la instancia no marcada a la hora de atribuir nombres. Y ade­
más, el hecho de designarse en clave de celebración, anula la ne­
cesaria atribución de un carácter problemático a “la homose­
xualidad”.
El carácter injurioso de la abundante terminología señalada
acaba por referirse más a una condición (es decir, a una “esencia
social” específica construida o desvelada, pero con una significa­
ción impuesta) que a una serie de actos (al desarrollo de determi­
nadas prácticas sexuales).® La aversión hacia los “gays” y las “les­
bianas” como fenómeno socialmente generalizado surge de la
constitución de esta esencia social específica y diferenciada. Una
entidad y una coherencia que serán establecidas y explicadas
como definitivas a partir de la evolución de un discurso de tipo
científico que llevará la diferencia hasta lo más profundo de la psi­
que o hasta la insondable estructura genética, dimensiones donde

® Así por ejemplo, la relación sexual entre dos hombres, siempre y cuando
ésta no tenga implicaciones para la identidad social de los individuos, puede
aparecer en la literatura erótica hasta fechas relativamente recientes sin connota­
ciones particularmente peyorativas. Un ejemplo de ello aparece en el libro de
ApoUinaire, Las once mil vergas (1983, Barcelona, Laertes), publicado por primera
vez de forma clandestina en 1907. En la actualidad, no obstante, la práctica pue­
de ser considerada como indicio suficiente y manifestación necesaria de una
esencia íntima. La construcción del lesbianismo no se realiza nunca a partir de la
práctica sexual entre mujeres, habida cuenta la ignorancia generalizada de las po­
sibles manifestaciones de la sexualidad lésbica.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 51

todas las incoherencias y contradicciones de ese proyecto se re­


suelven en la unicidad de sus efectos excluyentes. Si el régimen de
la sexualidad hoy vigente no es el mismo que el que imperaba an­
tes del siglo XVIII, ello se debe a que, en el contexto previo al de­
sarrollo de ese discurso científico, esa “esencia” era imposible de
establecer.
La terminología popular pasa inadvertidamente de designar
individualidades a señalar tipos específicos, y al ser esos tipos es­
tablecidos como denostados, los términos se vuelven injuriosos.
«El insulto, como la nominación, pertenece a la clase de actos de
institución más o menos fundados socialmente, por medio de los
cuales, un individuo, actuando en nombre propio o en nombre de
un grupo más o menos importante numérica y socialmente, noti­
fica a alguien que tiene una u otra propiedad, haciéndole saber al
mismo tiempo que debe comportarse en conformidad con la
esencia social que le es así asignada.»’ El desarrollo de una abun­
dante terminología con connotaciones progresivamente ofensi­
vas pone de manifiesto, según Bourdieu, una serie de fenómenos:
la asignación de una “esencia social” a una persona o grupo de
personas; asignación que realiza otra persona o grupo que presu­
pone un consenso general en lo que se refiere a las implicaciones
sociales que de ella se derivan.
Este consenso sobre la atribución de una esencia a un grupo
determinado es una construcción ficticia que, como parte de un
marco de referencia comunitario, pretende ser universal. Al cons­
tituirse como instancia marcada y determinada desde fuera en
términos represivos, “la homosexualidad” pasa a ser intocable. No
sólo se hará lo que haga falta para no caer en el punto de mira de
quienes han establecido “la homosexualidad” como prisma de
análisis de las relaciones entre dos (o más) mujeres o entre dos (o
más) hombres. Además, aun cuando una persona se sienta, se
considere y se manifieste perfectamente integrada en el modelo
heterosexual, tampoco podrá cuestionar ese prisma distorsionador
sin arriesgar su integración en la comunidad no marcada. En pa­
labras de Freud, cuyo análisis sobre el tabú subyace a estos argu­
mentos, «el hombre que ha infringido un tabú se hace tabú, a su
vez, porque posee la facultad peligrosa de incitar a los demás a se-

Bourdieu, Pierre (1982), Ce que parler veut dire: l'économie des échanges lin­
guistiques, Paris, Fayard, p. 100.
58 Las formas '^espontáneas'" del prejuicio

guir su ejemplo»?
* ’ Cualquier cuestionamiento público del signi­
ficado social de “la homosexualidad” supone una desvinculación
personal con respecto a ese marco colectivo de referencia simbó­
lica en el que aquella entelequia denostada tiene vigencia.
En pocas palabras: no se puede caer en el esquema reductor y
represivo que está socialmente establecido sin pasar a ocupar, en
cualquier contexto, una posición radicalmente subalterna. Es de­
cir, una mujer no puede desear o amar a otra sin que ese senti­
miento o ese deseo no la constituyan (social, política, cultural­
mente), a los ojos del mundo, como “homosexual”. Pero, además,
tampoco se puede cuestionar públicamente esa esencia social de­
terminada y opresiva sin correr el riesgo de pasar a ser considera­
do, también, como instancia marcada por el estigma. Es más: una
integración precaria en virtualmente cualquier grupo podrá ser re­
forzada a través de la confirmación del estereotipo y de la acepta­
ción de su validez. La ostentosa demostración práctica de las im­
plicaciones asignadas (el chiste, el insulto, la agresión física a la
instancia señalada...) es la prueba irrefutable de pertenencia a
una instancia determinada.
Los términos castellanos “marica”, “bujarrón”, “nefandario”,
“bardaje”, “sodomita”, “puto”, “somético”, “puñetario” o “ca­
balgado”, entre otros, como señala Carrasco (1985), eran de uso
común en Valencia durante el siglo xvii. En tanto en cuanto son
el reflejo de procesos de constitución de esencias ficticias, son
susceptibles de redefinición o de substitución por otros de nuevo
cuño. Pero también son, además, susceptibles de desaparecer si
quedan vacíos de contenido, si la realidad (o la ficción) que de­
signan deja de ser destacable o si se vuelve demasiado incoheren­
te. De hecho, a excepción de los dos primeros, los demás prácti­
camente han desaparecido. Las connotaciones negativas se han
concentrado en los términos aún en uso, mientras que otras posi­
bilidades de manifestación del prejuicio se canalizan a través del
vocabulario complementario de los saberes articulados. La di­
versidad (o incluso el localismo) parecen haberse perdido.

Freud, Sigmund (1984), Tótem y tabú, Madrid, Alianza, p. 48. Quizás es


por ello que, en la mayoría de los estudios sobre “la homosexualidad”, los autores
sienten la imperiosa necesidad de aclarar, desde las primeras páginas, que ellos
“no son homosexuales”. Tal precaución señala la sospecha que se cierne sobre
cualquiera que muestre su interés por “este tema”. Las autoras, por lo general, no
afrontan esa necesidad de justificación.
Ser o no ser. Profusión terminológicú y censura selectiva 59

Cuando estas palabras fueron acuñadas, los conceptos a los


que hacían referencia estaban poco determinados. A diferencia de
la terminología propia de discursos más elaborados, los térmi­
nos “populares” están sujetos a interpretaciones diversas que na­
die se preocupa por ordenar o clarificar; están más sujetos a mo­
das que a procesos institucionales; en suma, tienen una existencia
precaria. La construcción de las determinaciones de un término
concreto es un proceso en el que constantemente se confirma,
complementa o modifica el significado que se le atribuye. Las
connotaciones de esa terminología impuesta evolucionan parale­
lamente a las implicaciones sociales de la instancia a que se refie­
ren. Todas estas palabras responden, por lo general, a actos de no­
minación guiados por estrategias de constitución de una realidad
ajena como instancia denostada. Por ello, resulta muy difícil que
en el devenir de las connotaciones de un término preciso, éstas pa­
sen a establecerse en términos positivos. Ahora bien, como ya se
ha comentado, nada impide que se haga un uso subversivo de los
insultos. Como veremos más adelante, nada impide tampoco que
se establezca un aparato de conceptos que designen la propia vi­
sión del mundo.
Las mujeres, y en particular las lesbianas, están también (como
los gays) inmersas en esta maraña de implicaciones y sobredeter­
minaciones, de designación exhaustiva o de silencio absoluto.
Pero el lesbianismo da lugar a una menor proliferación de termi­
nología. De hecho, el término “lesbianismo”, pese a remitir a la
Antigua Grecia, tan sólo empieza a ser de uso corriente en los
“medios cultivados” a partir del siglo XIX.*^ Así, cuando el régi­
men de intercambios corporales se define, también se establecen
las formas de apropiación de las instancias marcadas por parte de
los ámbitos de dominación. El modo de apropiación ejercido por
el régimen patriarcal de imposición del hombre sobre la mujer

El léxico popular francés ha establecido otros vocablos: “gouine'\ “gousse \


*g' oudou", "gougnotie” (términos femeninos), y las expresiones “aimer PaiP, “être
de la maison tire-houchon”“être de la garde nationale' fGiraud, 1965). De éstos,
buena parte han caído en desuso, como el término “tríbada” que, según explica
Brantôme, «es un vocablo derivado del griego, que significa fricare, fregar, frotar,
restregarse, y tríbadas se llaman a las que hacen h^fricarela en oficio de donna con
donna» (VV.AA., 1971:42). Además de los mencionados en la cita que abría
esta sección, podemos mencionar otros términos populares castellanos como
“tortillera” y “bollera”.
60 Las formas "espontáneas" del prejuicio

será, en cierta medida, la base de la apropiación de “la homose­


xualidad” como nueva instancia denostada. Así, el gay se asimila a
la mujer en tanto que instancia señalada desde la posición de po­
der hetero-patriarcal. El lesbianismo, como realidad paradójica en
el seno de la construcción de las implicaciones del “ser mujer”
será, en general, ignorado.
El régimen patriarcal establece la existencia de la mujer en re­
ferencia a la existencia del hombre (Eva es la costilla de Adán). La
mujer sólo existe (económicamente, artísticamente, jurídicamente,
políticamente... y, por supuesto, sexualmente) en su relación con
el “hombre”, con el “macho”. Es éste quien impone sus criterios
en el espacio público y quien, además, articula los discursos he-
gemónicos. De este modo, de la imposición del hombre sobre la
mujer se pasa a la feminización de la instancia denostada. Histó­
ricamente, esta feminización de cualquier instancia destinada a so­
metimiento, puede ilustrarse con un ejemplo revelador. Los ám­
bitos destinados a ser literal o simbólicamente penetrados,
apropiados, conquistados o explotados ya se identifican con refe­
rentes asociados a las mujeres desde el siglo XVI. En los años de
los grandes descubrimientos se popularizó en Europa una multi­
tud de representaciones entre cartográficas y artísticas del “Nue­
vo Mundo”. En dichas representaciones, aquellas tierras de pro­
metedoras posibilidades eran simbolizadas con la figura de una
mujer desnuda, virgen y fértil, en espera de los conquistadores.
A partir del siglo XVIII, no son ya sólo las geografías, sino que son
los pueblos no blancos en su conjunto (y en particular sus hom­
bres) los que son feminizados.^^
Evidentemente, en este régimen onanista masculino en el que
“el hombre” está en el centro y en el que todo gira a su alrededor,
la lesbiana ocupa una posición delicada. Lo más común es que la
lesbiana no ocupe lugar alguno; que, sencillamente, se desconoz-

Montrose, Louis (1992), «The work of gender and sexuality in the Eliza­
bethan discourse of discovery», en Stanton, Domna C. (comp.), 1992. Sobre el
“afeminamiento” de las razas no blancas en el discurso colonial, Bleys, 1996. Un
ejemplo bastante más reciente de feminización / penetración / sometimiento lo
constituyen unas imágenes metafóricas utilizadas por Jean Paul Sartre. El filóso­
fo francés reproduce en £/ ser y la nada esta identificación de “lo femenino” con
un agujero, sirviendo la penetración como imagen ilustrativa de la relación de co­
nocimiento. Mangeot, Philippe (1992), «Ton corps est un champ de bataille»,
Cahier de Résistancesy 6 (julio-septiembre 1992), pp. 21-26.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 61

ca o se ignore su existencia con la misma “naturalidad” con que se


establece “la aversión” hacia los gays. «Durante mucho tiempo a
los europeos les ha costado admitir que las mujeres pudieran sen­
tirse atraídas por otras mujeres. Participaban de una noción falo-
céntrica de la sexualidad: las mujeres podían sentirse atraídas por
los hombres, y los hombres podían sentirse atraídos por los hom­
bres, pero nada en una mujer podía despertar los deseos sexuales
de otra mujer.» Consideradas en su dimensión científico-médica,
o en una dimensión moral o ideológica, las relaciones lésbicas
son consistente (y, a menudo, afortunadamente) banalizadas. El
mismo Lorulot que ya ha sido citado anteriormente escribía: «es
probable que la homosexualidad femenina constituya una tara
degeneradora menos profunda y menos grave que el uranismo
masculino y es indudable, además, que sus repercusiones en la
vida moral y fisiológica del individuo son mucho menos impor­
tantes».^’
Pero incluso cuando se llegan a concebir las relaciones lésbi­
cas, “el hombre” se las arregla para seguir estando presente de di­
versas maneras. Las relaciones entre mujeres pueden ser conside­
radas como una estrategia de mantenimiento de la virginidad,
como sucedáneo de satisfacción en espera del placer “de verdad”
o de desarrollo y perfeccionamiento de técnicas eróticas en espe­
ra del “macho” y para su particular satisfacción. Otro posible ra­
zonamiento puede explicar el sexo entre mujeres como emulación
de los valores masculinos; como imitación de lo que (en cual­
quier caso) no puede dejar de desearse. Esta alienación por parte
de los hombres heterosexuales del placer entre mujeres llega has­
ta el punto de su recuperación como referente erótico a través de
la pornografía u otras formas de “voyeurismo”. Para MacKin-
non, “lesbiana” es una «categoría de la pornografía masculina».
Esta autora llega a afirmar que incluso la reivindicación y la visi­
bilidad lésbicas, o cualquier manifestación de autonomía deseo-

Respectivamente, Brown, Judith C. Afectos vergonzosos. Sor bene­


detta: entre santa y lesbiana^ Barcelona, Crítica, p. 13 y Lorulot, André (1932c),
«Perversiones y desviaciones del instinto genital. La inversión en la mujer», Ini­
ciales, 9, septiembre de 1932. Artículo reproducido en Cleminson, 1995. Con su
estudio sobre Sor Benedetta, Brown inicia una aún incipiente línea de investiga­
ción que parte de la hipótesis de que, en algún momento de la Historia, debe ha­
ber habido lesbianas. Una estrategia intelectual que se basa implícitamente en la
necesidad de rescatar esas historias silenciadas.
62 Las formas espontáneas” del prejuicio

nectada de intención erótica, son susceptibles de recuperación


como referentes pornográficos
De lo que cabe deducir que el régimen (patriarcal) de la se­
xualidad impone un colapso del lesbianismo en “la homosexuali­
dad”: no hay dos sexos o dos modos de representación de lo se­
xual, sino sólo uno, el masculino (y heterosexual), en función del
cual debe definirse cualquier otra posibilidad. Es lo que Luce
Irigaray denominó hommo-sexualilé u hom(m)osexualité (a partir
del término homme, hombre), y lo que De Lauretis califica de
(in)diferencia sexual. La construcción del erotismo y el deseo en
función del falo y el establecimiento de éste exclusivamente a
partir de la genitalidad masculina forman parte de este proce-
so.^5
La única sexualidad posible (representable, concebible) es la
que tiene al hombre “de verdad” como único protagonista; la
que lo confirma como único sujeto autónomo. Además, el pa­
triarcado facilita la feminización de las instancias denostadas. Por
último, el sujeto interacciona, se apropia, penetra dichas instan­
cias; las recupera como objetos eróticos. Las formas de apropia­
ción, de ejercicio explícito de la dominación son siempre violen­
tas. Así lo expresa Mieli, un activista gay italiano: «Se es del otro
sexo si se es utilizado como agujero. Es decir, aplicando absurdas
categorías heterosexuales a la homosexualidad, esa concepción de­
nuncia su propio carácter obtusamente machista y revela que la
misma heterosexualidad se basa en la negación de la mujer (y
que la heterosexualidad masculina se hace coincidir con el rol
del que jode). El otro sexo (la mujer) es agujero: resulta irrelevante
que este agujero pertenezca al cuerpo de una mujer o al de un
hombre, pues en tanto que agujero es vacío, es nada.»^^ La tan mi-

MacKinnon, Catherine A. (1992), «Does sexuality have a history?», en


Stanton, Domna C. (comp.), 1992:135.
Irigaray, Luce (1977), Qe sexe qui n’en est pas un, París, Minuit y De Lau-
retis, Teresa (1993), «Sexual indifference and lesbian representation», en Abelo-
ve. Barale y Halperin (comps.), 1993.
Mieli, Mario (1979), Elementos de crítica homosexual, Barcelona, Anagra­
ma, p. 213. La utilización de la fisiología como exclusivamente penetradora su­
pone una limitación y una renuncia, que forman parte de la masculinidad y, en
general, de los roles de género que el régimen de afectos y placeres impone. «Se
deviene misógino cuando se mata a la mujer existente en cada cuerpo, cuando el
andrógino es asesinado. Todo misógino se odia, en primer lugar, a sí mismo.»
Senosiain, Serafín (1981), El cuerpo tenebroso, Valencia, Pre-Textos, p. 73.
Ser o rio ser. Profusión terminológica y censura selectiva 63

sógina como obtusa y estereotipada construcción del afemina-


miento como referente esencial de “la homosexualidad masculi­
na” resulta funcional en tanto en cuanto asocia a los gays con
otra categoría social denostada: las mujeres. Resulta poco sor­
prendente que la mayor ofensa para un hombre sea compararlo
con una mujer, y que en muchos idiomas el insulto sea, simple­
mente, un nombre de mujer: Marica en castellano, Mary^ Mary-
Anne, Molly, Nancy o Nelly en inglés, Checca {Francesco) en ita­
liano, Adelaida en portugués...
Si, como ya he observado, se impone la investidura de los
cuerpos con un sexo, actuando tal sexualización como principio
de inteligibilidad esencial del sujeto, este sexo, en su manifesta­
ción “positiva”, tiene como referente básico la genitalidad “mas­
culina”. El sexo “femenino” es una imagen en “negativo” de éste;
el primero se constituye simbólicamente como proyección, ex­
plosión, fuerza, mientras que el segundo se significa como inyec­
ción, implosión, impotencia. Así, las relaciones entre hombres
son intolerables porque suponen la falta de proyección en (al me­
nos) uno de los participantes, pero no dejan de ser concebibles.
Entre mujeres, al contrario, una relación sería considerada como
doble negatividad lo cual, unido al supuesto teórico de impres­
cindible pero imposible penetración, hacen del lesbianismo algo
inconcebible. «Llegados a este punto, cabría plantearse si el dis­
curso público hegemónico calificaría tan siquiera de sexo a la se­
xualidad lèsbica. La pregunta: ‘¿Pero qué es lo que hacen?’ podría
interpretarse como ‘¿Seguro que hacen algo?’» (Butler, 1995:11).
El acto de penetración física o simbólica es así constituido
como la esencia de la práctica masculina (hasta el punto de con­
vertirse en la única concebible) e investida de toda una serie de
implicaciones desiguales: la superioridad, el poder, la fuerza o la
iniciativa son asociadas a quien penetra; son manifestaciones ne­
cesarias de su “esencia masculina”. En el contexto del presente ré­
gimen de placeres se mantiene un criterio bien anterior: «ser pe­
netrado es abdicar del poder». La imposición de la llamada
“postura del misionero” en las comunidades occidentalizadas
ilustra cómo el acto de penetración heterosexual por sí mismo, en
caso de que “el hombre” estuviera bajo la mujer, podía concebir­
se como contradictorio con el papel “masculino”. Así, en el pre­
sente, como escribe Bersani, «para la mujer, el hecho de estar
ocasionalmente encima se reduce a un modo de permitirle que
64 Las formas espontaneas" del prejuicio

juegue al poder durante un rato, aunque —como las imágenes del


cine porno ilustran de manera harto efectiva— incluso estando
debajo, el hombre puede todavía concentrar su agresividad, fal­
samente abandonada, en el movimiento de embestida de su
pene»?’
La relación (hetero) sexual se convierte a menudo más que en
una forma de placer o comunicación afectiva con otra persona, en
la escenificación ritual de un acto de dominación y subordinación,
cuyas implicaciones van más allá de la práctica o el gozo que de
ella se puede derivar. Unas implicaciones que, claro está, pueden
estar presentes también en las relaciones lésbicas o gays aunque,
en este caso, no están directamente relacionadas con un régimen
de poder equiparable al que sitúa al “hombre” sobre la “mujer”.
De ahí que, como señala Wittig, pueda afirmarse que una lesbiana
no es una mujer o, correlativamente, que un gay no es un hombre:
«La renuncia a llegar a ser (o a seguir siendo) heterosexual siem­
pre ha significado una renuncia a llegar a ser hombre o mujer.»^^
Así, una crítica feminista pondría en cuestión los presupuestos
en que se basa Foucault al establecer su Historia de la sexualidad.
Para MacKinnon, el punto de partida tiene ya un sesgo masculino,
dado que se afirma el placer como elemento consubstancial de las
relaciones sexuales. De este modo, se minimiza (o directamente se
ignora) el potencial de violencia y de degradación no consentidas
ni placenteras, sino infligidas, como posibles factores que estruc­
turan los intercambios corporales. Por otro lado, tales historias
presuponen una evolución de la sexualidad o de sus manifesta­
ciones, mientras que, como señala MacKinnon, la imposición y el
abuso, la misoginia, la violación, el acoso, la prostitución forzada
y la pornografía, evolucionan, decididamente, a un ritmo dife­
rente.^^

Bersani, Leo (1995a), «¿Es el recto una tumba?», en Llamas (comp.),


1995b: 101 y 106.
Wittig, Monique (1993), «One is not bom a woman», en Abelove, Barale y
Halperin (comps.), 1993, p. 105.
’’ MacKinnon, 1992. Más que afirmar una evolución más lenta, esta autora
postula el carácter constante de las manifestaciones de opresión de las mujeres
por parte de los hombres. MacKinnon, profesora de derecho en la Universidad de
Michigan, es una figura altamente controvertida en el seno del activismo feminista
y lesbiano. Junto con Andrea Dworkin elaboró a principios de los años ochenta
propuestas legales en las que se definía la pornografía como una violación de los
derechos civiles. En defensa de estas propuestas se alinearon los sectores políticos
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 65

La mayoría de las sociedades y culturas que se han desarro­


llado a la sombra del patriarcado, han denostado y feminizado los
valores que cuestionan este imperio de la fuerza masculina. La de­
bilidad es un elemento indeseable desde las concepciones de la
vida como supervivencia en un mundo hostil. Pero si bien estos
prejuicios han existido y perviven en buena parte de las socieda­
des, desde el siglo XIX han sido superados en favor de una con­
cepción esencialista que pasa por encima del requisito de una
debilidad evidente. Del mismo modo, desde hace tan sólo unas
décadas, todo el sistema se ve cuestionado, no sólo por el movi­
miento feminista y el de gays y lesbianas sino, incluso, por aque­
llos que intentan redefinir (o redimir) “la masculinidad’* a partir
de nuevas bases.^®
Hasta aquí he revisado las formas de existencia de lo que ha
acabado por constituirse como “la homosexualidad” a través del
desarrollo de una abundante terminología específica y del esta­
blecimiento de sus implicaciones en un contexto patriarcal. Esta
se define como una instancia marcada, susceptible de ser recupe­
rada desde posiciones de poder como “objeto” de sometimiento,
escarnio o agresión (los gays), o como referente inocuo o porno-

más conservadores, mientras que en su contra se manifestaron posturas feminis­


tas que consideraban que con ello se degradaba cualquier sexualidad de las mu­
jeres (incluyendo el lesbianismo) que se apartara del modelo heterosexual-fami-
liar-procreativo. La pornografía es así considerada como la metáfora de la
cosificación, degradación, discriminación y violencia ejercida contra las mujeres
por un régimen patriarcal. Pero ni toda representación sexual es necesariamente
degradante o violenta, ni dejan de serlo muchas otras no explícitamente sexuales.
En última instancia, «este análisis implica que el sexo heterosexual es en sí mismo
sexista, que las mujeres no participan en él por su propia voluntad y que el com­
portamiento placentero para los hombres es intrínsecamente repugnante para las
mujeres». Duggan, Lisa; Hunter, Nan D. y Vanee, Carol S. (1995), «False pro­
mises: Feminist antipomography legislation», en Duggan, Lisa y Hunter, Nan D.
(comps.) (1995), Sex wars. Sexual dissent and political culture, Nueva York y
Londres, Routledge, p. 51.
A este respecto, se puede consultar Kimmel, Michael S. (comp.) (1987),
Changing men. New directions in research on men and masculinity, Newbury
Park, California, Sage. Hay que reconocer el denodado esfuerzo que realiza
Marqués por redefinir (y revalorizar) la masculinidad a partir de bases menos pa­
triarcales. Marqués, Josep-Vicent ( 1991 ), Curso elemental para varones sensibles y
machistas recuperables, Madrid, Temas de Hoy. Como veremos, las iniciativas que
pretenden mantener “la masculinidad” tal y como está (o a “las mujeres” en “su
sitio”) son mucho más abundantes y poderosas.
66 Las formas '^espontáneas" del prejuicio

gráfico (las lesbianas). En todo caso, dicha apropiación es un


acto de violencia. Como hemos visto, las posibilidades inherentes
a los términos “populares” con los que se marcan realidades aje­
nas son susceptibles de evolución; están menos atados a sistemas
de pensamiento, a discursos y a instituciones. Un proyecto de
autonomía y liberación propondrá un “radical no ser” en el mar­
co opresivo de los referentes establecidos y, al revés, un “ser ra­
dical” en la constitución y el desarrollo de las implicaciones de los
propios placeres. Es éste un postulado a tener en cuenta aunque,
como veremos, deberá ser matizado para hacer de él un instru­
mento mínimamente operativo. Y para que en esa “liberación” no
se reproduzcan poderes y prácticas de exclusión similares a los
que se pretendía combatir.

1.2. CÓMO PUEDE SER. UN RÉGIMEN


DE REPRESENTACIÓN SELECTIVO

«La cultura oficial no ha sido parca en el reconocimiento de los


méritos de la mayoría de los miembros de la generación del 27,
aunque se haya mostrado olvidadiza con respecto a Juan Gil-
Albert, Cernuda, Prados y García Lorca por motivos más o
menos oscuros.»^^
ÁNGEL SAHUQUILLO

«Los principales museos de Nueva York, por no hablar de


otros museos del país, son culpables de este tipo de apoyo cul­
tural selectivo y de esta negación. Hacer invisible cualquier
tipo de imagen sexual diferente de las fantasías eróticas mas-
culinas blancas heterosexuales es una práctica común.»^^
David Wojnarowicz

“La cultura oficial” y “los museos” parecen constituir entidades


dotadas de una cierta dimensión institucional. En ambos casos, se­
gún afirman Sahuquillo y Wojnarowicz, ha tenido lugar (o aún se

Sahuquillo, Ángel (1991), Federico Garda Lorca y la cultura de la homose­


xualidad masculina, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil Albert, p. 17.
Wojnarowicz, David (1991), Close to the knives. A memoir of désintégra­
tion, Nueva York, Vintage, p. 119.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 67

practica) una especie de selección que deja los referentes lésbicos


y gays (o cualquier cosa que pudiera remotamente parecérseles)
en un segundo plano, por no decir en la más absoluta inexistencia.
Que la cultura oficial sea “olvidadiza”, que los museos practi­
quen la “negación” o que los motivos que los impulsan sean “os­
curos”; todo ello incide en la apariencia escasamente reflexiva
de tales actitudes. La reflexión a partir de la que se establecen esas
exclusiones pocas veces se hace pública.^^
La constitución de “la homosexualidad” como una instancia
en apariencia coherente e indiscutiblemente subalterna, requiere
que cualquier iniciativa de representación de las realidades lésbi-
cas o gays sea incomprensible; que sus imágenes o símbolos sean
imposibles de compartir. Esa ilegitimidad basta para hacer desa­
parecer buena parte de los referentes. Pero cuando esas vidas se
obstinan en manifestarse, dicho orden exige la erradicación de las
representaciones de autonomía. El régimen de la sexualidad im­
plica, pues, un determinado “régimen de representación” que no
deja lugar a la articulación pública de las realidades lésbicas y
gays y que establece criterios incluso para las recreaciones de “la
homosexualidad”.2' * Los actos de erradicación de los referentes
que cuestionan una determinada “normalidad sexual” y una
coherencia social son las manifestaciones más palpables de este or­
denamiento de los referentes públicos. Sin embargo, éstos sólo
constituyen sus intervenciones excepcionales. De manera mucho
más cotidiana, dicho régimen opera por medio de las concepcio­
nes incuestionadas sobre “el buen gusto” que en las sociedades
occidentales dejan las referencias a los afectos o los placeres no
heterosexuales fuera del ámbito de lo enunciable.
La censura es un instrumento útil para el establecimiento de
un determinado régimen de representación. Sin embargo, no es
En ocasiones, sólo distanciándose del propio país puede denunciarse el os­
tracismo a que artistas lesbianas y gays son sometidos. El escritor cubano Rei­
naldo Arenas no desaprovechó ocasión alguna desde que salió de la isla para se­
ñalar la hostilidad de la “cultura oficial” hacia escritores gays como Lezama
Lima o Virgilio Piñera. Arenas, Reinaldo (1994), Antes que anochezca, Barcelona,
Tusquets,
Diversos ejemplos de las formas de representación de “la homosexualidad”
que son autorizadas por un determinado régimen de la representación (de la te­
levisión al cine, de la prensa informativa a la publicidad..,) aparecen analizados
en Llamas, Ricardo (1997a), Miss Media. Una lectura perversa de la comunicación
de masas, Barcelona, Ediciones de la Tempestad.
68 Las formas "espontáneas’’ del prejuicio

una invención del régimen de sexualidad que se impone de modo


patente a lo largo del siglo XIX. De hecho, existen numerosos
ejemplos anteriores que en algunos casos han supuesto un intento
de destrucción de toda huella. La mayor parte de la poesía de Safo
de Lesbos que ha llegado hasta el presente, y que constituye un
5% aproximadamente de lo que pudo escribir, es el fruto de los
descubrimientos arqueológicos de finales del siglo XIX (en Egipto
fundamentalmente). Su obra (con frecuencia citada y admirada
por los clásicos) fue quemada por dos Gregorios: santo el prime­
ro, que ordenó la primera purga en el año 380; pontífice el se­
gundo (Gregorio VII), que repitió la quema en 1073. Los intentos
por hacer desaparecer absolutamente la obra sáfica ilustran una
estrategia destinada a poner fin a las posibilidades de articulación
de referentes lésbicos. Entre los censores de Safo y la actualidad se
puede establecer una continuidad patriarcal en lo que a la expul­
sión de las mujeres de los ámbitos de expresión pública y artística
se refiere.^’
Por el contrario, la poesía erótica intermasculina, muy abun­
dante en la Europa del siglo XII, no afronta, hasta los albores del
Renacimiento, reacciones tan hostiles. Dicha hostilidad no conse­
guirá, en todo caso, hacerla desaparecer absolutamente. A partir
de la Contrarreforma, no obstante, las prácticas de censura se
desarrollan y sofistican. La evolución de las formas de oculta-
miento de referentes no es ajena, evidentemente, a la invención de
la imprenta y al paulatino acceso de la población a la lectura y a
otras formas de consumo de información y de elementos icono­
gráficos. Las nuevas y cada vez más eficaces formas de producción
y distribución de palabras e imágenes exigen formas de control
hasta entonces inexistentes. Unas formas de control que, en oca­
siones, dejarán esa aparente espontaneidad para pasar a estructu­
rarse formalmente en términos legales.
En general, lo que se prohíbe es el producto susceptible de al­
canzar una audiencia amplia, es decir, aquél que pudiera desen­
cadenar un proceso de dimensiones públicas. Cualquier subjeti­
vidad manifiesta puede considerarse como potencial desenca­
denante de un proceso de este tipo. Pero además de la amplitud

2’ Sobre la influencia de los referentes sáficos en la constitución reciente de


un imaginario lesbiano, se puede consultar Bonnet, Marie-Jo (1995), Les rélations
amoureuses entre les femmes, París, Odile Jacob.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 69

de una determinada audiencia, lo que se persigue es la posibilidad


de que ciertos referentes estructuren una colectividad; de que
autoricen o impulsen una determinada vertebración social que
pueda fundamentarse a partir de símbolos ajenos al orden sexual
impuesto en esa comunidad. “La audiencia” se constituye enton­
ces como una entidad coherente en la que la diversidad afectiva o
sexual está proscrita (Llamas, 1997a).
Esta restricción de la audiencia y esa posibilidad proscrita de
establecer “contra-públicos” puede también operarse por el uso
de cultismos. Así, las referencias sexuales podían aparecer en los
textos médicos traducidas al latín (como sucedía, por ejemplo, en
la Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing), de modo que sólo eran
comprensibles para las personas versadas en lenguas clásicas. En
las batallas que en el terreno judicial se libraron durante los años
sesenta en los Estados Unidos contra del ejercicio de la censura,
uno de los principales argumentos que justificaba las sentencias
favorables a la libertad de expresión era, precisamente, este ca­
rácter antidemocrático implícito en toda práctica de limitación de
audiencias.2^
Como ya he señalado, el desarrollo de una abundante termi­
nología referente a “la homosexualidad” no es sino la cara visible
de un proceso de ocultamiento y distorsión de mayor alcance. Si
las relaciones entre hombres y entre mujeres entran a formar par­
te del lenguaje popular y si (como veremos) dan pie a toda una se­
rie de discursos articulados, ello se corresponde con una progre­
siva clandestinidad. “La homosexualidad” entra a formar parte
del lenguaje popular y de los saberes especializados, pero dado su
carácter artificial nunca llega a ser visible por sí misma: pasa a ser
una realidad mediada a través de instancias múltiples formal­
mente siempre ajenas. Empieza a ser, en definitiva, un fenómeno
pseudo-ficticio constituido por una epistemología determinada.
Su presencia se unlversaliza a través de determinados prismas y, al
mismo tiempo, las relaciones de placer y afecto entre mujeres y
entre hombres, en su carácter absolutamente banal o cotidiano, en

Una sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos estableció en 1962


que el desnudo masculino no era más obsceno que el femenino. Otra sentencia de
un tribunal de Mineápolis estableció en 1967 que el hecho de que una represen­
tación (en este caso las anatomías masculinas en las revistas de “cultura física”)
apelara a un público gay, no suponía necesariamente que ésta fuera obscena.
70 Las formas ‘^espontáneas” del prejuicio

la irreductible variedad de sus manifestaciones, en su normalidad


rutinaria, desaparecen. Si “el sexo” se constituye como elemento
del núcleo de la identidad del individuo occidental, “la homose­
xualidad” se establece como clave de identidad alienada.
El criterio de obscenidad como principio de justificación de la
censura se aplica de forma especialmente generosa a la obra de
contenido homoerótico susceptible de constituir un referente de
identificación colectiva.^^ Otras formas de representación (los in­
sultos y difamaciones, las aproximaciones alienantes de los dis­
cursos articulados...) no se enfrentan a estas dificultades, gozando
a menudo, incluso, de una particular promoción. En resumidas
cuentas, se plantea una doble alternativa de índole represiva: o se
accede a las posibilidades de articulación de referentes (de crea­
ción artística, de producción de discursos, de expresión públi­
ca...) en el marco de lo que el sistema de representación permite,
o se opta por el silencio. Lo que en la Edad Media era un crimen
nefando, pasa a ser a finales del siglo XIX, según la expresión re­
cogida por Wilde (en De Profundis), the lave that dares not speak
its name\ el amor que no se atreve a decir su nombre.
Pero esta alternativa no llega siquiera a plantearse a las les­
bianas. La exclusión general de las mujeres de los espacios de
creación de referentes públicos limita ya drásticamente las posi­
bilidades de articular un imaginario que dé cuenta de las vidas de
las lesbianas. Pero además, como ya se ha dicho, las representa­
ciones lésbicas pronto entran a formar parte del catálogo de ico­
nografías destinadas al consumo pornográfico hetero-masculino.
Además, hasta fechas recientes, no se puede hablar de la consti­
tución de audiencias “femeninas”, siendo las mujeres espectadoras
meramente subalternas de unas representaciones androcéntricas.

Las batallas legales por la conquista de cada nuevo espacio de libertad que
llevaron a cabo las publicaciones de cultura física (las revistas de beefcake} y el
cine underground de “La Factoría” de Andy Warhol y que lograron que no fueran
condenables, por este orden, las imágenes homoeróticas, el desnudo masculino, la
visibilidad genital, las escenas simuladas de relaciones sexuales, la erección y, por
último, las relaciones sexuales explícitas con penetración, dieron lugar, durante la
década de los sesenta a todo un juego en el que se ponían a prueba, una tras otra,
todas las limitaciones impuestas, llevando en cada caso hasta el límite mismo de lo
autorizado (y, en muchas ocasiones, más allá) el contenido de la representación de
referentes gays. A este respecto, véase Waugh, Thomas (1996), «Cockteaser», en
Doyle, Jennifer; Flatley, Jonathan y Esteban Muñoz, José (comps.) (1996), Pop
Out Queer Warhol, Durham y Londres, Duke University Press.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 71

De este modo, el riesgo de que cualquier representación lèsbica


sea secuestrada por una exhibición que la reduce a un espectácu­
lo no de identificación sino de consumo escopofñico, hace que és­
tas, a menudo, eviten la dimensión erótica.
El régimen de sexualidad, entre finales del siglo XIX y finales
de los años sesenta, logró una desaparición casi absoluta de los re­
ferentes lésbicos y gays. Sin embargo, una victoria del orden real­
mente significativa, la prueba irrefutable de la efectiva imposición
de su régimen de representación, hubiera sido la erradicación
absoluta de tales referentes. Durante décadas, efectivamente, po­
día pensarse que ya nadie representaba otro sexo ni otro afecto
que los ortodoxos; que se habían extirpado las raíces del inter­
cambio y la comunicación públicas y colectivas de lesbianas y
gays. Como veremos, no fue así, aunque durante mucho tiempo y
para mucha gente esa hipótesis pareciera verosímil. Aún hay gen­
te que no puede creer que “tales cosas” sean posibles.
El régimen de representación incide, en primer lugar, en fijar
lo intolerable, lo que no puede ser púbhcamente expuesto. No es­
tamos, pues, ante una censura indiscriminada. Al revés, lo que se
produce es, fundamentalmente, la anulación de un determinado
aspecto del universo de cosas que pueden ser dichas sobre las po­
sibilidades e implicaciones de los afectos y placeres entre personas
del “mismo” sexo. La desaparición, sobre todo, de lo que pueden
decir, de lo que pueden haber dicho sobre sí mismos y sobre sí
mismas las mujeres y los hombres que no cumplían el requisito de
heterosexualidad.
La historia, la mitología, la literatura, el arte y la filosofía se
han enfrentado a intentos de censura de todo contenido homoe-
rótico y homosexual. La supresión hasta hace poco sistemática de
los elementos homoeróticos de la literatura clásica, por ejemplo,
puede analizarse a la luz del carácter incuestionado de una deter­
minada reahdad lèsbica o gay. Lo “insoportable”, lo que impulsa
la censura, es que aquellas realidades resultaran comparativa­
mente poco problemáticas, que existieran sin más, que no necesi­
taran explicación, que no desencadenaran reacciones comparables
a las que aún en el presente son consideradas “normales”. Su re­
presentación invita, en cierto modo, a cuestionar el vigente régi­
men de sexualidad.
La distorsión de las traducciones de los textos de autores clá­
sicos a la lengua inglesa era tal que, a principios de los años cin­
12 Las formas "espontáneas” del prejuicio

cuenta, y a instancias del equipo que había elaborado el “Informe


Kinsey” sobre la sexualidad masculina, se intentó llevar a cabo
una nueva traducción a partir de los textos originales. Este pro­
yecto, lanzado en uno de los momentos de más feroz prejuicio
anti-gay y anti-lésbico, debió ser abandonado debido a presiones
que lo dejaron sin posibilidad alguna de financiación. La presti­
giosa editorial de textos clásicos Loeb publicaba, hasta los años se­
tenta, textos en los que las referencias “homosexuales” aparecían
(como en los textos médicos) traducidas no al inglés, sino al latín
o, incluso, al italiano.^^ No es de extrañar que una aproximación
al mundo antiguo y medieval que no sea deudora de prejuicios re­
quiriera un dominio excepcional de las lenguas clásicas. Boswell
(1992a) trabaja con las fuentes originales griegas, latinas, hebreas,
arameas o árabes y propone en notas y apéndices traducciones
que difieren de las comúnmente accesibles.
Además de las versiones relativamente inocuas de los textos
clásicos, frecuentes han sido también las iniciativas de “retirada”
de determinados referentes de los espacios de accesibilidad pú­
blica. La biblioteca del British Museum, que tardó cuatro años en
catalogar el libro de Edward Carpenter The intermediate sex
(1908), continuaba durante los años sesenta restringiendo el ac­
ceso a los textos que trataban temas relacionados con “el sexo”.
Bibliotecas y museos, casi siempre sin necesidad de dar a conocer
los criterios en que se basan sus prácticas, dan una entidad y una
trascendencia muy particulares al régimen de representación de
“la homosexualidad”. Los ejemplos más recientes de esa retirada
inducida son también abundantes. En los Estados Unidos, a fina­
les de los años ochenta, las galerías de arte que exhibieran material
“homosexual, obsceno o degradante” (y una cosa y otra son equi­
valentes en los discursos censores), se enfrentaron a amenazas de
supresión de ayudas financieras públicas.
La “guerra a la cultura” (en la que participó activamente el ya
mencionado Buchanan) se desencadenó a raíz de la calificación de
una obra fotográfica de Andrés Serrano titulada “Piss Christ”
como “basura” por parte de un representante en el Senado. La ul-
traconservadora American Bamily Association exigió que el ente

2® Halperin (1990) cuenta cómo en los ámbitos académicos donde se estu­


diaba a los clásicos, la tradición mandaba que un cierto saber pasara de ciertos
profesores a ciertos alumnos sin jamás ser formulado en las clases.
Ser o »0 ser. Profusión terminológica y censura selectiva 73

público que financia manifestaciones artísticas, el National Endo-


tuemenl oftheArts, dejara de financiar a aquellos artistas que no
pagaran tributo a los «public standards of taste and decency»
decir, a los criterios públicos del gusto y la decencia, en palabras
de un representante de Tejas en la Cámara Baja). A consecuencia
de la campaña de intimidación, la galería Corcoran de Washing­
ton canceló una exposición de fotografías de Robert Mapplet-
horpe, una muestra retrospectiva que, en medio de protestas sin
precedentes, consiguió finalmente abrirse al público en un espacio
alternativo (Vanee, 1994). Si los defensores de la censura se opo­
nían a lo que consideraban una “promoción de la homosexuali­
dad”, quienes defendían la libertad de los artistas se escandaliza­
ban por la inmadurez que se les atribuía. Oficialmente, se mante­
nía la idea de que “el público” no tiene criterio propio, que “el ar­
tista” lo manipula, que las instituciones deben promover y defen­
der un determinado concepto de “decencia”.
Del mismo modo que se trata de ocultar la producción litera­
ria o artística en que se establezcan referentes de placer o afecto
distintos a los autorizados, también la reconstrucción biográfica
de las vidas de quienes no cumplieron el modelo heterosexual se
enfrenta a distorsiones parecidas. Boze Hadleigh, una periodista
norteamericana, se dedicó a entrevistar a importantes figuras del
mundo cinematográfico para contrarrestar la tendencia a la elisión
de las sexualidades heterodoxas que establece la “cultura ofi­
cial”. En la introducción del libro que recopila tales entrevistas,
Hadleigh escribe: «Los seis entrevistados son todos gays. También
podrían haber coincidido en ser británicos, bilingües o zurdos,
aunque esto habría resultado menos interesante. El hecho de que
fueran homosexuales o bisexuales no constituye en sí una decla­
ración de principios; que prácticamente todas las entrevistas pú­
blicas con ellos —y algunas biografías— lo omitan deliberada­
mente sí que lo es.»^^
El régimen de representación establece, en segundo lugar, lo
que sí puede decirse de “la homosexualidad ”. De acuerdo con la
nueva ordenación de los placeres, las visiones modernas y con­
temporáneas sobre mujeres u hombres que se aman y gozan entre

Los personajes entrevistados son Sal Mineo, Luchino Visconti, Cecil Bea­
ton, Rainer Werner Fassbinder, George Cukor y Rock Hudson. Hadleigh, Boze
(1988), Conversaciones secretas^ Barcelona, Ultramar, p. 18.
n

74 Las formas "espontáneas’^ del prejuicio

SÍ no tendrán nada que ver con aquella “relajación moral” propia


de la Antigüedad. Por supuesto, también se tratará de impedir la
expresión de las nuevas realidades gays y lésbicas por parte de las
y los activistas del arte —o “artivistas”— contemporáneos. Un
abanico de referentes estereotipados está a disposición de cual­
quiera que quiera dar cuenta ante cualquier público de la realidad
de “la homosexualidad”. El carácter conflictivo, arriesgado, mal­
dito, patológico o desdichado son sus características consubstan­
ciales. Estos tópicos están presentes en la mayor parte de los dis­
cursos sociales del Occidente contemporáneo, tanto si conside­
ramos las construcciones teóricas de orden jurídico o científico
(tarea que abordaré más adelante), como si analizamos el cine, el
teatro, o la literatura popular.
Un ejemplo explícito de autorización condicionada para re­
presentar “la homosexualidad” en el contexto un régimen de mi­
seria y marginalidad lo constituye la película dirigida por Joseph
Mankiewicz en 1959 Suddenly last summer (De repente el último
verano). Basada en una obra de Tennessee Williams, cuenta la his­
toria de Sebastian, artista frustrado y “homosexual”, personaje
que nunca aparece en el film, pero al que se siente presente en
todo momento. Su vida disoluta arrastra a la locura y a la deses­
peración a su madre (Katherine Hepburn) y a su prima (Elizabeth
Taylor), a las que utiliza para atraer a jóvenes, siendo al final lin­
chado hasta la muerte por una turba de adolescentes en un pue­
blo de la Europa meridional. Si bien dos obras de Williams ha­
bían tenido ya problemas de censura al ser llevadas al celuloide
por sus componentes “homosexuales” {Streetcar named desire,
Un tranvía llamado deseo, —Elia Kazan, 1951—, y Cat on a hot tin
roof, La gata sobre el tejado de cinc caliente, —Richard Brooks,
1958—), y si bien “la homosexualidad” tampoco aparece en la pe­
lícula de Mankiewicz de manera explícita, la católica Legion of De­
cency, tras proponer algunas alteraciones, la calificó con estas pa­
labras; «Habida cuenta que la película ilustra los horrores de
semejante estilo de vida, el tema puede ser considerado moral
aunque trate de la perversión sexual.»^® Una reflexión que, en su
momento, no fue dada a conocer.

Citado por Russo, Vito (1987), The celluloid closet. Homosexuality in the
movies, Nueva York, Harper & Row, p. 116. El guión de la película fue escrito
por Gore Vidal y modificado por Mankiewicz, aunque en los títulos de crédito
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 75

E1 amplio acervo de estereotipos sobre “la homosexualidad”


que jalona la literatura popular del siglo XX en el mundo occi­
dental, tiene como eje central la muerte. La cantidad de autores
que asesinan a sus personajes “homosexuales” o que los llevan al
suicidio es innumerable. A este eje se le añade una gama amplia
de humillaciones y agresiones físicas. El análisis que realiza
Murphy de la literatura estadounidense en ediciones de bolsillo da
cuenta de la viabilidad y del potencial de éxito que tiene una de­
terminada “presencia homosexual”: «Sus libros [...] refuerzan
el miedo al homosexual propio del mundo hetero y éste les da la
bienvenida calificándolos de ‘profundos’, ‘extraordinarios’ e ‘im­
presionantes’.»^^ Dicho de otro modo, el catálogo de personajes
grotescos con final trágico es la forma en que “la homosexuali­
dad” mantiene una existencia social reconocida.
Cuando ya deja de ser posible la simple supresión de referen­
tes, y cuando empieza a haber gente que desafía abiertamente el
régimen de representación establecido, otra forma de mantener la
vigencia de “la homosexualidad” como instancia alienada consis­
te en distorsionar las manifestaciones de autonomía. Este es, con
frecuencia, el caso de la prensa actual a la hora de retratar las ac­
tuaciones y a la hora de presentar los argumentos de las asocia-

aparezca Williams. Ken Geist, biógrafo de Mankiewicz, cuenta cómo éste y


Spencer Tracy trataron de explicar a lo largo de toda una cena qué era “la ho­
mosexualidad” a Katherine Hepburn. Finalizada la velada, ésta continuaba ne­
gándose a creer que gente “así” pudiera existir. Señalemos, no obstante, que
Hepburn había constituido un verdadero icono butch al vestirse de aviadora en la
película de Dorothy Arzner (una de las pocas mujeres que hizo cine con éxito en
Hollywood entre los años veinte y los años cuarenta) Christopher Strongs de
1933. Mayne, Judith (1991), «Lesbian looks. Dorothy Arzner and female au-
torship», en Bad Object Choices (comp.) (1991), How Jo I look? Queer film and
video, Seattle (Washington), Bay Press.
Esta presencia de la muerte aparece en autores tan diversos como Gore Vi­
dal, Harold Robbins, William Goldman, Hubert Selby o James Kirkwood, por ci­
tar tan sólo a escritores de reconocidos best-sellers. Murphy, John (1992), «Queer
books», en Jay, Karla y Young, Allen (comps.) (1992), Out of the closets. Voices of
gay liberation, Londres, Gay Men’s Press, p. 85. En uno de los muchos libros que
se publican a lo largo de los años sesenta con el objetivo explícito de “prevenir la
homosexualidad” y de involucrar a toda la sociedad en esta tarea, Wyden y Wy­
den afirman que, si se dieran a conocer convenientemente “la inestabilidad, so­
ledad y peligros” que son propios de la “vida gay”, quizás se pudiera desalentar a
quienes pudieran sentir atracción por “el mundo homosexual”. Wyden, Peter y
Wyden, Barbara (1968), Growing up straight. What every thoughtful parent should
know about homosexuality. New York, Stein and Day, p. 213.
76 Las formas “espontáneas” del prejuicio

clones de lesbianas y gays.^^ Como señala Schulman, «Por su­


puesto, cualquiera que haya participado en un acto de rebelión
política para acabar viéndolo ignorado o distorsionado en el pe­
riódico del día siguiente, aprende rápidamente cuál es el papel de
los medios de comunicación en el mantenimiento de un status quo
de poder.»^^
De este modo, al establecer la pertinencia de tomar en consi­
deración las formas de operar de un determinado régimen de la
representación, se cuestiona el poder de quienes gestionan la ac­
cesibilidad del material elaborado (de uno u otro signo). Ése es el
requisito para interrogar la supuesta naturalidad de la “miseria”
homosexual. Efectivamente, no todas las ficciones escritas sobre
(o por) gays y lesbianas son tragedias, aunque sí lo sean la mayor
parte de las publicadas, o la mayor parte de las que merecen la
atención de la prensa y de las alabadas por la crítica, o de las que
están en las secciones de libre acceso de las bibliotecas. Ni todos
los actos de visibilidad o protesta por parte de asociaciones de
lesbianas y gays son necesariamente subversivos o trascendentes,
aunque la consistencia con que la prensa niega cualquier rele­
vancia a tales manifestaciones debe significar algo. Como ya he­
mos visto, el régimen de sexualidad se impone a todo el mundo,
entre otras cosas, porque el mero hecho de ponerlo en cuestión

La paralización durante más de cuatro horas del tráfico en Manhattan


por parte de dos mil personas del grupo Act Up que se manifestaban sin autori­
zación constituía para el The New York Times (25 de junio de 1989) un “desfile”.
Saalfield, Catherine y Navarro, Ray (1991), «Acting Up: AIDS, allegory, acti­
vism», en Fuss, Diana (comp.) (1991), Inside / Out. Lesbian theories, gay theories^
Nueva York y Londres, Routledge. Sin salir de las manifestaciones en Estados
Unidos, el 26 de abril de 1993, el diario El País titulaba «Cerca de un millón de
personas se manifiestan en Washington en defensa de los homosexuales». De este
modo, parece que quienes se habían manifestado eran personas “heterosexuales”
que apoyaban a ese sujeto colectivo e invisibilizado («los homosexuales»). El ti­
tular falta así a la verdad. Al margen de algunos cientos o incluso miles de per­
sonas que, efectivamente, podían estar allí sólo por solidaridad, no cabe duda que
la inmensa mayoría de las y los manifestantes estaba formada por lesbianas y gays.
Ese millón de personas que el diario no quería ver o enseñar era abrumadora­
mente queer”. Otros ejemplos de información sesgada en la prensa española y
anglosajona aparecen en los artículos de Leo Bersani y Simon Watney en Llamas
(comp.), 1995b. Asimismo, «Dónde localizar la política. El armario de los media»,
en Llamas, 1997a.
Schulman, Sarah (1994), My American History. Lesbian and gay life during
the Reagan / Rush years, Nueva York, Routledge, p. 2.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 77

coloca potencialmente a quien lo practica en el espacio denos­


tado.
Desde los primeros años de militancia, han surgido iniciativas
que buscaban una apertura del espacio de los referentes públicos
a las realidades lésbicas y gays. Gittings cuenta cómo, junto a un
grupo de colegas y activistas, elaboró una lista de libros que pu­
dieran constituir un acervo de referentes positivos (titulado ^^Gay
Í3 goo¿'} y cómo, a lo largo de varias convenciones anuales de la
American Library Association, intentó que esos libros estuvieran
en las bibliotecas, fueran accesibles, y no estuvieran catalogados
como «desviación sexual», «perversión sexual» o, en el mejor de
los casos, «homosexualidad». Sus esfuerzos, si bien tuvieron al­
guna incidencia, fueron, en la mayor parte de los casos, ignora-
dos.^4
Esa iniciativa persigue la apertura del régimen vigente de re­
presentación de los placeres o los afectos. Esa apertura es una
condición básica de reconocimiento de la pluralidad, y sólo en un
contexto de pluralidad de referentes puede aspirarse a la consti­
tución de identidades colectivas en libertad. Un régimen de ela­
boración y distribución pública de iconos, símbolos, argumentos
o discursos que excluye a quienes encarnan (o se supone que en­
carnan) una realidad social significada, es un régimen restrictivo.

1.3. ENTRE UNA HISTORIA ALIENADA Y UN FUTURO INCIERTO

«Hablar en voz baja es hablar, pero sólo para los que disponen
de un oído alerta; los demás que acampen y escuchen el altavoz:
a cada cual su arte y su gusto.»’’
Juan Gil-Albert, 1955

Gittings, Barbara (1978), «Combating lies in the libraries», en Crew, Louie


(comp.) (1978), The gay academic, Palm Springs (California), E.T.C. A principios
de los noventa se podían encontrar en buena parte de las bibliotecas de los Esta­
dos Unidos, bajo las rúbricas “lesbian” o “gay” una multitud de textos que tras­
cienden la exclusividad del prototipo desdichado. En este mismo sentido, se
puede consultar el dossier titulado «Servicios bibliotecarios para gays y lesbianas»,
Educación y Biblioteca, 9 / 81, julio-agosto de 1997.
Gil-Albert, Juan (1975), Heracles. Sobre una manera de ser, Madrid, Taller
de Ediciones Josefina Betancor, p. 11. El texto permaneció veinte años inédito.
78 Las formas “espontáneas” del prejuicio

«Cuando empecé a reunir esta colección de textos tuve una cri­


sis de confianza respecto a mi propia capacidad para tomarme
en serio mi trabajo. Me di cuenta de que pocas de las personas
que menciono o de los sucesos y organizaciones que describo
han pasado a los libros de historia. Sé que propongo una repe-
riodización y una reconceptualización de la comunidad lésbica
y gay como un movimiento de protesta de base. Admito que no
soy una persona típica.»’^
Sarah Schulman

El régimen de representación que establece qué puede decirse o


verse y qué debe permanecer en silencio u oculto instituye una
realidad alienada. La “realidad homosexual” (la organización de la
propia vida en torno al imperativo de secreto, vergüenza y miedo)
es la única posible para quienes carecen de medios que les per­
mitan acceder a símbolos clandestinos. Lesbianas y gays carecen
de una historia, de un acervo de referentes, de imágenes, de mitos.
Esta alienación resulta, aún en la actualidad, estricta para deter­
minados sectores; la niñez y la adolescencia no tienen práctica­
mente acceso a ningún referente (positivo) sobre la posibilidad de
establecimiento de relaciones no heterosexuales. Del mismo
modo, estos referentes son también inaccesibles en determina­
dos ámbitos culturales, económicos o geográficos desfavoreci­
dos. El régimen de la sexualidad pone de manifiesto otros ejes de
opresión.
Pero si es difícil construir un presente cotidiano en un desier­
to de referentes, también es complicado proyectar un futuro. De
la censura se deriva un vacío prospectivo; una ausencia de pers­
pectivas, de historias posibles que permitan concebir con un mí­
nimo de ilusión proyectos de vida, aspiraciones o expectativas. Sin
embargo, es necesario constatar que un determinado universo
simbólico está constituido (de forma minoritaria y elitista, es cier­
to) desde, al menos, el siglo XIX. Un imaginario que hoy está sien­
do rescatado en términos más accesibles y que, en ese sentido,
constituye el fundamento de un cuerpo de referentes nuevo y di­
verso.

En esta recopilación de sus artículos publicados a lo largo de más de una


década, Schulman establece, efectivamente, “su” historia. En ella aparecen
los debates que estructuraron (y desestructuraron) la comunidad lésbica y gay
de Nueva York durante los años de la ofensiva conservadora. Schulman,
1994:xix.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 79

La gran mayoría de artistas que quisieron dejar constancia


del papel que jugaron en sus vidas unas preferencias afectivas y se­
xuales heterodoxas, encontraron las formas de adecuarse al régi­
men de representación establecido, sin renunciar por ello a ex­
presar (en ocasiones de manera críptica) sus inquietudes y pasio­
nes. La ambigüedad calculada, la metáfora, el simbolismo y la
experimentación formal, la selección de la audiencia, el seudóni­
mo o el anonimato son, como veremos, algunas de las posibilida­
des. Cualquier análisis contemporáneo de estas estrategias está,
evidentemente, amenazado de anacronismo, toda vez que tales re­
cursos surgen en contextos precisos que determinan la accesibili­
dad o inaccesibilidad de determinados registros y códigos de re­
presentación. Sin embargo, no dejan de constituir prácticas de
resistencia frente al intento de elisión radical de referentes y al
proyecto de negación absoluta de subjetividades heterodoxas.
Estas estrategias, no obstante, ni siquiera han estado en mu­
chos casos al alcance de las lesbianas. En la Francia de finales del
siglo XIX, encontramos dos ejemplos de visibilidad extrema que,
no obstante, no llegaron a constituir referentes lésbicos de tras­
cendencia. La pintora Rosa Bonheur (a la que se concedió la Le­
gión de Honor en 1865 y que murió en 1899), nunca pareció in­
teresarse por la producción de iconografía homoerótica. Se hizo
famosa pintando paisajes y escenas naturalistas en las que los mo­
tivos hípicos eran a menudo protagonistas, y aunque en su vida
privada incumplía manifiestamente las expectativas vigentes en la
sociedad francesa de la época, ello no incidió significativamente
en sus cuadros ni bastó para que entrara a formar parte de una
inexistente galería de iconos lésbicos. A lo largo de muchos años
de su vida, Bonheur nunca ocultó su relación con otra mujer, ni
pudo defender París de la amenaza de las tropas alemanas en
1870 porque no se le permitió hacerlo.^^
La escritora Colette protagonizó en 1907 un sonado escánda­
lo al tratar, precisamente, de dotar de existencia pública a un re-

” En su novela The pure and the impure, Colette señala que una de las afi­
ciones de las aristócratas lesbianas parisinas de aquel “//« de siècle” era, precisa­
mente, montar a caballo. Tanto el olor del animal en la amazona como el hecho
de subyugarlo constituían atractivos eróticos suficientes como para inspirar a la
novelista. Extractos de la obra de Colette aparecen publicados en Miller, Neil
(comp.) (1995), Out of the past. Gay and lesbian history from 1869 to the present,
Londres, Vintage.
80 Las formas "espontáneas” del prejuicio

ferente lésbico. Separada de su primer marido, inició una relación


con la marquesa de Belbeuf, aristócrata lejanamente emparentada
con Napoleón III y famosa por su afición a vestirse de “hom­
bre” (en particular de mecánico). Al parecer, fue iniciativa del ma­
rido de Colette que ésta y la marquesa aparecieran en el escenario
del Moulin Rouge en la representación de una obra titulada “El
sueño de Egipto”. Colette interpretaba a una momia que, casi
desnuda, contaba sus amores, entre los que se encontraba un jo­
ven estudiante, interpretado por la marquesa. Ambas mujeres se
besaban apasionadamente. El día del estreno, “el público” (o, al
menos, una parte de éste; esa parte que se erige con violencia en
representación universal) protestó airadamente, arrojando al es­
cenario cáscaras de naranja, cigarrillos, verduras... Al día si­
guiente, la prefectura de la policía prohibió que se siguiera repre­
sentando la fábula (Miller, 1995). A raíz del escándalo, Colette se
vio forzada a abandonar la casa de la marquesa (aunque su rela­
ción continuó cuatro años más). El lesbianismo, silenciado por las
voces más estridentes y confirmadas éstas por la institución poli­
cial, volvía a las tinieblas.
El prejuicio ya parecía ubicuo y los proyectos de los propios
autores y autoras “homosexuales” cumplían con sus requisitos. En
su análisis de las representaciones de “la homosexualidad” en el
teatro británico y norteamericano posterior a la Segunda Guerra
Mundial, Alberto Mira observa que éstas se reducían siempre a
historias fundamentadas en el prejuicio y el estereotipo. La ame­
naza de la censura y el carácter moral de la crítica hacían que in­
cluso las obras de autores homosexuales confirmaran el régimen
de sexualidad: «Se trataba de representaciones cuidadosamente
estructuradas para no ofrecer justificación alguna de un estilo de
vida homosexual [...] Sin embargo, aun en estas condiciones, y a
pesar de una larga historia de intentos fallidos había gran des­
confianza ante la representación de la homosexualidad» (Mira,
1994:88).
Una desconfianza que, indirectamente, llevaba ya muchas dé­
cadas fomentado estilos literarios de gran sutileza. El uso de lo
que en inglés se denomina '^wif (el desarrollo de habilidades es­
tilísticas que permiten plantear máximas sin implicarse personal­
mente), era considerado por Oscar Wilde como el mejor medio
de resultar crítico e incisivo, pero a la vez ingenioso y divertido;
un medio para decir cosas de forma no explícita, accesibles sólo a
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 81

buenos entendedores?® Un reto a la propia capacidad creativa, sin


duda, aunque quizás, como régimen sistemático de control de la
propia obra, resulte insoportablemente constreñidor. La sutileza
de The tmportance of being Ernest (La importancia de llamarse
Ernesto) tiene como contrapunto la grosera vocación de obsceni­
dad de Teleny, un relato erótico atribuido a Wilde y que no fue
publicado hasta bastante después de su muerte?^
La imposición de un silencio, la violencia del régimen de re­
presentación, tan presente en la Inglaterra victoriana como en la
España de los años veinte y treinta, constituye, para Sahuquillo,
un elemento esencial a la hora de analizar la obra poética de Fe­
derico García Lorca: «Habiendo observado en las cartas de Lorca
el temor y el deseo de expresar algo oculto, y habiendo observado
asimismo la recurrente aparición de motivos y temas relativos al si­
lencio y a los secretos en la obra poética, quisiéramos formular la
siguiente hipótesis: que los citados fenómenos son signos y señales
de un discurso relacionado con la expresión del amor homose­
xual, y que el texto de este discurso ha sido y es empujado hacia la
anonimía» (Sahuquillo, 1991:24). O, en palabras de lan Gibson,
«Mucha gente decía que el hecho de que [Lorca] fuera homose­
xual no tenía nada que ver con su obra, pero a mí me parece justo
lo contrario. Su temática está llena de amores que no pueden
ser» (El País, 16-1-98). Tanto en el caso del Wilde “oficial” como
en el caso del Lorca “oficial”, estamos ante un decir sin decir del
todo; un susurrar que requiere un esfuerzo de atención e inter­
pretación. Y paralelamente, estamos ante un institucional “no
querer entender” que dificulta aún más la aproximación.
Del mismo modo, Teresa de Lauretis, al comentar la obra li­
teraria de la autora norteamericana —durante largo tiempo exi­
liada en París— Djuna Barnes, señala que el uso del estilo indi­
recto, la voz pasiva y el monólogo interior no son tanto indicios de

Estos argumentos sientan las bases de lo que se ha dado en llamar “sensi­


bilidad gay”: «La sensibilidad gay es en gran medida el producto de la opresión,
de la necesidad de esconderse tan bien y durante tanto tiempo. Es una sensibili­
dad de gueto, nacida de la necesidad de desarrollar y utilizar una visión alterna­
tiva de las cosas que traduzca silenciosamente tanto lo que el mundo ve como lo
que la actualidad puede significar.» Russo, 1987:92.
Sobre The tmportance ofbeing Ernest (y sobre todo lo que esa sutileza pue­
de esconder) consúltese el sugestivo análisis que realiza Sedgwick, Eve K.
(1994b), Tendencies, Londres, Routledge.
82 Las formas “espontáneas" del prejuicio

una voluntad de renovación literaria y experimentación formal,


cuanto el resultado de la imposibilidad de dar cuenta y represen­
tar los sujetos de sus obras de cualquier otro modo?®
Otra posibilidad de decir sin que esté claro qué se está di­
ciendo, consiste en presentar en la obra que se realiza a quien tie­
ne “el mismo sexo” que el autor o autora como “de sexo contra­
rio”. Esta estrategia es, en ocasiones, practicada por terceras
personas y de manera retrospectiva: el sobrino del mismo Mi­
guel Ángel que pintó la Capilla Sixtina y que esculpió la Pietà más
famosa, cambió nombres y pronombres de sus poemas para ha­
cerlos parecer del sexo “contrario”. Esta “técnica” es lo que Mira
denomina la «estrategia Albertine», en referencia al personaje de
Marcel Proust, y consiste en «ocultar la propia voz en un perso­
naje femenino o, como alternativa, cambiar el género del per­
sonaje que es el objeto del deseo de la mirada enunciativa»
(1994:153).
Jean Cocteau (1889-1963), cuya celebrada producción literaria
parecía estar en general desprovista de elementos homoeróticos,
dibujaba en sus ratos libres multitud de escenas suficientemente
explícitas (y bastante alejadas de los referentes trágicos social­
mente admisibles) que, hasta fechas muy recientes, sólo pudieron
ser vistas por sus amistades más próximas.
**
^ Su estrategia era la de
seleccionar la audiencia, la de compartir con sus amistades más
próximas unos referentes que no podían alcanzar una dimensión
pública. Del mismo modo, en 1911 el también francés André
Gide publicó para sus amigos doce copias de su primer libro,
una apologética visión de la “inversión sexual” titulada Corydon.
En su caso, no obstante, accedió a publicarlo algunos años más
tarde: las ediciones de 1922 y 1926 se agotaron de inmediato.

De Lauretis, 1993. Barnes (1892-1982), que mantuvo una larga relación


con la escultora Thelma Wood, era considerada, junto con James Joyce, la figura
más importante del exilio literario en la capital francesa. Miller, 1995:164.
La publicación en 1983 del Libro Blanco de Cocteau era explicada por el
editor, Pierre Bergé: la evolución de las costumbres y el vigésimo aniversario de la
muerte del autor eran motivos suficientes para que el texto saliera por fin a la luz.
Las ilustraciones de Cocteau (casi siempre jóvenes de aspecto inocente que
exhiben desproporcionados penes en erección) nunca habían sido publicadas,
mientras que el texto apareció en 1928; 21 ejemplares para los amigos íntimos edi­
tados de forma anónima. Cf. Cocteau, Jean (1983), Le livre blanc, Paris, Éditions
de Messine.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 83

Otra manera de acomodarse al régimen consiste en cumplir


con sus requisitos y dejar las obras que no encajen aparcadas en
espera de momentos más propicios. Muchos autores a lo largo del
siglo XX no llegaron nunca a considerar que el momento era opor­
tuno. El escritor británico E. M. Forster, por ejemplo, no quiso
que su novela Maurice fuera publicada hasta después de su muer­
te. Si se hubiera publicado cuando fue escrita en lugar de en
1971, este relato casi optimista hubiera tenido una enorme inci­
dencia en las primeras comunidades gays. También algunos de los
“sonetos del amor oscuro” de Lorca permanecieron inéditos has­
ta 1986, medio siglo después de su asesinato (unos pocos habían
sido publicados antes de manera dispersa y clandestina). Al pare­
cer, aún quedan textos de Lorca esperando a ver la luz. Por su
parte, Juan Gil-Albert publicaba en 1975 su libro Héraclès, y lo
presentaba con estas palabras: «Este breve tratado sobre el único
tema escabroso que queda en pie, el único impermeabilizado a la
vanidosa decisión, estatutaria, del conformismo social, fue escrito
en el 55 y cuenta, por tanto, veinte años de vida inédita.» Por úl­
timo, los 2.000 folios del legado literario de Jaime Gil de Biedma
seguían esperando, cuatro años después de la muerte de éste, a
«que se calm [ara] la cuestión de la homosexualidad y del sida»
para ser publicados.
Una última estrategia consiste en producir de forma anónima
o bajo seudónimo los referentes lésbicos y gays que no tienen ca­
bida en el espacio de las representaciones públicas. El escritor
Juan García Hortelano publicó (sin demasiado éxito) una novela
Forster, E. M. (1985), Maurice, Barcelona, Seix-Barral. Se puede consultar
también Fletcher, John (1992), «Forster’s self-erasure: Maurice and the scene of
masculine love», en Bristow, Joseph (comp.) (1992), Sexual sameness. Textual dif­
ferences in lesbian and gay writing, Londres, Routledge. Uno de esos poemas de
Lorca dice así: «Ay voz secreta del amor oscuro ! ¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
! ¡ay aguja de hiel, camelia hundida! / ¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro! /
¡Ay noche inmensa de perfil seguro / montaña celestial de angustia erguida! ! ¡ay
perro en corazón, voz perseguida! / ¡silencio sin confín, lirio maduro! / Huye de
mí, caliente voz de hielo, / no me quieras perder en la maleza / donde sin fruto gi­
men carne y cielo. / Deja el duro marfil de mi cabeza, / apiádate de mí, ¡rompe
mi duelo! / ¡que soy amor, que soy naturaleza!» Este soneto, que aparece citado
en Siluetas - Colectivo Lambda Alicante, 2 (noviembre - diciembre de 1993), no se
dio a conocer hasta 1984. La mera publicación de poemas de Lorca durante
mucho tiempo inéditos constituye, aún hoy, un acto considerado de militancia
por parte de los grupos gays. Gil-Albert, 1975:9. La información sobre Jaime Gil
de Biedma aparece en El País (6 de enero de 1994).
84 Las formas "espontáneas” del prejuicio

titulada Muñeca y macho bajo el seudónimo Luciana de Lais. Los


protagonistas de la obra son «andróginos, homosexuales, lesbia­
nas y travestidos». Sólo después de su muerte se supo que era él
quien se escondía bajo aquel seudónimo.'
*^
Algunos artistas, sin embargo, sí produjeron referentes ho-
moeróticos a lo largo de muchos años de violenta hostilidad pú­
blica. Quizás por ello no llegaron a alcanzar renombre o éxito,
quedando sus obras con frecuencia recluidas en el estrecho espa­
cio de la pornografía clandestina. Entre éstos, se puede mencionar
al pintor Paúl Cadmus (nacido en 1904) o el fotógrafo George
Platt Lynes (nacido en 1907). Los artistas que desafiaban el régi­
men de representación quedaban, por lo general, excluidos de
cualquier posibilidad de reconocimiento público.'
*' Otros, como
Andy Warhol, alcanzaban la popularidad a pesar del contenido
evidentemente homoerótico de una parte de su trabajo que, con
frecuencia, no era requerida para integrar las exposiciones de su
obra en las más prestigiosas galerías de arte.
En algunos casos excepcionales, la fidelidad durante muchos
años a los espacios más marginales de la cultura en los que se ha
recluido a creadores de toda índole, ha dado lugar a una extraor­
dinaria notoriedad y popularidad. Éste es el caso del ilustrador y
dibujante Torn de Finlandia, considerado hasta hace pocos años
como un ilustrador de pornografía sadomasoquista gay y que, en
la actualidad, goza además de un amplio reconocimiento como ar­
tista y como creador de referentes gays por completo ajenos a
los estereotipos de ‘ia homosexualidad El hecho de que tal re-
Véase Tiempo^ 8 de junio de 1992.
Cooper, Emmanuel (1986), The sexual perspective. Homosexuality and art
in the last 100 years in the West, Londres, Routledge & Kegan Paul. El plus de
“obscenidad” que se concede a cualquier representación de afecto o placer no he­
terosexuales (y que se extiende a las representaciones de placer colectivo, solita­
rio, o sencillamente hedonista) hacen de los intentos de regulación restrictiva de
“la pornografía” un potente instrumento de censura de referentes gays y lésbicos.
Duggan, 1995.
La importancia de la elaboración de referentes eróticos por parte de Torn
de Finlandia para la constitución de las comunidades gays, ha sido reconocida no
sólo en su faceta simbólica, sino a la luz de su papel en la articulación de formas
de sexualidad responsable en el contexto de la promoción del “sexo más seguro”:
«Muchos años antes de que a nadie se le ocurriera sublevarse en contra de la ho-
mofobia imperante, cuando Stonewall era inconcebible, Torn de Finlandia co­
menzó a inundar las incipientes comunidades gays de modelos hasta entonces
desconocidos. No eran la belleza maizona ni la musculatura abusiva lo que cons-
Ser o fío ser. Profusión terminológica y censura selectiva 85

conocimiento se limite, sobre todo, a las comunidades de gays y


lesbianas, indica la posibilidad en el presente de establecer un es­
pacio restringido en el que se pueden establecer símbolos colec­
tivos.
Frente al dilema de cómo esquivar los condicionantes que
impone un régimen de representación determinado, se plantea
otra alternativa. Asumir el modelo desdichado y las convenciones
sobre la necesaria “masculinidad” de “la lesbiana”, por ejemplo,
es lo que algunas artistas han hecho, alcanzando en ciertos casos
bastante éxito. La escritora británica Radclyffe Hall (1880-1943),
a quien sus amistades llamaban John y que vestía chaquetas y
corbatas, usaba monóculo y fumaba en pipa, publicó en 1928 la
novela The well of loneliness (El pozo de la soledad). En ella se na­
rra la historia de amor entre dos mujeres: Stephen (una mujer
fuerte, de hombros anchos y caderas estrechas) y Mary (más con­
vencionalmente “femenina”). Al final de la historia, Stephen en­
trega a Mary a un hombre para que pueda llevar una vida “nor­
mal”; un desenlace que nada tuvo que ver con el de la relación
que la propia Hall mantuvo durante muchos años con su amante.
Pese a su carácter atormentado y culpabilizador, esta novela se
convirtió para las lesbianas y durante décadas en el símbolo más
asequible."
*^

titula la novedad, aunque él las llevó a extremos inéditos. Los chicos de Tom, por
encima de todo, eran incuestionablemente maricas, eran evidentemente felices, fo­
llaban despreocupados en espacios públicos, injuriaban sus uniformes al con­
vertirlos en parte de la escenografía, blasfemaban al reducir todo principio de
autoridad a experiencias de placer, utilizaban un complejo utillaje sexual. Unos
principios que, aún hoy, suscitan recelos y que, durante los años cincuenta y se­
senta, constituían una verdadera revolución. Cierto es que los chicos de Tom nun­
ca se comprometieron con otra cosa que no fuera su propio placer, pero no olvi­
demos que este hedonismo y esta vitalidad les llevó a utilizar condones desde los
primerísimos años ochenta, promoviendo el único sexo que podía seguir siendo
libre y vivo.» Radical Moráis (1995), «Tom: nada que ocultar», De Un Plumazo, 4,
1995, p. 15.
Hall había sido siempre tory, se había convertido al catolicismo (The well
of loneliness acaba con la súplica de Stephen a Dios, implorándole que reconoz­
ca su existencia), y al final de su vida sintonizaba con el fascismo italiano y con
posturas antisemitas. En una carta a su editor, manifestaba que la publicación de
su novela era un «deber», que pretendía «defender a las indefensas». A las tres se­
manas de su publicación, un artículo de denuncia en la prensa supuso su retirada
y un proceso en el que el libro fue considerado obsceno. Publicado en Estados
Unidos, también allí afrontó persecución judicial. Pese a los procesos judiciales, se
86 Las formas “espontáneas” del prejuicio

La obra de Jean Genet, por su parte, también tiene un incon­


testable éxito en la Francia de la represión de “la homosexuali­
dad”. Uno de sus elementos característicos es el carácter explíci­
tamente conflictivo que presenta su versión de la realidad gay de
la época, que aparece asociada de forma sistemática al delito, la
traición, la ausencia de valores o expectativas socialmente reco­
nocidas, la violencia, la adicción, la pobreza.. Quizás sean estos
factores los que determinan el carácter admirable de su obra para
gente como Sartre que, puesto a escribir un pequeño texto sobre
Genet, acabó publicando un monumental libro al que tituló Saint
Genet, comedien et martyr. Al igual que Radclyffe Hall, Genet
contribuyó a dar una dimensión pública a una realidad que care­
cía de antecedentes significativos. Pero al contrario que ésta, Ge­
net trasciende las aproximaciones socialmente menos conflictivas
(al estilo del libro publicado en 1943 con enorme éxito por Roger
de Peyrefitte, amistades particulares}. De los adolescentes con
dudas y los deseos ambiguos que describe Peyrefitte, Genet pasa
a construir personajes adultos y poco refinados (a menudo en
primera persona) cuyo deseo más identificable (o menos subli­
mado) es de orden sexual.
No parece que estas visiones en relativa connivencia con el ré­
gimen de representación de “la homosexualidad” hayan suscitado
en las lesbianas y los gays de la época reticencia alguna. Era tal la
escasez de historias con las que pudieran identificarse (aunque
fuera remotamente) que cualquier propuesta era bienvenida.
Mantener las visiones promocionadas no parecía ser un precio ex­
cesivo frente a la amenaza de silencio. Sin embargo, desde los
años setenta, el desarrollo de un movimiento de lesbianas y gays
ha planteado el papel que juegan los y las artistas a la hora de con­
firmar estereotipos o, al revés, como capaces de crear nuevos re­
ferentes positivos.
vendieron cientos de miles de ejemplares de esta novela en todo el mundo. El les-
bianismo adquirió una realidad pública inédita que superaba las concepciones de
“amistad particular” (Miller, 1995). También: Barale, Michele Aina (1991), «Below
the belt: (Un)CoverÍng The well of loneliness», en Fuss, Diana (comp.), 1991.
La obra de Genet no puede, evidentemente, ser sólo leída a la luz de la re­
creación de un imaginario desdichado. En todo caso, sin duda más importante
que el ambiente social en que se desenvuelven sus personajes, es el hecho de que
Genet dé la palabra a sujetos que nunca antes habían tenido una existencia lite­
raria. Y que sea una palabra de deseo. Y que sea, además, una palabra sublime, li­
terariamente incontestable.
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 87

E1 nuevo discurso militante, desestimando radicalmente los


condicionantes de una realidad coyuntural opresiva como condi­
ción que permite superarla, establece las visiones profundas, ator­
mentadas y trágicas como formas de “falsa conciencia”, o de en­
carnación y promoción de un rol victimizado impuesto. Sobre
todo cuando se establecen como monopolio de representación de
realidades (por lo general) mucho más prosaicas, y cuando ade­
más son reproducidas por quienes las protagonizan, para asumir
(de manera más o menos voluntaria) un papel de maldito o de en­
fant terriblcy eso sí, desde el prestigio y con la admiración de
quienes contemplan la vejación y miseria ajenas. El nuevo movi­
miento de lesbianas y gays hace un juicio severo (o “injusto”),
pero imprescindible, a quienes habían elaborado aquel imaginario
precario.
El papel que juegan los creadores de ficciones (y los ámbitos
de génesis de discursos articulados) ya no pasa inadvertido. En su
«Carta abierta a Tennessee Williams» (publicada en 1971), Sil-
verstein escribe: «Una vez me hubiste enseñado el coraje de mi
humanidad, ya no pude aceptar por más tiempo mi victimiza-
ción. Seguía siendo demasiado parecido a como el mundo ‘hetero’
me decía que debía ser. Tú todavía no eres libre con respecto al
mundo heterosexual, en especial respecto a tus críticos. Todavía
crees que tu humanidad debe estar ligada a tu victimización, así
que sigues diciéndonos a nosotros, víctimas, maricas, mujeres,
demasiado de lo que ellos quieren que se nos diga. Nos dices
que debemos someternos a su autoridad.»
**
® Los compromisos
entre las artistas gays y lesbianas y las imprecisas instancias que
controlan la representación han de ser redefinidas.
La “vigilancia” que ejerce el movimiento lèsbico y gay desde
los años setenta no puede compararse a la ejercida para restringir
y definir interesadamente los modos de representación de las
realidades lésbicas y gays autorizados. No es ni tan sistemática, ni
tan intransigente, ni tan efectiva. El mismo dramaturgo nortea­
mericano que era acusado de victimismo por parte de un militan­
te gay se enfrentaba, además, al control de instancias del régi­
men. Al parecer, un psiquiatra le dijo una vez a Tennessee
Williams que, por su propio bien y por el bien de la sociedad, de-

Silverstein, Mike (1992), «An open letter to Tennessee Williams», en Jay y


Young (comps.), 1992:71.
88 Las formas “espontáneas" del prejuicio

jara de denigrar ‘'la normalidad” y expusiera las miserias de “la


homosexualidad” y de otras formas de “vicio”?^
El predominio (o, en todo caso, la pervivencia) del imaginario
desdichado en las visiones autorreferenciales puede explicarse en
función de una constelación de factores, relacionados todos ellos
con la posible amenaza que pesa sobre quien cuestiona un sistema
de representación restrictivo. Entre estos factores está la necesidad
de complacer a una audiencia heterosexual (la única con voz pú­
blica reconocida); el requisito de satisfacción del mundo editorial
y de la crítica (privilegiada instancia de enjuiciamiento); la vo­
luntad por parte de las y los autores de presentar como aceptable
una realidad sólo tolerada desde la compasión y la efectiva limi­
tación de las posibilidades de articulación pública de la vida en
función de principios socialmente reconocidos.’^

Russo, 1987:116. El propio Vito Russo nos cuenta el desarrollo de las pri­
meras interpretaciones críticas de películas en Estados Unidos. The boys in the
bandy dirigida por William Friedkin en 1970, ya fue acusada de presentar “la ho­
mosexualidad” como la causa de la infelicidad de los protagonistas. Aunque fue
durante el rodaje de Cruising, en 1979, cuando la crítica dio paso al enfrenta­
miento. La película, rodada en el Village de Nueva York, fue objeto de todo tipo
de boicoteo y sabotaje. Un periodista del Village Voice había hecho un llama­
miento para impedir el rodaje como fuera. La historia de un policía psicótico que
busca a un asesino de gays, que se descubre gay él mismo, y que empieza a su vez
a matar a otros gays soliviantó al activismo. En la película, además, aparecían
como extras varios asiduos de la “escena leather', de modo que al enfrenta­
miento entre la comunidad gay y lésbica con el equipo de rodaje se le unió un
agrio debate que enfrentó a gays-militantes con gays-“colaboracionistas”. El tes­
timonio de Vito Russo sobre esta controversia aparece en Marcus, Eric (1992),
Making history. The struggle for gay and lesbian equal rights 1949-1990, Nueva
York, Harper Collins. El 3 de septiembre de 1975, Los chicos de la banda se es­
trenaba en el teatro Barceló de Madrid. Por entonces, no existían asociaciones rei-
vindicativas, de modo que la protesta americana no tuvo equivalente. Sin em­
bargo, el estreno sí dio lugar a una pequeña conmoción en el desierto de
referentes gays de la época. El editorial de Blanco y Negro decía que «lo que ocu­
rrió la otra noche en el teatro Barceló no es una anécdota pasajera, sino la primera
manifestación pública del 'gay power español». El texto de la obra y los comen­
tarios de prensa aparecen en Crowley, Mart (1975), Los chicos de la banda, Ma­
drid, M K. La protesta por una obra de teatro representada en Madrid se hizo pú-
bhca en 1995, cuando La Radical Gai denunció el contenido de Ptcospardo's, la
historia angustiosa de un grupo de mujeres que descubren “la homosexualidad”
de sus seres queridos, hospitalizados al derrumbarse el techo de una discoteca
“ratita”. Véase «Picospardo’s-. de la disco al hospital», en Llamas (1997a).
Bergman, David (1991), Gaiety transfigured. Gay self-representation in
American literature, Madison (Wisconsin), The University of Wisconsin Press. En
Ser o no ser. Profusión terminológica y censura selectiva 89

En cualquier caso, también el imaginario desdichado rompe el


silencio y da una existencia pública a realidades, por lo demás,
prácticamente invisibles, al tiempo que contribuye a acabar con el
aislamiento de miles de lesbianas y gays que optaron por explorar
las posibilidades existenciales de un marco de referencia obliga­
damente restrictivo. De este modo, un mundo clandestino pero
localizable se hacía más accesible y se desarrollaba en función de
criterios hedonistas, funcionando como contrapunto de lo que las
sociedades bienpensantes podían aceptar. Desde los años setenta,
un imaginario autónomo que tiende a trascender el modelo des­
dichado se ha desarrollado discretamente, y ha logrado (en cierta
medida) romper con el silencio impuesto por una censura no in­
discriminada sino estratégica.
Aún hoy, sin embargo, la mayor parte de quienes podrían
participar de esta cultura se enfrentan al monopolio de las imá­
genes coherentes con la esencia social impuesta (desdichada), o a
la constitución de un imaginario clandestino y limitado (elitista), o
a una completa ausencia de referentes positivos.
La inaccesibilidad a cualquier representación no grotesca o
trágica de las realidades gay y lesbica es particularmente aguda en
las y los jóvenes. Es por ello que las instituciones que están direc­
tamente implicadas en el desarrollo y la integración social de las y
los jóvenes tienen una responsabilidad particularmente crucial. De
Vito señala tres responsabilidades esenciales de quienes desarro­
llan actividades docentes en lo que se refiere a la presencia certe­
ra de gays y lesbianas entre el alumnado. Primero, no denostar las
realidades gay y lèsbica, es decir, renunciar a reproducir estereo­
tipos. En segundo lugar, promover la autoestima de gays y les­
bianas, o sea, proporcionar imágenes positivas. Y por último, fa­
vorecer la comunicación y el entendimiento, es decir, integrar a
todo el alumnado en el proceso. Para ello, los profesores y las pro­
fesoras deben reconocer la existencia de gays y lesbianas entre los
y las estudiantes y, consecuentemente, abandonar la presunción
de heterosexualidad universal.’^

palabras de Alberto Mira (1994:101), «suicidas, afeminados, maníacos, depresi­


vos, dandies y marginados eran las únicas alternativas, y, de hecho, los autores ho­
mosexuales las utilizaron en múltiples ocasiones».
De Vito, Joseph A. (1981), «Educational responsabilities to gay male and
lesbian students», en Chesebro, James W. (comp.) (1981), Gay speak. Gay male
and lesbian communication., Nueva York, The Pilgrim Press. Una versión más re-
90 Las formas ^espontáneas^ del prejuicio

La ignorancia promocionada de cuestiones que, como éstas,


parecen de sentido común, es parte esencial del régimen de los
placeres. Su reproducción, por otro lado, descansa en la demoni-
zación de cualquier acto que intente resistir a ese imperativo,
amenazándolo con la posibilidad de interpretarlo en términos de
“proselitismo y corrupción de la juventud”. La imposibilidad de
un profesorado abiertamente lésbico y gay impone a las abun­
dantísimas profesoras lesbianas y profesores gays un ejercicio de la
reactualización de esos principios de aislamiento y alienación de
niñas y niños que, con frecuencia, reconocen la incoherencia de
sus afectos y deseos con respecto al modelo que se les impone.
Responsabilidades parecidas y programas de actuación simi­
lares podrían señalarse con respecto a otros ámbitos instituciona­
les que, sin explicar por qué (o sin plantearse siquiera la cuestión),
construyen o reproducen aún hoy un régimen excluyeme. Habida
cuenta que el régimen de sexualidad no es sólo réductible al or­
denamiento de lo públicamente representable, en la actualidad
hay quien plantea que la distinción entre “arte” y “política” no da
cuenta de la responsabilidad de las y los artistas lesbianas y gays
con respecto a la realidad social en que viven. Sarah Schulman
forma parte de la última generación de activistas que hacen lite­
ratura (o de “artistas comprometidas”): «La responsabilidad de
toda escritora y de todo escritor es ocupar el lugar que le corres­
ponde en los vibrantes movimientos activistas junto con todo el
resto de la gente. La imagen creada por el modelo intelectual
masculino de una élite ilustrada que reclama que su trabajo artís­
tico constituye su trabajo político es parasitaria e inservible para
nosotras» (Schulman, 1994:197).

cíente de ese programa destinado a evitar un clima de hostilidad es el que esta­


blecen Bass y Kaufman. Estas autoras aconsejan a profesoras y profesores que
quieran establecer un ámbito acogedor: Utilizar con naturalidad y frecuente­
mente las palabras “lesbiana”, “gay” o “bisexual”, es decir, reconocer la existen­
cia de esas realidades; no asumir la heterosexualidad de los y las interlocutoras;
hacer visibles símbolos que sean reconocibles (un triángulo rosa, por ejemplo) y
explicar a quien pregunte por su significado las razones de su uso y, lo más im­
portante, para quienes se identifiquen como lesbianas, gays o bisexuales, decirlo.
Bass, Ellen y Kaufman, Kate (1996), Free your mind. The book for gay, lesbian and
bisexual youth —and their allies, Nueva York, Harper Collins, pp. 42-45.
2. UN LUGAR BAJO EL SOL. DISTANCIAMIENTO
Y EMPLAZAMIENTO

«A veces, gente de diversos países dice que la inversión sexual


no es tan prevalente en su tierra como lo es en el extranjero. Sin
embargo, hablan desconociendo la realidad de los hechos.»^
Havelock Ellis
Principios del s. XX

«Mi partido está cometiendo un gravísimo error [...] Yo digo


que si vamos a hacer la revolución social, económica y política,
¿cómo será posible ello sin antes no hacer la revolución cultu­
ral, sexual, íntima y de las categorías síquicas? Siempre que
planteo este problema en mi célula me responden que hay cosas
inmediatas más importantes en las que ocuparse [...] Hace
unos días me tacharon de anarquizante. Corro peligro: pue­
den expulsarme de la célula y del partido.
Anónimo, 1976

Havelock Ellis fue un pionero de la sexologia británica que pu­


blicó numerosos estudios entre 1897 y 1910. Cuando escribe
EUis, la localización de “la homosexualidad” en un ámbito ajeno
ya era una práctica común. Este investigador («que representa
para la sexualidad moderna lo que Max Weber para la sociología
moderna o Albert Einstein para la física moderna»^), es el prime­
ro en ver la necesidad de enfrentar dichas prácticas a sus limita­
ciones. La segunda cita corresponde a un diario que llegó de for­
ma anónima a manos del psicólogo y escritor Jordi Viladrich en
1976, con una nota del autor animándole a que hiciera «buen
uso» de él. Desde la primera página, Viladrich nos desvela una
parte de su propia intimidad al emplazarse explícitamente en el
tradicional orden heterosexual. El libro se abre con estas palabras:

* Ellis, Havelock (1961), Psychology of sex, Nueva York, Harvest / HBJ, p.


240.
Viladrich, Jordi (1977), Anotaciones al diario de un homosexual comunista,
Madrid, Mirasierra, p. 54.
’ Robinson, Paul (1977), La modernización del sexo, Madrid, Villalar, p. 15.
92 Las formas "espontáneas'’ del prejuicio

«Mi esposa, siempre solícita, dijo: 'Querido, ¿pero te has dado


cuenta de la correspondencia que tienes acumulada sin leer?’»
(1977:13).
Resistamos la tentación de creer que esa aclaración no viene a
cuento porque, precisamente, para el autor es la condición de
posibilidad misma del libro; a fin de cuentas es él quien pone su
nombre. La posición de legitimidad a la que Viladrich aspira exi­
ge un posicionamiento explícito con respecto a la instancia de la
que va a hablar. Desde tal posición, comenta los citados diarios,
reproduciendo amplios pasajes de las vivencias íntimas de un mi­
litante comunista en la España de la dictadura franquista. En el
que abre este capítulo, el “homosexual anónimo” comprueba que
sus inquietudes no son consideradas como relevantes; que “la
homosexualidad” (que él presenta aquí difuminada en una re­
tahila de fórmulas) ha sido expulsada del espacio de la lucha, y
que él mismo puede ser desterrado. El discurso de Viladrich no
hace sino reproducir ese extrañamiento en otro ámbito.
Para EUis ya era evidente que “la inversión sexual” tendía a lo­
calizarse en el extranjero. Lo que ni Viladrich ni el diario anónimo
desvelan es si el militante comunista llegó a ser expulsado, o si se
exilió por propia voluntad lejos del partido clandestino (y lejos
también del orden franquista y de las instancias del discurso que
legítimamente pueden hacer el único “buen uso” posible de su ex­
periencia) o si, como la mayoría, aguantó con altibajos hasta el fi­
nal de la dictadura y encontró entonces otras posibilidades de li­
beración (aún frágiles) en esferas distintas de las que su partido
consideraba prioritarias.
En este apartado se examinan tres cuestiones. En primer lu­
gar, las prácticas de distanciamiento; es decir, las estrategias de lo­
calización de “la homosexualidad” en ámbitos lejanos y esencial­
mente distintos de aquél desde el que se habla; en ámbitos que
carecen de la legitimidad de lo que se considera “propio”. En se­
gundo lugar, los ensayos de emplazamiento, o intentos por bus­
carle una “sede” segura al propio deseo, exiliado ante la violencia
de la exclusión qu¿; impone el régimen de la sexualidad. Por últi­
mo, trataré de afrontar las posibles respuestas a esa exclusión
con respecto a los ámbitos que gozan de reconocimiento social.
En concreto, analizaré las formas de promoción de un ostracismo
con respecto a los valores de “la felicidad” y “la vida”, así como a
las formas de resistencia frente a tales conminaciones.
Un lugar bajo el sol. Dístanciamiento y emplazamiento 93

En general, tales prácticas ponen de manifiesto subjetividades


precisas: las de quienes expulsan de un espacio legítimo las formas
de diversidad sexual; las más frágiles de quienes, frente a esas es­
trategias, tratan de localizar los espacios en que esa excentricidad
puede hipotéticamente no quedar relegada a los márgenes... El
hecho de que el lesbianismo no dé lugar a una proliferación com­
parable de prácticas de este tipo puede interpretarse como el re­
sultado del extrañamiento de las mujeres en general respecto a las
posiciones de legitimidad discursiva.

2.1. EXTRANJERÍA SUPERLATIVA

«Una de las más tristes lecciones que me ha enseñado esta epi­


demia es que el auténtico liberal heterosexual, por alguna razón
inexplicable, no es necesariamente amigo de la lesbiana o el
gay. Luchará en favor de la gente negra, de las mujeres, de los
hispanos, por el aborto, por el desarme nuclear o para que la
Biblioteca Jefferson permanezca abierta toda la semana. Pero
cuando se trata de homosexualidad, siente náuseas. Intenta ex­
plicártelo. Yo no puedo.>/
Larry Kramer, 1986

Las palabras de Kramer ponen de manifiesto lo que para los


grupos de lesbianas y gays constituye una evidencia: la solidari­
dad y el compromiso que caracterizan una determinada práctica
política (sea ésta “de izquierda”, cristiana o cívica... pero en

Larry Kramer ha logrado convertirse en uno de los personajes más popu


lares y controvertidos del activismo gay y lésbico a nivel mundial. Este nortea­
mericano, que inició una prometedora carrera de guionista de cine (fue nomina­
do para un Óscar por su adaptación al cine de Mujeres enamoradas —Women in
love—, dirigida por Ken Russell en 1969), se dedicó después a la literatura y al pe­
riodismo de denuncia. Sus «Crónicas desde el holocausto» son la compilación de
esos trabajos. Además, contribuyó a crear las más importantes organizaciones de
lucha contra el sida: la asistencial Gay Men's Health Crisis y la reivindicativa
AIDS Coalition to Unleash Power: Act Up. Un tema recurrente en sus escritos es
el estupor que le produce la indiferencia de la “mayoría heterosexual” ante el “ex­
terminio” de los gays. Kramer, Larry (1994), Reports from the holocaust: The
story ofan AIDS activist, Nueva York, St. Martin’s Press, pp. 98-99. El artículo de
donde proviene la cita apareció publicado por primera vez en el periódico gay-lés-
bico New York Native, 152, 17 de marzo de 1986.
94 Las formas ‘"espontáneas” del prejuicio

todo caso no marcada sexualmente) pueden dirigirse a instancias


múltiples (desde un pueblo que lucha en una selva en las antípo­
das hasta una especie en extinción en el polo), e ignorar por
completo una realidad de opresión y discriminación que les afec­
ta más de cerca. Una exclusión fomentada desde múltiples ins­
tancias. Leo Bersani, por ejemplo, lo expresa así: «es mucho más
fácil que tu perro forme parte de la identidad familiar producida
por la televisión norteamericana que tu propio hermano o her­
mana homosexual». Y Watney escribe: «aún no se nos reconoce
como parte de ‘lo social’, ámbito del que paradójicamente esta­
mos excluidos en virtud, precisamente, de nuestra posición social
parcialmente legalizada en el ámbito ‘privado’».^ De este modo,
“la homosexualidad” constituye la quintaesencia de lo extranjero,
de lo ajeno, de lo que públicamente no se puede considerar
como propio y, por lo tanto, no concierne ni compete ni preocu­
pa a nadie.
Las prácticas que podríamos denominar “de distanciamiento”
constituyen otra manifestación recurrente y aparentemente no
articulada de prejuicio anti-lésbico y anti-gay.^ Lo que se produce
entonces no es una negación absoluta, sino una negación en el
marco de referencia privilegiado. Así, “la homosexualidad” puede
existir, pero se evitará reconocerla, por ejemplo, como parte del
propio país o de la propia clase. En la comunidad de referencia de
las personas que encarnan el prejuicio, “la homosexualidad ”,
como instancia denostada, no existe. Sí está presente, no obstante,
en las comunidades con respecto a las cuales se pretende estable­
cer una diferencia de orden esencial. El propio grupo se consti­
tuye negativamente a través de la atribución de las realidades de­
nostadas al otro.

’ Bersani, 1995a:88. Watney, Simon (1995), «El espectáculo del sida», en Lla­
mas (comp.), 1995b:48.
Tales prácticas se aplican a numerosas realidades, que casi siempre com­
parten con “la homosexualidad” un carácter (supuesta o potencialmente) “se­
creto” o “peligroso”. Así, ciertos actos sexuales (“un francés”, “un griego”) y en­
fermedades se atribuyen a ámbitos de referencia distintos del propio. Tales
prácticas fueron denominadas “etnofaulismo” [''etnophaulism”} por Abraham Ro-
back, en su libro publicado en 1944 A dictionary of international slurs. Leroy-For-
geot denomina «silogismo del otro» al siguiente razonamiento: «los sodomitas son
los peores criminales; X (que se opone a mi grupo) es el peor criminal; luego X es
sodomita». Leroy-Forgeot, Flora (1997), Histoire juridique de l'homosexualité
en Europe, Paris, Presses Universitaires de France.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 95

“La homosexualidad” se constituye a partir de un complejo


proceso de distorsión y alienación. Este proceso, en su vertiente
no razonada o “espontánea” se expresa, como ya hemos visto, de
dos maneras. Por un lado, el medieval “vicio nefando”, del que ni
siquiera se podía hablar, pasa a estar en todas las bocas, neutrali­
zando el reconocimiento de su práctica en la proliferación de ex­
presiones populares. Ese carácter inefable se precisa paulatina­
mente a medida que un régimen de representación se consolida:
no se puede hablar de “la homosexualidad” sin plantearse el por­
qué de su carácter subalterno pero, sobre todo, no se puede per­
mitir una articulación autónoma de realidades lésbicas y gays.
Una “epistemología de la homosexualidad” definirá de manera ra­
cional una realidad cosificada. Pero para quienes no logran ra­
cionalizar el prejuicio, las prácticas de distanciamiento permiten
expulsar esa instancia constituida a partir de referentes aberrantes
y, por consiguiente, evacuar la cuestión.
Las prácticas de distanciamiento se combinan a menudo con
algunos de los discursos que más adelante serán analizados. El he­
cho de que éstas no se constituyan como objeto de discurso espe­
cífico se debe a que su validez sólo es endógena. Las visiones ar­
ticuladas pretenderán establecer modelos de análisis universales
(dentro incluso de la pluralidad y la incoherencia). Las prácticas
de distanciamiento, al contrario, sólo valen para el grupo de refe­
rencia del que surgen, siendo el ámbito de atribución, a su vez, el
que genera propuestas de signo exactamente opuesto. En caso de
unificarse en un solo discurso con pretensión de validez universal,
unas y otras se anularían: “la homosexualidad” entonces estaría en
todos los sitios, o bien no estaría en ninguna parte. En todo caso,
dejaría de ser una instancia útil a la hora de fundamentar diferen­
cias esenciales.
De modo excepcional, dentro del propio ámbito y de manera
vagamente articulada, se aducen algunos argumentos para justifi­
car la inconveniencia de cualquier posibilidad de reordenación del
régimen de placeres y afectos. Básicamente, dos son los presu­
puestos que subyacen a la alienación de las realidades lésbicas y
gays en el seno del propio grupo. “La cuestión homosexual”, en
primer lugar, no es una cuestión prioritaria o urgente. En segundo
lugar, enlazando el liberalismo del siglo XIX con la articulación en
el presente de espacios de tolerancia, el prejuicio, si alguna vez lle­
gó a constituir un problema, ha dejado de serlo.
96 Las formas '"espontáneas* del prejuicio

El prejuicio anti-lésbico y anti-gay es considerado con fre­


cuencia como irrelevante. Esta tendencia es particularmente evi­
dente en el seno de los movimientos de liberación y de “la iz­
quierda” en general, que han dejado tradicionalmente las cues­
tiones “privadas” (no sólo las realidades lésbicas y gays, sino, en
general, cualquier temática sexual o referente a las cuestiones de
género o al patriarcado) para “más tarde”. Y que, de paso, han ta­
chado tradicionalmente de insolidaria, egoísta o dispersadora de
esfuerzos y energías cualquier tentativa de ampliar el espectro de
las formas “fundamentales” de opresión o de cuestionar el su­
puesto de la “prioridad revolucionaria”. Así, la opresión sexual no
le llega al tobillo a la opresión de clase, y poner en duda este
axioma es una “debilidad pequeñoburguesa”. Los regímenes de
opresión se estratifican, como si no tuvieran nada que ver unos
con otros; algunos de ellos tienen, desde este punto de vista, poca
importancia.
Una versión liberal de esa misma negación es la privatización
y atomización absoluta de las cuestiones “(homo)sexuales”. Ocu­
parse de “estos temas” es innecesario o incluso ética y estética­
mente cuestionable. Las realidades de los afectos y los placeres
discordes con la norma serán consideradas un asunto “de cama”.
En esta línea, se puede afirmar que, mientras no se moleste, cada
cual puede hacer en privado lo que quiera. De este modo, al pri-
vatizar absolutamente los placeres y al reducirlos a “comporta­
mientos”, se barre de golpe la dimensión pública y política de las
formas de opresión. Se confirma un régimen de representación
restrictivo. Se consiente la constitución de una instancia colectiva
indeterminada como objeto de discriminación, escarnio y violen­
cia. Se mantiene el aislamiento y la desafección de lesbianas y
gays que no pueden acceder fácilmente a pseudo-comunidades
clandestinas.
Todas las prácticas de distanciamiento se resumen en una
práctica “de avestruz” generalizada que permite ignorar el pre­
juicio, que permite que la opresión pueda escapar a cualquier
exigencia de justificación. Incluso cuando quienes ejercen la ex­
clusión son enemigos formales del sujeto que se distancia, si ésta
afecta a “homosexuales”, se mira a otro lado. Este silencio ha
permitido que la vertiente “homosexual” de la represión en tiem­
pos de Stalin pasara desapercibida tanto para partidarios como
para detractores del sistema soviético. Un silencio muy parecido
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 97

rodea el exterminio de “homosexuales” en los campos nazis. El


mismo silencio que ocultó las purgas contra “los homosexuales”
llevadas a cabo por McCarthy. El silencio que no permite ver a
ninguna lesbiana en esos acontecimientos (o en cualesquier otros).
Los intelectuales disidentes rusos, el pueblo judío y los militantes
comunistas norteamericanos sí han establecido la relevancia de
una determinada política de violencia aplicada en su contra. Las
personas que han sufrido discriminación, agresión o muerte por
“homosexualidad” no han generado memoria colectiva, ni interés
académico, ni solidaridad fuera de los espacios comunitarios es­
tablecidos de manera precaria y sólo en fechas muy recientes.
Ese “mirar a otro lado” no es un asunto del pasado. El desin­
terés, la desidia y la indiferencia, generalizadas, pero con una evi­
dente dimensión institucional, han sido denunciadas de manera
particularmente clamorosa por Larry Kramer (1994) y por un
gran número de grupos de lucha contra el sida en todo el mundo
que, desde principios de la década de los ochenta, han visto cómo
las comunidades gays eran diezmadas por un virus sin que se
opusieran estrategias de defensa (tratamientos, investigación, pre­
vención. ..) acordes con la gravedad de la situación.
El prejuicio que establece “la homosexualidad” no está, pues,
dentro del catálogo de las cuestiones que suscitan interés. Pero,
precisamente porque no está “dentro” y porque es evidente que
“existe”, habrá que emplazarla “positivamente” en algún lado. No
está entre las inquietudes del “propio” grupo (de la instancia he­
terosexual), pero tampoco se halla del todo “desaparecida”. Está,
eso sí, lejos. Veamos dónde puede encontrarse.

''Nuesíra''
«El fin del dicho mes de Julio, halló el demonio cómo salir de la
suya, para sacar de quicios el pueblo que quedaba sin cabezas.
Porque habiendo predicado el maestro Luis Castellolí de la
orden de San Francisco, en la iglesia mayor el día de Santa
Magdalena, que el vicio de la sodomía había prendido en Va­
lencia (traído por personas extranjeras, que a ocasión de mer­
cadear la moraban), y que éste era el señuelo que llamaba los
castigos de Dios, que tan espesos llovían sobre nosotros y más la
pestilencia; se exasperaron tanto los oyentes de oír aquel ne­
fando nombre, que pusieron faldas en cinta en buscar a los
culpados, y habiendo descubierto cuatro dellos, mosén Geró­
98 Las formas ‘'espontaneas'’ del prejuicio

nimo Farragud, justicia criminal de aquel ano, siendo confiten­


tes, los mandó quemar, a veinte y nueve de Julio.»’
G. Escolano, 1519

«En los Estados Unidos, en Inglaterra y en Alemania, cerca


del 25% de los hombres son homosexuales [...] [La homose­
xualidad] está mucho más presente en la tradición anglosajona
que en la tradición latina. Lo dicen los libros y la historia y es
un hecho de civilización.»®
Edith Cresson
Primera Ministra de Francia, 1991

Podríamos señalar en las palabras de Escolano (y en la reacción


del pueblo y de la justicia, alentada por la Iglesia) una inquietud
preventiva que, al menos explícitamente, no está presente en el
discurso de Cresson: la Primera Ministra no llama de modo ex­
plícito a la localización y al escarnio en su país. Sólo constata
(para estupor e indignación de las lesbianas y los gays franceses)
su propia verdad. Entre el siglo XVI y el siglo XX, no obstante, hay
elementos recurrentes, como el establecimiento de una “inocencia
local”, la necesidad de plantearse la cuestión del origen de la
“perversión” y la localización preferente de su génesis en lugares
distintos del propio. En los efectos de estos dos discursos de ex­
clusión se podrían encontrar también puntos de equivalencia: en
ambos casos, una instancia con voz pública justifica la alienación
de un colectivo definido, al que deja a merced de los impulsos
agresivos.
Una de las prácticas de distanciamiento más frecuente es la
presentación de las realidades gays y lésbicas (o, en general, de las

’ El prejuicio popular aparece aquí como respuesta a la asociación causal en­


tre la “llegada” del vicio y los castigos divinos que asolan la ciudad. Una asocia­
ción establecida por un “maestro” franciscano. La cita proviene del libro Décadas
de la historia de la insigne y coronada ciudad y reino de Valencia. Citado por Ca­
rrasco, 1985:18.
® Edith Cresson ya había realizado declaraciones parecidas al periódico bri­
tánico The Observer, en 1987, antes de convertirse en Primera Ministra de Fran­
cia. Como Presidenta del gobierno, confirmó sus opiniones a la cadena de tele­
visión de Estados Unidos ABC en julio de 1991. También declaró que «un
hombre que no se interesa por las mujeres es, en cierto modo, un poco minusvá­
lido». Citado en Laforgerie, Jean François (1991), «Le ‘parler cul’ d’Edith Cres­
son: Phantasmes de Premier ministre», Illico, septiembre, p. 8.
Un lugar bajo el sol. Distandamiento y emplazamiento 99

formas de afecto y placer menos institucionalizadas), como “fe­


nómenos” propios de otros ámbitos geográficos o nacionales. En
la supuestamente idílica Grecia clásica, por ejemplo, se hablaba de
“costumbres asiáticas”, atribuyendo el origen de las relaciones
entre personas “del mismo sexo” a los persas. Para el también
aparentemente tolerante Imperio Romano, eran los pueblos grie­
gos los que habían introducido tales costumbres. Y en la aún es­
casamente hostil Europa medieval, se atribuía a los Cruzados la
importación de estos placeres.
Los conquistadores que llegaron a América a partir de 1492 se
sorprendían de las costumbres sexuales de la población autóctona,
no tanto por las prácticas (que no les eran desconocidas), cuanto
por la normalidad con que éstas se desarrollaban en buena parte
de las comunidades indígenas. La colonización y la evangelización
se justificaban así por medio de criterios de atribución a los pue­
blos americanos de las realidades más denostadas según la moral
de los conquistadores. La imposición de la llamada “postura del
misionero” como única forma legítima de coito heterosexual y la
extensión del prejuicio homofóbico, constituyen una muestra de
cómo la colonización impuso formas de sexualidad y valores mo­
rales ajenos en muchos casos a las culturas americanas.^ Pero
pronto se desarrollaron puntos de vista exactamente opuestos.
Durante el motín que tuvo lugar en la ciudad de México el 8 de
junio de 1692, los amotinados tachaban a los españoles de “mari­
quitas”: «Españoles de porquería, ya vino la flota. Andad, mari­
quitas, a los caxones a comprar cintas y cavelleras.»^®
La localización de “la homosexualidad” en un espacio ajeno
tiene, pues, importantes antecedentes en la alienación de “la per­
versión” o “la sodomía”. Sin embargo, en la mayor parte de los
casos anteriores a la articulación del régimen de sexualidad, este
distanciamiento tiene un carácter básicamente cultural. Una de las
explicaciones a la hipótesis que establece la génesis del prejuicio
anti-gay y anti-lésbico en el pueblo judío, es la articulación de
diferencias que protegieran su especificidad cultural y religiosa
frente a los pueblos vecinos. Desde que en Europa empieza a

’ A este respecto se puede consultar la antología de Katz, Jonathan (comp.)


(1985), Gay American History, Nueva York, Harper Colophon Books.
Carlos de Sigüenza y Góngora, Alboroto y motín de Mexico del 8 de junio
de 1692-, citado por Gruzínski, 1985:264.
100 Las formas “espontáneas’’ del prejuicio

consolidarse el modelo de organización de las comunidades hu­


manas en torno al establecimiento o la imposición del Estado-na­
ción, las prácticas de distanciamiento adquieren una dimensión
política y simbólica hasta entonces inédita. De este modo (ob­
viando las referencias laudatorias), lo que en Grecia o Roma podía
constituir motivo de curiosidad o sarcasmo, lo que en el Renaci­
miento continúa siendo objeto de ironía, pasa a analizarse poste­
riormente en términos de riesgo de contagio pernicioso, de ame­
naza exterior.
Con el fin de esa “edad oscura” se desarrolla en Francia y en
otros países europeos una persistente tradición de localización
de “la homosexualidad” en Italia. Las prácticas lésbicas eran co­
nocidas por la aristocracia francesa del siglo XVI como donna con
donna. Brantôme (que, decididamente, ve muchas más lesbianas
de lo que por entonces era habitual), escribe: «Las turcas van al
baño más por esta lujuria que por otra cosa, y danse mucho a ello;
aun las cortesanas que tienen hombres por fuerza y a toda hora,
usan entre sí de esto&fricarelas, se buscan y se aman unas a otras,
como he oído decir a algunas en Italia y España. En nuestra Fran­
cia son comunes tales mujeres; más dícese que de no mucho tiem­
po a esta parte la moda ha venido de Italia por una señora que no
nombraré» (W.AA., 1971:42-43). Al parecer, esa mujer que llevó
“el tribadismo” desde Italia hasta la corte de Enrique IV y de la
que todo el mundo hablaba (aunque nadie lo hiciera abiertamen­
te) no era otra que María de Médicis. Por otro lado, también ha­
brían sido banqueros lombardos quienes llevaron el vicio hasta In­
glaterra. Indudablemente, el ambiente artístico de la Italia rena­
centista contribuyó a difundir por toda Europa el mito. Para
cuando Pablo IV ordenó poner taparrabos sobre las generosas
anatomías de la Capilla Sixtina, el estereotipo ya estaba bien asen­
tado. Irónicamente, el hecho de que (según Richard Burton), In­
glaterra “enviara” a sus pederastas a Italia, dio lugar allí a la ex­
presión “// vizio inglesé^ Siglos más tarde. Mussolini renunció a
criminalizar “la homosexualidad” con el argumento de que sólo
era practicada por algunos turistas extranjeros.
La misma Francia que no sabía de dónde le llegaban los vi­
cios, sería considerada en otros lugares como una sede privilegia­
da de éstos. En Inglaterra, la necesidad de acudir a investigaciones
sobre la sodomía realizadas por Tardieu (uno de los primeros es­
tudiosos de las implicaciones jurídicas de la “inversión”), para
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 101

servir de base de argumentación en un proceso en 1861, llevaba a


uno de los magistrados a felicitarse por la inexistencia de ese tipo
de literatura en las bibliotecas británicas?^ La existencia de tales
investigaciones era considerada como un indicativo de la presen­
cia en Francia de realidades que, a partir de su invisibilidad en In­
glaterra, eran presentadas como inexistentes en la era victoriana.
Las realidades lésbicas y gays se pierden en la “inversión” y ésta, a
su vez, sólo se manifiesta en las estrategias discursivas que la de­
finen. La substitución alcanza así su más alto grado. Años des­
pués, en 1895, el juicio contra Óscar Wilde, que fue tratado con
indignación por la prensa inglesa, recibió un tratamiento más
bien irónico y sarcástico por parte de los medios escritos france­
ses. La perversión había vuelto a cruzar el Canal de la Mancha.
En 1907 estalló en Alemania un tremendo escándalo cuando
un periodista anarquista acusó a Philip von Eulenburg, consejero
y amigo personal del kaiser Guillermo II, de “costumbres contra
naturai Se sucedieron una serie de procesos en los que fueron in­
culpados destacados miembros de la administración y del ejército.
Estos procesos dieron lugar en Francia y en otros países a una inu­
sitada oleada de caricaturas y artículos de contenido anti-gay, en
los que se señalaba “la homosexualidad” como elemento caracte­
rístico del ejército germano o incluso de todo el pueblo alemán. Si
en Francia llegaron a publicarse varios libros en 1908 a este res­
pecto, en Gran Bretaña e Italia la campaña de desprestigio se de­
sarrolló posteriormente en el contexto de la Primera Guerra Mun-
dial.«
** Weeks, Jeffrey (1989), «Inverts, perverts and Mary-Annes: Male prostitu­
tion and the regulation of homosexuality in England in the XIXth and XXth Cen­
turies», en Duberman, Martin; Vicinus, Martha y Chauncey Jr., George (comps.)
(1989), Hidden form history. Reclaiming the gay and lesbian past, Londres, Pen­
guin.
De Weindel, Henri y Fischer, F. P. (1908), L’homosexualité en Allemagne.
Étude documentaire et anecdotique, Paris, Société ¿’Édition et de Publication. Si
bien el libro desmiente la idea de que “la homosexualidad” es un “vicio ale­
mán”, los autores, no obstante, se refieren exclusivamente al debate que allí tiene
lugar a propósito de la campaña desarrollada en favor de la derogación del art.
175 del Código Penal, evacuando, de este modo, la posibilidad misma de una
existencia de “la homosexualidad” (por problemática que ésta fuera) en tierras
galas. Como en el caso de Tardieu, aquí es la ley y su aplicación la que ocupa todo
el espacio de referencia de “la homosexualidad”. Véase también Steakley, James
D. (1989), «Iconography of a scandal; political cartoons and the Eulenburg Affair
in Wilhemin Germany», en Duberman, Vicinus y Chauncey (comps.), 1989.
102 Las formas '^espontáneas" del prejuicio

Las declaraciones de Edith Cresson que abren este apartado


enlazan, pues, con una tradición francesa que, en particular des­
de el siglo XIX, atribuía la homosexualidad a las naciones ‘‘ene­
migas”, y especialmente a Alemania. Al mismo tiempo, se afirma
así una esencia francesa o, incluso, “latina”, que confirma y per­
petúa ese universo simbólico mínimo en el que no caben las re­
laciones homosexuales?^ Esa “heterosexualidad latina” no abar­
ca, desde un punto de vista españolista, a los franceses (cuya
lengua es a menudo caracterizada como “poco masculina”). Sim­
bólicamente, “afrancesado” (o “intelectual”) y “amanerado” son
equivalentes desde el siglo XIX. La mitología en torno a Curro Ji­
ménez, el bandolero que luchaba contra la ocupación francesa,
ha continuado proporcionando hasta fechas recientes un filón de
ejemplos.
Cierto es que, en ocasiones, la hetero-masculinidad puede
extenderse a Latinoamérica: «Los españoles estamos persuadi­
dos de ser los hombres más machos del mundo. Como mucho,
aceptamos que también son bastante machos los mexicanos, no
tanto por afinidades raciales o sentimentales cuanto por la reite­
ración con que lo proclaman en casi todas sus canciones.Sin

Como iremos viendo, Alemania tiene un papel fundamental en la historia con­


temporánea de “la homosexualidad”. La “problematización” política, la crimi-
nalización penal, las aproximaciones científicas y la organización de los primeros
movimientos de resistencia son todos ellos factores que, en el espacio germánico,
tienen una presencia particularmente relevante. En este sentido, localizar en Ale­
mania diversos procesos históricos que definen el papel de “la homosexuahdad”
en el mundo occidental desde finales del siglo XIX no es del todo desacertado,
aunque no era éste, evidentemente, el objetivo de tales iniciativas.
A este respecto, otro miembro del partido socialista francés, Lionel Jospin,
afirmaba: «Estamos en un país latino; resulta por lo tanto difícil imaginar la re­
acción de la sociedad francesa ante la puesta en marcha de un estatuto civil (un
estatuto de pareja, por ejemplo) que situara a los homosexuales en un mismo pla­
no que los heterosexuales.» Cf. Lionel Jospin, entrevistado por J. F. Bernard,
Gai PiedHebdo, 305 (noviembre de 1988). En Francia, según Courouve, se han
utilizado las expresiones “amor griego”; “gustos itahanos” o “griegos”; “cos­
tumbres alemanas”, “árabes”, “asiáticas”, “bizantinas”, “coloniales”, “griegas”,
“italianas”, “levantinas” y “tunecinas”; “vicio alemán”, “italiano”, “griego”, “ex­
tranjero”... Courouve, Claude (1985), Vocabulaire de l'homosexualité masculine,
París, Payot.
Alcalde, Jesús y Barceló, Ricardo Javier (1976), Celtiberia gay^ Barcelona,
Personas, p. 9. Estos autores proceden a desmitificar (aprovechando el desorden
de la incipiente transición) esa imagen de una España exclusivamente heterose­
xual.
U» lugar bajo el sol. Disíanciamiento y emplazamiento 103

embargo, lo más frecuente es que se busquen los espacios en los


que situar la perversión. A la atribución de “la homosexualidad” a
los pueblos americanos, le ha sucedido en la actualidad la «ten­
dencia de los españoles a atribuir en exclusiva el vicio de la buja-
rronería a los ‘moros’, entendiendo bajo tal nombre el Islam en su
conjunto».
En todo caso, si el distanciamiento geográfico tiene por lo
general una base “nacional”, en ocasiones se expresa a un nivel
más reducido: en los pueblos (cuando no se atribuye a otro pró­
ximo), se suele situar “la homosexualidad” en las ciudades.

"'Nuestra'' ideología

«Uno se rebela ante la mención de los horrores (antisemitismo


y homosexualidad) que el fascismo hace proliferar con tal es­
plendor [...] En los países fascistas, la homosexualidad, azote
*
de la juventud, florece sin el menor castigo; en el país en donde
el proletariado ha alcanzado el poder social, la homosexualidad
ha sido declarada un delito social y es severamente castigada.
En Alemania ya existe un lema que dice ‘Erradicando a los
homosexuales desaparece el fascismo’.»^^
Máximo Gorki
«El humanismo proletario», 1934

Además de las fórmulas de base geográfica y dimensión nacional,


“la homosexualidad” también ha sido utilizada para establecer
distinciones de carácter político-ideológico. Con frecuencia, las di­
ferencias ideológicas refuerzan o se suman a los argumentos na­
cionalistas. En ocasiones, como muestran las palabras de Gorki,
un mismo prejuicio fomenta posiciones intemacionalistas de “so­
lidaridad” en el rechazo. Irónicamente, la erradicación de “los ho­
mosexuales” en Alemania fue una tarea que asumió como propia
el régimen nazi. Una tarea tan propia del régimen nazi como el ex­
terminio del pueblo judío.

Cardin, Alberto (1989), Guerreros, chamanes y travestis. Indidos de homo­


sexualidad entre los exóticos, Barcelona, Tusquets, p. 32. La primera edición fue
publicada en 1984.
Citado por Lauritsen, John y Thorstad, David (1977), Los primeros movi­
mientos en favor de los derechos de los homosexuales (1864-1933), Barcelona,
Tusquets, p. 131.
104 Las formas “espontáneas"' del prejuicio

Una vez finalizado el periodo de indefinición legal que siguió


a la Revolución de octubre, en la Unión Soviética se vuelve a la es­
trategia criminalizadora. Los argumentos que justifican el retorno
a la represión institucionalizada son, precisamente, los que se de­
rivan de la identificación de “la homosexualidad” con un vicio
burgués. En vísperas de la II Guerra Mundial se establece una
identificación más extrema de “la homosexualidad” con el fascis­
mo. En 1934 se aprobaba una enmienda al Código Penal que
castigaba las relaciones homosexuales entre adultos con cinco
años de prisión. Se desató entonces (por primera vez en el mun­
do), una orquestada campaña de dimensiones masivas en varias
ciudades, que se saldó con un número de persecuciones, deten­
ciones y deportaciones difícil de determinar.
Si en la URSS quedaban resabios burgueses (y si ese argu­
mento justificaba la represión de “la homosexualidad”), la iz­
quierda alemana asumía prejuicios similares. Wilhelm Reich,
cuando todavía era miembro del Partido Comunista Alemán, es­
cribía: «La homosexualidad juega también en los medios políti­
camente reaccionarios, así como entre los estudiantes nacionalis­
tas o entre los oficiales, un papel no despreciable y que está
estrechamente ligado a la gran inhibición moral y sexual de estos
medios.»^^
Sólo cuatro meses tardó el régimen nazi en emular la estrate­
gia represiva de Moscú. Las SA fueron disueltas: Ernst Röhm y
buena parte de los “camisas pardas” fueron ejecutados durante la

Reich, Wilhelm (1974), lucha sexual de los jóvenes, México, Roca, p. 84.
El texto fue escrito en 1932. Pocas veces se incide en la violenta hostilidad de
Reich hacia “la homosexualidad”. Sus críticas de la familia patriarcal como insti­
tución represiva le hacen a menudo pasar por un pensador progresista. En otra
obra suya (1978), La revolución sexual, Valencia, Ruedo Ibérico, Reich perfila sus
posturas. «En la fase de transición de una sociedad autoritaria a una sociedad li­
bre debe regir este principio: reglamentación moral para impulsos secundarios y
antisociales, y autorregulación de la economía sexual para las necesidades bioló­
gicas naturales» (p. 47). Reich critica aquí la fracasada revolución sexual soviéti­
ca. Un índice de este fracaso es la pervívencia de “la homosexualidad” y la solu­
ción represiva adoptada por Stalin en 1934: «Poco a poco, y como resultado de la
persistencia del problema sexual en general, creció la ola de la homosexualidad
hasta que, en enero de 1934, se practicaron detenciones masivas de homosexua­
les en Moscú, Leningrado, Jarkov y Odesa» (p. 237). «No se pueden reducir las
actividades homosexuales si no es logrando las condiciones necesarias para una
vida de amor natural de las masas» (p. 238). Sobre la particular concepción de lo
natural volveré más adelante.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 105

“noche de los cuchillos largos” (28 de junio de 1934). Esta ope­


ración obedecía a razones ajenas al comportamiento sexual de
los miembros de las SA, que no eran ni de exclusiva ni de mayo-
ritaria preferencia homosexual (aunque así lo diga un mito de
gran aceptación). Esta matanza sirvió también para que el régimen
nazi despejara cualquier posible duda sobre las acusaciones de
connivencia con “la homosexualidad” que desde el otro lado de la
barrera ideológica se lanzaban. La izquierda alemana presentó a
menudo a los miembros de las SA como integrantes de un club de
depravación. El “reformador sexual” Magnus Hirschfeld y hasta
el mismo Hitler señalaron el paralelismo entre las caricaturas an­
tinazis y el caso von Eulenburg (Steakley, 1989:248). Pocas fueron
las voces que se alzaron pidiendo que se atacara a Röhm por ra­
zones mucho más trascendentes que sus hábitos sexuales.^®
Quizá Gorki no sabía que la política anti-gay y anti-lésbica del
partido nazi ya había comenzado a implementarse muy poco des­
pués de que Hitler accediera al poder. El Comité Científico y
Humanitario, la primera asociación de defensa de gays y lesbianas
fundada en Alemania y dirigida por Magnus Hirschfeld, fue arra­
sado por tropas de asalto el 6 de mayo de 1933. Además de un
fondo bibliográfico de valor incalculable, el Comité contaba con
documentación referente a unas 40.000 personas, muchas de las
cuales formaban ahora parte del nuevo orden.Información so­
bre sexualidad que siempre es información confidencial, secreta,
susceptible de ser utilizada en contra de uno/a. Libros y docu­
mentos fueron quemados en una inmensa hoguera a las puertas
del Comité. Lo que hacía florecer el III Reich era una homose­
xualidad en medio de las llamas.
Si el proyecto de erradicación sistemática de “los homose­
xuales” todavía no podía implementarse, la reducción a cenizas

La película de Luchino Visconti La caída de los dioses (La caduta degli dei,
de 1969) üustra este proceso de desavenencias políticas en el seno del nazismo y
el juego de influencias en el marco de los imperios industriales alemanes, a partir
de la historia de la familia de un magnate del acero. En todo caso, la representa­
ción de la “noche de los cuchillos largos” que realiza Visconti parece remitir tam­
bién a un proceso de castigo moral a las SA, que habían convertido su encuentro
al borde de un lago bávaro en una auténtica orgía.
” Haeberle, Erwing J. (1989), «Swastika, Pink Triangle and Yellow Star;
The destruction of sexology and the persecution of homosexuals in nazi Ger­
many», en Duberman, Vicinus y Chauncey (comps.), 1989.
106 Las formas "espontáneas” delprejuiáo

del germen de organización y reflexión de las minorías sexuales


constituía, indudablemente, un mal presagio. En otoño de 1933 se
iniciaron las detenciones y deportaciones en aplicación del Códi­
go Penal, una persecución que adquirió caracteres masivos en
1936, año en que se llevó a cabo una “operación de limpieza” en
la ciudad de Berlín con motivo de la celebración de los Juegos
Olímpicos. El Reich quería presentar al mundo una imagen “in­
maculada”. El exterminio de los “triángulos rosas” en los campos
de concentración constituyó la culminación de este proceso. Las
realidades gays y lésbicas del Berlín de Weixnar habían desapare­
cido; ya sólo quedaban los triángulos de los deportados.
La actitud de los mandos de las tropas aliadas que liberaron
los campos de concentración respecto a la masacre de “los ho­
mosexuales” contribuyó no sólo a silenciar la magnitud del ex­
terminio (que años después ha sido estimado en un número de
ejecuciones que oscila entre algunas decenas de miles y varios
centenares de millares), sino que además cubrió de silencio todo
el esfuerzo que, desde el siglo anterior, habían llevado a cabo di­
ferentes personas y grupos en muchos países. El ejemplo más
evidente fue la destrucción de todo el trabajo del Comité Cientí­
fico y Humanitario de Hirschfeld, aunque todas las balbuceantes
iniciativas prebélicas se resintieron de la violencia doble (aunque
de distinta naturaleza) ejercida por el eje y los aliados.^®

2° Señalemos, no obstante, que muchos gays y lesbianas sobrevivieron al ré­


gimen na2i sin demasiados problemas. Himler ordenó personalmente en 1937 que
no se molestase a ciertos artistas y la esposa de Goering protegía personalmente a
conocidos “homosexuales” del mundo del cine. Incluso hay testimonios de gays
alemanes que recuerdan el UI Reich como un periodo particularmente feliz de sus
vidas, por lo que la idea de una persecución absoluta o la de una “comunidad”
gay y lèsbica homogénea e igualmente traumatizada por la represión nazi deben
ser matizadas. Lo cual no le resta un ápice de violencia a la política higienista del
III Reich, pero sí pone de relieve hasta qué punto es subjetiva y cambiante la de­
finición en cada momento de la coherencia de “la homosexualidad”. Para quienes
fueron deportados, la realidad de los campos era particularmente dura y las tasas
de mortalidad particularmente elevadas. Los triángulos rosas eran con frecuencia
tan despreciados por otros colectivos de deportados (muchos de los cuales man­
tenían relaciones homosexuales sin el peso del estigma) como por los kapos nazis.
La disparidad de las estimaciones sobre el número de triángulos rosas muertos en
los campos nazis se debe, por un lado, a la ausencia de documentación, y por
otro, a la diversidad de los criterios utilizados. Si hemos de considerar el exter­
minio de gays y lesbianas a partir no sólo de las deportaciones en aplicación del
artículo 175 del Código Penal, sino contabilizando también a las personas de-
Ufi lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 107

Los “triángulos rosas” que sobrevivieron a los campos de ex­


terminio no pudieron acceder a las compensaciones reconocidas a
las personas deportadas por motivos étnicos, religiosos o políticos.
A fin de cuentas, eran condenados de derecho común por un
delito ya tipificado en las legislaciones de la República de Weimar,
y que seguiría vigente en la RFA y en la RDA, de igual forma que
continuaba aplicándose en la Unión Soviética, en los Estados
Unidos, en Gran Bretaña y, desde 1942, en Francia. Si la impor­
tancia de esa “liberación” no puede en ningún caso desestimarse,
tampoco cabe considerar que para los triángulos rosas supuso
un acceso o un retorno a la ciudadanía.
Otra identificación de tipo ideológico y efectos devastadores
fue la establecida muy poco después de finalizar la guerra en los
Estados Unidos por el senador de Wisconsin Joseph McCarthy,
quien promovió una violenta campaña anti-homosexual y anti-co-
munista. Un esfuerzo purificador que pretendía ser especialmen­
te escrupuloso en las altas instancias del gobierno. El argumento
aducido era que unos y otros constituían fuerzas subversivas que
amenazaban la seguridad del Estado. En el trasfondo de esta
campaña, que se inició en 1950, hay que señalar una estrategia de
descrédito por parte del Partido Republicano en contra del go­
bierno del presidente Truman. Si bien la oleada de represión se
inició desde instancias gubernamentales a partir de ese mismo
año (pasando el número de despidos de una media de cinco al
mes para el periodo 1947-1950 a una media de sesenta al mes a
partir de esa fecha), el nuevo gobierno de Eisenhower, desde
1953, endureció aún más los procedimientos de localización y
expulsión de gays y lesbianas de puestos de la administración pú­
blica?^

portadas sin juicio previo; las asesinadas sin haber sido deportadas; las persegui­
das y asesinadas por gobiernos aliados y colaboracionistas del régimen nazi en
Croacia, Eslovaquia, Hungría, Rumania o Finlandia, las que se suicidaron y las
que añadían “la homosexualidad” a algún otro delito (étnico o político), o al re­
vés, la magnitud del exterminio puede superar ampliamente las cien mil personas.
La polémica sobre la magnitud del exterminio es, en todo caso, estéril, a no ser
que el único criterio de evaluación de la barbarie sea el peso, volumen y número
de cadáveres que produce. Haeberle, 1989 y Marshall, Stuart (1991), «The con­
temporary political use of gay history. The Third Reich», en Bad Object Choices
(comp.), 1991.
D’Emilio, John (1983), Sexual politics, sexual communities. The making of
a homosexual minority in the United States, 1940-1970, Chicago (Illinois), The
108 Las formas espontaneas’* del prejuicio

Así, miles de personas perdieron su empleo, o nunca llegaron


a conseguir el puesto de trabajo al que aspiraban, o fueron some­
tidas a interrogatorios e investigaciones por parte del FBL Esta
campaña dio “patente de corso” a las fuerzas policiales que ini­
ciaron regulares operaciones de acoso e intimidación en torno a
los puntos de encuentro de gays y lesbianas que iban surgiendo.
La vigilancia y el acoso sistemáticos de “los homosexuales” por
parte del FBI, institucionalizados en muchas ocasiones a través de
brigadas de control especiales, se prolongaron hasta los años se­
tenta.
El peligro que representaban los gays y las lesbianas se justifi­
caba a partir de esa supuesta “esencia homosexual” que se carac­
terizaba en los Estados Unidos de los años cincuenta, por la falta
de carácter o de estabilidad emocional. A ello se unía el potencial
de degradación moral de las administraciones a partir de su ne­
fasta influencia, y el hecho de que constituyeran objetivos privile­
giados para el espionaje a través de formas de chantaje. La pre­
sencia de gays y lesbianas en las instancias de gobierno respondía
a una estrategia comunista destinada a “infectar” la sociedad.
Así, el carácter ideológicamente peligroso asociaba a comunistas y
“pervertidos sexuales”. Tripp señala que las campañas “anti-gay”
tenían como finalidad justificar ante la opinión pública las intro­
misiones en la vida privada de las y los ciudadanos por parte de
las autoridades, así como legitimar una campaña de represión ge­
neralizada que sería tanto más aceptable si se presentaba en tér­
minos morales.^2 O bien, de forma más simbólica, el objetivo po­
día ser, como dice Edelman, «la idealización de la seguridad
doméstica, tanto para la familia nuclear como para el Estado nu­
clear» amenazadas la primera por “la homosexualidad” y la se-

University of Chicago Press. El documento elaborado por una comisión del Se­
nado de EE UU bajo el título «Employment of homosexuals and other sex per­
verts in government», del 15 de diciembre de 1950, aparece reproducido en
Katz (comp.), 1985:99 y ss.
Según esto, el objetivo no hubiera sido hacer rodar cabezas indiscrimina­
damente, sobre todo si tenemos en cuenta que entre los gays bien situados en las
altas esferas de poder estaban John Edgar Hoover, director del FBI, así como di­
plomáticos, mandos militares, etc., entre los que, irónicamente, habría que contar
al propio McCarthy, según algunos rumores que circulaban en Washington. Al
llegarle tales rumores, McCarthy, con 45 años y hasta entonces soltero, se casó re­
pentinamente con su secretaria. Tripp, C. A. (1978), La cuestión homosexual, Ma­
drid, EDAF.
Un lugar bajo el sol. Disíanciamiento y emplazamiento 109

gunda por “el comunismo”, y unidas ambas en la defensa de un


determinado “sueño americano”?’
Un último ejemplo de utilización de “la homosexualidad”
como criterio de diferenciación ideológica que muestra cómo es­
tas prácticas continúan considerándose eficaces, puede ser seña­
lado en Gran Bretaña. A finales de los años ochenta, los conser­
vadores acusaron veladamente a los laboristas de connivencia
entre las autoridades locales que éstos controlaban y los grupos de
gays y lesbianas. Patricia Hewitt, la secretaria de prensa del en­
tonces presidente del partido, Neil Kinnock, le había enviado un
informe (desvelado por la prensa) en el cual se afirmaba que las
políticas en favor de los gays y las lesbianas estaban costándole al
Partido Laborista una pérdida de apoyo entre los y las jubiladas
que podía tener importantes consecuencias electorales. El miedo
a una posible identificación laborista = homosexual propició en
1987 una toma de postura por parte de este partido, que en un
principio apoyó una disposición legal de contenido claramente
anti-gay / lésbico, la denominada “cláusula 28”.^' *

'"Nuestra" clase, ""nuestra” raza

«Por tanto tiempo como predomine la educación sexual bur­


guesa, ésta producirá homosexuales [...] Numerosos jóvenes
proletarios, debido a su miseria, son inducidos a entregarse a
homosexuales de los medios ricos.» (1974:83-84)
Wilhelm Reich, 1932

La localización en un ámbito distante se produce también a partir


de criterios de estructura social, situación económica u origen

Edelman, Lee (1993), «Tearooms and sympathy, or, Epistemology of the


water closet», en Abelove, Barale y Halperin (comps.), 1993:560.
Cabe preguntarse si al Partido Laborista no le costó más, incluso (irónica­
mente) en términos de eficacia electoral (y no sólo desde el punto de vista de la
coherencia de su programa político) estas vacilaciones, habida cuenta la absoluta
desafección que desde ese momento y durante varios años mostraron los grupos
de gays y lesbianas en Gran Bretaña hacia un proyecto que había jugado la “car­
ta homosexual” de forma interesada. El compromiso electoral de derogación de
la citada disposición legal, asumido por Tony Blair, indica un cambio de rumbo
en las relaciones del laborismo británico con las comunidades y asociaciones
lésbicas y gays.
lio Las formas “espontáneas” del prejuicio

étnico. Como muestran las palabras de Reich en La lucha sexual


de los jóvenes, “la homosexualidad” puede atribuirse a un sistema
de educación burgués, de modo que los burgueses producen su
propia homosexualidad. Pero además, precisamente por ser bur­
gueses, pueden abusar de quienes están en una posición desfavo­
recida; tienen la capacidad de corromper a una instancia que se
concibe como pura e inocente: los «jóvenes proletarios».
No obstante, no es Reich el primer promotor de esta idea.
Friedrich Engels, por ejemplo, consideraba que la clase obrera in­
glesa estaba debilitada por el abuso del alcohol y la licencia sexual.
La riqueza es considerada a menudo como factor determinante de
una vida sexual desbordante, sofisticada y particularmente pro­
clive a la “perversidad”. Significativamente, el término “lujuria”
resume bien esta antigua asociación, promovida desde finales del
siglo XIX por los discursos de clase anti-aristocráticos. El ya men­
cionado “caso von Eulenburg” que a los ojos de Europa consti­
tuyó una Alemania pervertida, dio pie a argumentos de distancia-
miento en el interior, según los cuales sólo la aristocracia (y no
todo el “pueblo alemán”) se daba a la sodomía. También en la
Rusia prerrevolucionaria todas las “perversiones” eran atribui­
das a la aristocracia.
Para la clase obrera o para los que hablan en su nombre, “la
homosexualidad” será, en suma, una perversión de las clases pri­
vilegiadas. Ya hemos visto cómo Reich, considerado a menudo un
paladín de la liberación sexual, lo dice sin ambages. Del mismo
modo, en la orgía criminalizadora que barrió la Unión Soviética
en 1934 con la introducción del delito de “homosexualidad ”, se
mantuvo con frecuencia la tesis de que la persistencia de ésta,
después de más de una década de socialismo, no podía indicar
sino las dificultades de una completa erradicación de los restos de
aquellas costumbres depravadas de las clases explotadoras, así
como el carácter contrarrevolucionario de tales prácticas.
Pero no es necesario remontarse tan atrás ni creer que esas ac­
titudes han desaparecido. En el órgano de expresión del Partido
Comunista Francés aparecían en 1976 estas valoraciones: «Noso­
tros, los comunistas, ¿estamos a favor de una sociedad en la que la
gente hará el amor como quien se lava las manos? [...] Esto re­
presentaría un retorno a las costumbres aristocráticas de la corte
en la época de la Regencia [...] Es evidente que la burguesía uti­
liza la inmoralidad, especula con ella, la convierte en una fuente
U» lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 111

de ganancias.»^^ En ese momento, ya superada la explosión li­


bertaria del 68, los únicos discursos que desafiaban el orden de los
placeres eran el feminista (formalmente asumido por la izquierda
francesa sin excesivo entusiasmo) y, sobre todo, el discurso rei-
vindicativo de lesbianas y gays; éste, por el contrario, enfrentado a
una abierta hostilidad por parte del PCF.
El distanciamiento desde una posición económicamente des­
favorecida se basa en varios factores. Por un lado, está la evidencia
de la mayor visibilidad de los gustos y costumbres de las clases
económicamente privilegiadas. En segundo lugar, podemos seña­
lar la relativa facilidad con que estos ámbitos construyen espacios
de tolerancia y subculturas propias. Por último, las mayores posi­
bilidades de escapar a formas de censura y sanción, cuando uno o
una forma parte de los estratos privilegiados, son también evi­
dentes. De esta constelación de factores se deriva, en la mayoría
de los grupos “de izquierda”, el postulado de la inexistencia de
realidades equivalentes entre las clases más desfavorecidas. En el
peor de los casos, la censura y represión de “la homosexualidad”
supone un “reconocimiento” sólo implícito.
Pero, al revés, en ocasiones, desde la alta burguesía o la aris­
tocracia se defendió la idea de que “la homosexualidad” era en
realidad un vicio propio del lumpen. Incluso cuando se reconoce
la presencia de relaciones entre “personas del mismo sexo” en to­
dos los ámbitos sociales, los análisis que de ello se derivan siguen
dando lugar a diversas matizaciones. Enfrentado a una misma
realidad, el ámbito médico-psiquiátrico del siglo XlX analizaba
las relaciones homosexuales de forma diferente. Apoyándose en la
llamada “teoría de la degeneración” (propuesta en 1857 por Bé-
nédict-Auguste Morel en su Traité des dégénérescences physiques,
intellectuelles et morales de l'espèce humaine), según la cual la
“perversión” era consecuencia de factores patológicos hereditarios
y manifestaba un proceso de deterioro de más amplio alcance, se
llegó a postular el carácter étnico y de clase de la moralidad se­
xual. Las razas no blancas y las clases más pobres serían ejemplo
de inmoralidad: «muchos médicos que describían la inversión
como una enfermedad cuando afectaba a pacientes pertenecientes
a la clase media la consideraban como una forma de comporta-

UHumanité, 16 de enero de 1976, citado por Mirabet i Mullol, Antoni


(1985), Homosexualidad hoy, Barcelona, Herder, p. 200.
112 Las formas '‘espontáneas’' del prejuicio

miento inmoral y voluntariamente elegida en personas pobres».^^


En el primer caso, estaríamos ante una "inversión congénita”,
mientras que el segundo caso sería una “inversión adquirida”;
un vicio.
La burguesía en ocasiones se emplaza en un espacio incierto
entre una aristocracia “depravada” y un proletariado sumido en el
“vicio”. Para el doctor Hesnard, «la tendencia homosexual nace
con bastante facilidad en los ambientes vulgares donde los hom­
bres, desprovistos de delicadeza en materia de gustos sexuales, vi­
ven en promiscuidad lejos de las mujeres, o en ambientes más re­
finados, donde las mujeres están mantenidas apartadas de los
hombres, abocadas a un nivel intelectual inferior, por lo que
aquéllos cultivan la sensualidad por sí misma» (citado por Roditi,
1975:211). Una burguesía responsable, trabajadora y púdica se
constituye como referente moral para toda la sociedad.
Con frecuencia, las luchas políticas en nombre de la clase
obrera incluirían (como parte de su programa de liberación) una
adecuación a esos esquemas morales que, en un principio, se de­
sarrollaron como punto de referencia de los grupos sociales emer­
gentes. Así, a lo largo del siglo XX, la medicalización de la sexua­
lidad y la patologización de las relaciones homosexuales se
produjeron tanto en los países capitalistas como en los socialistas,
y tanto para las clases dirigentes como para la clase trabajadora...
“La homosexualidad” se constituye como instancia denostada
para ricos y pobres, de derechas o izquierdas. Incluso cuando se
reconoce su ubicuidad, aún se construyen diferencias de clase
para unas realidades que nunca llegan a ser equiparables: «El
*
‘marica’ o ‘sarasa pertenece, generalmente, a clases sociales bajas,
vive en barrios donde abunda el vicio y la prostitución y busca el
comercio directo con otros hombres, imitando a las rameras, en
vez de formar círculos más o menos selectos como los homose­
xuales llamados bisexuales, tal y como ocurre en los países occi­
dentales, expecíalmente [í/c] en los Estados Unidos.»^^

Chauncey, George (1985), «De la inversión sexual a la homosexualidad: la


medicina y la evolución de la concepmalización de la desviación de la mujer», en
Steiner y Boyers (comps.), 1985:106.
Wassermann, Ludwig (1976), Las fronteras de la homosexualidad, Barce­
lona, Vilmar, p. 60. Este autor se dedica a la “divulgación científica” de cuestio­
nes relativas al “sexo”. En su caso (como en el de tantos otros que aprovechan la
relativa relajación de la censura a partir de 1975), su trabajo consiste en una
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 113

Si bien no es siempre considerada como propia de la clase


obrera, “la homosexualidad” puede ser en ocasiones un factor de
proletarización. Esto es lo que se afirma en un bienintencionado
estudio sobre «la angustia sexual de las prisiones». Como sostiene
su autor, la «caída homosexual» de los presos es particularmente
traumática para aquéllos de «procedencia pequeñoburguesa»,
dado que tal “caída” es considerada como un índice significativo
de «subproletarización». «El ‘sentimiento de clase’ de este tipo de
detenidos, ya fuertemente dañado por el arresto, se agrava ante la
perspectiva de una claudicación homosexual que lo incluiría, ya
de forma definitiva, en el área de los comportamientos sociales de­
sahuciados, y al objeto de evitar cualquier tipo de provocaciones,
usará mil argucias para eludir las duchas colectivas, exponerse
semi-desnudo en los rincones soleados del patio o desertar del
ambiente penumbroso de la hora de televisión.»^®
Así, tanto para los libertadores del proletariado o los defen­
sores de la dignidad de los presos como para quienes justificaban
las diferencias de clase, “la homosexualidad” se integraba perfec­
tamente en el marco de análisis de la realidad, fuera éste revolu­
cionario, reformista o conservador. El prejuicio anti-gay o anti-Iés-

vulgarización sin ningún pudor de las tesis más sofisticadas sobre “la homose­
xualidad”. Wassermann, entre otros, enlaza el prejuicio no articulado y “visceral”
con las razones de una determinada ciencia. Wassermann es el seudónimo de En­
rique Sánchez Pascual. No deja de resultar curioso comprobar cómo, incluso tra­
tándose de libros netamente hostiles, algunos autores españoles (quizás para
atribuirse la “legitimidad” de todo lo que llegaba del extranjero tras muchos
años de censura, para no quedar asociados al interés por “estos temas”, o para
acabar de expatriar “la homosexualidad”), firmaban sus obras con nombres fal­
sos, a menudo de inspiración germánica. También Enrique Martínez Fariñas
(autor de una Biografía de la homosexualidad publicada en Barcelona en 1976) fir­
maba como Helmuth von Sohel o como Inving Smutty, y Mauricio Carlavilla del
Barrio se escondía detrás del seudónimo Mauricio Karl. Cf. Smith, Paul Julian
(1992), Laws of desire. Questions of homosexuality in Spanish writing and film
1960-1990, Nueva York, Oxford University Press, p. 5. Traducción española:
(1998), Las leyes del deseo, Barcelona, Ediciones de la Tempestad.
Sagaseta, Salvador (1978), La angustia sexual en las prisiones (Prólogo de
Juan María Bandrés), Madrid, Ediciones de la Torre, p. 95. Aquí vemos cómo,
una vez más, el periodo postfranquista abre las puertas a todo tipo de análisis
que encuentran en “la sexualidad” un verdadero filón. Desde los supuestos del
alegre “destape”, los prejuicios y los estereotipos logran expresarse con un des­
parpajo inédito. Hasta las ansiedades sobre las duchas colectivas, los cuerpos se-
midesnudos y los ambientes penumbrosos se expresan con una soltura sin pre­
cedentes.
114 Las formas “espontáneas” del prejuicio

bico era (y sigue siendo) un elemento común a ideologías, por lo


demás, bastante enfrentadas.
Del mismo modo, la etnia constituye en ocasiones el criterio
que permite localizar “la homosexualidad ” fuera y lejos de la
propia realidad. Así por ejemplo, el Virrey de España en México,
con respecto al procesamiento de 123 acusados de “pecado ne­
fando” que acabó con la ejecución de catorce de ellos en 1638,
afirmaba: «No está en la causa hombre ninguno no sólo de cali­
dad peri ni de capa negra, sino todos mestizos, indios, mulatos,
negros y toda la inmundicia de este reyno y ciudades» (Gruzinski,
1985:271). Sin embargo, aunque no se hablara de ello, entre los
procesados había varios miembros del clero, así como el hijo de
un regidor de Puebla. Sí es cierto que entre los acusados había in­
dios (33), mestizos (29), mulatos (19) y negros (10). Pero también
había 28 españoles.
Los relatos de la conquista y la colonización de América y
Asia están plagados de testimonios donde se localiza en esas cul­
turas una práctica generalizada de la sodomía. La construcción de
los pueblos orientales como afeminados y proclives a los actos pe­
caminosos, supone acaso la primera articulación de una teoría
sexual con base racial y sin consideración de criterios religiosos,
sociales o culturales. La conquista americana, por su parte, podía
justificarse con el argumento de que (como manifestaba Hernán
Cortés) “todos son sodomitas”. Bernal Díaz del Castillo incidía en
1605 en esa inusitada prevalencia del crimen contra-natura^ aso­
ciándolo a la práctica del canibalismo. De este modo, se producía
una construcción de “la otredad” en los pueblos sometidos. Con
frecuencia se exageraba la prevalencia de la sodomía, se extrapo­
laban comportamientos de unos pueblos a otros, se imbricaban las
cuestiones sexuales con el canibalismo o la desnudez... Excep­
cionalmente, aparecían figuras como Bartolomé de las Casas,
quien ya en 1613 negaba esa difusión aparentemente amplísima.
Para él, la sodomía no existía en las islas de Jamaica, La Española,
Cuba o San Juan (Bleys, 1996:23-26).
Otra idea ampliamente difundida en determinados contextos
de la población negra de Estados Unidos, mantenía que “la ho­
mosexualidad” no existía en el África subsahariana hasta la llega­
da de la población blanca (Katz, comp., 1985). Sin embargo, la
idea de esa aparente “inexistencia” se contradice con numerosas
crónicas en las que se da cuenta de las costumbres sexuales de los
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 115

pueblos africanos en términos muy similares a los utilizados en la


descripción de las culturas americanas y asiáticas. Como señala
Bleys (1996:35,46), es bien posible que la necesidad de una mano
de obra africana para la explotación de las colonias americanas y
del Caribe haya favorecido la construcción de una “masculinidad”
y una “virilidad” negras. Su afeminamiento hubiera negado la
fuerza física que se esperaba de ellos. De igual modo, la fertilidad
de las mujeres negras se articuló como criterio de confirmación de
su labor reproductora de esa misma fuerza de trabajo.
El antropólogo Bronislaw Malinowski, por su parte, situán­
dose del lado de los pueblos de Papúa-Nueva Guinea que estudia,
mantenía que en ellos no se practicaban relaciones entre “perso­
nas del mismo sexo”, y que tales prácticas fueron introducidas por
patrones culturales occidentales. Las enfermedades venéreas, sos­
tiene Malinowski, también llegaron de “la mano” de los coloni­
zadores. “La homosexualidad” en su análisis es como una enfer­
medad contagiosa. Y más recientemente, Kronemeyer formula
un argumento similar: la homosexualidad es desconocida entre los
Hunzas, que también se distinguen por ser <¿a única sociedad
en la superficie del planeta libre de cáncer».
En un estudio sobre el papel que juega “la homofilia” en la li­
teratura negra africana, Vignal sostiene que ésta se emplaza de
manera casi sistemática en espacios urbanos y “modernos”; lejos,
en todo caso, de formas de vida autóctonas. Pero, además, para la
mayoría de estos escritores, la homofilia no es otra cosa que «una
desviación traída por los colonizadores y sus descendientes».^^

Malinowski, Bronislaw (1987), The sexual life of savages, Boston (Massa­


chusetts), Beacon Press. La primera edición data de 1929. Los Hunzas a que hace
referenda Kronemeyer (1980:54) son un pueblo de “los remotos Himalayas”. De
signo contrario es la idea defendida por Wyden y Wyden (1968:218). Sobre las 49
sociedades que permiten o incluso alientan “la homosexualidad”, este autor y esta
autora observan que se trata de “sociedades primitivas”, que tal práctica forma
parte de ritos religiosos y que a duras penas pueden compararse con “la civiliza­
ción occidental”. Coincidiendo en el símil utilizado por Kronemeyer, también
apuntan que, a diferencia de muchas formas de cáncer que no pueden prevenir­
se, “la homosexualidad” sí puede evitarse con una intervención temprana por
parte de los padres (Jtó.:18).
Vignal, Daniel (1995), «L’homophilie dans le roman négro-africain d’ex­
pression anglaise et française», en Mendès-Leite, Rommel (comp.) (1995), Un su­
jet inclassable? Approches sociologiques, littéraires et juridiques des homosexualités,
LiUe, Cahiers Gai Kitsch Camp.
116 Las formas “espontáneas'' del prejuicio

Desde la perspectiva del África subsahariana, asociada a Europa,


a América (o, en ocasiones, al mundo árabe), “la homosexuali­
dad” aparece, sobre todo, confundida con la colonización, la ex­
plotación, el imperialismo.
Estas ideas se corresponden, como en todos los demás casos,
con otras de signo contrario: el ámbito médico norteamericano se­
ñalaba a finales del siglo XIX una correlación entre la raza negra
(progresivamente urbanizada y desconectada de las labores agra­
rias) y las prácticas sodomíticas. Una idea a la que Wyden y Wy-
den (1968:168-69) todavía dan crédito. Lamentando la escasez de
estudios sobre la prevalencia de “la homosexualidad” entre la
población negra, aventuran una alta incidencia, en particular entre
los estratos económicos más bajos. Ello se debería al carácter ma­
triarcal de la familia negra de clase baja {«the lower class Negro fa-
mily»), a la «castración social del hombre negro» y a las neurosis
de los padres {«parental neuroses»}.
Los ejemplos citados anteriormente de emplazamiento de “la
homosexualidad” en otro espacio geográfico (de Francia a Gran
Bretaña, de España al mundo árabe...) tienen también una posi­
ble lectura “racial”. Si los españoles, como decía Cardín, locali­
zaban “la bujarronería” en el Islam, tal atribución, como él mismo
señala, se apoya en su diferencia étnica: son “moros”. Poco im­
porta que el término derive de “búlgaro” y que se aplicara origi­
J nalmente a los herejes de aquellas tierras. En el Magreb de hoy
día, no obstante, los europeos-blancos son con frecuencia consi­
derados como el equivalente local de los “homosexuales” que la
cultura occidental emplaza fuera de sus fronteras.

"Nuestra' fe

«Dios. Creemos en Ti; Te hemos dicho que creemos... No Te


hemos negado, así que álzate y defiéndenos. Reconócenos, oh
Dios, ante el mundo entero. ¡Daños también el derecho a nues­
tra existencia!»’^
Radclyffe Hall, 1928

En su atormentada novela, Hall pone de manifiesto la inexistencia


de las lesbianas desde el punto de vista de la ortodoxia cristiana.

De la novela The well of loneliness. Citado por Miller, 1995:185.


Un lugar bajo el sol. Disíanáamiento y emplazamiento 117

Por boca de uno de sus personajes, la autora le plantea a su dios


una exigencia: si verdaderamente es el dios de todas las personas,
debe reconocerlas, otorgarles una existencia de la que carecen y
además, alzarse para defenderlas. Esa es la parte del trato que le
corresponde cumplir. Ellas ya han cumplido con la suya: creer,
manifestar su creencia y no negar. Ahora es Su tumo. Las palabras
de Hall expresan con claridad un conflicto abierto entre la fe y el
deseo; a escala individual, pero dotado además de una incontes­
table dimensión colectiva. Resulta efectivamente complicado di­
rimir esta diferencia entre fe y deseo. Pero además, otro enfren­
tamiento ajeno al deseo (la oposición entre fe y ausencia de fe)
puede solventarse en el campo de los placeres. “La homosexuali­
dad” vuelve a ser el instrumento que permite solucionar (o plan­
tear) problemas de otros órdenes.
Las relaciones homosexuales, que durante mucho tiempo no
dieron lugar a reacciones particularmente hostiles por parte de la
jerarquía eclesiástica, fueron posteriormente identificadas por las
iglesias cristianas con la herejía. El carácter herético de la sexua­
lidad entre hombres se establece ya en la Edad Media por ser la
preferencia supuestamente exclusiva de los albigenses, miembros
de una secta disidente localizada cerca de la ciudad de Albi, en el
mediodía francés. Los albigenses, efectivamente, rechazaban la
procreación como factor de encarcelamiento del alma en la “vil
materia” (Boswell, 1992a). La sodomía, asociada a la no-procrea­
ción, era así atribuida a la disidencia religiosa. Las relaciones entre
hombres, más reprimidas en el catolicismo ortodoxo, se hacían
más visibles en ciertos grupos heréticos. Además, quienes practi­
caban placeres y afectos denostados según aquella ortodoxia, pro­
bablemente se aproximaron a estas comunidades.
No obstante, al margen de cualquier otro criterio, la práctica
homosexual era razón suficiente para dar lugar a procesos de dis-
tanciamiento de este tipo. Las relaciones lésbicas eran considera­
das a menudo como señal de brujería. Del mismo modo, sin que
fuera evidente la prevalencia o exclusividad del placer entre hom­
bres como característica de determinados colectivos (y sin que pu­
diera afirmarse honestamente su inexistencia en el propio), la so­
domía era un elemento más en el catálogo de imputaciones a las
comunidades que, por cualquier motivo, se distanciaban de la
ortodoxia. Así, en la disolución de la orden de los Templarios,
aparecieron también imputaciones de este tipo.
118 Las formas “espontáneas” del prejuicio

Pero si durante mucho tiempo la Iglesia tuvo en ‘'la homose­


xualidad” un instrumento útil para defender una determinada or­
todoxia, ésta acabó constituyendo un arma de doble filo que se
volvía en su contra. Cuando empezaron a articularse grupos anti­
clericales, éstos pronto establecieron que eran más bien los curas
quienes seducían a los jóvenes. Expresiones como “pecado de los
jesuítas” y “vicio clerical” así parecen indicarlo.-^ También en la
polémica en torno a la Reforma, Martín Lutero no duda en hacer
abundantes alusiones a “la homosexualidad” del clero católico.
Y para algunos pensadores de la Ilustración (como Voltaire) y li­
teratos (como Diderot, autor de La religiosa}, también es en el
seno mismo de la Iglesia donde hay que buscar esa “homosexuali­
dad” (Leroy-Forgeot, 1997:72-73). Entre 1937 y 1938, cuando el
régimen nazi articula su oposición a la Iglesia católica, se producen
en Alemania numerosas acusaciones de “homosexualidad” a sa­
cerdotes de esa confesión. Vignai, comentando la literatura negra-
africana, encuentra que en ésta el papel de “importador” del vicio
lo desempeñan a menudo «los misioneros y otros representantes
del Dios de los blancos» (1995:69). En este último caso, origen geo­
gráfico, pertenencia étnica y creencia religiosa se unen en una
misma estrategia de alejamiento de “la homosexualidad”.
Ya recientemente, desde un agnosticismo que presenta el fa­
natismo religioso como enajenación, hay quien considera al “ho-

Courouve, 1985:27. Los jesuítas acabaron renunciando a la conversión


del Japón y de la China. Y renunciaron, además, a eliminarlas prácticas sodomí-
ticas que allí encontraron. En sus relatos sobre la evangelización de las tierras del
lejano Oriente, presentaban tales prácticas como generalizadas, seguramente
más como justificación de su misión que como relato fidedigno de lo que sucedía.
Los dominicos y los franciscanos que desarrollaban su tarea evangelizadora en
América relataban con menor detalle y frecuencia las prácticas sodomíticas, por lo
que algunos ilustrados consideraron irónicamente que los propios jesuítas estaban
involucrados en los mismos pecados que insistentemente criticaban. Es más, en la
evangelización americana, en ocasiones (como es el caso de Bartolomé de las Ca­
sas), se intentó combatir la idea de que la sodomía estaba generalizada, para así
permitir una labor de conversión más eficaz (Bleys, 1996:29,38). Un ejemplo tem­
prano de la “acusación” al clero lo encontramos en un sermón pronunciado por
Savonarola el 1 de noviembre de 1494. Dirigiéndose a los sacerdotes, éste les con­
mina: «Abandonad, os digo, vuestras concubinas y vuestros jóvenes barbilampi­
ños. Abandonad, repito, aquel pecado nefando, abandonad aquel vicio abomi­
nable que ha traído la cólera de Dios sobre vosotros.» Citado por Temprano,
Emilio (1994), El árbol de las pasiones. Deseo, pecado y vidas repetidas, Barcelona,
Ariel, p. 490.
Un lugar bajo el sol. Distanáamiento y emplazamiento 119

mosexual” como especialmente proclive a caer en la alienación y a


ser cómplice (cuando no protagonista) de ese sistema de “manipu­
lación de almas”. Según el testimonio de Sagaseta, «en las tres pri­
siones que he conocido, los ayudantes del capellán eran, al mismo
tiempo, sacristanes y homosexuales reconocidos, de donde deduz­
co la ‘validez’ de la alienación religiosa en relación con la pérdida
del sentimiento de seguridad [...] Una ‘entrega religiosa’ que ten­
dría el significado de una búsqueda de protección a través del en­
tendimiento ostensible con la Institución y su moral» (1978:104).
Las posturas contrarias a la institución católica recibieron con
regocijo el reconocimiento por parte del Papa Juan Pablo II de la
existencia en el seno de la Iglesia (corroborada por estadísticas y
testimonios), de quienes son a menudo considerados por la propia
institución como corruptores y pecadores. Respondía así a una
multitud de escándalos (sobre todo en Estados Unidos, pero tam­
bién en Gran Bretaña, Holanda y Austria) en los que hombres
adultos denunciaban haber sido objeto, durante su adolescencia
en instituciones educativas religiosas, de intentos de seducción por
parte de sacerdotes y altos cargos de la jerarquía católica.^^ El
Vaticano y sus detractores (y los medios de comunicación) con­
firman unánimemente el carácter peligroso y depravado de “la ho­
mosexualidad” al reducir una realidad gay presente en el seno de
la Iglesia de manera mucho más generalizada, menos pintoresca y
menos controvertida, a los casos de escándalo por abuso o coac­
ción de menores. Evidentemente, el lesbianismo queda, una vez
más, fuera de juego.^'^

Por ejemplo: «El Vaticano cifra en 400 los sacerdotes de EE UU acusados


de abusar de menores», El País, 24 de junio de 1993. Esa cifra es la que resulta de
las denuncias presentadas entre 1984 (año en que, por primera vez estalló el es­
cándalo en el Estado de Louisiana) y 1992. En ese periodo, la Iglesia católica de
Estados Unidos se ha gastado cuatrocientos millones de dólares en procesos ju­
diciales. Un análisis periodístico de esos casos aparece en Berry, Jason (1992),
Lead us not into temptation. Catholic priests and the sexual abuse of children,
Nueva York, Doubleday. En la segunda línea del prólogo, el autor anuncia que,
cuando estalló el escándalo en 1984, su esposa estaba embarazada de siete meses.
El escándalo en torno a la figura del arzobispo de Viena, el cardenal Groer,
hizo verter ríos de tinta durante el mes de abril de 1995. «Acusado de abuso se­
xual por un ex alumno», informaba El País el 28 de marzo. El 3 de abril ese mis­
mo medio daba a conocer «Más denuncias de homosexualidad contra el cardenal
Groer» (“homosexualidad” = abuso sexual). Dos días más tarde se nos informa
del «Pleno respaldo de la Iglesia al cardenal acusado de pedófilo» (“homosexua-
120 Las formas **espontáneas^' del prejuicio

“Nuestra” especie

«¿Cómo es posible que sea natural un vicio que destruiría al


género humano si hubiera sido general y que constituye un
atentado infame contra la naturaleza?»^’
Voltaire, 1764

«Mosca homosexual. Dos investigadores han logrado modi­


ficar el comportamiento sexual de moscas drosófilas trans­
plantándoles un gen, convirtiendo a ejemplares machos hete­
rosexuales en homosexuales. El transplante del mismo gen,
llamado ‘blanco’ porque también cambia el color de los ojos de
estas moscas del vinagre, no produce tal modificación del com­
portamiento en hembras.»’^
El País, 7 de junio de 1995

lidad” = abuso sexual + pedofilia + complicidad de la jerarquía). El día 7, Groer


dimite, y (de nuevo a cuatro columnas) se discute sin solución de continuidad el
incumplimiento del celibato, el abuso de menores, las tasas de “homosexuales ac­
tivos” en el seno del clero austríaco y la prevalencia (aún mayor) de “homosexua­
les latentes”. El grupo de gays y lesbianas Opus Leiemprendió en agosto una cam­
paña de denuncia de la legislación discriminatoria y de la hipocresía de la actitud
anti-lésbica y anti-gay por parte de instituciones como la Iglesia católica. Para ilus­
trar esa hipocresía, reveló los nombres de cuatro obispos gays. En el titular de El
País del día 2 (otras cuatro columnas) se leía: «El grupo austríaco Opus Lei acusa
en público a cuatro obispos de homosexuales». Una realidad denostada siempre
constituye un secreto cuya revelación sólo puede concebirse en términos de acu­
sación. El régimen de la sexualidad evacúa los problemas que genera (la hipocre­
sía de la jerarquía católica) reduciéndolos a la problemática general de “la homo­
sexualidad”. Todas estas noticias están firmadas por Vivianne Schnitzer.
” «El amor socrático», parte de su Diccionario filosófico. Artículo reprodu­
cido en W.AA., 1971:80.
La descripción de los comportamientos que evidencian que el resultado del
experimento son las “drosófilas gays” (los “tocamientos de las patas delante­
ras”, el “frotamiento de los genitales” y “las felaciones”) parece señalar una lo­
calización de “la homosexualidad” fuera de la especie humana o, mejor dicho,
una asimilación de los actos que supuestamente definen esa misma “homose­
xualidad” en el terreno de los comportamientos de los insectos. Más que carac­
terizar a los insectos a partir de sus comportamientos “homosexuales”, se define
“la homosexualidad” a partir de los componentes que comparte con el mundo de
los insectos. Sobre esta cuestión de moscas, véase Rosario, Vernon A. (1997b),
«Homosexual bio-histories. Genetic nostalgias and the quest for paternity», en
Rosario (comp.), 1997a y Zhang, Shang-Ding y Odenwald, Ward F. (1995), «Mi­
sexpression of white (w) gene triggers male-male courtship in Drosophila», Pro­
ceedings of the National Academy of Science U.S.A., 92, pp. 5525-5529.
Un lugar bajo el sol. Distandamiento y emplazamiento 121

Desde un posible apocalíptico fin del género humano hasta la


sofisticación de la ingeniería genética vulgarizada en un diario
respetable con un titular significativo, muchos argumentos esta­
blecen el carácter “no natural” de “la homosexualidad”. No na­
tural porque implicaría el fin de la especie; no natural porque es
resultado de una manipulación de los genes. El último modelo de
distanciamiento que consideraremos es el que parte de argumen­
tos vulgarizados de orden científico o biológico, a partir de los
que se establecen diversas concepciones morales e ideológicas de
“lo natural”. Una vez más, postulados de signo contrario resultan
incompatibles y demuestran, más que el carácter acertado o erró­
neo de la idea, la permeabilidad promocionada del prejuicio.
Por un lado, se intenta mostrar cómo la ausencia de “homo­
sexualidad” en especies distintas de la humana supone que esa
“desviación” es más fruto de la civilización o la cultura que de “la
naturaleza”. «Las abejas, por ejemplo, cuyas trabajadoras eter­
namente vírgenes, no están destinadas más que a aprovisionar la
colmena sin tener nunca acceso al harén de zánganos que ali­
mentan para la reina; pero jamás ha sido posible descubrir amo­
res lesbianos entre ellas ni relaciones homosexuales entre los
zánganos condenados» (Roditi, 1975:77). Al analizar el compor­
tamiento de las abejas y los zánganos a la luz de categorías hi-
perdeterminadas por culturas humanas, el resultado es un dis­
tanciamiento (en este caso condescendiente) con respecto a la
otra especie.
Este mismo autor dedica páginas enteras a revisar estudios so­
bre «unos pequeños gusanos planos que pertenecen al grupo de
los ‘planaria’» (1975:42), a la luz de los cuales pretende explicar
mejor el qué y el cómo de “la homosexualidad”. La identificación
que se sigue de su discurso (“los homosexuales” son como unos
gusanos planos —o como una mosca drosòfila—) no está exenta
de un considerable (¿e inconsciente?) potencial inspirador de re­
pugnancia. Incluso cuando se consideran comportamientos “si­
milares”, se puede dudar de su carácter “homosexual”. Pero in­
cluso en la duda, la comparación queda establecida: «Es cuestio­
nable hasta qué punto el acto de montarse puede siquiera lla­
marse sexual. Mucha de la aparente actividad homosexual que ob­
servamos entre los perros no es más que este ‘juego de montarse’»
(Kronemeyer, 1980:5). En cualquier caso, estamos ante una “es­
pecie” radicalmente ajena a “lo humano”.
122 Las formas “espontáneas" del prejuicio

Así, en cierto modo, la supuesta ausencia de comportamientos


“homosexuales” en el mundo animal es por lo general asociada a
una sofisticación de la sexualidad humana, que evidencia un ex­
trañamiento respecto de lo que es natural para la especie: «es
poco probable que los animales en estado natural se vuelvan des­
viados. Con los humanos es completamente diferente. Las actitu­
des humanas del pensamiento y los usos sociales humanos han
creado toda suerte de confusiones sexuales».^^ En contra de lo
que afirma este científico-moralista, al parecer, se han observado
comportamientos “homosexuales” en la práctica totalidad de los
mamíferos superiores y en buena parte de aves, peces e insectos.
De estos últimos ya hemos visto dos ejemplos. Aunque también se
han observado, qué duda cabe, comportamientos heterosexuales.
Incluso entre moscas, gusanos y perros.
La idea de que el desarrollo de la especie humana habría traí­
do “la homosexualidad” (y el postulado concomitante: que ésta
no existía en un estado natural previo a la civilización), remite
también a las teorías de la degeneración. Impulsadas por Krafft-
Ebing en su Psychopathia sexualis (1886), las teorías del desarrollo
degenerativo del género humano marcan el inicio de una patolo-
gización de las relaciones homosexuales, que acaba consolidán­
dose pese a los intentos por evitarlo que desde la propia disciplina
académica de la sexología se llevan a cabo.^^ Como veremos más
adelante, estos argumentos, mucho más desarrollados y articula­
dos en impresionantes corpus de conocimiento supuestamente
objetivo, son la base del establecimiento de discursos extremada­
mente violentos de control y represión de la disidencia sexual.
En este marco de la vulgarización de la ciencia y de organiza­
ción de la sexología en torno a criterios represivos, Wassermann
sostiene que «aunque parezca una exageración, nosotros nos da­
mos cuenta, sólo por el contacto, si tocamos o somos tocados
por un hombre. Esto quiere decir que nuestra sensibilidad está
‘educada’ para establecer esta diferencia» (1976:103). Este autor
no aclara en ningún momento si constató personalmente esa hi­
pótesis. La confusión entre naturaleza (el sentido del tacto) y cui-

Lang, Theo (1971), The difference between a man and a woman, Nueva
York, The John Day Company, p. 108.
Krafft-Ebing, Richard von (1978), Psychopathia sexualis, Nueva York,
Stein and Bay.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 123

tura (la educación de la sensibilidad) está al servicio de la aliena­


ción de “la homosexualidad”?^
Evidentemente, no se pueden dar ejemplos de emplazamiento
de “la homosexualidad” desarrollados por otras especies. No hay
constancia de que los orangutanes, por ejemplo, consideren “la
homosexualidad” como propia de las cabras, o que éstas se la
atribuyan a los periquitos. Pero sin embargo, a partir de estos
mismos principios y siempre dentro de un debate puramente
“humano”, se puede llegar a conclusiones exactamente opues­
tas. “La homosexualidad ” puede no ser una especificidad huma­
na, sino una prolongación de prácticas animales. Para Gregorio
Marañón, «las perversiones humanas no son sino una copia de las
de las bestias, y sería más exacto decir que el hombre ha perpe­
tuado las mismas modalidades aberrantes del amor de los anima­
les».'
*^ Casi siete décadas después, Kramer (1994), en cambio,
considera que el hecho de que haya más relaciones “homosexua­
les” a medida que consideramos especies animales más evolucio­
nadas, es un argumento evidentemente pro-gay y pro-lésbico. Si
consideramos argumentos de orden ecológico (superpoblación,
escasez de recursos, contaminación...) llegamos a otro abanico de
argumentos que defienden la “naturalidad” (o más precisamente,
la conveniencia) del desarrollo sin cortapisas de las potencialida­
des lésbicas y gays.
Pero si para unos “la homosexualidad” es el fruto del torcido
desarrollo de la especie humana o la esencia de sus virtudes, en
otros casos se dice justamente lo contrario. El célebre «Informe
Kinsey» sobre la sexualidad arremetía contra quienes postulaban
que “la homosexualidad humana” era reductible a los análisis de
otras especies: «En una serie de brillantes estudios, Goldschmidt
mostró el carácter hereditario de la intersexualidad entre los in-

La hipótesis contraria es mantenida por otro moralista científico que, en úl­


tima instancia, también suscribe la hipótesis antinatural: «Todas las partes del
cuerpo que entran en juego han sido dotadas por la naturaleza de la capacidad de
responder eróticamente, de modo que es difícil argumentar que la utilización de
estas partes del cuerpo con fines eróticos no sea natural. (Por otro lado, sí es po­
sible discutir que determinadas combinaáones sean naturales).» Masters, R. E. L.
(1964), Forbidden sexual behavior and morality. An objective re-examination ofper­
verse sex practices in different cultures^ Nueva York, The Julian Press, p. 185.
Marañón, Gregorio (1926), «La educación sexual y la diferencia sexual»,
Generación Consciente^ 52, abril de 1926. Artículo reproducido en Cleminson,
1995, p. 128.
124 Las formas "espontáneas” del prejuicio

sectos. Resulta desafortunada, no obstante, su identificación de


homosexuales masculinos y femeninos de la especie humana como
intersexuales, y que tal identificación le llevara a la conclusión de
una base hereditaria necesaria de la homosexualidad.»'
^
* Situar
en un mismo plano las relaciones de placer y / o afecto (“sexua­
les”) propias de la especie humana con las de otras especies (aquí
de nuevo insectos), equivale a presuponer que todos los seres vi­
vos comparten las concepciones humanas del amor o del placer, o
que el “instinto” es el mismo y tiene las mismas implicaciones en
todas las especies, o que las personas no participan reflexivamen­
te en la construcción de su realidad y no están condicionadas
por ella a partir de factores culturales o históricos...
Efectivamente, la “sexualidad” humana presenta una variedad
en cuanto a manifestaciones e implicaciones de la que parecen ca­
recer otras especies. Para el género humano, la anatomía funciona
como base de unas realidades que la exceden sobradamente. El
cuerpo establece las potencialidades o las limitaciones de una ex­
periencia que, no obstante, puede estar a menudo más allá de
éste. El placer, el afecto, el deseo y otras formas más o menos ra­
cionales de actuación sobre sí mismo/a no sólo trascienden la
base anatómica, sino que, en cierto sentido, la determinan (control
de la natalidad; estimulación sexual por imágenes o substancias;
construcción de un cuerpo erotizado no exclusivamente geni­
tal...) La definición coyuntural del aspecto (la moda) o de las
prácticas sexuales (el “sexo más seguro”) es equiparable a la de­
terminación del propio cuerpo como base del yo deseable y de­
seante (cirugía estética o transexual). Un análisis que postula dis-
tanciamientos biológicos es un análisis que niega la historia y la
cultura como determinantes del propio cuerpo y de sus posibili­
dades y, por lo tanto, un análisis interesadamente incompleto.'*2
Cuando se hace referencia a otras especificidades humanas
(base del distanciamiento respecto a los animales), éstas son pre­
sentadas con frecuencia bajo epígrafes “objetivamente positivos”
como “la civilización”, “la evolución” o “el progreso”. Tales son
las categorías en las que se incluye el desarrollo económico, cien-
Kinsey, Alfred Charles; Pomeroy, Wardell B. y Martín, Clyde E. (1948),
Sexual behavior in the human male, Filadelfia (Pensilvania), W. B. Saunders Co,
p. 661.
‘’2 Como señala Butler (1993b), el cuerpo en sí mismo puede considerarse una
construcción discursiva.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 125

tífico O cultural, Nadie señala, por ejemplo, el carácter antinatural


de la cirugía cardiovascular, cuando ésta, evidentemente, inte­
rrumpe y desvía un proceso tan natural como la muerte. Del mis­
mo modo, la literatura, la filosofía o la ópera serían manifestacio­
nes de humanidad genuinamente antinaturales. Las culturas, por
definición, suponen una cierta violencia a lo que podría conside­
rarse un estado de naturaleza pura y salvaje. A riesgo de caer en la
ingenuidad, hay que señalar que la cultura es parte indiscutible de
la naturaleza humana; que la contraposición de una y otra es una
contradicción en sus términos.
En última instancia, las concepciones sobre la naturaleza se re­
fieren a la reproducción, y los actos no procreativos y placenteros
dejan de ser considerados naturales. Sin embargo, las relaciones
sexuales estrictamente procreativas han supuesto siempre (y en la
actualidad aún más) una parte ínfima del total. Las relaciones en
el seno del matrimonio nunca se han limitado a los coitos con fi­
nalidad procreativa, ni a los actos sexuales que pueden dar lugar a
la fecundación. Por último, tampoco la reproducción requiere
ya necesariamente una práctica (hetero)sexual. Otros placeres de
tipo no sexual o no genital, por otro lado, tampoco han afrontado
condenas y estigmatizaciones sobre su carácter contramatura
Pero además, no se puede afirmar el carácter exclusivamente
cultural de las expresiones de afecto y de las manifestaciones de
placer entre personas del “mismo sexo”. Las culturas inciden,
evidentemente, en las formas en que éstas se expresan, en el grado
de publicidad que se les permite y en el grado de censura y re­
presión que se les inflige, o en las formas en que se manifiestan, o
en los referentes que se articulan en torno a ellas. Por lo demás,
no parece coherente sostener el carácter contrario a la naturaleza
de sentimientos o acciones humanas que trascienden fronteras
geográficas, cronológicas, económicas, étnicas y culturales.

Las apelaciones a la naturaleza para condenar determinados comporta­


mientos o prácticas sexuales están también presentes, incluso, en analistas con vo­
cación progresista. Como señala Weeks, Rousseau no aprobaba ni la masturba­
ción ni una sexualidad femenina “activa”, y Reich consideraba que “la sexuali­
dad” se limitaba a su expresión genital. La naturaleza también es el referente úl­
timo en que se justifican muchas condenas al sadomasoquismo o la pornografía.
Weeks, Jeffrey (1985), Sexuality and its discontents. Meanings, myths and modern
sexualities, Londres y Nueva York, Routledge, p. 98. Traducción española;
(1992), El malestar de la sexualidad, Madrid, Talasa.
126 Las formas "espontáneas” del prejuicio

Acaso lo más sensato (aunque también propio de un determi­


nado esquema moral o ideológico) sea caracterizar de no natural lo
que no existe en la naturaleza; los centauros o los elfos, por ejem­
plo. O lo que la destruye, como las guerras, la polución o la energía
nuclear. No existe ninguna teoría coherente sobre qué es y qué no
es natural. Lo que se ha dado en llamar natural o antinatural, en lo
que a placer o afecto se refiere, corresponde a una supuesta racio­
nalidad elaborada por moralistas e ideólogos en un contexto de­
terminado. Los valores a partir de los cuales se han establecido
estas concepciones son de orden cultural. La construcción de “la
homosexualidad” como no natural no hace sino presentar una ca­
tegoría supuestamente indiscutible como término último de una
asociación espuria: moral-lícito-bueno-natural. Si, como hemos vis­
to, se parte de juicios de valor para acabar postulando imperativos
de orden esencial (la -hetero-sexuahdad como expresión “natu­
ral”), este razonamiento se presenta siempre invertido: es ese im­
perativo natural el que justifica la condena moral. En esta sofisti­
cada perversión lógica, que difícilmente podemos considerar
espontánea, se fundamenta un importante corpus de prejuicio.

En resumen: ''nuestro' enemigo

«La práctica de la homosexualidad en prisiones genera una se­


rie de efectos útiles a la estabilidad del sistema penitenciario y,
en última instancia, del sistema de dominación de clase a cuyo
servicio ésta actúa.» (1978:92)
Salvador Sagaseta, 1978

En muchas ocasiones, “la homosexualidad” es analizada como


el producto promocionado de una institución represiva. El ana­
lista de las instituciones penitenciarias ya citado considera “la ho­
mosexualidad” como parte de la estrategia carcelaria. Entre los
efectos deseados que su promoción trae están «la obstaculiza­
ción de la solidaridad interpenitenciaria [...], la caída vertical del
sentimiento de identidad y de valor del detenido [...], la enajena­
ción (probablemente definitiva) del sujeto [y] la creación de
‘monstruos morales’ válidos para su posterior instrumentaliza-
ción como ‘piedra de escándalo’, favoreciendo ‘campañas mora-
lizadoras’ de la vida pública de signo regresivo» (1978:92-93).
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 127

“La homosexualidad”, entonces, no sólo destruye a quien cae en


ella, sino que acaba con la solidaridad interpersonal y, a la postre,
pasa a constituir un pilar fundamental para la estabilidad del sis­
tema de dominación de clase. “La homosexualidad” es un verda­
dero alien emplazado fuera de y frente a los propios valores; en
este caso, la solidaridad, la autoestima y la autonomía (o la no-ena­
jenación), entre otros.
En definitiva, “la homosexualidad” es «el atributo que se re­
serva a los enemigos»; un efecto resultante de la consideración de
una instancia como “denostada”, o el instrumento que permite esa
*'
alienación.' ’ Es más: “la homosexualidad” sirve, en la práctica
totalidad de los casos, como elemento de integración negativa
(de comunión en el rechazo) y de justificación de todo tipo de ac­
tuaciones. Unas actuaciones que, en ocasiones, son difícilmente
justificables (ya sea en términos éticos, políticos, jurídicos...) y
que, sin embargo, al ir teñidas de un prejuicio supuestamente
compartido por el propio grupo, se presentan como legítimas.
Manifestaciones racistas, xenófobas, nacionalistas, de control po­
licial, explotación económica, manipulación religiosa, política o
ideológica... El prejuicio anti-gay y anti-lésbico funciona como
consenso mínimo a priori e incuestionable que legitima actua­
ciones de cualquier signo y en cualquier ámbito. “La homose­
xualidad” es un comodín; una instancia que resume o substituye
cualquier abyección y en la que se colapsa cualquier posible arti­
culación de una subjetividad diversa.
De este modo, entre unas prácticas no articuladas y difícil­
mente justificables y los discursos con pretensión de racionalidad
y vocación de objetividad, podemos señalar no sólo coincidencias
y puntos de encuentro sino, lo que es más significativo, una nece­
sidad recíproca. En principio, las primeras, en sus evidentes limi­
taciones, impulsan a los segundos. La aproximación antropológi­
ca a la sexualidad, por ejemplo, se produce en un contexto de
localización de “la homosexualidad” en espacios geográficos y
culturales lejanos. Pero lo decisivo es que el mismo discurso an­
tropológico animará al establecimiento de racionalizaciones vul­
garizadas de su saber que se expresan a través del ostracismo de
“la homosexualidad”. En segundo lugar, las prácticas de distan-

Mangeot, Philippe (1991), «Pour renouer avec l’idée de la communauté


homosexuelle», Cahier de Résistances^ 3, octubre-diciembre de 1991, p. 56.
128 Las formas ''espontáneas’" del prejuicio

ciamiento se apoyan con frecuencia en los discursos articulados,


utilizando éstos como instancia legitimadora. Pero no son sólo
prácticas que buscan espacios discursivos en que apoyarse, sino
que constituyen con mucha frecuencia la expresión de la incohe­
rencia de éstos. El alejamiento de “la homosexualidad” del espa­
cio de lo natural apela con frecuencia a la prolija investigación
etiológica sobre “las causas de la homosexualidad”. Un debate
que no hace sino impulsar los argumentos de lo “no natural”.
En tercer lugar, podemos señalar coincidencias en los efectos de
una y otra forma de ejercicio del prejuicio. Si las prácticas de dis-
tanciamiento se anulan recíprocamente, los discursos mantienen
íma incoherencia, una dimensión contraintuitiva y un sesgo ideo­
lógico tales, que sólo pueden funcionar remitiéndose a aquéllas.
Es decir, ambos espacios se necesitan y se apelan mutuamen­
te. Las prácticas de alienación de “la homosexualidad” necesitan
de la legitimidad que procuran los discursos institucionalizados le­
gítimos. Estos, a su vez, fundamentan su credibilidad no en su ra­
cionalidad, sino en la eficacia de sus efectos; unos efectos que se
desligan progresivamente de los espacios institucionales que los
originaron y que se “popularizan” a medida que el régimen de la
sexualidad empapa todo el entramado social. Como dos espejos
enfrentados, prejuicio popular y discursos de exclusión remiten el
uno a los otros y viceversa. El linchamiento popular se justifica
apelando al mismo discurso que lo ha alentacTo.
Así pues, entre la práctica espontánea del prejuicio y el dis­
curso articulado existen determinadas coincidencias, connivencias
y dependencias mutuas. Sin embargo, es imprescindible señalar
que entre unas y otras existe una incompatibilidad lógica; la mis­
ma que podemos encontrar en el seno de cada una de ellas. Los
discursos articulados sobre “la homosexualidad” pretenden apor­
tar criterios indiscutibles de validez universal demostrable pero, al
igual que las prácticas de distanciamiento, hacen un consistente
uso de estrategias claramente ajenas a las evidencias de la expe­
riencia. Esa misma experiencia es la que se vuelve imperceptible
cada vez que, al cambiar de ámbito de referencia, se ocultan las
manifestaciones que contradicen el fundamento lógico de los pos­
tulados de la exclusión.
La localización “fuera de”, como hemos visto, sirve para de­
nostar un ámbito ajeno al atribuirle una “exclusiva de homose­
xualidad”. Las prácticas de distanciamiento aspiran a erradicar en
ü« lugar bajo el sol, Distanciamiento y emplazamiento 129

ese ámbito cualquier posibilidad de evolución o ‘‘progreso” en lo


que se refiere a las formas de tolerancia o reconocimiento de las
realidades gay y lésbica. La instancia a la que se atribuye la exclu­
siva de homosexualidad reacciona con frecuencia redoblando la
opresión en su seno. La represión en el Tercer Reich no es ajena al
desprestigio en que había caído el ejército a raíz del caso “von Eu-
lenburg”, ni a las acusaciones de connivencia por parte de la iz­
quierda alemana y de algunos intelectuales soviéticos. Pocas son
las comunidades que no responden de un modo u otro a “provo­
caciones” de este tipo. Las prácticas de distanciamiento también
son un espejo en el que se reflejan los “propios” prejuicios.
Pero además, las prácticas de distanciamiento tienen efectos
palpables, sobre todo, en el propio ámbito de referencia. En este
caso, se trata de “purificar” el propio espacio al conjurar en él la
posibilidad de manifestación de realidades denostadas. Cualquier
manifestación de emplazamiento de una instancia subalterna en
un espacio ajeno no logra, claro está, establecer el propio ámbito
como absolutamente coherente y puro. Sin embargo, el distan­
ciamiento sí es un claro aviso, una advertencia de que lo mejor es
guardar el secreto, disimular, ocultarse. Tabú inefable en la propia
casa, evidencia clamorosa en casa del vecino.
Ahora bien, al ser el prejuicio el mismo, paradójicamente, la
estrategia de atribución a un grupo ajeno demuestra no tanto la
diferencia cuanto la coincidencia. Cuando burgueses y obreros, o
fascistas y revolucionarios, o blancos y negros se intercambian
“acusaciones de homosexualidad”, no hacen sino reforzar mu­
tuamente el carácter intolerante de la articulación legítima de tales
identidades en el seno del régimen de los placeres. Se establece así
un tipo de colaboración particular en función de la cual la defini­
ción del “enemigo exterior” permite que se reconozca, identifi­
que, señale y promueva la represión del “enemigo interior”. Este
último (“la homosexualidad”), al ser (a fin de cuentas), enemigo
común, al ser potencialmente “el enemigo universal”, suscita
alianzas implícitas. Luego, una vez establecidas las respectivas
subjetividades por expulsión de un fantasma “homosexual”, pue­
den tener lugar los “verdaderos” debates y las “verdaderas” lu­
chas entre unos y otros. Las cotidianidades gays y muy especial­
mente el lesbianismo, han quedado fuera de juego; radicahnente
expulsados de los recursos de humanidad, intervención social o
ejercicio discursivo.
130 Las formas "espontáneas'’ del prejuicio

De algún modo, todas las estrategias de distanciamiento están


en lo cierto, aunque sólo sea a medias; los amores y placeres entre
hombres y entre mujeres no conocen fronteras y están presentes,
efectivamente, en ámbitos de referencia distintos del propio. Por
otro lado, al atribuir “la homosexualidad” a instancias ajenas, es­
tas estrategias la niegan en el propio, no tanto como existente
sino, sobre todo, como pertinente, y la establecen como silencia­
da, controlada, alienada. Lo que denuncian las prácticas de dis­
tanciamiento (cuando la “imputación” tiene algún fundamento),
es el hecho de que las realidades homoafectivas y homosexuales
sean aparentemente permitidas, visibles o autónomas. Es un de­
safío a que se haga explícito en su aspiración monopólica ese es­
tatuto de subjetividad que universalmente se establece en la ab­
yección de “la homosexualidad”. Una “universalidad” definida
por el espacio de vigencia del régimen de la sexualidad. Una en-
telequia abstracta que remite a grupos humanos sólo es funcional
en tanto que construcción heterónoma cuando quienes la integran
(por afiliación o por decreto) son objeto de represión general e in­
discriminada, bien por reducción a la inexistencia, bien por re­
ducción al estereotipo.
A la vista del abanico de tendencias localizadoras en dimen­
i
siones ajenas, diríase que no hay lugar, en ningún caso, para “la
homosexualidad”. O, mejor dicho, que el único lugar posible es
4 un estatuto precario, subalterno, susceptible de ser sujeto pa­
ciente de discriminación, asombro, hostigamiento, diversión, vio­
lencia, sarcasmo, admiración o nostalgia. En cualquier caso, mu­
chos son los ejemplos que muestran cómo lesbianas y gays han
intentado emplazarse en un espacio simbólico menos represivo
que el propio. Intentos que, en su versión más absoluta (la locali­
zación en “el otro mundo”), han sido promovidos implícita o ex-
phcitamente por el régimen de sexualidad.

2.2. ¿DÓNDE NOS COLOCAMOS? (¿DÓNDE ESTÁIS?)

«¿Por qué Key West? No se parece a ningún otro lugar. Te


sentirás a gusto siendo gay y podrás ver y conocer a gente de
todo el país y del mundo entero. Harás amistades y guardarás
recuerdos para toda la vida, que te harán volver una y otra
vez. Aquí hay magia, aguas claras, de color esmeralda, caldea­
Un lugar bajo el sol. Distanaamiento y emplazamiento 131

das por el sol, exótica vegetación tropical y el carácter amigable


e íntimo de un pueblo pequeño.»
** ’
Ouh 1994

“La homosexualidad” es expulsada del propio ámbito de refe­


rencia como realidad sobredeterminada, en tanto en cuanto se
(re)conocen de antemano sus manifestaciones fuera de casa y se
presumen sus perniciosos efectos si llegara a establecerse dentro
abiertamente. Sin embargo, hay quienes encarnan esa entelequia
porque no pueden escapar a sus sobredeterminaciones. Para otras
personas, sencillamente, la existencia, incluso como locus en que
se manifiesta el prejuicio ajeno, es preferible a la alienación abso­
luta. En unos y otros casos, se llevan a cabo intentos por estable­
cerse y acomodarse en algún contexto. De este modo, la persona
alienada establece estrategias de localización y emplazamiento y le
busca una “sede” bien a la comunidad de la que forma parte,
bien a su radical individualidad. ¿Por qué no Key West?
En esa búsqueda de espacios de realización personal, se pue­
de intuir una aspiración a la autonomía; a la posibilidad de elegir
libremente cómo, dónde o con quién se quiere vivir. Esa con­
temporánea versión turística del emplazamiento en lugares dis­
tantes tiene antecedentes y equivalentes actuales más próximos al
establecimiento de una subjetividad nómada o exiliada. Si tema-
tizamos esa aspiración, si la interrogamos, podemos establecer el
fundamento discursivo de toda una serie de prácticas de resisten­
cia establecidas frente a toda esa serie de prácticas de prejuicio
que acabamos de répertoriât. Lo más probable, no obstante, será
que lesbianas y gays se vayan de vacaciones donde crean que pue­
den divertirse o descansar sin necesidad de reflexiones previas. De
nuevo, ¿Por qué no Key West?

Key West es un centro de vacaciones situado en Florida. El texto córres-


ponde a un anuncio promocional aparecido en la revista norteamericana Out, 14,
julio-agosto de 1994. Fire Island, Maspalomas, Sitges, Ibiza, Mikonos... son
otros lugares donde se ofrecen vacaciones gays. La compañía Olivia ofrece cru­
ceros para lesbianas (por México y el Caribe, de Nueva York a Montreal y por la
costa del Océano Pacífico hasta Alaska). Sobre la promoción institucional de
Amsterdam como “capital gay de Europa” realizada por la oficina de turismo del
Ayuntamiento de la ciudad holandesa, consúltese Binnie, Jon (1995), «Trading
places. Consumption, sexuality and the production of queer space», en Bell,
David y Valentine, Gill (comps.) (1995), Mapping desire, Londres y Nueva York,
Routledge.
132 Las formas “espontáneas” del prejuicio

Invirtiendo el distanciamiento (tendiendo puentes)

«Tal vez si nunca me hubiera acostado con argelinos, nunca hu­


biera llegado a apoyar al FLN. Probablemente hubiera estado
de su parte de todos modos, pero fue la homosexualidad lo que
hizo que me diera cuenta de que los argelinos no eran distintos
de los demás hombres.

Jean Genet, 1979

Jean Genet suscribe con claridad meridiana uno de los principios


que el régimen de la sexualidad establece, a saber, que es en “el
sexo” donde pueden encontrarse las claves esenciales de la per­
sona. El sexo puede ser, incluso, el factor desencadenante de un
compromiso político ulterior. Pero también es, además, lo que nos
permite conocer a otras personas y comunicarnos con ellas. In­
cluso en la Biblia, el conocimiento tiene a menudo una connota­
ción carnal. Si, como Genet muestra, se puede apelar al “sexo” a
la hora de explicar las razones del compromiso político, con mu­
cho más motivo se apelará a la comunicación, a la fraternidad, al
intercambio cultural... a la hora de justificar o redimir “el sexo”.
(
De este modo, las realidades lésbicas y gays se han propuesto
como punto de partida de dos tipos de aproximación. Cronoló­
gica, en primer lugar, desde el refugio nostálgico en referentes clá­
sicos al cuestionamiento del actual régimen de opresión a la luz de
su evidente historicidad. El objetivo, entonces, es el estableci­
miento de una subjetividad retrospectiva. Geográfica, en segundo
lugar, compaginando o confrontando regímenes contradictorios
característicos de culturas diversas. Se plantea, de este modo, la
posibilidad de una subjetividad desplazada. Ésta puede tener mo­
tivaciones diversas: desde el mero culto a la camaradería o la ad­
miración de una masculinidad racialmente construida como exó­
tica o la participación en los gineceos, hasta la franca voluntad de
multiplicar experiencias sexuales con jóvenes, erradicadas del es­
pacio de lo concebible en el contexto occidental.
Estas estrategias, desarrolladas con mucha frecuencia por les­
bianas y gays, no pueden ser consideradas prácticas de distancia-

Jean Genet, citado en Frente Homosexual de Acción Revolucionaria


(FHAR) (1979), Documentos contra la normalidad, Barcelona, Antoni Bosch,
p. 35.
Un lugar bajo el soi Distanciamiento y emplazamiento 133

miento, dado que su función es otra: exactamente la inversa. Las


aproximaciones cronológicas o culturales a realidades distantes
pero no represivas otorgan la amplitud de miras y la pluralidad de
aproximaciones imprescindibles para llevar a cabo un análisis de
la propia realidad en términos mínimamente optimistas. Cuando
Gide, Melville o Carpenter (en Francia, Estados Unidos o Ingla­
terra) escriben sobre África, Asia o el Pacífico, además de la in­
quietud literaria, dan salida a una necesidad de establecer refe­
rentes positivos sobre su propia vida (sus anhelos, sus deseos,
sus pasiones), y criterios de análisis sobre la realidad de opresión
*^
en que viven.'
Una forma peculiar de connivencia con el ocultamiento de las
relaciones entre personas del “mismo” sexo en el presente es el
emplazamiento anacrónico (un emplazamiento que, casi siempre,
requiere además un desplazamiento geográfico). De esta forma,
quienes no encontraban un lugar en la cultura occidental (tanto
como quienes no conceden a “la homosexualidad” posibilidades
de realización en el presente), han apelado tradicionalmente a
los referentes de la antigüedad clásica, una de las muy escasas
posibilidades de reivindicar (haciendo muchas salvedades) un pa­
sado cultural no del todo extraño.^® La situación de las realidades
gays y lésbicas en un tiempo lejano está, en cierto modo, asociada
a la sensación de una imposibilidad en el presente. De este modo,
las referencias griegas (desde el mito de Ganimedes a la Legión te-
bana pasando por Sócrates y Safo), son una constante irremedia­
ble en todas las aproximaciones de autocomplacencia, en todas las
estrategias de normalización y en todos los esfuerzos por consti­
tuir un acervo de referentes históricos.
Además del emplazamiento en las raíces lejanas de la propia
cultura (los referentes clásicos), otro emplazamiento posible es le­
jano en el espacio, pero contemporáneo de quienes lo llevan a
cabo. La localización preferente de las relaciones entre hombres y
entre mujeres en diferentes ámbitos culturales, fundamentada en
la relativa relajación de las formas de control y censura en otras

Bergman, 1991. No sin ironía, Cardin (1989) califica muchas iniciativas con
finalidad supuestamente científica de “turismo sexual”, en función de la ausencia
de un proyecto etnológico serio.
Así las expresiones “amor socrático” (utilizada por Voltaire en su Diccio­
nario filosófico] o “amor platónico”; y “gustos” o “costumbres antiguas”. Cou-
rouve, 1985:27.
134 Las formas ‘'espontáneas'' del prejuicio

culturas, ha dado lugar a una tradición de acercamiento / huida


por parte de quienes profesaban amores prohibidos y practicaban
placeres castigados hacia lugares distantes, donde en ocasiones se
instalaban “embajadas de Sodoma en el exilio”. Si Proust hablaba
de “los invertidos” como pueblo obligado a una diáspora de So­
doma, aquí se trata de encontrarle un suelo a ese “pueblo”. Sir Ri­
chard Francis Burton (1821-1890), traductor al inglés de Las mil y
una noches, añadió a la publicación de esos relatos un epílogo en
el que establecía la “teoría de la zona sotádica” o espacio geográ­
fico y climático en donde la pederastía era tradición común. Des­
de la cuenca mediterránea a Asia Menor, Mesopotamia, Afganis­
tán, Cachemira, China y Japón, prácticamente todo el mundo no
cristianizado se oponía al prejuicio occidental.
La aproximación transcultural a realidades ajenas por parte de
escritores gays constituye para Aldrich una forma literaria identi-
ficable. La “obsesión magrebí” (Genet, Barthes, Gide, Forster,
Orton, Busi, Goytisolo...) es quizás la más extendida, aunque
tampoco faltan referencias a otros lugares. El esquema es, en la
mayor parte de los casos, similar: se parte de la expatriación del
autor en busca de aventura o de refugio, se accede a la intimidad
con el indígena, se rompe la relación y el ciclo se cierra con la re­
patriación y la recreación literaria de la experiencia. En todos los
casos, la aproximación total entre el escritor y su amigo-amante no
se produce: es precisamente el conflicto entre dos mundos el que
da lugar a la historia. Con frecuencia, se desarrollan críticas a las
políticas coloniales desarrolladas por las potencias europeas. Ade­
más, el autor o autora expone sus tendencias prohibidas que, lo­
calizadas en lugares lejanos, no despiertan tanta hostilidad, per­
mitiendo a quien lee, de paso, una cierta “realización sexual” por
procuración."^^
Aldrich, Robert (1994), «Hommes blancs et hommes de couleurs: le vo­
yage, le colonialisme et rhomosexualité interculturelle en littérature», en Mendès-
Leite, Rommel (comp.) (1994), Sodomites, invertis, homosexuels. Perspectives
historiques, Lille, Cahiers Gai Kitsch Camp. El caso del poeta Jaime Gil de Bied-
ma es similar: «Su viaje a Manila en 1956 es la excusa y la posibilidad de dar rien­
da suelta a sus deseos. Las páginas del diario que hacen referencia al tiempo que
pasó en Filipinas están atiborradas de referencias sexuales, de ‘un vertiginoso to­
bogán erótico en el que estoy subido y no sé dónde me llevará’; son días de pul­
siones sexuales, de ansiedad erótica y acumulación de amantes.» Aliaga, Juan Vi­
cente y Cortés, José Miguel G. (1997), Identidad y diferencia. Sobre la cultura gay
en España, Madrid, Egales, p. 164.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 135

No obstante, podemos establecer un contrapunto a esta vo­


cación de los pensadores o artistas esforzados por «constituir los
usos de aquellas tierras en prueba etnográfica de las limitaciones
sexuales de Occidente». Efectivamente, en muchos lugares lejanos
de las metrópolis europeas, podían hallarse «funcionarios colo­
niales que, sin tanta aÜiaraca, y despojados de toda mala con­
ciencia estética que les impidiera demostrar su desnuda prepo­
tencia, encontraban en las tierras orientales solaz para las pasiones
prohibidas» (Cardín, 1989:25).
La necesidad de un emplazamiento permite así promover cri­
terios de relativismo cultural. El emplazamiento (aunque sea pre­
cario) en un ámbito ajeno consigue establecer que la existencia de
lesbianas y gays no es siempre y necesariamente imposibilitada o
constreñida. Sobre esta base, años más tarde se establecerá la po­
sibilidad de una existencia de lesbianas y gays “aquí y ahora” y la
necesidad de luchar por hacerla posible.
Otro caso de aproximación es el de los gays y lesbianas que
hacen precisamente de la preferencia homoafectiva, homoerótica
y homosexual un puente hacia otras realidades en el presente y en
el propio lugar, aunque no necesariamente de orden afectivo o se­
xual. Se produce entonces un emplazamiento de lesbianas y gays
en espacios en ocasiones ajenos (y, por lo general, también opri­
midos), de modo que se comparte su opresión (aunque sea ésta
diferente en su origen, en sus implicaciones, en sus manifesta­
ciones), confiando en que el puente establecido sirva para com­
batir conjuntamente.
Todos estos argumentos aspiran, en cierto modo, a legitimar
las realidades lésbicas y gays, a presentar sus posibles efectos sobre
la comunidad como positivos, desmitificando “la homosexuali­
dad” como instancia demonizada y revistiéndola, al revés, de im­
plicaciones socialmente útiles y políticamente prometedoras. Ya a
finales del siglo XIX, algunos autores como Carpenter o Symonds
consideraban los amores entre hombres como factor de integra­
ción social y de profundización de la democracia. Un espíritu si­
milar atraviesa la obra poética de Walt Whitman, y además de las
palabras de Genet que abren esta sección, se pueden encontrar
multitud de ejemplos contemporáneos.^^

Daniel Guérin, un militante anarquista francés (que no era de origen obre­


ro), afirma; «El efecto que han tenido sobre mí los jóvenes trabajadores no es so-
136 Las formas “espontáneas’ del prejuicio

El establecimiento de sedes posibles para la expresión de rea­


lidades lésbicas y gays ha supuesto la consolidación de polos de
atracción poderosos (San Francisco, Amsterdam...), a donde acu­
den escapando de contextos hostiles lesbianas y gays de todo el
mundo. En cuanto las primeras comunidades se consolidaron un
poco, dio comienzo un proceso de intercambio, sobre todo camal,
pero que, a la postre, animó a estrechar lazos entre pueblos, cul­
turas o razas diferentes. “El sexo”, considerado la esencia de la
persona, dejaba otras diferencias en un segundo plano. Una señal
de ese establecimiento de puentes entre realidades diversas es la
progresiva internacionalización desde el siglo XIX de una jerga
específica. Delph señala la existencia de códigos de comunicación
y de formas de relacionarse que varían muy poco de unos países a
otros (siempre que nos limitemos al “mundo occidental”), así
como la importancia, a su juicio sólo relativa, que tienen las dife­
rencias de status económico, origen geográfico o étnico, creencia
religiosa...
Así pues, es necesario considerar que estas concepciones de la
ruptura de las barreras pueden responder más a ideales de socia­
lismo utópico, a argumentos de autojustificación y a prácticas in­
dividuales aisladas que a tendencias generalizadas o a factores
“consubstanciales” a una supuesta instancia coherente. Para mu­
chos autores, las realidades lésbicas y gays no deben justificar su
existencia, con más motivo si dichas justificaciones son frecuen­
temente contradichas por evidencias. Para Bersani, «en su con­
junto, los gays no son menos ambiciosos socialmente que los y las
heterosexuales y, aunque nos cueste admitirlo, no son tampoco
menos reaccionarios o racistas que éstos. Desear una relación se­
xual con otro hombre no es exactamente una credencial para el
radicalismo político». En definitiva, «ha habido mucha confu­

lamente que les haya deseado, sino que me han abierto la perspectiva ilimitada de
la lucha de clases.» También, por citar un último ejemplo, el norteamericano
Alien Young cuenta cómo en su viaje a Cuba conoció otros gays que le abrieron
las puertas de lo que suponía ser gay en un régimen revolucionario; de lo que se
había logrado con la deposición de Batista, de lo que se había perdido, de cómo
una revolución no podía permitirse el lujo de mantener o acrecentar el prejuicio
anti-gay y anti-lésbico si quería serlo realmente. Guérin, Daniel (1983), «Homo­
sexualité et révolution», Cahiers du vent du ch’min, 4, p. 13. Young, Allen (1992),
«The Cuban révolution and gay libération», en Jay y Young (comps.), 1992.
Delph, Edward William (1978), The silent community, Beverly Hills (Ca­
lifornia), Sage.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 137

sión a la hora de establecer las implicaciones reales o potenciales


de la homosexualidad» (1995a:91-92).
Por otro lado, el establecimiento de puentes hacia realidades
económicas o étnicas diferentes oculta, en ocasiones, estereotipos
difícilmente asumibles en términos de interrelación, intercambio
cultural o solidaridad más allá de ciertas barreras. Según estos es­
tereotipos, una sexualidad más “intuitiva”, “pasional” o “natural”
se encuentra, preferentemente, en los estratos social y económi­
camente desfavorecidos. Del mismo modo, en términos étnicos,
tales estereotipos construyen una hipervirilidad negra o árabe te­
ñida casi siempre de componentes racistas (naturaleza versus cul­
tura, instinto versus racionalidad). Estos fantasmas, en última ins­
tancia, confirman los mismos prejuicios y consolidan las mismas
diferencias que están vigentes en “la sociedad en general”
Pero, incluso cuando las aproximaciones no responden a estos
estereotipos, el mero hecho de traspasar fronteras entre realidades
diversas levanta hostilidades. Por motivos en ocasiones inconfe­
sables, lesbianas y gays transgreden con mucha frecuencia los
bordes de las diferencias establecidas. Límites estrictos que defi­
nen identidades colectivas y grupos sociales y que son defendidos
por el orden. La persecución de Óscar Wilde estaba basada en “la
homosexualidad”, pero estaba también relacionada con lo que él
llamaba feasting with panthers. En palabras de Weeks, «durante la

’2 A este respecto, la obra fotográfica de Robert Mapplethorpe, uno de cuyos


ejes lo constituyen los retratos de hombres negros, casi siempre desnudos, ha sido
criticada como sintomática de esta reducción. Si el erotismo de las imágenes sa-
domasoquistas (cuyos participantes son de raza blanca) está en un “hacer” (una
práctica), los hombres negros de Mapplethorpe simplemente se exhiben; su ero­
tismo está en su “ser” (una esencia); aunque ese “ser” sea establecido por la mi­
rada (y el objetivo fotográfico) de un hombre blanco. La obra de Mapplethorpe
es, a pesar de estas consideraciones, defendida por uno de sus más ácidos críticos,
Kobena Mercer. Los retratos de hombres negros plantean a cada espectador
blanco la cuestión de su posible implicación en fantasías “raciales” y permite al
espectador negro cuestionar tales mitologías. La estrategia estética de Mapplet­
horpe es subversiva en tanto en cuanto emplaza al hombre negro más en la be­
lleza y la nobleza del desnudo clásico que en la brutalidad del estereotipo racista.
Es subversiva, además, porque representa imágenes de erotismo gay en un con­
texto de prejuicio y opresión; porque utiliza su emplazamiento en los márgenes de
la sociedad para desarrollar públicamente una obra cuya creatividad plantea
cuestiones de indudable dimensión política: transgresiones en las relaciones entre
las razas, los géneros, las preferencias sexuales... Véase Mercer, Kobena (1993),
«Looking for trouble», en Abelove, Barale y Halperin (comps.), 1993.
138 Las formas ‘'esponíáneas” del prejuicio

última década del siglo XIX, Óscar Wilde no sólo violó los códigos
de respetabilidad sexual de su época llevando una vida homose­
xual cada vez más expuesta; también derribó las barreras de clase
relacionándose con jóvenes de la clase obrera».’^
En contra de la pretensión voluntarista de disolución de las
fronteras entre posibles identidades sociales, estas formas de acer­
camiento han sido analizadas como estrategias de consolidación
de esas diferencias. Desde el siglo XIX, el imaginario gay está in­
tegrado por múltiples sistemas binarios. Waugh (1996), que se
centra en el análisis de las relaciones entre la loca [queen) y el cha-
pero {hustler) en el cine de Andy Warhol, menciona algunos
otros: dandy / efebo, burgués / obrero, mentor ! protegido, artis­
ta / modelo, “viejo verde” ! adolescente, europeo / oriental...
para acabar caracterizando esas relaciones como emulación de
una escisión entre sujeto (los primeros términos de cada binomio)
y objeto. La “diferencia” y el encanto de la “otredad” tienen, en el
imaginario gay, una vigencia comparable a la que estructura “la
heterosexualidad”. La “promesa” de la igualdad es destruida,
precisamente, en la consolidación de los ejes que estructuran (en
términos sociales, económicos, étnicos, etc.) las diferencias. Sólo
cabe esperar, sigue Waugh, que esa diferencia desarrolle sus po­
tencialidades en dirección a la riqueza y la diversidad, y no en una
complicidad con los sistemas de opresión que con frecuencia
consolidan.
El acercamiento a realidades o mundos poco conocidos es
considerado, a menudo, una forma de perversión o de proselitis­
mo. El afecto o el placer no son nunca, para lesbianas y gays,
motivos legítimos para establecer contactos con otras personas; el
régimen de sexualidad establece a priori como ilegítimo cualquier
vínculo (social, político, mercantil...) que se establezca a partir de
una relación lèsbica o gay. Definidos de entrada como ilegítimos,
todo lo que de ellos se derive también es de antemano condenable
o dudoso. En cualquier caso, tampoco es ésta la razón única de los
procesos de acercamiento. Por ejemplo, la lucha contra el sida.

” Weeks, Jeffrey (1995), «Valores en una era de incertidumbre», en Llamas


(comp.), 1995b:210. La posibilidad de que los sistemas de jerarquías y autoridad
se vean comprometidos por relaciones de afecto o placer, están en la base de la
hostilidad particular con que el régimen rechaza la posibilidad de integración de
lesbianas o gays en los sistemas educativos (donde además juega el factor de la
“corrupción de menores”) y en las fuerzas armadas.
Un lugar bajo el sol, Distanciamiento y emplazamiento 139

que en todo el mundo occidental ha surgido de las comunidades


gays y lésbicas> ha establecido puentes hacia otras luchas: la de las
lesbianas contra la invisibilización y la absoluta desatención socio-
sanitaria, la de las mujeres contra la imposición falócrata, la de las
personas que utihzan drogas contra el acoso policial y el abando­
no, la de la gente no blanca contra el racismo, la de los y las inmi­
grantes ilegales contra la inexistencia de ayuda médica... Si esa
dinámica sujeto / objeto puede reproducirse, no obstante, en mu­
chos casos ha sido subvertida.
La asociación francesa Act Up-París lo expresa así: «[las] per­
sonas heterosexuales en Act Up son cada día más numerosas.
Pero saben muy bien que, con ocasión de cualquier acto público,
serán considerados gays y lesbianas. Ningún miembro de Act Up
puede imaginar otro punto de vista sobre la cuestión del sida
que el de las minorías más afectadas». Y más adelante: «No esta­
mos seguros de que pueda llegar a existir una ‘comunidad sida’, al
ser las comunidades magrebíes, negras, homosexuales, feministas,
etc., demasiado heterogéneas. Creemos sin embargo en la idea de
una coalición, idea que tomamos prestada de la declinación de las
siglas de ACT UP en inglés {Aids Coalition To Unleash Power, li­
teralmente, coalición de sida para ‘desencadenar el poder’). La lu­
cha contra el sida puede, efectivamente, ayudar a la constitución
de redes de solidaridad entre estas comunidades diversas, permi­
tiéndoles al mismo tiempo reforzarse y abrirse. En este sentido,
Act Up es sin duda una de las pocas asociaciones de Francia en las
que se encuentran cada semana militantes gays y lesbianas, toxi-
cómanos en lucha por sus derechos, feministas, hemofílicos, ex
presos, trabajadores sociales de barrios del extrarradio y sordo­
mudos radicales, teniendo todos y todas una sensación clara y
profunda de pertenecer a su comunidad, pero unidos en un com­
bate común que compromete y atraviesa sus luchas.»^'^
Desde un posicionamiento gay y lèsbico, como hemos visto, es
posible tender puentes hacia dimensiones más o menos ajenas o
desconocidas, con el fin de establecer acuerdos y compromisos,
comunicar ideas o compartir sensaciones. Pero también es posible
que desde instancias no marcadas como “homosexuales” se esta­
blezcan aproximaciones a las realidades lèsbica y gay.

5^* Act Up-París (1995), «Una nueva idea de la lucha contra el sida», en Lla­
mas (comp.), 1995b:265-66.
140 Las formas '"espontáneas” del prejuicio

¡Dejad que se acerquen a mí!

«Rechazo el prejuicio que lleva a decir ‘hasta un homosexual


puede ser revolucionario’. Todo lo contrario: ‘quizás un ho­
mosexual puede ser el más revolucionario’.»”
Huey P. Newton, Black Panthers Party

Con estas palabras, Newton manifiesta una actitud realmente in­


sólita en los movimientos de lucha y reivindicación no marcados a
priori como movimientos de disidencia afectiva o sexual. Se trata
del establecimiento de puentes desde otras instancias hacia las
realidades lésbicas y gays. En la declaración de Newton habrá
que valorar, indudablemente, el hecho de que fuera buen amigo
de Jean Genet, y que fuera éste quien (como ya había demostrado
en su aproximación al FLN y a “los argelinos”), se acercara al mo­
vimiento radical negro de Estados Unidos. El establecimiento de
puentes hacia realidades diversas no es, en todo caso, una exclu­
siva de lesbianas y gays. Aunque el raquitismo de las manifesta­
ciones explícitas de tales iniciativas así lo haga pensar. Las solida­
ridades con la instancia marcada deben permanecer en el anoni­
mato.
I
La defensa en Estados Unidos de las reivindicaciones de les­
'1, bianas y gays por parte de personas comprometidas en los mo­
I ft vimientos de derechos civiles, en particular en el movimiento ne­
gro, tiene, pues, una cierta tradición. En 1991, los organizadores
de un desfile conmemorativo de la presencia irlandesa en la his-
. toria de Nueva York, que tiene lugar el día de San Patricio, no
autorizaron la participación de un grupo de gays y lesbianas de
origen irlandés (ILGO, Irish Lesbian and Gay Organization).
Finalmente se llegó a un acuerdo con la mediación del alcalde,
David Dinkins, que desfiló con dicha asociación en medio de la
hostilidad, amenazas e insultos de los integristas católicos (es­
pectadores, participantes, organizadores). Días después, en The
New York Tintes, el alcalde del Partido demócrata (que no es de
origen irlandés, sino afroamericano), comparaba la intolerancia y
el odio anti-gay y anti-lésbico con los que se oponían al recono-

” Citado por Anabitarte, Héctor y Lorenzo, Ricardo (1979), Homosexuali­


dad: el asunto está caliente, Madrid, Queimada, p, 18.
Un lugar bajo el sol. Distandamiento y emplazamiento 141

cimiento de los derechos de la población negra de los Estados


Unidos?^
Un ejemplo de aproximación a las luchas de lesbianas y gays
por parte de una asociación formalmente emplazada en la indefi­
nición (es decir, por defecto, en “la heterosexualidad”), lo cons­
tituye Amnistía Internacional. Durante años, las asociaciones de
lesbianas y gays presionaron para que AI se comprometiera en la
lucha contra la violencia legal o ilegal que cotidianamente se ejer­
ce en muchos lugares del mundo. Durante años, las diferencias en
el seno de la asociación mantuvieron paralizada la decisión de
asumir como propio ese combate; unas diferencias de orden cul­
tural y religioso entre las distintas delegaciones que impedían
considerar de manera unánime que los derechos de gays y lesbia­
nas eran también “derechos humanos”.’^
En todo caso, la afiliación o participación en un movimiento
reivindicativo no tiene por qué ser exclusiva. De hecho, las dobles
o triples militancias (lèsbica, negra, obrera, pongamos por caso)
son posibles, siempre que el proyecto (de liberación sexual, étni­
ca y de clase) no sea excluyente; siempre que esos proyectos sean
compatibles, no sólo en el fondo (algo que formalmente podría

Dinkins, David, «Keep marching for equality», The New York Times, 21
de marzo de 1991, citado por Duggan, Lisa (1992), «Making it perfectly queer»,
Socialist Review, 22/1 (enero-marzo 1992), pp. 11-31. Su antecesor en el cargo,
Ed Koch, fue con frecuencia severamente criticado por su falta de compromiso
con las asociaciones de lesbianas y gays, crítica tanto más agria cuanto que Koch
constituía un caso de **closet queen"^, de “reina del armario”, que se oculta. Seis
años más tarde, 35 lesbianas y gays de ILGO fueron detenidas/os por intentar
bloquear una marcha de la que seguían excluidas. El alcalde de la ciudad, el re­
publicano Rudy Giuliano, que participaba en la manifestación (hetero) irlandesa
declaraba; «Esta es la marcha del orgullo irlandés. En junio es la marcha del or­
gullo gay y lèsbico. Ya tendrán tiempo de mostrar su orgullo» —Gay and Lesbian
Times, 27,20 de marzo de 1997. ILGO había optado por la desobediencia civil al
serle denegado el permiso para organizar una manifestación alternativa.
’’ Desde 1993, Amnistía Internacional considera «candidato a ser adoptado
como preso de conciencia a cualquiera que haya sido encarcelado solamente a
causa de su homosexualidad, incluida la práctica de actos homosexuales entre
adultos en privado y de mutuo acuerdo». Amnistía Internacional (1994), Rom­
pamos el silendo. Violadones de derechos humanos basadas en la orientadón se­
xual, Madrid, EDAI, p. 10. Como la propia asociación reconoce, los límites pac­
tados al reconocimiento de los derechos (la mayoría de edad y la privacidad)
varían substancialmente de unos países a otros. Estos criterios, dicho sea de
paso, han despertado la oposición de asociaciones que consideran limitado el
compromiso de defensa de lesbianas y gays asumido por AL
142 Las formas “espontáneas" del prejuicio

ser aceptado por cada uno de ellos), sino sobre todo en la jerar­
quía informal que con frecuencia se establece entre ellos. De igual
modo, los puentes entre diferentes movimientos se establecen
también en el nivel de la organización, de las formas de acción y
de las estrategias. Es evidente que a tales puentes y alianzas se atri­
buye una mayor eficacia en la consecución de los objetivos de los
movimientos reivindicativos.^®
Si la razón de ser de los diferentes movimientos de libera­
ción es diversa, las estrategias de lucha común deberían partir, en
principio, de la aceptación de tal diversidad y de la consiguiente
renuncia a considerar los propios objetivos como universales (o si­
quiera prioritarios) para, acto seguido, otorgar a todas las luchas
por la liberación y a todas las prácticas de resistencia igual im­
portancia que la que se concede a la propia. La meta última con­
sistiría en comprender hasta qué punto y de qué manera las luchas
por la liberación se implican, se refuerzan, se complementan unas
a otras. Y, al revés, analizar los cómos y los porqués del carácter
excluyente de unas con respecto a otras.
Sería ingenuo atribuir a “la homosexualidad” un potencial
de liberación específico, pero también sería un error no reconocer
el carácter relativamente poco esclerotizado de los sistemas de
estratificación en los que se desarrollan las realidades lésbicas y
gays: «la homosexualidad es más destacable por la forma en que
resiste a las jerarquías que por la forma en que se doblega ante
ellas».5^ Sirva la brevedad de este epígrafe para subrayar el vigor

Sobre estudios recientes en los que se pretende establecer un ámbito co­


mún de discursos de oposición, consúltese JanMohamed, Abdul R. y Lloyd, Da­
vid (comps.) (1990), Lhe nature and context of minority discourse, Nueva York y
Oxford, Oxford University Press. Un postulado básico de estos estudios es la afir­
mación del carácter mayoritario que adquiriría un único discurso de liberación en
el que se integraran diversos discursos de minorías. Renacen así postulados que
habían sido, en cierto modo, olvidados en favor de particularismos o de estable­
cimiento de especificidades. En este sentido, Adam afirma: «El desvanecimiento
de la idea de un frente común de las gentes oprimidas, defendida con entusiasmo
por el movimiento de liberación gay y lèsbico, y la persistente tendencia de los
movimientos a evolucionar hacia una exclusividad de tipo nacionalista, han con­
tribuido a la fácil contención de los movimientos de reforma por parte de las
autoridades establecidas y, de ese modo, a la reproducción del status quo.»
Adam, Barry D. (1987), The rise of a gay and lesbian movement, Boston (Massa­
chusetts), Twayne Publishers, p. 164.
Bergman, 1991:31. Una postura más bien escéptica a este respecto es la de
Leo Bersani, 1993a.
Un lugar bajo el sol. Distanciamzento y emplazamiento 143

de la jerarquía “homo / hetero” así como la abnegada comunión


de la casi totalidad de los proyectos de lucha por la liberación con
los postulados que dicha jerarquía establece.

2.3. MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DEL DOLOR

«El pecado del fornicador que fornica así contra natura clama
venganza al cielo y el cielo lo oye, enviando el azufre y el fue­
go.»^
Luis Sala-Molins
finales del s. XV

«Peter formulaba deseos. Siempre formulaba los mismos, en el


mismo orden [...]. Quería hacer un buen trabajo, verlo reco­
nocido y tener buena salud. Kate debía tener tamoién buena sa­
lud. No le parecían peticiones desaforadas. Y también quería
ser querido.>/^
Sarah Schulman

El distanciamiento último a que se enfrenta “la homosexualidad”


es el establecido con respecto al derecho de aspirar a la felicidad o
el bienestar. Un derecho reconocido como legítimo “en general”
(esto es, con ciertas excepciones). Siendo éstos los ideales a los
que aspira la comunidad legítimamente establecida, y situándose
“la homosexualidad” fuera y lejos de ésta, lo que se produce en­
tonces es una localización de “la homosexualidad ” en la tristeza,
en el dolor, en la enfermedad y, sobre todo, en la muerte. A partir
del siglo XIX y de manera progresiva, se establece una asimilación
entre “la homosexualidad” y el dolor; una confusión del origen
del sufrimiento con la esencia de quien sufre. De este modo, al
atribuir el dolor a “la homosexualidad” como elemento intrínseco
de ésta, el régimen de la sexualidad logra que los mecanismos
por los que esa atribución se recrea constantemente pasen desa­
percibidos.

Sala-Molins era miembro del Tribunal del Santo Oficio. Citado por Ca­
rrasco, 1985:40.
Schulman, Sarah (1991), People in trouble, Nueva York, Plume, p. 58.
Traducción española: (1993), Gente en apuros, Madrid, Alfaguara.
144 Las formas "espontáneas^ del prejuicio

Peter, un personaje manifiestamente heterosexual de una no­


vela de Sarah Schulman, articula unos deseos muy básicos que no
le parecen desaforados. En esa novela, cuya trama se sitúa en el
Nueva York de mediados de los años ochenta, con la pandemia
de sida de fondo, Peter muestra cómo “la homosexualidad” es
una instancia completamente ajena a él y a sus inquietudes, y ni se
plantea siquiera que sus aspiraciones más íntimas puedan coinci­
dir con las de gays y lesbianas.
El régimen de la sexualidad es funcional, entre otras cosas,
porque libera de toda responsabilidad a quienes ejercen directa o
indirectamente la represión, o dan la espalda a quienes afrontan
circunstancias tan devastadoras como el sida (y confirma la des­
vinculación de quienes, como el personaje de Schulman, conviven
con estas realidades en una connivencia no problemática). La
confusión última consiste en atribuir directamente un deseo de
muerte o un destino fatal a la instancia marcada. El impudor con
que se asigna a el / la “homosexual” un deseo de muerte es una de
las características más significativas (y sólo aparentemente me­
nos evidentes) del ordenamiento de los afectos y placeres.
En un régimen que volatiliza cualquier referente lèsbico, in­
cluso la muerte de la lesbiana será un tema a evitar; la lesbiana,
cuando excepcionalmente escapa a la inexistencia decretada, será
frecuentemente representada como ya-muerta. En su caso, no se
reconoce siquiera esa aspiración a la subjetividad; la muerte llega
antes que la vida.
La muerte que sí es representable es la “muerte del homose­
xual”. Como cualquiera otra característica atribuida a esta ins­
tancia abstracta, dicha muerte está caracterizada de modo que
cumple una función simbólica poderosamente determinada. “El
homosexual” que se suicida pone de relieve, por contraposición,
la vida que sí debe considerarse como merecedora de ser vivida.
“El homosexual” asesinado define la instancia que sobrevive, que
vence; la instancia más fuerte. Una entidad homocida ella misma,
aunque lo más frecuente es que se establezca como espectadora
de una representación mortal que se resuelve en el seno mismo de
la instancia “homosexual”, que no sólo es el destino sino el origen
mismo de la pulsión aniquiladora. “El homosexual” que enferma
y muere enseña cómo se debe morir, con resignación, con digni­
dad, sin protestar; agradecido, incluso, por la atención médica que
se le presta. Si “el homosexual” se pliega ante todos los poderes
Un lugar bajo el sol, Distanciamiento y emplazamiento 145

terrenales sumisamente, ante la muerte nadie, absolutamente na­


die puede rebelarse. Esa es la gran lección que “nos” proporciona
la muerte del “homo”.
De este modo, por su contenido docente y por la imposibili­
dad inducida de identificación con esa entelequia, “la muerte del
homosexual” se convierte en el espectáculo de muerte menos
obsceno o traumático que pueda concebirse. Tomando las debi­
das distancias, todo el mundo puede aprender del “homosexual”
esa aceptación de la mortalidad como fatalidad. Pero la fatali­
dad, en su caso, supone que muere de modo prematuro, que
muere en medio de un sufrimiento extremo, que muere solo (aun­
que su muerte siempre alcance un alto grado de difusión), asu­
miendo con la serenidad de quien acepta “su destino” (con la
serenidad de la costumbre) esa humillación final de la degrada­
ción del propio cuerpo, hasta la extinción de la vida.^

La construcción del deseo de muerte

«...y cada novela que leía y que hacía referencia a los maricas
los describía como gente que se mataba o se destruía a sí misma
al darse cuenta de lo terribles que eran por desear a otros hom­
bres...» (1991:105)
David Wojnarowicz

“ Un ejemplo relevante del éxito de la representación docente de la muerte


del “homosexual” lo constituye la película de Jonathan Demme Philadelphia’. la
historia del abogado gay con sida que es despedido de su empresa y a la que de­
nuncia, poniendo el caso en manos de un abogado (heterosexual aunque negro;
su posición como no-blanco le autoriza y permite comprender su defensa de
otro individuo paralelamente excluido por otra razón —no-hetero—), hasta ganar
el caso pocos días antes de su muerte. Esta película fue considerada como ejem­
plo de “corrección política”; el gay no era abandonado por su familia, denuncia­
ba un despido improcedente, ganaba el juicio. El carácter a la vez docente y ex-
cluyente, no obstante, es denunciado por Rey; «Cabría esperar una comunión de
las audiencias en tomo al dramón que la película de Demme representa. Un
solo río encauzaría todas las lágrimas. Que nadie se equivoque. Con mis lágrimas,
que no fueron pocas, estaba también la rabia y el asco de ver la opresión disuelta
en esas otras lágrimas de cocodrilo de los y las bienpensantes del lazo rojo. De ver
cómo la mala conciencia tan sólo descubre por un instante el manto de la conni­
vencia con el crimen, con la injusticia. Y que con ello no hace sino disfrazar esa
realidad, hacerla manejable.» Rey, A. (1994), «El síndrome de Philadelphia»,
De Un Plumazo, 3, mayo de 1994, p. 22. En el mismo sentido, se puede consultar
«El sida en el cine. De Philadelphia a Jeffrey», en Llamas, 1997a.
146 Las formas "espontáneas" del prejuicio

En el vigente sistema de representaciones, la denostada categoría


social de “los ! las homosexuales” no puede realizarse plenamen­
te de otra forma que no sea a través de la propia inmolación. “La
homosexualidad” se constituye como instancia en la que se en­
carnan las víctimas de su propia esencia, los mártires de su con­
dición. Ya no se trata de que “se merezcan” la muerte, sino de
que la llevan dentro de sí, imbricada inextricablemente en su ser.
Tan sólo hay que descubrir ese principio de muerte para cumplir
con él, o darlo a conocer para que sea aplicable. En el caso de
Wojnarowicz, al contrario, la perplejidad al descubrir la sintonía
con que todos los referentes acerca de “la homosexualidad” inci­
den en el sufrimiento y la autodestrucción se torna en compro­
miso político, en denuncia del estereotipo y en reivindicación de
la vida. El artista ! activista neoyorkino murió de sida, no de
“destino”.
Las sociedades que establecen “la homosexualidad” como
una esencia-comodín que hay que corregir o eliminar, humillar o
censurar, según los casos, atribuyen a los estigmatizados un deseo
secreto de cumplir con su “destino”, de realizar su “profecía”.
Cualquier manipulación (desde la ironía o el insulto hasta el ex­
terminio masivo) será viable una vez establecido el colapso de la
vida como principio inmanente. Un colapso que se establece se­
gún muy diversas formulaciones. Por ejemplo, Wyden y Wyden
(1968:18) escriben: «Pocos de nosotros nos sentimos cómodos
con una persona deforme. Casi todo el mundo se alegra al salir de
un hospital tras visitar a un amigo enfermo. Podemos contempo­
rizar al hablar de la muerte —o de la homosexualidad. Esto pue­
de ser un mecanismo de autodefensa psicológico razonable.»
Convenientemente disociada de todo lo que estructura la
“vida” social (la familia, el trabajo, la cultura, la religión, la parti­
cipación política...), “la homosexualidad” pasa a tener como ele­
mento más característico un deseo de muerte que la deja definiti­
vamente alienada. Convenientemente disociada de todo lo que
estructura la vida (de los esfuerzos de prevención de enfermeda­
des potencialmente mortales, de la atención sanitaria...), “la ho­
mosexualidad” supone de nuevo una muerte por decreto para
quienes son precipitados en sus determinaciones.
A lo largo de los años ochenta, los conceptos de “homose­
xualidad” y “muerte” se asocian con más fuerza aún a través de la
categoría “sida”, de modo que el “programa de realización de la
Un lugar bajo el sol. Uistanciamiento y emplazamiento 147

homosexualidad” pasa a contar con la inmunodeficiencia como


elemento característico. En la cadena de fatalidades, la inadecua­
ción a la norma socio-sexual lleva invariablemente al sida y éste
conduce siempre a la muerte. En la mayor parte de los medios de
información (especializados o masivos), la descripción “general”
de la evolución del síndrome se establece como una profecía. La
estadística actúa como legitimadora de un destino: grosso modo, y
durante muchos años, pudo establecerse la muerte de la categoría.
La evolución del sida suele representarse gráficamente a través de
una curva descendente que ilustra la disminución de células T4 y
las enfermedades oportunistas que pueden aparecer en cada nivel
de deterioro del sistema inmunitario. Al llegar a cero, la persona
muere.^^
Si ese deseo de muerte atribuido deja a “la homosexualidad”
definitivamente alienada, también, por otro lado y de forma pa­
radójica, la realización de ese deseo se constituye como una posi­
ble fuente de sentido. La muerte (el sufrimiento, la enferme-

Sobre la construcción en un país supuestamente civilizado (Suecia) de la


muerte como destino de todas las personas seropositivas y sobre la confusión de
“la homosexualidad” en ese discurso inconexo, puede consultarse Sahuquillo,
Ángel (1988), El sida, los medios de comunicación y Suecia. Una deconstrucción del
miedo, el suicidio y la muerte como fenómenos provocados^ Járfálla (Suecia), Noaks
Ark - Rôda Korset. Watney resume «la representación visual establecida por los
reportajes sobre sida» a partir de «la constitución de un díptico»; «En un panel se
nos muestra el retrovirus que conocemos como VIH [...] que aparece, gracias a
la microscopía electrónica o al grafismo informático, como un enorme asteroide
en tecnicolor, En el otro panel, podemos contemplar a la víctima del sida’, ha-
bítualmente hospitalizada y físicamente debilitada, ‘de rostro marchito, arrugado,
repugnante’; el auténtico cadáver de Dorian Gray. Este es el espectáculo del sida,
que se constituye en un régimen de imágenes brutalmente sobredeterminadas,
sensibles tan sólo a los valores de la ‘verdad’ familiar dominante del sida y a los
‘conocimientos’ proyectivos de ese espectador idealmente interpelado, que se su­
pone ‘ya sabe de antemano todo lo que tiene que saber’ sobre la homosexualidad
y el sida. Este espectáculo se centra principalmente en garantizar una ‘correcta’
identificación del sida que excluye, efectivamente, cualquier posibilidad de iden­
tificación positiva o comprensiva con las personas con sida. El sida se consolida
como un drama ejemplar y admonitorio que se difunde representado ora a través
de imágenes que demuestran la milagrosa autoridad de la medicina clínica, ora en
la representación de las caras y los cuerpos de los individuos que revelan clara­
mente los estigmas de la culpa. El principal objetivo de esta perspectiva sádica y
punitiva es el cuerpo del ‘homosexual’.» Watney, 1995:43-44. El desarrollo de te­
rapias combinadas está cambiando drásticamente el imaginario social de la pan­
demia.
148 Las formas “espontáneas’' del prejuicio

dad...), como fenómeno socialmente relevante, acaba por repre­


sentar el sentido de la vida del “homosexual”. Como objeto en ex­
tinción, como sujeto paciente del dolor, el “homosexual” adquie­
re una existencia y un reconocimiento públicos (en cierto modo,
adquiere —irónicamente—“una vida”). La muerte reconcilia al
“homosexual” con su entorno, al tornar la hostilidad abierta en
emocionada compasión o en espectáculo edificante. Como dice
Philippe, «algunas familias sólo se reúnen en los entierros».^
Ya hemos visto cómo pueden establecerse lazos desde el de­
sacuerdo con la norma que regula el afecto y el placer hacia otras
realidades. Tales puentes son en ocasiones considerados no como
susceptibles de proporcionar placer o afecto o solidaridad o co­
nocimiento sino, al revés, como medio para establecer una inte­
racción con aquellas instancias susceptibles de materializar la hu­
millación y, en última instancia, de cumplir con ese deseo de
muerte cuando falta el coraje que el suicidio exige.^^
Esta connivencia con un destino trágico puede, en ocasiones,
presentarse de manera fraudulenta. Esto es lo que sucede cuando
se usurpa la palabra a gays y lesbianas. Por ejemplo, un escritor
galardonado con el premio Goncourt en 1936, escribía una novela
en la que “un homosexual” presenta en forma autobiográfica una
narración de sus desdichas. El calibre de la autodegradación del
narrador (tanto como el prestigio del escritor) hacen del todo in­
concebible que la citada historia sea verdaderamente autobiográ­
fica. El autor, Maxence Van Der Meersch, formaba parte de los
círculos literarios católicos próximos a los incipientes postulados
de lo que se daría en llamar la democracia cristiana, inspirada

Mangeot, Philippe (1995), «El sida y sus ficciones», en Llamas (comp.),


1995b:68.
De este modo, más que hablar del asesinato masivo de los gays en los
campos nazis, se presenta con frecuencia una imagen de connivencia enfermiza
entre las víctimas y sus torturadores. Cuando un acto de violencia es presentado
como interacción entre una virilidad desbordante y una debilidad sin explicación
posible, la opresión no parece ser tal. A este respecto, Hocquenghem escribe:
«No había ninguna ‘complicidad’ entre víctimas y verdugos (y repitamos que a
nadie se le ocurriría jamás afirmar semejantes paradojas a propósito del extermi­
nio judío). Violencia pura y simple; miseria y muerte: eso es todo, y ya es bastan­
te.» Hocquenghem, Guy (1979), RaceD'Ep! Un siècle d’images de l’homosexua­
lité, París, Libres / HaUier, p. 142, “La homosexualidad” se colapsa entonces en
la propia categoría que ejecuta su extinción. La barbarie nazi es así una parte
constitutiva de “la homosexualidad”; su deseo más íntimo.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 149

por Jacques Maritain. Su novela es, ante todo, eso: una ficción con
moraleja en la que se dejan bien claros los inconvenientes de la
inadecuación al orden.
En su análisis sobre el tratamiento de “la homosexualidad” en
el cine, Vito Russo comenta que el primer personaje “gay” que
aparece en una película (la alemana Anders ais die Anderen, diri­
gida por Richard Oswall en 1919), acaba suicidándose. En 22 de
las 28 películas analizadas entre 1962 y 1978, los personajes prin­
cipales acaban suicidándose o muriendo de forma violenta. Tales
películas (como la novela de Van Der Meersch) son algo más que
la historia de personajes “homosexuales”: son verdaderos mani­
fiestos sobre “la homosexualidad”. A la película de John Schle-
singer Midnight cowboy {Cowboy de medianoche, de 1969) le co-
Todos los elementos concebibles de la infamia están presentes en La más­
cara de camCy traducida al castellano y publicada en Barcelona (Plaza y Janés)
nada menos que en 1975. Por ejemplo, la exposición obscena de sí a lo largo de
doscientas páginas no contradice la imposibilidad de precisión; «Me siento tan
plenamente consciente de la ignominia de mi vicio que jamás tendré valor para
transcribir su nombre sobre el papel. La letra escrita sólo podrá soportar mi
desventura bajo una condición: la de evitar constantemente toda precisión, todo
detalle, para que lo trágico no se convierta inmediatamente en innoble o burles­
co» (p. 7). La anomalía funciona como fatalidad o destino; «los hombres no so­
mos omnipotentes para con nosotros mismos» (p. 15); «¿Soy responsable? ¿Soy
culpable? [...] No, tú no eres culpable. Llevabas en tu seno tu propio destino»
(p. 36). La apelación a la violencia y la admiración de quien le humilla: «No re­
cuerdo haberme peleado jamás... excepto, tal vez, en algunas ocasiones, por el
inexplicable placer de perder, de sentirme dominado y vencido por la fuerza bru­
tal de uno de mis compañeros» (p. 21). «¡Cuán bella es la noble cólera indignada
de un hombre honesto ante el vicio!» (p. 62). La propia degradación: «Tiene la
tez amarillenta. Sus mofletes cuelgan, y retiemblan como dos flanes. Sus ojos gri­
ses y salientes, inyectados en sangre, parecen los de un bull-dog, [...] Me parece
repugnante. Y, no obstante, su mirada me turba [...] Me siento terriblemente so­
metido y magnetizado» (p. 42). El vicio como pulsión incontrolable (animal)
que anula la razón (humana): «Y como el bruto no ha muerto en mí, estoy con­
denado a dejarlo vivir, a dejarlo agitarse de vez en cuando y aun a darle de comer
algo una que otra vez» (p. 51); «Me siento vacío de toda voluntad. Soy como un
animal desprovisto de cerebro, una verdadera ruina humana» (p. 111). El vicio
como elemento que mina la salud: «¡Ya ves a lo que has llegado! ¡Eres sifilítico!
¡Estás podrido! He aquí donde te ha conducido esta vida» (p. 76). Por supuesto,
el deseo de muerte: «Morir borracho: en el fondo eso es lo que deseo» (p, 78);
«Estoy harto de todo. El vicio es la muerte. El rescate del vicio es la muerte. El vi­
cio me ha conducido a ella» (p. 112). Y, por último, la impotencia incluso frente
al deseo de muerte; «Me siento absolutamente incapaz de vivir. E igualmente in­
capaz de morir. Habíame propuesto suicidarme esta madrugada. ¿Adónde puedo
ir en busca de las energías necesarias para llevar a cabo mi propósito?» (p. 114).
150 Las formas “espontáneas'’ del prejuicio

rresponde el dudoso honor de la representación más patética de


personajes “homosexuales” devorados por la culpa y entregados
de forma sumisa a una violencia gratuita (Russo, 1987). Una re­
ciente y burda representación cinematográfica del privilegio de
muerte y de la extranjería con respecto a la vida como caracterís­
ticas consubstanciales de “la homosexualidad” lo constituye el
film Four weddings and a funeral (Mike Newell, 1994), que podría
rebautizarse como “Cuatro bodas heterosexuales y un funeral
homosexual”
Además de encontrarse en las manifestaciones culturales, los
estereotipos sobre la privilegiada relación entre “el homosexual” y
la muerte están presentes en discursos de otros órdenes. El psi­
coanalista norteamericano Edmund Bergler escribía en Time
(1956) que “el homosexual” se deleita en la autocompasión y que
provoca la hostilidad de otras gentes para tener más oportunida­
des de autocompadecerse. En resumen, su palmaria conclusión:
«There are no happy homosexuals» (no hay homosexuales feli­
ces). Juan Antonio Vallejo-Nágera publicaba un libro titulado
Mishima o el placer de morir, cuyo título es suficientemente signi­
ficativo. El autor busca una explicación al suicidio del escritor ja­
ponés en las «características fundamentales de su personalidad
(sus sentimientos de inferioridad, su exhibicionismo narcisista,
su discutido homosexualismo)».^^ Y en el libro del terapeuta Kro-

En esta película, además, se plantea la importancia de los rituales social­


mente reconocidos. “La homosexualidad” está ausente durante toda la historia;
nada parece insinuar que “afecte” a dos de los personajes. Al revés, el guión se
centra en las mil dimensiones en torno a las que gira la “vida heterosexual”
(siendo la ceremonia nupcial la culminación consagrada de ese protagonismo per­
manente y excluyente). Al final, y sólo en el contexto de la muerte y del rito fu­
nerario, aparece “la homosexualidad”. Un desgarrado poema de Wystan
Auden es leído en esa ceremonia por el amante del fallecido. «Parad los relojes,
descolgad el teléfono. / Prevenid los ladridos del perro / con un jugoso hueso. /
Silenciad los pianos ! y, con apagado tambor, el ataúd. / Sacad ya las plañideras.
! Avisad que avionetas negras nos sobrevuelen / y que en el cielo escriban el men­
saje: / EL HA MUERTO [...]». Y no se llora sólo por la muerte del amado, sino
porque en el guión de la película, “la homosexualidad” estaba matada desde el
principio.
La cita es de la contraportada del Ebro. El ejercicio de la medicina (que se
supone destinado a aliviar el sufrimiento y prolongar la vida) por parte de quien
puede considerar la muerte (ajena) como un placer o como un destino, parece
una paradoja. Vallejo-Nágera, Juan Antonio (1978), Mishima o el placer de morir,
Barcelona, Planeta.
Un lugar bajo el sol. Distandamiento y emplazamiento 151

nemeyer (1980:27 y 33) se puede leer: «Quienes tratamos el pro­


blema conocemos demasiado bien la desesperación, la soledad, el
vacío, la falta de amor, la violencia, la tensión, la depresión y el
pánico que conforman el núcleo emocional de la vida gay [...]
Todos los homosexuales tienen tendencias suicidas. Es com­
prensible. La tensión y la agresión que empezaron a establecerse
durante la infancia son arrastradas a lo largo de la vida como una
reserva volcánica de dolor y desesperación que se vuelve contra
uno mismo en un comportamiento crónico, masoquista, provo­
cativo.»
Una relación privilegiada que puede ser rastreada no sólo en
los escritos de los profesionales expertos en salud, sino también en
la prensa de consumo masivo. La prensa del corazón estableció
“la homosexualidad” de los cantantes Liberace y Freddy Mercury
y del actor Rock Hudson, de manera persistente, como el princi­
pio explicativo de su muerte. En el verano de 1985, Hudson hace
pública su enfermedad, dándole al sida «un rostro que todo el
mundo pudiera reconocer» {Life, septiembre, 1985). Un rostro
que manifiesta la enfermedad pero, sobre todo, un rostro que
desvela “la homosexualidad”. La enfermedad es el efecto reco­
nocible de “la homosexualidad”. Time establece la vida secreta de
Hudson, su engaño al proponerse ante el mundo como héroe he­
terosexual, como el principio enològico de su enfermedad. Hud­ I

son, cuyo éxito era contemporáneo al de McCarthy, sólo podía ji


t
)
plegarse a los códigos morales de HoUywood (los mismos que le
exigieron que contrajera matrimonio). No obstante, fue señalado
como traidor del deseo (o más bien de la confianza) que las mu­
jeres heterosexuales habían depositado “inocentemente” en él?’
En el diario The New York Times del 21 de octubre de 1990
aparecía un artículo sobre el fallecimiento de Leonard Bernstein
en el que “su homosexualidad” funciona también como principio
de inteligibilidad de la muerte.^
*^

Meyer, Richard (1991), «Rock Hudson's body», en Fuss, Diana (comp.),


1991. Sobre la publicidad dada a la enfermedad de Rock Hudson, el secreto que
envolvió a la muerte de Michel Foucault y la condena de ese silencio por parte de
Jean-Paul Aron, véase también «¿De qué se nos acusa? Metonimias de la ho­
mosexualidad’», en Llamas, 1997a.
Un comentario del citado artículo aparece en Butler, 1995. Bemstein nació
en 1918. Su “homosexualidad como principio de muerte” tardó más de setenta
años en realizarse.
152 Las formas "espontáneas" del prejuicio

La tesis de la esencia autodestructiva se apoya en argumentos


como la consideración de la relación homosexual (no reproducti­
va) como quintaesencia de la esterilidad. La (supuesta) incapaci­
dad de procrear o producir vida, generaría un desprecio por la
vida misma: la ajena (para así explicar tendencias asesinas o de­
lictivas), pero también y sobre todo la propia. Una vida yerma es,
desde su inicio, una muerte por cumplirse. Este argumento alter­
na con otras muchas visiones. Por ejemplo, se puede aducir el ca­
rácter insoportable de la “anomalía” frente a un modelo evidente
(“objetivo”) de realización personal y felicidad en el marco de la
pareja heterosexual. No es que un modelo de organización de
la convivencia y de expresión del afecto y la atracción no deje lu­
gar para otros modelos, sino que, frente a la evidencia (la “natu­
ralidad”) de sus virtudes, cualquier alternativa resulta insoporta­
ble. También puede apelarse a estereotipos como el vacío inheren­
te a una vida de “bulimia sexual incontrolada”. O a un corolario
de esta idea: la “incapacidad” de establecer relaciones afectivas.
O, por último, la crisis ante la (“lógica”) repulsa y el (“compren­
sible”) desprecio que manifiesta la persona (“normal”) por el
(“patético”) sujeto que la ama o desea...
De este modo, se constituye un “mundo de muerte”, en el que
se mezclan todos los condicionamientos que obligan a las perso­
nas integrantes de esa instancia (definida como en constante pro­
ceso de extinción) a vivir como si ya estuvieran muertas.El
“mundo de muerte” es el contexto simbólico en que se desen­
vuelven las vidas socialmente consideradas como irrelevantes y ca­
rentes de valor.
El “mundo de muerte” es también el contexto privilegiado de
representación simbólica de “la homosexualidad”. Así, el gay y la
lesbiana son concebidos como ya-muertos, muertos vivientes,
zombis. Para Hanson, los más famosos vampiros del imaginario
occidental, surgidos casi al mismo tiempo, son el Drácula de
Bram Stoker y “el / la homosexual” de Freud."^ Ambos personajes
son construidos en función de los mismos criterios, ambos com­
parten características casi idénticas. La sexualidad es versátil, am­
bigua, exótica, infecciosa, peligrosa (su mordisco es mortal; su en-

Yingling, Thomas (1991), «AIDS in America: Postmodern governance,


identity and experience», en Fuss, Diana (comp.), 1991.
Hanson, Ellis (1991), «Undead», en Fuss, Diana (comp.), 1991.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 153

fermedad o perversión es contagiosa). Son compulsivos, violentas,


asesinos y suicidas. Invisibles, irreconocibles (hasta que ya es de­
masiado tarde), hipermóviles, polimorfas, seductores, narcisistas,
estériles, sucios, oscuras, nocturnos...^’
La presencia pública de las lesbianas ha sido reducida du­
rante décadas a la estricta representación de las ya-muertas. Las
ficciones vampíricas son con mucha frecuencia el contexto de
existencia de las lesbianas: Dracula's daughter (Dambert Hill-
yer, 1936), Blood and roses (Roger Vadim, 1960), Vampires (Jo-
seph Larraz, 1974), entre otras muchas. La película de Vicente
Aranda La novia sangrienta muestra cómo el éxito del estereoti­
po atraviesa las fronteras. Otra de estas películas (la británica di­
rigida en 1970 por Roy Ward Baker The vampire lovers a partir
de una novela del irlandés Le Fanu, anterior a la versión de Sto-
ker), presenta el personaje de una vampir(es)a lesbiana que
adopta personalidades múltiples, y que aparece sucesivamente
como Mircalla, Marcilla y Carmilla. En su versión Marcilla, la
inasible vampira seduce y mata a una joven. Desaparece y rea­
parece con una nueva identidad para engatusar y llevar a la per­
dición a una buena amiga de la fallecida. Los hombres de la pe­
lícula (el padre, el novio) aparecen in extremis para restaurar el
orden e impedir el crimen, culminando la historia con la clásica
estaca de madera.
El régimen de sexualidad muestra su eficacia y su poder
cuando logra que desde los mismos grupos de liberación de les­
bianas y gays se mantengan los postulados del sentido de la muer­
te y el colapso de la vida. Mario Mieli, activista del grupo italiano
FUORI! y faro ideológico de la militancia radical de los años se­
tenta, se suicidó en marzo de 1983. El editorial de la hoja infor-

«Un hetero sabe tanto, incluso hoy día, de nuestra vida sexual como de la
de los vampiros. Miento. Sabe mucho más en todos los órdenes de la vida, cos­
tumbres y sexualidad de los vampiros que de la nuestra. O al menos eso creen. En
todo caso, vampiros y maricas tras tantas ¡das y venidas, hemos acabado forman­
do parte de la gran mitología blanca heterosexual, que occidente ha venido for­
jando sobre todo aquello que quiere desconocer y mantener alejado de la luz: so­
mos espectros.» Así, el reino de la luz, definido como heterosexual, resulta tan
peligroso para el vampiro como para d gay, «y quien antes era una marica estu­
penda, ahora la vemos herida de muerte, fulminada por el luminoso rayo purifí-
cador de la luz-heterosexual». Vidarte, Paco (1995), «De maricas y vampiros.
Sobre la visibilidad en los medios de comunicación y los pactos con las institucio­
nes», De Un Plumazo, 4, p. 5.
154 Las formas “espontáneas” del prejuicio

mativa del Movimiento de Liberación Gay del País Vasco {Euskal


Herriko Gay Askapen Mugimendua, EHGAM), comentando el
suicidio de Mieli, acababa así; «El suicidio, la autodestrucción, la
toma de la propia muerte, puede ser el acto más radical y revolu­
cionario» (Gay Hotsa, 18, 1983). Radical en el sentido de absolu­
to e irreversible, puede ser. Pero no creo que Mieli hubiera defi­
nido jamás su suicidio como un acto revolucionario. Y de haberlo
hecho, se habría equivocado.

Cómo reconocer la pérdida y afrontar


la conminación al suicidio

«[‘El cuerpo homosexual’] debe ser visible para que pueda ser
humillado públicamente, arrojado en herméticas bolsas de
plástico, fumigado; se le debe negar el sepulcro, por temor a
que pueda inspirar tan siquiera un resquicio efe reconoci­
miento, por temor a la más remota sensación de pérdida. De
este modo, el ‘cuerpo homosexual’ continúa manifestándo­
se incluso después de su muerte, no como un recuerdo de
ésta, sino precisamente como su contrario, evocando una vida
que debe presentarse ante todos como desprovista de todo
valor.
Simon Watney

Watney, 1995:46. Un ejemplo de “deshumanización sanitaria” lo constituye


la fotografía publicada en la primera página del diario sueco Dagens Nyheter el 10
de febrero de 1987. «En la foto están los restos mortales de un joven, pero no ve­
mos al joven. Solamente nos muestran un bulto. Nada que evoque los rasgos hu­
manos de alguien que vivió, amó y sufrió como cualquier otra persona. Nada que
nos haga participar en la tragedia, ni dirija nuestra atención y nuestra sensibilidad
hacia los afectados que aún siguen viviendo. En la foto no hay ni un ataúd ni un
sacerdote, ni un amigo o familiar del muerto. Ni siquiera una cruz que despierte
sentimientos cristianos y le confiera a la foto un aire de dignidad. Nada. Sólo un
saco de plástico negro, como los que se utilizan para tirar la basura, o para los es­
combros. El mensaje que se quiere comunicar a los lectores está muy claro. Apa­
rece en primer plano, escrito con mayúsculas, y se repite en varias de las cintas
adhesivas pegadas sobre el plástico: ‘RIESGO DE CONTAGIO’.» Sahuquillo,
1988:8. La precaución sanitaria se expresó también cuando (según informaba El
País el 16 de junio de 1995) los servicios de seguridad de la Casa Blanca recibie­
ron a los representantes de la comunidad gay que acudían a una entrevista con el
presidente Clinton con guantes de látex.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 155

«Nuestro duelo lucha por ser público, y por comprometer a las


instituciones públicas, porque es en ía esfera pública donde
con tanta frecuencia se pone en cuestión o se niega el valor de
las vidas de nuestros seres queridos que han muerto.»’’
Simón Watney

La “muerte del homosexual” constituye un tópico cuya repre­


sentación periódica resulta particularmente atractiva, ya que cons­
tituye una manifestación inequívoca del vigor y de la ubicuidad
que tienen las implicaciones del régimen de la sexualidad. De
este modo, la muerte, particularmente si es prematura o violenta,
adquiere una dimensión pública fascinante. La muerte del per­
verso confirma su alienación; su radical extranjería con respecto a
la “normalidad” social. La continuada representación (tanto en el
mundo de la ficción como en las aproximaciones a “la realidad”)
del carácter consubstancial del o de la “homosexual” con la muer­
te, acaba por establecerse como una profecía que se cumple a sí
misma. Una profecía que se realiza porque se representa, y que se
representa porque se realiza.
Como profecía especialmente diseñada para confirmar una
ordenación excluyente del placer o como destino atribuido, el
caso es que, efectivamente, lesbianas y gays mueren, y que ésta es
en ocasiones una muerte temprana y brutal. Se plantea entonces el
problema de la representación de esa muerte, de su conceptuali-
zación como intolerable o trágica y de su reconocimiento público.
¿Cómo se puede escapar a la pinza establecida entre el silencio
(que le niega su indudable “realidad” a la violencia, la opresión y
la muerte, o que las construye como irrelevantes), y la represen­
tación oficial que hace de la tragedia un destino?; ¿Cómo conciliar
las dos citas de Simon Watney sin que una remita a la otra, sin
que ambas se anulen en una reproducción inevitable del status
quo7
La escasez (o ausencia radical) de referentes positivos no ha
supuesto una absoluta inexistencia de modelos de identificación o
de posibilidades de constitución de la propia vida como suscepti-

Citado por Gott, Ted (1994b), «Agony down under: Australian artists
addressing AIDS», en Gott, Ted (comp.), 1994a:12. Véase también, en ese mismo
volumen, Watney, Simon {1994a), «Art from the pit: Some reflections on monu­
ments, memory and AIDS» así como Watney, Simon (1994b), Practices offree­
dom. Selected writings on HIV / AIDS, Durham, Duke University Press.
156 Las formas "espontáneas" del prejuicio

ble de ser vivida. Paradójicamente, el imaginario desdichado (y en


particular el que es fruto de una palabra autorreferencial) permi­
te, en cierto modo, establecer un espacio en el que gays y lesbianas
pueden construir su autonomía; un espacio en el que cabe una
cierta subjetividad. Es éste un espacio restringido, de difícil acce­
so, construido a partir de la redefinición de su significado en fun­
ción de las propias necesidades, y sin embargo, la vida (o la su­
pervivencia) de la mayoría de lesbianas y de gays se ha desarrolla­
do a partir de tales referentes. El raquitismo de las representacio­
nes de lesbianas, gays (o, incluso, de “homosexuales”) es tal, que
cualquier propuesta es de antemano bienvenida.
De hecho, muchos gays y muchas lesbianas se han agrupado
en torno a las representaciones más alienantes de una “homose­
xualidad” estereotipada. En el peor de los casos, aun cuando esa
existencia pública dentro de un régimen determinado no provo­
cara siquiera la crítica o la reflexión sobre la imagen socialmente
aceptable, al menos sí se establecían contactos, redes, quizás co­
munidades. Sobre todo, la representación pública de “la homo­
sexualidad” podía congregar a quienes afrontaban una disper­
sión impuesta. Así, incluso dentro del estereotipo, la puesta en
escena de historias de “desviación sexual” era contemplada con
desconfianza: «El peligro no estaba en el cariz de las representa­
ciones. El auténtico peligro estaba en el público [...] Los perso­
najes homosexuales en escena atraían grupos importantes de ho­
mosexuales entre el público, con lo que el homosexual adquiría
una visibilidad que podía ser peligrosa.
Sin embargo, en determinados contextos, la inexistencia ab­
soluta de referentes de cualquier tipo que ilustren la posibilidad
de no ser, amar o desear como el régimen de sexualidad exige,
aún es muy frecuente. En espacios sociales donde “la homose­
xualidad” está por completo definida desde el régimen de exclu­
sión (de censura, de distanciamiento, de escarnio), se establece

Mira, 1994:88. El estreno en Madrid de Lor chicos de la banda en el teatro


Barceló el 3 de septiembre de 1975 dio lugar a una auténtica conmoción. En
Blanco y Negro, por ejemplo, Pilar Trena« escribía: «La verdad es que se trata de
un fenómeno sociológico. En Madrid existe ya un tejido de calles, clubs, bares, et­
cétera, que potencian una naciente organización homosexual. La presencia co­
munitaria en el teatro Barceló de muchos homosexuales debe constituir un dato
para la sociología más que un motivo para el escíndalo.» Citado en Crowley,
1975:ix-x.
Un lugar bajo el sol. Distanáamiento y emplazamiento 157

una desafección tan absoluta que, en ocasiones, puede llevar al


suicidio. Las tasas de suicidios y de tentativas de suicidio en la
adolescencia de gays y lesbianas son bastante más elevadas que en
los jóvenes que despiertan a una sexualidad y un afecto coheren­
tes con la norma. A finales del siglo XIX, cuando el régimen de la
sexualidad ya controlaba la sexualidad adolescente pero aún no
había articulado visiones precisas sobre “la homosexualidad” en la
adolescencia, la cuestión del suicidio se refería, fundamentalmen­
te, a las personas adultas.
Magnus Hirschfeld, en el primer estudio estadístico sobre las
vidas de “homosexuales”, establece tres causas como determi­
nantes principales de los intentos de suicidio: un proceso judicial
por “costumbres contra natura^'^ un chantaje sistemático y la ame­
naza de desvelar el secreto y provocar un escándalo. Estos princi­
pios causales son bastante diferentes de la supuesta esencia auto-
destructiva que ya en el siglo XX se impondrá, no obstante, como
criterio de explicación de los suicidios de gays y lesbianas, tanto
en el saber científico como en el imaginario popular. La consoli­
dación del régimen de sexualidad planteó de inmediato una rela­
ción privilegiada entre “homosexualidad” y suicidio. Gays y les­
bianas, convenientemente desarraigados, han optado por poner
fin a sus vidas para evitar la persecución (acoso, violencia), la
ruina (extorsión, chantaje) o el deshonor (humillación) o, más
recientemente, la desafección, el ridículo o el fracaso.^^
Hasta la publicación del estudio de Emile Durkheim 'Le sui-
ciie en 1897, el hecho de quitarse la vida era por lo común aso­
ciado a factores intrínsecos a la persona más que a posibles causas
externas. Cuando ya muchas personas “suicidadas” empezaron a
ser consideradas como resultado de factores que excedían a su
esencia, cuando “la sociedad” empezó a estar dispuesta a asumir
cierta responsabilidad, el y la “homosexual” continuaron siendo
conceptualizados como incompatibles con la vida, como inextri­
cablemente asociados con la muerte.

El suicidio del escritor ruso Nicolai Gogol en 1852 fue, al parecer, induci­
do por un sacerdote ortodoxo, que le conminaba a purgar sus pecados. Pero, ade­
más del suicidio inducido, está también el suicidio por decreto. Peter Illich
Tchaikovsky, que se había insinuado a un sobrino del duque de Stenbok-Fermor,
fue invitado por un tribunal de honor a ingerir un vial de arsénico como alterna­
tiva al escándalo y al exilio en Siberia (Miller, 1995). Oficialmente, su muerte en
1893 se debió al cólera.
158 Las formas “espontáneas” del prejuicio

El suicidio era considerado por Hirschfeld (y así aparece en la


mayor parte de los análisis al respecto hasta los años setenta del si­
glo xx), como una cuestión relevante para los hombres no hete­
rosexuales y adultos. Sin embargo, con el desarrollo del movi­
miento de lesbianas y gays, la cuestión empieza a plantearse en
otros términos: ya no son personas adultas las que pueden verse
presionadas de modo que consideren acabar con su vida como
una salida posible, aunque esta hipótesis sigue teniendo validez.
En la actualidad, son las y los adolescentes quienes afrontan rea­
lidades cotidianas de aislamiento tales que, en ocasiones, les llevan
a suicidarse?®
La cuestión de los suicidios entre adolescentes en los que in­
terviene un “factor homosexual” pone de manifiesto el carácter
definitorio de la realidad afectiva y sexual en la constitución de la
identidad y de la personalidad, así como de cara a la integración
social. El sexo está sobresaturado de significados y, en particular
para la gente joven, tales significados tienen efectos dramáticos.
Los elevados índices de suicidios ponen también de manifiesto la
carencia absoluta y radical de instancias o ámbitos que propor­
cionen a las y los jóvenes recursos, apoyo, información, confianza,
criterios o ayuda; que constituyan modelos de identificación, que
faciliten referentes.^^

La adolescencia es un periodo particularmente crítico desde el punto de


vista de las tentativas de suicidio. La no conformidad con el deseo heterosexual
añade factores de riesgo. En el caso de los y las jóvenes que, además de la prefe­
rencia homosexual, no responden a los criterios de género, la posibilidad de
suicidio es aún mayor. También entre los y las jóvenes gays y lesbianas se dan más
casos de fracaso escolar, consumo de drogas, abandono del hogar y depresión
crónica. Se puede considerar, de hecho, que en muchos casos la mera supervi­
vencia constituye una heroicidad.
Los estudios de Michael PoUak hablan de un 13% de gays franceses que
han intentado una o varias veces suicidarse, fundamentalmente entre los 16 y los
18 años. Ello supone el doble de la media para todas las edades de la población
“general”. Estos datos son equiparables a los obtenidos por otros estudios reali­
zados en Estados Unidos, uno de los cuales establece que el 30% del total de los
suicidios entre jóvenes corresponde a adolescentes gays y lesbianas. El suicidio es
la primera causa de muerte en jóvenes gays y lesbianas, y la probabilidad de sui­
cidio de éstos y éstas es tres veces superior a la de sus compañeras y compañeros
heterosexuales. En Gran Bretaña, otro estudio muestra que un 19% de los gays y
lesbianas menores de 18 años había intentado suicidarse. «Según un estudio ca­
nadiense, a partir de un grupo de población de unos 750 adolescentes, el deseo de
suicidarse es catorce veces más común entre la gente joven homosexual que entre
U» lugar bajo el sol. Distanáamiento y emplazamiento 159

Las instancias que ordenan la vida de la gente más joven (la


escuela, la familia, la televisión, la Iglesia...) y que les marcan el
camino de integración en la sociedad erradican toda posibilidad
de participación no alienada en el espacio comunitario. Si, como
estamos viendo, la posibilidad de un destino trágico forma parte
del programa de realización de “la homosexualidad” establecido,
entonces cabrá considerar los suicidios de adolescentes y adul-
tos/as como manifestación de la operatividad del régimen. Si,
aunque fuera de manera remota, tales instancias no quisieran pro-
mocionar el suicidio, entonces sólo cabe considerarlas como ins­
tancias fracasadas. La incitación al suicidio no forma parte explí­
citamente de ningún discurso. Así, habremos de considerar esta
cuestión como un efecto de prácticas no articuladas, es decir,
como otra de las manifestaciones a las que hay que otorgar una
existencia discursiva, que hay que denunciar y combatir para que
dejen de pertenecer a lo incógnito.^®

los heterosexuales de la misma edad. Sin embargo, el informe mostró también


que las tendencias suicidas correspondían principalmente a los que intentaban el
celibato como forma de vida, mientras que los que se abrían a una vida sexual ac­
tiva y plena no expresaban tales inclinaciones autodestructivas.» PoUak, Michael
(1982), «L’homosexualité masculine, ou le bonheur dans le ghetto?», en Ariès,
Philippe y Béjin, André (comps.) (1982), Sexualités occidentales, Paris, Le Seuil. El
estudio norteamericano, encargado por el Department of Health and Human
Services—equivalente a un Ministerio de Sanidad— data de 1987, y el capítulo
que trata de gays y lesbianas, elaborado por Paul Gibson, fue publicado en Re­
actions, en julio de 1989. También puede encontrarse en Remafedi, Gary (comp.)
(1994), Death by denial. Studies of suicide in gay and lesbian teenagers, Boston
(Massachusetts), ïMyson Publications. Dicho estudio aparece asimismo comen­
tado por Herrero Brasas, Juan A. (1993b), «La sociedad gay: Una invisible mi­
noría», Claves, yi, noviembre de 1993. Los datos sobre Inglaterra aparecen en
Cant, Bob (1991), «The limits of tolerance? Lesbian and gay rights and local go­
vernment in the 1980s», en Kaufmann y Lincoln (comps.), 1991. El comentario
sobre el estudio canadiense aparece en Mensual, 75,1996.
Los estudios sobre las tasas de suicidio entre adolescentes gays y lesbianas
se han reducido a menudo a una mera exposición de cifras. Si bien las proble­
máticas asociadas con la utilización de drogas o alcohol, o las diferencias e inco­
municaciones entre padres ! madres e hijos / hijas (entre otros muchos factores)
han merecido la atención de los trabajadores y trabajadoras sociales que hacen de
la prevención del suicidio su tarea, los problemas relacionados con la identidad
sexual o con los roles de género han permanecido tradicionalmente en la más ab­
soluta ignominia. De hecho, consumado el suicidio, todo factor que relacionara
éste con opciones o preferencias sexuales o con diferentes actitudes con respecto
a los roles de género es silenciado. La vergüenza, el miedo y el silencio que se su­
ponen intrínsecos a la o al adolescente o adulto y que son considerados como fac-
160 Las formas “espontáneas” del prejuicio

Así pues, la cuestión del suicidio merece atención, no tanto


por someter a escrutinio la decisión personal de acabar con la pro­
pia vida, cuanto por la necesidad de constatar y de combatir los
posibles factores colaterales que inciden y que animan al suicidio.
El hecho de que el estudio gubernamental estadounidense sobre
adolescencia y suicidio llevado a cabo en 1987 estuviese a punto
de ser cancelado porque dedicaba especial atención a los datos
alarmantes sobre la juventud gay y lesbica, en este sentido, ilustra
la especial atención que requiere esta cuestión. Otra posibilidad,
tan equidistante de la gravedad de los datos que recientemente se
dan a conocer como del desinterés que en general suscitan, es pre­
sentar con ironía la supuesta consubstancialidad de la muerte (o el
suicidio) con la realidad gay y lèsbica. En esta línea, Foucault
(refiriéndose a los gays adultos) escribió un artículo lleno de sar­
casmo en el primer número de la revista Gal Pied.^^
El mismo Foucault que hablaba del suicidio con ironía no
llegó a abordar lo que acabaría siendo la causa de su propia muer­
te, aunque bien es cierto que en 1984 casi nadie (y, desde luego,
ninguna persona “famosa”), hablaba de sida en primera persona.
La magnitud de la epidemia, la voluntad de atajarla y la necesidad
ética de señalar responsabilidades, exigió que se le diera una di­
mensión pública. Una asociación francesa de lucha contra el sida
surgida (como casi todas) de la comunidad gay y lèsbica lo expli­
ca así: «el primer grito de reunión de Act Up podría haber sido:
'nuestros amigos se mueren como imbéciles y a todo el mundo le
importa un bledo’. Y la réplica inmediata que se sigue de él:
puestos a morir como imbéciles, tanto da hacerlo a gritos, para re­
chazar la vergüenza, que es lo único que se nos otorga; tanto da
mostramos, para que nadie tenga ya derecho a decir que no veía o
que no sabía. En la esperanza de gritar con fuerza suficiente y de
ser suficientemente visibles para que no siguieran todos la misma
suerte» (Ael Up, 1995:256).

tores que le llevan al suicidio, permanecen, después de su muerte, vivos, vigentes,


operativos. El “suicidado” o la “suicidada” no se lleva consigo los factores que le
llevaron a la muerte porque no le eran consubstanciales; permanecen pues alre­
dedor de quienes le rodeaban. Para una aproximación general, consúltese Rofes,
Eric E. (1983), 7 thought people like that killed themselves''. Lesbians, gay men
and suiáde, San Francisco (California), Grey Fox Press. Varios estudios llevados
a cabo en Estados Unidos aparecen en Kemafedi (compj, 1994.
Foucault, Michel (1979), «Un plaisir si simple», Gai Pied, 1, abril de 1979.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 161

La epidemia de sida ha traído, efectivamente, mucha muerte a


las comunidades gays del mundo occidental. Larry Kramer (1994),
después de años asistiendo a entierros y homenajes, acaba por
arremeter contra los ritos funerarios institucionalizados, como las
manifestaciones nocturnas, silenciosas, con antorchas, en memoria
de los muertos y en solidaridad con los enfermos. Pero no es éste
el único ritual susceptible de dar lugar a una lectura conformista o
macabra. Otra forma de socializar la muerte de personas queridas
es lo que se conoce como The Quilt (La Colcha), la exposición
conjunta de millares de paneles de tela cosidos por amantes, amis­
tades o parientes de una persona muerta de sida y dedicados a su
memoria. Desplegada por primera vez en 1987, «La Colcha con­
virtió la ciudad de Washington en una cama y en una tumba a la
vez.»^ Si bien La Colcha se compone de piezas de trascendencia
individual y privada, expuesta en su conjunto (como su despliegue
frente al Capitolio en la capital federal sugiere) tiene una dimen­
sión pública, política, colectiva, comunitaria.
De este modo, si la muerte del homosexual carece de impor­
tancia, cuando ésta se manifiesta masivamente (los miles de pa­
neles dedicados a miles de muertos, mayoritariamente gays) acaba
por ser reciclada, asimilada, promocionada. Jeff Nonokawa ha
denunciado la canonización de La Colcha y el hecho de que,
cada vez que se expone, los medios de comunicación se zambu­
llen con consternación en todo el dolor que expresa, sin ver en su
despliegue ningún componente político o de denuncia, sin con­
cebir que pueda ser un homenaje desde una determinación de
supervivencia a una amenaza, reduciendo su significado a una
manifestación del colapso paulatino de toda una categoría social­
mente significada.®^
La epidemia de sida ha dado lugar, en efecto, a una multitud
de nuevas formas de afrontar la muerte y de dar una dimensión
pública a lo que Kramer (1994) califica repetidamente de genoci­
dio. El sida, evidentemente, no sólo mata a gays, pero los sidosos
más famosos son todos gays, hasta el punto de que se acaba pro­
duciendo una “homosexualización del cuerpo con sida”. De igual

Bergman, David (1995), «Larry Kramer y la retórica del sida», en Llamas


(compj, 1995b:145.
Nunokawa, Jeff (1991), «‘All the sad young men’: AIDS and the work of
mourning», en Fuss, Diana (comp.), 1991.
162 Las formas “espontáneas” del prejuicio

modo que se establece la ecuación “homosexual” = sida, tam­


bién se establece la opuesta, de modo que cada caso de sida indi­
ca retrospectivamente un destino fatal, un merecido castigo, un se­
creto imposible de guardar por más tiempo?"
*
A finales de los años ochenta y principios de la década de los
noventa, el escritor Hervé Guibert (que nunca había ocultado
que era gay, pero que tampoco había alcanzado la fama), da pie a
una verdadera conmoción al encamar ante la sociedad francesa el
papel de digno moribundo. «Ninguna obra consagrada al sida
se habrá vendido jamás tan bien como los libros de Guibert. La
acogida que han logrado ha sido entusiasta. Todo el mundo se
apresuró a alabar su extremada dignidad. Y es que Guibert re­
sulta desalentador a fuerza de dar pruebas de dignidad [...] Gui­
bert es un mártir con consentimiento. Es la prueba de los tanató-
cratas. Conforta y da crédito a dos mitos: el del amor y la muerte,
el de la muerte y la verdad. La lógica es perfecta. Es religiosa. Está
el pecado (el cuerpo), la prueba (el sida), la confesión (el libro) y
la revelación (la muerte / vida). Guibert es un falso mesías.»
(Mangeot, 1995:67).
Y si Guibert establece su obra en connivencia con un régimen
de muerte, Kramer utilizaba en Boston, durante la celebración del
día del orgullo gay y lèsbico de 1987, argumentos similares para
provocar a toda una comunidad. En otra de sus encendidas alo­
cuciones titulada «No puedo creer que queráis morir», atribuía la
desmovilización de lesbianas y gays a (efectivamente) un deseo de
muerte. En su inacción, la comunidad de gays y lesbianas partici­
paba en su propio genocidio. Incapaz de reconocer su poder y su
fuerza (el poder y la fuerza que darían la unión de sus voces, de
sus cuerpos, de sus nombres, de su dinero...), la comunidad se
encamina hacia su tumba (Kramer, 1994:162 y ss). Una visión
un tanto injusta si consideramos el esfuerzo ingente de moviliza­
ción, denuncia, solidaridad y cambio de hábitos frente a toda
una realidad social hostil o indiferente. Aunque, de nuevo, quizás
sea una estrategia políticamente eficaz.
El significado de la amplia implicación de las comunidades
de lesbianas en la lucha contra el sida va más aUá de la solidaridad

Llamas, Ricardo (1994) «La reconstrucción del cuerpo homosexual en


tiempos de sida», Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 68, octubre -
diciembre de 1994. También publicado en Llamas (comp.), 1995b.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 16)

en el seno de una comunidad mixta. Motivos y razones muy espe­


cíficos además de la solidaridad (que, como muestra Schulman
—1994— también tiene un papel determinante), están en el origen
de este compromiso. Si la aproximación a la muerte de los gays se
enfrenta a múltiples e interesadas representaciones de ésta, el caso
de las lesbianas y el sida es por completo diferente. La idea de que
entre mujeres no hay sexo posible, el desconocimiento absoluto de
la sexualidad lèsbica por parte de quienes desarrollan campañas de
prevención de sida, el desinterés en general por la atención a la sa­
lud de las mujeres han supuesto, una vez más, la desaparición de
las lesbianas. Contra esta invisibilidad y contra esta desatención se
han rebelado las asociaciones de lesbianas: el neoyorkino Lesbian
AIDS Project espeta a los incrédulos: «Ahora ya conoces a una
lesbiana con sida.» Existe un riesgo de transmisión del VIH en las
relaciones sexuales lésbicas. Del mismo modo, existen medios
para prevenir dicha transmisión. Estas dos proposiciones perma­
necen en un espacio tabú y sólo han sido afrontadas por asocia­
ciones activistas con escasos medios. Hasta el presente, los catálo­
gos de sexo seguro, la información y los mensajes preventivos para
lesbianas no son considerados como necesarios por parte de las
autoridades sanitarias de la mayor parte de los países.
De este modo, la necesidad de dar una dimensión pública al
sida y a la prevención de la transmisión del VIH sin que con ello se
confirmen las tesis del destino fatal o de la inexistencia, exige que
esta representación adquiera un inequívoco carácter político. En
particular, los artistas han afrontado esta tarea de exposición y de­
nuncia. Algunos ejemplos de ello son la diseminación de las cenizas
de un gay australiano en la pista de baile de una mítica fiesta (el
Sneaze Bait}, o la publicación a toda página en un periódico gay y
lèsbico {Sydney Star Observer, agosto 1992) de un anuncio que de­
cía «Afoony BITCH DIES Of AIDS» por parte de David McDiarmid, y
en memoria de su mejor amigo y también artista Peter Tully. En su
obra Toxic Queen, McDiarmid escribe: «I intend to keep on feeling
ii^d fabulous at the same time» (Pienso seguir enfadada y fa­
bulosa al mismo tiempo). El disco Tuneral Hits of the 90's, de la
subsidiaria Toxic Queen Records, pretendía ayudar a escoger la
música más adecuada (y, en general, poco usual en ceremonias de
este tipo y más asociada a la música disco de los setenta que a los
requiem} para el propio funeral o para el funeral de un amigo cer­
cano (Gott, 1994a). Algunos de los rituales funerarios que se han
164 Las formas ‘‘espontáneas” del prejuicio

desarrollado en las comunidades gays y lésbicas (particularmente en


el mundo anglosajón) tienen una dimensión pública (y por lo tanto
política) de la que carecen los funerales tradicionales.
Un ejemplo radical de cómo dar a la muerte una dimensión
reivindicativa son los llamados “entierros políticos”, que ya se
habían llevado a cabo en Latinoamérica en contra de dictaduras
militares y en Sudáfrica en contra del apartheid. Así, diversos
miembros de Act Up-París piden entierros ruidosos y manifesta­
ciones tras los féretros, discursos políticos en lugar de homilías de
contenido religioso, la dispersión de las cenizas en el Parlamento
o el lanzamiento del cadáver a las puertas del Palacio del Elíseo,
para que, como escribe uno de sus miembros, «el Presidente de la
República sepa que es responsable de mi muerte por su indife­
rencia y por su silencio».®^
En cualquier caso, las formas de afrontar la muerte desarro­
lladas excepcionalmente por las comunidades de gays y lesbianas
presentan con frecuencia una característica común: el alejamiento
de la tradición funeraria, del duelo silencioso, del rito ancestral.
La tendencia, al revés, es hacer de la muerte una obra de arte, una
fiesta, un chiste, un manifiesto político, un acto de protesta, la ex­
cusa para una revuelta, en definitiva, cualquier cosa que no la
reduzca a ese tributo inevitable al destino, cualquier cosa que no
sea la confirmación de un estereotipo, cualquier cosa, por último,
que no la deje en la ignominia.

La necesidad de superar el victimismo

«Es posible que ni uno solo de aquellos bailarines y de aquellas


travestís alegres que conocí en Berlín haya sobrevivido. Cuando
en ocasiones la gente a mi alrededor se sorprende porque no
quiera ir a una fiesta, a una reunión entre nosotros o a una
discoteca reservada, pienso en aquellos últimos bailes en Berlín,
mientras que los trenes ya salían hacia Buchenwald, y me digo
en voz baja que quizás mañana esa alegría de vivir, esa seguri­
dad serán barridas de golpe, ya que después de todo tamoién
entonces éramos muy fuertes, y ya que nunca hemos sabido de­
fendemos de otro modo que con el olvido.» (1979:152-53 )
Guy Hocquenghem

Act Üp-París (1994), Le sida, París, Dagorno,


Un lugar bajo el sol. Distanáamiento y emplazamiento 165

«Vito ha muerto. No podéis remplazar a Vito. Todos lo hemos


matado. No hemos luchado con fuerza suficiente para salvarlo.
¿Lo queríais? Estáis aquí porque decís que lo queríais. ¿Cuán­
to lo queríais? Creo que la mayoría de nosotros estamos llenos
de mierda piadosa. Venimos a misas como ésta y la mayoría de
nosotros no ha hecho nada para ayudar a que se salvara la per­
sona amada que venimos a llorar. Si Vito significó algo para vo­
sotros, salid a imitarle. Haced lo que él hizo. Manchaos las
manos. Luchad en memoria suya. Si no sabéis de qué estoy
hablando, aprended.»^
Larry Kramer, 1990

La primera cita corresponde al final de la reconstrucción ficticia


de cómo pudo vivir la secretaria personal de Hirschfeld la llegada
al poder de Hitler y sus efectos en la comunidad de lesbianas y
gays de Berlín. Es una actitud de recreación del pasado, de reac­
tualización fatalista de la tragedia, de su proyección en un futuro
amenazador. Kramer, por el contrarío, reconoce y afronta la muer­
te de su amigo Vito Russo, pero se niega a instalarla en la perma­
nente reactualización. Para él, la lucha, el compromiso pueden sal­
var vidas y acabar con la pandemia de sida y con el destino trágico
establecido como decreto.
Del mismo modo que muchas lesbianas y muchos gays se
aproximan a los referentes desdichados sin cuestionar la cohe­
rencia de éstos con un régimen excluyente y opresivo, tampoco
faltan quienes suscriben los principios del destino fatal o del deseo
de muerte. Actualmente, las comunidades de lesbianas tienen el
reto de dar cuenta de su propia existencia y, junto con las comu­
nidades de gays, el reto de representar su realidad y de enfrentar
al vigente régimen de representación de “la homosexualidad”
con sus intenciones, con sus efectos, con sus intereses. El reto de
no suscribir la inexistencia, de no confirmar esa imagen de su­
puesta (pero precaria) coherencia y, además, de combatir estos
postulados con propuestas alternativas. ,
Larry Kramer, basándose en las aproximaciones de Hannah
Arendt al holocausto judío, sostiene una tesis altamente contro-

Discurso pronunciado en un acto en memoria de Vito Russo el 20 de di­


ciembre de 1990 en Nueva York. El texto fue publicado en The Village Voice (20
de febrero de 1991) y aparece también en Kramer, 1994:369. Russo, además de
ser un pionero en la investigación sobre la imagen que el cine da de lesbianas y
gays, se había convertido en un incansable activista de la lucha contra el sida.
166 Las formas “espontáneas" del prejuicio

vertida: toda la comunidad es responsable de su realidad; incluso


quienes sufren las consecuencias de los regímenes de exclusión
son también responsables de ese estado de cosas. De este modo,
de entre las muchas colaboraciones necesarias para que un régi­
men de muerte sea viable, Kramer no duda en calificar a la prac­
ticada por la propia comunidad gay como «la más triste colabo­
ración» (1994:288). Denuncia el estado de funeral permanente, el
derrotismo ante una supuesta “inevitabilidad”, la incapacidad de
relacionar una muerte con su causa, la impericia que consiste en
no transformar el dolor en rabia, acción, lucha política. Para
afrontar la pandemia de sida, se hace necesario reconocer, en pa­
labras de Butler, que «el poder sigue actuando a través de la per­
petuación de la muerte y de las personas moribundas, y que la
muerte es y tiene su propia industria discursiva» (1995:24).
Una crítica que puede hacerse extensiva a la simbología adop­
tada por el movimiento de lesbianas y gays: el triángulo rosa de la
deportación. En ocasiones, una especificidad simbólica de las les­
bianas ha llevado a la reivindicación del triángulo negro de las
personas “asociales” (tampoco las lesbianas tenían especificidad
alguna para los nazis). El triángulo, símbolo incuestionable de
que se conoce el pasado, de que no se olvidan las cámaras de gas
(ni, correlativamente, los intentos de violencia generalizados has­
ta el exterminio), se ha convertido en el punto de referencia bási­
co (cuando no único) de cualquier dimensión de las realidades lés-
bicas y gays.
Sin olvidar el pasado, analizando el presente a la luz de la
historia (de nuevo Kramer: «el sida es nuestro holocausto y Rea­
gan es nuestro Hitler. La ciudad de Nueva York es nuestro
Auschwitz» —1994:173—), se hace necesario diversificar los re­
ferentes. Así, Act Up utiliza el triángulo rosa, pero invertido, con
el vértice hacia arriba, en señal de determinación, de resistencia.
Pero, sobre todo, una simbología que no es deudora ni de los
campos nazis ni del sida también empieza a cobrar una dimensión
pública y simbólica; en particular las banderas del arco iris.^^

La bandera con seis de los colores del arco iris (ocupando la franja de co­
lor rojo la posición superior) se ha convertido quizás en el símbolo más extendi­
do de las comunidades de lesbianas y gays del mundo occidental. Su uso se re­
monta a las manifestaciones del orgullo gay y lésbico que se organizaban en la
costa Oeste de los Estados Unidos durante los años setenta. Como símbolo, pre­
tendía mostrar la diversidad de las comunidades de lesbianas y gays. La Radical
Un lugar bajo el sol. Distanaamiento y emplazamiento 167

Todo este embrollo (la atribución de un deseo de muerte, la


necesidad de dar cuenta de la represión y de reconocer esa muer­
te decretada para combatirla, la confusión entre el reconoci­
miento de la muerte y la confirmación de un destino...) resulta
difícil de desenmarañar. El predominio de la tesis autodestructi-
va en las representaciones de “la homosexualidad” (y la lectura a
través de ese prisma de cualquier realidad lèsbica o gay) no de­
termina directamente las expectativas de futuro, los anhelos, de­
seos y ambiciones. Sin embargo, sí determina poderosamente la
imagen desdichada y peligrosa que predomina en el imaginario
colectivo.
Establecida la normalidad de la muerte prematura y violenta
del o de la “homosexual”, el hecho de que ésta venga por su pro­
pia mano o por mano ajena pierde, en cierto modo, relevancia.
Cuando la muerte llega de la mano de un microorganismo que se
transmiten entre sí “los homosexuales” en la intimidad del le­
cho, el régimen de sexualidad encuentra la quintaesencia de la de­
jación de responsabilidad. De la construcción de una categoría
cuya vida por sí misma se colapsa a la destrucción directa de
quienes la integran (o al abandono a su suerte en un contexto de
riesgo evidente), no hay más que un paso fácilmente franqueable.
Un paso franqueado en múltiples ocasiones.
La pandemia de sida ha permitido reconstruir la supuesta
responsabilidad de los gays sobre su propia muerte (y sobre la
amenaza a toda la sociedad) a partir de un mito. Es el mito del
“paciente cero”, un azafato de Air Canada que habría diseminado
el virus mortal en el curso de sus frecuentes viajes y múltiples re­
laciones sexuales, hasta hacerlo llegar a todos los rincones de
América. Paradójicamente, el mito del azafato que siembra la
muerte, surge de una obra de denuncia de la inacción institucional
en los primeros años de sida en Estados Unidos. Dicha obra,
And the band played on..., traducida como En el filo de la duda,
escrita por Randy Shilts, fue presentada como la sacralización de
la figura de Gaetan Dougas, que pasó a ser el Mesías que llevó en
la punta del pene la buena nueva del virus que acabaría con los
depravados. Recordemos que otros mitos (como el del mono afri-

Gai fue, a principios de los años noventa, el primer colectivo en utilizarla en el Es­
tado español con ese contenido político, aunque en pocos años se convirtió en un
reclamo publicitario.
168 Las formas "espontáneas” del prejuicio

cano) también localizan el origen de la amenaza “fuera de” el


mundo legítimo.
Frente a la causalidad establecida para culpabilizar a “la ho­
mosexualidad” existe, sin embargo, una evidencia: desde 1983
se conoce el carácter vírico de la inmunodeficiencia y se conocen
las formas de transmisión y el modo de evitarlas, y se sabe que las
prácticas sexuales entrañan un riesgo de transmisión, y se conoce
que la mayoría de los casos (pero también, desde el primer mo­
mento, no la totalidad) están dándose entre gays. En este contex­
to, la inacción institucional equivale a un abandono de una co­
munidad de cientos de miles o de millones de personas a una
perspectiva de muerte. En ningún lugar se llevaron a cabo cam­
pañas oficiales de información y de prevención de envergadura
hasta 1986 ó 1987.
En su empecinamiento por considerar el sida exclusivamente
como la confirmación de la ecuación homosexualidad = muerte, el
régimen de sexualidad establece una imagen fascinante de la pan­
demia, que pasa a ser esa «maravillosa visión, largo tiempo profe­
tizada, de los degenerados, por fin, consumiéndose». En definiti­
va, «el espectáculo del sida mantiene, pausada y constantemente,
la perspectiva posible de una muerte causada por sida de todos los
gays americanos y de Europa Occidental; pongamos que un total
de veinte millones de vidas, sin el menor atisbo de preocupación,
pesar o dolor» (Watney, 1995:47 y 52-53).
El vigente régimen de afectos y placeres, argumentaba Fou-
cault (1978), representa la transición de una ordenación de la
realidad obsesionada con la muerte a la articulación del poder en
torno a la vida. La vida, su conservación, su protección, su pro­
moción, su “gestión” pasarían a situarse en el corazón de las in­
quietudes del orden. Esta hipótesis es matizada por Butler (1995),
que afirma que el régimen de la sexualidad defiende la vida de
quienes se adecúan a sus normas, pero que promueve la muerte
de quienes las contradicen. La muerte forma parte del programa
de gestión de la vida. La construcción de ficciones y destinos de
humillación y muerte (que en ocasiones se realizan con harta efi-
Shilts, Randy (1994), En el filo de la duda, Barcelona, Ediciones B (publi­
cado por primera vez en 1987). La historia del paciente cero es la que más interés
suscitó en la prensa, la que consagró la voluminosa recreación del escándalo del
sida realizada por Shilts. Sobre la construcción ideológica racista promovida en el
contexto de la hipótesis del origen africano del VIH, consúltese: Watney, 1994a.
Un lugar bajo el sol. Distanciamiento y emplazamiento 169

cacia) refleja, publicita, reproduce, confirma y da por sentada


una realidad social de discriminación y violencia.
El régimen de sexualidad establece un mundo de muerte
como contexto de realización de “la homosexualidad”. Es, pues,
un régimen de administración, atribución y promoción de la
muerte. Un régimen tanatocrático. «La tanatocracia es una ideo­
logía de desprecio del cuerpo, que predica que el placer debe
pagarse al elevado precio de la muerte. Pero es, sobre todo, una
ideología de desprecio de la vida, que afirma que la muerte es un
nuevo nacimiento, un re-conocimiento, el lugar de advenimiento
del sentido» (Mangeot, 1995:66). El régimen de sexualidad es
una tanatocracia que hace aparecer la muerte del “homosexual”
como el sentido último de su vida.
Como nos cuenta Hannah Arendt (y oportunamente nos re­
cuerda Kramer —1994—), toda la maquinaria genocida puesta en
marcha por la Gestapo y las SS no se basaba en asesinos compul­
sivos, ni en sádicos incontrolables, ni en fanáticos exaltados sino,
fundamentalmente, en buenos trabajadores, en irreprochables
padres de familia. Al comentar la actitud discriminatoria de un re­
presentante del Departamento de Justicia de los Estados Unidos
hacia las personas con sida, Bersani sostiene que «puede que
[éste] no considere el asesinato de un gay con sida (¿o sin sida?)
como intolerable o insoportable. Y esto es, precisamente, lo que
podría decirse de millones de buenos alemanes que jamás parti­
ciparon en el asesinato de judíos (y de homosexuales), pero que
no lograron considerar la idea del holocausto como insoportable. Ese
era el grado más que suficiente de su colaboración» (1995a:85).
Así pues, la representación es un imperativo para romper una
conspiración de silencio. «La ofensa más profunda se halla, con
toda seguridad, en la declaración de que no se trata ni del fracaso
de un gobierno ni del fracaso de la ciencia, sino que es el ‘sexo’
mismo, que continúa su insondable procesión de muerte» (Butler,
1995:28). De este modo, contra la exposición obscena de la muer­
te como realización de un destino, contra la consideración obsce­
na de la muerte de miles de personas como irrelevante, contra el
obsceno desconocimiento de esa realidad, lo que se erige como al­
ternativa es la representación de la muerte como resultado de
una promoción obscena de la muerte misma.
Un ejemplo de ello es un vídeo de Tom Kalin titulado They
are lost to visión altogether. En él se reproducen imágenes de la
o

170 Las formas “espontáneas" del prejuicio

película Dark victory, en la que la actriz Bette Davis (un icono de


la cultura gay) muere una muerte anunciada. Sin embargo, la es­
cena reproducida por Kalin es una en la que la actriz aparece
junto a Ronald Reagan. De este modo, la representación de la
muerte de una actriz con la que se identifican muchos gays (que
además tienen conocimiento directo de la pandemia de sida), da
pie a una segunda lectura simultánea. El dolor, el sufrimiento y la
muerte que el vídeo invocan tienen como contrapunto la fugaz
aparición de quien es, hoy por hoy, considerado como uno de los
principales responsables de la magnitud que ha alcanzado la pan­
demia de sida. El régimen de sexualidad no debe dejar en ningún
momento de presentarse y combatirse en su dimensión banal,
cotidiana, irreflexiva, espontánea. Ésta es, acaso, una de las formas
más traumáticas y peligrosas que tiene de producir efectos en
nuestras vidas.
3. PRÁCTICAS DE AUTORREPRESIÓN. SUBLIMACIÓN,
NEGACIÓN, AGRESIÓN

«El compañerismo masculino es la grotesca puesta en escena de


una homosexualidad paralizada y agriada que se capta en ne­
gativo, detrás de la negación de la mujer [...] En boca de los
machos la mujer se convierte totalmente en algo ajeno a sí mis­
ma, se convierte en mujer-para-el-hombre, fetiche-cartero entre
hombres, el go-hetween alienado entre machos cuya única y
constante preocupación es la afirmación reiterada ae una viri­
lidad fetichista, prepotente, individualista-compañerista, nega­
tiva [...] Nada tan débil como el macho viriloide que soterra-
damente teme la impotencia y la castración, puesto que en
realidad ya es, precisamente en tanto que macho ‘absoluto’,
un ser humano mutilado.» (1979:157-58)
Mario Mieli

El prejuicio “espontáneo” se dirime con frecuencia en espacios in­


ciertos en los que el odio se confunde con la inseguridad, donde la
censura equivale a un no querer verse, a un temor a sentirse re­
flejado, donde el insulto y la violencia hacia “el otro” conjuran la
posibilidad de la propia desafección. En un contexto de hostilidad
institucionalizada por un régimen excluyente, cuando se plantea la
duda (¿estoy o no estoy?, ¿soy o no soy?) se abre un abanico de
posibilidades de actuación. Las reacciones que aquí considero
tienen un elemento en común: tratan, precisamente, de evitar
que se planteen cuestiones difíciles. Son estrategias que esquivan
la necesidad de hacerse preguntas y de afrontar posibles respues
*
tas. Evitar el desarraigo, escapar a un destino fatal promocionado,
huir de la reducción al estereotipo “homosexual” son algunas de
las razones que impulsan este conjunto de respuestas. Para Mieli,
ese macho absoluto, mutilado y débil evita hacer frente a su pro­
blema considerando que el problema realmente está en quienes le
enfrentan con sus propios miedos.
También aquí, tras la aparente “espontaneidad” del prejuicio,
pueden encontrarse instancias promotoras. Aquí, de nuevo, la
conminación al discurso como factor clave del régimen de los
placeres es compatible (y de hecho requiere) una determinada
promoción de la ignorancia. Es ésta una compatibilidad tan pa­
radójica como el propio sistema que la establece.
172 Las formas “espontáneas" del prejuicio

3.1. QUÉ HACER PARA NO HACER SEXO


(CÓMO SUBLIMAR EL DESEO)

«Había heredado cierta aptitud para los negocios y algún di­


nero y quedó decidido que cuando abandonase Cambridge
entraría en la empresa como empleado sin autorización: Hill &
Hill, Agentes de Bolsa, Maurice iba encaminado hacia el nicho
que Inglaterra había preparado para él.» (1985:53)
E. M. Forster, Maurice

Como ya ha sido expuesto, el régimen de sexualidad establece un


“mundo de muerte” como contexto de realización y existencia de
gays y lesbianas sometidas al modelo “homosexual”. La descone­
xión de los elementos que permiten una vida de autonomía (una
capacidad de actuación y de organización de la propia existencia
en un contexto social) aparece claramente en las palabras de Fors-
ter. «Quedó decidido» que Maurice aceptaría sin rechistar el des­
tino que Inglaterra le tenía preparado: la reclusión en un espacio
pequeño y oscuro, el nicho del ocultamiento y el encierro. No del
todo muerto, a Maurice se le permitiría, no obstante, mantener un
cordón umbilical con el mundo vivo: trabajaría, produciría, ren-
tabilizaría su periodo de estudios en Cambridge. Toda la vida de
Maurice dependería de ese lazo con el mundo por lo que, de
asumir el destino que Inglaterra le había decretado, su única po­
sibilidad de estar algo más vivo socialmente sería trabajar mucho
y bien. Es decir, colaborar con las mismas estructuras que exigían
su encierro.
El régimen de sexualidad establece una amplia gama de me­
canismos que permiten a quienes no cumplen con sus exigencias
escapar a las sobredeterminaciones que ya hemos comentado.
“La homosexualidad” reconocible, la que se designa como en­
carnación de un destino fatal, la que cataliza la inseguridad que
generan las exigencias del régimen, está integrada sólo por una
minoría. Para el amplio colectivo formado por quienes conviven
con el régimen y esquivan sus efectos (desde posiciones casi siem­
pre precarias y frágiles), se establecen posibilidades de existencia
Supervivencia) e integración (participación según diversos grados
de negación de sí) en ese marco restringido de amenaza, ver­
güenza, miedo y secreto.
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 173

La primera estrategia reconocida y promocionada para so­


brevivir en un contexto hostil consiste en la renuncia (al menos
formal) a la práctica compartida del placer o a la expresión del
afecto. Existen multitud de roles sociales, tradiciones o institu­
ciones susceptibles de ser analizadas a la luz de estrategias de
distracción respecto a posibles tentaciones eróticas dirigidas hacia
personas del “otro sexo”. Pero estas formas de organización co­
lectiva, al mismo tiempo, erradican de sus principios la posibilidad
de establecer relaciones íntimas en el seno de ese “mismo sexo”
que las constituyen. Tales instancias pueden denominarse “ho-
mosociales” y, si bien existen en versión “femenina” y “masculi­
na”, es esta última la más significativa por cuanto en ella se esta­
blecen los lazos privilegiados entre el sistema de regulación del
sexo y el patriarcado como sistema general de exclusión de las
mujeres.
A menudo se constata una importante prevalencia de lesbia­
nas y gays en el seno del clero y las órdenes religiosas.^ Podríamos
considerar que la elección de una vida formalmente célibe es una
solución asequible para las lesbianas y gays que consideran tales
“inclinaciones” como pecaminosas. La vida religiosa daría a los
sentimientos, al anhelo de ciertas pasiones, a los impulsos el valor
de una prueba a superar. El placer (en este caso la renuncia al pla­
cer), una vez más, se encuentra magnificado hasta convertirse en
epítome de la entrega a un fin superior, en canal de comunicación
con el mundo sobrenatural.
Pero además de asumir el celibato (homo y hetero) como cri­
terio de pertenencia al clero, la Iglesia propondrá a sus fieles se­
glares (esta vez sólo a lesbianas y gays, sin posibilidad de acogerse
al sacramento del matrimonio), la misma renuncia permanente y
absoluta. Una renuncia posible si se toman en consideración los fi­
nes superiores que la justifican. Un ejemplo de apelación al con­
trol de los impulsos particularmente explícito era formulado a
finales de los años sesenta por un ex rector de las universidades de
Tübingen y Hamburgo; «La cura cristiana de almas debe tratar de
promover, sobre todo, una sublimación del impulso homosexual
’ «En diferentes estudios clínicos o sociológicos se citan índices de homose­
xualidad que oscilan entre el 30% y el 50% del clero católico.» Rodríguez, Pepe
(1995), La vida sexual del clero, Barcelona, Ediciones B, p. 168. Los estudios ci­
tados se refieren a Estados Unidos, Reino Unido y Canadá. Rodríguez aventura
una cifra de en tomo a un 20% para el caso español.
174 Las formas "espontáneas" del prejuicio

[...] Esto sólo será posible si se le hacen ver las tareas y las posi­
bilidades contenidas en su ‘ser anormal’.» Un camino que, por lo
demás, no está exento de dificultades, que no es asequible a todo
el mundo y que exige, en primer término, una buena disposi­
ción: «La responsabilidad frente a aquellos que tienen que ocu-
\ parse de homosexuales obliga, no obstante, a recomendar abrir es­
tas posibilidades sólo a aquellos homosexuales que aportan esta
disposición de sublimación. Pero incluso éstos precisan, la mayo­
ría de las veces, la diaconía constante de un consejero médico o
espiritual.»^
Esta promoción de una castidad radical para quienes no
asumieran el modelo de pareja heterosexual unida por el sacra­
mento del matrimonio, se extiende a muchos más ámbitos. Efec­
tivamente, muchas son las prácticas sociales que subliman deseos
homoeróticos, substituyéndolos por sucedáneos no estigmati­
zados. Las prácticas físico-deportivas, por ejemplo, promocio-
nadas extraordinariamente entre las y los adolescentes, son con­
sideradas como una posible vía para encauzar una energía
hormonal (no siempre heterosexual) desbordante. El deseo
implosiona en el seno del compañerismo de equipo y del des­
gaste físico. Irónicamente, en la Grecia clásica, la gimnasia, el
amor y el sexo se confundían en prácticas e instituciones fle­
xibles.
Los universos desde los que se pretende alejar la tentación se­
xual en general son, con harta frecuencia, ámbitos segregados se-
xualmente. Pocas son las actividades deportivas (o religiosas) que
ejercen conjuntamente mujeres y hombres. Tanto en las unas
como en las otras, la realización afectiva y sexual sólo puede con­
cebirse en términos de fantasía difícilmente alcanzable o de rela­
ción homoerótica sublimada. Esta situación lleva a quien toma
conciencia de su deseo a una situación paradójica: «el deportista

2 Thielicke, Helmut (1969), «La ética de la teología evangélica y el problema


de la homosexualidad y su relevancia juridicopenal», en Gimbernat, Enrique
(comp.) y Sexualidad y crimen^ Madrid, Instituto Editorial Reus, pp. 62-63.
Thielicke forma parte de los intelectuales que, desde el seno de la Iglesia, revisan
y “actualizan” durante los años sesenta el discurso canónico sobre “la homose­
xualidad”. Un discurso que, por aquel entonces, se había quedado algo desfasa­
do con respecto a los avances de la “ciencia” y los problemas del derecho. Es in­
teresante su colapso del “médico” en la categoría de “consejero” y de la labor de
éste en la “diaconía”.
Prácticas áe autorrepresión. Sublimación, negación, agresión Y15

homosexual adquiere una mirada irónica de la masculinidad al es­


tar entre dos mundos: uno claramente homoerótico, de relaciones
de agresión y afecto entre hombres, y otro paranoicamente ho-
mófobo, de absoluta negación del concepto de homosexualidad
en esas actividades» (Mira, 1994:119).
Convertido en fenómeno de masas a través de los medios de
comunicación visual, el deporte proporciona así una oportunidad
ideal para la representación continuada del afecto y el placer su­
blimados. En el fútbol, por ejemplo, después de conseguido un
tanto, su autor es recompensado con los abrazos, caricias y oca­
sionalmente besos de sus compañeros (Mieli —1979— se pre­
gunta pertinentemente cuál es el verdadero gol). El público del
equipo que marca el tanto libera su tensión con gritos y convul­
siones, participa de la misma alegría y expresa su afecto de modo
similar. Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones, su parti­
cipación en esa fugaz comunión de los cuerpos es menos intensa o
sólo vicaria. En cualquier caso, quienes encajan el tanto quedan,
incuestionablemente, ensimismados, aislados, tristes.^
En el caso de las manifestaciones afectivas entre mujeres que
practican deportes no hace falta apelar a estrategias de sublima­
ción, toda vez que tales manifestaciones y su representación son
consideradas a priori como inocuas al estar sometidas a una lec­
tura “desexualizadora”. Y generan, además, menos inquietud

’ Si bien las manifestaciones afectivas cuentan con una discreta (aunque


quizás incómoda) aquiescencia, las manifestaciones de corte erótico-genitalista,
al contrario, están ya siendo combatidas por los órganos competentes en la im­
posición de una disciplina en el seno de los equipos de fútbol. Por ejemplo, en el
fútbol brasileño, «tocar los genitales se ha puesto de moda». Según informa El
País (16 de noviembre de 1995), «la proliferación de estos casos en el fútbol bra­
sileño ha abierto hasta un debate púbEco sobre la virilidad de los jugadores y ha
alarmado a los dirigentes». En uno de estos incidentes, «el Fluminense festejaba
su primer gol ante el Guaraní y el jugador Aílton cogió cariñosamente los órga­
nos sexuales del autor de la conquista, Rogerinho». Otro jugador, Edmundo, fue
suspendido por cuarenta días porque en respuesta a un abucheo del público «se
llevó las manos a los órganos genitales y los sacudió sin el menor pudor». Entre
el genitalismo y las expresiones de afecto o desafío, surgen sospechas de “ho­
mosexualidad”. Romario, «un heterosexual indomable, aseguró que había mu­
chos homosexuales en el fútbol brasileño y que para advertirlo bastaba con de­
tallar ‘cómo te miran en el vestuario’». El mismo diario (13 de noviembre de
1995) informaba que la FIFA había prohibido a los jugadores quitarse la camise­
ta para festejar los tantos, «temerosa de que un gol sea excusa para excesos en
público».
176 Las formas "espontáneas” del prejuicio

porque los valores de la competición, la habilidad y la fuerza no


son catalogados como eróticamente atractivos cuando son mujeres
quienes los encarnan. Y, fundamentalmente, porque no se consi­
dera la posibilidad de una posición de expectación propia de
las mujeres. Es decir, no se contempla la posibilidad de que la
audiencia esté compuesta por (mujeres) lesbianas."
*
La hiperactividad físico-deportiva ha sido a menudo reco­
mendada como una de las posibles «soluciones al problema sexual
de las prisiones».^ El ocio y el tiempo libre son gestionados insti­
tucional o socialmente de modo que no queda lugar para activi­
dades “peligrosas”. Sin salir de los análisis del medio penitencia­
rio, Sagaseta sostiene que “la homosexualidad” puede poner en
riesgo las relaciones de camaradería. De este modo, pasa a ser un
factor de desmovilización; la actuación colectiva masculina sólo es
posible en contextos desapasionados, deserotizados, desexuali-
zados: «el factor homosexual se pone como un elemento válido a
la hora de disgregar la rabia penitenciaria y evitar que la misma
cuaje en recuesta colectiva a través de relaciones de camaradería»
(1978:95). Este es el argumento exactamente opuesto al que se de­
rivaba de la historia mítica de la Legión Tebana que, precisa­
mente por estar compuesta por soldados-amantes, era particu­
larmente activa y valerosa. Si para la moral católica “sublimar”

Entre homoerotismo y homofobia, quienes disfrutan del ejercicio físico, del


juego y de la competición y, no obstante, rechazan ese imperativo de sublimación,
han optado por organizar sus propios encuentros. Los denominados Gay Games,
desarrollados en su cuarta edición en Nueva York en junio de 1994 (y en Ams­
terdam cuatro años más tarde) y dedicados (que no restringidos) a gays y lesbia­
nas, dieron muestras, según informaba en sus páginas deportivas el diario Libé­
ration (28 de junio de 1994), de enfrentamientos ajenos a las angustias trágicas de
las competiciones tradicionales. Del mismo modo, las victorias eran celebradas
con la misma pasión, «avec juste un peu plus d'amour, peut être».
’ García Valdés, Alberto (1981), Historia y presente de la homosexualidad,
Madrid, Akal, p. 310. García Valdés es médico, experto en sanidad penitenciaria
(trabajó en la cárcel de Carabanchel) y (en el momento de publicación de su li­
bro) profesor del Instituto de Criminología de Madrid. Su libro está basado en la
tesis doctoral presentada en 1980. En la introducción, García Valdés explica las
motivaciones de su estudio: «Para cualquiera que sienta curiosidad ante lo que le
rodea, la contemplación de estos personajes ambiguos que son los homosexuales,
los travestidos y los transexuales, es un estímulo poderoso que lleva a conocerlos
mejor, para intentar comprender su especial manera de ser.» En el contexto
uniforme del universo carcelario, «estos seres diferentes» despertaban en él «sor­
presa y extrañeza» (p. 9).
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 177

supone evitar el pecado, para Sagaseta permite la convivencia y la


solidaridad entre hombres. Cuando “la camaradería” o “la amis­
tad” son reducidas a un mero substituto tolerado del placer o la
emoción compartidas, efectivamente, la realización del deseo hace
innecesarios los sucedáneos.
Los ámbitos en los que histriónicamente se representa una
masculinidad hiperbólica (el ejército, por ejemplo), son los que
hacen gala de una mayor hostilidad hacia las relaciones homose­
xuales. En estos espacios institucionalizados de “alta densidad
de masculinidad”, ésta se define en la equivalencia entre la virili­
dad y el rechazo violento de “la homosexualidad”. Paradójica­
mente, ello sólo es posible en un contexto de idealización de la
masculinidad falócrata y de connivencia y complicidad con la ex­
clusión de las mujeres. Todas las formas de intimidad entre hom­
bres (incluyendo el admirativo reconocimiento recíproco de la
anatomía genital, el uso reiterado de expresiones claramente alu­
sivas a la —homo— sexualidad y el contacto físico disfrazado de
competición o lucha) son posibles, mientras que su expresión
simplemente placentera o incluso afectiva están rígidamente pros­
critas.^
Al mismo tiempo, una parodia de lo que se concibe como
“la homosexualidad” forma parte de la cotidianidad de la vida
castrense. Por ejemplo, un estudio oficial realizado en los Estados
Unidos en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial establecía
una de las formas recurrentes que dicha parodia adoptaba en los
barracones. En momentos de tensión erótica (al levantarse, en
las duchas, al acostarse...), uno de los soldados asume “en bro­
ma” un “rol homosexual” invariablemente estereotipado (afemi-
namiento, lubricidad, frivolidad, sumisión, debilidad, inconti­
nencia...), entregándose a la virilidad del resto, seduciendo a

Entre la abundante bibliografía que ha surgido recientemente en el mundo


anglosajón sobre la presencia de gays en el seno de las fuerzas armadas (y a la que
me ha facilitado el acceso J. A. Herrero Brasas), se puede citar un libro pionero;
Williams, Colin J. y Weinberg, Martin S. (1971), Homosexuals and the military.
A study of less than honorable discharge^ Nueva York, Harper & Row, y además,
Dyer, Kate (comp.) (1990), Gays in uniform. The Pentagon's secret reports, Boston
(Massachusetts), Alyson Publications; Shilts, Randy (1993), Conduct unbeco­
ming. Gays and lesbians in the U.S. military, Nueva York, Fawcett Columbine y
Zúniga, José (1994), Soldier of the year. The story of a gay American patriot, Nue­
va York, Pocket Books.
178 Las formas “espontáneas* del prejuicio

alguno de los presentes, u ofreciéndose para uso, abuso y disfrute


de la tropa en general/
La relegación de las mujeres a un segundo plano y la no con­
sideración del lesbianismo son los elementos en que se basa el es­
tablecimiento de un orden hecho por y para “hombres” y en el
que ese “ser un hombre” se define según criterios estrictos de he-
terosexualidad/ Un orden que el régimen de sexualidad ha im­
puesto bajo formulaciones diversas. Como señala Greenberg, la
Bérubé, Alian (1989), «Marching to a different drummer: Lesbian and gay
Gis in World War II», en Duberman, Vicinus y Chauncey ícomps.), 1989. Los ri­
tos de paso que dan acceso a las instituciones masculinas se caracterizan con fre­
cuencia por hacer de las representaciones de “la homosexualidad” la quintae­
sencia del acto de humillación. El prejuicio y el estereotipo son llevados al
paroxismo en las performances impuestas en las novatadas. La degradación del
novato incluye de manera casi sistemática su “homosexualización”. En una sen­
tencia condenatoria dictada por el Tribunal Supremo el 16 de octubre de 1995
por unos sucesos ocurridos en la base militar de Sant Climent Sescebes (Girona)
en marzo del año anterior, dicho Tribunal basa la argumentación tanto en el abu­
so de autoridad y la intimidación de los reclutas como en el carácter particular­
mente vejatorio de unas novatadas que imponían la representación de escenas
eróticas o sexuales de corte evidentemente “homo”. Según la sentencia, «si el re­
currente y sus compañeros de fechorías querían divertirse a costa de los novatos,
y para conseguirlo, les golpearon, les obligaron a desnudarse, a tenderse desnudos
en el suelo y a simular que practicaban entre ellos actos de sexo oral o de sodo­
mía, es de todo punto indiferente que su intencionalidad fuera el animus locandi
[propósito jocoso], toda vez que conocían perfectamente el sentido degradante
que tenían sus mandatos y el gravísimo atentado a la dignidad humana de los re­
clutas que implicaba el hecho de que tuvieran que ser obedecidos». Cabe pre­
guntarse si el Tribunal hubiera estimado que en caso de novatada “heterose­
xual”, ésta hubiera sido calificada de igual modo («reprobables e increíbles
vejaciones», «intolerables vejaciones», «tropelías», «desmanes» y «excesos clara­
mente criminales»), o bien si el animus iocandi hubiera contado en ese caso con
mayor credibilidad. Véase El País, 1 de noviembre de 1995.
® Ese ideal de comunión intermasculina con su necesario componente de re­
chazo de “la homosexualidad” que caracteriza al estamento militar fue institu­
cionalizado en Alemania. El proyecto nazi pasaba por la promoción e imposición
de un orden masculino; el ideal de Mannerbund se basaba efectivamente en el de­
sarrollo de instancias “homosociales”. Las autoridades nazis eran bien conscien­
tes de que en tales ámbitos podía verse favorecida la aparición de relaciones ínti­
mas entre hombres, que trascendieran el compañerismo, la camaradería o la
amistad, ensalzadas por la ideología oficial como elementos fundamentales del or­
den. En previsión de un posible “auge”, desde 1935 el Código Penal endurece las
sanciones aplicadas a “los homosexuales”. El proyecto nazi pretendía fundir en
una camaradería sexista y misógina todas las masculinidades (homo y hetero).
Oosterhuis, Harry (1994), «Homosexualité, homosocialité et national-socialisme»,
en Mendés-Leite (comp.) 1994.
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 179

absoluta deserotización de las relaciones entre hombres es un pro­


ducto histórico que se desarrolla, sobre todo, en los ámbitos de la
administración pública? Pero el celo “anti-homosexual” tiene an­
tecedentes en la constitución de cualquier organización donde la
jerarquía y la autoridad juegan un papel destacado. «Tiene que te­
ner algún significado la destilación de tanto odio contra tal pecado
dentro de unas comunidades religiosas formadas por personas del
mismo sexo. ¿Era una especie de venganza contra todo tipo de
sentimiento afectivo que pudiese quebrantar el orden establecido
y los ritmos ocupacionales? [...] En una agrupación cerrada de
hombres o mujeres, a este tipo de amor no se le podía dejar entrar:
había que ponerle graníticos diques, puesto que podía destrozar
las reglas que la sustentan» (Temprano, 1994:480). El régimen de
sexualidad establece las cuestiones de orden político (y, por ex­
tensión, toda la esfera pública) como ajenas a posibilidades de
implicación afectiva o de distracción placentera entre quienes las
desarrollan (básicamente “hombres”).
Todos estos análisis han llevado a algunas teóricas del feminis­
mo a establecer el homoerotismo como fundamento del patriarca­
do; a considerar “la homosexualidad” como principio organiza­
dor de los sistemas de exclusión de las mujeres, de misoginia
institucional y de violencia sexista, y a asociar, por último, a “los
gays” (como parte de “los hombres”) con la cultura falocrática
que sustenta ese régimen. La expresión abierta de esa “homose­
xualidad” estaría proscrita simplemente por poner de manifiesto de
manera harto evidente la ley básica de ese régimen. Estas tesis, no
obstante, no sólo eluden la cuestión de la violencia ejercida contra
los gays en beneficio de una supuesta solidaridad “entre todos”,
sino que oscurecen la relación entre esa violencia y el desprecio por
las mujeres que señalaba Mieli en la cita que abre esta sección.^®
’ Greenberg, David F. (ponencia) (1990), «De-deviantizing homosexuality»,
Congreso Mundial de Sociología^ Madrid, julio de 1990.
Estas ideas, que aparecen en textos de Luce Irigaray, Andrea Dworkin y
Marylin Frye, entre otras, son comentadas por Jackson, Earl (1995), Strategies of
devlance. Studies in gay male representation, Bloomington e Indianápolis, Indiana
University Press, pp. 8-9. En última instancia, de estas premisas se deriva el pos­
tulado de una inexistencia de cualquier espacio de entendimiento (y menos aún
de lucha) entre lesbianas y gays y se acaba estableciendo una teoría de la libera­
ción donde el lesbianismo es el sumum del “ser mujer” que ofrece, al mismo tiem­
po, una lectura poderosamente anti-gay al hacer del deseo gay un epítome de la
opresión. Sedgwick, 1994a:36.
180 Las formas "espontáneas” del prejuicio

Al margen de las tesis de la comunión intermasculina gay / he-


tero, es evidente que todas las dimensiones del lesbianismo, desde
el momento mismo en que las mujeres quedan al margen de la es­
fera pública, pueden considerarse como sublimadas. Ajenas a
toda posibilidad de establecer implicaciones de orden social o
alcance colectivo, las relaciones entre mujeres se desarrollan en es­
feras privadas y en contextos que, por su insignificancia decretada,
pueden subsumirse en el espacio de lo obviado. La forma princi­
pal de sublimación del lesbianismo es la “amistad interfemenina”.
De este modo, el lesbianismo podía encontrarse en las intrigas pa­
laciegas y en las relaciones entre las cortesanas, como muestran los
escritos del cronista francés Brantôme, o rastrearse en las auto­
biografías de las mujeres, como establece Martin, o habrá que
buscarlo en la poesía que escribían algunas mujeres en Holanda
durante el siglo XVII como hace Van Gemert, o en la correspon­
dencia que establecían entre sí las mujeres cultivadas.” La alter­
nativa a aceptar el reto que supone rastrear el lesbianismo es
mantenerlo en el exilio de la política y de la sociedad confirmando
el lugar común de su inexistencia.
Resulta difícil establecer el alcance “sexual” de las relaciones
de “amistad romántica” entre mujeres de las que queda constan­
cia documental. Lo que sí es incuestionable es que, a lo largo del
siglo XIX, hay cada vez más mujeres en situación económica hol­
gada que prescinden del matrimonio, que no se interesan dema­
siado por los hombres y que establecen relaciones de convivencia
duraderas con otras mujeres. Se trata, a menudo, de mujeres pio­
neras en el movimiento sufragista y en el feminismo, o compro­
metidas con los movimientos sociales de la época. Antes de la
articulación de un saber científico que establecería la posibilidad
de una vida sexual de las mujeres en ausencia de hombre, rela­
ciones estables de este tipo (conocidas como “matrimonios bos-
tonianos”), adquirieron una cierta presencia en los círculos más
respetados de las sociedades emergentes de Nueva Inglaterra.
Sublimadas en una precaria dimensión pública, las románticas
(pero nada más) relaciones de amistad femenina entran a finales
del siglo XIX en el espacio de lo sospechoso y lo patológico.
Brantôme (1990); Martin, Biddy (1993), «Lesbian identity and autobio-
graphical différence[s]», en Abelove, Barale y Halperin (comps.), 1993; Van
Gemert, Lia (1995), «Hiding behind words? Lesbianism in 17th-Century Dutch
poetry», Thamyris, 2,1, primavera de 1995, pp. 11-44.
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 181

Otro modelo equivalente de masculinidad desapasionada (do­


tado también de una dimensión pública) es el establecido en las
ficciones cinematográficas. Vito Russo sostiene que, en buena
parte de la cinematografía norteamericana, las mujeres actúan
como meros comodines para justificar la heterosexualidad de los
protagonistas (1987:70). Si dicha heterosexualidad no tiene pro­
tagonismo alguno, no obstante, debe quedar explicitada inequí­
vocamente, de modo que la relación de “amistad” no pueda ser
“mal” interpretada. El machismo y la misoginia que impregnan la
historia de HoUywood (y en particular los buddy films o “películas
de colegas”) tienen como corolario lógico el rechazo violento de
“la homosexualidad”. El gay, como la mujer, se interpone entre
dos hombres que (quizás) se aman y se desean, al cuestionar el ca­
rácter inexpugnable de ese concepto de la masculinidad que des­
carta la asunción y realización de los deseos. La mujer señala hacia
dónde debe dirigir el hombre una relación de cierta intensidad
afectiva; el gay pone de manifiesto la fragilidad del estatuto desa­
pasionado que se le exige a esa relación intermasculina.
Pero cuando no se desea o no se consigue diluir o esconder el
propio deseo en relaciones de masculinidad hiperbólica, se puede
renunciar a esa connivencia con “la homosexualidad” sublimada.
Entonces, el desarraigo con respecto a las fórmulas establecidas de
integración social puede impulsar una intensificación de los lazos
que aún perduren con las instancias en torno a las que se desa­
rrolla la vida (social). La dedicación hasta la excelencia a activi­
dades artísticas, deportivas, políticas o intelectuales que no re­
quieran esa complicidad intermasculina y violentamente hostil,
puede esconder inquietudes en facetas distintas de la vida. En La
divina comedia, Dante sitúa entre los sodomitas condenados al in­
fierno a «numerosos hombres públicos prestigiosos y respeta­
dos» (Mieli, 1987:182) que habían llevado la misma vida de éxito
y ocultamiento a la que el Maurice de Forster parecía abocado?^

Si la hipermtegración formal en ámbitos desencarnados hasta alcanzar co­


tas de excelencia es una condición posible de renuncia del deseo, otra posibilidad
de autonegación es la marginalidad extrema. La o el “homosexual”, definidos por
el vigente régimen de afectos y placeres, son seres atormentados que sólo pueden
realizarse secretamente como héroes del sacrificio, la renuncia, la sumisión, la en­
trega y la discreción. La única posibilidad de existencia social o de acceso a la
existencia pública es, en este caso, la asunción aleccionadora del papel de parias,
según el esquema de la autoinmolación impuesta que ya se ha descrito.
182 Las formas “espontáneas” del prejuicio

En ocasiones, las prácticas sociales que permiten a los ámbitos


de masculinidad hiperbólica y excluyente la sublimación de los
deseos, son consideradas como signos de una “homosexualidad
latente” que puede detectarse en quienes las integran. Esta ex­
presión hace referencia no sólo a las formas en que se manifiesta
una “homosexualidad reprimida” sino, sobre todo, incide en la
pervivencia en todas las personas de “tendencias” o “potenciali­
dades” afectivas y placenteras hacia otras personas, al margen de
su constitución anatómica y de los imperativos legales, morales,
culturales o consuetudinarios. El “polimorfismo perverso” esta­
blecido por Freud es el fundamento teórico de estos postulados.
Algunos autores inciden en la importancia de clarificar el tér­
mino “homosexualidad latente”, toda vez que parece una etique­
ta destinada a aplicarse de forma exclusiva a “gente heterose­
xual” (imponiéndose a quienes están, en principio, a salvo del
estigma). Habida cuenta las connotaciones negativas que lo ca­
racterizan, constituye un arma peligrosa, que sólo debería utili­
zarse en casos muy justificados. Por ejemplo, Parkington nos ad­
vierte que «antes de hablar de homosexualidad, antes de arrojar
semejante baldón sobre un inocente, [es] absolutamente preciso
determinar con exactitud cuál es su sexo y cuál la responsabilidad
que le corresponde».’’

Parkington, William S. (1963), Los hermafroditas. Completo estudio de un


problema social y humanOy Barcelona, Ediciones G.P., p. 7. A este respecto, se
puede consultar también: Salzman, Leon (1980), «Latent homosexuality», en
Marmor, Judd (comp.) (1980a), Homosexual behavior, Nueva York, Basic Books.
El “honor mancillado” de un estudiante introvertido y no excesivamente viril; un
supuesto “heterosexual verdadero”, acosado por imputaciones de “falta de mas-
culinidad” es el objeto de la película de Vincente Minelli Tea and sympathy (Téy
simpatíay 1956). La película reclama tolerancia hacia quienes, en ausencia de
pruebas definitivas sobre su “homosexualidad”, presentan signos que dan lugar a
la duda. Se ponen así de manifiesto los límites de la “epistemología de la homo­
sexualidad”, que hace de cualquier indicio significativo un caso incuestionable de
esencia desviada. Las interconexiones de los regímenes del género y del sexo son
evidentes, y si bien el género es subsidiario, con frecuencia (como muestra esta
pehcula), basta para fundamentar el escarnio. Queriendo señalar los riesgos de
una interpretación errónea se consigue, paradójicamente, establecer de manera
efectiva esa relación entre masculinidad limitada e inadecuación al régimen. De­
borah Kerr salva in extremis a John Kerr de ese estatuto de scapegoat sissy (mari­
quita cabeza de turco) que la historia le asigna (Russo, 1987:113). Pero, además,
la película insinúa que el viril entrenador, de masculinidad intachable, sí puede
“ser homosexual”, incidiendo así en una doble idea paranoica: quienes parecen
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 183

3.2. CÓMO HACER SEXO Y LOGRAR QUE PAREZCA


OTRA COSA. NEGACIÓN Y COMPLICIDAD

«Los jóvenes machos de nuestra especie, cuando se educan


juntos, sintiendo esa clase de fuerza que la naturaleza empieza a
desarrollar en ellos, y no encontrando el objeto natural al que
debe conducirles su instinto, se arrojan sobre un objeto pare­
cido, con frecuencia algún mancebo.» (1971:80)
Voltaire, 1764

La mujer como «objeto natural» en ocasiones ausente o inalcan­


zable; «el mancebo» como «objeto parecido» y posible substituto
de ésta para «el joven macho», y el «instinto» o «la fuerza de la na­
turaleza» como motor único de un deseo teleológicamente hete­
rosexual, son los argumentos con que Voltaire establece un espacio
donde existe relación física pero no hay “homosexualidad” ni nin­
gún equivalente o antecedente de ésta que permita remotamente
analizar dicha realidad al margen de ese imperativo de inexistencia
legítima. Una situación que remite a algo que, formalmente, aún
no existe; que tan sólo señala una carencia o una imposibilidad y
que, por sí mismo, no tiene todavía especificidad alguna.
Las formas de distanciamiento que han sido analizadas sirven
para establecer una negación de las realidades gays y lésbicas
como pertenecientes a la propia comunidad geográfica, nacional o
ideológica; funcionan como justificación irracional de prácticas re­
presivas que construyen una falsa coherencia y se refieren a sujetos
colectivos. No obstante, a nivel individual, se desarrollan diversas
operaciones por las que la persona que mantiene relaciones con
otras “de su mismo sexo” no considera como relevante su propia
realidad “(homo)afectiva” y “(homolsexual”. Son éstas, pues,
realidades que resisten al imperativo de precisión que establece el
régimen y, desde este punto de vista, generadoras de recelos tan­
to para las estrategias “opresoras” (que querrían señalar como
“homo” para excluir) como para las “liberadoras” (que harían de
esa identificación un desafío).

pueden no ser, quienes menos aparentan pueden esconder algo. En este sentido,
como señala Mira (1994), la película es particularmente ilustrativa del clima de
obsesión que definía las formas de abordar “la sexualidad” en Estados Unidos a
lo largo de la era McCarthy.
184 Las formas “espontáneas” del prejuicio

E1 régimen de sexualidad establece objetivamente trabas que


dificultan las posibilidades de constitución de comunidades y de
desarrollo autónomo de identidades. En este epígrafe se muestran
las estrategias que permiten cumplir con ese imperativo de no-
identificación a quienes todavía conceden a su cuerpo un cierto
margen de placer. Un intento a menudo vano, pues el régimen
amenaza constantemente con forzar esa identificación y hacer de
ésta un criterio de definición absoluto.
Así, con frecuencia se apela al rol de género a la hora de bus­
car argumentos: un hombre que pudiera considerarse “gay” (que
podría, en todo caso, ser reducido a las determinaciones de “la
homosexualidad”) pero que mantiene actitudes y formas de com­
portamiento consideradas socialmente como masculinas (papel
dominante o “activo”, poca afectividad, escaso compromiso emo­
cional...) puede concebir su relación como no homosexual, como
acorde con los principios del régimen, como no conflictiva en el
marco social, y considerarse, en consecuencia, un sujeto pleno.
«La extraña noción de que los contactos entre miembros del mis­
mo sexo son homosexuales sólo para aquel que invierte su rol de
género tiene una larga tradición» (Tripp, 1978:158). Una tradi­
ción, efectivamente, que puede remontarse a la Grecia clásica, y
que muestra claramente la historicidad del actual ordenamiento
de los placeres en el mundo Occidental.^'
*

En la antigüedad clásica, como señala Foucault, se establecía una dife­


renciación que no remitía al “sexo” de la persona con la que se establecían rela­
ciones íntimas de carácter afectivo o corporal. El polo denostado se localizaba en
quienes se abandonaban a la intemperancia en el placer, mientras que el dominio
sobre las pasiones era considerado una virtud. Eran éstas, pues, cuestiones de «in­
tensidad»; de «moderación» o de «incontinencia». Foucault, Michel (1987), His­
toria de la sexualidad (II) El uso de los placeres, Madrid, Siglo XXI, pp. 43 y ss.
Véase también Halperin, 1990. El vilipendiado abandono al placer (derivado de,
asociado a, o susceptible de compensar una incapacidad de actuación en la polis,
en la vida pública, en la política), se asociaba con la mujer y, por extensión, con
“lo femenino”, con “lo receptor”, con lo “pasivo”. Los fantasmas de los hombres
heterosexuales sobre la sexualidad femenina (y el tabú y la ignorancia sobre el
sexo anal en general); las fantasías sobre lo que Bersani (1995a) denomina «el fe­
nómeno amenazante de un éxtasis anorgásmico» (o sobre la «inherente capacidad
de las mujeres para el desarrollo ininterrumpido del sexo»), apoyan también la
idea de que “el activo” (el que penetra, el que ejerce el poder) no “es homose­
xual”, mientras que “el pasivo” sí. Estas concepciones de la “desviación” en
función de la práctica sexual y no del “sexo” del “objeto” con que tal relación se
establece, ha supuesto que los hombres que subvertían el rol de género (inde-
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 185

Pero si el régimen de la sexualidad es un producto histórico,


también es una particularidad cultural. Efectivamente, en las so­
ciedades árabes y en buena parte de América Latina rigen criterios
muy parecidos a los que encontrábamos en el mundo clásico; cri­
terios que (en ciertos ámbitos) mantienen alguna vigencia también
en Occidente. El desarrollo de actividad sexual en la que “lo
masculino” no es cuestionado, permanece dentro de lo no censu­
rable.
Otra estrategia de negación es la atribución de la iniciativa al
otro o a la otra. En este caso, se produciría en “el hombre” una re­
acción “instintiva” a un estímulo erótico, reacción de indudable
masculinidad ergo legítima (la “desviación” estaría en quien lo se­
duce). En la mujer, la reacción sería, precisamente, la ausencia de
reacción y la aceptación del impulso de la “desviada”; un gesto
“típicamente femenino” y, por lo tanto, relativamente “normal”.
Se establece así un “principio de inocencia” esencial de la persona
seducida, que pasa a no ser responsable de los efectos de la se­
ducción. La mujer seducida será considerada una víctima de la an­
tinatural imposición de la lesbiana sobre su natural sumisión. En
el otro caso, la actividad y la fuerza consubstanciales con el hom­
bre objeto de seducción le animan a una resistencia violenta a las
pretensiones del homosexual. La reacción, incluso si es homicida,
encaja —como veremos— en los parámetros de lo comprensi­
ble. Todo acto de seducción no heterosexual es, de antemano, un
acto sospechoso, un engaño que requiere de arteras maniobras de

pendientemente de lo que luego gustaran de hacer), han sufrido las formas de re­
presión más salvajes. La asimilación entre “no (o “poco”) masculino” y esa in­
quietante capacidad de abandonarse al placer resulta eficaz. Por el contrario,
aquéllos que permanecían substancialmente fieles a las expectativas sociales en lo
que se refiere al rol de género masculino y lograban mantener en lo incógnito lo
que luego hacían con sus cuerpos, quedaban fuera de la estigmatización. Incluso
quienes se relacionaban con “su propio sexo” sin mantener el secreto, pero de­
jando muy claro el ejercicio de la “actividad” (del “dominio”) podían no sólo es­
capar a la censura y la violencia sino que, además, en ocasiones podían ser reco­
nocidos como particularmente “machos”.
El carácter ampliamente extendido de las relaciones entre hombres en el
Norte de África y la consideración de éstas según criterios distintos (en función
del rol sexual) son ya señaladas en textos que datan de principios del siglo XX.
Cf. Cardon, Patrick (presentación) (1994), «Les relations homosexuelles en Al­
gérie et en Tunisie, par le Dr. Numa Praetorius, Anthropophyteia^ Vienne, 1910»,
en Mendès-Leite (comp.) 1994.
186 Las formas espontáneas” del prejuicio

engatusamiento a las que, en el vigente régimen, es legítimo resis­


tirse violentamente. De hecho, la violencia (la imposición del des­
tino desdichado atribuido a la instancia denostada), puede cons­
tituir en sí misma un elemento de negación verosímil.
Podemos señalar otras muchas estrategias de negación. Por
ejemplo, la consideración del propio deseo como transitorio y la
idea de que acabará por aparecer una mujer o un hombre “ade­
cuados”. Esta idea remite frecuentemente a los argumentos de
inspiración freudiana que establecen “la homosexualidad” como
fase transitoria y el desarrollo “normal” como aquél que culmi­
na con la superación de ese estadio. Con frecuencia, “la ho­
mosexualidad” se estanca en una fase permanente, concebida
como susceptible de alimentar ad eternum la utopía de su supe­
ración.
Otro factor de negación es el ocultamiento de la relación físi­
co-afectiva bajo formas más presentables socialmente según las
formas de sublimación autorizada que ya han sido comentadas. La
admiración intelectual, la “amistad especial”, las relaciones de
tipo maestro-discípulo o protectora-protegida, entre otros bino­
mios socialmente tolerados, encajan en este supuesto. Estas for­
mas de conceptualizar las relaciones se establecen como ajenas a
posibles lecturas “homosexuales”, y hacen imposible su conside­
ración en términos de autonomía lèsbica o gay. También la dife­
rencia de edad puede dar pie a argumentos de negación de “la ho­
mosexualidad”. Comunicación, pedagogía, creación literaria,
intelectual o artística, fraternidad, o lo que sea; todo menos sexo o
amor.
O, acaso, un “no saber qué me ha sucedido” que a menudo
goza de escasa credibilidad: «Desafiando los fríos exteriores, e in­
teriores, que te hubiesen llevado a una pulmonía de no contar con
el calor bastante apasionado de otro cuerpo. Tu [í/c.] te dejabas
hacer. Porque tú, una vez más, anunciabas que 'no se [«?.] lo que
me ha sucedido contigo. Es la primera vez. Yo no soy así, yo no
quiero ser así...’»^^

Olino, Antonio D. (1974), Carta abierta a un muchacho ‘diferente^ Madrid,


Ediciones 99, p. 48. Presentación. En la colección de cartas abiertas se publicaron
también libros de Máximo, Francisco Umbral, Amando de Miguel, Jaime Camp-
many... El libro lo componen seis cartas dirigidas a otros tantos “Manolos”;
seis cartas porque, para el autor, «hay, dentro de ese pelotón de ‘diferentes’, ca­
racterísticas totalmente distintas» (1974:9), que en el contexto en que el libro fue
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 187

Por último, podemos mencionar la posibilidad de que la re­


lación sexual esté económicamente remunerada. La mayoría de
los jóvenes que ejercen la prostitución no se consideran “gays”.
En esa distinción se sientan las bases que permiten evitar un
conflicto de identidad. Al multiplicar el número de contactos
también se conjura, en buena medida, cualquier posibilidad de
implicación afectiva. En todo caso, el ejercicio de la prostitu­
ción establece como razón única de las relaciones corporales que
se establecen el pago de éstas como un servicio. Se hace sexo por
(recibir) dinero, no por (“ser”) “homo”. Como señala Weeks
(1989:211), refiriéndose al siglo XIX, «para el joven que se pros­
tituía, las alternativas que se le planteaban eran, efectivamente, o
bien conservar un concepto de sí convencional (y adoptar en­
tonces técnicas de neutralización para explicarse su comporta­
miento a sí mismo y a los demás), o aceptar una identidad ho­
mosexual con todos los peligros implícitos que ello conllevaba en
una sociedad hostil».
Todos estos argumentos pueden combinarse de modo que se
establezcan criterios complejos a partir de los cuales se puede
trazar una línea divisoria entre “homo” y “no-homo” (o entre
sus posibles equivalentes; comprensible y censurable, admirable o
despreciable, bueno o malo...). En esta línea, Artemidoro Dal-
diano escribía en el siglo II después de Cristo que «para un hom­
bre, ser penetrado [en sueños] por un hombre de más edad y más
rico, es bueno: porque es costumbre recibir de tales hombres.
Ser penetrado por otro más joven y más pobre es malo: pues es
costumbre dar a tales personas. El significado es el mismo [es
decir, es malo] cuando el que penetra es de más edad y pobre»
(Boswell, 1985:69). En este caso, son la edad y la posición econó­
mica, además de la práctica sexual, los elementos determinantes,
mientras que “el sexo en sí” resulta irrelevante.
Estos intentos (siempre precarios) de racionalizar una realidad
de manera que se esquive el conflicto con los supuestos de un ré­
gimen de sexualidad determinado, tienen varios elementos en co-

escrito y en función de su experiencia (y sus prejuicios), se miden en diversos gra­


dos de discreción y autonegación —como en este caso— y de desafío. La estra­
tegia, no obstante, se pretende neutral; «nada exalto. Nada condeno. Solo [ric.]
expreso, doy fe [ric.], de situaciones diversas. La misión del político es la subje­
tividad. La obligación del informador es la objetividad» (ibid.).
188 Las formas espontáneas’' del prejuicio

mún. Por ejemplo, el hecho de rechazar toda posibilidad de es­


tructuración de la propia identidad tomando en consideración
(como elemento, no como “clave”) la preferencia afectiva y sexual.
De otro lado, todas parten de la heterosexualidad como norma de
validez universal, única que puede articularse pública y legítima­
mente. Todas circunscriben la dimensión erótica a un acto y a una
sola persona (o a una sucesión de únicas personas), desmarcán­
dola del resto de facetas de la vida cotidiana (la participación so­
cial, el ocio o la cultura, el mundo laboral...). Todas, en definitiva,
permiten el desarrollo de prácticas homosexuales sin que por ello
se resienta la masculinidad / feminidad hetero-social. Negarse a
asumirse “como homosexual” supone entonces rechazar el régi­
men de sexualidad como pertinente a la hora de dar cuenta del
amor o del placer de uno/a. Es, pues, (y así lo consideraba Fou-
cault) un acto de rebeldía frente a las implicaciones y los impera­
tivos del orden. Pero evitar pensarse en los términos que estable­
ce un orden represivo no supone conjurar sus posibles efectos, ni
le resta a éste efectividad o crédito, ni facilita la constitución de
una identidad no conflictiva.
Las estrategias de negación señalan focos de resistencia, pero
también prácticas de connivencia y complicidad con el régimen de
sexualidad. Si “el sexo” está establecido como clave de identidad,
la negación del sexo es una negación de sí. Quizás no una nega­
ción “absoluta”, pero sí manifiesta en el contexto de la existencia
social. Y las subjetividades no reconocidas públicamente no son
tales. Esta negación no supone que se prescinda de los intercam­
bios corporales o de la entrega amorosa (aunque en ocasiones la
renuncia es un elemento posible). Tampoco supone que se re­
chacen los términos de identificación establecidos por el régimen
de sexualidad establecido (aunque también esto puede suceder).
Supone, básicamente, que no se concibe el amor o el placer que se
siente o que se anhela como conflictivo en el contexto de tal régi­
men. Supone que no se le conceden a los propios sentimientos o a
las propias sensaciones ningún valor. La negación última es con­
siderar que del propio deseo y del propio afecto no se deriva im­
plicación alguna en cualquiera de los órdenes de la vida.^^

Unas implicaciones que, desde el seno mismo de una de las instituciones


más comprometidas con el mantenimiento del régimen, pueden ser minimiza­
das. Irónicamente, los mandos de las fuerzas armadas de los Estados Unidos tu-
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 189

En general, las estrategias de negación sólo pueden argumen­


tarse de modo precario. Ninguna de ellas resiste una confronta­
ción lógica con los principios operativos del régimen. Ese orde­
namiento es siempre potencialmente exhaustivo. Esto quiere decir
que quienes establecen relaciones físico-afectivas son en todo mo­
mento susceptibles de sufrir los posibles efectos represivos cuya
implementación está al alcance de personas particulares, de gru­
pos o bandas, de instituciones... Las posibilidades de sublimación
son las únicas alternativas que ofrece el orden de los placeres a la
posibilidad siempre presente de escarnio. Y aun en este caso, los
criterios de adecuación al régimen del género conservan un con­
siderable poder de coacción.
Ello no significa que todas las posibilidades de negación no
sean operativas. Incluso pueden estar promocionadas implícita­
mente. Todos los subterfugios de negación son posibles (y conti­
núan vigentes) en el seno mismo de un régimen escasamente per­
misivo y sólo aparentemente obcecado con la necesidad de un
desnudo de sí completo. De hecho, ya hemos visto cómo la rigidez
del régimen da muestras frecuentes de elasticidad, al permitir (o
alentar) la distorsión en determinadas coyunturas con respecto a
sus propios criterios. El único requisito es el establecimiento im­
plícito de un principio de heterosexualidad como básico, funda­
mental, incuestionable.

vieron una de las primeras iniciativas “anti-represivas” que se conocen. Las


mujeres reclutadas por el Womens Army Corps (WAC) contaban con una cier­
ta indulgencia oficial a la hora de considerar sus relaciones de “intimidad” y
“compañerismo”. Una nota oficial de 1943 instaba a no emprender una “caza
de brujas” en el seno de ese cuerpo, popularmente asociado a la presencia de
lesbianas y prostitutas (Bérubé, 1989:384). PXSurgeon Generalas Office (equi­
valente a un Ministerio de Sanidad), en una circular casi secreta de 1944, decía
que las relaciones homosexuales entre los soldados (en particular aquellos que
estaban en los frentes) debían tolerarse, siempre que fueran en privado, con mu­
tuo consentimiento y siempre que no trastornaran al resto de la tropa. En una si­
tuación de emergencia (en este caso un conflicto bélico), incluso el más arrai­
gado prejuicio puede relajarse si sirve a un fin superior. La incompatibilidad de
“la homosexualidad” con el honor del ejército americano volvería a plantearse
de manera brutal una vez finalizado el conflicto. Del mismo modo, en la pos­
guerra, cuando “los hombres” ocuparon de nuevo las fábricas, se promocionó
una imagen de la modélica mujer norteamericana dedicada a su familia y a las
tareas del hogar.
190 Las formas ''espontáneas'’ del prejuicio

33. EL COLAPSO ÚLTIMO DE LA RACIONALIDAD.


AGRESIÓN Y VIOLENCIA

«Es de esos misterios y de esa oscuridad que son suyas de don­


de surge la regla según la cual cuando dos hombres se conocen
siempre hay que elegir ser el que ataca; y sin duda alguna, a esta
hora y en este lugar, habría que aproximarse a cualquier hom­
bre o animal sobre el que se hubiera posado la mirada, gol­
pearlo y decirle: no sé si era su intención golpearme, por alguna
razón insensata y misteriosa, que de todos modos no hubiera
creído necesario darme a conocer, en cualquier caso, he prefe­
rido hacerlo yo primero, y mi motivo, si bien es insensato, al
menos no es secreto: es que flotaba, debido a mi presencia y a
la suya y a la conjunción accidental de nuestras miradas, la po­
sibilidad de que Usted me golpeara primero.»
Bernard-Marie Koltés

«Puede que uno de ellos te díga 'Vuoi che ti succhiof, el otro


está de acuerdo, y... ¡pufff!: Se acabó, muerto, se acabó su vida.
El sexo no siempre merece la pena si trae con él la muerte.»
Luchino Visconti

En aras a establecer un análisis fructífero (y aunque la distinción sea


sólo formal), cabe analizar la cuestión de la violencia ejercida con­
tra lesbianas y gays en un contexto determinado por factores tanto
de índole “social” como “institucional”. Buena parte de las mani­
festaciones de prejuicio no articuladas se establecen, precisamente,
en ese espacio incierto entre lo que se concibe como “espontá­
neo” y lo que las instituciones reconocidas de gestión de la vida so­
cial no llegan a considerar digno de atención. La violencia anti-gay
y anti-lésbica se produce en el contexto de la promoción de un des­
tino desdichado, en la constitución de un mundo de muerte, en el
establecimiento de un silencio a veces radical y de una censura se­
lectiva, y en la constitución de “la homosexualidad” como un alien.
La violencia, como muestra el personaje de Koltés, es el ele­
mento que permite una interacción inevitable donde ya —aún— no
hay diálogo posible; donde una circunstancia homosocial queda

Koltés, Bernard-Marie (1990), Dans la solitude des champs de coton, Paris,


Les Editions de Minuit, p. 25.
Entrevistado por Hadleigh, 1988:50.
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 191

trastornada irremisiblemente por la (posible) aparición de un deseo


que cuestiona su esencia misma. La agresión es el factor que elimi­
na drásticamente la posibilidad de un intercambio que reporte sa­
tisfacción recíproca; que redefine de modo radical la base de la co­
munión intermasculina cuando ya no se sabe bien en qué consiste
tal comunión. Una actitud que, pese a atentar contra la integridad
personal, es con frecuencia considerada como comprensible y casi
“natural”, hasta el punto de aparecer como parte de la argumenta­
ción de la defensa de los inculpados en casos judiciales de agresión.
El carácter ilegítimo de la violencia ejercida contra lesbianas y
gays ha tenido que argumentarse con precisión, y la defensa de esa
idea como principio jurídico ha tenido que desarrollarse en el
contexto de un movimiento social reivindicativo. Así tuvo que
establecerlo y justificarlo una asociación de abogados y abogadas
lesbianas y gays en Estados Unidos para hacer frente a numerosos
casos en que la violencia era “comprendida” por los Tribunales de
justicia. «Del mismo modo que nuestra sociedad no permite que
un acusado utiRce sus prejuicios basados en la raza o el género
como excusa a la hora de explicar sus actos violentos, tampoco la
homofobia de un acusado puede constituir un elemento de la
defensa en el enjuiciamiento de un crimen violento.»^^
Argumentos parecidos han sido articulados por grupos rei-
vindicativos de muchos otros lugares. En Madrid, por ejemplo, La
Radical Gai, al presentarse como acusación particular en un caso
de agresiones continuadas hacia gays en el Parque del Retiro por
parte de la llamada “banda del gallego”, hacía las siguientes con­
sideraciones: «Las agresiones en contra de gays cuentan con una
aquiescencia sospechosa. Con frecuencia, los medios de comuni­
cación se recrean en los detalles morbosos y consideran la reac­
ción violenta como respuesta posible a una invitación al placer
compartido. La paliza a un gay es considerada más un ‘gaje del
oficio’ que un delito contra la libertad de toda la sociedad.»^^
De este modo, estamos ante una deslocalización del prejuicio,
que puede surgir en diversos grados desde instancias múltiples y
ante una indefinición de la instancia que debe combatirlo. Sólo el
Norcini, Joyce (1989), «NGRA discredits ‘Homosexual panic’ defense»,
New York Native, 322, junio de 1989, p. 12. Las siglas corresponden a la asocia­
ción norteamericana National Gay Rights Advócales.
La Radical Gai (dossier} (1996), hasta de agresiones. Dossier sobre la vio­
lencia homofóbica, Madrid.
192 Las formas ”espontáneas'^ del prejuicio

débil y escasamente reconocido movimiento de lesbianas y gays


combate las agresiones con convicción, como si fuera éste un
asunto de su exclusiva competencia. Así, quienes agreden a les­
bianas y gays parten de una sensación de impunidad que autoriza
el ejercicio de la violencia. Y la acción en contra de una promo-
cionada indefensión refuerza la asociación entre “homosexuali­
dad” y violencia o desgracia, así como sus efectos paralizadores.
En las sociedades occidentales contemporáneas, el deseo de
unas mujeres por otras y de unos hombres por otros está proscrito,
pero al mismo tiempo aparece sublimado en multitud de prácticas
cotidianas perfectamente legítimas, cuando no institucionalizadas.
La ruptura con la indefinición, la asunción y la afirmación pública
de posibilidades eróticas, pasan a constituir un riesgo. El secreto,
como elemento básico de la constitución de “la homosexualidad”
como ámbito de localización de ansiedades, no puede romperse
alegremente. El régimen impone un clima de desconfianza que
hace que cualquier aproximación sea concebida en términos de
posible intento de seducción. Y hace que cualquier intento de se­
ducción o cualquier acto de afecto constituyan potencialmente
un peligro del que resulta legítimo defenderse por medios violen­
tos. Esa violencia, desatada por lo que se ha dado en llamar el “pá­
nico homosexual”, es el último eslabón de la cadena de recursos
con los que defender una posición psico-sexual inestable.
Dado que la subjetividad masculina está particularmente vigi­
lada y que “la masculinidad” está rígidamente establecida, el mo­
nopolio de la violencia que ejercen los hombres es particularmen­
te susceptible de ser utilizado en su defensa. Pero además, hasta
cierto punto, los gays, socializados como hombres y educados en
la legitimidad de la expresión de su carácter deseante resultan, en
su manifestación pública, particularmente desestabilizadores de
esa posición de masculinidad heterosexual, al establecer como
objeto de deseo al sujeto que, precisamente, basa su estabilidad
psico-sexual en la objetivación de la mujer. La ansiedad que ge­
nera la posibilidad de responder al deseo ajeno con el propio da
lugar a ese “pánico” con el que se justifica la violencia,

Woodward, L. T. (1966), «Pánico homosexual», en Rubin, Isadora (comp.)


(1966), El tercer sexo, Nueva York, Manuales Científicos. El autor se refiere
aquí a los «jóvenes que son presa del pánico debido al temor sin fundamento de
que están cayendo en el homosexualismo».
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 193

Sería un error, no obstante, considerar que la agresión a les­


bianas o gays responde únicamente a desequilibrios psíquicos lo-
calizables en individualidades precisas (en esos mismos indivi­
duos susceptibles de ser considerados “homosexuales latentes” o
“reprimidos”). La manifestación pública del afecto y el placer
prohibidos no sería motivo de agresión sistemática si tan sólo de­
pendiera de reacciones de hostilidad irracionales y espontáneas.
Estas actitudes violentas no estaban en absoluto generalizadas
cuando el régimen de la sexualidad se imponía en el mundo occi­
dental. De hecho, sería interesante explorar la hipótesis de una
hostilidad popular generalizada, consentida y normalizada en el
imaginario colectivo, como efecto promocionado del prejuicio
institucional. Efectivamente, antes de que la “reacción normal”
ante una relación entre mujeres u hombres fuese de hostilidad, ya
se empezaban a articular métodos para señalar y descubrir a quie­
nes podían practicar la insumisión al orden sexual. La marca del
estigma es una invitación al escarnio y, de nuevo, hay que señalar
que entre el castigo excepcional del acto de pecado y la represión
cotidiana de lesbianas y gays que se impone durante el siglo XIX,
se produce un salto cualitativo.
Pero el estigma, en su dimensión social de acto punible, re­
quiere que el comportamiento que se señala y la subsiguiente
atribución de una esencia se articule en una dimensión de lo visi­
ble y de lo público. La violencia, de este modo, es la señal del re­
conocimiento de una realidad determinada como trascendente y
relevante. En este sentido, la violencia específica a que se enfren­
ta el lesbianismo es más difícil de reconocer, de caracterizar y de
combatir. Ello se debe al imposible reconocimiento de la dimen­
sión pública de las relaciones entre mujeres y a la privacidad en
que a menudo se mantiene la violencia sexista y misógina. Pero,
además, el rol femenino, definido como complementario del mas­
culino y, en todo caso, irrelevante desde el punto de vista de la or­
denación de la realidad, de la responsabilidad o del prestigio, no
es considerado como merecedor del mismo celo en lo que a la de­
fensa de su necesario componente heterosexual se refiere. O bien
la defensa de “la mujer” como “femenina” y de “lo femenino”
como “heterosexual” se dirime en otras dimensiones de lo coti­
diano y lo intrascendente.
Ello no significa que esa violencia no exista. De hecho, el ele­
mento aglutinador del movimiento de lesbianas en el Estado es­
194 Las formas ^espontáneas" del prejuicio

pañol más importante durante toda la década de los ochenta, fue


la detención ilegal, la prolongación del arresto durante dos días, la
humillación y la violencia física a que fueron sometidas dos les­
bianas que se besaban en la madrileña Puerta del Sol. Diríase
que aquel beso hacía temblar los cimientos del Estado. También
en este caso, un movimiento de protesta hubo de articularse para
que una determinada realidad de violencia fuera siquiera tomada
en consideración.^^
Las reacciones violentas contra gays y lesbianas se amparan
directamente en esa legitimidad no establecida ni justificada del
castigo a la ruptura de la norma básica del secreto. Y se basan
también en la imposibilidad de existencia pública y libre de las
realidades lésbicas y gays. Este tipo de violencia gratuita empieza
a ser visible en la misma medida en que las propias realidades lés­
bicas y gays se hacen visibles. Así, las agresiones a gays y lesbia­
nas como fenómeno socialmente relevante es un fenómeno nue­
vo, que surge del desarrollo de movimientos reivindicativos, de
prácticas cotidianas de libertad y de la articulación de discursos
de autodefensa, autoestima e integridad. El mero hecho de esta­
blecer una violencia como específica, sistemática y consentida
cuando no promocionada, es ya un acto de trascendencia polí­
tica.^
* ’
Pero además de la agresión física, hay otras formas de violen­
cia. El peligro de extorsión o chantaje ha formado parte hasta
tiempos muy recientes de las vidas de gays y lesbianas que ocupan
posiciones de privilegio económico o prestigio. No sólo existía el
riesgo de denuncia por quebranto de la ley (por parte del o de la
“homosexual”) sino que, sobre todo, estaba el riesgo de pérdida
de respetabilidad; la posibilidad de linchamiento moral. La de­
nuncia de la extorsión podía, en muchos casos, derivar en un do-

Llamas, Ricardo y Vila, Fefa (1997), «Spain: passion for life. Una historia
del movimiento de lesbianas y gays en el Estado español», en Buxán, Xosé
(comp.) (1997), Conciencia de un singular deseo. Estudios lesbianos y gays en el
Estado español, Barcelona, Laertes.
Desde esta perspectiva, la estrategia del movimiento de lesbianas y gays
consiste en lograr que se reconozca la existencia de una violencia dirigida contra
lesbianas y gays en tanto que tales. Las expresiones *^£¡ueer bashing” y ^casser du
pédé'' designan formas de agresión específicas hasta el punto de tener una ex­
presión para designarlas. Las agresiones de corte fascista que también en el Es­
tado español se dirigen (entre otras personas) a lesbianas y gays, entran en lo que
tales bandas denominan “tocar el tambor”.
Prácticas de auíorrepresión. Sublimación, negación, agresión 195

ble juicio contra chantajeador y “homosexual”. El caso más co­


nocido es el juicio por difamación que siguió a la denuncia del
marqués de Queensberry por parte de Óscar Wilde. El proceso, al
final, se convirtió en un juicio en contra de escritor irlandés. Entre
dos ilegalidades, la de orden sexual tiene siempre un mayor peso
simbólico; sus implicaciones son siempre más graves. De ahí se
derivan las dificultades implícitas al acto de denuncia de una
agresión y, fundamentalmente, la consideración de la víctima
como culpable.
Si bien en la actualidad muchas disposiciones legales que con­
denaban explícitamente “la homosexuídidad” han sido derogadas,
el prejuicio sigue vigente, y cuenta además con una connivencia
institucional decisiva. En todos estos casos, se pone de manifiesto
una dimensión institucional (con frecuencia alegal) de la violencia
hacia lesbianas y gays. La violencia es, efectivamente, un régimen
disciplinario inherente a un orden sexual excluyente. Realidad
incuestionable de todos los sistemas políticos autoritarios, prácti­
ca habitual de bandas y pandillas a menudo próximas a ideolo­
gías neofascistas, tentación recurrente de los cuerpos policiales, es­
píritu que inspira absoluciones judiciales, estrategia de terror en
tiempos de guerra...
Particularmente significativa es la implicación de los cuerpos
policiales en la represión de gays y lesbianas. Desde el siglo XIX se
ha establecido una práctica de localización y acoso que se basa en
la construcción de espacios y códigos específicos que habían em­
pezado a desarrollar gays y lesbianas de manera clandestina. Así,
el control y la represión, a lo largo del siglo XX, se estructuran de
forma preferente en torno a los elementos que permiten la deter­
minación (vulnerable) por parte de lesbianas y gays de sus propias
vidas.
Se constituía así una “quinta columna” de iniciados que acce­
dían a un mundo teóricamente secreto, con el objetivo legitimado
por la ley o la moral de sabotearlo, pero también, en multitud de
ocasiones, con la finalidad inconfesable de saborearlo. La poste­
rior humillación del detenido se constituía en requisito necesario
para la salvaguardia de la masculinidad del incitador. El método
desarrollado por cuerpos policiales especializados es el mismo
que, aún hoy, desarrollan las bandas de agresores. Desde el siglo
XIX, efectivamente, se establecen brigadas de control dedicadas
(en ocasiones de forma exclusiva) a la localización de los que pa­
196 Las formas “espontáneas" del prejuicio

san a ser delincuentes en tanto que insurrectos al nuevo régimen.


Se define así el delito de “proposición deshonesta” (en inglés
“ soliciting' y en francés ^'incitation à la débauche"\ las diferencias
semánticas dan cuenta de la distinta conceptualización de un mis­
mo supuesto delictivo). La actuación policial consistirá no ya en la
localización y detención de quienes llevan a la práctica su atrac­
ción, sino en la incitación a que se produzca una iniciativa en
este sentido para después castigarla. Con ello, las brigadas de
control caen también en la ilegalidad, al actuar como incitadoras
de conductas penadas.^^
Las brigadas de control tienen una existencia casi clandestina:
los sistemas policiales nunca han considerado necesario articular
un discurso que explique o justifique su actuación. De ahí que, in­
cluso en este caso, estemos ante una práctica institucional y para­
dójicamente no articulada. Del mismo modo, la existencia de for­
mas de relación anónimas, establecidas con frecuencia en lugares
públicos, forma parte también de la mitología y de los tabúes
En palabras de Roditi, esta estrategia policial vigente en el mundo occi­
dental se desarrolla más o menos como sigue. «Esta curiosa práctica quiere que
un policía de paisano se especialice en el papel de agente provocador, que in­
terpretará en los sitios públicos, mingitorios, baños de vapor, parques, paseos,
teatros o cines, lugares todos frecuentados por multitud de homosexuales. El
agente en traje de paisano, adopta una conducta provocadora, llegando a la
exhibición de su miembro en erección para mejor atraer o seducir a su víctima.
A veces, éste no es arrestado y conducido a la comisaría hasta después de haber
realizado el acto sexual, habiendo entonces el policía obtenido su goce en una
rara síntesis de deber cumplido y orgía. A un hombre que no fuese absoluta­
mente homosexual, este género de exhibicionismo o prostitución le repugnaría,
y sería probablemente imposible.» Roditi, 1975:231. La existencia de tales prác­
ticas está suficientemente documentada en Francia, Inglaterra, Estados Unidos y
Australia: «Los métodos policiales varían. En los servicios públicos, a menudo
operan como agentes provocadores, merodeando, utilizando el lavabo, el urina­
rio o las cabinas durante largos periodos con la esperanza de suscitar una pro­
posición. El resultado de la utilización de estos métodos puede considerarse de­
tención ilegal si se demuestra que la intención de cometer el delito surgió del
propio oficial de policía.» Ello es, por supuesto, difícilmente demostrable, sien­
do la práctica procesal favorable a la policía. Denk, Barry M. (1974), «The ho­
mosexual», en Goode, Erich y Troiden, Richard R. (comps.) (1974), Sexual de-
viance and sexual deviants, Nueva York, William Morrow & Co., p. 195. Por
otro lado, Gury señala el caso ridículo de dos policías estadounidenses que,
después de insinuarse uno al otro, trataron de arrestarse mutuamente. Gury, Ch-
ristian (1985), «Les gais et la loi civile», en Schlick, Jean y Zimmermann, Marie
(comps.) (1985), L’homosexuel(le) dans les sociétes civiles et réligieuses, Estras­
burgo, Cerdic Publications.
Prácticas de autorrepresión. Sublimación, negación, agresión 197

con los que el régimen de sexualidad determina “la homosexuali­


dad”?^
El problema de la violencia, entonces, se estructura para los
movimientos de lesbianas y gays en dos frentes. De un lado, en la
calle, se busca garantizar la integridad física y psicológica de les­
bianas y gays como la de cualquier otra persona con derechos
reconocidos. No estaríamos ante un derecho específico que de­
biera ser formulado explícitamente. El régimen de sexualidad, al
presentar “la homosexualidad” como una entelequia localizada
fuera de los espacios legítimos, enturbia la consideración inequí­
voca de la integridad de lesbianas y gays como parte de los dere­
chos humanos. Cuando se reconocen derechos específicos, ello
significa que “en general” no están reconocidos o no se respetan.
Otra estrategia de lucha contra la violencia es la promoción de
las ideas de integridad y de autoestima hacia lesbianas y gays,
como medio de romper el círculo victimización-miedo-impuni-
dad-hostilidad. En palabras de La Radical Gai, «Exigimos que se
articulen medidas de prevención de las agresiones homofóbicas
que hagan innecesarias las actuaciones policiales, los juicios y las
condenas a prisión. La justicia criminal no puede ser el único
elemento de defensa de la integridad y la libertad de lesbianas y I.
gays. Una sociedad libre y democrática debe actuar contra la vio­
lencia homofóbica antes de que ésta se manifieste. Exigimos la in­ 1

mediata y total equiparación de derechos de lesbianas y gays con t.


los del resto de la ciudadanía y la promoción eficaz de las ideas de
diversidad y tolerancia» (La Radical Gai, 1996).
Las prácticas de negación no son más que la forma en que se
racionalizan procesos de autorrepresión socialmente inducidos.
Las estrategias de sublimación son la única forma que puede to­
mar un deseo que no logra expresarse. La definición del placer
denostado como riesgo y como trampa mantiene la coherencia del
régimen de la sexualidad y explícita su eficacia. Pero cuando la su­
blimación no resulta eficaz y las prácticas de negación dejan de re­
sultar verosímiles, cuando, pese a todo, el placer y el afecto sor-

Una excepción a esta actitud es el estudio titulado Tearoom trade en el que


se analizan las formas de establecer contacto y los modos de relación entre gays
que surgen en urinarios públicos. Con estudios como éste, la sociología rompe un
tabú pero mantiene todos los principios del régimen. Humphreys, Laud (1970),
Tearoom trade. A study of homosexual encounters in public places, Londres, Ge­
rald Duckworth & Co.
198 Las formas ‘'espontáneas'' del prejuicio

tean obstáculos y logran una expresión pública, las instancias de


ordenación de la realidad (las instituciones y las elaboraciones
reflexivas de criterios de análisis de la realidad) todavía tienen es­
pacio para intervenir. La segunda parte de este trabajo analiza es­
tas intervenciones, que matizan y a menudo refuerzan las mani­
festaciones no articuladas del prejuicio anti-gay y anti-lésbico.
Del mismo modo, se analiza la construcción colectiva de un dis­
curso autónomo con el que se cuestiona la ordenación represiva
de la propia realidad por parte de ámbitos que se presentan como
ajenos a ésta.
SEGUNDAPARTE

LOS DISCURSOS ARTICULADOS


Y SUS IMPLICACIONES
«Ni al teólogo más conservador le sería posible hoy en día un
juicio tan preso en los tabús y tan deformador de la visión mé­
dica y teológica como el del teólogo y penalista luterano, Bene-
dikt Carpzow. En su Practica Rerum Criminalium menciona
como consecuencias de la inmoralidad homosexual; ‘Terremo­
tos, hambres, pestes, sarracenos, inundaciones y ratas muy
gruesas y muy glotonas’.» (1969:54)
Helmut Thielicke, 1969

«Tomando al pie de la letra semejantes discursos, y al mismo


tiempo circundándolos, veremos surgir respuestas en forma de
desafío: de acuerdo, somos lo que decís por naturaleza, enfer­
medad o perversión, da igual. Pues bien, si realmente lo somos,
aceptemos este hecho, y si queréis saber cómo somos os lo di­
remos nosotros mismos mejor que vosotros.» *
Michel Foucault

Una vez revisadas ciertas prácticas de prejuicio que se emplazan


en el ámbito de lo “espontáneo”, podemos analizar otras con­
cepciones de “la homosexualidad” como entelequia fundamental
del régimen que ordena los placeres. Estamos ahora, por ejemplo,
ante argumentos avalados por el prestigio y la credibilidad de
que gozan sus autores. Con frecuencia, se trata de individuos que
pretenden racionalizar sus argumentos, que los exponen pública­
mente como resultado de una reflexión destinada a ser asumida o

Foucault, Michel (1988), Ufí diálogo sobre el poder, Madrid, Alianza, p. 152.
202 Los discursos articulados y sus implicaciones

discutida, pero siempre tenida en cuenta como relevante. Tam­


bién serán analizadas las posturas de quienes ejercen su actividad
discursiva en el seno de instituciones reconocibles, apelando a
ellas bien para legitimar sus propias creencias, bien para imple-
mentar con su infraestructura y poder simbólico determinadas
políticas institucionales.
Lo más frecuente es que, tras esas instancias, se difuminen cri­
terios o responsabilidades individuales, y que los discursos de
una u otra institución oculten iniciativas (creencias, prejuicios,
necesidades o convicciones) particulares. Que sea ésta la pers­
pectiva más fructífera o que, al revés, haya que considerar que las
iniciativas o las palabras de sujetos concretos no sean otra cosa
que condicionantes de la estructura en la que se emplazan, es
una cuestión que, evidentemente, no queda resuelta en esta apro­
ximación. Como señala Bourdieu, «cuando se hace sociología, se
aprende que los hombres y las mujeres tienen su responsabili­
dad, pero que están mayormente definidos y definidas en sus po­
sibilidades e imposibilidades por la estructura en la que están co­
locados y por la posición que ocupan en ella»?
En cualquier caso, las condescendientes palabras del ex rector
de las universidades de Tübingen y Hamburgo están avaladas
por su prestigio (producto, a su vez, de su conocimiento íntimo de
la «visión médica y teológica» y motivadas también, acaso, por los
condicionantes que ésta impone). Un discurso conciliador en el
que, no obstante, se evidencia un principio básico de la aproxi­
mación a la heterodoxia sexual, sea ésta moral-teológica o cientí­
fico-médica: la extranjería radical del objeto de su discurso. “La
sodomía”, “la perversión”, “la homosexualidad”, etcétera, son
siempre una entidad señalada desde una instancia no marcada.
Michel Foucault, por su parte, poco dado a implicarse perso­
nalmente en sus argumentos, reacio a definirse y opuesto a que
sus palabras se tomaran en serio sólo por ser él quien las pronun­
ciaba, explicaba de ese modo la génesis de lo que aquí denomino
un discurso autorreferencial. En la definición de las implicaciones
de “la homosexualidad”, hasta poco tiempo antes de que Fou­
cault escribiera esas palabras, no se escuchaban más voces que las
de quienes se emplazaban fuera de aquella instancia. Este dato es,
precisamente, lo que permite tomar en consideración la dimen-

2 Bourdieu, Pierre (1997), Sobre la televisión, Barcelona, Anagrama, p. 78.


Los discursos articulados y sus implicaciones 203

sión particular de los discursos de (desde, sobre) “la homosexua­


lidad”. Efectivamente, la fragilidad o la absoluta inexistencia de
una instancia que sirva de fundamento a cualquier manifestación
respecto a “la homosexualidad” que se articule en primera per­
sona, hace que la mayor parte de éstas tengan una considerable di­
mensión personal. Los discursos lésbicos y gays de los años se­
tenta (y más aún sus antecedentes), al menos en lo que se refiere a
su dimensión pública y desafiante, parten casi siempre de un ra­
dical aislamiento. Con harta frecuencia se formulan sin más base o
apoyo que las propias convicciones.
En la determinación del papel que “la homosexualidad” juega
en el seno de los criterios de ordenación social de placeres y afec­
tos, a partir de esa década de los setenta, al menos en el mundo oc­
cidental, entra en juego un nuevo factor. Lesbianas y gays, desde el
mismo momento en que al hacer uso de la palabra se constituyen
como sujetos socialmente relevantes, empiezan a hacerse oír se­
gún diversos principios: el de la necesidad (si se quieren cambiar las
cosas hay que hablar), el de la oportunidad (ha Degado el momen­
to de hacerlo), el de la voluntad (estamos en disposición de decir lo
que pensamos y queremos), el de la determinación (no se nos pue­
de seguir imponiendo el silencio), el de la competencia (sabemos
más sobre todo lo que nos concierne) y el de la pertinencia (nuestra
palabra es relevante). Nosotras/os lo diremos mejor.^
Las prácticas de distanciamiento y negación que he analizado
tienen importantes implicaciones en lo que se refiere a la cons­
trucción de un modelo legítimo de afectos y placeres, y en cuanto
a la represión violenta de otros afectos o placeres que se “desvían”
de dicho modelo. Tales prácticas se apoyan o, al revés, dan pie al
desarrollo de toda una serie de discursos de exclusión, por medio
de los cuales algunos ámbitos se constituyen como instancias de
producción de saberes y de ordenación consecuente de la reali­
dad. La paradójica compatibilidad de postulados con frecuencia
contradictorios, lejos de debilitar unos u otros, los refuerza.

’ En ocasiones, no obstante, el régimen de la sexualidad impone ese discurso


de manera indirecta. No sólo por incitación reiterada a que “la verdad” sea ha­
blada, sino también por conminación violenta a esa expresión. Si bien consideraré
el discurso lesbico y gay como comunitario, voluntario y estratégico, no se puede
olvidar tampoco que (en particular cuando es la expresión de una individualidad),
a veces viene impulsado por la defensa de la propia dignidad o por la mera su­
pervivencia.
204 Los discursos articulados y sus implicaciones

E1 rechazo de formas de placer o afecto por distanciamiento no


es sólo un fenómeno de localización positiva en un espacio ajeno
sino, sobre todo, es un fenómeno de localización negativa, de des­
tierro de tales realidades con respecto al ámbito de referencia pri­
vilegiado. Este destierro es a veces simbólico (por negación o su­
blimación) y a veces literal (exilio voluntario, deportación forzosa).
Pero nunca puede ser, no obstante, absolutamente efectivo. Aun­
que sólo sea por la certeza (o por la ansiedad que genera la duda)
de que cada persona puede descubrir en sí misma pulsiones ines­
peradas; porque es imposible desterrar los propios fantasmas.
«Nunca se polemiza más que contra sí mismo... para hacer callar al
Otro en el destinatario, o al menos, creer que se le hace callar.. .>/
Las múltiples realidades gays y lésbicas, en cualquiera de sus
posibles articulaciones históricas y culturales, lejos de ser recono­
cidas en la pluralidad de su vigencia universal, lejos de ser conce­
bidas como posibles instancias de producción de un discurso
propio, como ámbitos legítimos de ordenación de sus realidades,
han sido reducidas a un estatuto fenomenològico, y alienadas de
toda posibilidad de autonomía. La constitución de este ente alie­
nado (definido desde instancias formalmente ajenas a su reali­
dad) implica la constitución de un objeto; objeto de curiosidad, de
burla y de escarnio; objeto de observación y análisis, de vigilancia
y control, de reclusión, violencia y exterminio. En definitiva, ob­
jeto de discursos de orden y de poder. Es por ello que, pese a que
tras las reflexiones o las iniciativas que aquí serán consideradas
podemos encontrar a los sujetos que las protagonizan, éstos no se­
rán tenidos en cuenta más que en función del papel que en un
contexto más general desempeñan. Así, este análisis de los dis­
cursos sobre o desde el incumplimiento de la normativa afectivo-
sexual vigente, parte de estructuras organizativas más o menos ar­
ticuladas en torno a determinadas líneas de pensamiento.
Si en las prácticas represivas analizadas hasta ahora no están im­
plicadas instancias concretas (al menos de manera explícita), la ca­
racterización de determinados ámbitos discursivos hace referencia
a instituciones de ordenación de la realidad fácilmente identifica-
bles. Es decir, estamos ante estructuras institucionalizadas recono­
cidas como tales, y que cuentan con una cierta credibilidad, que ac-

Michel Cusin, citado por Maingueneau, Dominique (1984), Genèses du


discours, Bruselas, Pierre Mardaga, p. 132.
Los discursos articulados y sus implicaciones 205

túan a partir de un cierto consenso, que dan lugar a prácticas que


gozan de cierta legitimidad. Ello es cierto, sobre todo, para los
discursos moral y científico, aunque también el discurso autorrefe-
rencial surge de individuos o instancias aisladas que acaban afir­
mándose trascendentes (portadoras de un mensaje dirigido a un re­
ceptor universal), o representativas de una realidad plural (tenden­
tes a unificar múltiples voces en un único sujeto). En todos los ca­
sos, esa coherencia discursiva es un espejismo controvertido.
En su análisis de las formaciones discursivas, Foucault otorga
una importancia considerable a la posición del sujeto que articula
un análisis con respecto al objeto del que habla.^ Una vez exami­
nada la proliferación de un léxico popular que da cuenta de una en­
tidad / entelequia progresivamente denostada, se trata ahora de
examinar la elaboración de estas visiones articuladas. Este es el
elemento fundamental de la “explosión discursiva” que en torno a
los placeres periféricos se produce a partir del siglo XIX. Estamos
ante la progresiva intervención de ámbitos más o menos institucio­
nalizados en la ordenación “real” y simbólica de las realidades
afectivas, eróticas y sexuales de las personas y también, más gene­
ralmente, ante una determinación de identidades y formas de in­
serción en las estructuras sociales, culturales, económicas y políticas.
En este sentido, esta proliferación de discursos no sólo marca
una atención inédita a “la sexualidad” sino que, en cierto modo, la
establece como objeto de discurso. Para Foucault, el nuevo dis­
curso científico no debe entenderse (sólo) como un factor más en
la historia de una represión de la sexualidad ya establecida, sino
(sobre todo) como modelador y conformador (si no generador) de
ésta. Desde este punto de vista, resultaría en cierto modo anacró­
nico considerar el discurso de la ciencia en términos de una es­
trategia para arrebatar un campo de influencia al ámbito de la mo­
ral o de la ley. El discurso sexológico del siglo XIX no se adueña de
la sexualidad, sino que la establece.^ Y si en ese establecimiento
tiene un protagonismo indiscutible el discurso de la ciencia, no
por ello podemos considerar que es éste el único responsable del
nuevo papel que la sexualidad juega. Desde la categorización po-

5 Foucault, Michel (1969), VArchéologie du savoir^ Paris, Gallimard.


Más argumentos en defensa de esta idea pueden encontrarse en: Oosterhuis,
Harry (1997), «Richard von Krafft-Ebing’s ‘step-children of nature’. Psychiatry
and the making of homosexual identity», en Rosario (comp.) 1997a.
206 Los discursos articulados y sus implicaciones

pular hasta los incipientes discursos autorreferenciales, pasando


por las nuevas inquietudes que plantean los sistemas judiciales y
las instancias legislativas, cualquier ámbito de conocimiento y ra­
cionalización de la experiencia humana se ve implicado en este
proceso/
Sólo en este contexto de proliferación de discursos puede en­
tenderse la génesis y el desarrollo, por vez primera, de una palabra
gay y lésbica, de un discurso autorreferencial con un aparato con­
ceptual propio que señala la constitución (más o menos) autóno­
ma de valores y expectativas. Este discurso, como veremos, tiene
efectos (limitados, discretos) en ámbitos diversos, pero que son
evidentes, no obstante, desde los años setenta del siglo XX. De la
coexistencia reiterada de enunciados formulados por estas ins­
tancias y que se refieren a un mismo objeto o que parten formal­
mente de un mismo sujeto (siempre cuestionado en su coherencia
o estabilidad, siempre denunciado como excluyente cuando ame­
naza con estabilizarse), se deriva la conflictividad intrínseca de los
aparatos conceptuales propuestos. Unos y otros determinan un
abanico de prácticas posibles, no reductible al conjunto de mani­
festaciones no articuladas del prejuicio anti-gay y anti-lésbico que
ya han sido examinadas.
La intervención de discursos institucionalizados en realidades
o ficciones teóricamente ajenas permite, paradójicamente, la par­
ticipación de los portavoces de tales ámbitos y de una audiencia
cada vez mayor en dichas realidades o ficciones y en los elementos
que “idealmente” las caracterizan. Así, si el inquisidor buceaba en
los pecados y en la culpa del sodomita, el nuevo régimen de inci­
tación al discurso multiplica las ocasiones para la revelación de sí
al secularizarlas. El confesor sigue conociendo los detalles más ín-

Así por ejemplo, a diferencia de lo sucedido en Alemania, la construcción de


“la inversión” y de “la homosexualidad” en Francia a finales del siglo XIX no se
articuló tanto en torno a los nuevos discursos científicos cuanto a diversos dis­
cursos literarios y culturales. Aun así, la ciencia parece ser el camino más fácil a la
hora de dar salida a nuevas realidades. Como señala Rosario, Zola, que no se de­
tenía en convencionalismos a la hora de escribir, no se atrevió a dar salida litera­
ria a una carta de un invertido italiano que quería entrar en la literatura a través
de su pluma. Y si Zola no le dio al testimonio una salida literaria, sí lo hizo, en
cambio, en el contexto médico, su amigo, el Dr. Laupts (nombre ficticio; irónica
—e imperfecta— “inversión” de su verdadero nombre, St.-Paul). Rosario, Vemon
A. (1997c), «Inversion’s histories / History’s inversions. Novelizing fin-de-siécle
homosexuality», en Rosario (comp.), 1997a.
Los discursos articulados y sus implicaciones 207

timos de su feligresía, pero ahora, además, se le permite al policía


chapotear en los horrendos delitos del pervertido y salpicarse
con sus efectos, al psicoanalista zambullirse hasta casi ahogarse en
las fantasías mórbidas de la enferma, a los jurados (y a todo el
pueblo a través de los medios de comunicación) acceder a las
motivaciones del presunto criminal... Es ésta una participación vi­
caria en el mundo denostado; una participación indirecta, media­
da por las concepciones del propio sistema de análisis, reducida
(al menos formalmente) a un proceso de percepción y escrutinio
en el que, no obstante, se dan formas de implicación no ya sólo
personal sino, sobre todo, institucional. Toda la sociedad se ve
comprometida en este proceso.®
Los discursos que aquí se analizan no sólo parten de instancias
reconocibles o las establecen, sino que además aspiran a la uni­
versalidad de sus postulados y, si pueden, defienden la necesidad
de su hegemonía. Todo ello sin demasiada inquietud sobre su
coherencia interna. Así, la inmoralidad es un criterio de análisis
que se presenta como válido ante instancias ajenas a las que han
producido o reconocen tales argumentos. Los hábitos sexuales de
los pueblos americanos eran inmorales (o pecaminosos), aunque
hiciera falta la conquista (y la evangelización) para que este dato
fuera “evidente” también a sus ojos. La enfermedad puede ser tra­
tada en quienes no la sienten o creen en una ciencia diferente; la
medicina tratará de curar a quienes no sufren dolor alguno y cu­
rará alternativamente (o de manera simultánea) el cuerpo y la
mente (o el cuerpo y el espíritu). Quienes viven en condiciones re­
presivas “evidentes” de uno u otro signo son susceptibles de
abanderar un proyecto de liberación propuesto desde otras lati­
tudes, o que ha demostrado sus posibilidades en otro contexto...
Porque, al mismo tiempo, todos los discursos se apelan entre
sí; unos remiten a otros y cada uno de ellos cobija puntos de vista
® La literatura, de manera excepcional, ya había producido un corpus de
“verdad íntima” no desdeñable. En su estudio sobre Sade (uno de los escritores
franceses más empeñados en esta tarea), Hénaff (1980:82) subraya el carácter eró-
geno del oído y de la boca por encima del resto del cuerpo; es decir, del escuchar
y del hablar como factores esenciales de la relación erótica: «Lejos pues de ser ex­
traño al goce, el discurso lo afirma por ser sólo goce 'de cabeza’ y permite al de­
senfreno físico que piense y programe el acceso al verdadero libertinaje inscri­
biéndolo en el espacio del lenguaje.» En los discursos que serán aquí tomados en
consideración, a excepción de la palabra autorreferencial, la relación entre la
palabra y el acto es, bien inexistente, bien (quizás) altamente conflictiva.
208 Los discursos articulados y sus implicaciones

no ya diversos, sino lógicamente incompatibles. Es por ello que no


pretendo considerar los discursos a partir de lo que dicen, sino a
partir de lo que hacen; de cómo operan a la hora de establecer sus
efectos en un contexto determinado. No es que el contenido ca­
rezca de importancia (a fin de cuentas, para analizar sus efectos
debemos considerar qué es lo que dicen). Pero lo decisivo es que
la verdad o la falsedad de una proposición; que se adecúe más o
menos (o nada en absoluto) a una determinada realidad, no es el
criterio que explica todas las dimensiones del funcionamiento de
un discurso o sus efectos.
Para cualquiera de los discursos que aquí se analizan (en su
ilusoria coherencia y en la constante imprecisión de su “objeto”),
resulta controvertido proponer una génesis. De hecho, para cada
uno de ellos pueden establecerse antecedentes más o menos sig­
nificativos hasta muchos siglos antes de su apogeo. Convencio­
nalmente y no sin reservas, se puede hablar (en el mundo occi­
dental) de tres momentos fundamentales. Un predominio moral (a
veces brutal, a veces despreocupado), desde la Baja Edad Media
hasta el siglo XIX, en el que se cobijan la mayor parte de las hosti­
lidades no articuladas, y que fomenta la primera regulación nor­
mativa (penal) de la diferencia sexual. Una creciente importancia
de las visiones científicas desde mediados del siglo XIX; unas vi­
siones que abren líneas de pensamiento y actuación que van des­
de el eugenismo del exterminio hasta la sexología de la tolerancia.
Y la irrupción en el espacio público, cien años más tarde, de un
discurso de afirmación autorreferencial a partir de la década de
los setenta.^
De este modo, tales discursos tienen una vigencia cultural,
geográfica e histórica y, por imprecisa que sea su localización, re­
sulta arriesgado tomarlos como referentes fuera de las coordenadas
espaciales y temporales (y, en ocasiones, culturales, étnicas y eco­
nómicas) que señalan su vigencia. Correlativamente, los sujetos
que designan (que desvelan y simultáneamente establecen), son
también relativos: no había “sodomitas” hasta que se articuló la so­
domía como criterio de designación de las implicaciones de de-

El mundo clásico, pero también, hasta cierto punto, el periodo medieval,


tienen más importancia en tanto que referentes a los que se apela a partir de la
Edad Moderna, que en lo que se refiere a los ordenamientos particulares de los
placeres que caracterizan esos periodos.
Los discursos articulados y sus implicaciones 209

terminados actos. Las “invertidas” no encajaban en los criterios so­


bre la sodomía: hasta que se señalaron sus rasgos y se establecieron
sus significados, éstas podían pasar desapercibidas. Y muchos
“homosexuales” no hubieran sido catalogados en función de cual­
quiera de esos paradigmas. Otro tanto puede decirse de los siste­
mas de autodesignación: cada nuevo discurso autorreferencial se
establece en función de criterios irrelevantes para sus predecesores.
Unos y otros discursos, aunque sean contradictorios, no son
necesariamente incompatibles; comparten un mismo espacio de
significación desde posiciones a menudo radicalmente enfrentadas
(“la homosexualidad ” —en cualquiera de las versiones que la es­
tablecen como instancia ajena— versus las realidades lésbicas y
gays —sus formulaciones antecedentes o posteriores— como pun­
to de partida). Estas posturas son, en ocasiones, básicamente coin­
cidentes (“la diferencia sexual” como instancia necesitada de ges­
tión, sea ésta penal, pastoral o terapéutica). Con frecuencia, los
ámbitos que observan el progresivo anacronismo de sus postulados
con respecto a los nuevos criterios de análisis, hacen esfuerzos de
actualización de sus presupuestos y de síntesis de éstos con las nue­
vas teorías. Un ejemplo típico es la reorientación del discurso de la
moral católica: «Antes del establecimiento de un intercambio fe­
cundo, el encuentro entre los moralistas y los psicólogos ha su­
puesto el enfrentamiento polémico de dos imperialismos. Y sin
embargo, la verdad de la moral no tiene nada que temer de la
verdad de la psicología. Por retomar las palabras de Pío XII, 'una
verdad ama a la otra; son hermanas, hijas ambas de la sabiduría di­
*^ Pero, de igual modo, pueden producirse regresiones: las
vina’.»
corrientes psicoanalíticas posteriores a la Segunda Guerra Mundial
“retroceden”, acercándose a unos postulados de orden moral que
eran ajenos, en buena medida, a la tradición freudiana.^^
Parecidos conflictos pueden observarse entre una hipotética
visión coherente en la que comulgaran la palabra de la Iglesia y la
de la Ciencia, enfrentadas ambas a la aproximación de la Ley. Así,
«mientras que la Iglesia, en su casuística, ha reconocido hace ya
tiempo diversas distinciones de acto e intención que la moderna
Montaigne, Pierre (1974), «La responsabilité morale dans les déviations»,
en Gaudefroy, M. (comp.) (1974), Études de sexologie, Paris, Bloud & Gay, pp.
298-99.
” Lewes, Kenneth (1988), The psychoanalytic theory of male homosexuality,
Nueva York, Meridian.
210 Los discursos articulados y sus implicaciones

psicología interpreta, sin embargo, de forma más matizada, es­


forzándose por definir y explicar en vez de juzgar, el Estado y el
derecho todavía se hallan a un nivel de evolución bastante primi­
tivo. El derecho funda sus raras distinciones en vagos tabús más
que en observaciones científicas; no reconoce todavía en la ma­
yoría de los países civilizados, por ejemplo, la existencia de la
homosexualidad en las mujeres, fenómeno que ya preocupó a los
Padres de la Iglesia y que el confesor tiene alguna vez ocasión de
comprobar en los conventos» (Roditi, 1975:82).
Los ejemplos de acuerdos y desacuerdos (como tendremos
ocasión de comprobar) pueden multiplicarse ad infinitum. Y es en
ese desbarajuste; en las irresolubles contradicciones entre unas vi­
siones y otras, donde se establece la eficacia del modelo de exclu­
sión establecido. Una vez quedan planteadas las contradicciones
que, formalmente, invalidan la legitimidad de determinados su­
puestos, lejos de anularse, los efectos de exclusión no pierden
operatividad, sino que siguen vigentes a partir de la substitución
de su fundamento cuestionado por otro potencialmente aquejado
de igual precariedad.
Las formas de connivencia entre unos y otros análisis son
particularmente significativas cuando la compatibilidad de las
formulaciones se basa no en la coherencia de los postulados,
sino en la coincidencia en los efectos deseados. Del mismo modo,
los conflictos entre unos argumentos y otros pueden surgir del di­
ferente grado de acercamiento al fin común que se proponen. En
la primera parte encontrábamos argumentos para creer que el ob­
jetivo último de las manifestaciones del prejuicio es, como poco,
la desaparición simbólica, o en el peor de los casos, la erradica­
ción literal. En vista de que esa posibilidad se ha demostrado
consistentemente irrealizable, con frecuencia se tiende a reco­
nocer la legitimidad del discurso que más se acerca a ese fin no
siempre inconfesable. De este modo, las aproximaciones crimi­
nológicas se descubren ante los discursos médicos cuando las
primeras se muestran incapaces de “reeducar” o “prevenir” y
los segundos se pavonean de haber alcanzado la llave del éxito.
En p^abras de un jurista británico, «si los doctores consiguen cu­
rar [la homosexualidad], entonces podremos pasarla de la cate­
goría de delito a la categoría de enfermedad».Delincuentes o

Citado por Chardans, 1970:70.


Los discursos articulados y sus implicaciones 211

enfermas, los y las disidentes del orden afectivo-sexual “serán”


una cosa u otra (o una tercera...) según los efectos que de tales
identificaciones se deriven.
En ocasiones, se busca la coherencia entre dos visiones con­
tradictorias a partir de las coincidencias en sus efectos. Ello es par­
ticularmente evidente en el discurso legal y jurídico, carente de en­
tidad por sí mismo, y con frecuencia conciliador paradójico de
posturas morales y científicas. La intención de criminalizar (o,
excepcionalmente, de derogar disposiciones penales), precede
con frecuencia a la referencia a un tipo determinado de argu­
mentación o a una estrategia combinatoria de los análisis asequi­
bles. Un cierto discurso de los medios de comunicación opera de
modo similar: el efecto deseado y la concepción misma de la labor
periodística (en qué posición de “neutralidad” se sitúa dicha la­
bor), apelan a uno u otro discurso.
Pero al margen de instancias que producen un discurso ecléc­
tico, también en el seno de aquéllos que tratan de establecerse
como coherentes (los discursos moral, científico y autorreferen-
cial), se producen connivencias con las formulaciones de otros ór­
denes. Como veremos, la moral católica puede, en ocasiones, dar­
se un baño de psicoanálisis, o bien producir postulados próximos
a la militancia gay y lèsbica; la ciencia (la psiquiatría, el psicoaná­
lisis...), pueden revestirse de moral o proponerse en términos
autorreferenciales; la palabra lèsbica o gay puede aspirar a ocupar
un espacio ético socialmente respetado, o aspirar a una legalidad
intachable, o presentarse a sí misma como objeto de la ciencia...
No se trata por ello (a pesar de que abunden las iniciativas en
este sentido), de postular coherencias en el seno de los ámbitos
discursivos que aquí se analizan. Tales coherencias, incluso en
los momentos de mayor cohesión, apenas existen. Sí pueden se­
ñalarse, evidentemente, intentos hegemónicos que imponen en
diversos momentos (y con distintos grados de oposición interna)
unos principios fundamentales. Tampoco pueden encontrarse
fronteras rígidas que establezcan netas distinciones entre unas vi­
siones y otras. De hecho, sólo a partir de todo este abanico de po­
sibilidades de articulación, resulta fructífero reahzar un análisis de
este tipo, dado que se pone de manifiesto no ya una pureza in­
cuestionable de las aproximaciones a “la realidad” desde deter­
minados supuestos, sino, al contrario, la multiplicidad de procesos
susceptibles de funcionar en la práctica de manera simultánea.
212 Los discursos articulados y sus implicaciones

Las maneras posibles de ver esa realidad incesantemente ela­


borada en contextos precisos, de verse a sí mismo o a sí misma y a
los y las demás, de organizar la propia vida o controlar la ajena, de
articular núcleos de poder e influencia o espacios de resistencia y
postulados de liberación son, en última instancia, criterios signi­
ficativos, a la luz de los cuales debe ser analizada la legitimidad o
la capacidad de generar consenso de los discursos. Estos no exis­
ten en estado puro y traducen, la mayor parte de las veces, anhe­
los o prejuicios de un orden diferente al de la coherencia discur­
siva. Ello no puede interpretarse como un obstáculo a su eficacia
sino, al revés, como una condición de ésta.
La realización de un análisis sobre “la homosexualidad” o
sobre las realidades gays y lésbicas en las sociedades occidentales
a través de los discursos que se articulan en torno a ellas, así
como de sus efectos sociales y políticos, puede ser llevada a cabo
a partir de una revisión de la terminología referente a dichas rea­
lidades. A través de la terminología se pueden estudiar discursos
(saberes) y prácticas (de poder o de resistencia) implícitas en és­
tos. Esta revisión de la terminología no tiene una finalidad etimo­
lógica o lexicográfica, por lo que las precisiones en este sentido
sólo pueden ser tenidas en cuenta a título ilustrativo. Se trata
más bien de establecer los mecanismos de articulación de unas
realidades cuya entidad es cada vez más evidente en el conjunto de
un sistema social concreto a lo largo de un periodo determinado.
La palabra o el término no constituyen en sí mismos una uni­
dad pertinente de análisis de discurso. Los términos que analizaré
no son exclusivos de uno u otro enfoque, y lo más frecuente es
que sean empleados de forma poco rigurosa (con la misma falta
de rigor que a menudo preside su establecimiento), según estra­
tegias con implicaciones diversas. No obstante, la génesis de tales
términos, su mayor o menor presencia en ámbitos diferentes del
que los originó, su declive o la generalización de su uso; los pro­
cesos que llevan a todo el mundo a reconocerse en ellos o a iden­
tificarlos desde fuera o, al revés, los que determinan su perma­
nencia en la clandestinidad o en espacios restringidos, son todos
ellos factores suficientemente significativos como para justificar la
metodología empleada.
Si bien el criterio es subjetivo, la descripción de un discurso a
través de los términos que emplea, de los temas que desarrolla y
de las prácticas a que da lugar resulta esclarecedora, toda vez
Los discursos articulados y sus implicaciones 213

que permite señalar dos cuestiones. Por un lado, las estructuras


institucionales desde las que se establecen determinadas visiones
de la realidad, así como el alcance y los efectos de su poder de no­
minación, definición y análisis. Por otro lado, este enfoque nos
permite estudiar tanto la génesis de una comunidad como el al­
cance y los límites de su autonomía.
Los discursos de exclusión (o ex-extra, es decir, que parten de
una instancia formalmente ajena), pueden traducirse en prácticas
articuladas porque se apoyan en un determinado cuerpo teórico y
en unos resortes de poder concretos. Desde la teoría se justifica su
implementación o se ignoran sus efectos; desde el poder se ponen
en práctica y se legitiman o, sencillamente, se consienten. Los
textos que constituyen este cuerpo teórico, desde la pastoral al
manual médico o la jurisprudencia, tienen una dimensión instru­
mental; «están hechos para ser leídos, aprendidos, meditados,
utilizados, puestos a prueba y [...] buscan constituir finalmente el
armazón de la conducta diaria» (Foucault, 1987:15). En este sen­
tido, los discursos de orden represivo y los de vocación liberado­
ra (autorreferenciales) se sitúan, formalmente (en lo que se refiere
a sus condiciones de posibilidad), en un mismo plano. Ello im­
plica la vigencia permanente de enfrentamientos de orden sim­
bólico y trascendencia real, particularmente entre los primeros y
este último, así como en el seno de cada uno de ellos.
Los enunciados o las proposiciones que determinan aparatos
conceptuales o prácticas no son neutros o independientes, en
tanto en cuanto son el producto del posicionamiento del sujeto
que los emite con respecto al “objeto” de su observación, inter­
pretación, explicación o análisis. Sin embargo, esta determina­
ción no es radical. Como veremos, un postulado puede ser recu­
perado por una instancia diferente de la que lo produjo; bien
con una intención similar (así la ley recupera los anáisis canónicos
o morales), bien con una intención opuesta (así los grupos mili­
tantes recuperan los términos insultantes para designarse a sí mis­
mos, convirtiendo una forma de designación represiva en auto­
nomía desafiante).
En cualquier caso, la “incitación al discurso”, sin dejar de ser
un elemento fundamental del orden de los afectos y los placeres
(y, en este sentido, un factor permanente de control y regula­
ción), se ha convertido en la actualidad en un imperativo. Hablar
y tratar de esclarecer los cómos no ya de la sexualidad establecida
214 Los discursos articulados y sus implicaciones

como “propia” y de las sexualidades excluidas, sino también de


los poderes que a través de éstas actúan, ya no es sólo una mera
práctica de regulación o de resistencia, sino que se ha convertido
en una condición básica tanto para el mantenimiento del status
quo como para una redefinición de éste según nuevas bases.
4. LOS DISCURSOS DE UNA MORAL EXCLUYENTE
Y SU TRASCENDENCIA JURÍDICO-LEGAL

«En la mayor parte del territorio de los u.s.a. es posible matar a


un hombre, y cuando a uno le llevan a juicio sólo hay que decir
que la víctima era maricón y que intentó tocarte y los tribunales
te dejarán libre. Cuando leí aquel artículo en el periódico, sen­
tí algo agitándose entre mis manos; sentí una sensación como
de verme a mí mismo desde muchas millas por encima de la tie­
rra, o la de mirar el propio reflejo en un espejo a través del lado
equivocado de un telescopio. Siendo consciente de que no ten­
go nada que perder por mis acciones, dejo que mis manos se
vuelvan armas, que mis dientes se vuelvan armas, que cada
uno de mis huesos y músculos y fibras y gotas de sangre se
vuelva un arma, y me siento preparado para el resto de mi
vida.» (1991:81)
David Wojnarowicz

Las palabras de Wojnarowicz ilustran hasta qué punto se han


constituido en el mundo Occidental sistemas excluyentes en los
que la moral y los sistemas judiciales se complementan a la hora de
excusar (e indirectamente alentar) manifestaciones de hostilidad
con frecuencia homicidas. Y muestran, sobre todo, la posibilidad
de articular respuestas que deslegitiman los supuestos en que tales
sistemas se basan. Frente a un orden de exclusión que puede per­
cibirse como coherente, Wojnarowicz apunta a una estrategia de
autodefensa en los mismos términos en que se expresa el poder. El
enfrentamiento a ese sistema según metáforas de guerra, el ejerci­
cio de una violencia simbólica que utiliza como armas textos, imá­
genes y nuevas formas de protesta colectiva, es la gran aportación
del activismo gay y lèsbico contemporáneo a la conflictiva coexis­
tencia de discursos radicalmente opuestos entre sí.
Desde 1987, el activismo de Act Up en Nueva York, del que
Wojnarowicz fue partícipe, representa la última estrategia de opo­
sición a un sistema que se basa en una supuesta bondad de la re­
ligión, en una teórica racionalidad de la ley y en un pretendido
consenso sobre la administración de la justicia, elementos a partir
de los que se establece un orden de violencia. Trataré de mostrar
cómo, a lo largo de muchos siglos, las líneas maestras del pensa­
216 Los discursos articulados y sus implicaciones

miento de la diferencia sexual establecidas desde las Iglesias cris­


tianas y desde los poderes legislativos y judiciales han instaurado
en el mundo Occidental un régimen violentamente hostil que el
orden de la sexualidad mantiene básicamente intacto.
Entendemos por “moral” un conjunto de valores a partir de
los que se establecen reglas de actuación y comportamiento que
se proponen o se imponen a las personas que viven en una co­
munidad. Un sistema que goza de cierto consenso en el sentido
de que sus manifestaciones se asocian con lo bueno o lo conve­
niente, para los individuos o para dicha comunidad. Lo que en­
tendemos por moral es con frecuencia reducido a lo comúnmen­
te aceptado o a lo estipulado en un código determinado. Hablar
de discursos morales implica, pues, dar especial relevancia a los
sistemas articulados de valores que gozan de una aceptación ma-
yoritaria.
Asociar los discursos morales establecidos en torno a afectos y
placeres entre hombres o entre mujeres con la doctrina de las
Iglesias cristianas no deja de ser una convención. Es incuestiona­
ble que este pensamiento tiene gran trascendencia en nuestro
presente. Las asociaciones confesionales se han convertido, con el
paso del tiempo, en instituciones dotadas de opinión en cual­
quier cuestión relativa a los cuerpos, a los afectos, a los placeres o
a los deseos. En el último siglo, no ha habido debate sobre la
masturbación, la prostitución, la anticoncepción, el divorcio, las
relaciones de pareja o la pornografía donde las Iglesias cristianas
no hayan dejado oír su voz o no hayan sido consultadas. “La ho­
mosexualidad” no es, indudablemente, una excepción.’
En este sentido, el discurso de la moral cristiana relativo a las
relaciones entre mujeres y a las relaciones entre hombres, ha ex­
perimentado una evolución desde un relativo desinterés hasta
una intensa preocupación, compatible, en muchos casos, con una
cierta escasez documental. Entre ambas fases puede señalarse un
largo periodo de callada inquietud durante el cual se impuso la
idea de que lo mejor era no hablar de “ello”. La primera condena
moral que se hace del placer denostado es calificarlo de “nefan-

* Sobre las tomas de postura de diversas Iglesias cristianas, católicas, protes­


tantes y ortodoxas, y sobre las posturas oficiales dentro del judaismo, consúltese
Melton,}. Gordon (1991), The churches speak on homosexuality, Detroit (Michi­
gan), G¿e Research Inc.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 217

do”. De este modo, los discursos de la moral cristiana, frente a las


aproximaciones científicas y frente al lenguaje popular, se carac­
terizan por una sorprendente parquedad terminológica. En lo
que a su contenido se refiere, podemos observar la recuperación y
reformulación de argumentos morales propios de otras tradicio­
nes. En lo que a la especificidad de sus formulaciones se refiere,
podemos establecer el mantenimiento de un precario equilibrio
entre las escasas referencias que pudieran considerarse condena­
torias en los textos sagrados y la connivencia con otros sistemas de
control social y de elaboración de discursos.
Las Iglesias no sólo han desarrollado posturas densamente
elaboradas y reflexionadas desde el punto de vista del cuestiona-
miento del carácter moral, inmoral o amoral de las acciones de
cada persona con respecto a su propio código. Además y sobre
todo, han logrado hacer valer estas concepciones hasta imponerlas
a través de instancias diversas, con frecuencia formalmente ajenas
a su organización. Su código particular es sistemáticamente pre­
sentado como único, objetivamente válido para toda la comunidad
de fieles y para las comunidades ajenas a él. Los principios de la
moral cristiana se presentan ante el mundo como universalmente
válidos. Cualquier sistema moral que aspire a postular la validez
general de sus principios necesita, para ser tenido en cuenta, ape­
lar a principios tan universales como la propia realidad del deseo.
Presento aquí las consideraciones sobre lo bueno y lo malo que
establecen las Iglesias cristianas como ejemplo paradigmático de
discurso moral en función de esa convención, pocas veces cues­
tionada, por la que se reconoce la validez general de los principios
que estas religiones defienden. Entiéndase también que un análisis
en términos morales de los discursos gay y lèsbico es perfecta­
mente posible. Los discursos de las asociaciones, grupos o comu­
nidades de lesbianas y gays aparecen en el último capítulo por
tres motivos. En primer lugar, porque sus postulados están menos
representados (o son silenciados y distorsionados) por razones es­
tructurales, estratégicas o estadísticas. En segundo lugar, porque
debido a su carácter novedoso, son más controvertidos y no gozan
del peso de la tradición. Por último, los discursos lésbicos y gays se
fundamentan generalmente en valores éticos que no son de impo­
sición (que no deslegitiman “la heterosexualidad”, que no se sus­
tentan en postulados de superioridad o de adecuación única y
monopólica a una determinada concepción de “lo bueno”). Es
218 Los discursos articulados y sus implicaciones

pues, en general, un discurso plural de libre autodeterminación, de


diversidad y respeto, con una escasa tradición histórica y carente
de aspiraciones a la universalidad o referencias a la trascendencia.^
Existe una última razón para considerar que la visión que tie­
ne la tradición eclesiástica es “más moral” que otras posibles.
Esta razón no es otra que el privilegio de que gozan sus argu­
mentos a la hora de establecer normas de control, censura, repre­
sión o exclusión implementadas por terceras instancias desde su­
puestos de coherencia e independencia. Efectivamente, las
autoridades civiles y concretamente las estructuras legislativas y ju­
diciales, incapaces de establecer sus propios criterios, adoptan a
menudo como propios los postulados religiosos, a partir de los
cuales también “organizan” la vida (y la muerte) de todas las per­
sonas, incluyendo a lesbianas y gays. Que las visiones de la Iglesia
sean unas concepciones “más morales” significa, en este caso,
que están más promocionadas y protegidas, que se articulan más y
mejor con instancias sociales diversas, que se imponen o son im­
puestas con más efectividad e intransigencia. Y significa, además,
que son sistemáticamente convocadas a la hora de dar cobertura a
diferentes estrategias excluyentes propias de otras instancias. La
articulación de un derecho canónico, compuesto por el Nuevo
Testamento, y por numerosos cánones, reglas disciplinarias, de­
cretos y textos de obispos y concilios, señala esta imbricación del
pensamiento moral de la Iglesia con la jurisdicción civil.
Los sistemas morales que aquí analizo presentan postulados
absolutos, pero reconocen inevitables rupturas en cuanto a su
cumplimiento. Si el ideal de existencia moral tiene referentes sim­
bólicos precisos (para la Iglesia católica, la vida de Jesús, de María
o del amplísimo catálogo de santas, beatos y mártires), según esta
tradición, la Humanidad es, desde Eva, portadora de pecado y pe­
cadora. La moral es, pues, cuestión de acercamiento progresivo,

2 Cuando, de manera excepcional y sólo en fechas muy recientes, dicho dis­


curso entra a estudiar o analizar “la heterosexualidad”, lo hace con un exquisito
respeto. Por ejemplo, Katz afirma que cualquier eros tiene sus propias cualidades
éticas, estéticas y emocionales, así como valor personal al margen de la biología y
de la construcción social de su carácter. Katz, Jonathan Ned (1995), The inven­
tion of heterosexuality, Harmondsworth (Middlesex), Dutton - Penguin, p. 17.
Ningún texto académico presenta el nivel de desprecio paternalista o violenta
condena tan usuales en los innumerables análisis que, desde muy diversas pers­
pectivas, se han realizado sobre “la homosexualidad’*.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 219

de “camino de perfección”, y los traspiés no son definitivos: un


acto de confesión, contrición, arrepentimiento y penitencia no
permite el acceso a la condición inmaculada, pero sí limpia a la
persona, y la deja lista para el siguiente tropiezo. El camino que
ese código define presenta, para algunas personas, ciertos obstá­
culos, pero para otras es directamente impracticable. Las leyes
que regulan la sexualidad (“morales” o “convencionales”) se ba­
san también en el establecimiento de un ideal de legalidad, en el
reconocimiento (voluntario o forzoso) de lo definido como delito
por parte de quienes no cumplen sus premisas, y en el cumpli­
miento (certero) de una pena impuesta coactivamente.
En todo caso, estamos ante actos y no ante esencias; actos
variados y asequibles a todo el mundo, potencialmente universales
(“tentaciones de la carne”). Estamos ante estatutos no definitivos
o, mejor dicho, ante una doble esencia inconstante: producto di­
vino (a «imagen y semejanza» del Creador) y producto pecador
desde su origen. La constante transición de la esencia pecadora a
una coyuntura libre de pecado determina la visión que elabora la
moral cristiana de la realidad humana. Unos principios muy simi­
lares inspirarán la aproximación jurídico-legal a determinados
placeres que serán considerados delictivos.

4.1. LA DIFÍCIL CARACTERIZACIÓN DE UN SUJETO EXCLUIDO.


CONTRA NATURA, SODOMITA

«El día del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo fue prefi­


gurado, dicen San Agustín y San Jerónimo, por el fuego de
Sodoma, pues todos los sodomitas del mundo fueron aniquila­
dos aquella noche. El mismo San Jerónimo, comentando a
Isaías (VIII-x): ‘La luz ha sido tan potente, que ha destruido
a todos los que se entregaban a ese vicio. Es la obra de Cristo.
La lleva a cabo para desarraigar su inmundicia de toda la faz de
la tierra’.>/
Luis Sala-Molins
finales del s. XV

’ Sala-Molins pertenecía al Tribunal del Santo Oficio. Citado por Carrasco,


1985:39. La leyenda según la cual la Natividad de Jesús causó la muerte instan­
tánea de todos los sodomitas se establece a finales del siglo xn, cuando Fierre le
Chantre dedica una parte importante de su Verbum Abbreviatum a esta cuestión.
220 Los discursos articulados y sus implicaciones

«La Biblia denomina sodomitas a los jóvenes escandalosos,


prostitutos-culturales masculinos.»
**
Abraáo de Almeida, 1990

Las citas precedentes ilustran dos características básicas del dis­


curso de la moral cristiana sobre lo que acabará llamándose “la
homosexualidad”. De un lado, la hostilidad hacia las formas de
placer ajenas al esquema de la pareja heterosexual reproductora y
la erradicación de los (y quizás las) disidentes como efecto (o sig­
no) del Imperio Divino sobre la Tierra. Pocas veces la fantasía del
exterminio absoluto se ha planteado de forma tan explícita. De
otro lado, la confusión (y la ligereza estilística) a que lleva el ca­
rácter difícilmente definible de una categoría abstracta.
Sería un error considerar que los principios a partir de los que
las Iglesias cristianas consideran condenable “la homosexualidad”
son originales de esta tradición. Como señala Foucault, «no hay que
concluir que la moral cristiana del sexo en cierta manera estuviera
‘preformada’ en el pensamiento antiguo». Ahora bien, «muy pron­
to, en la reflexión moral de la Antigüedad, se formó una temática
de la austeridad sexual, alrededor y a propósito de la vida del cuer­
po, de la institución del matrimonio, de las relaciones entre hom­
bres y de la existencia de sabiduría. Y esta temática [...] ha con­
servado a través de los tiempos una cierta constancia» (1987:23).
La expresión “contra natura^' aparece por primera vez en las
traducciones de Las Leyes de Platón, donde el filósofo pretende

** De Almeida, Abraáo (1990), Homosexualidad. ¿Enfermedad o perversión?,


Deerfield (Florida), Vida, p. 9. El autor es de origen brasileño y el texto en cas­
tellano, publicado por una editorial de Florida, puede encontrarse fácilmente (y
a precio simbólico) en mercadillos de Madrid. Para una difusión tan amplia,
quizás la definición resulte algo confusa. Este panfleto es buena muestra de la
apelación de un determinado discurso eclesiástico a las ciencias médicas y psi­
quiátricas. Si “la curación” es un proceso guiado por doctores, la “motivación”
del sujeto parece esencial, y aquí los pastores de almas y la fe tienen un papel de­
cisivo: «¡Cuánto más vencedores son los que juntan su motivación al poder de
Dios!» (1990:57). Sobre los discursos y las estrategias anti-gays y anti-lésbicas de
los grupos neoconservadores en los Estados Unidos, se puede consultar: Patton,
Cindy (1993), «Tremble, Hetero swine!», en Warner, Michael (comp.) (1993),
Lear of a queer planet. Queer politics and social theory, Minneapolis, University of
Minnesota Press.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 221

establecer un modelo de polis ideal. Resulta patente que en toda


su obra anterior, Platón había caracterizado las relaciones entre
hombres (o más precisamente entre hombre adulto y muchacho
joven) como forma de placer natural, por encima de las relaciones
entre “personas de distinto sexo” (Boswell, 1992a). Lo que aquí
caracteriza como perjudicial para su modelo de organización so­
cial es el placer en general o, mejor dicho, esa posible tendencia
humana que hace de la búsqueda del placer un objetivo priorita­
rio, por encima de cualquier otro. Es ese hedonismo exacerbado
lo que despierta su desconfianza. Para Platón, no obstante, la
virtud es más un postulado ideal que una práctica de vida que
pueda (o deba) imponerse.
En principio, sodomitas son los y las habitantes de Sodoma.
La historia de Sodoma es, según nos cuenta la Biblia en Génesis,
19, la siguiente: dos ángeles llegados a la ciudad son acogidos
por Lot. Sus habitantes le exigen a éste que les permita “cono­
cerlos”, a lo que Lot responde ofreciendo a sus dos hijas «que no
han conocido varón», para que hagan con ellas «como bien [les]
parezca». Su ofrecimiento es rechazado. Los ángeles anuncian la
destrucción de la ciudad, que se cumple tras la salida de Lot y sus
hijas. Si bien el texto del Génesis resulta controvertido, existen, no k

obstante, otras condenas bastante más explícitas. El libro del Le- »

vítico (18,22) dice: «No yacerás con ningún hombre como se yace »

J
con una mujer; es una abominación», y después (Lev. 20,13): «Si
un hombre yace con otro hombre como se yace con una mujer,
ambos han cometido una abominación. Serán castigados con la
muerte; que su sangre caiga sobre ellos,»^

’ La exégesis tradicional de los textos bíblicos ha sido contestada con inter­


pretaciones bastante divergentes de las que suponen una clara hostilidad por
parte del Libro Sagrado. Boswell (1992a) señala que de las doce referencias a la
maldad de los habitantes de Sodoma que aparecen en el Antiguo Testamento,
ninguna hace referencia a sus hábitos (homo)sexuales. Por otro lado, una inter­
pretación posible del citado pasaje explica el castigo divino en función de un in­
tento de violación por parte de los sodomitas hacia los ángeles enviados por el Se­
ñor. La equivalencia entre "violación” y "homosexualidad” sería interesada.
Recientemente, la interpretación que se impone es la que deduce que el pecado
de Sodoma era la falta de hospitalidad. Esta hipótesis fue mantenida por el jesuita
John MacNeíH en un libro titulado The church and the homosexual, prohibido por
el Vaticano en 1979. A raíz de esta polémica, MacNeill abandonó la Compañía de
Jesús (Herrero Brasas, 1993b). Sobre el texto del Levítico, Boswell argumenta que
el término traducido por “abominación” (la palabra hebrea toevah] no designa un
222 Los discursos articulados y sus implicaciones

Estas citas bíblicas, al mismo tiempo bastante explícitas y sin


embargo, en cierto modo crípticas, no pueden entenderse sino en
el marco del catálogo de prohibiciones y condenas que forman
parte del Antiguo Testamento.^ Tanto el hecho de que la Iglesia
prefiera ignorarlas, y que las actuales condenas vaticanas no hagan
referencia a ellas, como el haber sido citadas ad nauseam por la
militancia gay y lesbica como quintaesencia de la condena reli­
giosa de las relaciones entre hombres (el lesbianismo no merece la
atención del Libro Sagrado), suponen concederle al Antiguo Tes­
tamento una importancia que no tiene; ni en el actual pensa­
miento de la ortodoxia cristiana, ni en el marco más general de los
discursos morales. Si nos pusiéramos a revisar la Biblia, podríamos
observar, como contrapunto, el amor particular entre Saúl y Da­
vid, entre Rut y Noemí o entre David y Jonatás?
En el Nuevo Testamento, son las epístolas de san Pablo las
que en ocasiones son citadas como condenatorias de las relaciones
entre mujeres o entre hombres (en particular, Rom. I, 26-27).
Tales relaciones son para Pablo contra natura en el sentido de

comportamiento intrínsecamente malo, sino contradictorio con las reglas desti­


nadas a mantener la pureza de los rituales judíos, y posiblemente amenazador
para la especificidad de su pueblo frente a los vecinos. Otras prohibiciones simi­
lares (como la de cortarse el pelo, o la de comer carne de conejo o cerdo, o fa­
bricar telas mezclando fibras diferentes, entre otras muchas), no fueron conside­
radas como de obligado cumplimiento por parte de los cristianos. Así, la ley
judía no explica la hostilidad; ésta toma como criterio de justificación tales textos,
dándoles una interpretación ad hoc.
Si (siguiendo con el libro del Levítico), todos los hombres que yacen con
mujeres lo hacen exactamente de la misma forma, reproduciendo un programa
camal preestablecido y dotado de una significación precisa (según la cual las
mujeres son objeto “paciente” de la acción masculina), entonces, efectivamente,
la pluralidad posible de programas camales asequibles a mujeres o a hombres en­
tre sí, en ausencia de un modelo de obligado cumplimiento supone, si no una
abominación, sí al menos una excentricidad. En todo caso, la reproducción de ese
modelo “heterosexual” por parte de quienes no cumplen (forzosamente) roles
predeterminados podría, quizás, considerarse abominable por innecesaria. Ésta
sería, sin duda, una exégesis perversa.
Samuel, 18:1 «Sucedió que el alma de Jonatás se anudó con el alma de Da­
vid y Jonatás lo amó como a su propia alma.» Tras la muerte de Jonatás, David se
lamentaba (Samuel, 1:26); «Tú eras para mí especialmente amable. Tu amor me
era más dulce que el amor de las mujeres.» Precisiones sobre éstas y otras parejas
no excesivamente célebres del imaginario cristiano, pueden encontrarse en Bos-
well, John (1996), Las bodas de la semejanza. Uniones entre personas del mismo
sexo en la Europa premoderna, Barcelona, Muchnik, pp. 245-283.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia jurídicodegal 223

que no se ajustan a la naturaleza de las personas que las practican,


que en su historia son, aparentemente, “heterosexuales”. En todo
caso, es una lectura particular de las Escrituras la que se impone
para dar lugar a una tradición condenatoria. BosweU señala que la
relación entre Jesús y Juan ha sido con frecuencia descrita por el
arte y la literatura como íntima, cuando no erótica. «Juan se re­
fiere seis veces a sí mismo como ‘el discípulo a quien Cristo ama­
ba', con lo cual no podemos dejar de preguntamos si, a juicio de
Juan, Jesús no ‘amaba’ a los otros apóstoles. Como mínimo, ha de
haber querido decir que Jesús sentía un afecto especial por él»
(1996:249).
Lejos de las historias de intimidad y afecto especiales que
abundan en la temprana mitología cristiana, la sodomía será, en
las interpretaciones canónicas de la Edad Media, la quintaesencia
de las prácticas contra natura^ aquéllas en que se desperdicia el se­
men, en que la “semilla masculina” se deposita en cualquier lugar
que no origine la procreación. Estas concepciones del “recep­
táculo adecuado” aparecen tanto en los escritos de santo Tomás
de Aquino como en los de san Agustín.
La negación de la sexualidad femenina en ausencia de hom­
bre, así como la primacía de la “semilla masculina” en el proceso
de reproducción, supuso una relativa ignorancia de las prácticas
lésbicas. Si bien éstas no podían entrar fácilmente en el ámbito de
la sodomía, y si bien las relaciones lésbicas por sí mismas no die­
ron lugar, salvo casos excepcionales, a procesos o condenas, ello
no significa que los placeres femeninos no fueran castigados.
Aunque es cierto que las primeras disposiciones condenatorias
romanas (los Edictos de Constantino y Teodosio de los años 342 y
390 respectivamente), hacían referencia al stupro masculorum, el
primero de ellos fue interpretado a lo largo de la Edad Media
(apelando a san Pablo), de modo que pudiera incluir a las muje­
res. La primera disposición que condena explícitamente la sodo­
mía entre mujeres data del año 1270 (aproximadamente). Se trata
del Código de la ciudad de Orleans denominado Lz livres dijosti-
ce et de piel. En él se contempla la muerte en la hoguera para la
mujer que comete sodomía por tercera vez. Los castigos para las
dos primeras ocasiones son la amputación de “un miembro” por
cada acto, sin más precisiones (en el caso de los hombres se trata
de los testículos y, en caso de reincidencia, de “el miembro”
—“viril”—; siendo también la hoguera el castigo a los recalci­
224 Los discursos articulados y sus implicaciones

trantes). En todo caso, las penas son equiparables y se expresan en


los mismos términos.®
Los actos contra natura, en principio asociados a los no pro­
creativos, por extensión, pasaron con frecuencia a referirse a todas
aquellas prácticas en las que el objetivo primordial era el placer.
Así, la sodomía quedaba incluida en el catálogo de actos de lujuria,
y podía incluir la zoofilia (el bestialismo), la masturbación (onanis­
mo), la penetración anal entre un hombre y una mujer y las rela­
ciones homosexuales. La sodomía era un cajón de sastre que mar­
caba la distinción entre sexualidad no reproductiva y reproductiva.
Su especificidad como categoría legal siempre fue, cuando menos,
ambigua.^ De este modo, otros actos de lujuria no eran catalogables
como contrarios a la naturaleza, toda vez que el carácter repro­
ductivo estaba presente. Así, la imposición violenta del hombre
sobre la mujer (“la violación”) o el adulterio (también entre hombre
y mujer) no quebrantaban el principio divino de la procreación y,
desde este punto de vista, eran comparativamente menos graves.

® Entre Juan Crisòstomo y Tomás de Aquino, muchas son las interpretaciones


de san Pablo que establecen claramente que las mujeres están también sujetas a la
prohibición. Por ejemplo, en 1555, Gregorio López hace una interpretación de
Las Siete Partidas (cuya Ley II, en su Título 21 establece la pena de muerte para
los sodomitas), aclarando que también se refiere a las mujeres. Un contemporáneo
suyo, Antonio Gómez, sugiere la hoguera en los casos de utilización de “instru­
mentos materiales” y penas más leves en ausencia de éstos. Cromton, Louis
(1980), «The myth of lesbian impunity. Capital laws from 1270 to 1791», Journal
of Homosexuality, 6, 1 / 2, pp, 11-25. Los dos únicos casos de mujeres juzgadas
por sodomía en Sevilla que analiza Perry (1989), encajan en ese criterio de utili­
zación de instrumentos con fines sexuales. Una de ellas fue azotada y condenada
al exilio. La otra fue ahorcada en 1624 por “robos, asesinatos y audacidades”.
Véase también Brown, 1989. Las condenas por brujería, por otro lado, tenían a
menudo componentes sexuales explícitos. Entre el 70 y el 90% de los casos de
brujería en el Norte de Europa afectaban a mujeres, consideradas más débiles y
susceptibles de caer en la tentación satánica. En los casos de hombres acusados de
brujería no se encuentran componentes sexuales (Turner, 1989:132). No es tanto
que la brujería tenga componentes sexuales; más bien es la negación de la sexua­
lidad femenina en general lo que lleva a caracterizar cualquier exceso de sacrile­
gio: «toda bruja nace en un caldo de cultivo que preconiza la represión erótica, la
castidad, la vergüenza; toda bruja fue pudorosa, recatada, y por ello mismo el pri­
mer acto como tal es su rebeldía espectacular contra el cristianismo, su desespe­
ración por no poder deshacerse de la sombra maléfica del Crucificado: su blas­
femia es una oración invertida». Senosiain, 1981:79.
’ Weeks, Jeffrey (1981), Sex, politics and society. The regulation of sexuality
since 1800, Burnt Mill, Essex, Longman, p. 107.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 225

La admisión o más bien el ensalzamiento por parte de los


pensadores de la Iglesia del celibato durante más de la mitad de su
historia (su imposición a los sacerdotes y su promoción como
modo de vida adecuado para hombres y mujeres) plantean, no
obstante, una contradicción de fondo a este argumento. El celi­
bato («práctica que la corriente principal del judaismo conside­
raba moralmente cuestionable, y la mayoría de los paganos sin
sentido ni ventaja práctica alguna» —Boswell, 1996:206—) sería,
sin duda, tan contra natura como la más antinatural de las prácti­
cas. Sin embargo, pese a ser una opción estéril, será considerada
como no placentera, como un sacrificio sólo concebible a partir
de una total entrega a Dios. Más que la semilla, parece ser el pla­
cer lo que está en juego.
El carácter confuso de la categoría “sodomía” permitió du­
rante siglos la coexistencia en Europa de formas de represión ra­
dicales (muerte en la hoguera, entre otras formas de ejecución),
con una tolerancia bastante extendida. Una tolerancia basada
en el hecho de que la mayor parte de las relaciones entre hom­
bres (o, más claramente, entre mujeres), no eran consideradas en
términos de sodomía. Esta ambigüedad del término se ha mante­
nido hasta el presente. De hecho, el carácter marcadamente alea­
torio de su posible aplicación es uno de sus rasgos característicos
que perviven en otras categorizaciones posteriores. Sin embargo,
el régimen de la sexualidad impuesto, de igual modo que ha aca­
bado con la ejecución como solución al problema del pecado
contra natura, también ha acabado con una muy extendida indi­
ferencia hacia las formas de vivir afectos y placeres, y si aún man-

Incluso en la tradición judía, los predicadores ya tenían una imagen ascé­


tica, y el celibato del propio Jesús a los treinta años no planteaba ni inquietud ni
curiosidad; era tan sólo un detalle que no desentonaba con el ejercicio de su vo­
cación profetica. De hecho, en contra de esa misma tradición judía, el matrimonio
acabó siendo considerado como un instrumento de ordenación de la vida de
quienes no habían sido llamados por el camino de la continencia, Entre los años
400 y 1000, el amor apasionado desaparece de la literatura. Correlativamente, el
matrimonio pierde importancia: no ya el placer sexual, sino incluso cuestiones
como la herencia o la descendencia eran consideradas demasiado “materialistas”
para el pensamiento ascético imperante. De hecho, el matrimonio no fue esta­
blecido como sacramento hasta el año 1215. Sólo entonces, “la familia biológica”
pasa a ser el centro de la sociedad cristiana. Brown, Peter (1993), El cuerpo y la so­
ciedad. Los cristianos y la renunáa sexual, Barcelona, Muchnik. Boswell, 1996:205-
208 y 286-290.
226 Los discursos articulados y sus implicaciones

tiene ese carácter aleatorio, ahora los criterios son mucho más ri­
gurosos.
Pese a sus inconveniencias (o acaso gracias a esa ambigüe­
dad), el término tendrá mucha aceptación en los círculos canóni­
cos que articulan condenas severas de las relaciones entre perso­
nas del “mismo” sexo. Como justificación de la condena se utiliza
el famoso pasaje bíblico en el que el fuego divino arrasa Sodoma,
pero a la hora de explicar la hostilidad se apela a unas concep­
ciones particulares sobre lo natural y lo no natural, argumentos ya
examinados como base de prácticas no articuladas de distancia-
miento.
El carácter no natural (versión radicalizada —y simplifica­
da— de lo contrario a la naturaleza), atribuido a las relaciones en­
tre hombres o entre mujeres, se basará pues, aun a riesgo de in­
coherencia, en su carácter no reproductivo. Ello explicaría la
variedad de prácticas que podían ser catalogadas como contra
natura^ así como la relativa ignorancia del lesbianismo (siendo
las mujeres consideradas meras portadoras de la semilla del hom­
bre). En el hombre se localizaba el calor y la vida y, consecuente­
mente, la capacidad de engendrar. La reproducción era respon­
sabilidad masculina y el deber del hombre era poner la semilla al
servicio de su comunidad. Este análisis contrarresta la visión as­
cética de la continencia y apela a considerar las altas tasas de
mortalidad de las sociedades antiguas y medievales, y la impor­
tancia que para la mera supervivencia de los pueblos tenían unas
tasas de natalidad elevadas (Brown, 1993).
El criterio de la reproductividad y la descendencia no es ori­
ginal ni exclusivo del pensamiento cristiano. Boswell señala que
pueden encontrarse antecedentes en «el judaismo helenístico, el
pensamiento estoico, el neoplatonismo alejandrino y el prejuicio
popular romano». Si bien, durante muchos siglos, el pensamiento
cristiano no le dedicó demasiado interés, llegó a ser considerado
un criterio de fácil articulación, explicación y verificación como
principio de control y dominio de las personas a través de la rea­
lidad variopinta y confusa de las relaciones carnales. Este mismo
autor sostiene que la hostilidad por parte de las Iglesias cristianas
hacia las relaciones intermasculinas sólo puede entenderse en el
marco de ese requisito de descendencia que se articula cuando, a
comienzos del siglo xm, el matrimonio queda establecido como
sacramento y la “familia biológica” como unidad de la sociedad
Los discursos de una moral excluyeme y su trascendencia juridico-legal 227

cristiana. La institución santificada del matrimonio es menos sus­


ceptible de control y, en cierto modo, puede escapar con más fa­
cilidad a sus mecanismos, aunque (teóricamente) la ulterior im­
posición generalizada del sacramento de la confesión no dejará a
nadie a salvo de la vigilancia."

El control de si y la demonización del abandono al placer

«En la doctrina cristiana de la carne, la fuerza excesiva del pla­


cer encuentra su principio en la caída y la falta que señala des­
de entonces a la naturaleza humana. Para el pensamiento clási­
co griego, esta fuerza es por naturaleza virtualmente excesiva
y la cuestión moral será la de saber cómo enfrentar esta fuer­
za, cómo dominarla y asegurar su conveniente economía.»
(1987:50)
Michel Foucault, 1976

Como señala Foucault, el principio de control de sí y de rechazo


de formas de placer independientes de los condicionamientos de
la vida social, tampoco es original del Cristianismo. Sin embargo,
acabará por convertirse en un fundamento básico de las morales
eclesiásticas. El goce sin más es inaceptable, no sólo para la moral
cristiana, atada a los principios del crecimiento y la multiplicación
en un valle de lágrimas, sino incluso antes. Este es, siguiendo con
Foucault, el argumento que subyace a la obra tardía de Platón.
«El acento se coloca sobre la relación consigo mismo que permite
no dejarse llevar por los apetitos y los placeres, conservar res­
pecto a ellos dominio y superioridad, mantener los sentidos en un
estado de tranquilidad, permanecer libre de toda esclavitud inte­
rior respecto de las pasiones y alcanzar un modo de ser que puede
definirse por el pleno disfrute de sí mismo o la perfecta soberanía
de sí sobre sí mismo.»^^

” Boswell, 1996:209; Boswell, John (1992b) «Categories, experience and se­


xuality», en Stein (comp.), 1992 y Boswell, 1992a. En su origen, el principal ob­
jetivo de la confesión era el control de las creencias y las prácticas ortodoxas fren­
te a las herejías. Turner, 1989:127.
Foucault, 1987:51. También en la Roma pagana, como señala Brown
(1995), se desarrollaron postulados de moderación y continencia. En este caso, el
postulado de la contención que se establecía para los hombres era justificado de
dos maneras. Por un lado, el dominio de las pasiones permitía mantener el calor
228 Los discursos articulados y sus implicaciones

Los postulados de autocontrol y dominio de las pasiones pro-


mocionados por la estructura eclesiástica, tienen también equiva­
lentes en los posteriores sistemas de pensamiento moral de orden
civil o no canónico. Éste es, por ejemplo, el caso de las teorías ra­
cionalistas de la Ilustración. Para René Descartes, «las almas más
fuertes son las de aquellos cuya voluntad puede vencer más fácil­
mente las pasiones e impedir los movimientos del cuerpo que las
acompañan. Pero hay quienes no pueden experimentar sus fuer­
zas, porque nunca hacen combatir a su voluntad con sus propias
armas, sino con las que le proporcionan unas pasiones para resis­
tir a otras. Lo que yo llamo sus propias armas son juicios firmes y
determinados sobre el conocimiento del bien y del mal, según
los cuales ha resuelto conducir sus actos y su vida». Descartes sos­
tiene que sólo los hombres «débiles e irresolutos» se dejan llevar
por lo que les dictan sus pasiones, y que «incluso los que tiene las
almas más débiles podrán adquirir un dominio absoluto sobre
todas sus pasiones si emplean bastante industria en adiestrarlas y
*
^
conducirlas».
La infravaloración en términos morales de la experiencia cor­
poral placentera, conserva en el presente una vigencia a menudo
ajena a las concepciones religiosas. El placer como experiencia
moralmente inferior (“animal”), en contraste con el sentimiento o
la espiritualidad; los genitales como parte denostada o vergon­
zante de la anatomía, en contraste con el corazón o el cerebro, son
ideas que mantienen aún hoy un considerable potencial simbólico.
El placer y el sexo afrontan con frecuencia la necesidad de
una justificación moral que trasciende el ámbito de la fe: el ma­
trimonio como piedra angular de la organización social, la re­
producción como fin supremo de éste y el amor como elemento
que justifica todo ello son las excusas fundamentales que se adu­
cen en la actualidad.
*" Además, la experiencia estética, el cum-
interior (el semen), de modo que se conservaba la vitalidad y, sobre todo, la viri­
lidad. Abusar del placer debilitaba la semilla y el hombre podía “afeminarse”. Por
otro lado, la contención mantenía al hombre libre de una dependencia con res­
pecto a la mujer, al tiempo que, en cierto modo, se establecía un principio de des­
legitimación de los más brutales actos de violencia sexual.
Descartes, René (1994), Tratado de las pasiones del alma, Barcelona, RBA
Editores, Artículo XLVIII, pp. 111-12 y 114. Publicado por vez primera en 1649.
El matrimonio en el mundo antiguo era, sobre todo, una cuestión de
acuerdo sobre propiedades y posterior gestión de la descendencia. El amor no era
considerado (como en la actualidad) un prerrequisito; podía llegar con el tiempo,
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia jurídico-legal 229

plimiento de los deseos fanliliares, la colaboración con un pro­


yecto de convivencia colectiva determinado o la construcción de
una relación íntima y duradera pueden también servir (o han po­
dido servir en algún momento) de pretexto. Como escribe Rubin
(1993), la gastronomía o la astronomía, que pueden constituir
fuentes de gozo o diversión, no necesitan de tanto aparato de
justificaciones. O al menos han dejado de necesitarlo. La consi­
deración moral de la gula no es una prioridad vaticana, y el des­
pilfarro o la mala utilización de los recursos han dejado de ser,
en buena medida, elementos exclusivos de un discurso moral
cristiano. La condena de Copérnico, por su parte, ha dado lugar
(con cinco siglos de retraso), a un proceso de rehabilitación por
parte de la jerarquía católica, con el que se contribuye a mitigar
un conflicto que tradicionalmente ha enfrentado a la religión
con la ciencia.
Si bien los postulados del control de sí no son un elemento ni
nuevo ni exclusivo del pensamiento de la Iglesia, en el ámbito de
la moralidad cristiana adquieren unas características particulares.
La relación privilegiada que establecen los discursos de la moral
religiosa entre el placer excesivo (y el placer “no natural” siempre
es excesivo), y el pecado o la enfermedad “del espíritu”, es un
elemento clave en la instauración de un régimen tanatocrático.
«La tanatocracia es una ideología de desprecio del cuerpo, que
predica que el placer debe pagarse al elevado precio de la muer­
te. Pero es, sobre todo, una ideología de desprecio de la vida, que
afirma que la muerte es un nuevo nacimiento, un re-conocimien-
to, el lugar de advenimiento del sentido» (Mangeot, 1995:66). La
condena moral del placer tiene siempre a la muerte en el hori­
zonte, bien sea para promover la idea de la felicidad celestial
eterna para los virtuosos, bien sea para mantener la amenaza de
un castigo eterno para los pecadores. La trascendencia, la idea de
que todo se resolverá en una dimensión ajena de dicha o tor­
mento, y la idea de que es esa vida tras la muerte la decisiva, per­
miten a las instancias religiosas analizar con cierta ligereza el

pero podía no aparecer nunca. Del mismo modo, el matrimonio no era el espacio
en que se resolvían en su totalidad los afectos y los placeres, ni siquiera la mayor
parte de éstos o los más significativos. La consagración del matrimonio como sa­
cramento está relacionada con su establecimiento como reducto de la gratifica­
ción sexual. BosweU, 1996.
230 Los discursos articulados y sus implicaciones

prosaico mundo material en que se desarrolla la existencia; tanto


la de quienes creen en ese más allá, como la de quienes no lo
hacen.
El postulado del control de la propia pasión, que en principio
es formulado de forma general, pasa a ser particularmente apli­
cable a los sodomitas. La semilla masculina debía ser utilizada de
manera moderada pero productiva: siempre emplazada en el lu­
gar adecuado y siempre ordenados sus resultados en la institución
social de “la familia”. Al ser catalogados los sodomitas como aje­
nos al postulado de responsabilidad reproductora y a la institu­
ción del matrimonio, la caracterización de la dimensión social de
sus prácticas corporales de placer sólo es posible desde un prisma
condenatorio. De no ser más que un medio de “contención de la
concupiscencia”, el matrimonio pasa a ser la “célula básica de la
sociedad” para acabar monopolizando las posibilidades de amor
socialmente reconocidas. Para quienes no encajan en ese modelo,
lo único que queda es “sexo”. Se establece así un estereotipo
según el cual “la sexualidad” (o, digamos, el impulso carnal) de
los sodomitas es desbordante y difícil de controlar. Y estará por
ello tanto más necesitado de conminaciones a la moderación. En
la condena del placer sodomítico hay también un componente va­
gamente mítico-imaginario: las fantasías y los fantasmas sobre la
posibilidad de renuncia al poder, al control, a la actividad; la
posibilidad de abandonarse al placer, de dejarse poseer, de llegar
a un «éxtasis anorgásmico» (Bersani, 1995a:99), de entregarse a
un desarrollo ininterrumpido del sexo.
Quizás sea éste el motivo por el que las conminaciones a la
moderación no hayan sido articuladas de manera tan rigurosa
cuando se refieren a las mujeres. Su realidad hipercorpórea, deri­
vada de su exclusión de los ámbitos de lo público y lo político, y
de su consideración como “receptáculo de semilla” y objeto a
disposición de los hombres; así como el hecho de no haber sido
consideradas interlocutoras válidas a la hora de organizar esa
“economía de los placeres”, han dejado a las mujeres al margen
del debate sobre la contención. Sin embargo, en el contexto de la
polémica feminista en contra de la pornografía, algunas voces se
han alzado frente a la representación de las mujeres como sujetos
abandonados al placer. Una de las cláusulas que hubiera permiti­
do denunciar representaciones pornográficas en la propuesta de­
fendida por MacKinnon y Dworldn en la ciudad de Mineápolis en
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 231

1984, incluía las representaciones de la mujer en posición de «su­


misión sexual» o «servidumbre sexual», incluyendo aquéllas en
que las mujeres «invitaran a la penetración». Las feministas con­
trarias al movimiento anti-pornografía adujeron por entonces que
la «invitación a la penetración» (y otras prácticas cuya represen­
tación hubiera podido desaparecer radicalmente, como el sado-
masoquismo o el hondage), podían formar parte de la sexualidad
placentera y mutuamente consentida de las mujeres y los hombres
(al margen de que fueran o no lesbianas o gays), y que prohibirlas
respondía a una moral contraria a la lucha (feminista) por la li­
bertad (sexual) de las mujeres.
Si el feminismo no-antipomográfico señalaba que con eliminar
las representaciones del abandono sexual no se combatía la violen­
cia sexista (bien vigente mucho antes de que se desarrollara la por­
nografía de manera masiva), y que el consentimiento debía bata­
llarse en otros frentes, ese abandono, en el imaginario gay, tenía
también sus defensores. Frente a la «economía del placer» que
buscaban los griegos y que la moral católica impone restringiendo
el placer sexual legítimo (y la violencia misógina) al matrimonio he­
terosexual, Bersani establece una propuesta radical: «La ‘obsesión’
de los gays por el sexo, lejos de ser negada, debería ser motivo de
celebración, no por sus virtudes comunitarias, no por su potencial
subversivo como parodias del machismo, no porque ofrezca un
modelo de pluralismo genuino a una sociedad que celebra tanto
como castiga ese mismo pluralismo, sino más bien porque nunca
deja de re-presentar el macho fálico internalizado como un objeto
de sacrificio infinitamente amado. La homosexualidad masculina
anuncia el riesgo de la auto-dispersión propia de lo sexual, el
riesgo de perder de vista el yo, y al hacerlo, propone y representa
peligrosamente el gozo como modo de ascesis» (1995a:115). A la
condena moral del placer pronto se unirá una condena legal y el
gozo sin más, y en particular el placer sodomitico, quedará larga-

Duggan, Hunter y Vanee, 1995. Esa disposición y otras similares adoptadas


en diversos lugares de los Estados Unidos fueron, en última instancia, declaradas
inconstitucionales por vulnerar la Primera Enmienda que garantiza la libre ex­
presión. El discurso feminista que se oponía al feminismo anti-pornográfico se­
ñalaba que este movimiento sólo se preocupaba por las representaciones sexuales
y que, en cambio, apenas denunciaba otras representaciones abundantemente se­
xistas (como la publicidad) o violentamente misóginas, aunque no tuvieran un
contenido sexual explícito.
232 Los discursos articulados y sus implicaciones

mente excluido de los modos de ascesis y de auto-dispersión reco­


nocidos.

4.2. LA AMBIGÜEDAD DEL ÁMBITO JURÍDICO-LEGAL


Y LA RECUPERACIÓN DEL PREJUICIO

«Establecemos y mandamos que cualquier persona, de cual­


quier estado, condición, preeminencia ó dignidad que sea, que
cometiere el delito nefando contra naturam, seyendo en él con­
vencido por aquella manera de prueba, que según Derecho es
bastante para probar el delito de heregía ó crimen de laesa
Majestatis, que sea quemado en llamas de fuego en el lugar, y
por la justicia á quien pertenesciere el conoscimiento y punición
de tal delito.»^^
Pragmática de Medina del Campo, 1497

En el momento en que se promulga la Pragmática de Medina del


Campo, se está asentado en Europa la idea de que los poderes ci­
viles tienen un papel destacado en el control de los afectos o los
placeres considerados ilegítimos. Que la sodomía sea considerada
un «delito de heregía» supone, efectivamente, la imbricación de
los ámbitos civil y religioso, coincidentes en lo que a la condena
de la heterodoxia sexual se refiere. La connivencia entre moral
cristiana y derecho tiene un porvenir de varios siglos que no esta­
rá exento de conflictos. El carácter más o menos intransigente de
la condena o más o menos exhaustivo en su aplicación, la justifi­
cación de la represión de la sodomía, y las formas que adopte di­
cha represión, definen esta relación de entendimiento y conflicto
entre ley y moral.
Cabría suponer que los sistemas de legislación accedieran al
cuerpo de análisis canónico una vez hubiera llegado éste a un
acuerdo sobre sus principios. Sin embargo, las primeras disposi­
ciones que condenan la sodomía parten del ámbito de la legisla­
ción civil, en un momento en que la postura de la Iglesia no sólo
está poco definida, sino que prácticamente no existe. Es el dere­
cho germánico de los pueblos que se asientan en la Península

La Pragmática de Medina del Campo fue promulgada por los Reyes Cató­
licos el 22 de agosto de 1497. Citado por Carrasco, 1985:41.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 233

Ibérica el primero en articular disposiciones condenatorias. Así,


en el año 506, en Portugal, Alarico II establece las primeras penas
(ostracismo, latigazos, castración o pena de muerte). También los
edictos de Chindasvinto (que en el año 650 estipulaba la castra­
ción en la España visigótica), y el de Recesvinto del año 654 (que
confirma esa pena), se apoyan en el Antiguo Testamento, y en
una tradición moral cristiana vagamente condenatoria pero sin
vocación punitiva: la institución eclesiástica permanece al margen
de su promulgación. La disparidad cultural, lingüística, étnica o
religiosa en la Península Ibérica daba paso, con la conversión
de los invasores, a la constitución de un germen de unidad ficti­
cia, basado en un código de moralidad estricto. La moral cristia­
na contaba con un potencial de unificación simbólica de las co­
munidades ibéricas del que, en esas circunstancias, carecía
cualquier otro sistema de valores. Una parte de este proceso de
integración se plasmó en la concesión de un estatuto legal a unas
condenas morales que hasta entonces, como sucedía con Platón,
pertenecían más a la esfera de los postulados que a la de las nor­
mas de estricto cumplimiento.
De hecho, hasta el siglo XIII, la Iglesia es muy reacia a tomar
posturas y a fundamentar compromisos en un sentido u otro, lo
cual contrasta vivamente, por ejemplo, con los denodados es­
fuerzos que desarrolló durante siglos para imponer de forma in­
discutible el celibato a los sacerdotes. A partir de estas fechas se
puede señalar en toda Europa un auge de la intolerancia de la que
ya no es ajena la Iglesia, y que afecta particularmente a los sodo­
mitas y a la población judía, pero que se extiende también a mu­
sulmanes y herejes. La “incontinencia contra natura'' era por pri­
mera vez condenada por el Tercer Concilio de Letrán del año
1179, cuyo canon 11 decretaba para los clérigos culpables la re­
nuncia al sacerdocio o la confinación de por vida en un monaste­
rio. Como ya hemos visto, los enemigos político-militares, reli­
giosos, étnicos o ideológicos reciben a menudo la acusación de
“homosexualidad”. Éste fue el caso de los musulmanes, pero
también de los herejes. Si los enemigos eran sodomitas, los sodo­
mitas eran enemigos. La intransigencia en la condena pasa a ser
también característica de la aproximación de la moral cristiana a la
sodomía.
La construcción de una ortodoxia, de una coherencia, de una
comunidad política y religiosa unificada, se realiza a través de
254 Los discursos articulados y sus implicaciones

prácticas de distanciamiento. Para la población judía se construyó


un mito según el cual una parte de sus ritos incluía el sacrificio de
un niño cristiano?^ La infancia sería igualmente amenazada por
los sodomitas y los musulmanes. La comunidad política y la co­
munidad espiritual establecen los mismos chivos expiatorios. Pe­
cado y delito (y, más tarde, enfermedad), pasan a ser intercam­
biables; remiten el uno al otro y conforman criterios de exclusión
a menudo coincidentes en sus efectos.
En el siglo XIU, coincidiendo con la Escolástica y con la con­
dena de santo Tomás de Aquino, aparece la primera de una larga
serie de condenas a muerte legisladas por diversas autoridades ci­
viles: el Fuero real de Alfonso X El Sabio. A partir de ese mo­
mento se generalizan por toda Europa las disposiciones que pre­
vén la ejecución de los culpables. Así sucede en numerosas
disposiciones municipales adoptadas en Italia. En Bolonia, el exi­
lio a perpetuidad o la hoguera son decretados en 1259. En Pisa,
Siena (1324) y Florencia (un año más tarde), también se decretan
diferentes penas. En todos los casos, son referentes religiosos los
que justifican su adopción, pese a que las penas que impone el de­
recho canónico continúan siendo comparativamente mucho me­
nos severas. La Pragmática de Medina del Campo, promulgada
por los Reyes Católicos en 1497, confirma una condena que, en ri­
gor, hubiera debido apartar del trono muy pronto a los reyes
Juan II y Enrique IV de Castilla.^® Esta hostilidad tampoco pare-

No deja de ser una ironía que la especificidad del cristianismo se desarro­


llara, en lo que a moral sexual se refiere, a partir, precisamente, de los rigurosos
principios judíos. «Los códigos estrictos de disciplina sexual se hicieron para que
cargasen en buena medida con la tarea de proporcionar a la Iglesia cristiana un
código de conducta diferenciado. Las prohibiciones sexuales siempre habían
distinguido a los judíos, al menos a sus ojos, de la siniestra indefinición de los gen­
tiles. Estas se reafirmaban ahora con excepcional vigor. Los códigos matrimo­
niales cristianos se volvieron aún más idiosincrásicos gracias a unos pocos rasgos
novedosos, como la supresión del divorcio y el creciente prejuicio contra los
nuevos matrimonios de viudas y viudos.» Brown, 1995:94-95.
«La relación homosexual más famosa en la historia de España es la que se
dio entre Juan II (1404-1454) y su amante de más edad, Alvaro de Luna (cerca
1590-1453) [...] Juan y Alvaro permanecieron juntos durante treinta y cinco
azarosos años. Lucharon juntos contra una aristocracia hostil, huyendo juntos a
veces de fuerzas superiores. El fin llegó cuando el rey volvió a casarse tras la
muerte de su esposa; su nueva esposa, madre de la gazmoña Isabel la Católica, lo­
gró forzar la destitución y posteriormente la ejecución de Alvaro. El rey murió un
año después. Los gustos homosexuales del hijo de Juan, Enrique IV (1425-1474)
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-légal 235

ce afectar decisivamente a las altas jerarquías del Vaticano. La


doble moral, de hecho, se hace especialmente patente en el Re­
nacimiento. No sólo los Papas León X (1513-1521) y Julio III
(1550-1555) compartían su lecho con muchachos jóvenes, sino
que, en general, el Vaticano no quiso prescindir de artistas muy le­
janos del debido respeto a los imperativos de la moral, como Leo­
nardo, Caravaggio, Cellini o Miguel Ángel. Otro tanto sucedía en
los ambientes cortesanos de buena parte de los reinos europeos;
las leyes que se hacían en palacio sólo parecían susceptibles de ser
aplicadas estrictamente fuera de éste. La condena penal, intransi­
gente en su formulación, exhaustiva en su competencia y radical
en sus efectos, nunca llega a ser rigurosamente aplicada.
Pero aunque la condena no se aplique con rigor, periódica­
mente se producen ejecuciones que conmocionan a la sociedad.
Los sodomitas ejecutados procedían casi siempre de las clases po­
pulares. En las Noticias de Madrid (diciembre de 1622), en pleno
reinado de Felipe IV, podemos leer: «A 5 quemaron por el pecado
nefando a cinco mozos. El primero fue Mendocilla, un bufón. El
segundo, un mozo de cámara del conde de Villamediana. El terce­
ro, un esclavillo mulato. El cuarto, otro criado de Villamediana. El
último, fue don gaspar de Terrazas, paje del duque de Alba. Fue
justicia que hizo mucho ruido en la corte.» En 1626, señala el mis­
mo medio, «A 18 dieron tormento en la cárcel de corte»; poco des­
pués «quemaron dos mozuelos por el pecado nefando; y el uno era
de los que culpaban a don Diego Gaytán [...], el cual se desdijo a
voces por las calles cuando le llevaban a quemar. Hizo mucha lás­
tima en toda la corte». (Citado por Temprano, 1994:498-99). En
1637, el fuego se vuelve a encender en la Puerta de Alcalá...
La Biblia había proporcionado los argumentos más satisfac­
torios para justificar la muerte de los sodomitas, al ser su palabra
(paradójicamente) tan indiscutible como susceptible de interpre­
tación. Esta preeminencia bíblica en la condena Ueva a las autori­
dades religiosas a formar parte de las instancias judiciales encar­
gadas de ordenar la realidad contra natura a través de los Tribu­
nales de la Inquisición. La condena, que a menudo consistía en la
muerte en la hoguera, era ejecutada por la parte civil. Con el

han sido tratados más abiertamente [...] Enrique fue destronado en efigie por
‘puto’.» Eisenberg, Daniel (1990), «Juan II - Enrique IV», Entiendes... ?, 13, ju­
nio-agosto, p. 19.
236 Los discursos articulados y sus implicaciones

paso del tiempo, la policía y los jueces van siendo solicitados para
la represión cada vez más indiscriminada de afectos y placeres casi
siempre ajenos. Se acaba así progresivamente con una indiferencia
moral bastante extendida que se remontaba al mundo clásico;
con una «yuxtaposición de severidad y tolerancia» que Brown
denomina “dualismo benevolente” (1993:49). El cuerpo y el alma
eran consideradas realidades diversas, y el primero planteaba en
ocasiones exigencias a las que era difícil no dar satisfacción.
A medida que la represión se generaliza, a medida que cuerpo
y alma (o, en otro sentido, moral y ley) son consideradas realida­
des en simbiosis, los ámbitos legal-jurídicos se ven en la necesidad
de precisar sus valoraciones y, en definitiva, de definir las reali­
dades delictivas de forma crecientemente detallada. Se reduce así
de forma progresiva la tradicional indefinición que (sobre todo)
en temas de ordenamiento sexual caracterizaba a la mayoría de los
sistemas de legislación que se iban articulando. La ley podía ser
ambigua, como lo eran los principios morales en que se basaba,
pero cada vez que era sometida a un caso de aplicación concreto,
debía ser precisada, explicada, justificada.^^ Paradójicamente, los
esfuerzos por reprimir una realidad le daban a ésta una progresi­
va publicidad que no contradecía los supuestos de la censura,
sino que, al revés, confirmaba su carácter selectivo. La condena
moral ya era formalmente intransigente y se expresaba en la par­
ticipación eclesiástica en juicios y sentencias en los que se antici­
paba (o substituía) un anunciado Juicio Final. Al participar en los
juicios sobre la tierra, la jerarquía de la Iglesia contribuye a que el
pecado nefando (al menos etimológicamente) deje de serlo. Por
otro lado, en este proceso se gesta el papel cada vez más crucial
que tendrá “el sexo” en la evolución del discurso de la moral
cristiana.
Aun en ausencia de disposiciones legales específicas que cri­
minalizaran placeres y afectos entre personas del “mismo” sexo,
los sistemas judiciales harán de determinados delitos (especial­
mente del “escándalo público” y de la “corrupción de menores”)
un elemento de represión privilegiado. Así, la ley se constituye
como ámbito progresivamente coherente en su apreciación con­
denatoria de las relaciones entre hombres y, en menor medida, en-

Danet, Jean (1977), Discours politique et perversions sexuelles, Nantes,


Centre de Recherche Politique.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 237

tre mujeres, incluso en ausencia de disposiciones legales concretas.


Si la condena del “acto en sí” ya había sido justificada bíblica­
mente, estos dos supuestos (que pretenden mantener una conde­
na inflexible sin hacer necesariamente de ésta un principio de
aplicación exhaustiva), impulsa aún más el desarrollo de los ar­
gumentos morales.
La evolución de los poderes legislativo y judicial se caracteriza
en otros ámbitos por el desarrollo de un sistema de pensamiento
no necesariamente dependiente de los órdenes que construyen la
verdad trascendente o científica. Sin embargo, en lo que se refie­
re a la regulación de la vida afectiva y sexual de la ciudadanía, se
muestra incapaz de elaborar un análisis propio, de construir un
discurso a partir de los principios que lo orientan en muchos
otros campos de su actuación. Podría esperarse que esto empeza­
ra a ser posible a partir de la Revolución Francesa y de la Ilustra­
ción. No obstante, los principios revolucionarios de libertad,
igualdad o fraternidad y el postulado del imperio de la razón hu­
mana, dados por supuestos (al menos teóricamente) en Occiden­
te, y base para un desarrollo posible de aproximaciones éticas
desde el laicismo a los placeres humanos, no han tenido una in­
fluencia decisiva en la aproximación legal o jurídica a las realida­
des gays y lésbicas.^°
Las limitaciones de las dos categorías {contra natura y sodo­
mía), utilizadas fundamentalmente por el ámbito canónico, se ha­
cen particularmente insostenibles a partir del momento en que se
articulan nuevas formas de represión, que pretenden ser justifica­
das con argumentos no religiosos. Pero si la terminología va ca­
yendo en desuso, los análisis de fondo seguirán substancialmente
inalterados. El desarrollo (aunque no necesariamente la génesis)
de la terminología “científica” en el siglo XIX, está relacionado con
la necesidad por parte de los sistemas jurídicos de explicar las ra­
zones del castigo; no sólo en términos morales (que permanecían
incuestionables), sino también a partir de ámbitos que cuenten
con una nueva legitimidad de tipo laico, y que postulen el poten-

Un ejemplo de ello (sólo quince años antes del bicentenario de la Revolu­


ción Francesa) es la Convención europea de derechos del hombre y de las liber­
tades fundamentales, ratificada por los países miembros del Consejo de Europa
en 1974, y en la que se reconocía como límite al derecho a la intimidad «la pro­
tección de la moral». Cf. Kayser, Pierre (1990), La protection de la vieprivée, Pa­
rís, Económica.
238 Los discursos articulados y sus implicaciones

cial explicativo de sus análisis y el carácter verificable de sus hi­


pótesis.
Ello no significa que los discursos jurídico-legales acaben por
reconocer a los ámbitos de la ciencia médica un privilegio sobre la
gestión de la realidad inmoral / ilegal! enferma. Un espacio de ac­
tuación puede siempre reclamarse: «La auténtica inclinación ho­
mosexual se ha mostrado extraordinariamente ‘resistente a la te­
*.
rapia Lo único que parece razonable es la lucha juridicopenal
que tiene como meta la protección de la juventud y de la moral
pública.»^^ De este modo, la ley apela, todavía en el siglo XX, a la
justificación moral y al tradicional entendimiento logrado al final
de la Edad Media entre ambas instancias.
Los sistemas jurídicos tardarán varias décadas en recuperar el
discurso científico sobre “la homosexualidad
* ’ que se desarrolla
desde finales del siglo XIX y, como acabamos de ver, varias déca­
das más en distanciarse de sus supuestas “virtudes”. A falta de un
aparato conceptual propio, el ámbito jurídico-legal empezó apro­
piándose de las categorías morales, fomentando el desarrollo de
sus criterios de análisis y argumentos. Aún en la actualidad, los sis­
temas legislativos titubean a la hora de ordenar las realidades
afectivas y placenteras, y periódicamente se plantea la cuestión de
si la ley debe tomar en consideración las propuestas morales o las
de orden científico o si, frente a éstas, debe seguir los pasos de
una ética laica de la convivencia y el respeto de la diversidad.
La intervención progresiva de instancias de ordenación civiles
(policía, aparatos legislativos, judicatura..supone la reducción
comparativa del espacio de actuación de los ámbitos religiosos,
siendo éstos los que, paradójicamente, proporcionan la mayor
parte de los argumentos con los que trabajaban las demás instan­
cias. Esta recuperación de la primacía en la ordenación de la rea­
lidad inmoral por parte de instancias laicas no ha estado exenta de
conflictos. La desaparición de la Inquisición y la irrupción de las
aproximaciones científicas constituyen dos momentos claves en
este proceso. El penúltimo episodio de este conflicto se produjo a
lo largo de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, cuando los
aparatos represivos estaban ya bien articulados. Por aquellas fe­
chas, en el seno de la teología protestante, se alzaron algunas vo-

2’ Ackermann, Heinrich (1969), «Sobre la cuestión de la punibilidad del


comportamiento homosexual masculino», en Gimbernat (comp.) 1969:161.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 239

ces que reclamaban la derogación de disposiciones criminales,


en favor de un reconocimiento de la labor pastoral que podía
ejercer la Iglesia. El alemán Thielicke, el inglés Bailey y el suizo
Bovet, entre otros, sostenían que la represión legal carecía de
sentido. La Iglesia protestante reivindicaba así la especificidad
de su labor pastoral.
Sin embargo, en la batalla por la primacía de unos discursos
sobre otros, a menudo se establecen alianzas sorprendentes. Así,
la deslegitimación del orden jurídico por parte de la teología, vie­
ne acompañada en ocasiones de un reconocimiento de las visiones
científicas: «El desarrollo de las disciplinas médicas que estudian
la homosexualidad (psiquiatría y neurología sobre todo) no ha pri­
vado a la homosexualidad —allí donde la tecnología ha tenido en
cuenta esos conocimientos— ni de su problematismo ni tampoco
de su carácter de desobediencia pecaminosa, pero ha contribuido
a que un sector de los éticos cristianos no hayan sometido al mis­
mo veredicto la predisposición homofílica —y con ello la poten­
cialidad homosexual—, sino que la hayan considerado como ob­
jeto de una tarea ética. Pero incluso cuando el síndrome homose­
xual se traduce en hechos, se percibe claramente la tendencia a
poner al homosexual (prescindiendo de los casos límite de abusos
de menores y de personas dependientes) no en manos del juez
>enal, sino en las del médico y en las del pastor de almas» (lliie-
icke, 1969:54). Si el entendimiento (y el conflicto) definen la re­
ación entre moral y ley, ambos elementos estarán también pre­
sentes, de manera aún más llamativa, en la relación entre moral y
ciencia.

La articulación de leyes represivas

«Le va a decir al mundo entero que tal ofensa existe, va a darla


a conocer a mujeres que nunca habían oído hablar de ello, que
nunca pensaron en eUo, que nunca soñaron con ello. Creo que
eso es tremendamente perjudicial.»^^
Lord Desart, 1921

Palabras pronunciadas en el transcurso de un debate parlamentario en la


Cámara de los Lores. Lord Desart era un destacado miembro de la fiscalía britá­
nica cuando tuvieron lugar los procesos en contra de Óscar Wilde. Citado por
Miller, 1995:185.
240 Los discursos articulados y sus implicaciones

«El nuevo Estado, que pretende un pueblo fuerte en número y


vigor y moralmente sano, tiene que combatir enérgicamente
toda acción sexual antinatural. Contra la deshonestidad ho­
mosexual entre varones ha de luchar con especial severidad,
pues la experiencia enseña que tiene tendencia a propagarse
epidémicamente y que ejerce una influencia perniciosa sobre el
pensamiento y el sentimiento de los círculos afectados.»^’
Ley nazi del 28 de junio de 1935

En general, los ámbitos legales y jurídicos del mundo occidental


establecen en su aproximación condenatoria del “placer inmoral”
una doble estrategia que (como muestran las citas precedentes), se
manifiesta de manera particularmente explícita en el siglo XX.
Por un lado, el caso británico ilustra una estrategia de silencio que
anula a la mujer y niega el lesbianismo como instancia que me­
rezca atención o reconocimiento en una dimensión pública, y
menos aún en el contexto político de la ley. Se alinea así con los
criterios que desde el punto de vista moral dejaban al lesbianismo
en la ignominia. Por otro lado, el régimen nazi da cuenta de la es­
trategia inversa: la exhaustividad en la regulación, el enfrenta­
miento a una realidad perseguida legalmente que lleva a la preci­
sión de las relaciones intermasculinas. En este caso, la ley va por
delante de la moral en cuanto al rigor de la vocación reguladora y
represiva.
En cualquier caso, tanto la multiplicación de disposiciones
legales y de prácticas jurídicas condenatorias de las relaciones
entre hombres, como la erradicación del lesbianismo del espacio
público, dan cuenta de un proceso de saturación de significado al
que se enfrentan las formas de placer sexual. Ningún otro ámbito
de la realidad social que se exprese a través de comportamientos o
actitudes individuales, libres y conscientes, y sin implicaciones
(directas) en la vida de terceros, despierta tal cúmulo de odios,
miedos, angustias, recelos, ansiedades y aversiones. Los casos de
Alemania y Gran Bretaña resultan interesantes desde el punto
de vista de esta relativa proliferación normativa, dado que en am­
bos lugares se desarrolla una legislación que hace referencia ex­
plícita a la nueva conducta delictiva. La precisión llega al paro­
xismo en los códigos penales de Estados Unidos, mientras que un

El texto pertenece a la exposición de motivos de la ley. Citado por Acker­


mann, 1969:157.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia jurídico-legal 241

buen número de países, sin necesidad de articular legislaciones ex­


plícitas, se suman al carro de la condena judicial en aplicación de
normas diversas.
Los diferentes estados germánicos no prescriben la pena de
muerte hasta el siglo XVI. El propio Federico II (1212-1250), a la ca­
beza del Sacro Imperio, y que había sido acusado de sodomía por
los Papas, no incluyó ninguna mención a ésta en sus disposiciones
penales. Es en tiempos de Carlos V que la Constitutio Criminalis
Carolina de 1532 dispone en su artículo 11 la pena de muerte, de­
rogada en Prusia en 1794 y, posteriormente, en otros Estados ger­
mánicos. En la Alemania unificada, la «deshonestidad antinatural
cometida entre personas del sexo masculino» es susceptible de pe­
nas de prisión desde 1871. El párrafo 175 del primer Código Penal
que estipula dicha criminalización fue adoptado primeramente en
Prusia, y pasó a integrarse en la legislación del Segundo Reich una
vez culminado el proceso de unificación.^'
* La jurisprudencia mues­
tra que la aplicación del citado artículo 175 no era sistemática. El
ejercicio efectivo de relaciones corporales “análogas al coito” era el
requisito admitido para su aplicación. Con el reconocimiento im­
plícito de este criterio restrictivo, se pretendía acallar las muchas
voces que, desde mediados del siglo XIX y hasta el acceso al poder
de Hitler, se alzaron en contra de la criminalización. En diversas
ocasiones se discutió en el Reichstag, por iniciativa de la socialde-
mocracia, la posibilidad de derogar el párrafo 175 que, no obstan­
te, siguió vigente a lo largo de la República de Weimar. Pero del
mismo modo, en 1909 y 1921 se consideró la posibilidad de am­
pliar al lesbianismo el espectro de vigencia de la ley penal.

2'* La alianza de Baviera con el Imperio Austro-Húngaro, y el pertinaz re­


chazo del último rey bávaro a integrarse en el proyecto prusiano también tienen
que ver, indudablemente, y entre otros muchos motivos, con la hostilidad de Luis II
hacia dicho Código Penal. «Bismark tenía una opinión muy clara sobre los pro­
blemas sexuales. Dejad que el amor entre los hombres sea libre y eso será la ruina
del Estado. Con esto quería decir que, como el ejército, la administración, la jus­
ticia y la policía obedecían a una jerarquía estricta, el dar rienda suelta a deseos in­
controlados introduciría una subversión peligrosa. Si un oficial declaraba su
amor a un soldado, ¿seguiría siendo obedecido? ¿Qué autoridad conservaría un
profesor si rendía pleitesía a uno de sus alumnos? El caso de Luis II, que prefería
la compañía de sus criados a la de sus ministros, podía servir de ejemplo para el
canciller. El rey era un soberano ‘popular’ (todavía hoy le rinde culto el pueblo
humilde de Baviera), en detrimento de su ‘majestad’.» Fernández, Dominique
(1992), El rapto de Ganimedes, Madrid, Tecnos, pp, 52-53.
242 Los discursos articulados y sus implicaáones

Lejos de ser derogado, en 1935 (un 28 de junio), el régimen


nazi aprobó una versión aún más estricta del párrafo 175, en fun­
ción de la cual los criterios de aplicación se ampliaban substan­
cialmente. La inclusión del lesbianismo también fue entonces
considerada y de nuevo desestimada. La legislación penal nacio­
nalsocialista, cuyos efectos de deportación y exterminio ya he co­
mentado, siguió vigente tras la derrota militar del Tercer Reich,
pasando a integrarse en las legislaciones de los dos Estados ale­
manes constituidos tras la guerra. En ambos casos, la ley conser­
vaba su rigor formal, aunque su aplicación volvía a perder la in­
transigencia y la vocación de exhaustividad a las que el orden
nazi aspiraba. Si en la República Democrática Alemana se vuelve
desde 1949 a la versión pre-nazi, en 1957, el Bundesverfassungs­
gericht reconocía la constitucionalidad en la Alemania Federal
de dicha ley en su versión de 1935. La derogación parcial del pá­
rrafo 175 no se produjo hasta 1968 en la RDA. Su eliminación de­
finitiva en la Alemania Occidental llegó un año más tarde, con el
gobierno del partido socialdemócrata. Tras la reunificación de
1990, se estableció una moratoria respecto a la citada ley germa­
no-oriental, que acabó desapareciendo en 1994.
La articulación de disposiciones represivas en contra de la
sodomía se produce en Inglaterra en 1533, en un momento en que
Enrique VIII lleva a cabo una transferencia de diversas compe­
tencias jurídicas, que pasan de las manos de los tribunales ecle­
siásticos al sistema penal del Reino. Este conflicto de competen­
cias tiene un papel destacado en la ordenación represiva de la
realidad sodomítica que se opera con la tipificación del llamado
“abominable vice ofbuggery^'. Señalemos, de paso, que el término
^'buggery'' (como “bujarrón”) deriva de Bulgaria, y que también el
término francés ^^hougre'' equivale a “homosexual”; la sodomía se
localizaba entonces en el oriente europeo. En 1885, la “Enmienda
Labouchére” tipificó en Inglaterra el delito de «gross indecency
with another male person», que substituía a la legislación pro­
mulgada tres siglos y medio antes. La prohibición de cualquier
tipo de relación homosexual permaneció vigente hasta 1967.
Tanto en el caso alemán como en el británico, desde el punto
de vista penal, el lesbianismo no existe. Esta erradicación del les­
bianismo de cualquier ámbito público o político no siempre fue
evidente. De hecho, no sólo en Alemania se estudió la posibilidad
de ampliar la cobertura de la ley penal a los casos de “perversión
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 243

de las mujeres”. La legislación penal británica trató de ser modi­


ficada en 1921 para ampliar su ámbito de actuación a las relacio­
nes lésbicas. Si bien la iniciativa contó con la aprobación de los
Comunes, los Lores la rechazaron, como ya hemos visto, con el ar­
gumento de que el silencio del lesbianismo era la mejor manera de
combatirlo. Poco antes de la derogación de la disposición alema­
na, en el marco de las discusiones sobre la reforma del Código Pe­
nal, se aducía (en una exposición de motivos referente al párrafo
175) que la “homosexualidad entre mujeres” «tiene consecuencias
menos graves para la convivencia en la Sociedad humana», lo
que justificaba que no se considerara «apropiado combatirla con
los medios del Derecho penal» (Thielicke, 1969:64).
Buena parte del Imperio colonial británico recibió directa­
mente el sistema legal de la metrópoli, y en muchos casos, alcan­
zada la independencia, éste se mantuvo. Australia, por ejemplo,
deseosa de limpiar la imagen heredada de su pasado penitenciario,
pronto promulgó sus propios edictos destinados a “proteger la
moralidad”. Alcanzada la independencia y tras el “desorden”
ocasionado por la Segunda Guerra Mundial, se alzaron en la isla-
continente (como en el resto del mundo occidental), voces que
clamaban por la “reconstrucción moral”. La oleada de represión
que se extendió a lo largo de la Guerra Fría por Australia se pro­
dujo, pues, dentro de un contexto, pero tuvo, sin duda alguna, sus
características específicas.
Las leyes que en la mitad de los Estados Unidos aproximada­
mente criminalizan aún en la actualidad la sodomía (y que se co­
nocen globalmente como sodomy laws), se refieren, según los ca­
sos, a los actos sexuales no reproductivos, a las relaciones homose­
xuales o al coito anal, siendo la interpretación jurisprudencial la
que, con frecuencia, ha ido ampliando el ámbito de cobertura
de la disposición legal. Así por ejemplo, hasta su derogación en
1980, una disposición de Pennsylvania prohibía cualquier «rela­
ción sexual per os o per anum entre seres humanos que no sean
marido y esposa».^^ La demanda de inconstitucionalidad fue ini­
ciativa de parejas heterosexuales no casadas, que según la dispo-

Wotherspoon, Gary (1994), «Les interventions de l’État contre les ho­


mosexuels en Australie durant la guerre froide», en Mendès-Leite (comp.), 1994.
Qtado por Green, Richard (1992), Sexual science and the laio, Cambridge
(Massachusetts), Harvard University Press, p. 60.
244 Los discursos articulados y sus implicaciones

sición vigente habían entrado también en la categoría criminal.


Particularmente omnicomprensiva era la legislación de Minesota,
que calificaba de sodomía cualquier acceso carnal «con animal o
pájaro» o con hombres o mujeres, siempre que en ella estuvieran
implicados «el ano o la boca». El Estado de Arizona es el único
que estableció una legislación específica que penalizaba el les-
bianismo. Desde la derogación en 1961 de la ley anti-sodomía
del Estado de Illinois, el lento proceso de revisión de las legisla­
ciones ha llevado a la abolición o reformulación de la legislación
penal en casi la mitad de los Estados Unidos.
A partir de 1973, no obstante, se aprecia un cambio de ten­
dencia en la reformulación de las disposiciones penales. En un
contexto de relativa liberalización (“la homosexualidad” deja de
ser considerada una enfermedad; diversas disposiciones anti-dis-
criminatorias son adoptadas por las administraciones locales de
San Francisco, Los Ángeles, Mineápolis, Filadelfia y el Distrito de
Columbia...), la justicia penal se establece como ámbito que man­
tiene vigente el prejuicio. En varios Estados se opta entonces por
precisar el contenido de la ley criminal en lugar de derogarla.
Desde esa fecha, en ocho casos se ha redefinido la legislación, de
modo que las sodomy laws (pese a su ambigüedad terminológica)
dejan de ser aplicables a parejas heterosexuales, pero confirman su
vigencia cuando se trata de lesbianas o gays.^^ Se confirma así
una tradición histórica: «la sodomía homosexual se basaría en
los mismos fundamentos morales que la heterosexual, acerca de la
cual la sociedad occidental ha dado comparativamente pocas
muestras de interés, pues si bien es cierto que no la aprobó, tam-

Particularmente decisiva fue la sentencia del caso Bowers v. Hardwick,


que confirmó la constitucionalidad de la legislación penal del Estado de Georgia
(que establecía hasta veinte años de prisión por actos de sexo oral o anal). En di­
cho proceso no fue aceptada la denuncia formulada por una pareja heterosexual,
decidiendo el Tribunal sólo a partir de la reclamación de Michael Hardwick y
convirtiendo de facto la sentencia en una reformulación de la ley (haciéndola
aplicable sólo a gays y lesbianas), y en una relectura de la historia (estableciendo
la ecuación sodomía ~ “homosexualidad”). La sodomía definía actos comunes a
las relaciones homo y heterosexuales, pero aquí se establece el acto como signo de
una esencia: la sodomía heterosexual (las relaciones anales y orales) no define ca­
tegoría alguna (no interesa a la ley), mientras que la misma práctica desarrollada
(en porcentajes estadísticos muy similares) por lesbianas y gays sí es relevante y
permite, de hecho, la criminalización de toda la categoría. Hunter, Nan D.
(1995), «Life after Hardwick», en Duggan y Hunter (comps.), 1995.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 245

bien lo es que nunca se expulsó de la sociedad a quienes gozaban


de ella, ni hubo esfuerzos notables por detectar a quienes pudie­
ran practicarla en privado, ni conflicto social acerca de si quienes
incurrían en ella eran aptos para ocupar puestos militares, en la
enseñanza o en el clero» (Boswell, 1996:24-25).
Si bien las legislaciones alemana o inglesa eran relativamente
específicas en cuanto a lo que se prohibía, en la mayoría de los Es­
tados que adoptaron el Código Napoleónico de 1810, derogando
así las disposiciones en vigor sobre la sodomía (Francia, Bélgica,
Holanda, España e Italia, así como varios Estados o colonias de
Africa, Asia y América), la represión creciente no dio lugar a nue­
vas tipificaciones legales concernientes a las relaciones homose­
xuales hasta bien entrado el siglo XX. Hasta entonces, la persecu­
ción policial y la condena jurídica se articulaban en torno a otros
delitos.
En Francia, despenalizada la sodomía tras la Revolución, el
Código Penal de Jean Jacques de Cambacérès (cuya atracción por
los jóvenes no constituía un secreto), instaura en 1810 una tradi­
ción de no penalización que sirve de contrapunto a las legislacio­
nes anglosajona y germánica. El 6 de agosto de 1942, el gobierno
de Vichy introduce en la legislación penal la ley n* ’ 744 que tipifica
el delito de «actos impúdicos o contra natura con un menor del
propio sexo de edad inferior a 21 años». El gobierno provisional
de Argel, presidido por el general De Gaulle, lleva a cabo una re­
elaboración de la legislación penal de Vichy ante la perspectiva de
una posible derrota nazi; en un decreto del 8 de febrero de 1945,
el delito establecido por Pétain pasaba, tal cual, al nuevo Código.

La condena requería, en ciertos casos, de algún tipo de pirueta legal. Así,


para aplicar el delito de “escándalo público” a un acto sexual entre dos hombres
en privado, el Tribunal Supremo de España, en una sentencia del 22-12-1967, ar­
gumentaba que la denuncia y la subsiguiente divulgación de la susodicha relación
la convertían en criminal, al otorgarle el requisito de publicidad necesario para la
aplicación de la ley: «sea cualquiera el medio por el cual se produzca el ultraje, ya
que en gran número de casos el acto se produce sin publicidad, dada la naturaleza
repulsiva del mismo, que provocaría la reacción violenta de quien lo presenciase».
Citado por Mapelli, Borja y Grosso, Manuel (1978) «La cuestión homosexual: el
problema legal», El Viejo Topo: Homosexualidad (número especial). Este criterio
queda reafirmado por otra sentencia del mismo Tribunal dictada en 1980 y que
confirma la condena a dos jóvenes de Tenerife, sorprendidos de madrugada por
la Guardia Civil mientras mantenían relaciones sexuales en el interior de un coche
estacionado en un camino vecinal.
246 Los discursos articulados y sus implicaciones

En 1960, dos años después del regreso de De Gaulle al poder, la


Asamblea Nacional francesa adoptaba una enmienda en la que se
presentaba «la homosexualidad» como una «plaga social». La de­
rogación del artículo del Código Penal no se producirá hasta 1982,
con la llegada al poder del Partido Socialista.
El caso español sigue el modelo francés: a la derogación de las
disposiciones sobre la sodomía no le sigue una criminalización pe­
nal específica. También es en el siglo XX cuando se opta por la
condena legal. En 1928, bajo la dictadura del general Primo de
Rivera, el Código Penal recoge como delito <da comisión de actos
contrarios al pudor con personas del mismo sexo». La Segunda
RepúbRca confirmó la tradición de los gobiernos civiles de no ti­
pificar las relaciones homosexuales, eliminando esta figura delic­
tiva en 1932. Tras la guerra civil, el régimen militar endurece la
represión, si bien al principio no considera necesario establecer
disposiciones penales específicas. Una ley del 15 de julio de 1954,
no obstante, ya incluye a «los homosexuales» en el marco de
aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes. La Ley de Peligrosi­
dad y Rehabilitación Social, aprobada el 4 de agosto de 1970, pre­
cisa la condena: «los que realicen actos de homosexualidad» son
considerados «en estado peligroso» y son susceptibles de aplica­
ción de «medidas de seguridad». La reforma legal eliminó por
procedimiento de urgencia en enero de 1979 varios artículos de la
citada ley, entre ellos el referente a los «actos de homosexualidad»
(Llamas y Vila, 1997).
Pero el alcance de la recuperación jurídica del prejuicio anti­
gay y anti-lésbico llega más allá de las condenas explícitas, aunque
sean éstas las que adquieren una mayor fuerza simbólica. Las leyes
(en particular las promulgadas en el siglo xx) y la práctica policial
o judicial reconocen su renuncia a una condena exhaustiva al in­
troducir criterios de aplicación (la edad en el caso francés; la
práctica, sobre todo si es reincidente o “escandalosa” en el caso
español, etc.). En todos los casos, al margen de las particularida­
des de las disposiciones adoptadas, estamos ante una recuperación
del prejuicio por parte de las instancias legales y judiciales. Una
recuperación que adopta, confirma, justifica y re-instituye ese
prejuicio. La condena puede expresarse de manera específica,
con las diferencias señaladas, pero también, y en todos los casos,
se expresa de manera implícita. La ley actúa por defecto, consi­
derando que las realidades de lesbianas y gays no pertenecen al
Los discursos de una moral excluyeme y su trascendencia jurtdico-legal 247

ámbito de la ciudadanía ni pueden tener otro reconocimiento


institucional que no sea condenatorio.
Si bien las leyes penales han afectado y afectan a miles de
personas, los efectos de otras disposiciones legales alcanzan a to­
dos los gays y todas las lesbianas, directa o indirectamente. No es­
tamos necesariamente ante la articulación explícita de la discri­
minación sino, en la mayoría de los casos, ante una desprotección
o discriminación indirecta, que se deriva de la lectura exclusiva­
mente “heterosexual” de toda la legislación relativa a la protec­
ción y garantía de derechos y libertades. El catálogo de discrimi­
naciones legales de facto incluye la práctica imposibilidad de
adopción o inseminación artificial (requisito: pareja heterosexual)
o custodia de los propios hijos e hijas (requisito: modelo hetero­
sexual necesario para el desarrollo y la educación de menores); de
inmigración y solicitud del estatuto de ciudadanía o asilo político
(requisito: pareja heterosexual o motivo de persecución recono­
cido); de desarrollo de ciertas actividades laborales (requisito:
ambiente laboral no conflictivo, imagen de la empresa, presencia
de menores...); de acceso a los derechos de subrogación de con­
tratos de alquiler, o de herencia; de cobertura sanitaria de la
pareja; de solicitud de beneficios fiscales... (requisito: pareja
heterosexual o relación de parentesco directa). Estos tipos de
discriminación poco articulada legalmente pero suficientemente
establecida por la jurisprudencia permanecen vigentes, en diversos
grados, en casi cualquier lugar del mundo.^^

Para el caso español, consúltese Elias, Ángel y Madrazo, Julia (1992),


¿ Qué derechos tenemos? Guía antidiscriminatoria para gais y lesbianas, Bilbao, Gay
Hotsa Argitalpenak. Una perspectiva más completa y actualizada puede encon­
trarse en Pérez Cánovas, Nicolás (1996), Homosexualidad, homosexuales y uniones
homosexuales en el Derecho español, Granada, Gomares. Con frecuencia, a la
hora de fundamentar la condena, la jurisprudencia presenta como propios (es de­
cir, como jurídicamente válidos) los puntos de vista de la moral imperante. Las
sentencias del Tribunal Supremo de España (así como las de otros países de
más larga tradición democrática, como Francia), reproducen valoraciones en
esencia consonantes con las condenas bíblicas. Así, en estas sentencias aparecen
las expresiones «inmoralidad intrínseca», «acto contra natura», «vicio merecedor
de la más completa repulsa», «vicio nefando», «repugnante porquería», «grave vi­
cio sodomitico»; todas ellas durante la dictadura del general Franco, Un análisis
de la jurisprudencia del Tribunal Supremo español puede encontrarse en Llamas,
Ricardo (1995a), «La réalité gaie vue a partir de la jurisprudence et des lois es-
pagnoles». También puede consultarse a este respecto: Borrillo, Daniel «Statut ju­
248 Los discursos articulados y sus implicaciones

Los límites de una legislación no represiva:


los ''nuevos derechos''

«La clase más común de relaciones entre personas del mismo


sexo en la Europa premodema [...] era la de ‘amantes’, esto es,
dos mujeres o dos nombres unidos por afecto, pasión o deseo,
sin consecuencias legales ni institucionales para el estatus, la
propiedad, la vida doméstica, etcétera.» (1996:122)
JoHN Boswell

Si durante muchos siglos, las diversas realidades gays y lésbicas


(Boswell le presta especial atención a las relaciones de pareja es­
tables) carecían de efectos jurídicos, desde el momento mismo en
que empiezan a ser objeto de persecución, tales realidades entran,
irremisiblemente, en el espacio institucional, desde el que se ha de
legitimar la condena o exigir el fin de ésta. La reformulación de
los sistemas penales occidentales y la derogación de disposiciones
que establecen determinadas conductas (desarrolladas por deter­
minados sujetos) como delictivas, se basa en la articulación de una
aproximación tolerante hacia comportamientos que “no hacen
daño a nadie”. Los “delitos sin víctimas” son actos o conductas
que no son considerados como perjudiciales por quienes los de­
sarrollan o participan en ellos, pero que constituyen convencio­
nalmente crímenes con respecto a instancias ajenas. La supuesta
evidencia del carácter pernicioso de tales actos, tanto para quienes
los llevan a cabo como para el resto de la comunidad, implica el
carácter innecesario de cualquier justificación.

ridique de l’homosexualité et droits de l’homme». Ambos artículos en Mendès-


Leite (comp.), 1995. La transición hacía un régimen político de tipo democráti­
co y la derogación de la “Ley de peligrosidad”, no cambiaron substancialmente
la visión del Alto Tribunal, que en una sentencia del 15 de noviembre de 1991
afirmaba que la relación entre dos hombres «no sólo es un hecho contra las bue­
nas costumbres y la moral, sino, además, contra natura». Véase El País, 17 de
enero de 1992. En el comunicado hecho público tras la reunión en Barcelona de
la Coordinadora de Frentes de Liberación Homosexual del Estado Español (1 y
2 de febrero de 1992), aparece una carta remitida por todos los grupos al Presi­
dente del Consejo General del Poder Judicial en la que se afirma que el ponen­
te de dicha sentencia (el magistrado Justo Carrero Ramos) «se permite la licencia
de convertir en ley su ideología, su moral, sus prejuicios y sus opiniones perso­
nales».
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia jurtdico-legal 249

Si a partir de la Edad Media la sodomía tenía una víctima


(“Dios”, “el orden natural”), la transición a principios no divinos
de legislación constituye a “la sociedad” como víctima y a “la
moralidad” o a “la honestidad” como bienes jurídicos que deben
ser protegidos. Entre estos delitos se incluye no sólo “la homose­
xualidad”, sino a menudo también la prostitución, la pornografía
o el consumo de “drogas”. En el proceso de secularización de la
legislación penal, tendrán una incuestionable influencia los es­
critos de Montesquieu, Bayle y Beccaria. La Revolución Francesa
reconoce parte de estos delitos como ámbitos en los que la inter­
vención del Estado es innecesaria. La influencia del “radicalismo
sexual” de los libertinos y, sobre todo, los postulados de tole­
rancia de los ilustrados (Voltaire, Rousseau, Diderot) influyen en
esta decisión. A partir del Código Penal de 1791 dejan de ser de­
lito los «pecados imaginarios»: la sodomía, la brujería o la magia.
La última muerte en la hoguera de un sodomita se produjo sólo
siete años antes.^®
Es a finales del siglo XVIII cuando, en buena parte de Europa,
se substituye la legislación que estipula la condena a muerte por
otras disposiciones penales. A la influencia ilustrada, se acabará
uniendo como justificación de las reformas legales más tardías el
pensamiento utilitarista de Bentham y los escritos de Stuart-Mill,
partidario de una mínima injerencia del Estado en las cuestiones
privadas. Jeremy Bentham (1748-1832) dedicó a lo largo de su
vida unas quinientas páginas manuscritas al “problema de la ho­
mosexualidad”, la mayor parte de las cuales permanece inédita

Voltaire, en el Diccionario filosófico de 1764 se sorprendía de la extension


de ese “vicio”, aunque, en consonancia con una postura anticlerical, se oponía a
las condenas vigentes. Además, atribuía a los climas cálidos (y no tanto a la “in­
moralidad”) la mayor prevalencia que entonces se postulaba como característica
de los pueblos colonizados. En sus Confesiones, Rousseau (pese a describir con
horror los intentos de seducción de que en una ocasión fue objeto), también man­
tenía posturas contrarias a las condenas. En el Supplément au voyage de Bougain­
ville, publicado en 1772, Diderot criticaba la atribución por parte de la Iglesia de
etiquetas de vicio o virtud a actos que él consideraba completamente indepen­
dientes de la moral. Montesquieu, por último, si bien suscribía en El espíritu de
las leyes el argumento contra-natura, también abogaba por el fín de la criminali-
zación. En cualquier caso, la frecuente consideración de los actos “homosexuales”
como “vicio aristocrático” o “clerical” inciden en el proyecto ilustrado de apela­
ción a la sodomía como parte de una estrategia de distanciamiento de la élite in­
telectual con respecto a la ortodoxia cristiana. Bleys, 1996:65 y 69.
250 Los discursos articulados y sus implicaciones

(Leroy-Forgeot, 1997). Si bien se aprecia un criterio desaproba­


torio de las prácticas (que llegaría a desaparecer en sus últimas re­
flexiones al respecto), en su opinión no hay posibilidad alguna de
apoyar la severidad de las penas en la razón. En este ambiente in­
telectual, la primera eliminación de una disposición penal que
estableciera la pena de muerte se produce en Pensilvania en 1786.
Ejemplos de estas reformas que eliminan la ejecución para subs­
tituirla a menudo por trabajos forzados, son el Código de José II
de Austria en 1787, la ley prusiana de 1794, el Código de Catalina
de Rusia en 1796, el francés ya citado de 1810 —y los de los países
que lo adoptan— y, varias décadas más tarde, la ley inglesa de
1861 y la escocesa de 1887.
Como hemos visto, en la segunda mitad del siglo XX se impo­
ne poco a poco una tendencia que lleva a la derogación de dispo­
siciones penales. En el espacio del pensamiento jurídico, se desa­
rrollaron dos ideas a finales de la década de los sesenta para
promover e impulsar reformas legales despenalizadoras de ciertas
conductas que, sólo por convención moral, tenían efectos consi­
derados perniciosos. Por un lado, la idea de la inexistencia de una
parte perjudicada (que se expresa por lo general en la ausencia de
denuncia), y por otro lado, la polémica sobre la titularidad y el ca­
rácter convencional de los bienes jurídicos protegidos por tales
disposiciones. Si bien ambos elementos parecen estrictamente ju­
rídicos, en estos debates se escucharán, de nuevo, los argumentos
de diversas instancias.^*
Esos mismos elementos sólo tangencialmente jurídicos, son los
que determinan los límites a las iniciativas despenalizadoras. La
aproximación represiva a las realidades gays y lésbicas que llevan
a cabo la legislación y los tribunales incide en una confusión inte­
resada entre “actos inmorales” y actos de violencia e imposición
por la fuerza. Si bien hubo un momento en que la violencia (he-
tero)sexual, en tanto que potencialmente reproductiva, era más
aceptable que los actos contra natura, a lo largo del siglo XX unos

” En el debate sobre la derogación de la Ley de Peligrosidad española, se


adujo que tal ley era difícilmente compatible con un régimen de libertades de­
mocrático, no sólo desde criterios estrictamente jurídicos, como las alusiones a la
«predisposición delictiva», sino por el carácter relativo de los bienes que protege,
establecidos en el preámbulo de dicha ley a partir de elementos tales como «el no­
torio menosprecio de las normas de convivencia social y buenas costumbres», el
«perjuicio para la comunidad» o la «perversión moral».
Los discursos de una moral excluyenîe y su trascendencia juridico-legal 251

y otros se confunden en la difusa categoría de los asuntos delicti­


vos relacionados con el sexo.’^
De entre los elementos morales de difícil precisión en térmi­
nos jurídicos pero dotados de trascendencia penal, cabe mencio­
nar el “escándalo público”, elemento a partir del cual se constru­
ye un imperativo de privacidad aplicable con particular intensidad
a lesbianas y gays. El carácter escandaloso o, al contrario, omni­
presente e incuestionable de las manifestaciones públicas de afec­
to (o, en menor medida, de placer), en función de la constitución
anatómica de las o los participantes, indican hasta qué punto es
éste un terreno resbaladizo y susceptible de ser instrumentalizado
en función de criterios ajenos (teóricamente) a los principios ge­
nerales de la legalidad.^^
La construcción jurídica del “mutuo consentimiento” es otro
elemento jurídico controvertido. Como factor en muchos casos
determinante de la despenalización de “la homosexualidad”,
sus implicaciones tienen, efectivamente, determinados límites.
Por un lado, la edad a partir de la cual se considera que la per­
sona puede consentir una relación afectiva o sexual y que, según
los países, oscila grosso modo entre los 12 y los 21 años, siendo a
menudo diferente para los casos de relaciones “homo” o “hete-
ro”. En el primer caso, muchos sistemas legales exigen que pase
más tiempo antes de que el consentimiento sea considerado vá­
lido. En los casos de Holanda, España o Francia, tales diferen­
cias han desaparecido de la legislación, cosa que no ha sucedido
aún, por ejemplo, en Gran Bretaña.^"
* La edad de consentimien-

La atribución de un carácter delictivo a “la homosexualidad”, o la especi­


ficación innecesaria del carácter “homosexual” de un delito, pueden ilustrarse con
un ejemplo. El diario El País presentaba el 10 de julio de 1995 una noticia con el
siguiente titular: «El acoso homosexual pone en peligro la carrera del ministro del
Interior sajón». Nunca antes, en las numerosas referencias a casos de acoso se­
xual, se había especificado que se trataba siempre de un “acoso heterosexual”.
El “caso del beso en la Puerta del Sol”; la detención de dos mujeres que se
besaban en esa plaza madrileña en 1986 por “escándalo público”, fue (como ya
he señalado), el desencadenante de una movilización de lesbianas sin precedentes.
Llamas y Vila, 1997.
En medio de un auténtico debate nacional, el Reino Unido modificó la le­
gislación en 1994, rebajando la edad de consentimiento para relaciones homose­
xuales de los 21 años a los 18. Tal modificación fue considerada una estafa por
parte de los grupos de gays y lesbianas que exigían una equiparación con los 16
años establecidos para las relaciones heterosexuales. Las discriminaciones legales
252 Los discursos articulados y sus implicaáones

to remite a consideraciones culturales y consuetudinarias, a me­


nudo justificadas desde las instancias religiosas o desde la psi­
quiatría.
Pero además, el mutuo consentimiento está limitado por el
tipo de relación que se establezca. Así, un tribunal británico con­
denó en 1990 a un grupo de hombres por haber desarrollado re­
laciones sadomasoquistas, si bien no había problemas de edad
(todos eran adultos), ni de “escándalo público” (tenían lugar en
privado), ni se planteaba la cuestión de la amenaza, la intimida­
ción o el abuso: todos afirmaron actuar de forma libre, pactada,
consciente y voluntaria. El tribunal consideró que, pese a todo, los
acusados no sabían lo que hacían, y que tales relaciones “estaban
mal” y debían ser castigadas.” Aquí, de nuevo, son la moral o la
psiquiatría las que aportan los argumentos por los que la condena
puede ser justificada.
Desde la emergencia de un movimiento social de lesbianas y
gays en los años setenta y hasta el presente, la aproximación desde
las instancias legal-judiciales a las realidades de lesbianas y gays en
el mundo occidental ha experimentado un cambio de orienta­
ción. Hasta los años ochenta, la batalla política se libraba en favor

seguían existiendo, aun cuando desde 1981 diferentes organismos a nivel euro­
peo instaban a los gobiernos a acabar con la desigualdad y el trato discrimina­
torio.
” Este caso, conocido como R v. Brown supuso la condena en 1990 de los
acusados a penas de hasta cuatro años y medio de prisión. El recurso presentado
fue resuelto en 1992 y confirmaba el veredicto anterior (Weait, Matthew
—1993— «Operation Spanner», no publicado). Al comparar las relaciones s/m
con el boxeo, Weait establece los criterios que hacen de la primera actividad un
delito y de la segunda un espectáculo legítimo. Si en ambos casos existe consen­
timiento, el boxeo establece un vencedor y un vencido, mientras que en el otro
caso puede hablarse de satisfacción recíproca. El boxeo, además, representa los
valores de la masculinidad heterosexual (fuerza, poder, competencia, domina­
ción), mientras que en la otra situación entran en juego valores como la sumisión,
decididamente contrarios a los referentes legítimos de la masculinidad. El deba­
te pro / anti sadomasoquismo (así como la querella pro / anti pornografía) ha he­
cho correr ríos de tinta en el seno del movimiento de lesbianas feministas. Entre
las posturas contrarias, por ejemplo, MacKinnon, 1992; entre las favorables, Ru­
bín, 1993 o Duggan y Hunter, 1995. Además del “deporte” pugilístico, en el que
al menos se puede apelar al consentimiento de las partes implicadas, la tradición
británica defiende también el castigo físico a menores en instituciones educativas
(violencia sin placer ni consentimiento, humillación y dolor a partir del puro
abuso de autoridad...).
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia jurídico-legal 253

de la derogación de disposiciones condenatorias; una batalla que


se empieza a librar ahora fuera del mundo occidental?^ Una vez
lograda la despenalización, se trata de batallar por el fin de las dis­
posiciones discriminatorias en las que se establecen distinciones
homo / hetero, y por incorporar al espacio reivindicativo la de­
manda de adopción de medidas antidiscriminatorias y el recono­
cimiento explícito de los derechos y libertades de lesbianas y
gays. Tales medidas responden, en muchos casos, a la exigencia de
respuesta legal y jurídica a las nuevas situaciones que se plantean.
En particular, la epidemia de sida ha puesto de manifiesto pro­
blemáticas sin apenas antecedentes (derechos de visita, atención
sanitaria de la pareja, cuestiones de herencia...) y ha impulsado
tomas de postura inéditas por parte de instancias legislativas o ju­
rídicas.^^
Sin embargo, como hemos visto, lejos de asentarse un idilio
entre las expectativas de comunidades y asociaciones de lesbia­
nas y gays, por un lado, y la tarea de ordenación que llevan a
cabo las instancias legales y jurídicas, por otro, aún en la actua-

La historia de la eliminación de disposiciones legales que criminalizan de


uno u otro modo “la homosexualidad” tiene muchas fechas: Polonia (1932), Di­
namarca (1933), Suiza (1942), Suecia (1944), Gran Bretaña (1967), RDA (1968),
RFA (1969), Noruega (1972), Yugoslavia (1977), España (1979), Francia (1982),
Nueva Zelanda (1986), Irlanda (1993), Rusia (1993), Albania (1995), Ecuador y
Kazasthán (1997)...
En este sentido, pueden mencionarse en España la Ley de Arrendamientos
Urbanos de 1994 (que reconoce el derecho de subrogación del contrato de al­
quiler a la pareja), y el Código Penal de 1995 (que establece como agravante el
prejuicio anti-gay o anti-lésbico); la regulación de las parejas en Dinamarca, Ho­
landa, Noruega, Suecia, Cataluña y, entre otras, el reglamento de la Seguridad So­
cial en Francia, el derecho de adopción en Nueva Jersey o el acceso al ejército en
Israel. De claro signo antidiscriminatorio, pero no vinculantes jurídicamente, y
siempre en el marco de la construcción europea, pueden señalarse la proposición
de la Asamblea de parlamentarios del Consejo de Europa de 1981, que reco­
mienda la abolición de leyes que condenen “la homosexualidad” y el fin de todo
trato desigual en las legislaciones de los países miembros, así como las declara­
ciones institucionales emanadas del Parlamento de Estrasburgo en 1981 y 1994,
en las que se proclaman los principios de igualdad y no discriminación de las y los
ciudadanos “homosexuales”. Otra resolución de esta Cámara, adoptada en 1998,
condena la persistencia de legislación discriminatoria en Austria, Rumania y Chi­
pre. “La otredad” radical en que la concesión de derechos coloca a “la homose­
xualidad”, a la luz del proceso paralelo de reconocimiento de los derechos de los
animales, es puesta de manifiesto por Vidarte, Paco (1998), «Quetzal, especie
protegida» (pendiente de publicación).
254 Los discursos articulados y sus implicaciones

lidad quedan patentes las limitaciones a que se enfrenta dicho


entendimiento.

4.3. ENTRE LA ADECUACIÓN A UN ORDEN REPRESIVO


Y UNA AUTONOMÍA ÉTICA

«Es cierto, desafortunadamente, que algunos [homosexuales]


contribuyen grandemente al rechazo y al antagonismo en contra
de todos ellos. Estoy pensando en aquéllos que les gusta apa­
recer en forma conspicua en público, dejándose vencer por
sus tendencias narcisistas y exhibicionistas. Naturalmente pro­
vocan la crítica y hasta las represalias. Su rechazo personal está
justificado, no porque sean homosexuales, sino porque se com­
portan mal.»’®
Dr. Harry Benjamin, 1966

El Dr. Benjamin considera natural que se critique y que se haga


objeto de represalias a quienes se comportan mal. En su análisis
moral, no obstante, ese “comportarse mal” presenta rasgos nove­
dosos que pasarán a formar parte del discurso anti-gay y anti-
lésbico de finales del siglo XX. En el primer apartado de este ca­
pítulo veíamos cómo el discurso moral del Cristianismo se
caracterizaba por dos elementos: la condena como aproximación,
y la erradicación como objetivo o consecuencia. Aquí veremos
cómo estos dos principios siguen vigentes en una versión actuali­
zada. La condena, en el presente, puede estar matizada por pos­
tulados de comprensión. La erradicación se lee en la actualidad
como gestión pastoral de un sacrificio promocionado.
La autoestima, que acabará formulándose como orgullo (pn-
de\ es la frontera que demarca la última posibilidad de que un
análisis culpabilizador y criminalizante pueda seguir siendo reco­
nocido como “moral”. Exhibirse (acción consciente de verse, y de
permitir ser visto o vista) y, sobre todo, presentar tendencias nar-
cisistas (versión psicoanalítica sobrepatologizada de la autoesti­
ma), son los elementos que (en el caso de Benjamin), justifican la
vigencia de los discursos de la condena.

Benjamin, Dr. Harry (1966), «¿Debe ser rechazado el homosexual?», en


Rubin (comp.), 1966:33.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 255

E1 control de sí que se propone para lesbianas y gays (y


que equivale a una negación de sí: no mostrarse, no quererse)
es un falso principio de subjetividad; el único, de hecho, que
proponen los discursos que aquí he analizado. Toda la autono­
mía y la determinación de la propia vida que reconocen las
Iglesias cristianas pasan por la asunción de un credo que pos­
pone el gozo en función de un criterio de trascendencia sólo
plausible desde la fe. La renuncia al placer aparece comple­
mentada, además, por una ética del sacrificio. Estamos, pues,
ante un principio de subjetividad heterónoma. La libertad, pa­
radójicamente, pasa a ser la resultante del cumplimiento ciego
de las restricciones impuestas y de la asunción de los supuestos
de exclusión. Buena parte de los sistemas legales en vigor, ins­
pirados en los postulados de la moral religiosa, confirman estos
principios.
El alcance de los postulados de orden moral va más allá de
las instancias religiosas y jurídicas, al restar coherencia al dis­
curso científico (hasta el punto de reorientar su primitiva voca­
ción liberadora hacia esquemas represores), al determinar los
discursos políticos en ámbitos ajenos al penal, y al impregnar
toda la conceptualización popular sobre la licitud de los placeres
y afectos. La actualidad de unos modelos de análisis excluyentes
de orden moral se fundamenta en la vigencia del carácter sa-
cralizado o demonizado de la sexualidad humana, asociada de
múltiples formas y en la mayor parte de las culturas con la tras­
cendencia y la religión. La descendencia como bendición o el
sexo como sacrilegio son imágenes absolutamente vigentes. Los
discursos científicos, como veremos, propondrán una visión se­
cularizada del sexo, y las instancias que los producen se consti­
tuirán como sujetos capaces de producir una verdad no tras­
cendental de éste.
Es evidente que allí donde no se articularon disposiciones le­
gales específicas hasta bien entrado el siglo XX (en España o Fran­
cia, por ejemplo), el prejuicio anti-gay y anti-lésbico estaba bien
arraigado, hasta el punto de hacer innecesarias tales disposiciones
y mantener un control social eficaz. En estos casos, las medidas le­
gales tendentes a criminalizar “la homosexualidad” llegarán cuan­
do el criterio de exhaustividad, dentro de ciertos límites, empiece
a ser tenido en cuenta. En los dos casos citados, son regímenes
autoritarios y militares (con múltiples diferencias entre sí) los que
256 Los discursos articulados y sus implicaciones

tienen la iniciativa condenatoria; Primo de Rivera y Franco, Pétain


y De GauUe.
Cuando la ley renuncia a la criminalización, ya están bien
asentados (o reconstituidos) otros principios de ordenación que
mantienen la exclusión y la ilusión de la coherencia con la moral.
Las vías en que tal exclusión se manifiesta son la discriminación
legal o judicial no específica, la pastoral espiritual, el escarnio
“popular” o la violencia “tribal”, la terapia, etc. El último esce­
nario de esta confrontación presenta a las Iglesias cristianas (y a
los fundamentalismos religiosos de todo orden) opuestas a la ar­
ticulación jurídica de los derechos o al reconocimiento judicial de
las libertades de lesbianas y gays.

Moralidad y legalidad de los grupos gays y lésbicos

«¿Beneficia a los homosexuales la transformación de los mo­


delos culturales, reclamada a gritos en alguna manifestación
callejera? ¿Los libera de la soledad interior? ¿No hay otros
cauces para ofrecerles una liberación válida, que toque la inte­
rioridad? [...] En todo este revuelo, me parece que quienes
I
más salen perdiendo son los homosexuales. Sobre todo aquéllos
que, aun con tendencia homosexual, logran dominar la ten­
dencia y, merced a su fuerza de voluntad, ejecutan obras so­
cialmente válidas y fecundas.»’^
Doménico Capone, 1976

Algunas Iglesias, sobre todo en los Estados Unidos, pero también


en Europa, tienen una larga tradición de acogida y comprensión
hacia los y las “desviadas”, bien en tanto que pecadoras, bien en
tanto que oprimidas. Así por ejemplo, Herrero considera que la
primera organización homosexual «de masas» fue la denominada
Iglesia Católica Eucaristica, fundada clandestinamente en Atlanta
*^
en 1946/ Esa «liberación válida» (que «libera de la soledad inte­
rior») es la que, según Capone, ofrece la Iglesia a quienes renun­
cien a dar gritos reclamando «la transformación de los modelos

Capone, Doménico (1976), «Reflexión sobre los puntos acerca de la ho­


mosexualidad», en W.AA. (1976), Algunas cuestiones de ética sexual, Madrid, Bi­
blioteca de Autores Cristianos.
Herrero Brasas, Juan A. (1993a), «La sociedad gay: una invisible minoría»,
Claves, 36, octubre de 1993, p. 32.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia jurídico-legal 257

culturales» y pongan su esfuerzo y voluntad al servicio del domi­


nio de «la tendencia» y del ejercicio de «obras sociahnente válidas
y fecundas».
Una de las máximas preocupaciones de los primeros grupos
desligados de las asociaciones confesionales en los que gays y les­
bianas trabajaban por la mejora de sus condiciones de vida, era la
de proteger la viabilidad del grupo, poniéndolo a salvo de amena­
zas legales o condenas morales. De hecho, si en contextos de ex­
tremada presión moral-penal, estas asociaciones no pueden tener
otra entidad que la clandestina, una cierta relajación de esa presión
es la condición misma de posibilidad de su existencia. Pero a esa
“relajación” le corresponde, en contrapartida, un discurso ino­
cuo por parte de los grupos. Así, las frágiles asociaciones surgidas
en Europa y Norteamérica durante los años cincuenta y sesenta,
afirmaban con convencimiento su respeto de la legalidad vigente
(aun cuando en privado sus integrantes podían contravenir reite­
radamente las leyes); su renuncia a cualquier tipo de apología de su
“estilo de vida” o de reivindicación de cambios en el carácter re­
presivo de las leyes, su voluntad de integración en el seno de la so­
ciedad, su apoyo a los valores espirituales, nacionales y culturales
en vigor (a menudo violentamente hostiles a sus hábitos), su re­
chazo de actitudes o comportamientos que podían ser considera­
dos escandalosos o procaces, y su preocupación por ganar en res­
petabilidad, proponiendo la utilidad social de su existencia.
Los postulados de la moralidad y la no criminalidad de los gru­
pos de gays y lesbianas anteriores a 1969, no suponen la constitu­
ción de un discurso propio no conflictivo con las doctrinas ecle­
siásticas o con la práctica jurídica, sino la acomodación del propio
análisis al orden vigente. Este modelo de integración fracasa por
incompleto e insatisfactorio, y acabará inevitablemente saltando
por los aires."
*^ Tras un paréntesis “radical” a lo largo de los años
setenta, durante los años ochenta y noventa, no obstante, la estra-

El caso español, debido a la inexistencia de libertades de asociación o ex­


presión y al clima de represión propio de una dictadura, resulta significativo. No
hay constancia de que haya existido grupo organizado alguno hasta los años se­
tenta, por lo que no puede hablarse de una militancia homófila como las surgidas
en Estados Unidos, Holanda o Francia. Así, los grupos de gays y lesbianas que se
forman al final de la dictadura se caracterizan casi desde el principio por su
oposición a los valores que estructuraban el régimen político; la moral católica, la
unidad de la patria y el modelo de familia. Llamas y Vila, 1997.
258 Los discursos articulados y sus implicaciones

tegia de enfrentamiento de las asociaciones de lesbianas y gays


con los modelos de ordenación del afecto y el placer, dará paso a
nuevas formas de legitimación de una versión de “la homosexua­
lidad”. Al modelo predominante de colaboración e integración
sólo escapan buena parte del movimiento anti-sida y la miUtancia
queer, La batalla por la legalización del modelo de convivencia en
pareja (en su versión laica, aunque incorporando con frecuencia
toda la parafernalia simbólica de la ceremonia matrimonial) es un
factor determinante de la reivindicación de finales del siglo XX.
Una determinada línea del movimiento de lesbianas y gays ha
pasado del principio de respeto a la legislación o los códigos mo­
rales vigentes y de los postulados (sobre todo formales) de un
cumplimiento estricto, a una estrategia de adecuación recíproca; a
la reivindicación de unos códigos que reflejen las propias inquie­
tudes, y a la adecuación de éstas a Ío jurídicamente viable (y mo­
ralmente tolerable) en cada momento. Sin embargo, la rearticula­
ción del prejuicio y de los impulsos genocidas en torno a la
pandemia de sida, así como el crecimiento y la diversificación en el
seno de los movimientos de lesbianas y gays, han determinado el
resurgir, junto con las posturas integracionistas (reformistas o po-
sibilistas), de discursos y estrategias de enfrentamiento radicales.
I

>
I

k La adecuación al presente: la gestión cristiana del sacrificio

«‘Este asesino, este invertido, esa podre, ese cieno, ese desecho
que vosotros, los hombres, ya no queréis, que ya no se quiere a
sí mismo, dádmelo a mí’ —dice el Eterno—. ‘¡Dádmelo!
Y que él acepte solo, humildemente, conocer su miseria, so­
portarla y luchar contra ella. Yo daré firmeza a sus pasos y
pondré un cántico nuevo en sus labios. Y ese polvo cantará mis
alabanzas. Y esa vida, de vergüenza y de ignominia a los ojos de
todos, para mí se consumirá como un incienso
*.» (1975:187-88)
Maxence Van Der Meersch, 1936

«El SIDA es quizás un regalo de Dios para dar amor y compa­


ñía a seres que todo el mundo rechaza.»'
*^
Madre Teresa de Calcuta, 1987

Tiempo^ 5 de octubre de 1987.


Los discursos de una. moral excluyente y su trascendencia jurídico-legal 259

Algunas voces tan reconocidas como la de la Premio Nobel de la


Paz muestran cómo las calamidades más devastadoras pueden
ser recuperadas como elemento que justifique el papel de la Igle­
sia en el mundo. Las tragedias son «regalos de Dios» en el sentido
de que dejan un rastro de apestados y moribundos que sólo la
compasión cristiana puede acoger. Cuanta más miseria, más legí­
tima es la presencia de la moral cristiana en todos los ámbitos de
la vida. La novela de Van Der Meersch pone en labios del Eterno
una demanda de desechos humanos que «canten Sus alabanzas» y
que se «consuman como un incienso» para Su gloria. Lejos de en­
frentarse a las circunstancias en que su opresión se desarrolla, el
«asesino-invertido-podre-cieno-desecho» ha de luchar contra sí
mismo; contra su miseria. Para esta tarea, cuenta con todo el apo­
yo del Eterno. Es, en cierto modo, un elegido. El dolor y el sufri­
miento son las condiciones de su salvación.
La Iglesia, como instancia privilegiada del análisis moral de cues­
tiones de índole social, ha renunciado a la utilización de la termino­
logía bíblica o medieval y a las implicaciones que de ésta se derivan.
Ello puede deberse al carácter progresivamente ilegítimo que ad­
quieren, y que es fruto de su creciente anacronismo. Sin embargo, ya
hemos visto que los análisis de fondo siguen en buena medida vigen­
tes. Mantener el vigor de la condena y conservar una cierta actualidad
en las formulaciones exige una adaptación de la postura de la Iglesia
a coyunturas nuevas y, en concreto, al nuevo discurso científico.
Una apelación al discurso científico que, en su versión menos
sofisticada, se limita a hacer de determinadas enfermedades el
producto de la inmoralidad. Es el objeto de la ciencia médica (la
patología) lo que se recupera para el desarrollo de una visión de
otro orden. Un jesuíta español llamado Valentín Inicio escribía un
libro titulado La moral, declarado de utilidad pública por el BOE
el 26 de agosto de 1939. En él se puede leer: «según el juicio de
los más afamados médicos, las perturbaciones cardíacas, la debi­
lidad espinal, la tisis pulmonar, la epilepsia, las afecciones cere­
brales, la enteritis crónica, etc., y, de un modo especial, la sífilis,
son ordinariamente triste herencia del pecado deshonesto». No
queda del todo claro si el arrepentimiento y la penitencia pueden
curar, por ejemplo, una perturbación cardíaca.'
*^

Citado por Blázquez, Feliciano (1977), Cwtirewíí? años sin sexo, Barcelona,
Sedmay, p. 152. “La carne” está profundamente enraizada, en la tradición moral
260 Los discursos articulados y sus implicaciones

Si la medicina y la psiquiatría no rechazan a priori ningún


caso patológico, la postura moral de la Iglesia acabará por tomar
el mismo camino. Las “enfermedades del espíritu” (ya que a lo
largo del siglo XX, por contaminación científica, la Iglesia acabará
reconociendo la posibilidad de una “homosexualidad permanen­
te”), deberán impulsar un cambio de actitud, no ya a nivel de los
“pequeños celadores de la moral”, sino desde las más altas ins­
*'^
tancias.'
El cambio de actitud, no obstante, se hace esperar. Las dis­
posiciones del derecho canónico no reflejan una influencia in­
mediata de las reformas en otros códigos legales. Pio X impulsa
una comisión que acaba estableciendo un nuevo Código de dere­
cho canónico en 1917, y en el que se mantiene la condena moral,
imponiendo penitencias y decretando la expulsión para los miem­
bros del clero. Las medidas liberales del aggiornamento que esta­
blece el Concilio Vaticano II, bajo el papado de Juan XXIII, tam­
poco afectan a tales principios. La postura oficial de la Iglesia
católica en torno a “la homosexualidad” más reciente, aparece es­
bozada en las declaraciones de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe tituladas «Persona humana» (1975) y «Algunas
cuestiones de ética sexual» (1976).
*^ ’ En esta última, la Iglesia

cristiana, con el pecado. La enfermedad, en este sentido, siempre está investida


con profundas implicaciones espirituales y da lugar a metáforas sobre la adecua­
ción a determinados principios morales. Durante la Edad Media, la lepra era con­
siderada una “enfermedad venérea” y se asociaba a la promiscuidad sexual. Los
rituales simbólicos y las medidas legales buscaban apartar un peligro “sanitario”
y “moral”. La separatio leprosorum definía a la persona con lepra como muerta;
implicaba la pérdida de cualquier derecho legal y la prohibición de vivir en la co­
munidad. A partir del siglo XIV, cuando la incidencia de la lepra disminuye en
Europa, la sífilis ocupa su lugar en el imaginario colectivo. Turner, 1989:67-68.
Los pequeños celadores de la moral no deben, en cualquier caso, renunciar
a un papel protagonista, ni admitir otro consejero que no esté directamente ins­
pirado por el Texto Sagrado: «El consejero necesita reconocer la Biblia como la
autoridad final. El consejo de muchos profesionales no creyentes puede resultar
desastroso. En Río de Janeiro, por ejemplo, un joven casi consiguió abandonar la
homosexualidad. Desafortunadamente, fue entregado al cuidado de una psicóloga
que no veía nada de anormal en el comportamiento del joven. Ella le aconsejó que
aceptara su condición homosexual. Y eso fue lo que él hizo.» De Almeida,
1990:55.
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (1976), «Persona Huma­
na», en W.AA. (1976), Algunas cuestiones de ética sexual, Madrid, Biblioteca de
Autores Cristianos y L'Ossevatore Romano, 16 de enero de 1976. Ambos textos
son abundantemente citados en Mirabet i MuUol, 1985:204-17.
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal 261

abre sus brazos a las “personas homosexuales”, que «deben ser


acogidas en la acción pastoral con comprensión y deben ser sos­
tenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su
inadaptación social». Pero no por eUo se renuncia a la condena:
«los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y no
pueden recibir aprobación en ningún caso».
Las declaraciones del Vaticano durante el pontificado de Pa­
blo VI se vieron ampliamente confirmadas desde 1979, durante la
visita a Estados Unidos del nuevo pontífice, Juan Pablo 11. Para él,
«la conducta homosexual [...] en cuanto distinta de la orientación
homosexual, es moralmente deshonesta». En 1983, el mismo Papa
afirmaba «la incompatibilidad de la actividad homosexual con el
plan de Dios para el amor humano». La Iglesia habla de con­
ductas y actividades y sigue condenando sin paliativos la práctica,
aunque es significativo que introduzca en su análisis considera­
ciones sobre la “tendencia”, la “orientación” o la “pulsión”, y
que confirme la posibilidad de que ésta sea vivida en el sacrificio
como una prueba.'
*^
El cambio de actitud más sobresaliente en la postura de la
Iglesia católica en temas de moral sexual es, pues, esa “gestión
cristiana” del sacrificio (o de la autoinmolación); es decir, el re­
conocimiento de que la Iglesia tiene un deber que cumplir en lo
que se refiere a la atención de los y las pecadoras potenciales
que, devoradas por la culpabilidad, necesitan comprensión y ayu­
da en su enconado esfuerzo por apartar de sí la tentación. En
palabras de Harvey: «Debe ponerse el acento en el futuro y en la
necesidad de desarrollar un plan de vida ascético que permita
llevar una vida cristiana célibe.»"
*^

Curiosamente, este criterio coincide con una práctica terapéutica: los tra­
tamientos aversivos (de los que hablaré en el próximo capítulo), cuya finalidad es
también conseguir la desaparición de las prácticas sexuales, aun cuando el deseo
siga dirigiéndose de modo persistente hacia otras personas “del mismo sexo”.
Harvey, profesor de teología moral en De Sales School of Theology, co­
menta buena parte de los documentos oficiales de la Iglesia católica sobre “la ho­
mosexualidad”, y permanece fiel a la tendencia condenatoria oficial, aduciendo las
razones de un amplio espectro de instancias: «Los argumentos en contra de la ac­
tividad homosexual propuestos por los documentos de la Iglesia citados, tienen
sus raíces en las Sagradas Escrituras tal y como son interpretadas por la Iglesia, en
el razonamiento de la ley moral natural, en consideraciones psicológicas y socio­
lógicas, y en las experiencias de muchos y muchas homosexuales a quienes he
262 Los discursos articulados y sus implicaciones

La Iglesia, pues, debe estar cerca de quienes «negando cual­


quier complacencia con el vicio, se esfuerzan por huir de las oca­
siones de derrota y llevan una vida más activa y más generosa, di­
fícil desde luego, pero en el fondo no más difícil que la de los
perversos condenados a la búsqueda inmoderada de un placer in­
*^®
confesable». Actitud de aproximación, comprensión y apoyo
que exige de los pastores un esfuerzo: «En ciertos sectores pro­
testantes (y también católicos) se percibe no sólo un rechazo
heredado de la tradición teológica y en parte irreflexivo, sino
también un instinto defensivo natural —y en tanto en cuanto
comprensible— contra el fenómeno. Este instinto defensivo de­
bería ser, si no reprimido, sí por lo menos controlado y valorado
como prejuicio incompatible con la teoría del conocimiento; y
ello no sólo en nombre del postulado de la ciencia objetiva, sino
también de la cura de almas.» Así, la “instintiva y comprensible
defensa natural contra el fenómeno” debe ser “controlada” (que
no reprimida) en aras de la “curación de las almas”. La “ciencia
objetiva” y la “teoría del conocimiento” así lo aconsejan."^^
El programa que propone De Almeida (1990:58-59) es el
siguiente: «1. Aceptar a Cristo como Señor y Salvador personal;
2. Considerar la homosexualidad (masculina) o el lesbianismo como
pecado; 3. Confesar el acto como pecado; 4. Pedir a Dios que des­
truya el hábito que lo controla; 5. Andar en el Espíritu mediante la
lectura diaria de la Palabra de Dios, y someterse a sus enseñanzas;
6. Evitar todo contacto con los antiguos amigos homosexuales;
7. Evitar los lugares que esas personas frecuentan; 8. Cultivar

aconsejado a lo largo de los anos. De ningún modo pueden justificarse los actos
homosexuales. El estilo de vida homosexual no puede reconciliarse con un modo
de vida verdaderamente cristiano.» Una posible solución al “problema” es la or­
ganización de grupos de autoapoyo (Harvey hace referencia constantemente a la
asociación Alcohólicos Anónimos), en los que puedan superarse conjuntamente
los impulsos. En general, permanece escéptico en cuanto a las posibilidades de ce­
libato permanente por parte de aquéllos que él denomina «homosexuales com­
pulsivos». Harvey, John F. (1987), The homosexual person. Neto thinking in pas­
toralcare, San Francisco (California), Ignatius Press, pp. 106-07 y 105.
Ernst, J. (1974), «Déviations sexuelles et leur traitement», en Gaudefroy,
M. (comp.), 1974:290.
Thielicke, 1969:54. Quien así habla lucía en su curriculum un doctorado en
Teología y Filosofía; una cátedra de Teología Sistemática y Etica Social, dos rec­
torados (en las Universidades de Hamburgo y Tübingen) y dos doctorados ho­
noris causa por las Universidades de Heidelberg y Glasgow.
Los discursos de una moral excluyeme y su trascendencia juridico-legal 265

pensamientos puros; nunca permitirse imaginar un comporta­


miento inmoral; 9. Procurar hacer amistad con una persona que
sigue a Cristo y que nunca ha tenido ese problema.»

Hacia una autonomía ética

«Para analizar las relaciones de poder apenas si disponemos por


el momento más que de dos modelos: el que nos propone el de­
recho (el poder como ley, prohibición, institución) y el modelo
guerrero o estratégico en términos de relación de fuerzas. El
primero ha sido muy utilizado y ha demostrado, creo, su ina­
decuación: es sabido que el derecho no describe el poder.»
(1988:162)
Michel Foucault

«El Cardenal O’Connor ha afirmado en la prensa reciente­


mente que los ciudadanos deberían mostrar amor y compa­
sión por las personas con sida. Si seguimos su peligroso razo­
namiento a la luz de su postura ante la información sobre el
sexo seguro (sólo consiente la abstinencia), al parecer prefiere
que todo el mundo permanezca en situación de grave riesgo, y
entonces, cuando contraigan el sida, él los lavará con amor y
compasión mientras yacen muriendo.» (1991:135)
David Wojnarowicz

AI tomar en consideración un régimen de tanatocracia que de­


creta la autoinmolación y gestiona el sacrificio, estamos hablando
de relaciones de poder. La adecuación al orden, la moralidad y la
legalidad vigentes, postulada en ocasiones por los grupos de les­
bianas y gays, no da lugar a transformaciones substanciales en el
seno del régimen de sexualidad. Como veremos más adelante, la
estrategia autónoma (nombrarse, reconocerse colectivamente), o
lo que en lengua inglesa se denomina empowerment\ darse poder,
fortalecerse, es un medio diferente de afrontar un régimen de
opresión y exclusión. Realizar, como hace Wojnarowicz, una lec­
tura crítica del discurso de la moral cristiana y de sus efectos
contribuye a ello. Negar a partir de un código ético no exclu-
yente la moralidad misma de un sistema que oprime y discrimina
es, hoy por hoy, una estrategia de lucha a la altura de los retos
planteados. En el contexto de la pandemia de sida (y en el de la
obstrucción por parte de las asociaciones religiosas de las inicia­
2(A Los discursos articulados y sus implicaciones

tivas de prevención), el reto que ha de afrontarse es, sencillamen­


te, el de la supervivencia.
Pero esa “supervivencia”, que a partir de los años ochenta se
plantea de manera absolutamente literal, también daba lugar, en las
dos décadas previas a la aparición del sida, a estrategias que que­
daban al margen de los sistemas morales tradicionales. Como se­
ñala Waugh (1996), el cine underground de “La Factoría” de War-
hol tuvo en las pseudocomunidades estadounidenses una tras­
cendencia de la que carecía el movimiento homófilo. Los referentes
que esa fílmografía establecía (y, en particular, la dinámica “loca-
2a” / chapero), estaban en las antípodas de la respetabilidad del
asociacionismo de la época, al plantear cuestiones como la subver­
sión de los roles de género, la cuestión de la minoría de edad, la
prostitución, las drogas... Elementos todos ellos más atractivos
para los gays de entonces que los llamamientos a la integración en
un sistema moral excluyente. Elementos, en suma, que contenían
más posibilidades de realización en un contexto de apabullante re­
presión que los postulados por la militancia homófila.
En tanto en cuanto constituye una ideología, la tanatocracia
(como sistema de pensamiento y de organización de la conviven­
cia promovido por la moral cristiana para imponer el dominio so­
bre las propias pasiones), pivpta alrededor de diferentes meca­
nismos y recursos de poder. Esta es la diferencia básica entre la
concepción del control de sí propuesta por el mundo griego y la
del Cristianismo: «la templanza no puede tomar la forma de una
obediencia a un sistema de leyes o a un código; ya no puede valer
como un principio de anulación de los placeres; es un arte, una
práctica de los placeres que es capaz [...] de limitarse a sí misma»
(Foucault, 1987:55-56). Esta autonomía, nos dice Foucault, es la
que hace del (hombre) griego un sujeto ético. Al unlversalizar e
imponer la regla, la Iglesia arrebata al individuo su singularidad
racional; lo aliena.
Si el nuevo discurso reivindicativo de los años setenta parte de
la abierta oposición a los postulados morales de la Iglesia, ello no
significa que se constituya al margen de todo código ético. Para
Lamo de Espinosa, «inmoral es la conducta que violando un có­
digo de comportamiento usual no escrito, y generalmente acepta­
do, es declarada así; es decir, ha de haber violación de un código
de conducta y declaración pública de tal violación» (1989:127). El
discurso moral tradicional pasa a ser considerado inmoral desde
Los discursos de una moral excluyente y su trascendencia juridico-legal

otros puntos de vista que se van articulando, a medida que se ha­


cen públicas las denuncias de sus implicaciones. La viabilidad y la
trascendencia de esta “nueva moral” dependen, por un lado, de la
formulación de una ética esencialmente acorde con los valores de-
mocrático-liberales mayoritariamente aceptados. Y depende, tam­
bién, de la capacidad de tales denuncias para poner de manifiesto
la contradicción que existe entre el discurso de la jerarquía vati­
cana o las disposiciones legales represivas y discriminatorias con
los principios de igualdad o libertad.
La pandemia de sida ha supuesto un antes y un después en las
realidades gays y lésbicas. La extensión del VIH plantea, efecti­
vamente, la necesidad de afrontar, al menos, dos cuestiones bási­
cas. De un lado, “el sexo”, las prácticas sexuales y las condiciones
en que éstas se desarrollan. De otro lado, la autoestima y la res­
ponsabilidad. Este último factor condiciona el primero; o bien, di­
cho de otro modo, el grado de autoestima es un indicador válido
a la hora de evaluar cómo puede practicarse la sexualidad. Indu­
dablemente, el sida ha impuesto un cambio en los estilos de vida
de las comunidades gays de Occidente. Y una modificación subs­
tancial en las expectativas, en los valores, en los análisis y en los ar­
gumentos con que se afronta la cotidianidad. Todo ello ha dado
lugar a nuevas estrategias y reivindicaciones.
La ética que se desarrolla en las comunidades gays de Occi­
dente desde la emergencia del sida propone hablar de sexo como
precondición básica de cualquier estrategia no ya de liberación,
sino incluso de supervivencia. La incitación al discurso se vuelve
entonces un imperativo, y no señala tanto la sumisión al orden
cuanto la confrontación de sus efectos. La censura de la moral pu­
ritana no sólo ha impuesto (y continúa haciéndolo) un silencio so­
bre las prácticas placenteras de gays y lesbianas, sino que prohibía
(y prohíbe) por “pornográfica” la información más básica sobre
prevención. La inexistencia de estudios serios sobre las prácticas
sexuales de las lesbianas traduce una falta de inquietud sobre las
posibilidades de transmisión del VIH en relaciones lésbicas, al
tiempo que confirma el estereotipo según el cual entre mujeres no
hay sexo posible.
En este proceso, García Düttmann ve una ruptura histórica en
la constitución de un sujeto gay y lèsbico: «Al sujeto que busca su
identidad en la sacralización de la sexualidad le corresponde, tras
la ruptura histórica, un sujeto responsable, es decir: un sujeto
266 Los discursos articulados y sus implicaciones

que se ha ‘convertido’ a ‘las nuevas formas de sexualidad


.
* La
preocupación por la higiene, el autocontrol, la ‘desacralización’
que se traduce en una ‘ritualización del safer sex son indicio de la
conclusión de un largo proceso civilizatorio, que ha producido los
conceptos de derecho, de dignidad y de respeto’.»^^
Como hemos visto, de la misma manera que se puede hacer
una lectura moral de los discursos lésbicos y gays contemporá­
neos, también se puede hacer una lectura del discurso religioso o
legal como inmoral. La postura de hostilidad recalcitrante por
parte de la jerarquía católica a la utilización de preservativos en las
relaciones sexuales y a la información sobre las medidas preven­
tivas en general, puede caracterizarse como una inmoralidad “ob­
jetiva”, si consideramos que ese precepto va en contra del bien co­
mún y pone en peligro la vida. Del mismo modo, toda la legisla­
ción que mantiene a lesbianas y gays en un estatuto subalterno,
puede ser calificada de inmoral, toda vez que corrompe los fun­
damentos de la convivencia pacífica y en libertad. Y cuestiona,
además, la validez de los supuestos que inspiran el ordenamiento
jurídico de la vida social toda vez que, en condiciones de discri­
minación y violencia, se entorpece hasta hacer imposible la con­
solidación de recursos de autoestima, en ausencia de los cuales, de
nuevo, cristaliza la vulnerabilidad de lesbianas y gays. La moral y
el bien común están en el presente muy lejos de los postulados de
exclusión que mantienen las asociaciones religiosas, y muy lejos
también de las reticencias con que los sistemas de representación
democrática afrontan el imperativo de hacer de los códigos legis­
lativos instrumentos efectivos de realización de los principios de
igualdad y libertad.

García Düttmann, Alexander (1995), La discordia del sida. Cómo se piensa


y se habla acerca de un virus, Madrid, Anaya & Muchnik. García Düttmann se
apoya aquí en el libro de PoUak, Michael (1988), Les homosexuels et le sida. So­
ciologie d'une épidémie, París, A. M. Métaillé. Sobre tres incitaciones a la resis­
tencia frente a las consignas de la prevención “oficiales” articuladas desde ins­
tancias muy diversas, pero coincidentes en el rechazo del “sexo” como cuestión
pública, véase «El odio del preservativo. Peligro y miseria para acabar con el pla­
cer», en Llamas, 1997a.
5. LOS EFECTOS TERAPÉUTICOS DE LOS DISCURSOS
CIENTÍFICOS

«Acostumbrémonos a mirar a los pervertidos sexuales, sádi­


cos, sátiros, pederastas, como a enfermos o dementes, y no
como a temperamentos de una excesiva lubricidad.»^
André Lorulot, 1932

«Estaría bien que todos nosotros —cualquiera que sea nuestra


convicción sexual— siguiéramos las enseñanzas de Jesús. Pero
abrazar la doctrina religiosa no va a ‘convertir’ o ‘curar’ a esos
gays que quieren cambiar.» (1980:11)
Robert Kronemeyer, 1980

«La construcción de la identidad gay y lésbica contemporá­


nea, abierta, saludable y orgullosa, se ha logrado frente a —y en
contra de— el poder y la autoridad de una profesión médica
que ha estado masivamente comprometida en nuestro control
social bajo la forma de ‘tratamiento’.» (1990:31)
Stuart Marshall, 1990

'l-M
La génesis de una terminología científica, su extensión a otros
ámbitos y la generalización de su uso, se producen de forma pa­
ralela a la constitución de una esencia social nueva, de cuya exis­
tencia da muestra el catálogo de términos populares al que ya he
hecho referencia. La palabra laica, racional e ilustrada tratará de
dar entidad a esa instancia que para el discurso moral no era
constante, y que en el imaginario popular presenta una variedad y
una multiplicidad de posibles implicaciones tales que amenazan
con hacer inviable el papel que ha de desarrollar. Si, según muy
distintos registros, “el sexo” (cortesano o libertino, pecaminoso o
delictivo...) ya formaba parte de diversos discursos sociales, la

’ Lorulot, André {1932a), «Perversiones y desviaciones del instinto sexual.


Las perversiones, sus causas y sus formas», Iniciales, 1, enero de 1932. Artículo re­
producido en Cleminson, 1995, p. 70. El término francés ""pédéraste"' debe en­
tenderse como equivalente a “homosexual”.
268 Los discursos articulados y sus implicaciones

aproximación científica, al presentarse como un desafío a toda


una serie de concepciones oscuras, románticas o moralizantes,
constituye una novedad.
Pero el discurso científico ni surge ni permanece en un ámbi­
to acotado y coherente; redefine el prejuicio social y el estigma e
influye en las concepciones morales y la práctica jurídica. Sin em­
bargo, como se deriva de las palabras de Lorulot, “la ciencia” sí
opera una relocalización de la diferencia sexual en un espacio
conceptual y simbólico nuevo. Un espacio en el que (como sugie­
re Kronemeyer) se plantean cuestiones a las que la fe no puede
responder. Para Marshall, además, en la aproximación científica a
la heterodoxia afectiva y sexual pueden rastrearse también algunos
elementos definitorios de las identidades lésbicas y gays desarro­
lladas en la segunda mitad del siglo XX. Como veremos, esas iden­
tidades no sólo se conforman “frente a y en contra de” esa ciencia
sino, con frecuencia, también en su seno mismo.
Al nuevo fenómeno, como al nuevo sujeto, se le dan al prin­
cipio diversos nombres con el objetivo de establecer (o “desve­
lar”) su pertinencia y especificidad. Muchos de éstos no tendrán
trascendencia (“similisexualismo”, “homogenitalismo”, “interse-
> xualismo”, “androginismoOtros, no obstante, serán gene­
ralmente reconocidos y sobrevivirán consolidándose hasta deter­
minar la existencia cotidiana, las cortapisas que establecen las es­
tructuras de poder y los marcos de referencia simbólica de co­
munidades enteras más de un siglo después de su nacimiento.
“Homosexual” señala el triunfo de una coherencia sólo aparente.
“El homosexual” del siglo XX, como manifestación más aca­
bada de los discursos de la ciencia, es un sujeto esencialmente di­
ferenciado de la comunidad en la que se integra. Es ésta una co­
munidad legítima, definida negativamente (“no-homosexual”), a
partir de un sistema de valores comúnmente aceptado, según el
cual “la heterosexualidad” es la norma básica y “natural” de in­
tegración y participación social. La norma heterosexual, conside­
rada por la ciencia como un a priori incuestionable, sólo puede ca­
racterizar “las desviaciones” a partir del establecimiento de un
estatuto igualmente inherente a la persona.
El discurso establecido por las nuevas disciplinas de la ciencia
pierde, en ciento sentido, dominios sobre los que intervenir. Efec­
tivamente, la tentación y el pecado afectan a todos los seres hu­
manos, mientras que los “casos” de “esencia desviada” son apa­
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 269

rentemente menos numerosos. Sin embargo, por otro lado, estas


ciencias ganan competencias: la esencia es permanente y el enfer­
mo y la enferma lo eran desde siempre y lo serán para siempre;
desde siempre antes y para siempre después del acto pecaminoso.
La “prevención radical” o la “curación absoluta”, en su consis­
tente imposibilidad, confirmarán a los saberes de la ciencia como
punto de referencia imprescindible de una realidad ahora “cró­
nica”.
Menos frecuente que el pecador, el sujeto patológico es tam­
bién, por otro lado, un sujeto más extendido, en el sentido de que
puede localizarse en ámbitos geográficos o culturales a los que las
construcciones morales europeas no habían llegado, o sobre las
que no habían logrado imponerse. Esa “ciencia”, verdaderamen­
te universal, válida sin excepciones (sin necesidad de apelar a la fe,
evidente-desde “la razón”), hace llegar el prejuicio ¿lí donde la
moral cristiana no se había establecido. Y recupera un espacio
que las instancias religiosas, en ocasiones, habían reclamado.^ La
resistencia a la terapia puede ser menos rigurosa que la resistencia
a la evangelización, y si la fe tiene que partir desde dentro de la
persona, la “salud” puede promocionarse desde fuera con meca­
nismos que no generen tanta hostilidad y apelando a razones cada
vez más irrebatibles. Sobre todo porque esa “salud” empieza a
concebirse como colectiva.
Por último, al establecer la desviación, las disciplinas científi­
cas determinan también una “normalidad”, y si el espacio de in­
tervención directa ya es suficientemente amplio, la trascendencia
de sus postulados se mide indirectamente a escala de toda la so­
ciedad. El verdadero triunfo de tales disciplinas no es tanto la de­
terminación y gestión de la instancia abyecta, cuanto el control
global de las comunidades que ahora hacen frente a una exigencia
estricta de adecuación al modelo heterosexual.
La aproximación científica mantiene un punto de vista co­
mún con la moral que va más allá del tono “evangelizador” con
que hace valer y difunde su verdad. Al calificar como enfermo al

2 Efectivamente, muchos paralelismos pueden establecerse entre la relación


pecador/a - confesor y enfermo/a - médico y muchas prácticas religiosas (como
las peregrinaciones) se asocian con la curación de enfermedades. La tradición se­
cular de la medicina griega debió afrontar durante siglos la aproximación esta­
blecida por la teología cristiana; una aproximación establecida a partir de los mi­
lagros de Jesús. Tumer, 1989:66.
270 Los discursos articulados y sus implicaciones

nuevo sujeto, la medicina de las desviaciones (la disciplina que


inaugura una intervención científica a gran escala) precisa, secu­
lariza, somatiza y prolonga una tradición de alienación que le
arrebata ahora la posibilidad de autonomía con argumentos de
mayor peso. Efectivamente, la enfermedad del cuerpo (o de la
mente), como la del espíritu, presupone una imposibilidad de
dominio o control de la propia dimensión física y de los propios
actos, reduce las posibilidades de acción y de interacción social­
mente admitidas y desestabiliza aparentemente la coherencia de la
identidad personal. Si esa enfermedad es catalogada no sólo como
permanente, sino además como transmisible o contagiosa (o en
expansión), entonces apelará a toda una serie de controles exter­
nos que la mantengan acotada.
“Diferente” en el seno de su comunidad, el o la “homose­
xual” es, ciertamente, un sujeto diferente del sodomita anterior al
siglo XIX: el crimen de sodomía no daba lugar a la constitución de
un sujeto particular; cualquiera podía incurrir en el pecado. “La
invertida” o “el homosexual”, por el contrario, nacen así o, en
todo caso, ya lo son antes de practicar una sexualidad estigmati­
zada, y lo son para toda la vida. Las abundantemente citadas pa­
labras de Foucault (1978:56) lo expresan así: «El homosexual del
siglo XIX ha llegado a ser un personaje: un pasado, una historia y
una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo una mor­
fología, con una anatomía indiscreta y quizás misteriosa fisiolo­
gía.»
Efectivamente, quienes no se pliegan a ese modelo de hetero-
sexualidad en pareja cerrada que también empieza a gozar de
una relevancia simbólica inédita, juegan ahora un nuevo papel al
ser concebidos a partir de criterios muy diferentes. Las implica­
ciones que de ello se derivan constituyen una pequeña revolución
en el seno de las sociedades occidentales a nivel global. No obs­
tante, por decirlo en términos muy generales, la medicina del siglo
XIX se limita en un principio (y no sin controversia) a confirmar
las actitudes de rechazo implícitas de manera cada vez más evi­
dente en el imaginario popular, la moral y la ley. Se establece,
pues, como un discurso servil con respecto a otros ámbitos aun­
que, con el tiempo, logrará cierta independencia a partir de un
presupuesto básico: lo no-heterosexual es científicamente inte­
resante y seguramente patológico.
La mayor parte de las realidades catalogadas como “perver­
271

sión” o “neurosis” eran ya objeto de represión por parte de los ór­


denes moral y jurídico-legal. Esta coincidencia no es sólo fruto de
la casualidad. Ambos órdenes de discurso están supeditados al
imperativo de constitución de una excepción denostada; impera­
tivo que también pasa a ser adoptado como fundamento del régi­
men de afectos y placeres que se impone.
Los postulados básicos de los nuevos discursos científicos so­
bre la sexualidad son de tipo esencialista. El sexo, pero también el
deseo, la atracción y el afecto, se somatizan; constituyen elementos
de revelación de la constitución física, hormonal, genética o psi­
cológica de la persona. Además, el discurso científico somatizará
también multitud de formas de resistencia, de búsqueda de auto­
nomía o de afirmación de una identidad disidente. Desde la ópti­
ca médica, todos estos elementos son ajenos a cualquier proceso
histórico, económico, político o cultural; ajenos a cualquier tipo
de determinación social. De este modo, quienes definen la nueva
realidad desde instancias privilegiadas (de saber, de reconoci­
miento y de prestigio), tienen en sus manos la determinación de
las implicaciones de sus análisis.
Si la “medicina de las desviaciones” se desarrolla en apoyo de
la aproximación condenatoria de la ley, la incipiente “sexología”,
por su parte, intentará romper con esa connivencia denunciando
la “sinrazón” que la inspira, para acabar perdiendo la batalla en
favor de quienes, ya desde la ciencia, inciden en el control y la ex­
clusión, Esa sexología será la única disciplina originalmente com­
prometida con la mejora de las condiciones de vida de las / los
“homosexuales”. Si el psicoanálisis podía haber dado lugar a in­
quietudes similares, su desarrollo a lo largo del siglo XX (así como
la evolución de la psiquiatría o de las terapias conductuales), pon­
drá de manifiesto un proyecto bien distinto.
Los discursos científicos crean un cuerpo y un espíritu nuevos.
Constituyen (física o psicológicamente) un sujeto en el que se escri­
be una diferencia esencial. Es el sujeto de un discurso que va a de­
terminar sus caracteres constitutivos (confirmando una determinada
epistemología de la homosexualidad). Es, además, un sujeto que
(a través de la mediación de la palabra científica) va a exhibir estos
caracteres, bien de forma evidente, casi obscena; bien con discreción
y disimulo; bien, en fin, de manera casi (o totalmente) impercepti­
ble. Clamorosos o discretísimos, esos rasgos serán siempre, no obs­
tante, constitutivos, definitorios, fundamentales.
272 Los discursos articulados y sus implicaciones

En todo caso, a través de la constitución de una diferencia es­


table y permanente, no sólo se genera un ámbito nuevo de inter­
vención, actuación y nominación sino que, sobre todo, se define el
criterio de pertenencia incuestionable al modelo legítimo; un mo­
delo que encarna los roles de sexo y género tal y como idealmen­
te se consolidan. Sólo a través del postulado de la diferencia per­
ceptible o susceptible de ser revelada puede establecerse su
corolario necesario: el sujeto legítimo, identificable, reconocible,
“familiar”: el hombre “verdadero” y la mujer “verdadera”.
Con frecuencia, estas ciencias, en su esfuerzo por construir
una diferencia evidente, consolidan el estereotipo de asimilación
de la persona no-heterosexual con el sexo “contrario”. El gay es
necesariamente afeminado y la lesbiana es necesariamente mascu­
lina, según estos razonamientos, porque ni el uno es un “verdade­
ro hombre” ni la otra es una “verdadera mujer”; porque traicionan
todo o casi todo lo que se supone que deben “ser”, es decir, lo que
deben hacer, lo que deben pensar, lo que deben sentir. Estos es­
tereotipos confirman, en última instancia, un imperativo de hete-
rosexualidad. La atención de las ciencias a las abundantes “ano­
malías sexuales” produce, paradójicamente, una “sexualidad nor­
mal”, definida en términos negativos como ausencia de patología.
De este modo, “la heterosexualidad” es el efecto resultante de la
ausencia de “desviación”. La definición implícita de esa “hetero­
sexualidad” es, entonces, un objetivo fundamental que logra, no
obstante, escapar al escrutinio y a la crítica.
Al construir la base de las nuevas disciplinas de saber en tomo
al difícil equilibrio entre criterios “objetivos” de orden fisiológico-
anatómico (o psicológico, hormonal, genético...) y elementos
“subjetivos” de orden social (de adecuación al régimen del géne­
ro, de confirmación de un modelo de organización de la comuni­
dad), las disciplinas científicas que determinan la “realidad ho­
mosexual” ponen de manifiesto sus carencias y contradicciones.
Estas disciplinas, que se presentan como ciencias de la naturaleza
son, desde su origen, ciencias sociales, atravesadas por factores
ideológicos y de poder en el contexto de la organización de las co­
munidades humanas; corresponden a la anatomo-política y a la
bio-política a las que Foucault hacía referencia. La transición de la
medicina legal (que se limita a constatar —a menudo con poco
acierto— la presencia o ausencia de determinadas prácticas cor­
porales) a la sexología o al psicoanálisis, pone de manifiesto la
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 273

progresiva importancia de inquietudes de tipo social en la consti­


tución de las concepciones sobre lo saludable y lo enfermo?
La medicina no conquista un ámbito de actuación nuevo a
costa de los sistemas de control de orden moral. Los discursos
morales, en sus contradicciones e imprecisiones; en todas sus li­
mitaciones sientan las bases de la emergencia de una palabra
científica. Esta viene a sumarse al otro orden de análisis; “la ho­
mosexualidad” como contemporánea síntesis bastarda de ambos
discursos, es una construcción suficientemente amplia como para
permitir su desarrollo simultáneo. Si bien el ámbito es otro, si bien
los métodos y las implicaciones pueden ser diversos y en ocasiones
se muestran contrarios o incompatibles, no por ello se puede se­
ñalar un enfrentamiento radical entre ambos órdenes. Las for­
mas de connivencia y los puntos de encuentro entre la moral y la
ciencia son casi más frecuentes y decididamente más significativos
que los conflictos. La interacción de ambos discursos impulsa su
desarrollo, su precisión, su diversifícación. Otro tanto sucede en el
seno mismo de ese espacio científico (en el que caben también di­
versas disciplinas que se reconocen como “sociales”): su diversi­
dad, conflictos, incoherencias e incompatibilidades no hacen sino
impulsar su redefinición permanente. “La homosexualidad” como
alien del régimen de la sexualidad, y “la heterosexualidad” como
término incuestionado, salen beneficiadas de este proceso.

5.1. EL SUJETO PERVERSO

«Uno no se convierte en un pervertido, sino que continúa sién­


dolo. Lo propio de la naturaleza humana es la perversión y no
la ‘normalidad’ sexual. De hecho, la normalidad sexual se logra
de modo precario y se mantiene de modo precario.»'
*
JONATHAN DOLLIMORE, 1992

De este modo, el régimen de la sexualidad es un efecto de esta amalgama de


intereses, implicaciones, sistemas de saber y poder, criterios de análisis, confu­
sión entre objetividad científica y relativismo cultural. Sobre la constitución de un
discurso científico deudor de criterios de orden socio-cultural, véase Hekma, Gert
(1994), «Aspects socio-historiques des sexualités», en Mendès-Leite (comp.), 1994.
Dollimore, Jonathan (1992), «The cultural politics of perversion: Àgustine,
Shakespeare, Freud, Foucault», en Bristow (comp.), 1992:9.
274 Los discursos articulados y sus implicaciones

“La perversión”, una vieja inquietud de los moralistas, va a cons­


tituir un referente simbólico extraordinariamente útil en la tran­
sición de los análisis de la sexualidad ilegítima hacia supuestos
científicos. DoUimore, que caracteriza “la perversión” a partir de
las teorías del psicoanálisis, la emplaza también en el contexto de
una transición que había comenzado bastante antes de la articu­
lación de las teorías freudianas. La inscripción de pulsiones per­
versas en lo más profundo de la persona y la necesidad de con­
trolar tales impulsos como condición de la estabilidad del orden,
empiezan a preocupar por las mismas razones por las que preo­
cupaba antes la universalidad del pecado y la necesidad de ade­
cuar el comportamiento de la comunidad espiritual a la voluntad
divina.
El “perverso” es la figura todavía “masculina” que enlaza, en
el seno de los discursos sobre moral y salud sexual, las concep­
ciones bíblicas y canónicas con las de orden científico. La inclu­
sión de la figura del perverso en el orden de los discursos cientí­
ficos no se debe tanto a la consideración de la actuación del sujeto
(que básicamente se adapta a lo formulado para el sodomita;
cuestión ésta que explica la persistente ausencia de inquietud por
el lesbianismo), sino a las nuevas premisas que permiten su cate-
gorización. El discurso de la perversión supera la consideración de
la práctica sexual caso por caso, en beneficio de una atención
particular a su recurrencia. La reincidencia empieza a ser un fac­
tor determinante. La perversión ya no es cuestión de un momen­
to de debilidad, o de una tentación, o de una pasajera inconti­
nencia del deseo. El sujeto perverso lo es en todo momento.
Aunque no haga nada.
Pero si la prueba de la comisión de un acto de pecado o de­
lictivo deja de ser lo más importante, se hace necesario establecer
los criterios que determinen la perversión de una persona como
característica constante. De este modo, perversa es, potencial­
mente, cualquier persona que se aparta del modelo ideal de se­
xualidad burguesa tal y como se define a partir del siglo XVIII. Es
por ello una categoría, como las anteriores, poco definida, pero
que se caracteriza por defecto. Todo lo que se aparte del modelo
social de pareja heterosexual casada y reproductora (o que pa­
rezca radicalmente ajeno a dicho modelo); es decir, todo lo que
se aparte de la sexualidad económicamente útil y políticamente
conservadora (Foucault, 1978), puede caer en el ámbito de la
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 275

perversión. Las relaciones entre personas del “mismo” sexo (del


único sexo aún considerado tal) entran, evidentemente, en este
marco.5
Los análisis de Krafft-Ebing sobre una amplísima gama de
comportamientos sexuales divergentes del que se estaba propo­
niendo como expresión del único patrón legítimo, marcan esta
aproximación novedosa que desafiaba lo que para el autor cons­
tituía una “conspiración de silencio” en torno al sexo. Una apro­
ximación que pretende, en principio, establecer las categorías de
la desviación (construir los nuevos sujetos perversos), y que aca­
bará por establecer las posibilidades de control legal exhaustivo y
tratamiento médico generalizado. Desde este punto de vista, el es­
tudio de la perversión se emplaza en la transición de la condena
del pecado y el castigo del crimen a un espacio de gestión y con­
trol más amplio, que incluye la terapia de la enfermedad.^
La construcción de un prototipo perverso se corresponde
con la génesis de otros sujetos (más sometidos a sujeción que ac­
tores de subjetividad); desde el delincuente hasta el loco. Cárceles
y hospitales serán los espacios “civiles” en que serán encerrados, y

’ Los análisis en torno a la perversión no son contemporáneos de la emer­


gencia de la palabra científica. Se pueden señalar muchos antecedentes, y en
ellos la perversión entra en el contexto más general del debate natural / antina­
tural que ya ha sido analizado. Desde los argumentos de san Agustín en contra de
los herejes maniqueos (básicamente, el mal en sí no existe; sólo pueden señalarse
la falta del bien, su ausencia, su perversión), la lectura moral del problema de la
perversión ha tenido destacada importancia en las reflexiones de filósofos y teó­
logos. En todo caso, la interpretación de la perversión como cuestión moral en­
caja en lo expuesto en el apartado precedente, en el sentido de que forma parte
consubstancial de la naturaleza humana. El perverso, como el pecador, son bue­
nos hasta que se apartan del recto camino porque llevan en sí la potencialidad de
su perdición. A este respecto, véase Dollimore, 1992.
La Psychopathia sexualis de Krafft-Ebing (1978) fue durante mucho tiempo
una obra de referencia fundamental. Publicada por vez primera en 1886, fue du­
rante años reeditada, publicándose versiones actualizadas y aumentadas. Entre
1886 y 1894 el volumen pasa de 110 páginas a 414; la decimoséptima edición de
Albert Moli contiene 838 páginas. Ediciones en otros idiomas fueron pronta­
mente publicadas: en italiano (1886), ruso (1887), inglés (1892), francés (1895),
holandés (1896)... La obra de Krafft-Ebing establece el “conflicto de competen­
cias” entre los discursos científico y legal de manera explícita; la Psycopathia se­
xualis se dirige a juristas y doctores que examinan casos de comportamiento se­
xual criminal en los Tribunales y su objeto es, efectivamente, la redefinición en
términos de enfermedad de comportamientos o actos antes considerados sólo a la
luz del pecado o el delito. Oosterhuis, 1997.
276 Los discursos articulados y sus implicaciones

de este modo conformados, los nuevos “desviados”. La relación


entre la criminología y la psiquiatría, a veces conflictiva, así como
las prácticas sociales que explicitan uno y otro discurso, están en
el origen de este desarrollo de nuevas esencias sociales. La profe-
sionalización de los sistemas policiales y el concepto de preven­
ción del delito impulsan también estas iniciativas. El orden en el
seno de la comunidad, del mismo modo que había apelado a las
instancias religiosas, apela ahora a las nuevas disciplinas.^
La extensión en los ámbitos científicos de las teorías evolu­
cionistas a partir de la publicación en 1859 de El origen de las es­
pecies, es fundamental de cara a la constitución de tipos humanos
considerados menos aptos; aquellos que suponen una regresión de
la especie al presentar características propias del pasado o ten­
dentes a desaparecer (atavismos). El criminòlogo italiano Cesare
Lombroso asociaba criminales y pervertidos con vestigios de una
imperfección que lastraba la evolución y el progreso,® Las políticas
del “darwinismo social”, la eugenesia, la sociobiologia y las con­
cepciones de la “limpieza social” son todas ellas manifestaciones
herederas de estas primeras construcciones científicas.^
La figura del perverso no se caracteriza en función del desa­
rrollo de determinadas prácticas. Los factores que permiten defi­
nirlo (igual que al libertino) son diferentes formas de persistencia
en el ultraje a las normas morales, jurídicas o consuetudinarias. El

’ Foucault, Michel (1995), El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la


mirada médica, Madrid, Siglo XXI y Foucault, Michel (1994), Vigilar y castigar.
Nacimiento de la prisión, Madrid, Siglo XXI. Publicadas originalmente en 1963 y
1975 respectivamente.
® Lombroso, Cesare (1968), Crime. Its causes and remedies, Montclair (New
Jersey), Patterson Smith. Esta obra es la traducción inglesa de la última versión es­
tablecida por Lombroso de su UUomo delinquente, publicado por vez primera en
1876. La localización preferente de “la perversión” en el pasado y el estableci­
miento de un nexo causal entre ésta y la caída de imperios y civilizaciones encaja
en este esquema evolucionista.
’ La política eugenésica nazi se justificaba también con argumentos econó­
micos: la parte “sana” de la nación no podía sustentar a los elementos “enfer­
mos”, que no sólo ponían en peligro la pureza étnica (la “esencia” aria), sino que
además lastraban el desarrollo de la nación alemana. Si la puesta en práctica de ta­
les presupuestos sólo se llevó a cabo de manera “industrial” por el III Reich, no
por ello dejaron de oírse (desde finales del siglo XIX hasta los albores de la II Gue­
rra Mundial) postulados muy similares en Inglaterra, Estados Unidos o Francia.
Cf. Proctor, Robert (1988), Raáal hygiene. Medicine under the nazis, Cambridge
(Massachusetts), Harvard University Press.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 277

perverso, no obstante, va más allá del mito del libertino, dado que
su comportamiento es la expresión de una naturaleza incontrola­
ble (e incontrolada); ofende a todas las normas de forma reiterada,
y lo hace a pesar suyo. El carácter indeseable (inmoral) de su ac­
titud le es atribuido como propio; el prejuicio le es consubstancial,
lo lleva inserto en el cuerpo, no puede evitarlo. No existe en esta
fase de transición hacia las nuevas concepciones científicas otra
explicación verosímil de su comportamiento. El es la primera víc­
tima de su naturaleza y, como tal, debe ser “ayudado” más que
castigado.
Pero, al mismo tiempo, la sociedad debe guardarse de los pe­
ligros que ese comportamiento entraña. La vía hacia un modelo
de represión terapéutica en que el castigo se disfraza de asistencia,
está abierta. El modelo libertino, cuyo prototipo es Donjuán, no
deberá afrontar este proceso. Si bien rompe las leyes de la decen­
cia, está, en lo esencial, del lado de la procreación; del lado de la
naturaleza. No se adapta al modelo de control de sí, de dominio
sobre sus pasiones, pero al menos no ofende a la naturaleza ni pa­
rece hacer peligrar el orden social?®
De este modo, para el libertino y para el perverso se constitu­
yen dos raseros, como corolario lógico de dos procesos diferen­
ciados de relación de la persona estigmatizada con el código ético
imperante. El primero se concibe a sí mismo como cuerpo sin
alma, como deseo inmoral, ajeno a los imperativos de las instan­
cias trascendentes, alcanzando así una libertad del placer. Éste es
el caso de los personajes de Sade (Hénaff, 1980). El segundo no
renuncia a su alma; ésta le es arrebatada al ser reducido a su ana­
tomía desnuda. No opta por la inmoralidad sino que es precipi­
tado en lo amoral. No alcanza libertad alguna; queda alienado. No
elige; privado de cualquier posibilidad de concebirse a sí mismo
como sujeto (ético) es constituido como objeto (penal y médi­
co). También a este respecto, el perverso marca la transición de la
moral a la ciencia.
La caracterización del sujeto perverso determina, además, el
desarrollo de una “higiene social” que aspirará a ser tanto más es­
crupulosa cuanto más perfectos sean los sistemas de localización

Y en caso de que el libertino provoque escándalo o desorden social, en úl­


tima instancia, las aproximaciones científicas (la de Gregorio Marañón, por ejem­
plo), lo “homosexualizará”.
278 Los discursos articulados y sus implicaciones

de los casos de “desviación”. Lo que se produce entonces es el es­


tablecimiento y sofisticación de una peculiar fenomenología que
determinará qué rasgos permiten señalar al perverso. No se trata
ya de lograr que un pecador expíe su culpa, ni siquiera de encon­
trar a un aislado delincuente del placer. Se trata de definir los cri­
terios generales que permitan localizar a (todos) los (posibles)
sujetos de la perversión; sujetos que pululan, quizás inadvertida­
mente, por cualquier intersticio de la sociedad.
En última instancia, la perversión acabará quedando inscrita
como uno de los fundamentos mismos tanto de la esencia humana
como de la organización social. Las concepciones de Freud sobre
el niño como “perverso polimorfo”, y sobre la precariedad in­
trínseca del modelo de orden socio-sexual, instauran un relativis­
mo. De hecho, para Freud, es la represión y la sublimación de las
perversiones lo que permite la integración y, en definitiva, el or­
den social. El régimen de la sexualidad es el modelo instituciona­
lizado por el que se imponen esa represión y esa sublimación de
los afectos y placeres que define como perversos.

Esencia fisiológica, reconocimiento e identificación

«... y cómo me estudiaba el rostro día tras día para comprobar


si lo que había experimentado estaba escrito alü, y la confusión
que sentía preguntándome si me había convertido en esa cosa
odiosa, y sin embargo mi cara seguía igual.» (1991:104)
David Wojnarowicz

«El cuerpo homosexual, inmerso en estos tableaux mourants


densamente codificados, está sometido a niveles extremos de
crueldad casual y de violenta indiferencia, como si de un cuer­
po extraño se tratara, un cuerpo que es abierto en canal ante la
mirada, a la vez aterrorizada y fascinada, de los aturdidos pa­
tólogos sociales.» (1995:46)
Simon Watney

Uno de los primeros efectos de los discursos científicos es el esta­


blecimiento de una esencia fisiológica. El cuerpo se constituye
como superficie en que se refleja una condición, bien sea ésta es­
tablecida a partir de criterios morales (la perversión como ten­
dencia constante al pecado), bien sea debida a causas orgánicas,
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 279

psicológicas o genéticas (la perversión como enfermedad). Esta


esencia permite, pues, reconocer y localizar al sujeto para, en úl­
tima instancia, establecer su identificación con el modelo estereo­
tipado establecido. Wojnarowicz muestra esa inquietud ante la
idea de que en su rostro se reflejara el ser «odioso» en que a los
ojos de la sociedad se había convertido. Watney, por su parte, es­
tablece cómo esta reducción al cuerpo establece como legítimos
procesos de alienación tan violentos como crueles.
La caracterización de esencias fisiológicas, que desde el siglo
XIX se centra con especial insidia en el sujeto perverso, tiene al­
gunos antecedentes en los que también se asocia el cuerpo con
prácticas de placer. La visibilidad exterior (el estigma) de quienes
no se pliegan al modelo de sexualidad moral, natural o sana se es­
tablece a partir de los síntomas de determinadas “enfermedades
venéreas”; enfermedades del amor y de “la carne”, consecuencia
del exceso, de la falta de control sobre las propias pasiones. La va­
riedad y la pluralidad de experiencias sexuales entrañan miste­
riosas afecciones que se identifican en cierto modo con castigos, y
que se manifiestan en el mismo ámbito del placer: la enfermedad
del cuerpo es un claro indicio de la enfermedad del espíritu.
De este modo, un médico griego del siglo I de la era cristiana,
Areteo, señala los síntomas de una de estas afecciones del exceso
de placer: «llevan en toda la disposición del cuerpo la huella de la
caducidad y la vejez; se vuelven flojos, sin fuerza, embotados, es­
túpidos, agobiados, encorvados, incapaces de nada, con la tez
pálida, blanca, afeminada, sin apetito, sin calor, los miembros
pesados, las piernas entumecidas, de una debilidad extrema, en
una palabra, casi perdidos por completo» (Foucault, 1987:17). La
medicina y la moral tienen, desde hace siglos, un campo común
de entendimiento que la medicina legal legitima a través del dis­
curso de la perversión. La descripción de Areteo coincide en mu­
chos aspectos con las que muchos siglos más tarde se realizarán
para caracterizar al “pervertido”.
En el origen de la preocupación por establecer criterios que
permitan la identificación del nuevo sujeto, no sólo está la exi­
gencia judicial de probar el delito imputado, sino también el pos­
tulado organicista de la necesidad de defensa del cuerpo social
frente a la amenaza de agentes perturbadores. En lo que se refiere
a la construcción del nuevo tipo humano que trasciende al sodo­
mita; que lo redefine en función de factores anteriormente irrele-
280 Los discursos articulados y sus implicaciones

yantes, se puede señalar esta “esencia fisiológica” como la prime­


ra en desarrollarse. Impulsada por los ámbitos legal y jurídico, esta
esencia tenderá a establecer los criterios que permitan el recono­
cimiento e identificación de la que se constituirá como quintae­
sencia de la amenaza al régimen de la sexualidad. La posibilidad
de identificar al desviado es el postulado básico en que se funda­
menta una compleja epistemología de “la homosexualidad”.
La preocupación por la particularidad anatómica del sujeto
perverso determina una inusitada atención por parte de la medi­
cina forense del siglo XIX hacia los casos de hermafroditismo. La
ciencia debe determinar el “verdadero” sexo del o de la herma-
frodita, que se esconde bajo apariencias confusas, para justificar
así su vida en términos afectivos y sexuales pero también, sobre
todo, sociales, profesionales o morales.^^ Si el régimen de la se­
xualidad se basa en la rígida distinción entre hombres y mujeres,
no pueden permitirse casos intermedios. La ciencia es, desde el si­
glo XIX y hasta el presente (por medio del análisis de los cromo­
somas), el ámbito que decide, en última instancia, el “sexo” de las
personas. Del mismo modo (y a través de las mismas técnicas), la
medicina debe determinar la “verdadera” sexualidad del sujeto
perverso; su práctica, como señal determinante de su esencia.
La técnica de descubrimiento de la esencia fisiológica por ex­
celencia es la autopsia del cuerpo asesinado, ejecutado o “suici­
dado”, a la que se une el examen o reconocimiento del cuerpo
vivo pero encerrado en cárceles o manicomios. Así, al acto de
incontinencia o pecado le sucede una “esencia morbosa”. La fe­
nomenología de la perversión se basa en el estudio de determina­
dos cuerpos; la epistemología de la perversidad se elabora con
harta frecuencia a partir de cadáveres. El carácter interesado (o
“viciado”) de la selección de las muestras a partir de las que se

" Sobre un caso concreto de imposición de examen forense para determinar


el “verdadero” sexo en un caso confuso, se puede consultar Foucault, Michel
(presentación) (1985a), Herculine Barbin, llamada Alexina B., Madrid, Revolu­
ción. Una versión contemporánea de esta inquietud tuvo lugar en un programa de
la televisión estadounidense ABC en 1976. El presentador, Geraldo Rivera, pre­
guntaba a Holly Woodlawn: «Por favor, contésteme. ¿Qué es Usted? ¿Es una
mujer atrapada en el cuerpo de un hombre? ¿Es Usted heterosexual? ¿Es Usted
homosexual? ¿Travesti? ¿Transexual? ¿Cuál es la respuesta a estas preguntas?»,
a lo cual Woodlawn respondió: «Pero cariño, ¿qué importancia tiene eso siempre
y cuando estés divina?». Citado por Russo, 1987.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 281

construyen los postulados científicos, será una constante de todas


las disciplinas
Aquí se puede establecer, de nuevo, una diferencia significa­
tiva entre el libertino y el perverso. El primero puede operar esa
reducción a la anatomía (por consumo de material pornográfico o
por exhibición del propio cuerpo genitalizado); el segundo es,
desde el momento en que su esencia queda determinada, objeto
permanente de tal reducción. «El suplicio libertino hace avanzar y
lleva al extremo la lógica de la reducción anatómico ! quirúrgica
del cuerpo, postulada por la ciencia. Hay en el saber fisiológico y
en la práctica quirúrgica una agresión diferida, mediatizada en
una legitimidad universitario / humanitaria (conocer / curar) que
el libertino se apropia y exhibe como lo que es: el movimiento vio­
lento, cruel, primario de la pulsión» (Hénaff, 1980:29). Esa apro­
piación, esa capacidad de elección le están vetadas al perverso.
Como sugiere Corbin: «La medicina legal, que pretende de­
senmascarar al nuevo personaje, hace de éste un retrato alucina­
do.» El doctor Ambroise Tardieu describe en 1857 al “pederasta”
como un sujeto que «contraviene la higiene y la limpieza e ignora
la lustración que purifica». Incluso su morfología permite reco­
nocerlo: «el estado de las nalgas, la relajación del esfínter, el ano
en forma de embudo, o la forma o dimensión del pene indican la
pertenencia a la nueva especie; así como ia boca torcida’, ‘los
dientes muy cortos, los labios gruesos, del revés, deformados’,
que atestiguan la práctica de la felación». En definitiva, «Mons­
truo en la nueva galería de monstruos, el pederasta se parece a los
animales: en sus coitos evoca a los perros. Su naturaleza lo asocia
a los excrementos; busca el hedor de las letrinas.»^^ El déficit de

García Valdés, médico penitenciario, presenta un estudio general sobre “la


homosexualidad” a partir de una muestra de 205 presos de cárceles españolas. La
primera parte de su análisis es descrita así por el autor: «Una vez conseguida una
buena relación con el sujeto explorado, se procedía al estudio de su morfología
somática, se anotaba el tipo constitucional, se le pesaba y tallaba, observando el
desarrollo de los caracteres sexuales primarios y secundarios. En algunos casos se
realizaron fotografías cuando el sujeto era un transexual o presentaba alguna
característica de interés.» (1981:131). Esas fotografías, buena muestra del criterio
que determina el interés del autor, pueden verse en el citado libro. Por otro
lado un estudio reciente sobre la etiología de “la homosexualidad”, desarrollado
en Estados Unidos por el profesor Le Vay fue elaborado a partir de cadáveres.
Corbin, Alain (1985), «Coulisses», en Ariés, Philippe y Duby, Georges
(comps.) (1985), Histoire de la vieprivée (vol. 4), París, Le Seuil, p. 586. El Estu-
282 Los discursos articulados y sus implicaciones

humanidad puede, pues, detectarse por observación; no sólo de


las prácticas corporales (el “coito animal”), sino también de la
constitución anatómica (para Tardieu, el pene del perverso es pun­
tiagudo, como el de los perros)?"
*
Otro experto en medicina legal, el alemán Friedrich, caracte­
rizaba al sujeto perverso, también a mediados del siglo xrx, en
función del mismo doble criterio referente a la práctica sexual.
Así, si “el activo” tiene el pene «delgado y pequeño» y «persigue
a muchachos jóvenes con mirada lasciva», “el pasivo” presenta
una «columna vertebral [...] hacia arriba, más o menos torcida»,
mientras que «la cabeza cuelga hacia adelante. Los rasgos faciales

dio médico-legal sobre los delitos contra la honestidad de Tardieu, más descriptivo
que explicativo, tiene un notable éxito: es traducido a varias lenguas europeas (en
castellano es publicado en Barcelona en 1882), y reeditado periódicamente
(Guasch, 1993). Una técnica de estudio, bastante difundida a finales del pasado
siglo como esclarecedora de la presencia de personalidades patológicas, es la
elaborada a partir de la fisionomía. La cara (“espejo del alma”) denuncia estados
depresivos o maniáticos y esencias perversas a partir no ya sólo de las caracterís­
ticas físicas de los rasgos faciales, sino también de las expresiones, muecas, mira­
das... A este respecto, véase Davidson, Amold (1992), «Sex and the emergence of
sexuality», en Stein (comp.), 1992.
La tesis de la deformación canina del pene del perverso sería cuestionada
años después por André Lorulot en una publicación española de ideología anar­
quista, en la que la inquietud por la fisiología perversa mantenía vigencia: «Tar­
dieu pretendía que el coito anal acarrea la deformación de la verga produciendo
un adelgazamiento del glande. Actualmente se ha comprobado que no es así, sino
que son precisamente los hombres que tienen el glande afilado y delgado ya de
por sí, quienes prefieren el coito anal», Lorulot, 1932b:8. La inquietud científica
de Tardieu es considerada por algunos escritores contemporáneos con cierto
sarcasmo: «Resulta sospechosa la pasión con la que el profesor estudia los anos y
mete el dedo en ellos (incluso el puño, convirtiéndose en precursor del fist-fuc-
bin¿iy y describe la deformación ‘infundibuliforme’ (en forma de embudo: esta
palabra le gusta con locura) en los sodomitas», Fernández, 1992:39. En cualquier
caso, las observaciones del ano son más abundantes que las relativas al pene. Ta­
les observaciones permiten la feminización del sujeto explorado (y la subsi­
guiente legitimidad de la estrategia examinadora a partir de una posición falo-
crática). Pero además, en la construcción de la “otredad”, la cuestión del pene no
acaba de encajar en el proyecto hetero-eurocéntrico de definición de la ortodoxia.
Efectivamente, los perversos deberían tener un pene pequeño, como el que se ha­
bía establecido para las razas consideradas inferiores (los pueblos americanos,
asiáticos y del Pacífico). Pero esta hipótesis era cuestionada por la simultánea
construcción de los pueblos negros y árabes como “bien dotados” y por la ob­
servación de casos de perversión entre hombres con iguales características. Bleys,
1996:133. La construcción de la “superioridad” de la raza blanca-heterosexual no
podría apelar a argumentos relativos al tamaño genital.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 283

hundidos, la mirada apagada y sin vida; los huesos de la cara re­


saltan y los labios apenas parecen poder cubrir los dientes». La
imagen que construye Friedrich se parece sospechosamente a la
de una calavera.
Estos trabajos, impulsados desde el ámbito penal, tenían por
objetivo la localización del nuevo sujeto, cuya esencia social de­
nostada tenía ya cierta vigencia, siendo progresivamente caracte­
rizada en términos de amoralidad, pecado, delito y crimen. La
constitución de una fisiología identificable por simple observa­
ción, da cuenta de la concepción de la práctica sexual como de­
terminante de los criterios de pertenencia a una categoría. El co­
rolario lógico de esta premisa es la idea del cuerpo (y en particular
del “sexo”) como elemento de revelación de lo más íntimo de la
persona; como el locus de su verdad.
La inquietud por la identificación no sólo afectaba a los per­
versos. Las mujeres que mantenían relaciones sexuales entre sí
fueron también objeto de atención por parte de los estamentos
científicos. Una inquietud no relacionada en este caso con las
exigencias penales o judiciales. La asociación establecida a finales
del siglo XIX en el discurso científico occidental entre el lesbia-
nismo y el tamaño infrecuentemente grande del clítoris, permitió
a los investigadores acceder a todo un cuerpo de significados cul­
turales con los que podían localizar la nueva realidad lèsbica en un
contexto preciso. La idea de que las lesbianas tenían un clítoris
más grande que las otras mujeres se basaba en algunas (muy po­
cas) observaciones las cuales, no obstante, alcanzaron gran difu­
sión, convirtiéndose en elemento característico de unas represen­
taciones científicas de la fisiología de las invertidas por otro lado
poco frecuentes. A través de la hipertrofia clitorídea, las perversas
entraban en la categoría de las otras mujeres que ya habían sido
caracterizadas como “hipersexuales” (prostitutas y ninfómanas
fundamentalmente, pero también masturbadoras, mujeres pobres
y de razas no blancas —sobre todo negras—, locas y criminales).

García Valdés, 1981:81. Otra de las abundantes caracterizaciones del sujeto


masculino perverso apunta pezones grandes y sensibles, hombros redondeados,
pecho sin pelo, piel delicada, caderas anchas y andar balanceante. Le Forest, Pot­
ter (1933), Strange loves. A study in sexual abnormalities, Nueva York, Robert
Dodsley. Las visiones menos hostiles proponían, en la misma línea pero más tí­
midamente, otros factores determinantes de la esencia: EUis (1961), por ejemplo,
hablaba de un aspecto juvenil que se mantenía hasta la edad adulta.
284 Los discursos articulados y sus implicaciones

Entre unas y otras categorías se establecen todo tipo de relaciones


causales: la masturbadora puede acabar siendo una invertida; la
invertida, criminal (o al revés), y cualquiera de ellas puede con­
vertirse en una ninfómana o una locaJ^
Si bien los postulados del reconocimiento por simple obser­
vación parecen propios del momento histórico en que se desa­
rrolló la medicina legal, no obstante, bajo nuevas formulaciones,
han sobrevivido hasta el presente. Esa reducción al sexo, particu­
larmente patente en los casos de perversión (de abandono defini­
tivo al placer, de permanente ausencia de control sobre las propias
pasiones), abona aún la asociación entre la categoría, la enferme­
dad (de transmisión sexual) y la (posible) muerte a que ésta con­
duce. En este sentido, la pandemia de sida, y el hecho de que haya
afectado con particular intensidad a “los homosexuales” en el
mundo occidental, revela nuevas pautas de reconocimiento. La
posibilidad de localización del “homosexual” se apoya en la vi-
sualización de algunos de los síntomas de la inmunodeficiencia,
particularmente en los signos más llamativos (sarcoma de Kaposi,
síndrome caquéctico). De este modo, los discursos del prejuicio
recuperan y le dan sentido a la epidemia en tanto que contribuye
a señalar lo ajeno; el enemigo. «De ahí la conveniencia inestimable
del sida, reducido a una tipología de signos que garantiza la iden­
tificación del temido objeto de deseo en los últimos momentos de
su aparente autodestrucción» (Watney, 1995:45).

Comparativamente, los estudios sobre la genitalidad masculina tuvieron un


desarrollo mucho menos exhaustivo. La mirada científica sólo puede establecerse
desde una posición de masculinidad heterosexual. A este respecto, particular­
mente famosa llegó a hacerse entre los círculos científicos una mujer llamada Sa-
artje Baartman, conocida como la “Venus Hotentote”, y que fue exhibida en Lon­
dres y París entre 1810 y 1815. Sus genitales y el carácter protuberante de sus
dóteos fueron objeto de numerosos exámenes. A ella se le unieron otras Venus que
fueron también objeto de una curiosidad científica que establecía el exotismo y el
primitivismo de la mujer no-blanca (Bleys, 1996:132). A lo largo del siglo XIX se es­
tablece un incipiente discurso feminista, y se produce la consolidación de la cate­
goría eurocèntrica de la “mujer normal” como aquella que apenas tiene deseos se­
xuales, o que directamente carece de ellos. Las mujeres que manifestaban deseos
sexuales (y tanto más si lo hacían entre sí) eran anormales; mostraban tendencias
propias del género masculino. El clítoris, asociado al pene tanto por los estudios
del desarrollo embrionario como por la literatura sobre el hermafroditismo era, en
sus dimensiones, un factor objetivo que permitía establecer el grado de la desvia­
ción. Gibson, Margaret (1997), «Clitorial corruption. Body metaphors and Ame-
rican doctors’ constructions of female homosexuality», Rosario (comp.), 1997a.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 285

Efectivamente, el sida será considerado como la evidencia de


la perversión. La pandemia saca a la luz lo que el virus constituye
como “anti-cuerpos” (Meyer, 1991). Los signos de la enfermedad
desvelan ante el mundo la estafa del cuerpo socialmente recono­
cido, y lo presentan públicamente como su antítesis; como el re­
verso corrompido (perverso) de una apariencia intachable. El
discurso de la perversión aspira a acabar con los “pactos de Do-
rian Gray” que permiten recluir en el secreto una realidad que ese
mismo discurso emplaza en lo clandestino. Irónicamente, también
puede establecerse el proceso inverso. Si todo pervertido está
(potencialmente) sujeto a un proceso por el que la enfermedad lo
desvele, todo enfermo es, en cierto modo, un pervertido. Es lo
que he denominado la “contaminación homosexual del cuerpo
con sida” (Llamas, 1995b). Y es quizás lo que puede explicar
que en un idílico pueblo de Florida llamado Arcadia, se prendie­
ra fuego a la casa en la que vivían tres niños hemofílicos con sida,
quintaesencia de la categoría de “víctima inocente” y, sin embar­
go, objeto del odio de sus vecinos (Bersani, 1995a).

Límites de la identificación fisiológica.


La lesbiana desencarnada

«Paúl, ya podemos llamar por su nombre al sujeto de experi­


mentación, era un hombre, porque poseía todos los atributos, y
macho, en el sentido copulativo-genético, y que había cohabi­
tado con su mujer y había tenido descendencia. Sin embargo...
era homosexuaí.»^^
Ludwig Wassermann, 1976

Wassermann, 1976:11. Señalemos que para este autor, “ser hombre”


supone una posesión exhaustiva del aparato genital (cuestión anatómica), mien­
tras que “ser macho” depende de una utilización determinada de éste, inscrita
en lo más profundo de su ser (cuestión “copulativo-genética”). Otro ejemplo,
esta vez en el ámbito de la literatura. Un pervertido atormentado acude al mé­
dico. «—Bien,— dice al fin. Vamos a hacer una revisión.— Me desnudo rápi­
damente. Prolongado examen corporal. Burgraeve va tomando notas en una fi­
cha. Habla consigo mismo en voz alta: —¡Normal! Muy normal... Ningún
síntoma de feminidad. Perfectamente constituido. ¿Le aceptaron en el servicio
militar? No me sorprende. La distribución del sistema piloso es masculina.
Músculos salientes, pelvis estrecha... El sistema glandular es excelente.» El doc­
tor llega a la conclusión de que no se trata de una enfermedad del cuerpo, sino
del espíritu. Van Der Meersch, 1975:101.
286 Los discursos articulados y sus implicaciones

La limitada fiabilidad de los criterios de establecimiento de


una esencia fisiológica (morfológica, anatómica) particular, que
pronto se hace evidente, tratará de ser compensada por el pos­
tulado de esencias de otro orden; fundamentalmente psicoló­
gico, aunque también hormonal y genético. Los más sagaces
observadores quedarán perplejos ante la evidencia de sujetos
que, sin presentar caracterizaciones físicas que los diferencien
especialmente de los miembros más respetables de la socie­
dad, no se ajustan al modelo de heterosexualidad en pareja
que la moralidad burguesa intenta imponer. Esta actitud de
incredulidad ante personas que no representan el papel estereo­
tipado (que no se pliegan al modelo perverso o a cualquier
otro de los que se construyen después), permanece (como de­
muestra el caso de Paúl) vigente prácticamente hasta el pre­
sente.
Los límites de la esencia fisiológica muestran la constitución
paradójica de un “cuerpo pervertido”. Por un lado, cuando éste
es reconocible, lo es a través de una imagen grotesca construida, la
mayor parte de las veces, por hombres heterosexuales y a partir de
elementos misóginos. Sin embargo, siendo ésta una imagen ficti­
cia, su efectividad es escasa o nula. Así, cuando deja de ser iden-
tificable, ese “cuerpo corrompido” desaparece y, en cierto senti­
do, deja de existir (continúa sin existir); no sólo como cuerpo,
sino fundamentalmente como realidad, como práctica, como op­
ción posible. Y vuelve a emplazarse en el resbaladizo terreno de lo
fantasmático.^^
El límite último a los postulados del reconocimiento es la in­
visibilidad institucionalizada de las realidades gays y lésbicas. Al
margen de las manifestaciones consideradas grotescas o patológi­
cas, las realidades gays y lésbicas son, en general, censuradas o ig­
noradas. Cuando escapan al estereotipo, forman parte de lo in­
concebible; pasan a ser considerados errores de percepción
heterosexual. De este modo, la existencia como sujeto (o como
instancia alienada) requiere el traspaso de la frontera de la esencia

Russo (1987) señala cómo el cine de Estados Unidos se preocupaba por


subrayar el carácter no “homosexual” de muchas ficciones que podían dar lugar
a una lectura “perversa”. La masculinidad heterosexual, compatible con un cier­
to desinterés por las mujeres y con estrechas relaciones de compañerismo, se fija
por oposición a los personajes grotescos, de fácil identificación.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 287

social?’ La alienación, la heteronomía, la imposibilidad de des­


cribir el propio cuerpo (en términos individuales, comunitarios o
colectivos), la dificultad de no ser leído o leída a través de la lente
deformadora del prejuicio, es el efecto de las estrategias de atri­
bución de caracteres específicos.
Quizás por ser estos rasgos tan evidentemente convencionales,
no debería resultar sorprendente que muchas investigaciones ob­
tengan resultados no ya poco coincidentes, sino a menudo clara­
mente contradictorios. Por ejemplo, un estudio sobre caracterís­
ticas físicas de las lesbianas, comparadas con un grupo de control
formado por mujeres heterosex’uales, establecía que las primeras
eran, por lo general, más bajas. Sin embargo, otro estudio, reali­
zado también a mediados de los años setenta, afirmaba exacta­
mente lo contrario: las lesbianas eran más altas.^® De este modo, la

Como ya he señalado, el ambicioso estudio que realiza sobre “la homose­


xualidad” un médico de prisiones en la España pojz-franquista, se acompaña de
las fotografías de los “casos” que él considera “interesantes”; en esencia, los casos
de transexualidad. El autor decide así qué puede ser representado y cómo debe
serlo, en función de una determinada estrategia que nunca se hace explícita.
García Valdés, 1981.
2® Ruse, Michael (1989), La homosexualidad, Madrid, Cátedra, pp. 27-28.
Efectivamente, cuando no es fácil reducir los cuerpos examinados a una cohe­
rencia, es posible que se postulen diferencias extremas. Un estudio sobre “va­
riantes sexuales” desarrollado en Estados Unidos establecía que las lesbianas
tenían los senos bien hiperdesarroUados, bien infradesarrollados. Esta particula­
ridad era compatible, no obstante, con determinadas regularidades: la “variante
sexual femenina” poseía músculos “angulosos y firmes” mientras que el “varian­
te sexual masculino” estaba, por lo general, “falto de tono muscular”. La voz de
las primeras era grave, la de los segundos, aguda. Por último, ciertos caracteres
eran comunes a unas y otros; en concreto, los hombros anchos y las caderas es­
trechas, signos de un “desarrollo del esqueleto según un modelo inmaduro”.
Sin embargo, este estudio prestaba atención a otras muchas variables que no se
revelaron tan cruciales. El estudio incluía entrevistas exhaustivas y un examen fí­
sico: radiografías de la pelvis y del cráneo (con especial énfasis en el grosor y la
forma); fotografías de todo el cuerpo con especial atención a la distribución del
vello, análisis de esperma (sus propiedades de fecundación) y examen ginecoló­
gico (en especial de los labios y del clitoris). A la luz de los datos, el estudio con­
cluye que los rasgos físicos no son definitorios, y que una aproximación psicoló­
gica puede proporcionar claves que se escapan al mero reconocimiento corporal.
Una conclusión que encaja perfectamente en el clima de ansiedad que se estaba
fraguando, y que iba a caracterizar el momento histórico inmediatamente poste­
rior a su publicación. Henry, George W. (1948), Sex variants. A study of homo­
sexual patterns, Nueva York y Londres, Paul B. Hoeber. Véase también Terry,
Jennifer (1995), «Anxious slippages between ‘us’ and ‘them’. A brief history of
288 Los discursos articulados y sus implicaciones

coherencia que se le busca al cuerpo del pervertido resulta irrele­


vante si lo que se estudia es el cuerpo de la pervertida. No im­
porta que el cuerpo lesbiano sea incoherente o contradictorio, o
que se confunda (en el caso de los postulados del clítoris promi­
nente) con otros cuerpos de otras mujeres “criminales”, “perver­
sas” o “de razas inferiores”.
A fin de cuentas, el cuerpo lesbiano no es un cuerpo que ha­
ble o un cuerpo al que se le escuche; no es un cuerpo sobre el que
se escriba o que pueda ser leído en una supuesta especificidad. La
perversión es aún deudora del privilegio que los discursos morales
otorgan a los actos, y del prejuicio que limita la capacidad de de­
sarrollo de prácticas sexuales a los hombres. En un contexto en el
que “la lesbiana” está desencarnada (carece de cuerpo porque
adolece de capacidad para el sexo), o en el que el lesbianismo no
es sino un efecto posible de una perversión general de las mujeres,
el discurso científico de la perversión (realizada o posible, incon­
trolada o sublimada) sigue limitándose a una mitad escasa de la
humanidad.
El reto de definir qué o cómo puede ser el propio cuerpo o la
propia identidad (o de renunciar radicalmente a dicha tarea, sin
que ello confirme una categorización establecida desde fuera), es
la posibilidad abierta por la evidente imperfección que caracteri­
za estas estrategias ideológicas. El cuerpo lesbiano, que podía ha­
ber sido establecido en su realidad fantasmática con el mismo
celo, es y en buena medida continúa siendo un cuerpo indetecta-
ble. Construido (como cuerpo de mujer) en función de su mayor
o menor atractivo y conveniencia para “el hombre”, carece de re-

the scientific research for homosexual bodies», en Terry, Jennifer y Urla, Jac­
queline (comps.) (1995), Deviant bodies. Critical perspectives on difference in
sdence and popular culture, Bloomington e Indianapolis, Indiana University Press.
El último episodio en la larga historia de los estudios sobre las diferencias anató­
micas entre “homo” y “heterosexuales” (ejemplo, por lo demás, de que tales in­
quietudes no se limitaban al mundo capitalista occidental), lo constituye el estu­
dio desarrollado por el Instituto de Ciencia Sexual de Praga a principios de los
años sesenta. En él se estudiaba peso, estatura, longitud del tronco, anchura de los
hombros y caderas, disposición de tejido adiposo y vello, diámetro del pezón, lon­
gitud del pene en estado de flaccidez y eje longitudinal de los testículos. Salvo en
el caso de dos variables (el grupo “homosexual” pesaba menos y presentaba
mayor longitud del pene), no se apreciaron diferencias significativas y el estudio
acabó siendo abandonado. Kennedy, Hubert (1997), «Karl Heinrich Ulrichs.
First theorist of homosexuality», en Rosario (comp.), 1997a.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 289

ferentes públicos reconocidos y establecidos autónomamente por


oposición a un modelo de perversión impuesto.
La epistemología de la homosexualidad apenas presta aten­
ción a las formas posibles de representación social de la realidad
lèsbica. Las dificultades de acceso de las mujeres al orden de la re­
presentación, derivadas de un régimen de sexualidad patriarcal y
misógino, inciden particularmente en esta ausencia de iconos re­
conocibles. Por otro lado, la creencia generalizada en la incapaci­
dad de las mujeres para alterar el orden social patriarcal, incide en
esa despreocupación por la elaboración de un estatuto lesbiano
identificable que vaya más allá del exotismo o la anécdota. La
construcción autónoma y no sexista del cuerpo de mujer para o
con otras mujeres constituye, en el presente, un reto crucial para
las lesbianas. Pese a la ausencia de esos modelos de perversión im­
puestos (que, aunque cosificada, otorgan una existencia al per­
vertido), ese reto (como veremos) ya ha sido afrontado.
Pero más allá del burdo estereotipo de la evidencia anatómica,
la inquietud por la localización ha impulsado métodos de detec­
ción sofisticados desarrollados desde otras disciplinas. La locali­
zación del sujeto perverso ha sido uno de los objetivos explícitos
que han impulsado el desarrollo de tests de orden psicológico. En­
tre los instrumentos diseñados para determinar, entre otros fac­
tores, la presencia o ausencia de “tendencias homosexuales”, se
pueden citar: El test “de Rorschach” y el llamado ''Thematic Ap-
perception Test” (TAT), que permiten la inferencia (subjetiva) de
conclusiones a partir de las reacciones de la persona estudiada
ante manchas simétricas o imágenes. El denominado ""Dratv A
Person” (DAP), que se basa en la realización por parte del sujeto
de análisis de un dibujo de una persona y posteriormente de otra
persona “de sexo contrario” para las que se ha de inventar una
historia. El ''Minnesota Multiphasic Personality Inventory”
(MMPI), que determina la identificación positiva, negativa o neu­
tra del sujeto a una serie de ítems. Y los llamados ''Szondi” y
*^CattelTs 16 PF'\ en los que la persona escrutada ha de escoger
adjetivos o imágenes que le complacen o le causan rechazo.^^

Véase Riess, Bernard F. (1980), «Psychological tests in homosexuality», en


Marmor (comp.), 1980a. Por ejemplo, el «Inventario Multifásico de Personalidad
de Minesota» (MMPI) consta de 550 afirmaciones a las que se debe responder
“verdadero” o “falso”. De éstas, un subconjunto del total constituye una escala
290 Los discursos articulados y sus implicaciones

La técnica de reconocimiento no se reduce a una simple ob­


servación. Los expertos han de ser convocados a la hora de esta­
blecer la pertenencia o no a la categoría. Este discurso de la esen­
cia, elemento fundamental del desarrollo de las perspectivas
científicas, se ve paradójicamente tanto más confirmado cuanto
más contradictorio resulta. Los límites de las técnicas de identifi­
cación y reconocimiento no hacen sino impulsar el desarrollo de
nuevos métodos, progresivamente sofisticados, progresivamente
incuestionables, progresivamente ajenos a toda posibilidad de crí­
tica en el marco de su elaboración. En el momento presente, la
frontera de la inquietud por localizar a “los homosexuales” está en
el genoma humano?^ El cuestionamiento interno de los postula­
dos (desde el mismo ámbito que los producen), las contradicciones
inherentes al discurso, determinan las condiciones de su evolución,
su desarrollo, su diversificación. Pero al mismo tiempo señalan
también los límites de la ciencia como saber neutro y objetivo.

diseñada para descubrir “la homosexualidad” (masculina). Así, “el homosexual”


deberá responder “verdadero” a afirmaciones como: «Creo que me gustaría tra­
bajar de bibliotecario»; «Solía gustarme dejar caer el pañuelo»; «Me gusta la
poesía»; «Me gustaría ser florista»; «Me gusta cocinar»; «Si fuera artista dibujaría
flores»; «Si fuera reportero me encantaría hacer crónicas de teatro»... Por el con­
trario, “el homosexual” respondería “falso” a proposiciones como «Me gustan las
revistas de mecánica»; «No me dan miedo las serpientes»; «Me gusta la ciencia»;
«Tengo gran confianza en mí mismo»; «No es fácil herir mis sentimientos»...
(Ruse, 1989:241 y ss.) Al margen de la muy discutida capacidad predictiva del
MMPI (al parecer escasa), no cabe duda que su “escala homosexual” aporta
una gama amplia de estereotipos. Según informa el diario El País (5 de noviembre
de 1994), el citado MMPI fue utilizado para una selección de personal de la ad­
ministración pública del Gobierno Forai de Navarra.
22 Muchas otras disciplinas y técnicas se han lanzado, en uno u otro mo­
mento, a promover su capacidad de localización. Por ejemplo, la grafologia pue­
de presentarse como técnica vulgarizada asequible. En un artículo firmado por
Arcadio Raquero (Interviú, 849, agosto de 1992) se analizan las firmas de «un
gran número de hombres geniales, ya desaparecidos, [...] que ocultaron o pre­
gonaron esa condición». El resultado: en Lotea encontramos «letras que poseen
una gran esbeltez femenina y que han sido trazadas con originalidad, ingenio, nar­
cisismo y coquetería». Para Wilde, «el entintamiento del rasgo final nos descubre,
una vez más, el problema sexual del escritor». Verlaine: «mayúsculas muy eleva­
das, altas y femeninas». Hans Christian Andersen: «delicadeza en los rasgos, ele­
gancia en el trazo, mayúsculas perfectas». Nijinsky: «armonía, sentido estético y
clara hipersensibilidad». Maurice Ravel; «su autógrafo parece hecho por una
mano femenina». Y además, muchos otros nombres (de nuevo masculinos):
Proust, Cocteau, Tennessee Williams, Lawrence Olivier, Danny Kaye, Rock
Hudson...
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 291

En palabras de Foucault (1969:243), «al corregirse, al rectificar sus


errores, al afinar sus formulaciones, un discurso no deshace nece­
sariamente su relación con la ideología. El papel de ésta no dismi­
nuye a medida que crece el rigor y que la falsedad se disipa».

5.2. INVERTIDA - INVERTIDO

«Al ser trasladada a la sala, abrazó a la asistenta de forma libi­


dinosa y estuvo a punto de vencer su resistencia hasta que se le
prestó ayuda. En la sala observó identico comportamiento las­
civo e intentó en varías ocasiones tener relaciones sexuales con
sus compañeras de sala.»^’
P. M. Wise, 1883

La descripción del caso que presenta Wise resulta novedosa en va­


rios aspectos. De entrada, la atribución de tendencias lascivas y li­
bidinosas, y la consideración de las relaciones sexuales como po­
sible deseo de una mujer y dirigidas hacia otra mujer, no tenían en
la literatura médica muchos antecedentes. Por otro lado, el hecho
de que esta “lesbiana” estuviera siendo sometida a un escrutinio
médico que fuera más allá del examen genital, resulta también una
novedad.
El término “inversión”, como instrumento conceptual de un
régimen de sexualidad, nace del ámbito psiquiátrico, probable­
mente a partir de la traducción al inglés de una expresión alema­
na, ''konträre Sexualempfindung', creada en 1870 por el psiquiatra
C. Westphal y equivalente a “sensibilización sexual opuesta”. Un
año más tarde, el londinense Journal ofMental Science convierte la
expresión de Westphal en "inverted sexual proclivity". De aquí
pudo surgir la expresión italiana "inversione dell' istinto sessuale",
utilizada por Arrigo Tamassia en 1878 en la Rivista di Rrenatria, di
Psichiatria et di Medicina Legale y que, a su vez, pasaría a la lengua
inglesa.^"^

El estudio de Wise, titulado «Case of sexual perversión», fue publicado en


1883 en Alienist and ]>¡eurologisí, 4, pp. 87-88. Citado por Chauncey, 1985:81-82.
2'* Mirabet i Mullol, 1985:175 y Katz, 1995:54. Pese a que, como se verá en el
próximo epígrafe, el término “homosexualidad” es acuñado un año antes que la
expresión de Westphal, por motivos expositivos presento primero el análisis so­
bre “la inversión”.
292 Los discursos articulados y sus implicaciones

El invertido o la invertida vienen a ser la encarnación de una


anomalía que consiste en la manifestación social y sexual de im­
pulsos dirigidos erróneamente; que apuntan exactamente en la di­
rección inversa de la que sería correcta. El deseo “falla” en la lo­
calización de su objeto. La inversión pasa a ser una categoría
patológica no tanto porque la dirección del deseo esté equivocada,
sino fundamentalmente, porque el sujeto parte de una posición in­
correcta. Si una mujer desea a otra, ello se debe a que su deseo
parte de una posición masculina. No es pues el deseo lo que sor­
prende. Lo que debe ser estudiado es la causa por la que una mu­
jer se masculiniza, se viriliza, escapa a su anatomía y pasa a com­
portarse “como un hombre”. La única lesbiana interesante (la
única lesbiana “verdadera”) es, en el análisis de la inversión, la les­
biana “masculina”. Y su pareja o compañeras sucesivas carecen, al
menos al principio, de interés.
La inversión es el primer contexto propio de un ámbito cien­
tífico que va a dedicar su atención al lesbianismo. Efectivamente,
cuando empieza a hablarse menos de las prácticas sexuales para
prestar más atención al deseo, y cuando el “derroche de la semi­
lla” ya no es el centro de la inquietud por los placeres heterodo­
xos, las lesbianas entran en el espacio de las inquietudes científi­
cas. Desde una práctica inexistencia en el imaginario de los
discursos articulados, el lesbianismo accede, casi de golpe y sin
transición (pero todavía en una posición subalterna), al ámbito de
la patología.
Esta categoría pone de manifiesto de manera aún más precisa
la constitución de una normalidad heterosexual, de una direc­
ción correcta y adecuada del deseo, de una identidad necesaria de
todas las personas con “su” sexo. Ese sexo es establecido a partir
de una categorización bipolar que presupone una complementa-
ridad (una dirección única y un trayecto necesario entre dos ex­
tremos), y una oposición (dos sentidos: del hombre a la mujer y de
la mujer al hombre). Ya no estamos simplemente ante el deseo o
la atracción corporales, ni siquiera ante el abandono a tentaciones
pecaminosas. Ahora se trata de una discordia íntima entre un
“alma” o una tendencia que no se corresponde con el cuerpo se­
xuado en ningún aspecto.^^

Van Alphen, Ernst (1995), «The gender of homosexuality», Thamyris, 2,1,


primavera, pp. 3-10.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 293

La expresión “inversión sexual” fue a menudo utilizada desde


finales del siglo XIX para indicar «una reversión completa de la
función sexual del sujeto» (Chauncey, 1985:82). Este término no
se centra todavía exclusivamente en la elección del “objeto” de
deseo, sino que abarca un ámbito mucho más amplio, que incluye
formas de comportamiento, costumbres, aficiones o imagen. De
hecho, para la invertida o el invertido, la anomalía se sitúa prefe­
rentemente del lado de la adopción de caracteres socialmente
asimilados con el sexo “contrario”, más que en función del “ob­
jeto de deseo”. El comportamiento infantil empieza a considerar­
se revelador de una posible y ulterior inversión. Los niños que jue­
gan con muñecas y las niñas que se entretienen subiendo a los
árboles entran en el punto de mira de los científicos y constitui­
rán, en las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial,
un ámbito privilegiado de intervención normalizadora y terapéu-
tica.^J"
Esta es, pues, la categoría más deudora del régimen del géne­
ro, expresión pública y social del ordenamiento del sexo. Antes de
que se articulara la expresión, en 1858, un profesor de medicina
legal berlinés, el Dr. Casper (contemporáneo de Tardieu), resumía
en una curiosa fórmula esta confusión entre factores fisiológicos,
psicológicos y sociales. Sus “pederastas” presentaban evidentes
signos de afeminamiento porque eran «hermafroditas del espíritu»
(Hekma, 1994). Tales anomalías se expresaban de diversas mane­
ras. En las caracterizaciones de los casos de inversión de finales
del siglo XIX encontramos a mujeres «que rara vez usan corsé»,
que «silban muy bien», que «tienen hábitos muy independientes»,
y a hombres que eran «reacios a las competiciones al aire libre» o
que eran «aficionados a mirarse al espejo» (Chauncey, 1985:84).
El propio Tardieu hace de la estética y de los hábitos invertidos la
otra cara de la moneda del cuerpo perverso: <dos cabellos, rizados;
la cara, maquillada; el cuello, al descubierto; el talle, oprimido
para hacer resaltar las formas; los dedos, las orejas y el pecho, car­
gados de joyas; de toda su persona emanan los olores más pene­
trantes, y en la mano lleva un pañuelo, unas flores o algún trabajo
de ganchillo. Tal es la fisonomía extraña, repugnante y equívoca
que traiciona a los pederastas» (citado por Fernández, 1992:40).

Llamas, Ricardo (1997b), «Sissy-boy. Les bébés de la communauté», Va­


carme, 3 (junio-julio), pp. 48-49.
294 Los discursos articulados y sus implicaciones

Estos criterios de identificación, que señalan al invertido y la


invertida con mayor precisión de lo que se había logrado para el
perverso, serán también finalmente abandonados ante la pobreza
de sus resultados. La necesidad de localizar a los y las invertidas
(cuando así lo exige la ley y, sobre todo, cuando la ansiedad que
se instaura así lo requiere), y de explicar o comprender su “natu­
raleza”, requiere una metodología más precisa. Si la anatomía no
habla por sí misma, tampoco lo hacen los ademanes, los hábitos o
el comportamiento. Krafft-Ebing (1978), que también se ocupa
ampliamente de la cuestión, acaba reconociendo los límites de es­
tas técnicas e insiste en la importancia de considerar factores más
difícilmente perceptibles (impulsos, tendencias, fantasías, senti­
mientos...). Toda la “personalidad” pasa a estar implicada en la
nueva categoría. Así, la inadecuación al género (como la peculia­
ridad anatómica) no es más que el signo de un desarreglo más
profundo.
La inversión adquiere rápidamente connotaciones negativas:
en 1895, Zola escribía que «un invertido es un desorganizador de
la familia, de la nación, de la humanidad», lo cual no le impediría,
años más tarde, suscribir una petición para la derogación de la ley
alemana sobre los “actos contra natura^"A pesar de todo, el
término “invertido” acaba por ser adoptado como autorreferen-
cial por los parisinos de principios del siglo XX, siendo utilizado
por Gide y Proust, entre otros. En 1921 se publica la tercera par­
te de En busca del tiempo perdido^ de Marcel Proust, en la que se
presenta una visión de la inversión influenciada por las teorías ale­
manas del “tercer sexo”. Para Proust, los “invertidos” constituyen
una raza perseguida, sometida al oprobio, obligada a una diàspo­
ra de Sodoma. De entre las diversas teorías, los hombres y mujeres
que practican afectos y placeres socialmente disidentes, tende­
rán a escoger aquella que menos sanciones entrañe, o la que sea
percibida como susceptible de permitir un mayor grado de auto-
nomía,2®

E. Zola en una carta al Dr. Laupts (25 de junio de 1895), citado por Cou-
rouve, 1985. )
Apenas pueden citarse casos de adopción en primera persona de términos
de los discursos de la moral eclesiástica. Un sorprendente antecedente de la re­
cuperación autorreferencial de términos con connotaciones negativas es el caso
del pintor renacentista Giovanni Antonio Razzi (1477-1549), apodado llsodoma,
apodo que él aceptaba orgulloso, probablemente porque las implicaciones de una
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 295

En todo caso, sea como instrumento de localización de deter­


minadas personas que empiezan a ser objeto de una persecución
legal que tiende a ser indiscriminada, sea como término (ambi­
guamente) autorreferencial, acomodaticio o con intención sub­
versiva, el invertido o la invertida pasan a constituir sujetos dife-
renciables y diferenciados. Sujetos que (abundando en los factores
que impulsaban el discurso del cuerpo perverso), pueden ser dé­
tectables según criterios cada vez más diversos. Sujetos cuya lo­
calización empieza a ser relevante en espacios y momentos cada
vez más amplios, en los que, hasta entonces, no se había conside­
rado necesario poner en marcha una auténtica caza de brujas.

Las nuevas posibilidades de localización

La preocupación obsesiva por la localización, a lo largo del si­


glo XX, deja de ser exclusiva del ámbito jurídico-penal y trascien­
de incluso la inquietud científica para convertirse en una cuestión
plenamente “social”. La represión creciente y la clandestinidad de
un “mundo secreto” que se articula progresivamente, dan lugar a
propuestas de análisis más sutil, que trascienden el postulado de la
evidente particularidad de la constitución anatómica, al tiempo
que democratizan los sistemas de localización. Si para localizar al
perverso podía hacer falta un examen forense, al invertido es más
fácil detectarlo. Cualquiera puede (y debe) reconocer e identificar
a las y los invertidos porque socialmente empiezan a ser conside­
rados sujetos peligrosos. Los profesionales sanitarios de los Esta­
dos Unidos que efectúan reconocimientos médicos generales a to­
dos los soldados movilizados, por ejemplo, se convierten en
improvisados “detectores” de invertidos; sobre todo una vez fi­
nalizada la Segunda Guerra Mundial. Cuando desaparecen los

sodomía pública no estaban tan determinadas como las de la inversión en el siglo


XIX. Cf. Cooper, 1986. Sobre Proust, véase Alter, Robert (1985), «Una lectura
ideológica de Proust», en Steiner y Boyers (comps.), 1985. Como veremos, las
aproximaciones científico-médicas dan pie a numerosas estrategias de identifica­
ción o, en ocasiones, de apropiación subversiva de una terminología y una temá­
tica referencial que es tan ajena a su realidad como opresiva. Esta proliferación de
estrategias de apropiación no se debe tanto a las especificidades de la palabra
científica, cuanto a la progresiva imposibilidad de escapar a las determinaciones
del régimen de sexualidad.
296 Los discursos articulados y sus implicaciones

frentes de guerra (y se atenúa la necesidad de contar con abun­


dantes efectivos humanos); cuando, tras el paréntesis bélico, la
“masculinidad” busca modos de restablecerse, la localización se
convierte en un asunto de seguridad nacional.
“Descubrir al homosexual” a partir de sus caracteres inverti­
dos pasa a ser una tarea asequible a cualquiera. El exhaustivo es­
tudio sobre los y las “variantes sexuales” publicado en 1948 que
establecía la inadecuación del examen físico como único criterio
para la detección, incidía en la importancia de los caracteres
más asociados con el género o el estilo de vida, como la muscu­
latura o el tono de voz (Henry, 1948). Para Newstveek (9 de junio
de 1947), cualquiera puede reconocer a “un homosexual ” por
«su aspecto y comportamiento afeminados y repitiendo deter­
minadas palabras del vocabulario homosexual, prestando aten­
ción a posibles señales de reconocimiento». La misma revista
estadounidense comentaba en 1949 los métodos utilizados para
detectar la presencia de invertidos en el seno del ejército. Por su
parte, la revista Ltfe (26 de junio de 1964), al desvelar la existen­
cia de ese submundo, invita a sus lectores y lectoras (que for­
malmente son exclusivamente “heterosexuales”) a reconocer a ta­
les sujetos a partir de elementos tales como «el fracaso que
supone no lanzar la mirada de admiración que el hombre co­
rriente dedica a todas las chicas guapas que pasan a su lado».^^ Si
la inquietud por la localización se democratiza, los métodos, pa­
ralelamente, se adecúan a dicha universalización de la curiosidad
o de la ansiedad.
Pero si cualquiera puede reconocer o descubrir al invertido (y
si, en cierto modo, todo el mundo debe hacerlo), esa dispersión
de la capacidad y de la responsabilidad de desvelarlo no deja de
plantear un terrorífico régimen de ansiedad. Tan malo es, efecti­
vamente, no reconocer como reconocer demasiado. Si el no ver
nada es impericia, el no querer ver puede ser complicidad. Si el no
verlo todo puede ser prudencia (o “tolerancia”), ver demasiado
puede ser obsesión o, peor aún, familiaridad. Se establece así un
doble vínculo que atenaza de igual modo al “recto” ciudadano
que al invertido, preso entre lo visible de su esencia y la posibili­
dad o conveniencia de pasar inadvertido.

Ejemplos citados respectivamente por Bérubé, 1989:387; Russo, 1987:108


y Edelman, 1993:556.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 297

El tránsito de la inquietud por la perversión a la ansiedad


por la inversión plantea, además, una cuestión crucial. Si la idea
de un cuerpo que presenta signos que pueden ser leídos pierde
credibilidad, la idea del reconocimiento mantiene un potencial
simbólico considerable y marca una transición trascendente.
Como señala Edelman (1994), los signos de la perversión eran leí­
dos como metonimia, mientras que la inversión se reconoce a
partir de una lectura metafórica. En el primer caso, son los actos
revelados por el cuerpo los que descubren al pervertido. En el se­
gundo caso, los rasgos de la inversión, sin que señalen (y esto es lo
trascendente) ninguna práctica, revelan, no obstante, una esencia.
Los niños, niñas y adolescentes de comportamiento, aspecto o
aficiones “ratitas”, serán las principales víctimas de esta nueva in­
quietud de localización de la inversión como signo antecedente de
una posterior “homosexualidad ” (Llamas, 1997b).

El debate sobre el carácter congènito o adquirido

Si todo el mundo puede ser pervertido (la perversión, como el pe­


cado, se lleva dentro como una potencialidad), los criterios de ela­
boración del discurso de la inversión (la consideración del género
como factor que señala “desórdenes” más profundos; la posibili­
dad de “desviación” al margen de prácticas sexuales o antes de
que éstas tengan lugar...), impulsan una inquietud nueva sobre las
causas de ese “fenómeno” que el régimen de afectos y placeres
constituye. La génesis de la esencia invertida es, comparada con la
de la práctica perversa, mucho más interesante. Sobre todo por­
que esa esencia puede ser considerada como un precedente de la
práctica.
“La inversión” se consolida como concepto adecuado para el
análisis de determinadas realidades con la ya mencionada Psy-
chopathia sexualis de Krafft-Ebing, en la que se distingue entre
inversión congènita e inversión adquirida. La inversión congènita
se asocia a la “degeneración” (es decir, a los errores heredita­
rios). La inversión adquirida, por su parte, estaría relacionada
con la “degradación moral” y, en este caso, se asociaría con la
perversión. Estamos ante la difícil coexistencia de una concep­
ción “biológica” con otra de tipo “ético-psicológico”; la ads­
cripción a una u otra escuela tendrá implicaciones en ámbitos
298 Los discursos articulados y sus implicaciones

terceros que oscurecen la supuesta neutralidad de la inquietud


científica.
Así por ejemplo, el sexólogo británico Havelock Ellis, en su
obra Sexual inversión (uno de los seis volúmenes de sus Studies in
the psychology ofsex, publicados entre 1897 y 1910), pretendió re­
definir el término según criterios estrictamente sexuales. Recha­
zaba así la inversión adquirida, cuya etiología había sido estable­
cida a partir de factores como la masturbación, el aburrimiento,
“la perversión” o el vicio.^® Esta “genitalización de la inversión” se
produjo con más rapidez en los casos de inversión masculina aun­
que, pese a las reticencias de muchos investigadores, la conside­
ración de los casos de mujeres invertidas obligaría finalmente a re­
conocer la existencia del sexo lésbico. Hasta que esa tendencia se
impuso, a lo largo de muchos años, la inversión (entendida mera­
mente como comportamiento de género paradójico), continuó
siendo reconocida como propia de algunas mujeres. Y al igual que
las lesbianas invertidas sí tenían relaciones sexuales además de
ademanes viriles, sus “esposas”, que habían pasado completa­
mente inadvertidas, acabaron por ser consideradas partícipes ple­
nas de la desviación, en tanto que eran partícipes plenas de la re­
lación sexual.
Cuando ya declinaba la hipótesis de Casper sobre el herma­
froditismo del espíritu, se exploró la posibilidad de un hermafro­
ditismo físico, en la línea de la evidencia fisiológica que supuesta­
mente denunciaban los casos de perversión. De este modo, los
primeros casos de lesbianismo descritos en la literatura médica,
prestan especial atención a la forma y tamaño de los órganos se­
xuales femeninos, manteniéndose en ocasiones que tales mujeres
«tenían clítoris desacostumbradamente grandes» y que «eran uti­
lizados por las invertidas de la misma forma de la que los hombres
utilizaban su pene». En cualquier caso, una vez se desestimó tam­
bién que la inversión tuviera que ver con particularidades físicas
que señalasen una pertenencia simultánea a ambos sexos (o al

Un compendio de su monumental obra fue publicado por el mismo autor:


Ellis, 1961. La masturbación, como origen de multitud de enfermedades de todo
tipo, es una de las primeras preocupaciones de los estudiosos de “la sexuali­
dad”. En el origen de esta obsesión antimasturbatoria está la obra de Tissot titu­
lada De Lonanisme (1760). Una nueva pedagogía, preocupada por defender la
inocencia de la infancia de los peligros de un posible “abuso de sí misma”, nace­
rá a la luz de las teorías de Tissot.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 2^3

"contrario”), se volvió a proponer una hipótesis modernizada de


la idea de Casper, el “hermafroditismo psíquico” retomada, entre
otros, por Freud?^
Por otro lado, necesario es reconocer que la opción biológica
(congenita) podía presentarse como una hipótesis más “científica”
y, sobre todo, como más susceptible de escapar a las estrategias
culpabilizadoras. Por este mismo motivo, Ulrichs primero y
Hirschfeld más tarde serían ardientes defensores de esta hipótesis.
Este último logró, además, que Krafft-Ebing se acercara a estos
postulados.
Sigmund Freud, en sus Tres ensayos sobre teoría sexual (pu­
blicados en 1905) acabó diferenciando «objeto sexual» (la perso­
na hacia la que se dirige el deseo sexual) y «fin sexual» («el acto
hacia el cual impulsa el instinto») (1975:8). Para él, la cuestión del
objeto sexual era de mayor relevancia (y daba cuenta de las «des­
viaciones», entre ellas «la inversión»), mientras que la segunda
(que abarcaría las formas de comportamiento sexual al margen del
objeto), sería menos trascendente. Si Ellis se esforzó en demostrar
la falsedad de los postulados de la esencia patológica de la inver­
sión sexual (presentando análisis biográficos de sujetos absoluta­
mente divergentes por su “normalidad” del estereotipo que se
estaba imponiendo), Freud estableció su carácter adquirido y no
congenito: «podría definirse la inversión como una frecuente va­
riante del instinto sexual, determinada por cierto número de cir­
cunstancias exteriores de la vida» {IbidAl}. Pero la hipótesis de la
adquisición estaba ahora desvinculada de criterios morales y era
traducido a un lenguaje que se pretendía éticamente neutro: el
lenguaje del psicoanálisis.
En cualquier caso, la cuestión no queda zanjada: «la alterna­
tiva —innatismo o adquisición— o es incompleta o no entraña to-

Chauncey, 1985:102; Gibson, 1997 y Freud, Sigmund (1975), Tres ensayos


sobre teoría sexual, Madrid, Alianza. Los estudios sobre el hermafroditismo cons­
tituían uno de los pocos modelos de racionalización de una diferencia sexual per­
manente accesibles a la cultura occidental. A partir de ellos, se intentó explicar la
realidad europea de la sodomía, relacionándola con figuras socialmente recono­
cidas en otras culturas. La transición de un modelo de actos pecaminosos a uno
de personalidades “viciosas” o “enfermas” (y la constitución de éstas en térmi­
nos de “afeminamiento” y “pasividad”), está relacionada, pues, con la llegada a
Europa de crónicas coloniales donde se describen los roles institucionalizados en
muchas culturas de individuos que subvierten públicamente las expectativas de
género (bardajes americanos, hijras indios...), Bleys, 1996:71-73.
300 Los discursos articulados y sus implicaciones

das las circunstancias de la inversión» (í¿/¿:12). Freud trata de


apelar al cuerpo en busca de respuestas: «En ningún individuo
masculino o femenino, normalmente desarrollado, dejan de en­
contrarse huellas del aparato genital del sexo contrario [...] La hi­
pótesis deducible de estos hechos anatómicos, ha largo tiempo co­
nocidos, es la de una disposición bisexual originaria De aquí
no había más que un paso para transportar esta hipótesis al do­
minio psíquico y explicar la inversión como manifestación de un
hermafroditismo psíquico» Sin embargo, según pue­
de comprobarse, «la inversión y el hermafroditismo somático son
totalmente independientes la una del otro», por lo que «la susti­
tución del problema psicológico por el anatómico es tan ociosa
como injustificada» (í¿/e/:14-15).
Si la “homosexualidad congènita” había centrado la atención
y el interés de la mayoría de los investigadores hasta Freud (in­
cluyendo, además de los ya mencionados, a Gregorio Marañón y a
Albert Moli), con la difusión de la “hipótesis de la adquisición” se
estableció una clara dicotomía entre dos tipos diferentes. De este
modo, se podía justificar una distinción ya en vigor que, hasta
cierto punto, exculpaba a quienes no “eran” sino que “caían” en
la inversión. Los conceptos de “pseudo-homosexualidad” (esta­
blecido por L. Ovesey en 1955) o de “falsa homosexualidad” son
herederos de esta distinción. Así por ejemplo, Lombroso, espe­
cialista de la antropología criminal, ya había afirmado que sólo los
casos de inversión congenita debían ser castigados, proponiendo
el confinamiento del sujeto en función del peligro que represen-
taba.^2 Del mismo modo, y sin que nunca se alcanzara un acuerdo
completo sobre qué diferenciaba unos casos de otros, a menudo
se postularía que los casos “adquiridos” tenían más posibilidades
de “curación”.
Cuestionando la pertinencia de la categoría de inversión con­
gènita en el seno de las concepciones etiológicas vigentes, Freud
“democratiza” el estereotipo, al tiempo que intenta acabar con
ciertos privilegios (como los implícitos en el análisis de Lombroso)
a los que podían acceder quienes serían posteriormente categori-
Lombroso, 1968. Obviamente, esa diferencia entre el carácter congenito y
el adquirido es paralela a la distinción ya mencionada entre quienes expresaban
un deseo que partía de un punto inexacto (la lesbiana que deseaba como un hom­
bre, el gay que deseaba como una mujer), y quienes responden a la adecuación
entre anatomía y comportamiento de genero socialmente establecida.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 301

zados como “pseudo-homosexuales”. Con frecuencia, el acceso a


una categoría de desviación comparativamente menos grave de­
pendía de factores tan poco cienttficos como el poder económico,
la influencia o el prestigio.
El debate congénito / adquirido y la imposición relativa de
esta última concepción como explicación más aceptada de la etio­
logía, tiene importantes implicaciones en lo que se refiere a la
esencia social atribuida a posibles gays y lesbianas. En primer lu­
gar, desde el punto de vista de la instancia que certifica la “des­
viación”, la técnica que se proclama como más capacitada para
determinar la pertenencia o no a la categoría establecida es el
psicoanálisis. No es cuestión de práctica, ni de observación o re­
conocimiento, sino de descubrimiento de aquello que sólo puede
desvelar un experto, cuyo criterio deberá ser aceptado por las
otras instancias y, además, por el propio individuo, que definiti­
vamente pierde así toda posibilidad de autonomía.
En segundo lugar, se abre la vía del análisis del peligro y de la
influencia perniciosa (la opción sexual depende de factores ex­
ternos), y se teoriza la “protección de la infancia”, argumento
clave con el que, aún hoy, se justifican políticas de exclusión re­
presivas y discriminatorias, ajenas a cualquier preocupación por el
bienestar de los y las jóvenes. La “corrupción de menores” será el
delito por excelencia de los invertidos, con el cual, de paso, se es­
tablecen la desexualización de la infancia y de la adolescencia, y se
atribuye una inocencia y una pureza relativamente nuevas. Por
otro lado, la zona de indefinición o ambigüedad acaba con la
edad adulta, momento en el que el sujeto queda, para “bien” o
para “mal”, definitivamente constituido.
En tercer lugar, el momento de la constitución del sujeto, sin
llegar al útero, retrocede, no obstante, hasta la infancia. En cual­
quier caso, el debate entre una y otra hipótesis no hace sino im­
poner la esencia antes de la presencia efectiva de sentimientos o
sensaciones, estableciendo una especie de determinismo retros­
pectivo: una vez manifestado el comportamiento patológico (y,
con frecuencia, delictivo), se tratará de ver dónde están los an­
tecedentes que lo expliquen. No estamos ya ante un cúmulo de
factores sincrónicos al proceso de examen, sino ante toda una
historia personal, específica y que, no obstante, determina regu­
laridades descifrables. Así por ejemplo, «el niño prehomosexual
que se encuentra con mayor frecuencia es el que presenta un
302 Los discursos articulados y sus implicaciones

cuadro bien circunscrito de afeminación polisintomàtica o ma-


riquitismo en la niñez y en los primeros años de la adolescen­
cia»?^
Por último, al margen de las posiciones que se manifiestan en
la polémica, lo fundamental es que ésta tiene lugar, y que consti­
tuye un debate significativo. En los términos de este debate, que­
da definitivamente establecida la necesidad de intervención en
las realidades gays y lésbicas. Sean teólogos, jueces, legisladores,
médicos o psicoanalistas, todos tienen algo que decir; los ámbitos
de análisis, control y alienación de realidades (supuestamente)
ajenas, se multiplican. Si bien el debate sobre el carácter congènito
o adquirido (“se nace o se hace”) está ya bien presente en el siglo
XIX, no por ello es un debate cerrado. Antes bien, la preocupación
obsesiva sobre el establecimiento de una etiología precisa de pla­
ceres y afectos denostados ha cobrado recientemente un nuevo
impulso con el desarrollo de la investigación genética.

5.3. HOMOSEXUAL

«Nada más vago a este respecto que la palabra ‘homosexuali­


dad’ [...] ¿Es logico denominar homosexual al enfermo mental
que se dedica exclusivamente a los niños, sea cual sea su sexo?
¿Qué puede este enfermo tener en común con un joven afemi­
nado, pero prudente y reservado, que sólo busca amistades
platónicas con hombres de más edad, en los que hallará un
afecto y un ejemplo que su propio padre le ha negado? ¿O
bien con la mujer que, temerosa del nombre o la maternidad,
no se permite más que relaciones lesbianas? Si la sexología tie­
ne alguna esperanza de convertirse en una ciencia empírica
más que en un subproducto de la moral o el derecho, debe es­
tudiar, entre otras cosas, los diversos comportamientos sexuales
del hombre con un objetivismo aún mayor que el que nos guía
cuando estudiamos los de otras especies.» (1975:81)
Édouard Roditi, 1962

Saghir, Marcel T. y Robins, Eli (1978), Hombres y mujeres homosexuales,


Barcelona, Fontanella, p. 55. Este voluminoso estudio, publicado cinco años an­
tes en los Estados Unidos, es presentado en la introducción como «la obra psi­
quiátrica clásica sobre la condición homosexual» (Ibid:9}. Véase también Llamas,
1997b.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 303

«Abandone, por ahora, la idea de casarse. Usted está enferma,


afectiva y sexualmente. ¿Ha pensado alguna vez en el daño
que causaría a ese joven la vida marital con una mujer que no
Suiere a los hombres por su inmadurez psicosexual? Lo que
sted necesita con urgencia es tratamiento psicoterapèutico. Su
problema es un ejemplo típico de homosexualidad. Vuelva a
ubicarse en la vida; si verdaderamente quiere ser feliz no re­
chace mi consejo: vea a un analista.»
Consultorio de la revista Siete Días
Buenos Aires, 28 de mayo de 1968

Como admite Roditi, “la homosexualidad” constituye un cajón de


sastre en el que todo cabe. Su indefinición podría compararse a la
de “la sodomía”, aunque es evidente que estamos ante un para­
digma completamente diferente. En cualquier caso, al ser éste un
término dotado de un reconocimiento prácticamente universal, en
él se resumen en una síntesis bastarda todas las implicaciones po­
sibles a las que cualquiera de los términos anteriormente analiza­
dos hayan podido dar lugar. Y, lo que es aún más importante, en
este término quedan colapsadas también (o, en el mejor de los ca­
sos, amenazadas de colapso), todas las iniciativas discursivas que
pretenden superarlo. Los discursos autorreferenciales son a me­
nudo abatidos en ese espacio de “la homosexualidad”, paradóji­
camente tan omnicomprensivo como radicalmente excluyente.
Como se desprende del consejo de la revista bonaerense a
una de sus lectoras, tres notas definen y particularizan un deter­
minado aspecto de este concepto de “homosexualidad”: la enfer­
medad (o algún equivalente como la excepcionalidad, peculiari­
dad, anormalidad, excentricidad...); el tratamiento (la necesidad
de gestión de una realidad problematizada por parte de un esta­
mento legítimo), y la instancia que reconoce la primera y deter­
mina el segundo: la “ciencia sexual”. Todos estos elementos, no
obstante, pueden ahora quedar asociados a la terminología estu­
diada en los epígrafes precedentes: «¡Cuántos invertidos que as­
piran a la curación quisieran poder amar como sus semejantes, y
dejar de ser, en la humanidad, una categoría especial, teratològica
y despreciada! ¡Bendito el día en que la ciencia nos desembara­
zará de todas las perversiones y de todas las taras que desnatura­
lizan y ensucian el amor!» (Lorulot, 1932b:106). “La perversión”
y “la inversión” pierden cualquier especificidad y son absorbidas
por el nuevo discurso homosexual.
304 Los discursos articulados y sus implicaciones

“Homosexual” es sin duda el término más universal con el


que todavía hoy se designa y constituye una realidad imposible de
reducir a un estatuto único, y cuyas implicaciones van mucho
más allá del ámbito de la mera relación física que tiene el placer
como objetivo. Tan inmoral como la sodomía, tan peligrosa como
la perversión, tan inquietante como la inversión (en ocasiones
tan reivindicativa como la terminología autorreferencial), “la ho­
mosexualidad” retoma caracteres de cualquier otra concepción
desarrollada en torno a la inadecuación al orden socio-sexual,
y anula la pertinencia, la credibilidad o la posibilidad misma de
las estrategias de contestación autónomas a que da lugar. También
retoma, además, dos de las limitaciones más características de las
categorías precedentes: el relativo desinterés por la “homosexua­
lidad femenina”, y el desarrollo de prácticas sexuales como ele­
mento determinante (aunque no imprescindible). Ambas cues­
tiones, como ya hemos visto, están íntimamente relacionadas.
Y recoge, sobre todo, el testigo de la reacción popular o institu­
cional contra la disidencia sexual. En este marasmo de concep­
ciones e implicaciones diversas, “la homosexualidad” tratará de
ser elevada al estatuto de objeto predilecto de una nueva ciencia:
la sexología. Pero también será un elemento clave para el psicoa­
nálisis, para las ciencias del comportamiento, para la psiquiatría, la
psicología, la embriología, la genética...
Si, como ya he observado, “la inversión” se constituye a partir
de un a priori heterosexual no cuestionado que se manifiesta en
dos roles complementarios, “la homosexualidad” reifica, a partir
de los análisis de Freud, ese a priori heterosexual para hacerlo
equivalente a la meta del desarrollo “normal”, meta a partir de la
cual se estudian los casos de “fracaso”. Del mismo modo, par­
tiendo de la reducción del sexo a la genitalidad masculina y de la
práctica sexual a la penetración, el análisis del lesbianismo, reali­
zado a partir de tales presupuestos reduccionistas, da lugar a pos­
tulados como los de la “envidia del pene” como nuevos (y a me­
nudo exclusivos) determinantes de la consideración de la
“problemática lèsbica” (De Lauretis, 1992).
El concepto “homosexual” no ha logrado nunca llegar a ser
tan universalmente inclusivo como parecía pretender. En princi­
pio, el término tarda varias décadas en entrar a formar parte del
vocabulario de uso común: Halperin (1990) sostiene que, en In­
glaterra, no es hasta los años cincuenta cuando los y las “homo­
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 305

sexuales” empiezan a conocer el término. Pero incluso cuando se


populariza su uso, sigue sin ser aceptado sin discusión. Por un
lado, debido a la escasa precisión del término tal y como es utili­
zado, pocas veces desvinculado de las concepciones de la per­
versión o de la inversión, y a menudo deudor de los análisis sobre
la sodomía. Por otro lado, por el reducido número de personas
que se reconocen en él, pese a las presiones desatadas en favor de
tal identificación. Si los análisis de “la homosexualidad” aspiraban
a contar con la aquiescencia de sus protagonistas, tal pretensión
resulta sólo parcialmente satisfecha. Las lesbianas (pese al inédito
acceso al ámbito de las inquietudes científicas derivado de las
aproximaciones a “la inversión”), no se sienten aludidas por un
término que continúa desexualizando su realidad o haciéndola de­
pendiente de las concepciones masculinas de orden falocéntrico.
Pero incluso los hombres que mantienen relaciones físico-afectivas
con otros hombres, salvo en los casos en que éstas sean subjetiva­
mente vividas en términos patológicos o en ausencia de otras al­
ternativas menos culpabilizadoras, tampoco se reconocen en esta
categoría. Como veremos a continuación, este reconocimiento en
lo enfermo ha estado bastante extendido (y sigue en buena medi­
da vigente), pero no por ello es universal.’'*
El uso del término “homosexual” como adjetivo, plantea re­
lativamente pocas dificultades: convencionalmente son homose­
xuales las relaciones físicas entre personas que comparten deter­
minadas regularidades anatómicas y biológicas socialmente
trascendentes. No obstante, su utilización como substantivo pre­
senta múltiples problemas. Bien se considera como criterio válido
el hecho de haber tenido alguna vez relaciones con otra persona
“del mismo sexo”, bien se toman en consideración criterios de
otros órdenes.
Cabría considerar el carácter exclusivo o excepcional de tales
relaciones (a partir de cuántas relaciones o en qué proporción);

Comentando el resultado de una encuesta realizada en Francia con el ob­


jeto de «conocer la realidad homosexual», Bach-Ignasse señala algunas de las res­
puestas que se daban a la pregunta «¿Cómo se define Vd?» La cuarta parte de
quienes respondían no se definían en función de las categorías hasta ahora enun­
ciadas («No lo sé. Me importa un rábano»; o bien «Homosexual, marica, gay,
pero también aspirante a historiador, francés y todo lo demás»). En muchos casos
había un rechazo frontal a la idea de definirse («Yo no me defino»). Bach-Ignas-
se, Gérard (1982), Homosexualités, París, Le Sycomore, p. 25.
306 Los discursos articulados y sus implicaciones

la existencia real o imaginaria de la relación (qué papel juegan


anhelos, fantasías o deseos no realizados); las prácticas a través de
las que éstas se hacen explícitas (dónde acaba la amistad; qué
importancia tiene un determinado rol sexual); la edad (en qué mo­
mento de la infancia o de la adolescencia empiezan las relaciones
físicas o eróticas a ser “sexuales”); la incidencia de factores ajenos
a la propia relación física (el miedo o la imposición, la admiración
o la curiosidad, la posibilidad de retribución económica)...
Pero además habría que considerar el papel que juega la sub­
versión del rol de género socialmente estipulado (tanto si se pro­
duce como si no); la socialización o la pertenencia a ámbitos cul­
turales, económicos, laborales o étnicos más o menos “tolerantes”
o indiferentes a las cuestiones del “sexo”; las situaciones coyun-
turales en las que las relaciones físico-afectivas sólo son posibles
con personas de ese “mismo sexo” (instituciones religiosas, pri­
sión, internados, servicio militar); la posibilidad de que tales rela­
ciones sean determinantes en la constitución de una identidad
individual o colectiva...
Y todo ello presuponiendo que el criterio de análisis de las re­
laciones físico-afectivas más pertinente sea (según lo comúnmen­
te aceptado desde Freud), el “objeto sexual” privilegiado, y no
otros criterios posibles, como el carácter de la relación, el grado
de satisfacción o frustración en función de prácticas sexuales con­
cretas, o la construcción de complementaridades o reciprocidades
en función de roles que se estructuran en órdenes diferentes del
meramente fisiológico. En otras culturas, como en la sempiterna
Antigua Grecia, el criterio era diferente por completo, estructu­
rándose preferentemente las categorizaciones en torno a “la se­
xualidad” a partir de factores como la incontinencia y la modera-
ción?5 La distinción homo / hetero es “grosera e imprecisa”;^^
confunde más de lo que aclara, pero corresponde, pese a todo, a
criterios de análisis con implicaciones importantes.
Según esto, utilizaré el término “homosexual” como adjetivo
que caracterice las relaciones entre personas con anatomías a

” Véase, entre otros muchos, Foucault, 1987:43-46. La expresión “Antigua


Grecia” puede resultar en ocasiones confusa, porque si bien está claro que se re­
fiere siempre a la Atenas Clásica, sus límites, geográficos o cronológicos, varían de
unos estudios a otros. Una acepción amplia no parece, en este caso, problemática,
Boswell, 1992a. Cualquier texto autorreferencial señala los límites de esta
distinción.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 307

grandes rasgos similares y, en ocasiones, sorprendentemente pa­


recidas; personas, como se suele decir, “del mismo sexo”. Evitaré,
por lo tanto, utüizar dicho término como substantivo, no sólo
por los problemas de indefinición que presenta, sino también
porque a partir de esta indefinición se ha convertido en un “cajón
de sastre” susceptible de ser utilizado por diferentes instancias y
según estrategias claramente divergentes, sin que pueda señalarse
un mínimo de coherencia entre ellas?’ De modo excepcional,
podré hacer referencia a un sujeto homosexual como aquél que ha
asimilado de manera manifiesta las connotaciones progresiva­
mente patológicas de este concepto.^® En todo caso, la utiliza­
ción del término “homosexual” deberá siempre entenderse en el
marco de discursos y prácticas propias de un régimen de la se­
xualidad determinado, en el que ésta juega un papel preciso.

La original vocación liberadora: las redes de sexología

«La Liga Mundial para la Reforma Sexual tendrá como meta


establecer en todos los países una nueva actitud hacia la cues­
tión sexual, basada en los descubrimientos científicos.»
Liga Mundial para la Reforma Sexual, 1928

«No es que los movimientos homosexuales se escondan detrás


de organizaciones pseudo-científicas. No. Tales ligas y confe­
rencias son la forma de la sociabilidad militante homosexual de
la época. Su forma de afirmarse y de vivirse.» (1979:26)
Guy Hocquenghem, 1979

Indudablemente, un análisis similar puede llevarse a cabo a propósito de la


misma indefinición que afecta a los términos “heterosexualidad” y “bisexuali-
dad”. John Boswell (1992a) ironiza al señalar que el término “heterosexualidad”
abarca desde las orgías del Marqués de Sade hasta el recato de la Reina Victoria.
El hecho de que cualquier persona disidente del orden de los placeres o del
género pueda, hasta el presente, concebirse como una excepción patológica (una
actitud consistentemente promocionada, no ya sólo por un discurso científico
sino, sobre todo, por todas las correas de transmisión de éste y, en particular, por
las instituciones de socialización —familia, sistema educativo, referentes cultura­
les, medios de comunicación...—), hace que la utilización del término “homose­
xual” según esta acepción resulte sólo muy relativamente ilustrativa de un modelo
preciso de concepción de sí.
Citado por Cleminson, 1995:118.
308 Los discursos articulados y sus implicaciones

La “homosexualidad”, esa “palabra bárbara”, con doble raíz grie­


ga —homo— y latina —sexualis— fue objeto, durante los pri­
meros años de difusión del neologismo, de una importante polé­
mica en los mismos círculos científicos e intelectuales que,
paradójicamente, estaban destinados a convertirse en sus más ar­
duos defensores?^ El término ^'Homosexualitäf es acuñado en
1869 en lengua alemana por Karl María Benkert, un traductor y
escritor de origen alemán al que en ocasiones se ha atribuido una
carrera científica como médico."^’
El prefijo "'‘homo'' establece una diferencia importante con
respecto a todas las visiones precedentes. Si desde la Antigua
Grecia se postulaba la diferencia entre los amantes (hombres),
considerándose que uno era siempre mayor en edad, poder o vi­
rilidad que el otro, el postulado de la iguddad de éstos resulta no­
vedoso. De hecho, podría considerarse que constituye la primera
reivindicación (aunque sólo sea a nivel etimológico) de la posibi­
lidad de un estatuto de igualdad para quienes sienten afecto o ex­
perimentan placer conjuntamente.
El término “homosexual” aparece en francés en 1891 en los
Annales médico-psychologiques y en 1892 homo-sexuality entra en
el Oxford English Dictionary, consolidándose en 1897 a través

■*° En contraste con las dificultades que conlleva la adopción generalizada del
término “homosexualidad”, su equivalente, la “heterosexualidad”, se impone
sin demasiada controversia en el discurso científico. Cuando Freud lo utiliza
por primera vez en sus Tres Ensayos de 1905, pese a ser también un término “re­
cién nacido”, no necesita definirla ni precisar su contenido. La “normalidad” es­
taba lista para entrar en el discurso de la ciencia y en el imaginario popular;
sólo faltaba consagrar y popularizar su nombre.
Hocquenghem (1979), que presupone que Benkert conocía las lenguas
latina y griega, avanza una hipótesis divergente de la clásica del barbarismo, según
la cual sería el término griego “rexri” y no el latino ''sexualis'' el que forma la pa­
labra, la cual, etimológicamente, equivaldría entonces a “los iguales que se apar­
tan”. Según esta hipótesis, la hipersexualización de realidades diferenciadas sería,
al menos en lo que al autor del neologismo se refiere, un error. Pese a lo sugesti­
vo de esta hipótesis, el hecho de que Benkert formulara también otros neologis­
mos como ^HeterosexualitaC (en ocasiones llamada '* Normalsexualitát ”) le resta
plausibilidad. En cualquier caso, se acaba reteniendo la acepción “bárbara” que
da primacía a la concepción del “sexo entre iguales” sobre la de la “separación de
los iguales”. El apellido alemán Benkert, al trasladarse la familia de Karl / Károly
a Budapest, fue “hungarizado” como Kertbeny. A menudo se ha considerado que
era este último su verdadero nombre, y que Benkert era un seudónimo. Herzer,
Manfred (1985), «Kertbeny and the nameless love», Journal of Homosexuality,
12/l,pp. 1-23.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 309

del ya mencionado libro de Havelock Ellis Sexual inversión. A fi­


nales del siglo XIX, éste y otros neologismos formulados por
Krafft-Ebing (que propuso por primera vez los términos “sadis­
mo” y “masoquismo”, así como los primeros estudios sobre “fe­
tichismo”, “exhibicionismo”, “zoofilia” y “escatofilia”, entre
otros), son poco a poco adoptados por los psiquiatras alemanes y
por el ámbito médico de los países de Europa y Norteamérica.
En contra de lo que se suele pensar, el nacimiento y la exten­
sión del término “homosexual” no responde, en un principio, a
una estrategia represiva. Desde 1869, a través de una carta envia­
da al Ministerio de Justicia, —en la que, no obstante, se define ex­
plícitamente como “un hombre” para distanciarse del público
“uranismo” o “tercer sexo” de Ulrichs—, Benkert denuncia y
pide la derogación del párrafo 175 del Código Penal Prusiano
(que estaba a punto de convertirse en el Código del Primer
Reich). En el contexto de la progresiva criminalización de las re­
laciones entre personas del “mismo” sexo, el recién nacido “ho­
mosexual” podía, efectivamente, ser un enfermo (y decididamen­
te no era el único), pero al menos era un enfermo en libertad, que
podía incluso gozar de cierto respeto en tanto que objeto de es­
tudio de una clase médica todavía cauta, curiosa y en general to­
lerante y que, en el peor de los casos, le liberaba al menos del cre­
ciente escarnio que se derivaba de la terminología esencialista de
origen popular y de las aproximaciones criminológicas.
La génesis y evolución del término “homosexual” ilustra un
proceso de constitución de un ámbito de lucha contra la represión
de los afectos y placeres no legitimados. Es en el campo científico
donde se gestan las primeras iniciativas de resistencia. En Ingla­
terra se pueden señalar los trabajos de Havellok Ellis y Edward
Carpenter, cuyo alcance se vio drásticamente limitado por los
procesos de Óscar Wilde en 1895 y la subsiguiente oleada de re­
presión. Carpenter, que había escrito libros de antropología y
teoría marxista (y que no era un experto en cuestiones “científi­
cas”), acabó colaborando con Ellis en la fundación en 1914 de la
Sociedad Británica para el Estudio de la Psicología Sexual.

**2 En el primero de estos procesos, Wilde era la parte demandante, acusando


de difamación al Marqués de Queensberry. Los subsiguientes juicios tuvieron a
Wilde como acusado. Rieff, Philipp (1985), «La cultura imposible. Wilde, profeta
moderno», en Steiner y Boyers (comps.), 1985.
310 Los discursos articulados y sus implicaciones

El “escándalo Von Eulenburg” (detonante del ya comentado


proceso de distanciamiento en Francia por atribución de “la in­
versión” a Alemania), supuso un duro golpe para el grupo de
Hirschfeld, pero no logró desarticular un movimiento alemán
que ya tenía diez años de existencia y que había recabado el apo­
yo de multitud de personas influyentes. Personalidades del ámbi­
to médico fundamentalmente, pero también de la literatura (Tho­
mas Mann, Herman Hesse, Rainer Maria Rilke) y la política
(August Bebel, Eduard Bernstein, Karl Kautsky). La sexologia,
como disciplina nueva, parecía el ámbito más adecuado para ser­
vir de catalizador de unas reivindicaciones específicas que se ex­
presaban, ya en el siglo XIX, a través de peticiones de reforma legal
para las que se consideraba necesario lograr una amplia base de
apoyos.
Si bien el “caso Wilde” cortó de raíz las posibilidades de arti­
culación de un movimiento de reivindicación “homosexual” en
Inglaterra, y si bien éste no llegó a desarrollarse en otros lugares
con la incidencia del Comité Científico y Humanitario alemán, sí
puede señalarse, no obstante, la constitución de redes que co­
nectaban a las élites de los distintos centros de investigación “ho-
mófila” en Italia, Bélgica, Holanda, Dinamarca o Suiza, entre
otros. Gregorio Marañón fue el primer científico español que
mantendría, ya bien entrado el siglo XX, un contacto estrecho
con las redes de la sexología europeas. Pero entre los motivos
que le impulsaban a dedicarse a esta tarea ya no se encontraba
bien emplazada la preocupación por la mejora de la situación de
los y las “homosexuales”. Como veremos a continuación, en la je­
rarquía de preocupaciones de muchos terapeutas, esa inquietud
desaparece por completo.

Imposición de la práctica terapéutica y desarrollo de terapias

«Contra la opinión de algunos especialistas, la enfermedad


puede curarse a condición de que el sujeto sea el primero en
desearlo. Y no solo la pasiva o congènita, sino también la ad­
quirida o viciosa. Por eso, ante los avances de la ciencia médica,
no podemos por menos que alegrarnos de que esta lacra, una
de las mayores que ha padecido la Humanidad, no sea ya algo
irremediable. Cierto que es muy difícil, largo y costoso el trata­
miento del invertido y que, en ocasiones, es preciso llegar al
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 311

concurso de la cirugía para dar lugar a un cambio definitivo del


sexo, pero de todos modos es preferible que sea así a tener
que cruzarnos de brazos declarándolo algo irremediable.»
(1963:75)
William S. Parkington, 1963

«Mi último paciente era un desviado. Después de la interven­


ción quirúrgica en el lóbulo inferior del cerebro presenta, es
cierto, trastornos en la memoria y en la vista, pero se muestra
más ligeramente atraído por las mujeres.»
* ”
Dr. López Ibor, 1973

Magnus Hirschfeid, y en general las posturas más partidarias de


conquistar la aceptación que de desarrollar terapias, acabarán
perdiendo el debate sobre si curar o no curar a “los homosexua­
les”. Los efectos de esa derrota pueden rastrearse hasta el pre­
sente. Hirschfeld denunciaba los falsos matrimonios y el empleo
de “medicamentos” estimulantes o deprimentes del deseo sexual
(entre ellos la morfina y el bromuro); postulaba la autoaceptación
y la integración de los y las “homosexuales” en círculos en los que
esta faceta fuera asumida como normal. En definitiva, se preocu­
paba por el bienestar (físico y psicológico) de los y las pacientes, y
denunciaba las terapias que no tomaban en consideración la feli­
cidad de las personas que la solicitaban, bien por iniciativa propia,
bien (en la mayoría de los casos) por presiones de tipo familiar o
social. Del mismo modo, EUis afirmaba la necesidad de tratar los
“efectos colaterales” de la inversión; entre ellos, la ansiedad, la
neurastenia o la falta de autocontrol, pero no “la homosexuali­
dad” en sí que, desde su punto de vista, no suponía un estado pa­
tológico.
La existencia de una “terapia de ajuste” que no buscaba anu­
lar o modificar, sino adaptar; esto es, una terapia que descansaba
sobre bases no represivas, anterior a la mayoría de los métodos
posteriormente desarrollados, incide en la hipótesis que sugiere
que la práctica médica (que no ignoraba los postulados de Hirsch­
feld o de EUis), se orienta por motivos ajenos a una supuesta ética
hipocrática. Toda la terapéutica se constituirá frente a y en contra

Estas palabras de López Ibor, médico de prisiones, fueron pronunciadas en


un Congreso de Medicina celebrado en San Remo en marzo de 1973. Citado por
Lamo de Espinosa, 1989:84.
312 Los discursos articulados y sus implicaciones

de quienes más se habían preocupado por llevar “la sexualidad” al


espacio de la ciencia (o por construirla en ese ámbito), arrebatán­
dosela a los órdenes en los que estaba (o podía quedar) confinada.
Desde el momento en que empezó a plantearse la problemá­
tica de “la curación”, “la homosexualidad” se consolidó una vez
más como realidad reductible al ámbito de la sanción y/o de lo
corregible. Las terapias acabarían en muchos casos pareciéndose,
en lo que a sus efectos se refiere, a las condenas morales o judi­
ciales. En cuanto a su estrategia, se puede señalar también una
coincidencia: a falta de pruebas sobre la “eficacia” del tratamien­
to, se trata en muchos casos de locaUzar y controlar al sujeto y, en
ocasiones, de encerrarlo. La legitimidad última de la terapia es, so­
bre todo, de orden preventivo y apunta hacia quienes están aún “a
salvo”, integrados en entelequias comunitarias (“la sociedad”, “la
familia”, “la nación”), a las que se considera necesario proteger.
Lo que acabará preocupando a un sector de la medicina no es el
bienestar del paciente, sino su anulación como sujeto peligroso.'
*^
La orientación terapéutica se impondrá incontestablemente en
el siglo XX, al tiempo que las instituciones jurídico-legislativas re­
cuperan el saber desarrollado por el ámbito científico, justifican­
do nuevas reformas legales de índole represiva con argumentos
médico-psiquiátricos (que con frecuencia se añaden o comple­
mentan, sin ninguna coherencia ni rigor, a los argumentos morales
o religiosos). En Alemania, Hirschfeld fue progresivamente apar­
tado de los ámbitos de la sexología a los que sus investigaciones
dieron un impulso esencial; desde su participación en los Con­
gresos Médicos Internacionales, en Londres en 1913 o Leipzig en
1922, hasta la creación, en 1928 de la Liga Mundial para la Re­
forma Sexual. No obstante, sus estudios fueron presentados como
propaganda no científica. En aras del respeto a la “neutralidad de
la ciencia”, los Congresos Internacionales de Sexología (en Berlín
en 1926; en Londres en 1930), dejaron de pronunciarse sobre la
inconveniencia de las regulaciones legales de las relaciones se-****

**** Como ya ha sido señalado, esta concepción de la amenaza que representa


el sujeto homosexual para el conjunto de la sociedad (concebida según esquemas
organicistas), es patente en la legislación represiva implantada por la dictadura del
general Franco en España, que hace de “los homosexuales” sujetos de “peligro­
sidad social”. Si las palabras de López Ibor que abren este epígrafe no revelan ex­
plícitamente inquietudes de tipo “social”, las de Parkington, al contrario, las
ponen de manifiesto con evidente claridad.
Las efectos terapéuticos de las discursos científicos 313

xuales vigentes o sobre las implicaciones sociales de éstas. Kirsch-


feld, judío, “homosexual”, y de ideas próximas a la izquierda,
murió en el exilio en 1935.
Así, las aproximaciones “científicas” a las realidades gays y
lésbicas se fueron alejando de su intención inicial (acabar con el
monopolio de los análisis morales y jurídicos), para constituirse en
discursos con vocación represora aliados a los enfoques tradicio­
nales. Desde Freud (y, en cierto modo, a pesar del vienes), mu­
chos psicoanalistas analizarán la homosexualidad como una pa­
tología en sí misma. En palabras de un activista italiano, «el
homoerotismo sería neurosis por ‘fijación infantil de la libido y so­
bre todo fijación en el estadio sádico-anaP; ‘neurosis por no li­
quidación del complejo de Edipo, por narcisismo persistente’;
‘neurosis por rechazo de la heterosexualidad’; o bien ‘por un de­
fectuoso desarrollo de la primera infancia que consiste en haber
recibido muyjjronto una fuerte desilusión del otro sexo’ (Wil­
helm Reich). Estos son los leitmotiv que aparecen con mayor fre­
cuencia» (Mieli, 1979:48).
Pero estas interpretaciones no aparecen necesariamente aisla­
das, y el paso de la articulación de discursos en función de sus
efectos de control al marasmo conceptual empieza a franquearse
con tanta despreocupación como frecuencia. A menudo, para
dar a los análisis mayor fundamento, se superponen en un mismo
estudio unas visiones a otras, a costa de cualquier viso de cohe­
rencia: «Los perversos son constitucionalmente anormales del es­
píritu, y por ello frecuentemente portadores de antecedentes he­
reditarios Se trata, pues, de individuos con una constitución
neuropàtica, más o menos histeroide, que están predispuestos,
por su carácter emotivo, al estallido de una neurosis de angustia,
de una fobia, de una obsesión que puede llevarles al terreno de la
perversión sexual.»^^
Antes de que se imponga el caos, no obstante, la estrategia
“curativa” experimenta una evolución. La práctica terapéutica,
que en un principio era mayoritariamente psicoanalítica, da paso
a un nuevo modelo basado en las teorías del comportamiento.
Este cambio de orientación (que en modo alguno implica la de­
cadencia del psicoanálisis), se produce a partir de la redefinición
de las primeras aproximaciones a la sexualidad propias del si­

Oliveras, José P. (1963), Guía médica sexual^ Barcelona, de Gasso, p. 240.


314 Los discursos articulados y sus implicaciones

glo XIX, preocupadas por el establecimiento y caracterización de


las desviaciones. La nueva sexología del siglo XX sienta las bases
de una multiplicación de los ensayos sobre la eficacia de diversas
estrategias de “curación”. La nueva terapéutica, divergente de la
aproximación psicoanalítica, se basa en las concepciones del ca­
rácter aprendido del comportamiento y en el corolario de este
principio: la posibilidad de modificarlo o condicionarlo. A dife­
rencia del psicoanálisis, que se basa en el carácter discontinuo y en
las rupturas traumáticas como origen del “problema”, las terapias
de comportamiento parten del carácter lineal de un proceso que
puede ser modificado. El primero va a las causas; las segundas a
sus manifestaciones. La moderna sexología se atribuye una legiti­
midad científica superior: se presenta como más eficaz (o, en
todo caso, sus efectos son más evidentes); sus métodos están más
conectados con la moderna investigación fisiológica.'^^
En este turbio contexto se desarrollaron, a lo largo del siglo
XX, multitud de formas de terapia tendentes a “curar” a los y las
“homosexuales”. Si las terapias del comportamiento y el psicoa­
nálisis son las más extendidas, en modo alguno agotan el espectro
de intentos de curación, muchos de los cuales carecen de una
disciplina precisa que establezca sus hipótesis. Dichas terapias
dan cuenta de las diversas instancias que, en el seno de las ciencias
médicas, se reclaman pertinentes en lo que se refiere a la gestión
de una realidad social de prejuicio. De entre ellas, sin ánimo de
exhaustividad, cabe mencionar:

— Las terapias de orden quirúrgico que parten de la idea


de la extirpación del órgano en que se origina el “mal” o
que lo pone de manifiesto: intervenciones cerebrales como
la lobotomía o la destrucción del hipotálamo. Operaciones
de castración o amputación: testículos (en ocasiones con
posterior trasplante), pene o testículos y pene. Las opera­
ciones de extirpación del clítoris también fueron evaluadas
como posible curación del lesbianismo.
— Los tratamientos farmacológicos que pretenden recondu­
cir funciones orgánicas “alteradas” o mitigar sus manifes­
taciones. Administración de hormonas: estrógenos o tes-

Béjin, André (1982), «Crépuscule des psychanalistes, matin des sexolo­


gues», en Ariès y Béjin (comps.), 1982.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 315

tosterona indistintamente; utilización de drogas de inhibi­


ción o potenciación del deseo sexual y tratamientos a base
de sedantes.
— Las terapias de modificación de conducta para reconducir
un comportamiento “desviado”, con dos líneas posibles.
Por un lado, la recompensa de la “respuesta heterose­
xual” (una terapia poco desarrollada). Por otro lado, el
castigo de la “respuesta homosexual”, a través de técnicas
más sofisticadas como los tratamientos “de choque” que
producen convulsiones, bien por administración de ele­
mentos químicos, bien por descarga eléctrica {"'electros-
hock''}, bien a base de vomitivos (“persuasión emética”).
Otros, por último, inciden en los posibles efectos de sen­
saciones físicas extremas, como la periódica administra­
ción de baños de agua helada.
— Las terapias basadas en el psicoanálisis (escasamente
traumáticas físicamente pero con efectos potencialmente
tan devastadores como cualquiera de las precedentes),
cuentan a su vez con una considerable multitud de subti­
pos; del tratamiento individual a las terapias de grupo (in­
cluyendo la terapia familiar); de la gestalt al psicodrama...
— Otras posibilidades exploradas son la quimioterapia o la
radiación en determinadas glándulas, la hipnosis, la musi-
coterapia, la dietética, la relajación y el masaje.

Los gays y las lesbianas, bajo el imperio de “la homosexuali­


dad”, durante buena parte del siglo XX y hasta la actualidad han
pasado por divanes, sanatorios psiquiátricos, centros de reeduca­
ción y laboratorios experimentales. Todo ello sin ningún criterio
“científico” racional que intentara prestar cierta coherencia a tales
prácticas. Unas y otras surgen y se desarrollan de forma desorde­
nada y sin que intervengan consideraciones éticas sobre el carácter
voluntario (en determinados casos de presos a cambio de reduc­
ciones de condena) o forzoso del tratamiento, o los niveles de
“eficacia” que falsamente se les atribuyen. Si un estudio falla (por
ejemplo, el que inhibe el deseo sexual), se prueba el contrario (el
que lo potencia); si unas hormonas no resultan, se administran las
otras. Los ensayos de curación se añaden unos a otros para ex­
plorar la posibilidad de que, en su combinación, se incremente su
eficacia. La mayoría de los tratamientos bien acaban siendo aban­
316 Los discursos articulados y sus implicaciones

donados, bien continúan siendo puestos a prueba bajo condicio­


nes diferentes, en espera del desarrollo de nuevas posibilidades.
La “curación” esperada no llega a producirse. La prevalencia de
unos u otros métodos parece depender, más bien, del carácter
más o menos escandaloso o bárbaro que pueda adquirir el recha­
zo de realidades afectivo-sexuales no acordes con el modelo he­
*^
terosexual."
En última instancia, la aproximación terapéutica a “la homo­
sexualidad” demuestra hasta qué punto el deseo y el afecto, en el
caso de los y las “homosexuales”, son considerados como relati­
vamente superficiales, manejables, susceptibles de redefinición, re­
orientación o erradicación. La reducción de “la homosexualidad”
a una cuestión de “respuesta” susceptible de inhibición o poten­
ciación (una reducción que muchas de las estrategias citadas lle­
van a cabo explícitamente), muestra hasta qué punto esa idea del
“sexo” como clave de la subjetividad o verdad íntima de la per­
sona puede ser convenientemente ignorada. El deseo y el afecto
“heterosexuales”, consagrados en una apabullante mitología jus-

Un detallado catálogo de horrores cometidos en nombre de la ciencia


aparece en Weinberg, George (1991), Soáety and the healthy homosexual. Boston,
Alyson Publications. Este autor señala que de los cientos de estudios publicados
sobre terapias de “curación de la homosexualidad” antes de 1972 (año en que se
edita su libro), muy pocos se llevaban a cabo bajo las mismas condiciones. Muy
pocos explicaban qué entendían por “curación”. Muy pocos establecían de an­
temano el plazo que se daban para verificar el resultado, esperándose a menudo
el momento más propicio para la publicación del estudio cuando ello permitía
postular el ¡eureka! buscado o, al revés, retrasando sine die su divulgación ante la
ausencia de resultados. Los citados (aunque excepcionales) ¡eureka! pocas veces
eran verificados diacrònicamente, aunque sí contaban con posibilidades de pu­
blicación inmediata (al margen del poco rigor de que hicieran gala). La victoria te­
rapéutica se reducía a la eliminación de las prácticas (homo)sexuales y, en oca­
siones, a la realización por parte del paciente de una práctica heterosexual. El
deseo, la psique, la “verdad íntima” permanecían inalterables. Un ejemplo rela­
tivamente poco dramático: en el alucinante texto publicado en 1990 en Florida,
hay un capítulo titulado «¿Existe cura para el homosexual?», y dentro del epí­
grafe «Hay cura, ¡sí!», podemos leer: «En realidad, hay buenas noticias para el
homosexual que desea abandonar esa forma de vivir. El doctor Lee Birk, psi­
quiatra de la Universidad de Harvard, aconsejó a catorce hombres que deseaban
sinceramente dejar la homosexualidad. De los catorce, diez abandonaron esa
práctica anormal y contrajeron ‘matrimonios estables y aparentemente felices’»
(De Almeida, 1990:56). La investigación citada por De Almeida está también pu­
blicada por la editorial Vida, donde con frecuencia se confunden los argumentos
y estrategias del más conservador catolicismo con los de la ciencia más hostil.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos MI

tificatoria, gozan en estas ocasiones de un plus de “verdad” y


nunca han sido considerados con tanta frivolidad, ingenuidad o
crueldad.
Lo que se busca frecuentemente es la eliminación de las ma­
nifestaciones de “la homosexualidad”, como si de nuevo (al igual
que sucedía en el caso de la sodomía), fueran los actos lo impor­
tante. Con este objetivo, no se duda en animar a los pacientes a
mantener relaciones con mujeres (por frustrantes o poco satisfac­
torias que resulten), y a institucionalizarlas en fórmulas ritual­
mente reconocidas para salvar, al menos, la imagen social. El caso
inverso, como mostraba la revista bonaerense antes citada, es mu­
cho más excepcional; las mujeres son más a menudo consideradas
instrumentos de terapia al servicio de la curación del “homose­
xual”. Por último, el necesario concurso de la sincera voluntad del
o de la paciente en su propia curación, es el argumento que per­
mite atribuirle el fracaso de la terapia.
En muchas ocasiones, las formas de gestión de “la homose­
xualidad” (o sus antecedentes) por parte de instancias formal­
mente ajenas y hostiles a las posibles realidades lésbicas y gays
(como la Iglesia o la Ley), y que equivalían a la ejecución, a la tor­
tura o al encierro, ya eran presentadas como válidas y beneficiosas
dado que, de una u otra forma, podían liberar a la persona de los
“tormentos” de la carne y le mostraban un camino de “dichosa”
integración en la sociedad civil o en la comunidad espiritual.'

El reconocimiento en lo enfermo

«—Lo primero que tiene que hacer usted es comprender. Hay


una gran diferencia entre lo que le pasa a usted y la homose­
xualidad innata. Durante los últimos veinte años la ciencia ha

Sobre la implicación de miembros del estamento médico en casos de tor­


tura, maltrato o falta de asistencia, se puede consultar British Medical Association
(1992), Medicine betrayed. The partiápation of doctors in human rights abuses,
Londres, Zed Books. La “Declaración de Tokio”, firmada por la Asociación Me­
dica Mundial en 1975, define la tortura como el sufrimiento físico o mental infli­
gido a una persona para obtener información, forzar una confesión o por cualquier
otro motivo. El primer punto de la citada declaración prohíbe la participación di­
recta o indirecta del personal sanitario en prácticas crueles, inhumanas o degra­
dantes. Pese a la amplitud con que se define el abuso, los casos de terapia forzada
de “la homosexualidad” no figuran entre las prácticas consideradas no éticas.
318 Los discursos articulados y sus implicaciones

visto muchas cosas claras. Ahora tenemos la posibilidad de


orientar al enfermo e incluso de llegar a resultados satisfactorios.
[...] Ya sabe, no existe una terapéutica específica para estos
casos. Se basa en datos particulares, datos que varían según el
individuo. Estos datos todavía no los conozco. Para conocerlos
tengo necesidad de su ayuda [...]— Con aquel joven, el doctor
tenía la seguridad de no equivocarse. Volvería. Era una persona
tipológicamente introvertida, y los caracteres así, [...] cuando
llegaban a la conclusión de que el médico era razonable, seguían
sus consejos al pie de la letra.» (1973:22-23 y 26)
Dr. Frederik Koning, 1970

La efectividad de un discurso de tipo científico que postule el ob­


jetivo de la curación como legítimo descansa, en cierto modo, en
el reconocimiento por parte de los sujetos susceptibles de terapia
del carácter enfermo de sus hábitos, preferencias, gustos o deseos;
así como de la posibilidad de volver atrás para enmendar el error
o, al menos, controlar las manifestaciones de dicha patología. Ko­
ning, en esta versión novelada de una estrategia terapéutica no li­
teraria, demuestra tener localizado el “tipo de homosexual” que
aceptará la terapia, así como la estrategia que llevará a conven­
cerlo definitivamente de su conveniencia.
La asunción de este carácter patológico, así como del propio
término “homosexual” como autorreferencial, es una caracterís­
tica de la primera militancia semiclandestina en buena parte de
Europa y en Estados Unidos. De hecho, cuando el grupo de Was­
hington de la Mattachine Society adoptó en 1964 una moción
contraria a la identificación entre homosexualidad y enfermedad,
se produjo una auténtica revolución en el seno de los diferentes
grupos que, con ese mismo nombre, habían surgido en varias
ciudades de los Estados Unidos desde principios de los años cin­
**
cuenta.
^ Hasta que fue cuestionado el modelo médico de análisis

D’Emilio, 1983. En el número de diciembre de 1966, The Homosexual Ci­


tizen, la revista mensual de la Mattachine de Washington insistía: «La homose­
xualidad per se no es una enfermedad, sino una orientación no distinta en su for­
ma de la heterosexualidad.» El cuestionamiento de las hipótesis científicas como
las más relevantes a la hora de establecer los qués y cornos de “la homosexuali­
dad” (y el cuestionamiento de la idea según la cual desde la ciencia se podían “li­
berar” las formas de disidencia afectiva y sexual) tiene un antecedente clamoroso
en la denominada “Comunidad de los especiales”, grupo formado en 1902 en
Alemania y opuesto a la medicalización reivindicativa de la primera sexología de
finales del siglo XIX.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 319

de las realidades gays y lésbicas, los y las integrantes de estos gru­


pos buscaban el asesoramiento y la colaboración de científicos que
pudieran contribuir a mejorar su integración en la sociedad.
Desde este punto de vista, el estudio de Saghir y Robins
(1978) es ejemplar. George Winokur alaba la obra en la intro­
ducción afirmando que «sin una descripción adecuada y siste­
mática de los síndromes clínicos no se puede progresar en la etio­
logía y en el tratamiento». El autor y la autora presentan su
trabajo en los siguientes términos: «Adoptamos una actitud neu­
tral, considerando que nuestra tarea consistía en incrementar el
conocimiento y promover la objetividad científica en una zona en
que, con frecuencia, faltaban datos y en que las nociones pre­
concebidas eran causa de prejuicios y de errores.» Cándidamente,
pocas líneas más abajo, la pareja escribe: «No pretendemos estar
del todo libres de prejuicios, pero empezamos por analizar, en
profundidad, nuestros propios sentimientos por los homosexua­
les. En efecto, abrigamos ciertos prejuicios y alguna compasión»
(Jfoí/:7-8,16).
Para la realización de las investigaciones de Saghir y Robins se
prestan voluntariamente cerca de doscientas personas, muchas
de las cuales participaban en grupos homófilos. «La motivación
principal para su participación en la investigación parecía ser una
voluntad general, en los miembros de las organizaciones homofí-
licas, de promover una mejor comprensión de la homosexualidad
entre los profesionales y el público. Es ésta una de las finalidades
primarias del ‘movimiento’ homofílico compartida universalmen­
te por sus miembros» (J¿/¿:18).
Pero no todo era colaboración desinteresada. Todas las inves­
tigaciones sobre “la homosexualidad” han acabado estableciendo
no tanto lo que “es” cuanto lo que “significa” en un determinado
contexto. Desde este punto de vista, no cabe considerar como
meros conejillos de indias a todas las personas (invertidas, per­
vertidos, homosexuales, lesbianas, gays...) que, con frecuencia
de manera completamente voluntaria, han participado en esas
investigaciones. Si bien han contribuido a una determinada evo­
lución de los saberes, no es menos cierto que también a partir de
éstos se han establecido modos de auto-conocimiento; que di­
chos saberes no han logrado evacuar completamente (y en oca­
siones han integrado voluntariamente) los puntos de vista de los
sujetos investigados y que, de este modo, han dado pie a concep-
320 Los discursos articulados y sus implicaciones

tualizadones diversas con implicaciones igualmente variadas (Ro­


sario, 1997b).
Si en el seno de grupos organizados se llegó a asumir la propia
realidad afectivo-sexual como patológica o, al menos, como pro­
blemática (problemática individual, no social), parece verosímil
suponer que una inmensa mayoría de posibles gays y lesbianas en
situaciones de aislamiento tuvieron (y aún tienen) un acceso ex­
clusivo a los referentes de este modelo de la patología. Katz (1985)
recoge varios testimonios de hombres y mujeres que habían desa­
rrollado una convicción tal de sufrir una enfermedad, unos niveles
de culpabilidad y vergüenza tan elevados, que les hacían aceptar
voluntariamente tratamientos vejatorios y crueles. A base de cas­
tigos y terapias semejantes (el fuego de la hoguera y la quemadura
del electroshock\ o coincidentes (castración por sentencia judicial
o por terapia); represión y curación a través de fórmulas paralelas
(chantaje, extorsión, honorarios abusivos), basados en supuestos
similares (la inmoralidad o la falta de voluntad de curación), la
propuesta médica llegaba a lograr para sus métodos el consenti­
miento de quienes habían de sufrirlos. Algo de lo que apenas po­
dían vanagloriarse los otros sistemas de control. La legitimidad de
su estrategia era casi incuestionable y compensaba sus carencias
en el campo de la eficacia.^®
El modelo médico de “la homosexualidad” comenzó a ser
denunciado a partir del momento en que los y las militantes, por
lo general poco implicados personalmente en estas prácticas tera­
péuticas (a excepción de la participación en algún estudio reali-
El hecho de que la sensación de la propia enfermedad se evalúe a partir de
los casos repertoriados por la profesión médica supone, indudablemente, una so­
bre-estimación de la incidencia de ese reconocimiento en un estatuto enfermo. Si
la mayor parte de las y los “homosexuales” no entraron nunca en contacto con las
disciplinas terapéuticas, cabe deducir que entre éstas y éstos no predominaban ta­
les sentimientos. Incluso, en muchos casos aparecen comentarios de los tera­
peutas que señalan las resistencias y, en ocasiones, la indignación de algunos
pacientes ante las estrategias o pretensiones curativas. Presuponer una historia de
las identidades “homosexuales” durante la mayor parte del siglo XX como abso­
lutamente dirigidas por las conminaciones científicas al establecimiento de éstas
según un esquema esencialmente patológico sería, pues, un error. La inexistente
unidad de criterio en el seno de la comunidad médica, y el hecho de que las for­
mas menos hostiles de aproximación a “la homosexualidad” estén menos docu­
mentadas, incide también en esta hipótesis. Carlston, Erin G. (1997), «Female
homosexuality and the American medical community», en Rosario (comp.),
1997a.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 321

zado desde la modestia y la compasión), empiezan a tener noticias


de su aplicación, de su extensión y de sus efectos (internamientos
forzosos y privaciones de libertad de diverso tipo, muertes por tra­
tamientos excesivos o por suicidio, anulación de la autonomía o
reducción a un estado “vegetal” o de absoluta desafección so­
cial, pérdida de autoestima, depresión...). El movimiento de gays
y lesbianas que surge en el mundo occidental a partir de los años
setenta tiene en estos enfoques y en las prácticas que los explicitan
uno de sus principales enemigos.^^
De este modo, cuando el VIH llega a las comunidades gays
menos consolidadas en términos sociales, pero ya bien eficaces a
la hora de promover oportunidades para el desarrollo de una se­
xualidad sin barreras, todo parece contribuir a la expansión de la
pandemia. Cierto es que, en Gran Bretaña, Alemania u Holanda
por ejemplo se logra, con relativa prontitud, que la prevención en­
tre en los hábitos de muchos gays. Pero el caso de Francia pro­
porciona el ejemplo contrario. La denuncia violenta (y consis­
tente) de la institución médica como quintaesencia del ejercicio de
un control represivo, sentó las bases para que las primeras infor­
maciones sobre la pandemia fueran recibidas con desconfianza e
incredulidad. Los primeros epidemiólogos que fueron a alertar a
la comunidad gay no apreciaron que, tras una década de activis­
mo, el movimiento gay y lesbico empezaba a hablar el lenguaje de
las instituciones, distanciándose de las comunidades de lesbianas
y gays, y que las inquietudes más bien hedonistas apenas se reco­
nocían en ese discurso de “la responsabilidad”. Añadamos, por úl­
timo, el mercadeo vil de muchos comerciantes que consideraban
que hablar de sida era arruinar el negocio.^^
La combinación de esos factores (desconfianza hacia el dis­
curso institucional, sobre todo médico, pero incluso hacia el del
asociacionismo “integrado”; posibilidades de desarrollo de una se-

Kronemeyer (1980:12) se sorprende de tal animadversión. Es más, consi­


dera que es una ironía que la psicoterapia (desde su punto de vista la profesión
que más ha ayudado a “comprender, ayudar y tratar al homosexual”), sea tratada
tan injustamente. Siendo él mismo psicoterapeuta con una amplia experiencia en
el tratamiento de “homosexuales”, aduce que, en todos los casos, éstos y éstas
acuden por su propia voluntad y que son “profundamente infelices”.
Martel, Frédéric (1996), Le rose et le noir. Les homosexuels en France de­
puis 1968, Paris, Le Seuil. El caso español presenta más coincidencias con el
francés que con los otros mencionados. Llamas y Vila, 1997.
322 Los discursos articulados y sus implicaciones

xualidad plural, rica, variada y diversa —o promiscua, en el len­


guaje oficial—; inexistencia de una comunidad más allá de esa
“comunidad de deseo” y colaboracionismo de muchos empresa­
rios cegados por las posibilidades de un consumo apabullante), re­
sultó en una catástrofe que aún manifiesta sus efectos. Tras mu­
chas décadas promoviendo la imagen de una “homosexualidad”
enferma y necesitada de tratamiento, los estamentos que deben
proteger la salud pública, sencillamente, no se esforzaron lo más
mínimo por hacer llegar un mensaje de prevención eficaz y ase­
quible allí donde más falta hacía. Ese mensaje de autoestima y res­
ponsabilidad acabó siendo articulado (más tarde o más temprano)
por las propias comunidades de lesbianas y gays. El “sexo más se­
guro” es una invención del activismo gay adoptada años más tar­
de por el discurso oficial de la prevención.

Antropología sexual y sociología de la desviación

«Se trata, pues, de descubrir, no una terapéutica individual,


sino una profilaxis psicosocial colectiva que nos evite la pro­
ducción de un número tan grande de homosexuales neuróti­
cos.» (1975:199)
ÉDOUARD Roditi, 1962

Los discursos científicos en torno a “la homosexualidad” no se li­


mitan a las aproximaciones médico-psiquiátricas que fragmentan
la instancia colectiva de donde parten en una infinidad de casos
particulares susceptibles de terapia. A partir, sobre todo, de la se­
gunda mitad del siglo XX, “la homosexualidad” ha pasado a ser
también un objeto de atención de las ciencias sociales. El presu­
puesto básico de tales aproximaciones será también el reconoci­
miento de una instancia aUenada, y entre sus objetivos aparece
con frecuencia (como señala Roditi) la inquietud por el control y
el fantasma de la contención.
En el marco de las ciencias sociales, quizás sea la antropología
la primera disciplina que, ya desde el siglo XIX, se interesa por las
costumbres y normas relativas a las sexualidades y los afectos.
También en esta disciplina se pasa de repertoriar caracteres físico-
anatómicos y actos corporales a un estudio más etnográfico de ro­
les sociales y costumbres. La construcción de la diferencia étnica
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 323

y la “ot redad” del exotismo corre paralela al establecimiento de la


diferencia sexual. De hecho, entre uno y otro proyecto, se esta­
blecen numerosos puentes y analogías. Así, en la sexualidad “pri­
mitiva” se buscarán los caracteres de la sexualidad “desviada” y
viceversa, y para ambas se establecerán tópicos como la violencia,
la promiscuidad, el afeminamiento o la incontinencia (Bleys,
1996). El hecho de que esa “homosexualidad” se establezca según
criterios contradictorios (como endémica y general en los pueblos
no blancos, y como fijada consistentemente en casos excepciona­
les de desviación dentro de la raza blanca), no impide que entre
una y otra dimensión funcionen canales de comunicación y ana­
logías que definen poderosamente tanto el discurso de la exclu­
sión racista como el de la exclusión “sexual”.
El primer discurso antropológico, dominante desde mediados
del siglo XIX hasta los años veinte, era de tipo evolucionista y es­
taba afectado de un profundo eurocentrismo. El modelo socio-
cultural de Occidente señalaba la tendencia hacia donde se desa­
rrollarían todas las civilizaciones, y en esos pueblos “menos
desarrollados” o “más primitivos” podían encontrarse rasgos del
“propio” pasado. Si la obra de Freud Totem y tabú, de 1912,
constituye el ejemplo más influyente de esta línea de análisis, la fi­
gura de Bronislaw Malinowski supone una transición hacia un se­
gundo modelo de relativismo cultural. Las diferentes civilizaciones
y sociedades no señalarían un proceso único e igual en todos los
casos, sino al revés, una diversidad de posibles formas de evolu­
ción de las culturas.
Si bien a lo largo del siglo XX se han realizado numerosos es­
tudios de “antropología sexual”, ello no ha supuesto la articula­
ción de una teoría antropológica de “la homosexualidad” (o, para
ser más exactos, de “la sexualidad”). Como disciplina científica,
en palabras de Bleys (1996:160), la antropología ha constituido un
“inventario ad hoc' meramente descriptivo en el que se mani­
fiestan proyectos ideológicos de exclusión. Fundamentalmente, se
asume un modelo de “naturaleza humana” del que la familia bio­
lógica, como unidad básica tanto natural como social, es parte in­
tegrante. Con él se asume sin cuestionarlo un modelo de diferen­
cia sexual, con su correspondiente división de roles y tareas.
Abundantes son, en este contexto, los catálogos sobre prevalencia
y variedad de actos sexuales, sobre las formas en que se expresan
y los factores que pueden explicar la tolerancia de tales relaciones
324 Los discursos articulados y sus implicaciones

en buena parte de las comunidades humanas ajenas a los patrones


culturales y morales vigentes en Occidente.
Con frecuencia, los análisis se reducen a una hipótesis esencialista
subyacente: los sujetos ‘‘incapaces” o “desviados” son acomodados
socialmente, caso por caso, en un determinado “rol” que ya está
más o menos establecido. Así, “el bardaje”, como figura institucio­
nalizada en muchas comunidades americanas, es a menudo presen­
tado como una forma particular y relativamente poco conflictiva de
integrar a los sujetos de preferencia no heterosexual.^
*^ En cualquier
caso, es desde “la sociedad”, “la cultura”, “las costumbres” o “la tra­
dición” de donde parte el esfuerzo por acomodar de manera poco
conflictiva una excepcionalidad; el o la bardaje, ajenos a dichas ins­
tancias, no tienen en estos análisis ningún papel en lo que supone la
construcción o relevancia de su rol. De signo contrario, una hipótesis
igualmente frecuente en el discurso antropológico, es la que reduce
“la homosexualidad” a un ritual iniciático, que con frecuencia seña­
la el acceso al mundo adulto y precede al matrimonio heterosexual.
Pocas son las aproximaciones antropológicas (y entre ellas se
puede citar como pionera a Margaret Mead) que no toman la anor­
malidad como punto de partida del análisis, postulado no exclusi­
vo de Occidente, pero particularmente vigente en nuestras socie­
dades. Ya he mencionado que la antropología servía a menudo
como estrategia bien de distanciamiento, bien de establecimiento
de puentes hacia realidades étnica, cultural o geográficamente dis­
tantes. Más bien en esta última línea, Mead escribe que «una leve
imitación del padre por parte de la hija, o de la madre por parte del
hijo, no es motivo para un reproche, o para una profecía de que la
niña será una marimacho o de que el niño será un marica. A los ni­
ños arapesh y mundugumor se les ahorra esta confusión»,^^

” Véase: Blackwood, Evelyn (1986b), «Breaking the mirror: The construction


of lesbianism and the anthropological discourse on homosexuality», en Black­
wood (comp.), 1986a y Weeks, 1985:99 y ss.
Los y en ocasiones las bardajes son figuras institucionalizadas en las cultu­
ras y los pueblos norteamericanos que abandonaban las expectativas del género
asociadas a su sexo anatómico y adoptaban características propias del género aso­
ciado al sexo “contrario” en lo referente a ocupaciones, formas de hablar y de
vestir. Greenberg, 1986.
’’ En Sexo y temperamento en las sociedades primitivas, citado por García Val-
dés, 1981:219. En un estudio clásico de C. A. Ford y F. A. Beach (1972, Conducta
sexual, Barcelona, Fontanella), se establece que en el 64% de 76 sociedades es­
tudiadas no se condenan las relaciones entre mujeres o entre hombres.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 325

Pero la antropología es tan sólo la primera de muchas otras


disciplinas que se preocupan por las cuestiones sexuales. En la
“sociologización de la homosexualidad” que se produce a media­
dos del siglo XX tiene un papel importante el ámbito psicoanalíti-
co. En los años cincuenta, Kardiner, por ejemplo, no consideraba
que el “enorme incremento” de “la homosexualidad” se debiera a
causas psicológicas o biológicas, sino que estaba íntimamente re­
lacionado con factores sociales. Las exigencias de la masculinidad,
la desintegración de la familia, la confusión de los roles de género
eran factores que conducían a los menores hacia la desviación.
También por entonces, Ovesey (que reprochaba a Freud su falta
de atención al “rol crucial que desempeñan las fuerzas societa-
les”), establecía la etiología a partir de la siguiente fórmula: «Soy
un fracaso = Estoy castrado = No soy un hombre = Soy una mujer
= Soy un homosexual» (Lewes, 1988:168).
Sin embargo, paralelamente, se desarrollaban investigaciones
que contradecían estos supuestos. El desmantelamiento de la as­
piración monopólica de la hipótesis patológica para la explicación
de “la homosexualidad” tuvo, también a lo largo de los años cin­
cuenta, un antecedente significativo en la persona de Evelyn Ho-
qker, profesora de psicología en la Universidad de California Los
Ángeles (UCLA). En sus estudios vino a demostrar que el perfil
psicológico de “los homosexuales” que seguían terapias no pre­
sentaba ninguna diferencia con respecto al de “los heterosexua­
les” que seguían tratamientos del mismo tipo. A partir de esta
constatación, Hooker se dedicó a investigar “homosexuales” aje­
nos a las instituciones médico-psiquiátricas, para acabar postu­
lando que la orientación sexual divergente de la normativa no
implicaba necesariamente psicopatologia alguna. Con ello, abría
nuevos campos a otras disciplinas, que pronto entrarían también a
discutir un “problema” que la medicina por sí sola no podía ex-
plicar.5^
Los términos “inversión” y “homosexualidad”, en su evolu­
ción hacia instrumentos útiles para los discursos y las estrategias
represivas, acaban por enlazar con las concepciones más generales

Incluso la generalizada hostilidad del ámbito del psicoanálisis encontró al­


gunas voces disidentes, en particular la de Judd Marmor, cuyo papel en la des­
clasificación de “la homosexualidad” del catálogo de enfermedades fue crucial,
Lewes, 1988:215,
326 Los discursos articulados y sus implicaciones

sobre la “desviación”. «Si hablamos de un campo de indagación


llamado ‘desviación’, quienes presumiblemente constituyen su
núcleo son los desviados sociales, tal como los definimos aquí. In­
cluiremos en él a prostitutas, drogadictos, delincuentes, crimina­
les, músicos de jazz, bohemios, gitanos, comparsas de carnaval, va­
gabundos, borrachos, gente de circo, jugadores empedernidos,
vagabundos de las playas, homosexuales y al mendigo impeni­
tente de la ciudad.»^^ En tanto que concepto estadístico, el tér­
mino “desviación” pretende ser neutral y ajeno a connotaciones
peyorativas, refiriéndose a comportamientos prohibidos, castiga­
dos, censurados o estigmatizados en el seno de una comunidad.
La desviación, en todo caso, remite simbólicamente al abandono
del recto camino; una imagen propuesta y defendida por la moral
cristiana. En lengua inglesa, la rectitud (lo straight) equivale a lo
heterosexual.
La sociología de la desviación presupone un esquema que
puede resumirse así: la comisión de un acto (unrobo,
* o una prác­
tica sexual, por ejemplo), determinan una desviación primaria,
que da pie a una categorización ex-extra del individuo, que es
calificado como desviado (ladrón o marica, por seguir con el mis­
mo ejemplo), momento a partir del cual una desviación secunda­
ria implica el reconocimiento e interiorización por parte del suje­
to de la categoría desviada y la confirmación del papel establecido
(delincuente o pervertido / invertida / homosexual). Recorde­
mos que un analista de la vida sexual en las prisiones considera
que éstas son una «escuela de homosexualidad» que anula a la
persona, la aísla, la desmoviliza (Sagaseta, 1978:98). Ambas des­
viaciones (“delincuencia” y “homosexualidad”) se confirman y
se consolidan mutuamente.
Cualquier estudio sobre las posibles realidades gays y lésbicas
muestra que tal aproximación (al margen de las significativas aso­
ciaciones que fomenta), no da cuenta de la variedad de experien­
cias o procesos. Muchas personas establecen identidades antes del
desarrollo de ningún acto; muchas son categorizadas sin que me­
die la desviación primaria, muchas ejercen prácticas desviadas
’’ Goffman, Erving (1989), Estigma^ Buenos Aires, Amorrortu, p. 165. Re­
sulta difícil encontrar un catálogo de sujetos desviados más variopinto. El hecho
de que las aproximaciones abiertamente hostiles a las categorías “desviadas”
rara vez osen adoptar un criterio tan exhaustivo, invita a considerar la provoca­
ción como elemento posible de la estrategia discursiva de Goffman.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 327

sin jamás considerarse a partir de las categorías de la desvia­


ción.. .5®.
Las aproximaciones sociológicas a “la homosexualidad” par­
ten de la constitución de un sujeto colectivo no necesariamente
dependiente de las instancias de control establecidas (la Iglesia, la
ley y la medicina). Aquellas personas no identificables a priori\
aquellas que no tienen problemas con la justicia y que no siguen
tratamiento alguno, constituyen la mayoría de los “sujetos ho­
mosexuales”. Existe, pues, toda una realidad desconocida, que
será objeto de estudio de la sociología de la desviación, y que
constituirá también un elemento posible de análisis periodístico.
Además de las realidades poco conflictivas de lo que se Uega a lla­
mar “la sociedad homosexual” (o “sociedad gay” —Guasch,
1991—), estos enfoques presentan una problemática “social” que
constituye un verdadero filón. Pero, como muestra la cita que
abre este epígrafe, la aproximación sociológica no necesariamen­
te deja de lado la inquietud terapéutica.
En cualquier caso, “la homosexualidad” considerada como
una “desviación” (incluso en términos científicos, pretendidamen­
te ajenos a prejuicios de orden moral), la emplaza fuera del juego
político. Este hecho tiene consecuencias cruciales. Los individuos o
grupos sociales “desviados” pueden ser considerados enfermos
(acertada o erróneamente) o en desventaja (feliz o lamentablemen­
te), pero en cualquier caso no constituyen sujetos de explotación,
discriminación o violencia, ni se reconoce la legitimidad del dis­
curso, de la organización o de la reivindicación de lesbianas y gays.
El análisis de la desviación es esencialmente despolitizador.^^
Otro tanto cabe decir del análisis de “la sexualidad” que es­
tablece la sociobiología. El presupuesto básico de esta aproxi­
mación desarrollada por E. O. Wilson a partir de 1975, se resume
en una frase: todo comportamiento social tiene una base biológi­
ca. Con este presupuesto básico, se establece un determinismo ge-

Greenberg, David F. (1988), Lhe construction of homosexuality y Chicago


(Illinois), The University of Chicago Press. Ese colapso de entidades distintas en
un mismo principio causal aparece planteado con frecuencia de manera explícita.
Por ejemplo, «Ningún padre o madre planea deliberadamente hacer un delin­
cuente —o un homosexual. Sin embargo, se ha reconocido que tanto la delin­
cuencia como la homosexualidad surgen en el hogar.» Wyden y Wyden, 1968:48.
’’ Hall, Stuart (1993), «Deviance, politics and the media», en Abelove, Barale
y Halperin (comps.), 1993.
328 Los discursos articulados y sus implicaciones

nético (y un “funcionalismo cósmico” —Weeks, 1985:109—) que


evita muchas cuestiones. Es en la biología y en la evolución de las
especies donde hay que buscar respuestas a los comportamientos
sociales y, claro está, a los roles o prácticas sexuales. La “diferen­
cia sexual”; la tendencia a la promiscuidad y a los celos del “hom­
bre” y el carácter “incontenible” de su deseo; o la tendencia al
compromiso y la búsqueda de la estabilidad de “la mujer” son im­
perativos genéticos a los que no se puede resistir.
Estos análisis, que han tenido abundante repercusión, han sido
criticados desde numerosos frentes como reduccionistas, incapaces
de resistir el análisis comparativo, racistas o sexistas; por legitimar
un status quo particular (liberal-capitalista), por negar el libre albe­
drío y por promover la inacción y la desmovilización. En lo que se
refiere a “la homosexualidad”, las posturas de la sociobiología re­
miten en cierto modo a algunos de los postulados de la primera se-
xología. “La homosexualidad” existe; es natural. Y la naturaleza es
sabia, no se equivoca. Luego “la homosexualidad” tiene una razón
de ser; una función. El resultado de este razonamiento es la tole­
rancia de una peculiaridad en el marco de unos límites estricta­
mente definidos: para Wilson, “la homosexualidad” ha sobrevivido
porque tiene una función “asistencial”; “sirve” para ayudar a los
demás miembros de la comunidad en casos de necesidad.^
La despolitización es también el resultado de otra aproxima­
ción (o más bien falta de aproximación) a “la homosexualidad”
por parte de una disciplina académica. Me refiero a la generaliza­
da falta de interés por parte de quienes estudian los movimientos
sociales en lo referente al movimiento de gays y lesbianas. De
manera consistente, sociólogos como Alberto Melucci o Alain
Touraine ignoran o mencionan sólo de pasada tales movimientos.
Para ellos, la evidente dimensión política, la trascendencia social y
la importancia desde el punto de vista de la cultura, los símbolos
y los referentes colectivos del movimiento pacifista o ecologista,
entre tantos otros, no parecen estar presentes en el movimiento

“ Esta “función social de la homosexualidad” (asumida frecuentemente por


el discurso homófilo de adecuación a los discursos morales), se manifiesta en múl­
tiples ejemplos. Así, en muchos casos, frente a la imposibilidad de adoptar niños
o niñas por parte de parejas o individuos gays y lesbianas, surgen algunos casos
excepcionales: los casos de los niños y niñas con minusvalías físicas o psíquicas (y,
muy especialmente, los casos de bebés con infección por VIH), que sí pueden ser
adoptados.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 329

reivindicativo o estrictamente comunitario de gays y lesbianas.


La aproximación a “la homosexualidad” que mayoritariamente
llevan a cabo las ciencias sociales, incluso cuando logran desem­
barazarse de tentaciones biologicistas, mantiene y confirma un
principio de alienación.

La recuperación jurídico-legal del prejuicio:


la terapia como condena

«Las condiciones que en otro tiempo se consideraron crimina­


les, son en realidad patológicas, y caen dentro del ámbito de la
ciencia médica.»^^
George Frank Lydston, 1889

Las palabras de Lydston señalaban la aspiración de los enfoques


científicos a la gestión de la realidad antes considerada exclusiva­
mente criminal, Pero no sólo estamos ante un espacio de compe­
tencia que es objeto de controversia. No sólo hay que determinar
si la instancia legítima de gestión de “la homosexualidad” (o la so­
domía...) es la ley o la ciencia. Además, una vez determinada la
instancia competente, queda por definir la actuación con la que
ésta se manifiesta y se justifica. Y un mismo acto puede ser de­
fendido como propio por uno u otro ámbito de control social. El
encierro o el tormento, pongamos por caso, pueden ser actos de
ley o de medicina. Así por ejemplo, el doctor Francisco López de
Villalobos (1473?-1549), hombre de ciencia y no de leyes, propo­
nía una serie de actuaciones donde se confundían tratamiento y
castigo: «con hambre y con frío, a?otallos, prendellos» (citado
por Temprano, 1994:496).
Que la resultante de la intervención de una instancia social so­
bre “la homosexualidad” sea una terapia o una condena no de­
pende, en muchas ocasiones, de sus características intrínsecas,
sino del título de quien las impone, del espacio simbólico en que
se determinen y del emplazamiento donde se cumplen. A lo largo

Por ejemplo, Melucci, Alberto (1989), Nomads of the present^ Londres, Ra­
dius o Touraine, Alain (1984), Le retour de racteur, Paris, Fayard.
El artículo titulado «Sexual perversion, satyriasis and nynphomania» fue
publicado en el Medical and Surgical Reporter, 61, 1889. Citado por Chauncey,
1985:97.
330 Los discursos articulados y sus implicaciones

del siglo XIX, el ámbito científico no había logrado ser reconocido


como único gestor legítimo de “la homosexualidad” ni definir la
totalidad de sus intervenciones como exclusivas, pero sí se había
convertido en elemento imprescindible para cualquier ordena­
ción institucional de la heterodoxia afectiva y sexual. De manera
muy particular, las concepciones organicistas de la higiene social
(superado el eugenismo genocida industrial nazi), tienen efectos
legales y jurídicos para las y sobre todo los “homosexuales” en el
mundo occidental de la posguerra. Tales articulaciones se locali­
zan fundamentalmente en aquellos países donde no había tradi­
ción criminalizadora específica.
En Francia, las concepciones de la desviación se expresaron
en las leyes contra las “plagas sociales”, que según la normativa de
1960 incluían el alcoholismo, la prostitución, la tuberculosis y la
homosexualidad masculina. En España, la “Ley de Vagos y Ma­
leantes” incluye, desde 1954 a “los homosexuales”, junto a «ru­
fianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan
de la mendicidad ajena, exploten menores de edad, enfermos
mentales o lisiados». Esta ley sería sustituida en 1970 por la “Ley
de Peligrosidad y Rehabilitación Social”, aplicable a «los que rea­
licen actos de homosexualidad», así como a vagos habituales, tra­
ficantes de estupefacientes, personas que ejercen la prostitución...
De este modo, las leyes establecen una equiparación penal y, so­
bre todo, confirman una identidad simbólica, entre comporta­
mientos o actividades radicalmente heterogéneos.
Pero además de la prevención del peligro, el orden franquista
parece hablar de asistencia social; de “rehabilitación”. De este
modo, la citada ley preveía «medidas de seguridad» aplicables a
aquellas personas en quienes se apreciara «una peligrosidad so­
cial». Tales medidas incluían el internamiento en «un estableci­
miento de reeducación». En 1971 se abría uno de estos «Centros
de reeducación de homosexuales varones» en Huelva, comple­
mentado por otro en Badajoz. Si bien la historia de estos centros
está escasísimamente documentada, parece ser que en el primero
de ellos se aplicaron terapias aversivas.^^ La ley y los tribunales

De Fluvià, Armand (1979), Aspectos juridico-legales de la homosexualidad^


Barcelona, Instituto Lambda. El Dr. López Ibor, como él mismo reconocía en el
Congreso de medicina de San Remo, practicó la lobotomía con el fin de “curar”
a un “homosexual”.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 331

abren, en este caso, las puertas de los centros de “tratamiento”.


Las condenas, no obstante, se cumplían mayoritariamente en cen­
tros penitenciarios convencionales, denunciados después desde
supuestos “progresistas” como instituciones represivas que lejos
de “curar” enferman “de homosexualidad” a los reclusos (Saga-
seta, 1978). Pese a la significativa transferencia de argumentos y
estrategias entre los ámbitos médico y legal, la apuesta del Estado
por la “curación” nunca Uegó a ser absoluta.
En consonancia con esta recuperación legal de las aproxima­
ciones científicas en España, la jurisprudencia del Tribunal Su­
premo en ocasiones también hace gala de un nuevo estilo. Así, en
" ’diversas sentencias del citado Tribunal aparecen expresiones
como «anormalidad o desviación sexual» (27-9-1956); «perversión
sexual generadora de una antisocial conducta» (1971); «desvia­
ción en la normalidad sexual» (13-3-1970); «el producto de una li­
bertad sexual que no se detiene ante lo desviado o anormal del
comportamiento que se trate» (13-5-1985); «repugnantes aberra­
ciones», «desviada conducta», «aberración contraria a la natura­
leza humana», «extravío sexual»... Un individuo juzgado por pa­
rricidio era descrito por el citado Tribunal como «de naturaleza
enfermiza, homosexual con práctica de sodomía, teniendo dismi­
nuida su lucidez mental y debilitada su voluntad por la homose­
xualidad» (25-6-1946).^
Esta recuperación de la terminología científica por parte de
los ámbitos legal y judicial incide una vez más en la ausencia de ra­
cionalizaciones, conceptos y argumentos de carácter estrictamen­
te jurídico-legal como instrumentos de orientación coherente de
las políticas públicas de “gestión” de las realidades gays y lésbicas.
Si bien, como ya se ha señalado, la terminología moral se presta
más fácilmente a esta recuperación (toda vez que los argumentos
morales en favor de la represión de determinados afectos y place­
res son los que efectivamente orientan, en la mayoría de los casos,
las intervenciones jurídico-legislativas al respecto), las aproxima­
ciones de orden terapéutico resultan a menudo adecuadas: los
efectos son los mismos (en el caso de la ley española, el interna-
Las citadas sentencias aparecen en Ruiz Rico, Juan J. (1991), El sexo de sus
señorías, Madrid, Temas de Hoy. Otras son citadas por Domingo, Victoriano
(1972), Homosexuales frente a la ley, Barcelona, Hispano y por De Pluvia, 1979.
Un comentario sobre la recuperación jurisprudencial del discurso científico sobre
“la homosexualidad” aparece en Llamas, 1995a.
332 Los discursos articulados y sus implicaciones

miento en centros de reeducación o, más frecuentemente, en pri­


siones), y la legitimidad de la condena es doble. La medicina rara
vez sustituye completamente a la moral; lo más frecuente es que la
apoye o la complemente. De este modo, en muchas ocasiones, la
promesa de tratamiento contribuye a una cierta clemencia en los
casos de delito. Reconocer el delito, declararse culpable y com­
prometerse a seguir una terapia son factores que pueden limitar la
severidad judicial a cambio de asumir (al menos formalmente)
ese reconocimiento de sí como enfermo.

Los fundamentos de la sexologta contemporánea:


Alfred Kinsey y Evelyn Hooker

«Te hemos permitido que veas cómo somos. Ahora tienes la


obligación científica de nacer un estudio de gente como noso­
tros. Somos homosexuales, pero no necesitamos psiquiatras.
No necesitamos psicólogos. No estamos locos. No somos nin­
guna de las cosas que dicen que somos.»
Sammy, 1943

La publicación en 1948 del estudio dirigido por Alfred Kinsey, ti­


tulado Sexual behavior in the human male y de su segunda parte,

Un ejemplo de esta negociación donde se cambia el reconocimiento de la


culpa y la voluntad de enmienda por una promesa de clemencia, aparece en el es­
cándalo surgido en la ciudad de Boise (capital del Estado de Idaho) en 1955. El
escándalo de “corrupción de menores
*" que adquirió dimensión nacional, dio lu­
gar a una caza de brujas en la ciudad y a una serie de procesos donde (de acuerdo
con la ley, pero en contra de la práctica judicial habitual), fueron condenados
hombres por prácticas homosexuales con otros adultos. El reconocimiento de la
culpabilidad y la promesa de terapia fueron consideradas por el Tribunal como
elementos positivos a la hora de limitar las condenas. De este modo, la justicia re­
conocía implícitamente la ilegitimidad de su intervención: pese a lo que la dis­
posición legal establecía, no se trataba de criminales, sino de enfermos. En este
sentido, los argumentos de la defensa incluían testimonios de médicos y psi­
quiatras, según los cuales, la “enfermedad
** desaconsejaba la condena judicial.
Aún así, por ejemplo. Charles Puett, de veinticuatro años, de quien sólo se pudo
probar la comisión de un acto contra-natura con un adulto, fue condenado a cinco
años de prisión. En el momento del escándalo, la mitad de la población de Idaho
estaba compuesta por mormones, y un 10% aproximadamente eran católicos. Es­
tos últimos son descendientes, en su mayoría, de emigrantes vascos que han
mantenido algunas costumbres como bailar la jota, beber en bota o llevar boina y
alpargatas blancas con lazos rojos y verdes. Gerassi, John (1967), The boys of Boi­
se. Furor, vice and/olly in an American city, Nueva York, Macmillan Company.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 533

Sexual behavior in the human femule, aparecida en 1953, supuso


una verdadera revolución en lo que se refiere al discurso sexoló-
gico dominante desde la imposición de la terapia como solución
científica al “problema de la homosexualidad”?^ Tales estudios,
que «la sociología debería incluir entre sus clásicos» (Guasch,
1993), fueron encargados por la Fundación Rockefeller y la Uni­
versidad de Indiana. En ellos participaron también Wardell Po-
meroy y Clyde Martín.
El objetivo de Kinsey era mostrar cómo era “en realidad” la
sexualidad de la población blanca de los Estados Unidos. Sin
embargo, su estudio le llevó a revelar unas constataciones que, a
finales de los años cuarenta, resultaban escandalosas. En su in­
tento de dar a conocer la prevalencia de las relaciones sexuales de
hombres o mujeres entre sí, y tomando en consideración las dife­
rentes proporciones de éstos con respecto a las relaciones con
personas del “otro sexo”, Kinsey tiró por tierra la clasificación en
dos categorías estancas para establecer un continuo, desde la ex­
clusividad de relaciones homosexuales hasta la exclusividad de re­
laciones heterosexuales. La (homo / hetero) sexualidad no era
cuestión de esencias, sino de grados. Kinsey estableció una escala
gradual con siete niveles.
Según sus datos, un 37% de la población “masculina”, blanca
y adulta de los Estados Unidos había tenido, al menos una vez,
una relación sexual “completa” (lo que para Kinsey significaba
con orgasmo) con otro hombre. Ello venía a confirmar las con­
cepciones sobre la sexualidad anteriores al siglo XIX: ésta estaba
determinada por prácticas, no por esencias, y los conceptos “ho­
mosexual” y “heterosexual” sólo tenían sentido en tanto que ad­
jetivos o, en todo caso, en tanto que categorías ideales. Del mismo
modo, el debate etiológico carecía de fundamento habida cuenta
la inexistencia del objeto de estudio; cualquier persona podía te­
ner una relación homosexual. De ello se sigue que tanto las espe­
cificidades como las formas de represión tenían poca razón de ser.
Kinsey parecía abogar por la disolución de las categorías y por
una resexualización más plural de la población en general.
Pero, fundamentalmente, Kinsey rompía con una tradición
que se había impuesto en los ámbitos que apelaban a la legitimi-

Kinsey, Pomeroy y Martin, 1948 y Kinsey, Alfred Charles et al. (1953), Se­
xual behavior in the human female^ Philadelphia (Pennsylvania), Saunders.
334 Los discursos articulados y sus implicaciones

dad científica de sus análisis, y que consistía en realizar estudios


aplicados a las relaciones entre personas del “mismo sexo” a par­
tir de observaciones o experimentos realizados sobre los y las pa­
cientes que acudían a las consultas. Sólo Havelock EUis había
propuesto modelos de “normalidad”, y contra él se había consti­
tuido una tradición que establecía argumentos de carácter general
a partir de observaciones viciadas. Kinsey sale de la consulta para
estudiar a personas que no estructuran su vida (en su dimensión
afectiva y sexual) en torno a médicos, psicoanalistas o psiquiatras.
El estudio de Kinsey, Pomeroy y Martín fue violentamente cri­
ticado por diversas instancias del ámbito médico.^^ Uno de los ar­
gumentos utilizados fue la inconveniencia de la afirmación de la
prevalencia de experiencias homosexuales, toda vez que, a falta de
estadísticas comparables en otros países, podía dar lugar a una es-
tigmatización de la población blanca de los Estados Unidos por
parte de otras naciones o razas. Afirmar la existencia extendida de
relaciones entre hombres y entre mujeres en el propio país cons­
tituía, en ese contexto, un escándalo evidente. Ya hemos visto
que en un régimen discursivo excluyente, “la homosexualidad”
sólo existe en otros países o en otras razas. En plena orgía crimi-
nalizadora de la era McCarthy, Kinsey perdió, en 1954, el apoyo
financiero de la Fundación Rockefeller.
Años antes, Sammy, cuyas palabras abren este epígrafe, era
alumno y amigo de la profesora de psicología de UCEA Evelyn
Hooker, Según cuenta ésta (Marcus, 1992), fue ese brillante estu­
diante (junto con su novio y sus amigos), quien le animó con
aquellas palabras a estudiar a los y las “homosexuales” desde su­
puestos ajenos a la atribución de una patología. Nadie antes había
cuestionado ese axioma del que “la ciencia” había partido. Ni si­
quiera ella misma se lo había cuestionado: «Probablemente ense­
ñaba toda esa basura de que la homosexualidad era psicopatoló-
gica, que era delito, que era pecado. No tenía razón alguna para
considerar que esas tres cosas no fueran ciertas» (J¿/¿/:19). Pese a
los rigores ideológicos del clima de reacción imperante durante la
era McCarthy, el proyecto de una prestigiosa profesora, reciente-

Sobre las reacciones de hostilidad al “informe Kinsey”, véase: Lhomond,


Brigitte (1985), «Discours médicaux et homosexualité: De la création d’une figu­
re», en Schlick y Zimmermann (comps.), 1985. La práctica totalidad del psicoa­
nálisis permaneció completamente indiferente a las tesis de Kinsey (Lewes, 1988).
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 335

mente casada en segundas nupcias, y en el que no se hablaba de


lesbianismo, consiguió financiación del National Institute ofMen­
tal Health en 1953.
Hooker tuvo más problemas para lograr su grupo de control
de treinta “heterosexuales” que para lograr los treinta del tipo 5-
6 en la escala de Kinsey (“homosexuales exclusivos”), que se
prestaron voluntariamente, animados desde la asociación homófila
Mattachine Society, Administró a todos los test de Roschach, TAT
y Dratv a Person y remitió el resultado a tres reputados psicólogos
que habían de clasificar el grado de “ajuste” o “desajuste” sin
saber la particular composición de la muestra. El resultado: no ha­
bía diferencias entre unos y otros. Las conclusiones de su estudio
{«The Adjustment of the Male Overt Homosexual») fueron ex­
puestas en el Congreso de la American Psychological Association
celebrado en Chicago en 1956.
Si bien los trabajos de Kinsey y Hooker estaban destinados a
trastocar profundamente las asunciones de los ámbitos médicos y
psicológicos sobre “la homosexualidad”, muchas reticencias y, en
ocasiones, francas hostilidades habían de lastrar aún durante años
la evolución de la aproximación científica a la diferencia sexual.

La ''homosexualidad distónica' y la "identidad de género


infantil": el mantenimiento de un ámbito de actuación

«En lo tocante a los casos de homosexualidad, el especialista


tropieza desde el principio con bastantes dificultades, sobre
todo si no es la persona interesada la que acude en busca de su
ayuda, lo cual sucede casi siempre. Si es otra persona la que le
plantea el caso, esta persona representa de un modo u otro a un
menor. Hay que pensar en convencerlo de la necesidad de vi­
sitar al médico, y ello se hace —lo hacen los padres— acuciados
por una inquietud y un miedo horribles a las consecuencias.
Buena parte de estos casos no llegan nunca al despacho del
doctor. Los padres no saben descubrir a tiempo el mal, o cie­
rran los ojos antes de reconocer lo que, de una forma u otra,
acabará por ser de dominio público.» (1973:17)
Dr. Frederik Koning, 1970

«You are making me sick.»


Ron Gold, 1973
336 Los discursos articulados y sus implicaciones

El desarrollo (o el renacimiento) de una sexología que no presu­


ponía el carácter necesariamente patológico de “la homosexua­
lidad” abría el camino a una batalla. De un lado, surgirían voces
airadas negando públicamente esa identificación patológica. De
otro lado, algunos profesionales se aferrarían a sus concepciones y
tratarían de mantener el control sobre una instancia que, mediado
el siglo XX, era mayoritariamente reconocida como de su incum­
bencia. El doctor Koning expresa claramente sus esfuerzos por
convencer a sus lectores y lectoras de la importancia de llevar a
sus hijos ante «un especialista». En el momento en que lesbianas y
gays adultos empiezan a no creer en su enfermedad, los terapeutas
empezarán a dedicarse de manera preferente a los y las jóvenes.
Convencer a sus padres resulta mucho más sencillo. Las palabras
del activista gay estadounidense Ron Gold (que pueden ser tra­
ducidas simultáneamente como «está haciendo de mí un enfer­
mo» y «me está poniendo enfermo») fueron pronunciadas en el
transcurso de una reunión en la que se discutía sobre si mantener
o eliminar “la homosexualidad” del catálogo de enfermedades.
Cuando, a finales del siglo XIX, el Instituto Internacional de
Estadística elaboró en Viena la primera «Lista internacional de
causas de defunción», se iniciaba una inquietud por determinar
cuántas y cuáles eran las enfermedades que afectaban a los seres
humanos. Desde su constitución en 1946, la Organización Mun­
dial de la Salud es el organismo que lleva a cabo esta tarea. En la
primera edición del Manual diagnóstico y estadístico de desórdenes
mentales elaborado en Estados Unidos en 1951, “la homosexua­
lidad” aparecía catalogada bajo el epígrafe “personalidad psico­
pática con sexualidad patológica”. La Organización Mundial de la
Salud elaboró en 1965 una clasificación de enfermedades menta­
les en la que figuraba “la homosexualidad”. Dicha lista debía ser
ratificada, completa o parcialmente, por los países integrantes de
este organismo, los cuales, a su vez, podían elaborar sus propios
catálogos de enfermedades. El hecho de que determinadas reali­
dades sean consideradas patológicas en unos países pero no en
otros, pone bien a las claras el relativismo cultural, religioso y
moral que caracteriza las construcciones sociales de la salud y la
enfermedad.
Un militante procedente del movimiento homófilo, Frank Ka-
meny, interrumpía en 1971 el Congreso Anual de la American
Psichiatrie Association (APA) que se desarrollaba en Washington
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 337

al grito de «¡La psiquiatría es la encarnación del enemigo. Podéis


considerar nuestra intervención como una declaración de gue­
rra!» Un año antes, el congreso de la APA en San Francisco, ha­
bía sido también interrumpido por Barbara Gittings al grito de
«¡Hablad con nosotras, no de nosotras!» En la reunión de Dallas
de 1972 intervinieron como invitada/o Gittings y Kameny, que
presentaron públicamente modelos de salud y felicidad. La rela­
ción de fuerzas entre las prudentes asociaciones homófilas y los
ámbitos de la ciencia, con la emergencia del movimiento de gays y
lesbianas, había dado un giro radical.
En 1973 (a los cuatro años de la génesis del movimiento gay y
lèsbico), la American Psychiatric Association y la American Psy-
chological Association retiraron la “homosexualidad en sí” del
cuadro de enfermedades, si bien mantuvieron la categoría de
“homosexualidad distònica” (o “ego-distónica”). Esta categoría es
aplicable cuando «el interés heterosexual se encuentra persisten­
temente ausente o débil y ello supone una interferencia significa­
tiva en la iniciación o mantenimiento de relaciones heterosexuales
queridas o deseadas».
* ’® Este concepto se refiere a las personas que
viven de forma conflictiva su opción afectivo-sexual que como tal
{in vitro, podríamos decir), dejaba de ser considerada como pa­
tológica. La categorización de una homosexualidad patológica
en función del carácter conflictivo que presenta el reconocimien­
to (o la aceptación, incluso la tolerancia) por parte de la sociedad
de tal realidad, reviste un carácter de profecía que se cumple a sí
misma.
La pervivencia de una categoría patológica debe entenderse
en el marco de una oposición en el seno de dichas asociaciones
por parte de quienes defendían las hipótesis de la enfermedad y
las estrategias terapéuticas frente a las posturas “despatologiza-
doras”. Entre los primeros, y con el objetivo de impulsar una
“marcha atrás” que devolviera “la homosexualidad” al espacio de
lo enfermo, los psicoanalistas Irving Bieber y Charles Socarides
impulsaron un referendum en el que (en contra de lo que espera­
ban), el 58% de los 10.000 votos apoyaron la postura adoptada
por la APA. Así, pese a los esfuerzos de quienes intentaron evitar
la consulta, “la ciencia” mostraba hasta qué punto podía quedar

Rodríguez, Josep A. (1985), «Homosexualidad: una enfermedad sin nom­


bre», Sistema, 64, p. 91.
338 Los discursos articulados y sus implicaciones

determinada por cuestiones de opinión y de influencia. Incapaz de


mantener una posición coherente, la comunidad médica resolvía
sus diferencias a través de las urnas y llegaba a determinados
compromisos.^^
Esta concepción de una homosexualidad distònica, lleva a al­
gunos ámbitos de la sexología a defender la legitimidad de la
aplicación de terapias a aquellas personas que desean cambiar su
orientación sexual, aun cuando son razones de tipo social las que
inspiran ese deseo. Si bien la (re)orientación sexual no es para
Freud el objetivo primordial del psicoanálisis, ésta, no obstante, es
una meta legítima si permite reducir la problemática de la perso­
na tratada. Las causas externas (los fundamentos del prejuicio, la
localización del problema del lado de quien sufre sus consecuen­
cias) son sistemáticamente ignoradas; la heterosexualidad como
modelo incuestionable sigue vigente.
William Masters y Virginia Johnson, la más célebre pareja
(“heterosexual”) de la sexología contemporánea, defendían la le­
gitimidad del tratamiento solicitado. Entre los criterios de acep­
tación de una persona como paciente susceptible de tratamiento
de cambio de “orientación sexual” están, por un lado, el deseo de
“superar” la “homosexualidad exclusiva” en favor del acceso a un
estatuto de “bisexualidad”. Esta intención parece suficientemen­
te legítima, de modo que no presenta ninguna complicación. Por
otro lado, en aquellas personas que quieren abandonar definiti­
vamente “la homosexualidad” hacia formas de “heterosexuali­
dad” exclusivas, Masters y Johnson establecen un requisito de
acceso a las terapias: el o la solicitante debe mostrar un absoluto
convencimiento y un deseo sincero.

Desde 1962, Bieber se había convertido en una de las voces más promi­
nentes del discurso psicoanalítico sobre “la homosexualidad”. En esa fecha pu­
blicaba, junto con varios colaboradores, un voluminoso estudio en el que se re­
cogían y confirmaban diversas tesis que se apartaban del modelo freudiano. El
modelo de familia compuesto por la “madre posesiva” y el “padre ausente” tenía
un destacado protagonismo. La “bisexualidad constitucional” era rechazada; ni si­
quiera se admitía una “fase homosexual”. Esa “escuela revisionista” que negaba
cualquier importancia a los factores constitucionales y que, en cierto modo, “de-
sexualizaba” “la homosexualidad” para socializarla en el contexto de los roles de
género y los papeles del padre y la madre, sería la base de buena parte de la prác­
tica psicoanalítica hasta bastante después de la modificación del DSM, Bieber, Ir­
ving et al. (1962), Homosexuality. A psychoanalytic study of male homosexuals^
Nueva York, Basic Books. Véase también Lewes, 1988.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 339

Los análisis de esta popular pareja presentan, no obstante,


ciertas novedades. Su estudio titulado Homosexuality in perspec-
tive, publicado en 1979, señala la necesidad de terapias “en gene­
ral”; no sólo de “reorientación”, equivalentes para personas de
preferencia o práctica tanto homo como heterosexual, con lo que
se postulaba el fin de terapias de dos intensidades.^^ Su ámbito de
actuación favorito, las “disfunciones sexuales” que retrasan o im­
piden la penetración y / o el orgasmo (básicamente, impotencia,
vaginismo y eyaculación precoz), son tratadas tanto en parejas
hetero como homosexuales. La sexualidad sigue siendo cuestión
de penetración y de pareja.
La aplastante mayoría de fracasos de las terapias de “reo­
rientación” no ha impedido que la medicina, la sexología, la
psiquiatría y el psicoanálisis sigan en la actualidad considerando
de forma generalizada “la homosexualidad ” como un ámbito
de actuación. El cambio de orientación que hemos mencionado
(la constitución de la “homosexualidad distònica”) supone la
concesión mínima que permite a la psiquiatría y a la psicología
escapar a un creciente descrédito manteniendo, no obstante, un
espacio de ejercicio de poder. Cambio de orientación que, pese a
todo, podría volver a ser objeto de polémica: «Al margen de las
consecuencias sociales y políticas adversas, si la evidencia psi­
quiátrica establece la conclusión de que la homosexualidad es
una enfermedad mental, entonces, en términos de integridad
científica, no existe justificación alguna para modificar td. valo­
ración.»^^
El proceso de liberación relativa que vivió Francia durante los
primeros años ochenta no supuso el abandono, por parte de cier­
tos ámbitos ideológicos, de los enfoques terapéuticos como apro­
ximación posible a las realidades gay y lèsbica. No obstante, se
empieza a apelar a los criterios de eficacia y de ética, no tanto des­
de el punto de vista de su deslegitimación cuanto desde la óptica
de un necesario perfeccionamiento. En «La sociedad desarmada».

Masters, William W. y Johnson, Virginia E. (1979), Homosexuality in pers­


pective, Boston (Massachusetts), Little Brown.
Marmor, Judd (1980b), «Homosexuality and the issue of mental illness»,
en Marmor (comp.), 1980a:392. Pese a lo que pueda parecer, como ya se ha se­
ñalado, Marmor fue uno de los principales defensores de la “despatologización”
de "la homosexualidad”, y desde su punto de vista, la “evidencia psiquiátrica” no
permite establecer la enfermedad mental como conclusión.
340 Los discursos articulados y sus implicaciones

título de un artículo de Le Figaro (24 de abril de 1985) se hace un


repaso a los medios de curación: «—Todo el mundo está desar­
mado—, explica el doctor Michel Gillet, —la justicia y la medici­
na, ya que, honestamente, no hay un tratamiento eficaz para la
perversión. La psicoterapia no es solicitada por el enfermo y sus
resultados son muy aleatorios; la quimioterapia, utilizada para
atenuar el impacto de los impulsos a base de neurolépticos conti­
núa siendo mediocre; la castración física o química, además de
plantear problemas éticos considerables, tampoco aporta verda­
deras soluciones». Ausencia de eficacia, resultados aleatorios, fal­
ta de verdaderas soluciones para la perversión, para la atenuación
de los impulsos del enfermo. La referencia a la ética parece poco
más que una concesión hipócrita.
El Diagnosticai and Statistical Manual de 1980 (DSM III) in­
cluía una categoría nueva: el «desorden en la identidad de género
en la niñez» que, si en el caso de las niñas se caracterizaba por la
presencia de signos anatómicos de hermafroditismo, para los ni­
ños quedaba definido según todos los estereotipos de la inver-
sión.^2 El hecho de que en 1988 desapareciera formalmente la
“homosexualidad distònica” del manual diagnóstico de la comu­
nidad psiquiátrica norteamericana (DSM IIIR) no significa que la
represión haya desaparecido. Si en la actualidad la mayor parte de
las asociaciones de profesionales han renunciado a la represión te­
rapéutica (y, en casos como el de Estados Unidos, funcionan gru­
pos de psiquiatras lesbianas y gays), los ejemplos de tratamientos
de todo tipo (y, en particular, los aversivos) impuestos a jóvenes
menores de edad por parte de clínicas privadas a petición de fa­
miliares, continúan produciéndose. Esta es sólo la faceta más evi-

Sedgwick» Eve Kosofsky (1993), «How to bring your kids up gay», en


Warner (comp.), 1993. Esa categoría es heredera de la ansiedad postbélica sobre
el rol de género masculino. Efectivamente, durante los años sesenta y setenta (so­
bre todo en Estados Unidos), se llevan a cabo diversos estudios que buscan trazar
el pasado de “los homosexuales” en función de desacuerdos con el modelo de
masculinidad establecido (por ejemplo, Saghir y Robins, 1978). Una estrategia di­
ferente es la que inspira un estudio desarrollado por Green a lo largo de quince
años. Se trataba de localizar un grupo de “niños afeminados” y un grupo de con­
trol de “niños convencionalmente masculinos” y seguir su desarrollo para com­
probar cuál era su sexualidad adulta. El 75% de los primeros confirmaría las sos­
pechas del autor al acabar siendo homo o bisexuales. Green, Richard (1987), The
‘sissy boy syndrome' and the development of homosexuality. New Haven y Lon­
dres, Yale University Press.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 341

dente de una guerra contra adolescentes y jóvenes lesbianas y


gays nunca declarada?^
Una ofensiva que, en algunos casos, mantiene una vigencia
que no hace distingos en las edades. En Argentina, por ejemplo,
se publicaba un estudio en 1983 donde se presentaban viejas y
nuevas estrategias curativas: «Si bien es cierto que fueron utiliza­
dos varios tipos de terapia, la mayor parte de ellos se aplicaban en
forma asociada. De esta manera se realizaba el narcoanálisis com­
binado con la psicoterapia sugestiva durante la fase de subnarcosis.
Hipnosis asociada a la terapia de apoyo en vigilia, y finalmente el
hipnoanálisis. A estos tratamientos se sumaban aplicaciones de di­
versos preparados a base de propionato de testosterona, calcio y
otros medicamentos. La terapia comenzaba durante la perma­
nencia del paciente en el hospital, en calidad de internado, para
proseguir en forma ambulatoria cuando se le daba de alta.» Para
el autor de este estudio, «el concepto fatalista y pesimista acerca
de la incurabilidad de las desviaciones sexuales, que impide la
concurrencia de los pacientes a la consulta médica, debe ser com­
batido».^"
*

Tristemente famoso es el centro denominado Rivendali, cerca de Salt Lake


City, en Utah (EE UU). Todo el catálogo de horrores de los años cincuenta y se­
senta sigue vigente en centros privados como el mencionado, y en otros en Mon­
tana y Georgia. Si bien la existencia de tales centros no es clandestina, su franca
hostilidad hacia periodistas de medios de información gays y lésbicos, parece in­
dicar una falta de argumentos convincentes en defensa de tales prácticas. En
California, por ejemplo, los y las adolescentes tienen reconocido por ley el dere­
cho a manifestar su opinión ante terceras instancias antes o durante su interna-
miento en centros psiquiátricos. Véase Mirken, Bruce (1994), «Setting them
straight», 10 Percent, 2, 8, junio, pp. 54-84 y Andriote, John-Manuel (1994),
«Shrinking opposition», 10 Percent, 1,4, otoño de 1993, pp. 61-79. El psicotera­
peuta Kronemeyer (1980:12), a propósito de las profesionales de la salud lesbia­
nas y gays, afirma que en su autocomplacencia son incapaces de ayudar verda­
deramente a gays y lesbianas a “cruzar al otro lado”. En el caso español (y en la
práctica totalidad del mundo) existen pocos datos que permitan evaluar la per-
vivencia de estrategias terapéuticas. Cabe suponer que, si bien a nivel institucio­
nal, las formas más traumáticas de tratamiento son cada vez más infrecuentes, a
nivel particular aún hay multitud de terapeutas dispuestos a explorar la posibili­
dad de curación con los más diversos métodos.
Cukierman, Mario (1983), Desviaciones sexuales. Teoría dinámica, Bue­
nos Aires, Abaco, pp. 103 y 132. Si bien el conjunto de pacientes tratados por Cu­
kierman no incluye sólo a “homosexuales”, éstos y éstas componen el subgrupo
más numeroso de “desviados”. Quizás su competencia científica pueda ser con­
siderada con mayor precisión a la luz de sus reflexiones de tipo histórico: «Du-
342 Los discursos articulados y sus implicaciones

En todos los catálogos de patologías siguen bien enraizadas


muchas categorías más significativas por la confusión de sus im­
plicaciones en un mismo marco mórbido que por sus caracterís­
ticas o especificidades intrínsecas. Al presentarse con frecuencia
de manera conjunta, se pierden dimensiones esenciales como son
su prevalencia (lo excepcional se confunde con lo moderada­
mente extendido), sus efectos directos e indirectos en las personas
que las desarrollan o anhelan, los efectos en quienes pueden com­
partirlas, el carácter cultural de los registros en que se analizan o el
conflicto que pueden entrañar en unas u otras sociedades. Algu­
nas de ellas, al igual que “la homosexualidad”, adquirieron un es­
tatuto patológico a finales del siglo XIX y, comparativamente, son
objeto de un oprobio aún mayor.^’
Si en 1992 “la homosexualidad” desapareció del citado catá­
logo de la OMS, no por ello se puede hablar aún de cesión de un
espacio discursivo privilegiado por parte de las instancias que
construyen un determinado discurso científico. No obstante, sí
parece evidente que las instancias médico-psicológicas tienden a

rante la Edad Media [...] con frecuencia se practicaban misas negras, en las
cuales los representantes de Satanás ponían en evidencia prácticas perversas, re­
presentándose asimismo espectáculos en los que los enviados del demonio man­
tenían relaciones sexuales, en ocasiones con personas del mismo sexo, en forma
abyecta y en medio de corruptas orgías [...] El cuadro que ofrecían dichas esce­
nas era realmente impresionante, en lugares alejados de la población y entre an­
torchas humeantes. El sumo sacerdote, representante del demonio, vestido con
un largo traje negro, y con los ojos relampagueantes, ofrecía, asistido por sus ayu­
dantes, el sacrificio a Satanás, estando representado este último por una figura se­
mihumana y semianimal, y otras veces por una cabra de una fealdad excepcional,
u otro animal singular. Luego del sacrificio sangriento comenzaba la orgía, en la
cual se cometían toda clase de atropellos sexuales, en medio de la algarabía ge­
neral» (Ibid. : 26-27).
Un ejemplo de esta estrategia de confusión (y de mantenimiento de “la
homosexualidad” en un contexto de oprobio) es el catálogo de desviaciones se­
xuales que son investigadas en el estudio argentino antes citado: «Homosexuali­
dad, travestismo, pedofilia, narcisismo, scoptofilia o voyeurismo, pigmalionis-
mo, exhibicionismo, sadismo, masoquismo, fetichismo, gerontofilia, sodomía,
bestiofilia o zoofilia, triolismo, incesto.» A éstas se añaden otras que el autor no
puede estudiar: «vampirismo, necrofilia, ingestión de cadáveres y canibalismo, os-
fresiofilia (atracción por los malos olores) y tanatofilia (placer por la muerte)». Por
si la intención del estudio no queda clara, el autor afirma que «las perversiones
casi siempre tienen relaciones más o menos estrechas entre sí» [...] Por ejemplo,
«en los homosexuales, con frecuencia se observan tendencias a la pedofilia y al
travestismo». Cukierman, 1983:36, 38 y 39.
Los efectos terapéuticos de los discursos científicos 343

abandonar progresivamente estos postulados. En 1995, por ejem­


plo, la American Medical Association se pronunció en contra de
cualquier tratamiento de conversión a la heterosexualidad, ins­
tando a sus miembros a reconocer sin prejuicios la diversidad
sexual.
6. LOS DISCURSOS EN PRIMERA PERSONA

«El amor que antes no osaba decir su nombre, no parece ahora


capaz de mantener la boca cerrada.»
Time, octubre de 1969

«No os atrevéis a decirlo, tal vez ni siquiera os atrevéis a decí­


roslo. Nosotros también éramos así hasta hace unos meses.
Nuestro Frente será lo que vosotros y nosotros queramos hacer
de él» (1979:15).
Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, París, 1971

«Podemos aprender a trabajar y a hablar cuando tenemos mie­


do, del mismo modo que hemos aprendido a trabajar y a hablar
cuando estamos cansadas. Hemos sido socializadas para respe­
tar el miedo más que nuestra necesidad de un lenguaje y de una
definición [...] El hecho de que estemos aquí y que yo diga es­
tas palabras es un intento de romper ese silencio y de superar
algunas de esas diferencias entre nosotras, porque no es la di­
ferencia lo que nos inmoviliza, sino el silencio.»’
Audre Lorde, 1977

«Tengo el lenguaje de quien no se deja reconocer, el lenguaje


de ese territorio y de ese tiempo en que los hombres tiran de la
correa y en que los cerdos se golpean la cabeza contra la cerca;
yo me sujeto la lengua como se sujeta a un caballo semental por
las riendas para que no se lance sobre la yegua, ya que si solta­
ra las riendas, si aflojara ligeramente la presión de los dedos y la
tracción de los brazos, mis palabras me descabalgarían, y se lan­
zarían hacia el horizonte con la violencia de un caballo árabe
que huele el desierto y al que ya nada puede frenar.» (1990:21)

Bernard-Marie koltès, 1990

Lorde, Audre (1993), Zami, Sister Outsider, Undersong, Nueva York, Qua­
lity Paperback Book Club, p. 44. La cita proviene del texto titulado «The trans­
formation of silence into language and action», integrado en la recopilación de en­
sayos y conferencias de Audre Lorde Sister Outsider, obra publicada en 1984.
Zami. A new spelling of my name se publicó por primera vez en 1982, mientras
que la recopilación de poemas Undersong incluye composiciones fechadas entre
1968 y 1992.
Los discursos en primera persona 545

La elaboración de un discurso en primera persona desde la hete­


rodoxia sexual empieza a ser una cuestión relevante en todo el de­
bate sobre la diversidad social y la articulación de polos de rei­
vindicación y resistencia a partir de los años setenta. Nunca antes
se había hablado tanto y tan claramente desde una posición ex­
céntrica con respecto al emplazamiento discursivo legítimo. La
“toma de la palabra”, como sugiere Koltès, aún constituye un
proceso que parte de la clandestinidad y que ha de vencer pode­
rosos mecanismos de autocontención para hacerse público; un río
de palabras que, a fuerza de intentar controlarlo, puede desbor­
darse en un lenguaje y un discurso. La elaboración de un discurso
propio, como se desprende de la reflexión de Lorde, es una cues­
tión particularmente relevante para las lesbianas; una cuestión
que apunta a mecanismos de poder que atenazan en el silencio a
quienes no confirman un orden excluyente. Como puede leerse en
el manifiesto del FHAR, estamos ante un discurso colectivo, des­
de su origen mismo o en lo que a sus implicaciones se refiere y
que, como proyecto político, puede articularse de forma cons­
ciente en función de los objetivos que persigue. Es, por último,
como se señala desde una instancia tan establecida en la ortodoxia
como la revista Time, un discurso difícilmente controlable, ines­
perado, generador de un cierto estupor.
Hasta ahora, he analizado los efectos de aparatos conceptuales
elaborados por instancias formalmente ajenas a las categorías que
señalan un pre-sujeto pecador, delincuente o enfermo. Instan­
cias que se apartan de las realidades que designan para reducirlas
a un determinado estatuto fenomenològico. Términos, en el mejor
de los casos, asumidos con la intención subversiva de dotarlos de
contenidos propios (ardua tarea ésta al estar ya pesadamente so­
bredeterminados); términos adoptados por acomodación a sus
efectos o aceptados por tener implicaciones comparativamente
menos perjudiciales que otros. Términos que, casi siempre, se
imponen coactivamente determinando diversos grados de alie­
nación, discriminación y violencia.
La construcción de una esencia social particular, la vigencia de
los términos del argot popular y el desarrollo de saberes y prácticas
específicas, son factores que inciden en esa diferenciación, y auto­
rizan la constitución de nuevos sujetos. La relevancia social de
esos sujetos será incuestionable cuando sus palabras aisladas se
constituyan en un discurso público. Si la esencia atribuida será
346 Los discursos articulados y sus implicaciones

contestada por una identidad específica, correlativamente, los


nombres impuestos serán cuestionados por una terminología
autorreferencial, y los argumentos establecidos serán rebatidos por
otros de signo contrario. Los nombres, las categorías y las propo­
siciones de este discurso autónomo serán construidos desde dentro
de la realidad que designan; una realidad que, al ser designada, es
también constituida y determinada, aunque esta vez sean sus pro­
pios protagonistas quienes parezcan llevar las riendas del proceso.
Al considerar el acceso de nuevos sujetos sociales al espacio
donde se articulan los discursos públicos, no hay que limitarse
sólo a las formas de toma de la palabra colectivas, organizadas y
articuladoras de demandas precisas que se producen en el último
tercio del siglo XX. Ni tampoco a los tres panfletos revolucionarios
escritos en Francia y que constituyen la primera manifestación de
textos escritos en primera persona y dirigidos a instancias guber­
namentales con el objetivo de orientar la labor legislativa.^ Ni si­
quiera a los abundantes antecedentes literarios. Es en el espacio
de los discursos aparentemente hostiles y en las palabras a medio
articular por procuración, donde también han de rastrearse las
primeras manifestaciones de incipientes proyectos de construc­
ción de una identidad diferenciada. Como hemos visto, el discur­
so de la ciencia no sólo nace en medio de una inquietud por el co­
nocimiento o por la localización, sino que además cataliza toda
una serie de expectativas de “liberación”. Como veremos, desde
su inicio en el trabajo de Ulrichs hasta el desarrollo que alcanza a
partir de la labor desarrollada por Hirschfeld, la ciencia, en mu­
chos casos, traduce inquietudes y puntos de vista de quienes es­
tán, precisamente, constituyéndose como sujetos.^

2 Estos textos son: Le petits bougres au manège, anónimo de 1790 que reivin­
dica el derecho al uso y disfrute del propio cuerpo como propiedad inalienable.
En un tono apologético y lenguaje popular, el autor sostiene que si las prostitutas
gozaran de buena salud y si las vaginas tuvieran la estrechez del ano, los “amantes
del culo” volverían al “cono”. Los otros son: Les enfants de Sodome, del mismo
año y Liberté ou Mademoiselle Raucourt, anónimo de 1791, inspirado en una actriz
(Françoise Marie Antoinette Joseph Saucerotte, protegida de Marie Antoinette), y
donde se afirman el amor y el sexo lesbiano. Estos panfletos aparecen en Blasius,
Mark y Phelan, Shane (comps.) (1997), We are everywhere. A historical sourcebo­
ok of lesbian and gay politics, Nueva York y Londres, Routledge.
Incluso las visiones más hostiles podían dar lugar a interpretaciones positi­
vas. Por ejemplo, la “teoría de la degeneración”, según la cual los y las invertidas
llevaban una determinada tara genética, era reformulada por Hirschfeld con una
Los discursos en primera persona 341

Desde este punto de vista, el trabajo de Krafft-Ebing, con


frecuencia considerado típico del enfoque patológico y represivo,
resulta paradigmático (Oosterhuis, 1997). Para muchos invertidos,
ese trabajo fue una revelación; muchos le enviaron sus autobio­
grafías con el objeto de elucidar cuestiones relevantes de sus pro­
pias vidas en el único foro en que una iniciativa semejante parecía
relativamente poco arriesgada. Así, además de los sujetos hospi­
talizados o encarcelados que debían someterse al proyecto de in­
vestigación en curso, un buen número de “pacientes” educados y
cosmopolitas, de origen aristocrático o burgués (y que se consi­
deraban —pese al clima de hostilidad, el imperativo de discreción
y el temor a la pérdida de status social o al chantaje— “normales,
sanos y felices”), entraron de manera voluntaria en su estudio.
Buena parte de su trabajo se basó en todas estas narraciones, y en
las sucesivas ediciones de la Psychopathia sexualis se incorporaron
muchas referencias a esos casos. Al reproducir fragmentos de las
biografías (en latín cuando los pasajes eran “procaces”), Krafft-
Ebing introducía en el discurso médico elementos de una subje­
tividad que esa ciencia permitía articularse por primera vez.
La colaboración desinteresada y en ocasiones entusiasta con
diversos proyectos científicos (casi una constante en la historia de
éstos), puede considerarse entonces como un medio de construir
una nueva identidad (a partir, es cierto, de un sistema de concep-
tualización que tampoco favorece una excesiva autoestima). Al in­
corporar sus propias experiencias a estos trabajos, muchas y mu­
chos “homosexuales” lograban establecer una conexión entre sus
vivencias personales de aislamiento y frustración y una dimensión
colectiva inédita, implícita en el abundante número de casos re-
pertoriados. Creyendo descubrirse a sí mismos ante la ciencia,
los pervertidos, las invertidas, los homosexuales, en realidad, se es­
taban creando a través de ésta, en un complejo proceso de refle-
intención liberadora. El “tercer sexo” no podía, en ningún caso, ser considerado
una degeneración, pero sus miembros eran llamados a una sexualidad no re­
productiva, precisamente, porque si tuvieran descendencia, ésta sí podría pre­
sentar signos de degeneración. Una naturaleza sabia estaría regulando la pobla­
ción. En consecuencia: invertidas e invertidos no debían contraer matrimonio o
tener hijos/as. Con el mismo criterio, Hirschfeld sostenía que los travestís “hete­
rosexuales” tampoco debían tener descendencia. Y una de las primeras formas de
terapia formuladas, su “terapia de ajuste”, predicaba una autoaceptación digna
que había de lograrse superando la culpabilidad y el aislamiento en el seno de
grupos de personas con iguales sentimientos. Steakley, 1997.
348 Los discursos articulados y sus implicaciones

xión y construcción de una narrativa coherente donde el pasado


explica el presente y donde éste adelanta el futuro.
La “toma de la palabra”, cuando se hace explícita sin media­
ción (denunciando precisamente esa ciencia en donde muchos y
muchas habían buscado refugio), no es un acto políticamente
inocuo, sino que tiene una trascendencia muy particular, ya que
plantea la relevancia y la pertinencia de nuevas (y hasta ese mo­
mento aparentemente inéditas) visiones del mundo. Unas visiones,
en primer término, de la propia identidad de los nuevos sujetos
que pasan a hablar por sí mismos/as negando, matizando, com­
plementando, diversificando y, en una palabra, cuestionando la
“verdad” y la “coherencia”(en lo que a sus efectos se refiere) de lo
que se decía de ellos y ellas. Y unas visiones que, en segundo lu­
gar, consecuentemente, plantean cuestiones de mayor alcance,
referidas a todo el ordenamiento de los afectos y los placeres, a la
legitimidad en general de los discursos disidentes y a la inestabi­
lidad de las categorías sociales; sobre todo de aquellas que se
construyen desde la exclusión. Por esta razón, los discursos en pri­
mera persona tienen, necesariamente, una dimensión política: in­
cluso en sus casos más “despolitizados” (cuando se articulan
como testimonio o creación literaria, por ejemplo), presentan un
indudable carácter “militante”.
Pero no por ello puede considerarse en sí mismo como un fac­
tor de reordenación radical del régimen de sexualidad excluyente.
Pese a que el discurso autorreferencial obviamente establece los
sujetos que lo enuncian, no es un discurso completamente inde­
pendiente. Frente al establecimiento de “la homosexualidad”
como objeto que permite la constitución de “la heterosexuali-
dad” como instancia de subjetividad (de “humanidad legítima”),
el discurso autorreferencial nunca es reconocido como un dis­
curso legítimo, no partidista o desinteresado. Nunca se admite
como otra cosa que no sea una intención proselitista. Desde sus
formulaciones incipientes a las más elaboradas versiones que ac­
tualmente se establecen, está en general aquejado de una impor­
tante falta de credibilidad. En el mejor de los casos, no es consi­
derado más que como el testimonio de una instancia social
minoritaria ya desacreditada y devaluada de antemano (Halperin,
1995).
Las condiciones de posibilidad de un discurso autorreferencial
están en relación directa con el desarrollo de otros modelos de
Los discursos en primera persona 349

análisis y con la determinación, en definitiva, de una instancia


susceptible de generar un discurso. En las sociedades en las que
no existen formas de represión institucionalizadas, articuladas en
torno a sistemas conceptuales que se presentan como portadores
de “la verdad”; esto es, en las sociedades donde las formas de pre­
juicio están poco racionalizadas y poco estructuradas o donde
no existen, no se ha producido el desarrollo de una palabra auto­
rreferencial como el que podemos encontrar en el Occidente con­
temporáneo. Si los discursos desde la exclusión podían surgir y
desarrollarse en nuestro entorno sin necesidad de contestación
(bastando las divergencias internas para impulsar su precisión), el
discurso “militante” nace determinado por la ordenación repre­
siva que éstos llevan a cabo. Nace por la necesidad de racionalizar
la propia vida y las condiciones en que ésta, en su conflicto con di­
ferentes formas de prejuicio y hostilidad, se desenvuelve. Nace,
por último, como instrumento de superación de ese estado de
cosas en favor de un pluralismo de posiciones discursivas legítimas
en el seno de sociedades diversas.
La evolución de esta palabra autorreferencial supondrá, pues,
una relativa y progresiva independencia con respecto a los ámbitos
de poder heterónomos. En la actualidad, los discursos gays y lés-
bicos trascienden el espacio de la contestación, abarcando di­
mensiones más amplias, en las que los efectos de un orden aún
ajeno pierden el monopolio de la inspiración. Es éste también
un discurso plural de autonomía y autodeterminación; de cons­
trucción de la propia libertad, de valores y expectativas en un
espacio restringido pero cada vez menos acotado; un espacio
donde las determinaciones del régimen de la sexualidad pierden
fuerza coactiva. Una palabra establecida a partir de múltiples vo­
ces que ya no es sólo respuesta a las instancias que ejercen el
control y la opresión.
Pero es también un discurso que, cada vez más, ejerce ese
mismo control desde nuevos supuestos. Efectivamente, la palabra
pública de lesbianas y gays ejerce un control sobre los mismos su­
jetos que establece al ponerlos de manifiesto. En cada una de sus
versiones, los discursos autorreferenciales exploran los límites de
una subjetividad ajena al orden de la sexualidad para, en última
instancia, redefinirlos. Las diversas “revoluciones” (“homo”) se­
xuales que éstos representan no han supuesto una “liberación de
la sexualidad”, sino la oportunidad para que ésta se exprese según
350 Los discursos articulados y sus implicaciones

diferentes grados de libertad. En unas ocasiones, esa invitación se


vuelve conminación o imperativo. En otras, debe producirse en el
marco de unos parámetros restrictivos que constriñen esa misma
libertad que establecen. Y esas “liberaciones” siempre generan, a
su vez, espacios de abyección ajenos a y expulsados del espacio le­
gítimo.
Los sistemas de clasificación y la articulación de prejuicios
no pueden establecerse como los únicos factores determinantes de
la génesis de un discurso autorreferencial. De hecho, una termi­
nología específica existía ya (fundamentalmente para hombres) en
la Antigua Grecia {erastes, eromenos...\ términos que carecían
de implicaciones políticas o reivindicativas, y que no respondían a
formas de opresión específicas. Otro tanto cabe decir del acervo
simbólico constituido, por ejemplo, en torno a las referencias a
Ganimedes en la literatura medieval o el arte renacentista."
*
El discurso de las lesbianas, como discurso de mujeres que ar­
ticulan pasiones, deseos o sentimientos compartidos en ausencia
de hombres, tiene un plus de relevancia política y de posibilidades
de innovación socio-cultural y se enfrenta no sólo a una significa­
tiva carencia de antecedentes o tradición, sino a obstáculos espe­
cíficos que dificultan su desarrollo. Uno de los efectos de control
más evidentes del discurso autorreferencial (aparentemente “mix­
to”) es el mantenimiento de la palabra lèsbica en una posición su­
bordinada. Como ya escribiera Mieli (“palabra de gay”), en el
apogeo del movimiento radical de los años setenta, «si realmente
creyese en las vanguardias, diría que la vanguardia de la revolu­
ción estará compuesta por lesbianas. En todo caso, la revolución
será lesbiana» (1979:172).

■* Tales términos o tales referentes no serán objeto de análisis, toda vez que
han caído en desuso. No sólo las implicaciones de las realidades que designan han
cambiado de forma substancial, sino que además han sido substituidos por equi­
valentes poderosamente connotados. Así por ejemplo, la paidofilia / pedofilia (y la
pederastia) son en la actualidad el marco de análisis demonizado de las relaciones
que se establecen entre la infancia y la adolescencia y el mundo adulto, y si la per­
sona adulta es estigmatizable, tiene un nombre (paidófila o pederasta), el / la
menor ni siquiera tiene un nombre que darle a su deseo. A no ser que ya no sea
tan joven y que la persona a la que ame sea mucho mayor, en cuyo caso puede ser
calificado de (o reconocerse como) “gerontófilo/a”. La ausencia de un vocabula­
rio que dé cuenta del deseo o los sentimientos de los y las jóvenes y que sea ajeno
a las connotaciones penales o médico-psiquiátricas es un factor que inmoviliza y
oprime aún hoy la posibilidad de vivir afectos o placeres en la “adolescencia”.
Los discursos en primera persona 351

Al igual que sucede en los casos anteriormente examinados, los


discursos de lesbianas y gays tienen una dimensión institucional.
Y si, en muchos casos, surgen de iniciativas personales, grupos re­
ducidos o asociaciones precarias, acaban buscando un sustento
institucional que las legitime. En lo que se refiere a su trascenden­
cia organizativa, existen muchos ejemplos de asociaciones que re­
cientemente han alcanzado un determinado reconocimiento y que
desarrollan, en ocasiones con el beneplácito de algunas adminis­
traciones públicas, labores de asistencia, orientación o asesoría a
quienes solicitan sus servicios. En cuanto a su trascendencia a nivel
orgánico, se puede mencionar la existencia (desde su fundación en
Coventry en 1978) de la International Gay Association, más tarde
International Lesbian and Gay Association (ILGA), asociación que
obtuvo en 1994 un estatuto consultivo en la ONU equivalente al
de otras organizaciones no gubernamentales.^ En los niveles estatal
o nacional y sobre todo local, existen en la actualidad centenares
de asociaciones de lesbianas y gays desde las que se articulan día a
día discursos autorreferenciales y que van logrando constituirse
como interlocutoras imprescindibles en el proceso de “ordena­
ción des-represiva” de “la homosexualidad”.
En cualquier caso, la trascendencia incuestionable que tiene
este discurso autorreferencial no puede medirse sólo en términos
institucionales. Más que en asociaciones, grupos, siglas, adminis­
traciones o instancias reconocidas de negociación, poder y pres­
tigio, los efectos de la divulgación de una u otra palabra lèsbica y
gay en primera persona deben buscarse en el seno de las comuni­
dades que se constituyen, en las especificidades a que dan lugar y
en los innumerables procesos singulares de integración en ámbitos
diversos. Pero tampoco puede ignorarse el cambio que ha expe­
rimentado formalmente el régimen de sexualidad, evidente (al
menos en sus dimensiones formales) a la luz de ese proceso de or­
denación “des-represiva” que se manifiesta en las múltiples re­
formas legales impulsadas desde las asociaciones de lesbianas y
gays. La traducción de tales reformas en factores de cotidiani­
dad y convivencia es ahora una tarea pendiente.

5 Un reconocimiento institucional obtenido, no obstante, al precio de la ex­


pulsión del seno de la ILGA de una de sus asociaciones fundacionales; la North
American Man-Boy Love Association (NAMBLA). En 1998, la ILGA obtuvo
también el status de ONG consultiva en el seno del Consejo de Europa.
552 Los discursos articulados y sus implicaciones

El desarrollo de una terminología autorreferencial supone,


en cierto modo, la confirmación de la que hemos calificado de
simple y grosera distinción “homo / hetero”. Una distinción que
es, en sí misma, excluyente, por cuanto establece una instancia
marcada con respecto a la que se define una supuesta “norma­
lidad”. Pero cuestionar la supuesta evidencia de tal distinción;
señalar sus contradicciones, su escasa capacidad explicativa de la
variedad de afectos y placeres, su sesgo ideológico y sus implica­
ciones represivas no supone, efectivamente, restarle un ápice de
efectividad en tanto que marco de referencia para la construcción
de estereotipos, leyes o prácticas sociales y culturales de uno u
otro signo. De hecho, los discursos autorreferenciales no inciden
más que de forma subsidiaria (aunque recurrente) en esta cues­
tión.
La articulación de un lenguaje en primera persona a partir de
la citada distinción pone de manifiesto, en todo caso, hasta qué
punto constituye (al margen de unos postulados de la “bisexuali-
dad universal” que casi parecen utópicos) un sistema de repre­
sentaciones, de organización de la propia vida, de categorías que
dan cuenta no tanto de los afectos y placeres, cuanto de las im­
plicaciones que pueden tener. Tanto para quienes (artificialmen­
te) caen del lado “homo” como para quienes (artificialmente)
caen del lado “hetero”. En palabras de Sedgwick (1994a:83),
«poner en cuestión la evidencia natural de esta oposición entre
gay y hetero como distintos tipos de personas no supone, no obs­
tante, desmantelarla. Quizás a nadie debiera interesarle hacerlo;
grupos importantes de mujeres y hombres bajo este régimen de
representación se han dado cuenta de que la categoría nominal
‘homosexual’, o sus sinónimos más recientes, tienen un poder
real de organización y descripción de la experiencia de su sexua­
lidad e identidad, suficiente al menos para hacer que su aplicación
a sí mismas y a sí mismos (incluso cuando no es más que tácita)
compense el enorme coste que de ella se deriva. Aunque sólo sea
por este motivo, tal categorización exige respeto».
El acceso de una palabra autorreferencial al espacio de los dis­
cursos públicos y al debate social, con las connotaciones de desa­
fío que le otorga el contexto en el que surge, no se produce en
sentido estricto hasta el nacimiento, a partir de 1969, de grupos
reivindicativos en Estados Unidos, Canadá y Europa. No obs­
tante, este modo de enunciación y los contenidos que le son pro­
Los discursos en primera persona 353

píos tienen antecedentes significativos desde el momento en que


se plantea la batalla entre la primera ciencia sexológica y los ám­
bitos de la moral tradicional y la legalidad establecida. A estos an­
tecedentes se dedican los dos primeros apartados, mientras que
los discursos poy^Stonewall serán tratados en los dos siguientes.

6.1. EL TERCER SEXO URANISTA

«En sus libros, Kupfer propone el término ‘arafrodita’ para


designarse a sí mismo. La mezcla de Ares y Afrodita.>/
Guy Hocquenghem, 1979

El “arafrodita” que era Kupfer por autodesignación encajaba con


un primer discurso de la diferencia que ya había adoptado otro
nombre distinto. El término “uranismo” es acuñado en 1862 en
lengua alemana por el abogado y escritor Karl Heinrich Ulrichs
(1825-1895). Este concepto, también elaborado a partir de refe­
rentes mitológicos, se basa en El Banquete de Platón, donde Pau-
sanias diferencia el amor de Afrodita del de Urania. Este último
«deriva de una diosa que, en primer lugar, no participa de hem­
bra, sino tan solo de varón (es este amor el de los muchachos) y
que, además, es de mayor edad y está exenta de intemperancia.
Por esta razón es a lo masculino adonde se dirigen los inspirados
por este amor». En la sugerente teoría platónica, los seres huma­
nos estaban doblemente constituidos; eran dos hombres, dos mu­
jeres o un hombre y una mujer. Estos últimos eran los seres an­
dróginos. Pero a raíz de una disputa con los dioses, éstos los
dividieron por la mitad, de forma que los dos hombres escindidos
se buscaban mutuamente, al igual que las dos mujeres, mientras
que los seres andróginos dieron lugar a hombres que buscaban a
una mujer y viceversa.
Para Platón, pues, lo que hoy llamaríamos “la heterosexuali-
dad” es el producto de aquel hermafroditismo; el fruto de una ter-

Hocquenghem, 1979:31. Elisáar von Kupfer, escritor, pintor, arquitecto e


investigador de origen báltico, abandonó Rusia en 1912 para instalarse en la
Suiza italiana. Ajeno a las corrientes sexológicas de la época, más interesado en las
tradiciones mitológicas antiguas, decoró su casa de Minusio con frescos donde
bailan o duermen muchachos impúberes.
354 Los discursos articulados y sus implicaciones

cera instancia contradictoria.^ Pero de su teoría se derivan, ade­


más, otras implicaciones. Las realidades de lesbianas y de gays y
de sus antecesores tendrían el mismo origen (y, presumiblemente,
la misma prevalencia), aunque no fueran objeto de la misma aten­
ción ni se valoraran en la misma medida. Pero sobre todo, de tal
teoría se deriva un estatuto de igualdad inédito: el hombre o la
mujer que buscan su otra mitad serían “iguales” en edad y en
posición social. En contra de lo que se suele considerar, Boswell
(1996:123) sostiene, en efecto, que los modelos de “diferencia”
(adulta / joven o ciudadano ! esclavo), así como el carácter espo­
rádico o accidental de las relaciones no eran las únicas formas de
relación de pareja socialmente reconocidas ni siquiera necesaria­
mente las más frecuentes. Por último, de la teoría platónica se de­
rivan otros dos elementos esenciales en el discurso del uranismo:
el carácter innato y el estatuto permanente de la preferencia eró­
tica y afectiva.
Las teorías del tercer sexo, lejos de asumir las ideas platónicas
de manera estricta, identificarán esa incuestionable naturalidad y
esa aparente voluntad divina con la excepcionalidad; a fin de
cuentas, el régimen de sexualidad ya había instalado unos mode­
los legítimos en los primeros puestos del orden. Pero además,
esta concepción de sí a partir de un referente de la Antigüedad
clásica enlaza con esa postura erudita que construye un imaginario
ideal que tan sólo puede concebirse a partir de una realidad míti­
ca y cronológicamente distante.
Además de las referencias platónicas (y coincidiendo con éstas
en el olvido del lesbianismo implícito en ese amor de Urania que
se dirige a “lo masculino”), las concepciones del “tercer sexo” tie­
nen otros antecedentes, como las representaciones iconográficas
de figuras (con frecuencia ángeles) de sexualidad ambigua. Leo­
nardo da Vinci o Sandro Botticelli representan a los ángeles como
adolescentes más dedicados a su contemplación propia o recí­
proca que a la adoración de Cristo (Cooper, 1986). Estas figuras

’’ La distinción que establece Pausanias, no obstante, no es la contemporánea


entre “hetero” y “homosexualidad”, sino una bien distinta entre un amor supe­
rior, “celestial” por la belleza pura y otro terrenal. Desde el purismo científico,
Parkington (1963:11), comentando el texto de Platón, escribe: «No vale la pena
detenemos a considerar el absurdo biológico y anatómico de la teoría de Platón y
si la hemos citado ha sido únicamente por lo curioso de la misma y como prueba
del ‘retorcimiento’ mental a que es preciso llegar para justificar lo injustificable.»
Los discursos en primera persona 355

de la ambigüedad y la indefinición pasan de los salones a los hos­


pitales en apenas cuatro siglos. El discurso uranista es el primer
acto de protesta contra el imperativo de comunión entre “uno” y
“otro” sexo que va más allá del orden de la representación artís­
tica o literaria.
El discurso uranista encaja en los postulados de un esencia-
lismo “puro”; reifíca una diferencia que considera substancial y
asocia realidades afectivas y placenteras con una “orientación” es­
pecífica simplemente distinta a la normativa. Así, a la orienta­
ción uranista no se le pueden buscar causas derivadas de la propia
voluntad; el uranismo no es consecuencia de la “perversión” ni se
le puede atribuir más agente responsable que la propia naturaleza
humana. Del mismo modo, la aproximación terapéutica no tiene,
a partir de estas concepciones, ningún sentido. En última instan­
cia, esta línea de análisis de la propia realidad derivará en formas
de militancia centradas en cuestiones como el reconocimiento
institucional, la protección legal, la garantía de los derechos y la
consolidación de las especificidades. Un tercer sexo con sus par­
ticularidades, pero tan legítimo como cualquiera de los otros.
El uranismo será definido, de acuerdo con la nueva legitimi­
dad, en función de un discurso con vocación científica. Pública­
mente uranista él mismo, Ulrichs fue el pionero de las teorías
congénitas de “la homosexualidad”, que sería el resultado de un
peculiar desarrollo del embrión humano, que daría como resulta­
do un cuerpo de hombre con “espíritu” de mujer {anima mulieris
virili corpore inclusa) o al revés. En un texto de 1870 titulado
Araxes, Ulrichs afirma que es “imposible” que un hombre “de
verdad” se sienta atraído por otro y que, consecuentemente, el
uranista no es un hombre “verdadero”. Pero sí es un ser humano;
tiene sus derechos y el Estado no puede perseguirlo por lo que
constituye una manifestación de su naturaleza. Las concepciones
sobre un “tercer sexo”, popularizadas a principios del siglo XX
por Edward Carpenter (1844-1929) y Magnus Hirschfeld (1869-
1935), entre otros, son una prolongación de las ideas de este abo­
gado, «abuelo de los movimientos de liberación gay», y autor de
un libro titulado La naturaleza sexual del uranismo masculino^

® Lauritsen y Thorstad, 1977:25. Ulríchs fue el primer teórico de una larga lis­
ta de investigadores que consideró que el establecimiento de una base biológica
del uranismo conduciría a un tratamiento igualitario. Publicó sus primeros es-
356 Los discursos articulados y sus implicaciones

Esta línea argumental fue seguida por el Comité Científico y


Humanitario (el Wissenschaftlich Humanitäres Komitee, o
WHK), fundado en 1897 por Hirschfeld y que, como ya se ha di­
cho, fue la primera organización que se daba por objetivo la “li­
beración” de quienes practicaban placeres y afectos condena­
dos. La más importante publicación de este grupo se llamaba
Jahrbuch für sexuelle Zwischenstufen, cuya traducción sería
“anuario para tipos sexuales intermedios”. El trabajo de Hirsch­
feld y de las personas que colaboraban con él no se reducía al ám­
bito de la medicina, sino que aplicaba o teorizaba postulados de
orden antropológico y legal, con un fundamento común: la no
conformidad amorosa o sexual en cualquiera de sus expresiones,
pero particularmente aquellas que justificaban el establecimiento
de un tercer estadio. Así, el hermafroditismo, la androginia, y, por
supuesto, “la homosexualidad” eran los campos esenciales de su
trabajo.^
A pesar de las evidentes diferencias teóricas y metodológi­
cas, el campo de trabajo y las inquietudes de Hirschfeld y las de
Freud eran en muchos casos coincidentes (esa nueva “sexuali­
dad” y las implicaciones particulares y sociales de algunas de sus
formas). El vienés, no obstante, ya en una carta dirigida a Jung el
25 de febrero de 1908, manifiesta su animosidad hacia el proyec­
to de Hirschfeld y rechaza colaborar con la revista del WHK,

critos con el seudónimo de "Numa Numantius”, pero posteriormente firmó sus


tesis con su nombre y fue el primero en hablar públicamente en defensa de una
realidad de la que él admitía formar parte. Defensor de la independencia de la
ciudad de Hannover, fue detenido por oponerse a la anexión de ésta por Prusia
en 1866. Ulrichs acabó abandonando Alemania para establecerse, lejos de toda
actividad reivindicativa, en Italia, donde murió en 1895. Kennedy, 1997 y Ken­
nedy, Hubert (1981), «The ‘third sex’ theory of Karl Heinrich Ulrichs», Journal of
Homosexuality, 6, 1 / 2, pp. 103-111. El artículo titulado Araxes aparece en Bla­
sius y Phelan (comps.), 1997.
’ Andrógina se llama a la persona que presenta características de “los dos se­
xos”, sin que ello se derive necesariamente de una particularidad anatómica. Es,
pues, el estigmatizado cuestionamiento del orden del género. Hermafrodita es la
persona que cuenta simultáneamente con órganos genitales masculinos y feme­
ninos, sin que de ello se derive, necesariamente, ninguna ambigüedad en lo que se
refiere al rol social. La androginia, exaltada por la mitología griega, pasa a ser con­
siderada por el discurso moral de la Iglesia como un «signo de debilidad, de ca­
rencia, de fragilidad y de a-sexualidad digna de compasión»; «... los cristianos se
burlan del Dionisio femenino [...], el ser totalizador y erótico que tenía como axis
mundi el devenir andrógino», Senosiain, 1981:57 y 93.
Los discursos en primera persona 357

actitud que mantendría hasta después de la destrucción del Insti­


tuto por parte de los nazis. Evidentemente, son las diferencias de
estrategia las que determinan ese desencuentro: en muchos otros
casos, las divergencias teóricas no habían impedido la colabora­
ción entre investigadores que estuvieran de acuerdo en los objeti­
vos de su trabajo científico. También parece ser bajo la influencia
de Freud que el precursor del psicoanálisis húngaro, Sándor Fe-
renczi, reformuló sus opiniones. Si en 1906 presentó a la asocia­
ción de médicos de Budapest un escrito solicitando la adhesión de
la clase médica húngara a los postulados despenalizadores del
WHK (un texto en el que hablaba de “uranistas”), en sus escritos
posteriores retoma las tesis de Freud y se pasa al discurso de “la
homosexualidad”. En 1909 escribe: «la teoría del tercer sexo ha
sido inventada por los mismos homosexuales: se trata de una re­
sistencia en forma científica» (Fernández, 1992:81).
Un tanto limitadas por los referentes culturales y mitológicos
de contenido mayoritariamente masculino, pero con un pie ya
en la nueva ciencia sexológica (pese a quedar progresivamente
marginada del saber psicoanalítico), las concepciones uranistas
otorgan un lugar subsidiario al lesbianismo. Las uranistas del
WHK que formaban parte de estas primeras comunidades mixtas
ilustradas, debieron ya hacer frente a justificaciones de las rela­
ciones entre hombres elaboradas a partir de supuestos misóginos,
en donde “la inferioridad” de la mujer era un elemento más del
postulado de las virtudes inherentes a la comunión intermasculina.
Unas posiciones minoritarias que, como veremos, llevaron a al­
gunos de sus miembros a distanciarse de la pluralidad que carac­
terizaba a las asociaciones como el WHK.
Sin embargo, algunas voces lesbianas se dejaron oír en el seno
del WHK. En la conferencia del Comité celebrada en 1904, Anna
Rueling presentó una comunicación titulada «¿Qué interés tiene
el movimiento de las mujeres en la cuestión homosexual?» En
ella, Rueling afirma que el movimiento feminista y el homose­
xual están destinados a colaborar y entenderse, y articula una de
las primeras denuncias de ese “silencio lesbiano”: «En general,
cuando se discute sobre la homosexualidad, se piensa en los ura­
nistas y se ignora a las muchas mujeres homosexuales que existen
y sobre las que se habla mucho menos porque —casi me gustaría
decir 'desafortunadamente’— no tienen que luchar contra un có­
digo penal injusto [...] Las mujeres no están amenazadas por do­
358 Los discursos articulados y sus implicaciones

lorosos juicios y encarcelamientos cuando siguen su innato im­


pulso amoroso. Pero la presión mental que soporta la mujer ura­
nista es igualmente inmensa, o más grande aún, que la carga que
sufren los uranistas.»^^
La articulación teórica de un “tercer sexo” parece referirse a
la disolución de roles y a la resexualización general al margen del
género y la anatomía. Pero, como se deduce de las palabras de
Rueling, no sólo está ya presente una inquietud por unir dos
mundos hasta entonces escasamente imbricados (el de los y las
uranistas, pero también el del uranismo y el movimiento feminis­
ta), sino que ya incluía además un germen de cuestionamiento de
diferentes niveles de opresión. Pese a la labor de algunas pioneras
como Rueling, estas aproximaciones fueron con frecuencia aso­
ciadas exclusivamente a las relaciones homosexuales entre hom­
bres, aun cuando éstas no representaran ningún desafío a los mo­
delos sociales de lo masculino y lo femenino.
El postulado de un tercer sexo puede ser analizado, no obs­
tante, como la primera estrategia discursiva de constitución de
una identidad plural. Es la afirmación de una esencia diferenciada,
en la misma línea que el prejuicio popular o la medicina de las
desviaciones, salvo que la estrategia es inversa: se trata de crear un
sentimiento de pertenencia que rompiera con el aislamiento de las
realidades denostadas, un germen de conciencia colectiva comu­
nitaria. Si bien el criterio de diferenciación es de orden sexual (en
correspondencia con la creciente preponderancia y la nueva legi­
timidad de los discursos científicos), los términos autorreferen-
ciales tenderán a establecer criterios de mayor alcance. El tercer
sexo es, sobre todo, una realidad social y cultural, accesible desde
unas posiciones de privilegio que permiten sortear los riesgos de la
afirmación pública de una diferencia que despierta reacciones de
hostilidad.

El texto de Anna Rueling aparece en Blasius y Phelan (comps.), 1997; 143


150. En la línea del WHK de recuperar la teoría de la degeneración en beneficio
propio, Rueling sostiene que el matrimonio (heterosexual) de los o las uranistas es
un triple crimen: contra el Estado, contra la sociedad y contra la descendencia.
De la epilepsia a la tuberculosis pasando por el sadismo y el masoquismo, muchas
“degeneraciones” son producto de actos de concepción carentes de amor o deseo.
Liberar a las lesbianas (que “no imitan a los hombres” sino que “son inherente­
mente similares a ellos”) del imperativo social y económico del matrimonio es una
preocupación fundamental de esta activista.
Los discursos en primera persona 359

Si bien presentaban como novedad la constitución de un fren­


te común de heterodoxias en el que entraban muchos de los afec­
tos y placeres progresivamente clandestinos, las teorías del tercer
sexo implican, no obstante, un reconocimiento implícito de la
compatibilidad necesaria de “los dos sexos” y de los dos roles de
ellos derivados, reductibles a una sola sexualidad, a una sola exis­
tencia social, a una unidad económica, a un modelo moral. El
tercer sexo constituye, en cierto modo, un cajón de sastre en el
que caben las excentricidades y sobre todo las imperfecciones y
los errores de los dos primeros, bajo la forma de una síntesis bas­
tarda de sus cuerpos y almas, de sus anatomías y deseos. Esa di­
versidad se vuelve contradicción interna y conflicto. No deja de
resultar una ironía el hecho de que un tercer estadio paradójico
fuera en El Banquete de Platón el constituido por quienes hoy se
identificarían como “heterosexuales”.
Las concepciones de un tercer sexo; de una comunidad de
quienes no se pliegan a la norma de pareja heterosexual cerrada
unida por vínculo sacramental y legal con finalidad reproductiva,
han dejado de ser predominantes a lo largo del siglo XX. De hecho
—y salvando la dimensión innatista—, salvo la explosión del mo­
vimiento reivindicativo de gays, lesbianas, transexuales y travestís
de finales de los años sesenta y de los primeros años setenta y el
movimiento queer de los noventa, lo común ha sido, por el con­
trario, una evolución progresiva hacia esferas de respetabilidad so­
cial y de integración de sus elementos menos conflictivos, que­
dando otras realidades en el terreno de lo denostado, de lo
prohibido y de lo perseguido. El catálogo de “marginalidades”
que abandonan el “tercer sexo” en busca de elementos sobre los
que sustentar discursos propios y que permitan plantear estrate­
gias reivindicativas, puede incluir, además de travestís y transe­
xuales, a las categorías que permanecen reconocidas por la OMS
como patológicas.
En un momento en que la presión social era parecida para
cualquiera de las “desviaciones”; en un momento en que se defi­
nía lo que debía ser exactamente una relación legítima, sana y
moral, y en el que la no correspondencia con la norma establecida
daba lugar a un espacio todavía indefinido y ambiguo, un postu­
lado de unión bajo una categoría autorreferencial común parecía
estratégicamente interesante. Sin embargo, esta idea de constitu­
ción de un “frente de parias sexuales” tendría poco futuro. La
360 Los discursos articulados y sus implicaciones

evolución de los discursos moral y científico propició (indirecta­


mente) una visión autorreferencial ulterior (“la homofilia”), dis­
tanciada (cuando no hostil) respecto de otras “heterodoxias se­
xuales”, frente a las que se establecería la propia moralidad o el
reconocimiento en lo enfermo como criterios de integración. La
oleada de represión y puritanismo que asoló con particular cru­
deza el mundo occidental entre los años treinta y sesenta no es aje­
na, evidentemente, a esta transición hacia modelos discursivos
de integración o de mera supervivencia alejados de las alegrías co­
munitarias y de la riqueza de los intercambios que habían carac­
terizado aquellos proyectos de comunión en una instancia de di­
sidencia particular pero plural.

6.2. LA RESPETABILIDAD HOMÓFILA

«La masa homófila debe vivir en un silencio tal, confundida con


la sociedad, que nada habrá de permitir que sea señalada.»“
André Baudry

El término “homófilo” es acuñado en 1949 por el militante ho­


landés Arent van Sunthorst. En ese periodo de silencio que se ini­
cia en todo el mundo occidental a partir del auge del fascismo y
que se prolonga durante tres décadas, Holanda es prácticamente
el único lugar en el que pervive un grupo de homófilos/as. El
COC, originariamente una asociación para la reforma sexual fun­
dada al calor del movimiento uranista, tiene una presencia públi­
ca y moderadamente reivindicativa en los Países Bajos, sobre todo
a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, el re­
portaje cinematográfico titulado In dit teken (1949) es uno de
los primeros donde aparecen los miembros de una asociación (y
no actores o actrices) en su centro de reunión (y no en bares) con
el objetivo apenas disimulado de darse a conocer ante “la socie-

“ Citado por Girard, Jacques (1981), Le mouvement homosexuel en France:


1945-1980, Paris, Syros, p. 52. Sobre el movimiento de gays y lesbianas francés,
consúltese también Martel, 1996 (el estudio más reciente y exhaustivo); Bach-Ig-
nasse, 1982 y Bach-Ignasse, Gérard (1990), «La reconnaissance de l’homose­
xualité en France (1945-1989): les occasions manquées», en Homosexualité et les­
bianisme: Mythes, mémoires, historiographies, Lille: Cahiers Gai Kitsch Camp.
Los discursos en primera persona 361

dad” y ante posibles interesados en términos alejados de los este­


reotipos de nocturnidad y “decadencia”. Los y las homófilas, en
sus grupos y a la luz del día, pero con discreción, se alejan del
“tercer sexo” y sus implicaciones.
Palabra de origen griego en la que se sustituye sexualis por
philo$y el término “homofilia” tiene la ventaja de presentar con­
notaciones más amplias, permitiendo así la superación de la re­
ducción a la práctica sexual y de “el sexo” como clave de la iden­
tidad que los discursos de la ciencia, en sus diversas facetas,
habían impuesto. Con ello, no obstante, se abunda en la dese-
xualización del lesbianismo y se reconoce “el amor” (e indirecta­
mente la constitución de parejas estables) como únicos criterios
definitorios de las relaciones interpersonales legítimas. La homo-
filia ya no es pertinente en contextos festivos ni en cárceles, ma­
nicomios o sociedades sexológicas, sino en el seno de pequeñas
unidades de convivencia que aspiran a ocupar un puesto digno en
el conjunto social. En cualquier caso, las y los homófilos conside­
ran que esta línea puede ser la más efectiva a la hora de reclamar
mayores cotas de tolerancia en el periodo inmediatamente poste­
rior a la más violenta organización del prejuicio.
Los discursos homófilos, típicos de la militancia semiclandes-
tina en Europa y Norteamérica durante las décadas de los cin­
cuenta y los sesenta, postulan la integración y reclaman la tole­
rancia alejándose de cualquier excepcionalidad y renunciando (al
menos formalmente) a cualquier especificidad. Para ello, comul­
gan con frecuencia con los argumentos de los discursos moral y
científico, y tratan de lograr que éstos, sin modificar sus presu­
puestos, integren de forma menos represiva las realidades homó-
fiias. La homofilia es, en última instancia, una versión de “la ho­
mosexualidad” aceptable en primera persona y encuadrada en
un contexto particularmente hostil.
De este modo, el discurso homófilo no encaja en un esencia-
lismo radical ni suscribe tampoco los postulados construccionistas.
Los argumentos más frecuentes de los discursos de la homofilia
inciden en la igualdad de todas las personas y en las posibilidades
de integración en la sociedad. Se postula así una participación dis­
creta en todos los ámbitos; desde las Iglesias (todas las personas
son hijas de Dios) a la política (todas las personas tienen derecho
de ciudadanía). Paradójicamente, el postulado de la igualdad es
compatible con un postulado de la orientación: el discurso ho-
362 Los discursos articulados y sus implicaciones

mófilo, como el uranista, habla de inevitabilidad del deseo. La to­


lerancia social y la integración de las y los homófilos, respetando
hábitos y costumbres, pero sin renunciar a reorientarlos paulati­
namente, son los objetivos que desde estas posturas se defien­
den como necesarios.
Las primeras asociaciones de gays y lesbianas que nacieron en
los Estados Unidos se enfrentaron a una hostilidad tal que pronto
definieron sus objetivos en un sentido socialmente intachable.
Como ya hemos visto, en la oleada de represión impulsada por
McCarthy, los grupos de la Mattachine Society optaron por una
frágil continuidad en asociación con los sectores menos hostiles de
los ámbitos religioso y científico. No es desde fuera de estos ám­
bitos (ni mucho menos enfrentándose a ellos) como se puede lo­
grar una reforma positiva. Se trata de participar, aunque sea de
manera subordinada, para reorientarlos.
De este modo, en 1953 se postulaba «un comportamiento
que fuera aceptable para la sociedad en general y compatible con
las instituciones reconocidas: hogar, Iglesia, Estado». La sección
de Los Ángeles de la Mattachine afirmaba ese mismo año que
«los homosexuales no buscan el derribo o la destrucción de nin­
guna de las instituciones, leyes o costumbres existentes en la so­
ciedad, sino que buscan ser asimilados como ciudadanos cons­
tructivos, valiosos y responsables». Así, entre las actividades de
contenido social, se impulsaron las donaciones de sangre y las
colectas de ropa, libros y revistas para los hospitales (D’Emilio,
1983:81 y 84). La homofilia parece querer expiar los excesos ura­
nistas y confundirse con todo el entramado social de modo que
ninguna particularidad que no sea valiosa y constructiva pueda
serles atribuida.
En Europa, además del COC holandés, lo único que sobrevi­
vió de aquellos primeros proyectos reivindicativos a la catástrofe
nazi fue una revista publicada durante la guerra en la relativa cal­
ma de la neutral Suiza. Der Kreis (el círculo) continuó aparecien­
do una vez restablecida la paz, introduciendo algunas páginas en
inglés y francés, y permaneciendo la mayor parte de su contenido
en alemán. Su tirada era muy limitada, pero habida cuenta del va­
cío casi absoluto de iniciativas de autonomía, alcanzó una cierta
difusión internacional, constituyéndose en uno de los escasos
puntos de referencia comunitarios en un contexto devastado por
abundantes iniciativas patologizadoras y criminalizantes.
Los discursos en primera persona 365

yúidré Baudry, ex seminarista y profesor de filosofía, entra en


contacto con los editores de la revista en Zúrich y se convierte en
su corresponsal en Francia. Desde 1951 organiza en su propia
casa encuentros con los suscriptores residentes en París y decide
lanzar una publicación, Arcadie, cuyo primer número aparece en
1954. El apoyo de Cocteau y Peyrefitte le dan una pátina literaria
e intelectual, y pese a enfrentarse a drásticas limitaciones de difu­
sión y venta pública, en pocos meses supera los dos mil suscrip­
tores y suscriptoras, número que se duplica tres años más tarde. El
término “arcadiano” se puede considerar como sinónimo de ho-
mófilo. La Arcadia es uno de los referentes literarios de una tierra
paradisíaca en la Antigua Grecia, atractiva por lo tanto desde la
perspectiva homófila. Whitman, Mann o Forster describen este
Edén de amistades masculinas en estado puro en el que tampoco
queda mucho sitio para las lesbianas. En torno a la revista, Baudry
crea un Club Literario y Científico de los Países Latinos, que or­
ganiza encuentros, charlas y mesas redondas, y que contribuye a
que el número de personas «afiliadas» al movimiento arcadiano
crezca progresivamente; diez mil a finales de los años sesenta, el
doble a mediados de la siguiente década y unas 40.000 en 1980.
Arcadie postula un diálogo entre ciencia y religión como factor
de evolución del discurso moral. No es éste, en definitiva, un dis­
curso independiente, sino que busca apoyos en los órdenes de sa­
ber y poder reconocidos, y son éstos los que por sí mismos (pero
con la ayuda de los grupos homófilos) habrán de rendirse a la ra­
zón. Arcadie será reacia a toda manifestación de las especificidades
que se habían desarrollado. En nombre de la dignidad y de la con­
quista de la respetabilidad y la aceptación por parte de los homó­
filos, Baudry preconizaba la asimilación a la sociedad, la discre­
ción y la renuncia a una presencia pública y reivindicativa, es
decir, controvertida, molesta.
La invisibilidad total, la inexistencia en el espacio o los dis­
cursos públicos y la connivencia implícita con un régimen de la se­
xualidad represivo, con sus leyes y sus terapias, son el precio que
pagan los grupos homófilos por unas mezquinas cotas de respeta­
bilidad e integración social. La estrategia homófila acabó siendo
duramente criticada porque parecía presentar una realidad espiri­
tual sublimada, destinada a no encarnarse y a pasar completa­
mente desapercibida, a seguir siendo una realidad secreta, ver­
gonzante, clandestina y reprimida. En palabras de Bach-Ignasse
364 Los discursos articulados y sus implicaciones

(1982:71), «un homófilo es un homosexual viril, digno y silencioso.


Claro está, había que tranquilizar afirmando que el homófilo no te­
nía nada de subversivo, o sea, nada de político». El inmovilismo de
la estrategia homófila contrasta vivamente con un movimiento de
lesbianas y gays que nace de la efervescencia social de finales de los
años sesenta; del movimiento feminista, del black power, de la lu­
cha contra la guerra de Vietnam, del movimiento estudiantil... y
que nace, sobre todo, de sus estrategias, de sus métodos, de sus va­
lores. El vigor y el descaro de la gay liberation dejarán estupefactos
a los respetables y discretos militantes homófilos.^^

6.3. GAYS Y LESBIANAS: NUEVOS SUJETOS


DE UN MOVIMIENTO

«¿Qué es una lesbiana? Una lesbiana es la rabia de todas las


mujeres condensada hasta el punto de explosión.»^^
Radicalesbians, 1970

«Ser gay significa [...] no limitarse al estereotipo —al modelo


de algún homosexual previo— en lo que se refiere a la propia
personalidad, en el trabajo, en fiestas, con algún amante. Signi­
fica permanecer libre para inventar, para imbuir la vida con
fantasía. Significa ser capaz de investigar las propias preferen­
cias y deseos acerca de los roles sexuales, para poder elegir, sin
necesidad de construir una personalidad consistente con tal
elección que la justifique, que rinda cuentas de ella.» (1991:71)
George Weinberg, 1972

Si Weinberg define lo que significa ser gay en términos de autono­


mía individual, el discurso de lesbianas y gays que irrumpe en los
años setenta, más en la línea del manifiesto de las Radicalesbians, in­
cidirá en su contenido político y en su potencial revolucionario. La
nueva sexología de Kinsey y Hooker y los cuestionamientos (sobre
todo desde las Iglesias protestantes) de la política penal de repre-

El discurso homófilo contemporáneo se articula, sobre todo, en tomo a las


asociaciones de lesbianas y gays cristianos. Por ejemplo, Goss, Robert (1994), Je-
sus acted up. A gay and lesbian manifesto, Nueva York, Harper Collins.
Radicalesbians (1992), «The woman-identified woman», reproducido en
Jay y Young (comps.), 1992:172. El texto data de 1970.
Los discursos en primera persona 365

sión de “la homosexualidad” han calado, a lo largo de los años se­


senta, en las frágiles comunidades de lesbianas y gays que, pese a las
dificultades y los riesgos, se habían ido articulando. Pero sobre
todo, el silencio de / sobre las lesbianas se condensa en reflexiones
y prácticas que, a partir de ahora, tienen un papel cada vez más di­
fícil de ignorar. La articulación y el desarrollo de movimientos de
protesta y de discursos de autoafirmación en múltiples dimensiones
a lo largo de los años sesenta sientan las bases organizativas y es­
tratégicas para la emergencia, por vez primera, de un discurso gay y
lésbico claramente reivindicativo. La adopción de estos términos
permite, por un lado, superar la construcción por parte de terceras
instancias de las implicaciones de un posible referente de identifi­
cación (como era el caso de “homosexual” y sus antecedentes).
Y, por otro lado, permite redefinir la propia realidad y las propias
expectativas en función de criterios ajenos a las inquietudes que
habían inspirado las demás aproximaciones autorreferenciales.
^
**
El discurso gay y lésbico que se generaliza en el periodo post-
Stonewall (eclipsando durante casi una década las tendencias ho-

El término “lesbiana” se deriva de la poeta Safo y de su círculo literario de


la isla de Lesbos, en la que escribió abundantes textos ensalzando amores y pla­
ceres entre mujeres. Sin embargo, no es hasta el siglo XVll en Francia y hasta el si­
glo XIX en lengua inglesa que el término adquiere evidentes connotaciones eróti-
co-sexuales. El término “gízZ”, de origen provenzal (derivado del latín gaudium),
pasa a la lengua francesa {gai), inglesa {gay), catalana {gai), italiana {gaio) y caste­
llana {gayo). En lengua provenzal, “gai” se utiliza desde el siglo XIII en el contex­
to literario del amor cortés, de frecuente (aunque no exclusiva) inspiración ho-
moerótica (Boswell, 1992a). Su equivalente en lengua inglesa, gay, era utilizado
como adjetivo equivalente a alegre, divertido o libertino, y se aplicaba con fre­
cuencia durante el siglo XIX a la prostitución. La utilización del término “gai” se­
gún la ortografía catalana es una constante en buena parte de las asociaciones y
movimientos de liberación del Estado español; desde los grupos pioneros como el
Front Al.liberament Gai de Catalunya, hasta otros de más reciente creación:
Xente Gai Astur, Liberación Gai de Córdoba, Colectivo Gai de Compostela,
Lesbianas y Gais de Aragón, La Radical Gai Madrid... La utilización de “gai”
responde a la influencia fundacional del activismo catalán, a la voluntad de dis-
tanciamiento respecto de términos extranjeros que responden a realidades no fá­
cilmente comparables, y quizás también, por último, a la ausencia de términos en
las otras lenguas del Estado con claros antecedentes eróticos. Efectivamente, en
contraste con el castellano “gayo”, el provenzal “gai”, siendo también un término
anterior en varios siglos a “homosexual”, ya equivalía a amante o a hombre que
tenía relaciones físico-afectivas con otros hombres. En el Estado español, la
prensa en un principio, y las incipientes aproximaciones académicas más tarde,
han optado por la utilización del término de origen inglés.
366 Los discursos articulados y sus implicaciones

mófilas), encaja a menudo en un construccionismo radical. La


igualdad es un postulado básico, que se explicita en las tesis de la
universalidad del deseo homosexual (enlazando a menudo con las
posturas psicoanalíticas de corte freudiano referentes al polimor­
fismo perverso y a la bisexualidad originaria). Pero por otro lado,
dentro de la igualdad se establece la opción como contrapunto a
la orientación irreversible. Así, la liberación sexual general viene
determinada por la apertura por parte de la población “heterose­
xual” hacia formas de placer y afecto reprimidas. Del mismo
modo, las especificidades no son más que el fruto de la reclusión
de las realidades gays y lésbicas en espacios acotados, que conso­
lidan una diferencia ficticia y perpetúan, de este modo, la discri­
minación. La revolución social y la liberación sexual se confunden
a menudo en un mismo proceso.
Los movimientos de liberación surgidos a partir de los años se­
senta van a adoptar el término “gay” por varios motivos. En pri­
mer lugar, es el término utilizado en Gran Bretaña y en los Estados
Unidos por los hombres de preferencia homoafectiva y homose­
xual para designarse a sí mismos desde principios del siglo XX; va­
rias décadas antes del resurgimiento de grupos reivindicativos.
Así, gay formaba parte de un código más o menos secreto, funcio­
nando como contraseña, de forma tal que quienes no compartían
dicho código, no comprendían sus connotaciones. Del mismo
modo, en francés la expresión ''en être", y en castellano el verbo
“entender” cumplían la misma función.El hecho de que los gru­
pos reivindicativos se definieran públicamente como gays supone
la ruptura con la clandestinidad de dicho término y sacaba a la luz
todas sus posibles connotaciones hasta entonces inéditas.
El primer movimiento social de gays y lesbianas en Estados
Unidos, el Gay Libération Fronte utiliza ''gay'' para designar tanto
a hombres como a mujeres. Posteriormente, cuando este término
’’ Esta acepción del verbo “entender”, así como otras expresiones como
“ser del pan” o “ser del gremio” existían ya en la España barroca (Carrasco,
1985). Para Guasch, el término “gay” no se corresponde con la situación de los
«VSV» («varones que se relacionan sexualmente con varones»), puesto que «la
convicción de pertenecer a una comunidad nunca ha llegado a producirse en
nuestro país». Para este autor, «la categoría idónea que permite definir en
España a los actores de RSV» (correspondiendo esas siglas a las «relaciones se­
xuales entre varones»), es la de «entendido». Su estrategia es explicada en es­
tos términos: «el procedimiento teórico para obtener una categoría válida con
que nombrar a los actores de RSV en España, pasa por recoger el discurso
Los discursos en primera persona 367

(como cualquiera de los anteriores) adquirió connotaciones pre­


dominantemente “masculinas”, las mujeres no-heterosexuales de
los movimientos de liberación volvieron a identificarse como les­
bianas, relanzando el lesbianismo como referente que refleja una
realidad generalmente ignorada y que, a partir de la especificidad
terminológica, elimina el riesgo de mantener la invisibilidad im­
puesta a las relaciones afectivas y sexuales entre mujeres. La or­
ganización de las Radicalesbians al margen del Gay Liberation
Front resume un conflicto que tiene muchas más dimensiones
que las puramente terminológicas.
En el contexto del debate y la lucha gay y lesbica, y en el
marco de la aproximación construccionista, se desarrolla el de­
nominado “lesbianismo separatista”; todas las mujeres (lesbianas
o no) son antes que nada mujeres, y todas pueden compartir una
lucha contra el orden patriarcal. Es la imposición masculina la que
impide a la mayor parte de las mujeres desarrollar, entre tantas
otras cosas, sus potencialidades lésbicas. En este contexto, el he­
cho de que los “hombres” sean gays o no resulta irrelevante. “La
heterosexualidad” no sería una “preferencia” que las mujeres de­
sarrollarían libremente, sino una imposición coactiva por parte de
un orden masculino. El lesbianismo separatista acaba con el pa­
pel secundario que habían tenido las lesbianas en cualquiera de las
aproximaciones precedentes. Los discursos lesbico y gay aspirarán
a un diálogo en términos de igualdad o irán por separado.
“Lesbiana” o “gay” son términos que, no sólo ignoran las
connotaciones médico-psiquiátricas del término universalmente
del universo homosexual y darle un carácter científico». Su categoría, entonces, se
establece a medio camino entre una denominación precariamente establecida
en el seno de una frágil subcultura y la aproximación científica (en este caso an­
tropológica) que el autor establece con el objetivo de consagrarla en este último
ámbito. Así, «el entendido» es «cualquier persona capaz de relacionarse sexual-
mente con personas de su mismo género, y ello al margen de la frecuencia e in­
tensidad con que tales relaciones tengan lugar». Pese a la idoneidad que Guasch
atribuye a esa categoría, no me consta que haya sido adoptada por colectivos gays
o por aproximaciones académicas. Guasch, Óscar (1991), La sociedad rosa, Bar­
celona, Anagrama, pp. 159-161.
En el Estado español se pasa del discurso de la homofilia al discurso gay-
lesbico con inusitada rapidez. Del mismo modo, la ruptura del movimiento lès­
bico con respecto a las asociaciones gays se produce aceleradamente. Llamas y
Vila, 1997.
Rich, Adrienne (1993), «Compulsory heterosexuality and lesbian existen-
ce», en Abelove, Barale y Halperin (comps.), 1993.
368 Los discursos articulados y sus implicaciones

aceptado (“homosexual”) sino que, además, niegan toda asocia­


ción de la realidad que designa con situaciones determinadas por
instancias terceras como problemáticas, patológicas, dramáticas o
desdichadas. Lesbianas y gays reivindican posibilidades de diver­
sión y de felicidad y, desde este punto de vista, se proponen como
términos de una identificación relativamente poco conflictiva. En
tanto que términos autorreferenciales adoptados por los grupos
militantes, esta posibilidad de identificación es estratégicamente
importante, ya que otorgará al movimiento una fuerza que nin­
guno de sus antecedentes había tenido. La recuperación de tér­
minos asociados a otros discursos implicaba, como hemos visto, la
asunción (relativa) de sus implicaciones.
Para Foucault, espectador neutro del proceso (por más que
su práctica o preferencia no encajaran en el modelo ortodoxo),
«el concepto *gay ’ contribuye a una valoración positiva (y no me­
ramente negativa) de un tipo de conciencia en el que la afectividad,
el amor, el deseo y la relación sexual interpersonales cobran una de­
cidida importancia».^® La importancia de la constitución de una ter­
minología autorreferencial estriba en la posibilidad de superación
de una concepción de la sexualidad ordenada por un determinado
régimen, para entrar a considerar cuestiones como las formas de
conceptualización de la propia experiencia, el significado que se le
otorga y las posibilidades de establecerla de forma autónoma.
La historicidad de estos términos plantea problemas particu­
lares a las iniciativas académicas que surgen en este contexto.
Pronto se plantea la necesidad de determinar quién es cronológi­
camente gay o lesbiana; hasta qué punto se puede hacer referencia
a través de estas etiquetas a quienes no han accedido a una termi­
nología autorreferencial, o la utilizaron en privado porque públi­
camente no les era posible. Hasta el siglo XIX, probablemente
nadie haya estructurado su identidad de forma exclusiva o muy
predominante en tomo a la categorización de su vida afectiva y se­
xual en términos de “homo” o “hetero”. Las tesis del construc­
cionismo social insisten en que la inexistencia (con sus actuales
connotaciones) de los conceptos gay o lesbiana (u homosexual)
supone que tales realidades no existían. Lo que se plantea, pues,
es la imposibilidad de hacer mención de quienes en el pasado

Foucault, Michel (1985b), entrevistado por James O’Higgins, en Steiner y


Boyers (comps.), 1985:17.
Los discursos en primera persona 369

correspondían a lo que hoy designaríamos con tales términos.


Por evitar la utilización anacrónica de categorías contemporáneas,
se mantiene un análisis también contemporáneo: el de la presun­
ción de “heterosexualidad” y el del secreto, clandestinidad y ver­
güenza de “la homosexualidad”.
Pero si la utilización de la terminología autorreferencial para
hacer referencia a personas que vivieron antes del siglo XX resul­
ta conflictiva, del mismo modo debería ser cuestionable su utili­
zación en el presente para todas aquellas personas que no tienen
acceso a tal terminología y a las especificidades que con ella se
asocian. Los términos “gay” y “lesbiana” son tan problemáticos en
el presente como puede serlo su utilización anacrónica. Con la sal­
vedad de que en el presente se puede incidir en la posibilidad de
reconocerse o no a partir de tales categorías, y cuando se utilizan
para hacer referencia a personas ya muertas se establece tal iden­
tificación. Este postulado no se fundamenta en el carácter atrac­
tivo de las categorías, sino en la posibilidad actual (relativa) de ac­
ceder a un mundo no sólo de terminología y discurso, sino
también de potencialidades de organización autónoma de la pro­
pia vida y de reconsideración del pasado.
En todo caso, como señalan Dynes (1992) o Boswell (1992b),
la utilización anacrónica (pero también eurocèntrica) de categorías
es un problema que afecta a las ciencias sociales en general. Para
el primero, pocas veces se cuestiona la adecuación de términos a
los que se presupone un potencial de liberación (“patriarcado” o
“sexismo”), mientras que otros igualmente contemporáneos sí
deben ser destruidos (“familia”, “homosexualidad”). De cual­
quier modo, “la heterosexualidad”, aunque no sea expresamente
mencionada, queda implícita en cualquier referencia al pasado (o
al presente) en la que se evite mencionar la diferencia con res­
pecto a lo normativo.
Pero más allá del ámbito de los lesbian and gay studies, en el
contexto de los grupos activistas, lesbianas y gays son los sujetos
equivalentes alas categorías (¿universales?) “mujer” y “hombre”;
sujetos que cuestionan las implicaciones del orden socio-sexual al
aceptar, asumir y reivindicar una preferencia afectiva y sexual di­
sidente, integrándola como parte fundamental de su identidad,
presencia pública y práctica política. El día 28 de junio pasará a
ser el “día del orgullo gay y lèsbico” [gay and lesbian pride day}, el
“día de liberación de gays y lesbianas”, o el ''Christopher Street
370 Los discursos articulados y sus implicaciones

Day'' en conmemoración de los enfrentamientos de los gays, les­


bianas, travestís y transexuales neoyorkinas con la policía en 1969.
Esta fecha marca el punto de partida de lo que se llamará el mo­
vimiento gay y lesbico; es a partir de entonces cuando surgen
grupos como el Gay Liberation Proni; el término sale de la clan­
destinidad y se asocia a proyectos político-reivindicativos y más
tarde a proyectos de todo tipo. En este sentido, el discurso gay-
lésbico es el primero con una incuestionable dimensión social; ya
no estamos ante iniciativas restringidas, sino ante un movimiento
de autoafirmación colectivo.
Fuera del mundo anglosajón, como sucede en Francia, el tér­
mino no tiene, en un principio, demasiada aceptación. No obs­
tante, a partir de finales de los años setenta se utiliza para darle
nombre a revistas como Gai Pied, a emisoras de radio (Fréquenee
Gaie), y a grupos profesionales como la Associaiion des Médecins
Gais, entre otras muchas. Sin embargo, al haber nacido el movi­
miento gay y lèsbico francés bajo la dicotomía de la influencia del
término “homosexual”, por un lado, y la opción de muchos y
muchas militantes favorable a la subversión de los términos ofen­
sivos por excelencia {pédé, gouine) por otro, y al ser adoptado el
término ''gai ' posteriormente, éste adquiere unas connotaciones
un tanto acomodaticias o integracionistas: «la reciente emancipa­
ción de la homosexualidad, la persecución superficial del placer
por el placer han engendrado toda una generación de efebos
'gays’, profundamente apolíticos, chiflados por dispositivos esti­
mulantes, frívolos, inconstantes, incapaces de cualquier reflexión
profunda, incultos, sólo válidos para un ‘ligue’ al día , podridos
por una prensa especializada y por la multiplicidad de lugares
de encuentro, de anuncios de contactos libidinosos, en una pala­
bra, a cien leguas de toda lucha de clases, incluso si sus bolsillos
están vacíos» (Guérin, 1983:17).
En su progresiva institucionalización en torno a colectivos que
actúan como grupos de presión, y donde se esclerotizan determi­
nados modos de ser lesbiana o gay, se ponen de manifiesto deter­
minados elementos de exclusión que acabarán por cuestionar la
adecuación del discurso poíí-Stonewall a las inquietudes y retos
que se plantean a partir de mediados de los años ochenta. El papel
subsidiario de las lesbianas en el seno de estos proyectos mixtos,
unido a diversos ejes de conflicto en el seno de las asociaciones lés-
bicas que funcionaban por separado, la exclusión de otras minorías
Los discursos en primera persona 371

sexuales con respecto a los discursos “oficiales” (travestís, transe-


xuales, sadomasoquistas, paidófilos...), en segundo lugar, y de
toda la colectividad de personas excluidas por otros factores ade­
más de los de orden afectivo-sexual (los gays pobres, las lesbianas
negras.en tercer término, hacen que, junto con esta línea de
análisis (y, en ocasiones frente a ella), surja otro discurso de la di­
sidencia. La incapacidad del discurso gay y lésbico para hacer
frente a la crisis que la extensión del sida plantea de manera parti­
cularmente acuciante en Estados Unidos, es otro factor que marca
la transición hacia otro modelo de identificación y lucha.

6.4. TIERRA BOLLERA/MUNDO MARICA. ¿UN PLANETA QUEER?

«Sabemos que L.S.D. no es producto de cualquier casualidad,


que nuestra presencia en la escena del activismo bollero fue
algo casualmente premeditado. Que tampoco somos el resulta­
do del aburrimiento o de la escisión ideológica del ‘Movimien­
to’; que somos Lesbianas Sobretodo Diferentes, somos cosa
NON-GRATA. Somos lesbianas, lesbianas feministas, lesbianas
'queer'. [...] Nuestra identidad sexual no la entendemos como
una aséptica preferencia sexual, sino como una opción política
tal como las queer la definen: ‘Yo soy queer. Yo no soy hetero­
sexual y no quiero que mis relaciones estén legitimaclas por el
mundo heterosexual. Yo soy queer, yo soy diferente’.» *^
LSD ! Non Grata, 1994

«Un marica dice en el espacio público que es un juicio que los


militares son unos asesinos de maricas, y que por eso no va a la
mili, que ella no tiene nada que ver con eso obviamente y ade­
más que eso es para heteros: la obligación de cumplir un servi­
cio militar y la existencia misma del ejército no constituye más
que una fase en la carrera del hombre heterosexual.»^®
David, 1996

’’ Editorial del primer número del “bollo-zine” del grupo madrileño L.S.D.
No« Grata, junio de 1994.
David (1996), «Insumisión Rosa (Juicios)», en Gays e Insumisión {dos­
sier}, Iruña-Pamplona, EHGAM Nafarrosa. David Amor, militante del grupo ma­
drileño La Radical Gai, fue juzgado por insumisión al servicio militar en 1995.
Los activistas de La Radical Gai se manifestaron en la puerta del juzgado con una
pancarta que decía «Amor Insumiso».
372 Los discursos articulados y sus implicaciones

A finales de los años ochenta, el movimiento gay y lèsbico parece


haber alcanzado una cierta estabiUdad. Las veleidades revolucio­
narias de sus orígenes han dado paso a determinados niveles de
integración y acomodación. Y sin embargo, el régimen de la se­
xualidad y sus exclusiones, planteadas ahora de manera brutal en
el contexto de la pandemia de sida y en la brutalidad tradicional
de la exclusión de las lesbianas, no parece haber sido desafiado
decisivamente. El discurso queer de las bolleras y los maricas de
los años noventa toma el relevo político de la contestación y lanza
un nuevo desafío; a las instituciones “heterosexuales”, a los “se­
xos” establecidos y al propio movimiento gay y lesbico.
Esta última estrategia discursiva surgida también de una de­
terminada práctica militante vuelve, de nuevo (como en el caso del
discurso homófilo), a no acomodarse al esquema basado en la dis­
tinción entre la esencia y el carácter socialmente construido. Al
igual que el discurso de gays y lesbianas, esta línea de análisis de­
fiende la libre opción; la elección de formas de placer y afecto no
mayoritarias, el carácter político y el potencial subversivo de tal
elección. Es, entonces, un discurso “casualmente premeditado”.
De esta actitud, no obstante, se derivan postulados de la diferen­
cia: la igualdad es rechazada, no sólo como ficticia (habida cuenta
los aparatos de represión y discriminación más o menos institu­
cionalizados), sino además como indeseable. Es, pues, el discurso
de quienes “no tienen nada que ver con eso obviamente”.
“La heterosexualidad” constituida en ideología opera, según
esto, como un elemento esencial de un sistema de opresión del
que también son indisociables el patriarcado, el machismo o el ra­
cismo. Los postulados que de tal análisis se derivan (y que son
más frecuentes en grupos de lesbianas que ya no se confunden ni
con los gays ni con las mujeres), inciden en la articulación de cul­
turas y polos de oposición, en modos de vida alternativos, en el
desarrollo hasta sus últimas consecuencias de los espacios de auto­
nomía y en una interacción con el resto de la sociedad limitada a
la conquista de esta autonomía.
El lesbianismo radical y la afirmación de Monique Wittig
(1993) que la resume: las lesbianas no son mujeres, es uno de los
fundamentos teóricos básicos que impulsan los nuevos discur­
sos. La estrategia bollera / marica consiste en una deslegitimación
radical del régimen de afectos y placeres vigente. Se contestan las
aproximaciones articuladas, negando a ámbitos externos cual-
Los discursos en primera persona 373

quier reconocimiento de la tarea de análisis que realizan o de las


prácticas que implementan. La Iglesia o la medicina psicopatoló-
gica, sencillamente, no tienen nada que decir porque no son ins­
tancias legítimas; se han desacreditado a lo largo de una compleja
historia de connivencias con sistemas de articulación de comuni­
dades basados en la exclusión. El ejército o los partidos políticos
no tienen legitimidad alguna para imponer o apelar a la partici­
pación en sus estructuras. Ni siquiera “las mujeres” (como se
desprende de la afirmación de Wittig) o “los hombres” (como evi­
dencian las palabras de David) son puntos de apoyo válidos para
la autodeterminación?^
Las realidades bollera y marica, llevadas a este extremo (o
establecidas en ese espacio de contestación marginal), se sitúan (o
parecen querer emplazarse) en otra dimensión, en otra realidad,
en otro mundo; no se definen en relación a las estructuras, prác­
ticas o conceptos del “Orden”. Maricas y bolleras no “dialogan”
con instancias de represión ni negocian cotas de libertad; todo lo
más, su interacción se limita al combate directo de las manifesta­
ciones de su prejuicio, a la exigencia de lo que se considera irre­
batible y a la articulación independiente de las razones que las ins­
piran. Pero además, las prácticas no articuladas, el prejuicio
popular impulsado por las estructuras de prestigio y poder, son
contestados en sus mismos términos, esto es, desde la presencia
pública, desde la acción libre, desde el espontaneísmo, desde la
constitución de espacios de libertad en resistencia.
El discurso marica / bollero tiene mucho que ver con el acti­
vismo radical de lucha contra el sida que desarrolla Act Up-]>>iew
York a partir de 1987. Los efectos de la pandemia de sida en las
comunidades gays y lésbicas del mundo occidental han tenido,
como poco, la misma importancia que tuvo el desarrollo de la me­
dicina de las desviaciones o la oleada de represión que barrió el
mundo antes, durante y tras la Segimda Guerra Mundial. A la or-

2* Así, siguiendo con la lucha antimilitarista desde una perspectiva marica,


Decadi se pregunta: «¿Qué papel juegan instituciones como el Ejército y el ser­
vicio militar, instancias superiores de homologación de sujetos, en la formación de
la figura-hombre, idea-hombre, en cuyo pecho ruge el latido de la guerra y la po­
testad de engrandecerse sobre la violación y la aniquilación de *los otras’?», De­
cadi, José (1996), «Levanten nalgas. Hacia una perspectiva marica de la insumi­
sión a la mili», en Gays e Insumisión {dossier), Iruña-Pamplona, EHGAM
Nafarrosa, p. 14.
í
374 Los discursos articulados y sus implicaciones

ganizacion de un movimiento de resistencia como Act Up le su­


cedieron otras propuestas surgidas en el ámbito reivindicativo de
Estados Unidos como Queer Nation (y su equivalente británico,
Outrage) y Lesbian Avengers. Un discurso emparentado desde
sus orígenes con propuestas estéticas o artísticas {Guerrilla Girls,
Gran Pury), y que tiene trascendencia en el cine (Greg Araki), la
literatura (Sarah Schulman), la academia {Queer studies)^ la músi­
ca {Pansy Division)... Esta nueva visión del propio mundo o de
ese mundo ajeno en el que se (sobre)vive surge, no obstante, des­
de el mismo momento en que nace el movimiento de gays y les­
bianas, y convive con éste hasta que, a finales de los años ochenta,
toma un impulso y un rumbo que lo apartan de la militancia más
establecida. En cualquier caso, las transiciones entre los espacios
discursivos lèsbico y gay, de un lado, y queer, de otro, son mucho
más fluidas de lo que nunca fueron sus precedentes.
Frente a una progresiva vocación de respetabilidad (de inte­
gración negociada, de igualdad dentro de una instancia imperia­
lista) por parte de las asociaciones gays y lésbicas, esta estrategia se
apropia del lenguaje “del enemigo”, lo subvierte y redefine su
contenido.22 La utilización como términos autorreferenciales de

“ Esta estrategia no es nueva. Por ejemplo, en holandés el término "flikker'


dio nombre a un grupo: RodeFlikkers, o maricas rojos; en Brasil, “bicha' pasó a
utilizarse en el contexto de las luchas gays; en alemán se ha despojado al término
^'schwur de contenido peyorativo y en los países anglófonos se han recuperado
términos como “faggof, y su forma abreviada, así como "queer", que equi­
vale a extraño, de naturaleza o carácter cuestionable, sospechoso, desequilibrado
y que, en lenguaje coloquial, significa “homosexual”, malo o inútil. O "dyke", tér­
mino del slang negro de Estados Unidos, derivado de "hulldyke", con el que ya en
los años veinte se designaba a las lesbianas de aspecto o comportamiento “mas­
culino”. Otros términos en lengua inglesa nacidos desde las propias comunidades
de lesbianas a principios del siglo XX son "butch" y "femme”. Otro tanto ha suce­
dido con el término francés "pédé", derivado de "pédéraste", considerado grave­
mente ofensivo, y utilizado de forma regular por la militancia gay francesa desde
su nacimiento, así como "gouine", adoptado por las bolleras escindidas del FHAR
francés en 1972 (Les Gouines Rouges'}. Meijer, I. y Duyvendak, J. W. (1988), «A la
frontière: le lesbien et l’homosexuel considérés en tant que conflits frontaliers
autours du sexe et de la sexualité, du politique et du personnel», en Mendès-Lei-
te (comp.) (1988). MacRae, Edward (1992), «Homosexual identities in transitio­
nal Brazilian politics», en Escobar, Arturo y Álvarez, Sonia E, (comps.) (1992),
The making of social movements in Latin America, Boulder (Colorado), Westiew
Press. Webster’s Encyclopedic Unabridged Dictionary (1989), Nueva York, Gra-
mercy Books. Courouve, 1985; Dynes, Wayne R. (1985), Homolexis. A historical
and cultural lexicon of homosexuality, Nueva York, Gai Saber monographs.
Los discursos en primera persona 375

expresiones con vocación ofensiva indica, de un lado, la participa­


ción activa en la construcción de la imagen social que se atribuye a
un grupo denostado. Si las categorías utilizadas como insultos tie­
nen un contenido indeterminado o asociado a ciertos estereoti­
pos, los procesos de subversión de terminología tienden a redefinir
o a contradecir las supuestas implicaciones de dichos términos.
Por otro lado, los insultos recuperados pasan a constituir símbolos
del desafío colectivo a esas concepciones socialmente imperantes.
Los términos que son más susceptibles de este tipo de redefi­
nición son los de origen popular. El arsenal conceptual de ámbi­
tos discursivos más estructurados institucionalmente puede ser
considerado más invulnerable, pero también y sobre todo es con­
siderado menos relevante. La autodeterminación no parte de ins­
tancias de “saber” o “prestigio” que están indisociablemente uni­
das al orden de los placeres que este discurso autorreferencial
combate. La estrategia de subversión de los insultos presenta en­
tonces un interés particular. Los útiles de la aproximación inju­
riante tienen, en la mayoría de los casos, al menos un siglo de exis­
tencia, y con frecuencia más de trescientos años. Apenas pueden
encontrarse desde hace más de cien años nuevos términos que in­
cidan en esa estigmatización negativa de realidades ajenas. Cabe
entonces preguntarse, en la hipótesis de una erradicación absolu­
ta de las connotaciones alienantes de estos términos, cómo sería
posible catalogar las realidades gay y lèsbica, o la “tierra bollera”
y el “mundo marica” de forma ofensiva.^’
El discurso queer arrebata las armas al enemigo; se apropia
de algunos de los conceptos elaborados para rendir cuentas de
una supuesta entidad coherente (establecida paradójicamente a
partir de proposiciones contradictorias), y los relativiza hasta
hacer de ellos útiles inservibles para la designación; útiles sólo
pertinentes cuando se utilizan para la autonominación. Como se-

Ambas expresiones han sido utilizadas por dos grupos madrileños: Les­
bianas Sin Duda (L.S.D.) y La Radical Gai. En el contexto del Estado español,
la utilización por parte de grupos reivindicativos de términos considerados
ofensivos (“marica”, “maricón”, “bollera”, “tortillera”, etc., o los equivalentes
en otras lenguas del Estado), aún era a principios de los años noventa minori­
taria y excepcional. En pocos años, no obstante, la evolución y la diversificación
de un movimiento progresivamente plural ha dado lugar a la adopción de esta
estrategia, bien por parte de nuevos grupos, bien por parte de otros con más tra­
dición.
376 Los discursos articulados y sus implicaciones

ñala Sedgwick (1994b), el término queer sólo tiene sentido cuan­


do se emplea en primera persona. Así pues, estamos ante el es­
tablecimiento de una identidad sin esencia, sin contenido subs­
tancial. No se trata ya de definir “lo” que se es, sino de localizar
en cada momento “dónde” —en qué posición marginal de re­
sistencia al régimen— se está. Eso es ser queer. Una renuncia a
cualquier referente o verdad estable; un posicionamiento que no
es reductible a ninguna substancia (Halperin, 1995). De este
modo, todos los útiles conceptuales tradicionales de los discursos
del saber quedan deslegitimados al establecer sus dimensiones
ideológicas, su proyecto de regulación y su incapacidad para
dar cuenta de una determinada realidad que se define como
móvil e inestable. Cualquier identificación con esas instancias
(aunque sea con la finalidad estratégica de reorientarlas) desa­
parece. “La homosexualidad”, por ejemplo, ya sólo será posible
entre comillas.
A partir de las dos citas que abren este epígrafe, y a partir de
la práctica desarrollada por los dos colectivos de donde surgen,
podemos tratar de establecer algunos elementos definitorios del
discurso marica / bollero. Una primera característica ya anuncia­
da es el cuestionamiento permanente de las instituciones y prác­
ticas del orden sexual y el enfrentamiento con sus efectos repre­
sivos, Un ejemplo de ello es la contestación del servicio militar y el
desafío al reclutamiento a partir de la estrategia marica de la in­
sumisión. Una campaña que deslegitima una institución que man­
tiene la segregación de hombres y mujeres, que consolida roles de
género precisos y opresivos, que fomenta formas sublimadas de
relación en el seno de cada uno de “los dos sexos” y que, además,
establece la discriminación y la censura de unas realidades gays y
lésbicas que ahora, al sublevarse, se manifiestan de manera cla­
morosa. Del mismo modo, y por razones equiparables, se han
llevado a cabo campañas públicas de apostasia, para exigir que la
Iglesia católica reconozca el derecho a abandonar la institución, a
no formar parte de ella.^"
*

Ambas campañas han sido desarrolladas por la Coordinadora de Frentes


de Liberación Homosexual del Estado español (COFLHEE). En claro contraste
con estas iniciativas, algunos grupos de gays (y sólo de manera excepcional de les­
bianas), reivindican la posibilidad de integración en el ejército. Se trata, sin duda,
de una estrategia de desafío a principios normativos discriminatorios. No obs-
Los discursos en primera persona 377

La toma de posición política parte de una radical extranjería


con respecto a tales instancias. La “asimilación” o la “integra­
ción” (además de la “intolerancia”) son constituidas como espa­
cios potenciales de violencia. Por ejemplo, la “normalización” legal
de la realidad lesbica es contestada con consignas como «Mante­
ned vuestras leyes fuera de nuestros coños» (L.S.D.). En lo que se
refiere a la participación electoral, ante la promoción de un “voto
rosa” por parte de algunas asociaciones de gays y lesbianas, La Ra­
dical Gai precisaba: «Casi fuera de la escala cromática se halla el
voto fucsia estampado con lunares amarillo canario y elefantitos
azul eléctrico. Este es el de maricones, petardas, lederonas, feti­
chistas, chaperos... que, o se fugan con un interventor del Partido
Humanista, o el cierre del colegio electoral les pilla todavía en un
afterauers.»25 El estilo, el lenguaje y los referentes inciden, asi­
mismo, en el rechazo de cualquier viso de respetabilidad a que el
discurso pudiera aspirar, y subrayan la incuestionable pluralidad
de formas de sentir y de términos de identificación. Una plurali­
dad que está en el origen mismo de los proyectos queer que se ar­
ticulan en oposición al orden, pero también en la diferencia con
respecto al discurso de lesbianas y gays.
El orden de la “heterosexualidad obligatoria” (Rich, 1993) es
señalado como aquél con respecto al cual se establece una diferen­
cia y con el que no hay identificación posible. La interacción con
ese orden, si no es en el contexto de una batalla precisa, es consi­
derada contradictoria con la vocación lúdica de estas estrategias. La
lucha política ya no puede ser incompatible con (la manifestación
de) el placer: «[...] Es la heterosexualidad —o, mejor dicho, la he-
terorrealidad— la que causa la invisibilidad lesbiana. A otras tantas
lesbianas, sin embargo, movidas por un insaciable principio de
placer, les parece obvio el ignorarla.»^^ No obstante, como ense­
guida veremos, esa desestimación del orden es más un principio vo-
luntarista que un rasgo característico de la intervención política.

tante, en la reivindicación de integración en la estructura militar o de libre acce­


so a ésta se da primacía a una cuestión de discriminación formal en detrimento de
un análisis de fondo que cuestione si la institución como tal es o no esencialmente
excluyente y opresiva.
Panfleto de La Radical Gai previo a las elecciones generales del 3 de mar­
zo de 1996.
Medusa (1995), «La discursiva invención del lesbianismo», Non Grata,
111, junio, p. 10.
578 Los discursos articulados y sus implicaciones

La dimensión lúdica y la autoestima son, en todo caso, ele­


mentos determinantes de esa diferencia y de la multiplicidad de
ámbitos en que se desarrolla una acción política con frecuencia
basada en la cotidianidad. La convocatoria de La Radical Gai a la
primera manifestación de lesbianas, gays y transexuales a nivel es­
tatal celebrada en Madrid el 25 de noviembre de 1995 decía:
«No vengas si tienes vergüenza o si te sientes culpable. No vengas
si no estás orgulloso y contento de ser marica.» O también: «las
lesbianas de L.S.D. subrayamos, reiteramos y saboreamos nuestro
Orgullo Lesbiano. Lo saboreamos hasta erizarnos de placer».
Lina parte del proyecto político implícito en el discurso bo­
llero ! marica pasa por la articulación de especificidades; ya sea la
conquista o la liberación de espacios, ya sea la formulación de
propuestas para el mutuo reconocimiento y el encuentro: «Las
L.S.D. viajamos siempre en el primer vagón del metro de todas las
líneas y ciudades del cosmos» (^on-Grata, 1995:31).
De todo eUo se deriva la inevitable dimensión política de la
propia existencia y la subsiguiente vocación política de un pro­
yecto colectivo que no se presenta como monolítico, coherente o
estable. Ni siquiera exento de contradicciones. El discurso queer,
acaso sólo implícitamente, reconoce líneas de dislocación de una
supuesta integridad. En principio, la conciencia nómada, la ines­
tabilidad identitaria se define en un contexto económico, socio-
cultural e incluso político donde están inscritas sus mismas con­
diciones de posibilidad. Es éste, pues, un doble vínculo que se
gestiona día a día. Elementos de subversión, instancias colectivas
que construyen nuevos mundos, maricas y bolleras son también,
ocasionalmente, figuras de moda o de prestigio intelectual, sujetos
de reconocimiento en ámbitos más o menos ordenados como el
artístico... Así, «perpetuas y permanentes fugitivas, también es in­
dudable que las lesbianas son, al mismo tiempo, y con frecuencia
en los mismos cuerpos, lesbianas que llevan armas, lesbianas que
llevan niñas y niños, lesbianas que se convierten en moda, en su­
jetos acomodados, en Hollywood, en industria del sexo o en en­
samblajes ciborg humano-maquínicos».

Del Bollo, Liliana y Fuckar, Fefa (1995), «De la necesidad de una acción
lesbiana», Non Grata, 111, junio, p. 19.
28 Griggers, Cathy (1993), «Lesbian bodies in the age o£ (post)mechanical re­
production», en Wamer (comp.), 1993, p. 183. Sobre la conveniencia o inevita-
Los discursos en primera persona 013

El proyecto político de deslegitimación de un orden exclu-


yente no deja de plantear un horizonte utópico frente al posibi­
lismo: «Frente a sus deseos ‘normalÍ2adores\ las lesbianas de
L.S.D. seguimos luchando por otro mundo, un mundo que sea
nuestro, hecho a través de nuestras miradas y sobre los placeres de
nuestros cuerpos. Nuestra lucha es la disidencia a través del goce.
Desde la subversión, la perversidad, la transgresión que les pro­
duce nuestra carcajada y mirada bollera» (Del Bollo y Fuckar,
1995:19).
La contestación de las estrategias de negación, de discreción y
vida privada y de refugio en los privilegios son también recurren­
tes. De las veinte razones que daba La Radical Gai para acudir a la
manifestación celebrada en Madrid el 24 de junio de 1995, la nú­
mero 9 decía: «Ven a la manifestación para acabar de convencerte
de lo que ya sabe absolutamente todo el mundo: eres un auténtico
maricón; es evidente. Acéptalo y serás mucho más feliz.»
Pero esa construcción promocionada de un espacio ajeno a
las estructuras del prejuicio no excluye la designación explícita
del orden excluyente o de sus símbolos más significativos, seña­
lados constantemente por las nuevas estrategias. «Podríamos de­
cir de estas bollo-especímenes [...] que son ‘camufladas chirim-
bolas’ con las que tropieza el hombre a su paso por la vida, en su
camino hacia la masculinidad, la sabiduría y el poder.» La mani­
festación celebrada en Madrid el 28 de junio de 1993 fue bauti­
zada por La Radical Gai como la del «último día del orgullo
gay» y la primera de la «vergüenza heterosexual». Una estrategia
de nominación que, en ocasiones, se formula de forma negativa:
«Nuestras vidas no valen menos que las de quienes no son ni
lesbianas ni maricas.»^^
Cabe cuestionar entonces la pertinencia del postulado de un
planeta queer aislado del resto de “la galaxia”. Las estrategias de

bilidad del establecimiento de sujetos nómadas, Braidotti, Rosi (1994), Nomadic


subjects. Embodiment and sexual difference in contemporary feminist theory, Nue­
va York, Columbia University Press.
Respectivamente, editorial del “boUozine” de L.S.D., Non Grata, 111, junio
de 1995, p. 3; panfleto de junio de 1993 y panfleto de noviembre de 1994 anun­
ciando la participación de La Radical Gai como acusación popular en el juicio
contra “la banda del gallego”, acusada de robos con torturas cometidos contra
gays en el parque del Retiro. Sobre el citado juicio, véase también La Radical Gai,
1996.
380 Los discursos articulados y sus implicaciones

contestación de los sistemas de exclusión más articuladas han


surgido, precisamente, en el seno de los regímenes caracterizados
como genocidas o tanatocráticos. Es por ello que, pese a la di­
mensión casi especulativa de la autoestima y la independencia, los
discursos maricas / bolleros no renuncian a investir las estructuras
mismas de ese orden. En esa distinción radica, precisamente, la
iniciativa de incursión en los ámbitos en que se articula el prejui­
cio. La fórmula de La Radical Gai («La primera revolución es la
supervivencia») resume esta estrategia. Así, si la desconfianza ha­
cia el ámbito médico-científico llevó durante algunos años a ig­
norar la dimensión que alcanzaba el sida, desde finales de los
años ochenta, una parte del activismo queer no sólo se ha dedica­
do a la reflexión y la denuncia de la violencia canalizada a través
de la pandemia, sino que se ha implicado, además, en las estruc­
turas de la prevención, en el diseño de políticas sanitarias e inclu­
so en la investigación.
El discurso queer no ha estado exento de críticas. Fundamen­
talmente, se ha señalado que la inclusión bajo ese paraguas de po­
siciones de resistencia múltiples e inestables no ha supuesto una
legitimidad igual para todas ellas. Si bien en esa multiplicidad se
han asentado posiciones no sólo bolleras, sino étnica y económi­
camente precisas; posiciones de contestación desde las comuni­
dades que cuestionan los géneros y que reivindican sexualidades
alternativas, el discurso queer no ha logrado integrar todas en un
frente único o igualitario. También se ha señalado que, en su im­
precisión, esa etiqueta induce a estrategias de desidentificación,
tanto más posibles cuanto que el mismo discurso se ha acomoda­
do y se ha convertido en una “moda” entre los sectores “progre­
sistas” (y en los ámbitos académicos). Esa falta de contenido, por
último, lo hace particularmente susceptible de apropiación (Hal-
perin, 1995).
Como ya se hizo evidente con respecto a los discursos de or­
den moral y científico, y como aquí también se ha visto, el desa­
rrollo de nuevas visiones (tanto los discursos elaborados a partir
de nuevos paradigmas como las nuevas perspectivas en el seno de
un mismo contexto discursivo), no impfica la desaparición de sus
predecesoras. De hecho, salvo excepcionales momentos de pri­
macía de alguna de ellas sobre las demás, lo más común es su co­
existencia según diversos grados de enfrentamiento y compro­
miso. Ninguno de los momentos discursivos señalados cuenta
Los discursos en primera persona 381

a priori con más posibilidades de convertirse en referente privile­


giado de las aproximaciones al “sexo” que el resto. Ello es parti­
cularmente obvio en el seno de los discursos autorreferenciales.
De hecho, cuando la aproximación queer empezaba a asentarse
como perspectiva válida y fructífera de análisis y acción política,
empezaron a hacerse oír las voces de un todavía incipiente dis­
curso post-queer que ya está cuestionando sus fundamentos y pre­
sunciones básicas.^^
A este proceso de cuestionamiento interno tampoco son aje­
nas las reflexiones más recientes del ámbito académico. El último
discurso autorreferencial desarrollado en torno a la etiqueta queer,
sugiere Leo Bersani, es de orden estrictamente académico. Dicho
discurso traduciría determinados procesos de “des-gayzación” y
“des-lesbianización” que, a su juicio, deben ser cuidadosamente
examinados. Prestando más atención al espacio académico (en el
que el propio autor se emplaza) que a los movimientos reivindi-
cativos que hacen del discurso queer una práctica de resistencia,
Bersani contempla una comunidad que ha abandonado los már­
genes de la lubricidad sexual para pasar a estar localizada en el
centro del debate epistemológico y de la conquista occidental del
saber; para convertirse en metáfora de la historia nacional o de la
resistencia a los “regímenes de lo normal”?’
La construcción de una palabra autorreferencial no es sino el
reflejo en el lenguaje de procesos de ordenación de la propia rea­
lidad que afectan a ámbitos múltiples de la vida cotidiana. Ningún
sujeto propiamente dicho puede hablar en favor de (ni mucho

Una tentativa de establecer ese discurso post-queer es la colección de textos


de Simpson, Mark (comp.) (1996), Anti-Gay^ Londres, Freedom Editions. La de­
cadencia en términos institucionales del activismo queer en buena parte del mun­
do occidental desde mediados de la década de los noventa (de grupos como
Queer Nation, Lesbian Avengers, Outrage o La Radical Gai) parecen ser los signos
de esa nueva situación. Efectivamente, la única manera de mantener la radicalidad
del discurso queer es vaciarlo de contenido; resistir a la acomodación de un dis­
curso de contestación en el seno de unas sociedades que integran cada vez más rá­
pidamente cualquier posición de resistencia. Las razones de la «disolvencia» de
La Radical Gai son tratadas en el comunicado titulado «Sobre la incaducidad de
un movimiento político y la resistencia a su propia historia», Mensual, 84 (sep­
tiembre de 1997).
” Bersani, Leo (1995b), Homos, Cambridge (Massachusetts), Harvard Uni­
versity Press. En particular, Bersani se refiere respectivamente al trabajo de Eve
K. Sedgwick, Lee Edelman, Tony Kushner y Michael Warner.
382 Los discursos articulados y sus implicaciones

menos desde) “la homosexualidad”. El contexto en que funciona


esa construcción es tan constreñidor que aborta la legitimidad
de cualquier discurso. Por este motivo, el contexto desde el que se
habla, la construcción real y simbólica de la propia realidad, es de­
terminante a la hora de evaluar el potencial de transformación de
los discursos autorreferenciales. A esta cuestión, no obstante, ha­
brá que dedicar otro trabajo.
(Con)torsión

¿Y dónde quedo yo en lo que hasta aquí se ha dicho? Tengo la


impresión de que, a lo largo de las páginas, he pasado (y he lleva­
do al lector o lectora) desde lo más abstracto (la caracterización de
un “régimen de sexualidad”) hasta lo más concreto (el discurso y
el activismo queer). También ha habido tránsitos de los ámbitos
cultural, política, geográfica o cronológicamente lejanos hasta los
más próximos (un presente preciso que ya se va alejando; una to­
pografía cotidiana que puede también quedar atrás). Como si,
efectivamente, y en contra de lo que escribía en la presentación, sí
hubiera un camino; un punto de partida y una determinada meta,
por extemporáneos o utópicos que éstos fueran (ajenos a los tiem­
pos y espacios que, al parecer, deberían condicionar nuestra visión
del mundo).
Es evidente que, de haber habido un trayecto, por improvisa­
do o azaroso que haya podido ser su trazado, por retorcido que
haya podido ser su recorrido, éste responderá a circunstancias
bastante personales y será, como poco, susceptible de cuestiona-
miento. En definitiva, tengo una vaga sensación de haber llevado
el ascua a mi sardina. Aunque todavía no sepa bien de qué ascuas
estoy hablando ni qué pueda ser eso de “mi sardina”. Tantas más
razones para la duda tendrán quienes han respondido a esta con­
vocatoria en calidad de lectoras o lectores.
Supongo que ahora se entenderá mejor por qué lo que he
planteado hasta aquí es una teoría torcida. Ya adelantaba que
ello se debe a una distorsión previa de los enfoques habituales so­
384 {Con)torsión

bre el sexo, el placer, el deseo, el cuerpo, etc. Pero en este proce­


so, claro está, no sólo ha intervenido mi propio desenfoque, sino
también el de quienes me han ayudado a ver así las cosas, y el de
quienes se han presentado o se han encontrado frente a mis in­
quietudes. Toda esa gente desenfocada ante tantas estrategias vi­
suales que, de uno u otro modo, también aparece reflejada en
mi trabajo.
Es así que no pretendo llegar ahora a una conclusión; no as­
piro a cerrar los debates que espero se hayan abierto con el con­
curso de una instancia colectiva de lectores y lectoras a la que, por
otro lado, me es imposible imaginar. Si escribir un libro parece a
menudo un proceso de ataduras (un intento de rigor y de rutina
de trabajo; un ponerse sobre los hombros un debate que aún no
se ha planteado), publicarlo se puede vivir como una liberación;
un compartir y un repartir definitivo de ese trabajo. Un dividir y
un recomenzar. Pero ese trabajo será “liberador” sólo con la con­
dición de no establecer conclusiones. Dar por cerrada la discusión
supone prolongar la actitud con la que se trabaja. Y (aproveche­
mos el tópico), si se trabaja es con la esperanza de poder dejar de
hacerlo. O de pasar a otra cosa.
Así pues, aquí no concluye nada. Sí quisiera, no obstante,
proponer con el fin de este proyecto una nueva contorsión. Es de­
cir, plantear un debate conjunto, abierto, en el que cualquiera
pueda contribuir a dar otra vuelta de tuerca a los argumentos, ra­
zonamientos o enfoques que en estas páginas se han vertido.
Abrir las reflexiones expuestas a nuevas iniciativas de desenfoque
y a renovadas “lecturas perversas”. Relecturas. Revisiones.
Acaso, la primera invitación a esa (re) contorsión sea la insi­
nuada al final del último capítulo. En particular, me parece im­
prescindible poner a prueba y someter a crítica la posibilidad o
pertinencia misma de este trabajo desde una perspectiva retorcida
o vagamente queer, Señalar su academicismo acaso no bien sote­
rrado y examinar las estrategias intelectuales a la luz de sus po­
tencialidades y carencias en lo que toca al cambio (a la “mejora”,
casi me atrevería a decir), de las rutinas y cotidianidades de quie­
nes pueden sentirse en sintonía con los valores o contenidos ex­
puestos.
O, ya que estamos de contorsiones, retorcer la estrategia mis­
ma que, acaso, me haya llevado desde una posición subjetiva pre­
cisa (más próxima a lo que se retrata al final del libro) a un pro­
(Con)torsión 385

yecto que aquí estaría desordenado. Quizás, entonces, hubiera


tenido más sentido empezar a leer por el final. Más sentido, sobre
todo, porque el libro hubiera acabado en la cumbre de la abs­
tracción, con una propuesta de modelo de análisis teórico, en
una cima sólida, en una cumbre concluyente. Francamente, me di­
vierte más no haber obedecido a esa lógica deductiva.
Y si ese proyecto parece pertinente y si, como he defendido a
lo largo del libro, los discursos y las identidades, las éticas y las
percepciones se inscriben también en las superficies y las organi­
zaciones de los cuerpos, entonces, al final, resultará que todas y
todos nos habremos vuelto un poco contorsionistas. Y un poco
más flexibles.
BIBLIOGRAFÍA

Abelove, Henry; Barale, Michele Aina y Halperin, David (comps.)


(1993), The lesbian and gay studies reader, Nueva York, Routledge.
Ackermann, Heinrich (1969), «Sobre la cuestión de la punibilidad del
comportamiento homosexual masculino», en Gimbernat, Enrique
(comp.) (1969), Sexualidad y crimen, Madrid, Instituto Editorial
Reus.
Act Up-Paris (1994), Le sida, París, Dagorno.
------ (1995), «Una nueva idea de la lucha contra el sida», en Llamas, Ri­
cardo (comp.) (1995b), Construyendo sidentidades. Estudios desde
el corazón de una pandemia, Madrid, Siglo XXI.
Adam, Barry D. (1987), The rise of a gay and lesbian movement, Boston
(Massachusetts), Twayne Publishers.
Alcalde, Jesús y Barceló, Ricardo Javier (1976), Celtiberia gay, Barcelona,
Personas.
Aldrich, Robert (1994), «Hommes blancs et hommes de couleurs: le vo­
yage, le colonialisme et l’homosexualité interculturelle en littératu­
re», en Mendès-Leite, Rommel (comp.) (1994), Sodomites, invertis,
homosexuels. Perspectives historiques, Lille, Cahiers Gai Kitsch
Camp.
Aliaga, Juan Vicente y Cortés, José Miguel G. (1997), Identidad y dife­
rencia. Sobre la cultura gay en España, Madrid, Egales.
Alter, Robert (1985), «Una lectura ideológica de Proust», en Steiner, Ge­
orge y Boyers, Robert (comps.) (1985), Homosexualidad, literatura y
política, Madrid, Alianza.
Amnistía Internacional (1994), Rompamos el silencio. Violaciones de de­
rechos humanos basadas en la orientación sexual, Madrid, EDAI.
Anabitarte, Héctor y Lorenzo, Ricardo (1979), Homosexualidad: el asun­
to está caliente, Madrid, Queimada.
Andriote, John-Manuel (1994), «Shrinking opposition», 10 Percent, 1,4,
otoño de 1993, pp. 61-79.
Apollinaire (1983), L^s once mil vergas, Barcelona, Laertes. Primera edi­
ción (clandestina): 1907.
Arenas, Reinaldo (1994), Antes que anochezca, Barcelona, Tusquets,
388 Bibliografía

Ariès, Philippe y Béjin, André (comps.) (1982), Sexualités occidentales^


Paris, Le Seuil.
Bach-Ignasse, Gérard (1982), Homosexualités, Paris, Le Sycomore.
------ (1990), «La reconnaissance de l’homosexualité en France (1945-
1989): les occasions manquées», en Homosexualité et lesbianisme:
Mythes, mémoires, historiographies, Lille, Cahiers Gai Kitsch Camp.
Bad Object Choices (comp.) (1991), How do I look? Queer film and vi­
deo, Seattle (Washington), Bay Press.
Barale, Michele Aina (1991), «Below the belt: (Un)Covering The well of
Loneliness», en Fuss, Diana (comp.) (1991), Inside / Out. Lesbian the­
ories, gay theories, Nueva York y Londres, Routledge.
Bass, Ellen y Kaufman, Kate (1996), Free your mind. The book for gay,
lesbian and bisexual youth —and their allies, Nueva York, Harper
Collins.
Béjin, André (1982), «Crépuscule des psychanalistes, matin des sexolo­
gues», en Ariès, Philippe y Béjin, André (comps.) (1982), Sexualités
occidentales, Paris, Le Seuil.
Bell, Alan P., Weinberg, Martin S. y Hammersmith, Sue Kiefer (1981),
Sexual preference, Bloomington (Indiana), Indiana University
Press.
Bell, David y Valentine, Gill (comps.) (1995), Mapping desire, Londres y
Nueva York, Routledge.
Benjamin, Dr. Harry (1966), «¿Debe ser rechazado el homosexual?», en
Rubin, Isadore (comp.) (1966), El tercer sexo, Nueva York, Manuales
Científicos.
Bergman, David (1991), Gaiety transfigured. Gay self-representation in
American literature, Madison (Wisconsin), The University of Wis­
consin Press.
------ (1995), «Larry Kramer y la retòrica del sida», en Llamas, Ricardo
(comp.) (1995b), Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón
de una pandemia, Madrid, Siglo XXI.
Berry, Jason (1992), Lead us not into temptation. Catholic priests and
the sexual abuse of children, Nueva York, Doubleday.
Bersani, Leo (1995a), «¿Es el recto una tumba?», en Llamas, Ricardo
(comp.) (1995b), Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón
de una pandemia, Madrid, Siglo XXI.
------ (1995b), Homos, Cambridge (Massachusetts), Harvard University
Press.
Bérubé, Allan (1989), «Marching to a different drummer: Lesbian and
gay GIs in World War II», en Duberman, Martin; Vicinus, Martha y
Chauncey Jr., George (comps.) (1989), Hidden form history. Reclai­
ming the gay and lesbian past, Londres, Penguin.
Bieber, Irving et al. (1962), Homosexuality. A psychoanalytic study of
male homosexuals, Nueva York, Basic Books.
bibliografia 389

Binnie, Jon (1995), «Trading places. Consumption, sexuality and the


production of queer space», en Bell, David y Valentine, Gill (comps.)
(1995), Mapping desire, Londres y Nueva York, Routledge.
Blackwood, Evelyn (comp.) (1986a), The many faces of homosexuality.
Anthropological approaches to homosexual behavior, Nueva York,
Harrington Park Press.
------ (1986b), «Breaking the mirror: The construction of lesbianism and
the anthropological discourse on homosexuality», en Blackwood,
Evelyn (comp.) (1986a), The many faces of homosexuality. Anthro­
pological approaches to homosexual behavior, Nueva York, Harring­
ton Park Press.
Blasius, Mark y Phelan, Shane (comps.) (1997), We are everywhere.
A historical sourcebook of lesbian and gay politics, Nueva York y
Londres, Routledge.
Blazquez, Feliciano (1977), Cuarenta años sin sexo, Barcelona, Sedmay.
Bleys, Rudi C. (1996), The geography of perversion. Male-to-male sexual
behavior outside the West and the ethnographic imagination, 1750-
1918, Londres, Cassell.
Bonnet, Marie-Jo (1995), Les rélations amoureuses entre les femmes, Pa­
ris, Odile Jacob.
Borrillo, Daniel (1994), «Statut juridique de l’homosexualité et droits de
l’homme», en Mendès-Leite, Rommel (comp.) (1995), Un sujet in­
classable? Approches sociologiques, littéraires et juridiques des homo­
sexualités, Lille, Cahiers Gai Kitsch Camp.
Boswell, John (1985), «Hacia un enfoque amplio. Revoluciones, univer­
sales y categorías relativas a la sexualidad», en Steiner, George y Bo­
yers, Robert (comps.) (1985), Homosexualidad, literatura y política,
Madrid, Alianza. Primera edición: (1982), «Revolutions, universals
and sexual categories», Salgamundi, 58-59 (1982-1983), pp. 80-114.
------ (1992a), Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad, Barcelona,
Muchnik. Primera edición: (1980), Christianity, social tolerance and
homosexuality. Gay people in Western Europe from the beginning of
the Christian Era to the Eourteenth Century, Chicago, The University
of Chicago Press.
------ (1992b), «Categories, experience and sexuality», en Stein, Edward
(comp.) (1992), Eorms of desire. Sexual orientation and the social
constructionist controversy, Nueva York, Routledge.
------ (1996), Las bodas de la semejanza. Uniones entre personas del mismo
sexo en la Europa premoderna, Barcelona, Muchnik. Primera edi­
ción: (1994), Same-sex unions in Tremodem Europe, Nueva York,
Villard Books.
Bourdieu, Pierre (1982), Ce que parler veut dire: l'économie des échanges
linguistiques, Paris, Fayard.
------ (1997), Sobre la televisión, Barcelona, Anagrama.
390 bibliografia

Braidotti, Rosi (1994), Nomadic subjects. Embodiment and sexual dijje-


rence in contemporary feminist theory, Nueva York, Columbia Uni­
versity Press.
Brantôme, Pierre de Bourdeille (1990), Les dames galantes, Paris, Li­
brairie Générale Française. Primera edición: (1665).
Bristow, Joseph (comp.) (1992), Sexual sameness. Textual differences in
lesbian and gay writing, Londres, Routledge.
British Medical Association (1992), Medicine betrayed. The participation
of doctors in human rights abuses, Londres, Zed Books.
Brown, Judith C. (1989), Afectos vergonzosos. Sor Benedetta: entre santa
y lesbiana, Barcelona, Crítica. Primera edición: (1986), Immodest
acts. The life of a lesbian nun in Renaissance Italy, Nueva York, Ox­
ford University Press.
Brown, Peter (1993), El cuerpo y la sociedad. Los cristianos y la renuncia
sexual, Barcelona, Muchnik. Primera edición: (1988), The body and
society, Nueva York, Columbia University Press.
Butler, Judith (1993 a), «Imitation and gender insubordination», en Abe-
love, Henry; Barale, Michele Aina y Halperin, David (comps.) (1993),
The lesbian and gay studies reader, Nueva York, Routledge.
------ (1993b), Bodies that matter. On the discursive limits of'sex, Nueva
York y Londres, Routledge.
------ (1995), «Las inversiones sexuales», en Llamas, Ricardo (comp.)
(1995b), Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de una
pandemia, Madrid, Siglo XXI.
Buxán, Xosé (comp.) (1997), ConCiencia de un singular deseo. Estudios
lesbianos y gays en el Estado español, Barcelona, Laertes.
Cant, Bob (1991), «The limits of tolerance? Lesbian and gay rights and
local government in the 1980s», en Kaufmann, Tara y Lincoln, Paul
(comps.) (1991), High risk lives. Lesbian and gay politics after the
clause, Bridport (Dorset), Prism Press.
Capone, Doménico (1976), «Reflexión sobre los puntos acerca de la
homosexualidad», en W.AA. (1976), Algunas cuestiones de ética se­
xual, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos.
Cardin, Alberto (1989), Guerreros, chamanes y travestis. Indicios de ho­
mosexualidad entre los exóticos, Barcelona, Tusquets. Primera edi­
ción: (1984).
Cardon, Patrick (presentación) (1994), «Les relations homosexuelles en
Algérie et en Tunisie, par le Dr. Numa Praetorius, Anthropophyteia,
Vienne, 1910», en Mendès-Leite, Rommel (comp.) (1994a), Sodo­
mites, invertis, homosexuels. Perspectives historiques, Lille, Cahiers
Gai Kitsch Camp.
Carlston, Erin G. (1997), «Female homosexuality and the American me­
dical community», en Rosario, Vernon A. (comp.) (1997a), Science
and homosexualities, Nueva York y Londres, Routledge.
Bibliografia 391

Carrasco, Rafael (1985), Inquisición y represión sexual en Valencia. His­


toria de los sodomitas, Barcelona, Laertes.
Chardans, Jean-Louis (1970), Histoire et antologie de rhomosexualité, Pa­
rís, Le Centre d’Etudes et de Documentation Pédagogiques.
Chauncey, George (1985), «De la inversión sexual a la homosexuali­
dad: la medicina y la evolución de la conceptualización de la desvia­
ción de la mujer», en Steiner, George y Boyers, Robert (comps.)
(1985), Homosexualidad: literatura y política, Madrid, Alianza.
Chesebro, James W. (comp.) (1981), Gay speak. Gay male and lesbian
communication, Nueva York, The Pilgrim Press.
Cleminson, Richard (comp.) (1995), Anarquismo y homosexualidad, Ma­
drid, Huerga y Fierro.
Cocteau, Jean (1983), Le livre blanc, Paris, Editions de Messine.
Cooper, Emmanuel (1986), The sexual perspective. Homosexuality and art
in the last 100 years in the West, Londres, Routledge & Kegan Paul.
Corbin, Alain (1985), «Coulisses», en Aries, Philippe y Duby, Georges
(comps.) (1985), Histoire de la vie privée (vol. 4), Paris, Le Seuil,
p. 588.
Courouve, Claude (1985), Vocabulaire de l’homosexualité masculine, Pa­
ris, Payot.
Crew, Louie (comp.) (1978), The gay academic. Palm Springs (Califor­
nia), E.T.C.
Cromton, Louis (1978), «Gay genocide: From Leviticus to Hitler», en
Crew, Louie (comp.) (1978), The gay academic. Palm Springs (Cali­
fornia), E.T.C.
------ (1980), «The myth of lesbian impunity. Capital laws from 1270 to
1791», Journal of Homosexuality, 6, 1/2, pp. 11-25.
Crowley, Mart (1975), Los chicos de la banda, Madrid, M K.
Cukierman, Mario (1983), Desviaciones sexuales. Teoría dinámica, Bue­
nos Aires, Abaco.
Danet, Jean (1977), Discours politique et perversions sexuelles, Nantes,
Centre de Recherche Politique.
David (1996), «Insumisión Rosa (Juicios)», en Gays e Insumisión {dos­
sier), Iruña-Pamplona, EHGAM Nafarrosa.
De Almeida, Abraao (1990), Homosexualidad. ¿Enfermedad o perver­
sión?, Deerfield (Florida), Vida.
De Pluvia, Armand (1979), Aspectos jurídico-legales de la homosexualidad,
Barcelona, Instituto Lambda.
De Lauretis, Teresa (1992), «Freud, sexuality and perversion», en Stan­
ton, Domna C. (comp.) (1992), Discourses of sexuality. From Aristotle
to AIDS, Ann Arbor (Michigan), The University of Michigan Press.
------ (1993), «Sexual indifference and lesbian representation», en Abe-
love, Henry; Barale, Michele Aina y Halperin, David (comps.) (1993),
The lesbian and gay studies reader, Nueva York, Routledge.
392 Bibliografía

De Vito, Joseph A. (1981), «Educational responsabilities to gay male and


lesbian students», en Chesebro, James W. (comp.) (1981), Gay speak.
Gay male and lesbian communication, Nueva York, The Pilgrim
Press.
De Weindel, Henri y Fischer, F. P. (1908), L'homosexualité en Alie-
magne. Étude documentaire et anecdotique, Paris, Société d’Edition et
de Publication.
Decadi, José (1996), «Levanten nalgas. Hacia una perspectiva marica de
la insumisión a la mili», en Gays e Insumisión (dossier), Iruña-Pam-
plona, EHGAM Nafarrosa.
Del Bollo, Liliana y Fuckar, Fefa (1995), «De la necesidad de una acción
lesbiana», Non Grata, 111, junio, p. 19.
Delph, Edward William (1978), The silent community, Beverly Hills
(California), Sage.
D’Emilio, John (19^5), Sexual politics, sexual communities. The making of
a homosexual minority in the United States, 1940-1970, Chicago (Illi­
nois), The University of Chicago Press.
Denk, Barry M. (1974), «The homosexual», en Goode, Erich y Troiden,
Richard R. (comps.) (1974), Sexual deviance and sexual deviants,
Nueva York, William Morrow & Co.
Descartes, René (1994), Tratado de las pasiones del alma, Barcelona,
RBA Editores. Primera edición: (1649).
Dollimore, Jonathan (1992), «The cultural politics of perversion: Agus­
áne, Shakespeare, Freud, Foucault», en Bristow, Joseph (comp.)
(1992a), Sexual sameness. Textual differences in lesbian and gay wri­
ting, Londres, Routledge.
Domingo, Victoriano (1972), Homosexuales frente a la ley, Barcelona,
Hispano.
Doyle, Jennifer; Flatley, Jonathan y Esteban Muñoz, José (comps.)
(1996), Pop Out Queer Warhol, Durham y Londres, Duke University
Press.
Duberman, Martin; Vicinus, Martha y Chauncey Jr., George (comps.)
(1989), Hidden form history. Reclaiming the gay and lesbian past,
Londres, Penguin.
Duggan, Lisa (1992), «Making it perfectly queer», Socialist Review,
22/1 (enero-marzo), pp. 11-31.
------ y Hunter, Nan D. (comps.) (1995), Sex wars. Sexual dissent and po­
litical culture, Nueva York y Londres, Routledge.
------ ;------- y Vance, Carol S. (1995), «False promises: Feminist anti­
pornography legislation», en Duggan, Lisa y Hunter, Nan D.
(comps.) (1995), Sex wars. Sexual dissent and political culture, Nueva
York y Londres, Routledge.
Dyer, Kate (comp.) (1990), Gays in uniform. The Pentagon s secret re­
ports, Boston (Massachusetts), Alyson Publications.
Bibliografia 393

Dynes, Wayne R. (1985), Homolexis. A historical and cultural lexicon of


homosexuality, Nueva York, Gai Saber monographs.
------(1992), «Wrestling with the social boa constructor», en Stein, Ed­
ward (comp.) (1992), Forms of desire. Sexual orientation and the social
constructionist controversy, Nueva York, Routledge.
Edelman, Lee (1993), «Tearooms and sympathy, or, Epistemology of the
water closet», en Abelove, Henry; Barale, Michele Aina y Halperin,
David (comps.) (1993), Fhe lesbian and gay studies reader, Nueva
York, Routledge.
Eisenberg, Daniel (1990), «Juan II - Enrique IV», Entiendes... ?, 13, ju­
nio-agosto.
Elias, Ángel y Madrazo, Julia (1992), ¿Qué derechos tenemos? Guía anti­
discriminatoria para gais y lesbianas, Bilbao, Gay Hotsa Argitalpe-
nak.
EUis, Havelock (1961), Psychology of sex, Nueva York, Harvest / H.B.J.
Engels, Friedrich (1996), Los orígenes de la familia, la propiedad privada
y el Estado, Madrid, Fundamentos. Primera edición: (1884).
Epstein, Steven (1992), «Gay politics, ethnic identity: The limits of social
constructionism», en Stein, Edward (comp.) (1992), Forms of desire.
Sexual orientation and the social constructionist controversy, Nueva
York, Routledge.
Ernst, J. (1974), «Déviations sexuelles et leur traitement», en Gaudefroy,
M. (comp.) (1974), Etudes de sexologie, Paris, Bloud & Gay.
Escobar, Arturo y Alvarez, Sonia E. (comps.) (1992), The making of so­
cial movements in Latin America, Boulder (Colorado), Westiew Press.
Fausto-Sterling, Anne (1997), «How to build a man», en Rosario, Ver­
non A. (comp.) (1997a), Science and homosexualities, Nueva York y
Londres, Routledge.
Fernandez, Dominique (1992), El rapto de Gammedes, Madrid, Tec-
nos.
Fletcher, John (1992), «Forster’s self-erasure: Maurice and the scene of
masculine love», en Bristow, Joseph (comp.) (1992a), Sexual same­
ness. Textual differences in lesbian and gay writing, Londres, Rou­
tledge.
Ford, C. A. y Beach, F. A. (1972), Conducta sexual, Barcelona, Fontane-
Ua.
Forster, E. M. (19B5), Maurice, Barcelona, Seix-Barral.
Foucault, Michel (1969), L'Archéologie du savoir, Paris, Gallimard.
------ (1978), Historia de la sexualidad (I), La voluntad de saber, Madrid,
Siglo XXI. Primera edición: (1976), Histoire de la sexualité (I), La vo­
lontà de savoir, Paris, Gallimard.
------ (1979), «Un plaisir si simple». Gai Pied, 1, abril 1979.
------ (presentación) (1985a), Herculine Barbin, llamada Alexina B., Ma­
drid, Revolución.
394 bibliografía

------ (entrevistado por James O’Higgins) (1985b), en Steiner, George y


Boyers, Robert (comps.) (1985), Homosexualidad: literatura y política,
Madrid, Alianza.
------ (1987), Historia de la sexualidad (II), El uso de los placeres, Madrid,
Siglo XXI. Primera edición: (1976), Histoire de la sexualité (II), L'u-
sage des plaisirs, París, Gallimard.
------ (1988), Un diálogo sobre el poder, Madrid, Alianza.
------ (1994), Vigilar y castigar, I^acimiento de la prisión, Madrid, Si­
glo XXI, Primera edición: (1975), Surveiller et punir, París, Gallimard.
------ (1995), El naámiento de la clínica. Una arqueología de la mirada mé­
dica, Madrid, Siglo XXL Primera edición: (1963), Naissance de la cli-
nique, París, Presses Universitaires de France.
Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) (1979), Docu­
mentos contra la normalidad, Barcelona, Antoni Bosch. Primera edi­
ción: Front Homosexuel d’Action Révolutionnaire (1971), Rapport
contre la normalité, París, Champ Libre.
Freud, Sigmund (1975), Eres ensayos sobre teoría sexual, Madrid, Alian­
za. Primera edición: (1905), Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie.
------ (1984), Eotemy tabú, Madrid, Alianza.
Fuss, Diana (comp.) (1991), Inside / Out. Lesbian theories, gay theories,
Nueva York y Londres, Routledge.
García Düttmann, Alexander (1995), La discordia del sida. Cómo'Te pien­
sa y se habla acerca de un virus, Madrid, Anaya & Muchnik.
García Valdés, Alberto (1981), Historia y presente de la homosexualidad,
Madrid, Akal.
Gaudefroy, M. (comp.) (1974), Etudes de sexologie, París, Bloud & Gay.
Gerassi, John (1967), The boys ofEoise. Furor, vice and folly in an Ame­
rican city, Nueva York, Macmillan Company.
Gibson, Margaret (1997), «Clitorial corruption. Body metaphors and
American doctors’ constructions of female homosexuality», Rosa­
rio, Vernon A. (comp.) (1997a), Science and homosexualities, Nueva
York y Londres, Routledge.
Gil-Albert, Juan (1975), Heraclés. Sobre una manera de ser, Madrid, Ta­
ller de Ediciones Josefina Betancor.
Gimbernat, Enrique (comp.) (1969), Sexualidad y crimen, Madrid, Ins­
tituto Editorial Reus.
Girard, Jacques (1981), Le mouvement homosexuel en France: 194^-
1980, París, Syros,
Giraud, Robert (1965), Le royaume d'argot, París, Denoèl.
Gittings, Barbara (1978), «Combating lies in the libraries», en Crew, Louie
(comp.) (1978), The gay academic. Palm Springs (California), E.T.C,
Goffman, Erving (1989), Estigma, Buenos Aires, Amorrortu. Primera
edición: (1963), Stigma notes on the management of spoiled identity,
Englewood Cliffs (Nueva Jersey), Prentice-Hall.
Bibliografía 395

Goode, Erich y Troiden, Richard R (comps.) (1974), Sexual deviance and


sexual deviants, Nueva York, William Morrow & Co.
Goss, Robert (1994), Jesus acted up. A gay and lesbian manifesto, Nueva
York, Harper Collins.
Gott, Ted (comp.) (1994a), Don't leave me this way. Art in the age of
AIDS, Canberra, National Gallery of Australia.
------ (1994b), «Agony down under: Australian artists addressing AIDS»,
en Gott, Ted (comp.) (1994a), Dont leave me this way. Art in the age
ofAIDS, Canberra, National Gallery of Australia.
Green, Richard (1987), The 'sissy hoy syndrome' and the development of
homosexuality. New Haven y Londres, Yale University Press.
Greenberg, David F. (1986), «Why was the berdache ridiculed?», en
Blackwood, Evelyn (comp.) (1986a), The many faces of homosexua­
lity. Anthropological approaches to homosexual behavior, Nueva York,
Harrington Park Press.
------ (1988), The construction of homosexuality, Chicago (Illinois), The
University of Chicago Press.
------ (ponencia) (1990), «De-deviantizing homosexuality», Congreso
Mundial de Sociología, Madrid, julio de 1990.
Griggers, Cathy (1993), «Lesbian bodies in the age of (post)mechanical
reproduction», en Warner, Michael (comp.) (1993), Fear of a queer
planet. Queer politics and social theory, Minneapolis, University of
Minnesota Press.
Gruzinski, Serge (1985), «Las cenizas del deseo. Homosexuales no-
vohispanos a mediados del siglo XVII», en Ortega, Sergio (comp.)
(1985), De la santidad a la perversión. O de por qué no se cumplía la
ley de Dios en la sociedad novohispana, México, Grijalbo.
Guasch, Óscar (1991), La sociedad rosa, Barcelona, Anagrama,
------ (1993), «Para una sociología de la sexualidad», Revista Española de
Investigaciones Sociológicas, 64, pp. 105-21.
Guérin, Daniel (1983), «Homosexualité et révolution», Cahiers du vent
du ch'min, 4.
Gury, Christian (1985), «Les gais et la loi civile», en Schlick, Jean y
Zimmermann, Marie (comps.) (1985), L'bomosexueKle), dans les so-
ciétés civiles et réligieuses, Estrasburgo, Cerdic Publications.
Hadleigh, Boze (1988), Conversaciones secretas, Barcelona, Ultramar.
Haeberle, Erwing J. (1989), «Swastika, Pink Triangle and Yellow Star:
The destruction of sexology and the persecution of homosexuals in
nazi Germany», en Duberman, Martin; Vicinus, Martha y Chauncey
Jr., George (comps.) (1989), Hidden form history. Reclaiming the
gay and lesbian past, Londres, Penguin.
Hall, Stuart (1993), «Deviance, politics and the media», en Abelove,
Henry; Barale, Michele Aina y Halperin, David (comps.) (1993),
The lesbian and gay studies reader, Nueva York, Routledge.
396

Halperin, David M. (1990), One hundred years of homosexuality and


other essays on Greek love, Nueva York y Londres, Routledge.
------ (1995), Saint Foucault. Towards a gay hagiography, Nueva York y
Oxford, Oxford University Press.
Hanson, Ellis (1991), «Undead», en Fuss, Diana (comp.) (1991), Insi­
de / Out. Lesbian theories, gay theories, Nueva York y Londres, Rou­
tledge.
Harvey, John F. (1987), The homosexual person. Flew thinking in pastoral
care, San Francisco (California), Ignatius Press.
Hekma, Gert (1994), «Aspects socio-historiques des sexualités», en
Mendès-Leite, Rommel (comp.) (1994a), Sodomites, invertís, homo-
sexuels. Perspectives historiques, Lille, Cahiers Gai Kitsch Camp.
Hénaff, Marcel (1980), Sade. La invención del cuerpo libertino, Barcelona,
Destino.
Henry, George W. (1948), Sex variants. A study of homosexual patterns,
Nueva York y Londres, Paul B. Hoeber
Herrero Brasas, Juan A. (1993a), «La sociedad gay: Una invisible mino­
ría. Ciencia, prejuicio social y homosexualidad», Claves, 36 (octubre
1993), pp. 20-33.
------ (1993b), «La sociedad gay: Una invisible minoría. Familia, sistema
educativo, religión y Fuerzas Armadas», Claves, 37, noviembre,
pp. 26-42.
Herzer, Manfred (1985), «Kertbeny and the nameless love», Journal of
Homosexuality, 12 / 1, pp. 1-23.
Hocquenghem, Guy (1979), Race D’Ep! Un siècle d'images de I'homose-
xualité, Paris, Libres / Hallier.
Humphreys, Laud (1970), Tearoom trade. A study of homosexual en­
counters in public places, Londres, Gerald Duckworth & Co.
Hunter, Nan D. (1995), «Life after Hardwick», en Duggan, Lisa y Hun­
ter, Nan D. (comps.) (1995), Sex wars. Sexual dissent and political cul­
ture, Nueva York y Londres, Routledge.
Irigaray, Luce (1977), Ce sexe qui nen est pas un, Paris, Les Editions de
Minuit.
Jackson, Earl (1995), Strategies of deviance. Studies in gay male represen­
tation, Bloomington e Indianapolis, Indiana University Press.
JanMohamed, Abdul R. y Lloyd, David (comps.) (1990), The nature
and context of minority discourse, Nueva York y Oxford, Oxford
University Press.
Jay, Karla y Young, Allen (comps.) (1992), Out of the closets. Voices of
gay liberation, Londres, Gay Men’s Press.
Katz, Jonathan Ned (comp.) (1985), Gay American History, Nueva York,
Harper Colophon Books.
------ (1995), The invention of heterosexuality, Harmondsworth (Midd­
lesex), Dutton - Penguin.
Bibliografía 397

Kayser, Pierre (1990), La protection de la vie privée, París, Econo­


mica.
Kennedy, Hubert (1981), «Thè ‘third sex’ theory of Karl Heinrich Ul-
richs», Journal of Homosexuality, 6,1/2, pp. 103-11.
------ (1997), «Karl Heinrich Ulrichs. First theorist of homosexuality», en
Rosario, Vernon A. (comp.) (1997a), Science and homosexualities,
Nueva York y Londres, Routledge.
Kimmel, Michael S. (comp.) (1987), Changing men. Hew directions in re­
search on men and masculinity, Newbury Park (California), Sage.
Kinsey, Alfred Charles; Pomeroy, Wardell B. y Martin, Clyde E. (1948),
Sexual behavior in the human male, Filadelfia (Pensilvania), W. B.
Saunders Co.
Kinsey, Alfred Charles et al. (1933), Sexual behavior in the human fema­
le, Filadelfia (Pensilvania), Saunders.
Koltès, Bernard-Marie (1990), Dans la solitude des champs de coton, Pa­
ris, Les Éditions de Minuit.
Koning, Frederik (1973), Los errores sexuales. Las sendas torcidas del
amor, Barcelona, Bruguera. Primera edición: (1970), Les erreurs se­
xuelles.
Krafft-Ebing, Richard von (1978), Psychopathia sexualis, Nueva York,
Stein and Bay.
Kramer, Larry (1994), Reports from the holocaust: The story of an AIDS
activist, Nueva York, St. Martin’s Press.
Kronemeyer, Robert (1980), Overcoming homosexuality, Nueva York,
Macmillan.
La Radical Gai {dossier) (1996), Basta de agresiones. Dossier sobre la vio­
lencia homofobica, Madrid.
------ (1997), «Sobre la incaducidad de un movimiento político y
la resistencia a su propia historia», Mensual, 84, septiembre.
Laforgerie, Jean François (1991), «Le ‘parler cul’ d’Edith Cresson: Phan­
tasmes de Premier ministre», Illico, septiembre.
Lamo de Espinosa, Emilio (1989), Delitos sin víctima. Orden social y
ambivalenáa moral, Madrid, Alianza Universidad.
Lang, Theo (1971), The difference between a man and a woman, Nueva
York, The John Day Company.
Lauritsen, John y Thorstad, David (1977), Los primeros movimientos en
favor de los derechos de los homosexuales (1864-1933), Barcelona,
Tusquets.
Le Forest, Potter (1933), Strange loves. A study in sexual abnormalities,
Nueva York, Robert Dodsley.
Leroy-Forgeot, Flora (1997), Histoire juridique de fhomosexualité en
Europe, Paris, Presses Universitaires de France.
Lewes, Kenneth (1988), The psychoanalytic theory of male homosexuaUty,
Nueva York, Meridian.
398 Bibliografia

Lhomond, Brigitte (1985), «Discours médicaux et homosexualité: De la


création d une figure», en Schlick, Jean y Zimmermann, Marie
*
(comps.) (1985), Uhomosexuel(le), dans les sociétés civiles et réli-
gieuses^ Estrasburgo, Cerdic Publications.
Llamas, Ricardo (1994), «La reconstrucción del cuerpo homosexual en
tiempos de sida», Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 68,
octubre-diciembre. Artículo reproducido en Llamas, 1995b.
------ (1995a), «La réalité gaie vue à partir de la jurisprudence et des lois
espagnoles», en Mendès-Leite, Rommel (comp.) (1995), Un sujet in­
classable? Approches sociologiques, littéraires et juridiques des homo­
sexualités, Lille, Cahiers Gai Kitsch Camp.
------ (comp.) (1995b), Construyendo sidentidades. Estudios desde el co­
razón de una pandemia, Madrid, Siglo XXI,
------ (1997a), Miss Media. Una lectura perversa de la comunicación de ma­
sas, Barcelona, Ediciones de la Tempestad.
------ (1997b), «Sissy-boy. Les bébés de la communauté». Vacarme, 3, ju­
nio-julio, pp. 48-49.
------ y Vila, Fefa (1997), «Spain; passion for life. Una historia del movi­
miento de lesbianas y gays en el Estado español», en Buxán, Xosé
(comp.) (1997), ConCiencia de un singular deseo. Estudios leshianos y
gays en el Estado español, Barcelona, Laertes.
Lombroso, Cesare (1968), Crime. Its causes and remedies, Montclair
(New Jersey), Patterson Smith. Primera edición: (1876), L'Uomo de­
linquente.
Lorde, Audre (1993), Zami, Sister Outsider, Undersong, Nueva York,
Quality Paperback Book Club. Ediciones originales; Zami. A. new
spelling of my name (1982); Sister outsider (1984); Undersong (1992).
Lorulot, André (1932a), «Perversiones y desviaciones del instinto se­
xual. Las perversiones, sus causas y sus formas», Iniciales, 1, enero.
Artículo reproducido en Cleminson, Richard (comp.) (1995), Anar­
quismo y homosexualidad, Madrid, Huerga y Fierro.
------ (1932b), «Perversiones y desviaciones del instinto genital. ¿Es ne­
cesario reprimir la pederastia?», Iniciales, 9, septiembre. Artículo
reproducido en Cleminson, Richard (comp.) (1995), Anarquismo y
homosexualidad, Madrid, Huerga y Fierro.
------ (1932c), «Perversiones y desviaciones del instinto genital. La in­
versión en la mujer». Iniciales, 9, septiembre. Artículo reproducido
en Cleminson, Richard (comp.) (1995), Anarquismo y homosexuali­
dad, Madrid, Huerga y Fierro.
MacKinnon, Catherine A. (1992), «Does sexuality have a history?», en
Stanton, Domna C. (comp.) (1992), Discourses of sexuality. From Aris­
totle to AIDS, Ann Arbor (Michigan), The University of Michigan Press.
MacRae, Edward (1992), «Homosexual identities in transitional Brazilian
politics», en Escobar, Arturo y Alvarez, Sonia E. (comps.) (1992),
Bibliografia 399

The making of social movements in Latin America, Boulder (Colora­


do), Westiew Press.
Maingueneau, Dominique (1984), Genèses du discours, Bruselas, Pierre
Mardaga.
Malinowski, Bronislaw (1987), The sexual life of savages, Boston (Mas­
sachusetts), Beacon Press. Primera edición: (1929).
Mangeot, Philippe (1991), «Pour renouer avec Vidée de la communauté
homosexuelle», Cahier de Résistances, 3, octubre-diciembre, pp. 54-60.
------ (1992), «Ton corps est un champ de bataille». Cahier de Résistan­
ces, 6, julio-septiembre, pp. 21-26.
------ (1995), «El sida y sus ficciones», en Llamas, Ricardo (comp.)
(1995b), Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de una
pandemia, Madrid, Siglo XXI.
Mapelli, Borja y Grosso, Manuel (1978), «La cuestión homosexual: el
problema legal», El Viejo Topo: Homosexualidad (número espe­
cial).
Marañen, Gregorio (1926), «La educación sexual y la diferencia se­
xual», Generación Consciente, 32, abril. Artículo reproducido en
Cleminson, Richard (comp.) (1995), Anarquismo y homosexualidad,
Madrid, Huerga y Fierro.
Marcus, Eric (comp.) (1992), Making history. The strugge for gay and les­
bian equal rights 1945-1990, Nueva York, Harper Collins.
Marmor, Judd (comp.) (1980a), Homosexual behavior, Nueva York, Ba­
sic Books.
------ (1980b), «Homosexuality and the issue of mental illness», en Mar­
mor, Judd (comp.) (1980a), Homosexual behavior, Nueva York, Ba­
sic Books.
Marques, Josep-Vicent (1991), Curso elemental para varones sensibles y
machistas recuperables, Madrid, Temas de Hoy.
Marshall, Stuart (1990), «Picturing deviancy», en Boffin, Tessa y Gupta,
Sunil (comps.) (1990), Ecstatic antibodies. Resisting the AIDS myt­
hology, Londres, River Oram Press.
------ (1991), «The contemporary political use of gay history. The Third
Reich», en Bad Object Choices (comp.) (1991), How do I look? Que­
er film and video, Seattle (Washington), Bay Press.
Martel, Frédéric (1996), Le rose et le noir. Les homosexuels en France de­
puis 1968, Paris, Le Seuil.
Martin, Biddy (1993), «Lesbian identity and autobiographical differen-
ce[s]», en Abelove, Henry; Barale, Michele Aina y Halperin, David
(comps.) (1993), The lesbian and gay studies reader, Nueva York,
Routledge.
Masters, R. E. L. (1964), Forbidden sexual behavior and morality. An ob­
jective re-examination of perverse sex practices in different cultures,
Nueva York, The Julian Press.
400 Bibliografía

Masters, William W. y Johnson, Virginia E. (1979), Homosexuality in


perspective, Boston (Massachusetts), Little Brown.
------ y------- (1994), Heterosexuality, Nueva York, Harper ! Collins.
Mayne, Judith (1991), «Lesbian looks. Dorothy Arzner and female
autorship», en Bad Object Choices (comp.) (1991), How do I look?
Queer film and video, Seattle (Washington), Bay Press.
McIntosh, Mary (1968), «The homosexual role», Social Problems, 16,2,
pp. 182-92.
Medusa (1995), «La discursiva invención del lesbianismo», Hon Grata,
111, junio, pp. 10-13.
Meijer, I. y Duyvendak, J. W. (1988), «A la frontière: le lesbien et l’ho­
mosexuel considérés en tant que conflits frontaliers autours du sexe
et de la sexualité, du politique et du personnel», en Mendès-Leite,
Rommel (comp.) (1988a), Entre hommes, entre femmes. SociétésYÌ,
Paris, Masson, pp. 26-30.
Melton, J. Gordon (1991), Phe churches speak on homosexuality, Detroit
(Michigan), Gale Research Inc.
Melucci, Alberto (1989), Nomads of the present, Londres, Radius.
Mendès-Leite, Rommel (comp.) (1994), Sodomites, invertis, homose­
xuels. Perspectives historiques, Lille, Cahiers Gai Kitsch Camp.
------ (comp.) (1995), Hn sujet inclassable? Approches sociologiques, lit­
téraires et juridiques des homosexualités, Lille, Cahiers Gai Kitsch
Camp.
Mercer, Kobena (1993), «Looking for trouble», en Abelove, Henry; Ba­
rale, Michele Aina y Halperin, David (comps.) (1993), The lesbian
and gay studies reader, Nueva York, Routledge.
Meyer, Richard (1991), «Rock Hudson’s body», en Fuss, Diana (comp.)
(1991), Inside / Out. Lesbian theories, gay theories, Nueva York y
Londres, Routledge.
Mieli, Mario (1979), Elementos de crítica homosexual, Barcelona, Ana­
grama. Primera edición: (1977), Elementi di critica omosessuale, Tu­
rin, Giulio Einaudi.
Miller, Neil (comp.) (1995), Out of the past. Gay and lesbian history
from 1869 to the present, Londres, Vintage.
Mira Nouselles, Alberto (1994), ¿Alguien se atreve a decir su nombre?
Enunciación homosexual y la estructura del armario en el texto dra­
mático, Valencia, Universität de Valéncia.
Mirabet i Mullol, Antoni (1985), Homosexualidad hoy, Barcelona,
Herder.
Mirken, Bruce (1994), «Setting them straight», 10 Percent, 2, 8, junio,
pp. 54-84.
Montaigne, Pierre (1974), «La responsabilité morale dans les dévia­
tions», en Gaudefroy, M. (comp.) (1974), Etudes de sexologie, Paris,
Bloud & Gay.
Bibliografia 401

Montrose, Louis (1992), «The work of gender and sexuality in the Eli­
zabethan discourse of discovery», en Stanton, Domna C. (comp.)
(1992), Discourses of sexuality. From Aristotle to AIDS, Ann Arbor
(Michigan), The University of Michigan Press.
Murphy, John (1992), «Queer books», en Jay, Karla y Young, Allen
(comps.) (1992), Out of the closets. Voices of gay liberation, Lon­
dres, Gay Men’s Press.
Norcini, Joyce (1989), «NGRA discredits ‘Homosexual panic’ defen­
se», fiew York Native, 322, junio.
Nunokawa, Jeff (1991), «All the sad young men’: AIDS and the work of
mourning», en Fuss, Diana (comp.) (1991), Inside / Out, Lesbian
theories, gay theories, Nueva York y Londres, Routledge.
Olano, Antonio D. (1974), Carta abierta a un muchacho 'diferente , Ma­
drid, Ediciones 99.
Oliveras, José P. (1963), Guta médica sexual, Barcelona, de Gasso.
Oosterhuis, Harry (1994), «Homosexualité, homosocialite et national-so-
cialisme», en Mendès-Leite, Rommel (comp.) (1994a), Sodomites,
invertis, homosexuels. Perspectives histonques, Lille, Cahiers Gai
Kitsch Camp.
------ (1997), «Richard von Krafift-Ebing’s ‘step-children of nature’. Psy­
chiatry and the making of homosexual identity», en Rosario, Vernon
A. (comp.) (1997a), Science and homosexualities, Nueva York y Lon­
dres, Routledge.
Ortega, Sergio (comp.) (1985), De la santidad a la perversión. O de por
qué no se cumplía la ley de Dios en la sociedad novohispana, México,
Grijalbo.
Padgug, Robert (1992), «Sexual matters: On conceptualizing sexuality in
history», en Stein, Edward (comp.) (1992), Forms of desire. Sexual
orientation and the sodai constructionist controversy, Nueva York,
Routledge.
Parkington, William S. (1963), Los hermafroditas. Completo estudio de un
problema social y humano, Barcelona, Ediciones G.P.
Patton, Cindy (1993), «Tremble, Hetero swine!», en Warner, Michael
(comp.) (1993), Fear of a queer planet. Queer politics and social theory,
Minneapolis, University of Minnesota Press.
Pérez Cánovas, Nicolas (1996), Homosexualidad, homosexuales y uniones
homosexuales en el Derecho español. Granada, Gomares.
Perry, Mary Elisabeth (1989), «The ‘nefarious sin’ in early modem Sevi­
lle», Journal of Homosexuality, 16,1/2, pp. 67-89.
Platon (1983), El Banquete, Fedón, Fedro (traducción de Luis Gil), Bar­
celona, Orbis.
Pollak, Michael (1982), «L’homosexualité masculine, ou le bonheur
dans le ghetto?», en Ariés, Philippe y Béjin, André (comps.) (1982),
Sexualités occidentales, París, Le Seuil.
402 Bibliografía

------ (1988), Les homosexuels et le sida. Sociologie d'une épidémie, París,


A. M. Métaillé.
Proctor, Robert (1988), Racial hygiene. Medicine under the nazis, Cam­
bridge (Massachusetts), Harvard University Press.
Radicalesbians (1992), «The woman-identified woman», en Jay, Karla y
Young, Allen (comps.) (1992), Out of the closets. Voices of gay libe­
ration, Londres, Gay Men’s Press. Primera edición: (1970).
Reich, Wilhelm (1974), La lucha sexual de los jóvenes, México, Roca.
Primera edición: (1932).
------ (1978), La revolución sexual, Valencia, Ruedo Ibérico.
Remafedi, Gary (comp.) (1994), Death by denial. Studies ofsuicide in gay
and lesbian teenagers, Boston (Massachusetts), Alyson Publications.
Rich, Adrienne (1993), «Compulsory heterosexuality and lesbian exis­
tence», en Abelove, Henry; Barale, Michele Aina y Halperin, David
(comps.) (1993), The lesbian and gay studies reader, Nueva York,
Routledge. Primera edición: (1980), Signals: Journal of Women in
Culture and Society, 5, pp. 631-60.
Rieff, Philipp (1985), «La cultura imposible. Wilde, profeta moderno»,
en Steiner, George y Boyers, Robert (comps.) (1985), Homosexuali­
dad: literatura y política, Madrid, Alianza.
Riess, Bernard F. (1980), «Psychological tests in homosexuality», en
Marmor, Judd (comp.) (1980a), Homosexual behavior, Nugva York,
Basic Books.
Robinson, Paul (1977), La modernización del sexo, Madrid, Villalar. Pri­
mera edición: (1976), The modernization of sex.
Roditi, Edouard (1975), La inversión sexual (sin lugar de edición), Pica­
zo. Primera edición: (1962), Uinversion sexuelle, Paris, Sedimo.
Rodríguez, Josep A. (1985), «Homosexualidad: una enfermedad sin
nombre». Sistema, 64, pp. 83-101.
Rodríguez, Pepe (1995), La vida sexual del clero, Barcelona, Ediciones B.
Rofes, Eric E. (1983), 7 thought people like that killed themselves'. Les­
bians, gay men and suicide, San Francisco (California), Grey Fox
Press.
Rosario, Vernon A. (comp.) (1997a), Science and homosexualities, Nueva
York y Londres, Routledge.
------ (1997b), «Homosexual bio-histories. Genetic nostalgias and the
quest for paternity», en Rosario, Vernon A. (comp.) (1997a), Science
and homosexualities, Nueva York y Londres, Routledge.
------ (1997c), «Inversion’s histories ! History’s inversions. Novelizing fin-
de-siècle homosexuality», en Rosario, Vernon A. (comp.) (1997a),
Science and homosexualities, Nueva York y Londres, Routledge.
Rubin, Gayle S. (1993), «Thinking sex: Notes for a radical theory of
the politics of sexuality», en Abelove, Henry; Barale, Michele Aina y
Halperin, David (comps.) (1993), The lesbian and gay studies reader.
Bibliografía 405

Nueva York, Routledge. Traducción española; (1993), «Reflexio­


nando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad»,
en Vanee, Carol S. (comp.) (1989), Placer y peligro. Explorando la se­
xualidad femenina, Madrid, Talasa.
Rubin, Isadore (comp.) (1966), El tercer sexo, Nueva York, Manuales
Científicos, pp. 122-26,
Ruiz Rico, Juan J. (1991), El sexo de sus señorías, Madrid, Temas de
Hoy.
Ruse, Michael (1989), La homosexualidad, Madrid, Cátedra.
Russo, Vito (1987), The celluloid closet. Homosexuality in the movies,
Nueva York, Harper & Row.
Saalfield, Catherine y Navarro, Ray (1991), «Acting Up: AIDS, allegory,
activism», en Fuss, Diana (comp.) (1991), Inside / Out. Lesbian the­
ories, gay theories, Nueva York y Londres, Routledge.
Sagaseta, Salvador (1978), La angustia sexual en las prisiones (Prólogo de
Juan María Bandrés), Madrid, Ediciones de la Torre.
Saghir, Marcel T. y Robins, Eli (1978), Hombres y mujeres homosexuales,
Barcelona, Fontanella. Primera edición: (1973), Male & female ho­
mosexuality, Baltimore (Maryland), The Williams & Wilkins Com­
pany.
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (1976), «Persona Hu­
mana», en W.AA. (1976), Algunas cuestiones de ética sexual, Ma­
drid, Biblioteca de Autores Cristianos.
Sahuquillo, Ángel (1988), El sida, los medios de comunicación y Suecia.
Una deconstrucción del miedo, el suicidio y la muerte como fenómenos
provocados, Járfálla (Suecia), Noaks Ark - Roda Korset.
------ (1991), Federico García Lorca y la cultura de la homosexualidad
masculina, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil Albert.
Salzman, Leon (1980), «Latent homosexuality», en Marmor, Judd
(comp.) (1980a), Homosexual behavior, Nueva York, Basic Books.
Savater, Fernando (comp.) (1988), Filosofía y sexualidad, Barcelona,
Anagrama.
Schlick, Jean y Zimmermann, Marie (comps.) (1985), L’homosexuel(le),
dans les sociétés civiles et réligieuses, Estrasburgo, Cerdic Publica­
tions.
Schulman, Sarah (1991), People in trouble, Nueva York, Plume. Tra­
ducción española: (1993), Gente en apuros, Madrid, Alfaguara.
------ (1994), My American History. Lesbian and gay life during the Rea­
gan / Bush years, Nueva York, Routledge.
Sedgwick, Eve Kosofsky (1993), «How to bring your kids up gay», en
Warner, Michael (comp.) (1993), Fear of a queer planet. Queer poli­
tics and social theory, Minneapolis, University of Minnesota Press.
------ (1994a), Epistemology of the closet, Londres, Penguin. Primera
edición: (1990), University of California.
404 Bibliografía

------ (1994b), Tendencies, Londres, Routledge. Primera edición: (1993),


Duke University Press.
Senosiain, Serafín (1981), El cuerpo tenebroso. Valencia, Pre-Textos.
Shilts, Randy (1993), Conduct unbecoming. Gays and lesbians in the U.S.
military, Nueva York, Fawcett Columbine.
------ (1994), En el filo de la duda, Barcelona, Ediciones B. Primera edi­
ción: (1987), And the band played on: Politics, People and the AIDS
Epidemic, Nueva York, St. Martin’s Press.
Silverstein, Mike (1992), «An open letter to Tennessee Williams», en Jay,
Karla y Young, Allen (comps.) (1992), Out of the closets. Voices of
gay liberation, Londres, Gay Men’s Press.
Simpson, Mark (comp.) (1996), Anti-Gay, Londres, Freedom Editions.
Smith, Paul Julian (1992), Laws of desire. Questions of homosexuality in
Spanish writing and film 1960-1990, Nueva York, Oxford University
Press. Traducción española: (1998), Las leyes del deseo, Barcelona,
Ediciones de la Tempestad.
Stanton, Domna C. (comp.) (1992), Discourses of sexuality. From Aris­
totle to AIDS, Ann Arbor (Michigan), The University of Michigan
Press.
Steakley, James D. (1989), «Iconography of a scandal; Political cartoons
and the Eulenburg Affair in Wilhemin Germany», en Duberman,
Martin; Vicinus, Martha y Chauncey Jr., George (comps.) (1989),
Hidden form history, declaiming the gay and lesbian pizr/fLondres,
Penguin.
------ (1997), «Per scientiam ad justitiam. Magnus Hirschfeld and the
sexual politics of innate homosexuality», en Rosario, Vernon A.
(comp.) (1997a), Sáence and homosexualities, Nueva York y Londres,
Routledge.
Stein, Edward (comp.) (1992), Forms of desire. Sexual orientation and the
social constructionist controversy, Nueva York, Routledge.
Steiner, George y Boyers, Robert (comps.) (1985), Homosexualidad, li­
teratura y política, Madrid, Alianza.
Temprano, Emilio (1994), El árbol de las pasiones. Deseo, pecado y vidas
repetidas, Barcelona, Ariel.
Terry, Jennifer (1995), «Anxious slippages between *us ’ and ‘them’.
Á brief history of the scientific research for homosexual bodies», en
Terry, Jennifer y Uria, Jacqueline (comps.) (1995), Deviant bodies.
Critical perspectives on difference in science and popular culture,
Bloomington e Indianapolis, Indiana University Press.
------ y Urla, Jacqueline (comps.) (1995), Deviant bodies. Critical pers­
pectives on difference in science and popular culture, Bloomington e
Indianápolis, Indiana University Press.
Thielicke, Helmut (1969), «La ética de la teología evangélica y el pro­
blema de la homosexualidad y su relevancia juridícopenal», en Gim-
Bibliografía 405

bernât, Enrique (comp.) (1969), Sexualidad y crimen, Madrid, Insti­


tuto Editorial Reus.
Touraine, Alain (1984), Le retour de Facteur^ Paris, Fayard.
Tripp, C. A. (1978), La cuestión homosexual, Madrid, EDAF. Primera
edición: (1975), The homosexual matrix,
Turner, Bryan S. (1989), The body and society, Oxford y Nueva York,
Basil Blackwell. Primera edición: (1984).
Vallejo-Nágera, Juan Antonio (1978), Mishima o el placer de morir, Bar­
celona, Planeta.
Van Alphen, Ernst (1995), «The gender of homosexuality», Thamyris, 2,
1, primavera de 1995, pp. 3-10.
Van Der Meersch, Maxence (1975), La mascara de carne, Barcelona,
Plaza y Janés. Primera edición: (1936), Masque de chair.
Van Gemert, Lia (1995), «Hiding behind words? Lesbianism in 17th-
Century Dutch poetry», Thamyris, 2,1, primavera, pp. 11-44.
Vance, Carol S. (comp.) (1989), Placer y peligro. Explorando la sexualidad
femenina, Madrid, Talasa.
------ (1994), «The war on culture», en Gott, Ted (comp.) (1994a), Dont
leave me this way. Art in the age of AIDS, Canberra, National Gallery
of Australia.
Varela, Julia (1988), «De las reglas de urbanidad a la ritualizacion y do­
mesticación de las pulsiones», en Savater, Femando (comp.) (1988),
Filosofía y sexualidad, Barcelona, Anagrama.
W.AA. (1971), Los homosexuales, Buenos Aires, Minerva.
W.AA. (1976), Algunas cuestiones de ética sexual, Madrid, Biblioteca de
Autores Cristianos.
Vidarte, Paco (1995), «De maricas y vampiros. Sobre la visibilidad en los
medios de comunicación y los pactos con las instituciones», De Un
Plumazo, 4, pp. 4-6.
------ (1998), «Quetzal, especie protegida» (pendiente de publicación).
Vignai, Daniel (1995), «L’homophilie dans le román négro-africain d’ex­
pression anglaise et française», en Mendès-Leite, Rommel (comp.)
U995), Un sujet inclassable? Approches sociologiques, littéraires et
juridiques des homosexualités, Lille, Cahiers Gai Kitsch Camp.
Viladrich, Jordi (1977), Anotadones al diario de un homosexual comu­
nista, Madrid, Mirasierra.
Voltaire (1971), «El amor socrático», en W.AA. (1971), Los homose­
xuales, Buenos Aires, Minerva. Primera edición del Diccionario filo­
sófico’. (1764).
Warner, Michael (comp.) (1993), Fear of a queer planet. Queer politics
and sodai theory, Minneapolis, University of Minnesota Press.
Wassermann, Ludwig (1976), Las fronteras de la homosexualidad, Bar­
celona, Vilmar.
Watney, Simon (1994a), «Art from the pit: Some reflections on monu­
406 Bibliografia

ments, memory and AIDS», en Gott, Ted (comp.) (1994), Don't lea­
ve me this way. Art in the age ofAIDS, Canberra, National Gallery of
Australia.
------ (1994b), Practices of freedom. Selected writings on HIV / AIDS,
Durham, Duke University Press.
------ (1995), «E1 espectáculo del sida», en Llamas, Ricardo (comp.)
(1995b), Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de una
pandemia, Madrid, Siglo XXL
Waugh, Thomas (1996), «Cockteaser», en Doyle, Jennifer; Flatley, Jo­
nathan y Esteban Muñoz, José (comps.) (1996), Pop Out Queer War­
hol, Durham y Londres, Duke University Press.
Weeks, Jeffrey (1981), Sex, politics and society. The regulation of sexuality
since 1800, Burnt Mill (Essex), Longman.
------ (1985), Sexuality and its discontents. Meanings, myths and modern
sexualities, Londres y Nueva York, Routledge. Traducción española:
(1992), El malestar de la sexualidad, Madrid, Talasa.
------ (1989), «Inverts, perverts and Mary-Armes: Male prostitution and
the regulation of homosexuality in England in the XiXth and xxth
Centuries», en Duberman, Martin; Vicinus, Martha y Chauncey Jr.,
George (comps.) (1989), Hidden form history. Reclaiming the gay
and lesbian past, Londres, Penguin.
------ (1990), Coming out. Homosexual politics in Britain from the Nine­
teenth Century to the present, Londres, Quartet Books.
------ (1995), «Valores en una era de incertidumbre», en Llamas, Ricardo
(comp.) (1995b), Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón
de una pandemia, Madrid, Siglo XXL
Weinberg, George (1991), Society and the healthy homosexual, Boston
(Massachusetts), Alyson Publications. Primera edición: (1972).
Weinrich, James (1992), «Reality or social construction?», en Stein, Ed­
ward (comp.) (1992), Porms of desire. Sexual orientation and the social
constructionist controversy, Nueva York, Routledge.
Williams, Colin J. y Weinberg, Martin S. (1971), Homosexuals and the
military. A study of less than honorable discharge, Nueva York, Har­
per & Row.
Wittig, Monique (1993), «One is not born a woman», en Abelove,
Henry; Barale, Michele Aina y Halperin, David (comps.) (1993),
The lesbian and gay studies reader, Nueva York, Routledge.
Wojnarowicz, David (1991), Close to the knives. A memoir of desinte-
gration, Nueva York, Vintage.
Woodward, L. T. (1966), «Pánico homosexual», en Rubin, Isadore
(comp.) (1966), El tercer sexo, Nueva York, Manuales Científicos, pp.
122-26.
Wotherspoon, Gary (1994), «Les interventions de l’Etat contre les ho-
mosexuels en Australie durant la guerre froide», en Mendés-Leite,
bibliografía 407

Rommel (comp.) (1994a), Sodomites, invertís, homosexuels. Perspec­


tives historiques, Lille, Cahiers Gai Kitsch Camp.
Wyden, Peter y Wyden, Barbara (1968), Growing up straight. What
every thoughtful parent should know about homosexuality, Nueva
York, Stein and Day.
Yingling, Thomas (1991), «AIDS in America: Postmodern governance,
identity and experience», en Fuss, Diana (comp.) (1991), Inside / Out.
Lesbian theories, gay theories, Nueva York y Londres, Routledge.
Young, Allen (1992), «The Cuban revolution and gay liberation», en Jay,
Karla y Young, Allen (comps.) (1992), Out of the closets. Voices of
gay liberation, Londres, Gay Men’s Press.
Zhang, Shang-Ding y Odenwald, Ward F. (1995), «Misexpression of
white (w) gene triggers male-male courtship in Drosophila», Procee­
dings of the National Academy of Science U.S.A., 92, pp. 5525-5529.
Zúniga, José (1994), Soldier of the year. The story of a gay American pa­
triot, Nueva York, Pocket Books.
ÍNDICE ONOMÁSTICO

Ackermann Heinrich, 238,240 Bach-Ignasse, Gérard, 305, 360,


Act Up, 76, 93, 139, 160, 164, 363
166,215,373,374 Baker, Roy Ward, 153
Adam, Barry, 142 Bandrés, Juan María, 113
Afrodita, 353 Barale, Michele, 18, 39, 62, 64,
Air Canada, 167 86,109, 137,180, 327,367
Alarico II, 233 Barceló, Ricardo Javier, 102
Alcalde, Jesús, 102, 140-141 Barnes, Djuna, 81
Alcohólicos Anónimos, 262 Barthes, Roland, 134
Aldrich, Robert, 134 Baudry, André, 360,363
Alfonso X El Sabio, 234 Bayle, 249
Aliaga, Juan Vicente, 134 Bazzi, Giovanni Antonio, 294
Alter, Robert, 295 Beaton, Cecil, 73
American Family Association, Bebel, August, 310
72 Beccaria, 249
American Library Association, Béjin, André, 159, 314
77 Belbeuf, marquesa de, 80
American Psychological Associa­ Bell, Alan, 27
tion, 335,337 Benjamin, Harry, 254
Amnistía Internacional / Am­ Benkert, Karl Maria, 308
nesty International, 3, 141 Bentham, Jeremy, 249
Amor, David, 371 Bergé, Pierre, 82
Anabitarte, Héctor, 140 Bergler, Edmund, 150
Andersen, Hans Christian, 290 Bergman, David, 88, 142,161
Apollinaire, 56 Bernstein, Eduard, 310
Araki, Gregg, 374 Berry, Jason, 119
Aranda, Vicente, 153 Bersani, Leo, 64, 76, 94, 142,
Arenas, Reinaldo, 67 169, 184, 230-231,285,381
Arendt, Hannah, 165,169 Bérubé, Allan, 178,296
Ares, 353 Bieber, Irving, 337-338
Arzner, Dorothy, 75 Binnie,Jon, 131
Asociación Médica Mundial, 317 Bismark, Canciller, 241
Auden, Wystan, 150 Blackwood, Evelyn, 23, 324
410 índice onomástico

Blair, Tony, 109 Catalina de Rusia, 250


Blazquez, Feliciano, 259 Cellini, 235
Bleys, Rudi C., 3,55,60,114-115, Chardans, Jean-Louis, 43-44, 52
118,249,282,284,299,323 Chauncey, George, 101, 105,
Bonheur, Rosa, 79 112, 178, 291,293,299,329
Bonnet, Marie-Jo, 68 Chindasvinto, 233
Boswell, John, 22, 24, 72, 117, Clinton, BiU, 154
187, 221-223, 225, 227, 229, COC, 360,362
245, 248, 306-307, 354, 365, Cocteau, Jean, 82, 363
369 COFLHEE, 248, 376
Botticelli, Sandro, 354 Colectivo Lambda Alicante, 83
Bourdieu, Pierre, 57,202 Colette, 79-80
Braidotti, Rosi, 379 Comité Científico y Humanita­
Brantôme, 55-56,59, 100,180 rio, 105-106,310,356
British Medical Association, 317 Comunidad de los Especiales, 318
British Museum, 72 Concilio de Letrán, 233
Brooks, Richard, 74 Concilio Vaticano II, 260
Brown, Judith, 61,224 Constantino, 223
Brown, Peter, 225-227,234,236 Cooper, Emmanuel, 84,295,354
Buchanan, Patrick, 49,72 Copérnico, 229
Burton, Sir Richard Francis, 100, Corbin, Alain, 281
134 Corte Suprema, 69
Busi, Aldo, 134 Cortes, José Miguel G., 134
Butler, Judith, 8,13-15,29-30,34, Courouve, Claude, 102,118,133,
36,39, 63,124,151,166,168 294,374
Buxan, Xose, 194 Cresson, Edith, 98, 102
Crisostomo, Juan, 224
Cromton, Louis, 224
Cadmus, Paul, 84 Crowley, Mart, 88,156
Campmany, Jaime, 186 Cukierman, Mario, 341-342
Cant, Bob, 159 Cukor, George, 73
Capone, Doménico, 256 Curro Jiménez, 102
Caravaggio, 235 Cusin, Michel, 204
Cardenal Groer, 119
Cardin, Alberto, 103, 116, 133,
135 da Vinci, Leonardo, 234,354
Carlavilla del Barrio, 113 Daldiano, Artemidoro, 187
Carlston, Erin, 320 Danet, Jean, 236
Carpenter, Edward, 72,133, 135, Dante, 181
309,355 Darwin, Charles, 8
Carrasco, Rafael, 49, 54, 58, 98, Davidson, Arnold, 282
143,219,232 Davis, Bette, 170
Carrero Ramos, Justo, 248 de Almeida, Abraao, 220, 260,
Castellolí, Luis, 97 262,316
índice onomástico 411

de Calcuta, Teresa, 258 Einstein, Albert, 91


de Cambacérès, Jean Jacques, Eisenhower, 107
245 Elias, Ángel, 247
De Fluvià, Armand, 330-331 Ellis, Havelock, 91,298,309,334
De Gaulle, 245-246,256 Engels, Friedrich, 8,12,110
de Laclos, Choderlos, 8 Enrique IV, 100,234-235
délas Casas, Bartolomé, 114, 118 Enrique VIII, 242
de Lauretis, Teresa, 12, 62, 81- Epstein, Steven, 16,22,28
82,304^ Ernst, J., 104,262,292
de Luna, Alvaro, 234 Escolano, G., 98
de Médicis, Maria, 100 Eulenburg, Philip von, 101,105,
de Miguel, Amando, 186 110,310
de Peyrefitte, Roger, 86, 363
de Sigüenza y Góngora, Carlos, 99
de Vito, Joseph, 88-89, 165 Fassbinder, Rainer Werner, 73
de Weindel, Henri, 101 Fausto-Sterling, Anne, 14
Decadi, José, 373 FBI, 108
del Bollo, Liliana, 378 Federico II, 241
Delph, Edward William, 136 Felipe IV, 235
D’Emilio, John, 107, 318 Ferenczi, Sándor, 357
Demme, Jonathan, 145 Fernández, Dominique, 241,
Denk, Barry, 196 282,293
Descartes, René, 228 FHAR, 345,374
Diagnostical and Statistical Ma­ FIFA, 175
nual, DSM, 340 Fischer, F. P., 101
Díaz del Castillo, Bernal, 114 Fletcher, John, 83
Diderot, 118, 249 FLN, 132, 140
Dinkins, David, 140 Forster, E. M., 83, 134,172,363
Dionisio, 356 Foucault, Michel, 1, 2, 5, 9-10,
DoUimore, Jonathan, 273 12, 32, 39, 64, 151, 160, 168,
Domingo, Victoriano, 331 184, 201-202, 205, 213, 227,
Dorian Gray, 147, 285 263-264, 270, 274, 276, 279-
Dougas, Gaétan, 167 280,291,306,368
Drácula, 152 Fourier, 8
Duggan, Lisa, 65, 84, 141, 231, Franciscanos, 118
244,252 Franco, Feo., 256
Durkheim, Émile, 8, 157 Freud, Sigmund, 12, 58, 152,
Duyvendak, J. W., 374 182, 278, 299-300, 308, 313,
Dworkin, Aiidrea, 64,179, 230 323,357
Dynes, Wayne, 39, 47, 369, 374 Friedkin, William, 88
Frye, Marylin, 179
Fuckar, Fefa, 378-379
Edelman, Lee, 108-109,297,381 Fundación Rockefeller, 333-334
Edipo, 12,313 FUORI!, 153
412 índice onomástico

Ganimedes, 133,241,350 Hadleigh, Bo2e, 73


García Duttmann, Alexander, Haeberle, Erwing, 105,107
265-266 Hall, Radclyffe, 85-86,116-117
Garcia Hortelano, Juan, 83 Halperin, David, 2,5, 18, 22-24,
Garcia Lorca, Federico, 66, 81, 83 32, 39, 62, 64, 72, 109, 137,
García Valdes, Alberto, 176, 281, 180, 184, 304, 327, 348, 367,
283,287,324 376,380
Gay Games, 176 Hammersmith, Sue, 27
Gay Liberation Front, 366-367, Hanson, Ellis, 152
370 Harvey, John F., 261-262
Gay Men's Health Crisis, 93 Hekma, Gert, 273
Geist, Ken, 75 Hénaff, Marcel, 16,207
Genet, Jean, 86, 132, 134-135, Henry, George W., 18,287
140 Hepburn, Katherine, 75
Gerassi, John, 332 Herrero Brasas, Juan A., 159,
Gibson, Paul, 159 177,221,256
Gide, André, 82, 133-134 Hesse, Hermann, 310
Gil Albert, Juan, 66, 77, 83 Hewitt, Patricia, 109
Gil de Biedma, Jaime, 83, 134 HiUyer, Dambert, 153
Giraud, Robert, 52, 59 Himler, 106
Gittings, Barbara, 77,337 Hirschfeld, Magnus, 15-16, 105,
Giuliano, Rudy, 141 157,165,311-312,346, 355
Goering, 106 Hitler, Adolf, 105, 165-166,241
Goffman, Erving, 326 Hocquenghem, Guy, 148, 164,
Gogol, Nicolai, 157 307,353
Goytisolo, Juan, 134 Hooker, Evelyn, 325, 332, 334-
Goldman, William, 75 335,364
Gorki, Máximo, 103 Hoover, John Edgar, 108
Gott, Ted, 49,155 Hudson, Rock, 73, 151,290
Gran Fury, 374 Humphreys, Land, 197
Greenberg, David, 178-179,324, Hunter, Nan, 65,231,244,252
327
Gregorio VII, 68
Griggers, Cathy, 378 ILGA, 351
Grosso, Manuel, 147,245,251 Informe Kinsey, 72,123,334
Grupo de Bloomsbury, 45 Inicio, Valentín, 259
Gruzinski, Serge, 54, 99 Inquisición, 49, 235, 238
Guasch, Óscar, 12, 327, 333, Instituto de Criminología de Ma­
366-367 drid, 176
Guerin, Daniel, 136 Irigaray, Luce, 62, 179
Guerrilla Girls, 374 irish Lesbian and Gay Associa­
Guibert, Herve, 162 tion, 140
Guillermo II, 101 Isabel la Católica, 234
Gury, Christian, 196 Isaías, 219
índice onomástico 413

Jackson, Earl, 179 Laforgerie, Jean François, 98


Johnson, Virginia, 27,338-339 Lamo de Espinosa, Emilio, 51,
José II de Austria, 250 264,311
Jospin, Lionel, 102 Lang, Theo, 122
Joyce, James, 82 Larraz, Joseph, 153
Juan II de Castilla, 234 Lauritsen, John, 103,355
Juan Pablo II, 119, 261 le Chantre, Pierre, 219
Juan XXIII, 260 Le Fanu, 153
Julio III, 235 Le Forest, Potter, 283
Legion o/Decency^ 74
Legión Tebana, 133,176
Kalin, Tom, 169
León X, 235
Kardiner, 325
Leonardo, 235, 354
Karl, Mauricio, 113
Leroy-Forgeot, Flora, 94
Katz, Jonathan, 99, 108, 114,
Les Gouines Rouges^ 374
218.291.320
Lesbian AIDS Project, 163
Kautsky, Karl, 310
Lesbian Avengers, 374, 381
Kaye, Danny, 290
Lewes, Kenneth, 209, 325,
Kayser, Pierre, 237
338
Kazan, Elia, 74
Lhomond, Brigitte, 334
Kennedy, Hubert, 288,356
Liberace, 151
Kerr, Deborah, 182
Liga Mundial para la Reforma
Kerr, John, 182
Sexual, 307,312
Kimmel, Michael, 65
Lima, Lezama, 67
Kinnock, Neil, 109
Llamas, Ricardo, 13, 67, 69, 76,
Kinsey, Alfred Charles, 124, 332-
162,194,247,293
335,364
Lloyd, David, 142
Kirkwood, James, 75
Lombroso, Cesare, 8,276,300
Koch, Ed, 141
López Ibor, 311-312, 330
Koltès, Bernard Marie, 190, 344-
Lorde, Audre, 344-345
345 Lorenzo, Ricardo, 140
Koning, Frederik, IX, 17, 318,
Lorulot, André, 43-44,267,282,
335
303
Krafft-Ebing, Richard von, 8, 69,
Lot, 221
122,275,294,297,299,347 Luis II de Baviera, 241
Kramer, Larry, 93, 97, 123, 161-
Lutero, Martín, 118
162, 165-166
Lynes, George Platt, 84
Kronemeyer, Robert, 45, 115,
121.267.321
Kushner, Tony, 381
MacKinnon, Catherine, 61-62,
64,230, 252
L.S.D., 371,378-379 MacRae, Edward, 374
La Radical Gai, 88, 191, 197, Madrazo, Julia, 247
365,371,375,377-381 Maingueneau, Dominique, 204
414 índice onomástico

Malinowsky, Bronislaw, 115 Mineo, Sal, 73


Malthus, 8 Mira, Alberto, 34, 80, 82, 89,
Mangeot, Philippe, 60, 127,148- 156,175,183
162,169,229 Mirabet i MuUol, Antoni, 111,
Mankiewicz, Joseph, 74-75 260, 291
Mann, Thomas, 310, 363 Mishima, Yukio, 150
Mannerbund, 178 Moll, Albert, 275,300
Mapelli, Borja, 245 Money, John, 14
Mapplethorpe, Robert, 49, 73, Montaigne, Pierre, 209
137 Montesquieu, 249
Marañón, Gregorio, 123, 277, Montrose, Louis, 60
300,310 Morel, Bénédict Auguste, 111
Marcus, Eric, 88 Moulin Rouge, 80
Maritain, Jacques, 149 Murphy, John, 75
Marmor, Judd, 325,339 Mussolini, Benito, 100
Marshall, Stuart, 267
Marqués, Josef Vicent, 65
Martel, Frédéric, 321, 360 Napoleón III, 80
Martin, Clyde E., 27, 93, 101, National Academy of Science, 120
124,177,180,333-334 National Endowement of the
Martinez Fariñas, Enrique, 113 Arts, 73
Masters, William, 27, 338-339 National Gallery ofAustralia, 49
Mattachine Society, 318,335, 362 National Gay Rights Advocates,
Máximo, 103, 186 191
Mayne, Judith, 75 National Institute of Mental He-
McCarthy, Joseph, 97, 107-108, alth, 335
151,362 Newell, Mike, 150
McDiarmid, David, 163 Newton, Huey P., 140
McIntosh, Mary, 22 Nijinsky, 290
Mead, Margaret, 51,324 Nunokawa, Jeff, 161
Medusa, 377
Meijer, L, 374
Melton, J. Gordon, 216 Olano, Antonio D., 186
Melucci, Alberto, 328 Oliveras, José P., 313
Melville, Hermann, 133 Olivier, Lawrence, 290
Mendès-Leite, Rommel, 115,248 ONU, 351
Mercer, Kobena, 137 Oosterhuis, Harry, 178,205,275
Mercury, Freddy, 151 Opus Lei, 120
Meyer, Richard, 151 Organización Mundial de la Sa­
Mieli, Mario, 62, 153-154, 171, lud, OMS, 342,359
175,313,350 Orton, Joe, 134
Miguel Ángel, 82, 134, 186, 235 Oswall, Richard, 149
Miller, Neil, 79, 82, 116,239 Outrage, 374, 381
Minelli, Vincente, 182 Ovesey, L., 300
índice onomástico 415

Pablo IV, 100 Robinson, Paul, 91


Pablo VI, 261 Rode Flikkers, 374
Padgug, Robert, 7 Roditi, Edouard, 51, 112, 121,
Parkington, WiUiam, 182 196,210,302-303,322
Patton, Cindy, 220 Rodríguez, Pepe, 173, 337
Pausanias, 353-354 Rofes, Eric E., 160
PCF, 111 Röhm, Ernst, 104
Pérez Cánovas, Nicolás, 247 Rosario, Vernon A., 14, 16, 120,
Perry, Mary Elisabeth, 53,224 205-206,284,288,320
Petain, 245,256 Rousseau, Jean Jacques, 125,249
Piñera, Virgilio, 67 Rubin, Gayle, 17-18, 192, 229,
Pío XII, 209 252,254
Platón, 220-221, 227, 233, 353- Rueling, Anna, 357-358
354,359 Ruiz Rico, Juan J., 331
Pollak, Michael, 158,266 Ruse, Michael, 287
Pomeroy, Wardell B., 124, 333- Russell, Ken, 93
334 Russo, Vito, 74, 88, 149-150,
Pragmática de Medina del Cam­ 165, 181,280,286
po, 232,234
Primo de Rivera, J. A., 246,
256 Sade, 12, 16,207, 277, 307
Proctor, Robert, 276 Safo, 68,133, 365
Proust, Marcel, 82,294-295 Sagaseta, Salvador, 113,126,176
Proyecto Contrasida Por Vida, Sagrada Congregación para la
55 Doctrina de la Fe, 260
Sahuquillo, Ángel, 66
Sala-Molins, Luis, 49,143,219
Queensberry, 195, 309 Salzman, Leon, 182
Queer Nation, 374,381 san Agustín, 49-50,219,223,275
san Jerónimo, 219
san Pablo, 222-224
Radicalesbians, 364, 367 san Patricio, 140
Ravel, Maurice, 290 santa Magdalena, 97
Reagan, Ronald, 170 santo Tomás de Aquino, 223,234
Recesvinto, 233 Sartre, Jean Paul, 60, 86
Reich, Wilhelm, 20, 104, 109, Savonarola, 118
313 Schlesinger, John, 149
Remafedi, Gary, 159-160 Schulman, Sarah, 76,78,90,143-
Reyes Católicos, 232, 234 144,374
Rich, Adrienne, 367, 377 Sedgwick, Eve Kosofsky, 19, 81,
Rieff, Philip, 309 179, 340, 352,376,381
Riess, Bernard F., 289 Selby, Hubert, 75
Rilke, Rainer Maria, 310 Senosiain, Serafin, 62, 224,356
Roback, Abraham, 94 Serrano, Andrés, 49, 72
416 índice onomastico

Shakespeare, William, 24 Truman, 107


Shilts, Randy, 167 Tully, Peter, 163
Silverstein, Mike, 87 Turner, Bryan, 25, 30, 224, 227,
Simpson, Mark, 581 260,269
Smith, Paul Julian, 113,276
Sneaze Ball, 163
Socarides, Charles, 337 Ulrichs, Karl H., 288, 299, 309,
Socrates, 133 346, 353,355-356
Sodoma, 54, 134,219, 221,226, Umbral, Francisco, 186
294 Urania, 353-354
Sor Benedetta, 61
Stalin, Josef, 96,104
Steakley, James, 16, 101, 347
Stenbok-Fermor, duque de, 157 Vadim, Roger, 153
Stoker, Bram, 152 Vallejo-Nagera, Juan Antonio,
Stonewall, 84
150
Stuart Mill, John, 249 Van Alphen, Ernst, 292
Surgeon General's Office, 189
Van Der Meersch, Maxence,
Symonds, 135 148-149,258-259,285
Van Gemert, Lia, 180
Van Sunthorst, Arent, 360
Tamassia, Arrigo, 291 Vance, Carol, 18,49, 65, 73, 231
Tardieu, Ambroise, 100, 281- Varela, Julia, 19
Venus Hotentote, 284
282,293
Taylor, Elisabeth, 74 Verlaine, Paul, 290
Tchaikovsky, Peter Ulich, 157 Vidal, Gore, 74-75
Vidarte, Paco, 153,253
Templarios, 117
Temprano, Emilio, 118, 235, Vignai, Daniel, 115,118
Vila, Fefa, 194, 246, 251, 257,
322,329
Teodosio, 223 321,367
Terry, Jennifer, 287-288 Viladrich, Jordi, 91
Visconti, Luchino, 73, 105,
The Quilt, 161
190
Thielicke, Helmut, 174,201,239,
Voltaire, 118, 120, 133, 183,
243,262
249
Thorstad, David, 103,355
Tissot, 298
Tom de Finlandia, 84
Touraine, Alain, 328 Warhol, Andy, 70, 84,138,264
Toxic Queen Records, 163 Warner, Michael, 381
Tracy, Spencer, 75 Wassermann, Ludwig, 112-113,
Trenas, Pilar, 156 122,285
Tribunal Supremo, 178, 245, Watney, Simon, 76, 146, 154-
247,331 155,168,278-279,284
Tripp, C. A., 108,184 Waugh, Thomas, 70,138,264
índice onomástico 417

Weber, Max, 91 Wittig, Monique, 64, 372-373


Weeks, Jeffrey, 22, 101, 125, Wojnarowicz, David, 66, 145-
137-138, 187,224,324,328 146,215,263,278-279
Weinberg, George, 316,364 Women's Army Corps^ 189
Weinberg, Martin, 27,177 Wood, Thelma, 82
Weinrich, James, 25 Wyden, Peter y Barbara, 75,115-
Westphal, C., 291 116, 146,327
Whitman, Walt, 135,363 Yingling, Thomas, 152
WHK - Comité Científico y Hu­ Young, Allen, 136
manitario, 356-357
Wilde, Óscar, 70, 80-81, 101,
137-138, 195,239,309-310 Zola, Emile, 206, 294
Williams, Tennessee, 74, 87,290 Zona Sotádica, 134
Wilson, E. O., 327 Zúniga,José, 177
TEORIA
ALTHUSSER, L.—Lo que no puede durar en el Partido Comunista. 128 pp.
(2/ed.)
ALTHUSSER, L.—Para una critica de la práctica teòrica. Respuesta a John
Lewis, 106 pp. (2.
* ed.)
ALTHUSSER, L.—Seis iniciativas comunistas. 72 pp. (2 * ed.)
ANDERSON, P.—Consideraciones sobre el marxismo occidental. 160 pp.
* ed.)
(9.
ANDERSON, P.—Teoria, politica e historia: un debate con E. P. Thomp­
son. 256 pp.
ANDERSON, P.—Tras las huellas del materialismo histórico. 152 pp.
ATTALI, J.—Ruidos. Ensayo sobre la economiapolitica de la mùsica. 232 pp.
BACHELARD, G.—El compromiso racionalista. 208 pp. (3.“ ed.)
BACHELARD, G.—La formación del espíritu científico. Contribución a un
psicoanálisis del conocimiento objetivo. 304 pp. (20.® ed.)
BAGU, S.—La idea de Dios en la sociedad de los hombres. 176 pp.
BARTHES, R.—Crítica y verdad. 80 pp. (11.“ ed.)
BARTHES, R.—El grado cero de la escritura, seguido de Nuevos ensayos
críticos. 248 pp. (13.® ed.)
BARTHES, R.—El placer del texto y Lección inaugural. 152 pp. (11. * ed.)
BARTHES, R.—Fragmentos de un discurso amoroso. 256 pp.
BARTHES, R.—Mitologías. 260 pp, (9.® ed.)
BAUDRILLARD, J.—Crítica de la economía política del signo. 272 pp.
(5.® ed.)
BAUDRILLARD,}.—El sistema de los objetos. 240 pp. (14.® ed.)
BELTRAN, A.—Revolución científica. Renacimiento e historia de la cien­
cia. 248 pp.
BERMAN, M.—Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la
modernidad. 400 pp. (9.® ed.)
CHALMERS, A. F.—La ciencia y cómo se elabora. 192 pp. (2® ed.)
CHALMERS, A. F.—¿Qué es esa cosa llamada ciencia? 264 pp. (15.® ed.)
DENITCH, B.—Más allá del rojo y del verde. ¿Tiene futuro el socialismo?
264 pp.
DORRÀ, R.—Profeta sin honra. Memoria y olvido en las narraciones evan­
gélicas. 272 pp.
ELENA, A.—Las quimeras de los cielos. Aspectos epistemológicos de la re­
volución copernicana. 248 pp.
FABREGA, V.—La herejía vaticana. 152 pp.
FEYERABEND, P.—La ciencia en una sociedad libre. 272 pp.
FOUCAULT, M.—La arqueología del saber. 368 pp. (16.® ed.)
FOUCAULT, M.—Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias
humanas. 384 pp. (25.® ed.)
FOUCAULT, M.—Raymond Roussel. 192 pp.
GARGANI, A.—Crisis de la razón. 334 pp.
HARNECKER, M.—* £/ capital»: conceptos fundamentales, seguido de
Manual de economía política, de LAPIDUS y OSTROVITIANOV. 224 pp.
(14.® ed.)
HARNECKER, M.—La revolución social: Lenin y América Latina. 312 pp.
HARNECKER, M.—Los conceptos elementales del materialismo histórico.
296 pp. (59.® ed.)
JARDON, M.—La, «normalización lingüística», una anormalidad democrá­
tica. El caso gallego. 360 pp.
JUANES, F. de—Papeles confidenciales de Su Santidad Juan Pablo III. Ha­
cia ana pedagogía inofensiva del poder. 240 pp, (2.“ ed.)
JUARISTI, J.—Vestigios de Babel. Para ana arqueología de los nacionalis­
mos españoles. 136 pp.
KOYRE, A.—Del mundo cerrado al universo infinito. 280 pp. (9.® ed.)
KOYRE, A.—Estadios de historia del pensamiento científico. 400 pp. (13.® ed.)
KOYRE, A.—Estadios galileanos. 344 pp. (5,® ed.)
KRISTEVA, J.—Historias de amor. 352 pp. (5® ed.)
KRISTEVA, J.—Poderes de la perversión. Ensayo sobre Loais-Ferdinand
Celine. 288 pp. (2® ed.)
KURNITZKY, H.—Edipo, un héroe del mundo ocádental. 184 pp. Ilustrado.
LABASTIDA, J.—Producción, ciencia y sociedad: de Descartes a Marx. 248
pp. (11.® ed.)
LECOURT, D.—Para ana crítica de la epistemología. 120 pp.
LEGENDRE, P.—El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el padre. Lec­
ciones VIII. 184 pp.
LLOYD, G. E. R.—Las mentalidades y su desenmascaramiento. 224 pp.
LOWY, M.—El pensamiento del Che Guevara. 160 pp. (12.® ed.)
MEEK, R. L.—Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría de
los cuatro estadios. 256 pp.
OLIVE, L.—Estado, legitimación y crisis. 280 pp.
PIZARRO, N.—Tratado de metodología de las Ciencias Sociales. 496 pp.
PLUMMER, K.—Los documentos personales. Introducción a los problemas
y bibliografía del método humanista. 221 pp.
PUENTE OJEA, G.—Ateísmo y religiosidad. Reflexiones sobre un debate.
440 pp.
PUENTE OJEA, G.—El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús
de la historia. 144 pp. (2.® ed.)
PUENTE OJEA, G.—Elogio del ateísmo. Los espejos de una ilusión.
448 pp. (2.® ed.)
PUENTE OJEA, G.—Fe cristiana. Iglesia, poder. 368 pp. (2.® ed.)
PUENTE OJEA, G.—Ideología e historia. El fenómeno estoico en la socie­
dad antigua. 248 pp. (4.® ed.)
PUENTE OJEA, G.—Ideología e historia. La formación del cristianismo
como fenómeno ideológico. 436 pp. (6.® ed.)
ROEMER, J. E.—Teoría general de la explotación y de las clases. 244 pp.
SALAZAR VALIENTE, M.—¿Saltar al reino de la libertad? Primera críti­
ca de la transición al comunismo. 208 pp.
SAUNDERS, P. T.—Una introducción a la teoría de las catástrofes. 196 pp,
(2.®ed.)
SCHOLEM, G.—La Cabala y su simbolismo. 240 pp. (9.® ed.)
STOYANOVITCH, K.—El pensamiento marxista y el derecho. 228 pp.
(2.® ed.)
TODOROV, T.—Frente al límite. 328 pp.
TODOROV, T,—La conquista de América. La cuestión del otro. 280 pp.
TODOROV, T.—Nosotros y los otros. 460 pp.
ZEEC, S.—El sublime objeto de la ideología. 302 pp.
«Filósofos en 90 minutos» es una nueva serie de. libros
desenfadados y distintos que presentan la vida y la
obra de los filósofos más importantes. En un relato a
la vez estimulante e informativo, Paul Strathern ha
entretejido en el texto las ideas principales de
aquéllos, de manera que son comprensibles tanto por
estudiantes de filosofía como por los que no lo son.

PRIMEROS TÍTULOS

STRATHERN, P.

Descartes en 90 minutos, 80 pp.


Hume en 90 minutos, 88 pp.
Platón en 90 minutos, 72. pp.
'Wittgenstein en 90 minutos, 80 pp.
«La homosexualidad», nos dice el autor, es una expresión que
sólo puede escribirse entre comillas. A lo largo de las páginas de
este libro, para sorpresa de propios y extraños, cualesquiera de
las supuestas evidencias que la caracterizan son puestas en
cuestión una detrás de otra. Esta «teoría torcida» se aparta de
cualquier convencionalismo al uso para demostrar que esa
«homosexualidad» no es más que un elemento del sistema de
sexualidad y género vigente. Un elemento clave, eso sí. ideología
y política; poder y resistencia intervienen en su cambiante
definición. Con rigor y sentido común, los razonamientos
desarrollados consiguen hacer tambalear las más arraigadas
convicciones sobre lo bueno, lo natural, lo legal o lo ético en el
amplio espectro de cuestiones relativas a las identidades, las
pasiones y los cuerpos.
Este sorprendente e inesperado trabajo sobre los significados y
las implicaciones de «la homosexualidad» permite asimismo
poner en evidencia el carácter convencional de otras tantas
nociones consideradas evidentes. Entre ellas: el placer y el
deseo, la familia y los compromisos afectivos, las libertades y los
derechos individuales, la integración y la justicia social, la
moralidad y la tolerancia, la salud y el bienestar físico y
psicológico... Todas estas ideas forman parte de un régimen de
sexualidad cuyo fundamento excluyente es aquí desmenuzado.
Esta obra constituye, pues, un instrumento básico para la
comprensión de dicho régimen e imprescindible para cualquier
iniciativa que aspire a su reformulación.

Ricardo Llamas es licenciado en estudios Europeos por la


Universidad de Estrasburgo y doctor cum laude en Ciencias
Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.
Es compilador del libro Construyendo sidentidades: Estudios •í

' ‘ -----------------------)andemia (Siglo XXI); un estudio sobre


discriminatorios de la pandemia de
ámbito académico «queer» de
tados Unidos. Asimismo, es autor de
rversa de la comunicación de masas
); el primer análisis del tratamiento
lidad en los medios de

ISBN 84-323-0981-8

<

También podría gustarte