TOMAS PETERS Sociologia Del Arte de Marcel Duchamps
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Resumen
El presente artículo realiza una breve discusión sobre cómo la sociología
y el arte se aportan mutuamente para la comprensión e interpretación
de las manifestaciones de la modernidad. Con el objetivo de aportar
elementos a esa discusión, se realizó una revisión bibliográfica sobre
los análisis desarrollados por la sociología en torno a la obra del artista
francés Marcel Duchamp. En una primera parte del artículo, se entregan
elementos generales de lo dicho por la sociología sobre el artista dadaísta.
En una segunda parte, se presentan los análisis que realizaron los
sociólogos Zygmunt Bauman, Pierre Bourdieu y Niklas Luhmann sobre
la obra del artista y de cómo ella sirve para comprender la modernidad.
Abstract
This article presents a brief discussion about how the sociology and the art
contribute to the understanding and interpretation of the manifestations
of modernity. In order to provide elements to this discussion, this article
reviews the literature on the analysis developed by sociology about
the work of the French artist Marcel Duchamp. In the first part of this
paper, we present general elements that sociology has thought about the
Dada artist. In the second part, we present the analysis conducted by
sociologists Zygmunt Bauman, Pierre Bourdieu and Niklas Luhmann on
the artist’s work and how it helps to understand the modernity.
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Introducción
En la década de los ochenta, se planteaba que entre la sociolo-
gía y el arte no existía una amistad recíproca (Bourdieu, 2002).
Por el contrario, entre ellas existía una tensión y cuestionamiento
permanente, debido, principalmente, a la idea que cada una de
ellas tenía de la otra: la sociología desvelaba la creencia del don
artístico y el arte, por su parte, criticaba el reduccionismo analíti-
co realizado por la sociología a la creación artística. Con el pasar
de los años, y especialmente durante la década de los noventa,
esta condición varió sustancialmente: las mutuas instancias de
diálogo y reflexión dieron paso a un nuevo trato (Heinich, 2001 y
2002).
Si bien la reflexión filosófica entre arte y sociedad posee una
tradición importante (Adorno y Horkheimer, 2003; Benjamin,
2003; Francastel, 1975; Hauser, 1983; Duvignaud, 1988; Rancière,
2009), recién en los últimos veinte años los estudios sociológicos
dedicados al arte han experimentado una creciente e importante
atención (Wolff, 1997; Harrington, 2004). Con ello, las actuales
reflexiones sociológicas y estéticas ya se han acostumbrado a
compartir ciertas observaciones y, en más de alguna ocasión, a
discutir conceptos y teorías que parecían antagónicas y excluyen-
tes entre cada disciplina (De la Fuente, 2000; Pollock, 2007). Entre
ambas, se ha generado un diálogo fecundo para comprender e
interpretar las problemáticas de la modernidad (Rojas, 2003).
En Chile –y en general en América Latina– se conoce poco
el rendimiento analítico que provee la sociología del arte para
comprender e interpretar las manifestaciones de la modernidad
(García Canclini, 1979 y 2010; Facuse, 2010). Esto ha implicado,
entre otras cosas, devaluar el análisis crítico del arte como una
herramienta productiva para la reflexión sociológica contempo-
ránea. Es más, ha impedido desarrollar una sociología capaz de
hacerse cargo, crítica y responsablemente, de la dimensión esté-
tica –visual, sonora, poética– de la sociedad latinoamericana. En
consideración a aquello, resulta central entender la esfera del arte
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clara: es posible, en base a las lógicas del arte moderno, jugar con
sus normas, condiciones e interpretaciones. De esta forma, y en
casi una década de historia, la trayectoria de lo que se entendía
por Arte cambiaría considerablemente.
Estas obras –que sirven como excusa general para explicar el
contexto de este artículo– han dado paso a múltiples interpreta-
ciones analíticas. Una obvia y general es observable, por ejemplo,
en el formalista de Gombrich (2007: 601): “El artista francés Marcel
Duchamp adquirió fama y notoriedad en base a coger cualquier objeto
(al que él llamaba ready-made [ya-hecho]) y firmarlo”. Sin embargo,
es posible reconocer, en el trabajo del artista francés, una serie de
observaciones sociológicas que resultan interesantes y dignas de
considerar como complementarias a cualquier ejercicio estético.
Veamos, brevemente, algunas reflexiones desarrolladas en las úl-
timas décadas.
Howard Becker (2008) ha planteado, en base a la teoría insti-
tucional –que apunta a resolver los problemas que presentan los
trabajos que atentan contra el sentido común y las sensibilidades
más refinadas, al no manifestar rastro alguno del artista–, que
el trabajo artístico, como toda labor social, exige de una acción
colectiva mediada por normas y patrones establecidos. Es decir,
que las múltiples interacciones que dieron paso a la producción,
mediación y recepción de una obra de arte, constituyen lo que él
denomina como “mundos del arte”. En sus palabras, “los mundos
del arte consisten en todas las personas cuya actividad es necesaria para
la producción de los trabajos característicos que ese mundo… define
como arte. Los miembros de los mundos del arte coordinan actividades
por las cuales se produce el trabajo haciendo referencia a un cuerpo de
convenciones que se concretan en una práctica común y objetivos de
uso frecuente” (Becker, 2008: 54). Con ello, Becker propone que no
es posible comprender una obra sin considerar el entramado de
relaciones sociales históricas que en ella existió. De ahí que, para
él, la obra de Duchamp tenga un especial interés, ya que, en su
conjunto, manifiesta un claro cuestionamiento a la producción
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mundo del arte moderno” (Zolberg, 2002: 40). Es decir que no sólo
las propuestas artísticas de Duchamp desagradarían al público
clásico del arte (críticos, marchantes, etc.), sino que también a los
que junto a él caminaban por la senda de la ruptura con el arte
anterior (especialmente al del siglo XIX): “el respetable mundo artís-
tico vanguardista, la propia fuente de su promoción, también se sentía
horrorizada –o, al menos, desagradablemente afectada– por su compor-
tamiento” (Zolberg, 2002: 40). Esta línea analítica es evidente en
el caso de Fuente de Duchamp. En 1917 Duchamp pertenecía al
consejo de la “Sociedad de Artistas Independientes”, el cual ha-
bía organizado una exposición anual y donde “cualquier artista”
podía participar. La exposición, que no entregaría premios ni ten-
dría jurados, motivó a Duchamp a poner a prueba a sus colegas-
artistas, firmando un urinario bajo el seudónimo ya mencionado
de R. Mutt. Los resultados fueron, para Duchamp, clarificadores:
el consejo rehusó exponer a Fuente, debido a que se trataba de
una pieza obscena –que no era arte– y que “pondría en ridículo a
la Sociedad de Artistas Independientes” (Shiner, 2004: 392).
Esto se vería reflejado en el cuestionamiento de lo que era,
hasta ese momento, considerado un objeto de arte. En este sentido,
el resultado de los incesantes ataques a los diversos significados
del arte que realizó Duchamp abrió la puerta, al menos hasta la
actualidad, a la posibilidad de que prácticamente cualquier cosa
pueda ser presentada con la pretensión de ser una obra de arte,
dejando de lado, por tanto, toda consideración preconcebida de
artista. Más aún, que cualquier objeto sea posible de ser institu-
cionalizado como obra, plantea el profundo cuestionamiento del
rol del artista como creador de nuevos espacios de representa-
ción crítica. Si bien el trabajo de Duchamp lograba desestabilizar
la noción de obra, también lo hacía, directa o indirectamente, a
la de artista mismo. Esto causó, ciertamente, entre sus propios
contemporáneos, el cuestionamiento de todo proceso lógico de
creación: el pincel y la mancha libre del autor, daban paso a nue-
vos patrones de producción y reconocimiento artístico.
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