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La Oración Comunitaria y La Oración Persona

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CuadMon 9 (1969) 47-61

MECTILDIS SANTANGELO, OSB

LA ORACIÓN COMUNITARIA Y LA ORACION PERSONAL26

Leemos en el capítulo 18 de S. Lucas: “Oportet semper orare et non deficere”. En dos parábolas que
constituyen una admirable enseñanza, la del juez inicuo y la del amigo importuno, el evangelista nos
enseña que la fidelidad de Dios es absoluta, infinitamente más segura que la nuestra, y que la actitud del
hombre ha de ser perseverante y humilde en la oración, confiada en la esperanza.

Me atrevo a decir que el tema de la oración es muy benedictino, ya que a nosotros los monjes, se nos
considera como los hombres que se dedican a la oración. Es preciso en primer lugar que nos
preguntemos: ¿qué es orar? La historia podría aportarnos la respuesta dada por todos los santos, y aun
por hombres que estudiaron el fenómeno religioso en las religiones no cristianas.

La oración es un hecho real, no obstante indefinible. Dada la existencia de Dios se da sin más el hecho
de la oración. Este Dios trascendente para el hombre, es Alguien a quien se presiente, se busca, pero
cuyo rostro no se ve y cuya palabra no se oye; por eso el hombre ora, y ora de una manera especial:
busca a Dios a través de la naturaleza y de los acontecimientos. Interroga al mundo y se interroga a sí
mismo. Recordemos las palabras de S. Pablo a los atenienses: “Veo que sois indiscutiblemente el pueblo
más religioso, porque al recorrer vuestros lugares de culto he hallado un altar con esta inscripción: al
Dios desconocido”27. Buscar a Dios aun cuando sea un Dios desconocido ya es una forma de orar. Casi
diría que es la base de la oración.

Cuando en esta búsqueda el hombre encuentra una huella de Dios en el cosmos, o en sus semejantes,
entonces adora. Nueva forma de oración frente al Dios trascendente, también fundamental. La adoración
es un silencio interior, un colocarse en actitud de entrega, de admiración, de fascinación. Esta es la
palabra que desencadena la evolución de la oración. Dios no sólo se deja ya buscar sino que empieza a
hacerse presente en la historia de los hombres. Leemos en el Génesis:

«Apareciósele Yahvé en el encinar de Mambré mientras estaba a la entrada de la tienda, en lo más


caluroso del día. Alzando los ojos miró, Y he aquí que tres hombres estaban parados cerca de é1.
Tan pronto como les vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la tienda y se postró en tierra.
Y dijo: “Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos te ruego no pases de largo a tu siervo. Que
traigan un poco de agua y lavaos los pies, y tendeos bajo el árbol”»28.

Modelo de oración admirativa, adorante, guiada por la fascinación.

No es posible hacer un análisis exhaustivo de los textos en que se nos manifiestan matices de esta
oración a un Dios trascendente, tres veces santo, La Alianza señala una nueva etapa: Dios se revela, el
hombre adora; Dios habla, el hombre también habla, y esta fascinación orienta la oración cuando el
pueblo de Israel es “fascinado” por Dios, empieza a penetrar en la actitud de temor, de amor, y éste será
el grado más alto de oración.

Con Moisés ésta cobra un nuevo matiz. Moisés se siente responsable de un pueblo. En varias ocasiones
detiene con su oración la ira de Dios contra su pueblo: “(Señor)... perdónales esta culpa, o si no lo haces
bórrame del libro tuyo que tienes escrito”29.

El mismo libro del Éxodo nos muestra que la oración pasa a ser una actitud comunitaria. Leemos en el

26
Trabajo presentado a la Reunión de Superiores Monásticos, realizada en la Abadía de San Benito, del 1 al 5 de julio de 1968.
Bs. As.
27
Hechos 17,23.
28
Gn 18,14.
29
Ex 32,32; cf. también 32,10 ss.; Nm capítulos 11 y 14.
capítulo 15: “Entonces los hijos de Israel cantaron a Yahvé este cántico...”. He aquí otro aspecto de la
oración. El canto es la expresión humana de un ritmo interior producido por la alegría, por la dilatación
ante una plenitud, sea ésta personal o exterior a nosotros. El hombre canta frente a la belleza del día y de
la noche, frente a la grandeza del mar y de las montañas.

La oración como diálogo admirativo ha dejado de ser una actitud solamente personal, individual, para
tornarse una actitud en favor de un pueblo; además, en ciertas ocasiones esta se realiza en forma
colectiva. Vemos estos diversos aspectos expresados en los salmos. En ellos encontramos la súplica de
un hombre a su Dios Creador, Señor absoluto, Misterio insondable. Otras veces se revela en los salmos
una actitud comunitaria en favor de un pueblo:

“Sálvanos, Yahvé, Dios nuestro,


reúnenos de entre las naciones,

para dar gracias a tu nombre santo,


y gloriarnos en tu alabanza”30.

“Te alabaré entre los pueblos, oh Yahvé,


te salmodiaré entre las gentes”31

Oración personal que tiene una dimensión social.

No podemos detenernos aquí en los variados matices de la oración de los profetas. En general vemos
cómo ésta se va tornando una actitud del hombre frente a un Ser personal, Señor de la historia. Entonces
la oración es a la vez canto, palabra, diálogo, actitud de entrega, súplica, temor, fascinación, acción de
gracias. Esta actitud humana es personal, individual, y al mismo tiempo comunitaria, o sea en favor de
una comunidad.

Cuando nos acercamos a la plenitud de los tiempos, la oración parece concentrarse en la súplica
mesiánica:

“Rorate coeli desuper et nubes pluant justum”.

Y llegamos a la Encarnación. El Señor, el Dios trascendente, por su unión hipostática entra en el espacio
y en el tiempo. En adelante el Dios tres veces santo será el Emanuel, el Dios con nosotros. Para la
oración éste es un momento decisivo; no deja de ser lo que ya era, pero adquiere nuevas dimensiones. Lo
vemos en el Evangelio. Los discípulos advierten que Jesús inaugura un modo nuevo de relación con
Dios; oyen y ven orar al Maestro, y admiran su manera simple, cordial, plenamente filial, de hablar con
Dios. Por eso le hacen esta súplica: “Maestro, enséñanos a orar”, Y Él les responde: “Cuando oréis
decid: Padre nuestro”32. Los buenos israelitas no esperaban, tal vez, una oración así: breve' expeditiva.
Pero esta brevedad es un homenaje a su Padre que conoce las necesidades de todos sus hijos. En pocas
palabras está dicho todo. Son palabras llenas de ternura de un hijo a su Padre. Es preciso por eso tener
alma de niño para recitar bien la oración dominical. Este modelo de oración, este decir: “Padre nuestro”,
es propio de aquellos a quienes Dios busca para que le adoren en espíritu y en verdad.

S. Pablo dirá más tarde que el Espíritu clama en nosotros: “Abba, Pater”33. Esta es la gran revelación
sobre la oración sea ésta secreta como la llama S. Benito, sea “ en común “: una vivencia filial, relación
de amor, sin métodos, sin momentos, sin estructuras, como no tiene estructura la conversación entre un
padre y su hijo. Pero esta actitud esencial no diluye, no suprime, la adoración, el canto, la admiración.

30
Salmo 106 (107),47.
31
Salmo 107 (108),4.
32
Lc 11,1 ss.
33
Ga 4,6.
Jesús enseña a orar también con su ejemplo. Cuando ora dice: “Padre, te doy gracias...”34. “Padre mío, si
es posible que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú”35. “Padre, yo
sabía que tú siempre me escuchas...”36.

Contacto vital, directo, con el Padre, esto es orar. Todo se reduce a una sola palabra en la cual se da la
más perfecta relación de amistad y de amor: “Abba, Pater”, Ahora bien, decir esta palabra, oír cómo la
dice el Espíritu Santo con “gemidos inenarrables” en nuestro corazón, no nos es posible sino en la
comunión con Cristo y con todos sus miembros. He aquí algo completamente nuevo aportado por la
revelación evangélica. En adelante rezaremos al Padre pero en Cristo y en el Cristo total: cabeza y
miembros. Este será el gran templo donde entraremos a orar. Dice Pío XII en su encíclica “Mediator
Dei”: “Al tomar el Verbo Dios la naturaleza humana, trajo a este destierro terrenal el canto que se entona
en los cielos por toda la eternidad. Él une a sí mismo toda la comunidad de los hombres y los asocia
consigo en el canto de este himno de alabanza”.

La víspera de su Pasión el Señor reúne a sus discípulos y hace una oración de acción de gracias, de
alabanza, de don de sí; oración comunitaria en la que pide a su Padre la consumación de todos en la
unidad. Es pues por la oración que la comunidad apostólica es consolidada en la unidad; la fracción del
pan y la comunión del cáliz hará de ellos una sola sangre, un solo cuerpo, un corazón, un alma, como
dicen los Hechos37.

La oración no es sólo comunicación con el Padre sino también comunión con Cristo y con todos los
hijos de Dios. Aun cuando sea menester “entrar en nuestro aposento y orar al Padre en lo secreto”38 a fin
de comunicarnos con Él en un gran silencio y unidad interior, en ese mismo momento también estamos
en comunicación con todos los hombres, aun con aquellos que están muy lejos o que vivieron en otros
siglos; pues la oración es la acción eficaz y universal que nos hace continuamente “prójimos” de todos
los hombres. Nuestra oración “secreta” de la que habla N. P. S. Benito en el capítulo 52 de su Regla, no
es aislada ni solitaria. El Señor nos enseñó no sólo el modo “comunitario” de nuestra oración secreta
sino también su intención en el sentido de finalidad: que seamos uno. Nadie puede hacer suya esta
petición si a la vez se divide del hermano próximo o lejano.

Cuando más los seres humanos se alejan o se ignoran entre sí, cuando más se perciben, a derecha e
izquierda las voces de división, Cuando el plan de unión deseado por el Señor parece una utopía, es
difícil rezar. Sin embargo es preciso perseverar en la oración como los apóstoles cuando esperaban al
Paráclito, y en esas circunstancias reunir en nuestro corazón a todos los hermanos sin preguntarles ni lo
que piensan ni lo que sienten, Así rezaba la primera comunidad de Jerusalén; ellos perseveraban en la
oración y por eso “no tenían sino un solo corazón y una sola alma” y “nadie llamaba suyos a sus bienes
sino que todo lo tenían en común”39.

La oración representa la única actitud profética: “Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo
habéis recibido y lo obtendréis”40.

La Regla de S. Benito nos habla de una doble forma de oración: oración comunitaria recitada, hablada,
cantada, oída, y oración secreta, silenciosa. Tanto una como otra deben ser: íntimas, genuinas,
conscientes, y además deben tener una finalidad comunitaria:

- que todos sean uno

34
Jn 11,41.
35
Mt 26,42.
36
Jn 11,42.
37
Hechos 4,32.
38
Mt 6,6.
39
Hechos 4,32-33.
40
Mc 11,24.
- que las voces se unifiquen de tal suerte que expresen la unidad vital de corazón y de espíritu41.

En la vida monástica es esencial el trabajo, es esencial el silencio así como la comunicación fraterna, es
esencial la separación exterior del mundo. Pero dejemos de orar y nuestra vida perderá radicalmente su
sentido. Además no será fácil mantener a la comunidad unida en la caridad. Sabemos que hoy el
problema de la falta de unidad se plantea en muchos lugares, y uno se pregunta: esa comunidad
¿persevera en la oración y en la fracción del pan? Sin la comunión en la sangre y el cuerpo de Cristo y
sin la oración es imposible toda vida comunitaria, aun cuando se multipliquen las mesas redondas, el
diálogo, etc.

La oración forma la comunidad. Y digo oración y no meditación ni reflexión, pues no se trata de una
actitud mental, sino de una actitud vital, así como es vital el amor, la amistad, la relación de los seres
humanos entre sí.

Es imposible que subsista una comunidad monástica evangélica, que dé un testimonio “preclaro y
eximio”42, si no está congregada en la oración. Los primeros cristianos se amaban porque oraban juntos
y oraban juntos porque se amaban. Sin amor no hay comunidad auténtica, y sin oración se extingue la
caridad. La oración reúne nuestras comunidades, las forma, mantiene su vida en la tierra; y es ella la que
expresará la comunión fraterna en la vida futura, como lo vemos en el Apocalipsis.

Me parece oportuno decir que si bien la oración secreta y la oración litúrgica son fundamentalmente
comunitarias, una y otra son también personales, profundamente personales. Ni la dimensión
comunitaria despersonaliza, ni la dimensión personal disocializa. Sucede como en todo el misterio
eclesial: somos cada vez más nosotros mismos en la medida en que somos más Iglesia y viceversa. El
monje conserva su personalidad aun en la oración coral; por otra parte siempre debe sentirse unificado
con la comunidad aun en la oración secreta, personal.

Hoy surgen problemas que amenazan estos aspectos que liemos señalado. La transformación vertiginosa
del mundo nos distrae, nos preocupa, nos concentra en una problemática no siempre motivada por el
reino de los cielos. Por eso es menester un gran retorno al silencio, a la calma. Es preciso valorar la
dinámica del mundo actual pero con una mirada serena y ponderada. Convendría recordar aquí lo que
dice el episcopado alemán a propósito de la liturgia: “La liturgia no debe servir solamente para la
santificación de los hombres, Ella debe ser, y es, el culto público de la Iglesia en el Espíritu Santo, por
Cristo, a la gloria de Dios Padre. Por lo tanto no debemos desacralizar la liturgia. Ella nos muestra
claramente que la vida cristiana no debe moverse exclusivamente en dirección al mundo y a los
hombres, sino que encuentra su sentido en la orientación hacia Dios que nos ha creado, nos ha redimido
en Cristo y nos ha santificado en el Espíritu Santo... Debemos a Dios una respuesta de oración, de
alabanza a la divina Majestad, de recogimiento, de donación continua de nosotros mismos”43.

Nuestra vida religiosa se justifica por la indivisión del espíritu. Si no volvemos a la oración libres de la
agitación, del vértigo, de la prisa, de la obsesión por los problemas del mundo, no podremos formar
comunidades que sean signo del amor entre los hombres. Y, estoy convencida de ello, no seremos útiles
para los hombres, a quienes no habremos dado la unidad si antes no hemos obtenido nuestra unidad
interior.

En cada comunidad superiores y miembros debemos unirnos para ver qué conspira contra nuestra
oración comunitaria y nuestra oración personal; y también para ver qué puede hacer, nos retornar a esa
salmodia ni meramente meditativa ni sólo laudativa, es decir a una salmodia mediante la cual nuestra
voz y nuestra mente, nuestros gestos y sentimientos estén plenamente unificados. Creo que para que
nuestro oficio divino sea una oración dotada de gran fuerza unitiva será muy eficaz la lengua vernácula;
también es necesaria una reestructuración del oficio, en la cual prime la sencillez evangélica sobre los

41
RB, cap. 19.
42
Const. Lumen Gentium, n. 31.
43
Carta de los obispos alemanes, a todos los que en la Iglesia tienen misión de enseñar la fe, ns. 69 y 63 (22.XI.1967).
laberintos de las rúbricas, buscando siempre lo esencial.

Una flexibilidad seria y sobria nos permitirá una oración comunitaria más honda y a la vez más
constructiva de la comunidad. Y así no sólo contribuiremos a la edificación de cada comunidad
monástica, sino también a la de aquella comunidad universal por la que Cristo dio su vida “para
congregar... a los hijos de Dios que estaban dispersos”44; aquella comunidad por la cual el Señor oró en
la tierra y continúa orando en el cielo; aquella comunidad que es unión cordial entre los hombres45 y que
se consuma en la comunión “con el Padre y con su Hijo Jesucristo”46.

Abadía Santa Escolástica

44
Jn 11,52.
45
Hechos 4,32.
46
1 Jn 1,3.

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