Monloubou Luis Un Sacerdote Se Vuelve Profeta Ezequiel FAX 1972

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L.

MONLOUBOU

Un sacerdote
se vuelve profeta:

EZEQUIEL

Ediciones Fax
Zurhano 80
Madrid
La versión original de esta obra ha aparecido en París, EDI­
TIONS DU CERF, bajo el título L. MONLOUBOU, Un prétre
devient prophéte: Ezéchiel.
© Les Editions du Cerf, 1972
Ediciones Fax. Madrid. España
Traducción por
José María Bernáldez y Romero

Es propiedad
Impreso en España 1973
Printed in Spain
ISBN 84-7071-279-9
Depósito legal: M. 23881.-1973
Gráficas Halar SL
Andrés de la Cuerda 4
Madrid 15
ACTUALIDAD BIBLICA
l.-BOISMARD, LÉON-DUFOUR, SPICQ y otros. Grandes temas bíblicos.
2.-Auzou. De la servidumbre al servicio. Estudio del Libro del Exodo.
3.-SCHNACKENBURG. Reino y reinado de Dios. Estudio bíblico-teológico.
4.-Auzou. El don de una conquista. Estudio del Libro de Josué.
5.-LENGSFELD. Tradición, Escritura e Iglesia en el diálogo ecuménico.
6.-Auzou. La fuerza del espíritu. Estudio del Libro de los Jueces.
7.-JEREMIAS. Palabras de Jesús.
8.-BOISMARD. El Prólogo de San Juan.
9.-CERFAUX y CAMBIER. El Apocalipsis de San Juan leído a los cris­
tianos.
10.-BERNARD REY. Creados en Cristo Jesús. La nueva creación, según
San Pablo.
1 l.-CERFAUX. Mensaje de las parábolas.
12.-VAN IMSCHOOT. Teología del Antiguo Testamento.
13.-TOURNAY. El Cantar de los Cantares. Texto y comentario.
14.-CASABÓ. La Teología moral en San Juan.
15.-Auzou. La danza ante el Arca. Estudio de los Libros de Sam11el.
16.-SCHLIER. Problemas exegéticos fundamentales en el Nuevo Testa-
mento.
17.-TROADEC. Comentario a los Evangelios Sinópticos.
18.--HAAG. El pecado original en la Biblia y en la doctrina de la Iglesia
19.-ANDRÉ BARUCQ. Eclesiastés. Qoheleth. Texto y comentario.
20.-ScHELKLE. Palabra y Escritura.
21.-JEREMIAS. Epístolas a Timoteo y a Tito. Texto y comentario
22.-J. B. BAUER. Los Apócrifos neotestamentarios.
23.-J. M. GoNZÁLEZ Rmz. Epístola de San Pablo a los Gálatas. Texto
y comentario.
24.-BENOJT. Pasión y Resurrección del Señor.
25.-STRATHMANN. La Epístola a los Hebreos. Texto y comentario.
26.-MoNLOUBOU. Profetismo y profetas.
27.-C. WEsTERMANN. Comentario al profeta Jeremías.
28.-PIKAZA. La Biblia y la Teología de la Historia.
29.-CONZELMANN y FRIEDRICH. Epístolas de la Cautividad. Texto y co-
mentario.
30.-C. WESTERMANN. El Antiguo Testamento y Jesucristo.
31.-VoN RAD. La sabiduría en Israel. Los Sapienciales. Lo sapiencial.
32.-RUCKS'IUHL y PFAMMATTER. La Resurrección de Jesucristo. Hecho
histórico-salvífico y foco de la fe.
33.-VoN RAD. El Libro del Génesis. Texto y comentario.
34.-CONZELMANN. El centro del tiempo.
35.-MoNLOUBOU. Un sacerdote se vuelve profeta: Ezequiel.
Siglas

DBS Dictionnaire de la Bible, Supplément, París


1935 SS.
RB Revue Biblique, París 1892 ss; nueva serie
1904 SS.
VT Vetus Testamentum, Leyden.
CAPITULO 1

LA CIUDAD SE MUERE...
LA CIUDAD ESTA MUERTA
Acababa de llegar a su apogeo, y hela ahora al borde
de la ruina. Apenas han pasado algunas décadas desde
que el asirio Asurbanipal (668-632) pudo ver con satisfac­
ción que sus amigos tan poco fieles, los lidios, o sus in­
quietos enemigos, los cimerios, se destruían mutuamen­
te, despejando el horizonte de su desagradable vecindad;
desde que pudo intervenir como triunfador y amo en
Susa, vencida y avasallada (655), en Babilonia que no se
vio libre de un bárbaro saqueo por su larga resistencia
de tantos afios (648), y de nuevo en Susa para acabar de
esa vez con la dinastía rebelde (646). Y sin embargo los
últimos afios de la dominación asiria ven cómo ya se
les acumulan las amenazas; más aún, siete u ocho afios
antes de su muerte, el rey de los medos, Fraortes se
atreve a provocar a Asiria (625), aunque el caldeo Nabo­
polasar está instalado en Babilonia, donde reinará veinte
afios (626-605).

El Próximo Oriente
a merced de los caldeos

Y entonces es cuando súbitamente sobreviene el asal­


to contra el coloso que se tambalea. Medos y caldeos se
unen; Asur cae (614) seguida en su caída por Ninive
(612) definitivamente raída de la historia. Los egipcios
14 LA CIUDAD SE MUERE

han preferido sostener al asirio ya tan débil, a fin de


yugular antes de que sea demasiado tarde al feroz caldeo
cuyo rugido amedrenta tantas veces a todo el Oriente.
Trabajo perdido. Refugiados en Jarán los asirios en de­
rrota han de renunciar a toda esperanza de sobrevivir,
y su aliado de última hora, el astuto faraón Nekó se deja
aplastar en Karkemis. Todo el Próximo Oriente queda
desde entonces a merced del rey de Babilonia. Del com­
portamiento del ejército egipcio en Karkemis, ha trazado
Jeremías una emocionante evocación:

Ordenad escudo y pavés,


y avanzad a la batalla.
Uncid los caballos
y montad, caballeros.
Poneos firmes con los cascos,
pulid las lanzas,
vestíos las cotas.
¡Pero qué veo!
Ellos se desmoralizan,
retroceden,
y sus valientes son batidos
y huyen a la desbandada
sin dar la cara.
Terror por doquier
-oráculo de Yahvéh-...

¿Quién es ése que como el Nilo sube,


y como los ríos de entrechocantes aguas?
Egipto como el Nilo sube,
y como ríos de entrechocantes aguas.
Y dice: "Voy a subir, voy a cubrir la tierra.
Haré perecer a la ciudad
y a los que viven en ella.
Subid, caballos,
y enfureceos, carros,
y salgan los valientes de Kus y de Put
que manejan escudo,
y los ludios que manejan, que asestan el arco".
Aquel día será para el Señor Yahvéh ...
LOS REYES DE JUDÁ 15

pues será la matanza de Yahvéh Sebaot


en la tierra del norte,
cabe el río Eufrates (Jr 46,3-10).

Los reyes de J udá

Esos flujos y reflujos del poderío humano no dejaron


de tener consecuencias para Israel. Tradicionalmente
antiasirio, Judá lo sigue siendo, aun cuando Asiria no era
ya el coloso formidable. Josías, rey de Jerusalén, preten­
de estorbar al faraón Nekó que sostenga a las tropas asi­
rias difícilmente reagrupadas en Jarán. Pero les fue mal:
su débil ejército fue destruido y él mismo muerto en Me­
guiddó (609) (véase 2 R 23,29s). Es la primera de una
serie de grandes desgracias que han de minar en Israel
la fe de más de un creyente, hasta llevar a algunos a
las puertas de la desesperanza, si no de la apostasía
(2 ero 35,20-25).
En Jerusalén, sucediendo a su padre, reina por muy
poco tiempo Joacaz:

Joacaz tenía veintitrés años cuando comenzó a rei­


nar y reinó tres meses en Jerusalén; el nombre de su
madre era Jamital, hija de Jeremías, de Libná. Hizo
el mal a los ojos de Yahvéh, enteramente como lo ha­
bían hecho sus padres. El Faraón Nekó lo encadenó
en Riblá, en el país de Jamat, y puso un impuesto
al país de cien talentos de plata y diez talento de
oro (2 R 23,31-33).

De este reinado corto y desdichado, Ezequiel ha tra­


zado una poética evocación: bajo la imagen de la leona
aparece la estirpe real salida de David, y bajo los rasgos
del primer cachorro, el rey Joacaz:

¿Qué era tu madre? Una leona


entre leones.
16 LA CIUDAD SE MUERE

Echada entre los leoncillos,


criaba a sus cachorros.
Exaltó a uno de sus cachorros,
que se hizo un león joven;
y aprendió a desgarrar su presa,
devoró hombres.
Las naciones se aliaron contra él,
quedó preso en su fosa;
con garfios le llevaron
al país de Egipto (Ez 19,2-4).

En este tiempo cuando Jerusalén estaba confiada al


gobierno de una dócil creatura de Egipto, Yoyaquim, her­
mano del monarca caido, aparece ansioso de completar y
confirmar su soberanía, Nabucodonosor, amo de Oriente,
y amo indiscutible desde que huyeron ante él los bata­
llones egipcios de Karkemis. Aparece en Siria; Yoyaquim,
hábilmente, sabe inclinarse; y sin mayores tropiezos se
convierte en vasallo de Babilonia. Pero vasallo indócil.
Es que el apoyo eventual de Egipto les enciende a los
reyezuelos la idea de una especie de coalición antibabi­
lónica. Yoyaquim es uno de los vasallos conjurados. Pos­
tura imprudente y estéril, repite obstinadamente el pro­
feta Jeremías; ¿es que no ha hecho Yahvéh del rey de
Babilonia el instrumento de su cólera para con todas las
naciones? (Jr 25,15-29).
Según la frase del oráculo profético: "Precisamente
por la ciudad que lleva mi Nombre empiezo a castigar ..."
(Jr 25,29); y Judá es uno de los primeros en recibir el
castigo: vienen bandas de saqueadores enemigos (602)
para entrar a saco el reino (2 R 24,2-4). Y después, el
que amenaza es Nabucodonosor. Egipto, instigadora de
la rebelión, recibe entre los primeros su castigo; sus tro­
pas son de nuevo desbaratadas por el ejército babilo­
nio (601).
JOAQUÍN 17

Joaquín

Tres años más tarde le llega su turno a Jerusalén.


su rey Yoyaquim acaba de desaparecer y es su propio
hijo Joaquín el que le sucede. Pero acorralado en Jeru­
salén por los babilonios, el nuevo rey tiene la prudencia
de rendirse. Jesusalén se libra de la destrucción, pero
tiene que aguantar el saqueo y el pillaje; su rey es des­
terrado a Babilonia, acompañado de sus allegados y de
algunos millares de judíos, notables o artesanos cuali­
ficados.

Joaquín, rey de Judá, se rindió al rey de Babi­


lonia, él, su madre, sus servidores, sus jefes y eu­
nucos; los apresó el rey de Babilonia... Se llevó
de allí todos los tesoros de la Casa de Yahvéh y
los tesoros de la casa del rey, rompió todos los ob­
jetos de oro que había hecho Salomón, rey de Is­
rael, para el santuario de Yahvéh. Deportó a todo
Jerusalén, todos los jefes y notables, diez mil de­
portados; a todos los herreros y cerrajeros; no
dejó más que a la gente pobre del país. Los llevó
deportados a Babilonia (2 R 24,12-16).

Ezequiel que formaba parte de este primer grupo de


desterrados, ha evocado este reino doloroso en la misma
balada citada más arriba.

(Tu madre) vio que su espera era fallida,


fallida su esperanza;
y tomó otro de sus cachorros,
le hizo un león joven.
Rondaba éste entre los leones,
se hizo un león joven,
aprendió a desgarrar su presa,
devoró hombres;
asaltó sus palacios,
devastó sus ciudades;
EZEQUIEL.-2
18 LA CIUDAD SE MUERE

la tierra y sus habitantes estaban espantados


por la voz de su rugido.
Contra él salieron las naciones,
las provincias circundantes;
tendieron contra él su red
y en su fosa quedó preso.
Con garfios le cerraron en jaula,
(le llevaron al rey de Babilonia)
en fortalezas le metieron,
para que no se oyese más su voz
por los montes de Israel (Ez 19,5-9).

Sedecias

Un tío de Joaquín, Sedecías, tercer hijo de Josías, es


el que llega a ser, por orden de Nabucodonosor, rey de
Jerusalén. Pasan muchos años en la humilde y quieta
aceptación de la derrota y del vasallaje. Y también a
Ezequiel, en términos poéticos y no menos enigmáticos
como él mismo reconoce, le place evocar este período de
calma inesperada en medio de una sucesión de tempes­
tades:

El águila grande, de grandes alas,


de enorme envergadura,
de espeso plumaje abigarrado,
vino al Líbano
y cortó la cima del cedro;
arrancó la punta más alta de sus ramas,
la llevó a un pais de mercaderes
y la colocó en una ciudad de comerciantes.
Luego, tomó de la semilla de la tierra
y la puso en un terreno preparado;
junto a una corriente de agua abundante
la plantó con bordillo.
Y brotó y se hizo una vid desbordante.
de pequeña talla,
que volvió sus sarmientos hacia el águila,
mientras sus raíces estaban bajo ella.
SEDECÍAS 19

Se hizo una vid,


echó ramas, alargó sarmientos (Ez 17,3-6).

El águila grande, tan ricamente adornada, es Nabu­


codonosor que llevó a un país de mercaderes, a Babilonia,
la rama cortada del linaje davídico, Joaquín; en su lugar
planta otra rama que crece y fructifica, Sedecias.
Mas he aquí que la loca esperanza de la liberación, de
la imposible liberación, salta de nuevo a la luz en las ciu­
dades de Judá, en el momento en que viene a reinar so­
bre Egipto aquel faraón aventurero del cual Ezequiel un
dia no temió ridiculizar su impotente orgullo (Ez 29 - 32).
Se forma una conspiración; Jerusalén es su centro. Allí
se reunen, para ciertas furtivas fabulaciones, los envia­
dos de los reyes de Edom, de Moab, de Tiro, de Sidón, y
también el rey de los amonitas. Jeremías quiso profetizar,
anunciar a todos el castigo que aguardaba a aquellos
embajadores de reinos condenados a muerte inminente.
Pero en vano. Juntó la pantomima a la palabra, deam­
bulando por la ciudad con la cabeza agobiada bajo un
yugo, símbolo de la esclavitud a la que bien pronto se­
rian reducidos los audaces conspiradores ... Trabajo in­
útil. con facilidad se confía en los "falsos profetas", pero
se rechaza el atisbar siquiera el yugo de hierro que Jere­
mías percibe ya impuesto brutalmente por Nabucodono­
sor sobre el cuello, hasta el más erguido, de todas las
naciones (Jr 25 - 27).
Las palabras derrotistas de Jeremías van reforzadas
por los sarcasmos de Ezequiel que prosigue así la balada
del águila:

Habla otra águila grande,


de grandes alas, de abundante plumaje,
y he aquí que esta vid
tendió sus raíces hacia ella,
hacía ella alargó sus sarmientos,
20 LA CIUDAD SE MUERE

para que la regase


mejor que el terreno donde estaba plantada.
En campo fértil, junto a una corriente
de agua abundante,
estaba plantada,
para echar sarmientos y dar fruto,
para hacerse una vid magnifica .
... ¿Le saldrá bien acaso (esta vid)?
¿No arrancará sus raíces el águila,
no cortará sus frutos,
de suerte que se sequen
todos los brotes tiernos que eche,
sin que sea menester brazo fuerte
ni pueblo numeroso
para arrancarla de raíz?
Vedla ahi plantada, ¿prosperará tal vez?
Al soplar el viento del este,
¿no se secará totalmente?
En el mismo suelo en que brotó,
se secará (Ez 17,7-10; véase vv 11-21).

Esta segunda águila grande es el faraón, hacia el que


Sedecías endereza de repente su complacencia. Pero to­
das esas predicciones no tardan en realizarse. Con Tiro,
Judá se ha rebelado; y llega Nabucodonosor para casti­
gar a los revoltosos.
En esta hora llena de peligros, los cómplices de la
conjuración, Egipto antes que nadie, fallan lastimosa­
mente. "Y aún se consumían nuestros ojos-dirá más
tarde el poeta-esperando un socorro: ¡ilusión! Desde
nuestros oteros oteábamos a una nación incapaz de sal­
var" (Lm 4,17). Aliados de ayer, los edomitas se preparan
incluso a juntar sus gritos de enemistad a las exclama­
ciones bien pronto victoriosas de los caldeos:
Acuérdate, Yahvéh,
contra los hijos de Edom,
el día de Jerusalén,
cuando ellos decían: ¡ Arrasad,
arrasadla hasta sus cimientos! (Sal 137,7).
SEDECÍAS 21

Entonces acontece la invasión del país; a ese período,


sólo el incendio total de Jerusalén vendrá a ponerle el
más lúgubre término. Todos los escritores bíblicos de ese
tiempo, tanto los cronistas como los poetas, se aplicaron
a consignar en sus textos transidos de dolor el recuerdo
de aquellas horas que ninguna memoria israelita acerta­
ría a olvidar. Hay que leer, escrito por Habacuc, el relato
de la primera invasión de las bandas caldeas en Pales­
tina.

Mirad, traidores, contemplad,


quedad estupefactos, atónitos:
voy a hacer yo una obra en vuestros días
que no creeríais si se os contara.

Pues he aquí que yo suscito a los caldeos,


pueblo acerbo y fogoso,
que recorre las anchuras de la tierra,
para apoderarse de moradas ajenas.
Espantoso es y terrible;
de él solo salen su juicio y su grandeza;

más raudos son que leopardos sus caballos,


más agudos que lobos de la tarde;
sus jinetes galopan,
vienen de lejos sus jinetes,
vuelan como águila
que se precipita a devorar.

Llegan todos para hacer violencia,


el ardor de sus rostros,
como un viento del este ... (Ha 1,5-9).

Sólo con cruzar las ciudades y los campos, las cohor­


tes de Nabucodonosor trazaron tras de sí el siniestro
surco de su barbarie: "Han violado a las mujeres de
Sión, a las vírgenes en las ciudades de Judá", solloza el
autor de una Lamentación (Lm 5,11).
22 LA CIUDAD SE MUERE

Asedio y conquista de Jerusalén

El rey de Babilonia entonces "acampó contra ella


(Jerusalén) y la cercaron con una empalizada" (2 R 25,1).
Los sitiados ven con terror a este pueblo que "se burla
de los reyes, los soberanos le sirven de irrisión; se ríe de
toda fortaleza, levanta un terraplén y la toma" (Ha 1,10).
Ya "se prepara el parapeto" (Na 2,6), y el asedio va a
transcurrir, interminable, "la ciudad estuvo sitiada hasta
el año once de Sedecías. El mes cuarto, el nueve del
mes ... " (2 R 25,ls).

¡Chasquido de látigos,
estrépito de ruedas!
¡ Caballos que galopan,
carros que saltan,
caballería que avanza,
llamear de espadas,
centellear de lanzas... (Na 3,2s).

En la ciudad cercada, abarrotada por todos los luga­


reños que han venido a refugiarse en la capital, se ins­
tala prontamente el hambre (Jr 52,6). Y ya "no hay pan
para la gente del pueblo" (2 R 25,3).

La lengua del niño de pecho


se pega de sed al paladar;
los pequeñuelos piden pan:
no hay quien se lo reparta.
Más limpios que la nieve
eran sus nazireos,
más blancos que la leche;
de cuerpo más rojo que corales,
un zafiro su figura.
Más oscuro es su semblante que lo negro.
Ya no se les reconoce por las calles.
Su piel está pegada a sus huesos,
seca como madera (Lm 4,4-8).
ASEDIO Y CONQUISTA DE JERUSALÉN 23

Mis sacerdotes y mis ancianos


han expirado en la ciudad,
mientras se buscaban alimento
para recobrar la vida (Lm 1,19).

Por todas partes se desarrollan entonces esas escenas


reveladoras del horror de las guerras antiguas: "Las mis­
mas manos de tiernas mujeres cocieron a sus hijos ... ¡Ay,
las mujeres han de comer sus frutos, a sus niños de pe­
cho!" (Lm 4,10; 2,20).
De pronto los defensores ceden; señal de un fin inmi­
nente, una brecha se ha abierto en la muralla (Jr 39,2;
52,7). La desbandada. Sedecías acompañado de los suyos
intenta huir (2 R 25,4s) "saliendo de noche camino del
parque del rey por la puerta que está entre los dos muros,
y se fueron por el camino de la Arabá" (Jr 39,4; 52,7).
Pero los caldeos bullen por todas partes: "Nuestros per­
seguidores eran raudos, más que las águilas del cielo;
nos acosaban por los montes, en el desierto nos tendían
emboscadas" (Lm 4,19). Sedecías llega a Jericó; es cap­
turado, sus amigos le abandonan (2 R 25,4s). "Nuestro
aliento vital, el ungido de Yahvéh, quedó preso en sus
fosas; aquel de quien decíamos: '¡ A su sombra viviremos
entre las naciones!' " (Lm 4,20).
El regio prisionero es conducido a Riblá, al campa­
mento de Nabucodonosor; y comparece ante su vencedor.
Uno a uno todos sus hijos son degollados ante él: terrible
y dolorosa imagen, última contemplada por aquellos ojos
que Nabucodonosor habría de hacer saltar. Cargado de
cadenas, el rey humillado y sangrante, toma el camino
del destierro. Las predicciones de Ezequiel (Ez 12,1-16)
se han cumplido trágicamente.
Entonces es cuando Nebuzaradán, jefe de la guardia
real, llegó ante Jerusalén privada ya de una buena parte
de sus defensores. Fue la invasión (587).
24 LA CIUDAD SE MUERE

Matanza y pillaje

Para comprender el drama tan horrible que fue la


toma de la ciudad, convendrá leer aquel pasaje fulgu­
rante redactado por Nahúm que evoca el asalto dado
años atrás a Nínive por las mismas tropas caldeas (Na 3,
2.3a; 2,3-11). Nosotros nos detendremos más bien en
esta página de Ezequiel que describe la conquista de otra
ciudad, Tiro. La toma de Jerusalén debió de ser muy se­
mejante en todos sus detalles (Ez 26,7-14).

He aquí que yo traigo contra Tiro,


por el norte a Nabucodonosor,
rey de Babilonia, rey de reyes,
con caballos, carros, jinetes
y un gran número de tropas.
A tus hijas que están tierra adentro,
las matará a espada.
Construirá contra ti trincheras,
levantará contra ti un terraplén,
alzará contra ti un baluarte,
lanzará los golpes de su ariete
contra tus murallas,
demolerá tus torres con sus máquinas.
Sus caballos son tan numerosos
que su polvo te cubrirá.
Al estrépito de su caballería,
de sus carros y carretas,
vacilarán tus murallas
cuando entre él por tus puertas,
como se entra en una ciudad, brecha abierta.
Con los cascos de sus caballos
hollará todas tus calles,
a su pueblo pasará a cuchillo,
y tus grandiosas estelas
se desplomarán en tierra.
Se llevarán como botín tus riquezas,
saquearán tus mercancías,
MATANZA Y PILLAJE 25

destruirán tus murallas,


demolerán tus casas suntuosas.
Tus piedras, tus vigas y tus escombros
los hundirán en el fondo del mar (Ez 26,7-12).

Al ser invadida, la ciudad sufre en sí misma la odio­


sa barbarie que hasta entonces sólo había contemplado
de lejos. La soldadesca desencadenada "ha violado a las
mujeres en Sión" (Lm 5,11) y goza amontonando cadá­
veres. "Han entregado el cadáver de tus siervos por co­
mida a los pájaros del cielo, la carne de tus amigos a las
bestias de la tierra. Han derramado como agua su sangre
en torno a Jerusalén, ¡y nadie sepultaba!" (Sal 79,2s).
Por todas partes matanza, una carnicería inmensa:

Multitud de heridos
montones de muertos,
cadáveres sin fin,
cadáveres en los que se tropieza (Na 3,3).

Por tierra yacen en las calles


niños y ancianos;
mis vírgenes y mis jóvenes
cayeron a cuchillo (Lm 2,21).

Los niños pequeños, arrancados violentamente de los


brazos maternales-Babilonia "la devastadora" no podia
privarse de este escalofriante gusto de los soldadotes de
antaño-son estrellados y aplastados contra el empedra­
do de las encrucijadas (Na 3,10; Sal 137,8s).
Y también el pillaje. El enemigo penetra hasta en el
santuario para saquearlo, para "profanarlo" para "man­
charlo" (Sal 79,1.10). En los lugares donde se reunían las
asambleas, es aún peor; porque en ese santuario en el
que Yahvéh había prohibido la entrada a la asamblea
de su pueblo (Lm 1,10), los paganos han osado penetrar,
los adversarios, aquellos que rugían en sus blasfemias:
"¿Dónde está su Dios?" (Sal 79,10).
26 LA CIUDAD SE MUERE

Los soldados arremeten contra la decoración del Tem­


plo, contra sus objetos más sagrados:

Machetes en bosque espeso,


a una cercenaban sus jambas,
y con hacha y martillo desgajaban (Sal 74,6).

Muebles preciosos, grandiosas construcciones de bron­


ce son desmanteladas y enviadas a Babilonia (2 R 25,
13-17): "El adversario ha echado mano a todos sus teso­
ros" (Lm 1,10) y "las piedras sagradas están, ay, espar­
cidas por las esquinas de todas las calles" (Lm 4, 1). Todo
termina con un incendio gigantesco:

Nebuzaradán incendió la Casa de Yahvéh y la casa


del rey y todas las casas de Jerusalén (2 R 25,9).

A Jerusalén "la heredad de Yahvéh" (Sal 79,1), el


"monte Sión donde Yahvéh puso su morada" (Sal 74,2),
"le prendieron fuego, cual basura" (Sal 80,17).
Lo que el fuego no pudo destruir, ya la piqueta loba­
bia demolido; especialmente las murallas de la ciudad
(2 R 25,10). "Han dejado en ruinas a Jerusalén. Nos he­
mos hecho la irrisión de los vecinos, burla y escarnio de
nuestros circundantes" (Sal 79,1.4). De hecho, los aplau­
sos y el griterío cínico de los aliados de ayer-los edo­
mitas gritando: "¡ Arrasad, arrasad hasta sus cimientos!"
(Sal 137,7); los amonitas con sus befas: "¡Ja, ja!" ante
el santuario profanado, el país devastado y el pueblo en
el destierro (cf. Ez 25,3); los moabitas negando la digni­
dad espiritual del pueblo de Yahvéh: "Mirad, la casa de
Judá es igual que todas las naciones" (Ez 25,8)-son otros
tantos sarcasmos que se mezclan al alboroto y al clamor
de los vencedores: "¡Nos la hemos tragado! ¡Ah, éste es
el día que esperábamos! ¡ Ya le alcanzamos, ya le ve­
mos!" (Lm 2,16).
MATANZA Y PILLAJE 27

Ya se agrupan las cohortes de prisioneros. Para más


terrorífico ejemplo, muchos de ellos, los notables, son
ejecutados:

El jefe de la guardia tomó preso a Seraías, primer


sacerdote, y a Sefanias, segundo sacerdote, y a los
tres encargados del umbral. Tomó a un eunuco de
la ciudad, que era inspector de los hombres de gue­
rra, a cinco hombres de los cortesanos del rey, que
se encontraban en la ciudad, el secretario del jefe
del ejército, encargado del alistamiento del pueblo
de la tierra, y a sesenta hombres de la tierra que
se hallaban en la ciudad. Nebuzaradán , jefe de la
guardia, los tomó y los llevó a Riblá donde el rey
de Babilonia; y el rey de Babilonia los hirió hacién­
doles morir en Riblá, en el pais de Jamat (2 R 25,
18-21).

Después se ponen en marcha las miserables filas de


los que van empujados hacia Babilonia, "mis doncellas
y mis jóvenes que han ido al cautiverio" (Lm 1,18), tris­
tes e innumerables cautivos "amontonados como arena"
(Ha 1,9). Sólo quedan en Palestina, roídos por una mise­
ria cada vez mayor "algunos de entre la gente pobre"
(2 R 25,12), "la plebe baja, los que no tienen nada"
(Jr 39,10).
Tal es la serie de acontecimientos y de catástrofes que
provocó el establecimiento en tierras de Babilonia de
muchos millares de israelitas. Tal es el decorado, de trá­
gico color sangre y fuego, sobre el que se debate un hom­
bre, el héroe de una maravillosa epopeya profética: Eze­
quiel.
CAPITULO II

ANTE AQUEL HORIZONTE


DE SANGRE Y FUEGO,
EL DIALOGO DE UN PROFETA
CON SU PUEBLO
Debemos ahora volver atrás para comprender la men­
talidad, las angustias y las esperanzas de aquellas gentes
a las que se dirige Ezequiel a lo largo de toda su acción
profética.

En tierra extraña

Alrededor del año 598 es cuando el profeta Ezequiel


llega a tierra extraña, al destierro. Fue una de las víc­
timas de la primera algarada hecha por Nabucodonosor
en suelo palestino, una decena de años antes de la caída
de la capital, que encaminó hacia "tierra extranjera" a
miles y miles de judíos, compañeros de infortunio de su
rey Joaquín.
Como la ciudad aún no había caído, toda esperanza,
aun la más disparatada, parecía admisible. No era cosa
de privarse de vanas ilusiones, aunque se tuviera por lo
pronto el espíritu constantemente ocupado por muy dis­
tintos problemas.
La marcha había sido larga. Para idénticos caminos,
aunque en viaje de retorno, Esdras habla de cuatro me­
ses (Esd 7,9). El ir habría de ser mucho más largo, por ser
más penoso. Y tanto más, cuanto que a la angustia del
porvenir se juntaban infaltablemente el calor, el hambre,
la sed, quizá las cadenas (Jr 40,1; Is 45,14); además, el
32 UN PROFETA CON SU PUEBLO

hostigamiento de los soldados siempre ávidos de matar


el aburrimiento con modos nuevos y fáciles a costa de
los prisioneros. Una rápida mirada sobre el mapa nos
hará ver que aproximadamente los prisioneros hubieron
de caminar a lo largo de unos mil trescientos kilóme­
tros 1•
¿ Y cómo se instalaron a la llegada? Apenas lo sabe­
mos. Las frases de deportación que utilizamos nosotros a
propósito de estos desplazamientos de las gentes, evocan
ante nuestra memoria trágicas imágenes que sólo tie­
nen inciertas relaciones con lo que debió de ser la reali­
dad. La población judía hubo de acampar en diversos
lugares donde llevaría la triste aunque parcialmente libre
vida de los "residenciados". Parece que, diseminada so­
bre todo en las regiones agrícolas cercanas a las gran­
des ciudades, aquella población se iría desplazando pro­
gresivamente hacia estas ciudades, que algunos abando­
narían la agricultura y la cría de ganado, para orientar­
se hacia el comercio y al artesanado. De hecho, Ezequiel
cita el nombre de una ciudad: "Tel-Abib, donde los de­
portados que residían ... " (Ez 3,15), y Esdras (2,59; 8,17)
enumera ciudades que nos son desconocidas. De cual­
quier forma, perdura la sujeción a la importunidad de
la policía y a diversas otras servidumbres: exacciones
crematísticas, trabajos públicos, y toda clase de requi­
sitorias. Medidas que, aun con estar empapadas del ás­
pero sabor de la fuerza, dejaban un mínimo apreciable
de libertad.
Sin duda que ciertas personalidades, más sospecho­
sas a los ojos de la administración babilónica, o más te­
mibles, agonizando lentamente tras las puertas de la
prisión que no se abrían jamás, acallaban el rencor vi-

1 Véase una descripción más amplia en O. R1cc10TTI, Histoire d'Is­


rael, París 1974, trad. fran. P. AUVRAY, t. 11, p. 75. Véase t. I., p. 528.
(Hay trad. esp.)
EN TIERRA EXTRAÑA 33

rulento de los vencedores. Así Sedecías, a quien ni el


haberle sacado los ojos, ni el haber degollado a sus hi­
jos, le ahorraron el triste fin de una lúgubre mazmorra.
Con él, más de una personalidad judía se pudrió y mu­
rió en algún profundo calabozo del palacio real o en al­
gún reducto de la inhumana Babel.
Otros tuvieron más suerte. Y más que todos Joaquín:
los documentos babilonios le nombran siempre el "rey
de Judá", y eso mucho tiempo después de su rendición
y aun en tiempo de Sedecías su sucesor.

En el año treinta y seis de la deportación de Joa­


quin, rey de Judá, en el mes doce, el veinticinco del
mes, Evil-Merodak, rey de Babilonia, hizo gracia en
el año en que comenzó a reinar, a Joaquín, rey de
Judá, y lo sacó de la cárcel. Le habló con benevo­
lencia y le dio un asiento superior al asiento de los
reyes que estaban con él en Babilonia. Joaquín se
quitó sus vestidos de prisión y comió siempre en la
mesa del rey, todos los días de su vida. Le fue dado
constantemente su sustento de parte del rey de Ba­
bilonia, día tras día, hasta el día de su muerte, to­
dos los días de su vida (Jr 52,31-34; cf. 2 R 25,27-30).

Este acontecimiento, sorprendente vislumbre de es­


peranza para todos los desterrados, no debió de ser una
excepción. A otros niveles de la escala social, no pocos
cautivos, tratados severamente al principio, recobraron
progresivamente su derecho de obrar con toda libertad.
El propio rey Joaquín, no parece que hubiera tenido que
aguardar el año treinta y siete de su deportación (562)
para ser tratado con humanidad por el monarca cal­
deo. Documentos encontrados en Babilonia en el ba­
rrio de la Puerta de Isthar-y uno de ellos data de 592-
nos dan el nombre de Joaquín, rey de Judá, entre los
príncipes gratificados por el Estado con abundantes
EZEQUIEL.-3
34 UN PROFETA CON SU PUEBLO

cantidades de aceite 2• Por consiguiente, una cierta li­


beralidad habría presidido la definición de su estatuto.
En cuanto al pueblo, debió de ser varia su suerte.
Muchos siguieron vegetando lamentable y oscuramente;
aunque a su lado otros hermanos de raza, emprendedo­
res, audaces, hábiles, supieron cogerle las vueltas a la
situación y llegaran a una bastante aceptable fortuna.
Documentos antiguos nos instruyen sobre las acti­
vidades de la banca Murashu e Hijos, que operaba en­
tre 455 y 403, es decir algún tiempo después del fin del
exilio 3• Esta firma que explotaba campos inmensos por
cuenta de las autoridades persas, contaba entre sus em­
pleados y clientes un buen número de judíos. Tratábase
pues de israelitas que se quedaron en Babilonia después
de la liberación donde habían sabido amasar mañ.osa­
mente su fortuna, o al menos encontrar un suficiente
menester. Después de la vuelta a Palestina, un tal Peta­
jías de la tribu de Judá "estaba a las órdenes del rey para
todos los asuntos del pueblo" (Ne 11,24); un personaje
tan bien situado después de la liberación, debió de ejer­
cer, incluso antes del fin del destierro, otros cargos de
alta responsabilidad. Tal debió de ser también el caso
del propio de Nehemías, escanciador real (Ne 2,1) cer­
ca del rey persa. Las historias de Daniel y de Ester, un
tanto noveladas sin duda, nos hacen pensar que más de
un joven israelita inteligente y hábil, más de una bella
joven judía, sacaría provecho para sí, para sus familias,
y para sus hermanos de raza, del interés que había sus­
citado su ingenio, del apasionado afecto que sus encan-

2 Cf. w. ZIMMERLI, Ezechiel. Bib. Kommentar Alt. Testam., p. 44;


M. NoTH, "Slgnification, pour Israel, de la chute de Jérusalem"
RHPR 1953, pp. 81-102.
3 G. RICCIOTTI, op. cit., t. 11, pp. 79s.; véase G. GARDASCIA, Les ar­
chives des Murashu, tesis de la Facultad de Derecho de Paris, 1951.
EN TIERRA EXTRAÑA 35

tos hubieran hecho nacer en el corazón de los pode­


rosos.
El caso es que en el momento de aparecer el edicto
de Ciro poniendo fin a la deportación, no ocurrió que
el pueblo se precipitara "como un solo hombre" hacia
los caminos de retorno. Hubo que organizar, con inter­
valos de tiempo bastante considerables, diversas cara­
vanas. Hubo, a veces, que empeñarse en reclutar una
cantidad homogénea y suficiente de hombres valederos
y por decirlo así voluntarios (Esd 8,15-20). ¿No es prue­
ba de que allá, "en las inhospitalarias riberas de los ríos
de Babilonia", se habían por fin instalado de modo que
fuera posible una vida más agradable que la previsible
bajo el ardiente sol de Palestina?
Por otra parte Jeremías había aconsejado de modo
apremiante a los desterrados, antes de la caída de Je­
rusalén, el modo de instalarse verdaderamente en Ba­
bilonia:

Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y


comed su fruto; tomad mujeres y engendrad hi­
jos e hijas; casad a vuestros hijos y dad vuestras
hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y
medrad allí y no mengüéis; procurad el bien de la
ciudad adonde os he deportado y orad por ella a
Yahvéh, porque su bien será el vuestro (Jr 29,4-9).

Jeremías sólo podía ver las cosas desde lejos; su tes­


timonio, que desde luego tiene menos de comprobación
que de orden, no es indiscutible. La carta que dirigió
desde Palestina a los exiliados de Babilonia, expresaba
sin embargo la esencia de la realidad. En Babilonia los
exiliados podían comprar tierras, construir, tener mu­
jeres e hijos, etc.
También podían mantener correspondencia con sus
parientes o sus compatriotas que quedaron en el pais.
36 UN PROFETA CON SU PUEBLO

Esta misma carta de Jeremías da a entender que había


un cambio de correspondencia de cierta consideración
entre la colonia deportada a Babilonia y la madre pa­
tria.
Los israelitas tenían también el derecho de reunir­
se. El Sal 137 evoca poéticamente una de esas reunio­
nes consagradas al recuerdo nostálgico de las desgra­
cias de Sión; y se unen a esos acentos lúgubres, ardien­
tes súplicas por Jerusalén asolada (Sal 51,20; 80,13;
102,14-17; 147,2), por su rey prisionero (Sal 132,10;
83,39-46), por su pueblo en el destierro. Se afiadiría tam­
bién la lectura de los oráculos reconfortantes (Ba 1,1-4)
que los profetas ya habían proclamado (Jr 30; 31, etc.).
Celebradas, como asegura el autor del Sal 137, a orillas
de los ríos-recordemos que en un sitio parecido encon­
tró Ezequiel a la comunidad de deportados (Ez 3,15) y
que Baruc, en un lugar semejante, supone una asam­
blea de fieles que oran, gimen, ayunan y oyen la lectu­
ra de Jeremías (Ba 1,4)-o en cualquier otro paraje, es­
tas reuniones dan idea de la libertad de que gozaban
los desterrados.
Nuevo y significativo indicio: Ezequiel habla repeti­
das veces de los ancianos (Ez 8,1.11.12; 14,1; 20,1.3). Los
ancianos son "aquellos cabezas de familia que consti­
tuían una especie de consejo municipal en cada ciudad
o en cada pueblo, fuera de las dos capitales Jerusalén
y Samaria. Y en las propias capitales cumplían su mi­
sión al lado del gobernador" 4• Pues bien, entre los exi­
liados encontramos a esos magistrados de la ciudad.
Aparecen "como los jefes en la comunidad del exilio en
Ez 8,1; 14,1; 20,13 e incluso en la comunidad del retor­
no: Esd 10,8-14" 5• Ellos son efectivamente los que vie-

4 R. DE VAux, "Sens de l'expression-Peuple du pays-dans l'An­


cien Testament", Revue d' Assyriologie, 1964, p. 171.
• lbid., p. 172.
LOS "FALSOS PROFETAS" 37

nen a consultar a Ezequiel sobre las cuestiones que in­


teresan a la organización de la comunidad de los pros­
critos, y cuando Jeremías escribe a sus compatriotas
deportados se dirige a ellos precisamente (Jr 29,1). La
comunidad hebrea gozaba por lo tanto en tierra extra­
ña de una real autonomía.
Pero por muy llevadera que con el tiempo hubiera
llegado a ser la dominación caldea, las riberas del Eu­
frates no podían borrar el recuerdo de las riberas del
Jordán. La comunidad de desterrados, sobre todo en
esas primeras décadas del destierro en las que resuena
la voz de Ezequiel, añora amargamente la patria leja­
na. Los sentimientos llenos de dolor de los deportados
se expresan a veces en frases que nos ha dejado el mis­
mo Ezequiel, porque ellas son con frecuencia el punto de
arranque de sus clamores y la ocasión de sus oráculos.

Los «falsos profetas»

Ezequiel no ha conservado ninguno de los lamentos


con que las primeras oleadas de exiliados, sobre todo an­
tes de la ruina de la ciudad, afirmaban sus deseos, y
aun quizá su convicción de un inminente retorno al
país. Se yergue empero contra el crédito que los "falsos
profetas" encuentran entre los doloridos desterrados;
como Jeremías en su carta a los que están en el exilio,
invita a sus lejanos destinatarios a no dejarse engañar
por esos pretendidos profetas, por esos adivinos, por
esos visionarios (Jr 29,8.9.15.21ss). Ezequiel deplora el
buen éxito de tales gentes. Falsamente-proclama-en­
señan en nombre de Yahvéh: Yahvéh no los ha enviado.
Para presentar al pueblo sus pretendidas visiones,
captan su propio estado de ánimo, disfrazando sus va­
nos presagios con el embustero título de "Oráculo de
38 UN PROFETA CON SU PUEBLO

Yahvéh". Su palabra no es la de Yahvéh. Por eso queda


sin efecto.
Además de ser estéril e ineficaz, la predicación de es­
tos fantasiosos, resulta también nociva. Les place anun­
ciar la paz (Ez 13,10); se obstinan en predecir a las las­
timosas víctimas de la guerra el fin de la tortura, la
vuelta al orden y a la prosperidad; pero en el momento
en que anuncian la paz no invitan al pueblo a cons­
truirla cuanto antes dentro de sí mismos, a elaborar esa
paz No piden al pueblo que devuelva lo empefiado, que
restituya el robo, que guarde las leyes que dan vida de­
jando de hacer el mal (Ez 33,15); no apremian a nadie
para que deje de violentar a la mujer en estado de im­
pureza, o a su hermana, o a la hija de su padre; para
que no reciba dádivas por derramar sangre, para re­
chazar la usura y los réditos; para que cese el despojo
del prójimo valiéndose de la fuerza (Ez 22,10-12). Su
predicación es falsamente pacífica.
Se hacen heraldos de un pacifismo mentiroso. Lo
único que consiguen en el fondo, es impedir con sus pro­
pias palabras el cumplimiento de lo que anuncian. Re­
cuerdan a los albafiiles que para reparar un muro cuar­
teado se contentan con recubrirlo de argamasa; el muro
se desplomará al primer embate de la tempestad, aplas­
tando a los moradores de la casa (Ez 13,1-16).

El anuncio del castigo

En contra de tales predicadores, ignorantes del ver­


dadero problema de Israel que es su pecado, Ezequiel se
aplica a revelar a su pueblo su falta, y a anunciarle el
castigo que le ha merecido esa falta cometida y repe­
tida como nunca.
EL ANUNCIO DEL CASTIGO 39

Me dijo entonces: "¿Has visto, hijo de hombre,


lo que hacen en la oscuridad los ancianos de la
casa de Israel, cada uno en su estancia adornada
de pinturas? Están diciendo: 'Yahvéh no nos ve,
Yahvéh ha abandonado esta tierra' " (Ez 8,12)...

Me dijo: "La iniquidad de la casa de Israel y de


Judá es muy grande, mucho ... Pues dicen: 'Yahvéh
ha abandonado la tierra, Yahvéh no ve nada' "
(Ez 9,9).

Mas ese castigo, predicho ya tantas veces, no parece


que se vaya a realizar pronto; por eso para Ezequiel los
oídos son cada vez más escépticos. Ya en Palestina
circulan dichos contrarios a sus convicciones, que llegan
a los deportados. Los palestinos sin cuidado ya, mer­
ced a la primera partida hacia el destierro, se sienten
bien al abrigo de su ciudad; y si alrededor de tal o cual
profeta de desdichas se entrevé, ya próximo, un castigo
que pudiera ser el del fuego, se comparan alegremente
-con sus puntas de humor negro o de bravata incons­
ciente-a trozos de carne dentro de una olla, resguar­
dados por el metal de los terribles ardores de la llama.
Insensata pretensión, rearguye Ezequiel: si hubiera
que hablar de seguridad tras los muros de la olla-Jeru­
salén, habríase de referir la ocurrencia a los cadáveres
amontonados; los otros, los vivos, serán arrojados fuera
de la olla protectora y destruidos en el mismo cogollo
del territorio de Israel.

El espíritu me elevó ... Me dijo: "Hijo de hombre,


éstos son los hombres que... dicen: '¿No se van a
construir casas pronto? Ella es la olla y nosotros
somos la carne.. .' ".
"Di: Asi dice Yahvéh: ... Habéis multiplicado
vuestras víctimas en esta ciudad; habéis llenado
de victimas sus calles. Por eso ... las victimas que ha­
béis tirado en medio de ella son la carne, y ella es
40 UN PROFETA CON SU PUEBLO

la olla; pero yo os haré salir de ella ... Os sacaré de


la ciudad, os entregaré en manos de extranjeros, y
ejecutaré en vosotros mis juicios ... Esta ciudad no
será una olla para vosotros, ni vosotros seréis la
carne en medio de ella: dentro del término de Is­
rael os juzgaré yo. Ya sabréis que yo soy Yahvéh"
(Ez 11,1-12).

Y a fin de cuentas, ¿no será Jerusalén una olla para


los mismos que aún viven en ella? Se atienen a esa com­
paración: ¿cómo no la siguen? ¡Olla! Muy cierto. Pero
olla que recuece ... , no que protege; olla herrumbrosa
por el pecado de Jerusalén, cuya herrumbre pecamino­
sa sólo podrá limpiar un vivísimo fuego.

La palabra de Yahvéh me fue dirigida ...: "Hijo


de hombre ... Compón una parábola sobre esta casa
de rebeldía. Les dirás: Asi dice el Señor Yahvéh:

Arrima la olla al fuego, arrímala,


y echa agua en ella.
Pon luego trozos de carne,
todos los trozos buenos, pierna y espalda.
Llénala de los huesos mejores.
Todo lo mejor del ganado menor.
Apila en torno la leña debajo,
hazla hervir a borbotones,
de modo que hasta los huesos se cuezan.
Porque así dice el Señor Yahvéh:
¡ Ay de la ciudad sanguinaria!
También yo voy a hacer un gran montón de leña.
Apila bien la leña, enciende el fuego,
cuece la carne a punto, prepara las especias,
que los huesos se abrasen.
Pon luego la olla vacía sobre las brasas;
para que se caliente,
se ponga al rojo el bronce,
se funda dentro de ella su suciedad,
y su herrumbre se consuma... (Ez 24,1-11).
EL ANUNCIO DEL CASTIGO 41

Idéntico tema se nos ofrece con un desarrollo muy


semejante sobre el crisol (Ez 22,17-22).
Esos dichos no podían impresionar a los palestinos,
que verosímilmente los ignoraban; por eso redoblan sus
bravatas, inconscientes de la desesperanza que con ellas
sembraban en sus hermanos deportados.

Entonces, la palabra de Yahvéh me fue dirigida


en estos términos: "Hijo de hombre, los que habi­
tan en esas ruinas, en la tierra de Israel, dicen:
'Uno solo era Abraham y obtuvo en posesión esta
tierra. Nosotros somos numerosos; a nosotros se
nos ha dado esta tierra en posesión' " (Ez 33,23s).

¡Dudosa hermenéutica! Se apoya en la serie de acon­


tecimientos que valió a Abraham la posesión de la tie­
rra palestina; pero se olvida-finge al menos olvi­
dar-que esa serie de acontecimientos sólo encontró efi­
cacia en la fidelidad del Dios de la Alianza. Ya que
Abraham, siendo solo, consiguió la posesión de la tie­
rra, los que se libraron de la primera deportación, más
numerosos y más potentes que sus antepasados, quedan
obligados a conservar el disfrute de esa tierra disputada:

Pues bien, diles: "Asi dice el Señor Yahvéh: Co­


metéis abominación, ¡y vais a poseer esta tierra! ...
Por mi vida, lo juro: los que están entre las ruinas
caerán a espada, a los que andan por el campo los
entregaré a las bestias como pasto, y los que están
en las fortalezas y en las cuevas morirán de peste.
Convertiré esta tierra en un desierto desolado, y se
acabará el orgullo de su fuerza. Los montes de Is­
rael serán devastados y nadie pasará más por ellos.
Y se sabrá que yo soy Yahvéh, cuando convierta
esta tierra en un desierto desolado, por todas las
abominaciones que han cometido" (Ez 33,25-29).

Mas he aquí lo que dicen las gentes que quedaron en


Palestina.
42 UN PROFETA CON SU PUEBLO

Me fue dirigida la palabra de Yahvéh en estos


términos: "Hijo de hombre: de tus hermanos, de
tus parientes y de toda la casa de Israel, dicen los
habitantes de Jerusalén: 'Estáis alejados de Yah­
véh; a nosotros se nos ha dado esta tierra en po­
sesión' " (Ez 11,14s).

Ezequiel contesta dando, del comportamiento de


Dios, una idea distinta de la que inspira las frases pre­
tenciosas de los palestinos. Para estar "próximos" a
Yahvéh, para "poseer la tierra en herencia", no basta
con estar-¿y por cuánto tiempo, además?-en esa tie­
rra. La posibilidad de aproximarse a Yahvéh en su san­
tuario no depende tanto de las distancias como de que
el propio Yahvéh, si lo quiere, se haga de alguna ma­
nera santuario de su pueblo:

Por eso di: "Asi dice el Señor Yahvéh: Sí, yo les


he alejado entre las naciones, los he dispersado por
los países, y yo he sido un santuario para ellos,
por poco tiempo, en los países adonde han ido"
(Ez 11,16).

Por muy tranquilizadoras que sean estas sentencias,


apenas tocan el corazón de los exiliados que empiezan a
dudar de la verdad de los oráculos de Ezequiel: "Los
días se prolongan y toda visión pasa", dicen los escép­
ticos, aquietados con que ven pasar el tiempo sin que
ninguno de los oráculos vengadores del profeta se realice
(Ez 12,22). Y el profeta replica; y renueva sus amenazas.
¿Pero cuándo al fin se van a abatir esas amenazas so­
bre el pueblo? Nadie lo sabe. Ezequiel mismo, por muy
seguro que esté de su cumplimiento cercano, no sabe
más que los otros sobre la fecha fatídica. ¿Qué respon­
der entonces a una frase como ésta: "La visión que éste
contempla es para días lejanos, éste profetiza para una
época remota"? (Ez 12,27). Sólo una cosa puede decir
LA RUINA 43

Ezequiel: lo dicho, dicho está; su predicción se reali­


zará infaltablemente. Y que cada cual piense sobre ello.

La ruina

Hasta aqui se esperaba todavía. Se esperaba a pesar


del profeta dedicado, en los tiempos que preceden a la
ruina de Jerusalén, más a inquietar que a tranquilizar.
De pronto empieza a decrecer el optimismo; se hace pa­
tente la situación en todo su rigor. La ruina. Hasta aho­
ra no se ha querido creer, a riesgo de precipitarla por
una incredulidad culpable, en la llegada de la desgracia.
Súbitamente se hace la luz; pero es para sobrepasar los
limites. En lugar de reconocerse culpable, de verse res­
ponsable de la inminente calamidad, irremediable ya,
todo son invectivas contra el Señor, se le acusa por su
modo de hacer, no se cree en su justicia ...
"No es justo el proceder del Señor" (Ez 18,25); "no
es justo el proceder del Señor" (Ez 33,17); "no es justo
el proceder del Señor" (Ez 33,20).
¿Por qué reprochar así al Señor su conducta? Es que
los desterrados de Babilonia adquieren una conciencia
cada vez más precisa del nexo que une los pecados de
la comunidad nacional de la que forman parte, con el
castigo que los anonada. Pero mientras que esos peca­
dos se han ido acumulando durante siglos por la suce­
sión no interrumpida de los antepasados pecadores, el
castigo aquél recae concentrado sobre una sola y única
generación. "Nuestros padres pecaron: ya no existen; y
nosotros cargamos con sus culpas", clama un autor de
las Lamentaciones (Lm 5,7). Los oyentes de Ezequiel di­
cen, a su manera, que sus padres comieron los agraces
y ellos tienen la dentera (Ez 18,2); que es lo que repetía
ya el entorno de Jeremías (Jr 31,29).
44 UN PROFETA CON SU PUEBLO

Nueva contestación de Ezequiel; aunque desarrolla­


da ampliamente en varias ocasiones quizá (Ez 14,12-23;
18,1-32; 33,10-20), su respuesta consiste en pocas pala­
bras. No es de la justicia de Dios de lo que habría que
dudar, sino de la justicia de los miembros de su pueblo
(cf. "el justo" de Ez 18,5.19.20.21.22.24-29). Que cada cual
se preocupe de su propia conversión, que renuncie a su
injusticia; entonces hallará finalmente la vida; nadie
tendrá dentera sino por los agraces que él mismo haya
comido (Jr 31,30).
Mas todo cambia de pronto en el corazón inconstan­
te de los deportados. Mientras la mayor parte están an­
siosos por partir, no faltan los que poco a poco se van
ocupando de instalarse. Jeremías les había escrito para
que lo hicieran. No les había dicho sin embargo que
adoptaran los usos babilónicos, y menos aún las cos­
tumbres religiosas de los paganos; es justamente lo
contrario lo que predicaba sin cesar (Jr 11,12).
La vieja tentación retoña en tierra de exilio. ¡Es
tan provocativo el ambiente religioso en que viven! Los
cultos babilónicos se celebran en imponentes santua­
rios y despliegan amplias y grandiosas liturgias. Seme­
jante espectáculo ha suscitado en algunos espíritus pro­
yectos inquietantes.
Y así, un día los representantes de la comunidad vie­
nen a visitar al profeta; unos con el deseo de oírle pro­
nunciar un oráculo sobre la eventualidad del retorno,
otros con la intención de proponerle una pregunta de
este tenor: en la situación en que estamos, ¿cómo po­
demos buscar a Dios? (cf. Ez 36,37). Es decir: ¿Cómo po­
demos celebrar el culto de Yahvéh? (2 Cro 17,4; 31,21).
¿Qué construcciones nos ayudarán para que nos sea po­
sible ofrecer un culto valedero? (Ez 20,32.40). ¿Es que
no hay en efecto una relación entre la búsqueda de
Yahvéh y la edificación o la utilización de un santua-
¿FUE CONDENADO EL PUEBLO? 45

rio? (Esd 4,2). Llegados pues a visitar al profeta con la


cabeza llena de semejantes preocupaciones, cuando no
ya de proyectos, los representantes de la comunidad en
el destierro no tuvieron siquiera tiempo de explicar el
motivo de su gestión; apenas llegados y una vez senta­
dos ante él, ya el profeta comenzó su contestación, una
larga y patética requisitoria. En modo alguno podría ser
aquélla la ocasión de asemejarses a las naciones; en
modo alguno podría ni discutirse la construcción de un
templo "en tierra extraña", fuera del "país", lejos de
aquella montaña sobre la cual un día la casa toda de
Israel servirá a su Dios (Ez 20,40).
Sin embargo inexorablemente los días suceden a los
días. De pronto la desgracia se abate sobre Jerusalén,
trayendo a los deportados una desesperanza que la lle­
gada de nuevas colonias de exiliados no puede menos de
aumentar. Se propalan aquí y allá relatos sobre la ac­
titud adoptada por los poblados vecinos, primeramente
asociados en la coalición antibabilónica, trocados en el
último momento en enemigos más crueles que las crue­
les mesnadas de Babilonia. Ezequiel dedicado hace
tiempo a proclamar que Yahvéh haría intervenir a los
pueblos paganos para castigar a Israel, prolonga ahora
su exposición del plan de Dios y anuncia que esos paga­
nos, instrumentos momentáneos de la cólera divina, su­
frirán a su vez el castigo merecido por sus pensamien­
tos y soflamas cargadas de rabia cruel y de estúpida va­
nidad.

¿Fue condenado el pueblo?

La colonia de exiliados no resultó sin embargo conso­


lada. Jerusalén fue destruida, el rey hecho prisionero,
el pueblo deportado, disperso entre las naciones. Todo
estaba terminado.
46 UN PROFETA CON SU PUEBLO

La palabra de Yahvéh me fue dirigida... "Y tú,


hijo de hombre, di a la casa de Israel: Vosotros
andáis diciendo: 'Nuestros crímenes y nuestros pe­
cados pesan sobre nosotros y por causa de ellos
nos consumimos. ¿Cómo podremos vivir?' " (Eze­
quiel 33,lOs).
"Hijo de hombre ... Ellos andan diciendo: 'Se han
secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra
esperanza, todo se ha terminado para nosotros' "
(Ez 37,11).

"El espíritu abatido seca los huesos", dice exacta­


mente el libro de los Proverbios (Pr 17,22). El estado de
languidez que empapa a los desterrados es fruto de su
desesperanza, la cual dimana de una certeza que los in­
vade: el castigo, bien merecido por cierto, corre el ries­
go de ser merecido hasta el final. ¿Estará el pueblo pe­
cador condenado irremediablemente a morir en su pro­
pio pecado? Opuesto a la esperanza fácil hace mucho,
Ezequiel impugna sin embargo ahora una desesperan­
za tan poco justificada. ¡No! El pueblo de Yahvéh vivi­
rá; tánta verdad es que Yahvéh puede hacer vivir y re­
vivir a su voluntad. Y tánto vivirá ese pueblo tan largo
tiempo pecador, tan profundamente terco en los desór­
denes idólatras, que un día, reunido todo él en una ciu­
dad nueva y con un renovado corazón, entrará en de­
votas procesiones en el Templo, donde será celebrado
el culto que conviene a la gloria de Yahvéh.

Tal es el medio, tales los afanes, tales las esperan­


zas, los deseos, los rechazamientos ante los cuales Eze­
quiel toma posiciones. Acabamos de oírle un poco cómo
reacciona ante las provocaciones de sus compafieros de
miseria. Nos queda aproximarnos más a él; y para ello
hemos de comenzar por descifrar su libro. Después de
lo cual ya nos será menos dificil mirarlo vivir. Para
¿FUE CONDENADO EL PUEBLO? 47

hombre tan expansivo como Ezequiel, esto es capital;


y por otra parte no le falta su lado pintoresco. Mirarlo
vivir y sobre todo escucharle; penetrar profundamente
en su pensamiento, en su testimonio, y finalmente en la
Palabra que por medio de él nos dirige Dios.
CAPITULO lll

¿DESORDEN ENIGMA TICO... ,


O HECHICERIA MARA VILLOSIST A?

EZEQUIEL.-4
Entre las varias razones de desigual valor de que se
sirvió el cardenal Pacheco para obtener ( dicen las re­
censiones de la sesión) que los Padres del Concilio de
Trento prohibieran la publicación de la Biblia en len­
gua vulgar, figura ésta: el prelado juzgaba inadmisible
que se pusiesen en manos "de la plebe, de los rústicos y
de las mujeres" (sic) libros ante los cuales los doctores
y teólogos más consumados reconocían su ignorancia.
Entre estos libros, figuraba en puesto destacado Eze­
quiel 6•
Dejemos para un pasado ya ido los argumentos del
cardenal Pacheco, argumentos que sus amigos no se pri­
varon de combatir. Pero reconozcamos que la lectura
del libro de Ezequiel plantea arduos problemas.
Esas complicaciones provienen del propio mensaje
del profeta, difícil de situar en el pensamiento de los
tiempos, dificil también de interpretarlo. Pero las com­
plicaciones están por lo pronto como apegadas a su
libro.
¡ Libro extraño y misterioso el de Ezequiel! ... ¡ Qué
desaliento, para el lector bisoño! ... Dan ganas de decir
que es incomprensible. Y sin embargo, tras un obstinado

• Véase F. CAVALLERA, "La Bible en langue vulgalre au Conclle


de Trente-IV º sesslon-", en Mélanges Podechard. Lyon 1954, p. 42.
52 DESORDEN ENIGMÁTICO

esfuerzo de exploración, nos resulta-y no se crea que


la palabra es demasiado expresiva-nos resulta fasci­
nante ...
Claro que el nacimiento de tal amistad no se realiza
sin trabajo. Hay dos cosas que, en efecto, hacen difícil
de descifrar la literatura de Ezequiel. La estructura del
libro; no la del libro tomado en su conjunto, sino la de
los capítulos y hasta la de los diversos párrafos que lo
componen, y a veces incluso la estructura de las frases.
Y también el estilo del profeta, estilo oriental, biblico,
diferente desde luego de nuestra mentalidad occiden­
tal científica, pero además cien veces más diferente de
nuestros gustos que lo pudiera ser un Isaías, también
oriental, pero con todo mucho menos alejado de nues­
tra manera de sentir y de escribir.

El laberinto de un libro

El libro de Ezequiel es un verdadero laberinto ... Hay


partes que parecen un batiburrillo inextricable donde
el lector se pierde. Por ejemplo los capítulos Ez 4 y 21.
Y más aún en las importantes páginas que comienzan y
acaban el libro: los capítulos Ez 1 y 40-48.
Forjémonos sin embargo una consideración optimis­
ta: la arquitectura general del libro es de gran sim­
plicidad; el libro de Ezequiel es quizá el mejor organi­
zado, el más sencillamente estructurado de todos los li­
bros proféticos.
En la vida de un hombre-llamado Ezequiel-se pro­
duce una intervención divina grandiosa; que hace de
él un profeta (Ez 1-3); y he aquí a nuestro hombre en­
cargado de proclamar a sus compatriotas, a Israel, la
inminencia del juicio divino que alcanzará a todos los
infieles del pueblo elegido (Ez 4-24). Conminadas para
EL LABERINTO DE UN LIBRO 53

cumplir ese juicio, las naciones no serán tratadas con


benevolencia: Ezequiel anuncia ya su castigo (Ez 25-
32). Pero Jerusalén acaba de caer. Dios que hasta en­
tonces había sido justiciero, se trueca en salvador de su
pueblo que será "resucitado", purificado, santificado y
restablecido sobre la tierra de Israel (Ez 33-37). El li­
bro termina pues sobre las amplias perspectivas de un
horizonte lejano; ante los ojos del lector se desarrolla
la larga y decisiva batalla del pueblo de Dios enfrenta­
do con terribles enemigos (Ez 38-39). Y por fin se per­
fila la alta silueta de la montaña sobre la que ve Eze­
quiel la capital del pueblo de Dios renovado (Ez 40-48).
¿Será posible imaginar un libro profético más sim­
plemente y más claramente organizado? Sin duda que
tal organización corresponde a las lineas fundamenta­
les de la enseñanza del profeta; nos muestra ya lo esen­
cial de lo que el "hijo de Buzí" se obstinaba en predi­
car; corresponde también a las grandes etapas de la
vida y de la actividad de Ezequiel: anunciar el juicio de
Jerusalén, después su salvación, y en fin proclamar la
llegada de una salvación definitiva.
Simple y lógica, esta construcción no carece de al­
gún concierto, ni tampoco de desorden. Algunos orácu­
los, netamente datados, han sido introducidos según un
plan que no tiene nada que ver con la cronología: las
indicaciones propuestas en Ez 1,1.2; 8,1; 24,1; 26,1; 29,
1.7; 40,1 dan fe de ello. Y lo mismo ocurre con la pági­
na más famosa y más compleja de Ezequiel, el capítu­
lo 1: las contradicciones de los primeros versículos nos
hacen suponer que el primer puesto ha sido artificial­
mente atribuido a este cuadro de la Gloria de Yahvéh
para subrayar la grandeza sublime del acontecimiento,
pero también para destacar su importancia en la vida y
en la predicación de Ezequiel.
54 DESORDEN ENIGMÁTICO

Separaciones y reagrupamientos
artificiosos

Es éste un libro en el que nos encontramos con se­


ries de trozos heteróclitos; los versículos Ez 3,16-21, por
ejemplo, presentan al profeta como vigilante encargado
de hacer ver a sus compatriotas el peligro que los ame­
naza; y a continuación los versículo Ez 3,22-27 mencio­
nan la orden dada a Ezequiel de mantenerse alejado de
todos, y encerrado en su morada donde se verá atacado
por un mutismo total: la yuxtaposición de esos versícu­
los es cuando menos extraña.
O bien nos encontramos con textos separados des­
mañadamente; por ejemplo las diversas predicaciones
de Ezequiel relativas a los "caminos del Señor" (Eze­
quiel 14,22s; 18,3.10-20). Ante semejante dispersión, ocu­
rre plantear la hipótesis de un mismo y único discurso
transcrito varias veces por secretarios u oyentes cuyos
diversos apuntes hubieran sido insertados al azar en el
libro. También se puede considerar que el profeta que
no rehusaba volver sobre un mismo asunto (véanse sus
repetidas condenaciones de Tiro, Ez 26-28; de Egipto,
Ez 29-32) insistió varias veces en tratar de ciertos temas
especialmente importantes, dando así lugar como a di­
versas copias de un tema único.
Hay textos cuya desafortunada dispersión hay que
atribuirla a la torpeza de los escribas. Así la secuencia
Ez 3,22-27 + 24,25-27 + 33,21.22. Esta serie enlaza todo
el anuncio profético del mutismo de que sería afectado
Ezequiel, la fijación del momento en que llegará el fin
de ese mutismo y el relato del cumplimiento de esas di­
versas profecías. Esta secuencia ha sido troceada, y has­
ta pudiéramos decir desintegrada, por la burda incompe­
tencia de los compiladores.
UN AUTOR Y UN LIBRO VIVOS 55

Otros agrupamientos aparentemente más lógicos no


son menos convencionales. Experiencias extáticas que el
tiempo separó han sido agrupadas en dos o tres con­
juntos (Ez 1-3; 8-11; 40-48); otro tanto pasa con los
actos simbólicos (Ez 4; 5). Oráculos que recaen aproxi­
madamente sobre el mismo sujeto (los discursos con­
tra profetas y adivinas, por ejemplo) han sido dispues­
tos en un solo capítulo (Ez 13) en nombre de la seme­
janza doctrinal. Otros están reunidos merced a la pre­
sencia de cierta palabra importante que ha hecho de
enganche; así la espada: Ez 21,6-12 espada de Yahvéh;
Ez 21,13-22 espada aguda; Ez 21,23-32 espada del rey de
Babilonia; Ez 21,33-37 espada levantada contra los ·amo­
nitas.
Otros ejemplos podríamos citar: notemos el capítulo
sobre "los pastores" (Ez 34) que trae párrafos indepen­
dientes enlazados por un tema idéntico.

Un autor y un libro vivos

La responsabilidad de tal presentación recae, al me­


nos en parte, sobre los escribas que, viviendo el profeta
y más todavía después de su muerte, coleccionaron sus
escritos, agrupándolos sin orden u organizándolos a su
modo. La presencia de una de esas manos anónimas es
fácil de comprobarla desde los primeros versículos del
libro. El texto comienza por un "relato-Yo" (Ez 1,1) en
el que Ezequiel habla por sí mismo; los vv Ez 1,2-3, al
contrario, adoptan el tono del "relato-El"; cierto editor,
a su vez, habla de Ezequiel; ha juntado su talento al
del "hijo de Buzí" y apegado sus reflexiones personales
a las del profeta. Advirtamos de pasada que sería suma­
mente interesante y útil la operación que permitiese
distinguir lo que proviene de esas manos anónimas y
56 DESORDEN ENIGMÁTICO

lo que fue escrito por el propio profeta. Mas, aunque ne­


cesaria, la empresa es muy delicada y los comentadores
de hoy tratan de realizarla con extremada circunspec­
ción; especialmente se aplican a no proceder a tales re­
visiones en función de principios que sólo fueran los de
ellos, sin que jamás hubieran sido los del autor estu­
diado.
Pero la responsabilidad del estado actual del libro
incumbe sobre todo a Ezequiel. Como quiera que su ge­
nio lo hacía indiferente a todo lo que llamamos orden,
proporciones, armonía, y por ser un predicador más
atento al fondo de su mensaje que a su forma, Ezequiel
no se priva de volver sobre sus oráculos ya proclamados
y a veces trascritos, para completarlos, precisarlos, con
peligro no pocas veces de recargarlos, y aun de oscure­
cerlos: tal podría ser el caso de los capítulos Ez 40-48.
Así se explican esos cortes molestos, esas aproxima­
ciones inesperadas, esas series sorprendentes que aca­
bamos de sefíalar; fenómenos literarios que el lector ha
de tener en cuenta, sin gastar demasiado tiempo en la­
mentarlos; y cuya razón profunda debería incluso apre­
ciar. Porque el desorden literario del libro de Ezequiel
dimana de un hecho: el profeta y su obra han vivido;
los dos eran seres vivos y vivían intensamente. Han
atravesado afíos y afíos, prestándose a las adaptaciones
de un tiempo en perpetuo cambio. Ezequiel vivía en me­
dio de aquel grupo de exilados cuya mentalidad, al com­
pás de los acontecimientos, se modificaba; junto a él
su libro ha vivido en el seno de una comunidad cuya
historia progresaba, cuyos afanes estaban en evolución,
cuyos deseos y necesidades espirituales se trasformaban
de continuo. En lugar de estar congelados, los dos, el
profeta y su libro, han suministrado respuestas renova­
das, adaptadas a las nuevas situaciones. De esas adap­
taciones constantes, lleva las trazas el texto que leemos
UN AUTOR Y UN LIBRO VIVOS 57

hoy. Las cicatrices, si preferimos decirlo así. Cicatrices


gloriosas, a pesar de todo, índices certeros de la eterna
juventud de la Palabra, que proclamada, leída, meditada
y releída por generaciones atentas, se completa, se trans­
forma. Y vive.
CAPITULO IV

UN HOMBRE: EZEQUIEL,
HIJO DE BUZÍ
Ezequiel es un hombre extraño, difícil de compren­
der. Tal es el cúmulo de complejidades y hasta casi de
contradicciones que juntó en sí por obra de la naturale­
za y de las circunstancias.

Es potente visionario; ya se entrevén en sus líneas


las evocaciones llenas de color y de sublimidad de los
escritores apocalípticos (por ejemplo los capítulos Eze­
quiel 1, la aparición de la Gloria; Ez 9-11, el juicio de
Jerusalén; Ez 38-39, el combate final); y al mismo
tiempo es autor de simbólicas ocurrencias extrañas, que
pudieran parecer pueriles o con sus puntas de triviali­
dad (capítulos Ez 4 y 5, las provisiones en el exilio y los
pelos de la barba; Ez 12,1-16, el agujero en la pared).

Es poeta deslumbrante: su imaginación se desborda;


traza con alegre pincel frescos maravillosos de movi­
miento, de color, de vida (capítulos Ez 15, la vid; Ez 17,
el águila grande; Ez 26-28, los oráculos contra Tiro;
Ez 37, las osamentas vivificadas); pero con bastante
frecuencia se embrolla en frases de estilo descuidado,
casi intraducibles 7; y después, en el azar de sus discur-

• J. KoENIG (Bible de la Pléiade, t. II, París 1959) advierte (23,42


nota) que "el estilo es descuidado, como muchas veces en Ezequiel".
62 EL HIJO DE BUZÍ

sos se pierde y a nosotros con él en descripciones me­


ticulosas de santuarios complicados y ritos minuciosos
(Ez 40-48); cuando no se entretiene en enumeraciones
detallistas hasta el extremo (Ez 16,9-13, los vestidos y
aderezo de la esposa que traspasan las barreras del
buen gusto, o al menos lo que por tal entendemos nos­
otros; Ez 16 y sobre todo 23, la prostitución de las es­
posas) 8•

Predicador de talla, apasionado muchas veces, hasta


patético (véase la obsesiva repetición de "dentro de ti",
"en ti" de Ez 22,6-14), gusta de proponer a un auditorio
que no comprende ni jota, ininteligibles explanaciones,
y de adoptar ante él actitudes simbólicas cuyo significado
no logra captar nadie: "¿Qué es lo que haces?", le dicen
las gentes desconcertadas por sus pantominas impenetra­
bles (Ez 12,9): "¿No nos explicarás qué significado tiene
para nosotros lo que estás haciendo?" (Ez 24,19) ... "¿No
nos explicarás qué es lo que quieres decir?", le increpan
irritados por el giro parabólico que toman sus proclamas
(Ez 37,18); "¡Este es un charlatán de parábolas!", dicen
desconcertados (Ez 21,5). "¿No sabéis lo que significa
esto?" pregunta él mismo (Ez 17,12), que propone enig­
mas (Ez 17,2), tan entregado sin embargo a hacer pene­
trar su mensaje en el corazón de aquel auditorio rebelde
(capítulos Ez 2-3, la misión del profeta). Y después a
este predicador fogoso lo vemos contemplativo, retirado
a un lugar solitario (Ez 3,22-24, junto al río Kebar;
Ez 33,21s, antes de la caída de Jerusalén) para escrutar

• La misma comparación que "Jeremías expresa en tres versícu­


los, Ezequiel la explana en un capítulo" (P. AUVRAY, "Prophétes. Ezé­
chiel" DBS VIII, París 1970, p. 766). cr. Jr 2,2; Ez 16; Jr 3,6-11;
Ez 23; Jr 6,17 ; Ez 30.1-9 ; Jr 23,1-3; Ez 34. Y el mismo crítico
afiade (p. 767) : "Redundante, no pocas veces impreciso, de sintaxis
descuidada, algunos pasajes en prosa hacen que Ezequiel pueda ser
juzgado como mediano escritor".
LAS CIRCUNSTANCIAS 63

atentamente los designios de Dios sobre su pueblo, tanto


de los justos como de los pecadores.
Se muestra duro, violento, casi cruel: nunca acaba
de anunciar a Jerusalén su ruina que está tan próxima,
y diríase que se complace en describir la humillación y
el castigo de la esposa infiel; sin embargo nos descubre
un natural sensible y delicado (su esposa es "el encan­
to de sus ojos" Ez 24,16), que podemos creer se compla­
cía en ocultar bajo la ruda caparazón del acusador im­
placable 9•

Las circunstancias

Esta asociación en un solo hombre de elementos que


parecería imposible reunir, es debida en buena parte a
las circunstancias 10•
Y lo primero, Ezequiel es un desterrado; y como los
desterrados de siempre, aunque resida en tierra extraña,
vive en otra parte; su pensamiento, su corazón se le
han quedado en su patria; en ella piensa, de ella habla;
su pecado es lo que condena, sus torpezas lo que denun­
cia, su salvación lo que proclama. Esta huida interior es
tanto más natural, cuanto que el deportado Ezequiel
está dotado de rica imaginación que le facilita el trans­
fert de su espíritu y que da a su evocación de lugares
lejanos una fuerza tan grande como si se tratara de
apariencias presentes. Captados por el realismo de sus
evocaciones palestinas (capítulo Ez 8, por ejemplo), los
comentadores creen no pocas veces necesario distinguir
dos etapas en la predicación de Ezequiel: una primera
etapa que se desarrollaría en Jerusalén y la segunda en

• Véase O. ErssFELDT, Einleitung in das Alte Testament, Tübi­


gen 1956, p. 464.
10 G. VoN RAD, Théologie de l'Anc. Test. t. I, Ginebra 1967, p. 190.
64 EL HIJO DE BUZÍ

Babilonia 11• Esta hipótesis no se ha impuesto; y en todo


caso no bastaría para apuntalarla la facilidad con que
Ezequiel evoca su tierra natal.
Además Ezequiel es hombre cuya naturaleza impetuo­
sa ha estado en todo momento contrarrestada por la
vida; ya volveremos sobre esto un poco más adelante.
Pero es preciso subrayar desde luego un hecho asombro­
so: es sacerdote, ama el culto, pero reside en una na­
ción pagana donde cualquier actividad litúrgica es im­
posible; teólogo metódico, destinado a las escuelas de
catequesis sistemática (capítulo Ez 18), tenia sin em­
bargo alma de poeta; sacerdote, hijo de sacerdote, ha­
bituado al ambiente tradicionalista que impregna al
clero, he aquí que llega a ser por la inesperada inter­
vención de Yahvéh, el hombre de lo nuevo, de lo impre­
visto: un profeta. Hemos de confesar que las circuns­
tancias han zarandeado de modo extraño el destino del
hijo de Buzí, arrinconándolo entre oposiciones incon­
ciliables.
Algunos puntos de tan rica naturaleza merecen ser
comentados.

Informado y erudito ...

Su información es sumamente extensa y sus cono­


cimientos variados; en el campo profano Ezequiel está
ya al corriente de la historia contemporánea. Sin duda
que Ez 32,17-32 no está indemne de cierta fraseología
épico-mítica: Mések, Túbal (v 26), ¿no serían enemigos
de museo, o de ensueño? Pero el autor de tal capítulo
hubo de conocer la historia política de aquellos tiempos
y sobre todo la caída de Asiria; muestra en efecto a los

11 Véase P. AUVRAY, DBS VIII, 765.


INFORMADO Y ERUDITO ... 65

héroes de ese imperio aniquilado acogiendo al faraón


todo avergonzado que viene a visitarles inopinadamen­
te al seo!.
El profeta conocía también la defección de Egipto,
incapaz de llevar eficazmente socorros a Jerusalén ase­
diada (Ez 30,20-26; cf. Jr 37,5-8).
El capítulo Ez 27 es un texto sorprendente; no sólo
revela el talento artístico de Ezequiel, la poderosa ima­
ginación, plena de color, de este poeta para quien una
insignificante realidad-una isla, Tiro, a alguna distan­
cia de la costa-se convierte de repente en cuadro ma­
ravilloso: un navío soberbio y resplandeciente que rum­
bea hacia alta mar; nos muestra también a un autor
muy al tanto de las particularidades de la construcción
naval y del tráfico comercial de su tiempo.
Añadamos algunos detalles concretos pero signifi­
cativos. Su erudición le hace anotar y conservar las tra­
diciones y las costumbres de su pueblo: conocía, por
ejemplo, las medidas vigentes en su tiempo (Ez 45,10-
14); pero sabe distinguir el codo de que se servían sus
contemporáneos del codo antiguo que se usaba en tiem­
pos de Salomón (2 Cro 3,3). Sabe que éste vale "codo y
palmo" (Ez 40,5). Resulta pues que este codo antiguo
es el que había servido de unidad de medida cuando la
construcción del primer templo, que el profeta arcai­
zante 12, contemplando el templo futuro de la nueva Je­
rusalén, vio en las manos del celeste medidor.
Es de admirar cómo sabe definir en términos erudi­
tos las particularidades étnicas de la Jerusalén preda­
vídica: "Tu padre era amorreo y tu madre hitita" (Ez 16,
3), dice de esta ciudad cuya población cananea (amo-

12 Este ejemplo de arcaismo que aquí traemos no es único; cita­


remos otros más adelante, cf. pp. 95s.

EZEQUIEL.-5
66 EL HIJO DE BUZÍ

rrea) estaba efectivamente dominada, al principio, por


elementos llamados "hititas" 13,
Le vemos testigo de las más antiguas tradiciones mí­
tico-teológicas: los dos poemas contra el rey de Tiro (ca­
pítulo Ez 28), o la alegoría del árbol milagroso (capítulo
Ez 31) están tejidos de modo semejante a los primeros
capítulos del Génesis, con numerosos clichés tomados de
las viejas epopeyas acadias (Ez 28,1-10.11-20).
Por haber residido en Babilonia, sabe cómo proceden
los adivinos del lugar para atisbar el porvenir (Ez 21,
26s); y sin duda por la misma razón, conoce los términos
sabios con que los babilonios designan las diversas par­
tes de sus altares; y no recela en servirse de esos mismos
vocablos para describir el altar del futuro templo. Habla
pues del "seno de la tierra" para designar la base del
altar, y de la "montafia de Dios" para designar su cima
(Ez 43,14s): dos expresiones de origen babilónico.
Conoce profundamente la historia de su pueblo, como
lo atestiguan los grandiosos frescos históricos que trazó,
amplios y dolorosos paneles de los que emerge con ob­
sesiva cadencia el trágico compadreo de Israel con su
pecado (capítulos Ez 16; 20; 23). En fin, su información
litúrgica también es grande: el que lea los capítulos
Ez 40-48 se dará cuenta en seguida de que para probar lo
dicho son más que suficientes.

También poseía la ciencia


de la abstracción

Pero lo que caracteriza la intelectualidad de Ezequiel


es una cualidad que no se encuentra en los demás escri-

,a Elementos "hititas", es decir en el lenguaje bíblico, une. par­


te de le. población cananea; véase más abajo, p. 123.
SU CIENCIA DE LA ABSTRACCIÓN 67

tores bíblicos. Hay en este hombre, capaz empero de de­


jarse arremolinar por su imaginación, una aptitud para
sobrepasar la acumulación de imágenes y llegar al ra­
zonamiento por abstracción, generalización, deducción;
aptitud que resulta excepcional. Ezequiel sabe despojar
a las situaciones concretas, múltiples y diversas, de to­
das sus particularidades, hasta reducirlas a un esquema
abstracto y sacar de ahí una especie de caso de concien­
cia típico y universal.
El capítulo Ez 18 nos revela esta facultad. La multitud
de los pecadores aparece esquematizada en la sucesión
algebraica de tres generaciones; el antepasado justo, el
padre violento, el hijo justo que deriva quizá a la impie­
dad de su ascendiente: y eso es todo. Ezequiel ha dicho
cuanto tenía que decir sobre la doctrina de la responsa­
bilidad. Lo mismo en el capítulo Ez 14,12-23, define, por
antítesis de dos enumeraciones típicas, la posición de
Israel ante el castigo que la amenaza: ante las cuatro
plagas típicas también, espada, hambre, bestias feroces
y peste, la intercesión de justos-tipo quedará sin efecto;
y eso es todo, otra vez. La situación queda definida.
Nada cae fuera de esta ciencia de la abstracción: Eze­
quiel es maestro en el arte de hacer entrar la realidad
más compleja y proteiforme en el encasillado más es­
tricto. La vida de los hombres se ve inserta apremiante­
mente en cuadrículas rigorosas; ya está acostumbrada
desde que hay moralistas que se empeñan en etiquetar
todos sus aspectos. Pero ni la historia, ni menos aún la
geografía, habían sufrido jamás el tratamiento que Eze­
quiel aplica al pasado de su pueblo (véase el capitulo
Ez 20, explicado más abajo), o al territorio de la comu­
nidad venidera (capitulos Ez 47-48).
68 EL HIJO DE BUZf

En la confluencia de dos corrientes

Para acabar esta presentación del personaje, volvamos


sobre un hecho que nos dará ciertamente el secreto de
Ezequiel: el de su comportamiento, y también sobre todo
el de su pensamiento. En él se encuentran, o mejor, se
entrechocan-tan opuestas son naturalmente-dos co­
rrientes de humanidad, portadoras de dos actitudes di­
ferentes.
Poeta de imaginación colosal, dotado de un tempera­
mento ardoroso hasta la fiebre, poseía Ezequiel una na­
turaleza que le predisponía a la postura profética. Las
características de esa naturaleza se verán desarrolladas,
y aun exacerbadas, por la misión que se le confiará. De
su natural, era ya ese "artista en religión" donde la hu­
manidad antigua solia descubrir el tipo del profeta: el
hombre al que el afán de conservar apenas le interesa;
el que parece enfermizamente atraido por el acre sabor
de la destrucción; el que extermina para que otro más
tarde pueda construir mejor (Jr 1,10); el que en todo
momento descubre, inventa, marcha sin tergiversación
ni espera. Y se impacienta porque ya ha encontrado, ya
ha emprendido, dejando a los demás el cuidado de los
detalles; quiere ser, y lo es, el hombre de lo imprevisto,
el servidor de lo insólito, apto para captar los aconteci­
mientos al vuelo, ve cómo se desarrolla ante él la histo­
ria entera, rápida, poblada de gestas encendidas, como
una lluvia de estrellas fugaces; no sabe lo que es conti­
nuidad pero rebosa de genio inventivo; entrevé, anun­
cia, encuentra, vive: "profetiza". Ezequiel por tempera­
mento, por genio personal, era ya eso; era ya mucho de
eso: todo eso.
Mas también resonaba en él una voz por completo di­
ferente, la que desde su primera infancia le había hecho
DOS CORRIENTES 69

oir su entorno sacerdotal. Porque lo que era el sacerdote


Buzí, su padre, se lo había enseñado al joven Ezequiel
para que lo fuera, lo cultivara, y permaneciera en ello.
Fielmente adherido al santuario cuyo pasado conocía,
cuyos reglamentos dominaba tan bien que los podía en­
señar a los piadosos visitantes, atento a que todo tras­
curriese según el derecho y las costumbres, el sacerdote
era en cierto modo, para el mundo religioso de su tiempo,
lo que en nuestra sociedad secularizada viene a ser el
notario: guarda los documentos que atestiguan los de­
rechos y justifican los deberes, comenta su sentido a los
interesados, se preocupa de su continuidad, de su com­
petencia, de su regularidad. Ezequiel había aprendido a
ser también todas estas cosas, aunque su naturaleza le
empujara con tanta fuerza a algo muy distinto.
Del menester del sacerdote guardián del santuario y
organizador de las actividades que en él trascurren,
Ezequiel conservó el cuidado preciso, meticuloso que le
lleva a definir la utilidad o la significación de cada rin­
cón del templo, de cada utensilio del santuario, de cada
gesto cultual; que le empuja también a reglamentar de
parecida manera toda la vida de las gentes. Y eso, del
mismo modo que a la puerta del santuario el sacerdote
recitaba para los visitantes las condiciones de acceso al
culto local, enumerando en largas cláusulas, numerosas y
precisas, las características del justo que puede participar
en el culto y del malvado que ha de quedar excluido
(Sal 15; 24,7-10; 118,19s). Ezequiel se acuerda de ese es­
tilo catequístico y a veces lo adopta (capítulo Ez 18).
Pero también Ezequiel tiene lo esencial y lo más bello
del profeta: espontaneidad, ardor, dinamismo violento,
combativo, irresistible: en una palabra, el genio.
Situado en la confluencia de esas dos corrientes casi
opuestas, la obra de Ezequiel nos sorprende. No es su
estética aquella con que soñamos. Es más el "barroco"
70 EL HIJO DE BUZf

que nuestro gusto no podría soportar, aunque a veces


ofrezca un encanto teñido de púrpura, mágico, que no
nos deja indiferentes.
Pero del lado de allá de esa estética a la que el lector
acaba siempre por sentirse accesible y que lo conquista
bien pronto, la obra de Ezequiel, rutilante de fulvas tin­
tas, se revela, exactamente lo mismo que la de sus gran­
des predecesores, al servicio de un mensaje. Está mar­
cada con esa seriedad profunda, con esa sinceridad
desinteresada, con esa convicción conmovida, con ese pa­
tetismo ardiente de todos los que siendo artistas saben
que son portadores de un mensaje, heraldos de un orácu­
lo, testigos de Dios. Hasta tal punto que este libro agrio,
este personaje difícil de comprender, muy pronto se nos
hacen cautivadores; y hasta los encontramos necesarios.
Porque tienen un puesto en la vida.
CAPITULO V

IRRUMPE LA GLORIA
Como Ezequiel era sacerdote, sólo podía proponer al
pueblo de Dios un mensaje de sacerdote. Por eso predica
la "trascendencia" de Dios, su "santidad", y lo dice cuan­
do llega la ocasión. Pero al revés que Isaías (Is 6,3; 5,16.
19.24), nunca llama a su Dios "el Santo" 14. A los cele­
brantes del culto les era concedido aproximarse más cer­
canamente a Dios santo 15 cuya Gloria, a veces, se
manifestaba con signos expresivos ( 1 R 8,10s). Se com­
prende entonces que el mensaje de un sacerdote fuera
ante todo testimonio de la santidad de Dios, invitación a
reconocer al que es santo y a distinguirle del profano
(Ez 42,20).
Eso es lo que le ocurrirá a Ezequiel, tanto más que el
profeta ha hecho ya, y de manera especialmente bronca,
la experiencia de la santidad de Dios.

14 Salvo en Ez 39,7 que podría no pertenecer al documento pri­


mero que narra las campañas de Gog (W. ZIMMERLI, p. 74).
" Puédese juzgar de ello sintetizando lo que Ezequiel define del
sacerdocio. Porque la Gloria del Señor reside en el santuario (Ez 43,
4) ese lugar es "santo" (Ez 42,14), radicalmente separado del pro­
fano con el muro que lo rodea por todas partes (Ez 42,20). Los sacer­
dotes son los únicos que lo pueden franquear porque están "san­
tificados" (Ez 48,11). Además no participarán en el culto del Señor
(Ez 40,46) si no están revestidos con los ornamentos sagrados (Ez 42,
14) que no pueden ponerse en contacto con el profano; es me­
nester que estos sacerdotes depongan sus ornamentos en salas "san­
tas" (Ez 44,19). En cuanto a las víctimas de determinados sacrifi­
cios, que son "sacratísimas" no pueden ser consumidas sino por los
sacerdotes "santos" y en un lugar "santo" (Ez 42,13).
74 IRRUMPE LA GLORIA

Era algo como el aspecto de la forma de la Glo­


ria de Yahvéh ... (Ez 1,28).
Me levanté y salí a la vega, y he aqui que la Glo­
ria de Yahvéh estaba parada allí, semejante a la
Gloria que yo había visto junto al río Kebar ... (Eze­
quiel 3,23).
Me llevó a Jerusalén, en visiones divinas ... Y he
aquí que la Gloria del Dios de Israel estaba alli,
como la visión que yo había visto en la vega (Eze­
quiel 8,3s).
Me llevó luego hacia el pórtico, y he aquí que la
Gloria del Dios de Israel llegaba ... (Ez 43,1).

Ezequiel sale como anonadado de esta experiencia


que le deslumbra, pero con la cabeza plena de la pene­
trante intuición de donde dimana todo su mensaje: en
su vida se ha producido una verdadera "irrupción de la
Gloria" del Señor.

El año treinta, el día cinco del cuarto mes, en­


contrándome yo entre los deportados, a orillas del
rio Kebar, contemplé... A su vista yo caí rostro en
tierra (Ez 1,1.28).

¿Qué vio el profeta en ese instante patético, que le


deja postrado, aniquilado, errante y como atontado en
medio de sus hermanos de destierro (Ez 3,15)?
Difícil es decirlo; la incertidumbre de la primera fra­
se, o más bien la imposibilidad resultante de coordinar
los dos primeros versículos, puede ser una de las primeras
causas de la dificultad. ¿Cómo conciliar esos dos años de
uno de los cuales se dice, y es verosímil, "era el año
quinto de la deportación del rey Joaquín" (593), y el otro
es calificado de "año treinta", sin que se haya fijado, ni
sea posible encontrarlo, el punto de partida de la nume­
ración que terminará en ese treinta? Podría pensarse en
un error del copista, siempre posible aunque nunca cier-
IRRUMPE LA GLORIA 75

to; también en una falsificación cronológica que hubiera


tenido por fin poder justificar la presentación, en el en­
cabezamiento del libro, de la experiencia extática del pro­
feta, que una cronología más precisa tendría que situar
más tarde.
Esa falsificación es verosímil. Y algunos han deducido
de tal verosimilitud que habría que distinguir, en los
textos del profeta, dos fascículos primitivos, en torno a
los cuales se habrían agrupado más tarde todos los orácu­
los de Ezequiel; dos fascículos referidos a dos épocas de
la vida del profeta, vividas en lugares diferentes. Al
primer fascículo se atribuye: el relato de la misión, da­
tado por los versículos 1,2.3, y descrito en 3,22.24a y en
1,28b - 3,12; la pantomima del sitio de Jerusalén (capí­
tulos Ez 4.5); la visión de los pecados y de la destruc­
ción (capítulos Ez 8.9); la pantomima del emigrante (ca­
pítulo Ez 12); el anuncio del asedio y el duelo del profeta
(capitulo Ez 24); y en fin la toma de la ciudad (Ez 33,
21.22); desarrollándose todo en Jerusalén. Y al segundo
fascículo habrían pertenecido la visión del carro (Ez 1,
1.4-28a y 3,3-15) y después la visión de las osamentas
(capítulo Ez 37), es decir dos de los más importantes epi­
sodios de la carrera babilónica del profeta 16•
Además de acordar a Ezequiel un tiempo de predica­
ción en Jerusalén, lo cual es muy dudoso, tal hipótesis
reduce su primera experiencia al solo descubrimiento de
su misión, cosa poco conforme a la tradición profética.
Un profeta "oye" o "ve", y lo que ha oído o ha visto es
lo que, de una u otra manera, llega a ser notificación de
su cargo profético; así ocurre con el tan clásico Isaías
(capítulo Is 6), así con su "maestro" Amós (Am 7,8), así
con el propio Jeremías (Jr 1,11-13). ¿Cómo pues Ezequiel,

1a As! P. AUVRAY, "Ezéchiel 1-111. Essai d'analyse littéraire" (RB


1960, 500).
76 IRRUMPE LA GLORIA

aquel hombre cuya intensa vitalidad va impresa en sus


ojos fascinados que se apoderan de su objeto como un
ave rapaz de su presa, antes de provocar la explosión de
las palabras, de las pantomimas, de los gestos que tra­
ducen el significado de lo que ha visto, comprendido, co­
nocido 17; cómo, digo, este hombre hubiera podido ser
llevado a profetizar sin que su mirada haya quedado
prendida en algún objeto alucinante, sin que haya sido
como remachado por ese espectáculo, sin que haya "vis­
to"? 1s.
Ezequiel miró; y miró para ver algo cuyo cuadro nos
presenta en este famoso capítulo primero; pero el cua­
dro está embellecido, porque este primer capítulo va re­
cargado de detalles añadidos a las líneas primitivas con
irregular coherencia, destinados siempre a expresar con
más fuerza el sentido de la redacción primera. Pudiérase
decir que la visión del capitulo primero es como una "vi­
sión-robot" que, primero el profeta y luego sus discípulos,
han recargado de detalles superfluos.
Por lo pronto se nota la semejanza de las diversas
visiones descritas por el profeta ( compárese Ez 1,11 y
10,12; 1,19 y 10,16), semejanza que sugiere que las par­
ticularidades de un relato se han infiltrado en el otro;
se notará también que los seres monstruosos del capí­
tulo 10 tienen algo de la imaginería tradicional: encon­
tramos en ellos trazos que provienen de los serafines de
Isaías ( capítulo Is 6) o de los querubines de Salomón
( 1 R 8,6); y por fin hemos de considerar que ciertos de­
talles han sido tomados de la imaginería babilónica que
sirve de decoración a la triste vida de los deportados,

11 Para comprender a Ezequiel hay que prestar atención al voca­

bulario que se refiere a la acción de ver, y describe los colores, los


movimientos, etc.
1s Veremos en el capitulo VI el análisis del relato de la vocación
de Ezequiel.
IRRUMPE LA GLORIA 77

como si el profeta hubiera querido ver a todos los ani­


males fantásticos de la mitología local, símbolos de las
energías que los mesopotamios descubrían y veneraban
en el mundo, naturalizados en alguna manera e intro­
ducidos en la ambientación bíblica, a fin de que también
contribuyeran, con todo lo que representaban, a la glo­
ria del Dios de Israel. Esos autores en fin no han usa­
do de otros elementos para adornar el estilo que los sa­
cados de su imaginación tan fértil, y casi febricitante:
los "ojos" que no son más que elementos decorativos y
brillantes, "centelleos" 19, lo invaden todo, pasando de las
ruedas al cuerpo de los seres 20 que quedan así cubiertos
de una extrafia piel.
Lo que el capítulo primero nos presenta no es sólo
pues la primera experiencia extática del hijo de Buzí;
sino que también es, traducido en imágenes de proce­
dencia diversa, todo el tesoro doctrinal que había com­
prendido, él el primero, durante las otras visiones que
su libro atestigua (Ez 3,23; 8,1-3; 10,1-22; 40,1; 43,3),
junto con lo que más tarde captaron sus discípulos ilu­
minados por los destellos fulgurantes que saltan del fér­
til espíritu del maestro extasiado.
Es pues difícil dar con la redacción más antigua de
la visión de Ezequiel; a juzgar incluso por las divergen­
cias que oponen los comentadores, se diría que es im­
posible. El intento que viene a continuación sólo pre­
tende polarizar un cierto número de verosimilitudes.

1• Véase P. AuvRAY, "Le sens du mot ayln en Ez 1,18 y Ez 10,12"


VT 1954, pp. 1-6.
20 Sencillamente quizá porque el autor secundario, equivocándo­
se en la significación primitiva de los "ojos-centelleos", los ha to­
mado por órganos de la visión y ha creído conveniente apreciarlos
en mayor número en los animales vivientes que en las ruedas de
un carro... Encontramos esos ojos de nuevo mucho más tarde en
un imitador de Ezequiel, el autor del Apocalipsis (Ap 4,8) que los
ve-nos dice-hormiguear "todo alrededor y por dentro" de los se­
res fantásticos.
78 IRRUMPE LA GLORIA

La visión de Ezequiel

1 El año treinta, el día cinco del cuarto mes, en­


contrándome yo entre los deportados, a orillas del
río Kebar, se abrió el cielo y contemplé visiones divi­
nas. 3 Fue sobre mí la mano de Yahvéh.
4 Yo míré: vi un viento huracanado que venía
del norte, una gran nube con fuego fulguran­
te. 5 Había en el centro como una forma de
cuatro seres cuyo aspecto era el siguiente: tenían
forma humana. 6 Tenían cada uno cuatro alas.
11 Y sus alas estaban desplegadas hacia lo alto;
cada uno tenía dos alas que se tocaban entre sí y
otras dos que le cubrían el cuerpo. 12 Y cada
cual marchaba de frente. Y no se volvían al cami­
nar. 13 Entre los seres aparecía como una vi­
sión de antorchas; el fuego despedía un resplan­
dor, y del fuego saltaban rayos.
22 Y sobre las cabezas de los seres había una
especie de bóveda resplandeciente como el cristal.
26 Por encima de la bóveda que estaba sobre sus
cabezas, había algo así como una piedra de zafiro
en forma de trono, y sobre esta forma de trono,
una figura de apariencia humana. 27 Vi luego
como el fulgor del electro, desde lo que parecía ser
sus caderas para arriba; y desde lo que parecía ser
sus caderas para abajo, vi algo así como fuego que
producía un resplandor en torno. 28 Era seme­
jante al arco iris que aparece en las nubes los días
de lluvia: tal era este resplandor, todo en torno. Era
algo como el aspecto de la forma de la Gloria de
Yahvéh.
A su vista yo cai rostro en tierra y oi una voz
que hablaba.

Al describirnos su v1s10n, el profeta muestra cuán


bien le cuadra lo que ya hemos dicho de él: un tradicio­
nalista en el que sin embargo la novedad encuentra su
puesto.
LA VISIÓN DE EZEQUIEL 79

Como tradicionalista, no ve desde luego nada que no


hayan visto sus predecesores; o al menos, encuentra
normal expresar lo que él ve con las mismas fórmulas,
las mismas palabras de que se sirvieron aquéllos para
describir sus propias experiencias.
La visión señala al profeta su llegada por "un vien­
to huracanado que venía del norte"; en seguida Ezequiel
ve una gran nube con fuego fulgurante: sobre una de­
coración de tempestad, como lo precisará el comple­
mento que viene luego, es como las "visiones divinas"
se ofrecen a sus ojos asombrados. En alas de la imagi­
nación, podemos evocar esos atardeceres de estío en los
que el sol, oculto por la tormenta amenazante, logra
atravesar las sombrías nubes que ilumina con jirones de
viva luz.
Israel sabe desde hace mucho que Yahvéh se apare­
ce en el viento, en la borrasca y en el trueno; ese apa­
rato escénico había rodeado ya los acontecimientos del
Sinaí (Ex 19); más tarde, la naturaleza se había estre­
mecido cuando Dios bajó de la montaña de Seír y ha­
bía atravesado los campos de Edom para socorrer a su
pueblo en peligro (Jc 5,4; véase también Sal 68,8s;
Dt 33,2 y además Sal 18,10-12).
Contemplando la visión que se le acerca, Ezequiel ve
la apariencia de "una piedra de zafiro" (Ez 1,26). Este
rasgo recuerda a un pasaje del Exodo (Ex 24,10), esti­
mado por los críticos 21 como muy antiguo, cuyo autor
declara que "Moisés subió con Aarón, Nadab y Abihú y
setenta de los ancianos de Israel, y vieron al Dios de Is­
rael. Bajo sus pies había como un pavimento de zafiro
tan puro como el mismo cielo".
El libro de los Reyes (1 R 22,19) describe el cuadro
entrevisto por Miqueas hijo de Yimlá: "Yahvéh sentado

21 o. EISSFELDT. op. cit., p. 231.


80 IRRUMPE LA GLORIA

en un trono y todo el ejército de los cielos estaba a su


lado a derecha e izquierda". Vemos que se asemeja bas­
tante al cuadro de Ezequiel: el trono sobre el que está
sentada una figura de apariencia humana que si no ro­
deada, está al menos sostenida por seres supraterres­
tres, por una especie de cohorte venida de los cielos.
En el santuario construido por Salomón "los queru­
bines extendían las alas por encima del sitio del arca",
y "la nube llenaba la casa donde residía la Gloria de
Yahvéh" (1 R 8,6-13); Ezequiel por su parte ve queru­
bines que llevan un trono sobre sus cabezas (Ez 10,1)
extendiendo sus alas (Ez 11,22); u otra vez, seres dota­
dos de un doble par de alas que despliegan bajo la bó­
veda de cristal que hay sobre sus cabezas (Ez 1,22). Y
todo ello, que aparece en el seno de una gran nube
(Ez 1,4), manifiesta la Gloria de Yahvéh (Ez 1,28).
Pero el cuadro desarrollado por Isaias es el que más
se parece al fresco que traza Ezequiel. El hijo de Amós
ve en el Templo (Is 6,1-3) "al Señor sentado en un tro­
no"; sin embargo Ezequiel ha visto "por encima de la
bóveda, sobre esta forma de trono, una figura de apa­
riencia humana" (Ez 1,26). En Isaías, los serafines es­
tán por encima del trono, y cada uno tiene seis alas
"con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían
los pies, y con el otro par aleteaban" (Is 6,2); en Eze­
quiel los personajes fabulosos tienen cada uno cuatro
alas desplegadas hacia lo alto, "cada uno tenía dos alas
que se tocaban entre sí y otras dos que le cubrían el
cuerpo ... Y oí el ruido de sus alas, como un ruido de
grandes aguas, como la voz de Sadday, mientras cami­
naban; ruido de multitud, como un ruido de batalla"
(Ez 1,11.24) 22, igual que los serafines de Isaías que tan
fuerte se gritaban el uno al otro que "se conmovieron

22 Estos últimos detalles son tardíos.


LA VISIÓN DE EZEQUIEL 81

los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban"


(Is 6,3s). En fin, la casa en que está Isaias se llena de
humo, lo cual es recordardo en la nube que rodea a la
visión de Ezequiel (Ez 1,4). Los dos hombres, después
de haber visto el espectáculo celestial que se les ofrece,
se ven cargados de misiones que presentan no pocos ca­
racteres comunes.
Lo que Ezequiel vio, es pues lo que Isaías, el profeta
jerosolimitano, había contemplado ya en el santuario
de la ciudad y lo que había predicado; es lo que a par­
tir de Salomón los peregrinos de ese mismo santuario
entrevén a través de las liturgias que allí se celebran;
es lo que los profetas gustaban de representar en sus
cuadros; es en fin lo que habían percibido según evo­
caciones tan antiguas como estilizadas Moisés y toda
la cohorte de ancianos que le acompañaron a la monta­
ña: Yahvéh, presente al lado mismo de su pueblo, como
lo estaba en tiempos de Ozías, Yahvéh que es siempre
el Dios-presente-y-operante, "Dios-con-nosotros: Em­
manuel".
¿Quiere esto decir que Ezequiel había inferido que
Yahvéh estaba tan presente a su pueblo deportado
como lo estaba a los habitantes de Jerusalén mediante
el Templo en que moraba? Así lo leemos a veces: "Lo
que aparece en primer plano (del capítulo de Ezequiel)
es la movilidad; Yahvéh no está ligado al templo de
Jerusalén ni a la tierra de Israel, como lo creía una
teología popular. Antes bien, esta llegada a Babilonia
tiene un nuevo relieve ... Lo que se describe es la llega­
da de un Dios maravillosamente móvil que viene a unir­
se con su pueblo en medio del destierro" 23•
Y partiendo de esta interpretación, propónese modifi­
car la disposición actual de los oráculos del profeta:

23 P. AUVRAY, "Ezéchlel 1-III. Analyse littéralre". RB 1960, 601.

EZEQUIEL.-6
82 IRRUMPE LA GLORIA

llegada de la Gloria a Babilonia (Ez 1,3), salida de Yah­


véh que abandona Jerusalén, llegada-es decir: retorno­
ª Jerusalén (Ez 43). Y aun se intenta establecer un or­
den mejor: salida de Jerusalén (Ez 10; 11,22-24), llega­
da a Babilonia (Ez 1-3), salida de Babilonia-no narra­
da-, retorno a Jerusalén (Ez 43) 24•
No parece que este comentario, tan simple, tan lógi­
co 25-demasiado quizá-, refleje el exacto pensamiento
de Ezequiel. Sin duda, la visión que le fue dado contem­
plar al profeta, indicio de la proximidad de Dios, demues­
tra la falsedad de las palabras desesperadas que los des­
terrados nos hacen oír: "Yahvéh me ha abandonado, el
Señor me ha olvidado", decían unos (Is 49,14); "Oculto
está mi camino para Yahvéh, y a Dios se le pasa mi de­
recho", decían otros (Is 40,27); "Dios se ha olvidado,
tiene tapado el rostro, jamás puede ver nada. .. ¡ Allá
arriba su cólera, nada vendrá a indagar! ... ¿Cómo va a
saber Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo?" (Sal 10,
4.11.13; 73,11), repetían en otras épocas los escép­
ticos hermanos de los desesperados de Babilonia, que
pensaban también: "Estamos alejados de Yahvéh" (cf.
Ez 11,15).
Pero la visión de Ezequiel demuestra lo contrario;
Dios está siempre presente en medio de su pueblo, aun­
que ese pueblo estuviera atascado en los arenales leja­
nos de la pagana Babilonia. Y por lo pronto, como para
mostrar que Jerusalén ha perdido algo de su antigua

24P. AUVRAY, "Ezéchiel. .. " (DBS 8 771)


25"La visión del capítulo 1 que describe la llegada de Yahvéh
a Babilonia no está en su sitio normal, ya que la lógica exige ( ! )
que Yahvéh llegue a Babilonia (capítulo 1) después de haber dejado
Jerusalén (capitulo 10)" (P. AuvRAY, DBS, 8, 770). Pero ¿puédese decir
que Yahvéh "llega" a Babilonia? ¿Que "viene entre los desterrados"?
( Ibídem, p. 777). Se hace ver allá: lo cual no es lo mismo. No acer­
tamos a encontrar, en el texto de Ezequiel, lo que sostiene tal in­
terpretación. En cuanto a la lógica invocada, hay peligro de que re­
sulte la nuestra, en vez de la del profeta
LA VISIÓN DE EZEQUIEL 83

dignidad, y para rebajar al mismo tiempo la suficiencia


de los judíos que quedaron en la capital (Ez 11,15), Eze­
quiel omite el dar a la ciudad el nombre glorioso de
Sión, evocador de sus privilegios antiguos; tampoco uti­
liza el titulo de Yahvéh Sebaot, ligado a las tradiciones
de la antigua metrópoli de los jebuseos. Es que la capital
de Judá no es ya la ciudad de otras veces; la Gloria de
Yahvéh no puede ya morar en ella.
Al abandonar Jerusalén. Yahvéh se hace presente al
lado de la desgraciada Israel; sigue siendo el Dios de
esos desterrados que permanecerán para siempre como
"su pueblo" (Ez 11,21); y ya que según las categorías ha­
bituales en los sacerdotes tal alianza supone un santua­
rio, y ya que en el lenguaje de ese mismo clero se la ex­
presa en términos de habitación, Dios es definido como
el "santuario" que asegura una cierta 26 permanencia
de la alianza (Ez 11,16).
Hay aquí una extraordinaria novedad; para el hijo
de Buzí, piadoso descendiente de una línea de sacerdo­
tes firmes en sus dogmas tradicionales, la aparición, en
un lugar donde sólo se comen alimentos "impuros", del
Dios de Israel obstinadamente apegado y próximo a su
pueblo, supone una renovación de las ideas recibidas,
que de algo le serviría en medio de su abatimiento al vi­
sionario del río Kebar.
A pesar de todo, no hay ni para Ezequiel ni para nin­
guno de sus compañeros, comparación posible entre la
presencia de Yahvéh cerca de los exiliados y su habita­
ción en el santuario de Jerusalén. Esta permanece como
la sola ciudad en que está el templo, el lugar santo en el
que se realiza un misterio único. Momentáneamente
abandonada, la ciudad de David contiene el emplaza-

•• El término oscuro del versículo 16 parece que debe quedar


vago y significar "un poco" (W. ZIMMERLI, KoENIG), más bien que
"por poco tiempo" (Bible de Jérusalem).
84 IRRUMPE LA GLORIA

miento adonde volverá la Gloria (Ez 40-43), el umco en


que podrá residir y ser dignamente celebrada (Ez 20,40);
ningún otro lugar puede beneficiarse con tal privilegio.
Entre los deportados que suspiran junto a los ríos de Ba­
bilonia (Sal 137) y a los que debió reconfortar la intui­
ción de Ezequiel sobre la proximidad de Dios, ni uno se
deja ganar por el deseo de menospreciar a Jerusalén, y de
olvidar que sólo en ella se realiza el misterio de la ha­
bitación de Dios en medio de los hombres 27•
Cuando Dios se le aparecía a Ezequiel, se le mostra­
ba rodeado de fuego. Cuando recordaba la comida sa­
grada que ocurrió en el Sinaí, el cronista del Exodo ex­
presó su asombro al ver que el Dios de Israel "no exten­
dió su mano contra los notables de Israel" (Ex 24,11);
por su parte, Isaías había sentido vivamente que el Dios
tres veces santo no aniquilara con su sola presencia
"santificante" el mundo impuro en que se manifestaba;
y había deseado con ardor la eficacia purificante del
fuego ritual que uno de los serafines había traído a sus
labios.
La visión de Ezequiel está también coloreada con tin­
tas vivísimas de intenso fuego (Ez 1,4). Signo del poder
cósmico (Sal 18,9-13; Sal 29, etc.), el fuego es el elemento
habitual de las teofanías ( Gn 15,17; Ex 19,18; 20,18, et-

21 Digamos, para terminar este párrafo, que resulta difícil admi­


tir ciertas advertencias propuestas por P. AUVRAY en un importante
articulo que constituye el mejor comentario accesible hoy a los lec­
tores de lengua francesa (DBS 8, 759-791). Por ejemplo, estas líneas:
"la visión del capitulo l... habría determinado la marcha de Eze­
quiel (a Babilonia) : advertido de que la Gloria de Yahvéh, que ha­
bía visto poco ha dejar el Templo había llegado a Babilonia donde
debía fijar su morada, Ezequiel decidió dejar también Palestina y
encontrarse con su Dios entre los desterrados ... Esta hipótesis pa-
rece ... probable, tanto más que el libro de Ezequiel nos ha conser-
vado... la mención de la orden de Dios al profeta (8,lla) y de la
ejecución por parte de Ezequiel de la orden divina (8,12s)". Parece
imposible explicar asi la mentalidad de Ezequiel y su situación en
Babilonia.
LA VISIÓN DE EZEQUIEL 85

cétera); es el símbolo del Dios que purifica, que consume


el pecado presente en el corazón del hombre, presente
en el corazón del mundo. De hecho Ezequiel ve, en otras
circunstancias, a uno de los acólitos de la Gloria "tomar
a manos llenas brasas ardientes de entre los querubines
y esparcirlas por la ciudad" (Ez 10,2), antes que los eje­
cutores de la justicia fueran a "herir por la ciudad"
(Ez 9,7), comenzando por los ancianos.
En fin, alargando, y recargando tal vez, el relato de
la visión, Ezequiel pone detalles más o menos nuevos,
que muestran la originalidad de su mensaje.
En el relato que narra el encuentro de Yahvéh y los
ancianos en el Sinaí, se habla del "Dios de Israel", de
los "notables de Israel que pudieron ver a Dios" (Ex 24,
10s); de semejante manera, el texto de los Reyes (1 R 8,
6-13) nombra a Yahvéh y recuerda "la alianza que
pactó Yahvéh con los hijos de Israel" Pero cuando
Isaías ve a Dios en el Templo declara que "al rey Yah­
véh Sebaot han visto mis ojos, de cuya Gloria está llena
toda la tierra" (Is 6,3-5); más tarde reflexionando so­
bre el sentido de su visión profética, Jeremías descubre
que "le dan autoridad sobre las gentes y sobre los rei­
nos" (Jr 1,10).
La perspectiva universalista destaca con mucha más
nitidez en la visión de Ezequiel, al menos tal como el
profeta la relata en el capítulo 1, y tal como sus discí­
pulos nos dan a entender su sentido mediante comple­
mentos subrepticiamente añadidos. Que Ezequiel, en
tierra extraña, vea la majestad de Dios, es ya signo de
que el campo de la Gloria se extiende a la tierra ente­
ra: verdad que por otra parte está incluida en el Credo
de Isaías. Mas esta idea, sugerida ya por los elementos
primitivos de la visión, queda enérgicamente subrayada
con los detalles sobreañadidos. Los cuatro seres, con
cuatro caras, han ocupado el puesto de los querubines
86 IRRUMPE LA GLORIA

más próximos de la iconografía salomónica; y nos vie­


nen así a demostrar con toda claridad que los elementos
sagrados de los pueblos de Mesopotamia han sido pues­
tos también al servicio de Yahvéh, porque están bajo
su dependencia.
Las cuatro caras que permiten a esos monstruos mí­
ticos ver derechamente ante ellos, y desplazarse en cada
una de las cuatro direcciones que definen la tierra, su­
gieren que la totalidad del mundo está sometida a la
autoridad de Yahvéh, ya que cada punto es accesible al
carro portador de la Gloria.
En fin, la extrema movilidad de las ruedas del ca­
rro, fabulosas y superfluas-ya que es llevado por seres
que vuelan-, útiles empero para la demostración teoló­
gica, ilustra esa misma verdad.

Y en adelante, profeta

La irrupción de la Gloria en la vida de Ezequiel no


ha sido un simple episodio; la vida nostálgica del des­
terrado ha quedado removida; su pensamiento consi­
derablemente enriquecido; y hasta su propia persona­
lidad dijérase que sale del encuentro definitivamente
marcada.
De ahí en adelante el sacerdote, descendiente de sa­
cerdotes, que sólo sabía predicar como sacerdote, es
profeta. Ya hemos visto la oposición que incluyen esos
dos términos: la visión de la Gloria ha juntado en un
solo hombre elementos inconciliables. Ezequiel será so­
licitado siempre y compartido entre los gustos tradicio­
nales del sacerdote y el apetito innovador que atormen­
ta al profeta.
En cuanto a la doctrina de Ezequiel, ya estaba en
germen en la intuición inefable que le invadió sobre las
Y EN ADELANTE, PROFETA 87

riberas del Kebar. Es lo que hemos de analizar, después


de haber considerado de qué modo entiende la misión
que se le acaba de notificar, este hombre que ahora va­
gabundea medio aturdido por las callejuelas de Tel­
Abib.
CAPITULO VI

LA MISION DE UN PROFETA
Ese sacerdote del que diríamos que ha caído fulmi­
nado por la aparición de la Gloria de Dios, se levanta
ya profeta. O más bien-y el detalle tiene su importan­
cia-es levantado por el Espíritu, para que oiga el enun­
ciado de la misión que va a ser la suya.
¿Cuál es esa misión? ¿Qué significa la llamada que
Ezequiel siente de pronto y que va a trasformar su vida?

En la línea de la tradición

Repitámoslo: la llamada que penetra el espíritu del


hijo de Buzí es semejante a las que habían orientado la
actividad de Isaías y de Jeremías.
Admitido con frecuencia a "ver con sus ojos al rey
Yahvéh Sebaot" (Is 6,5), Isaías miraba en seguida la ba­
jeza de su condición ; es "un hombre de labios impuros
habitante entre un pueblo de labios impuros". ¿Por qué
esta alusión a los labios del profeta y del pueblo? Sin
duda porque Isaías plantea que ni él, ni el pueblo, pue­
den asociar sus labios pecadores (Is 6,7) al canto de ala­
banza de los serafines. Igual que Isaías, siente Ezequiel
la pobreza de su condición, pero no es ahora la ini­
quidad del pecador solidaria con un pueblo pecador lo
que le inquieta; es su condición de hombre, su estado
92 LA MISIÓN DE UN PROFETA

de creatura, tan irrisoria cuando se la ve ante la Glo­


ria del Señor.
Siente que él no es más que un ínfimo "hijo de hom­
bre"; esta expresión nueva, muy frecuente en el libro
del profeta donde la encontramos hasta ochenta y sie­
te veces sobre todo en los primeros capítulos (cf. Ez l.
3.6.8., etc.), evoca el concepto de pequeñez, y expresa el
temor que sintió Ezequiel ante la revelación de la gran­
deza de Yahvéh. Dios se le aparecía en la majestad de
su ser glorioso rodeado de un escenario impresionante
y hasta terrorífico; el fuego, los relámpagos, el "ruido
de grandes aguas, el ruido como de batalla" (cf. Ez 1,24),
los cuatro animales, símbolos de las fuerzas cósmicas
que dominan el Universo, el carro asombrosamente mo­
vible que parece concentrar en un solo lugar una fuerza
capaz de actuar a la vez en todas partes, todo eso ano­
nada al visionario, haciéndole sentir dolorosamente la
insignificancia del hombre ante Dios, lo irrisorio de la
creatura frente al que la ha creado (Ez 21,35; 28,13.15) 28•
Hemos de notar desde ahora que el sentido de soli­
daridad que brota de la impetuosa exclamación de
Isaías: "Yo habito en el seno de un pueblo ... " no se ma­
nifiesta del mismo modo en el texto de Ezequiel. El vi­
sionario de las riberas del Kebar va a predicar luego
que "el que peque es quien morirá; y al justo se le
imputará su justicia y al malvado su maldad" (Ez 18,20);
sin embargo, una vez profeta, Ezequiel sabe que está es­
trechamente ligado al destino de su pueblo; porque en
el momento en que quedó establecido como "centinela
de la casa de Israel", su responsabilidad le fue ya clara­
mente definida:

•• Por consiguiente no habremos de extrañarnos si oímos a Eze­


quiel censurar un día apasionadamente las orgullosas pretensiones
del hombre de siempre : lo mismo el de los mitos genesiacos (Eze­
quiel 20,1-10.11-19) que el de su tiempo.
EN LA LÍNEA DE LA TRADICIÓN 93

Si no hablas para advertir al malvado que aban­


done su mala conducta ... morirá por su pecado, pero
de su sangre yo te pediré cuentas a ti. .. Cuando un
justo se desvíe de su justicia, morirá él por su pe­
cado; pero por no haberle advertido tú, de su san­
gre yo te pediré cuentas a ti (Ez 3,16-19; cf. 3 3,1-20).

Como Isaías, mensajero, enviado-"¿A quien envia­


ré? ¿y quien irá de parte nuestra? ... Heme aquí: envía­
me... Ve... " (Is 6,8)-, Ezequiel es enviado también:

Hijo de hombre, yo te envío ... Hacia ellos te en­


vío (Ez 2,3s). Ve luego a hablar a la casa de Israel...
Ve a la casa de Israel. .. Eres enviado a la casa de
Israel... Ve donde los deportados... (Ez 3,1.4.5.1 1).

Y lo mismo que Isaías antes de cumplir su misión su­


frió la acción purificadora del Dios-Santo que le hizo
menos indigno de publicar la santidad del "Rey Yahvéh
Sebaot", así Ezequiel es también objeto de una interven­
ción de Dios; esta intervención va expresada esta vez,
en el lenguaje de Jeremías, a través de la imagen de la
comunicación de la palabra que el profeta habrá de
trasmitir precisamente a los deportados.
En fin, Isaías entendió que era él encargado de in­
terpelar a un pueblo sordo, incapaz de ver y de oír, de
comprender y de convertirse. Ezequiel por su parte sabe
que ha sido enviado, no a un pueblo de habla oscura y
de lengua áspera cuyas palabras no entendería..., tal
pueblo estaría dispuesto a escucharle, sino a la "casa de
Israel, de cabeza dura y corazón empedernido, y que no
quiere escuchar": ni al profeta, ni al propio Yahvéh
(cf. Ez 3,5-7).
El texto de Ezequiel presenta una gran semejanza
con el relato de la vocación de Jeremías. La irrupción de
Dios en la vida de Jeremías está presentada como una
venida de su palabra: "Entonces me fue dirigida la pa-
94 LA MISIÓN DE UN PROFETA

labra de Yahvéh" (Jr 1,4); y de idéntica manera define


Ezequiel el acontecimiento que le empuja a proclamar
sus oráculos: "La palabra de Yahvéh me fue dirigida"
(Ez 3,16; 6,1; 7,1, etc.). Ezequiel no insiste, como hace
Jeremías, sobre el tema del conocimiento, ni sobre la
misión universal de quien ha quedado establecido "pro­
feta de las naciones" (Jr 1,5), porque sabe que él está
reservado al pueblo de Israel (Ez 3,4s); y aunque no trae
los rechazamientos de Jeremías por la naturaleza opri­
mida bajo el peso de la labor confiada (Jr 1,6-8), se ve
objeto de diversas consignas, que por lo pronto son de
docilidad:

Hijo de hombre, todas las palabras que yo te di­


rija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atenta­
mente (Ez 3,10).
Hijo de hombre, escucha lo que te voy a decir,
no seas rebelde como esa casa de rebeldia (Ez 2,8).

Consignas de exacta fidelidad:

Hijo de hombre, yo te he puesto como centinela


de la casa de Israel. Oirás de mi boca la palabra y
les amonestarás de mi parte (Ez 3,17).
A ti, también, hijo de hombre, te he hecho yo
centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una
palabra de mi boca, les advertirás de mi parte
(Ez 33,7).

Y luego, como Jeremías (Jr 1,17-19), Ezequiel es in­


vitado al valor y a la confianza:

Y tú, hijo de hombre, no les tengas miedo, no


tengas miedo cuando digan: "Zarzas te rodean y
estás sentado sobre escorpiones". No tengas miedo
de sus palabras, no te asustes de ellos, porque son
una casa de rebeldía (Ez 2,6).
Mira, yo he hecho tu rostro duro como su rostro,
y tu frente tan dura como su frente; yo he hecho
UN INNOVADOR ARCAIZANTE 95

tu frente dura como el diamante, que es más duro


que la roca. No los temas, no tengas miedo de ellos,
porque son una casa en rebeldía (Ez 3,8-9).

Por fin la comunicación de la palabra divina está


marcada con un gesto, ya expresivo en Jeremías, pero
más expresivo aún en Ezequiel, como cuadraba desde
luego a su naturaleza. Para poner sus propias palabras
"en la boca" de Jeremías, Dios "alargó su mano y tocó
mi boca" (Jr 1,9). De esta comunicación al profeta y de
la acogida que le hizo el mensajero, nos dará más tarde
Jeremías una imagen vivaz:

Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba;


era tu palabra para mi un gozo y alegria de mi co­
razón (Jr 15,16).

En Ezequiel, este versículo está tomado a la letra:

"Y tú, hijo de hombre, escucha lo que te voy a


decir ... Abre la boca y come lo que te voy a dar".
Yo miré: una mano estaba tendida hacia mi y te­
nia dentro un libro enrollado. Lo desenrolló ante
mi vista: estaba escrito por el anverso y por el re­
verso; habla escrito: "Lamentaciones, gemidos y
ayes". Y me dijo: "Hijo de hombre, come lo que se
te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la
casa de Israel". Yo abrí mi boca y él me hizo co­
mer el rollo, y me dijo: "Hijo de hombre, aliménta­
te y sáciate de este rollo que yo te doy". Lo comí y
fue en mi boca dulce como la miel (Ez 2,8 - 3,3).

Un innovador arcaizante

Como terminación a esta primera serie de observa­


ciones relativas a la vocación de Ezequiel, hemos de des­
tacar un último punto. Al mismo tiempo que se inspira
96 LA MISIÓN DE UN PROFETA

en la vocación de sus grandes predecesores, Isaias y


Jeremías, para descubrir la suya propia Ezequiel se re­
monta más allá de sus testimonios; y encuentra ciertos
elementos arcaicos ausentes de los textos de Amós, de
Oseas, Isaías y Jeremías, y sin embargo utilizados ya
por los narradores de la maravillosa crónica de los "pri­
mitivos del profetismo": pintoresca galería de cuadros
que va desde los nebiim contemporáneos de Samuel
hasta Elias y su sucesor Eliseo 29•
En el momento, pues, en que Ezequiel descubre "el
aspecto de la forma de la Gloria de Yahvéh" cae rostro
en tierra (Ez 1,28); después oye una voz que le invita a
ponerse en pie; y entonces:

01 una voz que hablaba. El espíritu entró en mi


como se me había dicho y me hizo tenerme en pie
(Ez 2,ls).

Y otra vez:

Me levanté y sali a la vega, y he aqui que la Glo­


ria de Yahvéh estaba parada allí, semejante a la
Gloria que yo había visto junto al río Kebar, y cai
rostro en tierra. Entonces, el espíritu entró en mi
y me hizo tenerme en pie (Ez 3,23).

Esta intervención del Espíritu, bastante frecuente en


la vida de Ezequiel, nos es presentada con un vocabu­
lario que expresa su fuerza y hasta su violencia: el es­
píritu "arrebata" al profeta; lo "eleva"; lo "levanta";
"entra" en él; "cae" sobre él; lo "trasporta" (Ez 3,12;
8,3; 11,1; 43,5). El vocabulario es el de las antiguas ges­
tas del profetismo primitivo; es verdad que no se dice

•• Véase L. MoNLousou, Profetismo y profetas, "Actualidad Bíbli­


ca" 26, Fax, Madrid 1971, pp. 47ss.
UN INNOVADOR ARCAIZANTE 97

que el ruaj-espíritu de Dios "invada" ("atrape" 30 a


Ezequiel como hizo con Saul (1 S 10,6.10) "andando entre
los profetas" (1 s 10,11.12; 19,24); se dice que lo "arre­
bata" (Ez 3,12.14; 8,3; 11,1.24; 43,5) como "llevó" a Elías
(1 R 18,12; 2 R 2,16) como el "ruaj de oriente", el sola­
no, lleva a las langostas de Egipto (Ex 10,13) o la paja
del aventador es arrastrada por el viento (Is 41,16;
cf. 57,13).
¿Cómo se explica este volver sobre un tema, desusa­
do desde hacía tanto tiempo? Ezequiel no vivió como
Isaías en una sociedad marcada por el prestigio de un
rey beneficiario exclusivo del don divino del Espíritu
(Is 11,2); tampoco vivió en el mundo de Oseas, tan em­
peñado en atribuir a la energía divina toda suerte de
audacias, aunque fuesen suscitadas por aquel "espíritu
de prostitución" (Os 4,12; 5,4) que el profeta tenía jus­
tamente la misión de combatir.
Ezequiel conoció otro mundo donde vivió otra aven­
tura religiosa. Dios no fue para él lo que había sido
para Jeremías: el Dios que "conocía" (Jr 1,5, etc.) al
profeta, que escrutaba con esmero su corazón y sus re­
nes (Jr 11,20, etc.); el Dios que llega a su profeta con
una palabra que era para él "un gozo y alegría de co­
razón" (Jr 15,16). Conturbado por la visión de la Gloria,
Ezequiel estuvo prodigiosamente atento a esa energía
divina que traspasa al Universo, conmueve a la historia,
e interviene fragorosamente en la vida de los hombres.
Esa fuerza que pone al mundo entero bajo la autoridad
de Dios (Ez 1,12), que penetra todas las energías cósmi­
cas, lo mismo los seres vivos que las ruedas de su carro

ao H. CAZELLES, "L'Esprit de Dieu dans l'Anc. Test.", en Le mys­


tére de Z'Esprit Saint (Tours 1968, p. 28), evoca los diversos matices
que esta palabra presenta: abatirse sobre, llegar, lograr, penetrar;
que parecería quizá posible resumir en el prosaico pero expresivo
"atrapar".

EZEQUIEL -7
98 LA MISIÓN DE UN PROFETA

(Ez 1,20s). que devuelve la vida a un inmenso amasijo


de osamentas resecas; esa fuerza sólo puede compararse
al ruaj, al espíritu de Yahvéh, a ese dinamismo po­
deroso que dominaba las aguas primitivas del "tohu­
bohu" de donde saldrían a su tiempo la tierra y saldría
la vida (Gn 1,2), o al que impelía al coloso Sansón a sus
hazañas salvajes, o al que hacía de Saúl de modo súbito
un hombre renovado (1 S 10,6, etc.).
Tal es el motivo que guió a Ezequiel en su reflexión
teológica; motivo principal que bien pudo ir reforzado
por otro, ya que como sabemos era de gustos arcaizantes.
Apreciaba como buen conocedor las cosas viejas y las
fórmulas antiguas; se mostraba sensible al aplaciente
encanto de lo trasañejo. Y bien pudo preferir los modos
de vivir y comprender el profetismo de los primitivos, a
las categorías de sus predecesores inmediatos.

El profeta, vigía y constructor

He aquí pues a Ezequiel profeta; una palabra le


basta para definir la función que le acaba de ser con­
fiada.
Antes de él, Jeremías había dicho: "Entonces les
puse centinelas: ¡Atención al toque de cuerno! ... " (Jr 6,
17); Ezequiel aprovecha la comparación y la explana,
según su costumbre, largamente 31•
Para ello no tiene más que referirse a la experiencia
que todo el mundo había hecho desde hacía siglos en
Israel (véase la historia narrada en 2 R 9,17-20), y que
todo el mundo hacía o podía hacer a la sazón en uno
de los países codiciados por imperios tan poderosos como

a1 Véanse diversas observaciones en P. AUVRAY, "Le prophéte


comme guetteur. Ezéchlel 33,1-20", RB 1964, pp. 191-205.
VIGÍA Y CONSTRUCTOR 99

rapaces. En todas aquellas regiones recorridas por la


soldadesca o el pillaje a la rebusca de abituallamiento,
las gentes, dominadas por el temor del peligro, estable­
cieron un vigía sobre una altura vecina; su misión era
tocar el cuerno, ya para señalar al enemigo que se apro­
ximara a fin de que los habitantes pudieran ponerse a
salvo y organizar la defensa, ya para anunciar que el
peligro había pasado con gritos de júbilo (Is 52,8). Esta
imagen, la del muro que se recubre de cualquier mane­
ra, y la del restaurador (Ez 13,lOss), son harto corrien­
tes para que el pueblo no comprenda al vuelo la signifi­
cación que el profeta quiere darles.
He aquí pues la misión de Ezequiel. Vive en el seno
de un pueblo que parece amenazado perpetuamente por
un enemigo taimado, un pueblo que ha merecido en todo
momento, o por su inconsciencia o por sus faltas, un
severo castigo; y Ezequiel tiene el encargo de denunciar
todo lo que provoca la venida de ese castigo, todo lo que
sugiere la inminencia de su llegada. Lo mismo el justo
que el malvado han de estar advertidos; el malvado
para que se decida a cambiar de vida; el justo para que
persevere y no se deje embaucar por cualquiera enga­
ñosa solicitación. "El profeta tiene literalmente a su
cargo las almas; y habrá de dar cuenta al Señor de las
que le han sido confiadas" 32•
¿Es a la ciudad entera a la que Ezequiel ha de infor­
mar, o más bien a cada uno de sus habitantes? Sin
duda, el lenguaje de Ezequiel deja suponer que debe in­
terpelar a cada oyente adaptándose a su disposición
personal. Tal solicitud no resulta extraña en quien quie­
re inculcar al pueblo el sentido de la responsabilidad
individual ante el pecado y su juicio (Ez 33,10-20).
Sin embargo nunca se ve a Ezequiel dialogando con

•• P. AUVRAY '"Prophétisme... Ezéchiel", DBS VIII, 779.


100 LA MISIÓN DE UN PROFETA

un individuo solitario; habla a los ancianos (Ez 8,1;


14,1; 20,13) o al pueblo: "nos" (Ez 24,19; 37,18); predi­
ca a todos, pero a todos a la vez; la ensefianza que pro­
clama es la misma que cada uno debe recibir según su
propia situación: el malvado para encontrar en ella una
llamada al arrepentimiento, el justo vacilante para una
invitación a la perseverancia y a la fidelidad.
Para definir la misión del profeta, Ezequiel utilizó
una vez otra comparación distinta a la del vigía; es en
su discurso contra los falsos profetas Por Jeremías co­
nocemos el nombre de algunos, de que tanto se queja­
ban con razón los verdaderos enviados de Yahvéh (Jr 29,
21); era Ajab, hijo de Colaías, y otro llamado Sedecías,
hijo de Maasías. Ezequiel no cita a sus adversarios, pero
para definir la falsedad de su predicación, les reprocha
que "no habéis escalado a las brechas, no habéis cons­
truido una muralla alrededor de la casa de Israel, para
que pueda resistir en el combate" (Ez 13,5); o también
que se han apresurado a cubrir con argamasa la mura­
lla sin que nadie se preocupara lo primero de remediar
y reforzar sus grietas (Ez 13,10).
El profeta no es pues solamente el vigía que anun­
cia la llegada del peligro enemigo; también participa
en los trabajos de defensa cuya eficacia tiene también
misión de asegurar; no puede ignorar las brechas ni
los puntos débiles de la comunidad; debe al contrario
observarlas de cerca, y sefialarlas a la atención de to­
dos, y obrar de suerte que el trabajo de restauración no
sea superficial, sino que llegue al fondo de las cosas:
al corazón de un pueblo que amenaza no tanto con la
ruina de sus murallas como con el hundimiento de su
conciencia.
¿Cómo realizó el profeta esta obra de reconstrucción
y de salvación necesaria para la supervivencia de Is­
rael? Más tarde nos lo dirá la historia de Jonás: procla-
VIGÍA Y CONSTRUCTOR 101

mando con voz fuerte y alta el pecado que anida en el


corazón del pueblo, gritándole el castigo que ese peca­
do merece. Así Jonás provocó la penitencia de Nínive
evitando la destrucción de la orgullosa ciudad (Jon 3,
10); así los profetas de Israel evitaban el aniquilamien­
to del pueblo y trabajaban eficazmente por su salva­
ción.
Esas diversas imágenes, el centinela, el constructor,
hacen suponer que la misión del profeta sobrepasaba
los estrechos límites de aquel curso de moral aplicada,
de casuística diríamos, en el cual, como sabemos, el hijo
del sacerdote Buzí había sido maestro. Todo profeta, ya
sea el vigía de Ezequiel, ya el centinela que menciona el
libro de Isaías (Is 21,lls; 26,6) 33, "escruta" con afán la
oscuridad que le rodea, para descubrir las siluetas hu­
yentes de un eventual enemigo disimulado y temible,
para atisbar también los rayos furtivos del alba nacien­
te indicio de la pronta salvación. Al aplicarse a locali­
zar los "signos de los tiempos", resulta intérprete de la
historia; y como consecuencia del don que le hace apto
para definir los momentos que entonces se viven y su
orientación ineluctable, se presenta pregonando su en­
cargo de preparar a su rebaño para el acogimiento jui­
cioso de los tiempos que vienen, del Día que ya despunta.
La misión de Ezequiel consiste en mirar sin debili­
dades los instantes horribles por los que atraviesa Is­
rael para proclamar su significado; pero esa proclama­
ción se resume en él en una frase cuyo contenido nos
toca examinar: "Sabréis que yo soy el Señor Yahvéh".

33 Véase L. RAMLOT, "Prophétisme", DBS VIII, 931.


CAPITULO VII

LA HISTORIA DE ISRAEL
Y LA MANIFEST ACION DEL SEÑOR
En Israel se sabe que Dios se ha dado a conocer a
su pueblo; se sabe que ha revelado su nombre misterio­
so; ocurrió, por primera vez, durante la serie de aconte­
cimientos desarrollados desde Egipto hasta el Sinaí. En­
tonces fue cuando Israel captó que Dios era realmente
Yahvéh, que era el Señor 34•
De esos acontecimientos pasados, fundamentales
para la fe de Israel, el culto hacía una evocación perió­
dica. Se celebraba durante la noche pascual, la libera­
ción de Egipto, el paso del mar Rojo, cumpliendo la li­
turgia del Cordero; se evocaba la alianza sinaítica le­
yendo el Decálogo, ese enunciado de los juicios de Dios,
de sus decretos, de sus decisiones. Ya se hicieran, enun­
ciado y lectura, ante la gran asamblea, ya para algún
particular que llegara "a consultar a Dios" (Ex 18,15), lo
cierto es que siempre se acompañaban con la proclama­
ción del Nombre divino (Ex 20,2; Dt 4,6), el Nombre que
con sólo pronunciarlo comunicaba a los juicios, a las
decisiones, a los decretos leídos, toda su significación y

34 Observaciones sacadas de W. ZIMMERLI, "Das Wort des gottli­


chen Selbsterweises (Erweiswort), eine prophetische Gattung", en Me­
langes... A. Robert, pp. 154-164. Véanse los diversos estudios del mis­
mo autor sobre el tema del conocimiento de Dios en el Antiguo Tes­
tamento, publicados en la obra recapituladora: Gottes 0/fenbarung,
Theol. Bücherei, Munich 1963. Un breve resumen de esos estudios
nos lo da L. RAMLOT, DBS VIII, 947s.
106 LA HISTORIA DE ISRAEL Y EL SEÑOR

toda su autoridad (Lv 19). A ese enunciado responden


las aclamaciones del pueblo prosternado. Israel una vez
más, reconocía que Dios es Yahvéh, el Señor.
Sin embargo los profetas señalan que hay otros me­
dios de reconocer a Yahvéh. Porque saben que "buscar
dónde está Yahvéh" (Jr 2,8) no puede quedar reducido
a la simple actividad cultual, sino que ha de prolongar­
se en la vida moral por el cumplimiento de las activida­
des ordinarias, profanas (1 S 15,22; Am 5,21-26; Is 1,11-
20; Jr 7,4-15, etc.). Lo mismo ocurre con la proclama­
ción del nombre de Yahvéh que no puede consistir en
el solo acto litúrgico celebrado en el estrecho y reserva­
do campo del santuario. Esa proclamación debe resonar,
de algún modo, fuera del templo, en las actividades pro­
fanas del pueblo que dilatan su eco lejos del altar.
Es lo que enseña Ezequiel; la observancia del santo
día del sábado (Ez 20,20; 44,24) comienza, según él, en
el santuario, en el lado interior del muro que delimita
lo sagrado y lo separa de lo profano; pero se prolonga
por de fuera ( cf. Ne 13,15), a la vista y conocimiento de
toda la vecindad pagana. Y así viene a ser una procla­
mación de Yahvéh; al respetar el sábado, señal estable­
cida entre Dios y su pueblo, Israel reafirmaba su fe en
Yahvéh (Ez 20,12); y es portadora también de un testi­
monio que ayuda a los paganos a descubrir a Dios, a co­
nocer que él es el Señor (Ez 20,20).
Pero hemos de insistir desde luego en otro tema que
Ezequiel ha desarrollado especialmente. Si es cierto que
los hechos de los hombres muestran lo que realmente
son (Gn 42,34), también lo es para con Dios, cuyos actos
atestiguan su señorío. Entre todos los divinos, la guerra
es el que ha permitido a Israel reconocer que Dios es el
Señor; esa guerra que siempre es santa porque empe­
ñaba la suerte del pueblo de Dios, y así en cierta ma­
nera, el honor de Dios mismo. Ezequiel es en especial
LA HISTORIA DE ISRAEL Y EL SEÑOR 107

consciente de ello; proclama que la derrota merecida


por los pecados de Israel, ha hecho que el nombre de
Dios se profane entre las naciones que sin duda se son­
reían ante un Dios incapaz de proteger a su pueblo y
de otorgarle la victoria (Ez 36,20-23). Pero dice también
que esa guerra, cuando es victoriosa, liberadora, mues­
tra que Dios es el protector de su pueblo: su Nombre es
"santificado" entre las naciones; Yahvéh es reconocido
como el Señor.
El alcance teofánico del acontecimiento guerrero no
es siempre palmario; sólo rara vez es captado por un
pueblo, más propenso desde luego a autoestimarse héroe
de las victorias que responsable de las derrotas, y por
lo pronto, poco inclinado a aceptar el mensaje religio­
so que le aportaban los sucesos invitándole a ver en el
propio Dios al autor de esas hazañas. También tenían
los profetas la misión de ayudar al pueblo a descubrir
la significación profunda de los acontecimientos que se
van desarrollando, principalmente de los episodios gue­
rreros que llenan la historia de Israel. En consecuencia,
intervienen cerca de los jefes, y aun de todo el pueblo,
a fin de abrirles los ojos sobre la gesta que Dios acaba
de coronar acordando tal victoria inesperada, tal buen
éxito sorprendente, y quizá también permitiendo aque­
lla otra desgracia tan merecida. "Sabréis que yo soy el
Señor Yahvéh" dice el profeta al representante del pue­
blo; y prosigue no pocas veces: "Entregaré a tus ene­
migos en tus manos" (1 S 17,46s; 1 R 20,13.28).
Estamos aquí ante una de las muestras más sorpren­
dentes de la originalidad de la corriente profética en
Israel. Los profetas, y Ezequiel como ninguno, se ponen
en efecto a proclamar que la manifestación del Seño­
río de Dios, que el conocimiento de Dios como Yahvéh,
no se realizan solamente en el culto, sino que también
se cumplen en la historia. O más bien que, comenzados
108 LA HISTORIA DE ISRAEL Y EL SEÑOR

en la historia, culminan en el culto cuya total significa­


ción proviene al fin y al cabo de la historia que evoca;
para así destacar su sentido religioso y celebrar su al­
cance teofánico.
Eso es lo que piensa Ezequiel; sacerdote adscrito al
sentido profundo de los ritos que cumple con rigor, se
aplica a escrutar a través de las vicisitudes de una épo­
ca tormentosa la manifestación de la Gloria de Dios que
revela su santidad, tanto cuando juzga a su pueblo y
lo entrega a la cólera de sus enemigos, como cuando le
discierne la salvación y lo reagrupa sobre una tierra al
fin liberada. Y así se empeña tenazmente en recordar
a aquel pueblo de desterrados que en los acontecimien­
tos que están por venir, catastróficos o salvadores, Is­
rael aprenderá la verdadera dimensión del poder divi­
no, y llegará a saber que Dios es el Señor.
Pero como en el corazón de esta historia reveladora,
Israel ocupa sólo un pequeño espacio, no será el único
en descubrir que Dios es realmente el Señor; las nacio­
nes harán el mismo descubrimiento, ya encontrando en
el camino de su historia el castigo de su orgulloso paga­
nismo, ya dándose cuenta de que son instrumentos de
un Dios que castiga a su pueblo para purificarlo. Eze­
quiel subraya precisamente esta extensión universal de
la revelación histórica del Señor. Todos los árboles de
los campos, dice (Ez 17,24), toda carne (Ez 21,4), todos
los habitantes de Egipto (Ez 29,6), todos los pueblos
(Ez 36,23.36, etc.), toda la casa de Israel en fin (con una
sola mención en Ez 39,22), formarán para la historia el
conocimiento de Dios que es Yahvéh, el Señor. Y des­
pués de los habitantes de Jerusalén que permanecían
aún en la ciudad abocada al desastre, después de los mi­
serables exiliados, descubrirán que "Yahvéh es el Dios
de Israel" ("su Dios" Ez 28,26, etc.; "vuestro Dios" Eze­
quiel 20,20, etc.), que es "santo en Israel" (Ez 39,7), que
EL ADULTERIO DE ISRAEL 109

es el Señor "que habla" (Ez 5,13, etc.), que "saca la es­


pada de la vaina" (Ez 21,10), que "derrama su furor"
(Ez 22,22), que "lo enciende" (Ez 21,4), que "humilla"
(Ez 17,24); pero también que "renueva, reconstruye, re­
planta" (Ez 36,35-36), y que finalmente "santifica" a Is­
rael (Ez 20,12; 37,28).

El adulterio de Israel
y la manifestación del Señor

Siendo esto así, y siendo el profeta lo que Ezequiel


dice, intérprete de la historia, no será cosa de admirarse
si descubrimos en su libro esos grandes cuadros en los
que Ezequiel traza la vida de Israel y el drama de sus
relaciones con Dios ( capítulos Ez 16.20.23).
Extraña explanación la de esa larga y dolorosa histo­
ria evocada en el capítulo 16, el recuerdo de los amores
de Yahvéh y Jerusalén; extraña historia que debió
de provocar menos sorpresa en los oyentes de Ezequiel
que en nosotros. Es verdad que la aventura de una niña
abandonada desde su nacimiento, recogida por un vian­
dante generoso, educada después a su cuidado, mimada
a porfía y al fin casada, no era cosa demasiado excep­
cional. En un mundo en que el nacimiento de una niña
era menos apreciado que el de un niño, la hipótesis de
un abandono no parecía sorprendente; en un mundo
también en que las hijas eran casadas muy jóvenes, los
esponsales de un tutor y de su pupila, aunque ella fue­
ra treinta o cuarenta años más joven que él, resultaba
una cosa posible.
Sin embargo es verosímil que el tema esté aquí des­
arrollado con gran libertad: libertad de estilo donde
lo sublime anda flanqueando a la trivialidad, libertad
110 LA HISTORIA DE ISRAEL Y EL SEÑOR

de inspiración ya que el autor no se guía tanto por la


lógica del símbolo como por la realidad simbolizada.
Evoca pues los orígenes paganos de esa ciudad de
Jerusalén (Ez 16,3.45) que no era más que una ciudad
cananea, ocupada por los jebuseos, antes que David se
apoderara de ella para hacerla ciudad de su Dios (Jos 10,
1-5; Je 1,21; 2 S 5,6-10). De tal pasado, la ciudad ha
conservado siempre, piensa el profeta, una incurable
impiedad que ha comprometido toda su historia.
Aunque despreciable, la Jerusalén de Canaán fue
mirada por Dios con delicada compasión ; y colmada de
dones extraordinarios. La tradición bíblica conocía bien
todas esas maravillas que Dios había prodigado a su
pueblo, una vez terminado su asentamiento en Palesti­
na; el profeta Oseas las había evocado ya (Os 2,10) y el
Deuteronomio había completado la lista (Dt 8,7-20; 11,
11-17). Ezequiel vuelve sobre esta enumeración para
mostrar, como también lo había hecho Oseas, que Is­
rael se aprovechó de esos regalos maravillosos para ale­
jarse del generoso donante.
Una vez ricos, la ciudad y todo el país de alrededor
pusiéronse a utilizar sus riquezas en la celebración de
cultos idolátricos donde andaba mezclado lo sagrado
con lo licencioso, donde la liturgia terminaba con esce­
nas de prostitución, símbolos sugestivos del envileci­
miento en que había caído la esposa infiel (Os 1,3).
Después, a esas celebraciones licenciosas se añadie­
ron otras liturgias que juntaban la crueldad con la ido­
latría: a los niños se los quemaba en el fuego:

Los hijos de Judá han hecho lo que me parece


malo: han puesto sus Monstruos abominables en
la Casa que llaman por mi Nombre profanándola,
y han construido los altos de Tófet-que está en
el valle de Ben-Himnom-para quemar a sus hijos
EL ADULTERIO DE ISRAEL 111

e hijas en el fuego, cosa que no les mandé ni me


pasó por las mientes (Jr 7,30s).

En fin, Israel se ha comprometido con las potencias


vecinas, Egipto y Asiria. Oseas ya había censurado la
versatilidad de la paloma sin seso que se vuelve tan
pronto a un aliado como a otro (Os 7,11; 12,1), y sólo
manifiesta constancia en su aplicación a serle infiel a
Dios buscando otros apoyos fuera de él (Os 8,9). Isaías
había hecho el mismo reproche, y encontraba como
fuente de tales derroteros políticos una confianza abu­
siva en el hombre y en los medios de salvación de que
dispone, como también un grave rechazamiento de toda
fe en Yahvéh. Ezequiel vuelve sobre esa crítica y ve
en la cautelosa diplomacia de Israel la rebusca golosa
de la prostituta que ventea satisfacciones renovadas.
Tan lamentable historia ha permitido a Israel co­
nocer sus torpezas, el pecado que hay en ella desde los
primeros días (Ez 16,44s), el pecado que la hace peor
que Sodoma. esa antigua ciudad considerada siempre
como triste símbolo del mal. Pero esta historia nos va
a permitir conocer algo más. Es lo que dice Yahvéh:

Yo me acordaré de la alianza que pacté contigo


en los días de tu juventud, y estableceré en tu fa­
vor una alianza eterna. Por tu parte, te acordarás
de tu conducta y te avergonzarás de ella ... Que yo
mismo restableceré mi alianza contigo, y sabrás
que yo soy Yahvéh (Ez 16,60-62).

Porque ése viene a ser el resultado de la historia de


Israel, lamentable, trágica; pero a fin de cuentas, ma­
ravillosa. Esa historia habrá sido compleja, embrollada,
y este capítulo de Ezequiel es ya buena muestra de ello,
acumulando párrafos diversos, salidos de redacciones
sucesivas que debieron de ser ensambladas antiguamen-
112 LA HISTORIA DE ISRAEL Y EL SEÑOR

te; pero tal cual es, el capítulo nos muestra la signifi­


cación que el profeta descubre al meditar con cuidado
la historia de Israel: más allá de la manifestación del
mal en la que se complacía el pueblo, esta historia es
la revelación de Dios; de Dios que perdona, que renue­
va su alianza; y de ese modo nos hace "saber que él es
Yahvéh, el Señor".
Para no terminar ese vislumbre de optimismo, el ca­
pítulo 23 se inspira en la misma doctrina: considerando
la historia es como Israel conocerá quién es su Dios.
Este capítulo narra la aventura de las comunidades
de Judá y de Samaria, dos hermanas amadas de Yah­
véh, ambas infieles, entregadas a las sórdidas prácticas
de la prostitución. El relato comienza en Egipto: la co­
munidad se prostituye al paganismo del país. Viene des­
pués Oholá, que es Samaria; Oholá se prostituye con
los asirios, amantes que bien pronto ansían castigar a
la que se había entregado a sus impúdicas caricias. Y
luego la historia de Oholibá, que es Jerusalén; ha co­
menzado por llamar a los asirios (Ez 23,12s), para inte­
resarse en seguida por los babilonios cuyas imágenes la
habían seducido (Ez 23,14-19) y entregándose a ellos,
como antaño se había dado a sus amos de Egipto. En­
tonces se desarrolla la perspectiva de un castigo, sin
que se esboce el menor atisbo de reconciliación. El pro­
feta alarga esa lúgubre descripción y anuncia al fin que
el pueblo de Israel, considerando el castigo de que ha­
brá de ser victima, comprenderá mejor quién es su
Dios: "Y sabréis que yo soy el Señor Yahvéh" (Ez 23,49).

La historia de Israel
y la revelación del Dios Santo
Vengamos ahora al capitulo 20 en el que el carácter
teofánico de la historia resulta tan netamente afirma-
LA REVELACIÓN DEL DIOS SANTO 113

do. Para captar toda la significación de esta página, es


necesario prestar atención a algunos datos.
Ya hemos recordado que en Israel la liturgia, por
ejemplo la de Pascua (Ex 13,8), se aplicaba a la evoca­
ción admirativa y reconocedora de las hazañas realiza­
das por Dios en la historia de su pueblo y sobre todo
durante los años famosos del éxodo y de la conquista
(Dt 26,5-10; Sal 105, etc.). Compréndese entonces la in­
tención de Ezequiel cuando adopta-él, hijo del sacer­
dote Buzí-en cierto modo la postura contraria a esa
predicación litúrgica, y no ve en el decurso de aquella
larga historia más que un drama: Israel en perpetua
rebeldía contra un Dios indefectiblemente provocado a
"juzgar", a castigar.
Diagnóstico tan pesimista no es una absoluta nove­
dad; Ezequiel no fue el primero en descubrir que la his­
toria de Israel ha sido también la historia de su pecado
y de su juicio; antes que él, ya otros habían tendido la
misma mirada, sombría pero lúcida (Am 4,6; Is 5,25;
9,7-20; 10,1-4); y aun otros habían acertado a descu­
brir en el pasado del éxodo otra cosa que las solas ma­
ravillas de Dios: las murmuraciones de protesta en los
tiempos del desierto (Ex 15-17), el episodio del becerro
de oro (Ex 32), la revuelta suscitada por la exploración de
Canaán (Nm 13s; Dt 1,19-46).
Ezequiel vuelve pues sobre un tema conocido, pero
lo hace a su manera; y pone ostensiblemente en ello
todo el espíritu de sistema de que es capaz. Lo mismo
que había resumido en tres categoría el mundo de los
pecadores y de los justos (Ez 18,5.10.14), así esquematiza
en tres periodos toda la historia de Israel: los tiempos
de Egipto (Ez 20,5-9), la marcha por el desierto, prime­
ro la de los padres (Ez 20,10-17) y luego la de los hijos
(Ez 20,18-26). En cada una de esas épocas, Israel se en­
frenta con los designios de Dios que tienden a que se
EZEQUIEL,-8
114 LA HISTORIA DE ISRAEL Y EL SEÑOR

establezca en el campo de la "vida" (Ez 20,11.13.21.25);


su constante rebeldía (Ez 20,8a.13a.2la) provoca la có­
lera de Yahvéh que se prepara a aniquilar al pueblo
(Ez 20,8b.13b.2lb). Sin embargo, "por consideración a
su nombre", Yahvéh modera su resentimiento (Ez 20,
9.14.17.22); pero la barrera de esa moderación parece
que habría de ser arrasada por la ola de la cólera que
no cesa de subir: aunque al principio no las hubo, las
amenazas de castigo son más hondas cada vez desde
la segunda a la tercera etapa (Ez 20,15s.23-26).
Esta nota luctuosa felizmente no es la única que
resuena a lo largo de este capítulo. El tener la precisión
del casuista, no le estorba a Ezequiel para ser el profeta
que ya conocemos. Para él la historia no puede compa­
rarse a un ajuste de cuentas entre los hombres incons­
tantes, rebeldes a cada paso, y un legislador exigente y
meticuloso. La historia es la manifestación de Dios que
es el Sefíor. En este capítulo 20, Ezequiel vuelve pues
a esta idea y la expresa con un nuevo matiz: la historia
es revelación de la santidad de Dios.
Cuando en Israel los teóricos de la liturgia querían
dar un nombre a la realidad divina que el pueblo expe­
rimentaba participando devotamente en el culto, ha­
blaban de la "santidad" de Dios. Mediante esta palabra,
cuya significación nos es difícil entrever por lo mucho
que se ha desacreditado en nuestro lenguaje, tendían
ellos a indicar lo más profundo del ser divino, todo lo
que Dios-él mismo- es: ser misterioso, inefable, subli­
me, trascendente.
Y lo cierto es que la liturgia, por medio de personas,
de gestos, de cosas aparentemente irrisorias, pero que
todos miraban como signos sugestivos, Israel vislum­
braba la grandeza de su Dios, experimentaba su santi­
dad. No es la misma experiencia de Isaías, más directa
sin duda, cuando veía el ornato del santuario, y se sen-
LA REVELACIÓN DEL DIOS SANTO 115

tía transformado muchas veces adoptando la forma, los


colores, los movimientos de las realidades celestes, y
oía que los serafines clamaban: "Santo, santo, santo,
Yahvéh Sebaot" (Is 6,3).
La trascendencia del Dios Santo es tal que no es po­
sible contemplarla sin morir (Ex 19,21), como Isaías se
apresura a reconocer cuando nos grita su terror porque
"han visto sus ojos al rey Yahvéh Sebaot" (Is 6,5); no
es posible tampoco presentarse ante el Dios Santo,
"manchado" o "impuro": sería una profanación del
Nombre divino.
Comprobamos de nuevo la originalidad de Ezequiel.
El sabe, como sacerdote, lo que expresa el concepto de
santidad de Dios, qué altura tan sublime tiene, qué tras­
cendencia significa, qué respeto supone, qué aparta­
miento exige: es perfectamente consciente del abismo
infranqueable que "separa lo sagrado de lo profano"
(Ez 42,20); y quiere que esta distinción sea recordada
por los hombres, y percibe en ello la primera función
de los sacerdotes (Ez 22,26; 44,23).
Pero también sabe, o más bien descubre, que la san­
tidad de Yahvéh no se manifiesta únicamente en el re­
cinto reservado del santuario; la historia, la del pueblo
y la de las naciones circunvecinas, la historia cotidia­
na, menuda, "profana" diríamos, ese cercado en que se
agitan lo ridículo y lo grandioso, el pecado sórdido y la
virtud generosa, esa historia-ésa-es una revelación,
una teofanía; es manifestación de la santidad de Dios;
en ella, fuera de todo santuario, bien lejos de toda
barrera que marque la distancia entre lo sagrado y lo
profano, la santidad de Yahvéh aparece, actúa, se deja
descubrir, es reconocida. En una palabra, el Santo se
comunica.
Aquel que por su honor y por su "Gloria" está tan
por encima de los hombres, pone su punto de honra en
116 LA HISTORIA DE ISRAEL Y EL SEÑOR

acercarse a los hombres; y nos hace saber que él es


Yahvéh, se nos da a conocer como el Señor. Así hablaba
Ezequiel; ya lo hemos oído. Es lo mismo que repite
cuando afirma que Yahvéh manifiesta su santidad, se
muestra como el Dios Santo, cuando dice que Yahvéh
"se santifica" o que "santifica su Nombre".
Así, cuando Dios reúna a Israel de los países donde
estaba dispersa, el pueblo viendo en él a su libertador
conocerá que en efecto es Yahvéh; y en el mismo ins­
tante, los pueblos extranjeros que descubran en él un
Dios capaz de intervenir eficazmente en favor de Israel,
un Dios superior a cualquier otro dios, comprenderán
que es trascendente, que es santo: Dios se mostrará
santificado a los ojos de las naciones (Ez 20,41).
Y lo mismo, cuando Sidón sufra el justo castigo por
el mal que causó a los hebreos, se descubrirá en ese
Dios capaz de juzgar a Sidón sin que haya quien se lo
impida, un Dios "santo"; "se sabrá que él es Yahvéh"
(Ez 28,22). Un razonamiento parecido ocurre después
(Ez 28,25): la reunión de la Israel dispersa, por un Dios
que obra como soberano, mostrará en él a un héroe
sublime, al Dios santo, y hará "saber que él es Yahvéh".
El capítulo 36 vuelve largamente sobre ese tema. El
nombre de Yahvéh ha sido "profanado" entre las na­
ciones; ¿cómo pudo ser? Por la derrota que el pueblo
de Dios ha sufrido en castigo de sus pecados. Esta de­
rrota ha suscitado la rechifla: "Son el pueblo de Yah­
véh, y han tenido que salir de su tierra" (Ez 36,20); lo
cual significa: es el pueblo de los adoradores de un
Dios, Yahvéh, que no ha podido impedir que se vean
obligados a marchar al destierro. También Yahvéh la­
vará la afrenta que se le ha hecho; su Nombre ha sido
profanado, y va a "santificarlo", a mostrar su santidad
por medio de los actos que va a realizar para la salva­
ción de Israel (Ez 36,23). Es la misma afirmación que
LA REVELACIÓN DEL DIOS SANTO 117

resume el sentido de la derrota de Gog: obrando a costa


de aquel bárbaro, Dios busca solamente manifestar su
santidad a los ojos de Israel (Ez 38,16). En otra ocasión,
obra en favor de Israel para mostrar su santidad "a los
ojos de numerosas naciones" (Ez 39,27).
Revelado por sus actos históricos como el Santo,
Yahvéh quiere en fin que todas las naciones le reconoz­
can como el que "santifica" a Israel; ¿no es pues en
efecto él, un Dios aparte, el que hace de Israel un pue­
blo separado, un pueblo santo? (Ez 37,28).

Vamos a concluir con pocas palabras. El lector no


podrá menos de calar el interés-y la actualidad-de
las consideraciones que propone o simplemente sugiere
Ezequiel sobre la misión del profeta, intérprete y tes­
tigo del sentido oculto de la vida de Israel; sobre la sig­
nificación de la historia, verdadera revelación del Se­
fíor, del Dios Santo; sobre el lugar que le corresponde
a la liturgia, celebración de la teofanía que se cumple
en el propio corazón de la vida de los hombres.
CAPITULO VIII

EL AMADO QUE TENIA


CORAZON DE PIEDRA
Enviado para profetizar a Israel, para decirle hacia
dónde va ineluctablemente su historia, Ezequiel siente
crecer dentro de sí la certeza de que el pueblo es gra­
vemente pecador. Proclamar la realidad de ese pecado,
anunciar el castigo consiguiente y que se acerca de modo
inexorable, tal será, al menos en un primer tiempo, la
misión de Ezequiel.

Caminos descarriados,
costumbres corrompidas

Ezequiel se vale de diversas imágenes para carac­


terizar la falta de sus compatriotas; pero hay una sobre
la que insiste frecuentemente: la del camino. Según la
imaginería del profeta, que es la de no pocos autores
bíblicos, es considerada la vida como una marcha que
hay que hacer a lo largo de una ruta, sobre un "camino".
Dios, el primero, tiene una determinada manera de obrar,
de comportarse; diríamos de caminar; se habla de los
"caminos" de Yahvéh (Ez 18,25.29). Los hombres tienen
también sus caminos, o su camino; todos los hombres,
Israel también. Y ese camino seguido por Israel es el que
el profeta examina con el mayor cuidado ( capítulo Ez 18).
Evidentemente la imaginería utilizada supone un prin-
122 EL CORAZÓN DE PIEDRA

cipio según el cual los dos caminos, el de Dios y el de su


pueblo, deben converger, si no coincidir; Ezequiel com­
prueba con amargura las divergencias que los separan:
Yahvéh sigue su camino aunque Israel se obstina en
andar por senderos diferentes (Ez 18,25.29; 33,17) 35.
El tema del camino está también explotado mediante
otras palabras de significación muy próxima. Como la
vida religiosa de Israel es un caminar, dícese que el pe­
cado "aleja" al pueblo de su Dios, si bien la conversión
opera su vuelta hacia Yahvéh (Ez 3,19s; 14,6; 18,30, etc.).
Esta estructura lingüística permite atribuir a la propia
topografía del exilio un alcance espiritual; el pueblo ha
sido "alejado" de Jerusalén (Ez 11,16) donde está la Glo­
ria del Señor, porque él se había ya "alejado" de Yahvéh
(Ez 11,15); y al contrario, el retorno de la cautividad,
movimiento perfectamente visible y comprobable, será la
expresión de una realidad más honda: el retorno interior
de la nación infiel (Ez 34,16; 39,25s).
Como nacida de categorías locales, la imaginería en
que se mueve la intuición del profeta insiste en el aspec­
to exterior del pecado que compara a una falta en el
comportamiento. Teniendo presente esta significación
podemos leer todo el capítulo Ez 7 en el que tan frecuen­
temente se nos sugiere el concepto "camino". Vemos que
se ciñe a evocar la manera de vivir y de obrar propia de
Israel, los procedimientos que utiliza en los diversos cam­
pos en que despliega su actividad (Ez 7,3.8.9.27; 9,10;
16,47, etc.).
Sin embargo Ezequiel emplea también otros términos
que le permiten indicar otros aspectos del pecado, y sobre
todo mostrar con qué profundidad afecta este mal al
hombre. El hijo de Buzí conoce, lo mismo que Jeremías,

as Véase E. BEAUCAMP, La Bible et le sens religieux de l'Univers,


París 1959, pp, 24-28.
DESCARRÍO Y CORRUPCIÓN 123

la doctrina que considera al corazón como centro y nudo


de la personalidad, el asiento más hondo del pecado asi
como el lugar más intimo del encuentro del hombre con
su Dios (Jr 4,18; 31,33). Ezequiel sabe pues que el corazón
es la sede de la actividad humana más verdadera. Dis­
tingue en el hombre la realidad carnal y visible, que se
refiere a los gestos rituales, y la realidad interior que él
designa valiéndose del corazón: los paganos son extran­
jeros en Israel a causa de sus cuerpos incircuncisos, pero
no menos a causa de su "corazón incircunciso" también
(Ez 44,7-9). Piensa pues que del "corazón" es de donde
brotan las intuiciones más personales (Ez 13,2.17); y en
efecto, para que se haga verbo de Ezequiel la palabra de
Dios debe llegar hasta el fondo de su ser de profeta, has­
ta su "corazón" (Ez 3,10).
Ese nudo profundo del hombre complejo, su corazón,
es lo que está marcado por el pecado; y lo afecta hasta
el punto de que no tendrá salvación si no le extraen el
corazón culpable, aquel corazón de piedra que habrá de
ser reemplazado por otro nuevo: el corazón de carne
(Ez 36,26). Porque el corazón de Israel se ha endurecido
(Ez 2,4; 3,7); él es quien le empuja por caminos de abo­
minación y de horror (Ez 11,21); él es quien se apega a
los idolos (Ez 14,3.4.5.7).
Aqui Ezequiel es hasta tal punto consciente de la
fuerza con que el mal está remachado en el corazón del
hombre, que considera al pecado como tara hereditaria,
indefectiblemente unida a la serie de generaciones, de
suerte que llega a corromper el corazón de los descen­
dientes, aun separados por varios siglos de los antepa­
sados pervertidos. "Tu padre era amorreo y tu padre
hitita" 36, le dice a Jerusalén para hacerla descubrir en

aa El nombre de hitita designa, en el lenguaje bíblico, una parte


de la población cananea que encontró Israel a su llegada a Pales-
124 EL CORAZÓN DE PIEDRA

su estado predavídico la fuente de "sus abominaciones"


(Ez 16,2s). El profeta define entonces el pecado de Israel
con una palabra que constituye una imagen. Jeremías se
sirvió de ella para nombrar el estado de la faja que había
escondido mucho tiempo en el resquicio de una peña y
que la encontró echada a perder, "podrida" (Jr 13,7).
Ezequiel usa el mismo concepto y lo aplica, ya a las cos­
tumbres de Oholibá-Jerusalén aún más "podridas" que
las de su hermana (Ez 23,11), ya a las acciones de los
israelitas, depravadas también y corrompidas: "podridas"
(Ez 20,44). Se nos propone que es malo no sólo el obrar
del hombre, sino que su propio ser está infectado.

Los pecados de Israel

Ezequiel distingue varias categorías de faltas: las


distingue o al menos tal parece; porque la diversidad que
ofrece su vocabulario no habría de ser tan neta para su
espíritu (más inclinado a ver la significación global de
las cosas) como para el nuestro. Pero siempre será cierto
que su enseñanza supone algunos matices que nosotros
podríamos considerar.
Son por lo pronto, y en el lenguaje de Ezequiel, las
desobediencias a los mandatos divinos. Varias palabras
designan la manifestación de la voluntad de Dios; el
profeta habla de la "justicia", de las "prescripciones" y
"ordenanzas", de la "ley" de Dios; pero manipula en
esta paleta lexicográfica de forma que las palabras apa­
recen desprovistas, o poco menos, de su significación pri­
mitiva; cada una apunta de hecho a la realidad primor­
dial a la que se oponen los pecados de Israel: la voluntad
de Dios.

tina (cf. Gn 15,20; etc.). Véase G. VoN RAD, La Genese, Ginebra


1968, p. 250.
LA IDOLATRÍA 125

¿Por qué actos se opone Israel a las exigencias de su


Dios? Los catálogos que nos suministra el sacerdote Eze­
quiel están largamente provistos. Ya es sabido que en los
santuarios antiguos, el clero conservaba unas listas de
los pecados que excluían de la celebración litúrgica a los
que habían cometido cualquiera de ellos. Ezequiel conoce
esas lúgubres letanías, y se inspira en ellas para detallar
a los culpables sus deficiencias. Aunque en desorden,
evoca: el adulterio, el uso del matrimonio en tiempo in­
oportuno para la mujer, la violencia, la ruindad, la re­
tención de prenda, la rapiña, la negación de limosna, la
usura y el préstamo con interés, el falso testimonio (ca­
pítulo Ez 18); el empleo de sicarios venales, la calumnia,
el desprecio de los padres, el de los extranjeros, de las
viudas, de los huérfanos, el incesto bajo diversas formas,
el adulterio, la profanación de las cosas santas o el des­
precio del sábado (capitulo Ez 22), etc.

La idolatría

Y sin embargo hay una especie de pecado que Eze­


quiel condena con redoblado empeño: la idolatría. Los
israelitas-dice-en lugar de caminar según las leyes de
Yahvéh "han apegado su corazón a los ídolos" (Ez 20,
16); podría tratarse de algún rito procesional que con­
gregara al pueblo tras un emblema pagano; de no ser
quizá simplemente el comportamiento religioso de to­
dos los que "alzan sus ojos a los ídolos" (Ez 18,6.15) o
cuyos "ojos habían ido tras los ídolos" (Ez 20,24). Por­
que muchos se reunían en toda colina elevada, en la
cima de todos los montes, bajo todo árbol verde, bajo
toda encina frondosa (Ez 6,13); allá es donde los devotos
idólatras instalaban imágenes sugestivas que recubrían
de ricas vestiduras (Ez 16,17s). Ante tales objetos se
quemaban perfumes (Ez 6,4): sobre los altares (Ez 6,5)
126 EL CORAZÓN DE PIEDRA

se derramaba flor de harina con libaciones de óleo (Ez 20,


28), se ofrecía miel, y pan de la harina mejor (Ez 16,18s).
En fin, se participaba de las cenas sagradas, conclusión
normal de los ritos sacrificiales, y se consumía una parte
de los manjares ofrecidos a los ídolos.
Algunos incluso llegan, y el profeta Ezequiel se ponía
fuera de sí con ello como le pasó a Jeremías (Jr 7,30,
etcétera) hasta "hacer pasar a sus hijos por el fuego":

Tomaste a tus hijos y a tus hijas que me habías


dado a luz y se los sacrificaste como alimento... In­
molaste también a mis hijos y los entregaste ha­
ciéndoles pasar por el fuego (Ez 16,20-21)... Ha­
ciendo que pasaran por el fuego a todos sus primo­
génitos (Ez 20,26).

En el capítulo 8 describe Ezequiel una larga visita


que hizo-o la supone-al interior del templo de Jeru­
salén; allí ve a numerosos hijos de Israel que se entre­
gan a prácticas idolátricas. Consideradas en sí mismas,
tales prácticas son ya faltas graves; pero el hecho de
que se lleven a cabo en el Templo las hace más intole­
rables aún.
Trasportado pues a Jerusalén en "visiones divinas"
Ezequiel es conducido "a la entrada del pórtico interior
que mira al norte"; ante la puerta, ve que un altar está
erigido y que está coronado por la imagen de una di­
vinidad. Que un dios rival sea así honrado al lado del
santuario, provoca el "furor" de Yahvéh que rechaza tal
presencia y no puede menos de retirarse; y efectiva­
mente la Gloria abandona el Templo. ¿Cuál era la di­
vinidad así representada? Quizá se tratara de la imagen
de la diosa Astarté, que Manasés había colocado en el
Templo (2 R 21,7; 2 ero 33,7.15); excluida del lugar san­
to por Josías (2 R 23,16), de nuevo había sido repuesta
LAS ALIANZAS EXTRANJERAS 127

en él. El altar adyacente es el que el rey Ajaz había


hecho construir (2 R 16,14) 37.
Pero aún le quedan al profeta cosas peores que ver.
En una sala contigua a la puerta ya están grabadas
sobre el muro imágenes de diversos animales, imágenes
de animales impuros (Ez 8,10) de los cuales el Levítico
da la lista (capítulo Lv 11), y dice que su contacto hace
impuro (Lv 11,43). Ante ellas, setenta ancianos hacen
quemar incienso y están de pie en actitud de religioso
respeto. Estos ancianos celebrarían alguna liturgia im­
portada de Asiria y de Egipto ya hace tiempo, cuando
las relaciones de Judá con esos grandes países fueron
estrechas. Pero aún hay más que ver.
Estamos cerca de una puerta de la casa del Señor ;
allí hay mujeres sentadas plafiendo a Tammuz. Estas
piadosas idólatras experimentaron otra influencia: la
de los países siro-fenicios en los que se adora, bajo la
forma de un dios que muere y que renace, el misterio
cósmico de la germinación.
Finalmente llega Ezequiel al atrio interior de la casa;
a la entrada ve una veintena de hombres que dan la es­
palda al santuario, que miran a oriente y adoran al sol.

Las alianzas extranjeras

Después de haber descrito la impiedad a la que se


entrega el pueblo, Ezequiel menciona otra serie de faltas:
las alianzas extranjeras. Al dirigir esas acusaciones con­
tra sus compatriotas, vuelve sobre un tema que sus pre­
decesores habían ya desarrollado antes que él. Oseas
había ridiculizado la versatilidad de Israel, cándida pa-

37 G. FOHRER, "Ezéchiel", H. 2. Alt. Testament, Tüblgen 1955,


página 51.
128 EL CORAZÓN DE PIEDRA

loma sin seso ansiosa de llamar a Egipto, de acudir a


Asiria (Os 7,11); había dicho de Efraím que se disponía
a hacer alianza con Asiria y a llevar aceite a Egipto
(Os 12,2), que corría tras el viento, intentando alimen­
tarse con un manjar tan vano como el viento de oriente.
Tras él, Isaías se había mofado de los caminos sinuosos
de los políticos, ocupados en trazar planes tan preten­
ciosos como vanos (Is 30,ls), ávidos de encontrar en alia­
dos inciertos un poderío que deberían haber esperado
sólo de su Dios (Is 31,1-3). Por fin, Jeremías había criti­
cado a sus contemporáneos, ingenuamente convencidos
de poder escapar mediante irrisorias alianzas humanas
al desarrollo ineluctable del Juicio de Dios (Jr 2,14-19,
etcétera).
Ezequiel sigue la misma línea de los que hablaron an­
tes que él; vitupera las alianzas extranjeras; pero abor­
da el tema de manera más rápida que sus antecesores:
se detiene menos en el desarrollo de la historia del reino
y más en la significación de esta historia política; el
punto de vista no es nuevo, pero parece más acusado
en él.
En la evocación rápida de los últimos momentos de
la dinastía, se acuerda ( capítulo Ez 17) de la política ex­
tranjera seguida por los últimos reyes de Judá. Los acon­
tecimientos están descritos bajo la apariencia de una
parábola sutil; compréndese que el árbol regio, reducido
a un renuevo puesto en la tierra por una gran águila, ha
terminado por volver sus ramas hacia otra águila, lo que
le vale la brutal intervención de la primera rapaz así
engañada. Vemos aquí las tergiversaciones de Sedecías,
establecido por Nabucodonosor en el trono de su sobrino
capturado, Joaquín, y vuelto un día a la alianza con los
egipcios.
Ezequiel propone una explicación de esas idas y ve­
nidas, bastante semejante a la que ya hacía tiempo pro-
SIGNIFICACIÓN DEL PECADO DE ISRAEL 129

puso Isaías: quisieron obtener tropas y caballos (Ez 17,


15). Pero da con un lenguaje nuevo para definir su gra­
vedad; al volver a los egipcios, Sedecías ha roto la alian­
za que había pactado con los babilonios, y traicionado el
juramento que les había hecho (Ez 17,13-15). Para Eze­
quiel, romper la alianza o recusar el juramento de Nabu­
codonosor, era romper la alianza de Yahvéh, era recusar
el juramento hecho a Yahvéh (Ez 17,19s). ¿Por qué? Por­
que un contrato se cumple siempre en presencia de un
dios que es su garantía; al comprometerse y empeñarse
ante Nabucodonosor, Sedecías tomó a su dios por testigo
( como también sin duda los babilonios) de su fidelidad
a los compromisos que contrajo. El juramento, la alianza
del jefe babilonio llegaron a ser los de Yahvéh, que no
puede favorecer la maniobra de quien ha infringido la
alianza. Ezequiel lo sabe: Sedecias no saldrá airoso de
la empresa (Ez 17,15).
El profeta vuelve otra vez sobre este tema de las
alianzas con el extranjero en el capítulo Ez 16; pero se
aplica entonces menos a describir esas maniobras polí­
ticas que a juzgar su significación: eran gestos de infi­
delidad, eran verdaderos adulterios, Israel se estaba com­
portando entonces como una prostituta.

Significación del pecado de Israel

Ezequiel dispone de un vocabulario abundante para


caracterizar los pecados del pueblo.
Una primera serie de palabras proviene del tema me­
tafórico del matrimonio. El comportamiento de Israel
es una infidelidad, dice el profeta que aplica a las rela­
ciones de Yahvéh y del pueblo (Ez 14,13; 15,8; 17,20;
18,20.24; 39,23.26) una palabra que puede caracterizar la
inconstancia del cónyuge (Nm 5,12.27). Para definir el
EZEQUJEL-9
130 EL CORAZÓN DE PIEDRA

comportamiento de las esposas infieles, los capítulos


Ez 16 y 23 adoptan frecuentemente otro término que de­
signa una cosa insoportable (Pr 24,9), que es imposible
de tolerar (Je 20,6): una verdadera infamia, de la que
algunos versículos detallan la gravedad (Ez 22,9.11). El
mismo capítulo Ez 16 habla varias veces del deshonor que
ha suscitado la conducta torpe de la esposa; pero vuelve
sobre todo, como el capítulo Ez 23, sobre la palabra que
compara la actitud de las mujeres al comportamiento
de la adúltera o más bien al de la prostituta (Ez 16,30;
23,44, etc.). La misma raiz está utilizada 44 veces en es­
tos dos capítulos.
Otra serie de vocablos tiene origen cultual: el Le­
vítico habla (Lv 11,43-45) de la inmundicia, de la im­
pureza, radicalmente opuestas a la santidad que debe
tener el pueblo de Yahvéh, el Dios Santo. Tal inmundi­
cia se comunica por la proximidad de aquellos animales
que los antiguos veneraban en el santuario (Ez 8,10);
pero se la contraía sobre todo frecuentando los cultos
idolátricos (Ez 5,11; 7,20, etc.) que es lo que el profeta
define mediante el sugestivo término de prostitución
(Ez 20,30) o por este otro, frecuente en él y en la litera­
tura deuteronómica: abominación.
Los pecados cometidos por la esposa infiel (Ez 16,
2.22, etc.), o por las dos hermanas Oholá y Oholibá (Ez 23,
36), son "abominaciones" porque consisten fundamen­
talmente en gestos idolátricos (Ez 7,20; 14,6, etc.). El
gesto de los levitas (Ez 44,13) poniéndose tiempo ha al
servicio de los ídolos y arrastrando al pueblo en su de­
fección (Ez 44,12s), o bien introduciendo en el santuario
extranjeros encargados en vez de ellos de asegurar el
uso litúrgico de las cosas santas (Ez 44,6a), es una abo­
minación.
Este mismo término puede también designar toda
clase de pecados: la desobediencia a los mandamientos
SIGNIFICACIÓN DEL PECADO DE ISRAEL 131

(Ez 18,13.24), el desprecio de los juicios y decretos de


Yahvéh (Ez 22,11), el adulterio (Ez 33,26.29), etc., son
abominaciones. La extensión a toda la actividad moral
de un término cultual muestra que el profeta entrevé el
enlace que une a la celebración litúrgica no sólo la ob­
servancia de los viejos tabús ancestrales como el aleja­
miento de los animales reputados impuros, sino tam­
bién y desde luego la vida del hombre, todos los actos
por los que ese hombre da un sentido a su existencia.
A través de ese conjunto es como el fiel de Yahvéh se
acerca o se aleja al culto del Dios Santo.
Para explicar el comportamiento de Israel infiel, o
más generalmente del hombre pecador, Ezequiel se re­
fiere a dos tendencias profundas de la humanidad pe­
cadora.
En el capítulo Ez 23 (vv 5.7.9.12.16.20) menciona el
deseo: él es quien empuja a la hija de Israel hacia sus
amantes. Frecuentemente el término va junto, aquí como
en el capitulo Ez 16, a alusiones sexuales cuya precisión
no resulta del mejor gusto (cf. Ez 16,24-26).
El deseo de que habla el profeta resulta complejo:
es el de una seguridad humanamente establecida, pre­
ferida a la dependencia de la fe; es también el de toda
suerte de cosas: dinero, lujo, etc. Es incluso posible que
Ezequiel haya juzgado el deseo voluptuoso como res­
ponsable de los compromisos de Israel con las gentes
paganas. Estas últimas traian a Palestina, con la sol­
dadesca siempre presta a utilizar su paga o su violencia
para procurarse ciertas relaciones particulares, el gusto
por las costumbres libres; más aún: el gusto por algu­
nas liturgias en las que la licencia andaba a menudo
mezclada con lo sagrado.
Otro tema se ofrece con más frecuencia y con más
nitidez; es el de la autosatisfacción, el de la vanidad,
el del orgullo.
132 EL CORAZÓN DE PIEDRA

La esposa del capitulo Ez 16 es una "belleza que era


perfecta" (v 14); la misma expresión describe a Tiro,
la ciudad "sello acabado en belleza" (Ez 28,12), que se
sabia y se decia a si misma "yo soy un navio de acabada
hermosura" (Ez 27,3). Jerusalén tiene belleza perfecta
que proviene del esplendor de que Yahvéh la ha colma­
do; pero la ciudad, presumida, "se pagó de su belleza"
(Ez 16,15). La vanidad humana, rara vez la nombra Eze­
quiel. Sin embargo, antes y después de él, Isaias, Jere­
mías, el Deuteronomio, el Déutero-Isaias critican la con­
fianza puesta en la caballería (Is 31,1), en la diplomacia
(Is 30,12), en las murallas de la ciudad (Jr 5,17; Dt 28,
52) e incluso en el Templo (Jr 7,4.8.14). Ezequiel no teje
sobre ese cañamazo más que dos veces (Ez 16,15; 33,13),
pero sus reflexiones se nos antojan más hondas que las
de los otros. El hombre de Ezequiel no se goza mirando
y admirando en las cosas un reflejo de su fuerza; en si
mismo es donde encuentra directamente su propia sa­
tisfacción. Así la esposa-Jerusalén está "infatuada-por­
-su-belleza": el resultado será el abandonarse a todo el
que llegue; así el "justo". se complace "en-su-justicia":
y pronto llegará por ello a "cometer pecado".
Prosigue el profeta sus profundizamientos en el ca­
pitulo Ez 28. Habiendo comprobado en el habla de las
gentes de Tiro, como en la de los cortesanos de todo el
Oriente, un cierto modo de definir al rey, su autoridad y
su reinado, Ezequiel ve ahi una manifestación caracte­
rística de esas tendencias profundas que otro autor bí­
blico, el de Génesis 2 y 3, había ya señalado por doquier:
la tendencia del hombre a exaltar su sabiduría, o a des­
conocer en absoluto la de Dios; y por fin, la tendencia
a querer ser totalmente autónomo y a considerarse a sí
mismo como Dios (Ez 28,1-6).
Ezequiel habla sin rodeos del orgullo: el de Israel
(Ez 16,56; 33,28) que hace objeto de vanidad las ri-
SIGNIFICACIÓN DEL PECADO DE ISRAEL 133

quezas del país (Ez 7,20), que ve en el Templo (Ez 24,21;


cf. Jr 7,4.8.14), o en los diversos santuarios (Ez 7,24)
un motivo de autosatisfacción; el orgullo de los paga­
nos, de Sodoma (Ez 16,19) o de Egipto (Ez 30,6.18;
32,12). El profeta dice también de los paganos que se
han "engreído": el rey de Tiro (Ez 28,2-6), Sodoma y
las aldeas circundantes (Ez 16,50), el Faraón (Ez 31,
10.14), como también el rey de Israel, sin duda Sede­
cías (Ez 17,24), se "engrieron" orgullosamente. Pero Eze­
quiel se siente capaz de anunciar grandes estragos;
entonces el que está humillado, el rey Joaquín por ejem­
plo (2 R 24,10-17), será bien pronto "levantado", aun­
que todo lo que hasta aquí fue "levantado" haya de co­
nocer la "humillación" (Ez 21,31).
¿De qué se trata? Del castigo de la dinastía, sin duda;
pero sobre todo del juicio del pueblo, inminente, ineluc­
table.
CAPITULO IX

«EL CASTIGO DE
LAS MUJERES ADULTERAS»
(Ez 16,38)
No pocas veces y de muchas maneras el profeta pro­
clama digiéndose a Jerusalén la infiel, la proximidad
de su irremediable juicio. Y capta su realidad en una vi­
sión que le muestra a la ciudad destruida por la muerte
y por el fuego; entonces esboza el desarrollo del drama
mediante la pantomima pintoresca, si no fuera trágica,
de los actos simbólicos; y al fin explica el sentido de
manera más clara en numerosos pasajes de sus dis­
cursos.

La visión de Jerusalén destruida

Al final de la visita es cuando se le permitió ver en


el Templo, en síntesis horrible, todas las prácticas ido­
látricas de la que se hizo culpable Jerusalén; y Ezequiel
asiste a sus siniestros preparativos ( capítulo Ez 9).
Una voz ha resonado frecuentemente en sus oídos;
llamaba a los verdugos encargados de ejecutar la sen­
tencia recaída. Avanzan, los seis, viniendo de la parte
más alta del Templo, para que quede bien claro que no
hay ninguna zona, ningún rincón del santuario que pue­
da escapar a su venganza desencadenada. Y se nos re­
pite paladinamente por dos veces con cruel insistencia,
que llevan todos en las manos un instrumento de des­
trucción. Son seis: por terrorífico que sea su aspecto,
138 CASTIGO DE ADÚLTERA

su número deja alguna esperanza; seis (7 menos 1) no


significa la absoluta totalidad; puédese pues ya pre­
sumir que un determinado número quedará libre; un
número irrisorio, comparado con el de las victimas.
¿Quiénes serán esas gentes liberadas? La visión lo
sugiere. En medio de los seis exterminadores aparece un
hombre vestido de lino; está armado, no de un instru­
mento de destrucción, sino de una cartera de escriba.
Recibe la misión de escribir la letra tau, última del alefa­
to, sobre la frente de todos los que no contemporizaron
con la idolatría, de los que incluso sufrieron por efecto
de la pérdida de fe y de la corrupción de costumbres
difundidas en Jerusalén. Solamente después de haber
recorrido la ciudad y una vez terminada su obra dis­
criminatoria, los verdugos podrán herir a placer a todo
hombre que no vaya señalado con la marca impuesta
por el hombre vestido de lino.
Ahora son siete, prestos a realizar el juicio de la ciu­
dad culpable. Siete: símbolo de la totalidad, nadie po­
drá librarse de su dura intervención. Los que hayan re­
cibido el signo de la letra tau, evitarán la destrucción
que indefectiblemente alcanzará a todos los demás.
Los artífices de aquel juicio empiezan su tarea. El
hombre vestido de lino señala a los que debe poner apar­
te; tras él, los verdugos cumplen su terrible misión. Co­
mienzan por el Templo que no se verá libre; manchado
por el contacto de los cadáveres, quedará impuro y no
podrá absolutamente servir ya para el culto; ya no será
lugar para el encuentro entre Israel y su Dios. ¿Cómo
podrá Israel subsistir, vivir siquiera, si ya no tiene la
posibilidad de encontrar a su Dios mediante un acto cul­
tual valedero, realizado en un templo acepto a Dios, es­
cogido por él?
Propuesta por Ezequiel (Ez 9,8), la pregunta tiene
una respuesta, desesperante pero lógica. Yahvéh quie-
JERUSALÉN DESTRUIDA 139

re romper con Jerusalén y abandonar la ciudad culpa­


ble; esa ruptura, hasta ahora impensable para cualquie­
ra que supiese las promesas con que Yahvéh había col­
mado a la ciudad de David, era ya en adelante posible
y hasta necesaria. ¿No es acaso Israel mismo quien la ha
hecho inevitable? Decíase por la ciudad y corría por to­
das partes: "Yahvéh ha abandonado el país; Yahvéh
no puede ver lo que nosotros hacemos aquí". Fácil jus­
tificación de la inmoralidad que todo lo invade, es esta
frase fruto sobre todo de una grave falta de fe: por
el hecho de que la historia no se ha realizado conforme
a lo que se creía ser el plan de Dios, se duda de la om­
nipotencia de Yahvéh, se apela a los ídolos de los pue­
blos vencedores y se vive de modo parecido.
"Yahvéh ha abandonado el país" se repite ... Y es
verdad: lo abandona al no poder permanecer en un lu­
gar manchado de cadáveres, en una ciudad aniquilada.
En la redacción de esta escena de juicio, Ezequiel ha
recordado descripciones casi idénticas. No pocos elemen­
tos de la página que nos traza están tomados del relato
de la noche pascual. Los encontramos ya en la narra­
ción del yahvista (J), pero más todavía, parece, en la
descripción sacada del documento sacerdotal (P). Se tra­
ta pues de un personaje que va a llegar para perdición
de los egipcios, para su "exterminio" (Ex 12,23 J; v 13 P;
cf. Ez 9,8); este personaje deberá "pasar a través" de
( = recorrer) Egipto (Ex 12,23 J; v 12 P) igual que los seis
exterminadores de Ezequiel "recorren la ciudad" (Eze­
quiel 9,5); pasará "hiriendo" (Ex 12,29 J; v 12 P;
cf. Ez 9,5.8). Pero un grupo de los que permanecen en la
tierra recorrida por el Exterminador se librará de la des­
trucción, a causa de una señ.al puesta esta vez sobre las
casas (Ex 12,23 J; v 13 P), lo cual evoca la actividad dis­
criminatoria de "el hombre vestido de lino", presentado
en el cuadro del profeta.
140 CASTIGO DE ADÚLTERA

Otro relato más breve ha podido inspirar la evoca­


ción ezequieliana: cuando el ejército asirio acampaba
ante Jerusalén, a las órdenes de Senaquerib, un ángel
fue enviado por Dios para "exterminar" los batallones
enemigos (2 R 19,35). Otros textos enfocan el extermi­
nio, no de los enemigos de Israel, sino de determinados
miembros del pueblo elegido, o el del propio pueblo. Se­
gún Jeremías, Dios envía "exterminadores" contra la
casa del rey (Jr 22,7); "hiere" a la casa de Judá (Jr 4,7);
el cronista de un capítulo de Samuel había presentado
a un ángel que se levanta contra Jerusalén, culpable del
crimen cometido por su rey (2 S 24,16s).
Al mismo tiempo que vuelve sobre diversos elemen­
tos propuestos ya por sus antecesores, Ezequiel da mues­
tras de originalidad. Por eso presenta una cohorte de
verdugos notablemente numerosa; quiere subrayar, se­
gún hemos visto, la fuerza de una intervención de la
que nadie se podrá librar. Es repetir, en cierta manera,
lo que el profeta Amós había sabido expresar a su modo,
también muy sugestivo (Am 3,9-12; 6,8-11, etc.).
La perspectiva de una catástrofe generalizada arran­
ca al profeta un grito de espanto que es también una
súplica. Inútil: porque la importancia de su pecado lleva
a Israel a un castigo que nadie podrá diferir. Es tam­
bién, aunque expresado con cierta originalidad, el grito
de espanto que semejante perspectiva arrancó al pro­
feta Amós; clamor prolongado con un ruego que por
idénticos motivos resultaba igualmente vano en Amós y
en Ezequiel (Am 7,1-8; 8,1-3; 9,1-4).
Precediendo a los verdugos en aquella siniestra tra­
vesía de Jerusalén, un personaje pone aparte un grupo
pequeño. Cuando la noche pascual, fueron los hebreos
los que se aprovecharon de la eficacia de determinado
signo (Ex 12); en Ezequiel se trata sólo de una pequeña
fracción de Israel. La doctrina del "Resto" se encontra-
JERUSALÉN DESTRUIDA 141

ba ya en alguna anécdota de las gestas de Elías (1 R 19,


18); frecuentemente usada por los profetas que pre­
cedieron a Ezequiel, también éste nos la presenta (Eze­
quiel 5,3s; 6,8-10; 12,16; 14,22s).
Este personaje va vestido de lino: tal cualificación
habrá de designar 38 un vestido sacerdotal (Lv 16). Aquel
hombre habrá de hacer papel de sacerdote; está encar­
gado de una misión parecida a aquellas de que eran res­
ponsables, en el Templo, los sacerdotes o sus ayudantes.
Más abajo veremos a Ezequiel exigir que el acceso al
santuario futuro esté reservado sólo a los que sean dig­
nos de participar en el culto, y que los indignos sean
irremediablemente excluidos (Ez 44,5.9.11) . Ya sabemos
que los sacerdotes debían recordar las condiciones de
entrada en el santuario (Sal 118,19s); quizá pudiera ser
que al término de alguna ceremonia penitencial, los
sacerdotes marcaban con un signo, que pudiera ser la
letra tau, a los que habiéndose prestado a los ritos pu­
rificadores, podían participar en el culto 39•
Y asi el profeta ve excluidos de la liturgia que se
celebrará más tarde, a todos cuantos han contempori­
zado con la idolatría (compárese Ez 44,10-12); no puede
aceptar más que a los que han rechazado tales compro­
misos paganos. Ezequiel continúa pensando en las ca­
tegorías cultuales de la misión de Israel.
Tal es por consiguiente la suerte de Jerusalén, la que
le fue comunicada a Ezequiel haciéndosela vislumbrar
en "visiones divinas". Vuelto en sí, liberado del obsesivo
y doloroso objeto que se le ofrecía a sus ojos de visio­
nario, el profeta pónese a narrar a sus compafieros de
exilio todo lo que ha visto (Ez 9,24s); describe la ya ame­
nazadora suerte de aquella Jerusalén en la que más de

w.
38 Cf. ZIMMERLI, op. cit., p. 226.
•• /bid., p. 226s. Es sabido que en el alfabeto antiguo esta
letra tenía la forma de una sencilla cruz.
142 CASTIGO DE ADÚLTERA

un deportado inconsciente imagina todavía que se pue­


de gustar la alegría de vivir.

«Señales para la casa de Israel»


(Ez 4,3)

"¿Qué es lo que haces?", le dicen a Ezequiel las gen­


tes, que se ven en presencia de un individuo que gesticu­
la y obra de manera por lo menos extravagante (Eze­
quiel 12,9)... "¿No nos explicarás qué significado tiene
para nosotros lo que estás haciendo?-Yo les dije: La
palabra de Yahvéh me ha sido dirigida en estos térmi­
nos: Di a la casa de Israel: Así dice el Señor Yahvéh ...
Ezequiel será para vosotros un símbolo-una señal para
la casa de Israel (Ez 4,3)-. Haréis todo lo que él ha hecho.
Y cuando esto suceda, sabréis que yo soy Yahvéh" (Ez 24,
19s.2la.24).
Verdad es que la predicación del profeta no siempre
es "hablada", a veces es "obrada", y no es en tales mo­
mentos cuando llama menos la atención del pueblo.
Este pueblo no comprende siempre las parábolas ges­
ticuladas que les ofrece el vivaz talento de Ezequiel; en
seguida esas parábolas le parecen enigmas (Ez 17,2). La
dureza de corazón del auditorio debe siempre obedecer
a algo; pero la expresión corporal del profeta no es a
veces de una perfecta claridad. Por lo que hace a nos­
otros, como los textos que nos cuentan tales mímicas
han sufrido la injuria del tiempo, estamos aún en me­
nos fácil situación que los primeros testigos para des­
cifrar aquellas pantominas-oráculo.
Con tierra de ladrillos, Ezequiel modela el esbozo de
una ciudad; está rodeada de enemigos que la asedian y
que han aprontado contra ella todo el material que se
usaba entonces para el asalto. Se comprende que el pro-
SEÑALES PARA ISRAEL 143

feta anuncia el ataque a Jerusalén (Ez 4,ls). Después


he aquí que toma una sartén de hierro para colocarla
"como un muro de hierro entre ti y la ciudad" (Ez 4,3);
la imprecisión de algunos detalles no perjudica a la in­
terpretación global; se trata nuevamente de significar la
ciudad cercada (cf. 2 R 25,2-10) hacia la que Dios mira
con semblante severo.
En 4,9-17, Ezequiel propone a las gentes que han per­
manecido en Jerusalén, lo que será bien pronto su vida
de sitiados o de desterrados (Ez 4,13). Entonces sólo po­
drán alimentarse miserablemente: con un verdadero
"comistrajo" 40 cuya receta se le impone (Ez 4,9); y ade­
más la cantidad está calculada mezquinamente: la ra­
ción que pesa veinte siclos sería como de doscientos gra­
mos, y el agua para cada día, irrisoria en aquellos paí­
ses, no pasa de un libro y cuarto.
El mismo alimento se comerá cada día (Ez 4,10), du­
rante un tiempo que debió llegar, según lo pide el sim­
bolismo de los números, a los cuarenta afios. Por fin,
todo ello será cocido sobre un combustible que el profe­
ta, en virtud de ciertos principios catequéticos que igno­
ramos, considera como ocasión de impureza (Ez 4,14.15).
Ezequiel pasa en seguida (capítulo Ez 5) a la opera­
ción cabeza-rasurada. Una vez rasurados los cabellos y
la barba, divide en tres partes la cosecha, diríamos, de
aquella siega. Cada una de esas tres partes representa
una fracción del pueblo y corresponde a una de las tres
catástrofes las más temidas de aquellos tiempos: la es­
pada, el hambre, la peste (cf. Ez 6,11). Los comentarios
de Ezequiel no son muy claros; es que la lista de las

•0 La mezcla de diversas cosas repugnaba en la antigüedad bí­


bl!ca (Lv 19,19: Dt 22,9); pero en lo que hemos de fijarnos aquí
con más insistencia es en la pobreza que supone esa mezcla de ali­
mentos recuperados tan penosamente.
144 CASTIGO DE ADÚLTERA

catástrofes es variable; y también por causa de las sobre­


cargas secundarias. En efecto, para reconfortar, más tar­
de, las esperanzas de los desterrados, se nombra sin
demasiada coherencia una pequeña parte (Ez 5,3), y has­
ta muy pequeña (Ez 5,4), que quedó libre de la escalada
de los diversos cataclismos.
En Ez 6,11 el profeta bate las manos y patalea como
señal de alegría (compárese con Ez 25,6); y el "¡ay!"
que lanza tiene la misma significación. Ya está muy
cerca la ruina de Jerusalén; en lugar de participar en
la consternación general, Ezequiel finge alegría. La ciu­
dad va a desaparecer bien pronto, pero con ella se irá
también el pecado que ha reinado por tan largo tiempo.
El comportamiento desconcertante que narra Eze­
quiel 24,15-24 tiene idéntica significación. Mientras to­
dos los vecinos y amigos están allá para plafíir a su es­
posa muerta, el profético mimo impide que corran sus
lágrimas, aunque sea para llorar la desaparición de la
que era "encanto de sus ojos". No es hora de llantos;
Jerusalén, delicia de todos los corazones en Israel, va a
caer muy pronto y su ruina será tal que ni siquiera se
le podrá ofrecer a la ciudad aniquilada el habitual tri­
buto de lágrimas y sollozos.
La perícopa Ez 4,4-8 desafía a todo comentario. La
descripción es allí fantástica e increíble. No faltan las
contradicciones: ¿Ezequiel se ha acostado de por si (Eze­
quiel 4,4) o bien ha sido atado (Ez 4,8)? En vez de andar
buscando el modo de llenar esas lagunas del relato con
esfuerzos de la imaginación nunca convincentes, valdrá
más reconocer que partiendo de algunos gestos de Eze­
quiel, reales pero enriquecidos por la fantasía, se ha es­
peculado sobre el papel del profeta.
El profeta es responsable de los pecados de su pueblo
(la expresión "cargar con las faltas" la encontramos
en Nm 18,1); y debe tomar parte, muy gran parte, en
LOS AGRACES Y LA DENTERA 145

su expiación (también leemos la expresión de Ezequiel


en Lv 10,17; 16,22; Ex 28,38; y la encontramos además
en Is 53,4.6.11.12, al mismo tiempo que otras frases: com­
párese Is 53,7 y Ez 3,26s; 24,27; 32,22). Sobre este tema,
ya sugerido por la doctrina ezequieliana (Ez 3,16-21 y
33,1-9) los escribas han glosado a placer; han impuesto
al profeta un número de días de penitencia correspon­
diente al que ellos creían que era el número de años de
pecado del pueblo o de su castigo; y así se pasa de tres­
cientos noventa días según los copistas hebreos, a ciento
noventa según los griegos.
En fin, el último gesto de Ezequiel acompaña a aquel
momento en que la ciudad sucumbe. Ha recibido una
invitación para encontrarse con Dios quien le ha dado
la orden del silencio (Ez 3,22-26); este mutismo ( ¿se
trata del mismo caso?) debe durar hasta la llegada del
que anuncie la caída de la capital (Ez 24,25-27). Ya en
adelante no será cosa de predicar: la palabra la tiene
la historia. Y llega aquel lúgubre portador de noticias.
Entonces el profeta se pone a hablar de nuevo (Ez 33,
21s); su predicación es otra vez necesaria; y ya veremos
más abajo que se trata de un mensaje por completo di­
ferente al que había proclamado hasta aquí.

Los agraces y la dentera

Las frases por las que Ezequiel anuncia y explica el


juicio de Jerusalén las encontramos en todas las pági­
nas de los veinticinco primeros capítulos de su libro. La
variedad de metáforas con la que es evocado el tema-el
fin, la espada, la olla, la cólera, etc.-no evita una mo­
notonia agobiante. Los capítulos Ez 16.20.23, por ejem­
plo, no acaban de detallar los diversos aspectos del jui­
cio. Bástale al lector repasar esas páginas para com-
EZEQUIEL.-! 0
146 CASTIGO DE ADÚLTERA

prender de lo que se trata mucho antes de que el profeta


redondee su última frase. Nos podemos ceñir a men­
cionar aquí un punto de la enseñanza de Ezequiel: el
que va a desarrollar el sentido personalista de la moral
bíblica.
En la presentación global de su actividad, ya hemos
dicho de qué manera Ezequiel había combatido la acu­
sación hecha contra los "caminos" de Yahvéh, con de­
masiada ligereza calificados de injustos 41• Conviene
traer aquí algunos complementos.
Que la moral bíblica haya, con Ezequiel, progresado
por las vías del personalismo, es un hecho; es también
uno de los títulos más grandes de gloria para el hijo de
Buzi. No es que bajo su dirección la moral se haya he­
cho "individualista"; el hombre bíblico, tal como lo con­
cibe el predicador de Tel-Abib, está captado en el inte­
rior del grupo, y es desde luego la suerte de la comu­
nidad lo que describen los oráculos proféticos.
Así el capitulo Ez 16 recuerda la historia religiosa de
Jerusalén. La villa ha sido juzgada como culpable en su
totalidad, lo cual comprende tanto a los que viven como
a los antepasados, pecadores también, cuya falta influ­
ye sobre el pecado de aquéllos (Ez 16,3). Mas he aquí
que son aquellos, los que viven, y sólo aquéllos, los que
habrán de soportar las consecuencias de una acumula­
ción de pecados en los que no tuvieron nada que ver.
Lo mismo hay que decir de la atormentada historia
de dos mujeres, Oholá y Oholibá: son los símbolos de
dos comunidades, Jerusalén y Samaria, que son conside­
radas como pecadoras en su totalidad y que, por con­
siguiente, recibirán un castigo del que nadie podrá es­
capar.
En el capítulo Ez 20, introduce algunas distinciones;

•1 Véase p. 43.
LOS AGRACES Y LA DENTERA 147

cada generación es estudiada según las faltas de las que


ella es realmente culpable. Hay que recordar siempre
que en este capitulo, como en todos los demás, Ezequiel
profeta piensa exactamente como profeta, interesándose
por la suerte global del grupo, cuyo destino, y no el de
los individuos, cautiva su atención.
La personalidad empero del profeta de los desterra­
dos es compleja; siempre hay en él algo de sacerdote;
y sin duda es su herencia sacerdotal lo que le hace aten­
to a un punto de la moral bíblica al que ya los sacerdo­
tes habían comenzado a orientar sus miradas.
Desde hacia mucho tiempo, en efecto, la legislación
criminal codificada en los textos, supone la responsabi­
lidad individual; basta recorrer el Pentateuco para des­
cubrir que, en numerosos casos, el culpable es castiga­
do, y sólo el culpable 42• Claro que la práctica bárbara
del anatema está todavía en vigor (cf. Dt 13,13-18); pero
no nos hemos de contentar con ver en ella la simple
aplicación del principio según el cual todo el clan ino­
cente muere por un solo culpable, porque hay frecuen­
temente en el caso una participación del clan entero en
el gesto de uno de sus miembros. Y ciertos hechos prue­
ban que se ha sabido también separar el grupo inocente
de uno de sus miembros culpables; Dt 24,16 condena la
práctica de la venganza familiar y los narradores de los
libros de los Reyes vieron una aplicación de tal práctica
en el comportamiento de Amasias (2 R 14,5).
Precisamente porque su profesión le prescribe estar
atento a la distinción minuciosa del que es "justo" y del
que no lo es, el sacerdote no puede menos de tender a la
elaboración de una moral personal. No es fruto del azar
que el primero en combatir, a lo menos según los tex-

42 Estas reflexiones están inspiradas en B. LJNDARS, "Ezeklel and


individual Responsabllity", VT 1965, pp. 452-468.
148 CASTIGO DE ADÚLTERA

tos bíblicos, el adagio de los agraces y de la dentera, sea


precisamente Jeremías "de los sacerdotes de Anatot"
(Jr 1,1; cf. 31,29s). Y sostiene el principio de una moral
individual para aplicarla no a los individuos sino a las
naciones (Jr 18,1-12).
Tras él, y como para desarrollar y precisar su ense­
ñanza, el hijo de Buzí vuelve sobre el tema (capítulo
Ez 18 y 33,10-20); ya no se trata del destino de las co­
munidades nacionales, sino del trato que será acorda­
do a cada hombre, justo o pecador.
De aquí en adelante, cada uno será por consiguiente
tratado según su comportamiento. El hombre que prac­
tique la justicia vivirá; si engendra un hijo que se com­
plazca en la injusticia, la vida del padre no le servirá
a ese hijo culpable que morirá por sus crímenes. Pero si
este prevaricador engendra a su vez un hijo que recha­
za el camino perverso de su padre y se aplica a encon­
trar la verdadera justicia, entonces la suerte de ese hijo
provendrá de sus solos actos, y la injusticia de su padre
no podrá empañar su propia justicia.
Y como sabe muy bien que el castigo será selectivo,
el profeta puede enseñar también que un grupo escapa­
rá a la ruina: el grupo de los que hayan rehusado parti­
cipar en la iniquidad ambiente (Ez 9,4). Antes que él,
otros predicadores proféticos habían anunciado que un
resto quedaría libre; pero no sabían indicar más que
un simple hecho desprovisto de consecuencias teológicas
(Amós), o que se aplicaba escasamente a la teoría de tal
preservación (Isaías). Ahora la Biblia sabe, con Ezequiel,
expresar uno de los principios que fundamentan el es­
tablecimiento del pequeño grupo salvado de la ruina: el
principio de la estricta responsabilidad personal.
Ezequiel prosigue, en fin, su exposición relativa al
carácter individual de la retribución, declarando que no
puede haber en él, para los malvados, intercesión efi-
LOS AGRACES Y LA DENTERA 149

caz, aunque fuera la de los justos más célebres de la his­


toria.
En el curso del capítulo Ez 14, enseña que los tres
héroes: Noé, Danel y Job no podrían obtener por su
propia justicia que un país infiel se librase del castigo.
Si Danel sólo es conocido por documentos extrabí­
blicos, los lectores del Antiguo Testamento saben que
Noé "el varón más justo y cabal de su tiempo, que an­
daba con Dios" (Gn 6,9) consiguió librarse del diluvio;
a sí mismo y también, y gracias a él, a sus hijos, a su
mujer y a sus nueras (Gn 6,18); saben que Job "un hom­
bre cabal y recto, que teme a Dios y se aparta del mal"
(Jb 1,8) se aplicaba a "purificar" a sus hijos y a sus hi­
jas (Jb 1,5). Mas en los tiempos de Ezequiel, tales hom­
bres, cuya justicia babia redundado antaño sobre sus
hijos y sus hijas, no podrían salvar más que su propia
vida; nada de ella redundaría sobre su circunstancia.
"Ellos salvarían su vida por su justicia, pero ni hijos ni
hijas podrían salvar" (Ez 14,14.20).

Aquella mañana era la quinta del décimo mes del año


duodécimo de la deportación, y un hombre se presentó a
Ezequiel; venía de Jerusalén. "La ciudad ha sido toma­
da", le dijo al profeta (Ez 33,21).
El juicio de Dios, que hasta entonces había sido ob­
jeto de predicación, era ya súbitamente una trágica rea­
lidad.
CAPITULO X

« A LOS OJOS DE LAS NACIONES»


Lo que predica Ezequiel, ahora que sus siniestras pre­
dicciones se han realizado, difiere de todo en todo de
lo que anunció hasta entonces. Había previsto, procla­
mado y descrito la intervención brutal de los pueblos
paganos que vendrían a poner término al hervidero de
la iniquidad de Israel. Pero después que esos pueblos
llegaron, y se encarnizaron brutalmente contra Jerusa­
lén, Ezequiel se pone a considerar su culpabilidad, el pe­
cado de que se han hecho deudores ante el tribunal de
Dios, y el castigo que les aguarda. Había dicho que el
pueblo escogido avanzaba irresistiblemente hacia el cas­
tigo; y he aquí que desde ahora proclama que ese pueblo
pecador va a beneficiarse con una gracia de salvación
que lo renovará de arriba abajo y le hará vivir por fin
en la amistad de su Dios.
Esta nueva enseñanza sobre las naciones y el pue­
blo salvado es lo que vamos a considerar en estos dos ca­
pítulos.

Como en la mayoría de los otros libros proféticos (ca­


pítulos Am 1-2; Is 13-21; Jr 46-51), un largo pasaje del
libro de Ezequiel va dedicado a las naciones: capítulos
Ez 25-32. Evidentemente estos capítulos no tienen la im­
portancia de alguno o algunos de los que ya hemos leído,
ni aun de los que les siguen inmediatamente (capítulos
154 ANTE LAS NACIONES

Ez 33-37) y que describen la situación del pueblo salva­


do; pero con todo no carecen de interés. Aportan una
definición, parcial, muy alejada de la que el Evangelio
sugerirá más tarde, sobre el papel que representa la hu­
manidad pagana en la historia de la salvación; pero
esa definición tiene su importancia.
El pueblo cristiano sabe hoy mucho mejor 43, qué ser­
vicio le presta el ateísmo que le discute su testimonio,
le fuerza desde luego a ahondar en su fe, y a medir las
palabras con que la expresa. Los profetas no tenían mi­
ras tan positivas; y además su modo de hablar estaba
marcado por las estrecheces de su época. Saben sin em­
bargo que las naciones representaron un papel, nada
despreciable, al lado de Israel; porque le obligaron, con
los medios que indudablemente eran de su tiempo, es
decir el hambre, la guerra o el destierro, a revisar sus
modos de vida, a purificar su fe, comprobar la autenti­
cidad de su adhesión a Dios.

La cronología de los oráculos

Los oráculos que ha fulminado el profeta contra las


naciones están reunidos, en su mayor parte, en los ca­
pítulos Ez 25,1- 32,32. Como en los demás libros profé­
ticos esta agrupación es artificiosa: los editores de Eze­
quiel han insertado, entre los oráculos anteriores a la
caída de Jerusalén y los que la siguieron, los textos en
los que Ezequiel lanza invectivas contra los pueblos que
fueron, al menos algunos de ellos, ejecutores de aquella
ruina. El agrupamiento no es por otra parte completo;
hay que unir a esa serie, los textos de Ez 21,33-37 diri-

4a Son conocidas las reflexiones propuestas sobre este tema por


el Concilio Vaticano II, principalmente las contenidas en Gaudium
et spes (1, n. 21).
LA CRONOLOGÍA DE LOS ORÁCULOS 155

gidos contra los ammonitas, pasaje insertado en otra


parte a causa de la palabra "espada" que define su tema
y que es la palabra-enganche que liga varios párrafos
consecutivos; hay que unir también el capítulo Ez 35
dirigido contra "la montaña de Seír", que viene a ser el
primer cuadro de un díptico cuyo cuadro segundo es el
capítulo Ez 36 dirigido a " los montes de Israel".
Mas con ser artificiosa, la reagrupación de los orácu­
los tiene su coherencia, y la posición de esos textos en el
contenido del libro obedece a un motivo profundo; los
textos están unidos entre sí por una cierta proximidad
cronológica, correspondiente en su conjunto a ese mo­
mento en que el profeta, cesando de proclamar la inmi­
nencia de la ruina de Jerusalén (capítulos Ez 1-24) se
pone a anunciar la salvación del pueblo desterrado (ca­
pítulos Ez 33-37).
El dato contenido en Ez 29,17, aparte de todas las in­
dicaciones cronológicas que precisan la fecha de su pu­
blicación, sitúan esos oráculos muy cerca de la ruina de
Jerusalén. De entre ellos, el que acusa la fecha más alta,
el oráculo contra Egipto, fue pronunciado cuando el si­
tio de la ciudad acababa de comenzar (Ez 29,1: "el año
décimo" del destierro del rey Joaquín, el décimo mes,
que es el año 588 o los comienzos del 587) ; Ez 30,20 ;
26,1; 31,1, indican el año siguiente, ya sea el decurso
del 587 o los comienzos del 586; Ez 32,1.17, se refieren
al 585, es decir a un período que sigue de bastante cerca
a la caída de la ciudad.
En aquel momento excepcionalmente trágico, en que
Jerusalén sucumbía a los golpes de los ejércitos paga­
nos, es cuando el profeta se pone a definir la situación
de esos pueblos en el plan divino de la salvación. No hay
por qué admirarse de la severidad con que los juzga; no
podemos esperar de él una absoluta serenidad ni exigir­
le una doctrina exenta de todo partidismo. Sin embargo
156 ANTE LAS NACIONES

no sería razonable juzgar el pensamiento de Ezequiel


según una parte solamente de sus oráculos, aunque fue­
se de notable longitud.
En efecto, para tener una visión íntegra de la en­
señanza del profeta sobre las naciones, sobre el papel
que representan en la historia religiosa de Israel, es
menester añadir a esos oráculos explícitamente dirigidos
contra ellas, los numerosos pasajes en que el profeta,
dirigiéndose sólo al pueblo de Dios, evoca el comporta­
miento que las naciones paganas han adoptado para con
él, o el que adoptarán. Y también hay que añadir esos
dos asombrosos capítulos (Ez 38-39) que presentan el
último acto de la larga tragedia de las relaciones de Is­
rael y del mundo, drama que Israel habría de vivir antes
de llegar a la salvación.

El mundo visto
desde «el centro de la tierra»
(Ez 38,12)

Aun antes de que Ezequiel abra su boca para emitir


los oráculos proféticos que tiene encargo de proclamar,
lleva en si mismo una visión del mundo que Ez 5,5 deja
entrever. Al acabar su pantomima inspirada, represen­
tación de la tragedia que vivirá bien pronto la ciudad
de Dios, Ezequiel pronuncia esta frase de dolorosa con­
cisión: "Esta es Jerusalén". He aquí-piensa-el destino
lamentable que le ha tocado, la dolorosa suerte que le
está reservada. Y continúa: es la que el Señor Yahvéh
había colocado "en medio" de las naciones, a la que nu­
merosos países rodeaban, como una cabeza regia está
ceñida con corona de gloria. Luego usará aquella pala­
bra que los israelitas aplicarían a su ciudad con golosa
satisfacción: "el centro de la tierra".
DESDE EL CENTRO DE LA TIERRA 157

Rodeando a Jerusalén, las naciones sirven así, en


alguna manera, para honrarlas: algo parecido a lo que
les ocurre con el Señor. Ya se dijo, en efecto, que tal o
cual detalle del carro fulgurante que porta la Gloria
quiere evocar a la humanidad más lejana, sometida a
la autoridad omnipotente de Yahvéh, y sirviendo tam­
bién para su glorificación.
No es sin embargo que Ezequiel se haga una idea
noble de esos pueblos que vislumbra como cortesanos en
torno de su Dios y de la ciudad. No habla de ellos más
que para recordar el mal que los corrompe. Son, nos
dice (véase por ejemplo Ez 7,21-24), pueblos "malvados"
dados al pillaje (Ez 36,5), sin detenerse siquiera ante la
santidad de un templo: profanadores. Son también eje­
cutores de la venganza (Ez 25,12.15)-es cierto que Yah­
véh cuando llega la ocasión también lo es (Ez 24,8)-,
despectivos (Ez 25,6.15; 36,5), sarcásticos (Ez 36,4). El
profeta cita algunos dicharachos de aquellos con que
hicieron resonar los tiempos de su efímera fortuna, o
evoca las actitudes que habían adoptado en tiempos de
la desgracia de Jerusalén: los ammonitas habían gri­
tado "¡ja, ja!" cuando el santuario de Yahvéh era pro­
fanado, la tierra de Israel devastada, la casa de Judá
llevada al destierro (Ez 25,3); habían batido palmas y
pataleado de alegría (Ez 25,6), aunque Moab se hubiera
apresurado a declarar que la casa de Judá era igual que
todas las naciones (Ez 25,8).
Esas gentes son además rencorosas y vengativas
(Ez 25,15; 35,5), e impúdicas. No faltan alusiones inclu­
so a su trivialidad insoportable, que nos describen el
compartimiento de los paganos con frases que no son
metáforas (Ez 16,26-29; 23,3.5-9.12-21).
Los pueblos extranjeros son idólatras; y ésa es su
falta más grave; Ezequiel vitupera el paganismo de los
egipcios (Ez 16,23-26), el de los asirios (Ez 16,28), el de
158 ANTE LAS NACIONES

los caldeos (Ez 16,29); recuerda "los monstruos abomina­


bles que seducen vuestros ojos", "los ídolos de Egipto"
(Ez 20,7.8) o los de Asiria (Ez 2 3,7, etc.). Esos pueblos
son en fin, aunque viene a ser la misma cosa, orgullosos,
plenos de tan loca pretensión que llegan a idolatrarse a
sí mismos y a decirse, como el rey de Tiro: "Soy un dios,
estoy sentado en un trono divino" (Ez 28,2) 44•
Y ya que el mundo pagano es ciertamente lo que di­
cen de él los habitantes de "el centro de la tierra", no
habremos de maravillarnos de oír a Ezequiel vedar a su
pueblo que llegue a ser "como las otras naciones" (Eze­
quiel 20,2), de que reproche a Israel el haber seguido los
preceptos de los pueblos en lugar de seguir los de Yah­
véh (Ez 11,12), de que diga que obrando "según las cos­
tumbres de los otros pueblos" en lugar de observar las
leyes y costumbres de Yahvéh es como Israel se ha se­
parado de su Dios; como tampoco nos extraña oirle
explicar el pecado de Israel por la influencia que esos
pueblos pervertidos han ejercido sobre la nación elegi­
da, o por la persistencia en ella de una tara congénita
de su antig·ua ascendencia pagana (Ez 16,3).

«¡Se acercan los castigos de la ciudad!»


(Ez 9,1)

Extranjeros e idólatras, tienen sin embargo los pa­


ganos alguna significación a los ojos del profeta. A de­
cir verdad, si respecto a ellos muestra a veces un opti­
mismo que no pasa de moderado, hemos de saber inter­
pretar esta actitud: Ezequiel exalta a las naciones sólo
para cerrar más duramente contra Israel culpable. Por-

44 Véase también la descripción del capítulo Ez 29 : Egipto or­


gulloso y duramente humillado.
CASTIGOS DE LA CIUDAD 159

que la decadencia del pueblo es tal, que Israel, la adúl­


tera, busca por sí misma al cómplice de sus vergonzosas
prostituciones (Ez 16,30-34), lo que apenas haría la pro­
vocadora "extranjera" desde su ventana (Pr 7,5-10); el
pueblo ha llegado pues a "rebelarse contra mis normas
con más perversidad que las naciones y contra mis de­
cretos más que los países que la circundan" (Ez 5,6); ha
llegado, después de haber rechazado las ordenanzas di­
vinas, incluso a no seguir ya las ordenanzas de las
naciones circundantes (Ez 5,7). Israel tiene, en fin, el
rostro hasta tal punto crispado y tan endurecido el cora­
zón, que rehusa escuchar a un profeta que incluso pue­
blos "de habla oscura y de lengua áspera" escucharían
(Ez 2,4; 3,6).
Si para Ezequiel los paganos tienen algún valor, es
sobre todo porque están encargados de cumplir los de­
signios de Dios. No parece que Ezequiel haya reflexiona­
do sobre la misión divina de que están investidos los
pueblos idólatras, tanto como lo hizo Isaías que llamaba
al rey de Asiria "bastón de mi ira, vara que mi furor
maneja", la ira de Yahvéh (Is 10,5). Ezequiel no habla
así; sin embargo los seis exterminadores vislumbrados
"en visiones divinas" son ciertamente esbozos de los
bárbaros que van a mancillar a Jerusalén, comenzando
por el santuario (Ez 9,6).
Ve pues a esos exterminadores providenciales que
llegan para asediar la ciudad y para emplazar en torno
a ella máquinas que la sitien y la pierdan (Ez 4,1-3), los
ve causar el hambre de las gentes, obligar a los depor­
tados a un rancho miserable (Ez 4,9-17), destruir la ciu­
dad y sus habitantes por el fuego y la espada (Ez 5,1-4),
cumplir la siniestra tarea de mostrar que el fin ha lle­
gado (Ez 7,1-16). Los ve sobre todo agrupados en torno
de la infiel Israel, como amantes engañados, para sa­
ciarse con el espectáculo de aquella mujer entregada,
160 ANTE LAS NACIONES

desnuda, a la rechifla, al sarcasmo, a la vergüenza (Eze­


quiel 16,35-58; 23,42-49).
De aquí en adelante pues, el pueblo de Israel que
habitaba "el centro de la tierra" está disperso "en me­
dio de las naciones": la fórmula ocurre a cada paso
(Ez 4,13; 6,8.9., etc.), como si el abandono de Jerusalén,
con ser tan doloroso, hubiera de ser agravado con la vida
que llevaba de ahí en adelante en medio de aquellos pue­
blos tan despreciados hasta entonces. Llegará sin em­
bargo un día en que el pueblo será "reunido de en
medio de los países en los que había sido dispersado"
(Ez 20,41: fórmula cuya frecuencia es también signi­
ficativa). Y luego, la ciudad edificada, "colocada en me­
dio de las naciones, rodeada de otros países" (Ez 5,5s)
se ve ahora humillada "a los ojos de las naciones" (Eze­
quiel 5,8), convertida en "objeto de insulto para los pue­
blos" (Ez 5,14s), ella, cuyo "nombre se difundió entre las
naciones, por su belleza perfecta" (Ez 16,14).

«Profanado entre las naciones»


(Ez 36,22)

Por convencido que estuviese de la culpabilidad úni­


ca de Israel, y del castigo, único también, que le podía
merecer su pecado, Ezequiel estaba demasiado apegado
a la teología de la elección de Israel, para que pudiera
limitarse a repetir el lúgubre recordatorio anunciando
la muerte de su pueblo. su predicación que vino a ser
predicación de salvación, no podía al cabo enfocar más
que la victoria del pueblo de Dios sobre sus enemigos
paganos.
Una vez caída Jerusalén, Ezequiel se retrasa en des­
cribir la ruina de los pueblos hostiles a Israel. La solda­
desca había calmado su sed de rapiña en el pillaje de
Jerusalén: hela aquí que a su vez es objeto de pillaje
EL NOMBRE DE YAHVÉH PROFANADO 161

(Ez 25,7; 26,5; 29,10); Edom, los filisteos han ejercido su


venganza contra la casa de judá: ahora Yahvéh ende­
reza la suya contra Edom o los filisteos (Ez 25,12-17).
Tiro se burló de Jerusalén y decía : " ¡ Ja, ja! ahí está
rota, la puerta de los pueblos": ella será rota también
(Ez 26,1-14); y por haber proferido esos escarnios, será
objeto de una triste elegía (Ez 26,17). El rey de Tiro se
declaró dios, dijo que estaba sentado en el trono di­
vino ... : será precipitado al fondo de los mares donde no
le será fácil mantener semejantes pretensiones (Ez 28,
2-9); aquel "sello de una obra maestra, lleno de sabidu­
ría, acabado en belleza, que estaba en Edén, en el jardín
de Dios", será "reducido a ceniza", convertido en obje­
to de espanto a los ojos de los pueblos consternados de
estupor (Ez 28,11-19). En cuanto a Faraón, cuyas gene­
rosas imágenes mitológicas-el cocodrilo-dragón, el ár­
bol cósmico-llegan difícilmente a traducir su arro­
gancia, bajará al seol, como el común de los hombres,
para estar tendido en la humillante compañía de los
incircuncisos ( capítulo Ez 31; 32,21).
No es sólo cierta animosidad politica o racial lo que
empuja a Ezequiel a tanta severidad; por lo pronto es
la fe que hay en él. Conforme con el pensamiento de su
tiempo, Ezequiel sabe que la humillación del Estado pro­
yecta cierto descrédito sobre la divinidad que en él es
venerada. La caída de Jerusalén, cuya seguridad estaba
fundada en la presencia de Yahvéh (Mi 3,11), les pro­
porcionó a los paganos la ocasión de blasfemar del Dios
cuyo poder habían vencido destruyendo su pueblo y de­
vastando su país: "Son el pueblo de Yahvéh, y han te­
nido que salir de su tierra" (Ez 36,20). Asi parecía a los
ojos de las naciones circunvecinas que Yahvéh no ha­
bía podido defender la tierra ni proteger al pueblo. So­
bre ello no cabía más que echar mano de tal o cual sar­
casmo impío que otros cronistas han querido evocar:
EZEQUIEL.-11
162 ANTE LAS NACIONES

"Yahvéh como no ha podido introducir a ese pueblo en


la tierra que les había prometido con juramento, los ha
matado en el desierto" (Nm 14,16); "Por malicia los ha
sacado, para matarlos en las montañas y exterminarlos
de la faz de la tierra" (Ex 32,12).
Yahvéh ha sido "deshonrado", su nombre "profana­
do entre las naciones" (Ez 22,16; 36,22). Es menester
ahora que a los ojos de esos mismos pueblos, testigos de
la profanación, Dios manifieste la santidad de su nom­
bre. Eso es precisamente lo que la liberación del exilio
deberá un día realizar. Entonces la intervención de Yah­
véh será una teofanía; Dios se dará a conocer: hará
"saber que él es el Señor". Como beneficiaria de esta
teofanía, sólo puede aparecer Israel; a "ellos", a vues­
tros padres, es a quienes "yo me había manifestado",
dice Yahvéh recordando la permanencia en Egipto (Eze­
quiel 20,9); vosotros sois los que "sabréis que yo soy el
Señor", hace repetir hasta la saciedad al profeta, como
ya hemos visto antes 45.
Sin embargo, de este conocimiento de Yahvéh fuen­
te vivificante que refrescará el alma sedienta de Israel,
las naciones recibirán alguna rociada; habiendo de rea­
lizarse la liberación de Israel "a los ojos de las naciones"
(Ez 20,9), éstas percibirán algo de la epifanía que se ha
de cumplir en esta escena de la historia en que ellas,
también ellas, representan un papel. Recibirán la ma­
nifesta.ción de la santidad de Yahvéh (Ez 28,25) que la
mostrará "a sus ojos" (Ez 39,27), al propio tiempo que su
grandeza (Ez 38,23); sabrán que Dios es el Señor cuan­
do ostente la santidad de su gran nombre (Ez 36,23); lo
conocerán cuando muestre su santidad "a costa tuya,
Gog" esta vez (Ez 38,16).
En fin, en Ez 20,40s se añade otra idea: la descrip-

•• Páginas 108s.
EL NOMBRE DE YAHVÉH PROFANADO 163

ción del gesto por el cual Dios salva, se acaba "en el


excelso monte de Israel", en el lugar en que, como más
adelante nos dirá Ezequiel (Ez 40,2), estará el nuevo
templo, marco de un culto renovado y aceptable; allá es
donde el pueblo servirá a su Dios y donde su Dios reci­
birá sus ofrendas y lo acogerá, a él, al pueblo renovado,
"como 46 calmante aroma". Puestas una vez más en pre­
sencia de este pueblo recuperado de los cuatro puntos
del universo y reunido ahora en una sola liturgia que
celebra la santidad de Yahvéh su Dios, las naciones no
podrán menos que inclinarse. Ante ese pueblo salvado
y trasformado en comunidad litúrgica, las naciones des­
cubren la santidad de Yahvéh; "por su pueblo Dios mos­
trará su santidad a los ojos de las naciones".

Era pues verdadera la doctrina sugerida al profeta


por los elementos imaginados que formaron su primera
visión: la omnipotencia de Dios, su grandeza, su santi­
dad aparecían en todos los lugares y en los pueblos de
todo origen; como los seres de complejidad maravillo­
sa que soportaban su carro fulgurante, servían para pro­
clamar su Gloria.

•• Traducción hipotética pero verosímil de un texto incierto.


CAPITULO XI

EL PUEBLO VIVIRA
Como una olla olvidada al fuego, una olla vacía, re­
quemada por la fuerza de la llama que ataca y derrite
poco a poco la herrumbre de que el metal está recubier­
to (Ez 24,1-11), como un crisol en el que el metal fundi­
do va poco a poco soltando su escoria (Ez 22,17-22), Je­
rusalén ha sido atacada por el fuego. Desconcertados,
desesperados por el lúgubre resultado de tal operación
-la ciudad incendiada, el templo destruido, las gentes
diezmadas y ahora dispersas-, muchos piensan que todo
ha concluido, que ya no le queda a Israel ninguna espe­
ranza de supervivencia. Entonces es cuando el profeta
Ezequiel, dejando el tono que hasta entonces era el suyo,
se pone a clamar sobre la venida de la salvación a los
mismos a quienes había durante tanto tiempo intimado
la inminencia del castigo.
Lo mismo que el hijo de Buzí no había cejado en el
multiplicar las metáforas, a cuál más sugestiva, para
dibujar el cuadro del castigo próximo, se aplica ahora
a desarrollar los temas más capaces para instruir a Is­
rael sobre la salvación que le espera. Tales desarrollos
pudieran agruparse en torno a algunos títulos.
168 EL PUEBLO VIVIRÁ

La vuelta del pueblo

La apar1c10n de nuevas colonias de exiliados debía


suponer, para los que tras tantos afios se sentían pu­
drir en Babilonia, algo así como el golpe de gracia: se
acabó para siempre la alegre y placentera posesión de
la tierra prometida hace tiempo a Abraham (Ez 32,23s);
de ahí en adelante la existencia trascurre demasiado le­
jos del país, demasiado lejos del Templo. Las antiguas
cláusulas de la Alianza no pueden ya conservar signifi­
cación alguna; de tal forma se está "dispersos" entre
las naciones, que toda idea de retorno, de reagrupamien­
to, de comunidad reestablecida en su tierra, resulta utó­
pica.
Es verdad. Los desterrados están ahora "dispersos"
en el seno de un mundo cuya inmensidad no sospechan;
Ezequiel se había hartado de repetirles por otra parte
que ocurriría así (Ez 4,13, etc.), que el pueblo sería "es­
parcido" (Ez 5,10.12, etc.).
Mas por "diseminado" que esté "por todos los países",
ese pueblo será un día "congregado": no todo el pueblo,
porque una importante cantidad de ciudadanos de la
comunidad de Israel habrá perecido, arrastrada por al­
guna de las olas que habrían de abatirse sobre Jerusa­
lén (Ez 5,1-5). Sólo un "resto" subsistirá.
Hemos mencionado más arriba este tema profético
tradicional sobre el que vuelve el predicador de los des­
terrados. Habrá, o ya lo hay, un resto: irrisorio (Eze­
quiel 5,3s), escapado del juicio (Ez 9,4; véase también
Ez 20,38). Resto enviado al seno de un vasto mundo don­
de pueda meditar sus pecados de antafio; ahora es cuan­
do cala su verdadero alcance (Ez 6,8-10); su misión será
incluso hacer que sus hermanos deportados descubran,
por la evocación tle su antigua perversidad, el verdade-
LA VUELTA DEL PUEBLO 169

ro motivo de la incomprensible caída de Jerusalén (Eze­


quiel 14,22s).
Y cuando la supervivencia de esos que han escapado
ilesos era apenas una promesa, Ezequiel tiene un mo­
mento de desesperanza. Cierto día murió repentinamen­
te uno de sus hermanos de destierro. El cronista nos
hace una presentación patética del triste accidente; el
profeta estaba dedicado a cumplir su misión, "profeti­
zaba", cuando uno de los que al parecer formaban par­
te del auditorio, cayó muerto. Este desgraciado llevaba
un nombre cuya significación resonaba de pronto como
un clamor fúnebre: Pelatías, "Yahvéh hace escapar"
(Ez 11,13). ¿Es que aquel pequeño grupo que empezaba
a vislumbrar Ezequiel iba a desaparecer de manera tan
brutal?
Al grito desesperado que aquel drama arrancó a Eze­
quiel (véase Ez 9,8), Yahvéh respondió con una palabra
de ánimo, cuya prolongación en el texto (Ez 11,14-21)
nos trasmite un eco ciertamente amplificado. Se trata
de aquel "reagrupamiento" del pueblo esparcido, por el
que Dios va a comenzar su obra saludable.
Este concepto de agrupamiento, ocurre varias veces
a lo largo del libro; por lo pronto había designado el cas­
tigo: semejantes al mineral "agrupado" en el crisol para
ser fundido en él y purificado, así las gentes de Judá de­
bían ser congregadas en Jerusalén para el juicio (Eze­
quiel 22,19s). Y lo mismo, los amantes de Jerusalén la
i.nfiel debían juntarse para ridiculizar su desnudez (Eze­
quiel 16,37). Mas llega un momento en el que esa pala­
bra sirve sólo para designar la salvación de Dios 47;
entonces se dice que los israelitas serán reunidos de to-

•1 De tal manera estaba Ezequiel apegado al uso de esta frase y


de los temas conexos, que los aplica a los egipcios "dispersos entre
los pueblos" y después, un día, "recogidos de entre los pueblos y
vueltos a su país de origen" (Ez 29,13-16).
170 EL PUEBLO VIVIRÁ

dos los lugares en donde habían sido dispersos (Ez 20,


34.41; 28,25, etc.); sin dejar a ninguno de ellos (Eze­
quiel 39,28); todos serán devueltos a su país.

«Un pastor que las apacentará»


(Ez 34,23)

Dios ha "hecho salir" a su pueblo de los diversos pai­


ses en donde estaba disperso (Ez 34,12); y los lleva de
nuevo a su tierra (Ez 34,13). Son los términos que de­
signan en el lenguaje bíblico tradicional "la salida de
Egipto" y "la entrada en Canaán"; la vuelta del destie­
rro es asemejada a un nuevo éxodo, pero la semejanza
es discreta. Jeremías había sido ya más explícito en al­
gunos versículos (Jr 23,1-8), de los que el capítulo de
Ezequiel (Ez 34) viene a ser una especie de comentario;
anunciaba que un día no se diría ya: "¡Por vida de
Yahvéh, que subió a los hijos de Israel de Egipto!", sino:
"¡Por vida de Yahvéh, que subió y trajo la simiente de
la casa de Israel de tierras del norte y de todas las tie­
rras adonde los arrojara!" (Jr 23,7s). Ezequiel vuelve
sobre el tema con brevedad. Dejando los parajes tene­
brosos, la casa de Israel, como un rebaño, encontrará
buenos pastos (Ez 34,12-14) 48•
La comparación con el éxodo, tradicional desde
Oseas 2,16, está más ampliamente desarrollada en Ez 20,
33-44: Dios interviene "con mano fuerte y tenso brazo",
conduce al pueblo al desierto, se muestra como juez y
como rey, introduce por fin a Israel en el país prometi­
do. Toda la época de la salida de Egipto es lo que el pro­
feta evoca, antes que otro, el Déutero-Isaias, recuerde
el tema con un tono épico más entusiasta.

•• Se reconoce la imaginería de que se valió el Sal 23.


DE EL CENTRO DE LA TIERRA
ANTE LAS N LA VUELTA DEL PUEBLO
EL PASTOR QUE APACIENTA 171

Las reflexiones sobre Yahvéh-Pastor hacen entrever


que la nueva migración-casi siente uno deseos de lla­
marla trashumancia-del pueblo, se realizará bajo la di­
rección de Yahvéh que en persona será el pastor del
rebafio-Israel. Ocupará el lugar de los pastores de anta­
fio, desposeídos de sus antiguas funciones que habían
desempefiado tan lamentablemente (Ez 34,2-10). Esos
pastores tan duramente interpelados son todos los que
ejercieron alguna autoridad en Israel; más especialmen­
te los reyes que la fraseología al uso del Antiguo Oriente
condecoraba con el título de pastores. De nuevo Ezequiel
se adentra en una corriente tradicional entre los israeli­
tas, en la que una minoría activa había subrayado el
peligro que la existencia de un rey con privilegios ex­
orbitantes haría correr al equilibrio social (1 S 8,10-17).
Ezequiel critica por tanto a la realeza fundándose en
la injusticia que indefectiblemente provocaba; ya hemos
visto 49 que la censuraba también por la inconsistencia y
deslealtad de una política que manejada desmafiadamen­
te (capítulos Ez 17 y 19) había llevado el país a la ruina.
Pero a la postre, el hijo de Buzí manifiesta sus convic­
ciones antirrealistas por un motivo más profundo: el es­
tudio del complejo cuadro en que abocetó la imagen que
él se formaba de la vida del pueblo de Dios definitiva­
mente establecido sobre su país (capítulos Ez 40-48), nos
permitirá entrever cuál es su doctrina acerca del Estado;
por qué se le hace tan arduo atribuir el título de rey a
aquel en quien sólo ve un personaje secundario tras el
único primordial, Yahvéh; y por qué se limita a conce­
derle el más tradicional y de menos alcance, el de "nasí",
es decir el de príncipe so.
Porque quizá no sin razón emplea Ezequiel el verbo

•• Véanse las páginas 127ss.


50 Véanse las páginas 206-212.
172 EL PUEBLO VIVIRÁ

"reinar" a propósito de Yahvéh (Ez 20,33). Si bien este


término es susceptible de una significación bastante am­
plia, siempre será cierto que el profeta creyó oportuno
definir mediante él la situación de Yahvéh con relación
a Israel; y en la misma perícopa dice además que Dios
"juzga" a su pueblo, que obra para con él como pastor
(Ez 20,36s), dos expresiones con frecuencia anejas al
tema del rey.
Cuando Ezequiel habla de los paganos, nombra a sus
reyes; el título se repite a lo largo de los oráculos que
van dirigidos contra las naciones, y más particularmente
contra los reyes de esos pueblos. En otra parte Ezequiel
habla severamente de Sedecías a quien llama "príncipe"
(Ez 21,30), y de quien dijo que había sido hecho "rey"
por el "rey" de Babilonia (Ez 17,16). Es pues una insti­
tución que el profeta presenta tal como la conoce, de la
que habla tal como oye hablar a su alrededor; no sin
presentir que hay cierta contradicción entre el puesto que
Israel sabe que ha de acordar a su Dios, y el que atribuye
al jefe humano del Estado.
Ahora se comprende por qué Ezequías modifica su
vocabulario: la maniobra no es constante, aunque parece
intencionada. El profeta habla menos del "rey" que del
"príncipe" que gobierna a Israel; más arcaico según ve­
remos, ya que se remonta a los tiempos del desierto, el
título es más respetuoso con la preeminencia de Yahvéh,
único rey verdadero 51.
Ezequiel empero no rechaza de plano el título habi­
tual; no abandona la idea de que un jefe humano sea
establecido a la cabeza de su pueblo: hay sitio en su po­
lítica para un "melek" humano (Ez 37,22.24); al lado del

s1 Los continuadores de Ezequiel acentuarán esta distinción ver­


bal hasta el punto de no hablar más que del príncipe, según apare­
ce en los últimos capítulos.
EL PASTOR QUE APACIENTA 173

Pastor que es el Dios de Israel, hay sitio para otro pastor


(Ez 33,23s).
Esta función regia, pastoral, Ezequiel la reserva a un
descendiente de David; no porque haya de alabar las
obras de la línea real para la que no encuentra palabras
suficientemente severas (Ez 12,10-16; capítulo Ez 17;
Ez 21,30s), sino porque ve en ella la depositaria de unas
promesas en las que continúa creyendo. Esto es al menos
lo que parece deducirse de un pasaje en que el profeta
vuelve convencido a los elementos de la ideología mesiá­
nica y se pone a describir el porvenir de la dinastía a la
que hace tiempo le fueron hechas (Ez 17,22-24). Si la
descripción tiene el encanto innegable de una evocación
poética, también tiene su imprecisión. No se ve en ab­
soluto lo que el profeta espera del futuro personaje; será
de estirpe regia sin duda, pues que en los primeros ver­
sículos del capítulo, la rama designa a los diversos miem­
bros de la dinastía; pero podría tratarse del conjunto de
la comunidad que también debe ser establecida "en el
excelso monte de Israel" (Ez 20,40; véase también 34,14;
36,9-12). Dice Ezequiel que este personaje gozará de in­
menso prestigio; que habrá adquirido su influencia no
por una de esas maniobras cautelosas que con tanta fa­
cilidad practica la política humana; recordemos 52 que
el profeta reprochó a Sedecías el haber infringido la
alianza pactada con su soberano (Ez 17,13s.19s); el pres­
tigio no le vendrá el día de mañana más que de Dios,
porque Yahvéh está pronto para humillar a quien busca
el ensalzamiento: otra vez nos acordamos de Sedecias
cuya habilidad política le llevó simplemente a la humi­
llación de la huida y al suplicio de los ojos saltados, que
es lo que Ezequiel representó en una de sus pantomimas
simbólicas (Ez 12,1-15); Yahvéh está pronto también

•• Véase la página 129.


174 EL PUEBLO VIVIRÁ

para levantar a quien la suerte ha humillado, como lo


vemos en la historia de Joaquín, el rey humillado y li­
berado (2 R 25,27-30; Jr 52,31-34).
Del germen regio visto por Ezequiel, se sabe también
que será establecido en el excelso monte de Israel (Ez 17,
22s); allí estará muy al lado del santuario nuevo cons­
truido sobre aquella alta montaña (Ez 20,40; 40,2ss). A
esas dos realidades que el profeta coloca una al lado de
otra porque la tradición de Jerusalén veía en ello dos
señales de la bienquerencia de Dios a su pueblo, Ezequiel
no les discierne significación igual. En contra de un
Isaías para quien el Templo (Is 2,1-5) tenía menos sig­
nificación que el rey (capítulos Is 9 y 11), en contra de
un Jeremías empujado por los acontecimientos a con­
denar todo lo que pasaba en el santuario (capítulos Jr 7
y 26,1-19) y a trasladar todas sus esperanzas a la dinas­
tía (Jr 23,5s; 33,15s); Ezequiel aprecia menos en el suce­
sor de David que en el solo Templo, al mediador entre
Dios y los hombres que Israel necesita (Ez 20,40).

El príncipe, signo de la unidad


encontrada de nuevo

Hemos de citar un pasaje en el que el hijo de Buzí


precisa un punto del papel que el monarca deberá repre­
sentar en el reino reestablecido (Ez 37,15-28).
La historia comienza con un acto simbólico que el
profeta está invitado a cumplir y que realizó sin duda,
aunque el relato no menciona este aspecto. Toma pues
dos bastones, escogidos porque representan de manera no
dificil de captar, el cetro real. En cada uno de ellos está
escrito el nombre de uno de los dos reinos que se dividen
el pueblo de Dios. Invitado a sostener juntamente estos
EL SEÑOR HABÍA HABLADO 175

dos bastones, Ezequiel anuncia el hecho que Dios va a


llevar a cabo: reunir los dos cetros en una sola mano.
El texto se alarga con la descripción, repetida una vez
más, del retorno de los desterrados; pero a la descrip­
ción se le afiade la idea de que el pueblo, reunido sobre
los excelsos montes de Israel, no formará más que un
reino bajo la autoridad de un solo rey.
Este rey, concreta Ezequiel, será un descendiente de
David, y hasta se podría decir, un nuevo David; no im­
porta cómo se vaya a comportar pues que ha de ser un
"siervo" de Yahvéh. Por afiadidura el profeta liga ma­
nifiestamente la presencia del rey con la unidad del nue­
vo reino, como si el monarca fuera la atadura de esta
unidad. Al terminar, deja entender Ezequiel que esta
presencia regia importante sin duda, resulta secundaria.
Lo que caracterizará en efecto a la nueva comunidad no
es tanto su constitución monárquica como las estrechas
relaciones que Dios mantendrá con ella; de estas nuevas
relaciones, de esta "alianza", será el Templo, morada de
Yahvéh establecida en medio del pueblo, la señal más
notable y la más notada también por el conjunto de las
naciones.

¡El día del que el Señor había hablado!

Al describir por dos veces el estado que de nuevo ten­


drá Israel tras su vuelta a Palestina, el profeta halla la
palabra "paz" (Ez 34,25; 37,26). Quiere entonces evocar
a un pueblo que vive en armonía con todas las cosas:
consigo mismo, con la naturaleza, con los pueblos cir­
cundantes. El país será expurgado de toda idolatría
(Ez 37,23); y las bestias feroces desaparecerán, la lluvia
caerá tempestiva, los árboles ofrecerán sus puntuales
cosechas y las naciones no devorarán ya al país (Ez 34,
176 EL PUEBLO VIVIRÁ

25-28); Israel habitará en fin "en seguridad" (Ez 34,28;


véanse 28,26; 30,9; 34,25.27.28).
Pero hete aquí que nos encontramos con la misma
fórmula algo más adelante en el libro (Ez 38,8.11.14); se
trata ahora de Israel que vivía hasta entonces "en se­
guridad", y cuya calma se verá amenazada por la agre­
sión del fantástico "Gog y el país de Magog, príncipe
supremo de Mések y Túbal" (Ez 38,2): ¿qué significa la
irrupción de este último cataclismo?
Difícil es precisar el alcance exacto de estos dos capí­
tulos Ez 38 y 39 que parecen, a primera vista, sobreañ.a­
didos a la visión de la historia propuesta hasta aquí por
el autor del libro. La dificultad es tanto mayor, cuanto
que una vez más no podemos discernir con certeza los
pasajes propiamente ezequielianos y los completamente
tardíos, porque los continuadores han prolongado el tex­
to primitivo, cuya finalidad les parecía también a ellos
insuficientemente precisada. ¿Esos discípulos de Ezequiel
son los autores de tal pasaje (Ez 38,17) según el cual la
larga historia de la invasión de Gog no haría más que
desarrollar una doctrina ya tradicional entre los "pro­
fetas de los antiguos tiempos" y relativa al "día de Yah­
véh" (Ez 39,8.22)? Puede ser. Y también es verosímil que
la fórmula "al fin de los días" (Ez 38,16), que se afíade a
otras como "al cabo de muchos días... después de muchos
añ.os" (Ez 38,8), sea obra de algún editor afanoso por
precisar la situación del combate último con relación a
las luchas evocadas en los capítulos precedentes 53•
Se deduce por lo menos de estas páginas fantásticas
que Ezequiel-cuya penetrante mirada parecería detener­
se en la liberación que esperaba próxima-sabía también
mirar aún más lejos. El hecho es notable; es la primera

53 Intentando seguir a W. ZIMMERLI (p. 937) hay que considerar


como primitivos: 38,1-9 + 39,1-5.17-20.
VIVIRÉIS 177

vez que en el seno del pueblo de Dios un profeta acierta


a sobrepasar las dimensiones conocidas o simplemente
previsibles de la coyuntura histórica, para calar más le­
jos, mucho más lejos, con su mirada, ese momento en
que la historia habrá de invadir no pocas veces otros
campos: los campos del Fin.
La perspectiva tiene sus rafagones oscuros; en el ho­
rizonte hay niebla; apenas está iluminado por vagas
claridades. Pero no hace falta más para que el profeta
pueda captar lo esencial: tal como ha sido la historia de
Israel, así será su fin. No faltarán enemigos terroríficos
que vengan a turbar su seguridad; pero por fuertes que
sean esos adversarios, aunque fueran tan potentes, tan
gigantescos, tan numerosos como Babilonia aliada con
los más temibles guerreros de su tiempo (Ez 38,5s), habrá
siempre alguien más fuerte que todos, que sabrá dar la
victoria a Israel: Yahvéh. Pero lo mismo que los acon­
tecimientos anteriores mostraron su sefiorío, así los acon­
tecimientos últimos serán ocasión de la más maravillosa
teofania: entonces Israel y las naciones conocerán quién
es Yahvéh: el Sefior, el Santo (Ez 39,7, etc.).

«Y viviréis»
(Ez 37,14)

El anuncio de un retorno próximo, la afirmación de


que el pueblo sería al fin vencedor de sus enemigos, no
podían dejar indiferente al grupo de desterrados, en­
grosado poco ha con otras lamentables colonias llegadas
de Palestina. De hecho esta predicación, al menos en sus
comienzos, provocó más desaliento que alumbró esperan­
zas. Es que la idea de la vuelta, la perspectiva de una
nueva instalación en la Tierra prometida no podia se­
ducir más que a una comunidad que fuera lo bastante
EZEQUIEL,-12
178 EL PUEBLO VIVIRÁ

fuerte como para soportar la incertidumbre y el aleja­


miento de aquella bienandanza que predecía el profeta.
Los exiliados se desesperaban; se sentían próximos al
aniquilamiento (Ez 33,lOs); veían sus sepulcros abiertos
(Ez 37,12s): era el fin de la epopeya de Israel.
En tal contexto desesperado proclamó el profeta la
página vibrante que mostraba al pueblo de Dios, tan la­
mentable como pudiera serlo un amasijo informe de
huesos resecados, el volver pronto a la existencia, al mo­
vimiento, a la vida.
De este cuadro que ya hemos evocado 54, unido opor­
tunamente a los versículos que lo preceden (Ez 36,16-32),
tomaremos las palabras que sostienen más expresiva­
mente el pensamiento de Ezequiel: el agua y el espíritu.

El espíritu

Ezequiel es uno de los autores bíblicos que más han


desarrollado el tema del espíritu 55• Baste recordar las
principales acepciones que el profeta confiere a este
tema.
El espíritu es por lo pronto el viento: un viento de
tempestad que viene del este (Ez 17,10, etc.); es violento
y capaz de sembrar la destrucción (Ez 13,11-13). Esa po­
tencia salvaje está domada por Dios, porque si el viento
destruye, es como ejecutor del juicio; por otra parte
sirve para la manifestación de la Gloria (Ez 1,4).
Entre el ímpetu que hace temblar a la naturaleza
-el viento-, y la fuerza que anima al hombre-el espí­
ritu-, hay cierta identidad. La prueba se nos da en este
capitulo Ez 37,1-14; Ezequiel hace venir "de los cuatro

54 Véase supra, p. 46.


55 Este resumen se inspira en D. LYs, .Ruach. Le soul/Ze dans
Z'Ancien Testament, Parls 1962, pp. 121-135, y también en el Excur­
sus 3 de W. ZIMMEKLI, pp, 1262-1265.
EL ESPÍRITU 179

vientos" el soplo que recorre la tierra (Ez 37,9), y él es


el que penetrando en los organismos reconstruidos pero
aún inanimados, les da vigor comunicándoles su hálito.
El espíritu es una profunda realidad en el hombre;
está en el centro de su ser (Ez 20,32), lo mismo que su
corazón, manantial de la personalidad consciente, inte­
ligente y libre del hombre, asiento de sus elecciones de­
cisivas y de la acción misteriosa de Dios. Verdad es que
los dos términos, espíritu y corazón, están empleados en
formas casi paralelas (Ez 11,19; 36,26, etc.); también di­
mana del espíritu la decisión del hombre (Ez 20,32) y esa
fuerza decisoria se trasmite a las cosas que el hombre
sefiorea (Ez 10,16s).
El corazón del hombre puede corromperse, volverse
"corazón de piedra" (Ez 37,26); y parece que su espíritu
puede llegar también a ser malvado (Ez 13,3; 31,3).
Oseas ya lo había dicho, y acusaba a Israel de haberse
dejado impregnar de un "espíritu de prostitución" (Os 4,
12; 5,4). Es pues necesario considerar una trasforma­
ción del corazón y del espíritu. Ezequiel dijo una vez que
el propio hombre puede hacerse un corazón y un espíritu
nuevos (Ez 18,31); pero afirma más categóricamente que
esta trasformación, que ha de ser radical, será efecto de
la acción divina.
Porque el espíritu es de Dios. Este espíritu al que el
profeta invita para que venga a vitalizar los cuerpos in­
animados, es el viento; es también el hálito humano;
pero ¿no fue al fin el soplo divino lo que hizo vivir al
hombre en el Génesis (Gn 2,7) y el que hará vivir al pue­
blo extenuado por el destino? Precisamente Ezequiel espe­
cifica: "Infundiré MI espíritu en vosotros y viviréis"
(Ez 37,14); en otra parte anuncia que el pueblo tendrá
su espíritu renovado: "Os daré un corazón nuevo... in­
fundiré MI espíritu en vosotros" (Ez 36,26s). Y en otra
180 EL PUEBLO VIVIRÁ

más, un comentario tardío lo repite: "Derramaré MI Es­


píritu sobre la casa de Israel" (Ez 39,29) 56,

El agua pura

La llegada del pueblo a la Palestina recuperada es­


tará marcada con una aspersión de agua que purificará
a Israel. Ezequiel ha dicho y repetido que su pueblo se
había manchado practicando el culto de los ídolos, que
con ello había quedado impuro; así pues anuncia un
tiempo en que ese pueblo será trasformado hasta el
punto de verse libre de las "abominaciones", para con­
sagrarse al solo culto de Yahvéh. Esa trasformación to­
cará su espíritu y su corazón; tendrá como origen una
intervención divina: "Yo os purificaré ... Yo derramaré
sobre vosotros..."; intervención de la que será sefial el
agua.
Todo el Antiguo Testamento atribuía al agua gran
significación; en una latitud en que la sequía era una
de las más terribles plagas, el agua llega a ser necesa­
riamente símbolo de la vida. Por eso obviamente forma
parte de la vida religiosa: ya sea que como objeto de las
preocupaciones cotidianas del hombre tenga un sitio en
sus oraciones y en su liturgia, ya sea que aparezca como
realidad apta para simbolizar la religión por lo que tiene
de más profundo: ser un don que Dios hace al hombre
y que lo trasforma 57,
En la mentalidad sacerdotal, el agua aparece como
instrumento de purificación; instrumento necesario que

56 El tema del espiritu profético lo hemos examinado en las pá­


ginas 96s.
57 Estas observaciones están inspiradas en la obra de P. REYMOND,
"L'eau, sa vie, sa signification dans !'Anclen Testament", Supplement
to Vetus Testamentum, vol. VI, Leyden 1958; sobre todo pp. 228-244.
EL AGUA PURA 181

puede capacitar para la participación en el culto; el Le­


vítico legisla minuciosamente sobre estas abluciones in­
dispensables.
Ezequiel refleja bien la mentalidad de tal medio
cuando considera que el pueblo será purificado en el
momento en que, de nuevo en Palestina, volverá a prac­
ticar el culto de Yahvéh. Al profeta-sacerdote le basta
acordarse de las abluciones con que comenzaban algu­
nas celebraciones litúrgicas, para pensar que tal lustra­
ción sería necesaria después de una permanencia tan
larga en tierra impura, tras tantos afios de aceptación
de la impureza idolátrica.
Pero la ablución prevista sobrepasa el alcance de los
ritos practicados desde tiempos antiguos en el Templo;
por dos veces en efecto Ezequiel subraya que esa puri­
ficación esperada tendrá eficacia divina.
En Ez 36,25s, el sujeto del verbo es Dios, y sólo él. El
es quien "rociará con agua pura", él es quien purifica­
rá; y más abajo (Ez 36,33) "el día en que yo os purifi­
que ... ", dice Yahvéh. En los últimos capítulos del libro,
Ezequiel recuerda de nuevo este asunto. Presenta una
fuente, modesta en sus principios, pero cuyo tamafio no
cesa de crecer hasta hacerse gigantesca. De esa fuente
el profeta describe solamente la eficacia vitalizante, sin
aludir a idea alguna de purificación; los dos temas es­
tán sin embargo implicados uno en otro; porque todos
esos desarrollos provienen "sin duda de la antiquísima
tradición que, bajo formas diferentes, ha dejado impor­
tantes trazas en el Antiguo Testamento, la de un país
paradisíaco en el que la naturaleza sería maravillosa­
mente fértil y los hombres vivirían en paz, sin pecado,
en presencia de Dios (Gn 2; Is 11,1-10)" 58,
Esta fuente de agua viva y vivificante no tiene un

58 P. REYMOND, op. cit., p. 235.


182 EL PUEBLO VIVIRÁ

origen exiguo: "la fuente vivificante salía en Jerusalén


del Templo mismo (Ez 47,1). Para Ezequiel el Templo
será el lugar por excelencia en el que se manifestará la
gracia de Dios, el canal por el que fluirá hacia el país.
El Templo será el centro de la vida, porque Dios estará
allí presente en persona; y esta presencia hará en cier­
to modo que el cielo baje a la tierra. La plenitud de la
vida se manifestará en esa agua viva, a causa de la pro­
ximidad inmediata de Dios" 59•
En Ez 36,35 el profeta habla de Judea y dice que es
semejante a un jardín de Edén; en su pensamiento Je­
rusalén sustituye al antiguo jardín. Empujado por el de­
seo de estimular la esperanza de sus compañeros de mi­
seria, de mostrarles bajo luces atrayentes la tierra a que
han de volver, el profeta no duda en comparar a Judea
con un Paraíso maravillosamente regado del que ya ha­
blaban las viejas leyendas veneradas por los antepa­
sados.
El pueblo nuevo: ¡una comunidad purificada! La tie­
rra nueva: ¡un verdadero Edén! Ezequiel antes que na­
die aceptaba el mensaje generoso brindado por tales
afirmaciones. Le asaltaba sin embargo a veces el pen­
samiento de que el tiempo nuevo no estaría libre de to­
da preocupación, y que seria menester dar al pueblo
una nueva constitución, una Torá. ¿ Y no es acaso eso lo
que quieren decir los últimos capítulos?
CAPITULO XII

GRANDEZA Y DESVENTURAS
DE UNA NUEVA CONSTITUCION
"¿Habéis leído a Baruc?", se cuenta que decía La
Fontaine a los que le rodeaban, un día que se dejó em­
bargar por la lectura de ese libro austero. La misma
pregunta se podría hacer hoy a propósito de un texto
de Ezequiel, no menos austero por esta vez; y es poco
probable que tal pregunta recibiera más respuestas po­
sitivas que las que pudo obtener el fabulista: "¿Habéis
leido a Ezequiel en sus capítulos 40-48?" Probablemen­
te no. Porque de hecho son muy raros los lectores que
se aventuren a través de esas líneas que no carecen de
dificultad. Y hasta se podría preguntar si a tal o cual
crítico, sabio y bien informado, no le ha ocurrido dar
su parecer sobre aquellos pasajes broncos sin haber lle­
vado hasta el fin el inventario metódico y tenaz que re­
claman.
Y sin embargo, en esas páginas, demasiadas quizá,
¡ qué doctrina tan admirable! ¡Qué sentido de la tras­
cendencia divina, obstinadamente y hasta la saciedad
proclamada ante el lector! ¡Qué respeto para la litur­
gia y qué comprensión de su profundo valor! ¡Qué amor
a la vida "consagrada"! ¡Qué actual es todo, o vuelve a
serlo... o debería llegar a serlo! ¡Qué conveniente, saber
leer a Ezequiel en sus capítulos 40-48 ! 60•

&o Sobre este comentario de los nueve capítulos de Ezequiel,


cf. Bible et Vie chrétienne, núm. 92, marzo-abril 1970.
186 UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

Mas la lectura de esas preciosas páginas es penosa.


Las frases están embrolladas, las descripciones son mi­
nuciosas, monótonas, de un interés poco aparente. El
lector que se aventura a través de esas líneas, guiado
por un personaje celestial que bien pronto se nos anto­
ja demasiado vaporoso, se extravía en un dédalo de
puertas, columnas, salas, ventanas, atrios, cocinas, has­
ta el punto de esforzarse precipitadamente en salir de
tal laberinto, para pasar resueltamente a otra visita
más calmada, más sencilla y-cree él- más enriquece­
dora.
Lamentable decisión. Porque en esos nueve capítu­
los, no está todo tan desordenado como el lector se cree
obligado a pensar, por la simple lectura de los prime­
ros párrafos.
Al explorador ezequieliano suficientemente avispado
para no dejarse desconcertar por problemas que al fin
son secundarios (problemas de topografía, por ejemplo,
o de organización de las edificaciones), se le revela una
doctrina importante; tanto más importante cuanto que
constituye un aspecto fundamental del testimonio del
que es portador el profeta Ezequiel.
Al investigador paciente, estos capítulos le parecen
tanto menos confusos cuanto que poco a poco le van
dejando entrever su historia. No todo ha sido compuesto
por Ezequiel, solo y único; y aunque se pueda conside­
rar que el profeta es el único responsable-y habrá quien
prefiera decir el único culpable-de estas líneas des­
concertantes, no han sido redactadas de una vez 61• El

01 J. LINDBLOM escribe, Prophecy in Ancient Israel (Oxford 1963,


página 147; también p. 264) : "El cuadro visionario del conjunto
(Ez 40-48) es manifiesto, pero no todos los detalles han sido perci­
bidos en un momento de éxtasis. Las fórmulas introductorias al con­
junto de la sección suponen tan realmente una experiencia extática
inicial, que resulta inverosimll no ver en todo ello más que una
determinada manera de expresarse. Es evidente que cierto día 'la
ESTRUCTURA E HISTORIA 187

texto tiene su historia, que conviene tener en cuenta.


Si la recordamos fielmente, descubriremos que este tex­
to es más importante de lo que al principio pueda pa­
recer. Importante porque nos trae el pensamiento del
profeta; importante también porque nos hace descu­
brir no sólo el pensamiento religioso, sino además el po­
lítico de muchos círculos que rodeaban al profeta du­
rante su destierro a orillas del Kebar; de muchos círcu­
los que también había en torno de él, y se aplicaban a
prolongar su doctrina, casi a trasformarla, en función
de los problemas nuevos que se les planteaban a los cre­
yentes de su tiempo.

Estructura e historia de un texto


l. Ez 40,1 - 43,12 62

Desde los comienzos del capitulo Ez 40 estamos ante


el espectáculo que se ofrece a los ojos del profeta visio­
nario. Ve una ciudad, una ciudad nueva. Mas he aquí
que un agrimensor inesperado se presenta, dispuesto a
guiar al visitante profético. Bajo esa dirección tan au­
toritaria, franquea Ezequiel el muro exterior, antes ya
cuidadosamente medido, y llega a la puerta oriental que

mano de Yahvéh' vino sobre el profeta; en 'visiones divinas', fue


trasportado al país de Israel y se halló en un monte excelso donde
algo semejante a la construcción de una ciudad estaba en trance de
cumplimiento. La expresión 'visiones divinas' ha sido utilizada de
idéntica manera por Ezequiel cuando se trataba de visiones Indis­
cutibles (Ez 8,3; 11,24, etc.). Pero el profeta, llevado en éxtasis
sobre el monte Sión, no ha visto más que en sus contornos generales
la ciudad futura, el templo futuro... Después de haber experimen­
tado este rapto extático, el profeta ha reelaborado todos los detalles
contenidos en estos nueve capítulos, dando a todo lo que brotaba
de su propia imaginación o de su reflexión, la forma de una larga
serie de experiencias visuales extáticas."
02 El análisis textual que sigue está inspirado en las observacio­

nes, a veces trasformadas, habitualmente simplificadas, de H. GESE,


Der Verfassungsentwurf des Ezekiel, Chap. 40-48, Tübingen 1957.
188 UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

es también examinada y medida concienzudamente: el


umbral, las lonjas laterales, los pilares que separan las
lonjas, y lo mismo el pórtico.
Atravesado el pórtico, los visitantes se hallan en el
atrio exterior. El enlosado que bordeaba los cuatro cos­
tados de este atrio llama desde luego la atención de
Ezequiel. Mídese después la distancia que hay entre cada
puerta de las que dan acceso al atrio exterior y la puer­
ta correspondiente que introduce al atrio interior: pri­
mero las dos puertas orientales, después la del norte,
por fin la del sur.
Por esta puerta meridional nuestros visitantes pene­
tran en el segundo atrio, no sin haber medido, atrave­
sándola completamente, su maciza construcción; lo mis­
mo se hará para las puertas del este y del norte.
Si pasamos ahora de este versículo Ez 40,37 a don­
de nos ha llevado el estudioso paseo, al versículo Ez 40,
47 veremos que la descripción, más o menos armoniosa
hasta entonces, se continúa como había comenzado. A
decir verdad, se habrá podido notar que hay algunas
variaciones estilísticas que bien pudieran no ser des­
preciables; así del versículo Ez 40,5 al versículo Ez 40,16,
el detalle de las medidas está dado de manera muy pre­
cisa, mientras que en lo que sigue el autor se contenta
con emplear el verbo "medir" sin indicar cantidades
(Ez 40,20.24.28.32.35); y además el perfecto está susti­
tuido por el imperfecto (Ez 40,20.24.35, etc.); pero lo más
importante no es eso indudablemente. En este versícu­
lo Ez 40,47, tras haber medido ya las puertas que con­
ducen al atrio interior, sólo queda medir la anchura del
atrio, y después pasar en seguida a la Casa misma, no
sin tomar las dimensiones oportunas. Se examinan,
pues, el Vestíbulo (Ulam), el Santo (Hekal), el Santo de
los Santos (Debir) (Ez 40,48 - 41,4).
El paseo investigador de los dos visitantes, cuyo in-
ESTRUCTURA E HISTORIA 189

terés no cesa de crecer a medida que se aproxima a la


morada divina, ha llegado ahora a este lugar sagrado:
lugar tan venerable que sólo "el hombre" entró en él,
dejando fuera al profeta; y las medidas se tomaron an­
tes de que nos sea anunciado-y será "el hombre" pre­
cisamente quien lo haga-el nombre del interior mis­
terioso. La visión debe ahora, o detenerse, o discernir
una prolongación digna de lo que ha precedido.
Esta continuación valedera, no la encontramos hasta
Ez 43,1... Ezequiel llevado hacia el pórtico oriental, ve
lo que constituye el objeto central de su visión: la lle­
gada de Yahvéh (Ez 43,1-7a) que se instala de nuevo en
este lugar en el que-dice el texto-morará de aquí en
adelante "para siempre".
El relato acaba por fin con unos consejos dirigidos
al profeta que escucha cómo le notifican la manera con
que deberá utilizar, con miras a la conversión de Israel,
la visión que acaba de contemplar (Ez 43,lOss), y con la
frase de conclusión (Ez 43,12) que evoca el mismo hori­
zonte que los primeros versículos (Ez 40,2).
Esta reseña de la descripción ezequieliana, relativa­
mente clara y simple, no ha logrado esa su homogenei­
dad sino a costa de ciertos sacrificios textuales; a mu­
chos fragmentos se les dio de lado. ¿Por qué? ¿Porque
no correspondería a una concepción de lógica literaria
elaborada a priori, independientemente de toda re­
ferencia al mismo Ezequiel, a su propio sentido de la
coherencia de un texto? A decir verdad, no le falta fuer­
za a este argumento; con ser inteligente y hasta ge­
nial, Ezequiel no podía escribir "de cualquier manera".
Mas como quiera que tal argumento deja un amplio lu­
gar al subjetivismo, y abre un ancho camino a los pre­
juicios del comentador que atendiendo a su propio pa­
recer sobre lo lógico y lo ilógico correría peligro de mu­
tilar los conjuntos ilógicos para unos pero muy lógicos
190 UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

para otros y sobre todo para su autor; por todo ello,


decimos, hay que referirse a otros motivos. A otros mo­
tivos más objetivos, que han guiado la selección de los
textos precedentes.
Mientras que en Ez 40,1-37 el relato se organiza al­
rededor de un conjunto arquitectónico único que atrae
los ojos del visitante, mientras que la descripción pro­
gresa lógicamente del exterior hacia el interior hasta el
corazón del Templo, desde una visión global de la ciu­
dad hasta "el Santo de los Santos"; los versículos Ez 40,
38-46 introducen bruscamente una enumeración minu­
ciosa, desordenada, en la que se encuentran, entremez­
clados, locales anejos difíciles de situar, una serie un
tanto barroca de mesas colocadas como sin orden ni
concierto alrededor de una puerta, detalles intraduci­
bles sobre la forma de esas mesas, y alusiones lisonje­
ras al personal que asegura el servicio de todo aquel ma­
terial religioso. ¿Estamos lejos del estilo de la visión?
¿Seguimos estando en el de Ezequiel? ...
Cabe efectivamente dudar de ello según los versícu­
los Ez 40, 38-43; pasaje de mano de un rubricista, de un
espíritu meticuloso y oscuro, cándidamente preocupado
por aportar al texto del maestro ezequieliano precisio­
nes que era incapaz de formular claramente. También
resulta sospechoso el final del versículo Ez 40,46: glosa
explicativa, diríamos, destinada a ligar el texto a que
nos referimos con el capítulo siguiente. Menos sospe­
chosos son los versículos Ez 40,44-46a: manifiestamente
extraños al contexto, se aproximan mucho al texto pri­
mordial: ¿serán complementos añadidos por un discí­
pulo habituado al lenguaje del maestro, o precisiones
dadas por el mismo Ezequiel? Es difícil ser categórico.
Ya hemos dicho que el relato de la visión pasaba de
Ez 41,4 a Ez 43,1; es verdad que las largas descripciones
intercaladas entre esos dos textos desvían al lector de
ESTRUCTURA E HISTORIA 191

la linea que el profeta seguía desde el principio con mu­


cho rigor y cierto arte. Cierran ellas bruscamente la
perspectiva en la que el guía misterioso introducía pro­
gresivamente al profeta y con él a nosotros; perspectiva
que había de extenderse con frecuencia a la visión ma­
ravillosa de la venida de Yahvéh. Mas he aquí que lle­
gados por fin al "Santo de los Santos", salimos subrep­
ticiamente de la Casa y nuestras miradas se fijan negli­
gentes sobre un muro, sobre las numerosas celdas que
le eran anejas, sobre el talud que le servía de base, etc.
Afiadamos que el estilo ha cambiado bruscamente; la
descripción resulta atormentada, como si el autor se
crispase al no poder decir con claridad lo que sus ojos
miran y ven con nitidez. Y así van las cosas más o me­
nos hasta Ez 41,15a. Se trata pues de un texto tardía­
mente insertado en el relato primordial; y no sin reti­
cencia se le atribuirla a Ezequiel la paternidad de un
pasaje tan diferente a lo que son sus cuadros.
Por el contrario Ez 41,15b-26 se aproxima mucho al
capitulo Ez 40; aunque la descripción sea más detallada
y atienda más a los elementos decorativos. Se diría que
proviene de Ezequiel; pero el lugar que ocupa supone
cierto hiato en el curso de la primera narración: una
vuelta atrás. Se vería pues en este pasaje una des­
cripción más minuciosa del interior del santuario, com­
puesta por el profeta, una vez terminado el relato de la
gran visión. Acordándose entonces de la decoración vis­
ta hace tiempo en el templo de Jerusalén {el pasaje
trae varias veces los detalles mencionados en el Libro
+
de los Reyes: Ez 41,16 : 1 R 6,4; Ez 41,23 : 1 R 6,31 36;
Ez 41,25 : 1 R 7,6; Ez 41,26 : 1 R 6,4), el profeta ha des­
crito con más cuidado al Santo (Hekal) que en su pri­
mer relato no había hecho más que atravesar.
El capítulo Ez 42 es también sospechoso, y en su to­
talidad. Los últimos versículos Ez 42,15-20 que recuer-
192 UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

dan bastante las enumeraciones del capítulo Ez 40 usan


todos el mismo giro: "quinientos codos con la vara de
medir", giro que falta por completo en el capítulo Ez 40.
Se ofrecen dudas para atribuirle origen ezequieliano.
Pero el último versículo se acerca más al capítulo
Ez 40; podemos pensar entonces que este pasaje viene
de algún discípulo del profeta, capaz de expresar sus
ideas sirviéndose muy frecuentemente de giros perso­
nales, y capaz también de encontrar como de pasada las
expresiones de su maestro.
Los versículos Ez 42,1-14 son muy semejantes a Eze­
quiel 41,5-15a; y como ellos difícilmente inteligibles,
porque están cargados de la misma imprecisión y re­
dactados también en un estilo desmañado. Sólo están
claramente enunciadas las rúbricas de Ez 42,13s: el con­
junto sería difícilmente atribuible a Ezequiel.
Quedan por caracterizar los versículos Ez 43,7b-9;
están impregnados de cierto antimonarquismo que vol­
veremos a encontrar en los capítulos que siguen, pero
que es extraño en estos capítulos de ahora; por eso pa­
recen traídos aqui. Quizá la fórmula que los termina:
"y yo habitaré en medio de ellos para siempre", que ya
terminaba Ez 43,7a, explique la inserción de este pasaje
inesperado; a menos que-y es más verosímil-el au­
tor de esta inserción secundaria haya añadido la
fórmula a manera de estribillo para hacer su trabajo me­
nos perceptible. Estos versículos tienen de cualquier for­
ma el mismo origen que los versículos antimonárquicos
que encontraremos bien pronto.
Por consiguiente, esta primera parte puede dividir­
se de esta manera:

40,1-4 La visión: en la ciudad nueva, el templo nuevo


40,5-16 La visión: el muro exterior y el pórtico oriental
40,17-27 La visión: el atrio exterior y los pórticos
40,28-37 La visión: el atrio interior y los pórticos
ESTRUCTURA E HISTORIA 193

40,38-46 Complementos: anejos a los pórti-


cos
40, 47 - 41,4 La visión: del atrio int. al "Santo de los Santos"
41,5 -15a Complementos: construcciones ane-
jas
41,1 5 b-21a Complementos: ornamentación in-
terior
41,21b-26 Complementos: el mobiliario y las
puertas
42,1-1 4a Complementos: construcciones se-
cundarias
42,14b-20 Complementos: d i m e n si o n e s del
atrio
43,1-7a La visión: retorno de la Gloria de Yahvéh
43,7 b-9 Complementos: el estatuto del rey
43,10-12 La visión: la misión de Ezequiel

Estructura e historia de un texto


II. Ez 43,13 - 48,35

Los capítulos que forman la segunda parte de esta


"constitución ezequieliana del pueblo de Dios", que son
aproximadamente los capítulos Ez 43-48, presentan más
dificultades que los precedentes; su composición es
ciertamente fruto de influencias muy variadas; y si la
persona misma de Ezequiel fue el punto donde varias
de estas influencias vinieron a juntarse y unificarse,
resta que se pueda, y que se deba, suponer que al lado
del profeta, y cerca de él, otros marcaran estas páginas
con una impronta extraña a la suya.
Siguiendo un camino menos arduo que nos haga ir
de lo más sencillo a lo más complejo, comprobamos por
lo pronto que el capítulo Ez 47 plantea un tema particu­
lar; el profeta se pone a contemplar la fuente maravi­
llosamente fecunda que saltando de los fundamentos
EZEQUIEL,-13
194 UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

del Templo, invade toda la tierra para vivificarla (Ez 47,


1-12).
Viene después, de manera bastante natural, la enu­
meración de los límites de la tierra que ha quedado pu­
rificada. El profeta concluye fijando los principios
según los cuales el suelo será repartido entre los miem­
bros de la comunidad.
Parecería que en Ez 43,12 la visión del profeta que­
daba bien acabada; pero en Ez 47,1, como en Ez 46,19,
se aplica a ligar el texto de que tratamos con el de la
gran visión de los capítulos Ez 40-42. No habremos de
pensar sin embargo que se trata de una sola y única
experiencia del visionario, sino en una nueva visión que
el autor, o sus discípulos, han considerado como prolon­
gación y fin de la primera, la que acaba en Ez 43,12.
Hablaremos pues de la "visión complementaria" (Eze­
quiel 47,1-12) y de diversos "oráculos proféticos" (Eze­
quiel 47,13 - 48,8; 48,23-35a).
Siguiendo las investigaciones, comprobamos ahora
que en el contenido de estos capítulos Ez 43-48 ciertos
pasajes son favorables al clan sacerdotal que desciende
de Sadoq, sacerdote contemporáneo de David. Tales pa­
sajes han de formar un documento particular que lla­
mamos "sadoquita" (S). El trozo más importante de S
está en Ez 44,6-16, que opone metódicamente "los sa­
cerdotes-levitas hijos de Sadoq" a los simples levitas.
De los primeros, exalta la fidelidad, reservando para
ellos las funciones cultuales más nobles (Ez 44,15s); a
los segundos, por el contrario, les reprocha con viveza
manifiestamente polémica, sus yerros idolátricos de an­
tafío y les atribuye, en el servicio de la liturgia, funcio­
nes subalternas (Ez 44,10-14).
Este documento S se distingue, por su tonalidad
acerba y polémica. de un conjunto de advertencias di­
rigidas a los sacerdotes en general sin distinción de cla-
ESTRUCTURA E HISTORIA 195

ses y que están redactadas en el tono indiferente pro­


pio de un puro liturgista: Ez 44,17-31; 45,1-8; 46,19-24;
48,9-22. Parece que estos textos forman un todo, cuyo
origen debemos buscarlo en un grupo de sacerdotes; se
le designa por la letra P, y se le llama documento sa­
cerdotal.
En su contenido se encuentran glosas inspiradas
por S; ellas interpretan, en función del clan sacerdotal
de los sadoquitas, textos que se dirigían antes a todos
los sacerdotes sin distinción (cf. Ez 40,46b; 43,19; 48,
11); por ser secundarias, estas glosas son posteriores a P
que quieren interpretar, y P aparece así más antiguo
que S. Del mismo modo el paralelismo que aproxima
Ez 45,15 a Ez 45,4: "los que se acercan a Yahvéh para
servirle" muestran cómo S ha querido reservar a los
sadoquitas, de ahí en adelante puestos aparte de los levi­
tas, una función atribuida hasta entonces a todos los
sacerdotes.
Ahora que ya hemos distinguido P y S, podemos ex­
traer de esos capítulos unas series de rúbricas verosí­
milmente desviadas hacia un contexto en el que fueron
insertadas tardíamente. Así la descripción del altar
(Ez 43,13-17) que está marcada por los usos babilónicos,
lo cual tiene su interés para la datación del pasaje; así
también la enumeración de los ritos cumplidos para la
consagración de ese altar (Ez 43,18-20 + 21-27). Del
conjunto Ez 43,13-27, R. de Vaux escribe 63: "Esta des­
cripción con el pasaje secundario sobre la consagración
del altar-Ez 43,18-27-parece que es adicional, o por
lo menos que está fuera de su lugar primitivo". La des­
cripción del altar, marcada con un fuerte matiz babi­
lónico 64, debe provenir del tiempo en que Ezequiel po-

•• R. DE VAux, Les Institutions de l'Ancien Testament, París 1968,


tomo I, p. 287.
•• Ibid., pp. 287-289.
196 UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

día contemplar a placer los altares de Babilonia; los


versículos Ez 43,18-27 por el contrario, que son rúbricas
muy precisas, deben de remontarse a un tiempo en que
tales prescripciones eran observadas efectivamente; po­
dríamos considerar el tiempo que sigue al exilio y pue­
de suponerse la misma hipótesis para Ez 46,11.13-15 cu­
yas características son idénticas. Los escribas del grupo
sacerdotal que se ocupaban de reorganizar el culto en
el templo restaurado podrían haber conocido los oríge­
nes de estas meticulosas precisiones; con tal de que no
creamos radicalmente imposible que el propio minucio­
so narrador que nos parece ser Ezequiel, las haya ima­
ginado.
Lo mismo se dirá de las rúbricas que forman el con -
junto de P. Aunque evidentemente es imposible demos­
trar que ese conjunto no provenga de Ezequiel, parece
sin embargo probable que rúbricas tan minuciosas ha­
yan podido ser compuestas por los ceremoniarios de los
tiempos portexílicos. Por el contrario S debe ser coloca­
do en un tiempo en que el clan Sadoq trataba de ob­
tener la preeminencia sobre el conjunto del colegio sa­
cerdotal. Ahora bien, la época más verosímil para tal em­
peño y por consiguiente para la composición del ma­
nifiesto, parece ser un tiempo cercano a la reforma de
Esdras. En efecto, cuando el escriba reformador vino a
Jerusalén, no tuvo necesidad de enfrentarse, como se
había visto obligado a hacerlo Nehemías, con los sacer­
dotes miembros del alto clero aliado con los samarita­
nos y con los de Tobías; por el contrario, los sacerdo­
tes fueron los primeros en aceptar la reforma, aunque
los levitas rechazaran su colaboración (Esd 8,15-20) y
la oposición viniera de los laicos y de esos mismos levi­
tas (Esd 10,15, que supone un levita y dos laicos). Es­
tamos pues en el momento en que se prepara esta re­
forma de Esdras, reforma que aventajará notablemente
ESTRUCTURA E HISTORIA 197

a los sacerdotes; o más verosímilmente, en el tiempo en


que esta reforma ya había sido emprendida (alrededo­
res de los afi.os 400-390) 65• En fin, el conjunto del docu­
mento sacerdotal puede remontarse, como las páginas
de rúbricas que le son anejas, a Ezequiel; pero este tex­
to P parecería mejor situado durante los días en que el
culto se reorganizaba en Jerusalén, o sea entre la vuelta
del destierro y la reforma de Esdras ( de 520 a 400).
Por fin, el documento monárquico (Ez 44,1-3 +
45,9-
46,18) que aparece en su conjunto favorable al monarca,
podría datar del tiempo de la restauración, cuando Zo­
robabel suscitaba tantas esperanzas; también podría
datar, aunque esta segunda hipótesis es menos verosí­
mil, del último periodo de la vida del profeta en el que
Ezequiel, reconfortado por la liberación inesperada del
rey Joaquín (2 R 25,27-30), puso aún su empefi.o en la
dinastía real. En cuanto a la glosa que da a este docu­
mento un alcance polémico (Ez 45,9-17) e imprime en él
una orientación desfavorable al príncipe, ha de ser del
tiempo en que se desarrolló una verdadera lucha de in­
fluencias entre el clero cuya importancia crecía en Pa­
lestina, y los descendientes de David 66.
Y ésta podría ser la división de esta segunda parte:

43,13-27 rúbricas; dimensiones y consagración


del altar
44,1-3 documento monárquico, estatuto del
príncipe
44,4-5 La misión de Ezequiel renovada
44,6-16 el documento sadoquita; los sacerdotes
y el servicio del Sefior
44,17 - 45,8 el documento sacerdotal
45,9 - 46,18 el documento monárquico

•• Véase H. CAZELLES, La mission d'Esdras, VT, 1956, p. 131.


•• Un ejemplo de esta lucha lo podemos ver en las correcciones
hechas a Za 6,11, como lo explica la nota de la Bible de Jérusalem.
198 UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

46,19-24 el documento sacerdotal; cocinas del


templo
47,1-12 Visión complementaria: la fuente del Templo
48,1-8 Oráculo profético: el nuevo país; tribus del norte
y santuario central
48,9-22 el documento sacerdotal; reserva para el
Señor
48,23-29 Oráculo profético: el nuevo pais; tribus del sur
48,30-35a Oráculo profético: la nueva ciudad; sus puertas
48,35b Conclusión: "Yahvéh está allí"
CAPITULO XIII

PARA UN MUNDO RENOVADO,


UNA LITURGIA NUEVA
Una vez recorrida, y no sin esfuerzo, la complicada
historia de un texto no menos complicado, hemos de es­
cuchar ahora muy especialmente los testimonios que
ese texto nos trasmite. El testimonio de Ezequiel que
nos dice cómo concibe él la vida ideal del pueblo de
Dios; el testimonio de los comentadores póstumos de su
obra que tratan de precisar su doctrina, para que sea
guía más eficaz de sus contemporáneos vacilantes.
Mientras en las "orillas de los ríos de Babilonia" los
desterrados se obstinan en languidecer de desesperan­
za y de nostalgia lancinante de la tan lejana Sión
(Sal 137,1), mientras en el propio emplazamiento de la
ciudad, con la siniestra decoración de sus ruinas calcina­
das, resuena la liturgia del duelo (Lamentaciones de Je­
remías) y se suceden las lúgubres canciones (Sal 74,79,
etcétera), mientras los ojos de todos los hijos de Israel
no hacen más que llorar un pasado irremediablemente
perdido, el propio Ezequiel, con sus ojos muy abiertos
que rechazan las lágrimas (Ez 24,16) escruta incansa­
ble el porvenir.
Ya hace catorce años que la ciudad ha sido destrui­
da (Ez 40,1). Catorce. Número simbólico. Dos veces sie­
te, dos veces la cifra que por sí sola deja suponer que
todo ha durado bastante. Cuando uno solo hubiera pa­
recido suficiente, he aquí que dos septenarios de mise-
202 UNA LITURGIA NUEVA

ria están ahora cerca de su término y nadie ve despun­


tar en el horizonte ni la más tímida aurora de un día
nuevo. ¿Hasta cuándo va a durar entonces la ronda in­
fernal de esas desesperantes "semanas de años"?
Para Ezequiel, poco importa el tiempo trascurrido.
Vive en el porvenir. Está como instalado en un futuro
lejano que de pronto se ha hecho presente a su mirada
escrutadora. Entonces el profeta siente ese porvenir tan
de veras próximo a sí mismo, que penetra en él; se es­
tablece en él, gusta de recorrerlo en todos sentidos, de
medirlo, de sopesarlo. Es la ocasión para él de recono­
cer al fin la imagen de la ciudad, tan de corazón y desde
tanto tiempo, desde siempre, esperada.
Porque es claro que el futuro se le ha hecho presente
a Ezequiel bajo la forma de una ciudad en este día diez
del mes de Nisán (marzo-abril) del año 573 67• Y es esa
ciudad, metrópoli ideal del pueblo de Dios, la que el pro­
feta recorre en todos sentidos, empujándonos a visitarla
con él bajo la dirección de un misterioso y celeste agri­
mensor (Ez 40,1-4).
¿Qué es esta ciudad? Un santuario (Ez 40,5, etc.). ¿Y
qué más? Un santuario (Ez 45,3). Pero ¿qué es, al fin?
Un santuario (Ez 48,35). ¿Y no es entonces más que eso,
la ciudad futura de Ezequiel? Prácticamente nada más;
y si el profeta gusta de mencionar a veces, aunque lo
haga sólo al azar, el contexto profano en el que se in­
serta la sagrada realidad, siempre queda que para él la
ciudad nueva es esencialmente un santuario; es un tem­
plo, es la Casa (Ez 40,5, etc.), "el Santo de los Santos"
(Ez 41,4) donde Dios habita: perfectamente resumido
en la frase que, en el sentido pleno del término, es la
frase final porque es la frase-maestra de todo el libro:
"Yahvéh sam. Yahvéh está allí" (Ez 48,35).

•1 Véase R. DE VAux, Les institutions ... , t. II, Paris 1960, p. 407.


LOS ALREDEDORES DE LA CIUDAD 203

Pero ya que esta ciudad-templo no define a todo el


pueblo de Israel, ya que la liturgia no es la vida toda de
este pueblo, nos va a ser preciso, dejándonos llevar por
la viva afición que tenemos a las realidades profanas,
aplicarnos a descubrir-aunque sea escudriñando en la
interlínea de las páginas de Ezequiel-en qué contexto
geográfico, político, humano, sitúa el profeta a su ciu­
dad, sobre qué telón de fondo profano ve él desarrollar­
se la plegaria de su pueblo.

Los alrededores de la Ciudad

Ezequiel entrevé en efecto esa casa sagrada, situada


en el corazón de un país repartido entre todas las tri­
bus; pero esa repartición, secundaria a sus ojos fasci­
nados solamente por el santuario, la concibe de la ma­
nera más arbitraria, la más artificiosa que jamás car­
tógrafo alguno haya podido imaginar: parecidas a las
líneas de un pentagrama musical, las fronteras, estricta­
mente paralelas, separan zonas rigurosamente semejan­
tes que serán un bien propio de cada tribu; siete tribus
al norte del santuario, cinco tribus al sur; deslinda­
miento irreal que el profeta, como para subrayar su es­
quematismo abstracto, tiende a definirlo mediante una
sola frase, siempre la misma, repetida constantemente,
a pesar de su machacona monotonía (Ez 48,1-8.23-29):

Limitando con Dan, desde el extremo oriental has­


ta el extremo occidental: Aser, una parte.
Limitando con Aser, desde el extremo oriental has­
ta el extremo occidental: Neftalí, una parte.
Limitando con Neftalí, desde el extremo oriental
hasta el extremo occidental: Manasés, una parte.
Limitando con Manasés, desde el extremo orien­
tal hasta el extremo occidental: Efraím, una parte ...
204 UNA LITURGIA NUEVA

Y así hasta diez veces arreo ... Poco más sabemos


sobre los alrededores geográficos del santuario.
De hecho, todo lo que el profeta añade a guisa de
información, desde luego incidentalmente y como a pe­
sar suyo, es poca cosa. Sabemos que en esa tierra había
pastizales muy cerca del santuario, proximidad que les
vale precisamente el que se los mencione (Ez 48,15.17).
Debía de haber otros más lejos, aunque sólo fuera para
que pastaran los animales que en tan gran número eran
inmolados en el Templo (Ez 43,19.26); pero Ezequiel no
tiene interés alguno en señalarnos esos detalles y sólo
podemos conjeturarlos. ¿Y no habría también campos
de trigo y de cebada para hacer aquellos panes que en -
traban en el rito de la oblación? (Ez 44,30; 45,13). ¿O
también olivares cuyo aceite fuera derramado sobre las
víctimas? (Ez 45,24s; Ez 46,5.11).
Sin embargo, sabemos que en aquella tierra había
marismas (Ez 47,11): detalle que fue recogido, no por
su pintoresquismo o por su interés anecdótico, sino por­
que viene muy bien para explicar el origen, incompren­
sible en un país ya saneado (Ez 47,Bs), de la sal nece­
saria en los sacrificios (Ez 43,24).

El pueblo de la tierra

Sin embargo en aquella región vivían unas gentes:


"el pueblo de la tierra" (Ez 45,22). Más adelante nos fi­
jaremos en los gestos de los sacerdotes, de los levitas
que atraviesan rápidos los atrios del Templo atendiendo
con febril agitación a sus minuciosas funciones litúr­
gicas: ellos, ellos solos son los verdaderos ciudadanos,
los más cabales de aquella ciudad ideal que visita Eze­
quiel. En cuanto a la multitud que se apretuja en los
pórticos, de seguro gentes de bien, queda en el anónimo
y tanto menos "personalizada" cuanto que ya no caen
EL PUEBLO DE LA TIERRA 205

cerca de las personas de cuenta: los ministros del al­


tar. Que no se hagan ilusiones los "empleados de la Ciu­
dad": si tuvieron algún derecho a una mención tan
rápida como inesperada (Ez 48,15.17), es sólo porque sus
prados son linderos de los campos de los sacerdotes y
redondean al catastro del "diezmo sagrado".
Buscaríamos en vano, entre la numerosa asistencia
o más bien entre el personal que se afana en torno a los
montones de víctimas, de carnes troceadas cocidas o
sangrantes, aquellas figuras de falsos hermanos a las
que desde hacía tanto tiempo estaban acostumbrados
los peregrinos que visitaban el santuario de Jerusalén.
Los extranjeros que dedicados antes a los más humil­
des oficios necesarios en la liturgia, el transporte de le­
ña para la combustión de las víctimas o para hervirlas,
y cuyo origen y presencia explica y justifica tan inge­
niosamente el libro de Josué (Jos 9,23.27), mientras el
libro de Esdras remonta su procedencia a David (Esd 8,
20) o a Salomón (Esd 2,55); a ésos Ezequiel los excluye
definitivamente. Por ser incircuncisos, no podían entrar
en la Casa; y por extraños a la Alianza, no podían te­
ner la menor parte en el culto que Israel rinde a su
Dios (Ez 44,5-9; cf. Is 52,1; Ne 13,7-9.30; Nm 3,10).
La multitud que llena los atrios está formada, y así
hemos de suponerlo, por esos pescadores cuyas redes se
secan allá bajo a lo largo de la orilla del mar Muerto,
ya saneada desde Engadi hasta Enegláyim (Ez 47,10).
Está formada por esos hombres del campo que con sus
ganados o con la recolección del trigo, la cebada o el
aceite alimentan las liturgias sacrificiales; formada por
el personal del municipio mencionado al azar; formada
también por esos comerciantes cuyas falsas medidas y
balanzas injustas son de repente denunciadas (Ez 45,
10-12); formada en fin y sobre todo por esa masa del
pueblo anónima y devota que cuenta a los ojos de Eze-
206 UNA LITURGIA NUEVA

quiel por el único aspecto de ser una multitud que par­


ticipa en la liturgia. Liturgia "para quitar el pecado del
santuario" (Ez 45,18) o de "la expiación de la Casa" (Eze­
quiel 45,20); liturgia reparadora para quien "haya pe­
cado por inadvertencia o irreflexión" (Ez 45,20); sacri­
ficio expiatorio de un novillo (Ez 45,22); "holocausto
a Yahvéh de siete novillos y siete carneros sin defecto"
(Ez 45,23), prolongado por el sacrificio expiatorio de "un
macho cabrío" (Ez 45,23), "oblación de una medida por
novillo y una medidad por carnero" de harina mezclada
con "aceite, un sextario por medida" (Ez 45,24). Todas
esas gentes-y sólo por eso se las tiene en cuenta-ce­
lebran a su modo el "servicio" (Ez 44,15s) de "Yahvéh
que está allí" (Ez 48,35).

El estatuto del príncipe

Mas entre aquella muchedumbre atenta, y en pri­


mera fila, está el soberano del que Ezequiel se pone a
hablar en un tono completamente nuevo.
La arqueología no cesa de rebuscar en lo hondo de
sus bancales y excavaciones la prueba de que las anti­
guas religiones del Próximo Oriente otorgaban a los je­
fes de los pueblos un derecho verdaderamente sefiorial
sobre los santuarios; hasta tal punto que los templos
venían a ser considerados como "capillas de palacio".
La antigüedad bíblica se ha mostrado más reservada en
este aspecto; los santuarios estaban siempre, aunque los
reyes soportaran la carga financiera, destinados al pue­
blo. Así el santuario de Betel que visita Amós mucho
tiempo después del cisma de las tribus, es "el santuario
del rey" (Aro 7,13); asi también el santuario de Jeru­
salén, subvencionado por el monarca, sigue siendo "el
santuario del rey", un "santuario del Estado en que el
EL ESTATUTO DEL PRÍNCIPE 207

rey y su pueblo rinden culto público al Dios nacional" 68•


Pero por ser el rey fundador o bienhechor del santua­
rio; o por haber organizado en su dia la construcción
o la conservación de su fábrica 69; o por tener aún en
la liturgia celebrada en el santuario un papel de pri­
vilegio, se le reconocía un verdadero derecho de patro­
nato. El santuario salomónico había sido en alguna ma­
nera incorporado al palacio: un mismo muro englobaba
los dos edificios (1 R 7,12); aunque esos dos edificios,
con los patios o corredores que los roedaban, estuvie­
ran separados por una muralla, la que delimitaba el
"patio interior" (1 R 6,36).
Eso es precisamente lo que le repugna a Ezequiel:
que haya una medianería compartida en el dominio del
Templo, dominio sagrado, y el dominio profano del pa­
lacio; que los umbrales de estas casas estén vecinos al
umbral de la Casa; que las jambas de sus puertas estén
tan cercanas que casi se toquen; que la injusticia (Ez 45,
8-13) de los reyes, sus "prostituciones" idolátricas pue­
dan contaminar el terreno sagrado; que lo que es "san­
to" y por ello radicalmente "puro" sea manchado por
la vecindad de lo que es "impuro" (Ez 44,23.25). Y a su
juicio, la necrópolis regia no pudo quedar establecida
antaño tan cerca del palacio (Ez 43,7-9), sino por un
grave olvido de la fundamental incompatibilidad de lo
sagrado y de lo profano, de lo puro y de la impuro:
confusionismo que se opone a lo más profundo de su fe :

Me dijo: "Hijo de hombre ... la casa de Israel, así


como sus reyes, no mancharán más mi santo nom­
bre con sus prostituciones y con los cadáveres de
sus reyes, poniendo su umbral junto a mi umbral
y sus jambas junto a mis jambas, con un muro co-

•• R. DE VAux, Les institutions .. . , t. II, p. 159.


•• 2 R 15,35; 16,10-18; 23,4s.
208 UNA LITURGIA NUEVA

mún entre ellos y yo. Ellos mancharon mi santo


nombre con las prácticas abominables que come­
tieron; por eso los he devorado en mi cólera. De
ahora en adelante alejarán de mi sus prostitucio­
nes y los cadáveres de sus reyes, y yo habitaré en
medio de ellos por siempre" (Ez 43,7-9).

La habitación regia estará pues rigurosamente ale­


jada del santuario; estará emplazada en lo exterior del
cuadrilátero sagrado (Ez 45,1) que encierra, además de
la Casa y sus atrios (Ez 45,2), la tierra destinada a los
sacerdotes (Ez 45,3s), a los levitas (Ez 45,5) y la de la
ciudad (Ez 45,6). El territorio real está ahora delimitado,
y de modo estricto, sin que haya posibilidad de acreci­
mientos injustos, frutos de confiscaciones ( cf. 1 R 21) o
de cualquier otra maniobra (Ez 46,18) hecha en detri­
mento del "pueblo de la tierra" (Ez 45,22). Del todo se­
mejante a la parte de cada tribu, este territorio regio
formará, desde el mar hasta el Jordán, una banda ho­
rizontal, dividida en dos fragmentos por el cuadriláte­
ro que abarca a la ciudad santa:
Al príncipe le tocará a ambos lados del recinto de
la parte reservada para el santuario y de la propie­
dad de la ciudad, a lo largo de la parte reservada
para el santurio y de la propiedad de la ciudad, por
el lado occidental hacia occidente, y por el oriental
hacia oriente, una longitud igual a cada una de las
partes, desde la frontera occidental hasta la fronte­
ra oriental de la tierra. Esto será su propiedad en
Israel. Así mis príncipes no oprimirán más a mi
pueblo; dejarán la tierra a la casa de Israel, a sus
tribus. Así dice el Señor Yahvéh: "Esto es demasia­
do, príncipes de Israel. Desistid de la opresión y de
la violencia, practicad el derecho y la justicia, 11-
berad a mi pueblo de vuestros impuestos, oráculo del
Señor Yahvéh" (Ez 45,7-9).

Después el propio estatuto del jefe del Estado se


EL ESTATUTO DEL PRÍNCIPE 209

modifica; ya no es un rey, un "melek", sino como aca­


bamos de leer, un príncipe, un "nasí". Significativa de­
gradación: Ezequiel forma así en la línea, ininterrumpi­
da a lo largo de la historia de Israel, de los opuestos a
la realeza. Oposición justificada en tiempos del exilio,
por los fracasos de la dinastía que había conducido al
Estado a la catástrofe; justificada también desde Salo­
món, por el desequilibrio político-económico instaura­
do por una constitución monárquica (Ez 45,8s; 46,18;
cf. Is 8,10-18); justificada más todavía y desde siempre,
por motivos religiosos: Israel, pueblo de la Alianza, no
podía tener a la cabeza un "melek" semejante al de Ba­
bilonia (Ez 19,9), idéntico al de las "otras naciones"
(1 S 8,5-20; cf. Ez 20,32; 25,8), sino que debe tener un jefe
cuyo estatuto excepcional manifieste la vocación de este
pueblo asimismo excepcional: Israel, pueblo de la Alian­
za, debe organizarse en todos los tiempos, como lo hizo
en aquellos privilegiados en los que la Alianza quedó
pactada; era entonces un pueblo de hermanos, de tri­
bus reunidas en torno al santuario de Dios, bajo la sen­
cilla vigilancia del "responsable", del "mediador" de la
Alianza, como lo será ese "nasí", ese príncipe que ya pre­
veía la vieja prescripción del código mosaico (Ex 22,27).
Israel, en fin, de quien Yahvéh es el Dios, el "pastor"
(guía-jefe) (Ez 34,11-16), el "Melek" (Ez 20,33), ¿va a
hablar todavía de otro rey? (Ez 20,32-38; cf. Je 8,23) 70•

10 Israel, de la que "yo soy Yahvéh, vuestro Dios" (Ez 20,7), no


puede ser "como las otras naciones" (Ez 20,32). No puede aceptar el
ser "adoradora del leño y de la piedra" como lo hacen "las tribus
de los otros países": es que Yahvéh es su Dios. Desde su mismo
destierro, debe llegar a esperar sólo de Yahvéh su salvación Y su
retorno hasta la montaña de Israel. ¿ Acaso la llberación de Egipto
pudo ser atribuida a algún otro? Rechazando los ídolos para no
servir más que a Yahvéh (Ez 20,40), es decir no contando con ningún
otro jefe ni con ningún otro rey, para que sólo Yahvéh reine (Ez 20,
23), es como Israel se distingue de las demás naciones y da testi­
monio de que sólo Yahvéh es su Dios.
EZEQUlEL.-14
210 UNA LITURGIA NUEVA

En adelante el jefe será por consiguiente un "nasí";


pero abajado tan cerca de su pueblo, el nasí-príncipe
pierde no pocas de sus prerrogativas sobre todo litúr­
gicas.
Si el rey tuvo en Israel el derecho de promover a su
albedrío la erección de un altar (2 s 24,25) o la cons­
trucción de un templo (2 S 7,2s) cuya dedicación pre­
sidiera (1 R 5-8), o de reglamentar a su gusto el desarro­
llo del culto en sus mínimos detalles (cf. 1 ero 22-29) y
lo mismo el reclutamiento del clero (1 R 12,26-33), o de
nombrar a su antojo a los jefes del sacerdocio (2 S 8,17;
20,25; 1 R 2,26s; 4,2), o de modificar el calendario como
Jeroboam para la liturgia de Betel (1 R 12,26-32), o de
establecer ordenanzas concernientes al santuario (2 R 2,
5-9), o de inspeccionar su aplicación (2 R 23) confiada
por otra parte a los sacerdotes verdaderos subordinados
(2 R 16,10-18); si en fin fue admitido que este monarca,
llevando (2 S 6,14) o no el efod sacerdotal, ofreciese sa­
crificios (1 S 13,9s; 2 S 6,13; 1 R 12,33; 2 R 16,12-15) y
bendijese al pueblo (2 S 6,18; 1 R 8,14) 71; también es
cierto que ninguna de esas facultades le será en adelan­
te reconocida, ni tampoco concedida. La organización
del santuario, "el fuero del Templo" (Ez 43,12) está re­
glamentado tanto en su conjunto como en sus detalles
por el profeta que habla en nombre de su Dios (Ez 40-
41); y lo mismo para los "decretos" que atafien al altar
y regulan su inauguración (Ez 43,13-26). En cuanto a
los sacrificios solemnes, no cabe pensar que fueran ce­
lebrados por otros que los sacerdotes (Ez 43,27), únicos
encargados "de ofrecer la grasa y la sangre" (Ez 44,15),
ellos, los "hijos de Sadoq", los "consagrados" (Ez 48,11),
"los sacerdotes que desempefian el ministerio del altar"
(Ez 40,46).

11 Según R. DE VAux, Les institutions... , t. I, París, pp, 174s.


EL ESTATUTO DEL PRÍNCIPE 211

Tiene sin embargo el príncipe algunas responsabi­


lidades litúrgicas particulares. Es el encargado de pre­
sentar a los sacerdotes, sacrificadores exclusivos, las víc­
timas de los sacrificios solemnes: "holocaustos, oblacio­
nes, expiaciones" ofrecidas en nombre de "la casa de
Israel" en las grandes ocasiones, en las fiestas, los novi­
lunios y los sábados" (Ez 45,17), en la "Pascua, fiesta de
siete días" (Ez 45,21-24) y sobre todo con ocasión de "la
fiesta el día quince del mes séptimo" (Ez 45,25; cf.
46,4) 72•
Estas responsabilidades no están ayunas de algún pri­
vilegio. El príncipe gozaba de un puesto especial. Por­
que el pórtico oriental del atrio exterior permanece ce­
rrado, desde donde se puede entrever, a través del pór­
tico del atrio interior la propia Casa, su Vestíbulo y su
Santuario; ante él es donde está el puesto reservado 73
al jefe del Estado; y allí es donde se asienta para tomar
parte en las comidas sacrificiales.

Me volvió después hacia el pórtico exterior del


santuario que miraba a oriente. Estaba cerrado. Y
Yahvéh me dijo: Este pórtico permanecerá cerra­
do. No se le abrirá, y nadie pasará por él, porque
por él ha pasado Yahvéh, el Dios de Israel. Queda­
rá, pues, cerrado. Pero el príncipe sí podrá sentar­
se en él para tomar su comida en presencia de
Yahvéh. Entrará por el vestíbulo del pórtico y por
el mismo saldrá" (Ez 44,1-3).

Mientras se realiza en el atrio interior (Ez 46,19s) la


inmolación de las víctimas, el pueblo era admitido a

12 "La Fiesta" no es la fiesta de la Pascua; es la fiesta de la


recolección (Ex 23,16; 34,22) que el Deuteronomio llama "Sukkot"
(Dt 16,13), de las "Cabañas", de las "Tiendas", que es el nombre que
se le ha quedado.
1, Compárese con el "estrado" del rey, en 2 Cro 6,13 y en 2 R 16,
18 (griego).
212 UNA LITURGIA NUEVA

aproximarse simplemente al pórtico oriental de ese atrio


para prosternarse sobre el umbral (Ez 46,3); el monar­
ca, en cambio, penetra en el interior y ve de cerca a los
sacerdotes oficiar las ceremonias sagradas; permanece
sin embargo a la entrada, arrimado al batiente de la
puerta.

Así dice el Señor Yahvéh: "El pórtico del atrio


interior que mira a oriente estará cerrado los seis
días laborables. El sábado se le abrirá, así como el
día de la luna nueva; y el príncipe entrará desde
el exterior por el vestíbulo del pórtico y se queda­
rá de pie junto a las jambas del pórtico. Entonces
los sacerdotes ofrecerán su holocausto y su sacri­
ficio de comunión. El se postrará en el umbral del
pórtico, luego saldrá, y no se cerrará el pórtico has­
ta la tarde. Y el pueblo de la tierra se postrará
ante Yahvéh a la entrada de este pórtico, los sá­
bados y los días de luna nueva" (Ez 46,1-3).

Y también: cuando el príncipe ofrece algún sacri­


ficio voluntario, su ofrenda no la reciben los levitas que
se encargan en el atrio exterior de los sacrificios del
pueblo (Ez 46,24); sino que es confiada a los sacerdotes
que la ofrecen sobre el altar en presencia del príncipe
donante, admitido en tal ocasión a franquear la puerta
del atrio.

Cuando el príncipe ofrezca un holocausto volun­


tario o un sacrificio de comunión voluntario a Yah­
véh, se le abrirá el pórtico que mira a oriente, ofre­
cerá su holocausto y su sacrificio de comunión, de
la misma manera que el día de sábado, saldrá lue­
go, y el pórtico se cerrará en cuanto haya salido
(Ez 46,12).
EL SANTUARIO 213

El misterio de la Presencia

¿Y qué viene a ser al fin ese misterio en el que la


muchedumbre no puede participar más que de lejos,
aunque haya subvencionado por sí misma con sus ma­
gras cosechas (Ez 44,30) el costo de la fábrica? ¿Cuál es
entonces esa realidad sagrada a la que sólo el príncipe
puede aproximarse con extremadas reservas y con la
plena consciencia de que allí todo está por encima de su
gusto y parecer?
Ese misterio, esa realidad, son una presencia, una
vida. Es la presencia del Señ.or que habita en su casa,
el santuario; es la vida cultual, intensa en aquellos
atrios, y cuyos efectos irradian hasta lo más apartado
del país (Ez 47,8).

El santuario

Pero por lo pronto, ¿qué santuario es éste en cuyo


seno reside la vivificante Presencia? ¿Qué lugar es éste
tan santo que el profeta nos describe con la minuciosi­
dad de un liturgista como si en cada rúbrica estuvieran
en juego valores fundamentales?

Y tú, hijo de hombre, describe este Templo a la


casa de Israel, para que queden avergonzados de
sus culpas y tomen nota de su plano. Si se aver­
güenzan de toda su conducta, enséñales la forma
del Templo y su plano, sus salidas y sus entradas,
su forma y todas sus disposiciones, toda su forma
y todas sus leyes. Pon todo esto por escrito ante
sus ojos, para que guarden con exactitud todas sus
leyes y todas sus disposiciones, y las pongan en
práctica. Este es el fuero del Templo: En la cum­
bre del monte, todo el territorio en su ámbito es
santísimo. Tal es el fuero del Templo (Ez 43,10-12).
214 UNA LITURGIA NUEVA

A este santuario, una palabra lo caracteriza: está se­


parado. Emplazado en el corazón de un país que con
fronteras precisas queda diversificado cuidadosamente
de los pueblos vecinos (Ez 48,1.28) y cuyas tribus se re­
parten el suelo; está además en el seno de un cuadrilá­
tero "reservado" dice Ezequiel (Ez 45,1). Tres bandas pa­
ralelas de anchura desigual dividen horizontalmente
ese cuadro ; la banda del medio destinada a los sacer­
dotes (Ez 45,3s) lleva en su centro el santuario. Separado
incluso de la Ciudad situada (Ez 45,6) en la tercera zona
del cuadrilátero, el santuario está rodeado todavía de un
cinturón de tierras, de cincuenta codos de ancho, que
aísla de toda vecindad profana aquel santo lugar (Eze­
quiel 45,2).
Igual que los santuarios antiguos 74, y que el monte
Sinai (Ex 19,12), la Casa está ceñida de un muro que la
cerca y cuyo destino primordial es "separar lo sagrado
de lo profano".

Y he aquí que por el exterior de la Casa había


un muro, todo alrededor (Ez 40,5) ... para separar
lo sagrado de lo profano (Ez 42,20).

Ese muro debe estar exento de toda medianería que


sólo podría acarrear una "profanación de lo sagrado"
(Ez 43,7-9). Está atravesado por tres pórticos, tres im­
portantes monumentos que tienen la maciza grandeza
de esas puertas de las ciudades antiguas destinadas a
vigilar la entrada.
Canalizada por las siete gradas que había de subir
(Ez 40,22) 75, la multitud, atravesando el pórtico pasaba

,. Véase R. DE VAux, Les institutions... , t. II, p. 93.


75 La elevación creciente de las tres principales partes del san­
tuario sugiere también la misma idea de separación, de trascenden­
cia. Siete gradas alzaban el atrio exterior sobre el suelo (Ez 40,22),
ocho gradas el atrio interior sobre el primero (Ez 40,31), Y diez gra­
das el santuario sobre el último atrio (Ez 40,49).
EL SANTUARIO 215

entre dos filas de tres lonjas cada una, donde la vigila­


ban porteros 76 encargados de descubrir "al impuro" ex­
tranjero que intentara deslizarse.

Yahvéh me dijo: "Hijo de hombre, presta aten­


ción, mira bien y escucha atentamente lo que te
voy a decir acerca de todas las disposiciones de
la Casa de Yahvéh y de todas sus leyes. Te fijarás
bien en lo que respecta a la admisión en la Casa y
a la exclusión del santuario" (Ez 44,5).

Cuando el pueblo había desembocado en el primer


atrio (el atrio exterior) permanecía alli bajo las mira­
das de los observadores; estaban disimulados por las
celosías de innumerables ventanas (Ez 40,16.25.29, etc.)
y espiaban a los visitantes del santuario, vigilando cuida­
dosamente cada uno de sus gestos, porque:

Los que entren por el pórtico septentrional para


postrarse, saldrán por el pórtico meridional, y los
que entren por el pórtico meridional saldrán por
el pórtico septentrional. Nadie volverá a salir por
el pórtico por donde entró, sino que saldrá por el
de enfrente (Ez 46,9).

Diseminado por el atrio, el pueblo se ocupaba enton­


ces de las víctimas que había traído para proceder a su
inmolación.
¿Que se trataba de un holocausto? La victima era
degollada sobre una de aquellas mesas que el narrador
sitúa abajo en el vestíbulo, a cada lado de la rampa que
lleva al atrio interior:

Y en el vestíbulo del pórtico había, a cada lado,


dos mesas para inmolar sobre ellas el holocausto,

,& Véase una lista de ese personal afecto a las puertas del Tem­
plo en 1 Cro 26,1-28, y las endechas de uno de esos porteros en el
destierro, en Sal 84.
216 UNA LITURGIA NUEVA

el sacrificio por el pecado y el sacrificio de expia­


ción. Por el lado exterior de quien sube hacia la
entrada del pórtico, al norte, había dos mesas, y al
otro lado, hacia el vestíbulo del pórtico dos mesas ...
Sobre las cuales se colocaban los instrumentos con
los que se inmolaba el holocausto y el sacrificio.
Las ranuras, de un palmo de anchura, estaban dis­
puestas en el interior, todo en torno. Sobre estas
mesas se ponia la carne de las ofrendas (Ez 40,39-
43).

Esas mesas de piedra labrada tenían un reborde des­


igual previsto sin duda para cuando corriera la sangre.
Sobre ellas, los instrumentos con los que cada cual de­
gollaba la víctima que traía, a menos que intervinieran
los levitas en los casos de sacrificios públicos (Ez 44,11).
En una sala determinada (Ex 40,38) que desemboca­
ba en el vestíbulo del pórtico que llevaba al atrio inte­
rior, se lavaba la víctima ya degollada. Aunque nada se
dice de la continuación del sacrificio, sabemos sin em­
bargo que los sacerdotes eran los únicos habilitados
para "acercarse a la mesa" (Ez 44,16) para "ofrecer la
grasa y la sangre" (Ez 44,15). Por consiguiente el holo­
causto lo terminaban sus manos.
¿ Terminaban también ellos los otros sacrificios? Sí;
por lo menos algunos: ya porque los sacerdotes hubie­
ran de hacer la misma ceremonia ritual de la ofrenda
de la grasa y de la sangre (Ez 44,15: Ezequiel no precisa
nada), ya porque hubieran de apropiarse la parte de la
victima que les estaba reservada:

Ellos (los sacerdotes) comerán la oblación, el sa­


crificio por el pecado y el sacrificio de expiación.
Todo lo que sea consagrado al anatema en Israel
será para ellos. Lo mejor de todas vuestras primi­
cias y de toda clase de ofrendas reservadas que
ofrezcáis, será para los sacerdotes; y lo mejor de
vuestras moliendas, se lo daréis a los sacerdotes,
EL PERSONAL DEL SANTUARIO 217

para que la bendición repose sobre vuestra casa


(Ez 44,29s),

antes de que cualquier otra parte sea dejada para


el pueblo.

El personal del santuario

Porque con ocasión de un "sacrificio pacífico" o de


un "sacrificio de comunión", la familia del oferente o
la nación entera, si se trataba de una ceremonia públi­
ca ( cf. Ez 44,3) tomaba parte en una comida común; en
ella se tomaba la carne de las víctimas, aderezada en las
cocinas del santuario. Los propios sacerdotes son los
que habían seguido esa prescripción litúrgica:

Me dijo: "Este es el lugar donde los sacerdotes


cocerán las victimas de los sacrificios de expiación
y de los sacrificios por el pecado, y donde coce­
rán la oblación, a fin de que no se saque nada al
atrio exterior" (Ez 46,20);

... reemplazados por sirvientes para los "sacrificios


del pueblo". Porque el profeta, que decididamente no
olvida nada, les apercibe más abajo de que los sacer­
dotes en un ángulo del atrio interior (Ez 46,20), y los
levitas en los pequeños patios situados en los cuatro án­
gulos del atrio exterior, se afanen en los fogones donde
se cuece, se asa o se frie la carne de las víctimas o la
masa de los panes ya ofrecidos sobre el altar:

En los cuatro ángulos del atrio había cuatro pe­


queños patios... Una pared de piedra cercaba los
cuatro, y en la parte baja de la pared había levan­
tados unos fogones, todo alrededor. Y me dijo:
"Estos son los fogones donde los servidores de la
Casa cocerán los sacrificios del pueblo" (Ez 46,22-24).
218 UNA LITURGIA NUEVA

En cuanto a los levitas que vamos a presentar ahora,


el texto los asimila a los "sirvientes del Templo"; los ve
como "porteros" (Ez 44,11) que filtran escrupulosamente
las entradas. Agrupados en lo interior de las lonjas que
dividen los pórticos (Ez 40,47, etc.), ocultos tras las ce­
losías de las ventanas (Ez 40,16, etc.), vigilan a la mu­
chedumbre que pulula en el atrio, se fijan en sus idas y
venidas, reglamentan las salidas y las entradas (Ez 44.
5.11). Es que los incircuncisos habían de ser rigurosa­
mente excluidos del santuario:

Así dice el Sefíor Yahvéh: "Ningún extranjero,


incircunciso de corazón y de cuerpo, entrará en mi
santuario, ninguno de los extranjeros que viven en
medio de los israelitas" (Ez 44,9).

En cuanto a los circuncisos, como ya hemos visto, si


entraban por una puerta debían salir por la de enfren­
te (Ez 46,9). No les faltaría por cierto un complicado
trabajo a los levitas-porteros.
El texto que estamos viendo y cuya inspiración es
compleja, recuerda una sola vez que los levitas son "sa­
cerdotes" (Ez 40,45); pero mucho más recuerda que con­
temporizaron antaño con los idólatras de Israel (Ez 44,
10) llegando hasta empujar al pueblo hacia el mal (Eze­
quiel 44,12). Sin duda que serían a manera de ecónomos
de santuarios provinciales, de culto primitivo muy orto­
doxo y muy oficial, y progresivamente degradado por la
vecindad de los santuarios cananeos: de hecho con el
tiempo esos santuarios llegaron a ser sitios notables más
o menos ignominiosos. El libro de Ezequiel los tacha a
todos con la misma ignominia y quiere que esos levitas
sean mantenidos en una escala inferior del clero metro­
politano (Ez 44,15). Se los define pues diciendo que ha­
cen "el ministerio (servicio) de la Casa" (Ez 40,45), que
quedan establecidos como "encargados de ejercer el mi-
EL PERSONAL DEL SANTUARIO 219

nisterio en la Casa, en lo que atañe a su servicio y a todo


lo que allí se hace" (Ez 44,14), y en fin que "estarán a
disposición del pueblo para servirle" (Ez 44,11):

En cuanto a los levitas, que me abandonaron


cuando Israel se descarriaba lejos de mí para ir en
pos de sus ídolos, soportarán el peso de sus delitos.
Serán en mi santuario los encargados de la guardia
de las puertas de la Casa y ministros del servicio
de la Casa. Ellos inmolarán el holocausto y el sa­
crificio por el pueblo, y estarán a su disposición
para servirle. Por haberse puesto a su servicio de­
lante de sus ídolos y haber sido para la casa de Is­
rael una ocasión de pecado, por eso, yo levanto la
mano contra ellos, y soportarán el peso de sus de­
litos. No se acercarán más a mi para ejercer ante
mí el sacerdocio ni para tocar mis cosas santas y
las cosas sacratisimas: soportarán el peso de su ig­
nominia y de sus prácticas abominables. Les en­
cargaré de ejercer el ministerio de la Casa, en lo
que atañe a su servicio y a todo lo que allí se hace
(Ez 44,10-44).

Por su parte, los sacerdotes de "entre los hijos de


Leví" (Ez 40,46), llamados "sacerdotes levitas" (Ez 43,19),
son los hijos de Sadoq 77: origen glorioso que el profeta
recuerda con verdadero placer (Ez 40,46; 43,19; 44,15;
48,11). Y eso porque entiende que la línea de Sadoq per­
maneció firmemente dócil al puro yahvismo, "que
cumplieron mi ministerio en el santuario cuando los
israelitas se descarriaban lejos de mí" (Ez 44,15), y quiere
verla colmada de privilegios inauditos.

11 Sobrepujado en el entorno de David por otro sacerdote, Abia­


tar (1 S 22,20-23), apenas si Sadoq se hace notar cerca del Joven rey,
Desde el traslado del Arca a Jerusalén, toma el puesto primero y
lo conserva (2 S 15,24-29). Partidario oportuno del propicio Salomón,
desbanca definitivamente a su colega sacerdotal amigo del infortu­
nado Adonias (1 R 1,7), bien pronto desterrado por el nuevo mo­
narca. Sadoq permanece solo, con los suyos, al servicio del santuario
principal de Jerusalén.
220 UNA LITURGIA NUEVA

Los "hijos de Sadoq" no están sujetos al servicio de


la Casa, dedicados al servicio del pueblo; "se acercan a
Yahvéh para servirle" (Ez 40,46). Pueden penetrar en
el santuario (Ez 44,16), "estarán en presencia del Señor"
(Ez 44,15). "Desempeñan el ministerio del altar" (Ez 40,
46), "ofreciendo la grasa y la sangre" (Ez 44,15). En un
lugar reservado (Ez 46,20) ellos son los que "cocerán las
víctimas de los sacrificios de expiación y de los sacrifi­
cios por el pecado, y cocerán la oblación" (Ez 46,20). A
ellos revierte con prioridad el derecho de consumir cier­
tas víctimas (Ez 44,29) y pueden reservarse lo mejor de
las ofrendas que se hagan en el Templo (Ez 44,30).
Encargados de las funciones rituales, son, como lo
fueron sus predecesores (Dt 33,10), responsables de la
instrucción religiosa del pueblo; su programa tan breve
como sustancial, se resume en pocas palabras: "Enseña­
rán a mi pueblo a distinguir lo sagrado de lo profano
y le harán saber la diferencia entre lo puro y lo impu­
ro" (Ez 44,23). Y eso significa que le enseñarán a distin­
guir lo sagrado que ha entrado en la esfera de lo divino
por el culto, de lo profano que permanece aún extraño
a ese mundo "santificado"; que le enseñarán a distin­
guir lo que es impuro y por consiguiente de modo radi­
cal inepto para toda consagración y para toda santidad
ritual, de lo que es puro y susceptible mediante los ritos
consecratorios de ser santificado.
Instruidos en la tradición jurídico-litúrgica de Is­
rael, han de dirimir, inspirándose en las decisiones y en
los decretos divinos, los casos de conciencia que les sean
presentados por el pueblo (Ez 44,24): dudas sobre el gra­
do de "santidad" de tal o cual objeto, sobre la "impu­
reza" de tal cosa, de este animal, de aquella enferme­
dad, etc. (cf. Lv 13-14).
En el recinto del santuario tienen destinado un lo­
cal (Ez 40,46), así como salas especiales (Ez 46,19); alli
EL PERSONAL DEL SANTUARIO 221

es donde consumen la porción de las víctimas que les


está acordada (Ez 42,13), donde dejan sus ornamentos
cuando los sacrificios han terminado (Ez 44,19) y se vis­
ten otra vez sus ropas profanas (Ez 42,14). Esos orna­
mentos son de lino (Ez 44,17); comprenden un turbante
y el efod tradicional, que el profeta ni se preocupa de
mencionar, puesto sin cinturón sobre una vestidura in­
terior (Ez 44,18) que ya hacía necesaria el progreso del
sentido del pudor (cf. Ex 20,26). Los sacerdotes no ten­
drán la cabeza rasurada, "ni dejarán crecer libremente
su cabellera, sino que se cortarán cuidadosamente el
pelo" (Ez 44,20). Cuando vayan a cumplir el servicio li­
túrgico, se abstendrán de vino.

Pero los sacerdotes levitas, hijos de Sadoq, que


cumplieron mi ministerio en el santuario cuando
los israelitas se descarriaban lejos de mí, ellos sí se
acercarán a mi para servirme, y estarán en mi pre­
sencia para ofrecerme la grasa y la sangre, oráculo
del Señor Yahvéh. Ellos entrarán en mi santuario
y se acercarán a mi mesa para servirme; ellos se
encargarán de mi ministerio.
Cuando entren por los pórticos del atrio interior,
llevarán puestos hábitos de lino; no llevarán ves­
tidos de lana cuando oficien en los pórticos del
atrio interior, y en la Casa. Llevarán en la cabeza
turbantes de lino, y fajas de lino a los riñones; no
se ceñirán nada que transpire el sudor. Cuando sal­
gan al atrio exterior, donde el pueblo, se quitarán
las vestiduras con que hayan oficiado, las dejarán
en las salas del Santo, y se pondrán otros vestidos
con el fin de no santificar al pueblo con sus ves­
tiduras.
No se raparán la cabeza, ni dejarán crecer libre­
mente su cabellera, sino que se cortarán cuidado­
samente el pelo. Ningún sacerdote beberá vino el
día que tenga que entrar en el atrio interior (Eze­
quiel 44,15-21).
222 UNA LITURGIA NUEVA

Estos "hijos de Sadoq" no podrán tomar por esposa


más que a una virgen o a la viuda de un sacerdote (Eze­
quiel 44,22). Deberán evitar cuidadosamente comer de
cualquier animal encontrado muerto o desgarrado en el
campo (Ez 44,31); evitar también el contacto y hasta la
simple proximidad de un cadáver, a no ser que se trate
de un miembro de la familia: "un padre, una madre,
un hijo, una hija, un hermano, o una hermana no ca­
sada" precisa Ezequiel poco amigo de dejar nada a la
improvisación; podrán entonces aproximarse, pero no
sin verse obligados a minuciosos ritos de purificación
cuya duración venía a ser de ocho días (Ez 44,25-27).
Sólo Yahvéh es la herencia y parte de estos sacer­
dotes; privilegiados por la ascendencia y la función
(Ez 44,28), poseen ciertamente un terreno. Es una ban­
da rectangular, de veinticinco mil codos de larga por
diez mil de ancha (Ez 45,3s), situada en el interior del
cuadrilátero consagrado en cuyo centro estaba el san­
tuario (Ez 48,9-12), justamente en el medio del terreno
de los sacerdotes.
Tales son los "reservados" del Señor, los ciudadanos
cabales de la Casa que adscritos al "servicio del altar"
(Ez 40,46) presiden las celebraciones litúrgicas del san­
tuario.
¿Pero qué celebraciones son ésas? ¿En qué consiste
la liturgia del santuario?

La liturgia del santuario

Cada mañana, nos dice el profeta, se celebraba un


holocausto, con un cordero de un año, al que se junta la
oblación: un sexto de medida de harina (siete litros y
medio, porque la medida eran cuarenta y cinco litros)
mezclado con un tercio de sextario de aceite (dos litros
LA LITURGIA DEL SANTUARIO 223

y medio, porque el sextario eran siete litros y medio)


para amasar la flor de harina (Ez 46,13-15).
Cada sábado se celebraba un rito más solemne, más
o menos parecido al de los novilunios el primer día del
mes lunar. Aquella mañana, la puerta oriental del atrio
interior, cerrada durante los seis días laborables, se abría
hasta la tarde (Ez 46,ls) y el pueblo venía a postrarse
sobre el umbral (Ez 46,3). El príncipe podía adelantarse
primero y asistir, en el atrio interior, arrimado a la puer­
ta de entrada, a los sacrificios: holocaustos y sacrificios
pacíficos; un holocausto de "seis corderos sin defecto y
de un carnero sin defecto", completado con "la oblación
de una medida (de harina) por carnero" y por los cor­
deros con una oblación fijada "según la generosidad de
su mano"; todo ello rociado con un sextario de aceite por
medida. Después de lo cual, habiéndose prosternado, sa­
lía el príncipe sin que la puerta se cerrara tras él (Ez 46,
2); y salía como había entrado, sin formalidades espe­
ciales, en medio del pueblo (Ez 46,10).
Al contrario, en el novilunio, el príncipe presentaba
para el holocausto, "un novillo sin defecto, seis corde­
ros y un carnero sin defecto", a lo cual se añade "la obla­
ción de una medida (de harina) por novillo y de una me­
dida por carnero; por los corderos, lo que pueda" (Eze­
quiel 46,4-7).
En tanto que el príncipe estaba autorizado para en­
trar en el santuario y salir de él por la misma puerta
(Ez 46,8), el pueblo debía en tiempo de las solemnidades,
utilizar dos puertas opuestas, siguiendo por consiguien­
te el recorrido previsto en una especie de procesión que
habría de ser lo más ordenada posible (Ez 46,9). Con
ocasión de las fiestas de segundo orden, el rito sacrifi­
cial es el mismo que para los novilunios (Ez 46,11). Pero
para las dos grandes fiestas, las diferencias son nota­
bles.
224 UNA LITURGIA NUEVA

El ritual de la fiesta que es "para vosotros la Pas­


cua" va descrito con bastante amplitud. Llegado el pri­
mer mes, a partir del día catorce, la solemnidad dura
siete días (Ez 45,21). Durante ese tiempo se comen panes
ázimos:

El día catorce del primer mes será para vosotros


la fiesta de la Pascua. Durante siete días se come­
rá el pan sin levadura. Aquel día, el príncipe ofre­
cerá por él mismo y por todo el pueblo de la tierra
un novillo en sacrificio por el pecado. Durante los
siete días de la fiesta, ofrecerá en holocausto a
Yahvéh siete novillos y siete carneros sin defecto,
cada uno de los siete días, y en sacrificio por el pe­
cado, un macho cabrío cada dia. Y como oblación,
ofrecerá una medida por novillo y una medida por
carnero, y de aceite un sextario por medida (Eze­
quiel 45,21-24).

Pero en el "séptimo mes, en el día quince del mes"


viene "la Fiesta", llamada así desde hacia tanto tiempo
( 1 R 8,2.65) y de la que mucho más tarde se dirá que es
"la fiesta más santa y la más grande entre los hebreos 78:
es la fiesta de las Tiendas, que el profeta llama en su
época "la Fiesta". Aunque muy solemne, su ritual está
sin embargo resumido en pocas palabras: del mismo
modo que hizo el príncipe en la Pascua, así lo hará aquí:
"durante siete días: ofreciendo el sacrificio por el pe­
cado, el holocausto, la oblación y el aceite" (Ez 45,25).
El "costumbrero-profético" del "ceremoniario", Eze­
quiel, precisa el rito que se ha de seguir en el caso de
una ofrenda voluntaria del principe, "holocausto o sa­
crificio pacífico voluntario para el Señ.or". En esas cir­
cunstancias,

78 FLAVIO JOSEFO, Ant. Jud. VIII. 4,1; cf. R. DE VAUX, Les ins­
titutions..., t. II, p. 398.
LA LITURGIA DEL SANTUARIO 225

se le abrirá al príncipe el pórtico que mira a


oriente, ofrecerá su holocausto y su sacrificio de
comunión, de la misma manera que el día de sá­
bado, saldrá luego, y el pórtico se cerrará en cuan­
to haya salida (Ez 46, 12).

Al fin vienen algunas descripciones litúrgicas excep­


cionales; primero la consagración del altar. Aquel día,
dice a Ezequiel el guía misterioso que le hace visitar el
santuario futuro (cf. Ez 40,3),

"A los sacerdotes levitas... les darás un novillo


en sacrificio por el pecado. Tomarás su sangre, y
rociarás los cuatro cuernos (del altar), los cuatro
ángulos del zócalo y el borde todo alrededor. Así qui­
tarás el pecado y harás expiación por él. Luego to­
marás el novillo del sacrificio por el pecado: se le
quemará en una dependencia de la Casa, fuera del
santuario. El segundo día, ofrecerás un macho ca­
brio sin defecto en sacrificio por el pecado y se qui­
tará el pecado del altar como se hizo con el novi­
llo. Cuando hayas acabado de quitar el pecado,
ofrecerás un novillo sin defecto y un carnero sin
defecto tomado del rebaño. Los ofrecerás delante
de Yahvéh, y los sacerdotes les echarán sal y los
ofrecerán en holocausto a Yahvéh. Durante siete
días ofrecerás el macho cabrio del sacrificio por el
pecado, cada día; se hará también el sacrificio del
novillo y del carnero sin defecto tomado del reba­
fio. Así, durante siete días se hará la expiación del
altar, se le purificará y se le consagrará. Pasado
este período, desde el día octavo en adelante, los
sacerdotes ofrecerán sobre el altar vuestros holo­
caustos y vuestros sacrificios de comunión. Y yo os
seré propicio" (Ez 43,19-27),

porque tales son, en la apreeciación de Ezequiel,

Las disposiciones del altar el dia en que sea eri­


gido para ofrecer en él el holocausto y derramar la
sangre (Ez 43,18).
EZEQUIEL.-15
226 UNA LITURGIA NUEVA

Y como liturgia privada, aunque también compleja:


el rito de reincorporación a sus funciones litúrgicas del
sacerdote que quedó impuro por algún cadáver y fue
purificado mediante unas ceremonias a las que no se
hace alusión: del sacerdote se nos dice,

Después de haberse purificado, se contará una


semana, y luego, el día en que entre en el Santo,
en el atrio interior para oficiar en el Santo, ofrece­
rá su sacrificio por el pecado (Ez 44,26s).

La fuente de agua viva

Atento a consignar escrupulosamente en sus rúbricas


las prescripciones más minuciosas, Ezequiel no pierde
de vista sin embargo el sentido profundo de la litur­
gia. Ciertamente, nadie ha expresado mejor que él, con
palabras más convencidas y ayudándose de una imagi­
nería más poética-quién lo iba a pensar en el rubricis­
ta Ezequiel.. .-la eficacia vital y vivificante de estos ri­
tos que purifican, que santifican. De estos ritos-cabria
decir-que hacen pasar del campo de lo que está muer­
to, de lo que es mortal, morboso, a la esfera de lo que es
vida, a la Vida, al campo de Aquel que es la Vida.
Siguiendo a aquel antiguo poeta que hacia tiempo,
iluminado más por los ojos del corazón que por los del
cuerpo, contemplaba a Sión toda ella "recreada" por
los brazos de un río abundante (Sal 46,5), Ezequiel ve
salir de los fundamentos del Templo una fuente (Ez 47,
2). Sin duda era costumbre antigua de las gentes de
Canaán y de otras partes "reconocer como una mani­
festación de la presencia o de la acción divina a las
fuentes que fecundan la tierra" 79,

79 R. DE VAUX, Les institutions ... , t. II, p, 98.


LA FUENTE DE AGUA VIVA 227

La teología de Ezequiel se colorea espontáneamente


con estas imágenes tan antiguas y de tan viva belleza
sin embargo; y en el momento de anunciar qué reno­
vación de vida hace saltar para todo el pueblo la inefa­
ble presencia del Sefior celebrado en su templo, se ofre­
ce a la imaginación del profeta el cuadro de una Pales­
tina maravillosamente fertilizada por el agua que corre
impetuosa de los cimientos de ese lugar en el que Dios
habita, donde se celebra su culto (Ez 47,1-12).

He aquí que debajo del umbral de la Casa salia


agua, en dirección a oriente, porque la fachada de
la Casa miraba a oriente. El agua bajaba de deba­
jo del lado derecho de la Casa, al sur del altar.
(Ez 47,1).

Saltaba pues esa fuente, esa oleada, esa inunda­


ción... Ya no es aquel apacible fontanar que corría hace
tiempo del flanco de la sagrada colina (Is 8,6) y que
rudimentarios acueductos canalizaban fácilmente; es
una oleada inmensa. A los mil codos, siente el profeta
que el agua le llegaba hasta los tobillos; a los otros mil,
hasta las rodillas; a los otros mil, hasta la cintura; a
los otros mil, el profeta que no quiere nadar, o quizá ni
sabría, no se atreve a avanzar:

El agua había crecido, hasta hacerse un agua de


pasar a nado, un torrente que no se podía atrave­
sar (Ez 47,5).

En esta agua que así fluye, la abundancia sólo es


igual a su eficacia vivificante. A lo largo del torrente
germinan de súbito,

... gran cantidad de árboles, a ambos lados (Eze­


quiel 47,7) ... a una y otra margen, toda clase de ár­
boles frutales cuyo follaje no se marchitará y cu-
228 UNA LITURGIA NUEVA

yos frutos no se agotarán: producirán todos los


meses frutos nuevos, porque esta agua viene del
santuario. Y sus frutos servirán de alimento, y sus
hojas de medicina (Ez 47,12).

Es más sin duda que aquella otra agua, ya super­


abundante, que manaba antafi.o de la roca del Exodo
(Ex 17,1-7); es tanto como el caudal del jardín de Edén
(Gn 2,10-14) que hace germinar hoy como ayer, árbo­
les de frutos maravillosos que comunican o devuelven la
vida (Gn 2,8s; Ap 21,6; 22,ls).
El torrente sigue su curso; sus aguas

... van hacia la región oriental, bajan a la Arabá,


desembocan en el mar, en el agua hedionda, y el
agua queda saneada. Por dondequiera que pase el
torrente, todo ser viviente que en él se mueva vi­
virá. Los peces serán muy abundantes, porque alli
donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida
prospera en todas partes adonde llega el torrente
(Ez 47,8s}.

Desérticas antes e inhumanas, las mismas riberas de


ese mar reendulzado se pueblan de gentes activas y ale­
gres por el provechoso trabajo al que se entregan:

A sus orillas vendrán los pescadores; desde En­


gadi hasta Enegláyim se tenderán redes. Los peces
serán de la misma especie que los peces del mar
Grande (Mediterráneo}, y muy numerosos (Eze­
quiel 47,10).

Persisten sin embargo acá o allá aparte del endul­


zamiento y purificación que obra el torrente, algunas
marismas, lagunas o salinas. Ya se sabe la razón: el
prudente y minucioso Ezequiel. poco amigo de improvi­
sar, no ha olvidado que la liturgia del templo reclama­
ba sal (Ez 43,24). Y esa sal de las rúbricas hay que en­
contrarla en un lugar adecuado ...
YAHVEH ESTA ALLÍ 229

Yahvéh está alli

¿De dónde le viene su eficacia a esta agua que hace


brotar la vida? "Esta agua viene del santuario" (Ez 47,
12), nos dice Ezequiel que contempla en el propio san­
tuario una extraña visión. Llevado por ese testigo de
otro mundo, que le sirve de guía, "hacia el pórtico que
miraba a oriente" (Ez 43,1), de pronto "he aquí que la
Gloria del Dios de Israel llegaba de la parte de oriente,
con un ruido como el ruido de grandes aguas, y la tie­
rra resplandecía de su Gloria". La visión, prosigue el
profeta,

... era como la v1s1on que yo había visto cuando


vino para la destrucción de la ciudad, y también
como la que había visto junto al río Kebar. Enton­
ces cai rostro en tierra (Ez 43,2s).

Ya sabemos que "a orillas del río Kebar" (Ez 1,1.3;


3,15,23; 10,15.20.22) Ezequiel había visto venir a él, al
desterrado, al relegado sin esperanza en tierra extraña
e "impura" (cf Sal 137,4) la Gloria de Yahvéh (Ez 1,28;
3,12.23) aún más centelleante, rodeada de un resplan­
dor de relámpago que ni siquiera había visto antaño en
el templo de Sión su predecesor profético Isaías. Es la
que de nuevo aparece con resplandor creciente y radio­
so. ¿No brilla acaso la tierra entera con su luz esplendo­
rosa? Y el ruido que en tiempos sacudió como si fueran
de paja los muros del santuario de Isaías (Is 6,4), ¿no
tiene hoy la amplitud de un "ruido de grandes aguas"?
(Ez 43,3).
Pero mientras la aparición de Isaías y la primera vi­
sión percibida por "el hijo de Buzí" (Ez 1,3) manifesta­
ban la venida, ya comenzada, de un tiempo de severida­
des para Sión (Is 6,9-13), el día del exterminio-para
230 UNA LITURGIA NUEVA

esa ciudad culpable (Ez 10,11) que el Señor no podia


menos de abandonar; tan insoportable le era su cerca­
nía (Ez 11,22-25)-; la nueva visión es signo de otra rea­
lidad. Pasando por la puerta oriental (Ez 11,23), la Glo­
ria habia huido de Jerusalén y abandonado el santua­
rio; y he aquí que ahora rehaciendo el mismo camino
en sentido inverso, la Gloria

entró en la Casa por el pórtico que mira a oriente ...


y he aquí que la Gloria de Yahvéh llenaba la Casa
(Ez 43,4s; cf. 44,4).

Conturbado Ezequiel se postra rostro en tierra; una


voz le llama. No es ya la voz del guía que está al lado
del profeta: la voz viene del interior del santuario (Eze­
quiel 43,6). Es la voz del Señor. Que le dice:

"Hijo de hombre, éste es el lugar de mi trono, el


lugar donde se posa la planta de mis pies. Aquí ha­
bitaré en medio de los hijos de Israel para siempre"
(Ez 43,7).

Frase corriente, al parecer, frase sencilla y cuya mis­


ma sencillez bien pudiera esconder la sublimidad. ¿Hay
palabra más simple y usadera que "habitar"? ¿Y hay
sin embargo misterio más sublime que esta "habita­
ción" de Dios en medio de su pueblo? Ya sabemos cómo,
un día, para esbozar toda la significación, la profundi­
dad y la riqueza del misterio de la Encarnación, Juan
dirá de Dios que "puso su morada entre nosotros" (Jn 1,
14). Ezequiel que no sabe hasta qué grado de intimidad
llevará Dios al realismo de su habitación entre los hom­
bres (cf. el Evangelio ... ) sabe sin embargo que en
adelante y sin que acontecimiento alguno pueda impe­
dirle "realizar esa convivencia", Yahvéh habita "en me­
dio de los hijos de Israel para siempre" (Ez 43,7).
YAHVEH ESTA ALLÍ 231

De esa habitación, Ezequiel ha captado la realidad


y la "soberana eficacia" contemplando la lucha de la
fuente, que salta impetuosa de la Casa, con el desierto es­
téril y con las aguas mortíferas del Mar Salobre. Lucha
rápida, victoria instantánea: el desierto, fertilizado; las
aguas, saneadas.
Pero el profeta ve que este vigor vital se extiende con
la misma eficacia hasta los hombres: y eso por medio
del culto.
Porque es cierto que el altar, introducido gracias a
los ritos de que ha sido objeto (Ez 43,18-26) en el campo
del Dios-Vivo, llega a ser como el punto de encuentro
donde está ligado Yahvéh con su pueblo: "Los sacerdo­
tes ofrecerán sobre el altar vuestros holocaustos, y yo
os seré propicio" (Ez 43,27); sobre el altar se realiza la
comunión para una misma vida.
Es cierto también que el sacerdote (por citarlo sólo a
él) accidentalmente "desvitalizado" por el contacto de
un cadáver y quedando por ello "impuro", vuelve siem­
pre a encontrar, gracias a los ritos del santuario, vita­
lidad y "pureza".
Porque semejante a aquel desierto que empapado por
las aguas que fluyen del Templo se hace fértil, el pueblo
al participar en la nueva liturgia que dimana de la nue­
va Casa de Aquel cuya Santidad es Vida, queda purifi­
cado, santificado, vitalizado.
Dos palabras nos van a dar claramente el secreto
de vida tan excepcional: en la Ciudad edificada "sobre
un monte muy alto" (Ez 40,2), "Yahvéh sam. Yahvéh
está allí" (Ez 48,35).
INDICE

I. La ciudad se muere... La ciudad está muerta ... 11


El Próximo Oriente a merced de los caldeos ... 13
Los reyes de Judá ... ... ... ... ... ... ... ... ... 15
Joaquin ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 17
Sedecías ... ... ... ... ... ... ... ... . . . ... ... ... ... 18
Asedio y conquista de Jerusalén ... 22
Matanza y pillaje ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 24
II. Ante aquel horizonte de sangre y fuego, el diálogo
de un profeta con su pueblo ... ... ... ... ... 29
En tierra extraña ... ... ... ... ... ... ... 31
Los "falsos profetas" ... . .. ... ... ... .. . ... 37
El anuncio del castigo ... ... ... ... ... ... 38
La ruina ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 43
¿Fue condenado el pueblo? ... . .. ... ... ... 45

III. ¿Desorden enigmático ... , o hechicerta maravillo-


sista? ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 49
El laberinto de un libro ... ... ... ... ... ... ... ... 52
Separaciones y reagrupamientos artificiosos ... 54
Un autor y un libro vivos ... ... ... 55
IV. Un hombre: Ezequiel, hijo de Buzí . .. 59
Las circunstancias ... ... ... ... ... ... ... 63
Informado y erudito... ... ... ... ... ... 64
También poseía la ciencia de la abstracción. 66
En la confluencia de dos corrientes ... ... ... 68
234 ÍNDICE

V. Irrumpe la Gloria ... ... ... 71


La visión de Ezequiel ... 78
Y en adelante, profeta ... ... ... ... ... 86
VI. La misión de un profeta ... ... ... ... 89
En la línea de la tradición ... ... 91
Un innovador arcaizante ... ... ... ... ... ... 95
El profeta, vigía y constructor ... ... ... ... ... 98
VII. La historia de Israel y la manifestación del
Señor ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 103
El adulterio de Israel y la manifestación del
Señor ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 109
La historia de Israel y la revelación del Dios
Santo ... . .. ... ... ... ... ... ... ... 112

VIII. El amado que tenía corazón de piedra 119


Caminos descarriados, costumbres corrom-
pidas ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 121
Los pecados de Israel ... ... ... ·... 124
La idolatría ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 125
Las alianzas extranjeras ... ... ... ... ... ... 127
Significación del pecado de Israel ... 129
IX. "El castigo de las mujeres adúlteras" (Ez 16,38). 135
La visión de Jerusalén destruida ... ... ... 137
"Señales para la casa de Israel" (Ez 4,3) 142
Los agraces y la dentera 145
X. "A los ojos de las naciones" 151
La cronologia de los oráculos ... ... ... 154
El mundo visto desde "el centro de la tierra"
(Ez 38,12) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 156
"¡ Se acercan los castigos de la ciudad!"
(Ez 9,1) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 158
"Profanado entre las naciones" (Ez 36,22) 160
XI. El pueblo vivirá ... ... ... ... ... ... ... ... .. . ... 165
La vuelta del pueblo ... ... ... ... ... ... ... 168
"Un pastor que las apacentará" (Ez 34,23) 170
El príncipe, signo de la unidad encontrada
de nuevo ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 174
ÍNDICE 235

¡El día del que el Señor había hablado! 175


"Y viviréis" (Ez 37,14) . . . ... ... ... ... ... 177
El espíritu ... ... 178
El agua pura ... ... ... ... ... ... ... ... . .. 180

XII. Grandeza y desventuras de una nueva constitu-


ción ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 183
Estructura e historia de un texto. I. Ez 40,1-
43,12 ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 187
Estructura e historia de un texto. II. Ez 43,13-
48,35 ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 193

XIII. Para un mundo renovado, una liturgia nueva 199


Los alrededores de la Ciudad ... ... ... 203
El pueblo de la tierra ... ... ... ... ... ... 204
El estatuto del príncipe ... ... ... 206
El misterio de la Presencia ... ... ... ... 213
El santuario ... ... ... ... ... ... ... ... ... 213
El personal del santuario ... ... ... ... ... 217
La liturgia del santuario ... ... ... ... ... 222
La fuente de agua viva ... ... ... ... ... ... 226
Yahvéh está allí ... ... . .. ... ... ... ... ... ... 229
Nihil obstat: Francisco Pinero Jiménez. Madrid, 19 de junio de 1973.
Imprimase: Dr. José M.· Martin Patino. Pro-Vicario General.

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