Cuento para Oratoria
Cuento para Oratoria
Cuento para Oratoria
Había una vez un grupo de niños que habían quedado para jugar un
partido de fútbol por todo lo alto. Habían dedicido que cada uno
oficiales, y así, uno trajo el balón, otro el silbato, otro una portería,
otro los guantes del portero, las banderillas del córner, etc... Pero
eliminando lo que cada uno había traido para ver si se podía seguir
los porteros sin guantes, pero paraban igual de bien sin ellos; y
jugando...
Mientras jugaban, pasó por allí un señor con su hijo, y viéndoles
apps, que apenas atendían a sus clases de magia, y cada vez les
importaban menos los conjuros y hechizos. Solo les preocupaba llegar a ser
hacer los exámenes o demostrar lo que saben hacer con los videojuegos.
por aquí y por allá. Todos los concursantes eran expertos en el juego y
lanzarlo para derribar las construcciones y aplastar a los cerditos. Pero una
cosa era ser un experto en el juego, y otra cosa hacerlo de verdad: los
cartón, así que daba igual lo fuerte que cayeran sobre los cerditos, porque
las veían con el videojuego. Finalmente, ganó una brujita cuyo pájaro
perdió el pico de tanto reírse. El pico cayó desde lo alto y pinchó con
arma le hiciera dar vueltas como una peonza sin poder dejar de disparar…
tenían claro que dominar un juego no era lo mismo que saber hacer algo
real, y aceptaron sin protestar sus malísimas notas de aquel curso. Eso
entretenerse un rato.
Cuento
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Hacer brotar una única flor ya era algo muy difícil; los jóvenes debían estar
Entonces Milo descubrió en los ojos de Nika que ese trato tan majestuoso
secreto para cortar algunas flores. Así reduciría el tamaño del jardín y
apenas se notaba, cada noche tenía que comenzar más temprano y cortar
más rápido.
cortar todas las flores. Pero no pudo hacerlo. Cuando llevaba poco más
mismo, sabiendo que Milo sería más feliz con una vida más sencilla.
restantes, renunciando a ser reyes para siempre. Con la última flor, Milo
adornó el pelo de Nika. Casi amanecía cuando, agotados pero felices, se
jardín más grande que habían visto jamás, surgido cuando aquella
última flor rozó el suelo, porque nada hacía florecer con más fuerza
Un día un niño muy grande llegó a un pueblo que le pareció un poco especial. Toda la
gente era muy pequeña. El niño tenía mucha hambre y le dieron de comer.
Como el niño no encontró a sus padres en aquel pueblo, dio las gracias por la comida y ya
se iba a marchar para seguir buscando, cuando le dijeron que lo que había comido costaba
mucho dinero y que tendría que pagar por ello. Pero el dinero que tenía el niño no valía
para pagar en aquel pueblo.
Le dijeron que tendría que trabajar para pagarles su comida. El niño contestó que él no
sabía trabajar porque era un niño. Le contestaron que era demasiado grande para ser niño y
que podía trabajar mejor que nadie porque era un gigante.
Así que el niño que era muy obediente, se puso a trabajar. Como trabajó mucho le entró
mucha hambre y tuvo que comer otra vez. Y como estaba muy cansado tuvo que quedarse
allí a dormir. Y al día siguiente tuvo que trabajar otra vez para poder pagar la comida y el
alojamiento.
Cada día trabajaba más, cada día tenía más hambre y cada día tenía que pagar más por la
comida y la cama. Y cada día estaba más cansado porque era un niño.
La gente del pueblo estaba encantada. Como aquel gigante hacía todo el trabajo, ellos cada
día tenían menos que hacer. En cambio, los niños estaban muy preocupados: el gigante
estaba cada día más delgado y más triste. Todos le llevaban sus meriendas y las sobras de
comida de sus casas; pero aún así el gigante seguía pasando hambre. Y aunque le contaron
historias maravillosas no se le pasaba la tristeza.
Así es que decidieron que, para que su amigo pudiera descansar, ellos harían el trabajo.
Pero como eran niños, aquel trabajo tan duro les agotaba y además, como estaban siempre
trabajando no podían jugar, ni ir al cine, ni estudiar. Los padres veían que sus hijos estaban
cansados y débiles.
Un día los padres descubrieron lo que ocurría y decidieron que había que castigar al gigante
por dejar que los niños hicieran el trabajo pero cuando vieron llegar a los padres del niño
gigante, que recorrían el mundo en busca de su hijo, comprendieron que estaban
equivocados. El gigante ¡era de verdad un niño!
Aquel niño se fue con sus padres y los mayores de aquel pueblo tuvieron que volver a sus
tareas como antes. Ya nunca obligarían a trabajar a un niño, aunque fuera un niño gigante.