Cuento para Oratoria

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Cuento

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 El árbol y las verduras

Había una vez un grupo de niños que habían quedado para jugar un

partido de fútbol por todo lo alto. Habían dedicido que cada uno

llevaría un elemento importante que hubiera en todos los partidos

oficiales, y así, uno trajo el balón, otro el silbato, otro una portería,

otro los guantes del portero, las banderillas del córner, etc... Pero

antes de comenzar el partido, a la hora de elegir los equipos hubo

una pequeña discusión, y decidieron que podría elegir aquel que

hubiera llevado el elemento más importante.

Como tampoco se ponían de acuerdo en eso, pensaron que lo mejor

sería empezar a jugar al completo, con todos los elementos, e ir

eliminando lo que cada uno había traido para ver si se podía seguir

jugando y descubrían qué era verdaderamente imprescindible. Así

que comenzaron a jugar, y primero eliminaron el silbato, pero quien

hacía de árbitro pudo seguir arbitrando a gritos. Luego dejaron a

los porteros sin guantes, pero paraban igual de bien sin ellos; y

tampoco se notó apenas cuando quitaron los banderines que

definían los límites del campo, ni cuando cambiaron las porterías

por dos papeleras...; y así siquieron, hasta que finalmente

cambiaron también el balón por una lata, y pudieron seguir

jugando...
Mientras jugaban, pasó por allí un señor con su hijo, y viéndoles

jugar de aquella forma, le dijo al niño:

-"Fíjate, hijo: aprende de ellos, sin tener nada son capaces de

seguir jugando al fútbol, aunque nunca vayan a poder aprender ni

mejorar nada jugando así"

Y los chicos, que lo oyeron, se dieron cuenta de que por su exceso

de orgullo y egoísmo, lo que se presentaba como un partido

increíble, había acabado siendo un partido penoso, con el que

apenas se estaban divirtiendo. Así que en ese momento, decidieron

dejar de un lado sus opiniones egoístas, y enseguida se pusieron de

acuerdo para volver a empezar el partido desde el principio, esta

vez con todos sus elementos. Y verdaderamente, fue un partido

alucinante, porque ninguno midió quién jugaba mejor o peor, sino

que entre todos sólo pensaron en divertirse y ayudarse.

El cuento. El niño gigante

Las Olimpiadas de Videojuegos


Mágicos
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En Brujitolandia andaban muy preocupados. Los pequeños brujos y brujas

estaban tan emocionados con la última ola de videojuegos, consolas y

apps, que apenas atendían a sus clases de magia, y cada vez les

importaban menos los conjuros y hechizos. Solo les preocupaba llegar a ser

los mejores en sus juegos favoritos.

- Nadie lanza pájaros como yo -decían algunos.

- Soy el más grande jugando al fútbol - presumían otros.

Malbrujo, el director de la escuela, tuvo una idea:

- Al final del curso celebraremos las primeras Olimpiadas de Videojuegos

Mágicos ¡Será un gran acontecimiento! Los alumnos podrán elegir entre

hacer los exámenes o demostrar lo que saben hacer con los videojuegos.

Brujitos y brujitas se entusiasmaron ¡por fin alguien les entendía en la

escuela! Por supuesto, casi todos se apuntaron a sus videojuegos

favoritos y dejaron los estudios para entrenar durante semanas.


Llegado el día de la inauguración de los juegos, el Estadio de los Grandes

Hechizos estaba a rebosar.

- ¡Comenzaremos con el juego con más participantes apuntados: Angry

Birds! ¡Venga, a lanzar pájaros!

Decenas de brujitos y brujitas gritaron de alegría, pero… allí no había

ninguna pantalla, ni consola, ni smartphone. Justo cuando se

preguntaban cómo jugarían, el mágico estadio se transformó.. ¡en un nivel

del famoso juego! Un gran tirachinas en el centro, algunas

construcciones, varios cerditos verdes y pájaros de colores volando

por aquí y por allá. Todos los concursantes eran expertos en el juego y

sabían que tenían que atrapar un pájaro, colocarlo en el tirachinas y

lanzarlo para derribar las construcciones y aplastar a los cerditos. Pero una

cosa era ser un experto en el juego, y otra cosa hacerlo de verdad: los

pájaros, que sabían que serían espanzurrados contra las paredes, no

se dejaban atrapar y, cuando eran lanzados desde el tirachinas, volaban

hábilmente para esquivar las construcciones; los cerditos no paraban

quietos, el enorme tirachinas apenas se podía apuntar, y las

construcciones… bueno, digamos que caían tan fácilmente porque eran de

cartón, así que daba igual lo fuerte que cayeran sobre los cerditos, porque

no les hacían ni cosquillas.

El público pasó un rato divertidísimo viendo cómo los expertos jugadores se

las veían con el videojuego. Finalmente, ganó una brujita cuyo pájaro
perdió el pico de tanto reírse. El pico cayó desde lo alto y pinchó con

fuerza en el trasero a un cerdo. El cerdo, que estaba contando un

secreto a un compañero en la oreja, pegó tal grito que al compañero se le

paró el corazón del susto. Y, si no se lo llegan a llevar corriendo a la

enfermería, se les habría muerto allí mismo.

El resto de viedojuegos no salieron mejor. Los de fútbol y otros deportes

demostraron que muchos capaces de rematar con una espectacular chilena

tocando un botón eran incapaces de rematar un balón… ¡100 veces más

grande que un botón! Lo único que consiguieron fue llenarse la espalda de

moratones, de los golpes que se dieron intentándolo. Hasta los de

ametralladoras y disparos tuvieron que ser suspendidos nada más repartir

las armas, después de que un brujito apretara el gatillo y la fuerza del

arma le hiciera dar vueltas como una peonza sin poder dejar de disparar…

Por suerte, un muro antibalas de emergencia pudo salvar la vida de los

espectadores, pero los pies de algunos concursantes acabaron con

más agujeros que un queso francés…

Así, la mayoría de los participante en las olimpiadas de videojuegos sintió

tanta vergüenza de no haber sabido hacer nada, que cuando terminaron

tenían claro que dominar un juego no era lo mismo que saber hacer algo

real, y aceptaron sin protestar sus malísimas notas de aquel curso. Eso

sí, al año siguiente volvieron a prestar atención a sus clases y

enseñanzas, y ya no gastaban horas y horas frente a los videojuegos para


ser los mejores en nada, sino que los utilizaban únicamente para

entretenerse un rato.

El concurso que no había forma de


perder
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Cuento
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En un antiguo reino debían elegir nuevos reyes siguiendo la tradición. Cada

pareja de jóvenes cultivaría durante un año el mayor jardín de amor a

partir de un única semilla mágica. No se trataba solo de un concurso, pues

de aquel jardín surgirían toda la magia y la fortuna de su reinado.

Hacer brotar una única flor ya era algo muy difícil; los jóvenes debían estar

verdaderamente enamorados y poner mucho tiempo y dedicación. Las


flores de amor crecían rápido, pero también podían perderse en un

descuido. Sin embargo, en aquella ocasión, desde el primer momento

una pareja destacó por lo rápido que crecía su jardín, y el aroma de

sus mágicas flores inundó todo el valle.

Milo y Nika, a pesar de ser unos sencillos granjeros, eran el orgullo de

todos. Guapos, alegres, trabajadores y muy enamorados, nadie dudaba

de que serían unos reyes excelentes. Tanto, que comenzaron a

tratarlos como si ya lo fueran.

Entonces Milo descubrió en los ojos de Nika que ese trato tan majestuoso

no le gustaba nada. Sabía que la joven no le pediría que renunciara a ser

rey, pero él prefería la felicidad de Nika, y resolvió salir cada noche en

secreto para cortar algunas flores. Así reduciría el tamaño del jardín y

terminarían perdiendo el concurso. Lo hizo varias noches pero, como

apenas se notaba, cada noche tenía que comenzar más temprano y cortar

más rápido.

La noche antes de cumplirse el plazo Milo salió temprano, decidido a

cortar todas las flores. Pero no pudo hacerlo. Cuando llevaba poco más

de la mitad descubrió que alguien más estaba cortando sus flores. Al

acercarse descubrió que era Nika, quien llevaba días haciendo lo

mismo, sabiendo que Milo sería más feliz con una vida más sencilla.

Se abrazaron largamente, y juntos terminaron de cortar las flores

restantes, renunciando a ser reyes para siempre. Con la última flor, Milo
adornó el pelo de Nika. Casi amanecía cuando, agotados pero felices, se

quedaron dormidos, abrazados en medio de su deshecho jardín.

Despertaron entre los gritos y aplausos de la gente, rodeados del

jardín más grande que habían visto jamás, surgido cuando aquella

última flor rozó el suelo, porque nada hacía florecer con más fuerza

aquellas flores mágicas que el amor generoso y sacrificado.

Y, aunque no consiguieron renunciar al trono, sí pudieron llevar una

vida sencilla y tranquila, pues la abundancia de flores mágicas hizo

del suyo el reinado más próspero y feliz.

Un día un niño muy grande llegó a un pueblo que le pareció un poco especial. Toda la
gente era muy pequeña. El niño tenía mucha hambre y le dieron de comer.

Como el niño no encontró a sus padres en aquel pueblo, dio las gracias por la comida y ya
se iba a marchar para seguir buscando, cuando le dijeron que lo que había comido costaba
mucho dinero y que tendría que pagar por ello. Pero el dinero que tenía el niño no valía
para pagar en aquel pueblo.
Le dijeron que tendría que trabajar para pagarles su comida. El niño contestó que él no
sabía trabajar porque era un niño. Le contestaron que era demasiado grande para ser niño y
que podía trabajar mejor que nadie porque era un gigante.

Así que el niño que era muy obediente, se puso a trabajar. Como trabajó mucho le entró
mucha hambre y tuvo que comer otra vez. Y como estaba muy cansado tuvo que quedarse
allí a dormir. Y al día siguiente tuvo que trabajar otra vez para poder pagar la comida y el
alojamiento.

Cada día trabajaba más, cada día tenía más hambre y cada día tenía que pagar más por la
comida y la cama. Y cada día estaba más cansado porque era un niño.

La gente del pueblo estaba encantada. Como aquel gigante hacía todo el trabajo, ellos cada
día tenían menos que hacer. En cambio, los niños estaban muy preocupados: el gigante
estaba cada día más delgado y más triste. Todos le llevaban sus meriendas y las sobras de
comida de sus casas; pero aún así el gigante seguía pasando hambre. Y aunque le contaron
historias maravillosas no se le pasaba la tristeza.
Así es que decidieron que, para que su amigo pudiera descansar, ellos harían el trabajo.
Pero como eran niños, aquel trabajo tan duro les agotaba y además, como estaban siempre
trabajando no podían jugar, ni ir al cine, ni estudiar. Los padres veían que sus hijos estaban
cansados y débiles.

Un día los padres descubrieron lo que ocurría y decidieron que había que castigar al gigante
por dejar que los niños hicieran el trabajo pero cuando vieron llegar a los padres del niño
gigante, que recorrían el mundo en busca de su hijo, comprendieron que estaban
equivocados. El gigante ¡era de verdad un niño!
Aquel niño se fue con sus padres y los mayores de aquel pueblo tuvieron que volver a sus
tareas como antes. Ya nunca obligarían a trabajar a un niño, aunque fuera un niño gigante.

Texto de: Jose Luis García Sánchez y M.A. Pacheco.


(Este cuento forma parte de la serie Los Derechos del niño, cuentos dedicados a ilustrar los
principios del decálogo de los Derechos del niño proclamados por la ONU.)

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