Ensayos y Conferencias
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CONFERENCIAS
Datos Personales
Antecedentes Académicos y actividades profesionales
Publicaciones
Otros
Datos Personales
-Profesor y co-director, junto con el catedrático, del curso anual de 5 semanas en Teoría
de la acción como ciencia humana (Nordplan) 1992-1996.
-Oponente de tesis doctoral (Inga Michaeli Omsorg och rättvisa, «Atención social y
justicia», Nordplan, 11/12 1995)
Publicaciones
10. Arbete och ekonomi - Om möjliga och omöjliga framtider. (Nordplan, Med. 1988:5).
12. Categorías de vida urbana pública y privada. Jornadas de Sociología y vida urbana,
Barcelona, 1989.
14. El significado del silencio y el silencio del significado, Universidad de Verano, San
Roque (Cádiz); Ed. Alianza, Madrid, 1992.
18. Stadens dubbla betydelse eller Stadsbyggnad som logik och som retorik («Los dos
significados de la ciudad», Nordisk Arkitekturforskning, nr.3/1993.
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21. Förnuft som plats för känsla («La razón como lugar del sentimiento», capítulo de un
libro sobre el sentimiento y el lugar), BFR, Stockholm, 1994.
24. Inom Europas gränser - Iberien och Skandinavien / En un contorno europeo - Iberia
y Escandinavia (bilingüe), Nordplan Med. 1994:4, Stockholm.
25. Två kiasmer av tystnad och ironi («Dos quiasmos de silencio e ironía» recopilación
bilingë de los textos 14 y 22), Nordplan, Med. 1995:1, Stockholm.
29. Om meningens nedkomst - En studie i antropologisk tropologi («El parto del sentido
- Un estudio de tropología antropológica») Nordplans avhandlingsserie 13:3,
Stockholm, 1995.
30. Designteori och teoridesign, Nordplans Medd. 1995:3, Stockholm. (Véase 41)
32. La ciudad y el sentido del quehacer ciudadano, ICE, Universitat de Lleida, 1995.
33. El exilio como forma de vida, (Conferencias en castellano sobre "El exilio y la
literatura") Nordplan, 1995.
34. Ps. 6996: Lära och leva - leva och lära. Om kiasmens heuristik och om kunskapsetik
(«Sobre la heurística del quiasmo y sobre la ética del saber» en Chimärerna - Porträtt
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35. Planering är mer än konsekvensanalys («La planificación es algo más que análisis
de consecuencias», artículo de debate, Revista PLAN 3-1996)
36. Genmäle till Kaj Nymans recension av José Luis Ramírez avhandling (Respuesta a
la recensión de Kaj Nyman sobre la tesis doctoral de JLRamírez en la Revista Nordisk
arkitekturforskning, 1996-2).
37. Humanism som romantik och som vetenskap («El humanismo como romanticismo y
como ciencia», artículo de debate en la Revista PLAN, 1996)
39. El espacio del género y el género del espacio. Revista ASTRÁGALO, Madrid, nov.
1996.
42. Konsten att tala - Konsten att säga. En botanisering i retorikens trädgård («Arte de
hablar y arte de decir - Una excursión botánica en el jardín de la retórica» en la Revista
RHETORICA SCANDINAVICA, NR. 3/1997).
44. Ciencia social y mitologías modernas: un estudio de las metonimias del pensar
(Comunicación al simposio "Hacia una ideología para el siglo XXI", Asociación
Española de Estudios Canadienses & Instituto de Filosofía del CSIC, Residencia de
Estudiantes, Madrid, 21-23 noviembre 1997.
45. La invenció de territoris: "jo", "l'altre", "el món", "el cosmos", Revista Transversal,
6.1998, Lleida.
Otros
Dedicatoria
Al visitar por vez primera esta ilustre provincia andaluza de Cádiz, siendo el motivo de
la visita intervenir en este seminario relacionado con el tema del lenguaje, quiero
aprovechar la ocasión para honrar la memoria de un ilustre lingüista gaditano, nacido en
1822 y fallecido en 1910, cuya obra, a través de discípulos, contribuyó en mi juventud a
cimentar mi interés por la filosofía del lenguaje. Me refiero al autor de la magna
Arquitectura de las Lenguas y Del Arte de hablar o Gramática filosófica de la lengua
castellana, don Eduardo Benot, cuyas ideas lingüísticas, hoy totalmente ignoradas,
adelantan análisis estructuralistas que años después habrían de hacer famosos a otros.
Hora sería de que su obra fuera desempolvada y sacada de nuevo a luz en esta
universidad gaditana.
Nos hemos reunido en este seminario de verano y en este rincón andaluz de España para
dedicarnos durante tres días a hurgar en los entresijos de esa realidad enigmática e
inaprehensible que llamamos silencio. La tarea que se me ha encomendado con miras a
este seminario es la de abordar el problema del silencio como signo, lo que equivale a
considerarlo como algo dotado de sentido y, por tanto, portador de esa estructura de
significante y significado que va asociada al nombre de Saussure. El gaditano Benot, en
su obra póstuma de 1910, escribía: «Para que una cosa sea signo, basta una sola
inteligencia que perciba relación entre lo significante y lo significado. Mas para que
algo sea signo de lenguaje, se necesitan dos inteligencias: una que expresamente haga
aparecer la cosa significante con intención de dar a conocer una relación entre ella y la
cosa significada, y otra inteligencia perceptora de esa relacion.» Apuntaba aquí Benot a
la diferencia entre lo semiótico y lo estrictamente lingüístico, diferencia que tendrá
cierta relevancia para mi consideración del significado del silencio. El fenómeno
lingüístico es un caso específico de lo semiótico. Utilizar el lenguaje como modelo
general para estudiar fenómenos semióticos, lingüísticos o no lingüísticos, no está
exento de confusiones.
El problema del silencio ha sido suscitado, en ocasiones, por el estudio del lenguaje.
Algunos investigadores, entre los que se encuentra el ilustre director de este seminario,
han advertido la poca atención prestada al problema del silencio en las investigaciones
lingüísticas. Parece como si se pretendiera postular una concepción del lenguaje que
incluya su propia negación, como una síntesis hegeliana del decir y del no decir. Pues,
se piensa, si la función expresiva es característica del lenguaje, el silencio, cuya
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Mi interés personal por el tema del silencio no fue, sin embargo, suscitado por el
lenguaje, sino por el contraste entre el ambiente hispano en que crecí y me formé y el
contorno social sueco al que emigré ya hace 27 años. Mi adaptación a una sociedad
política y culturalmente diferente me hizo advertir la presencia de silencios donde cabía
esperar palabras y también, aunque con menos frecuencia, de palabras donde se
esperaban silencios. Esto me hizo consciente de que el uso y el sentido del silencio
ofrecían matices diferenciales muy reveladores. La comprensión de la realidad del
silencio, para la que había sido, si no ciego, sordo en mi propia cultura, mostró ser muy
valiosa para entender la cultura nórdica en que me estaba adentrando. Y aun cuando el
silencio se manifestaba en la ausencia de palabras, se me hizo evidente que su
comprensión no se lograba adecuadamente reduciendo el silencio a la condición de
hecho lingüístico, sino entendiendo tanto el silencio como la palabra hablada como el
cemento que une a individuo y sociedad. En la expresión «individuo y sociedad» el
elemento más importante no viene dado por ninguno de los dos sustantivos, sino por la
conjunción «y», que los une por el hecho de separarlos y los separa por el hecho de
unirlos. Es importante, pues, colocarse, como el dios Jano, en la frontera marcada por
esa conjunción, para contemplar las dos vertientes articuladoras de toda vida humana y
social en mutua dependencia e interacción.
El propio Saussure intuyó -como Benot había hecho a su modo- que la estructura de
significado y significante, característica del signo, transcendía el ámbito lingüístico,
subsumiéndolo dentro del sistema de los signos humanos en general. He ahí el porqué
de la aparición de una teoría de los signos o semiología, un saber que, según Barthes (a
mi juicio con gran razón) todavía está por construir, por más que su bibliografía resulte
ya inabarcable.
Cada vez que hablamos y cada vez que nos negamos a hablar nos vemos implicados en
un acto de poder. Al propio tiempo que hacemos uso de competencias en las que somos
partícipes, luchamos contra un poder que se erige dentro de nosotros mismos. «Toda
palabra -ha dicho Maurice Blanchot- es violencia.» «Y al mismo tiempo -dirá- sabemos
bien que los que discuten no se golpean y que el lenguaje es la empresa mediante la cual
la violencia renuncia a ser abierta para hacerse secreta.» La relación sociedad/individuo
se formaliza, en la obra saussuriana, en la dicotomía de la lengua y el habla. La
diferencia entre estos dos niveles del hecho lingüístico es notable. El nivel o espacio de
la lengua, que es abstracto y teórico, equivale a una descripción y se halla orientado al
pasado, mientras que el ámbito del habla, que es concreto y empíricamente verificable,
es creador y está orientado al futuro. La lengua es norma establecida, el habla es acción
fluyente e inapresable. La primera es de índole parmenídea, la segunda de carácter
heraclíteo.
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Las teorías lingüísticas -con excepción quizá de algunas que se ocupan del lenguaje
poético- están dominadas por la perspectiva de la lengua y las semiologías al uso
manifiestan también un cierto horror por la perspectiva del habla, pues, como dice
Umberto Eco «el signo se puede estudiar y definir a nivel de la lengua, en cambio, a
nivel del habla, parece escapar a toda determinación». Al eludir el habla y colocarse en
el ángulo de visión de la lengua, tanto la lingüística como la semiótica se someten sin
saberlo a la perspectiva del poder, contribuyendo así (como ha visto Bourdieu) a su
legitimación. Ello conduce a una serie de concepciones equívocas como es la reducción
del significante al término aislado, concebido éste, por añadidura, en analogía con el
sustantivo designador de cosas físicas discernibles por la vista y el tacto, como si el
mundo a que se refieren los signos del lenguaje estuviera totalmente integrado por
caballos, árboles, mesas y cosas por el estilo. La ortodoxia lingüística ha logrado
también dar por supuesta e indiscutible la tesis de que la conexión entre significante y
significado es unívoca y producto de una convención. El convencionalismo de la lengua
es, sin embargo, tan ficticio como los supuestos contratos sociales originarios del estado
en las filosofías políticas. Con excepción de ciertos términos de jergas especiales y de
señales o consignas que son producto de un acuerdo entre individuos, los signos y sus
significados establecidos son producto de una invención impuesta, no de una
convención. Arbitrariedad del signo lingüístico quizá, convencionalidad jamás. El
sentido oficialmente «aceptado» por la lengua y constantemente amenazado por las
libertades que el habla se toma, es, en el caso de los signos socialmente establecidos (y
el lenguaje es un sistema de signos de esa índole), una imposición sociocultural. En el
caso de los signos naturales, en cambio (cuyo ejemplo clásico es el humo como signo
del fuego) la imposición es obra de la fuerza de los hechos.
Un estudio del lenguaje como acto de habla presta atención primordial al discurso, al
contexto y a la connotación, no a los términos ni a la denotación estricta, y se interesa
más por la hermenéutica y los juegos de lenguaje que por los códigos y los mensajes
estereotipados. Umberto Eco coincide en esta opinión, diciendo acertadamente que «en
la hermenéutica no se construye ninguna teoría de las convenciones sígnicas: se
escucha, con espíritu de fidelidad, una voz que habla desde aquel lugar en el que no
existen convenciones, porque sigue directamente al hombre». Por eso recomienda, a
renglón seguido, a los que estén imbuidos de esa manía hermenéutica, que abandonen la
lectura de su libro.
Julia Kristeva abriga el deseo de que se desarrolle una lingüística del habla. No sé si eso
es posible, aunque hay que reconocer que ésa es la intención, por lo menos inicial, de
Chomsky. A nivel semiótico tenemos la metapsicología lacaniana como, a mi juicio, el
mejor de los esfuerzos en ese sentido. Como es sabido, fundamenta Lacan su
concepción en la tesis de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje.
Expresión no totalmente carente de equívoco, que yo desearía reformular diciendo que
el inconsciente está estructurado semióticamente.
Silencio y sentido
Mientras la lengua tiene como modelo lo visual, siendo su expresión más perfecta el
lenguaje escrito, el habla prefiere el oído y gusta del lenguaje oral. Si el silencio es
primordialmente algo, es silencio auditivo, no visual.
Quiero suponer que ninguno de los que me escuchan está esperando de mí una mera
elucidación de lo que significa la palabra silencio, sino más bien de lo que significa el
silencio mismo, al que a veces damos nombre y otras veces solamente exhibimos, como
hecho no nombrado. Esto fortalece mi opinión de que el silencio como signo debe ser
considerado semióticamente, más bien que lingüísticamente.
Voy a desarrollar mi consideración del silencio dentro de tres esferas de sentido. Una
abarcará el Silencio, en singular, y las otras dos los silencios, en plural. La primera de
estas dos últimas incluirá el silencio en sentido propio, como hecho social,
comprendiendo la segunda al silencio como lo tácito en el decir. Sólo el hecho social del
silencio, pues, que trataré en segundo lugar, lo es en acepción primaria, los otros dos
sentidos son figurados, metafórico el uno y metonímico el otro.
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Empiezo con una distinción entre el Silencio y los silencios (y escribo el silencio en
singular y con mayúscula) porque es necesario que cobremos conciencia de que el paso
del plural al singular en la forma determinada de los sustantivos de las gramáticas
occidentales, no supone un mero cambio de número gramatical, sino que
fundamentalmente encierra una mutación metonímica de sentido. La realidad
empíricamente observable de las cosas es siempre plural. Lo que empíricamente
observamos son los hombres, los árboles, las casas. Pero cuando de «los hombres»
pasamos a «el hombre» (respectivamente «el árbol», «la casa»), nos elevamos de lo
concreto a lo abstracto y universal, a la esencia, realizando así una de las metonimias
fundamentales del ontocentrismo occidental0.(1). Pues lo mismo que el rey Midas
convertía en oro todo cuanto tocaba, nuestro padre Parménides nos enseñó a congelar la
realidad cambiante en formas abstractas y sustantivas, en esencias, estableciendo así una
forma de pensamiento ontocéntrico, origen remoto de nuestra civilización tecnológica,
cuyos cimientos fueran echados por el platonismo y reforzados por el aristotelismo. El
concepto de Ente es una operación metonímica originaria, creadora de los signos del
mundo sobre los que descansa nuestro conocimiento, ya que conocimiento humano es
siempre conocimiento de algo (la realidad) mediante algo distinto (el signo).
El Silencio como entidad es una construcción abstracta con raíces en el pensar mítico,
mientras que los silencios son propiamente hechos, acciones, cuya condición queda
falseada al someterlos a la forma gramatical del sustantivo.
SER
SER NO-SER
Palabras como «caballo», «árbol», «mesa», son signos lingüísticos de otros signos que
son la propia idea de caballo, árbol y mesa, construída a su vez a partir de una
interpretación de sensaciones que representan objetos bien delimitados. Pues, como dice
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Vico (De Antiquissima), «así como las palabras son los símbolos y notas de las ideas,
las ideas son los símbolos y notas de las cosas». Otros sustantivos de la lengua, que son
mayoría (y me limito aquí a la categoría de sustantivo, para simplificar) son signos que,
si bien no crean la realidad, sí crean en la realidad aquello que expresan, su sentido. Son
signos de razón con fundamento en la realidad. El lenguaje puede tener sentido aun
cuando la referencia no exista o sólo lo haga por virtud del lenguaje y el pensamiento.
La realidad vivida desborda siempre, sin embargo, el sentido de nuestros signos
expresivos, que nunca pueden denotarla exhaustivamente. Podemos expresar una misma
experiencia de realidad de muchas maneras diferentes y con palabras diversas, pero
siempre quedará un resto de silencio, un algo sentido, inexpresable o inexpresado, quizá
connotado pero no denotado. El lenguaje de la poesía lírica constituye la empresa más
decidida por dar expresión a una totalidad vivida, a base de quebrantar el sistema de la
lengua y sus códigos, liberando los recursos expresivos del significante.
La sustancial oquedad del silencio se convierte, estrofa tras estrofa, en una especie de
fuerza cósmica misteriosa que posee un profundo carácter existencial para la etnia del
indio hispano. El silencio humano, la condición taciturna del indio, es utilizada por
Yupanqui como significante poético de algo mucho más hondo y arcano. Es sabido que
en las concepciones míticas de los indios se habla del Gran Silencio, como algo
sobrenatural, a la vez sobrehumano e intrahumano. La palabra «silencio» es usada para
movilizar todo el haz de connotaciones que es capaz de sugerir, logrando así esa «honda
palpitación del espíritu» que, según Antonio Machado, caracteriza a la poesía. Y
hablando de Machado, el poeta sevillano utiliza por su parte, en varias ocasiones, la
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palabra silencio como significante para dar solidez a la hueca e inadvertida realidad de
la ausencia de sonido, como un marco espacio-temporal en el cual, por contraste, el
sonido real se haga aún más real. Así en un ejemplo de «Soledades, galerías y otros
poemas»:
El silencio, que ya no es un silencio humano, sino el silencio del parque solitario al caer
la tarde, sirve de marco y realza el ruido del abrir la verja, a lo cual contribuyen una
serie de efectos fonéticos y semánticos, como es la aliteración a base de palabras con
sonido de R. El silencio se conecta fácilmente con los adjetivos viejo y grave, con la
tarde y con el calificativo de muerta, atribuido a ésta. Silencio y muerte son dos ideas
mutuamente connotadoras. En el poema titulado «En el entierro de un amigo», realza
Machado el ruido del ataúd depositado en la fosa, diciendo:
Ni una sola vez se utiliza la palabra «muerte» en este poema, cuyos significantes todos
están, sin embargo, enlazados por el contenido de esa idea.
Otro ejemplo de la connotación zanática del silencio lo da el otro gran poeta andaluz,
García Lorca, en su poema titulado «¡Cigarra!»:
El uso del contraste entre el sonido y el silencio, permite a Lorca convertir al silencio en
protagonista propio del poema. El silencio es, al mismo tiempo, un «habla de
pensamiento», el silenciamiento del significante. Mientras Machado utilizaba el silencio
como marco para realzar el sonido, García Lorca utiliza el sonido para dar entidad
objetiva y aun personal al silencio. Veamos un ejemplo de «Canción primaveral»
(1919):
Lorca gusta de utilizar el silencio como fuerza cósmica, a la manera de los mitos del
origen del mundo. Así, en «Hora de estrellas» (1920) habla de «El silencio redondo de
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Ese «inclinar de las frentes» recuerda, otra vez, ligeramente, la connotación existencial
de la finitud, que es una variante de la idea de muerte. Veamos un último ejemplo de su
«Elegía al silencio» en el que éste se hace más sonido que el propio sonido:
Y termina el poema haciendo del silencio el ámbito original anterior al tiempo y a las
cosas del mundo:
Vuelve a tu manantial,
donde en la noche eterna
antes que Dios y el tiempo
manabas sosegado.
poemas mencionados es, sin embargo, huidiza de una manera especial. Se utiliza el
término silencio para designar, sin duda, algo que carece de término propio, que es de
suyo indecible y cuyo sentido se pretende vislumbrar, pero jamás poseer. El Silencio de
Yupanqui, Lorca y Machado es una metáfora, pero una metáfora de índole especial.
Como Michel Le Guern.(2) afirma en su análisis sobre los motivos de la metáfora,
existe una diferencia esencial entre aquella metáfora en la que los dos sentidos o
referencias conectados están a nuestro alcance (por ejemplo, cuando hablamos del oro
de los cabellos o del corazón de piedra), y la metáfora que utiliza el nombre de algo
fácilmente distinguible (en este caso la ausencia de ruido, de sonido y de palabras) para
apuntar, más que designar, a algo que desborda al lenguaje, diciendo lo indecible. Ese
tipo de metáfora, que funciona como una ventana en la cárcel de la lengua, es
característico del lenguaje místico y religioso, pero también de la poesía lírica y de la
especulatión metafísica.
Antes de estudiar cada una de las dos formas de silencio que van a ocupar el resto de mi
disertación, permítaseme ejemplificarlas con dos nuevas citas poéticas. Todos ustedes
conocen aquel famoso terceto de Quevedo que dice:
Esto ya es una exhibición de semiótica social: el silencio del significante como hecho
impuesto. La otra alusión al silencio la tomaré de un texto del gran poeta sueco Gunnar
Ekelöf: en un poema que titula justamente «Poética» nombra Ekelöf al silencio, no
como referente poético, sino como elemento fáctico e ingrediente de la propia poesía.
Permítaseme presentar aquí una traducción un tanto libre, para que el sentido del texto
sueco aflore lo más posible en su réplica castellana:
En el mundo homérico el skeptron, que nosotros llamamos cetro, no era sólo un símbolo
regio, sino el símbolo en general del derecho a hablar, del derecho a hacer callar y del
derecho a juzgar. En algunas universidades europeas se exhiben todavía, en los actos
solemnes en que está presente el rector magnífico, los llamados skeptra academica,
llevados por bedeles, como un símbolo de autoridad científica y pedagógica0.(3). Es
posible hallar no pocas expresiones metonímicas del cetro en nuestra cultura occidental.
Recuérdese el uso de la vara que algunos maestros sostienen en la mano durante su
labor docente. No es simplemente una vara para castigar, ni para señalar en la pizarra,
sino la vara que otorga el derecho a hablar. Cuando un alumno es exhortado a hablar, le
entregan la vara y le hacen subir al podio. Exactamente igual hacían los heraldos en los
poemas homéricos, poniendo el skeptron en manos de los oradores. El feminismo ha
puesto al descubierto los aspectos fálicos de los cetros o skeptra del poder, algo que
rima perfectamente con la vieja máxima: «Mulier tacet in ecclesia».
que habla, siempre que el que calla lo haga por decisión propia y no por imposición
externa. Pues a pesar de todas sus simulaciones y equivocidades de sentido, el que habla
descubre siempre huellas de su postura y sus intenciones. Por eso dicen que por la boca
muere el pez. Si el habla es polisémica, el silencio es metonimia pura, un camaleón de
sentidos.
No es, por tanto, cierto que la conducta característica del poder, ni siquiera el poder
despótico (éste menos aún), sea la exigencia de silencio. El dictador teme al silencio
más que al mismísimo diablo. Quien cree lo contrario no advierte la relatividad que rige
el hablar y el callar. Aunque gramaticalmente se exprese por un sustantivo, el silencio
no es un ente sino una acción. La valoración del silencio depende entonces de cuál sea
su objeto y quién sea su sujeto, es decir, de quién es el que calla o dice y qué es lo que
se calla o se dice. No hay que olvidar que toda relación de poder tiene como paradigma
la asimetría, gozando de la irreversibilidad del embudo social.
El poderoso practica a menudo el silencio propio pero exige el habla de los demás. Un
dictador que habla o se exhibe demasiado, como hacía el general Primo de Rivera, no se
jubila en el poder. Franco entendía esto mejor que nadie.
Que el fin del poder no es sólo hacer callar sino también hacer hablar adquiere su
extrema expresión en el uso de la tortura. El torturador que quita la vida a su víctima,
sumiéndola en el silencio definitivo, sin arrancarle ninguna confesión, es un torturador
fracasado. Otra cosa es que el tirano desee que no haya secretos para él, pero sí para los
demás. De ahí la asimetría. El sello, el sigilo, es un símbolo del silencio jánico, que
calla con una boca y habla con otra. Es la mano que no sabe del obrar de la otra. Un
gobierno, totalitario o democrático, sin policía secreta y espías, jamás ha existido.
Todo sistema de poder se apoya empero, no solamente en las mordazas del silencio de
los disidentes, sino al mismo tiempo en la tarea incansable de todo un gremio de
hiladores de signos oficiales. En la sociedad teocrática medieval esa era la función de la
teología, al propio tiempo que los místicos siempre eran tratados con recelo. La teología
de la sociedad del bienestar es la economía política.
Se hace entonces importante alimentar la moral de los adeptos con sopa de letras
cocinadas con los signos del sistema. Es importante que no quede tiempo para pensar en
cosas peligrosas. Por eso hay que desarraigar el ocio (esa madre de todos los vicios) y
fomentar el lenguaje oficial y el pleno empleo. Por otro lado hay que impedir la
tentación de la crítica que siempre encuentra algún resquicio para surgir. Un portavoz
del sistema no puede correr el peligro de hacerse recipiente de ideas y palabras
subversivas. La compra del silencio de los adeptos se lleva a cabo por la inculcación del
sentimiento de lealtad o por la amenaza tácita de la pérdida de los beneficios con que el
sistema remunera a sus ortodoxos. El filósofo noruego Skjervheim analizaba ese
problema, en relación con el estalinismo, de la siguiente manera: una vez surgido el
comunismo se desarrolla como contrapartida el anticomunismo, la crítica en boca de las
derechas y la burguesía. Como contraposición al anticomunismo se desarrolla el anti-
anticomunismo. Pero éste ya no consiste en decir nada, sino en callarlo todo. La
perversión y los crímenes del estalinismo son evidentes también para los comunistas,
pero, para evitar el llevar agua al molino del adversario, se aplica la técnica de la vista
gorda y del silencio. Más vale -se dirá- el comunismo, aun con crímenes y persecución,
que el capitalismo. Atacar al comunismo por sus crímenes es dar la razón al enemigo.
Sin necesidad de llegar a situaciones extremas como la del estalinismo, una serie de
variantes de esa técnica se deja notar no sólo en los partidos políticos modernos sino en
todo tipo de organización ideológica o de defensa de intereses. El silencio adquiere
entonces nombres positivos como «solidaridad», «compañerismo», «lealtad a las ideas»,
etc. Una ética de la discreción, en la que el silencio culpable adopta, metonímicamente,
significantes eufemísticos como los mencionados, va invadiendo la sociedad llamada
democrática. El viejo lema de que el silencio es oro se aprovecha oportunistamente
entendiéndolo como la virtud del no hablar más que en caso de absoluta necesidad,
según una máxima semejante a la famosa navaja de afeitar de Ockham que diría:
«Verba praeter necessitate non multiplicanda.» Cuando la injusticia y la corrupción
pública amenazan al estado de derecho, se hace necesario, sin embargo, romper con esa
ética conformista. Lo que la sociedad actual está exigiendo es una máxima de carácter
no ockhamista: «Di siempre la verdad que sabes, aunque nadie te pregunte y parezca
innecesario hacerlo.» Quevedo iba todavía más lejos, desafiando al miedo y a la
cobardía: «No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca, ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.»
Todas estas reflexiones sobre el silencio como hecho social no solamente son aplicables
al Poder con mayúscula que es el poder público, pues donde quiera que haya una
relación de asimetría entre dos personas, existe una situación de poder latente. El
individuo se halla expuesto a una serie de micropoderes en su familia, en su grupo, en
su trabajo, y por doquier se mueva entre seres humanos. Y todas las relaciones sociales
a cualquier nivel están regidas por normas tácitas y leyes de silencio. La sanción social
en la familia y en los grupos humanos es, por tácita e internalizada, no menos rigurosa.
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Los códigos de la vida familiar, organizativa y laboral no siempre coinciden unos con
otros y contradicen a veces incluso a las normas del poder público. La lógica social hace
que lo no prohibido y lo permitido sean a menudo conceptos diferentes y que hasta lo
oficialmente prohibido sea a veces obligatorio, según el código secreto que rige incluso
en instituciones oficiales, no digamos en los partidos políticos y otras asociaciones. En
un trabajo de hace unos años mostré como el ejercicio de un derecho establecido en las
leyes y en la constitución puede ser implacablemente castigado por los códigos y hasta
por los rituales internos de los partidos políticos0.(6).
La ley del silencio, sin embargo, no es negativa en todos los aspectos de la vida social.
En una infinidad de situaciones contribuye, por el contrario, a hacerla posible. Como
Ortega y Gasset señala, si una persona dijera a la otra absolutamente todo lo que piensa
y sabe de ella, la convivencia se haría imposible. No se mienta la soga en casa del
ahorcado. Hay silencios de tolerancia y amistad de gran valor social. El respeto a los
demás exige ocultaciones, disimulos y omisiones perfectamente justificables.
El silencio no tiene por qué ser un espíritu maléfico del que haya que huir. Dos personas
unidas por amor o por amistad entrañable pueden pasar muchos buenos ratos en
silencio, mientras que en un matrimonio desavenido el silencio del otro siempre es
motivo de irritación. El silencio del amigo nunca asusta, el de un desconocido es,
cuando menos, causa de malestar o sospecha. Por eso existen palabras que Jakobson
llamaba fáticas cuya única función es llenar un espacio de silencio para deshacer miedos
o sospechas. Hablamos del tiempo o preguntamos a la gente cómo les va, simplemente
para ahuyentar la desazón que produce el silencio. Esas palabras rituales se asemejan al
origen de la costumbre de estrechar la mano, como un signo de no llevar armas.
La libre opción al silencio es uno de los Derechos Humanos todavía no escritos en las
declaraciones oficiales cuya exigencia se está haciendo más urgente.
Todo hablar, dijimos, es, en cierto modo, un acto de violencia. Cada vez que me dirijo
al otro comunicando, expresando, o preguntando algo, lleva esto implícita una exigencia
de respuesta. La salida de escape del silencio es interpretada como una forma de
respuesta. La única escapatoria en una situación parecida es la simulación, o sea, el
decir evasivo que implica una forma indirecta de silencio. Dar la callada por respuesta
supone en cambio un acto de autoviolencia para el que lo realiza. Como el
psicosociólogo finlandés Johan Asplund ha mostrado magistralmente0.(7), no es fácil
dejar de saludar al vecino con el que uno está enojado. Quizá se logre reprimir la
palabra de saludo, pero las cejas, el rostro y otras partes del cuerpo tratarán de rebelarse.
Y si, a pesar de todo, se logra llevar a cabo el propósito, será a costa de un irreprimible
sentimiento de malestar y asco. Es violento no responder o negar el saludo.
Aun cuando no diga nada, lo que hago revela algo de mí mismo, sea consciente o no de
ello. Cada vez que me siento en una silla, muestro, sin decirlo, que entiendo lo que es
una silla en sentido corriente. A veces las sillas se convierten en armas de agresión y
defensa, lo cual también revela algo de los contendientes. Toda conducta humana es
signo de una serie de saberes tácitos, hábitos y disposiciones. En mis movimientos y
acciones revelo siempre más de lo que tengo intencion de decir y expresar.
Los saberes tácitos me permiten moverme entre las cosas y entre los demás con soltura
y familiaridad, constituyendo un depósito de competencias que he ido acumulando con
el tiempo y, en gran manera, con ayuda del lenguaje. El lenguaje es el instrumento
24
humano que nos ha puesto en posesión de los saberes adquiridos y no olvidados por
nuestros antecesores, saberes que trascienden lo meramente lingüístico.
Aun cuando intentemos distinguir entre actos lingüísticos y conducta, nos será difícil
dejar de considerar como conducta lingüística la forma de expresión fonética y
estilística reveladora de la procedencia de una persona y su formación. Un campesino
no habla igual que un hombre de la ciudad, ni un andaluz igual que un vasco. Oímos la
diferencia entre un hombre culto y otro inculto. La forma lingüística se adapta además
al contexto de la situación (conversacional, oratoria, solemne, epistolar, íntima, escrita u
oral, etc.). El estilo es una conducta lingüística sumamente reveladora.
La consideración del habla como una forma de conducta conecta íntimamente lo tácito,
como dije antes, con los hechos sociales de violencia y poder, a que me referí en el
apartado anterior. Pues, como dijimos, el poder se manifiesta principalmente en el uso
de hablares y silencios. Ese no decir diciendo y ese decir no diciendo, que es la esencia
del uso retórico de la lengua en el habla y que constituye el objeto de este apartado, es el
instrumento normal humano de ejercicio de poder. Por tanto es un mundo de
metonimias, de transformaciones y simulaciones continuas de sentido.
Si es cierto que el hacer o dejar de hacer da a entender mucho que no es necesario decir,
cuando lo que hacemos es justamente decir algo, este hacer del decir, como todos los
demás haceres, revelará mucho que no se dice. Es ese decir oculto, revelado por el hacer
que es el decir, lo que nos interesa ahora primordialmente considerar.
Empecemos por constatar que el lenguaje engendra un silencio básico al estar formado
de conceptos abstractos, pues un concepto abstracto no es otra cosa que un signo que se
construye resaltando aspectos escogidos y silenciando los demás. La abstracción es así
una forma de silencio y todo ese sedimento que es la lengua se erige sobre una cumbre
de despojos conceptuales de lo real. Sin ese silenciamiento fundamental no podría la
lengua crear ese almacén finito y limitado de signos, de los cuales nos servimos para
referirnos a una infinitud de situaciones concretas, siempre nuevas e imprevistas. «La
lengua, dice Ortega, es una amputación del decir.» Pero el decir es siempre una
transgresión de la lengua. Cada expresión concreta del habla se forja con materiales de
sedimento histórico social, pero también individual. Por eso supone toda expresión
hablada enunciados tácitos e ideas preconcebidas que, a mi juicio sólo son silencio en
un sentido derivado y metonímico.
Las formas implícitas del decir nos permiten también hacer afirmaciones solapadas, sin
tener que hacernos responsables de lo dicho, obteniendo así un arma efectiva de ataque
sin respuesta. Conocido es el lenguaje de la insinuación y de las llamadas indirectas. El
aludido no puede ni siquiera darse por tal sin exponerse al ridículo o a la vergüenza.
Decimos explícitamente que preferimos guardar silencio justamente cuando queremos
dar más fuerza a lo que callamos: «No me obligues a decirte la verdad.» «Más vale
callar.» «Podría poner muchos ejemplos, pero prefiero no hacerlo», etcétera. Si
verdaderamente prefiriera callar, no diría ni siquiera que prefiero callar.
Hay decires tácitos intencionados y los hay involuntarios, pues es sabido que de la
abundancia del corazón habla la lengua. Aquel jurista del cuento que dividía a los
hombres en dos clases: los criminales y los que todavía no han cometido ningún crimen,
mostraba los prejuicios que el ejercicio de una profesión puede engendrar. Creencias e
ideologías de toda índole son puestas al descubierto indirectamente en muchos de
nuestros enunciados.
Las muletillas suelen tomarse como indicadores de rasgos de carácter y los lapsus como
reveladores de convicciones ocultas. Esos repetidos «¿Usted me comprende?» y
26
Según un dicho español, hay palabras que a una cosa miran y a otra tiran. Todas las
formas de sentidos tácitos e indirectos que acabo de ejemplificar y muchos otros, han
sido desde la antigüedad clásica minuciosamente clasificadas y etiquetadas en los
manuales de retórica. La realidad lingüistica cotidiana del habla es un lenguaje retórico
que nunca puede ser interpretado de la forma directa y descontextualizada en que se
presentan los ejemplos contenidos en los manuales de lingüística. Hablan éstos del
lenguaje dando por supuesto que los términos conservan alguna de las acepciones
recogidas en los diccionarios (lo cual supone no entender lo que es un diccionario) y de
que las proposiciones reflejan literalmente situaciones concretas. Sin embargo, los
términos e incluso las oraciones de lenguaje, cuando están fuera de contexto carecen de
fijeza significativa y cuando están dentro de él presentan polisemias y connotaciones
que hacen su sentido sólo parcialmente expresable. «La lengua en su auténtica realidad,
dice Ortega, nace y vive y es como un perpetuo combate y compromiso entre el querer
decir y el tener que callar. El silencio, la inefabilidad, es un factor positivo e intrínseco
del lenguaje.» El sentido de una gran cantidad de términos, incluso en el lenguaje
científico, está modificado por transformaciones metafóricas o metonímicas
accidentales, muchas de ellas incorporadas a la lengua por catacresis, permaneciendo su
carácter de tropo retórico invisible para un hablante normal. Y por lo que afecta a las
oraciones del lenguaje corriente, lo característico no es el enunciado directo, sino la
elipsis. Bajo la neutral apariencia de descripciones de hechos enmascaramos
prescripciones, deseos y preguntas, pues nada resulta más violento e intruso que dar
órdenes o hacer preguntas, cuando son preguntas personales. En lugar de exigir, resulta
más sagaz informar de lo que exige o de las consecuencias de un incumplimiento: «El
viajero que carezca de billete abonará un recargo de X pesetas.» Es más fácil lograr que
una persona se quite los pantalones diciéndole que se le ha metido en ellos un alacrán,
que ordenándoselo explícitamente. No es socialmente lícito hacer preguntas personales
o dar órdenes sin un derecho tácito, consistente en gozar de la confianza del interpelado
o contar con su subordinación. La forma de imperativo se evita, empero, ya mediante
aparentes descripciones, ya con preguntas inocuas. «Es peligroso asomarse» leemos en
el tren. Y para algo tan banal como pedir una cerilla utilizamos el rodeo metonímico a
través de la pregunta «¿Tiene usted fuego?», como si la otra persona fuera un estufa.
27
«¿De dónde vienes?», pregunta alguien a una amiga. «Del salón de belleza», responde
la interpelada. «Y estaba cerrado, ¿verdad?» Aparte de varios juegos de sentido que
intervienen en la producción del efecto cómico de este chiste de Eugenio, el que lo
escucha se ríe porque es capaz de entender una afirmación tácita: «La amiga en cuestión
es fea.»
Los razonamientos conversacionales están llenos de este tipo de huecos o silencios que
dan colorido al lenguaje. Pero también en el lenguaje oficial y aun científico se silencian
premisas o conclusiones, que sin embargo se captan por deducción a partir de los
elementos expresa-dos. «Mañana no se trabaja porque es fiesta» presupone «Los días de
fiesta no se trabaja». «El agua no hierve porque no ha alcanzado los 100 grados»
presupone «El agua hierve a los 100 grados». Lo tácito que estos ejemplos descubren no
es sólo las afirmaciones presupuestas por inferencia, sino el hecho mismo de la
inferencia, como sistema de conexión y deducción de proposiciones.
porque la sala existe, porque no está ocupada por otro acto académico o de otra índole,
porque no hay un tigre salvaje en ella, porque no está inundada de agua, porque la tierra
tiene atmósfera, porque rige la ley de la gravedad, y así sucesivamente. Los
presupuestos fácticos de un hecho son siempre incontables. Con razón decía Pascal que
la nariz de Cleopatra era culpable de la evolución sufrida por el imperio romano.
Los enunciados de la lengua ocultan, por su parte, otros enunciados que les dan sentido.
Cabe preguntarse si también éstos son en número infinito. Noam Chomsky, en su
gramática generativa, ha distinguido entre estructura superficial y estructura profunda
de los enunciados, desarrollando una forma de análisis para desmontar los elementos de
un enun-ciado de partida, descubriendo así otros enunciados implícitos, más simples.
Siguiendo un modo de ver inspirado por Lacan, diríamos que cada vez que queremos
explicar con palabras el significado que da sentido a un significante, lo que hacemos es
crear un nuevo significante (nuevas palabras), que automáticamente encierra un nuevo
significado, que puede ser expresado a su vez en nuevos términos, y así
indefinidamente. Eso muestra el deseo metonímico, según el cuál el significado nunca
se deja apresar totalmente. Por eso dice Lacan que hay que doblar la barra que separa
significante y significado. Esto revela que la llamada cárcel del lenguaje es cárcel de la
comunicación, pero no del pensamiento, pues entendemos e intuimos siempre mucho
más de lo que decimos.
Chomsky cree en una gramática de validez universal, condición previa de todo hablar
humano. Otros se han preguntado si el hablar una lengua no presupone una visión del
mundo. Por supuesto que heredamos con la lengua materna formas de distinguir
aspectos de la realidad que varían de una lengua a otra. Mi pregunta es si la gramática
no encierra una concepción metafísica determinada y si podría haber otras lenguas y
otras gramáticas basadas en metafísicas diferentes. Conocidas son las hipótesis de Sapir
y Whorf y su estudio de lenguas indianas, diferentes de las occidentales.
Fritz Mauthner ha puesto de manifiesto que las tres categorías de sustantivo, adjetivo y
verbo fundamentan tres modos diferentes de entender el mundo y que una misma
realidad puede contemplarse de esas tres maneras0.(8). Mi opinión es que las lenguas
occidentales han sido conformadas por una gramática basada en una metonimia
fundamental entre la acción y la sustancia, observable continuamente en el uso del
lenguaje, otorgando a la sustancia la función fundamentadora de todas las demás y
originando así una gramática del sustantivo. El Ente parmenídeo no es más que el gran
Signo arquetípico de Occidente, el perchero de todo nuestro pensar y nuestro obrar. Esta
forma de pensar, desarrollada por Platón y Aristóteles y transmitida al resto de
Occidente, tiene como modelo lo tacto-visual y lo espacial y como paradigma la
geometría y la geografía, relativizando lo temporal y lo auditivo. El tiempo se mide por
el espacio: ése es el principio del reloj, sin el cual nuestra cultura moderna no existiría.
El nominalismo vio claramente la discrepancia entre lenguaje y realidlad. Pero ¿de qué
servía esa convicción si el uso del lenguaje suponía lo mismo que negaban? Lo único
que hemos ganado con ello es que de un mentir sin saber, que es el uso ingenuo del
lenguaje, pasamos al saber mentir.
¿Es esa forma de pensar y hablar racional la única posible a los humanos, como
consecuencia de nuestra constitución psicosomática? ¿Estamos realmente presos en la
cárcel del lenguaje? A la primera pregunta no sabría responder. A la segunda hay que
replicar que el que es capaz de pensar la cárcel, ya está mentalmente fuera de ella y que
29
toda huida de la cárcel exige la utilización de los propios muros y las propias sábanas de
ella.
Lo que desde luego sí podemos afirmar es que hay que desconfiar del lenguaje oficial
de la ciencia y de la política, si no queremos hacernos cómplices del silencio que esos
lenguajes encierran con respecto a muchos aspectos de la realidad humana que son
quizá los que le otorgan su sentido más profundo.
NOTAS
1. Hago aquí una afirmación de carácter general acerca del significado de la forma determinada del sustantivo singular.
Naturalmente, en contextos determinados, puede darse algún ejemplo que no siga esta regla.
3. Broady, Donald Rätten att tala, i Skeptron, Texter om läroplansteori och kulturreproduktion, 1, Symposion, 1984.
5. Véase Broady, op. cit. & Bourdieu, Pierre Ce que parle veut dire. L'économie des échanges linguistiques, Libr. A. Fayard, Paris,
1982.
6. Ramírez, José Luis Individuo y sociedad en la Suecia actual. Un estudio de la transformación histórica del sistema local de
autogobierno (En »Ética día tras día» Homenaje al profesor Aranguren en sus ochenta años, Ed. Trotta, Madrid, 1991) [Es un texto
resumido del original sueco].
7. Asplund, Johan Om hälsningsceremonier, mikromakt och asocial pratsamhet, Korpen, Göteborg, 1987.
8. Mauthner, Fritz Die drei Bilder der Welt, Verlag der philosophischen Akademie, Erlangen, 1925.
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Presentación y marco
La ironía anida y deja su huella en el vocabulario de una lengua. Palabras hay cuya
función es, como en política, restringir la aserción que se está haciendo o incluso
significar lo contrario de lo que dicen. Escribe Severo Catalina que «no hay cosa más
incierta que la edad de las señoras que se dicen de cierta edad». Y decimos
«seguramente» cuando estamos todo menos seguros de algo. Tampoco hay seguramente
palabra más socrática que la palabra «quizá». Estableciendo una comparación entre las
dos interpretaciones de la ironía históricamente más destacadas, dice Jankelevitch.(1)
que «mientras la sabiduría socrática desconfía tanto del conocimiento de sí mismo como
del conocimiento del mundo y llega al saber de su propia ignorancia, la ironía romántica
aniquila el mundo para tomarse más en serio a sí misma». Se me hace difícil afiliarme a
uno u otro de esos dos polos. Quizá me parezco más (sin saberlo) a los románticos, pero
me identifico (a sabiendas) más con la postura socrática. Y como los españoles nos
quedamos solos exagerando, simpatizo con aquel hispanoportugués, emigrado como yo,
(me refiero a Francisco Sánchez) que, más socrático que Sócrates, comenzaba su libro
Quod nihil scitur («Que nada se sabe») diciendo: «Ni esto siquiera sé, que nada sé».
corriente de la opinión de toda una serie de autores, cosa que es todavía más
problemática. Rompiendo con esta costumbre de hablar inseguramente de la inseguridad
de otros, voy a tratar de hacer una aportación, modesta y también insegura, pero
original, tratando de articular más bien lo que he asimilado que lo que he acumulado.
Siempre me gustaron aquellas palabras de Antonio Machado en su autorretrato: «Dejar
quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la
blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada».
El trabajo más original sobre la ironía se debe seguramente a Kierkegaard.(2), cuya tesis
doctoral de 1841 se titulaba justamente «Sobre el concepto de ironía». Pues bien, más
que del concepto de la ironía quiero yo ocuparme de la ironía del concepto. Y así como
Wayne C. Booth (1974) ha escrito un magnífico libro sobre la retórica de la ironía, mi
propio interés se ve atraído por la ironía de la retórica.
Quisiera exhortarles a adoptar una actitud irónica al escuchar (o leer) mi discurso sobre
la ironía. No identifico empero la ironía, como frecuentemente se hace, con el
distanciamiento, sino más bien con la oblicuidad. «Da doble luz a tu verso, para leído de
frente y al sesgo», decía también Machado. Lee y escucha siempre al sesgo si quieres
entender, diría yo. Lee un texto y escucha una disertación no sólo atendiendo a lo que el
autor dice, sino también a lo que el autor hace al decirlo. «Cuando se ha llegado tan
lejos en sinsentido como yo lo he hecho -decía Gunnar Ekelöf.(4)- cualquier palabra
resulta de nuevo interesante». Y cuando hemos aprendido, como yo mismo he hecho, a
sacar provecho incluso de textos mediocres y de conferencias aburridas o de poca
32
El punto de partida para entender algo son los ejemplos a través de los cuales ese algo
se manifiesta. Para tratar de entender lo que es la prudencia o la virtud moral,
Aristóteles no nos remite a su definición, sino a la indagación de los ejemplos vivos de
hombres prudentes y virtuosos. «Nada hay en el entendimiento que antes no se halle en
el sentido» dice un conocido postulado gnoseológico. Leído al sesgo, ese enunciado
dice sencillamente que todo conocimiento universal de algo se alcanza a través de sus
manifestaciones o ejemplos concretos. Esto, que suena a pura fenomenología, nos
enseña que la apariencia no siempre engaña, sino, para una mente atenta, desvela. Pues
desvelar es lo mismo que «verdad» (alezeia) en griego. A través de lo que aparece, de lo
contingente o fortuito, alcanzamos al meollo o sentido de las cosas. Un realismo que
toma totalmente en serio las cosas mismas, es más ilusionista que realista. Pero no
faltan los que todavía creen que el dinero son las monedas que llevamos en el bolsillo.
Y ¿para qué preocuparse del valor de la moneda? ¿No dice acaso su cuño, o el texto
impreso en el billete de banco, cuál es su valor? «Todo necio, confunde valor y precio»,
decía Machado. También la devaluación de la moneda es pura ironía.
33
Ahora bien, hay dos maneras de preguntarse por aquello que se oculta bajo la realidad
inmediata, es decir bajo la apariencia. Ante algo que se nos hace presente cabe
preguntar ¿Qué es esto?, pero también ¿Qué significa esto? La pregunta por el ser es
una pregunta acerca de la realidad, mientras que la pregunta por el significado nos
recuerda más bien la interpretación de un texto. Para quien sostiene que toda realidad se
asemeja a un texto, la pregunta positiva acerca del ser carece de sentido directo, ya que
todo sentido ha de ser interpretado. Esto plantea arduos problemas acerca de la relación
entre ser y sentido y entre sentido y significado. Aun sin ser un seguidor de la semiótica,
me hallo también en la línea de los que buscan el sentido de la realidad en la
interpretación de aquello que se presenta como su significante. Para evitar confusiones
explicaré que considero a la semiótica no como una teoría del sentido, sino como una
teoría positivista y materialista del significado, diametralmente opuesta a la retórica y a
la hermenéutica. Umberto Eco no me va. Y, aun cuando la estructura saussuriana del
signo ha sido para mí un punto importante de partida, tampoco soy un seguidor del
estructuralismo lingüístico, sino más bien de una filosofía del lenguaje, «por supuesto,
no en sentido wittgensteiniano», sino en el de Fritz Mauthner (del que Wittgenstein
abjura), pero sobre todo humboldtiana y viquiana. Me apunto también a una
hermenéutica de origen, como los buenos vinos, no a esa hermenéutica surgida de la
decepción de toda filosofía analítica, que nunca logra liberarse del todo de su «aire de
familia».
Hago esta división de campos porque considero que el entendimiento del fenómeno
irónico depende del camino que se elija. Considero importante evitar la confusión
habitual de la ironía con su mera manifestación o expresión. Me explico.
Se llama ironía, en ciertas ocasiones, a ese fenómeno que consiste en decir algo para
insinuar o expresar algo distinto e incluso, si bien no siempre, totalmente contrario.
Otras veces se denomina ironía la incongruencia entre una intención y un resultado, o el
desencaje entre un efecto y aquello que racional o moralmente cabía esperar. El primer
tipo de ironía mencionado lo recoge la retórica, el segundo la tragedia. Pues bien, esas
cosas, esos hechos y dichos, siendo expresiones de la ironía, síntomas de que algo como
la ironía existe, no son la ironía misma; a no ser que el propio término «ironía» sea
metonímicamente desviado en su sentido, ironizando así con la propia ironía.
Para comprender lo que es la ironía es preciso descubrir lo que revelan ese fenómeno de
desviación del sentido literal o esa aparente falta de lógica y consecuencia, captando lo
que se oculta tras el fenómeno y lo explica. Se trata de entender, a través de lo que esos
ejemplos o fenómenos específicos significan, no ya lo que la ironía produce (su ergon),
sino lo que la ironía misma es (su energeia). La respuesta al Qué significa y al Qué es a
secas no nos ayudan, sin embargo, suficientemente a explicar y a distinguir, ya que esas
dos preguntas están también irónicamente viciadas por sendas ambigüedades.
34
«Ser» puede entenderse como substantivo o como verbo, de ahí que unas veces tenga el
significado de sustancia y otras el de actividad. Para el filósofo realista, que identifica la
metafísica con la ontología, la ironía es concebida como algo realmente sustancial y
gramaticalmente sustantivo, aun cuando ese insinuar o decir ocultando, en que ese algo
de la ironía consiste, son propiamente acciones. A lo sumo se concibe la ironía como
kinesis, un hacer que viene explicado por el resultado al que conduce (su ergon u obra),
no como energeia, que es un actuar u obrar constitutivo en sí de sentido. La ironía se
concibe así como un algo objetivo que hacemos con las palabras, un resultado del acto
de habla. Heidegger fue quizá el filósofo más consciente de este problema y de la
condición de la ironía como categoría existencial humana, aunque -como Jean Wahl
parece haber visto.(5)- no logró liberarse del prejuicio ontológico. Por eso quedó
inacabada su obra sobre El Ser y el Tiempo. Tomando el rábano por las hojas, la
ontología confunde el SER con su huella.
A diferencia del ser, alude el «significar» a una relación según la cual una cosa remite a
otra diferente, a la cual representa.(6). Lo que se expresa o muestra (el significante)
remite a un significado tácito. La concepción del signo se aproxima así, de una manera
inquietante, a la concepción usual de ironía. ¿Es que acaso el signo y la ironía son una
misma cosa? Por ahí van los tiros. Volveremos sobre esta cuestión. Quiero no obstante
prevenirles de la existencia de una concepción del significado que prácticamente no
difiere de la ontología. Preguntarse «qué significa la ironía» lleva a menudo (como
ocurría con la pregunta por el significado del silencio), a una confusión entre lenguaje
objetivo y metalenguaje. Decir que la ironía es «dar a entender lo contrario o algo
distinto de lo que se dice» no es desvelar el significado de la ironía, sino simplemente el
de la palabra «ironía». El significado de las palabras se establece en los diccionarios
sustituyendo un significante por otro nuevo de palabras diferentes, las cuales exigen
nuevos significados, expresados en nuevas palabras significantes, y así hasta el infinito.
Decir que «jabalí» significa «cerdo salvaje» tiene sólo sentido para el que, no sabiendo
lo que es un jabalí, sabe en cambio lo qué significa «cerdo» y «salvaje». Según esto,
saber algo nuevo exigiría saber de antemano algo de mayor extensión y menor
contenido. Todo aprendizaje a partir de cero se haría así imposible, exigiendo siempre
un saber previo y negando toda experiencia capaz de crear conocimiento sin conceptos
innatos. Las teorías lingüísticas del significado quedan encerradas en una regresión
infinita, sin jamás poder apresar significado último alguno, ya que todo significado
expresado no es ya un significado sino un nuevo significante. El significado se esconde,
pues, cuando tratamos de apresarlo, dando lugar a eso que Lacan llamaba el deseo
metonímico.
me produce el hecho de que algo pueda significar una cosa distinta de lo que
literalmente dice, cosa que, a todas vistas, es una flagrante contradicción y debería
suponer una imposibilidad. La pregunta sobre la ironía, (otra ironía de la ironía, pues
toda pregunta es irónica por esencia) se alza pues sobre un escándalo, que es el
escándalo del conocimiento y del lenguaje humano. El mejor intérprete de ese escándalo
es quizá Nietzsche, pero ya Vico había anticipado una concepción del lenguaje en esa
misma dirección.
del factum verum. Pero también es cierto que unas mismas palabras pueden entenderse
de maneras diferentes y que un mismo significado puede usar expresiones dispares. El
lenguaje aparece como un vidrio ventanal, a través del cual (dia-logos), damos
expresión al sentido.
Los tratados de Retórica, esa retórica mutilada e instrumental que nuestro siglo heredó,
han tratado de encerrar los problemas de la polisemia y la desviación de sentido en un
apartado especial que es la teoría de los tropos. ¡Cómo si esas desviaciones afectaran
sólo a ciertos usos del lenguaje! En su prolija clasificación de desviaciones semánticas y
su inacabable lista de recursos estilísticos, la retórica trata a la ironía como un tropo
particular cualquiera, caracterizándola escuetamente como un «decir algo expresando lo
36
contrario», lo cual supone una notable reducción. Por si era poco suele añadir que el
sentido de lo dicho irónicamente se desprende de los gestos que lo acompañan o de
otras huellas o conocimientos previos del oyente, que le ayudan a no interpretar lo dicho
en sentido literal. Con lo cual el sentido de la ironía desaparece. Tratar de deshacer la
paradoja de la ironía es tan vano como intentar dar expresión a un significado
formulando nuevos significantes. La ironía, como el sentido, se esconde siempre detrás
de lo que mostramos, siendo lo mostrado su mero ejemplo y su significante.
Al incluirla entre los tropos, los manuales de retórica hacen una separación virtual entre
la ironía y las demás figuras de dicción, como la metáfora y la metonimia. Pero lo que
en realidad se hace es dar el nombre de ironía a algo que ya no lo es propiamente.
Confinada en una camisa de fuerza estilística se resiste la ironía a dejarse encerrar en un
solo término de la expresión. Mientras las restantes figuras retóricas constan en
principio de una sola palabra o de una expresión que sólo es parte de un enunciado, se
manifiesta la ironía en enunciados completos y a veces en un complejo de varios
enunciados. Por eso hay dudas entre los retóricos acerca de su supuesto carácter de
figura, queriendo algunos convertirla en figura de pensamiento, más que de dicción. La
reducción de la ironía a tropo o figura es, en realidad, el resultado de una metonimia
seguida de una sinécdoque: primero se la identifica con su mera expresión lingüística
(con su ejemplificación) y acto seguido se la reduce a sólo una parte de lo que esa
expresión abarca.
Al hacer de la ironía un tropo específico, los manuales de retórica son, como los
recetarios de cocina, incapaces de sustituir a la experiencia de un buen cocinero. La
Retórica, como la Política, considerada como mera técnica, promete más que cumple.
Para poder jugar al ajedrez hay que aprender sus reglas antes de practicarlas, pero para
argumentar o hablar bien hay que tener ya una práctica adquirida antes de estudiar las
reglas de la lógica o la retórica. La retórica como recetario sólo puede ser útil para el
perfeccionamiento del que ya domina bien el discurso y la argumentación. Bueno es que
seamos conscientes de nuestros actos, pero una conciencia exagerada supone más bien
una traba que una ventaja del arte. Sólo cuando, una vez aprendido y asimilado, sin
dejar de saber lo que hacemos, dejamos de pensar en cómo lo hacemos para
simplemente hacerlo, podemos considerarnos maestros en una técnica o actividad.
invención y mantiene vivo el hilo del discurso y de la acción, sin apenas darnos cuenta
de ello, en esa antesala de lo consciente que Freud llamaba preconsciente o inconsciente
descriptivo (latente), por oposición al inconsciente dinámico, límite de lo reprimido.(7).
El uso corriente confunde, dije, la ironía con su resultado. Una cosa es la ironía y otra
son los ejemplos en los que ésta se hace patente. Una aproximación a la ironía como
aquello que fundamenta y transciende sus ejemplos, nos lleva a una concepción
socrática de ella, acorde con la propia etimología de la palabra «ironía». La eironeia
socrática arraiga en esa condición humana que nos otorga conciencia de que, en el
fondo, nada podemos saber ni expresar con adecuación plena. Entre el absoluto no saber
y el creer saber, aparece la ironía como una tensión que da origen al modo lingüístico de
la interrogación. La interrogación es ignorancia a sabiendas, ya que todo el que
interroga ignora y sabe, al mismo tiempo, algo. Tanto Collingwood como Gadamer.(9)
han visto en el preguntar, que es la expresión primera de la ironía, la fuente de la lógica
y del discurso. No hay enunciado, ni siquiera científico, que sea del todo verdadero,
sino que cada enunciado es una respuesta a una pregunta motivada y tácita. La ciencia
es un sistema de respuestas a preguntas tácitas cuyo resultado no es un saber, sino una
pretensión de saber y un intento de decir de clara raigambre irónica. Mas la ironía no es
la propia pregunta, sino aquella condición del individuo humano cuya manifestación
lingüística más propia es la pregunta.
La ironía no se deja definir, siendo más bien ella la que promueve los intentos de
definición, dando coherencia a todos los recursos lingüísticos y a todas las figuras
retóricas, que también son recursos lingüísticos. Podemos caracterizar la ironía, pero no
definirla. En su tesis doctoral sobre la ironía la interpretaba Kierkegaard como una
forma de negatividad. Solamente en su obra madura llegó el filósofo danés a
comprender el valor positivo auténtico de la ironía. El rasgo distintivo de la ironía más
comúnmente aceptado quizá sea el distanciamiento, pero, a mi juicio, también éste es
vacilante, puesto que la ironía no sólo distancia sino que, al propio tiempo, como toda
tensión, aproxima y sujeta. La ironía supone la facultad humana de merodear la realidad
sensible asentando en ella el nido del sentido. Se trata de un merodear discursivo, pues
mientras Dios sólo necesita de la intuición, siendo un Acto Puro que todo lo entiende en
su propia idea, es condición de un dios a medias como el hombre, el verse sometido al
rodeo del discurso y de los signos para hilar el sentido de su mundo y entenderlo. Ese
rodeo obligado del discurso en torno al sentido representa a la ironía. La posición
existencial del hombre, intermedia entre el dios y la bestia, se debe a que, siendo cuerpo
vivo, sin embargo no es sólo cuerpo. La zoé no conoce ironías, las ironías son siempre
ironías de la bios.
Sin estar en deuda directa con ellos (deudas indirectas tengo, sin saberlo, con muchos),
me ha cabido la satisfacción de ver que mis conclusiones sobre la retórica y sus figuras
concuerdan bien, aun sin coincidir en detalle, con lo que Lacan y sobre todo Nietzsche
sostienen. Al estar redactando el texto de esta conferencia llega a mis manos el libro de
Enrique Lynch Dioniso dormido sobre un tigre.(12), sobre la teoría del lenguaje de
Nietzsche, que inesperadamente aporta apoyo y fundamento a mi exposición.
Reduciendo el esquema viquiano de los tropos a dos: metáfora y metonimia, que
incluye a la sinécdoque dentro de la metonimia, como una variante suya, queda la ironía
totalmente fuera del esquema. Lo cual supone un progreso, pues su alineamiento entre
las figuras de dicción sólo contribuía al torcido entendimiento de su carácter.
Desplazamientos metonímicos
Se cuenta que Napoleón, dirigiéndose a sus soldados, alineados al pie de las pirámides
de Egipto, dijo: «Soldados: desde lo alto de estas pirámides cuarenta siglos os
contemplan».
Cabe preguntarse a santo de qué hacía el general francés esa extraña afirmación. Si nos
atenemos literalmente a lo que las palabras dicen, nos encontramos con algo tan
disparatado como pretender que los siglos transcurridos, cual si de personas humanas se
tratara, poseen ojos y, habiéndose encaramado en la cúspide de las pirámides de Egipto,
se dedicaban a la dudosa diversión de observar a las tropas de Napoleón.
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Sin necesidad de seguir las recetas retóricas, Napoleón sabía por instinto social lo que es
usar metonimias en el discurso. Los siglos que según él contemplaban a sus soldados,
representaban a las generaciones pasadas, que tantos hechos habían presenciado y tanta
experiencia habían acumulado. Su paso por aquel lugar histórico exigía del ejército
francés un alarde de sus mejores dotes guerreras. Napoleón sabía que es más fácil
despertar un sentimiento en lenguaje indirecto que dando órdenes. Decir: «Te vas a
quemar» es más efectivo para hacer a un niño que deje de acercarse a un fogón que
ordenarle «No te acerques aquí».
El español diario, quizá en mayor medida que otras lenguas europeas, es riquísimo en
usos lingüísticos metonímicos. La expresión «Encender la luz», por ejemplo, es un
desvío semántico común a muchos idiomas. «Tirar de la cadena», en lugar de
«enjuagar», refiriéndose a ese recipiente de nombre tabú al que también
metonímicamente llamamos «retrete», es una denominación cada vez más obsoleta para
la que el español, no ha elaborado un sustituto. Nuestra lengua es extrema en usos
desviados innecesarios y hasta cómicos. A la salida de escuelas con mucho tráfico
rodado, por ejemplo, figura un letrero que dice: «Peligro, escolares». Y no deja de
resultar sorprendente para el usuario telefónico no hispano que marca por equivocación
un número carente de abonado, el escuchar en el auricular una voz rotunda que dice:
«¡El número que usted ha marcado, no existe!». Ejemplos como éstos son tan divertidos
como inocuos. Más peliagudo es, en cambio, el uso kantianizante español de «poder»,
en lugar de «deber». No hace mucho, al intentar entrar en un edificio público de interés
artístico, me salió al paso un ordenanza diciendo: «¡No se puede entrar!». Me limité a
demostrarle que sí se podía, entrando. Usos lingüísticos de esta índole pueden ser
síntomas de una mentalidad y un orden social algo perversos. Como los lapsos
lingüísticos en el psicoanálisis, esos usos muestran y dicen más de los hablantes (como
individuos o como grupo social) que de aquello de lo que se pretende hablar.
40
La retórica de manuales sólo se ocupa del primer tipo, el uso consciente. La ciencia
moderna del lenguaje ha comenzado a ocuparse del segundo, el uso inconsciente. La
antropología, tal y como yo la entiendo, penetra en el tercer tipo. Este es el nivel
profundo de la ironía, cuyas obreras son la metáfora y la metonimia.
Pero la desviación del sentido no es siempre, repito, una perversión eludible, sino un
elemento constitutivo del habla y, por ello, inevitable. Adviértase cómo en nuestros
enunciados manejamos el sujeto gramatical como si fuera un agente responsable:
decimos que «El poder corrompe», que «El Sida hace estragos», que «La polución
envenena a las ciudades» y que «Los precios han subido». Reificamos las acciones y
personificamos las cosas y los hechos. No para eximirnos de nuestra responsabilidad,
aunque la verdad es que el efecto es el mismo, pues mientras sea «el poder» el que
corrompe, el poderoso es más bien una víctima. El mismo fenómeno se da, sin embargo,
en situaciones tan poco sospechosas de intencionalidad o malicia como por ejemplo:
«El curso ha comenzado», «Se fue la luz», «El coche no quiere arrancar» o «La fuente
se ha secado y las azucenas están marchitas en el camino verde que va a la ermita»,
como decía la vieja canción.
Estoy describiendo la situación original del hombre como ser en el mundo a base, por
un lado, de dos coordenadas (metáfora - metonimia) que le ayudan a estructurar el
pensamiento y el lenguaje como instrumento para manejar la realidad, preñándola de
sentido, y, por otro lado, de una categoría existencial, la ironía, que sustenta y justifica
la labor de dichas coordenadas.
Mucha tinta se ha vertido acerca de la metáfora. Pocos son en cambio los libros
dedicados a la metonimia. Cosa altamente significativa de nuestra mentalidad
occidental, que consagra el altar de su conocimiento al ídolo de la Identidad. Lo que
43
calificamos corrientemente (en terminología retórica) de metáfora es, sin embargo, sólo
la obra de la metáfora, su ergon, cuyo mecanismo creador sólo es inteligible en
coordinación con la obra de la metonimia. Metáfora y metonimia, como mecanismos -
no como efectos sustantivos de ellos- se hallan estrechamente ligados uno al otro, al
servicio de la condición existencial humana de la ironía. Consideradas
(metonímicamente) como meras figuras retóricas, como productos lingüísticos, la
metáfora es más patente y más fácil de identificar que la metonimia, ya que la metáfora
supone identificación, pero la metonimia deslice y ocultamiento. La metonimia es, por
ello, tanto más enigmática e interesante, incluso a nivel retórico, ya que en ella se basan
los deslices más vergonzantes y las manipulaciones del sentido más sibilinas.
La metáfora como tropo o figura se define como una semejanza perceptible entre lo que
se nombra y aquello de lo que se toma el nombre. Por ejemplo, cuando decimos que una
situación dada es un «lío» o que una persona es «una lumbrera». La metonimia es
escurridiza e inaprehensible y se basa en un desplazamiento del nombre de algo a lo que
le es contiguo o mantiene relación con ello. Decir «El cabeza de familia» o nombrar a la
monarquía como «La corona», son expresiones metonímicas fácilmente identificables;
más difícil es advertirla en expresiones como «zapatos rebajados» (cuando lo rebajado
es el precio de los zapatos, siendo «rebajar», por añadidura, una metáfora) o en la de
«acusar a Estados Unidos» (cuando es a sus dirigentes políticos a quien se acusa). Y
todavía más inadvertible resulta cuando un hombre público dice «Nosotros» o «El
Gobierno» o cuando un ministro sueco de trabajo promete a los trabajadores mayor
influencia en la dirección de la empresa, otorgando al Sindicato representación en ella.
Mucho se ha hablado del poder de la metáfora, pero muy poco de las metonimias del
poder, que son más interesantes, ya que todo ejercicio de poder está basado en
desplazamientos sutilísimos del sentido. Todo discurso político está lleno de
metonimias que funcionan como la ironía vuelta del revés, otra ironía de la ironía, ya
que no tratan de dar a entender lo contrario de lo que dicen, sino de dar a entender
justamente lo que dicen, significando algo distinto.
dentro del cual esa vida se desarrolla.(15). Decimos también «camino» pensando unas
veces en lo que vemos en el terreno y otras, como en el poema machadiano, en el andar.
Tampoco es el lugar histórico un mero emplazamiento físico, sino los sucesos que lo
constituyen. La ironía del urbanismo moderno reside en la destrucción de lugares con la
pretensión construir otros nuevos, sin a menudo lograr otra cosa que construir meros
espacios. La sombra irónica de Edipo, que al final resulta ser el propio homicida
buscado, se cierne sobre nuestros políticos y nuestros ingenieros sociales. La ironía es
un bumerang.
Metáfora y metonimia son pues dos aspectos de una mecánica creadora. La metonimia
representa su elemento dinámico, que busca y colecciona, y la metáfora el ancla que
«limpia, fija y da esplendor», eligiendo la palabra adecuada, como nuestra ilustre Real
Academia. Metonimia y Metáfora son como realidad e imaginación o como inteligencia
y voluntad. La metonimia y la metáfora son inseparables una de otra y pierden su valor
cuando se las divorcia. Un estudio de la metáfora separado de la metonimia, como
hacen Lakhoff y Johnson.(16) o como hizo Sterner.(17) y otros que confunden
metáforas con metonimias, no supera el nivel del tropo retórico, quedándose sólo a las
puertas del entendimiento de la creación lingüística.
Se nos ha inculcado que todo lenguaje racional sigue las normas de la lógica formal.
Pero la Lógica y el principio de no-contradicción son solamente válidos en un sistema
de significantes escuetos, en un decir como simple decir, cuyo modelo es la matemática
o la ciencia positiva. Entre el decir y su sentido la discrepancia y la ambigüedad son
constantes. El mero lenguaje como producto o estructura (ergon) jamás haría posible la
comunicación sin el lenguaje como actividad (energeia). Y aunque un león pudiera
hablar -decía Wittgenstein- no lo entenderíamos. El entendimiento entre humanos a
través de los signos y del discurso se debe a que el ser humano transciende al mundo
fenoménico y físico y además participa de un ámbito común a los otros seres humanos.
Sometidos al mundo corporal y a los signos del lenguaje que utilizamos, son éstos por sí
solos incapaces de expresar el sentido de nuestra existencia. Pero para encarnarse en la
historia humana, ese sentido no tiene otro camino que lo corporal y los signos.
Pero nuestra condición humana consiste justamente en vernos forzados, a hacer eso que
es imposible. En ello se funda propiamente la libertad humana. Hegel lo denominaba
astucia de la razón. El hombre es el ser que se sale con las suyas obedeciendo las
condiciones que se le imponen. Bacon decía lo mismo desde la perspectiva opuesta:
«Natura nisi parendo non vincitur» (Sólo se vence a la naturaleza obedeciéndola). Lo
que eleva al hombre por encima de la naturaleza viviente es, al mismo tiempo, una
capacidad y una exigencia de transformar en posibilidad lo que en principio se presenta
como necesidad; como el prisionero que, en su fuga, hace de las sábanas y los muros de
la propia cárcel el instrumento de su libertad. El proyecto, hoy perfectamente realizable,
de una cárcel en que la evasión sea absolutamente imposible, no se pone en obra -según
nos decía el director de un centro penitenciario danés- porque la vida de los reclusos
perdería totalmente su sentido si la posibilidad, siquiera remota, de la fuga no alentara
en sus mentes. Y encerrado en aquella sórdida e inhumana mazmorra del convento
toledano, el más grande de nuestros místicos, San Juan de la Cruz, concibió
(¡maravillosa ironía!) las palabras más bellas y más llenas de sentido, aquellas palabras
de La noche oscura del alma. Su evasión espiritual precedió incluso a su huída física y
quizá incluso la inspiró.
La búsqueda del sentido de la ironía conduce a la inquisición sobre la ironía del sentido.
Y como el sentido se confunde unas veces con el significado y otras con la finalidad, me
voy a ver obligado a decir algo acerca de esa relación conceptual, para lo cual resulta
inestimable la semántica aristotélica. No deja de ser una ironía que, un filósofo que tan
poco supo apreciar lo que significa la ironía, sin embargo nos haya proporcionado las
mejores herramientas para comprenderla.
significantes intramundanos, en los cuales apoyamos el sentido que damos a las cosas y
a los hechos, son productos de un cajón de sastre figurativo que hemos ido formado con
anterioridad y que ya nuestros padres nos entregaron repleto. Los nombres que
proyectamos sobre las cosas, nos hacen creer que entendemos lo que son las cosas
mismas, cuando en realidad no hacen sino apresar y dar color determinado al propio
sentimiento de nuestro estar-en-el-mundo. Creemos que hablamos de las cosas cuando
son más bien las cosas las que hablan de nosotros.
Sentido y significado
una actividad y una realidad (en el sentido lacaniano de «lo real»). Conjunción
ontológica y paradójica de la que surgen tanto el sujeto como el objeto. El verbo, que es
el sentido, la actividad, la mente, crea las palabras, el signo (ergon). Los objetos del
mundo se constituyen en perchas del sentido y con los sonidos que emite constituye el
hombre fonemas y palabras significativos. Lo que en el fondo sea ese mundo real al que
la mente se enfrenta, es inútil dilucidarlo. Hasta nuestro propio cuerpo es un extraño. Lo
único que el hombre entiende es lo que él mismo ha hecho (factum verum).
Esa coadunación, que tanto ha preocupado a los filósofos, de dos realidades totalmente
heterogéneas, es tan incontrovertible como inexplicable. La existencia humana está
irremediablemente anclada en una paradoja y su única forma de existencia es la ironía
que consiste en vernos compelidos a utilizar categorías materiales y finitas como signo
de algo que las desborda, dando lugar a una manera indirecta e impropia de entender. La
caída en la tentación objetivista y en la arrogancia de la verdad como correspondencia
dan origen a la ontología y a la ciencia positiva. Tratar de transcender lo finito, lo
material y lo sígnico, colocándonos imaginativamente más allá de la ontología, como si
nos levantáramos a nosotros mismos de los pelos, es una actitud metafísica cultivada en
las filosofías orientales. En nuestra cultura, quienes más se han acercado a una
inteligencia de este problema metafísico serían quizá Fichte y, sobre todo, su homólogo
sueco Benjamin Höijer, si no fuera por su vocación demasiado sistemática y monista.
Mas lo que yo busco no es tanto una metafísica cuanto una metapsicología.
Pretender que la ciencia positiva dice la verdad sobre lo que sucede en el mundo es
absurdo, pues no hay ciencia de lo particular, sino de lo general, y sólo lo particular
sucede de hecho. El lenguaje en que se expresa la ciencia es un cajón de sastre del que
52
Sentido y finalidad
Lo que el mundo moderno llama práctica no es más que una aplicación instrumental de
la razón teórica constitutiva de la mentalidad tecnológica. Es esencial en esa mentalidad
la reducción del sentido a la finalidad. La Etica de Aristóteles nos permite reconstruir
una distinción para la que nos hemos quedado ciegos. Distingue él entre un obrar (verbo
intransitivo) que tiene su sentido en sí mismo y llama «praxis» y un hacer (verbo
transitivo) cuyo sentido reside en la finalidad prevista, llamado «poiesis». La
mentalidad moderna reduce toda praxis a poiesis y da al conjunto formado por ambos el
nombre de la vieja praxis. En esta simbiosis conceptual tiene lugar la confusión del
sentido con la finalidad.
instrumental de un hacer, sino el sentido de un obrar. Elegimos medios para llegar a una
meta, pero todavía cabe preguntarnos qué sentido tiene esa meta perseguida, cuál es el
telos de esos fines.
Colofón
NOTAS
1. Wladimir Jankelevitch La ironía, Taurus, Madrid, 1982.
2. Søren A. Kierkegaard Om Begrebet Ironi, («Samlede værker» B. 1)[Theses, dissertationi danicæ de notione ironiæ, annexæ quas
ad jura magistri artium in Universitate Hafniensi rite obtinenda, die XXIX Septemb. hora 10., publico colloquio defendere
conabitur. Severinus Aabye Kierkegaard, theol. cand. MDCCCXLI»] 3. udgave, Gyldendal, København, 1982. (1. udgave 1906)
5. Jean Wahl Vers la fin de l'ontologie. Ètude sur l'introduction dans la métaphysique par Heidegger, Société d'Édition de
l'Enseignement Supérieur, Paris, 1956.
54
6. El ejemplo, al que he aludido antes (pág. V), se comporta así también como una especie de significante al servir de medio para el
conocimiento de otra cosa.
7. Freud, Sigmund El yo y el ello y otros escritos de metapsicología, Alianza Editorial 1973 (pág. 8 ss.).
9. Collingwood, R.G. Autobiografía, Fondo de Cultura Económica, 1953. Gadamer, Hans-Georg «Verdad y método II», Sígueme,
1992.
11. Lacan, Jacques El Seminario, Libro 3: «Las psicosis, 1955-1956», Paidós, Barcelona, 1984.
13. Sí lo ha advertido Nietzsche, aunque cae en la trampa occidental gnoseológica (que por otro lado quiere combatir) de la
metáfora y la identidad, sin tener suficientemente clara la función de la diferencia y la metonimia.
14. Tanto para la fenomenología husserliana como para el cartesianismo, lo auténticamente inmediato e indubitable es el acto de
pensar, siendo tanto el objeto, para el uno, como el sujeto, para los otros, elementos derivados de ese pensar.
15. «Civitas (ciudad) es una muchedumbre de personas unidas por vínculos de sociedad, y recibe ese nombre por sus ciudadanos
(cives), es decir, por los habitantes mismos de la urbe [porque concentra y encierra la vida de mucha gente]. Con el nombre de urbe
(urbs) se designa la fábrica material de la ciudad, en tanto que civitas hace referencia, no a sus piedras, sino a sus habitantes.»
(Etymologiarum, XV, 2, trad. española de la Biblioteca de Autores Cristianos).
16. Lakoff, George & Johnson, Mark Metáforas de la vida cotidiana, Cátedra, 1991.
17. Sterner, Gustaf Meaning and Change of Meaning, Indiana Univ. Press, 1931.
18. Wittgenstein, Ludwig Conferencia sobre ética, Paidós, Univ. Autónoma, Barcelona, 1989.
19. Kierkegaard, Søren Afsluttende uvideskabelig Efterskrift («Samlede værker» 9 & 10 bind), Gyldendal, København, 1982.
20. Bohlin, Torsten Sören Kierkegaards etiska åskådning, med särskild hänsyn till begreppet "den enskilde". Ak. avh.,
Diakonistyrelsens bokförlag, Stockholm, 1918.
21. Aristoteles Política, ed. bilingüe, 2ª ed., 2ª reimpr. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989. {1253a}
22. En Lectures and conversations, trad. francesa «Leçons et conversations sur l'esthétique, la psychologie et la croyance
religieuse», Gallimard, Paris, 1971.
55
Dos son a mi juicio los problemas fundamentales que la sociedad moderna debe
plantearse y resolver seria y honradamente, si seria y honrada es su aspiración a realizar
un orden social democrático: Uno es el problema de la representatividad política; el
otro es el de la competencia ciudadana. Ambos están íntimamente relacionados, no
pudiéndose resolver el primero sin abordar el segundo: sin competencia ciudadana no
hay verdadera representatividad.
Carente de esa premisa, el intento moderno por superar el despotismo ilustrado conduce
a una forma de democracia meramente formal, enmascaradora del paternalismo de una
sociedad del bienestar, obra de ingenieros sociales. En el mejor de los casos lo que hoy
llamamos democracia no ha pasado de ser una nueva forma de aristocracia, y en el peor
de ellos una forma de oligarquía. Michel Foucault ha descrito muy bien el proceso
histórico de transformación de las técnicas de poder, desde un ejercicio brutal y
despótico a un ejercicio suave y bondadoso cuya denominación adecuada es
paternalismo.
A este lado del Pirineo, sin ser filósofo político, nuestro Antonio Machado nos recuerda
que no hay caminos a priori, sino que todo camino se hace al andar. El comportamiento
democrático no reside en obrar con la mira puesta en un resultado socialmente deseable
y estipulado de antemano, pues de buenas intenciones sabemos que está empedrado el
56
Pero -dirán ustedes- ¿acaso las reglas mismas no son resultados de la actividad de los
individuos? Justamente eso es lo que sostengo. El diálogo y el acuerdo no necesitan
reglas previas, las reglas se forjan en el propio diálogo. Si no hemos de caer en un
utilitarismo de la regla, lo importante será la capacidad cívica y ética de los individuos,
pues donde hay buen cocinero la buena cena se da por añadidura, pero donde los
cocineros tienen que estar siguiendo las recetas culinarias al pie de la letra, la calidad
del resultado es altamente insegura. Una cosa son las reglas como expresión de una
experiencia asimilada («Del acto nase la costume e de la costume nase la ley» como
diría el Rey Sabio) y otras son las reglas estipuladas por unos para ser seguidas por
otros. Si no jugamos todos, más vale romper la baraja.
Durante los últimos decenios, Suecia y su modelo político han tenido fama de ser la
forma más avanzada de democracia social. Fama que Suecia ha sabido aprovechar para
granjearse internacionalmente una posición política y económica privilegiadas. Mientras
España ha asumido la responsabilidad histórica de su fracasada ansia imperial de otrora,
Suecia, que entre 1611 y 1718 también tuvo ambiciones semejantes y vio frustrados sus
deseos de expansión y dominio, ha sabido (como la zorra de las uvas) soterrar las
huellas de esos deseos, haciendo de la necesidad una virtud. El país nórdico ha sabido
comprender las ventajas que acarrea el mantenerse al margen de la guerra durante casi
dos siglos, sobre todo si se tiene la ventaja (hoy también perdida) de ser el primer país
productor de hierro, proveyendo sin discriminación (que por algo se es neutral) a ambos
contendientes durante los dos grandes conflictos bélicos. Paz interior, prosperidad
económica y fachada neutral, son condiciones favorables para el desarrollo de
instituciones democráticas. Es más fácil ser buenos cuando todo nos va bien. Lo peor de
todo es que acabamos creyéndonos que somos buenos e incluso que somos los mejores.
La técnica sueca de reuniones, por ejemplo, es una geometría minuciosa del uso de la
palabra, muy diferente a la practicada en latitudes meridionales. Administrar el uso de la
palabra en la cultura nórdica no es lo mismo que en la mediterránea.
democrática consiste más bien en votar que en elegir, siendo las candidaturas fruto de
los mecanismos de poder, más bien que de la representatividad de la opinión popular.
Los candidatos son elegidos por los órganos internos de poder de los partidos y las
organizaciones. Lo mismo que el elector mejicano a nivel de comunidad local, el elector
sueco a nivel de partido accede a ser representado, no tanto por quien defiende su
opinión cuanto por quien tiene mayor facilidad de hacerse oír y obtener decisiones
favorables de los núcleos de poder. El mayor mérito del candidato político es lo que los
suecos llaman su «anclaje»: el ser bienquisto en los centros de poder, lo cual favorece a
la comunidad o grupo representado. El concepto de representación se hace entonces un
tanto ambiguo, y el político elegido para un órgano director dejará automáticamente de
actuar como representante de sus electores dentro de dicho órgano, pasando a
representar al órgano en cuestión ante los electores, solidarizándose, frente al
electorado, con todas las decisiones tomadas. Conducta ésta a menudo no sólo aceptada,
sino aplaudida y hasta exigida por los propios electores. La democracia así entendida
significa que nadie es elegido para que lleve la contraria a sus compañeros de dirección,
sino para que se ponga de acuerdo con ellos. Pues sólo la unión hace la fuerza y en
Suecia se da más valor a la fuerza como tal que a su orientación. Filosofía que oculta
aquel principio formulado por Calicles de que el derecho es la fuerza, discretamente
inspirado por la filosofía uppsaliense del derecho a comienzos de siglo, que tanto ha
influído en el constitucionalismo sueco actual.
Decir que el poder político procede del pueblo debiera significar que toda
representación política a niveles complejos ha de tener sus raíces en una conducta lo
más cercana posible a la participación directa, cosa que sólo puede darse a nivel local y
de organización básica. Por eso, una Europa democrática no puede ser simplemente una
Europa de las regiones sino una Europa de los ayuntamientos, de las comunidades
locales. Pero también la palabra «ayuntamiento» o la palabra «comuna» (como dicen los
suecos) ha sufrido una transformación metonímica. «Ayuntamiento» implica hoy más
bien separación que «ajuntamiento» y «comuna» (en la Suecia de hoy) no es nada
común a todos más que en el sentido de las cargas tributarias. El ayuntamiento o
comuna es hoy una institución constituída por unos señores (y unas pocas señoras) que
mandan sobre nosotros, en lugar de representarnos y estar al servicio de la comunidad.
Para entender la evolución de la sociedad sueca hacia una de las mejor organizadas
democracias parlamentarias hay que considerar la confluencia de tres factores
históricos. Hemos mencionado la tradición de una autonomía democrática local,
arraigada en una sociedad todavía agraria y codificada en las Ordenanzas Municipales
desde 1850. Añadiré a ella el surgimiento y evolución, desde el comienzo de la época
industrial de finales del siglo pasado, de una serie de movimientos populares. Un tercer
factor es el fuerte sentimiento de confianza en las autoridades y funcionarios públicos,
arraigado en el carácter sueco desde hace varios siglos. Menciono ese rasgo del carácter
sueco por su gran importancia para la evolución pacífica del discurso político. La
confianza o pistis es el concepto eje de la Retórica aristotélica. Sin confianza no es
posible el orden social e incluso la mentira deja de serlo si desconfiamos de todo cuanto
se dice. La carencia de confianza es quizá una de las raíces de los problemas de España.
La confianza es el capital sobre el que se erige toda conducta democrática, y su
malversación por obra de los políticos, ocasiona un daño irreparable al cuerpo social.
Ahora bien, cuando la confianza se convierte en mera credulidad carente de crítica,
llegamos al otro extremo: la manipulación social. Ese es el problema de Suecia. Si bien
el funcionario público y el político sueco mantienen un bajo nivel de corrupción,
también se han ido atrofiando los organismos de control. Para que la confianza sea un
elemento generador de democracia, tiene que ir unida a un cierto sentido crítico. España
necesitaría un poco de la confianza de los suecos, y Suecia algo del espíritu de
disidencia y crítica del español. Pero están cambiando mucho las cosas, por lo menos en
Suecia.
Decía que uno de los tres elementos fundamentales de la evolución sueca hacia la
democracia parlamentaria fueron los movimientos «populares». Estos movimientos son
de tres clases: movimientos religiosos contra el monopolio de la iglesia nacional,
movimientos de lucha contra el alcoholismo y el movimiento obrero con sus dos brazos
político y sindical. Entre 1880 y 1930 se llevó a cabo una amplia tarea de formación
popular, cívica, cultural y humana, que fue decisiva para la evolución del modelo sueco
de la etapa industrial. En el seno de esos movimientos se planteó seriamente por primera
62
Otro motivo ligado al anterior del relativo fracaso de esos movimientos es la confusión
entre formación popular y mero aprendizaje. En lugar de una formación humana que
enseñe a asimilar la propia experiencia, se desarrolla una tarea de aprendizaje
cumulativo de conocimientos. En lugar de llegar a ser alguien, el pueblo ha aprendido a
hacer cosas. El ser bueno consiste así en hacer cosas bien hechas. Este tipo de
formación va acompañado de una perversión del lenguaje que fomenta un espíritu
crítico de lo externo, pero carece de autocrítica. Nunca más adecuada aquella cita de
Marx que dice: «Las armas de la crítica no deben olvidar la crítica de las armas».
Entre 1971 y 1980, decenio que dediqué a los temas de la participación ciudadana en la
planificación pública a nivel local, fui llegando a la convicción de que la ética necesaria
para dar sentido democrático a los parlamentarismos de una u otra especie tiene que ser
una ética discursiva. Toda vida social y política es, sin residuo, resultado de una
63
construcción discursiva. Su ética tiene por eso que estar íntimamente ligada a ese
discurso y no meramente a sus técnicas y reglas. Pero a diferencia de lo que proponen
las «éticas discursivas» al uso, considero que una ética de esa especie es conciliable y
tiene que ser, en gran parte y por varias razones, una ética de corte aristotélico.
Quizá el problema de las éticas discursivas al uso resida en confundir el plano del
lenguaje como energeia -la actividad llamada logos que diferencia a todo ser humano
tanto de la bestia como del dios- de la lengua como ergon, es decir el resultado e
instrumento lingüístico que son los sistemas concretos de palabras e idiomas. Pues la
dimensión pragmática del lenguaje de que hablan los discursivistas oficiales, se limita a
considerar lo que hacemos con las palabras, sin preocuparse de cómo hacemos las
palabras y de lo que las palabras hacen con nosotros. Las armas de la crítica no deberían
olvidar -como dije antes citando a Marx- la crítica de las armas.
64
Una investigación del léxico occidental nos muestra que éste da prioridad a lo visual
frente a lo auditivo y al substantivo frente a la acción. Decimos que vemos coches,
buzones de correos o pastelerías, como si eso se pudiera ver y no fuera una mera
interpretación, mediatizada por los usos y la cultura, de lo que nos manifiestan los
sentidos. Agotada la posibilidad de apoyarnos en objetos visibles o tangibles,
objetivamos las acciones humanas en sustantivaciones lingüísticas como «democracia»,
«poder», «libertad», «justicia» etc. Explicamos las acciones por las cosas y los
sustantivos, siendo las acciones las que racionalmente explican tanto las cosas como
esos complejos de sucesos que gramaticalmente empaquetamos en sustantivos. Eso
explica la vigencia social de la mitología del dinero y de la nueva clase sacerdotal de los
economistas. Obsoleto el latín eclesiástico, desarrollan esos teólogos modernos todo un
discurso ritual de «inflaciones», «créditos», «inversiones», «moneda», «alza y baja»,
«curvas de crecimiento», «economía», etc. etc. tan familiar al oído como vacío al
entendimiento.
Ocuparse de cómo actuamos en concreto con las palabras y de lo que las palabras hacen
con nosotros significa interesarse por la retórica como ciencia genuina del discurso.
Pero a pesar de tanto hablar de «teoría de la argumentación», nada quieren los
habermasianos saber ni de Perelman ni de nadie que se interese por la retórica
aristotélica. La retórica es hoy considerada como el arte de la manipulación por el
discurso. Pero ¿acaso no es la retórica la que nos enseña la mejor manera de
argumentar? ¿y no consiste la mejor manera de argumentar en usar el mejor argumento?
¿pero, no es el mejor argumento el criterio habermasiano que pretende sustituir al
tradicional concepto de la verdad como correspondencia?
65
En un pasaje de la Política, tan conocido como mal leído, nos dice Aristóteles que el ser
humano no es el único animal social; pero si lo es en mayor medida que cualquier
animal gregario (como la abeja) se debe a que tiene logos, esa síntesis de pensamiento y
lenguaje que ha dado lugar a nuestro desfigurado concepto de «razón». Y continúa
diciendo que el logos no sólo faculta al hombre para expresar lo que siente, que eso
también lo hacen los animales a su modo. Pues el animal -dice- tiene voz, pero el logos
nos otorga el don de la palabra, permitiéndonos distinguir entre lo bueno y lo malo,
entre lo justo y lo injusto. No dice Aristóteles en ese texto que la razón consista en
distinguir lo verdadero de lo falso, sino lo justo de lo injusto. He aquí el punto de
partida para una concepción aristotélica de la razón discursiva. Este pasaje nos revela
que la razón propiamente dicha es la razón práctica. Y todos sabemos hoy que, si la
razón fuera una mera facultad deductiva de verdades, las ordenadoras electrónicas
serían más razonables que el hombre. La razón humana o es práctica o no es razón. Y el
uso del discurso en la elaboración teórica (que también es una forma de actuar, una
forma de práctica) supone la invención o elección de palabras justas y de argumentos
adecuados. Justas y adecuados, no verdaderos o falsos. Nunca oí decir que un libro de
texto, una tesis doctoral o una ponencia sean verdaderos o falsos, sino buenos o malos.
Toda razón o es práctica y constructiva, o sea discursiva, o no es razón.
Comulgo pues con los que no conciben la ética sin el diálogo. Pero me diferencia de los
discursivistas al uso la concepción misma del lenguaje. La teoría habermasiana es
demasiado analítica y demasiado positivista para atribuirse el nombre hermenéutica. Y
en lo que respecta al diálogo, es preciso advertir que el prefijo griego «dia» no significa
«dos», como si diálogo y monólogo fueran dos términos contrapuestos. Si el logos,
como la cita aristotélica mencionada decía claramente y los habermasianos y apelianos
sostienen, es necesariamente social, no precisa que le añadan prefijos redundantes para
hacerlo comunicativo. El prefijo griego «dia» significa «a través de». El hombre es el
ser que sólo comprende indirectamente, «dia logos», a través del logos, a través de un
«hablar» orientado al otro. Pero entonces el diálogo no es un instrumento para llegar a
un fin, sino aquello mediante lo cual el sentido halla expresión mundana, aquello
mediante lo cual el verbo se hace carne, como señaló Wittgenstein.
Hacía Aristóteles otra distinción emparentada con la anterior: una cosa es -decía-
realizar un esfuerzo con miras a un resultado externo y otra dedicarse a una actividad
por su valor intrínseco. A la primera la llamaba kinesis, un movimiento o proceso cuyo
producto externo concebible o perceptible llamaba ergon. A la segunda la llamaba
energeia. El hacer algo, la poiesis, es así una kinesis, pero el obrar, la praxis aristotélica,
es una energeia. La producción de algo requiere un transcurso de tiempo, teniendo el
proceso de producción que haber llegado a su fin o término (peras) para alcanzar su
resultado. El proceso y su resultado se excluyen temporalmente. Una actividad humana
valiosa se caracteriza en cambio por su perfección inmediata. Cuando dicha actividad
67
finaliza no queda nada de ella; en cambio la mera producción tiene que llegar a su
término para que surja lo más importante de ella: su resultado. Edificar es un proceso
productivo que desemboca en la casa terminada. Habitarla es una actividad humana
valiosa que o se realiza del todo en cada instante o no se realiza en absoluto. Puede
haber expertos en construir viviendas, pero en habitarlas es cada uno su propio juez. He
aquí el motivo por el que la intención de los ciudadanos tiene que estar por encima de la
de los expertos. Por eso dice Aristóteles que el navegante sabe en cierto modo mejor
que el constructor lo que es un buen barco y el convidado mejor lo que es la buena cena
que el cocinero.
Aristóteles es el primer teórico de la Sociedad del Bienestar. Concibe la polis como una
asociación humana para el bienestar común en la cual las poiesis van encaminadas a
resultados cuyo sentido viene dado en las praxis. La tarea de los expertos no está sólo al
servicio de la efectividad de los medios y los fines, pues lo que da valor,
transcediéndolos, a los fines de las actividades productivas es el sentido de la vida de
los ciudadanos. Cierto que los actos valiosos y las cosas bien hechas se combinan en la
vida humana y social; pero mientras las cosas bien hechas son meros fines, los valores
que éstas facilitan o promueven vienen dados por el uso a que van destinados. Ahora
bien, ¿no es acaso el fin de una acción aquello por lo que hacemos algo? Barajamos
normalmente el fin con el sentido y la finalidad con la teleología. Sólo puedo hacer aquí
un breve comentario al respecto.
También Kant entendía que una acción llevada a cabo con miras a un resultado no es
una acción perfecta. Pero su exigencia por formular en palabras un imperativo
categórico de la razón, le hizo perder de vista el sentido profundo de su propia
observación. Se ha criticado a Kant de caer póstumamente en la teleología, después de
haber repudiado la finalidad. ¿Pero es telos lo mismo que «fin»? Así traducimos la
palabra griega telos y el propio texto aristotélico da pie a esa confusión. Sin embargo, el
llamar teleológica (en sentido aristotélico) a la ética utilitarista me parece un desatino
sin límites. Y el calificar la ética de Aristóteles de teleológica (en sentido utilitarista)
apoyándose en sus comentarios sobre la mal entendida y peor traducida eudaimonia, se
explica por nuestra manía metonímica de confundir el fin con los medios y el lenguaje
con las palabras.
¿de dónde le viene su valor al resultado? Todo fin explicativo suscita un nuevo «¿por
qué?» que lo convierte en medio. Sólo la razón tecnológica e instrumental deja de
hacerse preguntas, como si el fin mencionado fuera una respuesta definitiva o como si
fines y medios pudieran eslabonarse en una cadena indefinida, semejante a la de las
causas y los efectos. Medios y fines son términos aplicables a segmentos temporales y
quehaceres concretos. Hablar de un fin último es una noción equívoca usada para evitar
la proyección al infinito. La vida humana es un manojo de segmentos de medios y fines
pero no una cadena finalista continua, porque ni la vida ni la historia son planificables.
El fin último de la vida es la muerte, pero la muerte no es el sentido de la vida, como
algunos existencialistas pretenden, confundiendo el fin con el sentido. Un fin es lo que
se halla al final, aquello a lo que se llega o en lo que se desemboca. El sentido, que es
maduración interna de nuestra vida y nuestra conciencia, tiene más de principio y de
68
proyecto que de final. El sentido es el criterio que -con mayor o menor acierto- alumbra
la elección de los fines dándoles su valor de tales y su expresión concreta. El sentido
formula los fines sin poder ser él mismo formulado, dicho o expresado categóricamente.
Si el decir pudiera ser dicho, esto nos retrotraería al infinito. El sentido es la atalaya
transcendente desde la que el sentido del mundo y la comunicación cobran realidad. El
fin de la vida es la muerte, pero su sentido es lo que va dando calidad y valor a los
sucesos de nuestra historia, desde que nacemos hasta que morimos. Paralelamente a una
«formación profesional» y a un adiestramiento en hacer cosas, va madurando la
conciencia del sentido de nuestra vida, al cual vamos ajustando nuestra elección de
fines, siendo ese sentido indecible, porque él mismo es el lenguaje, el logos.
La finalidad es propia de un quehacer y todo fin es una cosa o se entiende como una
cosa. El sentido es la cualidad de una forma de acción humanamente valiosa. La
mentalidad tecnológica a que nos ha conducido la razón ilustrada nos incita a dedicar la
vida humana a un eterno quehacer cuyo sentido se pierde de vista. Esta es la alienación.
Vivimos para trabajar, trabajamos para obtener dinero. Obtenemos dinero para comprar
cosas. La cadena explicativa se ha vuelto del revés.
Todo esto tiene importancia para la concepción de una ética del diálogo y una
democracia como forma de vida. Está de moda hablar de diálogo. Los políticos y
funcionarios quieren el diálogo con los ciudadanos. Los planificadores y los
investigadores sociales proponen la planificación dialogada. Pero el diálogo de que
hablan no es un dia-logos, no es un diálogo transparente, sino instrumentalizado. Se
trata de la mera conversación del experto con el lego, del hombre de poder con el
hombre de la calle, dictando el experto y el poderoso las condiciones del encuentro. Es
un diálogo concebido como poiesis no como praxis, como proceso orientado a un fin
previsto, no como una actividad valiosa en sí misma.
Estoy de acuerdo con Habermas en casi todo menos en lo que niega. Él estaría en
cambio casi totalmente en desacuerdo conmigo, si mi insignificante persona le
mereciera la más pequeña atención. Para los discursivistas habermasianos la
racionalidad reside en el decir y en las palabras. Para mí reside en el hablar como modo
fundamental de obrar. Lo que decimos no son más que concretizaciones o ejemplos de
lo que es el hablar. El hablar no es lo dicho, pero se manifiesta en el decirlo. Junto al
universal del nominalismo, existe un universal revelado en el decir concreto, un
universal inteligido a través del ejemplo y no destilado mediante la inducción. El
ejemplo es en la retórica lo que la inducción en la lógica, comparable a la relación entre
ficción literaria y hecho científico: la obra literaria enseña fingiendo, el libro científico
finge enseñar.
69
El Quijote nos enseña lo que es el hombre. Mi estima por una persona no es el ramo de
flores que le entrego, pero la entrega del ramo de flores muestra mi estima por ella. Los
segmentos de nuestra vida y de nuestro discurso no son más que ejemplos fugaces que
van desvelando el sentido. La racionalidad no puede por ello ser lo que decimos, sino
algo que se manifiesta a través de lo que decimos y de lo que hacemos. Y al decir, como
al hacer, nos vamos ejercitando más y más en esa racionalidad, nos vamos haciendo
racionales. La racionalidad no es una cualidad de las proposiciones, es una virtud que se
adquiere comportándose y ejercitándose y haciendo proposiciones discursivamente. Esa
es la competencia sustentadora de la democracia. Frente a un concepto de la democracia
como diálogo encaminado a las decisiones, me adhiero a un concepto de la democracia
como un diálogo en que las decisiones no son fines, sino resultados accidentales y
huellas de nuestro paso, caminos hechos al andar. Un diálogo así parte de la base de que
hablando se entiende la gente pero también de que nadie opina exactamente lo mismo
que otro. Podemos ponernos de acuerdo, pero nunca estar de acuerdo. El consenso es
una voluntad de acuerdo, no un estado. La decisión mayoritaria sólo puede adherirse a
una frase o una palabra, nunca a un sentido o una opinión, porque tenemos
necesariamente perspectivas diferentes de las mismas cosas. Al usar las mismas
palabras creemos que estamos hablando de lo mismo, pero una cosa son las palabras y
su significado establecido y otra el sentido que expresan para cada actor en un momento
determinado. La democracia y la planificación de la sociedad es una arena de discusión
sobre significantes de apariencia unívoca pero de significado siempre ambiguo. Los
habermasianos parecen tener miedo a la ambigüedad, pero el verdadero peligro reside
en la univocidad.
Una ética discursiva para la sociedad moderna tiene que afrontar de modo crítico y
radical el concepto habitual del poder. En Suecia y en Noruega se han creado sendas
comisiones de investigación científica sobre el poder que, después de años de análisis y
especulación, han dejado intocado el meollo del problema, al entender el poder como
algo sustantivo (una cosa que se posee o una relación establecida, una posibilidad o una
posición) en lugar de entenderlo desde un punto de vista adverbializante, como una
forma de acción, que es la perspectiva aristotélica. Por eso caemos en la paradoja de
estar siempre luchando por el poder, al mismo tiempo que lo criticamos como
detestable. Los investigadores sociales optan por considerar al poder como algo neutral
en sí, afirmando que sólo el uso puede implicar maldad. Con esto se abre la puerta al
paternalismo, que consiste en un uso aparentemente benigno y servicial del poder.
Si, venciendo mi aversión a las fórmulas éticas, tuviera que expresar en un imperativo la
ética de abstención de poder, diría así: «Obra siempre procurando que las asimetrías
existentes antes del comienzo de una actuación concreta entre tí y los demás, hayan
disminuído, si es posible, o por lo menos no hayan aumentado por efecto de tu
actuación». Nótese que hablo de procurar, no de logros o resultados. El mérito de este
modo de obrar, aunque mi formulación dé la impresión de ello, no reside tanto en su
resultado como en su ejercicio, implicando la humildad de reconocer errores y de
intentar ser mejor. Pues ni la libertad ni la justicia son metas (como creen los
movimientos de liberación que indefectiblemente se convierten en tiranías) sino modos
de moverse hacia la meta. No hay un camino a la libertad y a la justicia, la libertad y la
justicia son el camino, que es, como dijimos, el propio caminar. Y no hay un abuso del
poder, pues el poder es el abuso, siendo el paternalismo el disimulo del poder.
El significado del silencio y el silencio del significado. En "El Silencio", comp. por C.
Castilla del Pino, Universidad de verano de San Roque, Alianza Editorial, 1992.
Plats för känsla i förnuftet eller Att bygga livet (Om kulturens blinda fläckar). (En
"Plats för känsla", de próxima aparición), BFR, Stockholm, 1993.
Hay también éticas ecologistas que creen que lo ético es aceptar el orden natural
establecido. Pero en la naturaleza reina también la violencia, la asimetría y el poder del
más fuerte. Lo naturalmente dado es -valorado desde un punto de vista humano- algunas
veces bueno y muchas veces malo. Y como André Gorz afirmaba hace muchos años, el
mal es más fuerte que el bien; pues el hombre pacífico fracasa constantemente en la
tarea de hacer pacífico al belicoso, pero el belicoso puede obligar al pacífico a entrar en
el juego de la violencia, aunque no sea más que en defensa propia. Lo malo y
defectuoso, o la amenaza de perder la calidad lograda, estimulan nuestra reflexión ética
más que lo bueno que existe sin nuestra intervención. Los conservadurismos, tanto en lo
social como en lo natural, adolecen de miopía ética. Etica es decir que no antes de decir
que sí.
se asemejan tanto más cuanto más se combaten. Es una lucha por sustituir unos actores
por otros, sin cambiar la meta ni menos aún los métodos de lucha. La democracia como
ética no supone un mero cambio de los agentes del poder, una sustitución del monarca o
de los mejores por el pueblo en su totalidad, sino un cambio de objetivos y -sobre todo-
un cambio de hábitos de conducta en la dirección de la sociedad civil.
La democracia como ética no es una teoría ni una práctica del poder, sino -siendo el
poder un modo de obrar- un desarme del poder. Esto no significa, aunque lo parezca,
una concepción anarquista de la sociedad, menos aun una exhaltación del caos, ya que
no es -dije- una afirmación de lo natural, sino del esfuerzo por algo mejor.
El lenguaje, como tradición heredada, nos precede y está más arraigado que nosotros
mismos. En gran parte somos obra del lenguaje. Creemos que decimos las palabras,
cuando más apropiado sería afirmar que las palabras nos dicen a nosotros. La palabra y
el concepto representado, el significante y su significado, no son empero un matrimonio
avenido e indisoluble. Hay entre ellos una amenaza constante de divorcio. Sin perder la
huella de los matrimonios o las significaciones anteriores -desde el significado
originario, etimológico, que lo vio nacer metafóricamente- cada significante va
acumulando constantemente usos nuevos, desfiguradores del originario. Tradición y
cambio se enlazan dialécticamente en el proceso de la historia del lenguaje, como en el
de todo lo humano. Y nada constituye al hombre más esencialmente que el lenguaje. Sin
lenguaje no hay hombre, sin hombre no hay lenguaje.
74
En primer lugar, Aristóteles ni quitaba ni ponía rey, sino se limitaba a constatar que el
rey, o la aristocracia, se dan en determinados regímenes y por específicas circunstancias
sociales e históricas. Y así como la monarquía degenera a veces en tiranía y la
aristocracia en oligarquía, Aristóteles no podía sino constatar críticamente que un
«gobierno del pueblo» como la democracia ateniense, había degenerado en demagogia y
que el dominio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo se había convertido en un cáncer
para la ciudad. Aristóteles no se pasaba con esto a la línea de los antidemócratas. Al
contrario, a lo que él se adhería era a un auténtico gobierno de todos los ciudadanos
(aun cuando en la sociedad de esa época, en Grecia no todo ser humano era ciudadano),
en régimen de igualdad. Y para diferenciar ese régimen de la degeneración en que había
caído la democracia, creaba la denominación de Politeia para designar a una
democracia auténtica y no corrompida.
Democracia y formación son así los dos conceptos básicos de una tradición histórica
que arranca de la Grecia precristiana y se extiende hasta la sociedad europea moderna.
Es el espíritu de esa tradición bicéfala armonizadora de lo social y lo individual, lo que
hoy nos reúne aquí.
La democracia ha estado siempre constreñida por un límite. Pero lo que durante largo
tiempo fue un límite o imposibilidad externos, es hoy día un límite autoimpuesto,
interno a nosotros mismos, creado por nuestra propia ceguera mental y nuestra
conducta. Durante siglos fue la democracia una idea irrealizable, porque las condiciones
externas y la evolución del saber no permitían la emancipación e igualación humana que
esa democracia suponía. Sin esclavos no habría sido posible, en la sociedad antigua, una
evolución del saber por obra de una minoría privilegiada. Sin proletarios encadenados a
los instrumentos de producción no habría podido la sociedad industrial desarrollar su
75
Aquel lema de Francis Bacon que promulgaba la identidad entre saber y poder, o el
manifiesto kantiano de la Ilustración que anunciaba la liberación humana de su
autoimpuesta tutela y de la incapacidad en el uso de su inteligencia, suenan como un
piano desafinado en los oídos de un europeo de fines del siglo XX. Lo que Kant
describía como superable se parece más a lo que la Ilustración estaba a punto de
engendrar que a lo que pretendía abandonar. Y un saber que estaba llamado a
otorgarnos poder, se ha convertido en nuestra peor amenaza.
La Edad Moderna ha estado tan absorbida por la vida de la ciencia que ha olvidado la
ciencia de la vida. ¿Cómo? -dirán- ¿No es la biología la ciencia de la vida? Ciertamente.
Pero, ¿de qué vida habla la biología? «Biología» es palabra de raíces griegas, pero lo
que nuestra biología estudia es algo distinto de lo que los griegos llamaban bios. La vida
que estudia nuestra ciencia de la vida se llamaba en griego zoon. El sentido auténtico de
bios lo conservamos en la palabra «biografía» pero brilla por su ausencia en el mundo
del saber. El oscurecimiento de la distinción griega entre dos conceptos de vida nos
ciega. El usar el nombre de biología para una ciencia natural, supone no solamente un
parricidio, sino además la usurpación del nombre del padre. Con lo cual el muerto sigue
en pie y la ocultación se hace total. Haría falta un Mendelejev, descubridor de la tabla
completa de los elementos químicos, para descubrir ese hueco vacío en el cuadro de
nuestros conocimientos.
Nuestra palabra «vida» no es la única que, comparada con la lengua griega, manifiesta
la desaparición de un matiz distintivo entre dos conceptos complementarios. Nuestro
lenguaje moderno no es ciego, pero sí tuerto. Hay varios parricidios semejantes al de la
palabra «vida». El más importante de todos ha sido perpetrado con el concepto de
praxis, que supedita el obrar auténticamente humano a un quehacer manufacturero y
artesano, creador de una mentalidad consumista que destierra los valores humanos y
hace del hombre un medio para la técnica, en lugar de hacer a la técnica un instrumento
de la vida humana como bios. La hoy inevitable concepción de una política del pleno
empleo y la elevación del dinero a la categoría de fin son prueba de ello.
La democracia exige no sólo unas condiciones materiales adecuadas, que sólo se logran
con el esfuerzo del conocimiento y de la técnica, sino además una armonización entre lo
social y lo individual que sólo se consigue mediante un cultivo del elemento social del
individuo que es su formación, su paideia. Y en el esfuerzo por ofrecer una formación
extensiva a todos los ciudadanos, reside la emancipación de que los ilustrados hablaban.
76
Una emancipación que debiera suponer el combate contra las desigualdades y asimetrías
características del poder, en lugar del culto al poder en que hemos caído.
Las formas de actuación de las instituciones y los hombres de nuestra sociedad moderna
revelan la presencia de dos modelos éticos complementarios: el modelo legalista o
deontológico y el modelo utilitarista, mal llamado teleológico. Coincide además esta
clasificación con la de los tratados de ética al uso. Las acciones individuales o
colectivas se valoran, o bien con referencia a una regla o principio de actuación, o bien
con referencia al resultado obtenido. El modelo legalista caracteriza sobre todo al estado
social paternalista que está ahora en crisis. El modelo utilitarista es apto para la
mentalidad de mercado que hoy se considera la panacea de todos los males. Los dos
modelos se barajan en nuestra sociedad, en proporciones diversas, según el tipo de
actividad de que se trate.
Ambas formas de ética, una emparentada con la ética autoritaria y religiosa y la otra
procedente de la economía política moderna, coinciden en su ceguera o en su
desconfianza frente a la competencia y la autonomía de la acción humana. O bien se
77
Sería imposible hacer aquí una exposición amplia acerca de las raíces de nuestra
precaria situación mental. La racionalidad teórica e instrumental que nos domina hunde
sus raíces en el giro que el pensamiento griego tuvo con las concepciones de
Parménides y Platón y que podría llamarse paradigma ontocéntrico del pensamiento.
Pero como concepción objetivante, cientificista y ciega acerca de la acción humana,
sería inexplicable sin la invención de la escritura fonética y del alfabeto de vocales y
consonantes.
Estamos tan metidos en el lenguaje que no nos damos cuenta de lo que literalmente
afirmamos e inconscientemente pensamos. Decimos que «los Precios suben», como si
fueran individuos con piernas, que «el Poder corrompe», como si el corrupto fuera una
víctima de «el Poder», que «la Vida está cara», que «el Fraude lo perturba todo», y
todos decimos repudiar, amándolo en nuestro fuero interno, a ese señor llamado
«Enrique Cimiento». Este modo de hablar no es exclusivo del lenguaje cotidiano.
También el lenguaje científico es mitológico y, tomado al pie de la letra, absurdo.
Esa tendencia del lenguaje a transformar las acciones en cosas o sustancias, ha hecho
posible confundir la democracia, que es una forma de conducta, con el parlamentarismo,
79
A una ética de la regla o del resultado cabe oponer una ética de la acción y del carácter,
que es lo que la palabra «ética» significaba para el creador de la propia palabra,
Aristóteles. La ética aristotélica es una teoría de la acción y del sentido de la realidad
humana. A su base se halla una concepción práctica de la razón, del Logos.
El pasaje mencionado nos revela que la razón propiamente dicha es la razón práctica. Si
la razón fuera una mera facultad deductiva de verdades, las ordenadoras electrónicas
serían más razonables que el hombre. Y el uso del discurso en la elaboración teórica
(que también es una forma de actuar, una forma de práctica) supone la invención o
elección de palabras justas y de argumentos adecuados. Justas y adecuados, no
verdaderos o falsos. Nunca oí decir que un libro de texto, una tesis doctoral o una
ponencia sean verdaderos o falsos, sino buenos o malos. La razón humana, o es práctica
y constructiva, o sea discursiva, o no es razón.
La verdad del hecho no puede sustituir la bondad del hacer. Pero la bondad de una
acción en una ética aristotélica, es decir en la ética propiamente dicha, no depende de
que obedezca a reglas externas, ni se mide tampoco por la supuesta bondad de un
resultado. Pues ningún resultado es bueno si no enriquece la vida humana, que es
acción. La bondad de las acciones se desarrolla en su propio ejercicio, siendo más
importante aquí ser bueno que saber qué es lo bueno, cosa que los políticos deberían
aprender. Nos hacemos músicos ejercitando la música y entendemos lo que es buena
música escuchando la actuación de alguien que es un virtuoso de la música. La
experiencia de los libros jamás puede sustituir al libro de la experiencia. El buen
cocinero no sigue las recetas del libro de cocina, sino actúa por hábito inconsciente.
Pues lo que mejor hacemos, lo hacemos sin ser conscientes de nuestro hacer, aun
cuando lo hayamos sido en el momento de aprender a hacerlo o aunque podamos
reflexionar sobre lo que hacemos, después de hacerlo. El inconsciente dinámico
descubierto por Freud es ese ámbito del saber humano que constituye su acción. La
obsesión por identificar saber y conciencia nos ha llevado a confundir el saber con un
saber del objeto.
80
Cuando Aristóteles alude a las actividades del músico o del artesano como ejemplo de
la bondad en ejercicio, induce sin embargo a una confusión entre el productor y el buen
ciudadano. Pero es el mismo Aristóteles quien dice que es preciso distinguir el hacer
bien las cosas del obrar bien. El hacer bien las cosas es propio del experto, pero el obrar
bien es propio del prudente, del hombre de experiencia que ha vivido y participado, del
ciudadano con competencia. El empeirós griego no necesitaba distinguir entre la
experiencia del hacer y la del obrar, como nosotros hacemos entre el ser experto y el
tener experiencia. Se debe sin embargo a Aristóteles la distinción entre el saber y el
obrar que en griego era la distinción entre poiesis y praxis. La poiesis era un hacer
constructivo orientado hacia un fin concreto y previsto, hacia una cosa o un estado. La
praxis era una acción humana que no iba orientada a un fin externo, sino a su propia
realización. La praxis era siempre una acción, nunca una cosa o un mero estado, y
además era su propia perfección carente de finalidad externa. El bios poietikós y el bios
politikós constituían dos vertientes diferentes de la vida humana en sociedad.
Nos hemos habituado a confundir los fines con el sentido, como si el hecho de ser
experto en construir edificios otorgara al arquitecto o al constructor monopolio sobre la
experiencia de habitarlos o usarlos. El saber construir artefactos u organizaciones y el
hacerlo según las reglas del arte, no puede sustituir la discusión acerca de su
oportunidad o inconveniencia para satisfacer necesidades vitales humanas, discusión en
la que no hay expertos, pero si hombres con experiencia. La ética de la sociedad
moderna se transforma en eficacia, en cálculo de medios y fines. Pero medios y fines
son términos altamente equívocos, pues los fines de que hablamos no son más que
medios para algo que los transciende y que constituye el sentido de nuestra vida, la vida
que queremos realizar. En un cálculo de eficacia puede hablarse también del crimen
perfecto, pues la eficacia da los fines por supuestos y calcula los medios, sin
preocuparse de la bondad de esos fines. La bondad de un medio depende de la eficacia
con que conduce a su fin. Cualquier fin justifica sus medios. Pero ¿qué justifica ese fin?
81
La economía ha logrado embarullar todavía más las cosas confundiendo el valor con el
precio:
Sabemos que Adam Smith, fundador de la ciencia económica, era profesor de ética y
profesaba el utilitarismo como moral. Con la reducción utilitarista de la ética se
convierte todo obrar en una hacer cosas valiosas, determinándose el valor de ellas no
por su contribución a una vida humana más digna, sino por la cantidad de dinero que
cuesta, como efecto de una abstracta demanda en el mercado. La mentalidad consumista
es un hecho, producto del lenguaje monetario, que es más abstracto y alienante que el
lenguaje escrito. La reducción del valor de uso a valor de cambio que Marx recogió del
libro de la Política de Aristóteles, hace del dinero una de las construcciones humanas
más engañosas y crea un límite mental a la emancipación humana en busca de una vida
digna. El término griego «economía» significaba para Aristóteles el uso adecuado de los
recursos a nuestro alcance para el desarrollo de una eudamonía política, es decir de un
bienestar o bienvivir ciudadano. En esa economía el dinero era un instrumento que
facilitaba el intercambio de los valores de uso. Pero el propio Aristóteles preveía que el
valor de cambio podía acabar independizándose del valor de uso pervirtiendo la
distribución del trabajo y el intercambio. Aristóteles negaba a la especulación, en la que
el dinero sólo compra dinero, el valor de economía, llamándola krematistiké.
La praxis interna de los partidos políticos, tal como funcionan hoy, contradice una serie
de reglas democráticas legales que rigen los organismos públicos de gobierno para
proteger la libertad de opinión y el derecho de las minorías. Las leyes sólo controlan y
dirigen lo que sucede en el ámbito público. La constitución y los organismos públicos,
incorporan como propias, sin poder controlar lo democrático de su gestación, la elección
de representantes y otras decisiones internas de los partidos. El ámbito interno de éstos
es un sector privado en el que rigen a menudo prácticas que estarían prohibidas y serían
motivo de litigio en un organismo o asamblea públicos. El Congreso de un partido,
considerado como el órgano supremo de decisión de éste, carece de auténtica
representatividad y practica frecuentemente técnicas que en un órgano público serían
82
He hecho esta rápida descripción del parlamentarismo a base de mi experiencia del país
considerado más democrático del mundo: Suecia. Pero no me entiendan mal. No estoy
pretendiendo que la democracia sea imposible, aunque no es fácil. Lo que sostengo es
que el parlamentarismo, con partidos o sin ellos, no puede ser democrático por la propia
virtud de sus reglas de juego. La democracia tiene que darse en el añadido de un
ininterrumpido esfuerzo vigilante de las formas de actuación y de un perseverante
ejercicio de la competencia ciudadana que mantenga viva la isegoría o libertad e
palabra, el juicio valorativo del discurso político y el desenmascaramiento de la
manipulación retórica. Tarea ésta difícil y carente de garantías, pero no por ello menos
urgente.
Hay todavía políticos con cierta experiencia de vida normal, pero el número de los
profesionales de la política, sobre todo en los puestos decisivos del Estado, va
aumentando a medida de la complejidad de la sociedad.
He dicho antes que la democracia no son las paradas sino el viaje mismo. El valor de las
decisiones se fragua en el discurso del cual las opiniones sobre lo bueno o lo malo, lo
justo y lo injusto, van surgiendo. Frente al discurso científico de lo verdadero o lo falso
y al cálculo de los medios y los fines, el discurso de la actuación humana, que es el
discurso de la ciudadanía, es un discurso sobre lo opinable y lo valorativo. El discurso
científico y la formación profesional parte de enseñanzas acumuladas, codificadas
mediante el lenguaje. El discurso humano de la acción se basa en la experiencia
asimilada y utiliza el lenguaje como actividad creadora de la vida y los valores.
La dicotomía de teoría y práctica es ficticia, pues lo que llamamos teoría es una forma
efectiva de práctica inventada por el hombre que utiliza el lenguaje escrito, como
instrumento para apresar conocimientos como si fueran cosas. En la ética aristotélica la
teoría no es lo que leemos en los libros, sino lo que hacen los teóricos. Tanto el
conocimiento como las teorías son formas de actuación humana, no productos ni cosas
para consumir. Y si bien una teoría o un libro de ciencia pretenden codificar lo
verdadero, se dice que son buenos o malos, que están bien hechos o mal hechos. Los
fines y los medios de las acciones son formulaciones lingüísticas, pero esa formulación
es también una obra de la actividad creadora del lenguaje. Las palabras no tienen
sentido, el sentido es la acción humana que pone su nido en las palabras. El sentido es el
lenguaje como actividad fecundante de las palabras.
La democracia es una vida social en la que todos los ciudadanos obtienen una formación
humana que les capacita para participar en el discurso de la acción. Sólo así, y no en una
formación profesional especializada, se producen auténticos representantes políticos. No
es posible que todos participen en la toma de decisiones a niveles por encima del local,
pero sólo una sociedad en la que todo ciudadano adulto sea en principio competente de
representar a sus conciudadanos, sin profesionalismos especializantes, es una sociedad
democrática. Esto supone competencia para elegir representantes auténticos, para
dirigirse a ellos y opinar sobre su gestión.
encima de ellos el valor de la virtud cívica. Pues es ésta la que da sentido a las reglas y a
los resultados; no al contrario, como nos induce a creer la ciencia social positiva. Se
trata de una comprensión a partir de la actividad, no de la estructura. A un discurso del
sustantivo y una ética adjetiva, tan amados por la modernidad, hay que anteponer un
discurso del verbo y una ética adverbial. Pues el modo de obrar es más importante que
lo que se hace.
Es preciso sin embargo precisar lo que significa el diálogo, ya que esta es una de las
palabras favoritas y también de las más maltratadas de nuestra vida política.
Está de moda hablar de diálogo. Los políticos y funcionarios quieren el diálogo con los
ciudadanos. Los planificadores y los investigadores sociales propugnan la planificación
dialogada. Pero el diálogo de que hablan no es un dia-logos, no es un diálogo
transparente, sino instrumentalizado. Se trata de la mera conversación del experto con el
lego, del hombre de poder con el hombre de la calle, dictando el experto y el poderoso
las condiciones del encuentro. Es un diálogo concebido como poiesis no como praxis,
como proceso orientado a un fin previsto, no como una actividad valiosa en sí misma.
Es preciso advertir que el prefijo griego «dia» no significa «dos», como si diálogo y
monólogo fueran dos términos contrapuestos. Si el logos es necesariamente social, no
precisa que le añadan prefijos redundantes para hacerlo comunicativo. El prefijo griego
«dia» significa «a través de». El hombre es el ser que sólo comprende indirectamente,
«dia logos», a través del logos, a través de un «hablar» orientado al otro. Con lo cual el
diálogo deja de ser un instrumento para llegar a un fin, para convertirse en aquello
mediante lo cual el sentido halla expresión mundana, aquello mediante lo cual el verbo
se hace carne.
Frente a un concepto de diálogo democrático encaminado a las decisiones, hay que dar
paso a un concepto del diálogo político en que las decisiones no son fines, sino
resultados accidentales, huellas de nuestro paso, caminos hechos al andar. Un diálogo
85
así parte de la base de que hablando se entiende la gente pero también de que nadie
opina exactamente lo mismo que otro. Podemos ponernos de acuerdo, pero nunca estar
de acuerdo. El consenso es una voluntad de acuerdo, no un estado o una meta. La
decisión mayoritaria sólo puede adherirse a una frase o una palabra, nunca a un sentido
o una opinión, porque tenemos necesariamente perspectivas diferentes de las mismas
cosas. Al usar las mismas palabras parece que estamos hablando de lo mismo, pero una
cosa son las palabras y su significado establecido y otra el sentido que cada actor les
otorga en un momento determinado. La democracia y la planificación de la sociedad es
una arena de discusión sobre significantes de apariencia unívoca pero de significado
siempre ambiguo.
Todo esto tiene importancia para la concepción de una ética del diálogo y de una
democracia como forma de vida.
El significado del silencio y el silencio del significado. En "El Silencio", comp. por C.
Castilla del Pino, Universidad de verano de San Roque, Alianza Editorial, 1992.
Todo pensar racional parece tener su origen en una división binaria que organiza los
conceptos y hace posible el razonamiento lógico. Tanto el lógos griego como el tao de
los chinos hablan de las parejas de contrarios. Hay diferentes maneras de entender esta
contraposición conceptual, pero a mi juicio no podríamos pensar sin una distinción
primaria que establece un límite entre algo que se considera y lo que queda fuera de
ello. No puedo detenerme aquí demasiado en dilucidar esta cuestión exhaustivamente.
Permítaseme simplemente postular que la pareja conceptual de la Identidad y la
Diferencia constituye, a mi juicio, el paradigma de todas las otras oposiciones
conceptuales y el origen de la lógica. Pensar racionalmente es, en su origen, identificar
y distinguir.
Quiero ahora distinguir entre las llamadas dicotomías y las parejas dialécticas, por un
lado, y las simples oposiciones de conceptos y las oposiciones complementarias, por
87
otro. Son éstas formas de enfrentamiento conceptual diferentes que no obstante suelen
confundirse.
La dicotomía es, estrictamente hablando, una pareja que agota la realidad considerada,
de tal manera que la mera negación de uno de los conceptos enfrentados define la
afirmación del otro, como en la lógica de clases o conjuntos. La expresión formal o
matemática de la dicotomía es la de «A o no-A». Todo aquello que no caiga bajo un
concepto cae bajo su negación. O se es español o no se es español. La dicotomía se
enmascara cuando la negación adquiere un nombre positivo: «el que no es tonto, es
listo». De esa manera se ha logrado en muchos países desarrollar una política para
extranjeros o inmigrantes, como si la palabra extranjero o inmigrante tuviera otro
contenido que la mera negación de la nacionalidad del país en cuestión. En Suecia, por
ejemplo, se habla tradicionalmente del problema de los inmigrantes, problema que
radica en no ser suecos. La inmigración es un problema para los suecos pero se presenta
como si fuera un problema de los inmigrantes. Por supuesto que un inmigrante tiene
problemas concretos de carácter económico, social etc. pero esos problemas son
comunes a todos, incluso los propios suecos. Que un inmigrante puede acumular un
mayor número de esos problemas que un ciudadano sueco con dificultades es cierto,
pero eso se debe fundamentalmente a la actuación de los propios suecos hacia los
extranjeros. Gran parte del problema de los inmigrantes sólo podría resolverse
cambiando la actitud de los suecos. El problema específico de los inmigrantes en Suecia
es que los suecos tienen problemas con los inmigrantes. Los demás problemas de los
inmigrantes no son específicos de ellos, aun cuando sí lo sea el conjunto de esos
problemas.
Una pareja conceptual puede sin embargo ser dicotómica y dialéctica a la vez. La
expresión «hombre y mujer» se halla en este caso. Hombre y mujer agotan la totalidad
del género humano y además se dan sentido mutuo. Sin la mujer, el concepto de hombre
como sexo determinado carecería de sentido y viceversa. Pero mientras la concepción
dicotómica vaciaría la palabra «mujer» de significado propio, reduciéndola a la mera
negación de la masculinidad («mujer» = «no-hombre») la pareja dialéctica respeta el
valor de ambos y hace a ambos conceptos participar en la creación del sentido del otro.
Se me viene a mientes aquél ejercicio de dialéctica poética que Machado atribuyera a la
máquina de trovar de Jorge Meneses:
El quiasmo puede interpretarse como un par dialéctico complejo o como una oposición,
no ya entre dos términos, sino entre dos expresiones formadas por los mismos dos
términos pero en orden invertido, creando una simetría que por lo general, si se la
observa atentamente, no es tal simetría. Normalmente, el quiasmo establece dos
relaciones alternativas e invertidas entre dos términos o elementos cualesquiera (como
en la frase histórica «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra» o la frase
cotidiana «una cosa es comer para vivir y otra vivir para comer»).
También el quiasmo refleja este régimen de dominio. El título de esta conferencia es «el
espacio del género y el género del espacio» y sonaría raro si dijéramos «el género del
espacio y el espacio del género». Volveré sobre esto.
Al confrontar «el espacio del género» con «el género del espacio» se ponen de
manifiesto dos cosas importantes para nuestro tema. De un lado que el espacio crea una
división localizadora de los dos sexos humanos, de tal manera que hay un espacio para
lo masculino y otro para lo femenino, al mismo tiempo que el espacio, mismo en
castellano, ostenta uno de los dos géneros, el género masculino. Pues a pesar de lo
adventicio del género gramatical castellano de las entidades inanimadas o abstractas, no
deja de ser una significativa coincidencia el hecho de que «el espacio» en castellano sea
un substantivo de género masculino.
La experiencia de que no todos los espacios son propios de ambos géneros está tan
arraigada en nuestra cultura que dirige nuestra conducta sin que siquiera lo advirtamos.
Aquella frase paulina que dice mulier tacet in ecclesia («la mujer calla en la
asamblea»), no indica, como algunos interpretan, que el hombre es quien habla y la
mujer calla, cosa que contradice la opinión de que las mujeres hablan mucho. Lo que
dice la frase bíblica es que la mujer ha de callar en el espacio público de la asamblea o
ecclesia (especialmente en la asamblea religiosa o iglesia), puesto que este espacio está
reservado para el hombre. Que se lo digan a las mujeres suecas, que todavía siguen sin
ser aceptadas por gran parte de la masculinidad eclesiástica, a pesar del hecho
legislativamente consumado de su elevación al sacerdocio.
Siendo una categoría totalizadora de la extensión a que los cuerpos se hallan sometidos,
el espacio se convierte en una categoría mental clasificadora que establece ámbitos
separados para los sexos humanos: el ámbito político del ágora, para el hombre, y el
ámbito privado de la oikía, para la mujer. Más lo que a primera vista parece un reparto
90
Sin caer en comparaciones con la penetrabilidad sexual, como hacen Julia Kristeva y
otras feministas, no cabe duda de que el espacio masculino se puede a menudo permitir
el lujo de invadir el espacio femenino o gineceo, pero no al revés. Hay siempre un
espacio exclusivo destinado al hombre o a algunos hombres, al que no tienen acceso
todos los hombres ni, genéricamente, ninguna mujer. La exclusión de hombres es
individualizada y se debe a motivos de jerarquías sociales. Con ciertas excepciones,
como la del antisemitismo o los gitanos, no existen en occidente, por lo general, las
castas que se advierten en la India. La separación de clases no es en principio
insuperable para los individuos que pertenecen a ellas. En cambio la exclusión de lo
femenino es genérica, absoluta e indiferenciada. Toda posible excepción en este caso
tiene a menudo el carácter de alibi. Durante mis primeros veinte años, de los treinta que
llevo en Suecia, (están cambiando las cosas últimamente aunque no siempre sea para
bien) he presenciado con frecuencia el hecho de que, de vez en cuando se elegía a una
mujer como rehén, para no dar la impresión de machismo. Pero, llegado ese momento,
siempre se elegía a una mujer dócil y manejable, evitando a las que tuvieran demasiadas
ideas propias y pudieran crear problemas.
Espacio y poder se presentan pues ligados en nuestra cultura. El dominio del espacio
específicamente masculino sobre el femenino halla su correspondencia lingüística en el
uso gramatical del masculino como representativo de ambos sexos. «Hombre» significa
no sólo el varón, sino también el género humano común al hombre y a la mujer. Y basta
que haya un solo hombre en una multitud para que el artículo «las» o el pronombre
personal «nosotras» o «ellas» se convierta en «los» y en «nosotros» o «ellos». Nada más
lógico en una cultura que piensa de esta manera que un sistema de representación
política en el que el hombre representa a la mujer, mientras que ésta sólo se representa a
sí misma.
Debemos pues a los griegos el conocimiento del lógos, mas no su existencia. Pues
también el pensar oriental se constituye y mueve entre parejas de opuestos, como el
Yin/Yang de la filosofía china.
Frente a esta relación igualitaria entre los dos opuestos, la oposición dominante en la
mentalidad occidental es una total dicotomización en la que la Identidad no distingue
más cualidad en los otros que la de ser justamente «otros». Ni siquiera advierte su
pluralidad. Todo lo que no somos nosotros se mezcla confusamente en una
indiferenciada diferencia. De noche todos los gatos son pardos. Todo lo que no diga sí
es un NO. El que no está con nosotros está automáticamente contra nosotros. Los otros
se convierten en LO OTRO. Surge así una identificación narcisista en la que lo otro es
solamente el espejo en que me veo y reconozco a mi mismo. Esta forma dicotómica y
asimétrica de oposición es hija de la voluntad de poder de que hablara Nietzsche y
originadora tanto del etnocentrismo como del falocentrismo, pero también del
pensamiento abstracto, silenciador de toda pluralidad mediante la mecánica
reduccionista de los conceptos universales, como trataré más adelante.
Los dos tipos de oposición, que yo llamaría oposición excluyente o dicotómica (que por
ende es asimétrica) y oposición integrante o dialéctica (a lo que se debe añadir
simétrica), se expresan en la diferencia entre eros y filía, entre el erotismo y la amistad.
Mientras el erotismo es invasor y devorador de lo otro, supone la amistad el respeto, no
sólo a la diferencia sino a las diferencias. La amistad une a los diferentes, el erotismo
trata de destruir la diferencia. La pasión erótica es hija del poder. El erotismo no permite
92
la competencia, la amistad en cambio se hace más perfecta cuando los amigos son
muchos.
El hecho de que el lógos griego esté contaminado por la voluntad de poder explica cuál
es la raíz de la racionalidad típica de occidente, una racionalidad cientificista imbuída
por la idea de dominio. Esa racionalidad crea una lógica inspirada por lo espacial cuya
ciencia es la geometría. Toda lógica formal exige, decía, la creación de conceptos
universales abstractos; por ejemplo el concepto de Hombre, que gramaticalmente es
singular pero abarca a la totalidad genérica. Ese «hombre» del que hablan la ciencia y la
estadística, es un hombre que no somos ni tú ni yo, sino al mismo tiempo todos y
ninguno.
Grecia adoptó allá por el siglo VII antes de Cristo. De un golpe se dieron cita la
escritura vocálica (que va un paso más allá que la escritura silábica de los pueblos
semitas), el pensamiento científico, la concepción abstracta de la moneda, la democracia
y la planificación urbana. Con la escritura, todo lo que antes era fluyente e inapresable
se hace «concebible», es decir abarcable por los conceptos, palabra que procede del
latín «capio» que significa coger con las manos.
La conciencia del ojo conduce a una gramática en la que, a pesar de ostentar el verbo la
denominación antonomásica de la palabra, es el sustantivo quien toma el poder. No es
difícil distinguir el lenguaje masculino de la política oficial y de la burocracia del
lenguaje usado por una mujer todavía no entrenada en la oratoria pública. La lengua
femenina y la lengua cotidiana cultivan el verbo, mientras que la lengua del poder
reduce el número de verbos a un mínimo y usa en su lugar el sustantivo, prefiriendo
también la interpelación anónima a la mención personal diferenciada. Es mucho más
solemne y digno de obediencia decir «Prohibido el paso» que «No deben ustedes entrar
aquí». A nadie se le ocurriría grabar la segunda frase en un cartel prohibitivo.
Al concebir toda una serie de cualidades adverbiales del obrar como si fueran adjetivos,
el reformador social machista confunde la libertad y el igualitarismo con una meta o
estado a alcanzar, creando esas entelequias de los procesos de liberación que corrompen
a sus actores de tal manera que toda libertad se hace imposible, ya que la libertad no es
la meta sino el propio camino y el que ha luchado por la libertad corrompiendo su
carácter, jamás dará paso a la libertad cuando las condiciones de ésta teóricamente estén
dadas.
La lógica del sustantivo crea una falsa dicotomía entre teoría y práctica y coloca al
análisis y a la definición al comienzo de todo proceso discursivo, como si el camino no
se hiciera primero al andar.
Estamos viviendo ahora unos tiempos en los que el dominio patriarcal, por primera vez
en la historia moderna de Occidente, se está viendo seriamente amenazado. Una prueba
de ello es el seminario en que nos encontramos. Tanto en el terreno social como en el
terreno de la racionalidad, el feminismo está exigiendo un giro total de la sociedad.
verdad hay que decir que el orden falocéntrico contribuyó a cavar su propia fosa, al
disolver el orden familiar tradicional para integrar oportunistamente a la mujer en la
vida del trabajo asalariado, cosa que era exigida por el incremento indefinido de la
producción, que es también una consecuencia de la racionalidad patriarcal en su etapa
industrial. En principio, lo que hizo la sociedad machista del pleno empleo fue crear
nuevos espacios femeninos de bajos salarios para la atención hospitalaria, el servicio de
oficinas, la limpieza, etc. Hoy día reclama la mujer su parte alícuota en la universidad,
en la política y en la dirección de las empresas. En Suecia las mujeres pueden hoy ser
sacerdotes y ya están exigiendo que se eleve una mujer a la dignidad episcopal. Dentro
de algunos partidos políticos se ha impuesto la cuota del 50 % en el parlamento y en el
gobierno y el Ministro de Educación propuso no hace mucho tiempo que en la
promoción a cátedras se elija a un opositor femenino aun cuando su competencia sea
menor que la de los candidatos masculinos. Ese planteamiento, que creó gran revuelo,
es sintomático. Lejos de tratar de cambiar la mentalidad discriminatoria en sí, lo que el
ministro proponía era la vuelta de la tortilla. Pues una cosa es decir que hay que elegir a
aquellas mujeres que son tan competentes o más que los hombres, que las hay, y otra es
establecer como principio la elección de un candidato menos competente.
Es de prever que en el término de una o dos décadas, en los países más militantes de la
igualdad de sexos, desaparezca el dominio del espacio por el hombre. Pero eso no
desarraiga sin más el dominio del hombre por el espacio. El problema que se plantea al
movimiento feminista no es sólo la ruptura del dominio masculino, sino la destrucción
de la mentalidad que originó ese dominio masculino. En el peor de los casos lo que
puede suceder es que el espacio del dominio se reestructure sin alterar el dominio del
espacio.
Que conste que no estoy tratando de moralizar ni de defender al género masculino, pues
donde las dan las toman y el que siembra vientos recoge tempestades. Si hemos creado
un orden social perverso, de poco cabe rasgarse hipócritamente las vestiduras al pasar a
ser víctimas de un sistema que hemos venido administrando durante siglos. Pero lo que
necesita la humanidad más que nunca, no es que la mujer pase a ocupar el espacio y a
imitar la mentalidad falocéntrica que tantos males ha originado tanto para mujeres como
para hombres. Lo que está siendo necesario es una nueva pauta del pensamiento y de la
acción que las mujeres están capacitadas para crear mejor que nadie. Pero seguir usando
el argumento del género en la deconstrucción del orden falocéntrico es dejar las cosas
como están. Junto a la alternativa del cambio de jefes tenemos la de suprimir las
jefaturas.
Conclusión
De modo análogo, cuando los textos griegos nos hablan de la pólis y nosotros pensamos
en «ciudad» nos hacemos cómplices de una traducción que, sin ser propiamente
incorrecta, nos hace trasladar palabras de una cultura griega a una visión totalmente
diferente de la sociedad. La palabra pólis siguió en la Grecia antigua un derrotero
inverso al de la latina civitas en las lenguas romances. De haber designado el ámbito
amurallado en que residía el rey o basileus, se trasladó la palabra pólis a la actividad
que tenía lugar en el ámbito público del ágora en el que se desarrolló tanto la
democracia como el mercado y el uso de la moneda. En el ágora obraban los
ciudadanos en régimen de igualdad, dependiendo el intercambio de palabras o de
mercancías del valor de unas y otras. La vieja pólis se convirtió en acrópolis (la pólis de
arriba) y la significación de pólis se humanizó, desplazándose metonímicamente de la
piedra a la actividad. Todo esto sucedía 700 años antes de Cristo en la colonia griega de
Mileto, como obra del establecimiento de la escritura y del pensar racional. Y como una
significativa paradoja de todo ello, al mismo tiempo que la pólis pasaba a designar la
vida ciudadana, asistimos también al primer ejemplo de planificación urbana con planta
97
reticulada, como en el Plan Cerdà de Barcelona, por obra del primer urbanista de la
antigüedad griega, Hipodamo de Mileto.
Transfer interrupted!
Como consecuencia de esta alienación, los saberes que integran la vida ciudadana han
sufrido un trueque en el que un saber experiencial y cotidiano, que es el saber de lo que
es conveniente para la vida humana e indicador del sentido de nuestra existencia, se ve
subordinado y determinado a una serie de saberes parciales en manos de expertos. La
ciudad y su arquitectura, así como sus instituciones, ya no son un producto de la propia
actividad ciudadana, ni están inspirados por un ideal de vida en cuya formulación
participen todos según su capacidad. La ciudad es una estructura física y las
instituciones son sistemas de reglas, ambos creados por profesiones que se arrogan el
conocimiento de lo que es bueno y conveniente para la vida de los ciudadanos y el
diseño de aquello que ha de facilitar la realización del sentido y las aspiraciones de
todos.
Surgen así en la sociedad moderna tres perversiones de la vida democrática que llamaré:
paternalismo, profesionalismo y esteticismo, con lo que no quiero decir que la
paternidad, la profesión o el sentido estético, de suyo sean perversos. Es la exageración
de su función lo que pervierte a la ciudad.
Esta descripción del paternalismo parecerá un tanto simplista y digna de una obra de
Molière. Al realzar los rasgos negativos del paternalista como en una caricatura pongo
de relieve los síntomas de la enfermedad. Todos adolecemos de cierta dosis de
paternalismo mientras que un paternalista cien por cien, afortunadamente, es un ave
rara. El paternalismo es una especie de uso benigno del poder, un uso discreto y sin
violencias basado en cierta superioridad y apto para sociedades igualitarias en las que
las jerarquías y la actitud prepotente no están bien vistas. El paternalismo presenta
muchos rasgos de lo que Foucault llamara tecnologías de poder y ha de estudiarse como
tal.
El profesionalismo representa una forma de actuación técnica dominada por una ética de
la eficacia, consistente en aplicar análisis de hechos establecidos o datos y de estrategias
de actuación regidas por un sistema dado de fines y medios. Su método es sistemático y
analítico, buscando resultados seguros y predecibles ante la elección de una u otra forma
de actuar. El profesionalismo conduce a una alta especialización y fragmentación del
saber objetivo, en la que el conocimiento de detalles cada vez más pequeños nos va
alejando a menudo de la comprensión global del problema. El conocimiento técnico
desarrolla sistemas instrumentales cada vez más complicados en los que la eficacia da
por supuesto el sentido que la inspira sin preguntarse siquiera por él. El profesionalismo
no es en sí un poder social y político, pero se convierte en el instrumento más
importante del poder social y político para dominar sin violencia, haciendo a los
ciudadanos obedientes y los actos de éstos predecibles. La utilización del
profesionalismo como instrumento de poder supone el uso de una retórica manipulativa
encubierta que contrasta fuertemente con su declarado desprecio de la propia retórica.
Pues, acusando a otros del delito que nosotros mismos cometemos, alejamos la
sospecha de nosotros para seguir actuando impunemente.
de autoreferencia. Esa es la filosofía de toda política del Pleno Empleo, como diré más
adelante.
Se habla hoy constantemente de la Crisis que nos domina como de una especie de
Leviatán, la bestia apocalíptica, y nuestros políticos recurren a ella constantemente
como causa de todos nuestros males. Es una crisis que parece haber venido para no
desaparecer jamás. Pues ¿qué otra explicación más socorrida podrían tener a mano los
políticos para explicar lo que sucede y disculpar su propio fracaso? La superación de esa
crisis quizá resida en la negación del esteticismo y en la afirmación de lo ético. Pero
esto supondría repensar totalmente nuestra sociedad. Ya lo intentaron los utopistas y los
ingenieros sociales. Sin lograrlo, puesto que eran hijos del mismo espíritu que trataban
de reformar. Ya es sabido que toda revolución, pacífica o violenta, está llamada al
fracaso, puesto que nada puede cambiar el orden social establecido mientras persista la
mentalidad que lo origina. Y la mentalidad no cambia sin ejercicio y ambiente
adecuados ... Pero no hay que dejarse paralizar por el pesimismo. El no estar seguros de
lograr nuestros objetivos no nos impide ni exime de obrar de la forma que consideremos
justa. Desde luego, renunciando a obrar en la búsqueda de dichos objetivos podemos
estar seguros de no alcanzarlos jamás. Pero parece que el ser humano de la modernidad
prefiere estar seguro del fracaso y renunciar a obrar como debe, que arriesgarse a perder
asumiendo su deber. Eso de morir con las botas puestas se ha pasado de moda y lo que
priva es la moral del éxito.
...debemos determinar a grandes rasgos, al menos, cual es este bien y a cual de las
ciencias o facultades pertenece. Parecería que ha de ser la suprema y directiva en grado
sumo. Esta es, manifiestamente la política. En efecto, ella es la que regula qué ciencias
son necesarias en las ciudades y cuáles ha de aprender cada uno y hasta qué extremo.
102
Vemos además que las facultades más estimadas le están subordinadas, como la
estrategia, la economía, la retórica. Y puesto que la política se sirve de las demás
ciencias y prescribe además qué se debe hacer y qué se debe evitar, el fin de ella incluirá
los fines de las demás ciencias, de modo que constituirá el bien del hombre.
Ahora bien los saberes humanos de los que se nutre y aprovecha la vida de la ciudad
para su prosperidad y su desarrollo son de varias índoles, unas más fundamentales que
otras. Hay un tipo de saber que desarrolla el conocimiento de nuestro entorno objetivo y
de las condiciones en que nuestra vida se desarrolla. Sin un conocimiento de lo dado, de
los hechos que nos permiten o nos impiden actuar, ignoramos cuales son nuestras
posibilidades de actuación y nos exponemos a caer o en la pasividad o en la osadía. Este
tipo de conocimiento es por lo tanto relativo (digo «relativo») a la vida. Junto a ese tipo
de conocimiento, subordinado al obrar, que se diversifica en una serie amplia de saberes
parciales y que dan base a una serie de profesiones, hay además un saber que afecta al
obrar humano como tal, un conocimiento que ya no consiste en saber a qué atenernos
sino en saber elegir lo que es adecuado para nuestra vida ciudadana. Hay por
consiguiente que distinguir entre un saber para obrar y un saber obrar, dos cosas que la
mentalidad tecnológica moderna ha llegado a confundir. Voy a detenerme un poco en
desentrañar los rasgos y el contexto de estos saberes o conocimientos.
Atendiendo al objeto de que se ocupan, los saberes humanos pueden reducirse a tres
tipos: conocimiento apodíctico, conocimiento asertórico y conocimiento problemático.
formales cuya realidad coincide con nuestro concepto. Me estoy refiriendo a los objetos
de la matemática, que por ser objetos ideales nos permiten establecer sistemas de
verdades absolutas. Es éste un conocimiento totalmente objetivable e independiente de
la experiencia, aun cuando sus principios fundamentales procedan de la experiencia
corporal y espacial de nuestra propia vida. La formulación de este sistema de verdades
presupone la utilización de sistemas visibles gráficos, es decir de una u otra forma de
escritura.
Entre las ciencias objetivas se encuentran hoy no sólo las ciencias de lo natural, sino
toda una serie de conocimientos pretendidamente objetivos acerca del hombre y su
conducta. Y digo «el hombre», no los hombres, porque tras de esa forma singular
masculina se enmascara la abstracción representativa de una pluralidad. Los episodios
de los hombres concretos de carne y hueso son estudiados por la historia, no por las
ciencias llamadas sociales. Y mientras los hechos generales se describen, los
acontecimientos particulares se narran, se cuentan. La ciencia positiva trata de decir
algo verdadero aplicable a los sucesos concretos a través de descripciones de hechos
generales, mientras que tanto la narración literaria como la historia tratan de facilitarnos
una comprensión generalizable a través de narraciones de hechos (de actuaciones)
concretos, reales o ficticios.
104
Con esto me aproximo al tercero de los tipos de conocimiento que estoy describiendo, al
que he llamado conocimiento problemático, de índole totalmente diferente a los dos
anteriores y que desempeña un papel fundamental para la vida ciudadana. No se trata ni
de un conocimiento puramente objetivo, ni de un sistema de verdades abstractas. Se
trata en parte de una valoración e interpretación de sucesos y situaciones concretas, en
contextos determinados y por hombres de carne y hueso. Pero se trata también y sobre
todo de una valoración en apoyo de una u otra decisión de actuar.
Contra lo que nos han enseñado algunos de sus intérpretes escolásticos, la racionalidad
aristotélica no es una racionalidad teórica de búsqueda de verdades, sino una
racionalidad práctica y política de búsqueda de lo que es más convenciente para el
hombre. En un pasaje destacado de la Política escribe Aristóteles:
105
La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier otro animal gregario, un
animal social, es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en vano, y
el hombre es el único animal que tiene palabra (lógos). La voz es signo de dolor y de
placer, y por eso la tienen también los animales, pues su naturaleza llega hasta tener
sensación de dolor y de placer y significársela unos a otros; pero la palabra es para
manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre el
tener él solo el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, etcétera, y la
comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad.
Habla Aristóteles de la distinción entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto (no
entre lo verdadero y lo falso) como característica de la razón humana frente a los
animales y frente a los dioses. La distinción entre lo verdadero y lo falso se le puede
encomendar a las computadoras de datos y si un juez tuviera que aplicar la ley de una
manera matemática en los casos concretos, sería más seguro encomendarle esa
aplicación a un sistema de deducción electrónica. Pero la decisión de lo que es deseable
o indeseable para el hombre sólo la puede hacer el hombre mismo. Y para hacer esto
tiene que hacerlo discursivamente, lingüísticamente. Y esa forma de racionalidad
discursiva es dialógica y radicalmente diferente de la racionalidad deshumanizada y
solipsista de que se sirve el pensamiento científico.
La racionalidad de que nos habla Aristóteles es una racionalidad con dos vertientes: una
comunicativa y otra cognitiva. Ambas vertientes son importantes, pero, si hay que dar la
prioridad a alguna, sería a la vertiente comunicativa. En la evolución del concepto de
racionalidad, aun sin negar el valor de la comunicación, hemos independizado el
aspecto cognitivo del comunicativo, dando además prioridad ontológica al primero. Nos
imaginamos que primero concebimos algo en la mente y luego lo comunicamos a
nuestros congéneres humanos. Pero esto no es cierto, como explicaré más adelante.
La ciencia nos ha hecho creer que para actuar o razonar hay que partir de una definición
previa. La experiencia muestra todo lo contrario. Primero es la actividad, luego el
concepto, en tercer lugar la explicación del significado del concepto. Sólo cuando una
actividad, que veníamos ejerciendo sin reflexionar en ella, se nos hace consciente,
empezamos a darle un nombre. Y solamente después de una aplicación del nombre y de
una observación detenida del camino que sigue esa actividad, su método, llegamos a la
posibilidad de definir conceptos. Definir es llegar al fin, al límite, por eso no se puede
definir antes de comenzar. Esa es la realidad que el conocimiento como actividad nos
muestra. Lo que pasa es que, el que ya ha recorrido el camino y se dedica a enseñárselo
a otros, les participa el resultado último como si fuera lo primero y la clave de su
entendimiento. Esa pedagogía nos ciega creyendo que la enseñanza es lo que se dice, no
lo que se enseña al decirlo. Que por algo se le llama «enseñar», es decir exhibir o
mostrar directamente, no simplemente decir. Si yo por ejemplo hablo castellano,
muestro que lo sé aunque ni siquiera lo haya afirmado. El hecho mostrado es de suyo
creíble, mientras que lo que simplemente afirmamos puede ser mentira.
Esta intelección del lenguaje como actividad constitutiva de la ciudadanía, nos lleva a
una concepción estricta del diálogo. Se nos ha metido en la cabeza que «diálogo»
significa «conversación», hablar entre dos, como si el prefijo griego dia significara
«dos», cuando lo que realmente significa es «a través de», «mediante». La pluralidad de
los hablantes, la conversación, ya estaba incluída en el propio concepto de lógos, tal y
como Aristóteles lo presentaba en la cita antes mencionada. Todo lógos es un pensar
hablando o un hablar pensando que supone, en principio, un otro que a veces soy yo
mismo en mi diálogo interior. Lo que nos enseña el diálogo es que el hombre sólo puede
comprender dia lógos, a través del lógos, mediante la palabra que aclara su
pensamiento. El diálogo de la ciudad no puede ser, por eso, una mera conversación
asimétrica en la que el uno está embaucando o imponiendo su opinión al otro. El
diálogo supone que ambos dialogantes están dispuestos a permitir que el propio
discurso les vaya ayudando a descubrir lo que es conveniente, matizando la opinión
previa y profundizándola. De un dialogo auténtico ninguno de los participantes sale
como estaba. La opinión de todos ellos se transforma y completa mediante el discurso,
dia lógos.
En la retórica aristotélica aparece la pistis como algo que los traductores suelen llamar
«argumentación». Esa traducción, un tanto inadecuada, pone sin embargo de manifiesto
la relación entre pistis y lógos. La pistis es la familiaridad con un mensaje inteligible
que hace al lógos capaz de distinguir entre lo bueno y lo malo, lo verídico y lo falso.
Dije antes que la amistad supone una valoración del otro y un respeto de su idiosincrasia
diferente de la nuestra. La amistad se funda en la diferencia, en la riqueza de lo
múltiple, no en la identidad o la uniformidad. Pero la valoración amistosa es una
valoración sincera, distinta de la lisonja, por un lado, y de la injuria, por otro. Pues es en
la relación amistosa donde el diálogo cobra su expresión más auténtica. Todos vemos la
espalda de los otros pero no la propia. La amistad y el diálogo con el amigo es lo que
me permite formarme una imagen adecuada de quién soy. Sin amistad no nos
conoceríamos nunca a nosotros mismos. La identidad de cada uno se forja en la opinión
de los demás. Las cosas reciben su sentido de los hombres y éstos reciben su sentido
unos de otros. De ahí que el lógos sea constitutivo de la identidad humana. Pero sin un
logos de confianza, sin un diálogo amistoso, nunca sabría a qué atenerme de mi mismo.
El verdadero amigo, repito, ni lisonja ni injuria, sino que nos dice lo que
verdaderamente advierte en nosotros y que nosotros mismos no advertimos.
He hecho antes una distinción de pasada entre el hacer y el obrar, al mismo tiempo que
he identificado el hacer y el decir, siendo el decir una forma fundamental de hacer y
hasta aquella forma de hacer que une al hacer con el obrar. Nuestra mentalidad actual
confunde en efecto hacer y obrar y diferencia en cambio el dicho del hecho.
108
He aquí pues que el saber de la ciudad es un saber obrar que incumbe a todos los
ciudadanos, ya que afecta al bien común. Ese saber obrar determina sin embargo la
dirección en que han de moverse otros saberes particulares, los saberes profesionales y
la destreza específica de cada uno para aportar su grano de arena a la realización de ese
bien común. El saber obrar dirige el saber hacer, ya que lo que se hace se hace para
alcanzar fines conretos pero estos fines adquieren su sentido de una concepción del bien
común que es el obrar bien.
Estoy pues aludiendo a una nueva diferencia entre el fin, propio del hacer, y el sentido,
propio del obrar. Pues es corriente confundir el fin de nuestra actuación con el sentido
de ella. El fin es algo que, como la propia palabra indica, se halla al término de ese algo,
un algo que ha de entenderse como un hacer, no como una cosa. Iniciamos procesos
productivos de fines para alcanzarlos, pero una cosa es lo que hacemos para alcanzar
esos fines y otra los fines mismos. Una cosa es construir y otra cosa es el edificio
construido. En cierto modo puede decirse que el fin da sentido a los medios, ya que es
por alcanzar éste por lo que se ponen en práctica aquellos. Pero aceptado esto cabe
preguntarse cuál es el sentido de esos fines propuestos.
Distingo por lo tanto aquello que es un producto o fin del hacer y el sentido que revela
su obrar. Distingo la elección de esos fines y esos medios, que obra a través de ellos.
Pues obrar es elegir fines y medios, no esos fines y esos medios. El hacer tiene fines, el
obrar tiene sentido. O mejor aún: el obrar es el sentido. Pues el sentido no es algo
definible sino aquello que define los medios y los fines. El sentido no es un fin porque
es un principio; un principio de acción que inspira lo que emprendemos en una situación
determinada y va concretándose y explicándose en nuestros 'hechos'. He aquí la
conexión entre el hacer y el decir. Pues lo mismo que mediante decir (dia lógos) lo que
pensamos y queremos vamos comprendiéndonos a nosotros mismos, las acciones que
elegimos van también poniendo en claro el sentido profundo, la intención de nuestra
vida.
Un algo perogrullesco Mao Tse-Tung escribió una vez que todo aquel que quiere hacer
la guerra tiene que saber lo que significa hacer la guerra y el que quiere hacer guerra
revolucionaria tiene que saber además lo que supone una guerra revolucionaria. Pero si
la guerra revolucionaria se va a llevar a cabo en China, entonces tendrá que saber por
añadidura lo que implica una guerra revolucionaria en China.
Que el diseño sólo se manifiesta en ejemplos concretos no es nada que sea privativo del
diseño. Toda actividad o función que pueda pensarse en general o abstractamente se
hace patente solamente a través de acciones concretas o se expresa a través de una
afirmación concreta. No podemos tampoco, por ejemplo, comer sin comer esto o
aquello, pero comprender lo que es el comer no debe confundir, por ejemplo, el comer
con el comer fideos. Cuando nos apercibimos de una actividad, advertimos también su
modalidad específica, la manera especial mediante la cual se efectúa o el sector de la
realidad en la que se aplica.
No podemos por consiguiente diseñar sin diseñar algo concreto, pero si queremos
entender lo que queremos decir con diseño tenemos que tratar de desarrollar una teoría
del diseño en sí. El que reduce la teoría del diseño a una teoría de cómo se diseña algo
en particular cae en una paradoja. Pues si no podemos hablar del diseño en sí, sino
solamente del "diseño de algo", entonces tampoco tendremos la posibilidad de hablar de
"diseño arquitectónico" o de "diseño industrial".
"Diseño arquitectónico" será en tal caso, como "diseño", algo abstracto y general,
puesto que tampoco se pueden diseñar casas en general, sino solamente casas
111
determinadas. Es realmente cierto que se pueden hacer dibujos y esquemas que sirvan
como modelo general para varias casas, por ejemplo; pero entonces es el mismo dibujo
o esquema algo concreto. Lo que se diseña es el modelo y éste ha de servir para orientar
a otras personas en lo que van a diseñar, ayudándolas a dar forma a las casas concretas.
La conexión entre el diseño de modelos y la conformación de algo a partir de un modelo
es a menudo cuestión de retórica y comunicación.
La misma objeción que puede hacerse contra el "diseño en sí" puede por lo tanto
hacerse contra el "diseño arquitectónico en sí". De lo que se trata pues es de decidir si a
lo que uno se quiere dedicar es a hacer teorías o a hacer algo concreto. Pero dedicarse a
hacer teorías es también hacer algo concreto, a saber teorías. Las teorías y los modelos
se hacen, sin embargo, para poder efectuar mejor tareas concretas, ayudándonos a
comprender mejor cómo hacemos. Una teoría puede ser una teoría para lo concreto, no
sólo de lo concreto. La teoría trata siempre de lo abstracto y de lo general, pero es en sí
misma también concreta. Acerca de lo concreto hay experiencia, nunca teoría en sentido
propio. Vamos no obstante a ver cómo teoría puede significar dos cosas diferentes.
Toda teoría exige un cierto nivel de abstracción. Prescindiendo de los casos concretos
en los que nuestros conceptos generales se hacen patentes o se expresan, nos elevamos a
un nivel teórico. Una teoría general del diseño exige que dejemos a un lado lo que es
específico de las casas, los puentes, los artículos industriales, las organizaciones, etc.,
para concentrarnos en cambio en lo que quiere decir diseñar en todos los ejemplos que
puedan darse y de todas las maneras habidas y por haber, sin diferenicia entre ellas.
Aun cuando una teoría puede formularse mejor o peor, más o menos pedagógicamente,
exige que evitemos el fijarnos demasiado en las palabras que usamos para formularla y
que pensemos sobre todo en lo que las palabras pretenden describir y a lo que se
refieren. Lo que se quiere decir y cómo se dice son aspectos diferentes de una expresión
y por ende de una teoría. "Lo que" se refiere a lo abstracto, "cómo" se refiere a lo
concreto. Una teoría del diseño consiste en hacer un "lo que" de un "cómo", es decir
saber lo que un cómo es. Por eso es una teoría del diseño tan difícil de aprehender.
Hay algo de común entre el construir un edificio y, por ejemplo, crear una organización,
escribir un libro de texto o dar una conferencia. Lo común entre esos ejemplos dispares
es el diseño. Lo típico y distintivo del diseño arquitectónico, el diseño de
organizaciones, la formulación de teorías, la pedagogía, etc. no debe confundirse con lo
común y general que los une.
El concepto de una teoría del diseño conlleva una dificultad, que el lector atento habrá
quizá adivinado mediante lo hasta ahora dicho: no es posible hablar de una teoría del
diseño que no abarque el diseño de su propia teoría. Creemos a menudo que las teorías
son abstractas y generales, pero una teoría se patentiza mediante descripciones concretas
hechas en palabras concretas. Palabras concretas que, no obstante, refieren a lo abstracto
y general. Una teoría trata de lo abstracto y general pero ella misma esta constituída por
formulaciones lingüísticas concretas. Lo general es lo que la teoría dice, no el decirlo,
no su expresión lingüística. Si la teoría del diseño fuera una teoría sobre cómo
diferentes cosas se crean, pero no cómo se elabora la propia teoría del diseño, nos
encontraríamos en la misma paradójica situación que el barbero de aquel pueblo que
afeitaba a todos los que no se afeitaban a sí mismos. Siguiendo esa regla se veía
obligado a afeitarse y al mismo tiempo a no hacerlo.
Toda formulación de una teoría del diseño es un ejemplo concreto de diseño de una
teoría. Una teoría del diseño que no advierte el diseño de la teoría del diseño deja de ser
una teoría crítica del diseño, convirtiéndose en una teoría dogmática de una forma
limitada o de un modelo determinado de diseño, aun cuando abarque más que la mera
113
arquitectura, la industria u otro tipo específico. Una teoría del diseño tiene pues que
tomar en cuenta como se conforma la propia teoría del diseño, es decir tiene que ser un
conocimiento mediante la acción, pues es en ésta, la más reflexiva de las teorías, donde
el diseño puede mostrarnos más clara e incontaminadamente lo que es el diseño.
Cuando hayamos comprendido de verdad lo que es el diseño, nos será más fácil
entender lo que es p.ej. el diseño arquitectonico, de la misma manera que el diseño
arquitectónico nos ayudará a entender cómo hemos de dar forma al edificio que vamos a
construir y por qué(1).
Todo diseño es una actividad que consiste en dar expresión a una forma concebida
inmaterialmente. Una teoría da expresión sistemática, de palabra y siguiendo ciertas
reglas formales, a lo que podemos saber acerca de algo. Una teoría del diseño expresa
por consiguiente en palabras lo que podemos saber sobre el diseño en general. La
construcción teórica es una forma de diseño en el que las palabras se utilizan como
material y en el que se siguen ciertas reglas mentales. La construcción teórica se hizo
posible solamente cuando la escritura fue inventada y obtuvo un cierto desarrollo y
cuando la alfabetización fue divulgada y instituciones especiales (escuelas y
universidades) organizaron esta actividad de diseño teórico.
Cuando tratamos de formular una teoría del diseño estamos por consiguiente ya
sometidos a ciertas reglas de actuación que se hallan determinadas a su vez por un uso
lingüístico también sometido a reglas y por normas lógicas y científicas. Damos por
supuestos ciertos métodos de actuación: definir, analizar, seguir un cierto orden en el
discurso, etc.
Si el lector se siente un poco perdido en el laberinto de mi descripción de la paradójica
manera de ser de la teoría del diseño, si incluso esta descripción le parece una
especulación compleja y un tanto sin sentido, esto es debido quizá a la dificultad que
entraña un dualismo, inadvertido en el uso cotidiano, implicado en el concepto de teoría.
Se nos hace difícil advertir, acostumbrados como estamos a su uso, que la palabra teoría
oscila entre dos significados diferentes:
El significado (A) (= modelo) se ha hecho fundamental para nuestra mentalidad por arte
de la escritura, pero el significado (B) (= actividad) es de hecho fundamental para la
existencia de (A). Hay por lo tanto una paradoja (impuesta por la cultura) en nuestra
modo habitual de usar el concepto de teoría.
114
Sin actividad teórica no habría teoría alguna. Pero mientras que un producto objetivo se
independiza de su creador, cada actividad se halla íntimamente unida al sujeto humano
que la realiza.
La filosofía práctica de Aristóteles nos es de gran ayuda para entender una teoría del
diseño zetética, es decir fundada en la actividad. El valor del aristotelismo para la
discusión moderna de la teoría del diseño es debido a que el Estagirita, en la Ètica,
entendía la theôría justamente como una actividad, no como un resultado. La ciencia
(epistêmê) era para él una competencia o virtud que se adquiere mediante el ejercicio de
la actividad teórica. El sujeto obrante se halla siempre detrás de los conceptos
aristotélicos. Para nosotros en cambio, tanto la ciencia como la teoría se han convertido
en la codificación objetiva e impersonalizada del resultado del conocimiento.
Al igual que otros muchos conceptos hemos recibido la palabra teoría como una
herencia de los griegos. Durante el período presocrático significaba theôría, pura y
simplemente, contemplación. Se trataba pues de una actividad. Platón y Aristóteles
reducían el concepto a un tipo especial de actividad, abriendo así el camino que llevaría
el concepto de teoría a significar lo mismo que un sistema de afirmaciones formuladas
mediante palabras (escritas). La concepción de la teoría como una actividad
especulativa sigue existiendo en la lengua cotidiana, pero en un contexto intelectual y
profesional la teoría se convierte en un modelo definido, resultado de la actividad
teórica.
Aristóteles, que vivía en la transición entre la cultura oral y la cultura escrita, sacó de la
lengua cotidiana los conceptos que habían de dar cohesión a un conocimiento científico
(escrito). El filósofo griego se ocupa principalmente, como he dicho, de los conceptos
de teoría y de ciencia no ya en sus escritos teóricos, sino en la Ética, es decir en su
tratado de teoría de la acción humana. Esos conceptos son todavía considerados como
actividades, pero están ya dando fundamento a una concepción del modelo. Hay un
dualismo que hace a Aristóteles aun más interesante y que muestra claramente el
aspecto jánico de la teoría. Si leemos la Ética de Aristóteles con atención podemos,
desde nuestra perspectiva moderna, comprender lo que el filósofo estaba haciendo
mejor que él mismo.
115
El par conceptual teoría / práctica, que ha adquirido tanta importancia para el hombre
moderno, es de entrada una dicotomía aristotélica. Pero la práctica suponía para
Aristóteles dos cosas diferentes: poíêsis y prãxis:
Actividad Competencia
humana (virtud)
Los dos conceptos aristotélicos (poíêsis och prãxis) se han fundido en una sola palabra
en nuestras lenguas modernas. Mientras que la palabra poíêsis ha sido reservada para la
actividad poética(4), abandonando su antiguo uso, nuestra palabra práctica ha venido a
sustituir a ambos conceptos a la vez, pero su significado propio para nosotros, el aspecto
desde el cual se la entiende, es el hacer, la actuación productora o instrumental, lo que
Aristóteles llamaba poíêsis. La Poíêsis desplaza a la Prãxis aristotélica y se apodera de
su nombre y su identidad. Nuestra mentalidad tecnoadicta moderna no ve ya la
necesidad de distinguir entre dos tipos de actuación humana, entre el sentido y la
instrumentalidad. Toda una dimensión de nuestra existencia, que para Aristóteles tenía
plena actualidad, se relega para nosotros al inconsciente. Pues la función del concepto
es actualizar algo en la conciencia y cuando esto desaparece de la conciencia cultural,
pediendo su carácter de algo, su concepto se hace superfluo. Una investigación de
116
genealogía conceptual puede sin embargo descubrir las huellas de los conceptos
desaparecidos(5).
Una lectura minuciosa de Aristóteles muestra que, aun cuando el filósofo distingue
explícitamente entre poíêsis y prãxis, el divorcio no es total. "Si queremos entender lo
que una persona quiere decir -escribe el académico Karl Ragnar Gierow en un libro
sobre la vida y obra del filósofo uppsaliense Benjamin Höijer(6)- puede a veces ser útil
partir de una afirmación en la que el autor parece contradecirse a sí mismo. Sucede a
veces que la contradicción advertida descubre un vacío en el razonamiento, pero otras
veces contribuye, si nos fijamos un poco, a aclarar un contexto". Si tomamos en serio la
distinción aristotélica y sacamos sus últimas consecuencias (consecuencias que van
mucho más lejos que lo que el texto aristotélico permite y seguramente más lejos que la
intención del filósofo) se manifiesta una relación importante entre poíêsis y prãxis, entre
la actuación instrumental y la acción con sentido. Trataré este tema espinoso de una
manera muy breve y esquemática.
Los humanos actúan para alcanzar fines previstos, pero quieren alcanzar esos fines para
con ello realizar el sentido de su vida. El ser humano se realiza a sí mismo justamente
mediante lo que hace. El sentido no es el fin. El sentido es lo que nos hace elegir ciertos
fines y ciertos medios, dejando a un lado otros. Medios/fines es una pareja conceptual
que se asemejan a la de causa/efecto. En una actividad técnica se piensa de la siguiente
manera: "si queremos alcanzar esto o aquello tenemos que actuar de tal o cual manera".
Pero ¿por qué queremos justamente eso? El sentido de lo que apetecemos como fin y la
aceptabilidad o no aceptabilidad de los medios que a ello conducen es algo que
sobrepasa la actuación instrumental y técnica. Una actuación puramente instrumental
puede estudiarse como un suceso objetivo y puede carecer de sentido, aun cuando deba
tenerlo.
El sentido no es, como a veces se pretende, un fin último, ya que el fin es lo que se
alcanza al final, mientras que el sentido es lo que desde el comienzo inspira la elección
y formulación de los fines a lo largo del camino que media hacia ellos. El sentido
mismo no puede ser formulado porque él mismo es la acción formuladora o, si se
quiere, la acción diseñadora de los fines.
Hay sin embargo actuaciones con sentido (acciones) que no son instrumentales: amar,
vivir la vida, pensar. Estas pueden ser nombradas pero no descritas. Son actuaciones
que están ligadas a la vida (es decir la historia humana, no la biología) y se desarrollan
para su propia realización, no para lograr un resultado externo. Pero las actuaciones
instrumentales elegidas también son expresión de nuestras intenciones y de nuestro
sentido. Entregar un ramo de flores puede significar expresión de afecto, construir un
puente es la expresión de un deseo de comunicación humana. Una actuación
instrumental puede así describirse como un suceso, pero puede además interpretarse y
se interpreta generalmente como una expresión de intenciones, de sentido, de acciones.
Matar a alguien puede significar asesinato, homicidio o accidente. Sólo en el último
caso puede considerarse como un mero suceso, en los otros se trata de acciones.
«Es evidente por qué razón el ser humano es, más que la abeja o cualquier otro animal
gregario, un animal social: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en vano, y
el hombre es el único animal que tiene palabra (lógos). La voz es signo de dolor y de
placer, y por eso la tienen también los animales, pues su naturaleza llega hasta tener
sensación de dolor y de placer y significársela unos a otros; pero la palabra es para
manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del humano
el tener él solo el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, etcétera, y la
comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad.»
El ser humano no es para Aristóteles el único animal social, como afirman los que no
han leído o han leído este texto aristotélico distraídamente. Y también el animal tiene
voz y puede expresar a su manera lo que siente. El hombre es simplemente más social
que los animales domésticos o gregarios y esto se debe a que tiene lógos, concepto que
resume el código cultural de occidente y significa al mismo tiempo pensamiento y
capacidad lingüística. Solemos traducirlo por "razón"(7). Nótese sin embargo que
Aristóteles no menciona aquí para nada la verdad. La razón no es para él una razón
teórica pura. La función de la razón práctica es la distinción entre el bien y el mal y la
elección entre lo justo y lo injusto. El ser humano crea lo que cree aceptable y justo y se
realiza con ello a sí mismo, dando sentido a su vida.
La razón práctica no anula la teórica, sino que la fundamenta y amplia. La teoría del
diseño no trata de lo verdadero sino de lo cualitativamente bueno; no trata de "lo que"
sino de "cómo", no de lo que una cosa es sino de cómo se hace. Un producto no es
verdadero o falso, sino mejor o peor hecho.
El ser humano surge con la capacidad de hablar, con el lógos. Aristóteles deja claro en
varios lugares que el lógos diferencia al ser humano tanto de Dios como de los otros
animales. Pues Dios no necesita de la razón y el discurso para entender mientras que los
animales irracionales carecen de esa capacidad. Las formas de entendimiento son por lo
tanto dos: la intuición y el discurso. Intuición es una forma inmediata de entendimiento,
discurso una forma mediata dia lógos, es decir mediante el pensar y hablar. El prefijo
griego dia no significa "dos", sino "por medio de". Diálogo no es, por lo tanto, mera
conversación. La comunicación ya está contenida en el lógos; lo que el dia añade es otra
cosa. Diálogo es entender mediante el lenguaje, mediante la articulación del sentido en
la palabra.
nosotros mismos, cuando empleamos el lenguaje solamente como un medio para lograr
un fin, para manipular, entonces el lenguaje se ha reducido a poíêsis.
Todo no es lenguaje, pero sin lenguaje no podríamos entender ni siquiera que todo no es
lenguaje(8). El lenguaje como actividad de hablar es una forma de obrar, aquella forma
de obrar que hace ser humano al ser humano, posibilitando sus restantes acciones. Pero
en la lengua escrita la cognición es condición previa de la comunicación. Pues escribir
es poíêsis, producción. Atar los cordones de sus zapatos o plegar sus vestidos da el
mismo testimonio de la presencia del lógos que el decir o escribir. Por eso se llama obra
lo que un autor escribe. El lógos, la razón expresable, es el límite que atraviesa el
humano para dejar al sentido expresarse en el mundo y hacerse inteligible para la
interpretación de otros humanos.
Aristóteles vio la diferencia que existe entre producción y sentido, entre actuación
instrumental y acción con sentido, pero no alcanzó nunca a entender bien lo que esto
suponía, puesto que él, al igual que su maestro Platón, nunca comprendió lo que era el
arte. Los griegos confundían la creación con la producción de algo. Por eso, la palabra
téchnê en Aristóteles puede significar tanto arte como conocimiento productivo. Un
artista era para los griegos un productor de cosas bellas, algo que nosotros seguimos
aceptando. La Estética como teoría de lo bello es un producto de la modernidad(9). Fue
Baumgarten, en el siglo XVIII, quien dio su nombre a la Estética.
Kant desarrolló una teoría estética en su tercera Crítica, partiendo del juicio de gusto, es
decir el juicio que establecemos cuando algo despierta nuestro agrado. Kant determinó
que un juicio de esa índole ofrece características comunes, de un lado con la teoría y de
otro con la práctica. Lo estético era, por lo tanto, según Kant, una categoría intermedia
entre teoría y práctica:
Teoría
(Estética)
Práctica
Voy ahora a confrontar el esquema conceptual kantiano con el aristotélico que presenté
más arriba. Aristóteles distinguía entre theôría, de un lado, y poíêsis/prãxis, de otro.
Pero aun cuando él quería creer que la theôría era una actividad de conocimiento por el
conocimiento mismo, separada de toda producción (poíêsis), no cabe duda que su
theôría implicaba lo que para nuestra moderna concepción de teoría es evidente: la
producción de un sistema de afirmaciones (escritas). Ya he hecho constar que un
concepto de teoría que se refiera a una actividad científica, sólo puede entenderse como
una producción de escritos y tesis teóricos. El mismo Aristóteles llegó a producir una
obra teórica bastante amplia. El que él no equiparase la teoría a la producción se debe en
parte a que -siguiendo la huella de Platón- quería considerar la actividad teórica como
un estilo de vida humana por encima del que caracterizaba a los artesanos, de rango
social inferior. Pero se debe también al hecho de que él nunca advirtió cómo un
119
El creer, como los griegos, que lo teórico es conocimiento puro sin intereses externos es
un error. Nuestras teorías serán entendidas a partir del siglo XVIII también como
instrumentos para obtener resultados y dominar la naturaleza. "Saber es poder"
proclamará Bacon.
En un contexto de teoría del diseño la dicotomía teoría/práctica es una ficción que sólo
contribuye a crear confusión, puesto que la teoría es una actividad (zetesis) que, en
paridad con la actuación instrumental, trata de proporcionarnos un producto, a saber un
modelo teórico (dogma). Si la teoría en el esquema aristotélico se puede reducir a
producción, el fenómeno estético no puede ya colocarse entre la teoría y la práctica, sino
entre la acción con sentido y la actuación productora, es decir, en términos aristotélicos,
entre la prãxis y la poíêsis. El esquema conceptual que propongo es el siguiente:
(ARTE)
Por arte entiendo una actividad que no se orienta a la satisfacción de un uso, sino que es
expresión pura del sentido de su creador, aun cuando esto no excluya la posibilidad del
uso. De ello se desprenden varias consecuencias:
1. El arte y el lenguaje (como actividades) son lo mismo. Pintar o narrar, por ejemplo,
son dos modos de expresión(10).
Una teoría zetética del diseño es la comprensión de cómo se realiza la creación de algo,
inclusive la creación del propio modelo. Lo que aquí se contempla es la expresión del
sentido y se trata de diseño ético.
120
La teoría del diseño es como una teoría invertida del conocimiento. Mientras que la
teoría del conocimiento es una teoría de cómo es percibida y entendida la realidad y de
cómo se adecuan nuestras ideas con la realidad externa, la teoría del diseño es una teoría
de cómo la realidad es producida y cómo las ideas y la experiencia pueden dar forma a
una realidad externa.
NOTAS
1. Para saber simplemente cómo basta con la experiencia práctica del hacer. Una teoría científica exige además el saber por qué.
2. Esto no sería aceptado por Chomsky y los propulsores de la llamada gramática generativa. Según éstos la mente humana esta
provista desde el principio de una especie de código genético, una gramática profunda. Eso es una hipótesis indemostrable y tanto
daría suponer un modelo de base como una actividad de base, creadora del modelo. Jacques Lacan dice que el inconsciente está
estructurado como un lenguaje. Mi opinión es que las estructuras o modelos se establecen tras de una actividad, inconsciente
primero y consciente después, que se abre paso pragmáticamente, es decir orientada por la finalidad y adaptada al medio con el que
tiene que contar para realizar su tarea. Además de esto insisto en que el lenguaje hablado carece de teorías, siendo éstas una
secuencia de la lengua escrita, lo cual ya supone una técnica.
3. He tomado la distinción entre dogma y zetesis del filósofo alemán del derecho Theodor Viehweg (véase su Tópica y filosofía del
derecho, Gedisa, 1991).
4. Esta reducción del concepto (llamada en retórica sinécdoque) se había ya iniciado en tiempo de Platón, como se testimonia en El
Banquete {205}.
5. Sobre esta genealogía conceptual he escrito en sueco mi libro Skapande mening - en begreppsgenealogisk undersökning om
rationalitet vetenskap och planering ("El sentido creador - una investigación de genealogía conceptual acerca de la racionalidad, la
ciencia y la planificación"), NORDPLAN, Stockholm, 1995, que todavía no ha sido traducido al castellano.
6. Benjamin Höijer (Svenska akademiens minnesanteckningar), Norstedts, 1971. Höijer, amigo de Fichte y detentor de una filosofía
de la acción que bien pudiera servir de base a una teoría del diseño, es tan interesante como desconocido.
7. En la ratio latina tiende a perderse el elemento linguístico, quedándose solamente con el pensamiento. Por eso se veía Cicerón
obligado a traducir lógos con ratio et oratio. Al desgajar palabra y pensamiento se obtiene una concepción cognitivista según la cual
primero pensamos y luego decimos lo pensado. Esta concepción es absurda, pues hemos aprendido a pensar a través del hablar, aun
cuando podamos dar la patada a la escalera cuando ya la hemos utilizado para subir.
8. Por lenguaje entendemos a veces las series de palabras que utilizamos y las reglas de su uso, pero yo me refiero aquí a la
actividad de hablar, de la que las palabras sólo son instrumento.
10. Me adscribo aquí a la opinión de Benedetto Croce (Estética como ciencia de la expresión y lingüística general, Librería de
Francisco Beltrán, Madrid, 1912) y de R.G. Collingwood (Los principios del arte, Fondo de Cultura Económica, 1985).
121
121
Comunicación presentada en el Symposio Hacia una ideología del siglo XXI. Madrid,
21-23 de septiembre de 1997
Con estas palabras describía Augusto Comte en su Curso de filosofía positiva(1) la,
según él, superada forma de pensar de sociedades humanas primitivas. El segundo
estadio, también pretendidamente superado, al que Compte llamaba "estadio
metafísico", no era "sino una modificación del primero", ya que "los agentes naturales"
- yo diría las divinidades - "son reemplazados por fuerzas abstractas, verdaderas
entidades (abstracciones personificadas) inherentes a los diversos seres del mundo, y
concebidas como capaces de engendrar por si mismas todos los fenómenos observados,
cuya explicación consiste entonces en asignar a cada uno la entidad correspondiente".
Vivimos hoy en un ambiente intelectual dominado por las ciencias sociales. Entre ellas,
la Sociología representa la filosofía del sistema social moderno, mientras que la
Economía Política es algo así como su teología, con una clase sacerdotal que son los
economistas. La Ciencia Política se ocupa de la liturgia y el protocolo que regulan las
formas de uso del poder. Hay toda una serie de vástagos menores, adscritos o derivados,
pero es ese triunvirato disciplinario el que otorga estructura y legitimidad a la sociedad
democrática moderna, definiendo su sistema de valores, sirviendo de base y fundamento
a su paradigma de conocimientos y a la praxis que rige todo el conjunto de saberes
útiles y los cauces por los que se ha de mover la formación de sus súbditos.
La vieja distinción entre ciencias naturales y ciencias humanas ha visto así nacer y
desarrollarse un nuevo ámbito disciplinario e ideológico que, compitiendo con las
ciencias humanas y deslumbrado por el prestigio de la ciencia y de la técnica en una
sociedad ya postindustrial, hace profesión de fe en el paradigma positivista,
pretendidamente antimetafísico, que preconizara Comte, obligando incluso a las
122
Las esperanzas positivistas de Compte se han visto en gran medida realizadas, pero no
su pretendida superación de las etapas teológica y metafísica del pensar, cuya
ininterrumpida vigencia encuentra nuevas formas en nuestras sociedades modernas y en
el lenguaje usual de las ciencias sociales y de la política que en ellas se apoya. Si los
antiguos erigían en divinidades a la Justicia, la Guerra, el Amor, el Comercio, etc.,
tampoco nosotros, educados en la ciencia moderna, carecemos de agentes divinos o
abstracciones metafísicas que se presentan como causas o explicaciones últimas de los
acontecimientos humanos. Yo diría incluso que nuestro Olimpo está aun más poblado
que el de los antiguos. Hablamos, como si fueran seres sobrenaturales, del superado
esperpento de la Guerra Fría y decimos que el Socialismo ha muerto; nos sentimos hoy
sometidos a los caprichos del veleidoso Mercado y asolados por el azote del Desempleo
y de la Droga. A falta de mejor excusa, los detentores de la política atribuyen la culpa
de la inestabilidad económica, no a su propia falta de competencia y previsión, sino a un
fantasma denominado Crisis - y digo fantasma porque su envoltura conceptual carece de
contenido aprehensible. No faltan en nuestra sociedad equívocas deidades domésticas a
las que damos culto de una manera un tanto vergonzante y ambigua. Me refiero a
deidades de segundo orden como un tal Enrique, apellidado Cimiento (Enrique
Cimiento), al que todos persiguen públicamente y aman secretamente como si fuera un
Luis Candelas redivivo. O como ese otro gran personaje llamado el Poder, tan admirado
como vilipendiado. Oímos decir que el Poder corrompe, maravilloso subterfugio que
nos despoja de toda responsabilidad; pues siendo el Poder quien corrompe, el prepotente
o poderoso es reducido a la condición de víctima.
fuera ésta la que existe y no los enfermos y como si el Cáncer o la Diabetes fueran
entidades existentes en sí mismas y no meras denominaciones abstractas obtenidas de la
comparación de síntomas concretos advertidos en seres humanos individuales. La
mayor parte de las abstracciones que se presentan como explicación de algo, no hacen
sino urgir esa explicación. Pero no nos damos cuenta de ello ni de nuestro autoengaño.
Las declaraciones políticas y los comentarios económicos están llenos de
pseudoexplicaciones de esa índole. Un primer ministro sueco se excusaba hace unos
años de la serie de medidas impopulares a que nos sometió su gobierno, diciendo que
eran necesarias porque la Renta Pública (como se denomina en Suecia la cuota de
interés fijada por el Banco Nacional) había ascendido al 500 %. Como si la Renta o
Interés fueran seres provistos de pies y capaces de subir o bajar por sí mismos. La
verdadera explicación era que el Director del Banco Nacional, con la aprobación del
gobierno entonces regente y de sus correligionarios políticos, ante la ola de
especulación desencadenada en Europa, en lugar de devaluar la moneda sueca (lo cual
era inevitable y al final tuvo que hacerse), intentó insensata y fanfarronamente
protegerla, "costara lo que costara", poniendo a los ciudadanos en una precaria situación
económica. Una mayor prudencia, aun sin haber podido evitar los perjuicios de una
devaluación, habría ahorrado la gravosa añadidura creada por la equivocada
intervención gubernamental. Es fácil echar la culpa a la subida del Interés, a la Inflación
y a otros monstruos parecidos, omitiendo investigar quién es el progenitor de los
monstruos. El lenguaje de la Economía moderna, que ha venido a dominar totalmente
los canales de la información y el discurso político, nos ha acostumbrado a someternos a
una serie de supuestas entidades que, siendo meras creaciones de la mente y de la acción
humana, se presentan con los atributos de lo necesario e inevitable. Pues también la
Necesidad, la Ananke de los griegos, es una deidad prolífera de deidades menores.
Una filosofía como la de Comte, que decía luchar contra las mitologías del espíritu
humano, no hacía sino, inconscientemente, renovarlas. También se contradecía
flagrantemente el Curso de Filosofía Positiva al contraponer su ideal científicista a un
pensamiento interpretativo-historicista, pues esa obra no hace en realidad sino
interpretar la historia estableciendo las edades de su evolución ideológica y social. Mas
no se trataba de establecer una sociología vista desde el punto de vista de la historia -
como exigiría el gran crítico de la sociología americana de la postguerra, el malogrado
Charles Wright Mills(2) - sino de contemplar la historia desde el punto de vista de la
sociología. La concepción positivista comptiana no trataba de dar sentido a su ciencia de
la sociedad en el contexto de una sucesión histórica inacabada, sino de mostrarnos que
la historia precedente no era más que una justificación y una preparación del
advenimiento de la concepción positivista de Comte. Lo que Comte aporta de razón - ha
señalado Ortega y Gasset- no es histórico y lo que aporta de histórico no es racional.
Comte no habla de la historia, sino del fin de la historia. Para lo cual más valiera que se
hubiera dejado de historias.
La ciencia social como saber abstracto: el culto de los hechos y el descuido del
hacer
Comte hablaba de la sociología como una "física social", abogando por un equiparación
metodológica entre la ciencia natural y la ciencia social. La física es la operación
analítica que reduce los hechos complejos a un repertorio de hechos más simples. "La
llamada naturaleza - escribía Ortega(3)-, por lo menos lo que bajo este nombre escruta
el físico, resulta ser un aparato de su propia fabricación que interpone entre la propia
124
realidad y su persona." En cambio "La razón histórica no acepta nada como mero hecho,
sino que fluidifica todo hecho en el fieri de que proviene: ve cómo se hace el hecho".
Con otras palabras: la ciencia natural, como quehacer humano, también es susceptible
de comprensión histórica, mientras que la historia y la actividad humana son
incomensurables para la ciencia natural. Una coordinación de naturaleza e historia -que
está siendo cada vez más urgente para fomentar nuestra amenazada supervivencia
ecológica- sólo se puede llevar a cabo desde la perspectiva humana, no desde la
perspectiva física o natural. Y el estudio de la metodología de la ciencia física es
externo a la propia ciencia física e incumbencia propia de la ciencia humana. La tesis
positivista establece una relación invertida, de fatales consecuencias, entre los saberes
humanos.
El divorcio entre la ciencia social y las humanidades se manifiesta a veces en una cierta
aversión a mezclarse con la psicología. En Durkheim, esa actitud antipsicológica era
explícita. Dentro del campo de la filosofía se desarrolló a fines del siglo XIX y
principios del XX una polémica contra la psicologización de la lógica y de la teoría del
conocimiento. La victoriosa acusación logicista contra el psicologismo de confundir la
conciencia con su contenido, contribuyó al surgimiento de movimientos filosóficos
valiosos como la fenomenología, pero inhibió al mismo tiempo, a mi juicio, la búsqueda
de una comprensión de lo humano que ha estado proscrita en Occidente desde los
tiempos de Platón. Al tirar el agua sucia se tiró también al niño. Un resultado de esta
lucha entre la lógica y la psicología ha contribuído a la aproximación y hasta
identificación de la psicología con la ciencia natural y a la reducción del estudio de la
actividad humana a mero conductismo o behaviourismo. La confusión sociológica del
concepto de acción con el concepto de relación es, a este respecto, sintomática.
Frente a la lingüística no ha faltado una ciencia del lenguaje que lo estudia como
actividad, reduciendo las palabras a la condición de mero instrumento. Me estoy
refiriendo a la concepción de Guillermo de Humboldt, p.ej. Giambattista Vico es en esto
un gran inspirador. Ludwig Wittgenstein ejemplifica las dos concepciones del lenguaje,
una en el Tractatus y la otra en las Investigaciones filosóficas. Hay sin embargo no dos,
sino tres niveles diferentes en el estudio del lenguaje: el estudio del hablar, el estudio
del decir y el estudio de lo dicho. El positivismo lingüístico sólo se interesa por el
último aspecto. Sobre esta problemática me he extendido en otra parte y no me es
posible detenerme aquí. Hay que advertir, sin embargo, que la hermenéutica no es
absolutista, no se desentiende de los temas que interesan y son adecuados al
positivismo, sino que los abarca. Es el positivismo quien no acepta competencia alguna.
No todas las escuelas ni todos los autores dedicados a las ciencias sociales están de
acuerdo con la concepción de éstas como una física (Comte) ni de su objeto de estudio
como una "cosa" social (Durkheim). Un cuadro completo de las escuelas sociológicas
muestra que ha habido y hay concepciones sociológicas que no han despreciado ni el
método hermenéutico, ni la comprensión histórica. Hay gran distancia entre la idea de
ciencia social en Comte y la sociología alemana de un Weber o un Simmel, la
psicología social y el interaccionismo de un Mead y el psicoanálisis en sus diferentes
vertientes y aplicaciones. La obra del antes mencionado Charles Wright Mills, trata de
replantear la ciencia social justamente como una forma de conocimiento humano
diferente de la ciencia natural. No es sin embargo mi intención hacer aquí una
exposición de las diferentes corrientes sociológicas, sino de detectar la orientación de la
ideología social dominante en la política y en la organización de la sociedad moderna
dos años antes de la inauguración de un nuevo milenio y ante la perspectiva de una edad
postindustrial dominada por la cibernética, los lenguajes artificiales y una serie de
complicados sistemas simbólicos. La ciencia social positiva ha logrado acotar una
facultad con cátedras universitarias propias, distanciándose arrogantemente de las
126
El límite del fundamento occidental del saber y del pensar - A la búsqueda de una
ética para la Edad Cibernética
A mi juicio, quizá la concepción platónica vigente esté llegando a un límite que exige
un cambio de fundamento si no queremos asistir al hundimiento de nuestra civilización.
Si esta conjetura tiene algo de cierto -y no faltan indicios de ello a juzgar por los temas
más frecuentes de discusión-, la encrucijada de este final de siglo consistirá en la
necesidad de abordar un problema que la mentalidad platónica ha venido proscribiendo
o relegando a un plano secundario durante 25 siglos: el problema de la asunción de la
responsabilidad humana; lo cual exige una auténtica ciencia de la acción humana, una
ética de índole diferente a la que venimos profesando. Para decirlo breve y
emblemáticamente: En lugar de una reforma moral basada en la ciencia, lo que ahora se
impone es una reforma de la ciencia basada en la moral.
Teológica, deontológica, utilitarista, he ahí las tres etapas éticas recorridas por la
civilización occidental. Pero se trata de paradigmas éticos, de éticas predominantes, no
exclusivas, pues ni las valoraciones y las actuaciones utilitaristas han estado ausentes en
la época regida por la teología, ni las éticas teológica y deontológica han desaparecido
en nuestra sociedad primordialmente utilitarista y consumista. Esas tres etapas son
además etapas recorridas de hecho, no ciclos impuestos por ninguna ley histórica, como
era el caso en la filosofía de Comte (o en la de Marx). Lo que sucede es que lo pasado,
al estudiarlo, se nos antoja lógico y necesario, puesto que ya no puede cambiarse y las
razones fácticas que lo hicieron surgir están patentes, en tanto que las contrafácticas, lo
que pudiera haber sido, quedan ocultas. Si miramos hacia adelante podemos reflexionar
acerca de cuál es la ética urgida por la sociedad que se vislumbra a fines de este
intricado siglo XX. Las condiciones en que vivimos están pidiendo a voces una ética de
la responsabilidad, es decir una ética que no busque su norma fuera de sí misma. Pero
no hay garantía alguna de que realmente elijamos lo que, a todas vistas, deberíamos
elegir. Nada indica que estemos dispuestos a buscar formas alternativas de
conocimiento más bien que a seguir obcecados en aumentar el conocimiento de lo
mismo.
El concepto del saber occidental se refiere a un saber de algo intemporal. A los griegos
les dejaba perplejos el movimiento o cambio. Gran parte de su filosofía se dedicó a la
solución de la paradoja que esto supone. Movimiento significa traslado o
transformación, cambio de lugar o cambio de forma o de esencia. Como fenómeno
objetivo de la naturaleza se produce por su propia iniciativa y la única forma de
entenderlo es captar el esquema constante de ese movimiento o transformación. Si no
hay una sustancia fija, por lo menos habrá una ley o estructura fija que le dé
consistencia y lo haga inteligible.
Ahora bien, al movimiento o cambio que se produce por propia iniciativa natural hay
que añadir el cambio que se produce por iniciativa de un ser provisto de voluntad. He
aquí la diferencia entre el movimiento o cambio natural y la acción o actuación humana.
Movimiento y acción no se excluyen, pues la acción es también principio de
movimiento o cambio, pero pertenecen a órdenes diferentes, ya que no todo cambio
tiene su principio en la acción. En la medida en que la acción humana origina
movimientos o cambios surgen dos perspectivas de explicación. P.ej.: "César murió
porque un cuchillo atravesó su cuerpo interrumpiendo sus funciones vitales"; "César
murió porque Bruto, haciéndose cómplice de una conspiración en el Senado, lo
asesinó". He aquí dos tipos de explicación, natural la una, histórica la otra, que exigen
dos formas de saber y dos metodologías diferentes. Sin embargo caemos siempre en la
tentación de reducir las explicaciones del segundo orden mencionado a las del primero,
por la sencilla razón de que éstas son más exactas. Y son más exactas porque en ellas
nos hemos cuidado de dejar a un lado todo aquello que esté sujeto a la interpretación y
ofrezca inseguridad o ambigüedad. A la explicación o descripción exacta la llamamos
"objetiva", sin plantearnos el problema de su elaboración conceptual y lingüística.
Una explicación natural puede ser verdadera o falsa mientras que una explicación
histórica podrá estár bien fundada, ser convincente o verosímil, pero nunca verdadera en
un sentido absoluto. Lo cual encierra un engaño. Pues ¿quién nos asegura que la
explicación científica es correcta? ¿No está acaso una demostración científica también
sometida a la exigencia del buen fundamento? ¿No ha de ser acaso convincente? ¿No
está toda afirmación científica condicionada por la reserva del ceteris paribus, que pone
la afirmación científica en entre dicho? Popper ha mostrado que lo único
definitivamente seguro es la falsedad, no la verdad. La elaboración científica es también
un producto de la acción humana y toda teoría que pretende ser verdadera tiene primero
que ser una buena teoría, una teoría bien hecha. Luego toda explicación natural tiene su
fundamento en una explicación humana e histórica. Lo bueno y lo verdadero no están al
mismo nivel, sino que lo bueno es más fundamental para los humanos que lo verdadero.
Para Platón sin embargo, lo bueno era algo tan objetivo como lo verdadero.
El vocablo griego lógos significaba algo así como "razón parlante", aunque Platón, que
paradójicamente decía menospreciar la palabra, sobre todo la palabra escrita de la cuál
sin embargo es uno de los primeros maestros, se esforzaba en separar los dos aspectos
integrantes del concepto de lógos. En la ratio latina el concepto apunta ya sólo al
pensamiento y Cicerón se ve obligado a hacer un juego de palabras en la expresión ratio
et oratio, para reparar el conceptual divorcio del pensamiento y la palabra. El lenguaje y
la gramática determinan sin embargo -nollens volens- los conceptos y obligan a los
aspectos dinámicos de la realidad a adaptarse al paradigma del sustantivo. A pesar de
que "verbo" significa etimológicamente "palabra", la categoría lingüística por
antonomasia es el sustantivo y no el verbo. Si hacemos el experimento de pedir a
alguien que diga una palabra cualquiera al azar, la respuesta es siempre un sustantivo.
Esto es debido a la necesidad, inscrita en la reflexión humana y en el pensar lógico en
que nos educamos, de objetivar la realidad. Objetivación es tanto como reificación. Con
la consolidación del poder de la lengua escrita y del alfabeto vocálico, ese proceso de
reificación se hace total. El sustantivo es la categoría correspondiente a la cosa y cada
palabra escrita se nos hace visible como algo delimitado, como una cosa. Todas las
palabras que hacen relación al conocer se construyen en lo sucesivo metafóricamente
con referencia al sentido de la vista. La idea (compárese con uideo) es una imagen
visual y entender es como ver. La palabra originariamente dicha y oída se convierte en
una entidad delimitada y, diríamos, palpable, que el ojo ve y la mano construye. Este
cambio de sentido (en ambas acepciones de la palabra "sentido") es fundamental para
entender la evolución de nuestra civilización occidental. Walter J Ong(7) ha mostrado
como el paso de la cultura hablada a la escrita, del pensamiento narrado al pensamiento
alfabéticamente escrito -condición necesaria del desarrollo de la ciencia y de la técnica
modernas y de la democratización del conocimiento- conlleva la hegemonía de un
130
Platón y las teorías del conocimiento modernas (Descartes, los empiristas, Kant) se
plantean el problema de la relación entre el conocimiento humano y el mundo conocido
como si el lenguaje no contara. Mas lo que está claro es que el lenguaje tiene una
influencia directa en la estructura del conocimiento del mundo. La interpretación de la
realidad depende íntimamente de las distinciones conceptuales que hagamos y éstas se
hallan en dependencia de las categorías gramaticales en las que engarzamos los objetos
aprehendidos. Toda discusión filosófica y científica depende del sistema de conceptos
en que se enmarque y una buena comprensión exige un sistema de conceptos bien
dispuesto. Lo que llamamos mundo y realidad son un mundo y una realidad
conceptualmente estructurados. Pero los conceptos se hallan en íntima relación con las
categorías gramaticales y con los hábitos semánticos adquiridos con nuestra lengua
materna. Negar hechos tan evidentes es como creer que se puede comer sopa con
tenedor y que los instrumentos que elijamos son irrelevantes para la tarea a realizar con
ellos. Si el pensamiento y el lenguaje no tuvieran influencia en la forma de captar y
expresar la realidad, entonces todos la entenderíamos y describiríamos exactamente de
la misma manera y el error sería imposible. Bastaría con abrir los ojos y decir lo que
vemos; propiamente ni siquiera tendríamos que decirlo, pues ni siquiera habría lenguas
diferentes. Pero al pensar y al hablar hacemos uso de una forma de pensar y de hablar
heredada culturalmente. Al comunicarnos con los otros hacemos patente lo que
pensamos, para ellos y para nosotros mismos, en un lenguaje que nos es común. Sin
131
Hagamos una prueba. Vamos por la calle y decimos ver casas, buzones de correos,
paradas de autobuses, zonas de aparcamiento, policías de tráfico. Digo "decimos ver"
porque ninguna de esas cosas son visibles. Por supuesto que los sentidos corporales
detectan objetos, pero para poder identificar lo que vemos con un buzón, una parada, un
aparcamiento o un policía tenemos que saber de antemano lo que es un buzón, una
parada, etc., lo cual supone pertenecer a una cultura que usa ese tipo de objetos para una
actividad determinada.
Podríamos analizar uno por uno de los objetos o realidades materiales que se presentan
a nuestra observación y uso y constataríamos que ninguno de ellos podría "ser" lo que
decimos que es si no estuviera en relación con otros objetos o realidades y si no
ofreciera, impusiera o insinuara una posibilidad de actuación o uso a los seres humanos
que los describen. La conciencia de la realidad exterior consiste pues en ver algo como
"algo". Y el ser que atribuimos a las cosas es un ser-para. Cuando Berkeley formuló su
tesis del esse est percipi no andaba tan descaminado, aun cuando se fuera por los cerros
de Rhode Island, que debían ser parecidos a los de Úbeda.
Nadie puede por consiguiente, por más que lo afirme, ver un buzón o una parada de
autobús o un policía de tráfico. Todo eso son cosas que se entienden, pero no se ven.
Pero aunque no las entendamos o no las entendamos del todo, podemos nombrarlas.
Pero -dirá alguien- ¿cómo vamos a poder nombrar y nombrar correctamente, es decir de
una manera inteligible para otros, algo que todavía no entendemos? ¿No va acaso el
nombre unido a su significado? He aquí otra de las patrañas del pensamiento positivista
y cientista que ha logrado hacer extensiva esta superstición a las otras formas de saber y
133
al saber de la experiencia cotidiana. Para deshacer el enredo hay que investigar el propio
concepto de "concepto" y advertir que el concepto que de él tenemos es muy dudoso.
Plantearé aquí sólo algunos aspectos escogidos del problema.
El único saber en el que los conceptos suponen sus definiciones es el saber matemático,
por la sencilla razón de que en esa disciplina el concepto y la realidad a que se refiere
coinciden. En el concepto de triángulo está dado plenamente el triángulo y su mera
enunciación racional conlleva su entendimiento y su posible definición. El concepto
matemático es apriori. Partiendo de él como modelo elaboró Platón su teoría de las
ideas, haciéndola equivocamente extensiva a todo el conocimiento humano. En la
ciencia natural, sin embargo, nos encontramos con que una cosa es el concepto y otra es
la realidad a que el concepto se refiere. Si de la ciencia natural transcendemos a otras
formas de conocimiento, la independencia entre un nombre y lo que significa aquello a
que el nombre alude se hace todavía más patente y sólo el contexto en que se usa puede
determinar su significado, si es que éste posee cierta claridad, cosa que no es tan
frecuente como los semánticos quieren hacer valer. Hay una excepción de cierto
apriorismo ideal en los conceptos regulativos de la conducta humana y la sociedad, p.ej.
la justicia, el honor, la solidaridad. Pero esos conceptos son difíciles de definir e
imposibles de realizar.
Sólo un acto de reflexión, un traslado del QUÉ al CÓMO, nos hace plenamente
conscientes de nuestra actividad. Podemos haber realizado una actividad determinada
muchas veces y haberla realizado bien, sin siquiera planteárnosla ni menos darle
nombre. Cuando advertimos que lo que hacemos nos sale mal, comenzamos a
preocuparnos del CÓMO, a hacer la actividad objeto de la propia actividad consciente.
El CÓMO se convierte en QUÉ de la conciencia. Y para poder hablar de ella, abrir un
diálogo que nos ayude a esclarecerla, le damos un nombre. ACTIVIDAD - NOMBRE -
DEFINICIÒN o DETERMINACIÒN CONCEPTUAL. Ese es el orden del
conocimiento, no lo que nos han acostumbrado a creer.
Pero el hecho de que la actividad tenga que ser objetivada para ser investigada, es al
mismo tiempo lo que nos tiende la trampa de reificar las actividades, de concebirlas
como cosas, confundiéndolas con su resultado. Antonio Machado:
Es así cómo nos imaginamos que la arquitectura son los edificios, no el arte de
construirlos o confundimos la pintura con el cuadro pintado por el pintor. Y llenamos
también el lenguaje y el pensamiento de una infinidad de seres a los que atribuímos
actividades.
La sociedad moderna vive de una serie de mitos que son debidos a nuestra forma de
pensar y al uso de nuestro lenguaje. Si bien no se puede culpar a las ciencias sociales de
ser las causas originarias de la mitología espontánea, siendo ellas mismas un producto
del pensamiento mítico de origen platónico, sí les incumbe la responsabilidad de haber
consolidado esa mitología como ciencia. El deber de la ciencia -el mismo Comte lo
diría- es desenmascarar la falsa conciencia y los mitos engañosos de la sociedad -las
idola, como las llamaría Francis Bacon. Pero en lugar de ejercer su función depuradora,
135
las ciencias sociales, a 300 años de la Ilustración han asumido la función de dar
legitimidad científica a las nuevas mitologías y perpetuar la autotutela del ser humano y
su sometimiento a poderes ajenos a su razón y a su voluntad.
NOTAS
1. Comte, Cours de philosophie positive, nouvelle. éd., Classiques Garnier, Paris, 1949,
t. I, pág. 6.
6. También Ortega advirtió esa peculiaridad aristotélica que exige una lectura más
atenta y menos platónica que la que las exégesis posteriores han hecho: "A la
concepción estática de los puros griegos, este hombre (Aristóteles, mi aclaracion),
nacido en el borde de la Hélade, sustituye una concepción dinámica. Ya no cabe poner
como ejemplo del ser una figura geométrica que es puro aspecto o espectáculo, sino que
"ser" va a significar el esforzado sostenerse de algo en la existencia" (En Ideas para una
historia de la filosofía).
***
Se debe a la modernidad el descubrimiento del individuo. Y se debe al racionalismo el
establecimiemto del YO como centro del universo. Se ha hablado de revoluciones y
contrarrevoluciones copernicanas, según las cuales el hombre unas veces se considera
centro y otras periferia. Para Descartes todo saber cierto -que no es un cierto saber, sino
el "saber" sin más- comenzaría con el YO. Pero una observación atenta de la afirmación
Cogito ergo sum, «Pienso, luego (yo) existo», pone de manifiesto que ese YO, en torno
al cual girará la sociedad y el mundo, no es, fenomenológicamente hablando, el punto
de partida, sino una mera deducción. Cuando Descartes dice: "luego existo", la
conjunción "luego" está denunciando el carácter deductivamente posterior del YO. El
pensamiento no es un producto de la actividad de un YO previo, sino que el YO es
constituído por el pensar: primero pienso que pienso, y luego, por deducción, pienso
que existo yo. El Sujeto no es más que el lugar donde el lenguaje se lleva a cabo, dirá
Lacan. Lo realmente innegable, ineludible, aquello que no puedo negarme a mi mismo
137
"En principio era el Verbo", dice la Escritura. Para nosotros, sin embargo, en principio
es el Sustantivo. Es difícil para una mente moderna (indoctrinada por los prejuicios de
la gramática, obra a su vez de la alfabetización y de la lengua escrita, reguladora del
pensar y, como decía Nebrija, compañera del dominio de unos hombres sobre otros),
concebir una realidad que no arranque de lo sustantivo. La idea inmutable, la cosa en sí
y no la actividad, es, desde Parménides y Platón, lo que se supone otorga estructura y
punto de partida a la realidad. He ahí el origen del pensamiento ontológico. Sin
embargo, lo realmente originario en nuestro contacto con la realidad es la actividad, el
devenir, el hacerse. Es la actividad la que da sentido a las cosas y a nosotros mismos, no
al revés. Nuestro yo es constituído por nuestro pensar y por nuestro obrar. Y también el
ser inteligible de las cosas se constituye en relación a nuestra actuación, pues sólo
entendemos el mundo al tratar de intervenir en él activa, no pasivamente. Si además
cabe hablar de un ser no inteligible de las cosas (lo que Kant llamaría "la cosa en si"),
de ese ser que, según Vico, sólo Dios entiende, también éste se constituye en un
hacerse, en télos. Naturaleza y finalidad o tendencia a la realización eran para
Aristóteles conceptos equivalentes (Fýsis télos estín). Así lo revela la propia palabra
"naturaleza" (que viene de natura, que viene de nascere = nacer) que, al igual que su
correspondiente griega, la fýsis, no significa el entorno de la cosas, sino el proceso que
las da origen y desarrollo. Es muy significativo que en la terminología gramatical
llamemos "verbo" a la categoría significante de la actividad y el movimiento. Pues
"verbo" significa sin más "palabra", es decir la palabra por antonomasia. La concepción
originaria de la realidad, esa concepción que originó las explicaciones míticas del
Cosmos por el hombre antiguo, no era una concepción ontológica, sino genealógica.
Nietzsche vio esto claro. La oración gramatical originaria es una oración sin sujeto:
"Llueve", "Truena", "Hace sol". Es falso que la oración exija sujeto y verbo. La oración
originaria es una oración sin sujeto, pero sin verbo no hay afirmación o negación
alguna.
***
El yo y la individualidad son cosas del pensamiento moderno. En la Edad Media la
persona humana tenía dificultad para separar incluso su cuerpo del entorno en que se
hallaba. La moderna manía de la higiene es algo que no sólo hace relación a la
preservación de la vida y de la salud, sino a la tendencia a aislar y a definir, a delimitar
y separar mi cuerpo. Y en la antigüedad griega el yo tampoco gozaba de la
individuación que nosotros le otorgamos. Los griegos atribuían -como dice el filólogo
sueco Jesper Svenbro, del Centre National de la Recherche Scientifique en París (en
Historia de la lectura en el mundo occidental, Taurus, 1998- escaso espesor psicológico
138
al "yo". Parece ser que la cultura micénica ni siquiera conocía el concepto. Cabe
preguntarse si el YO es posible en una cultura material arcaica en la que el espejo
todavía no se ha inventado. La posibilidad de ver la propia imagen reflejada residía en
usar la superficie del agua a guisa de espejo. El mito de Narciso surge de la
contemplación de su imagen en la fuente y de la tragedia de jamás poder alcanzar su
posesión. Es sabido que Protágoras afirmaba que "el hombre es la medida de todas las
cosas", pero sería exagerado, como algunos pretenden, interpretar ese "hombre", al que
el sofista alude, como individuo humano, atribuyendo así a Protágoras una concepción
relativista de la verdad y del conocimiento. Más ajustado parece entender la proposición
del homo mensura como una afirmación de que la humanidad, el hombre genéricamente
hablando, es decir "los hombres", determinan en comunidad o consenso tácito lo que es
y lo que no es.
*
No es el YO -la "yoidad" fichteana- el primer territorio a descubrir. Pues el ser humano
nace alienado, sumido en su entorno inmediato: primero en la madre, luego en el
entorno más próximo. Un ver más lejano, un ver "mas allá de sus narices", exige cierto
esfuerzo pero es, al fin y al cabo, accesible y constituye la tarea más inmediata. Lo más
difícil de todo, lo más tardío y casi inasequible, es estudiar la propia nariz sobre la cual
reposan los lentes que configuran nuestra visión de la realidad. Y cuando al fin se nos
antoja que arribamos a ello, lo hacemos mediatizados por lo externo. Lo inmediato es
descubrir lo de fuera, el entorno: primero la madre que nos dio el ser y los objetos
circundantes, luego el entorno más lejano, el que nos entra por los ojos en la estrellada
noche y el que nos llega por el oído en la narración, ese mundo encantado de los cuentos
que la escuela sustituirá por las narraciones históricas y las descripciones geográficas.
Ser el sujeto de esos descubrimientos es algo distinto que ser objeto del mismo
descubrimiento. El YO que descubre no es el YO descubierto. La conciencia es en
principio necesariamente inconsciente de sí misma. Lo inconsciente es la conciencia
misma como acto. Quien no entiende esto jamás entenderá a Freud que ha planteado
esta cuestión en su trabajo acerca de El Yo y el Ello. Para los otros animales la propia
conciencia permanece definitivamente oculta. El animal humano en cambio, que posee
el don del lenguaje y con ello la capacidad y la compulsión de entender algo a través de
algo distinto, a través de los signos mediatizadores de todo conocimiento (que por algo
decía Lacan que la conciencia está estructurada como un lenguaje), puede llegar a erigir
una imagen de sí mismo y hacer de ella su Significante. En esto reside la caída en la
sustantivación, ya que incluso la actividad se sustantiva en la palabra, especialmente
cuando ésta es escrita y visible. El paso a la autoconciencia, que supone la objetivación
del propio yo, surge sin embargo solamente en una etapa avanzada del descubrimiento
del mundo. Lo cual tampoco deja de ser un paso en falso, pues lo único que
encontramos en la búsqueda del yo es un reflejo en el que ese yo se desvanece, como
insinuaba Machado en la cita recogida al comienzo de este artículo.
*
139
***
La comunidad humana inventa el territorio, pero no lo hace sino dentro de una
perspectiva dada. Las condiciones materiales son codeterminantes de la forma de
descubrir y entender nuestros territorios. La comunidad del nosotros determina la
imagen individual del mundo porque los individuos que la integran son de constitución
semejante. En otro caso la comunicación y la influencia mutua serían imposibles.
"Aunque un león pudiera hablar", decía Wittgenstein, "no podríamos entenderlo". Pero
como seres humanos somos semejantes, aunque no iguales, y por eso formamos una
comunidad. Si nuestra estatura normal aumentara 100 veces o disminuyera 1000, si nos
convirtiéramos en dinosaurios o en insectos sin menoscabo de la facultad racional, la
concepción de nuestro entorno se vería transformada y muchos aspectos que ahora nos
pasan desapercibidos serían de pronto los más importantes, perdiendo al mismo tiempo
140
de vista otros que hoy nos son primordiales. Pues lo más importante en el
descubrimiento del territorio no es la sensación, sino la atención. Es la atención
(espontánea o libremente provocada) la que nos ayuda a captar unos rasgos dejando
otros de lado. No existe visión total objetiva de la realidad. Todo territorio es territorio
interpretado.
A partir del giro racionalista moderno, que trata de colocar al fantasma del YO en el
centro, se produce una transformación en el propio concepto de territorio. El límite
territorial es una invención moderna. Los territorios antiguos eran territorios sin
fronteras claramente definidas. Una vez circundado el mundo y descubiertos todos los
territorios que constituyen el globo terráqueo, la territorialidad comienza a ser
determinada por las fronteras. La determinación pontifical de la línea divisoria entre los
territorios pertenecientes a los descubridores hispanos y a los portugueses es el
paradigma de lo que la territorialidad vendría a significar en lo sucesivo. La historia de
las guerras y de los armisticios modernos es una historia de la fijación de límites y del
control de fronteras. Y la xenofobia, más que un resto de irracionalidad y primitivismo,
será una enfermedad moderna. Como toda delimitación, la del territorio se hace
necesaria cuando la identidad territorial flaquea. El hombre antiguo se consideraba más
ligado a la tierra; en la sociedad feudal la clase inferior eran los siervos de la gleba,
adscritos de por vida a su terreno. La sociedad moderna liberará al individuo humano de
esa adscripción mediante la concepción abstracta del trabajo, según la cual lo que se
vende no es ya la persona sino su fuerza laboral. El individuo de la sociedad moderna
será libre, libre de morirse de hambre o de trabajar para otros. Si es que hay quien
quiera darle trabajo, habrá que añadir en estas postrimerías del milenio.
***
La exaltación del YO por la modernidad, acompañada de la aceleración científica y
tecnológica, ha venido así a crear una paradójica reducción de los territorios de nuestra
conciencia: al mismo tiempo que la técnica permite la exploración de territorios
extraplanetarios, la atención humana se restringe a territorios infraplanetarios más
estrechos, discontinuos y esporádicos. El proceso de urbanización y la electrificación
del territorio atraen la atención del hombre moderno hacia lo más inmediato y el interés
mítico del hombre arcaico por el Cosmos, pierde su carácter poético y pasional para
141
Jamás ha tenido el ser humano más facilidad de desplazarse de un territorio a otro. Sin
embargo, el contacto con el otro no exige ya que nos movamos de nuestro escritorio o
de nuestra sala de estar. Requiere casi más esfuerzo entrar en contacto con el vecino de
la casa de al lado que con un antípoda terrestre. Y cuando, a pesar de todo, nos
desplazamos a territorios alejados, constatamos que todos los territorios se van
pareciendo cada vez más unos a otros y que "en todas partes cuecen habas", siguiendo
además la misma receta culinaria. Hasta las extravagancias, que por definición
representan lo inusual, son exactamente las mismas en todas las urbes: las cabezas
rapadas, los Hara Krisna, el pantalón vaquero andrajoso, la droga.
Reproducido de: Arte de hablar y arte de decir. Una excursión botánica en la pradera
de la retórica. Relea, Caracas: Universidad Central de Venezuela, Facultad de
Ciencias Económicas y sociales, septiembre 1999.
El dar nombre a algo no implica sin más que ese algo conlleve una descripción o una
definición clara y unívoca. Cuanto más frecuente es el uso de una denominación
concreta, más probabilidad hay de que vaya adquiriendo sentidos diferentes. La
denominación de retórica no se aplica a algo que pueda definirse o delimitarse sin más.
La retórica es un lugar, un topos -por usar un término retórico-, una especie de hogar
que reúne en su torno narraciones diferentes, o un parque de recreo en el que cada uno
juega su juego. El filólogo noruego Øivind Andersen publicó en 1995 uno de los
mejores libros sobre la evolución y los diferentes aspectos de la retórica que hayan visto
la luz durante los últimos años. Ha dado el autor nórdico a su libro el sugestivo título de
"En la pradera de la retórica» (I retorikkens hage, Andersen [1995]). La comparación
entre la retórica y una pradera en la que proliferan plantas y flores de diversas especies y
en donde muchos tipos diferentes de actividades pueden tener lugar, es sumamente
acertada y ha inspirado el subtítulo de mi artículo.
Hablar y decir
La retórica ha venido a concentrarse cada vez más, durante los siglos transcurridos
desde su creación, en el aspecto del decir, más bien que en el aspecto del hablar.
Haciendo otra distinción más, es de notar también cómo el análisis de lo dicho, que
propiamente es objeto de la poética y de la estilística, ha atraído mayor interés que el
estudio del propio decir. Durante el siglo XIX, el interés de los estudiosos de la retórica
se concentró casi exclusivamente en la teoría de las figuras, a despecho de las otras
partes de la retórica (inventio, dispositio, elocutio, memoria, etc.). Lo primero en el
conocimiento es lo último en el ser. Yo quiero hacer resaltar aquí el aspecto hablante
como fundamentador del aspecto dicente y el acto de decir como creador de lo
fácticamente dicho. Dicho en orden inverso: distingo entre el arte y su producto, la
acción de pintar del cuadro pintado, haciendo así que el interés por lo especialmente
dicho quede en tercer lugar; pero además doy prioridad al acto de hablar como tal sobre
el acto de decir, retrotrayendo así la comprensión de la retórica a su origen genuino que
es el habla, la oralidad.
El origen de la retórica como materia de estudio se halla ceñido a una paradoja, pues
resi-diendo dicho origen, de un lado, en la facultad humana de hablar, no se convierte
propiamente en objeto de estudio hasta que el alfabeto y la lengua escrita han quedado
establecidas, convirtiendo al acto de hablar en algo no sólo audible, sino visible,
analizable y planificable. Gracias a la lengua escrita surge la reflexion sobre el hablar
que lleva el nombre de Retórica. Lo cual hace a la retórica como disciplina depender de
la lengua escrita de un modo que atenta a la esencia de la retórica misma, pues la lengua
hablada es el uso directo de una facultad humana y con ello una acción, mientras que la
escritura (especialmente la escritura alfabética inventada 700 años antes de Cristo) es
una tecnología. En este hecho reside la tecnificación de la retórica y su transformación
en instrumento de manipulación. «La invención de la imprenta, con ser importante, no
es fundamental, si se compara con la invención de las letras», escribe Hobbes en su
Leviatán. Sin lengua escrita, ni la imprenta ni la ciencia habrían surgido, ni mucho
menos se habrían divulgado. Por eso califica Walter J. Ong (Ong [1982]) a la escritura
como tecnología y no sólo como técnica. Lo que diferencia a la tecnología de la mera
técnica, según Neil Postman (Postman [1992]) es que la técnica, el mero uso de un
instrumento, resuelve problemas determinados y realiza tareas previstas, mientras que la
tecnología va más alla de nuestras intenciones, transformando las estructuras que
determinan nuestra forma de pensar y de actuar. Con la técnica hacemos algo, la
144
tecnología en cambio hace algo con nosotros. Lo cual no supone que el lenguaje escrito
no tenga que ver con la retórica, pero una comprensión propia y profunda de la retórica
supone el restablecimiento de la lengua hablada como el fundamento a partir del cual
también se comprende la lengua escrita. La alfabetización, que tantas ventajas aporta a
la humanidad, transforma radicalmente, al mismo tiempo, nuestra mentalidad.
A la ambigüedad de la retórica entre el hablar y el decir hay que añadir otra ambigüedad
en el propio concepto de retórica considerada como arte. Por arte entendemos unas
veces la habilidad o competencia que se adquiere mediante el ejercicio y que se
manifiesta en la actividad, aun cuando el que la realiza no siempre sea capaz de dar
cuenta de ella. Otras veces, sin embargo, al hablar de arte nos referimos a un
conocimiento objetivado, a una descripción de cómo se crea un producto de cierta
índole o cómo se produce un efecto de carácter previsto. Este último concepto del arte
se convierte fácilmente en una técnica, es decir en un sistema explícito de reglas de
acción para lograr algo. Nuestra palabra "técnica» procede precisamente, no sin motivo,
de la palabra griega correspondiente al arte (téchne). El arte puede así referirse bien al
conocimiento o bien a lo conocido, ora al conocimiento que alguien posee, ora a un
conocimiento acerca de algo. El conocimiento como actividad se da en individuos
humanos concretos, mientras que lo conocido adquiere una existencia propia
extrapersonal, transmisible y acumulable al ser formulado sobre todo gracias a la
escritura.
más bien a lo que se denomina una ciencia práctica(1). Así sucede cuando Quintiliano
prescinde de la palabra ars y utiliza la expresión scientia bene dicendi, para referirse a
la retórica (Andersen [1995] pág. 16). También los romanos hablaban de rhetorica
docens y rhetorica utens, para distinguir la teoría, que se aprende en el aula, del
conocimiento que se adquiere mediante el ejercicio (Andersen [1995] pág. 12). El
profesor danés de retórica Jørgen Fafner habla de «retórica» y de «ciencia retórica» para
distinguir entre la facultad de hablar bien y el saber objetivo acerca de ello.
Pero una investigación teórica acerca de un arte puede a su vez dar lugar a dos actitudes
científicas que suelen denominarse ciencia descriptiva y ciencia normativa. No es lo
mismo describir que prescribir. La Retórica comparte esa ambigüedad científica con la
Lógica. Al incluir el arte el buen resultado en su propio concepto, podemos preguntar si
estudiamos un arte para describir cómo se practica algo o para prescribir esa práctica.
Nos hallamos ante la diferencia entre el ser y el deber ser del arte. Hacer de la retórica
una técnica, estipulando un sistema de reglas que aplicamos conscientemente en
determinadas situaciones de habla, es una tentación que ha dado y da todavía lugar a
muchos cursos y a muchos manuales de retórica. Por otra parte sabemos, sin embargo,
que aquello que mejor hacemos lo hacemos inconscientemente y por hábito. Cuando la
técnica domina sobre el arte, cuando aceptamos de antemano una regla de acción,
somos víctimas de un fundamentalismo que contradice sus propias intenciones. Pues la
finalidad de la retórica debiera ser la de contribuir, mediante una reflexión consciente, a
alcanzar una habilidad de actuación que no necesite seguir regla alguna. Se trata de
asimilar, no de acumular conocimiento.
Esto significa que la retórica no tiene por qué crear técnicas que dicten modos de actuar
en situaciones previstas, todavía no actualizadas. Lo que sí hace es proporcionarnos
reflexiones y experiencias que son aprovechables para las situaciones concretas, a
menudo imprevistas, que se presenten. Esas reflexiones y experiencias pueden quizá
asemejarse a las reglas técnicas, pero no son más que meros consejos o advertencias. Se
trata de recomendaciones o indicaciones de aquello que debe tenerse en cuenta o
aquello en lo que se debe pensar para actuar en situaciones futuras(2). Es empero la
propia situación la que determina lo conveniente. Esto actualiza la consideración del
concepto griego de kairós. Como dice el catedrático de retórica danés Christian Kock:
«La materia concreta y la situación concreta determinan la totalidad del discurso en
cuestión, la cual a su vez determina sus partes. Solamente comprendiendo lo que es el
kairós puede el retórico producir una expresión en la que las partes sean el todo, una
acción coordinada y relevante para una situación». «No es buena retórica seguir un
procedimiento fijo, con un inventario fijo de figuras y recursos retóricos».
146
«Está claro por qué razón el ser humano es un animal social en mayor medida que
cualquier abeja o cualquier animal gregario: la naturaleza no hace -como es usual decir-
nada en vano y entre los animales solamente el ser humano está en posesión de lógos. El
sonido producido por la voz es signo de dolor y de placer y por eso también los
animales lo tienen, pues su naturaleza les permite sentir dolor y placer y dar a conocer
ese sentimiento entre ellos; pero el lógos permite manifestar lo provechoso y lo nocivo,
así como lo justo y lo injusto siendo atributo exclusivo del ser humano, a diferencia de
otros animales, el tener conocimiento de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, etc. Y
la participación en estas cosas es lo que da su origen a la sociedad doméstica y a la
sociedad civil.»
Este pasaje central representa el punto de partida de una antropología y de una teoría de
la acción comunicativa que puede medirse con la de Habermas aventajándola. El lógos
147
griego, que significa tanto la acción de pensar como la de hablar (ratio et oratio, como
diría Cicerón, jugando con las palabras, para reconstruir el viejo concepto griego que la
ratio latina convierte en unilateralmente cognitivo) es lo que caracteriza y distingue al
hombre del animal, por un lado, y de Dios por otro. Estudiar la facultad discursiva del
ser humano es lo mismo que estudiar al propio ser humano, pues la facultad de palabra
es la diferencia específica del ser humano y comprender al hombre es comprender lo
que supone el hablar. Con esto se constituye la retórica, concebida como la
investigación científica del uso de esa facultad, en lo que Jørgen Fafner llama una
ciencia fundamental (Fafner [1997]), yo diría que el más fundamental de nuestros
conocimientos teóricos.
cotidiano y de lo probable. Con lo cual todo tipo de razonamientos acerca del obrar o el
hacer, ya se trate de asuntos diarios, de política, de planificación y urbanismo, de
tratamiento de problemas y situaciones concretas o de decisiones de diferentes clases, es
objeto de actividad retórica, discursiva.
La primacía de la práctica
las palabras. Séneca consideraba la elo-cuencia como el arte de las artes y como el
camino de acceso a cualesquiera otras artes. Para mí es la retórica el conocimiento de la
actividad fundamental del hombre. Pues la actividad locutoria y el hecho de que el ser
humano tiene la facultad de hablar están presentes en todas las demas actividades
específicas del ser humano. Sin esa facultad no se habría desarrollado ninguna de las
otras actividades humanas. Por eso no es tan absurdo o exagerado como al- guien quizá
piense el considerar la retórica como una teoría de la acción.
El estudio de la retórica coincide pues con el propio discurso humano (Valesio [1986]).
Pensar y hablar es la actividad fundamental presente o latente en cada actividad humana
pero especialmente en actividades intelectuales y universitarias. Aprender una disciplina
práctica y realizar la tarea a que esa disciplina va encaminada es una actividad que parte
de una deliberación acerca de lo que se deba o no se deba hacer y acerca de la manera
adecuada de llevar a cabo la tarea prevista. La retórica es el conocimiento de lo que es
común a y está presente en toda acción humana, sin ser específico de ninguna acción
concreta. Construir ciudades, curar enfermedades, organizar empresas o instituciones,
toda actividad práctica de cualquier tipo, parte de un fondo común lingüístico-
conceptual retórico. «Unos seres humanos lo hacen sin reflexionar o por costumbre,
pero ya que puede realizarse de esta manera, también ha de ser posible estudiar su
método. Pues podemos investigar por qué los que siguen su costumbre o actuan sin
reflexionar en lo que hacen tienen éxito en su tarea. Y una investigación de esta índole
es lo que llamaríamos un arte.» (Aristoteles Ret. {1354 6 ff}). «Otras artes buscan su
materia en diferentes fuentes, pero lo que afecta al arte de hablar es inmediatamente
accesible y afecta a la relación entre los seres humanos y a la comunicación cotidiana»,
dice Cicerón (Andersen [1995] 6.4). Toda acción humana, cotidiana o profesional exige
una actividad racional que consiste en entender la situación, describir adecuadamente el
problema y la tarea, deliberar acerca de lo que deba hacerse y proponer la manera
adecuada de realizarlo. Este arte común de evaluar, juzgar y deliberar mediante el
pensamiento y la palabra, de buscar el concepto adecuado y la expresión correcta para
cada situación, es lo que la disciplina retórica se propone investigar. Por ello es la
Retórica una disciplina humanista fundamental acerca de la acción humana que afecta a
todas las otras actividades humanas, sean profesionales o no.
Retórica y filosofía
Por lo que se refiere a la filosofía llamada práctica, la ética moderna huye de la acción
como del demonio. La justificación de una acción se establece, según esta ética, o bien
con referencia a su resultado (ética utilitarista) o bien a una regla preestablecida (ética
deontológica). Pero la ética no puede consistir ni en obedecer a una regla ni en adaptarse
a un resultado. Ética es teoría de la acción humana y lo que sea la acción justa en cada
situación se decide en una deliberación racional, es decir en un discurso retórico.
Retórica y ética son dos caras inseparables de la acción humana. La Ética, la Política y
la Retórica establecen en la obra de Aristóteles un triángulo de hierro que da expresión a
la filosofía práctica. Pero mientras que la retórica y la ética aristotélicas constituían dos
aspectos complementarios de la frónêsis, desemboca la filosofía práctica moderna o
bien en un callejón sin salida metaético que encajaría bien en la épistêmê aristotélica, o
en una disciplina normativa que equivale a la téchnê. Eso de frónêsis le «suena a
griego» a la filosofía universitaria de nuestros días.
Es sin embargo Isócrates, más bien que Aristóteles, quien en la Atenas del siglo V a. de
Cr. defendía la íntima relación entre la filosofía y la retórica. El ideal de su escuela era
la formación humana o paideía y esa formación se alcanzaba mediante una comprensión
(frónêsis) que conlleva la facultad de elegir lo justo y de ser convincente en cada
situación concreta (kairós). Para Isócrates es kairós uno de los conceptos centrales de la
retórica. Pero debemos a Aristóteles el desarrollo de la concepción de ciudadanía
(polîteía) y de comunidad (koinõnía). En su obra encontramos conceptos y elementos
para una discusión moderna acerca de una sociedad del bienestar de carácter totalmente
diferente al modelo de sociedad consumista y pesetero que nos ha tocado en suerte
vivir.
La retórica de la retórica
La retórica abarca una pluralidad de aspectos y no resiste que se la escinda sin que su
núcleo esencial se pierda. Si pensamos, por ejemplo, en los tres elementos clásicos de la
retórica que constituyen la base de todo discurso convincente (ethos, pathos, lógos)
éstos no pueden ser utilizados cada uno de por sí, excluyendo a los otros, sin que el
objetivo se vea malogrado. La efectividad retórica se determina mediante la atención
coordenada a esos tres elementos inseparables. Algo semejante sucede con las partes
tradicionales de la retórica, conocidas desde Herenio: inventio, dispositio, elocutio,
memoria, pronunciatio. Si se toman en consideración como partes separadas e
independientes, el discurso pierde su vigor y efecto. El orden del discurso o dispositio y
su desarrollo práctico o elocutio exigen creatividad y genio (inventio), la inventiva no
puede existir sin la memoria, y así sucesivamente. Esos elementos retóricos integrados
en una totalidad no constituyen meras reglas sino que son llamadas de atención o
sugerencias acerca de lo que es preciso tener en cuenta para analizar, entender o
preparar situaciones de habla. Una preparación excesiva daña sim embargo la calidad
del discurso. Un acto de habla resulta a menudo mejor si se desarrolla de una manera
espontánea basada en una larga experiencia. De la abundancia del corazón habla la
lengua. Estar dispuesto es más importante que estar preparado.
NOTAS
1. El teorizar sobre un arte supone, sin embargo, a su vez un nuevo arte: el arte de
teorizar, es decir el arte de formular y describir lo que se piensa de manera adecuada,
inteligible y convincente.
2. Cabe por lo tanto hablar más bien de heurística que de método predeterminado.
4. Es cierto que añade kaì t_n áll_n («y todo lo demás» o etcétera), pero lo significativo
es que destaca los valores de la razón práctica y deja en el anonimato a los de la razón
teórica.
6. En Dinamarca, donde ha habido más sensibilidad para estas cosas, hay una
institución en Copenhague que se denomina Institución de Filosofía, Pedagogía y
Retórica. Quintiliano se sentiría muy a gusto.
153
7. Véase p. ej. su Logic of preference de 1963, o Norm and Action, que ha sido
publicada al castellano por la editorial Tecnos en 1970 con el título de «Norma y acción.
Una investigación lógica».
Referencias bibliográficas
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Mortara Garavelli, Bice [1988] Manuale di Retorica, Bompiani, Sonzogno. (Hay trad.
española)
Ong, Walter J. [1982] Orality and literacy. The technologizing of the word, Methuen &
Co Ltd, London.
Ramírez José Luis [1992] El significado del silencio y el silencio del significado
(Ponencia al Seminario de Antropología de la Conducta en San Roque, 1989).
Publicado en El silencio, comp. de Castilla del Pino, Alianza Universidad.
154
Ramírez, José Luis [por publicar] La existencia de la ironía como ironía de la existencia
(Ponencia al Seminario de Antropología de la Conducta en la Universidad de Verano de
Cádiz, San Roque, 1993).
Ramírez, José Luis (red.) [1995c] Retorik och samhälle («Retórica y sociedad»),
Nordplan Rapport 1995:2, Stockholm.
Valesio, Paolo [1986] Ascoltare il silenzio: la retorica come teoría, Bolonia, Il Mulino.
Estas palabras de Antonio Machado resumen en cierto modo el tema que voy a
desarrollar hoy y que muy bien podría haberse titulado: "Gloria y miseria del Lógos".
Voy a hablar someramente -- pues un análisis exhaustivo exigiría mucho más espacio --
de la dependencia instrumental humana, tanto en el conocimiento como en la acción.
"El hecho de que el ser humano sea un animal social en mayor grado que la abeja o de
cualquier otro animal gregario, tiene una explicación evidente. Es común afirmar que la
naturaleza no hace nada en vano y el ser humano es el único que goza de la facultad de
la palabra (lógos). Pues mientras la voz pura y simple es expresión de dolor o placer y
es común a todos los animales, cuya naturaleza les permite sentir dolor o placer y la
posibilidad de señalárselo unos a otros, la palabra humana o lógos sirve para manifestar
lo que es conveniente y lo que es perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Pues esto es
lo que caracteriza al ser humano, distinguiéndole de los demás animales: el hecho de
poseer en exclusiva el sentido del bien y del mal, de la justicia y de la injusticia, y de los
demás valores. Y la participación en común de éstas cosas es constitutiva de la familia y
de la comunidad local." (Pol. {1253a 7 ss.}).
Estas palabras del filósofo griego encierran al mismo tiempo una concepción
antropológica y una teoría del conocimiento y de la acción humana pero sirven sobre
todo de fundamento a una concepción de la comunicación humana, a a cual no puede ni
compararse la tan divulgada como aplaudida Teoría de la Acción Comunicativa de
Jürgen Habermas.
156
Lo que Aristóteles afirma es que mediante el lógos puede el ser humano conocer lo que
es bueno, conveniente o aconsejable y comunicarlo a sus semejantes, creando esto un
intercambio razonable de conocimientos que es indispensable para el desarrollo de la
sociedad humana.
Según ese texto aristotélico el ser humano se halla sometido, tanto en su conocer como
en su obrar, a la mediación del lógos. Se trata de una mediación o instrumentalidad
simbólica que de un lado suple y reemplaza a la impresión de lo externo concreto,
organizándolo conceptualmente, y de otro otorga estructura a nuestra actuación
consciente. El ser humano es capaz de exteriorizar lo que tiene en la mente o en la
memoria mediante sonidos articulados, mediante palabras, mientras que los demás
animales sólo exteriorizan lo que sienten de un modo inmediato, mediante sonidos
expresivos, siendo incapaces de tomar en consideración lo que está bien y lo que está
mal. Es decir obran espontáneamente pero no pueden deliberar lo que debe o no debe
hacerse. Por mucho que se quiera otorgar poder comunicativo a los animales
irracionales, nunca encontraremos en éstos el poder de reflexionar, de crear segundas
intenciones y de hacer valoraciones éticas o estéticas. Los animales, decía Wittgenstein,
quizá se comuniquen entre ellos, pero nunca podrán ponerse de acuerdo en hacer algo,
por ejemplo, "el miércoles que viene".
Tomado de un modo general, ese carácter instrumental no es específico del ser humano,
pues todo ser vivo, también el animal precisa de medios de orientación y actuación para
poder sobrevivir. Pero lo que caracteriza al uso de utensilios o instrumentos por el
hombre es que éstos se le hacen conscientes, son pensados y creados con ayuda de su
capacidad racional y comunicativa.
Nos interesa pues examinar cómo se manifiesta esa instrumentalidad del conocimiento y
de la acción humanas, teniendo en cuenta que lo más importante en mi disertación es la
acción y que el conocimiento es considerado también por mi como una forma de
actuación orientadora del obrar. Desisto pues de reducir el hacer y el actuar, lo teórico y
lo práctico, a la condición de dicotomías semánticas, ya que en el fondo todo es práctica
o actividad humana y esas parejas conceptuales se relacionan de modo diferente al
dicotómico, como he analizado en otra ocasión(1). La teoría se hace teorizando y el
teorizar es una forma especial de práctica humana, cuya misión es contemplar y explicar
la propia práctica y aquello que la condiciona. El ser humano conoce su mundo para
157
poder vivir en él, es decir para actuar, y actúa de tal modo que ello aumenta su
conocimiento para el futuro. Es decir, la práctica produce experiencia y la experiencia
incrementa el conocimiento teórico. Pero el ser humano se comunica además con otros -
- que para eso existe el lenguaje --, sin lo cual la evolución del conocimiento y del obrar
serían imposibles. Pues, como añade Aristóteles en la continuación del texto aludido, "si
alguien no puede vivir en comunidad o es tan autosuficiente que no necesita nada de
ella, o es una bestia o es un dios, pero no un ser humano". Ni el animal tiene lógos ni
Dios lo necesita. Lo que en el animal es una carencia, resulta superfluo para Dios, que
es autosuficiente y no necesita razonar, ni en voz alta ni en voz baja, para llegar a
ninguna conclusión. La función esencial del lógos es, por lo tanto, la comunicación y la
deliberación humana, lo cual supone, según Aristóteles, una ventaja con respecto al
animal y una compensación con respecto a la divinidad.
Ser "humano" significa tener un cierto (pero sólo cierto) dominio de su entorno, tanto en
lo que se refiere al mero conocimiento de él como a la posibilidad de actuar y
transformarlo o utilizarlo para sus fines. Pero el conocimiento y la actuación humanas
no se realizan de modo directo sino de modo mediato. El ser humano sólo puede
conocer algo a través de otras cosas y sólo puede actuar sirviéndose de instrumentos o
prótesis que faciliten esa operación. El hombre no es solamente un homo faber, sino
primordialmente un homo instrumentalis y solamente porque es instrumental puede
también ser productor.
Si las vísceras y otros organismos internos nos pasan un poco desapercibidos, somos
más conscientes en lo que afecta al uso de órganos naturales que nos relacionan con el
exterior, tales como los sentidos corporales: la vista, el oído, o los miembros con que
nos movemos. Estos órganos son sometidos a entrenamiento que los perfecciona;
aprendemos a dirigirlos conscientemente y hasta los corregimos y enmendamos con
ayuda de la técnica (gafas, sonotones, protesis). La construcción de prótesis
compensadoras o complementarias del cuerpo humano ha llegado a extremos increíbles
y la persona más inválida puede hoy hacer una vida casi normal.
Cuando Aristóteles hablaba del lógos, no se refería a las palabras, sino al uso de las
palabras por el hablar y el pensar. Pero como sin el instrumento concreto de las palabras
la función de la palabra no sería posible, nos lleva esto a confundir la cosa y la función
y a convertir las funciones inmateriales y las acciones en cosas, Hablamos por ejemplo
de la inteligencia y hasta pretendemos medirla, como si fuera algo tangible. Cuando
pregunto dónde se encuentra la Universidad de Lleida, alguien me señala con el dedo un
edificio, que lo mismo podía utilizarse como universidad que como hospital o como
gobierno civil. La universidad propiamente dicha no son ni las casas, ni los muebles, ni
las personas, sino una actividad dirigida por fines a que se dedican los seres humanos de
una forma organizada.
Podría ir todavía más lejos, diciendo que cuando afirmo que veo mesas o buzones de
correos, estoy desvirtuando la realidad, pues lo que llamo mesa es simplemente un
utensilio que usamos para mesear. Y a nadie se le ocurriría en verdad decir que ve un
buzón de correos, si no supiera ya de antemano, por costumbre adquirida en la cultura
que le enseñó para que sirven ciertas cosas, qué significa escribir y enviar cartas y la
función para la que ha sido utilizado ese depósito amarillo que reconocemos como
buzón de correos.
159
Acción y materialidad son las dos coordenadas que articulan nuestra realidad mundana,
no la cosa pensante y la cosa extensa que concibiera Descartes. Lo material será
siempre, en el fondo, ininteligible para nosotros. La misma existencia de las cosas es
imaginaria y puede ser puesta en tela de juicio. En cambio el quehacer que nos ocupa en
cada momento, nuestra actividad consciente (que puede estar inconsciente de sí misma
pero es siempre consciente de un algo que la ocupa), es innegable. Adviertan que no
digo que sea verdadera, sino innegable, imposible de negar. Podré dudar de si el papel
en el que estoy leyendo es real o ficticio, podré dudar de si el público que me escucha es
real o imaginario, pero mentiría si afirmara que no estoy leyendo, cuando leo, o que no
estoy hablando con alguien, cuando lo hago. No se trata ya de la verdad, se trata de la
evidencia. La verdad es una utopía platónica; si poseyéramos la verdad seríamos dioses,
no humanos. Esta evidencia de la actividad a que me dedico es lo que hizo a Descartes
advirtir que le era imposible pensar que no pensaba. Pero como Descartes era un obseso
del materialismo encubierto, es decir de la sustancia, pretendía que el pensamiento
exigía un sustrato, un sujeto previo. Pues lo evidente es que pensamos, no que
existimos.
No deja de ser significativo que llamemos órganos a aquellas partes del cuerpo que nos
ayudan a realizar funciones de interacción con el medio, pues órgano significa
justamente instrumento y un instrumento o utensilio (algunos le llaman herramienta,
como si fuera de hierro), es un medio para realizar una función. Algo semejante puede
decirse de los objetos externos. Por eso decía que solamente el que de antemano conoce
para qué sirve un buzón de correos, o un aparcamiento de coches, pongamos por caso,
puede decir, aun cuando impropiamente, que "ve" un buzón o un aparcamiento. Algo
había de verdad en la teoría platónica de las ideas, si la entendemos desde un punto de
vista funcional: entendemos las cosas al reconocer en ellas su función o su utilidad, que
nos es conocida previamente porque la hemos aprendido antes. Pero reconocemos las
cosas no por anámnesis, sino por experiencia. Aprendemos de niños a entender la mesa
como mesa y la cuchara como cuchara (no como juguete). Pues cuando la mamá ve al
niño jugar con la cuchara y le dice "Eso no es un juguete", le está imponiendo al niño
una manera diferente de entender lo que para él es un juguete y no una cuchara.
las cosas que nos rodean depende de nuestras actividades, llegamos a la conclusión de
que nuestro cuerpo y nuestras facultades mentales son los primeros instrumentos al
servicio de nuestra actividad creadora. O lo que es lo mismo, que no hay primero un
sujeto dado y luego una actividad, sino que la actividad crea tanto el sujeto como el
objeto. Lo que nos distingue como personas humanas concretas son nuestras
actividades. "Por sus obras los conoceréis", hemos oído decir. Un yo o una persona que
no haya obrado en absoluto, no es ni yo ni persona. Un cuerpo inerte no es un ser vivo y
la vida consiste en la actuación mediatizada por lo material, que sirve como soporte de
la actividad y recibe su sentido de ella.
Recapitulando: nuestra actividad más inmediata hace uso de utensilios que no se hallan
fuera, sino dentro de nosotros; que no se hallan al alcance de la mano sino que son la
propia mano y el propio lenguaje. A partir de estos instrumentos por así decir innatos,
comienza la incesante búsqueda humana de nuevos utensilios que prolonguen nuestra
capacidad corporal y nuestro ámbito de actuación e influencia a distancias cada vez
mayores en el tiempo y en el espacio. Al usar órganos o instrumentos externos
materiales tendemos a olvidarnos cada vez más de que su carácter instrumental no
habría surgido sin el uso de nuestra instrumentalidad innata, de nuestra conciencia y
nuestras facultades internas. Las técnicas y mecanismos que utilizamos en el manejo de
utensilios externos e incluso las medidas preparatorias que tomamos para ello, son
fundamento de nuestra instrumentalidad. Esas técnicas y esos mecanismos comienzan
en nuestra propia mente, en la estructura lógica del pensar discursivo, en la
conceptualización, en las representaciones y prejuicios adquiridos, en nuestros hábitos,
virtudes y vicios y, sobre todo, en el lenguaje que utilizamos para nuestra comunicación
con los demás.
La historia del desarrollo humano revela una incesante búsqueda de nuevas tareas a
realizar y de nuevos instrumentos para realizarlas. Desde la piedra natural concebida
como instrumento rudimentario hasta el sistema informático moderno el ser humano ha
aprendido a instrumentalizar todo lo que ha hallado en su camino y a crear utensilios
cada vez más complicados y de mayor alcance espacio-temporal con ayuda de otros
utensilios precedentes más simples. La propia creación de instrumentos exige, ella
misma, instrumentos.
La condición instrumental del ser humano domina su existencia en tal grado que
conlleva, cuando menos, dos peligros de alienación. Y al decir alienación quiero
significar la tendencia humana a confundir los medios con que actuamos con los fines
por los que actuamos.
instrumento para alcanzar otra cosa diferente del propio instrumento. Cuando un
instrumento o utensilio se agota en su propio uso (los alimentos, el jabón y cosas por el
estilo) tenemos un objeto de consumo. Lo que me importa aquí, sin embargo, no son los
artículos de consumo, sino los instrumentos de producción de algo, aquellos cuya
finalidad es alcanzar algo externo al propio utensilio, no su mera consumición. Pero un
instrumento puede tener como finalidad la producción de otro instrumento, creando
incluso una serie de instrumentos de instrumentos de instrumentos cuya finalidad última
se desvanece. Toda construcción de utensilios envuelve utensilios anteriores y corremos
siempre el peligro de perder de vista su sentido transcendente, como si en la propia
construcción de utensilios o instrumentos residiera toda la finalidad de nuestra acción.
La organización de la sociedad moderna tiende a engendrar esta forma de alienación. Al
ir desapareciendo las tareas penosas y aborrecibles, convirtiéndose en tareas agradables
y entretenidas, nos entregamos a actividades instrumentales que carecen de sentido
externo, perdiendo fácilmente la noción de lo éticamente bueno o malo, e incluso
buscando explicaciones que apoyan su mantenimiento. Y el que todavía está sometido a
tareas poco agradables (pues alguien tiene que transportar basuras y atender a las
miserias humanas) hace esto quizá, no por idealismo, sino por obtener un salario en
dinero. El dinero es otro utensilio que se ha convertido en fin, un fin por el cual
hacemos cualquier cosa sin preguntarnos sobre su utilidad social. La vigilancia y
fomento de la utilidad social se la encomendamos a la mano invisible y reguladora del
mercado, de que hablaba Adam Smith, pensando que, si lo que hacemos no fuera útil,
nadie pagaría por ello.
Otra causa de alienación que no se separa sino que refuerza la anterior, haciéndonos no
ya perder de vista el fin al que conducen los utensilios, sino incluso el control y
determinación absoluta de esos fines, es la complejidad creciente a que se ven
sometidos. Creamos utensilios, en principio, para obtener fines previstos. Pero al mismo
tiempo que dominamos un utensilio, el utemsilio obliga nuestro modo de actuar a
adaptarse a las condiciones de él. Cuando el instrumento llega a una complejidad
extrema, originando posibilidades y consecuencias que no habían sido previstas en su
creación, conduce esto a efectos o resultados inimaginables, capaces de transformar
nuestra forma de vida y hasta nuestra ética. Diríamos, para hablar con algunos
investigadores modernos de este fenómeno, que un utensilio técnico puede convertirse
en una tecnología y que mientras que la técnica está todavía sometida a nuestro control
y dominio, la tecnología nos domina y transforma, para bien o para mal, a nosotros. Ya
no se trata de lo que nosotros hacemos con el instrumento, se trata de lo que el
instrumento hace con nosotros. La tecnología ha creado unas formas de vida moderna
que, no sólo han hecho obsoletos los hábitos de vida y las prácticas de tiempos pasados,
sino que además nos obligan inexorablemente a adaptar nuestra vida cotidiana a ellas.
La tecnología es, sobre todo, un medio ineludible de control de los individuos en manos
de las burocracias de la tecnópolis de que nos habla Neil Postman.
Hacemos nuestra nariz, es decir nuestra conciencia interna, visible para nosotros
mismos, solamente a la manera de Pinocho, alargando la nariz delante de nosotros a
fuerza de mentirnos a nosotros mismos. Pues algo hay de equívoco en el acto de
autoconciencia. Digámoslo de una vez, clara y concisamente: ser consciente de algo es
objetivarlo. La objetivación es la condición constitutiva de la conciencia humana. Sin
conciencia no hay objeto, sin objeto no hay conciencia; aun cuando conciencia y objeto
no son lo mismo. Para conocer algo y poderlo utilizar tenemos primero que convertirlo
en objeto externo a la conciencia, tenemos que reificarlo. Solamente lo que se nos
aparece como algo, como cosa, es cognoscible y pensable. Lo cual quiere decir que
también el propio pensamiento y la propia conciencia, tienen que ser reificados y
objetivados para ser conocidos y estudiados en un acto reflexivo de introspección.
El propio Platón, que aun siendo el principal culpable del pensamiento tecnocrático
sustancialista y ontocéntrico que nos domina y el padre de muchos de los problemas que
tiene la sociedad de ingenieros sociales en que vivimos, advirtió el peligro que conlleva
otorgar a la escritura un valor que no reside en ella misma. En aquel maravilloso mito
del Fedro en que el dios Theut muestra con complacencia su invención de las letras al
rey egipcio Thamus, presentándola como "un logro que aumentará la sabiduría y la
memoria de los egipcios", "una medicina infalible para la memoria y la sabiduría",
comenta Platón por boca de Thamus:
164
"¡Que ingenuo eres, Theut! Una cosa es descubrir cosas nuevas y otra el juzgar qué
utilidad conllevan. Como padre de la escritura, tienes tanto cariño a tu invento que le
atribuyes un valor del que carece. Porque este arte en nada fomentará la memoria de los
que lo practiquen, sino el olvido; confiándose en la escritura, creerán poder activar su
memoria con signos externos y no con sus propios recursos internos. Has descubierto
una medicina para recordar, no para crear memoria. Y tus seguidores quizá puedan
hacer ostentación de una sabiduría de la que en realidad carecen; recibirán información
pero no serán instruídos y se les tomará por eruditos cuando en realidad son ignorantes.
Ensoberbecidos en una sabiduría aparente, carecerán de la verdadera sabiduría,
convirtiéndose en un lastre para la sociedad."
El ser humano está dotado de una capacidad natural de dominar las fuerzas naturales y
de mejorar su calidad de vida y la de sus semejantes. Tiene también la posibilidad de
planificar su actuación y de determinar lo que es conveniente o perjudicial y lo que es
deseable o no, tanto desde el punto de vista de la consecución de un fin concreto como
desde el punto de vista ético o de interés social. Para ello se halla empeñado en la
construcción de artefactos e instrumentos, tanto materiales como inmateriales cuyo
alcance en el tiempo y en el espacio está llegando a límites que asombrarían a nuestros
predecesores de hace apenas cincuenta años. En pocos segundos podemos comunicar
con cualquier lugar de nuestro planeta y en un período corto de tiempo podemos hacer
que artefactos creados por el ser humano se desplacen a distancias asombrosas. La
perspectiva de vida humana no ha aumentado tanto, apenas un par de decenios, si
comparamos con la vida de comienzos de siglo, pero la cantidad de escenarios y
situaciones que el ser humano ouede experimentar o recorrer en un solo día es decenas
de veces mayor que lo que podían experimentar nuestros abuelos. Las transformaciones
del entorno humano por obra de nuestra actividad, que en la época industrial todavía
seguían un curso lento, dando tiempo a los humanos a aprender y a adaptarse a las
nuevas condiciones impuestas, hoy día evolucionan de un modo tan rápido que el ser
humano apenas se ha acostumbrado a una novedad instrumental cuando ésta ha quedado
obsoleta, siendo sustituída por otra nueva. Esto crea un problema fundamental para la
existencia humana cuya actividad no está ya dirigida y controlada por un hábito del bien
hacer y del buen obrar basado en una práctica reiterada, sino por el seguimiento
circunstancial de instrucciones externas. El ser humano de la modernidad se está
convirtiendo en un aficionado a todo y un experto en casi nada. Pero, sobre todo, se está
transformado paulatinamente en un servidor de la lámpara, como en el cuento de
Aladino.
Nuestro lenguaje público se ha hecho altamente equívoco, pues toda una serie de
palabras que se usaban antaño, siguen usándose subrepticiamente con significados
nuevos. La peor torre de Babel no es aquella en la que hablamos lenguajes diferentes,
sino aquella en la que creemos estar hablando el mismo lenguaje. Hablamos de
competencia, de aprendizaje y de ciencia como si la referencia de esas palabras siguiera
siendo la misma y no hubiera sufrido una transformación radical.
El conocimiento se menciona como el producto más útil para la sociedad moderna, pero
conocimiento significa simplemente información y se cree, como lo hacía el dios Theut,
que el consiste en un depósito de verdades codificadas, no en una práctica humana
creadora de destrezas y hábitos. Pero si algo se opone al conocimiento como práctica es
precisamente la información, puesto que ésta supone una acumulación de datos apenas
digeridos y menos valorados. El exceso de información sin valorar y sin contextualizar
es tal que perturba el sano conocimiento. La labor más acuciante, como afirma Neil
Postman, es discernir aquella información que contiene utilidad, de la información
basura que prolifera cada vez más, reduciendo luego la información así obtenida a
aquello que tiene utilidad para nuestra "formación".
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El nombre de Arte se utiliza hoy para designar una actividad productiva, pero más bien
decorativa y sin utilidad concreta, mientras que todos los saberes, teóricos y prácticos,
se atribuyen el nombre de ciencias. Lo mismo da aprender matemática o ciencia natural
o sociología que aprender ciencia política, ciencia de la educación, ciencia económica,
ciencia del trabajo, trabajo social o economía de la empresa. Todo se llama ciencia. Al
mismo tiempo que todas las artes se han convertido así en ciencias, se ha olvidado que
también la ciencia es un arte, un arte de pensar y un arte de averiguar, ya que también
los científicos desarrollan una práctica, justamente la práctica científica. Pero la
confusión no se detiene ahí, porque lo que sucede en realidad es que la ciencia misma
ha sido desterrada de la universidad a pesar de que se la nombra por todas partes. Lo
que se aprende no es ciencia, sino una técnica del conocimiento, modelos fijos de pensar
y de investigar codificados en manuales y sistemas de datos que el alumno aprende a
usar, no ha elaborar o reproducir por si mismo ni menos a criticar. Predomina entonces
la metodología, y se ignora la heurística; se usan instrumentos dados, no se construyen.
Con la excepción de investigadores de cierto nivel, la formación universitaria y
profesional no enseña a pensar o a investigar, sino a pensar de un modo determinado y a
investigar siguiendo técnicas y reglas dadas. Nunca más adecuado el nombre de
disciplinas para las asignaturas que se imparten en nuestros centros de enseñanza.
Hablaba al principio de los instrumentos internos de los que partimos para el desarrollo
de nuestra actividad mundanal. Algunos de esos instrumentos estaban constituídos por
vísceras, órganos y miembros corporales. Esos órganos todavía no están amenazados
del todo. Si bien una serie de destrezas desaparecen o se anquilosan ante el avance de
los instrumentos externos al cuerpo, seguimos ejercitando la vista, el oído, las manos,
los movimientos, etc. Lo que está en peligor es una serie de instrumentos internos
inmateriales que no están basados en órganos corporales, sino que son creados por
nuestra propia actividad, dirigida por el lógos.
"En todo auello que es resultado de nuestra naturaleza, adquirimos primero la capacidad
y después producimos la operación. Esto es evidente en el caso de los sentidos: no
adquirimos los sentidos porque hayamos visto u oído muchas veces, sino al contrario:
los usamos porque los tenemos, no los tenemos por haberlos usado. Adquirimos en
cambio las virtudes mediante el ejercicio previo, como en el caso de las demás artes:
pues lo que hay que hacer después de haber aprendido, lo aprendemos haciéndolo. Por
ejemplo: nos hacemos constructores construyendo casas y citaristas tocando la cítara. Y
también nos hacemos justos practicando la justicia, morigerados practicando la
templanza y fuertes de ánimo practicando la fortaleza." (NE {1103a 26ss.)
"las virtudes no se producen ni por naturaleza ni contra naturaleza, sino por tener aptitud
natural para recibirlas y perfeccionarlas mediante la costumbre"
Nota
1. El espacio del género y el género del espacio .
Lecturas recomendadas
Postman, Neil [1992] Tecnópolis - La rendición de la cultura a la tecnología, trad. de Vicente Campos, Barcelona: Galaxia
Gutenberg, Círculo de Lectores 1994.
Aspe Armella, Virginia El concepto de técnica, arte y producción en la filosofía de Aristóteles, México: Fondo de Cultura
Económica 1993.
Aristoteles, Ética a Nicömáquea, Introd. Emilio Lledó, trad. Julio Palli. Biblitexa Clásica Gredos, 1985.
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