Roberto Mori
Roberto Mori
Roberto Mori
la utopía inconclusa 1
Roberto Mori
Sello diseñado, ejecutado e impreso en Puerto Rico. Es el tercer sello conmemorativo del mundo. Fue
autorizado para usarse un solo día -el 19 de noviembre de 1893- para festejar el 400 aniversario de Puerto Rico.
El matasellos es de Cayey. Cortesía del Dr. Rafael Muller
El asunto dista mucho de ser algo divertido y reviste gran seriedad, por lo menos
para dos cuestiones de gran trascendencia: (1) para propósitos de investigación y otros
de carácter académico como Atlantea y, (2) para el diseño de las maneras como puede
«la región» o las naciones, territorios, provincias o departamentos de ultramar, «estados
libres asociados» (en cualquiera de sus versiones, presentes o futuras) o hasta estados
federados de los Estados Unidos que «la componen», insertarse en la era poscolonial,
posneocolonial, de tratados de libre comercio de largo alcance, en la era de la llamada
globalización. (Me referiré a estos asuntos hacia el final de esta presentación). Me
parece conveniente y necesario ahora urgar un poco en esta definición de identidad
caribeña.
La realidad actual -pienso yo- no está en ninguno de los dos extremos: el Caribe ni
está totalmente falto de una identidad regional ni ha alcanzado la conciencia plena como
entidad regional, ni mucho menos como nación. Pero puede observarse el proceso de
transición entre uno y otro. Del Caribe que sólo podía haberse definido a la mitad del
siglo pasado como una simple zona geográfica o como «una frontera imperial», hoy
podemos decir que posee una identidad regional emergente, o sea, que la identidad
caribeña -autodefinida, definida no desde los poderes coloniales ni los centros
industriales, sino desde adentro con elementos autóctonos- está en construcción. La
clave para entender esto está en ver el concepto de identidad -en el sentido cultural- no
como estático, sino como un proceso. La identidad caribeña -y lo mismo podría decirse,
mutatis mutandis, sobre la latinoamericana- podría verse como el producto de un
proceso que comienza con la colonización. Su desarrollo tiene en el sistema colonial su
primer obstáculo; se busca reproducir los patrones de la nación colonizadora, pero
paradójica y dialécticamente, por tratarse de un sistema de dominación, de explotación,
va a provocar una respuesta que camina en dirección de la formación de otra identidad.
Nos dice Casimir:
La utopía inconclusa
Ahora bien, hay una pregunta importante: ¿hasta qué punto se ha articulado esa
definición de identidad caribeña desde los mismos pueblos caribeños, a través de sus
pensadores, escritores, artistas y otros? Voy a intentar contestar esta pregunta, aunque -
por el poco tiempo disponible- de manera muy breve. He escogido referirme a dos
líderes y pensadores puertorriqueños -ya citados- que pensaron al Caribe en el momento
mismo de su primera definición, hacia la segunda mitad del siglo XIX: Ramón Emeterio
Betances y Eugenio María de Hostos. Aunque estos autores no extinguen el
pensamiento antillano -ni siquiera el de su época- resultan ser -junto a figuras como
José Martí en Cuba y Gregorio Luperón en la República Dominicana- figuras
emblemáticas del antillanismo y de lo que he dado en llamar «la construcción del
Caribe». En cada uno de estos países, ellos sentaron una pauta, la manera esencial de
mirar no sólo al país sino a la realidad caribeña. Son ellos los que sembraron las
primeras raíces de nuestra identidad caribeña. Como señalara la estudiosa hostosiana
dominicana Carmen Durán de Avelino García:
Forjaron, por decirlo así, la primera utopía del Caribe (que ellos llamaron Antillas)
como entidad, como región, como nación, utopía aún inconclusa, no necesariamente por
imposible, sino porque se trata de un proyecto inconcluso y siempre en desarrollo. Ha
sido, en este sentido, un norte, un derrotero, durante el largo periodo de la pax
americana, y lo será, indudablemente, en los tiempos de la globalización y el
neoliberalismo.
Pero, ¿cómo vieron Hostos y Betances al Caribe? ¿Cuáles son los elementos
comunes que vieron como parte fundamental de una identidad caribeña? ¿Cómo, de
esos elementos, llegaron a forjar la idea de una identidad que cobijara -en palabras de
Hostos- a los «...miembros de un mismo cuerpo, fracciones de un mismo entero, partes
de un mismo todo»?
Permítaseme una breve disgresión para trabajar unos conceptos de índole reciente
que creo que podrán ayudarnos a entender estas dinámicas relativas al surgimiento de
las identidades. Me parecen interesantes los recientes acercamientos a los fenómenos
nacionales como «comunidades imaginadas» que vemos en los trabajos del antropólogo
Benedict Anderson9. Sin llegar a los extremos de los enfoques posmodernos que ven el
fenómeno de las identidades como un simple discurso narrativo, ni tampoco verlo en
forma más tradicional y absoluta, como diría Anthony Smith, como «entidades fijas e
inmutables 'allá afuera'»10, Anderson define, por ejemplo, las naciones como
«comunidades imaginadas por sus miembros como territorios limitados y soberanos que
compartían lazos de solidaridad horizontal»11. Las naciones no son, por lo tanto, ni
producto de determinaciones geográficas, económicas o políticas ni simples
fabricaciones artificiales, «sino creaciones culturales enraizadas en procesos históricos y
sociales»12. Las identidades nacionales no son, como afirmó Óscar Terán, «...bellas
durmientes de la historia que aguardan al príncipe azul nacionalista que las arranque de
su triste letargo...»13 sino que dependen de que, basados en esos procesos históricos y
sociales a los que hace referencia Anderson, sus miembros «imaginen» una comunidad.
Y añade:
«Me parece que al trabajar por una es trabajar por la otra;
I me es difícil renunciar a este hermoso sueño»15.
Su visión de que Cuba y Puerto Rico eran una sola cosa le llevó igualmente a
afirmar que «[la libertad de Cuba, sin la de Borinquen...] «no sería más que media
independencia...»16.
Pero no es sólo la lucha por la independencias de estas dos islas lo que hace pensar a
Betances en ellas como una sola cosa, es también su premonición antiimperialista que,
al igual que a Martí, le permitió ver el acecho norteamericano que podría dar al traste
con esa independencia. El Caribe era, por su localización geográfica, de gran interés
para los norteamericanos. Por lo tanto, ese era un destino común y tenía que provocar
aquel elemento de la definición citada anteriormente, es decir, «los lazos de solidaridad
horizontal». Con respecto a esto, dijo:
Era la unión de las Antillas contra el peligro americano. Esto lo aplicó igualmente a
Santo Domingo, cuando éstos intentaron apoderarse de la península de Samaná.
Escuchemos:
De igual manera se refiere al elemento racial, más bien a la mezcla de razas que
define al Caribe, como elemento definitorio de una identidad caribeña común. Betances
es mulato, y es, por lo menos parcialmente, de procedencia dominicana. Sus andanzas
por el mundo caribeño, en ese largo exilio lo llevaron a vivir en Santo Domingo, en
Haití, en Venezuela, en la isla de Saint Thomas, y tuvo que haberlo convencido de que,
a lo largo y ancho de este gran Caribe, era la mezcla racial lo predominante, de que el
indio nativo y el negro africano habían finalmente impuesto su marca al español blanco.
Ya desde la opresión del indio, Betances va viendo el destino de unas islas. Nos dice su
biógrafo, Félix Ojeda Reyes, que «...en la novela Les Deux Indiens... Betances se
identifica plenamente ansias de libertad de nuestros primeros moradores...»22. Nos dice,
por otro lado, la estudiosa de Betances, Ada Suárez Díaz:
Su visión utópica le permite ver más allá de las realidades de la época, de las
diferencias entre las islas, de las mezquindades de la lucha política, y proponer una
solución de carácter moral. Dice:
Y añade:
Esta visión de Hostos sobre las Antillas -que hoy llamaríamos el Gran Caribe
(porque en su visión utópica llegó a incluir a Jamaica, aunque hablaba otra lengua, y a la
América Central)- contiene, como podemos ver, elementos que lo convierten de una
identidad de tipo moral a una confederación, a una sola nación con una gran
ascendencia sobre los pueblos de la Tierra. He ahí la utopía.
Así las cosas, las palabras de Betances y Hostos no parecen tan lejanas ni tan
desacertadas. Los procesos globalizadores están llevando -según el análisis de
observadores- al surgimiento de economías-mundo regionales, dentro del ámbito de la
economía global, pero dominadas por determinados centros. Lo que en el 98 era la
hegemonía norteamericana en el Caribe y América Latina, hoy es la economía-mundo
regional donde los Estados Unidos son el centro y los demás periferia33.
La integración económica del Caribe representa, por otro lado, lo que el economista
egipcio Samir Amín ha llamado movimientos antisistémicos. Se trata, en palabras de
Amín, de desarrollar unas contraofensivas desde los pueblos pobres del planeta. La
historia no se mueve por las leyes puras de la economía sino por las reacciones sociales
a las tendencias implicadas en dichas leyes34. Independientemente de los resultados de
estos esfuerzos, su impacto sobre la construcción de la identidad caribeña es innegable.
Pero, nuevamente pregunto: ¿para qué mantener viva una utopía inconclusa? La
respuesta a la pregunta podría estar en aquellas palabras de Fernando Birri que aprendí
junto a mis estudiantes en una organización barrial de la capital dominicana y que dice:
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