Civilización Del Amor - CELAM

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Es otro importante recurso pedagógico para la organización. Por ella, se van ajustando
cada vez mejor los pasos que se van dando y se va perfeccionando la acción. Sin
evaluación, se continúan repitiendo los mismos errores, no se valoran los éxitos ni se
aprende de los fracasos, la acción deja de ser transformadora y no estimula a nuevas
acciones, el proceso comienza a estancarse y la organización puede llegar a morir.

La evaluación permite descubrir lo que se ha hecho bien, lo que hay que cambiar,
mejorar y proyectar. Es una actitud permanente de revisión de las motivaciones, de los
procesos, de los resultados alcanzados, de los objetivos, de la distribución de roles,
etc.

También la evaluación debe partir de las observación de los hechos sucedidos, con
sus causas y consecuencias -ver-, seguir con un juicio desde los criterios y valores
cristianos -juzgar-, para impulsar nuevas pistas de acción -actuar-. En esta revisión se
descubre la presencia de Dios actuando en la historia, llamando a conversión y
motivando a nuevos compromisos -celebrar-.

La evaluación no es eficaz cuando sólo se enumeran las dificultades, sin buscar


seriamente las causas que las produjeron y sin aportar las soluciones que se
requieren. Una buena evaluación lleva a descubrir los verdaderos problemas y a
buscar las soluciones adecuadas.

5. EL ACOMPAÑAMIENTO. LOS AGENTES DE LA PASTORAL JUVENIL.

La opción pedagógica de la pastoral juvenil requiere la presencia y la acción de


agentes pastorales suficientemente capacitados para que puedan realizar un
acompañamiento adecuado a los procesos de maduración de los jóvenes.

Por ser una acción de toda la Iglesia, la pastoral juvenil tiene como agentes a todos los
cristianos -obispos, sacerdotes y diáconos, comunidades religiosas y laicos- pero más
particularmente a quienes trabajan activamente en la pastoral juvenil, en la pastoral de
conjunto y en las pastorales más afines con la juventud.

Los mismos jóvenes y sus grupos o comunidades juveniles son también agentes de los
procesos de pastoral juvenil, ya que ellos son los primeros protagonistas de la
evangelización de la juventud y de la construcción de la Civilización del Amor.

Aquí se destacan las funciones específicas de aquellos agentes que forman parte más
directamente del quehacer diario de la pastoral juvenil: el animador, el asesor, el
párroco y el obispo.

5.1 El Animador.

5.1.1 Identidad y características.


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El animador es un joven llamado por Dios en la Iglesia para asumir el servicio de


motivar, integrar y ayudar a crecer a los jóvenes en el proceso comunitario.

Animar no es poner en práctica un conjunto de técnicas. Es un modo de ver, de


entender y de vivir la vida grupal. Es “dar alma”, “dar ánimo”, “dar vida”. Es compartir la
vida para que otros también tengan vida. Es acompañar a los jóvenes en las etapas de
su crecimiento personal, en sus procesos de educación en la fe y de integración a la
comunidad eclesial que continúa la misión de Jesús y en su compromiso de ser
protagonistas de la transformación de la sociedad.

Para que este servicio evangelizador pueda realizarse y ser eficaz son necesarias
algunas características como el conocimiento de la realidad, la capacidad de
cercanía, la actitud positiva de apoyo y colaboración, la facilidad para la relación
personal, una madurez acorde con la edad y un cierto recorrido en el camino de la fe,
que pueden considerarse a su vez como signos válidos de una vocación para la
animación. Junto con el conocimiento de las líneas fundamentales del proceso
formativo, la capacitación permanente y el acompañamiento de los asesores, estas
características aseguran que el joven animador podrá llevar adelante y realizar con
fruto su servicio evangelizador a los otros jóvenes.

El seguimiento de Jesús (Lc 22,25-26) y su compromiso con el proyecto de la


Civilización del Amor invitan al animador a actuar siempre con espíritu de servicio. El
animador no impone, dialoga. No enseña, busca en común. No tiene la seguridad del
que todo lo sabe sino la certeza del caminante sobre cómo orientarse y a dónde quiere
llegar. No asume todos las tareas, sabe compartir responsabilidades. No acapara la
palabra, busca la participación de todos. Se da a conocer tal cual es, con sus virtudes
y sus defectos. No exhalta su personalidad ni busca adhesiones, se preocupa por los
integrantes de su grupo y les ofrece su amistad sincera y cordial. Sabe acoger,
respetar e inspirar confianza. Aprende a valorar a cada persona y a respetar su ritmo
de crecimiento. Evita dar más importancia a las estructuras y al éxito de los planes y de
la organización que a la vida misma.

Desarrollando su servicio de animación, el joven continúa formándose. Sabe que,


como sus hermanos del grupo juvenil, también él está en proceso de crecimiento y por
eso se esfuerza por equilibrar sus compromisos de servicio con las exigencias de su
formación personal, de la dirección espiritual y de la atención a la vida familiar y al
medio estudiantil, universitario, obrero, campesino o barrial en el que vive. Procura ser
un testimonio vivo de lo que anuncia y vivir la coherencia entre su fe y su vida para no
convertirse en un mero ideólogo, en un demagogo o en un líder autosuficiente e
individualista. Aspira a la santidad y a la excelencia de su servicio y hace de él la
fuente de su entusiasmo y de su espiritualidad.

La animación es una experiencia formativa. Confiándola a los jóvenes, la Iglesia les


ofrece una oportunidad para el protagonismo y les entrega una responsabilidad
adecuada a su edad y a las etapas del proceso de maduración humana y cristiana que
están viviendo.
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5.1.2 Tareas:

Las principales tareas del animador de grupo son:

* preparar y animar las reuniones del grupo o comunidad juvenil,


* detectar los anhelos, preocupaciones, intereses, inquietudes e interrogantes de
los jóvenes, como grupo y como individuos, para hacer juntos un proceso
formativo y experiencial que dé respuestas significativas a sus necesidades;
* favorecer la convivencia fraterna, la expresión alegre, la solidaridad y la
creatividad, de modo que los jóvenes se sientan permanentemente invitados a
vivir y plantearse el ideal de la Civilización del Amor;
* crear en el grupo un clima democrático, de comunicación abierta y de acogida de
iniciativas, que estimule la participación y la corresponsabilidad de la animación
comunitaria;
* alentar la experiencia de Dios en la oración, la lectura de la Palabra y la
celebración viva de la fe, tanto en sus expresiones litúrgicas como en otras
expresiones propias y creativas del grupo;
* propiciar las iniciativas que proyecten la vivencia de la fe de los jóvenes en
acciones solidarias con los pobres y con los que más sufren,
* mantener un contacto permanente, por medio de los organismos de coordinación,
con los procesos pastorales de su comunidad eclesial, de su parroquia y de su
diócesis, así como con los organismos de la Pastoral Juvenil nacional, para
favorecer el sentido de comunión eclesial;
* asumir, si se le delega, alguna función de coordinación hacia dentro o fuera del
grupo, procurando no acaparar todas las funciones o tareas;
* hacer partícipe a todo el grupo o comunidad juvenil de las experiencias
significativas que vive en su carácter de animador,
* propiciar el surgimiento de nuevos animadores.

Cuando en una realidad pastoral existen varios animadores, es muy bueno integrar
con ellos un Equipo de Animadores donde sea posible comunicar e intercambiar
experiencias, ayudarse y animarse mutuamente, asegurar la continuidad de una
formación permanente, evitar que cada uno se cierre en su experiencia particular,
potenciar los encuentros intergrupales, preparar las actividades y los servicios
comunes a todos los grupos, etc.

5.2 El Asesor.

5.2.1 Identidad y características.

La palabra “asesor” proviene de “sedere ad”, que quiere decir “sentarse junto a” y
sugiere la idea de motivar, acompañar, orientar e integrar el aporte y la participación de
los jóvenes en la Iglesia y la sociedad y propiciar la acogida de esa acción juvenil en la
comunidad.
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El asesor de Pastoral Juvenil es un cristiano adulto llamado por Dios para ejercer el
ministerio de acompañar, en nombre de la Iglesia, los procesos de educación en
la fe de los jóvenes.

La ministerialidad de la asesoría se fundamenta en Jesucristo servidor (Mt 20,28), que


realiza el proyecto de amor liberador de Dios; en la ministerialidad de la Iglesia, que
sirve a la humanidad actualizando la liberación integral realizada en Jesucristo; en el
carácter bautismal, por el que todo cristiano participa de la misión ministerial de la
Iglesia por obra del Espíritu y en la opción preferencial por los jóvenes asumida por la
Iglesia Latinoamericana, como fruto del discernimiento sobre el proyecto de Dios para
la juventud del continente.

Los ministerios son servicios que se confieren a determinadas personas para beneficio
de la comunidad y para una mejor realización de su misión en el mundo. Por tanto, son
mediados y discernidos por la Iglesia. En este caso, los pastores, la comunidad y los
mismos jóvenes perciben juntos la necesidad de un acompañamiento real de sus
procesos de educación en la fe y reconocen la oportunidad y la validez de un
ministerio que lo haga posible.

La asesoría como ministerio de servicio a los jóvenes sólo puede ser ejercida por quien
ha hecho una opción personal, ha recibido el envío por parte de la Iglesia y cuenta con
la aceptación de los mismos jóvenes. No es un ministerio exclusivo del sacerdote o del
religioso. En todos los niveles y experiencias de la Pastoral Juvenil y especialmente en
las Pastorales Específicas de Juventud, crece cada día más el reconocimiento de que
es también y fundamentalmente un ministerio laical.

No se trata, pues, de un “título”, ni de un “cargo de confianza” de la autoridad, ni de


designar a alguien porque “es joven”, porque “le gusta” o simplemente porque hay que
cumplir una “función”. Se trata de reconocer un carisma y una vocación especial para
ese servicio. El reconocimiento de ese carisma por parte de la comunidad y
especialmente de los mismos jóvenes, permite contrarrestar la visión “burocrática” de
la asesoría, según la cual bastaría ser designado para ejercer correctamente el
servicio, lo cual no es cierto y mucho menos en el mundo juvenil. Por eso, aceptar ese
ministerio implica aceptar la necesidad de una capacitación para poder desarrollarlo de
acuerdo a las orientaciones de la Iglesia Latinoamericana, en un sano equilibrio entre
la participación juvenil y el reconocimiento de la autoridad de los pastores.

La reflexión y la práctica de la Pastoral Juvenil Latinoamericana han ido sistematizando


algunas características de la identidad del asesor de pastoral juvenil que se
comparten a continuación.

Identidad psicológica.

El asesor es un adulto, es decir, una persona que ha pasado ya la etapa de la


juventud y ha vivido un proceso de maduración en el que ha definido su proyecto de
vida y ha alcanzado una estabilidad afectiva para optar libremente y para asumir con
responsabilidad los desafíos propios de su elección. Esta situación vital lo hace capaz
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de mirar el camino de los jóvenes desde otra perspectiva y de ofrecerles, al mismo


tiempo, la posibilidad de tener un modelo de referencia para discernir sus propios
proyectos.

Es una persona abierta, capaz de escuchar y dialogar con los jóvenes y de valorar lo
positivo y lo negativo de sus vidas y de sus situaciones. Sabe tener una mirada de
conjunto sobre la realidad y no quedarse solamente en los elementos que la
componen. No rehuye los compromisos y las dificultades. Es responsable. Toma
posición frente a los problemas y conflictos. Conoce el entorno en el que los jóvenes
desarrollan sus potencialidades y procura encarnarse lo más posible en su realidad,
con clara conciencia de que no se trata de que el asesor llegue a ser “uno más” entre
ellos, sino de ser capaz de entender y acompañar desde su visión de adulto el proceso
personal y comunitario que están realizando. Guía sus afectos por un auténtico amor
de donación, evitando todo paternalismo y promoviendo el crecimiento y maduración
de los jóvenes.

Vive con mucha libertad, porque es capaz de la autocrítica y del perdón. Prefiere
trabajar en equipo. Tiene pasión por la verdad, lo que le permite reconocer en los
jóvenes la misma capacidad de apasionarse por la verdad que él vive. Es capaz de
proponer y esperar, porque sabe que acompaña un proceso que no es suyo, sino de
los jóvenes. No se preocupa tanto por “hacer” cosas, sino por “ser” amigo y hermano y
dar testimonio de una vida alegre y feliz, capaz de entusiasmar a los demás.

La maduración de la persona se va construyendo día a día en un proceso que nunca


termina (Mt 5,48). Es consciente, por tanto, que también su proceso de maduración
psicológica y de formación humana es constante y permanente. Acepta la compañía
de los jóvenes y junto con ellos continúa su camino de realización personal.

Identidad espiritual.

El asesor es una persona de fe. Vive el seguimiento de Jesús en la opción que hace
por los jóvenes, en quienes reconoce diariamente el rostro de Dios y la voz profética
del Espíritu. Descubre la presencia de Jesús en medio de ellos (Mt 18,20), lo encuentra
vivo y presente en los signos de la vida juvenil y lo sigue en el camino (Lc 24,13-35)
que ofrece a los jóvenes para llevarlos a su realización y a su plenitud.

Cree en Dios y cree en los jóvenes. Sabe que la grandeza de su vocación está en la
elección que Dios le ha hecho para confiarle la juventud, para hacerlo partícipe del
amor con que él mismo ama a los jóvenes (SD 118) y para enviarlo a acompañarlos y
estar presente en medio de ellos como signo de su amor.

Como cristiano, el asesor es una persona que ha clarificado ya su proyecto de vida, ha


hecho su opción vocacional y lucha cada día por vivir con fidelidad los compromisos
asumidos. Coherente con su opción, se esfuerza por integrar en su espiritualidad la fe
y la vida y por encarnarse en la realidad y en las circunstancias y acontecimientos de la
vida de los jóvenes. En su búsqueda de respuesta al proyecto de Dios para la
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juventud, se encuentra con el joven empobrecido, sufriente y marginado, al que hace


objeto especial de su predilección (Mt 25,31-46).

Dedica su atención, su preocupación y su tiempo a aquellos en quienes Dios ha


querido poner su mirada cariñosa. Sabe que antes de acompañar al grupo, como
cristiano, él mismo es acompañado por Dios y que en realidad es él quien ha tomado
la iniciativa de proponer la Civilización del Amor desde la fuerza y la debilidad de la
misma juventud. Por eso no se atribuye honores ni éxitos exclusivos: la verdad de su
misión lo hace humilde.

Identidad teológico-pastoral.

Hablar de ministerio es hablar de vocación. El asesor es, ante todo, un vocacionado,


es decir, una persona llamada por Dios para cumplir una misión en la Iglesia. Como
toda vocación, no es un llamado para sí mismo, sino para servicio de los demás. A
través del obispo o del párroco que lo designan, el asesor es un enviado de la
comunidad para anunciar y testimoniar el amor de Dios en medio de los jóvenes.

Por su propia naturaleza, la asesoría no es un ministerio protagónico, sino de apoyo:


exige conocer, respetar, acompañar y promover los procesos de educación en la fe de
los jóvenes. Es un servicio de amor que reconoce el valor del aporte juvenil en nombre
de la Iglesia.

El asesor es una persona de Dios: una persona de oración y testimonio, que habla
desde la profundidad y la experiencia de su vida y no desde la teoría y las cosas
aprendidas. Va creciendo, viviendo, madurando con los jóvenes y haciéndose asesor
desde dentro del proceso del mismo grupo.

Es una persona que conoce, ama y sirve a la Iglesia. Hace comunidad con los
jóvenes y los ayuda a que sientan la Iglesia como una comunidad. Está en comunión
con ella, es fiel a sus enseñanzas y reconoce tanto su realidad divina como sus
limitaciones humanas. Se preocupa por conocer y seguir las líneas pastorales y las
orientaciones de la Iglesia local en la que está trabajando, de la Pastoral Juvenil
Nacional y Latinoamericana y especialmente, procura ser fiel a la propuesta de la
Civilización del Amor como núcleo central del proyecto que la Iglesia propone a los
jóvenes.

Se sabe enviado a todos los jóvenes. Esto lo lleva a superar los límites del pequeño
grupo o de los jóvenes que están integrados en los grupos de la Pastoral Juvenil y
dirigir su mirada y su atención a todos los jóvenes, especialmente a los más pobres y a
quienes nunca han recibido el anuncio de Jesucristo liberador. Lo lleva, también, a no
mirar a los jóvenes en su conjunto, sino en la diversidad de situaciones en que viven,
sea por las actividades que realizan: campesinos, estudiantes, obreros, universitarios;
sea por sus culturas propias: indígenas, afroamericanos; sea por las situaciones que
condicionan sus vidas: migrantes, marginados, jóvenes en situaciones críticas...

Identidad pedagógica.
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El asesor es un educador. Actúa de acuerdo a la pedagogía de Dios y siguiendo el


modelo que utilizó Jesús con sus discípulos. Como Dios con su pueblo, el asesor hace
alianza con los jóvenes, escucha sus clamores, camina con ellos, les da su vida y deja
que vayan haciendo su camino con libertad. Tiene una propuesta educativa clara y
concreta para los jóvenes, que no impone sino que propone y sabe cómo llevarla a la
práctica y hacerla realidad.

Educa desde la vida y para la vida. Acompaña los procesos personales y grupales de
los jóvenes integrando acción, reflexión, convivencia y oración en una propuesta de
cambio que da nuevo sentido a sus vidas. Transmite datos y elementos culturales de
interés para la juventud, para su crecimiento y para su protagonismo en el proceso
liberador. Aporta principalmente el testimonio de su propia vida y de su compromiso
por la transformación de la Iglesia y de la sociedad, en coherencia con el proyecto de
Jesús y los signos de los tiempos.

Desarrolla una pedagogía experiencial, participativa y transformadora (SD 119) y una


metodología que integra el ver-juzgar-actuar-revisar-celebrar (SD 119). Promueve un
trabajo planificado e integrado en la pastoral de conjunto y las demás instancias de
coordinación a todos los niveles. Vela por la memoria histórica de los procesos
generales y específicos y ayuda a los jóvenes a formular sus proyectos de vida y a
descubrir su lugar y sus desafíos en las situaciones que les tocan vivir.

Reconoce el protagonismo de los jóvenes pero expresa, a la vez, la conciencia de que


se necesitan vínculos estrechos y eficaces con las comunidades cristianas y en
general con el mundo adulto que condiciona a los jóvenes y al que, a su vez, están
llamados para ofrecer su aporte vital y creativo.

Tiene claro que su acompañamiento no es pasividad y no-intervención. Sabe bien que


la cuestión no es influir o no influir, sino cómo influir y en qué dirección influir. Por eso
realiza intervenciones educativas para generar cambios en la vida de los jóvenes y las
reafirma con su testimonio de actor social y no sólo de señalador o ideólogo que evade
la responsabilidad y el conflicto.

Como educador, se ubica entre los jóvenes como amigo maduro y orientador. Ayuda
a formular sus problemas, a objetivar sus intereses y a posibilitar la búsqueda de
soluciones; colabora en la sistematización de sus vivencias y en su confrontación con
las teorías elaboradas, impulsa la articulación de su unidad de organización y acción y
promueve su inserción en el medio y su vinculación con la sociedad más amplia.
Individualiza los liderazgos y desarrolla estrategias para la captación de nuevos
agentes para servicio del proceso. Hace ver a los jóvenes que su modo de actuar
contiene ya, de cierta forma, el resultado que se quiere alcanzar. Para asegurar la
continuidad de los procesos iniciados, plantea la necesidad de definir un tiempo
estable y prudencial para prestar su servicio.

Identidad social.
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El asesor es una persona encarnada en su realidad social y con profundo sentido de


pertenencia a ella. Conoce y asume las esperanzas y dolores de su gente y de su
pueblo. Siente empatía con esa realidad y especialmente con la de los jóvenes y
procura identificarse con la situación concreta de quienes tiene que acompañar. Es
capaz de llorar con los que lloran, reir con los que ríen y sufrir con los que sufren.

Procura ser un actor social y no quedar pasivo ante los desafíos de la realidad. Se
siente llamado a transformarla denunciando los signos de muerte, anunciando signos
de vida y haciendo opciones concretas para que éstos se hagan realidad.

Respetuoso de la pluralidad de criterios e ideologías, está profundamente convencido


de la fuerza de los jóvenes para la transformación de la sociedad y la construcción de
la Civilización del Amor.

5.2.2 Tareas.

La identidad del asesor de pastoral juvenil, con toda la riqueza de dimensiones que
integra, determina también su rol, es decir, el conjunto de actitudes, quehaceres,
tomas de posición y estilos de vida y de acción que pone en práctica para el
cumplimiento de su misión de asesor, en íntima y coherente relación con su propio ser
y con su propia realidad.

Su identidad psicológica lo lleva a asumir con madurez un rol de escucha, apertura,


acompañamiento y encarnación; su identidad espiritual le hace vivir su rol desde el
amor de Dios a él y a los jóvenes; su identidad teológico-pastoral lo lleva a asumir su
rol en clave ministerial; su identidad pedagógica determina su rol de educador con una
pedagogía de propuesta y acompañamiento y su identidad social se plasma en su rol
de actor en la transformación de la sociedad.

Ese rol pluridimensional se explicita en diversos ámbitos: en relación a sí mismo, en el


acompañamiento personal a los jóvenes, en el acompañamiento a los grupos, en su
relación con los otros asesores y en su relación con la comunidad eclesial y social.

En relación consigo mismo.

Las exigencias del acompañamiento a los jóvenes le hacen tomar conciencia de la


necesidad de capacitarse teológica, pedagógica, científica y técnicamente para tener
una visión más clara y siempre actualizada de la realidad y de la cultura juvenil, para
definir criterios precisos que orienten su presencia y su acción en medio de ellos y para
saber utilizar los instrumentos adecuados en el momento oportuno.

La capacitación no se alcanza de un día para otro: se busca, se va logrando. Es un


proceso formativo a veces difícil y cuestionante, pero muy enriquecedor, por el que se
van asimilando cualidades y adquiriendo aptitudes para desempeñar más eficazmente
la misión que se ha recibido. El asesor se preocupa por su formación integral, gradual
y permanente y está atento para aprovechar y participar en las instancias
especializadas que se ofrecen para “formar formadores”. Incansable buscador de la
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verdad y de la plenitud, vive en actitud de apertura, siempre dispuesto a renovarse y a


cambiar. Lee, recopila materiales, sistematiza sus experiencias, organiza su trabajo,
distribuye sus tareas y su tiempo para una mejor realización de su servicio y para no
afectar los demás compromisos de su vida personal y evalúa constantemente su ser y
su quehacer como asesor.

En relación con la persona del joven.

La gran mayoría de los asesores comienzan generalmente su experiencia animando y


acompañando grupos juveniles. Pero muy pronto, la misma vida los va llevando a un
nivel mucho más delicado, profundo y de mayor responsabilidad, que es el
acompañamiento personal de cada joven. Este es un elemento esencial de la tarea
del asesor. Por él, de una manera más directa y concreta, el asesor ayuda a los
jóvenes a clarificar y definir su proyecto de vida y a tomar las opciones que
configurarán su ser y su quehacer en la Iglesia y en la sociedad.

Es un acompañamiento integral, que atiende todos los aspectos y dimensiones de la


vida y es un acompañamiento procesual y gradual, un seguimiento que tiene su propia
lógica y que no puede realizarse de una manera sólo espontánea y voluntarista.

El acompañamiento personal debe tener en cuenta, de un modo especial, la dimensión


afectiva del joven, su elección profesional y su opción vocacional, su compromiso y
participación activa, consciente y responsable no sólo en las estructuras eclesiales sino
también y principalmente en las estructuras sociales y políticas; su proceso de
crecimiento en la fe y la maduración de una espiritualidad que integre la fe y la vida y
lleve a una opción cada vez más madura y consciente por Jesús y su Evangelio,
integrada en su proyecto global de vida.

En relación con el grupo.

Otro elemento esencial de la tarea del asesor es acompañar los procesos de los
grupos juveniles para que puedan llegar a ser verdaderos espacios de crecimiento
humano y de maduración en la fe. En ese sentido, el asesor tiene un vasto y muy
variado campo de acción.

Como persona integradora, dialogante, capaz de entablar un tipo de relación horizontal


y de igualdad con los jóvenes, crea y favorece el clima de amistad y confianza
necesario para que puedan desarrollar en los grupos sus procesos de conversión y
crecimiento. Educa para el diálogo y la fraternidad, celebra la dimensión festiva de sus
vidas, valora sus gestos, sus signos y sus expresiones simbólicas.

A partir de la realidad personal y social de los jóvenes del grupo, promueve procesos
de formación integral crítica y liberadora, y les da seguimiento a lo largo de sus
diferentes etapas: anima la integración de los recién convocados, impulsa el
crecimiento y la maduración de los iniciantes y apoya el compromiso de los militantes.
Dedica especial atención a la formación y acompañamiento de los animadores.
Promueve los liderazgos, descubre y potencia las aptitudes personales de los jóvenes,
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delega funciones para promover el desarrollo de sus capacidades. Utiliza metodologías


y pedagogías que promueven el protagonismo juvenil e integran elementos atrayentes
como el teatro, el deporte, la música, el cine, el arte... (SD 119).

Educa para la organización, respetando lo que los jóvenes proponen y estando abierto
a entender y orientar su creatividad. Ayuda a clarificar funciones dentro del grupo,
impulsa la ejecución corresponsable de los planes y programas previstos y favorece la
sistematización de las experiencias realizadas. Favorece todo lo que promueve y
fortalece la identidad del grupo y al mismo tiempo, lo ayuda a abrirse a dimensiones
eclesiales y sociales más amplias del trabajo con jóvenes.

Despierta la sensibilidad y el compromiso hacia los más débiles y empobrecidos y


apoya al grupo en su proyección sociopolítica, acompañándolo en la acción y
brindándole elementos de formación y discernimiento para entender su quehacer como
una concretar su fe cristiana. Con mentalidad abierta y pluralista, favorece el encuentro
y el intercambio con otras organizaciones que también trabajan por un mundo más
humano, aceptando que éstos también existen más allá de las experiencias cristianas
y eclesiales.

Promueve la experiencia comunitaria de la fe, respeta y valora las expresiones


religiosas de los jóvenes y lleva al grupo a profundizar la Palabra de Dios y a tener una
fuerte y sólida vivencia y comprensión de la oración y de los sacramentos. Es una
permanente referencia a Jesús y al Evangelio. Anima, invita, y enseña con su
testimonio el valor y el lugar de la oración, de los sacramentos y de las celebraciones
en la vida de los seguidores de Jesús.

En el acompañamiento grupal, el asesor se asegura de no trabajar solo, sino en íntima


colaboración con los animadores y en vinculación con las instancias de coordinación
que correspondan.

En relación con los otros asesores.

La asesoría de pastoral juvenil es un ministerio eminentemente colegial. El asesor no


trabaja solo y aislado en su grupo; está llamado a relacionarse con los otros asesores,
especialmente en el Equipo de Asesores.

El Equipo de Asesores posibita la complementación no sólo a nivel de aptitudes


personales y de distribución de tareas, sino principalmente a nivel del aporte que las
distintas experiencias de vida de los asesores -laical, religiosa, diaconal, sacerdotal-
ofrecen a los jóvenes como modelos de proyectos de vida cristiana.

El Equipo de Asesores no es una instancia de planificación o de coordinación de


actividades para los jóvenes. Es un ámbito para compartir la vida, para confrontar con
otros asesores ideas y experiencias, para discernir comunitariamente los signos de la
vida juvenil; para encontrar apoyo en la oración, en la reflexión y en la evaluación de
su servicio y para celebrar juntos la presencia de Jesús vivo en las diversas sitaciones
de los procesos juveniles que se acompañan.
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En relación con la comunidad.

El rol del asesor tiene implicancia en relación a la comunidad eclesial y a la comunidad


social en las que realiza su servicio.

* En relación con la comunidad eclesial, el asesor busca concretar una mayor


presencia de los jóvenes en la vida de la Iglesia y abrirles mejores y más reales
“espacios de participación” (SD 119), pero se preocupa también por llegar y
acompañar a los jóvenes que participan esporádicamente en la vida de la Iglesia
o que no están integrados al proceso orgánico de la Pastoral Juvenil. Anima la
celebración de una liturgia “viva, participativa y con proyección de vida” (SD 145).
Fomenta la comunión eclesial siendo nexo entre las generaciones adultas y los
jóvenes, promoviendo el “diálogo mutuo entre jóvenes, pastores y comunidades”
(SD 114), asegurando la coordinación de la Pastoral Juvenil general y de las
Pastorales Específicas de Juventud con la pastoral de conjunto y abriendo
caminos para ofrecer un itinerario de maduración humana y cristiana que no se
agote en la iniciación o en la militancia juvenil.

* En relación con la comunidad social, el asesor busca desarrollar el potencial


de los jóvenes y llevarlos a una mayor presencia y acción a favor de “las
necesarias transformaciones de la sociedad” (SD 115). Fomenta el análisis y el
estudio sistemático de los hechos sociales y colabora en la búsqueda de
respuestas a las necesidades de los jóvenes y de la sociedad. Educa en los
valores democráticos y brinda espacios de formación “en orden a una actuación
política dirigida al saneamiento, al perfeccionamiento de la democracia y al
servicio efectivo de la comunidad” (SD 193). Promueve la conciencia social de los
jóvenes para que sean capaces de “conocer y responder críticamente a los
impactos culturales y sociales que reciben” (SD 114). Sabe que esto implica
luchar contra “ciertas mentalidades clericales que privan de dar respuestas
eficaces a los desafíos actuales de la sociedad” (SD 96), por lo que busca que
los jóvenes sientan siempre “todo el respaldo de sus pastores” (SD 99).

Como adulto, el asesor se ubica tanto dentro de la comunidad eclesial como dentro de
la comunidad social como un enviado al mundo juvenil. El mundo juvenil se propone
generalmente los mejores ideales para transformar la sociedad y la Iglesia, pero suele
encontrar oposición e indiferencia por parte del mundo adulto. Muchos problemas de
los jóvenes no son problemas de la juventud como tal, sino problemas del mundo
adulto reflejados en el mundo juvenil. Buena parte de los problemas de la juventud
encuentran su explicación en el rompimiento de la relación con el mundo adulto y en la
distancia que se ha creado entre ambos.

Será tarea del asesor ayudar al mundo adulto a entender al mundo juvenil. Con su
madurez y actitud de diálogo, hablará y discutirá con él sobre su concepto de juventud
e influirá para que dejen de considerar a los jóvenes sólo como “problemas” y
descubran su potencial y el valor de su aporte cuestionador y renovador. Al mismo
tiempo, ayudará a los jóvenes a entender el mundo adulto y a valorar el aporte de su
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experiencia y de su modo de ver y entender el mundo y la historia. Podrá convertirse


así en un elemento reconciliador entre el mundo adulto y el mundo juvenil, ayudará a
superar el conflicto generacional y promoverá una unidad comunitaria que será signo y
anuncio del nuevo modo de relación de jóvenes y adultos en la Civilización del Amor
que se quiere construir.

5.2.3 Niveles de la asesoría.

La identidad y el rol del asesor se enriquecen con funciones y responsabilidades que


aportan nuevos contenidos y exigen tomas de posición más determinantes según sean
los niveles en los que se realiza la asesoría.

Un primer nivel es la asesoría al grupo. Lo más correcto es que un asesor comience


allí su servicio. Sin esta experiencia de trabajo en la base, la asesoría podría
convertirse en un oficio meramente técnico o desencarnado y hasta podría darse el
caso de que hubiera asesorías sin que existieran grupos y comunidades. Cuando los
grupos parroquiales o de las Pastorales Específicas de Juventud se multiplican,
comienzan las articulaciones o coordinaciones, a nivel parroquial, diocesano, nacional,
regional y latinoamericano. La asesoría asume entonces un especial matiz como
vínculo de unidad y comunión. El rol del asesor que participa en estos niveles de
coordinación se va definiendo de acuerdo a las características y exigencias del nivel
que asesora. En todos los casos, cuidará particularmente que los organismos que se
creen estén realmente al servicio de los jóvenes y promuevan el desarrollo y
maduración de sus procesos de formación.

Hay asesores que acompañan la etapa de iniciación y asesores que acompañan la


etapa de militancia. Los que acompañan la etapa de iniciación procuran que los
procesos de formación de los jóvenes culminen en la militancia, en su integración
creativa y dialogante a la comunidad adulta y en el discernimiento de su opción
vocacional. Los que acompañan la etapa de militancia alientan la vinculación
concreta de los jóvenes con sus comunidades cristianas, los ayudan a profundizar sus
motivaciones de fe para enfrentar los riesgos del compromiso militante, los animan a
revisar y celebrar su vida y su práctica y los acompañan en la realización plena de su
opción vocacional.

La asesoría de las Pastorales Específicas de Juventud supone un conocimiento


particular de la realidad de cada medio y el uso de metodologías y estructuras de
coordinación adecuadas a cada situación. El asesor se va formando en el
acompañamiento y va creciendo en el caminar junto con los jóvenes. Sabe que no
existen procesos totalmente uniformes y que se necesita apertura y flexibilidad para
tener posibilidad de responder a las nuevas exigencias que plantean las diversas
situaciones juveniles.

5.3 El Párroco.

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