Libro Teoría Del Estado

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ESTADO, NACIÓN, GOBIERNO Y

DEMOCRACIA EN EL ECUADOR
XAVIER MAURICIO TORRES MALDONADO
MARCO ANTONIO LOGROÑO SANTILLAN

Registro de Derechos de Autor


No QUI-049801

Quito - Ecuador
INTRODUCCIÓN

El estado, al ser una persona legal conformada por territorio, población, gobierno y

un ordenamiento jurídico, necesita de una estructura que lo oriente, la cual estará dada

dependiendo del tipo de gobierno establecido, por lo que será necesario hacer un estudio

detallado de cada uno de los elementos que lo conforman.

El presente trabajo es un aporte al estudio del estado, que permite conocer las

diferencias con la nación, tener una comprensión de las clases de gobierno que existen a

nivel mundial, y comparar con la situación actual de nuestro país, en relación a la democracia

y sus diferentes ciclos que han sucedido desde la última dictadura, permitiendo una mejor

visión de la sociedad en el estado.

Escogimos este tema, porque nos permite explicar una visión general de los

elementos del estado, la necesidad de que los estudiantes tengan una fuente de consulta e

información, que les permita conocer y comprender de mejor manera lo que significa el

estado, nación y gobierno, además para entender la relación estado y democracia.

Esperamos que este texto, sirva para instruir y reforzar los conocimientos de todos

los estudiantes y ciudadanía en general y que motive una reflexión sobre la importancia de

mantener un estado que tenga un gobierno democrático.


CAPITULO I
1. EL ESTADO

La palabra “Estado” se le debe a Maquiavelo, cuando introdujo esta palabra en su

obra "El Príncipe" al decir: “Un Estado es un dominio que tiene soberanía sobre los hombres.

Todos los Estados son o bien repúblicas o bien principados” (Maquiavelo, 1998, pág. 6)

Norberto Bobbio señala que en el ámbito de las doctrinas realistas del estado se

distinguen las doctrinas racionalistas y las historicistas. También distingue el modelo

iusnaturalista, en el que el estado es un cuerpo artificial que nace en contraposición al estado

de naturaleza, del modelo aristotélico en el cual el estado es una sociedad natural que brota

de la normal evolución del primer núcleo organizado, la familia.

Platón en su obra La República, estima que la estructura del estado y del individuo

son iguales, y que el estado es solamente saludable y justo cuando cada una de las tareas

fuera distribuida y ejecutada de manera complementaría y profesional.


Aristóteles, por su parte, es más enfático y declara que el estado existe por naturaleza,

y por tanto, es anterior al hombre.

Es pues manifiesto que la ciudad es por naturaleza anterior al individuo, pues si el

individuo no puede de por sí bastarse a sí mismo, deberá estar con el todo político en la

misma relación que las otras partes lo están con su respectivo todo. El que sea incapaz

de entrar en esta participación común, o que, a causa de su propia suficiencia, no

necesite de ella, no es más parte de la ciudad, sino que es una bestia o un dios."

(Aristóteles, Política, libro 1,1)

Cuando Aristóteles definía al hombre como Zoon Politikón, hacía referencia a sus

dimensiones social y política. El hombre y el animal por naturaleza son sociales, pero solo

el hombre es político, siempre y cuando viva en comunidad. Por tanto, la dimensión social

ayuda a constituir la base de la educación y la dimensión política contribuye a la extensión

de esa educación.

Por su parte, Luis XIV, rey de Francia, conocido por su frase "El Estado soy yo",

coronado rey a los cinco años, Luis XIV se convirtió más tarde en la imagen misma del

absolutismo monárquico europeo, esto nos da a entender que en esos tiempos se consideraba

al estado como un régimen político en el que una sola persona, el soberano, ejercía el poder

con carácter absoluto, sin límites jurídicos ni de ninguna otra manera.

Hauriou (citado por Vázquez, 1983) afirma: “El Estado es la máxima organización

histórica, política y jurídica, planificada y diseñada por obra y voluntad del ser social. Es la

Institución de Instituciones” (p.283).


Rodrigo Borja en su Enciclopedia La Política define al Estado así:

Caracterizado esencialmente por la ordenación jurídica y política de la sociedad, el Estado

constituye el régimen de asociación humana más amplio y complejo de cuantos ha

conocido la historia del hombre. Es el último eslabón de la larga cadena de las formas de

organización de la sociedad creadas por el instinto gregario del hombre y representa la

primera forma propiamente política de asociación, puesto que tiene un poder

institucionalizado que tiende a volverse impersonal. La horda, el clan, la tribu, la

confederación de tribus y cualesquiera otras formas anteriores de organización social

fueron “prepolíticas”. En ellas la fuerza y la arbitrariedad pusieron orden en la sociedad,

con ayuda de invocaciones supersticiosas a la divinidad. No existió en ellas el grado

superior de organización de la autoridad pública que se ha dado en llamar

>institucionalización del poder y que es atributo propio y diferencial del Estado.

Por supuesto que varios pensadores tienen del Estado una idea mucho más amplia. Para

algunos de ellos la palabra Estado comprende la nutrida variedad de formas de asociación

humana prepolíticas y políticas que se dieron en el tiempo. Asignan a la palabra Estado

latamente la significación de sociedad política. Sólo excluyen de la comprensión del

concepto a las comunidades primitivas nómadas, ya que ellas carecieron de un elemento

que parece ser esencial al concepto de Estado: la relación permanente entre la comunidad

humana y el territorio.

Comparto los criterios del inglés Henry Main y del norteamericano Lewis H. Morgan,

dos precursores de la antropología política en la segunda mitad del siglo XIX, en el

sentido de que hay una clara distinción entre las antiguas sociedades basadas en el

parentesco y las actuales sociedades basadas en la territorialidad, distinción que más o

menos corresponde a la noción de “sociedades sin Estado” y “sociedades estatales”

formulada por los modernos antropólogos políticos, entre ellos Meyer Fortes y Edward
E. Evans-Pritchard, como resultado de sus investigaciones en los grupos primitivos

africanos.

Tengo una idea más restringida de lo que significa Estado. Desde mi punto de vista, la

polis griega, la civitas romana, el regnum medieval ni otras formas más o menos

elementales de asociación humana fueron Estados. Les faltaron los atributos que la

historia entregó después a la sociedad política. El Estado, como fenómeno histórico,

emergió al mismo tiempo que el concepto de soberanía y de una serie de elementos que

recién aparecieron en el Renacimiento, como enseguida lo veremos.

El Estado es una sociedad política totalizadora o, para decirlo con las expresiones del

profesor John Rawls de la Universidad de Harvard, completa y cerrada. Lo es en el sentido

de que el ser humano encuentra en ella cabida para todos los propósitos importantes de

su vida —físicos, espirituales y morales— y de que además no puede retirarse de ella

como pudiera hacerlo de cualquier otra asociación. En efecto, el hombre no puede aislarse

del Estado o salir de él sino para insertarse en otro Estado, bajo cuyo ordenamiento legal

y autoridad queda obligado. Esta es una de las grandes diferencias entre el Estado y las

asociaciones parciales: en éstas el hombre puede libremente pertenecer o dejar de

pertenecer a ellas. El ingreso y el retiro son actos voluntarios suyos. Mientras que la

pertenencia al Estado está determinada por el nacimiento y su salida por la muerte, que

son hechos que no dependen de la voluntad individual de alguien. La única excepción que

existe es la de la naturalización, esto es, el cambio voluntario de una nacionalidad por

otra; pero ni aun en este caso la persona queda al margen del Estado, cualquiera que éste

sea, y por tanto está sometida a sus leyes y autoridades territoriales.


Una persona puede decidir no pertenecer a determinada asociación, pero no puede decidir

no pertenecer a un Estado ni dejar de cumplir las leyes de aquél en cuyo territorio se

encuentra.

1. Definiciones. Cuentan que Federico Bastiat (1801-1850) propuso en cierta ocasión

que se crease un premio de un millón de francos para quien diera una buena, simple e

inteligible definición de la palabra Estado. Con esto quiso dar a entender el gran teórico

del liberalismo económico francés del siglo XIX —quien, como buen liberal, tenía un

muy mal concepto del Estado— lo difícil que resultaba ponerse de acuerdo en esa

definición. Como en otros conceptos claves de la teoría política, en el del Estado los

tratadistas han propuesto las más diversas definiciones. Cada pensador ha dado la suya

de acuerdo con la filosofía política que profesa y ha destacado en ella los elementos que,

desde su particular punto de vista, son los más importantes del concepto de Estado.

Esas opiniones han ocupado un espectro conceptual muy amplio, desde la frase que se

atribuye a Luis XIV: “el Estado soy yo”, muy propia del orden de cosas del <absolutismo

monárquico, hasta la apreciación marxista de que el Estado es el “instrumento de

dominación de una clase sobre las demás”, pasando por la proclama mussoliniana de

“nada contra el Estado, nada fuera del Estado, todo dentro del Estado”, que define a la

perfección el totalitarismo fascista. Todas estas definiciones, entre las que está también

la ingenua de los liberales del siglo XVIII, de que las leyes que norman el Estado son

siempre la plasmación de la voluntad general, responden a diversos puntos de vista

ideológicos sobre la fenomenología social.

El conjunto de esas opiniones ha echado mucha luz sobre lo que es el Estado como

fenómeno histórico moderno y universal. Los diferentes puntos de vista de las ideologías

políticas han servido para decantar en el tiempo sus elementos esenciales. El aporte de
los pensadores absolutistas —Bodín, Hobbes—, no obstante su sesgada concepción de la

vida social que se explica por las circunstancias en que les tocó vivir, fue importante para

identificar en el Estado uno de sus elementos fundamentales, que es la soberanía. Las

ideas liberales sirvieron para redimirle del aprisionamiento autoritario en que había

nacido. Las propuestas socialistas le dieron un nuevo contenido y más amplios destinos

pero al mismo tiempo implicaron duras críticas sobre algunas de las funciones que

cumple.

Para el marxismo el Estado es la expresión política del poder de una clase que ha asumido

el control de la sociedad. Las instituciones estatales ejercen la función de asegurar la

permanencia de ese poder y de avalar los privilegios económicos que forman parte

inseparable de él. Desde esta perspectiva, el Estado es una entidad “superestructural” que

obedece a la división de la sociedad en clases con intereses antagónicos y cuya misión

esencial es defender el patrimonio y la posición política de la clase dominante.

Como ocurre con las nociones fundamentales de la Ciencia Política —libertad, justicia,

derechos, democracia, desarrollo— las definiciones del Estado son imprecisas y

contradictorias. Están condicionadas, como es lógico, por los puntos de vista ideológicos.

Sin embargo, se pueden advertir dos grandes perspectivas al respecto: la “optimista” de

los conservadores, liberales, neoliberales y demás tendencias doctrinales afines, que

consideran que el Estado es una entidad útil y necesaria puesto que representa los

intereses de “toda” la colectividad; y la “pesimista” de las doctrinas de la vertiente

socialista, que niegan que el Estado represente los intereses de “toda” la sociedad, sino

tan sólo los de la clase dominante, y que sea capaz de “conciliar” las posiciones

encontradas de los distintos estratos sociales. La consecuencia del primer punto de vista

es el mantenimiento del Estado tal y como existe, sin modificación o a lo sumo con

cambios de maquillaje; y las del segundo, la abolición progresiva del Estado conforme
desaparezcan las clases sociales para ser remplazado por otro tipo de organización social,

de acuerdo con la postulación marxista, o bien su modificación fundamental, como

proclaman las otras formas de socialismo.

“El Estado —afirmó Federico Engels, resumiendo la tesis marxista sobre el tema— no

existe desde toda la eternidad. Hubo sociedades que se pasaron sin él, que no tuvieron

ninguna noción del Estado y de la autoridad del Estado. En cierto grado de desarrollo

económico, necesariamente unido a la escisión de la sociedad en clases, esta escisión hizo

del Estado una necesidad”.

Por supuesto que el Estado no es una institución inmóvil ni inmutable. Está en permanente

transformación. Dado que es un producto histórico de la sociedad cuando ha llegado a un

grado de desarrollo determinado, el Estado es una “categoría histórica” que ni existió

siempre ni puede aspirar a una vida eterna. Su nacimiento está ligado a un período

determinado de la historia —el Renacimiento— del que no puede desvincularse. Fue allí

cuando, como resultado del proceso de unificación de los entes políticos europeos bajo el

absolutismo monárquico, apareció el Estado como unidad sociopolítica.

Desde entonces la palabra Estado designó una cosa enteramente nueva: la unidad de poder

organizada sobre un territorio determinado, con un orden jurídico unitario, una

competente jerarquía de funcionarios públicos, un ejército permanente, un sistema

impositivo bien reglado y un régimen político en que los medios reales de gobierno y

administración, que hasta ese momento fueron de propiedad de innumerables señores

feudales, se transfirieron a favor de los monarcas absolutos, primero, y de los gobiernos

representativos más tarde, a partir del triunfo de las ideas democráticas que esparció por

el mundo la Revolución Francesa.


2. Formas de Estado. La tipología de las formas de Estado es muy variada. Depende

de los puntos de vista de cada investigador. En un riguroso esfuerzo por sistematizarlas y

sin pretender agotar, ni mucho menos, los modos de ordenación estatal posibles, he

escogido dos criterios diferenciales muy claros: la participación del pueblo en la toma de

decisiones dentro del Estado y la distribución del poder político según el territorio. Del

primer criterio se desprenden dos grandes tipos de Estado: el democrático y el autocrático,

según se concedan o no posibilidades reales de participación popular; y del segundo, otras

dos: el unitario y el federal, de acuerdo con el grado de descentralización jurídica y

política que se establezca.

3. Elementos constitutivos. El Estado tiene cuatro elementos constitutivos: el pueblo,

que es su elemento humano; el territorio, que es su entorno físico; el poder político, que

es la facultad de mando sobre la sociedad; y la soberanía, que es su capacidad de auto

obligarse y auto determinarse sin sufrir interferencias exteriores.

Los cuatro elementos deben concurrir para que pueda haber Estado. Si uno solo de ellos

falta no hay Estado. Por supuesto que es inimaginable la ausencia del pueblo. Sin el

elemento humano no hay organización social posible. Tampoco la hay sin el territorio. El

Estado es una organización esencialmente territorial. Todos sus elementos están referidos

al territorio. El territorio es el ámbito de validez de su ordenamiento jurídico y de su

autoridad. Carece de fundamento científico la afirmación de que puede existir o ha

existido un Estado sin territorio, como en el caso de Israel durante la diáspora. Lo que

hubo entonces fue una nación, es decir, una comunidad fuertemente vinculada por lazos

históricos, culturales, religiosos y lingüísticos, que a pesar de su dispersión no perdió su

conciencia nacional, y que se convirtió en Estado el momento en que las Naciones Unidas

en 1948 le asignaron un territorio. Sin el poder político, que es el elemento de

disciplinación social, no es posible la permanencia del Estado. Y sin la soberanía, aunque


haya todos los demás elementos, no es factible la existencia de la entidad estatal. Una

comunidad que tenga pueblo, territorio y gobierno, pero a la que falte la soberanía, puede

ser una colonia, pero no un Estado.

4. Estado y nación. En el lenguaje común —y, en ocasiones, hasta en el técnico— se

suelen confundir los conceptos nación y Estado. Pero ellos son diferentes. El primero es

un concepto eminentemente étnico y antropológico que se refiere a un grupo humano

unido por vínculos naturales establecidos desde muy remotos tiempos. El segundo es una

estructura jurídica y política montada sobre la base natural de la nación.

Para decirlo de otra manera, el Estado es la vestidura orgánica y política de la nación. El

Estado es la nación jurídica y políticamente organizada. Es una armazón colocada sobre

la nación preexistente como unidad antropológica y social. La nación es, por tanto, la base

humana e histórica ab inmemorabili sobre la que aquél se levanta.

La mayoría de los Estados se ha organizado sobre más de una nación, de modo que

regimentan política y jurídicamente a diversos grupos étnicos, culturales y religiosos y

los reducen a una sola unidad política bajo su orden jurídico. Hay también naciones que

soportan más de una estructura estatal, en razón de que varios Estados se han organizado

sobre ellas.

Sin embargo, el fenómeno general es el primero. La mayor parte de los Estados tiene

carácter plurinacional. No son muchos los que se han constituido sobre una sola nación.

Durante las deliberaciones del Primer Congreso Latinoamericano de Relaciones

Internacionales e Investigaciones para la Paz, reunido en Guatemala del 22 al 25 de agosto

de 1995, escuché decir al profesor noruego Johan Galtung que existen aproximadamente

2.000 naciones y solamente 200 Estados, por lo que el fenómeno general es el de la


multinacionalidad de ellos. Según su opinión, solo hay alrededor de 20 Estados

nacionales. Todos los restantes son plurinacionales, cargados por lo mismo de latentes o

manifiestos conflictos étnicos y culturales. Lo cual explica la eclosión actual de

movimientos secesionistas y de guerras civiles dentro de los Estados por motivos raciales,

culturales y religiosos.

Esto pone en evidencia que los conceptos de “Estado” y “nación” no solo que no son

iguales, sino que no siempre marchan juntos, pues un Estado puede levantarse sobre dos

o más naciones al paso que una nación puede dividirse políticamente en más de un Estado.

Por consiguiente, las fronteras políticas de un país, dictadas por el Estado, no coinciden

necesariamente con las fronteras naturales establecidas por la nación. Quiero decir con

esto que las fronteras estatales, generalmente impuestas por las potencias coloniales o por

los resultados de las guerras, son artificiales y se deben a diversos factores geopolíticos

que poco o nada tienen que ver con las fronteras étnicas y culturales establecidas de modo

natural por la sangre, el transcurso del tiempo y la geografía entre los grupos nacionales.

5. El futuro del Estado. Veo un cierto paralelismo entre el proceso milenario de

formación de los entes políticos —y su evolución hacia formas cada vez más complejas

de organización— y el proceso contemporáneo de formación de las sociedades de Estados

para defender lo más vital de sus intereses comunes. Ambos procesos obedecen a las

mismas motivaciones. El hombre —ser incompleto e insuficientemente dotado para

afrontar los retos de su propia subsistencia— se vio forzado a formar sociedades de ayuda

mutua para poder sobrevivir. Así nacieron las asociaciones políticas que, desde la horda

primitiva hasta el Estado moderno, evolucionaron de acuerdo con el ritmo y la dirección

del movimiento universal que va de lo simple a lo complejo, de lo indiferenciado a lo

diferenciado, de lo homogéneo a lo heterogéneo. El hombre, en el curso de los siglos,


pasó de la horda primitiva a formas de organización social cada vez más amplias, más

complejas y mejor logradas. El Estado, en consecuencia, no es más que el último eslabón

conocido de la milenaria cadena evolutiva de las formas de organización social. Pero,

como sus antecesoras, no puede aspirar a una vida eterna. El Estado es una categoría

histórica. Está anclado en una determinada etapa de la historia del hombre de la que no

puede desvincularse. Forzosamente vendrán en el futuro formas de organización social

más eficientes para satisfacer las necesidades humanas. Esto es lógico. Una mirada

retrospectiva nos muestra que la horda dio origen al clan, el clan a la tribu, la tribu a la

confederación de tribus, ésta a la nación y sobre la nación se organizó el Estado. Lo cual

demuestra la finitud de las formas de organización de la sociedad.

El Estado no puede aspirar a una vida eterna. Eso sería antidialéctico. Me atrevo a afirmar

que se observan ya ciertos síntomas de obsolescencia del Estado. ¿Cuáles serán las nuevas

formas de asociación que encontrará el hombre para buscar su bienestar? Sin duda serán

formas más amplias de organización social que se vislumbran ya en la tendencia mundial

a componer sociedades regionales y subregionales de Estados. Pasa con el Estado lo

mismo que ocurrió con el hombre primitivo: para suplir sus insuficiencias integró

sociedades. Son evidentes las insuficiencias del Estado respecto de los grandes problemas

de escala planetaria que se presentan en la sociedad masificada de nuestros días: la

promoción del desarrollo humano, la protección del medio ambiente, la explotación

racional de los recursos naturales, la preservación de la paz internacional, la detención

del terrorismo sin fronteras, el control de la fecundidad, la lucha contra determinadas

enfermedades, la regimentación de la sociedad del conocimiento, la conducción de las

revoluciones digital y biogenética, la defensa ante los desórdenes climáticos, la

administración de la cada vez más escasa agua dulce del planeta. Todas estas y otras

cuestiones deben afrontarse por encima de las fronteras nacionales. No creo que sea un

despropósito, desde el punto de vista dialéctico, hablar de la crisis del Estado. Ella se
demuestra a través de las cosas que ocurren en nuestros días. La propia tendencia a formar

bloques de Estados con fines específicos o el proceso de integración económica y política

que está en pleno auge son una prueba de la insuficiencia del Estado, individualmente

considerado, para afrontar los nuevos retos de la sociedad.

Han surgido problemas nuevos que, a semejanza de los fenómenos meteorológicos —

vientos, temporales, turbulencias—, se desplazan sin consideración a las fronteras

nacionales y desbordan la capacidad de los Estados para afrontarlos aisladamente. Por

tanto, las respuestas solo pueden ser transnacionales. Esa es la dirección en que hoy se

mueve el mundo y que nos permite pensar en la proximidad de la obsolescencia del

Estado.

Alguien dijo que el Estado ha resultado demasiado grande para los problemas pequeños

de la gente y demasiado pequeño para los problemas grandes de la sociedad.

De otro lado, hay una tendencia a formar una suerte de gobierno transnacional que

suplante a los Estados nacionales en algunas de sus funciones y que afronte problemas

frente a los cuales éstos se han mostrado incompetentes, tales como la promoción de la

paz, el desarme, la protección de minorías étnicas, los flujos migratorios, la producción

en gran escala, la estabilidad monetaria, el combate contra el terrorismo sin fronteras, la

brega contra el narcotráfico, el control de la tasa de fecundidad, la lucha contra

enfermedades transnacionales, la defensa del medio ambiente, el combate contra la

emisión de gases de efecto invernadero y otros problemas metanacionales.

Si bien no se trata de una “entidad” que reemplaza formalmente al Estado, sí es un proceso

de articulación internacional que asume buena parte de las que han sido tradicionalmente

responsabilidades estatales.
La globalización ha “desterritorializado” la política y la economía. Las ha liberado de su

afincamiento territorial. El ámbito geográfico estatal para los efectos del intercambio

mundial ha pasado a ser menos importante que el tiempo como dimensión de la economía.

La dimensión temporal se ha superpuesto a la espacial, en el sentido de que lo que

tradicionalmente se ha considerado como “nacional” ha sido desbordado por “lo global”

y de que los Estados cuentan cada vez menos como factores de la actividad política y

económica. Las “plazas financieras” no coinciden, como antes, con la diagramación

limítrofe de los Estados. La “alianza” entre las telecomunicaciones, la informática y los

transportes ha empequeñecido el planeta. Ha aproximado sus puntos más distantes. Ha

vencido las dificultades que antes le imponía la geografía. Esto lo saben bien los actores

políticos y económicos. A las corporaciones transnacionales de nuestro tiempo no les

interesa la territorialidad, en el sentido estatal de la palabra. Ven el planeta como un solo

y gran mercado que hay que abastecer y a los ciudadanos, como sus reales o potenciales

consumidores.

Concomitantemente, la era digital ha producido efectos determinantes sobre el Estado y

sus elementos: pueblo, territorio, soberanía y poder político. La informática ha impactado

contra ellos. Ha impuesto la velocidad como el signo de los tiempos y ha suplantado la

dimensión espacial por la dimensión temporal en todas las actividades humanas. Ha

superpuesto el cibesespacio —que es un “espacio virtual”, carente de corporeidad,

cuantificado en bits y no en átomos— sobre el territorio estatal tradicional como escenario

de la actividad humana. Y es allí donde se despliega on-line buena parte de las relaciones

sociales. Dicho de otra manera, lo social estuvo tradicionalmente vinculado a un

territorio, a un lugar físico, a un delimitado espacio geográfico regido por las leyes

estatales y sometidas a la autoridad política, donde las personas se encontraban e

interactuaban. Hoy el encuentro e interacción, en gran medida, se dan en el ciberespacio,

que es donde se realizan on-line muchas de las actividades humanas y se despliegan las
relaciones sociales. En la era digital la “geograficidad” ha cedido paso a la “virtualidad”

en la sustentación de las acciones humanas. La política, la información, las

telecomunicaciones, las actividades académicas, la educación, la producción, las

transacciones mercantiles, las operaciones financieras, la rotación de los capitales y otras

acciones sociales, que antes tenían un referente territorial, han alcanzado velocidad de

vértigo y escala planetaria a través de internet. El ciberespacio —escenario artificial

forjado por los ordenadores— ha reemplazado al territorio estatal como base de muchas

de las actividades sociales de nuestro tiempo y las soberanías estatales han quedado muy

disminuidas. Muchas de las acciones que se desarrollan en el ámbito transnacional e

ilimitado del ciberespacio escapan al conocimiento y control de las autoridades políticas.

El enorme poder del capital financiero en el mundo digital y globalizado no tiene

precedentes. Ha encontrado en los avances de la informática y las telecomunicaciones sus

principales aliados. Puede cambiar su denominación, levantar vuelo e ir de un lugar a otro

en pocos segundos sin que los Estados receptores estén en capacidad de impedirlo. Las

facultades cercenadas al Estado han sido transferidas al capital financiero que en plenitud

de poder busca alcanzar los mayores rendimientos en el menor plazo.

Hay una extraordinaria movilidad de capitales especulativos por el planeta, que son los

responsables de las recurrentes crisis financieras y de la inestabilidad general en los

mercados monetarios, bursátiles, cambiarios y crediticios. La gran acumulación de

inversiones de cartera sumamente volátiles, que abandonan un Estado a los primeros

síntomas de inestabilidad, producen dificultades financieras, caídas bursátiles,

devaluaciones monetarias, corridas de dinero, quiebra de empresas y despidos masivos.

De otro lado, en la era de las “megafusiones”, en que hay una creciente tendencia hacia

la unión y la absorción de las grandes empresas del mundo desarrollado —incluidas las
que manejan los medios de comunicación, que tienden a concentrarse en pocas pero

gigantescas corporaciones a cuyo cargo está la función de informar y de comunicar—, se

han desbordado las escalas nacionales y se ha convertido al planeta es un solo y gran

mercado abastecido por empresas cada vez más grandes, cuyas cifras de ventas anuales

sobrepasan el producto interno bruto de muchos países. Lo cual demuestra que adelanta

un proceso de concentración empresarial de escala mundial que terminará por someter a

los Estados, hasta el extremo de que en el futuro la soberanía y la potestad política ya no

serán en la práctica atributos estatales únicamente sino también de las corporaciones

transnacionales que cubrirán el planeta con su poder. Los imperios del futuro no serán

solamente los grandes Estados sino también los gigantescos conglomerados

empresariales y, por consiguiente, los imperialismos venideros no tendrán al Estado como

su único protagonista.

Howard H. Frederick, un estudioso de la Universidad de California en Berkeley citado

por Gonzalo Ortiz, prevé que unas pocas corporaciones transnacionales —no más de

cinco a diez— dominarán en el siglo XXI las principales estaciones de radio y televisión,

los más influyentes periódicos y revistas, la edición masiva de libros, la difusión de

películas y el manejo de las redes de datos. Esto significa que el control de la información,

que en medida variable había sido tradicionalmente uno de los importantes elementos del

poder estatal, tiende a desaparecer en la era de la globalización. Lo mismo ocurre con la

comunicación supraestatal a través de internet y de los ordenadores. Sus flujos de

información son muy difíciles de controlar, a menos que se deje fuera de la red a un país.

Ha habido intentos de hacerlo por algunos gobiernos en relación con ciertos temas: el de

la pornografía infantil en los Estados Unidos y en Alemania y la información política y

financiera en China. Pero han resultado escasas las posibilidades técnicas de interferir

internet.
Los medios de comunicación han saltado las fronteras nacionales y las comunicaciones

han alcanzado escala planetaria.

El reconocimiento de la caducidad del Estado se refleja en el proceso de integración

política y económica de Europa. El Tratado de la Unión Europea celebrado el 7 de febrero

de 1992, ratificado en fechas distintas por los Estados suscriptores y en vigor desde finales

de 1993, al sentar las bases de la futura integración económica y política de Europa, previó

entre otras metas la formación de la Unión Económica y Monetaria (UEM), la

implantación de la moneda única y la institucionalización del Banco Central Europeo

(BCE) para regir la política monetaria común.

En cumplimiento de tales metas se estableció el primero de enero de 1999 la moneda

única —el euro— en once países de la Unión Europea, que ha reemplazado a las monedas

nacionales en el marco de un solo mercado financiero y de una política monetaria

unificada.

Esto significa que los Estados comprometidos en el proceso han renunciado a la

“soberanía monetaria” y a la “soberanía fiscal”, que hasta hace muy poco tiempo se

consideraban como atributos inalienables del Estado.

El proyecto de la Constitución Europea, aprobado en Roma el 29 de octubre del 2004 por

los presidentes y jefes de gobierno de los veinticinco Estados que conformaban la Unión

Europea en ese momento, al crear órganos supranacionales de gobierno para ciertas áreas

de la gestión pública comunitaria y al establecer un espacio supranacional de gestión

gubernativa como respuesta a un mundo crecientemente interdependiente, cuyos desafíos,

amenazas y peligros son demasiado grandes y complejos para abordarlos en la forma

tradicional, significó la superación del Estado como forma de organización social.


No obstante, en la prognosis elaborada en el 2000 por un grupo de científicos

norteamericanos patrocinado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el National

Intelligence Council, para vislumbrar las condiciones del planeta en el año 2015 —

plasmada en el documento Global Trends 2015—, se afirma que “los Estados seguirán

siendo los actores dominantes en el escenario mundial, pero los gobiernos tendrán cada

vez menor control sobre los flujos de información, tecnología, enfermedades, migrantes,

armas y transacciones financieras, sean lícitas o ilícitas, a través de sus fronteras. Los

actores no estatales, desde las empresas de negocios hasta las organizaciones sin fines de

lucro, jugarán un papel creciente en los asuntos nacionales e internacionales. La calidad

del gobierno (governance), así nacional como internacionalmente, determinará

sustancialmente cuan bien los Estados y las sociedades compitan con estas fuerzas

globales”.

En cierta forma Mijail Gorbachov coincidía con la opinión de los científicos

norteamericanos. Veía las cosas estatales con optimismo. Pensaba que la crisis financiera

y económica de escala global iniciada en Wall Street a fines de septiembre del 2008 había

iniciado un proceso de revaluación del Estado. Afirmaba por esos años que mientras la

crisis se hacía más profunda y más grave, se recuperaba el valor del Estado y se revertía

el enfoque que había prevalecido en las últimas décadas acerca de su rol en la sociedad.

Afirmaba que «el ataque contra el Estado fue lanzado hace más de treinta años. Margaret

Thatcher y Ronald Reagan hicieron los primeros disparos. Economistas, empresarios y

políticos apuntaron sus dedos al gobierno, considerándolo la fuente de casi todos los

problemas que sufría la economía». Y agregaba que, «de manera creciente, el Estado fue

desalojado de las esferas empresarial y financiera, quedando prácticamente sin poder de

supervisión», por lo que, «una tras otra, fueron infladas las burbujas y, más tarde o más

temprano, estallaron. Así tuvimos la burbuja digital, la burbuja de la bolsa de valores y la

burbuja de las hipotecas. Eventualmente, las finanzas globales en su totalidad se


convirtieron en una sola y enorme burbuja». De modo que, según la opinión del pensador

ruso, el Estado recuperaría todo el terreno perdido. (Borja, Enciclopedia de La Pólítica

[versión electrónica], 2013)

En relación a estas definiciones se puede decir que el Estado es la organización

política y económica que se encuentra conformada por un territorio, población, gobierno y

un ordenamiento jurídico.

Es una organización política y económica, porque se agrupa en busca de un fin

común y administra de manera equitativa, los recursos financieros que dispone esa

organización.

Territorio, es el área de superficie que le pertenece a un país, y sobre la cual El

Estado ejerce soberanía, el territorio puede ser, terrestre, marítimo y aéreo.

La Constitución de la República en el artículo 4 explica al Territorio de la siguiente

manera:

El territorio del Ecuador constituye una unidad geográfica e histórica de dimensiones

naturales, sociales y culturales, legado de nuestros antepasados y pueblos ancestrales.

Este territorio comprende el espacio continental y marítimo, las islas adyacentes, el mar

territorial, el Archipiélago de Galápagos, el suelo, la plataforma submarina, el subsuelo

y el espacio suprayacente continental, insular y marítimo. Sus límites son los

determinados por los tratados vigentes.

El territorio del Ecuador es inalienable, irreductible e inviolable. Nadie atentará contra

la unidad territorial ni fomentará la secesión.


La capital del Ecuador es Quito.

El Estado ecuatoriano ejercerá derechos sobre los segmentos correspondientes de la

órbita sincrónica geoestacionaria, los espacios marítimos y la Antártida. ( Constitución

de la República del Ecuador, 2008)

Población, es el grupo humano asentado en el espacio geográfico determinado por

el territorio, que tienen derechos, deberes y obligaciones dictados por sus leyes.

Rodrigo Borja define a la población así:

Es el conjunto de pobladores que habitan en un territorio determinado o en una zona dada

del planeta. La población es la materia específica de la investigación demográfica. La

demografía es la disciplina científica que estudia estadística y cuantitativamente la

estructura, composición, crecimiento, distribución espacial, movilidad, migración y

evolución histórica de la población de un país o de una región del planeta.

La estructura de la población se la suele representar gráficamente por una pirámide —la

llamada pirámide de población— en función de la edad y sexo de sus componentes en

una fecha determinada. Se disponen las cosas de modo que los estratos de la pirámide,

representativos de los grupos de edad, se superpongan. Los grupos se forman de cinco en

cinco años. Los varones ocupan el lado izquierdo y las mujeres el lado derecho de la

pirámide. Los más jóvenes están en la base. Encima de ellos se colocan progresivamente

los grupos de edad mayores, hasta llegar a la cima con el grupo de los que tienen más de

85 años, que es mucho más reducido (Borja, Enciclopedia de La Pólítica [versión

electrónica], 2013)
Gobierno, es el conjunto de personas y organismos que gobiernan o dirigen una

división político administrativa. Es el poder del Estado en el cual se concentran

determinadas facultades, aunque estas diferirán de acuerdo a cómo estén distribuidos los

poderes estatales, lo cual mucho se conecta en la forma de gobierno actual de dicho Estado.

La Constitución de la República en el artículo 1, menciona la forma de gobierno en

nuestro país:

El Ecuador es un Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático,

soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. Se organiza en

forma de república y se gobierna de manera descentralizada.

La soberanía radica en el pueblo, cuya voluntad es el fundamento de la autoridad, y se

ejerce a través de los órganos del poder público y de las formas de participación directa

previstas en la Constitución.

Los recursos naturales no renovables del territorio del Estado pertenecen a su

patrimonio inalienable, irrenunciable e imprescriptible. ( Constitución de la República

del Ecuador, 2008)

Ordenamiento Jurídico, es el conjunto de normas vigentes, que permite que un

estado pueda funcionar de manera ordenada y en convivencia o derecho.

Soriano (1993) lo define como “Sistema de normas e instituciones jurídicas vigentes

en un grupo social homogéneo y autónomo” (p.121). Se destaca como caracteres del mismo

la unidad, la plenitud y la coherencia.


La Constitución determina en el artículo 425, que:

El orden jerárquico de aplicación de las normas será el siguiente: La Constitución; los

tratados y convenios internacionales; las leyes orgánicas; las leyes ordinarias; las

normas regionales y las ordenanzas distritales; los decretos y reglamentos; las

ordenanzas; los acuerdos y las resoluciones; y los demás actos y decisiones de los

poderes públicos.

En caso de conflicto entre normas de distinta jerarquía, la Corte Constitucional, las

juezas y jueces, autoridades administrativas y servidoras y servidores públicos, lo

resolverán mediante la aplicación de la norma jerárquica superior.

La jerarquía normativa considerará, en lo que corresponda, el principio de competencia,

en especial la titularidad de las competencias exclusivas de los gobiernos autónomos

descentralizados. (Constitución de la República del Ecuador, 2008)

Kelsen (1993) afirma:

Una norma jurídica no vale por tener un contenido determinado; es decir, no vale

porque su contenido pueda inferirse, mediante un argumento deductivo lógico, de una norma

fundamental básica presupuesta, sino por haber sido producida de determinada manera, y en

última instancia, por haber sido producida de la manera determinada por una norma fundante

básica presupuesta. Por ello, y solo por ello, pertenece la norma al orden jurídico. (p. 205)

Kelsen, desarrolla en base a lo antes expuesto, la teoría de la pirámide jurídica

determinando las normas de una manera escalonada en función a su jerarquía, partiendo de

una norma general a las individuales.


Constitución

Tratados y convenios
Internacionales

Leyes orgánicas

Leyes ordinarias

Normas regionales y
Ordenanzas distritales

Decretos y reglamentos

Ordenanzas

Acuerdos y resoluciones

Demás actos y decisiones

Fuente: Constitución de la República

La Constitución de la República del Ecuador rige desde el año 2008. Es el cimiento

y el origen del poderío jurídico que sustenta la existencia del Ecuador y de su gobierno. La

preeminencia de esta constitución la convierte en el texto principal dentro de la política

ecuatoriana, y para la relación entre el gobierno con la ciudadanía.

La Constitución de la República del Ecuador del 2008. Posee 444 artículos,

divididos en 9 títulos, 40 capítulos, 93 secciones, 30 disposiciones transitorias, una

disposición derogatoria, un régimen de transición y una disposición final.

La Constitución de 2008 fue redactada entre el 30 de noviembre de 2007 y el 24 de

julio del 2008, por la Asamblea Nacional Constituyente en Montecristi, Manabí, y

presentada un día después (el 25 de julio) por dicho organismo. Para su aprobación fue

sometida a referéndum constitucional el 28 de septiembre de 2008, ganando la opción


aprobatoria. La Constitución de 2008 entró en vigencia, reemplazando a la anterior

Constitución de 1998, desde su publicación en el Registro Oficial el 20 de octubre de 2008.

1.1. CLASIFICACIÓN DE LOS ESTADOS

Existen algunas formas de clasificar al estado, entre las principales tenemos:

 Su estructura.

 Orden Jurídico.

 Quién y cómo se ejerce el poder político.

 Su caracterización histórica.

1.1.1. Por su estructura

Los estados han sido clasificados en simples y compuestos.

Estados simples o unitarios

Es aquel en que la soberanía se ejerce directamente en el pueblo que se encuentra en

un mismo territorio. Ejemplo. Ecuador.

En estos estados existe un solo centro de poder político que extiende su accionar a lo

largo de todo el territorio del respectivo estado, mediante sus autoridades locales nacionales

y locales.

Para que exista un Estado Simple o Unitario es necesario que el estado cuente con:

Poder Ejecutivo (Administración Pública)

Poder Legislativo (Asamblea Nacional)

Poder Judicial (Corte Nacional de Justicia)


Constitución de la República (rige para todo el territorio nacional)

Es decir, estos estados tienen un solo ordenamiento jurídico, unidad de autoridades

gubernativas, unidad de gobernados o destinatarios del ordenamiento jurídico y de las

decisiones políticas y unidad de territorio.

Naranjo Mesa señala:

El estado simple o unitario es aquel que posee un solo centro de impulsión política y

administrativa, es decir, aquel en el cual la soberanía se ejerce directamente sobre todo el

conglomerado social asentado sobre un mismo territorio. De esta suerte la totalidad de los

atributos y funciones del poder político emanan de un titular único, que es la persona jurídica

llamada estado. Todos los individuos colocados bajo la soberanía de este obedecen a una

misma y sola autoridad, viven bajo un mismo régimen constitucional y son regidos por las

mismas leyes. (Naranjo Mesa, 2000)

Estados Compuestos o Complejos

Es el que se encuentra constituido por otros estados que se comprenden dentro de sí,

como elementos constitutivos diversas entidades políticas inferiores, un ejemplo de estado

compuesto es el estado federal.

En el estado unitario, los poderes de la división clásica, Legislativo, Ejecutivo y

Judicial, son únicos. En los estados compuestos, cada estado miembro tiene esos poderes en

relación con su territorio, y además de los poderes locales, existen los Poderes Federales,

con atribuciones propias, cuyo espacio abarca la totalidad del estado.


Estados Federales

Son los estados conformados por la reunión de varias entidades territoriales y

políticas. También suele denominarse estado federal o república federal y, generalmente,

tiene un sistema político republicano y excepcionalmente monárquico.

Naranjo Mesa, dice: “El estado federal, por su parte, es una asociación de estados en

el cual los miembros están sometidos en ciertos aspectos un poder central único, pero

conservan su propia autonomía para el ejercicio de determinadas funciones internas de

carácter administrativo o político”. (Naranjo Mesa, 2000)

Para Adolfo Ziulo, el Federalismo es:

El federalismo es una forma de estado, caracterizada por la descentralización del

poder con relación al territorio. Esto significa que además del órgano central del poder

existen órganos locales. Ellos deben tener, desde luego, cierto grado de independencia

respecto al poder central, que incluye el concepto de autonomía. En el estado federal, la

tendencia centrifuga o descentralizadora prevalece sobre la fuerza centrípeta o

centralizadora. (ZIULU, 1997)

Las características del estado federal son las siguientes:

 Un territorio propio, constituido como unidad por la suma de los territorios de

los Estados miembros.

 Una población que, dentro del estado miembro forma la población propia del

mismo con derechos y deberes de ciudadanía en relación con la entidad local.


 Una sola soberanía. El poder supremo es el del estado federal. Los estados

miembros participan del poder, pero solo dentro de los ámbitos y espacios de su

circunscripción y en las materias y calidades que la constitución les atribuye.

 El poder legislativo federal ordinariamente se compone de dos cámaras: una de

diputados y otra de senadores.

Estados confederados

Surge generalmente por un acuerdo entre varios estados que convienen en unión,

pero sin formar un nuevo estado superior a las partes confederadas solamente quedan unidos

los estados por términos de pacto de confederación, en todo lo restante quedan enteramente

libre.

Para Naranjo Mesa los estados confederados surgen por lo siguiente:

Esta forma de estado compuesto surge, generalmente, por el acuerdo entre

diferentes Estados que convienen en su unión, pero conservando cada uno ellos

su propia autonomía y su propia soberanía interna. Queda así unido solamente

por las disposiciones del acta de confederación; en todo lo demás conservan su

libre competencia. Están únicamente sujetos a las decisiones del poder

confederal en los asuntos expresamente previstos en el pacto; entre estos

generalmente se incluye lo relativo a las relaciones internacionales, en lo cual

delegan parte de su soberanía con objeto de que la confederación lleva, ante los

demás Estados, la representación de sus miembros. (Naranjo Mesa, 2000)

Alcides Alvarado señala que las características de esta forma de estado son:
a) La confederación de estados es una alianza reforzada, porque tiene una

organización compuesta por una Dieta o Asamblea de los estados, que se reúne

periódicamente para tratar de los asuntos comunes previstos en el pacto.

b) Pero no es un estado federal, porque está organización no tiene a crear una voluntad

estatal superior, ni una personalidad internacional, sino solamente un medio de ejercer

en común la voluntad propia de cada uno de los estados confederados. La dieta, o el

consejo de ministros, no es el órgano de un súper estado, sino una especie de conferencia

internacional en la que las decisiones importantes se adoptan únicamente con la

unanimidad de votos de los estados incluso, a veces, por medio del referéndum”

(Alvarado, 1994)

1.1.2. Por el Orden Jurídico

Teniendo en cuenta el orden jurídico, en cuanto al poder, el derecho y la sociedad,

los estados pueden ser clasificados en:

Estado Social

Esta forma de estado intenta garantizar, a partir de condiciones materiales mínimas

para los individuos, el ejercicio de los derechos ciudadanos. Dentro de esta forma de estado

no se prioriza la libertad jurídica y política sino, la igualdad social. Es por ello que apunta a

reivindicar a los grupos económicos con mayor debilidad y fomenta la pluralidad para

controlar el ejercicio del poder político y para expresar las demandas sociales.

Otra de las metas que se proponen los estados sociales es que los ciudadanos puedan

tener una mayor participación en los ámbitos económicos, políticos, culturales y sociales.

Para que esto pueda concretarse es que se promueve la división del poder no solo de forma
horizontal, sino también vertical y en donde existe un control de los órganos de poder. Otro

rasgo de esta forma de estado es que fomenta la intervención social en el ámbito económico

siendo el estado un ente encargado de garantizar la protección de la sociedad y de

comportarse como un actor económico.

Estado Liberal

En estados como estos, los elementos que componen al orden jurídico y político

intentas que los derechos de los ciudadanos queden garantizados. Para ello, existen las leyes

y la constitución, a la que deben ser sometidos tanto los ciudadanos como los poderes

públicos.

Por otro lado, dentro de un estado liberal existe una división de poderes; se reconocen

una serie de libertades y derechos de los ciudadanos, que cuentas con garantías de tipo

jurídicas y busca evitar cualquier abuso de poder. Dentro de las libertades que esta forma de

estado intenta garantizar, se encuentran las políticas y las civiles. A diferencia del estado

social, en el liberal, el estado no opera como un actor económico, aunque no se descartan las

medidas proteccionistas para fomentar la actividad nacional.

Estado de Bienestar

Esta forma de estado surge en la década de los 30. De acuerdo a esta forma de estado,

diseñado a partir de las ideas keynesianas, es el propio estado el que generar las condiciones

de empleo, crecimiento y diseñar condiciones de solidaridad para que, a partir de ellas exista

un reparto del crecimiento y de los esfuerzos de forma equitativa y justa.


De esta manera, el estado se convierte en un protagonista dentro del ámbito

económico que busca convertirse en Estado de Bienestar, lo cual implica que haya un

crecimiento en la prestación de servicios públicos tales como la salud, la educación, la

seguridad, la asistencia y la vivienda. Además, se busca alcanzar el cumplimiento de los

derechos laborales; la distribución de la existencia; un sistema impositivo progresivo y el

pleno empleo, entre otros logros.

1.1.3. Por quién y cómo se ejerce el poder político

Tomando como referencia la persona o personas y la manera cómo se ejerce el poder

político, se identifican dos formas de estado:

Dictadura

Estas formas de estado, que por lo general se consolida a partir de un golpe de estado

militar o civil. Se caracterizan por el hecho de que el ejercicio del poder se concentra en

manos de una sola persona o grupo selecto y que no suele tener reconocimiento jurídico.

En los estados dictatoriales por lo general no existe una división de poderes y las

decisiones suelen ser tomadas de manera arbitraria y en base a los intereses de determinados

grupos y no a las necesidades de las mayorías. Sumado a esto, no existen mecanismos

institucionales que le permitan a sectores opositores alcanzar el ejercicio de poder.

Democracia

En esta forma de estado, en cambio, el poder es ejercido por el conjunto de la

sociedad, por medio de la participación indirecta o directa, otorgándole legitimidad a quienes

la representan. Cuando la democracia es directa, implica que son los miembros de la


sociedad los que toman las decisiones. En las indirectas, en cambio, son los individuos

elegidos por el pueblo los que tienen la facultad de decidir en nombre de la sociedad. A esta

última forma de democracia también se la conoce bajo el nombre de representativa.

1.1.4. Por su caracterización histórica

Estado absolutista

Los poderes se encuentran concentrados en una sola persona o grupo (rey o

emperador) cuya palabra significa el derecho en ese estado. No hay división de poderes.

A este tipo de estado se le puede atribuir la frase “El estado soy Yo” que es la

traducción de la frase atribuida a Luis XIV, “L'état c'est moi”, la más clara descripción del

estado absolutista. El estado adopta esta forma en base a la relación dada entre sus tres

elementos constitutivos que son: el territorio (o país), la población (o nación) y el poder (o

forma de gobierno).

Estado de derecho

Existe división de poderes y su ejercicio se encuentra sometido al derecho y limitado

por él. El Ecuador es un estado de derecho, se rige por normas plenamente establecidas y

contempladas en el ordenamiento jurídico nacional.

El portal Wikipedia define al estado de derecho así:

Es aquel que se rige por un sistema de leyes e instituciones ordenado en torno de una

constitución, la cual es el fundamento jurídico de las autoridades y funcionarios, que se


someten a las normas de esta. Cualquier medida o acción debe estar sujeta o ser referida a

una norma jurídica escrita. (WIKIPEDIA, eciclopedia libre, 2015)

Estado autoritario

Los derechos de la libertad se encuentran limitados por un ejercicio abusivo del

poder.

El autoritarismo es, en términos generales, una modalidad del ejercicio de la

autoridad en las relaciones sociales, por parte de alguno o algunos de sus miembros, en la

cual se extreman la ausencia de consenso, la irracionalidad y la falta de fundamentos en las

decisiones, originando un orden social opresivo y carente de libertad para otra parte de los

miembros del grupo social.

1.2.NACIÓN

El portal significados.com define a Nación de la siguiente manera:

Nación es el conjunto de personas, por lo general de la misma etnia, que hablan el mismo

idioma y tienen las mismas costumbres, formando de esta manera un pueblo. Una nación

se mantiene unida por las costumbres, las tradiciones, la religión, el idioma y la

conciencia nacional. La palabra nación proviene del latín nātio (derivado de nāscor,

nacer), que podía significar nacimiento, pueblo (en sentido étnico), especie o clase.

Los elementos como el territorio, el idioma, la religión, las costumbres y la tradición,

por sí mismos, no constituyen el carácter de una nación. El elemento dominante debe

ser la convicción de una vida colectiva, es cuando la población siente que constituye un
organismo o un grupo, distinto de cualquier otro, con vida propia, intereses especiales

y necesidades.

La nación no se anula a pesar de poder ser dividida en varios estados, y también muchas

naciones pueden unirse para formar un país. El Estado es una forma política, adoptada

por un pueblo con voluntad política, y la nación existe sin cualquier tipo de organización

legal, sólo significa la sustancia humana que la forma, actuando en su nombre y por sus

propios intereses. (Significados.com., s/f)

Rodrigo Borja, Ex Presidente de la República y autor de la Enciclopedia de la

Política, diferencia el estado, con lo que muchos confunden como sinónimos y señala que:

La Nación es un concepto eminentemente étnico y antropológico, referido a un grupo

humano unido por vínculos naturales, que pierde sus orígenes en remotos tiempos. La

Nación Existió mucho antes que el Estado.

Estado, en cambio, es un concepto jurídico y político: designa a nación jurídica y

políticamente organizada sobre un territorio. Para decirlo de otra manera: el Estado es

la vestidura orgánica política de la nación. El Estado es una armazón colocada sobre la

nación preexistente como unidad antropológica y social.

La nación es, por tanto, la base humana histórica “ab inmemorabili” sobre la que El

Estado se levanta.

La mayoría de los Estados se ha organizado sobre más de una nación, de modo que

regimentan a diversos grupos étnicos, culturales y religiosos y los reducen a una sola

unidad política bajo su orden jurídico unitario. Esto pone en evidencia que los conceptos
“Estado” y “nación” no sólo que no son iguales, sino que no siempre marchan juntos,

pues un Estado puede levantarse sobre dos o más naciones en tanto que una nación

puede dividirse políticamente en más de un Estado. La mayoría de los Estados tiene

carácter plurinacional porque se han organizado sobre más de una nación, de modo que

regimentan diversos grupos étnicos, culturales y religiosos y los reducen a una sola

unidad política bajo la ley. Existen aproximadamente dos mil naciones y solamente

doscientos Estados, por lo que el fenómeno general es la multinacionalidad estatal y son

muy pocos los Estados montados sobre una sola nación. "País" es el Estado mirado

desde el punto de vista geográfico, económico o estadístico y denota las riquezas

naturales, la economía, el paisaje y los datos estadísticos de población y producción. El

término "patria", en cambio, es esencialmente sentimental y subjetivo. Se refiere al país

donde se ha nacido y al que se debe lealtad. En ningún caso puede usarse la palabra

"patria" como sinónimo de "Estado" o de “país”. Cuando se habla de patria no se piensa

en el ordenamiento jurídico, ni en la estructura de autoridades, ni en la economía sino

en la tierra natal. De ahí deriva la palabra "patriotería", que significa la simulación de

virtudes patrióticas o la candorosa y desorbitada creencia en las excelsitudes de su país.

El patriotero es generalmente un chovinista. Llega a la idolatría, real o simulada, de los

símbolos patrios, pero descuida los verdaderos deberes del patriotismo. (Borja, 2011)

Nación es un grupo humano, unidos por vínculos de raza, lengua, tradición,

costumbres, lengua etc., no tiene territorio ni gobierno, a diferencia del estado que es una

persona jurídica que tiene territorio, población gobierno y un fin común, por lo general en el

estado pueden asentarse varias naciones, a la nación muchas veces se la relaciona con la

población en el estado.

1.3. GOBIERNO
Una forma de gobierno es un sistema por el cual las autoridades de un estado gobierna las

instituciones. Algunas de las formas de clasificar a los gobiernos es: según la época, el número

de gobernantes, según la forma de ejercer el poder o la estructuración de un órgano.

Rodrigo Borja, en la Enciclopedia de la Política, sobre las formas de Gobiernos

señala:

A lo largo del tiempo se han propuesto las más variadas tipologías de las formas de

gobierno. Recordemos que Aristóteles (384-322 a. C.) y otros pensadores de la

Antigüedad, con base en un criterio eminentemente ético, dividieron a las formas de

gobierno en monarquía, aristocracia y democracia, según que el poder sea ejercido por

uno, varios o muchos titulares, de modo que, como decía Marco Tulio Cicerón (106-43

a. C.), “cuando el gobierno de todas las cosas está en manos de uno solo, este señor

único toma el nombre de rey y esta forma de gobierno se llama monarquía. Cuando la

dirección la ejercen algunos hombres escogidos, el gobierno es aristocrático. Gobierno

popular, así se lo llama, es aquel en que el pueblo lo dispone todo”. Estas son las formas

puras de gobierno. Pero la suplantación del interés general por el interés particular de

quienes gobiernan convierte a la monarquía en tiranía, a la aristocracia en oligarquía y

a la democracia en demagogia. Advienen, entonces, las formas impuras.

Aristóteles, en el libro III, capítulo V, de su Política afirmó que “monarquía es aquel

Estado en que el poder dirigido al interés común no corresponde más que a uno solo;

aristocracia, aquel en que se confía a más de uno, y democracia, aquel en que la multitud

gobierna en utilidad pública. Estas tres formas pueden degenerar: el reino en tiranía, la

aristocracia en oligarquía, la democracia en demagogia”.

La tipología aristotélica se basó en la consideración de quién gobierna y cómo gobierna.

Si el poder era ejercido por uno pero en beneficio general: monarquía. Si por pocos en
provecho de todos: aristocracia. Si por muchos y en conveniencia general: democracia.

La sustitución del interés general por el particular de los gobernantes produce la

degeneración de las formas de gobierno: la monarquía en tiranía, la aristocracia en

oligarquía y la democracia en demagogia.

El profesor Norberto Bobbio sostiene que “en la historia de las doctrinas políticas se

considera que fue Aristóteles quien especificó y definió por primera vez la demagogia

señalándola como la forma corrupta o degenerada de la democracia que lleva a la

insitución de un gobierno despótico de las clases inferiores o de muchos, que gobiernan

en nombre de la multitud”.

Más tarde Charles-Louis de Secondat, mejor conocido como Montesquieu (1689-1755),

elaboró su tipología de las formas de gobierno a partir de las condiciones en las que se

desarrolla la vida política y de los factores que influyen decisivamente sobre su

estructura y funcionamiento. Fundó la distinción entre república, monarquía y

despotismo en la combinación de dos juicios de valor sobre lo que él denominó

“naturaleza” y “principio” del gobierno. La naturaleza del gobierno depende del número

de titulares y de la forma como ejercen el poder. Afirmó que en la república todo el

pueblo o una parte de él ejerce el poder con entero sometimiento a la ley; que en la

monarquía una sola persona —el soberano— gobierna sobre la base de leyes fijas y

estables; y que en el despotismo un solo individuo gobierna sin leyes. Agregó

Montesquieu que el principio del gobierno es la actitud que anima al pueblo en su vida

social. La república se funda en la virtud, la monarquía en el honor y el despotismo en

el miedo.
No es posible hacer aquí la historia de las formas de gobierno formuladas por los

pensadores a lo largo del tiempo. Se han propuesto las más variadas e intrincadas

tipologías, de acuerdo con sus peculiares perspectivas ideológicas.

Desde mi punto de vista, tomando como criterios diferenciales la forma de lucha por el

poder, los modos de llegar a él, la manera en que se lo desempeña y la naturaleza del

jefe del Estado, se pueden distinguir dos formas de gobierno básicas: monarquía y

república. Esta es, en mi concepto, la clasificación más lógica y clara. Se basa en la

lucha por el poder, el modo de llegar a él, la forma cómo se lo ejerce y quién lo ejerce.

Estos factores tienen un valor decisorio. ¿Se lo acciona de modo limitado, responsable,

electivo y alternativo? ¿Quiénes llegan al poder lo hacen por la vía electoral? Entonces

se trata de un gobierno republicano. ¿Se ejercita el poder en forma ilimitada, hereditaria,

vitalicia y jurídicamente irresponsable? ¿El gobernante llega al lugar de mando por la

vía hereditaria? Entonces es un gobierno monárquico.

Estas dos formas cardinales de gobierno admiten modalidades y variaciones por la

combinación de sus elementos: monarquía absoluta y monarquía constitucional,

república presidencial y república parlamentaria.

No es fácil tratar el tema. Las instituciones políticas son seres vivos y no entregan

fácilmente sus secretos al investigador. De otro lado, la realidad es demasiado fecunda

y rica como para que pueda ser encasillada en esquematizaciones rígidas. En general, la

manera de ser política de un pueblo, o sea su “régimen”, no siempre está en su esquema

constitucional y legal. Con frecuencia la solución política efectiva de una comunidad

difiere de lo que estatuyen sus leyes, por la gravitación de factores reales que

condicionan con fuerza la organización social. De aquí que el verdadero régimen


político de un pueblo debe buscarse en el orden de la realidad antes que en el mundo de

las normas. (Borja, Enciclopedia de La Pólítica [versión electrónica], 2013)

1.3.1. CLASIFICACIONES DE GOBIERNO

Aristóteles

Realizó una de las primeras clasificaciones de gobierno, tomó en cuenta el número

de gobernantes y estableció:

Gobierno de uno: Monarquía.

De varios: Aristocracia.

De todos: República.

Otro punto fue cómo era la manera en que se ejercía el gobierno; estableciendo

diferencias entre las formas puras e impuras, ya que era pura cuando el gobierno se ejercía

en beneficio e interés de todos y se practicaba la justicia, e impura cuando se buscaba el

interés de los gobernantes. Aristóteles enlaza las formas puras con las impuras.

Dice que el gobierno de uno basado en el interés general se llama Monarquía.

El de algunos sea cual fuere el número, se llama Aristocracia, o sea el gobierno de

los mejores; y el de todos: República.

Montesquieu. - Realiza otra clasificación de las formas de gobierno relacionando

básicamente dos formas: La Monarquía y La Republica.


La Monarquía

La titularidad del poder ejecutivo se adquiere hereditariamente, se la conserva de por

vida y no se tiene responsabilidad política en su gestión. En la actualidad en la Monarquía

existen además del Monarca, que es el jefe del estado, un Jefe de gobierno o Primer ministro,

que sí responde políticamente.

La República

En esta forma de gobierno, el Jefe del estado es elegido por el pueblo, ya sea en forma

directa o indirecta, dura temporalmente en su cargo y es políticamente responsable.

Otras formas de gobierno.

Otra distinción posible de establecer de las formas de ejercer el poder político es la

de gobiernos autocráticos y gobiernos democráticos.

Los gobiernos de formas autocráticas se pueden derivar en:

Gobiernos Autocráticos

Se suele llamar autoritarios a los regímenes que privilegian el aspecto del mando y

menosprecian la participación, concentrando su poder político en un solo hombre o un solo

órgano y restando valor a las instituciones representativas.

Totalitarismo

Los elementos constitutivos del totalitarismo son la ideología totalitaria, el partido

único, el dictador, el terror. La ideología totalitaria proporciona una explicación indiscutible


del curso histórico, una crítica radical de la situación existente y una guía para su

transformación igualmente radical.

Gobiernos Democráticos

Abraham Lincoln en el Discurso de Gettysburg en 1863 define a la democracia como:

“ (...) nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación

concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas

iguales (....) debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros (...) que

el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la Tierra”. (

Gettysburg Address, 2015)

Los regímenes democráticos, por su parte, pueden asumir distintas formas:

Democracia Directa

Donde el pueblo ejerce por sí mismo la soberanía. Las decisiones las toma el pueblo

soberano en asamblea. Ejemplo Ecuador.

Democracia Semidirecta

Donde el pueblo delega el ejercicio de una parte de la soberanía en sus gobernantes,

pero se reserva el ejercicio de otros. En la democracia Semidirecta el pueblo se expresa

directamente en ciertas circunstancias particulares (Plebiscito, Referéndum, Revocatoria del

mandato).

Democracia Representativa
En esta forma de gobierno, el pueblo delega la soberanía en autoridades elegidas en

forma periódica y que son políticamente responsables.

El pueblo se limita a elegir a sus representantes para que estos deliberen y tomen las

decisiones con el poder que el pueblo les otorga por medio del voto. (Asamblea Nacional)
CAPÍTULO II

2. EL ESTADO Y SU RELACIÓN CON LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

2.1. LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

La administración pública está caracterizada por atributos propiamente estatales.

Dicha administración, por principio, es una cualidad del estado y solo se puede explicar a

partir del estado. Tal aseveración es aplicable a todas las organizaciones de dominación que

se han sucedido en la historia de la humanidad, pero para nuestro caso, es suficiente con

ceñirnos al estado tal y como lo denominó Maquiavelo tiempo atrás: "los estados y

soberanías que han existido y tienen autoridad sobre los hombres, fueron y son, o repúblicas

o principados".

La índole de esa cualidad del estado es el movimiento, de modo que la administración

pública consiste en la actividad del estado. Tal como es observable a lo largo del pensamiento

administrativo, esta noción de administración pública ha extraordinariamente consensual,

tanto en el tiempo, como en el espacio. En Alemania, Carlos Marx se refirió a la actividad

organizadora del estado y Lorenz von Stein a la actividad del estado; en tanto que los Estados
Unidos, Woodrow Wilson discernía sobre el gobierno en acción, Luther Gulick sobre el

trabajo del gobierno y Marshall Dimock al estado como constructor.

La voluntad del estado supone un objeto sobre el cual actúa. Cuando la acción se

repite continuamente, se llama "actividad". Lo anterior sirve a Lorenz von Stein para explicar

que "esta actividad del Estado, que tiene lugar mediante los órganos estatales y constituye,

por lo tanto, la vida propiamente exterior del Estado, es lo que se llama administración del

Estado”. (Stein, 1981, pág. 33)

Se pude afirmar que la Administración Pública constituye la actividad del estado que

está encaminada a producir las condiciones que facilitan la perpetuación de la sociedad y

crear las capacidades de desarrollo de los elementos que la constituyen.

Los elementos constitutivos de la sociedad son de dos tipos: colectivos e individuales

En sentido estricto, Administración Pública es la actividad que desarrolla la vida

asociada a través del orden, la seguridad y la subsistencia; es decir, auspicia la convivencia

civilizada. Consiste en una capacidad que produce civilidad.

La Administración Pública se relaciona con el estado cuando esta interviene

directamente buscando el movimiento del estado, según lo afirma Dimock:

La Administración Pública no es meramente una máquina inanimada que ejecuta

irreflexiblemente el trabajo del gobierno. Si la Administración Pública tiene relación con los

problemas del gobierno, es que está interesada en conseguir los fines y los objetivos del
Estado. La Administración Pública es el Estado en acción, el Estado como constructor.

(Dimock, 1967)

Los estados más poderosos son los mejor administrados y, por consiguiente, aquellos

cuya balanza comercial es favorable, que detentan una hacienda pública sana, y que

producen lo suficiente para sostener a los habitantes del país y traficar con el excedente; pero

primordialmente son poderosos porque su administración pública ha sido capaz de alimentar

y educar a la población, brindarle salud y asistencia, y procurarles lo necesario para facilitar

la convivencia civilizada.

La Administración Pública es la actividad del estado. A grandes rasgos, dicha

actividad puede clasificarse en dos grandes tipos: actividades funcionales y actividades

institucionales.

Las actividades funcionales

Son las que tienen como propósito dirigir la realización del trabajo que es el objeto

vital de la Administración Pública.

Las actividades funcionales entrañan un territorio de infinitas variedades, un abanico

de actos estatales de un orden tan diverso como lo han sido las responsabilidades del estado

a lo largo de la historia. Max Weber había advertido acerca de que difícilmente habría una

tarea que no hubiera tenido alguna relación con el estado, pero que al mismo tiempo se le

considerara perpetuamente de su monopolio. Esto es cierto, pero desde el siglo XVIII es

evidente que el estado ha monopolizado actividades funcionales que le son inherentes, tales

como las relaciones exteriores, defensa, finanzas, justicia y el control.


Las actividades institucionales

Son aquellas cuyo objeto es el mantenimiento y operación de la Administración

Pública, por cuanto que constituye un organismo.

Las actividades institucionales, por su parte, son aquellas que están involucradas en

la seguridad y mantenimiento de la planta física, el reclutamiento y manejo de personal, así

como la contabilidad y la información. Todas estas actividades, que tienen un carácter

esencial, son distintas sustancialmente de las actividades funcionales no solo por cuanto a

clase, sino por el hecho que no son realizadas como un fin en sí mismo, sino como medios

para alcanzar los propósitos a cargo de aquellas.

El alcance de la administración pública, por consiguiente, llega al límite donde la

necesidad de la realización de los fines del estado lo demanda. No hay, pues, más límites

que esas necesidades.

La Administración Pública está relacionada con el qué y el cómo del gobierno. El

qué es el objeto, el conocimiento técnico de un campo que capacita al administrador para

realizar sus tareas. El cómo son las técnicas de dirección, los principios de acuerdo a los

cuales se llevan al cabo exitosamente los programas cooperativos. Cada uno es

indispensable; juntos forman la síntesis llamada administración. (Dimock, 1947)

La Administración Pública; es por lo tanto, el sistema administrativo de un estado,

de una ciudad, de una comuna o centro poblado; y que existe principalmente para dos cosas:

 Prestar servicios públicos a la comunidad a quién se debe; y


 Ejercitar controles públicos a las personas y la propiedad dentro de su dominio.

Los asuntos administrativos del estado entrañan una índole inherentemente pública,

por la naturaleza social de las funciones que realiza. La administración pública hunde sus

raíces en el seno de la sociedad, y está, por así decirlo, preñada de naturaleza social.

La Constitución de la República define a la Administración Pública en relación con

el estado en el artículo 227 así: “La administración pública constituye un servicio a la

colectividad que se rige por los principios de eficacia, eficiencia, calidad, jerarquía,

desconcentración, descentralización, coordinación, participación, planificación,

transparencia y evaluación”. (Constitución de la República del Ecuador, 2008)

Por lo expuesto se puede determinar que el estado se relaciona directamente con la

Administración Pública.

La Constitución de la República le da la facultad al jefe de estado y de gobierno, ser

el responsable de la Administración Pública, es el estado quien garantiza los servicios

públicos y lo hace a través del sector público, que se encuentra organizado por instituciones

y empresas públicas que brindan servicios en beneficio de la colectividad, con eficiencia,

eficacia y calidad.

2.2. EL SECTOR PÚBLICO

El sector público en nuestro país y de acuerdo a la Constitución según el artículo 225

se encuentra conformado por:


1. Los organismos y dependencias de las funciones Ejecutiva, Legislativa, Judicial,

Electoral y de Transparencia y Control Social.

2. Las entidades que integran el régimen autónomo descentralizado.

3. Los organismos y entidades creados por la Constitución o la ley para el ejercicio

de la potestad estatal, para la prestación de servicios públicos o para desarrollar actividades

económicas asumidas por el estado.

4. Las personas jurídicas creadas por acto normativo de los gobiernos autónomos

descentralizados para la prestación de servicios públicos. (Constitución de la República del

Ecuador, 2008)

2.2.1. Los organismos y dependencias de las funciones Ejecutiva, Legislativa,

Judicial, Electoral y de Transparencia y Control Social.

Montesquieu, parte de una hipótesis de que todo hombre o mujer que tiene poder,

tiende a abusar de él, en base a esto concibió su teoría de la separación de los poderes: “Que

el que hace las leyes no sea el encargado de aplicarlas ni ejecutarlas; que el que las ejecute

no pueda hacerlas ni juzgar de su aplicación; que el que juzgue no las haga ni las ejecute”.

Con esta teoría da origen a la creación de la Función Ejecutiva, Legislativa y Judicial.

(Montesquieu, 1992).

Función Ejecutiva

Administra la institucionalidad pública, es decir que es la encargada de prestar

servicios públicos (como por ejemplo seguridad, vialidad, salud, educación, entre otros)
además de recolectar el dinero del Presupuesto General del Estado y repartirlo a todas las

instituciones públicas para el cumplimiento de sus funciones. También planifica, ejecuta y

evalúa las políticas públicas.

La Constitución de la República en el artículo 141 expresa:

La Presidenta o Presidente de la República ejerce la Función Ejecutiva, es el Jefe del

Estado y de Gobierno y responsable de la administración pública.

La Función Ejecutiva está integrada por la Presidencia y Vicepresidencia de la

República, los Ministerios de Estado y los demás organismos e instituciones necesarios

para cumplir, en el ámbito de su competencia, las atribuciones de rectoría, planificación,

ejecución y evaluación de las políticas públicas nacionales y planes que se creen para

ejecutarlas. (Constitución de la República del Ecuador, 2008)

El Ecuador al ser República se basa esencialmente en la división de poderes, así como

para cumplir sus competencias puede dictar normas secundarias como decretos y

reglamentos, siendo esta función colegisladora en el Estado, se refiere Rodrigo Borja en su

enciclopedia de la Política al referirse a la Función Ejecutiva:

La separación o división de los poderes del Estado es una característica esencial de la

forma republicana de gobierno. Consiste básicamente en que la autoridad pública se

distribuye entre los órganos legislativo, ejecutivo y judicial, de modo que a cada uno de

ellos corresponde ejercer un cúmulo limitado de facultades de mando y realizar una

parte determinada de la actividad gubernativa.


La división de poderes es esencialmente un mecanismo de limitación de las atribuciones

de los órganos estatales mediante un sistema de “pesos y contrapesos” en el cual “el

poder detiene al poder” e impide los abusos de autoridad.

Este es, desde el punto de vista axiológico, el sentido del sistema. Pero él responde

también a finalidades funcionales determinadas por el principio de la división del

trabajo, que demanda la creación de órganos especializados para cada una de las

funciones gubernativas del Estado. De modo que bien puede decirse que la división de

poderes obedece a preocupaciones de libertad tanto como a exigencias técnicas del

ejercicio del gobierno.

La función ejecutiva desarrolla toda la actividad “concreta” y “visible” del gobierno, en

el sentido de que asume no sólo la conducción administrativa del Estado sino la solución

de los problemas reales de la sociedad, para lo cual, actuando con subordinación al

ordenamiento jurídico expedido por el parlamento, imparte órdenes e impone su

cumplimiento con el respaldo de la fuerza pública, cuyo manejo le compete. Para

cumplir con sus obligaciones, la función ejecutiva puede dictar normas jurídicas

secundarias (decretos y reglamentos) en ejercicio de la “facultad reglamentaria” de que

está investida. Esas normas están referidas siempre a personas y casos concretos y

particulares y en eso se diferencian de las leyes, que son normas jurídicas de validez

general.

Al Presidente de la República, que es el jefe del gobierno, le compete administrar el

Estado con arreglo a la normativa que recibe de la función legislativa. Es el órgano

superior jerárquico de la administración pública. Nombra y remueve a sus funcionarios

y empleados. Ejerce las funciones de comandante en jefe de las fuerzas armadas y de la

policía en los sistemas presidencialistas. Conduce la política exterior y representa al


Estado en las relaciones internacionales. Cobra los tributos y dispone los egresos del

Estado. Tiene ciertas facultades colegislativas por su derecho de iniciativa de las leyes,

de sanción o veto de ellas y de su promulgación en la gaceta oficial.

El mecanismo de la división tripartita de poderes opera de manera que ninguno de ellos

puede prevalecer sobre los demás y convertirse en instrumento de despotismo. Los

poderes legislativo, ejecutivo y judicial tienen su órbita de atribuciones jurídicamente

reglada. Ninguno de ellos puede interferir en las facultades del otro. La Constitución

señala taxativamente las materias que les competen. Al poder legislativo le corresponde

principal, aunque no únicamente la tarea de formular el orden jurídico general del

Estado y vigilar la gestión de ciertos funcionarios de la administración pública, a

quienes puede pedirles cuenta de sus actos. Al poder ejecutivo le compete administrar

el Estado mediante actos referidos a personas y casos concretos, dentro del marco legal

dictado por el órgano legislativo. Y al poder judicial le incumbe la administración de

justicia, o sea la declaración de lo que es derecho en cada caso de controversia.

Una de las características diferenciales entre las funciones legislativa y ejecutiva es que

la operación de la primera, por lo general, es estacional, o sea que no trabaja todo el

año; mientras que la segunda tiene una actividad ininterrumpida y permanente. La

naturaleza de sus funciones exige continuidad en sus acciones.

Cada uno de ellos desempeña una función distinta y específica, en la que no pueden

participar los restantes poderes a menos que la Constitución autorice explícitamente esa

participación. Aunque se habla de “separación” de funciones, el sistema no aísla entre

sí a los poderes del Estado ni suprime la necesaria y útil conexión que debe existir entre

ellos. Todo lo contrario: promueve su funcionamiento coordinado de modo que puedan

realizar de mancomún aquellos actos que la Constitución, por la singular importancia


que entrañan, no quiere que sean obra de un solo poder. Se produce así el juego

mecánico que equilibra las fuerzas del Estado y pone en funcionamiento los sistemas de

control y fiscalización recíprocos para que el poder detenga al poder y evite los abusos

de autoridad.

Así, el poder legislativo tiene como deber específico formular y expedir las leyes pero

ejerce también ciertas funciones judiciales con respecto al presidente de la república y

a sus ministros. La función ejecutiva, por su parte, además de sus tareas administrativas

desempeña también funciones de colegislación al ejercer su derecho de iniciativa o al

sancionar o vetar las leyes, cuyo control de constitucionalidad ejerce la función judicial.

Esto quiere decir que para que una ley pueda ser expedida se requiere la voluntad

concurrente de los legisladores y del Presidente de la República y que para mantener su

vigencia es necesario que la Corte Suprema de Justicia no la declare inconstitucional en

razón de violar derechos, garantías o procedimientos consagrados en la Constitución.

Por su parte, el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, según el esquema

norteamericano seguido por algunos países, debe presidir las sesiones del Senado en el

caso de juzgamiento de la responsabilidad oficial del Presidente de la República. Este,

a su vez, mediante el otorgamiento del indulto o el ejercicio del derecho de gracia,

participa en la Función Judicial. Así se entreteje la complicada trama de relaciones y de

controles recíprocos entre los tres poderes, que previene el abuso de autoridad.

En el esquema planteado no existe superioridad jerárquica entre los tres poderes: la

relación establecida entre ellos es de coordinación y no de subordinación. Si un poder

puede enervar los actos de otro no es porque tenga mayor autoridad sino porque cada

uno de ellos ejerce una función específica. Eso pasa con el ejecutivo cuando veta una

ley o con el congreso cuando juzga la conducta de los funcionarios de la administración

o con los tribunales de justicia que someten a juicio a legisladores o a ministros. En su


campo específico cada poder es supremo. Precisamente lo que se ha propuesto la teoría

de Montesquieu es lograr un equilibrio político con base en que ningún poder prevalezca

sobre los demás. No hay, por tanto, “primer”, “segundo” o “tercer” poder del Estado en

sentido de ordenación jerárquica sino tres poderes coordinados, cada cual con sus

respectivas atribuciones y deberes, frente a la conducción del Estado. (Borja,

Enciclopedia de La Pólítica [versión electrónica], 2013).

La Función Ejecutiva es una de las principales funciones del estado, la ejerce el

Presidente de la República, quien es además, el Jefe del Estado y de Gobierno y responsable

de la Administración Pública, en la Función Ejecutiva la Administración Pública puede ser:

 Central

 Institucional

Función Legislativa

La Constitución de la República en el artículo 118 determina que:

La Función Legislativa se ejerce por la Asamblea Nacional, que se integrará por

asambleístas elegidos para un periodo de cuatro años.

La Asamblea Nacional es unicameral y tendrá su sede en Quito. Excepcionalmente

podrá reunirse en cualquier parte del territorio nacional.

La Asamblea Nacional se integrará por:

1. Quince asambleístas elegidos en circunscripción nacional.


2. Dos asambleístas elegidos por cada provincia, y uno más por cada doscientos mil

habitantes o fracción que supere ciento cincuenta mil, de acuerdo al último censo

nacional de la población.

3. La ley determinará la elección de asambleístas de regiones, de distritos

metropolitanos, y de la circunscripción del exterior. (Constitución de la República del

Ecuador, 2008)

Formular el orden jurídico general del estado y vigilar la gestión de ciertos

funcionarios de la Administración Pública son las funciones que le asigna Rodrigo Borja al

referirse a la Función Legislativa en su Enciclopedia de la Política.

El mecanismo de la división tripartita de la autoridad pública, que es la característica

propia y diferencial del sistema republicano de gobierno, opera de manera que ninguno

de los poderes puede prevalecer sobre los demás y convertirse en instrumento de

despotismo. Los poderes legislativo, ejecutivo y judicial tienen su propia órbita de

atribuciones jurídicamente regladas. A ninguno de ellos le es dado interferir en las

facultades de otro. La Constitución señala taxativamente las materias que les competen.

Al poder legislativo le corresponde principalmente (aunque no únicamente) formular el

orden jurídico general del Estado y vigilar la gestión de ciertos funcionarios de la

administración pública, a quienes puede pedirles cuenta de sus actos. Al poder ejecutivo

le compete administrar el Estado mediante actos referidos a personas y casos concretos,

dentro del marco legal dictado por el órgano legislativo. Y al poder judicial le incumbe

la administración de justicia, o sea la declaración de lo que es derecho en cada caso de

controversia.

La función legislativa formula y establece las normas generales y obligatorias de la

convivencia social. Estas son, para los gobernados, el límite de su autonomía personal,
puesto que ellos pueden hacer todo lo que no les está vedado por las leyes, y, para los

gobernantes, la sustancia de su poder, dado que no les está permitido hacer algo para lo

que no estén previamente autorizados por un precepto jurídico.

La formación de las leyes obedece a un proceso de cuatro etapas: iniciativa, discusión,

sanción y promulgación. Este es el curso de integración de ellas dentro del esquema

general de la división de poderes.

El derecho de iniciativa, que es la facultad de formular proyectos de ley y presentarlos

al congreso para su discusión, por lo común corresponde a los legisladores, al Presidente

de la República, a la Función Judicial y, en los países que tienen la institución de la

iniciativa popular, a un número determinado de ciudadanos que con su firma respaldan

un proyecto de ley.

La discusión y aprobación de él compete al órgano legislativo, de acuerdo con los

procedimientos y las normas que establece la Constitución y leyes del Estado.

La sanción, que es la aprobación por el jefe del Estado de un proyecto de ley aprobado

por el órgano legislativo, es la penúltima etapa, a la que sigue finalmente la

promulgación de la ley, esto es, su publicación solemne en el periódico oficial para

conocimiento general.

La ley rige desde el momento de su promulgación, a menos que ella señale otra fecha

para su vigencia.

Aunque se habla de “separación” de funciones, el sistema no aísla a los poderes del

Estado ni suprime la necesaria y útil conexión que debe existir entre ellos. Todo lo

contrario: promueve su funcionamiento coordinado, de modo que, respetando los unos


las atribuciones de los otros y controlándose recíprocamente, realizan de mancomún

aquellos actos que la Constitución, por la singular importancia que entrañan, no quiere

que sean obra de un solo poder.

Como es lógico, solamente los actos de menor importancia relativa están sometidos a la

competencia exclusiva de un poder. Todos los demás son objeto de competencias

concurrentes. Se produce así el juego mecánico que equilibra las fuerzas del Estado,

pone en funcionamiento los sistemas de control y fiscalización recíprocos, para que el

poder detenga al poder y evite los abusos de autoridad.

Pero ninguno de los poderes se limita estrictamente a su función específica sino que

desempeña también funciones secundarias. Esto hace posible el entrelazamiento

operativo de control. Así, el poder legislativo tiene como función específica formular y

expedir las leyes pero ejerce también ciertas funciones judiciales con respecto al

Presidente de la República y a sus ministros. La función ejecutiva, por su parte,

desempeña también funciones de colegislación al ejercer su derecho de iniciativa o al

sancionar o vetar las leyes, cuyo control de constitucionalidad ejerce usualmente la

función judicial. Esto quiere decir que para que pueda expedirse una ley se requiere la

voluntad concurrente de los legisladores y del Presidente de la República y que para

mantener su vigencia es necesario que la Corte Suprema de Justicia no la declare

inconstitucional por violar derechos, garantías o procedimientos consagrados en la

Constitución. Por su parte, el Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, según el

esquema norteamericano seguido por muchos Estados, debe presidir las sesiones del

Senado en el caso de juzgamiento de la responsabilidad oficial del Presidente de la

República. Este, a su vez, mediante el otorgamiento del indulto o el ejercicio del derecho

de gracia, participa en la función judicial.


Así se entreteje la complicada trama de relaciones y de controles recíprocos entre los

tres poderes, que previene el abuso de autoridad.

En el esquema planteado no existe superioridad jerárquica entre los tres poderes: la

relación establecida entre ellos es de coordinación y no de subordinación. Si un poder

puede enervar los actos de otro no es porque tenga mayor autoridad sino porque cada

uno de ellos ejerce una función específica. Eso pasa con el ejecutivo cuando veta una

ley o con el congreso cuando juzga la conducta de los funcionarios de la administración

o con los tribunales de justicia que someten a juicio a legisladores o a ministros. En su

campo específico cada poder es supremo. Precisamente lo que se ha propuesto la teoría

de Montesquieu es lograr un equilibrio político, con base en que ningún poder

prevalezca sobre los demás. No hay, por tanto, “primer”, “segundo” o “tercer” poder

del Estado en sentido de ordenación jerárquica sino tres poderes coordinados, cada cual

con sus respectivas atribuciones y deberes, frente a la conducción del Estado.

Es preciso aclarar que en el sistema parlamentario en el que el parlamento es el centro

de gravedad política del Estado este órgano tiene mayores atribuciones que el congreso

de los regímenes presidencialistas. En esa forma de gobierno, el parlamento y, dentro

de él, la mayoría parlamentaria es la fuerza determinante de la vida del Estado, tanto

porque inspira la orientación política del gobierno y califica su programa de acción

como porque está asistida del derecho de fiscalizar los actos del poder ejecutivo y de

exigir responsabilidades a sus titulares. Un fortalecido parlamento desempeña funciones

legislativas, políticas, administrativas, económicas y judiciales.

En los regímenes presidenciales puros, en cambio, el congreso se limita casi

exclusivamente a sus obligaciones legislativas. Sólo excepcionalmente ejerce facultades

de control político-administrativo. El presidente es el jefe del Estado y el jefe del


gobierno. No existe gabinete como órgano constitucionalmente reconocido. Tampoco

existe un primer ministro: todos los ministros tienen el mismo rango de secretarios del

presidente en las diferentes carteras. No rinden cuentas ante el congreso sino ante el

presidente y no pueden participar en los debates del congreso, con el cual se comunican

por escrito o a través de las comisiones legislativas. Sin embargo, siguiendo el modelo

norteamericano, en el que existe una disposición constitucional en virtud de la cual “el

Presidente, el Vicepresidente y todos los funcionarios civiles de los Estados Unidos

podrán ser destituidos de sus cargos si se les acusare y se les hallare culpables de

traición, cohecho u otros delitos y faltas graves”, el presidencialismo tiene

procedimientos especiales para el juzgamiento por el congreso de la responsabilidad

política de los principales titulares de la función ejecutiva. Este juzgamiento se

denomina impeachment en los Estados Unidos. El proceso se origina en la Cámara de

Representantes, que es la encargada de llevar la acusación ante el Senado, el cual actúa

como juez y debe estar presidido por el Presidente de la Corte Suprema de Justicia

cuando se trate de juzgar al Presidente de la República. La pena imponible al funcionario

culpable es la destitución del cargo, que puede ir acompañada de la inhabilitación para

desempeñar funciones de honor en el gobierno de los Estados Unidos. (Borja,

Enciclopedia de La Pólítica [versión electrónica], 2013)

Corresponde fiscalizar los actos de las funciones Ejecutiva, Electoral y Transparencia

Control Social, y los otros órganos del poder público, y requerir a las servidoras y servidores

públicos las informaciones que considere necesarias, así como expedir, modificar, reformar,

derogar e interpretar las leyes

Función Judicial

Tiene como objetivo administrar justicia en nombre de la república y por autoridad

de la ley, a través de las normativas establecidas principalmente en la Constitución y la Ley


Orgánica de la Función Judicial. Administrar Justicia, es la potestad pública de juzgar y

hacer ejecutar lo juzgado, en una materia determinada; por lo tanto, los órganos de la Función

Judicial no están revestidos de autoridad para ejercer otra actividad, que no sea la de dar a

cada uno lo suyo, dentro del mandato de la Constitución y la Ley.

La Constitución de la República se refiere a la función Judicial así:

Art. 167.- La potestad de administrar justicia emana del pueblo y se ejerce por los

órganos de la Función Judicial y por los demás órganos y funciones establecidos en la

Constitución.

Art. 177.- La Función Judicial se compone de órganos jurisdiccionales, órganos

administrativos, órganos auxiliares y órganos autónomos. La ley determinará su

estructura, funciones, atribuciones, competencias y todo lo necesario para la adecuada

administración de justicia.

Art. 178.- Los órganos jurisdiccionales, sin perjuicio de otros órganos con iguales

potestades reconocidos en la Constitución, son los encargados de administrar justicia, y

serán los siguientes:

1. La Corte Nacional de Justicia.

2. Las cortes provinciales de justicia.

3. Los tribunales y juzgados que establezca la ley.

4. Los juzgados de paz.

El Consejo de la Judicatura es el órgano de gobierno, administración, vigilancia y

disciplina de la Función Judicial.


La Función Judicial tendrá como órganos auxiliares el servicio notarial, los

martilladores judiciales, los depositarios judiciales y los demás que determine la ley.

La Defensoría Pública y la Fiscalía General del Estado son órganos autónomos de la

Función Judicial.

La ley determinará la organización, el ámbito de competencia, el funcionamiento de los

órganos judiciales y todo lo necesario para la adecuada administración de justicia.

(Constitución de la República del Ecuador, 2008)

Para Rodrigo Borja, la Función Judicial debe gozar de independencia de las demás

funciones del estado y ninguna autoridad podrá interferir en los procesos judiciales.

La separación o división de los poderes del Estado consiste básicamente en que la

autoridad pública se distribuye entre los órganos legislativo, ejecutivo y judicial, de

modo que a cada uno de ellos corresponde ejercer un cúmulo limitado de facultades de

mando y realizar una parte determinada de la actividad gubernativa.

El poder político, abstractamente considerado, es uno. Sin embargo, esto no obsta para

que se lo divida verticalmente y se encargue a órganos diferentes el ejercicio de las

porciones de poder resultantes de esa división. El propósito es evitar que la

concentración de la autoridad en un solo órgano estatal conduzca a la sociedad hacia el

despotismo. El fraccionamiento de la autoridad pública previene este peligro al asignar

a diferentes órganos el ejercicio de fracciones de poder. De este modo, ninguno de ellos

por sí solo tiene la fuerza suficiente para instaurar un régimen autoritario.

Dentro de este esquema, el principal cometido de la función judicial es impartir justicia

en la sociedad: o sea expresar la voluntad de la ley, como dicen algunos juristas. Esto
significa que le compete resolver, dentro del marco de la legislación que le ha sido dado

por la función legislativa, todas las reclamaciones cuya dirimencia judicial le sea

solicitada.

La función judicial no hace la ley sino que la aplica a los casos particulares. Sus fallos

son obligatorios sólo para las partes, aunque en algunos casos sientan “jurisprudencia”,

es decir, establecen una forma de interpretar y de aplicar la ley en casos similares. Sin

embargo, las sentencias —que así se llaman los pronunciamientos finales de los jueces

y tribunales en cada caso de litigio judicial— sólo son obligatorias para las partes

involucradas en el asunto que se juzga.

En el ejercicio de sus funciones los órganos judiciales deben gozar de total

independencia. Ninguna autoridad ni poder en el Estado puede interferir en los juicios

y procesos judiciales. Las normas constitucionales deben asegurar esa independencia,

de acuerdo a una vieja tradición que viene del Act of Settlement inglés de 1701, que

prohibió a la corona destituir a los jueces a menos que exista una petición del parlamento

aprobada por la Cámara de los Lores bajo acusación de la Cámara de los Comunes.

La función judicial está integrada por jueces, funcionarios y empleados que, en

conjunto, forman una unidad institucional. El concepto de juez es genérico puesto que

comprende a todos quienes están investidos de la autoridad de juzgar. Pero los que

ejercen una autoridad superior y forman parte de los tribunales de alzada se denominan

magistrados. En el comienzo los jueces avocaban conocimiento de todos los asuntos

acerca de los cuales litigaban las personas. No había la distinción que hoy es usual, en

razón de la materia, entre jueces de lo civil, lo laboral, lo penal, lo mercantil, lo agrario,

lo tributario, lo societario, lo contencioso administrativo, etc. Este desglosamiento es

fruto de la creciente complejidad de la vida social y de la especialización de las


diferentes ramas y subramas del Derecho. Lo cual forzó también a crear juzgados y

tribunales especializados para cada área jurídica, con lo que surgió la noción de la

competencia como un concepto distinto del de jurisdicción. La jurisdicción es la

potestad pública de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. Encierra tres elementos de

acuerdo con los viejos principios del Derecho Romano: la mera notio, o sea el

conocimiento de la cuestión controvertida; la iuris dictio, que es la decisión o la

resolución acerca de ella; y el imperium que es el poder que tiene el juez para imponer

el cumplimiento de sus resoluciones. La competencia, en cambio, es la distribución de

la jurisdicción entre los diferentes juzgados y tribunales en razón de la materia, el

territorio, las personas, los grados y la cuantía de las reclamaciones. Todos los jueces

ostentan jurisdicción pero sólo algunos de ellos tienen competencia para conocer un

asunto determinado.

A fin de asegurar la supremacía de las normas constitucionales sobre todas las demás

que de ellas se derivan, se ha establecido el control de la constitucionalidad que, en unos

Estados, se ejerce por la función judicial, siguiendo el modelo norteamericano, y en

otros, bajo la autoridad de un tribunal o consejo constitucional independiente, según la

usanza francesa. (Borja, Enciclopedia de La Pólítica [versión electrónica], 2013)

Función de Transparencia y Control Social

Es la encargada del control de la gestión pública en todos sus niveles: transparencia,

eficiencia, equidad y lucha contra la corrupción.

La integran los siguientes organismos autónomos:

 Contraloría General del Estado

 Superintendencia de Bancos

 Superintendencia de Compañías, Valores y Seguros


 Defensoría del Pueblo,

 Consejo de Participación Ciudadana y Control Social,

 Superintendencia de Economía Popular y Solidaria

 Superintendencia de Control del Poder de Mercado

 Superintendencia de la Información y Comunicación

Según mandato constitucional, esta función promoverá e impulsará el control de las

entidades y organismos del sector público, y de las personas naturales o jurídicas del sector

privado que presten servicios o desarrollen actividades de interés público, para que los

realicen con responsabilidad, transparencia y equidad; fomentará e incentivará la

participación ciudadana; protegerá el ejercicio y cumplimiento de los derechos; y prevendrá

y combatirá la corrupción.

La Constitución de la República refiere a la función de transparencia y control social

en el artículo 204 así:

El pueblo es el mandante y primer fiscalizador del poder público, en ejercicio de su

derecho a la participación.

La Función de Transparencia y Control Social promoverá e impulsará el control de las

entidades y organismos del sector público, y de las personas naturales o jurídicas del

sector privado que presten servicios o desarrollen actividades de interés público, para

que los realicen con responsabilidad, transparencia y equidad; fomentará e incentivará

la participación ciudadana; protegerá el ejercicio y cumplimiento de los derechos; y

prevendrá y combatirá la corrupción.


La Función de Transparencia y Control Social estará formada por el Consejo de

Participación Ciudadana y Control Social, la Defensoría del Pueblo, la Contraloría

General del Estado y las superintendencias. Estas entidades tendrán personalidad

jurídica y autonomía administrativa, financiera, presupuestaria y organizativa.

(Constitución de la República del Ecuador, 2008)

Función Electoral

Se encarga de garantizar los derechos políticos y de participación representativa,

organización y control de procesos electorales, registro de partidos y movimientos políticos,

entre otras actividades relacionadas con la actividad electoral.

Según la Constitución de la República en el artículo 217, la Función Electoral se

conforma:

La Función Electoral garantizará el ejercicio de los derechos políticos que se expresan

a través del sufragio, así como los referentes a la organización política de la ciudadanía.

La Función Electoral estará conformada por el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal

Contencioso Electoral. Ambos órganos tendrán sede en Quito, jurisdicción nacional,

autonomías administrativa, financiera y organizativa, y personalidad jurídica propia. Se

regirán por principios de autonomía, independencia, publicidad, transparencia, equidad,

interculturalidad, paridad de género, celeridad y probidad. (Constitución de la República

del Ecuador, 2008)

2.2.2. Las entidades que integran el régimen autónomo descentralizado.

También conocidos como GADs, son entidades del sector público que gozan de

autonomía propia, patrimonio económico y de capacidad jurídica para obrar y realizar actos
reglados y discrecionales que fueren necesarios para el cumplimiento de sus fines en la forma

y condiciones que determine la Constitución y las leyes y con facultad legislativa para dictar

ordenanzas, para gobernar, ejecutar y hacer cumplir sus órdenes. Cada circunscripción

territorial tendrá un gobierno autónomo descentralizado para la promoción del desarrollo y

la garantía del buen vivir, a través del ejercicio de sus competencias.

Estará integrado por ciudadanos electos democráticamente quienes ejercerán su

representación política.

Constituyen gobiernos autónomos descentralizados:

1. Las juntas o gobiernos parroquiales rurales,

2. Los concejos o gobiernos municipales,

3. Los concejos o gobiernos metropolitanos,

4. Los consejos o gobiernos provinciales y

5. Los consejos o gobiernos regionales.

El artículo 238 de la Constitución de la República se refiere a los Gobiernos

autónomos descentralizados así:

Los gobiernos autónomos descentralizados gozarán de autonomía política,

administrativa y financiera, y se regirán por los principios de solidaridad,

subsidiariedad, equidad interterritorial, integración y participación ciudadana. En

ningún caso el ejercicio de la autonomía permitirá la secesión del territorio nacional.

Constituyen gobiernos autónomos descentralizados las juntas parroquiales rurales, los

concejos municipales, los concejos metropolitanos, los consejos provinciales y los

consejos regionales. (Constitución de la República del Ecuador, 2008)


2.2.3. Los organismos y entidades creados por la Constitución o la ley para el ejercicio

de la potestad estatal, para la prestación de servicios públicos o para

desarrollar actividades económicas asumidas por el Estado.

En este numeral encontramos las entidades que se han constituido por aprobación en

la Asamblea Nacional, que fueron aprobados por Ley como el I.E.S.S., Banco de Desarrollo,

Corporación Financiera Nacional. Etc. y entre los organismos creados por la Constitución

tenemos la Procuraduría y Corte Constitucional.

2.2.4. Las personas jurídicas creadas por acto normativo de los gobiernos autónomos

descentralizados para la prestación de servicios público.

El acto normativo de los Gobiernos autónomos descentralizados son las ordenanzas,

por lo tanto, en este numeral se encuentran las empresas públicas creadas por los GADs, así

como los Registros de la Propiedad, Cuerpos de Bomberos Municipales, etc.


CAPÍTULO III

3. LAS IDEOLOGÍAS POLÍTICAS Y LA DEMOCRACIA EN EL

ECUADOR

3.1. IDEOLOGÍAS POLÍTICAS

Lo primero que debemos hacer antes de empezar a desentrañar el término ideología

es proceder a establecer el origen etimológico del mismo. En concreto está claro que procede

del griego y esta conformado por la unión de dos partículas de dicha lengua: idea, que se

define como “apariencia o forma”, y el sufijo logia, que puede traducirse como “estudio”.

La ideología política se convierte en la carta de presentación de los partidos políticos,

que se convierten en el pilar fundamental de la democracia, sin ellos sería imposible tener

un gobierno democrático.

El portal Wikipedia se refiere a ideología política así:

Muchos partidos políticos basan su acción política y manifiesto electoral en una

ideología. Según los estudios sociales, una ideología política es un juego ético de
ideales, principios, doctrinas, mitos o símbolos de un movimiento social, institución,

clase o un grupo grande que explica cómo la sociedad debería funcionar. Ofrece algún

programa político y cultural para un cierto orden social. Una ideología política se ocupa

mucho de cómo el poder debería asignarse y a cuáles fines debería concertar. Algunos

partidos siguen su ideología de manera estricta, aunque otros pueden tomar una

inspiración amplia de un grupo de ideologías relacionadas, sin específicamente abrazar

una idea específica. La popularidad de una ideología es en parte debida a la influencia

de empresarios morales, quienes a veces actúan en sus propios intereses.

Las ideologías políticas tienen dos dimensiones:

Fines: cómo la sociedad debería funcionar u organizarse.

Métodos: la manera más apropiada para lograr este fin.

Una ideología es una colección de ideas. Usualmente, cada ideología contiene ciertas

ideas de lo que considera la mejor forma de gobierno (por ejemplo, la democracia, la

teocracia, etc.), y el mejor sistema económico (por ejemplo, el capitalismo, el

socialismo, etc.). En ocasiones se usa la misma palabra para identificar una ideología y

una de sus ideas principales. Por ejemplo, el "socialismo" puede referirse a un modelo

económico, o puede referirse a una ideología que apoya este sistema.

Las ideologías también identifican a sí mismas por su posición en el espectro político

(como la izquierda política, el centro político o la derecha política), aunque a menudo

sea controversial. Finalmente, los fundamentos ideológicos pueden distinguirse de

estrategias políticas (por ejemplo, el populismo), y de asuntos individuales sobre los


que un partido se construye (por ejemplo, la oposición a la integración europea o la

legalización de la marihuana). (WIKIPEDIA, eciclopedia libre, 2015)

Tradicionalmente los partidos políticos se agrupan en izquierda, centro o derecha

según sus propuestas económicas, políticas y sociales.

Izquierda política: considera prioritario el progresismo y la consecución de la

igualdad social por medio de los derechos colectivos (sociales) circunstancialmente

denominados derechos civiles, frente a intereses netamente individuales (privados) y a una

visión tradicional de la sociedad, representados por la derecha política. En general, tiende a

defender una sociedad aconfesional o laica, igualitaria y multicultural. En función del

equilibrio entre todos estos factores, la izquierda política se divide en multitud de ramas

ideológicas.

Centro izquierda: integra formaciones políticas de izquierda moderada, alejadas de

las denominadas izquierdas revolucionarias o del comunismo. Las ideologías típicas de la

centro izquierda en occidente y especialmente en Europa sería la socialdemocracia, la

Tercera Vía, el socioliberalismo, nueva izquierda. El electorado esencial del centro izquierda

lo compone la clase trabajadora urbana, la clase intelectual académica e, incluso, la

población rural. El ecologismo y el democristianismo podría estar incluidos en el centro

izquierda dependiendo del país, en Estados Unidos a diferencia de otros países el liberalismo

suele ser encuadrado en el centro izquierda, debido a la preponderancia del conservadurismo

y el ultra conservadurismo en ese país.


Centro: conjunto de partidos, políticas e ideologías que se caracteriza por

considerarse a sí misma equidistante, en el espectro político, de la derecha y la izquierda

política. Es conveniente no confundir el centrismo con el reformismo. Mientras el centrismo

valora las posiciones consensuales como un fin en sí mismas, el reformismo mantiene

objetivos de largo plazo para las cuales tales posiciones serían solo un momento en un

proceso progresista de avance moderado o paulatino. En la práctica política contemporánea,

tanto el centrismo como el reformismo proponen y defienden políticas de economía mixta y

de profundización de la democracia.

Centroderecha comprende a las personas u organizaciones que comparten

ideologías de derecha y del centro o un intermedio entre ambas. La centroderecha encuadra

esencialmente el conservadurismo laico o secular, además de algunas corrientes del

liberalismo y el democristianismo. El electorado esencial de la centroderecha lo componen

la clase media urbana profesional y la población rural.

Derecha política es un concepto que se refiere al segmento del espectro político

asociado a posiciones conservadoras, religiosas o bien simplemente opuestas a la izquierda

política. Engloba por tanto a corrientes ideológicas muy diversas cuyas separaciones puede

ser tajante, dependiendo de que consideren prioritaria la defensa de la libertad individual

(liberalismo), la defensa de la patria (nacionalismo, patriotismo) o de que ante todo busquen

el mantenimiento del orden social establecido (tradicionalismo, conservadurismo). En

oposición a la izquierda política, el sector más liberal enfatiza el libre mercado por encima

del intervencionismo de las administraciones públicas y busca potenciar valores y derechos

individuales, frente a posiciones colectivistas o estatistas, mientras que el sector más


conservador es partidario del encuadramiento colectivo en estructuras rígidamente

jerarquizadas y disciplinadas.

Rodrigo Borja en su enciclopedia La política define a la ideología política de la

siguiente manera:

Es un sistema de ideas, creencias y valores filosófico-políticos sobre el fenómeno

humano y el fenómeno social.

La palabra idéologie fue acuñada por el filósofo francés Antoine-Louis Destutt de Tracy

en 1795 como ciencia general de las ideas y divulgada por los pensadores y

protagonistas de la Revolución Francesa. Tuvo en sus orígenes una connotación

iconoclasta porque significó el sometimiento a revisión de las supuestas verdades y de

los sistemas metodológicos de las ciencias y de las religiones. Antoine-Louis Destutt de

Tracy (1754-1836), que tan definidamente encarnó el espíritu de la Ilustración, sostuvo

que el progreso de las ciencias sólo podía asegurarse si se las liberaba de la influencia

de las ideas falsas. Y para eso era la ideología, a la que le encargó la misión primordial

de denunciar de modo irreverente toda metafísica y rechazar todo prejuicio y toda idea

que no se fundaran en la razón. De ahí que la ideología recibió el durísimo embate de

los pensadores de la restauración e incluso y sorprendentemente del propio Napoleón,

quien dijo de los ideólogos que eran unos ingenuos adoradores de la razón, carentes de

contacto con la realidad.

Las ideologías entrañan una peculiar concepción del mundo, una cosmovisión: un

weltanschauung, para utilizar la intraducible palabra de los alemanes. Idealistas unas,

materialistas otras, ellas son desde el punto de vista filosófico distintas maneras de

entender la libertad, la justicia social, el equilibrio entre la libertad y la autoridad, las

tensiones entre la libertad y la igualdad, la organización y fines del Estado, la función


de éste en el proceso económico de la sociedad, los linderos del concepto democrático,

la organización y participación popular, la distribución del ingreso, los límites y

responsabilidad social del derecho de propiedad y otros temas cardinales de la

convivencia humana.

La ideología es la forma como cada sujeto o grupo de sujetos ve el mundo, de acuerdo

con sus conocimientos, experiencias, sensibilidades, condicionamientos y lugar que

ocupa en la estructura social —particularmente, en el proceso de producción

económica—, factores, todos éstos, que le imprimen una manera de ver las cosas.

Tienen toda la razón los pensadores marxistas cuando afirman que la posición

económico-social de cada persona condiciona su ideología. Esto es lo que ocurre

normalmente, salvo casos excepcionales. Quienes están ubicados en las alturas del

escalafón social —banqueros, grandes empresarios, terratenientes, personas

adineradas— piensan que el sistema bajo el cual viven y medran es el mejor posible y

que hay que defenderlo. Creen sinceramente que es el más libre, justo y eficiente.

Asumen esta ideología consciente o inconscientemente. Con frecuencia no se dan

cuenta siquiera de que sus percepciones, su pensamiento, sus gustos, sus preferencias,

sus valoraciones han sido condicionadas por su posición económica. Tienden a adoptar,

por tanto, una actitud profundamente conservadora. Aborrecen los cambios que puedan

trastocar el orden social y afectar su posición de privilegio. Las normas de Derecho que

rigen la sociedad —obra humana al fin— responden a esta ideología y protegen los

intereses de quienes tienen el poder suficiente para formularlas. Carlos Marx y Federico

Engels decían en el Manifiesto Comunista que el modo de producción de los bienes

económicos determina la manera de ser de la sociedad —con sus leyes, gobierno,

tribunales y demás entidades tutelares— y condiciona la forma de pensar de las

personas.
Hay también una relación directamente proporcional entre el nivel de educación de ellas

y la fuerza y convicción con que piensan y sienten una ideología. Las elites y las capas

mejor educadas en el escalafón social tienden a adherirse más a los planteamientos

ideológicos.

En este campo las personas se mueven entre dos extremos: la convicción ideológica

profunda, que determina para ellas una constante manera de ser y de ver las cosas, y el

pragmatismo, que es el inmediatismo utilitario, desde el cual se juzga la verdad —o,

mejor, la conveniencia— de las doctrinas políticas. Son ellas dos posiciones antagónicas

frente a la vida social: fundada en ideas, la una, y empírica, la otra, ligada no a las ideas

sino a los intereses. Por eso con la palabra pragmatismo, en el ámbito político, se quiere

decir antiideología.

Las ideologías dicen lo que hay que hacer desde el poder y para quién, mientras que los

esquemas programáticos, que son un desprendimiento de ellas, señalan el cómo y el

cuánto de tales acciones. En consecuencia, en todos los actos gubernativos está inscrita

la ideología. Por ejemplo, la elaboración del presupuesto estatal y, dentro de él, la

fijación de prioridades en el gasto público son cuestiones esencialmente ideológicas. El

por qué se privilegia una inversión o se hace una obra y se posterga otra encuentra en la

ideología su respuesta.

Y puesto que inevitablemente sus propuestas tienen destinatarios, es decir, favorecen o

perjudican a alguien concreto, todas las ideologías políticas llevan en sus entrañas una

ética, o sea una justificación axiológica de sus planteamientos. Hay una ética del poder

y una ética de la distribución del ingreso. El fascismo, por ejemplo, benefició a

determinadas elites políticas y económicas. El liberalismo y el neoliberalismo

privilegian los intereses de pequeños grupos identificados o identificables dentro de la


sociedad. Los socialismos tienen también sus beneficiarios, que son los trabajadores

intelectuales y manuales. Las ideologías, al definir el papel del Estado en la sociedad,

las relaciones de producción y de propiedad, los límites de la autoridad pública y los

linderos de la libertad personal, no pueden dejar de ”favorecer” o de “perjudicar” a

determinados sectores sociales. A esto se refiere la ética de las ideologías.

Toda ideología política tiene tres partes: a) el análisis crítico del presente, con

referencias necesarias al pasado histórico del que nace; b) el señalamiento de objetivos

de futuro, con todas las implicaciones internas e internacionales que éstos tienen; y c)

la metodología para alcanzarlos, es decir, el repertorio de medidas a tomarse para el

tránsito del presente, con todas sus carencias, al futuro deseado, con todas sus

expectativas.

Las ideologías tienen siempre un dejo de amargura por las frustaciones actuales y de

esperanza por los logros del porvenir. Esto ha hecho que con frecuencia a los ideólogos

políticos del cambio se les imputara “amargura” o “resentimiento social”. La

interpretación y crítica del pasado usualmente contiene reproches. Esto es lógico en las

ideologías que propugnan el cambio social. Es cuestión de posiciones de filosofía de la

historia. Los utopistas ponían mucho énfasis en los valores éticos y concluían que las

fallas del pasado se debían a transgresiones morales. Los pensadores católicos

analizaban las cosas en función de categorías religiosas. Los marxistas y los

representantes de otras tendencias socialistas, en cambio, asignaban gran importancia a

las cuestiones económicas.

Mezcla de descontento con lo que se tiene y esperanza con lo que se quiere tener, la

ideología diseña el mundo deseable. A veces confunde la realidad con la utopía.

Encierra una serie de medios para solucionar los problemas sociales. Esos medios se
organizan en políticas, planes, programas y medidas a ejecutarse para alcanzar el

tránsito de la realidad actual a la realidad futura.

El proceso de integración política y económica, que supone la formación de órganos

parlamentarios y administrativos supranacionales, ha llevado a pensar en términos

ideológicos de escala transnacional y, por ende, a concertar acciones partidistas que

rebasan las fronteras nacionales. Europa va a la cabeza de este proceso. Allí están en

trance de formación partidos multinacionales para integrar el Parlamento Europeo bajo

la inspiración de dos tendencias ideológicas predominantes: la socialista y

socialdemócrata, por un lado, y por otro la democristiana-conservadora, que incluye a

los llamados “giscardianos” franceses y a otros grupos de la Derecha europea. Ambas

pugnan por el control del parlamento. La primera tendencia inspira al Partido del

Socialismo Europeo, cuyos miembros están alineados en la Internacional Socialista, y

la segunda al Partido Popular Europeo, cuyo eje son los conservadores ingleses, los

integrantes de Fuerza Italia, los demócratas cristianos italianos (cambiados de nombre

a raíz del escándalo financiero de 1993) y los “giscardianos” de Francia, seguidores del

expresidente Valery Giscard D’Estaing. Los diputados elegidos en cada país de acuerdo

con sus normas electorales nacionales se alinean, en el seno del Parlamento Europeo,

en función de sus principios ideológicos. Y con ello se produce un fenómeno de

superposición de lo ideológico sobre lo geográfico. Lo cual, de paso, es un mentís a la

extendida afirmación de que “han muerto las ideologías políticas”. Ellas están tan

vigentes en Europa que, en el seno de la Unión Europea, los miembros de los órganos

colegiados se organizan y votan en función ideológica antes que en función nacional.

Una de las grandes falacias de nuestro tiempo es que han muerto las ideologías. Esto se

repite con isócrona y sospechosa frecuencia. Es, sin embargo, una tesis falsa y peligrosa

promovida por quienes hacen política hablando mal de la política y toman una posición
ideológica postulando la muerte de las ideologías. Falsa, porque sencillamente no es

verdad que ellas hayan muerto: están indisolublemente ligadas a la teoría y práctica del

gobierno de los pueblos. Sin ellas, la tarea de gobernar no pasaría de ser una tosca faena

artesanal, sin trascendencia ni significación histórica. Y peligrosa, porque alienta, entre

otras anomalías políticas, el golpismo ideológicamente amorfo, surgido de cualquier

aventura cuartelera de media noche, o el populismo que es el arrebañamiento de las

multitudes, sin brújula ni bandera, en torno de ese hechicero del siglo XXI que es el

caudillo populista, en trance siempre de ofrecer el paraíso terrenal a la vuelta de la

esquina.

El populismo es, en cierto modo, la antidemocracia porque la democracia es la

participación consciente y reflexiva del pueblo en la toma de decisiones políticas dentro

del Estado mientras que el populismo es su movilización emocional y arrebañada que

le conduce con frecuencia a defender tesis objetivamente contrarias a los intereses

populares.

Que algunas de las ideologías han entrado en crisis o están en trance de desaparición,

no cabe la menor duda. La crisis es parte de la existencia de los seres vivos. Las

ideologías son seres vivos y perecibles como todos los demás. Están sometidas a las

inexorables leyes de la dialéctica. Pero eso no significa que todas las ideologías hayan

muerto. Han muerto —o deben morir— los dogmas y los fundamentalismos, la

charlatanería seudoideológica y las verdades inmutables. Han muerto —o deben

morir— los planteamientos paradigmáticos con pretensiones de eternidad. Pero las

ideologías viven: son las diversas formas de entender la organización de la sociedad y

la conducción del Estado.


Ellas son siempre perfectibles, están en permanente integración. La quietud ideológica

no existe, no hay sagradas escrituras políticas establecidas de una vez para siempre.

Ninguna ideología es eterna. Lo pudimos ver recientemente con el marxismo. A pesar

de autodefinirse como “socialismo real” no sintonizó la realidad y no obstante

proclamarse “socialismo científico“ pasó de la ciencia a la utopía y de la utopía al

dogma. Olvidó que es inherente a toda proposición científica el ser revisada,

perfeccionada, completada y eventualmente sustituida. Este es el destino de lo

científico. El marxismo no pudo escapar a las leyes dialécticas que él mismo contribuyó

a desarrollar y sucumbió bajo la contradicción de contemplar un entorno

permanentemente móvil desde un punto de vista implacablemente inmóvil.

Todo esto causó la implosión de los regímenes marxistas. Porque eso fue lo que ocurrió:

se rompieron internamente los andamiajes y columnas y toda su estructura se vino al

suelo. Fue una acción endógena. No fueron el cerco de la CIA, ni los cañones de la

OTAN ni el bloqueo económico internacional los que echaron abajo el sistema, sino sus

propias fuerzas interiores.

La lección que aquellos hechos nos dejan es que la ideología debe someterse a dos

pruebas para garantizar su viabilidad: el libre debate de sus postulados y el contacto con

la realidad. Los principios ideológicos están llamados a enriquecerse con el debate de

las ideas. Las ideologías se hacen todos los días: son una tarea permanente y siempre

inconclusa. La realidad las modifica y les impone límites y condiciones de factibilidad.

Se ha dicho que la política es el arte de lo posible pero también es el arte de hacer posible

lo deseable. En todo caso, la realidad pone su sello a los anhelos ideológicos. Si una

ideología resiste ambas pruebas es buena. Pero ésta no es una bondad universal. Es una

bondad referida necesariamente a condiciones espacio-temporales determinadas.


Lo que sí ha ocurrido es que la revolución digital —que avasalla todo, modifica el rostro

del mundo, impone la velocidad como el signo de los tiempos, suplanta la dimensión

espacial por la dimensión temporal en todas las actividades humanas, “desterritorializa”

la vida de las sociedades— ha afectado también a las ideologías políticas o, para ser

más preciso, a la explicación y comunicación de ellas, que tradicionalmente se hicieron

por medio de la palabra escrita o hablada. En la política contemporánea, que se hace a

través de los modernos medios audiovisuales creados por la informática, la imagen se

ha sobrepuesto a la palabra. Y esto ha tenido obvias consecuencias limitantes sobre la

explicación, análisis y difusión de las ideologías.

En las difíciles y a veces escabrosas relaciones entre los políticos y los intelectuales,

con frecuencia aquéllos reprochan a éstos su “ideologismo”, o sea su concepción

abstracta y contestataria de las cuestiones políticas, sin contacto alguno con la realidad.

Los políticos y los intelectuales se mueven en dos bandas diferentes. Los unos en el más

puro y descarnado pragmatismo y los otros en la teorización abstracta y despreocupada.

De ahí que el “ideologismo” inconforme de los intelectuales cobró una connotación

despectiva.

Me temo que la propia afirmación de que las “ideologías han muerto” es, en sí misma,

un acto ideológico muy claro, detrás del cual están parapetados intereses políticos y

económicos concretos. Es una aseveración que viene de la derecha. Nunca he escuchado

esta frase a una persona de izquierda. Me parece que ocurre con ella lo mismo que con

esa otra afirmación de que no hay izquierda ni derecha, como ubicaciones ideológicas

del hombre frente a la vida social: su sola aseveración es un síntoma de la posición

conservadora de su autor, interesado en descalificar la clasificación misma de las

personas en función de su actitud frente al progreso social.


Uno de los inspiradores de esta tesis es el filósofo norteamericano de origen japonés

Francis Fukuyama, quien en un libro muy leído que salió a luz a comienzos de los 90,

cuyo título original fue “The End of History and the Last Man”, sostiene que después

de la confrontación Este-Oeste la lucha ideológica y la historia han llegado a su final

con el triunfo de la democracia liberal, fundada en los “principios gemelos” de libertad

e igualdad. Ella terminó por vencer a las ideologías rivales que se le opusieron a lo largo

del tiempo: la monarquía hereditaria, el fascismo y, más recientemente, el comunismo.

Por consiguiente —dice Fukuyama— la democracia liberal con su “mercado libre”

constituye “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad” y “la forma final

de gobierno”. Afirma, consecuentemente, que la historia direccional, orientada y

coherente de las postrimerías del siglo XX ha conducido a la mayor parte de la

humanidad hacia la ideología liberal y hacia su sistema de gobierno y de regimentación

social. Y que allí termina todo. No hay ni habrá más búsquedas. Ha llegado “el fin de la

historia”.

La tesis de Fukuyama levantó con mucha razón una ola de controversias por parte de

quienes consideran que la historia no concluye con el triunfo de una forma de gobierno,

por legítima que sea, sino que sigue adelante por la sucesiva contraposición de tesis. Y

que, por tanto, ella no tiene fin: se hace todos los días, las cosas son siempre perfectibles,

nada hay acabado. Todo fluye incesantemente en un ser y dejar de ser interminables.

Las más encendidas críticas provinieron de los seguidores de Marx, no obstante que

éste, como lo sabemos, llegó a una conclusión parecida a la del filósofo oriental: la

historia terminará cuando la humanidad alcance la sociedad socialista sin clases. Este

será “el fin de la historia” según el marxismo. Los planteamientos son muy parecidos

aunque formulados desde ángulos diametralmente opuestos. Para Fukuyama el

desenlace final de la historia es la democracia liberal y para Marx fue la democracia


socialista. Ambos coinciden en que, desde ese punto en adelante, no hay más opciones.

Descartan la posibilidad de avances y retrocesos. No admiten que puedan descubrirse

formas diferentes de organización social que representen grados superiores de evolución

ideológica o que, por el contrario, puedan darse retrocesos, como en el drama de

Penélope, que obliguen a los hombres a comenzar de nuevo. Fukuyama funda su tesis

en que la democracia liberal no tiene las contradicciones interiores ni los defectos e

irracionalidades que condujeron a su colapso a las otras formas de gobierno mientras

que Marx sustenta sus asertos en que, eliminadas las clases gracias a la supresión de la

propiedad privada de los instrumentos de producción, la sociedad se desembarazará de

sus contradicciones internas. En este punto, paradójicamente, la dialéctica marxista

encuentra su final: la lucha de los contrarios termina allí.

Lejos de cometer el desacato de equiparar a los dos filósofos, ni mucho menos,

simplemente anoto que ambos tienen su propio “fin de la historia”.

Como vimos antes, la vigencia de las ideologías tiene una expresión muy clara en el

proceso de integración política y económica de la Unión Europea, que se construye bajo

la influencia de dos grandes tendencias ideológicas: la socialista y socialdemócrata, por

un lado; y, por otro, la demócrata-cristiana y conservadora. Estas son las dos fuerzas

que han predominado en el Parlamento Europeo. Sus diputados, elegidos en cada Estado

de acuerdo con sus propias normas jurídicas, se alinean y votan allí en razón de los

principios ideológicos que profesan y no de su origen nacional. Son muy pequeños los

grupos de eurodiputados que se mueven al margen de esta bipolaridad política: los

escasos eurodiputados verdes y los comunistas. En general, bajo el imperio de las

ideologías, los titulares de los órganos colegiados de la Unión Europea se organizan y

deciden en función ideológica antes que en función nacional. Con lo cual se produce el

fenómeno de la superposición de lo ideológico sobre lo geográfico.


En el curso de los tiempos han surgido muchas ideologías políticas, algunas de las cuales

alcanzaron preeminencia en un tramo de la historia universal: el conservadorismo, el

liberalismo, el anarquismo, las versiones del fascismo, el marxismo, las varias opciones

socialistas y el neoliberalismo. Hubo, además, numerosos subsistemas ideológicos,

enclavados en diversas realidades espacio-temporales. Podría citar, entre muchos otros,

el lassallismo o conjunto de las ideas y planteamientos del escritor, filósofo, político y

líder obrero marxista alemán Ferdinand Lassalle (1825-1864), cuya influencia fue

decisiva en el desenvolvimiento de la socialdemocracia alemana y en el desarrollo del

movimiento obrero, puesto que fue el fundador de la Liga General Alemana de

Trabajadores en 1863, el primer partido político obrero que se constituyó en Alemania,

precursor del Partido Socialdemócrata alemán; el luddismo, que fue el violento

movimiento de protesta de los obreros ingleses contra sus empresarios por los bajos

salarios que percibían, que estalló en Nottinghamshire a fines del año 1811 y que

culminó con la destrucción de las instalaciones industriales de William Cartwright en

abril de 1812; el sionismo, que fue el nombre de la ideología y el movimiento político

de los judíos, fundado en Basilea por Teodoro Herzl en 1897, para luchar por el

establecimiento del Estado de Israel en las tierras de Palestina; el batllismo, que fue el

conjunto de principios políticos sustentados por el líder político y periodista uruguayo

José Batlle y Ordóñez, presidente de la República durante los períodos 1903-1907 y

1911-1915 y uno de los líderes políticos latinoamericanos más visionarios y progresistas

de su tiempo; el gandhismo o sea el conjunto de ideas y planteamientos propuestos por

el líder y pensador hindú Mahatma Gandhi —cuyo verdarero nombre fue Mohandas

Karamchand Gandhi—, quien enseñó en la primera mitad del siglo XX que las verdades

humanas son provisionales, abiertas y experimentales y predicó la teoría y la práctica

de la no violencia; el kemalismo, consistente en las teorías nacionalistas y

modernizantes de Mustafá Kemal Atatürk (1880-1938), líder de la revolución turca, que

suprimió el sultanato y fundó la moderna república de Turquía; el justicialismo o


peronismo, que es el movimiento político de corte populista fundado en Argentina por

el general Juan Domingo Perón a finales de los años 40 del siglo pasado y el conjunto

de sus ideas políticas; el aprismo, que es como se denomina a la gama de principios

doctrinales y programáticos sustentados por el Partido Aprista Peruano, de larga

gravitación en la vida pública de Perú, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-

1979), líder y pensador político de extraordinario valor, cuya vastísima producción

intelectual alcanzó gran resonancia en América Latina; el nasserismo o las ideas

socializantes del nacionalismo árabe postuladas por el oficial egipcio Gamal Abdel

Nasser (1918-1970), quien al mando de las jóvenes promociones militares de Egipto

encabezó un golpe de Estado el 23 de julio de 1952 contra el rey Farouk y asumió el

poder; el browderismo, que fue el término acuñado en el seno de los grupos marxistas

de la Tercera Internacional para designar el acercamiento oportunista de los dirigentes

de izquierda a los gobiernos burgueses, término que derivó del nombre del jefe del

Partido Comunista de los Estados Unidos, Earl Browder, acusado de “colaboracionista”

y “oportunista” por Moscú y expulsado del partido en 1946 por haber sostenido durante

la Segunda Guerra Mundial que los comunistas deben aproximarse a los gobiernos

burgueses para alcanzar el común objetivo de vencer al fascismo; el estalinismo, que

fue la interpretación más autoritaria, dogmática e inflexible del marxismo hecha por

Joseph Stalin y sus seguidores desde el poder en la Unión Soviética; el gaitanismo, que

es el conjunto de las ideas políticas, de corte socialista democrático, del más grande los

los caudillos populares de Colombia en el siglo XX, Jorge Eliécer Gaitán, empeñado en

el propósito de “socializar” el liberalismo, quien cayó asesinado en 1948; el titoísmo

que fue el conjunto de ideas y realizaciones socialistas de Josip Broz —mejor conocido

como el mariscal Tito—, quien gobernó la República Federal Socialista de Yugoeslavia

desde 1945 hasta 1980; el tradeunionismo, tomado del inglés trade unionism, que fue la

versión anglosajona y escandinava del sindicalismo, moderado y reformista, que se

afincó especialmente en los Estados Unidos y en los países europeos, cuyos principales
teóricos fueron Selig Perlman y los esposos Webb; el gaulismo, que es como se

denominaba a las ideas bonapartistas y autoritarias del conservador gobernante de

Francia Charles De Gaulle; el >macartismo, que fue la actitud anticomunista demencial

iniciada en los Estados Unidos en febrero de 1950 por el senador republicano Joseph

McCarthy, quien acusó al presidente Harry S. Truman y a varios oficiales de las fuerzas

armadas norteamericanas de servir los intereses soviéticos y denunció que en el

Departamento de Estado había 57 funcionarios comunistas y 205 empleados

filocomunistas; el fidelismo, entendido como la interpretación del marxismo-leninismo

formulada por el líder de la revolución cubana Fidel Castro, para aplicarlo a las

condiciones de subdesarrollo económico y social de la isla caribeña; el thatcherismo,

que fue la serie de tesis políticas de la primera ministra de Inglaterra Margaret Thatcher,

que lideraba el ala derecha del Partido Conservador, quien sostenía el monetarismo en

lo económico, es decir, la tendencia a exagerar la influencia de la moneda y, por ende,

de la política monetaria en el comportamiento de la economía, y su adhesión a lo que

denominaba “rolling back the stae” (rodar hacia atrás el Estado), o sea abolir todo

vestigio del Estado de bienestar inglés de larga tradición bajo los gobiernos del Partido

Laborista; la reaganomics, que fue el conjunto de ideas y planteamientos del presidente

Ronald Reagan de los Estados Unidos —en realidad, de su equipo de gobierno—,

durante su permanencia en la Casa Blanca desde 1980 hasta 1988, que descansó sobre

dos bases: el monetarismo, o sea la convicción absoluta de que la política monetaria y

la oferta de medios de pago en el mercado por la banca de emisión determinan el rumbo

de la economía de un país (tesis fundada en la denominada teoría cuantitativa del dinero)

y el sometimiento de la economía a las fuerzas del mercado; el nuevo pensamiento, que

fue la expresión tomada del libro “Perestroika” de Mijail Gorbachov a mediados de la

década de los años 80 para significar la naturaleza y los alcances de su propuesta de

restructuración de la Unión Soviética sobre dos ejes: la perestroika, es decir, su

reordenación política y económica, y la glasnost, o sea la transparencia y publicidad de


los actos de gobierno; el sandinismo, que fue el nombre que, en homenaje al jefe

guerrillero liberal Augusto César Sandino, que opuso una tenaz resistencia a las fuerzas

de ocupación norteamericanas a comienzos del siglo XX, se dio al movimiento

insurgente formado en 1962 —y a sus planteamientos— para combatir contra la

dictadura de la familia Somoza en Nicaragua; el senderismo, que fue esa extraña mezcla

de maoísmo con las antiguas mitologías andinas que animó la acción del movimiento

terrorista Sendero Luminoso en Perú a comienzos en los años 80 bajo el liderazgo de

Abimael Guzmán; el tercermundismo, que tiene dos significaciones: el compromiso con

la defensa de los intereses de los países pobres en su lucha por un trato justo en el orden

internacional, y el comportamiento político inmaduro, tropicalista y visceral que a veces

adoptan los políticos del tercer mundo; el trilateralismo, que son las ideas y estrategias

sustentadas por la Comisión Trilateral constituida en Tokio el 23 de octubre de 1973

por empresarios, políticos, economistas y diplomáticos influyentes de los Estados

Unidos, Europa y el Japón con el propósito de buscar una mayor cohesión entre las

grandes corporaciones transnacionales, fortalecer el capitalismo y resistir la presión de

los países comunistas en los tiempos de la guerra fría; el tropicalismo, que designa

despectivamente una peculiar ideación y conducta políticas carecterizadas por la

superficialidad de juicio, la exaltación de ánimo, la incontinencia verbal, la locuacidad

y el menguado rigor científico de las ideas; el globalismo, que es la teoría surgida a

comienzos del siglo XXI para defender la nueva estrategia de los Estados industriales,

que es la globalización, y enaltecer el fundamentalismo del mercado, exaltar la libertad

de comercio, bregar por el abatimiento de las barreras arancelarias, impulsar el flujo

internacional libre de los factores de la producción, propugnar el desmantelamiento del

Estado, implantar la monarquía del capital, fomentar la internacionalización de la

economía, promover el uso de las nuevas tecnologías, defender la “desregulación” de

las actividades económicas, favorecer la homologación de las costumbres, imitar las


pautas de consumo y extender la sociedad consumista. (Borja, Enciclopedia de La

Pólítica [versión electrónica], 2013)

3.1.1. PRINCIPALES IDEOLOGÍAS POLÍTICAS

Populismo

El populismo se basa en el pueblo para construir su poder, consideran especialmente

las clases sociales bajas y sin privilegios económicos o políticos. Busca el enfrentamiento

de los pobres con lo de clase media y alta, realiza constantes denuncias de los males que

encarnan las clases privilegiadas, divide al país en pobres y ricos. Los líderes populistas, por

lo tanto, se presentan como los salvadores de la patria y de los humildes. Ejemplo de

populismo en el Ecuador se puede considerar el Velasquismo.

Rodrigo Borja, no considera el populismo como una ideología y lo define así:

Se llama populismo a una posición y a un estilo políticos —que no llegan a ser

ideológicos— caracterizados por el arrebañamiento de las multitudes en torno a ese

“hechicero del siglo XXI”, listo siempre a ofrecer el paraíso terrenal a la vuelta de la

esquina, que es el caudillo populista.

Por extensión se denomina también populismo a toda concesión demagógica o

populachera que hace un político.

El término populismo se originó en los Estados Unidos en la última década del siglo

XIX con referencia a los planteamientos del People’s Party, que se había formado para

canalizar las demandas y las protestas poco elaboradas pero justas de los pequeños

granjeros del oeste, expoliados por los centros industrializados del este que controlaban
los mercados de materias primas y de productos agrícolas, fijaban los precios de ellos,

manejaban los créditos del sector bancario, monopolizaban las redes de almacenamiento

de granos y dominaban las líneas de ferrocarril. El People’s Party era en esa época el

más poderoso de los movimientos alternativos que se atrevían a desafiar a los dos

grandes partidos tradicionales: el republicano y el demócrata. Tuvo un millón de votos

en las elecciones presidenciales de 1892 y cuatro años más tarde su candidato William

Jennings Bryand se ubicó a menos de 500 mil votos de la victoria.

Años después, durante la primera posguerra, se volvió a usar el término populismo con

relación al movimiento narodnichestvo en la Rusia zarista, que también fue un

movimiento que trató de promover los intereses de los pequeños agricultores y los

trabajadores del campo empobrecidos para conquistar condiciones de igualdad con

respecto a la gente de las ciudades. El Narodniki postulaba principios anticapitalistas y

tuvo una gran acogida entre las masas campesinas de Rusia.

El populismo no es un movimiento ideológico sino una desordenada movilización de

masas, sin brújula doctrinal. No es en realidad una legítima expresión democrática

puesto que, bajo la enseña reivindicatoria, con frecuencia se lleva a los pueblos a

defender posiciones objetivamente opuestas a sus intereses. Por eso se dijo de un

vigoroso caudillo populista ecuatoriano de mediados del siglo XX que “fascina a las

masas sin dejar de servir a las oligarquías”. En cierto sentido es la antidemocracia

porque la democracia es la participación consciente y reflexiva de los pueblos en las

tareas de interés general mientras que el populismo es su intervención emocional y

arrebañada, librada a las potencialidades taumatúrgicas del caudillo populista. Pero, a

pesar de eso, no se puede negar que el populismo, excepción hecha de los nazi-

fascismos, representó en algunos lugares un avance con respecto al Estado oligárquico

anterior, que vedaba toda intervención de los pueblos en los asuntos estatales.
En la era digital ha surgido con fuerza un nuevo elemento suplantador de las ideologías:

son las encuestas de opinión pública. Los gobernantes populistas hacen y dicen lo que

ellas mandan, independientemente de consideraciones de conveniencia pública. Estos

conductores conducidos son esclavos de los sondeos de opinión y su más alta prioridad

es halagar a las masas.

No es debido hablar de “populista de izquierda” o “populista de derecha”, como a veces

se hace, ya que izquierda y derecha son categorías ideológicas que no tienen cabida en

el populismo, que es una entidad aideológica. El populismo es, simplemente,

populismo. O sea una conjunción de agentes políticos en torno a la “magia” del caudillo

populista, sin consideración alguna a planteamientos de orden ideológico.

La tecnología para la fabricación de un caudillo populista es bastante simple: exaltación

hiperbólica de su personalidad, fabricación de la aureola carismática, providencialismo,

demagogia. Para este fin, un coro de alabanzas bien dirigido y articulado canta en su

entorno, y repite y repite las mismas loas prefabricadas y estereotipadas hasta

incrustarlas en el cerebro de la gente. Simultáneamente se fabrica el “enemigo” o los

“enemigos” —nacionales y, eventualmente, extranjeros— contra quienes se dirigen

todos los reproches, dicterios y acusaciones y contra quienes se fomenta, enardece y

canaliza el odio de la colectividad. Viene entonces el maniqueísmo, la adulación a la

masa y la asunción del monopolio de la verdad. Los “enemigos” son los culpables de

todos los quebrantos que sufre el país, de los cuales serán liberados por obra y gracia

del caudillo. Aunque la plaza pública es su escenario natural, el caudillo populista

incursiona también en la radio y la televisión —que es la plaza pública virtual de las

ondas visuales y sonoras— para difundir programas populacheros hábilmente

manipulados. Es el populismo mediático, que algunos denominan “neopopulismo”, pero

que es el populismo tradicional ejercido con métodos y tecnologías modernos. La


voluntad popular, encarnada en el caudillo, no puede someterse a limitaciones jurídicas.

Éste proclama la “insuficiencia” de las leyes. Está por encima de las ideologías. No se

somete a programas. Hace de la política un espectáculo. Da al pueblo pan y circo. Va

hacia un paternalismo providencial. La política populista, en el ámbito económico, es

terriblemente irresponsable. El patrimonio público es el patrimonio del caudillo y su uso

es discrecional.

El populismo es, sin duda, una patología social o el síndrome de ella.

Puesto que es un efecto político de causas económicas, sus raíces profundas deben

buscarse en la pobreza, la marginación, la falta de educación, la explosión demográfica,

el éxodo de los campesinos hacia las ciudades y el urbanismo cargado de problemas

sociales. Estos son los factores determinantes del populismo. Las masas hacinadas en

los cinturones de vivienda precaria de las grandes ciudades, en medio de la miseria, la

insalubridad, la desocupación y la violencia, son la causa primera del populismo.

Los grupos de pobreza extrema son muy sensibles a la prédica reivindicatoria y se

entregan fácilmente a la seducción de la demagogia. Por eso es que la “materia prima”

del populismo son el subproletariado y el lumpemproletariado antes que los obreros o

las capas medias de bajos recursos. El primero es el amplio grupo “desclasado” de las

sociedades del tercer mundo, que está fuera de las clases sociales tradicionales, cuyas

condiciones de vida son deplorables. Está integrado principalmente por los inmigrantes

sin preparación ni destrezas que, en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida,

llegan desde el campo o desde las ciudades pequeñas y forman los cinturones de

vivienda precaria en las grandes urbes. Viven bajo el nivel de pobreza, carecen de un

dador de trabajo estable y no están garantizados por un código laboral ni amparados por

el sistema de seguridad social. Permanecen en medio de la más absoluta incertidumbre,


la falta de seguridad y la carencia de previsibilidad sobre su futuro. Sus impulsos

reivindicatorios son muy fuertes. Tienen un alto grado de conciencia de su marginación

social.

Otro de los componentes del populismo es el lumpemproletariado, del que Marx dijo

alguna vez que era el resultado de la “putrefacción” de las capas más bajas de la vieja

sociedad capitalista y que sus miembros eran tan miserables que, si bien eran capaces

de rebeldías individuales, usualmente se veían precisados a “venderse” a sus enemigos

de clase para poder alimentarse. Los anarquistas, en cambio, afirmaban que este

segmento social era el elemento más revolucionario de la sociedad capitalista. El

lumpemproletariado se nutre de elementos salidos de diversas clases a los que las

condiciones de la organización política arrojan al “fondo” de la pirámide social. Es una

suma muy heterogénea de tipos humanos: individuos sin ocupación fija, vagabundos,

mendigos, timadores, saltimbanquis, personas que lucran con el comercio ilegal,

prostitutas, expresidiarios y, en general, individuos que viven absolutamente al margen

de los beneficios de la sociedad y de la cultura.

Siempre el populismo se articuló bien con masas enfermas de frustración, pobreza y

humillación que, en su desesperanza, se entregaron en brazos de caudillos redendores.

No resulta exagerado decir que el populismo es una manifestación de una patología

social. Una especie de síndrome, o sea un conjunto de síntomas característicos de una

enfermedad. Lo fue muy claramente en la Alemania de la primera postguerra con Hitler.

Antes lo había sido en la angustiada Italia de Mussolini. A mediados de los años 40 en

Argentina fue el fruto de la llamada “década infame” en la que campearon la frustración

y la humillación individuales y colectivas. Cosa parecida ocurrió con el populismo

brasileño de Getulio Vargas —el getulismo, con su teoría del estado novo— de los años

40 del siglo pasado. Los populismos son muchas veces una respuesta a sociedades
excluyentes y racistas, en las que la “chusma heroica” de Jorge Eliécer Gaitán o los

“descamisados” de Juan Domingo Perón o los “marginados” de cualquier otro caudillo

adquieren una identidad y se lanzan a las calles para afirmar su poder.

En los cuadros de la conjunción heterogénea del populismo —que lleva en sus entrañas

los gérmenes de su propia destrucción— siempre hay cabida para marxistas

desencantados u oportunistas que cumplen el papel de dar el toque progresista al

movimiento y para conspicuos representantes de la bancocracia y de la burguesía

industrial o comercial. Esta es la gran farsa de casi todos los caudillos populistas.

Formulan retos simbólicos a las oligarquías pero se entienden muy bien con algunos

sectores de ellas. Un reciente caudillo populachero ecuatoriano explicaba esta

contradicción con el argumento de que existen “oligarcas buenos” y “oligarcas malos”.

Obviamente, los “oligarcas buenos” eran los que cedían ante sus chantajes y contribuían

a financiar sus campañas políticas.

A pesar de los distintos escenarios históricos y geográficos en que han actuado, es

factible establecer las características comunes a todos los populismos. Ellos presentan,

en primer lugar, un fuerte liderazgo personalista y aideológico sustentado en caudillos

cuya veleidosa voluntad se impone por encima de cualquier consideración doctrinal.

Tienen una difusa idea del Estado de bienestar, dictada por su personalismo. Suelen

establecer un control corporativista sobre la sociedad y exhiben un cierto grado de

nacionalismo económico. Por lo general estos caudillos tienen carisma para los grupos

pobres y marginales, cuyas rebeldías y frustraciones sintonizan, aunque no para los otros

segmentos de la población a los cuales molesta la superficialidad, la irracionalidad, el

reduccionismo y la simplicidad de sus juicios y lo contradictorio de sus planteamientos.

Luego está la presencia activa de la masa a la que los caudillos le entregan la ilusión de

participación y protagonismo. Después, la ausencia total de planteamientos ideológicos


y programáticos que obren como parámetros de la acción caudillista. Finalmente, un

discurso maniqueo y exaltado, usualmente de rasgos “redentoristas”, que apela más a la

emoción que a la razón y que ofrece soluciones mágicas para los problemas de la gente.

Dentro de esta ambivalencia binaria, el líder se presenta como el símbolo de la redención

popular mientras que sus enemigos encarnan todos los males. Es una contraposición

dogmática y neta entre el bien y el mal, la redención y la ruina, la justicia y la iniquidad,

la honradez y el latrocinio, el patriotismo y el entreguismo. Los caudillos populistas

buscan siempre el contacto directo con el pueblo, desechando los métodos de

representación política tradicionales, y tienden permanentemente hacia una línea

autoritaria de poder. Reivindican para sí un real o supuesto origen popular —se

presentan como hombres comunes del pueblo, conocedores de sus problemas, que por

sus extraordinarios méritos han asumido el liderazgo— y reclaman constantemente que

el pueblo confíe en ellos.

Con frecuencia exhiben una hoja de vida aureolada por la persecución y el sacrificio.

Se presentan como “víctimas”, si no como “mártires”, de los grupos de poder. Cultivan

su imagen de hombres valientes y desinteresados. Sus áulicos inmediatamente elaboran

la leyenda sobre las reales o supuestas persecuciones que “el hombre” ha sufrido por la

defensa de sus ideales y le fabrican el <carisma. Los mitos no tardan en aparecer y se

convierten en elementos esenciales de su >propaganda.

En la política populista “el enemigo” desempeña una función de primera importancia,

así en el orden individual como en el colectivo: la de marcar los campos de acción,

contribuir a la identidad de los protagonistas de la enemistad y generar en torno de ellos

simpatías o antipatías.
“El enemigo” cumple también una función “ansiolítica” en la medida en que contribuye

a calmar la ansiedad de los caudillos populistas y de los grupos que les rodean, que al

identificar a su “enemigo” descargan sobre él sus propias culpas y tensiones, justifican

sus errores, se liberan de sus fracasos, se vengan de sus decepciones y eventualmente

cohonestan el uso de la fuerza.

Por tanto, la “fabricación” del enemigo en el ámbito individual y en el social es un

elemento estratégico a disposición de los caudillos populistas y de sus grupos satélites.

En su concepción maniquea de la política —a partir de que el enemigo es el “malo” y

el aliado es el “bueno”— se crean apoyos, adhesiones y solidaridades internas y también

externas a la causa del gerifalte populista.

Hábiles manipuladores de la psicología de masas, los caudillos populistas buscan

siempre identificar un “enemigo del pueblo” contra quien descargan toda la furia

contenida de la masa por siglos de frustración. Esta identificación les sirve como un

factor de movilización popular. Acumulan contra ese “enemigo” toda clase de

reproches. En la dialéctica maniquea de estos caudillos, aquél es el culpable de todos

los males. Para Hitler esos enemigos fueron los judíos, que “apuñalaron” por la espalda

a Alemania durante la guerra, y la conjuración internacional que después la llevó a

firmar el Tratado de Versalles. Para Perón y su justicialismo la “enemiga del pueblo”

fue la “oligarquía” cuyo lugar de reunión —el exclusivo Jockey Club de Buenos Aires—

fue incendiado por los descamisados. El nasserismo egipcio de fines de los 40 se levantó

en armas contra la monarquía del rey Farouk y su aliado el colonialismo británico. Fidel

Castro, quien sin duda tiene rasgos populistas a pesar de su ideología, hizo del

“imperialismo yanqui” el gran enemigo de Cuba. Todos los caudillos populistas suelen

denunciar un enemigo y si no lo tienen se lo inventan. Como no poseen ideología no les

importan las contradicciones y los virajes en que incurren. Lo que dicen hoy lo desdicen
mañana, sin aflicción alguna ni reproches de conciencia. Buscan los temas de mayor

carga emocional. Se mueven al vaivén de sus inmediatismos. Pero siempre tratan de

sintonizar lo que en cada momento sienten y piensan los pueblos. En este sentido, bien

podría decirse que los caudillos populistas son “conductores conducidos”.

Buscan siempre la popularidad como su objetivo central. Su “ideología” son las

encuestas de opinión. Hacen de la política un gran espectáculo de masas, con himnos,

banderas, uniformes y símbolos. Su coreografía política es impecable. El escenario está

cuidadosamente diseñado y montado para que en él luzca el líder su mejor presencia.

La mise en scène forma parte inseparable del estilo populista. Con frecuencia el caudillo

crea un lenguaje propio al que incorpora modismos del habla popular, que pronto se le

vuelven característicos.

En el fenómeno populista hay también algo de clientelismo, aunque este elemento no

resulta determinante. Si lo fuera, como algunos analistas afirman, no pudiera entenderse

el éxito político de caudillos que estuvieron siempre o casi siempre en la oposición y

que, por tanto, no tuvieron la posibilidad de cambiar votos por bienes y servicios.

Susanne Gratius, investigadora de asuntos sociales, en su trabajo “La tercera ola

populista de América Latina” (2007), hace una curiosa observación: los populistas

latinoamericanos han sido siempre hombres (salvo el caso de Eva Perón en la Argentina

de los años 50 del siglo anterior), por lo que el populismo en esta región representa “lo

masculino” y “lo machista”, con todas las connotaciones que estos términos tienen allí.

Los caudillos populistas, en sus afanes personalistas y autoritarios, generalmente

adoptan posiciones antipartido y desatan hostilidades contra el parlamento, al que

desacreditan. Su relación con la función judicial suele ser también conflictiva. En


general, sus relaciones con las instituciones estatales son tormentosas por la tendencia

a concentrar el poder, la falta de sometimiento a la ley, el interés por desarticular las

instancias de control democrático y la omnipresencia de los caudillos populistas en los

escenarios públicos.

El populismo, cuando llega al poder, suele operar al margen de un plan de gobierno.

Carece de sistematización y de orden. No tiene metas macroeconómicas ni sociales de

largo plazo. Con acciones demagógicas y espectaculares busca la satisfacción de las

demandas populares inmediatas. Lo cual le lleva a la improvisación. Todo esto, con

frecuencia, produce a la postre un fenómeno característico del populismo: la frustración

colectiva. En función de gobierno resulta incompetente para satisfacer las demandas que

contribuyó a inflar durante el proceso electoral y entonces todo su andamiaje de

demagogia se descalabra y la misma ola de ilusiones que le llevó al poder se vuelve

contra él. Todo termina en tragedia: el suicidio de Getulio Vargas en 1954 cuando no le

quedaba otra opción o, como en el caso de Perón en septiembre de 1955, el

derrocamiento y la fuga del corifeo y de sus allegados, cargados de culpas y de dinero.

Con el nombre de “populismo económico” se designan políticas irresponsables de

clientelismo, derroche de fondos públicos, obras faraónicas, indisciplina fiscal y

endeudamiento desproporcionado que generalmente conducen hacia la inflación, el

déficit fiscal y la desestabilización económica. Los “populistas económicos” son

personas de plazos cortos, que se suelen guiar por la máxima que se atribuye a Luis XV:

“después de mí el diluvio”. (Borja, Enciclopedia de La Pólítica [versión electrónica],

2013)

Por lo expuesto se puede definir al populismo, como una corriente del pueblo que

busca cambios sustanciales en su forma de vida, en la que existe un líder carismático que se
hace entregar la representación de ellos para poder resolver todos sus problemas y acabar

con la oligarquía. Este líder aparece con cualidades extraordinarias y hasta mágicas para

resolver sus necesidades, además de manejar un lenguaje fácilmente comprensible para las

personas con bajo nivel cultural y una retórica que se dirige generalmente a los sentidos antes

que a la inteligencia, es decir le dice a la gente lo quiere oír, más no, lo que en verdad puede

hacer.

El Liberalismo

Blasco Peñaherrera Padilla (1987), sostiene que el Liberalismo no se inició en el

Ecuador con la revolución acaudillada por el General Eloy Alfaro, el 5 de junio de 1895, él

manifiesta que:

El liberalismo en el Ecuador existió desde los albores de nuestra conformación colonial,

vino con lo geodésicos franceses, vino con los pensadores que lograron pasar la aduna

de las ideas, los libros y las ideas, y difundir aquí las cosas que se habían dicho y las

cosas que se habían escrito y se habían hecho en la Europa de aquellos tiempos o en

Estados Unidos de Norteamérica. Suele pensarse así mismo que el liberalismo se originó

por ejemplo en la revolución francesa, y no es así, el Liberalismo es anterior a la

revolución francesa. Y como hace un momento les decía la verdad es que puede hablarse

del liberalismo como concepción ideológica como corriente del pensamiento político y

algo más que es lo esencial del liberalismo el ser una concepción de la vida, una actitud

frente a la vida, un modo de concebir la relación de los hombres entre sí y de los

hombres con la autoridad y de la autoridad con ellos y lo concebido así , el liberalismo

casi es tan antiguo como el pensamiento humano. (Comite Ecuatoriano de la

Cooperación con la Comisión Interamericana de Mujeres, 1987)


Rodrigo Borja en su enciclopedia de La Política se refiere al liberalismo así:

Sobre la base de la concepción antropocéntrica de la época, que efectivamente hizo del

hombre la medida de todas las cosas, tal como en la Antigüedad lo había propuesto

Protágoras, Europa —orgullosa y optimista— inició a fines del siglo XVIII su desarrollo

científico confiada en el poderío de la ciencia para desentrañar la verdad y en las

posibilidades de un progreso ilimitado y lineal. Todo estaba por conquistarse. La

libertad, con su poder creativo, era capaz de hacer prodigios. La reforma protestante y,

dentro de ella, el calvinismo en especial, añadieron un ingrediente: la doctrina del libre

examen para demoler la estructura de una jerarquía eclesiástica que pretendía erigirse

como única intermediaria entre el hombre y dios. El racionalismo desgarró los dogmas

tradicionales, encontró en la razón y el entendimiento humanos el instrumento de

búsqueda de la verdad, afirmó sus propias posibilidades de conocimiento, exaltó el valor

del hombre, aseguró que todo podía ser pensado y liberó al pensamiento humano de las

limitaciones dogmáticas para poder volar.

Sin duda el pensamiento liberal moderno tuvo en la reforma protestante uno de sus

antecedentes decisorios porque ella, al fragmentar la unidad religiosa de la Edad Media,

condujo al pluralismo y tolerancia de los credos que desde entonces empezaron a formar

parte permanente de la cultura de Occidente. Luego vinieron los aportes de la ciencia

—el desarrollo de la astronomía con Copérnico y Kleper, de la física con Newton, del

análisis matemático con Leibniz— que contribuyeron a consolidar la fe en el

pensamiento humano.

Esto produjo la revolución cultural que alcanzó su plenitud con la Ilustración, depositó

su confianza ilimitada en el espíritu científico y postuló la insurgencia contra la tiranía

de los dogmas, los mitos y las representaciones irracionales.


Fue en este ambiente de libre pensamiento que se formuló el planteamiento liberal

clásico —el mismo que después estuvo sometido a toda suerte de sincretismos y

mixtificaciones— con un dejo irreverente respecto de verdades que se habían tenido

como eternas e inmutables.

Las ideas liberales inspiraron, en lo filosófico, la formulación de la tabla fundamental

de valores ético-sociales que comenzó a extenderse por el mundo a fines del siglo XVIII

y que estuvo contenida principalmente en el Bill of Rights inglés de 13 de febrero de

1689, en la Declaración de Independencia de las trece colonias de América del Norte el

4 de julio de 1776 y en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano

proclamada en Francia el 26 de agosto de 1789. En lo político, las ideas liberales

inspiraron la forma republicana de gobierno y la forma democrática de Estado. Y en lo

económico, el sistema capitalista de producción y distribución de bienes.

Sin embargo, en la aplicación práctica de sus principios pronto entró en contradicción

ética el capitalismo, como forma de producción, con los postulados filosóficos de la

ideología liberal, porque las mayorías desposeídas no gozaron de la libertad, igualdad y

fraternidad bajo cuya invocación los sans culottes asaltaron la Bastilla de París,

derrocaron el ancien régime y establecieron el nuevo orden social.

Con la nueva división de clases —que sustituyó a la nobleza, al clero y al estado llano

de los tiempos monárquicos— y con la emergencia de la <burguesía como clase

dominante, el proyecto liberal no pudo dirigirse a la sociedad entera sino sólo a la nueva

clase dominante, compuesta por los nacientes industriales, comerciantes, banqueros,

grandes propietarios de tierras y altos funcionarios del gobierno.


De todas maneras, pueden distinguirse tres elementos en la ideología liberal: su

concepción filosófica, su doctrina política y su teoría económica.

1. Su concepción filosófica. La filosofía liberal mantiene un punto de vista racionalista

y crítico del mundo. Rechaza todo dogma, creencia o prejuicio que antes no haya sido

procesado y aceptado por el entendimiento humano. No admite como verdadero sino

aquello que se presenta al juicio crítico de la razón en forma tan clara y distinta —para

utilizar los conceptos de Renato Descartes (1596-1650)— que no quepa la más mínima

duda. Por tanto, sostiene que la autoridad suprema para la búsqueda y calificación de la

verdad y para “la apreciación de la moralidad de una opinión o de una acción es, para

cada individuo, su propio juicio, concienzudo y razonado”, como decía el filósofo

argentino José Ingenieros (1877-1925).

En consecuencia, la concepción filosófica del liberalismo rechaza los conceptos

inmutables e imperfectibles impuestos al ser humano por autoridades ajenas a su propia

conciencia. Todos los conocimientos del hombre deben ser sometidos a su libre examen

y reflexión. Quien profesa la ideología liberal es necesariamente un librepensador, que

juzga por sí mismo las cosas y que busca afanosa e incesantemente la verdad.

2. Su doctrina política. El liberalismo tiene una idea finalista del Estado, al que

considera como un mero instrumento para alcanzar el bienestar humano individual.

Entre los valores esenciales que defiende está la libertad. El liberalismo nació como la

ideología de la libertad. Sin embargo, como lo veremos al tratar de sus propuestas

económicas, con frecuencia la libertad que postuló llevó a la opresión económica de

reducidos grupos aventajados de la sociedad sobre mayorías marginadas, porque la

libertad entre desiguales condujo a la injusticia.


El liberalismo trató de afrontar el gran reto histórico de crear una sociedad pluralista,

armoniosa y estable, lo cual suponía la superación de los fraccionamientos sociales

tradicionales debidos a razones religiosas, étnicas o culturales. La tolerancia fue su

signo. Postuló la libertad de culto y de conciencia, la invisibilidad política del clero, el

pluralismo de doctrinas religiosas y no religiosas, la libertad de expresión de las ideas.

El pensamiento debía desenvolverse en condiciones de libertad como requisito para el

progreso social.

Para lograr sus propósitos el liberalismo impuso severas restricciones al poder político

—al que consideró como el enemigo número uno de la libertad individual— y señaló

una esfera de prerrogativas personales que no podía ser vulnerada por el Estado. Afirmó

la libre condición del individuo frente al poder del Estado y limitó las facultades de éste.

Invocó para ello la teoría de los derechos naturales que asistían a la persona humana aun

antes de que existiera el Estado. Fueron derechos inherentes a la calidad humana.

Derechos que no los creaba el Estado sino que nacían con la persona y en función de

cuya protección surgió el Estado como instrumento para realizar la >libertad y la

juridicidad en la sociedad.

Por eso es que el planteamiento político liberal se resuelve, en último término, en una

serie de técnicas de control, freno y limitación del poder estatal —el poder del príncipe,

de la asamblea o de un partido— en beneficio de la libertad individual. Entre tales

técnicas está, por supuesto, la protección jurídica de la persona y de sus libertades por

medio del Estado de Derecho.

Giovanni Sartori, apasionado defensor del liberalismo, hace malabares retóricos para

pretender separar el liberalismo, como sistema político, del “librecambismo”, como

sistema económico, y afirma que para los padres fundadores de esta doctrina —de
Locke y Montesquieu a Benjamín Constant— el liberalismo significó rule of law y no

libre comercio ni libre mercado.

Resulta contrario al orden de las cosas pretender separar el liberalismo, como doctrina

política, del “librecambismo”, como teoría económica. Una ideología política es una

unidad comprensiva de elementos políticos y económicos. El planteamiento económico

de ella no es más que la aplicación de sus principios políticos al proceso de la

producción, intercambio y distribución de bienes y servicios económicos. Solamente

con fines explicativos, como lo hacemos aquí, pueden desglosarse los componentes

filosóficos, políticos y económicos envueltos en una ideología, que son inseparables.

Sartori incluso incurre en una contradicción porque, al plantearse la pregunta, en su libro

“Elementos de Teoría Política” (2005), de si “¿puede la solución liberal del problema

del poder funcionar y subsistir en el contexto de cualquier sistema económico?”, se

contesta que no, que “el liberalismo funciona mejor cuando tiene como complemento

una economía de mercado”. Y agrega luego, a manera de ejemplo, que “la protección

liberal de la libertad individual pierde todo sostén en una economía de tipo comunista”

porque “cualquier concentración total del poder (político y económico) implica que el

individuo, y cualquier libertad individual, se machacan”.

La ideología liberal representa, en la historia de las ideas políticas, la denodada lucha

en defensa de la libertad del individuo dentro del Estado e, incluso, contra el Estado.

Libertad en todas las direcciones. Libertad de pensamiento, de convicciones, de

expresión de las ideas, de participación política y también libertad de emprender en

actividades económicas. Esta última libertad, sin embargo, es la que anula a las

anteriores. Se contrapone a ellas porque, en la práctica, genera polos de poder

económico que avasallan las libertades de la mayoría desposeída de la sociedad.


El liberalismo nunca se planteó la cuestión de la riqueza como sustento de la libertad

individual ni la distribución del ingreso como infraestructura de la democracia. Incurrió

en la ingenuidad de suponer que la igualdad ante la ley, la libertad de contratación, el

derecho de propiedad sin limitaciones, la libre empresa y la inhibición del Estado ante

la actividad económica particular contribuían, por sí solos, a precautelar la libertad de

los individuos, cuando la realidad se encargó de probar todo lo contrario: que la

abstención de la autoridad pública en la vigilancia del proceso económico conduce a un

estado de cosas en que el pez grande se come al chico, frente a un Estado cruzado de

brazos.

Esta ingenuidad se puede explicar porque los pensadores liberales insurgieron contra el

absolutismo monárquico y contra su teoría económica, que fue el mercantilismo. Como

reacción a ellos, en el movimiento pendular de la historia, postularon la condición libre

del individuo frente a la autoridad política y la teoría del laissez faire en la actividad

económica.

El liberalismo, en la organización del Estado, tomó muchas precauciones para impedir

la invasión del poder público sobre las prerrogativas del individuo. La teoría del contrato

social, la limitación de la autoridad pública, la doctrina de los derechos naturales —

derechos que el Estado no los crea sino que simplemente los reconoce y garantiza— la

división de poderes, el Estado sometido al Derecho, la responsabilidad de los

gobernantes, la publicidad de los actos de gobierno y todo el andamiaje jurídico y

político liberal tuvo la finalidad de frenar la autoridad pública y amurallar la esfera de

libertad del individuo.

Pero tomó al individuo en abstracto, sustraído de la vida social, desposeído de sus

particulares situaciones de fortaleza o debilidad económica frente al grupo, lo cual le


impidió ver los factores opresivos colaterales que obran sobre él, todos ellos nacidos de

las relaciones de producción, que disminuyen o acaso anulan la libertad del individuo

concreto, del individuo insertado en la trama social y aprisionado por la red de

interrelaciones económicas que ella supone.

Esta es la razón principal de la inadecuación del sistema liberal —y, hoy, del

neoliberal— a los fenómenos sociales de nuestro tiempo. La responsabilidad de

salvaguardar las libertades en los días actuales difiere notablemente de cómo debió

acometerse esa tarea en el pasado. Dado que sin seguridad económica no puede haber

libre albedrío, para defender las libertades del hombre de nuestro tiempo hace falta algo

más que las indiscriminadas limitaciones jurídicas al poder: es necesaria una dinámica

acción estatal reguladora de las relaciones de producción, que contribuya a la equitativa

distribución del ingreso y de la riqueza.

A pesar de esto, no hay duda de que el liberalismo, en su componente político, dejó un

legado de principios bienhechores de la convivencia social, que aún forman parte del

constitucionalismo. La teoría de la división de poderes, el Estado de Derecho, la

limitación jurídica de la autoridad pública, el deber de obediencia condicionado de los

gobernados, la doctrina de los derechos humanos son principios que aún tienen vigencia

y que defienden a la sociedad de los embates del autoritarismo.

3. Su teoría económica. La teoría económica liberal está contenida en las obras de los

economistas de la escuela clásica y de modo especial en las de Adam Smith (1725-

1790), David Ricardo (1772-1823) y James Mill (1773-1836), quienes sostenían que la

actividad económica de la sociedad está sometida a sus propias leyes —que son leyes

naturales— en las que no debe intervenir la autoridad pública.


Para lograr este propósito usaron la conocida fórmula del laissez faire, laissez passer,

que no fue inventada por los economistas clásicos sino por los de la fisiocracia, para

combatir las restricciones aduaneras del mercantilismo, pero que en todo caso excluye

toda participación del Estado en el proceso económico de la sociedad.

Los economistas de la escuela clásica estuvieron convencidos de que dentro del libre

juego de las fuerzas económicas, al chocar entre sí intereses individuales opuestos, se

genera en el proceso de producción, circulación y distribución de bienes un efecto

estabilizador que alcanza los necesarios equilibrios o que los restaura en caso de que,

momentáneamente, se hayan perdido.

Cualquier intromisión de la autoridad estatal en el juego de las leyes naturales de la

economía —que ellos veían como un mecanismo perfecto que se ponía en marcha, se

impulsaba, se frenaba y se lubricaba a sí mismo, automáticamente— no haría sino dañar

su funcionamiento.

El liberalismo, sin duda, tuvo una distorsionada visión del fenómeno social. Nunca se

percató de que las personas llegan al mundo con determinadas diferencias de propiedad,

de ubicación en la sociedad y con distintas predisposiciones naturales que determinarán

ulteriores diferencias de educación y aptitud. Si en la sociedad sólo se garantizara el

libre despliegue de las fuerzas individuales y no se tomaran ciertas precauciones, esas

diferencias conducirían fatalmente a la explotación del mejor dotado sobre el más débil.

Esto, que es apenas lógico, ocurrió en los regímenes liberales. Por eso se produjo una

irreductible contradicción entre sus generosos postulados filosóficos y las egoístas tesis

de su sistema económico capitalista, que se resolvió finalmente en el avasallamiento de

las acciones económicas sobre las lucubraciones filosóficas.


El liberalismo tuvo una falsa idea de la naturaleza de la sociedad como el marxismo la

tuvo respecto de la naturaleza del ser humano. El uno supuso ingenuamente que el libre

despliegue individual conduciría al bienestar colectivo y el otro creyó candorosamente

que el hombre es un ser esencialmente altruista y solidario, capaz de anteponer

espontáneamente los intereses sociales a los suyos personales. Ambos, creo yo, se

equivocaron de buena fe.

El economista australiano Colin Clark sostiene, no sin razón, que los principios

económicos del liberalismo (ideología que, según él, sustituyó al utilitarismo cuando

este nombre cayó en desuso) han regido, hasta nuestros días, el pensamiento básico de

muchos economistas de la Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, aunque

“oficialmente” esta ideología fue abandonada en Europa continental hacia el año 1870

y una generación más tarde en Inglaterra. Por eso le fue tan fácil “renacer” en la década

de los 80 del siglo pasado bajo el nombre de >neoliberalismo. Sus principios se han

mantenido latentes durante mucho tiempo. La teoría económica liberal, en forma

larvada, formó parte de las ideas de un amplio e influyente sector dirigente de los

Estados Unidos y de otros países desarrollados de Occidente, que incluye a políticos,

economistas y hombres de negocios.

Se utilizó la expresión liberalismo manchesteriano para designar la tendencia extrema

del liberalismo hacia el librecambio. Los manchesterianos propugnaban una libertad

económica ilimitada, que llegaba a los excesos de rechazar cualquier intromisión del

Estado en la economía y prohibir toda legislación de protección obrera, puesto que

consideraba que la fuerza de trabajo era una mercancía más y debía estar sometida a las

leyes del mercado. La expresión proviene de la ciudad de Manchester, en Inglaterra,

donde operó entre los años 1838 y 1846 la denominada escuela de Manchester, que

defendía los intereses económicos de la aristocracia terrateniente contra los afanes de


los empresarios de la naciente revolución industrial de introducir pequeñas

reglamentaciones al comercio internacional.

La escuela de Manchester estaba liderada por dos jóvenes ingleses: el uno era un

productor textil llamado Richard Cobden (1804-1865) y, el otro, un brillante orador

juvenil llamado John Brigth (1811-1889), que se constituyeron en los acérrimos críticos

de la política exterior del gobierno británico.

Dentro de este marco conceptual ellos fundaron la Anti-Corn-Law League, que era un

movimiento contra la protección aduanera y la limitación tributaria de los cereales.

A pesar de que Cobden escribió por esos años un pequeño ensayo titulado “Speeches

on Questions of Public Policy” y que Bright publicó su “Speech on Reform” (1866),

ellos eran más activistas políticos que teóricos económicos, por lo que la denominada

escuela de Manchester no fue, en realidad, una entidad doctrinal que hubiera formulado

una teoría completa y coherente sobre el librecambio sino simplemente un grupo unido

alrededor del propósito unidimensional y pragmático de alcanzar la revocación de las

leyes que en Inglaterra y Alemania regimentaban y gravaban la comercialización de los

cereales.

En una conferencia dictada en Manchester el 15 de enero de 1846, Cobden dijo, con un

envidiable candor, que cuando “el hombre se convierta en una sola familia e intercambie

libremente con su hermano los frutos del trabajo” se desvanecerán “los imperios grandes

y poderosos, los ejércitos gigantescos y las grandes armadas” que sólo “sirven para la

destrucción de la vida y la desolación de los frutos del trabajo”.


Al conjunto de estas ideas más o menos simples se llamó también manchesterismo, que

se convirtió en el símbolo del libre comercio de la época.

4. Los partidos liberales. Estos fueron, en Europa y en todas partes, los portadores de

la ideología liberal. En la segunda mitad del siglo XIX ellos surgieron con mucha fuerza,

como partidos innovadores e incluso revolucionarios, para enfrentar el viejo orden

económico y social. Los partidos liberales sostenían la libertad política, la libre

expresión del pensamiento, la separación de la Iglesia y el Estado, el laicismo, la libertad

económica, la libre iniciativa, la libertad de empresa y todos los demás ideales políticos

y económicos que triunfaron en la Revolución Francesa. Como representantes de una

nueva clase social en emergencia —la burguesía—, cuyos intereses económicos estaban

estrechamente vinculados al comercio, las finanzas y la industria de su tiempo, los

partidos liberales europeos nacieron para enfrentar a los partidos conservadores, o

conservadores católicos, o cristianos históricos, en todo caso partidos confesionales,

comprometidos con el statu quo, que representaban los decadentes intereses de la

nobleza, el clero y los señores de la tierra. La confrontación fue dura por un buen tiempo.

Eran dos concepciones antagónicas del mundo, dos intereses sociales en conflicto, dos

propuestas económicas distintas. En esa lucha, el bipartidismo conservador-liberal se

impuso por largo tiempo. Entonces surgieron los partidos socialistas para proclamar un

nuevo orden que amenazó por igual a conservadores y liberales. Esto ocurrió a fines del

siglo XIX y principios del XX. Con toda su carga iconoclasta, los partidos socialistas

insurgieron lo mismo contra el orden conservador que contra el liberal. No hicieron

realmente diferencias entre ellos. Ambos se presentaban a sus ojos como formas

viciosas de organización social que había que destruir. Los unos eran los defensores de

la tradición, la autoridad y los privilegios de una clase en decadencia, los otros de las

prerrogativas económicas de una clase en ascenso o ya en plena consolidación de su

posición hegemónica. Por tanto, el socialismo, como representante de los puntos de vista
del >obrerismo, constituía una amenaza para los unos y los otros. Esto produjo en la

mayoría de los países uno de dos fenómenos: o la escisión de los partidos liberales para

dar nacimiento a los llamados partidos “radicales” (como ocurrió en Holanda en 1891,

Francia en 1901, Dinamarca en 1906) o la unión de los partidos liberales con los

conservadores en un solo haz de intereses para defenderse de la acechanza socialista.

Así nacieron, en muchas partes, los partidos nacionales o de cualquier otro nombre, que

resultaron de la fusión de los conservadores y los liberales por el temor al adversario

común.

Los partidos liberales de Europa y América, en la primera mitad del siglo XX,

promovieron su “internacionalización” por medio de asociaciones que trascendieron las

fronteras nacionales. En 1924 establecieron en Ginebra “L’Entente internationale des

partis radicaux e des partis democratiques similaires” y en 1946 fundaron en Oxford la

“Internacional Liberal”. (Borja, Enciclopedia de La Pólítica [versión electrónica], 2013)

Por lo explicado anteriormente se puede referir que el Liberalismo es una corriente

de pensamiento filosófico donde se promueven las libertades civiles y el máximo límite al

poder coactivo de los gobiernos sobre los seres humanos. En el Liberalismo se pretende que

cada uno escoja lo que tiene que hacer, siempre con libertad y sin apartarse de lo legal. La

separación del estado de la iglesia es una conquista del liberalismo impuesta precisamente

para evitar ese predominio excesivo de una sola religión sobre todas las conciencias.

Ejemplo en el Ecuador la Revolución Liberal de Eloy Alfaro.

Socialismo
El Socialismo no es necesariamente el marxismo leninismo, pero evidentemente

Marx representa el pensamiento más alto del socialismo, León Roldón (1987) se refiere al

socialismo con el siguiente pensamiento:

Las tesis socialistas buscan mejorar las condiciones de participación social de

los diversos sectores de una sociedad. Intentan la aproximación a la igualdad entre todos los

seres humanos, entre sectores sociales y entre pueblos. Pero, no sólo busca igualdad, sino

que para llegar a ésta debe elevar el nivel de los que han sido históricamente víctimas de las

desigualdades. (Comite Ecuatoriano de la Cooperación con la Comisión Interamericana de

Mujeres, 1987)

Rodrigo Borja dice:

El instinto socialista es tan antiguo como el hombre, pero su sistematización teórica es

relativamente reciente. Pienso que el hombre nació socialista. En la colectividad

primitiva no hubo tuyo ni mío. Los bienes pertenecían a quienes los necesitaban. Pero

después, cuando los medios de producción, por obra del avance tecnológico, crearon

excedentes que fueron acaparados por unos pocos dentro del grupo, empezó a

desvanecerse el socialismo instintivo de la sociedad primitiva y advino un régimen de

desigualdad económica y dominación política. Nacieron así los gérmenes de la injusticia

social y, con ellos, el antagonismo entre ricos y pobres.

La palabra socialismo fue acuñada en 1832 por Pierre Leroux, seguidor de las ideas del

filósofo social francés Henri de Saint-Simon (1760-1825), en oposición a

individualismo. Como doctrina política, el socialismo fue una idea europea, desarrollada

por pensadores europeos. Y de Europa se extendió por el mundo.


Sin embargo, la palabra se había utilizado antes, aunque con un sentido diferente, por

el benedictino Anselm Desing, quien en 1753 llamó socialistae a los “maestros

modernos del derecho natural” que admitían una sociabilidad natural en los hombres. Y

en 1827 la palabra “socialista” se empleó para designar a los seguidores del socialista

utópico inglés Robert Owen (1771-1858). Pero el término estaba lejos todavía de tener

la significación que se le adjudicó después: una teoría y un movimiento surgidos en la

sociedad burguesa con el propósito de modificar el orden social existente para

establecer, sobre la base de nuevas relaciones de propiedad, un orden nuevo sin “la

explotación del hombre por el hombre” y en el que cada persona trabajara en proporción

a sus capacidades y recibiera de acuerdo con sus necesidades.

La sistematización de la inconformidad con las disparidades sociales produjo, con el

pasar de los tiempos, diversas formas de socialismo: desde el socialismo utópico de

principios del siglo XIX hasta la socialdemocracia del norte de Europa y el socialismo

democrático de otros países, pasando por las diversas versiones históricas del marxismo.

Hay una tendencia dogmática, muy propia de la extrema derecha y de la extrema

izquierda, a negar la existencia de varios socialismos. Para ella la palabra socialismo

designa una sola cosa: el marxismo. Este sería el único socialismo real. La verdad, sin

embargo, es que la fecundidad de la idea socialista ha generado a lo largo del tiempo

diversos socialismos y diversas etapas en el desarrollo de cada uno de ellos.

Para el escritor y dramaturgo irlandés Bernard Shaw (1856-1950) —uno de los

inspiradores de la Sociedad Fabiana formada en Inglaterra a comienzos de los años 80

del siglo XIX, como un grupo de reflexión sobre las ideas socialistas— “el socialismo

es una opinión respecto a cómo debe distribuirse la renta nacional puesto que su
distribución no es un fenómeno natural: es una cuestión de ordenamiento, sujeta a

cambiar como cualquier otro ordenamiento”.

La característica común de todas las ideologías socialistas es la disconformidad con el

régimen social injusto, la vocación de cambiarlo, la emancipación de la fuerza de trabajo

humana de su condición de mercancía, la responsabilidad social de la propiedad, la

solidaridad y la promoción de métodos de equitativa distribución del ingreso. Este es el

común denominador de los socialismos. Pero, al lado de las afinidades generales, están

sus diferencias conceptuales, metodológicas, estratégicas y tácticas.

Con el advenimiento de la ideología marxista la palabra socialismo adquirió una

connotación antiburguesa. El socialismo se convirtió en la contrapartida del

burguesismo. Y significó la reconstrucción por la vía revolucionaria del orden social,

jurídico y económico sobre la base de la propiedad común para arribar a la última etapa:

el comunismo, carecterizado por la supresión de la propiedad privada, el deber del

trabajo y la distribución de los bienes según las necesidades. (Constitución de la

República del Ecuador, 2008)

El Socialismo es una ideología Política, donde el estado toma las decisiones sobre lo

económico y social y la manera cómo se distribuyen los bienes, cuya base es que los medios

de producción sean parte del patrimonio colectivo y el mismo pueblo quien los administre.

Socialismo del Siglo XXI

El socialismo del siglo XXI es un concepto que aparece en la escena mundial en

1996, a través de Heinz Dieterich Steffan. El término adquirió difusión mundial desde que

fue mencionado en un discurso por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, el 30 de enero

de 2005, desde el V Foro Social Mundial.


El modelo de estado socialista del socialismo del siglo XXI es un socialismo

revolucionario que debe directamente de la filosofía y la economía marxista, y que se

sustenta en cuatro ejes:

1. El desarrollismo democrático regional,

2. La economía de equivalencias,

3. La democracia participativa y protagónica y

4. Las organizaciones de base.

Dieterich, en su obra Socialismo del Siglo XXI se funda en la visión de Marx sobre

la dinámica social y la lucha de clases. Dieterich revisa la teoría marxista con ánimo de

actualizarla al mundo de hoy, incorpora los avances del conocimiento, las experiencias de

los intentos socialistas, develan sus limitaciones y entregan propuestas concretas tanto en la

economía política como en la participación democrática de la ciudadanía para construir una

sociedad libre de explotación.

El socialismo del siglo XXI supone que es necesario un reforzamiento radical del

poder estatal democráticamente controlado por la sociedad para avanzar el desarrollo.

Este pensamiento cuyo receptor principal ha sido el Presidente de Venezuela, Hugo

Chávez, ha sido acogido inmediatamente por otros gobiernos de Latinoamérica: Ecuador con

Rafael Correa, Argentina con Cristina Fernández de Kirchner, Nicaragua con Daniel Ortega,

Bolivia con Evo Morales, Brasil con Lula da Silva y Dilma Rousseff y Chile con Mishell

Bachelet.
Para Rafael Correa, La supremacía del trabajo humano sobre el capital es el signo

fundamental del Socialismo del Siglo XXI.

Hace 92 años, el 15 de noviembre de 1922, centenas de sencillos hombres y mujeres

que participaron en un levantamiento popular fueron asesinados en las calles de

Guayaquil. Era uno de los tantos períodos de dominio absoluto de la banca y de la

plutocracia en el país, cuando ni siquiera existía moneda nacional y esta era emitida por

los mismos bancos y hasta por las haciendas de los ‘gran cacao’. Para ocultar la matanza,

los cadáveres fueron echados al río Guayas, y el pueblo lanzó flores y cruces sobre el

agua para recordar a los caídos.

Para nuestros trabajadores la lección histórica de esa matanza es reconocer a sus

verdaderos adversarios, no confundir el objetivo de su emancipación con los intereses

coyunturales de dirigentes o agrupaciones que no diferencian capital de trabajo, Estado

de empresa, lo público de lo mercantil. Ni siquiera diferencian revolución de

restauración.

La dignidad del trabajo humano

La supremacía del trabajo humano sobre el capital es el signo fundamental del

Socialismo del Siglo XXI y de nuestra Revolución Ciudadana. Es lo que nos define,

más aún cuando enfrentamos un mundo completamente dominado por el capital. No

puede existir verdadera justicia social sin esta supremacía del trabajo humano,

expresada en salarios dignos, estabilidad laboral, adecuado ambiente de trabajo,

seguridad social, justa repartición del producto social.

La gran sacrificada en la larga y triste noche neoliberal fue sin duda la clase trabajadora.

Se convirtió al trabajo humano en un instrumento más de acumulación del capital,


cuando el trabajo humano tiene un valor ético, porque no es objeto, es sujeto; no es un

medio de producción, es el fin mismo de la producción.

El salario es pan, sustento, dignidad y uno de los fundamentales instrumentos de

distribución, justicia y equidad; y el trabajo no es solo el esfuerzo para la generación de

riqueza, sino una forma vital de llenar nuestra existencia.

Por ello, nuestra revolución no puede hablar de ‘mercado de trabajo’ o ‘capital

humano’, aberraciones que reducen al trabajo humano a una simple mercancía o factor

de producción, y a los salarios a un precio más a ser establecido por las supuestas fuerzas

del mercado.

Nuestra revolución debe hablar de un ‘sistema laboral’, donde la participación del

Estado y del sindicalismo es fundamental, sistema laboral que debe reconocer el trabajo

en todas sus formas: dependiente, independiente, pero también el trabajo no mercantil,

y con ello, garantizar el derecho que tiene toda persona al final de su vida productiva

para gozar de una jubilación digna. Esto implica también rechazar las categorías

capitalistas-mercantilistas, donde todo aquel que no trabaja para el mercado es

sencillamente económicamente inactivo.

Reconocer estos derechos también significa entender nuestros deberes, donde todos

debemos aportar con nuestro trabajo para una sociedad mejor, para el Buen Vivir. El

trabajo como derecho y como deber. Como dice San Pablo: “Si alguno no quiere

trabajar, que tampoco coma”

El sindicato como escudo ante el capital


El sindicato es la asociación de trabajadores que se juntan para hacer justicia en común.

Nació para protegerse de los abusos del capitalismo salvaje de la Revolución Industrial.

Con la consolidación de los Estado-Nación se establecieron leyes para garantizar los

derechos de los trabajadores, y los sindicatos fueron evolucionando para obtener, por

medio de la contratación colectiva, mayores beneficios de los que la ley establecía y,

así, disputarle renta al capital.

Con los gobiernos progresistas de América Latina las leyes a favor de la clase

trabajadora se han profundizado. En Ecuador terminamos con la tercerización; con la

semiesclavitud de las empleadas domésticas; con la impunidad ante la falta de

aseguramiento social. Hoy tenemos un salario mínimo que cubre la canasta básica y el

más alto en términos reales de la región andina. Tenemos una de las más bajas tasas de

desempleo de la historia y prácticamente pleno empleo para los ciudadanos con

discapacidad.

También se cumplen los derechos para la clase trabajadora y sus familias, con

educación, salud, seguridad, servicios públicos completamente gratuitos. Las demandas

de los trabajadores han sido atendidas como nunca antes, porque somos el gobierno de

los trabajadores.

Hemos hecho aportes revolucionarios en políticas laborales. Para solucionar el clásico

problema de ‘mal con el capital pagando salarios de miseria, pero peor sin él por el

desempleo’, somos el único país del mundo que permite pagar un salario mínimo, pero

impide a las empresas tener utilidades hasta lograr para todos sus trabajadores un salario

digno, es decir, aquel que permita a las familia del trabajador salir de la pobreza. A

diferencia del socialismo tradicional, que proponía abolir la propiedad privada,


utilizamos instrumentos modernos, y algunos inéditos, para mitigar las tensiones entre

capital y trabajo.

No se trata solamente de mejoras en el ingreso y en las condiciones de trabajo, se trata

de la dignificación del ser humano y de su trabajo, por encima del capital y del mercado.

Nadie puede negar los avances del país y de su clase trabajadora. Sin embargo, los

mismos de siempre marchan con su violencia y amargura, para supuestamente rechazar

las políticas ‘antiobreras’ del Gobierno.

Lamentablemente, pareciera que en Ecuador el discurso sindical no ha variado mucho

de aquel de la Revolución Industrial, desconociendo la consolidación de los Estados

nacionales y una nueva dimensión que no existía en la original dicotomía entre capital

y trabajo: lo público, expresado en el Estado como representación institucionalizada de

la sociedad.

Ciertos líderes sindicales mantienen el mismo discurso, así tengan que tratar con una

empresa privada, con una transnacional, con un municipio o con un gobierno de la clase

trabajadora, como lo es el de la Revolución Ciudadana. No se entiende que cuando se

disputa renta al capital privado, se afecta al accionista, pero cuando se disputa renta al

Estado, se afecta a la sociedad. En el primer caso, probablemente en forma legítima,

disminuye la rentabilidad de las acciones; en el segundo, en forma ilegítima, disminuyen

los libros para nuestros niños, las medicinas para nuestras familias, los caminos para

nuestro pueblo.

Es necesaria una clara diferenciación entre lo privado y lo público, y de las

correspondientes formas y objetivos de organización laboral.


Esto ya se ha recogido en otros ámbitos como el del derecho. En derecho privado, todo

lo que no esté expresamente prohibido, está permitido. En derecho público, todo lo que

no está expresamente permitido, está prohibido. La lógica es cuidar el bien común.

En el sector privado, con la contratación colectiva se busca disputar renta al capital. En

el sector público esto no tiene sentido, cuando la sociedad es la empleadora y cuando, a

diferencia del capital privado, muchas veces el representante de lo público no tiene

adecuados incentivos para defender el bien común. En lo público, los derechos y las

conquistas deben estar establecidos en la ley, no en función de la capacidad de

negociación de cada grupo.

Esto no implica, como algunos pretenden, disminuir la organización laboral en el sector

público ni el derecho fundamental a la huelga. Por el contrario, deben fortalecerse para

que los trabajadores públicos tengan instrumentos para hacer respetar la ley o para evitar

los llamados ‘abusos del derecho’, es decir, formas legales pero ilegítimas de atentar

contra los derechos de los trabajadores.

No podemos continuar con el mismo discurso sindical anacrónico. El sindicalismo

moderno debe buscar la supremacía del trabajo humano sobre el capital, sin negar la

existencia y necesidad de este último, y en este contexto buscar solucionar las tensiones

capital-trabajo; no puede caer en el anarcosindicalismo que considera al Estado su

enemigo e intenta reemplazarlo; debe entender lo público como lo que es: de todos.

(Correa, 2014)

Democracia Cristiana

Es una ideología política que ha existido desde fines del siglo XIX, cuando el papa

León XIII escribió la encíclica Rerum Novarum, una respuesta al socialismo y a los nuevos
sindicatos en la cual el Vaticano reconoció las privaciones del trabajador y se dispuso a

aliviarlas.

La democracia cristiana ha sido más prominente en Italia, Alemania, Países Bajos y

América Latina, destaca Venezuela, México, Chile y Ecuador. Venezuela (Rafael Caldera

y Luís Herrera Campíns), México (Vicente Fox y Felipe Calderón), Chile: (Eduardo Frei

Montalva 1964-1970, Patricio Aylwin Azócar 1990-1994, Eduardo Frei Ruiz-Tagle 1994-

2000 y Sebastián Piñera 2010-2014) y Ecuador (Camilo Ponce Enríquez 1956-1960,

Oswaldo Hurtado 1981-1984, León Febres Cordero 1984-1988, Sixto Durán Ballén 1992-

1996 y Jamil Mahuad 1998-2000)

Rodrigo Borja en la Enciclopedia de la Política sobre la Democracia Cristiana dice:

Llamada también democristianismo o socialcristianismo —aunque estas palabras aún

no han sido reconocidas por la Real Academia Española de la Lengua—, es el conjunto

de ideas políticas que sustentan los partidos demócrata-cristianos. Todas ellas hunden

sus raíces en los viejos planteamientos sobre la sociedad y la ética social de los padres

y doctores de la Iglesia —san Agustín, Juan Escoto Erígena, san Anselmo, Pedro

Abelardo, Alejandro de Sales, san Buenaventura, san Alberto Magno, santo Tomás de

Aquino y otros pensadores del escolasticismo medieval—, se enriquecen con el

tomismo que trató de conciliar la razón con la fe, con el neo-tomismo de Thomas Meyer

(1821-1913), Víctor Cathrein (1845-1931), Eberhard Welty (1902-1965) y Johannes

Messner (1891-1984), quienes intentaron ir hacia una suerte de socialismo cristiano, y

más tarde con el tomismo abierto de Jacques Maritain (1882-1973) que tuvo muchos

seguidores en Francia, Inglaterra y América Latina.


En efecto, el pensamiento tomista dio lugar al neotomismo, formulado por los

seguidores de santo Tomás. Esta corriente de pensamiento teológico y político tuvo

mucha influencia en la enseñanza de las universidades católicas europeas del siglo XIX

y de la primera mitad del XX, a través del cursus thomisticus que en ellas se dictaba, y

en la formulación de las encíclicas de los papas que afrontaron los temas políticos y

sociales. Pero esa influencia terminó tras el Concilio Vaticano II, que revisó no

solamente los fundamentos de la educación teológica tradicional sino también muchos

de los conceptos mismos del neotomismo.

Pero, sin duda, la parte medular del acervo de ideas de la democracia cristiana es la

llamada doctrina social de la Iglesia Católica, contenida principalmente en las encíclicas

de los papas que tocan el tema político y el tema social.

Las más importantes de ellas son, en orden de aparición, la Nostis et Nobiscum expedida

por Pío IX el 8 de diciembre de 1849, en la que considera perniciosos el socialismo y el

comunismo, a los que el Pontífice incluyó en el párrafo IV del Syllabus, que fue el

catálogo de ideas condenadas por la Iglesia (1844); la Quod Apostolici numeris (1878),

la Diuturnum illud (1881), la Inmortale Dei, la Libertas (1888) y la Rerum Novarum

(1891) de León XIII; la Quadragesimo Anno (1931) y la Divini Redemptoris (1937) de

Pío XI; la Sertum Laetitiae (1939) y los mensajes de 1 de junio de 1941 sobre la cuestión

social, de diciembre de 1942 sobre el orden y la paz de la sociedad y de 13 de junio de

1943 sobre el tema social de Pío XII; la Mater et Magistra (1961) y la Pacem in Terris

(1963) de Juan XXIII; la Populorum Progressio (1967) y la Carta Apostólica en el 80º

aniversario de la encíclica Rerum Novarum (1971) de Pablo VI; la Laborem Exercens

(1981), la Sollicitudo Rei Socialis (1987) y la Centesimus Annus (1991) de Juan Pablo

II.
Sin duda, la más importante de las cartas encíclicas, porque abrió un surco en las ideas

de la Iglesia, fue la Rerum Novarum de León XIII sobre la cuestión obrera. En ella el

jefe del catolicismo trató sobre salarios, relaciones obrero-patronales, jornadas de

trabajo, descanso, labor de mujeres y niños y otros temas de orden laboral. Condenó la

usura “ejercitada por hombres avaros y codiciosos” y el hecho de que “la producción y

el comercio de todas las cosas está casi todo en manos de pocos, de manera que unos

cuantos hombres opulentos y riquísimos pusieron sobre la multitud innumerable de

proletarios un yugo que difiere poco del de los esclavos”.

Creo que deben diferenciarse dos épocas en las ideas de León XIII: las que corresponden

a la primera parte de su largo apostolado, que fueron terriblemente reaccionarias, y las

posteriores que, al afrontar la cuestión social, tienen conceptos interesantes para su

tiempo.

Las primeras están contenidas en la encíclica Quod Apostolici numeris (1878), en la

que señala que la doctrina católica es incompatible con el socialismo y acusa de todos

los males de la sociedad al pensamiento racionalista, y en la poco conocida Encíclica

sobre el origen del poder, en la que critica acerbamente a los enciclopedistas franceses

“que en el pasado siglo se atribuyeron el nombre de filósofos” y afirma la procedencia

divina del poder político de suerte que “los que administran la república deban obligar

a los ciudadanos de manera que el no obedecer sea pecado”.

Ratifica estos conceptos en la encíclica Diuturnum illud, de 29 de junio de 1881, y los

morigera más tarde en su Inmortale Dei, en que sostiene que la autoridad viene de Dios

pero que “no está vinculada a ninguna forma de gobierno”. Conmina a los jefes de

Estado a no abusar de su poder, aunque advierte que no es legítimo desacatarlos pues

“la sedición es un crimen de lesa majestad no sólo humana sino también divina”.
En su encíclica Libertas (1888) impugna la libertad de cultos, sostiene el derecho de la

Iglesia a castigar a los que no creen y limita las libertades humanas porque “de ninguna

manera es lícito pedir, defender u otorgar la libertad ilimitada de pensamiento, de

imprenta, de enseñanza o de religión”.

Las ideas sociales del pontífice, en cambio, están vertidas en la encíclica Rerum

Novarum (1891) sobre la cuestión obrera, en la que, no obstante sostener que “se debe

mantener intacta la propiedad privada” y que en la sociedad civil no pueden ser todas

las personas iguales, como se afanan en vano los socialistas, “porque ha puesto en los

hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades”, condena el

egoísmo económico de los grupos dominantes y afirma que es “verdaderamente

vergonzoso e inhumano el abuso de los hombres, como si no fuesen más que cosas, para

sacar provecho de ellos, y no estimarlos en más que lo que dan de sí sus músculos y sus

fuerzas”.

En esta encíclica el papa advierte que “los ricos y los patrones recuerden que no deben

tener a los obreros por esclavos y que deben en ellos respetar la dignidad de la persona”.

Aboga en favor de la protección de los derechos de los pobres, “porque la clase de los

ricos, como se puede amurallar con sus recursos propios, necesita menos del amparo de

la pública autoridad; el pobre pueblo, como carece de medios propios con qué

defenderse, tiene que apoyarse grandemente en el patrocinio del Estado”.

Al conmemorarse cuarenta años de la vigencia de la encíclica Rerum Novarum, Pío XI

expidió la Quadragesimo Anno el 15 de mayo de 1931, para reafirmar todos los puntos

tratados por León XIII, “poner al día” su doctrina y precautelarla de las calumnias y

falsas interpretaciones. Habló de la propiedad, cuyo derecho “defendió Nuestro

Predecesor contra las arbitrariedades de los socialistas de su tiempo, demostrando que


la supresión del dominio privado había de redundar no en utilidad sino en daño extremo

de la clase obrera”, y se refirió a las pretensiones injustas del capital, las pretensiones

injustas del trabajo, el justo salario, los cambios en el régimen capitalista, la libre

competencia, la cristianización de la vida económica y otros temas de carácter

económico y social.

En el orden político, Pío XI dijo que, desde los tiempos de León XIII, el socialismo se

ha dividido en dos partes, “sin que ninguna de las dos reniegue del fundamento propio

del socialismo, contrario a la fe cristiana”: la rama más violenta es el comunismo, que

enseña la lucha de clases encarnizada y que suprime la propiedad privada, y la otra rama

es la “moderada” que conserva el nombre de socialismo y “se inclina y en cierto modo

avanza hacia las verdades que la tradición cristiana ha enseñado siempre solemnemente:

pues no se puede negar que sus reivindicaciones se acercan mucho a veces a las de

quienes desean reformar la sociedad conforme con los principios cristianos”.

No obstante que reconoce cierta convergencia entre los principios cristianos y el

socialismo que él llama “moderado”, Pio XI lamenta que “no pocos hijos nuestros, de

quienes no podemos persuadirnos que hayan abandonado la verdadera fe y perdido su

buena voluntad, dejan el campo de la Iglesia y vuelan a engrosar las filas del socialismo:

unos, que abiertamente se glorían del nombre de socialistas y profesan la fe socialista;

otros, que por indiferencia, o talvez con repugnancia, dan su nombre a asociaciones

cuya ideología o hechos se muestran socialistas”.

Los últimos tres pontífices volvieron a afrontar el problema social, aunque con ópticas

distintas y acaso contradictorias con las de los anteriores. Juan XXIII escribió las

encíclicas Mater et Magistra en 1961 y Pacem in Terris en 1963. En la primera de ellas,

al formular precisiones sobre las enseñanzas de la Rerum Novarum, habló de la


“socialización” como uno de los fenómenos típicos de la época moderna, entendida

como un progresivo multiplicarse de las relaciones de convivencia, y dijo que “el mundo

económico es creación de la iniciativa personal de los ciudadanos”, sin embargo de lo

cual “deben estar también activamente presentes los poderes públicos a fin de promover

debidamente el desarrollo de la producción en función del progreso social en beneficio

de todos los ciudadanos”.

En su segunda encíclica, Pacem in Terris, Juan XXIII reafirma el viejo criterio de la

Iglesia sobre el origen divino del poder, aunque en los términos definidos por san Juan

Crisóstomo: los del derecho divino providencial, y hace una amplia consideración sobre

los derechos civiles, políticos y económicos de las personas, entre los que está el derecho

de propiedad privada, que brota de la naturaleza humana, pero al que va inherente una

función social.

Pablo VI, en su encíclica Populorum Progressio (1967), puso énfasis en el desarrollo

solidario de la humanidad y en la asistencia especial a los débiles. En el ámbito de las

relaciones entre los Estados afirmó que los pueblos ya desarrollados tienen la obligación

gravísima de ayudar a los países en vía de desarrollo y que, en las relaciones de comercio

internacional, cuando las condiciones son demasiado desiguales de país a país: los

precios que se forman “libremente” en el mercado pueden llevar consigo resultados no

equitativos, por lo que es el principio fundamental del liberalismo, como regla de los

intercambios comerciales, el que está aquí en litigio.

Juan Pablo II tiene tres encíclicas importantes. En la Laborem Exercens (1981) se refiere

a cuestiones laborales y repite los conocidos conceptos de los últimos tiempos de la

Iglesia sobre el tema.


La Sollicitudo Rei Socialis (1987) toca, entre otros asuntos, el del desarrollo humano.

Dice al respecto que ha entrado en crisis la concepción “económica” o “economicista”

vinculada a la palabra desarrollo y que la mera acumulación de bienes y servicios,

incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana. Critica

en ella la llamada civilización del “consumo” o consumismo, que comporta tantos

“desechos” o “basuras”. Un objeto poseído, y ya superado por otro más perfecto, es

descartado simplemente, sin tener en cuenta su posible valor permanente para uno

mismo o para otro ser humano más pobre.

En la Centesimus Annus (1991), expedida para conmemorar los cien años de la Rerum

Novarum, vuelve sobre la cuestión laboral, insiste en que la consecución del bien común

demanda la articulación de esfuerzos entre la personas y el poder público y además

analiza los espectaculares cambios producidos en el mundo durante los últimos meses

de 1989 y primeros de 1990 —la caída de la Unión Soviética y el comienzo de la

desintegración de su bloque de países—, acontecimientos de los que dice, en una

afirmación de muy dudosa veracidad, que fueron “previstos” por el papa León XIII en

su crítica al socialismo hace cien años. Juan Pablo II insiste, de conformidad con la

rancia tradición pontificia, en culpar de todos los males de la sociedad al ateísmo que

induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la

persona. Repite los viejos conceptos contra el “racionalismo iluminista”. Partiendo del

prejuicio de que el único socialismo posible es el marxismo, condena la lucha de clases

y los otros métodos marxistas que brotan, según él, de la misma” raíz atea”.

Lo que se saca en claro de los pronunciamientos pontificios de los últimos treinta años

es su rechazo a la teoría y práctica del liberalismo y del neoliberalismo, con sus métodos

deshumanizados, y la condenación al marxismo, al que parecen concebir


equivocadamente —con la equivocación muy frecuente y común en los hombres de la

derecha— como la única forma posible de socialismo.

Al margen de las encíclicas, el Concilio Vaticano II aprobó en 1965 un documento de

raíces renovadoras, que fue la Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia

en el mundo moderno, dirigido “no sólo a los hijos de ella y a quienes invocan el nombre

de Cristo, sino, sin vacilación, a la humanidad entera, deseoso de exponer a todos la

manera que tiene la Iglesia de concebir su propia presencia y la actividad en el mundo

de hoy”.

En este documento, al tratar el tema del desarrollo económico y en lo que yo creo que

es un alegato en favor del sistema de >economía mixta, se afirma “que no se puede dejar

este desarrollo ni al juego casi mecánico de las fuerzas económicas ni a la sola decisión

de la autoridad pública: de ahí que no estén exentas de error tanto las doctrinas que por

una apariencia de falsa libertad se oponen a las necesarias reformas, como las que

sacrifican los derechos fundamentales de la persona y de los grupos a la organización

colectiva de la producción”.

Evidentemente, cuando el documento pastoral habla del “juego casi mecánico de las

fuerzas económicas” se refiere a las fuerzas del mercado, a las que, en concepto del

Concilio, no se puede entregar la conducción de la economía de un país.

A comienzos del siglo XX las derechas europeas con sensibilidad social discutieron

mucho el nombre que habrían de dar a las ideas sociales y políticas expuestas por León

XIII, Pío XI y otros pontífices del catolicismo. Barajaron varios nombres: socialismo

católico, cristianismo popular, catolicismo social, socialcristianismo y otros más.

Finalmente se inclinaron por el de democracia cristiana, y en torno de las ideas


pontificias empezaron a organizar en varios países los partidos políticos de la nueva

derecha.

Tal fue el entusiasmo que el propio papa León XIII juzgó del caso expedir una nueva

encíclica en 1901, titulada Graves de Communi, con ánimo de aclarar ciertas cosas a fin

de frenar el exceso “socializante” de sus seguidores.

A pesar de que tienen las mismas fuentes doctrinales, no siempre existe coherencia en

los planteamientos democristianos de los diferentes países. Sus partidos han dado

distintas interpretaciones a los textos pontificios, que por cierto están concebidos en

términos muy generales y con frecuencia mantienen contradicciones entre sí. El llamado

“bien común”, incesantemente repetido por los pensadores de la Iglesia, ha cambiado

sustancialmente a lo largo del tiempo. El bien común era una cosa para el tomismo y

otra muy distinta para los papas del siglo XX. Aparte de esto, los textos pontificios,

siempre muy generales, pueden recibir diversas lecturas. Y eso es lo que ha ocurrido.

Cómo entender, por ejemplo, aquello del “dese a cada cual la parte de bienes que le

corresponde”, que manda Pío XI en su Quadragesimo Anno. Frases como estas se

prestan a muchas interpretaciones y explican las incoherencias del socialcristianismo en

los diversos países.

Existen partidos demócrata-cristianos que, en sus ideas sociales, están próximos al

socialismo democrático, aunque dentro del invariable confesionalismo que caracteriza

la posición de todos ellos; pero hay otros francamente cercanos al fascismo. Es muy

amplia la gama de las ideas democristianas. Y eso vuelve muy difícil su sistematización.

En Europa la democracia cristiana es una forma renovada del <conservadorismo

tradicional y las organizaciones políticas que sustentan estas ideas tienen sus raíces en

los “partidos católicos” que, inquietos por los cambios sociales, el laicismo y las tesis
de separación del Estado y la Iglesia que propugnaron los socialistas y los jacobinos, se

formaron en Europa durante el siglo XIX y a principios del XX para defender los

“derechos de la religión y de la Iglesia”.

En Italia y en Alemania, a partir de la segunda postguerra, cobraron gran fuerza los

partidos demócrata-cristianos, que mantuvieron una larga hegemonía política en esos

países, hasta que en 1993 el italiano se desplomó bajo el peso de la corrupción de sus

cúpulas dirigentes —e incluso tuvo que cambiar su nombre por el de Partido Popular

Italiano en enero de 1994— y arrastró con su desprestigio al alemán y a otros partidos

europeos menos influyentes.

En Latinoamérica los partidos democristianos forman un abanico muy amplio de

posibilidades ideológicas y juegan roles muy distintos de un país a otro. En algunos

casos sus planteamientos sociales se acercan a los del socialismo democrático. Son

partidos de centro-izquierda. Puede decirse que son un socialismo democrático y

confesional. En otros casos han tomado el lugar y han asumido el papel de los partidos

conservadores. Son partidos de la derecha.

De esto se desprende que hay una gran heterogeneidad en los planteamientos doctrinales

de la democracia cristiana o socialcristianismo, a pesar de su homologación

internacional y de la creación de organizaciones mundiales y regionales que agrupan a

sus partidos y coordinan sus actividades. (Borja, Enciclopedia de La Pólítica [versión

electrónica], 2013)

Jamil Mahuad (1987) se refiere a la doctrina de la Democracia Cristiana así:


Yo pondría tres grandes corrientes que la conforman. En primer lugar, lo que se ha

denominado, en términos generales, la Doctrina Social de la Iglesia, es decir el conjunto

de encíclicas papales que tiene relación con la presencia del hombre en la tierra y que

se refieren a sus necesidades y aspectos temporales y concretos. Especialmente a raíz

del siglo XIX la preocupación de la Iglesia Católica por los problemas sociales es muy

grande y entonces ahí tenemos una primera gran fuente de enriquecimiento del

pensamiento de Democracia Cristiana. Sobre esas encíclicas y con aportes propios,

además, hay un conjunto de pensadores que han enriquecido muchísimo esa tendencia;

el más importante de ellos probablemente es el filósofo francés Jacques Maritain,

además de Emmanuel Mounier, Erick Fromm y otros. Pero todos conocemos que entre

el pensamiento de los filósofos y la realidad de todos los días, muchas veces existe una

brecha difícil de llenar, y el tercer gran aporte que tiene el pensamiento demócrata

cristiano, en términos generales, proviene de la práctica de los gobiernos que se ha

tenido en muchos países del mundo y con algunas experiencias concretas ya en América

Latina. Creo entonces que hay una base teórica sólida, hay el aporte doctrinario sobre

esa base teórica y hay la experiencia cotidiana que nos ha permitido manejar situaciones

absolutamente coyunturales y concretas. (Comite Ecuatoriano de la Cooperación con la

Comisión Interamericana de Mujeres, 1987)

Conservador

El conservadorismo o conservadurismo, como suele llamarse también es un conjunto

de doctrinas, corrientes, opiniones y posicionamientos, generalmente de centro-derecha y

derecha, que favorecen tradiciones, es un estilo de pensamiento de carácter

contrarrevolucionario, por lo cual se define en conservar valores, ideas y un orden social,

anteriores a cualquier proceso revolucionario. Por lo tanto, su origen histórico es opuesto al

liberalismo. Ejemplo en el Ecuador Gabriel García Moreno.


Rodrigo Borja en la enciclopedia de la política define al conservador asi:

Se suele considerar a los pensadores ingleses Edmund Burke (1729-1797) y Michael

Joseph Oakkeshott como los teóricos del conservadorismo. Sin embargo, éste no

constituye propiamente una ideología política —en el sentido de un pensamiento

conservador sistemático—, sino un instinto de conservación del statu quo o del

establishment desarrollado por “los que tienen qué perder” en la vida social.

Desde que en 1818 el escritor francés François-René de Chateaubriand bautizara a su

periódico como “Le Conservateur”, la palabra empezó a extenderse en Europa para

designar valores y cosas tan variadas como la creencia en el derecho divino de gobierno,

el respeto sumiso a la tradición, la defensa de la propiedad privada, el orden social

discriminatorio, el sometimiento del Estado a la iglesia, la educación confesional y otras

categorías políticas y socioeconómicas que en cada momento de la historia formaron

parte de las convicciones de las clases dominantes.

Según afirma Leopoldo Wagner en su libro “Names: and their meaning”, la palabra

“conservative” apareció en Inglaterra, en enero de 1830, en un artículo titulado “The

Quarterly Review”, de donde la tomó y la adoptó el partido tory.

Se dice que una persona, partido, institución o gobierno profesa el conservadorismo o

conservadurismo cuando asume una actitud de inmovilismo ante las demandas y retos

de la sociedad.

Aunque hay un pensamiento conservador, un arte conservadora, una economía

conservadora, una disposición de ánimo conservadora, el conservadorismo no es

realmente una doctrina política sino una actitud ante la vida social. Los individuos y

grupos que la asumen se empeñan en mantener todo intocado y en apuntalar un orden


social que les es generoso en privilegios. Despliegan toda clase de arbitrios para detentar

el poder y, por este medio, blindar los intereses económicos de las clases y capas

sociales dominantes. Su actitud es que nada cambie, que todo siga igual. Su pensamiento

es que las cosas son eternas y que el mundo es un almacén de cosas acabadas. ”Vivir es

para ellos —decía Ortega y Gasset— un simple dejarse ir de un minuto al siguiente, en

puro abandono, sin reacción íntima ni toma de actitud ante dilema alguno “.

El conservadorismo es la tenaz y militante oposición a todo cambio en las formas de

organización social que pudiera poner en peligro los intereses económicos, los usos, las

convicciones y el estilo de vida de los grupos altamente situados en la pirámide social,

eficazmente blindados por el orden jurídico y político imperante. Esos grupos

mantienen un irrevocable compromiso con los valores de la sociedad tradicional que,

desde su punto de vista, son valores eternos y necesarios. El conformismo es su signo.

La inercia es su fuerza. Su programa es que nada cambie, que todo siga igual, que el

orden tradicional de privilegios se mantenga. A veces hacen concesiones tácticas y

aceptan pequeñas modificaciones para asegurar la permanencia de las estructuras

fundamentales. O sea que incurren en el “gatopardismo”: cambiar algo para que las

cosas sigan iguales, tal como lo proclama reiteradamente el personaje de la novela "il

Gattopardo" del escritor siciliano Giuseppe Tomasi.

El gatopardismo es la filosofía de quienes piensan que es preciso introducir reformas

cosméticas en la organización social para que todo siga igual.

Obviamente, en el fondo de la actitud conservadora gravitan intereses económicos y

sociales concretos. El conservadorismo es la expresión política de las clases o capas

sociales dominantes, que ocupan un lugar de privilegio en la ordenación social y que,

por tanto, no desean cambio alguno que pudiera poner en peligro su posición
hegemónica, sus intereses económicos, sus valores morales, sus usos y costumbres

sociales y su modo de vida, tan generosamente protegidos por el orden social imperante.

Esta actitud recibe el nombre de derecha en el vocabulario político convencional, en

contraposición con la izquierda que es la vocación de cambio social. Su expresión

táctico-política se da con los partidos conservadores o “partidos del orden”, como

también se llaman, en recuerdo del que, bajo el liderato del General Baraguay d’Hilliers,

defendía las prerrogativas de la monarquía en la Asamblea Francesa de vísperas de la

Revolución.

Cualquiera que sea su denominación específica o su apodo comarcano: fachas en

España, tories en Inglaterra, schwarzen en el sur de Alemania, momios en Chile, godos

en Colombia, curuchupas en Ecuador, tutumpotes en la República Dominicana, mochos

en México, fachos en Uruguay, pelucones en algunos países, cachurecos en Honduras

y Guatemala, orejudos en Buenos Aires, lomos negros en otras provincias argentinas,

saquaremas antiguamente en Brasil, rosqueros en la Bolivia revolucionaria de los años

50, los partidos conservadores consagran todos sus esfuerzos, horas y energías a

preservar la sociedad tradicional y a montar guardia sobre los privilegios de las minorías

aventajadas.

El conservadorismo, en materia religiosa, estuvo generalmente unido con el catolicismo

más añejo —el catolicismo preconciliar— que, con su célebre teoría del altar y del trono,

defendió en su momento la monarquía y se valió de la influencia de la Iglesia, que

entonces era mucha, para mantener un orden social injusto. En los pueblos orientales

ese conservadorismo está profundamente arraigado en las dos principales ramas del

islamismo: la chiita y la sunita que, bajo sus regímenes teocráticos, insisten en vincular

la religión con la política y se oponen militantemente al laicismo como concepción


estatal, impugnan la separación de la iglesia y el Estado y tratan de instrumentar la

religión en su beneficio político y económico. (Borja, Enciclopedia de La Pólítica

[versión electrónica], 2013)

El Partido Conservador Ecuatoriano fue el primer partido político ecuatoriano,

fundado por Jacinto Jijón y Caamaño en la segunda mitad del siglo XIX sobre la figura del

presidente Gabriel García Moreno y la doctrina social de la Iglesia. Entre sus Ideólogos

estuvieron Juan León Mera, el Dr. Felipe Sarrade, el General Julio Sáenz, Dr. Ramón

Aguirre, el Coronel Manuel de Ascázubi, Gregorio del Valle, Roberto Ascázubi, Rafael

Carvajal, Nicolás Martínez e Ignacio del Alcázar. Tuvo activa participación como partido

católico, incluso en los conflictos bélicos internos que derivaron en la victoria de la

Revolución Alfarista, en 1895.

Gabriel García Moreno, fue fundador del Partido Conservador, este partido tenía una

línea basada en la moral, la tradición, y la religiosidad. Ejecutó una política represiva en la

gran parte de aspectos, sin embargo, fue ejecutor del primer esfuerzo por modernizar al país

en lo productivo y científico.

3.2. LA DEMOCRACIA EN EL ECUADOR


El Gobierno Nacionalista Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1972-1976)

presidido por el General Guillermo Rodríguez Lara, asume el poder, el 16 de febrero de

1972, al derrocar la dictadura del Doctor José María Velasco Ibarra proclamada dos años

antes, cuando el viejo caudillo rompe la constitución. Aparentemente, son dos las causas que

llevan a los militares a intervenir según Oswaldo Hurtado (1987) “El interés de las Fuerzas

Armadas en controlar el Petróleo, cuyas exportaciones estaban próximas a iniciarse y detener

el posible triunfo electoral del caudillo populista Asaad Bucaram”. (Husrtado, 1987)

El 12 de enero de 1976, el General Rodríguez es derrocado por las Fuerzas Armadas

y sustituido por un Triunvirato integrado por los comandantes de las tres ramas de las

Fuerzas Armadas, la Marina, el Ejército y la Aviación, quienes conformaron el Consejo

Supremo de Gobierno y dirigieron el país desde el 12 de enero de 1976 hasta el 10 de agosto

de 1979. Este nuevo gobierno institucional de los militares, mantiene las políticas

económicas y sociales del anterior y en materia internacional y de recursos naturales no

introduce ninguna modificación significativa. El cambio más importante que introduce es de

orden político electoral, al decir convocar a elecciones para entregar el poder a los civiles y

elaboran el plan Retorno a la Democracia, que culmina con la promulgación de una nueva

Constitución, una ley de Elecciones y Partidos Políticos y la convocatoria a elecciones

generales para mediados de 1978.

El 16 de julio de 1978 se realiza el proceso electoral, pasando a la segunda vuelta

Jaime Roldós Aguilera, candidato de Concentración de Fuerzas Populares CFP cuyo líder

era el populista Asaad Bucaram y el candidato del partido Social Cristiano Sixto Durán

Ballén.
El 29 de abril de 1979 se realiza la segunda vuelta electoral, triunfando Jaime Rodos

Aguilera y convirtiéndose en el XXIV presidente constitucional de la República y lo más

importante el primero del período democrático que empezaba en el país.

3.2.1. CRONOLOGÍA DE PRESIDENTES DE LA REPÚBLICA DEL

ECUADOR DESDE EL RETORNO A LA DEMOCRACIA EN EL AÑO 1979.

Período 1979-1984

Presidente

Jaime Roldós Aguilera

Vicepresidente

Oswaldo Hurtado

Presidente

Oswaldo Hurtado

Vicepresidente

León Roldós Aguilera

El Presidente de la República Jaime Roldós Aguilera fallece en un accidente aéreo

ocurrido el 24 de mayo de 1981 en el Cerro de Huairapungo, provincia de Loja. Por lo que

asume la Presidencia de la República su Vicepresidente. El Congreso Nacional designa como

Vicepresidente al hermano de Jaime Roldós, el abogado León Roldós Aguilera.

Período 1984 – 1988

Presidente
León Febres Cordero

Vicepresidente

Blasco Peñaherrera Padilla

Período 1988 – 1992

Presidente

Rodrigo Borja Cevallos

Vicepresidente

Luis Parodi Valverde

Período 1992 – 1996

Presidente

Sixto Durán Ballén

Vicepresidente

Alberto Dahik Garzozi 1992-1995

Eduardo Peña Triviño 1995-1996

En 1995 la justicia del Ecuador anunció que tenía bastantes evidencias para arrestar

a Dahik por cargos de malversación de fondos, pero Dahik presentó su renuncia y huyó del

país antes de poder ser efectuada su orden de prisión. Pasó a Costa Rica, dónde pidió asilo

político. El Congreso Nacional nombró a Eduardo Peña Triviño para que termine el período

de Vicepresidente.

Período 1996-2000

Presidente
Abdalá Bucaram

Vicepresidente

Rosalía Arteaga

Presidente

Rosalía Arteaga 7 al 11 de febrero 1997

Presidente

Fabián Alarcón 11 de febrero 1997- agosto 1998

Vicepresidente

Rosalía Arteaga abril 1998

Pedro Aguayo Cubillo abril 1998 – agosto 1998

El 6 de febrero de 1997, las excentricidades del Presidente y su entorno, así como

los cambios administrativos, la inundación de personal en entes públicos como pago por

favores políticos y las acusaciones de corrupción que pesaban en su contra, provocó

manifestaciones de descontento en la población que ocasionó una ola de protestas que

finalizó en la decisión del Congreso Nacional que con 45 votos a favor de 82 posibles, de

cesar en sus funciones de Presidente de la República, por incapacidad mental. Antes de la

medianoche del 6 de febrero, Rosalía Arteaga firmaba un decreto mediante el cual asumía

la Presidencia, apelando a la Constitución vigente instaurada en 1978, pero el cese

inesperado en el cargo de un presidente y su suceción no estaban claramente contemplados

en la constitución ecuatoriana, sin embargo el Congreso insistió en el nombramiento de

Fabián Alarcón y el depuesto Abdalá Bucaram reclamaba la inconstitucionalidad de su cese.

Ecuador amaneció el 7 de febrero de 1997 con tres presidentes reclamando su cargo.


La intervención de las Fuerzas Armadas propició dos días más tarde un acuerdo entre

Arteaga y Alarcón mediante el cual la presidenta accedía a asumir el poder de manera

temporal mientras el Congreso solucionaría el "vacío constitucional" que impedía la

investidura. Sin embargo, el Parlamento se autoconvocó para el 11 de febrero con la

intención de votar la investidura de Fabián Alarcón como Presidente Constitucional Interino,

una figura no existente en la Carta Magna de 1978. Tras su fallido intento de ser recibida en

el Congreso, Rosalía Arteaga redactó un manifiesto que leyó en los exteriores del Palacio

Legislativo, en el cual renunciaba a la Presidencia de la República. Pocas horas más tarde

una mayoría simple de diputados elegía a Alarcón como Presidente Constitucional Interino.

En abril de 1998 Rosalía Arteaga renuncia a la Vicepresidencia para ser candidata a la

Presidencia de la República, el 2 de abril de 1998, el Congreso Nacional elige a Pedro

Aguayo Cubillo como Vicepresidente de la República.

Período 1998-2002

Presidente

Jamil Mahuad Witt

Vicepresidente

Gustavo Noboa Bejarano

Gobierno de la Junta de Salvación Nacional 21 de enero 2000

Lucio Gutiérrez Borbúa

Carlos Antonio Vargas

Carlos Solórzano

Junta de Gobierno 22 de enero 2000


Gen. Carlos Mendoza Poveda

Carlos Antonio Vargas

Carlos Solórzano

Presidente 2000 - 2002

Gustavo Noboa Bejarano

Vicepresidente

Pedro Pinto Rubianes

El Feriado bancario, la dolarización, las políticas económicas y la crisis financiara

del 99, fueron los principales motivos para que se organicen marchas de protesta lideradas

por el grupo indígena más poderoso del país, la Confederación de Nacionalidades Indígenas

de Ecuador (CONAIE) quienes después de haber marchado desde la Amazonía y el norte

del país, exigían la renuncia de Mahuad, llegaron a Quito y se tomaron el Congreso Nacional.

El 21 de enero del 2000, a las 12h00, con el apoyo de militares liderados por el coronel Lucio

Gutiérrez, exigen la renuncia del presidente Jamil Mahuad. A las 15h00, el general Carlos

Mendoza, Ministro encargado de Defensa, anuncia que los militares retiran su apoyo a

Mahuad, quien afirma, media hora después que no renunciará a su cargo. A las 17h00,

Mahuad abandona el Palacio de Gobierno y luego se integra una Junta de Salvación Nacional

dirigida por el coronel Lucio Gutiérrez, en calidad de Presidente. Horas después se integra

un triunvirato comandado por el general Mendoza (en reemplazo de Gutiérrez), Carlos

Solórzano y Antonio Vargas. Por presión de la cúpula militar, en la madrugada el triunvirato

anuncia su apoyo al entonces vicepresidente Gustavo Noboa, quien asume el poder a las

06h00 en el Ministerio de Defensa. El 22 de enero el Congreso Nacional nombra como

Vicepresidente a Pedro Pinto Rubianes.


Período 2002-2006

Presidente

Lucio Gutiérrez Borbúa

Vicepresidente

Alfredo Palacio

Presidente 2005 -2007

Alfredo Palacio

Vicepresidente

Alejandro Serrano Aguilar

Los ofrecimientos incumplidos, las contradicciones, la destitución de los jueces de la

Corte Suprema de Justicia y el retorno de Abdalá Bucaram que confirmaba el compromiso

adquirido por el gobernante con ese líder populista, colmaron la paciencia de los ciudadanos,

especialmente de Quito que, a partir de entonces y convertidos en la llamada "Rebelión de

los forajidos", salen a las calles a manifestar miles de ciudadanos de toda condición social.

Protestas que iban incrementando el descontento social y el disgusto contra el gobierno de

Gutiérrez. Estas manifestaciones empezaron a realizarse de manera espontánea, sin la

conducción de ningún líder político.

El 20 de abril de 2005, la situación fue insostenible hasta que el Congreso de Ecuador

reunido en CIESPAL, declaró la vacancia presidencial por abandono del cargo y procedió a

nombrar a Alfredo Palacio como nuevo Presidente. El 5 de mayo del 2005 el Congreso

Nacional elige a Alejandro Serrano Aguilar como Vicepresidente de la República.


Período 2007-2009

Presidente

Rafael Correa

Vicepresidente

Lenin Moreno

Período 2009-2013

Presidente

Rafael Correa

Vicepresidente

Lenin Moreno

Período 2013-2017

Presidente

Rafael Correa

Vicepresidente

Jorge Glas

Rafael Correa Delgado fue elegido Presidente de la República para el período 2007-

2011, Luego de aprobar una nueva Constitución, en septiembre del 2008, se aprueba la

reelección presidencial, se convoca a elecciones donde participa como candidato y el 26 de

abril de 2009 gana la contienda electoral en la primera vuelta. Correa es reelecto para su

segundo mandato de cuatro años, hasta el año 2013. El 17 de febrero del 2013 en nuevas
elecciones, Rafael Correa fue reelecto Presidente de Ecuador, por tercera vez para el período

2013-2017.

Presidente de la
Período Partido Político Observaciones
República
Rafael Correa Tercera reelección de
2013 - 2017 Alianza PAIS
Rafael Correa

Rafael Correa Segunda reelección de


2009 - 2013 Alianza PAIS
Rafael Correa

Se reforma la Constitución
Rafael Correa
2007 - 2009 Alianza PAIS y se da por terminado el
período Presidencial

Alfredo Palacio Independiente No pertenece a ningún


2005 - 2007
partido político
Partido Sociedad
2002 - 2005 Lucio Gutiérrez Presidencia interrumpida
Patriótica (PSP)
Vice-Presidente, asumió la
Democracia Popular
presidencia el 22 de enero
2000 - 2002 Gustavo Noboa - Unión Demócrata
de 2000 ante el colapso del
Cristiana (DP-UDC)
gobierno de Mahuad
Gen. Carlos Mendoza
Poveda Militares y
2000 Concejo de Estado (junta)
Carlos Antonio Vargas Pachakutik
Carlos Solórzano

Gobierno de la Junta de
Salvación Nacional
Col. Lucio Gutiérrez Jefe de la Junta: Col. Lucio
Borbúa Militares y Gutiérrez
2000
Carlos Antonio Vargas Pachakutik Carlos Vargas era
Carlos Solórzano presidente de CONAIE
Carlos Solórzano era ex-
presidente de la Corte
Suprema
Democracia Popular
Presidencia interrumpida
1998 - 2000 Jamil Mahuad - Unión Demócrata
por golpe cívico-militar
Cristiana (DP-UDC)
Presidente del Congreso,
nombrado presidente
Frente Radical interino ante la declaración
1997 - 1998 Fabián Alarcón
Alfarista juicio político iniciado
contra el Presidente
Bucaram
Vice-Presidenta del
gobierno de Bucaram.
Movimiento Asumió la presidencia por
Independiente por dos días (entre feb. 9 y 11)
1997 Rosalía Arteaga Serrano
una República cuando el Congreso
Auténtica (MIRA) declaró que Bucaram no
estaba en sus facultades
para gobernar
Después de una
movilización popular,
Partido Roldosista Bucaram fue destituido por
1996 - 1997 Abdalá Bucaram Ortíz
Ecuatoriano (PRE) el Congreso por
"incapacidad mental para
gobernar"
Este partido nace de las
Sixto Durán-Ballén Partido Unidad filas conservadoras y
1992 - 1996
Córdovez Republicana (PUR) socialcristianas

Izquierda Al tercer intento Borja


1988 - 1992 Rodrigo Borja Cevallos
Democrática (ID) llega al poder
El FRN estaba compuesto
por los siguientes partidos:
Conservador, Coalición
Frente de
Institucionalista
1984 - 1988 León Febres Cordero Reconstrucción
Demócrata, Liberal, Social
Nacional (FRN)
Cristiano, Nacionalista
Revolucionario y
Velasquista
Asumió la presidencia en
Democracia Popular
1981 ante la muerte de
1981 - 1984 Osvaldo Hurtado Larrea - Unión Demócrata
Roldós en un accidente
Cristiana (DP-UDC)
aéreo
Primer Presidente desde el
Concentración de
retorno a la democracia
1979 - 1981 Jaime Roldós Aguilera Fuerzas Populares
(CFP) 1979

Almr. Alfredo Poveda Concejo Supremo de


Burbano Gobierno (junta militar)
Militares
1976-1979 Gen. Luis Leoro Franco Jefe de la Junta Militar:
Gen. Guillermo Durán Admr. Alfredo Poveda
Arcentales Burbano
Guillermo Rodríguez Militar
1972-1976 Militar
Lara
Fuente: Political Database of the Americas
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 1

1. EL ESTADO 2
1.1. Clasificación de los Estados 24
1.2. Nación 32
1.3. Gobierno 35
1.3.1. Clasificación de Gobiernos 38

2. EL ESTADO Y SU RELACIÓN CON LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA 42


2.1. La Administración Pública 42
2.2. El Sector Público 46

3. LAS IDEOLOGÍAS POLÍTICAS Y DEMOCRACIA EN EL ECUADOR 66


3.1. Ideología Política 66
3.1.1. Principales Ideologías Políticas 84
3.2. La Democracia en El Ecuador 130
3.2.1. Cronología de los Presidentes de la República del Ecuador desde
el retorno a la Democracia en el año 1979. 132
BIBLIOGRAFÍA 142
NETGRAFÍA 142
TRABAJOS CITADOS 143
Bibliografía
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Trabajos citados
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