Filosofia de Carlos Marx 2
Filosofia de Carlos Marx 2
Filosofia de Carlos Marx 2
1. La alienación económica
4. Alienación e ideología
El marxismo afirma que la base real de la sociedad es la base económica, los medios
y las fuerzas de producción (la infraestructura); mantendrá también que a consecuencia
de la alienación económica las organizaciones políticas, jurídicas y las concepciones del
mundo (religiones, moral, ciencia, filosofía, arte) (la superestructura) no responden a
una dinámica propia, independiente, sino a los intereses de clase de los grupos que las
han creado. En un sentido general, se llama ideología, al sistema de representaciones
(imágenes, ideas, conceptos, teorías), con el que la sociedad intenta explicar y describir
la realidad. Pero dichas ideas o representaciones pueden hacerlo de un modo adecuado
y verdadero, o, por el contrario, de un modo falso, que es precisamente lo que ocurrirá
en las sociedades de explotación. Así, en Marx el término "ideología" tiene un significado
más restringido y preciso: conjunto de "ideas" que dan una imagen o representación
falseada y falsificadora de la realidad y de las condiciones en que se desarrolla la vida
de los hombres. Para el marxismo, lo que piensan los hombres, sus representaciones o
ideas (su ideología), es un producto de la sociedad en que viven, es "un producto social";
además, la ideología tiene un sentido básicamente negativo, en cuanto "ideas" falsas y
falsificadoras; finalmente, los contenidos ideológicos de la conciencia (la religión, la
filosofía, la moral, la política, etc.) ni tienen sustantividad propia ni su propia historia y
desarrollo.
Puesto que la ideología tiene como función ocultar, deformar o justificar la situación
de alienación que el hombre vive en un momento histórico, la crítica marxista de las
ideologías es una consecuencia de la crítica más general a la alienación del hombre. Un
claro ejemplo de la actitud crítica de Marx ante las producciones ideológicas lo
encontramos en sus ideas relativas a la religión: dado que no existe Dios, afirma, la
aparición de la religión es una consecuencia de la vida humana, y, de acuerdo con sus
planteamientos generales, ligada a la explotación del hombre por el hombre. Para Marx
la crítica a la religión es la premisa o preámbulo de toda crítica: la religión es alienación
al proyectar al hombre fuera del mundo real finito, único existente, en un mundo ficticio
e ideal. Además, la religión no sólo es alienación de cada hombre individual, sino
instrumento de la clase dominadora para oprimir a los dominados: primero, al justificar
teológicamente la división social que provoca la alienación, la explotación existente; y,
en segundo lugar, al ofrecer “paraísos” ficticios en los que los hombres pueden realizar
su afán de justicia y felicidad, frenan la posibilidad de rebelión y de su realización en
este mundo, el único real y existente (la religión es el “opio del pueblo").
Alienación e ideología
Es en los "Manuscritos económico-filosóficos" y en "La ideología alemana",
escritas en 1844, la primera, y en 1845, la segunda, (ésta en colaboración
con Engels), pero que no fueron publicadas hasta 1932, donde se
encuentran los principales análisis de la naturaleza de la alineación del ser
humano. El extrañamiento del sujeto en el proceso de su objetivación
había sido ya estudiado por Hegel, pero será a raíz de la crítica de la
noción de alineación mantenida por Feuerbach como irá perfilando Marx
su propia interpretación de la naturaleza de la alineación en el ser humano.
La alienación en Feuerbach
Feuerbach plantea el problema de la alineación en su obra "La esencia del
cristianismo", en el contexto de la explicación del origen y naturaleza de la
religión. El ser humano no es el producto de los dioses, sino más bien lo
contrario, los dioses son el producto de los seres humanos: la religión es
una invención de los seres humanos, el resultado de aplicar atributos
trascendentes al mundo conocido, al mundo material y sensible, la
duplicación trascendentente de este mundo terrenal. Una vez creado ese
mundo trascendente de la religión, se produce una extraña inversión, por
la que se intercambian los papeles del creador y de la criatura, que da
lugar a la alineación religiosa. En el caso del cristianismo, pues, resulta
que no es Dios quien crea al ser humano, sino el ser humano quien crea a
Dios. Ahora bien, una vez creado Dios, los seres humanos no lo ven como
su propia imagen, sino que lo conciben como algo superior, hasta el punto
de invertir completamente la relación de semejanza, creyéndose ellos
imagen de Dios, y terminando por someterse a él. Pues bien, es en ese
sometimiento en donde se consuma la alineación, la enajenación del ser
humano, en la medida en que supone la pérdida de sí mismo, la renuncia
a su propia naturaleza en favor de la de un ser ajeno. De este modo el ser
humano se convierte en algo extraño para sí mismo, en un ser alienado.
El producto de su objetivación se le impone como la verdadera y única
realidad, a la que debe someterse, viéndose obligado a vivir "para otro".
La alienación en Marx
Pero esta noción de alienación, que Feuerbach restringía al ámbito
religioso, Marx la extenderá a todas las esferas de la actividad humana,
empezando por la actividad esencial del ser humano: la producción de
bienes para la satisfacción de sus necesidades. Producir es la actividad
esencial de los humanos, lo que los distingue de otras especies animales.
Producir significa transformar la Naturaleza, y al transformar la Naturaleza
el ser humano expresa su rasgo esencial. No se limita a tomar de la
Naturaleza, sino que deliberadamente busca modificarla. De ahí que el
trabajo sea el concepto fundamental para entender al ser humano. El
trabajo, como actividad productiva libre, es la actividad en la que el ser
humano expresa su humanidad, su verdadera naturaleza. Todo lo
producido de esta forma -un vestido, una estatua, una casa- es la esencia
de la vida humana convertida en un objeto físico y, por tanto externo al
productor. En la sociedad industrial, el trabajador no controla el producto
de su trabajo. El producto en el que se objetiva su trabajo no le pertenece,
convirtiéndose así en algo extraño, ajeno al trabajador: su actividad
transformadora no le pertenece, no es considerada como suya, sino que
deviene propiedad de "otro". "El objeto que el trabajo produce, su producto,
se enfrenta a él como un extraño, como un poder independiente del
productor... el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como
con un objeto extraño", dice Marx en los "Manuscritos económico-
filosóficos". Además, en la medida en que el producto se convierte en una
mercancía, el trabajo objetivado en él es tratado también como mercancía,
por lo que el mismo sujeto productor, cuya actividad se halla objetivada en
la cosa, en el objeto producido, se ve sometido a un proceso de reificación,
de cosificación, mediante el que el termina por ser considerado
simplemente como cosa, como mercancía.
¿En qué consiste entonces la enajenación del trabajo? Primeramente en
que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en
que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se
siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y
espiritual, sino que mortifica su cuerpo, arruina su espíritu. Por eso el
trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo, fuera de
sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo.
Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no
es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para
satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se
evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una
coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la
peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un
trabajo de autosacrificio, de ascetismo [ Marx, "Manuscritos económico-
filosóficos" ]
El trabajo se convierte, pues, en una actividad alienada y alienante, cuando
los seres humanos producen objetos sobre los cuales ya no ejercen ningún
control, que no ponen de manifiesto su humanidad, ya que no resultan de
su libre actividad, sino de una actividad que es "para otro", que ya no les
pertenece porque le pertenece a quien haya pagado su salario, y de la son
despojados. De esta manera es el capitalista el que, con la apropiación del
producto, se apropia de la actividad de los demás, resultando para ellos
una actividad enajenada, alienada. Además, el objeto producido se vuelve
contra su creador, puesto que sirve para enriquecer al capitalista y
aumentar su poder sobre el proletario. De este modo la actividad
productiva se convierte en una actividad realizada bajo "dominación,
coerción y el yugo de otro hombre". Los seres humanos en vez de
relacionarse entre sí cooperativamente lo hacen competitivamente. El
amor y la confianza mutua se ven reemplazadas por el comercio y el
intercambio de y como mercancías. Los seres humanos no reconocen en
el otro una naturaleza humana común: ven a los otros como instrumentos
para satisfacer sus intereses egoístas. La humanidad, bajo la explotación
del trabajo asalariado, aparece escindida, separada en dos partes que no
reconocen su común humanidad.
La explotación del trabajador se produce por partida doble; en primer lugar,
el capitalista lo explota al apropiarse de la materia prima y de los medios
de producción, así como de la plusvalía producida por el trabajador; pero
en segundo lugar, lo explota como mercancía, considerándolo un mero
apéndice de la maquinaria, una pieza más del sistema de producción. En
esta segunda forma de explotación, el trabajador pierde toda autonomía
personal y toda posibilidad de encontrar satisfacción en el trabajo. El
capital no sólo se apropia de la plusvalía sino que se convierte en una
fuerza tangible que exprime la vida misma del trabajador y que mutila sus
talentos: el trabajo, su propia actividad, se convierte en el medio de su
esclavitud, de su alienación.
Pero la alienación no sólo se da en el terreno de la actividad productiva,
del trabajo. Además de la alienación económica, estructural y radical en la
sociedad capitalista, derivan de ella otras formas de alienación, como la
social, (a través de la división de la sociedad en clases), la política (con la
división entre la "sociedad civil" y el "Estado") de las que, a su vez derivan
otras formas de alienación ideológica, (como la religiosa y la filosófica) que
buscan justificar la situación real de miseria para la mayoría y, al mismo
tiempo, confundir y mistificar la realidad, creando una falsa conciencia de
la misma.
La última fase de la alienación es, pues, la alienación ideológica. En ésta
el trabajador cree que es legítima la apropiación de la plusvalía por parte
del capitalista. El trabajador cree que, como el capitalista posee
legítimamente los medios de producción (talleres, maquinaria, fábricas...),
tiene una pretensión o un derecho fundado para apropiarse una parte de
su trabajo, de una parte de su actividad, de una parte de su vida. A su vez,
se considera legítima la posesión de los medios de producción porque
deriva de una apropiación legítima de plusvalías en etapas anteriores,
construyéndose un círculo vicioso en los procesos de legitimación de la
explotación. La eficacia de la explotación capitalista descansa sobre la
noción de legitimidad: presentarse ante las conciencias de los explotados
como moralmente justificables.
La ideología es una forma de ver el mundo que satisface los intereses de
los explotadores. La ideología es una falsa conciencia, una representación
inadecuada de la realidad a fin de que los explotados consideren naturales
y por tanto justificables e inevitables sus condiciones de vida: “siempre ha
habido ricos”, “es natural que el amo se lleve una parte de la cosecha: es
el dueño de la tierra, al fin y al cabo”, “si no fuera por las amos ¿quién nos
daría trabajo”, son expresiones que manifiestan la aceptación de la
ideología dominante por parte de los dominados. La ideología se
constituye en la culminación del proceso de alienación.
El materialismo dialéctico
El materialismo dialéctico, cuya presentación como tal se debe más a la
actividad de Engels que a la del propio Marx, ha sido considerado
tradicionalmente como la toma de posición filosófica de Marx y Engels
frente al idealismo hegeliano, es decir, como el resultado de su crítica
del idealismo y, como tal, se ha presentado por la mayoría de los
estudiosos del marxismo como el marco de referencia conceptual desde
el que desarrolla el materialismo histórico, que sería la expresión
propiamente científica de su pensamiento. La exposición del
materialismo dialéctico se encuentra fundamentalmente en las obras de
Engels: "Anti-Dühring", (con contribuciones de Marx, publicado en
1878), y "Sobre la dialéctica de la naturaleza", (escrito entre 1873 y
1886), obra, esta última, también conocida por Marx, cuyos contenidos
nunca rechazó y que, dada la estrecha colaboración entre ambos hasta
su muerte, se suele considerar también como expresión del pensamiento
propio de Marx.
1. El modo de producción
A cada formación social le corresponderá un determinado modo de
producir socialmente los bienes necesarios para la existencia, un
determinado modo de producción, es decir, una determinada estructura
productiva, compuesta por el conjunto de los elementos relacionados con
la producción material de la existencia, que constituyen la base sobre la
que se asientan, y de la que derivan, el conjunto de elementos jurídico-
políticos e ideológicos, que forman la superestructura de dicha formación
social. El concepto de modo de producción se refiere, pues, siguiendo a
Marta Harnecker, (en "Los conceptos elementales del materialismo
histórico"), "a la totalidad social global, es decir, tanto a la estructura
económica como a los otros niveles de la totalidad social: jurídico-político
e ideológico".
El modo de producción es el resultado de la síntesis de tres elementos
estructurales: la estructura económica, la superestructura jurídico-política
y la superestructura ideológica. En el modo de producción podemos
distinguir, pues, una estructura con dos elementos constitutivos: las
fuerzas productivas y las relaciones de producción, entre los que se da un
mutuo condicionamiento; y una superestructura en la que se pueden
distinguir dos niveles: la superestructura jurídico-política, constituida por
los instrumentos de control sociales y políticos correspondientes a las
relaciones sociales de producción; y la superestructura ideológica, por la
que se justifica el orden establecido mediante una falsa conciencia que
enmascara la verdadera realidad. Ambas superestructuras están
condicionadas por la estructura económica de la sociedad. /p>
1.a. Estructura económica
Fuerzas productivas y relaciones de producción.
Por fuerzas productivas entiende Marx, en primer lugar, la materia objeto
de transformación, (materia bruta si no ha sido previamente manipulada, y
materia prima si es artificial o ha sido previamente manipulada) a partir de
la que se espera obtener un producto determinado. En segundo lugar, la
actividad del trabajador, su capacidad de trabajo, que es denominada
fuerza de trabajo, y que alcanza un determinado grado de desarrollo en
una formación social determinada (como simple fuerza física, o como
habilidad técnica o intelectual). En tercer lugar, los medios para realizar el
trabajo (útiles, herramientas, máquinas, etc.) necesarios para obtener los
productos deseados.
Los seres humanos, en cuanto agentes del proceso de producción, entran
en determinadas relaciones para poder llevar a cabo la producción de los
bienes deseados, denominadas relaciones de producción. Estas
relaciones pueden tener un carácter técnico o social. Las relaciones
técnicas de producción derivan de la relación existente entre el agente
productivo y el control que posee sobre los medios de trabajo y sobre el
proceso de trabajo en general. Las relaciones sociales de
producción derivan de la clasificación que podemos establecer entre los
agentes que participan en el proceso de producción en cuanto a la
propiedad o no de los medios de producción, es decir, si son propietarios
o no son propietarios de los medios de producción. En este sentido, se
pueden establecer relaciones sociales de colaboración (si todos son
propietarios de los medios de producción, en cuyo caso ningún sector de
la sociedad vive de la explotación de otro), o relaciones de explotación, de
exclusión, de dominación (si unos son propietarios de los medios de
producción y otros no). En este último caso la relación de dominación es
una relación explotador-explotado, en la medida en que los propietarios de
los medios de producción viven del trabajo de los no propietarios. Para
Marx, esta relación de explotación es la típica de las sociedades clasistas:
la sociedad esclavista, la feudal y la capitalista.
Las relaciones de producción favorecen inicialmente el desarrollo de las
fuerzas productivas; pero a medida que las fuerzas productivas se van
desarrollando, terminan por entrar en contradicción con las relaciones de
producción existentes, convirtiéndose éstas en una traba para el desarrollo
de aquellas, lo que provoca una revolución social, que concluye en la
sustitución de las viejas relaciones de producción por otras nuevas,
adecuadas al grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Tales
contradicciones, y la resolución de las mismas, determinadas por procesos
estrictamente materiales, constituyen el elemento configurador de la
sociedad y el motor de la historia.
1.b. Superestructura jurídico-política
La superestructura jurídico-política está formada por el conjunto de
normas, leyes, instituciones y formas de poder político que, condicionadas
por la estructura productiva, ordenan y controlan el funcionamiento de la
actividad productiva de los ciudadanos. Las formas del Estado no son,
pues, la realización del Espíritu Absoluto, sino los instrumentos a través de
los cuales las clases dominantes ejercen su poder sobre las clases
sometidas. Lejos de convertirse en los garantes de la realización humana
y la libertad de los individuos, como pensaba Hegel, se convierten en
agentes de represión y sometimiento, de alineación y esclavitud, en
función de las exigencias de las relaciones de producción, de las que
derivan y a las que sirven.
1.c. Superestructura ideológica
El primer uso del término "ideología" se atribuye al conde Destutt de Tracy,
a finales del siglo XVIII, con el significado de "estudio de las ideas", aunque
pronto adquirió una connotación peyorativa. En Marx, el término es usado
con el significado de "falsa conciencia", y lo aplica a los sistemas
filosóficos, jurídicos, políticos y religiosos, en la medida en que considera
que no se basan en la realidad, sino en ilusiones sobre la realidad. Las
ideologías no sólo desvirtúan la realidad, sino que se presentan también
como sistemas de justificación de la misma realidad que desvirtúan. La
superestructura ideológica la constituyen, pues, el conjunto de las ideas,
creencias, costumbres, etc., plasmadas en las formas ideológicas de la
cultura, la religión, la filosofía, etc., con las que se justifica la "naturalidad"
y "legitimidad" del modo de producción del que derivan y cuya realidad
social enmascaran.
La superestructura jurídico-política e ideológica está condicionada por la
estructura económica. Ello se ha entendido, a veces, como un
determinismo puro en una sola dirección, que no deja ninguna opción a la
posible acción de la superestructura sobre la estructura. Si esto fuera así,
no se comprendería el papel de la lucha social y del combate político e
ideológico entablado por Marx y Engels contra el modo de producción
capitalista, ni sus reiteradas llamadas a una revolución social: tal
revolución sería inevitable, según la dialéctica de la historia, hubiera o no
movimiento obrero, por lo que la lucha social sería innecesaria e inútil.
Engels declaró al respecto que habían tenido que subrayar el papel
determinante de la estructura económica para enfrentarse a sus
adversarios, por lo que otros aspectos de la interacción humana fueron
dejados de lado. Pero tampoco fue mucho más explícito respecto a las
características de la acción de la superestructura sobre la estructura
económica.
No obstante, sus referencias a la lucha de clases parecen sugerir que es
éste el terreno en el que dicha interacción puede tener lugar. Las clases
sociales derivan de la división social del trabajo impuesta por la estructura
económica, y en función de tal división participan distintamente del
conjunto de derechos, creencias y formas de organización política de la
sociedad, objetivándose en ellas, pues, tanto la estructura económica
como las superestructuras jurídico-política e ideológica. En la lucha de
clases encontraríamos, así, el terreno propicio para tal interacción. En el
capitalismo, pese a que Marx reconoce la existencia de otras clases
sociales, la lucha de clases se da entre la burguesía y el proletariado.
Ahora bien, el proletariado está sometido a los elementos ideológicos, no
teniendo, pues, conciencia de su situación real. El desarrollo de una
conciencia de clase le librará del dominio de la ideología y le llevará a
reivindicar el fin de la alineación y de la explotación en el trabajo.