Familia Sueño de Dios

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LA FAMILIA EL SUEÑO DE DIOS

INTRODUCCIÓN

El concepto de familia que en estas últimas décadas se ha ido manejando, hasta el punto de
configurar nuevos modelos, el predominio de los hijos nacidos fuera del matrimonio, el fuerte
aumento de hogares monoparentales sustentados por la mujer, la ausencia de la figura
paterna y el envejecimiento de la población, conforman un cuadro que nos interpela respecto
del futuro de esta célula básica de la sociedad que es la familia.

Entonces… ¿podemos decir que la familia está en crisis? Es interesante saber que los
griegos denominaron “krino” –crisis- al juicio que sobre una idea preestablecida y
comúnmente aceptada, se hacía para enriquecerla y mejorarla. En conclusión, en cada crisis,
hay algo positivo. La familia ha estado, está y muy probablemente estará siempre en crisis. Y
no se trata de una crisis que pone en tela de juicio su existencia, sino del cuestionamiento
permanente que la familia debe hacer para adaptarse y enfrentar los desafíos de los tiempos
actuales. ¿Cuáles son estos desafíos? Son muchos, por lo que podríamos estar horas
enumerándolos. Permítanme, en estos breves minutos, mencionar los que, –a mi juicio- son
los más importantes y más urgentes.
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Sabiendo que la base de la familia es el matrimonio entre un varón y una mujer, el primer
desafío es que los esposos redescubran la grandeza de su vocación al matrimonio. La
vocación como una llamada de Dios, que es:

1. Una llamada a vivir la santidad. Una llamada a la entrega total, a la ofrenda sin
reservas, a la radicalidad del amor.
2. Una llamada a ver en el otro un regalo que Dios le hace a cada uno, en el que Dios mismo
se entrega.
3. Una llamada a ser uno y hacer presente así a nuestro Dios que es comunión de amor,
uno en la Trinidad. A ser uno sin dejar de ser cada cual.
4. Una llamada a vivir, a hacer real un acontecimiento: la alianza de Dios con los
hombres. Los esposos deben llegar a amarse de tal manera que quienes los vean puedan
comprender el amor personal de Dios por cada ser humano.
En conclusión, los casados al redescubrir la grandeza de la vocación al matrimonio,
descubren de la misma manera una felicidad plena viviendo esta vocación, y que se puede
tener grandes satisfacciones, sabiendo que los problemas, dificultades y dolores no estarán
ausentes. Es precisamente en estas últimas donde se encuentra la clave del amor entre los
esposos. Pues cuando el amor de ellos está inspirado en el amor de Cristo, no hay
diferencias que no se puedan salvar o problemas que no se puedan resolver. Lo grande del
matrimonio está, paradójicamente, en lo ordinario del mismo.

La gran tarea para las familias de hoy, sobre todo, en nuestro país, es que el varón y la
mujer, cada cual, redescubran sus roles. Tony Anatrella, jesuita y psicoanalista francés, dice
que “cuando una madre trata de suplir al padre termina siendo una madre sobre exigida y así
mismo, cuando el padre intenta suplir a la madre termina siendo un mal padre”. En suma, es
perjudicial, para ellos mismos, para sus hijos y para la sociedad en general, cuando existe
disfunción de estos roles.

Haciendo referencia a este tema, los obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida, dicen
que “los cambios culturales han modificado los roles tradicionales de varones y mujeres,
quienes buscan desarrollar nuevas actitudes y estilos de sus respectivas identidades,
potenciando todas sus dimensiones humanas en la convivencia cotidiana en la familia y en la
sociedad, a veces por vías equivocadas” (Ap. 49).

Por lo tanto, uno de los grandes desafíos de la familia de hoy es el redescubrimiento de la


maternidad y de la paternidad. Para esto, mi querido profesor de la Universidad Católica de
Lovaina, Michel Schooyans, inventó el término de “rematernización” y de “repaternización”.
“Rematernizar” a la mujer y “repaternizar” al hombre, significa ayudarles a tomar plena
consciencia de su identidad y de su misión, y facilitarles las condiciones necesarias para su
cumplimiento en el actual contexto socio-cultural.

Concretamente, esto significa que, hay que ayudar a la mujer a encontrar el equilibrio
necesario que le permita ser madre en la sociedad de hoy, es decir, que le permita participar
plenamente en la vida familiar, laboral, socio-cultural y eclesial.
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Y que el varón redescubra la paternidad como relación cercana y profunda con sus hijos, la
cual le permita ejercer su autoridad, comprendida, por supuesto, como un servicio que nace del
amor para con sus hijos.

Es necesario que los padres redescubran su rol educativo, que no es opcional, sino
obligatorio, pues la educación de los hijos es un derecho y un deber que deben procurar los
padres. Lo ha recordado muy bien
el Concilio Vaticano II, en su Declaración sobre la educación cristiana de la juventud
“Gravissimum educationis”, nº 3, diciendo: “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos,
tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los
primeros y principales educadores de sus hijos. Es pues, deber de los padres crear un
ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que
favorezca la educación integral, personal y social de los hijos”.

Este derecho-deber, como lo dice “Familiaris Consortio” (36) es: esencial, original y primario,
respecto al deber educativo de los demás. Este deber es insustituible e inalienable y por tanto
no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros.

Permítanme mencionar sólo cuatro aspectos que me parecen fundamentales de esta tarea
educativa de los padres:

Uno. En cuanto a los valores: Los padres deben ser en primer lugar educadores de auténticos
valores, valores humanos, cívicos y cristianos, que son los que forman el ser de sus hijos.

Dos. En cuanto a la Fe: Los padres deben ser los primeros catequistas de sus hijos. La
secularización de la sociedad y en muchos lugares también la laicización de las escuelas son
exigencias claras de volver al ambiente familiar como base para la educación en la Fe.

Tres. En cuanto a la afectividad: La afectividad entendida como la necesidad que tenemos los
seres humanos de establecer lazos con otras personas. Una afectividad positiva, una buena
manera de vincularse con otras personas y de relacionarse con su entorno, es la primera
garantía de estabilidad emocional, autoestima y seguridad, tanto en uno mismo como en los
demás, y para que un niño la desarrolle es determinante el ejemplo de los padres.

Cuatro. En cuanto a la sexualidad: Los padres, ante una cultura que banaliza la sexualidad,
interpretándola y viviéndola de una manera reductiva y empobrecida, deben proporcionarles,
por una parte, una educación sexual clara, y por otra, una valoración de los principios morales
como garantía para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana.

No nos olvidemos además que el mejor modo de educar a los hijos es a través del
testimonio.

Todo esto no quiere decir que la familia sea la única y exclusiva comunidad educadora, no.
Pero sí, es la principal y la primera. Por lo tanto, los padres no pueden permitir que otras
personas o instituciones o, incluso, el Gobierno los prive del deber y el derecho de educar, en
todos estos aspectos, a sus hijos.
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Actualmente, hay muchos padres que se ven sobrepasados por este deber y derecho,
muchos han perdido la capacidad educadora, no saben cómo hacerlo, sobre todo, cuando se
trata de los hijos adolescentes. Por lo tanto, allí está el gran desafío de nuestras familias:
redescubrir su rol educativo para poder formar a las personas verdaderamente libres y
libremente verdaderas.

CUARTO DESAFÍO: REDESCUBRIR LA CENTRALIDAD DE LA FAMILIA EN LA SOCIEDAD

Es necesario poner o, mejor dicho, volver a poner a la familia en el centro de la sociedad. No


es que haya salido de la misma sino que está envuelta en una atmósfera de relativismo en la
que todos coinciden en que la familia es muy importante, que es el núcleo y fundamento de la
sociedad, que hay que legislar a favor de ella; sin embargo, son muy pocos los que en realidad
trabajan a favor de la institución familiar. La sociedad se debe a la familia y no al revés. En
virtud de ello, la sociedad está obligada a proteger los fines del matrimonio y la familia: la
procreación, la formación de los hijos y la ayuda mutua para crecer humanamente. La
sociedad debe entregar los medios y velar para que la familia cumpla sus fines naturales. Esto
se concreta en: trabajo para el padre y/o la madre, vivienda digna, acceso a la salud,
recreación sana para la familia, profesores bien formados, planes de estudio que respeten la
dignidad humana, leyes que protejan el matrimonio, etc. El eje de la sociedad es la familia, y el
eje de la familia es la unión de los esposos. Ha llegado la hora para que, en nuestro país,
salgamos de las políticas públicas puramente sectoriales y asistenciales y, teniendo una visión
de conjunto respecto al tema, nos esforcemos por crear una cultura pro-familia.

También ha llegado la hora para que, como cristianos católicos, tomemos en serio y llevemos
a la práctica el mensaje de Aparecida que nos invita a asumir la preocupación por la familia
como “uno de los ejes transversales de toda la acción evangelizadora de la Iglesia” (Ap. 435).
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CONCLUSIÓN

Concluyendo, para el futuro de la familia, es urgente que enfrentemos no


sólo estos cuatro desafíos que acabamos de mencionar, sino todos los
desafíos que se nos presentan. Y al enfrentarlos no nos desalentemos,
tampoco sintamos que estamos solos: pues, el Señor cree en nosotros y la
Iglesia entera camina con nosotros. Los que estamos aquí, somos
llamados a ser protagonistas del futuro de la humanidad, modelando el
rostro de este nuevo milenio y asumiendo todos, cada uno en su nivel,
nuestras responsabilidades para con la familia. De esta manera, la familia
chilena, por una parte, podrá ser tierra fecunda para recibir la Buena
Nueva. Por otra, podrá transformarse ella misma en una buena noticia para
la humanidad.

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