Vol 108. República Dominicana, Identidad y Herencias Etnoculturales Indà Genas. J. Jesús Marà A Serna Moreno PDF
Vol 108. República Dominicana, Identidad y Herencias Etnoculturales Indà Genas. J. Jesús Marà A Serna Moreno PDF
Vol 108. República Dominicana, Identidad y Herencias Etnoculturales Indà Genas. J. Jesús Marà A Serna Moreno PDF
República Dominicana
Identidad y herencias etnoculturales indígenas
República Dominicana
Identidad y herencias etnoculturales indígenas
Santo Domingo
2010
De esta edición
© Archivo General de la Nación
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Santo Domingo, Distrito Nacional
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ISBN: 978-9945-074-00-0
Prólogo / 9
Agradecimientos / 13
Prefacio / 15
Consideraciones preliminares, a manera de introducción / 17
Conclusiones / 127
Bibliografía / 137
Personas entrevistadas / 141
– 9 –
25 de agosto de 2009.
Franklin Franco
– 13 –
1
Seguramente con algún grado de mestizaje, pero con predominio de algunos rasgos
fenotípicos reconocibles como tales.
– 15 –
– 17 –
1
Denominación que ha sido utilizada para referirse a los trabajadores negros emigra-
dos de las Antillas anglófonas a la República Dominicana.
2
Cfr. Carlos Andújar Persinal, Identidad cultural y religiosidad popular, Editora Cole, Santo
Domingo, 1999, p. 13.
3
Ver Manuel Álvarez Nazario, Arqueología lingüística. Estudios modernos dirigidos al rescate
y reconstrucción del arahuaco taíno, prólogo de Ricardo Alegría, San Juan, Puerto Rico,
Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1996; véase también Sergio Valdés Bernal,
Inmigración y lengua nacional, La Habana, Editorial Academia, 1994, pp. 12-28.
4
En América Latina y el Caribe el movimiento de mujeres afro-descendientes o negras
nace a finales de los años setenta, cuestionando el racismo dentro del feminismo y el
sexismo dentro del movimiento negro. En 1992 se llevó a cabo el Primer Encuentro
Internacional de Mujeres Afrocaribeñas en el cual participaron 400 mujeres y estu-
vieron representados 32 países de la región. Ahí se formó la Red de Mujeres Afro-
latinoamericanas y Afro-caribeñas (REDLAC) y desde entonces se han realizado
otros encuentros. En la República Dominicana, el movimiento de mujeres negras ha
sido promovido, entre otras, por Ochy Curiel. Ver Reina Cristina Rosario Fernández,
«Movimientos sociales: el caso de la Red de Mujeres Afro-latinoamericanas y Afro-
caribeñas, 1992-2006» texto inédito presentado en el Seminario Interno del CIALC
en septiembre de 2007; véase también Francesca Gargallo, Ideas feministas latinoameri-
canas, México, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2007.
Por otra parte, hacer este estudio nos exige distinguir entre los dife-
rentes contenidos que se les adjudican a conceptos que están siendo re-
definidos a partir del resultado que arrojan diversos y recientes estudios.
Consideramos parte de nuestros supuestos el hecho de que, para nuestro
planteamiento teórico, partamos de una perspectiva latinoamericanista,
lo cual, a su vez, nos ha llevado a repensar conceptos tales como el de
etnicidad, pueblos nuevos, identidad nacional, identidad étnica, intercul-
turalidad, transculturación.
Las fuentes
Entrevistas
1.1. Enfoque
1
A mayor abundamiento, podríamos decir que entendemos el neoliberalismo como
un sistema económico mundial hegemónico de nuestra época, basado en políticas
macroeconómicas que privilegian dogmáticamente los mecanismos de mercado y con
la menor intervención posible del Estado, imponen la apertura de los mercados, el
desvanecimiento del proteccionismo, la privatización de los bienes colectivos y drás-
ticos recortes presupuestarios a las instituciones de previsión, protección y desarrollo
social, entre otros rasgos fundamentales.
– 23 –
2
Darcy Ribeiro, Las Américas y la civilización. Proceso de formación y problemas del desarrollo
desigual de los pueblos americanos, México, D. F., Editorial Extemporáneos, 1977.
3
Al respecto, Andrés Medina señala en uno de sus trabajos: «en el caso de Ribeiro no
tomamos su propuesta teórica, demasiado cargada hacia un positivismo evolucionista y
en una polémica imaginaria con un marxismo de paja; consideramos mucho más cons-
tructivo partir de sus propuestas sobre la etnia y la nación, sobre las manifestaciones
culturales y políticas de estos procesos y someterlos a prueba en la situación específica
de las naciones centroamericanas». En nuestro caso relativo a la situación específica de
los pueblos de las Antillas Mayores, intentamos hacer lo mismo. La cita la tomamos de
«La etnografía y la cuestión étnico-nacional en nuestra América: una primera aproxi-
mación desde Mesoamérica» de A. Medina, artículo aparecido en la revista Cuadernos
Americanos, Núm. 43, año VIII, Vol. I, enero-febrero de 1994, pp. 61-62.
4
«Sobre si conviene más al filósofo seguir una sola escuela y un solo maestro en cuya
autoridad se apoye, que estudiando todos seleccionando lo que haya dicho cada uno
de verdad o por lo menos de más verosímil, dando modestamente de lado a los
demás. conclusión única: Es más conveniente al filósofo, incluso al cristiano, seguir
varias escuelas a voluntad, que elegir una sola a que adscribirse», José Agustín Ca-
ballero, «Philosophia electiva», 1797, en Isabel Monal y Olivia Miranda (selección e
introducción), Pensamiento cubano, siglo xix, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales,
2002, t. I, p. 139. A este sacerdote (1672-1835) «se le considera el primer reformador
de la filosofía en Cuba...», p. 106.
5
Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de Cultura
Económica, 1971.
6
En el Prefacio a la primer edición castellana de la obra que nos ha servido de base
para nuestra investigación, Darcy Ribeiro señala que: «Este libro, aunque indepen-
diente, integra una serie de cuatro estudios de antropología de la civilización en los
que se procura repensar los caminos por los cuales los pueblos americanos llegaron
a ser lo que son ahora, y discernir las perspectivas de desarrollo que se les abren», D.
Ribeiro, Las Américas..., p. 3.
7
Así, por ejemplo, René Zavaleta M., El poder dual en América Latina, México, Siglo xxi,
1974; «Notas sobre la cuestión nacional en América Latina», en Juan Enrique Vega,
Teoría y política en América Latina, México, CIDE, 1983, pp. 281-290; «Notas sobre la
cuestión nacional en Bolivia», en Marco Palacios (compilador), La unidad nacional en
América Latina. Del regionalismo a la nacionalidad, México, COLMEX, 1983, pp. 87-97; y
Lo nacional popular en Bolivia, México, Siglo xxi, 1986.
8
Ribeiro, Las Américas...
9
Jesús María Serna Moreno, México, un pueblo testimonio. Los indios y la nación en
nuestra América, México, Colección Democracia y Cultura, UNAM/Plaza y
Valdés, 2001, 180, p. 29.
10
Considerar a lo étnico como algo propio del pasado, anacrónico, etcétera.
11
Serna Moreno, Ibídem, p. 39.
12
Ribeiro, Las Américas..., México, D. F., Editorial Extemporáneos, 1977, la edi-
ción que consultamos: Caracas, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, prólogo de
María Elena Rodríguez Ozán, 1992, pp. 187-375.
13
Ibídem, pp. 310-327.
14
Rolando Antonio Pérez Fernández, «La comunidad de indios de El Caney y
la virgen de Guadalupe», en Laura Muñoz (coordinadora), México y el Caribe.
Vínculos, intereses, región, México, Instituto Mora, 2002, pp. 219-265; las cursi-
vas son del original y los entrecomillados corresponden a Darcy Ribeiro.
15
Ver J. M. Serna Moreno, «El ensayo antropológico de Darcy Ribeiro», en El Ensayo
Iberoamericano. Perspectivas, Colección El Ensayo Iberoamericano, Núm. 4, México,
UNAM, 1995, pp. 79-88.
16
Cfr. Serna Moreno, «Releer a Ribeiro: su aporte antropológico» en Cuadernos America-
nos, Núm. 57, año X, Vol. 3, mayo-junio de 1996.
17
Así lo reconoce enfáticamente la historiadora y arqueóloga cubana María Nelsa Trin-
cado al exponer su opinión a Olga Portuondo para el caso de su país: «Una de las
mentiras, afirma con pleno conocimiento, que más se ha repetido en la historia de
Cuba, es aquella que pregona la desaparición de la raza aborigen en la isla desde
mediados del Siglo xvi, acompañada del estimado según el cual ella está ausente
totalmente de la formación cultural nacional». O. Portuondo Z., ob. cit., p. 54.
18
D. Ribeiro, Las Américas...
20
Darcy Ribeiro, Configuraciones, México, Sep/Setentas, 1972, p. 35.
21
Ídem.
22
«Todo el bloque de Pueblos Nuevos de América, con una población de 143.7 millones de
personas, en 1965, representa el 32.1% de la población del continente», Ibídem, p. 36.
23
Ídem.
24
Ibídem, p. 37.
25
Habría que precisar que esto ocurre en las Antillas de habla no hispana, porque en las
de habla hispana que son las que nosotros estudiamos no se da el fenómeno también
conocido como formación de lenguas «criollas».
26
D. Ribeiro, Las Américas..., p. 190.
1.6.1. La cultura
27
Gilberto Giménez, Cultura popular y religión en el Anáhuac, México, Centro de Estudios
Ecuménicos, 1978; y «La investigación cultural en México», en Perfiles latinoamericanos,
Núm. 15, diciembre de 1999, pp. 119-138.
28
O, lo que es lo mismo, nos referimos aquí a las culturas propias de las sociedades
étnicas también llamadas, por otros, agrarias preindustriales, a las cuales se les ha
pensado como culturas diferenciadas de lo que se ha denominado cultura de masas y
cultura científica en un contexto urbano.
1.6.2. La etnicidad
1.6.3. La diversidad
Por principio de cuentas habría que señalar que ninguna de las cul-
turas nacionales que corresponden a cada uno de los países de América
Latina (y el Caribe no es la excepción) pueden ser consideradas como
sistemas internamente homogéneos, sino como vastos conjuntos que
exhiben grandes diferencias no solo entre sí sino también dentro de sí.
Quizás una de las tantas enseñanzas que nos pueden ofrecer estas for-
maciones culturales es que se encuentran basadas en la diversidad y no
en la homogeneidad. No hay en realidad formas estándar de ser nahua,
maya, chinanteco o taíno y mucho menos mexicano, cubano, dominica-
no o puertorriqueño; cada una de esas denominaciones designa a con-
juntos formados por grupos sociales heterogéneos, aunque de hecho
1.6.4. La identidad
29
Gilberto Giménez, «La problemática de la cultura en las ciencias sociales», en G.
Giménez (editor), La teoría y el análisis de la cultura, Vol. I, México, SEP-Universidad de
Guadalajara-COMESCO, 1987, p. 41.
30
Carlos Monsivais, «La identidad nacional ante el espejo», en José Manuel Va-
lenzuela Arce, coordinador, Decadencia y auge de las identidades, Tijuana, CO-
LEF, 1992, pp. 67-72.
31
Benedic Anderson, Imagined communities: reflections on the origin and spread of na-
tionalism, Londres, Verso, 1991.
32
Stuart Hall, Cultural studies, Vol. 4, Núm. 3, oct.-1990, p. 206.
33
Walter Benjamín, citado en Michael Taussig, Mimesis and alterity. A particular history of
the senses, Nueva York, Routledge, 1993, p. 19
34
Ibíd, p. 133.
35
Roger Bartra, La jaula de la melancolía: identidad y metamorfosis del mexicano, Méxi-
co, Grijalbo, 1987, p. 76.
1.6.6. La lengua
por los indios a las nuevas poblaciones, a pesar de que las matrices raciales
básicas son las de europeo y africano, y mayoritariamente de africano, lo
que se muestra en sus variedades negra y mulata. Pero aquí lo relevante es
que, en muchos teóricos, entre los que destaca Guillermo Bonfil Batalla,36
el criterio básico de la definición de un grupo étnico es el lingüístico, al
que se remiten precisamente las denominaciones de los propios indios.
Así, la comunidad de habla, que puede ser inclusive prehistórica en el
caso de familias de lenguas agrupadas bajo un solo nombre, es erigida en
el referente básico del grupo étnico. Muchos de estos teóricos acaban por
plegarse al criterio censal manejado por las agencias gubernamentales: la
lengua. Así, la expresión de la unidad y corporeidad del grupo étnico es el
conjunto de hablantes de una lengua amerindia. Es decir, el concepto de
grupo étnico es, desde esta perspectiva, el grupo de hablantes de una mis-
ma lengua; o sea que generalmente los nombres de las lenguas se utilizan
también como nombre de un grupo étnico correspondiente o, en todo
caso, se asume que los hablantes de una «misma lengua» son miembros
de un mismo grupo étnico y viceversa. En otras palabras, dado que el
principal criterio utilizado para definir a una etnia indígena es la lengua,
al hablar de las etnias nativas se reproducen los mismos problemas a pro-
pósito de las lenguas. En los trabajos etnográficos la comunidad aparece
como la unidad política o de organización social de mayor nivel; en tanto
la unidad doméstica sería la unidad social mínima. Entre estos dos niveles
se encontrarían los barrios y otras organizaciones sociales subcomunales
a lo largo de lineas de parentesco de sangre y ritual (como el compadraz-
go). La aparición de organizaciones indígenas pan-comunales y/o étnicas
–esto es organizaciones que incluyen a todos los hablantes de un mismo
idioma– son fenómenos más bien recientes y casi siempre han sido ge-
nerados fuera de las instituciones indígenas tradicionales. De hecho una
correspondencia uno a uno entre lengua y etnia no es siempre la norma.
Basta con notar que no todos los que tenemos como lengua materna el
castellano pertenecemos al mismo grupo étnico, cultural o nacional. Es
decir, que cuando hablamos de un grupo étnico se hace referencia no solo
a una lengua sino a un complejo cultural, económico, geográfico, social,
36
Guillermo Bonfil B., Utopía y revolución (El pensamiento político contemporáneo de los indios
en América Latina), México, Nueva Imagen, 1988.
37
Véase J. J. Rendón; M. Domínguez, 1988; F. Díaz, 1992.
38
Mario Margulis y Birgitta Leander, «Migraciones hacia América Latina y el Caribe.
Contexto histórico e influencia cultural», introducción a Europa, Asia y África en Amé-
rica Latina y el Caribe, coordinado por L. Birgitta; M. Margulis y O. Martínez Legorreta
(relatores), serie «El mundo en América Latina», México, UNESCO/Siglo XXI edi-
tores, 1989, p. 23.
1.6.8. Transculturación
39
F. Ortiz, Contrapunto del tabaco y el azúcar, La Habana, Consejo Nacional de Cultura,
1968: p. 13.
40
F. Ortiz, «Del fenómeno social de la ‘transculturación’ y de su importancia en
Cuba», en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, La Habana, 1983, p. 90.
41
Daisy Fariñas Gutiérrez, Religión en las Antillas. Paralelismos y transculturación, La Haba-
na, Editorial Academia, 1995, p. 84.
42
Ver, también, el trabajo de los arqueólogos Ernesto E. Tabío y Estrella Rey, Prehistoria
de Cuba [1966]. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985, pp. 123-175.
43
F. Pichardo Moya, Los indios de Cuba en los tiempos históricos, Imprenta Siglo XX, La
Habana, 1945.
44
H. Pichardo Viñals, Los orígenes de Jiguaní, Editorial Universitaria, La Habana, 1966, p. 4.
45
D. Fariñas, Religión en..., p. 86.
46
Forma despectiva que se utilizaba durante la colonia para denominar a la parte más
pobre de la población.
47
Quintero, 1973, 1987; Scarano, 1987, 1990; Moscoso, 1984; Duany, 1985; Carrión,
1986; Picó, 1979, 1984, 1985, 1986, a, b, 1990.
48
Así lo hace notar Pedro L. San Miguel en uno de sus trabajos, aunque no le con-
sidera relevancia a lo indígena: «... los estudiosos y letrados han privilegiado a la
plantación como objeto de reflexión. Tanto la historiografía, como la sociología,
la antropología y la economía han considerado al sistema de plantación como pa-
radigma de la formación social y cultural antillana», P. L. San Miguel, El pasado
relegado, Santo Domingo, R. D., Ediciones Librería La Trinitaria/FLACSO/DEGI-
UPR, 1999, p. 47.
49
F. Scarano, «Congregate and control: The Peasantry and Labor coersion in
Puerto Rico before the age of sugar, 1750-1820», New West Indian Guide, Vol. 63,
Núms. 1-2m., 1990.
50
El antropólogo norteramericano Sidney Mintz, a decir de Pedro L. San Miguel «ofre-
ce la más abarcadora síntesis sobre las modalidades de formación histórica del cam-
pesinado», P. San Miguel, El pasado..., p. 50; «campesinado reconstituido» le llama
al surgido en el Caribe. Pero, a diferencia de América Latina continental donde lo
indígena sigue presente, según San Miguel, «...el campesinado comienza a forjarse,
precisamente, a raíz de la destrucción de las sociedades aborígenes», Ibídem, p. 51.
51
F. Moscoso, «Land tenure and social change in Puerto Rico, 1700-1815», MS, 1984.
ritmo. Tampoco debemos ignorar que la cultura del blanco no fue monolí-
tica. El imperio español estaba compuesto por facciones, grupos étnicos y
regionales (vascos, castellanos, andaluces, etc.) intereses de grupos y de cla-
ses diferentes: mineros, latifundistas, comerciantes; jesuitas y franciscanos,
la oficialidad burocrática del gobierno, la oficialidad militar, entre otros.
Esta distinción dentro del mundo blanco metropolitano se complicaba
más en las Antillas con el flujo de desafectos políticos y religiosos y por el
contacto continuo con contrabandistas extranjeros que en su mayoría eran
protestantes. Los efectos de todas estas influencias pluriculturales sobre el
proceso de criollización y sobre la cultura oficial no se han estudiado. Pero
actuaron, obviamente como debilitantes de esa cultura «hispana» supuesta-
mente hegemónica y forjadora de las identidades primarias.
El campesinado pobre, forzado a distanciarse de las tierras selectas
que bordeaban los focos urbanos optó por un patrón de asentamiento de
dispersión. Quintero interpreta este patrón como de repliegue defensivo
y ve en él a un sector social inseguro y débil.52 Sin embargo, las quejas que
tanto los hateros como los oficiales reales lanzan contra el campesino
pobre de esos siglos refleja temor e inseguridad en sus contrapartes de
clase. El patrón de dispersión debe verse como medida defensiva contra
el Estado y como una contracultura. Además, sus asentamientos no fue-
ron de aislamiento.
Es importante señalar también que esa cultura campesina criolla fue
surgiendo dentro de un panorama demográfico marcadamente bajo. En
Cuba, por ejemplo, la población total a principios del siglo xvii no ascen-
día a más de 20,000 habitantes,53 y cien años después apenas a 50,000.54
La Española de 1609 contaba con una población de cerca de 17,000
personas y decreciente. Ciento cuarenta años después, en 1737 no te-
nía más de 6,000 habitantes.55 Para 1650 la población de Puerto Rico
se ha estimado en unas 7,000 personas y en 1749 en no más de 27,000
52
Quintero, «The rural-urban dichotomy in the formation of Puerto Rico’s
cultural identity», New West Indian Guide, Vol. 61, Núms. 3-4., 1987.
53
Marrero, ob. cit., Vol. III, p. 18.
54
Ibíd., Vol. III, p. 64.
55
J. Gil-Bermejo, La Española, anotaciones históricas, 1600-1650, Escuela de Estu-
dios Hispanoamericanos, Sevilla, 1983, p. 81.
56
López Cantos, «Emigración Canaria a Puerto Rico en el Siglo XVIII», VI
Coloquio de Historia Canario-Americana, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1984,
p. 100; Padilla, ob. cit., 1985.
57
Quintero, «Historia de unas clases sin historia», Cuadernos CEREP, Río Pie-
dras, Puerto Rico, 1983, p. 27.
58
En el trabajo de Pedro L. San Miguel, citado arriba, se dan datos que reiteran la
aparición de cultivos como el tabaco, el cacao, la yuca, etcétera. Y para el Cibao, llega
a sostener que: «...en esta regiçon de Santo Domingo surgió un campesinado que a
partir del siglo xviii vino a estar fuertemente identificado con el cultivo del tabaco»,
P. L. San Miguel, El pasado..., p. 53.
59
C. Buitrago Ortiz, Los orígenes históricos de la sociedad precapitalistas en Puerto Rico,
Ediciones Huracán, Río Piedras, 1976, p. 29.
60
R. Price, «Caribbean Fishing and fishermen: A historical sketch», en American Antiq-
uity, 68, 1966.
61
H. A. Liogier, Plantas medicinales de Puerto Rico y el Caribe, Ediciones Iberoamericana,
San Juan, Puerto Rico, 1990.
62
I. Vargas Arenas, «Sociedad y naturaleza: En torno a las mediaciones y determinaciones
para el cambio en las FES preclasistas», Boletín de Antropología Americana, Núm. 13, 1985.
muy antiguos que difícilmente los recién llegados podían adoptar sin la
fiscalización de una tradición de trabajo viva que les orientara. Más que
opciones útiles representaba una profunda valoración alterna. Todo este
variado inventario de conocimientos nos ayudan a comprender cómo el
campesino pobre se insertó en el orden social y se hizo indispensable. No
solamente era el recurso laboral sino que era el artesano rural por excelen-
cia. De todos estos aspectos hemos retomado elementos que continúan
presentes actualmente, para integrarlos en un esquema que más adelante
delineamos y en el que tratamos de organizar de una manera más o menos
sistematizada los resultados de nuestro trabajo de campo.
Finalmente, el modo de vida mestizo también se caracterizó por dos
actividades de continuidad histórica y de hondos efectos en el proceso
de formación de identidades. El contrabando y el servicio militar. Uno
lo enfrentó con el Estado y el otro lo integró al mismo. El contrabando
como experiencia formativa ha tenido más influencia en la idiosincra-
sia criolla que la religión oficial. Experiencia que, por supuesto, llega a
nuestros días. Y la experiencia militar también. Sobre los hombros de los
campesinos pobres se organizó la defensa de la isla. Las milicias urbanas
se destacaron durante siglos –mucho más que el ejército español capi-
talino- frente a las numerosas incursiones extranjeras, generando entre
ellas un alto espíritu de cuerpo. Su organización era clasista y, después de
1765, racista. Su oficialidad se reclutaba del sector pudiente. No sabemos
cómo es que todas estas actividades dividieron o consolidaron lealtades y
ayudaron a forjar identidades. Pero comenzamos a comprender mejor el
carácter de la cultura que le servía de fundamento.
Decididamente, el alborear el siglo xix, en las regiones rurales de las
colonias españolas en el Caribe se había articulado y definido una cultura
criolla,63 que por no ser española, ni taína, ni africana, hemos preferido
llamar «mestiza de Pueblo Nuevo». A veces se olvida que no todos los
mestizajes son iguales y menos en el terreno cultural. Además, por ser
un proceso sumamente complejo y en constante transformación, no se
le comprende cabalmente si no se le ve como producto de infinidad de
elementos diversos en constante transculturación. Esta nueva cultura no
era igualitaria porque se dividía en clases pero compartía una experiencia
63
Juan José Arrom, 1971, ob. cit.
64
Quintero, «The rural-urban...», en ibídem.
1
Serna Moreno, Cuba, un Pueblo Nuevo. Herencias etnoculturales indígenas en la región orien-
tal, México, CC y DEL-UNAM, 2007, 221 pp. (lo incluido en este libro es parte
de una investigación que realizamos en el Caribe insular de habla hispana, la cual
abarcó, además de Cuba, a la República Dominicana –cuyo texto presentamos aquí
con algunas modificaciones–, a Puerto Rico y a una organización de caribeños
emigrados a Nueva York).
– 59 –
2
«Apuntes en torno a las culturas aborígenes de Puerto Rico», en Ricardo E. Alegría,
y Eladio Rivera Quiñones [editores], Historia y cultura de Puerto Rico. Desde la época pre-
colombina hasta nuestros días, Santa Fe de Bogotá, Tercer Mundo Editores/Fundación
Francisco Carvajal, 1999, p. 11.
3
Agustín Stahl, Los indios borinqueños: estudios etnográficos, San Juan, Imprenta y Librería
de Acosta.
4
Antonio Bachiller y Morales, Cuba primitiva: origen, lenguas, tradiciones e historia de los indios
de las Antillas Mayores y la Lucayas, La Habana, 1881.
5
Frederick A. Ober, Aborigines of the West Indies. Procedieding of the American Antiquarian
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6
Jesse Walter Fewkes, Aborigines of Porto Rico and Neighboring Islands, Twenty-fifth Annual
Report of the U.S. Bureau of Ethnology to the Secretary of the Smithsonian Institution, Wash-
ington, D.C. 1907. Reimpresión: Johnson Reprint Co. New York, 1970. y A Prehistoric
Island Culture Area of America, XXIV Annual Report (1912-13), Washington: Bureau of
American Ethnology, 1922.
7
Mark Harrington, Cuba before Columbus, New York: Museum of the American Indians,
Haye Foundation. 1921, Versión en español: 1935, La Habana. 2 tomos.
8
Cayetano Coll y Toste, Prehistoria de Puerto Rico. San Juan, Tipografía Boletín Mercantil,
1907.
9
Alberti y Bosch, Narciso, Apuntes para la historia de Quisqueya, Rep. Dominicana, Pro-
greso, 1912.
10
Cornelius Osgood, The Ciboney Culture of Cayo Redondo. Cuba, Yale University Press,
New Haven, 1942.
11
Irveng Rouse, Porto Ricans Prehistory. Scientific Survey of Porto Rico and Virgin Is-
lands, Vol. 18, pts. 3-4. New York: New York Academy of Sciences, 1952.
12
New Haven y Londres, Yale University Press, 1992.
13
Gotemborg, 1935.
14
Felipe Pichardo Moya, Caverna, costa y meseta, La Habana, Biblioteca de Filosofía y
Sociología, 1945, v. 18 y Cuba precolombina, La Habana, 1949.
15
Fernando Ortiz, Historia de la Arqueología indocubana, Cultural (Colección de libros
cubanos, v. 33) Cultura, 1935 y Las cuatro culturas indias de Cuba, La Habana, (Biblioteca
de Estudios Cubanos, v. 1), 1943.
16
Ernesto E. Tabío y Estrella Rey, Prehistoria de Cuba, La Habana, Editorial de Ciencias
Sociales, 1985, 234 pp. más ilustraciones.
17
Ramón Dacal Moure, Método experimental para el estudio de artefactos líticos de culturas an-
tillanas no-cerámicas, La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, Departamento de
Antropología, 1968.
18
Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle, Arqueología aborigen de Cuba, La
Habana, Gente Nueva, 1986, 174 pp.
19
José M. Guarch, El taíno de Cuba, La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, 1976.
20
José Juan Arrom, Fray Ramón Pané: relación acerca de las antigüedades de los indios, 8ª edi-
ción, México, Siglo xxi, 1988.
21
Las lenguas indígenas de América y el español de Cuba, La Habana, Academia, 1991.
22
Entre otras: Componentes étnicos de la nación cubana, La Habana, Ediciones Unión de la
Fundación Fernando Ortiz, 1996; además de monografías como: Procesos etnoculturales de
Cuba, La Habana, 1983; Caldije estudio de una comunidad haitiano-cubana, Santiago de Cuba,
1988; Significación canaria en el poblamiento hispánico de Cuba, Santa Cruz de Tenerife, 1992;
Valentín Sanz Carta en Cuba: un itinerario vital, Las Palmas, 1993. Así como múltiples artí-
culos sobre diversos aspectos de la cultura cubana y sus características etnohistóricas.
23
La Virgen de la Caridad del Cobre. Símbolo de cubanía, Santiago de Cuba, Editorial Orien-
te, 1995.
24
Lillián J. Moreira de Lima, La sociedad comunitaria de Cuba, La Habana, Félix Varela,
1999.
25
Manuel Antonio García Arévalo, El arte taíno de la República Dominicana, Barcelona,
Artes Gráficas Manuel Pareja, 1977.
26
Marcio Veloz Maggiolo, Arqueología prehistórica de Santo Domingo, Singapur, Mc Graw-
Hill Far Eastern Publishers, 1972; La isla de Santo Domingo antes de Colón, Santo Do-
mingo, Edición del Banco Central de la República Dominicana, Quinto Centenario
del Descubrimiento de América, 1993, 211 pp.
27
Frank Moya Pons, «Los taínos», en Arte Taíno, 2ª edición, Santo Domingo División de
impresos del Banco Central de la República Dominicana, 1985.
28
Roberto Cassá, Los taínos de la Española, Santo Domingo, Editora Alfa & Omega,
1974; Los indios de las Antillas, Madrid, MAPFRE, 1992, 330 pp.
29
Ricardo E. Alegría, Las primeras representaciones gráficas del indio americano 1493-1523, 2ª
edición, Barcelona, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1986,
104 pp., primera edición 1978; El uso de la incrustación entre los indios antillanos, San Juan,
Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe/Fundación García Aréva-
lo, Santo Domingo, República Dominicana, 1981; «Apuntes en torno a las culturas
aborígenes de Puerto Rico», en Historia y cultura de Puerto Rico. Desde la época precolombina
hasta nuestros días, Santa Fe de Bogotá,Tercer Mundo Editores, bajo los auspicios de la
Fundación Francisco Carvajal, 1999.
30
Luis A. Chanlatte Baik, e Yvonne Narganes Storde, La nueva arqueología de Puerto Rico
(Su proyección en las Antillas), 1990, Santo Domingo.
31
Sebastián Robiou Lamarche, Taínos y caribes. Las culturas aborígenes antillanas, prólogo
por Ricardo Alegría, San Juan, Editorial Punto y Coma, 2003, 288 pp.
32
Daniel Lévine, «Les americains de la premiére recontre» («Los americanos del primer
encuentro») en Amérique, continent imprevu: la recontre de deux mondes (América, continente
imprevisto: el encuentro de dos mundos), París, Bordas, 1992.
33
Esteban Mira Caballos, El Indio Antillano: repartimiento, encomienda y esclavitud (1492-
1542), Sevilla-Bogotá, Muñoz Moya Editor, 1997.
34
Fray Ramón Pané, fraile de la orden de San Jerónimo que acompañara en su se-
gundo viaje a Cristóbal Colón, quien le encomendó que estudiara y describiera la
religión y los rituales de los taínos de la Española. Su crónica, Relación acerca de las
antigüedades de los indios, es la única fuente directa que queda sobre los mitos y cere-
monias de los antiguos pobladores de las Antillas, además de que, por su fecha de
redacción, resulta ser el primer libro escrito en español en el Nuevo Mundo. Como
el manuscrito original se perdió, lo único que hasta el momento ha podido conocerse
del relato de fray Ramón Pané sobre las creencias y prácticas religiosas de los aborí-
genes antillanos, es el resumen en latín del cronista Mártir de Anglería; el extracto en
español de Las Casas incluido en los capítulos CXX, CLXV y CLXVII de su Apo-
logética historia de las Indias, así como la traducción al italiano por Alfonso de Ulloa
(impresa en Venecia en 1571) del capítulo LXI de la Historia del Almirante Cristóbal
Colón, hecha por su hijo Fernando (Pané, ob. cit., 1990, p. 14). José Juan Arrom, Fray
Ramón Pané: Relación acerca de las antigüedades de los indios, siglo xxi Editores, México,
octava edición, 1988. Para una mejor comprensión de la obra del padre Pané se
recomienda la lectura de José Juan Arrom: Ibíd, Siglo xxi Editores, México, octava
edición, 1988.
35
Etnicity, W.E.B., Du Bois Lecture, Harvard University, 1994, y Cultural Studies, Vol. 4,
Núm. 3, octubre, 1990.
36
Rouse, The Taínos…, p. 27.
37
«Studies in RACE crossing. The indians remmants in Eastern Cuba», Genetic, Núm.
27, 1954.
38
Para mayores detalles, véase: José Juan Arrom, Mitología y artes prehispánicas de las Anti-
llas, México, Siglo xxi, 1ª edición, 1975, p. 197.
39
José M. Guarch, El taíno de Cuba..., p. 7-8.
40
Sergio Valdés Bernal, Las lenguas indígenas de América y el español de Cuba, La Habana,
Academia, 1991, t. 1.
41
«Esquemas...», tomado de Ricardo Alegría Ricardo, y Eladio Rivera Quiñones (edi-
tores), Historia y cultura de Puerto Rico. Desde la época precolombina hasta nuestros días, San
Juan, P.R., Fundación Francisco Carvajal, 1999, p. 10.
42
Complejos, Fases y Manifestaciones: Complejos culturales: «un complejo viene a ser
una gran unidad cultural que reúne expresiones que tienen un aparente origen co-
mún, que ocupa una extensa y determinada zona geográfica por largo tiempo y que
mantiene características propias. Las variaciones regionales de los Complejos [Ricar-
do Alegría] las llama Fases y estas las subdivide en Manifestaciones que representan
pequeñas unidades culturales locales», Sebastián Robiou Lamarche, Taínos y caribes...,
p. 30.
43
«Es bien sabido que los idiomas reflejan y a la vez moldean la manera de pensar del
pueblo que los habla. En el caso del idioma de los taínos, obliterado hace casi cinco
siglos y apenas estudiado desde entonces, es muy poco lo que de él se conserva. Pero
aun así, haciendo un esfuerzo por reunir y analizar sus dispersas huellas, acaso todavía
podamos vislumbrar algunos de los procesos mentales de los aborígenes antillanos
a través de las palabras que nos han dejado», J. J. Arrom, «La lengua de los taínos:
aportes lingüísticos al conocimiento de su cosmovisión», en varios, La cultura taína...,
(pp. 53-63), p. 53.
44
«...Y de ese proceso inferir cómo se veían a sí mismos y a sus semejantes, como
identificaban las islas a donde llegaban y nombraban los accidentes geográficos que
Por último, Irving Rouse,54 uno de los principales estudiosos de estos pueblos,
propone, para diferenciar a los distintos grupos de taínos, una clasificación
basada en el grado de cultura que alcanzaron. Rouse, considera que los taínos
de la Española y Puerto Rico se distinguen naturalmente de los demás por
haber sido más numerosos y los que alcanzaron el más alto grado cultural y
propone llamarlos clásicos. Para aquellos que se asentaron en las islas Bahamas,
Jamaica y la mayor parte de Cuba sugiere el término de taínos occidentales y para
los que habitaban las islas orientales y sureñas más pequeñas –incluyendo las
Vírgenes y las de Sotavento- el de taínos orientales.
Hasta aquí, en términos generales, he presentado los estudios sobre
los taínos que utilicé en la elaboración de mi libro. Sin embargo, nue-
vas lecturas, que hice después de elaborado mi trabajo, me refuerzan
la impresión que me quedó en el sentido de que hay varios aspectos
que no quedan claros. Algunos, porque es prácticamente imposible re-
solverlos del todo por falta de documentación, como por ejemplo los
puntos de migración de la población arcaica y, otros, por las dificultades
técnicometodológicas que nos permitieran saber, por ejemplo, si estas
sociedades eran aruacas o no. Asimismo, me pregunto qué tan legítimo
es utilizar el nombre de taínos para algunos investigadores, a pesar de
que a mí me queda claro que permite una caracterización más fina de la
especificidad étnica de la región que me tocó investigar.
50
Santo Domingo, Ediciones La Trinitaria, 3ª edición, 1998.
51
Boletín Histórico de Puerto Rico, San Juan, 1921, VIII, pp. 292-352.
52
Mayagüez, Puerto Rico,1941.
53
Bilbao, 1969; nueva edición, Río Piedras, 1977.
54
Rouse, The tainos…, p. 7.
55
Catauro. Revista Cubana de Antropología, año V, Núm. 8, La Habana, Fundación Fernan-
do Ortiz, 2003, p. 159.
Para los fines de un resumen con una visión general de la cultura taína,
vale la pena señalar algunos puntos claves. Comenzaríamos por destacar
que al momento del contacto con los españoles, en las Antillas se habían
desarrollado sistemas de vida basados en una agricultura intensiva que
originó una necesaria organización social cimentada en cacicazgos. En
Santo Domingo y Puerto Rico estos cacicazgos tuvieron su máxima ex-
presión, y mientras en el oriente de Venezuela la forma cacical no llegó a
tener vigencia, en las islas alcanzó importante grado de desarrollo, inclu-
yendo la parte oriental de Cuba.
Cuando el día 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón tocó las islas Ba-
hamas o Lucayas poniendo pie en lo que luego se llamó «Nuevo Mundo»,
recorrió la costa oriental de Cuba y tocó por primera vez la isla de Santo
Domingo, hecho que se produjo el 5 de diciembre de 1492. Los habitantes
de esta costa norte correspondían a un grupo cultural con jefes tribales lla-
mados «caciques», bajo cuyo mando se unificaban diversos poblados. Estos
caciques llegaron a ser no solo jefes políticos sino religiosos, dentro de un
sistema o modo de vida basado en la agricultura racional intensiva.
Las crónicas de fray Bartolomé de las Casas56 nos describen las expre-
siones de asombro y admiración de Cristóbal Colón, quien al observar
por primera vez las islas de Cuba y la Española dio testimonio de la
belleza de la región, «[la isla] era la cosa más hermosa de ver que otra se
haya visto [...]. Lo más bello del mundo», así como del amable carácter de
los nativos que la habitaban:
56
Fray Bartolomé de las Casas (1474-1566), misionero dominico español que
acompañó a Colón en su primer viaje y vivió largo tiempo en las Antillas;
conservó el diario del almirante y continuamente lo parafrasea en sus obras:
Breve historia de la destrucción de las Indias y la Apologética historia de las Indias.
Asimismo, complementa sus crónicas con tres cartas de Colón a los reyes de
España. Por todos conocido, por su incansable labor a favor de los nativos,
como: «apóstol de las Indias» o «defensor de los indios».
57
Citado por Luis Nicolau d’Olwer, Cronistas de las culturas precolombinas, Biblio-
teca Americana, Fondo de Cultura Económica, México, 1963, pp. 16-35.
58
Cassá. Los taínos de la Española..., p. 37.
agricultura, sin embargo solo los taínos de las Antillas mayores (también
llamados arawacos de las islas)59 practicaron la irrigación, lo que les permi-
tió alcanzar una densidad de población considerable y que gradualmente
propició el establecimiento de un sistema de organización social estra-
tificado que requería de mano de obra colectiva para llevar a cabo los
trabajos agrícolas comunitarios.60
Las islas ofrecían gran diversidad de recursos alimentarios y un amplio
espacio para la caza y la pesca. Sus habitantes mantenían entre ellos un
amplio intercambio comercial, favorecido por la poca distancia que había
entre las islas -la mayoría de las cuales son visibles entre sí-, distancia
que permitía el desplazamiento en canoas o balsas, ya que estos pueblos
desconocían el uso de la navegación a vela.
59
De manera generalizada se llamaba arawacos (o aruacos, como hemos deci-
dido decirles en nuestro trabajo) a los pobladores pacíficos de las costas del
continente y a los taínos pobladores de las islas.
60
Rouse, The tainos...
61
Para esta cultura, no utilizamos denominaciones etnohistóricas. Esto lo hacemos por
considerar que en el caso de comunidades desaparecidas, como la saladoide, o que
prácticamente no existían a la llegada de los españoles, es más correcto utilizar la de-
nominación del yacimiento o sitio arqueológico que nos sirve como indicador junto
con el material de mayor uso en la facturación de sus instrumentos.
62
La cultura saladoide en Puerto Rico. Su rostro multicolor, Publicación del Museo de Historia,
Antropología y Arte, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, 2002.
63
Tomado de Fauna y cultura indígena de Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, Recinto
Río Piedras, 1993, p. 52.
64
Frank Moya Pons, «Los Taínos», en Arte taíno, División de Impresos del Banco
Central de la República Dominicana, República Dominicana, 2ª edición, 1985.
65
La aparición de objetos en barro cocido determina la aparición de las lla-
madas culturas cerámicas antillanas, cuya clasificación en igneris, subtaínos
y taínos, responde más a un criterio etnológico cultural que estilístico en
cuanto a sus representaciones artísticas.
66
En Antropología se denomina «tronco», al grupo de origen de donde se separan
algunos subgrupos de individuos llamados «ramas», que comparten lengua, cultura o
características biológicas comunes con el primero.
67
García Arévalo, El arte taíno de la República Dominicana, Artes gráficas Manuel Pareja,
Barcelona, España, 1977.
68
Marcio Veloz Maggiolo, «Les Taínos: origines, art et societé» («Los taínos: orígenes,
arte y sociedad») en L’Art Taíno (El arte taíno), Paris-Musées de la Ville de Paris, París,
1994.
69
Cfr. Con Veloz Maggiolo: «…la cultura taína, si se entiende por taíno todo lo que
representa la expresión chicoide, no fue total ni en Jamaica, ni en Cuba, tampoco
en Puerto Rico[...]Los taínos fueron, eso sí, los que con mayor éxito conjugaron
experiencias y formas culturales muchas veces no generadas por ellos», en su artículo
«Para una definición de la cultura taína» en La cultura taína, Madrid, España, Turner
Libros, S. A., Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1989, p. 18.
ficar sin abuelo, sin antecesor masculino, pues en lokono, o arahuaco legítimo
de la Guayana, ma es un prefijo que significa «ausencia de», y adakutti significa
abuelo, de donde orocoti es una transformación de adakutti.70 Los análisis
de Arrom parecen ser correctos, desde el punto de vista lingüístico, aunque
hay quien ha considerado que Yocahú pudiera ser más bien un «Dios de la
fecundidad».71 El ídolo de la yuca es realmente una criatura divina que podría
presentarse según el análisis lingüístico como «Señor de la yuca y el agua, sin
predecesor masculino», lo que coincide perfectamente con las costumbres
de herencia matrilineal de muchos de los grupos precolombinos de selva
tropical de las mismas Antillas.
Otros cemíes dominaban el panteón taíno, como por ejemplo opiyel-
guobirán, ídolo con patas de perro y rostro humano que huye al llegar
el español. Muchas de estas representaciones iconográficas han llegado
hasta nuestros días.
Los taínos utilizaron el juego de la pelota o batey como un elemen-
to ritual importante. Una bola de resina posiblemente de cupey, (clausea
rosea) o de otra materia parecida era rebotada sobre diversas partes del
cuerpo, menos con las manos, por jugadores divididos en dos bandos.
Existen evidencias del período del contacto que revelan que el juego de la
pelota culminaba en apuestas y en intercambio de productos. En Jamaica,
el cronista español Diego Méndez, fue «jugado» entre grupos indígenas,
aunque finalmente pudo salvar la vida.72
Otra importante manifestación taína fue el llamado «areíto». Se trataba
de una danza colectiva en la cual participaban, de manera «festiva», hombres
y mujeres de los diversos grupos tribales, o del grupo familiar. Se bebía, se
comía durante largas horas, y el grupo que bailaba no hacía otra cosa que
repetir las palabras de un corifeo que narraba los hechos y hazañas del grupo,
de algunos integrantes de su propia tradición, lo mismo que conocimientos
que de otra manera se perdían, puesto que estos grupos no conocían el signo
70
Arrom, Mitología y artes prehispánicas de las Antillas, México, Siglo xxi, 1ª edición, 1975,
segunda edición, revisada y ampliada, 1986, pp. 17-30.
71
Cfr. S. Robiou Lamarche, Taínos y caribes..., p. 114.
72
Ver Veloz Maggiolo, «Para una definición...», ob. cit., en donde señala que «...al parecer,
las plazas de pelota son más antiguas que la cultura taína, y que los chicoides no hicie-
ron otra cosa que recoger una tradición que ya hacia el siglo ix fue común a pueblos
centroamericanos, como acontece con algunos hallazgos localizables en Costa Rica»,
ob. cit., p. 19.
73
Lamarche, Taínos y caribes, p. 126.
74
El padre Las Casas documenta ya en 1502 en La Española el sentido primigenio del
tabaco como medio de fumar entre los taínos: «son unas yerbas secas metidas en una
hoja seca también, a manera de mosquete hecho de papel...; y encendido por una
parte de él, por la otra chupan o sorben o reciben con el resuello para adentro aquel
humo...; estos mosquetes o como los llamáremos, llaman ellos tabacos», B. de Las
Casas, Historia...
La agricultura incluía por lo menos tres variedades de maíz, cultivo que intro-
dujeron los ostionoides anteriormente, y el uso de la batata en muy diversas
especies, lo mismo que la yautía, el llamado mapuey, el maní, ajíes, yuca, taba-
co, papayas, haciendo uso intensivo además de la recolección de frutos, y de
la siembra de frutales como la guanábana, el mamey, la jagua, y otros.
Los taínos usaron de un instrumento simple, pero funcional para el
procesamiento de sus productos y para la producción misma. Como pue-
blo agricultor y recolector desarrolló la modalidad de cultivo de carbo-
hidratos, no basaron su economía en los granos, puesto que solo el maíz
ha sido señalado por los cronistas como un cereal que se consumía en las
Antillas aunque limitadamente. Pero, en cambio, incrementaron el cultivo
de raíces de zona tropical.
La yuca, su principal producto agrícola, era procesada para lograr el
llamado «casabe», pan que era resultado de un proceso tecnológico mi-
lenario que parece haber tenido su origen en la costa norte de Colombia
antes del 1500 antes de Cristo, cuando grupos indígenas experimenta-
ron por vez primera, en el sitio Rotinet, estudiado por Carlos Angulo,
extrayendo el jugo de la yuca amarga y usando sus residuos para ca-
lentarlos hasta convertirlos en una sólida torta de variado tamaño. La
tecnología incluye el rallado o guayado de la yuca, generalmente de la
variedad amarga, que contiene veneno tal como al ácido cianhídrico;
luego de este rallado se exprimía en el llamado «cibucán», una manga
tejida de fibras para exprimirla hasta quedar casi seca; tras este proceso
se procedía a cernir la harina de la yuca en cernidores hechos de fibra
vegetal, luego venía la colocación de la masa sobre el burén o budare
puesto sobre el fuego, secándose y compactándose la torta llamada ca-
sabe. Con el exprimido de la yuca se eliminaban almidones y sustancias
tóxicas que acababan desapareciendo en la cocción. El jugo de la yuca,
fermentado, era la base de bebidas espiritosas, y al fermentar perdía
también su acción tóxica.75
75
Álvarez Nazario, Manuel, Arqueología lingüística. Estudios modernos dirigidos al rescate y
reconstrucción del arahuaco taíno, San Juan, P. R., Editorial de la Universidad de Puerto
Rico, 1996, p. 83 (ver también las referencias que ahí mismo proporciona).
76
Ver: Pablo L. Córdova Armenteros, Pesca indocubana de guaicanes, guacanes, bubacanes y de
corrales se trata, La Habana, Editorial Academia, 1995, p. 7.
77
Cfr. R. Cassá, Los indios..., p. 107.
78
«Una comunidad taína: vida cotidiana y base material», cap. IV de la obra de R. Cassá,
Los taínos..., pp. 89-107.
79
Ibidem.
1
Tomado del Prólogo al libro De oro, botijas y amor de Emelda Ramos (Santo Domingo,
R.D., Editorial Búho, 1998, p.12).
2
Sobre la historia de la República Dominicana, entre otros textos revisamos el de
Roberto Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, 2 vols., Santo Do-
mingo, Editora Alfa & Omega, décimoquinta edición, 2001.
– 83 –
3
Carlos Andújar Persinal, La presencia negra en Santo Domingo: un enfoque etnohistórico, San-
to Domingo, R. D., 1997 e Identidad cultural y religiosidad popular, Santo Domingo, R. D.,
Editora Cole, 1999.
Juan Bosch, Composición social dominicana: Historia e interpretación, Colección
Pensamiento y Cultura, Santo Domingo, 1970 y De Cristóbal Colón a Fidel Cas-
tro; El Caribe, frontera imperial, Santo Domingo, R. D., Editora Corripio, 1995;
Roberto Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, 2 tomos,
Santo Domingo, República Dominicana, Editora Alfa & Omega, Décimo
quinta edición, 2001; La República Dominicana bajo la dictadura de Trujillo, Re-
pública Dominicana, UASD, 1977; Franklin J. Franco, Los negros y los mulatos
en la nación dominicana, Santo Domingo, Impresora Vidal, 9ª edición, 1998;
Manuel A. García Arévalo El arte taíno de la República Dominicana, Barcelona,
España, Artes gráficas Manuel Pareja,1977; «El indigenismo dominicano»
en varios, Pueblos y políticas en el Caribe Amerindio, Memoria del Primer Encuentro
del Caribe Amerindio, Santo Domingo, República Dominicana, 11 al 17 de
septiembre de 1988, Instituto Indigenista Interamericano, Fundación García
Arévalo, Inc., México, D. F., 1960, 117 pp. (pp. 37-42); Pedro Henríquez Ure-
ña, Fradique Lizardo Barinas; Frank Moya Pons, «Los taínos», en Arte taíno,
República Dominicana, 2ª edición, División de Impresos del Banco Central
de la República Dominicana, 1985; Dato Pagán Perdomo; Hugo Tolentino
Dipp, Raza e historia en Santo Domingo. Los orígenes del prejuicio racial en América,
Santo Domingo, R. D., Fundación Cultural Dominicana, 2ª edición, 1992;
Marcio Veloz Maggiolo, Arqueología prehistórica de Santo Domingo, Singapur, Mc
Graw-Hill Far Eastern Publishers,1972; La isla de Santo Domingo antes de Colón,
Santo Domingo, edición del Banco Central de la República Dominicana,
Quinto Centenario del Descubrimiento de América, 211 pp., 1993.
4
Andújar Persinal, La presencia negra...; Identidad cultural..., 1999.
Con este nivel de conciencia que se tiene del valor de la riqueza del
patrimonio cultural indígena en la República Dominicana, es perfecta-
mente plausible que efectivamente se están haciendo los esfuerzos que se
requieren y en la dirección correcta aunque es comprensible que siempre
se desee mejorar las condiciones para que las instituciones obtengan ma-
yores y mejores resultados. En otra parte de la entrevista, el investigador
Adolfo López, confesaba también que «Los arqueólogos dominicanos
son excelentes, pero el problema radica en que el Estado no les dota de
los fondos necesarios[...]el museo arqueológico del país, que es el mejor
del Caribe, se encuentra con carencias».6 Por nuestra parte, pensamos
que los aspectos que hemos estudiado y que aquí presentamos buscan
sumarse e inscribirse dentro de estos esfuerzos por esclarecer posibles
puntos oscuros o no suficientemente estudiados de esta compleja y am-
plia problemática etnocultural indígena en la parte hispana de la isla.
Al hablar de cultura nacional hacemos referencia a un concepto poli-
sémico y, por lo tanto, en su comprensión surgen muchas dudas, lo cual
es producto de la variedad de significados que se le atribuyen. Pero lo
que más nos interesa destacar aquí es la contradicción que parece existir
entre «cultura nacional» e «identidad nacional» y el indudable pluralismo
cultural que se observa –en forma más o menos marcada– en todas las
naciones, incluidas las del Caribe insular hispano. El mayor contraste en-
tre las diversas formas de manifestación de la cultura la observamos en
la existencia de comunidades indígenas en muchos países de América
Latina, pero en la República Dominicana no existen, ni por asomo, estas
comunidades propiamente dichas. Sin embargo, la conformación cultural
de este país es resultado de un proceso rico y multiétnico, pues cuenta con
elementos de matrices etnoculturales y raciales originalmente constituti-
vas como la indígena, la blanca (o europea) y el negro (o esclavos traídos
del África subsahariana), además de componentes étnicos procedentes de
otras naciones (chinos, árabes, norteamericanos) y grupos provenientes
5
«La cultura taína es comparable a las de Centroamérica», entrevista a Adolfo López,
en diario Última Hora, mayo de 2003.
6
Ibídem.
7
Denominación que ha sido utilizada para referirse a los trabajadores negros emigra-
dos de las Antillas anglófonas a la Dominicana.
8
Cfr. Carlos Andújar Persinal, La presencia negra...; Identidad cultural..., p. 13.
9
Pedro L. San Miguel, La isla imaginada: Historia, identidad y utopía en La Española, Santo
Domingo, R. D., Editorial Isla Negra/Ediciones Librería La Trinitaria, 1997, p. 65.
10
Véase: P. L. San Miguel, La isla imaginada:..., pp. 74-82 (la cita es de la p. 81) y más
adelante agrega: «Lejos de lamentar el mestizaje, Bonó llegó a considerarlo como un
elemento original no solo de la sociedad dominicana sino de todo el continente. En
tal sentido preconizaba un sentido de la identidad fundado no en el hispanismo sino
en las nuevas realidades americanas», p. 82.
11
Ver, entre otros: Roberto Cassá, La República Dominicana bajo la dictadura de Trujillo,
República Dominicana, UASD, 1977; Bernardo Vega, Trujillo y Haití: (1930-1937),
Santo Domingo, R. D., 1988 y la novela de Freddy Prestol Castillo, El Masacre se pasa
a pie, Santo Domingo, 1982.
12
Un excelente análisis de esta temática y del discurso racista de estos dos intelec-
tuales dominicanos en especial del primero es el muy documentado ensayo de Pe-
dro L. San Miguel: «Discurso racial e identidad nacional: Haití en el imaginario
dominicano», texto que nos ha sido de suma utilidad para entender esta compleja
problemática y que se encuentra incluido en La isla imaginada..., pp. 59-100 (sobre
14
Nosotros hemos consultado la edición cubana de Casa de las Américas en la que
se incuye el prólogo que Pedro Henríquez Ureña escribió en 1945: Manuel de Jesús
Galván, Enriquillo, La Habana, Colección Literatura Latinoamericana, Casa de las
Américas, 1977, 716 pp.
15
En el prólogo arriba mencionado, su hermano Pedro Henríquez Ureña se refiere al
«movimiento indianista, fase del romanticismo americano» y cita una larga lista de
autores dominicanos del Siglo xix. Ibíd., pp. XX-XXI.
16
García Arévalo, Ibídem, p. 40.
17
Andujar Persinal, Identidad cultural..., p. 8.
18
Ídem.
19
García Arévalo, ob. cit., p. 38.
20
Ídem.
Por otra parte, como nos interesa destacar los aportes etnoculturales
indígenas en los procesos de constitución de la identidad nacional do-
minicana, consideramos necesario ver la participación de la componente
aborigen en la historia de la parte española de la isla de Santo Domingo.
A la llegada de los españoles a las islas de lo que ahora llamamos
mar Caribe, había, de acuerdo a los datos proporcionados por Roberto
Cassá (quien según nosotros ofrece los cálculos más «objetivos» a los
cuales ya nos referimos en otro trabajo publicado como libro),21 unos
535,000 indígenas únicamente en las cuatro Antillas mayores: Cuba
(80,000), Quisqueya -o La Española- (325,000), Borinquen -o Puerto
Rico- (70,000) y Jamaica (60,000), y ya para fines del siglo xvi se ha-
bían reducido a unos cuantos pequeños grupos dispersos en los lugares
más inaccesibles de las islas. De esta forma es prácticamente imposible
pensar en una línea de continuidad de los procesos civilizatorios que se
venían desarrollando antes de la llegada de los europeos la región. Sin
embargo, y a pesar de esta casi desaparición de lo indígena, los aportes
culturales aborígenes no se reducen solo a los comúnmente aceptados,
es decir aquellos elementos materiales propios de la vida campesina
como el bohío, la hamaca, la canoa o el cayuco, los conucos, etcétera,
21
Cuba, un Pueblo Nuevo…, capítulo II. En donde discutimos los datos que propone
Esteban Mira Caballos, quien, a su vez, se basa en los cálculos de Ángel Rosenblat,
ver: Esteban Mira C., El indio Antillano: repartimiento, encomienda y esclavitud (1492-1542),
Sevilla-Bogotá, 1997, p. 34; por su parte, el padre Las Casas sostiene el número de
200,000 para Cuba, Aurelio Tió sostiene un número de 125,000 para Puerto Rico, en el
mismo texto y página citados aquí, para Juan Bosch «no podían pasar de los 250, 000 en
las cuatro islas», ver: J. Bosch, De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial,
Santo Domingo, R. D., Editora Corripio, 9ª edición dominicana, 1995, p. 62.
22
Ribeiro, Las Américas y la civilización. Proceso de formación y problemas del desarrollo
desigual de los pueblos americanos, México, D. F., Editorial Extemporáneos, 1977,
pp. 227-231.
23
Aunque este temprano desarrollo azucarero duró muy poco ya que entra en decaden-
cia a finales de ese mismo siglo. Véase Pedro L. San Miguel, El pasado relegado, Santo
Domingo, La Trinitaria/FLACSO/DEGI-UPR, 1999, p. 129.
24
Jalil Sued B., «Facing up to Caribbean History» en American Antiquity, Vol. 57,
Núm. 4, octubre de 1992.
25
Cipriano de Utrera, Polémica de Enriquillo, Academia Dominicana de la Histo-
ria, Vol. XXXIV, Santo Domingo, 1973; Peña Batlle La Rebelión del Bahoruco,
Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo, 1948.
26
Utrera, Ibídem, p. 484.
27
AGI, SD, 49.
28
AGI, SD, 49, Núm. 109.
29
Carlos Esteban Deive, 1980, II, p. 562.
30
Utrera, Ibídem, p. 58.
31
Emilio Rodríguez Demorizi, Relaciones históricas de Santo Domingo, Editora Montalvo,
Vol. 3, 1970, p. 16.
32
AGI, SD, 70, Núm. 10.
33
Gil Bermejo, 1983, p. 105.
34
Utrera, 1979, III, p. 124.
35
AGI, SD, 15, Núm. 6.
36
Rodríguez Demorizi, 1945, II, p. 53.
37
Rodríguez Demorizi, Ibíd., pp. 128-149.
38
AGI, SD, Núm. 51.
En 1677 todavía vivían indios en Boyá «sin español que se meta con
ellos» al decir del arzobispo Fernández de Navarrete.41 Y en tiempos de
Sánchez Valverde, cien años después, todavía nos refiere que en Boyá vi-
vían unos 25 ó 30 mestizos «que gozan los fueros y privilegios de indios»42.
La pequeña cuantía de familias indias y mestizas no debe confundir su
influencia cultural potencial y debe considerarse en el contexto de una
realidad demográfica general dramáticamente baja. La Española, contra-
rio a Cuba, decreció demográficamente a niveles realmente alarmantes
durante los siglos xvii y xviii. Para 1681 la población total de la isla era
solamente de unos 6,265 habitantes, para recuperarse muy lentamente
durante el siglo xviii; por lo cual, las cifras de indios y mestizos deben
comprenderse dentro de este deprimido panorama general.
La demografía no debe tampoco tomarse como determinante en la
calidad de las actividades económicas de la época.43 Pues al igual que
ocurriría en Cuba y Puerto Rico, La Española se orientó hacia un lati-
39
Bermejo, La Española, anotaciones históricas, 1600-1650, Escuela de Estudios
Hispanoamericanos, Sevilla, 1983, p. 93.
40
Utrera, ob. cit., 1973, p. 491.
41
Deive, Polémica de..., 1980, II, p. 537.
42
Antonio Sánchez Valverde, Idea del valor de la Isla Española, Editora Nacional,
Santo Domingo, 1971.
43
Moscoso, F. «Land tenure and social change in Puerto Rico, 1700-1815», MS,
inédito, 1984.
44
AGI, SD, Núm. 10.
45
M. Incháustegui, Reales cédulas y correspondencia de gobernadores de Santo Domingo, 3 vols.
Madrid, 1958, Vol. II, p. 1050.
46
P. L. San Miguel (no obstante que considera que el campesinado es de cons-
titución reciente en el Caribe y, por lo tanto, no es de origen indígena), tiene
que reconocer que aunque «no se puede hablar de un total extrañamiento de las
comunidades campesinas respecto del Estado... esto no quita que el desarrollo
del poder estatal en las Antillas fuese un proceso histórico en extremo desigual.
Es decir, el Estado no se instaló en el siglo xvi, manteniéndose incólume a partir
de entonces [...]. Hasta el siglo xviii, el Estado español tuvo un control muy laxo
sobre los sectores rurales de Santo Domingo y Puerto Rico», P. L. San Miguel, El
pasado..., p. 60.
47
Michiel Baud, «A Colonial counter economy: Tobacco production on Espa-
ñola, 1500-1870» en New West Indian Guide, Vol. 65, Núms. 1-2, 1991, p. 31.
48
Rodríguez Demorizi, Relaciones históricas..., Vol. II, p. 260.
49
Ver, por ejemplo, P. L. San Miguel, El pasado...
50
Bosch, Composición social dominicana: Historia e interpretación, Colección Pensa-
miento y Cultura, Santo Domingo, 1970, p. 147.
51
Cassá, Historia social..., tomo I, Santo Domingo, República Dominicana, Editora Alfa &
Omega, Décimoquinta edición, 2001, pp. 173-189.
52
Cassá, ibídem, tomo 2, pp. 69-96.
53
Franco, Los negros y los mulatos en la nación Dominicana, Santo Domingo, Impresora
Vidal, 9ª. Edición, 1998. Otro autor que se encuentra dentro de esta misma línea es
Carlos Larrazábal Blanco, en Los negros y la esclavitud en Santo Domingo, Santo Domingo,
R. D., Ediciones Librería La Trinitaria, segunda edición, 1998.
54
Sin embargo, en cuanto al hecho de subestimar lo indígena, no deja de haber excep-
ciones como la de Hugo Tolentino Dipp, a quien citamos in extenso, por considerar
sus conceptos de sumo interés: «Existe entre algunos intelectuales el sentimiento, por
no decir la convicción, de que los indios de la Española no tienen significación en la
historia del proceso de desarrollo cultural y en la formación de la identidad nacional
del dominicano. Piensan algunos que el siglo xvi no es un siglo con influencia en el
devenir histórico del pueblo que hoy existe en la República Dominicana.
No les faltaría razón a quienes así discurren si su argumento se centrara en el proble-
ma racial. Y esto así porque los dominicanos no son indios, ni por la raza ni por la
cultura. Pero si fuera ese su argumento tendrían la obligación, para ser coherentes, de
prolongarlo hasta llegar a confesarse también que de ninguna manera somos africa-
nos o españoles. Y esto así, porque la historia creó en un proceso de síntesis cultural
la identidad dominicana, integrada por los valores espurios del colonialismo, pero
también por los valores de la lucha anticolonial.
Además, cómo desvincular la continuidad de la historia. Cómo olvidar que la enco-
mienda y la esclavitud de los indios explican las razones de la esclavitud de los negros.
Como borrarle al pueblo dominicano la memoria heroica de la lucha anticolonial.
Cómo puede olvidar un pueblo colonizado la lucha contra el colonizador llevada
a cabo por Enriquillo. Y cómo olvidar entonces a quienes como Montesinos, Fray
Lugares visitados: Santo Domingo, San Pedro de Macorís, La Romana, Bonao, La Vega,
Santo Cerro*, San Cristóbal, Baní, Azua, El Higuero*, Barahona, la cueva del «Pomier»*.
(*No aparece en el mapa).
Pedro de Córdoba y Las Casas nutren desde hace ya cinco siglos las ideas de igualdad
y de libertad por las que han sufrido tanto los dominicanos.
El indio está presente en la identidad nacional dominicana porque la historia de la
encomienda y de la esclavitud, del prejuicio racial y de la lucha de clases, está ligada
a la historia de la esclavitud, del prejuicio racial y de la lucha de clases del negro y
vinculada también a la historia del dominicano explotado, prejuiciado, colonizado
y neocolonizado». En Raza e historia en Santo Domingo. Los orígenes del prejuicio racial en
América, Santo Domingo, R. D., Fundación Cultural Dominicana, Segunda edición,
1992, pp. 95 y 96.
55
Así, por ejemplo, Guaroa Ubiñas Renville, Mitos, creencias y leyendas dominicanas,
Santo Domingo, R. D., Ediciones Librería La Trinitaria, 2000; Sobre Tamayo
y los caribes, Enmanuel & Asociados, Santo Domingo, República Dominica-
na, 1994; El cruce de las siete veredas, Enmanuel & Asociados, Santo Domingo,
R. D., 1995; La Ciguapa. Leyendas dominicanas, Colección de historias, mitos y
leyendas, Editorial Letra Gráfica, Santo Domingo, R. D., 2001; Leyendas del
río Nigua. Leyendas dominicanas, Editora de Colores, Santo Domingo, R. D., 2ª
edición, 1998; «Leyendas del Bahoruco» en Boletín del Museo del Hombre Domi-
nicano, año XXVIII, Núm. 29, 2001, Santo Domingo, R. D.
del doctor Guaroa, los recorridos que juntos hicimos por las zonas ru-
rales de la República Dominicana resultaron muy productivos y de una
enorme importancia para mi investigación. No podía haber encontrado
a alguien más enterado que él en estos menesteres ni más indicado para
mostrarnos los lugares más inaccesibles y ponernos en contacto con
los sectores populares. Algo muy parecido al valioso apoyo que nos
proporcionó el etnomusicólogo cubano Rolando Pérez Fernández en
nuestro viaje a Cuba.
Con el doctor Guaroa Ubiñas como guía (y en ocasiones nosotros
solos) visitamos: San Pedro de Macorís y la Romana, hacia el este; Bonao,
La Vega y Santo Cerro hacia el norte, hasta muy cerca de Santiago, y hasta
Azua en el oeste, pasando por San Cristóbal y Baní (lugar, éste, donde
visitamos la casa Museo en la cual nació el general Máximo Gómez, liber-
tador de Cuba); además de visitar algunos lugares de la periferia de Santo
Domingo, la plaza cultural y la zona colonial de la ciudad capital.
De las entrevistas que grabamos en estos diferentes sitios, destacan las
opiniones de un «cocolo» (así les dicen a los trabajadores negros emigra-
dos de las antillas anglófonas a la Dominicana) en San Pedro de Macorís,
un chofer de una «guagua» (una especie de «microbús») que recorre la
ruta de Santo Domingo a la Romana; de un sastre y un maestro mecánico
en Bonao; un sacerdote en Santo Cerro, una estudiante de arquitectura
que estudia en Santo Domingo y vive en Baní; y de un campesino que
vive en el Higuero quien nos mostró, en un lugar cerca de Azua, una
cueva aún no explorada en la que hay restos arqueológicos que podrán
ser analizados por los especialistas una vez que el doctor Ubiñas Renville
haga el reporte respectivo al Museo del Hombre Dominicano.
Guaroa Ubiñas Renville, acompañante y guía del autor, a la entrada de una cueva en las
cercanías de Azua en la República Dominicana, durante el recorrido que realizamos en
la región.
56
Los cuales consultamos en bibliotecas, fotocopiamos, compramos o nos fueron do-
nados por sus autores y aparecen inclidos en la bibliografía.
Tertulia en la librería «La Trinitaria», con Virtudes Uribe, Blas Jiménez, el poeta Juan José
Ayuso, Guaroa Ubiñas Renville, entre otros.
A. Cultura material:
con su nombre indígena al igual que una buena cantidad de los ma-
teriales con los que están elaborados estos y muchos otros objetos
de la vida cotidiana. Así, por ejemplo, el cacuey que se utiliza para
hacer sillas de montar, la yagua para los techos de las casas, el guano
también para los techos, el yarey para objetos varios, el bejuco para
sillas, la anacagüita, etcétera.
57
«Entre la localidad de Cabral y la de Polo (dice Guaroa Ubiñas en uno de sus relatos)
se pudo ver en la oscuridad de la madrugada una gran cantidad de campesinos a pies
y sobre unos burros muy pequeños y ágiles que casi corren rumbo a los conucos»,
Ubiñas, Renville, «Leyendas del Bahoruco», en Boletín del Museo del HombreDdominicano,
Núm. 29, año XXVIII, 2001, p. 122 (el subrrayado es nuestro).
4.1. en lo que toca a las artes de pesca, obtuvimos muy poca información;
4.2. pero, el cayuco es parte de la cultura material que se ha heredado de
los taínos y se sigue utilizando para atravesar algunos ríos en al-
gunas zonas rurales de la República Dominicana y según Roberto
Cassá «en los alrededores de Santo Domingo se seguía usando un
tipo de remo con la forma exacta del taíno».58
58
Roberto Cassá, Los indios de las Antillas, Madrid, España, Editorial MAPFRE, 1992.
p. 306.
59
«A partir de la década de 1950, la artesanía dominicana también ha sido inducida por
arqueólogos, artistas y técnicos en la materia, a retomar y a interpretar los expresivos
motivos simbólico-decorativos que se muestran en los objetos prehistóricos, como un
modo de apoyarse en las evidencias culturales del ayer indígena, imprimiendo a las
creaciones del arte popular un mayor sentido de autenticidad y de originalidad autócto-
nas», García Arévalo, Manuel A., «El indigenismo dominicano», en Pueblos y políticas en el
Caribe amerindio. Memoria del Primer Encuentro del Caribe amerindio, Santo Domingo, R. D.,
Instituto Indigenista Interamericano, Fundación García Arévalo, Inc., 1990, p. 39.
B. Cultura espiritual:
1. En la República Dominicana;
60
José G. Guerrero, al elogiar el inventario musical que elabora en 1927 el folklorista
Julio Arzeno nos señala que «El maestro Arzeno recoge expresiones de por lo me-
nos 15 géneros folklóricos dominicanos de su época divididos en rurales y urbanos:
cantares campesinos en general, en las velas, en los rosarios, a los políticos, en los
bailes, en el trabajo, las serenatas, cantos infantiles, el bolero, los valses, cantares de
cuna, cantares religiosos, cantares patrióticos y alboradas militares», José G. Guerre-
ro, «El folklore Arzeno de Puerto Plata», en Boletín del Hombre Dominicano, Secretaría
de Estado de Cultura, con el patrocinio de la Fundación García Arévalo, año XXIX,
Núm. 31, 2002, Santo Domingo, República Dominicana, p. 124.
61
Así, por ejemplo: José G. Guerrero nos presenta en una lista, incluida en uno de sus bien
documentados trabajos, entre otros a los siguientes autores y obras: Luis Alberti, De
música y orquestas bailables dominicanas: 1910-1959, Santo Domingo, Editorial Taller, 1975;
Paul Austerlitz, Merengue Dominican identity, Philadelphia, Temple University Press, 1996;
Carlos Batista Matos, Historia y evolución del merengue, Santo Domingo, Editorial Caña
brava, 1999; Luis Manuel Brito Ureña, El merengue y la realidad existencial de los dominicanos,
Santo Domingo, UNIGRAF, 1997; José del Castillo, y Manuel García Arévalo, Antología
del merengue, Santo Domingo, Editorial Corripio, 1989; Gloria Guerrero, (org.), Encuentro
con el merengue, Santo Domingo, 1978-79; Julio Alberto Hernández, Música tradicional
dominicana, Santo Domingo, Julio Postigo, 1969; Bernarda Jorge, La música dominicana.
Siglo XIX-XX, Santo Domingo, Editorial UASD, 1982; Lizardo, Fradique, «Música y
folklore» en: Folklore, Santo Domingo, Instituto Tecnológico de Santo Domingo (IN-
TEC), Vol. V, Editora Corripio, 1981; Paulino Julio César, «Por qué el merengue es
dominicano», Revista del Teatro Nacional, año 2, Núm. 22, Santo Domingo, junio, 2000
y Emilio Rodríguez Demorizi, Música y baile en Santo Domingo, Santo Domingo, Librería
Hispaniola, 1971; cfr. José G. Guerrero, «El merengue y la salsa expresiones culturales
del Caribe de habla castellana», en: Boletín del Museo del Hombre Dominicano, num. 28, año
XXVII, Santo Domingo, Secretaría de Estado de Cultura y bajo el patrocinio de la
Fundación García Arévalo, Inc., 2000, pp. 195-226.
62
Así llamaban los aborígenes aruacos a sus cantos en verso que relataban hechos histó-
ricos de su etnia y lo bailaban muchas veces desde que oscurecía hasta el amanecer.
63
Un intento en este sentido lo constituye un pequeño ensayo «idiosincracia de los pue-
blos quisqueyanos» de Carlos Doval, aparecido en el Núm. 28 del Boletín..., pp. 89-96.
64
Geo Ripley, «La división indígena en el vudú dominicano», transcripción de graba-
ción incluida en la Memoria del Primer Encuentro del Caribe Amerindio: Pueblos
y políticas en el Caribe Amerindio, Santo Domingo, R. D., 11 al 17 de septiembre de
1988, México, Instituto Indigenista Interamericano y Fundación García Arévalo,
Inc., 1990, pp. 115-117.
65
Ibídem., p. 115.
66
Ejemplo destacado lo encontramos en las narraciones contenidas en la obra de Emel-
da Ramos, De oro, botijas y amor, Santo Domingo, Cocolo Editorial, 1998.
67
«Desde el comienzo se habló del valor del caldo de peñuela en las enfermedades
cardiacas y de otros tipos, luego entre árboles de tamaño mediano de cambrones
y cactus, a los que llaman cayucos y los clasifican en alpargatas a los de hojas
planas, artamisa con los que se hacen baños que alivian los dolores y cacuey que
se utiliza para hacer sillas de montar, cardosanto con el que al igual que con la
raíz de Monte Negro se hacen medicinas, se menciona también el Té de biajaca»,
Ubiñas Renville, «Sobre los discípulos disidentes de Liborio y los tutuses», en
Boletín del Museo del Hombre Dominicano, Núm. 29, año XXVIII, Santo Domingo,
R. D., 2000, pp. 106 y 107.
68
Carlos Hernández Soto, «Mito taíno...», en ibídem, Núm. 28, p. 180.
69
José Joaquín Pérez, Fantasías indígenas y otros poemas, Santo Domingo, (1977), Funda-
ción Corripio, 1989.
70
Juan Bosch, Indios: apuntes históricos y leyendas, Santo Domingo, Alfa y Omega,
1935/2000.
71
Veloz Maggiolo, Marcio, De dónde vino la gente, Santo Domingo, Alfa y Omega, 1978.
72
Lorelay Carrón, Y se los llevó el sol: mitología taína para niños, Santo Domingo, Listín
Diario, 1996.
73
Abelardo Jiménez Lambertus, «Elementos de mitología taína para escolares, 1»,
Suplemento Sabatino Listín Diario, 26 de marzo de 1983, p. 11; «Elementos de mito-
logía..., 2», Suplemento Listín Diario, 2 de abril de 1983, p. 9; «Mito taíno y psicoa-
nálisis: Anacacuya y el incesto», Suplemento del Listín Diario, 1 de febrero de 1984,
p. 19.
74
Carlos Hernández Soto, Así habló el abuelo Bayamanaco, Santo Domingo, Burhén, 1985.
75
Manuel Mora Serrano, «Indias Vien-vienes y ciguapas», en Eme Eme, 1975, Vol. IV,
Núm. 19, pp. 29-69.
76
Javier Angulo Guridi, La ciguapa, Santo Domingo, 1866.
77
Ángel Antonio Estrada Torres, «Las ciguapas», Boletín del Folklore Dominicano, 1946, Núm. 1.
78
Alfredo Fernández Simó, Guazábara, Lima, Editorial Salas e Hijos, 1958.
79
Cayo Claudio Espinal, La muerte de la ciguapa, La Información, Santiago, 7 de julio de 1973.
80
Guaroa Ubiñas Renville, «La leyenda de la ciguapa», Hoy, 12 de marzo de 1998,
p. 5D; se publicó también como: La Ciguapa. Leyendas dominicanas, Colección
de historias, mitos y leyendas, Editorial Letra Gráfica, Santo Domingo, R. D.,
16 pp., 2001.
81
Santiago Bonilla, Cuentos para niños(as), Santo Domingo, Editora Búho, 2000.
82
José Labourt, Sana, sana, culito de rana, Santo Domingo, Editora Taller, 1982.
83
«Mito taíno...», Hernández Soto en ibídem, pp. 180-181.
84
Andrés L. Mateo, «Güijes y ciguapas», Listín Diario, 26 de abril, 1998.
85
Marino Berigüete, 13 cuentos supersticiosos del Sur, Santo Domingo, Editora Centenari, 1998.
86
Enelda Ramos, De oro, botijas y amor, Santo Domingo, Cocolo Editorial, 1998.
87
Óscar Holguín Veras-Tabar, Doncellas y ciguapas, Santo Domingo, Editora Alfa & Omega,
1998.
88
«Cueva muy grande en el Noroeste de la isla, está en la mitología haitiana», según la
leyenda, se encontraba en Cunana, «país imaginario de la leyenda haitiana, donde se
encontraban varias cuevas de las cuales salieron los primeros hombres que poblaron
la tierra», Cambiaso, R. D., Pequeño diccionario..., pp. 48 y 49.
89
«Atabex o Atabeira (también Atabey) era uno de los nombres de la madre de yu-
ahuguamá ... significa ‘madre del agua’ o ‘madre del lago o laguna’», Hernández S.,
«Mito taíno...», en ibídem, p. 182; «tiene su equivalente en varias culturas africanas con
el mismo nombre de ‘Madre de agua’, como ocurre con Ochún, la diosa yoruba de
los ríos y fuentes, y con Calunga, la diosa Cong-aleña del mar y de la muerte, y con
la división india del vudú dominicano, cuyos seres o misterios habitan en las aguas»,
«Mito taíno...», en ibídem, p. 184.
90
Opías: «no tiene vida. Estar muerto», Pequeño diccionario..., p. 105; se reconocen porque
no tienen ombligo.
91
«Según la leyenda eran mujeres-pájaros, pequeñas, de largo pelo, caminaban para
atrás, por tener los pies volteados; habitaban en las márgenes de los ríos caudalosos,
y no tenían habla, sino una especie de canto muy melancólico» Ibídem, p. 59; hay
distintas variantes literarias y se le asocia con los indios y negros cimarrones, quienes
caminaban para atrás para despistar a sus perseguidores.
92
Esta leyenda se vincula a la ciguapa y ambas al mito de Atabeira: un indio o una
india que viven en una laguna, lago o charco a donde tuvieron que esconderse de la
persecución de que fueron objeto.
C. Otros
93
Roberto Cassá, Los indios de las Antillas, Madrid, España, Editorial MAPFRE, p. 310.
94
En Santo Domingo y la República Dominicana se han publicado varios estudios y
glosarios de la lengua aruaca y taína; así, por ejemplo: Tejera, Emiliano, Palabras indí-
genas de la isla de Santo Domingo, Santo Domingo, 1951; del mismo autor, Indigenismos,
Santo Domingo, 1977, 2 tomos. Nueva edición; O. Alba, «Indigenismos en el español
hablado en Santiago», E. E., Santiago de los Caballeros, R. D., 1976, IV, Núm. 22, pp.
87-112 y Rodolfo Domingo Cambiaso, Pequeño diccionario...
95
En una página web, se incluye una información sobre una «Exhibición y conferencia:
las nuevas direcciones en las investigaciones de la herencia taína», organizadas por el
Museo Arqueológico Regional Altos de Chavón, la Secretaría de Estado de Cultura,
el Museo del Hombre Dominicano y el Museo de Historia Natural, instituciones que
contaron con el apoyo financiero de el Centro Franklin de la Embajada de los Esta-
dos Unidos, para financiar el viaje de especialistas de los Estados Unidos y Puerto
Rico, quienes organizaron un taller sobre el análisis mitocondrial del ADN, bajo la
dirección del doctor puertorriqueño Juan Carlos Martínez Cruzado y el doctor Do-
minicano Fernando Luna Calderón, el primero de ellos, dictó además su conferencia:
«El uso del ADN mitocondrial para descubrir migraciones precolombinas al Caribe:
resultados en Puerto Rico y expectativas en la República Dominicana». Este trabajo
escrito junto con el de la doctora Lynne Guitar: «Documentando el mito de la extin-
ción de la cultura taína», se encuentra en español en esta misma página y se pueden
consultar junto con otros materiales de interés similar. Página web: Kacike: The Journal
of Caribbean Amerindian History and Antropology, ISSN 1562-5028-http://www. Kacike.
org, consultada el (10 de septiembre de 2004).
3. Otro de los aspectos que peligran con los cambios que se están dando
durante los últimos años es el relacionado con las formas comuni-
tarias y solidarias en la vida de la sociedad dominicana, lo cual no es
privativo de este país, sino una tendencia hegemónica en casi toda
América Latina.
1
La Isla imaginada: historia, identidad y utopía en La Española, Santo Domingo, R. D.,
Editorial Isla Negra/Ediciones Librería La Trinitaria, 1997, p. 100 (la obra citada
por San Miguel es: Tzvetan Todorov, La conquista de América. La cuestión del otro,
México, Siglo xxi editores, 1987, p. 13).
– 127 –
2
Carlos Andújar Persinal, «El Caribe: retos del porvenir» en Boletín del Museo del Hombre
Dominicano, Núm. 28, año xxvii, Santo Domingo, Secretaría de Estado de Cultura
y bajo el patrocinio de la Fundación García Arévalo, Inc., 2000, p. 158.
3
Cfr. con P. Maríñez, «Persistencia cultural africana en el Caribe. Diferentes niveles de
identidad», en Revista Mexicana del Caribe, Núm. 3, 1997, p. 44.
4
Cfr. con Rodolfo Stavenhagen, La cuestión étnica, México, El Colegio de México, Cen-
tro de Estudios Sociológicos, 2001, p. 99.
5
Stavenhagen, ibídem, pp. 96-97.
6
Maríñez, «Persistencia cultural...», en ibídem, p. 63.
nos hemos venido refiriendo en nuestro trabajo. Por más que podamos
hablar de Pueblos Nuevos, bastante homogéneos, esto no quiere decir que
no existan ciertas variantes, imperceptibles a primera vista, pero que un
análisis más cuidadoso ponen, indiscutiblemente, de manifiesto. De esta
manera, para la elaboración de proyectos democráticos más inclusivos
dentro de estas naciones, se abren varias líneas de investigación.
Entre otras propuestas se antoja indispensable que se profundice
más en los estudios sobre la diversidad étnica realmente existente en las
Antillas españolas para un mayor reconocimiento de esa heterogeneidad
relativa, pero real. En lo que respecta a la República Dominicana habrá
de insistirse en la revisión del carácter campesino de amplios sectores del
ámbito rural y la peculiaridad de sus formas de vida y de pensamiento
como aporte a la conformación de identidades en las cuales el origen
indígena de la nación ha dejado una huella que no podemos soslayar.
Asimismo, habrá que continuar insistiendo en el estudio de los elementos
étnicos y culturales de origen haitiano que ya forman parte de la realidad
pluriétnica dominicana. El reconocimiento de esa innegable presencia
solo podrá remontar el tratamiento prejuicioso y discriminador en la
medida en que se les reconozca como ciudadanos con plenos derechos
de conservar sus particularidades étnicas y culturales si así lo desean y
en la medida en que se desarrolle una cultura de respeto a la diversidad
lingüística, étnica y racial en el pueblo dominicano. Lo mismo podríamos
decir de otras «microminorías» conformadas por inmigrantes de otros
países caribeños o de otras regiones de América Latina u otras partes aún
más alejadas. Las cuales, no por ser poco numerosas dejan de contar en
el enriquecimiento del patrimonio cultural dominicano.
Las sobrevivencias etnoculturales indígenas en la República Domini-
cana no son en su totalidad las que aquí anotamos, ni tampoco están aquí
todas las que lo son (es decir, aunque parezca solo un «trabalenguas», ni
son todas las que están ni están todas las que son); pero, estamos conven-
cidos de que bastan las anotadas aquí para demostrar que, ni son pocas,
ni carecen de importancia. Las versiones de la historia oficial que niega o
desvirtúa la presencia indígena en los rasgos constitutivos de lo nacional,
por tanto, tiene que ser modificada. Sobre todo en la enseñanza básica.
Puede parecer poco relevante para aquellos que ubican la dimensión ét-
nica y la cultural en un lugar secundario o de ínfima importancia para el
– 137 –
Tolentino Dipp, Hugo. Raza e historia en Santo Domingo. Los orígenes del
prejuicio racial en América. Segunda edición, Santo Domingo, Fundación
Cultural Dominicana, 1992.
Ubiñas Renville, Guaroa. Sobre Tamayo y los caribes, Santo Domingo, En-
manuel & Asociados, 1994.
_______. El cruce de las siete veredas, Santo Domingo, Enmanuel & Aso-
ciados, 1995.
_______. Leyendas del río Nigua. Leyendas dominicanas, segunda edición,
Santo Domingo, Editora de Colores, 1998.
_______. Mitos, creencias y leyendas dominicanas, Santo Domingo, Ediciones
Librería La Trinitaria, 2000.
_______. La Ciguapa. Leyendas dominicanas, Colección de historias, mitos y
leyendas, Santo Domingo, Editorial Letra Gráfica, 2001.
_______. «Leyendas del Bahoruco» en Boletín del Museo del Hombre Domi-
nicano, año XXVIII, Núm. 29, Santo Domingo, 2001.
Utrera, Fray Cipriano de. Polémica de Enriquillo, Santo Domingo, Acade-
mia Dominicana de la Historia, Vol. XXXIV, 1973.
_______. Noticias históricas de Santo Domingo, Vol. XI, Santo Domingo,
Vol. III, Fundación Rodríguez Demorizi, 1979.
Vega, Bernardo. Trujillo y Haití: (1930-1937), Vol. I, Santo Domingo, Fun-
dación Cultural Dominicana. 1988.
Veloz Maggiolo, Marcio. Arqueología prehistórica de Santo Domingo, Singapur,
Mc Graw-Hill Far Eastern Publishers, 1972.
_______. La isla de Santo Domingo antes de Colón, Santo Domingo, Edición
del Banco Central de la República Dominicana, Quinto Centenario
del Descubrimiento de América, 1993.
PERSONAS ENTREVISTAS
Reparador de mufflers a máquina,
A. 18) Franklin Ubiñas
Bonao, R. D.
Director del Museo Hombre
Doctor Carlos
B. 13) Dominicano, Santo Domingo,
Andújar Persinal
República Dominicana.
Propietaria de la librería La Trinitaria y
B. 14) Sra. Virtudes Uribe promotora cultural, organizadora de las
tertulias intelectuales de Santo Domingo.
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Vol. XVII Escritos dispersos (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López, edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVIII Escritos dispersos (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López, edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de
E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores, San-
to Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, edición de A.
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi, edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi, edición de A.
Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi, edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicen-
te Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío He-
rrera, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (1680-
1795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández Gonzá-
lez, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Edición de Dantes Ortiz, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXX Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia fun-
dacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo, D.
N., 2007.
Vol. XXXI Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación
y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Espa-
ñol, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes
en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Fi-
gueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la
provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Her-
nández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Edición de
Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. San-
to Domingo, D. N., 2007.
Colección Juvenil
Vol. I Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007
Vol. II Heroínas nacionales. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. III Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos, segunda
edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. IV Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá, Santo Domin-
go, D. N., 2008.
Vol. V Padres de la Patria. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. VI Pensadores criollos. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. VII Héroes restauradores. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2009.