Canibales y Reyes - Marvin Harris PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 210

¿Por

qué tantas culturas han permitido el asesinato… de las niñas recién


nacidas? ¿Por qué los hombres se creen superiores a las mujeres? Marvin
Harris responde a estas y muchas otras preguntas demostrando que
Caníbales y reyes, esclavos y ciudadanos, madres e hijas, padres e hijos —
las culturas a que todos ellos pertenecen— han de asumir en cada caso sus
pautas culturales dentro de un proceso global de adaptación de las
sociedades a su entorno.
Caníbales y reyes, brillante y profundo estudio antropológico, explica cómo
pueden interpretarse las infinitas variaciones de conducta cultural adaptadas
a condiciones ecológicas específicas.

www.lectulandia.com - Página 2
Marvin Harris

Caníbales y reyes
Los orígenes de las culturas

ePUB v1.0
hermes 10 16.09.12

www.lectulandia.com - Página 3
Título original: Cannibals and kings. The origins of cultures
Marvin Harris, 1977.
Traducción: Horacio González Trejo.

Editor original:hermes 10 (v1.0)


ePub base v2.0

www.lectulandia.com - Página 4
Introducción
Durante siglos, el mundo occidental se ha sentido reconfortado por la creencia de
que el progreso material nunca concluirá. Como prueba de que vivir es hoy mucho
más fácil para nosotros de lo que lo fue para nuestros abuelos, ofrecemos nuestros
coches, nuestros teléfonos y nuestra calefacción central. Aunque reconocemos que el
progreso puede ser lento y desigual —con contratiempos poco duraderos—, sentimos
que, pensándolo bien, será mucho más fácil vivir en el futuro que en el presente.
Las teorías científicas, en su mayoría formuladas hace cien años, alimentan esta
creencia. Desde la superioridad del punto de vista de los científicos victorianos, la
evolución de la cultura pareció ser un peregrinaje por una escarpada montaña desde
cuya cima los pueblos civilizados podían mirar hacia abajo a los diversos niveles de
salvajismo y barbarismo que aún debían superar las culturas «inferiores». Los
victorianos exageraron la pobreza material de los así llamados salvajes y, al mismo
tiempo, inflaron los beneficios de la «civilización» industrial. Representaron la
antigua Edad de Piedra como una época de grandes temores e inseguridades, en que
la gente pasaba los días en una incesante busca de alimentos y las noches amontonada
alrededor del fuego, en cuevas incómodas, acosados por tigres de dientes como
sables. Sólo cuando se descubrió el secreto de la siembra de cosechas, nuestros
antepasados «salvajes» tuvieron suficiente tiempo libre para establecerse en aldeas y
construir viviendas confortables. Sólo entonces pudieron almacenar excedentes
alimenticios y contar con tiempo para pensar y experimentar nuevas ideas. Esto, a su
vez, se supone que condujo a la invención de la escritura, a las ciudades, a los
gobiernos organizados y al florecimiento del arte y la ciencia. Luego llegó la máquina
a vapor, que inició una nueva y más rápida etapa de progreso, la revolución
industrial, con su milagrosa abundancia de máquinas producidas en serie, que ahorran
trabajo, y de tecnología, que realza la vida.
No es fácil superar este tipo de adoctrinamiento. No obstante, un creciente
número de personas no puede evitar la sensación de que la sociedad industrial tiene
un núcleo falso y que, a pesar de las imágenes de los medios de comunicación
referentes a las placenteras horas de ocio, nuestros descendientes tendrán que trabajar
cada vez más duramente para conservar los lujos de que hoy gozamos. El gran auge
industrial no sólo ha estado contaminando la tierra con desperdicios y venenos;
también ha vomitado bienes y servicios cada vez de peor calidad, más caros y
defectuosos.
En esta obra, mi propósito consiste en reemplazar el antiguo punto de vista
victoriano del progreso, la categoría de «adelante y arriba», por una explicación más
realista de la evolución cultural. Lo que ocurre con el nivel de vida de nuestros días
ya ha ocurrido en el pasado. Nuestra cultura no es la primera tecnología que ha

www.lectulandia.com - Página 5
fracasado. Tampoco es la primera que ha alcanzado sus límites de crecimiento. Las
tecnologías de culturas anteriores fracasaron repetidas veces y fueron reemplazadas
por nuevas tecnologías. Los límites de crecimiento fueron alcanzados y trascendidos
sólo para ser alcanzados y trascendidos una vez más. Una gran parte de lo que
consideramos progreso contemporáneo es, en realidad, una recuperación de niveles
que se gozaron plenamente durante épocas prehistóricas.
Las poblaciones de la Edad de Piedra vivían vidas más sanas que los pueblos que
les sucedieron inmediatamente: en tiempos de los romanos había en el mundo más
enfermedades que en cualquier época precedente, e incluso en la Inglaterra de
principios del siglo diecinueve, la expectativa de vida para los niños no era, con toda
probabilidad, muy diferente a la de veinte mil años atrás. Más aún, los cazadores de
la Edad de Piedra trabajaban para su sustento menos horas de las que trabajan los
campesinos chinos y egipcios típicos… y, a pesar de sus sindicatos, los obreros
fabriles de nuestro tiempo. En cuanto a esparcimientos tales como buena comida,
entretenimientos y placeres estéticos, los antiguos cazadores y recolectores
disfrutaban de lujos que sólo los norteamericanos más ricos de nuestros días pueden
permitirse. En la actualidad, familias enteras trabajan y ahorran durante treinta años
para obtener el privilegio de ver unos pocos metros cuadrados de hierba a través de
sus ventanas. Y esos son unos pocos privilegiados. Los norteamericanos dicen que
«la carne hace a la comida» y su dieta es rica (algunos dicen que demasiado rica) en
proteínas animales, pero dos tercios de la población viven hoy como vegetarianos
involuntarios. En la Edad de Piedra, todos mantenían una dieta rica en proteínas y
pobre en féculas. Y la carne no se congelaba ni se saturaba de antibióticos y de color
artificial.
Pero no he escrito este libro para desvalorizar los niveles de vida norteamericanos
y europeos modernos. Nadie puede negar que hoy vivimos mejor de lo que vivieron
nuestros bisabuelos en el siglo pasado. Nadie puede negar, incluso, que la ciencia y la
tecnología han contribuido a mejorar la dieta, la salud, la longevidad y las
comodidades de centenares de millones de personas. En cuestiones tales como la
contracepción, la seguridad contra las calamidades naturales y la facilidad del
transporte y las comunicaciones hemos superado, obviamente, incluso a las más
opulentas de las sociedades precedentes. La cuestión que ocupa el primer lugar en mi
pensamiento no se refiere a la determinación de si los beneficios de los últimos ciento
cincuenta años son reales, sino a si son permanentes. ¿El reciente auge industrial
puede considerarse como el extremo de una única línea gráfica, siempre ascendente,
de elevación material y espiritual, o es la última y voluble protuberancia de una curva
que desciende con tanta frecuencia como asciende? Creo que la segunda perspectiva
está más de acuerdo con la evidencia y los principios esclarecedores de la
antropología moderna.

www.lectulandia.com - Página 6
Mi objetivo consiste en demostrar la relación entre el bienestar material y
espiritual y los costos y beneficios de diversos sistemas para incrementar la
producción y controlar el crecimiento de la población. En el pasado, irresistibles
presiones reproductoras surgidas de la falta de medios eficaces y seguros de
contracepción, condujeron reiteradamente a la intensificación de la producción. Dicha
intensificación ha conducido, siempre, al agotamiento ambiental, lo que en general da
por resultado nuevos sistemas de producción… cada uno de ellos con una forma
característica de violencia, trabajos penosos, explotación o crueldad
institucionalizados. Así, la presión reproductora, la intensificación y el agotamiento
ambiental parecerían contener la clave de la comprensión de la evolución de la
organización familiar, las relaciones de propiedad, la economía política y las
creencias religiosas, incluyendo las preferencias dietéticas y los tabúes alimentarios.
Las modernas técnicas contraceptivas y abortivas introducen en este cuadro nuevos
elementos potencialmente decisivos, dado que eliminan los atroces castigos
relacionados con todas las técnicas preexistentes para hacer frente directamente a las
presiones reproductoras a través del control de la natalidad. Pero la nueva tecnología
de contracepción y aborto puede haber llegado demasiado tarde. Las sociedades
estatales contemporáneas se encuentran entregadas a la intensificación del modo de
producción industrial. Apenas hemos empezado a pagar el castigo por los
agotamientos ambientales relacionados con esta nueva ronda de intensificación y
nadie puede predecir qué nuevos tormentos serán necesarios para trascender loe
límites de crecimiento del orden industrial.
Soy consciente de que es probable que mis teorías de determinismo histórico
provoquen una reacción desfavorable. Algunos lectores se sentirán ofendidos por los
vínculos causales que establezco entre canibalismo, religiones de amor y
misericordia, vegetarianismo, infanticidio, costos y beneficios de producción. Como
resultado de ello, se me puede acusar de intentar encarcelar al espíritu humano dentro
de un sistema cerrado de relaciones mecánicas. Pero mi intención es exactamente la
contraria. El hecho de que una forma ciega de determinismo haya gobernado el
pasado no significa que deba gobernar el futuro.
Antes de seguir adelante, deseo aclarar el significado de la palabra
«determinismo». En el contexto de la ciencia del siglo veinte, ya no se habla de causa
y efecto en el sentido de una relación mecánica en proporción de uno a uno entre
variables dependientes e independientes. En la física subatómica hace tiempo que
impera el «principio de indeterminación» de Heisenberg, que suple las certezas
causa-y-efecto por las probabilidades causa-y-efecto con respecto a las
micropartículas. Desde que el paradigma «una excepción refuta la regla» ha perdido
su dominio en la física, yo, por lo menos, no tengo la intención de imponerlo en los
fenómenos culturales. Cuando me refiero a relaciones deterministas entre fenómenos

www.lectulandia.com - Página 7
culturales quiero decir, meramente, que variables similares, bajo condiciones
semejantes, tienden a producir consecuencias similares.
Puesto que creo que la relación entre procesos materiales y preferencias morales
corresponde a probabilidades y a similitudes más que a certezas e identidades, no
tengo ninguna dificultad en creer que la historia está determinada y que los seres
humanos tienen la capacidad de ejercer la elección moral y la libre voluntad. De
hecho, insisto en la posibilidad de que pueden ocurrir improbables acontecimientos
históricos que impliquen la imprevisible inversión de las relaciones normales causa-
y-efecto entre procesos y valores materiales y, en consecuencia, en que todos somos
responsables de nuestra contribución a la historia. Pero asegurar que los seres
humanos tienen la capacidad de hacer que la cultura y la historia se conformen a las
pautas de nuestra libre elección no es lo mismo que decir que la historia es, en
realidad, la expresión de esa capacidad. Nada de eso. Como demostraré, las culturas
en general se han desarrollado a lo largo de sendas paralelas y convergentes que son
sumamente previsibles a partir de un conocimiento de los procesos de producción,
reproducción, intensificación y agotamiento. Aquí incluyo los rituales y creencias
aborrecidos y amados en todo el inundo.
En mi opinión, la libre voluntad y la elección moral no han tenido, prácticamente,
ningún efecto significativo en la dirección seguida hasta ahora por los sistemas
desarrollados de vida social. Si estoy acertado, importa que quienes se interesan por
proteger a la dignidad humana de la amenaza del determinismo mecánico se me alíen
para reflexionar en la siguiente cuestión: ¿por qué hasta el presente la vida social
estuvo compuesta, de manera terminante, de medidas previsibles más que
imprevisibles? Estoy convencido de que uno de los más grandes obstáculos existentes
para el ejercicio de la libre elección en nombre del logro de improbables metas de
paz, igualdad y opulencia es el fracaso en reconocer los procesos evolutivos
materiales que explican el predominio de las guerras, la desigualdad y la pobreza.
Como consecuencia del deliberado descuido de la ciencia de la cultura, el mundo está
plagado de moralistas que insisten en que han deseado libremente aquello que se
vieron obligados a desear involuntariamente, mientras al no comprender las
probabilidades contrarias a la libre elección, millones de seres que serían libres se han
entregado a nuevas formas de esclavitud. Con el fin de cambiar la vida social para
mejorarla, es necesario comenzar por conocer la razón por la que generalmente
cambia para empeorar. Por tal motivo, considero que la ignorancia de los factores
causales en la evolución cultural y la indiferencia por las probabilidades contrarias a
un resultado deseado, son formas de duplicidad moral.

www.lectulandia.com - Página 8
1 Cultura y naturaleza
Los exploradores enviados por los europeos durante la gran época de los
descubrimientos fueron lentos en comprender el modelo global de costumbres e
instituciones. En algunas regiones —Australia, el Ártico, los extremos meridionales
de Sudamérica y África— encontraron grupos que todavía vivían de manera
semejante a la de sus antepasados europeos de la Edad de Piedra, tiempo atrás
olvidados: grupos de veinte o treinta personas, diseminados en vastos territorios, en
constante movimiento, que vivían exclusivamente de la caza de animales y de la
recolección de plantas salvajes. Esos cazadores-recolectores parecían ser miembros
de una especie rara y arriesgada. En otras regiones —los bosques del este de América
del Norte, las junglas de Sudamérica y el este asiático— encontraron poblaciones más
densas que habitaban aldeas más o menos estables, basadas en la agricultura y
compuestas, quizá, por una o dos grandes estructuras comunales, pero también allí las
armas y las herramientas eran reliquias prehistóricas.
A lo largo de las riberas del Amazonas y del Mississippi y en las islas del
Pacífico, las aldeas eran de mayor tamaño y, a veces, albergaban a un millar o más de
habitantes. Algunos estaban organizados en confederaciones rayanas en la categoría
de estados. Aunque los europeos exageraron su «salvajismo», la mayoría de esas
comunidades aldeanas coleccionaban las cabezas de sus enemigos como trofeos,
asaban vivos a sus prisioneros de guerra y consumían carne humana en ceremonias
rituales. Debe recordarse el hecho de que los europeos «civilizados» también
torturaban a seres humanos —en procesos por brujería por ejemplo— y que no se
oponían a exterminar la población de ciudades enteras (aunque sintieran escrúpulos
en comerse entre sí).
En otras partes, naturalmente, los exploradores encontraron estados e imperios
plenamente desarrollados, gobernados por déspotas y clases dominantes, y
defendidos por ejércitos permanentes. Fueron esos grandes imperios con sus
ciudades, monumentos, palacios, templos y tesoros, los que atrajeron a todos los
Marco Polo y a todos los Colón a través de los océanos y los desiertos. Existía China,
el imperio más grande del mundo, un reino vasto y sofisticado cuyos líderes
despreciaban a los «bárbaros de cara roja» que suplicaban desde insignificantes
reinos más allá de los límites del mundo civilizado. Y existía la India, una tierra
donde las vacas eran veneradas y las desiguales cargas de la vida se distribuían de
acuerdo con lo que cada alma hubiera merecido en su encarnación anterior. Y estaban
también los estados e imperios nativos americanos, mundos en sí mismos, cada uno
de ellos con sus artes y religiones peculiares: los incas, con sus grandes fortalezas de
piedra, sus puentes colgantes, sus graneros siempre llenos y su economía controlada
por el estado; los aztecas, con sus dioses sedientos de sangre alimentados con

www.lectulandia.com - Página 9
corazones humanos y su incesante búsqueda de nuevos sacrificios. También existían
los europeos, con sus propias cualidades exóticas —la empresa de la guerra en
nombre de un príncipe de la paz, la forzada compraventa para obtener beneficios—,
poderosos más allá de su fuerza en virtud de un astuto dominio de la destreza
mecánica y de la ingeniería.
¿Qué significó este modelo? ¿Por qué algunos pueblos abandonaron la caza y la
recolección como forma de vida, en tanto que otros las conservaron? Y entre los que
adoptaron la agricultura, ¿por qué algunos se conformaron con la vida aldeana
mientras otros fueron acercándose uniformemente a una categoría de estado? Y entre
quienes se organizaron en estados, ¿por qué algunos crearon imperios y otros no?
¿Por qué algunos adoraban las vacas mientras otros alimentaban con corazones
humanos a dioses caníbales? La historia humana ¿está expresada no por uno, sino por
diez mil millones de idiotas… el juego de la oportunidad y la pasión, y nada más?
Creo que no. Creo que hay un proceso inteligible que preside el mantenimiento de
formas culturales comunes, que inicia cambios y que determina sus transformaciones
a lo largo de sendas paralelas o divergentes.
El núcleo de este proceso es la tendencia a intensificar la producción. La
intensificación —la inversión de más tierra, agua, minerales o energía por unidad de
tiempo o área— es, a su vez, una periódica respuesta a las amenazas contra los
niveles de vida. En tiempos primitivos, tales amenazas surgían, principalmente, de las
modificaciones climáticas y de las migraciones de personas y animales. En los
últimos tiempos, el principal estímulo ha sido la competencia entre estados. Al
margen de su causa inmediata, la intensificación siempre es antiproductiva. En
ausencia de cambio tecnológico, conduce inevitablemente al agotamiento del medio
ambiente y a la disminución de la eficiencia productiva, dado que el esfuerzo
creciente debe aplicarse, tarde o temprano, a animales, plantas, tierras, minerales y
fuentes de energía más remotas, menos fiables y menos munificentes. La disminución
de la eficiencia conduce, a su turno, a bajos niveles de vida… o sea, precisamente, a
unos efectos contrarios a lo deseado. Pero este proceso no concluye cuando todos,
sencillamente, obtienen menos comida, menos protección y menos satisfacción de
otras necesidades a cambio de más trabajo. A medida que disminuye el nivel, las
culturas prósperas inventan medios de producción nuevos y más eficientes, que tarde
o temprano volverán a conducir al agotamiento del entorno natural.
¿Por qué la gente intenta resolver sus problemas económicos intensificando la
producción? Teóricamente, el camino más fácil para alcanzar una nutrición de alta
calidad y una vida prolongada y vigorosa, libre de fatigas y trabajos penosos, no
consiste en aumentar la producción sino en reducir la población. Si por alguna razón
que escapa al control humano —un cambio de clima desfavorable, digamos— la
provisión de recursos naturales percápita se reduce a la mitad, la gente no necesita

www.lectulandia.com - Página 10
tratar de compensarlo trabajando el doble. Podrían, en cambio, reducir a la mitad su
población. O, diría yo, podrían hacerlo si no fuera a causa de un grave problema.
Dado que la actividad heterosexual es una relación genéticamente estipulada de la
que depende la supervivencia de nuestra especie, no es tarea fácil mermar la
«cosecha» humana. En los tiempos preindustriales, la regulación eficaz de la
población suponía disminuir el nivel de vida. Por ejemplo, si ha de reducirse la
población evitando las relaciones heterosexuales, apenas puede decirse que el nivel
de vida de un grupo se haya mantenido o mejorado. De manera similar, si ha de
disminuirse la fecundidad del grupo haciendo que las comadronas salten sobre el
vientre de la mujer hasta matar al feto —y a menudo también a la madre—, los
supervivientes pueden comer mejor pero su expectativa de vida no habrá mejorado.
De hecho, el método de control de la población más ampliamente utilizado durante la
mayor parte de la historia humana fue, probablemente, alguna forma de infanticidio
femenino. Aunque los costos psicológicos de matar o dejar morir de inanición a las
propias hijas pueden atenuarse culturalmente definiéndolas como no-personas (al
igual que los partidarios modernos del aborto, entre quienes me cuento, definen a los
fetos como no-niños), los costos materiales de nueve meses de embarazo no se borran
tan fácilmente. Es sensato suponer que la mayoría de los pueblos que practican el
infanticidio preferirían no ver morir a sus hijas. Pero las alternativas —disminuir
drásticamente los niveles de nutrición, los de salud y los sexuales de la totalidad del
grupo— han sido consideradas, por lo general, aún más indeseables, al menos en las
sociedades pre-estatales.
Estoy tratando de indicar que la regulación de la población a menudo fue un
proceso costoso, cuando no traumático, y una fuente de tensión individual, como
Thomas Malthus sugirió que sería para todos los tiempos futuros (hasta que su error
quedó demostrado mediante la invención del preservativo). Es esa tensión —o
presión reproductora, como podría ser designada más acertadamente— la que explica
la periódica tendencia de las sociedades pre-estatales a intensificar la producción
como medida de protección o de incremento de los niveles de vida en general. Si no
fuera por los graves costos que entraña el control de la reproducción, nuestra especie
podría haber permanecido por siempre organizada en grupos pequeños, relativamente
pacíficos e igualitarios, de cazadores recolectores. Pero la carencia de métodos
eficaces y benignos de control de la población hicieron inestable este modo de vida.
Las presiones reproductoras predispusieron a nuestros antepasados de la Edad de
Piedra a recurrir a la intensificación como respuesta al número decreciente de
animales de caza mayor, disminución provocada por los cambios climáticos del
último período glacial. La intensificación del modo de producción de la caza y de la
recolección abrió, a su vez, la etapa de la adopción de la agricultura que a su turno
condujo a una competencia muy alta entre los grupos, a una intensificación de la

www.lectulandia.com - Página 11
guerra y a la evolución del estado. Pero me estoy anticipando.

www.lectulandia.com - Página 12
2 Asesinatos en el paraíso
La explicación más difundida sobre la transición de la vida grupal a las aldeas
agrícolas solía ser la siguiente: los cazadores-recolectores ocupaban todo su tiempo
en la búsqueda de lo suficiente para comer. No podían producir un «excedente más
allá de la subsistencia», de modo que vivían en el límite de la extinción, padeciendo
enfermedades crónicas y hambre. En consecuencia, era natural que desearan
establecerse y vivir en aldeas permanentes, pero no se les ocurrió la idea de plantar
semillas. Un día, un genio anónimo decidió dejar caer algunas simientes en un hoyo y
muy pronto se iniciaron los cultivos en forma regular. La gente ya no tenía que
trasladarse constantemente en busca de la caza y el nuevo tiempo libre favoreció el
pensamiento. Este hecho condujo a nuevos y más rápidos progresos en la tecnología
y, por ende, a más alimentos —un «excedente más allá de la subsistencia»—, lo que
finalmente hizo posible que algunas personas se apartaran de la agricultura y se
convirtieran en artesanos, sacerdotes y gobernantes.
El primer fallo de esta teoría reposa en la suposición de que la vida era
excepcionalmente difícil para nuestros antepasados de la Edad de Piedra. Los
testimonios arqueológicos del paleolítico superior —alrededor del año 30.000 al
10.000 antes de nuestra era— demuestran claramente que los cazadores que vivieron
en aquellos tiempos disfrutaron de niveles de comodidad y seguridad relativamente
elevados. No eran chapuceros aficionados. Habían logrado el control absoluto del
proceso de quebrar, picar y dar forma a rocas cristalinas, proceso que formaba la base
de su tecnología y que los consagró, merecidamente, como «los mejores artífices de
la piedra de todos los tiempos». Las técnicas industriales modernas no logran
reproducir sus cuchillas extraordinariamente delgadas de «hoja de laurel», finamente
laminadas, de 27 centímetros de largo y de sólo un centímetro de espesor. Con
delicados punzones de piedra y utensilios cortantes llamados buriles, crearon puntas
de arpones de hueso y asta intrincadamente dentadas, empuñaduras de asta para
lanzar los venablos, perfectamente modeladas, y finas agujas de hueso,
presumiblemente utilizadas para confeccionar vestimentas con pieles de animales.
Los artículos de madera, fibras y pieles han desaparecido, pero también éstos
debieron distinguirse por su excelente artesanía.
En oposición a las ideas populares, los «hombres de las cavernas» sabían
construir albergues artificiales y su utilización de cuevas y salientes rocosos dependía
de las posibilidades regionales y de las necesidades de la estación. En el sur de Rusia,
los arqueólogos han descubierto huellas de la vivienda de un cazador, hecha con
pieles de animales, en un hoyo poco profundo, de doce metros de largo por tres y
medio de ancho. En Checoslovaquia, hace más de veinte mil años se utilizaban
albergues invernales con suelos redondos de seis metros de diámetro. Con ricas pieles

www.lectulandia.com - Página 13
a modo de alfombras y camas, y una gran cantidad de excremento animal seco o
huesos engrasados para el fogón, dichas viviendas pueden ofrecer una cualidad de
refugio superior, en muchos sentidos, a los apartamentos urbanos contemporáneos.
Es difícil conciliar la idea de que vivían al borde de la inanición con las enormes
cantidades de huesos animales acumulados en diversos mataderos paleolíticos.
Grandes manadas de mamuts, caballos, ciervos, renos y bisontes erraban por Europa
y Asia. Los huesos de más de un millar de mamuts —excavados en un paraje de
Checoslovaquia— y los restos de diez mil caballos salvajes a los que se hostigaba, a
intervalos diversos, hasta precipitarse desde un elevado acantilado cercano a Solutré
(Francia), dan testimonio de la habilidad de los pueblos paleolíticos para explotar
sistemática y eficientemente esas manadas. Más aún, los restos de los esqueletos de
los propios cazadores dan pruebas del hecho de que se encontraban
extraordinariamente bien alimentados.
La noción de que las poblaciones paleolíticas trabajaban de sol a sol para
alimentarse también hoy resulta ridícula. Como recolectores de plantas alimenticias
no eran, sin duda alguna, menos eficaces que los chimpancés. Diversos estudios
experimentales han demostrado que en su hábitat natural los grandes simios pasan
tanto tiempo acicalándose, jugando y dormitando como proveyéndose de alimentos y
comiendo. Como cazadores, nuestros antepasados del paleolítico superior debieron
ser tan hábiles como los leones, animales que alternan rachas de intensa actividad con
prolongados períodos de descanso y relajamiento. Los estudios relativos a la forma en
que distribuyen su tiempo los cazadores y recolectores contemporáneos han arrojado
más luz sobre esta cuestión. Richard Lee, de la Universidad de Toronto, llevó un
registro del tiempo que emplea el cazador-recolector bosquimán moderno en la
búsqueda de alimentos. A pesar de su hábitat —el extremo del Kalahari, una región
desértica cuya exuberancia difícilmente puede compararse a la de Francia durante el
período paleolítico superior—, menos de tres horas diarias por adulto es todo lo que
necesitan los bosquimanos para obtener una dieta rica en proteínas y otros alimentos
esenciales.
Los manchiguengas, sencillos horticultores del Amazonas peruano, estudiados
por Alien y Orna Johnson, dedican poco más de tres horas diarias por adulto a la
producción de alimentos y obtienen, mediante este esfuerzo, menos proteínas
animales que el bosquimán. En las regiones arroceras del este de Java, los modernos
campesinos dedican alrededor de cuarenta y cuatro horas semanales al trabajo
agrícola productivo —algo que ningún bosquimán que se respete soñaría hacer— y
los campesinos javaneses rara vez ingieren proteínas animales.
Los granjeros norteamericanos, para quienes cincuenta o sesenta horas semanales
de trabajo son algo corriente, comen bien, de acuerdo con los niveles de los
bosquimanos, pero no puede decirse, indudablemente, que dispongan de tanto tiempo

www.lectulandia.com - Página 14
libre.
No deseo minimizar las dificultades inherentes a comparaciones de este tipo.
Obviamente, el trabajo relacionado con un sistema de producción alimentaria
específico no se limita al tiempo empleado en la obtención de la materia prima.
También ocupa tiempo someter a un proceso de crecimiento las plantas y animales de
manera que resulten adecuados para su consumo y lleva aún más tiempo
manufacturar y mantener instrumentos de producción tales como venablos, redes,
palos para cavar, cestas y arados. Según los cálculos de los Johnson, el machiguenga
dedica aproximadamente tres horas diarias adicionales a la preparación de la comida
y a la manufactura de artículos primordiales como ropa, herramientas y vivienda. En
sus observaciones de los bosquimanos, Lee descubrió que en una jornada una mujer
podía reunir comida suficiente para alimentar a su familia durante tres días y que
pasaba el resto del tiempo descansando, atendiendo visitas, bordando o visitando
otros campamentos: «Las tareas domésticas tales como cocinar, cascar frutos secos,
amontonar leña y buscar agua ocupan entre una y tres horas del día».
Las pruebas que he citado conducen a una conclusión: el desarrollo de la
agricultura dio por resultado un aumento del trabajo per capita. Existen buenas
razones para que así sea. La agricultura es un sistema de producción alimentaria que
puede absorber mucho más trabajo que la caza y la recolección por unidad de tierra.
Los cazadores-recolectores dependen, esencialmente, del ritmo natural de la
reproducción animal y vegetal; es muy poco lo que pueden hacer para elevar la
producción por unidad de tierra (aunque pueden disminuirla fácilmente). Con la
agricultura, en cambio, es posible controlar el ritmo de reproducción vegetal. Esto
significa que la producción puede incrementarse sin sufrir consecuencias adversas
inmediatas, especialmente si se dispone de técnicas para combatir el agotamiento del
suelo.
La clave para saber cuántas horas dedican a la caza y la recolección pueblos como
los bosquimanos, es la abundancia y la accesibilidad de los recursos animales y
vegetales que tienen a su disposición. En tanto la densidad de la población —y, por lo
tanto, la explotación de dichos recursos— se mantenga relativamente baja, los
cazadores-recolectores pueden disfrutar del ocio y de dietas de alta calidad. Sólo si se
supone que durante la Edad de Piedra la gente no quería o no podía limitar la
densidad de sus poblaciones, adquiere sentido la teoría que afirma que la vida de
nuestros antepasados era «breve, repugnante y brutal». Pero semejante suposición es
injustificada. Los cazadores-recolectores se ven fuertemente motivados a limitar la
población y cuentan con medios eficaces para hacerlo.
Otro punto débil de la antigua teoría de la transición de la caza y la recolección a
la agricultura es la conjetura de que los seres humanos desean, de un modo natural,
«asentarse». Esto no puede ser cierto, dada la tenacidad con que pueblos como los

www.lectulandia.com - Página 15
bosquimanos, los aborígenes de Australia y los esquimales se han aferrado a su
acostumbrada forma de «vida desenraizada», a pesar de los concertados esfuerzos de
gobiernos y misioneros para persuadirlos de que vivan en aldeas.
A cada ventaja de la vida permanente en una aldea, corresponde una desventaja.
¿La gente anhela compañía? Sí, pero ésta también exaspera. Como ha demostrado
Thornas Greegor en un estudio sobre los indios mehinacu de Brasil, la búsqueda de la
intimidad personal es un tema omnipresente en la vida cotidiana de quienes residen
en pequeñas aldeas. Evidentemente, cada uno de los mehinacu conoce demasiado
sobre los asuntos de los demás para mantener su propio bienestar. A partir de la
huella de un talón o de una nalga son capaces de decir dónde se detuvo una pareja y
tuvo relaciones sexuales a un costado del sendero. Las flechas perdidas delatan el
lugar secreto donde pesca su propietario; un hacha apoyada, contra un árbol es prueba
de una tarea interrumpida. Nadie entra o sale de la aldea sin ser notado. Es necesario
susurrar para guardar la intimidad: con tabiques de paja no existen puertas cerradas.
La aldea está saturada de irritantes habladurías acerca de hombres que son impotentes
o que eyaculan prematuramente, y acerca de la conducta de las mujeres durante el
coito, y el tamaño, el olor y el color de sus genitales.
¿Existe la seguridad física por el hecho de formar parte de una multitud? Sí, pero
también hay seguridad en la movilidad, en la capacidad de apartarse del camino de
los agresores. ¿Existe alguna ventaja en contar con una fuente de trabajo cooperativa?
Sí, pero las grandes concentraciones de personas disminuyen la caza y merman los
recursos naturales.
En cuanto al descubrimiento azaroso del proceso de los cultivos, los cazadores-
recolectores no son tan necios como sugiere el camino descrito por la antigua teoría.
Los detalles anatómicos de las pinturas rupestres de animales descubiertas en las
paredes de cuevas de Francia y España, dan testimonio de un pueblo cuya capacidad
de observación se aproxima a la precisión. Además, nuestra admiración de su
intelecto ha sido llevada a nuevas alturas por el descubrimiento hecho por Alexander
Marshaks en el sentido de que las débiles rayas de la superficie de objetos de hueso y
asta de veinte mil años de antigüedad seguían la trayectoria de las fases de la luna y
otros acontecimientos astronómicos. Es irracional suponer que quienes hicieron los
grandes murales de las paredes de Lascaux, y que eran lo suficientemente inteligentes
para llevar registros cronológicos, hayan sido tan ignorantes del significado biológico
de tubérculos y simientes.
Los estudios de los cazadores-recolectores del presente y del pasado reciente
revelan que a menudo se abandona la práctica de la agricultura no por falta de
conocimientos sino por factores de conveniencia. Por ejemplo, los indios de
California, simplemente recogiendo bellotas, probablemente obtenían cosechas más
cuantiosas y más nutritivas de las que podrían haber obtenido sembrando maíz. En la

www.lectulandia.com - Página 16
costa noroeste, las grandes migraciones anuales de salmón transformaron el trabajo
agrícola en una pérdida de tiempo relativa. Los cazadores-recolectores despliegan,
con frecuencia, todas las habilidades y técnicas necesarias para la práctica de la
agricultura, salvo pasar a la siembra deliberada. Los shoshoni y los paiutes, de
Nevada y California, retornaban año tras año a los mismos parajes de cereales y
tubérculos silvestres, evitando cuidadosamente dejarlos desnudos e incluso, en
ocasiones, desherbándolos y regándolos. Muchos otros cazadores-recolectores
utilizan el fuego para provocar deliberadamente el crecimiento de las especies
preferidas y retardar el de árboles y malas hierbas.
Finalmente, algunos de los descubrimientos arqueológicos más importantes de los
últimos años indican que en el Viejo Mundo, las primeras aldeas fueron construidas
entre mil y dos mil años antes del desarrollo de una economía agrícola, en tanto en el
Nuevo Mundo se domesticaron plantas mucho antes de que se iniciara la vida
aldeana. Puesto que los primeros americanos tuvieron la idea miles de años antes de
ponerla en práctica plenamente, la explicación del distanciamiento de la caza y la
recolección debe buscarse fuera de sus cerebros. Más adelante volveré a referirme a
estos descubrimientos arqueológicos.
Lo que hasta ahora he expuesto sostiene que en tanto los cazadores-recolectores
mantuvieran baja su población en relación con las presas, podían disfrutar de un
envidiable nivel de vida. Pero ¿cómo hacían para mantener baja la población? Este
tema emerge instantáneamente como el nexo ausente más importante en el intento
por comprender la evolución de las culturas.
Incluso en los hábitat relativamente favorables, con abundantes manadas de
animales, probablemente los pueblos de la Edad de Piedra no permitieron que sus
poblaciones rebasaran el límite de una o dos personas por milla cuadrada. Alfred
Kroeber calculó que en las llanuras y praderas canadienses los cazadores de bisontes
crees y los assiniboins, montados a caballo y equipados con rifles mantuvieron sus
densidades de población por debajo de dos personas por milla cuadrada. Algunos
grupos menos favorecidos de cazadores históricos de América del Norte, como los
naskapis de Labrador y los esquimales de Nunamuit, que dependían del caribú,
mantenían sus densidades por debajo de 0,3 personas por milla cuadrada. En toda
Francia, durante el período neolítico, no había, probablemente, más de veinte mil
seres humanos; y quizás hubiera sólo mil seiscientos.
Los medios «naturales» de control del crecimiento demográfico no pueden
explicar la discrepancia entre estas bajas densidades y la fertilidad potencial de la
hembra humana. Las poblaciones sanas interesadas en maximizar su tasa de
crecimiento promedian ocho embarazos por mujer fecunda. Las tasas de natalidad
pueden elevarse fácilmente. Entre los hutterites, una agrupación de frugales granjeros
del oeste canadiense, el promedio es de 10,7 nacimientos por mujer. Con el propósito

www.lectulandia.com - Página 17
de mantener la tasa anual de crecimiento calculada en 0,001 por ciento para la
primitiva Edad de Piedra, cada mujer debió de tener un promedio inferior a 2,1 hijos
que sobrevivieron hasta la edad fecunda. Según la teoría convencional, una tasa de
crecimiento tan baja se lograba, a pesar de la elevada fertilidad, a través de las
enfermedades. Pero es difícil sustentar el punto de vista de que nuestros antepasados
de la Edad de Piedra llevaban vidas cargadas de enfermedades.
Sin duda había enfermedades. Pero como factor de mortalidad debieron ser
considerablemente menos significativas durante la Edad de Piedra que en nuestros
días. La muerte de niños y adultos a causa de infecciones bacterianas y virósicas —
disentería, sarampión, tuberculosis, coqueluche, catarros, escarlatina— aparece
notablemente afectada por la dieta y el vigor corporal general, de modo que los
cazadores-recolectores de la Edad de Piedra probablemente contaban con altos ritmos
de recuperación de estas infecciones. Por otro lado, la mayoría de las grandes
enfermedades epidémicas mortales —viruela, tifus, gripe, peste bubónica, cólera—
sólo tienen lugar en poblaciones de alta densidad. Son las enfermedades de las
sociedades de nivel de estado: se propagan en medio de la pobreza y en condiciones
urbanas de hacinamiento y de bajo nivel sanitario. Incluso calamidades como la
malaria y la fiebre amarilla fueron probablemente menos significativas entre los
cazadores-recolectores de la Edad de Piedra. Como cazadores que eran, habrán
preferido los hábitat secos y abiertos a las tierras húmedas en las que se propagan
estas enfermedades. Es probable que la malaria sólo haya alcanzado su impacto pleno
después de que los claros agrícolas en los bosques húmedos crearan mejores
condiciones alimenticias para los mosquitos.
¿Qué es lo que se sabe realmente acerca de la salud física de las poblaciones
paleolíticas? Los restos humanos esqueléticos nos ofrecen importantes indicios. A
partir de índices tales como la estatura promedio y el número de dientes faltantes en
el momento de la muerte, J. Lawrence Angel ha proyectado un perfil de niveles de
salud cambiantes durante los últimos treinta mil años. Angel descubrió que al
principio de dicho período, los adultos del sexo masculino promediaban 1,77 metros
y las del sexo femenino alrededor de 1,65. Veinte mil años después, los hombres no
fueron más altos de lo que habían sido las mujeres —1,65 metros—, en tanto éstas no
promediaron más de 1,53 metros. Sólo en tiempos muy recientes las poblaciones han
vuelto a alcanzar estaturas características de los pueblos de la primitiva Edad de
Piedra. Los hombres americanos, por ejemplo, promediaban 1,75 metros en 1960. La
pérdida de la dentadura muestra una tendencia similar. Treinta mil años antes de
nuestra era los adultos morían con un promedio de 2,2 dientes faltantes; en el 6500
antes de nuestra era con 3,5; y en tiempos de los romanos, con 6,6 dientes faltantes.
Aunque los factores genéticos también pueden tener intervención en estos cambios,
se sabe que la estatura y el estado de la dentadura y las encías dependen en gran

www.lectulandia.com - Página 18
medida de la ingestión de proteínas, lo que a su vez determina el bienestar general.
Angel llega a la conclusión de que hubo una «auténtica depresión de la salud» con
posterioridad al «punto máximo» del período paleolítico superior.
Angel también intentó calcular el promedio de vida del mismo período, promedio
que sitúa en 28,7 años para las mujeres y en 33,3 para los hombres. Dado que el
muestreo paleolítico de Angel se compone de esqueletos hallados en toda Europa y
África, sus cálculos de longevidad no son necesariamente representativos de ningún
grupo real de cazadores. Si las estadísticas vitales de grupos de cazadores-
recolectores contemporáneos pueden tomarse como representativas de grupos
paleolíticos, los cálculos de Angel pecan por defecto. Los estudios de Nancy Lee
Howell sobre 165 bosquimanas kung muestran que la expectativa de vida en el
momento del nacimiento es de 32,5 años, cifra que sale favorecida en comparación
con las de muchas naciones modernas en vías de desarrollo de África y Asia. Para
colocar estos datos en una perspectiva correcta, según la Metropolitan Life Insurance
Company, la expectativa de vida en el momento del nacimiento, para no-blancos del
sexo masculino, en Estados unidos, en 1900, también era de 32,5 años. Así, como ha
sugerido el paleodemógrafo Don Dumond, existen indicios de que «la mortalidad no
era, efectivamente, más elevada bajo condiciones de caza que bajo las de una vida
más sedentaria, incluida la agricultura». El aumento de enfermedades que acompaña
a una vida sedentaria «puede significar que las tasas de mortandad de los cazadores
eran a menudo significativamente inferiores» a las de los pueblos agrícolas.
Aunque un promedio de vida de 32,5 años puede parecer muy breve, el potencial
de reproducción, incluso de las mujeres que, según Angel, sólo viven hasta los 28,7
años, es bastante elevado. Si una mujer de la Edad de Piedra tenía su primer
embarazo a los dieciséis años de edad, y a partir de entonces un bebé vivo cada dos
años y medio, fácilmente podía tener más de cinco hijos al llegar a los veintinueve.
Esto significa que aproximadamente los tres quintos de los niños de la Edad de Pudra
no podrían vivir hasta la edad de la reproducción si había de mantenerse la tasa
calculada de menos del 0,001 por ciento de crecimiento de la población. Utilizando
estas cifras, el demógrafo antropológico Ferki Hassan llega a la conclusión de que
incluso si había un cincuenta por ciento de mortalidad infantil debida a causas
«naturales», otro 23 al 35 por ciento de toda la descendencia potencial tendría que
haber sido «quitada de en medio» para alcanzar un crecimiento demográfico cero.
Si existe algún error, estos cálculos parecen equivocados al exagerar el número de
muertes por causas «naturales». Dado el excelente estado de salud de que parecía
gozar el pueblo estudiado por Angel antes de convertirse en esqueletos, cabe
sospechar que muchos morían por causas «no naturales».
Durante el período paleolítico, el infanticidio puede haber sido tan elevado que
alcanzara el cincuenta por ciento… cifra que corresponde a los cálculos hechos por

www.lectulandia.com - Página 19
Joseph Birdsell, de la Universidad de California (Los Ángeles), sobre la base de datos
reunidos entre las poblaciones aborígenes de Australia. Un factor importante en la
corta vida de las mujeres paleolíticas puede haber sido el designio de provocar
abortos con el fin de prolongar el intervalo entre un parto y otro.
Los cazadores-recolectores contemporáneos en general carecen de medios
eficaces, químicos y mecánicos, de impedir el embarazo… mal que le pese al folklore
romántico sobre los contraceptivos herbáceos. Poseen, sin embargo, un amplio
repertorio de métodos químicos y mecánicos para provocar el aborto. En todo el
mundo se utilizan numerosos venenos vegetales y animales que provocan traumas
físicos generalizados o que actúan directamente sobre el útero para poner fin a
embarazos no deseados. También se utilizan muchas técnicas mecánicas para
provocar el aborto, como atarse fajas ceñidas alrededor del vientre, aplicar masajes
vigorosos, someterse a extremos de frío y calor, golpes en el abdomen y saltos sobre
un tablón colocado encima del vientre de la mujer «hasta que mane la sangre por la
vagina».
Tanto el sistema mecánico como el químico concluyen eficazmente con los
embarazos, pero también es probable que concluyan con la vida de la embarazada.
Sospecho que sólo un grupo que se encuentra bajo graves tensiones económicas y
demográficas recurriría al aborto como principal método de regulación de la
población.
Es mucho más probable que los cazadores-recolectores en condiciones de tensión
se vuelquen al infanticidio y al geronticidio (la matanza de ancianos). El geronticidio
sólo es eficaz para reducciones de emergencia a corto plazo. No puede reducir las
tendencias de crecimiento de la población a largo plazo. Tanto en el caso del
geronticidio como del infanticidio, la matanza consciente y directa es, probablemente,
una excepción. Entre los esquimales, los ancianos demasiado débiles para contribuir a
su propia subsistencia pueden «suicidarse» retrasándose cuando el grupo avanza,
aunque los hijos contribuyen activamente al fallecimiento de sus padres mediante la
aceptación de la expectativa cultural de que los ancianos no deben convertirse en una
carga cuando escasean los alimentos. En Australia, entre los murngins de Arnhem
Land, se ayuda a los viejos a ir al encuentro de su destino tratándolos como si
estuvieran muertos cuando enferman; el grupo empieza a representar los últimos ritos
y el anciano responde empeorando. El infanticidio recorre una amplia gama que va
desde el asesinato directo hasta la mera negligencia. El niño puede ser estrangulado,
ahogado, golpeado contra una roca o abandonado a la intemperie. Más comúnmente,
el niño «muere» por negligencia: la madre lo cuida menos de lo necesario cuando
enferma, lo amamanta con menos frecuencia, no trata de buscar alimentos
suplementarios o lo deja caer, «accidentalmente», de sus brazos. Las mujeres
cazadoras-recolectoras se sienten fuertemente inducidas a espaciar la diferencia de

www.lectulandia.com - Página 20
edad entre sus hijos, puesto que deben dedicar un considerable esfuerzo para llevarlos
a cuestas durante el día. Richard Lee ha calculado que en un período de cuatro años
de dependencia, una bosquimana arrastrará a su hijo un total de ocho mil kilómetros
en expediciones de recolección y traslados del campamento. Ninguna bosquimana
desea cargar con dos o tres críos por vez cuando recorre tales distancias.
El mejor método de control de la población de que disponían los cazadores-
recolectores de la Edad de Piedra consistía en prolongar la cantidad de años que la
madre amamantaba al bebé. Los estudios recientes sobre los ciclos menstruales,
llevados a cabo por Rose Frisch y Janet McArthur han iluminado el mecanismo
fisiológico responsable de la disminución de la fertilidad de la mujer lactante.
Después de dar a luz, la mujer fértil no retoma la ovulación hasta que el porcentaje
del peso de su cuerpo consistente en grasa ha pasado un umbral crítico. Este umbral
(alrededor del 20 al 25 por ciento) representa el punto en que el cuerpo de una mujer
ha almacenado suficiente energía de reserva en forma de grasa para adaptarse a las
demandas de un feto. El costo promedio de energía de un embarazo normal es de
27.000 calorías, o sea aproximadamente la cantidad de energía que una mujer debe
almacenar para poder concebir. Un lactante absorbe alrededor de 1.000 calorías extras
diarias de su madre, lo que dificulta que ella acumule la reserva grasa necesaria.
Mientras el niño dependa de la leche de su madre, existen pocas probabilidades de
que se reanude la ovulación. Al prolongar la lactancia, las madres bosquimanas
parecen lograr retardar la posibilidad del embarazo durante más de cuatro años. El
mismo mecanismo parece ser el responsable del retraso de la menarquia (el principio
de la menstruación). Cuanto más elevada es la relación de la grasa corporal con el
peso corporal, más pronto llega la edad de la menarquia. En las poblaciones
modernas bien alimentadas, la menarquia se ha adelantado aproximadamente a los
doce años de edad, mientras en las poblaciones que se encuentran crónicamente en el
límite del déficit calórico, a una niña puede llevarle dieciocho años o más acumular
las necesarias reservas grasas.
Lo que considero interesante de este descubrimiento es que relaciona la baja
fertilidad con dietas ricas en proteínas y pobres en hidratos de carbono. Por un lado,
si una mujer ha de amamantar satisfactoriamente a un niño durante tres o cuatro años,
debe ingerir una dieta rica en proteínas para mantener su salud, el vigor de su cuerpo
y el flujo de leche. Por otro lado, si consume demasiados hidratos de carbono
empezará a aumentar de peso, lo que desencadenará la reanudación de la ovulación.
Un estudio demográfico realizado por J. K. van Ginneken, indica que la mujer
lactante de países subdesarrollados —donde la dieta se compone principalmente de
granos feculentos y de recolección de raíces— no puede esperar extender el intervalo
entre un nacimiento y otro más allá de los dieciocho meses. Pero las bosquimanas
lactantes, cuya dieta es rica en proteínas animales y vegetales, y carentes de

www.lectulandia.com - Página 21
elementos feculentos, como ya he dicho, logran impedir el embarazo cuatro o más
años después de cada parto. Esta relación sugiere que durante las épocas buenas, los
cazadores-recolectores pueden confiar en una lactancia prolongada como principal
defensa contra la superpoblación. Inversamente, una disminución en la calidad de la
provisión alimenticia tendería a producir un aumento de la población. A su vez, esto
significaría que tendría que acelerarse la tasa de abortos e infanticidios o que serían
necesarios cortes aún más drásticos en la ración proteica.
No estoy sugiriendo que entre nuestros antepasados de la Edad de Piedra toda la
defensa contra la superpoblación reposara en el método de la lactancia prolongada.
Entre los bosquimanos de Botswana, la actual tasa de crecimiento demográfico es del
0,5 por ciento anual. Esto significa una duplicación cada ciento treinta y nueve años.
Si este ritmo se hubiera mantenido sólo durante los últimos diez mil años de la
primitiva Edad de Piedra, hacia el año 10000 antes de nuestra era, la población de la
tierra habría alcanzado los 604.463.000.000.000.000.000.000 de habitantes.
Supongamos que el plazo de vida fértil fuera desde los 16 hasta los 42 años de
edad. Sin una lactancia prolongada, una mujer podría tener doce embarazos. Con el
método de la lactancia, el número de embarazos se reduce a seis. La menor
frecuencia del coito en las mujeres de más edad podría reducir el número a cinco. Los
abortos espontáneos y la mortalidad infantil provocada por enfermedades y
accidentes podría disminuir el potencial de reproducción a cuatro…
aproximadamente dos más que el número permisible bajo un sistema de crecimiento
demográfico cero. Los dos nacimientos «extra» pueden entonces controlarse
mediante alguna forma de infanticidio basada en la negligencia. El método óptimo
consistiría en descuidar únicamente a las niñas, dado que la tasa de crecimiento de la
población que no practica la monogamia está determinada casi enteramente por el
número de hembras que llegan a la edad de la reproducción.
Nuestros antepasados de la Edad de Piedra eran, pues, perfectamente capaces de
mantener una población estacionaria, aunque al precio de la pérdida de vidas
infantiles. Este costo acecha en el fondo de la prehistoria como una espantosa mancha
en lo que, de otro modo, podría confundirse con el Jardín del Paraíso.

www.lectulandia.com - Página 22
3 El origen de la agricultura
El período transcurrido entre hace 30.000 y 12.000 años marcó el punto
culminante de millones de años de lenta evolución tecnológica durante los cuales
nuestros antepasados de la Edad de Piedra perfeccionaron, gradualmente, los útiles y
las técnicas para vivir de la caza de grandes animales terrestres. En el Viejo Mundo
existen sitios habitacionales de cientos de miles de años atrás, en donde los
arqueólogos descubrieron restos de algunos paquidermos, jirafas y búfalos, pero
probablemente estos animales murieron de muerte natural o fueron atrapados o
heridos por depredadores no humanos. Durante esa época nuestros antepasados
pueden haber buscado así su alimento, sin haber cazado grandes animales para
obtener carne. Pero hace aproximadamente 30.000 años la situación había cambiado
y diversos grupos de cazadores-recolectores —tanto en el Viejo como en el Nuevo
Mundo— poseían los medios para cazar y dar muerte en forma regular, incluso a los
animales de mayor tamaño.
En Europa y Asia, vastas manadas de renos, mamuts, caballos, bisontes y ganado
salvaje, pastaban en lozanas hierbas regadas por las aguas derretidas de los glaciares.
La persecución de estos animales llegó a dominar la búsqueda de alimentos. Los
cazadores rodeaban a sus presas prendiendo fuego, las atraían hacia los acantilados y
les lanzaban un arsenal de puntas proyectiles de piedra y hueso, lanzas, dardos, largas
cuchillas, arcos y flechas. Durante millares de años, los depredadores humanos y las
presas animales permanecieron en equilibrio ecológico.
Luego, hace alrededor de 13.000 años, una corriente cálida en todo el globo
señaló el comienzo de la etapa terminal del último período glacial. Los glaciares que
habían cubierto la mayor parte del hemisferio norte con láminas de hielo de un
kilómetro y medio de altura, comenzaron a retroceder en dirección a Groenlandia. A
medida que el clima se volvió menos severo, los bosques de árboles de hojas
perennes y de abedules invadieron las llanuras cubiertas de hierba que servían de
alimento a las grandes manadas. La pérdida de estas tierras de pastura, en
combinación con el número de víctimas cobrado por los depredadores humanos,
produjo una catástrofe ecológica. El lanudo mamut, los lanudos rinocerontes, el
bisonte estepario, el alce gigante, el asno salvaje europeo y todo un género de cabras
se extinguieron repentinamente. Aunque sobrevivieron los caballos y el ganado
vacuno, su número decreció agudamente en Europa. Otras especies, como el antílope
saiga y el buey almizclero, sobrevivieron únicamente en cavidades dispersas del
lejano norte. Los científicos no coinciden acerca del impacto relativo de los cambios
climatológicos y la depredación humana en cuanto a la extinción de estos animales.
Decididamente, la depredación humana jugó un papel, puesto que los elefantes y los
rinocerontes habían logrado sobrevivir a diversas corrientes cálidas anteriores,

www.lectulandia.com - Página 23
provocadas por previos retrocesos glaciales.
El colapso de las culturas de caza mayor en el norte de Europa fue seguido por el
período mesolítico (o media Edad de Piedra), durante el cual la gente obtenía sus
proteínas de los pescados, los mariscos y los ciervos que vivían en los bosques. En
Oriente Medio (lo que hoy comprende el sur de Turquía, Irak, Irán, Siria, Jordania e
Israel), donde la era de los cazadores de caza mayor había concluido mucho antes que
en el norte, las condiciones de subsistencia se volvieron aún más diversificadas. Allí
la gente pasó de la caza del ciervo común y de grandes reses salvajes a la de especies
más pequeñas como ovejas, cabras y antílopes. Empezaron a prestar creciente
atención a los pescados, los cangrejos, mariscos, aves, caracoles, bellotas, pistachos y
otros frutos secos, legumbres y granos silvestres. Kent Flannery, de la Universidad de
Michigan, ha designado este sistema como caza y recolección «de amplio espectro».
La retirada de los glaciares y la intensificación de la caza mayor no tuvo
precisamente las mismas consecuencias en Europa que en Oriente Medio, pero
probablemente ambas regiones sufrieron similares agotamientos del medio ambiente
que elevaron los costos de la obtención de proteínas animales. Según Karl Butzer,
casi toda Turquía, el noreste de Irak e Irán estaban desprovistas de árboles durante el
último período glacial, lo que habría facilitado la caza de animales en manada.
Evidentemente, la reforestación que se produjo a finales del período glacial no fue tan
extensa como en Europa, pero en realidad pudo haber convertido en más grave la
crisis ecológica de Oriente Medio en virtud de un déficit de campo abierto y de
especies forestales.
Si nos referimos a América del Norte y a América del Sur, podemos observar el
mismo proceso. La fase terminal del último período glacial representó el punto
culminante de la caza mayor especializada en el Nuevo Mundo. En algunos parajes
de Venezuela, el Perú, México, Idaho y Nevada, los arqueólogos hallaron puntas de
proyectiles bellamente trabajadas en forma de hoja, buriles y hojas filosas que se
pueden fechar entre los años 13000 y 9000 antes de nuestra era. Algunos de los
utensilios nombrados se relacionan con especies extinguidas de antílopes, caballos,
camellos, mamuts, mastodontes, perezosos gigantes y enormes roedores. Entre los
años 11000 y 8000 antes de nuestra era, los cazadores de caza mayor equipados con
puntas estriadas y acanaladas, desarrollaron su actividad en una amplia extensión de
tierra de América del Norte, pero hacia el año 7000 antes de nuestra era, la
depredación y los cambios climatológicos producidos por los glaciares en retirada
dieron por resultado la total extinción de treinta y dos géneros de grandes animales
del Nuevo Mundo, incluyendo caballos, bisontes gigantes, bovinos, elefantes,
camellos, antílopes, cerdos, perezosos y roedores gigantes.
Paul C. Martin, de la Universidad de Arizona, sostiene que los antepasados de los
indios americanos mataron a esos enormes animales —que reciben el nombre

www.lectulandia.com - Página 24
colectivo de «megafauna del pleistoceno»— en un breve período de intensa
depredación. Martin atribuye esta rápida extinción al hecho de que los animales
nunca habían sido cazados por seres humanos con anterioridad a la llegada de los
grupos de nómadas siberianos que cruzaron el puente de tierra del Estrecho de Bering
hace 11.000 años. No obstante, hoy sabemos que el descubrimiento de América por
nómadas de Asia tuvo lugar mucho antes, como mínimo 15.000 y posiblemente
70.000 años atrás. Aunque así queda refutada la totalidad de la teoría de Martin, su
idea de la rápida extinción merece una atenta consideración. Utilizando computadoras
para simular diversos ritmos de matanza practicados por una pequeña población
humana inicial, Martin ha demostrado que todos los grandes animales desde Canadá
hasta la Costa del Golfo podrían haber sido barridos en tres siglos si los cazadores
hubieran permitido que su propia población se duplicara en cada generación, tasa de
crecimiento que encaja perfectamente con la capacidad reproductora de los cazadores
paleolíticos.

Introducimos 100 paleoindios en Edmonton. Los cazadores capturan un promedio


de 13 unidades animales anuales por persona. Una persona de una familia de cuatro
lleva a cabo la mayor parte de la matanza, a un ritmo promedio de una unidad animal
por semana…
La caza es fácil; el grupo se duplica cada veinte años hasta que las manadas
locales se agotan y deben explorarse nuevos territorios. En 120 años, la población de
Edmonton llega a 5.409 habitantes. Se concentra en un frente de 59 millas de
profundidad, con una densidad de 0,37 personas por milla cuadrada. Detrás del
frente, la megafauna está exterminada. En 220 años el frente alcanza el norte de
Colorado… En 73 años más, el frente avanza las mil millas restantes [hasta el Golfo
de México], alcanza una profundidad de 76 millas y su población llega a un máximo
de poco más de cien mil personas. El frente no avanza más de 20 millas anuales. En
293 años, los cazadores destruyen la megafauna de 93 millones de unidades animales.

La descripción de Martin sigue siendo útil como demostración de la


vulnerabilidad de las grandes especies de crianza lenta para los cazadores-
recolectores que deciden intensificar sus ritmos de matanza como resultado de las
presiones reproductoras y las amenazas a su nivel de vida. Sospecho que la extinción
no fue provocada por un profundo crecimiento de la población humana sino,
sencillamente, por un intento de mantener las pautas dietéticas y bajas tasas de aborto
e infanticidio frente al número menor de animales de presa.
Después del declive de los cazadores de caza mayor del Nuevo Mundo, en las
Américas aparecieron culturas cuyos sistemas de subsistencia recuerdan a las de los
cazadores y recolectores «de amplio espectro» de Oriente Medio. Los detalles del

www.lectulandia.com - Página 25
proceso de intensificación y agotamiento aparecen con más claridad en el notable
estudio llevado a cabo en el Valle de Tehuacán bajo la dirección de Richard
MacNeish, del Museo de Arqueología de Peabody. El Valle de Tehuacán —una larga
y estrecha depresión localizada en el sudeste del estado mexicano de Puebla, a una
altitud de 1.300 metros— está rodeado por altas montañas que le proporcionan un
clima cálido y seco. Allí, durante el período Ajuereado (7000-5000 antes de nuestra
era), se cazaron caballos y antílopes hasta su extinción. Luego los cazadores
intensificaron la depredación de grandes liebres y tortugas gigantes, las que a su vez
se extinguieron muy pronto. MacNeish calcula que en aquella época la carne
comprendía entre el 76 y el 89 por ciento de la ingestión calórica total de los
cazadores en las estaciones mínima y máxima del año. Durante los siguientes
períodos de El Riego (5000-3400 antes de nuestra era), Coxcatlán (3400-2300 antes
de nuestra era) y Abejas (2300-1850 antes de nuestra era), el porcentaje máximo-
mínimo de calorías estacionales de carne descendió a 69-31, 62-23 y 47-15 por ciento
respectivamente. Aproximadamente en el año 800 antes de nuestra era, cuando aldeas
plenamente sedentarias, basadas en la agricultura, se establecieron finalmente en el
valle, la proporción de calorías proporcionadas por proteínas animales había
descendido aún más y prácticamente había desaparecido la diferencia de hábitos
alimentarios entre las estaciones de caza y las de veda natural. Por último, como
veremos más adelante, la carne se convertiría en un lujo en el antiguo México y su
producción y consumo fue la ocasión para que se implantaran algunas de las más
brutales instituciones de la historia humana.
La implacable disminución en la proporción de proteína animal de la dieta de
Tehuacán fue el resultado de una continua serie de intensificaciones y agotamientos,
acompañada por perfeccionamientos en la tecnología de la caza. A medida que se
agotaba cada especie, los cazadores intentaban compensar el menor rendimiento de
los esfuerzos que realizaban, utilizando armas y técnicas de caza más eficientes.
Pusieron en operación lanzas, lanzadores de arpones, dardos y, finalmente, el arco y
la flecha; todo en vano.
Según los cálculos de MacNeish, el rendimiento del trabajo (calorías obtenidas
por caloría empleada) de las batidas de conejos del período Ajuereado fue de 2,5:1.
La emboscada con lanza comenzó con un rendimiento de 3,2:1 en el temprano
período Ajuereado pero cayó a 1:1 en Abejas y luego no hubo más rendimiento. La
caza del ciervo con dardos se inició con un rendimiento de 7:1 pero descendió
aproximadamente a 4:1 a medida que disminuyó el número de animales. Más
adelante el arco y la flecha ofrecieron un nuevo rendimiento de alrededor de 8:1 o
9:1, pero entonces la caza era tan escasa que la carne sólo podía contribuir de manera
poco significativa a la dieta.
En la prolongada y fútil acción dilatadora contra las consecuencias del

www.lectulandia.com - Página 26
agotamiento de las especies animales, los esfuerzos primarios de subsistencia de los
pobladores de Tehuacán se desviaron gradualmente de los animales y se volcaron en
las plantas. La intensificación de la producción de plantas dio por resultado una
proporción lentamente creciente de plantas domésticas en el «amplio espectro» que
inicialmente se obtuvo en su totalidad a través de las actividades recolectoras. En los
últimos tiempos de El Riego, los grupos de cazadores habían logrado domesticar
cidracayotes, amarantos, chiles y aguacates. Durante el período Coxcatlán sumaron
maíz y judías, cosechas que fueron cobrando importancia uniformemente a medida
que aumentaba el número de las comunidades y se hacían más sedentarias.
MacNeish calcula que el porcentaje de contribución calórica de plantas
domesticadas o cultivadas fue sólo del 1 por ciento durante el período de El Riego,
del 8 por ciento durante Coxcatlán y del 21 por ciento durante Abejas. Incluso en el
momento que aparecieron las primeras comunidades permanentes, las plantas
domesticadas o cultivadas sólo proporcionaban el 42 por ciento de la ingestión
calórica total.
Como en el caso de la caza, la intensificación de la labranza dio lugar a una serie
de progresos tecnológicos. La horticultura, o la jardinería rudimentaria, fueron
seguidas por la agricultura, que dependió cada vez más de la irrigación. El
rendimiento del trabajo de estos diferentes sistemas de producción alimentaria
ascendió de 10:1 a 30:1 y a 50:1. MacNeish no rechaza la posibilidad de que las
sucesivas disminuciones del rendimiento del trabajo inspiraran el vuelco hacia la
agricultura y la irrigación. Yo no insistiría en que tales declinaciones sean siempre
necesarias para explicar el cambio hacia modos más eficaces de labranza. A fin de
cuentas, la disminución de la producción de proteínas animales sólo podía
compensarse mediante el aumento de la producción de proteínas vegetales. Lo
importante es que —a pesar del hecho de que la agricultura irrigada fue cinco veces
más productiva por hombre-hora que la horticultura— la secuencia de nueve mil años
de intensificaciones, agotamientos e innovaciones tecnológicas dieron por resultado
un deterioro general de las condiciones de nutrición.
Parece claro que la extinción de la megafauna del pleistoceno provocó el cambio
a un modo de producción agrícola tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo. Pero
las dos secuencias suponen diferencias cruciales, vitales para la comprensión de toda
la historia humana posterior. Las aldeas del Valle de Tehuacán no fueron erigidas
hasta varios miles de años después de haber sido domesticadas las primeras plantas.
Esta misma secuencia tuvo expresión en las Américas. (En el Perú, los cazadores de
mamíferos marinos pueden haber erigido aldeas en épocas más remotas, pero este
hecho no juega ningún papel en la secuencia principal de la evolución cultural). En el
Viejo Mundo la secuencia se cumplió en sentido inverso. Primero la gente se reunió
en aldeas y dos mil años después domesticó las plantas silvestres cuyas simientes

www.lectulandia.com - Página 27
había recolectado. Con el propósito de comprender esta diferencia, echemos una
mirada más profunda a las dos regiones más conocidas: primero Oriente Medio y
luego Mesoamérica (América Central y México).
Hoy se sabe que las primeras aldeas de Oriente Medio se erigieron en conjunción
con una forma de subsistencia que implicaba la recolección de semillas de cebada
silvestre, trigo y otros cereales. Esas semillas maduraban durante un período de tres
semanas, a finales de la primavera. En Anatolla todavía existen parajes de trigo
silvestre lo bastante espesos para que un individuo que emplea una hoz de hoja de
pedernal coseche más de ochocientos gramos de grano por hora, o que una familia de
recolectores experimentados reúna, en un período de tres semanas, todo el grano que
necesita anualmente. Los cazadores-recolectores «de amplio espectro» levantaron las
primeras aldeas permanentes para contar con un lugar donde almacenar el grano,
molerlo en forma de harina y convertirlo en tortas o gachas. Sus casas, paredes, hoyos
de almacenamiento, hornos (para romper los cascabillos) y pesadas amoladoras (para
preparar la harina) eran inversiones que, a diferencia de los campamentos
provisionales, no podían abandonarse fácilmente.
En el Monte Carmelo (Israel), por ejemplo, en el milenio decimoprimero anterior
a nuestra era, los cazadores-recolectores prehistóricos conocidos con el nombre de
natufians abrieron depresiones en forma de cuenca en el frente de sus viviendas de
roca, tendieron caminos pavimentados y construyeron círculos de piedras alrededor
de fogones permanentes. En el valle del río Jordán, en el asiento de doce mil años de
antigüedad de Mallaha, los pueblos que comían semillas pusieron cimientos de piedra
en sus casas redondas y construyeron hoyos de almacenamiento con argamasa. En
esos parajes también se encontraron «hoces» de pedernal que adquirieron un lustre
revelador de tanto cortar tallos de cereales silvestres. Existen testimonios similares
que se remontan a los años 10000-8000 antes de nuestra era, de vida aldeana
preagrícola de recolección de granos y de horneo o almacenamiento de éstos en Zawi
Chemi Shanidar de Irak, a lo largo del desagüe superior del río Tigris, y en Karim
Shahir, en los flancos de las montañas Zagros. En Tell Mureybat, en las cabeceras del
Eufrates (Siria), los arqueólogos han descubierto casas con paredes de arcilla de diez
mil años de antigüedad, piedras de moler, hoyos para asar y dieciocho tipos distintos
de simientes silvestres, incluyendo a los antepasados del trigo y la cebada.
La secuencia del Nuevo Mundo fue muy diferente. Las primeras plantas
domesticadas del Nuevo Mundo —las encontradas por MacNeish en el Valle de
Tehuacán— tienen aproximadamente nueve mil años de edad. Algunas formas
primitivas del maíz, con una pequeña mazorca que sólo contenía dos o tres hileras de
granos, se cultivaban hace alrededor de siete mil años. Pero sólo hace cinco mil
cuatrocientos años que los habitantes de Tehuacán construyeron viviendas
permanentes. Y aún entonces, las viviendas sólo eran habitadas una parte del año,

www.lectulandia.com - Página 28
dado que la recolección semimigratoria continuaba proveyendo el 50 por ciento de
las plantas utilizadas como alimentos.
Incidentalmente, la prolongada pero peculiarmente distinta secuencia de pasos, y
el conjunto de plantas completamente diferente correspondiente a las fases
incipientes de la agricultura en el Viejo y el Nuevo Mundo, debe desechar
definitivamente la vieja noción de que un desarrollo derivaba del otro. Si de alguna
manera poblaciones de Oriente Medio lograron llegar a Tehuacán hace nueve mil
años, llegaron con las manos vacías y, obviamente, no fueron muy útiles. Los indios
americanos aún tendrían que pasar varios miles de años mejorando y expandiendo su
propio inventario de cultivos. Algunos eruditos —propagandistas acérrimos que
consideran que no es probable que algo tan complejo como la agricultura se haya
desarrollado independientemente más de una vez— intentan explicar la ausencia de
trigo, cebada, centeno o cualquier otra planta alimenticia o de animales domesticados
del Viejo Mundo en Mesoamérica, proponiendo que se transmitió la idea de los
cultivos y no los cultivos propiamente dichos. Pero ya he apuntado que lo que hace
que los cazadores-recolectores se vuelquen a la agricultura no son ideas sino
costos/beneficios. La idea de la agricultura es inútil cuando se puede obtener toda la
carne y los vegetales que se desean con unas pocas horas de caza y de recolección
semanales.
Creo que la razón por la cual las dos secuencias fueron diferentes consiste en que
en el Viejo y en el Nuevo Mundo existían distintas especies de plantas y comunidades
animales después de la destrucción de la caza mayor. En Oriente Medio, la
combinación de animales y plantas se dio de manera tal que, instalándose en aldeas,
los cazadores-recolectores «de amplio espectro» podían incrementar su consumo de
carne y de plantas alimenticias al mismo tiempo. Pero en Mesoamérica, instalarse en
aldeas permanentes recolectores de semillas significaba prescindir de la carne.
Ocurre que las zonas de Oriente Medio en las que surgió la agricultura, no sólo
contenían trigo, cebada, guisantes y lentejas en estado silvestre, sino también los
precursores del ganado lanar y vacuno, así como de los cerdos y cabras en
domesticidad. Cuando se establecieron colonias permanentes pre-agrícolas en medio
de densos campos de granos, las manadas de ovejas y cabras salvajes —cuya fuente
alimenticia más importante eran las hierbas silvestres, incluyendo a los antepasados
del trigo y la cebada— se vieron obligadas a tener un contacto más estrecho con los
aldeanos. Ayudados por perros, éstos podían controlar los movimientos de esas
manadas. A las cabras y las ovejas se las mantenía en los límites de los campos
cerealeros y se les permitía comer el rastrojo pero no el grano en maduración. En
otras palabras, los cazadores ya no tenían que salir a buscar a los animales; éstos,
atraídos por los campos de alimentos concentrados, se acercaban a los cazadores.
Los granos en maduración pueden haber sido tan irresistibles, de hecho, que los

www.lectulandia.com - Página 29
animales se convirtieron en una amenaza para las cosechas. Esto dio a los cazadores
un doble incentivo y también una doble oportunidad de intensificar su producción de
carne, amenazando en consecuencia a las ovejas y a las cabras con la matanza
excesiva y la extinción. Y esto es, probablemente, lo que les habría ocurrido a estas
especies, como a tantas otras antes que a ellas, si no hubiese sido por el advenimiento
de la domesticación, el más importante proceso conservador de todos los tiempos.
Los pasos reales mediante los cuales los animales se salvaron de la extinción
pueden haber sido sencillos. Muchos cazadores-recolectores y horticultores aldeanos
de nuestros días tienen animales domésticos. Del mismo modo que no fue la falta de
conocimientos acerca de las plantas lo que retrasó el desarrollo de los cultivos, no fue
la falta de conocimientos acerca de los animales lo que impidió que las culturas
primitivas criaran gran número de ovejas y cabras como animales domésticos y las
utilizaran para alimentarse y otros usos económicos. La principal limitación fue, más
bien, el hecho de que las poblaciones humanas pronto se quedarían sin aumentos
vegetales silvestres para sí mismas si tenían que alimentar poblaciones animales en
cautividad. Pero el cultivo de cereales abrió nuevas posibilidades. Las cabras y las
ovejas se alimentaban del rastrojo y de otras porciones no comestibles de plantas
domesticadas. Podían ser acorraladas, alimentadas con rastrojos, ordeñadas y matadas
o demasiado delicados, o que crecían con excesiva lentitud, selectivamente. Los
anímales que eran demasiado agresivos serían comidos antes de que alcanzaran la
edad reproductora.
Esta teoría explica por qué razón la domesticación de plantas y animales se
produjo en los mismos tiempos y lugares del Viejo Mundo. Ambas domesticaciones
formaban parte de una intensificación regional generalizada que sentó las bases de la
aparición de un nuevo sistema de producción. En Zawi Chemi Shanidar —una de las
primeras aldeas de Irak— había ovejas domesticadas hace casi once mil años. En Ali
Kosh (Irán) se hallaron vestigios de cabras domesticadas que se remontan de nueve
mil quinientos a nueve mil años atrás, junto con variedades domesticadas de trigo,
cebada y avena. Algunos arqueólogos han identificado el mismo complejo —plantas
y animales domesticados— en Jarmo, de Irak, que datan de hace ocho mil
ochocientos años.
Retornemos ahora a Mesoamérica. Al igual que sus casi contemporáneos de
Oriente Medio, los cazadores-recolectores «de amplio espectro» del período
Ajuereado en Tehuacán hicieron buen uso de los cereales, dos de los cuales —el
amaranto y el maíz— fueron posteriormente domesticados. MacNeish observa que la
recolección de semillas ofrecía un rendimiento del trabajo comparable a la agricultura
y que, al igual que ésta, proporcionaba cosechas que podían ser almacenadas. ¿Por
qué, entonces, el pueblo de Tehuacán no se asentó cerca de los parajes en que crecía
el amaranto o el grano? ¿Era debido a que carecían de genios que les dijeran cómo

www.lectulandia.com - Página 30
hacerlo? ¿O fue, como ha sugerido un arqueólogo, a causa de misteriosos «cambios
en la organización sociopolítica que no tenían nada que ver con el clima o la densidad
de la población»? Estas son alternativas muy pobres, dadas las notorias diferencias
entre los vestigios de los restos de las especies animales de México y las de Oriente
Medio. La domesticación de anímales en Tehuacán no mantuvo el mismo ritmo que
la domesticación del amaranto y los cereales por la sencilla razón de que todas las
manadas de animales domesticables se habían extinguido localmente como resultado
de los cambios climatológicos y de la matanza excesiva. Si deseaban comer carne, las
poblaciones de Tehuacán necesitaban trasladarse libremente en respuesta a las
costumbres estacionales de sus presas, principalmente ciervos selváticos, conejos,
tortugas y otros animales y aves pequeños. De ahí su resistencia a invertir el tipo de
esfuerzo que los recolectores de semillas del Oriente Medio ponían en sus casas, en
sus hoyos para asar y en sus instalaciones de almacenamiento. De ahí también su
postergación de una vida aldeana plena hasta después de haber agotado incluso los
animales más pequeños, mucho después de haber domesticado muchas especies de
plantas.
No estoy diciendo que Mesoamérica estuviera totalmente desprovista de especies
domesticables. Hacia finales de la secuencia del Valle de Tehuacán, se criaban perros
y pavos como alimento. Pero el potencial dietético de esos animales era insignificante
en comparación con los rumiantes y herbívoros del Viejo Mundo. Los perros pueden
ser importantes fuentes de proteínas sólo si se los cría como comedores de carroña y
los pavos compiten con los seres humanos por los cereales. Los únicos animales del
Nuevo Mundo comparables a las ovejas y las cabras eran las llamas y las alpacas, que
sobrevivieron exclusivamente en Sudamérica y no pudieron desempeñar ningún papel
en las etapas formativas de la vida aldeana de Mesoamérica.
Por supuesto, los indios sudamericanos domesticaron finalmente a las llamas, a
las alpacas y a los conejillos de Indias (también ausentes de Mesoamérica). Estos
animales sirvieron como importante fuente cárnica de los pueblos andinos desde
aproximadamente el año 2500 antes de nuestra era en adelante. No se conoce lo
suficiente acerca de las fases incipientes de la agricultura de los Andes para explicar a
qué se debió la ausencia de aldeas pre-agrícolas basadas en la recolección de
simientes y en la caza de llamas y alpacas semidomesticadas. Una de las
posibilidades es que resultaba muy difícil criar llamas y alpacas en cautividad. Su
pariente salvaje mas cercano, la vicuña —cuya lana es muy codiciada—, no puede
domesticarse en virtud de que los animales se niegan a celebrar sus elaborados
rituales de cortejo cuando están confinados. Otra de las posibilidades es que los
parajes silvestres de quinoa no eran lo bastante productivos para inducir al
establecimiento de una aldea cercana. Pero el esclarecimiento de este punto exige una
investigación más profunda.

www.lectulandia.com - Página 31
El agotamiento de recursos animales en las zonas del Nuevo Mundo en las que se
desarrolló la agricultura, tuvieron consecuencias de largo alcance. Determinó
trayectorias divergentes en los dos hemisferios e impartió a cada uno de éstos un
ritmo de desarrollo diferente. Esto explica el motivo que determinó que Colón
«descubriera» América y que Powhatan no «descubriera» Europa, que Cortés
conquistara a Moctezuma y no a la inversa. En el Viejo Mundo, la domesticación de
ovejas y cabras fue rápidamente seguida por la de porcinos, vacunos, camellos, asnos
y caballos. Estos animales fueron incorporados al sistema agrícola y sentaron las
bases de progresos tecnológicos adicionales. En las aldeas plenamente sedentarias,
podía diversificarse el grano para alimentar a los asnos y a los bueyes, que a su vez
podían ser enganchados para arrastrar arados y otros objetos pesados. Las cargas
fueron transportadas en primer lugar sobre narrias, luego sobre cilindros y,
finalmente, sobre ruedas. Esto condujo a un transporte cada vez más eficiente y, más
importante aún, puso los cimientos de la ingeniería mecánica y, en consecuencia, de
todas las máquinas complejas. En el Nuevo Mundo, la rueda fue inventada por los
indios americanos, quizá como contribución a la alfarería y, sin duda alguna, como un
juguete, pero su desarrollo posterior se interrumpió por la falta de animales
adecuados para arrastrar cargas pesadas. Las llamas y las alpacas eran inútiles como
fuentes de tracción y el bisonte —de todos modos difícilmente domable— vivía fuera
de las áreas nucleares de cultivos incipientes y de formación de estados. El fracaso en
desarrollar la tecnología de la rueda significó que el Nuevo Mundo quedó muy
retrasado en todos los procesos de alzamiento, de acarreo, de molienda y de
fabricación en los que desempeñaran un papel importante las poleas, los engranajes,
las ruedas dentadas y las tuercas.
Las diferencias entre las faunas de ambos hemisferios al final de la matanza
excesiva del pleistoceno también tuvieron otras consecuencias. No es posible
comprender los modelos de economía política, religión y preferencias alimenticias de
ambos hemisferios sin tener en cuenta el papel desempeñado por los animales
domésticos como fuente de proteína animal. En capítulos posteriores volveré a
referirme a estos temas.
Lo que hasta este momento he demostrado es que la aparición de la vida aldeana
fue una respuesta a los agotamientos producidos cuando se intensificó el modo de
subsistencia basado en la caza-recolección. Pero en Oriente Medio, una vez hecha la
inversión en el tratamiento del grano y en las instalaciones correspondientes para su
almacenamiento, la elevación de los niveles de vida y la abundancia de calorías y
proteínas hicieron sumamente difícil que no se tolerara o estimulase el aumento de la
población. Las dietas ricas en calorías y medianamente altas en proteínas, redujeron
la efectividad de la lactancia prolongada como método contraceptivo. En esa etapa las
mujeres se habían vuelto más sedentarias y podían cuidar tanto a un nuevo bebé

www.lectulandia.com - Página 32
como, al mismo tiempo, a un hijo de tres o cuatro años de edad. Las tareas agrícolas
absorbían el trabajo de los niños y las poblaciones podían extenderse hacia tierras
vírgenes. Partiendo de cien mil personas en el año 8000, la población de Oriente
Medio probablemente superó los tres millones de habitantes cerca del año 4000 antes
de nuestra era, o sea que en cuatro mil años multiplicó por cuarenta su población.
Este aumento supuso renovadas presiones en los niveles de vida y dio principio a una
nueva ronda de intensificación y a nuevo ciclo de agotamientos. Los recursos
forestales demostraron ser especialmente vulnerables al incremento de animales
domésticos. Grandes zonas se convirtieron en malezas y las tierras comenzaron a
erosionarse. Una vez más la carne resultó escasa, descendieron los niveles nutritivos,
aumentaron las enfermedades transmitidas por los animales domésticos, las presiones
reproductoras se intensificaron vertiginosamente y toda la región se vio en el umbral
de nuevas y enormes transformaciones que afectarían todos los aspectos de la vida. Y
todo esto no tuvo lugar sin otro costo al que aún debo referirme: el costo de la guerra
en expansión.

www.lectulandia.com - Página 33
4 El origen de la guerra
Cualquier antropólogo puede nombrar una serie de pueblos «primitivos» que, por
lo que se sabe, nunca hicieron la guerra. Mi lista preferida incluye a los habitantes de
las Islas Andamán, que viven cerca de la costa de la India, los shoshoni de California
y Nevada, los yahgan de Patagonia, los indios mission de California, los semai de
Malasia y los recientemente contactados tasaday de Filipinas. La existencia de los
grupos mencionados sugiere que el homicidio intergrupal organizado quizá no formó
parte de las culturas de nuestros antepasados de la Edad de Piedra. Quizá. Pero la
mayoría de las pruebas ya no sustentan esta perspectiva. Es verdad que unos pocos
pueblos modernos de nivel de grupo no muestran interés por la guerra e intentan
evitarla, pero varias culturas de mi lista se componen de refugiados que han sido
arrojados a zonas lejanas por vecinos más combativos. La mayoría de los cazadores-
recolectores conocidos por los investigadores modernos lleva a cabo alguna forma de
combate intergrupal en el cual los equipos de guerreros intentan, deliberadamente,
matarse entre sí. William Divale ha identificado treinta y siete grupos de este tipo.
Los partidarios de la tesis de que la guerra se originó con las comunidades
aldeanas y con el crecimiento del estado sostienen que los cazadores-recolectores
contemporáneos no son realmente representativos de los pueblos prehistóricos.
Algunos expertos sostienen, incluso, que todos los incidentes de la lucha armada
entre los cazadores-recolectores reflejan la alteración de las formas «primitivas»
como consecuencia del contacto directo o indirecto con las sociedades de nivel
estatal. Los arqueólogos todavía no han podido resolver esta controversia. El
problema reside en el hecho de que las armas de la guerra prehistórica habrían sido
idénticas a las utilizadas para la caza y de que el análisis de esqueletos no permite
determinar con facilidad las muertes provocadas por heridas en los órganos vitales.
Las pruebas de cráneos mutilados y cortados se remontan a quinientos mil años o
más. Los famosos cráneos del hombre de Pekín tenían la base aplastada…
probablemente para obtener un acceso a los sesos. Esta es una práctica común entre
los caníbales modernos, la mayoría de los cuales considera los sesos como un manjar
exquisito. ¿Pero cómo podemos saber si los individuos a los que pertenecen los
cráneos murieron combatiendo? Gran parte del canibalismo actual no se practica con
los enemigos sino con los parientes más próximos venerados. En cuanto a las cabezas
cortadas, pueblos contemporáneos como los manoses de Nueva Guinea guardan los
cráneos de los parientes cercanos y los utilizan en prácticas rituales.
La primera prueba arqueológica realmente fiable acerca de la existencia de la
guerra, es la construcción de aldeas y poblaciones fortificadas. La más antigua es el
Jericó prebíblico, donde en el 7500 antes de nuestra era ya se había construido un
complejo sistema de murallas, torres y zanjas defensivas o fosos, de modo que no

www.lectulandia.com - Página 34
quedan dudas de que ya entonces la guerra era una parte importante de la vida
cotidiana.
En mi opinión, la guerra es una práctica muy antigua, aunque sus características
difirieron en las épocas sucesivas de la prehistoria y la historia. Durante el período
paleolítico superior, la violencia intergrupal debió estar moderada por la ausencia de
límites territoriales claramente definidos y por los cambios frecuentes de la
pertenencia al grupo a consecuencia del matrimonio entre parientes y de un alto
volumen de visitantes. Los estudios etnográficos han demostrado que el núcleo
residente de un típico grupo cazador-recolector moderno cambia de estación en
estación, e incluso de día en día, a medida que las familias van y vienen entre los
campamentos de los parientes del marido y de la esposa. Mientras la gente se
identifica con el territorio en el que nace, no tiene que defenderlo a fin de ganarse el
sustento. De ahí que la adquisición de territorio adicional como consecuencia de la
derrota o la aniquilación de fuerzas enemigas, rara vez constituye un motivo
consciente para participar en batallas. Los grupos generalmente inician el combate
como consecuencia de una acumulación de agravios personales entre individuos
influyentes. Si las personas agraviadas pueden reunir un número suficiente de
parientes que simpatizan con su causa o que tiene resentimientos propios contra los
miembros del grupo tomado como blanco, es posible organizar una acción bélica.
Un ejemplo de guerra entre grupos cazadores-recolectores tuvo lugar a finales de
los años veinte de nuestro siglo entre los grupos tiklauila-rangwila y mandiiumbula
de Bathhurst y las Islas Melville, del norte de Australia. Los tiklauila-rangwila fueron
los instigadores. Se pintaron de blanco, formaron una agrupación bélica y anunciaron
sus intenciones a los mandiiumbula. Se fijó una hora para el encuentro. Cuando los
dos grupos se reunieron, ambos bandos «intercambiaron algunos insultos y acordaron
encontrarse formalmente en un espacio abierto donde había lugar suficiente». Al caer
la noche —para continuar con el relato ofrecido por Arnold Pilling y C. W, Hart—,
los individuos de los dos grupos intercambiaron visitas, puesto que las agrupaciones
bélicas incluían a parientes de ambos bandos y nadie consideraba a todos los
miembros del otro grupo como enemigos. Al amanecer, ambos grupos formaron filas
a los dos lados del claro. Las hostilidades comenzaron cuando algunos ancianos se
echaron en cara sus agravios, a gritos. Dos o tres individuos se destacaron para recibir
una atención especial.

Asi que cuando comenzaron a arrojarse lanzas, las arrojaron individuos que
actuaban movidos por razones basadas en disputas individuales.

Puesto que los ancianos eran quienes más lanzas arrojaban, la puntería solía ser
poco certera.

www.lectulandia.com - Página 35
Con bastante frecuencia la persona alcanzada era algún no combatiente inocente o
una de las ancianas chillonas que pasaban entre los luchadores, profiriendo gritos
obscenos y cuyos reflejos para esquivar las lanzas no eran tan rápidos como los de los
hombres… En cuanto alguien era herido, incluso una vieja aparentemente ajena a la
cuestión, la lucha se detenía de inmediato hasta que ambos bandos podían evaluar las
implicaciones de este nuevo incidente.

No intento comparar la guerra de los cazadores-recolectores con una bufonada.


W. Lloyd Warner informó de altos índices de bajas en otro grupo de cazadores-
recolectores del norte de Australia, los murngin. Según Warner, el 28 por ciento de
las muertes de varones murngin adultos eran provocadas por heridas infligidas en el
campo de batalla. Es conveniente recordar que cuando un grupo completo sólo cuenta
con diez hombres adultos, una muerte por batalla cada diez años es todo lo que se
necesita para realizar este tipo de cálculo de mortandad.
Después del desarrollo de la agricultura, es probable que la guerra se tornara más
frecuente y letal. Sin duda alguna, la escala bélica aumentó. Las casas permanentes,
los alimentos sometidos a un proceso industrial y las cosechas que crecían en los
campos agudizaron el sentimiento de identidad territorial. Las aldeas solían seguir
siendo enemigas durante generaciones, se atacaban y se saqueaban repetidamente e
intentaban expulsar de su territorio a los habitantes de las demás. Entre los dani de
West Irian, Nueva Guinea, que habitan en la aldea, el combate posee una etapa
reglamentada de «no-batalla», semejante a la de los tiwi, en la cual se producen pocas
bajas. Pero los dani también organizan ataques por sorpresa de carácter global, que
dan por resultado la destrucción y el abandono de aldeas enteras y la muerte de varios
centenares de personas por vez. Karl Heider calcula que el 29 por ciento de los
hombres dani muere a consecuencia de las heridas sufridas durante las incursiones y
emboscadas. Entre los horticultores de la aldea yanomamo que bordea la frontera
brasileño-venezolana, las incursiones y emboscadas originan el 33 por ciento de las
muertes de hombres adultos. Puesto que los yanomamo constituyen un importante
testimonio, les he consagrado el próximo capítulo.
El motivo por el cual algunos antropólogos niegan la realidad de los altos niveles
de combate entre los pueblos grupales y aldeanos consiste en que sus poblaciones son
tan reducidas y están tan diseminadas que parece que una o dos matanzas
intergrupales son totalmente irracionales y antieconómicas. Los murngin y los
yanomamo tienen una densidad de población inferior a una persona por milla
cuadrada. Pero hasta los grupos con una densidad tan baja están sometidos a la
presión reproductora. Existen pruebas fehacientes que demuestran que el equilibrio
entre población y recursos reside, en realidad, en la guerra grupal y aldeana y que el
origen de este azote surge de la incapacidad de los pueblos preindustriales para

www.lectulandia.com - Página 36
desarrollar un medio menos costoso o más benigno de lograr baja densidad de
población y alta tasa de crecimiento.
Antes de discutir esta prueba, reseñaré algunas explicaciones alternativas y diré
por qué considero que ninguna es adecuada. Las alternativas principales incluyen la
guerra como solidaridad, la guerra como juego, la guerra como naturaleza humana
y la guerra como política.
La guerra como solidaridad. Según esta teoría, la guerra es el precio que se paga
para crear la unidad grupal. El hecho de tener enemigos externos crea un sentimiento
de identidad grupal e intensifica el espíritu de cuerpo. El grupo que lucha junto
permanece unido.
He de reconocer que algunos de estos aspectos de esta explicación son
compatibles con otro basado en la presión reproductora. Si un grupo está sometido a
una tensión provocada por la intensificación, la declinación de la eficacia y el
aumento de abortos e infanticidios, sin duda alguna la desviación de la conducta
agresiva hacia grupos o aldeas vecinos es preferible a permitir que ésta prospere en el
seno de la comunidad. No me caben dudas de que desviar la conducta agresiva hacia
los extraños puede actuar como «válvula de seguridad». No obstante, este enfoque no
logra explicar por qué la válvula de seguridad tiene que ser tan mortal. ¿Acaso las
injurias verbales, el combate simulado o los deportes competitivos no serían modos
menos costosos de alcanzar la solidaridad? La afirmación de que la matanza mutua es
«funcional» no puede basarse en alguna ventaja vaga o abstracta de la unidad. Debe
demostrarse cómo y por qué es necesario un recurso tan letal para evitar una
consecuencia aún más mortal; en síntesis, cómo los beneficios de la guerra tienen
más peso que sus costos. Nadie ha demostrado ni podrá demostrar que las
consecuencias de menos solidaridad serían peores que las muertes en el combate.
La guerra como juego. Algunos antropólogos han tratado de equilibrar los costos
y los beneficios materiales de la guerra al representarla como un deporte placentero y
competitivo. Si la gente realmente goza al arriesgar su vida durante el combate, la
guerra puede ser materialmente antieconómica pero psicológicamente valiosa y el
problema se resuelve. Estoy de acuerdo en que las personas, sobre todo los hombres,
frecuentemente crecen convencidos de que la guerra es una actividad dinámica o
ennoblecedora y de que uno debería disfrutar al acechar y matar a otros seres
humanos. Muchos de los indios montados de los Grandes Llanos —los sioux, los
crow, los cheyenne— llevaban cuenta de sus actos de valentía durante la guerra. La
reputación de un hombre estaba relacionada con la cantidad de golpes dados.
Concedían el máximo de puntos no al guerrero con más cadáveres en su haber sino al
que corría más riesgos. La mayor hazaña consistía en entrar y salir de un campamento
enemigo sin ser detectado. Pero el adoctrinamiento para la valentía militar entre los
pueblos grupales y aldeanos no siempre tuvo éxito. Los crow y otros indios de los

www.lectulandia.com - Página 37
Grandes Llanos dejaban que sus pacifistas vistieran ropas femeninas y los hacían
servir como ayudantes de los guerreros. Hasta el más valiente de los guerreros, como
entre los yanomamo, tiene que estar emocionalmente dispuesto para la lucha
mediante la ejecución de rituales y la ingestión de drogas. Si es posible enseñar a la
gente a que valore la guerra y a que disfrute del acecho y el asesinato de otros seres
humanos, debemos reconocer que también se le puede enseñar que odie y tema la
guerra y que sienta asco ante el espectáculo de los seres humanos que intentan
matarse. En realidad, ambos tipos de enseñanza y aprendizaje tienen lugar
simultáneamente. De modo que si los valores bélicos provocan las guerras, el
problema crucial consiste en especificar bajo qué condiciones se enseña a la gente a
que valore la guerra en lugar de aborrecerla. Pero la teoría de la guerra como juego no
puede hacerlo.
La guerra como naturaleza humana. Un modo constantemente preferido por los
antropólogos para eludir el problema de especificar bajo qué condiciones la guerra
será considerada una actividad valiosa o aborrecible, consiste en dotar a la naturaleza
humana de un impulso criminal. La guerra estalla porque los seres humanos, sobre
todo los hombres, poseen un «instinto criminal». Matamos porque esta conducta ha
tenido éxito desde la perspectiva de la selección natural en la lucha por la existencia.
Pero la guerra como naturaleza humana tropieza con dificultades en cuanto uno
observa que el asesinato no es universalmente admirado y que la intensidad y la
frecuencia de la guerra son muy variables. No logro comprender cómo alguien puede
dudar de que estas variaciones están provocadas por diferencias culturales más que
genéticas, puesto que bruscos cambios de una conducta sumamente belicosa a una
pacífica pueden producirse en una o dos generaciones sin que exista el más mínimo
cambio genético. Por ejemplo, los indios pueblo del sudoeste de Estados Unidos son
famosos entre los observadores contemporáneos por pacíficos, religiosos, no
agresivos y cooperativos. Pero no hace tanto tiempo el gobernador español de Nueva
España los consideraba como los indios que intentaron matar a cuantos colonizadores
blancos encontraron, y que quemaron todas las iglesias de Nuevo México junto con la
mayor cantidad de sacerdotes que pudieron encerrar en su interior y atar a los altares.
Baste recordar el sorprendente giro de la actitud japonesa hacia el militarismo
después de la segunda guerra mundial o la repentina aparición de los israelíes,
supervivientes de la persecución nazi, como dirigentes de una sociedad altamente
militarizada para comprender la debilidad fundamental de la teoría de la guerra como
naturaleza humana.
Evidentemente, la capacidad de tornarse agresivo y de librar batallas forma parte
de la naturaleza humana. Pero cómo y cuándo nos volvemos agresivos es algo que,
más que de nuestros genes, depende de nuestras culturas. Para explicar el origen de la
guerra uno ha de poder explicar por qué las respuestas agresivas adoptan la forma

www.lectulandia.com - Página 38
específica del combate intergrupal organizado. Como Ashley Montagu nos ha hecho
ver, ni siquiera en las especies infrahumanas el asesinato es el objetivo de la agresión.
En los seres humanos no existen impulsos, instintos ni predisposiciones para matar a
otros seres humanos en el campo de batalla, aunque bajo determinadas circunstancias
se les puede enseñar fácilmente a que lo hagan.
La guerra como política. Otra explicación constante de la guerra sostiene que el
conflicto armado es el resultado lógico de un intento por parte de un grupo de
proteger o aumentar su bienestar político, social y económico a costa de otro grupo.
La guerra se produce porque conduce a la expropiación de territorios y recursos, a la
captura de esclavos o botín y a la recaudación de tributos e impuestos: «El botín
pertenece al vencedor». Las consecuencias negativas para los vencidos pueden
minimizarse, simplemente, como un error: «La fortuna de la guerra».
Esta explicación es totalmente sensata con relación a las guerras de la historia que
son, principalmente, conflictos entre estados soberanos. Evidentemente, dichas
guerras suponen el intento por parte de un estado de elevar su nivel de vida a costa de
otros (aunque tal vez los intereses económicos fundamentales aparezcan encubiertos
por razones religiosas y políticas). La forma de organización política que
denominamos estado surgió precisamente porque pudo llevar a cabo guerras de
conquista territorial y de saqueo económico.
Pero la guerra entre grupos y aldeas carece de esta dimensión. Las sociedades
grupales y aldeanas no conquistan territorios ni someten a sus enemigos. Al carecer
del aparato burocrático, militar y legal del estado, los grupos o las aldeas victoriosos
no pueden cosechar los beneficios en forma de impuestos o tributos anuales. Dada la
ausencia de grandes cantidades de alimentos almacenados o de otros objetos de valor,
el «botín» de guerra no es muy atractivo. Tomar prisioneros y convertirlos en
esclavos no es práctico para una sociedad incapaz de intensificar su sistema de
producción sin agotar su base de recursos y que carece de la capacidad organizadora
para explotar una fuerza de trabajo hostil y subalimentada. Por estos motivos, los
vencedores de las guerras preestatales con frecuencia regresaban portando como
trofeos algunos cueros cabelludos o cabezas, o sin otro botín que el derecho de
jactarse sobre lo valientes que se mostraban durante el combate. En síntesis, la
expansión política no puede explicar la guerra entre las sociedades grupales y
aldeanas porque la mayoría de éstas no participan de la expansión política. La
necesidad de no expandirse con el fin de conservar la proporción favorable entre
población y recursos domina todo su modo de existencia. De aquí que debamos
analizar las contribuciones de la guerra a la conservación de las relaciones ecológicas
y demográficas favorables con el fin de comprender por qué los pueblos grupales y
aldeanos la practican.
La primera de dichas contribuciones es la dispersión de las poblaciones en

www.lectulandia.com - Página 39
territorios más extensos. Aunque los grupos y las aldeas no conquistan las tierras de
sus contrincantes como hacen los estados, no por ello dejan de destruir colonias ni de
expulsar a los demás de partes del hábitat que, de lo contrario, explotarían
conjuntamente. Incursiones, expulsiones y la destrucción de las colonias suelen
aumentar la distancia media entre éstas y, por ende, reducen la densidad global de
población regional.
Uno de los beneficios más importantes de esta dispersión —beneficio compartido
por vencedores y vencidos— consiste en la creación de «tierras de nadie» en zonas
que normalmente suministran animales de caza, peces, frutos silvestres, leña y otros
recursos. Puesto que la amenaza de las emboscadas las torna demasiado peligrosas
para esos propósitos, estas «tierras de nadie» juegan un papel fundamental en el
ecosistema global como cotos de especies animales y vegetales que, de lo contrario,
serían permanentemente agotadas por la actividad humana. Los estudios ecológicos
recientes demuestran que con el fin de proteger a las especies en peligro —sobre todo
animales grandes que se reproducen lentamente—, se necesitan zonas de refugio muy
extensas.
La dispersión de las poblaciones y la creación de «tierras de nadie»
ecológicamente vitales son, a pesar de los costos del combate, beneficios muy
considerables que surgen de las hostilidades intergrupales entre los pueblos grupales
y aldeanos. Con una condición: después de dispersar los campamentos y las colonias
enemigos, los vencedores no pueden permitir que la población de sus propios
campamentos y colonias aumente hasta el punto que la caza y otros recursos se vean
amenazados por su propio crecimiento de población y su esfuerzo de intensificación.
Bajo las condiciones preestatales la guerra no puede satisfacer esta condición, al
menos no puede hacerlo a través del efecto directo de las muertes por combate. El
problema consiste en que los combatientes son casi siempre hombres, lo que significa
que la mayoría de las bajas bélicas corresponde a hombres. La guerra sólo causa el
tres por ciento de las muertes de mujeres adultas entre los dani y el siete por ciento
entre los yanomamo. Además, las sociedades grupales y aldeanas bélicas casi siempre
son polígamas, es decir que el varón es el marido de varias mujeres. Por ello no
existen posibilidades de que la guerra por si sola puede reducir la rapidez con la cual
un grupo o aldea —sobre todo si es vencedor— crece y agota su entorno. La muerte
de hombres por combate, al igual que el geronticidio, puede producir a corto plazo un
alivio de la presión de la población, pero no puede influir en las tendencias generales
mientras unos pocos supervivientes hombres polígamos sigan sirviendo a todas las
mujeres no combatientes. La realidad biológica consiste en que la mayoría de los
hombres son reproductivamente superfluos. Como ha dicho Joseph Birdsell, la
fertilidad de un grupo está determinada por la cantidad de mujeres adultas más que
por la de hombres adultos. «Sin duda alguna, un hombre sano podría mantener

www.lectulandia.com - Página 40
continuamente embarazadas a diez mujeres». Evidentemente, se trata de una
afirmación conservadora, puesto que a diez embarazos por mujer el hombre en
cuestión sólo tendría un máximo de cien hijos, en tanto muchos jeques árabes y
potentados orientales no parecen tener grandes dificultades para engendrar más de
quinientos hijos.
Pero sigamos la lógica de Birdsell, que resulta irrebatible a pesar de que se basa
en el ejemplo hipotético de un hombre y sólo diez mujeres:

Esto produciría la misma cantidad de nacimientos que habría si el grupo estuviese


compuesto por diez hombres y diez mujeres. Pero si podemos imaginar a un grupo
local que se compusiera de diez hombres y sólo una mujer, la tasa de nacimientos
sería necesariamente el diez por ciento del ejemplo anterior. La cantidad de mujeres
determina la tasa de fertilidad.

Como demostraré, la guerra afecta drásticamente a la cantidad de mujeres y, en


consecuencia, ejerce un poderoso efecto en la reproducción humana. Pero esta
cuestión hasta ahora no ha sido comprendida.
Antes de exponer el modo como la guerra limita la tasa de crecimiento de las
poblaciones, deseo poner de relieve una cuestión. Los efectos demográficos paralelos
que la guerra produce entre las sociedades grupales y aldeanas no son característicos
de los complejos militares de nivel estatal. Por el momento, sólo haré referencia al
origen de la guerra preestatal. En las sociedades de nivel estatal es posible que la
guerra disperse a las poblaciones, pero rara vez reduce su tasa de crecimiento.
Ninguna de las guerras más importantes de este siglo —la primera y la segunda
guerra mundiales, la de Corea y la de Vietnam— alcanzó a reducir la tasa de
crecimiento a largo plazo de las poblaciones combatientes. Aunque es verdad que
durante la primera guerra mundial el déficit entre la población proyectada y la real de
Rusia alcanzó los cinco millones, sólo fueron necesarios diez años para superarlo.
Incluso es posible que la población a corto plazo no resulte afectada. Durante la
década de la guerra de Vietnam, la población vietnamita creció a la fenomenal
rapidez del tres por ciento anual. A partir de la historia europea debería ser obvio que
la guerra no reduce automáticamente la tasa de crecimiento de la población. Durante
los últimos tres siglos apenas transcurrió una guerra sin un conflicto bélico a gran
escala, pero la población europea ascendió de 103 millones en 1650 a 594 millones
en 1950. Es más fácil llegar a la conclusión de que las guerras europeas —y las
guerras de los estados en general— han formado parte de un sistema para estimular el
crecimiento rápido de la población.
Pero lo que nadie parece haber comprendido es que, a diferencia de las
sociedades de nivel estatal, los grupos y las aldeas utilizaban excepcionalmente la

www.lectulandia.com - Página 41
guerra para alcanzar tasas muy bajas de crecimiento de la población. No lo lograban
primordialmente a través de la muerte de los hombres en combate —que, como
acabamos de ver, siempre se compensaba fácilmente al recurrir a las excepcionales
reservas reproductoras de la hembra humana—, sino por otro medio que estaba
íntimamente asociado y dependía de la práctica de la guerra a pesar de que no
formaba parte de la lucha real. Me refiero al infanticidio femenino. La guerra en las
sociedades grupales y aldeanas dio especificidad sexual a la práctica del infanticidio.
Alentaba la crianza de hijos, cuya masculinidad era glorificada durante la preparación
para el combate, y la devaluación de hijas, que no luchaban. A su vez, esto condujo a
la limitación de las hijas mujeres mediante la negligencia, los malos tratos o el
asesinato simple y directo.
Los estudios recientemente realizados por William Divale muestran que entre las
sociedades grupales y aldeanas que practicaban la guerra cuando fueron
empadronadas por primera vez, la cantidad de varones de catorce o menos años
superaba en gran medida la cantidad de mujeres de la misma edad. Divale descubrió
que la proporción de chicos y chicas era de 128:100, en tanto la proporción entre
hombres y mujeres era de 101:100. Puesto que la proporción mundial esperada por
sexo en el nacimiento es de 105 varones por 100 mujeres, la diferencia entre 105 y
128 constituye una medida del grado de trato preferente dado a los niños varones y la
caída a 101:100 probablemente sea una medida de la proporción de muertes de
hombres adultos por combate. Esta interpretación se vio fortalecida cuando Divale
comparó este tipo de proporción entre los grupos que habían practicado la guerra en
períodos progresivamente más remotos y aquéllos que la practicaban activamente
cuando fueron empadronados.
Para las poblaciones que fueron empadronadas entre cinco y veinticinco años
después de que la guerra hubiera sido interrumpida, generalmente por las autoridades
coloniales, la proporción media por sexo era de 113 niños y 113 hombres adultos por
100 niñas y 100 mujeres adultas. (El incremento en la tasa por sexo de los adultos de
101:100 en tiempos de guerra a 113:100 cuando ésta había cesado, probablemente sea
el resultado de la supervivencia de los hombres que con anterioridad habrían muerto
durante el combate). Entre las poblaciones que fueron empadronadas más de
veinticinco años después de la guerra, la proporción por sexo de personas de quince y
menos años era incluso menor: 106:100, por lo que se aproximaba a la norma
mundial de 105:100 al nacer.
Estos cambios resultan aún más dramáticos cuando consideramos la frecuencia
registrada de cualquier tipo de infanticidio, masculino o femenino, y la presencia de
la guerra. Entre las poblaciones que todavía practicaban la guerra en el momento del
empadronamiento y que según los informes de los etnógrafos practicaban regular u
ocasionalmente algún tipo de infanticidio, la proporción media por sexo entre los

www.lectulandia.com - Página 42
jóvenes era de 133 varones por 100 niñas. Pero entre los adultos se reducía a 96
hombres por 100 mujeres. Para las poblaciones en las que la guerra había cesado
veinticinco o más años antes del empadronamiento y en las que se informaba que el
infanticidio era poco común o no se practicaba, la proporción entre los jóvenes era de
104 varones por 100 muchachas y de 92 hombres por 100 mujeres.
No he querido decir que la guerra causara el infanticidio femenino ni que su
práctica causara la guerra. Mejor dicho, planteo que sin la presión reproductora, ni la
guerra ni el infanticidio femenino se habrían extendido, y que la conjunción de ambos
representa una solución salvaje pero singularmente eficaz del dilema malthusiano.
La regulación del crecimiento de la población mediante el trato preferente dado a
los niños varones constituye un «triunfo» excepcional de la cultura sobre la
naturaleza. Se necesitaba una fuerza cultural muy potente para inducir a los padres a
que descuidaran o mataran a sus propios hijos y una fuerza peculiarmente poderosa
para lograr que mataran o descuidaran más niñas que niños. La guerra ofreció esta
fuerza y esta motivación, en tanto hizo depender la supervivencia del grupo de la
crianza de varones preparados para las contiendas. Eligieron a los varones para
enseñarles a luchar pues el armamento se componía de lanzas, mazas, arcos y flechas
y otras piezas manuales. Por ello el éxito militar dependía de la cantidad relativa de
combatientes fornidos. Por este motivo los hombres fueron socialmente más valiosos
que las mujeres y tanto unos como otras colaboraron en «eliminar» a las hijas con el
fin de criar un número máximo de hijos.
Desde luego, a veces la preferencia por el infanticidio femenino tiene lugar en
ausencia de la guerra. Muchos grupos esquimales poseen altas tasas de infanticidio
femenino a pesar de que realizan relativamente pocos combates armados
intergrupales organizados. La explicación reside en el hecho de que en el entorno
ártico el poder muscular superior de los hombres desempeña en la producción un
papel análogo al que juega en la guerra en otras regiones. Los esquimales necesitan
todo gramo extra de músculo para rastrear, atrapar y matar a sus presas animales. A
diferencia de lo que les ocurre a los cazadores en las zonas templadas, los esquimales
encuentran obstáculos para llegar a un exceso de matanzas. Su problema consiste,
simplemente, en conseguir lo suficiente para comer y para evitar que su población
caiga por debajo del nivel de la fuerza de reposición. No pueden confiar en la
recolección de alimentos vegetales como fuente principal de calorías. En ese
contexto, los hijos resultan socialmente más valiosos que las hijas, incluso sin
combates frecuentes, y tanto hombres como mujeres colaboran para limitar la
cantidad de niñas, del mismo modo que si los varones fueran necesarios para el
combate.
En hábitats más favorables, sería difícil mantener altos niveles de infanticidio
femenino en ausencia de la guerra. Los pueblos grupales y aldeanos comprenden

www.lectulandia.com - Página 43
claramente que la cantidad de bocas a alimentar está determinada por la cantidad de
mujeres del grupo. Pero les resulta difícil limitar la cantidad de niñas a favor de los
varones porque, en otros aspectos, las mujeres son más valiosas que los hombres. Al
fin y al cabo, las mujeres pueden hacer la mayoría de las cosas que los hombres
pueden hacer y son las únicas que pueden dar a luz hijos y criarlos. De no ser por su
contribución a largo plazo al problema de la población, en realidad las mujeres
constituyen un mejor negocio en la perspectiva de la relación entre costos y
beneficios. Los antropólogos se han equivocado con respecto al valor trabajo de las
mujeres en virtud de que, entre los cazadores-recolectores, nunca se han observado
mujeres que cazaran animales de caza mayor. Esto no demuestra que la división del
trabajo observada surja naturalmente de la fuerza muscular de los hombres ni de la
supuesta necesidad de las mujeres de quedarse cerca de la fogata del campamento
para cocinar y atender a los hijos. En termino medio, los hombres quizá sean más
fuertes, más resistentes y corredores más veloces que las mujeres, pero en hábitats
favorables existen muy pocos procesos de producción en los cuales estas
características fisiológicas tornen a los hombres decisivamente más eficaces que las
mujeres. En las zonas templadas o tropicales, la media de producción de carne está
limitada por la tasa de reproducción de las especies de presa más que por la habilidad
de los cazadores. Las cazadoras podrían sustituir fácilmente a los hombres sin reducir
la provisión de proteínas de alta calidad. Varios estudios recientes han demostrado
que entre los horticultores, las mujeres, a pesar de que no practican la caza mayor,
suministran más calorías y proteínas en forma de vegetales alimenticios y pequeños
animales. Además, la necesidad de que las mujeres amamanten a los niños no
conduce «naturalmente» a su papel como cocineras y «personas domésticas». La caza
es una actividad intermitente y nada impide que las mujeres que amamantan dejen a
sus hijos al cuidado de otra persona durante pocas horas una o dos veces por semana.
Puesto que algunos grupos se componen de parientes íntimamente relacionados, las
cazadoras-recolectoras no están tan aisladas como las obreras modernas y no tienen
dificultades para conseguir las equivalentes preindustriales de las cuidadoras y las
guarderías.
La explicación de la exclusión casi universal de las mujeres de la caza mayor
parece residir en la práctica de la guerra, en los papeles sexuales de supremacía
masculina que surgen junto con la guerra y en la práctica del infanticidio femenino,
todos los cuales derivan primordialmente del intento de resolver el problema de la
presión reproductora. Prácticamente todas las sociedades grupales y aldeanas sólo
enseñan a los varones a dominar el uso de las armas y con frecuencia se prohíbe a las
mujeres que incluso las toquen, del mismo modo que generalmente se las disuade o
se les prohíbe que participen en el frente de combate.
La proeza militar masculina está íntimamente asociada con un entrenamiento

www.lectulandia.com - Página 44
sexualmente diferenciado para una conducta feroz y agresiva. Las sociedades
grupales y aldeanas entrenan a los hombres para el combate a través de la práctica de
deportes competitivos como la lucha libre, las carreras y los duelos. Las mujeres rara
vez participan en estos deportes y jamás compiten con los hombres. Las sociedades
grupales y aldeanas también infunden masculinidad al someter a los muchachos a
pruebas extraordinarias que incluyen mutilaciones genitales como la circuncisión, la
exposición a los elementos y encuentros alucinatorios provocados por las drogas con
monstruos sobrenaturales. Es verdad que algunas sociedades grupales y aldeanas
también someten a las muchachas a rituales de la pubertad, pero generalmente se trata
de pruebas donde predomina el tedio más que el terror. Las muchachas son
confinadas en chozas o habitaciones especiales durante un mes o más, período
durante el cual tienen prohibido tocar su cuerpo; si llegan a sentir algún escozor,
deben utilizar un instrumento semejante a un rasca-espalda. En ocasiones, se les
prohíbe hablar durante el período de reclusión. Asimismo es verdad que algunas
culturas mutilan los genitales femeninos al cortar una parte del clítoris, pero se trata
de una práctica muy poco común y ocurre con mucha menos frecuencia que la
circuncisión.
Persiste la cuestión acerca de por qué todas las mujeres quedan excluidas de ser
entrenadas militarmente como pares de los hombres. Hay mujeres con más fuerza
muscular y potencia que algunos hombres. La ganadora de la prueba femenina de
lanzamiento de jabalina en las Olimpíadas de 1972 fijó un récord de 63 m 88 cm, que
no sólo supera el potencial de lanzamiento de la mayoría de los hombres sino que
también mejora la actuación de varios ex campeones olímpicos de lanzamiento de
jabalina masculino (aunque utilizaron jabalinas ligeramente más pesadas). Si el factor
crucial para la formación de una banda guerrera es la fuerza muscular, ¿por qué no
incluir en ella a las mujeres cuya potencia iguala o supera la del varón enemigo
medio? Creo que la respuesta reside en que el éxito militar ocasional de hembras bien
entrenadas, corpulentas y potentes, contra hombres más pequeños entraría en
conflicto con la jerarquía sexual a partir de la cual se predica la preferencia por el
infanticidio femenino. Los hombres que son guerreros triunfadores son
recompensados con varias esposas y privilegios sexuales que dependen de que las
mujeres sean educadas para aceptar la supremacía masculina. Si todo el sistema ha de
funcionar uniformemente, no se puede permitir que una mujer tenga la idea de que es
tan valiosa y potente como cualquier hombre.
En síntesis: la guerra y el infanticidio femenino forman parte del precio que
nuestros antepasados de la Edad de Piedra tuvieron que pagar para regular sus
poblaciones con el fin de evitar una disminución de los niveles de vida al mínimo
nivel de subsistencia. Creo que la flecha causal apunta desde la presión reproductora
a la guerra y al infanticidio femenino más que a la inversa. Sin las presiones

www.lectulandia.com - Página 45
reproductoras, carecería de sentido no criar tantas niñas como niños, aunque se
considerara más valiosos a los hombres a causa de su superioridad en el combate
cuerpo a cuerpo. El modo más rápido de ampliar la fuerza combativa masculina sería
considerar a cada niñita como de gran valor y no matar ni descuidar a una sola. Dudo
de que algún ser humano no haya comprendido la verdad elemental de que para tener
muchos hombres ha de comenzarse con tener muchas mujeres. La imposibilidad de
las sociedades grupales y aldeanas de actuar de acuerdo con esta verdad no indica que
la guerra fue provocada por el infanticidio, o éste por la guerra, sino que ambos, así
como la jerarquía sexual que acompañaba estos azotes, fueron provocados por la
necesidad de dispersar a las poblaciones y de disminuir sus tasas de crecimiento.

www.lectulandia.com - Página 46
5 Las proteínas y el pueblo feroz
La guerra y la valentía masculina juegan un papel tan destacado en la vida de los
yanomamo que el antropólogo Napoleón Chagnon, de la Universidad del Estado de
Pennsylvania, denomina a éstos el Pueblo Feroz. Dramáticas monografías y películas
muestran que los yanomamo, que viven en los bosques que circundan la frontera
entre Brasil y Venezuela, cerca de las cabeceras del Orinoco y del Río Negro,
practican una guerra virtualmente perpetua entre sí. Ya he mencionado que el 33 por
ciento de las muertes de hombres yanomamo son provocadas por las heridas recibidas
durante la batalla. Además, los yanomamo practican una forma especialmente brutal
de supremacía masculina que incluye la poligamia, el frecuente castigo de las esposas
y la violación en pandilla de las mujeres enemigas capturadas.
Los yanomamo constituyen un caso crucial no sólo porque son una de las
sociedades aldeanas mejor estudiadas en las que la guerra se practica activamente,
sino porque Chagnon —que es quien mejor los conoce— ha negado que el alto nivel
de homicidios dentro y entre las aldeas sea causado por presiones reproductoras y
ecológicas:

Enormes extensiones de tierra, en su mayoría cultivables y pródigas en animales


de caza, se encuentran entre las aldeas… Al margen de cualquier otra cosa que
pudiera citarse como «causa» de guerra entre las aldeas, la competencia por los
recursos no es muy convincente [la cursiva es de Chagnon). Las pautas bélicas,
generalmente intensas, descubiertas en las culturas aborígenes del bosque tropical, no
se corresponden claramente con la escasez de recursos ni con la competencia por las
tierras o las zonas de caza… Las tendencias recientes de la teoría etnológica
cristalizan cada vez más en torno a la idea de que la guerra… siempre debe ser
explicable en términos de densidad de población, escasez de recursos estratégicos
como territorio o «proteínas», o una combinación de ambos. Los yanomamo
constituyen una sociedad importante porque su belicismo no puede explicarse de este
modo.

A pesar del cultivo de llantenes, plátanos y otras mieses, la densidad global de los
yanomamo sólo es de aproximadamente 0,5 personas por milla cuadrada, no muy
distinta a la de los cazadores-recolectores del Amazonas. Según las pautas de los
cazadores-recolectores sus aldeas son grandes, pero las colonias «se fisionan» (es
decir, se dividen) mucho antes de alcanzar un total de 200 habitantes. Esto hace
insignificantes las aldeas yanomamo en comparación con las colonias indias de los
cursos principales de los ríos Amazonas y Orinoco, donde los primeros exploradores
europeos encontraron aldeas de 500 a 1.000 habitantes e hileras continuas de casas

www.lectulandia.com - Página 47
que bordeaban las orillas a lo largo de ocho kilómetros. Si como sostiene Chagnon
hay abundancia de tierra y de animales de caza, ¿por qué la densidad total y el
tamaño de las aldeas entre los yanomamo han permanecido tan bajos? La diferencia
no puede atribuirse a la guerra puesto que, en todo caso, los pueblos de los cursos
principales eran más belicosos que los que habitan en los bosques. Donald Lathrap ha
sostenido con argumentos bien fundados que todos los grupos que viven lejos de los
ríos principales, como los yanomamo, son las «ruinas» de sociedades más
evolucionadas «obligadas a abandonar las llanuras anegables hacia entornos menos
favorables».
Los yanomamo no intentan ocultar el hecho de que practican el infanticidio
femenino. Esto provoca una proporción por sexos sumamente desequilibrada en la
categoría de edades inferiores a los 15 años. Chagnon ha estudiado doce aldeas
yanomamo situadas en la zona bélica más intensa, donde la proporción media era de
148 muchachos por 100 muchachas. En una aldea belicosa estudiada por Jacques
Lizot, la proporción juvenil por sexos era de 260:100. Por otro lado, tres aldeas
estudiadas por William Smole en la sierra de Parima, fuera de la zona bélica más
intensa, tenían una tasa promedio juvenil por sexos de 109:100.
Según Chagnon, el hecho de que las hembras sean muy solicitadas, exacerbado
por la práctica de la poligamia, constituye una fuente principal de desunión y lucha:

La escasez de mujeres, consecuencia indirecta de una actitud que admira la


masculinidad, conduce finalmente a una fuerte competencia y refuerza todo el
complejo de waiteri [complejo de ferocidad masculina], que da por resultado más
luchas y agresión. En términos prácticos, casi todas las aldeas que investigué se
fisionaron a causa de una disputa crónica interna por las mujeres y, en muchos casos,
los grupos finalmente iniciaron las hostilidades después de separarse.

Los mismos yanomamo consideran la lucha por las mujeres como la causa
principal de «sus guerras».
Pero no todas las aldeas yanomamo están habitadas por hombres feroces y
agresivos. Chagnon pone de relieve las diferencias de ferocidad entre las aldeas
situadas en lo que él denomina las zonas «central» y «periférica». Entre las aldeas de
la «periferia»:

Los conflictos con los vecinos son menos frecuentes… la intensidad del combate
está ampliamente reducida… Las aldeas son más pequeñas… las muestras de
agresión y violencia se ven ampliamente reducidas en frecuencia y limitadas en su
forma…

www.lectulandia.com - Página 48
En consecuencia, estos son los hechos con respecto a los yanomamo que
necesitan explicación: 1) las aldeas pequeñas y la baja densidad de población total a
pesar de la abundancia evidente de recursos; 2) la mayor intensidad de la guerra y del
complejo de ferocidad masculina en la tierra «central» de los yanomamo; y 3) el
asesinato de las niñas a pesar de la necesidad de más mujeres a causa de la
proporción sexual desequilibrada y de la práctica de la poligamia, necesidad lo
bastante poderosa para constituir la motivación de la lucha perpetua y la violencia
homicida.
Todas estas características de la vida social de los yanomamo parecen coincidir
con la explicación general que he dado del origen de la guerra entre las sociedades
grupales y aldeanas. Creo que es posible demostrar que los yanomamo han adoptado
recientemente una nueva tecnología o intensificado una preexistente; que eso ha
provocado una verdadera explosión demográfica, que a su vez provocó el
agotamiento del medio ambiente; y que el agotamiento ha conducido a un aumento
del infanticidio y la guerra como parte de un intento sistemático para dispersar las
colonias y para impedir que se vuelvan demasiado grandes.
Analicemos en primer lugar la situación demográfica. Según Jacques Lizot:

Las colonias indígenas tradicionalmente se asentaban lejos de los ríos navegables


y era necesario caminar varios días a través de un bosque denso e inexplorado para
encontrarlas… Sólo recientemente, después de su excepcional expansión hacia zonas
no ocupadas —expansión debida tanto a la fisión, la guerra y los conflictos como a
un sorprendente aumento demográfico—, algunos grupos se asentaron, alrededor de
1950, en el Orinoco y sus tributarios.

James Neel y Kenneth Weiss consideran que la cantidad total de aldeas


yanomamo en la zona estudiada por Chagnon ha hecho más que duplicarse durante
los últimos cien años. Calculan que la tasa global de crecimiento de la población
durante el mismo período ha mediado entre el 0.3 y el 1% anual. Empero, la tasa de
crecimiento en las aldeas donde la guerra es aún hoy más intensa parece haber sido
mucho mayor. Partiendo de una sola aldea hace 100 años, ahora hay 2.000 personas
en las doce aldeas estudiadas por Chagnon. Si la aldea original se dividió por la mitad
cuando su población alcanzó los 200 habitantes, la tasa de crecimiento de estas
colonias sería superior al 3% anual. Pero dado que la aldea promedio actual en la
zona bélica se escinde antes de contar con 166 habitantes, supongo que en esta zona
la tasa de crecimiento ha sido aún más alta.
Tal vez parezca desconcertante que, a pesar de tener tasas de infanticidio y de
guerra excepcionalmente altas, los yanomamo hayan sufrido una explosión
demográfica. Al fin y al cabo, se supone que belicismo e infanticidio impiden dicha

www.lectulandia.com - Página 49
explosión. El problema consiste en que carecemos de un registro continuo de la
relación cambiante entre el crecimiento de las aldeas yanomamo y la práctica del
infanticidio y la guerra. No he dicho que los pueblos que practican la guerra nunca
sufrirán un incremento de la población. Más bien sostuve que la guerra suele impedir
que la población aumente hasta el punto en el que agota permanentemente el medio
ambiente. De acuerdo con esto, los años inmediatamente anteriores y posteriores a la
escisión de una aldea yanomamo deberían caracterizarse por una intensidad máxima
de la guerra y el infanticidio femenino. La intensidad máxima de la guerra
corresponde a la presión para mantener las pautas de vida mediante la explotación de
zonas más amplias o más productivas en competencia con las aldeas vecinas, en tanto
la intensidad máxima del infanticidio femenino surge de la presión para poner un tope
al tamaño de la aldea, a la vez que se maximiza la eficacia colectiva. En
consecuencia, el hecho de que, globalmente, los yanomamo están implicados tanto en
la guerra como en una explosión demográfica no invalida la teoría de que los
agotamientos ambientales y las presiones reproductoras subyacen en ambos
fenómenos. Por desgracia, todavía no se han reunido los datos necesarios para
demostrar mis predicciones acerca del aumento y la caída de la intensidad bélica en
relación con el crecimiento y la escisión de aldeas específicas. Sin embargo, la
cuestión puede demostrarse de un modo más general al analizar nuevamente las
variaciones de las proporciones por sexo entre los grupos yanomamo más pacíficos y
los más combativos: la proporción juvenil por sexo de 109:100 en las tres aldeas de la
sierra de Parima de Smole comparada con los 148:100 de la zona bélica de Chagnon.
La zona de Chagnon es la que ahora sufre el aumento de la población más rápido
y la dispersión más acelerada hacia territorios no ocupados. Por otro lado, ahora la
zona de Smole cuenta con una población estable o, quizá, decreciente. Las
intensidades máximas de la guerra y el infanticidio en la zona de Chagnon pueden
interpretarse fácilmente como intentos para dispersar a la población creciente y, al
mismo tiempo, para poner un límite al tamaño máximo de las aldeas. Como ya he
dicho, si no existieran limitaciones ecológicas no habría incompatibilidad entre la
práctica de la guerra y la crianza de tantos varones como niñas. Es verdad que la
guerra en sí plantea una demanda con respecto a la crianza de varones para el
combate. Pero el modo más rápido para que los yanomamo críen más varones no
consiste en matar o descuidar al 50 por ciento de sus niñas sino en criar a todas hasta
la edad reproductora. Únicamente si la población apremia en contra de los recursos,
tiene sentido no criar tantas niñas como varones. En seguida analizaré de qué
recursos se trata.
¿Por qué la población yanomamo comenzó a aumentar súbitamente hace
alrededor de 100 años? No se conoce lo suficiente acerca de la historia de la región
para dar una respuesta definitiva, pero puedo apuntar una hipótesis verosímil. Hace

www.lectulandia.com - Página 50
alrededor de 100 años que los yanomamo comenzaron a conseguir hachas y machetes
de acero de otros indios que estaban en contacto con los comerciantes y los
misioneros blancos. En la actualidad su confianza en esos instrumentos es tan
completa que ya no saben fabricar las hachas de piedra que en otra época utilizaron
sus antepasados. Los instrumentos de acero permitieron que los yanomamo
produjeran más plátanos y llantenes con menos esfuerzo. Y, como la mayoría de las
sociedades preindustriales, utilizaron las calorías extra para alimentar a niños extra.
Es posible incluso que los plátanos y los llantenes hayan representado un nuevo
medio de producción. No son cultivos americanos nativos, ya que entraron en el
Nuevo Mundo desde Asia y África en el período poscolombino. Tradicionalmente, la
mayoría de los indios del Amazonas confiaban en la mandioca para su provisión de
calorías feculentas. La prueba de la aparición de un interés relativamente nuevo en el
llantén y el plátano es el hecho de que son los hombres yanomamo quienes los
plantan, los cuidan y los poseen. Las mujeres ayudan a transportar los pesados
esquejes utilizados para iniciar nuevos huertos y a llevar a casa cargas deslomadoras
de tallos maduros; pero, entre los yanomamo, la horticultura es un trabajo
básicamente masculino. Como sostiene Smole: «Esto contrasta notablemente con
muchos otros pueblos horticultores, de aborígenes sudamericanos», en los que los
huertos son «un reino exclusivamente femenino».
Un factor que promovió el cambio hacia la intensificación de la producción de
plátanos y llantenes pudo ser la pacificación europea y la extinción (probablemente
debido a la malaria y a otras enfermedades introducidas por los europeos) de los
grupos arawak y carib que anteriormente dominaron todos los ríos navegables de esta
región. En épocas aborígenes, los grandes huertos con árboles repletos de frutos
habrían constituido un blanco tentador para esos grupos más numerosos y mejor
organizados. Es importante recordar que las guerras yanomamo tienen lugar,
principalmente, entre aldeas que se han separado de las colonias comunes de los
padres. Los yanomamo se expanden hacia territorios anteriormente ocupados por
pueblos ribereños más poderosos. He indicado que, en general, la adopción de un
nuevo medio de producción —en este caso, instrumentos de acero, huertos de
plátanos y llantenes— provoca el crecimiento demográfico que, a través de la
intensificación, conduce a los agotamientos y a una presión renovada sobre los
recursos en un nivel más alto de la densidad de población. El tamaño medio de las
aldeas estudiadas por Chagnon ha hecho más que duplicarse: hasta 166 en los doce
grupos registrados. Smole indica que la aldea típica, en el corazón del territorio
yanomamo en la sierra de Parima, tiene entre 65 y 85 personas y que «las poblaciones
muy superiores a 100 son excepcionalmente grandes». Otros cálculos sitúan las
aldeas medias de precontacto en un promedio de 40 a 60 habitantes.
¿Qué recursos se han agotado al permitir que las aldeas crecieran hasta tener 166

www.lectulandia.com - Página 51
habitantes en lugar del límite anterior de 40 a 85? Con excepción de los grupos que
viven a lo largo de los ríos principales y que dependen de las reducidas llanuras
anegables para el cultivo de hortalizas, los recursos más vulnerables de los pueblos
grupales y aldeanos del Amazonas no son los bosques ni los suelos —de los cuales
existen amplias reservas—, sino los animales de caza. Aunque los seres humanos no
practiquen la caza en demasía, los bosques tropicales no pueden sustentar una vida
animal abundante. Como ya he dicho, en épocas precolombinas las grandes aldeas
amazónicas estaban situadas en las orillas de los ríos principales que suministraban
peces, mamíferos acuáticos y tortugas. Los yanomamo sólo han ocupado
recientemente los emplazamientos cercanos a dichos ríos y todavía carecen de la
tecnología para aprovechar los peces y otros animales acuáticos. ¿Pero qué ocurre
con la afirmación de Chagnon en el sentido de que las zonas entre las aldeas son
«pródigas en animales de caza»? En observaciones anteriores, Chagnon daba la
impresión contraria:

Los animales de caza no abundan y una zona se agota rápidamente, de modo que
un grupo ha de mantenerse constantemente en movimiento… He asistido a cacerías
de cinco días con los yanomamo, en zonas en las que durante décadas no se había
cazado, y si no hubiésemos llevado algunos alimentos, habríamos estado sumamente
hambrientos al final de ese período… ni siquiera capturamos comida suficiente para
alimentarnos a nosotros mismos.

Chagnon podría haber sacado fácilmente una impresión falsa de superabundancia


si su observación posterior corresponde a las «tierras de nadie» entre los territorios
aldeanos. Esa sería exactamente la impresión que uno esperaría si dichas tierras
sirvieran como refugios animales donde se conserva el ganado de cría.
No sostengo que exista una disminución real en la ración de proteínas per capita
de los yanomamo como consecuencia del agotamiento de los recursos animales. Al
recorrer distancias más largas, capturar animales menores, coger insectos y gusanos,
sustituir las proteínas animales por las vegetales y aumentar la tasa de infanticidio
femenino (reduciendo la tasa de crecimiento demográfico a medida que se aproxima
el punto de escisión de la aldea), la gente puede evitar los síntomas clínicos reales de
las deficiencias proteínicas. Daniel Gross, del Hunter College, ha señalado que esos
síntomas rara vez han sido registrados entre los amazonas que mantienen su modo de
vida aborigen. La ausencia de dichos síntomas ha conducido a algunos observadores
a subestimar el significado causal de las proteínas animales en la evolución de las
sociedades grupales y aldeanas. Pero si la guerra entre los yanomamo forma parte de
un sistema de regulación de la población, el funcionamiento correcto de dicho
sistema consiste en evitar que las poblaciones alcancen densidades en las cuales los

www.lectulandia.com - Página 52
adultos resultan desnutridos y débiles. Por ello, la falta de síntomas clínicos no puede
tomarse como prueba en contra de la existencia de presiones ecológicas y
reproductoras agudas. Gross ha calculado que la ingestión diaria de proteínas
animales per capita en los grupos aldeanos del bosque tropical alcanza un promedio
de 35 gramos. Aunque está muy por encima de las necesidades nutritivas mínimas, es
aproximadamente la mitad de los 66 gramos de proteínas animales consumidos
diariamente per capita en Estados Unidos. Los norteamericanos alcanzarían el cálculo
de ingestión media de proteínas animales de Gross al comer una gran hamburguesa
(5,5 onzas) una vez al día. No es una comparación muy impresionante para los
habilidosos cazadores que viven en medio de la selva más grande del mundo.
¿Cuánta carne obtienen los yanomamo? William Smole ha hecho la única afirmación
definida sobre el tema. Aunque la caza es indispensable para el estilo de vida
yanomamo y a todos les gusta mucho comer carne fresca, Smole informa:

No es excepcional que pasen varios días seguidos durante los cuales ningún
hombre de una shabono [aldea] sale de caza o en los que se come poca o ninguna
carne.

El hecho es que, bajo las condiciones del bosque tropical, se necesita una enorme
cantidad de tierra para asegurarse incluso la modesta ingestión de 35 gramos diarios
per capita de proteínas animales. Además, el aumento proporcional de la zona
esencial para mantener este nivel de consumo es mayor que cualquier otro aumento
en el tamaño de la aldea. Las aldeas grandes provocan disturbios proporcionalmente
mayores que las pequeñas puesto que el nivel cotidiano de actividad de una aldea
grande provoca un efecto adverso en la disponibilidad de animales de caza durante
varios kilómetros a la redonda. A medida que una aldea se expande, sus partidas de
caza tienen que recorrer distancias cada vez mayores para encontrar una abundancia
razonable de animales de caza. Rápidamente se llega a un punto crítico cuando, a fin
de no volver con las manos vacías, los cazadores deben pasar fuera la noche y esto no
es algo que les guste hacer en una región de combates intensos. En consecuencia, los
aldeanos están obligados a aceptar una reducción de las raciones de carne o a
dividirse y dispersarse. Al final escogen esta última posibilidad.
¿Cómo reaccionan los yanomamo ante la presión contra los recursos proteínicos y
cómo la traducen en la división real de una aldea? Chagnon pone de relieve el hecho
de que las divisiones de aldeas están precedidas por un incremento de la lucha por las
mujeres. Gracias al relato de Helena Valero, una brasileña capturada por los
yanomamo, sabemos que las esposas se dedican a insultar a sus maridos cuando la
provisión de animales de caza merma, práctica común entre muchos otros grupos del
bosque tropical. Los mismos hombres, después de regresar con las manos vacías, se

www.lectulandia.com - Página 53
muestran susceptibles con respecto a la insubordinación real o imaginaria por parte
de sus esposas y de sus hermanos menores. Al mismo tiempo, el fallo de los hombres
envalentona a las esposas y a los hombres jóvenes no casados para indagar la
debilidad de los maridos, los mayores y los caciques. El adulterio y la brujería
aumentan, de hecho y en la fantasía. Las facciones se solidifican y las tensiones
crecen.
La escisión de una aldea yanomamo no puede ocurrir pacíficamente. Los que se
alejan sufren inevitablemente grandes castigos pues están obligados a transportar los
pesados esquejes de plátano y llantén hasta los nuevos huertos, a buscar refugio entre
los aliados y a pagar la comida y la protección con dones de mujeres mientras esperan
que los nuevos árboles maduren. Muchos ataques de una aldea contra otra
representan la prolongación de las disputas intra-aldeanas. Las incursiones entre
aldeas no emparentadas también aumentan con el ascenso de las tensiones dentro de
las aldeas. A medida que las expediciones de caza recorren distancias mayores en
busca de los recursos que disminuyen, los animales de caza, las incursiones en zonas
tapón entre las aldeas, e incluso en los huertos enemigos, se tornan más frecuentes.
Las tensiones en relación con las mujeres conducen a incursiones más frecuentes en
busca de mujeres, como alternativa del adulterio y como validación de la
masculinidad y de las jerarquías de caciques amenazados.
No intentaré describir detalladamente todos los mecanismos que sirven para
anunciar y transmitir la amenaza del agotamiento de recursos animales y que
movilizan la conducta compensatoria de las escisiones y la dispersión de las aldeas.
Pero estoy convencido de que he ofrecido pruebas suficientes para demostrar que el
caso de los yanomamo fortalece la teoría de que la guerra grupal y aldeana forma
parte de un sistema para dispersar a las poblaciones y reducir su tasa de crecimiento.

www.lectulandia.com - Página 54
6 El origen de la supremacía masculina y del complejo de
Edipo
La práctica de la guerra es responsable de una amplia gama de instituciones de
supremacía masculina entre las sociedades grupales y aldeanas. La existencia de estas
instituciones constituye una fuente de desconcierto y de confusión para los partidarios
de los derechos de la mujer. Muchas mujeres temen que si la supremacía masculina
ha existido durante tanto tiempo, tal vez sea realmente «natural» que los hombres
dominen a las mujeres. Pero es un temor infundado. Las instituciones de supremacía
masculina surgieron como una de las consecuencias de la guerra, del monopolio
masculino de las armas y del empleo del sexo para el fomento de las personalidades
masculinas agresivas. Como ya he mostrado, la guerra no es expresión de la
naturaleza humana, sino una respuesta a las presiones reproductoras y ecológicas. En
consecuencia, la supremacía masculina no es más natural que la guerra.
Lamentablemente, las feministas han intentado oponerse a la opinión de que la
supremacía masculina es natural al negar que existía entre la mayoría de los pueblos
grupales y aldeanos. Entre los no antropólogos, tal criterio condujo a la resurrección
de las teorías místicas acerca de una edad dorada del matriarcado, cuando las mujeres
reinaban supremamente sobre los hombres. Ni los mismos antropólogos han podido
hallar algo que justifique la exhumación de este cadáver del siglo diecinueve. Pero
han intentado mostrar que el alcance y la intensidad del complejo de supremacía
masculina ha sido exagerado. En los casos más extremos, las feministas han insistido
recientemente en que la alta incidencia registrada de instituciones de supremacía
masculina es una ilusión creada por las mentes sexistas de los observadores
masculinos responsables de la mayoría de las descripciones de la vida grupal y
aldeana.
Los que creen que las instituciones de supremacía masculina no son más comunes
que los conjuntos institucionales de supremacía femenina o sexualmente
equilibrados, muestran una falta de comprensión hacia el prejuicio que realmente
domina y dirige las carreras profesionales de los antropólogos culturales, sean
hombres o mujeres. Este prejuicio refleja la tentación casi irresistible de sostener que
uno ha realizado un trabajo de campo en un grupo cuyas costumbres están lo bastante
apartadas de lo común, para justificar el esfuerzo y los gastos vinculados al
aprendizaje de éstas. (Recuerdo muy bien mi propio disgusto por haber elegido un
trabajo de campo entre los bathonga, un grupo patrilineal del sur de Mozambique,
cuando con un poco más de previsión podría haber convencido a la Fundación Ford
de que me dejara ir a una cultura matrilineal más exótica y, en consecuencia,
profesionalmente más satisfactoria, situada ligeramente al norte). En lugar de estar
predispuestos a pasar por alto la existencia de instituciones que moderan el poder y la

www.lectulandia.com - Página 55
autoridad masculinos, la mayoría de los etnógrafos no conciben nada más
satisfactorio que poder escribir artículos periodísticos sobre «residencia posmarital
uxorilocal» o un bonito caso de «descendencia matrilineal con poliandria». Si pienso
en esto, me resulta imposible creer que las sobrecogedoras regularidades estadísticas
indicativas de prejuicios estructurales prácticamente universales contra las mujeres no
son más que motas en los ojos de los trabajadores de campo masculinos.
En su Ethnographic Atlas, George P. Murdock menciona 1.179 sociedades. En las
tres cuartas partes de estas sociedades, cuando las mujeres se casan deben mudarse al
hogar de su marido o de los parientes paternos de su marido, en tanto que sólo en la
décima parte los novios deben ir a vivir al hogar de su desposada o de los parientes
maternos de su desposada. La cuenta de la descendencia de los hijos muestra una
asimetría semejante. En las mismas 1.179 sociedades, los hijos son considerados
miembros del grupo de descendencia paterna (linaje o clan) cinco veces con más
frecuencia que con la que son considerados miembros del grupo de descendencia
materna; es decir, la patrilinealidad es cinco veces más común que la matrilinealidad.
Y sólo en alrededor de un tercio de las culturas donde la descendencia corresponde a
la línea materna, los hijos casados permanecen con la madre. En otro tercio de dichas
culturas, los hijos varones casados dejan de vivir con la madre y residen en la casa del
hermano de ella. Esta pauta, denominada avunculocalidad (residencia con el
avunculus, palabra latina que significa «hermano de la madre»), implica que es el
hermano de la madre el que controla los hijos y la propiedad del grupo familiar
aunque la descendencia corresponda a la línea femenina. Cabe señalar que la pauta
opuesta no existe, aunque su ausencia no ha impedido que los antropólogos utilizaran
la palabra «amitalocalidad» para identificarla. Si la amitalocalidad existiera, en una
sociedad con descendencia patrilineal un hombre casado estaría obligado a
acompañar a su esposa a la residencia de la hermana del padre de ella. Esto implicaría
que, a pesar de la cuenta de la descendencia en la línea masculina, sería la hermana
del padre la que controlaría los hijos y la propiedad del grupo familiar.
Los tipos de matrimonio también dan fe del dominio de los hombres en los
asuntos internos. La poligamia (un marido, varias esposas) tiene lugar con una
frecuencia 100 veces mayor que la poliandria (una esposa, varios maridos) y es la
forma matrimonial funcionalmente mejor adaptada para utilizar el sexo y las mujeres
como recompensas de la conducta «masculina» agresiva. Por otro lado, la poliandria
es la forma que mejor se adaptaría a una sociedad dominada por mujeres y en la cual
los maridos serviles serían las recompensas de una feminidad feroz y competitiva.
Dichas sociedades tendrían pocas posibilidades de éxito en una guerra contra
enemigos, entre los cuales los especialistas militares fueran hombres robustos y
agresivos. Esto sugiere por qué tan pocas sociedades grupales y aldeanas alientan a
las mujeres para que coleccionen maridos, del mismo modo que tantas alientan a los

www.lectulandia.com - Página 56
hombres para que coleccionen esposas.
Otra institución común relacionada con el matrimonio ofrece aún más pruebas de
la supremacía masculina culturalmente inducida en relación con la guerra y, en última
instancia, con las presiones ecológicas y reproductoras. En el matrimonio, es
sumamente común una transferencia de objetos de valor por parte de la familia del
novio a la de la novia. Esta transferencia, conocida con el nombre de «precio de la
novia», compensa a la familia de la novia por la pérdida de sus valiosos servicios
productivos y reproductores. Es sorprendente que el opuesto lógico del precio de la
novia —el precio del novio—, prácticamente no exista. (Un solo caso, del que Jill
Nash me informó recientemente, es el de los nagovisi de Bougainville, entre los que
las hermanas y la madre de la novia dan una compensación económica a las hermanas
y la madre del novio por la pérdida de sus valiosos servicios productivos y
reproductores). El término «precio del novio» no debe confundirse con la «dote», que
es otra forma de intercambio de riquezas durante el matrimonio. La dote tiene lugar
en las sociedades patrilineales y es entregada por el padre y el hermano de la novia al
novio o a su padre. Pero no se la considera una compensación por la pérdida de los
servicios productivos y reproductores del novio. Más bien está destinada a ayudar a
cubrir los costes de mantener a una mujer económicamente onerosa, o como pago
para el establecimiento de alianzas políticas, económicas, de casta, o étnicas, valiosas
para el padre y los hermanos de la novia.
Estas relaciones matrimoniales que privilegian al hombre apoyan la teoría del
antropólogo francés Claude Lévi-Strauss de que el matrimonio es un «don» de
mujeres intercambiado entre los hombres. «Los hombres intercambian mujeres; las
mujeres nunca intercambian hombres», insiste Lévi-Strauss. No obstante, Lévi-
Strauss nunca ha ofrecido una explicación de por qué esto es así.
Las instituciones políticas de las sociedades grupales y aldeanas también suelen
estar dominadas por los hombres. Las sociedades patrilineales siempre tienen
caciques aldeanos más que mujeres caciques y el liderazgo religioso en la mayoría de
las sociedades grupales y aldeanas también se centra alrededor del hombre; existen
algunas chamanes —las adeptas a enfrentar las fuerzas sobrenaturales—, pero casi
siempre son menos numerosas y destacan en menor medida que sus equivalentes
masculinos.
Las sociedades grupales y aldeanas consideran que las mujeres son ritualmente
impuras durante la menstruación. Consideran la sangre menstrual como
contaminante. Pero en los rituales utilizan semen con el propósito de mejorar la salud
y el bienestar del grupo. A lo largo y a lo ancho del mundo, los hombres amenazan a
las mujeres y a los niños con «matracas» (objetos resonantes sostenidos de una
cuerda), máscaras y otros objetos cuya naturaleza se mantiene oculta a las mujeres.
Los casinos de hombres, en los cuales se almacenan estos objetos y de los cuales las

www.lectulandia.com - Página 57
mujeres están excluidas, también forman parte del mismo conjunto institucional. Por
otro lado, las mujeres rara vez amenazan ritualmente a los hombres y no conozco
ninguna aldea que cuente con un casino donde las mujeres se reúnan para protegerse
de la contaminación producida por sus maridos.
Por último, en la mayoría de las sociedades grupales y aldeanas el dominio
masculino se evidencia en la división del trabajo. Las mujeres realizan tareas pesadas
como desherbar, moler y machacar semillas, recoger agua y leña, llevar de una parte
a otra los hijos pequeños y los enseres de la casa y cocinar rutinariamente.
Mi argumento consiste en que todas estas instituciones sexualmente asimétricas
se originaron como consecuencia de la guerra y del monopolio masculino sobre las
armas militares. La guerra exigía la organización de comunidades en torno a un
núcleo residente de padres, hermanos y sus hijos.
Tal proceder condujo al control de los recursos por los grupos de intereses
paternos-fraternos y al intercambio de hermanas e hijas entre esos grupos
(patrilinealidad, patrilocalidad y precio de la novia), a la asignación de mujeres como
recompensa por la agresividad masculina y de ahí a la poligamia. La asignación de
las tareas pesadas a las mujeres y su subordinación y devaluación rituales surge
automáticamente de la necesidad de recompensar a los hombres a costa de las
mujeres y de ofrecer justificaciones sobrenaturales de todo el contexto de supremacía
masculina.
¿Qué ha impedido que otros vieran la relación causal entre la guerra y todas estas
instituciones que privilegian al hombre? El obstáculo siempre ha sido que algunas de
las sociedades aldeanas más combativas parecen haber tenido tendencias muy débiles
o nulas de supremacía masculina. Los iroqueses, por ejemplo, son conocidos por su
lucha incesante y por el entrenamiento de los varones para que logren hacerse
inmunes al dolor. También son famosos por el implacable trato que daban a los
prisioneros de guerra. Los cautivos eran obligados a correr baquetas, les arrancaban
las uñas de los dedos y les cortaban los miembros y, finalmente, eran decapitados o
cocinados vivos en la hoguera… después de lo cual consumían sus restos en festines
de canibalismo. Pero los iraqueses eran matrilineales, matrilocales, no pagaban el
precio de la novia, eran más o menos monógamos y carecían de un elaborado
complejo religioso para intimidar o aislar a las mujeres. Muchas sociedades muestran
una pauta similar de militarismo intenso combinado con una descendencia más
matrilineal que patrilineal y con instituciones de supremacías masculina más débiles
que fuertes. Sin embargo, no olvidemos que las sociedades matrilineales constituyen
algo menos del 15 por ciento de todos los casos.
A decir verdad, la asociación entre instituciones matrilineales y una forma feroz
de militarismo es demasiado constante para que sea producto del azar. Si uno no
estuviera convencido de que la guerra fue responsable de los complejos patrilineales-

www.lectulandia.com - Página 58
patrilocales, una conclusión lógica consistiría en que, de algún modo, también fue
responsable de los complejos matrilineales-matrilocales. Obviamente, la solución de
este problema radica en que existen diversos tipos de guerra. Las sociedades aldeanas
matrilineales suelen practicar un tipo de guerra distinto al practicado por las
sociedades aldeanas patrilineales, como los yanomamo. William Divale fue el
primero en demostrar que las sociedades matrilineales practican típicamente una
«guerra externa», es decir, la penetración de grandes bandas incursoras en los
territorios de enemigos lejanos que son, lingüística y etnológicamente, distintos de los
atacantes. La guerra entre los grupos y las aldeas patrilineales como los yanomamo,
por otro lado, se denomina «guerra interna» porque implica ataques de pequeños
grupos de incursores en las aldeas cercanas, en las que los enemigos hablan el mismo
idioma y, probablemente, comparten un antepasado común bastante reciente, de ahí la
denominación de «guerra interna».
La lógica que sustenta la relación entre matrilinealidad y guerra externa es la
siguiente: los hombres casados que se mudan a una casa comunal matrilocal iroquesa
provienen de familias y aldeas distintas. El cambio de residencia les impide ver sus
intereses exclusivamente en términos de lo que es bueno para sus padres, hermanos e
hijos y, al mismo tiempo, los pone en contacto cotidiano con los hombres de las
aldeas cercanas. Esto promueve la paz entre las aldeas vecinas y establece las bases
para que los hombres cooperen en la formación de grandes bandas guerreras capaces
de atacar a enemigos situados a cientos de kilómetros de distancia. (Los ejércitos
iroqueses que se componían de más de 500 guerreros organizaron, desde Nueva York,
ataques contra blancos situados en sitios tan lejanos como Illinois). Divale ha
ampliado el número de casos a los que se aplica esta lógica al sugerir que los pueblos
patrilineales atacados por grupos matrilineales y organizados, también tenían que
adoptar una organización semejante en poco tiempo para no ser destruidos.
Pero quiero hacer una advertencia contra la conclusión de que todos los casos de
organización matrilineal están relacionados con la práctica de la guerra externa. La
ausencia prolongada de los hombres por cualquier motivo puede centrar la atención
en las mujeres como portadoras de títulos y guardianas de los intereses masculinos.
Las expediciones de caza y de pesca y el comercio a larga distancia son dos
actividades centradas en torno al hombre, actividades que también se asocian con la
matrilinealidad. La lógica es semejante a la que se aplica a la guerra: los hombres
deben unirse para empresas peligrosas que exigirán que estén lejos de sus casas, de
sus tierras y otras propiedades durante semanas o meses. Esas ausencias tan
prolongadas determinan que las mujeres asuman la responsabilidad de tomar las
decisiones sobre las pautas del trabajo cotidiano y sobre la atención y educación de
los hijos, además de cargar con la producción agrícola de los huertos y los campos.
Los cambios de las organizaciones patrilineales a matrilineales surgen como un

www.lectulandia.com - Página 59
intento por parte de los hombres ausentes de transferir a sus hermanas el cuidado de
las casas, las tierras y las propiedades de posesión conjunta. Los hombres ausentes
confían en sus hermanas más que en sus esposas porque éstas provienen del grupo de
interés paterno de otra persona y sus lealtades están divididas. Sin embargo, las
hermanas que permanecen en casa tienen los mismos intereses de propiedad que los
hermanos. En consecuencia, los hermanos ausentes desaprueban los matrimonios que
alejarían a las hermanas de la casa en que crecieron juntos. Las hermanas se muestran
muy felices de obedecer, ya que el matrimonio patrilocal las expone a malos tratos a
manos de maridos con supremacía masculina y de suegros y suegras poco
compasivos.
No es necesario que la transición real de la patrilocalidad a la matrilocalidad
implique un cambio institucional súbito y traumático. Puede tener lugar mediante el
simple recurso de cambiar el precio de la novia por el servicio de la novia. En
síntesis, en lugar de transferir objetos de valor como preludio para separar a la novia
de sus familiares, el marido se instala transitoriamente con éstos, caza para ellos y los
ayuda a despejar sus campos. A partir de esta situación, sólo bastará un pequeño paso
para llegar a los tipos de matrimonio característicos de los sistemas matrilineales y
matrilocales. Esos matrimonios son enlaces fáciles de romper en los que los maridos
son considerados, en realidad, como transeúntes temporarios con privilegios sexuales,
a los que puede pedirse que se marchen en cuanto su presencia provoca el más leve
inconveniente. Por ejemplo, entre los matrilocales indios pueblo de Atizona y Nuevo
México, los maridos molestos eran despedidos mediante el simple recurso de colocar
sus mocasines en el lado exterior de la puerta. Las mujeres iroquesas en cualquier
momento deciden ordenar a un hombre que recoja su manta y se marche a otra parte;
Lewis Henry Morgan comentó acerca del matrimonio iroqués: «Los motivos más
frívolos o el capricho del momento bastaban para romper el vínculo matrimonial».
Entre los nayars, una casta matrilineal militarista de la Costa de Malabar, en la India,
la insignificancia de los maridos llegó al punto en que la residencia conjunta estaba
limitada a las visitas nocturnas.
Las familias que se componen de un núcleo residente de madres, hermanas e
hijas, en las que los hombres están lejos en acciones de guerra, otras expediciones o
transitoriamente instalados con la familia de su esposa, son incompatibles con la
ideología y la práctica de la descendencia y la herencia patrilineales. Ya no es en sus
propios hijos —dispersados entre las diversas casas en las que residió durante sus
enlaces ambulantes— en los que un hombre puede buscar la continuidad de su hogar
y sus tierras; más bien es en los hijos de su hermana, que crecerán donde él mismo
creció. O, para analizar la misma situación desde la perspectiva de los hijos, no es a
su padre hacia el cual pueden volverse en busca de seguridad y herencia sino hacia el
hermano de su madre.

www.lectulandia.com - Página 60
Enfrentemos otra complicación. No todas las sociedades preestatales
expansionistas que practican la guerra externa están organizadas matrilinealmente. En
África, por ejemplo, sociedades de pastores como los nuer y los massai se abocaban a
la guerra externa pero eran patrilineales-patrilocales.
Estos grupos exigen un análisis separado. La mayoría de las sociedades pre-
estatales de pastores nómadas o seminómadas son expansionistas y sumamente
militaristas, además de poderosamente patrilineales o patrilocales más que
matrilineales o matrilocales. El motivo reside en que la fuente principal de
subsistencia y riqueza de los pastores son los animales más que los cultivos en el
campo. Cuando los pastores pre-estatales intensifican la producción y a raíz de la
presión demográfica invaden los territorios de sus vecinos, los combatientes
masculinos no necesitan preocuparse por lo que ocurre en el hogar. Como los
pastores generalmente van a la guerra con el fin de llevar a su ganado a mejores
pasturas, el «hogar» los sigue. Por ello la guerra expansionista de los pueblos pastores
pre-estatales no se caracteriza por las incursiones estacionales a larga distancia desde
una base-hogar, como ocurre entre muchas sociedades matrilineales agrícolas, sino
por la migración de comunidades enteras: hombres, mujeres, niños y ganado.
El descubrimiento de la relación entre la guerra externa y el desarrollo de las
instituciones matrilineales aclara muchos enigmas que durante más de un siglo han
importunado a los antropólogos. Ahora podemos ver por qué el matriarcado jamás
reemplazó al patriarcado, la poliandria a la poligamia o el precio del novio al precio
de la novia. El matriarcado permanecerá excluido mientras los hombres sigan
monopolizando las técnicas y la tecnología de la violencia física. El motivo por el
cual la residencia con los hermanos de la madre —avúnculocalidad— es tan común
en las sociedades matrilineales consiste en que los hombres se niegan a permitir que
sus hermanas dominen el reparto de la propiedad materna conjunta. El motivo por el
cual la amitalocalidad no existe consiste en que las mujeres —las hermanas del padre
— nunca pueden ejercitar sobre la propiedad paterna un grado de control mayor al
ejercitado por sus hermanos. El motivo por el cual el precio del novio virtualmente no
se produce reside en que en los sistemas matrilineales los maridos nunca ocupan una
posición semejante a la de las esposas en los sistemas patrilineales. No se los
incorpora como dependientes en el grupo interno de la esposa ni entregan a sus
hermanas el control de sus asuntos internos; en consecuencia, las esposas no pagan el
precio del novio a las hermanas de su marido en compensación por la perdida de los
servicios productivos y reproductores del hombre. Y el motivo por el cual las
sociedades matrilineales no son poliándricas con la misma frecuencia que son
poligámicas reside en que el sexo sigue utilizándose como recompensa del valor
masculino. Ningún cazador de cabezas o arrancador de cabelleras endurecido por la
batalla se asentará en la felicidad conyugal en compañía de cuatro o cinco de sus

www.lectulandia.com - Página 61
compañeros inseparables bajo la tutela de una sola mujer (aunque el hecho de
compartir concubinas y la violación en pandilla se resuelve fácilmente).
Todo esto no niega que el desarrollo de las instituciones matrilineales ejerce una
influencia moderadora en la severidad del complejo de supremacía masculina. Por
motivos asociados a la explicación del cambio a la guerra externa, que analizaré más
tarde, la matrilinealidad conduce a una disminución de la preferencia por el
infanticidio femenino e, incluso, a un cambio de preferencia con respecto al sexo del
primogénito. Por ejemplo, un hombre iroqués quería que sus hermanas tuvieran hijas
para que su matrilinaje no se acabara y en los lugares en los que se respeta
estrictamente la matrilocalidad, un hombre que desea tener varias esposas deberá
restringirse a mujeres que sean hermanas. (Como en el caso de los iroqueses, la
poligamia formal fue frecuentemente abandonada en las sociedades matrilineales).
Como ya he dicho, las mujeres rompen fácilmente los matrimonios en las sociedades
matrilineales. Cuando un hombre es un huésped en la casa de su esposa, no puede
maltratarla y esperar que ella lo acepte sin rebelarse. Pero esta moderación de la
jerarquía sexista no debe confundirse con su anulación. En su deseo de subvertir los
estereotipos comunes de la supremacía masculina, algunos antropólogos citan el
efecto moderador de las instituciones matrilineales en el grado de control masculino
como si se tratara de una prueba de igualdad sexual. No debemos dar demasiada
importancia al hecho de que las mujeres iroquesas «se ofendían terriblemente al ser
golpeadas por sus maridos». Y el hecho de que las mujeres «podían suicidarse para
vengarse de los malos tratos» no es indicio de su igualdad con los hombres, como un
investigador ha dado a entender recientemente. Lo importante es que ninguna mujer
iroquesa se atrevería a golpear a su marido. Y si tal agresión alguna vez ocurriera, sin
duda alguna el marido se «vengaría» de un modo más convincente que recurriendo al
suicidio. No veo motivos para dudar de que Lewis Henry Morgan sabía a qué se
refería cuando escribió que el hombre iroqués «consideraba a la mujer como inferior,
dependiente y criada del hombre y, a causa de la educación y la costumbre, ella
misma se consideraba realmente así». Los primeros observadores que expresaron
opiniones contrarias a la de Morgan estaban totalmente anublados por la diferencia
entre descendencia matrilineal y supremacía femenina.
Entre los iroqueses, el efecto moderador de la matrilinealidad fue más poderoso y,
tal vez, hasta más excepcional en la esfera de la política que en el matrimonio y la
vida doméstica. Por lo que sé, de todas las culturas aldeanas de las que tenemos una
información fidedigna, ninguna estuvo más cerca de ser un matriarcado político que
la de los iroqueses. Pero el papel de las mujeres iroquesas como tomadoras de
decisiones políticas no estableció la igualdad política entre los sexos. Las matronas
iroquesas tenían poder para nombrar y deponer a los ancianos que eran elegidos para
el cuerpo gobernante supremo, denominado consejo. Por intermedio de un

www.lectulandia.com - Página 62
representante masculino en el consejo, ellas podían influir en sus decisiones y ejercer
el poder con respecto a la conducción de la guerra y el establecimiento de tratados.
La elegibilidad para un cargo pasaba a través de la línea femenina y era deber de las
mujeres nombrar a los hombres que actuarían en el consejo. Pero las mujeres mismas
no podían pertenecer al consejo y los hombres poseedores de un cargo tenían el poder
de vetar los nombramientos de las matronas. Judith Brown concluye su investigación
de la jerarquía sexual entre los iroqueses con el comentario de que «la nación no era
un matriarcado, como algunos sostuvieron». Pero agrega que «las matronas eran una
éminence grise». No es ésta la cuestión. Las mujeres siempre son más influyentes
entre bambalinas que lo que parecen serlo en escena. Es el hecho de que rara vez se
las ve en escena lo que resulta tan desconcertante y que, a mi entender, sólo puede
explicarse en relación con la práctica de la guerra.
Al margen de los problemas presentados por las sociedades matrilineales bélicas,
existe otro motivo por el cual la influencia de la guerra en los papeles sexuales ha
sido prácticamente ignorada hasta hoy. Las teorías modernas sobre los papeles
sexuales han estado dominadas por los psicólogos y los psiquiatras freudianos. Hace
mucho tiempo que los freudianos tenían conciencia de que debía existir alguna
relación entre guerra y papeles sexuales, pero invirtieron la flecha causal e hicieron
derivar la guerra de la agresividad masculina en lugar de hacer derivar la agresividad
masculina de la guerra. Esta inversión ha penetrado en otras disciplinas e ingresado
en la cultura popular, donde reposa como una bruma sobre la vida intelectual. Freud
sostenía que la agresividad es una manifestación de las frustraciones de los instintos
sexuales durante la infancia y que la guerra es, simplemente, la agresión socialmente
sancionada en su forma más homicida. El hecho de que los hombres debían dominar
a las mujeres surgía automáticamente del modo en que los poseedores de los órganos
sexuales masculinos y las poseedoras de los órganos sexuales femeninos
respectivamente, experimentaban los sufrimientos de la sexualidad infantil. Según
Freud, los varones compiten con su padre por el dominio sexual de la misma mujer.
Se entregan a la fantasía de que son omnipotentes y que pueden matar a su rival que,
en la realidad o en la fantasía, amenaza con amputarles los órganos sexuales. Freud
llamó a tal fenómeno —el drama central de la teoría psicodinámica freudiana—
complejo de Edipo. Su resolución consiste en que el niño aprenda a no dirigir la
agresividad a su padre sino hacia actividades socialmente «constructivas» (que
pueden incluir la guerra).
Para la niña, Freud imaginó un trauma paralelo pero fundamentalmente distinto.
La sexualidad de una niña también está inicialmente dirigida hacia su madre, pero en
el estadio fálico hace un descubrimiento sorprendente: carece de pene. La niña
«considera responsable a su madre de su estado castrado» y, en consecuencia,
«transfiere su amor a su padre porque éste tiene el apreciado órgano que aspira a

www.lectulandia.com - Página 63
compartir con él». Pero su amor hacia su padre y hacia otros hombres «se mezcla con
un sentimiento de envidia porque ellos poseen algo de lo que ella carece». Por tal
razón, mientras los varones deben resolver su complejo de Edipo aprendiendo a
expresar la hostilidad contra otros, las niñas deben aprender a compensar la falta de
pene aceptando un papel subordinado y teniendo hijos (que simbólicamente
representan el pene perdido).
Aunque este drama podría parecer una pura simpleza, la investigación
antropológica ha demostrado que existe una aparición extendida aunque no universal
de pautas psicodinámicas que se parecen a las competencias edípicas, al menos en el
sentido mínimo de una hostilidad sexualmente cargada entre los hombres de la
generación mayor y la más joven y de envidia del pene entre las mujeres. Bronislaw
Malinowski señaló que incluso entre los matrilineales y avunculocales habitantes de
las islas Trobriand existen las rivalidades edípicas, aunque no exactamente en la
forma en que Freud había anticipado, ya que la figura de autoridad durante la infancia
es el hermano de la madre más que el padre. Indudablemente, Freud apuntaba a algo,
pero, por desgracia, sus flechas causales lo hacían hacia atrás. Sería pura simpleza la
idea de que la situación edípica es provocada por la naturaleza humana en lugar de
serlo por las culturas humanas. No es extraño que la situación edípica esté tan
extendida. Todas las condiciones para crear temores de castración y envidia del pene
están presentes en el complejo de supremacía masculina: en el monopolio masculino
de las armas y en la educación de los hombres para la valentía y los papeles
combativos, en el infanticidio femenino y la educación de las mujeres para que sean
recompensas pasivas de la actuación «masculina», en el prejuicio patrilineal, en el
predominio de la poligamia, los deportes masculinos competitivos, los violentos ritos
de los varones púberes, la impureza ritual de las menstruantes, en el precio de la
novia y en otras muchas instituciones centradas en torno al hombre. Evidentemente,
donde el objetivo de la crianza es producir hombres agresivos, «masculinos» y
dominantes, y mujeres pasivas, «femeninas» y subordinadas, habrá algo semejante al
temor de castración entre los hombres de generaciones inmediatas —se sentirán
inseguros con respecto a su virilidad— y algo semejante a la envidia del pene entre
sus hermanas, a las que se enseñará a exagerar el poder y el significado de los
genitales masculinos.
Todo esto conduce a una conclusión: el complejo de Edipo no fue la causa de la
guerra; la guerra fue la causa del complejo de Edipo (recordemos que la guerra
misma no fue causa primera sino un derivado del intento de controlar las presiones
ecológicas y reproductoras). Aunque parezca un problema sin solución como el del
huevo y la gallina, existen excelentes motivos científicos para rechazar las
prioridades freudianas. Si comenzamos con el complejo de Edipo, no podemos
explicar las variaciones de intensidad y de alcance de la guerra: ¿por qué algunos

www.lectulandia.com - Página 64
grupos son más bélicos que otros y por qué algunos practican formas externas y otros
formas internas de incursión? Tampoco podemos explicar por qué el conjunto de las
instituciones de supremacía masculina varía en esencia y en fuerza. Al empezar con
el complejo de Edipo, tampoco podemos explicar el origen de la agricultura, los
caminos divergentes de las intensificaciones y los agotamientos en el Viejo y el
Nuevo Mundo ni el origen del estado. Pero si comenzamos con la presión
reproductora, la intensificación y el agotamiento, podemos comprender los aspectos
constantes y variables de la guerra.
Y a partir de un conocimiento de las causas de las variaciones bélicas, podemos
llegar a una comprensión de las causas de las variaciones de la organización familiar,
las jerarquías sexuales y los papeles sexuales y, desde esta perspectiva, a una
comprensión de las características constantes y variables del complejo de Edipo. Un
principio admitido en la filosofía de la ciencia establece que si uno debe elegir entre
dos teorías, merece prioridad aquella que resuelve más variables con el menor
número de suposiciones independientes y no explicadas.
Merece la pena insistir en este punto porque de cada teoría se infieren
consecuencias filosóficas y prácticas distintas. Por un lado, la teoría freudiana se
parece mucho al enfoque de la guerra como naturaleza humana. Hace que la
agresividad homicida parezca inevitable. Al mismo tiempo, encadena tanto a los
hombres como a las mujeres con un imperativo biológico («la anatomía es destino»),
con lo cual enturbia y estrecha el movimiento para alcanzar la igualdad sexual.
Aunque he sostenido que la anatomía destina a los hombres al entrenamiento para ser
feroces y agresivos si hay guerra, no he dicho que la anatomía, los genes, el instinto o
cualquier otra cosa torne inevitable la guerra. El simple hecho de que todos los seres
humanos del mundo de hoy y del pasado conocido hayan vivido en sociedades
sexistas y belicistas o en sociedades afectadas por sociedades sexistas y belicistas no
es razón suficiente para adjudicar a la naturaleza humana la imagen de las
características salvajes necesarias para librar una batalla con éxito. El hecho de que la
guerra y el sexismo hayan jugado y sigan jugando papeles tan destacados en los
asuntos humanos no significa que deban seguir haciéndolo en cualquier tiempo
futuro. La guerra y el sexismo dejarán de practicarse cuando sus funciones
productivas, reproductoras y ecológicas se satisfagan mediante alternativas menos
costosas. Por primera vez en la historia tales alternativas están a nuestro alcance. Si
no somos capaces de utilizarlas, no será un fallo de nuestra naturaleza sino de nuestra
inteligencia y voluntad.

www.lectulandia.com - Página 65
7 El origen de los estados prístinos
Antes de la evolución del estado, en la mayoría de las sociedades grupales y
aldeanas el ser humano medio disfrutaba de libertades económicas y políticas que
hoy sólo goza una minoría privilegiada. Los hombres decidían por su cuenta cuánto
tiempo trabajarían en un día determinado, en qué trabajarían… o si trabajarían. A
pesar de su subordinación a los hombres, las mujeres generalmente también
organizaban sus tareas cotidianas y se fijaban un ritmo sobre una base individual.
Existían pocas rutinas. La gente hacía lo que tenía que hacer, pero nadie les decía
dónde ni cuándo. No había jefes ni capataces que se mantuvieran apartados ni que
controlaran el trabajo. Nadie les decía cuántos ciervos o conejos tenían que cazar ni
cuántas batatas silvestres tenían que recoger. Un hombre podía decidir que el día era
bueno para estirar el arco, para apilar hojas, para buscar plumas o para holgazanear
por el campamento. Una mujer podía decidir que buscaría raíces, recogería leña,
trenzaría una cesta o visitaría a su madre. Si se puede confiar en que las culturas de
los pueblos grupales y aldeanos modernos revelan el pasado, las tareas se cumplieron
de este modo durante decenas de miles de años. Además, la madera para el arco, las
hojas para el techo, los pájaros que daban plumas, los leños de los gusanos y la fibra
para la cesta estaban allí para que todos los cogieran. La tierra, el agua, los vegetales
y los animales de caza eran propiedad comunal. Todo hombre y mujer tenía derecho a
una porción igual de naturaleza. Ni las rentas ni los impuestos ni los tributos
impedían que la gente hiciera lo que quería. Todo esto fue arrasado por la aparición
del estado. Durante los últimos cinco o seis milenios, las nueve décimas partes de
todas las personas que vivieron lo hicieron como campesinos o como miembros de
alguna de las castas o clases serviles. Con la aparición del estado, los hombres
comunes que intentaban utilizar la generosidad de la naturaleza tuvieron que
conseguir el permiso de otro y pagarlo con impuestos, tributos o trabajo extra. Fueron
despojados de las armas y de las técnicas de la guerra y la agresión organizada y éstas
entregadas a soldados-especialistas y policías controlados por burócratas militares,
religiosos y civiles. Por primera vez aparecieron sobre la tierra reyes, dictadores,
sumos sacerdotes, emperadores, primeros ministros, presidentes, gobernadores,
alcaldes, generales, almirantes, jefes de policía, jueces, abogados y carceleros, junto
con mazmorras, cárceles, penitenciarías y campos de concentración. Bajo la tutela del
estado, los seres humanos aprendieron por primera vez a hacer reverencias, a
humillarse, a arrodillarse y a saludar humildemente. La aparición del estado significó,
en muchos sentidos, el descenso del mundo de la libertad al de la esclavitud.
¿Cómo ocurrió? Para responder, primero tendré que hacer una distinción entre
cómo ocurrió primero en determinadas regiones del mundo y cómo ocurrió después.
Tendré que distinguir, según la terminología propuesta por Morton Fried, entre el

www.lectulandia.com - Página 66
origen de los estados «prístinos» y los «secundarios». Un estado prístino es aquel en
el que no hay una situación preexistente que estimule el proceso de formación del
estado. Claro que puesto que ninguna sociedad existe en el vacío, todos los procesos
de desarrollo están influidos por la interacción con otras sociedades, pero «existen
situaciones en las que ninguna de las culturas externas es más compleja que la que se
considera y esas situaciones pueden considerarse como prístinas».
Los arqueólogos tienden hacia un acuerdo en el sentido de que hubo al menos tres
centros de desarrollo estatal prístino y, probablemente, incluso ocho. Los tres casos
definidos son: Mesopotamia, alrededor de 3300 antes de nuestra era; Perú,
aproximadamente en tiempos de Cristo; y Mesoamérica, aproximadamente en el 300
de nuestra era. Es prácticamente seguro que en el Viejo Mundo también surgieron
estados prístinos en Egipto (alrededor de 3100 antes de nuestra era), en el Valle del
Indo (poco antes del 2000 antes de nuestra era) y en la Cuenca del Río Amarillo, en
el norte de China (poco después del 2000 antes de nuestra era). Sin embargo, existen
dudas considerables con respecto a la afirmación de algunos estudiosos de la
prehistoria en el sentido de que también se desarrollaron estados prístinos en Creta y
en el Egeo alrededor del 2000 antes de nuestra era y en la Región Lacustre del este de
África aproximadamente en el 200 de nuestra era. También existen controversias con
respecto a la cuestión de si en el Nuevo Mundo el estado prístino mesoamericano
surgió primero en la región maya de las tierras bajas o en las tierras altas mexicanas,
tema que analizaré en el próximo capítulo.
Aparentemente, el mejor modo de comprender la aparición de los estados
prístinos sería como consecuencia de la intensificación de la producción agrícola. Al
igual que los cazadores-recolectores, las aldeas agrícolas solían intensificar sus
esfuerzos de producción de alimentos a fin de aliviar las presiones reproductoras.
Empero, a diferencia de los cazadores-recolectores, los agricultores de las zonas de
terreno favorecido pueden intensificar sus esfuerzos durante un período relativamente
prolongado sin sufrir agotamientos bruscos ni pérdidas de eficacia. En consecuencia,
los agricultores de aldeas sedentarias suelen desarrollar instituciones especiales que
estimulan la intensificación al recompensar claramente a aquellos que trabajan más
que otros. Una parte clave del proceso por el cual se desarrolló la estructura de
subordinación del estado estriba en la naturaleza característica de las instituciones
responsables de recompensar a los intensificadores de la producción en las aldeas
agrícolas sedentarias pre-estatales.
Los antropólogos se refieren a los intensificadores de la producción agrícola con
el apelativo de «grandes hombres». En su etapa más pura y más igualitaria, la más
conocida gracias a los estudios de numerosos grupos de Melanesia y Nueva Guinea,
los «grandes hombres» juegan el papel de individuos trabajadores, ambiciosos y
llenos de civismo que persuaden a sus parientes y vecinos para que trabajen para ellos

www.lectulandia.com - Página 67
al prometerles celebrar un enorme festín con los alimentos extras que produzcan.
Cuando el festín tiene lugar, el «gran hombre», rodeado por sus orgullosos ayudantes,
redistribuye ostentosamente —divide— pilas de alimentos y otros regalos pero no
guarda nada para sí. Bajo determinadas condiciones ecológicas y en presencia de la
guerra, estos administradores de alimentos podrían haberse situado gradualmente por
encima de sus seguidores y convertido en el núcleo original de las clases gobernantes
de los primeros estados.
El antropólogo Douglas Oliver, de la Universidad de Harvard, realizó un estudio
clásico de la «condición de gran hombre» durante su trabajo de campo entre los siuai
en Bougainville, en las Islas Salomón. Entre los siuai, un «gran hombre» se llama
mumi; alcanzar el status de mumi es la máxima ambición de todos los jóvenes. Un
joven demuestra ser capaz de convertirse en mumi al trabajar más que todos los
demás y al restringir cuidadosamente su propio consumo de carne y cocos.
Posteriormente convence a su esposa, a sus hijos y a sus parientes cercanos de la
seriedad de sus intenciones y ellos juran ayudarlo a preparar su primer festín. Si el
festín es un éxito, su círculo de partidarios se amplía y él comienza a trabajar para
preparar una muestra de generosidad aún mayor. Luego se propone la construcción de
un casino para hombres en el cual sus seguidores masculinos puedan repantigarse y
en el cual puedan hospedar y alimentar a invitados. Se celebra otro festín durante la
consagración del casino y si éste también es un éxito, su círculo de partidarios —
gente dispuesta a trabajar para el próximo festín— aumenta aún más y comienzan a
llamarlo mumi. ¿Qué obtienen sus partidarios de todo esto? A pesar de que festines
cada vez más grandes significan que las exigencias del mumi hacia sus partidarios se
vuelven más pesadas, el volumen global de la producción asciende. Por eso aunque
de vez en cuando se quejen por lo mucho que tienen que trabajar, los seguidores
permanecen leales mientras su mumi siga manteniendo o aumentando su fama como
«gran proveedor».
Finalmente llega el momento en que el nuevo mumi ha de desafiar a los que
surgieron antes que él. Esto se lleva a cabo en un festín muminai, donde se toma nota
de todos los cerdos, los pasteles de coco y de sagú y almendras que el mumi anfitrión
y sus seguidores ofrecen al mumi invitado y sus seguidores. Si el mumi invitado no
puede devolver las atenciones, aproximadamente un año después, con un festín al
menos tan pródigo como el de sus contrincantes, sufre una gran humillación social y
su caída de la condición de mumi es inmediata. Un mumi debe tener mucho cuidado
antes de decidir a quien desafiar. Procura elegir un invitado cuya caída aumentará su
propia fama, pero debe evitar a uno cuya capacidad de revancha exceda la propia.
Al final de un festín exitoso, el más grande de los mumis todavía se enfrenta con
una vida de esfuerzo personal y de dependencia de los estados de ánimo y las
inclinaciones de sus seguidores. La condición de mumi —al menos según la observó

www.lectulandia.com - Página 68
Oliver— no confiere poder para obligar a los demás a cumplir sus mandatos ni eleva
su nivel de vida por encima del de los demás. En realidad, puesto que dar cosas es lo
que sostiene la condición de mumi, es posible que los grandes mumis consuman
menos carne y otras exquisiteces que un siuai común y no distinguido. Entre los
kaoka, otro grupo de las Islas Salomón estudiado por H. Ian Hogbin, existe el
siguiente refrán: «El dador del festín coge los huesos y los pasteles pasados; la carne
y la grasa van para los demás».
Además, un mumi no puede dormirse sobre los laureles, sino que debe prepararse
constantemente para nuevos desafíos. En un gran festín celebrado el 10 de enero de
1939 y al que asistieron 1.100 personas, el mumi anfitrión, llamado Soni, ofreció
treinta y dos cerdos más una gran cantidad de pasteles de almendras y sagú. No
obstante, Soni y sus seguidores más cercanos pasaron hambre. «Comeremos la fama
de Soni», dijeron los seguidores. Esa noche, agotados por las semanas de
preparaciones febriles, hablaron del descanso que se habían ganado ahora que el
festín había concluido. Pero a primeras horas de la mañana siguiente fueron
despertados por el sonido retumbante de los gongs de madera que sonaban en el
centro de reunión de Soni. Un grupo de personas soñolientas salió para ver quién
hacía tanto ruido. Era Soni y les dijo lo siguiente:

«¡Volvéis a ocultaros en vuestras casas; copuláis día y noche mientras hay que
trabajar! Si estuviera en vuestras manos, pasaríais el resto de vuestras vidas oliendo el
cerdo de ayer. Pero os aseguro que el festín de ayer no fue nada. El próximo será
realmente grande».

Anteriormente, los mumis eran tan famosos por su capacidad de lograr que los
hombres lucharan por ellos como por su capacidad de lograr que los hombres
trabajaran para ellos. Aunque las autoridades coloniales habían suprimido la guerra
mucho antes de que Oliver llevara a cabo su estudio, el recuerdo de los jefes
guerreros mumi seguía vivo entre los siuai. Como dijo un anciano:

«En los viejos tiempos, había mumis más grandes que los de hoy. Entonces eran
jefes guerreros feroces e implacables. Asolaban el campo y sus lugares de reunión
estaban decorados con los cráneos de las personas que habían matado».

Al entonar las alabanzas de sus mumis, la generación de siuai pacificados los


llama «guerreros» y «matadores de hombres y cerdos».

Fulminador, estremecedor de la tierra,


hacedor de tantos festines.

www.lectulandia.com - Página 69
¡Cuán vacíos de los sonidos del gong estarán todos.
los sitios cuando nos dejes!
Guerrero, Hermosa Flor,
Matador de hombres y cerdos,
¿Quién dará fama a nuestros lugares
cuando nos dejes?

Los informantes de Oliver le dijeron que los mumis tenían más autoridad en la
época en que la guerra aún se practicaba. Algunos jefes guerreros mumi incluso
mantenían uno o dos prisioneros que eran tratados como esclavos y obligados a
trabajar en los huertos de la familia del mumi. Y la gente no podía hablar «ruidosa y
calumniosamente contra sus mumis sin el temor de ser castigados». Esto encaja con
las expectativas teóricas, puesto que la capacidad de redistribuir la carne, los
vegetales alimenticios y otros objetos de valor corre pareja con la capacidad de atraer
a un séquito de guerreros, equiparlos para el combate y recompensarlos con el botín
de guerra. La rivalidad entre los mumis belicistas de Bougainville parecía dirigirse
hacia una organización política de toda la isla cuando llegaron los primeros viajeros
europeos. Según Oliver: «Durante algunos períodos muchas aldeas vecinas luchaban
juntas tan consistentemente que surgía una pauta de regiones bélicas, cada una de las
cuales era más o menos pacífica interiormente y contenía un mumi destacado cuyas
actividades bélicas proveían la cohesión social interna». Indudablemente, esos mumis
regionales gozaban de algunos rudimentos del poder coactivo. No obstante, el
enfoque de los siuai hacia las clases basado en prerrogativas diferenciales de poder
siguió siendo incipiente y efímero. Lo demuestra el hecho de que los mumis tenían
que proveer a sus guerreros de prostitutas llevadas a las casas de reunión y de dones
de cerdos y otras exquisiteces. Un viejo guerrero dijo:

«Si el mumi no nos abastecía de mujeres, nos enfurecíamos… Copulábamos toda


la noche y todavía queríamos más. Ocurría lo mismo con la comida. La casa de
recreo solía estar llena de alimentos y comíamos y comíamos, pero nunca teníamos
suficiente. Aquéllas eran épocas maravillosas».

Además, el mumi que quería dirigir una banda guerrera tenía que prepararse
personalmente para pagar una indemnización por cada uno de sus hombres que
muriera durante la batalla y para ofrecer un cerdo para el festín funerario de cada
hombre. (Como si, en interés de mantener un respeto adecuado hacia las vidas
humanas comunes, tuviéramos que obligar a nuestros «grandes hombres» políticos y
militares a pagar de su propio bolsillo el valor asegurado de cada muerte en combate).
Daré otro ejemplo del modo en que los jefes guerreros redistribuidores podían

www.lectulandia.com - Página 70
haberse convertido poco a poco en gobernantes permanentes con control coactivo de
la producción y el consumo. Aproximadamente a doscientos kilómetros al norte del
extremo oriental de Nueva Guinea se encuentra el archipiélago de Trobriand, un
pequeño grupo de islas bajas de coral estudiado por el gran etnógrafo Bronislaw
Malinowski, nacido en Polonia. La sociedad de los trobriandeses se dividía en varios
clanes y subclanes matrilineales de rango y privilegio desiguales a través de los
cuales se heredaba el acceso a las tierras de cultivo. Malinowski informó que los
habitantes de Trobriand eran «aficionados a la lucha» y que realizaban «guerras
sistemáticas e implacables», aventurándose en mar abierto en sus canoas para
comerciar —o, si era necesario, para luchar— con los pueblos de las islas situadas a
más de ciento cincuenta kilómetros. A diferencia de los mumisiuai, los «grandes
hombres» trobriandeses ocupaban puestos hereditarios y sólo podían ser depuestos
mediante la derrota en la guerra. Uno de ellos, al cual Malinowski consideraba el
«jefe supremo» de todos los trobriandeses, dominaba más de una docena de aldeas
que en conjunto contenían varios miles de personas. (Su status real estaba algo menos
exaltado puesto que otros sostenían ser sus iguales). Las jefaturas se heredaban dentro
de los subclanes más ricos y más numerosos y los trobriandeses atribuían estas
desigualdades a las guerras de conquista llevadas a cabo hacía mucho tiempo. Sólo
los jefes podían usar ciertos adornos de concha como insignias de alto rango y todo
plebeyo tenía prohibido permanecer de pie o sentado en una postura que dejara la
cabeza de un jefe en una elevación inferior a la de cualquiera de los demás.
Malinowski cuenta que vio a todas las personas presentes en la aldea de Bwoytalu
saltar desde sus porches «como arrastrados por un huracán» ante el prolongado
sonido de un «¡O guya´u!» que anunciaba la llegada de un jefe importante.
A pesar de estas muestras de reverencia, el poder real de un jefe estaba limitado.
En última instancia, dependía de su capacidad de jugar el papel de «gran proveedor»,
que se basaba en los lazos de parentesco y matrimonio más que en el control de las
armas y los recursos. Entre los plebeyos trobriandeses, la residencia era normalmente
avunculocal. Los muchachos adolescentes vivían en chozas de soltero hasta que se
casaban. Después llevaban a vivir a sus esposas a la casa del hermano de la madre,
donde trabajaban conjuntamente los huertos del matrilinaje del marido. En
reconocimiento de la existencia de la descendencia matrilineal, en tiempos de
cosecha los hermanos aceptaban que debían a sus hermanas una parte del producto de
las tierras matrilineales y les enviaban regalos de cestas llenas de batatas, su cosecha
principal. El jefe trobriandés confiaba en esta costumbre para mantener su base
política y económica. Se casaba con las hermanas de los caciques de una gran
cantidad de sublinajes. Algunos jefes obtenían incluso dos docenas de esposas, cada
una de las cuates tenía derecho a una dote obligatoria de batatas por parte de sus
propios hermanos. Esas batatas eran enviadas a la aldea del jefe y exhibidas en

www.lectulandia.com - Página 71
estantes especiales para batatas. Luego parte de ellas eran redistribuidas en complejos
festines en los cuales el jefe revalidaba su posición como «gran proveedor», mientras
el resto se utilizaba para alimentar a los especialistas en construir canoas, los
artesanos, los brujos y los criados familiares que a partir de esto quedaban bajo el
control del jefe y realzaban su poder. Sin duda alguna, en tiempos anteriores las
reservas de batatas también servían de base para iniciar expediciones comerciales y
de incursión a larga distancia.
Por eso, a pesar de que tenían y respetaban a sus jefes guerreros «grandes
proveedores», los plebeyos trobriandeses aún estaban muy lejos de ser reducidos al
status de campesinos. Al vivir en islas, los trobriandeses no tenían libertad para
expandirse y, en la época en que Malinowski los estudió, la densidad de población
había ascendido a sesenta personas por milla cuadrada. Sin embargo, los jefes no
podían controlar suficientemente el sistema de producción para alcanzar un gran
poder. No había cereales, y en tres o cuatro meses las batatas se pudren, lo que
significa que el «gran proveedor» trobriandés no podía manipular a las personas
mediante la entrega de alimentos ni podía sustentar, con sus reservas, una guarnición
policial-militar permanente. Un factor igualmente importante eran los recursos
abiertos de las lagunas y los océanos, de los cuales los trobriandeses extraían su
provisión de proteínas. El jefe trobriandés no podía impedir el acceso a estos recursos
y por este motivo jamás pudo ejercitar un verdadero control político coactivo y
permanente sobre sus subordinados. Pero con formas de agricultura más intensas y
grandes cosechas de cereales, el poder de los «grandes proveedores» evolucionó
mucho más allá que el del jefe trobriandés.
Como Colin Renfrew ha afirmado, los escritos de William Bartram, naturalista
del siglo XVIII, contienen un relato gráfico de la importancia de la redistribución en
la estructura social de las sociedades agrícolas norteamericanas. La descripción que
Bartram hace de los cherokees, propietarios originarios de gran parte del Valle del
Tennessee, muestra un sistema redistributivo que funciona de un modo
aproximadamente semejante al de los trobriandeses, a pesar del «sabor» totalmente
distinto de las culturas del bosque oriental y la Melanesia. Los cherokees, al igual que
los iroqueses, tenían instituciones matrilineales y matrilocales y practicaban la guerra
externa. Sus cosechas principales eran el maíz, las judías y el cidracayote. En el
centro de las colonias principales aparecía un «consejo» amplio y circular donde se
celebraban los festines redistributivos. El consejo de jefes contaba con un jefe
supremo o mico, que constituía el nudo central de la red redistributiva cherokee.
Bartram informó que en el momento de la cosecha un gran pesebre, identificado
como el «granero del mico», se erigía en cada campo. «Cada familia llega y deposita
en él determinada cantidad, según su capacidad o inclinación, o nada si así lo
decide». Los graneros del mico funcionaban como «tesoro público… para correr en

www.lectulandia.com - Página 72
ayuda» sí la cosecha fracasaba. Como fuente de alimentos «para proveer a
desconocidos o viajeros» y como almacén militar «cuando emprenden expediciones
hostiles». Aunque según Bartram todo ciudadano gozaba «del derecho de acceso
público y gratuito», evidentemente los plebeyos tenían que reconocer que, en
realidad, el almacén pertenecía al jefe supremo puesto que el «tesoro está a
disposición del rey o mico», que tenía «el derecho exclusivo y la capacidad… de
repartir consuelo y bendiciones entre los necesitados». El hecho de que el mico, al
igual que el jefe trobriandés, estuviera lejos de ser realmente un «rey», aparece con
toda claridad en el comentario de Bartram en el sentido de que cuando está fuera del
consejo «se asocia con la gente como un hombre común, conversa con ellos y ellos
con él con una tranquilidad y una familiaridad totales».
Indudablemente, la redistribución ofrece la clave para la comprensión de
numerosos monumentos y estructuras antiguas que, durante siglos, han desconcertado
a estudiosos y a turistas. Como hemos visto, de mumis en adelante, los «grandes
hombres», los caciques y los jefes tienen la capacidad de organizar a la mano de obra
en nombre de las empresas comunales. Entre estas empresas se contaba la
construcción, que incluía a cientos de trabajadores, de grandes canoas, edificios,
sepulcros y monumentos. Colin Renfrew ha llamado la atención sobre la similitud
bastante sorprendente entre los centros circulares de madera para los consejos y
festines cherokees y los misteriosos edificios circulares cuyos agujeros para postes de
madera se han encontrado dentro de los límites de los recintos ceremoniales
neolíticos, o «henges», de Gran Bretaña y el norte de Europa. Las cámaras mortuorias
cada vez más adornadas, los túmulos y las alineaciones megalíticas características del
período del 4000 al 2000 antes de nuestra era en Europa tienen paralelos bastante
semejantes con los túmulos erigidos por los habitantes prehistóricos de los valles del
Ohio y el Mississippi, las plataformas fúnebres de piedra y las estatuas monolíticas de
Polinesia, y los sepulcros y los monumentos conmemorativos monolíticos del Borneo
moderno. Todas estas construcciones desempeñaron un papel en el funcionamiento
uniforme de los sistemas redistributivos pre-estatales y sirvieron como lugar para los
festines redistributivos, los rituales de la comunidad destinados a controlar las fuerzas
de la naturaleza y los monumentos conmemorativos de la generosidad y las proezas
de los jefes «grandes hombres», héroes fallecidos. Sólo resultan enigmáticos porque
son la estructura, y no la esencia, de los sistemas redistributivos. Puesto que no
podemos ver la inversión de trabajo extra en la producción agrícola, la construcción
de monumentos parece una especie de obsesión irracional por parte de estos pueblos
antiguos. Pero vistos dentro del contexto viviente de un sistema redistributivo, los
sepulcros, los megalitos y los templos aparecen como componentes funcionales cuyos
costos son bajos en comparación con las cosechas aumentadas que la intensificación
ritualizada de la producción agrícola permite.

www.lectulandia.com - Página 73
Cuanto mayor y más densa es la población, más grande es la red redistributiva y
más potente el jefe guerrero redistribuidor. En determinadas circunstancias, el
ejercicio del poder, de un lado por parte del redistribuidor y de sus seguidores más
cercanos y, de otro, por los productores comunes de alimentos, estaba tan
desequilibrado que, en todos los sentidos y propósitos, los jefes redistribuidores
constituían la fuerza coactiva principal de la vida social. Cuando esto ocurría, las
contribuciones a la reserva central dejaban de ser voluntarias. Se convertían en
impuestos. Las tierras de labrantío y los recursos naturales dejaban de ser elementos
de acceso por derecho. Se convirtieron en favores. Y los redistribuidores dejaron de
ser jefes. Se convirtieron en reyes.
A fin de ilustrar estas transformaciones decisivas en el contexto de un pequeño
estado preindustrial, evocaré la descripción que John Beattie hace de los bunyoro.
Dirigidos por un gobernante hereditario llamado mukama, los bunyoro totalizaban
aproximadamente 100.000 habitantes, ocupaban una zona de 5.000 millas cuadradas
de esa parte de la región lacustre central del este de África que hoy se conoce como
Uganda y se ganaban la vida, principalmente, cultivando mijo y plátanos. Los
bunyoro estaban organizados en una sociedad feudal y, sin embargo, auténticamente
estatal. El mukama no era un simple jefe redistribuidor sino un rey. El privilegio de
utilizar todas las tierras y los recursos naturales era una concesión otorgada por el
mukama a alrededor de una docena de jefes, que después traspasaban la concesión a
los plebeyos. A cambio de esta concesión, cantidades de alimentos, artesanías y
servicios laborales se encaminaban a través de la jerarquía de poder, hasta el cuartel
general del mukama. A su vez, el mukama dirigía la utilización de esos bienes y
servicios en nombre de las empresas estatales. Superficialmente, el mukama sólo
parece ser otro jefe redistribuidor «gran proveedor». Según palabras de Beattie:

Veían al rey como receptor supremo de bienes y servicios y como dador


supremo… Los grandes jefes, que recibían tributos de sus subordinados, estaban
obligados a entregar al Mukama una parte del producto de sus propiedades en forma
de cultivos, ganado, cerveza o mujeres… pero todos debían dar al rey, no sólo los
jefes… En consecuencia, el papel del Mukama como dador no estaba menos
acentuado. Muchos de sus apelativos especiales enfatizaban su magnanimidad y
tradicionalmente se esperaba que diera mucho, tanto en forma de festines como de
dones a los individuos.

Pero la comparación del mukama con el jefe supremo trobriandés o cherokee


revela que las relaciones de poder se habían invertido. Los jefes trobriandés o
cherokee dependían de la generosidad de los productores de alimentos; los
productores de alimentos bunyoro dependían de la generosidad del rey. Sólo el

www.lectulandia.com - Página 74
mukama podía conceder o denegar el permiso para las venganzas de sangre y el
fracaso de contribuir a los ingresos del mukama podía dar por resultado la pérdida de
las tierras, el destierro o el castigo corporal. A pesar de sus pródigos festines y de su
fama como «gran proveedor», el mukama utilizaba gran parte de sus ingresos para
reforzar el monopolio de las fuerzas de coacción. Mediante su control de las reservas
centrales de cereales mantenía una guardia palaciega permanente y colmaba de
recompensas a los guerreros que mostraban valentía en el combate y lealtad a su
persona. El mukama también dedicaba una proporción considerable del tesoro del
estado a lo que en la actualidad llamaríamos «la creación de la imagen» y las
relaciones públicas. Se rodeaba de numerosos funcionarios, sacerdotes, hechiceros y
de cuidadores de insignias como custodios de lanzas, de tumbas reales, de tambores
reales, de tronos reales y de coronas reales, así como de «colocadores» de las coronas
reales, cocineros, ayudantes de baño, pastores, alfareros, fabricantes de tela de
corteza y músicos. Muchos de los oficiales contaban con varios ayudantes. Otros
consejeros, adivinadores y secuaces permanecían en la corte con la esperanza de que
les asignaran una jefatura. También estaban presentes el amplio harén del mukama,
sus numerosos hijos y las familias de sus hermanos polígamos y de otros personajes
reales. A fin de mantener intacto su poder, el mukama y algunos sectores de su corte
realizaban viajes frecuentes por el territorio bunyoro y se hospedaban en los palacios
locales mantenidos a costa de los jefes y los plebeyos.
Como sostiene Beattie, muchas características de la jerarquía bunyoro también
estaban presentes en la Europa feudal posromana. Al igual que el mukama, Guillermo
el Conquistador y su séquito viajaban constantemente por la Inglaterra del siglo XII,
consultando a sus «jefes» y viviendo a costa de su hospitalidad. Los reyes ingleses de
esa época todavía mostraban pruebas de sus orígenes como «grandes proveedores» a
la cabeza de las redes redistributivas. Por ejemplo, Guillermo el Conquistador
celebraba tres grandes festines anuales durante los cuales llevaba la corona y
hospedaba a un gran número de lores y súbditos. Sin embargo, como ya veremos, la
evolución posterior de los sistemas estatales condujo gradualmente a la eliminación
de todas las obligaciones por parte de los gobernantes para que actuaran como
«grandes proveedores» de sus súbditos.
¿Bajo qué circunstancia es probable que se produjera la conversión de una
jefatura redistributiva en un estado feudal? Sumemos a la intensificación, el
crecimiento demográfico, la guerra, los granos almacenables y los redistribuidores
hereditarios un factor más: el atasco. Como ha propuesto Robert Carneiro,
supongamos que una población servida por redistribuidores se ha expandido dentro
de una región que está circunscrita, o cercada, por barreras ambientales. No es
necesario que estas barreras sean océanos imposibles de cruzar o montañas
imposibles de escalar; simplemente pueden consistir en zonas de transición ecológica

www.lectulandia.com - Página 75
donde las personas que se han separado de las aldeas superpobladas descubrirían que
tendrían que realizar una severa reducción de su nivel de vida o cambiar todo su
modo de vida con el fin de sobrevivir. Dos tipos de grupos pudieron descubrir que los
beneficios de un status permanentemente subordinado superaban los costos de tratar
de mantener su independencia. En primer lugar, las aldeas que se componían de
parientes y se veían obligadas a entrar en las zonas de transición estaban tentadas de
aceptar una relación de dependencia a cambio de una participación continua en las
redistribuciones patrocinadas por sus colonias matrices. Y, en segundo lugar, las
aldeas enemigas derrotadas durante la batalla podían descubrir que pagar impuestos y
tributos era menos costoso que huir hacia esas zonas.
Sería suficiente una coacción física directa muy leve para mantener a raya al
campesinado naciente. El parentesco sería utilizado para justificar la legitimidad del
acceso privilegiado a los recursos por parte de los linajes de jóvenes y ancianos, o de
los grupos de alianza dadores de esposas y tomadores de esposas (los que daban
esposas esperarían a cambio tributos y servicios laborales). El acceso a los cereales
almacenados podía hacerse depender del cumplimiento de los servicios artesanos o
militares. O los «grandes hombres» del grupo más poderoso podían, simplemente,
iniciar el sistema impositivo al redistribuir menos de lo que recibían. La guerra
externa aumentaría y las aldeas derrotadas serían regularmente asimiladas en la red
impositiva y tributaria. Un cuerpo creciente de especialistas militares, religiosos y
artesanos sería alimentado con las reservas centrales de cereales, ampliando la
imagen de los gobernantes como «grandes proveedores» benéficos. Y la distancia
social entre la élite administrativa-sacerdotal-militar-policial y la clase naciente de
esclavos campesinos productores de alimentos aumentaría aún más a medida que el
alcance de los medios de producción alimenticia integrados aumentara, las redes
comerciales se expandieran, la población creciera y la producción se intensificara aún
más a través de mayores impuestos, reclutamiento de mano de obra y tributos. ¿De
qué modo se corresponde la teoría de la circunscripción y el atasco del entorno con
las pruebas? Las seis regiones en las que es más probable que se haya desarrollado el
estado prístino poseen, sin duda alguna, zonas de producción claramente
circunscritas. Como ha sostenido Malcohn Webb, todas estas regiones contienen
núcleos fértiles rodeados por zonas de potencial agrícola bruscamente reducido. En
realidad, son valles recorridos por un río o sistemas lacustres rodeados por zonas
desérticas o, al menos, muy secas. Es famosa la dependencia de Egipto, Mesopotamia
y la India antiguos de las llanuras anegables del Nilo, el Tigris-Éufrates y el Indo. En
la antigua China, las condiciones del clima, del suelo y de la topografía limitaban las
formas intensivas de agricultura más allá de las orillas de la cuenca del Río Amarillo.
Las tierras altas centrales de México, al sur de Tehuantepec, también son secas y,
además, «sufren gravemente los efectos de sombra de las lluvias en las cuencas

www.lectulandia.com - Página 76
montañosas y los valles regados por ríos que constituyeron los centros aborígenes de
población». Por último, la costa peruana se caracteriza por el marcado contraste entre
la vegetación exuberante que bordea los cortos ríos costeros que bajan desde los
Andes y las condiciones desérticas que prevalecen en los demás lugares. Todas estas
regiones plantean dificultades especiales para las aldeas que tal vez intentaron
escapar de la concentración creciente del poder en manos de jefes guerreros
redistribuidores muy agresivos.
Además, no caben dudas de que todas estas regiones fueron escenario de un
rápido crecimiento de la población con anterioridad a la aparición del estado. Ya he
mencionado que la población de Oriente Medio aumentó cuarenta veces entre el 8000
y el 4000 antes de nuestra era. Karl Butzer calcula que la población de Egipto se
duplicó entre el 4000 y el 3000 antes de nuestra era. William Sanders calcula que la
población se triplicó o cuadruplicó en las zonas montañosas de la formación estatal
primitiva de México y también se aplican cálculos semejantes a Perú, China y el
Valle del Indo. «En todas las áreas uno recibe la impresión de un aumento no sólo del
numero total de asentamientos, sino también de la densidad de distribución, tamaño y
perfeccionamiento de los emplazamientos».
Malcolm Webb también ha estudiado las pruebas de la guerra. La historia
legendaria de Egipto comienza con un relato de conquista y en el registro
arqueológico aparecen muy pronto instrumentos bélicos especializados y
fortificaciones. En Mesopotamia, las armas y las representaciones de esclavos y
batallas están presentes en los primeros tiempos predinásticos. Las fortificaciones y
las pruebas documentales muestran que la China de los Chang, en el momento de la
aparición de los primeros estados del Río Amarillo, era una sociedad sumamente
militarista. Los descubrimientos recientes en el corazón de los primeros estados del
río Indo han confirmado la existencia de aldeas neolíticas poderosamente fortificadas
que fueron destruidas por la conquista. En el Nuevo Mundo, «tanto el Perú costero
como Mesoamérica muestran una larga historia de guerra». «Los indicios
arqueológicos de las contiendas están presentes no más allá del principio del primer
milenio antes de nuestra era».
Evidentemente, el tipo de guerra que condujo a la evolución del estado debió
implicar combates externos a larga distancia por parte de grandes coaliciones de
aldeas más que el tipo de guerra interna practicada por los yanomamo. Como la
matrilocalidad es un método repetido de trascender la capacidad limitada de los
grupos aldeanos patrilineales para formar alianzas militares multialdeanas, parece
probable que las sociedades al borde de la categoría de estado adoptaran
frecuentemente formas matrilineales de organización social. Según Robert Briffault,
existe un considerable número de pruebas literarias que sustentan la opinión de que
las antiguas sociedades estatales poseían instituciones matrilineales inmediatamente

www.lectulandia.com - Página 77
antes e inmediatamente después de alcanzar la categoría de estado. Por ejemplo, el
gran egiptólogo Flinders Petrie sostenía la opinión de que las divisiones
administrativas, o nomos del Egipto dinástico primitivo, habían sido en otro tiempo
clanes matrilineales y de que, en los tiempos más antiguos, la residencia posmarital
era matrilocal. Estrabón, el historiador griego, escribió que los antiguos pueblos de
Creta reverenciaban predominantemente deidades femeninas, otorgaban a las mujeres
un papel destacado en la vida pública y practicaban la matrilocalidad. Plutarco afirma
que, en Esparta, el matrimonio era matrilocal y que «las mujeres gobernaban a los
hombres». El gran clasicista Gilbert Murray estaba convencido de que, en tiempos
homéricos, en Grecia, «los hijos se marchaban a aldeas extranjeras para servir y
casarse con las mujeres que poseían la tierra allí». Herodoto dijo de los lisios, que
habitaban el extremo oriental del Mediterráneo: «Tienen una costumbre singular que
los diferencia de todas las demás naciones del mundo: llevan el nombre de sus
madres, no el de sus padres». Con respecto a los germanos primitivos, Tácito escribió
que «los hijos de una hermana tienen la misma posición con respecto a su tío que a su
padre» y «algunos incluso consideran al primero como el vínculo más fuerte».
Para un antropólogo moderno, esta fuerza en el vínculo entre el hermano de la
madre y el hijo de la hermana sugiere claramente la existencia de una organización
matrilineal anterior. Además, la descripción de Tácito sobre el status relativamente
alto de las mujeres en la antigua Germania está sustentada por los descubrimientos de
mujeres vestidas como guerreros y enterradas al lado de hombres vestidos del mismo
modo. Livy informa que las curiae, o primeras divisiones administrativas, recibieron
este nombre por las sabinas a las que supuestamente violaron los seguidores de
Rómulo. Por último, Briffault afirma que la nomenclatura romana de parentesco
hacía una distinción entre el hermano del padre y el hermano de la madre. El primero
se llamaba patruus y el segundo, avunculus. La palabra latina que significa
antepasado es avus. Por ello, como ocurriría en el caso de un sistema matrilineal, el
hermano de la madre era designado con una palabra que denotaba el antepasado
común con el hijo de la hermana. (El hecho de que la palabra inglesa «uncle» —tío—
derive de la palabra que significa «hermano de la madre» denota la importancia
anterior de las relaciones hermano de la madre-hijo de la hermana).
Las figurillas y las estatuas femeninas encontradas en muchas culturas pre-
estatales de Europa y el Sudeste Asiático ofrecen otra línea de pruebas que sugiere
organizaciones matrilineales. Por ejemplo, en Malta, el Templo de Tarxien, erigido
con anterioridad al 2000 antes de nuestra era, contenía una estatua de piedra de un
metro ochenta de altura de una mujer gorda, sentada. El tema de las «señoras gordas»
se repite en varias versiones menores encontradas en los templos malteses, asociadas
con los entierros humanos, los altares y los huesos de los animales sacrificados, lo
cual indica el culto a los antepasados femeninos.

www.lectulandia.com - Página 78
Aunque la mayoría de estas pruebas pertenecen principalmente a la formación de
los estados secundarios en Europa, son lo bastante consistentes para garantizar la
inferencia de que los estados prístinos habían pasado antes por una etapa matrilineal
semejante. Pero si la hubo, ya sea para los estados prístinos o secundarios, debió ser
breve. Lo que discernimos a través de los escritos de los historiadores griegos y
romanos clásicos son los rastros persistentes de sistemas que ya habían retornado a la
descendencia patrilineal. Muy pocas sociedades estatales antiguas o modernas tienen
descendencia matrilineal o practican la matrilocalidad (motivo por el cual Herodoto
describió a los lisios como diferentes a «todas las demás naciones del mundo»). Con
el surgimiento del estado, las mujeres volvieron a perder influencia. De Roma a
China fueron definidas legalmente como pupilas de sus padres, maridos o hermanos.
Creo que el motivo de esto reside en que la matrilocalidad ya no era funcionalmente
necesaria para el reclutamiento y el entrenamiento de las fuerzas armadas. Los
estados libran batallas mediante especialistas militares cuya solidaridad y eficacia
dependen de los rangos jerárquicos y la disciplina estricta, no de la residencia
posmarital común. En consecuencia, el surgimiento del estado vio que el antiguo
complejo de supremacía masculina volvía a afirmarse con todas sus fuerzas. No creo
que sea un accidente el hecho de que los siuai, los trobriandeses y los cherokees pre-
estatales practiquen la guerra externa y tengan organizaciones matrilineales mientras
el estado bunyoro, que practica una guerra aún más externa, cuenta con instituciones
patrilineales y un fuerte conjunto institucional de supremacía masculina.
Una vez que los estados prístinos se han formado en una región dada, los estados
secundarios comienzan a desarrollarse bajo diversas condiciones especiales. Algunos
estados secundarios se forman para defenderse de las invasiones depredadoras
realizadas por sus vecinos más adelantados; otros se desarrollan a consecuencia de
los intentos por asumir el control de las rutas comerciales estratégicas y el volumen
incrementado de mercancías en tránsito que generalmente acompañan el crecimiento
de los estados en cualquier región. Y otros se forman como parte de un intento de los
pueblos nómadas que viven en los límites de un estado a fin de saquear su riqueza.
Los estados encontrados en regiones de densidad relativamente baja y no atascados
siempre han de analizarse teniendo en cuenta estas posibilidades, antes de llegar a la
conclusión de que la intensificación y las presiones reproductoras no provocaron la
evolución de los estados prístinos de la región. Por ejemplo, los pueblos pastores de
baja densidad —turcos, mongoles, hunos, manchúes y árabes— han desarrollado
repetidamente estados, pero sólo después de depredar los imperios chino, hindú,
romano y bizantino preexistentes. En el oeste de África, los estados secundarios se
desarrollaron a consecuencia de los intentos musulmanes y europeos para controlar el
tráfico de esclavos, de oro y de marfil, mientras en el África austral los zulúes
desarrollaron, en el siglo XIX, un estado para enfrentar la amenaza militar planteada

www.lectulandia.com - Página 79
por los colonizadores holandeses que invadieron su tierra natal.
En mi opinión, lo más destacado de la evolución de los estados prístinos es que
tuvo lugar como consecuencia de un proceso inconsciente: los participantes de esta
enorme transformación parecen no haber sabido lo que estaban creando. Mediante
cambios imperceptibles en el equilibrio redistributivo de una generación a la
siguiente, la especie humana se comprometió con una forma de vida social en la cual
la mayoría se degradaba en nombre de la exaltación de la minoría. Como dice
Malcolm Webb, al comienzo del extenso proceso nadie podía prever el resultado
final. «Incluso a la vez que se integraba, el igualitarismo tribal desaparecería
gradualmente, sin conciencia de la naturaleza del cambio, y en ese punto la
consecución final del control absoluto sólo parecería una alteración menor de la
costumbre establecida. La consolidación del poder gubernamental habría tenido lugar
como una serie de respuestas naturales, provechosas y sólo ligeramente (si es que lo
eran) extralegales con respecto a las condiciones actuales y cada nueva adquisición
del poder estatal sólo representaba una leve desviación de la práctica
contemporánea». En el momento en que los restos del antiguo consejo quedaran
definitivamente impotentes ante el poder creciente del rey, nadie recordaría la época
en que el rey sólo había sido un mumi glorificado cuyo status exaltado se basaba en
la benevolencia de sus amigos y parientes.
A quienes opinan que mi explicación de la evolución de la cultura es demasiado
determinista y mecánica, propongo que analicen la posibilidad de que en este mismo
momento volvemos a atravesar lentamente una serie de cambios «naturales,
provechosos y sólo ligeramente… extralegales» que transformarán la vida social de
un modo que muy pocos de los que hoy estamos vivos desearíamos imponer
conscientemente a las generaciones futuras. Evidentemente, el remedio para esa
situación no puede consistir en la negación de un componente determinista en los
procesos sociales; más bien debe residir en llevar ese componente a la luz de la
comprensión popular.
Pero más adelante volveremos a referirnos a las implicaciones morales de este
relato. La tarea inmediata que aparece ante nosotros consiste en rastrear las
consecuencias adicionales de la aparición del estado en el contexto de las distintas
pautas regionales de intensificaciones, agotamientos y crisis ecológicas. Me ocuparé
en primer lugar de la historia trágica de Mesoamérica.

www.lectulandia.com - Página 80
8 Los estados precolombinos de Mesoamérica
Algunos arqueólogos sostienen que las presiones ecológicas y reproductoras
tuvieron poco que ver con el surgimiento del estado de Mesoamérica. Afirman que la
transición a la condición de estado tuvo lugar primero entre los olmecas y los mayas,
que vivían en las tierras bajas pantanosas y en las selvas donde no existía la
posibilidad de practicar formas de agricultura intensiva ni barreras que impidieran la
dispersión de la población. Aparentemente, estos estados selváticos evolucionaron a
causa de los estímulos espirituales característicos de las concepciones mayas y
olmecas del mundo. Como creían que las lluvias, las cosechas y la continuidad de la
vida eran designio de los dioses, los olmecas y los mayas sintieron la necesidad de
construir centros ceremoniales y de albergar y abastecer a una clase sacerdotal de no
productores de alimentos. Puesto que eran más religiosos que otros pueblos aldeanos
preestatales, erigieron templos más grandes y mostraron un respeto y una devoción
excepcionalmente notorios hacia sus sacerdotes y funcionarios. Los costos y los
beneficios carecían de importancia. Su organización política no surgió del
crecimiento demográfico, de la pérdida de eficacia, de la guerra, del atasco… ni de
nada tan burdo. Más bien evolucionó a partir de un sometimiento voluntario a una
teocracia benévola.
Los arqueólogos que postulan este tipo de explicación para el origen del estado en
Mesoamérica parecen entusiasmarse con la idea de que la fe y la inventiva humanas
triunfaron por encima de las condiciones ecológicas adversas.
Aunque simpatizo con el sentimiento que sustenta esta celebración de los logros
creativos de culturas como la olmeca y la maya, me parece mucho más urgente
comprender las limitaciones planteadas por los factores ecológicos y reproductivos,
incluso en las formas más inspiradas de la actividad humana.
Sin lugar a dudas, los olmecas constituyen un caso desconcertante. Descritos por
el arqueólogo mexicano Covarrubias como la «civilización madre» del Nuevo
Mundo, los olmecas habitaron las tierras bajas húmedas y las llanuras costeras de los
estados de la costa del Golfo de México, Veracruz y Tabasco. Entre el 800 y el 400
antes de nuestra era erigieron diversos centros-templos ampliamente separados entre
sí —los más antiguos del Nuevo Mundo— encima de montículos artificiales de dos a
tres acres de longitud. El asentamiento más conocido es La Venta, en Tabasco, en una
isla en el centro de un pantano. La estructura más imponente de La Venta es un cono
de barro de ciento veintiocho metros de diámetro y alrededor de treinta y dos metros
de altura. En torno al emplazamiento aparecen esculturas monumentales que se
componen de planchas de piedra tallada de cincuenta toneladas denominadas estelas,
altares y cabezas humanas enormes y redondas que parecen llevar cascos de
deportistas.

www.lectulandia.com - Página 81
Aunque los centros ceremoniales olmecas contienen pruebas impresionantes de la
capacidad de los jefes-distribuidores para organizar proyectos cooperativos y
mantener a los artesanos calificados en escultura, mampostería, y la fabricación de
joyas de jade y cerámicas, la escala de sus esfuerzos no coincide con lo que uno
esperaría de una forma de gobierno de nivel estatal. Cada emplazamiento pudo ser
construido por una población de no más de dos o tres mil personas y están demasiado
separados entre sí para configurar un único sistema político interrelacionado.
A fin de mantener en perspectiva a los olmecas, debemos considerar la escala de
construcción característica de los emplazamientos que históricamente se sabe han
alcanzado el umbral de la formación estatal. Por ejemplo, cuando los primeros
exploradores franceses subieron por el Valle del Mississippi, encontraron «ciudades»
populosas y enormes plataformas de barro que sustentaban templos de madera y las
casas de sacerdotes y nobles. Un resto de la mayor de estas estructuras, el montículo
de Cahokia, todavía existe en las afueras del este de St. Louis. Antes de que las
rasadoras lo devoraran, medía más de treinta metros de altura y cubría quince acres
en comparación con los dos o tres acres característicos de los emplazamientos
olmecas. Además, sabemos que bajo los auspicios de los jefes-redistribuidores
«grandes hombres» que carecen de la capacidad de gravar, reclutar y castigar a sus
seguidores, pueden realizarse impresionantes hazañas de construcción. Incluso los
pueblos no agrícolas kwakiutl y haida, del noreste del Pacífico, dirigidos por jefes-
redistribuidores, fueron capaces de cierta habilidad para construir monumentos en
forma de totems y pilares tallados para las casas. En Stonehenge y otros centros
ceremoniales primitivos de Europa relacionados con la extensión de la agricultura, las
jefaturas preestatales lograron erigir complejos monumentos astronómicamente
orientados con bloques de piedra que pesaban bastante más que los hallados en La
Venta. A decir verdad, los emplazamientos olmecas son insignificantes en
comparación con los grandes centros montañosos de la meseta central de México. En
el mejor de los casos representan una etapa de desarrollo que quedó retenida a nivel
de la categoría incipiente del estado. Su imposibilidad de proseguir el desarrollo
estaba evidentemente relacionada con el hecho de que, a causa de las circunstancias
ecológicas, sus densidades regionales de población permanecieron bajas y sin
atascos.
También debo mencionar la posibilidad de que, en las zonas montañosas de la
meseta central, todavía es posible que se descubran estructuras ceremoniales
indicativas de una categoría incipiente de estado más antiguas que las olmecas. Las
excavaciones recientes realizadas por Ronald Grennes Ravitz y G. Coleman
demuestran que las figurillas de tipo olmeca encontradas en Morelos y el Valle de
México son tan antiguas como las halladas en Veracruz y Tabasco. Además, en estos
emplazamientos montañosos los objetos olmecas aparecen por encima de estratos que

www.lectulandia.com - Página 82
contienen cerámicas tradicionales indígenas de las montañas anteriores al período
olmeca hasta en cuatrocientos años. En consecuencia, es posible que pueda
demostrarse que los centros-templos olmecas dependieron parcialmente del
crecimiento de los primeros estados montañosos. Incluso es probable que los
emplazamientos olmecas representen avanzadas coloniales —tal vez centros de
peregrinación, como han propuesto Grennes Ravitz y Coleman—, en torno a las
cuales se organizaba el comercio entre las tierras bajas tropicales y la meseta central
árida.
Al este de las tierras olmecas se extiende la Península de Yucatán, otra región en
la que el camino hacia la categoría de estado parece ignorar los principios ecológicos.
Aquí vivieron los mayas, un pueblo que inventó un complejo sistema de escritura
jeroglífica y numeración matemática, escribió su historia en libros en forma de
acordeón, realizó observaciones astronómicas exactas, desarrolló un calendario solar
altamente preciso y dominó las artes de la escultura en piedra y la mampostería.
La mitad inferior de la Península de Yucatán está cubierta por una densa región
selvática denominada Petén. Del 300 al 900 antes de nuestra era, los mayas se
dedicaron a la construcción de numerosos centros ceremoniales en el corazón de esta
región. Norman Hammond ha contado 83 emplazamientos principales en la porción
sureña de Yucatán, separados por una distancia media de sólo 15 kilómetros. En estos
centros aparecen edificios de muchas habitaciones complejamente adornados y
agrupados simétricamente alrededor de plazas centrales empedradas; salas de baile
para juegos rituales; estelas de planchas de piedra con fechas conmemorativas, las
genealogías de los gobernantes y otras informaciones históricas que todavía no se han
descifrado; altares con grabados de textos jeroglíficos adicionales e imponentes
estatuas de los dioses y la nobleza. Por encima de todos se ciernen las enormes
pirámides truncadas con caras de piedra tallada y coronadas por templos de piedra. El
emplazamiento más grande es Tikal, cuyas pirámides ascienden 57 metros en escarpa
por encima del suelo de la plaza. En su apogeo, durante el siglo nueve de nuestra era,
Tikal pudo llegar a contar con cerca de 40.000 habitantes en su perímetro rural y la
densidad global fue calculada en 250 personas por milla cuadrada. Así, el Petén
habría estado tan densamente poblado como la Europa moderna. No caben dudas que
los centros mayas más grandes eran las capitales administrativas de los pequeños
estados. Pero no existen posibilidades de que los mayas alcanzaran la categoría de
estado de un modo totalmente independiente de los estados preexistentes de la región
montañosa. Teotihuacán, que analizaré a continuación, ya contenía varias decenas de
miles de habitantes cuando Tikal sólo asomaba por encima de las copas de los
árboles. Teotihuacán se encuentra a más de novecientos kilómetros de Tikal, pero las
ondas de choque militares y económicas emitidas por los grandes imperios
montañosos llegaban regularmente a las regiones más lejanas. Sabemos que en el 300

www.lectulandia.com - Página 83
de nuestra era Kaminaljuyu, una ciudad maya emplazada en las montañas
guatemaltecas que daban al Petén, había caído bajo la influencia de Teotihuacán.
Kaminaljuyu probablemente contenía una guarnición militar que controlaba las rutas
comerciales entre el Petén, la costa del Pacífico y la meseta central mexicana.
Después del 300 de nuestra era, el comercio de mercancías, los estilos pictóricos y los
motivos arquitectónicos de los centros del Petén permiten afirmar que los
acontecimientos de las tierras altas de la meseta central afectaban a los mayas. No
pueden excluirse los compromisos militares reales entre los estados montañosos del
formativo tardío o el clásico temprano y los estados mayas incipientes en el Petén.
El comercio entre los mayas y sus vecinos de las tierras altas tal vez hayan
acercado a los primeros a la categoría de estado. La región de Petén carece de fuentes
de piedras indígenas adecuadas para la manufactura de metates y manos o cuchillos y
puntas de proyectiles. Estos objetos eran imprescindibles para moler maíz y para las
armas militares. Junto con la sal, los obtenían a través del intercambio con las tierras
altas. Quizás este intercambio acrecentó la distancia entre los jefes-redistribuidores
mayas primitivos y los plebeyos en dos aspectos: era posible obtener términos más
eficaces de intercambio con individuos más poderosos que eran pares de la nobleza
de nivel estatal con la cual tenían que tratar y el control de estos recursos estratégicos
adicionales pudo sumarse al potencial para dominar a los incipientes campesinos
productores de alimentos. De manera general, cuanto mayor era el volumen
comercial, mayor era el movimiento a través del sistema redistributivo y el poder de
los individuos que estaban a cargo del proceso redistributivo.
Las pruebas que permiten considerar a los centros mayas como estados
secundarios no excluyen la posibilidad de que las presiones reproductoras y
ecológicas generadas en la región de Petén también podrían haber contribuido al
proceso de formación estatal. Vista de cerca, la «selva» de Petén está llena de
sorpresas. El primer aspecto que es necesario aclarar es su tamaño: sólo 30.000 millas
cuadradas en comparación con los 2 millones de millas cuadradas de la del
Amazonas-Orinoco. Luego aparece su peculiar tipo de precipitaciones. A medida que
uno avanza hacia el norte, desde Petén hasta el extremo de la Península de Yucatán,
las precipitaciones anuales disminuyen y los bosques son reemplazados por arbustos
espinosos, cactus y otras plantas resistentes a la sequía. Dentro del bosque central de
Petén, la precipitación anual sólo alcanza la mitad, aproximadamente, que la del
Amazonas-Orinoco. La estación seca en Petén es extremadamente severa y tanto el
total anual como el estacional están sometidos a variaciones extremas. Es posible que
no caiga una sola gota de lluvia durante los meses de marzo y abril. Las condiciones
de la sequía suelen prevalecer durante febrero y marzo, e incluso durante la estación
de las lluvias. Según C. L. Lundell:

www.lectulandia.com - Página 84
La vegetación no posee la exuberancia del auténtico bosque lluvioso, de modo
que se lo podría considerar un bosque casi lluvioso. Las precipitaciones ascienden a
menos de 1.800 mm, máxima que no basta para mantener un auténtico bosque
lluvioso en una región con una estación seca pronunciada.

La mayoría de los árboles de Petén mudan sus hojas en cada estación seca,
tendencia que se ve acentuada durante la sequía. En realidad, esta «selva» a veces
está tan seca que los agricultores ni siquiera tienen que «podar» a fin de despejar los
terrenos de cultivo de la estación siguiente incendiando la maleza. En esas ocasiones,
la preocupación principal es evitar que los incendios se extiendan.
Y ahora nos enfrentamos con el hecho de que la Península de Yucatán tiene una
estructura geológica peculiar. Su lecho de roca se compone casi exclusivamente de
roca caliza (de ahí la necesidad de importar rocas de las montañas para moler el
maíz). En consecuencia, hay pocos ríos y lagos permanentes, ya que la mayor parte
de las precipitaciones se filtran rápidamente a través de la piedra caliza y desaparece
por completo sin ningún desagüe superficial. Durante la estación seca se produce una
escasez de agua potable, salvo donde hay, en la piedra caliza, charcos o agujeros
naturales con el fondo de arcilla, cuyo drenaje interior se ha atascado.
Como podría esperarse, las aldeas mayas más antiguas estaban situadas cerca de
los dos únicos ríos permanentes de la Península de Yucatán: el Usumacinta al
sudoeste y el Belize al sudeste. Alrededor del 600 antes de nuestra era, la región que
rodea Tikal parece haber estado deshabitada, lo que indicaría que sólo después de que
los parajes ribereños favorables a la subsistencia se cubrieron, los agricultores
comenzaron a colonizar el interior del bosque. Seguramente estos colonizadores se
parecieron a los yanomamo y a otros «indios de a pie», sin canoas, que habitan las
zonas deficientes en proteínas de la cuenca del Amazonas-Orinoco, lejos de los ríos
principales. Pero, poco después, la geomorfología y el clima característicos de la
región de Petén habían creado una situación que no tiene paralelos en la Amazonia.
Los agricultores primitivos de Petén no tuvieron la libertad de expandirse
parejamente a través del bosque. Era necesario situar las colonias cerca de los charcos
que con seguridad no se evaporarían durante una aguda sequía. Sabemos que
posteriormente se excavaron cisternas totalmente artificiales, denominadas chultuns,
hasta una profundidad de veinte metros en el lecho de roca de piedra caliza, y se
endurecieron con cal a fin de asegurarse las provisiones de agua dulce. Algunos
chultuns se construyeron debajo de las plazas empedradas de los centros
ceremoniales y, durante las tempestades lluviosas, actuaban como cuencas. En una
aldea moderna de Campeche, el agua potable durante la estación seca se obtenía
bajando 135 metros por debajo de la superficie a través de una caverna subterránea.
Todos los emplazamientos mayas clásicos, incluidos Tikal y otros centros de Petén,

www.lectulandia.com - Página 85
fueron construidos junto a pozos de almacenamiento o reservorios artificiales o
naturales. El más famoso de los charcos naturales o cenotes está situado cerca de
Chichén Itza, un centro maya tardío en el monte de Yucatán. Las enormes cantidades
de huesos humanos y de objetos de oro extraídos del fondo sugieren que arrojaban en
él a personas y objetos rituales a fin de satisfacer a los dioses de las aguas. Por ello
existen muchas posibilidades de que las colonias primitivas de Petén tendieran a
aumentar más allá del punto normal de división de las aldeas del bosque tropical. Esta
teoría desplaza el problema de la aparición de los centros ceremoniales mayas desde
el reino de los cielos al reino de la tierra y del agua. Los agricultores mayas tenían
una razón muy práctica para no huir a los bosques cuando sus jefes-redistribuidores
comenzaron a actuar como monarcas en lugar de como mumis.
El próximo problema a abordar consiste en determinar de qué modo los mayas,
bajo la dirección de sus jefes-redistribuidores, lograron aumentar la densidad de
población a un nivel que era 250 veces superior al alcanzado en las zonas
interfluviales del Amazonas-Orinoco. En general, los arqueólogos han supuesto que
los mayas antiguos labraban el Petén del mismo modo que sus descendientes
modernos: mediante un sistema conocido con el nombre de poda y quema. Pero,
evidentemente, esto es algo imposible.
La poda y quema constituye una forma de agricultura que se adapta bien a las
regiones que poseen abundante cobertura boscosa y cuentan con altas tasas de
regeneración. El objetivo del sistema de poda y quema consiste en utilizar una
sección de bosque durante algunos años, dejarlo en barbecho lo suficiente para que
los árboles vuelvan a crecer y más tarde volver a utilizarlo. La «poda» se refiere a la
práctica de cortar árboles pequeños, enredaderas y arbustos, y dejarlos secar antes de
prenderles fuego. La quema, que generalmente se realiza poco antes del comienzo de
la estación de las lluvias, crea una capa de cenizas que actúa como fertilizante. Los
cultivos se plantan directamente en el terreno cubierto de cenizas, en agujeros o
pequeños montículos, sin necesidad de labranza. Durante dos o tres temporadas es
posible obtener altas producciones de maíz, judías, cidracayotes y otros cultivos.
Después, las malas hierbas se diseminan desde el bosque circundante no podado e
invaden el campo; al mismo tiempo, las precipitaciones filtran la ceniza fertilizante.
Poco después será preciso encontrar un nuevo terreno. La agricultura de poda y
quema permite altos rendimientos por hectárea y por hombre-hora siempre que se
mantenga entre las quemas sucesivas un intervalo suficiente que permita un nuevo
crecimiento considerable de árboles y arbustos. Cuanto mayor sea la cantidad de
cenizas, más elevada será la producción. Cuanto más largo sea el intervalo durante el
cual un bosque permanece en barbecho, más madera habrá para convertirla en ceniza.
Por este motivo, los agricultores de poda y quema del sudeste asiático se consideran
«el pueblo que come bosques». Cuanto más breve sea el período de barbecho, más

www.lectulandia.com - Página 86
baja será la producción. En los bosques tropicales el descenso puede ser brusco, no
sólo en virtud de que las fuertes precipitaciones concentradas filtran rápidamente los
nutrimentos del terreno, sino porque las malas hierbas crecen más tupidas cada año
que el campo se mantiene en uso constante.
Sin duda alguna, la poda y la quema fue el sistema utilizado por los primeros
pueblos agricultores que entraron en el Petén, pero no es posible que haya seguido
siendo el modo de subsistencia principal durante y después de la transición al estado.
Al contar las ruinas de los emplazamientos de las casas, Dennis Puleston, de la
Universidad de Minnesota, calcula que en la zona residencial de los alrededores de
Tikal había 2.250 personas por milla cuadrada y 750 por milla cuadrada en la zona
comprendida entre Tikal y su vecina Uxactun. Es imposible que los sistemas de poda
y quema puedan sustentar semejantes densidades. Sherburne Cook, al considerar toda
la zona de Petén, demuestra que mediante las técnicas de poda y quema se podría
haber cultivado maíz, judías y cidracayotes suficientes para sustentar a la población
global calculada en un millón y medio de habitantes. Pero estos cálculos suponen que
los agricultores estaban parejamente diseminados por el bosque y que tenían la
libertad de mudarse a nuevos claros cuando los viejos se agotaban. Ninguno de estos
supuestos es válido porque no toman en cuenta el efecto limitador de la estación seca
con respecto a la disponibilidad de agua potable. Además, durante la estación lluviosa
las zonas bajas se enfrentan con los problemas opuestos —demasiada agua— y están
excesivamente empantanadas para que sea posible utilizarlas sin excavar acequias de
desagüe.
Teóricamente, la imagen de lo que debió ocurrir parece clara. A medida que la
población de Petén aumentaba, debieron intensificar el ciclo de poda y quema, lo que
dio por resultado barbechos más breves entre las quemas y, por ende, una merma del
rendimiento. Así surgieron las condiciones para la adopción y la proliferación de un
sistema más eficaz que implicaba costos iniciales más elevados que, a su vez, crearon
la base para unas densidades de población aun más altas y para la aparición de los
primeros estados menores. ¿Pero cuál era la naturaleza del sistema nuevo y más
productivo? Temo que mi teoría se ha adelantado a los testimonios arqueológicos,
aunque existen algunos indicios esperanzadores de que las pruebas están a punto de
alcanzarla.
Una de las medidas que los mayas adoptaron cuando la eficacia de la poda y
quema declinó, consistió en plantar arboledas de Brosimum alicastrum. Como C. L.
Lundell afirmó en los años treinta de nuestro siglo, éste es el árbol más común que
cubre las ruinas de los centros ceremoniales de Petén. Cuando los arqueólogos
afirman dramáticamente que tuvieron que abrirse paso a hachazos por la selva con el
fin de dejar al descubierto las maravillas de la arquitectura y la escultura mayas,
generalmente se olvidan de agregar que se abrieron paso a hachazos por un huerto

www.lectulandia.com - Página 87
demasiado crecido. Naturalmente, el cultivo de árboles implica altos costos iniciales
—se debe esperar varios años para que comience a redituar el trabajo invertido en él
—, aunque es altamente productivo por hectárea y por hombre-hora. Recientemente
Dennis Puleston, al descubrir que el emplazamiento de cada casa de Tikal estaba
rodeado por una arboleda de esta especie, llegó a la conclusión de que dichos árboles
suministraban el 80 por ciento de las calorías consumidas por los habitantes de Tikal
durante el siglo IX de nuestra era. Sin embargo, existen otras alternativas que
simplemente podrían haber sido pasadas por alto por la generación de arqueólogos
que prefirió pensar que los templos mayas descendieron del cielo en hilos de oro en
lugar de pensar que fueron construidos con el esfuerzo de las personas que querían
saber de dónde obtendrían la comida siguiente. En este sentido, es posible que uno de
los descubrimientos más importantes sobre los mayas corresponda al realizado en
1975 en Edzna, en Campeche, por Ray Mathenay. Al estudiar las fotografías aéreas
tomadas durante la estación de las lluvias (otros habían limitado las fotografías aéreas
a la estación seca, cuando las condiciones eran «mejores»), Mathenay detectó una red
de canales, fosos y depósitos que se extendían a partir del centro ceremonial. Debido
al denso follaje que los cubre durante la estación de las lluvias y al hecho de que el
agua que contiene se evapora durante la estación seca, estas construcciones son
difíciles de detectar con sólo reconocimientos sobre el terreno.
Los canales tienen aproximadamente un kilómetro y medio de longitud, treinta
metros de ancho y alrededor de tres metros de profundidad. Mathenay supone que
fueron utilizados para almacenar agua potable, para regar a mano los huertos
adyacentes y como fuente de barro para renovar la fertilidad de los campos en
barbecho. Agregaría por mi parte que, en algunas regiones, los canales permitieron
que se practicaran dos cosechas anuales, una basada en drenar las zonas bajas durante
la estación de las lluvias y la segunda plantada en el barro húmedo durante la estación
seca. Aunque Edzna se encuentra fuera de la zona central de Petén, el hecho de que
su sistema de control de las aguas no fuera detectado durante tanto tiempo significa
que todos los juicios con respecto a la ausencia de sistemas intensivos dentro del
Petén han de quedar en suspenso.
Estas indicaciones nos aproximan al aspecto más espectacular del Petén maya.
Después del 800 de nuestra era, las construcciones cesaron en un centro tras otro, no
se realizaron más inscripciones conmemorativas, los templos se llenaron de
desperdicios de los hogares y, en el Petén, toda la actividad gubernamental y
eclesiástica se detuvo de un modo más o menos abrupto. Las autoridades en la
materia difieren con respecto a la rapidez con que disminuyó la población. Pero, en la
época de la llegada de los españoles, la zona de Petén hacía mucho que había
retornado a densidades de población iguales o inferiores a las características de
épocas preestatales y, hasta hoy, la zona sigue prácticamente despoblada. En un

www.lectulandia.com - Página 88
momento u otro, muchos sistemas estatales mesoamericanos precolombinos, incluido
Teotihuacán, sufrieron colapsos igualmente bruscos. Lo singular del Petén maya es
que no sólo desaparecieron permanentemente los estados, sino también poblaciones
enteras. En las montañas de la meseta central, la caída política generalmente era
seguida de la aparición de estados e imperios nuevos y más amplios, que abarcaban el
territorio y la población de sus predecesores. En consecuencia, lo que se deduce de la
caída de los mayas es que el estado de Petén desarrolló una base ecológica
extraordinariamente vulnerable que, una vez quebrada, no fue posible regenerar.
No podremos saber exactamente cómo destruyeron su base ecológica los mayas
hasta que no comprendamos mejor el modo en que concordaban los diversos
componentes de su sistema agrícola. Por el momento, lo máximo que podemos hacer
es decir que cada componente tenía un límite hasta el cual podía llegar, después de lo
cual retrocedía con consecuencias devastadoras. La poda y quema con barbechos
breves puede convertir las selvas en praderas permanentes. En el corazón mismo de
la zona de Petén existe una enorme sabana cubierta de hierba que probablemente se
creó a causa de una quema excesiva. La deforestación conduce, a su vez, a la erosión
en las laderas. En Petén, la cobertura del terreno de la meseta es sumamente
superficial y desaparece con facilidad cuando la cobertura vegetal no la protege. La
erosión también puede dañar los sistemas de control de agua de las tierras bajas
porque conduce a la concentración excesiva de sedimentos en canales y reservorios.
Por último, al estropear la cobertura boscosa de una zona tan extensa como la de
Petén es muy fácil modificar la pauta regional de precipitaciones anuales,
prolongando la estación seca y aumentando la frecuencia y la gravedad de las
sequías.
Es posible que la desaparición real de cada centro de Petén haya planteado un
drama ligeramente distinto: en algunos, el fracaso de las cosechas; en otros, la
rebelión; la derrota militar en unos terceros o diversas combinaciones según los
acontecimientos locales. Pero no caben dudas de que el proceso esencial lo constituía
el agotamiento del terreno frágil y de los recursos boscosos hasta un punto tan grave
que, para su regeneración, era preciso dejar de utilizarlas durante varios siglos.
Cualquiera que fuese la causa exacta de la caída de los mayas, la razón de la
preeminencia de las tierras altas de Mesoamérica parece evidente. La capacidad de
los valles semiáridos de la meseta central para realizar intensificaciones agrícolas
sucesivas superaba la del bosque casi tropical de los mayas. Mostraré cómo operó
este proceso de intensificación en la historia del imperio de Teotihuacán.
El Valle de Teotihuacán es una rama del Valle de México, que se encuentra
aproximadamente a 38 kilómetros al noreste del centro de Ciudad de México. Al
igual que el Valle de Tehuacán, donde Richard MacNeish encontró las plantas
domesticadas más antiguas, el Valle de Teotihuacán no tuvo aldeas permanentes hasta

www.lectulandia.com - Página 89
el primer milenio antes de nuestra era. Entre el 900 y el 600 antes de nuestra era, las
aldeas estaban confinadas a las pendientes boscosas superiores del valle, por debajo
de la profundidad de las heladas, pero a suficiente altura para aprovechar las
precipitaciones suplementarias que caen en las laderas. Sin duda, el tipo de
agricultura practicado por los primeros aldeanos era alguna forma de poda y quema
de barbechos prolongados. En el 600-300 antes de nuestra era, se habían formado
varias aldeas más grandes a menor altitud, en el borde del suelo del valle,
aparentemente con el propósito de aprovechar los terrenos aluviales y de practicar
una forma rudimentaria de irrigación. Durante el período siguiente, 300-100 antes de
nuestra era, las colonias crecieron plenamente en el lecho del valle y una de ellas —el
núcleo de lo que se convertiría en la ciudad de Teotihuacán— ya contenía 4.000
habitantes. El movimiento desde las laderas hasta el lecho del valle sugiere
claramente la existencia de presiones reproductoras crecientes a consecuencia de la
intensificación y el agotamiento del sistema de poda y quema, sobre todo por
deforestación y erosión. A medida que la eficacia del trabajo de la agricultura de poda
y quema disminuía, mereció la pena utilizar gastos iniciales y trabajos de
construcción en las estructuras de irrigación. Numerosos manantiales grandes
alimentados por el agua que se cuela a través de las laderas volcánicas porosas hasta
el lecho del valle constituyeron la base del sistema de irrigación de Teotihuacán, que
incluso se utilizan actualmente. A medida que la población de la colonia central
aumentó, la red de canales del tamaño de ríos y alimentados por manantiales se
utilizó para regar alrededor de 14.000 acres de tierras de labranza altamente
productivas y de doble cosecha.
La ciudad de Teotihuacán creció rápidamente a partir del año 100 de nuestra era y
alcanzó una población máxima de aproximadamente 125.000 habitantes en el siglo
VIII. La rigurosa cartografía realizada por René Millón, de la Universidad de
Rochester, muestra que la ciudad estaba dividida en barrios y distritos planificados,
cada uno con sus especialidades artesanales, enclaves étnicos, templos, mercados,
moradas palaciegas de piedra y argamasa para los ricos y poderosas y sombrías casas
de apartamentos multifamiliares para el populacho: en conjunto, alrededor de 2.200
casas de apartamentos. Millón ha contado más de 400 talleres especializados en la
fabricación de herramientas de obsidiana y más de 100 talleres de cerámica. Los
edificios más grandes y decorados bordeaban la enorme avenida escalonada que
recorría la ciudad en toda su longitud, cerca de tres kilómetros, de norte a sur. El
monumento central —la llamada Pirámide del Sol, construida con cascotes con lados
de piedra— mide 210 metros de lado y alcanza una altura de 60 metros.
Alrededor del 700 de nuestra era, Teotihuacán sufrió una caída catastrófica,
debida probablemente a la quema y al saqueo, asociados con la aparición del nuevo
poder imperial: los toltecas, cuya capital se encontraba a apenas 30 kilómetros, en el

www.lectulandia.com - Página 90
Valle de Tula. Aunque las pruebas son incompletas, considero que el responsable
principal fue el agotamiento del medio ambiente. E1 volumen de agua que surge de
los manantiales de agua fluctúa en relación con las precipitaciones. Una leve
disminución permanente del volumen de agua de los manantiales y del nivel del
subsuelo acuífero situado bajo el lecho del valle, había vuelto inhabitable
Teotihuacán. Sabemos que se produjo la deforestación de un perímetro cada vez más
amplio a medida que la ciudad crecía y consumía mayores cantidades de madera en
vigas y travesaños para las casas, en combustible para cocinar y en la manufactura del
yeso. Esta deforestación se cumplió a una escala lo bastante grande para alterar la
pauta de precipitaciones y desagües de las pendientes superiores del valle. Existía una
solución técnica al problema hidráulico que los habitantes de Teotihuacán no
pusieron a prueba, salvo en una base muy limitada. Esta solución consistía en utilizar
el lago poco profundo y las tierras pantanosas que bordeaban el Valle de Teotihuacán
por el sudoeste y que probablemente en esos días estaban enlazados con el lago
Texcoco, una masa de agua grande y parcialmente salobre que cubría la mayor parte
del contiguo Valle de México. Para aprovechar las orillas del lago, era necesario
construir acequias de desagüe y apilar la tierra extraída en lomos, procedimiento
mucho más costoso que otros tipos de irrigación. Iniciada alrededor del 1100 de
nuestra era, los pueblos que habitaban el Valle de México ya no podían evitar los
altos costos iniciales de esta forma de agricultura. Una red de canales de desagüe y de
lomos altamente productivos, cuya fertilidad se aumentaba constantemente mediante
nuevos dragados, se extendió a lo largo de la orilla del lago y constituyó la base de
subsistencia de media docena de gobiernos en lucha entre sí. Uno de ellos fue el
estado azteca, que se convertiría en el último poder imperial indoamericano de
América del Norte. Dado que Tenochtitlán, la capital de los aztecas, estaba situada en
una isla conectada a la orilla mediante un arrecife, los aztecas gozaron de una ventaja
militar con respecto a sus vecinos y poco después controlaban toda la región lacustre.
A medida que la población alcanzaba densidades sin precedentes, los montículos en
forma de lomo se extendieron hasta el lago propiamente dicho mediante el vertido de
barro encima de maleza, tallos de maíz y ramas de árboles, lo que dio por resultado
chinampas, o «jardines flotantes» (que, como es lógico, no flotaban), fabulosamente
productivos.
Al principio, sólo utilizaron de este modo los brazos de agua dulce del lago. Pero
a medida que las zonas ocupadas por las chinampas aumentaban, los ingenieros
aztecas intentaron disminuir la salinidad de las porciones salobres haciendo diques y
nivelando aquéllas con agua dulce canalizada a través de un complicado sistema de
acueductos y compuertas.
En consecuencia, al analizar la secuencia de desarrollo del Valle de Teotihuacán y
del Valle de México durante el milenio que va del 200 al 1200 de nuestra era,

www.lectulandia.com - Página 91
podemos distinguir tres amplias fases de intensificaciones agrícolas seguidas por tres
cambios en el modo de producción: en primer lugar, la intensificación de la
agricultura de poda y quema en las laderas; en segundo lugar, la irrigación por
canales alimentados mediante manantiales; y, en tercer lugar, la construcción de las
chinampas. Cada una de estas etapas implicaba inversiones iniciales y de
construcción progresivamente mayores, pero a largo plazo todas sostenían densidades
de población más altas y estados más grandes y poderosos. En esos mil años, la
población del Valle de México se elevó de unas pocas decenas de miles a dos
millones de habitantes, en tanto el alcance del control político iba de uno o dos valles
a todo un subcontinente. Según la vieja teoría del progreso constante y ascendente, el
aumento continuo de la producción agrícola debió significar que los aztecas y sus
vecinos gozaron cada vez más de los beneficios de la «alta civilización», frase que los
antropólogos no han dudado en aplicarles. Pero es una afirmación a todas luces poco
apropiada.

www.lectulandia.com - Página 92
9 El reino caníbal
Como carniceros metódicos y bien entrenados en el campo de batalla y como
ciudadanos de la tierra de la Inquisición, Cortés y sus hombres, que llegaron a
México en 1519, estaban acostumbrados a las muestras de crueldad y a los
derramamientos de sangre. El hecho de que los aztecas sacrificaran metódicamente
seres humanos no debió sorprenderles demasiado, puesto que los españoles y otros
europeos quebraban metódicamente los huesos de las personas en el potro,
arrancaban brazos y piernas en luchas de la cuerda entre caballos y se libraban de las
mujeres acusadas de brujería quemándolas en la hoguera. Pero no estaban totalmente
preparados para lo que encontraron en México.
En ningún otro lugar del mundo se había desarrollado una religión patrocinada
por el estado, cuyo arte, arquitectura y ritual estuvieran tan profundamente
dominados por la violencia, la corrupción, la muerte y la enfermedad. En ningún otro
sitio los muros y las plazas de los grandes templos y los palacios estaban reservados
para una exhibición tan concentrada de mandíbulas, colmillos, manos, garras, huesos
y cráneos boquiabiertos. Los testimonios oculares de Cortés y su compañero
conquistador, Bernal Díaz, no dejan dudas con respecto al significado eclesiástico de
los espantosos semblantes representados en piedra. Los dioses aztecas devoraban
seres humanos. Comían corazones humanos y bebían sangre humana. Y la función
explícita del clero azteca consistía en suministrar corazones y sangre humanos frescos
a fin de evitar que las implacables deidades se enfurecieran y mutilaran, enfermaran,
aplastaran y quemaran a todo el mundo.
Los españoles vieron por primera vez el interior de un templo azteca principal
como invitados de Moctezuma, el último de los reyes aztecas. Moctezuma todavía no
había tomado una decisión con respecto a las intenciones de Cortés —error que poco
después le resultaría fatal— cuando invitó a los españoles a subir los 114 escalones
de los templos gemelos de Uitzilopochtli y Tlaloc, que se encontraban en la cumbre
de la pirámide más alta de Tenochtitlán, en el centro de lo que hoy es Ciudad de
México. Mientras subían los escalones, escribió Bernal Díaz, otros templos y
santuarios «todos de un blanco resplandeciente» aparecieron ante sus ojos. En el
espacio abierto de la cumbre de la pirámide «se alzaban las grandes piedras donde
colocaban a los pobres indios escogidos para el sacrificio». Allí también había «una
voluminosa imagen como de un dragón, y otras figuras fúnebres y mucha sangre
derramada ese mismo día». Después Moctezuma les permitió ver la imagen de
Uitzilopochtli, con su «rostro muy ancho y los ojos monstruosos y terribles», delante
del cual «quemaban los corazones de tres indios que habían sido sacrificados ese
día». Las paredes y el suelo del templo «estaban tan salpicadas e incrustadas de
sangre que aparecían negras» y «todo el lugar apestaba de modo detestable». En el

www.lectulandia.com - Página 93
Templo de Tlaloc también todo estaba cubierto de sangre, «tanto las paredes como el
altar, y el hedor era tal que apenas podíamos esperar el momento de salir de allí».
La principal fuente de alimento de los dioses aztecas estaba constituida por los
prisioneros de guerra, que ascendían por los escalones de las pirámides hasta los
templos, eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos boca arriba sobre el altar de
piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo de obsidiana esgrimido
por un quinto sacerdote. Después, el corazón de la víctima —generalmente descrito
como todavía palpitante— era arrancado y quemado como ofrenda. El cuerpo bajaba
rodando los escalones de la pirámide, que se construían deliberadamente escarpados
para cumplir esta función.
Ocasionalmente, algunas víctimas de sacrificio —quizá guerreros distinguidos—
gozaban del privilegio de defenderse a sí mismos un rato antes de que las mataran.
Fray Bernardino de Sahagún, el máximo historiador y etnógrafo de los aztecas,
describió del modo siguiente esas batallas simuladas:

…asesinaban a otros cautivos, luchaban con ellos… que estaban atados a la altura
de la cintura con una cuerda que pasaba a través del agujero de una piedra redonda,
como la de un molino; y [la cuerda] era lo bastante larga para que [el cautivo] pudiera
caminar trazando la circunferencia completa de la piedra. Y le daban armas con las
que podía luchar; y cuatro guerreros se lanzaban contra él con espadas y escudos y
uno a uno intercambiaban golpes de espada hasta que lo derrotaban.

Aparentemente, en el estado azteca de dos o tres siglos antes, el monarca no


estaba por encima de la tarea de despachar a algunas víctimas con sus propias manos.
Diego Durán ha hecho un relato del sacrificio legendario de los prisioneros
capturados entre los mixtecas:

Los cinco sacerdotes entraban y reclamaban al prisionero que se encontraba en el


primer lugar de la fila… Llevaban a cada prisionero hasta el sitio en el que se
encontraba el rey y, después de obligarlo a ponerse de pie sobre la piedra que era la
figura y el retrato del sol, lo tumbaban boca arriba. Uno lo cogía del brazo derecho y
otro del izquierdo, uno lo cogía del pie izquierdo y otro del derecho, mientras el
quinto sacerdote le ataba el cuello con una cuerda y lo sostenía para que no pudiera
moverse.
El rey elevaba el cuchillo y luego le hacía una gran incisión en el pecho. Después
de abrirlo, extraía el corazón y lo elevaba con la mano como ofrenda al sol. Cuando
el corazón se enfriaba, lo arrojaba en la concavidad circular, cogía un poco de sangre
con la mano y la rociaba en dirección al sol.

www.lectulandia.com - Página 94
No todas las víctimas eran prisioneros de guerra. También sacrificaron una
cantidad considerable de esclavos. Además, algunos jóvenes y doncellas eran
elegidos para personificar determinados dioses y diosas. Los trataban con gran
cuidado y ternura durante el año anterior a su ejecución. En el Códice de Dresden,
libro del siglo dieciséis escrito en náhuatl, idioma de los aztecas, aparece el siguiente
relato de la muerte de una mujer que representó el papel de la diosa Uixtociuatl:

Y sólo después de que mataron a los cautivos apareció [la mujer que
personificaba a] Uixtociuatl; sólo apareció al final. Ellos llegaron hasta el fin y sólo
acabaron con ella.
Una vez hecho esto, la colocaron sobre la piedra de sacrificio. La extendieron
boca arriba. Se apoderaron de ella; tiraron y extendieron sus brazos y piernas,
inclinaron [hacia arriba] grandemente su pecho, inclinaron [hacia abajo] su espalda y
estiraron tensamente su cabeza, hacia la tierra. Y se lanzaron sobre su cuello con la
boca fuertemente apretada de un pez espada, llena de púas y espinas; espinosa por
ambos lados.
Y el asesino estaba allí; se puso de pie. Después de lo cual, le abrió el pecho.
Y cuando le abrió el pecho, la sangre salió a borbotones; brotó hacia lo alto
mientras se derramaba, mientras hervía.
Y hecho esto, él elevó el corazón como ofrenda [a la diosa] y lo colocó en la jarra
verde, llamada la jarra de piedra verde.
Y mientras se hacía esto, las trompetas sonaron airosamente. Y cuando concluyó,
bajaron el cuerpo y él corazón de [el retrato de] Uixtociuatl, cubierto por un manto
precioso.

Pero estas muestras de reverencia eran escasas y muy espaciadas entre sí. La
inmensa mayoría de las víctimas no ascendía alegremente los escalones de la
pirámide, tranquilizada por la idea de que estaban a punto de hacer feliz a algún dios.
La mayoría tenían que ser arrastrados de los pelos:

Cuando los amos de los cautivos llevaban a sus esclavos hasta el templo donde
los matarían, los cogían de los pelos. Y cuando les hacían subir los escalones de la
pirámide, algunos cautivos se desmayaban y sus amos los empujaban y los
arrastraban de los pelos hasta la piedra de sacrificio en donde morirían.

Los aztecas no fueron los primeros mesoamericanos que sacrificaron seres


humanos. Sabemos que los toltecas y los mayas cumplían esta práctica y parece
razonable inferir que todas las pirámides mesoamericanas de lados escalonados y
remate plano estaban destinadas a servir como escenario para el espectáculo durante

www.lectulandia.com - Página 95
el cual los seres humanos eran alimento de los dioses. El sacrificio humano tampoco
fue una invención de las religiones de nivel estatal. A juzgar por las pruebas de las
sociedades grupales de las Américas y de muchas otras partes del mundo, el sacrificio
humano es muy anterior a la aparición de las religiones estatales.
Desde Brasil hasta los Grandes Llanos, las sociedades indoamericanas
sacrificaban ritualmente víctimas humanas con el fin de lograr determinado tipo de
beneficios. Prácticamente todos los elementos del ritual azteca están prefigurados en
las creencias y las prácticas de las sociedades grupales y aldeanas. Hasta la
preocupación por la extracción quirúrgica del corazón tiene precedentes. Por ejemplo,
los iroqueses competían entre sí por el privilegio de comer el corazón de un
prisionero valiente a fin de poder adquirir parte de su coraje. Los prisioneros varones
fueron, en todas partes, las víctimas principales. Antes de matarlos, los obligaban a
correr baquetas o los azotaban, los apedreaban, los quemaban, los mutilaban o los
sometían a otras formas de tortura y malos tratos. A veces los ataban a estacas y les
daban una maza para defenderse de sus torturadores. En ocasiones, conservaban uno
o dos prisioneros durante períodos prolongados y les suministraban buenos alimentos
y concubinas.
Entre las sociedades grupales y aldeanas, el sacrificio ritual de prisioneros de
guerra generalmente iba acompañado de la ingestión de la totalidad o de una parte del
cuerpo de la víctima. Gracias a los testimonios presenciales ofrecidos por Hans
Städen, un marino alemán que naufragó en la costa de Brasil a principios del siglo
XVI, tenemos una vívida idea del modo en que un grupo, los tupinamba, combinaban
el sacrificio ritual con el canibalismo.
El día del sacrificio, el prisionero de guerra, atado a la altura de la cintura, era
arrastrado hasta la plaza. Se veía rodeado por mujeres que lo insultaban y lo
maltrataban, aunque le permitían expresar sus sentimientos arrojándoles frutas o
fragmentos de cerámica. Mientras tanto, las ancianas, pintadas de negro y rojo y
engalanadas con collares de dientes humanos, llevaban vasijas adornadas en las que
se cocinarían la sangre y las entrañas de la víctima. Los hombres se pasaban la maza
ceremonial que se utilizaría para matarlo con el fin de «adquirir el poder para coger
un prisionero en el futuro». El verdugo vestía una larga capa de plumas y lo seguían
parientes que cantaban y golpeaban tambores. El verdugo y el prisionero se
ridiculizaban entre sí. Daban al prisionero la suficiente libertad para poder esquivar
los golpes y a veces le colocaban un garrote entre las manos para que se protegiera,
aunque no podía devolver los golpes. Cuando al final aplastaban su cráneo, todos
«gritaban y chillaban». Si el prisionero se había casado durante su período de
cautiverio, esperaban que la esposa derramara algunas lágrimas junto a su cadáver
antes de participar del festín posterior. En ese momento las ancianas «corrían a beber
la sangre tibia» y los niños mojaban sus manos en ella. «Las madres untaban sus

www.lectulandia.com - Página 96
pezones con sangre para que incluso los bebés pudieran sentir su gusto». El cadáver
era troceado en cuartos y cocinado a la parrilla mientras «las ancianas que eran las
más anhelantes de carne humana» chupaban la grasa que caía de las varas que
formaban la parrilla.
Aproximadamente dos siglos después y 16.000 kilómetros al norte, los
misioneros jesuitas presenciaron un ritual semejante entre los hurones de Canadá. La
víctima era un iroqués que había sido capturado junto a varios compañeros mientras
pescaban en el lago Ontario. El jefe hurón a cargo del ritual explicó que el Sol y el
dios de la Guerra estarían satisfechos de lo que se disponían a hacer. Era importante
no matar a la víctima antes del amanecer, por lo que al principio sólo le quemarían las
piernas. Además, durante la noche no debían tener relaciones sexuales. El prisionero,
con las manos atadas, que alternativamente chillaba de dolor y entonaba una canción
de desafío aprendida en la infancia para una ocasión como ésta, fue llevado al
interior, donde se enfrentó con una multitud armada con teas encendidas. Mientras se
tambaleaba de un lado a otro de la estancia, algunas personas cogieron sus manos,
«quebrándole los huesos mediante la fuerza pura; otros le atravesaron las orejas con
astillas que dejaron en ellas». Cada vez que parecía a punto de expirar, el jefe
intervenía «y les ordenaba que dejaran de atormentarlo, diciendo que era importante
que viera la luz del sol». Al amanecer, lo llevaron al exterior y lo obligaron a subir a
una plataforma instalada sobre un andamio de madera, a fin de que toda la aldea
pudiera presenciar lo que le ocurría; el andamio cumplía la función de plataforma de
sacrificio en ausencia de las pirámides de cima chata erigidas con estos propósitos
por los estados mesoamericanos. En ese momento, cuatro hombres asumieron la tarea
de atormentar al cautivo. Le quemaron los ojos, le aplicaron hachas pequeñas al rojo
vivo en los hombros e introdujeron teas encendidas en su garganta y en su recto.
Cuando parecía evidente que estaba a punto de morir, uno de los verdugos «cortó un
pie, otro una mano y casi al mismo tiempo un tercero separó la cabeza de los
hombros, arrojándola a la multitud en la que alguien la atrapó» para llevársela al jefe,
que más tarde hizo «un festín con ella». Ese mismo día, también se organizó un festín
con el tronco de la víctima y durante el regreso los misioneros se encontraron con un
hombre «que transportaba en una broqueta una de sus manos cocinada a medias».
En este punto haré una pausa para analizar las interpretaciones que atribuyen
estos rituales a los impulsos humanos innatos. Me interesan especialmente las
complejas teorías ofrecidas por la tradición freudiana que sostienen que la tortura, el
sacrificio y el canibalismo son inteligibles como expresiones de instintos de amor y
agresividad. Por ejemplo, Eli Sagan ha sostenido recientemente que el canibalismo
«es la forma de agresividad humana más importante» porque supone un compromiso
entre amar a la víctima en la forma de comerla y matarla porque nos frustra.
Significadamente, tal proceder explica por qué a veces las víctimas son tratadas con

www.lectulandia.com - Página 97
gran amabilidad antes de iniciar su tortura: los verdugos, simplemente, están
reconstruyendo la relación amor-odio con sus padres. Pero este enfoque no logra
aclarar que la tortura, el sacrificio y la ingestión de prisioneros de guerra no puede
tener lugar sin prisioneros de guerra y éstos no pueden ser capturados a menos que
haya guerras. Ya he sostenido que las teorías que atribuyen la guerra a los instintos
humanos universales son inútiles para explicar las variaciones de intensidad y de
estilo del conflicto intergrupal y que resultan peligrosamente engañosas pues dan a
entender que la guerra es inevitable. Los intentos para comprender las causas por las
que los prisioneros son a veces mimados y luego torturados, sacrificados y comidos
en términos de instintos universales basados en conflictos de amor y odio, son
inútiles y peligrosos por la misma razón. Los prisioneros no siempre son mimados,
torturados, sacrificados y comidos y toda teoría que pretenda explicar las causas de
este fenómeno también debería explicar por qué no ocurre. Puesto que las actividades
en cuestión forman parte del proceso del conflicto armado, su explicación ha de
buscarse en los costos y beneficios militares: en las variables que reflejan la
importancia, el status político, la tecnología de armamentos y la logística de los
combatientes. Por ejemplo, la captura de prisioneros es un acto que depende de la
capacidad que una banda incursora tiene para evitar los contraataques y las
emboscadas durante el regreso, al tiempo que carga con cautivos poco dispuestos a
cooperar. Cuando la banda incursora es pequeña y tiene que atravesar considerables
distancias por regiones donde el enemigo puede vengarse antes de que logre llegar a
territorio seguro, la captura de prisioneros puede desaparecer por completo. En esas
circunstancias, sólo pueden llevar piezas del enemigo para probar el cómputo de
cuerpos que les permitan reivindicar las recompensas sociales y materiales reservadas
a la excelencia y la valentía demostradas durante el combate. De aquí surge la
extendida costumbre de llevar cabezas, cueros cabelludos, dedos y otras partes del
cuerpo en lugar del cautivo entero y vivo.
En cuanto el prisionero ha sido llevado de regreso a la aldea, el tratamiento que
puede esperar está determinado, principalmente, por la capacidad de sus anfitriones
para absorber y regular el trabajo servil y la diferencia primordial radica en los
sistemas políticos pre y postestatales. Cuando los prisioneros son escasos y muy
espaciados, no resulta sorprendente que se los trate provisionalmente como invitados
de honor. Cualesquiera sean las profundas ambivalencias psicológicas que puedan
existir en las mentes de los capturadores, el prisionero es una posesión valiosa por la
cual sus anfitriones han arriesgado literalmente la vida. Pero en general no hay modo
de integrarlo en el grupo; puesto que no pueden devolverlo al enemigo, deben
matarlo. Y la tortura tiene su propia y horrible economía. Si, como decimos, ser
torturado es morir mil muertes, torturar a un pobre cautivo significa matar a mil
enemigos. La tortura también es un espectáculo —un entretenimiento— que a través

www.lectulandia.com - Página 98
de todas las épocas ha demostrado contar con la aprobación del público. No tengo
intención de afirmar que el placer que proporciona la contemplación de personas
heridas, quemadas y desmembradas forma parte de la naturaleza humana. Pero forma
parte de la naturaleza humana prestar una atención fija a visiones y sonidos
excepcionales como la sangre que mana de las heridas, los gritos agudos y los
aullidos. (Aunque después muchos nos apartemos horrorizados).
Una vez más, la cuestión no radica en que disfrutamos instintivamente al ver
sufrir a otra persona, sino que tenemos la capacidad de aprender a disfrutar de ello. El
desarrollo de esta capacidad fue importante para sociedades como la de los
tupinamba y los hurones. Estas sociedades tenían que enseñar a sus jóvenes a
mostrarse implacablemente brutales con sus enemigos en el campo de batalla. Es más
fácil aprender estas lecciones cuando se comprende que el enemigo le hará a uno lo
que uno le ha hecho a él en el caso de caer en sus manos. Sumemos al valor del
prisionero el de su cuerpo con vida, que para el entrenamiento de los guerreros
significaba lo mismo que los cadáveres para los estudiantes de medicina. Luego
aparecen los rituales del asesinato: el sacrificio para satisfacer a los dioses, los
verdugos con su equipo sagrado, la abstención de las relaciones sexuales.
Comprender todo esto significa entender que, en las sociedades grupales y aldeanas,
la guerra es el asesinato ritual, al margen de que el enemigo sea liquidado en el
campo de batalla o en casa. Antes de lanzarse a la batalla, los guerreros se pintan y se
adornan, invocan a los antepasados, toman drogas alucinógenas para contactar a los
espíritus tutelares y fortalecen sus armas mediante hechizos mágicos. Los enemigos
matados en el campo de batalla son «sacrificios» en el sentido de que se afirma que
sus muertes satisfacen a los antepasados o a los dioses bélicos, del mismo modo que
se afirma que los antepasados o los dioses bélicos se sienten satisfechos por la tortura
y muerte de un prisionero. Por último surge la pregunta acerca del canibalismo,
pregunta que, cuando se formula, revela en sí misma un profundo error de
comprensión por parte del que interroga. Las personas pueden aprender que el gusto
de la carne humana les agrada o les desagrada, del mismo modo que pueden aprender
que la tortura les divierte o les horroriza. Evidentemente, existen muchas
circunstancias bajo las cuales el gusto adquirido por la carne humana puede
integrarse en el sistema de las motivaciones que inspiran a las sociedades humanas a
ir a la guerra. Además, comerse al enemigo es, literalmente, extraer fuerzas de su
aniquilación. En consecuencia, es necesario explicar por qué las culturas que no
tienen escrúpulos en matar a sus enemigos se abstienen de comerlos. Pero se trata de
un enigma que todavía no estamos en condiciones de resolver.
Si esta digresión en la relación de costos militares como explicación del complejo
de tortura-sacrificio-canibalismo parece demasiado mecánica, he de agregar que no
niego la existencia de motivaciones psicológicas ambivalentes como las engendradas

www.lectulandia.com - Página 99
por la situación edípica en las sociedades militaristas de supremacía masculina.
Supongo que la guerra produce emociones contradictorias y significa,
simultáneamente, muchas cosas distintas para los participantes. No niego que el
canibalismo pueda expresar tanto afecto como odio hacia la víctima. Lo que
definitivamente rechazo es la opinión de que las pautas específicas de agresividad
intergrupal puedan explicarse mediante elementos psíquicos vagos y contradictorios,
descaradamente extraídos de las presiones ecológicas y reproductoras específicas
que, en primer lugar, indujeron a las personas a practicar la guerra.
Si volvemos a los aztecas, vemos que la contribución singular de su religión no
fue la introducción del sacrificio humano sino su refinamiento a lo largo de
determinadas sendas destructivas. Lo más notable es que los aztecas transformaron el
sacrificio humano de un derivado ocasional de la suerte en el campo de batalla en una
rutina según la cual no pasaba un día sin que alguien no fuera tendido en los altares
de los grandes templos como los de Uitzilopochtli y Tlaloc. Y los sacrificios también
se celebraban en docenas de templos menores que se reducían a lo que podríamos
denominar capillas vecinales. Uno de estos emplazamientos vecinales, una estructura
baja, circular y de cumbre plana, de alrededor de seis metros de diámetro, quedó al
descubierto durante la construcción del ferrocarril metropolitano de Ciudad de
México. Ahora se encuentra, conservada detrás del cristal, en una de las estaciones
más concurridas. Para ilustración de los viajeros, aparece una placa en que sólo se
dice que los antiguos mexicanos eran «muy religiosos».
Dado que los ejércitos aztecas eran miles de veces más numerosos que los de los
hurones o los de los tupinamba, podían capturar millares de prisioneros en una sola
batalla. Además de los sacrificios cotidianos de pequeñas cantidades de prisioneros y
esclavos en los santuarios mayores y menores, podían realizarse sacrificios masivos
que implicaban centenares y miles de víctimas para conmemorar acontecimientos
especiales. Por ejemplo, los cronistas españoles se enteraron de que en 1487, durante
la consagración de la gran pirámide de Tenochtitlán, cuatro filas de prisioneros de
tres kilómetros de largo cada una fueron sacrificados por un equipo de verdugos que
trabajaron día y noche durante cuatro jornadas. El demógrafo e historiador Sherburne
Cook calculó dos minutos por sacrificio y llegó a la conclusión de que el número de
víctimas relacionadas con ese acontecimiento específico ascendía a 14.100. La escala
de estos rituales podría rechazarse por exagerada si no fuera por los encuentros de
Bernal Díaz y Andrés de Tapia con hileras de cráneos humanos metódicamente
ordenados, y por ello fáciles de contar, en las plazas de las ciudades aztecas. Díaz
escribe que en la plaza de Xocotlán:

había pilas de cráneos humanos dispuestos con tanta regularidad que uno podía
contarlos y los calculé en más de cien mil.

www.lectulandia.com - Página 100


Vuelvo a repetir que había más de cien mil.

De su encuentro con la enorme estantería de cráneos en el centro de Tenochtitlán,


Tapia escribió:

Los postes estaban separados por algo menos de una vara [aproximadamente un
metro] y atestados de varillas en cruz de arriba hacia abajo y en cada varilla había
cinco cráneos atravesados a la altura de las sienes: el que escribe y un tal Gonzalo de
Umbría contaron las varillas en cruz y al multiplicar por cinco cabezas cada varilla de
un poste a otro, como he dicho, descubrimos que había 136 mil cabezas.

Pero eso no era todo. Tapia también describe dos altas torres erigidas
exclusivamente con cráneos unidos con cal, en las que había un número incalculable
de cabezas y mandíbulas.
Las explicaciones tradicionales de la gran escala de esta matanza describen a los
aztecas como un pueblo obsesionado por la idea de que sus dioses necesitaban beber
sangre humana y, en consecuencia, procedían piadosamente a practicar la guerra con
el propósito de cumplir con su sagrado deber. Según Jacques Soustelle:

¿De dónde surgirían más víctimas? Eran primordiales para suministrar a los
dioses su alimento… ¿Dónde se podría encontrar la sangre preciosa sin la cual el sol
y toda la estructura del universo estaban condenados a la aniquilación? Era
primordial continuar en estado de guerra… La guerra no era, simplemente, un
instrumento político: se trataba, sobre todo, de un rito religioso, de una guerra santa.

Pero las guerras santas entre los estados son muy comunes. Los judíos, los
cristianos, los musulmanes, los hindúes, los griegos, los egipcios, los chinos, los
romanos… todos fueron a la guerra para satisfacer a sus dioses o para cumplir la
voluntad de Dios. Sólo los aztecas sintieron que era santo ir a la guerra con el fin de
practicar enormes cantidades de sacrificios humanos. Aunque todos los demás
estados arcaicos, y no tan arcaicos, practicaban carnicerías y atrocidades masivas,
ninguno de ellos lo hizo con el pretexto de que los príncipes celestiales tenían el
deseo incontrolable de beber sangre humana. (Como veremos más adelante, no es
fortuito que los dioses de muchos estados del Viejo Mundo bebieran aguamiel o
ambrosía, comieran rocío y no expresaran ninguna preocupación acerca de dónde
surgiría la próxima comida). Los aztecas estaban tan decididos a capturar prisioneros
para sacrificarlos que frecuentemente se abstenían de aprovechar una ventaja militar
por temor a matar a demasiados contrincantes antes de que pudieran acordarse los
términos de la rendición. Esta táctica les costó cara en los combates con las tropas de

www.lectulandia.com - Página 101


Cortés, que desde el punto de vista de los aztecas parecían irracionalmente decididas
a matar a todos los que aparecían ante su vista.
Sherburne Cook fue el primer antropólogo moderno que rechazó un enfoque
sentimental del enigma del sacrificio azteca: «Por muy potente que sea, ningún
impulso puramente religioso puede mantenerse con éxito durante un período
considerable de tiempo en oposición a una resistencia económica fundamental».
Cook sostuvo que la guerra y los sacrificios aztecas formaban parte de un sistema
para regular el crecimiento demográfico.
Asimismo, Cook calculó que el efecto combinado de las muertes por combate y
los sacrificios producían un aumento anual del 25 por ciento en la tasa de mortalidad.
Puesto que «la población alcanzaba la máxima concordante con los medios de
subsistencia… el efecto de la guerra y los sacrificios habrían sido muy eficaces para
controlar cualquier incremento demográfico indebido». Esta teoría supuso un
adelanto con respecto a sus predecesoras pero, evidentemente, tiene defectos en su
núcleo. Los aztecas no podrían haber controlado la población del Valle de México
mediante la guerra y los sacrificios humanos. Puesto que casi todos los muertos por
combate y las víctimas sacrificadas eran hombres, el 25 por ciento de aumento en las
tasas de mortalidad sólo se refiere a hombres y podría equipararse fácilmente
mediante un aumento del 25 por ciento de la tasa de natalidad. Si los aztecas hubiesen
estado sistemáticamente decididos a reducir la tasa de crecimiento demográfico, se
habrían dedicado a sacrificar doncellas en lugar de hombres adultos. Además, si la
función de sus sacrificios consistía en el control demográfico, ¿por qué los aztecas no
mataron a sus enemigos, simplemente, durante las batallas, como siempre han
considerado conveniente hacer los ejércitos imperiales de otras partes del mundo? La
explicación de Cook no logra desentrañar la particularidad de la práctica
mesoamericana: explicar por qué la matanza tenía que realizarse en la cumbre de una
pirámide en lugar del campo de batalla.
Las descripciones convencionales del ritual del sacrificio azteca concluyen
cuando el cadáver de la víctima cae por la pirámide. Cegado por la imagen de un
corazón todavía palpitante, mantenido en alto entre las manos del sacerdote, uno se
olvida fácilmente de preguntar qué ocurría con el cadáver cuando se detenía al final
de los escalones. Michael Harner, de la New School, ha analizado esta cuestión con
más inteligencia y denuedo que el resto de los especialistas. A lo largo de este
capítulo me remitiré con frecuencia a sus trabajos. Sólo Harner merece el honor de
haber resuelto el enigma del sacrificio azteca.
Como afirma Harner, en realidad no existe ningún misterio con respecto a lo que
ocurría con los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos oculares coinciden
en líneas generales. Todo aquel que sepa de qué modo los tupinamba, los hurones y
otras sociedades aldeanas se libraban de sus víctimas de sacrificios, deberían ser

www.lectulandia.com - Página 102


capaces de arribar a la misma conclusión: las víctimas eran comidas. La descripción
de fray Bernardino de Sahagún deja pocas dudas:

Después de haberles arrancado el corazón y vertido la sangre en un recipiente de


calabaza, que el amo del hombre asesinado recibía, se comenzaba a hacer rodar el
cuerpo por los escalones de la pirámide. Terminaba por detenerse en una pequeña
plaza situada debajo. Allí algunos ancianos, a los que llamaban Quaquacuiltin, se
apoderaban de él y lo llevaban hasta el templo tribal, donde lo desmembraban y lo
dividían a fin de comerlo.

Fray Bernardino de Sahagún destaca reiteradamente las mismas cuestiones:

Después de asesinarlos y de arrancarles el corazón, los apartaban suavemente y


los hacían rodar escalones abajo. Cuando llegaban al fondo, les cortaban la cabeza,
insertaban una vara a través de ella y trasladaban los cadáveres hasta las casas que
llamaban calpulli, donde los dividían a fin de comerlos.
…y extraían sus corazones y cortaban sus cabezas. Más tarde dividían todo el
cuerpo entre ellos y lo comían…

Diego Durán nos ofrece una descripción parecida:

Tan pronto como el corazón había sido arrancado era ofrecido al sol y se arrojaba
sangre hacia la deidad solar. Imitaban el descenso del sol por el oeste y arrojaban el
cuerpo por los escalones de la pirámide. Después del sacrificio, los guerreros
celebraban un gran festín con muchas danzas, ceremonias y canibalismo.

Estas descripciones aclaran diversas cuestiones con respecto al complejo azteca


de guerra-sacrificio-canibalismo. Harner afirma que cada prisionero tenía un
propietario, probablemente el oficial a cargo de los soldados que realizaban realmente
la captura. Cuando el prisionero era llevado de regreso a Tenochtitlán, lo albergaban
en el recinto del propietario. Sabemos muy poco acerca de cuánto tiempo permanecía
allí o de cómo lo trataban, pero podemos imaginar que lo alimentaban con «tortillas»
suficientes para evitar que perdiera peso. Incluso parece probable que un comandante
militar poderoso haya dispuesto de varias docenas de prisioneros y los haya
engordado preparándolos para días festivos especiales o para importantes
acontecimientos familiares como nacimientos, muertes o matrimonios. Cuando el
momento del sacrificio se acercaba, es posible que los prisioneros fueran torturados
para instrucción y entretenimiento de la familia y los vecinos del propietario. Sin
duda alguna, el día del sacrificio el propietario y sus soldados llevaban al prisionero

www.lectulandia.com - Página 103


hasta el pie de la pirámide para presenciar los actos en compañía de otros dignatarios
cuyos prisioneros eran sacrificados el mismo día. Después de extraído el corazón, el
cadáver no era arrojado escalones abajo, sino empujado por asistentes, ya que los
escalones no eran lo bastante escarpados para que el cuerpo cayera desde arriba hasta
el fondo sin atascarse. Los ancianos, a los que de Sahagún se refiere como
Quaquacuiltin, reclamaban el cadáver y lo llevaban nuevamente al recinto del
propietario donde lo cortaban y preparaban los miembros para cocinarlos; la receta
favorita era un estofado condimentado con pimientos y tomates. De Sahagún afirma
que ponían flores aromáticas en la carne. También sostiene que los sacerdotes
recogían la sangre en una vasija de calabaza y se la entregaban al propietario.
Sabemos que el corazón era colocado en un brasero y quemado junto con incienso
copal, aunque no está claro si se convertía o no en cenizas. También existen algunas
dudas con respecto al destino del tronco con los órganos y la cabeza con los sesos.
Finalmente, el cráneo terminaba exhibido en uno de los estantes descritos por Andrés
Tapia y Bernal Díaz. Pero como la mayoría de los caníbales saborean los sesos,
podemos suponer que eran extraídos —tal vez por los sacerdotes o los espectadores
— antes de que los cráneos terminaran expuestos. Aunque según Díaz el tronco era
arrojado a los mamíferos, a las aves y a las serpientes carnívoras del zoológico real,
sospecho que los guardianes del zoo —Tapia afirma que eran muy numerosos—
extraían primero casi toda la carne.
He seguido el destino del cadáver de la víctima con el fin de demostrar que el
canibalismo azteca no era una degustación superficial de las golosinas ceremoniales.
Todas las partes comestibles se utilizaban de un modo claramente comparable con el
consumo de los animales domesticados. Es legítimo describir a los sacerdotes aztecas
como asesinos rituales en un sistema patrocinado por el estado y destinado a la
producción y redistribución de cantidades considerables de proteínas animales en
forma de carne humana. Desde luego, los sacerdotes tenían otros deberes, pero
ninguno con más sentido práctico que su carnicería.
Las condiciones que permitieron la aparición del reino caníbal azteca merecen un
cuidadoso estudio. En otros sitios, el surgimiento de estados e imperios contribuyó a
la desaparición de las pautas anteriores de sacrificio humano y canibalismo. A
diferencia de los dioses aztecas, los máximos dioses del Viejo Mundo declaraban tabú
el consumo de carne humana. ¿Por qué sólo en Mesoamérica los dioses alentaron el
canibalismo? Como propone Harner, creo que debemos buscar la respuesta tanto en
los agotamientos específicos del ecosistema mesoamericano bajo el impacto de siglos
de intensificación y de crecimiento demográfico, como en los costos y beneficios de
utilizar carne humana como fuente de proteínas animales a falta de opciones más
baratas.
Como ya he dicho, al final del período glacial Mesoamérica quedó en un estado

www.lectulandia.com - Página 104


de agotamiento mayor que cualquier otra región en lo que se refiere a recursos
animales. El crecimiento constante de la población y la intensificación de la
producción, bajo la influencia coactiva de la administración de los imperios clásicos
de las tierras altas, eliminaron virtualmente la carne animal de la dieta de las personas
comunes. Naturalmente, la clase dirigente y sus acólitos siguieron disfrutando de
exquisiteces como perros, pavos, patos, ciervos, conejos y pescados. Pero, como
afirma Harner, los plebeyos —a pesar de la expansión de las chinampas— con
frecuencia se vieron obligados a comer las algas extraídas de la superficie del lago
Texcoco. Aunque el maíz y las judías en cantidades suficientes podían suministrar
todos los aminoácidos esenciales, las reiteradas crisis de producción a lo largo del
siglo XV determinaron que las raciones proteínicas quedaran reducidas con
frecuencia a niveles que habrían justificado biológicamente un poderoso anhelo de
carne. Además, siempre había escasez de todo tipo de grasas.
¿Es posible que la redistribución de la carne de las víctimas de los sacrificios
haya mejorado significativamente el contenido de proteínas y de grasas de la dieta de
la nación azteca? Si la población del Valle de México era de dos millones y la
cantidad de prisioneros disponibles para la redistribución por año sólo ascendía a
quince mil, la respuesta es negativa. Pero la cuestión está mal planteada. La pregunta
no debería plantear hasta qué punto estas redistribuciones caníbales contribuían a la
salud y la energía del ciudadano medio, sino hasta qué punto los costos y beneficios
del control político experimentaron un cambio favorable a consecuencia de utilizar
carne humana para recompensar a grupos selectos en períodos cruciales. Si un dedo
de la mano o del pie era todo lo que uno podía esperar, probablemente el sistema no
habría funcionado. Pero si la carne era suministrada a la nobleza, los militares y sus
acólitos en paquetes concentrados, y si la provisión era sincronizada para compensar
los déficit del ciclo agrícola, quizá la coyuntura habría sido suficiente para que
Moctezuma y la clase gobernante evitaran la caída política. Si este análisis es
correcto, debemos considerar sus implicaciones inversas, es decir, que la
disponibilidad de especies animales domesticadas jugó un papel importante en la
prohibición del canibalismo y en el desarrollo de religiones de amor y misericordia en
los estados e imperios del Viejo Mundo. Incluso es posible que el cristianismo fuera
más el don del cordero en el pesebre que el del niño que nació en él.

www.lectulandia.com - Página 105


10 El cordero de la misericordia
Espero no haber dado la impresión de que el sacrificio y la ingestión de
prisioneros de guerra era una especialidad peculiar de los indoamericanos. Hace
incluso cincuenta o cien años, el sacrificio de prisioneros de guerra a pequeña escala
y la redistribución de su carne eran prácticas comunes en cientos de sociedades
preestatales diseminadas en África al sur del Sahara, en el sudeste asiático, Malasia,
Indonesia y Oceanía. No obstante, tengo motivos para creer que la ingestión de carne
humana nunca fue un aspecto importante de los festines redistributivos de las culturas
inmediatamente predecesoras del surgimiento de los estados en Mesoamérica, Egipto,
la India, China o Europa.
En todas estas regiones los seres humanos eran ritualmente sacrificados, pero rara
vez comidos. Fuentes romanas autorizadas —César, Tácito y Plutarco— afirman que
el sacrificio de prisioneros de guerra era algo común entre las llamadas naciones
«bárbaras» de los límites del mundo greco-romano. Los griegos y los romanos de la
antigüedad clásica tardía consideraban inmoral todo tipo de sacrificio humano y les
perturbaba que los soldados honestos fueron privados de sus vidas en beneficio de los
cultos de pueblos tan «incivilizados» como los bretones, los galos, los celtas y los
teutones. Sin embargo, en tiempo de Homero los griegos no habían sido contrarios a
matar una pequeña cantidad de prisioneros para influir a los dioses. Por ejemplo,
durante la batalla de Troya, el héroe, Aquiles, colocó en la pira funeraria de su
compañero de armas, Patroclo, a doce troyanos capturados. Incluso en época tan
tardía como la de la gran batalla naval de Salamina, sostenida en el 480 antes de
nuestra era entre griegos y persas, Temístocles, el comandante en jefe de los griegos,
ordenó el sacrificio de tres cautivos persas a fin de asegurarse la victoria. En otro
tiempo, también los romanos habían practicado sacrificios humanos. Alrededor del
226 antes de nuestra era, dos galos y dos griegos fueron quemados vivos con el fin de
impedir que se cumpliera una profecía según la cual galos y griegos ocuparían poco
después la ciudad de Roma. En el 216 y en el 104 antes de nuestra era tuvieron lugar
incidentes semejantes.
Los aguerridos soldados romanos se acobardaron durante los primeros encuentros
con los celtas, que se lanzaban a la batalla murmurando cantos extraños y corriendo
totalmente desnudos por la nieve contra las filas romanas. La existencia de un «culto
de la cabeza cortada» celta a través de toda la Europa prerromana de la Edad de
Hierro, demuestra que los negros y los indios no son los únicos americanos
contemporáneos que descienden de los cazadores de cabezas. Los guerreros celtas
acomodaban las cabezas recién cortadas de sus enemigos en los carros y las llevaban
consigo de regreso para colgarlas de las vigas de sus casas. En el sur de Francia, los
celtas exponían cráneos en nichos tallados en monolitos de piedra. Los cráneos

www.lectulandia.com - Página 106


adornaban las fortalezas celtas de las colinas y las entradas de sus aldeas y
poblaciones. No sabemos si algunos de estos cráneos se obtenían mediante víctimas
de sacrificios. Lo que sí sabemos es que el sacrificio humano era una parte importante
del ritual celta y que se cumplía bajo la supervisión de una casta sacerdotal conocida
con el nombre de druidas. Los celtas preferían quemar a las personas y con este fin
tejían cestas de mimbre, de tamaño adecuado, alrededor del prisionero y después les
prendían fuego. En otras ocasiones, las víctimas eran desentrañadas o acuchilladas
por la espalda para que los druidas pudieran predecir el futuro según el estado de las
entrañas humeantes o la posición de los miembros cuando las contorsiones cesaban.
Herodoto informa que otra famosa nación bárbara cazadora de cabezas —los
escitas, que vivían en el Danubio inferior y en las orillas del Mar Negro— sacrificaba
regularmente uno de cada cien prisioneros capturados en el campo de batalla. Según
Ignace Gelb, de la Universidad de Chicago, en la Mesopotamia más primitiva los
prisioneros eran sacrificados en templos. Una inscripción de Lagash, escrita
aproximadamente en el 2500 antes de nuestra era, se refiere a la acumulación de
miles de cadáveres enemigos en grandes pilas. Gelb también afirma que «los
prisioneros de guerra eran frecuentemente sacrificados» en la China primitiva.
Como demuestra la historia bíblica de Abraham y de su hijo Isaac, evidentemente
la posibilidad del sacrificio humano estaba en las mentes de los antiguos israelitas.
Abraham cree oír que Dios le pide que mate a su hijo, que sólo se salva a último
momento mediante la intervención de un ángel amistoso. Cuando Hiel de Bethel
reconstruyó Jericó, «puso sus cimientos a costa de su primogénito Abiram y levantó
sus puertas a costas de su hijo menor Segub, de acuerdo con la palabra del Señor».
Las escrituras brahmánicas primitivas también muestran un interés persistente por
los sacrificios humanos. La diosa de la muerte, Kali, tiene un parecido sorprendente
con las sanguinarias deidades aztecas. El Kalika Purana —el Libro Sagrado de Kali—
la describe como una figura horrible enguirnaldada con un collar de cráneos
humanos, embadurnada de sangre humana y sosteniendo un cráneo en una mano y
una espada en la otra. El libro contiene instrucciones minuciosas acerca del modo en
que deben ser sacrificadas las víctimas humanas.

Después de acomodar a la víctima delante de la diosa, el adorador deberá


reverenciarla mediante una ofrenda de flores, de pasta de sándalo y de corteza,
repitiendo frecuentemente el mantra adecuado para el sacrificio. Después, mirando al
norte y colocando a la víctima para que mire al este, él deberá mirar hacia atrás y
repetirá este mantra: «Oh, hombre, gracias a mi buena suerte tú has aparecido como
víctima; en consecuencia, te saludo… Hoy te mataré y la matanza como sacrificio no
es asesinato». Así, mientras se medita sobre esa víctima de forma humana, una flor
habrá de ser arrojada a la coronilla de su cabeza pronunciando el siguiente mantra:

www.lectulandia.com - Página 107


«Om, Aim, Hriuh, Sriuh». Luego, mientras uno piensa sus deseos y se refiere a la
diosa, la víctima deberá ser rociada con agua. Después de lo cual, la espada deberá
ser consagrada con el siguiente mantra: «Oh, espada, tú eres la lengua de
Chandika…». La espada, que ha sido consagrada de este modo, deberá ser elevada
mientras se repite el mantra: «Am hum phat», y con ella hay que matar a la excelente
víctima.

Quizá la forma más persistente de sacrificio humano que se encuentra entre los
estados e imperios primitivos del Viejo Mundo fuera la matanza de esposas, criados y
guardaespaldas, durante los funerales de reyes y emperadores. Los escitas, por
ejemplo, mataban a todos los cocineros, los mozos de caballos y los mayordomos
reales del viejo monarca. También mataban a los mejores caballos del rey, así como a
jóvenes que cabalgarían en ellos en la vida futura. En los primitivos sepulcros
egipcios de Abidos y en los sepulcros reales sumerios de Ur, se han hallado vestigios
de sacrificios de servidores. Los sacrificios de servidores reales cumplían una doble
función. Un rey necesitaba llevarse su corte después de la muerte con el fin de
disfrutar del estilo al que se había acostumbrado en vida. Pero en un sentido más
realista, el asesinato obligatorio de las esposas, los criados y los guardaespaldas de un
soberano le aseguraban que sus asociados más próximos valorarían su vida tanto
como la propia y, por ende, no conspirarían contra su gobierno ni aceptarían la menor
amenaza a su seguridad. Es probable que los chinos, durante la última parte del
segundo milenio anterior a nuestra era practicaran los sacrificios de servidores reales
más numerosos del mundo. Miles de personas eran condenadas a muerte en cada
funeral real. Esta práctica, junto al sacrificio de prisioneros de guerra, fue prohibida
por los Tcheu (1023-257 antes de nuestra era). Durante la dinastía Ts'in, las efigies de
cerámica sustituyeron a personas y animales auténticos. En el 210 antes de nuestra
era, a la muerte de Ts'in Che-Huang-Ti —el primer gobernante de una China
unificada —, 6.000 estatuas realistas de cerámica de tamaño natural, que
representaban soldados y caballos, fueron enterradas en una sala subterránea tan
grande como un campo de fútbol, cerca del sepulcro del emperador.
Lo que destaca en esta visión rápida del sacrificio humano y ritual en las regiones
nucleares de la formación estatal del Viejo Mundo es la falta de una relación estrecha
entre sacrificio humano e ingestión de carne humana. En ninguna parte aparecen
vestigios de un sistema en el cual la redistribución de carne humana constituyera una
de las preocupaciones principales del estado o de sus ramas eclesiástica y militar.
Pausanias de Lidia afirma que los galos, bajo el mando de Combutis y Orestorios,
mataron a toda la población masculina de Callieas, bebieron su sangre y comieron su
carne. Posteriormente se hicieron acusaciones semejantes contra los tártaros y los
mongoles, pero estos informes parecen más relatos de las atrocidades de guerra que

www.lectulandia.com - Página 108


descripciones etnográficas de cultos caníbales de tipo azteca. Los informes de
canibalismo en Egipto, la India y China están relacionados con la preparación de
platos exóticos para los paladares hastiados de la clase alta, o con las hambres,
cuando los pobres se comían entre sí para que algunos se mantuviesen con vida. En la
Europa posromana el canibalismo era tenido por un delito tan grande que sólo las
brujas, los seres humanos transformados en lobos, los vampiros y los judíos eran
considerados capaces de practicarlo.
De Europa a China, no era carne humana sino animal la que se llevaba a los
altares, se sacrificaba ritualmente, se desmembraba, se redistribuía y se consumía en
festines comunales. Por ejemplo, la saga nórdiga de Hakon el Bueno contiene una
descripción clara del papel jugado por el sacrificio animal en las redistribuciones
realizadas por los monarcas y príncipes celtas y teutones.

Era una vieja costumbre que cuando estaba por celebrarse un sacrificio todos
fueran al sitio donde se alzaba el templo y llevaran todo lo que necesitarían mientras
durara la fiesta del sacrificio. Todos los hombres llevaban cerveza para esta fiesta.
Todo tipo de ganado vacuno, así como caballar, era sacrificado… y la carne
preparada en una comida sabrosa para los presentes. La fogata se encontraba en el
centro del suelo del templo y sobre ella colgaban las ollas. Las copas llenas eran
pasadas a través del fuego y aquél que ofrecía el festín y era jefe bendecía todas las
copas llenas y la carne del sacrificio.

La generosidad y la comunión son los temas dominantes de estos ritos, según


aparecen en una balada del siglo XIX sobre Sigurd (conocido como Sigfrido), al que
las sagas retratan como a un «hombre pródigo».:

No tienen necesidad de copa ni fuente


los invitados que buscan al generoso.
—Sigurd el Generoso, que puede rastrear
su linaje desde la raza gigante…
ama a los dioses—, su mano pródiga
reparte las ganancias de su espada sobre la tierra.

Gracias a Tácito sabemos que «es costumbre que cada miembro de la tribu dé al
jefe regalos que pueden ser de ganado vacuno o de una parte de sus cosechas», y que
el ganado «es, en realidad, lo más apreciado, sin duda alguna la única riqueza del
pueblo». Como afirma Stuart Piggott, el antiguo relato irlandés «The Cattle Raid of
Cooley» comienza con una escena en la que Alill, jefe de Cruachan, y Medb, su
esposa, se jactan de su riqueza, empiezan por los calderos de hierro, ascienden a

www.lectulandia.com - Página 109


través de los adornos de oro, las vestimentas, los rebaños de ovejas, los caballos y las
piaras, hasta que finalmente llegan al epítome: su ganado vacuno. Entre los antiguos
irlandeses —así como entre los germanos, los griegos homéricos y los latinos más
antiguos—, el ganado vacuno era la medida más importante de riquezas y,
consecuentemente, por inferencia, el punto más importante de los festines
redistributivos sobre los que se asentaba la organización de estas jefaturas y de los
estados incipientes.
Los griegos y los romanos clásicos también eran grandes sacrificadores de
animales durante las fiestas religiosas y algunos templos se especializaban en
animales que estaban relacionados con sus deidades. Por ejemplo, las cabras se
consideraban regalos apropiados para Baco, el dios del vino, probablemente porque
constituían una amenaza para las vides. Algunas ciudades griegas trataban a sus toros
del mismo modo que, entre los aztecas, eran tratados los personificadores de los
dioses: los enguirnaldaban y los celebraban durante el año anterior a su ejecución.
Como todo lector del Viejo Testamento sabe, el sacrificio animal constituía una
preocupación primordial de los antiguos israelitas. El Levítico proporciona
indicaciones minuciosas acerca de dónde, cuándo y cómo han de ser ofrecidos los
animales. El libro de Los Números afirma que, durante la dedicación del primer
tabernáculo, 36 bueyes, 144 carneros y corderos y 72 machos cabríos y cabritos eran
sacrificados en un período de 12 días. A medida que los israelitas avanzaban de la
jefatura pastoral a la categoría de estado, la escala de las redistribuciones aumentaba.
Durante la dedicación del templo de Salomón en Jerusalén, se mataron 22.000 bueyes
y 120.000 carneros. El más importante de los sacrificios israelitas era el del cordero
durante la fiesta de Pascua. Mientras permanecían como esclavos en Egipto, los
israelitas sacrificaban un cordero, untaban con su sangre los dinteles y las jambas de
las puertas de sus casas, después lo cocinaban y lo comían con hierbas amargas y pan
ázimo. Esa noche el Señor mataba a todos los primogénitos de las casas sin marcas y
convencía al faraón de que había llegado el momento de que los israelitas
abandonaran Egipto.
Los levitas, que configuraban una casta sacerdotal semejante a la de los druidas,
tenían el monopolio de la matanza de animales destinados a la alimentación. La carne
tenía que pasar por sus manos… literalmente, puesto que supervisaban o ponían
realmente en práctica la matanza de los animales y la redistribución de la carne
animal, devolviendo la mayor parte al propietario y sus invitados mientras retenían
bocados selectos para ellos mismos y para Jehová.
En su importante obra Religion of the Semites, W. Robertson Smith ha
demostrado hace mucho tiempo que en el viejo Israel toda matanza de animales era
un sacrificio: «El pueblo nunca podía comer carne de vaca o de cordero, salvo como
acto religioso». Los antropólogos que han estudiado a los pueblos pastores modernos

www.lectulandia.com - Página 110


del este de África han visto la misma situación desde una perspectiva ligeramente
distinta. En general, los pastores del este de África no viven de la carne de sus
rebaños, sino de la leche y la sangre. Como ocurre entre los pakot estudiados por
Harold Schneider, a los animales de rebaño sólo se les puede matar en «ocasiones
rituales y ceremoniales». Sin embargo, la cantidad de animales sacrificados en cada
una de estas «ocasiones», y el número de ellas, están reguladas por la disponibilidad
de animales. Algo tan costoso como un buey es demasiado valioso para que no forme
parte de algún ceremonial. Los norteamericanos que cocinan filetes para los invitados
de honor tienen mucho en común con los pakot y con los pueblos amantes de la vaca
del mundo antiguo. (A propósito, la palabra «barbacoa» tiene una historia interesante.
Proviene de la palabra carib barbricot. Los carib —de ahí la palabra «caníbal»—
utilizaban la barbricot, una parrilla hecha con ramas verdes, para preparar sus festines
caníbales).
No cabe duda de que en un momento dado los israelitas sacrificaban animales
principalmente para comerlos durante los festines redistributivos patrocinados por los
caciques y jefes «grandes proveedores». «La pródiga generosidad» era tan importante
para los israelitas antiguos como para los teutones:

En época tan temprana como la de Samuel, encontramos festines religiosos de


clanes o poblaciones… La ley del festín era la pródiga generosidad; ningún sacrificio
era total sin invitados; las porciones eran libremente distribuidas entre ricos y pobres,
dentro del círculo de los conocidos.

En tiempo de Cristo, el monopolio de la matanza por parte de los levitas había


adquirido un valor monetario. Los fieles llevaban sus animales a los sacerdotes del
templo, que cortaban cuellos a tanto por cabeza. Los peregrinos de Pascua recorrían
grandes distancias hasta el templo de Jerusalén a fin de que mataran sus corderos. Los
famosos mercaderes del templo cuyas mesas Jesús hizo rodar por los suelos,
aseguraban el pago en moneda del reino. El rabinado judío renunció a la práctica de
sacrificios animales en el 72 de nuestra era, después de la caída de Jerusalén, pero no
totalmente, pues incluso hoy los judíos ortodoxos insisten en que los animales sean
sacrificados mediante un corte en el cuello bajo la supervisión de especialistas
religiosos.
Dado que la crucifixión de Jesús tuvo tugar en relación con la celebración de la
Pascua, su muerte fue fácilmente asimilada a las imágenes y el simbolismo tanto del
sacrificio animal como humano. Juan Bautista se refirió al Mesías que venía
llamándolo «Cordero del Señor». Mientras tanto, los cristianos mantuvieron rasgos
de las funciones redistributivas originales del sacrificio animal en el rito llamado
«comunión». Jesús partió el pan y sirvió el vino pascuales y los distribuyó entre los

www.lectulandia.com - Página 111


discípulos, «Este es mi cuerpo», dijo del pan. «Y esta es mi sangre», dijo del vino.
Durante el sacramento católico romano de la eucaristía, estas actividades
redistributivas se repiten como ritual. El sacerdote come el pan en forma de oblea y
bebe el vino mientras miembros de la congregación ordinariamente sólo comen la
oblea. Apropiadamente, esta oblea se denomina la «hostia», palabra que deriva del
vocablo latino hostis, que significa «sacrificio».
Protestantes y católicos han derramado mucha sangre y tinta con respecto a la
cuestión de si el vino y la oblea se «transustancian» realmente en la sustancia
corpórea de la sangre y el cuerpo de Cristo. Pero, hasta ahora, tanto teólogos como
historiadores no han visto el verdadero sentido evolutivo de la «misa» cristiana. Al
espiritualizar la ingestión del cordero pascual y reducir su sustancia a una oblea
nutritivamente sin valor, el cristianismo se liberó hace mucho tiempo de la
responsabilidad de ocuparse de que aquellos que asistían al festín no volvieran a su
casa con el estómago vacío. Transcurrió algún tiempo antes de que esto ocurriera.
Durante los dos primeros siglos del cristianismo, los comulgantes mancomunaban sus
recursos y celebraban realmente una comida comunal conocida como ágape o festín
de amor. Después de que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del
Imperio Romano, la Iglesia descubrió que se la utilizaba como comedor de
beneficencia y en el Consejo de Laodisea, celebrado en el 363 de nuestra era, se
prohibió la celebración de festines de amor en los recintos de la iglesia. La cuestión
que realmente merece destacarse es que el valor nutritivo de la comunión es
virtualmente nulo, haya o no transustanciación. Los antropólogos del siglo XIX
vieron en la línea de desarrollo que conducía del sacrificio humano al sacrificio
animal y a la oblea y el vino de la eucaristía, una reivindicación de la doctrina del
progreso moral y la ilustración. Antes de felicitar al cristianismo por su trascendencia
del sacrificio animal, debemos reparar en que las provisiones de proteínas también
eran trascendidas por una población en rápida expansión. En realidad, el significado
del final del sacrificio animal fue el final de los festines redistributivos eclesiásticos.
El cristianismo sólo fue una de las diversas religiones que optaron por la
generosidad después de la muerte cuando la generosidad en vida dejó de ser útil o
necesaria. No creo que quite valor a los actos de misericordia y benevolencia
cumplidos en nombre de estas religiones, afirmar que para los gobernantes de la
India, el Islam y Roma era muy conveniente humillarse ante los dioses para los cuales
el cielo era más importante que la tierra y una vida anterior o futura más importante
que ésta. A medida que los sistemas imperiales del Viejo Mundo crecían más y más,
consumían y agotaban los recursos a escala continental. Cuando el globo se cubrió de
decenas de millones de esclavos harapientos y sudorosos, los «grandes proveedores»
fueron incapaces de actuar con la «pródiga generosidad» de los jefes bárbaros de
antaño. Bajo la influencia del cristianismo, el budismo y el islamismo se convirtieron

www.lectulandia.com - Página 112


en «grandes creyentes» y erigieron catedrales, mezquitas y templos en los que no se
servía nada de comer.
Pero retomemos a la época en la que todavía había animales suficientes para que
la carne pudiera formar parte, ocasionalmente, de la dieta de todos. Los persas, los
brahmanes védicos, los chinos y los japoneses sacrificaron ritualmente, en un
momento u otro, animales domésticos. En realidad, resultaría difícil encontrar una
sola sociedad de una franja que atraviesa Eurasia y África del norte en la que el
sacrificio de animales domésticos no formara parte de los cultos sustentados por el
estado. Toda la gama de especies herbívoras y rumiantes se criaba con el propósito de
practicar estos sacrificios redistributivos, aunque algunas regiones mostraban
preferencias dictadas por consideraciones ecológicas especiales. Por ejemplo, África
del norte y Arabia se destacaban por el sacrificio de camellos; los pastores del centro
de Asia sacrificaban caballos; los toros recibían una atención especial en toda la zona
mediterránea. Mientras tanto, a través de la misma y ancha franja que se extiende
desde España hasta Japón, el canibalismo, cuando se practicaba, generalmente se
hacía a una escala muy pequeña. Las religiones estatales de Eurasia prohibían la
ingestión de carne humana y, a pesar de que esta prohibición no bastaba para evitar
estallidos esporádicos de canibalismo en tiempos de hambre provocados por los sitios
o por el fracaso de las cosechas, estos lapsos no tenían nada que ver con el estado
eclesiástico y generalmente eran desalentados, más que promovidos, por las clases
gobernantes.
Casi todo lo que he dicho hasta ahora ha sido analizado anteriormente por otros
autores. Estoy seguro de que no soy el primero en descubrir la relación entre la
escasez de ganado doméstico en Mesoamérica y la peculiar intensidad del culto del
sacrificio humano entre los aztecas. Pero sólo cuando Michael Harner relacionó la
escala del sacrificio humano entre los aztecas con el agotamiento de los recursos
proteínicos pudo formularse una teoría científica de las trayectorias divergentes de las
relaciones estatales primitivas del Viejo y el Nuevo Mundo. Otros habían afirmado
anteriormente que fue la falta de animales «adecuados» para el sacrificio lo que llevó
a los mesoamericanos a iniciar su horrible carrera. Según se afirma, el Viejo Mundo
poseía una provisión de animales cuya conducta era «adecuada» para los ritos de
sacrificio. En consecuencia, no era necesario utilizar prisioneros de guerra para estos
propósitos y el sacrificio animal reemplazó al sacrificio humano. Reay Tannahill,
para nombrar a una partidaria reciente de esta opinión, afirma correctamente que el
caballo americano nativo había desaparecido, que el caribú y el bisonte sólo se
encontraban en el norte, más allá de México, y que los demás animales de caza eran
escasos. Con respecto al motivo por el cual el perro y el pavo —«el único ganado
doméstico»— no eran utilizados en vez de personas, ella responde: «Eran demasiado
despreciables para considerarlos dignos de los dioses».

www.lectulandia.com - Página 113


Considero que este tipo de explicación es tan defectuosa como la que daban los
mismos aztecas para comer a sus prisioneros de guerra. Lo que la gente piensa o
imagina que es despreciable para los dioses no puede aceptarse como explicación de
sus creencias y prácticas religiosas. Hacerlo implica basar la explicación de toda la
vida social fundamentalmente en lo que la gente piensa o imagina arbitrariamente,
estrategia condenada a anular toda investigación inteligente porque siempre se
reducirá a un lema inútil: la gente piensa o imagina lo que piensa o imagina. ¿Por qué
perros y pavos serían considerados inadecuados para la majestad de los apetitos
sobrenaturales? A los miembros de algunas culturas les resulta fácil imaginar que los
dioses se alimentan de ambrosía o de nada. Seguramente el pueblo que fue capaz de
imaginar cómo era el rostro de Tlaloc era capaz de imaginar que sus dioses eran
apasionadamente aficionados a los menudillos de pavo y los corazones de perro.
Fueron los aztecas, y no sus dioses, los que consideraron que no valía la pena
arrancar los corazones palpitantes de pavos y perros. Y el motivo por el cual
opinaban así nada tenía que ver con la dignidad inherente a perros, pavos o, si se
prefiere, patos domésticos. Más bien estaba en relación con los costos para obtener
grandes cantidades de carne de estas especies. El problema con los perros como
fuente de carne no consiste en que sean despreciables sino que prosperan más cuando
se alimentan de carne. Y el problema con los pavos y otras aves consiste en que
prosperan más cuando se alimentan con cereales. En ambos casos, es enormemente
más eficaz comer la carne o el cereal directamente que hacerlo pasar a través de otro
eslabón de la cadena alimentaria. Por otro lado, la gran ventaja de las especies
domésticas del Viejo Mundo reside en que son herbívoros y rumiantes y en que
prosperan más cuando se alimentan de hierbas, rastrojos, hojas y otros elementos
vegetales que los seres humanos no pueden digerir. Debido a las extinciones del
pleistoceno, los aztecas carecían de estas especies. Y fue esta carencia, sumada a los
costos suplementarios que implica utilizar carnívoros y aves como fuentes de
proteínas animales, la que inclinó la balanza a favor del canibalismo. Desde luego, la
carne obtenida de los prisioneros de guerra también es costosa, resulta muy caro
capturar hombres armados. Pero si una sociedad carece de otras fuentes de proteínas
animales, quizá los beneficios del canibalismo superen estos costos. Por otro lado, si
una sociedad ya cuenta con caballos, carneros, cabras, camellos, bueyes y cerdos para
comer, los costos del canibalismo pueden superar sus beneficios.
Sin duda alguna, mi relato sería más estimulante si pudiera dejar de lado este
enfoque de la relación entre costos y beneficios del canibalismo y retornar a la vieja
teoría del progreso moral. La mayoría de nosotros preferiríamos creer que los aztecas
siguieron siendo caníbales simplemente porque su moral estaba fijada a los impulsos
primitivos en tanto los estados del Viejo Mundo convirtieron en tabú la carne humana
porque su moral se había elevado según el gran movimiento continuo y ascendente de

www.lectulandia.com - Página 114


la civilización. Pero sospecho que esta preferencia surge de errores provincianos, si
no hipócritas. Ni la prohibición del canibalismo ni la declinación de la práctica de
sacrificios humanos en el Viejo Mundo ejercieron la menor influencia en la tasa
según la cual los estados e imperios del Viejo Mundo mataban a los ciudadanos de
sus rivales. Como todos saben, la escala de la guerra ha aumentado constantemente
desde los tiempos prehistóricos hasta el presente y el mayor número de bajas debidas
a los conflictos armados ha sido producido precisamente por esos estados en los que
el cristianismo era la religión principal. Los montones de cadáveres que se pudrían en
el campo de batalla no están menos muertos que los cadáveres desmembrados para un
festín. Actualmente, al borde de la tercera guerra mundial, apenas estamos en una
posición desde la cual podamos despreciar a los aztecas. En nuestra era nuclear, el
mundo sólo sobrevive porque cada bando está convencido de que los niveles morales
del otro son lo bastante bajos para sancionar la aniquilación de cientos de millones de
personas en venganza ante un primer golpe. Gracias a la radiactividad, los
supervivientes ni siquiera podrán enterrar a los muertos, para no hablar de
comérselos.
Distingo dos modos de sumar los costos y beneficios del canibalismo en las
primeras fases de la formación estatal.
En primer lugar, aparece el empleo de soldados enemigos como productores de
alimentos en lugar de usarlos como alimento. En su análisis de la evolución del
estado en la Mesopotamia, Ignace Gelb afirma que al principio se mataba a los
hombres en el campo de batalla o en los ritos de sacrificio, en tanto sólo las mujeres y
los niños cautivos eran asimilados a la fuerza de trabajo. Esto demuestra que era
«relativamente fácil ejercer el control sobre las mujeres y los niños extranjeros» y que
«el aparato estatal todavía no era lo bastante fuerte para controlar las masas de
cautivos varones rebeldes». Pero a medida que el poder del aparato estatal
aumentaba, los prisioneros de guerra del sexo masculino eran «señalados o marcados
con hierro, atados con cuerdas o mantenidos en cepos de cuello» y, más tarde,
«liberados y restablecidos o utilizados para propósitos especializados de la corona
como guardia personal del rey, como mercenarios o como fuerza móvil».
El cambio de status de los prisioneros de guerra representa el factor principal en
la creación de la segunda fuente en importancia (después de las clases nativas
empobrecidas) de la mano de obra productiva de la Mesopotamia.
Gelb pone de relieve el hecho de que en Mesopotamia, la India y China, los
prisioneros de guerra no eran utilizados como esclavos, sino deportados de sus tierras
natales y establecidos como campesinos más o menos libres a lo largo y lo ancho del
reino. Evidentemente, para estos sistemas estatales primitivos del Viejo Mundo, era
ventajoso en el sentido de la relación entre costos y beneficios utilizar sus animales
domésticos como fuente de leche y carne y a sus cautivos como trabajadores

www.lectulandia.com - Página 115


agrícolas y carne de cañón. Esta adaptación se basaba en el hecho de que la presencia
de animales domésticos permitía ampliar e intensificar la base productiva y
reproductora de los antiguos estados e imperios del Viejo Mundo, mucho más allá del
nivel al cual podían llegar los aztecas sin sufrir graves reducciones de su nivel de vida
(aunque las consecuencias de los pecados de la intensificación también les
alcanzarían poco después).
La segunda dimensión que ha de considerarse al evaluar los costos y beneficios
del canibalismo es más política que económica, aunque al final también se reduce a la
cuestión de mantener los niveles de vida frente al crecimiento demográfico, la
intensificación y el agotamiento del medio ambiente. Como ya he dicho, los estados
surgieron a partir de las sociedades grupales y aldeanas a través de la ampliación y
estratificación del liderazgo responsable de las redistribuciones económicas y de la
dirección de la guerra externa. Los primeros reyes, como Sigurd el Generoso,
cultivaban la imagen de «gran proveedor» que los «grandes hombres» siempre han
utilizado en todas partes para justificar su preeminencia: «Su mano pródiga reparte
las ganancias de su espada sobre la tierra». Sin embargo, la generosidad continua
frente al rápido crecimiento demográfico y los agotamientos del medio ambiente
exigía una expansión constante hacia nuevos territorios y la asimilación progresiva de
masas adicionales de productores campesinos. La ingestión de prisioneros de guerra
no sólo representa un gran desperdicio de mano de obra bajo las condiciones
ecológicas características de los estados primitivos del Viejo Mundo, sino que era la
peor estrategia para cualquier estado que tuviera ambiciones imperiales. La
construcción de un imperio no se ve facilitada por la promesa de que aquéllos que se
sometan al «gran proveedor» serán comidos. Más bien, el principio fundamental que
guía toda expansión imperial con éxito afirma que aquéllos que se someten al «gran
proveedor» no serán comidos —literal o figuradamente—, sino que, en realidad, sus
vidas serán preservadas y su dieta mejorada. Canibalismo e imperio no se mezclan. A
lo largo de la historia, las personas han sido reiteradamente engañadas a fin de que
creyeran que las enormes desigualdades son necesarias para su propio bienestar. Pero
algo que ningún «gran proveedor» ha logrado jamás es convencer a las personas de
que existe algún tipo de igualdad en la relación entre comer y ser comido. En síntesis,
elegir un reino caníbal equivale a elegir la guerra perpetua con los vecinos y un
territorio plagado de rebeliones en el cual las personas son tratadas, literalmente,
como útiles tan sólo para convertirlas en carne de estofado. Esta elección sólo tenía
sentido para un estado que —como el de los aztecas— ya había agotado hasta tal
extremo su medio ambiente que la fase de política imperial no podía ser alcanzada.
También debo agregar que existía un equivalente interno de la política de
misericordia hacia los prisioneros de guerra. El crecimiento del imperio promovía la
imagen de los gobernantes como figuras divinas que protegen a los humildes de la

www.lectulandia.com - Página 116


superexplotación en manos de otros miembros de la clase gobernante. Los gobiernos
imperiales debían trazar una delgada línea entre un exceso y una debilidad
impositivas. Si el poder de los funcionarios locales para imponer contribuciones al
campesinado no era frenado por el emperador, el pueblo se mostraba turbulento, el
costo de mantenimiento de la ley y el orden subía vertiginosamente y se arriesgaba la
supervivencia del imperio. El resultado natural de la imagen del «gran proveedor»
extendida sobre un lienzo de dimensiones continentales era la del gran dispensador de
justicia y misericordia y protector divino de los humildes. Aquí reside el origen de las
religiones universalistas de amor y misericordia del Viejo Mundo. En el más antiguo
código jurídico que se conoce, escrito 1.700 años antes del nacimiento de Cristo,
Hammurabi hizo de la protección de los débiles ante los fuertes un principio
fundamental del gobierno imperial de Babilonia. Hammurabi se representaba a sí
mismo como el más grande de los «grandes proveedores»: «Pastor», «dador de
riquezas abundantes», «creador de riquezas rebosantes», «proveedor de aguas
abundantes para su pueblo», «dador de copiosa abundancia… que aumenta los
cultivos», «…que acumula los graneros llenos de granos», «… generoso proveedor
de sagrados festines», «… dador de las aguas de la abundancia», «… que ha puesto
firmemente loa cimientos de las moradas y las provee de abundancia de cosas
buenas». Después se declaró divino: «El dios-sol de Babilonia, que hace que la luz se
eleve sobre la tierra». Y, finalmente, gran protector: «Destructor de los malos y los
perversos para que los fuertes no puedan oprimir a los débiles».
El mismo cálculo imperial reside en el corazón de la religión política conocida
como confucionismo. Los reyes chinos primitivos mantenían en la corte una especie
de «grupo de consejeros expertos» a los cuales pedían consejo sobre el modo de
permanecer ricos y poderosos sin que los derrocaran. Los más famosos de estos
consejeros fueron Confucio y Mencio, que nunca se cansaron de explicar a sus
majestades reales que la receta para un reinado largo y próspero consistía en ocuparse
de que el bajo pueblo estuviera bien alimentado y no demasiado cargado con
impuestos. De los dos, Mencio fue el más audaz; llegó al extremo de afirmar que el
soberano era relativamente poco importante. Sólo el emperador que era benévolo con
su pueblo podía abrigar la esperanza de durar:

El pueblo es el elemento más importante de una nación, los espíritus de la tierra y


el grano aparecen después; el soberano es el más débil. En consecuencia, ganar al
campesinado es tornarse soberano. En verdad, si su majestad dispensa un gobierno
benévolo para el pueblo, es limitado en el uso de castigos y multas y hace que
impuestos y tributos sean ligeros, logrando así que los campos sean arados en
profundidad y las malas hierbas que contienen cuidadosamente eliminadas…
entonces tendrá un pueblo que podrá emplearse con palos que ellos han preparado

www.lectulandia.com - Página 117


oponerse a las fuertes mallas y las fuertes armas de las tropas de Ts'in y de Tch'u…
Los gobernantes de esos dos estados roban el tiempo a su pueblo, de modo que no
pueden arar ni quitar las malas hierbas de los campos… Esos gobernantes, por así
decirlo, conducen a sus pueblos hacia las dificultades o los ahogan. En ese caso,
¿quién se opondrá a su majestad? El siguiente proverbio, «los benévolos no tienen
enemigos», está de acuerdo con esto y suplico a su majestad que no dude de lo que
digo.

No había una gran separación entre estas doctrinas pragmáticas y el surgimiento


de una religión hecha y derecha de amor, caridad y el carácter sagrado de la vida
humana. La filosofía de Mencio ya afirmaba: «La benevolencia es la característica
distintiva del hombre».
Creo que este equilibrio de la relación entre costos y beneficios del canibalismo
patrocinado por el estado explica por qué el sacrificio humano y el canibalismo
siguieron siendo rasgos poco importantes de las antiguas religiones estatales del Viejo
Mundo. Además, como ha sugerido Michael Harner, también podría ofrecer por
primera vez una respuesta a la pregunta de por qué el desarrollo político a lo largo de
la costa del Pacífico y de las tierras altas de América del Sur que culminó con la
aparición del imperio Inca siguió el modelo mesopotámico y chino más que el azteca.
En su momento culminante, el imperio Inca abarcaba una región que cubría 2.400
kilómetros, desde el norte de Chile hasta el sur de Colombia, y contenía, tal vez, una
población de seis millones de habitantes. Este extenso reino, a diferencia de
Mesoamérica bajo el imperio de los aztecas, tenía una estructura política global de
aldeas, distritos y provincias. Los funcionarios designados por el Inca supremo eran
responsables de la ley, el orden y el mantenimiento de los altos niveles de
producción. Las tierras aldeanas se dividían en tres partes, la mayor de las cuales
correspondía a la parcela de subsistencia del campesino; las cosechas de la segunda y
tercera partes eran entregadas a los funcionarios eclesiásticos y políticos, que estaban
a cargo de los graneros provinciales. Estos graneros operaban según el principio de la
normalidad. Los utilizaban para compensar los altibajos anuales así como las crisis
regionales. En épocas de sequía, sus contenidos se enviaban a través de una red de
caminos gubernamentales y puentes colgantes hasta las provincias necesitadas. La
filosofía política de los incas, al igual que la de Hammurabi y Confucio, adoptó el
impulso persistente de los «grandes hombres» generosos. Se apremió a los estados
enemigos a que se sometieran al estado inca con el fin de disfrutar del nivel de vida
más alto. Las tropas derrotadas, como en la Mesopotamia primitiva, eran
restablecidas en distintas partes del imperio y plenamente incorporadas a la fuerza
laboral campesina, en tanto los jefes enemigos eran trasladados a la capital, a Cuzco,
y adoctrinados según la religión política del incario. El ejército incaico no avanzaba

www.lectulandia.com - Página 118


sobre sus enemigos bajo el lema OS COMEREMOS. Como en China y la
Mesopotamia primitivas, los sacerdotes del incario sacrificaban ocasionalmente seres
humanos —en nombre del creador Viracocha y del dios del sol Inte—, pero estos
sacrificios no formaban parte integral del sistema bélico. Sólo se escogían uno o dos
soldados de una provincia derrotada. Parece que, casi siempre, las víctimas
principales han sido jóvenes de ambos sexos preparados para la ocasión con
alimentos, bebidas y privilegios especiales. Lo más importante es que no existen
pruebas de que las víctimas fueran desmembradas y comidas.
Los sacerdotes incas funcionaban como redistribuidores de carne y el sacrificio
era un acontecimiento cotidiano. Pero los sumos sacerdotes de Cuzco agotaban su
habilidad quirúrgica en las llamas, en tanto en santuarios menores los cobayos eran
honrados de igual modo. Como ya he dicho, estos dos animales no figuraban en el
inventario de la producción alimentaria de los aztecas. De los dos, la llama es el más
importante en el contexto de esta discusión, en razón de que forma parte de la familia
de los camellos, cuya pastura natural se compone de pastos de gran altura que los
seres humanos no pueden ingerir. Las recientes excavaciones realizadas por J. y E.
Pires-Ferreira y por Peter Kaulizkee, de la Universidad de San Marcos (Lima, el
Perú), han remontado el origen de la domesticación de la llama hasta los cazadores
que, al final del último período glacial, invadieron la puna de Junín. La
domesticación no se completó hasta algún momento entre el 2500 y el 1750 antes de
nuestra era, tarde según las normas del Viejo Mundo pero lo bastante temprano para
haber jugado un papel al comienzo mismo del proceso de formación estatal en
América del Sur.
Las llamas y los cobayos de los incas no eran menos despreciables que los perros
y los pavos aztecas; sencillamente, constituían mejores fuentes cárnicas. Las llamas
permitieron que los incas dejaran de sacrificar seres humanos porque les permitieron
dejar de comer seres humanos. La lección parece clara: la carne de los rumiantes
contuvo el apetito de los dioses y tornó misericordiosos a los «grandes proveedores».

www.lectulandia.com - Página 119


11 Carne prohibida
Ya he mostrado que la domesticación animal se originó como un esfuerzo de
conservación desencadenado por la destrucción de la megafauna del pleistoceno. Lo
que comenzó como un intento para asegurar las raciones de carne de las poblaciones
aldeanas, concluyó con la paradoja acostumbrada que hemos terminado por esperar
siempre que un modo de producción se intensifica a fin de aliviar las presiones
reproductoras. Ovejas, cabras, cerdos, ganado vacuno y otras especies domésticas
originalmente podían criarse sobre todo por su carne, ya que durante los tiempos
neolíticos primitivos las aldeas estaban rodeadas de amplias reservas de bosques y
tierras de pastoreo que no eran necesarias para el cultivo de trigo, cebada y otras
cosechas destinados al consumo directo por parte de los seres humanos. Pero a
medida que la densidad humana de población aumentaba vertiginosamente en
respuesta a las economías políticas expansionistas de los estados e imperios
primitivos, la superficie de bosques y praderas no sembradas disponibles per cápita
para la alimentación animal se redujo. Cada vez que una población agrícola que
poseía animales domesticados aumentaba rápidamente, debía elegir entre cultivar
más plantas alimenticias o criar más animales. Los estados e imperios antiguos
invariablemente daban prioridad al cultivo de más plantas alimenticias ya que, por
promedio, el rendimiento neto por calorías de cada caloría de esfuerzo humano
invertido en la producción vegetal es diez veces superior al rendimiento neto por
calorías obtenible de la producción animal. En síntesis, energéticamente es mucho
más eficaz que los seres humanos coman vegetales alimenticios que el hecho de que
prolonguen la cadena alimenticia al interponer animales entre vegetales y personas.
Los cereales convierten alrededor del 4 por ciento de cada unidad de luz solar
fotosintéticamente activa en materia comestible por el ser humano. Alimentar con
cereales al ganado vacuno produce carne que sólo contiene el 5 por ciento de este
porcentaje, es decir, el 0,02 por ciento de la unidad original de luz solar. Así, la
decisión de aumentar la superficie consagrada a las cosechas agrícolas a costa de la
superficie dedicada a las pasturas animales representa una estrategia que se propone
criar y alimentar personas en lugar de animales.
Pero las especies domesticadas son valiosas por otros productos y servicios.
Criarlas y matarlas únicamente por su carne equivale a destruir su valor como
máquinas de tracción, como productoras de fibras y como proveedoras de fertilizante.
Puesto que algunas de las especies domesticadas también pueden producir una
provisión continua de proteínas animales en forma de leche y productos lácteos, no es
difícil comprender por qué los animales domesticados fueron utilizados cada vez con
menos frecuencia como fuente de carne: tenían más valor con vida que muertos. En
consecuencia, la carne desapareció gradualmente de la dieta cotidiana del bajo pueblo

www.lectulandia.com - Página 120


de los estados e imperios antiguos, que después de mil años de «progreso»
descubrieron que, por promedio, consumían casi tan pocas proteínas animales como
los ciudadanos comunes de Tenochtitlán. En una vasta región del Viejo Mundo que
correspondía a las zonas anteriores de mayor producción cárnica y cerealera, la carne
animal se convirtió en un lujo cuyo consumo estaba cada vez más restringido a las
ocasiones que incluían el sacrificio habitual y las redistribuciones eclesiásticas. Al
final, el consumo de la carne de las especies más costosas terminó por estar
prohibido, mientras en las regiones que sufrían los mayores agotamientos la carne
misma terminó por ser ritualmente impura. Poco después surgieron por primera vez
en la historia doctrinas eclesiásticas que se proponían inculcar la convicción de que la
ingestión de vegetales era más digna de los dioses que la ingestión de carne.
La disminución del consumo per capita de carne animal representó una
disminución de los niveles de nutrición. Aunque esto quizá no parezca obvio para los
modernos partidarios del vegetarianismo —que sostienen que la ingestión de carne es
una costumbre nociva—, aclararé este punto antes de analizar las causas que
motivaron que la carne de determinadas especies animales se convirtiera en tabú en el
antiguo Oriente Medio. Los vegetarianos tienen toda la razón cuando sostienen que
los seres humanos podemos satisfacer todas nuestras necesidades nutritivas
consumiendo tan sólo alimentos vegetales. La totalidad de los veinte aminoácidos, los
bloques constitutivos de las proteínas, están presentes en los vegetales. Pero ningún
vegetal alimenticio contiene los veinte aminoácidos. El complemento total de
aminoácidos sólo puede obtenerse a partir de los vegetales alimenticios mediante la
ingestión de grandes cantidades de voluminosos alimentos nitrogenados —como
judías y frutos secos—, más cantidades aún mayores de granos feculentos o cosechas
de raíces en base a un consumo cotidiano. (Las judías y los frutos secos son alimentos
caros). En consecuencia, la ingestión de carne es un modo mucho más eficaz de que
el cuerpo obtenga todos los aminoácidos necesarios para su bienestar y energía. La
carne suministra los nutrimentos esenciales en elementos altamente concentrados.
Como fuente de proteínas, fisiológicamente resulta mucho más eficaz que los
vegetales alimenticios y este hecho se refleja en la preferencia prácticamente
universal mostrada por los pueblos aldeanos preestatales hacia la carne con respecto a
los alimentos vegetales como base de los festines redistributivos.
El cerdo fue, probablemente, la primer especie domesticada que se volvió
demasiado cara para servir como fuente de carne. A partir de Viejo Testamento,
sabemos que los israelitas recibieron el mandato de abstenerse de comer cerdo en los
primeros tiempos de su historia. Puesto que la carne de ganado vacuno, carneros y
cabras jugaba un papel importante en las redistribuciones del «gran proveedor» de los
antiguos israelitas, la prohibición del consumo de una fuente tan excelente de carne
animal parece difícil de comprender. Los restos del cerdo domesticado aparecen en

www.lectulandia.com - Página 121


las aldeas neolíticas de Palestina, Siria, Irak y Anatolia, casi tan temprano como los
de carneros y cabras. Además, a diferencia de otras especies domesticadas, el cerdo
lo fue principalmente por su carne. No es posible ordeñar ni montar cerdos, éstos no
pueden llevar manadas, tirar de un arado, transportar una carga ni cazar ratones. Pero
como suministrador de carne el cerdo no tiene rivales; constituye uno de los más
eficaces convertidores de carbohidratos en proteínas y grasas de todo el reino animal.
Por cada 100 libras de pienso consumidas, un cerdo produce alrededor de 20 libras de
carne, en tanto con la misma cantidad de pienso el ganado vacuno sólo produce
alrededor de 7 libras. En términos de calorías producidas por caloría de alimento, los
cerdos son más de tres veces más eficaces que el ganado vacuno y aproximadamente
dos veces más eficaces que las gallinas (libra por libra, el cerdo tiene más calorías
que la vaca).
Antes de intentar explicar por qué fue el cerdo el primer animal que se convirtió
en objeto de prohibiciones sobrenaturales, diré algo acerca de los principios generales
que rigen la imposición de tabúes relativos a la carne animal. Como Eric Ross —que
estudió el problema de los tabúes animales entre los indios de la Cuenca del
Amazonas— expuso, la cuestión general más importante que debe recordarse es que
el papel ecológico de una especie determinada no permanece fijo sino que forma
parte de un proceso dinámico. Las culturas suelen imponer sanciones sobrenaturales
al consumo de carne animal cuando se deteriora la proporción entre costos y
beneficios comunales relacionados con la utilización de una especie determinada. Las
especies baratas y abundantes cuya carne puede ser consumida sin poner en peligro el
resto del sistema mediante el cual se obtienen los alimentos rara vez se convierten en
blanco de las prohibiciones sobrenaturales. Los animales que en un momento
suponen altos beneficios y bajos costos, pero que posteriormente se tornan más caros,
constituyen el blanco principal de las sanciones sobrenaturales. Las restricciones más
severas suelen desarrollarse cuando una especie nutritivamente valiosa no sólo se
vuelve más cara, sino que su empleo constante pone en peligro el modo de
subsistencia existente. El cerdo forma parte de estas especies.
La cría del cerdo alcanzó costos que planteaban una amenaza para todo el sistema
de subsistencia en las tierras cálidas y semiáridas del antiguo Oriente Medio. Y esta
amenaza aumentó bruscamente a causa de la intensificación, el agotamiento y el
crecimiento demográfico relacionado con el desarrollo de los estados prístinos y
secundarios en la región a partir del 4000 antes de nuestra era. El cerdo es,
principalmente, un animal de los bosques, las orillas de los ríos y los pantanos.
Fisiológicamente está mal adaptado a las altas temperaturas y a la luz solar directa
porque no puede regular su temperatura corporal sin fuentes externas de humedad: no
puede sudar. En su hábitat natural del bosque, el cerdo come tubérculos, raíces y
frutos y nueces que han caído al suelo. Si se alimenta de vegetales con un alto

www.lectulandia.com - Página 122


contenido de celulosa, pierde totalmente su ventaja con respecto a las especies
rumiantes como convertidor de los vegetales en carne y grasas. A diferencia del
ganado vacuno, los carneros, las cabras, los asnos y los caballos, los puercos no
pueden metabolizar cáscaras, tallos ni hojas fibrosas; cuando se trata de vivir de las
pasturas, no están mejor dotados que los seres humanos.
Cuando el cerdo fue domesticado, extensos bosques cubrían las accidentadas
faldas de los macizos montañosos de Tauro y Zagros y de otras zonas altas de Oriente
Medio. Pero a principios del 7000 antes de nuestra era, la difusión y la intensificación
de las economías mixtas de labranza y pastoreo convirtieron millones de acres de los
bosques de Oriente Medio en praderas. Al mismo tiempo, millones de acres de
praderas se convirtieron en desiertos.
La intensificación agrícola y de pastoreo favoreció la difusión de vegetales de
tierras áridas a costa de la vegetación tropical y semitropical que anteriormente había
sido exuberante. Se calcula que la superficie total de los bosques de Anatolia se
redujo del 70 por ciento al 13 por ciento entre el 5000 antes de nuestra era y el pasado
reciente. Sólo existen una cuarta parte del otrora bosque costero del Caspio, la mitad
del bosque montañoso húmedo, entre un quinto y un sexto de los bosques de robles y
enebros de Zagros y la veinteava parte de los bosques de enebros de las montañas de
Elburz y Korasán. Las regiones que más sufrieron fueron las ocupadas por los
pastores o los expastores. La historia de Oriente Medio siempre ha estado dominada
por lo efímero del límite entre tierras cultivables y el desierto, como sintetiza el
poema de Omar Khayyam:
A lo largo de una franja de hierbas esparcidas.
que divide al desierto de las siembras.
En la actualidad, como ha sostenido R. D. Whyte: «Las montañas y las
estribaciones desnudas de las líneas de las playas mediterráneas, la meseta de
Anatolia e Irán, se elevan como mudos testigos de milenios de civilización
incontrolada».
Los antiguos israelitas llegaron a Palestina entre la temprana y la media Edad de
Hierro, alrededor del 1200 antes de nuestra era, y tomaron posesión del terreno
montañoso que anteriormente no había sido cultivado. Los bosques de las colinas de
Judea y Samaría fueron rápidamente talados y convertidos en terrazas irrigadas. Las
zonas adecuadas para la cría de cerdos con forraje natural quedaron seriamente
restringidas. Cada vez más debieron alimentar a los cerdos con cereales como
suplemento, lo que los hacía directamente competitivos con los seres humanos;
además, su costo aumentó porque necesitaban sombra y humedad artificiales. Pero no
dejaban de ser una fuente atractiva de proteínas y grasas.
Los pastores y los agricultores establecidos que habitan regiones en proceso de
deforestación podrían sentirse impulsados a criar cerdos por los beneficios a corto

www.lectulandia.com - Página 123


plazo, aunque sería sumamente costoso y de difícil adaptación hacerlo a gran escala.
La prohibición eclesiástica registrada en el Levítico poseía el mérito de la finalidad:
al hacer que incluso una inocua y pequeña cría de cerdos fuera impura, se contribuía
a erradicar la dañina tentación de criar una gran cantidad de cerdos. Debo agregar que
algunos colegas han cuestionado esta explicación sobre la base de que si la cría del
cerdo era realmente tan dañina, no habrían sido necesarias sanciones eclesiásticas
especiales. «La necesidad de un tabú con respecto a un animal que es ecológicamente
destructivo equivale a una excesiva matanza cultural. ¿Por qué utilizar cerdos si no
son útiles en un contexto dado?». Pero lo que aquí analizamos es el papel de los
cerdos dentro de un sistema de producción en evolución. Prohibir la cría de cerdos
equivalía a estimular el cultivo de cereales, de árboles y de fuentes menos costosas de
proteínas animales. Además, del mismo modo que los individuos suelen ser
ambivalentes y ambiguos con respecto a sus pensamientos y emociones, poblaciones
enteras suelen ser ambivalentes y ambiguas con respecto a algunos aspectos de los
procesos de intensificación en los que participan. Pensemos en los pro y los contra de
las perforaciones a poca distancia de la costa y del debate continuo con respecto al
tabú del aborto. Invocar la ley divina contra el cerdo no era una cuestión de «exceso
de matanza cultural», del mismo modo que no lo es invocar la ley divina contra el
adulterio o los asaltos a bancos. Cuando Jehová prohibió el homicidio y el incesto, no
dijo «que sólo haya unos pocos homicidios» ni «que sólo haya unos pocos incestos».
¿Por qué, pues, debería haber dicho: «Sólo comeréis puerco en pequeñas
cantidades»?
Algunas personas opinan que el análisis ecológico de los costos y beneficios de la
cría del cerdo es superfluo porque el cerdo es un animal excepcionalmente
repugnante que come excrementos humanos y gusta de revolcarse en su orina y sus
heces. Pero este enfoque no logra explicar que si todos opinaran naturalmente de ese
modo, el cerdo jamás habría sido domesticado ni se lo seguiría devorando
gustosamente en tantas otras partes del mundo. A decir verdad, el cerdo se revuelca
en sus heces y su orina únicamente cuando carece de fuentes alternativas de la
humedad externa que necesita para refrescar su cuerpo sin pelos y sin sudor. Además,
no puede decirse que el cerdo es prácticamente el único animal domesticado que, si
tienen ocasión, engulle ávidamente excrementos humanos (por ejemplo, el ganado
vacuno y las gallinas muestran muy pocas reservas en este sentido).
La idea de que el cerdo fue convertido en tabú porque su carne transmitía el
parásito que provoca la triquinosis también debe descartarse. Recientes estudios
epidemiológicos han demostrado que los cerdos criados en climas cálidos rara vez
transmiten la triquinosis. Por otro lado, el ganado vacuno naturalmente «limpio», las
ovejas y las cabras, son vectores del ántrax, la brucelosis y otras enfermedades
humanas que son tan peligrosas, si no más, que cualquiera que el cerdo pudiera

www.lectulandia.com - Página 124


transmitir.
Otra objeción planteada contra la explicación ecológica del tabú del cerdo por
parte de los israelitas, consiste en que no toma en cuenta el hecho de que en el Viejo
Testamento también se prohíbe la carne de muchos otros animales. Aunque es verdad
que el tabú del cerdo es sólo un aspecto de un sistema global de leyes dietéticas, es
posible explicar la inclusión de otros animales prohibidos mediante los principios
generales de costos y beneficios ya esbozados en este capítulo. La mayoría de las
especies prohibidas correspondían a animales salvajes que sólo se obtenían mediante
la caza. Para un pueblo cuya subsistencia dependía principalmente, de las manadas,
los rebaños y la agricultura cerealera, la caza de animales —sobre todo de especies
que se habían vuelto escasas o que no vivían en el habitat local— era un mal negocio
con respecto a la relación entre costos y beneficios.
Comencemos por los animales de cuatro pies con «garras» (Levítico XI, 27).
Aunque no están identificados por especies, los animales «con garras» debieron ser,
principalmente, carnívoros como los gatos monteses, los leones, los zorros y los
lobos. La caza de estos animales como fuente de proteínas sintetiza la producción
cárnica de bajos beneficios y altos costos. Estos animales son escasos, descarnados,
difíciles de encontrar y de matar.
El tabú de los animales con garras probablemente incluía al gato y al perro
domesticados. Los gatos fueron domesticados en Egipto para cumplir con la función
altamente especializada del control de los roedores. El hecho de comérselos, salvo en
emergencias, no habría mejorado la vida de nadie, excepto de ratas y ratones. (En
cuanto a la ingestión de ratas y ratones, los gatos pueden hacerlo con más eficacia).
Los perros eran utilizados, principalmente, para llevar rebaños y cazar. Para producir
carne, con excepción de huesos, cualquier cosa que se le diera a un perro se
aprovecharía mejor metiéndola en la boca de una vaca o de una cabra.
Otra categoría de carne prohibida en el Levítico se refiere a los habitantes
acuáticos sin aletas ni escamas. Por analogía, se incluyen anguilas, crustáceos,
ballenas, marsopas, esturiones, lampreas y bagres. Desde luego, era improbable
encontrar una cantidad significativa de estas especies en los lindes del desierto de
Sinaí o en las colinas de Judea.
Las «aves» constituyen el grupo más extenso de animales prohibidos y
específicamente identificados: el águila, el quebrantahuesos, el esmerejón, el milano,
el buitre, el cuervo, el avestruz, la lechuza, el loro, el gavilán, el búho, el somorgujo,
el ibis, el calamón, el cisne, el onocrótalo, el herodión, el caradrión, la abubilla y el
murciélago (el último erróneamente clasificado como ave, Levítico XI, 13, 20).
También son especies sumamente esquivas, raras o nutritivamente triviales: su valor
nutritivo es aproximadamente el mismo que uno puede esperar de un bocado de
plumas.

www.lectulandia.com - Página 125


Si nos dedicamos a la categoría «insectos», está escrito que «todo reptil alado que
anda sobre cuatro pies» está prohibido con excepción de la langosta, el langostín, el
aregol y el haghab, «que saltan sobre la tierra». Las excepciones resultan altamente
significativas. Las langostas son insectos grandes y carnosos; aparecen en grandes
cantidades y se las recoge fácilmente para alimentarlas durante lo que es probable que
se convierte en un período de hambre a causa del daño que ellas mismas provocan en
campos y pasturas. Tienen una relación de altos beneficios por costos.
También existe la prohibición sobre los animales que «rumian», pero que no
tienen «pezuñas hendidas»: «camello, tejón de roca y liebre». Y los animales que
tienen «pezuña hendida» pero «no rumian», cuyo único ejemplo es el puerco.
El tejón de roca es un animal no domesticado que parece coincidir con la pauta
general de los demás animales salvajes prohibidos. Aunque la liebre también es una
especie salvaje, me resisto a hacer un juicio con respecto al lugar que ocupa en la
relación entre costos y beneficios. Después de un período de tantos miles de años,
resulta difícil asignar a esta especie un papel definido dentro del ecosistema local.
Pero no creo que tenga que demostrar que el ciento por ciento de los animales
salvajes prohibidos se inscriben en la pauta de altos costos y bajos beneficios. No soy
contrario a la idea de que una o dos de las especies mencionadas en el Levítico quizá
no fueron prohibidas por motivos ecológicos sino para satisfacer prejuicios azarosos
o para coincidir con algún oscuro principio de simetría taxonómica inteligible
únicamente para los sacerdotes y profetas del antiguo Israel. Me gustaría que estos
comentarios también se apliquen a la categoría de animales que «van arrastrándose
sobre la tierra»: comadreja, ratón, lagarto, salamanquesa, cocodrilo y camaleón.
Algunas de estas especies —por ejemplo, los cocodrilos— parecerían totalmente
inútiles como fuentes alimenticias para los israelitas, pero no podemos estar seguros
con respecto a otras de las mencionadas sin un detallado estudio de su status
ecológico.
Aunque el camello es el único animal domesticado específicamente mencionado
entre los que rumian pero no tienen las pezuñas hendidas, las autoridades rabínicas
siempre han incluido a los caballos y a los asnos en la misma categoría. En realidad,
lo que estas tres especies domesticadas tienen en común (ninguna «rumia»), es que
son grandes animales de altos costos y altos beneficios que los israelitas mantenían
por su contribución al transporte y a la tracción. No mantenían grandes cantidades de
camellos ni de caballos. El caballo era utilizado principalmente por motivos
aristocráticos y militares, en tanto los camellos se especializaban para las caravanas
en lo profundo del desierto. Ninguno podía suministrar cantidades significadas de
proteínas animales sin perturbar su función principal. Los asnos constituían el
principal animal de carga de los israelitas, pero tampoco podían matarlos para usarlos
como alimento sin sufrir grandes pérdidas económicas. En síntesis, los «rumiantes»

www.lectulandia.com - Página 126


que no tenían pezuñas hendidas domesticados eran demasiado valiosos para
comerlos.
Sinteticemos: en la lista de especies prohibidas en el Levítico no hay nada que se
oponga a la explicación ecológica del tabú del cerdo. En todo caso, la norma global
parece ocuparse de prohibir fuentes de carne inconvenientes o costosas.
La confusión que rodea al tema de los tabúes animales parece atribuible a una
preocupación demasiado cerrada por la historia singular de culturas particulares
abstraídas de su emplazamiento regional y de los procesos evolutivos generales. Para
tomar el caso en cuestión, el antiguo tabú israelita del cerdo nunca se podría explicar
satisfactoriamente en términos de los valores y creencias características de los
israelitas. El hecho es que los israelitas sólo fueron uno de los numerosos pueblos de
Oriente Medio a los que el cerdo les resultó cada vez más oneroso.
El tabú del cerdo se repite por la totalidad de la vasta zona de los pastores
nómadas del Viejo Mundo: de África del norte a través de Oriente Medio y Asia
central. Pero en China, el sudeste asiático, Indonesia y Melanesia, el cerdo fue, y
sigue siendo, una fuente muy utilizada de proteínas y grasas dietéticas, lo mismo que
en Europa moderna y en el hemisferio occidental. El hecho de que el cerdo fuera
convertido en tabú en las grandes zonas de los pastores del Viejo Mundo y en varios
de los valles de los ríos que circundan dichas zonas sugiere que los tabúes bíblicos
deberían verse como una respuesta de adaptación variable para una extensa zona en
relación con los repetidos cambios ecológicos producidos por la intensificación y los
agotamientos asociados al surgimiento de los estados e imperios antiguos.
Los antiguos israelitas compartían incluso el aborrecimiento del cerdo con sus
enemigos mortales, los egipcios. Según H. Epstein, una de las autoridades más
destacadas sobre la historia de la domesticación animal en África:

…de una posición de importancia extrema a principios del período neolítico, su


significado [el del cerdo] disminuyó gradualmente y los archivos del período
dinástico muestran el desarrollo de un prejuicio creciente contra él.

En la época del Imperio Medio (2000 antes de nuestra era), los egipcios
comenzaron a identificar a los cerdos con Set, el dios del mal. Aunque la cría del
cerdo sobrevivió hasta la época posdinástica, los egipcios jamás perdieron su
prejuicio contra el cerdo. Los porqueros egipcios eran miembros de una casta distinta.
Utilizaban sus piaras para esparcirse por algunas millas en la llanura anegable del
Nilo como parte del proceso de sembrado y es posible que esta función útil —sumada
a la disponibilidad permanente de tierras húmedas y pantanos en el delta del Nilo—
pueda explicar la ingestión ocasional de cerdo en Egipto hasta la época de la
conquista islámica. Pero según Heródoto, los porqueros constituían la casta más

www.lectulandia.com - Página 127


despreciada de Egipto y, a diferencia de todas las demás, tenían prohibida la entrada a
los templos.
Aparentemente, en la Mesopotamia ocurrió algo parecido. Los arqueólogos han
encontrado en las colonias más primitivas de la baja Mesopotamia, modelos de arcilla
de cerdos domesticados en los milenios quinto y cuarto anteriores a nuestra era.
Aproximadamente el 30 por ciento de los huesos animales excavados en Tel-el-
Amarna (2800-2700 antes de nuestra era) pertenecían a cerdos. El puerco se comía en
Ur en épocas predinásticas. En las más antiguas dinastías sumerias existían porqueros
y matadores de cerdos especializados. Sin embargo, a partir del 2400 antes de nuestra
era, evidentemente el cerdo se convirtió en tabú y ya no fue consumido.
La desaparición del cerdo de la dieta mesopotámica coincide con un grave
agotamiento ecológico y el declive de la productividad en la baja Sumeria, cuna de
los primeros estados de Oriente Medio. Durante 1500 años, la agricultura sumeria
experimentó intensificaciones constantes que implicaban la construcción de canales
de irrigación alimentados con las aguas cargadas de sedimentos del Tigris y el
Éufrates. El porcentaje de sal de las aguas de irrigación era inocuo cuando el agua se
aplicaba directamente a la superficie. Sin embargo, la irrigación constante de los
campos elevó el nivel de las aguas subterráneas. A través de la acción capilar, las
sales acumuladas salieron a la superficie e inutilizaron millones de acres consagrados
al cultivo de trigo. La cebada, más resistente a la sal que el trigo, fue plantada en las
zonas que sufrieron menos daño. Pero Sumeria se debilitó cada vez más
económicamente y esto condujo a la caída del último Imperio Sumerio, la tercera
dinastía de Ur. En el 1700 antes de nuestra era, el trigo había desaparecido
completamente en el sur. A partir de entonces el centro de población se desvió hacia
el norte, a medida que Babilonia comenzaba a surgir bajo el mandato de Hammurabi.
Pero ni siquiera ese gran «dador de riquezas abundantes» pudo alimentar a su pueblo
con cerdo.
Con la aparición del Islam, el antiguo tabú israelita del cerdo se incorpora
directamente a otro conjunto de leyes dietéticas sobrenaturalmente sancionadas. El
cerdo fue distinguido en el Corán como objeto de un repudio especial y en la
actualidad los musulmanes se oponen a la ingestión de cerdo con tanta vehemencia
como los judíos ortodoxos. Incidentalmente, el Corán contiene una importante prueba
que sustenta la interpretación ecológica de la relación entre costos y beneficios de los
tabúes animales. Mahoma, el profeta, conservó el tabú israelita del cerdo pero liberó
explícitamente a sus seguidores del tabú de comer carne de camello. Los pastores
árabes, los primeros partidarios de Mahoma, eran nómadas a camello que habitaban
verdaderos oasis en el desierto y con frecuencia se veían obligados a realizar largos
viajes a través de yermos en los que el camello era el único animal domesticado que
podía sobrevivir. Aunque el camello era demasiado valioso para comerlo

www.lectulandia.com - Página 128


regularmente, también era demasiado valioso para no comerlo nunca. En condiciones
de emergencia relacionadas con las campañas militares y el comercio de caravanas a
larga distancia, su carne frecuentemente suponía la diferencia entre la vida y la
muerte.
En este punto, me agradaría aclarar una cuestión que deseo no se interprete
erróneamente. Al remontar el origen de las ideas religiosas a la relación entre los
costos y los beneficios de los procesos ecológicos, no intento negar que las ideas
religiosas pueden, a su vez, influir en las costumbres y el pensamiento. Los autores
del Levítico y del Corán eran sacerdotes y profetas interesados en desarrollar un
conjunto coherente de principios religiosos. Una vez formulados, estos principios
pasaron a formar parte de las culturas judía e islámica a lo largo de los siglos y, sin
duda alguna, influyeron en la conducta de judíos y musulmanes que vivían lejos de
sus tierras de origen. Los tabúes alimenticios y las especialidades culinarias pueden
perpetuarse como hitos entre las minorías étnicas y nacionales, y como símbolos de
identidad del grupo independientemente de cualquier selección ecológica activa a
favor o en contra de su existencia. Pero no creo que estas prácticas y creencias
puedan perdurar mucho tiempo si dieran por resultado una brusca elevación de los
costos de subsistencia. Para parafrasear los comentarios de Sherbourne Cook sobre
los rituales aztecas, ningún impulso puramente religioso puede ir en contra de la
resistencia ecológica y económica fundamentales durante un largo período de tiempo.
No creo que los judíos ni los musulmanes observantes modernos sufran déficits de
proteínas a causa del rechazo del cerdo. Si así fuera, supongo que comenzarían a
modificar sus creencias… si no inmediatamente, al menos en una o dos generaciones.
(Millones de musulmanes sufren de agudos déficits de proteínas, pero nadie ha
supuesto un vínculo causal entre el tabú del cerdo y el subdesarrollo y la pobreza en
Egipto o Pakistán). No sostengo que el análisis de los costos y beneficios ecológicos
pueda conducir a la comprensión de todas las creencias y prácticas de todas las
culturas que han existido. Muchas creencias y cursos de acción alternativos no poseen
ventajas o desventajas definidas con respecto a la elevación o disminución de los
niveles de vida. Además, reconozco que siempre existe cierta influencia mutua entre
las condiciones que determinan los costos y los beneficios ecológicos y económicos y
las convicciones y las prácticas religiosas. Pero insisto en que, según las pruebas de la
prehistoria y la historia, la fuerza que hasta ahora han ejercido entre sí no es
semejante. Las religiones generalmente cambiaron para adaptarse a las exigencias de
reducir los costos y maximizar los beneficios en la lucha para evitar que los niveles
de vida decayeran; los casos en que los sistemas de producción han cambiado para
adaptarse a las exigencias de los sistemas religiosos modificados al margen de las
consideraciones de los costos y beneficios o no existen o son sumamente raros. La
relación entre el agotamiento de las proteínas animales por un lado y, por el otro, la

www.lectulandia.com - Página 129


práctica del sacrificio humano y el canibalismo, la evolución de los festines
redistributivos eclesiásticos y el tabú de la carne de determinados animales,
demuestra la inequívoca prioridad causal de los costos y los beneficios materiales con
respecto a las creencias espirituales… no necesariamente en todo momento, pero casi
seguro para los casos sometidos a estudio.

www.lectulandia.com - Página 130


12 El origen de la vaca sagrada
En la India contemporánea, sólo los intocables comen libremente carne roja. Los
hindúes observantes de casta alta limitan sus dietas a alimentos vegetales y a
productos lácteos. Ingerir carne siempre es indeseable, pero nada peor como comer la
de vaca. La opinión de los hindúes de casta alta con respecto a la ingestión de vaca es
la misma que tiene un norteamericano ante la idea de comer al perro de la familia.
Pero hubo un tiempo en que la carne, sobre todo la de vaca, atraía a los habitantes de
la India tanto como los filetes y las hamburguesas atraen en la actualidad a los
habitantes de América del Norte.
Durante el período neolítico, la vida aldeana en la India se basaba en la
producción de animales domésticos y en el cultivo de cereales. A semejanza de los
aldeanos de Oriente Medio, los indios más primitivos criaban ganado vacuno, ovejas
y cabras, en combinación con trigo, mijo y cebada. Alrededor del 2500 antes de
nuestra era, cuando comenzaron a surgir las primeras colonias importantes a lo largo
del río Indo y sus tributarios, el vegetarianismo todavía estaba muy lejos. Entre las
ruinas de las ciudades más antiguas —Harappa y Mohenjo-Daro—, los huesos
semiquemados de ganado vacuno, ovejas y cabras se mezclan con los escombros de
la cocina. En las mismas ciudades, los arqueólogos también encontraron huesos de
cerdo, búfalos de agua, gallinas, elefantes y camellos.
Las ciudades de Harappa y Mohenjo-Daro, notables por sus edificios de ladrillos
refractarios y sus grandes baños y jardines, parecen haber sido abandonadas alrededor
del 2000 antes de nuestra era, en parte como resultado de los desastres ecológicos que
implicaban los cambios en el curso de los canales de los ríos de los que dependían
para la irrigación. En ese estado de debilitamiento, se tornaron vulnerables a las
«tribus bárbaras» que penetraban en la India desde Persia y Afganistán. Estos
invasores, conocidos con el nombre de arios, eran agricultores-pastores
semimigratorios y poco federados que primero se establecieron en el Punjab y, más
tarde, se desplegaron en abanico por el Valle del Ganges. Eran pueblos de la Edad de
Bronce tardía que hablaban un idioma llamado veda, lengua madre del sánscrito, y
cuyo modo de vida se parecía enormemente a la de los griegos prehoméricos, los
teutones y los celtas situados fuera de los centros de formación estatal de Europa y
del sudoeste asiático. A medida que Harappa y Mohenjo-Daro decaían, los invasores
tomaban las mejores tierras, talaban los bosques, construían aldeas permanentes y
fundaban una serie de reinos minúsculos en los cuales se erigían como gobernantes
de los habitantes indígenas de la región.
La información que tenemos acerca de lo que comían los arios proviene
principalmente de los textos sagrados escritos en veda y sánscrito durante la segunda
mitad del primer milenio antes de nuestra era. Tales textos muestran que durante el

www.lectulandia.com - Página 131


período védico primitivo —hasta el 1000 antes de nuestra era— se alimentaban de
carne animal, vaca incluida, frecuentemente y con gusto. Las investigaciones
arqueológicas realizadas en Hastinapur también demuestran que el ganado vacuno, el
búfalo y la oveja se contaban entre los animales que eran comidos por los primeros
colonizadores de la llanura gangética.
Om Prakash, en su importante estudio Food and Drinks in Ancient India
(Alimentos y bebidas de la antigua India), sintetiza del modo siguiente la situación
durante el período védico temprano:

El fuego recibe el nombre de comedor de bueyes y de vacas estériles. La ofrenda


ritual de carne daba a entender que los sacerdotes la comían. También se ofrece una
cabra al fuego para que la transporte a los antepasados. En la época del matrimonio
también se mataba una vaca estéril, evidentemente como alimento… También se
menciona un matadero. La carne de caballos, cameros, vacas estériles y búfalos se
cocinaba. Probablemente también comían carne de aves.

En el período védico tardío:

…era costumbre matar un gran buey o una gran cabra para dar de comer a un
invitado distinguido. A veces también mataban a una vaca que abortaba o a una vaca
estéril. Atithigva también da a entender que se mataba a las vacas para los invitados.
En los sacrificios se siguen matando muchos animales —vacas, ovejas, cabras y
caballos— y los participantes comen la carne de esos animales de sacrificio.

Los textos védicos tardíos e hindúes primitivos contienen muchas incoherencias


con respecto al consumo de vaca. Junto a muchas descripciones del ganado vacuno
que era utilizado para el sacrificio aparecen pasajes en los que se indica que nunca
deben matarse vacas y que la ingestión de carne de vaca debe abandonarse por
completo. Algunas autoridades —por ejemplo, A. N. Bose— sostienen que estas
incoherencias quedan mejor explicadas por la hipótesis de que los eruditos hindúes
ortodoxos interpolaron los pasajes contrarios a la ingestión de carne de vacas y a la
matanza de vacas en una fecha posterior. Bose opina que «la vaca era la carne más
común que se consumió» durante la mayor parte del primer milenio antes de nuestra
era. Tal vez una solución menos polémica a las contradicciones de los textos sagrados
resida en que reflejan cambios graduales de actitud durante un prolongado período en
el cual un número cada vez mayor de personas llegó a considerar la ingestión de
animales domesticados —sobre todo vacas y bueyes— como algo abominable.
Pero lo que surge con notable claridad es que los reinos del Valle del Ganges
védicos tardíos e hindúes primitivos contaban con una casta sacerdotal análoga a los

www.lectulandia.com - Página 132


levitas entre los israelitas antiguos y a los druidas entre los celtas. Sus miembros se
llamaban brahmanes. Los deberes de los brahmanes se describen en las obras
sánscritas conocidas como Brahmanes y Sutras. No caben dudas de que la vida ritual
brahmánica primitiva, como la de los druidas y los levitas (y la de los primeros
especialistas religiosos de todos los caciquismos y pequeños estados situados entre
España y el Japón), se centraba en el sacrificio animal. Al igual que sus equivalentes
en todo el Viejo Mundo, los brahmanes primitivos gozaron del monopolio de cumplir
los rituales sin los cuales no se podía ingerir carne animal. Según los Sutras, los
brahmanes eran las únicas personas que podían sacrificar animales.
Los Sufras sostienen que los animales no deben matarse a no ser en calidad de
ofrendas a los dioses y para extender la «hospitalidad a los invitados» y que «el dar y
recibir regalos» eran deberes especiales de los brahmanes. Estos preceptos repiten
exactamente las disposiciones reguladoras del consumo de carne características de las
sociedades en las que el festín y el sacrificio animal configuran la misma actividad.
Los «invitados» honrados por la hospitalidad védica temprana no eran un pequeño
grupo de amigos que llegaba inesperadamente a cenar sino aldeas y distritos enteros.
En síntesis, los Sutras nos dicen que originalmente los brahmanes eran una casta
sacerdotal que presidía los aspectos rituales de los festines redistributivos
patrocinados por los gobernantes y los jefes militares arios «pródigos».
Después del 600 antes de nuestra era, los brahmanes y sus seculares jefes
supremos tuvieron cada vez más dificultades para satisfacer la demanda popular de
carne animal. A semejanza de los sacerdotes y los gobernantes de Oriente Medio y
otras regiones, no pudieron mantener las altas tasas de matanza animal y
redistribuciones pródigas sin la ingestión antieconómica de animales necesarios para
arar y abonar las tierras. En consecuencia, la ingestión de carne se convirtió en el
privilegio de un grupo selecto compuesto por los brahmanes y otros arios de casta
alta, mientras los campesinos comunes, que carecían de poder para gravar o confiscar
los animales de otras personas, no tuvieron más alternativa que conservar su ganado
doméstico para tracción, producción de leche y de estiércol. Así, los brahmanes
gradualmente pasaron a formar parte de una élite comedora de carne cuyo monopolio
del privilegio de matar animales para los festines redistributivos se había
transformado en el monopolio y el privilegio de comerlos. Mucho después de que el
bajo pueblo del norte de China se hubiese convertido en vegetariano funcional, las
castas superiores hindúes —posteriormente las defensoras más ardientes de las dietas
sin carne— seguían alimentándose placenteramente con carne de vaca y de otros
tipos.
Fundamento parcialmente mi tesis sobre este abismo cada vez mayor entre una
aristocracia mimada y comedora de carne y un campesinado empobrecido y carente
de carne en el hecho de que hacia mediados del primer milenio antes de nuestra era,

www.lectulandia.com - Página 133


varias religiones nuevas comenzaron a cuestionar la legitimidad de la casta
brahmánica y de sus rituales de sacrificio. De estas religiones reformistas, las más
conocidas son el budismo y el jainismo. Fundadas en el siglo VI antes de nuestra era
por hombres carismáticos y sagrados, tanto el budismo como el jainismo
proscribieron las distinciones de casta, abolieron los sacerdocios hereditarios,
hicieron de la pobreza una condición previa de la espiritualidad y postularon la
comunión con la esencia espiritual del universo a través de la contemplación en lugar
de hacerlo a través del sacrificio de animales. Ambos movimientos anticiparon
elementos claves del cristianismo en su condena de la violencia, la guerra y la
crueldad y en su compasión ante el sufrimiento humano.
Para los budistas, toda la vida era sagrada, aunque podía existir en formas
superiores e inferiores. Para los jainistas, toda la vida no sólo era sagrada sino que
compartía un alma común: no había formas superiores e inferiores. En ambos casos,
los sacerdotes que sacrificaban animales no eran mejores que los asesinos. Los
budistas toleraban la ingestión de carne animal siempre que el que la comía no
hubiera participado en la matanza. Los jainistas, no obstante, condenaban la matanza
de cualquier animal e insistían en una dieta puramente vegetariana. Los miembros de
algunas sectas jainistas incluso consideraban necesario utilizar barrenderos para
limpiar la senda que se abría delante de ellos a fin de evitar la calamidad de extinguir
accidentalmente la vida de una hormiga.
Como ya he dicho, el fin del sacrificio animal coincidió con el desarrollo de
religiones universalistas y espiritualizadas. Puesto que los antiguos «grandes
proveedores» eran cada vez menos capaces de justificar su majestad mediante
muestras populares de pródiga generosidad, se alentó al pueblo para que buscara
«redistribuciones» en una vida futura o en alguna nueva fase del ser. También he
dicho que la imagen del gobernante como gran protector de los débiles contra los
fuertes surgió como una cuestión práctica del arte de gobernar en los períodos de
expansión imperial. En consecuencia, el budismo como el cristianismo, era ideal para
ser adoptado como religión imperial. Desmaterializaba las obligaciones del
emperador al tiempo que obligaba a la aristocracia a mostrar compasión ante los
pobres. Creo que esto explica por qué el budismo se convirtió en religión oficial bajo
el gobierno de Asoka, uno de los emperadores más poderosos de la historia india.
Asoka, nieto del fundador de la dinastía Maurya del norte de la India, se convirtió al
budismo en el 257 antes de nuestra era. Inmediatamente, él y sus descendientes
crearon el primero y más grande de los imperios indios: un reino inestable que se
extendía aproximadamente desde Afganistán hasta Ceilán. Así, Asoka fue
probablemente el primer emperador de la historia que se propuso conquistar el
mundo en nombre de una religión de paz universal.
En el ínterin, el hinduismo quedó profundamente afectado por las nuevas

www.lectulandia.com - Página 134


religiones y comenzó a adoptar algunas de las reformas que habían hecho
políticamente triunfador a su rival budista. Finalmente, la extendida oposición al
sacrificio animal quedó representada dentro del hinduismo por la doctrina de ahimsa:
la no violencia basada en el carácter sagrado de la vida. Pero este cambio no se
produjo simultáneamente ni avanzó en una sola dirección. En el 184 antes de nuestra
era, después de la caída de la dinastía Maurya, el brahmanismo revivió y la ingestión
de carne volvió a florecer en la élite. Según Prakash, en fecha tan tardía como el 350
de nuestra era, se servía «carne de varios animales» a los brahmanes en las Sraddhas,
las ceremonias redistributivas que conmemoraban a los muertos. «El Kurma Purana
llega al extremo de decir que aquel que no toma carne durante una Sraddha vuelve a
nacer una y otra vez como animal».
Nadie puede afirmar exactamente en qué momento las vacas y los bueyes se
convirtieron en objetos inequívocos de veneración entre los brahmanes y otros
hindúes de alta casta. Resulta imposible asignar fechas precisas a los cambios del
ritual hindú porque el hinduismo no constituye una única religión organizada, sino un
enorme número de congregaciones poco ligadas que se centran en templos,
santuarios, deidades y castas independientes, cada una con sus especialidades
doctrinales y rituales. Una autoridad, S. K. Maitz, sostiene que la vaca ya se había
convertido en el más sagrado de los animales en el 350 de nuestra era, pero su prueba
es un único canto de un poema épico que describe a determinado rey y su reina
mientras «adoraban vacas con pasta de sándalo y guirnaldas». También está la
inscripción del rey Chandragupta II, fechada en 465 de nuestra era, que compara la
matanza de una vaca con el asesinato de un brahmán. Pero aquí podría inmiscuirse el
punto de vista hindú moderno. Los emperadores Gupta promulgaron decretos reales
destinados a evitar el consumo de diversos animales por parte de los plebeyos. La
realeza hindú mimaba con exceso, además de las vacas, los caballos y los elefantes.
Enguirnaldaban sus animales, los bañaban, les suministraban establos alfombrados y
los dejaban deambular en reservas protegidas. Es posible que sólo después del 700 de
nuestra era y de la conquista islámica de la India el complejo de la vaca sagrada haya
adquirido su conocida forma moderna. Los seguidores del Islam no tenían escrúpulos
con respecto a la ingestión de carne de vaca. Por ello, bajo el dominio de los mogoles,
los emperadores islámicos de la India, es posible que la protección de las vacas se
haya convertido en un símbolo político de la resistencia hindú contra los invasores
musulmanes comedores de carne de vaca. De todos modos, los brahmanes —durante
siglos sacrificadores y consumidores de carne animal— gradualmente terminaron por
considerar su deber sagrado el evitar la matanza o ingestión de cualquier animal
doméstico, sobre todo de vacas y bueyes.
Por lo que sé, hasta ahora nadie ha podido ofrecer una explicación racional sobre
el motivo por el cual la India, a diferencia de Oriente Medio o China, se convirtió en

www.lectulandia.com - Página 135


el centro de una religión que prohibía el consumo de carne de vaca y veneraba a este
animal como símbolo de vida. Veamos si los principios generales relativos al
establecimiento de tabúes animales que propuse en el capítulo anterior se aplican en
este caso. Inicialmente, las creencias y las prácticas de la India antigua eran
semejantes a las creencias y las prácticas comunes a la mayor parte de Europa, Asia y
África del norte. Como ya se ha dicho, la transformación general del sacrificio animal
redistributivo en el tabú del consumo de especies anteriormente valiosas y abundantes
siguió a la intensificación de la agricultura, el agotamiento de los recursos y el
crecimiento de la densidad de población. Pero estas generalizaciones no explican la
peculiar importancia que el ganado vacuno y el vegetarianismo alcanzaron en la
India, ni los complejos religiosos específicos relacionados con animales en otras
regiones.
Opino que el sitio por el que debemos comenzar es el Valle del Ganges, donde
parece que la tasa de crecimiento demográfico fue muy superior a la de Oriente
Medio… o, ciertamente, a la de cualquier otro lugar del mundo antiguo. Durante el
período védico, la población era escasa y estaba diseminada en pequeñas aldeas. En
fecha tan tardía como el 1000 antes de nuestra era, la densidad demográfica era lo
bastante baja para permitir que cada familia poseyera muchos animales (los textos
védicos mencionan 24 bueyes enganchados a un solo arado) y, como en la Europa
prerromana, el ganado se consideraba la forma principal de riqueza. Menos de
setecientos años después, el Valle del Ganges probablemente se había convertido en
la región más poblada del mundo. Los cálculos de Kingsley Davis y de otros
especialistas asignan a la India, en el 300 antes de nuestra era, una población de 50 a
100 millones de habitantes. La mitad de ese total, como mínimo, debía vivir en el
Valle del Ganges.
Sabemos que durante el período védico primitivo, la llanura del Ganges todavía
estaba cubierta por bosques vírgenes. En el 300 antes de nuestra era, apenas quedaba
un árbol. Aunque la irrigación ofrecía una base segura para muchas familias
agrícolas, millones de campesinos recibían cantidades insuficientes o nulas de agua.
Dada la fluctuación de las lluvias monzónicas, era arriesgado depender
exclusivamente de las precipitaciones. Indudablemente, la deforestación aumentó el
riesgo de sequías. También aumentó la gravedad de las inundaciones que el sagrado
río Ganges desencadenaba cuando los monzones descargaban simultáneamente
demasiada lluvia en las estribaciones del Himalaya. Incluso en la actualidad, las
sequías que soporta la India durante dos o tres estaciones consecutivas ponen en
peligro la vida de millones de personas que dependen de las precipitaciones para
regar sus cultivos. Gracias al Mahabahrata, poema épico compuesto entre el 300
antes de nuestra era y el 300 de nuestra era, sabemos de una sequía que duró doce
años. El poema cuenta que lagos, fuentes y manantiales se secaron y que fue

www.lectulandia.com - Página 136


necesario abandonar la agricultura y la cría de ganado vacuno. Los mercados y las
tiendas quedaron vacíos. El sacrificio de animales cesó y hasta las estacas para atar a
los animales desaparecieron. No hubo fiestas. En todas partes se veían montones de
huesos y se oían los aullidos de los animales. La gente abandonó las ciudades. Los
caseríos fueron abandonados e incendiados. Los seres humanos se evitaban. Se
temían. Los lugares de adoración fueron abandonados. Los ancianos fueron arrojados
de sus casas. El ganado vacuno, las cabras, las ovejas y los búfalos se convirtieron en
bestias feroces que se atacaban entre sí. Hasta los brahmanes morían sin protección.
Hierbas y plantas se marchitaron. La tierra parecía un crematorio y, «en esa espantosa
época en que la rectitud tocaba a su fin, los hombres comenzaron a comerse entre sí».
A medida que la densidad de población aumentaba, las granjas se tornaban cada
vez más pequeñas y sólo podían permitir que las especies domesticadas más
esenciales compartieran la tierra. El ganado vacuno era la única especie que no
podían eliminar. Eran los animales que tiraban de los arados de los que dependía todo
el ciclo de la agricultura basada en las lluvias. Al menos, debían mantener dos bueyes
por familia y una vaca con la cual engendrar reposiciones cuando los bueyes dejaran
de servir. Así, el ganado vacuno se convirtió en el foco central del tabú religioso de la
ingestión de carne. Como únicos animales de granja restantes, potencialmente eran la
única fuente cárnica que quedaba. Sin embargo, matarlos por su carne constituía una
amenaza para todo el modo de producción alimentaria. Así, la carne de vaca fue
convertida en tabú por el mismo motivo que el cerdo lo fue en Oriente Medio: para
evitar la tentación.
No obstante, las prohibiciones respectivas contra la carne de vaca y de cerdo
reflejan los papeles ecológicos distintos de las dos especies. El cerdo fue abominado
y la vaca deificada. Esto debería ser obvio a partir de lo que he dicho sobre la
importancia del ganado vacuno para el ciclo agrícola. Cuando el cerdo se volvió
demasiado costoso para criarlo por su carne, todo el animal se consideró inútil —peor
que inútil— porque sólo había sido valioso como alimento. Pero cuando el ganado
vacuno se volvió demasiado costoso para criarlo por su carne, su valor como fuente
de tracción no disminuyó. Por ello tenía que ser protegido más que abominado y el
mejor modo de hacerlo no sólo consistía en prohibir la ingestión de su carne, sino en
prohibir su matanza. Los antiguos israelitas tenían el problema de evitar que la
producción de cerdos desviara la producción de cereales. La solución consistía en
dejar de criar cerdos. Pero los antiguos hindúes no podían dejar de criar ganado
vacuno ya que dependían de los bueyes para arar la tierra. El problema principal no
consistía en cómo abstenerse de criar determinada especie sino en cómo abstenerse
de comerla cuando tenían hambre.
La conversión de la vaca en carne prohibida se originó en la vida práctica de los
agricultores individuales. No fue el producto de un héroe cultural sobrehumano ni de

www.lectulandia.com - Página 137


una mente social colectiva que analizaba los costos y beneficios de sistemas
administrativos de los recursos alternativos. Los héroes culturales expresan los
sentimientos prefigurados de su época y las mentes colectivas no existen. El tabú de
la carne de vaca fue el resultado acumulativo de las decisiones individuales de
millones y millones de agricultores individuales, algunos de los cuales fueron más
capaces que otros para rechazar la tentación de matar a su ganado porque creían con
vehemencia que la vida de una vaca o de un buey era algo sagrado. Era mucho más
probable que los que sustentaban estas creencias retuvieran sus granjas y se las
legaran a sus hijos, que los que pensaban de otro modo. Al igual que tantas otras
respuestas de adaptación en la cultura y en la naturaleza, la «línea divisoria» de las
prohibiciones religiosas acerca del empleo de carne animal en la India no puede
deducirse de los costos y beneficios a corto plazo. Lo más importante era el largo
plazo: la conducta durante ciclos agrícolas anormales más que en los normales. Bajo
la amenaza periódica de las sequías provocadas por la ausencia de las lluvias
monzónicas, el amor del granjero individual hacia el ganado vacuno se traducía
directamente por amor a la vida humana, no de una manera simbólica sino práctica.
El ganado vacuno debía ser tratado como los seres humanos porque los seres
humanos que comían su ganado vacuno estaban a un paso de comerse entre sí.
Incluso hoy, los agricultores monzónicos que ceden a la tentación y matan su ganado
sellan su suerte. Nunca más podrán volver a arar cuando lleguen las lluvias. Deberán
vender sus granjas y emigrar a las ciudades. Sólo aquéllos que prefieren morir de
hambre antes que comer un buey o una vaca podrán sobrevivir a una estación de
lluvias escasas. Este dominio de los seres humanos sobre sí mismos es equiparable a
la fantástica resistencia y el poder de recuperación de la variedad cebú india. Al igual
que los camellos, el ganado vacuno indio acumula energía en sus jorobas, sobrevive
varias semanas sin alimento ni agua y recupera la vida cuando se la favorece con el
más ligero alimento. Mucho después de que otras variedades han muerto por
enfermedad, hambre y sed, el cebú sigue tirando del arado, pare terneros y da leche.
A diferencia de las variedades de ganado vacuno europeo, los cebúes no fueron
elegidos por su fuerza, su carnosidad o su extraordinario rendimiento lácteo, sino
principalmente por su capacidad para sobrevivir graves estaciones secas y sequías.
Y esto nos remite a la pregunta de por qué la vaca más que el buey terminó por
convertirse en el animal más venerado. La carne de ambos sexos es tabú, pero en el
ritual y el arte el hinduismo destaca lo sagrado de las vacas mucho más que lo
sagrado del ganado vacuno de sexo masculino. Pero la práctica contradice a la teoría.
Los bueyes superan en dos a uno a las vacas en la llanura del Ganges, proporción por
sexos que sólo puede explicar la existencia de una selección sistemática contra las
crías de sexo femenino a través de negligencias malignas y del «bobicidio» indirecto
(exactamente equivalente al tratamiento secreto de los infantes humanos de sexo

www.lectulandia.com - Página 138


femenino). Esta proporción desequilibrada refleja el valor mayor de los bueyes con
respecto a las vacas como fuente de tracción para arar los campos. A pesar de todo el
revuelo organizado en torno a la sagrada vaca madre, en circunstancias normales los
bueyes son mucho mejor tratados. Los guardan en establos, los alimentan a mano y
les dan suplementos de cereales y tortas de burujo para que sean fuertes y sanos. Por
otro lado, en la vida rural cotidiana las vacas son tratadas del mismo modo que los
indoamericanos trataban a sus perros o que los agricultores europeos solían tratar a
sus cerdos. Las vacas son los animales que se alimentan con los desperdicios de la
aldea. No las guardan en establos ni las alimentan con forraje. Más bien, se las suelta
por la aldea para que recojan toda basura que puedan encontrar. Después de que han
limpiado la aldea, se les permite alejarse en busca de unas pocas briznas de hierba
que quizá sobrevivieron a su último recorrido de una acequia de la vera del camino o
que han surgido en los espacios entre las traviesas del ferrocarril. Dado que las vacas
son tratadas como animales cañoneros, es probable que aparezcan en lugares tan
inconvenientes como las acequias de avenidas muy concurridas y los bordes da las
pistas de aterrizaje de los aeropuertos, lo que dio lugar a la estúpida acusación de que
la India ha sido invadida por millones de cabezas de ganado vacuno «inútil».
Si la vaca más que el buey es el símbolo de ahimsa, el carácter sagrado de la vida,
quizá se deba a que la vaca más que el buey corre peligro por el sentimiento de que es
«inútil». En tiempos de hambre, la vaca está más necesitada de la protección ritual
que los bueyes de tiro. Pero desde el punto de vista de la reanudación y continuidad
del ciclo agrícola, la vaca es realmente más valiosa que el animal de tiro de sexo
masculino. Aunque no es tan fuerte como un buey, en situaciones de emergencia
puede tirar del arado así como reemplazar a los animales que mueren de sed y
hambre. En consecuencia, la vaca debe ser tratada por obligación tan bien o mejor
que el buey y, probablemente, a ello se debe que sea el objeto principal de veneración
ritual. Mahatma Gandhi sabía a qué se refería cuando afirmó que los hindúes
adoraban a la vaca no sólo porque «daba leche, sino porque hacía posible la
agricultura».
No es posible explicar totalmente por qué la vaca se convirtió en carne prohibida
en la India, al menos que uno también pueda explicar que no se convirtiera en tabú en
los demás centros primitivos de formación estatal. Una posibilidad reside en que los
agricultores indios fueran más dependientes de las lluvias monzónicas irregulares que
los agricultores de otras regiones. Pero tal vez esto tornó más apremiante la
protección de vacas y bueyes en épocas de hambre. En Egipto y Mesopotamia, donde
el ganado vacuno era venerado y su sacrificio prohibido en tiempos dinásticos tardíos
se siguió comiendo carne de vaca. A diferencia de la India, Egipto y Mesopotamia
dependían totalmente de la cultura de irrigación y nunca contaron con grandes
cantidades de agricultores que se basaran en el ganado vacuno resistente a las sequías

www.lectulandia.com - Página 139


para pasar la estación seca.
China plantea un problema más difícil. Aunque también utilizaban arados tirados
por bueyes, los chinos nunca desarrollaron un sistema de amor a la vaca. Por el
contrario, el ganado vacuno de sexo femenino ha sido bastante poco estimado en
China durante mucho tiempo. Esto se refleja en la cocina china. Mientras en el norte
de India la cocina tradicional se basa en gran medida en leche o productos lácteos y la
grasa básica de cocina es la mantequilla clarificada o el aceite de mantequilla
clarificada, las recetas chinas nunca llevan leche, crema ni queso y la grasa básica de
la cocina es la manteca de cerdo o el aceite vegetal. La mayoría de los chinos adultos
experimentan un gran desagrado por la leche (aunque en los últimos años el helado
ha ganado popularidad). ¿Por qué los indios aman la leche y los chinos la odian?
Una explicación de la aversión de los chinos por la leche consiste en que son
fisiológicamente «alérgicos» a ella. Los chinos adultos que beben cantidades de leche
sufren, por lo general, terribles calambres y diarrea. En realidad, la causa no es una
alergia sino una deficiencia hereditaria de la capacidad de los intestinos para elaborar
la enzima lactasa. Esta enzima debe estar presente si el cuerpo ha de digerir la
lactosa, el azúcar predominante que se encuentra en la leche. Entre el 70 y el 100 por
ciento de los chinos adultos sufren una deficiencia de lactasa. El problema de esta
explicación consiste en que muchos indios —entre el 24 y el 100 por ciento, según la
región— también tienen una deficiencia de lactasa. Y lo mismo le ocurre a la mayoría
de las poblaciones humanas, con excepción de los europeos y sus descendientes
americanos. Además, todas las consecuencias desagradables de la deficiencia de
lactasa pueden evitarse fácilmente si se bebe leche en pequeñas cantidades o si se la
consume bajo cualquiera de sus diversas formas agrias o fermentadas como el yogur
o el queso, en las que la lactosa se descompone en azúcares menos complejos. En
síntesis, la deficiencia de lactasa sólo es una barrera para la ingestión de grandes
cantidades de leche al estilo norteamericano. Esto no puede explicar la aversión a la
mantequilla, la crema agria, el queso y el yogur que están llamativamente ausentes de
la cocina china.
En la comparación de los ecosistemas chino e indio sobresale la ausencia virtual
de la vaca como animal de granja en China. El autorizado estudio de John Lasson
Buck sobre la agricultura china precomunista demostró que, en el norte de China,
había por promedio 0,05 bueyes pero menos de 0,005 vacas por granja. Esto
demuestra una proporción por sexo del ganado de más de 1.000 machos por 100
hembras en comparación con una proporción de entre 210:100 y 150:100 para la
llanura central del Ganges y de 130:100 para toda la India. Esta diferencia refleja el
hecho de que la vaca prácticamente no juega ningún papel en la economía doméstica
del norte de China con excepción del de producir bueyes, lo cual explica al menos
uno de los aspectos del desagrado que los chinos sienten por la leche: no había vacas

www.lectulandia.com - Página 140


alrededor de la aldea típica del norte de China. Si no hay vacas, no hay leche; si no
hay leche no existe la posibilidad de gustar de los productos lácteos.
La imagen del ganado en la India siempre se caracterizó por considerables
variaciones regionales en el empleo de grandes animales de tiro y carga. En las
provincias norte-centrales y nororientales, la suma de todos los caballos, los asnos y
las mulas era casi equivalente al número de ganado vacuno. Esto contrasta con los
estados de Uttar Pradesh, Bihar y Bengala Occidental, en el valle del Ganges, donde
los caballos, los asnos y las muías se encuentran en cantidades insignificantes.
Sin embargo, la mayor diferencia entre las situaciones china e india con respecto
al ganado reside en la enorme cantidad de cerdos en China y en la ausencia virtual de
éstos en la mayor parte de la llanura del Ganges. Buck calculó que, por promedio,
cada granja del norte de China contaba con 0,52 cerdos. G, F. Sprague, miembro de
una reciente delegación a China del Departamento de Agronomía de la Universidad
de Illinois, calcula que China produjo entre 250 y 260 millones de cerdos en 1972.
Esta cifra es más de cuatro veces superior a la cantidad producida por Estados
Unidos, «nación que destaca por su gran producción porcina». Si los chinos
produjeran estos animales del mismo modo que se producen en Estados Unidos,
agrega Sprague, «representarían una grave disminución de la provisión alimenticia
disponible». Pero existen pocas semejanzas entre las producciones realizadas en
ambos países. En Estados Unidos, la producción porcina depende de alimentar a los
animales con maíz, carne de soja, suplementos vitamínicos y minerales y antibióticos.
En China, los cerdos son principalmente criados como empresa familiar y, al igual
que las vacas en la India, «se alimentan de desperdicios no adecuados para la
alimentación humana; desperdicios vegetales, cascos de arroz molidos y fermentados,
batatas, restos de semillas de soja, jacintos de agua, etcétera». Así como las vacas
indias son valiosas por su abono, los cerdos chinos son valiosos «casi tanto por su
abono como por su carne». En síntesis, para los chinos el cerdo fue, y es, el principal
animal de la aldea que se alimenta de desperdicios. Les suministraba suplementos
cruciales de grasas y proteínas y el tan necesario fertilizante del mismo modo que los
indios extraían estos elementos del animal carroñero de sus aldeas, la vaca. Con una
gran diferencia: puesto que el cerdo no puede ordeñarse, es necesario comerlo si ha
de servir como fuente de grasa y de proteínas dietéticas. Esto significa que mientras
el cerdo ocupara el puesto de carroñero de la aldea, los chinos jamás aceptarían una
religión como la islámica, que prohíbe específicamente el consumo de cerdos.
¿Por qué los chinos adoptaron al cerdo como carroñero de la aldea en tanto los
indios adoptaron la vaca? Probablemente había varios factores en juego. En primer
lugar, la llanura del Ganges es un hábitat menos favorable que la Cuenca del Río
Amarillo para la cría de cerdos. El intenso calor primaveral y las repetidas sequías a
las que se han adaptado las variedades de ganado vacuno cebú convierten en una

www.lectulandia.com - Página 141


inversión arriesgada la cría del cerdo amante de la humedad. En Uttar Pradesh, el más
importante estado productor de alimentos de la India, el 88 por ciento de las
precipitaciones tienen lugar en cuatro meses, en tanto las medias máximas de
temperaturas diurnas en mayo y junio superan con mucho los 37 grados centígrados.
Por otro lado, el norte de China tiene primaveras frescas, veranos moderados y carece
de una pronunciada estación seca.
Otro factor importante es la relativa disponibilidad de tierras de pastoreo en las
que se puedan criar animales de tracción. A diferencia de la India, China cuenta con
una extensa superficie que se adecua al pastoreo de animales de tracción y que no
puede utilizarse para el cultivo de cosechas alimentarias. En China, sólo el 11 por
ciento de la superficie total está cultivado, en tanto en la India casi el 50 por ciento de
la superficie total corresponde a tierras de cultivo. Según Buck, la región de trigo de
primavera del norte de China contiene «considerables tierras públicas de pastoreo en
las que las bajas precipitaciones y la topografía accidentada vuelven difícil el
cultivo». En contraste, menos del 2 por ciento de la superficie total de tierras de
cultivo de la llanura central del Ganges son pastos permanentes o tierras de
apacentamiento. Por este motivo en la India la reproducción del animal básico de
tracción debía realizarse en zonas que ya estaban fuertemente pobladas por seres
humanos, en zonas que carecían de tierras no cultivables adecuadas para el forraje.
En consecuencia, el animal de tracción tenía que ser principalmente alimentado con
desperdicios como los que dispone el carroñero de la aldea. En resumen, el animal de
tracción y el carroñero debían ser el mismo. Y debía ser ganado vacuno porque ni los
caballos, ni los asnos, ni las mulas podían rendir satisfactoriamente bajo el calor
abrasador y la aridez del clima monzónico, al tiempo que el búfalo de agua era inútil
para los granjeros que carecían de irrigación.
Tal vez el mejor modo de ver el tratamiento de los animales en la India en
contraposición con el de China sea en términos de las diversas fases de un único y
gran proceso convergente de intensificación. Ni China ni la India podían permitirse la
explotación a gran escala de animales principalmente por su carne o por los productos
lácteos debido a las enormes densidades de población humana y a las graves pérdidas
calóricas vinculadas con la alimentación de animales cumplida en tierras cultivables.
En China precomunista, la población rural vivía de una dieta que obtenía el 97,7 por
ciento de su ración de calorías de los alimentos vegetales y sólo el 2,3 por ciento de
productos animales, principalmente de cerdo. Las especies principalmente utilizadas
como animales de tiro rara vez se comían en la China rural, del mismo modo que rara
vez se comían en la India. Entonces, ¿por qué la carne de vaca no se prohibió
mediante un tabú religioso?
En realidad, ese tabú existía en algunas regiones. Nada menos que una autoridad
tan destacada como Mao Tse-tung hizo las siguientes observaciones cuando se

www.lectulandia.com - Página 142


encontraba en Hunan:

Para los campesinos, los bueyes de tiro son un tesoro. Y es prácticamente un


principio religioso que «Aquéllos que matan ganado vacuno en esta vida se
convertirán en ganado vacuno en la próxima»; nunca se debe matar a los bueyes de
tiro. Antes de llegar al poder, los campesinos no tenían ningún medio de evitar la
matanza del ganado vacuno, salvo el tabú religioso.

Y T. H. Shen escribe:

La matanza de ganado vacuno por su carne va contra la religión china.


Únicamente cerca de las grandes ciudades se mata algo de ganado vacuno para
suministrar carne, pero sólo se hace cuando ya no es necesario en las granjas.

Aunque tanto China como la India han sufrido las consecuencias de milenios de
intensificación, el proceso parece llevado a un extremo mayor en la India. La
agricultura china es más eficaz que la india principalmente a causa de la superficie
mayor cultivada bajo el sistema de irrigación: el 40 por ciento de las tierras de
labrantío en relación con el 23 por ciento de las tierras de labrantío indias. En
consecuencia, la producción media por acre de arroz en China alcanza el doble que en
la India. Dada la disponibilidad del cerdo, el asno, la mula y el caballo y los factores
topográficos y climáticos de producción, en China la intensificación no alcanzó
niveles que exigieran la prohibición total de la matanza de animales por su carne. En
vez de ordeñar a sus animales de tracción, los chinos mataban a sus cerdos.
Aceptaron un poco menos de proteínas animales en forma de carne que las que
podrían haber obtenido en forma de leche si hubiesen empleado la vaca en lugar del
cerdo como animal carroñero.
Tanto los hindúes como los occidentales ven en los tabúes sobre la ingestión de
carne en la India un triunfo de la moral con relación al apetito. Es una peligrosa
interpretación errónea de los procesos culturales. El vegetarianismo hindú no fue una
victoria del espíritu sobre la materia sino de las fuerzas reproductoras sobre las
productivas. El mismo proceso material que fomentó la difusión de las religiones
generosas en Occidente, el fin del sacrificio animal y de los festines redistributivos y
la prohibición de la carne de especies domésticas como el cerdo, el caballo y el asno,
condujeron inexorablemente a la India en dirección a religiones que condenaban la
ingestión de todo tipo de carne animal. Esto no ocurrió debido a que la espiritualidad
de la India superaba la espiritualidad de otras regiones; más bien, en la India, la
intensificación de la producción, el agotamiento de los recursos naturales y el
aumento de la densidad de población fueron empujados mucho más allá de los límites

www.lectulandia.com - Página 143


de crecimientos que en cualquier otra región del mundo preindustrial, con excepción
del Valle de México.

www.lectulandia.com - Página 144


13 La trampa hidráulica
En los cuatro mil años transcurridos entre la aparición de los primeros estados y
el comienzo de la era cristiana, la población mundial se elevó de aproximadamente
87 millones a 225 millones de habitantes. Prácticamente los cuatro quintos del nuevo
total vivieron bajo el dominio de los imperios Romano, Chino (de la dinastía Han) e
Indio (de la dinastía gupta). Este total mundial oculta el hecho de que la densidad de
población de las áreas centrales no continuó creciendo sin control durante ese período
de cuatro mil años. La historia demográfica de los primeros imperios no apoya la
burda idea malthusiana de que el crecimiento de la población humana es una
tendencia histórica omnipresente. En los antiguos imperios, las poblaciones
estacionarias fueron la regla, lo mismo que durante la era paleolítica. Había un límite
en cuanto al número de personas y animales que podían contener los grandes valles
ribereños de Egipto, la Mesopotamia, la India y China. Después de alcanzar la etapa
del vegetarianismo funcional, la densidad de población permanecía constante o
incluso disminuía. Naturalmente, fuera de las áreas centrales, la población continuó
creciendo a medida que cobraban existencia imperios más grandes y más estados
secundarios. Las regiones centrales parecen haber alcanzado, una por una, su límite
ecológico de crecimiento.
Según Kingsley Davis, la población total de la India se había estabilizado hacia el
año 300 antes de nuestra era y no comenzó a expandirse nuevamente hasta el siglo
dieciocho. Karl Butzer calcula que en Egipto, la población del Valle del Nilo se
cuadruplicó entre el 4000 y el 2500 antes de nuestra era, el punto culminante del
período de la historia egipcia conocido como Antiguo Imperio. Luego permaneció
prácticamente estacionaria durante más de mil años. En el 1250 antes de nuestra era
alcanzó un nuevo nivel, que sólo era 1,6 veces superior a la cifra del Antiguo
Imperio, y poco antes del comienzo del período greco-romano descendió una vez más
al nivel del Antiguo Imperio. Bajo la dominación romana, volvió a alcanzar un punto
apenas superior al doble del correspondiente al Antiguo Imperio, pero a finales del
Imperio Romano, en el 500 antes de nuestra era, habla caído por debajo de la cifra
que tenía tres mil años antes. Nuestra mejor información proviene de China, donde
pueden consultarse censos que cubren un período de más de dos mil años. El
autorizado estudio de Hans Bielenstein evidencia que en el período desde el año 2
hasta el 742 de nuestra era, la población total de China permaneció en el orden de los
50 millones de habitantes, con un máximo de 58 millones y un mínimo de 48
millones. Más significativo aún, hubo pronunciadas disminuciones en las áreas
centrales originales de la dinastía Han. La gran planicie del Río Amarillo, por
ejemplo, contaba con una población de 35 millones de habitantes en el año 2,
población que descendió a 25 millones en el año 140, ascendió a 31 millones en el

www.lectulandia.com - Página 145


609 y volvió a disminuir a 23 millones en el año 742. Descontados los aumentos
producidos por la conquista de nuevos territorios, la tasa de crecimiento demográfico
de China permaneció cerca del cero durante la mayor parte de dos milenios. (Después
del año 1450, la introducción de nuevas variedades de arroz, boniatos y maíz
indoamericano hicieron posible que los métodos agrícolas chinos sustentaran a
poblaciones más densas que en períodos anteriores).
Siglo tras siglo, el nivel de vida de China, norte de la India, Mesopotamia y
Egipto permanecieron levemente por encima o por debajo de lo que podría llamarse
el umbral de la pauperización. Cuando la densidad de población de una región
específica se acrecentaba demasiado, los niveles de vida caían debajo del umbral.
Este fenómeno condujo a guerras, hambres y mengua de la población. Con
densidades más bajas, el nivel de vida volvía a ascender hasta un punto apenas
superior al promedio a largo plazo.
Los observadores occidentales siempre se han sorprendido por la naturaleza
estática o «estacionaria» de estos antiguos sistemas dinásticos. Los faraones y los
emperadores se sucedían década tras década, las dinastías se encumbraban y caían; no
obstante, la vida de los culís, labradores y labriegos continuaba como de costumbre,
sólo un punto por encima de la mera subsistencia. Los antiguos imperios eran
conejeras llenas de campesinos analfabetos que se afanaban de sol a sol, sólo para
obtener dietas vegetarianas deficientes en proteínas. Vivían poco mejor que sus
bueyes y no estaban menos sujetos que éstos a las órdenes de seres superiores que
sabían escribir y que tenían el privilegio de manufacturar y utilizar armas de guerra y
coacción. El hecho de que sociedades que proporcionaban tan magras
compensaciones resistieran miles de años —más que cualquier otro sistema con
categoría de estado en la historia del mundo— es un inexorable recordatorio de que
en las cuestiones humanas no hay nada inherente que asegure el progreso material y
moral.
Cada uno de los antiguos imperios desarrolló su propio modelo integrado de vida
social. Desde la cocina hasta los estudios artísticos, cada uno de ellos era un universo
en sí mismo. A pesar de todas sus diferencias, la antigua China, la India,
Mesopotamia y Egipto poseían sistemas fundamentalmente similares de economía
política. Cada uno tenía una clase de burócratas altamente centralizada y despóticos
señores hereditarios que se atribuían mandatos celestiales o de los que se decía que
eran dioses. Excelentes redes de carreteras, ríos y canales mantenidos por el gobierno
unían cada caserío y cada aldea con centros administrativos provinciales y
nacionales. Cada aldea contaba como mínimo con una persona importante que servía
de vínculo entre la aldea y la administración central. Las líneas de fuerza política sólo
corrían en una dirección: de arriba hacia abajo. Mientras los campesinos podían a
veces poseer su tierra, como en China, la burocracia se inclinaba por considerar la

www.lectulandia.com - Página 146


propiedad privada como un don del estado. Las prioridades de producción se
establecían mediante políticas tributarias estatales y convocatorias de aldeanos y
aldeanas para trabajar en proyectos de construcción promovidos por el estado. El
estado era «más fuerte que la sociedad». Su derecho a recaudar contribuciones,
confiscar materiales y reclutar mano de obra era prácticamente ilimitado. Celebraba
censos sistemáticos, aldea por aldea, para determinar la fuerza de trabajo disponible y
la base de los gravámenes a los ingresos. Desplegaba ejércitos de trabajadores,
semejantes a ejércitos de hormigas, dónde y cuándo los señores del reino decretaban
y emprendían la construcción de tumbas, pirámides, obras de defensa y palacios
cuyas dimensiones son asombrosas, incluso de acuerdo con las pautas industriales
modernas. En Egipto se necesitó el empleo temporal de cien mil hombres robustos
para llevar a la práctica los monumentales proyectos del Antiguo Imperio; una fuerza
de trabajo de ochenta y cuatro mil hombres empleados ochenta días anuales,
trabajaron durante veinte años para construir la Gran Pirámide de Keops. En China, la
construcción de la Gran Muralla requirió un millón de trabajadores a la vez; otro
millón trabajaba en el Gran Canal; más de dos millones se dedicaban mensualmente a
la construcción de la capital oriental de la dinastía Sui y el palacio imperial, durante
el reinado del emperador Yang (604 a 617 de nuestra era).
A pesar del desarrollo de filosofías y religiones en defensa de la justicia y la
misericordia, los gobernantes de estos vastos reinos con frecuencia debían apoyarse
en la intimidación, la fuerza y el terror liso y llano para mantener la ley y el orden. Se
exigía de los inferiores una sumisión total y el símbolo supremo de dicho
sometimiento era la obligación de postrarse y humillarse en presencia del poderoso.
En China, el plebeyo tenía que hacer una reverencia: hincarse de rodillas, caer hacia
adelante, tocar el suelo con la cabeza y besar el polvo. En la India de los hindúes, los
plebeyos abrazaban los pies del soberano. En el Egipto faraónico, los subordinados se
arrastraban con el vientre contra el suelo. En todos estos imperios antiguos existían
despiadados sistemas para echar y castigar a los desobedientes. Los espías mantenían
informados a los gobernantes acerca de los perturbadores potenciales. Los castigos
iban desde los golpes hasta la muerte con tortura. En Egipto, los recaudadores de
impuestos golpeaban a los campesinos recalcitrantes y los arrojaban, atados de pies y
manos, a las zanjas de irrigación; los capataces de todos los proyectos estatales
llevaban consigo porras y látigos. En la antigua India, los magistrados condenaban a
los desobedientes a dieciocho tipos distintos de tortura, incluyendo golpes en las
plantas de los pies, colgamiento por los tobillos y quemaduras en las articulaciones de
los dedos: en el caso de delitos leves, se cambiaba el castigo diariamente durante
dieciocho días seguidos; en el caso de ofensas graves, sentenciaban al condenado a
recibir las dieciocho variedades el mismo día. En China, el emperador castigaba a los
que expresaban opiniones imprudentes haciéndolos castrar en una mazmorra.

www.lectulandia.com - Página 147


Estos antiguos imperios compartían otra característica: cada uno de ellos era lo
que el gran historiador institucional Karl Wittfogel ha designado como «sociedad
hidráulica». Cada uno de ellos se desarrolló en medio de planicies áridas o semiáridas
y valles alimentados por grandes ríos. Mediante presas, canales, control de las
corrientes y proyectos de desagüe, los funcionarios desviaban el agua de estos ríos y
la enviaban a las tierras de los campesinos. El agua era el factor más importante de la
producción. Cuando se aplicaba en cantidades regulares y copiosas, se obtenían
elevados rendimientos por acre y por caloría de esfuerzo.
Entre los eruditos modernos, Wittfogel ha hecho todo lo posible por explicar la
relación existente entre la producción hidráulica y la aparición de inmutables
despotismos de administración agrícola. Mi propio criterio acerca de esa relación se
inspira principalmente en Wittfogel, aunque no coincide exactamente con su
formulación. Considero que la agricultura hidráulica preindustrial condujo,
constantemente, a la evolución de burocracias agro-administrativas sumamente
despóticas en virtud de que la expansión y la intensificación de la agricultura
hidráulica —en sí misma una consecuencia de las presiones reproductoras—
dependía especialmente de los proyectos de construcción masiva que, a falta de
máquinas, sólo podían ser llevados a cabo por ejércitos de trabajadores semejantes a
ejércitos de hormigas. Cuanto más caudaloso el río, mayor el potencial de producción
alimenticia de la región que recorría. Pero cuanto más caudaloso era el río, mayores
eran los problemas de utilización de su potencial. Por un lado, el estado emprendía la
construcción de extensas redes de canales afluentes y de desviación, acequias y
compuertas para asegurarse de que hubiera agua suficiente en el momento adecuado;
por otra parte, el estado asumía la construcción de presas, diques y zanjas de desagüe
con el propósito de evitar los perjudiciales efectos de un exceso de agua en un mismo
momento. La escala de las actividades en cuestión exigió modificar, literalmente, la
faz de la tierra: el traslado de montañas, la reforma de márgenes de ríos, la
excavación de nuevos cauces. El reclutamiento, la coordinación, la dirección, la
alimentación y el albergue de las brigadas de trabajadores necesarios para estas
empresas monumentales sólo pueden haberse cumplido a través de equipos
obedientes a unos pocos líderes poderosos que perseguían un único plan magistral.
De ahí que cuanto más grandes fueran las redes y las instalaciones hidráulicas, mayor
era la productividad total del sistema y la tendencia de la jerarquía agro-
administrativa a convertirse en subordinada de una persona inmensamente poderosa
que se hallaba en la cumbre.
La peculiar capacidad de las sociedades hidráulicas para restablecerse a pesar de
frecuentes trastornos del orden dinástico y repetidas conquistas de invasores bárbaros,
surge del interjuego entre sus estructuras políticas y su básica adaptación ecológica.
Aunque la concentración de la totalidad del poder en el soberano absoluto y su

www.lectulandia.com - Página 148


familia significaba que todas las líneas de fuerza política corrían en una sola
dirección, el tamaño y la complejidad del aparato estatal daba a los altos funcionarios
y a los burócratas de menor categoría la oportunidad de satisfacer sus propias
ambiciones a expensas del pueblo que se encontraba sometido a ellos. A pesar del
valor adjudicado por el sensato gobernante a la moderación y la justicia, la burocracia
tendía a crecer a expensas del bienestar del campesinado. La corrupción solía
aumentar en progresión geométrica en relación con el número de años que una
dinastía permanecía en el poder. Al poco tiempo se descuidaban las obras públicas,
los diques comenzaban a rezumar, los canales se llenaban de sedimentos y la
producción disminuía. La simple incompetencia, el error humano y los desastres
naturales se sumaban a las fuerzas subversivas en marcha. En consecuencia, la
dinastía reinante podía descubrir una y otra vez que ya no era capaz de proteger y
sustentar a las masas campesinas. Desgarrada por la discordia, se volvía vulnerable a
los «bárbaros» del otro lado de sus límites, a los ejércitos de imperios vecinos o a su
propio pueblo en rebeldía. Entonces la dinastía se derrumbaba. Esto ocurrió repetidas
veces en la historia de Egipto, Mesopotamia, la India y China. Pero los nuevos
dirigentes —fuesen enemigos internos o externos— sólo tenían una posibilidad si
deseaban disfrutar de la riqueza del imperio: reparar los diques, limpiar los canales,
reconstruir las presas y restaurar el modo de producción hidráulica. Así comenzaba
un nuevo ciclo. Se acrecentaba la producción, el campesinado depauperizado
rebajaba su tasa de infanticidio y aborto y volvía a aumentar la densidad de
población. Pero a medida que crecía la densidad disminuía la productividad y los
funcionarios corruptos se volvían cada vez más inmoderados en el intento de llenar
sus bolsillos. Finalmente, a medida que los campesinos volvían a deslizarse en la
pobreza, se desataba una vez más la lucha por el control dinástico.
Tal como ha insistido Wittfogel, el meollo de la teoría hidráulica fue anticipado
por Carlos Marx en una serie de obras que fueron encubiertas o ignoradas por Lenin y
Stalin. Marx atribuyó las peculiares economías políticas de la India y de China a lo
que llamó «modo de producción asiático» y observó:

Habitualmente en Asia sólo hubo, desde tiempos inmemoriales, tres


departamentos de gobierno: el de Finanzas o saqueo del interior, el de Guerra o
saqueo del exterior y, por último, el de Obras Públicas. En Egipto y la India,
Mesopotamia, Persia, etc., se aprovecha un alto nivel de canales de irrigación
tributarios. Esta primordial necesidad de un uso económico y común de las aguas…
necesitaba, en el Oriente donde la civilización era demasiado deficiente y la extensión
territorial demasiado vasta para dar vida a asociaciones voluntarias, la intervención
de los poderes centralizadores del gobierno.

www.lectulandia.com - Página 149


Una de las razones por las que bajo Lenin y Stalin se desacreditó este esquema
marxista de la evolución del mundo, es su implicación de que el comunismo de
estado o la «dictadura del proletariado» pueden no ser, de hecho, más que una forma
nueva y más altamente desarrollada de despotismo administrativo erigido sobre una
base industrial en lugar de agrícola. Otra de las razones consiste en que Marx se
refirió a las sociedades asiáticas como «estancadas» o «estacionarias» y no veía
ninguna perspectiva de posterior evolución a través de procesos puramente internos.
Esto está reñido con otros aspectos de las teorías de Marx, porque éste sostuvo que
las contradicciones de la sociedad daban lugar a la lucha de clases y que esta lucha
constituía la clave para comprender toda la historia. Las sociedades hidráulicas
tuvieron abundantes contradicciones y luchas de clases, pero parecen haber sido
notablemente resistentes al cambio fundamental.
Algunos críticos de la teoría hidráulica afirman que las características
burocráticas de los antiguos imperios ya existían antes de que las redes de irrigación
y los proyectos de control fluvial hubieran alcanzado la etapa que exige un cuantioso
número de trabajadores y el control centralizado. Por ejemplo, Robert McC. Adams,
de la Universidad de Chicago, sostiene que en los albores de la Mesopotamia
dinástica «la irrigación, en general, se realizaba en pequeña escala, lo que suponía
una mínima alteración del régimen hidráulico natural y sólo la construcción de
canales afluentes en pequeña escala» y, en consecuencia, «no hay nada que sugiera
que el crecimiento de la autoridad dinástica en el sur de Mesopotamia estuviera
vinculado a los requerimientos administrativos de un importante sistema de canales».
A modo de refutación, señalaré que la teoría de Wittfogel no se refiere al origen del
estado sino al origen de la naturaleza altamente despótica y perdurable de
determinados tipos de sistemas imperiales estatales. Adams no niega que durante la
madurez de los imperios mesopotámicos, la construcción y la administración de
colosales empresas hidráulicas fue una preocupación constante y sobresaliente de los
cuadros agro-administrativos altamente centralizados. La historia dinástica de
Mesopotamia confirma plenamente la aseveración básica de Wittfogel en el sentido
de que a medida que aumentaba el alcance y la complejidad de las zonas hidráulicas,
se incrementaba la «intervención del poder centralizador del gobierno».
En tiempos recientes, Karl Butzer rechazó la aplicabilidad de la teoría de
Wittfogel a las características hidráulicas y administrativas del antiguo Egipto. Al
igual que Adams, Butzer afirma que ya se había alcanzado la etapa dinástica antes de
que se produjeran inversiones en gran escala en la construcción hidráulica. Pero
parece llegar aún más lejos al insistir en que «la competencia por el agua nunca fue
un problema excepto a nivel local», en que «no existen testimonios de un aparato
burocrático centralizado que sirviera como administrador de la irrigación a nivel
nacional, regional o local», y finalmente en que «los problemas ecológicos se

www.lectulandia.com - Página 150


manejaban a nivel local».
Butzer atribuye la naturaleza permanentemente descentralizada del sistema de
irrigación del Egipto dinástico al hecho de que las tierras regadas por el Nilo se
dividen en una serie de cuencas naturales que se llenan sucesivamente cuando el río
crece y desborda los diques de su canal principal. Antes de la construcción de la presa
de Asuán —en los años sesenta— a todo lo ancho del canal principal y las tierras
anegables, no existía la posibilidad de que las zonas de aguas arriba interrumpieran el
curso de las aguas hacia las zonas más bajas, como ocurría en Mesopotamia. Según
Butzer, las construcciones artificiales se hacían en pequeña escala y consistían,
principalmente, en intentos por fortalecer y ampliar las presas y diques naturales
preexistentes que separaban a las cuencas entre sí y, del río, a cada una de éstas.
La crítica que hace Butzer a la teoría de Wittfogel se contradice en muchos de los
datos proporcionados por el propio Butzer. Parece que éste no ha comprendido lo que
dijo Wittfogel. Por ejemplo, la cabeza de la maza del rey Escorpión representa a un
gobernante predinástico, del año 3100 anterior a nuestra era, abriendo una presa o
iniciando la construcción de un canal. Butzer acepta ésta y otras pruebas como
indicativos de que «la irrigación artificial, incluyendo la inundación deliberada y el
desagüe mediante compuertas, y la contención de las aguas por medio de diques
longitudinales y transversales, fue establecida por la primera dinastía». También
reconoce que el gobierno central dedicado a vastos proyectos hidráulicos a partir del
Imperio Medio (2000 antes de nuestra era) aspiraba a regular el nivel del lago El
Fayum y a drenar grandes porciones de la región del delta, aunque considera que
estas empresas monumentales son excepciones y, en consecuencia, carecen de
significado para la comprensión de la organización política dinástica. Asimismo, a
pesar de su afirmación de que los funcionarios locales podían regular y administrar la
distribución de las aguas, describe formidables requerimientos técnicos:

conversión de las presas naturales en diques artificiales de mayor altura y más


potentes; ampliación y dragado de canales naturales desbordantes y de desvío;
bloqueo de canales naturales de acumulación o de desagüe, mediante presas de tierra
y compuertas; subdivisión de la cuenca desbordable mediante presas, en unidades
manejables, en parte con propósitos concretos; control del acceso de las aguas y de su
retención en las subunidades de la cuenca mediante interrupciones provisionales de
las presas y los diques, o por medio de una red de canales cortos y compuertas de
mampostería.

Butzer admite que con frecuencia estas operaciones requerían «el trabajo
conjunto de la totalidad de la población rural sana de una unidad de cuenca», pero
supuestamente de una sola unidad por vez. Esta conclusión es evidentemente falsa,

www.lectulandia.com - Página 151


dado que cada «unidad de cuenca» estaba compuesta como mínimo por dos núcleos:
uno río arriba y otro aguas abajo. En las aguas altas, el fracaso en mantener en
correctas condiciones las presas entre una y otra cuenca y los canales de retomo de
desagüe, podía dar por resultado la inundación descontrolada de la cuenca de aguas
abajo. Cuando la crecida del Nilo era más abundante que de costumbre, la ruptura de
una presa de aguas arriba podía amenazar no sólo a la cuenca adyacente, sino también
a la subsiguiente, dado que la presión descontrolada podía arrasar fácilmente las
presas existentes entre una y otra cuenca. La necesidad de coordinar la respuesta de
varias cuencas era igualmente forzosa cuando el Nilo no se desbordaba y la cantidad
de agua desviada por las cuencas de río arriba afectaba el caudal que llegaba a las de
aguas abajo. El mismo Butzer describe un tétrico panorama de «hambre… pobreza…
entierros en masa… cadáveres en descomposición… suicidio… canibalismo…
anarquía… gran confusión… guerra civil… pillajes en masa… bandas errantes de
merodeadores… y también saqueos de cementerios» como resultado de la ausencia
de la inundación anual. Aunque había ocasiones en que los puntos extremos eran tan
altos o tan bajos que ningún poder terrenal podía prestar ayuda, sin duda alguna un
gobierno capaz de poner a cien mil hombres a construir montañas artificiales con
bloques de piedra en el desierto, no ahorraría esfuerzos en el intento por moderar el
efecto de un exceso o una escasez de agua en condiciones de emergencia.
Como en muchos otros procesos naturales y culturales a largo plazo, las
condiciones de urgencia, o extremas, promovieron la adaptación política al modo de
producción hidráulico. En China como en Egipto, cuando las instalaciones de
irrigación y control fluvial funcionaban adecuadamente, la agricultura de irrigación
podía florecer sin necesidad de un gobierno altamente centralizado. Pero cuando las
grandes presas y diques de los ríos principales estaban amenazados por inundaciones
o seísmos, sólo una administración central podía reunir recursos y mano de obra a
escala suficiente. Durante el período Han, por ejemplo, la densidad de población era
más elevada en la gran planicie del Río Amarillo, en las provincias de Shan-Si y Ho-
Nan. El Río Amarillo desbordaba periódicamente sus márgenes e inundaba enormes
áreas de la llanura. Con el fin de evitar estos desastres, el gobierno central
supervisaba la construcción de presas y diques. Esto tuvo el efecto de aumentar la
cantidad de agua embalsada y de elevar su nivel durante las estaciones de crecida,
incrementando los daños que el río podía provocar cuando desbordaba sus
contenciones. En el año 132 antes de nuestra era, el río rompió los diques, inundó
dieciséis distritos y abrió un nuevo brazo en el llano. Decenas de millones de
campesinos se vieron perjudicados. La brecha permaneció abierta durante veintitrés
años, hasta que el emperador Wu-ti visitó personalmente la escena y personalmente
supervisó su reparación. En el siglo II de nuestra era se produjo otra brecha cerca del
mismo punto, pero entonces todo el río modificó su curso y encontró un nuevo

www.lectulandia.com - Página 152


camino al mar, a cien millas de distancia de su anterior desembocadura. La
reparación volvió a demorarse, esta vez durante varias décadas.
Estos hechos permiten llegar a dos conclusiones. En primer lugar, ningún
esfuerzo realizado en una aldea, en un distrito, o incluso a nivel provincial era
suficiente para la enormidad de la tarea, de lo contrario no habrían transcurrido tantos
años entre la rotura y la reparación. En segundo lugar, cualquiera que poseyera los
medios del control fluvial poseía, literalmente, los medios de controlar la duración de
la vida y el bienestar de un extenso número de personas.
Creo que el actual catálogo de descubrimientos hechos por los arqueólogos ha
favorecido constantemente la teoría hidráulica. Cuando se formuló por primera vez
dicha teoría, no se conocía casi nada acerca de las condiciones que habían dado lugar
a los estados e imperios agro-administrativos del Nuevo Mundo. Wittfogel estimuló
el primer intento hecho por los arqueólogos a finales de la década de los treinta para
detectar la presencia de la irrigación durante las etapas formativas de los estados
nativos de América del Sur. Los recientes trabajos de arqueólogos de las
universidades de Columbia y de Harvard continúan apoyando el punto de vista de que
el crecimiento de las ciudades, estados y arquitecturas monumentales de las culturas
precolombinas de las montañas y la costa del Perú se produjo paso a paso, con un
aumento del tamaño y la complejidad de sus sistemas de irrigación. Como he
demostrado en un capítulo anterior, la agricultura hidráulica fue la fuente básica de
subsistencia de Teotihuacan y del reino caníbal de los aztecas.
De acuerdo con Wittfogel, la teoría hidráulica contiene amenazadores
significados para nuestra propia época. En tanto rastrea los orígenes de la forma agro-
administrativa de despotismo en condiciones ecológicas específicas, acentúa que en
cuanto aquélla tuvo existencia, se extendió por medio de la conquista mucho más allá
de las semiáridas tierras ribereñas. Insiste, por ejemplo, en que los mongoles
trasplantaron la forma agro-administrativa de despotismo de China a Rusia, como
consecuencia de la conquista mongólica de Asia Central y de la región oriental de
Europa. En la Rusia zarista persistió el mismo sistema de «despotismo oriental» hasta
entrado el siglo XX. La revolución bolchevique y la «dictadura del proletariado»
leninista no fueron, según Wittfogel, medidas pasajeras en el camino del
restablecimiento de libertades que los seres humanos disfrutaban antes de la
evolución del estado; condujeron, más bien, al restablecimiento de los poderes
centralizadores del gobierno y a un incremento de la tiranía zarista a través del
desarrollo de medios de explotación y de control industrial. En cuanto a China,
Wittfogel considera que la revolución comunista es el restablecimiento del antiguo
sistema imperial, la fundación de otra dinastía después de un nuevo colapso y un
breve interludio bajo control extranjero. En virtud de la continua estructura agraria e
hidráulica de la China moderna, entiendo que este análisis es mucho más acertado en

www.lectulandia.com - Página 153


el caso de China que en el de Rusia, donde en la actualidad predomina un modo de
producción industrial.
En cualquiera de ambos casos, Wittfogel parece haber puesto en corto circuito el
tipo de análisis necesario para evaluar la auténtica naturaleza de la amenaza a la
libertad en nuestros días. No creo que estemos amenazados por despóticas tradiciones
que han adquirido vida propia y que se transfieren de un modo de producción a otro o
de un viejo sistema a otro. Lo que me sugiere la teoría de Wittfogel es que cuando
ciertos tipos de sistemas de producción de nivel estatal experimentan una
intensificación, pueden surgir formas despóticas de gobierno capaces de neutralizar la
voluntad y la inteligencia humanas durante miles de años. Esto también supone que el
momento conveniente para una elección consciente sólo puede tener lugar durante la
transición de un modo de producción a otro. Cuando una sociedad ya se ha
comprometido con una estrategia tecnológica y ecológica concreta para resolver el
problema de la disminución de la eficacia, es posible que durante largo tiempo no
pueda hacerse nada con respecto a las consecuencias de una elección poco
inteligente.

www.lectulandia.com - Página 154


14 El origen del capitalismo
La teoría hidráulica no sólo da una explicación de las extraordinarias
convergencias entre las instituciones sociales de Egipto, Mesopotamia, la India,
China y el Perú incaico, sino que abre prometedores caminos de investigación
relativos al motivo de que el capitalismo y la democracia parlamentaria
evolucionaran en Europa antes de aparecer en ningún otro lugar del mundo. Al norte
de los Alpes —donde no corre el Nilo, ni el Indo, ni el Río Amarillo y donde las
nevadas invernales y las lluvias de primavera ofrecen suficiente humedad a los
campos de cultivos y pasturas— la población permaneció más dispersa que en las
regiones hidráulicas. Mucho tiempo después de que los valles de los grandes ríos
estuvieran poblados de horizonte a horizonte por asentamientos humanos, el norte de
Europa representaba para el Mediterráneo y el Oriente lo que más tarde América
representaría para Europa: una frontera todavía cubierta por selvas vírgenes. (Aunque
la densidad de población era más alta que en la zona templada de América del Norte,
donde la ausencia de animales domesticados servía para retardar aún más el
crecimiento demográfico).
La aparición de los primeros estados en el norte de Europa no fue provocada por
la concentración de personas en un hábitat circunscrito. Fueron, todos ellos, estados
secundarios fundados para hacer frente a la amenaza militar de los imperios
mediterráneos y para explotar las posibilidades de comercio y saqueo que ofrecía la
gran riqueza de Grecia y Roma.
Aunque la mayoría de los eruditos se refiere a la organización política de los
galos, francos, teutones y britanos de la Edad del Hierro como «caciquismo», se
trataba de sociedades que evidentemente habían atravesado el umbral de la categoría
de estado. Debería comparárselos con los estados feudales como los de los bunyoros
más que con el caciquismo redistributivo de los trobriandeses y de los cherokees.
Hacia el año 500 antes de nuestra era, la vida social de los pueblos de Europa se
había vuelto sumamente estratificada. Al igual que los invasores vedas del Valle del
Indo, los francos, los galos, los teutones y los britanos estaban divididos en tres castas
hereditarias: una aristocracia jerárquica guerrera; un sacerdocio, los druidas, a cuyo
cargo estaban los rituales, los archivos y el cálculo del tiempo; y los plebeyos, que
vivían en aldeas agrícolas o en caseríos pastorales dispersos y formaban parte del
dominio de un jefe local. En la cumbre de la sociedad había un rey guerrero
hereditario o semihereditario, que era miembro de una casa o linaje gobernante.
Al mismo tiempo que el rey y sus jefes guerreros intentaban conservar la imagen
de pródiga generosidad característica de los «grandes hombres redistribuidores»
igualitarios, tenían en sus manos el monopolio de la posesión del equipo esencial para
mantener la ley y el orden, y para proseguir campañas militares. Los artículos sobre

www.lectulandia.com - Página 155


los que ejercían su monopolio eran los carros de guerra, caballos, armaduras y
espadas de hierro. Los plebeyos estaban obligados a entregar regalos rituales de grano
y ganado y a prestar servicios laborales cuando eran convocados por los jefes o por el
rey. Si sabían lo que les convenía, eran puntuales y corteses en su respuesta a las
demandas de sus señores, cazadores de cabezas. La sociedad había superado el límite
en el que los redistribuidores tenían que confiar en la generosidad espontánea de sus
seguidores, aunque todavía existían tierras forestales deshabitadas a las que podían
huir los plebeyos y los jefes descontentos si las «donaciones» se volvían demasiado
unilaterales.
Sin duda, no fue por falta de personalidades adecuadas por lo que los pequeños
estados del norte de Europa no evolucionaron hacia despotismos monolíticos. Las
leyendas irlandesas de Beowulf, las sagas nórdicas y La Ilíada de Homero están
llenas de frustrados caciques, a los que Marc Blich denominó «pequeños potentados
extravagantes». A causa de haberse lanzado violentamente a la batalla, saqueado
ciudades en medio de aullidos y sonidos de trompetas, asesinado hombres y niños, y
raptado niñas y mujeres en carros de los que colgaban cabezas recién cortadas, los
reyes celtas y sus jefes adquirieron fama como las figuras más crueles de la historia.
Según palabras de Piggott, eran una pandilla jactanciosa, grosera, quisquillosa e
inaguantable… «cuyas manos se crispaban en la empuñadura de la espada ante la
imaginada insinuación de un insulto… y se atusaban sus grasosos bigotes, que eran
una señal de nobleza».
Pero los reinos celtas siguieron siendo pequeños e inconexos. Los plebeyos
pasaban de la protección de un jefe a la de otro. Nuevas coaliciones de guerreros
señalaban el surgimiento de nuevas casas gobernantes y la caída de las anteriores.
Fragmentos enteros de los reinos se separaban de su tierra natal y emigraban en masa
de una región a otra: los belgas a Britania, los helvecios a Suiza, los cimbros, los
teutones y los ambronos a Galia, y los escitas a Transilvania. Los romanos
consolidaron estos reinos feudales inconexos y móviles en provincias imperiales,
construyeron los primeros grandes edificios de mampostería y los primeros caminos
transitables, y establecieron sistemas de acuñación, recaudación regular de impuestos
y tribunales de justicia. Gran parte de ello fue sólo un débil barniz puesto sobre un
campo que apenas estaba preparado para la categoría de estado. Fuera de las capitales
de provincia, los descendientes romanizados de los francos, los galos, los celtas y los
teutones, practicaban la agricultura de subsistencia en pequeña escala en aldeas
aisladas. El comercio de artículos manufacturados y productos agrícolas siguió siendo
rudimentario en comparación con las porciones circunmediterráncas del imperio.
Prácticamente todos eran analfabetos. De ahí que con la caída de Roma en el siglo v
de nuestra era, la Europa transalpina no volvió a caer en la «Edad del Oscurantismo»,
ya que nunca había salido de ella. Pero sí volvió a caer en el feudalismo.

www.lectulandia.com - Página 156


A través de la fuerza de las armas, los jefes étnicos y reyes, los antiguos
gobernadores romanos, los generales, los jefes militares, los líderes campesinos y los
bandidos repartieron las anteriores provincias romanas en un nuevo conjunto de
reinos feudales. Naturalmente, la restauración no fue completa. La población había
aumentado bajo el dominio romano y muchos de los pueblos pastorales
semimigratorios se habían visto obligados a establecerse y a practicar una forma
totalmente sedentaria de economía mixta. El nuevo feudalismo era más rígido y más
formalizado que su variedad prerromana. Los campesinos eran permanentemente
destinados como siervos a las «propiedades señoriales» controladas por la nueva
aristocracia. Se les prometía protección para que no fueran echados ni robados, a
cambio de suficientes cantidades de alimentos, mano de obra y material para
sustentar al señor del reino y a sus caballeros y artesanos. Los juramentos de lealtad
intercambiados entre los caballeros y los señores, y entre los príncipes y reyes menos
poderosos y los más poderosos, formalizaban la jerarquía política.
A pesar de la rigidez introducida a causa de la servidumbre en el sistema feudal,
la organización política posromana de Europa continuó contrastando con la de los
imperios hidráulicos. Estaban evidentemente ausentes los burós centrales de saqueo
interno y externo, y de obras públicas. No existía un sistema nacional de recaudar
impuestos, de librar batallas, de construir caminos y canales, o de administrar justicia.
Las unidades básicas de producción eran las casas señoriales independientes, de
autoabastecimiento y de agricultura dependiente de las lluvias. No existía una vía
económica mediante la cual los príncipes y reyes más poderosos pudieran interrumpir
o facilitar las actividades productivas que tenían lugar en cada pequeño tenorio
separado.
A diferencia de los déspotas hidráulicos, los reyes medievales de Europa no
podían proveer ni retener el agua de los campos. La lluvia caía con independencia de
lo que decretara el rey en su castillo y en el proceso productivo nada exigía la
organización de vastos ejércitos de trabajadores. Como dice Wittfogel, «las
operaciones dispersas de la agricultura dependiente de las precipitaciones no
involucraba el establecimiento de pautas nacionales de cooperación, como ocurría
con la agricultura hidráulica». Así, la aristocracia feudal pudo resistir todo intento por
establecer sistemas de gobierno auténticamente nacionales. En lugar de convertirse en
un déspota «oriental», el rey seguía siendo, sencillamente, «el primero entre iguales».
Como le ocurrió a Juan Sin Tierra en Runnymede en 1215, por lo general los reyes
feudales de Europa tenían que abstenerse de interferir en el derecho de la nobleza a
imponer contribuciones a la plebe. La Carta Magna arrancada a Juan Sin Tierra por
los barones ingleses, evitó la aparición de un despotismo centralizado, no por
garantizar la representación parlamentaria —todavía no existía el Parlamento—, sino
por garantizar que cada varón seguiría siendo «rey» en su propio castillo.

www.lectulandia.com - Página 157


A pesar de su reputación de «oscurantismo», el primitivo período medieval fue
una época de aumento de la población y de expansión e intensificación de la
producción agrícola. En los alrededores del año 500 de nuestra era, probablemente
sólo había cerca de nueve personas por milla cuadrada en la Europa transalpina, pero
en el 1086 Inglaterra había alcanzado una densidad de treinta habitantes por milla
cuadrada. Sólo después del año 500, las hachas y sierras de hierro fueron lo bastante
baratas para ser utilizadas por el agricultor corriente. Se expandieron asentamientos
humanos en las restantes tierras forestales y en los alrededores de páramos y
ciénagas. Se intensificó la explotación de la madera, la edificación de viviendas y la
construcción de cercados. La invención de la herradura aumentó la utilidad del
caballo como elemento de tracción a sangre. El desarrollo de la herrería condujo a la
creación de un nuevo tipo de arado, un pesado instrumento con punta de hierro,
montado sobre ruedas y capaz de abrir surcos profundos en las arcillas y margas
húmedas características de las regiones arboladas y lluviosas. Como los surcos eran
profundos, resultaba innecesario arar en cruz y el campo cuya forma requería el
menor número de giros por unidad de superficie —es decir, un campo más largo que
ancho— se convertía en el terreno cultivable más económico. Esta nueva forma
facilitó un método mejorado de rotación de cosechas, que redujo la necesidad de
dejar las tierras en barbecho. La totalidad del sistema era admirablemente adecuada a
las relaciones de producción características del señorío. Todas las familias
campesinas tenían acceso a la herrería del señor, a arados pesados, a equipos de
animales de tiro y a campos vecinos, lujos que un agricultor independiente no podría
haberse permitido. Entonces, ¿por qué no prosperó este sistema más allá del siglo
XIV?
Las explicaciones referentes a la caída del feudalismo por lo general empiezan
señalando que en los siglos X y XI se acrecentaron el comercio y la manufactura, y
que la búsqueda de beneficios transformó todas las obligaciones feudales
acostumbradas en relaciones de mercado de oferta y demanda. Pero como observa
Immanuel Wallerstein: «No debe verse el feudalismo como un sistema antitético del
comercio». Los señores feudales siempre habían estimulado el crecimiento de
ciudades y el desarrollo de artesanos y comerciantes radicados en municipios,
capaces de facilitar la conversión de los productos agrícolas del señor en una multitud
de bienes y servicios que aquél no podía proporcionar. Los señores nunca se
opusieron ideológicamente a la compra, a la venta, ni a los beneficios. En
consecuencia, lo que falta explicar es por qué las ciudades y los mercados tardaron
más de quinientos años en subvertir el orden feudal.
Considero que la respuesta reside en que las ciudades y los mercados crecieron
lentamente en tanto los siervos y los campesinos libres podían mantener un nivel de
vida relativamente alto a partir de sus actividades agrícolas tradicionales. El

www.lectulandia.com - Página 158


desarrollo de la vida comercial hasta el punto de resultar amenazadora para el statu
quo feudal tuvo que aguardar el aumento de la densidad de población. A medida que
se acrecentaba la densidad declinaba la eficiencia y lo mismo ocurría con la
rentabilidad agrícola, tanto desde el punto de vista de los campesinos como de los
señores feudales. Esto estimuló a los señores a buscar fuentes de ingresos
complementarias, la más importante de las cuales fue la cría de ovejas para obtener
lana, lo que a la vez limitó la cantidad de tierras disponibles para cosechas
alimenticias, redujo el tamaño de los solares de los campesinos, empobreció a gran
parte de la población rural y estimuló las migraciones a las ciudades y a los centros
productores de lana.
Mi conocimiento de este proceso debe mucho a la obra de Richard G. Wilkinson.
En su libro Poverty and Progress, el autor observa que la fertilidad de las tierras
cultivables y el rendimiento de las siembras disminuyeron durante el siglo XIII en
Inglaterra:

Se había trastornado el sistema equilibrado de la agricultura medieval. A la


expansión de la superficie cultivable no correspondió la suficiente expansión de
pasturas y animales para proporcionar estiércol. …Se habían abreviado los períodos
de barbecho… y se dedicaron a cultivos tierras de inferior calidad.

Se hicieron intentos para elevar el rendimiento por acre abonando las tierras con
cal y marga, enterrando cenizas de paja con el arado, sembrando más intensamente y
experimentando con nuevas simientes. Pero todo fue en vano. Aunque se incrementó
la producción total, aumentó aún más la población. Entre finales del siglo XII y
principios del XIV, prácticamente se triplicó el precio del trigo, al mismo tiempo que
las exportaciones inglesas de lana aumentaron en un 40 por ciento. La subida del
precio de los cereales significó que las familias que carecían de tierras suficientes
para alimentarse llegaron al umbral de la pauperización o lo cruzaron.
Tal como observé al tratar el tema del crecimiento demográfico entre los
yanomamo, el período inmediatamente anterior e inmediatamente posterior a la
sobrecarga y el agotamiento de un ecosistema preindustrial debería caracterizarse por
los puntos más altos de infanticidio femenino. Aunque esta proposición no puede
comprobarse en el caso de los yanomamo, contamos con datos correspondientes al
período medieval tardío en Inglaterra. Según Josiah Russel, la relación entre menores
de ambos sexos se elevó a un pico de 130:100 entre los años 1250 y 1358, y
permaneció drásticamente desequilibrada durante otro siglo. Naturalmente, dado que
en la tradición judeo-cristiana se consideraba homicidio, los padres hacían todos los
esfuerzos posibles para que las muertes de los hijos no deseados parecieran
puramente accidentales. El estudio de Barbara Kellum referente al infanticidio en los

www.lectulandia.com - Página 159


siglos XIII y XIV en Inglaterra, demuestra que era necesario llamar al forense si un
niño moría escaldado por el agua de una olla que sobresalía de un hornillo, o se
ahogaba en un cazo de leche, o caía a un pozo. Pero la asfixia, la causa más frecuente
de muerte infantil «accidental», quedaba en manos del párroco. Rutinariamente, la
muerte por asfixia se atribuía a una «postura negligente» y rara vez la madre era
castigada con algo más severo que una reconvención pública y una penitencia…
limitada a una dieta de pan y agua.
La teoría subyacente en la expresión «postura negligente» consiste en que la
madre tenía derecho a amamantar al bebé en su propia cama y mantenerlo a su lado
durante toda la noche, pero estaba obligada a cuidar de él y a no quedarse dormida
corriendo el riesgo de volquearse sobre su cuerpo. Cuando un niño moría en esas
circunstancias, era imposible comprobar el intento homicida. Sin embargo, las
madres que tenían profundas motivaciones para criar a sus bebés, rara vez se
volqueaban encima de ellos. El infanticidio selectivo, no el accidente, es la única
explicación del enorme desequilibrio entre menores de ambos sexos durante el último
período medieval.
A pesar de la alta tasa de infanticidio femenino, la población de Inglaterra
continuó aumentando hasta 1348, cuando la plaga más devastadora de la historia de
Europa —la Peste Negra— mató entre una cuarta parte y la mitad de la población. A
partir de lo que se conoce acerca de la relación entre la desnutrición y la resistencia a
la enfermedad, considero razonable suponer que un porcentaje significativo de la tasa
de mortalidad de la Peste Negra pandémica tuvo que ver con el deterioro de los
niveles de nutrición. Sin duda, el traslado de la población del campo a las ciudades y
el aumento de la densidad general de las poblaciones tuvieron una relación causal con
el brote de la epidemia.
Como consecuencia de la plaga, Europa ingresó en un período de intensa
inquietud política y económica. Los reinos feudales se vieron sacudidos en toda su
extensión por levantamientos campesinos en masa, movimientos mesiánicos, una
explosión de cultos que practicaban la autoflagelación, masacres de judíos, cismas en
el interior de la iglesia católica, cruzadas para eliminar a los herejes, creación de la
Inquisición y una incesante serie de guerras, una de las cuales se conoce con el
nombre bastante exacto de Guerra de los Cien Años (1337-1453). Creo que el sentido
de tales hechos radica en que la intensificación del modo de producción señorial
había alcanzado sus límites ecológicos y que la crisis precedente al surgimiento del
nuevo modo de producción que denominamos capitalismo fue, en el fondo, similar a
las crisis anteriores a la «revolución» neolítica y a la aparición de los estados
prístinos. Intentaré aclarar más ampliamente esta cuestión. No afirmo que la ecología
y las presiones reproductoras puedan, por sí solas, explicar la crisis del feudalismo
del siglo XIV. También ejercieron influencia otros factores, como la explotación de

www.lectulandia.com - Página 160


los campesinos por los señores feudales y el surgimiento de nuevas clases de
comerciantes y banqueros. La presión de la nobleza feudal y de los crecientes
intereses mercantiles seguramente jugaron un papel en la producción de la crisis, al
igual que las corruptas ambiciones de la burocracia administrativa china jugaron un
papel en la destrucción de numerosas dinastías.
Más aún, me parece concebible que si hubiese habido menos presión por parte de
la clase dominante feudal para lograr que los campesinos intensificaran la
producción, la población habría dejado de aumentar provisionalmente en un punto lo
bastante bajo como para evitar una crisis y mantener el nivel de vida por encima del
umbral de la pobreza. Quizá la oposición de la iglesia al infanticidio también jugó un
papel al acelerar el crecimiento demográfico y precipitar la crisis.
Pero no pueden ignorarse los factores ecológicos. Las consecuencias del cercado
de tierras para la producción lanera habrían sido insignificantes si la capacidad de las
tierras cercadas para producir cosechas alimenticias adicionales no hubiera superado
ya el límite de las ganancias marginales. No veo ninguna razón para dudar de que
finalmente, a causa de alguna perturbación climática, las presiones reproductoras
habrían sido suficientes para iniciar la etapa de un giro hacia un nuevo modo de
producción. A fin de cuentas, el ciclo de intensificaciones, agotamientos y nuevos
modos de producción se inició en grupos preestatales y sin clases, y en sociedades
aldeanas, Por lo tanto, creo que debemos llegar a la conclusión de que el sistema
señorial era inherentemente inestable tanto por razones económico-políticas como
ecológicas, y que de acuerdo con nuestros conocimientos actuales no debemos
adjudicarles un mayor significado causal a unas ni a otras.
Una cuestión que aún no está resuelta es por qué causa la disminución de la
población después de la Peste Negra no se convirtió en parte de un ciclo de altibajos
demográficos y económicos, similar al aumento y descenso de los niveles de vida que
asoma por detrás de los cambios dinásticos de la sociedad hidráulica. En otras
palabras, ¿por qué se reemplazó el feudalismo por un sistema radicalmente nuevo en
lugar de restablecerse después de superada la crisis? También en este caso considero
que la teoría de Wittfogel proporciona la clave al llamar la atención sobre las
ecologías contrastantes del mundo feudal y del mundo hidráulico… aunque insisto en
la existencia de un interjuego entre los factores ecológicos y político-económicos.
En las sociedades hidráulicas, la pauperización y el colapso dinástico estuvieron
típicamente relacionados con el deterioro y la falta de reparación de las obras
hidráulicas. La prioridad consistía en restaurar la infraestructura hidráulica. Tal
restauración correspondía a la nueva dinastía, que no actuaba por altruismo sino en
consideración a la maximización de su propio bienestar político y económico. Al
comprometerse a la restauración de la infraestructura hidráulica, la nueva dinastía
comprometía, automáticamente, a la totalidad de la sociedad al restablecimiento de la

www.lectulandia.com - Página 161


economía política del despotismo agro-administrativo. Por otro lado, en la crisis del
feudalismo europeo, el problema residía en la carencia de tierras de las víctimas de
los cercados y la cría de animales en terrenos necesarios para cultivar cosechas
alimenticias. La prioridad de los señores feudales convertidos en comerciantes y
fabricantes no podían consistir en expulsar a las ovejas, devolver los campesinos a la
tierra y dejar de manufacturar artículos de lana. La maximización de su propio
bienestar político y económico inmediatos no consistía en retroceder sino en avanzar
hacia intentos más grandes y más desinhibidos de hacer dinero y acumular capital,
criando más ovejas y produciendo más artículos de lana. En síntesis, no se restableció
el sistema feudal, sino que se lo reemplazó por un sistema basado en la tecnología
científica, la producción de máquinas, el capitalismo y la democracia parlamentaria.
Bajo el capitalismo, la distribución de la mayoría de los bienes y servicios se lleva
a cabo mediante «compañías» que controlan o tienen acceso a existencias de dinero
acumulado o «capital». El objetivo de esas compañías consiste en acumular más
capital, y en hacerlo lo más rápido y eficazmente posible, extremando la tasa de
beneficios. Una compañía puede incrementar su tasa de beneficios si adquiere una
ventaja tecnológica sobre sus competidores y disminuye sus costos. Por lo tanto, la
innovación tecnológica en breve se convierte en la clave de la acumulación del
capital y el éxito comercial. La ciencia, a su vez, es la clave de la innovación
tecnológica. De ahí que el capitalismo, la ciencia y las tecnologías científicas formen
un complejo de refuerzo recíproco, que se originó en Europa como resolución de la
crisis del feudalismo.
Muchos rasgos de este complejo también estuvieron presentes en las sociedades
hidráulicas. Los chinos, por ejemplo, contaban con la propiedad privada de la tierra,
con mercados que fijaban precios a las mercancías agrícolas y manufacturadas, con
comerciantes ricos y con una red de bancos y asociaciones mercantiles. Las familias
campesinas compraban y vendían en los mercados locales con la intención de
extremar los beneficios. Además, los emperadores chinos estimulaban las
innovaciones científicas y tecnológicas. De hecho, hoy sabemos que hasta el siglo
XIV, el ritmo de progreso científico y tecnológico fue tan acelerado en China como
en Europa. La investigación histórica moderna ha demostrado que a los chinos se
debe el desarrollo de un elemento fundamental del reloj: el escape, la parte que
impide que el resorte se desenrolle más rápido cuando la cuerda está tirante.
Irónicamente, fueron los chinos quienes inventaron la pólvora, que los europeos
emplearon en su conquista de Oriente. En virtud de la inversión en diques, canales y
sistemas de irrigación controlados por el gobierno, los molinos de agua chinos eran
superiores a los de Europa. Joseph Needham —el gran historiador de la ciencia y la
tecnología chinas— considera que la aventadora metalúrgica impulsada por medio
del agua es la antecesora directa de la máquina a vapor. Needham también adjudica a
los chinos la invención de la primera computadora, la puerta de las esclusas, el puente
colgante de cadenas de hierro, la primera manivela mecánica auténtica, el timón de
estambor (Mar. Madero grueso puesto verticalmente sobre el extremo de la quilla

www.lectulandia.com - Página 162


inmediato a la popa, que sirve de fundamento a toda la armazón de esta parte del
buque. En las embarcaciones de hierro forma una sola pieza con la quilla) y la
cometa. Ya en el año 1313, los chinos experimentaban con máquinas de hilar
impulsadas por medio del agua que fueron los prototipos de las máquinas de hilar
europeas de husos múltiples.
A pesar de estos grandiosos experimentos cabe dudar, razonablemente, que China
hubiera desarrollado un modo de producción industrial sin la amenaza y el estímulo
del ejemplo europeo. En China, el avance tecnológico sobre los competidores nunca
se convirtió en el factor clave para elevar los beneficios y acumular capital. La clave
variable de la vida comercial china era el apoyo de la burocracia agro-administrativa:
el «buró de saqueo interno» de Marx. Sin las apropiadas relaciones imperiales, los
beneficios podían disiparse en manos de los funcionarios corruptos. Estos podían
suspender arbitrariamente los permisos comerciales, y los negocios que demostraban
ser demasiado lucrativos se encontraban en constante peligro de ser absorbidos por el
gobierno. En otras palabras, el desarrollo del comercio y la manufactura privados
siguió, en China, al desarrollo del estado agro-administrativo, y siguió siendo un
aspecto importante pero dependiente de la economía política centralizada. «En el
mejor de los casos», dice Wittfogel, los amos de la sociedad hidráulica «trataban a
cualquier empresa capitalista como a un jardín útil. En el peor de los casos, podaban
y desnudaban hasta el tronco los arbustos de los negocios basados en el capital». Por
contraste, en la Europa posmedieval, la industria privada y el comercio acompañaron,
o incluso precedieron, el surgimiento de las monarquías parlamentarias europeas. El
poder de los reyes y comerciantes europeos emergió de un sustrato común de
restricciones y limitaciones feudales, y tanto reyes como comerciantes compitieron
por el control de la economía política posfeudal.
Aunque los monarcas ingleses, franceses y españoles fueron capaces de intervenir
brutalmente en la vida de sus súbditos, su tiranía siempre estuvo limitada por la
oposición de los grandes propietarios y de los comerciantes ricos. Wittfogel afirma
que «los gobernantes del absolutismo europeo disponían tan cruelmente y mataban
tan despiadadamente como sus colegas orientales. No obstante, su capacidad de acoso
y de apropiación se veía limitada por los nobles terratenientes, la iglesia y las
ciudades, cuya autonomía los señores autocráticos podían restringir pero no destruir».
Cuando los reyes europeos pretendían tener mandatos divinos y autoridad absoluta, la
burguesía de Francia y de Inglaterra los rechazaban. Tarde o temprano, los aspirantes
europeos a faraones o a incas renunciaban a sus derechos a representar al cielo o
terminaban sus días en la guillotina.
En una perspectiva antropológica, el surgimiento de las democracias
parlamentarias burguesas en la Europa de los siglos diecisiete y dieciocho, fue una
extraña inversión de la pendiente de la libertad a la esclavitud que había sido la
característica más importante de la evolución del estado durante seis mil años. A la

www.lectulandia.com - Página 163


afirmación de Marx y Engels en el sentido de que toda la historia es la historia de la
lucha de clases, Wittfogel se ha opuesto con la observación de que «la lucha de clases
es el lujo de las sociedades abiertas y con múltiples centros». Tal vez un modo mejor
de decirlo —ya que no niego que la lucha de clases existió en las sociedades
hidráulicas, al menos en forma latente— consista en afirmar que sólo en la historia
reciente de Europa y Estados Unidos, las clases más bajas han alcanzado la libertad
de luchar abiertamente por el control del estado. Nadie que deteste la práctica de las
reverencias y la humillación, que aprecie la búsqueda del conocimiento científico de
la cultura y la sociedad, que valore el derecho a estudiar, discutir, debatir y criticar, o
que piense que la sociedad es más importante que el estado, puede confundir la
aparición de las democracias europea y estadounidense con el producto normal de
una marcha hacia la libertad. Es igualmente arriesgado suponer que el capitalismo
representa el punto final de la evolución cultural. Y no es posible ignorar la amenaza
que hoy representa la intensificación del modo de producción capitalista para la
conservación de esos preciosos derechos y libertades que hasta el momento, aunque
brevemente, florecieron bajo sus auspicios.
Los críticos más severos del capitalismo —entre ellos Carlos Marx— siempre han
reconocido que el movimiento de producción de alimentos y bienes manufacturados
relacionado con la aparición de firmas comerciales europeas, bancos y otras
organizaciones empresariales, no tuvo precedentes. Con anterioridad, nunca tantos
individuos intentaron con mayor firmeza incrementar la producción más rápidamente
en tan gran diversidad de empresas. Considero que el secreto de este «gran salto hacia
adelante» en el esfuerzo productivo fue la liberación de restricciones políticas,
sociales y morales por parte de individuos ambiciosos para realizar intentos
personales de acumulación de riqueza. Los empresarios europeos fueron las primeras
personas de la historia del mundo que pudieron dedicarse a sus negocios sin
preocuparse de que algún «buró de saqueo interno» quisiera frustrar sus pretensiones.
También podían acumular riquezas sin tener que preocuparse por compartirlas con los
amigos y parientes que los ayudaban a enriquecerse. Como «grandes hombres», los
capitalistas acumulaban riquezas haciendo que sus seguidores —ahora llamados
empleados— trabajaran más duramente. Pero a diferencia de los mumis de las islas
Salomón, los empresarios no tuvieron que rogar, halagar y seducir con mañas. Como
poseía capital, el empresario podía comprar «ayuda» y contratar «manos» (además de
espaldas, hombros, pies y cerebros). Además, el empresario no tenía que prometer a
sus empleados el oro y el moro al preparar la siguiente excursión de la compañía.
Puesto que sus seguidores no eran los parientes o los aldeanos del «gran hombre», le
resultaba fácil no hacer caso de sus pretensiones a una mayor participación en las
ganancias. Más aún, las manos-espaldas-hombros-pies-cerebros que ayudaban no
tenían voz ni voto en la cuestión. Privada del acceso a las tierras y a las máquinas, la

www.lectulandia.com - Página 164


«ayuda» no podía trabajar a menos que aceptara la legitimidad de las pretensiones del
empresario a «la carne y la grasa». La «ayuda» no colaboraba con el empresario para
hacer una fiesta sino, sencillamente, para no morirse de hambre. En síntesis, el «gran
hombre» empresario era por fin libre de considerar la acumulación del capital como
una obligación más elevada que la redistribución de la riqueza o el bienestar de sus
seguidores.
El capitalismo, pues, es un sistema lanzado a un aumento ilimitado de la
producción en nombre de un aumento ilimitado de los beneficios. Sin embargo, la
producción no puede aumentarse de manera ilimitada. Libres de las trabas de los
déspotas y de los indigentes, los empresarios capitalistas todavía tienen que
enfrentarse con las limitaciones de la naturaleza. La rentabilidad de la producción no
puede expandirse indefinidamente. Todo incremento de la cantidad de tierra, agua,
minerales o plantas empleados en un proceso productivo específico por unidad de
tiempo, constituye una intensificación. El tema principal de este libro consiste en
demostrar que la intensificación conduce, inevitablemente, a la disminución del
rendimiento. No puede dudarse de que la disminución del rendimiento tiene efectos
adversos sobre el promedio del nivel de vida.
Lo que debe quedar bien claro es que las mermas ambientales también conducen
a una disminución de los beneficios. No es fácil comprender esta relación porque, de
acuerdo con las leyes de la oferta y la demanda, la escasez desemboca en precios más
elevados. No obstante, los precios altos tienden a reducir el consumo percápita (el
síntoma del descenso de los niveles de vida en el mercado). Pueden mantenerse
provisionalmente los beneficios si la caída en el consumo percápita se compensa
mediante una expansión de las ventas totales, basada en el crecimiento demográfico o
en la conquista de mercados internacionales. Pero tarde o temprano la curva del
aumento de precios provocado por las mermas ambientales, comenzará a ascender
más rápido que la curva del consumo ascendente, y la tasa de beneficios tiene que
empezar a decaer.
La clásica respuesta empresarial a una caída en la tasa de beneficios es
exactamente la misma que bajo cualquier modo de producción que ha sido
excesivamente intensificado. Para compensar las mermas ambientales y los
rendimientos descendentes (que se manifiestan como disminución de los niveles de
beneficios), el empresario procura que desciendan los costos de producción
introduciendo máquinas destinadas a ahorrar mano de obra. Aunque estas máquinas
exigen más capital y por lo general significan, en consecuencia, costos iniciales más
elevados, dan por resultado una disminución del costo unitario del producto.
Así, un sistema sometido a una perpetua intensificación sólo puede sobrevivir si
está igualmente sometido a un perpetuo cambio tecnológico. Su capacidad de
mantener los niveles de vida depende del resultado de una carrera entre el progreso

www.lectulandia.com - Página 165


tecnológico y el inexorable deterioro de las condiciones de producción. En las
actuales circunstancias, la tecnología está a punto de perder esta carrera.

www.lectulandia.com - Página 166


15 La burbuja industrial
Todos los sistemas de producción de rápida intensificación —sean socialistas,
capitalistas, hidráulicos, neolíticos o paleolíticos— afrontan un dilema común. El
incremento de la energía invertida en la producción por unidad de tiempo recargará,
inevitablemente, las capacidades auto-renovadoras, auto-depuradoras y auto-
generadoras del ecosistema. Sea cual sea el modo de producción, existe un solo
medio de evitar las catastróficas consecuencias de la disminución de los
rendimientos: pasar a tecnologías más eficaces. Durante los últimos quinientos años,
la tecnología científica occidental ha estado compitiendo contra el sistema de
producción de más rápida e inexorable intensificación en la historia de nuestra
especie.
Gracias a la ciencia y a la ingeniería, el promedio del nivel de vida en las
naciones industriales es hoy más alto que en cualquier momento del pasado. Este
hecho, más que cualquier otro, refuerza nuestra convicción de que el progreso es
inevitable… convicción compartida, dicho sea de paso, tanto por el Komintern como
por la Cámara de Comercio de Estados Unidos. Lo que deseo subrayar es que la
elevación de los niveles de vida sólo comenzó hace ciento cincuenta años, mientras
que la carrera entre el cambio tecnológico rápido y la intensificación lleva en escena
quinientos años. Durante la mayor parte de la época posfeudal, los niveles de vida
estuvieron rondando la indigencia y frecuentemente cayeron a abismos sin
precedentes, a pesar de la introducción de una no interrumpida serie de ingeniosas
máquinas destinadas a ahorrar mano de obra.
Como ha observado Richard Wilkinson, todos los cambios tecnológicos
importantes introducidos en Inglaterra entre el 1500 y el 1830, se pusieron en práctica
por compulsión y en respuesta directa a la escasez de recursos o al aumento de la
población y las inexorables presiones reproductoras. Detrás de todo el proceso había
una escasez cada vez más aguda de tierras agrícolas, escasez que obligaba a la gente a
volcarse a las fábricas y a los medios urbanos de ganarse el sustento. Los períodos de
mayor innovación tecnológica fueron aquellos de mayor acrecentamiento de
población, de costos de vida más elevados y de mayor padecimiento entre los pobres.
Durante el siglo XVI, cuando la población comenzó a aumentar por primera vez
desde la Peste Negra, la minería y la manufactura evolucionaron con mayor rapidez
que durante la revolución industrial del siglo XVIII. Floreció la fabricación de
metales y su comercialización. La industria del hierro entró en su etapa de producción
masiva al pasar de las pequeñas fraguas a los altos hornos. Experimentaron una
rápida expansión e intensificación la manufactura del vidrio, la evaporación de la sal,
la elaboración de la cerveza y la fabricación de ladrillos. Los ingleses dejaron de
exportar lana cruda y se dedicaron a la manufactura de prendas de vestir. Pero los

www.lectulandia.com - Página 167


bosques de Inglaterra no pudieron resistir el enorme aumento del consumo de madera
y de carbón vegetal destinado a la construcción y a su uso como combustibles. Para
aliviar el «hambre de madera» del siglo XVII se intensificó la explotación de carbón
mineral. Para llegar al carbón, los mineros excavaron pozos cada vez más profundos,
lo que situó a las minas por debajo del nivel del agua. Con el propósito de extraer el
agua, cavaron pozos en las laderas de las montañas. Cuando las minas alcanzaron un
nivel demasiado profundo para practicar esos desagües, engancharon caballos a
bombas aspirantes, luego a norias y, por último, a bombas al vacío impulsadas a
vapor.
Entretanto, la mayoría de las fábricas continuaban funcionando con fuerza
hidráulica. A medida que empezó a escasear la tierra, aumentó el precio de la lana. En
poco tiempo resultó más barato importar algodón de la India que criar ovejas en
Inglaterra. Para que funcionaran las hilanderías de algodón era necesaria más fuerza
hidráulica. Pero en breve comenzaron a escasear los parajes convenientes para
instalar bombas hidráulicas. Entonces, y sólo entonces, Watt y Boulton diseñaron el
primer motor a vapor destinado a producir el movimiento rotativo de las máquinas de
hilar.
A medida que se expandió la manufactura, creció el volumen comercial. Los
animales de tiro ya no podían soportar las cargas. Los comerciantes aumentaron el
empleo de carros y carretas. Pero las ruedas deterioraron los caminos, abrieron
baches y los convirtieron en lodazales. En consecuencia, se crearon sociedades para
proporcionar otras formas de transporte. Se construyeron redes de canales y se
ensayaron vagones sobre raíles, arrastrados por caballos. Se necesitaba un gran
número de animales para arrastrar las barcas, los carros y las carretas, pero seguía
disminuyendo la cantidad disponible de tierra para cultivar heno. En un breve lapso,
el costo del heno para alimentar los caballos excedía el costo del carbón para
alimentar las locomotoras. Entonces, y sólo entonces —en 1830—, se inició la era de
la locomotora a vapor.
Según palabras de Wilkinson, todo esto fue «esencialmente un intento por
mantenerse a la altura de las crecientes dificultades de producción con las que
tropezaba una sociedad en expansión». En ningún momento anterior a 1830 la
tecnología a la que estaba dando forma el ingenio de algunos de los mejores cerebros
de Inglaterra, se adelantó al voraz apetito del sistema por los recursos naturales.
Quinientos años después de la Peste Negra, la pobreza y el infortunio de las clases
trabajadoras de Inglaterra permanecían siendo básicamente las mismas.
Las valoraciones convencionales del nivel de vida del siglo XVIII pintan un
cuadro más rosa al concentrarse en el desarrollo de una clase media urbana. Sin duda
alguna, la clase media creció uniformemente en números absolutos a partir del año
1500, pero no constituyó un porcentaje significativo de la población europea con

www.lectulandia.com - Página 168


anterioridad al tercer cuarto del siglo XIX. Antes, la distribución de la riqueza se
asemejaba notoriamente a la situación de muchos países subdesarrollados
contemporáneos. Uno puede dejarse engañar fácilmente por el bullicio y los
entretenimientos ciudadanos de Londres o París en el siglo XVIII, del mismo modo
que hoy uno puede dejarse engañar fácilmente por los rascacielos de Ciudad de
México o de Bombay. Pero debajo del brillo del que disfrutaba el 10 por ciento de la
población, sólo existía la mera subsistencia y la miseria para el restante 90 por ciento.
El ascenso de la clase media en Estados Unidos tiende a deformar la percepción
de la historia, ya que creció a un ritmo más rápido que en Europa. Pero la experiencia
colonial americana fue una anomalía. Los americanos tomaron posesión de un
continente que, con anterioridad, no había estado densamente poblado. Hasta un
pueblo de la Edad del Bronce que hubiera disfrutado de cien años de crecientes
niveles de vida habría sido capaz de seguir elevando esos niveles en una tierra virgen
tan ricamente dotada de tierras, bosques y minerales. La única prueba real de los
frutos de los primeros tres siglos de rápido cambio tecnológico tuvo lugar en Europa,
donde el progreso de la ciencia y la tecnología no sólo no pudo aliviar la situación de
los campesinos, sino que creó nuevas formas de miseria y degradación urbana.
Algunos hechos parecen incontrovertibles. Cuanto más grandes fueron las
máquinas, más tiempo y más duramente tuvo que trabajar la gente que las manejaba.
En la primera década del siglo XIX, los operarios fabriles y los mineros trabajaban
doce horas diarias en condiciones que no habría tolerado ningún bosquimán,
trobriandés, cherokee ni hoques que se respetara. Al final de la jornada, después de
luchar con el continuo gemido y estruendo de máquinas y ejes, el polvo, el humo y
los olores hediondos, los operarios de los nuevos artilugios destinados a ahorrar mano
de obra se retiraban a sus sombríos tugurios llenos de piojos y de pulgas. Como en
pocas anteriores, sólo los ricos podían permitirse el lujo de comer carne. El
raquitismo —una nueva enfermedad deformante de los huesos causada por la falta de
sol y la carencia dietética de vitamina D— se volvió endémico en las ciudades y en
los distritos fabriles. También aumentó la incidencia de la tuberculosis y de otras
enfermedades típicas de dietas insuficientes.
Se continuó practicando el infanticidio directo e indirecto en una escala
probablemente más elevada que la de los tiempos medievales. La mayoría de los
casos de lo que la ley podría haber considerado infanticidio negligente o deliberado,
pasaban por accidentes. Aunque la «postura negligente» siguió ocupando un puesto
importante en la lista, los hijos no deseados también eran drogados hasta morir con
ginebra o con opiáceos, o se los dejaba morir de inanición deliberadamente. Según
William Langer, «en el siglo XVIII no era un espectáculo poco común ver cadáveres
de niños tendidos en las calles o en los estercoleros de Londres y otras grandes
ciudades». Habría sido preferible el abandono en la puerta de una iglesia, pero las

www.lectulandia.com - Página 169


posibilidades de ser descubiertos eran muchas. Finalmente el Parlamento decidió
intervenir y creó inclusas con diversos sistemas de recepción de hijos no deseados,
sin ningún riesgo para el donante. En el Continente, los bebés pasaban a través de
cajas giratorias instaladas en las paredes de las inclusas.
Pero el gobierno no podía sustentar el costo de criar a los niños hasta la adultez y
rápidamente las inclusas se convirtieron, de hecho, en mataderos cuya función
primordial consistía en legitimar la pretensión del estado al monopolio del derecho a
matar. Entre 1756 y 1760 ingresaron quince mil niños en la primera inclusa
londinense; sólo 4.400 de los ingresados sobrevivieron hasta la adolescencia. Otros
miles de niños expósitos continuaron siendo aniquilados por nodrizas empleadas en
hospicios parroquiales. Con el propósito de economizar, los funcionarios de la
parroquia entregaban los niños a mujeres que recibían el mote de «amas de cría
fatales» o de «carniceras», porque «ningún niño escapaba vivo». En el Continente, el
ingreso en los hospicios aumentó uniformemente incluso durante los primeros años
del siglo XIX. En Francia, los ingresos se elevaron de 40.000 por año en 1784 a
138.000 en 1822. En 1830 había 270 cajas giratorias en uso en toda Francia, con
336.297 niños legalmente abandonados durante la década de 1824 a 1833. «Las
madres que dejaban a sus bebés en la caja sabían que los estaban condenando a
muerte, casi con tanta seguridad como si los dejaran caer en el río». Entre el 80 y el
90 por ciento de los niños dejados en esas instituciones moría durante su primer año
de vida.
Todavía en la década de 1770, Europa tenía lo que los demógrafos designan como
población «premoderna»: altas tasas de natalidad y de mortalidad (alrededor de 45 y
40 por mil respectivamente), una tasa de aumento del 0,5 por ciento anual y una
expectativa de vida de treinta años en el momento de nacer. Menos de la mitad de los
nacidos sobrevivía hasta los quince años de edad. En Suecia —donde los censos del
siglo XVIII son más dignos de crédito que en cualquier otro sitio—, el 21 por ciento
de los niños cuyos nacimientos fueron inscritos murieron durante el primer año de
vida.
Después de 1770, algunas partes de Europa entraron en lo que los demógrafos
denominan «primera etapa de transición». Se produjo una notable disminución en la
tasa de mortalidad, mientras la tasa de natalidad permaneció más o menos
inmodificable. Esto no significa, necesariamente, que estuviera mejorando el nivel de
vida. El estudio de las «primeras poblaciones de transición» de los países
subdesarrollados modernos indica que la disminución de la tasa de mortalidad y los
consecuentes aumentos en el crecimiento demográfico son compatibles con niveles
de salud y de bienestar inalterables o, incluso, en proceso de deterioro. Por ejemplo,
en un estudio reciente de los campesinos indigentes de la zona central de Java,
Benjamín White descubrió que los padres son capaces de criar más niños si ello

www.lectulandia.com - Página 170


significa un saldo de beneficios, aunque sean mínimos. Esta relación entre el número
de hijos y los ingresos contribuye a explicar por qué razón tantos países
subdesarrollados parecen contrarios al control de la población a través de métodos
voluntarios de planificación de la familia. Donde los beneficios netos de criar hijos
exceden los costos, una familia que de alguna manera logra criar más hijos vivirá
ligeramente mejor que sus vecinos, aunque en el ínterin disminuya el nivel de vida de
la población en general.
En Europa, a finales del siglo XVIII hubo una gran demanda de mano de obra
infantil. En el interior de la vivienda, los niños participaban de una variedad de
«industrias caseras», ayudando a cardar lana, hilar algodón, a fabricar prendas de
vestir y otros artículos, de acuerdo con contratos celebrados con los empresarios.
Cuando el lugar de manufactura se trasladó a las fábricas, a menudo los niños se
convirtieren en la principal fuente de trabajo, dado que se les podía pagar menos que
a los adultos y eran más dóciles. En consecuencia, podemos arribar a la conclusión de
que la tasa descendente de mortalidad durante las primeras etapas de la revolución
industrial se debió, al menos en parte, a la creciente demanda de mano de obra
infantil más que a un importante mejoramiento general de la dieta, la vivienda o la
salud. Los niños que antes habrían sido descuidados, abandonados o matados en la
infancia gozaron del dudoso privilegio de vivir hasta la edad de entrar a trabajar a una
fábrica durante unos años, antes de sucumbir a la tuberculosis.
Para todos fue evidente el fracaso de los tres primeros siglos de mecanización
posfeudal y de ingeniería científica. A fin de cuentas, la desdicha y el sufrimiento
extendidos en el Continente fue la chispa que encendió la Revolución Francesa. En
1810, los trabajadores de los distritos fabriles de Inglaterra entonaban el estribillo de
«pan o sangre». Cada vez más, las masas empobrecidas tenían que robar para poder
comer. En Inglaterra, las condenas anuales por robo se elevaron en un 540 por ciento
entre 1805 y 1833; entre 1806 y 1833 se condenó a la horca a 26.500 personas, la
mayoría por robo de pequeñas sumas de dinero. En 1798, el temor a la revolución y
la espantosa situación de la clase trabajadora en medio del progreso técnico y el
crecimiento económico, había conducido al clérigo inglés Tomás Malthus a postular
su famosa doctrina de que eran inevitables la pobreza y la miseria. Malthus observó
que los medios de subsistencia habían aumentado en proporción aritmética, pero que
el número de personas había crecido más rápido aún. Malthus no afirmó que la
población jamás lograría el equilibrio con la provisión de alimentos; más bien hizo la
advertencia de que si la población no se limitaba mediante la abstinencia, sería
arrasada por guerras, infanticidios, hambres, plagas, abortos e indeseables formas de
contracepción. En lo que se refería al pasado, Malthus estaba plenamente acertado.
Su error consistió en no prever que la producción industrial, en combinación con
nuevos modos de contracepción, pronto crearía un aumento rápido y sin precedentes

www.lectulandia.com - Página 171


del nivel de vida.
Malthus y otros economistas de principios del siglo XIX, cuyos presagios
llegaron a conocerse como «ciencia de lo agorero», fueron desafiados por Carlos
Marx y otros reformistas y radicales con el argumento de que la pobreza y la
desgracia en la que se habían hundido los campesinos y los obreros de Europa era el
resultado de leyes peculiares de la economía política del capitalismo y no de la
existencia humana en general. De acuerdo con Marx, los capitalistas obtuvieron sus
ganancias mediante la explotación de la mano de obra; bajo el capitalismo, siempre
podrían rebajarse los salarios a niveles de subsistencia al margen de que la población
aumentara o disminuyera. Marx insistió en que las leyes internas del capitalismo
conducirían, inevitablemente, a la concentración de la riqueza en manos de unos
pocos plutócratas y a la pauperización de todos los demás. Al igual que Malthus, no
previo el aumento rápido y sin precedentes del nivel de vida que en breve tendría
lugar.
Ni Malthus ni Marx —el uno obsesionado por las leyes de la reproducción y el
otro por las de producción— comprendieron el hecho de que la revolución industrial
estaba creando una relación absolutamente nueva entre la producción y la
reproducción. A diferencia de todos los cambios importantes anteriores en los modos
de producción, la revolución industrial del siglo XIX derivó en un enorme impulso
del rendimiento del trabajo, que no se vio acompañado por un aumento, sino por una
disminución, de la tasa de crecimiento de la población. Desde un punto culminante de
alrededor del 1 por ciento anual a principios de la primera década del siglo XIX, la
tasa de crecimiento descendió al 0,5 por ciento un siglo mas tarde, aunque la cantidad
de alimentos y el número de otros artículos para la subsistencia básica disponible per
capita aumentaba mucho más rápidamente. A pesar de que la emigración a las
Américas contribuyó a disminuir el ritmo de la tasa de crecimiento europea en
general, una caída del 45 por mil a menos del 20 por mil en la tasa de nacimientos
explica la mayor parte de la disminución.
Este fenómeno se denomina transición demográfica. Economistas y estadistas del
mundo entero ponen sus esperanzas de desarrollo económico en la expectativa de que
una caída en las tasas de natalidad sea una respuesta normal a la introducción de
tecnologías más eficaces. Pero en una perspectiva antropológica, nada puede ser más
anormal. Hasta el presente, todo cambio importante en la productividad laboral ha
estado acompañado o ha sido seguido de un rápido acrecentamiento de la densidad de
población. Así parece haber ocurrido en la transición del paleolítico al neolítico, en el
cambio que hicieron los yanomamo de las herramientas de piedra a las de acero, en el
pasaje experimentado por los mesoamericanos de la poda y quema a las chinampas,
en la transición china de las lluvias a la irrigación. Y aparece como específicamente
aplicable a Europa desde la Edad del Bronce; por lo menos desde la alta Edad Media

www.lectulandia.com - Página 172


hasta comienzos del siglo XIX, cada período de rápido cambio tecnológico conllevó
un rápido aumento de la población.
Intentaré explicar por qué razón tuvo lugar la transición demográfica. Considero
que ha sido provocada por la conjunción de tres acontecimientos culturales
extraordinarios: la revolución del combustible, la revolución de la contracepción y la
revolución del trabajo. Me referiré a cada una de ellas por separado.
Cuando hablo de revolución del combustible, me refiero a la multiplicación por
cien, por mil, o incluso por un millón de veces de la productividad laboral originada
por la aplicación de motores de vapor, diesel, de gasolina, de electricidad y de
reacción, a la agricultura, la industria, la minería y el transporte. La utilización de
estos motores en una escala lo bastante grande para compensar incluso la tasa
relativamente lenta de crecimiento de la población de los últimos cien años, dependió
totalmente de la liberación repentina de vastas cantidades de energía anteriormente no
explotada, almacenada en el interior de la tierra en forma de carbón y petróleo. Me
resulta difícil imaginar de qué manera el aprovechamiento de tanta energía en un
lapso tan breve no habría dado por resultado como mínimo modestos beneficios en
los niveles de vida de un sustancial número de personas. El hecho de que el carbón y
el petróleo sean fuentes de energía no renovables (a diferencia de los árboles, el agua,
el viento y la fuerza muscular animal, fuentes a las que se habían limitado las
generaciones anteriores) es un dato significativo al que volveré a referirme.
Cuando hablo de revolución de los contraceptivos me refiero a la invención de
formas seguras y baratas de reducción de la fertilidad por medios mecánicos y
químicos. El preservativo fue ampliamente publicitado en Londres durante el siglo
XVIII, pero se fabricaba con tripa de oveja y se utilizaba principalmente como
protección contra la sífilis. Con la invención del proceso de vulcanización, en 1843,
pudo utilizarse la tecnología industrial para la producción masiva de «gomas».
Además de estas últimas, la clase media comenzó a emplear duchas y tapones
vaginales hacia fines del siglo XIX, y a principios del siglo XX las familias de clase
obrera hacían lo mismo. Disminuyó el infanticidio, como puede observarse en la
aguda disminución de la tasa de mortalidad infantil. Lo mismo ocurrió con la tasa de
natalidad. Con anterioridad a 1830, la tasa inglesa de nacimientos permaneció
cercana al 40 por mil, aproximadamente la proporción encontrada en países
subdesarrollados tan modernos como la India y Brasil. En 1900 estaba por debajo del
30 por mil y en 1970 era inferior al 20 por mil.
Como ha demostrado el estudio de Mahmood Mandami sobre el uso de los
contraceptivos en la India, la sola disponibilidad de medios contraceptivos eficaces,
relativamente indoloros y baratos, no puede haber producido, por sí sola, tan
dramático descenso de la tasa de natalidad. La contracepción moderna disminuye el
costo de la intervención en el proceso reproductor. Pero las familias tienen que tener

www.lectulandia.com - Página 173


motivos para desear interponerse en el curso de la naturaleza, tienen que sentir el
deseo de criar menos hijos. En este punto hace su aparición la revolución del trabajo.
Como ya he indicado; la motivación para restringir la fertilidad se basa,
esencialmente, en una cuestión de equilibrio entre los beneficios y los costos de la
paternidad. Con la industrialización, aumentan los costos de la crianza de hijos —
especialmente después de la creación de leyes laborales y de educación obligatoria
para los menores de edad— porque un chico tarda mucho más tiempo en adquirir la
pericia necesaria para ganarse la vida y significar un beneficio para sus padres. Al
mismo tiempo, se transforma todo el contexto y la forma en que la gente se gana la
vida. La familia deja de ser el centro de cualquier forma significativa de actividad de
producción (salvo la de cocinar y la de engendrar hijos). El trabajo ya no es algo que
hacen los miembros de la familia en la granja o el negocio familiar. Es, más bien,
algo que se hace en un despacho, en una tienda o fábrica, en compañía de los
miembros de la familia de otras personas. De ahí que la recuperación de los
beneficios de la crianza de hijos dependa cada vez más de su éxito económico como
asalariados y de su disposición a ayudar durante las crisis sanitarias y financieras que
los padres esperan tener en sus años de decadencia.
La disponibilidad de una contracepción indolora y de una estructura alterada de
las tareas económicas —la revolución de la contracepción y la revolución del trabajo
— es la clave de muchos aspectos sorprendentes de la vida social contemporánea.
Una vida más larga y los costos de mantenimiento de la salud en espiral hacen cada
vez más irrealista esperar que los hijos ofrezcan alivio y seguridad a sus ancianos
padres. De modo que nos encontramos en el proceso de sustituir el sistema
preindustrial en el que los hijos cuidaban a sus padres ancianos por medio de
programas para la ancianidad y de seguro médico. Cuando este proceso se haya
completado, habrá desaparecido el último vestigio de movimiento significativo en las
cuentas padres-hijos.
Lo que cuesta a los padres criar a un hijo de clase media hasta la edad
universitaria en Estados Unidos asciende a 80 mil dólares y aquéllos sólo recuperan
una minúscula porción de dicha suma en dinero, bienes o servicios. (No niego que
también influyen los imponderables, como el placer de ver crecer a los hijos pero
¿quién dirá que es mayor el placer de ver crecer a diez hijos para que lleguen a ser
camareros, al placer de ver crecer a uno solo para que llegue a ser cirujano? ¿O que
para una mujer es más satisfactorio criar a un cirujano que serlo ella misma y no criar
a ninguno?). Por esta razón sigue disminuyendo la tasa de nacimientos en Estados
Unidos, al tiempo que aumenta la de divorcios, uniones no legales por
consentimiento mutuo, matrimonios sin hijos, homosexualidad y matrimonios entre
homosexuales. Y por esa razón, repentinamente también son noticia los modos de
vida familiar experimental, de «liberación» sexual y de «brechas generacionales».

www.lectulandia.com - Página 174


En síntesis: hoy podemos ver cómo la tecnología ganó terreno en la carrera contra
la intensificación, el agotamiento y el descenso del rendimiento. El mundo industrial
utilizó una enorme provisión nueva de energía barata al mismo tiempo que fue capaz
de distribuir esa bonanza entre una población que aumentaba a un nivel inferior al de
su potencial reproductor. Pero la carrera está lejos de haber concluido. La ventaja
puede ser sólo provisional. Estamos empezando a comprender lentamente que un
sometimiento a máquinas que funcionan con combustibles fósiles es un profundo
compromiso con el agotamiento, el menor rendimiento y las tasas descendentes de
beneficio. El carbón y el petróleo no pueden reciclarse, sólo pueden utilizarse a un
ritmo más veloz o más lento.
Naturalmente, los expertos discrepan con respecto a cuánto tiempo durarán las
provisiones utilizables de carbón y de petróleo a los actuales ritmos de consumo. El
Dr. M. King Hubert, de la Shell Oil Company y de la United States Geological
Survey, calcula que el punto máximo de la producción petrolera se producirá en 1995,
y que la producción de carbón alcanzará su pico en el 2100. La verdadera cuestión no
reside en cuándo se habrá agotado la última gota de petróleo ni en cuándo será
explotada la última gota de carbón. El efecto del agotamiento sobre el nivel de vida
se vuelve insoportable mucho antes de que haya desaparecido la última hoja de
hierba, o el último caballo, o el último remo. Cuanto más lejos y a más profundidad
busquemos el carbón y el petróleo, más costosas se volverán todas las operaciones
industriales. En estas circunstancias, el ritmo al que se aplica la energía a la
producción de alimentos y otras fuentes de energía opera, meramente, para acelerar el
ritmo al que se vuelve manifiesta la disminución del rendimiento en los costos
crecientes de bienes y servicios. A medida que el carbón y el acero escasean,
aumentan los costos, y dado que prácticamente todos los productos y servicios de la
sociedad industrial dependen del gran consumo energético derivado de estas fuentes,
la inflación reducirá uniformemente la capacidad de la persona corriente para pagar
los bienes y servicios ahora considerados esenciales para la salud y el bienestar.
Con qué rapidez y en qué forma descenderán los niveles de vida de las naciones
industriales depende de cuánto se retarde la conversión a fuentes de energía
alternativas. No debe descartarse la posibilidad de un profundo empobrecimiento.
Frente a la inevitable e inminente escasez de combustibles fósiles, todavía no estamos
reduciendo el ritmo al que derrochamos estos recursos. De hecho, aún estamos
ampliando rápidamente el espectro de tecnologías con combustibles fósiles e
intentando compensar el aumento de precios con inyecciones cada vez más pródigas
de combustibles de aquel tipo en máquinas destinadas a «ahorrar mano de obra» y en
procesos de producción.
La producción de alimentos —para tomar el ejemplo más crítico— se ha vuelto
totalmente dependiente de nuestra provisión de petróleo. Primero fueron capturados

www.lectulandia.com - Página 175


la tracción agrícola, la elevación y el arrastre de cargas, y el transporte. En la
actualidad hemos alcanzado la etapa en que el condicionamiento del suelo mediante
fertilizantes químicos y la defensa de las plantas mediante herbicidas, pesticidas,
insecticidas y fungicidas, también han llegado a ser totalmente dependientes de una
provisión siempre creciente de productos petroquímicos. La así llamada «revolución
verde» es una revolución del petróleo en la que se han vuelto posibles rendimientos
más elevados por acre mediante la continua inyección de grandes cantidades de
energía de combustibles fósiles en la producción de plantas especialmente cultivadas
por su capacidad de respuesta a la incorporación de productos petroquímicos.
Como ha demostrado David Pimentel, de la Cornell University, hoy se emplean
en Estados Unidos 2.790 calorías de energía para producir y ofrecer una lata de
cereales que contiene 270 calorías. En la actualidad la producción de carne requiere
déficits energéticos aún más prodigiosos: 22.000 calorías para producir 100 gramos
(que contienen las mismas 270 calorías que la lata de cereales). La naturaleza
burbujeante de este modo de producción puede observarse en el hecho de que si el
resto del mundo adoptara repentinamente las proporciones energéticas características
de la agricultura estadounidense, todas las reservas conocidas de petróleo se agotarían
en once años. O, para decirlo de una forma ligeramente distinta: cuanto más
rápidamente se industrialice el mundo subdesarrollado, más rápidamente deberá
desarrollar el mundo industrial un nuevo modo de producción.

www.lectulandia.com - Página 176


Epílogo y soliloquio moral
Antes de la revolución del combustible, las plantas y los animales eran la fuente
principal de energía para la vida social. Esparcidos sobre la tierra en millones de
granjas y aldeas, plantas y animales absorbían la energía del sol y la convertían en
formas apropiadas para el uso y el consumo humanos. No estaban menos dispersas
otras fuentes de energía, como el viento y las caídas de agua. La única forma que
tenían los déspotas de interceptarle a la gente la provisión de energía, consistía en
negarle el acceso a la tierra o a los océanos. Esta era una tarea sumamente difícil y
muy costosa en casi todas las condiciones de clima y de terreno. Sin embargo, era
mucho más fácilmente manejable el control del agua. Y allí donde podía controlarse
el agua, podían controlarse los vegetales y los animales. Además, dado que plantas y
animales eran la principal fuente de energía, el control sobre el agua significaba el
control sobre la energía. En este sentido, los despotismos de la sociedad hidráulica
eran despotismos energéticos… pero sólo en una forma muy indirecta y primitiva.
La revolución del combustible ha abierto la posibilidad de una forma más directa
de despotismo energético. En la actualidad, la energía se acumula y se distribuye bajo
la supervisión de un pequeño número de organismos y sociedades. Procede de un
número relativamente pequeño de minas y pozos. Cientos de millones de personas
pueden ser técnicamente aisladas de estas minas y pozos, y morir de hambre, quedar
congeladas, hundidas en la oscuridad o paralizadas mediante el giro de unas pocas
válvulas y el chasquido de unos pocos interruptores. Como si esto no fuera suficiente
causa de alarma, las naciones industriales han comenzado a compensar el inminente
agotamiento del carbón y del petróleo mediante la conversión a la energía nuclear,
una fuente de energía mucho más concentrada que los combustibles fósiles. Ya existe
la capacidad electrónica de rastrear la conducta individual mediante redes
centralizadas de supervisión y ordenadores con memoria. Es altamente probable que
la conversión a la producción de la energía nuclear provea precisamente las
condiciones materiales básicas más adecuadas para utilizar la capacidad de la
computadora con el fin de establecer una forma nueva y perdurable de despotismo.
Sólo mediante la descentralización de nuestro modo básico de producción energética
—disolviendo los cárteles que monopolizan el actual sistema de producción
energética y creando nuevas formas descentralizadas de tecnología energética—
podemos restaurar la configuración ecológica y cultural que condujo a la aparición de
la democracia política en Europa.
Esto plantea la cuestión de la forma en que podemos seleccionar conscientemente
las alternativas improbables de las tendencias evolutivas probables. Analizando el
pasado en una perspectiva antropológica, creo que es evidente que las principales
transformaciones de la vida social humana no se han correspondido, hasta el

www.lectulandia.com - Página 177


momento, con los objetivos conscientemente fijados por los participantes históricos.
La conciencia tuvo muy poco que ver con los procesos mediante los cuales el
infanticidio y la guerra se convirtieron en el medio de regular las poblaciones
grupales y aldeanas: las mujeres se convirtieron en subordinadas de los hombres, los
que trabajaban más y guardaban menos se convirtieron en los que trabajaban menos y
guardaban más, los «grandes proveedores» se convirtieron en grandes creyentes, la
carne de sacrificio se convirtió en carne prohibida, los que sacrificaban animales se
convirtieron en vegetarianos, los artilugios destinados a ahorrar mano de obra se
convirtieron en instrumentos de tareas monótonas, la agricultura de irrigación se
convirtió en la trampa del despotismo hidráulico.
Por supuesto, nuestros antepasados no eran, psicológicamente, menos conscientes
que nosotros en el sentido de estar alerta, de pensar y adoptar decisiones basadas en
el cálculo de los costos y beneficios inmediatos de tipos alternativos de acción. Decir
que su conciencia no jugó un papel en la orientación del curso de la evolución
cultural no significa decir que fueran zombis. Creo que no tenían conciencia de la
influencia de los modos de producción y reproducción en sus actitudes y valores, y
que eran absolutamente ignorantes de los efectos acumulativos a largo plazo de las
decisiones adoptadas para maximizar los efectos acumulativos a corto plazo de las
decisiones adoptadas para maximar los costos y beneficios a corto plazo. Con el
propósito de cambiar el mundo de manera consciente, primero es necesario tener una
comprensión consciente de cómo es el mundo. La falta de esa comprensión es un
tenebroso augurio.
En tanto determinista cultural, a veces he sido acusado de reducir los valores
humanos a un reflejo mecánico y de retratar a los individuos como simples títeres.
Estas son nociones ajenas a mi comprensión de los procesos culturales. Yo insisto,
sencillamente, en que el pensamiento y la conducta de los individuos siempre son
canalizados por límites y oportunidades culturales y ecológicos. Los modos de
producción y de reproducción sucesivos determinan, principalmente, la naturaleza de
esos canales. Ahí donde el modo de producción necesita «grandes hombres»
redistribuidores, surgirán hombres ambiciosos que se jactarán de sus riquezas y
regalarán todo. Allí donde el modo de producción necesita «grandes hombres»
empresarios, surgirán hombres ambiciosos que se jactaran de sus riquezas y lo
guardarán todo para sí mismos. No pretendo saber por qué Soni se convirtió en un
gran dador de festines ni por qué John D. Rockefeller se convirtió en un gran
acumulador de riqueza. Tampoco sé por qué un individuo, y no otro, escribió Hamlet.
Estoy absolutamente dispuesto a dejar que estas cuestiones se disuelvan en un
perpetuo misterio.
La causalidad cultural es otra cuestión. Muchos humanistas y artistas retroceden
ante la propuesta de que hasta este momento la evolución cultural ha sido configurada

www.lectulandia.com - Página 178


por fuerzas impersonales inconscientes. La naturaleza determinada del pasado los
llena de temor ante la posibilidad de un futuro igualmente determinado. Pero sus
temores son inoportunos. Sólo a través de una conciencia de la naturaleza
determinada del pasado podemos abrigar la esperanza de que el futuro dependa
menos de fuerzas impersonales e inconscientes. En el nacimiento de una ciencia de la
cultura, otros afirman ver la muerte de la iniciativa moral. Yo, por mi parte, no puedo
ver cómo la falta de inteligencia con referencia a los legítimos procesos que han
operado hasta ahora puede ser la plataforma sobre la que ha de erigirse un futuro
civilizado. De modo que en el nacimiento de una ciencia de la cultura descubro el
comienzo y no el fin de la iniciativa moral. Que se cuiden los protectores de la
espontaneidad histórica: si los procesos de la evolución cultural son lo que he
percibido, ellos son moralmente negligentes si instan a otros a pensar y a actuar como
si tales procesos no existieran.
Afirmo que es perniciosamente falso enseñar que todas las formas culturales son
igualmente probables y que la mera fuerza de voluntad de un individuo inspirado
puede alterar en cualquier momento la trayectoria de todo un sistema cultural en una
dirección conveniente a cualquier filosofía. Las trayectorias convergentes y paralelas
superan con mucho a las trayectorias divergentes de la evolución cultural. La mayoría
de las personas son conformistas. La historia se repite en innumerables actos de
obediencia individual a normas y modelos culturales, y los deseos individuales rara
vez predominan en cuestiones que exigen alteraciones radicales de creencias y
prácticas profundamente condicionadas.
Al mismo tiempo, nada de lo que he escrito en este estudio sustenta el criterio de
que el individuo es impotente ante la implacable marcha de la historia, o de que la
resignación o la desesperación son respuestas adecuadas a la concentración del poder
administrativo industrial. El determinismo que ha gobernado la evolución cultural
nunca ha sido el equivalente del determinismo que gobierna a un sistema físico
cerrado. Se asemeja, más bien, a las secuencias causales que explican la evolución de
las especies vegetales y animales. En visión retrospectiva, guiados por el principio
darwiniano de selección natural, los científicos pueden reconstruir con facilidad la
cadena causal de adaptaciones que condujo de los peces a los reptiles y a los pájaros.
¿Pero qué biólogo que observara a un tiburón primitivo habría previsto la aparición
de la paloma? ¿Qué biólogo que observara a una musaraña arbórea habría previsto la
aparición del Homo sapiens? La intensificación del modo de producción industrial y
la victoria tecnológica sobre las presiones malthusianas anuncian, indudablemente,
una evolución de nuevas formas culturales. No sé con certeza cuáles serán, pero todos
lo ignoramos.
Puesto que los cambios evolutivos no son plenamente predecibles, es obvio que
en el mundo cabe lo que llamamos libre voluntad. Cada decisión individual de

www.lectulandia.com - Página 179


aceptar, resistir o cambiar el orden actual altera la probabilidad de que se produzca un
resultado evolutivo específico. En tanto el curso de la evolución cultural nunca está
libre de la influencia sistemática, probablemente algunos momentos son más
«abiertos» que otros. Considero que los momentos más abiertos son aquéllos en los
que un modo de producción alcanza sus límites de crecimiento y pronto debe
adoptarse un nuevo modo de producción. Estamos avanzando rápidamente hacia uno
de esos momentos de apertura. Cuando lo hayamos atravesado, y sólo entonces, al
mirar hacia atrás, sabremos por qué los seres humanos eligieron una opción y no otra.
Entretanto, la gente que tiene un profundo compromiso personal con una determinada
visión del futuro está plenamente justificada en la lucha por sus objetivos, aunque
hoy los resultados parezcan remotos e improbables. En la vida, como en cualquier
partida cuyo resultado depende tanto de la suerte como de la habilidad, la respuesta
racional en caso de desventaja consiste en luchar con más vehemencia.

www.lectulandia.com - Página 180


Agradecimientos, referencias y notas

Cultura y naturaleza

Estoy preparando una obra más técnica (Harris, 1979), con el propósito de
esclarecer mis premisas filosóficas y científicas de carácter general en relación con
los paradigmas alternativos. Una obra anterior (Harris, 1968) expone la historia del
desarrollo del materialismo cultural hasta la década de los sesenta de nuestro siglo. El
tema específico de este libro —la relación de la evolución cultural con las
intensificaciones y los agotamientos— está en estrecha relación con los postulados
teóricos de Michael Harner (1970). Algunos estudiosos que me han precedido al
poner de relieve la relación entre intensificación y evolución cultural son Esther
Boserup (1965), Robert Carneiro (1970), Brian Spooner (1972), Philip Smith (1972),
Colin Renfrew (1974), Richard Wilkinson (1973), M. N. Cohen (1975), y Malcolm
Webb (1975). Importantes diferencias de definición, énfasis y alcance separan mi
enfoque de todos los anteriores. Empero, si todos o algunos de ellos ven en lo que he
escrito un duplicado exacto de una teoría que puedan llamar propia, reconoceré de
buena gana la prioridad de su formulación. Para una visión más amplia de las
diferencias y las semejanzas culturales, véase mi libro de texto (Harris, 1974).
Para las citas completas, véase la entrada en la bibliografía bajo el autor y fecha.

Asesinatos en el Paraíso

www.lectulandia.com - Página 181


Para una descripción de los cazadores-recolectores modernos, véase Lee y De
Vore (1968) y Bicchieri (1972). Para una teoría acerca de los excedentes por encima
de la subsistencia, véase Steward (1955) y Service (1968). Para una descripción de
los logros del paleolítico superior, véase Prideaux (1973) y Marshack (1972).
Marshall Sahlins (1972) afirma que los cazadores-recolectores constituyen la
«sociedad opulenta original». Para la relación entre la ecología y la cultura del
período glacial, véase Butzer (1971). Para las pautas de trabajo, véase Lee (1968,
1969), Johnson (1975) y Edmondson (1976); para los mehinacu, véase Gregor
(1969). La adaptación a la agricultura de los cazadores-recolectores es analizada por
Cohen (1975, pág. 82 y ss.). Para los datos de densidad sobre los cazadores-
recolectores, véase Kroeber (1939), Lee (1968) y David (1973). Con respecto a la
demografía, las enfermedades y la salud durante la Edad de Piedra, véase Hassan
(1973, 1975), Cockburn (1971), Wood (1975), Armalegos y McArdle (1975), Black
(1975), Livingstone (1968), Duraond (1975), Boyd (1972), Howell (en prensa),
Birdsell (1968, 1972), y Coale (1974). Sobre el aborto y los anticonceptivos
mecánicos y químicos, véase Devereux (1955), y Nurge (1975). Con respecto al
geronticidio, véase Hoebel (1954, págs. 76-79) y Warner (1937). Para el infanticidio,
véase Dickeman (1975 a), Balikci (1967), Chagnon (1968) y Freeman (1971), Para el
transporte de niños, véase Lee (1972). Para el método de lactancia, véase Frisch y
McArthur (1974), Frisch (1975), Kolata (1974), Van Ginneken (1974) y Divale y
Harris (1976).

El origen de la agricultura

La mayoría de los arqueólogos se refieren al Levante, Egipto, Anatolia y


Mesopotamia como Oriente Próximo. He usado el término «Oriente Medio» para
designar dicha región de un modo concordante con su situación geopolítica. Con
respecto a las prácticas carroñeras, véase Shipman y Phillips-Conroy (1977) y Brain
(en prensa). Para los cambios posglaciales, véase Butzer (1971, 1975) y Flannery
(1969). Para el problema de la megafauna del pleistoceno en el Nuevo Mundo, véase
MacNeish (en prensa); la cita corresponde a Mosimann y Martin (1975, pág. 308).

www.lectulandia.com - Página 182


Agradezco a Richard MacNeish su autorización para consultar su manuscrito Energy
and Culture in Ancient Tehuacaán. Véase también MacNeish (1972) y los informes
del Proyecto del Valle de Tehuacán del Museo de Arqueología Peabody. Para la
domesticación en Oriente Medio primitivo me he basado en Flannery (1973), David
Harris (en prensa), Harlan (en prensa), Zohary y Hopf (1973), Ducos (1969) y
Chaplin (1969). Flannery (1973, pág. 284) cree en los cambios misteriosos. Para las
tasas de crecimiento de población del neolítico, véase Carneiro y Hilse (1966), Smith
y Young (1972), y Butzer (1976). Para la domesticación andina de animales, véase
Pires-Ferreira y otros (1976). Soy consciente de la posibilidad de que la agricultura
que implicaba el cultivo de arroz, raíces y árboles, pudo originarse
independientemente en el sudeste asiático. Si así fuera, el modelo específico que he
utilizado tendría que modificarse, pero no descartarse. Véase Solhelm (1970),
Vishnu-Mittre (en prensa), Hariam (en prensa), David Harris (en prensa). Es probable
que el origen de la agricultura se produjera independientemente en China y, si esto
llegara a demostrarse, el modelo se fortalecería. Véase Ping-ti Ho (1975).

El origen de la guerra

Con respecto a las culturas pacíficas, véase Lesser (1968); sobre la arqueología de
la violencia, véase Roper (1969, 1975). Para la guerra entre cazadores-recolectores,
véase Divale (1972). Para una antropología de la guerra, véase Pried y otros (1968) y
Nettleship y otros (1975). Los tiwi han sido descritos por Hart y Pilling (1960); los
murngin, por Warner (1930); los dani, por Heider (1972). Con respecto a la función
de solidaridad social de la guerra, véase Wright (1965) y Wedgwood (1930). Para la
guerra como juego, véase Lowie (1954). Roben Ardrey es un famoso partidario de la
tesis de la guerra como naturaleza humana. Para una crítica y una refutación rigurosas
de esta posición, véase Montagu (1976). Con respecto a los efectos de dispersión,
véase Vayda (1961, 1971). La cita pertenece a Birdsell (1972, páginas 357-58). Para
los efectos de la guerra moderna sobre la población, véase Livingstone (1968). Para
las pruebas sobre las relaciones entre la guerra y el infanticidio femenino, véase
Divale y Harris (1976). Con respecto al papel de las mujeres en la producción, véase

www.lectulandia.com - Página 183


Morren (1974) y Lee (1969).

Las proteínas y el pueblo feroz

Las citas pertenecen a Chagnon (1974, págs. 127, 194-195). Para el tamaño de las
colonias, véase Lathrap (1973) y Meggers (1971). Para las proporciones por sexo,
véase Chagnon (1973, págs. 135), Lizot (1971) y Smole (1976). La cita sobre la
disputa por las mujeres pertenece a Chagnon (1968 b, pág. 151); sobre las aldeas
periféricas (1968 b, pág. 114). La cita siguiente corresponde a Lizot (1971, páginas
34-35). Véase Neel y Weiss (1975) y Chagnon (1975). Con respecto a la historia de
los contactos de los yanomamo con los europeos, véase Smole (1976). La cita
anterior corresponde a Chagnon (1968, pág. 33). Debo mucho a Daniel Gross (1975),
Eric Ross (1976) y Jane Ross (1971) en lo que respecta a la discusión sobre las
proteínas animales en el bosque tropical. La fuente que he utilizado con respecto a las
proteínas animales en Estados Unidos es Pimental y otros (1975, pág. 754). La cita
pertenece a Smole (1976, página 175). La historia de Helena Valero aparece en
Blocca (1970). Véase también Siskind (1973).

El origen de la supremacía masculina y del complejo de


Edipo

Con respecto a una exhumación, véase Reed (1975). Para los intentos de

www.lectulandia.com - Página 184


demostrar que la subordinación de las mujeres ha sido excesivamente exagerada,
véase Friedl (1967), Sweet (1967), Lamphere (1975), Hoffer (1975) y Reiter (1975).
Para los ataques furiosos de los miembros del sexo masculino, véase Kaberry (1970)
y Linton (1973). Las estadísticas de Murdock se refieren a la versión en tarjetas
perforadas de computación del Ethnographic Atlas. Véase también Murdock (1967).
E1 trabajo de referencias acerca del parentesco y el matrimonio es Murdock (1949).
Para los nagovisi, véase Nash (1974). E1 término «dote» a veces también se aplica a
la parte de herencia paterna que una mujer recibe al contraer matrimonio. Esto
debería llamarse herencia anticipada en lugar de dote. Véase Lévi-Strauss (1969).
Con respecto a otras instituciones asimétricas, véase la introducción de Rosaldo y
Lamphere (1974) y Friedl (1975). Para la guerra entre los iroqueses, me he basado en
Scheele 1950) y Morgan (1962). Con respecto a la matrilocalidad y la guerra externa,
véase Divale (1975) y Divale y otros (1976). La cita sobre el matrimonio iroqués
pertenece a Morgan (1962, pág. 325). Con respecto a las mujeres iroquesas, véase
Brown (1975). Sobre los pastores, véase Salzman (1971). La feminista errante ha sido
citada por Scheele (1950, pág. 48). La cita siguiente pertenece a Morgan (1962, pág.
324). La siguiente, a Brown (1975, págs. 240-41). Con respecto al complejo de
Edipo, véase Hall y Lindzey (1967), Barnouw (1973) y Malinowski (1927). Para un
excelente ejemplo de las prioridades causales invertidas del freudismo, véase Walsh y
Scandalis (1975).

El origen de los estados prístinos

Agradezco a Morton Fried (véase especialmente Fried, 1967) y a Barbara Price


(especialmente Price, 1977) su prolongada colaboración en la reflexión sobre el
origen del estado. Para una discusión en la que los estados prístinos pudieron
desarrollarse, véase Webb (1975). La redistribución como forma de intercambio fue
originalmente definida por el economista Karl Polanyi e incorporada a la
antropología por Polanyi y otros (1957). Marshall Sahlins (1958) fue el primero en
hacer ver la relación entre redistribución y estratificación social. Para las citas sobre
los mumis, véase Oliver (1955, págs. 439, 411, 399, 421). Con respecto a los

www.lectulandia.com - Página 185


«grandes hombres» kaoka, véase Hogbin (1964). Para los trobriandeses, véase
Malinowski (1920, 1922, 1935) y Uberoi (1962). Para una comparación entre las
culturas cherokee y la europea del neolítico, véase Renfrew (1973). Las citas sobre
los bunyoro corresponden a Beattie (1960, páginas 34, 36). Mi escenario para la
evolución de los estados prístinos se basa en Carneiro (1970), pero rechaza la
circunscripción «social» como alternativa de la circunscripción ecológica. El
escenario de Webb (1975) es el más próximo al mío. Para los cálculos de población,
véase Butzer (1976) y Sanders (1972). Con respecto a la discusión matrilineal, véase
Briffault (1963). Con respecto a las «señoras gordas», véase Renfrew (1973).

Los estados precolombinos de Mesoamérica

Para los ejemplos sobre el enfoque romántico, véase Morely y Brainerd (1956),
Thompson (1954), Coe (1968) y Covarrubias (1957). Para los datos básicos sobre la
prehistoria mesoamericana, me he basado en Willey (1966) y Weaver (1972). Mis
interpretaciones ecológicas no habrían sido posibles sin la síntesis propuesta por
William Sanders y Barbara Price (1968). Véase también Grennes-Ravitz y Coleman
(1966) y Hammond (1974). Para los cálculos sobre la población maya, véase
Haviland (1969), Sanders (1972) y Cook (1972). Sobre la teoría de los intercambios
comerciales del estado maya, véase Rathje (1971) y para su refutación, véase Price
(1977). El estudio de Lundell (1937) sobre el Petén sigue siendo el mejor de que
disponemos. Para las primeras colonias mayas, véase Gifford (1972) y Grove y otros
(1976). Para la agricultura de poda y quema, véase Cowgill (1962), Boserup (1965),
Meggers y otros (1973) y Conklin (1963). Para el pueblo que se alimenta de
productos que aparecen en los bosques, véase Condominas (1957). Véase también
Puleston (1974), Turner (1974) y Cook (1972). En lo que se refiere a los Brosimun
alicastrum, véase Puleston y Puleston (1971). Véase también Mathenay (1976). Para
la caída de los mayas, véase Culbert (1973). Para la aparición de Teotihuacán, véase
Sanders (1972) y Sanders y Price (1968). Véase Millón (1973), aunque es preferible
ignorar su ataque histérico contra los ecologistas. Para las chinampas, véase Palerm
(1967). Con respecto a las pautas demográficas del Valle de México, véase Parson y

www.lectulandia.com - Página 186


Blanton (1969).

El reino caníbal

Michael Harner es el único autor que merece la fama (o la responsabilidad) por el


descubrimiento (o redescubrimiento) del canibalismo azteca y por la explicación que
ofrezco en este capítulo sobre el tema. Véase Harne (1975, 1977 a, b). Sin embargo,
he recurrido independientemente a las fuentes originales, especialmente a Díaz (1956,
págs. 217-220), fray Bernardino de Sahagún (1950, págs. 4, 589), Duran (1964, pág.
121) y Tapia (1971). Para la ingestión de corazones por los iroqueses, véase Scheele
(1950, pág. 101). Con respecto al canibalismo precolombino, véase Flinn y otros
(1976). Para una síntesis del relato de Staden véase Métraux (1954).
El jesuita misionero era Le Mercier, en Thwaites (1959, volumen 13, págs. 59-
79). Véase también Sagan (1974). Para la riqueza de la carne humana, véase
Dornstreich y Morren (1974). Véase también Cook (1946), Díaz (1965, página 119),
Tapia (1971, pág. 583), Soustelle (1962, pág. 101), Cook (1946, pág. 283), De
Sahagún (1950, págs. 24, 29) y Duran (1964, pág. 122).

El cordero de la misericordia

Para los análisis sobre el canibalismo en el Viejo Mundo, véase Tannahill (1975)
y Sagan (1974). Me he basado en la síntesis sobre los sacrificios humanos de la
Encyclopedia of Religion and Ethics, de Hastings (1921). Véase también Lévi

www.lectulandia.com - Página 187


(1966), Rosengarten (1966) y Yerkes (1952). Para el «culto de la cabeza cortada»,
véase Piggott (1965, página 230); para los druidas, véase Piggott (1975). Véase
también Gelb (1973). Las citas corresponden a Hastings (1921). Véase también W.
Smith (1956), Schneider (1957), y Dyson-Hudson y Dyson-Hudson (1969). La cita
pertenece a Smíth (1956). Véase mi relato sobre los acontecimientos que rodearon la
última cena en Harris (1974). Con respecto a los animales «despreciables», véase
Tannahill (1975, pág. 84). Las palabras de Hammurabi corresponden a Driver y Miles
(1955, págs. 7-13). Véase Mencio (1970, págs. 483, 135-136). Sobre los incas, véase
Rowe (1947) y Mason (1957). Véase también Pires-Ferreira (1976).

Carne prohibida

Los datos sobre la productividad de las plantas frente a la de los animales


corresponden al Consejo Nacional de Investigación (1975, pág, III y ss.). Para una
discusión de la función dietética de las proteínas, véase Taylor y Pye (1966) y
FAO/WHO (1973). Con respecto a la eficacia y la fisiología del cerdo, véase Consejo
Nacional de Investigación (1975), Pond y Manes (1974) y Mount (1978). En lo que
se refiere a las pruebas arqueológicas sobre el cerdo domesticado, véase Epstein
(1971, vol. II, págs. 349-350), Ducos (1969) y Zeuner (1963). Para una teoría general
acerca de los tabúes sobre los animales de caza, véase E. Ross (1976). Véase Zeuner
(1963, págs. 134-135), Whyte (1961, págs. 69-76) y Reifenberg (1955) para el
impacto producido en el medio ambiente por la intensificación en Oriente Medio.
Para una crítica de la teoría del cerdo, véase Alland (1974, pág. 67). En lo que
respecta al cerdo en Egipto, véase Epstein (1971, pág. 342); en Mesopotamia, véase
Epstein (1971, pág. 354) y Hawkes (1973, pág. 101). Con respecto al problema de la
sal y los sedimentos, véase Whyte (1971) y Jacobsen y Adams (1958). Para la
intensificación en la Mesopotamia primitiva, véase Young (1972).

www.lectulandia.com - Página 188


El origen de la vaca sagrada

Véase Allchin (1968, pág. 321), Allchin y Allchin (1968, págs. 114, 259),
Hawkes (1973), Marshall (1931) y Thapar (1966). Véase también Prakash (1961,
págs. 15, 16) y Bose (1961, pág. 109). The Cambridge History of India es una fuente
de referencia. Para el período gupta, véase Prakash (1961, págs. 175-176) y Maitz
(1957, págs. 94-95). Con respecto a la demografía histórica, véase Davis (1951),
Spengler (1971) y Nath (1929). Acerca de la deforestación y de la sequía
Mahabharata, véase Bose (1961, págs. 131 y siguientes). Para la ecología cultural del
ganado vacuno en la India, véase M. Harris (1974, 1971, 1966), Raj (1971, 1969),
Heston (1971), Dandekar (1969), Odend’hal (1972) y Embajada de la India (1975).
Véase también Gandhi (1954). Para una discusión sobre la lactasa, véase Harrison
(1975). Véase también Gandhi (1954). En lo que respecta a las comparaciones entre
los ecosistemas de China y la India, véase Buck (1964), Raj (1969), Singh (1971),
Gavan y Dixon (1975), Shen (1951, pág. 290), Phillips (1945), y Sprague (1975). La
cita de Mao corresponde a Raj (1971, página 717). Con respecto al moderno Valle del
Ganges, véase Varma (1967).

La trampa hidráulica

Para las tendencias mundiales de población, véase Spengler (1974), véase


también David (1951), Butzer (1976) y Bielenstein (1947). Para el resto del capítulo,
me he basado en gran medida en Oriental Despostism, de Karl Wittfogel. Véase
también Wittfogel (1931, 1960, 1970, 1972). La cita de Marx corresponde al artículo
«British Rule in India» (New York Daily Tribune, 1853). Véase Wittfogel (1972, pág.
62). Véase también Adams (1966, pág. 68) y Butzer (1976). Perkins (1968) comete el
mismo error en lo que respecta a China. Para las inundaciones del Río Amarillo,
véase Bielenstein (1947). Agradezco las sugerencias y las críticas del sinólogo-
antropólogo-colega-amigo Myron Cohen. Para una crítica del impacto de la teoría
hidráulica en la investigación, véase Wittfogel (1972) y Ulmén (1975). También M.

www.lectulandia.com - Página 189


Harris (1968) y Price (1971). En lo que concierne a la comprensión de la teoría
hidráulica, véase Mitchell (1973). Para la irrigación en Tehuacán, véase Woodbury y
Neely (1972).

El origen del capitalismo

Véase Piggot (1965, págs. 229, 235, 104). En lo que respecta a Roma, véase
Africa (1974). Véase Bloch (1961, 1966). Véase también Wittfogel (1957, pág. 44).
Para la demografía y la economía europea medieval, véase Wolf (1966, pág. 30 y
sgts.) y Van Bath (1963). En lo que concierne a la historia del arado, véase Wailes
(1972). Véase también Wallerstein (1975, pág. 20) y López (1974). Para la «crisis del
feudalismo», véase Wallerstein (1975, pág. 21 y sgts.) y Postan (1972). Véase
también Wilkinson (1973, págs. 76-77).
En lo que respecta al infanticidio, véase Russel (1948), Kellum (1974), Langer
(1974), Trexler (1973a,b), Shorter (1975, pág. 168 y sgts.) y Dickeman (1975). Para
brujería, mesianismo y revueltas campesinas del 1300 al 1500, véase M. Harris
(1974). Para la relación entre la Peste Negra y la crisis ecológica del feudalismo,
véase Russell y Russell (1973. También Nohl (1961). En lo que respecta a la
tecnología china, véase Needham (1970), Needham y Ling (1959), Elvin (1974) y
Wittfogel (1957, págs. 78, 329).

La burbuja industrial

www.lectulandia.com - Página 190


Wilkinson (1973, pág. 76 y sgts., pág. 112 y sgts.). Para las condiciones de vida
en Europa, véase Braudel (1972, 1973), Engels (1958), Edén (1928), Pinchbeck
(1960), Polanyi (1944) y Langer (1972, págs. 96, 98). Para la mortalidad en Suecia y
la transición demográfica, véase Llewellyn-Jones (1974). También Ehrlich y Ehrlich
(1970) y Ford y De-Jong (1970). En lo que respecta a la reducción de la mortalidad
en el siglo XVIII, véase Langer (1963) y Glass y Eversley (1965). Véase también
White (1973, 1975). Para las industrias caseras, véase Landes (1966). Las estadísticas
de delitos provienen de Rusche y Kirchhelmer (1939). En lo que se refiere al contexto
social de los malthusianos, véase Polgar (1975) y Beales (1959). Para la controversia
Marx-Malthus, véase Meek (1971). Para una historia de la contracepción, véase
Himes (1963) y Llewellyn-Jones (1974). Para la disminución de la fertilidad, véase
Banks (1953) y Coale (1969). Para los efectos y los cálculos de los costos crecientes
de la crianza de niños, véase Minge-Kalman (1977). Para el agotamiento del carbón y
el petróleo, véase Consejo Nacional del Petróleo (1973), Penner e Icerman (1974),
Hubert (1976) y Commoner (1976). Para la «petrolificación» de los alimentos, véase
M. Harris (1973), Jennings (1976), Wade (1973), Pimentel y otros (1973, 1975),
Pimentel (1976), Borgstrom (1973), Steinhart y Steinhart (1974) y Leach (1975).

www.lectulandia.com - Página 191


Bibliografía
Adams, Robert McC: The Evolution of Urban Society: Early Mesopotamia and
Prehispanic Mexico. Chicago: Aldine, 1966.
Africa, Thomas W.: The Immense Majesty: A History of Rome and the Roman
Empire. N. York: Thomas Y. Crowell, 1974.
Alland, Alexander: «Adaptations» Annual Review of Anthropology 4:59-73,
1974.
Allchin, Bridget y Raymond Allchin: The Birth of Indian Civilization. Baltimore:
Penguin, 1968.
Allchin, F. R.: «Early Domestic Animals in India and Pakistan». Ucko y
Dimbleby (eds.), pp. 317-321, 1968.
Angel, J. Lawrence; «Paleoecology, Pateodemography and Health». Polgar (ed.),
pp. 167-190, 1975.
Armalegos, George y Allan McArdle: «Population, Disease, and Evolution».
American Antiquity 40, 2:1-10, 1975.
Balikci, Anselm: «Female Infanticide on the Arctic Coast». Man 2:615-625,
1967.
Banks, J. A.: Prosperity and Parenthood. Londres: Routledge. 1953.
Barnouw, Victor: Culture and Personality. Homewood, III.: Dorsey Press, 1973.
Beales, H. L.: «The Historical Context of the Essay on Populations». D. V. Glass,
ed. Introduction to Malthus, pp. 1-24. Londres: Frank Case, 1959.
Beattie, John: Bunyoro: An African Kingdom. N. York: Holt, Rinehart &
Winston, 1960.
Bicchieri, M. G. (ed.): Hunters and Gatherers Today. N. York: Holt, Rinehart &
Winston, 1972.
Bielenstein, Hans: «The Census of China During the Period 2-742 A.D.» Bulletin
of the Museum of Far Eastern Antiquities 19:125-165, 1947.
Biocca, Ettore: Yanomamo: The Narrative of a White Gild Kidnaped by
Amazonian Indians. N. York: Dulton, 1970.
Birdsell, Joseph: «Some Predictions for the Pleistocene Based on Equilibrium
Systems Among Recent Hunter-Gatherers». Lee y De Vore (eds.), pp. 229-449, 1968.
—Human Evolution: An Introduction to the New Physical Anthropology.
Chicago: Rand McNally, 1972.
Black. Francis: «Infectious Diseases In Primitive Societies». Science 187:515-
518, 1975. 1961.
Bloch, Marc: Feudal Society. Chicago: University of Chicago Press.
—«The Rise of Dependent Cultivation and Seignorial Institutions». M. M.
Postan, ed., The Agrarian Life of the Middle Ages, pp. 235-290. Londres: Cambridge

www.lectulandia.com - Página 192


University Press, 1966.
Borgstrom, Georg: The Food and People Dilemma. North Scituate, Mass.:
Duxbury Press, 1973.
Bose, A. N.: Social and Rural Economy of Northern India, 600 B.C-200 A.D.
Calcuta: Firma K. L. Mukhopadhyay, 1961.
Boserup, Ester: Las condiciones del desarrollo en la agricultura. Tecnos, 1967.
Boyd, R.: «Urbanization, Morbidity, and Natality». Ucko, Dimbleby, y Tringham
(eds.), pp. 345-352, 1972.
Brain, C. K.; «Some Aspects of the South African Australopithecine Sites and
Their Bone Accumulations». C. Jolly, ed., Early Man in Africa. Londres: Duckworth.
Braudel, Fernand: Capitalism and Material Life 1400-1800. N. York: Harper &
Row, 1973.
—The Mediterranean and the Mediterranean World in the Age of Phillip II. N.
York: Harper & Row, 1972.
Briffault, Robert: The Mothers. N. York: Grosset & Dunlap, 1963.
Brown, Judith: «Iroquois Women: An Ethnohistoric Note». Reiter (ed.), pp. 235-
251, 1975.
Buck, John: Land Utilization in China. N. York: Praeger (vol. 1), vol. 2
(Statistics), and vol. 3 (Atlas). Chicago: University of Chicago Press, 1964 (1937).
Butzer, Karl: Environment and Archaelogy: An Ecological Approach to
Prehistory. Chicago: Aldine, 1971.
—«Patterns of Environmental Change in the Near East Daring Late Pleistocene
and Early Holocene Tiroes». Fred Wendorff y A. Marks, eds., Problems in Prehistory:
North Africa and the Levant, pp. 389-411. Dallas: Southern Methodist University.
1975.
—Early Hydraulic Civilization in Egypt: A Study in Cultural Ecology. Chicago:
University of Chicago Press, 1976.
Cambridge History of India: Cambridge History of India. Cambridge: Cambridge
University Press, 1923-1927.
Carneiro, Robert: «A Theory of the Origin of the States Science». 169:733-738.
1970.
Carneiro, Robert y D. Hilse: «On Determining the Probable Rate of Population
Growth During the Neolithics». American Anthropologist 68:177-181. 1966.
Coale, Ansley: «The Decline of Fertility in Europe from the French Revolution to
World War II.» S. J. Behrman, L. Corsa y R. Freedman, eds. Fertility and Family
Planning: A World View. Ann Arbor: University of Michigan Press. 1970.
—«The History of the Human Populations Scientific American»231:41-51
(septiembre), 1974.
Cockburn, T. A.: «Infectious Diseases in Ancient Populations». Current

www.lectulandia.com - Página 193


Anthropology 12:45-62, 1971.
Coe, Michael: America's First Civilization: Discovering the Olmec. N. York:
American Heritage. 1968.
Cohen, Mark N.: «Population Pressure and the Origins of Agriculture». Polgat
(ed.), pp. 79-121, 1975.
Commoner, Barry: The Poverty of Power: Energy and the Economic Crisis. N.
York: Alfred A. Knopf, 1976.
Condominas, George: Nous avons mangé la forêt de la Perre-Genie Goo, Paris:
Plön, 1957.
Conklin, Harold: The Study of Shifting Cultivation. Washington: Pan American
Union, 1963.
Cook, Sherburne: «Human Sacrifice and Warfare as Factors In the Demography
of Pre-Colonial Mexico». Human Biology 18:81-102, 1946.i.
—Prehistoric Demography. Reading (Mass).: Addison-Wesley, 1972.
Covarrubias, Miguel: Indian Art of Mexico and Central America. N. York: Alfred
A. Knopf. 1957.
Cowhill, Ursula; «An Agricultural Study of the Southern Maya Lowlands».
American Anthropologist 64:273-286, 1962.
Culbert, T. P. (ed.): The Clastic Maya Collapse. Albuquerque: University of New
Mexico Press, 1973.
Chagnon, Napoleon: Yanomamo: The Fierce People. N. York: Holt, Rinehart &
Winston, 1968a.
—«Yanomamo Social Organization and Warfares Fried, Harris y Murphy» (eds.),
pp. 109-159, 1968b.
—Studying the Yanomamo. N. York: Holt, Rinehart & Winston, 1974.
—«Genealogy, Solidarity, and Relatedness: limits to Local Group Size and
Patterns of Fissioning in an Expanding Population». Yearbook of Physical
Anthropology 19:95-110, 1975.
Chaplin, Raymond: «The Use of Non-morphological Criteria in the Study of
Animal Domestication from Bones Found on Archaelogical Sites». Ucko y Dimbleby
(eds.), pp. 231-246. 1969.
Dandekar, V. M.: «Cow Dung Models». Economic and Political Weekly
(Bombay) 2:1267-1271 (agosto), 1969.
David, Nicholas: «On Upper Paleolithic Society. Ecology and Technological
Changes». Renfrew (ed.), pp. 275.303. 1973.
Davis, Kingsley: The Population of India and Pakistan. Princeton: Princeton
University Press, 1951.
Devereux, George: A Study of Abortion in Primitive Societies. N. York; Julian
Press, 1955.

www.lectulandia.com - Página 194


Díaz, Bernal: The Discovery and Conquest of Mexico 1517-1521. N. York:
Farrar, Straus & Giroux.
Dickeman, M.: Demographic Consequences of Infanticide in Man. Annal Review
of Ecology and Systematica 6:100-137, 1975a.
—«Female Infanticide and Hypergymy: A Neglected Relationship». Artículo:
American Anthropological Association, San Francisco, 1975b.
Divale, William: Systematic Population Control in the Middle and Upper
Paleolithic. World Archaelogy 42, 2:222-241, 1972.
—«An Explanation for Matrilocal Residences». In Raphael (ed.), pp. 99-108,
1975.
Divale, W. T., F. Chamberis y D. Gangloff: «War, Peace and Marital Residence in
Pre-Industrial Societies». Journal of Conflict Resolution 20: 57-78, 1976.
Divale, William y M. Harris: «Population, Warfare, and the Male Supremacist
Complex». American Anthropologist 78:521-538, 1976.
Dornstreich, Mark y G. Morren: «Does New Guinea Cannibalism Have
Nutritional Value?». Human Ecology 2:1-12, 1974.
Driver, G. R. y J. C. Miles (eds.): The Babylonian Laws. Vol. 2. Oxford:
Clarendon Press. 1955.
Ducos, P.: «Methodology and Results of the Study of the Earliest Domesticated
Animals in the Near East (Palestine)». Ucko y Dimbleby (eds.). pp. 265-276, 1969.
Dumond, Don E.: «The Limitation of Human Population: A Natural History».
Science 187:713-720, 1975.
Dunn, Diego: The Aztecs: The History of the Indies of New Spain. N. York:
Orion, 1964.
Dyson-Hudson, Rada y N. Dyson-Hudson: «Subsistence Herding in Uganda».
Scientific American 220(2): 76-89, 1969.
Eden, Frederick: The State of the Poor. Londres: G. Routledge & Sons, 1928.
Edmonson, W. C: Land, Food and Work in East Java. New England Monographs
in Geography, 4. Annidale, N.S.W. Australia, 1976.
Ehrlich, Paul y A. Ehrlich: Population, Resources, Environment. San Francisco:
W. H. Freeman, 1970.
Elvin, Mark: The Pattern of the Chinese Past. Stanford; Stanford University
Press, 1974.
Embassy of India: «Indian Economy and Cattle Use». India News, 7 nov. 1975.
Engels, Friedrich: The Condition of the Working Class in England. Londres:
Oxford University Press. 1958.
Epstein. H.: The Origin of the Domestic Animals of Africa, 2 Vols. N. York:
Africana Publishing Corporation, 1971.
FAO/WHO: Energy and Protein Requeriments. FAO Nutrition Meetings Report

www.lectulandia.com - Página 195


Series, No. 52. Roma, 1973.
Flannery, Kent: «Origins and Ecological Effects of Early Domestication in Aran
and the Near East». Ucko y Dimbleby (eds.), pp. 73-100, 1969.
—«The Origins of Agriculture», Annual Review of Anthropology 2-.270-31O.
1973.
Flinn, Lynn. C Turner y A Brew: «Additional Evidence for Cannibalism in the
Southwest: The Case of LA 4528.» American Antiquity 41:308-318, 1976.
Ford, T. R. y G. F. Dejong (eds).: Social Demography. Englewood Cliffs:
Prentice-Hall, 1970.
Freeman, M.: «A Social and Economic Analysis of Systematic Female
Infanticide». American Anthropologist 73:1011-1018, 1971.
Fried, Morton H.: The Evolution of Political Society: An Essay in Political
Anthropology. N. York: Random House, 1967.
Fried, Morton, M. Harris y R. Murphy (eds.): War: The Anthropology of Armed
Conflict and Aggression. Garden City, N.Y. Natural History Press, 1968.
Friedl, Ernestina: «The Position of Women: Appearance and Reality».
Anthropological Quarterly 40:97-108, 1967.
—Women and Men: An Anthropologists View. N. York: Holt, Rinehart &
Winston, 1975.
Frisch, Rose: «Critical Weights, A Critical Body Composition, Menarche and the
Maintenance of Menstrual Cycless». Elizabeth Watts, F. Johnston, y G. Lasker, eds.,
Biosocial Interrelations in Population Adaptation, pp. 309-318. La Haya: Mouton,
1973.
Frisch, Rose y J. McArthurt: «Menstrual Cycles: Fatness as a Determinant of
Minimum Weight for Height Necessary for Their Maintenance or Onset». Science
185:949-951, 1974.
Gandhi, M. K.: How to Serve the Cow. Ahmedabad: Navajtvan Publishing
House, 1954.
Gavan, J. D. y J. Dixon: «India: A Perspective on the Food Situation». Science
188:541-549, 1975.
Gelb, Ignace: «From Freedom to Slavery». D. O. Edzard (ed.), 18. Rencontre
Aasyriologique Internationale. Munich: Bayerischen Akademic der Wissenschaften,
1972.
—«Prisoners of War in Early Mesopotamia». Journal of Near Eastern Studies
32:7048, 1973.
Gilford, James: «Recent Thoughts Concerning the Interpretation of Maya
Prehistory». Hammond (ed.), pp. 77-98, 1974.
Glass, D. V. y D. Everaley (eds.): Population at History. Chicago: Aldine, 1965.
Gregor, Thomas A.: «Social Relations in a Small Society; A Study of the

www.lectulandia.com - Página 196


Mehinacu Indians of Central Brazil». Conferencia. Columbia University: 1969.
Grennes-Ravitz, Ronald y G. Coleman: «The Quitessential Role of Olmec in the
Central Highlands of Mexico». American Antiquity 41:196-205, 1976.
Gross, Daniel: «Protein Capture and Cultural Development in the Amazon
Basin». American Anthropologist 77:526-549, 1975.
Grove, David C. y otros: «Settlement and Cultural Development at
Chalcatzingo». Science 192:1203-1210, 1976.
Hall, Calvin y G. Lindzey: «Freud's Psychoanalityc Theory of Personality».
Robert Hunt, ed. Personalities and Cultures: Readings in Psychological
Anthropology, pp. 3-29. Garden City: Natural History Press, 1967.
Hammond, Norman: «The Distribution of Late Classic Maya Major Ceremonial
Centers». Hammond (ed.), pp. 313-334, 1974.
Hammond, Norman (ed.): Mesoamerican Archaeology: New Approaches. Austin:
University of Texas Press. 1974.
Harlan, Jack: «Origins of Cereal Agriculture in the Old World». C, Reed (ed.),
Origins of Agriculture. La Haya: Mouton.
Hamer, Michael: «Population Pressure and the Social Evolution of
Agriculturalists». Southwestern Journal of Anthropology 26:67-86, 1970.
—«The Material Basis for Aztec Sacrifice». Artículo: American Anthropological
Association, San Francisco, 1975.
—«The Ecological Basis for Aztec Sacrifice». American Ethnologist.
—Artículo: Natural History Magazine.
Harris, David: «The Origins of Agriculture: Alternate Pathways Toward
Agriculture». C. Reed, ed. Origins of Agriculture. La Haya: Mouton.
Harris, Marvin: «The Cultural Ecology of India's Sacred Cattle». Current
Anthropology 7:51-59, 1966.
—The Rise of Anthropological Theory: A History of Theories of Culture. N.
York: Thomas Y. Crowell, 1968.
—«Comments on Alan Heston's ‘An Approach to the Sacred Cow of India’».
Current Anthropology 12:199-201, 1971.
—«The Withering Green Revolution». Natural History 82, 2:20-22, 1973.
—Cows, Pigs, Wars and Witches: The Riddles of Culture. N. York: Random
House, 1974.
—Culture, People, Nature: And Introduction to General Anthropology. N. York:
Thomas Y. Crowell, 1975.
Harrison, Gail: «Primary Adult Lactase Deficiency: A Problem in
Anthropological Genetics». American Anthropologist 77:812-835, 1975.
Hart, C. W. M. y A. R. Pilling: The Tiwi of North Australia. N. York: Holt,
Rinehart & Winston, 1960.

www.lectulandia.com - Página 197


Hassan, Ferkl: «On Mechanisms of Population Growth During the Neolithic»
Current Anthropology 14, 5:535-542, 1973.
—«Size, Density and Growth Rate of Hunting-Gathering Populations». Polgar
(ed.), pp. 27-52, 1975.
Hastings, Tames (ed.): Encyclopedia of Religion and Ethics. N. York: Charles
Scribner & Sons, 1921.
Haviland, William: «Stature at Tikal. Guatemala: Implications for Ancient Maya
Demography and Social Organization». American Antiquity 32:316-325, 1967.
—«A New Populations Estimate for Tikal, Guatemala». American Antiquity
34:429433, 1969.
Hawkes, Jaquetta: The First Great Civilizations. N. York: Alfred A. Knopf, 1973.
Heider, Karl: The Dani of West Irian. Conferencia Mass.: Addison-Wesley, 1972.
Herskovits, Melville: Economic Anthropology. N. York: Alfred A. Knopf, 1952.
Heston, Allan y otros; «An Approach to the Sacred Cow of Indian». Current
Anthropology 12:191-209, 1971.
Himes, N. E.: Medical History of Contraception. N. York: Gamut Press, 1963.
Hoe bel, E. Adam son: The Law of Primitive Man. Cambridge: Harvard
University Press, 1954.
Hoffer, Carol: «Bundu: Political Implications of Female Solidarity in a Secret
Society». Raphael (ed.), pp. 155-164, 1975.
Hogbin, H. Ian: A Guadalcanal Society: The Kaoka Speakers. N. York: Holt,
Rinehart & Winston, 1964.
Howells, Nancy Lee: Richard Lee y I. De Vore. Cambridge; Harvard University
Press.
Hubert, M.: «Scientist Is Hopeful on World Resources». New York Times, 2 Dic,
1976.
Jacobsen, Thorkild y R. Adams: «Salt and Silk in Ancient Mesopotamian
Agriculture». Science 128:1251-1258, 1958.
Jennings, Peter: «The Amplification of Agricultural Production». Scientific
American 235(3): 180-195, 1976.
Johnson, Allen: «The Allocation of Time in a Machigoenga Community».
Ethnology 14:301-310, 1975.
Johnson, Frederick (ed.): Chronology and Irrigation. The Prehistory of the
Tehuacan Valley, Vol. IV, pp. 59W Andover: Robert S. Peabody Foundation. Austin:
The University of Texas Press, 1972.
Kaberry, Phyllis: Aboriginal Woman, Sacred and Profane. Londres; Routledge,
1970.
Keitum, Barbara: «Infanticide in England in the Later Middle Age». History of
Childhood Quarterly 1:367-388, 1974.

www.lectulandia.com - Página 198


Kolata, Gina: «Kung Hunter-Gatherers: Feminism, Diet and Birth Control».
Science 183:932-934. 1974.
Kroeber, Alfred L.: Cultural and Natural Areas of Native North America.
Berkeley: University of California Press, 1939.
Lampherc, Louise: «Women and Domestic Power: Political and Economic
Strategies in Domestic Groups». Raphael (cd.), pp. 117-130, 1975.
Landes, David (ed.): Estudios sobre el nacimiento y desarrollo del capitalismo.
Ayuso, 1971.
Langer, William: «Europe's Initial Population Explosion». American Historical
Review 69:1-17, 1963.
—«Checks on Population Growth, 1750-1850». Scientific American: 92-99,
1972.
—«Infanticide: A Historical Surveys History of Childhood». Quarterly 1:353-
365. 1974.
Lathrap, Donald: «The ‘Hunting’ Economies of the Tropical Forest Zone of South
America: An Attempt at Historical Perspectives». Daniel Gross, ed. Peoples and
Cultures of Native South America, pp. 83-95. N. York: Natural History Press, 1973.
Leach, Gerald: Energy and Food Production. Washington: Institute for
Environment and Development, 1975.
Lee, Richard: «Problems in the Study of Hunters and Gatherers». Lee y De Vote
(eds,), pp. 3-12, 1968.
—«Kung Bushmen Subsistence; An Input-Output Analysis». A. Vayda, ed.
Environment and Cultural Behavior, pp. 47-49. Garden City: Natural History Press,
1969.
—«Population Growth and the Beginnings of Sedentary Life Among the Kung
Bushmen». Spooner (ed.), pp. 329-342, 1972.
Lee, Richard y I. De Vore (eds.): Man the Hunter. Chicago: Aldine, 1968.
Lesser, Alexander: «War and the State». Fried, Harris, y Murphy (eds.). pp. 92-
96, 1968.
Lévi, Sylvain: La doctrine du sacrifice dans les Brâhmanas. Paris: Presses
Universitaires de France, 1966.
Lévi-Strauss, Claude: The Elementary Structures of Kinship. Rev. ed. Trad, de J.
H. Bell, J. R. von Stunner, y Rodney Necdham, eds. Boston: Beacon, 1969.
Linton, Sally: «Women the Gatherer: Male Bias in Anthropology». Sue Ellen
Jacobs, ed., Women in Perspective: A Guide for Cross Cultural Studies. Urbana:
University of Illinois Press, 1973.
Livingstone, Frank: «The Effect of War on the Biology of the Human Species».
Fried, Harris, y Murphy (eds.), pp. 5-15, 1968.
Lizot, Jacques: «Aspects économiques et sociaux du changement cultural chez les

www.lectulandia.com - Página 199


Yanomamis». L’Homme 11:2-51, 1971.
Lopez, Robert S.: The Commercial Revolution of the Middle Ages: 950-1350.
Englewood Cliffs. N. J.: Prentice-Hall, 1974.
Lowie, Robert: Indians of the Plains. N. York: McGraw-Hill, 1954.
Lundell, Cyrus: The Vegetation of Petén. Washington, D. C: Carnegie Institution,
1937.
Llewellyn-Jones, Derek: Human Reproduction and Society. Londres: Faber &
Faber, 1974.
MacNeish, Richard: «The Evolution of Community Patterns in the Tehuacan
Valley of Mexico, and Speculation about the Cultural Processes». P. J. Ucko. R.
Tringham y G. W. Dimbleby, eds., Man, Settlement and Urbanism, pp. 67-93.
Cambridge, Mass.: Scbenkman, 1972.
—«Speculations About the Discovery of the New World by Paleoindians».
American Scientist.
—Energy and Culture in Ancient Tehuacan. Manuscrito.
Maitz, S. K.: Economic Life of Northern India in the Gupta Period. Cir. A D. 300-
500. Calcuta: World Press Private, 1957.
Malinowski, Bronislaw: «War and Weapons Among the Natives of the Trobriand
Islands». Man 20:10-12, 1920.
—Sex and Repression in Savage Society. Londres: Roatledge & Kegan Paul,
1927.
—Coral Gardens and Their Magic, 2 vols. Londres: Allen & Unwin, 1935.
—Argonauta en el Pacífico Occidental, Barcelona: Edic. 62, 1973.
Marshack, Alexander: The Roots of Civilization. N. York: McGraw-Hill, 1972.
Marshall, John: Mohenjo-daro and the Indus Civilization, 3 vols. Londres, 1931.
Mason, J. Alden: The Ancient Civilization of Peru. Harmondsworth (Inglaterra):
Penguin, 1957.
Mathenay, Ray: «Maya Lowland Hydraulic Systems». Science 193: 639646,
1976.
Meek, Ronald: Marx and Engels on the Population Bomb. Berkeley: Ramparts
Press, 1971.
Meggers, B.: Amazonia: Man and Culture In a Counterfeit Paradise. Chicago:
Aldine, 1971.
Meggers, Betty, E. Ayensu y W. Duckworth: Tropical Forest Ecosystems in
Africa and South America: A Comparative Review. Washington. D.C.: Smithsonian
Institution Press, 1973.
Mencius: The Works of Mencius. N. York: Dover, 1970.
Metraux, Alfred: «Tribes of the Middle and Upper Amazon Rivers» J. H.
Steward, ed. Handbook of South American Indians, pp. 687-712. Washington, D.C.:

www.lectulandia.com - Página 200


Bureau of American Ethnology Bulletin 143(3). 1945.
Millon, René: «The Study of Urbanista at Teotihuacan, Mexico». Hammond (ed.),
pp. 335-362, 1973.
Minge-Kalman, Wanda: The Evolution of Domestic Production: Changes During
the Peasant to Worker Transition in Europe. Conferencia Columbia University, 1977.
Mitchell, William: «The Hydraulic Hypothesis: A Reappraisal». Current
Anthropology 4:532-334. 1973.
Montagu, Ashley: The Nature of Human Aggression. N. York; Oxford University
Press. 1976.
Morely, S. G. y G. Brainerd: The Ancient Maya. Palo Aim; Stanford University
Press, 1956.
Morgan, Lewis H.: League of the Iroquois. N. York: Corinth Press, 1962.
Morten, George: «Settlement Strategies and Hunting in a New Guinea Society».
Conferencia, Columbia University, 1974.
Mosimann, James G. y Paul S. Martin: «Simulating Overkill by Paleoindians».
American Scientist 63, 3, 1975.
Mount, Lawrence: The Climatic Physiology of the Pig. Londres. Edward Arnold.
1968.
Murdock, George P.: Social Structure. N. York: Macmillan, 1949.
—Ethnographic Atlas. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1967.
Nag, Moni (ed.): Population and Social Organization. La Haya; Mouton, 1975.
Nash, Jil: Matriliny and Modernization: The Nagovisi of South Bougainville.
New Guinea Research Bulletin, 1974.
Nath, Pram: A Study in the Economic Condition of Ancient India. Londres, 1929.
National Petroleum Council: U.S. Energy Outlook: Oil and Gas Availability.
Washington, D.C.: National Petroleum Council, 1973.
National Research Council: Agricultural Production Efficiency. Washington,
D.C.: National Academy of Sciences, 1974.
Needham, Joseph: Clerks and Craftsmen in China and the West. Cambridge
(Inglaterra): Cambridge University Press, 1970.
Needham, Joseph y W. Ling: Science and Civilization in China, vol. III.
Cambridge (Inglaterra): Cambridge University Press, 1959.
Neel, James y K. Weiss: «The Genetic Structure of a Tribal Population, the
Yanomamo Indians». American Journal of Physical Anthropology 42:25-52, 1975.
Nettleship, Martin, R. Given y A. Nettleship (eds.): War, its Causes and
Correlates. La Haya: Mouton, 1975.
Nohl, Johannes (ed.): Black Death: A Chronicle of the Plague Compiled from
Contemporary Sources. N. York: Humanities Press, 1961.
Nurge, Ethel: «Spontaneous and Induced Abortion in Human and Non-Human

www.lectulandia.com - Página 201


Primates». Raphael (ed.), pp. 25-36, 1973.
Odend'hal, Stewart: «Energetics of Indian Cattle in Their Environment». Human
Ecology: 1, 1:3-32, 1972.
Oliver, Douglas: A Solomon Island Society: Kinship and Leadership Among the
Siuat of Bougainville. Cambridge: Harvard University Press, 1955.
Palerm, Angel: «Agricultural Systems and Food Patterns». Handbook of Middle
American Indians 6:26-52, 1967.
Parsons, Jeffrey y R. Blantoa: Prehispanic Demography in the Eastern Valley of
Mexico: The Texoco, Ixtapalapa, and Chalco Areas, Manuscrito inédito, 1969.
Penner. S. S. y L. Icerman: Energy: Demands, Resources, Impact, Technology
and Policy. Conferencia Mass.: Addison-Wesley, 1974.
Perkins, Dwight: Agricultural Development in China 1368-1968. Chicago:
Aldine, 1968.
Phillips, Ralph y otros: Livestock of China. MS. Department of State Publication
2249. Far Eastern Series: 9. Washington, D. C, 1945.
Piggott, Stuart: Ancient Europe. Edinburgh: The University Press, 1965.
—The Druids. N. York: Praeger, 1975.
Pimentel, David, L. E. Hurd, A. C. Bellotti y otros: «Food Production and the
Energy Crisis». Science 182:443-449, 1973.
Pimentel, David, W. Dritschilo, J. Krummel y J. Krutzman: «Energy and Land
Constraints in Food Protein». Productions Science 190: 754-761, 1975.
Pimentel, David: «Expert Says Only Hope to Feed World is with Food Production
Unlike That in U.S.» New York Times, 8 diciembre, 1976.
Pinchbeck, Ivy: Women Workers and the Industrial Revolution 1750-1850. N.
York: Kelley Reprints, 1969.
Ping-ti Ho: «The Indigenous Origins of Chinese Agriculture». C. Reed, ed.,
Origins of Agriculture. La Haya. Mouton, 1975.
Pires-Ferreira, J., E. Pires-Ferreira y P. Kaulicke: «Preceramic Animal Utilization
in the Central Peruvian Andes». Science 194:483490, 1976.
Polanyi, Karl: The Great Transformation. N. York: Rinehart, 1944.
Polanyi, Karl, C Arensberg y H. Pearson (eds.): Trade and Markets in the Early
Empires. Glencoe, III.: The Free Press, 1957.
Polgar, Steven: «Birth Planning: Between Neglect and Coercion». Nag (ed). pp.
177-202, 1975.
Polgar, Steven (ed.): Population, Ecology end Social Evolution. La Haya.
Mouton, 1975.
Pond, W. G. y J. H. Manes: Swine Production in Temperate and Tropical
Environments. San Francisco: Freeman, 1974.
Postan, Michael: The Medieval Economy and Society: An Economic History of

www.lectulandia.com - Página 202


Britain in the Middle Ages. Londres: Weidenfeld & Nicolson, 1972.
Prakash, Om: Food and Drinks in Ancient India: From Earliest Times to C. 1200
A.D. Delhi: Munshi Ram Manohar Lai, 1961.
Price, Barbara; «Prehispanic Irrigation Agriculture in Nuclear America». Latin
American Research Review 6:5-60, 1971.
—«Turning State's Evidence: Problems in the Theory of State Formation».
Artículo inédito, 1977.
Prideaux, Tom (ed.): Cro-Magnon Man. N. York: Time-Life, 1973.
Puleston, D. E.: Brosimum Alicastrum as a Subsistence Alternative for the
Classic Maya of the Central Southern Lowlands. Ann Arbor, Mich.: University
Microfilms, 1968.
—«Intersite Areas in the Vicinity of Tikal and Uaxactun». Hammond (ed.), pp.
301-?, 1974.
Puleston, D. E. y O. S. Puleston: «An Ecological Approach to the Origin of Maya
Civilization». Archaeology 24:330-337, 1971.
Raj, K. N.: «Investment in livestock in Agrarian Economies: An Analysis of
Some Issues Concerning ‘Sacred Cows’ and ‘Surplus Cattle’». Indian Economic
Review 4:1-33, 1969.
—«India's Sacred Cattle; Theories and Empirical Findings». Economic and
Political Weekly. 6:717-722 (27 marzo), 1971.
Raphael, Dana (ed.): Being Female: Reproduction, Power. Change. La Haya:
Mouton, 1975.
Rathje, William: «Socio-political Implications of Lowland Maya Burials:
Methodology and Tentative Hypotheses». World Archaeology 1:359-374; 1970.
—«The Origin and Development of Lowland Classic Maya Civilization».
American Antiquity 36:275-285, 1971.
Reed, Evelyn: Woman's Evolution. N. York: Pathfinder Press, 1975.
Reifenberg, A.: «The Struggle between the Desert and the Sown»* Desert
Research. Proceedings, International Symposium held in Jerusalem, mayo 1952, pp.
378-391. Jerusalem: Research Council of Israel Special Publication, 1953.
Reiter, Rayna (ed,): Toward an Anthropology of Women. N. York: Monthly
Review Press, 1975.
Renfew, Colin: Before Civilization. N. York: Alfred A Knopf, 1973.
Renfrew, Calm (ed.): The Explanation of Culture Change: Models in Prehistory.
Pittsburgh; University of Pittsburgh Press, 1974.
Roper, Marilyn: «A Survey of the Evidence for Intrahuman Killing in the
Pleistocene». Current Anthropology 10:427-459. 1969.
—«Evidence of Warfare in the Near East from 10.000 to 4.000 B.C». Nettleship,
Given y Nettleship (ed.), pp. 299-344, 1975.

www.lectulandia.com - Página 203


Rosaldo, M. Z. y L. Larnphere (eds.): Women, Culture, and Society. Stanford:
Stanford University Press, 1974.
Rosengarten, Yvonne: Le régime des offrandes dans la societé sumérienne d'apres
les textes presargoniques de Logos. Paris: E. de Boccard, 1966.
Ross, Eric: «Food Taboos, Diet and Hunting Strategy: The Adaptation to Animals
in Amazon Cultural Ecology». Current Anthropology.
Ross, Jane: «Aggressions as Adaptation: The Yanomamo Case». Columbia
University, 1971.
Rowe, John: «Inca Culture at the Time of the Spanish Conquest». Julian Steward,
ed., Handbook of South American Indians. Bureau of American Ethnology Bulletin
143:183-330, 1947.
Rusche, Georg y O. Kirchheimer: Punishment and Social Structure. N. York:
Columbia University Press, 1939.
Russei, Josiah: British Medieval Population. Albuquerque: University of New
Mexico Press, 1948.
Russell, Claire y W. Russell: «The Natural History of Violence». Charlotte Otten,
ed., Aggression and Evolution, pp. 240-273. Lexington, Mass.: Xerox College
Publishing, 1973.
Sagan, Eli: Human Aggression, Cannibalism, and Cultural Form. N. York: Harper
& Row, 1974.
Sahlins, Marshall: Social Stratification in Polynesia. American Ethnological
Society Monographs. Seattle: University of Seattle Press, 1958.
—Stone Age Economics. Chicago: Aldine, 1972.
Satzman, Philip (ed.): «Comparative Studies of Nomandism and Pastoralism».
Anthropological Quarterly 44, 3:104-210, 1971.
Sanders, Williams T.: «Population, Agricultural History, and Societal Evolution in
Mesoamerica». Spooner (ed.), pp. 101-153, 1972.
Sanders, W. T. y B. Price: Mesoamerica: The Evolution of a Civilization. N.
York: Random House, 1968.
Scheele, Raymond: Warfare of the Iroquois and Their Northern Neighbors. Ph. D.
Conferencia, Columbia University, 1950.
Schneider, Harold: «The Subsistence Cattle Among the Pakot and in East
Africa». American Anthropologist 59:278-300, 1957.
Service, Elman: «The Prime-Mover of Cultural Evolution». Southwestern Journal
of Anthropology 24:396-409, 1969.
Shen, T. H.: Agricultural Resources of China. Ithaca: Cornell University Press,
1951.
Shipman, Pat y J. Philips-Conroy: «Hominid Tool-making Versus Carnivore
Scavengings». American Journal of Physical Anthropology 46:77-86, 1977.

www.lectulandia.com - Página 204


Shorter, Edward: The Making of the Modern Family. N. York: Basic Books,
1975.
Singh, R. L. (ed.): India: A Regional Geography. Varenad, National Geographic
Society of India, 1971.
Siskind, Janet: To Hunt in the Morning. N. York: Oxford University Press, 1973.
Smith, Philip E.: «Land-use, Settlement Patterns and Subsistence Agriculture: A
Demographic Perspective». Ucko, Tringham y Dimbleby (eds.). pp. 409425. 1972.
Smith, Philip y C. Young, Jr.: «The Evolution of Early Agriculture and Culture in
Greater Mesopotamia: A Trial Model». Spooner (ed.), pp. 5-19, 1972.
Smith, William: The Religion of the Semites. N. York; Merida Books, 1956.
Smole, William.: The Yanomamo Indians: A Cultural Geography. Austin:
University of Texas Press, 1976.
Solheim, William: «Relics from Two Diggings Indicate the Thai Were the First
Agrarians». New York Times, 12 enero, 1970.
Soustelle, Jacques: Daily Life of the Aztecs on the Eye of the Spanish Conquest.
Stanford: Stanford University Press, 1962.
Spengler, Joseph: Indian Economic Thought: A Preface to Its History. Durham,
N.C.: Duke University Press, 1971.
—Population Change, Modernization, and Welfare. Englewood Cliffs, N.J.;
Prentice-Hall, 1974.
Spooner, Brian (ed.): Population Growth: Anthropological Implications.
Cambridge M.I.T. Press, 1972.
Sprague, G. F.: «Agriculture in China». Science 188:549-555, 1975.
Steinhart, J, y C Steinhan: «Energy Use in the US. Food Systems» Science
184:307-315, 1974.
Stevenson, Robert: Population and Political Systems in Tropical Africa. N. York:
Columbia University Press, 1968.
Steward, Julian: Theory of Culture Change. Urbana: University of Illinois, 1955.
Sweet, Louise: «The Women of ‘Ain and Dayr’». Anthropological Quarterly 40,
1967.
Tannahill, Reay: Flesh and Blood: A History of the Cannibal Complex. N. York;
Stein & Day, 1975.
Tápia, Andrés de: «Relación hecha por el Señor Andrés de Tápia sobre la
Conquista de México». In J. G. Icozbalceta, ed., Colección de Documentos para la
Historia de México: Neodeln/Liechtenstein: Kraus, vol 2, pp. 554-594, 1971.
Taylor, C. M. y O. F. Pye: Foundations of Nutrition. N. York. Macmillan, 1966.
Thapar, Romila: A History of India. Baltimore: Penguin, 1966.
Thompson. J. E.: The Rise and Fall of Maya Civilisation. Norman: University of
Oklahoma Press. 1954.

www.lectulandia.com - Página 205


Thwaites, Reuben: The Jesuit Relations and Allied Documents, vol. 13. N. York:
Pageant Book Co, 1959 (1657).
Trexler, Richard: «Infanticide in Florence: New Sources and First Results».
History of Childhood Quarterly 1:98-116, 1973a.
—«The Foundlings of Florence, 1395-1455.» History of Childhood Quarterly
1:259-284, 1973b.
Turner, B. L., II: «Prehistoric Intensive Agriculture In the Maya Lowlands».
Science 185:118-124, 1974.
Uberoi, J. P. Singh: Politics of the Kula Ring: An Analysis of the Findings of
Bronislaw Malinowski. Manchester: Manchester University Press, 1962.
Ucko, Peter y G. W. Dimbley (eds.): The Domestication and Exploitation of
Plants and Animals. Chicago: Aldine, 1969.
Ucko, Peter, G. W. Dimbleby y R. Tringham (eds.).: Man, Settlement and
Urbanism. Londres; Duckworth, 1972.
Ulmen, G. L.: «Wittfogel's Science of Society». Telos 24:81-114. 1975.
Van Bath, B. H.: The Agrarian History of Western Europe: A.D. 500/850.
Londres: Edward Arnold. 1963.
Van Ginneken, J. K.: «Prolonged Breastfeeding as a Birth-Spacing Method».
Studies in Family Planning 5:201-208, 1974.
Varma, K. N.: Population Problem in the Ganges Valley. Agra: Shiva Lai
Agarwala, 1967.
Vayda, Andrew P.: «Expansion and Warfare among Swidden Agriculturalists».
American Anthropologist 63;346-358, 1961.
—«Phases of the Process of War and Peace Among the Marings of New Guinea».
Oceania, 42:1-24, 1971.
Vishnu-Mittre: «The Archaeobotanical and Palynological Evidence for the Eearly
Origin of Agriculture in South and Southeast Asia». M. Amott, ed., Gastronomy: The
Anthropology of Food and Food Habits. La Haya: Mouton.
Wade, Nicholas: «The World Food Situation: Pessimism Comes Back Into
Vogue». Science 181:634638, 1973.
Wailes, Bernard: «Plow and Population in Temperate Europe». Spooner (ed.), pp.
154-179, 1972.
Walsh, Maurice y B, Scandalis: «Institutionalized Forms of Intergenerational
Male Aggression». Nettleship, Given y Nettleship (eds.), pp. 135-156, 1975.
Wallerstein, Immanuel: The Modem World-System. N. York: Academic Press,
1974. Warner, W. Lloyd: «Murngin Warfares». Oceania 1:457494, 1930.
—A Black Civilization. N. York: Harper & Bros, 1937.
Witt, Kenneth: Ecology and Resource Management. A Quantitative Approach. N.
York: McGraw-Hill, 1968.

www.lectulandia.com - Página 206


Weaver, Muriel: The Aztecs, Maya, and Their Predecessors. N. York: Seminar
Press, 1972.
Webb, Malcolm: «The Flag Follows Trade: An Essay on the Necessary
Integration of Military and Commercial Factors in State Formation». Jeremy Sabloff
y C. C. Lamberg Karlovsky, eds. Ancient Civilization and Trade. Albuquerque:
University of New Mexico Press, 1973.
Webster, David: «Warfare and the Evolution of the States». American Antiquity
40:464470, 1973.
Wedgwood, Camilla: «Some Aspects of Warfare in Melanesia». Oceania 1:5-33,
1930.
White, Benjamin: «Demand for Labor and Population Growth is Java». Human
Ecology. 3:217-236, 1973.
—«The Economic Importance of Children in a Javanese Villages». Nag (ed.), pp.
127-146. 1975.
Whyte, R. D.: «Evolution of Land Use in Southwestern Asia». L. D. Stamp, ed.,
A History of Land Use in Arid Regions. UNESCO Arid Zone Research 17:14, 1961.
Wilkinson, Richard: Poverty and Progress: An Ecological Perspective on
Economic Development. N. York: Praeger, 1973.
Wiliey, Gordon: An Introduction to American Archaeology, Vol. 1. Englewood
Cliffs, N. J.: Prentice-HalL 1966.
Wittfogel, Karl A.: Wirtschaft und Gesellschaft Chinas. Leipzig: C L. Hirschfeld.
1931.
—Despotismo oriental. Estudio comparativo del Poder totalitario. Madrid:
Guadarrama, 1966.
—Agriculture: A Key to the Understanding of Chinese Society Past and Present.
Canberra: Australian National University Press, 1970.
—«The Hydraulic Approach to Pre-Spanish Mesoamerica». F. Johnson (ed.), pp.
5940, 1972.
Wolf, Eric: Los campesinos. Barcelona: Labor, 1971.
Wood, Corinne: «New Evidence for the Late Introduction of Malaria into the
New World». Current Anthropology 16:93-104, 1975.
Woodbury, Richard y J. Neely: «Water Control Systems of the Tehuacan Valley».
F. Johnson (ed.), pp. 81-153, 1972.
Wright, Quincy: A Study of War. Chicago: University of Chicago Press, 1965.
Wyon, John y J. Gordon: The Kharma Study: Population Problems in the Rural
Punjab. Cambridge: Harvard University Press, 1971.
Yerkes, Roy den: Sacrifice In Greek and Roman Religions and Early Judaism. N.
York: Scribners, 1952.
Young, Cuyler: «Population Densities and Early Mesopotamien Origins». Ucko,

www.lectulandia.com - Página 207


Dimbleby y Tringham (eds.), 1972.
Zeuner, Frederic: A History of Domesticated Animals, N. York: Harper & Row,
1963.
Zohsry, Daniel y M. Hopf: «Domestication of Pulses in the Old World». Science
182:887-894, 1973.

www.lectulandia.com - Página 208


MARVIN HARRIS,Marvin Harris (Brooklyn 18 de agosto de 1927 – Gainesville
(Florida) 25 de octubre de 2001) fue un antropólogo estadounidense conocido por ser
el creador y figura principal del materialismo cultural, corriente teórica que trata de
explicar las diferencias y similitudes socioculturales dando prioridad a las
condiciones materiales de la existencia humana.
Después de la publicación de El desarrollo de teoría antropológica en 1968,
Harris ayudó a centrar el interés de los antropólogos en las relaciones entre cultura,
ecología, tecnología y demografía y en la necesidad de fundamentar la antropología
en una base científica durante el resto de su carrera. Fue un prolífico escritor y
muchas de sus publicaciones obtuvieron una amplia difusión entre lectores legos.
A lo largo de su vida profesional, Harris tuvo un público fiel y numerosos
críticos. Se convirtió en uno de los fijos en las reuniones anuales de la American
Anthropological Association (AAA), donde sometía a los asistentes a intensos
interrogatorios en la sala. Es considerado un generalista, que tenía interés por los
procesos globales que intervienen en los orígenes del ser humano y la evolución de
las culturas humanas.
Marvin Harris nació y se crio en Brooklyn, Nueva York. Estudió en el Erasmus
Hall High School donde conoció a su esposa Madeline con la que tuvo una hija.
Sirvió en el ejército de EE. UU. asignado a una unidad anfibia entre 1945 y 1947.
Estudió en la Universidad de Columbia donde dio clases entre 1953 y 1980, siendo
presidente de su departamento de antropología de 1966 a 1969. Realizó trabajo de
campo en Brasil, Ecuador, Mozambique, India y East Harlem, Nueva York.

www.lectulandia.com - Página 209


En 1980 dejó la universidad de Columbia y su hogar en Leonia, New Jersey y se
trasladó a Gainesville, Florida. Allí siguió impartiendo clases, escribiendo libros y
practicando sus habilidades en planificación arquitectónica y carpintería. Durante
muchos años Harris y su esposa Madeline veranearon en la costa de Maine. Murió a
los 74 años en Gainesville.

www.lectulandia.com - Página 210

También podría gustarte