Ensayo William Ospina
Ensayo William Ospina
Ensayo William Ospina
1. Cuenta Gilbert Keith Chesterton que cierta vez tuvo que viajar con urgencia
de una ciudad a otra de Inglaterra, y sólo cuando estaba en el tren advirtió
que no había llevado nada qué leer. Era tanta su ansiedad de leer algo, que en
algún momento se descubrió levantándose a curiosear en las placas que había
en las paredes del vagón, y sintió gratitud cuando pudo leer las instrucciones
del prospecto de una medicina que llevaba en su equipaje de mano.
2. Jorge Luis Borges confesó más de una vez, con cierto pudor, que cuando
todavía gozaba del don de la vista y visitaba las librerías, lamentaba no poder
llevar ciertos libros que lo atraían, porque ya los tenía en casa. Cervantes
afirma en algún lugar de su obra que su pasión por leer era tal, que leía hasta
los papeles que se encontraba en las calles. Y es bueno recordar que una de
las más grandes obras de la literatura universal, El anillo y el libro, de Robert
Browning, se la debemos a la afición de Browning por husmear en los infolios
viejos y carcomidos que se tropezaba en los mercados callejeros de Florencia,
lo que le permitió encontrar un antiguo proceso judicial, a medias impreso y
a medias manuscrito, que fue el germen de ese apasionante experimento
literario, una obra a la vez policial, psicológica y metafísica, la novela en verso
más densa de la historia.
3. Quiero utilizar estos ejemplos para argumentar algunas verdades muy
sabidas pero que siempre reclaman repetición: leer es mucho más que lo que
nos enseña la alfabetización; leer es mucho más que organizar las sílabas y
reconocer las palabras. Leer es un arte creador sutil y excitante, es una fuente
de información, de conocimiento y de sabiduría, y es también una manía, una
obsesión, un tranquilizante, una distracción y sobre todo una felicidad. Hay
personas desdichadas a las que se les enseña a descifrar lo que dicen las
cartillas, y con ello se piensa que se les ha enseñado a leer. Pero es posible que
nadie haya tenido la generosidad o la lucidez de iniciarlos en el placer de leer,
en el goce de asomarse a mundos desconocidos, nadie les reveló que un libro
puede ser tan estimulante y asombroso como un viaje, nadie los inició en el
deleite de sentir la resonancia mágica de las palabras, el agrado de las frases
bien construidas, la dicha de las historias bien contadas, el alivio de las
emociones expresadas con intensidad y elocuencia, la perplejidad de las
resonancias inusitadas del lenguaje, y la gratitud de ver ideas pensadas con
rigor y comunicadas con claridad y con belleza.
4. Crear lectores es mucho más que trasmitir una técnica: es algo que tiene que
ver con el principio del placer, con las libertades de la imaginación, con la
magia de ver convertidas en relatos bien narrados y en reflexiones nítidas
muchas cosas que vagamente adivinábamos o intuíamos, con la alegría de
sentir que ingresan en nuestra vida personajes inolvidables, historias
memorables y mundos sorprendentes. Por eso el peor camino para iniciar a
alguien en la lectura es el camino del deber. Cuando un libro se convierte en
una obligación o en un castigo, ya se ha creado entre él y el lector una barrera
que puede durar para siempre. A los libros se llega por el camino de la
tentación, por el camino de la seducción, por el camino de la libertad, y si no
hemos logrado despertar mediante el ejemplo el apetito del lector, si no
hemos logrado contagiar generosamente nuestro propio deleite con la lectura,
será vano que pretendamos crear un lector por la vía de forzarlo a leer. Yo creo
que no se trata de lograr que alguien lea finalmente un libro, el desafío está
en iniciar a alguien en una vida para la cual los libros sean luz y compañía,
tengan la frecuencia de un alimento y la confianza de una amistad.
5. Es difícil que llegue a ser un buen lector alguien que no sienta el asombro de
las palabras, y que no sea consciente de su poder. Pero la verdad es que
prácticamente no hay persona que no crea en el poder del lenguaje y que no
sea sensible a su influencia. Una prueba palpable está en los insultos: hasta el
más prosaico de los seres humanos se indigna al escuchar un insulto, y da
muestras de una gran sensibilidad ante los frutos de la imaginación, porque
si alguien proclama con respecto a él o a alguno de sus seres queridos una
acusación cualquiera, aunque no sea verdad, el ofendido reaccionará con
indignación y hasta con violencia. Cierto escritor decía que hay personas tan
pobres de imaginación que su capacidad de insultar se agota en descubrir la
misma profesión en las madres de todos. Pero lo conmovedor es que haya
personas que se dejen afectar por recursos tan estereotipados y primitivos, y
les concedan la limosna de su indignación. ¿Por qué nos afectan las cosas
imaginarias? Hasta en esas aparentes pequeñeces se revela el poder del
lenguaje y su efecto continuo sobre nuestra vida. A diferencia de otras artes,
como la música o la pintura, cuyo material es cosa de expertos, el material de
la literatura son las palabras que maneja cada día el común de los seres
humanos, y su eficacia depende de que, utilizándolas con el mismo sentido y
con el mismo poder de representación que tienen en la vida cotidiana, logren
conmover y ser portadoras de revelaciones.
6. Se puede pasar por la vida sin leer libros, y ello no equivale necesariamente a
ignorancia o desdicha, aunque yo personalmente creo que la felicidad de
quien sabe leer es mucho más rica, matizada y diversa. Por supuesto que hay
saberes que nos entrega la tradición, y saberes que obtenemos de una relación
viva con los demás y con el mundo. Incluso algunos libros parecen flotar en el
aire. Alguien decía que no hay quién no conozca La Biblia, El Quijote o Las
mil y una noches, porque son libros que están vivos en el espíritu de la cultura
y en lo esencial todo el mundo sabe algo de ellos aunque no los haya leído.
Pero hay una distancia enorme entre conocer el argumento de una historia o
el perfil de un personaje, y deleitarse con el lenguaje en que esas historias nos
son contadas y esos personajes nos son revelados.
7. A pesar de que hay muchos caminos para la transmisión de saberes,
tradiciones y sentimientos, hace siglos el mundo occidental convirtió a los
libros en su principal instrumento para conservar y compartir la memoria,
para transmitir tradiciones, para crear realidades nuevas, para pensar, e
incluso para realizar intercambios entre culturas distintas. Hasta el momento
en que fue inventada la imprenta, aunque hacía siglos que existían los libros,
la tradición oral fue en Europa el instrumento de la memoria y también de la
creación. Con la imprenta llegó también la democratización de los libros, el
auge de la lectura, y ese símbolo de la modernidad que es el lector solitario y
silencioso. Uno de los primeros lectores de esta nueva época fue Montaigne,
cuyos ensayos son comentarios y variaciones sobre numerosos textos de
autores clásicos. Tal vez lo más típico de esas obras es el modo como
Montaigne alterna reflexiones que nacen en su alma y observaciones que ha
hecho sobre el mundo y la conducta humana, con ideas que le han iluminado
los libros. Para ejemplificar la idea de que el hombre es cosa vana, variable y
ondeante, Montaigne recuerda la historia de un famoso guerrero, de quien se
dijo que “entró en la batalla como un león, se movió por ella como un zorro, y
fue asesinado como un perro”. Montaigne es un lector que aprovecha, pero
también ahonda e ilumina, los textos que visita.
8. Otro ejemplo de autor que es también un gran lector sería Shakespeare. Este
siempre nos obliga a pensar en el elemento estético de toda lengua. La mayor
obra artística de cada lengua es por supuesto la lengua misma, y en el caso del
inglés, la más alta de sus obras, la de Shakespeare, es en primer lugar un
mostrario de las posibilidades increíbles de esa lengua. Su vocabulario, su
capacidad expresiva, su musicalidad, la riqueza de sus matices, la profusión
de estados anímicos que sugiere, su capacidad para encarnar las voces, es
decir, las almas, de tantos seres distintos, su elocuencia, encuentran en
Shakespeare una medida perfecta. Hasta su capacidad de insultar es
envidiable, como cuando Lady Ana maldice a Ricardo, el asesino del rey
Enrique: