Estudio Vida de Colosenses
Estudio Vida de Colosenses
Estudio Vida de Colosenses
CONTENIDO
El libro de Colosenses revela a Cristo de una manera más completa que cualquier otro
libro de la Biblia. A pesar de ser breve, esta epístola contiene numerosas palabras y
expresiones que describen a Cristo. Antes de estudiar la revelación que Colosenses
presenta acerca de Cristo, debemos prestar atención al trasfondo de este libro y a la
posición que ocupa, ya que éstos son dos aspectos fundamentales.
I. EL TRASFONDO
Tres versículos, a saber, Colosenses 2:8, 16 y 18, los cuales son advertencias, nos
permiten ver la situación que causó que esta epístola fuera escrita. Colosenses 2:8 dice:
“Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y huecas sutilezas, según las
tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”.
Este versículo menciona cuatro cosas negativas que pueden llevarnos cautivos: la
filosofía, las huecas sutilezas, las tradiciones y los rudimentos del mundo. A los ojos de
la humanidad caída, la filosofía es algo muy positivo; es el producto más elevado de la
cultura. La sociedad tiene también en alta estima los rudimentos del mundo, es decir,
los principios elementales de algunas enseñanzas. Sin embargo, la filosofía, las huecas
sutilezas, las tradiciones y los rudimentos del mundo, son elementos negativos que nos
pueden llevar cautivos.
En 2:16 Pablo dice: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a
días de fiesta, luna nueva o sábados”. Aquí Pablo menciona varias cosas positivas: la
comida, la bebida, los días de fiesta, las lunas nuevas y los sábados. Él exhortó a los
colosenses a no permitir que nadie los juzgara con respecto a estas cosas.
En el versículo 18, Pablo añade: “Que nadie, con humildad autoimpuesta y culto a los
ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio, hablando constantemente
de lo que ha visto, vanamente hinchado por la mente puesta en la carne”. El premio
mencionado en este versículo es Cristo como nuestro deleite. Es posible que la
humildad, una virtud humana muy positiva, nos prive de nuestro premio.
A. El ascetismo había saturado
la iglesia en Colosas
La razón por la que Pablo dio estas advertencias era que el ascetismo había saturado la
iglesia en Colosas. Este ascetismo estaba relacionado con la legalidad de las ordenanzas
(2:20-21) y con las observancias judías (2:16).
El misticismo también había invadido la iglesia. Este misticismo estaba relacionado con
el gnosticismo, el cual estaba compuesto de filosofías egipcias, babilónicas, judías y
griegas (2:8), y del culto a los ángeles (2:18).
Lo más crítico del trasfondo del libro de Colosenses, es que la cultura se había
introducido en la vida de iglesia. La población de Colosas era una mezcla de gentiles y de
judíos, quienes tenían culturas distintas. Los gentiles estaban principalmente bajo la
influencia de la cultura griega y la filosofía de ésta. Cabe decir que la filosofía griega de
aquella época ya no era una filosofía pura; más bien, era una mezcla de varias filosofías.
Del mismo modo, la cultura gentil se había mezclado en cierta medida con los conceptos
religiosos judíos.
Tal mezcla de culturas inundó la iglesia en Colosas. La iglesia debe ser una casa llena de
Cristo y constituida de Él; pero en lugar de esto, vemos que allí la iglesia había sido
invadida por la cultura. Los distintos aspectos de esta cultura mixta reemplazaban en
gran parte a Cristo, quien debe ser el único elemento en la vida de iglesia. Cristo debe
ser el único constituyente de la iglesia, ya que ésta es Su Cuerpo. Por consiguiente, el
contenido de la iglesia no debe ser otro que Cristo mismo. No obstante, los buenos
elementos de la cultura, especialmente la filosofía y la religión, habían invadido la iglesia
y la habían saturado.
En particular, notamos que cierta clase de ascetismo religioso había penetrado en la vida
de iglesia. A esto se refieren los versículos 20 y 21, los cuales hablan de las ordenanzas
en cuanto a manejar, gustar y tocar las cosas materiales. Sabemos que dicho ascetismo
era religioso en naturaleza por estar relacionado con el culto a los ángeles (2:18). Por lo
tanto, el ascetismo que inundó la iglesia en Colosas no era rudimentario, sino refinado y
cultivado.
Algunos considerarán el culto a los ángeles algo positivo, mucho mejor que rendir culto
a los reptiles, las aves y las bestias. No obstante, el culto a los ángeles no es otra cosa que
una forma de idolatría refinada. Las personas cultas no adorarían animales, pero sí es
posible que estén dispuestas a adorar ángeles. Algunos justifican esta práctica diciendo
que no le rinden culto a los ídolos, sino que, en una actitud humilde, adoran a los siervos
celestiales de Dios. Debido a que se consideran demasiado inferiores para adorar a Dios
directamente, quizás piensen que necesitan algún intermediario para hacerlo. Este
concepto ha sido asimilado por el catolicismo, el cual enseña que necesitamos de la
ayuda de intermediarios para tener contacto con Dios. Por lo menos en principio, el
catolicismo ha adoptado la práctica de usar intermediarios en la adoración a Dios.
La sutileza del enemigo consiste en hacer que los elementos de la cultura inunden la
iglesia. Esto era lo que el enemigo estaba haciendo cuando fue escrito el libro de
Colosenses. Su estrategia consistía en introducir en la iglesia una mezcla de religión
judía y filosofía gentil, al grado de saturarla. Desde el punto de vista humano, la cultura,
y en particular su ascetismo, era algo muy positivo. El ascetismo tiene un propósito y
meta noble: intenta ayudar a la gente a dominar su concupiscencia. Sin embargo,
debemos entender que la estrategia de Satanás al introducir la cultura en la iglesia, es
usar los aspectos más elevados de la cultura para reemplazar a Cristo.
No debemos pensar que este fenómeno se limita al primer siglo; de hecho, aún persiste
hasta el día de hoy. En el cristianismo actual, Cristo ha sido reemplazado casi por
completo por otras cosas, especialmente por cosas buenas. Es posible encontrar el
nombre de Cristo en el cristianismo, pero puede ser que la realidad de Cristo esté
ausente. Muchas cosas se han convertido en sustitutos de Cristo. Por ejemplo, el
enemigo de Dios usa incluso las enseñanzas bíblicas para reemplazar a Cristo. Muchos
creyentes estudian la Biblia sin tener ningún contacto con Cristo. Asimismo, debido a la
sutileza de Satanás, cualquier obra cristiana puede también ser un sustituto de Cristo.
La obra cristiana debe ministrar a Cristo en otros. Sin embargo, las obras de algunos
cristianos han hecho de su meta particular un sustituto de Cristo.
Aun los que estamos en el recobro del Señor también podemos sustituir a Cristo con los
aspectos positivos de nuestro carácter o de nuestro comportamiento. Si uno que sirve al
Señor tiene una conducta pecaminosa o arrogante, esto impedirá que otros vengan al
Señor. Sin embargo, la mansedumbre o la humildad natural de dicho servidor es aun
más perjudicial y frustrante que su propio pecado y orgullo. Todos saben que nada que
sea pecaminoso puede estar relacionado con Cristo, pero muy pocos son capaces de
discernir entre un buen carácter y Cristo mismo. Por el contrario, muchos asociarían un
comportamiento excelente con Cristo. Por consiguiente, si no tenemos suficiente
revelación, podemos permitir que nuestro buen carácter llegue a ser un sustituto de
Cristo.
Debido a que la iglesia se compone de seres humanos, es difícil desligarla por completo
de la sociedad, la cual ciertamente se compone de la cultura. Es cierto que, por ser la
iglesia, estamos separados del mundo; estamos en el mundo, pero no pertenecemos a él.
Sin embargo, la iglesia debe permanecer en la sociedad; los creyentes no deberían vivir
como monjes ni monjas. A fin de practicar la vida de iglesia, debemos llevar una vida
humana normal. El asunto crucial aquí es cómo puede un grupo de personas vivir en la
sociedad sin ser afectados por la cultura. ¿Cómo podemos ser salvos de la influencia de
nuestro trasfondo cultural? Como creyentes nos amamos unos a otros. Sin embargo, es
posible que amemos más a aquellos que tienen un trasfondo similar al nuestro. Es la
operación de dicha influencia en la vida de iglesia la que causa que Cristo sea
reemplazado por la cultura.
Cuando Pablo escribió la Epístola a los Colosenses, había muchos “ismos” que estaban
ejerciendo una fuerte influencia: el judaísmo, el ascetismo, el misticismo y el
gnosticismo. Estos “ismos” eran los mejores productos de las culturas judía y gentil;
debido a que eran cosas positivas, espontáneamente se convirtieron en sustitutos de
Cristo. Por consiguiente, la intención de Pablo en este libro es mostrarnos que no
debemos tolerar nada en la iglesia que pueda reemplazar a Cristo. La vida de iglesia
debe estar constituida únicamente de Cristo; Él debe ser nuestro único constituyente, e
incluso nuestra propia constitución. Es por eso que en esta breve epístola, se usan
muchas expresiones elevadas para describir a Cristo. Por ejemplo, Él es llamado la
imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación, el Primogénito de entre los
muertos y el cuerpo de todas las sombras. Además, en 3:10 y 11 Pablo declara que en el
nuevo hombre no pueden existir el griego ni el judío, circuncisión ni incircuncisión,
bárbaro ni escita, esclavo ni libre, sino que Cristo es el todo y en todos. Esto significa que
Cristo debe ser todos y debe estar en todos. En el nuevo hombre no hay lugar para los
chinos, japoneses, americanos, ingleses, franceses ni alemanes, sino que Cristo debe ser
cada uno de nosotros. En el nuevo hombre Él debe ser usted y yo. No sólo la cultura
debe desaparecer, sino incluso nosotros mismos. Es crucial que recibamos esta
revelación.
Debemos prestar atención a la advertencia que nos hace Pablo de no permitir que nada
nos aparte de Cristo. Hermanas, tengan cuidado de su amabilidad, suavidad y
compasión. Estén alertas de cualquier virtud humana que pueda reemplazar a Cristo.
Hermanos, no se fíen de su mente, o sea de su sano juicio, ni de su voluntad feria, de su
osadía ni de ninguna otra virtud que pueda sustituir a Cristo. ¡Cuán sutil es el enemigo
al tentarnos a que nos esforcemos por ser agradables, tiernos, mansos y encantadores!
Esto es precisamente lo que enseñan y practican muchos predicadores y ministros.
Aparentemente, las personas bondadosas, humildes y cultas atraen a otros al Señor;
pero en realidad, lo único que logran es atraer a la gente a sí mismos. Entre aquellos que
han logrado atraer, ninguno ha sido verdaderamente cautivado por el Señor. Me
preocupa que aun en las iglesias del recobro del Señor, algunos sean atraídos a la vida de
iglesia no por Cristo mismo, sino por el carácter o comportamiento de ciertos hermanos
o hermanas.
Tal como nuestro cuerpo físico tiene un corazón, lo mismo sucede con la Biblia. El
corazón de la Biblia no es el libro de Génesis ni el de Apocalipsis ni siquiera los
Ev angelios, sino las epístolas de Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses. Estos libros,
además de haber sido escritos según la inspiración del Espíritu Santo, siguen un orden
muy significativo en el Nuevo Testamento. Si leemos detenidamente el Nuevo
Testamento, observaremos que estos cuatro libros sobresalen. Antes de Gálatas se halla
2 Corintios, pero no parece haber ninguna conexión entre ellos. En cambio, al leer el
Nuevo Testamento, podemos percibir de inmediato que Gálatas es el comienzo de algo
nuevo, y que este libro está conectado con Efesios, Filipenses y Colosenses. En
particular, notamos que Efesios y Colosenses son “epístolas hermanas”. Luego, al pasar
de Colosenses a 1 Tesalonicenses, volvemos a notar que no hay ninguna relación entre
estos dos libros. Por consiguiente, Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses son en su
conjunto el corazón mismo de la Biblia.
El tema esencial de estos cuatro libros es Cristo y la iglesia. Hemos visto que la iglesia
está compuesta de seres humanos que viven en la sociedad y que, por ser tal entidad, le
es difícil mantenerse alejada de la influencia de la cultura. Es por eso que entre estos
libros que tratan de Cristo y la iglesia, dos de ellos, a saber, Gálatas y Colosenses,
muestran el daño causado por la ley, por la religión judía y por otros sustitutos de
Cristo, tales como el ascetismo, el misticismo y el gnosticismo.
Gálatas muestra que la religión judía, una religión típica, fue formada conforme al
oráculo de Dios. No obstante, esta religión, que estaba fundamentada en el oráculo de
Dios, se convirtió, junto con su ley, en un sustituto de Cristo. Por dicha razón, Gálatas
subraya el peligro de reemplazar a Cristo por la ley. En Gálatas 1 Pablo testifica que
anteriormente había sido un líder religioso entre los judíos. Él era muy celoso por Dios e
irreprensible según la ley. No obstante, un día le agradó a Dios revelar en él a Su Hijo,
Cristo. Como resultado, Pablo pudo ver que el judaísmo era contrario a Cristo y que
Cristo era totalmente contrario a la religión y su ley. Fue entonces que pudo declarar que
él estaba muerto a la ley, y que no tenía nada que ver con ella; que había sido crucificado
con Cristo y que ahora Cristo vivía en él (2:20). Incluso, en el capítulo seis, él declaró
que sufría persecución por el simple hecho de no enseñar la circuncisión. Finalmente,
añadió que el mundo, refiriéndose específicamente al mundo religioso, estaba muerto
para él y que él estaba muerto para el mundo. La línea divisoria que separaba a Pablo de
la religión judía era la cruz. Para él, el mundo religioso en su totalidad había sido
crucificado. Aún más, para los judíos, Pablo también estaba en la cruz. Como un hombre
que se hallaba en Cristo, él llevaba sobre sí las marcas de la muerte de Cristo. Él ya no se
hallaba más en la religión judía, sino absolutamente en Cristo y a favor de Cristo. De
este modo, Gálatas revela que Cristo es contrario a la religión, a la ley y a la circuncisión.
Hemos hecho notar que en el libro de Colosenses Cristo es revelado al máximo, aun
mucho más que en Gálatas. En Gálatas, Pablo dice que Cristo es revelado en nosotros,
vive en nosotros y es formado en nosotros. Pero en Colosenses, él usa varios términos
especiales para definir a Cristo: la porción de los santos, la imagen del Dios invisible y el
Primogénito de toda creación. En este breve libro, se presentan sucesivamente distintos
aspectos de Cristo. Por tanto, Colosenses revela que Cristo es profundo y todo-inclusivo.
Tal Cristo sobrepasa nuestro entendimiento. Lo que necesitamos es que Él se infunda en
nuestro ser, que nos sature e impregne de Sí mismo, hasta que en nuestra experiencia
Cristo sea el todo para nosotros: nuestra comida, nuestra bebida, nuestros días de fiesta,
nuestro sábado, nuestra luna nueva y nuestro todo. No debemos permitir que nada
reemplace a Cristo y se convierta en un sustituto de Él. Éste es el pensamiento central de
Colosenses. En tanto que Gálatas revela que Cristo es contrario a la religión y a la ley,
Colosenses revela que Cristo es contrario a todo, ya que Él mismo es la realidad de todas
las cosas positivas.
Todos necesitamos dedicar mucho tiempo a estos cuatro libros, los cuales constituyen el
corazón de la Biblia. Al examinar estos libros en conjunto, vemos que lo único que debe
importarnos es Cristo mismo, y no la religión ni la cultura. El vivir para nosotros no
debe ser la religión, la filosofía ni ningún “ismo”; más bien, en nuestro vivir Cristo debe
ser el todo y en todos. El resultado de este vivir es la iglesia. Por consiguiente, el corazón
de la Biblia, según se revela en este grupo de cuatro libros, es Cristo y la iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE DOS
INTRODUCCIÓN
TRES INDICIOS
El primero de estos indicios es la frase “la esperanza que os está guardada en los cielos”
(v. 5). Otro indicio lo encontramos en la expresión “la palabra de la verdad del
evangelio” (v. 5). Observemos que aquí Pablo habla de la palabra de la verdad del
evangelio, y no simplemente de la palabra del evangelio. El tercer indicio se ve en las
palabras “conocisteis la gracia de Dios en verdad” (v. 6). ¿Qué modifica la frase “en
verdad”? De acuerdo con muchas versiones, esta frase modifica la palabra gracia,
mientras que otras consideran dicha frase un adverbio que modifica el predicado
“conocisteis”. Pero si entendemos que aquí la palabra verdad significa realidad, y no
simplemente sinceridad, entonces es correcto deducir que la frase “en verdad” modifica
el predicado “conocisteis”. Conforme a este entendimiento, Pablo está diciendo que
debemos conocer la gracia de Dios en su realidad.
La razón por la que podemos amar a aquellos que por naturaleza nunca podríamos
amar, es que tenemos una esperanza que nos está siendo reservada en los cielos. Si yo
fuera el escritor de Colosenses, habría dicho “por causa de la esperanza en los cielos”.
Sin embargo, Pablo incluyó las palabras “que os está guardada”. En realidad, la frase “la
esperanza que os está guardada en los cielos” es muy subjetiva, pues tiene mucho que
ver con nuestro diario vivir. De acuerdo con el contexto, el hecho de atesorar esperanza
en los cielos tiene mucho que ver con la manera en que vivamos hoy. Cuanto más
amemos a los santos, más esperanza nos será guardada en los cielos. Sin embargo, si no
amamos a los santos, tendremos muy poca esperanza reservada para nosotros.
Supongamos que un hermano ama a todos los santos, sin tomar en consideración la
nacionalidad o el trasfondo cultural de ellos; mientras que otro los ama selectivamente,
de acuerdo con su gusto y preferencia. El uno ama a todos los que tienen fe en Cristo,
mientras que el otro ama solamente a un grupo selecto de santos. Cuando el Señor Jesús
venga, ¿cuál de los dos tendrá una mayor esperanza? Ciertamente será aquél que ame a
todos los santos. Esto indica que la medida de la esperanza que Cristo sea para nosotros
en el futuro, dependerá de cuánto le vivamos hoy.
Cuanto más vivamos a Cristo hoy, más esperanza nos será guardada en los cielos para
nuestra glorificación. Pero si no vivimos a Cristo día tras día, Cristo ciertamente estará
allí en los cielos, pero no nos será reservado como nuestra gloria. Por ejemplo, si usted
deposita en el banco cierta cantidad de dinero que haya ganado, tendrá ciertos ahorros
en su cuenta bancaria. Pero si usted se descuida y deja de ganar dinero, y no tiene nada
que depositar en el banco, no tendrá ningún ahorro. Bajo este mismo principio, la
cantidad de esperanza que nos sea reservada en los cielos, dependerá de la medida en
que vivamos a Cristo hoy. Por tanto, debemos amar a los santos sin parcialidad, por
causa de Aquel que es nuestra esperanza. Al vivir así, atesoramos para nosotros
esperanza en los cielos.
Pablo parecía estar diciendo en su epístola: “Queridos colosenses, si vosotros seguís las
observancias judías o los preceptos gentiles, no guardaréis ninguna esperanza para
vosotros en los cielos. Para ello, necesitáis vivir por Cristo. Un día, Cristo, quien es
vuestra vida, aparecerá en gloria. Ahora, tanto Él como vosotros estáis escondidos en
Dios, y Él es vuestra vida interior. No obstante, Él será manifestado en gloria, y vosotros
seréis manifestados juntamente con Él. Sin embargo, debo advertiros de la importancia
de vivir por Cristo hoy”.
Efectivamente, Pablo dice en Filipenses 3:4 que Cristo es nuestra vida y que cuando
Cristo se manifieste, nosotros seremos manifestados con Él en gloria. Pero supongamos
que, en lugar de vivir por Él, viviéramos regidos por el yo y por nuestras preferencias,
amando sólo a los santos que nos caen bien. Amar a los santos de una manera selectiva
es vivir por el yo, y no por Cristo. Y si vivimos de esta manera, no estaremos contentos
cuando el Señor Jesucristo se manifieste en gloria. Repito que la medida en que
disfrutemos a Cristo como nuestra esperanza de gloria, dependerá de la medida en la
que le expresemos hoy en nuestro vivir. Por tanto, el hecho de atesorar esperanza en los
cielos, depende de nuestro vivir actual.
Si vivimos a Cristo y somos uno con Él, debemos ser capaces de decir: “Señor Jesús, te
amo, y te tomo como mi vida y como mi persona. Señor, quiero estar contigo en Tu
gloria y verte cara a cara. Quiero disfrutar de Tu presencia, incluso de Tu presencia
física, de una manera práctica. Señor, éste es mi anhelo y esperanza”. Si usted ora al
Señor de esta manera cada día, se sentirá muy feliz cuando Él regrese.
Pero supongamos que a usted no le preocupa el Señor ni tiene contacto con Él. Tal vez
no peque ni lleve una vida mundana, pero vive continuamente en el yo. Puede ser que
sienta respeto hacia el Señor Jesús por ser el Salvador y el Señor, pero es posible que
aunque usted lo honre, Él no sea tan querido y precioso para usted, y que no tenga
comunión íntima con Él, ni le viva ni le tome como su persona. Si ésta es la vida que
usted lleva con respecto al Señor, ¿cree que estará lleno de emoción y dará gritos de
alabanza cuando Él regrese? ¡Por supuesto que no! Por el contrario, usted, se alejará de
Él avergonzado. El regreso de Cristo será glorioso para usted de acuerdo con la medida
de esperanza que haya depositado en los cielos, al vivir a Cristo hoy.
cielos equivale al hecho de vivir a Cristo y tomarlo como nuestra persona. Colosenses
3:4 es el único versículo en la Biblia que dice que Cristo es nuestra vida. En Juan 14:6 el
Señor Jesús dice: “Yo soy ... la vida”, pero en Colosenses 3:4 Pablo dice que Cristo es
“nuestra vida”. Ésta es una expresión muy subjetiva. Ya que Cristo es nuestra vida,
tenemos que vivir por Él; es así como atesoramos una esperanza para nosotros en los
cielos. Esto es lo que significa amar a todos los santos a causa de la esperanza que nos
está guardada en los cielos.
En 1:5 Pablo añade: “De la cual antes oísteis en la palabra de la verdad del evangelio”. La
verdad del evangelio se refiere a la realidad, los hechos reales, y no la doctrina del
evangelio. “La palabra”, no la verdad, puede ser considerada como la doctrina del
evangelio. Pero en nuestra predicación del evangelio no sólo debe estar presente la
palabra del evangelio, sino también la verdad del evangelio, que es Cristo mismo. Cristo,
la realidad del evangelio, debe ser la realidad de nuestra predicación.
Sin embargo, en la predicación del evangelio, muchas veces sólo se trasmite la palabra,
quizás la palabra persuasiva o elocuente, pero sin realidad. Esto quiere decir que Cristo
no es ministrado como realidad a los oyentes. Pero nuestra predicación del evangelio
debe ser diferente. Aunque no seamos muy elocuentes, los que escuchan deben percibir
que la realidad de Cristo se está infundiendo en ellos. Al escuchar tal predicación, los
oyentes serán empapados de Cristo como su realidad.
Debemos decirle al Señor en oración que no nos interesa el conocimiento en letras, sino
Su presencia, y que deseamos que Él se infunda en nosotros y nos sature de Sí mismo.
Lo que queremos es estar bajo Su resplandor celestial; cuanto más permanezcamos bajo
Su resplandor, más Su realidad saturará e impregnará nuestro ser. Ésta es la verdad, la
cual es Cristo mismo.
Los colosenses habían oído la palabra de la verdad del evangelio, o sea, la realidad
misma del evangelio. Debido a esto, ellos podían atesorar para sí una esperanza en los
cielos al vivir a Cristo, amando a los santos. Debido a que tomaban a Cristo como su
vida, ellos podían amar a aquellos que, humanamente, les era imposible amar. Puesto
que disfrutaban a Cristo como vida al absorberle como la verdad del evangelio, ellos
podían experimentarlo como su esperanza. Por lo tanto, en estos versículos, tanto la
esperanza como la verdad son el propio Cristo a quien experimentamos subjetivamente.
El versículo 6 añade: “Que ha llegado a vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto
y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en
verdad”. El amor por los santos es el fruto producido por el evangelio. Cuando el
evangelio es predicado en su realidad, lleva fruto. En aquellos que lo reciben, produce
amor hacia todos los creyentes.
La iglesia en Colosas estaba compuesta tanto de judíos como de gentiles. Era común que
los judíos y los gentiles se despreciaran y se odiaran mutuamente. No obstante, después
de creer en el Señor Jesús, los creyentes judíos y los creyentes gentiles de Calosas
llegaron a amarse los unos a los otros. Aunque tal amor era humanamente imposible,
éste fue el fruto del evangelio. El evangelio que crece y lleva fruto es Cristo mismo. Esto
indica que en realidad era Cristo quien estaba creciendo en los colosenses desde el día
en que ellos empezaron a oír la palabra de la verdad del evangelio.
En este versículo, Pablo dice que los colosenses conocieron la gracia de Dios en verdad.
[Según el griego, la palabra “conocisteis” denota un conocimiento pleno]. Por tanto,
conocer la gracia de Dios en este contexto es conocerla plenamente, y no en parte. La
gracia de Dios equivale a lo que Dios es para nosotros y lo que Él nos da en Cristo (Jn.
1:17; 1 Co. 15:10). De hecho, la gracia es Cristo mismo. En el primer capítulo del
Ev angelio de Juan se nos dice que el Verbo que estaba con Dios y que era Dios, se hizo
carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de verdad (vs. 1, 14). Además,
de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia (v. 16). Aquí la palabra “verdad”
significa realidad. Conocer la gracia de Dios en verdad es conocerla por experiencia, en
su realidad, y no sólo mentalmente, en palabras o doctrinas. La verdad es Cristo como
realidad, y la gracia es Cristo como nuestro deleite. Al experimentar y disfrutar a Cristo,
el Cristo que es la verdad llega a ser nuestra gracia. El evangelio crece en nosotros y lleva
fruto a medida que disfrutamos a Cristo y lo experimentamos como nuestra gracia.
UN MINISTRO DE CRISTO
El tema del libro de Colosenses es el Cristo todo-inclusivo. Pablo indica, en sus palabras
de introducción (1:1-8), que Cristo es nuestra esperanza, nuestra realidad y nuestra
gracia. En su oración y acción de gracias (1:9-14), él indica más claramente que Cristo es
Aquel que es todo-inclusivo. Examinemos primeramente la oración de Pablo (vs. 9-11) y
luego la acción de gracias que él ofrece (vs. 12-14).
I. EL APÓSTOL ORA
PIDIENDO QUE LOS SANTOS SEAN LLENOS
DEL PLENO CONOCIMIENTO DE LA VOLUNTAD DE DIOS
El versículo 9 dice: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos
de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del pleno conocimiento de Su voluntad
en toda sabiduría e inteligencia espiritual”. La voluntad de Dios aquí se refiere a Su
propósito eterno, es decir, a Su economía tocante a Cristo (Ef. 1:5, 9, 11), y no a asuntos
secundarios.
Hace años, cuando los jóvenes me hacían preguntas acerca del matrimonio o del
empleo, siempre los llevaba a este versículo de Colosenses, y les decía que si deseaban
conocer la voluntad de Dios, debían buscar el conocimiento espiritual. Sin embargo, la
voluntad de Dios en este contexto no se centra en asuntos como el matrimonio, el
trabajo o la vivienda, sino en el Cristo todo-inclusivo, quien es nuestra porción. La
voluntad de Dios es que conozcamos al Cristo todo-inclusivo, le experimentemos y le
vivamos como nuestra vida. Conocer a Cristo de esta manera es tener el pleno
conocimiento de la voluntad de Dios.
La voluntad de Dios es profunda debido a que está relacionada con que nosotros
conozcamos, experimentemos y vivamos al Cristo todo-inclusivo. En el versículo 9,
Pablo no oró para que los colosenses supieran con quién debían casarse, dónde debían
vivir ni qué clase de trabajo debían tener. Su corazón no estaba ocupado con cosas
triviales como éstas. En este contexto, la voluntad de Dios se refiere a Cristo. No era la
voluntad de Dios que los colosenses guardaran las observancias judías, los preceptos
gentiles ni ninguna filosofía humana. Por otra parte, tampoco era Su voluntad que ellos
practicaran el ascetismo, el cual consiste en tratar duramente el cuerpo a fin de frenar
los apetitos de la carne. Más bien, la voluntad de Dios era que los colosenses conocieran,
experimentaran, disfrutaran y vivieran a Cristo, y que permitieran que Cristo fuera la
vida y la persona de ellos; con respeto a nosotros, la voluntad de Dios sigue siendo lo
mismo. En el caso de los colosenses, Pablo parecía estar diciendo: “Colosenses, vosotros
habéis sido distraídos, descarriados y defraudados por el gnosticismo, el misticismo, el
ascetismo, las observancias y las ordenanzas. Vosotros necesitáis ser llenos del pleno
conocimiento de la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que toméis al Cristo todo-
inclusivo como vuestra porción”.
Si sabemos que la voluntad de Dios consiste en que seamos saturados de Cristo, esto
significa que tenemos el conocimiento adecuado de la voluntad de Dios. Todo lo que
hagamos debe ser hecho en la voluntad de Dios; debemos casarnos en Cristo, trabajar en
Cristo y movernos en Él. Cristo debe ser nuestra vida y nuestra persona misma. Ésta es
la voluntad de Dios.
En el versículo 10 Pablo añade: “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole
en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo por el pleno conocimiento de
Dios”. Cuando tenemos el pleno conocimiento de la voluntad de Dios, andamos como es
digno del Señor. Si comprendemos que la voluntad de Dios consiste en que Cristo nos
sature, en que tomemos a Cristo como nuestra vida y persona y en que lo vivamos,
entonces, espontáneamente, nuestro andar será digno del Señor. Algunos piensan que
andar como es digno del Señor significa ser humildes, amables y generosos. Pero
debemos entender que nuestro andar es digno sólo cuando vivimos a Cristo. Es posible
ser humildes, agradables y generosos, sin vivir por Cristo. Sin embargo, sólo cuando
vivimos a Cristo y le expresamos, podemos andar como es digno del Señor. Cristo es la
voluntad de Dios y también debe ser nuestro andar.
Al andar como es digno del Señor, nos conducimos “agradándole en todo”, es decir,
agradamos al Señor en todo aspecto. Dios el Padre se complace en el Hijo (Mt. 3:17;
17 :5). En Gálatas 1:15 y 16 Pablo dice que agradó a Dios revelar a Cristo, Su Hijo, en él.
No existe nada que agrade más a Dios el Padre que el hecho de que vivamos a Cristo.
Aparte de Cristo, nada puede agradar al Padre.
Asimismo, las únicas ocasiones en que nos sentimos plenamente felices es cuando
vivimos a Cristo. Cuando somos humildes o bondadosos de una manera natural, nos
sentimos insatisfechos. Pero si tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona, y
le expresamos en nuestro vivir, seremos la gente más feliz de la tierra. Vivir a Cristo no
solamente agrada al Padre, sino que también nos agrada a nosotros. No hay otra cosa
más agradable que vivir, disfrutar y experimentar a Cristo.
Si andamos como es digno del Señor, llevaremos fruto en toda buena obra. No debemos
entender esto conforme a nuestro concepto natural; aquí llevar fruto se refiere a vivir a
Cristo, a cultivarlo, expresarlo y producirlo en todo aspecto. Éstas son las buenas obras a
las que Pablo se refería.
Cristo no solamente es la voluntad de Dios y nuestro andar, sino también “toda buena
obra” y “el pleno conocimiento de Dios”. Una vez más, vemos que Cristo es todo-
inclusivo. Cuanto más profundizamos en el libro de Colosenses, más vemos que Cristo
es la esperanza, la verdad, la gracia, la voluntad de Dios y el todo para nosotros.
4. Ser fortalecidos con todo poder
Cristo nos fortalece “para toda perseverancia y longanimidad con gozo”. Gracias a este
maravilloso poder podemos estar gozosos aun en medio de los sufrimientos. Mediante
este poder podemos aceptar con gozo todo lo que nos sobrevenga. Y la razón por la que
estamos gozosos es que tenemos en nosotros al Cristo resucitado como el poder que
actúa en nosotros. Si nos regocijamos en tiempos de aflicción, no envejeceremos tan
rápidamente; antes bien, pareceremos más jóvenes de lo que realmente somos.
El apóstol Pablo no oró para que los colosenses tuvieran los mejores cónyuges, las
mejores casas o los mejores trabajos. Tampoco oró para que ellos no tuvieran que pasar
por sufrimientos. En lugar de ello, oró para que ellos fueran fortalecidos para toda
perseverancia y longanimidad con gozo; en otras palabras, oró para que tuvieran la
capacidad de sufrir, incluso por mucho tiempo, sin perder el gozo. El hecho de que
suframos por largo tiempo sin perder el gozo indica que estamos soportando los
sufrimientos en Cristo. En realidad, los sufrimientos pueden ayudarnos a disfrutar más
a Cristo. Cristo mismo es el gozo, la perseverancia y la longanimidad. Por tanto, la
oración de Pablo es una oración que nos conduce a experimentar a Cristo.
A. Al Padre
Pablo, a diferencia de muchos cristianos de hoy, no dio gracias por asuntos tales como la
sanidad, la salud, la vivienda, la vida familiar ni el trabajo; en lugar de ello, dio gracias al
Padre por hacernos aptos “para participar de la porción de los santos en la luz”. Ya que
el libro de Colosenses se centra en Cristo, quien es la Cabeza del Cuerpo, “la porción de
los santos” debe de referirse al Cristo todo-inclusivo, quien es dado a los santos para que
lo disfruten. El Padre no nos ha hecho aptos para heredar una mansión celestial, sino
para participar del Cristo que es la porción inagotable de los santos. Podemos declarar
con denuedo que Cristo es nuestra porción completa.
A cada una de las tribus le fue asignada una porción de la buena tierra, y los miembros
de cada tribu recibieron una parte de dicha porción. Bajo el mismo principio, todos
tenemos parte en la porción de los santos, lo cual significa que todos tenemos una
porción en Cristo.
El versículo 13 explica y define la manera en que el Padre nos hizo aptos para participar
de la porción de los santos. Este versículo dice que el Padre “nos ha librado de la
potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Era necesario que
Él nos librara de la potestad de las tinieblas, es decir, del reino de Satanás (Mt. 12:26), y
nos trasladara al reino del Hijo de Su amor, para que Cristo fuera la Cabeza del Cuerpo,
y para que nosotros, Sus creyentes, fuéramos los miembros de Su Cuerpo. Esto tenía
como fin hacernos aptos para participar de Cristo como nuestra porción.
En el versículo 14, Pablo añade: “En quien tenemos redención, el perdón de pecados”.
La liberación mencionada en el versículo 13 resuelve el problema de la potestad que
Satanás tenía sobre nosotros, al destruir su poder maligno, mientras que la redención
mencionada en este versículo resuelve el problema de nuestros pecados, al cumplir el
justo requisito de Dios. El perdón de pecados es la redención que tenemos en Cristo. La
muerte de Cristo efectuó la redención a fin de concedernos el perdón de nuestros
pecados.
En Cristo, quien es el Hijo del amor de Dios, tenemos redención y perdón. Cuando
creímos en Cristo como nuestro Redentor, en ese mismo instante, Dios nos libró de la
potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino de la luz. Ahora, estando en la luz, somos
aptos para participar de la porción de los santos, lo cual significa que podemos disfrutar
a Cristo mismo. Debido a que el ser hechos aptos es un hecho consumado, no
necesitamos orar al respecto. Antes bien, al igual que Pablo, simplemente debemos dar
gracias al Padre por ello. No obstante, sí necesitamos orar para conocer la voluntad de
Dios y poder andar como es digno del Señor, agradándole en todo. Ahora que estamos
en el reino del Hijo del amor de Dios, disfrutándole en la luz, debemos proseguir para
conocerle plenamente y andar como es digno de Él.
En 1:13 Pablo dice: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al
reino del Hijo de Su amor”. Las palabras de Pablo aquí corresponden a lo que el Señor le
dijo mientras él iba camino a Damasco. En Hechos 26:18 vemos que el Señor comisionó
a Pablo, diciéndole: “Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la
luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban perdón de pecados y herencia
entre los que han sido santificados por la fe que es en Mí”. Tanto en este versículo como
en Colosenses 1:12 y 13, Pablo menciona las tinieblas, la luz, la potestad, los que son
santificados y la porción o herencia. Sin lugar a dudas, las palabras de Pablo en
Colosenses reflejan lo que el Señor le dijo en el momento de su conversión.
Hace varios años, yo pensaba que la potestad de las tinieblas se refería solamente a
cosas malignas, tales como apostar, robar o fornicar. Pero más adelante descubrí que la
potestad de las tinieblas mencionada en este versículo, encierra mucho más que esto. En
el libro de Colosenses, la potestad de las tinieblas no se refiere a cosas malignas, sino a
las observancias religiosas, a los preceptos gentiles y a la filosofía gnóstica. De hecho, en
el capítulo dos, Pablo relacionó la adoración a los ángeles, es decir, la idolatría, con la
filosofía, el misticismo, el gnosticismo y el ascetismo. El ascetismo consiste en tratar
severamente el cuerpo a fin de frenar los apetitos de la carne. Podemos encontrar dicha
práctica en el hinduismo, el budismo y el catolicismo. Pero como veremos más adelante,
el ascetismo no tiene ningún valor contra los apetitos de la carne (2:23). Las
observancias religiosas, el ascetismo y la filosofía no son malas. Incluso algunas
observancias se basan en los mandamientos que Dios dio en el Antiguo Testamento,
como son las regulaciones sobre los alimentos. Sin embargo, cuando Pablo dice que el
Padre nos ha librado de la potestad de las tinieblas, se refiere a tales observancias,
ordenanzas, filosofías y prácticas ascéticas. Comúnmente, todos consideramos los
casinos y juegos de azar como parte de la potestad de las tinieblas, pero no creo que
muchos piensen lo mismo de las filosofías y de las enseñanzas éticas. Por lo tanto, es
crucial que entendamos el sentido en que Pablo usa esta palabra en el libro de
Colosenses.
I. LIBRADOS DE LA POTESTAD DE LAS TINIEBLAS
A. La potestad de las tinieblas es la autoridad
de Satanás, la potestad de maldad
en las regiones celestes
Las tinieblas están relacionadas con la muerte. Donde hay tinieblas, también hay
muerte. Las tinieblas se oponen a la luz, la cual tiene que ver con la vida. Satanás, las
tinieblas y la muerte se oponen a Dios, a la luz y a la vida. Según 1 Pedro 2:9, fuimos
llamados de las tinieblas a la luz admirable de Dios. Las tinieblas son Satanás mismo
como muerte, y la luz es Dios mismo como vida.
Ser librados de la potestad de las tinieblas significa ser librados del diablo, quien tiene el
imperio de la muerte (He. 2:14; Jn. 17:15). Fuimos librados del diablo, Satanás, por la
muerte de Cristo (Col. 2:15) y por la vida de Cristo en resurrección (Jn. 5:24).
Hemos visto que la potestad de las tinieblas constituye el reino de Satanás y que Satanás
mismo es las tinieblas. El reino de Satanás es un sistema. Sin embargo, no todo lo que
compone este sistema es malo; por el contrario, muchas cosas en él son buenas, o por lo
menos así las considera la sociedad. Satanás usa diversas cosas, tanto buenas como
malas, para recluir a las personas dentro de su sistema y no dejarlas salir. Satanás usa
las apuestas para atrapar en este sistema a los que son aficionados a los juegos de azar.
Por consiguiente, en su reino existe un ministerio, un departamento, de apuestas. De la
misma manera, puesto que Satanás sabe que otros valoran mucho el conocimiento, él
dispone de un departamento de ciencias en su reino, con miras a recluirlos dentro de su
sistema. La mayoría de las personas condena los juegos de azar, pero casi nadie
considera el conocimiento algo negativo. Si sólo advertimos a las personas a que se
mantengan alejados de los aspectos negativos del sistema de Satanás, seremos
apreciados por la gente. Satanás atrapa algunas personas en su sistema tentándolas a
practicar el mal, pero atrapa a otras incitándolas a esforzarse por suprimir el mal.
La filosofía constituye otro departamento del reino de Satanás. Después de hablar de la
potestad de las tinieblas, Pablo menciona las ordenanzas, las observancias, las filosofías
y los rudimentos del mundo, cada uno de los cuales son aspectos de la potestad satánica.
Hoy en día, la filosofía mantiene a un sinnúmero de personas bajo el control de Satanás.
Es por eso que a menudo resulta más fácil conducir a un tahúr a Cristo, que a una
persona entregada a la filosofía. En China nos fue difícil convertir a los seguidores de
Confucio, debido a que Satanás había utilizado las enseñanzas éticas del confucianismo
para controlar a multitudes de chinos y encerrarlos en su sistema. Satanás logró
controlarlos y mantenerlos bajo su autoridad mediante la filosofía ética.
Tanto los judíos como los musulmanes se oponen vigorosamente al evangelio de Cristo.
Los musulmanes no son controlados por cosas malignas, sino por los principios del
islamismo. Aparentemente, dichos principios son buenos, pero en realidad, son de
temer.
Los mormones, quienes se caracterizan por ser honestos, éticos y morales en su vida
diaria, también son controlados por cosas aparentemente buenas. Ellos no sólo se
abstienen de bebidas alcohólicas, sino que ni siquiera beben café ni té. ¡Cuán estrictos y
rectos parecen ser! Sin embargo, el mormonismo también forma parte de la potestad de
las tinieblas, y los mormones son retenidos en las tinieblas y controlados por Satanás.
Debemos preguntarnos en qué medida aún seguimos bajo la potestad de las tinieblas.
Podemos hablar mucho de vivir a Cristo, pero ¿en qué medida vivimos realmente por
Él? En nuestra vida diaria, muchos aún nos encontramos en alguna sección de la
potestad satánica de las tinieblas. Espontáneamente, sin darnos cuenta y sin
proponérnoslo, seguimos viviendo conforme al yo, y no según Cristo. ¿Cuánto tiempo
del día vive usted en el espíritu y anda conforme al espíritu? ¿Cuánto tiempo todavía
vive y anda en el yo? Cada vez que vivimos conforme al yo, estamos bajo el control de la
potestad de las tinieblas y nos hallamos dentro del sistema de Satanás. Siempre que
estamos en el hombre natural y vivimos conforme al yo, nos hallamos bajo el dominio de
Satanás. Debido al control que ejerce Satanás, muchos sienten que están en tinieblas,
que no tienen luz. Esto se debe a que, de alguna forma, aún son controlados por la
potestad de las tinieblas. Todo el género humano, tanto los religiosos como los que no lo
son, se encuentra en tinieblas. En ellas, la autoridad de Satanás se ejerce de varias
maneras para mantener atrapada a la gente en un sistema y controlarla.
Satanás tiene muchas maneras de controlar a los cristianos. Los nuevos que visitan
nuestras reuniones pueden hallarse bajo la potestad de las tinieblas, especialmente las
tinieblas de la doctrina y del entendimiento doctrinal. La mayoría de los cristianos se
hallan bajo cierto tipo de control doctrinal, sin darse cuenta de que ésta es la potestad de
las tinieblas.
Otros se hallan bajo la potestad de las tinieblas porque viven conforme a alguna virtud
natural. Tal vez son amables y humildes de una manera natural. Sin embargo, mediante
virtudes como éstas, Satanás puede controlarnos y retenernos bajo la potestad de las
tinieblas. La razón por la que algunos no reciben luz es que están bajo las tinieblas de
cierta virtud natural. Cada virtud natural constituye un aspecto de la potestad de las
tinieblas.
Muchos santos son dominados por su carácter; algunos son lentos mientras que otros
son rápidos. No importa cómo sea nuestro carácter, Satanás lo usa para ejercer su
control sobre nosotros.
Al leer este mensaje sobre todo lo que abarca la potestad de las tinieblas y los numerosos
medios que Satanás usa para mantenernos en tinieblas y controlarnos, tal vez nos
preguntemos cómo debemos entonces vivir. Pareciera que no existe forma de seguir
adelante, ya que todo lo que somos, hacemos, pensamos y decimos, se encuentra bajo la
potestad de las tinieblas. Ésta es nuestra verdadera situación. Por tanto, lo único que
nos queda por hacer es ir a la cruz y permitir que ésta elimine cada aspecto de la
potestad satánica de las tinieblas. La cruz es el único camino. Además, debemos creer en
las palabras de Pablo mencionadas en 1:13, las cuales declaran que ya fuimos librados de
la potestad de las tinieblas.
No sólo fuimos librados de la potestad de las tinieblas, sino también trasladados al reino
del Hijo del amor de Dios. El reino del Hijo es la autoridad de Cristo (Ap. 11:15; 12:10).
El Hijo del Padre es la expresión del Padre, quien es la fuente de la vida (Jn. 1:18, 4; 1
Jn. 1:2). El Padre, como fuente de la vida, es expresado en el Hijo.
El Hijo del amor del Padre, como objeto del amor del Padre, llega a ser la
corporificación de la vida para nosotros, en el amor divino y con la autoridad que se
halla en resurrección. El Hijo, como corporificación de la vida divina, es el objeto del
amor del Padre; la vida divina, la cual se encuentra corporificada en el Hijo, nos es dada
en el amor divino. De esta manera, el objeto del amor divino llega a ser para nosotros la
corporificación de la vida en el amor divino, con la autoridad que está en resurrección.
Éste es el reino del Hijo de Su amor.
Es más fácil dar un ejemplo del reino del Hijo de Su amor, que tratar de dar una
definición adecuada. Examinemos nuestra experiencia. Cuando nos dimos cuenta de
que el Señor Jesús era tan amoroso y adorable, nos sentimos motivados a amarle. Así,
cada vez que le expresamos nuestro amor, estamos conscientes de una dulce sensación
de amor. No solamente esta sensación de amor incluye al Señor Jesús, sino que también
nos incluye a nosotros. De esta manera, nos damos cuenta de que también nosotros
somos objetos del amor divino, y como tales, espontáneamente empezamos a ser regidos
por cierta autoridad o gobierno. Antes de amar al Señor Jesús, éramos libres para hacer
lo que quisiéramos. Ahora, cuanto más decimos: “Señor Jesús, te amo”, menos libres
nos sentimos. Anteriormente, no sentíamos sobre nosotros ningún control ni
restricción. Podíamos maltratar a otros o participar en entretenimientos mundanos sin
sentir ninguna restricción interior. Pero ahora, por amar al Señor Jesús, somos
gobernados por Él. Él no nos gobierna de una manera severa, sino de una forma dulce y
agradable. ¡Oh, somos restringidos y gobernados de una manera tan dulce! Debido a
ello, no nos atrevemos a decir ninguna palabra vana ni a tener ningún pensamiento que
desagrade al Señor; antes bien, somos totalmente gobernados y restringidos al máximo
en una dulce sensación de amor. Éste es el reino del Hijo de Su amor.
Cuanto más nos dispongamos a ser restringidos y gobernados por el Señor Jesús, siendo
motivados por nuestro amor por Él, más creceremos en vida, incluso en abundancia de
vida. Esto indica que el reino del Hijo de Su amor tiene como fin que nos deleitemos en
el Cristo que es vida para nosotros. Es aquí donde somos librados de todo lo que no es
Cristo, lo cual incluye no solamente cosas malignas, sino también asuntos tales como la
filosofía, las ordenanzas, las observancias y el ascetismo. Cuando nos aferrábamos a la
filosofía, a la ética, al ascetismo y a las ordenanzas, estábamos bajo la potestad de las
tinieblas. No obstante, Dios nos libró de esta potestad y nos trasladó a un reino de amor,
en el que abunda la vida y la luz. Estando aquí no tenemos observancias, rituales,
ordenanzas, prácticas, filosofías, ni el misticismo, el gnosticismo ni el ascetismo, sino
únicamente a Cristo, el Hijo de Su amor. Aquí encontramos amor, luz y vida. Esto es lo
que significa vivir por Cristo.
Vivir por Cristo significa no vivir por nada que no sea Cristo mismo. Si vemos lo que
quiere decir vivir por Cristo, nos daremos cuenta de que muchos de nosotros todavía
estamos bajo cierta especie de control establecido por el yo. Este control es la potestad
de las tinieblas, y si estamos bajo dicha potestad, no recibiremos ninguna luz al leer la
Biblia, ni tendremos las palabras adecuadas para orar. Aunque el Padre nos ha librado
de la potestad de las tinieblas, de nuestros pensamientos, emociones, preferencias y
comportamiento naturales, es posible que todavía permanezcamos en algún aspecto de
nuestro ser natural y que, por ende, sigamos bajo la potestad de las tinieblas. Debido a
que en realidad nos hallamos bajo la potestad y el control de las tinieblas y no nos
encontramos en el reino del Hijo de Su amor de una manera práctica, disfrutamos muy
poco del Cristo que es la porción de los santos.
Puedo testificar que por la misericordia del Señor no soy más controlado por las
tinieblas. Tal vez algunos se pregunten por qué parezco ser una persona inconstante en
algunos aspectos. La razón es que no soy controlado por ningún aspecto de las tinieblas.
En cuanto a asuntos que no son pecaminosos, soy flexible y en ocasiones puedo dar una
respuesta en un momento dado y una respuesta distinta en otra ocasión. Recordemos
que el libro de Colosenses no confronta el pecado, sino las ordenanzas, las prácticas y las
filosofías. Por ejemplo, si un hermano me preguntara algo acerca de la comida, tal vez le
diría que tiene la libertad de comer lo que desee; en cambio, si otro hermano me hiciera
la misma pregunta, tal vez le contestaría de una manera diferente, según su situación
particular. Tal vez yo parezca ser inconstante, pero en realidad no se trata de ser
variable o no, sino de rehusar a estar bajo el control que ejerce sobre nosotros la
potestad de las tinieblas por medio de las ordenanzas y las observancias.
Si existe algún elemento divisivo entre nosotros, esto muestra que todavía persiste en
nosotros algún elemento de la potestad de las tinieblas. La división y confusión que
existe entre los cristianos actualmente se debe a la influencia de la potestad de las
tinieblas. Si hemos visto lo que significa vivir por Cristo, no tendremos observancias ni
ordenanzas. Esto no quiere decir que no honremos la Palabra santa; al contrario,
creemos y respetamos la Biblia, pero no la tomamos como un libro de observancias y
ordenanzas. En lugar de ello, la tomamos como la revelación del Cristo viviente.
Ser trasladados al reino del Hijo del amor del Padre significa ser trasladados al Hijo,
quien es vida para nosotros (1 Jn. 5:12). El Hijo en resurrección (1 P. 1:3; Ro. 6:4-5) es
ahora el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Él nos gobierna con Su amor y en Su vida de
resurrección. Éste es el reino del Hijo del amor del Padre. Vivimos en Su reino y
disfrutamos del amor del Padre cuando vivimos por el Hijo como nuestra vida en
resurrección.
Hemos sido trasladados a una esfera donde somos gobernados en amor y con la vida.
Aquí, estamos bajo el gobierno y la restricción celestiales, y disfrutamos la verdadera
libertad, la libertad apropiada en amor, con la vida y bajo la luz. Esto es lo que significa
ser librados de la potestad de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo de Su amor. En
este reino disfrutamos a Cristo y llevamos la vida de iglesia. Aquí no hay opiniones ni
divisiones, sino solamente la vida de iglesia con Cristo como nuestro todo. Ésta es la
revelación que presenta el libro de Colosenses.
El Señor Jesús declaró, al enfrentar a los judíos religiosos, que ellos estaban ciegos (Mt.
15:14; 23:16, 17, 19, 24, 26). En Juan 12:46 el Señor Jesús dijo: “Yo he venido al mundo
como la luz, para que todo aquel que cree en Mí no permanezca en tinieblas”. El Señor
declaró que sin Él, los hombres se encontraban en tinieblas. Además, en Juan 8:12 Él
dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida”. Aquí las palabras del Señor indican que todo el que no le reciba
como vida, no tendrá luz, sino que andará en tinieblas.
Los Evangelios indican claramente que la religión judía, la cual había sido constituida y
formada conforme a la Palabra de Dios, se había convertido en tinieblas. Dichas
tinieblas tienen cierta potestad, a la que Pablo llamó en Colosenses 1:13: “la potestad de
las tinieblas”. Los fariseos y los sacerdotes se hallaban bajo esta potestad. De hecho, la
potestad satánica de las tinieblas controlaba el judaísmo entero, ya que ejercía su
dominio sobre el templo, el sacerdocio e incluso sobre la manera en que los judíos
entendían las Escrituras. El judaísmo se hallaba completamente bajo el control de la
potestad de las tinieblas. En los Evangelios, las tinieblas no se refieren al mundo gentil,
sino al judaísmo, a la religión formada conforme a las Escrituras.
El libro de Hechos, aun más que los Evangelios, revela que la religión judía se había
convertido por completo en la potestad de las tinieblas, la cual tenía a muchos bajo su
control. Fueron los judíos religiosos quienes echaron a los apóstoles en la prisión y
mataron a Esteban. Saulo de Tarso estaba entre estos religiosos que actuaron bajo el
control de la potestad de las tinieblas. Cierto día, mientras iba camino a Damasco para
llevar a cabo la voluntad de la potestad de las tinieblas persiguiendo intensamente a los
que invocaban al nombre del Señor Jesús, él fue confrontado por el Señor. Como
testificó más tarde, él vio en el camino “una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor
del sol”, la cual lo envolvió en su brillo (Hch. 26:13). Después de esto, escuchó la voz del
Señor, que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch. 26:14). El resplandor
de la luz y las palabras del Señor libraron a Saulo de Tarso de la potestad de las tinieblas
y lo trasladaron a otra esfera, a una esfera de luz, la cual es el reino del Hijo del amor de
Dios.
Así como la religión judía vino a formar parte de la potestad de las tinieblas, la iglesia
también cayó bajo esta imperante potestad. La degradación se infiltró poco después que
la iglesia llegó a existir. En 1 Corintios vemos cosas perversas, tales como divisiones,
fornicación y pleitos legales. En Colosenses, por el contrario, no se habla de cosas
pecaminosas, sino de la religión, las observancias, las ordenanzas y la filosofía. Aunque
los santos de Colosas no cayeron en perversidades, sí cayeron bajo la autoridad de las
tinieblas, al permitir que los productos más elevados de la cultura invadieran la iglesia.
Por tanto, mientras Pablo escribía la Epístola a los Colosenses, parecía estarles diciendo:
“Queridos santos de Colosas, antes de creer en Cristo, pasé muchos años bajo la
potestad de las tinieblas en el judaísmo. Pero un día fui librado de dicha potestad y
trasladado al reino del Hijo del amor de Dios. Por medio de la predicación del evangelio,
vosotros también fuisteis librados de la potestad de las tinieblas y trasladados al
maravilloso reino en el cual yo me encuentro ahora. ¿Por qué, pues, habéis regresado a
las mismas cosas de las cuales habíais sido ya librados? Vosotros habéis regresado a la
religión judía y a la filosofía griega; os habéis sometido nuevamente a tales conceptos
que anteriormente controlaban vuestros pensamientos y vuestras vidas. Eso significa
que ahora os encontráis de nuevo bajo la potestad de las tinieblas, de la cual fuisteis
librados. Habéis sido llevados como despojo, como presa. ¿Por qué aún observáis las
lunas nuevas, los sábados y las ordenanzas en cuanto al comer y beber? ¿Acaso no sabéis
que todo esto forma parte de la potestad de las tinieblas?” Pablo sabía bien que los
colosenses habían caído de nuevo bajo la potestad satánica de las tinieblas.
Bajo este mismo principio, hoy en día, la Iglesia Católica, las denominaciones
protestantes y los distintos grupos cristianos independientes se encuentran en cierta
medida bajo la potestad de las tinieblas. Están en tinieblas porque la mayoría de ellos
tiene a Cristo sólo de nombre, y no en realidad. Cristo es la única luz; aparte de Él no
hay luz. La razón por la que muchos cristianos permanecen en tinieblas, es que no
tienen a Cristo de forma práctica. Aunque los seminaristas estudian teología y
cristología, tal vez no tienen una experiencia auténtica de Dios y de Cristo, y, por ende,
no tienen luz.
Muchos creyentes afirman con propiedad que la Biblia es un libro lleno de luz. Esto, por
supuesto, es verdad, pero si no leemos la Palabra en la presencia del Señor, incluso
nuestra lectura de las Escrituras estará en tinieblas. Seremos como los fariseos que el
Señor Jesús reprendió en Juan 5:39 y 40, diciendo: “Escudriñáis las Escrituras, porque
a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio
de Mí; pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida”. Podemos tener la Biblia en
nuestras manos y estar ciegos y en tinieblas. Los religiosos se ofendieron cuando Cristo
les dijo que estaban ciegos (Jn. 9:39-41). Ellos creían que estaban en la luz porque
tenían las Escrituras, pero en realidad estaban ciegos porque no tenían a Cristo, quien es
la única luz del mundo. Y todo lugar donde Él no está, yace bajo la potestad de las
tinieblas.
Debemos aplicar este principio a nuestra experiencia. Cualquier parte de nuestro ser o
de nuestro diario vivir que no tenga a Cristo, se halla en tinieblas. Si los que estamos en
el recobro del Señor no tenemos a Cristo en experiencia y de una manera práctica en
nuestro diario andar, estamos en tinieblas. No debemos suponer que estemos en la luz
simplemente por escuchar tantos mensajes y enseñanzas. Es muy probable que todavía
sigamos en tinieblas.
Por ejemplo, tal vez nos encontremos bajo la potestad de las tinieblas en nuestra vida
matrimonial. Cuando un hermano discute con su esposa, tanto él como ella están en
oscuridad. Es por eso que se critican y se culpan el uno al otro. Sucede lo mismo cuando
los hermanos o las hermanas argumentan entre sí. Sabemos por experiencia que cuando
vivimos, andamos y nos conducimos en el yo, estamos en oscuridad. No es necesario
cometer un pecado grave para estar en tinieblas. El simple hecho de vivir conforme al
yo, nos deja en tinieblas, debido a que nos separa de Cristo.
Nuestras casas tienen muchos cuartos, y algunos de ellos son bastante iluminados,
mientras que otros son oscuros. Lo mismo puede suceder con nuestro ser y nuestro
diario vivir. Nuestra vida y nuestro andar pueden ser resplandecientes e iluminados en
ciertos aspectos, porque Cristo ocupa una posición prevaleciente allí. Sin embargo,
puede haber otras partes de nuestro ser u otros aspectos de nuestra vida diaria, en las
que tal vez estemos cerrados al Señor y no le permitamos que nos toque. Aquellas partes
de nuestra vida y de nuestro vivir que están cerradas a Cristo se hallan espontáneamente
en tinieblas, debido a que Cristo, quien es la luz, no ha tenido cabida en ellas. Sólo
cuando Cristo logra ocupar cada parte de nuestro ser y cada aspecto de nuestro diario
andar, podemos estar completamente en la luz y ser librados por completo del control
de la potestad de las tinieblas.
El error de los colosenses fue recibir y seguir algo que no era Cristo. Aceptar algo en
lugar de Cristo no sólo indica que estamos en tinieblas, sino que también estamos bajo
el control de la potestad de las tinieblas. Todo lo que reemplaza a Cristo, ya sea la
filosofía, la religión, el buen carácter, las virtudes, los conceptos o las opiniones, se
convierte en la potestad de las tinieblas y nos controla. En Colosas, la potestad de las
tinieblas incluía las observancias judías, las ordenanzas paganas, la filosofía, el
misticismo y el ascetismo. Aunque a primera vista estas cosas eran buenas, en realidad
eran la potestad de las tinieblas, ya que sustituían a Cristo. Por causa de ellas, Cristo, la
luz, fue puesto a un lado. Por consiguiente, las tinieblas prevalecieron nuevamente y
controlaron a los santos de dicha iglesia. Ésta era la situación en Colosas, pero también
puede ser la nuestra hoy.
Después de haber examinado este trasfondo, necesitamos comprender que Cristo tiene
la preeminencia y que Él es todo-inclusivo, la centralidad y la universalidad de Dios. El
libro de Colosenses revela que Cristo tiene la preeminencia, que Él ocupa el primer lugar
en todo. Tanto en la primera creación como en la nueva, Cristo ocupa el primer lugar.
En 1:15 leemos que Cristo es el “Primogénito de toda creación”, y en 1:18, que Él es el
“Primogénito de entre los muertos”. La nueva creación es producida por Dios en la
resurrección. El hecho de que Cristo tenga la preeminencia en la nueva creación
significa que Él es el primero en la resurrección. Él es el primero tanto en la creación
como en la resurrección, lo cual significa que Él es el primero en la antigua creación,
esto es, en el universo, y también lo es en la nueva creación, es decir, en la iglesia. El
universo es el ambiente en el cual la iglesia, como Cuerpo de Cristo, existe con miras a
expresar a Cristo en plenitud. Cristo no solamente es el primero en la iglesia, que es el
Cuerpo, sino también el primero en el universo. Esto significa que Él es el primero en
todo.
Colosenses 1:19 dice: “Por cuanto agradó a toda la plenitud habitar en El”. ¿A qué se
refiere la plenitud mencionada en este versículo? Muchos dirían que se trata de la
plenitud de la Deidad. Aunque esto es válido, Pablo aquí no modificó la palabra plenitud
con las frases “de la Deidad” o “de Dios”, sino que simplemente dijo que agradó o le
plació a toda la plenitud habitar en Cristo. Esto significa que existe algo en el universo
llamado la plenitud, a la cual le agradó habitar en el Cristo preeminente y todo-
inclusivo.
Muchos cristianos no ven ninguna diferencia entre la plenitud y las riquezas. Así,
cuando hablan de la plenitud del Espíritu, se refieren a las riquezas del Espíritu. Sin
embargo, la plenitud mencionada en 1:19 no se refiere a las riquezas de lo que Dios es,
sino a la expresión de dichas riquezas. Toda la expresión del rico Ser de Dios, tanto en la
creación como en la iglesia, habita en Cristo. Tanto la creación como la iglesia están
llenas de Cristo, quien es la expresión misma de las riquezas de Dios. Tal plenitud se
complace en esto. Esto le agrada a Cristo.
La palabra plenitud aquí significa expresión. Si algo no tiene plenitud, no puede ser
expresado. Pero si tal cosa tiene plenitud, sí puede ser expresado. Por ejemplo, si yo
tengo muy poco amor, mi amor no puede ser expresado, pero si mi amor es pleno, la
plenitud de mi amor será su expresión. Bajo el mismo principio, la plenitud es la
expresión de todo lo que Dios es.
En 1:19 Pablo simplemente mencionó “la plenitud”, sin ningún modificador, lo cual
indica que él se refería a la única plenitud que existe. Si hubiera modificado la palabra
“plenitud” de alguna manera, esto implicaría que tal plenitud no sería la única. Así que,
para preservar la unicidad de la palabra “plenitud”, Pablo no usó un modificador. Por lo
tanto, la plenitud aquí es simplemente la plenitud.
Los santos de Colosas erraban al regresar a la religión y a la filosofía. Tales cosas están
en contra de la economía de Dios, en la cual sólo hay lugar para Cristo, Aquel que es el
todo y en todos.
Cristo expresó a Dios durante Su vida humana. Juan 1:18 dice que a Dios nadie le vio
jamás, y que el Hijo le dio a conocer. Durante los treinta y tres años y medio de Su vida
en la tierra, Cristo declaró a Dios y lo expresó.
C. Fue crucificado
para acabar con la vieja creación
Los Evangelios revelan que Cristo fue resucitado para producir la iglesia, la nueva
creación. Él fue el grano de trigo que cayó en la tierra y produjo muchos granos en
resurrección para formar la iglesia (Jn. 12:24).
En el libro de Hechos, vemos que Cristo fue exaltado y dado por Cabeza sobre todas las
cosas a la iglesia. Hechos también revela que Cristo, después de Su exaltación, descendió
como Espíritu para llevar a cabo la intención de Dios. Además de esto, Hechos revela
que Cristo fue propagado para producir la iglesia.
III. CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS
En las epístolas vemos que Cristo es nuestra justicia (1 Co. 1:30), nuestra vida (1 Jn.
5:12), nuestra provisión de vida (Fil. 1:19), nuestra santidad (1 Co. 1:30), nuestra
redención (1 Co. 1:30) y nuestra gloria (1 Ti. 1:1). Todos estos aspectos de Cristo indican
que llegaremos a experimentar una transformación completa, la cual dará por resultado
nuestra glorificación.
En el libro de Apocalipsis vemos que Cristo es el testimonio que portan las iglesias. En
las iglesias, solamente testificamos de Cristo. Además, en Apocalipsis vemos que Cristo
es el Rey en el reino venidero, y que finalmente Él será el centro de la Nueva Jerusalén
por la eternidad.
Hemos visto que en el libro de Colosenses Cristo es Aquel que tiene la preeminencia
(1 :15, 18) y que Él es todo-inclusivo (3:11). Él es la centralidad y la universalidad de la
economía de Dios. En Colosenses Pablo describe a Cristo con muchas expresiones
extraordinarias que no se hallan en ninguna otra parte de las Escrituras. Esto indica que
Colosenses presenta la revelación más elevada de Cristo en toda la Biblia. Este libro es
como el monte de Sion, el más alto de todos los montes. Apreciamos este libro por
presentar a Cristo, de una manera tan elevada y única, como Aquel que tiene la
preeminencia y que es todo-inclusivo, la centralidad y la universalidad de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE SEIS
LA TIERRA PROMETIDA
Según el libro de Génesis, antes del llamamiento de Abraham no hubo ninguna promesa
que implicara bendición o deleite. Por supuesto, en Génesis 3:15 tenemos la promesa de
que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Sin embargo, esta
promesa no implica bendición ni disfrute. En los capítulos del cuatro al once de Génesis
no hay ningún relato de la promesa de bendición. Dicha promesa se menciona por
primera vez en Génesis 12, cuando Dios llamó a Abraham a salir de su tierra y de su
parentela. Aquí el Señor menciona específicamente la tierra (Gn. 12:1).
Quizás conozcamos la historia de Abraham y demos por sentado que entendemos todo
lo relacionado al respecto. Así que, al leer acerca del llamamiento que Dios le hizo a
Abraham y de las promesas que le dio, es posible que nada nos llame la atención. Por lo
tanto, cuando leemos acerca de la tierra, no recibimos ninguna impresión de la
importancia que ella tiene. Pero si leemos la Biblia detenidamente, ciertamente
descubriremos que la promesa que Dios le hizo a Abraham en cuanto a la tierra es
significativa y de suma importancia. Esta promesa hecha en Génesis es como una
semilla que crece y se desarrolla a lo largo de todo el Antiguo Testamento. De hecho,
podría decirse que, salvo los primeros once capítulos de Génesis, todo el Antiguo
Testamento es un relato sobre la tierra de Canaán. El tema del Antiguo Testamento es la
buena tierra, la cual fluye leche y miel. No obstante, muy pocos cristianos prestan la
debida atención a este asunto.
Durante el tiempo que estuve en la asamblea de los Hermanos, fui animado a estudiar la
tipología y las profecías bíblicas. Sin embargo, nadie trajo a mi atención tres asuntos
importantes y, por tanto, no obtuve ayuda en cuanto a ellos. El primero de estos asuntos
fue la creación del hombre conforme a la imagen y semejanza de Dios, junto con el
mandato divino de ejercer señorío; en segundo lugar, el árbol de la vida, el río con los
materiales preciosos y la novia que es edificada a partir de la costilla de Adán; y en
tercer lugar, la promesa de la buena tierra. Sólo después de varios años de ser cristiano,
empecé a centrar mi atención en estos temas. Los que han escuchado mis mensajes por
mucho tiempo, saben que, de una u otra forma, siempre tratan de estos temas.
La promesa que Dios le hizo a Abraham con respecto a la buena tierra es muy
significativa. Cuando Pablo escribía la Epístola a los Colosenses y hablaba acerca de la
porción de los santos, sin lugar a dudas tenía en mente la repartición de la buena tierra
entre los hijos de Israel, según se narra en el Antiguo Testamento. La palabra griega
traducida “porción” en 1:12 también podría traducirse “lote”. Pablo empleó este término
usando como trasfondo el relato del Antiguo Testamento acerca de la tierra. Dios le dio a
Su pueblo escogido, a los hijos de Israel, la buena tierra por heredad, para que ellos la
disfrutaran. Dicha tierra representaba todo para ellos. De hecho, aun en la actualidad, la
tierra sigue siendo un asunto crucial en el Medio Oriente. El problema que persiste hoy
en día en el Medio Oriente, tocante a Israel y a las naciones vecinas, gira en torno a la
tierra.
LA SIMIENTE Y LA TIERRA
Pablo escribió la Epístola a los Gálatas antes de escribir Colosenses. En Gálatas 3:14
dice: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de
que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Algunos maestros
cristianos creen que la bendición de Abraham se refiere a la justificación por la fe. Sin
embargo, conforme al contexto, esta bendición debe de referirse a la buena tierra. La
bendición que Dios prometió a Abraham en Génesis 12 fue la tierra. En Gálatas 3:14
Pablo relaciona la bendición de Abraham con la promesa del Espíritu, lo cual indica que
la promesa dada a Abraham, la buena tierra, es el Espíritu. Por consiguiente, el Espíritu
es la buena tierra.
En Gálatas 3:14 Pablo menciona al Espíritu. Esto debe recordarnos de Juan 7:39, que
dice: “Pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. El
Espíritu mencionado en Gálatas 3:14 y en Juan 7:39 es la expresión final y máxima del
Dios Triuno. El Espíritu es un título especial que denota al Dios procesado. El Padre es
la fuente. El Hijo de Dios, quien es el caudal, se encarnó, vivió en la tierra, fue
crucificado, y al tercer día resucitó. La encarnación, la crucifixión y la resurrección son
los distintos pasos de un proceso. En la resurrección, Cristo, el postrer Adán, fue hecho
el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Según Juan 1:14, el Verbo, quien era Dios, se hizo
carne. Conforme a 1 Corintios 15:45, el postrer Adán, Cristo, fue hecho el Espíritu
vivificante. Muchos maestros cristianos argumentan que el Espíritu vivificante
mencionado en este versículo no es el Espíritu Santo. Pero creer esto es creer que
existen dos Espíritus que pueden dar vida: el Espíritu Santo y el Espíritu vivificante. No
cabe duda de que el Espíritu vivificante es el mismo Espíritu Santo que da vida y, como
tal, es la consumación final y máxima del Dios procesado. Este Espíritu es nada menos
que el Cristo todo-inclusivo. Así como la buena tierra es un tipo completo de Cristo, y así
como Cristo llegó a ser el Espíritu, de la misma manera el Espíritu, el Espíritu todo-
inclusivo, quien es el Dios procesado, llega a ser finalmente la buena tierra para
nosotros, los creyentes del Nuevo Testamento, como el cumplimiento de la promesa que
Dios le hizo a Abraham, según la cual todas las naciones de la tierra serían benditas en él
(Gn. 12:3).
Según Gálatas 3:14, la promesa es la promesa del Espíritu. Pero Gálatas 3:16 dice que las
promesas le fueron hechas a la simiente o descendencia de Abraham, que es Cristo. Es
difícil reconciliar estos versículos. Por una parte, el Espíritu es el Cristo todo-inclusivo;
por otra, esta promesa, este Espíritu, fue dada a Cristo, quien es la simiente. Aunque es
difícil explicar esto doctrinalmente, es bastante fácil entenderlo de acuerdo con nuestra
experiencia. Cuando creímos en el Señor Jesús, lo recibimos como la simiente o semilla,
es decir, como la vida. Sin embargo, dicha simiente es el Espíritu vivificante y todo-
inclusivo, quien es la realidad de la buena tierra. Esto significa que el Cristo que
recibimos como la simiente es el Espíritu que es tipificado por la buena tierra. Cristo
entró en nosotros como la semilla, pero a medida que vivimos por Él, Él se convierte en
la tierra, que es nuestra porción.
Tal como la buena tierra era la porción de los hijos de Israel, hoy Cristo es la porción de
los santos. Hemos dicho que cuando Pablo escribió 1:12, él tenía en mente el tipo de la
tierra de Canaán. En 1:13 él añade: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas,
y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Este versículo nos recuerda la manera en que
los hijos de Israel fueron liberados de Egipto y trasladados a la buena tierra. Por tanto,
el concepto que Pablo tenía al escribir 1:13 refleja exactamente lo que se revela en el
éxodo de Egipto y en la entrada a la buena tierra. En tiempos antiguos, Dios libró a Su
pueblo de Egipto y lo condujo a la buena tierra. Dios el Padre hizo lo mismo con
nosotros; Él nos libró de la potestad de las tinieblas, tipificada por el Faraón y Egipto, y
nos trasladó al Cristo todo-inclusivo, tipificado por la buena tierra. Los hijos de Israel
fueron trasladados de Egipto a una tierra que fluía leche y miel, donde no había tiranía
alguna; del mismo modo, nosotros hemos sido trasladados a una esfera maravillosa,
llamada el reino del Hijo del amor del Padre. Por consiguiente, ser hechos aptos para
participar de la porción de los santos, en realidad equivale a entrar en la buena tierra.
Por tanto, lo que Pablo escribió en 1:12-13, concuerda con el cuadro del Antiguo
Testamento.
Cuando Pablo escribió 1 Corintios, él también usó cuadros del Antiguo Testamento. En 1
Corintios 5:7 vemos que Cristo es la Pascua, y en 10:3-4 vemos que Él es el maná. Según
estos cuadros del Antiguo Testamento, los hijos de Israel fueron librados de Egipto
mediante el cordero pascual y fueron sustentados en el desierto por medio del maná. El
tabernáculo erigido en el desierto tipifica la vida de iglesia móvil. Esta vida de iglesia no
es sólida ni está bien cimentada. Después de que los hijos de Israel entraron en la buena
tierra y disfrutaron de la bendición prometida a Abraham, ellos edificaron el templo con
piedras, las cuales representan las ricas e inescrutables provisiones de la buena tierra. El
templo tipifica la vida de iglesia sólida. En 1 Corintios vemos la iglesia tipificada por el
tabernáculo, mientras que en Colosenses y Efesios tenemos la iglesia tipificada por el
templo. Por tanto, el Cristo que disfrutamos en Colosenses no es simplemente el cordero
y el maná, sino la buena tierra, la porción de los santos.
ANDAR EN EL ESPÍRITU
En Gálatas 5:16 Pablo nos exhorta a andar en el espíritu. El espíritu debe ser la esfera en
la cual andamos. Además, en Gálatas 5:25 Pablo añade: “Si vivimos en el Espíritu,
andemos también en espíritu” (gr.), lo cual indica que el Espíritu es nuestra buena
tierra. El Cristo revelado en el Nuevo Testamento, especialmente en Colosenses, es la
tierra de inescrutables riquezas. Esta tierra es Cristo, el Espíritu todo-inclusivo.
¡Aleluya, hemos recibido una parte de esta tierra por porción!
LA NECESIDAD DE UN ÉXODO
Si vemos esto, no permitiremos que la iglesia sea invadida por cosas que no son Cristo.
Los colosenses fueron perturbados por las ordenanzas, las prácticas, la filosofía y el
ascetismo, porque no vieron que Cristo, el Espíritu todo-inclusivo, era su porción, su
buena tierra. En lugar de esta porción, ellos adoptaron muchas observancias,
ordenanzas y filosofías. En principio, hoy sucede lo mismo en el cristianismo, el cual ha
sido invadido por la cultura. Ni siquiera una pequeña parte de él ha escapado dicha
influencia. Todo el cristianismo ha sido inundado por la cultura. El propósito del Señor
en Su recobro es rescatarnos de todo esto y llevarnos a Cristo mismo. Originalmente, el
mundo era Egipto; pero ahora, la religión del cristianismo ha llegado a ser un Egipto,
donde el pueblo de Dios se encuentra esclavizado. Hoy el pueblo del Señor necesita un
éxodo. Muchos podemos testificar que cuando entramos en la vida de iglesia,
experimentamos un éxodo y fuimos librados de la potestad de las tinieblas.
ÚNICAMENTE CRISTO
Mientras los hijos de Israel vagaban por el desierto, se acordaban del sabor de los
puerros, las cebollas y los ajos que habían disfrutado en Egipto; ellos aún añoraban esta
clase de comida. Sin embargo, cuando entraron en la buena tierra, no llevaron consigo
nada que tuviera el sabor egipcio. Esto habría sido una blasfemia para Dios. El hecho de
introducir a la iglesia algo que no es Cristo, es también una blasfemia. En la buena tierra
no hay puerros, cebollas ni ajos egipcios. En la buena tierra sólo se disfruta del producto
de la tierra. Bajo este mismo principio, en la vida de iglesia no existe el “ajo” mundano,
sino únicamente Cristo como la porción de los santos. Si vemos esto, seremos guardados
de introducir algún elemento extraño en el Cuerpo de Cristo.
Hemos visto que la porción de los santos es Cristo, la buena tierra, es decir, el Cristo
todo-inclusivo como Espíritu vivificante. En primer lugar, Cristo es la simiente que nos
imparte vida. Luego, Él se convierte en el reino, el ámbito, la esfera en que vivimos y
andamos. Por consiguiente, Cristo es nuestra simiente y nuestra tierra, nuestra vida y
nuestra esfera. Tal es Cristo como la porción de los santos.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE SIETE
En Colosenses 1:12 Pablo dice que el Padre nos hizo aptos “para participar de la porción
de los santos en la luz”. Tal vez muchos lean este versículo sin prestar atención a la frase
“en la luz”. Debemos disfrutar a Cristo como nuestra porción, en la luz. En este mensaje
veremos lo que significa participar de Cristo, quien es la porción de los santos, en la luz.
La Biblia revela que cuando Dios restauró el universo que había juzgado a causa de la
rebelión de Satanás, lo primero que hizo fue hacer que apareciera la luz. Las tinieblas
habían estado sobre la faz del abismo. Entonces dijo Dios: “Sea la luz” y fue la luz (Gn.
1:3). Esto ocurrió en el primer día. En el cuarto día vemos la luz de una forma más
concreta: el sol, la luna y las estrellas. La luz del primer día era más bien abstracta y sin
forma sustancial, pero en el cuarto día aparecieron los luminares sólidos. Por medio de
esto vemos que la recreación, o restauración, del universo fue efectuada mediante la luz.
En el Antiguo Testamento abundan las referencias sobre el tema de la luz. Por ejemplo,
Salmos 36:9 dice: “En Tu luz veremos la luz”. En Salmos 119:105 el salmista declara:
“Lámpara es a mis pies Tu palabra, y lumbrera a mi camino”. Más adelante, Isaías 2:5
dice: “Venid, oh casa de Jacob, y caminaremos a la luz de Jehová”.
Aunque la Biblia tiene mucho que decir acerca de la luz, es difícil dar una definición
apropiada de la luz. La luz es real y sustancial, pero es misteriosa. Sin embargo, la Biblia
indica que la luz constituyó un factor básico en la restauración del universo, y que la luz
es necesaria para que el pueblo de Dios camine en Su presencia.
Mateo 4:16 dice que mientras Jesús caminaba por Galilea, el “pueblo asentado en
tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región y sombra de muerte, luz les amaneció”.
En Juan 8:12 el Señor Jesús dijo que Él era la luz del mundo y que todo el que le siguiera
jamás andaría en tinieblas, sino que tendría la luz de la vida. Sin embargo, si no le
seguimos tomándole como luz, estaremos en tinieblas. Asimismo, en el momento de la
conversión de Pablo, el Señor Jesús le encargó que abriera los ojos a las personas, a fin
de que éstas se convirtieran de las tinieblas a la luz (Hch. 26:18). Esto indica que los
incrédulos, ya sean judíos o gentiles, están en tinieblas. Todo aquel que no cree en el
Señor Jesús está en tinieblas y necesita volverse de las tinieblas a la luz. Además, 1 Juan
1:5 dice que Dios es luz y que en Él no hay tinieblas. Si decimos que tenemos comunión
con Él y andamos en tinieblas, mentimos. Puesto que Dios es luz, ciertamente
andaremos en la luz mientras tengamos comunión con Él.
I. LA LUZ
La Biblia revela que la luz está relacionada con Dios, la Palabra de Dios, Cristo, la vida
de Cristo, los creyentes y la iglesia.
A. Dios
Hemos mencionado que 1 Juan 1:5 dice que Dios es luz. Solamente Él es la fuente de luz.
La Palabra de Dios, Cristo, la vida de Cristo, los creyentes y la iglesia, son luz, porque
tienen a Dios como su fuente.
B. La Palabra de Dios
Salmos 119:105 dice que la Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies y lumbrera a
nuestro camino, y 119:130 declara que la exposición de las palabras de Dios alumbra. La
Palabra de Dios es luz porque contiene al propio Dios. Si la Biblia no contuviera a Dios,
las palabras de la Biblia no podrían iluminarnos. El origen de la Biblia es Dios, y Dios es
luz. Por lo tanto, las palabras de la Biblia son el resplandor de la luz.
C. Cristo
En Juan 9:5, el Señor Jesús declaró: “Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo”.
Dios y Cristo son uno; puesto que Dios es luz, Cristo también es luz. Cristo es la luz del
mundo de una manera muy específica. El mundo mencionado en Juan 9:5 denota la
sociedad, la humanidad. Así, Cristo es luz no sólo en un sentido general sino también
específico, como la luz de la sociedad, de la humanidad.
D. La vida de Cristo
La vida de Cristo es también luz. Juan 1:4 dice: “En El estaba la vida, y la v ida era la luz
de los hombres”. Cuando recibimos a Cristo como vida, ésta llega a ser luz en nosotros,
la cual resplandece sobre nosotros y nos alumbra interiormente.
E. Los creyentes
Los creyentes también son luz. Al respecto el Señor Jesús dijo: “Vosotros sois la luz del
mundo” (Mt. 5:14). En Filipenses 2:15 Pablo dice que los creyentes resplandecen “como
luminares en el mundo”. Los luminares no poseen luz propia, sino que reflejan la luz
que proviene de otra fuente. Los creyentes somos luminares. En nosotros mismos no
tenemos luz; más bien, la luz proviene del aceite, del Espíritu, el cual arde en nosotros.
La fuente de nuestra luz no es nosotros mismos, sino Cristo como Espíritu.
F. La iglesia
En Apocalipsis 1:20 vemos que la iglesia es un candelero, un pedestal que sostiene una
lámpara ardiente. La lámpara es Cristo con Dios en Él como luz (Ap. 21:23). En el
universo sólo existe una luz, que es Dios mismo. El Dios Triuno es la luz única.
Colosenses 1:12 indica que nosotros participamos del Cristo que es la porción de los
santos en la luz. Puesto que solamente Dios es luz, debemos volvernos a Él y permanecer
en Su presencia para participar de Cristo. Hemos sido llamados a la luz admirable de
Dios (1 P. 2:9). Antes de ser salvos estábamos en completa oscuridad. Todo lo que
éramos y todo lo relacionado con nuestra condición humana se hallaba en tinieblas.
Cuando el evangelio vino a nosotros, vino con luz, lo cual hizo que nos arrepintiéramos
delante de Dios. A medida que nos arrepentíamos, espontáneamente comenzamos a
abrir nuestro ser a Él. En el momento en que nos arrepentimos y fuimos salvos,
experimentamos que algo resplandeció dentro de nosotros. Creímos en el Señor Jesús y
le dimos gracias por morir a nuestro favor, y lo recibimos como nuestro Señor y
Salvador. Fue así que dicho resplandor se intensificó. Por tanto, en el momento de
nuestra conversión, la luz penetró en nosotros. Muchos podemos testificar que en los
días siguientes a nuestra salvación, experimentamos tal luz. En aquella luz Cristo llegó a
ser nuestra porción. Aunque en ese momento no tuvimos esta clase de conocimiento, sí
tuvimos tal experiencia.
Sin embargo, después de haber sido salvos, fuimos distraídos y dejamos de prestar
atención a este resplandor interior. Algunos obreros cristianos diligentes nos animaron
a que prestáramos atención a las doctrinas y a las enseñanzas bíblicas. Por consiguiente,
en lugar de permanecer en la presencia del Señor y valorar el resplandor interior, nos
volvimos a las cosas buenas que no son Cristo mismo. Cambiamos la presencia de Cristo
por las doctrinas, por algún tipo de observancia o práctica, y, por tanto, perdimos el
resplandor interior. El resultado de esto es que volvimos a caer en tinieblas. Antes de ser
salvos, estábamos en las terribles tinieblas del mundo; pero después de ser salvos,
caímos en las tinieblas de las enseñanzas, observancias, obras, formalismos y los rituales
religiosos. Tal vez algunas de estas cosas sean buenas, pero no son Cristo mismo. Una
vez que fuimos distraídos y nos separamos de Dios, quien es la luz, perdimos el disfrute
de Cristo, nuestra porción.
La única manera de participar de Cristo y disfrutarlo es en la luz. Dios y Cristo son luz.
Cuando nos volvemos al Señor y entramos en Su presencia, estamos en la luz y
espontáneamente empezamos a disfrutarle como nuestra porción.
Todos los cristianos debemos leer la Biblia. Sin embargo, es posible estar en tinieblas
incluso mientras leemos la Palabra santa. Podemos leer las Escrituras sin estar en la
presencia del Señor. Si hacemos esto, cuanto más estudiemos la Biblia, más estaremos
en tinieblas, alejados de la presencia del Señor. La manera apropiada de leer las
Escrituras no es sólo con la mente; debemos también leerla con un espíritu que busca al
Señor, contemplando el rostro del Señor mientras leemos. Al orar-leer la Palabra, somos
conducidos a la presencia del Señor de esta manera. Cuando leemos la Biblia ejercitando
nuestro espíritu en oración y abriendo nuestro ser al Señor, somos conducidos a Su
presencia. Espontáneamente nos encontramos en la luz, y Cristo llega a ser nuestra
porción.
Sin importar cuál sea nuestra manera de ser, tenemos una debilidad común: a todos nos
gusta disputar. Pero cada vez que discutimos, entramos en tinieblas. Por no estar en la
luz, no podemos disfrutar a Cristo como nuestra porción. Después de discutir, debemos
arrepentirnos y hacer una confesión minuciosa delante del Señor. Mediante el
arrepentimiento y la confesión somos conducidos de nuevo a la luz, y a Cristo como
nuestra porción.
Si estamos en tinieblas por haber disputado con alguien, no podemos disfrutar a Cristo.
Tal vez asistamos a las reuniones, pero no tenemos disfrute de Cristo, debido a que no
estamos en la luz. Si estamos en tinieblas, Cristo no puede ser nuestra porción. Él sólo
puede ser nuestra pascua. Sin embargo, incluso el hecho de que Cristo sea nuestra
pascua, requiere que nos arrepintamos y confesemos nuestras faltas. Si queremos
disfrutar a Cristo como nuestra porción, no debemos permanecer en Egipto en tinieblas,
sino que debemos volvernos completamente a Dios.
Si queremos tener comunión con Dios, debemos andar en la luz (1 Jn. 1:7 ). Tal vez
seamos capaces de aparentar muchas cosas, pero en el asunto de disfrutar a Cristo en la
luz no hay lugar para fingir. Podemos engañar a otros, pero no podemos engañar al
Señor. Él es muy real, genuino, sincero y práctico.
Salmos 36:8 y 9 describe a una persona que se ha vuelto al Señor y está en la presencia
del Señor. Tal persona está satisfecha con la grosura de la casa de Dios y bebe del
torrente de Sus delicias. Conoce al Señor como el manantial de la vida y, en la luz del
Señor, ve la luz. En tal luz, la porción de los santos se convierte en su deleite. Debemos
permanecer en Cristo y caminar a la luz de la vida (Jn. 8:12) para poder participar de
Cristo en la luz (Ef. 5:14).
Debemos tener más y más contacto con el Señor. Debemos leer Su Palabra a cara
descubierta y con un corazón abierto. Al tener comunión con el Señor y al seguir la
unción interior, le experimentaremos como nuestra vida interior de una manera
práctica. Esta vida es la luz. Si seguimos la unción interior, nos encontraremos en la luz.
También somos conducidos a la luz cuando tenemos comunión con otros hermanos de
una manera genuina. En la comunión está el resplandor de la luz. Además, debemos
permanecer en la vida de iglesia y asistir a las reuniones, puesto que en la vida de iglesia
y en las reuniones estamos en la luz. A menudo, mientras estamos en las reuniones de la
iglesia, tenemos la sensación en lo profundo de nuestro ser de que estamos en la luz
disfrutando de Cristo como nuestra porción. Todos éstos son medios por los cuales
podemos estar en la luz a fin de disfrutar a Cristo como la porción de los santos.
Ahora podemos entender por qué, después de que Pablo habla de la luz en Colosenses
1:12, él menciona en el versículo siguiente la potestad de las tinieblas. Era como si Pablo
les estuviera diciendo a los colosenses: “Vosotros fuisteis librados de la potestad de las
tinieblas. Pero ahora, habéis vuelto a ellas. Habéis perdido la luz a la cual habías sido
trasladados”. Hemos dicho que en Colosenses la potestad de las tinieblas incluye
observancias, ordenanzas, filosofías y diferentes “ismos”. Debido a la influencia de estas
cosas, los colosenses fueron llevados cautivos, de la misma manera en que los hijos de
Israel fueron deportados de la buena tierra a Babilonia. En cierto sentido, muchos
cristianos hoy se han apartado del reino del Hijo del amor de Dios y de la esfera de la
luz. Como resultado, han perdido su disfrute de Cristo como la porción de los santos.
La luz es una esfera, y la esfera de luz es una esfera de vida. Eso significa que la luz de la
vida es la esfera de la vida. Esta esfera de vida y luz es el reino del Hijo del amor del
Padre. La luz nos rige al iluminarnos. Por tanto, cuando la luz de vida resplandece y
gobierna, es un reino. Cuando estamos en la luz estamos en la esfera de la vida, en el
reino del Hijo del amor del Padre. Este reino está en contraste con la potestad de las
tinieblas, la cual es el reino de Satanás. La Nueva Jerusalén será la máxima
consumación de la esfera de la vida. La ciudad en su totalidad será una esfera de vida,
llena de luz. Tal esfera será la luz de la vida.
Las tinieblas son disipadas por la luz (Gn. 1:2-3; Ap. 21:24; 22:5). Cuando la luz viene,
las tinieblas se desvanecen.
Si ustedes oran-leen los versículos que hemos estudiado en este mensaje, aprenderán de
una manera práctica cómo permanecer en la luz, disfrutando a Cristo como la porción
de los santos en su experiencia práctica. Espero que todos practiquemos el entrar en la
luz, donde disfrutamos a Cristo como la porción de los santos.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE OCHO
En este mensaje estudiaremos lo que significa que Cristo sea el Primogénito de toda
creación (1:15-17 ). El propósito principal del libro de Colosenses es mostrar que Cristo
es todas las cosas, que Él lo es todo. Todo lo que existe en el universo está incluido bajo
uno de dos encabezamientos básicos: el Creador y la creación. Para mostrarnos que
Cristo lo es todo, la Biblia dice que Cristo es tanto el Creador como el Primogénito de
toda creación. Si Él fuera solamente el Creador y no el Primogénito de toda creación,
entonces no lo sería todo.
En Colosenses Pablo confronta asuntos tales como las observancias judías, las
ordenanzas gentiles, el misticismo, el gnosticismo y el ascetismo. Entre las cosas
negativas que él menciona, sobresale una particularmente grave: el culto a los ángeles,
lo cual es una forma de idolatría. El hecho de adorar algo que no es el propio Dios,
incluyendo la adoración de criaturas como los ángeles, es idolatría. Sin embargo, puesto
que ciertos maestros heréticos consideraban que tanto ellos como otros eran indignos de
tener contacto directamente con Dios, ellos abogaban por el culto a los ángeles.
Enseñaban que Dios es muy elevado y que nosotros estamos muy por debajo de Él, que
Dios es glorioso y que el hombre es corrupto. Por consiguiente, según su enseñanza
herética, nosotros no podíamos ser dignos de tener contacto directo con Dios. Conforme
a ellos, debíamos tener alguna clase de intermediario. Estos maestros decían que los
ángeles eran tales intermediarios entre nosotros y Dios. Éste era el concepto subyacente
a la adoración de los ángeles que había invadido a la iglesia en Colosas.
El culto a los ángeles que Pablo confrontó en esta epístola tenía que ver con cierto
sentimiento de humildad. Algunos pensaban que el hecho de creerse indigno de adorar a
Dios directamente, era una señal de humildad. Al parecer ellos tenían ciertas bases
bíblicas para sustentar su posición. En la Biblia deja constancia de que Dios no dio la ley
directamente a Moisés, sino que la dio por medio de los ángeles (Gá. 3:19). Por tanto, en
la entrega de la ley, los ángeles sirvieron de intermediarios. Sin embargo, los maestros
heréticos fueron más allá y enseñaron que los ángeles debían ser los intermediarios
entre Dios y el hombre caído. Ellos animaban a los santos a mostrar humildad
practicando esta forma de adoración. Era como si estos maestros les dijeran a los
colosenses: “No debéis ser tan orgullosos como para pensar que podéis dirigiros
directamente a Dios. Debéis humillaros y reconocer vuestra necesidad de acudir a los
ángeles para que os sirvan de intermediarios entre vosotros y Dios”. Pablo luchaba en
contra de este concepto cuando dijo: “Que nadie, con humildad auto impuesta y culto a
los ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio” (2:18). No debemos
dejarnos engañar por la humildad de nadie ni por la enseñanza del culto a los ángeles.
CRISTO ES LA CABEZA
DE TODO PRINCIPADO Y POTESTAD
Debemos entender la razón por la que Pablo añade una cláusula en 2:10, que dice: “Que
es la Cabeza de todo principado y potestad”. Es bastante fácil entender que toda la
plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo, es decir, en forma corporal (2:9).
Cuando Cristo estuvo en la tierra, Él tuvo un cuerpo físico, y en ese cuerpo habitaba toda
la plenitud de la Deidad. Debido a que la plenitud habita en Él y nosotros estamos en Él,
resulta lógico decir que nosotros estamos llenos en Él (2:10). No obstante, Pablo de
repente comienza a decir que Cristo es la Cabeza de todo principado y potestad. Aquel
en quien habita toda la plenitud de la Deidad y Aquel en quien estamos llenos, es la
Cabeza de todo principado y potestad. Es crucial que veamos cuán significativo es esto.
Para entender el hecho de que se añadiera esta cláusula, debemos examinarla dentro del
contexto de todo el libro. Colosenses revela que Cristo lo es todo. Pablo recalcó esto a los
colosenses porque ellos habían aceptado la herejía de adorar a los ángeles. Tal parece
que los santos de Colosas no creían que Cristo pudiera ser el intermediario entre ellos y
Dios. Según el concepto de ellos, Cristo era demasiado exaltado como para ayudarlos de
esta manera. Por tanto, les parecía a ellos que necesitaban a los ángeles como
intermediarios. Ésta fue la razón por la que Pablo les mostró que Cristo era la Cabeza de
todos los ángeles. Mientras tengamos a Cristo, quien lo es todo, no necesitamos acudir a
los ángeles. Si necesitamos algún intermediario, Cristo es nuestro intermediario. Ésa no
es la función de los ángeles. Sí, Dios es muy elevado y nosotros somos muy bajos. Pero
esto no significa que necesitemos a los ángeles como intermediarios. En Cristo estamos
llenos; no nos falta nada. Puesto que los colosenses consideraban a los ángeles sus
intermediarios, necesitaban ver que Cristo es la Cabeza de todos los ángeles. Cristo lo es
todo. Con tal de que ellos lo tuvieran a Él, estarían llenos. Deberíamos estar en
capacidad de testificar, no sólo en doctrina sino también en experiencia, que estamos
llenos en Cristo y que no nos falta nada. En Cristo poseemos a Dios, la justicia, la vida y
todas las cosas positivas del universo. Al tener a Cristo tenemos a Aquel que es la Cabeza
de todos los ángeles. ¡Cuán equivocados estaban los colosenses al aceptar la herejía del
culto a los ángeles! Ya que Cristo lo es todo, debemos acudir a Él en todas nuestras
necesidades. Ahora podemos entender que Pablo añadió esta cláusula en 2:10 para
recalcar a los colosenses que los creyentes no necesitamos que los ángeles sean nuestros
intermediarios, debido a que nuestro Cristo es la Cabeza de todo principado y potestad.
Él es la Cabeza de todos los ángeles.
Colosenses 1:15 dice que Cristo es la “imagen del Dios invisible”. Luego, en el mismo
versículo, Pablo dice que Cristo es el “Primogénito de toda creación”. ¿Por qué Pablo
conjuga estos dos asuntos, la imagen del Dios invisible y el Primogénito de toda
creación? Dios es invisible, pero el Hijo de Su amor, quien es “el resplandor de Su gloria,
y la impronta de Su sustancia” (He. 1:3), es Su imagen y, como tal, expresa lo que Dios
es. La palabra “imagen” aquí no se refiere a una forma física, sino a una expresión del
ser de Dios en todos Sus atributos y virtudes. Esta interpretación puede confirmarse en
Colosenses 3:10 y 2 Corintios 3:18.
Decir que Cristo, Aquel que es todo-inclusivo, es la imagen de Dios, equivale a afirmar
que Él es el propio Dios, el Creador. Cuando vemos a Cristo, vemos la expresión del Dios
invisible, puesto que Él mismo es Dios. Si yo hubiera escrito la Epístola a los Colosenses,
simplemente habría dicho que Cristo es Dios el Creador. Sin embargo, Pablo no escribió
de una manera tan sencilla. Él dijo que Cristo era la imagen del Dios invisible, es decir,
el propio Dios expresado.
En 1:15 Pablo agrega que Cristo es el Primogénito de toda creación, lo cual significa que
en la creación Él es el primero. Cristo, por ser Dios, es el Creador; pero por ser un
hombre de sangre y carne creadas (He. 2:14), Él forma parte de la creación. La expresión
“el Primogénito de toda creación”, se refiere a la preeminencia de Cristo en toda la
creación, debido a que desde este versículo hasta el versículo 18, el apóstol subraya el
primer lugar que Cristo ocupa entre todas las cosas. Este versículo no sólo revela que
Cristo es el Creador, sino también el primero entre todas las cosas creadas, el primero
entre todas las criaturas.
Algunos insisten en que Cristo es solamente el Creador, no una criatura. Pero la Biblia
revela que Cristo es a la vez el Creador y la criatura, ya que Él es tanto Dios como
hombre. Por ser Dios, Cristo es el Creador, pero por ser hombre, Él es una criatura.
¿Cómo podría tener carne, sangre y huesos si no fuera una criatura? ¿Acaso Cristo no se
hizo hombre? ¿No tomó Él un cuerpo de carne, sangre y huesos? Por supuesto que sí.
Aquellos que se oponen a esta enseñanza carecen del conocimiento adecuado. En
realidad, son heréticos, por no creer que Cristo verdaderamente se hizo hombre. En
lugar de ello, sólo creen que Él es Dios, y tal creencia es herética. Nuestro Cristo es Dios,
siempre lo ha sido y siempre lo será. Pero mediante la encarnación Él se hizo hombre.
De otra forma, no podría haber sido arrestado, juzgado y crucificado; y tampoco podría
haber derramado Su sangre en la cruz por nuestros pecados. ¡Alabado sea el Señor por
la verdad de que nuestro Cristo es tanto Dios como hombre!
Quizás algunos se pregunten cómo puede ser que Cristo sea llamado el Primogénito de
toda creación cuando Él nació hace menos de dos mil años, y no al principio de la
creación. Si queremos entender esto correctamente, debemos darnos cuenta de que para
Dios no existe el elemento del tiempo. Por ejemplo, conforme a nuestra manera de
calcular el tiempo, decimos que Cristo fue crucificado hace unos dos mil años. Pero
Apocalipsis 13:8 dice que Cristo fue inmolado desde la fundación del mundo. Ambas
afirmaciones son válidas. No obstante, el cálculo de Dios es mucho más importante que
el nuestro. A los ojos de Dios, Cristo fue crucificado desde la fundación del mundo. En la
eternidad, Dios previó la caída del hombre. Por lo tanto, también en la eternidad, Él hizo
una preparación para efectuar la redención.
La diferencia entre la valoración de Dios y la nuestra con respecto al tiempo también nos
ayuda a comprender por qué a Cristo se le llama el segundo hombre (1 Co. 15:47). Desde
nuestra perspectiva, el segundo hombre fue Caín, el hijo del primer Adán; pero desde la
perspectiva de Dios, el segundo hombre es Cristo.
Podemos aplicar este asunto de las distintas maneras de calcular el tiempo al hecho de
que Cristo es el Primogénito de toda creación. Conforme a nuestra percepción del
tiempo, Cristo nació en Belén hace aproximadamente dos mil años. Pero a los ojos de
Dios, el Señor Jesús nació antes de la fundación del mundo. Si Él fue inmolado desde la
fundación del mundo, ciertamente tuvo que haber nacido antes. Por consiguiente,
conforme a la perspectiva eterna de Dios, Cristo nació en la eternidad pasada. Ésta es la
razón por la cual, para Dios, Cristo siempre ha sido el primero de todas las criaturas.
Dios previó el día en que Cristo nacería en un pesebre de Belén. Puesto que Cristo es el
primero entre las criaturas, podemos decir que, por ser Aquel que es todo-inclusivo, Él
es tanto el Creador como una parte de la creación.
En un mensaje anterior mencioné que en 1934 el hermano Nee dio una serie de
mensajes en Shangai sobre la centralidad y la universalidad de Cristo. A petición del
hermano Nee, pulí las notas que tomé de dichos mensajes y las preparé para que fueran
publicadas en el periódico del hermano Nee titulado: El testimonio presente. Cuando
este material fue traducido al inglés, el traductor se tomó la libertad de interpretar —de
una manera que el hermano Nee nunca lo hubiera aprobado— el concepto del hermano
Nee con respecto al hecho de que Cristo es el primero de las criaturas. En lugar de
traducir la misma frase usada por el hermano Nee, que decía: “El Hijo es el número uno
de las criaturas”, el traductor escribió: “El Hijo es la cabeza de toda creación”.
Ciertamente ésta no fue una traducción fiel, sino una interpretación conforme al
concepto del traductor.
El hermano Nee tuvo el denuedo de decirlo tal como lo expresa la Biblia. Durante
aquella conferencia de 1934, leímos la traducción china que hizo el hermano Nee acerca
de Colosenses 1. En dicha traducción él dejó muy en claro que Cristo es el primero de
todas las criaturas. Éste es un ejemplo del denuedo que mostraba el hermano Nee en
cuanto a las verdades bíblicas. A él no le importaba lo que dijeran los hombres; sólo le
preocupaba lo que la Biblia decía. Sin embargo, la persona que tradujo estos mensajes
cambió las palabras del hermano Nee a fin de evitar problemas con ciertos conceptos
teológicos. Esto no fue fiel al ministerio del hermano Nee.
Colosenses 1:16 dice: “Porque en El fueron creadas todas las cosas, las que hay en los
cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean señoríos, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de El y para El”. La frase “en
El” quiere decir en el poder de la persona de Cristo. Todas las cosas fueron creadas en el
poder de lo que Cristo es. Toda la creación exhibe las características del poder intrínseco
de Cristo. (Véase la nota sobre este versículo en New Translation [La nueva traducción],
de Darby). La expresión “por medio de El” indica que Cristo es el instrumento activo
mediante el cual se efectuó el proceso de la creación de todas las cosas. Por último, la
frase “para El” indica que Cristo es el fin de toda la creación. Todas las cosas fueron
creadas para Su posesión.
Además, el versículo 17 dice que “todas las cosas en El se conservan unidas”. El hecho de
que todas las cosas se conserven unidas en Cristo implica que éstas existen juntas
debido a que Cristo es el centro que las sostiene, del mismo modo en que los radios de
una rueda se mantienen unidos por medio del eje.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE NUEVE
Hemos visto que el libro de Colosenses revela que Cristo lo es todo. En el universo
tenemos a Dios el Creador y también la creación. Conforme a 1:15, Cristo es la imagen
del Dios invisible, lo cual significa que Él no es nada menos que el propio Dios en Su
plena expresión. Además, Cristo es el Primogénito de la creación, el primero entre todas
las criaturas de Dios.
Dios ha realizado dos creaciones, la vieja creación y la nueva creación. La vieja creación
comprende los cielos, la tierra, la humanidad y millones de cosas distintas. La nueva
creación es la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Los versículos del 15 al 17 revelan que Cristo
es el primero en la creación original, como Aquel que tiene la preeminencia entre todas
las criaturas. El versículo 18 muestra que Cristo es el primero en la resurrección, y que,
como tal, es la Cabeza del Cuerpo. Él tiene el primer lugar en la iglesia.
La primera creación llegó a existir mediante el hablar de Dios. Romanos 4:17 dice que
Dios llama las cosas que no son, como si existiesen. Sin embargo, la nueva creación se
produjo mediante la resurrección, es decir, mediante la muerte y la resurrección de la
vieja creación. En la nueva creación, en la iglesia, Cristo es el Primogénito de entre los
muertos.
Como Hijo de Dios, Cristo experimentó dos nacimientos. El primer nacimiento tuvo
lugar en la encarnación, y el segundo, en Su resurrección. Todos los cristianos saben que
Cristo nació mediante la encarnación, pero no muchos consideran que Su resurrección
fue también un nacimiento. Hechos 13:33 indica que Cristo fue engendrado, o que nació,
en la resurrección. Fue por medio de la resurrección que Cristo fue engendrado como
Hijo de Dios. No obstante, antes de la encarnación, en la eternidad, Él ya era el Hijo de
Dios. ¿Por qué, entonces, necesitaba nacer como Hijo de Dios en la resurrección? Antes
de la encarnación, Cristo no era hombre. Él simplemente era el Dios infinito y eterno.
Pero en la plenitud del tiempo, Cristo fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre
de María, y, nueve meses después, nació en un pesebre de Belén. Según Juan 1:14, el
Verbo, quien es Cristo, se hizo carne. Esto quiere decir que Él dio el paso de hacerse
hombre. ¡Qué maravilloso es que, por medio de la encarnación, el Dios infinito y eterno
se hubiera hecho hombre! Sin embargo, al hacerse hombre, Él no dejó de ser Dios.
Después de vivir en la tierra por treinta y tres años y medio, Cristo fue crucificado.
Luego, en la resurrección, Él dio un segundo paso al nacer por segunda vez y convertirse
en el Hijo primogénito de Dios. Antes de Su resurrección, Cristo era el Hijo unigénito de
Dios (Jn. 3:16). Pero mediante la resurrección, el Hijo unigénito llegó a ser el
Primogénito entre muchos hermanos (Ro. 8:29). De acuerdo con Hebreos 2:10, Dios
está llevando muchos hijos a la gloria. Estos muchos hijos son los muchos hermanos de
Cristo, el Hijo primogénito.
¿Ha oído usted alguna vez que Cristo, el Hijo de Dios, tuvo dos nacimientos? Quizás
haya escuchado que usted necesitaba un segundo nacimiento, el nacimiento que se
efectúa en nuestro espíritu por medio del Espíritu Santo; pero tal vez nunca haya oído
que Cristo nació dos veces, primero en la encarnación y después en la resurrección. En
la eternidad pasada Cristo era Dios. Por medio de la encarnación, Él se hizo hombre, y
mediante la resurrección, Él llegó a ser el Hijo primogénito de Dios.
NUESTRA EXPERIENCIA
DE LOS DOS NACIMIENTOS DE CRISTO
Por medio de Cristo, Dios se introdujo en nosotros y nosotros fuimos introducidos en Él.
¡Cuánto le alabamos por esta mezcla! En el momento en que nacimos de nuevo,
simultáneamente Cristo nació en nosotros, y nosotros fuimos introducidos en Dios. Por
consiguiente, en nuestra vida cristiana experimentamos, en lo más recóndito de nuestro
ser y de una manera personal, los dos nacimientos de Cristo. Con relación a Cristo, Su
nacimiento en la resurrección aconteció treinta y tres años y medio después de Su
nacimiento en la encarnación. Pero en nuestra experiencia de Cristo, Dios se introdujo
en nosotros y nosotros fuimos introducidos en Él simultáneamente. ¡Alabado sea el
Señor por el tráfico maravilloso entre Dios y nosotros!
Colosenses 1:19 dice que agradó a toda la plenitud habitar en Cristo, y 2:9 declara que en
Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. En 2:10 Pablo agrega que en
Cristo estamos llenos. Puesto que toda la plenitud habita en Cristo y nosotros hemos
sido introducidos en Él, nosotros estamos llenos, llenos de las riquezas divinas. ¡Aleluya,
en Cristo estamos llenos! Ciertamente los que creemos en Cristo somos personas muy
complejas, debido a que estamos en Él, quien es sumamente complejo. Si no lo fuese, no
habría disputas con relación a Su persona.
EL CRISTO TODO-INCLUSIVO
Durante Su vida en la tierra, el Señor Jesús estuvo con Sus discípulos, pero no en ellos.
Por tanto, era necesario que Él pasara por la muerte y la resurrección a fin de entrar en
Sus discípulos como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), como Espíritu de realidad (Jn.
14:17). En Juan, en los capítulos del catorce al dieciséis, vemos que a los discípulos les
turbaba el hecho de que el Señor los iba a dejar. Él parecía decirles: “Si no me voy, no
hay forma de que entre en vosotros. Debo pasar por la muerte y la resurrección para
convertirme en el Espíritu vivificante. Entonces estaré en vosotros para siempre”. En el
día de la resurrección, el Señor se apareció a los discípulos, sopló en ellos y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Éste es el Espíritu prometido en 14:16-17 , 26;
15:26 y 16:7, 13. Cuando el Señor sopló e infundió el Espíritu Santo en los discípulos,
cumplió Su promesa de que enviaría el Espíritu Santo como Consolador. Al soplar en los
discípulos e infundirles el Espíritu, el aliento santo, el Espíritu vivificante, el Señor se
impartió en ellos como vida y como todas las cosas positivas.
Cristo, como Hijo de Dios, dio dos pasos extraordinarios. En primer lugar, Él dio el paso
de la encarnación para hacerse hombre, con el fin de efectuar la redención y poner fin a
la vieja creación. En segundo lugar, en la resurrección Él se hizo Espíritu vivificante, a
fin de regenerarnos para producir la iglesia, que es la nueva creación de Dios.
CRISTO ES PREEMINENTE
En 1:18 Pablo dice: “Para que en todo El tenga la preeminencia”. En la Biblia, el hecho
de ser el primero equivale a serlo todo. Puesto que Cristo es el primero en el universo y
en la iglesia, Él debe ser todas las cosas en el universo y en la iglesia. Como el primero,
Él lo es todo.
La manera en que Dios concibe este asunto es muy distinta de la nuestra. Según nuestra
forma de ver las cosas, si Cristo es el primero, entonces debe haber algo que sea
segundo, tercero, y así sucesivamente. Sin embargo, desde la perspectiva de Dios, el
hecho de que Cristo sea el primero significa que Él lo es todo.
El primer Adán no sólo incluía a Adán como individuo, sino a la humanidad entera. Bajo
el mismo principio, a los ojos de Dios, el primogénito de los egipcios incluía a todos los
egipcios. El primogénito incluye a todos. Por consiguiente, el hecho de que Cristo sea el
Primogénito en el universo significa que Él lo es todo en el universo. De la misma
manera, el hecho de que Cristo es el Primogénito en la resurrección, significa decir que
Él lo es todo en la resurrección. El hecho de que Él sea el Primogénito tanto de la vieja
creación como de la nueva creación, implica que Él lo es todo en la vieja creación y en la
nueva creación. Esto concuerda con las palabras de Pablo en 3:11, donde dice que en el
nuevo hombre, en la nueva creación, “no hay griego ni judío, circuncisión ni
incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”.
En el nuevo hombre Cristo es todos y está en todos. En la nueva creación sólo hay lugar
para Cristo.
En esta epístola Pablo parecía estar diciendo a los colosenses: “¿Por qué sois tan necios?
Vosotros habéis recibido a Cristo, a Aquel que lo es todo. Él es el primero tanto en la
vieja creación como en la nueva creación. ¿Qué necesidad tenéis de buscar algo más?
¿Por qué adoráis a los ángeles y os volvéis a la filosofía gnóstica? ¿Por qué vais en pos de
los rudimentos del mundo? ¿Acaso no sabéis que el Cristo a quien recibisteis y ahora
poseéis, lo es todo? Él es la Cabeza de todos los ángeles, y vosotros estáis en Él. En Él
vosotros estáis llenos”.
Los capítulos dos y tres revelan que los colosenses se habían distraído con distintos
“ismos”, como el gnosticismo, el misticismo, el legalismo y el ascetismo. Tales “ismos”
constituyen los rudimentos del mundo. Ya que tenemos al Cristo todo-inclusivo, no
necesitamos ningún “ismo”; no necesitamos filosofías, teorías ni prácticas, porque
tenemos a Aquel que es el todo, y en todos. Cristo es profundo. ¿Qué filosofía puede
compararse con Él? En Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento (2:3).
Quizás ustedes se pregunten qué ayuda práctica les puede ofrecer el hecho de tener este
entendimiento de Cristo. Si durante treinta días ustedes permiten que los ocupe la
revelación de Cristo presentada en Colosenses, experimentarán un cambio radical, su
constitución será renovada y ustedes serán transformados. Oren sobre estos mensajes
de Colosenses y tengan comunión acerca de ellos, y verán qué diferencia hará esto en
ustedes. Puedo testificar que se produce un cambio enorme cuando la visión del Cristo
que lo es todo impregna nuestro ser. Cuando ustedes obtengan esta visión, aborrecerá
todo lo que proviene del yo. No sólo menospreciará su odio, sino también su amor, su
bondad y su paciencia. Mientras esta visión los conduce a odiar el yo, los constreñirá a
amar al Señor. Ustedes dirán: “Señor Jesús, te amo porque Tú lo eres todo. No necesito
luchar ni esforzarme por hacer algo. Oh Señor, Tú significas tanto para mí. Tú eres Dios,
eres el Primogénito de toda creación y también el Primogénito de entre los muertos”.
Les recomiendo que oren-lean Colosenses durante treinta días. Oren hasta que todos los
aspectos de Cristo revelados en este libro saturen su ser. No necesitamos reglamentos ni
enseñanzas; lo que necesitamos es que el Cristo que lo es todo se infunda en nosotros y
nos sature de Él.
Cuando Cristo se infunde en nosotros, ciertamente abandonamos todo lo que no sea Él,
y espontáneamente Él llega a formar parte de nuestra constitución. La religión imparte
doctrinas a la gente y les enseña a comportarse. El libro de Colosenses, por el contrario,
habla del Cristo todo-inclusivo. Este Cristo ya está en nosotros, pero aún necesitamos
verle, conocerle, ser llenos y saturados de Él, y llegar a ser absolutamente uno con Él.
Nosotros estamos llenos en Él. Puede ser que hayamos oído muchas veces estas palabras
mencionadas en Colosenses 2:10, pero lamento decir que tal vez no las apreciemos lo
suficiente. ¿Se ha dado cuenta de que usted está lleno en Cristo? Dudo que muchos vean
la realidad que este versículo comunica. Tal vez sepamos esto como una doctrina, mas
no como experiencia. Puede ser que en nuestra vida diaria aún no estemos llenos, y que
hasta ahora, nuestra participación de las riquezas inescrutables de Cristo haya sido muy
limitada. Cristo es nuestra buena tierra, pero nosotros aún no lo disfrutamos
plenamente como tal. El propósito de Pablo en Colosenses era introducirnos en el pleno
disfrute de Cristo como la tierra inescrutablemente rica.
En 1:20 Pablo agrega: “Y por medio de El reconciliar consigo todas las cosas, así las que
están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de
Su cruz”. La expresión “por medio de El” alude a Cristo como el instrumento activo
mediante el cual se efectuó el proceso de la reconciliación. Reconciliar todas las cosas
con Dios significa hacer la paz entre Él y todas las cosas. Esto fue logrado por medio de
la sangre que Cristo derramó en la cruz.
No solamente debían ser reconciliadas con Dios las cosas que están en la tierra, sino
también las que están en los cielos. Esto indica que las cosas que están en los cielos
también están mal en relación con Dios, debido a la rebelión de Satanás, el arcángel, y
los ángeles que lo siguieron. Su rebelión ha contaminado los cielos.
Cristo nos reconcilió con Dios en Su cuerpo de carne, a fin de presentarnos santos y sin
mancha e irreprensibles delante de Dios (v. 22). No obstante, es necesario que aún
permanezcamos fundados y firmes en la fe, sin dejarnos mover de la esperanza del
evangelio (v. 23). La fe aquí no denota nuestra acción de creer, sino aquello en lo que
creemos.
Tal vez algunos piensen que Hebreos 1:10-12 afirma que Cristo es el Creador. Sin
embargo, estos versículos son una cita del salmo 102, donde se indica que Dios es el
Creador. En este caso se citaron para demostrar que Cristo es Dios.
En efecto, Cristo es el Creador de todas las cosas; pero lo que estamos subrayando aquí
es que la Biblia no dice específicamente que Cristo sea el Creador; más bien, presenta a
Cristo como el medio por el cual la creación llegó a existir. Si hablamos de la creación en
un sentido general, sería válido decir que Cristo es el Creador, pero si queremos hablar
sobre esto de una manera más definida, sería más apropiado decir que Cristo es el
medio por el cual la creación llegó a existir.
Leamos Colosenses 1:16: “En El fueron creadas todas las cosas”. La versión King James
del inglés dice: “Por Él fueron creadas todas las cosas”. Esta traducción no es tan exacta,
ya que una mejor traducción de la preposición griega es “en” y no “por”. Decir que todas
las cosas fueron creadas en Cristo, indica que Él es el medio por el cual fueron creadas
todas las cosas. En cambio si decimos: “Por Él fueron creadas todas las cosas”, esto
podría entenderse que Cristo es el Creador, y no el medio.
CRISTO EXPRESA A DIOS EN LA CREACIÓN
En 1:15 Pablo dice que Cristo es la imagen del Dios invisible. Esto significa que Cristo es
la expresión del Dios invisible. Ahora debemos preguntarnos de qué forma Cristo
expresa a Dios. La respuesta es que lo expresa en la creación. Sin embargo, Cristo no
expresa a Dios en la creación simplemente creando todas las cosas de una forma
objetiva. Si Cristo fuese solamente un Creador objetivo y no el medio subjetivo, no
podría expresar a Dios en la creación. Recuerde que todas las cosas no fueron
meramente creadas por Cristo, sino por medio de Él. Esto implica un proceso que tuvo
lugar en Cristo.
Cristo está relacionado con la creación de una manera subjetiva. Él no creó el universo
simplemente de una forma objetiva como un Creador objetivo. No se mantuvo ajeno a lo
creado, llamando las cosas para que existieran; por el contrario, el proceso de creación
tuvo lugar en Él, es decir, en el poder de Su persona. Cristo es el poder único de todo el
universo; Su propia persona es este poder. Por consiguiente, la creación se procesó en
Él. Esto significa que Él no era simplemente un Creador objetivo, sino el instrumento
subjetivo por el cual se procesó la creación. Es por eso que la creación exhibe las
características del poder intrínseco de Cristo. En lugar de decir que Cristo creó el
universo, la Biblia dice que todas las cosas llegaron a existir por medio de Él o que
fueron creadas en Él. La frase “por El” es muy objetiva y desligante, mientras que las
expresiones “por medio de El” y “en El”, denotan un vínculo más estrecho y subjetivo.
Colosenses 1:16 dice que todo fue creado para Él. Todas las cosas fueron creadas en
Cristo, por medio de Él y, finalmente, para Él. Estas preposiciones indican que Cristo
está subjetivamente relacionado con la creación. El hecho de que todo haya sido creado
para Él, indica que Cristo es el fin de todo lo creado. Pablo usó estas tres preposiciones
para mostrar la relación subjetiva que Cristo tiene con la creación. La creación se
produjo en el poder de la persona de Cristo, por medio de Él como el instrumento
activo, y para Él como su consumación. Tal relación es completamente subjetiva. Debido
a la relación subjetiva que Cristo tiene con la creación, Él expresa a Dios en ella. La
creación manifiesta las características de Cristo, quien es la imagen del Dios invisible.
Es importante establecer que hay una diferencia entre las palabras existir, consistir y
subsistir. Colosenses 1:17 no dice que todas las cosas existen en Él ni que consisten en
Él, sino que en Él subsisten juntamente, o sea, se conservan unidas. Existir es lo mismo
que ser, consistir significa estar compuesto o constituido de algo, y subsistir es
conservarse unidos a fin de existir. Imaginemos una rueda con su aro, sus radios y su
eje. Los radios se mantienen unidos por el eje. La única manera en que éstos se
mantienen unidos o tienen cohesión es estar adheridos al eje de la rueda. Esto
ejemplifica la relación que Cristo tiene con la creación con respecto al hecho de que
todas las cosas se conservan unidas en Él.
Hemos mencionado que todas las cosas fueron creadas en Cristo, por medio de Él y para
Él. No pensemos que algo pueda existir separado de Él. Todas las cosas fueron hechas
en el poder intrínseco de la persona de Cristo, por medio de Él como el instrumento
activo y para Él como la meta final. Además, todas las cosas se conservan unidas en Él
como eje. Puesto que todas las cosas fueron creadas en Cristo, por medio de Él y para Él,
y puesto que todas las cosas se conservan unidas en Él, Dios puede expresarse en la
creación por medio de Cristo, quien es la imagen del Dios invisible.
TODA LA PLENITUD
En 1:19 Pablo dice: “Por cuanto agradó a toda la plenitud habitar en El”. La plenitud
aquí equivale a la imagen de Dios mencionada en el versículo 15. La imagen del Dios
invisible es la expresión plena del Dios invisible. El hecho de que la plenitud habite en
Cristo, significa que le agradó habitar en Él a toda la expresión de Dios, es decir, a la
totalidad de Su imagen.
En los versículos del 20 al 22 resulta difícil determinar a quién se refieren los diferentes
pronombres. Los versículos 19 y 20 dicen que agradó a toda la plenitud habitar en
Cristo, y “por medio de El reconciliar consigo todas las cosas”. Si la plenitud no fuese
una persona, ¿cómo le agradaría habitar en Cristo? El hecho de que la plenitud se
agrade, indica que la plenitud es una persona. No sólo le agradó a la plenitud habitar en
Cristo, sino que también le complació por medio de Él reconciliar consigo todas las
cosas. En los versículos 19 y 20 tenemos dos verbos en infinitivo, habitar y reconciliar,
los cuales están unidos por una conjunción. Por tanto, a la plenitud le agradó habitar y
reconciliar. La frase “por medio de El” mencionada en el versículo 20, se refiere a Cristo
como el instrumento activo mediante el cual fue lograda la reconciliación. Pero ¿a qué se
refiere el pronombre “consigo” con quien todas las cosas son reconciliadas? A la
plenitud mencionada en el versículo 19. Es por eso que en New Translation [Nueva
Traducción], J. N. Darby usa, en los versículos 20 y 22, pronombres neutros [en inglés]
al referirse al sustantivo “plenitud” del versículo 19. No obstante, estos pronombres
griegos, no deben considerarse neutros sino masculinos, lo cual significa que los
pronombres deben traducirse con los pronombres masculinos “Él” y “consigo”. Así pues,
podemos ver que todas las cosas fueron reconciliadas con la plenitud. En los versículos
21 y 22, nosotros, quienes anteriormente éramos enemigos de Dios, fuimos
reconciliados por la plenitud en Su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para ser
presentados santos y sin mancha e irreprensibles delante de la plenitud. ¡Cuán crucial es
que entendamos este pasaje de esta manera! Es la plenitud la que habita en Cristo, es la
plenitud la que nos reconcilia, y es la plenitud a la que seremos presentados. Dicha
plenitud es Dios mismo expresado. A tal plenitud le agradó habitar en Cristo, como
también reconciliarnos y presentarnos a Sí mismo.
Colosenses 1:15 dice: “El es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda
creación”. El pronombre “El” se refiere al Hijo del amor de Dios (v. 13); por ende, el Hijo
del amor del Padre es la imagen del Dios invisible. En el versículo 15 Pablo usa la frase
“el Primogénito de toda creación” en aposición a la frase “la imagen del Dios invisible”.
Gramaticalmente, esto indica que dichas frases son sinónimas. La imagen del Dios
invisible es el Primogénito de toda la creación. El hecho de que el versículo 16 empiece
con la palabra “porque”, al principio del versículo 16 es un indicio de que aquí Pablo
provee la razón por la cual dijo que la imagen de Dios es el Primogénito de toda
creación. La razón es que “en El fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos
y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean señoríos, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de El y para El”. ¿Por qué la
imagen del Dios invisible es el Primogénito de toda creación? Él es el Primogénito
porque todas las cosas fueron creadas en Él, por medio de Él y para Él.
Hemos visto que Cristo, como imagen de Dios, es la expresión de Dios. Si una persona
no tuviera forma ni imagen física, no podría expresarse. Nosotros nos expresamos por
medio de nuestra imagen física. Aunque Dios es invisible, Él se expresa por medio de Su
imagen, la cual es Su Hijo. El Hijo del amor del Padre es la expresión del Dios invisible.
Dicha expresión es principalmente el Primogénito de toda creación, porque todas las
cosas fueron creadas en Él, por medio de Él y para Él. La creación que llegó a existir por
medio de Él, expresa el poder eterno de Dios y la naturaleza divina. Tanto la naturaleza
divina como el poder eterno constituyen la expresión del Dios invisible. Si usted estudia
el universo concienzudamente, confesará que éste atestigua del poder eterno y de la
naturaleza divina. Incluso muchos científicos reconocen que en la creación existe cierto
poder extraordinario. Tal poder es Cristo como la imagen del Dios invisible.
Las tres preposiciones usadas en el versículo 16 (en, por medio de y para), indican que la
creación está subjetivamente relacionada con Cristo. Esto se debe al proceso por el cual
fue producida la creación y a la meta o consumación de ésta. La creación se produjo en
Cristo y por medio de Él, lo cual indica que la creación está subjetivamente relacionada
con Cristo debido al proceso mediante el cual llegó a existir. Además, toda la creación es
para Cristo. Esto indica que la creación se halla subjetivamente relacionada con Cristo,
quien es la consumación o meta de su existencia. Cristo es expresado tanto en el proceso
que se siguió en la creación, como en la meta de ésta. Por lo tanto, no podemos desligar
la creación de Cristo, quien es la imagen del Dios invisible.
Cristo es tanto Dios como Cristo. Como Dios, Él es el Creador, y como Cristo, Él es el
Ungido, Aquel que fue designado por Dios. Como Aquel que fue ungido y designado por
Dios, Cristo lleva a cabo la comisión divina. Como Dios, Cristo es el Creador; pero como
Cristo, Él es el instrumento mediante el cual se produjo la creación. Por esto, Juan 1:3
no recalca que Cristo sea el Creador, sino que Él es el medio por el cual la creación llegó
a existir. Lo mismo se aplica a Colosenses 1:16. El proceso de la creación fue llevado a
cabo en Él, por medio de Él y para Él. Él es el instrumento mediante el cual y en el cual
la creación llegó a existir.
¿De qué manera Cristo, la imagen del Dios invisible, expresa a Dios? Como Hijo del
amor del Padre, Él expresa al Dios Triuno porque por medio de Él fueron producidas
tanto la vieja creación como la nueva. Además, Él expresa al Dios Triuno por ser el
Primogénito de ambas creaciones. Esto lo constituye a Él la plena expresión de Dios.
“Toda la plenitud” mencionada en el versículo 19, alude a la persona de Cristo. Es por
eso que en el versículo siguiente Pablo usa un pronombre masculino para referirse a la
plenitud.
¡Alabado sea el Señor por el Cristo que es todo-inclusivo! Las palabras de Pablo a los
colosenses revelan que Cristo es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda
creación y el Primogénito de entre los muertos. Como Hijo del amor del Padre, Él es la
expresión plena de Dios, tanto en la vieja creación como en la nueva. Como Dios, Cristo
no tiene principio; pero como el Primogénito de la creación, Él sí tuvo un principio.
Hagamos a un lado todo concepto natural, creamos en la Palabra pura de Dios y
alabemos al Señor porque, Cristo como Aquel que es todo-inclusivo, es la plena
expresión del Dios Triuno.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE ONCE
LA MAYORDOMÍA DE DIOS
En Colosenses 1:25 Pablo dice que él fue “hecho ministro, según la mayordomía de
Dios”. La mayordomía de Dios es necesaria para que Dios pueda expresarse plenamente.
La palabra dispensación en este contexto no denota una era particular en la cual Dios se
relaciona con los hombres de una manera determinada; más bien, se refiere al hecho de
que Dios dispensa Sus riquezas en Sus escogidos. Dicha dispensación es la mayordomía
de la cual proviene el ministerio de los ministros de Dios, un ministerio que dispensa.
Tal ministerio también es la administración de Dios. Hoy en día, Dios lleva a cabo Su
administración dispensando o impartiendo lo que Él es en nosotros. Esta mayordomía,
dispensación o administración es Su economía. En la economía neotestamentaria de
Dios existe la urgente necesidad de que se ejerza la mayordomía de Dios.
El deseo del corazón de Dios consiste en impartirse en el hombre. Éste es el tema central
de toda la Biblia. La economía de Dios consiste en llevar a cabo la impartición de Sí
mismo en el hombre. Nosotros participamos en esta economía al ejercer nuestra
mayordomía, nuestro ministerio, el cual consiste en dispensar las riquezas de Cristo.
Una vez que las riquezas de Cristo han sido impartidas en nosotros, debemos tomar la
carga de impartirlas en los demás. Con respecto a Dios, estas riquezas son Su economía,
y con respecto a nosotros, son una mayordomía; y cuando ministramos dichas riquezas
en los demás, éstas se convierten en la dispensación de Dios. Cuando la economía de
Dios llega a nosotros, ésta se convierte en nuestra mayordomía. Cuando ejercemos
nuestra mayordomía impartiendo a Cristo en los demás, ésta se convierte en la
dispensación de Dios en ellos. Por tanto, tenemos la economía, la mayordomía y la
dispensación.
Aquellos que han recibido la responsabilidad de cuidar a las iglesias locales deben
participar en la mayordomía de Dios. Esto significa que los ancianos deben ser los
primeros en impartir las riquezas de Cristo en los demás. A pesar de que Cristo es todo-
inclusivo y es preeminente, aún se requiere que Él sea impartido en los miembros de la
familia de Dios. Tal dispensación se lleva a cabo por medio de la mayordomía. Por
consiguiente, la mayordomía es crucial, puesto que es el medio por el cual el Cristo
inescrutablemente rico es impartido a los miembros de Su Cuerpo. Los que toman la
delantera en el recobro del Señor y tienen a su cargo el cuidado de las iglesias, deben
comprender que ellos tienen parte en esta mayordomía divina. No estamos aquí para
llevar a cabo una obra cristiana común. Por ejemplo, no nos interesa meramente
enseñar la Biblia de una forma externa; más bien, deseamos servir las riquezas de Cristo
a todos los miembros de la familia de Dios. En nuestras conversaciones, debemos
ministrar las riquezas de Cristo. Incluso cuando somos invitados a las casas de los
santos para cenar con ellos, debemos dispensar las riquezas de Cristo. En esto consiste
la mayordomía de Dios.
Cada miembro del Cuerpo de Cristo tiene parte en esta mayordomía. En Efesios 3:8
Pablo dijo que él era “menos que el más pequeño de todos los santos”, lo cual indica que
era aun más pequeño que nosotros. Si Pablo pudo ser mayordomo, entonces nosotros
también podemos ser mayordomos y, por ende, impartir las riquezas de Cristo en los
demás. Por ejemplo, al predicar el evangelio, no debemos preocuparnos meramente por
ganar almas; más bien, debemos predicar el evangelio para llevar a cabo la mayordomía,
la cual consiste en impartir las riquezas de Cristo en otros. Día tras día debemos cumplir
nuestra mayordomía impartiendo al Dios Triuno en el hombre. ¡Alabado sea el Señor
porque todos podemos participar en esta mayordomía! Todos tenemos el privilegio de
dispensar las inescrutables riquezas de Cristo en los demás. Por consiguiente, no
debemos simplemente predicar el evangelio o enseñar la Biblia; debemos también
impartir las riquezas de Cristo en los demás.
Otra oportunidad para ministrar las riquezas de Cristo a los demás se presenta cuando
hospedamos o cuando somos hospedados. Tanto el anfitrión como el huésped deben
ministrar las riquezas de Cristo.
Quiera el Señor abrir nuestros ojos para que veamos que todos tenemos parte en esta
mayordomía de Dios. En todos los aspectos prácticos de la vida de iglesia, incluso en
tales cosas como servir de ujieres o limpiar el salón de reuniones, debemos impartir a
Cristo en otros. Primeramente, debemos llenarnos nosotros de Cristo y después
ministrar las riquezas de Cristo a los demás. Ésta es nuestra mayordomía.
I. LOS SUFRIMIENTOS DEL MAYORDOMO
En 1:24 Pablo dice: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y de mi parte
completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, que es la
iglesia”. Las aflicciones de Cristo pertenecen a dos categorías: las que sufrió para lograr
la redención, las cuales fueron cumplidas por Cristo mismo, y las que sufrió para
producir y edificar la iglesia, las cuales necesitan ser completadas por los apóstoles y los
creyentes.
Hemos dicho que cuando hospedamos o somos hospedados, debemos cumplir con
nuestra mayordomía al impartir las riquezas de Cristo en los demás. Sin embargo, es
posible que al hospedar experimentemos cierta clase de sufrimientos. Del mismo modo,
ser huésped en una casa también puede traernos sufrimientos. Yo he estado hospedado
en las casas de muchos santos. Los anfitriones siempre me han atendido de una manera
maravillosa, haciendo todo lo posible para suplir mis necesidades. Aun así, he sufrido
por el simple hecho de no estar en mi propia casa. Por muy maravillosa que sea la
hospitalidad, siempre me siento contento de regresar a casa. No obstante, me alegra
poder testificar que muchos han hablado de la alimentación, edificación y
fortalecimiento que recibieron como huéspedes o anfitriones. Esto indica que llevar a
cabo la mayordomía de Dios al impartirles las riquezas de Cristo a los miembros de la
familia real de Dios, justifica toda clase de sufrimientos, sean grandes o pequeños. Como
veremos en el siguiente mensaje, los sufrimientos en los que participamos, contribuyen
a la edificación del Cuerpo de Cristo. No tienen nada que ver con el cumplimiento de la
redención.
A. De la iglesia
Refiriéndose al Cuerpo de Cristo, la iglesia, Pablo dice en 1:25: “De la cual fui hecho
ministro, según la mayordomía de Dios que me fue dada para con vosotros, para
completar la palabra de Dios”. Aquí Pablo dice que, como mayordomo, él fue hecho
ministro de la iglesia.
B. Para completar la Palabra de Dios
La expresión “desde los siglos” significa desde la eternidad, y “desde las generaciones”
significa desde los tiempos. El misterio tocante a Cristo y la iglesia estaba escondido
desde la eternidad y desde los tiempos hasta la era del Nuevo Testamento, en la cual ha
sido manifestado a los santos, incluyendo a todos los que creemos en Cristo.
Aunque la revelación divina fue completada mediante los apóstoles, y especialmente por
medio de Pablo, en un sentido práctico también necesita ser completada por medio de
nosotros hoy. Esto quiere decir que, al ponernos en contacto con la gente, debemos
predicarle la palabra completa, de una manera progresiva, continua y gradual. Predicar
la palabra completa, o predicarla plenamente, equivale a completar la palabra. Hoy en
día, entre tantos cristianos, ciertamente existe la urgente necesidad de completar la
palabra de esta manera. Hace poco, una revista afirmaba que hay cincuenta millones de
cristianos regenerados en los Estados Unidos. ¿Cuántos de ellos conocen el propósito de
Dios al salvarlos? Muy pocos. En el cristianismo la palabra de Dios ha sido predicada,
pero no ha sido predicada plenamente. La predicación del cristianismo actual no ha
completado la palabra de Dios. Por consiguiente, aún persiste la necesidad de
completarla.
Hemos hecho notar que la palabra de Dios, la cual requiere ser completada, es el
misterio mencionado en 1:26. Muchos cristianos predican la palabra de Dios, pero muy
pocos enseñan lo que es el misterio de Dios. La palabra de Dios que se predica en el
evangelio pleno, no tiene nada que ver con el hecho de escapar del infierno y de ir al
cielo, ni tampoco con el hecho de tener paz y gozo y una vida feliz. La palabra que
necesita ser completada es “el misterio que había estado oculto desde los siglos y desde
las generaciones”. Este misterio estaba oculto, escondido. Si no estuviera oculto, ya no
sería un misterio. El misterio que había estado oculto desde los siglos y las generaciones
es la palabra de Dios que ahora debe ser completada mediante la predicación de los
santos. Este misterio escondido, que ahora ha sido manifestado a los santos de Dios, es
“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (v. 27). Aunque he escuchado la predicación
del evangelio por muchos años, rara vez he escuchado un mensaje que dijera que
cuando alguien crea en Jesucristo, Cristo no sólo lo salvará, sino que también entrará en
su espíritu y permanecerá allí como su vida. La mayor parte de la predicación que se
escucha en el cristianismo de hoy no dice esto. Es por eso que persiste la necesidad de
completar la palabra de Dios.
Los que son nuevos en el recobro del Señor necesitan que se les complete la palabra de
Dios. Por ejemplo, puede ser que un creyente nuevo crea firmemente que Cristo es Dios
y también el Creador. Sin embargo, quizás no haya visto que todo-inclusivo Cristo es, ni
lo haya experimentado como tal. Tal vez no se haya dado cuenta de que, como hombre,
Cristo también es una criatura. Al enterarse de este aspecto de Cristo, quizás se sienta
perturbado. Esto indica que alguien necesita completarle la palabra de Dios en cuanto a
este asunto, explicándole que aunque Cristo es Dios, también es hombre. Él es todo-
inclusivo. En 1 Timoteo 2:5 Pablo habla del hombre Cristo Jesús. Además, después de la
ascensión de Cristo, Esteban vio al Hijo del Hombre en los cielos (Hch. 7:56).
Ciertamente un hombre es una criatura de carne y hueso. Después de la resurrección, el
Señor les mostró a Sus discípulos que aún tenía un cuerpo de carne y hueso (Lc. 24:39).
Puesto que el Cristo resucitado sigue siendo un hombre, con un cuerpo físico, es
correcto decir que Él es una criatura. No obstante, debido a las tradiciones religiosas, tal
vez no muchos creyentes estén dispuestos a hacer tal declaración acerca de Cristo. Para
ellos, esta enseñanza suena herética. Debemos ayudarles a tomar la Palabra pura de
Dios y creer todo lo que ella dice. Dicho de otro modo, debemos ayudarles a recibir la
palabra de Dios en su totalidad.
En el recobro del Señor necesitamos más mayordomos que tengan la capacidad de
completar la palabra de Dios. Todos debemos llevar esta carga. Debemos pasar más
tiempo en la presencia del Señor de modo que Él sea nuestra porción para nuestro
deleite, y así obtengamos las riquezas de Cristo para ministrarlas a los demás. De esta
manera, seremos aquellos que completan la palabra de Dios. Entonces, por medio de
nuestro ministerio, otros creyentes serán nutridos, fortalecidos, confirmados y
edificados.
Lectura bíblica: Col. 1:24; 1 P. 3:18; He. 9:26; Is. 53:3-5, 7 -8; Jn. 12:24; Lc. 12:50; Fil.
3:10; Ap. 1:9; 2 Ti. 2:10; 2 Co. 1:5-6.
En 1:24 Pablo dice: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y de mi parte
completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su Cuerpo, que es la
iglesia”. Cuando leí este versículo por primera vez, me quedé sorprendido y perturbado.
Me preguntaba cómo podía faltar algo a las aflicciones de Cristo. En aquel tiempo, me
hallaba completamente bajo la influencia del concepto religioso, según el cual era
imposible que a Cristo le faltase algo. Sin embargo, en este versículo Pablo dice
claramente que él completa “lo que falta de las aflicciones de Cristo”.
¿Acaso no se han completado todavía las aflicciones de Cristo? ¿Por qué es necesario
que sean completadas las aflicciones que Cristo padeció por Su Cuerpo? El Señor Jesús
experimentó dos clases de sufrimientos: los que padeció por causa de la redención y los
que tienen como fin producir y edificar Su Cuerpo, la iglesia. Ninguno de nosotros puede
participar de las aflicciones que Él sufrió para cumplir la redención. Sería una blasfemia
decir que podemos participar en esta clase de aflicciones. Sólo Él es el Redentor, y las
aflicciones que sufrió para lograr la redención fueron plenamente cumplidas por Él.
Nosotros no somos aptos, ni tenemos la debida posición para participar en los
sufrimientos que el Señor padeció para efectuar la redención. En la tipología, el único
que podía entrar en el Lugar Santísimo, en el día de la expiación, era el sumo sacerdote,
el cual presentaba la expiación por el pueblo. El sumo sacerdote era una figura de Cristo,
quien era el único que podía cumplir la redención y era apto para hacerlo.
Muchos versículos se refieren a las aflicciones que Cristo sufrió para lograr la redención.
Por ejemplo, 1 Pedro 3:18 dice: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los
pecados, el Justo por los injustos, para llevaros a Dios”. Cristo, el Justo, murió por los
injustos. Él era el único apto para llevar esta clase de aflicciones. Hebreos 9:26 e Isaías
53:3-5, 7 -8 indican también que Cristo sufrió para redimirnos. Nosotros no tenemos
parte en esta clase de aflicciones; Cristo solo las padeció.
Aunque no podemos participar de las aflicciones que Cristo sufrió para lograr la
redención, si le somos fieles, debemos participar en los sufrimientos de Cristo que
producen y edifican Su Cuerpo. Pablo era un modelo para nosotros en este asunto.
Inmediatamente después de su conversión, él empezó a participar en esta clase de
sufrimientos, o sea las aflicciones que Cristo sufrió por causa de Su Cuerpo.
Esto es contrario al concepto de que nada que tenga que ver con Cristo puede estar
incompleto. Conforme a dicho concepto, todo lo que Cristo es y hace está completo; sin
embargo, he aquí un versículo que nos muestra que al menos hay una cosa que falta en
relación con Cristo: Sus aflicciones para producir y edificar Su Cuerpo. Cristo sufrió
mucho para producir Su Cuerpo, pero puesto que Él no completó estos sufrimientos, se
requiere que los que le son fieles colmen esta deficiencia. Pablo no sufrió por causa de la
redención, pero él sí padeció para producir y edificar el Cuerpo de Cristo.
El apóstol Pablo fue un ejemplo para los creyentes (1 Ti. 1:16). Debemos considerar a
Pablo como un modelo, y no como alguien tan inalcanzable que nadie puede llegar a ser
como él. Puesto que el Señor dispuso en Su misericordia que Pablo fuera un modelo
para nosotros, todo lo que él fue, nosotros también lo podemos ser. Debemos creer en la
misericordia del Señor. Si la misericordia del Señor hizo de Pablo un modelo, entonces
Su misericordia puede lograr en nosotros lo mismo que hizo en Pablo. Esto significa que
así como Pablo sufrió para producir y edificar el Cuerpo de Cristo, nosotros también
debemos sufrir por causa de la iglesia.
Por supuesto, Cristo fue el primero en sufrir para producir y edificar Su Cuerpo; pero los
apóstoles y los creyentes deben seguir Sus pisadas y padecer esta clase de aflicciones. En
Juan 12:24, el Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no
cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Este versículo no
habla de la muerte redentora de Cristo, sino de Su muerte que produce y genera. Cristo
cayó en la tierra y murió como un grano de trigo a fin de producir muchos granos para la
iglesia. Conforme a Juan 12:26, aquellos que desean servirle deben seguirle en este
aspecto.
En Lucas 12:50 el Señor Jesús dice: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo
me angustio hasta que se cumpla!” En este versículo, la palabra “bautismo” se refiere a
la muerte de Cristo en la cruz, una muerte todo-inclusiva, la cual no sólo tenía como fin
cumplir la redención, sino también producir el Cuerpo mediante la liberación de la vida
divina. Como lo aclaran las palabras del Señor en Marcos 10:38 y 39, los discípulos
también tenían que participar del bautismo con el cual Él mismo iba a ser bautizado.
En Filipenses 3:10 Pablo habla de conocer la comunión en los padecimientos de Cristo.
Estos padecimientos no tienen como fin la redención, sino la edificación del Cuerpo. No
podemos tener comunión en los padecimientos que Cristo sufrió por la redención, pero
sí debemos tener mucha comunión en las aflicciones de Cristo por la iglesia.
Cuando Jesús estuvo en la tierra, Él fue perseguido por la religión judía, que había sido
formada según los oráculos de Dios. Juan 5:16 dice que los judíos persiguieron a Jesús
por no guardar el sábado. La gente religiosa no tolera que se violen sus regulaciones.
Cualquier violación de sus regulaciones religiosas provocará la persecución. Cuando
Jesús quebrantó el sábado, los judíos religiosos lo persiguieron y hasta procuraron
matarle. Finalmente, la religión logró sentenciar a muerte a Jesús.
Así como la religión persiguió a Jesús, también persigue a los seguidores de Jesús.
Sabemos por el libro de Hechos que los judíos de las sinagogas se levantaron en contra
de los apóstoles. Pablo sufrió mucho esta clase de persecución. Juan, el escritor de
Apocalipsis, también experimentó lo mismo; él fue exilado a la isla de Patmos “por
causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús”. Él se convirtió en copartícipe en el
padecimiento o aflicción en Jesús.
La persecución en contra del Señor Jesús no tuvo su origen en el mundo secular sino en
el mundo religioso. En el libro de Hechos vemos que la misma situación se repitió con
los apóstoles. La oposición que ellos enfrentaron no vino principalmente de los gentiles,
sino de la religión judía. De la misma manera, muchos mártires han padecido
persecución por parte de la religión. La religión siempre persigue a los verdaderos
seguidores de Jesús. Ahora nos toca a nosotros padecer esta persecución, este
sufrimiento, por causa de la edificación del Cuerpo de Cristo. Durante los años que
estuve con el hermano Nee en China, vi cuán perseguido fue por la religión. Los
rumores, la oposición y las críticas vinieron de la gente religiosa. Satanás, el diablo, con
gran sutileza usa la religión para oponerse y perseguir a los que siguen al Señor Jesús.
Por consiguiente, al igual que Juan en la isla de Patmos, nosotros también tenemos que
ser copartícipes en la tribulación en Jesús. De esta manera completamos lo que falta de
las aflicciones de Cristo por la iglesia.
En 2 Timoteo 2:10 Pablo dice: “Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos”.
Este versículo es un indicio adicional de que Pablo sufrió por causa de los elegidos, el
pueblo escogido por Dios.
Además, en 2 Corintios 1:5 y 6 se dice: “Porque de la manera que abundan para con
nosotros los sufrimientos del Cristo, así abunda también por el Cristo nuestra
consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si
somos consolados, es para vuestra consolación, la cual se opera en el soportar con
fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros también padecemos”. Este es otro
indicio de cuánto sufría Pablo por los santos.
Debemos seguir el modelo establecido por los primeros apóstoles y completar lo que
falta de las aflicciones de Cristo por la iglesia. También debemos participar en la
comunión de los padecimientos que Cristo sufrió por la edificación de la iglesia. La meta
de nuestra obra cristiana debe ser la edificación de la iglesia. Sin embargo, si sólo nos
preocupamos por actividades tales como la predicación del evangelio o la enseñanza de
la Biblia, es posible que otros nos aprecien y seamos bien recibidos. Pero si nuestra meta
al predicar y enseñar es edificar a la iglesia, se nos opondrán los religiosos.
En el libro de Hechos vemos que los judíos de las sinagogas acusaron al apóstol Pablo de
ser una “plaga” (Hch. 24:5). Adondequiera que Pablo fuese, causaba problemas. Por esto
los religiosos, quienes supuestamente eran el pueblo de Dios, se oponían a él.
Hoy en día ocurre lo mismo. Si predicamos el evangelio solamente para ganar almas y
rescatar la gente del infierno, es probable que no suframos mucho. Incluso es posible
que nos reciban en muchos lugares. Sin embargo, si tomamos la edificación del Cuerpo
como la meta de la predicación del evangelio, debemos estar preparados para sufrir
oposición y ser perseguidos. La religión no está de acuerdo con la edificación del
Cuerpo. Incluso algunos cristianos han mentido con respecto a nosotros y nos han
catalogado como una secta o un movimiento maligno y blasfemo. En 2 Corintios 6:8
Pablo dijo que él había experimentado tanto mala como buena fama. Si al servir al
Señor, los demás sólo hablan bien de usted, yo pondría en duda su fidelidad al Señor. Si
usted es fiel al Señor, la religión actual lo criticará y difundirá calumnias acerca de
usted.
Considere lo que Pablo hizo cuando aun era Saulo de Tarso. Él era un líder en su religión
e hizo todo lo posible para sacar provecho de ella. Sin embargo, en el camino a
Damascos, él fue cautivado por el Señor. Después de su conversión, todo lo que él hacía
derribaba la religión. Pablo era atrevido. El Señor Jesús anuló el día de sábado, pero
Pablo anuló algo que el judaísmo consideraba aun más importante: anuló la
circuncisión. Los judíos condenaron a Pablo por enseñar a otros a abandonar la práctica
de la circuncisión. Si a Pablo sólo le preocupara ganar almas, no habría ofendido a
nadie. Él no dijo: “Debo mantener las puertas abiertas. Por tanto, no voy a hablar nada
acerca de la circuncisión. No debo decir nada que vaya en contra de la religión judía. Si
quiero ganar almas, tengo que mantener una buena relación con la gente religiosa”. Si a
Pablo únicamente le hubiera interesado ganar almas, ésta habría sido su práctica, pero
puesto que él estaba a favor de la edificación del Cuerpo de Cristo, no podía hacer esto.
A fin de producir y edificar el Cuerpo de Cristo, Pablo participó en los padecimientos de
Cristo.
A menudo los creyentes han dicho que aprecian mi ministerio, con la excepción de mi
ministerio en cuanto a la iglesia. Algunos incluso me rogaron que no hablase de la
iglesia. Un caso de estos ocurrió en Texas en 1964. Yo había sido invitado a hablar a un
grupo de cristianos de Dallas. Una noche, después de la reunión, mi anfitrión me dijo:
“Hermano Lee, apreciamos su ministerio. Pero queremos que usted entienda
claramente que esta audiencia no va a aceptar ningún mensaje que trate de la iglesia. Le
pedimos que por favor no hable nada acerca de la iglesia”. Yo contesté: “Es importante
que ustedes entiendan que cuanto más yo ministre acerca de Cristo como vida, más se
abrirá el apetito de los santos por la iglesia”. Durante la última reunión, el Señor me
dirigió a que hablara acerca del Cuerpo, basándome en Romanos 12. Yo estaba
consciente de que si no hablaba acerca de la iglesia, no habría sido fiel al Señor ni
sincero con la audiencia. Aunque sabía que mi anfitrión y otros se molestarían por esto,
yo empecé a hablar con firmeza sobre la vida de iglesia. Mi anfitrión quedó tan
descontento que ni siquiera se levantó para despedirse de nosotros cuando nos
marchamos temprano al día siguiente. No obstante, aquel mensaje sobre la iglesia ayudó
mucho a un hermano y, como resultado, se sintió animado a seguir el camino del
recobro del Señor.
Por el bien del Cuerpo de Cristo, la iglesia, debemos completar lo que falta de las
aflicciones de Cristo. Puedo testificar que he sido atacado y he recibido mucha oposición
debido a que mantengo una posición firme en cuanto al recobro de la vida de iglesia. Si
usted decide tomar una posición firme por la iglesia, prepárese para experimentar
ataques, malentendidos y rumores. Se hablarán muchas cosas malas acerca de usted.
Esto se debe a que el tema de la iglesia provoca la potestad de las tinieblas. Por lo tanto,
los que están en favor de la iglesia deben prepararse para los ataques del enemigo. El
Señor Jesús dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella” (Mt. 16:18). Esto indica que las puertas del Hades, el poder de
las tinieblas, hará todo lo posible para frustrar la edificación de la iglesia. ¡Alabado sea el
Señor porque Él ha prometido que las puertas del Hades no prevalecerán!
En 1:25 Pablo dice: “De la cual fui hecho ministro, según la mayordomía de Dios que me
fue dada para con vosotros, para completar la palabra de Dios”. En este mensaje,
hablaremos del asunto de completar la palabra de Dios.
La palabra de Dios predicada por los primeros discípulos crecía y se multiplicaba; sin
embargo, ésta aún no había sido completada conforme a la economía de Dios. Para
completarla, se necesitaba la revelación que Dios le dio a Pablo. Debido a que los judíos
tienen solamente el Antiguo Testamento, ellos no tienen el oráculo completo de Dios.
Además, a pesar de que los cristianos tienen tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo
Testamento, en realidad muchos de ellos no tienen la revelación completa de Dios. Tal
vez en su experiencia y en su comprensión, tengan solamente los Evangelios, el libro de
Hechos y parte del libro de Romanos. Pese a que muchos han estudiado la Biblia,
todavía no tienen un entendimiento adecuado de la revelación divina.
Pablo recibió la revelación de que Cristo es el misterio de Dios. En 2:2 él habla del
“pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo”. Esta expresión, “el misterio
de Dios”, no se halla en el Antiguo Testamento. Los Evangelios tampoco dejan
constancia de que el Señor Jesús la hubiera usado. Fue Pablo quien la usó por primera
vez en sus epístolas. El misterio de Dios es Cristo como corporificación de Dios.
Colosenses 2:9 dice: “Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”.
Como misterio de Dios, Cristo debe ser la corporificación de Dios así como el Espíritu
vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17). Todos los maestros cristianos fundamentalistas
creen que Cristo es la corporificación de Dios, pero muy pocos de ellos ven que Él
también es el Espíritu vivificante. Si hemos de conocer a Cristo en realidad como la
corporificación de Dios, es necesario que lo experimentemos como el Espíritu
vivificante. Debido a que el enemigo sabe cuán importante es esta verdad, él la ataca con
vehemencia. Si no vemos que Cristo es el Espíritu vivificante, el hecho de que Cristo es
la corporificación de Dios será solamente una doctrina o una teoría; será una simple
enseñanza objetiva, completamente ajena a nuestra experiencia cristiana. Si éste es el
caso, la teoría no puede convertirse en realidad. La realidad de Cristo como
corporificación de Dios se halla en Cristo como Espíritu vivificante.
En Juan 14:16-18 el Señor Jesús dijo: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no
puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque
permanece con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vengo a
vosotros”. El Espíritu de realidad mencionado en el versículo 17 es en realidad el mismo
Señor que dice en el versículo 18: “Vendré a vosotros”. Esto indica que después de la
resurrección, el Señor llegó a ser el Espíritu de realidad. En 1 Corintios 15:45, que trata
de la resurrección, se confirma este hecho diciendo que el postrer Adán fue hecho
Espíritu vivificante. Pablo fue valiente y no dejó ninguna ambigüedad al declarar que
Cristo es el Espíritu. Para la mente natural, no es lógico que el postrer Adán, un hombre
en la carne, pudiera llegar a ser Espíritu vivificante. Sin embargo, Pablo declaró este
hecho sin transigencia alguna. Además, en 2 Corintios 3:17, él dijo: “Y el Señor es el
Espíritu”. Al tomar en cuenta el contexto del capítulo entero vemos que el Espíritu del
versículo 17 es el mismo Espíritu que da vida, el cual se menciona en el versículo 6.
Además, en 2 Timoteo 4:22 Pablo dijo claramente: “El Señor esté con tu espíritu”. ¡Cuán
claras son las palabras de Pablo!
En 1964 un amigo íntimo mío me advirtió que no enseñara que Cristo es el Espíritu.
Aunque él reconocía que la Biblia sí enseña que Cristo es el Espíritu, no tenía el valor de
declararlo debido a que la tradición religiosa hace que otros no estén dispuestos a
aceptarlo. Así que le contesté: “Si no enseño que Cristo es el Espíritu vivificante, no
tengo más que ministrar. Vine a este país principalmente con la carga de ministrar
acerca de este tema”. Más adelante, en ese mismo año, presenté una serie de mensajes
sobre el hecho de que Cristo es el Espíritu. Dichos mensajes fueron impresos en un libro
titulado La economía de Dios.
B. La dispensación de Dios
Pablo recibió también la revelación acerca de la dispensación de Dios (2 Co. 13:14; Ef.
3:14-19). El uso incorrecto de la palabra dispensación ha afectado mucho la manera en
que la gente concibe este término. Muchos cristianos simplemente la usan para referirse
a las distintas maneras en que Dios trata con Su pueblo, a las que ellos llaman
dispensaciones. No obstante, cuando nosotros usamos la palabra dispensación, le
damos el sentido de dispensar o impartir. Dios, en Su economía, se imparte en nosotros.
Pablo fue el primero en hablar de la dispensación o impartición de Dios, y sus escritos
revelan que ahora Dios se imparte en nuestro ser. Por ejemplo, 2 Corintios 13:14 dice:
“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean
con todos vosotros”. Esto es la dispensación o impartición del Dios Triuno en nuestro
ser. ¿En qué otra parte de la Biblia puede usted encontrar una referencia tan clara en
cuanto a la manera en que el Dios Triuno se imparte en los creyentes? En este versículo,
vemos al Padre como la fuente, al Hijo como el caudal, y al Espíritu como la corriente.
¡Qué impartición!
En Efesios 3:4 Pablo habla del misterio de Cristo. En Colosenses 2:2 vemos que el
misterio de Dios es Cristo, mientras que en Efesios 3:4 vemos que el misterio de Cristo
es la iglesia. Pablo dice en Efesios 1:22-23 que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, Su
plenitud. Pablo fue el primero en usar este término para describir a la iglesia. En
ninguna parte de los escritos de Pedro o Juan se menciona que la iglesia es el Cuerpo de
Cristo. A pesar de que Pablo surge después de los primeros apóstoles, él tuvo el denuedo
de proclamar la revelación divina y se atrevió a usar términos nunca antes usados. Pedro
reconoció esto y recomendó a Pablo en su segunda epístola, diciendo: “Como también
nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito;
como asimismo lo hace en todas sus cartas, hablando en ellas de estas cosas; entre las
cuales hay algunas difíciles de entender” (2 P. 3:15-16). Pedro pudo escribir estas
palabras aun después de haber sido reprendido por Pablo (Gá. 2:11). Debido a que Pablo
no tenía miedo de declarar la revelación que Dios le había dado acerca de la iglesia, él
era la clase de persona que el Señor podía usar para completar Su palabra.
Pablo usó otro término para describir la iglesia, el cual produjo un cambio radical: el
nuevo hombre (Col. 3:10). Pablo recibió la revelación de que la iglesia es el nuevo
hombre que tiene a Cristo como su constituyente. Sólo Pablo tuvo el denuedo como para
usar esta palabra.
Hoy persiste la urgente necesidad de completar la palabra de Dios. Hace siglos Pablo fue
usado para completar la revelación divina, pero todavía hoy se necesita completarla de
una manera práctica entre los cristianos. En la mayoría de los grupos cristianos se
ministra muy poco a Cristo como vida. Además, no muchos se atreven a encarar el tema
de la iglesia. Satanás, el enemigo de Dios, busca anular el completamiento de la palabra
de Dios de una manera sutil. Él permite que los cristianos prediquen lo que está
revelado en el Antiguo Testamento, en los Evangelios y en Hechos, pero no tolera que se
enseñe que Cristo es el Espíritu vivificante y que la iglesia es el misterio de Cristo. Todo
aquel que ministre en esta línea será atacado por el enemigo.
Debido a que he tomado una postura firme con relación a la iglesia, me he convertido en
el blanco de muchos rumores malignos. He sido acusado de tergiversar las enseñanzas
del hermano Nee acerca de la vida de iglesia. Algunos afirman que el hermano Nee,
después de la segunda guerra mundial, cambió su concepto respecto al terreno de la
iglesia. Según este rumor, debido a que no cambié mi actitud acerca del terreno de la
iglesia, llegué a diferir del hermano Nee al respecto. Así que, para demostrar que esta
acusación era falsa, imprimimos el libro Pláticas adicionales sobre la vida de la iglesia,
el cual contiene muchos mensajes acerca de la iglesia que fueron dados por el hermano
Nee después de la segunda guerra mundial. En cada uno de estos mensajes se especifica
la fecha y el lugar donde los mensajes fueron dados. Después que publicamos este libro,
los opositores cambiaron su estrategia y empezaron a decir que este libro no era una
traducción correcta, sino mi propia interpretación. No obstante, los que conocen el
inglés así como el chino pueden testificar que la traducción es muy precisa y muy fiel al
original. Estos rumores muestran que Satanás ataca a los que hoy defienden la
revelación que Dios le dio a Pablo, y más específicamente, la revelación acerca de que
Cristo es el misterio de Dios y que la iglesia es el misterio de Cristo.
En 1:29 Pablo dijo que él trabajaba, “luchando según la operación de El, la cual actúa en
mí con poder”. Pablo trabajaba y luchaba para completar la palabra de Dios. La palabra
griega indica que él luchaba y combatía por este propósito. Podemos testificar que
también nosotros luchamos por el completamiento de la revelación que le fue dada a
Pablo. En el ministerio del Señor, aparentemente estamos haciendo un trabajo, pero en
realidad, estamos luchando contra la religión y su tradición. Sin embargo, debemos
tener en claro que no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra las huestes de
maldad en las regiones celestes, contra las puertas del Hades que buscan destruir a la
iglesia. Mientras luchamos y combatimos, nuestra carga, nuestra mayordomía, consiste
en completar la palabra de Dios. Lo que estamos ministrando hoy en día es la revelación
divina dada a Pablo con la cual se completó la palabra de Dios.
Debemos declarar repetidas veces que esta revelación es acerca de Cristo como
corporificación de Dios y de la iglesia como expresión de Cristo. Aunque en este país los
cristianos realizan un sinnúmero de actividades, prácticamente nadie está llevando a
cabo la labor de completar la palabra de Dios. ¿Quién ha tomado la carga de declarar
que Cristo el Salvador es el Espíritu vivificante que imparte la vida divina en nosotros?
¿Quién está liberando la carga de decirle al pueblo de Dios que deben ser el Cuerpo
viviente que exprese a Cristo sobre el terreno apropiado de la iglesia en cada localidad?
Los que estamos en el recobro del Señor debemos asumir esta responsabilidad. La meta
del recobro del Señor es completar la palabra de Dios. Yo espero que muchos hermanos
tomen la resolución de cumplir este ministerio.
Hoy en día abunda la predicación del evangelio, la enseñanza bíblica, y la obra cristiana,
pero ¿dónde se recibe la palabra de Dios completada por Pablo? Existen miles de
“iglesias”, pero no se ve la palabra de Dios según fue completada por Pablo. Si no se
completa la palabra de Dios, el propósito de Dios no puede cumplirse y Cristo no puede
obtener Su novia ni traer Su reino. Debemos experimentar a Cristo como el Espíritu
vivificante y todo-inclusivo y estar firmes con relación al terreno apropiado de la iglesia.
No importa cuánta oposición y ataques recibamos, debemos estar a favor de la iglesia y
experimentar a Cristo en nuestra vida diaria.
La palabra de Dios se completó con la revelación del gran misterio de Cristo y la iglesia
(Ef. 5:32), con la revelación completa de Cristo, la Cabeza (Col. 1:26-27; 2:19; 3:11), y de
la iglesia, el Cuerpo (Ef. 3:3-6). Estos asuntos no solamente deben causar una profunda
impresión en nosotros, sino que también deben infundirse en nuestro ser. Que el Señor
nos traiga claridad a todos en cuanto a Su recobro y a la necesidad de luchar para
completar la palabra de Dios. Si hemos de ser de aquéllos que completan la palabra de
Dios, Cristo como Espíritu vivificante debe ser el contenido de lo que ministramos, y
nosotros debemos estar firmes con la iglesia, la cual es la expresión viviente de Cristo
edificada, sobre el terreno apropiado de unidad, la localidad. Ésta es nuestra carga,
nuestro ministerio y nuestra lucha.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CATORCE
A pesar de que los cristianos han leído las epístolas de Pablo durante siglos, muy pocos
han visto la economía divina y que Cristo es el misterio de dicha economía. Puedo
testificar que después de haber leído Efesios y Colosenses durante muchos años, empecé
a ver que Cristo es el misterio de la economía de Dios. En los primeros años de mi vida
cristiana, yo no vi que Cristo era el secreto de la impartición de Dios. Éste es un asunto
que está escondido y no concuerda con nuestros conceptos naturales. Si queremos ver
este asunto, debemos orar y ejercitar nuestro espíritu mientras estudiamos la Epístola a
los Colosenses en forma detallada. Examinemos ahora detenidamente 1:25-29.
UN MINISTRO DE LA IGLESIA
Leamos el versículo 25: “De la cual fui hecho ministro, según la mayordomía de Dios
que me fue dada para con vosotros, para completar la palabra de Dios”. La expresión “de
la cual” se refiere a la iglesia, mencionada en el versículo 24, lo cual indica que Pablo
llegó a ser un ministro, no de cierta enseñanza, predicación u obra misionera, sino de la
iglesia. La palabra “ministro” denota a uno que sirve. Pablo llegó a ser esta clase de
ministro conforme a la mayordomía, economía o dispensación de Dios. Él recibió esta
mayordomía por causa de la iglesia, y dicha mayordomía tenía como fin completar la
palabra de Dios.
EL MISTERIO MANIFESTADO A LOS SANTOS
Observe que el versículo 25 no termina con un punto sino con una coma, después de la
cual Pablo agrega en el versículo 26: “El misterio que había estado oculto desde los
siglos y desde las generaciones, pero que ahora ha sido manifestado a Sus santos”.
Conforme a la gramática, la expresión “el misterio” mencionada en el versículo 26 está
en aposición con “la palabra de Dios”, que se encuentra en el versículo 25. Esto significa
que la palabra de Dios es el misterio que se mantuvo oculto desde las edades y
generaciones, y que finalmente fue manifestado a los santos. “Desde los siglos” significa
desde la eternidad, mientras que “desde las generaciones” significa desde los tiempos. El
misterio tocante a Cristo y la iglesia estaba escondido desde la eternidad y desde todos
los tiempos hasta la era del Nuevo Testamento, en la cual ha sido manifestado a los
santos, a los que creen en Cristo.
Es muy significativo que Pablo no dice en el versículo 26 que el misterio fue manifestado
a los apóstoles, sino que fue manifestado a los santos. Debido a la influencia de la
tradición religiosa, muchos creen que asuntos como la economía de Dios no pueden ser
entendidos por los “laicos”. ¡Cuánto agradecemos al Señor por manifestar este misterio
a los santos, a todos los que creen en Cristo! Aun los más jóvenes de entre nosotros
tienen la posición y el privilegio de ver este misterio. Tenemos el privilegio de ver algo
que no fue revelado a Adán, Noé, Abraham, Moisés, ni a profetas como Isaías, Jeremías
y Zacarías. ¡Alabado sea el Señor porque podemos conocer la palabra de Dios de forma
completa! Podemos conocer a Cristo como el misterio de la economía de Dios y el
Cuerpo como la plenitud de Cristo. Además, podemos saber que la iglesia es el nuevo
hombre que tiene a Cristo por contenido y constituyente. Ninguna de estas cosas fueron
reveladas al pueblo de Dios en la era del Antiguo Testamento.
Hoy en día, nuestra atención se centra en Cristo como misterio de Dios y en la iglesia
como misterio de Cristo. Como misterio de Dios, el Cristo todo-inclusivo es la
corporificación de Dios y también el Espíritu vivificante. La iglesia como misterio de
Cristo es el Cuerpo de Cristo, Su plenitud, y también el nuevo hombre que lo expresa en
plenitud. Éste es el misterio que ha sido manifestado a los santos.
Lo que escribe Pablo en esta epístola es bastante complejo. Él usa muchas frases
extensas que contienen varias cláusulas y pronombres relativos. De hecho, los versículos
del 24 al 29 pueden considerarse una sola frase. En el versículo 27, que es la
continuación del versículo 26, Pablo dice: “A quienes Dios quiso dar a conocer las
riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la
esperanza de gloria”. La expresión “a quienes” al principio de este versículo se refiere a
los santos mencionados en el versículo anterior. Dios quiso dar a conocer las riquezas de
la gloria de este misterio a nosotros los santos. Este misterio, que es Cristo en nosotros
como esperanza de gloria, es dado a conocer entre los gentiles. La palabra “que” del
versículo 27 se refiere al misterio. Este misterio, lleno de gloria entre los gentiles, es
Cristo en nosotros. Cristo en nosotros es un hecho misterioso y también glorioso.
Debido a que Pablo abordaba asuntos muy profundos, tuvo que valerse de una
redacción compleja y usar oraciones muy largas.
Ahora prestemos especial atención a la frase “las riquezas de la gloria de este misterio”,
mencionada en el versículo 27. Las riquezas de este misterio entre los gentiles son las
riquezas de todo lo que Cristo es para los creyentes gentiles (Ef. 3:8). En la época en que
Pablo escribió a los colosenses, los judíos tenían a los gentiles por cerdos. Sin embargo,
Pablo dijo que Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre
los gentiles, es decir, entre los “cerdos” gentiles. También se usan otros términos para
describir a los gentiles, a saber: pecadores, rebeldes, enemigos de Dios, hijos de
desobediencia e hijos de ira. Antes de ser salvos, nosotros pertenecíamos a esta
categoría; pero aun entre tales personas, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la
gloria de este misterio. Después de ser salvos, ¿no tuvieron la sensación de haber
entrado en la gloria? Muchos tuvimos esta clase de experiencia. A pesar de haber sido
pecadores, enemigos y rebeldes, fuimos hechos hijos de Dios. Ahora somos también
herederos de Dios, copartícipes de Cristo e incluso miembros de Cristo. Además, el
Nuevo Testamento revela que somos reyes y sacerdotes. Como herederos de Dios, no
sólo heredaremos a Dios mismo, sino también todas las cosas. Somos hijos de Dios,
herederos de Dios, compañeros de Cristo, y reyes y sacerdotes. ¡Cuán glorioso es esto!
Si visualizamos esta gloria, también sabremos lo que significa las riquezas de la gloria,
aunque no tengamos las palabras adecuadas para describirlas. Estas riquezas incluyen la
vida y la naturaleza divinas, la unción y el Espíritu todo-inclusivo. Otros aspectos de
dichas riquezas son la justicia, la justificación, la santidad, la santificación, la
transformación, la glorificación, el consuelo y la presencia divina. Sería imposible
enumerar todas las riquezas, ya que son incontables. Tales son las riquezas de esta
gloria, la cual nos pertenece por ser hijos y herederos de Dios, compañeros de Cristo, y
reyes y sacerdotes.
La clave para disfrutar las riquezas de la gloria es Cristo mismo. Los judíos de la
antigüedad eran el pueblo de Dios, y no “cerdos” gentiles; sin embargo, ellos no
quisieron reconocer al Señor Jesús como su Mesías. Hoy en día, para muchos judíos, la
palabra Mesías no conlleva ninguna realidad. Cuando su Mesías venga y ellos lo
reconozcan, Él sólo estará entre ellos. No obstante, 1:27 indica que Cristo no solamente
está entre nosotros, sino en nosotros. Para nosotros, Cristo no es solamente una persona
objetiva, sino una persona subjetiva que mora en nosotros. Debemos decirles a los
judíos que, en lugar de esperar a que su Mesías venga visiblemente, ellos pueden ahora
mismo recibir a Cristo, el verdadero Mesías, para que more en ellos y puedan
convertirse así en hijos de Dios. Los judíos que reciban a Cristo, no sólo serán el pueblo
escogido de Dios, sino también hijos de Dios, regenerados por Él. ¡Cuán glorioso es que
Cristo more en nosotros!
Los que creemos en Cristo conocemos las riquezas de la gloria de este misterio. Resulta
imposible agotar todos los aspectos de las riquezas de esta gloria. Todas las bendiciones
de la Biblia se encuentran incluidas en las riquezas de esta gloria, la cual es nuestra
porción. Esta gloria es la gloria del misterio entre los gentiles, y dicho misterio es Cristo
en nosotros. El Cristo que mora en nosotros es un misterio glorioso de incontables
riquezas. Éste es el punto clave del libro de Colosenses.
REGRESEMOS AL MISTERIO
LA ESPERANZA DE GLORIA
Al final del Nuevo Testamento se nos exhorta a andar conforme al espíritu mezclado
(Gá. 5:16, 25; Ro. 8:4). Debemos andar conforme al Cristo, quien es la gloria llena de
riquezas. ¡Oh, que todos recibamos esta visión! Una vez que la tengamos, ésta regirá
cada aspecto de nuestro diario andar.
Si recibimos esta visión, descubriremos cuán distraídos están los cristianos con cosas
que no son Cristo. Tal vez presten atención a cosas que son buenas, bíblicas,
fundamentales y aun espirituales. No obstante, tales cosas no son Cristo mismo. Es
crucial que veamos el Cristo que es el misterio que había estado oculto desde la
eternidad, pero que ahora ha sido manifestado a los santos en la era del Nuevo
Testamento. Dios quiso dar a conocer entre los gentiles las riquezas de la gloria de este
misterio, que es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria. Este misterio es la clave de
nuestra vida cristiana y de la vida de iglesia.
En el versículo 28 Pablo dijo que anunciaba a Cristo. No dijo que enseñaba ni que
predicaba a Cristo, sino que lo anunciaba. Al anunciarlo, él estaba “amonestando a todo
hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en
Cristo a todo hombre”. El ministerio de Pablo, ya sea al anunciar a Cristo o al amonestar
y enseñar a todo hombre en toda sabiduría, tenía como fin ministrar a Cristo en otros
para que ellos pudiesen llegar a ser perfectos y completos, al madurar con Cristo hasta
llegar a una etapa de plena madurez.
Llegar a ser plenamente maduros en Cristo es un asunto de vida. Es necesario que Cristo
se añada a nosotros. Luego necesitamos crecer en Cristo y gradualmente ganar más de
Su estatura. Finalmente, al forjarse Él en nosotros, llegamos a ser perfectos en Cristo.
La meta del ministerio de Pablo era presentar perfecto en Cristo a todo hombre. Cada
vez que examino la frase “presentar perfecto en Cristo a todo hombre”, me doy cuenta
de mis deficiencias. En lo profundo de mi ser el Espíritu me amonesta en cuanto a mi
ministerio. Me preocupa saber a cuántos podré presentar perfectos en Cristo. El peso de
esta responsabilidad me abruma. Interiormente siento que me es impuesta la carga de
anunciar a Cristo, y de amonestar a todo hombre y de enseñarles acerca de Cristo, a fin
de presentarlos perfectos en Cristo.
El concepto de Pablo en 1:28 es completamente distinto del que sostienen los pastores y
ministros cristianos de hoy en día. Según Pablo, su ministerio consistía en impartir a
Cristo en las personas para que crecieran en Cristo hasta la madurez. Él sabía que Cristo
debía ser añadido a los creyentes hasta que ellos llegasen a ser perfectos en Cristo.
Nuestro concepto debe ser el mismo que Pablo. Los ancianos, al cuidar de los santos en
las iglesias, deberían esforzarse por presentar perfectos en Cristo a todos estos amados.
En el versículo 29, Pablo agrega: “Para lo cual también trabajo, luchando según la
operación de El, la cual actúa en mí con poder”. Las palabras “para lo cual” se refieren al
hecho de presentar perfecto en Cristo a todo hombre. Con este fin, Pablo trabajaba,
luchaba y combatía. No obstante, su lucha era según la operación de Cristo en él.
¡Aleluya, el Cristo que mora en nosotros está ahora operando en nuestro interior! Al
operar en nosotros, Él nos infunde Su vigor. Mientras Él nos vigoriza interiormente,
nosotros debemos laborar en cooperación con Su operación.
La operación de Cristo actúa con poder. La palabra griega traducida “poder” es la misma
palabra de donde proviene el vocablo “dínamo”. Sin lugar a dudas, este poder se refiere
al poder de la vida de resurrección (Fil. 3:10), el cual operó en el apóstol y también opera
en todos los creyentes (Ef. 1:19; 3:7, 20). Por medio de este poder interior de vida, Cristo
opera en nosotros. Este poder difiere del poder creador de Dios. El poder creador de
Dios produce las cosas materiales que están a nuestro alrededor, mientras que Su poder
de resurrección realiza en nuestro interior los asuntos espirituales para la iglesia. Era
conforme al poder de resurrección que Pablo trabajaba, luchaba y combatía. Mediante la
operación de este poder, él podía llevar a cabo su ministerio y presentar perfecto en
Cristo a cada santo.
Espero que nuestros ojos sean abiertos para ver que la meta de nuestra obra y de
nuestro ministerio debe ser ministrar a Cristo a otros, a fin de que ellos crezcan con la
medida de Cristo, quien es el misterio de la economía de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE QUINCE
Lectura bíblica: Col. 1:26-27 , 12, 15, 18-19; 2:2, 9, 16-17 ; 3:11; Jn. 14:17, 20; 1 Co. 15:45;
Fil. 1:19; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17;
Col. 3:4; Ef. 3:17a; Ro. 8:23; Fil. 3:21; 2 Ts. 1:10a
Cristo es la porción de los santos. Colosenses 1:12 dice: “Dando gracias al Padre que os
hizo aptos para participar de la porción de los santos en la luz”. Este es el primer aspecto
de Cristo presentado en esta epístola. La palabra porción se refiere al Cristo que es el
lote de la buena tierra que fluye leche y miel, el cual ha sido dado a los santos. El Cristo
que mora en nosotros es la buena tierra. Él es el Cristo todo-inclusivo que se nos da para
que podamos disfrutarlo.
Según Colosenses 1:15, Cristo es también la imagen del Dios invisible, lo cual implica
que Cristo es la expresión de Dios. Aunque Dios es invisible, Él se expresa en Cristo. El
Cristo que es nuestra buena tierra es también la imagen del Dios Triuno, Su expresión.
Como tal, Cristo es la imagen de Dios.
Colosenses 1:15 dice también que Cristo es el “Primogénito de toda la creación”. El Dios
invisible se expresa en Su creación. Romanos 1:20 dice: “Porque las cosas invisibles de
El, Su eterno poder y características divinas, se han visto con toda claridad desde la
creación del mundo, siendo percibidas por medio de las cosas hechas”. Dios se expresa
por medio de Su creación, y Cristo es el Primogénito de dicha creación. Por lo tanto,
Cristo es el medio por el cual Dios se expresa a Sí mismo. El hecho de que en el mismo
versículo se mencionan la imagen de Dios y el Primogénito de la creación, da a entender
que la imagen de Dios está relacionada con la creación. Esto demuestra claramente que
Cristo, el Primogénito de la creación, es la imagen de Dios, Su expresión.
Ex isten dos creaciones: la vieja creación y la nueva. Los incrédulos sólo conocen la
primera creación, la creación del universo. No obstante, conforme a la Biblia, Dios tiene
también una nueva creación, a saber, la iglesia. Cristo no sólo es el Primogénito de la
antigua creación, sino también de la nueva. Como el Primogénito de ambas creaciones,
Él es la expresión de Dios.
Los versículos del 15 al 20 están estrechamente relacionados y expresan una sola idea.
En los versículos 15 y 16, vemos que Cristo es la imagen del Dios invisible, el
Primogénito de toda creación, dado que todas las cosas fueron creadas en Él.
Observemos que los versículos 17 y 18 empiezan con la conjunción “y”. Por último, en el
versículo 19, Pablo presenta la conclusión de su argumento: “Por cuanto agradó a toda la
plenitud habitar en El”.
Pablo, al usar la frase “toda la plenitud”, indica que en Cristo habita la plenitud tanto de
la vieja creación como de la nueva. Ya mencionamos que la plenitud equivale a la
imagen y también a la expresión. En el Nuevo Testamento, la palabra plenitud también
se usa para denotar al Cuerpo. En Efesios 1:23 Pablo dice que la iglesia es el Cuerpo de
Cristo, “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. El Cuerpo es la plenitud, la
plenitud es la expresión, y la expresión es la imagen. Si hemos de entender Colosenses
1:15-20, debemos ver que la imagen mencionada en el versículo 15 es la misma plenitud
hallada en el versículo 19, la cual denota una expresión. Por consiguiente, vemos que la
imagen de Dios es la expresión de Dios, y que ésta a su vez es la plenitud de Dios. Puesto
que Cristo es el Primogénito de la creación, se puede ver la plenitud de Dios en la vieja
creación, y puesto que Él es el Primogénito de entre los muertos, se puede ver la
plenitud de Dios en la nueva creación. Ésta es la razón por la que el versículo 19 habla de
“toda la plenitud”. A toda la plenitud le agradó habitar en el Cristo todo-inclusivo.
Las personas serias tienen conciencia de que hay cierta especie de expresión en el
universo. Cuanto más contemplamos el universo, más conscientes somos de que éste
expresa algo. Según Colosenses, el universo es la expresión de la plenitud del Dios
invisible. Bajo el mismo principio, cuando vemos la vida apropiada de iglesia, también
percibimos cierta expresión, la cual es también la expresión de la imagen del Dios
invisible. Esta imagen es Cristo. Puesto que Cristo es el Primogénito, tanto de la vieja
creación como de la nueva, Él es la expresión del Dios invisible.
Colosenses 1:19 dice que agradó a toda la plenitud habitar en Cristo. Este mismo
pensamiento se repite en 2:9, donde Pablo dice: “Porque en El habita corporalmente
toda la plenitud de la Deidad”. En Cristo habita la plenitud tanto de la vieja creación
como de la nueva. La plenitud no se refiere a las riquezas de Dios, sino a la expresión de
dichas riquezas. La expresión de las riquezas de Dios mora en Cristo.
Muchos cristianos hablan acerca del Cristo que mora en los creyentes, sin estar
conscientes de que el propio Cristo que mora en ellos es todo-inclusivo. Si les
preguntáramos a algunos de ellos qué clase de Cristo vive en ellos, sólo dirían que Cristo
es su Salvador y Redentor. Desde luego, esto no es incorrecto, pero es muy insuficiente.
Cuando Pablo dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (1:27 ), él se refiere a un
Cristo muy rico, al Cristo que es nuestra buena tierra, la expresión del Dios invisible, el
Primogénito tanto de la vieja creación como de la nueva, y Aquel en quien toda la
plenitud se agradó en habitar. Ni siquiera estos aspectos describen plenamente todo lo
que es Cristo. Éste es el Cristo que mora en nosotros como nuestra esperanza de gloria.
En 2:2 Pablo habla del “pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo”. Como
misterio de Dios, Cristo es la corporificación de Dios y también el Espíritu vivificante. Es
fácil hablar de muchas otras cosas, pero es muy difícil hablar de Cristo como el misterio
de Dios. Es como si nuestra mente fuera un pedazo de mármol, incapaz de absorber
líquidos. Podemos escuchar muchos mensajes acerca del Cristo que es el misterio de
Dios, sin llegar a entender lo que oímos. Hace muchos años, conocí a un hermano que le
gustaba repetir la frase: “Cristo en mí, la esperanza de gloria”. Sin embargo, él tenía muy
poco conocimiento de Cristo. A pesar de que le encantaba decir que Cristo moraba en él,
realmente no conocía este aspecto de Cristo. No se percataba del hecho de que el Cristo
que vivía en él era el misterio de Dios.
Pablo, en esta epístola, les estaba diciendo a los colosenses que ellos se habían
descarriado al apartarse del Cristo todo-inclusivo, para centrar su atención en la
filosofía, las observancias y el culto a los ángeles. ¿Porqué debían ellos someterse a
ordenanzas en cuanto a la comida, bebida, días de fiesta, la nueva luna o sábados,
cuando todas éstas son sólo sombras de cosas espirituales en Cristo? Los colosenses no
tenían ninguna necesidad de regresar a estas cosas porque tenían a Cristo, quien lo es
todo.
En 3:10 y 11, Pablo habla del nuevo hombre, “donde no hay griego ni judío, circuncisión
ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”.
Esto indica que Cristo es el elemento constitutivo del nuevo hombre. El nuevo hombre
está constituido de Cristo, quien es su esencia y su elemento. Los colosenses no tenían
necesidad alguna de distraerse con las diferencias naturales o culturales de los
diferentes pueblos. En el nuevo hombre sólo hay lugar para Cristo. Puesto que Él es el
todo y en todos en el nuevo hombre, no queda ningún espacio para el hombre natural.
Cristo es cada miembro del nuevo hombre y está en todos ellos. El Cristo que mora en
nosotros es el elemento constitutivo del nuevo hombre.
X. CRISTO EN VOSOTROS
¡Cuán maravilloso es el Cristo que mora en nosotros! Tal Cristo posee todos los aspectos
que abarcamos en este mensaje. Él es la porción de los santos, la imagen del Dios
invisible, el Primogénito de toda creación, el Primogénito de entre los muertos, Aquel en
quien mora la plenitud de Dios, el misterio de la economía de Dios, el misterio de Dios,
la realidad de todas las cosas positivas y el elemento constitutivo del nuevo hombre.
Aunque todos estos aspectos de Cristo se revelan en el libro de Colosenses, pasamos por
alto la mayoría de ellos porque no correspondían con nuestros conceptos naturales. En
cambio, sí encajan muy bien las enseñanzas de Pablo con respecto a la sumisión de las
esposas para con sus maridos, y al amor que éstos deben tener para con sus esposas.
Aun sin leer las Escrituras, tenemos estos conceptos. Por lo tanto, en lugar de dar por
sentado lo que dice Pablo en Colosenses, debemos profundizar esta epístola y descubrir
por nosotros mismos todos los aspectos de Cristo, y luego debemos alabar al Señor y
adorarlo conforme a estos aspectos. Debemos decir: “Señor, te adoro por ser la porción
de los santos. Te alabo por ser la imagen del Dios invisible”. ¡Cuán maravilloso es adorar
al Señor de esta manera!
En la mesa del Señor debemos recordar al Señor como la porción de los santos, como la
imagen de Dios, como el misterio de la economía de Dios y como la realidad de todas las
cosas positivas. ¡Que el Señor enriquezca nuestras alabanzas!
A. El Dios procesado
El Cristo todo-inclusivo que mora en nosotros es el Dios procesado (Jn. 14:8-11, 16-20;
Mt. 28:19). Él fue procesado por medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión
y la resurrección, y ahora está en ascensión.
B. El Espíritu vivificante
Cristo mora ahora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22) con el fin de ser un solo espíritu con
nosotros (1 Co. 6:17). Él es el Espíritu vivificante que está mezclado con nuestro espíritu
y, como tal, Él puede ser nuestra vida y nuestra persona (Col. 3:4; Ef. 3:17).
XI. LA ESPERANZA DE GLORIA
En 1:27 Pablo no dice simplemente que Cristo mora en nosotros, sino que Él mora en
nosotros como nuestra esperanza de gloria. Cristo puede ser nuestra esperanza de gloria
porque Él mora en nuestro espíritu como nuestra vida y nuestra persona. Conforme a
Colosenses 3:4, cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, nosotros también seremos
manifestados con Él en gloria. Él aparecerá para ser glorificado en nuestro cuerpo
redimido y transfigurado (Ro. 8:23; Fil. 3:21; 2 Ts. 1:10). Cuando Cristo venga, nosotros
seremos glorificados en Él, y Él será glorificado en nosotros. Esto implica que el Cristo
que mora en nosotros saturará todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo físico. Esto
hará que nuestro cuerpo sea transfigurado y llegue a ser semejante a Su cuerpo glorioso.
En ese momento, Cristo será glorificado en nosotros. Éste es Cristo en nosotros como
esperanza de gloria.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE DIECISÉIS
Lectura bíblica: Col. 1:25-28; 2:4, 9; 3:4a; Ef. 3:8-11, 4; 1:23; Jn. 6:57b; 14:19b; Gá.
2:20a; Ef. 4:15, 13b
En Colosenses 1:28 Pablo, refiriéndose al Cristo que mora en nosotros como esperanza
de gloria, dice: “A quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo
hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre”. En el
original griego, la palabra “perfecto” podría traducirse también plenamente crecido,
completo o maduro. El ministerio de Pablo consistía en impartir a Cristo en otros para
que fuesen hechos perfectos y completos al madurar en Cristo hasta obtener el
crecimiento pleno. Sin embargo, en la actualidad muchos obreros cristianos ni siquiera
tienen la noción de presentar perfecto en Cristo a todo hombre y laboran con metas
diferentes. Nosotros, en cambio, debemos tener la misma meta que Pablo.
Incluso al predicar el evangelio, nuestra meta debe ser impartir vida, a fin de presentar a
otros maduros, perfectos, en Cristo. Al predicar el evangelio a los incrédulos, al
ministrarles a Cristo y al ayudarles a recibir al Señor, no debemos simplemente tener la
meta de salvarlos del lago de fuego y de la condenación de Dios. Nuestra meta tampoco
debe limitarse a que ellos experimenten el perdón de Dios; más bien, nuestra meta debe
ser impartir a Cristo en ellos para que con el tiempo puedan ser presentados perfectos
en Cristo. Si al predicar el evangelio no logramos impartir a Cristo en otros, nuestra
predicación se encontrará por debajo de la norma de Dios. Debemos infundir a Cristo en
todos aquellos con quienes hablemos. Al predicar el evangelio, nuestra meta debe ser
impartir a Cristo.
Debemos tener la misma meta al tener comunión con los santos. Cuando nos
relacionamos con los santos, nuestra meta debe ser ministrarles a Cristo para que
maduren en Él. Examinemos ahora varios asuntos relacionados con el tema de
presentar maduro en Cristo a todo hombre.
I. AL MINISTRAR A CRISTO
COMO LA PORCIÓN DE LOS SANTOS
Le doy gracias al Señor por los santos cuyo vivir exhibe las riquezas de Cristo. Tales
hermanos y hermanas son transparentes. En cambio, quienes están escasos de las
riquezas de Cristo, son opacos, sin ninguna transparencia. No obstante, los que poseen
las riquezas de Cristo son completamente diáfanos. Cada vez que usted tiene comunión
con ellos sobre algún asunto, todo se hace tan evidente para usted porque ellos son tan
diáfanos. Los que disfrutan las riquezas de Cristo llegan a ser tan transparentes como el
cristal. Cuanto más experimentemos las riquezas de Cristo, más transparentes nos
haremos. ¡Que todos anhelemos ser ricos en Cristo y completamente transparentes! Que
podamos orar: “Señor, haz de mí un miembro de Tu Cuerpo, alguien que sea rico en Tu
vida y completamente transparente. ¡Líbrame de ser un miembro éticamente bueno,
pero carente de Cristo!”.
Solamente los que son ricos en Cristo pueden edificar el Cuerpo y cumplir el propósito
eterno de Dios. Debemos reconocer que aún falta mucha edificación entre nosotros.
Puede ser que nos preocupe más nuestra propia espiritualidad y crecimiento que la
edificación de la iglesia. Si estamos escasos de Cristo y nos falta transparencia, no nos
importará mucho la edificación de la iglesia; en cambio, si nos llenamos de las riquezas
de Cristo y de este modo llegamos a ser transparentes, nos preocupará seriamente la
edificación de la iglesia para que se cumpla el propósito de Dios.
En cuarto lugar, debemos ministrar a Cristo como el misterio de Dios, es decir, como la
corporificación de Dios (2:2, 9). Debemos compartirles a otros cómo Cristo es la
corporificación del Dios Triuno en nuestra experiencia. Debemos ser capaces de
testificar cómo experimentamos cada día a Cristo como el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Puesto que tenemos a Cristo, tenemos también al Padre; y puesto que estamos en Cristo,
estamos también en el Espíritu. El Espíritu que se mueve en nosotros es en realidad
Cristo mismo. Cada día debemos ser un solo espíritu con el Señor y experimentar el
hecho de que Él es uno con nosotros (1 Co. 6:17). En todos los aspectos de nuestra vida
diaria y dondequiera que estemos, debemos experimentar cada vez más lo que significa
ser un solo espíritu con el Señor. Esto no debe ser una doctrina ni una teoría para
nosotros, sino una realidad en nuestra vida cristiana.
En cuanto a mi ministerio, muchas veces he orado así: “Señor, concédeme la gracia de
ser un solo espíritu contigo mientras comparto Tu palabra. Oro para que Tú hables por
medio de mí. Creo que Tú eres un solo Espíritu conmigo, pero te pido que me concedas
ser un solo espíritu contigo cuando ministro la Palabra”. El impacto que este ministerio
pueda tener, proviene de esta unidad con el Señor.
El hecho de que el Señor es la corporificación del Dios Triuno, implica que todas las
riquezas del Padre se hallan corporificadas en el Hijo. Además, el Hijo es plenamente
hecho real a nosotros como el Espíritu, el cual es ahora un solo espíritu con nosotros. En
1 Corintios 6:17 Pablo dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Ser
un espíritu con el Señor no debe ser una simple doctrina para nosotros. Por el contrario,
debe ser nuestra experiencia cotidiana. Debemos saber en la práctica lo que es ser un
espíritu con el Señor, con Aquel que es la corporificación del Dios Triuno. Si lo
experimentamos de esta manera, podremos ministrarlo a las personas para el
nutrimento y enriquecimiento de ellas, y ellas, como resultado, crecerán en Él. El
crecimiento proviene de la alimentación. Si ellas se nutren del Cristo que les
ministramos, esto es, del Cristo que es el misterio de Dios, serán perfeccionados y
madurarán en Cristo.
Entonces le pregunté al hermano Sparks cómo podíamos practicar los principios que
ambos habíamos visto en cuanto al Cuerpo de Cristo. Aunque reconoció que tales
principios no podían aplicarse en las denominaciones, no quiso aceptar que sólo podían
practicarse sobre el terreno apropiado de la iglesia. En lugar de ello, insistió en el hecho
de que la iglesia sólo podría ser producida por medio de mucha oración y mediante el
Espíritu. Entonces le dije: “¿No cree usted que todas las iglesias de la isla de Taiwán han
llegado a existir por la oración y mediante el Espíritu?”. Le pregunté también lo que
debía hacer un grupo de santos después de haber orado acerca de la iglesia, pero él aún
no quiso reconocer que deberían tomar la posición de ser la iglesia al mantenerse firmes
sobre el terreno de la iglesia, el cual es el terreno de la unidad. Simplemente respondió
que lo importante era que ellos se aseguraran de que todo lo que hicieran proviniera del
Espíritu. Estas palabras concluyeron nuestra conversación acerca de la iglesia.
Yo hice lo posible por convencerlo acerca de la iglesia, y él hizo lo posible por evadir el
tema de la iglesia. Pero al final, ninguno de los dos cambió de parecer.
Hoy en día se libra una ardua batalla en cuanto a la iglesia como expresión de Cristo.
Debido a la sutileza del enemigo, la mayoría de las librerías cristianas vende los libros
del hermano Nee que tratan de asuntos espirituales, pero no vende aquellos que tratan
de la iglesia. No obstante, los cristianos no podrán madurar plenamente fuera de la vida
de iglesia. Los libros del hermano Nee que tratan de asuntos espirituales han sido
apreciados por los cristianos de todo el mundo y durante muchos años. Pero a pesar de
lo populares que han sido estos libros, la condición del cristianismo no ha mejorado
mucho. Mientras que no se tenga la vida de iglesia, la ayuda que aportan los libros del
hermano Nee termina escapándose, puesto que la vida de iglesia es la única vasija
apropiada para preservar esta ayuda. Para algunos, los libros espirituales del hermano
Nee sirven mayormente para proporcionar nuevos conceptos doctrinales; no se ha
ganado mucho para el cumplimiento del propósito de Dios. ¿Acaso desea el Señor que la
gente busque meramente la espiritualidad sin participar en la vida de iglesia apropiada?
¡Por supuesto que no! Sin la iglesia, el propósito de Dios no puede realizarse. Nosotros
estamos conscientes de esto y, por eso, pesa tanto la carga del Señor sobre nosotros con
respecto a la iglesia. Debemos practicar la vida de iglesia para que se cumpla el
propósito eterno de Dios. Asimismo, debemos ser fieles al presentar la iglesia como
misterio de Cristo, como expresión de Cristo.
El Señor desea obtener el Cuerpo, la iglesia. Él no quiere que la iglesia sea mera
terminología: Él quiere la iglesia en un sentido práctico. Para que la vida de iglesia sea
práctica, las iglesias locales deben existir. Esto se define claramente en el libro La
expresión práctica de la iglesia. Hoy en día, la expresión práctica de la iglesia sólo se
puede ver en las iglesias locales. ¡Oh, que todos aprendamos a ministrar la verdad de la
iglesia como misterio de Cristo, como Su expresión, para que otros puedan ser
presentados perfectos en Cristo!
Algunos han dicho que el ministerio acerca de la iglesia no tiene futuro, debido a la
inmensa oposición que viene de todas partes. Efectivamente, si este ministerio es
simplemente la obra del hombre, no tiene futuro; pero si en verdad es el ministerio en el
recobro del Señor, el futuro será muy prometedor. Cuanto más nos aconsejen que no
ministremos acerca de la iglesia, más debemos ministrar fielmente acerca de ella.
Debemos ser valientes y fieles, no sólo para hablar de Cristo, la Cabeza, sino también de
la iglesia, Su Cuerpo. No debemos seguir el cristianismo de hoy; por el contrario,
debemos seguir la Palabra pura para poder presentar la iglesia como misterio de Cristo.
Por último, Cristo como vida a Sus miembros debe ser lo que impartimos a los
creyentes, a fin de que ellos vivan por Él y crezcan con Él hasta la madurez. Colosenses
3:4 dice que Cristo es nuestra vida, y en Juan 6:57, 14:19 y Gálatas 2:20 leemos que
debemos vivir por Él. De este modo, creceremos con Él hasta la madurez (Ef. 4:15, 13).
En este mensaje, hablaremos del asunto de luchar según la operación de Cristo (1:29).
Ya dijimos que Pablo laboraba para presentar perfecto en Cristo a todo hombre. El
hecho de presentar perfectos en Cristo a otros constituye una ardua tarea, una tarea que
sólo puede ser cumplida luchando según la operación de Cristo.
Quizás algunos piensan que orar es la manera de presentar perfectos en Cristo a los
demás. Sin embargo, es posible tener una comprensión supersticiosa de la oración. Por
ejemplo, supongamos que alguien piensa que se deben preparar las comidas con oración
y que no necesitamos ir de compras ni cocinar. Este concepto es supersticioso. Por
tanto, al presentar perfectos en Cristo a otros, debemos seguir el principio establecido
en Génesis 2: el hombre labra la tierra, y Dios manda la lluvia (v. 5). Por un lado,
debemos labrar la tierra; y por otro, sólo Dios puede mandar la lluvia. Mientras
confiamos en Dios y le pedimos la lluvia, debemos ser fieles en nuestra responsabilidad
de labrar la tierra. Esto significa que debemos cumplir el principio ordenado por Dios. Si
sólo dependemos de nuestro trabajo, y no confiamos en que el Señor mandará la lluvia,
erramos. Asimismo nos equivocamos si sólo le pedimos al Señor que haga llover sin
antes cumplir con nuestra responsabilidad de labrar la tierra. Si aplicamos este
principio al asunto de presentar perfecto en Cristo a todo hombre, veremos que no sólo
necesitamos orar, sino también laborar según la operación de Cristo.
En 2:1 Pablo dice: “Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y
por los que están en Laodicea, por todos los que no han visto mi rostro”. Este versículo
indica que Pablo estaba luchando, esforzándose y combatiendo para que algo particular
se cumpliera entre los colosenses y los laodicenses. En el versículo 2 encontramos el
motivo de la lucha que sostenía Pablo: “Para que sean consolados sus corazones,
entrelazados ellos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de la perfecta certidumbre
de entendimiento, hasta alcanzar el pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir,
Cristo”. Me tomó años llegar a entender por qué Pablo, después de dar una visión tan
elevada de Cristo, repentinamente expresó su deseo de que los corazones de ellos fueran
consolados. No sabía cómo conectar la visión en el capítulo uno con las palabras del
capítulo dos. Pablo no dijo que luchaba para que los colosenses y los laodicenses
recibieran la visión del Cristo que había presentado en el capítulo uno. En mi opinión
eso era lo que debía haber hecho. Si el versículo 2 hubiera sido escrito de esta manera,
me hubiera sido mucho más fácil entenderlo. Pero Pablo no dijo que luchaba para que
los santos ejercitaran su espíritu para ver lo que les había compartido respecto de Cristo,
sino para que sus corazones fuesen consolados.
¿Por qué era necesario que fueran consolados los corazones de los colosenses, y que
fueran ellos entrelazados en amor, hasta alcanzar las riquezas de la perfecta certidumbre
de entendimiento? Me tomó años encontrar respuesta a esta pregunta. La palabra
“certidumbre” implica dos elementos: la fe y el conocimiento. Cuando tenemos fe y
conocimiento, podemos tener certeza en lo que creemos, y dicha certeza llega a ser
nuestra certidumbre o seguridad. Pablo luchaba para que los corazones de los
colosenses alcanzaran la plena certidumbre.
En este versículo, consolar el corazón de las personas significa cuidarlas con ternura, y
amorosamente darles calor. Efesios 5:29 dice que Cristo sustenta y cuida a la iglesia con
ternura. Sustentar significa alimentar, y cuidar con ternura quiere decir abrigar. ¡Cuánto
necesitaban los santos de Colosas experimentar el cuidado tierno del Señor! Sus
corazones necesitaban ser consolados, necesitaban experimentar un cuidado cálido y
tierno.
Pablo dijo además que los corazones de ellos necesitaban ser entrelazados en amor. La
expresión “entrelazados en amor” implica que entre los creyentes había ocurrido alguna
clase de separación y que su amor había sido afectado. Las distintas observancias,
ordenanzas y filosofías que se habían infiltrado provocaron una pérdida de amor.
EL CORAZÓN Y LA MENTE
En este versículo Pablo menciona dos órganos cruciales de nuestro ser interior: el
corazón y la mente. (La palabra “entendimiento” está relacionada con la mente). Una
vez que nuestro corazón es afectado, se enfría y se vuelve disidente, es fácil que nuestra
mente se distraiga y sea atacada por el enemigo. Cuando esto sucede, nuestra mente no
es capaz de entender un mensaje que trate sobre Cristo y la economía de Dios.
Los problemas de nuestro corazón son a menudo la causa de los problemas mentales.
Cuando la mente de una persona está bajo el continuo ataque del enemigo, esto indica
que hay algún problema en su corazón. Cuando algo anda mal en nuestro corazón,
fácilmente nuestra mente cae en tinieblas o queda expuesta a los ataques. Éste es un
principio importante. La mayoría de los casos de enfermedades mentales provienen de
los problemas que existen al nivel del corazón. Hace más de cuarenta años, el director de
un importante hospital de siquiatría me dijo que, según su experiencia y observación,
los problemas mentales se debían a problemas relacionados con la avaricia y la lujuria.
Éstos son problemas del corazón. La avaricia ocasiona problemas en los corazones de
algunos, mientras que la lujuria es causa de problemas en los corazones de otros. Estos
problemas hacen que la mente quede expuesta a los ataques. A través de los años,
hemos aprendido por experiencia que las enfermedades mentales proceden de
problemas en el corazón. La mente es atacada porque el corazón no es recto. Quizás
alguien tenga cierta ambición o deseo en su corazón. Mientras él no logre satisfacer
dicha ambición o deseo y persista en ello, su mente quedará expuesta a los ataques del
enemigo.
Sin lugar a dudas, Pablo estaba consciente de esto; él sabía que era crucial que los
corazones de los colosenses fueran consolados y entrelazados en amor. Si los corazones
de los santos recibieran la debida atención, ellos tendrían las riquezas de la plena
certidumbre de entendimiento. Sus mentes volverían a funcionar normalmente y ellos
entenderían las cosas espirituales. Cuando nuestro corazón es consolado, nuestra mente
funciona bien, pero si tenemos algún problema en nuestro corazón, también lo
tendremos en nuestra mente, ya que el corazón regula la mente. Por tanto, la condición
del corazón es la que determina si la mente es normal o anormal.
La forma en que nos relacionamos con los demás santos en la vida de iglesia pone a
prueba lo que hay en nuestro corazón. Si ciertas ambiciones, deseos y metas invaden
nuestro corazón, nuestra mente no será normal y nos causará problemas con los demás.
Por ejemplo, si mi mente es atacada debido a cierto problema que reside en mi corazón,
me puede disgustar mucho si un hermano no sonríe cuando me saluda. Me puede
molestar aún más si el mismo hermano invita a otro a almorzar, y no me invita a mí. El
enojo que siento no es causado por mi mal genio, sino por un problema del corazón. En
mi corazón, tal vez desee respeto, honor y reconocimiento. Esto quizás me haga sentir
que los demás deberían mostrarme respecto, saludándome con mucha cordialidad. Pero
si no tengo ningún problema en mi corazón, no me molestará si un hermano no me
saluda o si no me tiene en cuenta en una actividad particular. Si nuestro corazón es
recto, seremos felices en la vida de iglesia, no importa cómo los demás nos traten. Pero
si hay algún problema en nuestro corazón, nos disgustaremos con la iglesia. Éste es un
asunto muy serio.
El hecho de que los corazones de los santos sean entrelazados en amor tiene que ver con
la parte emotiva, mientras que el hecho de alcanzar las riquezas de la perfecta
certidumbre de entendimiento se relaciona con la mente. Si no tenemos un corazón
recto, no podremos recibir la revelación acerca de Cristo. Para recibir la visión de Cristo,
necesitamos que nuestros corazones sean consolados, cuidados con ternura y
entrelazados con otros en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de la perfecta
certidumbre de entendimiento. ¡Cuán feliz me siento de ver que los corazones de los
santos que están en el recobro del Señor han sido consolados y entrelazados! Puesto que
nuestros corazones han sido entrelazados en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de
la perfecta certidumbre de entendimiento, podemos recibir la revelación que nos
presenta el libro de Colosenses.
Ahora podemos entender por qué Pablo luchó para que los corazones de los colosenses
fueran consolados. Él sabía que ésta era la única manera en que los santos podían tener
la plena certidumbre de entendimiento. Puesto que nuestros corazones han sido
cuidados con ternura y mutuamente entrelazados, los que estamos en el recobro del
Señor podemos tener esta certidumbre. Ésta nos permite conocer plenamente a Cristo
como misterio de Dios. ¡Que el Señor cuide diariamente nuestros corazones con ternura,
para que tengamos una vida de iglesia saludable! Cuando nuestros corazones están
felices, todos los hermanos nos parecen maravillosos, pero cuando nuestros corazones
no están contentos, sucede todo lo contrario. ¡Cuán importante es que el Señor cuide
nuestros corazones con ternura!
Una vez que los corazones de los colosenses fueran consolados, ellos podrían recibir
revelación acerca de Cristo. Debido a que éste es un asunto tan importante, Colosenses
recalca más el corazón que el espíritu. No podemos presentar perfectos en Cristo a otros,
a menos que sus corazones hayan sido consolados. Si primero no cuidamos de sus
corazones, ellos no podrán recibir nada de lo que les ministramos acerca de Cristo. Por
consiguiente, el primer paso al presentar a otros maduros en Cristo es consolar sus
corazones para que puedan alcanzar todas las riquezas de la plena certidumbre de
entendimiento. Los hermanos que toman la delantera son particularmente quienes
deberían buscar al Señor y pedirle la gracia de poder consolar los corazones de los que
están distraídos, insatisfechos y desilusionados. Una vez que los corazones de los santos
hayan sido consolados, nos resultará fácil ministrarles las riquezas de Cristo, pero
mientras que ellos tengan problemas en sus corazones, tendrán conflictos en sus
mentes. La única manera de resolver los problemas de la mente es que los corazones de
ellos reciban corrección bajo el cuidado tierno del Señor. Ésta es una lección crucial que
debemos aprender.
LA LUCHA DE PABLO
En Colosenses 1:29 Pablo dijo que luchaba según la operación de Cristo en él. Esta lucha
era su labor de presentar maduro en Cristo a todo hombre. Él se esforzaba en hacer esto,
anunciando a Cristo, amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda
sabiduría.
LA OPERACIÓN DE CRISTO
Conforme a 1:29 la operación de Cristo actúa en nosotros con poder. No es lo mismo que
Cristo opere en nosotros a que Su operación actúe en nosotros. Puesto que Cristo como
esperanza de gloria opera en nosotros, hay una operación que también actúa en
nosotros. En otras palabras, el propio Cristo que opera en nosotros produce una
operación que también actúa en nosotros. Dicha operación actúa en nosotros con poder.
Toda persona salva ha tenido alguna experiencia, aunque sea un poco, de la operación
de Cristo. El ser salvos no equivale simplemente a ser perdonados y justificados por
Dios; también significa que Cristo ha sido impartido en nosotros. El Cristo que mora en
nosotros también opera en nosotros. Como mencionamos, Su operación llega a ser la
operación que actúa en nosotros. La lucha que Pablo sostenía por los santos era según
esta operación.
Tal vez algunos santos sientan muy poco de la operación de Cristo en ellos. Esto se debe
a la falta de oración. Por tanto, debemos acudir al Señor con un corazón arrepentido y
decir: “Señor, aún soy regido por la vida natural, el ego y el viejo hombre. Perdóname y
lávame con Tu preciosa sangre. Deseo ser iluminado, purificado y hecho transparente.
Te ruego que me muestres lo que deseas de mí. Saca a la luz mi verdadera condición
para que sea lleno de Ti”. Si oramos así, la operación de Cristo podrá actuar libremente
en nosotros.
Puedo testificar que la operación de Cristo me llena de vigor. Cuanto más oro, más me
vigoriza Su operación. Pero si dejo de orar, me vuelvo frío e inactivo. La razón por la
cual usted no siente mucho la operación de Cristo en su interior es que se esfuerza
demasiado y no ora lo suficiente. Cuando usted abre su ser al Señor en oración, permite
que la operación de Cristo actúe en usted. De este modo usted puede luchar según dicha
operación para presentar a otros maduros en Cristo.
La operación de Cristo actúa con poder. Pablo se refiere a este poder en Efesios 3:7 y 20.
En Efesios 3:7 él habla de “la operación de Su poder”, y en 3:20, del “poder que actúa en
nosotros”. Este poder es el poder de la vida de resurrección (Fil. 3:10) que actúa en los
creyentes (Ef. 1:19). Este poder operó en Cristo, resucitándole de los muertos,
sentándole a la diestra de Dios en los lugares celestiales y sometiendo todas las cosas
bajo Sus pies (Ef. 1:20-22). Por lo tanto, este poder incluye el poder de resurrección, el
poder que trasciende y el poder que somete. La operación de Cristo es según tal poder y
nos capacita para luchar, a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre.
Lo que Pablo hizo en su esfuerzo por presentar a otros maduros en Cristo constituye un
ejemplo que sirve para perfeccionar a los santos con miras a la edificación del Cuerpo de
Cristo. Consiste en luchar según la operación del Cristo que actúa en nosotros, es decir,
laborar por medio del poder que resucita, trasciende y somete, el cual está en nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE DIECIOCHO
Al final de Colosenses 2:2, Pablo habla del “pleno conocimiento del misterio de Dios, es
decir, Cristo”. El libro de Efesios trata del misterio de Cristo, que es la iglesia, Su Cuerpo
(Ef. 3:4). El tema de este libro es el misterio de Dios, que es Cristo, la Cabeza. Es crucial
que conozcamos a Cristo no solamente como nuestro Salvador y Señor, sino también
como el misterio de Dios.
Todos los cristianos aman al Señor Jesús. Lo único que los diferencia en este respecto es
el grado del amor que tienen por Él. Incluso un creyente que se ha alejado del Señor, le
ama hasta cierto grado. La medida de nuestro amor por el Señor depende de cuánto le
conocemos y de cuánto hemos visto de Él. Por ejemplo, un niño puede apreciar más el
estuche que guarda la joya que la joya misma. Esto muestra que el grado de nuestro
aprecio determina la medida de nuestro amor. Por lo tanto, cuanto más conozcamos al
Señor Jesús y lo apreciemos, más lo amaremos. Es por eso que debemos avanzar y
procurar conocer más al Señor Jesús, no solamente como nuestro Salvador y Señor, sino
también como el misterio de Dios.
Nosotros somos seres complejos, pero Cristo es mucho más complejo. Para conocerlo,
no sólo se requiere que ejercitemos nuestro espíritu, sino también que nuestro corazón
sea consolado, es decir, que reciba un cuidado tierno y cálido. Además, se requiere que
tengamos una mente sobria, una parte emotiva regulada y una voluntad sometida. Cada
parte de nuestro ser debe ser apropiada y funcionar de una manera normal. Es por eso
que Pablo relaciona el hecho de que los corazones sean consolados con la necesidad de
obtener el pleno conocimiento de Cristo como misterio de Dios.
Después de que tomé mi decisión con respecto al terreno de la iglesia, pasé un tiempo
con el hermano Nee en Shanghai, durante un período de crisis. Tratando de consolarlo,
le dije: “Hermano Nee, soy uno con usted porque sigue el camino del Señor. Puedo
asegurarle que si aun llegara a apartarse de este camino, yo no cambiaría de parecer. Yo
tengo la perfecta certidumbre en cuanto al camino del Señor respecto a la iglesia”. Esta
es la perfecta certidumbre de entendimiento a la que Pablo se refiere en 2:2. En cuanto a
Cristo como misterio de Dios, necesitamos fe, conocimiento, certidumbre y perfecto
entendimiento.
Algunos que anteriormente estuvieron con nosotros por muchos años, solían alabar al
Señor por Su recobro y declarar que estaban absolutamente en pro de la vida de iglesia.
Sin embargo, con el tiempo se volcaron en contra del recobro y aun lo condenaron. La
razón de este cambio es que nunca se ejercitaron plenamente en cuanto al recobro del
Señor ni recibieron la perfecta certidumbre de entendimiento al respecto.
En 2:2 Pablo habla no sólo de la perfecta certidumbre, sino de todas las riquezas de la
perfecta certidumbre de entendimiento. Para examinar esta frase, recurramos una vez
más al terreno de la iglesia, como ejemplo. Puede ser que algunos santos tengan la
perfecta certidumbre de entendimiento en cuanto al terreno de la iglesia, pero quizás no
tengan las riquezas de esta verdad en su entendimiento. Así que, cuando hablan del
terreno de la iglesia, no tienen mucho que decir. Esto se debe a que en su entendimiento
ellos carecen de las riquezas. Pero si tenemos las riquezas de la perfecta certidumbre de
entendimiento en cuanto a la verdad del terreno de la unidad, tendremos mucho que
compartir. En lo que respecta al terreno de la iglesia, debemos ejercitar nuestro ser
hasta obtener todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento.
Quisiera recalcar reiteradas veces que estas riquezas sólo se adquieren mediante el
ejercicio de nuestro ser. En particular, debemos ejercitar nuestro entendimiento cuando
estudiamos la Biblia. No estudiemos la Palabra de una manera superficial, ni demos
nada por sentado. Más bien, ejercitémonos al leer cada frase, e incluso en ocasiones, al
leer cada palabra. Por ejemplo, en 1:12 Pablo habla de la porción de los santos en la luz.
Debemos indagar por qué él usa la frase “en la luz”. Debemos preguntarle al Señor sobre
esto y profundizar en la Palabra hasta obtener las riquezas de la perfecta certidumbre de
entendimiento. Para conocer a Cristo como la corporificación de Dios se requiere esta
clase de ejercicio.
A medida que leemos la Palabra de una manera ejercitada, recibimos luz. Por ejemplo, si
ejercitamos nuestro ser al leer acerca de la consolación de los corazones mencionada en
2:2, tarde o temprano, seremos iluminados. Repito una vez más que debemos ejercitar
todo nuestro ser —espíritu, corazón, alma, mente, parte emotiva y voluntad— cada vez
que leemos la Palabra. Sólo así amaremos al Señor con todo nuestro ser y obtendremos
todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento respecto de Cristo, el
misterio de Dios.
El apóstol Pablo, refiriéndose a Cristo, el misterio de Dios, dice: “En quien están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (2:3). Conforme a la
historia, la influencia de la enseñanza gnóstica, la cual se basa en la filosofía griega,
invadió a las iglesias gentiles en la época de Pablo. Por lo tanto, Pablo les dijo a los
colosenses que en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento. Ésta es la sabiduría y el conocimiento espirituales de la economía divina
tocante a Cristo y la iglesia. La sabiduría está relacionada con nuestro espíritu, y el
conocimiento, con nuestra mente (Ef. 1:8, 17).
Las palabras del Señor, especialmente en los Evangelios de Mateo y Juan, comprueban
que la sabiduría y el conocimiento están corporificados en Cristo. En estos libros, el
Señor habló acerca del reino y la vida, y Sus palabras contienen la filosofía más sublime.
Ninguna otra enseñanza filosófica, incluyendo las enseñanzas éticas de Confucio, se
comparan con las palabras del Señor. El concepto detrás de las palabras del Señor es
muy profundo. Cualquiera que haga un estudio exhaustivo de la filosofía reconocerá que
la filosofía más alta es la que se encuentra en las enseñanzas de Jesucristo.
Verdaderamente todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están en Él.
Si ejercitamos nuestro ser para tocar al Señor, Cristo como Espíritu vivificante saturará
nuestro espíritu y nuestra mente. De este modo, nosotros obtendremos en nuestra
experiencia la sabiduría y el conocimiento que están escondidos en Cristo, y podremos
experimentarlo como el misterio de Dios. No debemos ser como los colosenses, quienes
permitieron que la filosofía pagana los privara de la sabiduría y del conocimiento que se
hallan escondidos en Cristo.
LA CORPORIFICACIÓN
DE LA PLENITUD DE LA DEIDAD
En 1:19 y 2:9 vemos dos aspectos de la plenitud completa. Conforme a 1:19, a toda la
plenitud agradó habitar en Cristo; y conforme a 2:9, toda la plenitud habita en Cristo
corporalmente. Esto alude al cuerpo físico, del cual Cristo se vistió en Su humanidad, e
indica que toda la plenitud de la Deidad mora en Cristo, quien tiene un cuerpo humano.
Antes de la encarnación, la plenitud de la Deidad habitaba en Cristo, el Verbo eterno,
pero no habitaba en Él corporalmente. Desde el momento en que Cristo se encarnó, es
decir, desde que se vistió con un cuerpo humano, la plenitud de la Deidad empezó a
habitar en Él de una manera corporal, y ahora y por siempre mora en Su cuerpo
glorificado (Fil. 3:21).
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE DIECINUEVE
EXPERIMENTAR A CRISTO
COMO EL MISTERIO DE DIOS
A algunos cristianos les gusta mucho el himno: “Oh, cuánto amo a Cristo”. No obstante,
podemos cantar este himno de una forma superficial, y no conforme al pleno
conocimiento del Cristo que es el misterio de Dios. Sólo cuando ejercitemos todo
nuestro ser, podremos conocer a Cristo en este aspecto.
Aconsejo a todos los que están en el recobro del Señor a que estudien tres libros
cruciales del Nuevo Testamento: Mateo, Juan y Hebreos. Se han dado muchos mensajes
de estudio-vida sobre estos libros, que son muy provechosos. Los estudios que hicimos
de Juan y Hebreos son bastante completos. Si ustedes dedican suficiente tiempo para
estudiar estos tres libros, obtendrán mucho conocimiento acerca de Cristo.
II. AL RECIBIRLE A ÉL
En 2:6 Pablo dice que los colosenses recibieron “al Cristo, a Jesús el Señor”. Cristo es la
porción de los santos (1:12) y nos ha sido dado como tal para nuestro deleite. Creer en Él
equivale a recibirlo. Como Espíritu todo-inclusivo Él entra en nosotros (2 Co. 3:17) y
mora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22) para ser nuestro todo.
Una vez que hemos recibido a Cristo Jesús, no necesitamos recibirle de nuevo. No
obstante, debemos aplicar lo que ya hemos recibido. Lamentablemente, sólo un
porcentaje muy pequeño de aquellos que han recibido a Cristo lo aplican en sus vidas.
Todos debemos aplicar al Cristo vivo diariamente y de una manera práctica.
Sencillamente, diremos que necesitamos “hacer uso” de Cristo. Por más de cincuenta
años, he estado aprendiendo cómo hacer uso de Cristo. Puedo testificar que esto no es
nada fácil, ya que ninguno de nosotros nace con la inclinación de usar a Cristo, y la
educación que hemos recibido tampoco nos ayuda para tal fin. Últimamente, le he
confesado al Señor principalmente el fracaso de no aplicarlo a Él. La lección más difícil
para nosotros los creyentes es la lección de aprender a aplicar a Cristo y a hacer uso de
Él. Hemos oído muchos mensajes que nos enseñan a vivir a Cristo, a cultivarlo y a
producirlo. No obstante, en nuestra vida práctica espontáneamente “hacemos uso” del
yo en lugar de aplicar a Cristo. No nos cuesta ninguna dificultad hacer uso del yo; lo
usamos automática y espontáneamente.
A pesar de que todos nosotros hemos recibido al Señor Jesús, nos hace falta aplicarle. Si
no le aplicamos, entonces en un sentido práctico el hecho de haberlo recibido no tendrá
mucha importancia en nuestra vida diaria. Nuestra experiencia de Cristo no debe ser tan
superficial; no debemos dar por sentado tantas cosas. Damos gracias a Dios por la
salvación que Él nos ha otorgado en Cristo, y también nos sentimos agradecidos de
haberle recibido. Pero ahora debemos avanzar y aplicar al Cristo que recibimos.
III. AL SER ARRAIGADOS EN ÉL
En 2:7 Pablo habla de ser arraigados en Cristo. Ser arraigados en Él tiene como fin que
crezcamos en vida. En este versículo, Pablo considera a los creyentes plantas que han
sido arraigadas en Cristo, la tierra. Sin embargo, muchos creyentes no han sido
debidamente arraigados en Cristo.
En 1964 conocí un hombre que se oponía mucho al bautismo en agua. Él insistía en que
el bautismo mencionado en Romanos 6 se refería al bautismo en el Espíritu. Según su
interpretación, cada referencia al bautismo en el Nuevo Testamento, aparte de los
versículos que mencionan directamente a Juan el Bautista, trata del bautismo en el
Espíritu. Incluso se disgustó mucho cuando le leímos algunos versículos que
contradecían su punto de vista. Días después, mientras yo ministraba en cierto lugar,
una mujer de la Iglesia de Cristo me desafió acerca del bautismo en agua. Primero un
hombre había discutido conmigo acerca del bautismo en el Espíritu, y luego, unos días
después, una mujer me confrontó agresivamente acerca del bautismo en agua. Sin duda,
ni ese hombre ni esa mujer había sido arraigado en Cristo adecuadamente. Estos
ejemplos muestran el hecho vergonzoso de que los cristianos están divididos por tomar
otra base que no es Cristo.
Pablo comprendía cuán importante es ser arraigados en Cristo. Él sabía lo grave que era
ser trasplantados de Cristo y arraigados en algo diferente, tal como la filosofía pagana o
las ordenanzas judías. Él deseaba que los colosenses entendieran que ellos no habían
sido arraigados en la filosofía, sino en Cristo. Sólo Él es nuestro suelo.
Pablo estaba preocupado por los colosenses, pues temía que fuesen distraídos de Cristo
y la iglesia. Ellos habían sido arraigados en Cristo, pero tenían que proseguir y ser
sobreedificados en la iglesia, de una forma corporativa. Para ello, los colosenses debían
desechar las observancias judías y las ordenanzas y filosofías paganas. De lo contrario,
serían trasplantados de Cristo y arraigados en algo diferente. Además, se extraviarían de
la vida de iglesia. Cada vez que aceptamos alguna filosofía, ordenanza, observancia o
práctica en lugar de Cristo, la vida de iglesia queda anulada, o sea, nosotros quedamos
separados de aquellos creyentes que tienen diferentes opiniones acerca de estos asuntos.
Los que se preocupan por estas cosas, terminan perdiendo su aprecio por la vida de
iglesia.
En principio, esto fue lo que les sucedió a algunos santos, quienes se dejaron afectar por
ciertos conceptos y, como consecuencia, perdieron su interés por la vida de iglesia. Fue
por ello que se les hizo imposible ser sobreedificados de una forma corporativa. ¡Cuán
crucial es ser arraigados en Cristo y sobreedificados en Cristo y en la iglesia! De esta
manera, podemos experimentar a Cristo como el misterio de Dios.
V. AL SER CONFIRMADOS EN LA FE
ABUNDANDO EN ACCIONES DE GRACIAS
El versículo 7 concluye con las siguientes palabras: “Confirmados en la fe, así como
habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias”. Aquí “en la fe” significa en
nuestra fe, esto es, la fe subjetiva con la cual creemos. Si estamos distraídos de Cristo y
prestamos atención a cosas que lo reemplazan, nuestra fe será debilitada, e incluso
podrá ser sacudida; pero si permanecemos en Cristo y somos sobreedificados en la
iglesia, nuestra fe será fortalecida.
Hemos mencionado que “la fe” del versículo 7 se refiere a nuestra fe, es decir, a la fe
subjetiva con la cual creemos. ¿Por qué menciona Pablo “la fe” en lugar de decir
“nuestra fe”? La respuesta es que él considera la fe como nuestra fe, y nuestra fe como la
fe. La fe no necesita ser confirmada, pero nosotros sí; por eso, necesitamos ser
confirmados en nuestra fe. Esto significa que nuestra fe debe convertirse en la fe y que la
fe tiene que ser nuestra. Somos confirmados en nuestra fe, la cual es la fe.
En nuestra experiencia Cristo debe ser la buena tierra en la cual vivimos y andamos.
Esto no debe ser una simple doctrina para nosotros. Debemos orar: “Señor, quiero vivir
y andar en Ti. Señor, te ruego que seas la buena tierra para mí en mi experiencia, y que
cada aspecto de mi vida diaria esté en Ti”.
En 2:4 Pablo dice: “Esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas”, y
en el versículo 8 añade: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y
huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del
mundo, y no según Cristo”. Si hemos de experimentar a Cristo como el misterio de Dios,
debemos estar atentos para no ser engañados y llevados cautivos, lejos de Él. No
debemos dejarnos distraer por nada que reemplace a Cristo; más bien, debemos
permanecer en Él. Mientras permanezcamos en Cristo, permaneceremos también en la
iglesia. Cristo debe ser nuestra única base, nuestra única posición sobre la cual
permanecemos firmes.
En los últimos años algunos santos fueron distraídos por tomar otras cosas como base,
en lugar de tomar a Cristo. No es cuestión de si éstas eran correctas o no; el hecho es que
fueron usadas como base, en lugar de Cristo. Cristo debe ser nuestro único enfoque; no
debemos permitir que nada le reemplace, por más correcto y bíblico que sea. Si le damos
importancia a algo que no es Cristo mismo, seremos engañados y llevados cautivos, y de
esta manera nos convertiremos en los colosenses de hoy. Todo aquel que haya sido
engañado y apartado de Cristo, debe recibir la exhortación que Pablo hace en este libro y
regresar al Cristo todo-inclusivo. ¡Que todos le experimentemos a Él como el misterio de
Dios!
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE VEINTE
Lectura bíblica: Col. 2:6; Dt. 8:7 -10; Ro. 8:11; 2 Ti. 4:22;
Fil. 1:19; 1 Co. 6:17; Ro. 8:6, 4; Gá. 5:16, 25
Pablo comienza el capítulo dos hablando de la gran lucha que sostenía a fin de que los
corazones de los colosenses fueran consolados “hasta alcanzar todas las riquezas de la
perfecta certidumbre de entendimiento, hasta alcanzar el pleno conocimiento del
misterio de Dios, es decir, Cristo” (v. 2). Los colosenses únicamente podrían tener el
entendimiento apropiado de Cristo, cuando sus corazones fueran consolados, cuidados
con calor y ternura. Esto les permitiría experimentar a Cristo de una manera genuina.
Los colosenses necesitaban que sus corazones fueran consolados y tener una mente
sobria, a fin de obtener el pleno conocimiento del Cristo que habían recibido y de quien
se habían distraído. En este Cristo, el misterio de Dios, están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento (v. 3). Además, en Él habita corporalmente
toda la plenitud de la Deidad (2:9). Una vez que los colosenses tuviesen la perfecta
certidumbre de entendimiento acerca del Cristo todo- inclusivo, podrían andar en Él.
Ya hicimos notar que en 2:6 la palabra “andar” significa vivir, actuar, conducirse y ser.
Aquel en quien debemos andar es la misma persona todo-inclusiva que se revela de una
manera profunda en el capítulo uno. Como tal, Cristo es la porción de los santos y el
misterio de la economía de Dios. Al igual que los colosenses, nosotros necesitamos que
se nos exhorte a andar en el Cristo que es todo para nosotros.
NUESTRA BUENA TIERRA
Mientras Pablo escribía este capítulo de Colosenses, él tenía en mente la buena tierra del
Antiguo Testamento, la cual es un tipo del Cristo todo-inclusivo. Encontramos un
indicio de esto en 1:12, donde Pablo dice que Cristo es la porción de los santos. Luego en
2:6 Pablo nos exhorta a andar en Cristo, lo cual implica que Cristo es la tierra, el
territorio, la esfera, en la cual podemos andar. Además, sus palabras acerca de ser
arraigados en Cristo, en 2:7, indican también que él tenía en mente la buena tierra. Para
ser arraigados en Cristo, se requiere que Él sea nuestra tierra, nuestro suelo. Todo esto
nos da a entender que el Cristo revelado en Colosenses es nuestra buena tierra.
Pablo tenía un conocimiento profundo del Antiguo Testamento. Mientras él escribía las
Epístolas, tales como Romanos, 1 Corintios, Gálatas, Colosenses y Hebreos, él debe de
haber tenido muy en mente las Escrituras del Antiguo Testamento, puesto que escribió
muchas cosas conforme a ellas. En particular, mientras Pablo escribía el libro de
Colosenses, tuvo presente el cuadro de la tierra de Canaán. Él sabía que en la época del
Antiguo Testamento el pueblo escogido de Dios había disfrutado de la buena tierra como
su porción. También sabía que la buena tierra era el todo para ellos. En la buena tierra
ellos podían adorar a Dios y edificar el templo para el testimonio de Dios y para Su única
morada. En la buena tierra el propósito de Dios podía cumplirse por medio de los hijos
de Israel. Puesto que Pablo entendía perfectamente lo que la buena tierra representaba
para los escogidos de Dios, él compuso la Epístola a los Colosenses, teniendo este
panorama en mente. Por lo tanto, si queremos experimentar al Cristo todo-inclusivo, tal
como se revela en este libro, debemos darnos cuenta de que este Cristo es tipificado por
la tierra de Canaán. El Cristo tipificado por la buena tierra es el Dios Triuno procesado
como Espíritu vivificante. Reconozco que hago mucho énfasis en este asunto, pero ésta
es la comisión y la carga que he recibido de parte del Señor.
Si hemos de andar en el Cristo que es el misterio de Dios, debemos ver que, conforme al
concepto de Pablo, el Cristo en quien debemos andar es la buena tierra. Al respecto,
necesitamos tener perfecta certidumbre de entendimiento. Podríamos dar muchos
mensajes sobre el tema de Cristo como la buena tierra. Éste es un asunto inagotable.
Muchos de los mensajes de esa conferencia se basaron en Deuteronomio 8:7 -10. A partir
de estos versículos, examinamos las inescrutables riquezas de la tierra: el agua, los
alimentos y los minerales. Lo que compartimos en esos mensajes fueron solamente unas
palabras de introducción, pues queda aún mucho que compartir acerca de las riquezas
de Cristo tipificadas por la tierra de Canaán.
Los estudiosos de la Palabra saben que la Biblia no es un libro fácil de entender. Cuando
yo era un cristiano joven, le dije al Señor que no estaba de acuerdo con la manera en que
Él había escrito la Biblia. En mi opinión, debía haberla escrito de una manera
sistemática, tratando cada uno de los asuntos principales sistemáticamente y
acomodando todo el material debajo de distintos títulos y subdivisiones principales.
Pero debemos reconocer que la manera en que el Señor dispone es la mejor. En la Biblia
el Señor habla de cierto tema en varios lugares. Tomemos como ejemplo la justificación.
Este tema se trata en más de un libro. Puesto que nuestra capacidad es tan limitada, el
Señor sabía que la única manera de revelarnos asuntos espirituales como la justificación
consistía en hacerlo paulatinamente. Éste es ciertamente el caso en cuanto a la
revelación de Cristo como nuestra buena tierra.
Por un lado, la buena tierra se revela en el Antiguo Testamento; por otro, se halla
escondida allí. Aunque esta afirmación parezca contradictoria, en realidad no lo es.
Puesto que Deuteronomio describe la buena tierra, podemos decir que la buena tierra se
revela en el Antiguo Testamento. No obstante, puesto que su significado e importancia
no son muy evidentes, podemos decir que la buena tierra se halla escondida en las
Escrituras. A medida que los hijos del Señor, mediante Su misericordia y Su gracia,
indagaban cuidadosamente en la Palabra, empezaron a darse cuenta de que la buena
tierra que Dios prometió a Su pueblo escogido, tipifica a Cristo. Si la Pascua que ellos
disfrutaron en Egipto y el maná que comieron en el desierto eran tipos de Cristo,
entonces la buena tierra tiene que ser también un tipo de Cristo.
En Josué 5:11 y 12 vemos un indicio de que la buena tierra tipifica al Cristo que es la
continuación del maná. El versículo 11 dice que los hijos de Israel comieron del producto
de la buena tierra. El versículo 12 es especialmente claro: “Y el maná cesó el día
siguiente, desde que comenzaron a comer del fruto de la tierra; y los hijos de Israel
nunca más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de Canaán aquel
año”. El maná era un tipo de Cristo como provisión de vida para el pueblo de Dios.
Como mencionan estos versículos de Josué, el producto de la buena tierra constituye la
continuación del maná. Por consiguiente, si el maná tipificaba a Cristo, el producto de la
buena tierra también debe de tipificarlo a Él. La provisión de maná que recibió el pueblo
de Dios en el desierto les permitió edificar el tabernáculo como morada de Dios. En el
mismo principio, la rica suministración del producto de la tierra los capacitó para
edificar una morada más sólida, el templo, para Dios. Sin lugar a dudas, la buena tierra
que disfrutaron los hijos de Israel es un tipo sobresaliente de Cristo, porque mediante el
disfrute de ella, el templo fue edificado. Incluso podríamos decir que éste es el tipo más
destacado de Cristo en las Escrituras, ya que reúne todos los aspectos de lo que Él es.
La tierra constituye el enfoque crucial del Antiguo Testamento. Es por eso que en el
Antiguo Testamento el Señor habla continuamente de la tierra. Él llamó a Abraham y le
reveló que lo llevaría a una tierra, a la tierra de Canaán. Observe cuántas veces se refirió
el Señor a la tierra desde Génesis 12 hasta el final del Antiguo Testamento. De hecho, el
centro del Antiguo Testamento es el templo dentro de la ciudad que fue edificada en la
buena tierra. Si conocemos las Escrituras y somos iluminados por Dios, descubriremos
que el centro del plan eterno de Dios, conforme a la tipología, es la tierra con su templo
y su ciudad. Empezando con el libro de Génesis, el Antiguo Testamento toma la tierra
como centro, refiriéndose a ella incontables veces. Como hemos dicho en varias
ocasiones, la buena tierra es una figura del Cristo todo-inclusivo, un tipo del Cristo que
lo es todo para nosotros.
LA BATALLA POR LA TIERRA
Satanás, el enemigo de Dios, ha hecho todo lo posible por impedir que el pueblo de Dios
disfrute de la buena tierra. Él hará todo lo que esté a su alcance para impedir que
disfrutemos a Cristo como la tierra. Poco después de que Dios creó los cielos y la tierra
con la intención de darle la tierra al hombre para su disfrute, Satanás hizo algo para
estorbar a Dios. Debido a la rebelión de Satanás, Dios tuvo que juzgar el universo, lo
cual hizo que la tierra quedara sepultada bajo las aguas del abismo. Después de algún
tiempo, Dios intervino para recobrar la tierra haciéndola emerger de aquellas aguas.
Luego, sobre esta tierra recobrada fueron producidos diversos géneros de vida, entre los
cuales figuraba una especie de vida que tenía la imagen de Dios, y a la cual se le
encomendó la autoridad de Dios. Sin embargo, no mucho después, el enemigo de Dios
se presentó nuevamente para engañar al hombre, lo cual obligó a Dios a pronunciar otro
juicio sobre la tierra. Así que, en la época de Noé, la tierra recobrada quedó una vez más
sepultada en las aguas del abismo. En tipología, diríamos que el hombre fue separado
del disfrute de Cristo, representado por la tierra. No obstante, mediante la redención
efectuada a través del arca, Noé y su familia obtuvieron el derecho a poseer la tierra y
disfrutar de todas sus riquezas. El diluvio separó a los hombres de la tierra, pero el arca
llevó a Noé y a su familia de regreso al disfrute de la tierra. Así, el hombre volvió a tomar
posesión de la tierra y a disfrutar de sus riquezas.
Sin embargo, al poco tiempo el enemigo hizo algo más para anular el disfrute de la
tierra; esta vez fue por medio de la rebelión de Babel. Por lo tanto, de entre el linaje
caído que se hizo rebelde por causa de Satanás, Dios llamó a un hombre, a Abraham, y le
reveló que lo llevaría a una tierra. Pero lamentablemente, aun este escogido se desvió
gradualmente de la tierra hacia Egipto, y entonces el Señor tuvo que traerlo nuevamente
a la tierra. Finalmente, sus descendientes abandonaron esta tierra y descendieron a
Egipto. Luego, después de mucho tiempo, el Señor sacó a Su pueblo de Egipto y los trajo
de nuevo a la buena tierra. Siglos después, el enemigo actuó otra vez, enviando al
ejército de Babilonia para que destruyera la tierra y se llevara cautivo al pueblo. Pero
setenta años después, el Señor los trajo una vez más a la buena tierra. Todo lo anterior
nos muestra que la historia del Antiguo Testamento está estrechamente vinculada con la
tierra. La obra de Dios siempre consiste en recobrar la tierra, mientras que la obra del
enemigo siempre tiene como fin frustrar, destruir e impedir el disfrute de la tierra y
hacer de ella un caos. La intención del enemigo es atacar la tierra por sorpresa y
apoderarse de ella, pero después de cada intento del enemigo, Dios actúa para pelear
por Su pueblo y recobrar nuevamente la tierra.
ANDAR EN EL ESPÍRITU TODO-INCLUSIVO
Espero que quede grabado en nosotros el hecho de que la buena tierra tipifica al Cristo
todo-inclusivo. Hemos señalado que en Colosenses 2:7 Pablo dice que hemos sido
arraigados en Cristo. El hecho de ser arraigados en Cristo da a entender que Él es
nuestro suelo, nuestra tierra. ¿Se había dado cuenta alguna vez de que Cristo es la tierra
en la cual está usted arraigado y que usted es una planta que ha sido arraigada en este
suelo? En mi interior siento que la mayoría de los hijos del Señor aún permanecen en
Egipto; hasta ahora sólo han experimentado al Señor como el Cordero pascual. Otros
han salido de Egipto y disfrutan a Cristo como su maná diario, mientras vagan por el
desierto. Pero lamentablemente, son muy contados los creyentes que experimentan a
Cristo como el ámbito, la esfera, en el cual ellos andan. ¡Que el Señor abra nuestros ojos
y nos permita ver que Cristo es nuestra buena tierra y que diariamente debemos andar
en Él!
En Gálatas 3:14 Pablo dice: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham
alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del
Espíritu”. Aquí Pablo habla de la bendición de Abraham y de la promesa del Espíritu.
Dicha bendición se refiere a la buena tierra, cuyo cumplimiento para nosotros hoy es
Cristo como Espíritu todo-inclusivo. Por consiguiente, conforme al concepto de Pablo,
andar en el Cristo que es la buena tierra equivale a andar en el Espíritu todo-inclusivo.
En Colosenses 2:6, Pablo nos alienta a andar en Cristo, y en Gálatas 5:16, nos exhorta a
andar por el Espíritu. Además, en Romanos 8:4, él habla de andar conforme al Espíritu.
Estos versículos indican que la buena tierra es para nosotros hoy el Espíritu todo-
inclusivo, quien mora en nuestro espíritu. Este Espíritu es el Cristo todo-inclusivo,
quien a su vez es el Dios Triuno procesado. Puesto que el Dios Triuno ha sido procesado,
Él es ahora el Cristo todo-inclusivo, dado a nosotros como el Espíritu todo-inclusivo
para que le experimentemos. Hoy en día, este Espíritu mora en nuestro espíritu a fin de
ser nuestra buena tierra.
Muchos de los libros escritos por Pablo, como por ejemplo Romanos, 1 y 2 Corintios,
Gálatas y Filipenses, indican que hoy en día Cristo es el Espíritu todo-inclusivo. Cristo es
la corporificación y la expresión de Dios. Por medio de la encarnación, Él llegó a ser el
postrer Adán, quien fue crucificado para nuestra redención. Luego, en la resurrección, el
postrer Adán se hizo Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Por esta razón, en 2 Corintios
3:17, Pablo dice: “Y el Señor es el Espíritu”. Puesto que Cristo mora en nuestro espíritu
como Espíritu vivificante, nosotros podemos ser un solo espíritu con Él. En 2 Timoteo
4:22, Pablo dice: “El Señor esté con tu espíritu”, y en 1 Corintios 6:17, dice: “El que se
une al Señor, es un solo espíritu con El”. Por lo tanto, Cristo, la buena tierra que suple
todas nuestras necesidades, está ahora en nuestro espíritu. En este respecto, todos
necesitamos las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento.
Una vez que tengamos la perfecta certidumbre de que el Espíritu todo-inclusivo está
mezclado con nuestro espíritu, debemos poner nuestra mente en el espíritu mezclado
(Ro. 8:6). Al hacer esto, espontáneamente ponemos nuestra mente en Cristo. Luego,
debemos andar en el espíritu mezclado, lo que significa que debemos vivir, actuar,
conducirnos y ser conforme al espíritu. De esta manera experimentaremos a Cristo y lo
disfrutaremos como la buena tierra. En el Nuevo Testamento no existe nada más crucial
y vital que andar conforme al espíritu mezclado. Cristo es el Espíritu todo-inclusivo y,
como tal, mora en nuestro espíritu para ser nuestra vida, nuestra persona y nuestro
todo. Nuestra necesidad hoy es volver a Él, poner nuestra mente en el espíritu, y andar
conforme al espíritu. En esto consiste andar en el Cristo que es el misterio de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE VEINTIUNO
Conforme a la tipología, los hijos de Israel disfrutaron a Cristo en tres etapas: en Egipto,
en el desierto y en la buena tierra. La Pascua que ellos disfrutaron en Egipto no sólo
tenía como fin redimirlos, sino también fortalecerlos para que salieran de Egipto. En el
desierto, el pueblo de Dios fue sustentado con maná, el cual los capacitó para construir
el tabernáculo de Dios y para llevarlo como testimonio. Después de entrar en la buena
tierra, los hijos de Israel empezaron a disfrutar del rico producto de la tierra. Esto les
permitió construir el templo y obtener un testimonio más sólido. Según la tipología,
diríamos que el templo edificado en la buena tierra es el enfoque del propósito de Dios
en la tierra. Dios desea obtener entre Su pueblo escogido una morada que lo exprese. El
propósito de Dios no se cumple al disfrutar a Cristo como el cordero Pascual en Egipto,
ni tampoco cuando le disfrutamos como el maná en el desierto. Su propósito
únicamente se cumple cuando Su pueblo disfruta a Cristo como la buena tierra.
En 1 Corintios, vemos que Pablo se relacionó con los corintios conforme a las dos
primeras etapas, y no conforme a la tercera. En 1 Corintios 5:7, él dice: “Porque nuestra
Pascua, que es Cristo, fue sacrificada”, y en el versículo siguiente, él nos exhorta a que
“celebremos la fiesta”. Estos versículos aluden al disfrute que se tiene de Cristo como la
Pascua, en Egipto. Más adelante, en 1 Corintios 10:3 y 4, Pablo habla del alimento y
bebida espiritual, lo cual hace referencia al disfrute que se tiene de Cristo en el desierto.
En 1 Corintios no se menciona la tercera etapa del disfrute de Cristo, pero en
Colosenses, vemos que Pablo consideró que los creyentes se hallaban en esta etapa en
cuanto a su disfrute de Cristo.
Puesto que los corintios no habían llegado a la tercera etapa de disfrute, la vida de
iglesia en esa localidad podía compararse con un tabernáculo, una vida de iglesia móvil,
sin un fundamento sólido. En cambio, la vida de iglesia que presenta Efesios, Colosenses
y Filipenses, corresponde al templo. Es una vida de iglesia fija y con un fundamento
sólido. En la edificación del tabernáculo no se usó ninguna piedra, pero en la
construcción del templo se usó una gran cantidad de piedras. Es por eso que decimos
que el templo, el tabernáculo agrandado, era sólido y estaba fijo en un solo lugar.
La vida de iglesia que vemos en Colosenses y en Efesios es más sólida que la que se
observa en 1 Corintios, ya que el disfrute que se tiene de Cristo en dichas epístolas no
está en un nivel elemental. Podemos notar que no solamente se disfruta a Cristo como la
Pascua o el maná, sino como la buena tierra, como la porción de los santos. Tal vez en la
actualidad algunas iglesias disfruten a Cristo conforme a la primera o segunda etapas,
mientras que otras lo disfruten conforme a la tercera.
I. NO SER ENGAÑADOS
A. Por los judaizantes ni los gnósticos
Los colosenses habían estado en Cristo, la buena tierra, pero fueron engañados. Por
tanto, Pablo dijo en 2:4: “Esto lo digo para que nadie os engañe con palabras
persuasivas”.
Para engañar a los creyentes, tendría que usarse algo cercano a la verdad. Por ejemplo,
los billetes o los cheques falsos engañan porque se parecen mucho a los verdaderos. La
gente jamás se dejaría engañar por dinero o cheques que parezcan falsos. De la misma
manera, los colosenses fueron engañados por observancias y prácticas que se
asemejaban mucho a la experiencia que se tiene de Cristo. Además, ciertos aspectos del
gnosticismo se asemejaban a las enseñanzas de la Biblia. Por esta razón, los colosenses
fueron engañados.
Es muy fácil ser engañados por algo que se parece mucho a lo auténtico, por una
falsificación que es casi idéntica a lo real. Sin el discernimiento apropiado, es muy difícil
ver la diferencia entre las enseñanzas del Nuevo Testamento y enseñanzas éticas como
las de Confucio. Cuando era joven, escuché a un misionero decir que las enseñanzas
éticas de Confucio eran iguales a algunas enseñanzas de la Biblia. Por ejemplo, la Biblia
enseña que las esposas deben someterse a sus maridos; pero Confucio enseña una
sumisión triple. Primeramente, una mujer debe someterse a su padre; luego a su
marido; y después, en caso de fallecer el esposo, a su hijo. En cuanto a la sumisión, las
enseñanzas de Confucio y las enseñanzas de la Biblia parecen ser idénticas en principio.
Si no tenemos discernimiento, es posible que las enseñanzas éticas parecidas a las de la
Biblia nos desvíen de Cristo.
Muchos aspectos de la religión judía son muy buenos, como por ejemplo, las reglas
dietéticas de Levítico 11 y el mandamiento de guardar el sábado. Dios reposó en el
séptimo día después de haber trabajado seis días. Del mismo modo, parece correcto que
el hombre tenga un día de descanso después de seis días de trabajo. Pero he aquí una
dificultad: conforme a la Biblia, ¿debemos trabajar primero y luego descansar, o
debemos descansar primero y luego trabajar? Tal vez pensemos que como Dios
descansó después de trabajar seis días, nosotros debemos hacer lo mismo. Pero si
recibimos luz de parte de Dios, veremos que en las Escrituras Dios trabaja primero y
luego descansa, mientras que el hombre primero descansa y después trabaja. El hombre
fue creado en el sexto día, al final de los seis días durante los cuales Dios laboró.
Después de que Dios creó al hombre, Él descansó, y el hombre, junto con Dios, también
descansó. Con esto vemos que tan pronto llegó a existir, tuvo un tiempo de descanso.
Por lo tanto, conforme al principio bíblico, nosotros debemos descansar antes de
trabajar. En el Nuevo Testamento, vemos que primero recibimos la gracia y luego
trabajamos. Trabajar antes de recibir la gracia significa vivir conforme a la ley, pero
recibir la gracia antes de trabajar corresponde a la salvación que Dios nos brinda, la cual
es por gracia. Si no vemos esto claramente, podemos ser engañados por la enseñanza de
los adventistas del séptimo día respecto a la observancia del día sábado. Debemos
decirles a los adventistas que con relación a Dios, el trabajo precedió al descanso; pero
que con respecto a nosotros, el descanso precede al trabajo. Conforme al Nuevo
Testamento, recibimos la gracia antes de trabajar. La gracia es nuestro capital; sin ella,
no tendríamos con qué trabajar. Por tanto, no podemos trabajar a menos que recibamos
primero la gracia. Éste es un principio fundamental.
Pablo empieza 2:4 con las palabras: “Y esto lo digo”. Esto se refiere a lo dicho en los
versículos 2 y 3, con respecto a la perfecta certidumbre de entendimiento, al pleno
conocimiento de Cristo como misterio de Dios, y al hecho de que todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento están escondidos en Cristo. Pablo recalcó estas cosas para
que los santos de Colosas no fueran engañados. Si verdaderamente hemos visto la
revelación de Cristo presentada en Colosenses 1, no seremos engañados por enseñanzas
tales como el bautismo en agua y la observancia del sábado. Sabremos que Cristo es el
centro de la economía de Dios y nuestro todo. Si tenemos una visión clara acerca de
Cristo, nadie podrá engañarnos.
manera específica las “palabras persuasivas”. Los que engañan a otros son generalmente
elocuentes y persuasivos. Tengamos mucho cuidado de la elocuencia. Puede ser que un
orador sea muy elocuente y al mismo tiempo sus palabras carezcan de realidad. Así que,
en vez de dejarnos cautivar por la elocuencia de un orador, debemos preguntarnos si hay
realidad en lo que habla.
La hermana M.E. Barber ayudó al hermano Nee a aprender esta importante lección. De
joven, el hermano Nee fue atraído por la elocuencia y el conocimiento de algunos
predicadores viajeros. Cada vez que el hermano Nee expresaba su admiración por la
elocuencia del orador, la hermana Barber le decía que aunque el predicador era
elocuente y tenía mucho conocimiento, sus palabras no ministraban vida. En cierta
ocasión, al hermano Nee le pareció maravilloso el mensaje que dio un predicador y
estaba seguro de que esta vez la hermana Barber iba a estar de acuerdo con él. No
obstante, ella aún insistió que el mensaje carecía de vida y de realidad. Desde aquel
momento, el hermano Nee dejó de apreciar los sermones vacíos de los predicadores
elocuentes. Espero que nosotros también aprendamos a no dejarnos engañar por
palabras persuasivas.
En el versículo 8 Pablo añade: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su
filosofía y huecas sutilezas”. El primer paso, según el versículo 4, consiste en ser
engañados; el segundo paso, conforme al versículo 8, consiste en ser llevados cautivos.
Ser llevados cautivos significa ser llevados como presa.
Debemos tener cuidado de que nadie nos lleve cautivos por medio de su filosofía. En el
griego, la palabra traducida “su” es un artículo enfático y, por eso, denota una filosofía
determinada. En el caso de los creyentes de Colosas, la filosofía que los llevó cautivos era
el gnosticismo, que consistía en una mezcla de filosofías judías, orientales y griegas.
Como indica Pablo, el gnosticismo es una hueca sutileza. En realidad, todo engaño es
hueco, pues carece de realidad. Nada que sea real o tenga un contenido verdadero,
puede considerarse un engaño.
En este versículo, la filosofía y las huecas sutilezas son “según las tradiciones de los
hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”. Las enseñanzas
gnósticas que había en Colosas se originaban en las tradiciones de los hombres; no se
basaban en la revelación de los escritos de Dios, sino en las prácticas y tradiciones de los
hombres. Hay muchas tradiciones culturales que son buenas; si no lo fueran, nadie les
prestaría atención. Es por eso necesario tener un discernimiento agudo para no caer en
el engaño de las tradiciones del catolicismo y de las denominaciones. Debemos seguir el
siguiente principio: examinarlo todo a la luz de la Biblia. Lo único que nos debe
importar es la revelación directa que Dios nos da en Su Palabra santa, y no algo
conforme a las tradiciones de los hombres. No debemos aceptar ninguna tradición de
hombres que no corresponda con la revelación divina contenida en la Biblia.
Los católicos romanos de hoy están atados a sus tradiciones. En lugar de recurrir a la
Biblia o a lo que Dios dice, a menudo se basan en lo que la iglesia dice o en lo que
enseñan los sacerdotes y las monjas. En ciertas ocasiones he mencionado a algunos
católicos el error de adorar a María y les he mostrado que esto no es conforme a la
Biblia. No obstante, me contestaron que el culto a María es conforme a la enseñanza de
la Iglesia Católica. Otras tradiciones católicas consisten en alumbrar imágenes y en
ofrecer oraciones a los santos para acortarle el tiempo en el purgatorio a algún pariente.
A pesar de que tales prácticas no corresponden a la Biblia, los católicos las siguen por
tradición. También encontramos las tradiciones de los hombres en las denominaciones
y en los grupos cristianos independientes, donde muchos creyentes prestan más
atención a estas cosas que a la Palabra de Dios.
C. Conforme
a los rudimentos del mundo
La filosofía y las huecas sutilezas no son solamente según las tradiciones de los
hombres, sino también según los rudimentos del mundo. Esta expresión, al igual que en
2:20 y en Gálatas 4:3, se refiere a las enseñanzas rudimentarias de los judíos y de los
gentiles, que consisten en observancias ritualistas con relación a comer carne, a bebidas,
lavamientos y ascetismo. A los ojos de Pablo, las tradiciones de los hombres no eran más
que principios rudimentarios. Dichas tradiciones forman parte de los rudimentos del
mundo.
D. No según Cristo
Pablo concluye el versículo 8 diciendo que la filosofía y las huecas sutilezas no son según
Cristo. Cristo es el principio que rige toda sabiduría y conocimiento verdaderos, la
realidad de toda enseñanza genuina, y la única medida de todo concepto aceptable a
Dios. El enfoque del libro de Colosenses es Cristo como nuestro todo.
No ser según Cristo significa primeramente no tomar a Cristo como vida (3:4), y en
segundo lugar, no asirnos de Él como la Cabeza del Cuerpo. Además, indica no conocer
a Cristo como el misterio de Dios (2:2), ni experimentarle como Aquel que reside en
nosotros como esperanza de gloria (1:27). Finalmente, no ser según Cristo significa no
andar en Cristo (2:6).
Si tomamos a Cristo como vida, nos asimos de Él como la Cabeza del Cuerpo, lo
conocemos como el misterio de Dios, le experimentamos como la esperanza de gloria y
andamos en Él como el Espíritu que lo es todo, entonces nada ni nadie podrá
engañarnos. Quienes no experimentan a Cristo en estos aspectos son susceptibles a ser
engañados. Si usted observa la situación de aquellos que fueron engañados y llevados
cautivos, se dará cuenta de que ellos no experimentaron a Cristo de estas cinco maneras.
No se dieron cuenta de que Cristo en Sí mismo lo es todo en la economía de Dios, ni le
tomaron como su vida ni como su Cabeza. Tampoco le experimentaron como Aquel que
es la esperanza de gloria en ellos, ni vivieron, se movieron ni tuvieron su ser inmerso en
Cristo. Como resultado, estaban vulnerables y terminaron siendo engañados y llevados
cautivos. Nuestra defensa en contra del engaño es Cristo, quien es nuestra vida, nuestra
Cabeza, el misterio de Dios, la esperanza de gloria y la buena tierra en la cual andamos.
Yo creo que estos mensajes acerca del Cristo todo-inclusivo nos ayudarán a protegernos
del engaño y del cautiverio. Estos mensajes serán unos muros fuertes para los que
estamos en el recobro del Señor. Sin esta defensa, seremos fácilmente engañados y
llevados cautivos. No obstante, si experimentamos a Cristo como el centro de la
economía de Dios en cada uno de estos aspectos, seremos guardados de ser engañados y
llevados cautivos.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE VEINTIDÓS
Lectura bíblica: Col. 2:9-12, 18, 20-22; 1 Co. 1:30; Ef. 3:8
Después de que Pablo nos exhorta a estar alertas para que nadie nos lleve cautivos por
medio de su filosofía y huecas sutilezas, él declara que en Cristo habita corporalmente
toda la plenitud de la Deidad (2:9). Luego, en el versículo 10, añade: “Y vosotros estáis
llenos en El, que es la Cabeza de todo principado y potestad”. Estando en Cristo nada
nos hace falta, puesto que en Él hemos sido perfeccionados y hechos completos. No hay
razón alguna para recurrir a algo que no sea Cristo. Como veremos, las palabras de
Pablo aquí se referían al culto a los ángeles.
Más adelante, en el versículo 11, Pablo dice que fuimos circuncidados en Cristo. Estar
llenos en Él comunica una idea positiva, mientras que ser circuncidados implica
desechar algo negativo, a saber, la carne, el yo y el hombre natural. Todas estas cosas las
ha eliminado la circuncisión, la cual se efectúa en Cristo. En este mensaje, hablaremos
por un lado de cómo llegamos a estar llenos en Cristo, y por otro, de cómo fuimos
circuncidados.
A. Cristo es la corporificación
de toda la plenitud de la Deidad
El matrimonio es un buen ejemplo de este hecho. Supongamos que una mujer pobre se
casa con un hombre adinerado. Por estar unida a su esposo e identificada con él, ella
participa de todo lo que él es y tiene. De la misma manera, nosotros somos miembros
del Cristo todo-inclusivo. Fuimos puestos en Él, nos identificamos con Él, y estamos
verdaderamente “casados” con Él. Por esto, ahora somos uno con Él. Todo aquello por lo
cual Él tuvo que pasar constituye nuestra historia, y todo lo que Él obtuvo y logró forma
parte de nuestra herencia. Estamos en este Cristo, y Él está en nosotros. Fuimos puestos
en Él, ahora somos uno con Él y recibimos todo lo que Él es y tiene.
A algunos cristianos, cuando oran, les gusta declarar cuán pobres, miserables e indignos
son. Pero esta forma de orar refleja una falta de fe y certidumbre. Debemos creer con
perfecta certidumbre que somos uno con el rico Cristo todo-inclusivo, con Aquel que es
la corporificación de toda la plenitud del Dios Triuno. Si tenemos perfecta certidumbre
al respecto, jamás nos consideraremos pobres.
No crea en sus sentimientos y más bien ponga su mirada en Cristo. Ejercite su fe para
ver lo que Él es, lo que Él tuvo que pasar, lo que Él obtuvo y logró, y dónde Él está hoy.
Debido a que Él está en el tercer cielo y nosotros somos uno con Él, nosotros también
estamos en el tercer cielo. En Cristo no sólo somos millonarios, sino multimillonarios.
Fuimos puestos en este Cristo, quien es inescrutablemente rico.
En este Cristo somos hechos perfectos, completos. En Él no nos falta nada. No hable de
cuánto le hace falta a usted. Puesto que usted está en Cristo, a usted no le falta nada. En
Él está la plenitud, la perfección, el completamiento. De hecho, Él mismo es la plenitud,
la perfección y el completamiento. Por estar en Él, nosotros estamos completos y somos
hechos perfectos; nada nos hace falta. Somos aquellos que poseen las riquezas de Cristo.
En Efesios 3:8 Pablo habla de las inescrutables riquezas de Cristo. Somos más que
multimillonarios, pues las riquezas que poseemos son tantas que no se pueden contar.
Sencillamente, no tenemos idea de cuán vastas son las riquezas que poseemos en Cristo.
A menudo hemos orado: “Señor, soy pobre y miserable”, pero creo que muy pocos
hemos orado de la siguiente manera: “Señor, te doy gracias porque soy rico y porque
estoy completo y lleno. Puesto que estoy en Ti, Señor Jesús, soy más rico que el hombre
más acaudalado. No me falta nada”. Espero que después de leer este mensaje, empiece a
orar de esta manera. Dígale al Señor, a los ángeles e incluso a los demonios que usted es
más rico que cualquier multimillonario terrenal porque está en Cristo, en Aquel cuyas
riquezas son inescrutables.
. Cristo es la Cabeza
de todo principado y potestad
En 2:10 Pablo dice que Cristo es la Cabeza de todo principado y potestad. Los
principados y potestades mencionados aquí son los poderes angelicales, en particular los
ángeles caídos que aún ocupan posiciones de poder. Según la revelación completa que
nos presenta la Biblia, después de que Dios creó el universo, lo puso bajo el control de
un arcángel y otros ángeles principales. Cuando este arcángel se rebeló contra Dios y se
convirtió en Satanás, muchos de los ángeles que le ayudaban a regir el universo se
convirtieron en gobernadores malignos y potestades en los lugares celestiales. En
Efesios 6:12 se les describe como los principados, las potestades, los gobernadores del
mundo de estas tinieblas, las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Estas huestes angelicales rigen sobre las naciones. Por eso en el libro de Daniel se
mencionan el príncipe de Grecia y el príncipe de Persia. (Aquí un príncipe denota uno
de los poderes angelicales o principados). Esto significa que hoy en día todas las
naciones de la tierra se encuentran bajo el gobierno de las potestades de las regiones
celestes, aunque no todos ellos son malignos. Sin embargo, Cristo es la Cabeza de todo
principado y potestad.
Por un lado, estamos llenos en Cristo y, por otro, fuimos circuncidados en Él. Puesto que
estamos llenos en Él, no nos falta nada; y puesto que en Él fuimos circuncidados, todas
las cosas negativas han sido eliminadas. Por consiguiente, por un lado, estamos
completos y, por otro, todos los obstáculos han sido eliminados y no tenemos más
problemas. Por consiguiente, en cuanto a las cosas positivas, no carecemos de nada, y en
cuanto a las cosas negativas, ya no nos perturba nada.
En el versículo 11, Pablo habla de despojarse del cuerpo carnal. La palabra despojarse
significa quitarse una prenda, desvestirse. La circuncisión que fue efectuada por la
muerte de Cristo y que es aplicada por el Espíritu poderoso nos despoja del cuerpo
carnal. Nuestro cuerpo carnal fue puesto en la cruz con Cristo y nos fue quitado.
Debemos ejercitar nuestra fe al respecto y no considerar nuestro yo ni nuestro entorno.
Ejercitemos nuestra fe y digamos: “¡Amén! Fuimos despojados del cuerpo carnal en la
cruz y mediante el Espíritu poderoso”.
C. En la circuncisión de Cristo
D. Mediante el bautismo
En este versículo Pablo dice que esto se lleva a cabo mediante la fe de la operación de
Dios. La fe no proviene de nosotros, sino que es un don de Dios (Ef. 2:8). Cuanto más
nos volvemos a Dios y tenemos contacto con Él, más fe tenemos. El Señor es el Autor y
Perfeccionador de nuestra fe (He. 12:2). Por tanto, cuanto más permanecemos en Él,
más se nos infunde Él como nuestra fe. Por medio de esta fe viva producida por la
operación del Dios vivo, experimentamos la vida de resurrección, representada por el
aspecto de ser levantados en el bautismo. Hoy en día, muchos cristianos descuidan la
verdadera operación del bautismo y prestan mayor atención al agua que debe usarse o a
la manera en que se debe sumergir a las personas. El bautismo genuino implica una
operación en la cual somos sepultados y aniquilados, y dicha operación requiere el
ejercicio de la fe. Quien lleva a cabo la operación es el Espíritu. Por consiguiente, cuando
bautizamos a alguien, debemos ejercitar la fe para ver que en ese momento está
ocurriendo una operación que pone fin al viejo ser del que está siendo bautizado.
Debemos tener fe en la operación de Dios, el Dios Triuno, quien levantó a Cristo de los
muertos.
Como mencionaremos más adelante en otro mensaje, el duro trato del cuerpo no tiene
“valor alguno contra los apetitos de la carne” (2:23). Las diferentes prácticas del
ascetismo no sirven para restringir los apetitos de la carne. El concepto de Pablo en
Colosenses 2 era que los creyentes no tenían ninguna necesidad de practicar el
ascetismo puesto que ya habían sido circuncidados en la circuncisión de Cristo,
efectuada por la muerte de Cristo y aplicada por el Espíritu, y debido a que en dicha
circuncisión ellos ya habían sido sepultados y terminados. Maltratar el cuerpo con el
propósito de restringir los apetitos de la carne es una locura y no sirve para nada. La
circuncisión en Cristo ciertamente es contraria al ascetismo.
En este mensaje vimos que, en cuanto a lo positivo, estamos llenos en Cristo, y con
respecto a lo negativo, fuimos circuncidados en Él. Por consiguiente, no tenemos
ninguna necesidad de adorar a los ángeles ni de practicar el ascetismo. Estas prácticas
prevalecían entre los colosenses, pero nosotros debemos rechazarlas con firmeza. No
adoramos ángeles, ni practicamos el ascetismo; simplemente estamos en Cristo. En Él
estamos llenos y nada nos hace falta. En Él fuimos circuncidados de todo lo negativo. Es
por eso que no requerimos del ascetismo para restringir los apetitos de la carne. Éste era
el concepto del apóstol Pablo. Creo firmemente que lo que él escribió en Colosenses 2
será de mucho provecho para nosotros hoy.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE VEINTITRÉS
Este mensaje tratará de la economía de la salvación que Dios efectúa, según se revela en
2:13-15. Como veremos, dicha economía encierra tres aspectos: darnos vida juntamente
con Cristo, anular la ley de los rituales y despojar a los poderes angelicales malignos.
El sujeto de las frases “os dio vida” (v. 13) y “lo quitó de en medio” (v. 14) es Dios (v. 12),
así como el pronombre “El” del versículo 15. La palabra griega traducida “exhibió”
significa mostrar o exponer, en el sentido de una vergüenza pública. Dios públicamente
avergonzó a los principados y potestades angélicos malignos en la cruz y allí triunfó
sobre ellos. Las palabras griegas traducidas “en la cruz” también pueden traducirse “en
El”, refiriéndose a Cristo.
Dios no desea que guardemos la ley y, por supuesto, tampoco desea que adoremos a los
ángeles. Lo que Él desea es vivificar a los seres humanos que están muertos en sus
delitos. Para ello, Él tiene que impartir Su vida en nosotros. Cuando Su vida entra en
nosotros, somos vivificados.
Pablo, al mencionar el hecho de que Dios da vida a los que están muertos en delitos, al
mismo tiempo que menciona las ordenanzas de la ley y los ángeles, da a entender que su
intención era mostrar cuán errados estaban los colosenses. Ellos tenían un alto concepto
de las ordenanzas de la ley e incluso adoraban a ciertos ángeles. En efecto, Dios usó
tanto la ley como a los ángeles, pero en la economía de Su salvación, no hay lugar
ninguno para ellos. Los ángeles no tienen cabida alguna en la esfera de la salvación.
Aunque a cada uno de los creyentes se le ha asignado un ángel, ellos no tienen ninguna
participación en la salvación. La redención que Cristo efectuó no tiene nada que ver con
los ángeles. En la esfera de la economía de Dios con respecto a Su salvación, tanto la ley
como los ángeles están excluidos. Para Dios, las ordenanzas, los rituales y las
ceremonias de la ley fueron crucificados. Sin embargo, muy pocos cristianos han visto
esto. En la cruz, no sólo fue anulado el pecado, el hombre natural, el mundo y Satanás,
sino también la ley. Es por eso que en 2:14 Pablo declara que Dios anuló el código
escrito que consistía en ordenanzas, clavándolo en la cruz. Puesto que la visión de Pablo
era tan clara, esto estaba muy explícito en sus palabras. Él pudo ver que mientras los
hombres malignos clavaban a Cristo en la cruz, Dios estaba clavando la ley en la cruz. A
pesar de que la ley había sido dada por Dios mediante los ángeles, Dios mismo la clavó
en la cruz de Cristo.
El versículo 14 es un arma poderosa para contrarrestar la enseñanza de los adventistas
del séptimo día en cuanto a la observancia del sábado. Observar el sábado es una de las
ordenanzas de la ley que fue clavada en la cruz. Conforme a 2:14, las ordenanzas fueron
quitadas de en medio y clavadas en la cruz. Por consiguiente, los adventistas del séptimo
día necesitan ver que las ordenanzas relacionadas con la observancia del día sábado
fueron anuladas. Lo que ellos más valoran, Dios lo quitó de en medio. De hecho, la
ordenanza de guardar el sábado estaba en contra de nosotros y nos era contraria. Puesto
que Dios nos ama, Él anuló esta ordenanza. No obstante, los adventistas del séptimo día
intentan recuperar lo que Dios ya quitó.
No discuta con los adventistas del séptimo día sobre cuál es el día que hay que observar,
si éste debe ser el séptimo o el octavo. En lugar de ello, enséñenles que la observancia
del sábado forma parte del código escrito que consistía en ordenanzas, el cual fue
quitado de en medio. Podemos apoyarnos confiadamente en 2:14, usándolo como un
arma para aniquilar la ordenanza relacionada con el día sábado. En la economía de
Dios, por lo que se refiere a la salvación, no hay lugar para la ley. Así como el pecado fue
clavado en la cruz de Cristo, también la ley fue crucificada. Ambos fueron clavados en la
cruz. Dios no quiere que permanezca ni el pecado ni la ley, sino que nosotros vivamos
juntamente con el Cristo resucitado.
Anteriormente dijimos que cuando Cristo fue crucificado, Dios despojó a los principados
y las potestades. Durante la crucifixión, los principales ángeles malignos trataron de
rodear a Dios cuando Cristo estuvo colgado en la cruz. Dios usó la cruz para despojar a
estos ángeles. Éste es el pensamiento de Pablo en estos versículos.
La cruz de Cristo es el centro del universo. Dios primero creó los cielos, la tierra y
millones de cosas en el universo. Luego, un arcángel se rebeló, y muchos ángeles le
siguieron. Este arcángel se convirtió en Satanás, y sus seguidores, en los principados,
poderes y potestades malignas de las regiones celestes. Finalmente, el hombre creado
por Dios cayó y se hizo pecaminoso. La rebelión de los ángeles y la caída del hombre
pusieron a Dios en una situación difícil. La cruz era la única manera en que Dios podía
resolver este problema. Así que, Dios primero se hizo hombre y se vistió de humanidad.
Después, Cristo, quien era Dios encarnado, fue a la cruz y allí murió. Los treinta y tres
años y medio de Su vida terrenal fueron una senda que lo condujo del pesebre a la cruz.
Cuando fue crucificado, ocurrieron muchas cosas. En la cruz, Dios juzgó al pecado y al
viejo hombre pecaminoso. Mediante la cruz, nuestra naturaleza pecaminosa fue
aniquilada. En el momento en que Dios estaba juzgando el pecado y al hombre
pecaminoso, también clavaba la ley en la cruz. Mientras Dios clavaba la ley en la cruz,
los ángeles malignos también estaban presentes y muy activos. No obstante, el versículo
15 declara que Dios los despojó mediante la cruz.
Hemos hecho notar que, según 2:15, Dios despojó a los principados y potestades. ¿Sobre
qué estaban ellos o dónde estaban? Para contestar esta pregunta, debemos entender que
mientras Cristo estaba en la cruz, Dios estaba activo. En ese momento, la cruz era el
centro del universo. Allí estábamos reunidos el Salvador, el pecado, Satanás, nosotros y
Dios. Dios estaba juzgando el pecado y clavando la ley a la cruz, y mientras Él hacía esto,
los principados y potestades se juntaron alrededor de Dios y de Cristo. Hemos dicho
que, conforme a la gramática, el sujeto de los versículos del 13 al 15 es Dios. Por tanto, el
pronombre “El” del versículo 15 debe de referirse a Dios. Dios nos dio vida juntamente
con Cristo, clavó las ordenanzas en la cruz, se despojó de los principados y potestades,
los exhibió públicamente y triunfó sobre ellos. Sin lugar a dudas, los principados y
potestades habían rodeado a Cristo como un enjambre mientras lo estaban crucificando.
Tanto Dios como Cristo estaban trabajando. La obra de Cristo era Su crucifixión,
mientras que la obra de Dios consistía en juzgar el pecado y todas las cosas negativas y
clavar la ley con sus ordenanzas a la cruz. Los principados y potestades que se habían
reunido alrededor de Dios y Cristo también estaban trabajando. Si ellos no se le
hubiesen agolpado tanto, no se habría dicho que Dios se despojó de ellos.
La palabra “despojando” indica que ellos estaban muy cerca, tan cerca como lo está
nuestra ropa de nuestro cuerpo. Al despojarse de los principados y potestades, Dios los
exhibió públicamente. Él los avergonzó públicamente y triunfó sobre ellos. ¡Qué
grandioso hecho!
Colosenses 2:15 describe la guerra que tuvo lugar durante la crucifixión de Cristo.
Hombres malignos habían colgado a Cristo en la cruz; Cristo, mediante la crucifixión,
laboraba para efectuar la redención; y Dios el Padre participaba también, juzgando al
pecado y clavando la ley en la cruz. Al mismo tiempo, los principados y potestades
estaban ocupados intentando frustrar la obra de Dios y Cristo. La referencia a un triunfo
en el versículo 15 implica una pelea e indica que se estaba librando una guerra. Mientras
Cristo llevaba a cabo la redención y Dios clavaba la ley y las cosas negativas en la cruz,
los principados y potestades se interpusieron y se agolparon junto a Dios y a Cristo. Pero
en ese preciso momento, Dios despojó a los principados y potestades, triunfó sobre ellos
y los avergonzó al exhibirlos públicamente.
Colosenses 2:15 es una pequeña ventana a través de la cual nosotros contemplamos un
panorama maravilloso. Cuando Cristo fue crucificado, se estaba librando una batalla
entre Dios y los principados y potestades; pero Dios, despojándolos, triunfó sobre ellos.
EL CONCEPTO DE PABLO
El concepto en el cual se basaba Pablo en estos versículos es que la ley y los ángeles
fueron puestos a un lado por medio de la cruz. La ley fue clavada en la cruz y los ángeles
malignos fueron despojados mediante la cruz. Por consiguiente, en la economía divina
respecto a la salvación, no queda lugar para la ley ni para los principados angélicos.
¡Cuán equivocados estaban los colosenses al seguir las ordenanzas y adorar a los
ángeles! La ley y sus ordenanzas, incluyendo la observancia del día sábado, habían sido
clavadas en la cruz. Los colosenses estaban completamente errados al permitir que estas
cosas penetraran en la iglesia. Además, en la cruz, Dios venció las potestades angelicales
y las avergonzó. ¡Qué error tan tremendo fue extraviarse y caer en el culto a los ángeles!
La ley, la cual fue usada para poner de manifiesto nuestro estado pecaminoso, fue
clavada en la cruz. Además, Dios y Cristo se despojaron de los ángeles. ¿Alguna vez
había visto que en el momento de la crucifixión, Dios y Cristo habían estado tan activos?
¿Se había dado cuenta de que los principados y potestades malignos vinieron como un
enjambre de abejas alrededor de Dios y Cristo, y que en la cruz se estaba librando una
guerra? Yo creo que muy pocos cristianos han visto esto. Alabado sea el Señor porque
Dios, al triunfar sobre los poderes angélicos y al despojarse de ellos, ha despejado el
terreno para poder vivificar a Su pueblo escogido.
Debido a la sutileza del enemigo, los creyentes de Colosas estaban volviendo a las
ordenanzas de la ley e incluso a la adoración de ángeles. ¡Qué gran herejía! Hoy, en
principio, los cristianos hacen lo mismo. Ellos guardan diversos preceptos, mientras que
los católicos adoran incluso a ángeles. Aquellos que no adoran a los ángeles, tal vez los
admiran y aspiran a ser como ellos sin darse cuenta. En particular, muchas hermanas
buscan una espiritualidad angelical. De cualquier modo, el hecho de admirar a los
ángeles equivale, en principio, a adorarles y rendirles tributo. Puedo testificar que no
doy tal lugar a los ángeles, y que Dios tiene toda oportunidad de relacionarse
directamente conmigo en Cristo. La ley y los ángeles no se interponen entre Dios y yo.
El entorno y el ambiente son muy propicios para que Dios pueda tener contacto con
nosotros. Además, Dios no desea juzgarnos, pues Él ya lo hizo en la cruz. Él ni siquiera
quiere disciplinarnos, puesto que Él ya lo hizo. Lo único que Dios desea hacer es
vivificarnos al impartir Su vida en nosotros. Como Espíritu vivificante, el Dios Triuno
nos da vida. Cada vez que asistimos a las reuniones de la iglesia, somos vivificados. Al
respecto, no hay lugar para la ley ni para los ángeles. Debemos recordarles a los
principados y potestades que Dios se despojó de ellos en el Calvario y que triunfó sobre
ellos. Basándonos en la victoria obtenida por Dios, podemos ordenarles que se vayan.
No necesitamos ni la ley ni los ángeles, sino a Aquel que vivifica, a Aquel que nos
imparte la vida. En esto consiste la economía de la salvación divina.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE VEINTICUATRO
Espero que muchos adventistas del séptimo día, que insisten en observar el séptimo día
sabático, lleguen a ver la diferencia entre la economía de Dios y la observancia del
sábado. Según el Antiguo Testamento, el sábado era un símbolo conmemorativo de la
obra creadora de Dios. Después de laborar por seis días, Dios reposó en el séptimo día,
el cual llegó a ser el sábado. Fue así que el séptimo día vino a ser un testimonio de la
vieja creación, ya que testificaba que la creación vino a existir por mano de Dios. Por ser
parte de la vieja creación, el hombre está obligado a guardar el séptimo día. Sin
embargo, la nueva creación llegó a existir el primer día de la semana, el día en que el
Señor Jesús resucitó de los muertos. Por medio de la resurrección de Cristo, se produjo
la nueva creación, incluyendo la iglesia, la cual se compone de los que han creído en
Cristo y han sido regenerados. Por lo tanto, así como el séptimo día era un símbolo
conmemorativo de la vieja creación, el octavo día, el primer día de la semana, es un
símbolo conmemorativo de la nueva creación. Es por eso que en ninguna parte del
Nuevo Testamento vemos que los cristianos se reunían el séptimo día para adorar. En
cambio hay por lo menos dos versículos que indican que los santos se reunían el primer
día de la semana. Hechos 20:7 dice: “El primer día de la semana, estando nosotros
reunidos para partir el pan...”. Esto indica que en la época del apóstol Pablo, los santos
se reunían para recordar al Señor en el primer día de la semana, lo cual nos muestra que
este día nos recuerda de la nueva creación de Dios. Debido a que los creyentes estamos
en la nueva creación, ya no estamos obligados a guardar el séptimo día; antes bien, nos
reunimos en el primer día de la semana para recordar al Señor Jesús.
En 1 Corintios 16:2 Pablo dice: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros
ponga aparte algo, según haya prosperado”. Este versículo también confirma claramente
el hecho de que los primeros cristianos se reunían en el primer día de la semana, y no en
el séptimo día. Puesto que se reunían en ese día, ése era el mejor momento para traer
sus ofrendas al Señor.
Algunos adventistas del séptimo día afirman que la práctica de Pablo era ir a la sinagoga
en el día de sábado. Es cierto que ésa era la práctica de Pablo, pero su propósito no era
guardar el sábado ni adorar a Dios, sino aprovechar esa oportunidad para predicar el
evangelio a los judíos.
En Apocalipsis 1:10 encontramos otro indicio que nos muestra la importancia que tiene
el primer día de la semana en el Nuevo Testamento. En este versículo el apóstol Juan
dice que él estaba “en el espíritu en el día del Señor”. El día del Señor es el primer día de
la semana, el día en que el Señor resucitó. Como hemos mencionado, la iglesia primitiva
se reunía en ese día. En el día del Señor, que era un testimonio de la nueva creación de
Dios, Juan estaba en el espíritu y vio visiones relacionadas con la economía de Dios.
Inclusive los tipos que encontramos en Levítico 23 muestran la importancia del primer
día de la semana. Los hijos de Israel debían traer una gavilla de los primeros frutos de la
siega al sacerdote para que los meciera delante del Señor (vs. 10-11). Se nos dice
específicamente que “el día siguiente del día de reposo la mecerá [el sacerdote]”. Por
supuesto, el “día siguiente del día de reposo” es el octavo día, o sea el primer día de la
semana. Aun más, Levítico 23:16 habla de “el día siguiente del séptimo día de reposo”.
Éste era el día de Pentecostés, que también caía en el primer día de la semana. Estos
versículos muestran una vez más el lugar que ocupa el octavo día en la economía de
Dios.
En este mensaje hablaremos de cómo Cristo es el cuerpo de todas las sombras. En 2:16 y
17 Pablo dice: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de
fiesta, luna nueva o sábados, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; mas el cuerpo
es de Cristo”. La comida y la bebida representan satisfacción y fortalecimiento. Los días
de fiesta denotan los festivales anuales judíos, los cuales representan gozo y disfrute, y la
luna nueva representa un nuevo comienzo con luz en la oscuridad. Además, los sábados
representan completamiento y descanso. Los días de fiesta se llevan a cabo anualmente;
las lunas nuevas, mensualmente; los sábados, semanalmente; y el comer y el beber,
diariamente.
Todos estos aspectos de la ley ceremonial son sombra de las cosas espirituales en Cristo,
“sombra de lo que ha de venir”. El cuerpo mencionado en el versículo 17 denota la
sustancia misma, como lo es el cuerpo físico del hombre; y como lo es la sombra del
cuerpo humano, los ritos de la ley son sombra de las cosas reales del evangelio. Cristo es
la realidad del evangelio. Todas las cosas buenas del evangelio pertenecen a Él. El libro
de Colosenses revela que el Cristo todo-inclusivo es el foco de la economía de Dios.
Muchas de las cosas de nuestro entorno cotidiano también son sombras de Cristo. Por
ejemplo, los alimentos que comemos son una sombra, y no la verdadera comida. La
verdadera comida es Cristo. Cristo es también la verdadera bebida. La ropa que sirve
para cubrirnos, embellecernos y calentarnos es también una sombra de Cristo. Cristo es
Aquel que verdaderamente cubre nuestra desnudez, quien nos calienta y nos imparte
belleza. Cristo es también nuestra morada y descanso verdaderos. Las casas en que
vivimos son una sombra de Cristo como nuestra morada. El descanso que disfrutamos
por la noche es también una figura de Cristo como nuestro descanso. Incluso la
satisfacción que sentimos después de una buena comida no es la verdadera satisfacción,
sino una sombra de Cristo como la realidad de la satisfacción.
En el versículo 16, Pablo abarca asuntos relacionados con la vida diaria, la vida semanal,
la vida mensual y la vida anual. Como hemos mencionado, el comer y el beber se lleva a
cabo diariamente; los sábados, semanalmente; las lunas nuevas, mensualmente, y las
fiestas, anualmente. Todos los aspectos de nuestro vivir son sombras de Cristo. La
comida y la bebida representan la satisfacción y la fortaleza que se disfrutan
diariamente, y el sábado representa el completamiento y el descanso semanales. Si uno
no acaba una tarea, no puede descansar. El descanso siempre viene después que uno ha
terminado un trabajo y se siente satisfecho por ello. Cuando uno acaba cierta tarea y se
siente satisfecho con lo que ha hecho, entonces puede descansar. Después de que Dios
puso el toque final a Su obra creadora en el sexto día, reposó en el séptimo día. Puedo
testificar que sólo encuentro reposo cuando mi trabajo está completo y me siento
satisfecho con él. Por consiguiente, el sábado representa el completamiento y el
descanso semanales.
La luna nueva representa un nuevo comienzo mensual con luz en la oscuridad. Así como
la luna nueva marcaba un nuevo comienzo en la época del Antiguo Testamento, de la
misma manera, Cristo nos da un nuevo comienzo ahora con luz en la oscuridad. Hace
poco escuché el testimonio de un hermano judío que fue salvo hace unos meses. Antes
de venir al Señor, él estaba en tinieblas, al igual que todos los judíos incrédulos de hoy.
Pero ahora Cristo es su luna nueva con luz en la oscuridad.
Los días de fiesta representan el gozo y el deleite que se tiene anualmente. El pueblo
escogido de Dios se reunía tres veces al año para celebrar las fiestas anuales. Éstos eran
tiempos de deleite y de mutuo regocijo delante del Señor. Sin embargo, aunque las
fiestas traían disfrute, eran simplemente sombras de Cristo. Él es la comida, la bebida, el
completamiento, el descanso, la luna nueva y la fiesta verdaderos. Diariamente
comemos y bebemos de Él, semanalmente tenemos completamiento y descanso en Él,
mensualmente experimentamos un nuevo comienzo en Él, y durante todo el año Él es
nuestro gozo y disfrute. Por lo tanto, diaria, semanal, mensual y anualmente Cristo es
para nosotros la realidad de todas las cosas positivas.
En el capítulo uno, Pablo muestra que Cristo es la porción de los santos, la imagen del
Dios invisible, el Primogénito de toda creación, la Cabeza del Cuerpo, el Primogénito de
entre los muertos, Aquel en quien toda la plenitud se agradó habitar y la esperanza de
gloria que mora en nosotros. Luego, en el capítulo dos, él prosigue diciendo que Cristo
es el misterio de Dios y Aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento. Después de todo esto, Pablo comienza a hablar de nuestro
vivir práctico, el cual incluye asuntos que se llevan a cabo diaria, semanal, mensual y
anualmente.
Los asuntos que Pablo menciona en 2:16 tienen que ver con la rotación de la tierra sobre
su eje, o con la traslación de la tierra en su órbita alrededor del sol. Sin esta rotación y
traslación, no podríamos conservar nuestra vida física. Pero debido a los movimientos
de rotación y traslación de la tierra, tenemos días, semanas, meses y años. Como hemos
hecho notar en repetidas ocasiones, Cristo es la realidad de todas estas cosas diarias,
semanales, mensuales y anuales.
En el versículo 17 Pablo dice que Cristo es el cuerpo de todas las sombras, lo cual
significa que Él es la realidad de nuestra comida y bebida, de nuestro completamiento y
descanso, de nuestro nuevo comienzo con luz en la oscuridad, y de nuestro gozo y
deleite. Cada día, semana, mes y año, necesitamos a Cristo. Todas las cosas positivas de
nuestra vida diaria, semanal, mensual y anual, deben ser Cristo. Cristo debe llegar a ser
nuestro todo no solamente de manera doctrinal, sino en nuestra experiencia. Puedo
testificar que Cristo es mi completamiento, mi descanso, mi nuevo comienzo, mi deleite,
mi gozo, mi comida, mi bebida y mi satisfacción. Aunque Cristo es universalmente
vasto, Él es también cada uno de los muchos aspectos de nuestra vida diaria. Día a día,
Él es para nosotros nuestro aliento y nuestro todo.
En 2:16 Pablo dice: “Por tanto, nadie os juzgue”. En el versículo 18, él añade: “Que nadie
... os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio”. Conforme a los versículos del 20
al 22, no hay ninguna necesidad de que nos sometamos a ordenanzas. Puesto que Cristo
es el cuerpo de todas las sombras, podemos ser libres del juicio u opinión de los que
promueven el gnosticismo y el ascetismo.
Desde que yo vine a este país y empecé el ministerio aquí, le he dicho a la gente que
renuncie a sus doctrinas y opiniones. Según las matemáticas divinas, solamente Cristo
tiene valor; las doctrinas y las opiniones no tienen ninguna importancia. Lo único que
cuenta es el Cristo que podemos aplicar en nuestra vida diaria, semanal, mensual y
anual.
Las opiniones son el recinto fortificado del yo. Aunque tengamos opiniones muy
categóricas, podemos aprender a no expresarlas en la vida de iglesia. No obstante, esto
no quiere decir que aprobemos cosas como la idolatría. Debemos oponernos firmemente
a asuntos semejantes; pero en cuanto a muchas otras cosas, no necesitamos expresar
nuestras opiniones. Si Cristo es verdaderamente nuestro todo en nuestra vida diaria,
semanal, mensual y anual, no tendremos ninguna necesidad de expresar nuestras
opiniones. En lugar de ello, Cristo será nuestro único factor, razón, elemento y fuente.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE VEINTICINCO
Aunque Colosenses es una epístola corta, contiene secciones que se han escrito desde
distintos ángulos, desde distintos puntos de vista. En el capítulo uno y en la primera
parte del capítulo dos, Pablo escribe desde una perspectiva universal, pero a partir de la
mitad del capítulo dos, él empieza a escribir desde el ángulo de nuestra vida cotidiana.
Al hacer este cambio, de la perspectiva universal a una perspectiva práctica, él nos
permite ver la economía de la salvación de Dios.
Una vez quitados de en medio la ley y los ángeles, todas las cosas positivas que quedan
son sombras de Cristo. Los cielos, el sol, la luna, las estrellas, la comida y la bebida son
sombras, figuras, de Cristo, quien es el cuerpo, la sustancia, de las sombras. Todas las
cosas que necesitamos diaria, semanal, mensual y anualmente, para nuestra
subsistencia física, son sombras. Sólo Cristo es la realidad, el cuerpo. El hecho de volver
a las observancias de la ley constituye un error muy grave por parte de los creyentes.
Además, el culto a los ángeles es un gran insulto para Dios. De la misma manera, lo
insultamos si estimamos más las cosas físicas o materiales que a Cristo, porque todas
ellas son sombras de Cristo. Repito una vez más que la ley ha sido anulada, los ángeles
han sido quitados de en medio y las cosas materiales son sombras. Por tanto, tenemos
suficiente base para afirmar que Cristo es el todo en todo. Él es nuestra ley, ordenanza,
observancia, ángel, universo, sol, luna, estrella, cielo, tierra, comida y bebida. Él es la
realidad de todos los asuntos positivos de nuestro vivir diario, semanal, mensual y
anual.
Pablo muestra, al escribir desde una perspectiva universal, que Cristo es la porción de
los santos, la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación, la Cabeza del
Cuerpo, el Primogénito de entre los muertos, Aquel en quien habita la plenitud de Dios,
el misterio de la economía de Dios, la esperanza de gloria que mora en nosotros, el
misterio de Dios, y Aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y
del conocimiento. Como tal, Cristo es profundo, preeminente, todo-inclusivo y
universal. Sin embargo, Él mora en nosotros como nuestra esperanza de gloria (1:27). El
apóstol Pablo, al dar un giro de la perspectiva universal a la perspectiva de nuestro
diario vivir, nos muestra que Cristo es la realidad de todas las cosas positivas que
necesitamos para nuestra vida diaria, semanal, mensual y anual. Por lo tanto, Cristo no
solamente es todo-inclusivo universalmente, sino que también está presente en cada
detalle de nuestro vivir práctico.
En 2:18 Pablo da una advertencia a los creyentes colosenses: “Que nadie, con humildad
autoimpuesta y culto a los ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio,
hablando constantemente de lo que ha visto, vanamente hinchado por la mente puesta
en la carne”. La expresión griega traducida “os defraude juzgándoos” es difícil de
traducir. Significa juzgar o criticar con la intención de engañar. Los maestros herejes
juzgaron a los santos indignos de adorar a Dios directamente y les dijeron que debían
adorar a Dios por mediación de ángeles. Esto defraudó a los santos, privándolos de su
premio, el cual era Cristo. En Cristo, nuestro único Mediador, podemos adorar a Dios
directamente.
En Colosas ciertas personas se acercaron a los santos con el fin de juzgarlos y criticarlos
en relación con determinadas prácticas. Como lo indica el versículo 16, estas personas
juzgaban a los creyentes en cuanto a comida y bebida, días de fiesta, lunas nuevas y
sábados. El versículo 18 continúa la idea expresada en el versículo 16: Pablo dice que no
debemos permitir que nadie, cuyo único motivo es defraudarnos, nos juzgue. Aquellos
que tienen la intención de defraudarnos comienzan siempre haciéndonos ver, con una
actitud de crítica, aquellas cosas que a ellos les parece que están mal o equivocadas. Tal
vez critiquen la iglesia o el ministerio, o quizás se expresen de modo crítico acerca de las
reuniones de la iglesia o del hecho de que participemos en la vida de iglesia. La
intención de ellos al criticar de esta manera es engañarnos y luego defraudarnos al
capturarnos y apartarnos de Cristo y la iglesia. La palabra “defraudar” en este contexto
significa “defraudar al juzgar y criticar”. La intención detrás de ello es privarnos de
nuestro premio, el cual es disfrutar a Cristo y la vida de iglesia.
Si usted examina el caso de aquellos que abandonaron la vida de iglesia, se dará cuenta
de que fueron privados del deleite del Cristo todo-inclusivo y del disfrute de la vida de
iglesia. Cristo y la iglesia, la Cabeza y el Cuerpo, son nuestro disfrute, nuestro premio.
Por lo tanto, ser privados de Cristo y de la iglesia equivale a ser privados de nuestro
premio.
La intención maligna de los judaizantes y de los gnósticos era defraudar a los santos de
Colosas privándolos del deleite que debían tener de Cristo y la iglesia. El método que
usaban para defraudarlos consistía en criticarlos con respecto a cosas como lunas
nuevas y sábados; tal vez los criticaban por no observar el sábado. Es probable que los
hayan acusado de ser negligentes en este asunto, y quizás después hayan argumentado
diciendo que tenían suficientes bases bíblicas para exhortarles a guardar el sábado,
según lo ordenó Dios. Además, es posible que les hayan acusado de no observar las
lunas nuevas ni los festivales anuales. Sin lugar a dudas, sus palabras debían haber sido
muy persuasivas y ejercido mucha influencia sobre los creyentes. Sin el debido
discernimiento, tales palabras sonarían muy convincentes. Por consiguiente, es crucial
ver que todos los detalles enumerados en 2:16 son sombras cuya realidad y sustancia es
Cristo. Puesto que tenemos a Cristo, no necesitamos observar sábados, lunas nuevas ni
días de fiesta, ni necesitamos someternos a reglamentos en cuanto a comida y bebida.
Ya que tenemos a Cristo, ¿qué necesidad tenemos de guardar el sábado? Si tenemos el
mismo punto de vista que Pablo, no seremos fácilmente defraudados. Aunque es
bastante fácil que los jóvenes sean defraudados, puedo testificar que, debido a que tengo
la perspectiva universal y práctica de Pablo, veo todo tan claro como el cristal y no
puedo ser privado tan fácilmente de mi premio.
En el versículo 18, Pablo habla de humildad en el contexto de ser privados del premio.
Los maestros herejes que promovían el culto a los ángeles, enseñaban a los santos que
debían mostrar humildad y considerarse indignos de adorar a Dios directamente. Ellos
privaban a los santos de su premio en Cristo en el elemento y esfera de esta humildad y
del culto a los ángeles.
Ciertos maestros gnósticos decían que el hombre era muy inferior como para adorar a
Dios directamente. Ellos promovían cierta clase de humildad autoimpuesta, cierta clase
de desprecio propio, lo cual supuestamente demostraba que una persona era humilde.
Asimismo enseñaban que aquellos que tenían una humildad semejante no presumían de
adorar a Dios directamente. Según los gnósticos, atreverse a adorar a Dios sin ninguna
mediación, era una señal de orgullo. Ellos les recordaban a los creyentes que eran
pecaminosos seres caídos que tenían apetitos carnales y malos pensamientos, y añadían
que una persona humilde jamás se atrevería a adorar directamente al Dios puro y santo.
Mediante tal demostración de humildad, ellos sedujeron a los colosenses y los
desviaron, llevándolos a adorar ángeles. Al hacer esto, ellos privaron a los santos
colosenses del disfrute de Cristo. En vez de disfrutar a Cristo directamente como su
Mediador, los creyentes se volvieron a los ángeles y, como resultado, fueron privados de
su premio.
Los que estaban defraudando a los colosenses se apoyaban en lo que habían visto, es
decir, insistían en ciertas visiones que supuestamente habían recibido. Estos maestros
heréticos vivían en la esfera de lo que se ve, en contraste con la fe mencionada en el
versículo 12. A ellos les gustaba tener visiones curiosas. Tal insistencia en cuanto a las
experiencias visuales produjo orgullo carnal, es decir, hueco envanecimiento motivado
por una mente carnal.
Hoy el principio es el mismo. A muchos creyentes les fascinan las visiones extrañas.
Algunos incluso afirman haber tenido contacto con los ángeles. Hoy, en muchas
reuniones pentecostales se relatan las visiones recibidas. A menudo, estas presuntas
visiones concuerdan con sus propios deseos carnales. Es una necedad insistir en cosas
que supuestamente se han visto en visiones. Los herejes de Colosas eran tales
visionarios en el sentido de que insistían en lo que ellos habían visto. Como resultado,
ellos se envanecieron al ser motivados por su mente carnal. En realidad, pese a que
practicaban una humildad autoimpuesta, ellos eran muy orgullosos.
C. No se asían de la Cabeza
Pablo, refiriéndose a las mismas personas descritas en 2:18, añadió en el versículo 19: “Y
no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el Cuerpo, recibiendo el rico
suministro y siendo entrelazado por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con el
crecimiento de Dios”. La herejía del culto a los ángeles distrajo a los santos y les impidió
asirse de Cristo, la Cabeza. La economía de Dios consiste en reunir todas las cosas bajo
una cabeza en Cristo, mediante Su Cuerpo, la iglesia, y así lograr que Cristo sea el centro
de todas las cosas. La estratagema del insidioso consiste en desviar a los santos y así
causar el desplome del Cuerpo. La herejía que se infiltró en Colosas produjo una
separación entre los santos y la Cabeza, lo cual dañó el Cuerpo. La revelación que Pablo
presentó, por una parte elevaba a Cristo, y por otra, salvaguardaba y edificaba el Cuerpo.
Debemos permanecer en Cristo por causa de la vida de iglesia. Sólo así seremos
protegidos de las visiones extrañas y de toda anormalidad.
El hecho de ser preservados en Cristo con miras a que se practique la vida de iglesia,
equivale a asirse de la Cabeza, que es Cristo, en virtud de quien todo el Cuerpo crece con
el crecimiento de Dios. Crecer es un asunto de vida, la cual es Dios mismo. Puesto que la
iglesia es el Cuerpo de Cristo, ella no debe ser privada de Cristo, quien es la
corporificación de Dios, el origen de la vida. Al asirse de Cristo, la iglesia crece con el
crecimiento de Dios, el aumento de Dios como vida.
Dios en Su economía nos provee de una sola persona y un solo camino. Esta persona es
el Cristo preeminente y todo-inclusivo, y este camino es la cruz. Puesto que Cristo es
todo-inclusivo, Él es nuestro todo. Él es Dios, hombre y la realidad de todas las cosas
positivas del universo. Dios nos ha provisto de esta maravillosa persona para que sea
nuestra salvación. Tal persona, Cristo, es el centro del universo; y el camino, esto es, la
cruz, es el centro del gobierno de Dios. Dios gobierna todo mediante la cruz y juzga
todas las cosas por medio de la cruz. Por consiguiente, así como Cristo es el enfoque
central del universo, la cruz es el centro del gobierno de Dios.
En esta epístola, Pablo les señaló a los colosenses que nada debería convertirse en un
sustituto de Cristo. Ni las ordenanzas, las observancias, el misticismo ni la filosofía
deben reemplazar a Cristo. Ya que Cristo lo es todo, no debe ser reemplazado con nada.
En el mensaje anterior vimos que Cristo es contrario al misticismo. En el libro de
Colosenses, el misticismo incluye el gnosticismo y el ascetismo. Cristo es contrario a
todo “ismo”. Él es contrario a cualquier otra cosa que pueda reemplazarlo o sustituirlo.
Hemos mencionado que todas las cosas positivas del universo son sombras de Cristo.
Por ejemplo, nuestras casas son sombras de Cristo, quien es nuestra verdadera morada.
Puesto que Cristo es la sustancia de todas las sombras, no debemos permitir que
ninguna de ellas sea un sustituto de Aquel que es el cuerpo, o sea la realidad. ¡Cuán
absurdo sería contentarnos con las sombras en vez de la realidad! El libro de Colosenses
establece que el Cristo todo-inclusivo suple todas nuestras necesidades. La intención de
Dios no consiste en darnos miles de cosas, sino simplemente en darnos una persona, a
saber, al Cristo todo-inclusivo.
A partir de la mitad del capítulo dos, Pablo empieza a mostrarnos que la cruz es el único
camino trazado por Dios. El camino que Dios ha dispuesto no es el ascetismo. No se
trata de humillarnos o rebajarnos a nosotros mismos, ni en tratarnos severamente. El
único camino que existe es el camino de la cruz. Mediante la cruz Dios puso fin a todo lo
negativo en el universo. Aun más, es por medio de la cruz que Dios rige todas las cosas.
En conclusión, tenemos una sola persona y un solo camino que seguir, a saber, Cristo y
la cruz.
El ascetismo forma parte de los “rudimentos del mundo” mencionados en 2:20. Estos
rudimentos son los principios elementales de las cosas materiales externas, es decir, las
enseñanzas infantiles de cosas externas. Dichos elementos denotan las enseñanzas
rudimentarias tanto de los judíos como de los gentiles, tales como el ascetismo y las
observancias rituales acerca de la comida, la bebida y los lavamientos. Un principio
elemental del ascetismo consiste en tratar el cuerpo duramente con el objetivo de
reprimir la carne. Esto es totalmente distinto del camino de Dios, que es el camino de la
cruz.
Quisiera recalcar una vez más que el ascetismo no es el camino que Dios nos ha
dispuesto. Ningún cristiano debería practicar el ascetismo. Los que creemos en Cristo no
somos personas tristes; al contrario, somos personas alegres, que constantemente se
regocijan en el Señor. ¿Por qué deberíamos infligir dolor sobre nuestros cuerpos y
maltratarnos a nosotros mismos? ¡Cuán necio es esto! Nuestro único camino es la cruz.
Por consiguiente, la experiencia de la cruz es contraria a la práctica del ascetismo.
En 2:20 Pablo declara que hemos muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del
mundo. Tales rudimentos incluyen las observancias judías, las ordenanzas paganas y la
filosofía, y también el misticismo y el ascetismo. Los rudimentos del mundo son los
principios elementales de la sociedad mundana, los principios rudimentarios inventados
por la humanidad y practicados en la sociedad. Nosotros hemos muerto con Cristo con
respecto a los rudimentos del mundo. Cuando Cristo fue crucificado, nosotros también
fuimos crucificados. En Su crucifixión, nosotros fuimos liberados de los principios
rudimentarios del mundo.
Ya que hemos muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, Pablo nos
pregunta por qué razón nos sometemos a ordenanzas, como si aún viviéramos en el
mundo. Así que, Pablo en un tono reprobatorio les pregunta a los creyentes de Colosas
por qué ellos seguían sometiéndose a ordenanzas relacionadas con los principios
rudimentarios a los que ellos habían muerto en Cristo. El mundo mencionado en este
versículo se refiere a la sociedad humana, a la humanidad, y no a la tierra física. Por lo
tanto, Pablo les estaba preguntando a los creyentes por qué seguían sometiéndose a
ordenanzas como si aún vivieran en la sociedad humana.
Hace muchos años conocí a un hermano que había sido judío ortodoxo antes de ser
cristiano. Mientras teníamos comunión, me contó muchas historias acerca de distintas
prácticas judías. Me dijo que algunos judíos ortodoxos acomodan sus zapatos en cierta
dirección antes de acostarse, lo cual es una práctica supuestamente basada en un
versículo del Antiguo Testamento. Ellos creen que si no ponen sus zapatos en la
dirección apropiada, pierden la bendición de Dios. ¡Qué superstición! Me asombra ver
que los judíos, siendo un pueblo inteligente que valora la educación, puedan ser tan
supersticiosos. Aquellos que no tienen a Cristo y la cruz suelen ser supersticiosos, y
también dados a la práctica del ascetismo.
Podemos comparar el camino de la cruz con el hecho de conducir por una calle.
Mientras conducimos, nos encontramos con muchas intersecciones. ¿Se habían dado
cuenta ustedes de que cada intersección es una cruz? Algunas de ellas pueden ser anchas
y otras pueden ser estrechas, pero cada intersección es una cruz. Y la única manera de
llegar a nuestro destino final es pasar por muchas “cruces”. De la misma manera, en el
sentido espiritual, es necesario que también pasemos por muchas intersecciones antes
de llegar a la Nueva Jerusalén. Así como no es posible viajar muy lejos sin cruzar por
alguna intersección, tampoco es posible progresar espiritualmente si no pasamos por la
cruz. Una vez que estemos en la Nueva Jerusalén, ya no necesitaremos pasar más por la
cruz, porque para entonces todas las cosas negativas habrán sido eliminadas. Pero por
ahora, todavía es necesario que pasemos por la cruz cada día en nuestro andar con el
Señor.
Puedo testificar que pasar por la cruz cada noche antes de acostarnos constituye una
sana costumbre espiritual. Debido a que aplico la cruz al final de cada día, puedo
descansar muy bien durante la noche. A la hora de acostarnos, debemos aplicar la cruz a
cada problema y a cada asunto negativo, natural o pecaminoso. Podemos orar: “Señor,
quiero que todas estas cosas pasen por la cruz. No quiero dormirme antes que todo
elemento natural, pecaminoso, negativo o mundano, haya sido eliminado. Al acostarme,
Señor, deseo ser una persona que haya sido anulada por la cruz”. Debemos ser de
aquellos que pasan muchas veces por la cruz. Yo le animo a usted a pasar diariamente
por la intersección de la cruz.
Debido a que tenemos a Cristo como la persona única y la cruz como el camino único, no
necesitamos practicar el ascetismo. Aun más, ni siquiera necesitamos tomar decisiones
con respecto a ciertas cosas, pues esta práctica no funciona. Lo que necesitamos hacer es
simplemente pasar por la cruz cada noche al acostarnos, dormir reposadamente y luego
levantarnos por la mañana en resurrección. ¡Alabado sea el Señor por el hecho de que la
experiencia de la muerte de Cristo es contraria a la práctica del ascetismo!
NO SOMETERNOS A ORDENANZAS
Leamos ahora 2:20-23 detenidamente. Los versículos del 20 al 22 son en realidad una
sola frase; estos tres versículos constituyen la pregunta de Pablo. En el versículo 20,
Pablo les pregunta a los colosenses por qué ellos se someten a ordenanzas. En griego la
palabra traducida “ordenanzas” [o preceptos] es en realidad un verbo, lo cual indica que
Pablo les estaba preguntando por qué ellos estaban “preceptuándose a sí mismos”.
Luego, en el versículo 21, Pablo enumera tres ordenanzas en cuanto a manejar, gustar y
tocar; y en el versículo 22, añade que éstas son “cosas que todas se destruyen con el
uso”. Pablo estaba diciendo que todas las cosas materiales, cuando son usadas, están
destinadas a descomponerse y a perecer por corrupción (1 Co. 6:13; Mt. 15:17).
Cada vez que usamos una cosa, esa cosa acaba finalmente por ser destruida o
corrompida por el uso. Por ejemplo, lo que comemos se destruye cuando lo ingerimos,
ya sea limpio o inmundo según las ordenanzas dietéticas de Levítico. Puesto que todo lo
que comemos se destruye con el uso, no es necesario que nos sometamos a regulaciones
acerca de la comida. En Hechos 10, vemos que a Pedro todavía le preocupaba lo que era
limpio y lo que era inmundo. Pero la voz del cielo le dijo a Pedro que no debía
considerar común lo que Dios ya había limpiado. En Colosenses 2, Pablo alentaba a los
santos a que no se preocuparan por ordenanzas ascéticas en cuanto a cosas que están
destinadas a corromperse con el uso. Todo lo que usamos finalmente será destruido y
reducido a nada. Específicamente, los alimentos se destruyen cuando los consumimos.
Por consiguiente, no era necesario que los santos se impusieran ordenanzas que
regularan su alimentación.
Pablo pudo escribir tales palabras porque había recibido una clara visión respecto del
Cristo todo-inclusivo como la única persona y de la cruz como el único camino que
existe en la administración de Dios. Por consiguiente, a él no le importaban las
ordenanzas en cuanto a manejar, gustar o tocar. Estas cosas no ocupaban su ser. Él
sabía que todas las cosas materiales perecen con el uso y que finalmente son reducidas a
nada. Pablo entendió que los colosenses necesitaban recibir la gran visión del Cristo que
lo es todo y de la cruz, la cual es el camino de Dios en Su administración. Nosotros
también necesitamos tener una visión clara de Cristo y de la cruz.
Aparte del único camino establecido por Dios, no debemos tener ordenanzas ni formas
ni prácticas particulares. El camino que Dios ha ordenado, elevado y honrado es la cruz
de Cristo. La cruz es nuestro único camino. ¿Sabe usted cuál es la solución para el
problema de las disputas entre los esposos? La única solución es la cruz. Bajo el mismo
principio, sólo la cruz puede permitir que los que toman la delantera en una localidad
sean uno y estén en perfecta armonía. Todos nosotros necesitamos pasar por la cruz; si
no experimentamos la cruz, no podremos tener la vida adecuada de iglesia. Todos los
santos deben aprender a pasar cada día a través de la cruz. Al experimentar todo tipo de
cruces, grandes y pequeñas, lograremos la unidad y la armonía en la vida de iglesia.
Lectura bíblica: Col. 3:1-4; Ro. 8:30, 19, 21; Fil. 3:21
Al inicio de este mensaje quisiera añadir algo más en cuanto al camino de la cruz. Para
ello, les voy a pedir que examinen el diagrama en la última página de este mensaje.
EL DIOS PROCESADO
En la eternidad pasada, Dios existía solo. Luego, en el tiempo, creó todas las cosas. En
cierto momento de la historia, el Dios creador, el Creador de todo, se hizo hombre. A
este paso crucial llamamos encarnación. Mediante la encarnación, Dios se vistió del
hombre y a la vez de toda la creación, ya que el hombre es la cabeza de la creación. El
Señor Jesús, el Dios encarnado, vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, y
cuando fue crucificado, toda la creación fue crucificada juntamente con Él. Esto quiere
decir que no sólo Cristo fue a la cruz, sino también el hombre junto con toda la creación,
del cual Dios se había vestido. Por consiguiente, la muerte de Cristo en la cruz fue una
crucifixión todo-inclusiva. Después de Su crucifixión, Cristo fue puesto en una tumba.
Tanto el hombre como la creación, que habían sido crucificados juntamente con Cristo,
fueron puestos también en esa tumba. Después de tres días, Cristo se levantó de entre
los muertos en Su resurrección. Mediante la resurrección y en ella, Él fue hecho el
Espíritu vivificante. Además, en Su ascensión al tercer cielo, fue coronado y llegó a ser
Cabeza y Señor de todo. Después de esto, descendió sobre Su Cuerpo como Espíritu
todo-inclusivo.
Después de que Dios completó Su obra creadora, pasó por la encarnación, el vivir
humano, la crucifixión, la resurrección, la ascensión y el descenso. Ésta es la razón por
la que podemos referirnos a Él como el Dios procesado. El diagrama describe el proceso
por el cual Él pasó. Mediante la encarnación, la crucifixión y la resurrección, Él llegó a
ser el Espíritu vivificante. Después que hubo ascendido al tercer cielo, donde fue
entronizado y coronado y hecho Cabeza y Señor de todo, Él descendió sobre la iglesia,
Su Cuerpo, como Espíritu todo-inclusivo. Tal Espíritu todo-inclusivo ha venido sobre los
elegidos de Dios, quienes componen la iglesia.
Cabe hacer notar también que el Espíritu todo-inclusivo es la realidad del ungüento
compuesto descrito en Éxodo 30. Como tal, el Espíritu incluye no sólo al Espíritu de
Dios, el cual es tipificado por el aceite de oliva, sino también los aspectos de la muerte y
la resurrección de Cristo, los cuales son tipificados por las especias. Después de que el
aceite de oliva era mezclado con las especias, éste llegaba a ser un compuesto, un
ungüento. Antes de mezclarse, el aceite de oliva se componía de una sola esencia, de un
solo elemento, pero después de mezclarlo con las especias, otros elementos le eran
añadidos. El ungüento formado por la mezcla del aceite de oliva con las cuatro especias
representa al Espíritu todo-inclusivo.
En la eternidad pasada el Espíritu de Dios era de un solo elemento, el elemento de la
divinidad. Pero en la encarnación de Cristo, Dios se vistió de humanidad. Durante los
treinta y tres años y medio que Cristo vivió en la tierra, algo más le fue añadido al
elemento divino. Además, mediante Su crucifixión, le fue añadida la esencia de Su
muerte todo-inclusiva y eficaz. Lo mismo sucedió en Su resurrección. Mientras Cristo
daba estos pasos cruciales, Dios se procesaba y se mezclaba con el elemento humano.
Así como en tipología vemos que el aceite de oliva fue mezclado con las especias, así
también el Espíritu de Dios fue mezclado con la eficacia y la dulzura de la muerte de
Cristo, y con la eficacia y poder de Su resurrección. Por lo tanto, nuestro Dios es ahora el
Dios procesado que desciende como Espíritu todo-inclusivo sobre Sus escogidos y entra
en ellos para constituirlos la iglesia.
El Nuevo Testamento enseña que Cristo tuvo dos nacimientos. Su primer nacimiento
ocurrió cuando Él se encarnó, y Su segundo nacimiento sucedió cuando Él resucitó. La
iglesia llegó a existir por medio de la resurrección de Cristo. En Su segundo nacimiento,
el Hijo primogénito de Dios nació con todos Sus hermanos, quienes son los miembros
de Su Cuerpo, la iglesia. Por lo tanto, la iglesia nació en la resurrección, esto es, en el
segundo nacimiento de Cristo. Ahora la iglesia sigue existiendo en el Espíritu todo-
inclusivo.
En el mensaje anterior, hicimos notar que en la economía de Dios existe una sola
persona, Cristo, y un solo camino, la cruz. En realidad, el diagrama es acerca de esta
persona única y del único camino. Elementos como el gnosticismo y el ascetismo no
tienen ningún lugar aquí. Las enseñanzas de Platón, Sócrates y Confucio así como la
práctica del ascetismo no tienen nada que ver con Cristo ni con el camino de la cruz.
Todas las religiones, incluyendo el judaísmo y el cristianismo, se encuentran fuera de la
línea descrita en el diagrama. Pero en el recobro del Señor estamos siendo traídos de
regreso a la única persona y al único camino. Todos necesitamos ser recobrados de los
numerosos y diversos “ismos”, filosofías y prácticas, y regresar a esta única línea: Cristo
y la cruz. Hoy en día, tanto Cristo como la cruz se hallan en el Espíritu todo-inclusivo.
Por lo tanto, ser recobrados y traídos de nuevo a Cristo y la cruz significa ser recobrados
al Espíritu todo-inclusivo y vivificante.
EL ESPÍRITU
Si queremos aplicar la cruz a nuestra situación particular, debemos tener contacto con el
Espíritu todo-inclusivo. La eficacia de la muerte de Cristo está en este Espíritu, de la
misma manera en que la eficacia de algunas medicinas viene incluida en la dosis
prescrita. Cuando una persona toma la dosis que le recetaron, experimenta la eficacia de
aquella medicina. Hoy el Espíritu todo-inclusivo es una dosis todo-inclusiva. Esta dosis
incluye la eficacia de la muerte de Cristo y el poder de Su resurrección. Además, la
humanidad resucitada y elevada de Cristo se encuentra también en el Espíritu todo-
inclusivo.
Si queremos aplicar la cruz de Cristo, debemos abrir nuestro ser al Espíritu, tener
contacto con Él y darle toda la libertad de actuar en nosotros. Entonces el Espíritu
espontáneamente aplicará a nosotros la eficacia de la muerte de Cristo. Esto es lo que
significa aplicar la muerte de Cristo. Asimismo, cuando abrimos nuestro ser al Espíritu y
le permitimos que aplique la muerte de Cristo a nuestra situación, el hecho de
experimentar la muerte de Cristo hará que Cristo venga a nosotros en resurrección. Por
consiguiente, por medio de la experiencia de la muerte de Cristo, experimentamos
también Su resurrección. Cuanto más experimentamos esto, más podemos decir como
Pablo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21).
Leamos lo que dice Pablo en 3:1: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo,
buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”. La palabra
“resucitados”, en este versículo, se refiere al aspecto resucitador del bautismo, el cual es
totalmente contrario al ascetismo. Fuimos resucitados juntamente con Cristo y ahora
estamos donde Él está, sentados en los cielos. Por lo tanto, en contraste con los ascetas,
no debemos practicar las cosas de la tierra; antes bien, debemos buscar las cosas de los
cielos.
Debemos vivir por Cristo, en los cielos, y no por los rudimentos del mundo. Ya que
morimos con Cristo a las cosas de la tierra, especialmente a las cosas relacionadas con el
ascetismo, ya que fuimos bautizados en Su muerte (Ro. 6:3) y fuimos resucitados
juntamente con Cristo, debemos vivir en los cielos. ¿Pero cómo podemos hacer esto? El
diagrama también nos ayudará a contestar esta pregunta. Según el diagrama vemos que
los cielos están unidos a la iglesia; por tanto, vivir en los cielos equivale simplemente a
vivir en la iglesia, porque la iglesia y los cielos son uno. Es por eso que en la iglesia no
debe existir ningún rudimento del mundo. Hoy en día, estar en la iglesia equivale a estar
en los cielos, y estar en los cielos es lo mismo que estar en la iglesia. En nuestra vida
cristiana, la iglesia y los cielos son uno. Cuando yo participo en la vida de iglesia, tengo
la sensación de estar en los cielos. Muchos cristianos hablan de ir a los cielos en el
futuro, pero nosotros estamos en los cielos diariamente. ¡Oh, la iglesia está en los cielos
hoy! Y estando aquí, en esta esfera celestial, no tenemos ningún lugar para los
rudimentos del mundo.
ESCONDIDOS CON CRISTO EN DIOS
En 3:3 Pablo añade: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios”. Nuestra vida (no nuestra vida natural, sino nuestra vida espiritual, la cual es
Cristo) está escondida con Cristo en Dios, quien está en los cielos; por eso, no debemos
preocuparnos por las cosas terrenales. El Dios que está en los cielos debe ser la esfera de
nuestro vivir. Con Cristo debemos vivir en Dios.
Muchos cristianos creen haber entendido 3:3. Pero, ¿qué significa decir que nuestra vida
está escondida con Cristo en Dios? Aunque esto resulta difícil de explicar, el diagrama
nos ayudará a entender esto un poco. Como resultado del proceso descrito en este
diagrama, Dios, el hombre, los cielos y la iglesia han sido unidos. Yo sé que algunos
maestros de la Biblia no creen que Dios, el hombre, los cielos y la iglesia han llegado a
ser uno. En cuanto a esto, necesitamos todas las riquezas de la perfecta certidumbre de
entendimiento. Al examinar el diagrama, en primer lugar podemos decir que nosotros
estamos en Dios. Debido al hecho de que Dios pasó por un proceso, nosotros los que
creemos en Cristo estamos ahora en Dios. Además, estamos en los cielos y en la iglesia.
Estar en Dios equivale a estar en los cielos, y estar en los cielos es lo mismo que estar en
la iglesia. También podemos afirmar que estar en la iglesia significa estar en los cielos y
que estar en los cielos equivale a estar en Dios. Alabado sea el Señor porque estamos en
Dios, en los cielos y en la iglesia. Si vemos esto, entenderemos espontáneamente que
nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Estamos con Cristo y nada puede
separarnos de Él. Estando en Dios, estamos con Cristo; estando en los cielos, estamos
con Cristo; y estando en la iglesia, estamos con Cristo. Morimos con Cristo, fuimos
resucitados juntamente con Él y estamos escondidos con Cristo en Dios. Todo esto es
posible porque nosotros y Cristo hemos llegado a ser uno. Ahora para nosotros el vivir
es Cristo.
Además, 1 Corintios 12:12 nos dice que Cristo es el Cuerpo. El hecho de que nosotros los
creyentes somos el Cuerpo de Cristo, revela la unidad que tenemos con Cristo.
Verdaderamente estamos con Cristo. Donde Cristo está, allí también estamos nosotros.
Con Cristo, nuestra vida está escondida en Dios.
EN DIOS Y A LA DIESTRA DE DIOS
Yo aprecio la palabra “escondida” en 3:3. Hoy nuestra vida está escondida con Cristo en
Dios. Pero un día Cristo aparecerá, y nosotros seremos manifestados con Él en gloria.
Aunque seremos manifestados con Cristo en el futuro, por ahora nos toca estar
escondidos. Por esta razón, no debemos exhibirnos a nosotros mismos.
Hoy en día, incluso Cristo está escondido. Consideremos por un momento cuántos lo
critican, se oponen a Él y lo atacan. Los hombres se rebelan contra Él a tal punto que
parece como si Él no existiera. A pesar de que Cristo sufre debido a todos estos ataques y
rebeliones, Él guarda silencio y permanece escondido.
Contrario a lo que practica el cristianismo, nuestra vida no debería exhibirse. Debemos
hacer muchas cosas, de las cuales los demás nunca lleguen a enterarse. Nuestra vida
cristiana debe ser una vida escondida, una vida escondida con Cristo en Dios. Nuestra
vida de iglesia debe también estar escondida en Dios y en los cielos. Hoy en día el
cristianismo suele hacerles publicidad a los hombres y a lo que ellos hacen. Lo menos
que podemos decir es que ésta es una practica babilónica. La vida de iglesia es una vida
que está escondida con Cristo en Dios y en los cielos. Mientras estemos escondidos,
estamos con Cristo en Dios, en los cielos y en la iglesia, pero cuando queremos darnos a
conocer y nos promocionamos, estamos fuera de Cristo y no estamos con Él. Cuando
Cristo se manifieste, entonces nosotros también seremos manifestados con Él. Ése será
el momento en el cual seremos manifestados con Cristo. Pero por ahora nos toca estar
escondidos y sufrir.
Lectura bíblica: Col. 3:5-11; Gá. 2:20a; Ro. 6:3; 8:13; Ef. 4:22, 25a, 24; Ro. 12:2; Fil.
1:21 ; Col. 1:27; 1 Co. 12:13
Conforme a Colosenses 3, Cristo es nuestra vida y Aquel que es el todo y está en todos
(vs. 4, 11). En este mensaje hablaremos de cómo este Cristo es el constituyente del nuevo
hombre.
I. HACER MORIR
NUESTROS MIEMBROS LUJURIOSOS
En 3:5 Pablo dice: “Haced morir, pues, vuestros miembros terrenales: fornicación,
impureza, pasiones, malos deseos y avaricia, que es idolatría”. En nuestros miembros
pecaminosos se encuentra la ley del pecado, que nos hace cautivos del pecado y
convierte nuestro cuerpo corrupto en un cuerpo de muerte (Ro. 7:23-24). Por lo tanto,
nuestros miembros, los cuales son pecaminosos, están vinculados con cosas
pecaminosas, tales como la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la
avaricia. En 3:6, Pablo afirma que por estas cosas “la ira de Dios viene sobre los hijos de
desobediencia”. Luego, en el versículo 7, él añade que los creyentes anduvieron en otro
tiempo en estas cosas cuando vivían en ellas.
En el versículo 5, Pablo nos exhorta a hacer morir nuestros miembros terrenales. Esta
exhortación se basa en el hecho de que fuimos crucificados con Cristo (Gá. 2:20a) y
bautizados en Su muerte (Ro. 6:3). Aplicamos la muerte de Cristo a nuestros miembros
pecaminosos al crucificarlos, por la fe, mediante el poder del Espíritu (Ro. 8:13). Esto
corresponde a lo que dice Gálatas 5:24. Cristo llevó a cabo la crucifixión todo-inclusiva.
Ahora la aplicamos a nuestra carne lujuriosa. Esto es muy diferente del ascetismo.
Según Romanos 8:11 y 13, hacer morir las prácticas del cuerpo es algo que se lleva a cabo
en el poder del Espíritu. Esto no se efectúa con nuestros propios esfuerzos. Intentar
hacer morir las prácticas del cuerpo no es otra cosa que practicar el ascetismo. No
debemos practicar el ascetismo, pero sí debemos hacer morir las cosas negativas que
están en nosotros por el poder del Espíritu Santo. Para hacer esto, debemos abrir
nuestro ser al Espíritu y permitirle que fluya en nosotros. Mediante el fluir del Espíritu,
experimentaremos la eficacia de la muerte de Cristo. Esto no es ascetismo, sino la
operación del Espíritu en nuestro interior.
Muchos de los santos han leído la autobiografía de Madame Guyón. En este libro se
hallan evidencias muy claras del ascetismo y del misticismo, las mismas cosas que
perjudicaron a la iglesia en Colosas. Los que lean los libros de los místicos deben hacerlo
con discernimiento. Aunque podemos recibir ayuda de algunas de las cosas que se
hallan en estos libros, otras nos pueden hacer daño. Hace muchos años, algunos de estos
libros nos fueron de ayuda. No obstante, con el tiempo aprendimos que estos libros, si
se leen sin discernimiento, pueden desviar a los cristianos que buscan más del Señor y
conducirlos al error del ascetismo. Por eso no les recomiendo que lean estos libros si no
cuentan con la ayuda de los santos que tienen más experiencia. De hecho, hace poco
algunos, particularmente algunas hermanas, fueron afectadas negativamente por dichos
libros.
En el versículo 8, Pablo habla de desechar las cosas psicológicas malignas: “Pero ahora
desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, lenguaje
soez e injurioso de vuestra boca”. Al comparar este versículo con los anteriores, nos
damos cuenta de que Pablo enumeró las cosas de la carne en una categoría y las cosas
del alma caída en otra. Todas las cosas negativas, tanto de la carne como del alma caída,
deben ser desechadas. Hacemos esto, no por nuestra propia energía, sino por el poder
del Espíritu todo-inclusivo.
En el versículo 9, Pablo dice a continuación: “No mintáis los unos a los otros,
habiéndoos despojado del viejo hombre con sus prácticas”. Este versículo indica que el
viejo hombre en su totalidad, debe ser desechado al igual que nos despojamos de una
vestidura vieja. Toda la persona del viejo hombre debe ser desechada. En este versículo,
Pablo dijo: “Habiéndoos despojado del viejo hombre” refiriéndose al hecho de que nos
despojamos del viejo hombre en el bautismo. Nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con Cristo (Ro. 6:6) y fue sepultado en el bautismo (Ro. 6:4).
En el versículo 10, Pablo declara: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del
que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”. Vestirse del nuevo hombre es
como ponerse un nuevo vestido. La palabra griega que en este versículo se tradujo
“nuevo” significa joven, es decir, nuevo con relación al tiempo. Esto difiere de la palabra
“nuevo”, mencionada en Efesios 4:24, que significa nuevo en naturaleza, calidad o
forma.
El nuevo hombre es de Cristo. Es Su Cuerpo el que fue creado en Él en la cruz (Ef. 2:15-
16). No es un hombre individual, sino un hombre corporativo. Según la clara visión que
nos presenta Efesios 2:15, el nuevo hombre es una entidad corporativa. Esto lo
demuestra el hecho de que fue creado a partir de dos pueblos, judíos y gentiles. Efesios
2:16 indica además que el nuevo hombre, que fue creado a partir de estos pueblos, es el
Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, el nuevo hombre y el Cuerpo son términos sinónimos e
intercambiables.
En Efesios 2 se nos dice que el nuevo hombre fue creado, pero en Colosenses 3:10 se nos
dice que el nuevo hombre se va renovando hasta el conocimiento pleno conforme a la
imagen del que lo creó. Aunque Efesios y Colosenses son epístolas hermanas, lo que
dicen acerca del nuevo hombre no es exactamente lo mismo. ¿Cómo podemos decir, por
un lado, que el nuevo hombre fue creado y, por otro, decir que se renueva? El nuevo
hombre necesita ser renovado porque nosotros, los que pertenecemos a la vieja
creación, fuimos incluidos en la creación del nuevo hombre. La renovación se lleva a
cabo principalmente en nuestra mente, como lo indica la frase “hasta el conocimiento
pleno”. El nuevo hombre fue creado en nuestro espíritu. Antes de que el nuevo hombre
fuera creado en nuestro espíritu en resurrección, no teníamos en nosotros el Espíritu de
Dios ni la vida de Dios. Aunque teníamos un espíritu, nuestro espíritu no contenía la
vida divina. No obstante, cuando la nueva creación llegó a existir en nuestro espíritu en
resurrección, el Espíritu Santo junto con la vida divina fue añadido a nuestro ser, lo cual
produjo un nuevo ser, el nuevo hombre. Es por eso que podemos afirmar que el nuevo
hombre fue creado en nuestro espíritu.
Sin embargo, todavía es necesario que nuestra alma e incluso nuestro cuerpo, sean
renovados. Nuestra mente, que representa nuestra alma, necesita ser renovada.
Finalmente, cuando nuestro cuerpo sea transfigurado, también será renovado. Por
tanto, nuestro espíritu ya fue regenerado, pero nuestra alma está siendo renovada. Por
un lado, en nuestro espíritu el nuevo hombre fue creado con los nuevos elementos, a
saber, la vida divina y el Espíritu Santo. Por otro lado, el nuevo hombre se va renovando
en nuestra alma.
En 3:10 Pablo dice que el nuevo hombre, conforme a la imagen del que lo creó se va
renovando hasta el conocimiento pleno. En este versículo, la imagen se refiere a Cristo,
al Amado de Dios, quien es la expresión misma de Dios (1:15; He. 1:3). Aquel que creó al
nuevo hombre en Cristo (Ef. 2:15) fue Dios el Creador.
En Efesios 4:24 Pablo dice que el nuevo hombre fue “creado según Dios en la justicia y
santidad de la realidad”. Aquí no se menciona la imagen; sólo se nos dice que el nuevo
hombre fue creado según Dios mismo, mientras que en Colosenses 3:10 vemos que el
nuevo hombre se va renovando conforme a la imagen del que lo creó. Según Efesios
4:24, el nuevo hombre fue creado según Dios, pero en Colosenses 3:10 se nos dice que el
nuevo hombre se va renovando conforme a la imagen de Dios. La renovación del nuevo
hombre da por resultado el conocimiento pleno, y el conocimiento pleno es conforme a
la imagen de Dios. En unos mensajes pasados, hicimos notar que la imagen en 1:15 se
refiere a la expresión de Dios y a la plenitud de Dios. La imagen de Dios es Su plenitud y
expresión, que es, por supuesto, Cristo mismo.
No estoy muy seguro de que muchos de nosotros hayamos sido renovados hasta el
conocimiento pleno, conforme a la imagen de Dios. En cuanto a esto, necesitamos crecer
mucho más. Somos como colosenses en el sentido de que el nuevo hombre ya ha sido
creado en nuestro espíritu, pero nuestra mente aún no ha sido renovada hasta el
conocimiento pleno. Es menester que seamos renovados en nuestra mente hasta el
conocimiento pleno, conforme a la expresión de Dios, es decir, conforme a Cristo, quien
es la imagen de Dios. Esto significa que necesitamos que se produzca una renovación en
nuestra mente conforme a lo que Cristo es. Esto sólo puede suceder a medida que vamos
siendo renovados hasta el conocimiento pleno.
En Colosenses Pablo usa la frase “conocimiento pleno” en tres ocasiones (1:10; 2:2;
3:10). El problema de los colosenses era que ellos tenían un conocimiento equivocado.
Ellos habían aceptado filosofías que no eran conforme a Cristo. En 2:8 Pablo habla de
filosofías que son según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del
mundo, y no según Cristo. Ahora en 3:10 él habla del conocimiento pleno conforme a la
imagen, la expresión, o plenitud, de Dios. En cuanto al nuevo hombre, nuestra mente
debe ser renovada hasta este conocimiento pleno conforme al Cristo que es la expresión
del Dios invisible. Nuestra mente necesita ser renovada hasta que lleguemos a tener una
visión clara de Cristo como la imagen de Dios. Son pocos los cristianos que tienen el
debido entendimiento acerca del Cristo revelado en el libro de Colosenses. Sus mentes
no han sido renovadas hasta el conocimiento pleno de Él. Como resultado, muchos de
ellos hoy se han extraviado y han sido engañados y defraudados, al igual que los
colosenses. Los colosenses pudieron ser engañados porque en sus mentes no tenían el
conocimiento pleno conforme a la expresión de Dios. Lo mismo les sucede a los
cristianos de hoy. Algunos fueron llevados cautivos porque no fueron renovados en sus
mentes hasta el conocimiento pleno, conforme al Cristo todo-inclusivo como imagen de
Dios.
En Efesios vemos que el nuevo hombre fue creado en nuestro espíritu con los elementos
de la vida divina y el Espíritu Santo. Estos elementos se han añadido a nuestro ser para
producir una nueva creación. Por otro lado, en Colosenses vemos que el nuevo hombre
se va renovando en nuestras mentes hasta el conocimiento pleno conforme a Cristo,
quien es la imagen de Dios. Cuando nuestra mente se llene del conocimiento del Cristo
todo-inclusivo, nuestra parte emotiva será afectada. Esto nos llevará a tener un mayor
aprecio por el Señor Jesús. Por ejemplo, es posible que un niño aprecie más el estuche
que el anillo de diamantes. En la mente del niño no existe ningún conocimiento respecto
al valor del anillo. Sin embargo, a medida que el niño crezca, sentirá más aprecio por el
anillo. Finalmente, querrá conservar el anillo y tirar la caja.
El amor tiene que ver con la parte emotiva, y nuestra parte emotiva está relacionada con
lo que entendemos en nuestra mente. Si no tenemos mucho entendimiento respecto de
cierta cosa, no la apreciaremos mucho. Esto hará imposible que la amemos, pero cuando
nuestra mente se renueva con respecto a ella, nuestra parte emotiva y el amor que ella
contiene serán renovados también. Cuando la mente es renovada, la parte emotiva es
espontáneamente renovada también. Nuestra experiencia lo confirma. Tanto en el
campo de la experiencia espiritual como en el campo de la experiencia humana, la
mente afecta las emociones, y éstas afectan la voluntad.
Debemos ser renovados en nuestra mente para amar apropiadamente al Señor con
nuestra parte emotiva. Muchos santos son fríos hacia el Señor porque no tienen mucho
conocimiento de Él en sus mentes. Cuanto más tengamos del conocimiento pleno del
Cristo todo-inclusivo, más lo apreciaremos y más lo amaremos. Aunque todavía
necesitamos ser renovados mucho más, al menos disponemos de cierta cantidad de
conocimiento del Señor Jesús. El conocimiento que tenemos de Él nos permite amarle.
Una vez que amemos y apreciemos al Señor, ejercitaremos nuestra voluntad para
consagrarnos a Él, seguirle y vivirle, así como para cultivarlo y producirlo. De esta
manera, decidimos vivir para Él y por causa de Su testimonio. Esta decisión proviene de
nuestra parte emotiva, la cual, a su vez, es afectada por el conocimiento apropiado de
Cristo.
La idea principal de lo que Pablo dice a los colosenses tiene que ver con el hecho de ser
renovados en nuestra mente hasta el pleno conocimiento de Cristo. Los colosenses
necesitaban un conocimiento pleno de Cristo, no conforme a la filosofía, al gnosticismo,
a las observancias judaicas ni a las ordenanzas paganas, sino conforme a la imagen de
Dios. Como ya dijimos, esta imagen es el Cristo todo-inclusivo, quien es maravilloso y
glorioso. Necesitamos una renovación que nos lleva a poseer el conocimiento pleno de
este Cristo.
Cuando era joven, fui cautivado por nuestro querido Señor Jesús. Cuanto más mi mente
se renueva en el conocimiento apropiado de Él, más le amo. Puedo testificar que,
aunque ya estoy bastante anciano, mi amor por Él se mantiene fresco. De hecho, amo al
Señor más que nunca antes. Al hablar acerca de Él, siento que arde un fuego en mi
interior. La renovación que se ha hecho en mi mente hasta el conocimiento pleno
conforme a la imagen de Dios, ha producido un profundo aprecio por el Señor. Esto me
lleva a amarle. Una vez que tengamos tal amor por el Señor, diremos: “Señor Jesús,
quiero seguirte, cueste lo que cueste. Estoy dispuesto a pagar cualquier precio, aun el
precio de mi vida, para ser uno contigo y vivir completamente dedicado a Ti. Señor,
quiero tomarte como mi vida y como mi persona. Quiero vivirte, cultivarte y producirte.
Señor Jesús, Tú eres única y exclusivamente la razón de mi existencia”.
En el versículo 11, Pablo añade: “Donde no puede haber [gr.] griego ni judío,
circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo
y en todos”. La palabra “donde” se refiere al nuevo hombre mencionado en el versículo
10, y por tanto significa: en el nuevo hombre. En el nuevo hombre, no hay ninguna
persona natural ni tampoco puede existir persona natural alguna. No puede haber
griegos, quienes son ávidos por la sabiduría filosófica, ni judíos, aquellos que buscan
señales milagrosas (1 Co. 1:22). Tampoco puede haber circuncisión ni incircuncisión. La
circuncisión se refiere a los que guardaban los ritos religiosos de los judíos, y la
incircuncisión a aquellos que no tenían ningún interés en la religión judía. Además, en el
nuevo hombre tampoco puede haber bárbaro, escita, esclavo ni libre. Un bárbaro es una
persona inculta; los escitas eran considerados los más bárbaros; los esclavos eran
personas que habían sido vendidos como tales; y los libres eran aquellos que habían sido
liberados de la esclavitud. No importa la clase de persona que seamos; por lo que al
nuevo hombre se refiere, debemos considerarnos nada. En el nuevo hombre, sólo hay
lugar para Cristo, y no para ninguna persona natural. Por consiguiente, en la iglesia
todos nosotros somos nada.
En el nuevo hombre “Cristo es el todo, y en todos”. En el nuevo hombre, sólo hay lugar
para Cristo. Él es todos los miembros del nuevo hombre y está en todos ellos. Él lo es
todo en el nuevo hombre. De hecho, es el nuevo hombre, Su Cuerpo (1 Co. 12:13). En el
nuevo hombre, Cristo es la centralidad y la universalidad.
La palabra “todo”, en el versículo 11, se refiere a todos los miembros que constituyen el
nuevo hombre. Cristo es todos los miembros y está en todos los miembros. Por esta
razón, en la iglesia no hay lugar para nosotros. No hay espacio para ninguna
nacionalidad. Siendo aquellos que formamos parte del nuevo hombre, no debemos
considerarnos chinos, americanos, alemanes ni de ninguna otra nacionalidad. Ni
siquiera deberíamos decir que somos fulano de tal. Puesto que en el nuevo hombre
Cristo es el todo y está en todos, y puesto que usted forma parte del nuevo hombre,
entonces usted es parte de Cristo. Cada miembro, cada parte, del nuevo hombre es
Cristo.
El versículo 11 es muy claro al decir que no puede haber ninguna persona natural en el
nuevo hombre. ¡Qué grave error es haber traducido la expresión griega del versículo 10
como el “nuevo yo”! Es ridículo afirmar que en el nuevo yo no hay griego ni judío,
circuncisión ni incircuncisión. Conforme al contexto, el nuevo hombre mencionado en
3:10 no denota al nuevo yo en absoluto, ya que el nuevo hombre se compone de
creyentes de diversos trasfondos culturales. Esto no se le podría aplicar al “nuevo yo”.
Sin lugar a dudas, el nuevo hombre aquí se refiere a un hombre corporativo, a la iglesia,
el Cuerpo de Cristo. Aunque la iglesia se compone de diversas clases de personas, todas
ellas forman parte de Cristo. Ellas han dejado de ser personas naturales. En el nuevo
hombre, Cristo es todos y está en todos. ¡Qué visión más grande es ver que Cristo es el
todo y en todos!
Es crucial que veamos dos cosas: debemos ser renovados hasta el conocimiento pleno
conforme al Cristo todo-inclusivo, el cual es la imagen de Dios; y también debemos ver
que en la iglesia, el nuevo hombre, Cristo es el todo y está en todos. En la iglesia, el
nuevo hombre, no existe nada más que Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE VEINTINUEVE
En 3:12—4:6, Pablo comienza a hablar respecto de la vida que llevamos los santos en
unión con Cristo. En 3:12-15, él habla de la necesidad de ser gobernados por la paz de
Cristo, y en los versículos 16 y 17, de permitir que la palabra de Cristo more ricamente en
nosotros. El hecho de que vivimos en unión con Cristo significa que en nuestro vivir no
estamos separados de Cristo. En Juan 15 el Señor nos manda a permanecer en Él,
porque separados de Él nada podemos hacer. A los ojos de Dios, todo lo que hagamos
fuera de Cristo no tiene valor alguno. Por tanto, si nos separamos del Cristo todo-
inclusivo que se revela en Colosenses, nada podremos hacer. El vivir de los santos debe
llevarse a cabo en unión con Cristo. Esto significa que en nuestro vivir debemos ser uno
con Él.
En 3:10 y 11 vemos que en el nuevo hombre Cristo es el todo y está en todos. Cristo es
todos los miembros y está en todos ellos. En el nuevo hombre no hay cabida para
ninguna persona natural; antes bien, Cristo es cada uno y está en cada uno. Decir que
Cristo es el todo y en todos en el nuevo hombre quiere decir que nosotros somos uno
con Cristo y que Cristo es uno con nosotros. Aún podemos afirmar que Cristo es
nosotros y que nosotros somos Él. Esto describe nuestra unión con Cristo. Por
consiguiente, el vivir de los santos debe ser un vivir que ellos llevan en unión con Cristo,
un vivir que se identifica con Él. Si vivimos de esta manera, nosotros y Cristo, Cristo y
nosotros, seremos uno. Nosotros vivimos, y Cristo vive en nuestro vivir.
Debemos ser uno con el Señor Jesús así como Él es uno con el Padre. En Juan 14:10, el
Señor dijo: “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el
Padre que permanece en Mí, El hace Sus obras”. Esto indica que el Padre obra en el
hablar del Hijo. Aunque el Padre y el Hijo son dos personas, ambos tienen una sola vida
y un solo vivir. La vida del Padre es la vida del Hijo, y el vivir del Hijo es el vivir del
Padre. Por una parte, la vida del Padre es la vida del Hijo. Por otra parte, el vivir del Hijo
es el vivir del Padre. De esta manera el Padre y el Hijo tienen una sola vida y un solo
vivir. El principio es el mismo con relación a Cristo y nosotros. Hoy en día, nosotros y
Cristo tenemos una sola vida y un solo vivir. La vida del Hijo se convierte en nuestra
vida, y nuestro vivir se convierte en Su vivir. Esto es lo que significa vivir en unión con
Cristo.
En esta unión, nosotros y Cristo, Cristo y nosotros, somos uno. De manera práctica,
Cristo es nosotros y nosotros somos Cristo, porque vivimos en unidad. Su vida es
nuestra vida, y nuestro vivir es Su vivir. Por lo tanto, Cristo vive en nuestro vivir. En esto
consiste el vivir cristiano normal, el cual corresponde a la norma de Dios y cumple los
requisitos de Su economía.
En cuanto a nuestro vivir en unión con Cristo, Pablo nos dice que debemos permitir que
la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones, y que la palabra de Cristo more
ricamente en nosotros. Pablo no habla de esto en ninguna otra parte de sus epístolas.
Notemos en los versículos 15 y 16 que los verbos en las frases “la paz de Cristo sea...” y
“la palabra de Cristo more...” son imperativos, lo cual sugiere que tanto la paz de Cristo
como la palabra de Cristo ya están presentes. Sin embargo, debemos dejar que ambas
operen dentro de nosotros. Debemos permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en
nosotros, y que la palabra de Cristo more en nosotros. No existe ningún problema en
relación con la paz de Cristo o con la palabra de Cristo. El problema somos nosotros,
especialmente cuando no permitimos que estas cosas operen en nosotros.
Antes de hablar sobre los versículos del 15 al 17, veamos algunos aspectos en los
versículos del 12 al 14. Empezando con el versículo 12, Pablo dice: “Vestíos, pues, como
escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de compasión, de bondad, de
humildad, de mansedumbre, de longanimidad; soportándoos unos a otros, y
perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que el Señor
os perdonó, así también hacedlo vosotros”. Después de vestirnos del nuevo hombre,
debemos vestirnos también de las virtudes espirituales enumeradas en estos versículos.
En el versículo 12 Pablo usa las expresiones “escogidos de Dios”, “santos” y “amados” al
dirigirse directamente a los creyentes. El nuevo hombre se compone de los elegidos de
Dios, los escogidos de Dios. Además, el nuevo hombre es santo. Esto significa que el
nuevo hombre no es ni común ni mundano; más bien, ha sido apartado para Dios.
Además, el nuevo hombre es amado. Conforme a este versículo, el nuevo hombre es
escogido, santo y amado.
Nosotros somos este nuevo hombre y, como tal, debemos vestirnos de todas las virtudes
espirituales necesarias: de entrañas de compasión, de bondad, de humildad, de
mansedumbre y de longanimidad. La humildad mencionada aquí difiere de la humildad
autoimpuesta que los maestros herejes de Colosas promovían, de la cual uno puede
sentirse orgulloso. Pablo, por su parte, enseñó una humildad espiritual, así como la
mansedumbre y la longanimidad.
En el versículo 13 Pablo añade algo más al respecto, esto es, que debemos soportarnos
unos a otros y que debemos perdonarnos unos a otros. El Señor que perdona es nuestra
vida y vive dentro de nosotros; perdonar es una virtud de Su vida. Cuando lo tomemos
como nuestra vida y persona, y vivamos por Él, perdonar a otros será espontáneo y
llegará a ser una virtud de nuestra vida cristiana.
En el versículo 14 Pablo añade: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el
vínculo de la perfección”. La palabra griega traducida “perfección” también se puede
traducir “totalidad”. Dios es amor (1 Jn. 4:16). El amor es la esencia misma del ser de
Dios, la sustancia misma de la vida divina. Por lo tanto, vestirnos de amor es vestirnos
del elemento de la vida de Dios. Tal amor es el vínculo que une la perfección, la totalidad
y las virtudes maduras.
El pronombre relativo “la que” del versículo 15 se refiere a la paz de Cristo. Fuimos
llamados a esta paz en el Cuerpo de Cristo. Para llevar la vida del Cuerpo de una forma
apropiada, necesitamos que la paz de Cristo sea el árbitro, y que regule y decida todas
las cosas de nuestro corazón en nuestra relación con los miembros de Su Cuerpo. El
hecho de haber sido llamados a la paz de Cristo debe motivarnos también a permitir que
esta paz sea el árbitro en nuestros corazones.
En este versículo, Pablo también nos alienta a estar agradecidos. No sólo debemos
permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones, sino que también
debemos estar agradecidos con el Señor. En la vida del Cuerpo, nuestro corazón siempre
debe mantenerse en una condición pacífica con respecto a los demás miembros y estar
agradecido con el Señor.
Sin lugar a dudas, lo que escribió Pablo acerca de la paz de Cristo, la cual actúa como
árbitro, correspondía a su experiencia práctica. Si examinamos nuestra propia
experiencia, nos daremos cuenta de que como cristianos tenemos dos o tres personas
que contienden en nuestro interior. Es por eso que necesitamos un árbitro. La presencia
de un árbitro es siempre necesaria cuando hay que solucionar desacuerdos o disputas
entre distintas partes. Con respecto a ciertos asuntos, tal vez uno de los contendientes
en nosotros tenga cierta preferencia, mientras que tal vez otro se incline por algo
totalmente opuesto. Además, puede haber otro contendiente que mantenga una postura
neutral. Muchas veces estamos conscientes de que en nosotros existen tres personas:
una que se inclina por cosas positivas, otra que se opone a estas cosas, y otra que adopta
una postura neutral. Los cristianos somos mucho más complejos que los que aún no son
salvos. Antes de ser salvos, estábamos bajo el control de Satanás. Podíamos entregarnos
a las diversiones y entretenimientos mundanos sin tener el menor sentido de
controversia en nuestro interior. Pero ahora que somos salvos, una parte de nosotros
puede incitarnos a hacer cierta cosa, mientras que otra parte de nosotros puede
alentarnos a hacer algo distinto. Así pues, vemos la necesidad de un arbitraje interior
que solucione todas las disputas que ocurren dentro de nosotros. Necesitamos que
alguien o algo presida las discusiones que se suceden dentro de nuestro ser. Según el
versículo 15, aquel que preside, este árbitro, es la paz de Cristo.
Recordemos cuál es el trasfondo del libro de Colosenses. La iglesia en Colosas había sido
invadida por varias filosofías e “ismos”. No creo que todos los santos de Colosas
hubieran adoptado la misma filosofía. Por el contrario, yo creo que algunos apreciaban
el pensamiento filosófico griego, mientras que otros preferían la filosofía egipcia o
babilónica. Dudo que aun en el tema del ascetismo todos los santos tuvieran el mismo
punto de vista. Nada divide más o causa más disensiones que las opiniones sobre el
ascetismo. No había una división real en la iglesia en Colosas, pero, sin duda, había
disensiones. Los santos no eran verdaderamente uno. Como resultado, ellos no estaban
en paz.
Pablo primero escribió acerca del Cristo todo-inclusivo y del nuevo hombre en el cual
Cristo es el todo y en todos, y donde no hay lugar alguno para el griego, el judío ni para
ninguna otra diferencia cultural. Después, él mandó a los santos a que prestaran
atención a la paz de Cristo. Todos nosotros tenemos en nuestro ser algo llamado la paz
de Cristo. Ésta es la paz de la cual Pablo habla en Efesios 2:15, donde nos dice que Cristo
en Sí mismo creó de dos pueblos un solo y nuevo hombre. Creando de los judíos y
gentiles un solo y nuevo hombre, Cristo hizo la paz. Ésta es la paz que se menciona en
Colosenses 3:15.
Hemos señalado en repetidas ocasiones que en el nuevo hombre no puede haber griego
ni judío. La filosofía griega y las observancias judaicas no deben ser introducidas. En el
nuevo hombre, Cristo es el todo y en todos. Además, se debe guardar la unidad del
nuevo hombre, la cual es la paz de Cristo.
Debemos permitir que la paz de Cristo arbitre en nuestros corazones. Todas las partes
que contienden entre sí deben prestar atención a lo que dice el árbitro. ¿Se ha dado
cuenta de que hay un árbitro dentro de usted? Colosenses nos muestra claramente que
la paz de Cristo es nuestro árbitro interior. Este árbitro debe solucionar todas las
disputas que hay dentro de nosotros. Por ejemplo, tal vez a algunos hermanos chinos les
guste visitar Chinatown. No obstante, al hacer esto, puede ser que no tengan paz, sino
que experimenten desacuerdo en su interior. Por lo tanto, es necesario que estos
hermanos presten atención al árbitro, a la paz de Cristo que preside dentro de ellos.
Cada vez que sintamos que las diferentes partes dentro de nuestro ser están
argumentando o se están peleando, debemos permitir que la paz de Cristo, que es la
unidad del nuevo hombre, gobierne dentro de nosotros. Permitamos que esta paz, esta
unidad, tenga la última palabra.
En este pasaje, el llenar interior de la vida espiritual que rebosa en alabanzas y cánticos
está relacionado con la Palabra, mientras que en el pasaje paralelo, Efesios 5:18-20, está
relacionado con el Espíritu. Esto indica que la Palabra y el Espíritu son una misma cosa
(Jn. 6:63b). Una vida cristiana normal debe ser una vida llena de la Palabra, para que el
Espíritu rebose de alabanzas y melodías de loor desde nuestro interior.
Colosenses gira en torno a Cristo como nuestra Cabeza y nuestra vida. Es por medio de
Su palabra que Él ejerce Su función como Cabeza y nos suministra Sus riquezas. Por lo
tanto, en este libro se da énfasis a la palabra de Cristo. Efesios trata de la iglesia como
Cuerpo de Cristo. La manera en que nosotros podemos llevar una vida normal de iglesia
es ser llenos en nuestro espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Es por eso
que Efesios recalca el Espíritu. En dicho libro se hace hincapié en el Espíritu Santo y en
nuestro espíritu una y otra vez; incluso la Palabra es considerada el Espíritu (Ef. 6:17).
En cambio en Colosenses, tanto el Espíritu Santo (1:8) como el espíritu humano (2:5) se
mencionan una sola vez. En Efesios vemos que la Palabra tiene como fin lavarnos de
nuestra vida natural (5:26) y pelear en contra del enemigo (6:17), mientras que en
Colosenses la Palabra tiene como fin revelar a Cristo (1:25-27 ) en Su preeminencia,
centralidad y universalidad.
Hemos mencionado que Efesios recalca el Espíritu, mientras que Colosenses hace
énfasis en la Palabra. Efesios trata de nuestro vivir, mientras que Colosenses trata de la
revelación de Cristo. En Colosenses, la preocupación de Pablo tenía que ver con la
revelación de Cristo, la cual nos permite obtener el pleno conocimiento. Para este fin
necesitamos la palabra de Cristo.
La palabra de Cristo abarca todo el Nuevo Testamento. Debemos ser llenos de esta
palabra, lo cual significa que debemos permitir que la palabra de Cristo more en
nosotros, que habite en nosotros, que haga su hogar en nosotros. La palabra griega
traducida “more” significa esté en casa, habite. La palabra del Señor debe tener el
debido espacio dentro de nosotros, de modo que pueda operar y suministrar las riquezas
de Cristo a nuestro ser interior. Aun más, la palabra de Cristo debe morar en nosotros
ricamente. Las riquezas de Cristo (Ef. 3:8) se hallan en Su palabra. Y esta palabra que es
tan rica, debe morar en nosotros ricamente. La palabra de Cristo debe tener plena
libertad para operar dentro de nosotros. No debemos limitarnos a recibirla para después
confinarla en una pequeña área de nuestro ser. Al contrario, debemos darle toda la
libertad de operar dentro de nosotros. De esta manera, la palabra habitará en nosotros y
hará su hogar en nosotros.
Yo aprecio las aptitudes de Pablo como escritor. Por un lado, él recalca la paz de Cristo
y, por otro, la palabra de Cristo. Quizás algunos de nosotros pensemos que con tal de
que nuestro espíritu sea viviente, todo estará bien. Tal vez no nos hayamos dado cuenta
de que la paz de Cristo debe ser el árbitro dentro de cada uno de nosotros y que la
palabra de Cristo debe hacer su hogar en nuestros corazones. Si permitimos que la paz
de Cristo opere dentro de nosotros y que la palabra de Cristo more en nosotros, seremos
cristianos apropiados. En lugar de seguir nuestras preferencias, tendremos el arbitraje
de Cristo. Así, en lugar de nuestras opiniones, conceptos, pensamientos y evaluaciones,
tendremos la palabra de Cristo.
Algunos santos aprecian mucho la Biblia y la leen diariamente, pero en su vida diaria
son sus conceptos, opiniones y filosofía los que actúan dentro de ellos, y no la palabra de
Cristo. Tal vez estudien la Biblia, pero no permiten que la palabra de Cristo more en
ellos. Tampoco permiten que se mueva, actúe y penetre en su ser. Como resultado, lo
que prevalece en su ser es su filosofía, y no la palabra de Cristo. A pesar de que leen la
Biblia, la palabra de Dios permanece fuera de ellos. Es crucial que le permitamos a la
palabra de Cristo entrar en nosotros, morar dentro de nosotros, y reemplazar nuestros
conceptos, opiniones y filosofías. Debemos orar: “Señor Jesús, yo estoy dispuesto a
abandonar mis conceptos. Yo quiero que Tu palabra tenga el terreno en mí. Estoy
dispuesto a renunciar a mis opiniones y a mi filosofía. Yo quiero que Tu palabra
prevalezca en mí. No quiero que prevalezcan más mis conceptos”.
En el versículo 17 Pablo dice: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo
todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El”. El
nombre denota la persona. La persona del Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17a). Hacer algo
en el nombre del Señor es actuar en el espíritu. Esto es lo mismo que vivir a Cristo.
Hemos visto que, como nuevo hombre, nosotros somos uno con Cristo, y que nuestro
vivir debe llevarse a cabo en unión con Cristo. Para vivir de esta manera, debemos
permitir que la paz de Cristo sea el árbitro dentro de nosotros. Esta paz debe tener la
última palabra y debe tomar la decisión final. A medida que permitimos que la paz de
Cristo presida en nosotros, debemos permitir también que la palabra de Cristo more en
nosotros y tenga plena libertad para operar en nosotros. Siempre que la paz de Cristo
sea el árbitro en nosotros y la palabra de Cristo more en nosotros, nuestra manera de
vivir será apropiada, tal como se describe en 3:18—4:1. Seremos esposos, esposas,
padres, hijos, esclavos y amos apropiados. Lo que hoy necesitamos es vivir en unión con
Cristo, permitir que la paz de Cristo nos rija, y dejar que la palabra de Cristo habite en
nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA
En los capítulos uno y dos, Pablo abarca muchos aspectos de Cristo. Cristo es la porción
de los santos, la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación, el
Primogénito de entre los muertos, Aquel en quien habita toda la plenitud del Dios
Triuno; Él es el misterio de la economía de Dios, el misterio de Dios, nuestra esperanza
de gloria y Aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento. En el capítulo dos, Pablo sigue adelante y declara que Cristo es la realidad
de todas las sombras. Puesto que Cristo es el todo y en todos en el nuevo hombre, del
cual formamos parte, Cristo finalmente llega a ser nosotros. Nosotros y Cristo somos
uno. La meta final de Dios en Su economía consiste en obtener este nuevo hombre, el
cual está constituido del Cristo preeminente y todo-inclusivo quien se ha forjado dentro
de un pueblo corporativo. Es necesario que todos tengamos esta elevada visión de la
economía de Dios. Esta visión revela que nosotros y Cristo somos uno, ya que ambos
tenemos una sola vida y un solo vivir.
Hemos dicho que en la economía de Dios existen una sola persona, Cristo, y un solo
camino, el cual es la cruz. Es por medio de esta persona única y este único camino que
Dios obtendrá el nuevo hombre. El nuevo hombre es Cristo forjado en nosotros. Por una
parte, el nuevo hombre es Cristo; por otra, nosotros, los creyentes, somos el nuevo
hombre. Por esta razón, en este nuevo hombre, Cristo y nosotros somos uno.
Como aquellos que forman parte del nuevo hombre, nosotros debemos permitir que la
paz de Cristo sea el árbitro en nosotros, y dejar que la palabra de Cristo more ricamente
en nosotros. Si hacemos esto, espontáneamente expresaremos a Cristo en nuestra vida
cotidiana. Esto significa que viviremos a Cristo, debido a que somos uno con Él,
tenemos Su paz y tenemos Su palabra. Por tanto, llegamos a ser la expresión de Cristo
de una manera práctica.
I. EXPRESAR A CRISTO EN LA VIDA HUMANA
Dios desea que Cristo sea expresado por medio de la vida humana. Esto lo vemos en
3:18—4:1, un pasaje paralelo a Efesios 5:22—6:9, donde se describe la manera ética en
que los creyentes se relacionan con los demás. En Efesios se pone énfasis en la
necesidad de ser llenos en el espíritu para relacionarnos con los demás de una manera
ética, a fin de que el Cuerpo sea expresado en la vida normal de la iglesia. En Colosenses
se pone énfasis en el hecho de que debemos asirnos de Cristo, nuestra Cabeza, y tomarlo
a Él como nuestra vida al dejar que Su palabra more ricamente en nosotros; esto con el
fin de que expresemos a Cristo al relacionarnos con otros en el nivel ético más alto, no
como resultado de valernos de nuestra vida natural sino de tomar a Cristo como nuestra
vida.
Si queremos que Cristo viva por medio de nosotros, los dos primeros capítulos y medio
del libro de Colosenses deben formar parte de nuestra experiencia cristiana. Después, al
llegar a 3:15 y 16, vemos que debemos ser personas en las cuales la paz de Cristo es el
árbitro y en las cuales la palabra de Cristo mora ricamente. Entonces Cristo se expresará
en nuestro vivir humano.
Muchos de los que están en el hinduismo, el budismo y el catolicismo valoran muy poco
la vida humana. Como resultado, ellos no se preocupan por el matrimonio ni por la vida
familiar apropiada; antes bien, prefieren permanecer solteros y aspiran a llevar una vida
angelical. Sin embargo, la vida angelical no puede expresar a Cristo. Cristo, por otro
lado, necesita ser expresado en aquellos que son esposos, esposas, padres, hijos, amos y
esclavos. Si queremos expresar a Cristo, debemos llevar una vida humana que sea
normal y apropiada.
Por ser una persona avanzada en edad con ocho hijos y más de veinte nietos, yo puedo
testificar que el Señor sabe escoger el mejor esposo o esposa para nosotros y la clase de
hijos que debemos tener. Él sabe también cómo quebrantarnos y hacernos
transparentes a fin de que expresemos a Cristo. Por medio de nuestra vida familiar, el
Señor nos enseña muchas lecciones valiosas. Yo creo que los ángeles nos están
observando para ver si vivimos o no a Cristo en nuestra vida familiar. No es tan difícil
vivir a Cristo en la iglesia como vivirlo en nuestra casa. Pero, ¡qué maravilloso es cuando
un hermano o hermana expresa a Cristo en su vida matrimonial! Ningún hermano o
hermana que esté en el recobro del Señor debe aspirar a vivir como un monje o una
monja. En el debido tiempo, los hermanos y hermanas deben casarse y luego aprender a
expresar a Cristo en su vivir humano en las experiencias de su vida matrimonial.
El vivir de los santos en unión con Cristo debe traer como resultado la expresión de
Cristo en la vida humana. Si vemos esto, alabaremos al Señor por nuestro vivir humano.
Además, tendremos un nuevo aprecio por la vida matrimonial. Yo puedo testificar que
estoy agradecido por mi esposa, hijos y nietos. Estoy agradecido por todas las lecciones
que el Señor me ha enseñado a través de ellos. Cuanto más sigo avanzando en edad, más
aprecio las lecciones que he aprendido en el transcurso de mi vida humana. En las
relaciones entre esposa y esposo y entre hijos y padres, debemos vivir a Cristo y
expresarle a Él.
El mismo principio se aplica a la relación entre amos y siervos. En los versículos del 22
al 25 Pablo exhorta a los esclavos. En el versículo 24, él dice: “Sabiendo que ... recibiréis
la herencia por recompensa”. Este aspecto no está tan claro en Efesios 6:8 como lo está
aquí. Hay una herencia reservada para los creyentes (Ro. 8:17; Hch. 26:18; 1 P. 1:4). La
expresión “la herencia por recompensa” indica que el Señor usa la herencia que Él dará
a Sus creyentes como un incentivo para que ellos sean fieles en el servicio que le rinden.
Los que sean infieles indudablemente perderán esta recompensa (Mt. 24:45-51; 25:20-
29).
Si queremos expresar a Cristo en nuestro vivir humano y conservar la gracia que hemos
recibido del Señor, debemos perseverar en la oración. Mientras dedicamos tiempo a
considerar la revelación del Cristo todo-inclusivo en Colosenses, ciertamente
recibiremos gracia de parte del Señor. Finalmente, veremos que nosotros y Cristo somos
uno, que Su paz está arbitrando dentro de nosotros, y que Su palabra nos está llenando.
Entonces seremos capaces de vivirlo y expresarlo. Sin embargo, por más gracia que
recibamos del Señor, ésta se esfumará si dejamos de perseverar en la oración. La oración
es lo único que puede ayudarnos a conservar la gracia que recibimos y hacer de ella algo
prevaleciente y viviente en nuestra experiencia. No cabe duda de que la vida cristiana es
una vida que consiste en recibir gracia, pero dicha vida debe ser sostenida mediante la
oración.
Lo más vital para la subsistencia de nuestra vida física es la respiración. Respirar es aun
más importante que comer y beber. Podemos dejar de comer y beber por varios días,
pero no podemos dejar de respirar más de unos cuantos minutos. La oración es la
respiración espiritual. Orar es respirar.
Cuando algunos santos oyen algo relacionado con la oración, enseguida preguntan cómo
se debe orar. Debemos dejar de averiguar cuál es la mejor manera, y simplemente orar.
Por ejemplo, un niño aprende a andar caminando. Son pocos los padres que les enseñan
a sus hijos cómo andar. Aplicando el mismo principio, nosotros aprendemos a orar,
orando.
En 4:2 Pablo nos exhorta a perseverar en la oración. Esto significa que no sólo debemos
orar con continuidad, sino que aun debemos luchar para tener esta continuidad. Casi
todo lo que nos rodea obstaculiza nuestra oración. Por esa razón, si queremos orar,
debemos ir en contra de la marea, en contra de la corriente de nuestro medio ambiente.
Si dejamos de orar, nos arrastrará la corriente. Sólo la oración nos capacita para ir en
contra de la corriente. Por consiguiente, debemos perseverar en la oración, debemos
orar con persistencia.
Día tras día, tenemos que ejercitarnos para orar. Incluso deberíamos apartar ciertos
momentos durante el día para orar. No debemos excusarnos diciendo que no tenemos la
carga de orar. Ore aun cuando no sienta ninguna carga, o cuando aparentemente no
tenga nada que decirle al Señor. Usted siempre tiene muchas cosas que contarles a los
demás. ¿Por qué no va al Señor y le cuenta las mismas cosas que les contaría a ellos? Si
no sabe qué decirle al Señor, puede orar así: “Señor, vengo a Ti, pero no sé qué decir, ni
sé cómo orar. Señor, enséñame a orar y dime qué debo decir. Señor, ten misericordia de
mí en este asunto”. Si usted ora de esta manera, se dará cuenta de que a menudo surgirá
una oración genuina. De hecho, cuando usted cree que tiene la carga de orar, tal vez su
oración no sea genuina. Pero si usted acude al Señor en oración, aun sin ninguna carga,
y le dice que no tiene nada que decir, se sentirá refrescado en el Señor y capaz de orar
genuinamente. Cuando abrimos nuestro ser al Señor y reconocemos que no sabemos
qué decirle, respiramos un aire espiritual fresco, y somos preservados en la gracia del
Señor.
Pablo nos alienta también a velar en oración. Debemos velar en contra del enemigo. No
sabemos lo que pueda suceder en los minutos que siguen. Debemos velar porque la vida
cristiana es una vida de luchas, una vida de guerra.
B. Andar sabiamente
En 4:5 y 6 Pablo dice: “Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo.
Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis
responder a cada uno”. Redimir el tiempo significa aprovechar cada oportunidad
favorable para ministrar vida. En esto consiste ser sabios en nuestro andar. En este siglo
maligno, cada día es un día malo lleno de cosas perniciosas; éstas hacen que nuestro
tiempo sea usado de manera inadecuada, que sea reducido y arrebatado. Por lo tanto,
tenemos que andar sabiamente para poder redimir el tiempo, aprovechando cada
oportunidad disponible.
Andar sabiamente significa aprovechar cada oportunidad para redimir nuestro tiempo.
La exhortación a redimir el tiempo está relacionada con la amonestación en cuanto a la
manera en que hablamos con los demás. Con frecuencia le confieso al Señor que hablo a
la gente de manera insensata. Al hablar con ellos de cierta manera, desperdicié mi
tiempo. No empleé la sabiduría necesaria para ministrar vida y de esa manera evitar
fricciones. En lugar de ello, perdí tiempo en una conversación que no ministró vida.
Debemos orar y pedirle al Señor que nos conceda sabiduría para saber cómo
relacionarnos con los demás. Si andamos sabiamente al hablar con los demás,
redimiremos nuestro tiempo. Todos hemos desaprovechado muchas oportunidades en
las que podíamos haber ministrado vida, debido a que malgastamos el tiempo
participando en conversaciones tontas.
La mejor manera de redimir nuestro tiempo es orar con perseverancia, velar y andar
sabiamente. Si hacemos estas cosas, aprovecharemos cada oportunidad favorable para
ministrar vida. Pero si no perseveramos en la oración y si no velamos, dejaremos
escapar las oportunidades en que podemos ministrar vida. Cada vez que contactemos a
otros sin sabiduría, desperdiciamos el tiempo. En algunas ocasiones, podremos llegar a
perder media hora en una conversación donde no se ministra nada de vida. Todos
tenemos que aprender a orar, a velar y a buscar la sabiduría del Señor para redimir
nuestro tiempo.
En el versículo 6 Pablo dice: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal,
para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. En Efesios 4:29 Pablo se refiere a
palabras que dan gracia a los oyentes. La gracia es Cristo como nuestro disfrute y
suministro. Nuestras palabras deben trasmitir esta gracia a los demás. Las palabras que
edifican siempre ministran esta gracia a los oyentes. Hablar con gracia significa que
Cristo se expresa a través de nuestras palabras. Esto quiere decir que nuestras palabras
deben ser la expresión y las palabras mismas de Cristo. Cada palabra debe ser la
expresión de Cristo como gracia.
Nuestras palabras deben ser también sazonadas con sal. La sal hace que los alimentos
sean agradables y placenteros al gusto. Las palabras sazonadas con sal nos guardan en
paz unos con otros (Mr. 9:50). Si nuestras palabras contienen gracia y están sazonadas
con sal, ellas harán que las cosas sean placenteras y de buen gusto a los demás.
En 4:2-6 Pablo abarca cinco asuntos importantes: orar, velar, andar sabiamente,
redimir el tiempo y hablar con palabras llenas de gracia y sazonadas con sal. Es difícil
determinar si la idea principal de estos versículos es la oración o el hecho de redimir el
tiempo. Pero no importa cuál consideremos el enfoque, lo cierto es que la vida cristiana
apropiada exige que redimamos el tiempo. En la actualidad, todas las personas de la
tierra malgastan el tiempo y dejan pasar oportunidades valiosas. No obstante, nosotros
debemos redimir cada momento y aprovechar cada oportunidad que se nos presente.
Para poder llevar esta clase de vida, necesitamos estar llenos y saturados de Cristo.
Debemos ser uno con Cristo y permitir que Su paz sea el árbitro en nosotros y que Su
palabra nos llene. Entonces le expresaremos al orar, al velar y al andar sabiamente. Si
somos esta clase de personas, redimiremos el tiempo y aprovecharemos cada
oportunidad disponible para ministrar vida. Además, nuestras palabras no causarán
problemas. En lugar de ello, mediante la disciplina minuciosa del Señor, todo lo que
proceda de nuestra boca será una palabra de gracia, sazonada con sal. Tal palabra hará
que las cosas sean agradables y placenteras al gusto. Espero que todos aprendamos estas
cosas y las practiquemos.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA Y UNO
LA CONCLUSIÓN DE LA EPÍSTOLA
En este mensaje, llegamos a los versículos 4:7 -18, los cuales forman la conclusión del
libro de Colosenses.
En los versículos del 7 al 17 se halla una comunión por parte Pablo, y en el versículo 18
su salutación. A menudo me he preguntado la razón por la cual se dedica una porción
tan larga de esta epístola para estas palabras de conclusión. ¿Por qué Pablo no usó estos
versículos para abundar más acerca del Cristo todo-inclusivo? Si examinamos la
revelación presentada en este libro, veremos que el espacio destinado a la conclusión
parece estar fuera de proporción. Después de que Pablo nos dice que nuestra palabra
debe ir siempre acompañada de gracia, sazonada de sal, él podía simplemente haber
concluido su epístola con las palabras del versículo 18, y eliminar así todos los detalles
presentados en estos versículos. No obstante, Pablo no hizo esto. En lugar de ello, antes
de dar sus palabras finales, él les dijo a los colosenses que Tíquico, un hermano amado y
ministro fiel, les haría saber todo lo que a Pablo se refiere, y que para esto mismo él les
había mandado a Tíquico y a Onésimo. Además, les dijo que Aristarco, su compañero de
prisiones, les saludaba; que recibieran a Marcos, el primo de Bernabé; que Jesús,
llamado Justo, también les mandaba sus saludos; que Epafras combatía por ellos en sus
oraciones, y que Lucas y Demas los saludaban. Asimismo, les pidió que saludaran a los
hermanos de Laodicea, y que hicieran que esta epístola fuera leída también en la iglesia
de los laodicenses, y que la de Laodicea la leyeran también ellos. Por último, les mandó
que le dijeran a Arquipo: “Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor”.
Si analizamos estos versículos a la luz de toda la epístola, nos daremos cuenta de que
son una aplicación práctica de lo que Pablo abarca en este libro. Podemos considerar
estos versículos como una ventana a través de la cual podemos ver cuál era la situación
de las iglesias de la región mediterránea durante la época de Pablo. Lo que vemos aquí
es el vivir práctico del nuevo hombre. En 3:11 se nos dice que en el nuevo hombre “no
hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino
que Cristo es el todo, y en todos”. En 4:7 -17 tenemos un modelo práctico de la revelación
en cuanto al nuevo hombre, dada en 3:10 y 11. En estos versículos enumeran diferentes
clases de personas: judíos, griegos, los de la circuncisión y los de la incircuncisión,
esclavos y amos. En 4:11 Pablo habla de los de la circuncisión. Onésimo, el cual había
llegado a ser un “amado y fiel hermano” (v. 9), era un esclavo que pertenecía a Filemón,
padre de Arquipo (Flm. 10-13, 1-2). Por consiguiente, Arquipo era un amo. Por lo tanto,
el propósito de Pablo en estos versículos era presentar un modelo de cómo vive el nuevo
hombre.
Esta epístola fue enviada de Roma a Colosas. En tiempos antiguos, esto representaba un
viaje largo. En la región geográfica que separaba a Roma de Colosas existían muchas
clases de personas. No obstante, en esta región cerca del Mediterráneo, el nuevo hombre
fue producido y vivía de una manera práctica. A pesar de lo incómodo que era viajar en
esa época, había mucho tráfico entre las iglesias. Esto nos deja una lección. Aunque hoy
en día disfrutamos de todas las comodidades modernas y de los medios de transporte, es
posible que no haya tanto tráfico entre las iglesias hoy como lo hubo en la época de
Pablo. Además, tengo que reconocer que nunca he escrito una carta con la cantidad de
saludos que contiene el libro de Colosenses. Observe cuántos nombres se mencionan en
4:7 -17 : Tíquico, Onésimo, Aristarco, Marcos, Bernabé, Justo, Epafras, Lucas, Demas,
Ninfas, y Arquipo. Pablo habla también de los hermanos de Laodicea, de la iglesia que se
reunía en la casa de Ninfas, y de la iglesia de los laodicenses. (La iglesia que estaba en la
casa de Ninfas era la iglesia en Laodicea, la cual se reunía en su casa). La mención de
todos estos nombres indica que Pablo estaba muy consciente del nuevo hombre.
El nuevo hombre, que vivía en la tierra de una manera práctica, estaba constituido de
aquellos que, conforme a la cultura y la condición social, eran griegos, judíos,
circuncisos, incircuncisos, bárbaros, escitas, esclavos y libres. Sin embargo, como hemos
hecho notar anteriormente, el verdadero constituyente del nuevo hombre es única y
exclusivamente Cristo. Puesto que Cristo es el único constituyente del nuevo hombre, no
debería haber diferencias ente los creyentes que forman parte de este nuevo hombre.
Además, no debería haber diferencias entre las iglesias, por ejemplo, no debería haber
ninguna diferencia entre la iglesia en Laodicea y la iglesia en Colosas. Esto lo
demuestran las instrucciones que Pablo dio en cuanto a la lectura de estas cartas:
“Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia
de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros” (4:16). Lo que Pablo
escribió a los colosenses era también para los laodicenses, y lo que él escribió a los
laodicenses era para los colosenses. ¡Cuánta comunión, unidad, armonía y contacto
íntimo implica esto!
En 4:7 Pablo dice: “Todo lo que a mí se refiere, os lo hará saber Tíquico, amado hermano
y fiel ministro y consiervo en el Señor”. Pablo le había encargado a Tíquico que hiciera
saber a los colosenses todo lo relacionado con él. Si Pablo no hubiese estado consciente
del nuevo hombre, no habría visto necesario dar a Tíquico tal encargo; más bien, él
podía haber pensado: “¿Por qué debería contarles a los de Colosas todos mis asuntos?
Ellos están en Asia menor, y yo estoy aquí en Roma, muy lejos de ellos”. No obstante,
Pablo estaba muy consciente del nuevo hombre.
Al leer estos once versículos, podemos ver que proveen una descripción detallada del
nuevo hombre, que vivía en la región mediterránea. La existencia y el vivir del nuevo
hombre de una manera práctica, es un asunto de suma importancia. El Imperio Romano
abarcaba un extenso territorio que incluía una gran variedad de pueblos. En un esfuerzo
por unificar a la gente culturalmente, el Imperio Romano adoptó el idioma griego. No
obstante, el Imperio Romano no tuvo éxito en unificar a los diferentes pueblos, y las
diferencias entre las naciones, razas y clases sociales aún permanecieron. Los judíos
siguieron siendo judíos, y los griegos siguieron siendo griegos. Las distinciones entre
esclavos y amos no fueron eliminadas en absoluto. Sin embargo, a pesar de todas las
diferencias de nacionalidad, raza y clase social, existía en la tierra de una manera
práctica el nuevo hombre que fue creado en Cristo Jesús. Lo que existía en varias
ciudades, no eran simplemente iglesias locales, sino un solo y nuevo hombre de una
manera real y práctica.
Es vergonzoso que una iglesia se aísle de las demás. Es un gran error tener la actitud de
mantenernos apartados de otras iglesias locales, temiendo que otros puedan interferir
en nuestros asuntos o molestarnos de alguna manera. Esto es totalmente contrario al
hecho de tomar conciencia del nuevo hombre. Una iglesia que sostenga tal actitud sólo
está consciente de sí misma, y no del nuevo hombre en su totalidad. Los que insisten en
esta actitud hacen que el nuevo hombre sea fragmentado, quebrado en pedazos. Sin
embargo, son muchas las iglesias y también muchos los creyentes que adoptan la actitud
de que jamás se meterán con los demás y de que las demás, a su vez, no deben meterse
en los asuntos de ellos. No se preocupan por las iglesias que están en otros lugares, ni
quieren que las demás iglesias participen en sus asuntos. Los que tienen esta actitud no
han tomado conciencia del nuevo hombre. ¡Alabado sea el Señor por la descripción del
vivir del nuevo hombre en estos versículos! En estos versículos podemos ver la
expresión práctica del nuevo hombre.
PERTENECEMOS A LA IGLESIA
QUE ESTÁ EN TODAS PARTES
Muchos santos secretamente sienten mayor aprecio por la iglesia de su localidad que
por las iglesias de otros lugares. No se han dado cuenta de que, aunque están en una
determinada iglesia local, pertenecen a la iglesia que está en todas partes. Yo puedo
testificar que si usted me pregunta donde está mi iglesia, le contestaré que mi iglesia
está en todas partes. Mi iglesia está en cualquier localidad donde me encuentre en un
momento determinado. En este momento, estoy en Anaheim; por lo tanto, mi iglesia
está en Anaheim. Pero en pocos días, puede ser que esté en otra localidad. En ese caso,
mi iglesia será la iglesia en ese lugar.
En 1977 visité a la iglesia en Tokio. Mientras los hermanos me mostraban su nuevo local
de reuniones, me dijeron que a un lado estaba un terreno en venta. Les animé enseguida
a orar para adquirir aquella propiedad para la iglesia. Aunque vivo en Anaheim y soy
parte de la iglesia en Anaheim, mi preocupación en ese momento fue la iglesia en Tokio.
Les animé diciendo que el Señor ciertamente proveería los medios para construir un
local más grande en Tokio, pese a que el precio de la tierra en la ciudad era
extremadamente elevado. Tan pronto me enteré de la necesidad en Tokio, mi corazón se
llenó de sentimientos. La razón es que mi iglesia es la iglesia que está en todas partes.
Todas las iglesias de la tierra constituyen un solo y nuevo hombre.
NO SER SECTARIOS
Si hemos tomado conciencia del nuevo hombre, debemos dejar de pensar que las
iglesias de nuestro país no tienen nada que ver con las iglesias de otras naciones. En
lugar de ello, veremos que todas las iglesias son el nuevo hombre de hoy. Espero que
acudamos al Señor para que no seamos sectarios de ninguna manera. No queremos ser
sectarios ni como creyentes, individualmente, ni como iglesias locales,
corporativamente. Por el contrario, todos nosotros, todos los santos en todas las iglesias,
simplemente somos un solo y nuevo hombre. Si en la época de Pablo, cuando viajar era
una incomodidad, pudo haber tráfico entre las iglesias, ¿cuánto más tráfico debería
haber hoy con todas las comodidades del mundo moderno? Es el tráfico entre las
iglesias lo que nos permite experimentar el vivir del nuevo hombre de una manera
práctica.
LA SALUTACIÓN DE PABLO
Después de su comunión, el apóstol Pablo saluda a los santos de su propia mano y les
pide que se acuerden de sus prisiones (v. 18). Finalmente, concluye su epístola con las
siguientes palabras: “La gracia sea con vosotros”. Esto indica que los santos necesitan la
gracia para permitir que el Cristo todo-inclusivo se haga realidad en ellos y para
participar de Él como su porción, con miras a la vida práctica del nuevo hombre.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA Y DOS
LA PAZ DE CRISTO
Si queremos vivir a Cristo como el constituyente del nuevo hombre, es menester que la
paz de Cristo nos rija (3:12-15) y la palabra de Cristo habite en nosotros (3:16-17 ). La paz
de Cristo debe ser el árbitro en nuestro ser, y la palabra de Cristo debe morar ricamente
en nosotros. Como cristianos, tenemos trasfondos y conceptos diferentes. Estas
diferencias nos llevan a tener desacuerdos entre nosotros; por consiguiente,
necesitamos un árbitro. Este árbitro es la paz de Cristo. Es crucial que permitamos que
la paz de Cristo presida en nuestros corazones y tenga la última palabra en cualquier
controversia que haya entre nosotros.
Si recordamos el trasfondo del libro de Colosenses, nos daremos cuenta de que entre los
creyentes de Colosas había varios partidos. Un grupo abogaba por las observancias
judías, mientras que otro estaba a favor del gnosticismo. Estas diferentes preferencias
dieron pie a opiniones encontradas. Por esta razón, Pablo les exhortó a permitir que la
paz de Cristo fuera el árbitro en sus corazones. El árbitro no debería ser sus opiniones,
conceptos, elecciones o preferencias; debería ser la paz de Cristo, a la cual fuimos
llamados en un solo Cuerpo.
Hemos señalado que la paz de Cristo es la misma paz a la que Pablo se refiere en Efesios
2:15, donde dice que Cristo abolió “en Su carne la ley de los mandamientos expresados
en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la
paz”. Esta paz es la unidad del nuevo hombre, el Cuerpo. Al abolir las ordenanzas, Cristo
creó de dos pueblos distintos un solo y nuevo hombre. Ahora dentro de nosotros, los
miembros del nuevo hombre, existe algo a lo que Pablo llama la paz de Cristo. Por lo
tanto, la paz de Cristo es la unidad misma del nuevo hombre, el cual se compone de
diferentes pueblos. Aparte de la obra de Cristo en la cruz, no puede haber unidad entre
los diferentes pueblos. Pero Cristo, por medio de Su muerte, ha hecho la paz, es decir, Él
ha producido la unidad. Esta unidad, la del nuevo hombre, está ahora dentro de
nosotros. Por tanto, debemos permitir que esta unidad, la paz de Cristo, sea ahora el
árbitro en nuestros corazones. Debe funcionar como un árbitro que resuelve todas las
disputas que se presentan entre los distintos grupos. Debemos desechar nuestras
opiniones, nuestros conceptos, y escuchar a lo que nos dice el árbitro que mora en
nosotros. No es necesario discutir ni expresar nuestras opiniones. Simplemente
debemos dejar que la paz de Cristo tome finalmente la decisión.
Supongamos que varios jóvenes vivan juntos en una casa de hermanos. En lugar de
argumentar cada vez que tienen problemas, deberían permitir que la paz de Cristo sea el
árbitro en sus corazones. Deberían permitir que esta paz actúe como árbitro y tome la
decisión final. De esta manera, ellos vivirán a Cristo como el constituyente del nuevo
hombre.
LA PALABRA DE CRISTO
Debemos permitir también que la palabra de Cristo habite en nosotros, que more en
nosotros, que haga su hogar en nosotros. Debemos estar dispuestos a abandonar
nuestros conceptos, nuestras opiniones, y cederle el lugar a la palabra de Cristo. Si
queremos que la palabra de Cristo habite en nosotros, debemos vaciar todo nuestro ser
interior. Todas nuestras partes internas —nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra
voluntad, nuestro corazón y nuestro espíritu— deben estar vacías y disponibles para ser
llenas de la palabra de Cristo. Esta palabra no solamente debería morar en nosotros,
sino también habitar en nosotros, hacer su hogar en cada parte de nuestro ser interior.
¡Oh, que cada lugar y cada rincón de nuestro ser sea habitado por la palabra de Cristo!
Si queremos vivir a Cristo como el constituyente del nuevo hombre, es necesario que la
paz de Cristo sea el árbitro en nuestro corazón, y que la palabra de Cristo sea el
contenido de nuestro ser interior. Oramos para que todos los santos en el recobro del
Señor le den lugar a la paz de Cristo, la cual arbitra, y a la palabra de Cristo, la cual mora
en nosotros.
Hoy en día, los cristianos participan en obras de toda índole en nombre del Señor. Pero,
¿dónde se experimenta a Cristo, y dónde se practica la vida de iglesia? Pablo sabía que ni
el judaísmo ni ninguna otra religión podía cumplir el deseo del corazón de Dios. El
deseo de Dios es que se produzca la vida de iglesia y esto sólo sucederá cuando Su
pueblo experimente a Cristo de una manera personal. Dios desea obtener un organismo,
el Cuerpo de Cristo, y que éste se produzca al experimentar los creyentes a Cristo. En la
época de Pablo, había muchos judíos y también muchos cristianos. Pero al considerar la
situación, Pablo podía haber preguntado: “¿Dónde están los que experimentan a Cristo,
y dónde está la iglesia que cumple el deseo que está en el corazón de Dios?”. Deberíamos
hacernos la misma pregunta hoy.
EXPERIMENTAR A CRISTO
Debemos reconocer que a nosotros mismos nos falta experimentar más a Cristo. Hemos
sido iluminados para ver que Dios no quiere nada que no sea el Cristo que edifica la vida
de iglesia. No obstante, en nuestra experiencia, no tenemos suficiente de Cristo. Esto
significa que, de una manera práctica, nos hace falta también el completamiento de la
palabra de Dios. No tenemos suficiente de Cristo como para que se produzca la iglesia.
Sabemos que lo único que importa es el Cristo que edifica la iglesia. Sin embargo, aún
nos hace falta más de Cristo. Antes de que ministremos a Cristo a los demás, debemos
ministrárnoslo a nosotros mismos. Para hacer esto, debemos dedicar más tiempo a orar-
leer y a tener comunión acerca del libro de Colosenses. Si lo hacemos, empezaremos a
experimentar las riquezas de Cristo contenidas en esta epístola. Como resultado,
empezaremos a experimentar a Cristo de una manera adecuada para que se produzca la
vida apropiada de iglesia.
EL PROBLEMA DE LA CULTURA
En 3:10 y 11 Pablo dice que en el nuevo hombre “no hay griego ni judío, circuncisión ni
incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”.
Decir que no hay griego ni judío significa que no hay lugar para la filosofía ni para las
observancias religiosas. Si comparamos Colosenses 3:11 con pasajes paralelos como 1
Corintios 12:13 y Gálatas 3:28, nos daremos cuenta de que Pablo menciona a los
bárbaros y escitas solamente en Colosenses. Los creyentes colosenses prestaban mucha
atención a los asuntos de cultura y no querían ser como los bárbaros ni como los escitas.
Por consiguiente, Pablo les dijo que en la iglesia, como nuevo hombre, no hay lugar para
los cultos ni para los incultos. No hay lugar para la filosofía, el ascetismo ni las
observancias. En el nuevo hombre, Cristo es el todo y está en todos. El nuevo hombre
está constituido de Cristo, y no de ningún elemento de la cultura.
Los colosenses no eran tan pecaminosos como los corintios. Sin embargo, los creyentes
colosenses reemplazaron a Cristo, el constituyente del nuevo hombre, por distintos
aspectos de la cultura. Algunos apreciaban la filosofía, mientras que otros valoraban las
observancias religiosas. Estas dos cosas tuvieron cabida en la iglesia y reemplazaron a
Cristo. No obstante, en el nuevo hombre, no hay lugar para ninguna cosa que no sea
Cristo mismo.
El entendimiento que hemos adquirido acerca del constituyente del nuevo hombre no
debería quedar en mera doctrina para nosotros. Debemos darnos cuenta de que cada
uno de nosotros tiene su propia clase de filosofía y ascetismo. El hecho de que
criticamos a los demás demuestra que nos aferramos a nuestra propia filosofía. Además,
desde un plano humano, es preferible tener alguna forma de filosofía y ascetismo, que
ser incultos. En Corinto, había casos de fornicación, pero en Colosas la gente era culta y
tenía dominio propio. No obstante, su cultura y refinamiento se habían convertido en un
sustituto de Cristo. Por más elevada que fuese su cultura, ésta no era Cristo.
No considere su ascetismo como si fuese algo de Cristo. Tal vez usted trate de adornar su
ascetismo diciendo que esto es llevar la cruz. Sin embargo, incluso lo que llamamos
llevar la cruz o renunciar al yo pueden ser formas sutiles de ascetismo. Por ejemplo,
cuando una esposa contraría a su esposo, tal vez el esposo trate de contener su enojo.
Esto es una forma de ascetismo; no es ni llevar la cruz ni renunciar al yo. Mientras el
hermano trata de contenerse, puede decir en su interior: “No voy a perder la calma. De
ningún modo pelearé con mi esposa ni discutiré con ella”. Este hermano puede dar la
impresión de ser victorioso, pero la alabanza de dicha “victoria” hay que dársela, no a
Cristo, sino al ascetismo del hermano. En esa situación, él se valió de su filosofía y
ascetismo en lugar de Cristo.
Por experiencia he aprendido a ver la diferencia entre reprimir mi yo y vivir por Cristo.
Ahora, en lugar de tratar de anularme a mí mismo, me vuelvo al Señor y digo: “Señor
Jesús, Tú estás aquí. Necesito que Tú vivas en mí”. Así, en lugar de vivir por mi propia
filosofía o ascetismo, vivo por Cristo, quien el Espíritu vivificante.
La vida cristiana no es una vida de “ismos” ni prácticas. Es una vida en la cual tomamos
a Cristo como una persona viviente. En Gálatas 2:20 Pablo dijo: “Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. El hecho de que Cristo
viva en nosotros es muy diferente de la práctica del ascetismo, de reprimirse, de negarse
a sí mismo, y de lo que a veces llamamos llevar la cruz. ¡Qué gran diferencia existe entre
la salvación que Dios nos otorga y religiones como el hinduismo y el budismo! La
salvación de Dios tiene que ver con el hecho de que Cristo vive en nosotros. En la
salvación de Dios no tienen cabida nuestros esfuerzos ni nuestras prácticas. La salvación
de Dios tiene únicamente que ver con Cristo. En lugar de tratar de negarnos al yo y
llevar la cruz de una manera religiosa, simplemente deberíamos permitir que la persona
viviente de Cristo viva en nosotros momento a momento. Si su esposa lo contraría, no
intente hacer nada. Simplemente deje que Cristo viva en usted. La vida cristiana está
totalmente relacionada con el hecho de que una persona viviente vive en nosotros.
En los Evangelios se nos exhorta a negarnos a nosotros mismos y a tomar la cruz. Sin
embargo, es fácil aplicar estas palabras conforme a nuestro entendimiento natural, pero
vivir a Cristo no corresponde al concepto natural. El pensamiento de negar al yo y de
suprimir los apetitos de la carne, concuerda muy bien con nuestros conceptos naturales,
pero no el pensamiento de que Cristo es la persona viviente que mora en nuestro
espíritu como Espíritu todo-inclusivo y vivificante. Cristo pasó por el proceso de la
encarnación, la crucifixión y la resurrección, y ahora es el Espíritu que mora en nuestro
espíritu para ser nuestra vida de una manera práctica.
Podemos tener un conocimiento doctrinal según el cual la vida cristiana es Cristo que
vive en nosotros, pero puede ser el caso que en nuestra vida diaria vivamos conforme a
ciertas prácticas. En lugar de vivir a Cristo, es posible que tratemos de negarnos al yo o
de llevar la cruz. Por consiguiente, puede ser que en realidad sigamos viviendo según
nuestra filosofía y forma de ascetismo. Esto significa que en nuestra vida cotidiana,
Cristo es reemplazado por nuestra propia filosofía y ascetismo.
En el libro de Colosenses, Pablo hace notar que Cristo debe ser el todo y en todos. En el
nuevo hombre, no hay lugar para la cultura ni para prácticas personales. La intención de
Dios en Su economía es que Cristo sea el todo. Cristo debe ser nuestra vida, nuestro
vivir, nuestra paciencia, nuestra santidad, nuestra bondad. Cristo debe ser la manera en
que nos relacionamos con nuestra esposa o marido. En cada momento de nuestro diario
vivir, Cristo debe ser todo lo que necesitamos. En lugar de vivir por ciertas prácticas,
deberíamos vivir simplemente a Cristo.
Es muy significativo que después de que Pablo abarca tantos asuntos importantes en
Colosenses, dice que la paz de Cristo debe ser el árbitro en nuestros corazones, y que la
palabra de Cristo debe habitar ricamente en nosotros. Cada vez que pensamos que
nuestra filosofía es mejor que la de los demás, empezamos a criticar. Esto era lo que
sucedía entre los colosenses. Había rivalidades y críticas entre los que tenían una
formación griega y los que tenían una formación judía. Ésta es la razón por la cual Pablo
les exhortó que la paz de Cristo fuese el árbitro en ellos. Él estaba alentando a los santos
a que se olvidaran de su filosofía y de su cultura. La cultura y la filosofía no deben ser la
norma ni el árbitro. El árbitro es la paz de Cristo. Debemos abandonar nuestras
prácticas culturales y permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones.
Era como si Pablo estuviera diciendo a los santos colosenses: “Y la paz de Cristo presida
en vosotros. Vosotros, creyentes colosenses, habéis tomado la filosofía como vuestra
norma. Debéis dejar que la paz de Cristo sea vuestra norma. Debéis abandonar vuestra
cultura y vuestra filosofía”.
En 3:16 Pablo continúa exhortando a los santos: “La palabra de Cristo more ricamente
en vosotros”. Por un lado, debemos desechar nuestras normas culturales, y por otro,
debemos ser llenos de la palabra de Cristo. Esto significa que debemos permitir que la
palabra de Cristo llene nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad, y
nuestros pensamientos y consideraciones. Cada célula de nuestro ser debe ser ocupada
por la palabra de Cristo.
El deseo de Dios es que vivamos a Cristo en cada momento y que no demos cabida
alguna a la cultura ni a la filosofía. Nuestra única práctica debe ser la persona viviente
de Cristo. En segundo lugar, debemos desechar nuestras normas culturales. Nuestra
norma no debe ser ninguna especie de cultura; más bien, debe ser la paz de Cristo, que
mora en nosotros. En tercer lugar, debemos permitir que la palabra de Cristo llene todo
nuestro ser. Debemos permitir que todo nuestro ser sea empapado y saturado de la
palabra de Cristo. Si hacemos estas tres cosas, espontáneamente experimentaremos a
Cristo. Y no sólo tendremos una revelación elevada de Cristo, sino que también lo
experimentaremos de una manera práctica en nuestra vida diaria.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA Y TRES
No es fácil entender el libro de Colosenses. Dudo que muchos de los que han leído esta
epístola, e incluso nosotros mismos, hayamos visto verdaderamente la revelación que
contiene. Debido a esto, muchos lectores centran su atención en versículos como 2:2,
que habla de que nuestros corazones sean consolados. El enfoque central de Colosenses
no es que nuestros corazones sean consolados; más bien, el enfoque central es Cristo
como misterio de Dios. Aun el versículo 2 del capítulo dos, que habla acerca del
consuelo de nuestros corazones, lo expresa claramente: “Para que sean consolados sus
corazones, entrelazados ellos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de la perfecta
certidumbre de entendimiento, hasta alcanzar el pleno conocimiento del misterio de
Dios, es decir, Cristo”. El consuelo de nuestros corazones da por resultado que
obtengamos el pleno conocimiento de Cristo como misterio de Dios. Por consiguiente, el
enfoque central no es que nuestros corazones sean consolados, sino Cristo, el misterio
de Dios.
Los que leen el Nuevo Testamento entienden fácilmente los asuntos que Pablo confronta
en libros como Corintios y Gálatas. En 1 Corintios, Pablo expone varios asuntos
negativos, incluso cosas pecaminosas, que impedían que los corintios disfrutaran de
Cristo y de la vida de iglesia. En Gálatas, Pablo habla en contra de la ley y la religión
judía. Sin embargo, no es fácil saber con certeza lo que Pablo confronta en la Epístola a
los Colosenses. Algunos expositores de la Biblia han dicho que Pablo combate el culto a
los ángeles y el ascetismo. Aunque es cierto, esto sólo toca la fachada de esta epístola. En
realidad, en Colosenses Pablo ataca el asunto oculto de la cultura humana. El uso de la
palabra “bárbaro” en 3:11 lo indica claramente. Esta palabra no se usa ni en 1 Corintios
12:13 ni en Gálatas 3:28, que son versículos paralelos de Colosenses 3:11. El uso de la
palabra “bárbaro” en Colosenses indica que esta epístola confronta la cultura.
Los problemas entre los creyentes colosenses tenían su origen en la cultura, en las
culturas judía y griega. Sin duda, todas las iglesias de Asia Menor habían sido saturadas
de la cultura judía, especialmente en lo que tenía que ver con las observancias religiosas,
y también de la cultura griega, especialmente en lo relacionado con la filosofía. En los
tiempos de Pablo, la cultura de los pueblos de la región mediterránea, se componía
principalmente de tres elementos: de la religión judía, de la filosofía griega y de la
política romana. Dos de estos elementos —la religión judía y la filosofía griega— habían
invadido la iglesia.
Así como la cultura ejercía una fuerte influencia sobre los creyentes colosenses, hoy la
cultura ejerce también una fuerte influencia sobre nosotros. Inconscientemente, nos
encontramos bajo la influencia de la cultura en la cual nacimos. Es como si los
elementos religiosos y filosóficos de la cultura formaran parte de nuestro ser. En
muchos grupos del cristianismo también se puede observar el elemento político.
En 2:18 Pablo dice: “Que nadie, con humildad autoimpuesta y culto a los ángeles, os
defraude juzgándoos indignos de vuestro premio, hablando constantemente de lo que ha
visto, vanamente hinchado por la mente puesta en la carne”. Aquí, Pablo exhorta a los
creyentes a no ser defraudados por la humildad. Él no les da advertencias en cuanto a
los apetitos de la carne. La humildad es una de las mejores virtudes humanas. En
muchas enseñanzas éticas se le da un valor elevado a la humildad. En cierto sentido, la
humildad es una virtud aun más excelente que el amor. Sin embargo, incluso la
humildad puede ser usada para engañar a los creyentes y privarlos del disfrute de Cristo.
En este versículo, Pablo también nos da una advertencia respecto a no caer en el engaño
del culto a los ángeles. La humildad está relacionada con la filosofía ética, mientras que
el culto a los ángeles se relaciona con la religión. El culto a los ángeles no es algo
rudimentario. Al contrario, aunque es idolatría, es una forma refinada, culta y avanzada
de ella. Ciertamente, se trata de algo más refinado que el culto pagano a los animales. El
culto a los ángeles es la adoración de seres celestiales que están cerca de Dios. La ley fue
dada por medio de estos seres. En 2:18 Pablo se refiere tanto a la filosofía como a la
religión. Estos aspectos de la cultura pueden ser usados por el enemigo para
defraudarnos y así privarnos de Cristo.
El principio es el mismo hoy en día. Satanás, quien es sutil, sigue usando la ética y la
religión para defraudar a los cristianos y privarlos del disfrute de Cristo. Al decir esto, no
me estoy refiriendo a los católicos, sino especialmente a nosotros, que estamos en el
recobro del Señor. Quizás algunos concordarían en que la humildad podría defraudarlos
y privarlos de Cristo, pero no reconocen que han sido privados de Él por el culto a los
ángeles. Aunque en realidad no adoremos a los ángeles, es posible que los admiremos.
Además, es posible que sintamos admiración por cosas que no son Dios mismo.
DEFRAUDADOS POR LA INFLUENCIA DE LA CULTURA
El libro de Colosenses habla de nuestra necesidad actual. Lo que más nos estorba no son
los asuntos pecaminosos, como consta en 1 Corintios, ni la ley, como vemos en Gálatas,
sino el hecho de que inconsciente y subconscientemente todos estamos bajo la
influencia de la cultura. Cuando entramos en la vida de la iglesia, trajimos nuestra
cultura con nosotros. Esta cultura está ahora socavando nuestro disfrute de Cristo. La
cultura es el método sistemático que hemos desarrollado para existir y mantener
nuestro ser. Cuanto más desarrollada sea nuestra cultura, más criticaremos a los demás.
Basándonos en la cultura que tengamos, desarrollaremos nuestra propia forma de
ascetismo, nuestras propias prácticas, para restringir los apetitos de la carne. Nuestro
ascetismo viene a ser el método que elaboramos para restringirnos a nosotros mismos y
guardarnos de cometer actos pecaminosos.
Nuestra existencia física depende del hecho de que tengamos vida. Si su cuerpo no tiene
vida, entonces, todo lo que tenga que ver con usted se ha terminado. Por ejemplo, si
usted no tiene vida, no tendría sentido hablar acerca del amor o de la sumisión. Todo lo
relativo a la conducta humana se basa en el hecho de tener una vida humana. Si la vida
llega a su fin, todo lo demás también termina. Esto subraya la importancia de que Cristo
sea nuestra vida. Es de suma importancia que veamos que el Cristo todo-inclusivo es
nuestra vida. Conforme a la revelación del Nuevo Testamento, este Cristo ha sido
procesado para ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo.
En 3:15 y 16 Pablo nos exhorta a permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros
corazones y que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros. Si permitimos que la
paz de Cristo arbitre en nuestros corazones, esta paz solucionará todas las disputas entre
nosotros. Los santos colosenses habían sido estorbados por los diferentes “ismos”,
filosofías y prácticas. Así como se necesita un árbitro para resolver las disputas que
surgen en un partido o competencia, también los colosenses necesitaban un árbitro que
calmara todas las diferentes opiniones. Es muy significativo el hecho de que solamente
en Colosenses, un libro que trata de la cultura con sus “ismos” y sus prácticas, Pablo
hable del arbitraje interno que efectúa la paz de Cristo. Este árbitro aplaca todas las
opiniones que proceden de nuestra cultura.
Una vez que la paz de Cristo apacigua nuestras opiniones, la palabra de Cristo, la cual
debe morar ricamente en nosotros, puede reemplazarlas. Así, en lugar de nuestras
opiniones, tendremos la palabra de Cristo. El Nuevo Testamento revela claramente que
la palabra de Cristo es el Espíritu. Además, Cristo es hoy el Espíritu vivificante. Nuestra
vida cristiana depende totalmente del hecho de Cristo es el Espíritu viviente. No
necesitamos “ismos”, filosofías, prácticas ni observancias. Lo que necesitamos es
experimentar a Cristo como el Espíritu vivificante. Los hermanos no necesitan
esforzarse por amar a sus esposas, ni las hermanas necesitan tratar de someterse a sus
maridos. En lugar de ello, todos debemos tener contacto con Cristo y permitir que Él sea
nuestro amor y sumisión. Hoy Cristo está en nuestro espíritu como Espíritu vivificante.
Debemos decir: “Señor Jesús, te agradezco por estar aquí. Tú estás en mí todo el tiempo
para ser todo lo que yo necesito”. Para poner esto en práctica, necesitamos la clara
visión de que este Cristo lo es todo para nosotros. Esta visión acabará con nuestra
filosofía, nuestro ascetismo, nuestras opiniones y toda clase de “ismos”. Acabará incluso
con la influencia que la cultura ejerce sobre nuestra experiencia de Cristo. Así, en lugar
de ser personas cultas, seremos personas ocupadas por Cristo y llenas y saturadas de Él.
Hemos hecho notar en repetidas ocasiones que Pablo, después de decirnos que Cristo es
nuestra vida y el constituyente del nuevo hombre, nos exhorta a permitir que la paz de
Cristo sea el árbitro en nosotros y que la palabra de Cristo habite en nosotros. Para
entender completamente lo que significa el que la paz de Cristo sea el árbitro en
nuestros corazones, necesitamos conocer cuáles fueron las circunstancias bajo las cuales
fue escrito el libro de Colosenses. Fue en Babel que surgieron las divisiones culturales
entre la humanidad. Las opiniones que provienen de nuestra cultura se expresan
principalmente en observancias religiosas y en preceptos filosóficos, representados
respectivamente por los judíos y los griegos. Las opiniones culturales han fraccionado la
humanidad en muchas naciones diferentes. No obstante, el propósito eterno de Dios
consiste en obtener un pueblo corporativo que lo exprese como el Cuerpo de Cristo. Pero
si la humanidad continúa dividida por opiniones culturales, ¿cómo puede llevarse a cabo
el propósito de Dios? Resultaría imposible. Sin embargo, según Efesios 2:15, la muerte
de Cristo en la cruz abolió todas las ordenanzas y diferencias culturales y puso fin a
ellas. El propósito de Cristo al hacer esto era crear en Sí mismo un solo y nuevo hombre
y, de esa manera, hacer la paz. Así pues, la paz lograda por Cristo se produjo al ser
crucificadas las opiniones culturales. Cuando los judíos y los gentiles fueron creados
para llegar a ser un solo y nuevo hombre, se hizo la paz. Es precisamente a esta paz, a la
paz de Cristo, que Pablo se refiere en Colosenses 3:15.
Según 3:11, en el nuevo hombre no hay posibilidad alguna para que sigan existiendo
distinciones culturales. Ya no existen más las distinciones entre el culto y el inculto,
porque en el nuevo hombre Cristo es el todo y en todos. Después de decir esto, Pablo nos
exhorta a nosotros, quienes hemos sido criados en muchos ambientes diferentes, a que
permitamos que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones. Esta paz es el
producto, el resultado, de la muerte de Cristo que puso fin a las diferencias culturales.
Por consiguiente, cada vez que la paz de Cristo presida en nosotros, esta paz aplacará las
opiniones culturales, las observancias religiosas y los conceptos filosóficos.
LA ORACIÓN GENUINA
Además, es en esos momentos de oración genuina que la muerte de Cristo opera dentro
de nosotros de una manera prevaleciente para acabar con las cosas negativas que están
presentes en nuestro ser. Asimismo, el poder de la resurrección de Cristo también
prevalece en nosotros de manera espontánea. Como resultado, somos en realidad uno
con Cristo y nos identificamos con Él. Son estas experiencias que tenemos durante los
momentos de oración genuina, las que nos permiten saborear la vida cristiana normal.
Cuanto más genuinas sean nuestras oraciones, más experimentaremos que salimos de
nuestras opiniones culturales, que somos un solo espíritu con el Señor, y que vivimos a
Cristo. Lo triste es que cuando dejamos de orar, automáticamente volvemos a nuestra
cultura. Entonces, nos esforzamos por vivir conforme a nuestro propio ascetismo.
Cuando experimentamos la oración genuina, nos encontramos lejos del ascetismo y de
los demás “ismos”, porque somos uno con el Señor viviente. Además, cuando oramos
con otros de esta manera, somos verdaderamente uno en el espíritu de oración.
Entonces, tocamos la realidad del nuevo hombre, donde no hay griego ni judío, bárbaro
ni escita, circuncisión ni incircuncisión. Nos damos cuenta de que el nuevo hombre está
constituido de Cristo solo y que en esta esfera no hay diferencias de cultura. Sin
embargo, cuando dejamos de orar, regresamos a nuestra vida natural con sus opiniones
y esfuerzos. En lugar de vivir a Cristo siendo un solo espíritu con Él, nos restringimos a
nosotros mismos conforme al ascetismo que nos hemos impuesto. En nuestra vida
natural, tomamos la resolución de hacer el bien y nos esforzamos por cumplir lo que
hemos determinado llevar a cabo. Esto es suprimir el yo, y no vivir a Cristo.
En estos días, tenemos la carga de acudir al Señor para que nos muestre el verdadero
significado de vivir a Cristo. Le damos las gracias por mostrarnos gradualmente lo que
significa vivirle. Un aspecto de vivir a Cristo es poder mantenernos en un estado de
oración. Cuando estamos en este estado, nos encontramos fuera de la cultura. Debido a
que somos un solo espíritu con esta persona viviente, y le tomamos como nuestra vida y
como nuestra persona, no tenemos que esforzarnos por vivir apropiadamente. En lugar
de ello, a medida que somos uno con el Señor en el espíritu, la muerte de Cristo nos es
aplicada, y el poder de Su resurrección llega a ser prevaleciente en nosotros. De este
modo lo vivimos espontáneamente.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA Y CUATRO
EL CRISTO TODO-INCLUSIVO
(1)
En 1:12 vemos que Cristo es la porción de los santos, pero ni siquiera esta expresión nos
dice en qué aspectos Cristo es todo-inclusivo. Decir que Cristo es nuestra porción es
como decir que acabamos de cenar. ¿Qué platillos fueron los que había en la cena? Uno
puede combinar muchos alimentos y llamarlos cena. Podemos proclamar que Cristo es
nuestra porción. Pero, ¿de qué manera particular es Él nuestra porción? En cuanto al
Cristo todo-inclusivo, debemos ser más concretos y específicos.
Conforme a Colosenses, el primer aspecto del Cristo todo-inclusivo es la imagen del Dios
invisible (1:15). Este aspecto de todo lo que incluye Cristo abarca todos los versículos,
desde 1:15 hasta el final del capítulo uno. En el versículo 15 Pablo dice: “El es la imagen
del Dios invisible, el Primogénito de toda creación”. Cuando leemos este versículo, es
fácil añadir mentalmente la conjunción “y” entre las palabras “invisible” y
“Primogénito”. Pero si lo hacemos, esto cambia considerablemente el sentido de este
versículo, puesto que la conjunción implica que la imagen y el Primogénito son dos
cosas distintas. No obstante, la expresión “Primogénito de toda creación” en realidad
está en aposición con “la imagen del Dios invisible”. La imagen del Dios invisible se
expresa en el Primogénito de toda creación. Además, el Primogénito de toda creación es
la imagen del Dios invisible. Como imagen del Dios invisible, Cristo es el Primogénito de
toda creación.
La imagen de Dios denota la expresión de Dios, así como la imagen de una persona
denota la expresión de esa persona. Si no tuviésemos una imagen, no podríamos
expresarnos. Cristo es la expresión de Dios, la imagen de Dios. Como imagen de Dios,
Cristo expresa a Dios siendo el Primogénito de toda creación. El universo entero es la
expresión de Dios.
En cuanto a este aspecto del Cristo todo-inclusivo, nos sería de mucha utilidad tener una
vista panorámica de la Biblia, de la revelación completa de Dios. Aunque es cierto que la
Biblia revela a Dios, la Biblia no lo revela de una manera sencilla. Génesis comienza
diciendo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Luego, en los primeros
versículos de Malaquías, el último libro del Antiguo Testamento, Dios es revelado como
Aquel que ama a Jacob. En el Antiguo Testamento Dios es revelado como el Creador del
universo y como Aquel que ama a Israel. ¡Con razón los judíos aman tanto el Antiguo
Testamento!
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, vemos que Mateo empieza con las palabras:
“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. El Evangelio de
Juan comienza de esta manera: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios,
y el Verbo era Dios”. En Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, leemos lo
siguiente: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros de parte
de Aquel que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de
Su trono; y de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, y el
Soberano de los reyes de la tierra” (1:4-5a). ¡Qué gran diferencia hay entre estos
versículos de Apocalipsis y las primeras palabras de Génesis! Incluso superan
grandemente los primeros versículos de Mateo y de Juan. Hoy estamos en las iglesias
locales. Las iglesias reciben una dispensación no sólo de parte de Dios o de la Palabra,
sino del Dios Triuno: de Aquel que es y que era y que ha de venir, de los siete Espíritus, y
de Jesucristo.
En Apocalipsis 1:5 se describe a Cristo como “el Testigo fiel, el Primogénito de los
muertos, y el Soberano de los reyes de la tierra”. El nombre Jesús hace alusión a la
encarnación, y el título Cristo indica que el Señor Jesús es el ungido de Dios. Él fue el
Testigo fiel en Su vivir humano y es el Primogénito de los muertos en Su resurrección.
En Su ascensión y entronización, Él es el Soberano de los reyes de la tierra, pues es
ahora Señor y Cabeza de todos. Además, Él regirá a todas las naciones cuando venga a
reinar en Su reino. Por consiguiente, la descripción de Cristo en este versículo lo abarca
todo, desde la encarnación de Cristo hasta Su eterno reino.
La revelación divina presentada en la Biblia muestra que Cristo, como Aquel que es
todo-inclusivo, lo es todo para la iglesia. De una manera aún más precisa, el libro de
Apocalipsis muestra que Cristo lo es todo para las iglesias. Por lo tanto, la revelación
contenida en la Biblia es que Cristo lo es todo para las iglesias.
Por medio de la caída del hombre se introdujeron algunas cosas negativas que impiden
el que Cristo lo sea todo para la iglesia. Entre estos asuntos negativos están Satanás, el
pecado y el mundo. Nos es muy fácil ver que estas cosas son un estorbo que impide el
cumplimiento del propósito de Dios, pero hay algo más, algo muy sutil, que se interpone
entre Cristo y la iglesia. Este elemento sutil es la cultura. Aunque la palabra cultura no
se encuentra en el Nuevo Testamento, es un hecho de que la cultura constituye un
obstáculo que impide el cumplimiento del propósito de Dios.
Nos damos cuenta de que aún nos encontramos bajo la influencia de nuestro bagaje
cultural por la manera en que reaccionamos cuando otros se expresan bien o mal de
nuestra cultura. Por ejemplo, si yo hablara positivamente de la cultura judía, los
creyentes judíos se sentirían muy contentos, pero si les criticara su cultura, podrían
enfadarse. Del mismo modo, si yo les dijera a los santos chinos que dejaran de ir a
Chinatown, tal vez se disgustarían conmigo, pero si les hablara positivamente acerca de
la cultura china, se sentirían muy contentos.
CRISTO Y LA CREACIÓN
Pablo indicó en 1:15, al hacer frente a la cultura que había invadido a la iglesia en
Colosas, que Cristo es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación. En
el versículo siguiente, Pablo dice a continuación: “Porque en El fueron creadas todas las
cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean
tronos, sean señoríos, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de
El y para El”. Y en el versículo 17, dice: “Y El es antes de todas las cosas, y todas las cosas
en El se conservan unidas”. Debemos meditar en estos versículos, viendo el contraste
que tienen con la filosofía griega y el gnosticismo. El gnosticismo se abasteció de
muchas fuentes, tanto paganas como judías, y más tarde adoptó enseñanzas y prácticas
cristianas. También investigó acerca de los misterios que yacen detrás de los
formalismos externos de las religiones paganas. Enseñaba sobre la existencia de dos
dioses o principios: la luz y las tinieblas, el bien y el mal. Esto se relacionaba con la
filosofía griega. Según el gnosticismo, el cuerpo físico del hombre y todo el mundo
material eran malignos. Bajo la influencia de este concepto filosófico, algunos creyentes
colosenses pensaban que los cielos, la tierra y todas las cosas del mundo material eran
malignos. Así, en lugar de vivir por Cristo, vivían conforme a esta filosofía. Pablo
argumentaba con ellos haciéndoles ver que el Cristo en quien ellos habían creído era el
Primogénito de todas las cosas que pertenecen a la creación material. Pablo dijo que
todas las cosas, incluyendo las cosas materiales, fueron creadas en Cristo, por medio de
Cristo y para Cristo. Además, dijo que todas estas cosas se conservaban unidas en Cristo.
Esto debió asestar un fuerte golpe a la filosofía gnóstica. Puesto que todas las cosas
fueron creadas en Cristo, por medio de Cristo y para Cristo y puesto que en Cristo todas
ellas se conservan unidas, nosotros deberíamos tener un concepto positivo de ellas.
Contrario a los gnósticos, no deberíamos considerarlas intrínsecamente malignas.
Cristo es el Primogénito de toda la creación con el fin de expresar a Dios. Hemos hecho
notar que Cristo es la imagen de Dios. Dios es invisible. Pero si contemplamos la obra
creadora de Dios, veremos que, lejos de ser maligna, la creación es la que expresa al Dios
invisible. En la creación vemos la expresión del poder y la naturaleza de Dios. Leamos
Romanos 1:20: “Porque las cosas invisibles de El, Su eterno poder y características
divinas, se han visto con toda claridad desde la creación del mundo, siendo percibidas
por medio de las cosas hechas”. Cristo es la imagen de Dios que se expresa en la
creación. Si vemos esto, no tendremos una opinión pobre de la creación. Nos daremos
cuenta de que todas las cosas materiales fueron creadas en Cristo, por medio de Cristo, y
para Cristo, y que todas se conservan unidas en Cristo con el propósito de que Dios sea
expresado.
En esta epístola, Pablo parecía decir a los colosenses: “Cristo es todo-inclusivo. Debéis
creer en Él, y no en vuestra filosofía. Según vuestra filosofía, las cosas materiales son
malignas, pero según Cristo, todas estas cosas son buenas. No digáis que las cosas
materiales son malignas y tenebrosas; más bien, debéis ver que Cristo es el Primogénito
de todas las cosas creadas. Cuando miréis los cielos, esto os debe recordar de Cristo.
Cuando contempléis la tierra, esto os debe llevar a pensar en Cristo. Incluso cuando os
miráis a vosotros mismos, esto os debería hacer recordar de Cristo”. Cada aspecto de la
creación fue creado en Cristo, por medio de Cristo y para Cristo. Todas estas cosas aún
se conservan unidas en Cristo para expresar a Dios. Esta expresión de Dios en la
creación es Cristo como imagen de Dios.
Dios tiene dos creaciones: la vieja creación y la nueva creación. El versículo 18 se refiere
a la nueva creación. Allí se nos dice que Cristo “es el principio, el Primogénito de entre
los muertos”. Cristo es la Cabeza del Cuerpo, la iglesia, la cual es la nueva creación de
Dios. Cristo no es solamente el Primogénito de la vieja creación, sino también el
Primogénito de entre los muertos en la nueva creación. Tanto en la vieja creación como
en la nueva creación, Cristo es el primero. Si la vieja creación es en Cristo, por medio de
Cristo y para Cristo, y si ella se conserva unida en Cristo, cuánto más esto se cumple en
la nueva creación. Como nueva creación, nosotros, la iglesia, estamos en Cristo, por
medio de Cristo y para Cristo. Además, momento a momento, nosotros nos
conservamos unidos en Cristo. ¿Está usted en la vieja creación o en la nueva creación?
Ex teriormente, nosotros somos la vieja creación, pero interiormente, somos la nueva
creación.
Hemos visto que tanto en la vieja creación como en la nueva, Cristo es el Primogénito
con el propósito de expresar a Dios. Después de que Pablo habla de las dos creaciones, él
dice en 1:19: “Por cuanto agradó a toda la plenitud habitar en El”. En este versículo, la
palabra plenitud equivale a la imagen mencionada en el versículo 15. Estas dos palabras
son sinónimas. Cristo es la imagen de Dios y la plenitud de Dios, a fin de expresar a
Dios. La imagen es la expresión, y la expresión es la plenitud. Esta expresión se logra
por medio de la vieja creación y la nueva. Mediante estas dos creaciones, obtenemos la
plenitud. Esta plenitud es la expresión, y la expresión es la imagen.
En realidad, los versículos del 15 al 19 forman parte de una frase extensa. Esta frase
revela que el primero de los aspectos del Cristo todo-inclusivo es el hecho de que Él es la
imagen del Dios invisible. Tanto en la vieja creación como en la nueva, Cristo es la
plenitud de Dios, Su expresión.
CRISTO EN NOSOTROS
Quizás nos preguntemos qué tiene que ver con nosotros esta revelación en la práctica.
En 1:26 y 27 Pablo habla del misterio. Este misterio es la imagen, la plenitud,
mencionada en los versículos anteriores. Conforme al versículo 27, el misterio entre los
gentiles es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria. ¿Se han dado cuenta de que el
Cristo que está en usted es la imagen del Dios invisible, la plenitud de Dios, el
Primogénito de la creación y el Primogénito de entre los muertos? Este Cristo está en
nosotros. En 1:28 y 29 vemos que Pablo trabajaba y luchaba para presentar perfecto en
Cristo a todo hombre.
Hemos visto que el primero de los aspectos del Cristo todo-inclusivo es que Él es la
imagen de Dios. Este Cristo está en nosotros; pero nosotros ahora necesitamos crecer
hasta ser hombres maduros en Cristo. Este crecimiento es obstaculizado por la cultura.
Lo que nos impide crecer en Cristo es nuestra cultura, la cual es sutil y se encuentra muy
escondida en nosotros.
Todos tenemos un concepto distinto respecto de las cosas físicas de la creación. Aun tal
concepto nos puede impedir disfrutar a Cristo y crecer en Él. Es crucial que nos demos
cuenta de que podemos ver a Cristo en cada una de las cosas creadas. Debemos
abandonar los conceptos que tenemos acerca de los cielos, la tierra y las cosas físicas;
debemos ver que Cristo es el Primogénito de la vieja creación y el Primogénito de la
nueva creación. Por consiguiente, debemos ver que Cristo es el todo, que Él es todo-
inclusivo. Una vez que vemos que Cristo es el todo, debemos tomar conciencia de que
este Cristo está en nosotros como nuestra esperanza de gloria. Lo que necesitamos hoy
en día es crecer en Él hasta la madurez.
Todos los santos sostienen diferentes conceptos acerca del universo y de las cosas
materiales. Si hermanos provenientes de diferentes culturas hablaran de manera abierta
y detallada de estos conceptos, no cabe duda de que acabarían argumentando entre sí.
Por lo general somos corteses y tratamos de no hacer nada que ofenda a otros. Pero si
comenzáramos a hablar de nuestros conceptos acerca del mundo, nos daríamos cuenta
de que seguimos viviendo conforme a nuestra filosofía. Los americanos viven conforme
a la filosofía americana, y los chinos, conforme a la filosofía china. A pesar de estar en la
vida de iglesia y en el recobro del Señor, permanecemos en nuestra cultura. En doctrina,
tal vez declaremos que Cristo en nosotros es nuestra esperanza de gloria; pero en
realidad, lo que nos llena interiormente no es Cristo, sino nuestra filosofía.
Si queremos tener una actitud correcta hacia las cosas físicas, debemos ver que los
distintos aspectos de la obra creadora de Dios son la expresión de Dios por medio de
Cristo. Los creyentes que tienen una formación judía podrían maravillarse de la belleza
de la creación de Dios. Quizás usen las palabras del salmo 8 para proclamar que el
nombre del Señor es excelente sobre toda la tierra. Sin embargo, mientras estos
creyentes con este bagaje cultural aprecian la creación, aquellos que están bajo la
influencia de una filosofía diferente pueden despreciarla. Tal vez piensen que el universo
material es intrínsecamente maligno. Es posible que aquellos que tienen distintas
filosofías se olviden de Cristo al tratar de convencerse unos a otros. A pesar de estar en
la iglesia, no se aferran de Cristo de una manera práctica con respecto al universo, sino
más bien de sus propios conceptos e ideas.
Lo que dice Pablo en el capítulo uno es crucial. Pablo dice que la porción de los santos es
Cristo, quien es la imagen del Dios invisible. Esta imagen es el Primogénito de toda la
creación. Tanto los griegos como los judíos están equivocados. La verdad es que los
cielos, la tierra y todas las cosas materiales son la expresión de Dios por medio de Cristo.
Además, la iglesia, la nueva creación de Dios, es también la expresión de Dios. En la
iglesia estamos en Cristo, y existimos por medio de Cristo y para Cristo, y nos
conservamos unidos en Cristo para ser la expresión de Dios en Cristo.
Yo puedo testificar que esto no es una simple doctrina sin ninguna relación práctica con
nuestra vida cristiana cotidiana. Después de que yo había visto esta visión, cambió mi
concepto con respecto a los cielos, la tierra, y todas las cosas físicas, aun respecto de la
comida y el vestido. De ninguna manera predico el panteísmo; no obstante, conforme a
la Biblia, enseño que todas las cosas físicas fueron creadas en Cristo, por medio de
Cristo, y para Cristo. Esto se aplica mucho más a la iglesia como nueva creación de Dios.
La iglesia fue creada en Cristo, por medio de Cristo y para Cristo, y la iglesia se conserva
unida en Cristo, quien es la imagen de Dios. En la vida de iglesia y en el recobro del
Señor, no deberíamos vivir conforme al pensamiento filosófico ni a las enseñanzas
religiosas, sino conforme a Cristo. Cristo en nosotros es la esperanza de gloria, y ahora
estamos creciendo en Él. Y seguiremos creciendo en Él hasta llegar a la madurez,
cuando todo nuestro ser, especialmente nuestro ser interior, será saturado de Cristo.
Mientras contemplamos los cielos y la tierra, nuestro concepto de ellos debe estar
relacionado con Cristo. Aun cuando miramos un escritorio, una casa, los alimentos o la
ropa, deberíamos pensar en Cristo. Vemos a Cristo en todas partes y en todo. Por tanto,
viviríamos a Cristo, y nada más. El Cristo por quien vivimos es todo-inclusivo. El primer
aspecto del Cristo es que Él es la imagen, la plenitud, la expresión, de Dios en la vieja
creación y en la nueva creación. Por lo tanto, nuestro concepto acerca del universo está
totalmente relacionado con Cristo. Que procuremos conocer solo a Cristo y vivir
conforme a Él.
Para describir debidamente a Cristo, debemos usar las expresiones que se hallan en el
libro de Colosenses. Cristo es la porción de los santos, la imagen del Dios invisible, la
plenitud de Dios. Él es también el Primogénito de la creación y el Primogénito de entre
los muertos. Además, Él vive en nosotros como nuestra esperanza de gloria. Ahora
debemos crecer en Él. Espero que todos podamos ver que el universo es la expresión de
Dios por medio de Cristo. En todo el universo vemos a Cristo, la imagen del Dios
invisible.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA Y CINCO
EL CRISTO TODO-INCLUSIVO
(2)
En 2:3 Pablo nos dice que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están
escondidos en Cristo. En el versículo 4 él añade: “Y esto lo digo para que nadie os
engañe con palabras persuasivas”. Esto indica que los santos de Colosas estaban siendo
engañados con palabras persuasivas.
En el versículo 8 Pablo dice: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía
y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del
mundo, y no según Cristo”. En este versículo, Pablo nos hace una seria advertencia de
no permitir que nadie nos lleve cautivos por medio de su filosofía y vanas palabras. Esta
filosofía y dichas huecas sutilezas concuerdan con las tradiciones de los hombres.
Las tradiciones están relacionadas con la cultura y se originan en ella. No hay tradición
que no se desprenda de la cultura. Tanto la gente religiosa como las que son filosóficas
se aferran a sus tradiciones. Cuanto más cultos somos, más tradiciones tenemos. Todos
los pueblos tienen sus tradiciones particulares. En la antigüedad, los judíos tenían sus
tradiciones, y los griegos tenían las suyas. Además, hoy en día, los creyentes tienen sus
tradiciones cristianas, y todos tenemos tradiciones personales. La única manera de no
tener tradiciones es no tener cultura alguna. Mientras tengamos alguna clase de cultura,
tendremos tradiciones. Algunas de nuestras tradiciones pueden ser tradiciones que
nosotros mismos hemos creado y nos hemos impuesto. Todas las tradiciones son según
los hombres, porque Dios no tiene ninguna tradición. Por tanto, no existen tradiciones
que sean según Dios.
En 2:8 la expresión “conforme a los rudimentos del mundo” está en aposición con
“según las tradiciones de los hombres”. Esto indica que las tradiciones de los hombres y
los rudimentos del mundo son idénticos. Aquí el mundo no se refiere al mundo físico,
sino a la humanidad caída, como en Juan 3:16. Las tradiciones corresponden a los
rudimentos, y los hombres al mundo. Por consiguiente, las tradiciones de los hombres y
los rudimentos del mundo son expresiones sinónimas.
En este versículo, Pablo señala que la filosofía y las huecas sutilezas no son según Cristo.
La expresión “según Cristo” es muy importante, pues indica que todo debe ser estimado
y evaluado según Cristo. Cuando nos consideramos a nosotros mismos, a nuestras
familias, nuestras situaciones y nuestro medio ambiente, debemos evaluarlo todo, no
conforme a las tradiciones de los hombres, sino según Cristo.
En el capítulo dos Pablo usa la palabra “nadie” cuatro veces. En 2:4, él dice que no
permitamos que nadie nos engañe; en 2:8, dice que no permitamos que nadie nos lleve
cautivos; en 2:16, dice que no permitamos que nadie nos juzgue; y finalmente, en 2:18,
dice que no permitamos que nadie, con humildad autoimpuesta y culto a los ángeles,
nos defraude juzgándonos indignos de nuestro premio.
En los versículos 20 y 21 Pablo nos pregunta por qué nos sometemos a ordenanzas en
cuanto a manejar, gustar y tocar, si ya hemos muerto con Cristo a los rudimentos del
mundo. En el versículo 22 vemos que tales ordenanzas son conforme a los
mandamientos y enseñanzas de los hombres. Ya mencionamos que los rudimentos del
mundo son las tradiciones de los hombres.
DEBEMOS DESECHAR LOS SUSTITUTOS
Pablo escribió esta epístola debido a que las tradiciones de los hombres, esto es, los
rudimentos del mundo, prevalecían en Colosas. Los santos estaban siendo engañados y
llevados cautivos. Además, estaban siendo juzgados y privados de su premio. Los
mejores inventos de la cultura estaban engañando a los santos y privándolos de Cristo.
Estos aspectos de la cultura estaban reemplazando a Cristo. En la experiencia de los
santos, dichos aspectos se habían convertido en sustitutos de Cristo. Por consiguiente,
Pablo escribió este libro para confrontar este problema.
En Colosenses, una epístola que contiene una revelación más elevada que 1 Corintios o
Gálatas, Pablo hace frente a la cultura, la cual se compone de la religión y la filosofía. La
sociedad humana considera la filosofía y la religión como algo necesario y positivo. Si la
sociedad no tuviese religión ni filosofía, la gente sería salvaje y se comportaría como
animales salvajes. La religión y la filosofía son necesarias para la sociedad humana; sin
embargo, no hay ningún lugar para ellas en la vida de iglesia, pues ambas son sustitutos
de Cristo. La iglesia necesita a Cristo, quien es una persona viviente y todo-inclusiva, y
no la religión ni la filosofía.
Algunas de las afirmaciones que Pablo hace en el libro de Colosenses han causado
muchas dificultades a los teólogos y a los traductores de la Biblia. Una de estas
expresiones, que ha sido particularmente difícil, es “el Primogénito de toda creación”
(1 :15). Aunque a algunos teólogos les resulta fácil hablar acerca de Cristo como la
imagen del Dios invisible, están poco dispuestos a comentar sobre esta difícil expresión.
Pero Pablo dice que Aquel que es la imagen del Dios invisible es el Primogénito de toda
creación. Quizás los teólogos se sentirían contentos de explicar que Cristo, como
Primogénito de entre los muertos, fue el primero en resucitar. No obstante, son muy
pocos los que estarían dispuestos a explicar que Cristo, como Primogénito de toda
creación, es también el primero de todas las criaturas. Todo aquel que siga a Pablo al
hacer esta declaración podría ser tachado de hereje. Sin embargo, no podemos borrar de
nuestras Biblias las palabras de Pablo que afirman que Cristo es la imagen del Dios
invisible, el Primogénito de toda creación.
En 1:16 Pablo nos dice que todas las cosas fueron creadas en Cristo. Esto incluye tanto
las cosas que están en los cielos como las que están en la tierra, tanto lo visible como lo
invisible. Aun las cosas que los judíos consideran inmundas como por ejemplo, las
tortugas, las ranas, las serpientes y los cerdos, forman parte de las cosas que fueron
creadas en Cristo. La primera vez que leí este versículo en la traducción interlineal
griego-inglés, me quedé muy sorprendido y me dije para mis adentros: “¿Está diciendo
Pablo que aun las tortugas y las serpientes fueron creados en Cristo?”. No cabe duda de
que la afirmación de Pablo incluye también a estas criaturas. Colosenses 1:16 asesta un
fuerte golpe a la filosofía gnóstica. Hemos dicho anteriormente que, conforme al
gnosticismo, el mundo material, incluyendo el cuerpo humano, es intrínsecamente
maligno. No obstante, Pablo declara que todas las cosas fueron creadas en Cristo y que
Cristo mismo es el Primogénito de toda creación. Estas afirmaciones derriban los
conceptos de los griegos y también de los judíos. Puesto que todas las cosas fueron
creadas en Cristo, no deberíamos considerar la creación como algo intrínsecamente
maligno, ni despreciar ningún aspecto de la creación que Dios produjo en Cristo.
“SEGÚN CRISTO”
Lo que Pablo deseaba era que los colosenses no enseñaran a los demás conforme a las
tradiciones de los hombres, sino únicamente según Cristo. Es crucial que aprendamos a
estimar todas las cosas y a evaluarlas, no conforme a nuestra mentalidad cultural, sino
según Cristo. Por ejemplo, nuestro punto de vista acerca del matrimonio no debería ser
conforme a nuestra cultura; debería ser según Cristo. Yo aprecio mucho la expresión
“según Cristo”. No deberíamos permitir que nada sustituya a Cristo o lo reemplace.
Única y exclusivamente Cristo es la norma y la base para medir todas las cosas. Esto
significa que no debemos evaluar las cosas conforme a la cultura, según las tradiciones o
los rudimentos del mundo. En la iglesia, Cristo es la única regla, norma y base para
medir las cosas. Éste es un principio básico en la práctica de la vida de iglesia.
En el capítulo uno, Pablo declara que Cristo es el Primogénito de toda creación, que
todas las cosas fueron creadas en Él, por medio de Él y para Él, y que todas las cosas se
conservan unidas en Él. Después de esto, él nos dice que el Cristo todo-inclusivo es el
misterio de la economía de Dios. Dios desea forjar a Cristo en nosotros. Cristo está en
nosotros como esperanza de gloria. Ahora debemos crecer en Él hasta llegar a la plena
madurez. Por consiguiente, la economía de Dios gira en torno a Cristo.
EL MISTERIO DE DIOS
En 2:2 Pablo dice además que Cristo es el misterio de Dios. Todo lo que Dios es y tiene
se halla corporificado en Cristo. Como misterio de Dios, Cristo es la corporificación, la
definición y la explicación de Dios. Todo lo que Dios desea hacer está relacionado con
Cristo.
En 2:6 Pablo dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el
Señor, andad en El”. Con respecto a Cristo, lo primero que hacemos, es recibirlo. Luego,
debemos andar en Él. Cristo no es solamente nuestra vida; Él es nuestro territorio,
nuestra esfera, nuestro ámbito, en el cual andamos. Muchos creyentes hemos tenido la
experiencia de recibir a Cristo como su Redentor, su Salvador y su vida. Pero además de
esto, debemos recibirlo como el misterio de Dios, como la corporificación de Dios, y
como la realidad de todas las cosas positivas.
Debemos aplicar el asunto de experimentar a Cristo como la realidad de todas las cosas
positivas a cada área de nuestra vida diaria. Al tomar nuestras comidas, deberíamos
tomar a Cristo como la verdadera comida. En lugar de orar por los alimentos de una
manera tradicional, deberíamos decir algo más elevado conforme a la revelación
presentada en Colosenses: “Señor Jesús, no simplemente te doy gracias por los
alimentos. Señor, te tomo como la realidad de esta comida”. Quienes creemos en Cristo
deberíamos estimar todas las cosas y evaluarlas según Cristo, quien es nuestro todo de
una manera práctica. Si evaluamos todas las cosas conforme a Cristo, la manera en que
vivimos a diario cambiará.
En 2:3 Pablo nos dice que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están
escondidos en Cristo. Después de esto, él nos amonesta para que no permitamos que
nadie nos desvíe de Cristo con palabras persuasivas. No debemos permitir que la
religión o la filosofía nos engañe y nos extravíe de Cristo. No debemos apartarnos de
Cristo para seguir alguna clase de cultura. Cristo, el misterio de Dios y la sustancia de
todas las cosas positivas, es nuestro todo: nuestra comida, nuestro vestido, nuestra
vivienda y nuestro transporte. Cuando pensemos en todas las cosas positivas del
universo, debemos evaluarlas según Cristo. ¡Qué asombrosa es esta revelación! El Cristo
que hemos recibido no es un Cristo estrecho. Por el contrario, Él es ilimitado, todo-
inclusivo. Él no solamente es nuestro Redentor, nuestro Salvador y nuestra vida; Él lo es
todo para nosotros. ¡Qué Cristo tan rico y tan completo hemos recibido!
ANDAR EN CRISTO
Después de haber recibido a tal Cristo, debemos andar en Él. Muchos cristianos piensan
que el Cristo que recibieron es solamente su Redentor, su Salvador y su vida. Lo
aprecian como el Redentor que vertió Su sangre por ellos, y como el Salvador que los
salvó del pecado. Sin embargo, no se dan cuenta de que este Cristo a quien ellos
recibieron es la corporificación de Dios y la realidad de todas las cosas positivas.
Debemos andar en este Cristo todo-inclusivo. Ande en Él cuando usted coma; ande en
Él cuando usted se vista; ande en Él cuando usted converse con su esposo o con su
esposa.
Debemos ser de aquellos que están llenos de Cristo, saturados de Cristo, vestidos de
Cristo y plenamente poseídos por Cristo. En el recobro del Señor, muchos de nosotros
todavía no estamos saturados de Cristo. En las reuniones de la iglesia, puede ser que
oremos en Cristo o cantemos en Cristo, y que cuando regresemos a casa, nos olvidemos
completamente de Cristo y vivamos conforme a nuestra cultura. Es posible que en
nuestras reuniones proclamemos que para nosotros el vivir es Cristo, y que en nuestra
vida diaria, especialmente en nuestra casa, vivamos por el yo, y no por Cristo. ¡Cuán
diferente sería todo si en nuestro hogar viviéramos a Cristo! Mientras una hermana
cocina, podría darse cuenta de que para ella cocinar es Cristo. Si todos nos ejercitáramos
para vivir por Cristo día tras día, viviríamos a Cristo, cultivaríamos a Cristo, y lo
produciríamos. Es necesario que en nuestra vida diaria veamos a Cristo en todas las
cosas y andemos en Él.
ARRAIGADOS EN CRISTO
En 2:7 Pablo habla de ser arraigados en Cristo. Nosotros somos plantas arraigadas en
Cristo, el verdadero suelo. Cristo es la tierra en la cual crecemos. Cristo es también todo
lo que necesitamos para crecer; Él es nuestro fertilizante, nuestra agua y nuestro
suministro de vida.
En 2:10 Pablo dice además que estamos llenos en Cristo. Sin embargo, dudo que algunos
de nosotros se atrevan a decir que estamos llenos, debido a que todavía no
experimentamos a Cristo de una manera plena. La plenitud de la Deidad mora en Cristo
corporalmente, y nosotros estamos llenos en Él. Necesitamos recibirlo en nuestra
experiencia, andar en Él, ser arraigados en Él, y así estar llenos en Él. Yo espero que en
las reuniones de la iglesia, haya muchos testimonios de cómo estamos llenos en Cristo.
Debería haber testimonios que describan cómo estamos llenos en conocimiento,
sabiduría, paciencia, bondad, humildad, amor, discernimiento. La razón por la cual no
oímos esta clase de testimonios es que nos hace falta experimentar más a Cristo. Día a
día, no experimentamos lo que significa estar llenos en Él. Así que, en lugar de estar
llenos en muchos aspectos, carecemos de ellos. Por ejemplo, en lugar de estar llenos de
discernimiento para resolver situaciones, carecemos de discernimiento. Cuando
escuchamos los testimonios de los santos, podemos darnos cuenta de que a la mayoría
de nosotros nos hace falta experimentar más a Cristo diariamente. Muchos de nosotros
aún no entendemos claramente que el Cristo que hemos recibido es todo-inclusivo y que
debemos andar en Él. Pero si andamos en tal Cristo, después de haber sido arraigados
en Él, estaremos llenos en Él.
Hemos hecho notar que Cristo es la realidad, la sustancia, de todas las sombras. Si
hemos visto esto, no nos importarían más las sombras, y sólo nos preocuparía el Cristo
todo-inclusivo. No nos debería interesar ser meramente santos, espirituales y
victoriosos; debemos aspirar a poseer y experimentar al Cristo todo-inclusivo.
Deberíamos pedirle al Señor que por Su misericordia y gracia podamos experimentar a
este Cristo.
En el capítulo tres, vemos que Cristo es nuestra vida y también el constituyente del
nuevo hombre. El nuevo hombre, el cual es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, está
constituido del Cristo que es nuestra vida. Él vive en nosotros, y nosotros vivimos en Él.
Aparte de este Cristo, ¿qué más podemos desear? Puedo testificar que yo no quiero nada
que no sea el Cristo todo-inclusivo, el cual es mi vida y el constituyente del nuevo
hombre.
En 3:15 Pablo dice: “Y la paz de Cristo sea el árbitro en vuestros corazones, a la que
asimismo fuisteis llamados en un solo Cuerpo”. En Efesios 2 se nos dice que en la cruz
Cristo hizo la paz. Debemos permitir que esta misma paz arbitre en nosotros. Esto
implica que debemos desechar nuestras opiniones. Los griegos deben olvidarse de su
filosofía, y los judíos, de sus observancias. En lugar de dar tanta importancia a la
filosofía y a las observancias, debemos prestar atención a la paz de Cristo que mora en
nosotros. En la cruz, Cristo anuló las ordenanzas y abolió los conceptos filosóficos.
Cristo abolió las diferencias que existían entre los pueblos, para crear en Sí mismo un
solo y nuevo hombre. La paz que se produjo al abolirse las diferencias culturales, debe
ahora arbitrar en nuestros corazones. Deberíamos permitir que esta paz sea el árbitro en
nuestro interior. Cuando la paz de Cristo arbitre en nosotros, todas nuestras opiniones
desaparecerán.
Esperamos que las iglesias en el recobro del Señor aumenten gradualmente en número.
Sin lugar a dudas, personas de culturas y formaciones distintas entrarán en la vida de
iglesia. Todas estas personas tendrán diferentes opiniones. Así que, en lugar de discutir
por causa de nuestras opiniones, deberíamos dejar que la paz de Cristo sea el árbitro en
nosotros. Espero que todos digamos: “Señor Jesús, te amo. Señor, no me importa mi
opinión ni mi juicio; sólo me importa Tu paz. No quiero vivir por mis preferencias.
Quiero que Tu paz sea el árbitro en mí, me gobierne y tome todas las decisiones”.
En 3:16 Pablo añade: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros”. Debemos
permitir que la palabra de Cristo habite en nosotros. No debemos estar llenos de las
tradiciones judías ni de la filosofía griega, sino de la palabras de Cristo. Nosotros somos
recipientes que deben contener las palabras de Cristo, y no la filosofía ni la religión. Así
que, debemos vaciarnos de estas cosas para que la palabra de Cristo nos llene. Si
permitimos que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestro interior y si somos llenos de la
palabra de Cristo, tendremos al nuevo hombre en la práctica. Todos los santos de las
iglesias en todo el recobro vivirán a Cristo en la esfera del nuevo hombre. Un día, el
Cristo, nuestra vida, se manifestará en gloria, y nosotros también seremos manifestados
con Él en gloria (3:4). Sin embargo, hoy debemos vivir por Él. Lo que nos interesa es
Cristo como nuestra vida y como el constituyente del nuevo hombre, y no nuestro
trasfondo, cultura, opinión ni juicio. Deseamos que Su paz sea el árbitro en nosotros y
que Su palabra nos llene.
EL TODO Y EN TODOS
Hemos dicho en repetidas ocasiones que en el nuevo hombre no hay lugar para los
judíos ni para los griegos, para la circuncisión ni incircuncisión, para los cultos ni los
incultos, ni para los esclavos ni los amos (3:11). En el nuevo hombre, sólo hay lugar para
Cristo. Por lo tanto, en el nuevo hombre, Cristo es el todo, y está en todos. Él es cada uno
de los miembros del nuevo hombre, y Él está en todos ellos. Esto no debería ser una
mera doctrina, sino nuestra experiencia de una manera práctica día a día. Espero que
todos podamos experimentar plenamente al Cristo todo-inclusivo, al Cristo que es
nuestro todo.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA Y SEIS
EL CRISTO TODO-INCLUSIVO
ES CONTRARIO A LA CULTURA
Lectura bíblica: Col. 1:27 -28; 2:2b-4, 6, 8-9, 16-19; 3:3-4, 9b-11
Es difícil hablar acerca del tema de que Cristo es contrario a la cultura por el peligro de
que esto se entienda conforme al concepto natural. Cuando decimos que Cristo es
contrario a la cultura, no estamos diciendo que debamos abandonar nuestra cultura y
que, por tanto, vivamos sin ninguna clase de cultura. Si tratáramos de abandonar
nuestra cultura de esta manera, desarrollaríamos simplemente otra forma de cultura, la
cultura de abandonar nuestra cultura. Debemos ver que sin la cultura la gente se
convertiría en animales salvajes. Los que no tienen a Cristo ciertamente deben vivir
conforme a la cultura.
LA INTENCIÓN DE DIOS
El Padre, el Hijo y el Espíritu no son tres Dioses, sino un solo Dios en Su tri-unidad.
Puesto que Dios es triuno, Él puede impartirse en nosotros. Dios vino a nosotros en el
Hijo por medio de la encarnación de Cristo. Cristo murió en la cruz para redimirnos y
poner fin a la vieja creación. Luego, en la resurrección, Él llegó a ser el Espíritu
vivificante. Por una parte, Cristo está sentado en el trono en los cielos como Cabeza y
Señor de todos; por otra, Él mora como Espíritu en nosotros para ser nuestra vida.
Como Espíritu vivificante, Cristo es nuestra provisión de vida, y Él es para nosotros la
realidad de todas las cosas positivas.
El Dios Triuno es el Espíritu todo-inclusivo y, como tal, Él se está forjando en nuestro
ser. La parte más profunda de nuestro ser es nuestro espíritu, al cual le circundan el
alma y el cuerpo. El cuerpo humano contiene el alma, y el alma contiene el espíritu, el
cual es un vaso creado para recibir a Dios y contenerlo a Él. Cristo como Espíritu
procesado, todo-inclusivo y vivificante está en nuestro espíritu, y desea extenderse a
todas las partes de nuestra alma hasta llegar a saturar nuestro cuerpo, a fin de hacernos
absolutamente iguales a Él. Cuando esto ocurra, todo nuestro ser será saturado de Él
mismo. Ésta es la salvación de Dios conforme a Su economía.
Son muchas las cosas que nos impiden experimentar la plena salvación que Dios nos
brinda. Dos de los obstáculos más evidentes son el pecado y la mundanalidad. Sin
embargo, el impedimento más sutil es la cultura. La cultura impide que los escogidos de
Dios experimenten a Cristo y lo disfruten. El Cristo todo-inclusivo es contrario a la
cultura. No obstante, no estamos diciendo que deberíamos abandonar nuestra cultura y
actuar como bárbaros. De ninguna manera estamos animando a nadie a actuar como si
no tuviera cultura. Los que no tienen a Cristo ciertamente necesitan la cultura. Los
niños, mientras crecen, no sólo necesitan la cultura, sino también la ley. Pero después de
haber recibido a Cristo, no deberíamos permitir que nuestra cultura limite a Cristo y nos
impida experimentarlo. Antes de recibir a Cristo, todos necesitamos la cultura; pero
después de haberlo recibido, deberíamos vivir según Cristo, y no según la cultura. No
pensemos que la cultura es innecesaria. La cultura ayuda a preservar, regular y mejorar
a la gente. No obstante, una vez que Cristo haya entrado en nosotros, debemos empezar
a vivir por Cristo de manera práctica. El problema es que nuestra cultura limita a Cristo.
Hemos visto que la intención de Dios consiste en forjar a Cristo en Su pueblo escogido.
Dios usa la cultura para preservar a los hombres hasta que ellos reciban a Cristo. Antes
de recibir a Cristo, los niños deben ser educados conforme a la cultura y estar bajo la ley.
No diga jamás que los niños pequeños no necesitan la cultura. Por el contrario, usted
debe enseñarles a honrar a sus padres, a amar a los demás y a compartir sus
pertenencias con los demás. Finalmente, cuando obtengan cierto grado de madurez,
ellos decidirán si recibirán a Cristo. Entonces, necesitaremos ayudarles a crecer en
Cristo y con Cristo. Poco a poco podemos ayudarles a abandonar la cultura y volverse a
Cristo. Con el tiempo, ellos vivirán según Cristo en lugar de vivir conforme a su cultura.
Jóvenes, no proclamen que han abandonado su cultura; más bien, testifiquen a los
demás que ustedes han recibido a Cristo y que ahora están viviendo a Cristo, cultivando
a Cristo y produciendo a Cristo.
Satanás en su sutileza usará cosas buenas, incluso cosas que Dios nos ha dado, para
impedir que experimentemos a Cristo. Aun la Biblia ha sido usada por Satanás para
impedir que las personas disfruten a Cristo. No obstante, nada nos aparta más de Cristo
que la cultura. La cultura estorba especialmente a aquellos cristianos que
verdaderamente aman al Señor. De hecho, cuanto mayor sea nuestro amor por Él, más
la cultura nos impedirá experimentarlo.
Tomemos por ejemplo el caso de Pedro. Aunque era pescador, él conocía bien la teología
judía. Un día, Pedro fue inspirado y declaró que el Señor Jesús era el Cristo, el Hijo del
Dios viviente. El Señor respondió diciendo que Pedro había recibido esta revelación del
Padre que está en los cielos. Luego, Él prosiguió a hablar de la edificación de la iglesia y
de la cruz (Mt. 16:18, 24). En el libro de Hechos, vemos que Pedro fue usado por el
Señor para establecer la primera iglesia local, la iglesia en Jerusalén. Sin embargo,
aunque Pedro fue usado por el Señor de esta manera, todavía lo limitaba su cultura
judía. Esto lo demuestra la experiencia que Pedro tuvo en Hechos 10. Mientras él oraba,
su experiencia del Espíritu se encontraba limitada por sus conceptos naturales acerca de
los gentiles. Pedro pensaba que los únicos que podían disfrutar a Cristo eran los judíos.
Puesto que él era un judío típico, él consideraba a los gentiles, a la gente pagana, como
cerdos. Esta actitud se debía a su cultura judía. Aunque Pedro era uno con el Señor, su
experiencia de Cristo se hallaba limitada por su cultura. Así que más adelante, en
Hechos 10, Pedro recibió la visión del gran lienzo “en el cual había de todos los
cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo” (v. 12). De repente una voz le dijo:
“Levántate, Pedro, mata y come”. Entonces Pedro contestó: “Señor, de ninguna manera;
porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás” (vs. 13-14). Pedro recibió
esta visión tres veces. Mientras Pedro se preguntaba sobre el significado de esta visión,
llegaron algunos gentiles adonde él estaba hospedado y preguntaron por él. La intención
de Dios era que el disfrute de Cristo se expandiera de modo que incluyera a los gentiles.
Para que esto sucediera, era necesario que Pedro hiciera a un lado su cultura.
El principio es el mismo con todos nosotros. A pesar de que hemos oído mensajes acerca
de Cristo como nuestra vida y nuestra persona, en nuestra vida diaria vivimos conforme
a nuestra cultura. Mientras cantamos y alabamos al Señor en las reuniones de la iglesia,
es posible que nos ajustemos al ambiente de las reuniones. Sin embargo, en nuestra casa
tal vez seguimos viviendo conforme a nuestra cultura. Es por eso que el Señor nos ha
puesto una carga pesada para que todos los santos que están en el recobro del Señor
aprendan a tomar a Cristo como su vida y persona de una manera práctica, de tal modo
que esto reemplace su cultura. Repito una vez más que lo que importa no es que
abandonemos nuestra cultura, sino que tomemos a Cristo como nuestra vida y como
nuestra persona, de modo que esto reemplace nuestra cultura cada día, cada hora y aun
cada momento. Si hacemos esto, viviremos verdaderamente por Cristo, y no por nuestra
cultura.
Tal vez usted se pregunte cuál es la diferencia entre vivir conforme a la cultura y vivir
según Cristo. En la iglesia, encontramos santos de diferentes culturas, y conforme a su
cultura, algunos santos son abiertos, francos e impetuosos; les cuesta mucho trabajo
guardar algo en secreto. Pero, por otro lado, carecen de paciencia. Otros santos con una
formación distinta, pueden ser reservados e impenetrables. Es muy difícil que los demás
sepan lo que ocurre en el interior de ellos o lo que sienten con respecto a ciertos asuntos.
Aun es posible que otros, con una formación cultural diferente a las anteriores, no
expresen nada. No puede uno darse cuenta si tales personas están contentas con uno o
están disgustadas. Aun después de que todas estas personas de distintas culturas son
salvas y comienzan a buscar al Señor, siguen conservando sus características culturales e
incluso las introducen en la vida de iglesia. El problema es que en la iglesia todos viven
mucho más según su cultura que conforme a Cristo. Aunque aman al Señor Jesús,
siguen viviendo de acuerdo con su cultura. No importa cuál sea su cultura, no le dejan
suficiente espacio a Cristo dentro de ellos. Por consiguiente, día a día lo que más se
destaca en la vida de iglesia es la cultura y no Cristo. Al respecto sentimos una profunda
carga. Debemos preguntarnos dónde está Cristo en nuestra vida de iglesia práctica y
cotidiana.
El problema que había en Colosas no era el pecado, como sucedía en Corinto, ni la ley ni
el judaísmo, como pasaba en Galacia. El problema que había en Colosas era la cultura.
Algunos aspectos de la cultura, tales como la filosofía, las tradiciones y los principios
rudimentarios del mundo, se habían forjado en los santos y habían llegado a reemplazar
a Cristo en su vida diaria. En Colosas la cultura se había convertido en un sustituto de
Cristo. Cristo no tenía suficiente espacio en la vida diaria de los creyentes. Por
consiguiente, Pablo escribió la Epístola a los Colosenses para hacer frente a este
problema.
UNA VISIÓN DEL CRISTO TODO-INCLUSIVO
Creo que éste es el momento más propicio para dar mensajes que hablen de cómo Cristo
es contrario a la cultura. Es de vital importancia que todos nosotros tengamos una
visión de lo todo-inclusivo que es Cristo. Cristo debe llegar a ser nuestro todo en nuestra
vida diaria. El Cristo que es la expresión de Dios y el misterio de la economía de Dios
vive ahora en nosotros. El Cristo que mora en nosotros no es un Cristo pequeño ni
limitado, sino Aquel que es la imagen del Dios invisible, la corporificación de la plenitud
de Dios y el enfoque central de la economía de Dios. Tal Cristo mora ahora en nosotros y
espera la oportunidad de extenderse en todo nuestro ser. Debemos vivir por Él
momento a momento. En nuestro vivir, no debemos darle cabida alguna a la cultura;
antes bien, debemos cederle todo el espacio que hay en nosotros al Cristo todo-
inclusivo, quien mora en nosotros como nuestra esperanza de gloria. Si tenemos esta
visión del Cristo todo-inclusivo que mora en nosotros, automáticamente renunciaremos
a nuestra cultura. Anteriormente, Cristo era reemplazado por la cultura, pero una vez
que recibamos esta visión, la cultura presente dentro de nosotros será reemplazada por
Cristo.
No debemos dejarnos engañar con palabras persuasivas ni permitir que nadie nos lleve
cautivos por medio de la filosofía, tradiciones o cultura humanas. Lo único que nos debe
preocupar es Cristo. Cristo debe ocuparnos, poseernos y controlarnos. En nuestro ser
interior, no debe haber ningún espacio para la filosofía ni para los principios
rudimentarios del mundo. Cada parte de nuestro ser interior debe ser ocupada por
Cristo y con Cristo. Para nosotros, Cristo es el verdadero Dios, la verdadera comida, la
verdadera bebida, el verdadero vestido y el auténtico sábado. Él es la realidad de todas
las cosas positivas. Por consiguiente, en nuestro ser no debemos dar cabida a ninguna
cosa que no sea Cristo.
En 2:18 Pablo nos exhorta a que no permitamos que nadie nos defraude y así nos prive
de nuestro premio. Nuestro premio es el pleno disfrute de Cristo. Incluso los que
llevamos años en el recobro del Señor no disfrutamos a Cristo de una manera plena.
Hemos sido privados de esto. A medida que recibamos la visión del Cristo todo-
inclusivo, recuperaremos nuestro premio. Si tenemos esta visión, nadie podrá privarnos
del pleno disfrute de Cristo. Cuando lo disfrutamos de esta manera, nos damos cuenta
de que Cristo es nuestra realidad. Esto lo expresa la estrofa de un himno que habla de la
experiencia de Cristo como realidad:
Himnos, #210
Puesto que Cristo es tal realidad para nosotros, debemos vivir por Él, y no por la cultura.
Yo espero que esta visión produzca una profunda aspiración dentro de nosotros.
Debemos orar: “Señor Jesús, quiero que Tú tomes el control de mi ser, quiero que Tú
me llenes y me poseas. Quiero cederte todo el espacio en mi ser. Señor, no quiero que
nada me limite y me impida experimentarte. Quiero disfrutarte sin ningún tipo de
limitación, restricción o confinamiento. Señor, sólo te deseo a Ti, y no la cultura. Quiero
vivir por Ti, y no por ninguna clase de cultura”.
VIVIR A CRISTO
No es necesario que nos propongamos llevar cierta clase de vida cristiana. Hoy Cristo es
el Espíritu todo-inclusivo y vivificante que mora en nosotros. Este Espíritu es el Dios
Triuno procesado que mora en nosotros. No debemos esforzarnos por ser amorosos,
amables o bondadosos. Esto no es vivir a Cristo. En lugar de proponernos hacer ciertas
cosas, deberíamos simplemente vivir por el Cristo que ahora es el Espíritu vivificante
que mora en nuestro espíritu. Deberíamos decirle: “Señor, no sé lo que significa ser
amable, humilde o bondadoso. Lo único que me importa es vivirte”. Cuando un
hermano se siente tentado a discutir con su esposa, debería decir: “Señor, ¿deseas Tú
discutir con mi esposa? Si Tú quieres hacerlo, entonces seré uno contigo en esto”. Del
mismo modo, cuando usted esté a punto de hablar con sus hijos, debe decirle al Señor
que en cuanto a esto usted quiere vivirlo a Él y que desea ser uno con Él, mientras Él
toma la iniciativa de hablar con sus hijos. Esto es vivir a Cristo. De nada sirve que nos
propongamos actuar de una manera determinada. Esto sencillamente no funciona.
Simplemente, lo que necesitamos es vivir a Cristo.
PERSEVERAR EN LA ORACIÓN
En 4:2 Pablo nos exhorta a perseverar en la oración. Pablo pretendía que nos
olvidáramos de todas las necesidades prácticas de la vida diaria y que simplemente nos
dedicáramos a la oración. Lo que él estaba diciendo era que debíamos orar con el
propósito de vivir a Cristo en todo lo que hacemos a diario. Como ya hemos dicho,
deberíamos orar mientras estamos a punto de conversar con nuestro cónyuge o con
nuestros hijos. Al orar, podemos decir: “Señor, soy uno contigo, y Tú eres uno conmigo.
Señor, estoy a punto de hablar con mis hijos. Señor, ¿quieres Tú tomar la iniciativa en
esto?” Esto es lo que significa perseverar en la oración, orar sin cesar.
En realidad, vivir a Cristo tiene mucho que ver con la oración. Para vivir por Cristo
debemos orar. Si usted decide salir de compras, pregúntele al Señor si a Él le agradaría
acompañarlo. Antes de comprar algo, pregúntele si a Él le place hacer esa compra.
Deberíamos consultar al Señor hasta en los detalles más mínimos. Hacer esto es
perseverar en la oración y, por ende, vivir a Cristo. La manera de vivir a Cristo consiste
en orar a Él todo el día.
CRISTO EN VOSOTROS
Lectura bíblica: Col. 1:27; Jn. 14:17, 20, 23; 15:4-5; Ro. 6:3; 8:9-11; 1 Co. 1:30; 6:17; 2
Co. 13:5; 2 Ti. 4:22a
La economía de Dios consiste en forjar a una persona maravillosa en nuestro ser. Esta
persona es el Cristo todo-inclusivo, quien es la realidad de todas las cosas positivas que
hay en el universo. Cristo es el Primogénito de toda creación. Él es tanto Dios como
hombre, porque Aquel que era el Dios eterno se encarnó en un momento determinado.
Por tanto, Cristo es el verdadero Dios y el verdadero hombre. Él posee todos los
atributos divinos y las virtudes humanas. Él es la realidad de: el amor, la vida, la luz, la
gracia, la humildad, la paciencia, el poder, la misericordia, la sabiduría, la justicia y la
santidad.
Cristo está estrechamente vinculado con la creación. Colosenses 1:16 dice: “En El fueron
creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e
invisibles; sean tronos, sean señoríos, sean principados, sean potestades; todo fue
creado por medio de El y para El”. Además, 1:17 dice: “Todas las cosas en El se
conservan unidas”. Así como los radios de una rueda se mantienen unidos o tienen
cohesión por estar adheridos al eje de la rueda, de la misma manera toda la creación se
conserva unida en Cristo.
Cristo, en Su resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Todo por lo
que Cristo atravesó, todo lo que es, y todo lo que logró, obtuvo y alcanzó constituyen los
ingredientes que se mezclaron con Él haciendo que Él sea el Espíritu todo-inclusivo.
Como tal, Él descendió sobre Su Cuerpo en el día de Pentecostés. En este Espíritu, se
halla Dios, el hombre, la encarnación, el vivir humano, la redención, la eficacia de la
muerte de Cristo, el poder de Su resurrección, la vida de resurrección, la ascensión, la
entronización, la autoridad de la Cabeza, el señorío. Ésta es la persona todo-inclusiva
que Dios desea forjar en nosotros, con miras al cumplimiento de Su economía. La
impartición del Cristo todo-inclusivo en nosotros tiene como fin que se cumpla el
propósito y plan eterno de Dios. Éste es nuestro Cristo, Aquel que amamos y
disfrutamos.
EN CRISTO
En 1 Corintios 1:30 se nos dice que por Dios estamos en Cristo Jesús. Anteriormente,
por nuestro nacimiento, estábamos en Adán. Pero Dios, el Padre, nos trasladó de Adán a
Cristo. En el momento en que creímos en el Señor Jesús e invocamos Su nombre,
fuimos trasladados de Adán a Cristo. Es por eso que después de haber creído en Cristo,
fuimos bautizados. Usando las mismas palabras de Romanos 6:3, fuimos bautizados en
Cristo Jesús.
El hecho de estar ahora en Cristo es algo maravilloso y glorioso. Sin embargo, esto no
deja de ser un asunto de posición. Esta posición nos da efectivamente el derecho y el
privilegio de participar en todo lo que Cristo es. Sin embargo, además de tener este
derecho y privilegio, debemos permitir que Cristo viva en nosotros. Ahora que estamos
en Cristo, Cristo quiere vivir en nosotros. Esto ya no es un asunto de posición sino de
experiencia y disfrute. El hecho de estar en Cristo es un asunto de posición; el hecho de
que Cristo esté en nosotros es un asunto de experiencia y disfrute. La medida en la que
disfrutemos a Cristo depende de la medida en que Él viva en nosotros.
Debemos entender claramente lo que significa decir que Cristo es contrario a la cultura.
A pesar de que Cristo está en nosotros, la cultura ocupa aún más espacio. Estamos llenos
de muchas cosas que no son Cristo. Algunas de ellas son nuestros gustos y disgustos,
nuestras preferencias y elecciones, nuestra pecaminosidad y mundanalidad. Cuanto más
de Cristo nos sea ministrado como gracia, más se eliminarán aquellas cosas que nos
ocupan. Sin embargo, aunque muchas cosas pecaminosas y mundanas pueden ser
eliminadas fácilmente, nuestra cultura aún persiste, no importa cuánta gracia sea
ministrada a nuestro ser.
Todo aquello en nosotros que no sea Cristo, nos impide experimentarle y disfrutarle
genuinamente. Esto se aplica especialmente a los elementos culturales que hay en
nosotros. Durante los años que llevamos en la vida de iglesia, muchas cosas fueron
eliminadas de nosotros a medida que nos era añadida la gracia. No obstante, hay algo
que persiste en nosotros de una manera muy sutil, ese algo es la cultura.
No solamente poseemos la cultura de nuestro país, sino también la cultura que nosotros
mismos hemos creado. Sin que estemos conscientes de ello, todos tenemos cierta clase
de cultura que hemos elaborado. Esta cultura no solamente se compone de ciertas
prácticas por las cuales nos conducimos diariamente, sino que además se ha convertido
en la norma de nuestro vivir. Siempre que tengamos esta norma, eso indica que nos
encontramos bajo la influencia de nuestra cultura. La cultura no simplemente tiene que
ver con la manera en que comemos o cosas semejantes. La cultura principalmente
implica ciertas normas. Interiormente, cada uno de nosotros tiene en su mente una
imagen de la clase de persona que debería ser. Ésta es una cultura fabricada por
nosotros mismos, la norma por la cual nos conducimos diariamente.
Cuando Dios llamó a Abraham, no le dio un mapa; más bien, la presencia del Señor era
el mapa viviente que Abraham tenía. Sin embargo, hoy la mayoría de los cristianos
prefieren tener cierta clase de “mapa” que los guíe cada día. Este “mapa” se va dibujando
subconscientemente según las normas que ellos han establecido para su vivir. Día a día,
ellos “guían su vehículo” basándose en este “mapa”. Cada vez que tenemos tal “mapa”,
automáticamente echamos al Señor a un lado, debido a que nuestras normas lo
reemplazan. Debido a las normas que nosotros mismos hemos elaborado para la vida
cristiana, no vemos la necesidad de buscar al Señor, de tener contacto con Él ni de
confiar en Él. En lugar de ello, vivimos conforme a nuestras propias normas. Algunos tal
vez digan que todos los días oran al Señor y le piden Su ayuda. En efecto, ellos piden al
Señor que los ayude, pero la ayuda que buscan es la que les permite cumplir los
requisitos de su norma. Esto es muy diferente de pedirle al Señor que nos guíe conforme
a Su persona. En lugar de ello, nosotros tenemos nuestras propias normas y después le
pedimos al Señor que nos ayude a vivir conforme a ellas. Esto es lo que significa vivir
según la cultura que nosotros mismos hemos elaborado.
Aparte de la cultura que nosotros mismos hemos creado, también tenemos la cultura
que subconscientemente hemos ido acumulando a través de la influencia de nuestro
entorno y nuestra crianza. Desde la niñez, muchos han sido enseñados a ser honestos,
humildes, amables y bondadosos. Esta cultura forma parte de su ser y espontáneamente
viven conforme a ella. Puede ser que aquellos que tienen esta cultura amen al Señor y
estén en la vida de iglesia. No obstante, en lugar de vivir a Cristo, ellos viven por su
cultura. Podemos vivir por la cultura que hemos heredado o por la cultura que nosotros
mismos fabricamos. En ambos casos, nuestro ser es ocupado y poseído por la cultura, y
no por Cristo.
Es crucial ver que Dios no quiere nada que no sea Cristo. Si tenemos esta visión,
desecharemos nuestra norma y anhelaremos ser uno con el Señor en nuestro espíritu,
momento a momento. El Cristo todo-inclusivo está ahora en nuestro espíritu. En 1
Corintios 6:17 se nos dice que el que se une al Señor es un espíritu con Él. En 2 Timoteo
4:22 Pablo dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Nuestra norma no debería ser la cultura
que hemos heredado ni la cultura que hemos elaborado nosotros mismos; nuestra
norma debe ser la unidad que experimentamos con el Señor en nuestro espíritu. No
intente ser una buena esposa o un buen esposo; simplemente sea un solo espíritu con el
Señor. Entonces usted vivirá a Cristo debido a que es realmente Cristo quien vive en
usted.
Dios nos puso en Cristo. Si vemos que nuestra cultura nos impide experimentar al Cristo
que mora en nosotros, comprenderemos que el Señor mora en nuestro espíritu como el
Espíritu vivificante y todo-inclusivo, y que somos un solo espíritu con Él. Necesitamos
vivir por el espíritu mezclado, tomándolo como nuestra norma. Si permitimos que
Cristo viva en nosotros cada día, espontáneamente viviremos por Él. De esta manera,
Cristo reemplazará nuestra cultura.
El problema de los santos de Colosas era que la mayoría de ellos habían sido engañados,
apartados de Cristo y llevados cautivos por la filosofía y las observancias religiosas. Ellos
habían tomado la filosofía y las observancias como su norma y vivían por ella. Esta
norma les impidió disfrutar y experimentar a Cristo. Fue por eso que Pablo los exhortó a
no permitir que nadie los privara de su premio (2:18).
El principio es el mismo hoy en día. El enemigo que está en nosotros es muy sutil. Todos
nosotros tenemos ciertas normas, ya sea heredadas o elaboradas por nosotros mismos.
Puesto que dichas normas son buenas, no las condenamos. No obstante, estas normas
positivas no son Cristo mismo. Dios no desea el bien que nosotros podamos producir; lo
único que Él quiere es Cristo. A los ojos de Dios, lo único que cuenta es Cristo. La
intención de Dios consiste en forjar a Cristo en nosotros a fin de que podamos
disfrutarlo plenamente. Cuando Cristo encuentre en nosotros plena libertad para ser
nuestro disfrute y nuestra experiencia, la cultura habrá sido eliminada de nosotros.
Éste es el momento propicio en que todos los que estamos en las iglesias escuchemos
este mensaje, recibamos esta visión y condenemos nuestras normas culturales. Entonces
comprenderemos que lo que Dios desea es Cristo y que Cristo hoy es el Espíritu
vivificante que está mezclado con nuestro espíritu. En lugar de vivir conforme a cierta
norma, simplemente debemos vivir por el Cristo que mora en nuestro espíritu. A
medida que vivimos en el espíritu, debemos permitir que Cristo tenga plena libertad en
todo nuestro ser. Entonces, le disfrutaremos, le experimentaremos y seremos liberados
de nuestra cultura.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA Y OCHO
CRISTO VIVE EN MÍ
Lectura bíblica: Col. 1:27; 3:4; Gá. 2:20a; Jn. 14:19-20; 15:4-5
A pesar de que Colosenses es una epístola breve, contiene muchos asuntos misteriosos.
El pensamiento que esta epístola presenta es muy profundo. Es por eso que es difícil
recitar de memoria los capítulos uno y dos.
En 1:15 Pablo dice además que Cristo es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de
toda creación. Según los versículos 16 y 17, todas las cosas fueron creadas en Él, por
medio de Él y para Él, y en Él todas ellas se conservan unidas. Además, por ser el
Primogénito de entre los muertos, Él es la Cabeza del Cuerpo, que es la iglesia (v. 18). En
el versículo 19 Pablo nos dice que agradó a toda la plenitud habitar en Él. En este
contexto, la palabra “plenitud” denota una persona viva, y no una cosa, porque una
sustancia o cosa impersonal no podría sentirse complacida respecto a algo. A esta
plenitud le agradó habitar en Cristo, en Aquel que es todo-inclusivo y que ha
reconciliado consigo todas las cosas (v. 20).
LA ECONOMÍA DE DIOS
A partir del versículo 24, Pablo comienza a hablar de la economía de Dios. ¿Qué es la
economía de Dios? Tal vez hayamos sido cristianos por muchos años y no sepamos qué
es la economía de Dios, o ni siquiera le hemos pedido a Dios que nos revele Su
economía. La economía de Dios tiene que ver con el hecho de que Él sea impartido en
nosotros. Sin embargo, implica mucho más que eso. La palabra griega traducida
economía, oikonomía, comunica la noción de cierto arreglo o administración. Por
consiguiente, la economía de Dios se refiere a un plan administrativo. En algunos
pasajes, como en 1:25, la mejor forma de traducir la palabra griega es “mayordomía”. La
economía de Dios es Su plan administrativo, Su mayordomía, por el cual Él dispensa
Sus riquezas a nosotros. Así como las familias ricas llevan a cabo una administración
para distribuir las riquezas a los miembros de la familia, Dios también realiza una
administración en Su economía para dispensar Sus riquezas a Sus hijos. ¡Alabado sea el
Señor porque somos miembros de la familia de Dios! La economía de Dios tiene como
fin impartir las riquezas inescrutables de Cristo en todos los escogidos de Dios para que
lleguen a ser sus hijos y miembros de la familia divina y universal. Como hijos de Dios,
nosotros estamos bajo Su plan administrativo, mediante el cual Él se forja en nuestro
ser.
EL CRECIMIENTO DE VIDA
Por supuesto, para que algo pueda crecer necesita tener vida. Una mesa no puede crecer
porque no tiene vida. En cambio, una planta crece porque está llena de vida. Por
ejemplo, mi esposa plantó una tomatera en nuestro patio. Estoy asombrado de ver todo
lo que ha crecido esa planta y la cantidad de tomates que ha producido. Debido a que ha
crecido tanto, tuvimos que ponerle estacas para sostenerla y encauzar su crecimiento. Se
necesitó de una economía para cuidar de esta tomatera.
Quisiera recordarles que después de que Dios había creado al hombre, lo puso en un
huerto, en un lugar de crecimiento. Dios no puso al hombre en una escuela donde
pudiera recibir educación, ni en una fábrica, donde pudiera elaborar cosas, sino en un
huerto, en un lugar donde la vida puede crecer. La necesidad en la iglesia hoy es crecer,
y para ello se requiere que tengamos vida.
Ahora haremos una pregunta de vital importancia: En qué consiste nuestra vida? Es
probable que todos nosotros contestemos que Cristo es nuestra vida. ¿Quién, entonces,
es Cristo? La vida que crece en la iglesia y que se requiere para que la iglesia pueda
crecer es Cristo. Pero, ¿quién es este Cristo? La respuesta a esta pregunta se encuentra
en Colosenses. Según este libro, Cristo es la plenitud de Dios, la imagen del Dios
invisible, el Primogénito de toda creación, el Primogénito de entre los muertos, Aquel en
quien toda la plenitud se agradó en habitar, el misterio de la economía de Dios, el
misterio de Dios, la realidad de todas las cosas positivas, y el constituyente del nuevo
hombre. Durante años hemos señalado que Cristo es vida, pero tal vez no hayamos
prestado la debida atención a lo que Cristo es. En resumen, el Cristo que es nuestra vida
lo es todo; Él es la realidad de todas las cosas positivas del universo. Ésta es la revelación
que se presenta en el libro de Colosenses.
Si vemos que Cristo lo es todo, espontáneamente nos daremos cuenta de que no somos
nada ni nadie. Usando las palabras de Gálatas 2:20, fuimos crucificados juntamente con
Cristo y Cristo vive en nosotros. Él es Aquel que es paciente, amable, bondadoso y que
está lleno de vida.
La intención de Dios es impartir a Cristo en nosotros para que Él sea nuestra vida y
nuestro todo. Dios quiere que Cristo sea nuestra justicia, santidad, humildad y
paciencia. Puesto que Cristo lo es todo, no es necesario que nosotros nos propongamos
hacer algo o ser alguien. Por el contrario, debemos simplemente ir al Señor y decir:
“Señor, gracias. Tú eres mi vida y mi todo. Tú eres el verdadero Dios y el verdadero
hombre. Cuando necesito amor, Tú eres amor. Cuando necesito humildad, Tú, Señor,
eres humildad. Todo lo que necesito, Tú lo eres”.
Dios no quiere que tratemos de ser buenos esposos, buenos padres o buenos hijos. Lo
que Dios quiere es una sola persona: Cristo. Sin embargo, no debemos predicar esto
prematuramente a nuestros hijos. En lugar de ello, lo primero que debemos hacer es
predicarnos a nosotros mismos que Dios no quiere que nos enmendemos, y que lo único
que Él quiere es Cristo. Él ha impartido a Cristo en nosotros como nuestra vida y
nuestro todo, a fin de que lo vivamos y Él more en nosotros. No es necesario que nos
esforcemos por ser amorosos. Nuestro amor es limitado; en cambio Cristo es amor, Él es
el amor ilimitado, y vive en nosotros.
Necesitamos recibir la visión celestial de que Dios, en Su economía, no desea nada que
no sea Cristo. Cristo es maravilloso. Él es tanto Dios como hombre; Él pasó por la
encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección, la ascensión y la
entronización. Todo lo que Cristo es y todo lo que Él ha obtenido y alcanzado ha sido
mezclado para ser el Espíritu todo-inclusivo. Ahora, vive en nosotros como Espíritu
todo-inclusivo y vivificante. ¡Cuán necio es no cederle todo el espacio a Él en nuestro
vivir! A pesar de que le amamos, es posible que sigamos limitándolo y restringiéndolo
con nuestros esfuerzos por ser buenos maridos o esposas cristianos. Seguimos tratando
de ser humildes, pacientes, amables y cariñosos por nuestra propia cuenta. Mientras
hagamos esto, no hay forma de que Cristo viva en nosotros.
En Juan 14, el Señor Jesús habló de Su muerte y Su resurrección. Refiriéndose a lo que
los discípulos iban a experimentar después de Su resurrección, Él dice en el versículo 19:
“Porque Yo vivo, vosotros también viviréis”. Fue después de Su resurrección que el
Señor pudo vivir en Sus discípulos y ellos pudieron vivir por Él, como consta en Gálatas
2:20.
Cristo quiere vivir en nosotros. Cuando Él vive en nosotros, nosotros vivimos por Él.
Pero hoy en día ¿dónde hay cristianos que le den a Cristo plena libertad para vivir en
ellos? Son muy pocos los cristianos que hacen esto. Incluso los que estamos en el
recobro del Señor no le cedemos a Cristo el espacio suficiente para que viva en nosotros;
antes bien, nos esforzamos por ser humildes y amorosos. Nos proponemos ser buenos
esposos o esposas, o buenos hermanos o hermanas. Por consiguiente, nosotros mismos
y nuestros propios esfuerzos ocupan ese espacio. Aunque nuestros esfuerzos nos fallen,
nos arrepentimos, oramos, pedimos al Señor que nos limpie, y luego volvemos a
intentarlo. Puede ser que nos sintamos contentos de la oportunidad de tener un nuevo
comienzo cada día, cada semana, cada mes o cada año para intentar ser una vez más un
cristiano apropiado. Quizás al finalizar el día, nos consolemos a nosotros mismos
pensando que a la mañana siguiente, tendremos una nueva oportunidad para seguir
intentándolo. Quizás hagamos esto mismo al final de una semana, mes o año.
Especialmente cuando termina un año y comienza un año nuevo, nos prometemos a
nosotros mismos que tendremos un nuevo comienzo. Tal vez demos completa
resolución a nuestro pasado, nos lamentemos de nuestros fracasos, nos arrepintamos de
nuestros errores, le pidamos perdón al Señor por el mal que hayamos cometido y luego
tratemos de tener un nuevo comienzo. Quizás digamos: “Que el pasado se quede atrás.
Ahora que comienza un año nuevo, yo puedo tener un nuevo comienzo”. No obstante,
rápidamente nos daremos cuenta de que nuestros mayores esfuerzos terminan en
fracaso.
Puesto que todos tenemos esta tendencia, siento la carga de hacerles ver que Dios no
desea que nos esforcemos por ser cristianos apropiados; lo único que Él quiere es que
vivamos a Cristo. Debemos renunciar a nuestros intentos de ser buenos maridos o
esposas y preocuparnos solamente por vivir a Cristo. Amémosle, tengamos contacto con
Él y seamos uno con Él. ¡Cuán cercano y disponible Él está! Él está en nosotros y es un
solo espíritu con nosotros, esperando a que le brindemos la oportunidad de vivir en
nosotros. Si queremos darle el lugar a Cristo para que viva en nosotros, debemos desistir
de todos nuestros esfuerzos. En lugar de pedirle al Señor que nos ayude en nuestros
esfuerzos, deberíamos orar: “Señor Jesús, separado de Ti no puedo hacer nada. ¡Cuán
insensato he sido al luchar con tanta tenacidad! Ahora, Señor, tengo la visión de que no
puedo hacer nada sin Ti. Señor, gracias por morar en mí. Te pido, Señor, que obres en
mí. Señor, te alabo porque Tú eres mi vida y porque Tú estás esperando la oportunidad
de vivir en mí. Señor, te doy las gracias porque yo estoy en Ti. Ahora estoy dispuesto a
darte plena libertad para que lo hagas todo y que seas el todo en mí”. Esto es lo que
significa que Cristo viva en nosotros.
Después de orar al Señor de esta manera, debemos volvernos a Satanás y ordenarle que
no nos tiente más a actuar fuera de Cristo. Dígale: “Satanás, no me tientes más de esta
manera. Puedo asegurarte que no puedo hacer nada independientemente de Cristo. Así
que, no trates de incitarme a hacer nada”.
En las reuniones de la iglesia, tal vez nos guste cantar: “Cristo vive en mí, Cristo vive en
mí”. Sin embargo, después de que se termina la reunión, somos nosotros los que
vivimos, y no Cristo. En lugar de que Cristo viva en nosotros, nuestro ser interior
permanece ocupado con nosotros mismos. Pero si recibimos la visión de que Cristo vive
en nosotros, desistiremos de nuestro obrar. ¡Cuán bienaventurado es no hacer nada y
permitir que Cristo viva en nosotros! El Señor no quiere que tratemos de reformar
nuestro comportamiento. Él no quiere que intentemos ser un buen marido o una buena
esposa. La vida cristiana consiste en que Cristo viva en nosotros. En tal vida, nosotros y
Cristo tenemos una sola vida y un solo vivir. Cristo vive en nuestro vivir. ¡Oh, es urgente
que recibamos esta visión! Debemos orar: “Señor, dame la visión de que Dios sólo
quiere una persona; que Él quiere que Cristo viva en mí”. Esta visión espontáneamente
pondrá fin a todos nuestros esfuerzos y a todo nuestro obrar. Esto hará que nos
tornemos de nuestros esfuerzos al Cristo que mora en nosotros.
El libro de Colosenses revela que Dios desea única y exclusivamente a Cristo. En esta
epístola, Pablo nos muestra que Dios no quiere nada que provenga de la cultura
humana. Dios no tiene interés alguno en la filosofía, la religión, las ordenanzas, las
observancias, ni ninguna clase de “ismo”. Dios sólo desea al Cristo maravilloso,
preeminente y todo-inclusivo, Aquel que es el todo y en todos. Aunque Cristo es todo-
inclusivo, Él mora en nosotros como nuestra vida. Como tal, espera la oportunidad de
poder vivir en nosotros. Él es viviente, real, accesible y está disponible. Por un lado, en el
trono, Él es Señor de todo; y por otro, es el Espíritu vivificante que mora en nosotros.
Tanto en la vida cristiana como en la vida de iglesia, Cristo lo es todo.
Si vemos esto, dejaremos todos nuestros esfuerzos. En la vida de iglesia, Dios no desea
que hagamos tantas cosas; simplemente quiere que Cristo viva y crezca en nosotros. Si
tenemos la visión de Gálatas 2:20, de que “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, jamás
daremos por sentado que podemos hacer algo. Desistiremos espontáneamente a todos
nuestros esfuerzos, debido a que estaremos conscientes de que no somos nada ni nadie y
que Cristo lo es todo. Como Aquel que mora en nosotros como nuestra vida, Él es
nuestro todo. Él es nuestra santidad, nuestro poder y nuestra sabiduría. Pero para esto,
debemos brindarle la oportunidad de ser nuestro todo. Si le concedemos el terreno libre,
Él será nuestro todo y lo hará todo. Esto es lo que significa permitir que Cristo viva en
nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE TREINTA Y NUEVE
VIVIR A CRISTO
Mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra, no vivió por Su vida humana. Aunque, como
hombre, Él era una persona perfecta y completa, y tenía Su propia vida, vivió por la vida
del Padre, y no por Su vida humana. Puesto que la vida del Padre es divina y eterna, el
Señor Jesús vivió por la vida divina. Tanto el Padre como Él tenían una sola vida y un
solo vivir. El Hijo vivía por la vida del Padre porque la intención del Hijo era expresar al
Padre. Puesto que el Hijo es la imagen, la expresión, del Padre, y puesto que vivió por el
Padre, el Hijo expresa plenamente al Padre. Aunque el Hijo vive, es el Padre quien es
expresado.
En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo claramente que el Padre viviente le había enviado y que
Él vivía por el Padre. El Padre envió al Hijo, y el Hijo vivió en la tierra por el Padre, por
causa del Padre, o mediante el Padre. Yo prefiero decir simplemente que el Hijo vivía al
Padre, porque el Padre era la vida del Hijo.
La Biblia revela que el Hijo es una semilla que ha de ser multiplicada en los creyentes.
Según Juan 12:24, el grano de trigo debe caer en la tierra y morir para producir muchos
granos en resurrección. Mientras el Señor Jesús anduvo en la tierra, vivió la vida del
Padre. Ahora, después de Su resurrección, Él ha llegado a ser nuestra vida. Él desea que
vivamos Su vida, y no nuestra propia vida natural. Como individuos, todos tenemos
nuestra propia vida. Pero Dios, en Su economía, no quiere que vivamos nuestra vida
natural; desea que vivamos a Cristo. Así como Cristo vivió al Padre, nosotros también
debemos vivir a Cristo.
Hemos mencionado que Cristo es contrario a nuestra cultura. La cultura que nosotros
mismos hemos elaborado y nos hemos impuesto, así como la cultura que hemos
heredado, pueden ser excelentes, pero mientras no sean Cristo mismo, constituirán un
estorbo que nos impedirá experimentar, disfrutar y vivir a Cristo. Para ver esto
claramente, necesitamos una visión celestial. Si tratamos de abandonar nuestra cultura
sin haber visto que Cristo es nuestra vida y nuestro todo, lo único que lograremos es
cambiar una clase de cultura por otra. Ser inculto también equivale a tener una cultura.
Los que son cultos tienen una cultura, y los que son incultos tienen también su cultura,
aunque de una índole muy distinta. Si nos percatamos de esto, entenderemos que no
servirá de nada que simplemente determinemos abandonar nuestra cultura. Aparte de
Cristo, todo lo que seamos o hagamos se relaciona de algún modo con la cultura. Cada
ser humano tiene su propia cultura. Una cultura puede ser avanzada o subdesarrollada,
refinada o burda; aun así, sigue siendo una cultura. Cuando el libro de Colosenses fue
escrito, los griegos tenían su cultura y los judíos la suya. Durante los miles de años de
historia, todos los pueblos de distintas razas y nacionalidades han tenido su cultura
particular. Lo que queremos resaltar es que todas las distintas culturas son contrarias a
Cristo y que Cristo es contrario a todas ellas. No importa de qué cultura se trate, ésta es
contraria a Cristo. Aparte de Él, todo lo que sea producido y desarrollado por el hombre
forma parte de la cultura.
No debemos intentar de nuestra cuenta hacer nada con respecto a la cultura que yace en
nuestro interior. Lo más importante es que tengamos la visión de la economía de Dios.
La economía de Dios consiste en forjar en nosotros a la persona viviente y todo-inclusiva
de Cristo. Según lo revelado en el libro de Colosenses, Cristo es la porción de los santos,
el Primogénito de toda creación, la imagen del Dios invisible, la Cabeza del Cuerpo, el
Primogénito de entre los muertos, Aquel en quien toda la plenitud se agradó en habitar,
el misterio de la economía de Dios, el misterio de Dios, la realidad de todas las cosas
positivas y el constituyente del nuevo hombre. Cristo lo es todo: Él es vida, luz, poder,
fuerza, justicia, santidad, bondad y todos los demás atributos divinos y virtudes
humanas. Debido a que Cristo es nuestro todo, Él es todo-inclusivo. La intención de
Dios en Su economía es forjar a este Cristo todo-inclusivo en nosotros. Como Aquel que
es todo-inclusivo, Cristo tiene los logros más elevados. Él ascendió a los cielos y fue
exaltado al lugar más alto del universo. Ahora, Él está sentado a la diestra de Dios.
Cristo fue entronizado y llegó a ser Señor y Cabeza de todos. Además, Él obtuvo todas
las cosas, pues todo le pertenece. Esta persona con todo lo que ha logrado y obtenido es
Aquel que Dios desea forjar en nuestro ser. ¿Cree usted sinceramente que esta persona
todo-inclusiva y viviente ha sido forjada en usted? Dudo que sean muchos los cristianos,
incluyendo a los que están en el recobro del Señor, que realmente crean esto.
El Cristo todo-inclusivo debe llegar a ser nuestra vida (3:4). Si Cristo no llega a ser
nuestra vida, entonces todo lo que es y todo lo que ha logrado y obtenido permanecen
como hechos objetivos. Él sigue siendo lo que es, y nosotros seguimos siendo lo que
somos. En estas condiciones, Él prácticamente no tiene nada que ver con nosotros, ni
nosotros con Él. Por lo tanto, en nuestra experiencia diaria, Cristo debe ser nuestra vida.
Sin embargo, quizás solamente hayamos recibido un conocimiento doctrinal de la Biblia
acerca de que Cristo es nuestra vida, pero no vivamos por Cristo de una manera práctica
cada día. En lugar de vivir por Cristo, vivimos demasiado tiempo por nuestra vida
natural.
Todos deberíamos reconocer que amamos nuestra propia vida, nuestra vida humana
natural. Tal vez digamos que aborrecemos nuestra vida, pero en realidad la amamos
mucho. Aun mientras usted testifica que odia su vida natural, en lo profundo de su ser,
sigue apreciando su vida y en su estimación es mejor que la de los demás. Por ejemplo,
quizás una hermana sienta interiormente que su vida es mejor que la de su esposo. Por
supuesto, un hermano tendrá sentimientos semejantes respecto a su esposa. Sin
excepción, todos tenemos un alto concepto de nuestra vida natural.
Además de tener en alta estima nuestra vida natural, todos nosotros estamos
acostumbrados a usarla, es decir, vivimos conforme a ella. En el transcurso de los años,
nos hemos acostumbrado a vivir por nuestra propia vida. Aun más, nos hemos esforzado
por refinar nuestra vida natural. Mediante la educación que hemos recibido en nuestro
hogar, nuestra vida natural ha sido refinada en cierta medida. El sistema educativo y la
religión la han refinado aun más todavía. Incluso debemos reconocer que nuestra vida
natural ha sido refinada a través de nuestra participación en la vida de iglesia local. Un
hermano que lleve varios años en la vida de iglesia será mucho más refinado de lo que
era antes de entrar en la vida de iglesia. Algunas de las personas más refinadas de este
país se pueden encontrar en la vida de iglesia. No obstante, la iglesia debería acabar con
la vida natural y sepultarla, en lugar de refinarla de esa manera. La mayoría de nosotros
no hemos sido sepultados por la iglesia; antes bien, hemos sido refinados por ella. Tal
vez antes de entrar en la vida de iglesia, usted era semejante a un trozo de cobre sin
brillo, pero ahora, después de haber sido refinado por la vida de iglesia, usted es
semejante a un trozo de cobre pulido y brillante. Aunque el cobre pulido se parezca al
oro, no es oro. Del mismo modo, aunque nuestra vida natural sea muy refinada y pulida,
no es Cristo. En las iglesias hay demasiado cobre pulido y muy poco oro; se ve
demasiado la vida natural y no mucho de Cristo.
Cuando no vivimos a Cristo, vivimos según nuestra propia filosofía. Cuando aconsejaba
a los santos a ser equilibrados y moderados en su vida matrimonial, yo les estaba
ministrando filosofía, y no las riquezas de Cristo. En aquella época, mi filosofía consistía
en una mezcla de la Biblia y algunas enseñanzas éticas con las cuales me educaron. Por
consiguiente, lo que les compartí a los santos acerca de la vida matrimonial era mera
cultura, y no Cristo. En cierto sentido, mi filosofía era bastante buena. Yo podía
defenderla basándome en algunos versículos del Nuevo Testamento que exhortan a las
esposas a someterse a sus maridos, y a los maridos a amar a sus esposas. Incluso me
parecía que de cierto modo mi filosofía superaba la de Confucio. Confucio nunca enseñó
que una esposa debe ser equilibrada por su marido y que un esposo debe ser moderado
al llevar la carga de cuidar a su esposa e hijos. Si examinamos la vida matrimonial aparte
de Cristo, tal vez estaríamos de acuerdo con esta filosofía. No obstante, aun cuando esta
filosofía sea correcta, no es Cristo, y sólo sirve para refinar nuestra vida natural.
MINISTRAR A CRISTO
Si hemos de disfrutar y experimentar a Cristo, siendo un solo espíritu con Él, debemos
abandonar todas las normas, reglas, preceptos, y principios que hemos elaborado para
nosotros mismos. Decir a los demás que deben ser equilibrados y moderados es tener
comunión con ellos conforme a una norma. Hoy en día, no ministro una norma;
simplemente ministro a Cristo. Quiero animar a todos los santos a que desistan de
elaborar normas y reglas, y que más bien tengan continuo contacto con Cristo, quien es
el Espíritu vivificante. Si usted es una persona lenta, no trate de actuar rápidamente; si
siempre hace las cosas con rapidez, no se esfuerce por hacerlas lentamente. En lugar de
buscar el equilibrio, simplemente viva a Cristo. Permita que Cristo sea su norma, su
regla, su principio y su meta.
DEBEMOS MANTENERNOS
EN UNA ACTITUD DE ORACIÓN
Las experiencias que tenemos cuando oramos genuinamente deberían ser el modelo de
nuestra experiencia diaria con el Señor. Esto quiere decir que lo que experimentamos en
nuestra vida diaria debería ser idéntico a lo que experimentamos en la oración. Sin
embargo, la mayor parte del tiempo vivimos conforme a la vida natural, y no según
Cristo. Para vivir a Cristo, es necesario perseverar en la oración, orar sin cesar. Debemos
permanecer en una actitud de oración. Es allí donde somos un solo espíritu con el Señor.
Él es nuestra vida, nosotros lo vivimos a Él, y espontáneamente somos santos,
espirituales y victoriosos. No tenemos noción alguna de que necesitamos equilibrarnos.
En lugar de normas, principios y reglas, tenemos a Cristo de una manera experimental y
práctica. Cada vez que procedemos en una actitud de oración, somos uno con Cristo, y
Él es nuestra vida. Esto es lo que significa vivir a Cristo.
Las enseñanzas que di hace muchos años con respecto a ser equilibrados y moderados,
no ministraban a Cristo ni ayudaron a los santos para que tuvieran un contacto directo y
viviente con Cristo. En lugar de tratar de refinarnos, necesitamos llevar cierta clase de
vida que exprese a Cristo directamente. Dios no nos dio santidad, victoria ni
espiritualidad; Él nos dio Cristo, una persona viviente y todo-inclusiva. Lo que Dios
desea es esta persona, y no ninguna virtud o atributo. Por consiguiente, nuestra
necesidad es tener contacto con esta persona viviente en oración. Luego necesitamos
mantenernos en una actitud de oración. Si hacemos esto, viviremos a Cristo
espontáneamente. Además, seremos liberados de nuestra cultura sin tener que intentar
ajustarnos o corregirnos. Todo lo que no es Cristo se desvanecerá. Cristo será todo lo
que necesitamos: vida, luz, gracia, consuelo, salud, fuerza, humildad, paciencia, bondad,
mansedumbre. Cuando lo tenemos a Él, tenemos todos los atributos divinos y las
virtudes humanas. Además, en nuestra experiencia, la Biblia llega a ser viviente y llena
de luz.
En este mensaje, mi carga es que nuestros ojos sean abiertos para ver que lo que Dios
desea es que Cristo se exprese en nuestro vivir desde nuestro interior. A Dios no le
preocupa si somos equilibrados, sino si somos uno con Cristo y si vivimos a Cristo. Dios
quiere que vivamos a Cristo. Tal vez usted sea joven, pero debe vivir a Cristo, y no la vida
típica de un joven. Tratar de ser equilibrados, moderados o refinados no es la manera en
que se vive a Cristo. La manera de vivir a Cristo consiste en que por medio de la oración
tengamos contacto con Cristo, quien es el Espíritu vivificante que mora en nosotros. Si
nos ejercitamos para orar hasta lograr mantenernos en una actitud genuina de oración,
viviremos espontáneamente a Cristo. Yo puedo testificar que esto es real y que todos
podemos experimentarlo.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA
Aunque el libro de Colosenses es breve, la revelación que contiene es más elevada que la
de cualquier otro libro de la Biblia. Podemos comparar la Biblia al monte Sion, el cual
tiene varias cimas. Colosenses es la “cima” más elevada de la Biblia.
UNA COMPARACIÓN
Si comparamos Colosenses con el Evangelio de Juan, esto nos ayudará a ver cuán
elevada es la revelación que se presenta en Colosenses. La mayoría de nosotros aprecia
el Evangelio de Juan debido a que es un libro de vida. También es un libro acerca del
misterio de la vida. Sin embargo, aunque el Evangelio de Juan es misterioso, la
revelación que contiene no tiene comparación con la revelación que vemos en
Colosenses. El Evangelio de Juan empieza diciendo: “En el principio era el Verbo, y el
Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. En 1:18, Juan añade: “A Dios nadie le vio
jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer”.
Colosenses no nos dice que el Verbo era Dios, pero sí nos dice que Cristo es “la imagen
del Dios invisible” (1:15). Las palabras y expresiones que Pablo usa aquí son
maravillosas. Luego, en aposición a esta cláusula, Pablo continúa en el mismo versículo
diciendo que Cristo es el “Primogénito de toda creación”. Esto indica que “Primogénito
de toda creación” es una frase equivalente a “la imagen del Dios invisible”. Esto
comprueba que el Primogénito de toda creación es la imagen misma del Dios invisible.
Leamos Juan 1:3: “Todas las cosas por medio de El llegaron a existir, y sin El nada de
cuanto existe ha llegado a la existencia”. Comparemos esto con lo que dice Pablo en
Colosenses 1:16-17 : “Porque en El fueron creadas todas las cosas, las que hay en los
cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean señoríos, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de El y para El. Y El es antes de
todas las cosas, y todas las cosas en El se conservan unidas”. Es fácil repetir de memoria
Juan 1:3, pero es difícil aprender de memoria Colosenses 1:16-17 , pues son versículos
mucho más complejos. Conforme a Colosenses, el Cristo que recibimos como nuestro
Salvador y nuestra vida es la imagen del Dios invisible. Además, Aquel que es la imagen
de Dios es el Primogénito de toda creación porque en Él, por medio de Él y para Él
fueron creadas todas las cosas. Además, vemos en 1:17 que Cristo es antes de todas las
cosas y que todas las cosas en Él se conservan unidas. Esto se refiere a la preexistencia
eterna de Cristo y al hecho de que todas las cosas se conservan unidas en virtud de
Cristo, quien es el centro que las sostiene, al igual que las radios de una rueda se
conservan unidos por el eje. La revelación contenida en estos versículos excede nuestra
capacidad para entenderla plenamente.
En 1:18 Pablo dice además que Cristo es la Cabeza del Cuerpo, la iglesia, y que Él es el
principio, el Primogénito de entre los muertos. Luego, leemos en el versículo 19: “Por
cuanto agradó a toda la plenitud habitar en El”. La plenitud consta de más de un
aspecto. Por tanto, Pablo se esmera en especificar que a toda la plenitud, la plenitud con
sus varios aspectos, le agrada habitar en Cristo. Entre los diferentes aspectos de la
plenitud, tenemos la plenitud respecto al hecho de que Él es el Primogénito de toda
creación, la plenitud respecto al hecho de que Cristo es antes de todas las cosas, la
plenitud relacionada con el hecho de que la creación llegó a existir en Él, por medio de
Él y para Él, la plenitud respecto al hecho de que Él es el Primogénito de entre los
muertos, y la plenitud relacionada con el hecho de que Él es la Cabeza de la iglesia. A
toda esta plenitud no sólo le agradó habitar en Cristo, sino también reconciliar consigo
todas las cosas. ¿Dónde más podemos encontrar una revelación que se compare a ésta?
En 1:25 vemos que Pablo fue hecho ministro, según la mayordomía de Dios, “para
completar la palabra de Dios”. La palabra de Dios es la revelación divina. Sin lugar a
dudas, Colosenses forma parte del completamiento de la revelación divina mediante
Pablo. Sin esta epístola, la revelación divina no estaría completa. Puesto que Colosenses
forma parte de la palabra que completó la revelación divina, la revelación presentada en
este libro es sumamente elevada y rica. Debido a que esta revelación es tan elevada y lo
que escribe Pablo es tan complejo, no muchos de los cristianos entienden certeramente
esta epístola. Creemos que ahora, al final de esta era, el Señor está abriendo este libro
para el bien de Su propósito.
Es relativamente fácil hablar del Cristo objetivo, pero es difícil suministrar a este Cristo
en los santos para que Él llegue a ser subjetivo para ellos. Para esto, Pablo laboraba,
luchando según la operación de Dios que actuaba en él con poder (v. 29). Pablo
trabajaba, luchaba y sufría, a fin de que Cristo fuese suministrado a los santos y ellos lo
pudiesen experimentar. La meta de Pablo al laborar de esta manera era “presentar
perfecto en Cristo a todo hombre”. Su objetivo era ministrar a Cristo a los demás, a fin
de que ellos llegasen a ser perfectos y completos al madurar con Cristo hasta alcanzar el
pleno crecimiento. Primero, Pablo se esforzaba por ministrar a Cristo en los santos. Es
por eso que en 1:27 él dice “Cristo en vosotros”, y más adelante dice que luchaba por los
santos, a fin de presentar “perfecto en Cristo a todo hombre”. Por un lado, era necesario
que Cristo estuviera en los santos; por otro, los santos debían madurar en Cristo. Esto
exige mucha labor, incluso el hecho de luchar según la operación divina.
No es fácil ayudar a los santos a experimentar al Cristo que se revela en el capítulo uno
de Colosenses. En 2:1 Pablo habló de la gran lucha que él sostenía por causa de los
creyentes de Colosas y Laodicea. Si deseamos que otros comiencen a experimentar al
Cristo todo-inclusivo de una manera práctica, es necesario que también laboremos en
favor de ellos.
Respecto a este desarrollo, Pablo dice que él luchaba por los santos para que sus
corazones fuesen consolados, entrelazados en amor. Pablo era consciente de la
importancia de que los corazones fueran consolados y alegrados. Puedo testificar que si
nuestros corazones no están contentos, es muy difícil experimentar a Cristo. Por
ejemplo, un día me sentí descontento por la manera en que me trató el personal de una
aerolínea y por la posibilidad de tener que esperar un vuelo varias horas. Como no quise
seguir descontento, oré y dije: “Señor, alégrame mientras espero tres horas hasta la
llegada del próximo vuelo”. En aquella ocasión pude ver, tal como lo veo ahora, que es
difícil experimentar al Cristo todo-inclusivo a menos que nuestro corazón esté contento.
Cuando hay descontento en nuestro corazón, en nuestra experiencia nos parece que
Cristo estuviera muy lejos de nosotros. Si usted quiere experimentar al Cristo todo-
inclusivo, no permanezca enojado con su marido o esposa. Usted debe orar y pedirle al
Señor que le quite todo su descontento. Puesto que Pablo conocía la importancia de que
el corazón fuese consolado, él luchó por los santos para que sus corazones fueran
reconfortados y así tuviesen el “pleno conocimiento del misterio de Dios, Cristo”.
En 2:6-7 encontramos más aspectos acerca del hecho de experimentar a Cristo de una
manera práctica. El versículo 6 dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al
Cristo, a Jesús el Señor, andad en El”. Para experimentar a Cristo de una manera
práctica, primero debemos recibirlo a Él y luego andar en Él.
En el versículo 7 Pablo añade: “Arraigados y sobreedificados en El, y confirmados en la
fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracia”. Aunque ya
fuimos arraigados en Cristo, debemos avanzar para ser sobreedificados en Él y ser
confirmados en la fe. Todos estos asuntos, incluyendo el de abundar en acciones de
gracia, están relacionados con la experiencia práctica.
El versículo 8 dice: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y huecas
sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y
no según Cristo”. Este versículo habla de tres cosas negativas: la filosofía y las huecas
sutilezas, las tradiciones, y los rudimentos del mundo. Estas cosas negativas son
contrarias a Cristo. Debemos ser vigilantes para no ser llevados cautivos por estas cosas.
En el versículo 9 Pablo explica que en Cristo “habita corporalmente toda la plenitud de
la Deidad”. Puesto que tenemos a este Cristo, ¿qué necesidad tenemos de la filosofía, de
las tradiciones de los hombres, o de los rudimentos del mundo?
En 2:18 Pablo nos da otra advertencia: “Que nadie, con humildad autoimpuesta y culto a
los ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio, hablando
constantemente de lo que ha visto, vanamente hinchado por la mente puesta en la
carne”. El premio mencionado aquí es Cristo como nuestro deleite. Pablo nos advierte
que no debemos permitir que nadie nos prive de disfrutar a Cristo valiéndose de asuntos
como la humildad, la mejor de las virtudes humanas, y del culto a los ángeles, una forma
refinada de religión.
En los versículos 20 y 21 Pablo habla acerca de las ordenanzas. En estos versículos dice:
“Si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si
vivieseis en el mundo, os sometéis a ordenanzas (no manejes, ni gustes, ni aun toques”.
Como lo indica Pablo en el versículo 22, éstas son cosas que “se destruyen con el uso)”.
En 2:8, 18 y 20, Pablo menciona varios asuntos: la filosofía, las tradiciones, los
rudimentos del mundo, la humildad, el culto a los ángeles y las ordenanzas. En realidad,
todos estos asuntos pueden resumirse en una sola palabra: cultura. La filosofía es uno
de los mejores productos de la cultura humana. Las tradiciones también tienen que ver
con la cultura. De hecho, las tradiciones provienen de la cultura, y la cultura está
corporificada en las tradiciones. Donde no hay cultura, no hay tradición alguna, y donde
no hay ninguna tradición, no puede haber cultura. Asimismo, los rudimentos del
mundo, que son los principios rudimentarios de las enseñanzas básicas, son también
aspectos de la cultura. La humildad es una virtud que encontramos entre la gente más
culta. Cuanto más refinada y culta sea una persona, más humilde será, pero cuanto más
inculta y salvaje sea una persona, menos humilde será. Por lo tanto, la humildad está
íntimamente relacionada con el refinamiento cultural. Además, quienes adoran ángeles
son personas de un alto nivel cultural. La gente de una cultura inferior adoran animales,
pero quienes adoran ángeles son personas más cultas. En realidad, el culto a los ángeles
es una forma refinada de idolatría, una práctica que todavía hoy se encuentra en el
catolicismo. Algunas personas justificarían el culto a los ángeles argumentando que esto
es mejor que adorar animales. Por último, las ordenanzas del hombre están relacionadas
con su cultura. Las ordenanzas son las reglas que se relacionan con nuestra manera de
vivir. Un ejemplo de esto son los modales que hay que guardar en la mesa. Cuanto más
culto sea un pueblo, más ordenanzas tendrá. Cuanto más culta sea una persona, más
razones tendrá para decir: “No manejes, ni gustes, ni aun toques”.
La iglesia en Colosas había sido invadida por una mezcla de cultura judía y griega. Los
elementos del gnosticismo y ascetismo se habían infiltrado en la vida de iglesia. Tanto el
gnosticismo como el ascetismo son productos de culturas altamente desarrolladas. Los
que practican el ascetismo, que consiste en tratar severamente el cuerpo, son
generalmente personas refinadas, cultas.
Debemos recordar que el libro de Colosenses no fue escrito para confrontar el pecado ni
la ley, sino para hacer frente a la cultura. El Cristo que se revela en Colosenses no se
puede experimentar, a menos que los obstáculos culturales sean expuestos y eliminados.
Es posible conservar nuestra cultura y a la vez experimentar al Cristo que se revela en
otros libros del Nuevo Testamento, pero para experimentar al Cristo todo-inclusivo que
se revela en Colosenses tenemos que condenar el obstáculo que representa nuestra
cultura.
VIVIR A CRISTO
Algunos de los que han visto la importancia de desechar la cultura, tal vez digan que ya
han hecho esto. Es posible que los santos estadounidenses digan que han abandonado
su cultura americana, y los creyentes chinos digan haber abandonado su cultura china.
No obstante, tal vez no hayan abandonado la cultura que ellos mismos han fabricado y
desarrollado. En realidad, es posible que al abandonar nuestra cultura, simplemente nos
inventemos otra cultura: la cultura de abandonar la cultura. En tal caso, reemplazamos
nuestra cultura, mas no con Cristo, sino con una cultura anticultural. Lo importante
aquí no es abandonar nuestra cultura, sino vivir a Cristo. El resultado no es la cultura
contra la no cultura, sino la cultura contra Cristo. Lo que debe importarnos es Cristo y
vivir por Él. Por consiguiente, lo importante aquí no es que, por el lado negativo,
tratemos de abandonar nuestra cultura, sino que, por el lado positivo, vivamos a Cristo.
Los niños deben ser criados conforme a ciertas normas culturales. De lo contrario, serán
salvajes e incontrolables. Sería un grave error que los padres cristianos les dijeran a sus
hijos que no necesitan la cultura, sino que simplemente deben disfrutar a Cristo. Los
niños necesitan la cultura hasta que sean lo suficiente maduros para experimentar a
Cristo y vivir por Él. Todo aquel que no ha recibido a Cristo debe tener cultura para vivir
correctamente. La sociedad de hoy necesita la cultura. Cuanto más culta es la gente,
menos necesita ser controlada por la policía o por los tribunales. Quiero poner muy en
claro que de ninguna manera estoy diciendo que debemos simplemente abandonar
nuestra cultura. En lugar de tratar de desechar nuestra cultura, debemos preocuparnos
por ganar a Cristo. Cuanto más tengamos de Cristo, menos necesitaremos vivir por la
cultura.
En realidad, todo lo que tenemos que no es Cristo, es alguna forma de cultura. Por
ejemplo, el hecho de comer con cuchillo y tenedor es un aspecto cultural, así como
también el hecho de comer con palillos. Todos tenemos nuestra propia cultura que
hemos creado y nos hemos impuesto. Eso significa que todos tenemos nuestra manera
particular de vivir. Usted vive a su manera, y yo vivo a mi manera. Vivir conforme a
nuestra manera es vivir conforme a nuestra cultura. Como ya hemos mencionado, éste
es el obstáculo más grande que nos impide disfrutar a Cristo. Por consiguiente,
preocupémonos cada vez más por experimentar a Cristo y por vivirlo a Él de una manera
práctica cada día.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA Y UNO
El libro de Colosenses revela a Cristo de una manera muy exhaustiva. Esta revelación
supera grandemente a todo lo que la mayoría de los cristianos ha visto de Cristo. Los
cristianos saben que Cristo es Dios y que Él se hizo hombre, que vivió sobre la tierra,
que murió en la cruz por nuestros pecados como nuestro Redentor, que fue sepultado,
que resucitó al tercer día, que ascendió a los cielos y que fue entronizado como Señor y
Cabeza de todo. Ahora Cristo es el soberano Señor de señores y Rey de reyes. Un día, Él
regresará para reinar sobre la tierra y establecer Su reino. En cuanto a esto se han
escrito muchos libros. Por supuesto, esta revelación general de Cristo es correcta, pero
es limitada. No se compara con la revelación exhaustiva de Cristo que encontramos en
Colosenses.
Algunas personas me han aconsejado que no traspase los límites de la teología general
del cristianismo actual. Recomiendan que simplemente predique y enseñe de una
manera general. Hace más de treinta años, vi que Cristo es el Espíritu vivificante, y sentí
la carga de ministrar esta verdad a los demás. Algunos amigos íntimos se ofendieron y
comenzaron a darme advertencias en amor hasta que finalmente se opusieron a mí.
Algunos de ellos reconocieron que la Biblia sí revela que Cristo es el Espíritu. No
obstante, me pidieron que no enseñara esto para evitar ofender a otros cristianos. Yo les
contesté: “Ya que ustedes reconocen que la Biblia sí revela que Cristo es el Espíritu, les
pido que por favor me concedan la libertad de ministrar acerca de este asunto. Tal vez
ustedes le tengan miedo al cristianismo, pero yo no. Si Martín Lutero hubiera tenido
una actitud como la de ustedes, ¿cómo habría tenido lugar la Reforma? La Iglesia
Católica se aferraba a la idea de que la salvación es por obras. Sin embargo, Lutero vio
que la salvación no viene por las obras, sino por la fe, y tuvo la valentía de declarar esto
conforme a la Biblia”.
No debemos permitir que la visión limitada de Cristo que tienen tantos cristianos nos
impida avanzar. Cristo es infinitamente vasto; Él es ilimitado. La Biblia incluso habla de
“las inescrutables riquezas de Cristo” (Ef. 3:8). Si bien las riquezas de Cristo son
inescrutables, muchos cristianos lo limitan a Él con su teología y sus enseñanzas. Tienen
solamente una comprensión básica acerca de Él. Cristo, el Salvador en quien hemos
creído, no es limitado. Él es inagotable, todo-inclusivo e ilimitado. Nadie puede describir
lo grande que Él es. Puesto que Él es ilimitado, la revelación acerca de Él debe ser
también ilimitada. En este respecto, el libro de Colosenses es crucial. Sin esta epístola,
sería difícil darnos cuenta de que la revelación de Cristo es ilimitada y exhaustiva.
En 1970 algunos opositores en Hong Kong declararon que el Cristo en el cual creemos es
el Creador, pero negaron que Él es también una criatura. Estaban seguros de tener la
razón, y nos condenaron por decir que Cristo es tanto el Creador como el primero entre
las criaturas. Yo les pregunté como Cristo podía ser un hombre y no ser una criatura.
¿No es acaso el hombre una criatura? Si Cristo no fuese una criatura, ¿cómo podría Él
tener un cuerpo de carne y sangre? ¿Cómo pudo ser clavado en la cruz si fuese
solamente el Creador divino y espiritual? Es muy peligroso tener solamente un poco de
conocimiento, pues esto nos impide ver la revelación exhaustiva de Cristo según las
Escrituras. Una razón por la cual se escribió el libro de Colosenses era presentar una
revelación tan exhaustiva de Cristo.
Cuando el libro de Colosenses fue escrito, Asia Menor consistía en un crisol de culturas.
En Asia Menor, había una mezcla de cultura griega y judía, y más concretamente, de
filosofía griega y religión judía. Por medio del ministerio de Pablo, se habían establecido
iglesias en esa región. A estas iglesias les resultó muy difícil resistir la invasión de la
religión judía y de la filosofía griega. La iglesia en Colosas era como una isla en medio
del océano de las culturas judía y griega. Finalmente, la ola de la cultura irrumpió en la
iglesia e inundó la vida de iglesia. A causa de ello, la iglesia fue saturada de conceptos
judíos y de ideas filosóficas griegas. En particular, se introdujo una forma de
gnosticismo en la vida de iglesia. El gnosticismo enseñaba que las cosas materiales son
intrínsecamente malignas. Había varias ordenanzas acerca del manejo de las cosas
materiales. Puesto que la iglesia en Colosas había sido invadida por estas ideas
filosóficas, Cristo fue reemplazado, y los santos no vivieron por Él. En lugar de ello,
vivieron por sus conceptos filosóficos.
TODAS LAS COSAS FUERON CREADAS EN CRISTO
Muchos científicos reconocen que en el universo existe cierta clase de poder que
conserva todas las cosas unidas. Este poder que sostiene, el cual es el eje, el centro, del
universo, es Cristo. Puesto que Cristo es este poder que sostiene, todas las cosas,
incluyendo las serpientes, los escorpiones y las ranas, se conservan unidas en Él. Sin
Cristo, el universo y todo lo que contiene se derrumbaría. Lo que nos sostiene no es la
tierra, sino Cristo. Nuestra existencia es sustentada por Cristo, en quien todas las cosas
se conservan unidas.
Pablo presentó una revelación tan exhaustiva de Cristo con el fin de ayudar a los santos
a liberarse de sus conceptos culturales. Conforme a Hechos 10, para Dios no hay
ninguna diferencia entre los animales y reptiles que son limpios y los que son inmundos.
Pedro, al no estar dispuesto a obedecer a la voz que le ordenaba matar y comer, seguía
actuando conforme a su preferencia cultural. Aferrarnos a nuestras preferencias nos
hace disensiosos y nos impide tomar consciencia del nuevo hombre. En el nuevo
hombre, no hay lugar para judío ni griego, ni para circuncisión ni incircuncisión.
Tampoco hay lugar para bárbaros ni escita. En el nuevo hombre, todo el espacio es para
Cristo. Cristo es el todo y está en todos. Esto significa que Cristo es cada parte del nuevo
hombre y que Él está en cada parte. La meta de esta revelación exhaustiva es que todos
vivamos a Cristo. Si vivimos a Cristo, no nos importará la clase de comida que nos
sirvan. Al visitar otros lugares, no diremos que por ser cristianos no podemos comer de
ciertos alimentos. Estas preferencias no forman parte del vivir del nuevo hombre.
LA PREOCUPACIÓN DE PABLO
CON RESPECTO A LA CULTURA
El libro de Colosenses revela a Cristo de una manera exhaustiva con el fin de acabar con
nuestra cultura. La cultura es un sustituto de Cristo, que es muy sutil y oculto. Todos
condenamos el pecado, pero no la cultura. Hace poco, el Señor me mostró que mientras
en 1 Corintios se confrontan asuntos pecaminosos y en Gálatas se habla en contra de la
religión y la ley, en Colosenses se hace frente a la cultura. La filosofía, las tradiciones, y
los rudimentos del mundo constituyen aspectos de la cultura. Del mismo modo, los
distintos “ismos”, como el ascetismo y el gnosticismo, son aspectos de la cultura. Así
comencé a prestar más atención al paralelo entre 1 Corintios 12:12 y 13, Gálatas 3:27 y
28, y Colosenses 3:10 y 11. Si usted lee estos versículos detenidamente, observará que en
1 Corintios 12:12 y 13 y Gálatas 3:27 y 28, no se hace ninguna mención de bárbaros ni
escitas, mientras que en Colosenses 3:11 se menciona la circuncisión, la incircuncisión,
los bárbaros y los escitas. Esto indica que en Colosenses, Pablo está confrontando la
cultura. Los escitas eran el pueblo más salvaje. En su libro Word Studies in the New
Testament [Estudios de palabras del Nuevo Testamento], M. R. Vincent comenta acerca
de 3:1 que los escitas ofrecían sacrificios humanos, que después de matar a sus enemigos
les quitaban el cuero cabelludo y en ocasiones los desollaban, y que incluso usaban el
cráneo de sus enemigos como vasos para beber. Los bárbaros mencionados en este
versículo incluían a todos aquellos que no eran ni griegos ni judíos. Esto es una clara
evidencia de que en Colosenses Pablo estaba preocupado con respecto a la cultura
humana. Incluso la circuncisión y la incircuncisión, aunque están relacionadas con la
religión, también tienen que ver con la cultura.
En el transcurso de los siglos, no son muchos los cristianos que han podido entender
plenamente el libro de Colosenses. Por un lado, no han visto cuán exhaustiva es la
revelación de Cristo presentada en esta epístola. Por otro, no han visto que esta epístola
fue escrita para hacer frente a la cultura. Es importante que nos demos cuenta de que la
cultura es el mayor sustituto de Cristo.
Por la misericordia y la gracia del Señor, a nosotros, quienes estamos en el recobro del
Señor, no nos importa nuestra cultura. Algunos pensarán que están exentos de la
cultura, pero en realidad cada uno de nosotros, sin excepción alguna, tiene su cultura
personal e individual, una cultura que nosotros mismos hemos elaborado y que nos
hemos impuesto. Además, es posible que aquellos que llevan muchos años en la vida de
iglesia tengan una cultura basada en la iglesia local. Después de entrar en el recobro y
empezar a reunirse con los santos en la iglesia, algunos espontáneamente empezaron a
conformarse a la vida de iglesia. Algunas hermanas dejaron de maquillarse y otros de ir
al cine, mas no porque estuvieran viviendo a Cristo, sino por conformarse a la vida de
iglesia. Tal vez algunos se corten el cabello de cierta manera por la misma razón. Otros
quizás testifiquen que hacen ciertas cosas porque aman a Cristo y la iglesia. Sin
embargo, una cosa es amar a Cristo, y otra es vivirlo. Podemos cortarnos el cabello
porque amamos a Cristo y no vivir a Cristo en este asunto. Es probable que muy pocos
santos en el recobro del Señor vayan al cine. ¿Por qué no van al cine? ¿Es por amor a
Cristo y la iglesia o por vivir a Cristo? Debemos ser capaces de decir: “La razón por la
que no voy al cine es que vivo a Cristo. Puesto que Cristo no hace eso, yo tampoco lo
hago. Cristo es mi vida interior y mi vivir exterior. Yo vivo por Cristo, y no por ser
conformado a la vida de iglesia”. Todos debemos ser capaces de declarar que nada
externo nos regula y que no estamos tratando de conformarnos a ningún molde; que
únicamente tenemos a Cristo. Deberíamos tener continuo contacto con Él y vivir en
unidad con Él. Él vive en nosotros, y nosotros vivimos en Él. De esta manera, nosotros y
Cristo somos uno. La razón por la cual hacemos o dejamos de hacer ciertas cosas no es
simplemente que amamos al Señor, sino que lo vivimos.
Incluso aquellos que aman mucho al Señor y le buscan, viven mucho más por la cultura
que por Cristo. Si usted analiza su diario vivir, probablemente se dará cuenta de que la
mayor parte del tiempo usted no vive por Cristo, sino por la cultura. Algunos ni siquiera
oran durante varias semanas. No obstante, puesto que aman a Cristo y la iglesia, siguen
viniendo a las reuniones. ¿Es esto lo que significa vivir por Cristo? Desde luego que no.
Este vivir es conforme a la cultura, posiblemente la cultura de la iglesia local, pero no un
vivir conforme a Cristo.
Es muy posible que las personas más cultas y refinadas que existen, estén en las iglesias
locales. Muchos se han vuelto más refinados en los años que llevan en la vida de iglesia.
La vida de iglesia es la mejor “refinería” cultural. No tengo la menor duda de que los
mejores maridos y esposas se encuentran en las iglesias locales. Muchos pueden
testificar que han recibido mucha ayuda en su vida matrimonial durante los años que
llevan en la vida de iglesia. No obstante, es posible que incluso nuestra buena vida
matrimonial se deba mucho más a la vida de iglesia que al hecho de vivir a Cristo.
Para mostrar cuánto la vida de iglesia nos refina, podemos usar como ejemplo el hecho
de perder la calma. Tal vez usted sea una persona que se enoja fácilmente; sin embargo,
después de estar muchos años en la iglesia, es posible que encuentre que le es más difícil
enojarse. Esto se debe al hecho de que el ambiente de la iglesia no propicia el enojo. Así,
es el ambiente de la vida de iglesia el que lo preserva del enojo, y no el hecho de vivir a
Cristo.
El Señor Jesús quiere ahora confrontar el problema oculto de nuestra cultura. Debemos
reconocer que no vivimos mucho a Cristo. Lo que nos impide vivir a Cristo no es el
pecado ni el mundo, sino nuestras virtudes y nuestro vivir humano refinado. Es el
refinamiento de nuestra vida humana el que nos impide vivir a Cristo. Día a día, vivimos
mucho más por nuestro carácter refinado que por Cristo. El apóstol Pablo podía decir:
“Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). No obstante, nosotros no podemos decir esto
mientras vivamos principalmente por nuestra cultura, incluyendo la cultura de la vida
de iglesia, y no por Cristo. La cultura de la vida de iglesia ha invadido a las iglesias
locales.
En este mensaje, siento la carga específica de hacerles ver que todos tenemos una
cultura que nosotros mismos hemos elaborado y nos hemos impuesto. Esta cultura es
un sustituto de Cristo. Probablemente usted no se dé cuenta de lo fuerte que es su
propia cultura. Esta cultura nos separa de los demás y nos impide ser edificados con
ellos. Nuestra cultura es semejante a una celda de acero en la que estamos confinados.
Todos tenemos esta fuerte cultura, la cual hemos elaborado y nos hemos impuesto.
Algunos santos quizás sean excelentes y muy preciosos. No obstante, están llenos de la
cultura que ellos mismos han elaborado. Por ejemplo, es posible que un hermano sea
franco y no sea diplomático en absoluto. Sin embargo, su franqueza puede ser sólo
cuestión de cultura y no de Cristo. Otros son amables y apacibles; ellos jamás ofenderían
a nadie. Esto también puede ser un aspecto de su cultura. Todos tenemos nuestra propia
cultura. Siempre que los demás vivan de acuerdo con nuestra cultura, estaremos
contentos; pero si no viven conforme a nuestra cultura, podríamos ofendernos.
Tal vez una pareja tenga dificultades para vivir en unidad debido a que tienen diferentes
culturas. El hermano espera que su esposa viva conforme a la cultura de él, mientras que
la esposa espera que su esposo viva conforme a la cultura de ella. Esta diferencia de
culturas llega a ser para ellos una fuente de problemas en su vida matrimonial. Puesto
que tengo más de cincuenta años de experiencia en la vida matrimonial, puedo testificar
que la vida matrimonial más feliz se tiene cuando ninguno de los dos espera que el otro
viva conforme a su cultura. Sin embargo, cuando un cónyuge exige algo del otro, habrá
dificultades. Por lo tanto, el problema es que todos tenemos nuestra propia cultura y
esperamos que los demás vivan por ella. Esta cultura que nosotros mismos hemos
elaborado es un obstáculo enorme que nos impide experimentar a Cristo. El sustituto
más escondido y sutil de Cristo es nuestra cultura.
La manera de ser liberados de la cultura que hemos elaborado y nos hemos impuesto no
consiste en hacer un esfuerzo deliberado por abandonar a nuestra cultura. De hacer
esto, nuestros esfuerzos por abandonar nuestra cultura se convertirán en otra clase de
cultura, la cultura de la “anticultura”. Debemos ver que la manera de ser liberados de la
cultura consiste simplemente en vivir continuamente a Cristo en el espíritu. Todos
estamos constituidos de la cultura conforme a nuestra raza y nacionalidad, y aun
conforme a la vida de iglesia. Ahora, la vida de iglesia desempeña un papel importante
en nuestra cultura. Debemos condenar cualquier cultura que reemplace a Cristo.
Nuestra necesidad es vivir a Cristo, vivir por esta persona todo-inclusiva en nuestro
espíritu.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA Y DOS
EXPERIMENTAR A CRISTO
Lectura bíblica: Col. 1:27 -28; 2:6-8, 13, 20, 19; 2:4, 8, 16, 18
Aparte de todos estos asuntos positivos, Pablo les habla a los colosenses acerca de
algunos asuntos negativos, y en particular, les hace cuatro advertencias. En 2:4 dice: “Y
esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas”. En 2:8 Pablo les
advierte lo siguiente: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y
huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del
mundo, y no según Cristo”. La tercera advertencia se encuentra en 2:16, donde Pablo
dice: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta,
luna nueva o sábados”. Finalmente, en 2:18 Pablo dice: “Que nadie, con humildad
autoimpuesta y culto a los ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio,
hablando constantemente de lo que ha visto, vanamente hinchado por la mente puesta
en la carne”. Observemos que en todos estos versículos, Pablo usa la palabra “nadie”. Si
verdaderamente queremos experimentar a Cristo, debemos prestar atención a todas
estas advertencias y velar para que nadie nos engañe, nos lleve cautivos, nos juzgue o
nos prive de nuestro premio.
En 1:27 Pablo habla de “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. ¿Se ha dado cuenta
de que Cristo está en usted? El Cristo que está en nosotros es vasto, inmensurable e
inescrutable. ¡Cuán maravilloso es que este Cristo more en nosotros! Debemos crecer en
este Cristo hasta la madurez, debemos andar en Él y ser según Él. Al morir con Cristo y
al recibir vida juntamente con Él, debemos asirnos de Él, la Cabeza, en virtud de quien
todo el Cuerpo crece con el crecimiento de Dios. Todos estos asuntos indican que Cristo
está cercano y disponible, y que podemos aplicarle. De otro modo, ¿cómo podría Cristo
estar en nosotros, y cómo podríamos crecer en Él hasta la madurez? Si Cristo no fuese
aplicable, no podríamos andar en Él, ser según Él, morir o recibir vida juntamente con
Él. Tampoco podríamos asirnos de Él, la Cabeza, en virtud de quien el Cuerpo crece con
el crecimiento de Dios. Todos estos aspectos están relacionados con la experiencia
subjetiva que tenemos de Cristo. Además, en la actualidad los cristianos descuidan estos
aspectos o carecen de ellos por completo, pues dan muy poco énfasis a la necesidad de
andar en Cristo, de ser según Cristo o de asirse de Cristo, la Cabeza.
Si Cristo fuese solamente objetivo para nosotros, no podría estar en nosotros, y nosotros
no podríamos crecer en Él hasta la madurez. Tampoco podríamos experimentar
ninguno de los otros aspectos positivos mencionados en Colosenses, que están
relacionados con la experiencia que tenemos de Cristo. ¿Qué otra persona podría estar
en nosotros y hacer posible que muramos con Él, vivir en Él y andar según Él? La única
persona calificada en realizar todos estos nueve aspectos es el Espíritu. El término, el
Espíritu, tiene un significado de gran importancia. Leamos Juan 7 :39: “Esto dijo del
Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El; pues aún no había el Espíritu,
porque Jesús no había sido aún glorificado”. Aunque el Espíritu de Dios existía, el
Espíritu no había porque Jesús aún no había sido glorificado. En las Epístolas, se usa
frecuentemente el término el Espíritu. El término denota al Dios Triuno procesado y
todo-inclusivo. Finalmente, el Dios Triuno llega a nosotros como el Espíritu.
A fin de llegar a nosotros, el Dios Triuno tuvo que pasar por el proceso de la
encarnación, del vivir humano, de la crucifixión, de la resurrección y de la ascensión.
Mediante la encarnación Dios se introdujo en el hombre. Luego, durante treinta y tres
años y medio, el Señor vivió en la tierra como hombre. Jesús, la corporificación del Dios
Triuno, vivió varios años en la casa de un pobre carpintero. ¡Imagínense al Dios
todopoderoso e infinito viviendo día tras día en casa de un carpintero! Finalmente, el
Señor Jesús fue llevado a la muerte, pero al tercer día, después de haber pasado por la
muerte, después de haberla conquistado y sometido, Él salió de la muerte y entró en la
resurrección. Mediante la encarnación, la divinidad fue introducida en la humanidad,
pero mediante la resurrección, la humanidad fue introducida en la divinidad. Mediante
la encarnación Dios se introdujo en el hombre, y mediante la resurrección de Cristo, el
hombre fue introducido en Dios. Por medio de la resurrección de Cristo, el Dios Triuno,
mezclado con el hombre, llegó a ser el Espíritu. Este Espíritu incluye a Dios, la
encarnación, la humanidad, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. La
humanidad redimida y elevada se halla en este Espíritu. El Espíritu todo-inclusivo y
vivificante es el Dios Triuno que llega a nosotros en su estado final y consumado. Éste es
el Espíritu. Además, hoy en día Cristo es este Espíritu. Por consiguiente, le es fácil a
Cristo estar en nosotros y a nosotros nos es fácil estar en Él. También podemos crecer en
Él hasta la madurez, andar en Él y ser según Él.
Por una parte, Cristo está en nosotros; por otra, nosotros estamos en Cristo. Tomemos
como ejemplo el aire que hay en la atmósfera. Nosotros estamos en el aire, y el aire está
en nosotros. Tanto lo uno como lo otro se necesita para permanecer vivos. Hoy en día,
nuestro aire es el Dios Triuno procesado como Espíritu todo-inclusivo y vivificante. Este
aire está en nosotros, y nosotros estamos en este aire, e incluso andamos en este aire.
Además, podemos ser personas según este aire, que crecen en este aire con el
crecimiento de Dios. Por tanto, el Cristo que podemos experimentar es el Cristo todo-
inclusivo. Él es un Cristo que puede estar en nosotros, y un Cristo en el cual podemos
andar. Podemos vivir, andar, movernos y tener nuestro ser inmerso en Él.
SEGÚN CRISTO
En todo lo que hagamos, debemos ser según Cristo. No debemos ser conforme a la
filosofía, la ética, la cultura o la religión. De ninguna manera debemos ser según el viejo
hombre. En lugar de ello, estamos aquí para ser conforme al Dios Triuno procesado,
todo-inclusivo y vivificante. Sin embargo, esto no debería ser una simple doctrina. Por
ejemplo, un hermano no debería relacionarse con su esposa según la cultura, sino según
Cristo, conforme al Dios Triuno procesado.
Nuestro andar diario debe llevarse a cabo según el Dios Triuno procesado. Por ejemplo,
cuando un hermano se corta el pelo, no debe hacerlo conforme a ninguna norma
particular, sino según el Dios Triuno procesado.
¿Sabe usted dónde está hoy en día el Dios Triuno procesado, todo-inclusivo y
vivificante? Está en nuestro espíritu. En nuestro espíritu, Él es Aquel que es todo-
inclusivo y vivificante. En nuestro espíritu, Él es el Dios Triuno procesado. Si nosotros
vivimos según el Dios Triuno procesado que mora en nuestro espíritu, todo tipo de
cultura desaparecerá. Únicamente permanecerá el Dios Triuno todo-inclusivo y
vivificante. La vida cristiana y la vida de iglesia no se conforman a ninguna cultura, sino
al Dios Triuno procesado. Si vivimos según el Dios Triuno procesado, no será necesario
que tratemos de abandonar nuestra cultura. La cultura se desvanecerá
automáticamente.
PALABRAS DE ADVERTENCIA
No debemos permitir que otros
nos engañen con palabras persuasivas
Ex aminemos ahora las palabras de advertencia de Pablo. En 2:4 vemos que él indica que
debemos velar para que nadie nos engañe con palabras persuasivas. ¡Cuán terrible y
lamentable es que hoy en día, entre los cristianos, haya tantos con comezón de oídos!
Tienen apetito por discursos elocuentes y palabras persuasivas. Pero si nosotros
experimentamos verdaderamente a Cristo, no tendremos ningún interés por esta clase
de discursos. Al contrario, nos parecerán desagradables estos mensajes “azucarados”.
En la vida de iglesia, lo único que nos interesa es Cristo, y no los discursos persuasivos.
En 2:8 Pablo dice: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y huecas
sutilezas”. No debemos permitir que nadie nos lleve cautivos por medio de su filosofía.
No deben importarnos los conceptos teóricos o filosóficos, sino el Cristo todo-inclusivo.
No debemos permitir que nadie nos juzgue
En 2:16 Pablo nos dice que no debemos permitir que nadie nos juzgue “en comida o en
bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados”. Si nosotros somos de
aquellos que se llenan del Cristo todo-inclusivo, no daremos ocasión para que otros nos
juzguen. Sin embargo, si insistimos en determinadas prácticas o en prácticas peculiares,
seremos criticados. Si Cristo es lo único que nos llena, y no insistimos en ningún asunto,
los demás no tendrán ningún motivo para juzgarnos. En las iglesias, todos debemos ser
flexibles; nadie debe aferrarse a nada en particular. Esto significa que no nos debe
importar nada que no sea Cristo mismo.
Tal vez un hermano de la iglesia sea muy bueno; sin embargo, a causa de la influencia de
la cultura que él mismo ha elaborado, quizás también sea bastante peculiar. Si este
hermano verdaderamente anduviera en Cristo y tuviera su ser según Cristo, dejaría de
ser peculiar. En lugar de ello, sería igual a los demás. Todos los santos que están en la
iglesia deben estar constituidos de Cristo. Si éste es el caso, entonces cada vez que nos
encontremos con un santo, tendremos contacto con Cristo. En cada uno de ellos se
expresará Cristo. Esto llega a ser posible sólo cuando nos parecemos en nuestro único
interés por Cristo y cuando ya no somos peculiares ni insistimos en ninguna otra cosa.
Muchos santos aman al Señor Jesús y la iglesia, pero por ser tan peculiares, es difícil
sobrellevarlos. La vida de iglesia ha sido estorbada y dañada por aquellos que insisten en
sus opiniones particulares que son conforme a su cultura. Esto expone el hecho de que
ellos carecen de Cristo.
No obstante, tengo la certeza de que lo que el Señor nos ha venido hablando acerca de la
cultura no ha sido en vano. Creo firmemente en que lo que Él nos ha hablado nos llevará
a experimentar a Cristo. Finalmente, desaparecerán todas las peculiaridades y sólo
Cristo permanecerá. ¡Oh, crezcamos en Cristo hasta llegar a ser plenamente maduros en
Él! Andemos también en Él, teniendo nuestro ser en Él y estando conscientes de que
morimos con Él y ahora vivimos juntamente con Él. Seamos también uno con nuestra
Cabeza, en virtud de quien recibimos el suministro con el cual podemos ser entrelazados
y crecer con el crecimiento de Dios. La meta de Dios es que de este modo llevemos la
vida cristiana y la vida de iglesia. Creo que dentro de muy poco esta condición
maravillosa se expresará en la tierra.
No debemos permitir que nadie
nos defraude juzgándonos indignos
de nuestro premio
La última advertencia que Pablo nos hace es que no debemos permitir que nadie, con
humildad autoimpuesta, nos prive de nuestro premio. Este premio consiste en poder
experimentar y disfrutar a Cristo plenamente. Cualquier cultura, religión, opinión o
enseñanza extraña nos puede privar de este premio. Debemos esforzarnos por seguir
experimentando a Cristo, a fin de disfrutarlo plenamente, sin distraernos con ninguna
práctica ética o religiosa.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA Y TRES
Lectura bíblica: Col. 2:11-13, 20; 3:1; 1:27 -28; 2:19; Mt. 28:19; Gá. 3:27; Ro. 6:3-5;
11:17; Jn. 15:4-5
En 1:27 Pablo afirma que Cristo está en nosotros, y en el versículo siguiente, habla de
presentar perfecto en Cristo a todo hombre. Estos versículos indican, por un lado, que
Cristo está en nosotros y, por otro, que nosotros estamos en Cristo. Según Juan 15:4 y en
5, primero se menciona el hecho de que nosotros estamos en Cristo, y luego el hecho de
que Cristo está en nosotros.
Las dos expresiones, Cristo en nosotros y nosotros en Cristo, implican un tráfico divino
de dos sentidos, un tráfico que es un misterio universal. ¡Qué gran misterio es que
estemos en el Dios Triuno y que el Dios Triuno esté en nosotros! Podemos testificar
firmemente que hemos entrado en el Dios Triuno, y que el Dios Triuno procesado,
vivificante y todo-inclusivo ha entrado en nosotros.
EL DIOS PROCESADO
Algunos cristianos se sienten ofendidos cuando hablamos del Dios procesado. Ellos
dirían: “¿No es Dios eterno, infinito, todopoderoso e inmutable? ¿Cómo puede el Dios
eterno e infinito ser procesado?” En lugar de argumentar al respecto, deberíamos
presentar los hechos de la Palabra de Dios. La Biblia revela que un día Dios se hizo
carne. Juan 1:14 dice que el Verbo se hizo carne. ¿No implica esto un proceso? Si la
encarnación no implicara ningún proceso, ¿cómo podría el Dios eterno e infinito
hacerse un hombre finito? Después de treinta y tres años y medio, el Dios procesado fue
a la cruz y fue crucificado. A algunos les sorprenderá escuchar que fue Dios quien fue
crucificado. Sin embargo, debemos recordar que Aquel que fue crucificado era el Dios
encarnado. Después de Su crucifixión, Cristo fue sepultado. Luego, Él pasó por la
muerte y salió en resurrección. ¿No era esto parte de un proceso? Cristo fue sepultado
con un cuerpo físico igual al nuestro, pero cuando salió de la tumba en resurrección, Él
tenía un cuerpo espiritual. Su cuerpo físico había sido transfigurado en un cuerpo
espiritual. Ciertamente, esto implica un proceso. Por consiguiente, podemos afirmar con
certeza que nuestro Dios ha sido procesado. Él fue procesado por medio de la
encarnación para hacerse hombre, y luego Él fue procesado mediante la resurrección
para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45).
BAUTIZADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE,
DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU
Sin embargo, no debemos insistir demasiado en esta palabra, no sea que, sin quererlo,
estemos a favor de la doctrina del triteísmo, según la cual el Padre, Hijo y Espíritu son
tres Dioses. De ninguna manera creemos en el triteísmo; creemos en el único Dios
verdadero, cuyo nombre es Padre-Hijo-Espíritu conforme a Mateo 28:19. Éste es el Dios
procesado, en cuyo nombre debemos bautizar a las personas.
El nombre en Mateo 28:19 denota la suma total del ser divino. De ahí que, el nombre
equivale a la persona. Ser introducidos en el nombre equivale a ser introducidos en la
persona. Bautizar a un creyente en el nombre del Dios Triuno equivale a sumergirlo en
todo lo que Dios es. Tener el nombre es tener la persona. Bautizar a las personas en el
nombre del Padre, Hijo y Espíritu es bautizarlos en una persona maravillosa. El agua
que se usa en el bautismo representa a la persona maravillosa del Dios Triuno. Cada vez
que bauticemos a alguien, debemos decirle que el agua en la cual lo sumergimos
representa al Dios Triuno. Cuando lo sumergimos en el agua, lo que estamos haciendo
en realidad es sumergirlo en el Dios Triuno.
Mateo 28:19 no nos exhorta a hacer discípulos a todas las naciones y a bautizarlas en
cierta clase de agua. La Biblia no especifica qué clase de agua que debemos usar.
Simplemente debemos bautizar a las personas en agua, lo que significa que las
sumergimos en el Dios Triuno. ¡Cuán crucial es que nos demos cuenta de que en el
bautismo las personas son introducidas en el Dios Triuno!
BAUTIZADOS EN CRISTO
En Gálatas 3:27 Pablo dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo estáis revestidos”. El Cristo mencionado en Gálatas 3:27 corresponde al Padre, al
Hijo, y al Espíritu, mencionados en Mateo 28:19. Por consiguiente, ser bautizados en
Cristo es lo mismo que ser bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Hace muchos años alguien trató de discutir conmigo acerca del bautismo. Después de
reconocer que respetábamos la Biblia y bautizábamos a las personas en agua, él me
preguntó en qué nombre bautizábamos a los creyentes. ¿Los bautizábamos en el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu, en el nombre de Cristo Jesús, o en el nombre del
Señor Jesucristo? A esto agregó que el nombre tiene mucha importancia. Así que, le
pedí que me explicara la diferencia entre el Cristo de Gálatas 3:27 y el Padre, el Hijo y el
Espíritu, mencionados en Mateo 28:19. Me contestó que Cristo era solamente el Hijo.
Entonces le dije que en lugar de discutir, deberíamos simplemente disfrutar al Padre,
Hijo y Espíritu, a Cristo Jesús, y al Señor Jesucristo. Le dije que Cristo es todo-inclusivo;
que Él no es solamente el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu. También le dije que
es válido bautizar a una persona en el nombre del Padre, Hijo, y Espíritu; a otra, en
Cristo; y a una tercera, en el Señor Jesucristo o en Cristo Jesús. No hay nada de malo en
bautizar a las personas de esta manera. Si comparamos Mateo 28:19 con Gálatas 3:27,
vemos que bautizar a la gente en Cristo es lo mismo que bautizarlos en el Padre, el Hijo
y el Espíritu. No nos interesa argumentar sobre terminología; lo único que nos interesa
es la persona viviente, el Dios Triuno procesado, vivificante y todo-inclusivo.
En Romanos 6:3 Pablo pregunta: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados
en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?” ¿Alguna vez se ha preguntado
por qué Pablo dice que los que han sido bautizados en Cristo Jesús, han sido bautizados
en Su muerte? Ya que hemos sido bautizados en una persona viviente, ¿cómo entonces
podemos ser bautizados en Su muerte? ¿Por qué no somos bautizados más bien en Su
resurrección? Si yo hubiese sido el autor de Romanos 6:3, habría dicho que todos los
que han sido bautizados en Cristo, han sido bautizados en Su resurrección. Si usted
pudiera escoger, ¿no preferiría mejor ser bautizado en la resurrección que en la muerte?
No obstante, Pablo afirma categóricamente que todos los que han sido bautizados en
Cristo, han sido bautizados en Su muerte.
Ex iste una enorme diferencia entre la muerte en Adán y la muerte de Cristo. Aborrezco
la muerte en Adán, pero aprecio la dulzura de la muerte de Cristo. Su muerte es muy
dulce y agradable, y anhelo permanecer reposando en ella. ¡Cuán maravilloso es que un
creyente que es bautizado en el Cristo todo-inclusivo es también introducido en Su
muerte! Podemos repetir las palabras de un himno escrito por A. B. Simpson: “¡Oh, qué
dulce es morir con Cristo!” El descanso y la victoria se hallan en la muerte de Cristo.
EL AIRE CELESTIAL
Hemos visto que ser bautizados significa ser introducidos en el Dios Triuno, en Cristo y
en la muerte de Cristo. ¿Cómo puede Cristo ser el agua espiritual en la que somos
sumergidos? Cristo puede ser esta agua porque en resurrección Él fue procesado y llegó
a ser el pnéuma, el Espíritu vivificante. Como el pnéuma, Cristo es el aire celestial.
Bautizar a alguien en este aire es mucho más fácil que bautizarlo en agua. Todo el
mundo sabe que el agua viene de la lluvia y que la lluvia proviene de la humedad del
aire. Hoy en día, Cristo es el aire espiritual, lleno de humedad. Cuando bautizamos a las
personas en Cristo, las bautizamos en Él como pnéuma celestial, en el Dios Triuno
procesado, vivificante y todo-inclusivo.
EN CRISTO
La manera de entrar en Cristo es ser bautizados en Él. Todos los creyentes deben tener
la certeza de que han sido bautizados en el Dios Triuno. Podemos testificar
confiadamente que estamos ahora en Cristo porque fuimos bautizados en Él y en Su
muerte.
En Romanos 6:4 Pablo dice: “Hemos sido, pues, sepultados juntamente con Él en Su
muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria
del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida”. Aquí Pablo presenta la
noción de ser sepultados; él dice que hemos sido sepultados juntamente con Cristo en
Su muerte por el bautismo. ¿Qué viene primero, morir o ser sepultados? En la esfera
natural, una persona primero muere y luego es sepultada; pero la palabra de Pablo
indica que primero somos sepultados, y después entramos en la muerte. Conforme a la
Biblia, nosotros los creyentes somos sepultados y entramos en la muerte. Sin embargo,
esto no lo hacemos directamente, sino con Cristo y por medio del bautismo.
Supongamos que alguien se arrepiente y cree en el Señor Jesús. Después de esto, él debe
ser bautizado en Cristo. Bautizar a este nuevo creyente en Cristo equivale a introducirlo
en la muerte de Cristo. Al ser bautizado, él en realidad está siendo sepultado. Esta
sepultura da por resultado la muerte. Esto es lo que significa ser sepultados con Cristo al
ser bautizados en Su muerte.
Todos los bautizados son personas que están en el proceso de morir. Mediante el
bautismo, las personas son introducidas en la muerte. Después de que son identificadas
con Cristo y Su muerte, son sumergidas en el agua y son sepultadas. Mediante el
bautismo, las personas entran en la verdadera experiencia de lo que significa morir con
Cristo.
Esta sepultura tiene una consecuencia gloriosa. Tal como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros podemos andar en novedad de vida. Esto
indica que después del bautismo llegamos a ser una nueva persona en resurrección.
Cuando somos sumergidos en el agua, entramos en la muerte; pero cuando salimos del
agua, entramos en la resurrección. Es necesario que todos tengamos tal maravillosa
comprensión y entendimiento acerca del bautismo.
CRECEMOS POR MEDIO DEL BAUTISMO
En Romanos 6:5 Pablo dice también: “Porque si siendo injertados en El hemos crecido
juntamente con El en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la
semejanza de Su resurrección”. Hemos crecido juntamente con Cristo en la semejanza
de Su muerte, esto es, en el bautismo mencionado en el versículo 4. Ahora, vemos que
también creceremos en la semejanza de Su resurrección, es decir, en novedad de vida,
mencionada también en el versículo 4. Lo importante aquí es que ser bautizados
significa crecer. Todo aquel que ha sido bautizado ha crecido en la semejanza de la
muerte de Cristo y ahora está creciendo en la semejanza de Su resurrección.
INJERTADOS EN CRISTO
En Romanos 11 Pablo usa el ejemplo en el que las ramas de un olivo silvestre son
injertadas en un olivo cultivado (vs. 17, 24). Para que se pueda producir un injerto,
ambos árboles deben experimentar un corte. Este corte representa la experiencia de ser
muertos. Sin este corte, el injerto no se produce. En Su crucifixión, Cristo fue cortado, y
todavía lleva las marcas de dicho corte. Esto significa que en el ser del Cristo resucitado,
existe una hendidura en la cual nosotros, las ramas de olivo silvestre, podemos ser
injertados. No obstante, si queremos ser injertados en Él, también debemos ser
cortados. De este modo, somos unidos a Él en el lugar mismo donde Él y nosotros
fuimos cortados. En cierto sentido, ambos cortes se abrazan. Mediante esta unión, el
injerto es producido, y ambos árboles llegan a ser uno solo.
Ser bautizados significa ser injertados en Cristo. Este bautismo incluye el crecimiento.
Después de que uno se arrepiente y cree en el Señor Jesús, él crece con Cristo, primero
en la semejanza de Su muerte y luego en la semejanza de Su resurrección. Mediante el
crecimiento que ocurre en el bautismo, entramos en Cristo.
CRECER EN CRISTO
Ahora que estamos en Cristo, estamos creciendo en Él. En Colosenses 1:28 Pablo habla
de presentar perfecto en Cristo a todo hombre. Pablo los ayudó a crecer al amonestarles
y enseñarles en toda sabiduría. Debemos hacer lo mismo en la iglesia hoy en día.
Después de que una persona es bautizada, necesita ser nutrida para crecer hacia la
madurez.
CRISTO EN NOSOTROS
Puesto que nosotros estamos en Cristo, Cristo está también en nosotros. Este hecho
también lo ejemplifica el injerto. Después de ser injertada en el olivo cultivado, la rama
del olivo silvestre viene a formar parte del olivo cultivado, y comienza a crecer en él. La
savia vital del olivo cultivado penetra en la rama del olivo silvestre. De esta manera, el
olivo cultivado crece en la rama del olivo silvestre. Del mismo modo, puesto que
nosotros fuimos injertados en Cristo, Él mora ahora en nosotros y crece en nosotros.
En 1:27 Pablo dice que Cristo está en nosotros y en 1:28, afirma que nosotros estamos en
Cristo. Primero, somos introducidos en Cristo; luego, Cristo está en nosotros. Cuanto
más entramos en Cristo, más Él entra en nosotros; y cuanto más Él entra en nosotros,
más somos introducidos en Él. Esto se convierte en el ciclo por el cual crecemos en vida.
A medida que crecemos de esta manera, espontáneamente es extinguida nuestra
cultura, la cual incluye la filosofía, el ascetismo y los elementos del mundo.
Debido a que hemos sido injertados en Cristo, hemos entrado en Él. El hecho de entrar
en Cristo tiene que ver con la vida y con el crecimiento de vida. No entramos en Cristo
de la misma manera que entramos en un cuarto. El hecho de entrar en un cuarto no
tiene nada que ver con la vida ni el crecimiento, pero entrar en Cristo, sí. En Romanos
6:5 Pablo dice que “hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte”.
Ahora estamos creciendo con Cristo en la semejanza de Su resurrección.
EL INJERTO Y EL CRECIMIENTO
En 1 Corintios 3 Pablo habla también del crecimiento. En el versículo 9 él dice que los
creyentes son la labranza de Dios. En el versículo 6, él dice: “Yo planté, Apolos regó;
pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Esto implica que los santos son plantas en la
labranza de Dios. En la iglesia, la labranza de Dios, somos plantas que crecen.
El concepto de crecer como plantas se halla también en Romanos 11, donde Pablo usa el
ejemplo en el que se injerta la rama de un olivo silvestre en un olivo cultivado. A los ojos
de Dios, somos plantas o árboles. En Romanos 6:5 Pablo usa una palabra griega
particular para indicar el crecimiento. Es muy difícil encontrar un equivalente español
para esta palabra, la cual significa crecer como resultado de ser plantados o injertados.
Tanto el hecho de plantar como el de injertar tienen como objetivo el crecimiento. Uno
planta un árbol para que crezca. Del mismo modo, el propósito del injerto es el
crecimiento. Hace poco, un hermano dio una definición maravillosa de esta palabra
griega, la cual se halla en Commentary on Romans [Comentario sobre el libro de
Romanos] de Frederick Louis Godet (pág. 243). Godet dice allí que esta palabra denota
“la unión orgánica en virtud de la cual un ser participa de la vida, del crecimiento y de
las etapas de existencia, de otro ser”. Mediante la unión orgánica de dos plantas,
efectuada por el injerto, una planta participa de la vida y características de la otra. ¡Qué
maravillosa forma de crecer! Si aplicamos esta definición a nuestra experiencia
espiritual, podemos decir que hemos sido injertados en el “árbol” del Dios Triuno
procesado, vivificante y todo-inclusivo, quien es el Espíritu todo-inclusivo. Puesto que
hemos llegado a ser uno con Él por medio del injerto, nosotros ahora participamos de la
vida y de las características de Aquel que es todo-inclusivo, y de esta manera podemos
crecer.
La frase “arraigados y sobreedificados en El” se refiere a los que andan, los cuales se
mencionan en el versículo anterior. Debemos andar en Cristo, arraigados y
sobreedificados en Él. Esto significa que andamos como resultado de haber sido
arraigados en Cristo. Si no hemos sido arraigados en Él, no podemos andar en Él. Como
plantas vivas, somos plantas que andan. Andamos siendo arraigados en Cristo. ¡Qué
plantas más maravillosas y misteriosas son los cristianos! Somos plantas que andan y a
la vez crecen.
Algunos pueden pensar que no es lógico decir, por una parte, que podemos ser
arraigados y, por otra, que andamos. ¿Cómo puede alguien que ha sido arraigado en
Cristo andar también en Él? La respuesta es que la tierra en la cual hemos sido
arraigados es una tierra viva. Puesto que hemos sido arraigados en una tierra viva y
móvil, vivimos y nos movemos en Él. Así que, en realidad no somos nosotros quienes
andamos; es la tierra la que se mueve. ¡Alabado sea el Señor porque estamos arraigados
en Cristo quien es la tierra viva! Puesto que la tierra se mueve, nosotros también nos
movemos. Según lo que se halla implícito en estos versículos, es correcto sacar esta
conclusión.
No debemos pensar que somos nosotros los que andan en la tierra. Si tratamos de
andar, tropezaremos y caeremos. Luego, Satanás puede derrotarnos y extraviarnos.
Debemos considerarnos plantas que están arraigadas en Cristo, nuestra tierra viva.
Como aquellos que han sido arraigados en Él, nosotros andamos a medida que Él se
mueve. En esto consiste andar en Él.
Colosenses 2:6 nos exhorta a andar en Él. La frase “en El” modifica el verbo andar, lo
cual indica que no podemos andar en Cristo a menos que hayamos sido arraigados en
Él. Por tanto, andamos en la tierra viva en la cual hemos sido arraigados.
Al examinar Colosenses 2:6 y 7, vemos que crecer en Cristo significa andar en Él. Ya
hemos hecho notar que la frase “arraigados y sobreedificados en El” está vinculada con
la palabra andar. Dicha frase nos define cómo andar en Cristo. Nosotros andamos en Él
debido a que hemos sido arraigados en el Cristo móvil.
El hecho de que andar en Cristo es algo que depende del crecimiento, está indicado por
la palabra “arraigados”. Las plantas se arraigan en la tierra para que crezcan. Si
queremos que un árbol crezca, hay que arraigarlo correctamente. Un árbol sin raíces se
seca porque no puede absorber la humedad del suelo. Sin embargo, un árbol puede
crecer si absorbe la humedad por medio de sus raíces.
En este mensaje siento la carga de ayudar a los santos a ver en qué consiste el verdadero
crecimiento en vida. El crecimiento no consiste en convertirnos en personas refinadas y
dejar de ser rudos. Crecer en vida significa crecer con el crecimiento de Dios; es crecer
con el aumento de Dios. El verdadero crecimiento es el aumento de Dios, la adición de
Dios, en nosotros. Dios en Sí mismo no necesita crecer, Él es eterno, perfecto, y
completo. No obstante, es necesario que Dios crezca en nosotros. ¿Cuánto del Dios
Triuno hay en su interior? ¿No necesita usted que Dios aumente y se añada más en su
interior? Todos necesitamos que Dios aumente. Necesitamos crecer con el crecimiento
de Dios, es decir, necesitamos que Dios aumente, que crezca, en nosotros. Repito que en
Sí mismo Dios no puede ni necesita crecer, pero es necesario que Dios crezca en
nosotros.
Para crecer de manera verdadera, primero debemos ser arraigados en Cristo, nuestra
buena tierra. Esto implica que Cristo es nuestro suelo, nuestra tierra. De otro modo,
¿cómo podríamos ser arraigados en Él? Somos “plantas” arraigadas en Cristo, nuestro
suelo. Por consiguiente, Cristo, el Dios Triuno procesado y todo-inclusivo, es nuestra
tierra. ¡Alabado sea el Señor porque hemos sido plantados! Fuimos plantados en Cristo
y ahora estamos arraigados en el Cristo viviente, el cual es nuestra buena tierra.
En 1:12 vemos que Cristo es la porción de los santos. Como hemos hecho notar
anteriormente, la palabra griega traducida “porción” en realidad significa lote, un
pedazo de tierra. Cristo como nuestra porción es nuestro lote. Esto significa que Él es la
buena tierra para los santos. Después de que los hijos de Israel entraron en la tierra de
Canaán y tomaron posesión de ella, todos ellos recibieron su porción, el lote de tierra
que les correspondía. Hoy Cristo es nuestro lote. Este lote, esta porción, es el suelo
donde somos arraigados.
Cristo es el suelo fértil en el que nosotros, “las plantas”, estamos creciendo. Este suelo es
viviente y también es móvil. Debido a que fuimos arraigados en Cristo, nuestro suelo
viviente, nosotros nos movemos cuando Él se mueve, ya que andamos en Él. Por
consiguiente, en realidad quien anda no es nosotros sino Él. A medida que andamos de
esta manera en Cristo, nuestra buena tierra, crecemos. Crecer significa andar de esta
manera. Por consiguiente, cuando andamos en Cristo, crecemos en Él.
Un árbol al crecer absorbe el agua y los nutrientes que le provee el suelo en el cual está
arraigado. El árbol crece a medida que absorbe las riquezas del suelo. Cuando éstas
riquezas son absorbidas, se convierten en el aumento del árbol. El árbol crece con el
aumento de las riquezas del suelo. De la misma manera, nosotros somos plantas vivas
arraigadas en Cristo, quien es nuestro suelo. Cristo se mueve, y nosotros, por el hecho de
estar en Él, andamos juntamente con Él. Sin embargo, los cristianos que no buscan al
Señor de todo corazón, no andan cuando Él se mueve ni cooperan con Él en Su mover.
Pero los que amamos al Señor y le seguimos, debemos siempre cooperar con Él y decir
“amén” cada vez que Él se mueve. Debemos ser muy activos y dinámicos en Él. La
experiencia de andar en Cristo nos permite absorber Sus riquezas.
Nosotros somos plantas vivas que han sido arraigadas en el Dios Triuno. Ahora nuestras
raíces absorben las riquezas del Dios Triuno. Como resultado, Dios se añade a nuestro
ser. Esta adición de las riquezas del suelo a nuestro ser interior es, en efecto, nuestro
crecimiento.
Hace unos tres años, plantamos algunos árboles alrededor de nuestra casa. En estos tres
años, los árboles han crecido mucho. Este crecimiento representa el aumento de las
riquezas del suelo. Mediante las raíces, los árboles han recibido las riquezas del suelo y
las han absorbido. Los árboles continuamente absorben las riquezas del suelo. De este
modo, estas riquezas se convierten en el elemento que causa el crecimiento de los
árboles. De esta manera los árboles crecen. Esto es un cuadro, un ejemplo, del
verdadero crecimiento en la vida espiritual, y al mismo tiempo, nos muestra la manera
de crecer.
Alabamos al Señor porque muchos de nosotros, después de vagar por varios años sin
una meta, finalmente hemos sido arraigados en Cristo. Es una bendición el estar
arraigados en Cristo en la vida de iglesia. Una vez que somos arraigados en la iglesia, no
es fácil que nos desarraiguen. Ni siquiera nosotros mismos podemos desarraigarnos.
Algunos de los que trataron de abandonar la vida de iglesia debido a algo que les causó
descontento, se dieron cuenta de que sus esfuerzos eran infructuosos. Habían sido
arraigados y no podían ser desarraigados. En lugar de tratar de desarraigarnos,
deberíamos dejarnos subyugar por el Señor y permitirle vivir en nosotros.
Cuando nos demos cuenta de que hemos sido arraigados en Él, andaremos
automáticamente en Él. Según Colosenses 2:6 y 7, necesitamos ser arraigados antes de
comenzar a andar. Una vez que somos arraigados en Cristo, podemos andar en Él.
Simplemente permanecemos en Cristo, y Él se ocupa del andar. Así, Su andar se
convierte en nuestro andar.
Los cristianos en Colosas que habían acogido el gnosticismo y vivían por él, se estaban
separando de la Cabeza. Estaban siendo defraudados y, por ende, privados del disfrute
de Cristo. No obstante, si somos arraigados en Cristo y andamos con Él a medida que se
mueve, absorberemos espontáneamente las riquezas de Cristo y creceremos con el
crecimiento de Dios. Este crecimiento se produce cuando nos asimos de Cristo, la
Cabeza.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA Y CINCO
En este mensaje hablaremos de una manera general acerca de la extensa revelación del
Cristo todo-inclusivo. Muchos de nosotros hemos visto el hecho de que Cristo es todo-
inclusivo, pero no hemos visto que Cristo es extenso. El libro de Colosenses
precisamente recalca el hecho de que Cristo es extenso. El propósito de Pablo al escribir
esta epístola era presentar la extensa revelación de Cristo.
Cristo es universalmente extenso. No hay científico que pueda decirnos las dimensiones
del universo. En Efesios 3 Pablo dice que las dimensiones de Cristo son la anchura, la
longitud, la altura y la profundidad. Al igual que el universo, Cristo es inconmensurable.
Este Cristo inconmensurable es nuestro universo. El Cristo inconmensurable que vemos
en Efesios 3 no es solamente el Cristo todo-inclusivo, sino también el Cristo extenso,
Aquel que es universalmente extenso.
LA PORCIÓN DE LOS SANTOS
Al presentar una revelación sobre lo extenso que es Cristo, el libro de Colosenses usa
muchas expresiones extraordinarias. Por ejemplo, en 1:12, vemos que Cristo es la
porción de los santos. La palabra griega traducida “porción” significa un lote o parcela
asignada. Después que los hijos de Israel entraron en la buena tierra, la tierra llegó a ser
su lote, su porción. La buena tierra que fluía leche y miel era un tipo todo-inclusivo de
Cristo. Como nuestra buena tierra, Cristo es nuestra porción, la porción de los santos.
Esta porción es también la imagen del Dios invisible (1:15). En 2 Corintios 4:4, Pablo usa
la expresión “la imagen de Dios”; sin embargo, en este versículo, no expone que Cristo es
la imagen del Dios invisible. De acuerdo con Colosenses 1:15, el Dios invisible tiene
ahora una imagen visible.
En 1:16 y 17 Pablo dice: “Porque en El fueron creadas todas las cosas, las que hay en los
cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean señoríos, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de El y para El. Y El es antes de
todas las cosas, y todas las cosas en El se conservan unidas”. Aquí vemos que todas las
cosas fueron creadas en Cristo, por medio de Él y para Él. Además, vemos que en Él
todas las cosas se conservan unidas. Aquel en quien, por medio de quien y para quien
todas las cosas fueron creadas, y en quien todas ellas se conservan unidas, es la imagen,
la expresión, de Dios. Así, Dios es expresado en la creación de todas las cosas en Cristo.
En 1:19 y 20 Pablo añade: “Por cuanto agradó a toda la plenitud habitar en El, y por
medio de El reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las
que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de Su cruz”. A la plenitud de
Dios le agradó habitar en Cristo y reconciliar consigo todas las cosas. En otra parte del
Nuevo Testamento vemos que la reconciliación incluye a los escogidos de Dios, pero
aquí vemos la reconciliación de todas las cosas con Dios. Todas las cosas fueron creadas
en Cristo, por medio de Él y para Él, pero mediante la caída del hombre, sufrieron
pérdida. De ahí la necesidad de que todas las cosas sean reconciliadas con Dios en
Cristo. Mediante la redención que Cristo efectuó, todas las cosas fueron reconciliadas
con Dios.
Observemos que el versículo 20 no dice “todos los hombres”, sino “todas las cosas”,
refiriéndose a todas las cosas que, según los versículos 16 y 17, fueron creadas en Cristo y
ahora se conservan unidas en Él. Por medio de la redención de Cristo, todas las cosas
fueron reconciliadas con Dios. Esto no sólo incluye a los seres humanos, sino a todas las
demás criaturas.
Cuando el libro de Colosenses fue escrito, el concepto gnóstico sobre el mal intrínseco de
la materia, tenía una fuerte influencia en Colosas. Según este concepto, algunos
pensaban que todo lo relacionado con el mundo material era maligno. Pero Pablo dijo
que las cosas que los gnósticos consideraban malignas, habían sido creadas en Cristo.
Aun más, dijo que éstas fueron reconciliadas con Dios mediante la muerte de Cristo.
Todas las cosas fueron reconciliadas con Dios, “las que están en la tierra como las que
están en los cielos”. ¡Cuán extenso es nuestro Redentor Cristo y cuán extensa es la
reconciliación que Él logró!
En 1:17 Pablo dice que todas las cosas se conservan unidas en Cristo. Los científicos
reconocen el hecho de que existe cierto poder en el universo que conserva todas las
cosas unidas. Este hecho científico concuerda con el concepto de Pablo, según el cual
todas las cosas se conservan unidas en Cristo. Cristo es el centro que mantiene todas las
cosas unidas, el eje que sostiene todos los radios de la rueda. Todo lo que existe en el
universo, tenga o no tenga vida, se conserva unido en Cristo como eje. Si Cristo no fuera
el eje que lo sostiene todo, el universo entero se derrumbaría. Aparentemente existimos
en este globo terrestre, en la tierra, pero en realidad existimos en Cristo. Todas las cosas
se conservan unidas en Él. Éste es otro aspecto que nos muestra lo extenso que es Cristo.
En 2:16 y 17 hallamos otro aspecto, donde Pablo dice que la comida, la bebida, los días
de fiesta, la luna nueva y los sábados son “sombra de lo que ha de venir; mas el cuerpo
es de Cristo”. Las palabras de Pablo nos dan a entender que Cristo es la realidad de
todas las cosas positivas. Él es nuestra verdadera comida y bebida, nuestro verdadero
vestido, nuestra morada y nuestro transporte, así como nuestro verdadero sol, luna y
tierra Por lo tanto, las palabras sencillas de Pablo en estos versículos, contienen
extraordinarias implicaciones; implican lo extenso que es el Cristo todo-inclusivo.
Luego en 3:4 Pablo nos dice además que el Cristo extenso es nuestra vida. Aunque
Cristo es universalmente extenso, Él también es nuestra vida de una manera concreta y
específica. ¡Alabado sea el Señor porque el Cristo extenso ha llegado a ser nuestra vida
personal! Universalmente, Él es extenso; pero en nuestra experiencia personal, Él es
nuestra vida.
Además, en 3:10 y 11 vemos que en la iglesia, el nuevo hombre como nueva creación de
Dios, el Cristo extenso es el todo y está en todos. Él es todos los miembros del nuevo
hombre, y está en todos ellos. Basándonos en 3:11, podemos afirmar que Cristo es todos
nosotros. ¡Cuán extenso y todo-inclusivo es el Cristo que se revela en el libro de
Colosenses!
En los distintos libros del Nuevo Testamento, Cristo se revela con un propósito
específico. En 1 Corintios Cristo fue revelado para resolver los problemas que había en la
iglesia, como el problema de la fornicación y la división. En el libro de Gálatas Cristo se
revela en contraste con el judaísmo y la ley. Debido a que los gálatas se habían distraído
con la ley y la circuncisión, Pablo les mostró que Cristo reemplaza la ley, que el Hijo de
Dios es contrario a la religión del hombre. Ahora, en el libro de Colosenses Cristo se
revela como Aquel que es extenso y todo-inclusivo, debido a que los santos se habían
desviado con una mezcla cultural de religión judía y filosofía griega. Esta mezcla había
llegado a ser muy prevaleciente en Asia menor e incluso había invadido la vida de iglesia
hasta saturarla. Por tanto, la revelación del Cristo extenso y todo-inclusivo tenía como
fin confrontar el problema de la cultura.
Colosenses 3:11, 1 Corintios 12:13 y Gálatas 3:28 son versículos paralelos. Pero
Colosenses 3:11 específicamente menciona la circuncisión, la incircuncisión, los
bárbaros y los escitas. Los términos circuncisión e incircuncisión tienen que ver con la
religión, mientras que las palabras bárbaro y escita están relacionadas con la cultura. En
la antigüedad, a la gente inculta se le consideraba bárbara. Los escitas eran los más
incultos de entre los bárbaros. Colosenses 3:11 indica que la extensa revelación de Cristo
presentada en esta epístola tenía como fin hacer frente no al pecado ni la ley, sino a la
cultura.
LA CULTURA REEMPLAZA AL CRISTO EXTENSO
Dios en Su obra salvadora nos libra no sólo del pecado, del juicio, del lago de fuego, del
mundo y del yo, sino también de todo lo que reemplaza a Cristo, incluyendo la cultura.
Debido a que la cultura reemplaza a Cristo de una manera práctica en nuestra vida
diaria, resulta detestable a los ojos de Dios.
¿Qué clase de Cristo puede reemplazar nuestra cultura? El Cristo que reemplaza nuestra
cultura es el Cristo extenso, no el Cristo limitado que conoce la mayoría de los
cristianos. Todos los verdaderos cristianos creen que Cristo es el Dios que se encarnó
para ser hombre, que Él murió en la cruz por nuestros pecados, que resucitó, que
ascendió a los cielos donde ahora está sentado como Señor de señores y Rey de reyes, y
que regresará a la tierra para establecer Su reino junto con los creyentes, quienes
reinarán juntamente con Él. Todo esto es cierto, pero sigue siendo una perspectiva muy
estrecha y limitada de Cristo. Este Cristo limitado no llegará a reemplazar la cultura en
nuestra experiencia. ¿Cómo puede este Cristo ser nuestra comida, vestido y morada? El
Cristo que puede reemplazar nuestra cultura y ser nuestro todo es el Cristo extenso y
todo-inclusivo.
Pese a que perdimos a Dios, Cristo nos rescató y nos reconcilió con Él. Ahora podemos
una vez más tener a Dios como el factor que trae sentido y propósito a nuestra
existencia. Como hemos dicho repetidas veces, el libro de Colosenses fue escrito con el
fin de revelar al Cristo extenso y todo-inclusivo, quien pone fin a nuestra cultura y aun la
reemplaza. No necesitamos guardar ordenanzas acerca de la comida, ya que Cristo es
nuestra comida; tampoco necesitamos guardar ciertos días, días de fiesta y lunas
nuevas, pues Cristo es nuestra luna nueva, nuestro día de fiesta y nuestro sábado. Ya que
Cristo es siempre el mismo y ya que Él es la realidad de todos los días de la semana para
nosotros, todos los días son iguales. Pero si insistimos en tener ordenanzas en cuanto a
la comida o días, otros nos juzgarán con respecto a estas cosas. Si lo único que nos
importa es el Cristo todo-inclusivo, y vivimos conforme a Él y no conforme a nuestra
cultura, nadie tendrá ninguna base para juzgarnos. Cristo es el sentido y propósito de
nuestra vida. Todos necesitamos ver la extensa revelación del Cristo todo-inclusivo.
Es común que los esposos discutan. Cuando la esposa de un hermano expresa una
opinión distinta de la de él, es probable que él comience inmediatamente a discutir y se
niegue a darse por vencido. En los primeros años de mi vida matrimonial, mi actitud era
la de no ceder nunca cuando mi esposa expresaba una opinión diferente. Insistía en mi
posición como cabeza y esperaba que mi esposa se sometiera a mí. Aunque no lo
expresaba con palabras, ésta era mi actitud y lo que acostumbraba hacer.
Más tarde me di cuenta que, como alguien que tomaba la delantera en la iglesia y
ministraba la Palabra, no era correcto que discutiera con mi esposa. Debido a ello,
comencé a contener mi enojo y a no discutir. Puesto que amaba al Señor, hacía todo lo
posible por no discutir con mi esposa. Con todo, no vivía a Cristo; más bien, hacía un
enorme esfuerzo.
Hoy en día puedo testificar que, por la gracia del Señor, ya no me reprimo a mí mismo;
simplemente vivo a Cristo, tal como lo expresan las palabras de Pablo: “Porque para mí
el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Cristo es mi cultura, mi meta y el sentido y propósito de mi
vida humana. En mi vida diaria todo el espacio es para Cristo. Debido a esto, no hay
lugar para el pecado, el mundo, la carne ni el yo. Puesto que todo mi ser es para Cristo,
tampoco hay lugar para la cultura. Simplemente vivo a Cristo, no un Cristo limitado,
sino un Cristo extenso, Aquel que todo lo llena en todo.
No debemos estimar ninguna clase de “ismo”, ya que todos están relacionados con la
cultura. En lugar de tratar de vivir conforme a algún “ismo”, debemos vivir a Cristo, una
persona viviente, quien es la porción para los santos, la imagen del Dios invisible, el
Primogénito tanto de la vieja creación como de la nueva, Aquel en quien todas las cosas
fueron creadas y es nuestra vida en el nuevo hombre. Este extenso Cristo es el que
reemplaza nuestra cultura.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA Y SEIS
La idea principal y subyacente del libro de Colosenses es que, conforme a lo que Dios ha
ordenado, Cristo debe reemplazar todos los elementos y factores de nuestra vida natural
humana consigo mismo. Estos elementos y factores se pueden resumir en una sola frase:
la cultura. Nuestra vida humana está constituida de varios aspectos de nuestra cultura,
la cual se compone de muchos factores y elementos. Hemos visto que el libro de
Colosenses trata de estos factores, elementos, componentes, constituyentes, de nuestro
vivir humano. Esta epístola revela al Cristo extenso como Aquel que reemplaza todos
estos elementos en nuestro vivir humano.
LA FILOSOFÍA, LAS TRADICIONES,
Y LOS RUDIMENTOS DEL MUNDO
En Colosenses 2:8 Pablo dice: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su
filosofía y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los
rudimentos del mundo, y no según Cristo”. La filosofía es un factor primordial de la
cultura. Además, la cultura no puede existir sin las tradiciones. Las palabras “cultura” y
“tradiciones” son prácticamente sinónimas. Los rudimentos del mundo mencionados en
2:8 se refieren a los principios elementales, a las enseñanzas rudimentarias. La filosofía,
las tradiciones y los rudimentos del mundo componen la cultura. Todas estas cosas son
contrarias a Cristo. Este versículo indica que Cristo ha venido para reemplazar la
filosofía, las tradiciones y los rudimentos del mundo. Por consiguiente, aquí se nos
presenta un fuerte contraste entre Cristo y la filosofía, las tradiciones, y los rudimentos
del mundo. Si una persona no tiene a Cristo, indudablemente tendrá estos tres
elementos culturales. Pero cuando recibimos a Cristo, estos elementos deben ser
reemplazados por Él.
En los versículos 20 y 21 Pablo dice también: “Si habéis muerto con Cristo en cuanto a
los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a
ordenanzas: no manejes, ni gustes, ni aun toques”. En Romanos, Pablo dice que en
Cristo estamos muertos al pecado, mientras que aquí en Colosenses, él dice que hemos
muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, es decir, en cuanto a los
factores que componen nuestra vida humana natural. En otras palabras Pablo nos dice
que hemos muerto con Cristo en cuanto a nuestra cultura. Luego, él pregunta además,
puesto que éste es el caso, por qué entonces nos seguimos sometiendo a las ordenanzas
relacionadas con manejar, gustar y tocar. Por tanto, en estos versículos encontramos un
contraste más: el contraste entre el Cristo con el cual hemos muerto y las ordenanzas,
que componen nuestra cultura.
Cristo ha venido para reemplazar todos los aspectos de la cultura mencionados en 2:8,
16-17 , 20-21 y 3:11. Cristo debe llegar a formar parte de nuestro vivir humano de tal
modo que reemplace la filosofía, las tradiciones y los rudimentos del mundo. Él debe
reemplazar las ordenanzas en cuanto a la comida y la bebida, así como los días de fiesta,
la luna nueva y los sábados. Él debe reemplazar las ordenanzas y todas las distinciones
culturales. Una vez que Cristo reemplace completamente estas cosas, Él será lo único
que permanecerá. Esto revela claramente que en Colosenses, Cristo es el sustituto de
todos los factores y elementos culturales. Él debe llegar a formar parte de nuestra vida
diaria de modo que lo reemplace todo. Ésta es la revelación divina contenida en la santa
Palabra. ¡Oh, que nuestros ojos sean abiertos y veamos que cada factor, elemento y
aspecto de nuestra vida humana natural es contrario a Cristo! En la economía de Dios, el
Cristo extenso debe reemplazar todos estos elementos, factores y aspectos. Finalmente y
por la eternidad, Cristo será lo único que permanecerá.
Tomando esta revelación como base, llegamos al tema crucial de andar en Cristo (2:6).
Los versículos 6 y 7 no dicen: “Andad en El, y arraigaos y sobreedificaos en El”. Al
contrario, estos versículos dicen: “Andad en El, arraigados y sobreedificados en El”.
“Arraigados” y “sobreedificados” son participios pasados que describen la manera en la
cual debemos andar. Podemos andar en Cristo porque hemos sido arraigados en Él y
porque estamos siendo sobreedificados en Él. Debemos cumplir estas dos condiciones si
hemos de andar en Cristo. Nuestro andar en Cristo se basa en dos condiciones: hemos
sido arraigados en Él y estamos siendo sobreedificados en Él.
Puesto que estos dos versículos contienen palabras muy sencillas, es posible que los
pasemos por alto y no los entendamos como es debido. En estos versículos vemos tres
palabras cruciales: andad, arraigados y sobreedificados.
La palabra griega traducida andar significa vivir, actuar, moverse y ser, lo cual implica
todos los aspectos de nuestra vida diaria. Andar en Cristo consiste en vivir, mover,
actuar y tener nuestro ser en Cristo. No debemos vivir, andar, movernos ni tener nuestro
ser inmerso en algo que no sea Cristo. Por ejemplo, cuando una hermana va de compras,
debe hacerlo en Cristo. No obstante, no hay muchas hermanas que estén en Cristo
cuando vayan de compras. En lugar de ello, salen de compras o toman la decisión de
comprar algunos artículos fuera de Cristo. Por consiguiente, en el aspecto de comprar,
muchas hermanas no viven ni se mueven en Cristo. Pasa lo mismo con hermanos
cuando se cortan el pelo. En el aspecto práctico de cortarse el pelo, es posible que los
hermanos no vivan ni se muevan en Cristo.
Andar en Cristo significa no tener ningún sustituto de Cristo. Debido a la caída del
hombre, la cultura toma el lugar de Dios en la vida humana. El hombre fue hecho para
Dios y necesita que Dios sea su vida, su deleite y su todo. Sin embargo, debido a que el
hombre perdió a Dios, inventó la cultura para que fuera Su sustituto. Por esta razón,
Dios en Su economía ordenó que Cristo, Su Hijo, efectuara la redención, trajera al
hombre de vuelta a Sí mismo, y luego reemplazara todos los sustitutos con Él mismo.
Hemos visto que cada uno de los factores y elementos de nuestra vida humana
constituyen un sustituto de Cristo. Sin embargo, los factores y elementos que han
llegado a sustituir a Dios deben ser ahora reemplazados por Cristo. Si queremos que ésta
sea nuestra experiencia, debemos andar en Cristo.
También nos resulta fácil andar en nuestras costumbres en lugar de andar en Cristo. Por
naturaleza, todos vivimos y andamos en nuestras costumbres, y no en Cristo. Puede ser
que cuando oremos, logremos entrar en nuestro espíritu, y que en esos momentos,
nuestro ser esté en Cristo. No obstante, es posible que en cuanto terminemos de orar,
volvamos a vivir y a andar en nuestras costumbres. Así, en lugar de andar en Cristo,
andamos en nuestra cultura.
¿En qué medida logró usted andar hoy en Cristo? ¿Cuántas de sus palabras, acciones y
actitudes estuvieron en algo que no es Cristo? Debemos admitir que en lugar de andar
en Cristo, andamos en muchos otros factores o elementos de nuestra vida, los cuales
reemplazan a Cristo. Sin embargo, según el libro de Colosenses, debemos andar en el
Cristo extenso, en el Cristo que es universalmente amplio y que es todo para nosotros.
No necesitamos de filosofías; Cristo mismo es nuestra filosofía. Tampoco necesitamos
tradiciones; Cristo es nuestro mejor legado. No necesitamos principios rudimentarios;
Cristo es cada principio para nosotros. Lo que necesitamos es tomar a Cristo como
nuestro todo y andar en Él.
Debemos reconocer que aun en las iglesias locales, casi todos andamos en algo que no es
Cristo. Amamos al Señor y Su recobro, pero vivimos, andamos y tenemos nuestro ser
sumergido en cosas que no son Cristo mismo. Debido a que un hermano anda conforme
a su timidez, no se atreve a hablar la verdad a otros de manera franca y en amor. Sin
embargo, tampoco debemos concluir con este ejemplo que tenemos que andar con
denuedo en lugar de andar tímidamente. Lo que queremos resaltar aquí es que debemos
andar en Cristo. Entre nosotros son muy pocos los santos que andan en pecado, pero
son muchos los que andan en cosas que son buenas, morales y éticas. Andan conforme a
su propia manera de vivir. Si verdaderamente andamos en Cristo, habrá ocasiones en las
cuales reprenderemos a otros con firmeza. Por ejemplo, en Gálatas 2 leemos que Pablo
reprendió públicamente a Pedro por retraerse y dejar de comer con los gentiles. No
estamos diciendo que de ahora en adelante debemos reprender a los demás, sino que
todo nuestro comportamiento debe estar en Cristo.
Debemos vivir y actuar en Cristo. Los jóvenes no deben decir que no pueden dejar de ser
jóvenes, y los más ancianos tampoco deben decir que no pueden dejar de ser viejos. Ya
sea que seamos jóvenes o ancianos, todos debemos vivir y actuar en Cristo. En la iglesia,
no existen los jóvenes ni los viejos, los tímidos ni los osados. El único que existe es
Cristo, quien es todos los miembros del nuevo hombre y está en todos ellos. Por
consiguiente, todos debemos andar en Cristo y no vivir conforme a ningún elemento de
cultura. Repito que Cristo no sólo debe ser nuestra esfera, la esfera extensa en la cual
andamos, sino también todos los elementos y factores de nuestro diario vivir.
Es cierto que no es fácil andar en Cristo. Después de que Pablo nos exhorta a andar en
Cristo, inmediatamente añade las palabras, “arraigados y sobreedificados en El”. Si
queremos andar en Cristo, debemos cumplir los requisitos de ser arraigados y de ser
sobreedificados en Él. La razón por la que podemos andar en Cristo es que hemos sido
arraigados en Él. Por una parte, ya fuimos arraigados en Cristo; por otra, estamos en el
proceso de ser sobreedificados en Él. Ser arraigados, lo cual ya es un hecho cumplido,
constituye una condición para andar en Cristo. Ser sobreedificados, lo cual está en
proceso ahora, constituye la otra condición. Para mostrar cómo hemos sido arraigados,
Pablo usa el ejemplo de las plantas que están profundamente arraigadas al suelo; y para
mostrar cómo somos sobreedificados en Cristo, él usa el ejemplo de las piedras.
UN PROCESO ORGÁNICO
Sin importar cuál sea nuestra edad, todos nos encontramos profundamente arraigados a
nuestra cultura, junto con todos los factores y elementos que componen nuestra vida
diaria. Del mismo modo que fuimos arraigados a nuestra cultura, debemos ahora echar
raíces en Cristo. Echar raíces es algo relacionado con la vida. El hecho de que una planta
esté arraigada al suelo, implica un proceso orgánico. Aparte de este proceso, ninguna
planta podría echar raíces. Cuanto más profundo se extienden las raíces de una planta
en la tierra, más alcance tiene este proceso orgánico. Cuanto más se extienden las raíces
de una planta, más ésta crece y se desarrolla. Ser arraigados en Cristo equivale a
experimentar este desarrollo, crecimiento y actividad vital.
Usemos una vez más el ejemplo del injerto. Podemos decir que nosotros, las ramas del
olivo silvestre, fuimos injertados en Cristo, quien es el olivo cultivado. El injerto también
está relacionado con el proceso del crecimiento orgánico. Sin este proceso, dos árboles
no podrían crecer juntos; pero mediante el injerto, los dos árboles son entrelazados y
sus vidas se mezclan. Esta mezcla resulta en un crecimiento orgánico. A medida que
crece la rama injertada, la rama del olivo silvestre, ésta se arraiga profundamente en el
olivo cultivado.
El principio es el mismo tanto en el caso del injerto como en el de la planta que ha sido
sembrada. Para trasplantar bien un árbol, debemos abrir un hoyo en el suelo que
permita que las raíces del árbol crezcan y se desarrollen. Si las raíces reciben suficiente
agua y si tienen el espacio necesario para crecer, se extenderán profundamente dentro
de la tierra. Podemos aplicar el mismo principio a nuestra relación con Cristo. Por un
lado, fuimos injertados en Cristo; por otro, fuimos plantados en Cristo, e incluso
trasplantados a Él. En cualquiera de ambos casos, se requiere de un crecimiento interior
y hacia abajo. Es posible que el crecimiento de las raíces de una planta sea lento, y que
su crecimiento visible sea rápido. Algunos santos crecen como los hongos, que crecen en
la superficie del suelo, pero que les falta el crecimiento de las raíces debajo del suelo.
Si los santos tienen contacto con el Señor y pasan tiempo en la Palabra con mucha
oración, serán profundamente arraigados en Cristo. Si una hermana hace esto durante
cierto tiempo, saldrá de compras en Cristo, y no en algo que no sea Cristo. Yo no tengo la
menor confianza en un cambio de comportamiento que provenga de haber tomado una
decisión después de escuchar un mensaje. Sólo confío en lo que resulta después de que
hemos sido arraigados profundamente en Cristo, por medio de nuestro contacto con el
Señor y al pasar tiempo en la Palabra con mucha oración. Cuando estamos arraigados en
Cristo, no necesitamos proponernos hacer ciertas cosas, pues espontáneamente
andaremos en Él.
En un mensaje anterior, nos preguntamos cómo una planta puede andar. Colosenses 2:7
habla de ser arraigados, lo cual se refiere a las plantas, pero 2:6 habla de andar, lo cual
alude a personas. ¿Qué somos entonces, plantas o personas? He aquí la respuesta: en
cuanto a nuestra vida diaria, somos personas, pero en cuanto al hecho de que estamos
arraigados en Cristo, somos plantas. En 1 Corintios 3 Pablo dice que nosotros somos
labranza de Dios (v. 9). También dice que él plantó y Apolos regó, pero que el
crecimiento lo da Dios (v. 6). Por lo tanto, con respecto al crecimiento, somos como
plantas; pero en nuestro diario andar, por supuesto, no somos como plantas; somos
personas. Podríamos decir que somos personas-plantas: personas con respecto a la
capacidad de andar, y plantas, en el sentido de que estamos arraigados en Cristo.
Sabemos por experiencia que cuando tenemos contacto con el Señor y diariamente
leemos la Palabra con mucha oración, cumplimos la condición para andar en Cristo, ya
que estamos arraigados en Él. Así, mientras andamos en Él, la expresión de Cristo es
sobreedificado diariamente en nosotros. Esto hace posible que otros vean a Cristo en
nosotros. Finalmente, al vivir a Cristo de esta manera, se producirá la expresión
corporativa de Cristo, la vida de iglesia. Ésta es la manera adecuada para llevar la vida
cristiana.
Nuestra vida no debe conformarse a algo que no sea Cristo. Los sustitutos más sutiles de
Cristo son los diversos elementos de nuestra cultura. Ahora, Cristo debe reemplazar
todos estos sustitutos consigo mismo. Si ésta es nuestra experiencia, no tendremos otra
cosa que Cristo en nuestro diario vivir. Viviremos, nos moveremos, actuaremos y
tendremos nuestro ser en Cristo. Para esto, existen dos requisitos: ser arraigados en
Cristo y ser sobreedificados en Cristo para convertirnos en la expresión de Cristo. La
expresión de Cristo, que es Cristo mismo manifestado en nuestro vivir, llegará
finalmente a ser una expresión corporativa. Ésta es la iglesia como Cuerpo y nuevo
hombre. Cuando la iglesia llegue a ser el nuevo hombre en realidad, ése será el momento
en que Cristo regresará. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos conceda Su
gracia, a fin de que le vivamos así en la iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA Y SIETE
Hemos visto anteriormente que el libro de Colosenses primero nos da una revelación
objetiva del Cristo extenso y todo-inclusivo, y después presenta el ministerio subjetivo,
la mayordomía, por la cual el Cristo todo-inclusivo se imparte en nosotros. Por último,
nos explica cómo experimentamos de manera práctica al Cristo que nos ha sido
ministrado. Por consiguiente, en Colosenses tenemos la revelación objetiva, el
ministerio subjetivo y la experiencia práctica.
EL CRISTO TODO-INCLUSIVO
MORA EN NUESTRO ESPÍRITU
Nosotros los que experimentamos a Cristo tenemos una relación cercana, profunda,
íntima y personal con Él. Sin embargo, debemos hacernos tres preguntas: ¿Quién es
Cristo? ¿Qué es Cristo? ¿Dónde está Cristo? Puesto que Cristo es tantas cosas, es difícil
decir exactamente quién es Él y lo que Él es. En primer lugar, podemos decir que Cristo
es Dios mismo. Según lo que consta en Colosenses, Él es el Primogénito de toda
creación. La Biblia indica que Cristo es la realidad de muchas especies de árboles, como
la higuera, el olivo, la vid y el cedro. Cristo es también el verdadero buey, cordero, león,
águila y paloma. Además, Cristo es nuestro verdadero alimento, agua, leche, miel, aire,
rayos de sol, lluvia, rocío y nieve. Finalmente, Cristo llega a ser nuestra tierra todo-
inclusiva, una tierra en la cual tenemos montañas, colinas, valles, fuentes, arroyos,
riachuelos, piedras, hierro y bronce. Puesto que Cristo es una persona todo-inclusiva,
cuando Él estuvo en la tierra, usó varios objetos de la naturaleza como ejemplos de Sí
mismo.
En cuanto al lugar donde está Cristo, debemos saber que, a pesar de que Él es
omnipresente y está sobre todo a la diestra de Dios en el tercer cielo, Él mora en
nosotros (1:27). No obstante, no es nada fácil tomar conciencia de que en realidad Cristo
está en nosotros. Somos personas complicadas, con muchas cámaras, muchas partes
internas. Proverbios 20:27 habla de lo más profundo del corazón del hombre, de sus
cámaras interiores. Entre estas cámaras están la mente, la parte emotiva, la voluntad, el
corazón, el alma, el hombre interior y el hombre escondido. En 1 Pedro 3:4 se menciona
el hombre escondido en el corazón, y en Efesios 3:16, el hombre interior. Tal vez
creamos que Cristo está en nosotros, pero ¿en qué cámara de nuestro ser? En 2 Timoteo
4:22 vemos que el Señor está en nuestro espíritu.
Ahora debemos preguntarnos lo que es el espíritu y en qué difiere del corazón y del
alma. La versión china de la Biblia usa la extraña expresión: “corazón-espíritu”. Sin
embargo, en nosotros no existe tal cosa llamada “corazón-espíritu”. ¡Qué lastima que los
traductores de la versión china usaron este término para referirse al espíritu humano!
Aunque eran eruditos, los traductores erraron al respecto. Otros dicen que el espíritu y
el alma se refieren a lo mismo. El espíritu humano no es el corazón ni tampoco el alma.
La mente, la parte emotiva, la voluntad, el alma y el corazón se incluyen entre las partes
internas del hombre, pero ninguna de ellas es el espíritu. El espíritu humano está en lo
más profundo del ser hombre. Por consiguiente, el hecho de que Cristo esté en nuestro
espíritu, significa que Él está en lo más profundo de nuestro ser.
El espíritu, donde Cristo mora en el creyente, difiere del cuerpo y del alma. La Biblia
revela que el hombre es un ser tripartito, compuesto de espíritu, alma y cuerpo. Puesto
que el espíritu es distinto del alma, debemos decir con exactitud dónde reside Cristo en
nosotros. Conforme a la Biblia, debemos decir que Cristo está en nuestro espíritu.
Ex presando esto con las palabras de 1 Corintios 6:17, somos un solo espíritu con el
Señor. El Señor es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), el cual es uno con nuestro
espíritu; por consiguiente, los dos espíritus son uno. El Señor no solamente mora en
nuestro espíritu, sino que incluso se ha hecho uno con nuestro espíritu. De esta manera,
los dos espíritus —el Espíritu vivificante y nuestro espíritu— han venido a ser un solo
espíritu. ¡Cuán cercana e íntima es nuestra relación con el Señor! Él y nosotros, nosotros
y Él, somos un solo espíritu. ¿Qué clase de relación podría ser más cercana y más íntima
que ésta? Ciertamente, esta relación es la más cercana e íntima que pueda existir. Si
queremos experimentar a Cristo adecuadamente, debemos darnos cuenta de que
tenemos una relación muy íntima con Él.
No obstante, una cosa es estar conscientes de esto, y otra es practicarlo. Quizás sepamos
que somos un solo espíritu con el Señor, pero en nuestro vivir diario es posible que no
nos ejercitemos para ser un solo espíritu con Él. Por el contrario, tal vez mantengamos
al Señor recluido en nuestro espíritu y vivamos conforme a nuestros pensamientos,
sentimientos y preferencias. Puede ser que insistamos en que se nos deba dar libertad
para escoger lo que más nos guste, para pensar por nosotros mismos, y para dejar que
nuestros sentimientos sigan su propio curso. Tal vez no queramos que el Señor que
mora en nuestro espíritu nos haga sentir incómodos. Debido a ello, es posible que en
nuestra vida diaria, lo tengamos restringido en nuestro espíritu. Incluso podemos llegar
al extremo de negar nuestro espíritu, y vivir como si no tuviésemos espíritu, sino cuerpo
y alma solamente. Por ejemplo, si queremos enojarnos o ser locuaces según nuestra
preferencia, sencillamente no nos ejercitamos para ser un solo espíritu con el Señor. Al
orar-leer la Palabra, quizás alabemos al Señor por el hecho de que somos un solo
espíritu con Él, pero es posible que en muchos asuntos prácticos no le prestemos la más
mínima atención al Señor, que está en nuestro espíritu.
EL MISTERIO DE DIOS
Génesis 1:1 nos dice que en el principio Dios creó los cielos y la tierra; pero Mateo 28:19
nos manda bautizar a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo. Sabemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu son el propio Dios mencionado en
Génesis 1:1. Sin embargo, la diferencia es que para la época de Génesis 1:1, Dios no había
pasado por el proceso de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección
y la ascensión. Las palabras de Mateo 28:19 las dijo el Señor después de haber entrado
en la resurrección, es decir, después de haber pasado por la encarnación, el vivir
humano y la crucifixión. Después de Su resurrección, Él mandó a Sus discípulos que
hicieran discípulos a todas las naciones y los bautizaran no en el nombre del Creador, al
que podríamos llamar “el Dios sin procesar”, sino en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu. Esto es bautizar a los creyentes en el Dios procesado. El Dios procesado es el
Dios que está disponible para Su pueblo escogido, y Su pueblo puede ser bautizado en
Él. Aunque es imposible bautizar a los creyentes en el Dios que se revela en Génesis 1:1,
sí podemos bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu, es decir, en el
Dios Triuno procesado.
Hoy en día, el Dios Triuno procesado es el Espíritu. En la época en que se escribió Juan
7 :39, aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado, es decir, no
había pasado todavía por la muerte ni entrado en la resurrección. Puesto que Cristo ya
pasó por la muerte y entró en resurrección, ahora tenemos al Espíritu. El Espíritu es
Cristo mismo, y Cristo es la historia de Dios, el misterio de Dios. Cristo, como historia de
Dios, es el Dios procesado, el Dios que pasó por un proceso para llegar a ser el Espíritu
todo-inclusivo, el cual mora ahora en nuestro espíritu y es uno con nuestro espíritu.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA Y OCHO
RECIBIR A CRISTO
En 2:6 Pablo dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el
Señor, andad en El”. La experiencia de andar en Cristo se basa en el hecho de haberle
recibido. Andar en Él se deriva de haberle recibido.
Muchos cristianos piensan que recibir a Cristo consiste simplemente en creer en Él. Sin
embargo, recibir a Cristo no es un asunto tan sencillo. Para que podamos entender cuál
es la manera verdadera y apropiada de recibir a Cristo, debemos conocer primero al
Cristo que hemos de recibir. De acuerdo con nuestro concepto y según las enseñanzas
tradicionales, Cristo es bastante sencillo. Muchos creyentes solamente han visto que
Cristo, el Hijo de Dios, es el Salvador que nos amó y murió por nosotros. Han visto que
si creemos en Cristo, somos salvos. No obstante, en el contexto del libro de Colosenses,
recibir a Cristo tiene muchas más implicaciones. Hemos visto que Colosenses nos
proporciona una revelación extensa del Cristo todo-inclusivo. Cristo es mucho más vasto
que el universo. Según Efesios 3 Cristo es la anchura, la longitud, la altura y la
profundidad. El Cristo que hemos recibido es inmensurable. Él es universalmente
extenso.
Aunque es cierto que hemos recibido a Cristo una vez y para siempre, el hecho de
recibirle va mucho más allá de esta experiencia inicial. De hecho, seguiremos
recibiéndole por la eternidad. Podemos comparar esto con la respiración. Así como la
respiración es un proceso continuo, recibir a Cristo debería también suceder
continuamente. Lamentablemente, la mayoría de los cristianos sólo han tenido la
experiencia inicial de recibir a Cristo, y no lo reciben continuamente. Muchos creyentes
nos dicen que recibieron a Cristo en un momento dado en el pasado; el problema es que
no siguieron recibiéndolo. Si no recibimos a Cristo continuamente, no aprovecharemos
al máximo el Cristo que recibimos inicialmente. Son muchos los cristianos que no
reciben continuamente a Cristo. Por consiguiente, tenemos que entender que la
experiencia de recibirle debe suceder constante y continuamente.
EL MISTERIO DE DIOS
Aunque Dios es eterno, Él también tiene una historia. Por supuesto, decir que Dios tiene
una historia es hablar en términos humanos que facilitan nuestro entendimiento. En el
principio, en la eternidad pasada, Dios tuvo un beneplácito, un deseo en Su corazón.
Cuanto más vital sea una persona, mayor será su deseo por obtener placer. Puesto que
Dios es la persona más viviente que existe, Él tiene el deseo más grande. Dios es
viviente, emprendedor y dinámico; como tal, Él tiene un beneplácito. Según Su
beneplácito, el cual es el deseo de Su corazón, Dios hizo un plan. En la Biblia, a este plan
se le llama propósito. Dios es un Dios de propósito; Él tiene un propósito eterno que
está basado en Su beneplácito. Su propósito consiste en obtener un grupo de seres vivos
que sean Su expresión corporativa.
Dios creó los cielos, la tierra y los miles de millones de cosas para que este grupo de
seres vivos pudiese existir. El enfoque de la obra creadora de Dios es el hombre, el cual
fue creado con un receptor: el espíritu humano. Así como un receptor de radio tiene la
capacidad de recibir las ondas radiales, nuestro espíritu también tiene la capacidad de
recibir a Dios. Supongamos que le mostráramos un radio transistor por primera vez a un
hombre de una región primitiva y le explicáramos que éste sirve para captar y emitir
sonidos que son transmitidos por el aire. Si el radio está bien sintonizado, él quedaría
asombrado al escuchar los sonidos; pero si el receptor no funciona, él argumentaría
diciendo que en realidad no existen ondas radiales en el aire. Un radio transistor puede
tener una hermosa apariencia, pero si el receptor no funciona, de nada sirve. Hoy en día,
millones de personas parecen transistores dañados. Aparentemente son muy buenas,
pero su espíritu está dañado. Su “receptor” no funciona correctamente. Es por eso que
los ateos proclaman que Dios no existe. Debido a que el receptor de ellos no funciona
para dar sustantividad a Dios, ellos dicen que Dios no existe. Si reparamos el receptor
dañado, el radio volverá a funcionar. De la misma manera, cuando nuestro receptor
dañado, nuestro espíritu humano, es regenerado, puede funcionar para dar
sustantividad a Dios.
Conforme a Zacarías 12:1, Dios extendió los cielos, fundó la tierra y formó el espíritu del
hombre dentro de él. En este versículo, se clasifica el espíritu del hombre en el mismo
nivel que los cielos y la tierra, lo cual demuestra cuán crucial y significativo es el espíritu
humano. El espíritu del hombre fue creado con el expreso propósito de ser un recipiente
que pudiera recibir a Dios. Sin embargo, para que el hombre pudiera existir, era
necesario que los cielos y la tierra fueran creados. Los cielos fueron creados por causa de
la tierra, la tierra por causa del hombre, y el hombre fue creado con un espíritu como
recipiente, para contener a Dios. Dios produjo un entorno propicio, mediante Su obra
creadora, para llevar a cabo Su propósito.
LA ENCARNACIÓN, LA CRUCIFIXIÓN
Y LA RESURRECCIÓN
Dios primero tenía que hacerse hombre para que el hombre pudiera recibirle. Por
consiguiente, después de la creación viene la encarnación. En el proceso de la
encarnación, Dios se hizo hombre, nacido de la virgen María en condiciones muy
humildes. Conforme a Isaías 9:6, el niño que nos es nacido es el Dios fuerte. Esto quiere
decir que el niño nacido en aquel pesebre de Belén era de hecho el Dios fuerte. De niño,
Él se crió en Nazaret, una región menospreciada de Galilea. No vivió en una mansión de
ricos, sino en la casa de un pobre carpintero. ¿Puede concebir que Jesús, el Dios fuerte
encarnado, vivió en la casa de un carpintero en Nazaret durante casi treinta años? El
Creador del universo vivió en la tierra de esta manera. Esto constituye una parte muy
crucial de la historia de Dios.
Hasta el día de hoy, los judíos no creen en la encarnación. Ellos prefieren proclamar que
su Dios no es así de pequeño. No obstante, nosotros creemos y proclamamos que
nuestro Dios se hizo un hombre humilde y que vivió en la tierra por treinta y tres años y
medio. Tanto Isaías 53 como los cuatro Evangelios coinciden en que el Señor Jesús no
tenía una apariencia atractiva o encantadora. Asimismo, Aquel que dijo: “Sea la luz” e
hizo que resplandeciera la luz de las tinieblas es el mismo que trabajó por años como
carpintero.
Al final de Su vida en la tierra, el Señor Jesús fue crucificado. Debemos darnos cuenta de
que quien fue crucificado era Dios mismo. En un himno escrito por Charles Wesley
encontramos este verso:
¿Cómo será—qué gran amor—
Que por mí mueras Tú mi
Dios?
Dios fue crucificado y colgado en una cruz por nosotros. Luego, fue sepultado en la
tumba, y durante ese tiempo se paseó por el Hades, la región de la muerte. Aunque
Satanás hizo todo lo posible para retenerlo, Él resucitó de los muertos al tercer día y
salió de la tumba en resurrección. Ahora, en resurrección, Él es el Espíritu vivificante.
Por medio de la encarnación, Dios se hizo hombre, y en la resurrección Él se hizo el
Espíritu vivificante.
Después de que Cristo resucitó, se apareció delante de Sus discípulos muchas veces. Se
manifestó a ellos en el día de la resurrección, mientras ellos estaban reunidos en un
cuarto que tenía las puertas cerradas. De repente, se presentó con un cuerpo de carne y
huesos. Pensando que veían un espíritu, los discípulos se espantaron. Entonces Él les
dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme, y ved; porque un
espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo” (Lc. 24:39). Ocho días
después, Él se apareció de nuevo, principalmente por causa de Tomás, quien había
dicho que no creería a menos que viera en las manos del Señor la marca de los clavos, y
metiera su dedo en la marca de los clavos, y su mano en el costado del Señor (Jn. 20:25).
Después de aparecer, el Cristo resucitado volvió a desaparecer repentinamente. Más
tarde, mientras algunos discípulos, encabezados por Pedro, estaban pescando, Él se
manifestó a ellos una vez más y les preguntó si no tenían nada de comer. Ellos
contestaron que no tenían nada, y Él les dijo que echaran la red a la derecha de la barca.
Después que hicieron esto, recogieron una gran cantidad de peces (Jn. 21:6). Entonces,
los discípulos disfrutaron de un buen desayuno con el Señor, después del cual Él
desapareció de nuevo. En otra ocasión, el Señor sostuvo una conferencia con ellos en la
cima de un monte, en el lugar que les había indicado. Allí los discípulos finalmente
presenciaron la ascensión del Cristo resucitado. Diez días más tarde, Él descendió sobre
ellos como Espíritu todo-inclusivo de una manera maravillosa. Como todos sabemos,
mediante la predicación del evangelio por parte de estos discípulos, miles de personas se
les añadieron.
Cuando estudiamos todos los aspectos de la historia de Dios, vemos que la historia de
Dios es Cristo. Por ser la historia de Dios, Cristo es el misterio de Dios. Puesto que los
judíos no tienen a Cristo, el Dios en el cual creen no tiene esta historia. Aparte de Cristo,
no existe ni la historia de Dios ni el misterio de Dios.
Así como Cristo es la historia de Dios, la iglesia es la historia de Cristo. Por ser la
historia de Cristo, la iglesia es el misterio de Cristo. En la iglesia, somos la continuación
de esta historia.
Hemos señalado que el Cristo que hemos recibido es el misterio de Dios y la historia de
Dios. El Cristo que hemos recibido es Dios y Su historia maravillosa. Cristo es todo-
inclusivo y, por ende, en Él se halla la divinidad, la humanidad, el vivir humano, la
crucifixión, la resurrección, la ascensión, la glorificación y la entronización. Él incluye
todos los atributos divinos y las virtudes humanas. Él es Aquel a quien todos hemos
recibido.
LA PERFECTA CERTIDUMBRE
Y EL PLENO CONOCIMIENTO DE CRISTO
En 2:1 -2 Pablo dijo que sostenía una gran lucha por los santos para que fueran
“consolados sus corazones, entrelazados ellos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas
de la perfecta certidumbre de entendimiento, hasta alcanzar el pleno conocimiento del
misterio de Dios, es decir, Cristo”. Nosotros también necesitamos recibir la perfecta
certidumbre de entendimiento, el pleno conocimiento de Cristo como misterio de Dios.
Sin embargo, incluso entre nosotros son muy pocos los que tienen este conocimiento.
Por tanto, necesitamos obtener el pleno conocimiento y la perfecta certidumbre de
entendimiento de que hemos recibido al Cristo maravilloso, ilimitado, inmensurable y
extenso.
El Cristo que se revela en el libro de Colosenses es mucho más extenso que el Cristo en
el cual cree la mayoría de los cristianos. Dios nos ha dado un regalo que es más extenso
que el universo. Si tenemos la perfecta certidumbre de entendimiento acerca de Cristo,
diremos: “Señor Jesús, Tú lo eres todo para mí. Tú eres el misterio de Dios. Puesto que
Tú lo eres todo, no quiero ni necesito nada que no seas Tú”. Como misterio de Dios, el
Cristo todo-inclusivo incluye la encarnación, la crucifixión, la resurrección, la ascensión,
la glorificación, la divinidad y la humanidad. Él es la realidad de todas las cosas positivas
del universo; Él es la comida, la bebida, las fiestas, las lunas nuevas, los días santos, los
sábados, el vestido, la vivienda, el transporte y la luz. El apóstol Pablo luchaba por los
colosenses, quienes se habían distraído y habían sido engañados, porque quería
ayudarlos a que tuvieran el pleno conocimiento de Cristo. Era como si Pablo tratara de
decirles: “Colosenses, vosotros tenéis al Cristo todo-inclusivo. ¿Por qué os volvéis al
gnosticismo, al judaísmo y al ascetismo? ¿Por qué os sometéis a tantas ordenanzas?
Vosotros tenéis a Aquel que es todo-inclusivo y extenso, a Aquel que es el misterio de
Dios. Espero que abráis vuestros ojos y veáis al Cristo que habéis recibido”. ¡Todos
necesitamos recibir una visión de este Cristo!
RECIBIR A CRISTO POCO A POCO
Damos gracias al Señor porque ya todos hemos recibido a Cristo. Pero como hicimos
notar, recibir a Cristo es una acción continua; es mucho más que un hecho que sucede
una vez y para siempre. Así como respiramos continuamente, debemos recibir a Cristo
continuamente, e incluso por la eternidad.
Hemos visto que el Cristo que recibimos es el misterio de Dios y la historia de Dios.
Probablemente cuando nosotros recibimos a Cristo por primera vez no comprendimos
que Él era todo esto. Pero a medida que avanzamos en el Señor, nos damos cuenta de
que Él es todo lo que necesitamos. Ya que Él es nuestro todo, deberíamos seguir
recibiéndole sin cesar.
La única manera en que podemos ejercitar nuestro espíritu es orar. Cuando ejercitamos
nuestro espíritu en oración, nuestro objetivo debe ser tener contacto con el Señor, y no
orar por ciertas personas o asuntos. Debemos simplemente tocar al Señor y dejar que Él
nos infunda el deseo de orar por ciertas personas. No debemos acudir al Señor con una
mente cargada de peticiones; si tratamos de tocar al Señor de esta manera, haremos que
nuestro espíritu se cierre. Debemos volvernos al Señor con un espíritu completamente
abierto, adorándole, alabándole y dándole gracias. Entonces, sabremos por qué asuntos
orar, y tendremos mucho que decirle al Señor en la oración.
Mientras recibimos esta trasmisión celestial de parte del Señor, no sólo recibimos las
riquezas de Cristo, sino que también experimentamos Su plenitud. Esto significa que
somos llenos hasta desbordar. La plenitud tiene que ver con las riquezas; pero es posible
experimentar las riquezas y no la plenitud. El que las riquezas de Cristo lleguen a ser
para nosotros la plenitud de Cristo depende de si hemos sido llenos de estas riquezas
hasta el límite de nuestra capacidad. Si las riquezas exceden la demanda, podemos
hablar de plenitud; pero si ellas no la sobrepasan, obviamente no se puede hablar de
plenitud. Las riquezas de Cristo son universalmente extensas y jamás son inferiores a la
demanda. Sin importar cuál sea nuestra capacidad, las riquezas de Cristo la sobrepasan.
Siempre podemos ser llenos de las riquezas hasta desbordar. Por más rico que un
hombre sea, si sus riquezas sólo alcanzan para darle un dólar a cada hombre en la tierra,
sus riquezas no llegan a ser la plenitud. Sus riquezas no son suficientes como para hacer
a todos los hombres excesivamente ricos. En cambio, las riquezas de Cristo son
universalmente extensas; son suficientes para llenarnos a todos hasta el límite de
nuestra capacidad.
Juan 1:14 dice que el Verbo se hizo carne, lleno de gracia y de realidad. Según Juan 1:16,
todos hemos recibido de Su plenitud, y gracia sobre gracia. El capítulo uno de Juan nos
dice que Aquel que recibimos es el Verbo eterno, el Verbo que estaba con Dios y que era
Dios, el mismo por el cual todas las cosas llegaron a existir. También nos dice que en el
Verbo estaba la vida. Un día, el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros,
lleno de gracia. Esto forma parte de la historia de Dios, un aspecto de Su misterio. El
misterio de Dios es Cristo, el cual está lleno de gracia. No existe demanda alguna que
pueda agotar Su plenitud; no hay ninguna capacidad que pueda agotar Su
suministración. Nuestras necesidades y nuestra capacidad jamás pueden hacer mermar
la plenitud de Cristo. El Cristo que hemos recibido es un Cristo de plenitud. Por
consiguiente, debemos seguir recibiéndole, ejercitando nuestro espíritu a fin de tener un
contacto directo con Él. A medida que oremos con un espíritu abierto y calibrado,
recibiremos todo lo que necesitamos de la fuente ilimitada. De este modo,
experimentaremos la plenitud y en esta plenitud seremos arraigados y sobreedificados.
Entonces andaremos en Él.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CUARENTA Y NUEVE
PERFECTOS EN CRISTO
LA APLICACIÓN CORRECTA
DE LA CULTURA
Si las familias cristianas, después de leer estos mensajes que describen cómo Cristo es
contrario a la cultura, les dijesen a los hijos que no necesitan más la cultura, esto
constituiría un grave error. Sin la cultura, los niños actuarían como animales. Los niños
deben ser educados conforme a las normas de la cultura. Antes de que nuestros hijos
tengan la edad adecuada para recibir a Cristo, ellos deben ser educados conforme a la
cultura. Cuanto más intensa sea la educación que ellos reciban, mayor beneficio les
traerá. Los niños deben aprender a honrar a sus padres, a amar a sus hermanos, a
comportarse apropiadamente con sus vecinos, a ser buenos estudiantes, a obedecer
todas las leyes, y a respetar a sus maestros y demás adultos. Puesto que los niños aún no
tienen la edad para comportarse según Cristo, es necesario enseñarles a comportarse
según las normas de la cultura. Sin la cultura seríamos como bárbaros.
Podemos comparar la aplicación correcta de la cultura con la función que cumple la ley
en las Escrituras. La ley fue decretada por Dios. Romanos 7:12 dice que “la ley es santa, y
el mandamiento santo, justo y bueno”. En su uso apropiado, la ley mantuvo a los
escogidos de Dios bajo custodia hasta la venida de Cristo. Antiguamente, las familias
adineradas tenían ayos que vigilaban a los hijos. Del mismo modo, hoy la cultura
mantiene a los niños bajo custodia. Sin embargo, como lo indica el libro de Gálatas, los
judaizantes usaron la ley indebidamente. Cuando Cristo vino, la ley debía haber liberado
a los escogidos de Dios y los debía haber entregado a Cristo. Sin embargo, los
judaizantes usaron indebidamente la ley, e incluso abusaron de ella, ya que en lugar de
permitir que ésta liberara a los escogidos de Dios y los entregara a Cristo, ellos se
valieron de ella para mantenerlos alejado de Cristo. Los conceptos de los judaizantes se
infiltraron en la iglesia para distraer a algunos verdaderos creyentes judíos y llevarlos
nuevamente a la ley. De la misma manera, aunque la cultura es buena y necesaria, es
susceptible de ser usada indebidamente, y de hecho, puede llegar a apartar a las
personas de Cristo. La cultura debe usarse para guardar a los niños hasta que tengan la
capacidad para recibir a Cristo y vivir conforme a Él. Los niños deben ser guardados por
la cultura mientras crecen.
Así como Moisés dio los mandamientos a los escogidos de Dios, debemos dar
mandamientos a nuestros hijos. Pero una vez que ellos toman conciencia de su
necesidad de Cristo y se arrepienten, debemos ministrarles al rico Cristo y ayudarles a
recibirlo. Debemos decir a nuestros hijos que la cultura que les inculcamos era buena
solamente por cierto tiempo y que ahora necesitan recibir a Cristo. Así que, Dios usa la
cultura mediante los padres, para guardar a los hijos bajo custodia hasta que llegue el
tiempo en que ellos reciban a Cristo. Es importante ver que éste es el uso apropiado que
debemos darle a la cultura.
LLENOS DE CRISTO
Ya que hemos recibido a Cristo, debemos permitir que esta persona todo-inclusiva y
extensa reemplace todos los aspectos de nuestra cultura. Hemos visto que el hombre
caído usa la cultura como un sustituto de Dios. Primero la cultura se convierte en un
sustituto de Dios, y después Cristo viene para reemplazar este sustituto consigo mismo.
Puesto que ya no somos niños, debemos permitir que Cristo reemplace todos los
elementos de nuestra cultura. Esto no quiere decir que debamos menospreciar la
cultura; más bien, significa que debemos amar a Cristo. Si nos llenamos de Cristo hasta
desbordar, no quedará ningún espacio en nuestro ser para nada más. Cada una de las
partes de nuestro ser será ocupada por Cristo y con Cristo. Entonces, experimentaremos
la plenitud de Cristo, es decir, seremos llenos de Cristo hasta la medida de nuestra
capacidad. Así, el Cristo que llena nuestro ser reemplazará nuestra cultura consigo
mismo. Ésta es la revelación que nos presenta el libro de Colosenses.
NEGARNOS AL YO
Algunos santos pueden sentirse muy orgullosos de su carácter amable o de sus virtudes
naturales, tales como la humildad, la paciencia y la bondad. Si usted tiene un carácter
así o virtudes como éstas, no debería aborrecerlas pero tampoco apreciarlas. En lugar de
ello, permita que el Cristo extenso reemplace su buen carácter y sus virtudes. Dios no
quiere que expresemos nuestro ser natural y sus virtudes. Si vivimos conforme a nuestro
carácter y virtudes, no podremos declarar las palabras de Pablo: “Para mí el vivir es
Cristo” (Fil. 1:21). En lugar de ello, tendremos que reconocer que para nosotros el vivir
es nuestro ser natural. En la iglesia, como nuevo hombre, no hay lugar para ninguna
persona natural. En el nuevo hombre, Cristo debe ser el todo y estar en todos (3:11).
Hemos hecho notar que no deberíamos aborrecer nuestro ser natural ni tampoco
apreciarlo. Aborrecernos de esta manera sería lo mismo que practicar el ascetismo, que
es una forma de suicidio. En lugar de aborrecer nuestro ser natural, deberíamos poner
en práctica las palabras del Señor con respecto a negarnos a nosotros mismos. Negarnos
al yo significa olvidarnos de nuestro yo, y no prestarle ninguna atención. Imaginemos
que usted va caminando por la acera, y alguien lo detiene para pedirle dinero. Suponga
que le pide dinero repetidas veces. Usted no debería odiar a esa persona ni tampoco
amarla; más bien, no debería prestarle ninguna atención. Una vez que él se dé cuenta de
que no va a recibir nada de usted, se irá. Este ejemplo nos muestra la actitud que
debemos tener con respecto al yo. Nuestro yo es muy codicioso, siempre está
pidiéndonos cosas. En lugar de aborrecer o amar el yo, simplemente deberíamos
rehusarnos a prestarle atención.
ATRAÍDOS POR CRISTO Y POSEÍDOS POR ÉL
El libro de Colosenses presenta una visión del Cristo maravilloso, extenso y todo-
inclusivo. Una vez que recibimos esta visión, todo nuestro ser será atraído por este
Cristo, y será poseído y ocupado por Él. Este Cristo entonces comenzará a reemplazar
poco a poco cada uno de los elementos de nuestra vida humana natural. Él reemplazará
consigo mismo nuestra bondad, nuestra humildad y nuestro amor hacia nuestros
padres. Cuando mucho, nuestras virtudes naturales son como cobre bruñido, pero
Cristo es el oro. Él es mucho más valioso que cualquiera de nuestras cualidades
naturales. Cuanto más experimentemos al Cristo que sobrepasa todo lo nuestro y que lo
reemplaza consigo mismo, más podremos declarar: “Para mí el vivir es Cristo”. No
viviremos conforme a la humildad, la bondad o la paciencia. Para nosotros, el vivir será
el Cristo que se ha adueñado de nosotros y que nos ocupa y llena consigo mismo. El
mensaje que nos trasmite el libro de Colosenses es que este Cristo debe reemplazar
todos los elementos de nuestra vida humana natural. Si captamos esta idea subyacente
en Colosenses, esta epístola será un libro abierto para nosotros.
UN MISTERIO GLORIOSO
En el versículo 28 Pablo dice que amonesta a todo hombre. Los que son convencidos y
subyugados al anunciar nosotros a Cristo, necesitan ser amonestados. Después de haber
oído hablar acerca del Cristo todo-inclusivo, ellos desearán ser llenos de Cristo y vivir a
Cristo. Sin embargo, es posible que muchas cosas negativas surjan en contra de esto. El
enemigo es como una bestia agazapada, que espera la menor oportunidad para saltar
sobre nosotros e impedirnos vivir a Cristo. Si usted amara el mundo y le interesaran las
diversiones mundanas, y no tuviera ningún deseo de ser lleno de Cristo o de vivirlo a Él,
el enemigo no le prestaría mucha atención. Sin embargo, si usted ama al Señor y
procura vivir conforme a Él, ciertamente enfrentará oposición.
Hace muchos años, los hijos de algunos de los líderes cristianos de mi ciudad natal se
volvieron muy mundanos y se fueron en pos de placeres mundanos. Después de que se
estableció una iglesia en ese lugar, muchos de estos jóvenes se volvieron al Señor y a la
iglesia. En muchos casos, los padres se opusieron a sus hijos, como nunca lo hicieron
cuando sus hijos estaban en el mundo. Estos jóvenes habían entrado a la iglesia
buscando a Cristo. Este hecho en sí provocó la más terrible oposición contra ellos. Esto
demuestra que el enemigo está siempre al asecho, esperando ver en qué momento
atacar a aquellos que siguen en pos del Señor.
Ser perfectos, plenamente maduros, en Cristo significa ser llenos y saturados de Cristo.
Por un lado, seguimos siendo los mismos, pero por otro, somos empapados, saturados y
llenos de Cristo. Así, espontáneamente, nuestro vivir llega a ser Cristo. No deberíamos
decir solamente: “Cristo vive en mí”. Debemos entregarnos sin reserva al Señor y
permitirle que viva en nosotros día a día. Si su esposo o esposa lo contraría, no se
defienda ni se justifique. Simplemente deje que Cristo viva en usted. No obstante,
reconocemos que es fácil hablar de esto, pero muy difícil practicarlo.
Para entender nuestra relación con Cristo, podemos usar el ejemplo del injerto
producido entre la rama de un olivo silvestre y un olivo cultivado. Cristo es el olivo
cultivado, y nosotros somos las ramas del olivo silvestre. En primer lugar, nosotros
somos cortados del olivo silvestre, y luego insertados en el olivo cultivado, en el punto
donde se hizo la incisión. Después de esto, la conexión entre la rama del olivo silvestre y
el olivo cultivado es fortalecida con ligaduras. En esto consiste el injerto. Mediante el
injerto, la savia del olivo cultivado penetra en la rama del olivo silvestre y fluye en ella
hasta llenarla y saturarla completamente. Con el tiempo, la rama da su fruto. De la
misma manera, nosotros somos las ramas que fueron injertadas en Cristo, quien es el
olivo cultivado. Cuando la savia del olivo cultivado nos empapa, nos llena y nos satura,
podemos decir: “Para mí el vivir es el olivo cultivado”. Una rama que llega a esta etapa,
es una rama que ha madurado plenamente en el olivo cultivado. Esto es lo que significa
ser perfectos, plenamente maduros, en Cristo. Ser perfectos en Cristo significa ser
saturados y llenos de Cristo. Significa que cada parte de nuestro ser llega a ser ocupada
por Cristo. En esto consiste el pleno crecimiento en vida y la madurez en Cristo; éste es
el resultado de la vida revelada en el libro de Colosenses.
UN HOMBRE PERFECTO
La palabra griega traducida “perfecto” en 1:28, es la misma que usa Efesios 4:13, donde
Pablo dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del
Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud
de Cristo”. La medida de la estatura de la plenitud de Cristo no es otra cosa que un
hombre de plena madurez. Con el tiempo, esta madurez dará por resultado el Cuerpo, la
expresión corporativa de Cristo. Todos debemos crecer y llegar a la plena madurez, a fin
de que Cristo obtenga un hombre corporativo plenamente maduro, el cual es el Cuerpo,
el organismo que lo expresa.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CINCUENTA
Lectura bíblica: Col. 2:2b-4, 6-8; 1:27; 3:3-4; 2:6-7a; 1 Co. 1:5, 7a, 9, 22-24; 2:2; Gá.
1:14-16a; 2:20a; 4:19; 5:2, 4
LA REVELACIÓN DE CRISTO
Durante siglos, los cristianos han tenido esta revelación en sus manos, pero no le han
prestado ninguna atención. Aunque Cristo ha sido revelado de manera adecuada,
concreta, enfática y completa, en la experiencia de los cristianos Él ha sido reemplazado
por muchas cosas. A pesar de que hay millones de cristianos en este país, son pocos los
que han prestado la debida atención al hecho de que Cristo, la esperanza de gloria, está
en nosotros. Esto mismo ha sucedido incluso entre nosotros. En particular, la cultura ha
reemplazado a Cristo. En 1961 escribí un himno que dice: “No la ley de letras ... sino el
Cristo vivo” (Himnos, #253). Sin embargo, en este himno no mencioné la cultura. En la
época en que lo escribí, no había visto que la cultura era el sustituto principal de Cristo
en nuestra experiencia y el más sutil. No obstante, hace más de cuarenta y cinco años,
pude ver que Dios no quiere nada que no sea Cristo mismo. Aunque esta visión es muy
clara, debo confesar que todavía no vivo a Cristo como debería. De vez en cuando, he
sido distraído de modo que no he prestado la debida atención a Cristo y, en lugar de ello,
he puesto la mirada en otras cosas.
¿Se ha preguntado alguna vez qué tanto vive usted a Cristo cada día? Cuando más,
vivimos a Cristo sólo cuando oramos en el espíritu. Esto nos permite ver lo poco que
realmente vivimos a Cristo. En nuestra vida diaria, Cristo es reemplazado por otras
cosas. Especialmente, las cosas que nos parecen buenas son las que se convierten en
sustitutos de Cristo. Por ejemplo, Cristo puede ser reemplazado por nuestra humildad.
Espontáneamente y sin percatarnos de ello, vivimos por nuestra humildad natural y no
vivimos a Cristo. Interiormente, alguien que es humilde por naturaleza puede jactarse
de su humildad, especialmente al compararse con otros. En realidad, la humildad de la
cual él se gloría es un sustituto de Cristo. A los ojos de Dios, esta humildad no constituye
una virtud; al contrario, representa algo muy desagradable, puesto que reemplaza a
Cristo. Diariamente, muchas cosas reemplazan a Cristo. Nuestra diligencia, franqueza y
sinceridad pueden reemplazarlo. Así, en lugar de vivir a Cristo, es posible que vivamos
conforme a estos atributos o características naturales.
CRISTO ES REEMPLAZADO
POR LOS DONES Y EL CONOCIMIENTO
El Nuevo Testamento contiene tres epístolas que describen los sustitutos de Cristo: 1
Corintios, Gálatas y Colosenses. En 1 Corintios se mencionan los dones y el
conocimiento. En 1 Corintios 1:7, Pablo dijo que a los corintios nada les faltaba en
ningún don. Además, ellos tenían mucho conocimiento, incluso conocimiento espiritual,
sin embargo, eran carnales. Su conocimiento no les ayudaba mucho, y sus dones no los
edificaban. Pablo les dijo que cuando él fue a ellos por primera vez, él se propuso no
saber entre ellos cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado (1 Co. 2:2). Pablo veía
que los corintios estaban ocupados por el conocimiento y los dones. Ésta fue la razón
por la cual habló tanto del Cristo crucificado, lo cual indica que los creyentes corintios
necesitaban llevar una vida crucificada, una vida de cruz.
En 1 Corintios 1:22 Pablo dijo: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan
sabiduría”. Para los judíos, el Cristo crucificado era un tropezadero, y para los griegos,
era una necedad. Ni los judíos ni los griegos tenían interés alguno en este Cristo. Ellos
preferían un Cristo de esplendor a un Cristo crucificado. Sin embargo, Pablo les dijo que
él no quería saber entre ellos cosa alguna sino a Cristo, y a éste crucificado.
En el libro de 1 Corintios, Pablo finalmente les indicó que para llevar la vida de iglesia,
los creyentes necesitan experimentar al Cristo crucificado. La vida de iglesia debe ser
una vida crucificada. Lo que los creyentes corintios necesitaban era vivir al Cristo
crucificado y no prestar atención al conocimiento ni a los dones espirituales.
En el libro de Gálatas vemos que Cristo había sido reemplazado por el judaísmo. El
judaísmo era una religión en la cual la gente adoraba al Dios verdadero conforme a Su
Palabra santa. Esta religión incluía la ley, que había sido dada por Dios por medio de
Moisés, y también la circuncisión, las ordenanzas, y las tradiciones. Pablo avanzó en esta
religión y aventajó a muchos de sus contemporáneos; pero un día, mientras iba camino
a Damasco, el Señor Jesús se le apareció. En aquel momento, Dios reveló al Cristo vivo
en Pablo (Gá. 1:16a). Por lo tanto, en el libro de Gálatas, vemos claramente cómo Cristo
fue reemplazado por la religión judía con su ley, circuncisión y tradiciones.
En la época en que fue escrito el libro de Gálatas, no solamente los judíos habían
reemplazado a Cristo con esta religión, incluso muchos santos habían sido afectados de
tal modo que se apartaron de Cristo y regresaron a la ley y a la circuncisión. Gálatas 5:2
dice que si nos circuncidáramos, de nada nos aprovecharía Cristo. Los que buscan ser
justificados por la ley en realidad han sido “reducidos a nada, separados de Cristo” (v.
4). Esto significa que si intentamos ser justos al guardar la ley, nos desligaremos de
Cristo, y Él no tendrá ningún efecto sobre nosotros. Esto indica claramente que la ley
puede reemplazar a Cristo y apartar al pueblo de Dios de Él. Además, la circuncisión
hace nula la gracia de Dios.
VIVIR A CRISTO
Hace poco en una reunión, un hermano se puso en pié para declarar que él había
tomado la decisión de abandonar su cultura. Más tarde, hice notar que si tratamos de
abandonar nuestra cultura, esto sólo producirá otra clase de cultura: la cultura que
consiste en abandonar la cultura. No necesitamos abandonar nuestra cultura. Lo que
debemos ver es que la cultura es un sustituto de Cristo y que debemos vivir a Cristo.
Cuanto más vivimos a Cristo, más Él reemplazará nuestra cultura. De este modo, la
cultura que anteriormente era un sustituto de Cristo, es finalmente reemplazada por
Cristo al vivirle nosotros a Él.
No cabe ninguna duda de que Cristo se revela plenamente en la Biblia. Pero, entre el
pueblo de Dios, ¿quiénes viven verdaderamente a Cristo? Aun nosotros debemos
preguntarnos en qué medida vivimos a Cristo. A veces a los santos les gusta hablar de
cómo mejorar las reuniones de la iglesia. No obstante, nuestra preocupación no debe
centrarse en la manera en que nos reunimos, sino en el hecho de vivir a Cristo. ¿Nos
preocupa más vivir a Cristo de una manera genuina, o sólo nos interesa tener cierta
clase de reuniones? Las reuniones de la iglesia no deberían ser una mera actuación, sino
una exhibición de nuestra vida diaria.
Damos gracias al Señor por todo lo que Él nos ha mostrado en cuanto a la revelación de
Cristo presentada en Colosenses. Ahora debemos avanzar, buscando experimentar a
Cristo y vivirlo a Él. Lo que necesitamos, no son más doctrinas, sino más experiencias de
Cristo. Necesitamos que constantemente se nos exhorte a vivir a Cristo diariamente.
Dondequiera que estemos, ya sea en la casa, en la escuela, o en el trabajo, debemos vivir
a Cristo. Pablo pudo decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). ¿Cuántos de nosotros
podemos testificar lo mismo? Cada vez que el Señor nos pone a prueba en esto, tenemos
que humillarnos y confesar que no vivimos mucho por Cristo. ¡Cuánto necesitamos
recibir gracia para vivir a Cristo día a día! Si lo vivimos de una manera adecuada y
consistente, todos los sustitutos de Cristo desaparecerán.
Es imprescindible que veamos que en nuestro vivir no debe haber ningún sustituto de
Cristo. Particularmente en Colosenses, vemos que Cristo no debe ser reemplazado por
ningún tipo de cultura. Todos tenemos una cultura que está muy arraigada en nosotros,
incluyendo aquella que hemos heredado y aquella que nosotros mismos hemos
elaborado y nos hemos impuesto. Vivir por esta cultura equivale a vivir por algo que no
es Cristo mismo. Cuando vivimos por nuestra cultura, es posible que no hagamos nada
pecaminoso. Por el contrario, puede ser que nuestro modo de vivir sea muy bueno; con
todo, no es Cristo. Debemos repudiar la práctica de vivir por virtudes como la humildad,
el amor y la diligencia, en lugar de vivir a Cristo. Lo que Dios desea es que vivamos a
Cristo.
Algunos cristianos no creen que Cristo mora en nosotros. Dicen que Él está en el trono y
que Su representante en nosotros es el Espíritu Santo. Esto es torcer la Palabra santa de
Dios, la cual afirma claramente que Cristo está en nosotros. ¿Con qué derecho puede
alguien afirmar que Cristo está solamente en los cielos y que no puede estar al mismo
tiempo en los creyentes? ¿Sobre qué se basan aquellos que tuercen la Palabra de Dios
para decir que el Espíritu meramente representa a Cristo en nosotros? Los que niegan el
hecho de que Cristo mora en nosotros se nos oponen cuando enseñamos que hoy en día
Cristo es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17). La Biblia afirma clara y
categóricamente que Cristo está en nosotros. Si Cristo no fuese el Espíritu vivificante,
¿cómo podría Él morar en nosotros y ser nuestra vida?
En 3:3 y 4, Pablo dice: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo
en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis
manifestados con El en gloria”. Colosenses 3:3 dice que nuestra vida está escondida con
Cristo en Dios. El hecho de estar con Cristo en Dios significa que somos uno con Cristo.
Ex presándolo con las palabras de 1 Corintios 6:17, el que se une al Señor, es un solo
espíritu con Él. Estamos con Cristo en Dios porque nosotros y Cristo somos uno
subjetivamente.
Colosenses 3:3 es un versículo profundo y misterioso. Nuestra vida está escondida con
Cristo en Dios. ¿No es un misterio el hecho de que estemos con Cristo y de que estemos
escondidos en Dios? Esto no es algo meramente objetivo, sino también muy subjetivo.
En 3:4 Pablo añade que Cristo es nuestra vida. Nada es más subjetivo a nosotros que
nuestra propia vida. En realidad, nuestra vida es nosotros mismos. ¿Cómo podríamos
separar a una persona de su vida? ¡Esto sería imposible! La vida de una persona es la
persona misma. Por lo tanto, decir que Cristo es nuestra vida equivale a decir que Cristo
ha venido a ser nosotros. Esto es lo más subjetivo que puede haber.
ANDAR EN CRISTO
En 2:6 y 7 Pablo escribe: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús
el Señor, andad en El; arraigados y sobreedificados en El”. Después de recibir a Cristo,
debemos andar en Él. Esto es vivir, actuar, comportarnos y tener nuestro ser sumergido
en Él. Esto también es subjetivo. Si Cristo estuviera solamente en el trono, ¿cómo
podríamos andar en Él estando en la tierra? Sólo podemos andar en Cristo si Él es
subjetivo en nuestra experiencia.
Colosenses 2:7 afirma que hemos sido arraigados en Cristo y que estamos siendo
sobreedificados en Él. Estas expresiones tienen que ver con el hecho de andar en Cristo.
Nosotros andamos en Él, habiendo sido arraigados en Él y siendo sobreedificados en Él.
Esto implica que somos plantas arraigadas en Cristo. Para poder andar en Cristo,
debemos ver más de lo que significa ser arraigados en Cristo y sobreedificados en Él.
En este mensaje nuestra carga ha sido mostrar que la intención de Pablo al escribir
Colosenses era ayudar a los santos a ver que nada debía reemplazar a Cristo. Por el
contrario, Cristo debe reemplazarlo todo. Cristo está en nosotros como nuestra vida, y
nosotros debemos andar en Él. Si hemos sido arraigados en Cristo, y si estamos siendo
sobreedificados en Él, andaremos en Él. De este modo, viviremos y nos conduciremos en
Él, y tendremos nuestro ser sumergido en Él. En esto consiste vivir a Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CINCUENTA Y UNO
ARRAIGADOS EN CRISTO
Y SOBREEDIFICADOS EN ÉL
(1)
Lectura bíblica: Col. 2:7 a, 19; 3:10-11; 1 Co. 3:6, 9; 6:17; Ef. 2:21; 4:13b, 15-16
Muchas personas que leen el Nuevo Testamento consideran que Colosenses es un libro
de doctrinas. No obstante, Colosenses es también un libro que se centra en la
experiencia. El Cristo todo-inclusivo y extenso que se revela en esta epístola, es subjetivo
a nosotros, ya que mora en nosotros como nuestra esperanza de gloria (1:27), y es
nuestra vida (3:4). Nada es más subjetivo a nosotros que nuestra propia vida. De hecho,
nuestra vida es nosotros mismos. Decir que Cristo es nuestra vida significa que Cristo ha
llegado a ser nosotros mismos. ¿Cómo podría Cristo ser nuestra vida sin antes llegar a
ser nosotros? Esto sería imposible.
Cristo para nosotros tiene un aspecto tanto objetivo como subjetivo. Conocemos a Cristo
tanto por la doctrina como por la experiencia. Por un lado, Cristo está sentado en el
trono en los cielos; por otro, Él está en nuestro espíritu. Adoramos al Cristo que está
entronizado en los cielos, pero es el Cristo que mora en nuestro espíritu el que
experimentamos, disfrutamos y del cual participamos. Somos uno con Él de una manera
muy subjetiva. Como dice Pablo en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, es un solo
espíritu con El”. Cristo es subjetivo a nosotros al grado que Él y nosotros, nosotros y Él,
hemos llegado a ser un solo espíritu. Ser un solo espíritu con el Señor es mucho más
grandioso que los dones y los milagros. Ahora que hemos llegado a ser un solo espíritu
con el Señor, debemos experimentar este hecho en nuestra vida diaria.
Hace algunos años, me hospedé con algunos santos que hablaban mucho de Colosenses
1:27. Aunque podían hablar del Cristo que mora en nosotros como la esperanza de
gloria, tenían muy poca experiencia de Cristo. Para ellos, el hecho de que Cristo mora en
nosotros era simplemente una doctrina, y no una realidad. En la práctica y en su vida
diaria, eran muy éticos y religiosos, pero no vivían a Cristo. El amor de ellos era un amor
natural y ético, mas no la expresión del Cristo que se manifiesta desde el interior. En
estos creyentes, uno podía percibir la religión y la ética, pero muy poco de Cristo. Éste es
el caso de muchos cristianos hoy en día. A pesar de que conocen a Cristo conforme a la
doctrina, lo experimentan muy poco. No obstante, cuando Pablo escribió el libro de
Colosenses, lo escribió conforme a la doctrina y también conforme a la experiencia.
En 2:7 Pablo menciona que fuimos arraigados en Cristo y que estamos siendo
sobreedificados en Él. Tanto el ser arraigados como el ser sobreedificados, son hechos
subjetivos, aplicables a nuestra experiencia. Debemos entender claramente lo que
significa ser arraigados en Cristo y sobreedificados en Él. No debemos pasar por alto 2:7 ,
ni tampoco evadirlo porque nos parezca difícil de entender. En lugar de ello, debemos
dedicar tiempo a este versículo, orar-leerlo y estudiarlo hasta ser iluminados.
DOS REQUISITOS
PLANTADOS EN CRISTO
Para ser arraigados en Cristo, primero debemos ser plantados en Él. En muchos pasajes
de la Biblia se habla de plantar. Por ejemplo, en el cántico de Moisés, leemos estas
palabras: “Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad. En el lugar de
tu morada, que tú has preparado, oh Jehová” (Éx. 15:17). También en Salmos 92:13
leemos: “Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán”. En
Jeremías 2:21, el Señor dice de Su pueblo: “Pero Yo te planté como vid escogida,
simiente verdadera toda ella”, y en 32:41: “Y los plantaré en esta tierra en verdad, de
todo mi corazón y de toda mi alma”. Luego, en Mateo 15:13, el Señor Jesús dice: “Toda
planta que no plantó Mi Padre celestial, será desarraigada”. Según lo que consta en Juan
15, el Señor Jesús se consideró a Sí mismo como la vid y al Padre como el labrador,
quien plantó la vid y la cuida. En 1 Corintios 3:9, Pablo dice que nosotros, los creyentes,
somos labranza de Dios. Él declara también: “Yo planté, Apolos regó, pero el
crecimiento lo ha dado Dios” (1 Co. 3:6). Aquí, en Colosenses 2:7, vemos que fuimos
arraigados en Cristo. Cristo es la tierra, el suelo, y Dios nos ha plantado en Él.
Conforme a las Escrituras Cristo es el árbol único y en este árbol fuimos injertados;
Cristo también es la tierra, el suelo, en la cual fuimos plantados. Fuimos injertados en
Cristo y también plantados en Él. Por consiguiente, la buena tierra junto con su suelo
equivale al árbol. Esto nos muestra una vez más que Cristo es nuestro todo. Puesto que
Cristo es el árbol y la buena tierra, podemos afirmar que fuimos injertados en Cristo y
que también fuimos plantados en Él. Conforme a Juan 15, Dios el Padre es el Labrador,
y el Hijo, Cristo, es la vid universal. Este Cristo es también la buena tierra y su suelo.
Fuimos injertados en la vid que es Cristo y plantados en el suelo que también es Cristo.
Colosenses 2:11 habla de la circuncisión, la cual implica el acto de cortar. Esto también
está relacionado con el hecho de ser injertados en Cristo. Como hemos señalado, 2:7
habla del hecho de que hemos sido arraigados en Cristo, lo cual se relaciona con el
hecho de ser plantados en Él. En este mensaje, no hablaremos del aspecto de injertar
sino del aspecto de plantar.
Por ser plantados en Cristo, hemos sido arraigados en Él. Tal como las raíces absorben
las riquezas del suelo, asimismo nosotros absorbemos el rico alimento de Cristo. Somos
árboles, y Cristo es el suelo en el cual fuimos plantados y en el cual estamos arraigados.
Ahora estamos absorbiendo Sus riquezas, y crecemos con los nutrientes que obtenemos
de estas riquezas.
En 1 Corintios 3:6, Pablo dice que él plantó y Apolos regó, pero que el crecimiento lo dio
Dios. Esto indica que los creyentes son plantas y que Cristo es el suelo. Ahora debemos
preguntarnos en qué parte de nuestro ser experimentamos esta acción de plantar.
Ciertamente, no ocurre en nuestra mente ni en nuestro cuerpo; más bien ocurre en
nuestro espíritu. Es en nuestro espíritu que experimentamos el ser plantados en Cristo y
el ser arraigados en Él. En 1 Corintios 6:17 se dice: “Pero el que se une al Señor, es un
solo espíritu con El”. Cuando una planta se arraiga en el suelo, se hace uno con el suelo.
Primero, la planta se introduce en el suelo, y después, los nutrientes del suelo penetran
en la planta. De esta manera, la planta y el suelo llegan a ser uno en vida. Los elementos
nutritivos del suelo corresponden a la vida de la planta, y algo de la planta corresponde
al elemento del suelo. Podríamos decir que existe cierta “comunión” entre la planta y el
suelo. En esta comunión, aquellos factores de la planta y del suelo que se corresponden
mutuamente, llegan a ser uno en vida. Así pues, la planta y el suelo llegan a ser una sola
entidad en vida.
En nuestro espíritu tenemos la experiencia de ser plantados en Cristo, pues es allí donde
nos unimos a Él y llegamos a ser un solo espíritu con Él. El Señor, quien es el suelo en el
cual estamos arraigados, es el Espíritu. Si Él no fuese el Espíritu, nos sería imposible ser
plantados en Él. ¡Pero alabado sea el Señor porque Él es el Espíritu y porque cuando
fuimos creados nos formó un espíritu! Si solamente tuviésemos un cuerpo y un alma, y
no un espíritu, no podríamos ser plantados en el Señor, quien es el Espíritu vivificante.
Pero puesto que Él es el Espíritu y nosotros tenemos un espíritu, hay una relación de
correspondencia entre Él y nosotros. Cuando fuimos regenerados, Cristo, como Espíritu
vivificante, se unió a nuestro espíritu. Como lo indica claramente Juan 3:6, la
regeneración ocurre en nuestro espíritu. Cuando fuimos regenerados, fuimos arraigados
en Cristo, nuestro suelo. Ésta es la razón por la que Pablo usa el participio pasado en
2:7. Fuimos plantados y arraigados en Cristo en el momento en que fuimos regenerados
en nuestro espíritu.
Conforme a 2:6 y 7, si hemos de andar en Cristo, primero debemos ser arraigados en Él.
Para poder andar en Cristo, debemos absorber el rico alimento del Espíritu que mora en
nuestro espíritu. No obstante, si permanecemos en el alma —en nuestra mente, parte
emotiva y voluntad— no recibiremos alimento ni suministración alguna. Debemos
volvernos a nuestro espíritu, donde fuimos regenerados y plantados en el Espíritu
divino.
EL VERDADERO CRECIMIENTO
Ser arraigados en Cristo y asimilar Sus riquezas en nosotros, da por resultado que
crezcamos en Él, tal como los árboles crecen al absorber los nutrientes del suelo. Para
que un árbol crezca, necesita recibir algún alimento sustancioso. Los nutrientes del
suelo llegan a ser la sustancia en virtud de la cual un árbol crece.
Hoy en día, muy pocos cristianos saben en qué consiste el verdadero crecimiento. El
verdadero crecimiento no es el resultado de adquirir más conocimiento doctrinal; antes
bien, es el resultado de volvernos al espíritu, de permanecer en el espíritu y de absorber
el elemento nutritivo de Cristo. Es sólo cuando asimilamos este elemento que podemos
crecer espiritualmente. Cuanto más se añade a nuestro ser este rico elemento, más
crecemos.
Colosenses 2:19 dice que al asirnos de la Cabeza, el Cuerpo “crece con el crecimiento de
Dios”. Crecer con el crecimiento de Dios significa crecer al añadirse Dios mismo a
nosotros. Pero esto sólo sucede cuando estamos arraigados en Cristo, nuestro suelo.
Dios mismo con Su elemento y sustancia es el rico alimento que se halla en Cristo. Si
permanecemos arraigados en nuestro espíritu, absorbemos este elemento, y esto nos
hace crecer con el crecimiento de Dios. Crecemos con la adición de Dios, con el
crecimiento de Dios en nosotros. Todo esto está estrechamente relacionado con el hecho
de experimentar a Cristo en nuestra vida diaria de una manera genuina.
Hemos visto que si hemos de andar en Cristo, debemos ser plantados y arraigados en
Cristo, quien es el Espíritu divino que mora en nuestro espíritu, y también debemos
permanecer en Él. Cada vez que nos encontramos fuera del espíritu, debemos volvernos
nuevamente al espíritu y permanecer allí. Permaneciendo en el espíritu somos
arraigados en Cristo de una manera práctica y absorbemos así el rico alimento en
nuestro espíritu. A medida que este alimento entra en nuestro ser interior, nos hace
crecer con el crecimiento de Dios. El crecimiento se produce en la medida en que Dios se
añade a nosotros, ya que el rico alimento en Cristo es en realidad Dios mismo. Por
experiencia hemos aprendido que a medida que somos arraigados en Cristo, crecemos, y
así, de una forma espontánea, podemos andar en Él.
SOMOS EDIFICADOS TANTO INDIVIDUAL
COMO CORPORATIVAMENTE
Colosenses 2:7 dice también que estamos siendo sobreedificados en Cristo. A medida
que crecemos en Cristo, vamos siendo sobreedificados en Él. Hace años, pensaba que la
edificación mencionada en 2:7 era la edificación mutua entre los santos, pero éste no es
el sentido correcto en este contexto. Lo que realmente significa es que nosotros mismos
necesitamos ser sobreedificados. Por ejemplo, a medida que un árbol crece, se “edifica”.
Podemos decir lo mismo de los niños. Ellos se “edifican” creciendo. El crecimiento del
Cuerpo depende de la edificación individual y personal de todos los miembros. Si un
miembro en particular no ha sido edificado, no le será posible ser edificado en el
Cuerpo. Para ser edificados en el Cuerpo, es necesario que primero nosotros mismos
seamos edificados. Una vez que seamos miembros edificados, podremos ser edificados
juntamente con otros en el Cuerpo. Por consiguiente, la edificación mencionada en 2:7
no es la del Cuerpo corporativamente, sino la edificación de cada uno de los miembros,
individualmente. En contraste con esto, en Efesios 4:16 encontramos la edificación del
Cuerpo de una manera corporativa.
ARRAIGADOS EN CRISTO
Y SOBREEDIFICADOS EN ÉL
(2)
Lectura bíblica: Col. 2:7 a, 19; 3:10-11; 1 Co. 3:6, 9; 6:17; Ef. 2:21; 4:13b, 15-16
Al leer la Biblia o al estudiarla, es fácil dar por sentado muchas cosas. Podemos leer un
versículo como 2:7, que habla del hecho de haber sido arraigados en Cristo y de ser
sobreedificados en Él, y pensar que lo hemos entendido, cuando en realidad nuestro
entendimiento ha sido superficial. Puede suceder lo mismo con versículos tales como
Juan 3:16. Por un lado, entendemos algo; pero por otro, es posible que demos por
descontado muchos detalles. Asimismo, cuando leemos la Biblia, tal vez tengamos la
tendencia de evitar los pasajes difíciles. Tal vez no queramos profundizar en ciertos
versículos, orar con respecto a ellos, ni pedirle al Señor que nos dé luz acerca de ellos. Al
estudiar muchos versículos de Colosenses, 1 Corintios y Efesios, no deberíamos dar nada
por sentado, ni evadir ninguna de las expresiones difíciles que aparecen en estos
versículos. Mi carga en particular es que podamos ver todo lo que implican estos
versículos.
En 2:7 Pablo dice que hemos sido arraigados y que ahora somos sobreedificados en
Cristo. La palabra “arraigados” conlleva muchas implicaciones. Ser arraigados es un
asunto totalmente relacionado con la vida. Una planta que ha sido arraigada, crece en la
tierra y continúa arraigándose en la tierra. Es un organismo vivo que crece en el suelo. Si
en lugar de ello enterramos un astil en la tierra, no podríamos decir que éste ha sido
arraigado.
A medida que las raíces de una planta se extienden en el suelo, éstas absorben las
riquezas de la tierra. Luego, el alimento que asimila la planta, llega a ser el elemento por
el cual ésta crece. Para crecer, una planta necesita recibir a través de las raíces cierta
sustancia o elemento. Es por esta sustancia que la planta aumenta de tamaño.
Como creyentes, hemos sido arraigados en Cristo, lo cual implica que somos organismos
vivos, y no palos inertes enterrados en la tierra. Puesto que hemos sido arraigados en
Cristo, ahora podemos absorber las riquezas de Cristo. Las riquezas que absorbemos de
Cristo, nuestra tierra, llegan a ser el elemento que nos hace crecer.
Colosenses 2:7 dice que hemos sido arraigados en Cristo y que ahora somos
sobreedificados en Él. Cuanto más crece una planta, más se “edifica”. Por ejemplo, un
árbol se “edifica”, es decir, aumenta de tamaño, al absorber los nutrientes de la tierra.
Esto implica un proceso orgánico. Mediante este proceso, los nutrientes del suelo son
asimilados por el árbol.
Es muy significativo que en 2:7 Pablo haya unido las palabras “arraigados” y
“sobreedificados”. La razón es que ser arraigados tiene como propósito el crecimiento, y
el crecimiento es la verdadera edificación. El crecimiento no solamente tiene como fin la
edificación, sino que de hecho es la edificación misma. A medida que un árbol crece, se
“edifica” a sí mismo. Podemos decir lo mismo de los seres humanos. Todas las madres
saben bien que cuanto más alimentan a sus hijos con comidas nutritivas, más ellos
crecen, y, a medida que crecen, más se “edifican”. El proceso orgánico que ocurre
interiormente los hace crecer. Este crecimiento constituye la “edificación” de sus
cuerpos.
ASIRNOS DE LA CABEZA
Las palabras “en virtud de quien” del versículo 19, indican que algo procede de la Cabeza
y hace que el Cuerpo crezca. El crecimiento del Cuerpo resulta de lo que procede de
Cristo, la Cabeza, de la misma forma en que el crecimiento de una planta depende de los
elementos que recibe de la tierra. Si una planta no absorbe los elementos nutritivos del
suelo, no podrá crecer. Del mismo modo, si nosotros no recibimos lo que procede de
Cristo, la Cabeza, el Cuerpo no puede crecer. Por lo tanto, asirnos de la Cabeza equivale
a ser arraigados en Cristo, nuestro suelo.
En 2:19 Pablo dice que el Cuerpo “crece con el crecimiento de Dios”. Dios no puede
crecer en Sí mismo, pues es eternamente completo y perfecto. No obstante, el Cuerpo
aún necesita crecer con el crecimiento, el aumento, de Dios en nosotros. Cuanto más
Dios se añade a nosotros, más crecemos. Esto es lo que significa crecer con el
crecimiento de Dios.
Todos los seres vivos necesitan de algún elemento que los haga crecer. Necesitamos algo
con lo cual y por medio de lo cual podamos crecer. Por ejemplo, si los niños no comen,
no pueden crecer. La manera de crecer espiritualmente es permitir que Dios se añada a
nuestro ser. Esto significa que crecemos con la adición, con el aumento, de Dios, a
medida que Él es añadido a nuestro ser.
La preposición “con” en 2:19 es muy importante. ¿Con qué crece el Cuerpo? ¿Crece con
la doctrina o con el conocimiento bíblico? No, el Cuerpo crece con el crecimiento de
Dios. Crecemos con el crecimiento de Dios en nosotros. Dios es perfecto y completo en
Sí mismo, pero aún se necesita que Él crezca dentro de nosotros.
Al estudiar 2:19, debemos ver que la palabra “Dios” no es meramente un término, y que
Dios no es solamente el objeto de nuestra adoración. Dios es rico en todo aspecto. Él es
rico en gloria y en todos los atributos divinos. Él es rico en amor, bondad, misericordia,
luz, vida, poder y fuerza. ¡Oh, las riquezas de Dios son infinitas! Y ahora este rico Dios se
está añadiendo a nosotros. Esto es lo que implica la frase “crece con el crecimiento de
Dios”. Las riquezas de Dios son el elemento y la sustancia que nos hace crecer.
EL NUEVO HOMBRE
En 3:10 y 11, Pablo dice que en el nuevo hombre “no hay griego ni judío, circuncisión ni
incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”.
En el nuevo hombre, Cristo es todos los miembros, y está en todos ellos. No hay ningún
lugar para el hombre natural. No hay lugar para los americanos ni para los chinos;
tampoco para los británicos ni los franceses, ni para usted ni para mí. En el nuevo
hombre, Cristo lo es todo. En la iglesia como nuevo hombre, Cristo es el todo. Esto
implica que Él es cada hermano y hermana. También implica que cada hermano y
hermana debe estar constituido de Cristo. En el nuevo hombre, no puede haber ni
miembros judíos, ni miembros gentiles; sólo puede haber “Cristo-miembros”. Si hemos
de estar constituidos de Cristo, Cristo tiene que añadirse más y más a nosotros.
Debemos empaparnos de Cristo, ser saturados de Él y permitir que Él se forje
orgánicamente en nuestro ser. Finalmente, seremos reemplazados por Cristo. Entonces,
en realidad, Él será el todo y en todos. Él será cada miembro del nuevo hombre.
El nuevo hombre no llega a existir reuniendo a cristianos de distintos países. Esto sólo
produciría una nueva organización, y no el nuevo hombre. El nuevo hombre llega a
existir en la medida en que seamos saturados, llenos, empapados de Cristo y
reemplazados por Él mediante un proceso orgánico. El nuevo hombre es el Cristo que
está en todos los santos, empapándolos y reemplazándolos hasta que todas las
distinciones naturales hayan sido eliminadas, y todos estén constituidos de Cristo.
El hecho de que Cristo sea el todo y en todos en el nuevo hombre, no debe ser una
simple doctrina para nosotros. Por el contrario, el Cristo rico y sustancioso debe forjarse
en nosotros de una manera real y orgánica, hasta que reemplace nuestro ser natural
consigo mismo. Esto sucede solamente cuando permanecemos arraigados en Él y
cuando absorbemos Sus riquezas. Dichas riquezas vendrán a ser la sustancia o elemento
que nos saturará orgánicamente. Entonces, Cristo llegará a ser nosotros, y nosotros
estaremos constituidos de Cristo. Esto no solamente implica crecer con Cristo, sino
también ser sobreedificados en Él.
PLANTADOS EN CRISTO
En 1 Corintios 3:9 Pablo dice que los santos son la labranza de Dios. En 1 Corintios 3:6,
él dice: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Estos versículos
indican que los creyentes son el plantío de Dios y que Pablo era un ayudante del
Labrador divino. Dios es el verdadero Labrador, y Pablo era uno de Sus colaboradores (2
Co. 6:1). Al colaborar con Dios, Pablo plantó a los creyentes en Cristo. Cristo es el suelo,
la tierra. Esto lo indica el contexto de 1 Corintios. En 1 Corintios 1:9, se nos dice que
fuimos llamados a la comunión del Hijo de Dios, y, en el versículo 30, se nos dice que
por Dios, estamos nosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría.
Él es justicia con respecto a nuestro pasado, santificación en cuanto a nuestro presente,
y redención con relación a nuestro futuro. El hecho de que hayamos sido puestos en
Cristo significa que hemos sido plantados en Él. Mediante la predicación del evangelio y
el ministerio de la Palabra, muchos han sido plantados en Cristo. Por consiguiente,
Pablo podía decir que él había plantado. Luego vino Apolos a regar lo que Pablo había
plantado. Aunque Pablo plantó y Apolos regó, fue Dios quien dio el crecimiento.
Ya que Dios da el crecimiento de esta manera, nosotros debemos dedicar tiempo para
absorberle. Un himno muy conocido nos exhorta a “dedicar tiempo para ser santos”. En
realidad, lo que necesitamos hacer es dedicar tiempo para absorber a Dios. Así como
tenemos un tiempo para comer cada día, deberíamos disponer de tiempo para absorber
al Señor, para asimilar las riquezas de Cristo. No debemos estar apurados cuando
tenemos contacto con el Señor. De lo contrario, no podremos absorber mucho de Sus
riquezas. Debemos dedicar suficiente tiempo para la oración. Esto nos permitirá
absorber más de las riquezas de nuestro Dios.
Sólo Dios puede dar el crecimiento. En mi ministerio, todo lo que puedo hacer es plantar
o regar. No puedo darle el crecimiento a nadie, pues no puedo darle Dios. Dios es él
único que puede darse a Sí mismo a usted. Sin Él no podemos crecer. Dios mismo es
nuestra comida, y debemos buscarle en Su mesa de comedor, la cual está llena de
manjares, y dedicar tiempo para comerle lentamente. Entonces más de Él se añadirá a
nosotros. Esta adición de Dios a nosotros es el crecimiento que Él nos da. En realidad,
Dios nos da el crecimiento al darse a Sí mismo a nosotros.
Uno de los versículos más importantes de la Biblia es 1 Corintios 6:17, que dice: “Pero el
que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Este versículo contiene muchas
implicaciones maravillosas y de mucho alcance. Los creyentes somos un solo espíritu
con el Señor. ¡Qué excelente es este hecho! Esto implica que estamos en Él y que Él está
en nosotros. También implica que Él y nosotros nos hemos mezclado y compenetrado
orgánicamente, de modo que hemos llegado a ser uno en vida. El hecho de ser un solo
espíritu con el Señor implica que Él y nosotros somos una entidad viviente. No
encontramos palabras para explicar el significado tan profundo de este versículo.
Cuando decimos que somos un solo espíritu con el Señor no quiere decir en absoluto
que somos deificados. No obstante, este versículo ciertamente implica la mezcla de lo
divino con lo humano. Expresándolo con las palabras de Himnos, #39: “Dios mezclado
con humanidad, vive en mí, mi todo es El”. Ser un solo espíritu con el Señor significa
compenetrarnos con Él orgánicamente y mezclarnos con Él en vida. Necesitamos
urgentemente tener más experiencias de este tipo. Debemos permanecer arraigados en
Cristo y absorber todo lo que Él es. Entonces, nosotros y Él, y Él y nosotros, nos
compenetraremos orgánicamente en vida hasta ser un solo espíritu. ¡Cuán profundo y
cuán maravilloso es esto!
Cuando somos un solo espíritu con el Señor, nada negativo nos afecta. El pecado, el
mundo, Satanás y el Hades no tienen nada que ver con nosotros, debido a que somos un
solo espíritu con el Dios Triuno. Esto no debería ser una mera doctrina, sino una
experiencia muy viviente y orgánica. Nuestro ser espiritual, esto es, nuestro hombre
interior, nuestro espíritu regenerado, debe saturarse del Señor y mezclarse con Él hasta
llegar a ser una sola entidad viviente. Esto redundará en el crecimiento y la edificación.
En Efesios 4:13, Pablo habla de que todos lleguemos a un hombre de plena madurez, a la
medida de la estatura de la plenitud de Cristo. El Cuerpo de Cristo es Su plenitud. Esta
plenitud tiene una estatura, y la estatura tiene una medida. De ahí que, la plenitud de
Cristo es el Cuerpo de Cristo, Su expresión. Llegamos a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo mediante el crecimiento y la edificación que se producen al comer
nosotros a Cristo. A medida que comemos a Cristo, más de Cristo se añade a nosotros
para que crezcamos y seamos edificados. Con el tiempo, tendremos la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo. Esta medida significa que el nuevo hombre habrá
crecido plenamente. Ésta es la razón por la cual Pablo habla de que todos lleguemos a un
hombre de plena madurez.
En Efesios 4:15 y 16, Pablo añade: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en
todo en aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado
por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su
medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. El
concepto en este versículo es semejante al que encontramos en Efesios 2:19. Debemos
asirnos a la verdad en amor, de modo que crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza.
En virtud de la Cabeza, en quien hemos crecido, recibimos el alimento, lo cual se indica
con la palabra “suministro”. Mediante el suministro que proviene de la Cabeza, el
Cuerpo crece y se edifica a sí mismo en amor. Aquí encontramos muchas implicaciones.
Pero el enfoque central de todas las implicaciones halladas en Efesios 4:15 y 16 es que
debemos ser arraigados en Cristo y absorber Sus nutrientes, a fin de que éstos se
conviertan en el elemento y la sustancia que nos hace crecer y ser edificados.
Es posible que después de que una iglesia lleve cierto tiempo en una localidad, los santos
comiencen a experimentar fricciones entre sí, incluyendo a los hermanos que llevan la
delantera. ¿Cómo puede la iglesia ser edificada si hay tantas fricciones? Junto con las
fricciones, debe producirse también el crecimiento. El crecimiento anulará los efectos de
las fricciones. Yo puedo testificar que a lo largo de los años que llevo en la vida de
iglesia, he visto muchísimas fricciones causadas por el enemigo. Sin embargo, el
crecimiento en Cristo ha anulado todas estas fricciones. Es por eso que podemos
sentirnos contentos al estar juntos y ser verdaderamente uno. Las deficiencias entre
nosotros son compensadas por las riquezas de Cristo. Entonces, crecemos tanto
individual como corporativamente. En esto consiste la verdadera edificación de la
iglesia. La edificación de la iglesia se basa en la edificación de cada miembro en
particular. Además, el grado de edificación que exista entre los miembros depende del
crecimiento de ellos, y éste a su vez, depende de que ellos estén arraigados en Cristo y
absorban Sus riquezas, las cuales llegan a ser el elemento que los hace crecer.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CINCUENTA Y TRES
Colosenses 2:8-15 constituye una sección completa de la epístola. Esta sección empieza
con una palabra de advertencia: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su
filosofía y huecas sutilezas”(v. 8). Luego, inmediatamente después de esta sección,
encontramos otra advertencia: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en
cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados” (v. 16). La advertencia del versículo 8 se
basa en los versículos anteriores. En dichos versículos vemos que Cristo es el misterio de
Dios, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (vs.
2-3). En el versículo 6, Pablo dice que de la manera que recibimos a Cristo, debemos
andar en Él, y que para andar en Cristo, debemos cumplir los dos requisitos
mencionados en el versículo 7: debemos ser arraigados en Él y estar en el proceso de ser
sobreedificados en Él. Después de esto nos advierte que debemos mirar que nadie nos
lleve cautivos apartándonos del Cristo que es el misterio de Dios y en quien debemos
andar. Hemos recibido al maravilloso Cristo, quien es el misterio de Dios y en quien
están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Ahora que hemos sido
arraigados en Cristo y estamos siendo sobreedificados en Él, deberíamos andar en Él.
El primer aspecto de este suelo tan especial lo hallamos en el versículo 9, que dice:
“Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Hemos sido
arraigados en Aquel en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. No
debemos permitir que nadie nos separe de este suelo. Esto sería semejante a ser
desarraigados de él. Cuando fue escrito el libro de Colosenses, había algunos que
estaban tratando de desarraigar a los creyentes, de desligarlos de Cristo. Los creyentes
habían sido arraigados en Cristo, en la buena tierra, en Aquel en quien habita
corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Debemos permanecer en este suelo, y no
permitir que nadie nos separe de él.
En 2:10 Pablo añade: “Y vosotros estáis llenos en El, que es la Cabeza de todo principado
y potestad”. Aquí vemos otro aspecto, el cual está relacionado con uno de los elementos
de este Cristo, de este suelo. El primer aspecto tiene que ver con la plenitud de la
Deidad; otro aspecto es que Cristo es la Cabeza de todo principado y potestad. En Cristo,
la buena tierra, encontramos diversos elementos. El primero de ellos es toda la plenitud
de la Deidad, y el segundo es la Cabeza de todo principado y potestad.
En los versículos 14 y 15, Pablo prosigue diciendo: “Anulando el código escrito que
consistía en ordenanzas, que había contra nosotros y nos era contrario; y lo quitó de en
medio, clavándolo en la cruz. Y despojando a los principados y a las potestades, El los
exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. Aquí vemos más elementos que
podemos encontrar en Cristo, nuestro suelo. La anulación del código escrito que
consistía en ordenanzas constituye un elemento de este suelo. Lo mismo podemos decir
del despojamiento de los principados y potestades, de su exhibición pública y de la
victoria que se tuvo sobre ellos en la cruz. En Cristo, el suelo, se incluyen todos estos
elementos maravillosos. ¡Alabado sea Él por ser un suelo tan fértil! Hemos sido
arraigados en este suelo. Día tras día, nuestras raíces deben ahondar más en Cristo,
quien es este suelo especial.
Cuando somos arraigados en Cristo, nuestro suelo, lo primero que sucede es que
llegamos a estar llenos en Él (2:10). La frase “estamos llenos” conlleva muchas
implicaciones y requiere de una traducción más detallada para ver su verdadero
significado. La palabra griega implica completamiento, perfección, satisfacción y logro
total. En Cristo, nuestro suelo, estamos llenos, completos, perfectos, satisfechos y
plenamente abastecidos. Hemos señalado que la plenitud de la Deidad es el primer
elemento de este suelo. A medida que absorbemos los ricos nutrientes de la tierra,
disfrutamos de esta plenitud. Entonces, esta plenitud nos llena, nos completa, nos
perfecciona, nos satisface, realiza todo por nosotros y abastece plenamente cada una de
nuestras necesidades.
La plenitud es inagotable. Dicha plenitud constituye el primer elemento del suelo rico y
fértil en el cual hemos sido arraigados. Dios nos plantó en una tierra muy fértil. El
primer aspecto de esta tierra es la plenitud de la Deidad, que es la expresión de Dios en
la vieja creación y en la nueva creación. Por consiguiente, la palabra plenitud aquí
implica la expresión de Dios en la vieja creación y en la nueva creación. Después que
somos plantados en este suelo tan fértil, absorbemos el nutrimento de la tierra. El
primer elemento de las riquezas del suelo es la plenitud. En esta plenitud, estamos
llenos. Por lo tanto, nada nos falta.
Lo que quería Pablo era que los creyentes colosenses entendieran que puesto que
estaban llenos en Cristo, no necesitaban en absoluto adorar a los ángeles. Cristo es la
Cabeza de todo principado y potestad, y los ángeles no son más que criaturas de Dios.
En la plenitud, estamos llenos, completos y perfectos. Todo lo que necesitamos ya ha
sido completado, y hemos sido saciados y abastecidos. Oh, esta plenitud es todo-
inclusiva; pues incluye la justicia, la justificación, la santidad, la santificación y todo lo
que necesitamos. En esta plenitud hemos sido plantados, y ahora simplemente nos toca
absorber el alimento que ella nos provee. Al hacerlo, descubrimos que nada nos hace
falta. Las experiencias de la crucifixión y la resurrección se encuentran en la plenitud.
¡Alabado sea el Señor porque podemos disfrutar de la plenitud universal, eterna, extensa
y todo-inclusiva! Esta plenitud habita corporalmente en Cristo. Ya que Cristo es la
buena tierra en la cual hemos sido arraigados, nosotros hemos sido arraigados en esta
plenitud, y en ella, estamos llenos, completos y perfectos. No tenemos necesidad de
ninguna clase.
Antes de ser arraigados en Cristo, la buena tierra, no había nada positivo en nosotros.
Por el contrario, estábamos involucrados en las cosas de la carne, en ordenanzas y en el
poder de las tinieblas. Pero ahora que hemos sido arraigados en la buena tierra, la
plenitud ha venido a ser nuestra, y hemos sido abastecidos de todo bien. En esta
plenitud tan extensa y todo-inclusiva, lo tenemos todo. Tenemos a Dios, tenemos la
humanidad más elevada, y los atributos divinos y las virtudes humanas. ¿Necesita usted
vida? La encontrará en esta plenitud. ¿Necesita amor o paciencia? También las
encontrará en la plenitud. Por ser todo-inclusiva, esta plenitud lo hace todo por
nosotros, nos satisface y abastece plenamente, y hace que estemos llenos, perfectos y
completos. ¡Cuán rico y fértil es el suelo en el cual hemos sido arraigados! Nos
suministra todo lo que necesitamos y nada nos falta. Tenemos la plenitud todo-inclusiva
e inagotable. En este universo, existe algo a lo que Pablo denomina en Colosenses: la
plenitud. Esta plenitud habita en Cristo corporalmente. En Él, quien es la
corporificación de la plenitud de la Deidad, estamos llenos.
Sin embargo, como lo indica 2:11-15, por el lado negativo tenemos la carne, las
ordenanzas y los principados y potestades. No importa si somos jóvenes o viejos,
hombres o mujeres, cultos o incultos, a todos nos afectan estas tres categorías de cosas
negativas. Todos tenemos la carne, todos conservamos alguna clase de ordenanzas y
todos estamos todavía sujetos a los principados malignos del aire. El pecado, la
mundanalidad y las ofensas provienen de estos asuntos negativos. ¡Alabado sea el Señor
porque en Cristo, nuestro suelo, tenemos el elemento de la circuncisión que aniquila la
carne! En Cristo, nuestro suelo, se encuentra el poder aniquilador. Podemos comparar
este elemento aniquilador con la sal, la cual cuando se añade a la tierra mata cualquier
elemento de corrupción. En el suelo de la buena tierra en la cual fuimos arraigados,
encontramos la “sal” de la circuncisión. Si bien, este elemento no hace crecer nada, es
eficaz para matar los microbios; pues corta la carne y la aniquila.
Después de que algo es aniquilado, necesita ser sepultado. En Cristo, nuestro suelo,
hallamos un elemento que nos sepulta. También encontramos otro elemento que nos
resucita. Así pues, los elementos que contiene Cristo, nuestro suelo, primero nos
sepultan y luego nos resucitan. En Cristo, nuestro suelo, somos aniquilados, sepultados,
resucitados y vivificados. El aniquilamiento y la sepultura quitan lo negativo de
nosotros, mientras que la resurrección que experimentamos nos aparta de todo lo
negativo. Entonces, el elemento vivificante del suelo nos da vida. Por consiguiente, en
Cristo, nuestro suelo hay elementos que nos aniquilan, nos sepultan, nos resucitan y nos
vivifican.
Conforme a 2:14, el código escrito que consistía en ordenanzas, que había contra
nosotros y nos era contrario, fue anulado, fue clavado en la cruz. En este suelo también
encontramos el elemento que anula las ordenanzas.
En este suelo hay también un elemento que despoja a los principados y potestades, y
triunfa sobre ellos (2:15). Este elemento triunfa sobre los espíritus malignos del aire.
Tanto los creyentes como los incrédulos perciben que hay algo maligno a su alrededor.
Las personas quieren ser buenas, pero hay algo que las incita a hacer lo malo; pues las
envuelve una atmósfera maligna. Si en nosotros mismos tratamos de combatir el poder
de las tinieblas que se halla en la atmósfera, seremos vencidos. Pero en Cristo, en este
suelo, hay un elemento que vence a los espíritus malignos. Si permanecemos arraigados
en el suelo y absorbemos sus ricos elementos, los principados y potestades de los lugares
celestiales serán despojados. El suelo contiene un elemento que despoja la potestad de
las tinieblas. Fuimos plantados en este suelo, y ahora nos toca a nosotros disfrutar de
todas sus riquezas.
DEDICAR TIEMPO
PARA ABSORBER AL SEÑOR
Inmediatamente después de que fui salvo, comencé a amar al Señor y buscar de Él. Por
ser uno que buscaba más del Señor, anhelaba ser victorioso. Así que, leí muchos libros
que me enseñaban a considerarme muerto al pecado. Sin embargo, por más que lo
intentaba, esto no produjo muchos resultados en mi experiencia. Por muchos años, yo
andaba a tientas buscando una manera de ser victorioso. Finalmente llegué a ver que
únicamente por el Espíritu podemos experimentar la crucifixión mencionada en
Romanos 6, según lo revela Romanos 8. Muchos santos que son maduros en el Señor
pueden testificar que esto es cierto. Si queremos ser victoriosos, debemos dedicar
suficiente tiempo para absorber al Señor. A medida que lo absorbamos y nos deleitemos
en Él, experimentaremos la plenitud, la circuncisión, la sepultura, la resurrección, la
impartición de vida, la anulación de las ordenanzas y el elemento que despoja a la
potestad de las tinieblas. Cada día podemos disfrutar al rico Cristo al absorberlo.
Estoy muy agradecido al Señor por habernos abierto 2:7 y por habernos mostrado que
fuimos arraigados en Cristo, el suelo rico y fértil. También me siento agradecido porque
ahora veo en 2:8-15 la clase de suelo en el cual fuimos arraigados. Si usted logra ver que
nosotros fuimos arraigados en Cristo, el rico suelo, usted recibirá aliento y consuelo. No
se atormente por sus debilidades. Considere el suelo tan rico y fértil en el que usted está
arraigado. En este suelo, ¿no tiene usted la plenitud, la circuncisión, la sepultura, la
resurrección, la impartición de vida, la anulación de las ordenanzas y el elemento que
despoja a las potestades de las tinieblas? Olvídese de su situación, de su condición, de
sus fracasos y de sus debilidades, y simplemente dedique el tiempo necesario para
disfrutar al Señor. Tómese el tiempo que necesita para absorberlo a Él, asimilar los ricos
elementos que provienen de Él, quien es el suelo. Si usted dedica suficiente tiempo para
absorber al Señor, podrá testificar que en Cristo nada le falta.
Cada mañana necesitamos dedicar suficiente tiempo para absorber al Señor. Aunque
diez minutos es una buena cantidad de tiempo, es mucho mejor dedicar treinta minutos
para disfrutarle al comienzo de cada día. Si dedicamos treinta minutos para absorber al
Señor y disfrutarle cada mañana, no nos perturbarán las adversidades que enfrentemos
durante el día. No nos fastidiarán los “mosquitos” ni los “escorpiones”, ya que los
elementos de este suelo los rechazarán. No obstante, si dejamos de absorber al Señor en
la mañana, es probable que nos fastidien los “mosquitos” y los “escorpiones”. Muchos
santos pueden testificar que al absorber al Señor por la mañana se los provee el mejor
repelente contra los insectos. Sin embargo, deberíamos pasar tiempo con el Señor no
solamente en la mañana, sino también durante todo el día. Si pasamos un buen tiempo
con el Señor por la mañana, por la tarde y por la noche, no dispondremos solamente del
pesticida más eficaz, sino que disfrutaremos también de un banquete. No obstante, si no
somos fieles en dedicar tiempo para absorber al Señor, nuestra condición se deteriorará
gradualmente. Nuestra experiencia lo confirma. Volvámonos de nuestra mente, de
nuestra parte emotiva y de nuestra voluntad, abramos nuestro ser al Señor, y digámosle
con un espíritu ejercitado: “Oh Señor Jesús, te amo, te adoro y te alabo. Señor, me
entrego a Ti. Te doy mi corazón y todas mis actividades de este día”. Mientras tiene
comunión con el Señor de esta manera, hágalo sin ninguna prisa. Tómese el tiempo
necesario, cuanto más, mejor. Mientras pasa tiempo teniendo contacto con el Señor,
espontáneamente absorberá las riquezas de la tierra. Entonces, la plenitud, la
circuncisión, la sepultura, la resurrección, la impartición de vida, la anulación de las
ordenanzas y el elemento que despoja a los principados, vendrán a ser suyos. Todos
estos hechos que constan en el libro de Colosenses llegarán a ser su experiencia.
UN SOLO ESPÍRITU CON EL SEÑOR
Los hechos cumplidos están en Cristo, pero los experimentamos por medio de Él. Los
experimentamos a medida que tenemos contacto con el Señor y somos uno con Él de
manera concreta. Recientemente, he orado al Señor cada mañana: “Señor, concédeme la
gracia de ser un solo espíritu contigo. No tengo la menor duda de que Tú eres un solo
espíritu conmigo, pero, Señor, te pido que me acuerdes que soy un solo espíritu
contigo”. Cuanto más vivimos siendo un solo espíritu con el Señor, más experimentamos
al Cristo todo-inclusivo y extenso que se revela en Colosenses. Entonces todos los
hechos en Cristo llegarán a ser nuestra experiencia por medio de Él y con Él. ¡Oh,
absorbámosle, disfrutémosle y experimentémosle! ¡Alabémosle por habernos arraigado
en un suelo tan rico y fértil, lleno de los atributos divinos y de las virtudes humanas más
altas! Todo lo que necesitamos está en este suelo, en esta buena tierra en la cual hemos
sido arraigados. Permanezcamos arraigados en esta tierra y absorbamos todas sus
riquezas, a fin de practicar la vida de iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CINCUENTA Y CUATRO
Lectura bíblica: Col. 2:8-15; 2 Co. 3:17; 2 Ti. 4:22a; 1 Co. 6:17; Ro. 8:4
En 2:8-15 Pablo recalca que los creyentes están en Cristo y que deberían asegurarse de
que todo su ser sea conforme a Cristo. Es un hecho que estamos en Cristo. En el
versículo 10 Pablo dice: “Y vosotros estáis llenos en El”. Además, en Cristo fuimos
también circuncidados, resucitados y avivados (vs. 11-12). Lo que escribe Pablo está
estructurado según el concepto básico de que todo está en Cristo. Si quitáramos la
expresión “en El” de los versículos 2:8-15, la estructura de la composición de Pablo se
derrumbaría por completo.
En 2:8 Pablo dice: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y huecas
sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y
no según Cristo”. Notemos la expresión “según Cristo”. El deseo de Pablo consistía en
que todos viviésemos según Cristo y que todo nuestro ser fuese según Él. Extraviarse de
Cristo es permitir que nuestro ser sea conforme a algo que no es Cristo, y en particular a
las tradiciones de los hombres y los rudimentos del mundo. Estos dos asuntos abarcan
todo lo que no es según Cristo. Hoy en día, tanto los creyentes como los incrédulos
viven, andan y se comportan según las tradiciones de los hombres o según los
rudimentos del mundo. Es muy difícil encontrar a alguien cuyo mismo ser sea conforme
a Cristo. No obstante, el andar cristiano debería ser un andar que es según Cristo.
Alabamos al Señor por todas las riquezas que tenemos en Cristo. Pero es preciso avanzar
para poder vivir y conducirnos según Cristo.
En 2:8-15 Pablo enumera varios hechos espirituales que son sumamente importantes.
Uno de ellos es que toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo. Cristo
es la Cabeza de todo principado y potestad. En Él fuimos circuncidados, sepultados,
resucitados y vivificados. Todos éstos son hechos cumplidos. Otro hecho es que el código
escrito que consistía en ordenanzas fue anulado y que las potestades de las tinieblas
fueron despojadas. Todos estos hechos tienen que ver con el asunto de estar en Cristo.
Sin embargo, si queremos que estos hechos lleguen a ser nuestra experiencia, no
solamente debemos estar en Cristo, sino además vivir según Cristo. La expresión “en El”
se refiere a los hechos, mientras que la expresión “según Cristo” se refiere a la
experiencia. Todos los que son salvos están en Cristo; ésta es nuestra posición. Por ser
salvos, todos los hechos que hemos mencionado son nuestros. Tenemos el derecho, el
título de propiedad, para reclamar todos estos hechos. Sin embargo, un asunto
completamente distinto es si a diario nos conducimos según Cristo o no. Tal vez
tengamos la confianza para declarar que estamos en Cristo, pero es posible que no la
tengamos para decir que nuestro diario andar es según Cristo. ¿Está usted seguro de que
a diario vive según Cristo? ¿Puede testificar esto? Efectivamente estamos en Cristo, pero
nuestro ser no es según Él. La mayoría del tiempo vivimos según las tradiciones de los
hombres y los rudimentos del mundo. Pese a que tenemos los hechos, nos hace falta
experimentarlos más.
APARTADOS DE CRISTO
En Colosenses 2 Pablo dice que el Cristo que hemos recibido es el misterio de Dios, en
quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Ahora,
debemos andar en Él, habiendo sido arraigados en Él y siendo sobreedificados en Él.
Después de esto, el apóstol nos advierte que debemos mirar que nadie nos lleve
cautivos. Después de que vemos el hecho maravilloso de que hemos recibido a Cristo
como el misterio de Dios y que hemos sido arraigados en Él, debemos mirar que nada
nos aparte de este Cristo. Si usted no tiene la confianza de decir que anda según Cristo,
eso indica que en la práctica, usted está apartado de Él. En efecto, usted recibió a Cristo
y fue arraigado en Él, pero con respecto a su vida diaria, usted ha sido distraído y
apartado de Él. Si día a día no vivimos según Cristo, eso significa que nos hemos
desligado de Cristo. Si ésta es nuestra situación, no importa cuán lejos estemos
apartados de Él, ya sea mucho o poco, el hecho no cambia: estamos desligados de Él.
La mayor parte de nuestro diario andar es según las tradiciones de los hombres y los
rudimentos del mundo, y no según Cristo. Las tradiciones son el componente principal
de la cultura. Sin las tradiciones, la cultura desaparecería. Heredamos la cultura de las
prácticas tradicionales de nuestra familia, de nuestra sociedad y de nuestro país.
Espontáneamente y sin percatarnos de ello, vivimos según las tradiciones culturales que
hemos heredado. Asimismo, vivimos según los rudimentos del mundo, es decir, según
los principios elementales de la cultura. Las tradiciones son las prácticas de la cultura,
mientras que los rudimentos son los principios básicos de la cultura. Estas dos cosas nos
dominan incluso a nosotros, que amamos a Cristo y le buscamos. Yo aborrezco todo
aspecto de mi vida diaria que es según las tradiciones de los hombres o los rudimentos
del mundo, y no según Cristo. No quiero vivir según las tradiciones chinas o las
enseñanzas éticas de Confucio. Muchas veces he orado así: “Señor, perdóname por vivir
según las tradiciones de los hombres en lugar de vivir según Cristo”. El deseo de Dios es
que andemos según Cristo. Por ejemplo, puede ser que una hermana sea sumisa,
obedeciendo a las enseñanzas de la Biblia o a una norma ética de su cultura. Sin
embargo, esta sumisión quizás no sea según Cristo. Dios no quiere que nos
comportemos de otro modo que no sea según Cristo.
Muchos santos, después de algún tiempo en la iglesia, empiezan a andar según lo que
bien podría llamarse el estilo de vida de la iglesia local. En cierto sentido, la vida de
iglesia refina nuestra persona. La calidad humana de los santos que están en las iglesias
locales es muy alta. Sin embargo, es posible que andemos según nuestra humanidad
refinada, y no según Cristo. Tal vez, en lugar de vivir a Cristo, nos conformemos a ciertas
normas o prácticas. Por ejemplo, suponga que una hermana que lleva algún tiempo en la
vida de iglesia, decida dejar de maquillarse. Su decisión no necesariamente es conforme
a Cristo, pues puede ser que ella simplemente se esté conformando al estilo de vida de la
iglesia local, y no esté andando según Cristo. Otro ejemplo de esto es de un hermano que
decide mantener su cabello corto en lugar de dejárselo largo. Si este hermano no
estuviese en la vida de iglesia, preferiría dejarse el pelo largo. Pero por lo que está en la
iglesia, prefiere mantener su pelo corto. Sin embargo, es probable que en este asunto, él
se esté conformando a cierto estilo de vida, en lugar de vivir según Cristo. En la vida de
iglesia, no deberíamos conformarnos a otras cosas sino vivir, andar y conducirnos según
Cristo. Dios no desea obtener un grupo de personas muy nítidas, pulcras y refinadas; lo
que Él desea es un grupo de gente que viva según Cristo. Estar en Cristo no es suficiente;
debemos también andar según Él. Estar en Cristo tiene que ver con nuestra posición,
pero andar según Cristo tiene que ver con nuestra experiencia. Deberíamos vestirnos y
cortarnos el pelo según Cristo, y no según las tradiciones de los hombres o los
rudimentos del mundo.
Lo que Dios desea es que andemos cada día según Cristo. Si no vivimos según Cristo,
nos encontramos apartados de Él. Así como una pequeña lámina de material aislante
puede interrumpir la corriente eléctrica, también la más mínima separación de Cristo
puede apartarnos de Él. No es solamente cuando uno se entrega a los apetitos
mundanos que se aparta de Cristo. Si uno asiste a las reuniones de la iglesia sin
conducirse según Cristo, estará apartado de Cristo en términos de su experiencia
práctica. En este sentido, no es diferente de los cristianos que se entregan a los
entretenimientos mundanos. Es cierto que ya hemos sido salvos, regenerados y
arraigados en el Cristo todo-inclusivo y extenso. Sin embargo, nos es muy fácil
apartarnos de Él. ¿Dónde hay cristianos que hoy en día anden verdaderamente según
Cristo y no conforme a las tradiciones de los hombres? Hoy casi todos los creyentes se
hallan apartados de Cristo, viviendo según alguna clase de tradiciones. ¿Dónde hay
cristianos que simple, única y exclusivamente vivan según Cristo?
Romanos 8:4 es un versículo muy parecido a Colosenses 2:8, en el sentido de que nos
exhorta a andar conforme al espíritu. Andar conforme al espíritu es lo mismo que andar
según Cristo. Si usted anda cada día conforme al espíritu, automáticamente andará
según Cristo. Si anda de esta manera, hará ciertas cosas o se abstendrá de hacerlas, no
para conformarse a lo que se practica en la iglesia local, sino porque anda según Cristo.
UN MANDAMIENTO TODO-INCLUSIVO
Debemos aplicar el asunto de andar conforme al espíritu a cada aspecto de nuestra vida
diaria. Por ejemplo, los hermanos que viven juntos deben aplicar esto a las
conversaciones que tienen entre ellos. Tal vez un hermano acostumbre a hablar según lo
que le dicta su mente, mientras que otro hable conforme a sus emociones. Ambos
hermanos deben aprender a andar conforme al espíritu. Al despertar en la mañana,
deberían ejercitarse para no hablar conforme a la mente o las emociones, sino conforme
al espíritu. Estos hermanos deberían orar así: “Señor, concédeme la gracia de hablar a
partir de mi espíritu”. Sin embargo, es posible que en lugar de hacer esto, ellos vivan
según las tradiciones de los hombres y los rudimentos del mundo. Aunque tal vez no
discutan, viven según su propia humanidad, que ha sido refinada por la vida de iglesia, y
no viven según Cristo.
Una área muy importante en la que debemos andar conforme a nuestro espíritu es
nuestra vida matrimonial. A los maridos les cuesta trabajo permanecer en su espíritu al
relacionarse con sus esposas. Para ellos es fácil estar en la mente, en la parte emotiva o
en la voluntad. Una de las cosas más difíciles para un hermano es volverse a su espíritu
en la presencia de su esposa. Así que, los hermanos debemos aprender a andar
conforme al espíritu cuando estamos con nuestras esposas. Si la esposa de cierto
hermano lo trata bien, está contento; pero cuando no, se ofende. Tal vez él prefiera
permanecer en su parte emotiva, en lugar de volverse al espíritu. Ya sea que nuestras
esposas sean amables o no, debemos permanecer en nuestro espíritu. Si su esposa le
recrimina a usted, permanezca en su espíritu; y si ella lo alaba, permanezca también en
su espíritu. Si usted permanece en el espíritu, andará según Cristo en su vida
matrimonial.
Las esposas también necesitan aprender a estar en el espíritu cuando están con sus
maridos. Estar en el espíritu resulta aun más difícil para las esposas que para los
esposos. La mayoría de las hermanas pueden estar en el espíritu con casi todo el mundo
excepto sus maridos. Cuando están con sus maridos, casi siempre están en su parte
emotiva, y no en el espíritu. Necesitamos la misericordia y la gracia del Señor para estar
en el espíritu con nuestro cónyuge. Debemos reconocer que, por lo general, no vivimos
según Cristo en nuestra vida matrimonial. Volvámonos al Señor para que Él nos
conceda Su misericordia y gracia, a fin de vivir nuestra vida matrimonial conforme al
espíritu. Esto es crucial y fundamental para la vida de iglesia. La vida matrimonial es el
fundamento de la vida familiar, la vida familiar es la base de nuestra vida cotidiana, y
nuestra vida cotidiana es la base de la vida de iglesia. Esto nos permite ver cuán crucial
es nuestra vida matrimonial. Si en nuestra vida matrimonial podemos vivir según
nuestro espíritu, desaparecerán muchísimas dificultades.
De entre todas las epístolas escritas por Pablo, Colosenses es la epístola final y
consumada. Se encuentra llena de temas elevados y profundos. Podemos compararla
con una mina de oro, llena de riquezas que debemos excavar.
En cuanto a la revelación de Cristo, Pablo usa expresiones como “la imagen del Dios
invisible”, “el Primogénito de toda creación”, “el Primogénito de entre los muertos” y “el
misterio de Dios”. Sin embargo, en cuanto a la experiencia diaria que tenemos de Cristo,
él habla de cosas tan comunes y ordinarias como son la comida y la bebida (2:16). Aun
en cosas como éstas debemos experimentar a Cristo. Por ejemplo, usted puede
experimentar a Cristo mientras se bebe una taza de té o un vaso de agua. Si nos
preguntamos a nosotros mismos si realmente disfrutamos o no a Cristo en los pequeños
detalles de nuestro vivir diario, veremos que nos falta más experiencia. Si usted no
disfruta a Cristo mientras come y bebe, y si no disfruta a Cristo como su verdadero
vestido mientras se viste, eso significa que ha sido privado de su premio, que consiste en
disfrutar a Cristo. Éste es un asunto extremadamente serio.
Colosenses 2:16 dice: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a
días de fiesta, luna nueva o sábados”. Pablo, al escribir estas palabras, se refiere de una
manera sabia a asuntos relacionados con el disfrute que tenemos diaria, semanal,
mensual y anualmente. Comer y beber es algo que hacemos todos los días, observar el
sábado es algo que se repite cada semana, guardar la luna nueva es algo que se hace
cada mes, y disfrutar ciertos días de fiesta es algo que sucede cada año. Al referirse a
estos asuntos, Pablo quería comunicarnos que en cualquier cosa que disfrutemos cada
día, cada semana, cada mes y cada año, deberíamos disfrutar a Cristo. De otro modo,
seríamos privados de Cristo y nos apartaríamos de Él. Por ejemplo, cada vez que usted
almuerce, debería estar consciente de que los alimentos son una sombra de Cristo, quien
es la verdadera comida. Cristo es el cuerpo, la sustancia, de esa sombra. Debemos
entender esto no sólo de manera doctrinal, sino también experimentalmente. Cuando lo
inviten a un restaurante, debería ir no solamente con la intención de disfrutar la
sombra, sino también para disfrutar a Cristo.
En 2:16-17 vemos que las cosas materiales son una sombra de Cristo. La frase “lo que ha
de venir”, mencionada en el versículo 17, se refiere a cosas relacionadas con Cristo como
nuestro disfrute. Por lo tanto, Cristo es el cuerpo, la sustancia, la realidad de todas las
sombras. Como tal, Él debe ser la realidad del disfrute que tenemos diaria, semanal,
mensual y anualmente.
Es muy significativo que después de que Pablo dijera que Cristo es el cuerpo de todas las
sombras, añadiera: “Que nadie ... os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio”
(v. 18). El contexto nos muestra que el premio consiste en disfrutar a Cristo como el
cuerpo de todas las sombras. Disfrutar a Cristo es un verdadero premio.
DEFRAUDADOS Y PRIVADOS DE
PODER DISFRUTAR A CRISTO SUBJETIVAMENTE
Algunos santos de Colosas eran judíos mientras que otros eran griegos. Tanto los unos
como los otros tuvieron que pagar un precio para volverse a Cristo. Después de haber
pagado el precio, ellos recibieron el premio de poder disfrutar a Cristo. Puesto que
tantos los creyentes judíos como los creyentes griegos habían sufrido mucho por su fe en
Cristo, ahora podían obtener el premio de disfrutar subjetivamente a Cristo. Lo mismo
nos sucede a nosotros. Muchos santos fueron perseguidos por volverse a Cristo y por
seguir el camino del recobro del Señor, y por eso ahora pueden disfrutarlo a Él como su
recompensa, como su premio. El premio no es solamente el Cristo objetivo, sino
principalmente el hecho de disfrutar a Cristo de una manera subjetiva. Esto es lo que
indica Colosenses 2:16 y 17. Estos versículos revelan que Cristo no es solamente
objetivo, sino que Él es también alguien a quien debemos disfrutar cada día, cada
semana, cada mes y cada año. El Cristo que experimentamos cada día en asuntos tales
como la comida y la bebida es un Cristo que podemos disfrutar muy subjetivamente.
Podemos decir lo mismo del Cristo que experimentamos semanalmente como nuestro
completamiento y reposo (el sábado), como el nuevo comienzo que nos saca de las
tinieblas (la luna nueva), y como nuestro disfrute anual (los días de fiesta). Por lo tanto,
conforme al versículo 18, ser privados de nuestro premio significa ser privados de
disfrutar a Cristo subjetivamente. Debemos disfrutar a Cristo cada día, cada semana,
cada mes y cada año. No debemos permitir que nadie nos prive de este premio.
No tengo ninguna carga de dar más mensajes sobre la doctrina. Lo que me preocupa es
que los santos experimenten a Cristo de una manera práctica. De no ser así, eso significa
que el enemigo sutilmente nos ha defraudado y privado de Cristo como nuestro premio.
Debemos disfrutar a Cristo incluso en los pequeños detalles de nuestra vida diaria.
Es posible que, por la misericordia del Señor, llevemos una vida moralmente recta. Pero
aunque no pequemos, es probable que aún nos falte mucho más de Cristo. Quizás
nuestra vida diaria sea excelente en muchos aspectos, pero debemos hacernos una
pregunta crucial: ¿En qué medida experimentamos a Cristo y lo disfrutamos? Nuestra
meta no debe ser solamente tener una vida diaria apropiada; nuestra meta tiene que ser
Cristo. El propósito de nuestra vida es ganar a Cristo y experimentarlo. Aprecio que la
norma de nuestro andar diario sea bastante elevada. Si la gente de este país tuviese estas
normas, la situación en toda la nación mejoraría mucho. Pero no podemos contentarnos
con el mero hecho de llevar una vida recta. Ésta no es la meta de Dios. Por causa del
propósito de Dios, debemos experimentar a Cristo y disfrutarlo. ¿Cuánto disfrutamos a
Cristo en nuestra vida diaria? Si disfrutamos poco a Cristo, entonces en nuestra
experiencia la palabra de Dios no ha sido completada. Esto significa que necesitamos el
ministerio de Pablo y, en particular, el libro de Colosenses.
Según 1:26, la parte de la palabra de Dios que el ministerio de Pablo completó fue “el
misterio que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones, pero que
ahora ha sido manifestado a Sus santos”. Este misterio es Cristo en nosotros, la
esperanza de gloria (v. 27). Por mucho conocimiento que tengamos de la Biblia, la
revelación divina que logremos aprehender estará incompleta si no experimentamos
adecuadamente a Cristo cada día, cada semana, cada mes y cada año. Lo que
necesitamos es disfrutar a Cristo de una manera subjetiva para que así se complete la
revelación divina en nosotros. Si carecemos de la experiencia y disfrute de Cristo,
también carecemos de la revelación divina. El completamiento de la revelación divina
depende del Cristo que experimentamos.
PERFECTOS EN CRISTO
En nuestra vida diaria, nos resulta más fácil preocuparnos por nuestro comportamiento
que disfrutar a Cristo. Nosotros, que amamos al Señor y le buscamos, por naturaleza
deseamos mejorar nuestro comportamiento. Anhelamos profundamente llevar una vida
diaria que sea recta. Es por eso que cada vez que le fallamos al Señor en nuestro diario
andar, nos sentimos llenos de remordimiento, nos confesamos ante Él y le pedimos que
nos perdone y nos limpie. Sin embargo, aunque nos ejercitemos mucho en esto, es
posible que no nos preocupemos mucho por disfrutar a Cristo. ¡Oh, cuánto necesitamos
disfrutar a Cristo en nuestra vida diaria!
Hemos visto que necesitamos disfrutar a Cristo en asuntos cotidianos tales como la
comida y la bebida. El hecho de que comemos y bebemos varias veces al día indica que
no debemos conformarnos con disfrutar a Cristo una vez al día. La comida y la bebida
son sombras. Si comemos y bebemos más de una vez al día, entonces deberíamos
disfrutar también a Cristo más de una vez al día. No sólo deberíamos experimentar a
Cristo cada día, sino muchas veces durante el día.
En 1 Tesalonicenses 5:17 Pablo dice: “Orad sin cesar”. Orar de una manera genuina
equivale a disfrutar a Cristo. Lamento tener que decir que muchas de nuestras oraciones
no son genuinas, debido a que no disfrutamos a Cristo cuando oramos. Cada vez que
oramos apropiadamente en el espíritu, disfrutamos a Cristo. Orar sin cesar en realidad
significa disfrutar a Cristo sin cesar. Necesitamos disfrutar a Cristo de una manera
continua. Sin embargo, muy pocos de nosotros hemos recibido la debida ayuda para
vivir una vida espiritual al disfrutar continuamente a Cristo. Para ello, debemos pedirle
al Señor que nos conceda la gracia de disfrutarlo cada día y durante todo el día.
En lo que Pablo dice con respecto a las sombras nos da un indicio de cómo disfrutar a
Cristo de una manera práctica. Ya que Cristo es la sustancia y realidad de asuntos tales
como la comida y la bebida, cada vez que comamos y bebamos debemos recordar que
Cristo es la verdadera comida y la verdadera bebida. Cada vez que usted coma, al mismo
tiempo debe comer a Cristo. Cada vez que beba algo, debe también beber a Cristo. Cada
vez que se vista, debe recordar que Cristo es su verdadero vestido y experimentarlo
como tal. Mientras se pone la ropa, debe también vestirse de Cristo. Es fácil disfrutar a
Cristo de esta manera. Día tras día, en todo lo que hagamos, debemos recordar que
Cristo es la realidad de todas las cosas. Aun el hecho de respirar debe recordarnos de
nuestra necesidad de respirar a Cristo espiritualmente.
ARRAIGADOS EN CRISTO
PARA ABSORBER SUS RIQUEZAS
En 2:7 encontramos más detalles que nos ayudan a disfrutar a Cristo de manera
práctica. En este versículo vemos que fuimos arraigados en Cristo. La palabra
“arraigados” implica la existencia del suelo. Cristo es el suelo rico y fértil en el cual
hemos sido arraigados. En un mensaje pasado mencionábamos que este rico suelo
contiene muchos elementos maravillosos: la plenitud de la Deidad, la autoridad de
Cristo como Cabeza, la circuncisión, el elemento de Su sepultura, el hecho de resucitar
juntamente con Cristo, la anulación de las ordenanzas y el elemento que despoja a los
principados y potestades. Colosenses 2:9-15 presenta una descripción de los elementos
del suelo, los cuales están implícitos en la palabra “arraigados” en 2:7.
Estamos arraigados en Cristo, quien es el suelo rico y fértil. Después de que somos
arraigados en Él, debemos comenzar a absorber Sus riquezas. Así como un árbol
absorbe los nutrientes del suelo por medio de sus raíces, también nosotros deberíamos
absorber las riquezas de Cristo. Los elementos que un árbol absorbe del suelo, hacen
que éste crezca. Por consiguiente, el crecimiento de un árbol depende del alimento que
absorbe por medio de sus raíces. Puesto que hemos sido arraigados en Cristo, debemos
permanecer en Él de una manera práctica día tras día. En nuestra experiencia, debemos
permanecer arraigados en Cristo. No obstante, si nos olvidamos de Cristo en asuntos
como comer y beber, esto significa que en nuestra experiencia no estamos arraigados en
Él. Debido a ello, no nos acordamos de Cristo cuando comemos. Es posible que después
de comer, dediquemos algún tiempo para orar. Sin embargo, es probable que al
comenzar a orar no estemos realmente arraigados en Cristo en nuestra experiencia, y
oremos por muchas cosas innecesarias. Puesto que el Señor es misericordioso y
paciente, Él espera hasta que empezamos a orar con veracidad. Sólo entonces
absorbemos las riquezas de Cristo de manera experimental. No obstante, puede ser que
después de nuestro tiempo de oración, no asimilemos lo que absorbimos de Él.
Ex presando esto con las palabras del Señor en Juan 15, puede ser que no
permanezcamos en Él.
Muchos santos pasan tiempo con el Señor por la mañana. Sin embargo, aunque le
dediquen algún tiempo, quizás no absorban mucho de Sus riquezas. Esto se debe a que
lo hacen muy apresuradamente. Si queremos absorber las riquezas de Cristo como
nuestro alimento, no debemos andar con prisa. No podemos absorber nada si tenemos
prisa.
No deberíamos absorber al Señor sólo por la mañana, sino ser como árboles que
absorben continuamente las riquezas del suelo. Esto significa que debemos aprender a
ejercitarnos para disfrutar a Cristo continuamente. Debemos dejar que todas las cosas
físicas nos recuerden a Cristo, porque todas ellas son sombras cuya sustancia es Cristo.
La ropa con que nos vestimos cada día debe recordarnos a Cristo. Debemos vestirnos de
Él en nuestro espíritu y con nuestro espíritu. El agua que bebemos debería recordarnos
de beber a Cristo mediante el ejercicio de nuestro espíritu. Poner esto en práctica
equivale a ser arraigados en Cristo y a absorber Sus riquezas.
RAÍCES TIERNAS
Si queremos absorber las riquezas de Cristo, quien es el rico suelo, debemos tener raíces
nuevas y tiernas. No caiga en vejez; manténgase fresco y renuévese cada día. Pídale al
Señor: “Señor, deseo que mi consagración se mantenga fresca, y quiero abrir mi ser a Ti
nuevamente. Quiero que mis raíces sean tiernas de modo que puedan absorber Tus
riquezas. Señor, no permitas que se envejezcan mis raíces”. Si nuestras raíces son
tiernas y nuevas, de modo que puedan absorber las riquezas de Cristo, espontáneamente
creceremos con las riquezas que asimilamos. En esto consiste disfrutar a Cristo y
experimentarlo subjetivamente cada día y cada hora. Esto nos guardará de ser privados
de nuestro premio. Sin embargo, si no permanecemos arraigados en Él ni absorbemos
Sus riquezas, el enemigo con su sutileza nos privará de disfrutar a Cristo de una manera
práctica y continua.
Aunque hay millones de cristianos sobre la tierra hoy, casi todos ellos han sido privados
de su premio, que consiste en disfrutar a Cristo. Sin duda, ellos creen en Cristo, lo han
recibido y quizás hayan pagado un precio para seguirle, pero al igual que los colosenses,
han sido privados de disfrutar a Cristo. Todos los cristianos, incluyéndonos a nosotros,
debemos prestar atención a la advertencia que nos hace Pablo de no permitir que nadie
nos defraude juzgándonos indignos de nuestro premio. No debemos permitir que nadie
nos aparte del disfrute que tenemos de Cristo. Cristo es el cuerpo, la realidad, de todas
las cosas positivas del universo. Mientras disfrutamos de estas cosas físicas, no
olvidemos que debemos disfrutar a Cristo. Si ponemos esto en práctica, disfrutaremos
siempre a Cristo en nuestro vivir diario. Entonces estaremos arraigados en Él,
absorberemos Sus riquezas y creceremos en Él.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CINCUENTA Y SEIS
ASIRNOS DE LA CABEZA,
EN VIRTUD DE QUIEN TODO EL CUERPO
CRECE CON EL CRECIMIENTO DE DIOS
Lectura bíblica: Col. 2:16-19; 1:18a; 2 Co. 3:17a; 2 Ti. 4:22a; 1 Co. 6:17
Colosenses 2:18-19 dice así: “Que nadie, con humildad autoimpuesta y culto a los
ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio, hablando constantemente
de lo que ha visto, vanamente hinchado por la mente puesta en la carne, y no asiéndose
de la Cabeza, en virtud de quien todo el Cuerpo, recibiendo el rico suministro y siendo
entrelazado por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento de
Dios”. Las frases “hablando constantemente de lo que ha visto” y “no asiéndose de la
Cabeza” están relacionadas con el hecho de ser defraudados. Si en lugar de asirnos de la
Cabeza nos basamos en cosas que hemos visto, seremos defraudados y privados de
nuestro premio, que consiste en disfrutar a Cristo. No permitamos que nos defrauden
aquellas personas que hablan constantemente de lo que han visto y no se asen de la
Cabeza. Cada vez que nosotros mismos dejamos de asirnos de la Cabeza, somos privados
de nuestro premio.
La verdadera vida cristiana es una vida en la que se disfruta a Cristo. Debemos disfrutar
al Señor durante todo el día. Hemos visto que al hablar de la comida, la bebida, los
sábados, las lunas nuevas y los días de fiesta, Pablo se refería a las cosas que disfrutamos
diaria, semanal, mensual y anualmente. De hecho, comemos y bebemos varias veces al
día. Los ejemplos que usó Pablo en 2:16 abarcan desde el disfrute que tenemos de Cristo
cada hora hasta el disfrute que tenemos de Él cada año. Esto indica que debemos
disfrutar a Cristo continuamente. Cada vez que bebo un vaso de agua, debería recordar
que tengo que beber a Cristo. Cada vez que como, debería disfrutar a Cristo, quien es la
verdadera comida. Cada vez que disfrutamos a Cristo de esta manera, automáticamente
nos asimos de Él como Cabeza. Por consiguiente, la mejor manera de asirnos de Cristo,
la Cabeza, es disfrutarlo a Él. Aparte de comerle, no existe otra mejor manera de asirnos
de Él. Así como nos “asimos” de la comida al ingerirla y al comerla, debemos también
asirnos de Cristo comiéndole.
En 2:16-19 Pablo da un gran salto, en el que nos lleva desde la experiencia más básica de
disfrutar a Cristo como nuestro todo, hasta la cima de asirnos de Cristo como Cabeza. A
medida que disfrutamos a Cristo como nuestra comida, nuestra bebida, nuestro aire y
nuestro todo, vamos ascendiendo en el ascensor divino hasta llegar a lo más alto, donde
nos asimos de Cristo como Cabeza. Sin embargo, si dejamos de disfrutar a Cristo,
automáticamente dejamos de asirnos de la Cabeza. Es sólo cuando lo disfrutamos que
también nos asimos de Él. Esto no es una doctrina que hemos aprendido en libros de
teología, sino un hecho en el campo de la experiencia cristiana. En mi experiencia a lo
largo de los años he aprendido que asirnos de la Cabeza significa disfrutar a Cristo
continuamente. Somos vasijas que han sido hechas para contenerlo a Él, y nos asimos
de Él al comerlo, beberlo y respirarlo. Esto nos permite ver que asirnos de Cristo la
Cabeza es una experiencia muy subjetiva.
En 2:19 Pablo habla de “todo el Cuerpo”. Disfrutar a Cristo nos guarda en unidad con los
demás miembros del Cuerpo. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más amamos a los
demás miembros del Cuerpo. El disfrute que tenemos de Cristo nos lleva a amar a cada
hermano en la vida de iglesia. Incluso aquellos que nos parecen más difíciles de amar, se
vuelven queridos y preciosos para nosotros. Sin embargo, si dejamos de disfrutar a
Cristo, menospreciaremos a ciertos santos de la iglesia. En realidad, la iglesia y los
santos siguen siendo iguales, pero es nuestra actitud hacia ellos la que cambia. No
obstante, si se nos imparte la suministración de Cristo y empezamos a disfrutarle
nuevamente, todos los miembros del Cuerpo volverán a ser queridos para nosotros.
Tendremos la agradable sensación de que, como miembros del Cuerpo, amamos a todos
los demás miembros.
Es mediante el disfrute que tenemos de Cristo que Él llega a ser nuestra Cabeza en
términos de nuestra experiencia. Cristo no puede ser nuestra Cabeza de manera
subjetiva y en nuestra experiencia si no lo disfrutamos. Aunque le digan una y otra vez
que Cristo es la Cabeza del Cuerpo, usted no tomará conciencia de que Él es la Cabeza, a
menos que lo disfrute regularmente. Cuanto más usted disfrute a Cristo, más
comprenderá en su experiencia que el Cristo que disfruta es la Cabeza del Cuerpo.
Comprender esto le hará tomar conciencia del Cuerpo y lo llevará a amar a todos los
miembros del Cuerpo.
INTRODUCIDOS EN LA RESURRECCIÓN
Ya que la posición que Cristo tiene como Cabeza está en resurrección, cuando
disfrutamos a Cristo espontáneamente somos introducidos en la resurrección, lo cual
nos salva de nuestro ser natural. Todos tenemos una manera natural de ser. Por tanto, si
no disfrutamos a Cristo y, por ende, no logramos entrar en resurrección,
permaneceremos en nuestra persona natural. ¡Alabado sea el Señor, porque el disfrute
que tenemos de Cristo nos introduce en la resurrección! Cuanto más le disfrutamos, más
dejamos a un lado nuestro ser natural. Repito una vez más que esto no es una simple
doctrina, sino un hecho en nuestra experiencia cristiana.
LLEVADOS A LOS CIELOS
Podemos aplicar esto a nuestra vida matrimonial. Cuando los esposos discuten entre sí,
ciertamente, su experiencia no es la de estar en los cielos. Cuando menos, diríamos que
son personas terrenales, porque mientras discuten, no están asiéndose de Cristo, la
Cabeza. Cada vez que nos comportamos de una manera terrenal, no estamos asiéndonos
de la Cabeza. No obstante, si en nuestra vida matrimonial disfrutamos constantemente a
Cristo, nos asiremos de Él, quien es la Cabeza, y en nuestra experiencia estaremos en los
cielos. Entonces, seremos personas celestiales y nada nos hará bajar de los cielos.
Lamentablemente, conforme a nuestra experiencia, descendemos de los cielos con
mucha facilidad. Tan solo una palabra o una mirada desagradable puede hacernos caer
de los cielos a la tierra. ¡Con cuánta facilidad podemos dejar de asirnos de la Cabeza en
nuestra vida diaria!
Conforme a 3:1-4, nuestra vida debería estar en los cielos, donde está el trono de Dios.
Por un lado, Cristo, nuestra Cabeza, está en nuestro espíritu; por otro, Él está en los
cielos, y no en la tierra. Solamente cuando estamos en los cielos podemos asirnos de Él,
de la Cabeza. Disfrutar a Cristo equivale a asirnos de la Cabeza, y asirnos de la Cabeza
equivale a estar en los cielos.
¿Cómo podemos estar en los cielos de forma experimental? Esto sólo sucede cuando
disfrutamos a Cristo, la Cabeza, como el Espíritu vivificante que mora en nuestro
espíritu. En 2 Corintios 3:17 se dice: “Y el Señor es el Espíritu”. Si Cristo fuese solamente
la Cabeza y no el Espíritu, no podríamos tener contacto con Él ni asirnos de Él de una
manera concreta. Sin embargo, aunque Cristo es la Cabeza con respecto a Su posición,
en nuestra experiencia Él es el Espíritu vivificante. Según lo que consta en Timoteo 4:22,
el Señor, quien es el Espíritu, está ahora con nuestro espíritu. ¡Cuán maravilloso es este
hecho! En los cielos, Cristo es la Cabeza, pero en nuestro espíritu, Él es el Espíritu. Por
consiguiente, asirnos de Cristo la Cabeza no sólo significa disfrutarle a Él y estar en los
cielos, sino también permanecer en nuestro espíritu. Si queremos asirnos de la Cabeza,
debemos estar en nuestro espíritu.
En 2:18 Pablo usa la expresión “vanamente hinchado por la mente puesta en la carne”.
La mente forma parte del alma, y la carne está relacionada con el cuerpo físico. Todo
aquel que se hincha por poner su mente en la carne no se ase de Cristo como Cabeza,
porque está en su mente carnal, y no en el espíritu. Cada vez que estamos en la mente o
en la carne, no nos asimos de la Cabeza. No obstante, cuando nos volvemos de la carne y
de la mente al espíritu, nos asimos automáticamente de Cristo, la Cabeza. Si
permanecemos en nuestra mente carnal, no podremos tocar a Cristo ni asirnos de Él; en
cambio, si nos volvemos al espíritu, nos asiremos de la Cabeza, la cual es el Espíritu
vivificante que mora en nuestro espíritu.
Hemos visto que asirnos de Cristo, la Cabeza, incluye tres cosas. Para asirnos de la
Cabeza, debemos disfrutar a Cristo, debemos estar en los cielos y debemos permanecer
en nuestro espíritu. Por experiencia sabemos que estos tres asuntos siempre van juntos.
Cuando disfrutamos a Cristo, estamos en los cielos y en nuestro espíritu, y no en la
mente ni en la carne. En nuestra experiencia, estar en el espíritu equivale a estar en el
tercer cielo. Conforme a la Biblia, el Lugar Santísimo está en el tercer cielo y también en
nuestro espíritu. Cada vez que nos volvemos al espíritu, estamos en los cielos,
disfrutando al Señor. Es así como nos asimos de la Cabeza.
Cuando disfrutamos a Cristo y nos asimos de Él, de la Cabeza, absorbemos Sus riquezas.
Según 2:19, algo procede de la Cabeza que causa que el Cuerpo crezca con el crecimiento
de Dios. Cuando disfrutamos a Cristo en los cielos y en nuestro espíritu, nos asimos de
la Cabeza y absorbemos Sus riquezas. Entonces, algo procede de la Cabeza y hace que
Dios crezca en nosotros, lo cual significa que más del elemento de Dios se añade a
nuestro ser y, por ende, también al Cuerpo. Esto hace que el Cuerpo crezca con el
crecimiento de Dios.
Mientras nos asimos de la Cabeza, absorbemos las riquezas del Cristo extenso y todo-
inclusivo. Estas riquezas son los elementos de Dios, los cuales proceden de la Cabeza y
llegan a ser el crecimiento de Dios en nosotros, en virtud del cual crece el Cuerpo.
Finalmente, el Cuerpo llegará a ser un solo y nuevo hombre, en el cual Cristo es el todo y
en todos. Ya que Cristo es el único constituyente del nuevo hombre, Él es cada miembro
del nuevo hombre y está en cada uno de ellos.
En el capítulo dos, Pablo escribe que Cristo es el misterio de Dios, y que en Él están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Ya que hemos recibido
a este Cristo, debemos andar en Él, estando arraigados y sobreedificados en Él. Andar
en Cristo significa vivir y tener nuestro ser en Él. En 2:9 y 10 Pablo dice también que en
Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad y que nosotros estamos llenos
en Él. En Cristo estamos completos, perfeccionados y satisfechos, y en Él somos
abastecidos. Además, en Cristo fuimos circuncidados con circuncisión no hecha a mano,
fuimos sepultados juntamente con Él en el bautismo y también juntamente con Él
fuimos resucitados (vs. 11-12). Conforme a los versículos 14 y 15, el código escrito que
nos era contrario fue anulado, y los principados y potestades fueron despojados. Todas
estas cosas se cumplen en Cristo.
Todos los asuntos que acabamos de mencionar son elementos de Cristo, quien es la
buena tierra en la cual estamos arraigados. La plenitud de la Deidad es el primer
elemento de este suelo. Los demás elementos incluyen la circuncisión, la sepultura, el
hecho de ser resucitados, la anulación de las ordenanzas, y el elemento que despoja a las
potestades de las tinieblas. Puesto que hemos sido arraigados en Cristo, ahora podemos
absorber todos estos ricos elementos en nuestro ser.
A los ojos de Dios, se puede comparar a los creyentes con las plantas. Es por esto que
Pablo dijo: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Co. 3:6). Más
adelante también dijo que nosotros somos labranza de Dios, plantío de Dios (1 Co. 3:9).
Hemos sido plantados en Cristo, quien es la buena tierra con un suelo muy rico y fértil.
DISFRUTAR A CRISTO
HASTA TOMAR CONCIENCIA DEL CUERPO
Los versículos del 16 al 19 de Colosenses 2 constituyen una sección distinta. Los asuntos
mencionados en el versículo 16 —la comida, la bebida, los días de fiesta, las lunas nuevas
y los sábados— son sombras cuya realidad o sustancia es Cristo. “Lo que ha de venir” se
refiere a cosas relacionadas con Cristo. En los versículos 18 y 19, Pablo nos exhorta a que
no permitamos que nadie nos defraude juzgándonos indignos de nuestro premio y a que
nos asgamos de la Cabeza. Anteriormente señalamos que asirnos de la Cabeza equivale,
de una manera práctica y experimental, a disfrutar a Cristo como la realidad de todas las
cosas positivas. El resultado de asirnos de la Cabeza de esta manera, es que llegamos a
estar conscientes del Cuerpo. Todo lo que disfrutamos de Cristo está relacionado con el
hecho de que Él es la Cabeza. Debido a esto, cada vez que disfrutamos a Cristo, en
realidad nos estamos asiendo de la Cabeza. Disfrutamos a Cristo como nuestra comida,
bebida, sábados, lunas nuevas y como días de fiesta. Pero el Cristo que disfrutamos en
todos estos aspectos es la Cabeza que nos lleva a tomar conciencia del Cuerpo. Aquel que
disfrutamos no es simplemente Cristo para nosotros; Él es la Cabeza del Cuerpo. Por
consiguiente, el resultado o la consecuencia, de disfrutar a Cristo y de asirnos de Él,
quien es la Cabeza, es que tomamos conciencia del Cuerpo.
Para entender más profundamente el hecho de nuestra crucifixión con Cristo, leí
muchos libros que decían que tenía que considerarme muerto. No obstante, esto resultó
inútil en mi experiencia, ya que cuanto más trataba de considerarme muerto, más vivo
me encontraba. Años después, mis ojos fueron abiertos y vi que el Cristo que fue
crucificado en la cruz llegó a ser el Espíritu vivificante en la resurrección. Cuando
creímos en Cristo, el Espíritu vivificante entró en nuestro espíritu. Ahora ambos
espíritus son uno (1 Co. 6:17). Cada vez que invocamos: “¡Señor Jesús!”, viene el Espíritu
vivificante. Esto indica que Jesús es el nombre y el Espíritu es la Persona. El Espíritu
como tal Persona está ahora en nuestro espíritu. Todo lo que Él experimentó es ahora
nuestra historia. Él pasó por la crucifixión y entró en la resurrección. Él hace que incluso
estas mismas experiencias lleguen a ser nuestra historia, dado que Él entró en nuestro
espíritu y nos hizo uno con Él. Por consiguiente, es en el espíritu donde participamos de
la muerte de Cristo en la cruz. No es cuestión de considerarnos muertos, sino más bien
disfrutar de una unión, de una identificación. Cuando el Espíritu entró en nosotros y se
hizo uno con nosotros, trajo consigo la eficacia de la muerte de Cristo. Por tanto,
nosotros participamos de la muerte de Cristo por medio del Espíritu compuesto que
mora en nuestro espíritu. Día a día, podemos experimentar la eficacia de la muerte de
Cristo.
En Colosenses 2 Pablo nos dice que fuimos arraigados y que necesitamos asirnos de la
Cabeza, y en Juan 15, el Señor Jesús nos exhorta a permanecer en la vid. Permanecer en
la vid equivale a ser arraigados en el suelo, y el ser arraigados en el suelo equivale a
asirnos de la Cabeza. Por un lado, Cristo es la vid en la cual permanecemos; por otro, Él
es el suelo en el cual hemos sido arraigados. Pero Él es también la Cabeza. Cristo es la
vid, el suelo y la Cabeza. Permanecemos en Aquel que es la vid, somos arraigados en
Aquel que es el suelo, y nos asimos de Aquel que es la Cabeza. El principio es el mismo
en cada caso: absorbemos las riquezas de Cristo en nosotros. Como pámpanos,
absorbemos la savia que procede de la vid; como plantas, absorbemos las riquezas que
provienen del suelo; y como miembros del Cuerpo de Cristo, absorbemos el elemento
nutritivo que proviene de la Cabeza. Al absorber las riquezas de la Cabeza, el Cuerpo
crece con el crecimiento de Dios (2:19). Como ya hemos dicho, las riquezas que
absorbemos incluyen la crucifixión, el ser sepultados y el ser resucitados juntamente con
Cristo. Cuando nos asimos de Cristo, la Cabeza, absorbemos todos estos elementos en
nosotros.
En 2:20 Pablo dice: “Si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo,
¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a ordenanzas?” La palabra griega
traducida “si” puede traducirse también “puesto que”, es decir, puesto que hemos
muerto con Cristo, ya no deberíamos someternos a ordenanzas. Es un hecho que
morimos con Cristo. Sin embargo, aunque Cristo murió hace más de mil novecientos
años, nuestra participación de esa muerte se produce constantemente, a medida que
disfrutamos a Cristo, asiéndonos de Él, de la Cabeza. No experimentamos la crucifixión
de Cristo una vez y para siempre. Por el contrario, la experimentamos continuamente.
Es posible que usted haya experimentado la crucifixión de Cristo anoche, y que hoy,
debido a que no está contento con su cónyuge, usted decida bajarse de la cruz para
argumentar y justificarse. Puesto que algo lo ha provocado a usted, siente que no puede
quedarse callado. La noche anterior se encontraba en la muerte de Cristo; pero ahora,
usted se encuentra muy vivo en sí mismo. En uno de sus himnos, A. B. Simpson
exclamó: “¡Oh, qué dulce es morir con Cristo!”. La noche anterior quizás tuvo una
experiencia dulce, pero ahora usted no quiere permanecer más en la muerte de Cristo.
Esto indica que cada vez que no estamos en el espíritu, no tenemos la realidad de la
muerte de Cristo en nuestra experiencia. Sin embargo, cuando estamos en el espíritu,
estamos muertos con Cristo. Cada vez que no estamos en el espíritu, nos hallamos en
nosotros mismos, viviendo conforme a nuestra vida natural. Por experiencia sabemos
que cuando en el espíritu nos asimos de Cristo, la Cabeza, somos crucificados con Él. En
ese momento, somos capaces de proclamar a todos, aun al diablo, que hemos muerto
con Cristo.
VELAR Y ORAR
En 4:2 Pablo dice: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. Si
queremos permanecer en el espíritu, debemos velar y orar, e incluso orar sin cesar (1 Ts.
5:17 ). La única manera de permanecer en el espíritu es orar sin cesar. Hace muchos años
no valoré tanto la palabra del Señor acerca de velar y de orar (Mt. 26:41), pero en años
recientes he llegado a ver la importancia de esta palabra. Debemos velar y fijarnos si
estamos o no en el espíritu, y orar para mantenernos en el espíritu. ¿Está a punto de
argumentar con su marido o su esposa? ¡Le insto a que vele! ¿Desea ir a comprar un
artículo determinado? Vele para saber si compra en el espíritu o en la carne. Debemos
estar alertas para permanecer en el espíritu.
Conforme a 2:20, nosotros morimos con Cristo a los rudimentos del mundo. Los
rudimentos del mundo son los principios elementales de la religión y la filosofía. Tanto
los creyentes judíos como gentiles intentaron introducir ciertos elementos del mundo en
la vida de iglesia. Incluso puede ser que nosotros mismos nos sometamos a estos
rudimentos. Tal vez sin darnos cuenta sigamos bajo la influencia de nuestro pasado
religioso. Los principios elementales que heredamos de la religión son los rudimentos
del mundo.
En Colosenses Pablo da a entender que si nos aferramos a cualquier cosa que no sea el
Cristo que experimentamos, esa cosa constituye un rudimento del mundo. Por ejemplo,
tal vez una hermana sea amable, simpática y disciplinada. Éste era su carácter aun antes
de ser salva. Ahora, después de hacerse creyente, ella trae su carácter a la vida de iglesia.
Los demás admirarán su carácter, sin darse cuenta de que es natural. En tanto que esta
hermana viva conforme a su carácter natural, estará viviendo conforme a los rudimentos
del mundo, y no según Cristo. Puede ser que en la iglesia haya otra hermana con un
carácter más bien tosco. Si la comparamos a la primera hermana, ella es burda e
indisciplinada. Pero supongamos que ella se ejercita cada día para velar y orar, y así
permanecer en el espíritu. Gradualmente, los demás observan un cambio en su modo de
vivir. Es difícil describir su manera de vivir. No puede uno decir con exactitud si ella es
amable, simpática o disciplinada. En realidad, ella no está viviendo conforme a los
rudimentos del mundo, sino según Cristo. Existe una diferencia enorme entre esta clase
de vivir y aquella que es conforme a nuestro carácter natural. Los rudimentos del mundo
son útiles en la sociedad, pero no tienen cabida en la iglesia. Cuando permanecemos en
nuestro espíritu, experimentamos espontáneamente la muerte de Cristo, la cual se halla
en el Espíritu todo-inclusivo. En esta muerte, morimos a los rudimentos del mundo.
Debemos entender que cosas como la amabilidad natural no son más que rudimentos
del mundo. Cuando estemos bajo la luz de esta visión, odiaremos incluso nuestra
amabilidad porque no es de Cristo, sino que es sólo un rudimento del mundo. Entonces
procuraremos permanecer en nuestro espíritu para disfrutar a Cristo y participar de Su
muerte. Aun podremos decirle a Satanás: “He dejado de vivir conforme a la amabilidad
natural. Satanás, tú me engañaste por muchos años teniéndome sometido a los
rudimentos del mundo. Ahora veo que en Cristo morí a todos esos rudimentos. En mi
espíritu disfruto a Cristo, me asgo de la Cabeza, y participo de Su muerte. En esta
muerte soy liberado de los rudimentos del mundo”.
En 3:1 Pablo dice: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo, buscad las cosas
de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”. Observemos que Pablo no
menciona “las cosas que están en los cielos”, sino “las cosas de arriba”. Esto se refiere a
las cosas que son superiores y elevadas. Nuestras virtudes naturales, por otro lado, son
inferiores y bajas. En 3:2 Pablo añadió: “Fijad la mente en las cosas de arriba, no en las
de la tierra”. ¿Cuáles son las cosas de arriba? De niño me enseñaron que las cosas de
arriba se referían a cosas que hay en el cielo, tales como mansiones, puertas de perla, y
una calle de oro. No obstante, si seguimos el principio de interpretar la Biblia conforme
a ella misma, entenderemos que no es esto lo que significa la frase “las cosas de arriba”.
Según el Nuevo Testamento, las cosas de arriba incluyen la ascensión de Cristo, Su
entronización, y el hecho de que Él fue dado por Cabeza, Señor y Cristo. En Hechos 2:36
Pedro dice que Dios hizo a Jesús Señor y Cristo. En Hebreos 2:9 se nos dice que el Señor
Jesús fue coronado de gloria y de honra. En Efesios 1:22 vemos que en la ascensión,
Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. En Apocalipsis 5:6 vemos
que Cristo, como el Cordero que tiene siete ojos, está ahora en el trono administrando el
gobierno de Dios. Estas cosas son las cosas de arriba.
Cuando Pablo escribió a los creyentes colosenses, él los exhortó a que no prestaran más
atención al judaísmo, al gnosticismo ni al ascetismo, los cuales no eran más que
rudimentos del mundo, cosas inferiores y bajas. Puesto que habían sido resucitados con
Cristo y vivían ahora con Cristo en Dios, ellos debían buscar las cosas de arriba y fijar su
mente en ellas. Cristo había sido coronado y entronizado; Él había sido hecho Señor y
Cabeza sobre todas las cosas. Él era ahora el Cordero con los siete ojos que administran
el gobierno de Dios en el universo. Éstas son las cosas de arriba, las cosas elevadas y
superiores, en las cuales debemos fijar nuestra mente.
Si fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, esto nos ayudará a experimentar a
Cristo. El Cristo que podemos experimentar no es solamente nuestra comida, nuestra
bebida, nuestro sábado, nuestra luna nueva y nuestros días de fiesta. Él no solamente es
nuestro disfrute de cada día, semana, mes y año; nuestro Cristo es Aquel que fue
coronado y entronizado, Aquel que fue hecho Señor y Cabeza, Aquel que lleva a cabo la
administración gubernamental de Dios. ¡Cuánto más abundante sería nuestro disfrute
de Cristo si fijáramos nuestra mente en estas cosas!
VIVIR EN DIOS
Los que estamos en las iglesias, en el recobro del Señor, hablamos mucho acerca de
disfrutar a Cristo. Pero quizás no tengamos un concepto muy alto de lo que significa
disfrutar a Cristo. Para nosotros, Cristo es nuestra comida, nuestra bebida, nuestro
vestido, nuestro transporte y nuestra morada. No cabe duda de que todo esto es cierto.
No obstante, el disfrute que tenemos de Cristo debe ser más elevado. Debemos estar
conscientes de que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Eso significa que la
esfera de nuestro vivir no debería ser la tierra, sino Dios mismo. En 3:3 Pablo dice
claramente que nuestra vida está “escondida con Cristo en Dios”. Pablo no dice que
nuestra vida está escondida con Cristo en los cielos, pues esto sería hacer énfasis en algo
material. Así que él nos dice que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cada
vez que estamos en el espíritu, somos resucitados y sentimos que estamos en Dios, muy
por encima de todo y de todos. En esos momentos vivimos en Dios; pero cuando no
estamos en el espíritu, tenemos la sensación de seguir viviendo en la tierra. Dios está
muy por encima de todo y de todos, incluso por encima de los cielos. Cuando estamos en
el espíritu, vivimos en Dios.
Hemos visto que, en conformidad con 2:16-19, disfrutar a Cristo equivale a asirnos de la
Cabeza, que es Cristo. Cuando nos asimos de la Cabeza, absorbemos todos los ricos
elementos de Cristo en nuestro ser. Dos de estos elementos constituyen dos hechos: el
hecho de que hemos muerto con Cristo y el hecho de que fuimos resucitados juntamente
con Él. Cuando permanecemos en el espíritu al asirnos de la Cabeza, podemos
proclamar que hemos muerto a todo lo que no es Cristo. Hemos muerto a los
rudimentos del mundo. También podemos proclamar que fuimos resucitados con Cristo
y que ahora estamos escondidos con Cristo en Dios. Tendremos el valor de testificar que
nuestra esfera no es la tierra, sino Dios. ¡Alabado sea Él porque hemos muerto a todos
los rudimentos del mundo y hemos sido resucitados para vivir con Cristo en Dios!
¿Tiene usted el denuedo de decir que ahora vive en Dios? Lo tendrá si está en el espíritu,
pero no si está en la carne viviendo en la tierra. Podemos experimentar el hecho de
haber muerto a los rudimentos del mundo y haber resucitado para vivir con Cristo en
Dios sólo cuando nos asimos de la Cabeza al permanecer en el espíritu.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CINCUENTA Y OCHO
Lectura bíblica: Col. 3:1-3; He. 2:9a; 4:14-16; 7:25; 6:19-20; 8:1-2; Hch. 2:36; Ef. 1:20-
23; Ap. 4:1, 2, 5; 5:6
En 3:1 Pablo nos exhorta a buscar las cosas de arriba, y en el versículo 2, a fijar la mente
en las cosas de arriba. En este mensaje profundizaremos en lo que significa buscar las
cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas.
Pablo escribió el libro de Colosenses de una manera muy concisa. En tan sólo cuatro
capítulos, él presenta muchas riquezas. En 1:12 él afirma que Cristo es la porción de los
santos. Aquel que es nuestra porción es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de
toda creación y también el Primogénito de entre los muertos (1:15, 18). Pablo nos dice
también que Cristo es el misterio de Dios (2:2) y que toda la plenitud de la Deidad
habita corporalmente en Él (2:9). Como el misterio de Dios y la corporificación de la
Deidad, Él es la realidad, el cuerpo, la sustancia, de todas las cosas positivas (2:16-17 ).
Cuanto más disfrutamos de Él como esta realidad, más nos asimos de Él como la Cabeza
del Cuerpo y, por tanto, más tomamos conciencia del Cuerpo. Así lo experimentaremos
como nuestra vida (3:4) y como el constituyente del nuevo hombre (3:10-11). En el
nuevo hombre, Cristo es todos los miembros y está en todos ellos. En esta epístola,
Pablo menciona todos estos importantes aspectos sin entrar en detalles. Aun así, él hace
notar que los que disfrutamos a Cristo y participamos de Él, los que estamos viniendo a
ser miembros del nuevo hombre en nuestra constitución intrínseca, llevamos una vida
escondida con Cristo en Dios. Por tanto, ahora deberíamos buscar las cosas de arriba y
fijar nuestra mente en ellas.
Aunque Pablo en Colosenses nos exhorta a buscar las cosas de arriba y a fijar nuestra
mente en ellas, no especifica cuáles son estas cosas. No obstante, en otros libros del
Nuevo Testamento, como Hebreos, Efesios y Apocalipsis, hay algunas ventanas a través
de las cuales miramos todo lo que sucede en el cielo y nos deja ver lo que se está
llevando a cabo allí. Si miramos a través de estas ventanas, sabremos cuáles son las
cosas de arriba.
DESDE LA PLENITUD HASTA EL NUEVO HOMBRE
Pablo y Juan escribieron acerca de temas muy semejantes. En Colosenses, Pablo nos
presenta al Cristo que es la plenitud del Dios invisible. Después de mencionar los
distintos aspectos de este Cristo, nos habla acerca del nuevo hombre. Entre el capítulo
uno, donde se nos presenta al Cristo que es la plenitud de Dios, y el capítulo tres, donde
se nos habla del nuevo hombre, encontramos la experiencia y el disfrute de Cristo. Esto
significa que nuestra experiencia y nuestro disfrute del Cristo todo-inclusivo da por
resultado la iglesia como nuevo hombre. Por consiguiente, el nuevo hombre proviene del
deleite que tenemos de Cristo como la plenitud de Dios. A medida que disfrutamos a
Cristo día a día, Él se forja en nosotros y llega a formar parte de nuestra constitución. De
esta manera, Cristo llega a ser nuestro elemento constitutivo. Día tras día, Cristo está
siendo forjado en nosotros. Con el tiempo, todos estaremos totalmente constituidos de
Él y, como resultado de ello, llegaremos a ser el nuevo hombre. En el nuevo hombre no
hay lugar para ninguna persona natural, sino únicamente para Cristo. Cristo es el todo y
en todos en el nuevo hombre. Repito una vez más que en el nuevo hombre, Cristo es
todos los miembros y está en todos ellos.
La única manera en que Cristo puede ser el todo y en todos en el nuevo hombre es que
Él mismo se forje en nosotros hasta que seamos constituidos de Él. Este proceso
mediante el cual Cristo se forja en nosotros se lleva a cabo solamente cuando lo
disfrutamos a Él. Debemos decir: “Señor Jesús, te amo, te aprecio y te disfruto. Señor,
existo aquí en la tierra única y exclusivamente por causa de Ti”. Cuanto más abrimos
nuestro ser al Señor y tenemos contacto con Él de esta manera, más se infundirá Él en
nosotros y nos llenará hasta rebozar. A medida que invocamos al Señor, lo alabamos y le
ofrecemos nuestra gratitud y adoración, somos llenos de Él. Mediante el disfrute y
experiencia que tenemos de Cristo, gradualmente llegamos a estar constituidos de Él. Es
cuando le disfrutamos que Él llega a formar parte de nuestra constitución.
Comer y digerir los alimentos nos proporciona un buen ejemplo de cómo Cristo se
añade a nuestra constitución intrínseca mediante el disfrute que tenemos de Él.
Mediante el proceso de la digestión y la asimilación, los alimentos que ingerimos llegan
a formar parte de nuestra constitución. Si entendemos esto, prestaremos atención a lo
que comemos. Los dietistas afirman que somos lo que comemos. Si comemos mucho de
cierto alimento, llegaremos a estar constituidos de los elementos que esa comida
contiene. Hace años, observé que la hija de nuestro médico familiar en Taiwán había
desarrollado una complexión amarillenta. El médico nos explicó que esa coloración se
debía a que ella comía mucha zanahoria. Su hija había comido tanta zanahoria que ésta
llegó a formar parte de su constitución al grado de afectar el color de su piel. Este caso
evidencia el hecho de que lo que comemos llega a ser nuestra constitución misma. El
mismo principio se aplica en nuestra experiencia de Cristo. A medida que lo comemos y
lo disfrutamos, llegamos a estar constituidos de Él.
Ahora sería bueno preguntarnos cómo podemos disfrutar a Cristo y permitir que Él se
forje en nosotros para darnos una nueva constitución intrínseca cuando Él está en los
cielos y nosotros estamos en la tierra. La respuesta reside en el hecho de que existe una
trasmisión que viene desde el Cristo que está en los cielos hasta nosotros, quienes
estamos en la tierra, por medio del Espíritu todo-inclusivo. Mediante esta trasmisión, la
electricidad que proviene de la central eléctrica de los cielos fluye a nosotros, tal como la
electricidad fluye de la central eléctrica hasta nuestros hogares y hasta este local de
reuniones. ¡Aleluya por la trasmisión que viene a nosotros desde el tercer cielo! “Hay un
Hombre en la gloria, Su vida es para mí” (Himnos, #218). Cristo es el Hombre que,
aunque está en la gloria, Su vida es para nosotros. Todos necesitamos una visión de la
trasmisión celestial que procede desde el Cristo glorificado hasta nosotros. Además,
debemos mantener nuestro ser abierto a esta trasmisión para que ésta no se interrumpa.
La cosa más pequeña puede interrumpir esta trasmisión. Así pues, vemos que entre el
Cristo que es la plenitud de Dios y el nuevo hombre, se halla la experiencia de la
trasmisión celestial. No permitamos que nada interrumpa esta trasmisión divina.
Con respecto a este asunto los escritos de Juan se parecen a los de Pablo. Juan 1:16 dice:
“Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. La plenitud de Cristo es
la plenitud de Dios. De esta plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia.
Finalmente, el resultado de recibir la plenitud de Cristo será la Nueva Jerusalén. La
Nueva Jerusalén revelada a través del ministerio de Juan será la consumación final del
nuevo hombre que fue revelado a través del ministerio de Pablo. Por un lado, Pablo
empieza hablando de la plenitud y luego habla del nuevo hombre; por otro, Juan
comienza hablando de la plenitud y termina hablando de la Nueva Jerusalén.
SEÑOR Y CRISTO
En Hechos 2:36 encontramos un aspecto más de las cosas de arriba. Pedro declara aquí
lo siguiente: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Jesús, el carpintero de Nazaret,
ha sido exaltado por Dios para ser el Señor de todos y el Cristo. ¡Qué maravilloso es esto!
Si los creyentes colosenses hubieran verdaderamente comprendido esto, no se habrían
distraído con el judaísmo ni con la filosofía griega. Hoy en día, Jesús es el Cristo de Dios,
el Ungido de Dios, el Señor de todos.
En Efesios 1:20-23 Pablo dice que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos; le sentó a
Su diestra en lugares celestiales, por encima de todo principado y autoridad y poder y
señorío, y sobre todo nombre; sometió todas las cosas bajo Sus pies; y lo dio por Cabeza
sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo. El poder que Dios empleó para
resucitar a Cristo de entre los muertos es el mismo con que lo hizo Cabeza por sobre
todas las cosas a la iglesia. Así que, Cristo fue coronado de gloria y honra, Él es el Señor
de todos y el Cristo de Dios, y Él es la Cabeza sobre todas las cosas para Su Cuerpo, la
iglesia. La visión de este Cristo ciertamente debería hacernos olvidar nuestras virtudes y
características naturales, las cuales son cosas de la tierra, y no cosas de arriba.
EL PRECURSOR
En Hebreos 6:19 y 20 vemos que el Señor Jesús es el Precursor, el Pionero, quien nos
abrió el camino a la gloria penetrando hasta dentro del velo. Penetrar hasta dentro del
velo significa estar en la gloria. Cristo, quien es nuestro Precursor o Pionero, está ahora
en la gloria.
EL SUMO SACERDOTE
El libro de Hebreos revela también que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, Aquel que “se
sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (He. 8:1). En Hebreos 4:14 se
nos dice que tenemos “un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de
Dios”. Como nuestro Sumo Sacerdote celestial, Él “puede también salvar por completo a
los que por El se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos”
(He. 7:25). Cuando invocamos al Señor y tenemos comunión con Él, sentimos que algo
de los cielos se trasmite a nosotros. A menudo, esta trasmisión divina nos lleva a un
éxtasis de gozo. Ya que tenemos semejante Sumo Sacerdote que intercede por nosotros,
deberíamos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y
hallar gracia para el oportuno socorro” (He. 4:16). Las cosas de arriba incluyen el
ministerio de intercesión de nuestro Sumo Sacerdote. Gracias a Su intercesión, podemos
recibir misericordia y gracia para nuestro oportuno socorro.
Es debido a la intercesión de Cristo en los cielos que nosotros nos sentimos motivados a
buscar al Señor. Nuestra senda se halla bajo la dirección de la trasmisión que proviene
de los cielos, de la trasmisión que procede de la intercesión de Cristo. Cuando nos
sentimos tentados a buscar algún tipo de entretenimiento mundano, en lugar de asistir a
las reuniones de la iglesia, es posible que la trasmisión celestial nos dirija a la reunión.
Muchos de nosotros podemos testificar que hemos estado bajo la dirección de la
intercesión de Cristo. La intercesión de nuestro Sumo Sacerdote constituye otro aspecto
de las cosas de arriba.
EL MINISTERIO CELESTIAL
Además, según Hebreos 8:1 y 2, Cristo es también Ministro del “verdadero tabernáculo”
que está en los cielos. Cristo es nuestro Ministro celestial. Cuando la gente nos pregunte
a qué iglesia asistimos y quién es nuestro pastor o ministro, lo mejor es contestar que
nuestra iglesia está en los cielos y que nuestro ministro es el Jesús celestial, quien
ministra en el tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Este tabernáculo, este
santuario, se halla en el tercer cielo, que es el Lugar Santísimo del cielo. ¡Alabado sea el
Señor porque el Lugar Santísimo que está en los cielos, está conectado a nuestro
espíritu! Por consiguiente, en la experiencia, nuestro espíritu regenerado es también el
Lugar Santísimo. De esta manera, nuestro espíritu se halla conectado al tercer cielo,
donde está Cristo ministrando a nuestro favor.
EL CORDERO QUE ESTÁ EN EL TRONO
En el libro de Apocalipsis vemos más de las cosas de arriba. Lo que hallamos en este
libro no solamente es una ventana, sino un cielo abierto. Los cielos le fueron abiertos a
Juan, y él vio “un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado” (Ap. 4:2).
Este trono no es simplemente el trono de gracia, sino el trono de autoridad, el trono de
la administración divina. En Apocalipsis 4:5, Juan añade: “Y del trono salían
relámpagos y voces y truenos; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las
cuales son los siete Espíritus de Dios”. Juan nos dice además que en medio del trono vio
un Cordero: “Y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de
los ancianos, un Cordero en pie, como recién inmolado, que tenía siete cuernos, y siete
ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Ap. 5:6). La
visión de Juan en los capítulos cuatro y cinco de Apocalipsis tiene que ver con la
administración actual de Dios. Dicha visión nos permite entender que el cielo no es un
lugar silencioso donde nada sucede. Por el contrario, Dios desde Su trono está
ejecutando Su administración sobre todo el universo. El Cordero, el Redentor, Aquel
que fue inmolado en la cruz por nuestros pecados, está ahora en el trono y tiene siete
ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios.
La primera visión del libro de Apocalipsis es la de los siete candeleros, los cuales son
siete iglesias locales (1:12, 20). Vemos así que la primera visión es la visión de las
iglesias que están en la tierra, y que la segunda visión se trata de lo que ocurre en los
cielos. Cuando tenemos en cuenta ambas visiones, ellas indican que todo lo que sucede
en las iglesias en la tierra tiene que ver con las actividades que se llevan a cabo en los
cielos. Tal como un contador eléctrico indica que la trasmisión está fluyendo de la
central eléctrica, así también el mover del Señor en las iglesias corresponde a las
acciones que se realizan en el trono en los cielos. Esto significa que lo que sucede en las
iglesias locales debe estar siempre bajo la dirección del trono de Dios en los cielos. Para
que el recobro sea en verdad el recobro del Señor, debe estar bajo Su dirección. Mientras
haya una trasmisión desde los cielos, el fluir divino estará en las iglesias. ¡Alabado sea el
Señor porque según el libro de Apocalipsis las iglesias avanzan bajo la dirección de la
administración celestial!
El Señor Jesús, Aquel que ha sido coronado con gloria y honra, Aquel que es el Señor, el
Cristo, la Cabeza, el Precursor, el Sumo Sacerdote y el Ministro celestial, está ejecutando
lo que Dios hace en los cielos. Él es el Cordero que tiene siete ojos, los cuales son los
siete Espíritus de Dios, que lleva adelante la administración de Dios por medio de las
iglesias locales. En realidad, las iglesias son las embajadas de Dios. Debido a esto, la
situación mundial no se encuentra bajo el control de ningún líder terrenal, sino bajo el
control de las iglesias mediante las cuales Dios ejecuta Su administración. Así como la
embajada americana ubicada en determinado país constituye una expansión de Estados
Unidos, de la misma manera las iglesias como embajadas de Dios son la expansión de
los cielos. Nuestra sede, nuestra central administrativa, está en los cielos. Cuando me
preguntan en cuanto a la sede del recobro del Señor, en mi interior respondo: “La sede
del recobro del Señor está en los cielos”.
No deberíamos dejarnos distraer por el judaísmo ni por la filosofía griega como sucedió
con los colosenses. Mire a los cielos, donde hay un trono en el cual Dios está sentado y
desde donde el Cordero, que tiene siete ojos, ejecuta la administración divina mediante
las iglesias como Sus embajadas. Puesto que las iglesias son embajadas de Dios, el
enemigo las odia. En Apocalipsis 4 y 5 encontramos una visión del gobierno central, y en
Apocalipsis 1 al 3, se halla la visión de las iglesias locales como embajadas. Los siete
Espíritus llevan la trasmisión desde la sede celestial hasta las embajadas. Mediante los
siete Espíritus, lo que está en la sede celestial se trasmite a las iglesias.
¿Entiende ahora qué son las cosas de arriba? Si sabe cuáles son, veremos que el Señor
Jesús ha sido coronado de gloria y honra, que Dios lo hizo Señor y Cristo. El hecho de
que Cristo sea Señor de todo significa que toda la tierra le pertenece. El Cristo que ha
sido glorificado y entronizado es también la Cabeza, el Precursor y Pionero, el Sumo
Sacerdote, el Ministro celestial y el Cordero que desde el trono ejecuta la administración
de Dios. Desde el trono celestial, la trasmisión divina se encarga de comunicar las cosas
de arriba a las iglesias locales.
Esta visión de las cosas de arriba producirá un cambio radical en nuestro diario vivir.
Quitaremos nuestra atención de las cosas de la tierra y la pondremos en las cosas
celestiales, o sea, en el Jesús glorificado y entronizado, en el Sumo Sacerdote celestial,
en Aquel que fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, en Aquel que ejecuta
el gobierno divino. Busquemos estas cosas y fijemos nuestra mente en ellas.
Puedo testificar que día a día soy fortalecido con la trasmisión divina que fluye del trono
celestial a las iglesias que están sobre la tierra. Cuanto más ministro a las iglesias, más
abastecido soy y más descanso. Algo de los cielos se trasmite a mi espíritu.
En 3:1 y 2 Pablo nos dice que no sólo debemos buscar las cosas de arriba, sino también
fijar nuestra mente en ellas. Esto significa que debemos olvidarnos de las cosas
terrenales, como son la cultura, la religión, la filosofía y las virtudes naturales humanas.
En lugar de ello, debemos alzar nuestro ojos al cielo y fijar nuestra mente en las cosas
maravillosas y excelentes, en las cosas de arriba. Éstas son cosas que operan para
transformarnos, ya que nos trasmiten un elemento celestial. Aprendamos a abrir
nuestro espíritu y todo nuestro ser a los cielos, y a mantener encendido el “interruptor”
para que la trasmisión de la central eléctrica divina fluya continuamente a nosotros. No
se deje distraer por la religión, la filosofía ni ninguna otra cosa. Centre su atención en las
cosas de arriba y manténgase abierto a la trasmisión de la central eléctrica celestial. Si
hace esto, las riquezas del ministerio celestial de Cristo se trasmitirán a usted, y usted
será transformado y llegará a estar constituido de Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE CINCUENTA Y NUEVE
Colosenses 3:1-4 deja implícito que con Cristo tenemos una sola posición, un solo vivir,
un solo destino y una sola gloria. Puesto que Cristo y nosotros tenemos una misma
posición, donde Él está, nosotros también estamos. Cristo y nosotros también
compartimos la misma vida. La vida que Él tiene, nosotros también la tenemos.
Además, tenemos un solo vivir con Cristo. Nuestro vivir es Su vivir. Cuando vivimos, Él
vive, ya que vive en nuestro vivir. Si diariamente tenemos un solo vivir con Cristo de una
manera concreta, entonces, todo lo que hacemos nosotros, Él lo hace también. Esto
significa que cuando nosotros hablamos, Él habla. Pero cuando hacemos algo
independientemente de Cristo, en realidad no tenemos un solo vivir con Él. Por ejemplo,
si nos enojamos cuando Él no está enojado, en ese momento no llevamos un mismo vivir
con Él. En ese caso nuestro vivir no corresponde con Su vivir. Si evitamos enojarnos, no
debe ser porque estemos tratando de obedecer un mandato bíblico, sino porque nos
hemos dado cuenta de que el Cristo que vive en nosotros no está enojado. Si todo lo que
hacemos es controlar nuestro enojo, estaremos actuando de una manera religiosa; pero
si el hecho de no enojarnos se debe a que vivimos en unión con Cristo, entonces somos
uno con Él en vida y en nuestro vivir. ¡Alabado sea el Señor porque tenemos una sola
posición, una sola vida y un solo vivir con Cristo!
Además de esto, con Cristo tenemos una sola gloria y un solo destino. La gloria es
nuestro futuro y nuestro destino. El Señor Jesús está ahora en la gloria. No obstante,
está en la gloria de una manera oculta para la humanidad. Es por eso que si le
preguntamos a la gente del mundo dónde está Jesús, ellos contestarán que no saben.
Pero nosotros sí sabemos: Él está en la gloria. Un día, Cristo no estará más en la gloria
de una manera oculta, sino de una manera pública y manifiesta. Entonces, todos en la
tierra sabrán que el Señor Jesús está en la gloria. El destino de Cristo es estar en la
gloria de una manera visible, y éste es también nuestro destino. Por tanto podemos
decir: “La gloria es nuestro destino. Vamos camino a la gloria. Nuestro destino no es
simplemente los cielos, sino la gloria”. Puesto que la gloria es nuestro destino,
finalmente tendremos una misma gloria juntamente con Cristo. No podemos describir
esta gloria ahora porque aún no hemos entrado en ella. No obstante, creo que cuando
estemos en la gloria, estaremos extasiados y rebozando de gozo. Sentiremos deseos de
bailar, gritar y alabar al Señor. Cuando estemos en la gloria, nos daremos cuenta de
cuán emocionante es nuestro Dios. Cuando estemos en la gloria con Cristo, estaremos
también llenos de emoción.
En cuanto a nuestra posición, estamos en Cristo. Debido a que estamos en Él, estamos
donde Él está, esto es, a la diestra de Dios (3:1). En Juan 17:24 el Señor Jesús oró:
“Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén
conmigo”. El hecho de estar donde el Señor Jesús está, no tiene nada que ver con un
lugar geográfico. El Señor está en el Padre; así que Él oró para que los discípulos,
quienes todavía no estaban en el Padre, fuesen introducidos en Él. Por tanto, el Señor
oró para que ellos estuviesen donde Él está.
Es crucial entender que nuestra posición no es solamente estar en Cristo, sino también
en el Padre. En el Evangelio de Juan se nos dice claramente que el Hijo está en el Padre
(10:38; 14:10). Esto significa que la posición que le corresponde al Hijo es el Padre
mismo. Puesto que hoy en día estamos en el Hijo, en Cristo, ciertamente estamos
también en el Padre. El Padre, por supuesto, está en los cielos. Por consiguiente,
nosotros también estamos en los cielos. No obstante, al decir esto, nuestro
entendimiento es muy distinto al que tiene la mayoría de los cristianos. Por lo general,
cuando los cristianos dicen que estaremos en los cielos, se refieren a estar en los cielos
pero fuera del Padre; en cambio, cuando nosotros hablamos de estar en los cielos,
queremos decir que estaremos en los cielos debido a que estaremos en el Padre. Esto es
completamente distinto. Nosotros estamos en Cristo, en el Padre, y por lo tanto,
estamos en los cielos.
Para entender esto, usemos como ejemplo las lámparas de este salón, las cuales están
conectadas a la central eléctrica mediante la corriente. Sin la corriente eléctrica, las
lámparas estarían conectadas únicamente al salón de reuniones, pero no a la central
eléctrica. Pero por medio de la corriente eléctrica, éstas están conectadas a la central
eléctrica. Del mismo modo, por la trasmisión que experimentamos en nuestro espíritu
estamos conectados con la central eléctrica celestial. ¡Alabado sea el Señor por la
trasmisión celestial que corre desde los cielos hasta nuestro espíritu! Cada vez que
experimentamos esta trasmisión, estamos verdaderamente en Cristo, en el Padre y en
los cielos. Nuestro espíritu está conectado directamente con el cielo. La trasmisión
celestial empieza en los cielos y termina en nuestro espíritu. Ya que experimentamos y
disfrutamos de esta trasmisión única, no necesitamos ir al cielo para estar en él.
Estamos en los cielos simplemente por estar en nuestro espíritu, donde experimentamos
la trasmisión celestial. Tal como las lámparas del salón de reuniones están conectadas a
la central eléctrica por medio de la corriente, así también nosotros estamos conectados a
los cielos mediante la trasmisión divina que fluye desde el trono de Dios en los cielos
hasta nuestro espíritu.
En 3:1 Pablo nos exhorta a buscar las cosas de arriba. La manera de buscar estas cosas
es volvernos al espíritu e invocar al nombre del Señor. Nuestra experiencia testifica
claramente que cuando nos volvemos a nuestro espíritu, tocamos los cielos, ya que
nuestro espíritu es el destino final de la trasmisión divina, mientras que el trono de Dios
en los cielos es donde esta trasmisión se origina. Por lo tanto, cuando nos volvemos a
nuestro espíritu, somos arrebatados a los cielos. De este modo, en nuestra experiencia
nos encontramos en Cristo, en el Padre y en los cielos. Entonces, estando en el espíritu,
somos uno con Cristo con respecto a nuestra posición y como resultado de ello,
buscamos las cosas de arriba.
En 3:3 y 4 Pablo habla de la vida en dos ocasiones, indicando que Cristo y nosotros
compartimos una misma vida. En el versículo 3, él dice que nuestra vida “está escondida
con Cristo en Dios”; luego, en el versículo 4 añade: “Cuando Cristo, nuestra vida, se
manifieste”. Para poder entender qué clase de vida es ésta, debemos primero leer los
versículos, luego verificar con nuestra experiencia, y después comparar estos versículos
con otros.
Es fácil entender la vida cristiana de una manera natural. Cuando vemos a una hermana
suave, apacible y amable, pensamos que porque tiene estas características, ella está llena
de la vida divina. Asimismo, es posible que cuando vemos a un hermano que es un
orador elocuente y poderoso, pensemos que su poder y elocuencia son indicios de vida.
Sin embargo, lo que vemos en ambos casos puede ser simplemente la vida natural, y no
la vida de Cristo, la vida que está escondida con Cristo en Dios.
Tal vez usted se pregunte cómo discernir entre la vida natural y la vida de Cristo, la vida
que está escondida en Dios. En primer lugar, la vida de Cristo es una vida crucificada; en
segundo lugar, es una vida resucitada, y, en tercer lugar, es una vida que está escondida
en Dios. Éstas son las tres características que diferencian la vida de Cristo de nuestra
vida natural.
Quizás una hermana sea amable, suave y bondadosa; no obstante, ella puede ser todo
esto en la vida natural, que es una vida que no ha sido crucificada. Esto lo demuestra el
hecho de que cuando alguien la insulta o la maltrata, ella se derrumba y empieza a
llorar. Sus lágrimas indican que ella vive conforme a la vida natural. Su vida no es una
vida crucificada.
Mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él siempre llevó una vida crucificada. A
pesar de que fue criticado severamente e injuriado, Él no derramó lágrimas de
autocompasión. En lugar de ello Él dijo: “Padre, te agradezco porque esto es conforme a
Tu voluntad”. Su vida fue una vida crucificada.
Volviendo una vez más al ejemplo del hermano elocuente, vemos que este hermano bien
puede estar en su vida natural. Él puede exhibir su elocuencia conforme a la vida
natural, una vida que no ha sido crucificada.
Si una persona es verdaderamente uno en vida con Cristo, su vida será una vida
crucificada. La vida que hemos recibido del Señor Jesús no es una vida “cruda”, es decir,
una vida no procesada; antes bien, es una vida crucificada, una vida que ha pasado por
un proceso y ha sido probada en todo aspecto. Si realmente conocemos esta vida, no nos
lamentaremos cuando nos insulten. Al contrario, daremos gracias al Señor y aun le
alabaremos con toda sinceridad.
Puede ser que cuando estemos en la carne y otros nos insulten, exclamemos “¡Amén!” o
“¡Aleluya!”. Sin embargo, ese “Amén” o “Aleluya” es carnal. Si verdaderamente llevamos
una vida crucificada, no diremos nada cuando otros nos insulten. Una persona que está
en la cruz no dice ni “Amén” ni “Aleluya”. No dice absolutamente nada. La vida que
debemos vivir hoy, debe ser esta vida crucificada.
La vida que Cristo y nosotros compartimos es también una vida resucitada. Nada puede
oprimirla, ni siquiera la muerte. Además, en la resurrección no existen las lágrimas.
Supongamos que una hermana empieza a llorar después de recibir críticas por la
manera en que limpió uno de los cuartos del local. ¿Es ésta la vida resucitada? ¡Por
supuesto que no! En la vida resucitada no tiene cabida el llanto, pero si esta hermana
lleva una vida resucitada mientras limpia el local de reuniones, no se molestará si
alguien critica su trabajo. Esto constituye otra diferencia entre la vida resucitada y la
vida natural.
Si nuestra vida natural no ha pasado por la cruz, nuestro servicio en la iglesia no durará
mucho. Si servimos conforme a la vida natural, nos ofenderemos fácilmente y
finalmente dejaremos de servir. Pero si nuestra vida de servicio es una vida que ha sido
crucificada y resucitada, nada podrá vencerla.
Además, la vida de Cristo es una vida que está escondida en Dios. Como hemos dicho,
sólo la vida divina puede estar escondida en Dios. Aprecio mucho la palabra “escondida”
(3:3). La vida de Cristo no es una vida que se exhibe, sino una vida escondida. Si usted
sirve con esta vida, no querrá ser visto; antes bien, preferirá servir de una manera
secreta. Nuestra vida natural es totalmente distinta a esto, ya que le gusta ser ostentosa.
La religión actual resulta atractiva debido a este elemento de la vida natural. Por
ejemplo, por lo general cuando se reúnen fondos, se acostumbra a darle un
reconocimiento público a aquellos que donan grandes cantidades de dinero, mientras
que se hace poca o ninguna mención de aquellos que donan poco. La religión alimenta la
vida natural, pero en la iglesia se le da muerte a la vida natural.
Todo lo que hagamos en la iglesia debemos hacerlo por medio de la vida escondida en
Dios. En Mateo 6, el Señor Jesús nos exhorta a hacer nuestras obras en secreto, y no
delante de los hombres (vs.1-6, 16-18). Incluso cuando presentamos nuestra ofrenda al
Señor, debemos hacerlo de una forma escondida. En todo cuanto hacemos, debemos
llevar una vida escondida, una vida que está escondida con Cristo en Dios.
Ex aminemos ahora el asunto de tener un solo vivir con Cristo. No parece haber ningún
indicio al respecto en Colosenses 3:1-4. La palabra vivir incluso no aparece, pero Pablo
nos alienta a buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas. Esto se refiere a
nuestro vivir. El hecho de buscar las cosas de arriba y el de fijar nuestra mente en ellas
son asuntos relacionados con nuestro vivir. Nosotros no debemos vivir de una manera
terrenal ni mundana; más bien, debemos vivir de una manera celestial, buscando las
cosas de arriba y fijando nuestra mente en ellas.
Ahora debemos ver que el Señor Jesús tiene dos tipos de ministerio, Su ministerio en la
tierra, antes de Su resurrección, y Su ministerio en los cielos. Mientras el Señor Jesús
estuvo en la tierra, Él llevó a cabo un ministerio extraordinario e hizo muchísimas cosas.
Durante el transcurso de Su ministerio, Él realizó la redención por nosotros. Hebreos
1:3 nos dice que cuando el Señor concluyó Su ministerio en la tierra, se sentó a la diestra
de la Majestad en las alturas. Aunque Su ministerio terrenal ya ha terminado, Su
ministerio en los cielos sigue adelante.
Hoy en día, Cristo está ministrando de una manera más elevada y extensa. Como Sumo
Sacerdote, Él intercede por nosotros y cuida de todas las iglesias, trasmitiéndoles el
suministro celestial. Cristo está más ocupado ahora que cuando estuvo en la tierra.
Mientras estuvo en la tierra, Él cuidó principalmente de Sus discípulos, pero en los
cielos, Él cuida de un gran número de iglesias y de millones de santos. Cristo no sólo
intercede por nosotros, sino que también como Ministro celestial, Él ministra a nuestro
favor. Además, conforme a Apocalipsis 5, Él, como Administrador celestial, ejecuta el
gobierno universal de Dios. Él es el Cordero que tiene siete ojos y que lleva a cabo la
administración de Dios. Como Sumo Sacerdote, intercede; como Ministro celestial,
ministra; y como el Redentor que tiene los siete ojos de Dios, administra el gobierno de
Dios para cumplir el propósito divino. Éstas son las cosas de arriba, en las cuales
debemos fijar nuestra mente.
UNIRNOS AL SEÑOR
EN SU MINISTERIO CELESTIAL
Buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas equivale a unirnos al Señor en
Su ministerio celestial. Debemos unirnos a Aquel que intercede, ministra y lleva a cabo
la administración de Dios. Nuestro vivir debe consistir en buscar continuamente las
cosas celestiales y fijar nuestra mente en ellas. Esto significa que vivimos de tal modo
que nos unimos a nuestro Cristo celestial en Su sacerdocio, ministerio y administración.
Si todos viviéramos de esta manera, se elevaría considerablemente la condición de la
vida de iglesia.
El concepto que Pablo tenía al escribir el libro de Colosenses, era que nosotros debíamos
abandonar todas las cosas terrenales, como el judaísmo, el gnosticismo y el ascetismo, y
debíamos volvernos a las cosas de arriba. Debemos unirnos a estas cosas al fijar nuestra
mente en ellas. Cooperemos con Cristo en Su ministerio celestial. En nuestro vivir, lo
único que debe preocuparnos es el sacerdocio, ministerio y administración celestial de
Cristo. Debe preocuparnos que las iglesias estén abastecidas con la trasmisión celestial.
Si ésta es nuestra preocupación, entonces buscamos las cosas de arriba y fijamos nuestra
mente en ellas.
Puesto que Cristo intercede por cierta iglesia, también nosotros debemos sentir la carga
de orar por ella. Le pediremos al Señor que trasmita Su suministro celestial a los santos
de dicha localidad. Cada vez que nos informen que en cierto lugar hay alguna necesidad,
debemos orar inmediatamente, uniéndonos a Cristo en Su intercesión por esa
necesidad. Si hacemos esto, fijaremos nuestra mente en las cosas de arriba.
No estamos aquí en la tierra para tener un buen empleo, una buena educación, una
buena vida familiar o una buena salud. Vivimos por causa de la economía de Dios, Su
propósito y administración. Somos uno con Cristo en Su sacerdocio celestial y por eso
llevamos un solo vivir con Él. Si todos llevamos un solo vivir con Cristo de una manera
práctica, todas las cosas negativas quedarán bajo nuestros pies. ¡Aleluya, llevamos un
solo vivir con Cristo!
La norma de nuestro vivir necesita elevarse más. No estamos aquí para buscar cosas
terrenales, sino para tener un vivir que sea uno con el vivir de Cristo. Hoy en día, Cristo
vive como el Sumo Sacerdote, el Ministro celestial y como el Administrador universal.
Debemos unirnos a Él en Su vivir y tener un solo vivir con Él.
Tenemos también un solo destino y una sola gloria con Cristo. Nosotros no andamos sin
un propósito fijo; somos un pueblo con un destino y con una meta definida. Estamos
corriendo la carrera hacia una meta específica.
Nuestro destino es la gloria. Hoy estamos escondidos en Dios, pero cuando Cristo se
manifieste, seremos manifestados con Él en gloria (3:4). Cuando seamos manifestados
con Cristo, seremos exhibidos ante todo el universo. Aun los demonios verán nuestro
estado glorificado. Sin embargo, hoy en día, no debemos exhibirnos, sino estar
escondidos en Dios, esperando el momento en el que lleguemos a nuestro destino y
entremos en la gloria con Cristo. Entonces, en el tiempo señalado, en el tiempo que Dios
ha dispuesto hacer Su exhibición divina, los hijos de Dios serán manifestados en gloria.
La única razón por la cual Cristo y nosotros podemos compartir una misma posición,
una misma vida, un mismo vivir, un mismo destino y una misma gloria, es que somos
un solo espíritu con Él. Como lo dice Pablo en 1 Corintios 6:17: “Pero el que se une al
Señor, es un solo espíritu con El”. Debido a que somos un solo espíritu con el Señor,
tenemos juntamente con Él una misma posición, una misma vida, un mismo vivir, un
mismo destino y una misma gloria.
Nuestra vida es el propio Cristo que mora en nosotros, y dicha vida está escondida con
Cristo en Dios. Por un lado, esta vida es Cristo en nosotros; y por otro, está con Cristo en
Dios. Vemos aquí una mezcla que incluye a Dios, a Cristo y a nosotros. Somos uno con el
Dios Triuno y estamos mezclados con Él. Donde Él está, nosotros también estamos.
Además, la vida, el vivir, el destino y la gloria del Dios Triuno son nuestros.
Quienes se oponen a nosotros dirán que esto es una herejía. No obstante, concuerda
perfectamente con las Escrituras. Basándome en la Palabra de Dios, puedo testificar que
el Dios Triuno y nosotros los que creemos en Cristo compartimos una misma posición,
así como una misma vida, un mismo vivir, un mismo destino y una misma gloria.
En 1 Juan 4:15 se dice: “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios
permanece en él, y él en Dios”. ¿No testifica esto claramente de la mezcla entre Dios y el
hombre? Dios permanece en nosotros, y nosotros permanecemos en Él. Ciertamente,
esto se refiere a la mezcla que existe entre los creyentes y el Dios Triuno. Además, 1 Juan
4:13 dice: “En esto conocemos que permanecemos en El, y El en nosotros, en que nos ha
dado de Su Espíritu”. ¡Alabado sea el Señor porque somos uno con el Dios Triuno y
estamos mezclados con Él! El Dios Triuno y nosotros compartimos una misma posición,
una misma vida, un mismo vivir, un mismo destino y una misma gloria.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE SESENTA
En el segundo capítulo de Colosenses vemos que Cristo es el misterio de Dios (v. 2), la
corporificación de la plenitud de la Deidad (v. 9), y la realidad de todas las cosas
positivas (vs. 16-17 ). Como corporificación de Dios, Cristo es la realidad de todas las
cosas positivas a fin de que lo disfrutemos. Cuando lo disfrutamos de este modo,
inmediatamente comprendemos que Él es la Cabeza del Cuerpo (v. 19). En 3:4 Pablo
dice además que Cristo es nuestra vida. En el mensaje anterior, hicimos notar que
nosotros somos uno con Cristo en cuanto a posición, vida, vivir, destino y gloria.
Debemos prestar especial atención a lo dicho en cuanto la vida en Colosenses 3:4. Pablo
ahí nos dice que Cristo es nuestra vida. Nada está más íntimamente relacionado con
nosotros que nuestra propia vida. En realidad, nuestra vida es lo que nosotros mismos
somos. Si no tuviéramos vida, dejaríamos de existir. Decir que Cristo ha venido a ser
nuestra vida, equivale a decir que Él ha llegado a ser nosotros mismos, esto es, nuestra
propia persona. Si Cristo no viniese a ser nuestra propia persona, ¿cómo podría ser
nuestra vida? No podemos separar nuestra vida de nuestra persona. Puesto que Cristo
es nuestra vida, Él no se puede separar de nosotros. Dado que nuestra vida es nuestro
propio ser y ya que Cristo es nuestra vida, podemos afirmar que Él se ha convertido en
nosotros mismos. Sin embargo, esto de ningún modo significa que nos estemos
deificando, ni que estemos promoviendo la enseñanza de que nosotros evolucionamos
hasta convertirnos en Dios.
Las palabras humanas no alcanzan expresar apropiadamente lo que significa que Cristo
sea nuestra vida. Si bien éste es un asunto que todos podemos entender, no podemos
expresarlo adecuadamente con palabras. No obstante, aunque no podamos definirlo
cabalmente, sí podemos experimentarlo. No somos capaces ni aun de describir nuestra
vida biológica. A pesar de que todos tenemos vida, no somos capaces de explicar lo que
ella es. Si nuestra vida física es misteriosa, ¡cuánto más lo será Cristo como nuestra vida!
Dios es el Creador de la vida, la única fuente de donde la vida procede. Aunque no
podamos definirla, ni entenderla cabalmente, sí podemos experimentarla y disfrutarla.
Del mismo modo que no podemos negar que tenemos una vida física, tampoco podemos
negar el hecho de que Cristo mismo es nuestra vida. ¡Aleluya, tengo a Cristo como mi
vida! Ya que poseemos otra vida diferente, es decir, a Cristo como nuestra vida, es
posible vivir por otra vida. Esta vida es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria (1:27).
Cristo es nuestra vida hoy en día, y con respecto al futuro Él es nuestra esperanza de
gloria.
En Colosenses 3:10-11, Pablo comienza a hablar acerca del nuevo hombre. El nuevo
hombre procede de Cristo, quien es el misterio de Dios que hemos de disfrutar. Cuando
disfrutamos a Cristo como el misterio, la corporificación de Dios y la realidad de todas
las cosas positivas, el primer producto o resultado de esto es el Cuerpo de Cristo.
Entonces Cristo nuestra vida llega a ser real en nosotros en términos de nuestra
experiencia así como el hecho de que estamos viviendo con Él. Finalmente, se produce
un hombre corporativo, a saber, el nuevo hombre.
Hace poco tiempo, algunos hermanos de más de cincuenta iglesias nos reunimos para
tener comunión. Durante esa reunión, tuve el sentir de que éramos un solo y nuevo
hombre, y no un club social ni una organización. Reconocemos que aún nos hace falta
más de Cristo en nuestra experiencia, pero con la medida de Cristo que ya poseemos,
pudimos disfrutar mucho el nuevo hombre. Tenemos una experiencia parecida cuando
nos reunimos con hermanos de diferentes países. Aunque hablemos diferentes idiomas
y requiramos de traducción para comunicarnos, tenemos la sensación de que somos un
solo y nuevo hombre. Aun con la experiencia que actualmente tenemos de Cristo,
podemos conocer en cierta medida lo que es el nuevo hombre corporativo. El nuevo
hombre es el producto que resulta cuando experimentamos a Cristo como la realidad de
todas las cosas positivas, la corporificación de Dios y el misterio de Dios. Si entre
nosotros hay algunos que no experimentan a Cristo ni lo disfrutan, nuestra comunión es
estorbada. En general, todos nosotros disfrutamos a Cristo al menos en cierta medida.
Nuestros idiomas pueden ser distintos, pero el disfrute que tenemos es el mismo. Este
disfrute es el que nos permite entendernos y experimentar el nuevo hombre. Disfrutar a
Cristo es lo que produce el nuevo hombre.
En Colosenses 2 y 3 vemos que Cristo es el misterio de Dios. Este Cristo llega a ser
nuestro disfrute, y este disfrute produce en primer lugar el Cuerpo y, después, el nuevo
hombre. Esta secuencia concuerda con nuestra experiencia. Cuando disfrutamos a
Cristo como la realidad de todas las cosas positivas, llegamos a tomar conciencia del
Cuerpo. Esto demuestra que nuestro disfrute de Cristo redunda en el Cuerpo de Cristo.
Entonces, a medida que experimentemos a Cristo como nuestra vida y que tengamos un
mismo vivir, un mismo destino y una misma gloria con Él, no sólo será producida la
iglesia como Cuerpo de Cristo, sino también la iglesia como nuevo hombre. Quiero
subrayar que cuando experimentamos a Cristo como la realidad de todas las cosas
esenciales en nuestra vida diaria, esto produce la vida del Cuerpo. Asimismo, cuando
experimentamos a Cristo como nuestra vida, esto da por resultado el nuevo hombre.
Buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas equivale a vivir a Cristo, a tener
un solo vivir con Él. Eso significa que cuando Cristo ora en los cielos, nosotros debemos
orar también en la tierra. Esto implica que debe haber una trasmisión entre el Cristo que
ora en los cielos y nosotros, quienes oramos en la tierra. Es mediante esta trasmisión
celestial que podemos orar en unión con Él. En otras palabras, nosotros respondemos
en la tierra a la oración que Cristo efectúa en los cielos. Ninguno de nosotros debería
estar desocupado, ya que todos tenemos la responsabilidad de responder a la trasmisión
celestial de Cristo. Debemos vivir juntamente con Cristo, buscando las cosas de arriba y
fijando nuestra mente en ellas. Cristo está en los cielos intercediendo, ministrando y
administrando, y nosotros estamos en la tierra respondiendo a todo lo que Él hace en los
cielos.
Jóvenes, no piensen que son demasiado jóvenes para cooperar con el ministerio celestial
de Cristo. Aun los estudiantes de secundaria pueden buscar las cosas de arriba. C. H.
Spurgeon empezó a ministrar en su pueblo cuando tenía tan solo diecisiete años, y a la
edad de diecinueve años lo invitaron a que compartiera en una congregación bautista de
Londres. Aun siendo joven, Spurgeon buscaba llevar a cabo en la tierra lo que Cristo
estaba haciendo en los cielos. Si Spurgeon pudo empezar a servir al Señor de joven, hoy
en día los jóvenes de las iglesias pueden hacer lo mismo.
Todos podemos experimentar a Cristo como la realidad de las cosas que necesitamos
diariamente, y podemos también disfrutarlo al buscar las cosas de arriba. Cuanto más
disfrutemos a Cristo como la realidad de las cosas positivas de nuestra vida diaria, más
este disfrute nos conducirá a la vida de iglesia, a la vida del Cuerpo. Pero es necesario
que prosigamos a disfrutar a Cristo como nuestra vida y vivamos en unión con Él,
disfrutando de un mismo vivir juntamente con Él. Hoy Cristo vive en los cielos para
interceder por las iglesias, impartir el suministro celestial de vida a los santos y llevar a
cabo la administración de Dios. Sin embargo, la mayoría de los cristianos no
corresponden en nada al vivir de Cristo en los cielos. Son semejantes a radios apagados
o que no están sintonizados para recibir las ondas radiales. Pese a que Cristo está en los
cielos ministrando y llevando a cabo una trasmisión celestial, muchos cristianos no
responden a Su ministerio ni reciben Su trasmisión. Damos gracias al Señor por tantos
santos de las iglesias locales que tienen sus “receptores” encendidos y en operación. Así,
tan pronto sienten que Cristo ora en los cielos por un asunto particular, ellos se unen a
Él para orar en la tierra por ese mismo asunto. Por ejemplo, pueden sentir que el Señor
ora por la iglesia en Accra, Ghana, y entonces se unen para orar por esa iglesia. Al orar
juntamente con Cristo de esta manera, llevamos un solo vivir con Él.
Buscar las cosas de arriba y llevar un solo vivir con Cristo es lo que produce la iglesia
como nuevo hombre. Según la secuencia que vemos en Colosenses 3, primero
experimentamos a Cristo como nuestra vida y vivimos juntamente con Él, y después,
como lo indica 3:5-9, hacemos morir nuestros miembros terrenales y nos despojamos
del viejo hombre con sus prácticas. Por último, nos revestimos del nuevo hombre (v. 10).
En el versículo 5 Pablo nos exhorta a hacer morir nuestros miembros terrenales; en el
versículo 8, a desechar ciertos asuntos negativos; y en el versículo 9 a despojarnos del
viejo hombre con sus prácticas. Conforme al versículo 5, debemos hacer morir los
apetitos de nuestro cuerpo caído. Según el versículo 8, debemos desechar las cosas
malignas del alma caída. Por último, el versículo 9 nos exhorta a despojarnos
completamente del viejo hombre. Despojarnos del viejo hombre es como quitarnos una
vieja prenda de vestir. Sin embargo, sólo podemos llevar a cabo estas cosas cuando
vivimos en unión con Cristo. Cuando vivimos en unión con Cristo, podemos despojarnos
de los apetitos de la carne, desechar los aspectos malignos de nuestra alma caída, y
despojarnos de la totalidad de nuestro viejo ser. Entonces, por el lado positivo,
podremos vestirnos del nuevo hombre. Es al vivir juntamente con Cristo,
experimentarlo como nuestra vida y buscar las cosas de arriba que desechamos todo
asunto negativo y nos revestimos del nuevo hombre. La única manera de revestirnos del
nuevo hombre es vivir con Cristo, disfrutarle como nuestra vida y buscar las cosas de
arriba.
Si buscamos las cosas de arriba y vivimos en unión con Cristo, nos ocuparemos de lleno
en la empresa de nuestro Amo. Nuestro corazón estará con Él en los cielos, donde Él
intercede por las iglesias, abasteciendo a los santos y administrando el gobierno de Dios.
Ésta debe ser nuestra preocupación y nuestro deseo. Si tomamos a Cristo como vida y
buscamos las cosas de arriba de tal manera, nuestros miembros carnales serán
aniquilados, los elementos malignos de nuestra alma caída serán desechados, y nos
despojaremos del viejo hombre. Además de esto, automáticamente nos revestiremos del
nuevo hombre.
Colosenses no debería ser meramente un libro de doctrina para nosotros, sino un libro
de experiencia. Aunque el Cristo revelado en esta epístola es muy profundo, extenso y
todo-inclusivo, es posible experimentarlo. Podemos experimentarlo como las diferentes
cosas que necesitamos para nuestra subsistencia, y podemos disfrutarlo como nuestra
vida, y vivir juntamente con Él. Además de esto, podemos buscar las cosas de arriba y
fijar nuestra mente en ellas. ¿No aspira usted a ser uno con el Señor en los cielos y a que
su corazón sea uno con el corazón de Él? ¿No anhela usted ser uno con Él en Su
sacerdocio, ministerio y administración? Animo a todos los jóvenes a preocuparse por el
propósito de Dios buscando las cosas de arriba y viviendo en unión con Cristo.
Es maravilloso disfrutar a Cristo como las cosas que necesitamos para nuestra
subsistencia, pero es aun más maravilloso tomarle a Él como nuestra vida y vivir en
unión con Él. Puedo testificar que cuanto más vivimos a Cristo y más nos preocupamos
por Sus intereses, más felices somos. Mi único interés es el recobro del Señor junto con
todas las iglesias y todos los santos. Mi deseo es que todos los santos experimenten a
Cristo y crezcan en vida. No tengo ninguna otra carga ni ninguna otra preocupación;
estoy completamente ocupado con el propósito de Dios. Debido a que los intereses de
Cristo me ocupan por completo, soy muy feliz. Lo negativo no tiene cabida alguna en mí.
Ocuparme en los intereses del Señor me hace sentir muy saludable.
Estoy feliz de que haya tantos jóvenes en el recobro del Señor. Ciertamente el recobro
tiene un futuro glorioso. Todos debemos ocuparnos de los intereses del Señor. Mientras
Él ora en los cielos, nosotros oramos en respuesta a Él en la tierra. De este modo,
experimentamos la trasmisión entre Cristo y nosotros, la cual nos alegra y nos llena de
gozo. Cristo trabaja en los cielos, y nosotros laboramos en la tierra. De esta manera, no
solamente disfrutamos a Cristo como la realidad de todas las cosas necesarias para
nuestra subsistencia, sino que además lo tomamos como nuestra vida y llevamos un
vivir en unión con Él.
No vivimos juntamente con Cristo sin una meta definida; al contrario, esto tiene un
propósito específico. Dicho propósito consiste en ser uno con Cristo en Su intercesión
por las iglesias, en Su ministerio que imparte el suministro celestial de vida a los santos,
y en Su administración del gobierno de Dios. Hemos indicado repetidas veces que el
nuevo hombre es el resultado de así vivir en unión con el Señor. No podemos producir al
nuevo hombre empleando métodos organizativos. El nuevo hombre es lo que resulta
espontáneamente cuando tomamos a Cristo como nuestra vida y le vivimos.
El deseo del corazón de Dios es obtener el nuevo hombre. Éste era Su plan desde la
eternidad pasada, y ésta fue la razón por la cual creó el universo y efectuó en Cristo la
redención por nosotros. La predicación del evangelio y la nueva creación también tienen
como fin producir el nuevo hombre. Ahora es el momento propicio para que Dios
obtenga el nuevo hombre y éste se exprese en la tierra. Si tomamos a Cristo como
nuestra vida y vivimos en unión con Él, el nuevo hombre aparecerá y el deseo de Dios se
verá satisfecho.
CRISTO ES CADA MIEMBRO
En el nuevo hombre, Cristo es cada uno de los miembros. Pablo se refiere a esto en 3:11,
diciendo: “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita,
esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Esto significa que en el nuevo
hombre no hay lugar para ninguna persona natural. Las diferencias regionales,
culturales o nacionales no tienen cabida en él. Por ejemplo, en el nuevo hombre, no
puede haber chinos, estadounidenses, californianos ni tejanos. Del mismo modo, en el
nuevo hombre no tienen cabida los judíos ni los griegos, los religiosos ni los no
religiosos, los cultos ni los incultos, ni los libres ni los esclavos. No hay lugar para raza,
nacionalidad, cultura ni ningún rango social. En el nuevo hombre sólo hay lugar para
Cristo. Cristo es ciertamente todos los miembros del nuevo hombre.
Quizás usted se pregunte cómo Cristo puede ser el todo en el nuevo hombre. Para que
esto sea una realidad, debemos tomar a Cristo como nuestra vida y vivirlo a Él, y no a
nosotros mismos. Si Cristo es el vivir de todos los santos, entonces Él será el único que
existe en el nuevo hombre. Los estadounidenses dejarán de vivir una vida
estadounidense, y los japoneses dejarán de vivir una vida japonesa. En lugar de ello,
todos los santos vivirán a Cristo, sin importar cuál sea su nacionalidad. Entonces, de
una manera real y práctica, Cristo será todos los miembros del nuevo hombre. Cristo
será usted y yo. Debido a que todos vivimos a Cristo, y no a nosotros mismos, Él será
todos nosotros, esto es, cada miembro del nuevo hombre.
En las iglesias locales no estamos tratando de ayudar a los demás a mejorar su vida
natural; más bien, preferimos ayudarles a crucificar su persona natural y a sepultarla
para que vivan a Cristo. La muerte de nuestra persona natural nos introducirá en la
resurrección, donde podremos tomar a Cristo como vida. Puedo testificar que cuanto
más experimento la crucifixión con Cristo, más le tomo como mi vida en resurrección y
más le vivo a Él.
Por más oposición que recibamos de parte de la religión, tengo la certeza de que el
nuevo hombre aparecerá. Los santos están aprendiendo a vivir a Cristo, y están
haciéndolo parte de su constitución. Reunión tras reunión, Cristo se está forjando en los
santos. Puedo testificar que ciertos hermanos que he conocido durante años han
asimilado a Cristo de una manera gloriosa. Están experimentando verdaderamente la
transformación del Señor. Nada me causa tanto gozo como ver que los santos tomen a
Cristo como vida, le vivan a Él y busquen las cosas de arriba con miras al cumplimiento
del propósito eterno de Dios.
CRISTO EN CADA MIEMBRO
En 3:11 Pablo no dice solamente que Cristo es el todo, sino también que está en todos.
Dicho de otro modo, Cristo es por un lado todos los miembros, y por otro, está en todos
ellos. Ya que Pablo dice que Cristo es el todo, ¿por qué necesita añadir que Él está en
todos ellos? Si Pablo no hubiese añadido que Cristo está en todos, sino simplemente que
Él es el todo, entonces habríamos pensado que en el nuevo hombre, sólo Cristo es
necesario y no nosotros. No deberíamos pensar que, puesto que Cristo es todos los
miembros en el nuevo hombre, éstos no son nada ni son necesarios. Por un lado, la
Biblia no afirma que la razón por la cual ninguna persona natural tiene cabida en el
nuevo hombre es que Cristo es todos los miembros. Por otro, Pablo sí dice que Cristo
está en todos los miembros. El hecho de que Cristo esté en los miembros del nuevo
hombre indica que los miembros siguen existiendo.
Cuando tomamos a Cristo como nuestra vida y vivimos en unión con Él, buscando las
cosas de arriba, sentimos en lo más profundo de nuestro ser que somos uno con Cristo y
que Cristo es nosotros mismos. Sin embargo, al mismo tiempo percibimos más
profundamente todavía que Cristo está en nosotros. Por consiguiente, podemos afirmar
que Cristo está en nosotros y que también Él es nosotros mismos. Somos parte del
nuevo hombre al tener a Cristo en nosotros. En efecto, seguimos existiendo, pero no
existimos independientemente de Cristo; somos aquellos en quienes Cristo mora. Es por
eso que podemos regocijarnos y decirle al Señor: “Señor Jesús, cuando te tomo como mi
vida y vivo en unión contigo, Tú llegas a ser mi propia persona. Soy totalmente uno
contigo; pero, Señor, sigo existiendo todavía, porque Tú estás en mí. Estoy aquí, pero
estoy aquí contigo”. Basándome en mi experiencia, creo que todos podríamos testificar
lo mismo. Cuando vivimos a Cristo y somos uno con Él, podemos decir: “Señor Jesús, el
que actúa no soy yo, sino Tú”. Sin embargo, al mismo tiempo, sentimos que estamos con
el Señor y que Él está en nosotros.
En el nuevo hombre, Cristo es cada miembro y está en todos ellos. ¡Cuán maravilloso es
esto! En esto consiste experimentar a Cristo no sólo como la realidad de las cosas que
necesitamos para nuestra subsistencia, sino tomarle a Él como nuestra vida y ser uno
con Él en Su empresa divina. Cuando somos uno con Él en esta medida, Él llega a ser
nosotros, y nosotros vivimos teniéndolo a Él en nuestro interior. En cierto modo
seguimos viviendo, pero no vivimos solos, sino con Cristo en nuestro interior. Creo
firmemente que la intención del Señor es que cada día experimentemos más de esto, es
decir, que tomemos más a Cristo como nuestra vida, vivamos en unión con Él,
busquemos las cosas de arriba y coordinemos con Él para llevar a cabo el propósito
eterno de Dios. Entonces todos podremos decir que para nosotros el vivir es Cristo y que
Cristo vive en nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE SESENTA Y UNO
Al escribir epístolas como Efesios y Colosenses, Pablo primero presenta una revelación,
principalmente de Cristo y de la iglesia, y luego habla acerca de nuestro andar cristiano.
Los tres primeros capítulos de Efesios presentan la revelación en cuanto a la iglesia, y
los tres capítulos siguientes se centran en el andar que es digno del llamamiento de
Dios. De la misma manera, los dos primeros capítulos de Colosenses presentan una
revelación profunda acerca del Cristo todo-inclusivo y extenso, mientras que los dos
restantes tratan del andar cristiano apropiado.
Colosenses 3:1 dice: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo, buscad las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”. El hecho de que Pablo
emplea la palabra “pues” en este versículo, indica que los capítulos tres y cuatro son el
resultado del capítulo uno y dos, y que se fundamentan en ellos. Después de que Pablo
nos presenta tantas verdades maravillosas acerca de Cristo, nos exhorta entonces a
buscar las cosas de arriba, donde está Cristo.
En 3:3 Pablo dice que “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Observemos que
Pablo no dice que nuestra vida está escondida con Cristo en los cielos; más bien, dice
que nuestra vida está escondida en Dios, en la persona viviente y divina. Esto implica
que Dios mismo es la esfera en la cual deberíamos andar y vivir.
En este mensaje veremos que somos uno con Cristo en todo lo relacionado con las cosas
de arriba. En los mensajes siguientes, hablaremos de la renovación del nuevo hombre;
de la paz de Cristo, la cual arbitra en nosotros; de la palabra de Cristo, la cual mora en
nosotros, y de la necesidad de perseverar en la oración. Si somos uno con Cristo en las
cosas de arriba, experimentaremos la renovación del nuevo hombre. Entonces,
percibiremos el nuevo hombre en la práctica por medio de la paz de Cristo, la cual
arbitra en nuestro interior. Después de esto, la palabra de Cristo morará en nosotros, y
perseveraremos en la oración. Éstos son los cinco aspectos más cruciales que
encontramos en los capítulos tres y cuatro de Colosenses. Sin ellos, estos dos capítulos
carecerían de sustancia.
Estos cinco importantes aspectos tienen mucho que ver con nuestro andar cristiano.
Difieren mucho de las enseñanzas éticas que suelen recibir los cristianos. Estas
enseñanzas exhortan a los creyentes a mejorar su comportamiento, a ser buenos
vecinos, y a ser sumisos y amables. Sin lugar a dudas, todo esto se encuentra en la
Biblia. Pero es posible que fácilmente las entendamos conforme a nuestro concepto
natural. La mente natural del hombre jamás concebiría cosas como el hecho de ser uno
con Cristo en cuanto a las cosas de arriba, el de experimentar la renovación del nuevo
hombre ni el hecho de permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nosotros. Por
supuesto, en el libro de Colosenses Pablo escribe algo concerniente a los maridos y
esposas, a los amos y esclavos, y a los padres y los hijos. Pero todo lo que él escribe está
relacionado con el nuevo hombre, con la paz de Cristo, con la palabra de Cristo y con el
hecho de perseverar en la oración.
Los hermanos que están casados saben lo difícil que es amar a sus esposas, y las
hermanas saben lo difícil que es someterse verdaderamente a sus maridos. Es
extremadamente difícil ser un buen marido o una buena esposa. Aun es difícil ser un ser
humano apropiado. Puesto que el hombre fue creado para expresar a Dios y
representarlo, ser un hombre apropiado significa expresar a Dios y representarlo. Si es
difícil ser representante de alguna persona u organización, cuánto más difícil lo
encontraremos ser representantes de Dios. Así que, si es difícil ser un ser humano
apropiado, es aún mucho más difícil ser cristiano, y especialmente ser un cristiano que
vive a Cristo. Pablo pudo decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Entre nosotros,
¿quién se atrevería a decir que ha logrado vivir a Cristo? Si vemos la norma que Dios ha
establecido, sentiremos deseos de darnos por vencidos, pues entenderemos que en
nosotros mismos somos incapaces de cumplir los requisitos de Dios. No obstante,
aunque por nosotros mismos no podamos satisfacer las normas de Dios, sí podemos con
Cristo. Cuando nos damos cuenta de que no podemos satisfacer los requisitos de Dios,
abrimos nuestro ser para recibir la gracia. La gracia es el Dios Triuno que entra en
nosotros para expresarse a Sí mismo, para representarse a Sí mismo y para vivir en
nosotros y por medio de nosotros. Experimentar la gracia de Dios de esta manera es
completamente distinto de esforzarnos por mejorar nuestro comportamiento o de tratar
de satisfacer los requisitos de Dios.
En el Estudio-vida de Éxodo hicimos notar que Dios en Su obra salvadora no quiere que
hagamos nada ni tratemos de ser alguien. En lugar de ello, Él desea hacerlo todo por
nosotros y ser el todo para nosotros. Esto lo comprueba el hecho de que Dios cambió la
dieta de los hijos de Israel después de haberlos sacado de Egipto. Mientras estuvieron en
Egipto, ellos se alimentaron conforme a la dieta egipcia; comieron carne, pescado,
cebollas, pepinos, puerros y ajos egipcios. Esto los hizo egipcios en su constitución. Ellos
estaban constituidos de la comida egipcia que habían ingerido. Así que en Éxodo 16,
Dios proveyó el maná para que los hijos de Israel lo comieran; la dieta de ellos dejó de
ser la comida egipcia, y ellos comenzaron a alimentarse de la comida celestial. El maná
es un tipo de Cristo como nuestro suministro de vida. Si nos alimentamos de Cristo,
quien es tipificado por el maná, llegaremos a estar constituidos de Él. De este modo,
nuestra constitución cambiará, y la cruz será aplicada a nuestra carne de una manera
genuina y completa.
No debemos pensar que por nosotros mismos podamos ser buenos maridos o esposas.
No obstante, Aquel que ha venido para vivir en nosotros es completamente capaz. Éste
es Cristo, nuestra esperanza de gloria.
En el capítulo tres, Pablo prosigue diciendo que nosotros estamos con Cristo en Dios.
Inicialmente, Cristo está en nosotros, pero finalmente, nosotros estamos con Cristo en
Dios. Además, como lo indica Colosenses 3:4, el Cristo que mora en nosotros es nuestra
vida. Interiormente, tenemos a Cristo como nuestra vida, y exteriormente, tenemos a
Dios como nuestra esfera. A veces, cuando viajo por auto, tengo la sensación de que en
realidad viajo en Dios. Él mismo es la esfera en la cual vivimos y andamos. El Cristo que
mora en nosotros es la vida, pero el Dios en el cual estamos escondidos con Cristo es la
esfera de nuestro vivir. Nuestro testimonio debe ser que no vivimos en la tierra ni
tampoco en los cielos, sino en Dios.
Es imposible estar en Dios por nosotros mismos. Es únicamente con Cristo que
podemos estar escondidos en Dios. Son muchos los que ven que mediante la
encarnación, la crucifixión y la resurrección de Cristo Dios se ha forjado en nosotros,
pero muy pocos ven con claridad que fuimos también introducidos en Dios. Debido a
que Dios está en nosotros y nosotros en Él, existe un tráfico de doble sentido entre Dios
y nosotros. Por un lado, Colosenses nos dice que Cristo está en nosotros, lo cual indica
que Dios ha sido forjado en nosotros. El mero hecho de que Cristo esté en nosotros,
implica que Dios ha sido forjado dentro de nosotros. No obstante, en el capítulo tres, se
nos dice que estamos con Cristo en Dios, lo cual indica que hemos sido introducidos en
Dios. Por consiguiente, Dios está ahora en nosotros como nuestra vida, y nosotros
estamos en Dios, quien es la esfera de nuestro vivir.
Debemos alabar al Señor no sólo porque el Dios Triuno está en nosotros, sino también
porque nosotros estamos en Él. Cristo vino por medio de la encarnación para introducir
a Dios en nosotros, y después regresó a Dios mediante la crucifixión y la resurrección
para introducirnos en Dios. En cuanto a este tráfico de doble sentido, no permitamos
que nuestro concepto natural nos estorbe. Es crucial ver que Cristo vino para forjar a
Dios en nosotros y también para introducirnos en Dios.
Ya que fuimos introducidos en Dios y estamos escondidos con Cristo en Dios, Dios
mismo debería ser la esfera de nuestro vivir. Si vivimos y andamos en Dios, seremos
celestiales. Sin embargo, en el libro de Colosenses, Pablo no habla de los cielos ni usa la
palabra “celestial”. En lugar de ello, usa la expresión “las cosas de arriba”. Debemos
buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas.
La palabra “pues” en 3:1 indica que debemos regresar a los capítulos uno y dos, ya que lo
dicho por Pablo en los capítulos tres y cuatro, se basa en lo que escribió en los dos
primeros capítulos. Conforme a Colosenses 1 y 2 los colosenses habían sido distraídos y
estaban prestando atención a los rudimentos del mundo (2:8). Entre estos elementos se
incluían las observancias judaicas, la filosofía gnóstica, el misticismo y el ascetismo.
Pablo quería que los creyentes colosenses vieran que todos estos “ismos” son en realidad
rudimentos del mundo y que no debían distraerse con ellos. Debido a que Cristo ya ha
sido forjado en nosotros para ser nuestra vida, y a que hemos sido introducidos en Dios,
en quien ahora está escondida nuestra vida juntamente con Cristo, no debemos prestar
atención a los rudimentos del mundo. En lugar de distraernos con dichos rudimentos,
debemos permanecer en Dios y buscar las cosas de arriba. Dios es nuestra esfera. Puesto
que Él es la esfera en la cual vivimos y andamos, no deberían importarnos los
rudimentos del mundo.
GENTE PECULIAR
En los escritos de Pablo, descubrimos que los cristianos son gente peculiar que no
necesita enseñanzas religiosas ni amonestaciones éticas. Lo que hace que los cristianos
seamos peculiares es que tenemos a Cristo como nuestra vida y a Dios, una persona
viviente, como nuestra esfera. Confucio era ético, pero él no era peculiar en este sentido.
Debemos alabar al Señor porque nos somos personas ordinarias ni comunes, sino
peculiares. Los jóvenes deben testificar a sus padres que son jóvenes que tienen a Cristo
y que están con Cristo en Dios.
Si recibimos la visión, la revelación, de que Cristo está en nosotros como nuestra vida y
de que nosotros estamos en Dios, quien es nuestra esfera, experimentaremos un cambio.
Nos daremos cuenta de que no necesitamos enseñanzas religiosas ni éticas. ¿Qué
necesidad tenemos de los rudimentos del mundo, es decir, del judaísmo, del
gnosticismo, del misticismo o del ascetismo? No somos personas comunes, pues
tenemos a Cristo y estamos en Dios. Sería muy provechoso que el esposo y la esposa se
dijeran mutuamente que son peculiares porque tienen a Cristo y porque viven en Dios.
Si un marido y esposa logran ver esto y hablan al respecto entre ellos, no darán lugar a
las discusiones ni a las opiniones. ¡Oh, qué todos podamos darnos cuenta de que
conforme a la Biblia, Cristo está en nosotros como nuestra esperanza de gloria y que
nosotros estamos escondidos con Cristo en Dios! Ahora, debemos vivir y andar en Dios.
¿Qué revelación podría ser más elevada y preciosa que ésta? Espero que cada día
podamos disfrutar y experimentar el hecho de que Cristo está en nosotros y nosotros
estamos con Cristo en Dios.
Habiendo sentado esta base, podemos ahora ver lo que significa ser uno con Cristo en
cuanto a las cosas de arriba. Las cosas de arriba están relacionadas con el segundo de los
dos ministerios de Cristo. El primer aspecto del ministerio de Cristo fue Su ministerio en
la tierra. Este ministerio, que duró treinta y tres años y medio, empezó con la
encarnación de Cristo y concluyó con Su crucifixión. Durante los años que vivió en la
tierra, Cristo realizó muchas cosas en Su ministerio. Mediante Su muerte en la cruz, Él
logró la redención por nosotros. Todos los cristianos conocen el ministerio terrenal de
Jesús y lo tienen en muy alta estima, ya que fue mediante este ministerio que fuimos
salvos.
Sin embargo, por importante que haya sido el ministerio terrenal de Cristo, éste no
constituye el aspecto principal de Su ministerio. La parte primordial de Su ministerio es
Su ministerio celestial. Mediante Su ministerio terrenal, Él nos redimió, nos salvó y nos
regeneró; pero mediante Su ministerio celestial, Él está edificando la iglesia. El Cuerpo
de Cristo necesita el ministerio celestial de Cristo, el ministerio del Cristo que está
arriba, para ser edificado.
Hoy en día, Cristo está más activo en los cielos que lo que estuvo en la tierra. Hace años,
algunos me enseñaron que cuando Cristo concluyó Su obra redentora, ascendió a los
cielos donde ahora descansa, esperando que Su enemigo sea puesto por estrado de Sus
pies. Según esta enseñanza, Cristo ya acabó toda Su obra y no le queda nada por hacer.
Aunque al principio acepté esta enseñanza, luego me di cuenta de que ésta sólo presenta
un aspecto de la verdad. Es cierto que Cristo en Su ministerio terrenal efectuó la
redención y, por ende, esta obra ya se concluyó, y Él ahora está descansando. Cristo no
necesita hacer nada más para redimirnos. No obstante, la meta del Señor no es
solamente redimirnos y regenerarnos; Su meta es obtener la iglesia, el Cuerpo, la novia.
Esta meta es más difícil de lograr que la de efectuar la redención. La obra que Cristo
realizó para redimirnos duró un máximo de treinta y tres años y medio, pero Su obra
relacionada con la edificación de Su Cuerpo ha continuado por más de diecinueve siglos,
y aún no se ha terminado. Ciertamente, Cristo tiene mucho que hacer en los cielos.
Tal vez usted se pregunte qué está haciendo el Señor Jesús en los cielos para lograr Su
meta de edificar Su Cuerpo. Conforme al libro de Hebreos, hoy en día Cristo es el Sumo
Sacerdote y el Ministro celestial (2:17; 4:14; 7:26; 8:1-2). Como Sumo Sacerdote, Él
intercede por nosotros, y como Ministro celestial nos suministra las riquezas de Dios. En
Su intercesión, Cristo nos lleva a Dios y le presenta todas nuestras necesidades; y en Su
ministerio, nos trae las riquezas de Dios.
El ministerio celestial de Cristo tiene mucho que ver con nuestra vida cotidiana.
Anteriormente dijimos que es difícil ser un buen esposo en la vida de iglesia. Cuando los
hermanos comienzan a ver sus deficiencias, le confiesan al Señor que sencillamente no
pueden ser buenos esposos. Cada vez que un hermano reconoce su necesidad delante
del Señor, inmediatamente el Señor, como Sumo Sacerdote, intercede por él y presenta
su necesidad delante de Dios. Luego, como Ministro celestial, suministra todo lo
necesario para que este hermano pueda ser un buen esposo. Con relación a Dios, Cristo
es nuestro Sumo Sacerdote; y con respecto a nosotros, Él es el Ministro celestial que
labora por Dios. Cristo intercede por nosotros y suministra Sus riquezas en nuestro
interior, y es por eso que después de que un hermano confiesa su incapacidad para ser
un buen esposo, él empieza a tener una sensación agradable y una profunda convicción
interior que sí puede ser un buen esposo. Esta profunda y dulce certidumbre es el fruto
del ministerio celestial de Cristo, del hecho de que Cristo ora por nuestras necesidades y
nos ministra interiormente el rico suministro de vida.
Quisiera animarle a que le confiese al Señor su incapacidad de hacer ciertas cosas. Esto
lo motivará a orar por usted. Por ejemplo, tal vez después de experimentar un fracaso
confesemos: “Señor, sencillamente no puedo ser santo”. En ese momento, el Señor
comenzará a interceder por usted y le ministrará Sus riquezas en su interior. Por
consiguiente, se producirá una trasmisión, una transacción y un tráfico espirituales
entre Dios y usted, a causa del ministerio de Cristo como Sumo Sacerdote y Ministro.
Como resultado del ministerio celestial de Cristo, usted sentirá interiormente que a
pesar de que por sí mismo no puede ser santo, sí puede serlo en Él.
La frase “las cosas de arriba”, mencionada en Colosenses 3, se refiere a todos los asuntos
relacionados con el ministerio celestial de Cristo, esto es, con el ministerio en que Cristo
sirve como nuestro Sumo Sacerdote y Ministro de Dios. No debemos permitir que las
cosas terrenales y los rudimentos del mundo nos ocupen; más bien, deberíamos tomar
conciencia de que estamos escondidos con Cristo en Dios. Luego, deberíamos buscar las
cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas. Debemos fijar nuestra mente en la
intercesión de Cristo y en Su ministerio con miras a que Su Cuerpo se edifique.
A medida que buscamos las cosas de arriba, el nuevo hombre se irá renovando hasta
alcanzar su plena renovación. El nuevo hombre llega a existir de una manera práctica a
medida que nosotros buscamos las cosas de arriba. Por consiguiente, si el nuevo hombre
ha de manifestarse en la tierra, debemos ver a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote y
Ministro celestial, y también experimentar el tráfico de doble sentido que se produce
entre el Cristo celestial y nosotros.
RESPONDER ADECUADAMENTE
AL MINISTERIO CELESTIAL DE CRISTO
Debe impresionarnos el hecho de que Cristo está sumamente activo en los cielos.
Considere cuántas iglesias locales Él cuida en todo el mundo. El ministerio que Cristo
realiza en los cielos tiene como única meta edificar al Cuerpo y formar Su Novia. Sin
embargo, el ministerio celestial de Cristo exige una respuesta de nuestra parte. Nosotros
debemos llegar a ser en la tierra el reflejo de este ministerio celestial. Cada vez que
buscamos las cosas de arriba, estamos respondiendo al ministerio celestial del Señor y
siendo un reflejo del mismo. Nuestra experiencia testifica de esto. Si en nuestras
oraciones estamos dispuestos a poner a un lado los asuntos insignificantes y a
ocuparnos solamente de las cosas de arriba, estaremos conscientes del tráfico entre
nosotros y el Cristo que está en los cielos. Sentiremos que entre Él y nosotros fluye una
corriente en ambos sentidos. Al orar de esta manera, se infunden en nosotros las
riquezas divinas, y esto nos capacita para coordinar con otros y para estar bien con
todos. Esto también produce la renovación del nuevo hombre. Mediante la trasmisión y
la infusión celestiales, el nuevo hombre se produce de una manera práctica. Por
consiguiente, el nuevo hombre no se produce con enseñanzas, sino por medio del
tráfico, la transacción y la transfusión celestiales.
Mi carga en este mensaje ha sido mostrarles que debemos ser uno con Cristo en la esfera
de Su ministerio celestial. Todos debemos ser continuamente uno con Cristo en todo lo
relacionado con las cosas de arriba. No deberíamos distraernos con amonestaciones
éticas de ninguna clase. Todas estas amonestaciones forman parte de los rudimentos del
mundo. Lo único que nos debe ocupar es Cristo y Su ministerio en los cielos. El Cristo
que está sentado en los cielos está muy activo, intercediendo y ministrando. Seamos uno
con Él en estas cosas. En esto consiste ser uno con Cristo en todo lo relacionado con las
cosas de arriba. Cada vez que somos uno con Él en las cosas de arriba, experimentamos
una transfusión divina. Luego, somos introducidos en Dios, y Dios se introduce en
nosotros. Éste es el resultado de la intercesión y el ministerio que realiza del Cristo todo-
inclusivo.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE SESENTA Y DOS
Los últimos dos capítulos de Colosenses abarcan diferentes aspectos del andar cristiano.
El primer aspecto consiste en buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas. La
exhortación de Pablo concerniente a buscar las cosas de arriba se basa en la revelación
presentada en los capítulos uno y dos. Esto significa que al buscar las cosas de arriba,
debemos basarnos en la revelación de la persona y obra de Cristo. En Colosenses 1 y 2,
se revela a Cristo de una manera maravillosa. Asimismo, la obra que Cristo efectuó por
nosotros se presenta de una manera completa. En estos capítulos, se revela a Cristo
como Aquel que es todo-inclusivo. Basándonos en esta revelación de la persona y obra
de Cristo, podemos buscar las cosas de arriba. Como hemos señalado, estas cosas se
refieren al ministerio celestial de Cristo, esto es, a Su ministerio como Sumo Sacerdote,
Ministro y Administrador de la economía de Dios.
RESPONDER ADECUADAMENTE
AL MINISTERIO CELESTIAL DE CRISTO
Entre el Cristo que está en los cielos y nosotros que estamos en la tierra, existe una
trasmisión divina, una corriente celestial. Si recibimos esta trasmisión, responderemos a
la obra que Cristo realiza en los cielos. Pero si en nuestra experiencia no estamos
conectados con Él, o si permitimos que exista una barrera entre nosotros y Él, la
trasmisión cesará. Es una verdadera lástima que hoy en día, entre los cristianos más
sinceros, muchos se hallen desconectados en su experiencia del Cristo celestial. No hay
duda de que son cristianos genuinos, pero no experimentan la corriente divina, y no hay
comunión alguna entre ellos y el Señor. Esperamos que nuestra situación sea
completamente diferente. En lugar de separarnos del Cristo celestial, debemos recibir
continuamente la trasmisión divina en nuestra experiencia. Día y noche deberíamos
recibir la infusión del suministro celestial y experimentar una transacción entre el Cristo
celestial y nosotros. Continuamente deberíamos responder a la intercesión de Cristo, a
Su ministerio y a la administración que Él realiza en favor de Dios.
Muy pocos cristianos han visto que la renovación del nuevo hombre depende de que
busquemos las cosas de arriba. Si no buscamos las cosas de arriba y si no fijamos
nuestra mente en ellas, nos será muy difícil ser renovados en el alma. Pero cada vez que
fijamos la mente en las cosas de arriba, nuestro ser interior se renueva
espontáneamente. Nuestra experiencia lo confirma.
Pablo exhortó a los creyentes colosenses a buscar las cosas de arriba, debido a que se
habían distraído con cosas terrenales, con los elementos del mundo, tal como el
judaísmo, el gnosticismo, el misticismo y el ascetismo. Mientras ellos se dejaran distraer
por estas cosas, no tendrían interés por las cosas de arriba. Fue por esta razón que Pablo
los exhortó a olvidarse del judaísmo, de la filosofía griega, del gnosticismo, del
misticismo, así como de cualquier clase de cultura, y a que buscaran las cosas de arriba y
fijaran su mente en ellas. Las cosas de arriba no tienen nada que ver con la religión, la
filosofía ni la cultura; antes bien, están relacionadas con el sacerdocio de Cristo, con Su
ministerio y con todas Sus actividades administrativas. Es crucial que nos demos cuenta
de que Cristo es nuestra Cabeza y que nosotros somos los miembros de Su Cuerpo.
Cristo y nosotros formamos juntos el hombre universal. Como Aquel que está en los
cielos, Él es la Cabeza, y nosotros, como aquellos que estamos en la tierra, somos el
Cuerpo. Mientras la Cabeza está activa en los cielos, intercediendo, ministrando y
administrando, nosotros, el Cuerpo, laboramos en la tierra respondiendo al ministerio
celestial de Cristo y siendo un reflejo de lo que Él está haciendo en los cielos. ¡Cuán
importante es esto! Así que, en lugar de prestar atención a la religión terrenal, a la
filosofía mundana y a los demás rudimentos del mundo, debemos buscar las cosas de
arriba y fijar nuestra mente en ellas. Si nos volvemos al Cristo celestial y somos uno con
Él en todas Sus actividades y fijamos nuestra mente en ello, se producirá
automáticamente la renovación del nuevo hombre.
Aquello en lo que pensamos día a día indica dónde fijamos nuestra mente. En la época
en que Pablo escribió Colosenses, los judaizantes habían fijado su mente en la religión, y
los gnósticos la habían fijado en su filosofía. Pero nosotros no debemos fijar nuestra
mente en la religión ni en la filosofía ni en la cultura, sino en Cristo y en Su ministerio
celestial. Cuanto más fijemos nuestra mente en las cosas de arriba, es decir, en Cristo y
en Su ministerio celestial, más los elementos divinos en nuestro espíritu saturarán
nuestra alma y la renovarán. Así, todo lo que hay en nuestro espíritu podrá difundirse
libremente en nuestro ser interior. El alma es renovada a medida que estos elementos se
extiendan en ella y la saturen.
No nos preocupemos por cosas terrenales tales como la religión, la filosofía, la ética o la
cultura. Estas cosas son necesarias y útiles en la sociedad; no obstante, estorban la
economía de Dios e impiden que ésta se cumpla. La economía de Dios no tiene
necesidad alguna de la religión, de la filosofía ni de la cultura. La economía de Dios
consiste en que Él mismo se imparta en nosotros. En tanto que nosotros, quienes
estamos en el recobro del Señor, disfrutemos la impartición de Dios, no necesitaremos
la religión ni la cultura. Así como en la Nueva Jerusalén no necesitaremos luz natural ni
luz artificial, tampoco hoy nosotros en la iglesia necesitamos la religión ni la cultura. No
obstante, la religión y la cultura son necesarias en la sociedad. Aparte de la iglesia, se
necesitan estas dos cosas para que se mantenga el orden en la sociedad. Sin embargo, en
la iglesia, contamos con la impartición de Dios y, por tanto, no necesitamos en absoluto
la religión ni la cultura. Día a día, Dios está impartiéndose en nosotros. ¡Cuán
maravilloso es esto!
Durante los años que lleva el recobro del Señor en este país, muchos santos han
experimentado la impartición de Dios. Al principio, los mensajes acerca de la economía
de Dios eran como un idioma foráneo para ellos; pero hoy en día, la verdad y la
experiencia de la economía de Dios forman parte de su vida diaria. De hecho, hoy
muchos de ellos pueden ministrar sobre este tema. Hemos visto un progreso
considerable aun entre los jóvenes, gracias a la renovación que ha efectuado la vida y la
naturaleza divinas. Los elementos divinos han ido saturando a los santos. Esta
saturación ha producido un cambio significativo. Años atrás, un hermano pudo haberse
enojado de cierta manera, pero ahora su manera de enojarse es distinta. En muchos
aspectos, el comportamiento puede seguir siendo el mismo, pero hay una diferencia en
naturaleza. Algo divino se ha forjado en el ser interior de los santos. No se trata de un
simple cambio de comportamiento, sino de un cambio de naturaleza. Mediante este
cambio interno, el nuevo hombre se extiende de nuestro espíritu a nuestra alma, y de
hecho crece dentro de nosotros. Que el Señor guarde a todos los santos en el camino de
la vida para que el nuevo hombre aumente cada vez más.
Quisiera resaltar que aunque el nuevo hombre ya fue creado en nuestro espíritu, éste
aún necesita seguir renovándose en todo nuestro ser interior. Para esto, se requiere que
en la vida divina y con la naturaleza divina el nuevo hombre se difunda en todo nuestro
ser. Sólo entonces, seremos renovados en plenitud.
Al comienzo de mi vida cristiana, leí libros que explicaban cómo discernir entre el
espíritu y el alma. Sin embargo, por más que analizaba y me esforzaba por entender esto
con mi mente natural, no podía discernir entre el alma y el espíritu. No obstante, al
crecer en vida, me resultó fácil discernir entre el alma y el espíritu. Esto muestra que no
podemos conocer las cosas espirituales mediante el ejercicio de nuestra mente natural.
Éstas sólo podemos llegar a conocer a medida que crece el nuevo hombre. El
crecimiento del nuevo hombre en nosotros es lo que nos lleva a obtener el verdadero
conocimiento espiritual.
Cuando nace un bebé, ya posee todos los órganos necesarios para vivir. No obstante,
necesita crecer para que los órganos desarrollen sus funciones. El crecimiento es
necesario para que el niño pueda llegar a ejercer plenamente sus funciones. A medida
que el niño crece, más se desarrollan y se perfeccionan sus funciones, y finalmente,
cuando llegue a la madurez, todas sus funciones habrán sido perfeccionadas. Lo mismo
sucede con respecto al crecimiento del nuevo hombre en nosotros. Cuando el nuevo
hombre fue creado en nuestro espíritu, estaba completo en lo que a sus órganos se
refiere; pero, puesto que todavía no ha perfeccionado todas sus funciones, necesita
crecer y renovarse. El crecimiento y la renovación redundan en el conocimiento pleno.
De hecho, el conocimiento pleno mencionando en 3:10 corresponde al ejercicio de las
funciones. Por consiguiente, el crecimiento y la renovación del nuevo hombre redundan
en el pleno desempeño de sus funciones. Ahora bien, sin conocimiento, no podemos
ejercer nuestras funciones. Es decir, para usar nuestros órganos apropiadamente
necesitamos el conocimiento. Así como los miembros de nuestro cuerpo físico funcionan
de acuerdo con el conocimiento que hayamos adquirido, el nuevo hombre va
perfeccionando todas sus funciones a medida que se renueva hasta el conocimiento
pleno. Afirmar que la renovación hace que el nuevo hombre llegue al conocimiento
pleno, equivale a decir que la renovación hace que el nuevo hombre ejerza plenamente
sus funciones. Sin el debido crecimiento y renovación, el nuevo hombre no podrá ejercer
sus funciones. Esto significa que, a pesar de haber sido ya creado, al nuevo hombre aún
le falta desarrollar sus funciones. Para que esto suceda, se necesita que el nuevo hombre
crezca, se desarrolle y sea renovado. Entonces, como resultado de la renovación, será
perfeccionado en términos de ejercer sus funciones.
Hemos visto que los colosenses fueron distraídos con cosas terrenales como la religión,
la filosofía y la cultura, al grado que apartaron su mirada de las cosas celestiales. Así que
Pablo, al escribir esta epístola, procuraba volverlos de los rudimentos del mundo a las
cosas de arriba. Él quería que ellos fijaran la mente en las cosas de arriba, para que así el
nuevo hombre pudiera extenderse del espíritu de ellos a su mente y finalmente llegara a
saturarlos completamente del elemento divino. Esta saturación daría por resultado el
conocimiento pleno, la perfección de las funciones del nuevo hombre.
Ahora debemos ver que esta renovación es conforme a la imagen de Dios, Aquel que
creó el nuevo hombre. En otras palabras, la renovación del nuevo hombre es según
Cristo, quien es la imagen y la expresión de Dios. Cuando fijamos nuestra mente en las
cosas de arriba, permitimos que el nuevo hombre difunda el elemento divino de nuestro
espíritu a nuestra alma. Esta difusión del elemento divino es según Cristo, quien es la
imagen de Dios, Su expresión. Por tanto, cuanto más renovada sea nuestra alma, más
expresaremos a Dios; en otras palabras, cuanto más experimentemos la renovación del
alma, más manifestaremos la imagen de Cristo.
Aunque ya fuimos regenerados, es posible que haya muy poco de la imagen de Cristo en
nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad, y que en lugar de ello,
nos apeguemos a la imagen del viejo Adán. No obstante, si fijamos nuestra mente en las
cosas de arriba, el elemento divino que se halla en nuestro espíritu se extenderá a
nuestra alma, y esto se efectuará conforme a Cristo, la imagen de Dios. De este modo, el
elemento divino se extenderá y, como resultado, manifestaremos la imagen de Dios y
vendremos a ser Su expresión.
Tal vez se pregunte cuáles son las cosas que se incluyen en la renovación del nuevo
hombre. Por lo menos, deben estar incluidas todas las virtudes y los atributos. El amor,
la paciencia y la humildad son excelentes virtudes. Todas estas virtudes son Cristo
mismo. En la renovación del nuevo hombre, Cristo es todas las maravillosas virtudes,
todas las cosas buenas y todos los atributos positivos.
Como creyentes del Nuevo Testamento que somos, ¿cómo podemos llevar la vida del
nuevo hombre universal de una manera práctica? Los cristianos que fijan su mente en
las cosas terrenales no pueden experimentar la renovación del nuevo hombre ni pueden
llevar la vida del nuevo hombre en la práctica. Sin embargo, cuando nosotros fijamos
nuestra mente en las cosas de arriba, espontáneamente el nuevo hombre crece y se va
renovando en nosotros. Esto hace que todo nuestro ser sea renovado y transformado.
Entonces, dondequiera que estemos, podemos llevar a la práctica el vivir del nuevo
hombre. Hace poco me enteré de que cierto hermano joven que está en la marina visitó
muchas iglesias del Lejano Oriente. Disfrutó mucho de la comunión con los santos. Sin
duda alguna, este hermano experimentó la vida del nuevo hombre. Aunque era de
Estados Unidos, pudo unirse al espíritu de comunión con muchos santos del Oriente.
Colosenses es definitivamente una epístola que trata del Cristo todo-inclusivo, pero en
esta epístola Pablo también habla del nuevo hombre. La vida práctica del nuevo hombre
resulta de la revelación de Cristo y la experiencia que tengamos de Él. Una vez que
recibamos la revelación de Cristo y la debida experiencia de Él, el nuevo hombre se
manifestará entre nosotros de manera práctica, y la vida del nuevo hombre será hecha
real para nosotros.
Después de que fijamos la mente en las cosas de arriba, se inicia la renovación del nuevo
hombre. Aparentemente no existe ninguna relación entre el hecho de fijar nuestra
mente en las cosas de arriba y la renovación del nuevo hombre. En realidad y conforme
a nuestra experiencia, estos dos asuntos están estrechamente relacionados. La
renovación del nuevo hombre depende enteramente de que nosotros fijemos la mente
en las cosas de arriba. La razón es que hay de por medio una trasmisión espiritual. Cada
vez que fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, abrimos nuestro ser a lo que está
ocurriendo en los cielos. Al mismo tiempo, respondemos al ministerio celestial de Cristo
y nos convertimos en un reflejo del mismo. Entonces espontáneamente el Espíritu
vivificante comienza a fluir y entrar en nosotros. Podemos comparar esta trasmisión con
la electricidad. Por una parte, la electricidad se halla en la central eléctrica, y por otra, se
halla en nuestras casas. Entre estos dos lugares ocurre una trasmisión. A esta trasmisión
se le llama el flujo de la corriente eléctrica. La corriente eléctrica es en realidad la
electricidad en movimiento. Basándonos en el mismo principio, podemos afirmar que
entre el Cristo que está en los cielos y nosotros los que estamos en la tierra, se produce
una trasmisión divina, la cual es el fluir del Espíritu vivificante. Mediante esta
trasmisión los cielos con la tierra se unen. Los hermanos de mayor experiencia
entienden perfectamente que esto no es un sueño ni una superstición religiosa, sino una
realidad divina, celestial y espiritual. La electricidad celestial está fluyendo, y ella une los
cielos con la tierra.
Según la secuencia del capítulo tres de Colosenses, después de mencionar que la mente
debe ser fijada en las cosas de arriba y el nuevo hombre renovado, tenemos la paz de
Cristo, la cual arbitra en nuestro corazón (v. 15). ¿Sabe usted qué es la paz de Cristo?
Esta expresión se usa una sola vez en el Nuevo Testamento. En otras epístolas, como en
Romanos y en Filipenses, Pablo utiliza la expresión “el Dios de paz”. Además, al
comienzo de sus epístolas, siempre dice algo relacionado con la gracia y la paz. Pero en
Colosenses 3:15, nos dice que la paz de Cristo debe ser el árbitro en nuestros corazones.
No debemos suponer que entendemos lo que significa que la paz de Cristo sea el árbitro
en nuestros corazones. En lugar de dar por sentado el significado de esta expresión,
deberíamos enfocar todo nuestro ser en apropiarnos de su debido entendimiento.
Según el contexto de Colosenses 3, cuando fijamos nuestra mente en las cosas de arriba,
el elemento divino se trasmite a nosotros para efectuar la renovación del nuevo hombre.
A medida que el nuevo hombre se va renovando, debemos permitir que la paz de Cristo
arbitre en nuestro corazón. La renovación del nuevo hombre es en realidad la
propagación del nuevo hombre en nuestro interior. A medida que el nuevo hombre se
extiende en nosotros, debemos permitir que la paz de Cristo sea nuestro árbitro interior.
En la vida de iglesia, es muy fácil que nos ofendamos o nos molestemos unos con otros.
Por ejemplo, al acomodar las sillas del local de reuniones, es posible que un hermano se
moleste si las sillas no se acomodan según su parecer. Sin embargo, si nos volvemos al
Señor cuando nos ofenden y le decimos que lo amamos, algo celestial se trasmitirá a
nosotros. Entonces, espontáneamente nos sentiremos contentos con aquel que nos
ofendió. Esto es un ejemplo de la manera en que la paz de Cristo arbitra en nuestro
corazón.
Esta paz hace que se conserve la unidad en la vida de iglesia. Las divisiones causadas por
las distintas opiniones perjudican seriamente la vida de iglesia y fraccionan el nuevo
hombre. Pero la paz de Cristo, la cual recibimos mediante la trasmisión celestial, nos
guarda en unidad y protege al nuevo hombre de todo daño.
Siempre que se establece una iglesia local, los santos generalmente experimentan una
“luna de miel” en su vivir de la iglesia. No obstante, así como no existe luna de miel
permanente en la vida matrimonial, tampoco existe luna de miel permanente en la vida
de iglesia. Con el tiempo, comienza a haber fricciones entre los santos. Estas fricciones
son las que originan las arrugas que menciona Pablo en Efesios 5. Si la paz de Cristo no
arbitra en nosotros, aumentarán las arrugas; pero si permitimos que la trasmisión
celestial nos brinde el elemento divino, las arrugas irán desapareciendo
metabólicamente. Así, en lugar de fricciones, arbitrará la paz de Cristo.
En nuestra condición caída, éramos enemigos de Dios, y no había paz entre nosotros y
Dios. Tampoco había paz entre los diversos pueblos de la tierra, y especialmente entre
los judíos y los gentiles. Pero en la cruz, Cristo nos redimió, nos reconcilió con Dios, e
hizo la paz entre nosotros y Dios. Además, mediante Su muerte en la cruz, Cristo abolió
las ordenanzas relacionadas con las diferentes maneras de vivir para que pudiera haber
paz entre los pueblos y entre las naciones (Ef. 2:15-16). Puesto que Cristo abolió las
ordenanzas, Él hizo la paz no sólo entre nosotros y Dios, sino entre los creyentes de
distintas razas y nacionalidades. Me complace ver que en el recobro del Señor haya
creyentes procedentes de una gran diversidad de naciones y regiones. Todas las razas
están representadas. Cristo derribó la pared intermedia de separación. Además, según
Efesios 2:14, Cristo mismo es nuestra paz. Es debido a que Cristo es Aquel que hace la
paz, que ahora podemos disfrutar de paz tanto en nuestra relación vertical con Dios
como en nuestra relación horizontal los unos con los otros.
Afirmar que la paz de Cristo arbitra en nosotros, significa que ella soluciona los
problemas que causan las contiendas, los pleitos o las quejas. Estos problemas se
presentan a menudo entre los esposos. Puede ser que el esposo critique a la esposa de
cierto modo, y ella reaccione criticándole. Luego, la discusión se convierte en un
intercambio de palabras desagradables. Es posible que después de discutir así con su
esposa, un hermano sienta en su interior que el Señor lo llama a orar y a confesar sus
faltas. Puede ser que ore diciendo: “Señor, perdóname por argumentar con mi esposa”.
Tal vez el Señor le muestre que, además, debería disculparse con su esposa. Una vez que
él le pide perdón, en ese momento experimenta la paz de Cristo, la cual comienza a
arbitrar entre él y su esposa.
La vida de iglesia, que es la vida del nuevo hombre, es salvaguardada no por simples
enseñanzas, sino al fijar nuestra mente en las cosas de arriba y al permitir que la
trasmisión divina nos imparta el elemento divino. Entonces, se producirá la renovación
del nuevo hombre y la paz de Cristo gobernará en nosotros. La paz de Cristo es en
realidad Cristo mismo, pero en un aspecto particular. Por consiguiente, el hecho de que
la paz de Cristo arbitre significa que Cristo está operando en nosotros para gobernarnos,
para tener la última palabra y para tomar la decisión final. En el caso del hermano que
se ofendió con el anciano, Cristo le diría que desea que ame a ese anciano, que lo busque
para tener comunión con él y que disfrute al Señor con él. Éste es el Cristo que está
entronizado como la paz que gobierna, que toma todas las decisiones y que tiene la
última palabra.
Necesitamos que la paz de Cristo arbitre en nosotros, a fin de tener un andar cristiano
apropiado y de salvaguardar la vida de iglesia. De otro modo, no se acabarán las
fricciones. Únicamente el Cristo celestial, Aquel que está intercediendo, ministrando y
administrando, puede resolver nuestros problemas y poner fin a todas las fricciones. Si
un hermano y su esposa fijan su mente en el Cristo que está en los cielos,
experimentarán la trasmisión divina. Entonces, la paz de Cristo arbitrará en ellos.
En cada reunión y en cada mensaje, lo que queremos es ministrar Cristo a los santos. A
medida que Cristo les es revelado a los santos y ellos experimentan la paz de Cristo que
arbitra interiormente, la vida de iglesia conservará su frescura.
Una vez que la paz de Cristo sea entronizada en nuestros corazones, de modo que sea el
único árbitro en nosotros, tendremos paz con Dios, verticalmente, y con los santos,
horizontalmente. ¡Alabamos al Señor por la paz que disfrutamos, y porque en esta paz es
salvaguardada la vida de iglesia como el nuevo hombre! A medida que la paz de Cristo
preside en nuestros corazones, se produce continuamente la renovación del nuevo
hombre. Si nos sometemos al gobierno de la paz de Cristo, no ofenderemos a otros ni les
causaremos daño; antes bien, por la gracia del Señor y con Su paz, ministraremos la vida
a los demás. La unidad que existe en una iglesia local y entre las iglesias no se guarda
por medio del esfuerzo humano, sino únicamente mediante la paz de Cristo que arbitra
en nuestro interior. No nos compete a nosotros dirigir ni asegurar la existencia del
recobro del Señor. Todas las iglesias y el recobro en general se encuentran bajo el
gobierno de la paz de Cristo. Cristo en nosotros es la gracia que nos abastece y la paz que
arbitra.
Espero que todos nos sintamos animados a fijar nuestra mente en las cosas de arriba, a
fin de que la trasmisión celestial infunda en nuestro ser la sustancia divina, con miras a
la renovación del nuevo hombre. Entonces, Cristo como paz arbitrará en nuestros
corazones, y el Señor podrá edificar el nuevo hombre y preparar la novia para Su venida.
ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES
MENSAJE SESENTA Y CUATRO
Colosenses 3:16 dice: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda
sabiduría, enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e himnos y cánticos
espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a Dios”. Inmediatamente
después de que Pablo nos dice que la paz de Cristo actúa como árbitro en nosotros, nos
exhorta a dejar que la palabra de Cristo more en nosotros. ¿Por qué menciona Pablo la
paz de Cristo antes de la palabra de Cristo? La respuesta a esta pregunta está
relacionada con un principio fundamental revelado en la Biblia, según el cual debemos
estar en unidad para que Dios nos hable. Cada vez que el pueblo de Dios está dividido,
Su palabra escasea. Dios no habla donde hay división. La división hace que el hablar de
Dios disminuya, e incluso que cese.
Mientras los hijos de Israel estuvieron en el desierto, Dios les hablaba en el tabernáculo,
la tienda de reunión. La tienda de reunión era una señal de la unidad del pueblo de Dios.
Las doce tribus se situaban alrededor de la tienda de reunión, y Dios hablaba al pueblo
desde el interior de ella. En aquel entonces, si un israelita deseaba escuchar a Dios, tenía
que ir a la tienda de reunión, es decir, al lugar de unidad.
El libro de Hebreos empieza con estas palabras: “Dios, habiendo hablado parcial y
diversamente en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos
ha hablado en el Hijo” (He. 1:1-2a). El Señor Jesús, como Hijo de Dios, no sólo habló la
palabra de Dios, sino que Él mismo es llamado el Verbo, la Palabra (Jn. 1:1, 14; Ap.
19:13). Dios habló en Su Hijo y no meramente por medio de Él. Dondequiera que
estuviera el Hijo, allí también estaba la Palabra. Además, cada vez que el Hijo hablaba,
era Dios quien hablaba en el Hijo. El Hijo vino con el fin de expresar a Dios, definir a
Dios y hablar por Él. El Hijo en Su mismo ser y persona era la Palabra de Dios.
La intención maligna de los judíos religiosos fanáticos era poner fin al Hijo de Dios, a
Jesús de Nazaret, crucificándole. Sin embargo, después de que el Señor fue crucificado,
entró en la esfera de la resurrección y, en la resurrección, llegó a ser la Cabeza del
Cuerpo. Antes de Su crucifixión y resurrección, el Señor Jesús estaba restringido por la
carne; no podía ser una persona universal. Pero mediante la muerte y la resurrección, Él
fue agrandado, ya que dejó de ser un sólo individuo para convertirse en un hombre
corporativo. En el día de Pentecostés, Cristo descendió como Espíritu todo-inclusivo
sobre Sus discípulos para constituirlos miembros de Su Cuerpo. El Cuerpo de Cristo, un
hombre corporativo, incluye al Cristo resucitado, o sea, la Cabeza, y los millones de
creyentes, quienes son Sus miembros. Ahora, así como todo mi cuerpo habla cada vez
que yo hablo, de la misma manera el Cuerpo de Cristo habla cada vez que Cristo, la
Cabeza, habla. Hoy en día, el Hijo de Dios ya no es un solo individuo, sino un hombre
corporativo y universal. Es por eso que todos los miembros del Cuerpo pueden hablar la
palabra de Dios. Incluso los jóvenes pueden hablar a sus padres y a sus compañeros de
clase de parte de Dios.
Todos fuimos salvos cuando oímos la palabra de Dios. Cuando fui salvo en China hace
más de cincuenta años, Dios no vino directamente a hablar conmigo; en vez de eso,
escuché la palabra de Dios por medio de uno de los miembros de Su Cuerpo. Esto nos
muestra que hoy en día, Dios continúa hablando en Su Hijo, quien ha sido agrandado y
se ha convertido en un hombre corporativo, el Cuerpo de Cristo. ¡Cuán maravilloso es
que todos formemos parte de este agrandamiento de Cristo, el hombre universal cuya
Cabeza es Cristo y cuyos miembros somos nosotros!
Si verdaderamente somos uno con los demás miembros del Cuerpo de Cristo, podremos
hablar la palabra de Dios. Sin embargo, si nos mantenemos murmurando, quejándonos
y hablando chismes en lugar de ser uno con los santos, no podremos hablar la palabra
del Señor. Para hablar la palabra del Señor se requiere que estemos en unidad. Donde
no hay unidad, no puede manifestarse el hablar de Dios. Pero si permitimos que la paz
de Cristo arbitre en nosotros para guardarnos en unidad y armonía, podremos hablar la
palabra de Dios.
Cristo murió en la cruz para hacer la paz, la cual obtuvo como resultado de efectuar la
redención y de reconciliarnos con Dios. Esta paz es vertical, pues es entre nosotros y
Dios. Cristo también murió para crear la paz horizontal, es decir, la paz entre nosotros y
los demás. Es por eso que Cristo abolió todas las ordenanzas, que son las diferentes
maneras de adorar y de vivir. Al abolir las ordenanzas, Cristo hizo la paz
horizontalmente entre los diferentes pueblos y, al hacerlo, anuló el efecto de Babel. En
Babel la humanidad fue confundida, dividida y esparcida. Allí el hombre corporativo que
Dios había creado fue dividido, pero Cristo, mediante Su muerte en la cruz, anuló la
confusión y la división de Babel, e hizo la paz tanto vertical como horizontalmente. Por
lo tanto, en el día de Pentecostés, Cristo pudo descender sobre los creyentes como el
Espíritu de unidad y producir la iglesia de una manera práctica. En el día de
Pentecostés, personas que hablaban diferentes lenguas llegaron a ser uno.
Pese a que Cristo hizo nula la división y produjo la unidad, el cristianismo de hoy ha
destruido la unidad y ha producido la división. Es por eso que en el cristianismo
dividido no se manifiesta el hablar de Dios. En vez de escuchar el hablar de Dios,
muchos de los que acuden a las capillas, a las catedrales y a los locales de las
denominaciones escuchan algo relacionado con la vida social o la política. Sin duda
alguna, esto no es lo que Dios habla en el Hijo y por medio del Cuerpo. La razón por la
cual no se escucha este hablar es la falta de paz y de unidad. Puesto que no hay unidad,
Dios no tiene un centro, un oráculo, para poder hablar.
Ahora podemos ver la relación que existe entre 3:15 y 16. La paz de Cristo arbitra en
nosotros a fin de mantenernos en una condición propicia para recibir la palabra de Dios.
La paz de Cristo arbitra para que Dios tenga Su oráculo, un lugar donde puede hablar.
Si queremos tener un andar cristiano que sea apropiado, es preciso que fijemos nuestra
mente en las cosas de arriba. Cuando hacemos esto, “encendemos el interruptor” de la
trasmisión celestial, la cual es la corriente de “electricidad” divina que fluye desde el
trono en los cielos hasta nosotros, quienes estamos en la tierra. Esta trasmisión hace que
el nuevo hombre se renueve, debido a que introduce en nuestro ser un nuevo elemento,
la sustancia divina. Después de experimentar la renovación, recibimos la paz de Cristo,
que actúa como arbitro en nosotros. El elemento de Cristo que nos es trasmitido, se
convierte en la esencia de la paz que nos gobierna. Esta paz no solamente resuelve
nuestros problemas, sino que además los disuelve. Asimismo nos capacita para
mantenernos en unidad y conservarnos en un ambiente armonioso. También hace
posible que la palabra de Dios venga acompañada de la abundante suministración.
Debido a que la paz arbitra en nosotros, no hay escasez de la palabra de Dios en el
recobro del Señor.
Ex aminemos ahora las funciones que cumple la palabra de Dios dentro de nosotros. En
primer lugar, la palabra de Dios nos ilumina. Si no fuese por la Palabra, estaríamos en
tinieblas; pero debido a que la palabra de Dios está llena de luz y nos ilumina, puede
traernos claridad acerca de muchas cosas.
Nutre
En segundo lugar, la palabra de Dios es alimento nutritivo. Eso significa que la palabra
de Dios nos alimenta mientras nos ilumina. Puedo testificar que en el transcurso de los
años, me he alimentado bien con la palabra de Dios. Éste ciertamente ha sido mi
alimento en mi experiencia.
La palabra de Dios también sacia nuestra sed. Beber es aún más indispensable que
comer. Por lo general, una persona puede sobrevivir más tiempo sin comer que sin
beber. Si dejáramos de beber agua, no podríamos vivir. ¡Qué bueno es que la palabra de
Dios no es solamente alimento, sino también el agua de vida! La palabra de Dios nos
ilumina, nos alimenta y sacia nuestra sed.
Fortalece
La palabra de Dios nos fortalece en el espíritu y también en el alma. Una vez que somos
fortalecidos en el espíritu y en el alma, gozaremos de salud física. La palabra de Dios es
la mejor cura, pues nos fortalece y nos sana.
Lava
La palabra de Dios también nos lava. Lava nuestro ser orgánica y metabólicamente.
Cuando la palabra de Dios entra en nuestro ser de una manera orgánica, nos lava
metabólicamente.
Nos edifica
Además, la palabra de Dios nos edifica. Ya que somos miembros de la iglesia, el Cuerpo,
todos necesitamos ser edificados. Pero debido a nuestras peculiaridades, les es difícil a
los demás relacionarse con nosotros, mucho menos ser edificados con nosotros. No
obstante, la palabra de Dios puede afectarnos interiormente y permitir que seamos
edificados en la iglesia. Debido a nuestras peculiaridades, no podremos ser edificados de
esta manera a menos que la palabra de Cristo more en nosotros. Aunque la paz de Cristo
arbitre en nosotros, no es la paz la que nos edifica. La paz es la que nos guarda en una
condición propicia, en la cual la palabra de Dios puede realizar su obra de edificación.
Puesto que la palabra de Cristo es lo que nos edifica, siento una pesada carga por hablar
la palabra de Dios. Cuanto más se proclame la palabra de Dios entre nosotros, más
edificación habrá.
Por último, la palabra de Dios nos edifica individualmente. Existen dos clases de
edificación, a saber, la edificación corporativa, que está relacionada con la iglesia, y la
edificación individual, que tiene que ver principalmente con nuestras virtudes. Todos
necesitamos ser edificados individualmente, ya que nos hacen falta ciertas virtudes. Por
ejemplo, tal vez tengamos deficiencias en virtudes como la paciencia, la sabiduría, la
humildad o la amabilidad. La palabra de Dios nos edifica verdaderamente en cuanto a
nuestras virtudes. Cuanto más tengamos de la palabra de Dios, más virtudes
poseeremos. La palabra de Dios hará que nuestra bondad, paciencia, sabiduría y
humildad aumenten y se desarrollen.
Con respecto a nuestras virtudes, todos nosotros necesitamos ser edificados por medio
de la palabra de Dios. Algunos de nosotros actuamos siempre con rapidez, mientras que
otros suelen actuar con lentitud. En algunos casos, actuar rápidamente es una virtud.
Por ejemplo, si un grupo de hermanos debe apurarse para llegar a tiempo a una cita
importante, proceder con rapidez se considera una virtud. Pero si estamos cuidando de
un enfermo, hacer las cosas lentamente podría considerarse una virtud. Por tanto,
debemos ser edificados para actuar con rapidez o con lentitud, según la situación.
En ciertas ocasiones debemos hablar de manera muy expresiva y efusiva. Pero en otras
ocasiones, debemos restringirnos al hablar o incluso debemos permanecer callados.
Dependiendo de la ocasión, hablar efusivamente puede ser o no una virtud. Sucede lo
mismo cuando guardamos silencio. Todos necesitamos ser edificados con respecto a
virtudes como éstas.
La palabra de Dios es lo único que nos puede edificar y hacer de nosotros personas
equilibradas y moderadas y que tengan discernimiento. Debemos ser moderados en
cuanto a la rapidez o la lentitud con que actuamos. También debemos ser moderados en
nuestro amor. Algunos santos aman a otros conforme a la “marea” de sus emociones.
Cuando la marea del amor está alta, aman a los demás excesivamente; pero cuando está
baja, no manifiestan amor por nadie y se portan insensibles como si fueran estatuas.
Primero, debemos ser edificados personalmente en cuanto a nuestras virtudes, para
después ser edificados con los demás santos en la vida de iglesia.
Con esto hemos visto que la palabra de Dios nos ilumina, nos alimenta, sacia nuestra
sed, nos fortalece, nos lava, nos perfecciona y nos edifica corporativa e individualmente.
¡Cuánto necesitamos la palabra de Dios!
En 3:16 Pablo nos exhorta a permitir que la palabra de Cristo more ricamente en
nosotros. La palabra griega traducida “more” significa hacer su hogar, habitar. Esto
implica que debe ser factible el que la palabra de Cristo haga su hogar en nosotros.
Para que un lugar determinado se convierta en nuestro hogar, debemos sentirnos con
libertad de hacerle todos los cambios que consideremos necesarios. Si queremos
conservar algo en particular, podemos hacerlo; pero si queremos echar algo a la basura,
debemos tener la misma libertad de hacerlo. Si no tenemos esta libertad, no podremos
hacer de ese lugar nuestro hogar. Asimismo, si queremos que la palabra de Cristo haga
su hogar en nosotros, debemos concederle la plena libertad y derecho para actuar en
nosotros. Debemos orar: “Señor, te ofrezco todo mi ser a Ti y a Tu palabra. Te doy
acceso a cada parte de mi ser. Señor, haz de mi ser un hogar donde puedas morar Tú y
Tu palabra”.
Todos debemos admitir que muchas veces la palabra del Señor ha venido a nosotros,
pero no le hemos dado suficiente cabida en nuestro ser. Al contrario, la limitamos y la
restringimos. Otras veces sí recibimos la palabra de Dios, pero no le damos la libertad de
hacer su hogar en nosotros. Permítame hacerle la siguiente pregunta: En su experiencia,
¿qué es lo que ocupa el primer lugar: la palabra de Dios o usted? No creo que nadie
pueda decir que le da siempre el primer lugar a la palabra de Dios. Tal vez en ocasiones
le demos la preeminencia a la palabra de Cristo y permitamos que ella ocupe el primer
lugar. No obstante, la mayoría de las veces somos nosotros quienes ocupamos el primer
lugar. De una manera secreta reservamos el primer lugar para nuestro yo. Tratamos de
dar a otros la impresión de que el primer lugar lo reservamos para la palabra de Dios,
pero secretamente lo reservamos para nosotros.
Supongamos que usted esté leyendo Mateo 19:16-22 donde el Señor le dice al joven rico
que venda todos sus bienes, los reparta a los pobres, y lo siga. Mientras lee este pasaje
de las Escrituras, es posible que el Señor le pida que abandone ciertas cosas. Esto
pondría a prueba qué es lo que ocupa el primer lugar, si es el yo o la palabra de Dios.
Muchos de nosotros sabemos por experiencia lo difícil que es concederle el primer lugar
a la palabra de Dios. Es por eso que necesitamos la gracia del Señor. Debemos volvernos
al Señor y decirle: “Señor, yo no puedo hacer esto, pero Tú sí puedes. Confío en Ti con
respecto a este asunto”.
Necesitamos que la paz de Cristo arbitre en nosotros para guardarnos en unidad a fin de
que el Señor pueda hablarnos. Luego, debemos cederle el primer lugar a la palabra de
Dios. Si hacemos esto, experimentaremos las distintas funciones que cumple la palabra
de Dios, las cuales son: nos ilumina, nos alimenta, sacia nuestra sed, nos fortalece, nos
lava, nos perfecciona y nos edifica. ¡Cuántos beneficios nos brinda la palabra de Dios!
LLENOS DE GOZO
En 3:16 Pablo dice: “Enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e himnos y
cánticos espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a Dios”. Esto indica que
cuando estamos llenos de la palabra de Dios, el resultado debe ser que estamos llenos de
gozo. Si recibimos la palabra de Dios pero no experimentamos ningún gozo, esto indica
que algo anda mal. Cuando recibimos la palabra de Dios, en realidad recibimos al
Espíritu. Esto debería entusiasmarnos, alegrarnos y hacernos cantar.
En 3:17 y 18 Pablo añade: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo
en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El. Casadas,
estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor”. Aquí vemos el resultado
que se obtiene cuando permitimos que la palabra de Cristo more en nosotros. Si una
esposa está llena de la palabra de Dios, espontáneamente se someterá a su marido.
Asimismo, cuando la palabra de Dios mora en un marido, automáticamente él amará a
su esposa. Las virtudes como el amor y la sumisión provienen de la palabra de Dios que
mora en nosotros.
PERSEVERAR EN LA ORACIÓN
Después de presentar todos estos asuntos, Pablo nos exhorta en 4:2: “Perseverad en la
oración”. Perseverar en la oración significa seguir adelante con persistencia, firmeza y
sinceridad.
Como seres humanos que somos, solemos perseverar en ciertos asuntos, que muchas
veces son negativos. Por ejemplo, es posible que en la vida matrimonial, el esposo y la
esposa perseveren en discutir entre sí con palabras desagradables. Una vez que ellos
comienzan a discutir, les es difícil darse por vencidos. Durante todos los años que llevo
en la vida de iglesia, he observado muchos casos en que los santos insistían en sus ideas,
conceptos u opiniones. No importa de qué se tratara, ellos no estaban dispuestos a
cambiar de parecer. Estos ejemplos negativos nos muestran que sí sabemos lo que
significa perseverar.
ORAR Y LUCHAR
Según lo dicho por Pablo en 4:2, aquello que exige perseverancia es la oración. Debemos
perseverar en la oración porque la oración implica una batalla, una lucha. Dios y
Satanás son dos partes contrarias que se oponen entre sí. El nombre Satanás significa
adversario. Satanás es el enemigo exteriormente así como el adversario interiormente.
Por un lado, él es el enemigo que intenta derrotar a Dios; por otro, él es el adversario
que está dentro del reino de Dios y busca causar daño. Como el adversario, Satanás se
opone a Dios desde el interior de Su reino. Por eso la Biblia indica claramente que aun
hoy en día, Satanás tiene acceso al trono de Dios. En el libro de Job, vemos que Satanás
podía presentarse ante el trono de Dios y acusar a los hombres delante de Él (Job 1:6-
12). No resulta fácil entender por qué Dios permite que Su enemigo tenga tanta libertad.
Según lo revelado en Apocalipsis 12:10, Satanás nos acusa día y noche.
Aunque la batalla que se libra en el universo es entre Dios y Satanás, hay una tercera
parte que también está involucrada en este conflicto. Esta tercera parte la componen
aquellos que Dios escogió y redimió, y son ellos quienes determinarán el resultado de la
batalla. Si nos ponemos del lado de Satanás, Dios perderá, pese a que Él es
todopoderoso. Dios es el Creador infinito y todopoderoso, y como tal, jamás se rebajará
para combatir contra alguna de Sus criaturas. De ahí la necesidad de que el hombre, otra
de Sus criaturas, luche contra Satanás. En un sentido muy real, Dios nos necesita. Sin
nosotros, Él no podría pelear la batalla contra Satanás. Él debe conservar Su posición
como Creador. Ésta es la razón por la que Él necesita que nosotros libremos la batalla.
Ahora bien, si hemos de luchar del lado de Dios en contra de Satanás, es necesario que
perseveremos en la oración. Perseverar en la oración es un requisito indispensable
debido a que el mundo que nos rodea se encuentra alejado de Dios. Es por eso que orar
significa ir en contra de la corriente del universo caído. Perseverar en la oración es como
remar en contra de la corriente. Si uno no persevera en remar, será llevado para abajo
por la corriente. Sin lugar a dudas, el hecho de perseverar, ya sea para remar o para
orar, nos demanda muchísima energía. El universo entero se halla bajo el control de
Satanás y es contrario a la voluntad de Dios. De allí que exista una corriente poderosa en
el mundo que es contraria a la voluntad de Dios. Nosotros, quienes estamos del lado de
Dios, percibimos que todo el universo se opone a nosotros, y específicamente, se opone
a que oremos.
Muchas de las experiencias que tenemos a diario con respecto a nuestra oración
comprueban que Satanás se vale de todos los medios posibles para impedir que oremos.
Por ejemplo, es posible que suene el teléfono justo en el momento más importante de su
tiempo de oración. Usted ha logrado entrar en el Espíritu, y ahora siente que está
tocando los cielos. Justamente en ese momento, suena el teléfono y usted contesta sólo
para darse cuenta de que la persona marcó el número equivocado. El espíritu de oración
en el que usted se hallaba puede verse seriamente afectado por la molestia que le causó
esta llamada. Otras veces somos interrumpidos por nuestros hijos, por personas que
llaman a la puerta o incluso por nuestras mascotas. Debido a que tantas cosas se oponen
a nuestro tiempo de oración, es necesario que perseveremos en oración.
Algunas hermanas dicen que disponen de muy poco tiempo para orar. Tratando de
justificarse, comienzan a enumerar todas sus responsabilidades diarias. No obstante, es
posible que dichas hermanas dispongan de mucho tiempo para chismear por teléfono.
Les es muy fácil hablar por teléfono, pero muy difícil orar. Para ellas, orar es como
escalar una montaña; las agota y les absorbe muchísima energía. Aun así, no se sienten
cansadas cuando cuentan chismes. Este ejemplo nos muestra que la resistencia a la
oración se halla no solamente fuera de nosotros, sino también dentro de nosotros. Es
por eso que a todos nos parece difícil orar.
Ahora que hemos visto la enorme resistencia que hay en contra de la oración, hablemos
de cómo perseverar en la oración de manera práctica. Antes de proponerse perseverar
en oración, usted debe hacer un trato con el Señor con respecto a su vida de oración. Ore
de una manera específica diciendo, por ejemplo: “Señor, he decidido tomar en serio el
asunto de la oración. En presencia de los cielos y la tierra declaro que a partir de hoy
llevaré una vida de oración. Estoy resuelto a dejar de ser alguien que no ora; antes bien,
seré una persona de oración”. Mientras usted no ore así, no podrá perseverar en la
oración. Debemos decirle a Él: “Señor, me siento urgido en cuanto a este asunto. Me
consagro a Ti para llevar una vida de oración. Señor, guárdame en una actitud de
oración. Si me olvido de este asunto o lo descuido, yo sé que Tú no lo olvidarás.
Acuérdame una y otra vez que necesito orar”. Esta clase de oración puede considerarse
como un voto que hacemos delante del Señor. Todos debemos hacer un voto al Señor de
que llevaremos una vida de oración. Deberíamos decirle al Señor: “Señor, yo sé que si
me olvido de esta promesa, Tú no la olvidarás. Señor, desde este mismo momento
quiero entregarte esta responsabilidad. Señor, no me olvides, no dejes de recordarme
que necesito orar”.
Después de hacer este trato con el Señor con respecto a la oración, deberíamos apartar
tiempos específicos para orar. Por ejemplo, podríamos dedicar diez minutos cada
mañana. Durante este tiempo, la oración debe tener absoluta prioridad. Debemos
considerar la oración como la actividad más importante que tenemos y nada debe
interferir con ella. Si no adoptamos esta actitud, nuestra vida de oración no será eficaz.
Por muchas que sean las cosas que tenemos que hacer cada día, podemos dedicar
algunos minutos en distintos segmentos del día para orar. Por ejemplo, podemos orar
un poco por la mañana, después al mediodía, luego al llegar del trabajo y, finalmente,
orar otro poco en la noche. Si apartamos para ello momentos específicos durante el día,
podremos dedicar hasta media hora a tal clase de oración.
Cuando usted ore durante algunos de los momentos fijados de antemano para ello, debe
desconectar el teléfono. Esto le ayudará a eliminar las distracciones. El tiempo de
oración no es un tiempo para recibir llamadas telefónicas. Además, tampoco debe
contestar si alguien llama a la puerta. El tiempo que usted ha apartado para el Señor
debe ser usado sólo para la oración y nada más. Usted debe ser firme y perseverante al
respecto.
Mientras usted ora durante algunos de los momentos que ha prefijado, debe
desconectar el teléfono. Esto le ayudará a eliminar las distracciones. El tiempo de
oración no es un tiempo para recibir llamadas telefónicas. Además, tampoco debe
contestar si alguien llama a la puerta. El tiempo que usted ha apartado al Señor debe ser
usado sólo para la oración y nada más. Al respecto, usted debe ser firme y perseverante.
Para disponer de más tiempo para orar, debemos dedicar menos tiempo a otras
actividades. Por ejemplo, quizás usted pueda reducir el tiempo que pasa arreglándose o
conversando con los demás. Las conversaciones inútiles debilitan nuestro espíritu de
oración, perjudica la atmósfera de oración y desperdicia el tiempo que podríamos usar
para la misma. La batalla que libramos para orar es continua; probablemente durará
hasta la eternidad.
Cuando fijamos nuestra mente en las cosas de arriba durante nuestros momentos de
oración, llegamos a ser un reflejo del ministerio celestial de Cristo. Mediante nuestra
oración, Cristo, la Cabeza, puede llevar a cabo Su administración por medio de Su
Cuerpo. Cuando oramos, somos embajadores celestiales sobre la tierra en
representación del reino de Dios. Sin embargo, cuando nos ponemos a chismear, no
somos embajadores celestiales en lo absoluto. Es sólo cuando oramos que nos
convertimos en embajadores del reino celestial aquí en la tierra de una manera práctica.
Cada vez que oramos, entramos en el Lugar Santísimo y nos acercamos al trono de la
gracia. Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia,
para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Nos acercamos al
trono de la gracia por medio de la oración, y cuando nos acercamos a dicho trono,
recibimos misericordia y gracia para el oportuno socorro. Al acudir en oración al trono
de la gracia, la misericordia y la gracia se convierten en un río que fluye en nosotros y
nos abastece. ¡Cuán gratificador es esto! En realidad, experimentar el fluir de la gracia
en nuestras oraciones resulta más importante aún que ver nuestras oraciones
contestadas. La respuesta a nuestras oraciones se convierte en algo secundario para
nosotros, y lo primordial es que, desde el trono, la gracia pueda fluir como un río en
nuestro ser.
Los cristianos hoy están debilitados porque sus “baterías” espirituales no están
cargadas. Debido a que no oran lo suficiente, experimentan muy poco la trasmisión
celestial. Durante el día debemos “cargarnos” continuamente de la corriente eléctrica
divina. Ésta es ciertamente una de las ventajas de perseverar en la oración.
Otro beneficio de la oración está relacionado con nuestra comunión con el Señor. A
todos nos gusta estar en la presencia del Señor y experimentar Su unción, y también nos
gusta tener comunión con Él. Pero, ¿cómo podemos disfrutar de la presencia del Señor y
tener comunión con Él? La única manera es orar. Cuando oramos, entramos en
comunión con el Señor y tomamos conciencia del hecho de que somos verdaderamente
un solo espíritu con Él, y que Él es un solo espíritu con nosotros. Cuanto más oramos,
más experimentamos que somos uno con el Señor, más disfrutamos de Su presencia y
más comunión tenemos con Él. ¡Qué maravillosa recompensa!
Al principio es difícil llevar una vida de oración apropiada. Pero si usted practica esto
durante mucho tiempo, le será cada vez más fácil, debido a que comenzará a ver los
beneficios de la oración.
Hemos visto que para llevar un andar cristiano normal, debemos fijar nuestra mente en
las cosas de arriba, experimentar la renovación del nuevo hombre, dejar que la paz de
Cristo arbitre en nosotros y permitir que la palabra de Cristo more en nosotros. Sin
embargo, estos cuatro asuntos dependen de la oración; es decir, para practicarlos y
experimentarlos tenemos que orar. La oración nos conduce a la realidad de estos cuatro
asuntos y nos guarda en dicha realidad.
Cuando Pablo nos exhorta a perseverar en la oración, él nos manda a velar en ella con
acción de gracias (4:2). Esto indica que si no le damos gracias al Señor por todo, eso
probablemente se debe a que nuestra vida de oración es deficiente. Debemos dar gracias
a Dios durante todo el día. Debemos ser personas que le ofrecen continuamente
acciones de gracias. Si constantemente le damos gracias al Señor, ¿acaso le sería posible
a un hermano discutir con su esposa? ¡Por supuesto que no! Las discusiones entre los
esposos son un indicio de que ellos no oran lo suficiente. La razón por la cual ellos
argumentan es que les falta orar más. La característica de una persona que ora es que
continuamente da gracias. Si usted es uno que persevera en la oración, siempre le dará
gracias al Señor por todo. Esta práctica de dar gracias al Señor lo guardará en una vida
de oración.
En 4:2 Pablo no nos dice que perseveremos en oración y luego que velemos, sino que
dice: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. Velamos en la
oración cuando damos gracias. Si continuamente le damos gracias al Señor, el
adversario no podrá distraernos y apartarnos de nuestra vida de oración. La oración es
sustentada al velar en ella con acciones de gracias.
LA GRACIA Y LA SABIDURÍA
En 4:6 Pablo dice: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que
sepáis cómo debéis responder a cada uno”. Si somos personas de oración, por un lado
daremos gracias al Señor, y por otro, nuestras palabras serán siempre con gracia. De
nuestra boca fluirán expresiones de agradecimiento para con Dios y de gracia para con
los demás. Es así como nos damos cuenta de que somos personas de oración. No
obstante, si nuestras palabras carecen de gracia, eso indica que nos hace falta orar. Cada
vez que percibamos que nos falta gracia, debemos orar para cargarnos nuevamente de la
electricidad divina. De este modo nuestros labios estarán llenos de gracia.
En 4:5 Pablo dice: “Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo”.
Éste es el resultado de perseverar en la oración. Si oramos sin cesar, le damos gracias a
Dios y permitimos que nuestras palabras estén llenas de gracia, espontáneamente
seremos muy sabios y sabremos cómo redimir el tiempo. No desperdiciaremos el tiempo
en nuestra vida diaria. Si estamos llenos de agradecimiento para con Dios y de gracia
para con los demás, tendremos la sabiduría para andar de una manera que glorifica a
Dios y edifica a los demás. Entonces redimiremos nuestro tiempo.
En cuanto a perseverar en la oración, quisiera repetir una vez más que debemos estar
dispuestos a hacer un trato con el Señor, e incluso a hacerle un voto de que seremos
personas de oración. Si en todas las iglesias los santos hacen esta clase de trato con el
Señor, el recobro se enriquecerá y elevará notablemente. Además de esto, los santos
disfrutarán al Señor, de Su presencia y de Su unción, la cual se nos da para momentos
específicos así como constantemente. Durante todo el día disfrutarán de la sonrisa que
se halla en la faz del Señor. A medida que perseveremos en la oración, la persona
viviente de Cristo vendrá a ser nuestra experiencia y nuestro deleite.