Tiempo de Restauración1
Tiempo de Restauración1
Tiempo de Restauración1
RESTAURACION
ORVILLE SWINDOLL
EDITORIAL LOGOS
Buenos Aires
ILUSTRACION PORTADA: Horacio Caamaño
Copyright 1981 por EDITORIAL LOGOS, Casilla de Correo 2625, Buenos Aires,
República Argentina. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el debido
permiso por escrito de los propietarios. Es propiedad de Editorial Logos. Queda hecho el
depósito que marca la ley 11.723.
Tiraje: 4.000 ejemplares.
DEDICATORIA
A mis amados colegas y co-pastores en la ciudad de Buenos Aires, está dedicada
esta historia de nuestras experiencias comunes.
Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean horrados vuestros pecados; para que
vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os
fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos
de la restauración de todas las cosas; de que habló Dios por boca de sus santos profetas
que han sido desde tiempo antiguo.
Los Hechos de los Apóstoles 3:19-21
CONTENIDO
CAPÍTULO 1 ¿POR QUE DETENERLO? ....................................................................................................... 5
CAPÍTULO 2 INCENDIO EN PASTIZALES SECOS ........................................................................................ 8
¿QUIENES SOMOS? .................................................................................................................................. 11
CAPÍTULO 3 UNIDOS POR EL ESPIRITU ................................................................................................... 13
UN SUEÑO SE CUMPLE ............................................................................................................................ 18
CAPÍTULO 4 AGUAS ABUNDANTES ........................................................................................................... 20
DEMASIADA AGUA .................................................................................................................................... 21
CAPÍTULO 5 TOQUE DE TROMPETA ......................................................................................................... 25
JESUS ES SEÑOR ..................................................................................................................................... 25
CAPÍTULO 6 DISPUESTOS A OBEDECER ................................................................................................. 30
LLEVA TIEMPO .......................................................................................................................................... 33
CAPÍTULO 7 SALONES REPLETOS Y MENSAJEROS UNGIDOS .............................................................. 35
CAPÍTULO 8 TORTUGUITAS Y NEHEMIAS ................................................................................................ 39
TORTUGUITAS ........................................................................................................................................... 43
CAPÍTULO 9 REDIMIDOS PARA SER NORMALES ..................................................................................... 46
CAPÍTULO 10 CAMBIOS Y AJUSTES .......................................................................................................... 51
CAPÍTULO 11 CORRE CON LA VISION....................................................................................................... 58
ENTRE LOS CATOLICOS........................................................................................................................... 62
CAPÍTULO 12 CONFLICTOS Y MADURACION ........................................................................................... 64
CAPÍTULO 13 FUNDAMENTOS PARA LA UNIDAD ..................................................................................... 71
PREGUNTAS DIFICILES ............................................................................................................................ 72
CAPÍTULO 14 EDIFICANDO CON LA PALABRA ......................................................................................... 78
LA VOLUNTAD DE DIOS PARA NUESTRAS VIDAS ................................................................................. 81
LA FE ES LA CLAVE................................................................................................................................... 83
CAPÍTULO 15 UNA PUERTA, UNA META Y UN CAMINO ........................................................................... 85
CAPÍTULO 16 DIFICULTADES Y DEFINICIONES ........................................................................................ 90
CLARIFICANDO LAS RELACIONES VERTICALES ................................................................................... 91
‘CUCHILLO SUAVE’.................................................................................................................................... 92
CAPÍTULO 17 TRABAJANDO EN LAS CASAS ............................................................................................ 95
UN NUEVO COMIENZO ........................................................................................................................... 100
CAPÍTULO 18 FUSIONANDONOS PARA TRABAJAR MEJOR .................................................................. 103
OTROS CAMBIOS .................................................................................................................................... 105
CAPÍTULO 19 UN MARCO MORAL ........................................................................................................... 109
CAPÍTULO 20 MARGEN PARA CRECER .................................................................................................. 115
REACCION EN CADENA .......................................................................................................................... 117
CAPÍTULO 21 EPILOGO: NUESTRA VISION Y FE .................................................................................... 122
LA ‘UTOPIA’ DE DIOS .............................................................................................................................. 123
En los diferentes países por donde hemos viajado, tanto en América del Norte, del
Sur, como en Europa, invariablemente nos han formulado algunas preguntas: ¿Cómo
entienden los hermanos en Argentina este asunto del discipulado? ¿Cuándo comenzaron
Uds. a usar la frase “Evangelio del Reino”? ¿Qué entienden por ello? ¿Cómo comenzó
todo? ¿Qué es lo que los unió, proviniendo de tan diferentes trasfondos
denominacionales, y qué es lo que los ha mantenido juntos por tanto tiempo?
¿Cómo funcionan los grupos caseros en la ciudad de Buenos Aires? ¿Qué hacen
Uds. con respecto a los edificios, a los templos? ¿Qué quieren decir con el término
“unidad de la iglesia”, y cómo la practican? ¿Cómo entrenan a sus líderes sin seminarios
ni escuelas bíblicas? ¿Cuál es su relación con todos los otros grupos existentes, sean
católico-romanos o evangélicos?
Este libro ha sido escrito como una respuesta a estas y a muchas otras preguntas.
Esencialmente, es la historia de un grupo de pastores en Buenos Aires: lo que
descubrimos juntos; nuestras alegrías y victorias, nuestras preocupaciones y pruebas.
Este no es un libro con respuestas fáciles, sino más bien una simple crónica de nuestras
experiencias acerca de la forma en que el Señor nos unió y nos enseñó algunas verda-
des claves sobre la vida y la realidad de la iglesia.
No tengo ninguna intención de hacer esta historia más grande, o más amplia, de lo
que es en realidad. Hace tiempo que he descartado las exageraciones, las distorsiones y
las interpretaciones interesadas en el relato de los hechos. Solía desanimarme al leer en
las Escrituras acerca de las debilidades y fracasos de hombres de Dios altamente
estimados. Los relatos bíblicos a menudo dejan ver algunas fallas escandalosas en las
vidas de estos hombres. Pero esa era la realidad. Esos relatos imparciales ahora me
impresionan por su honestidad y realismo.
Yo dudé durante cierto tiempo antes de aceptar el desafío de escribir esta historia.
Obviamente, está inconclusa. Pero luego de discutir el asunto con mis colegas, ellos me
animaron a seguir adelante. En realidad, esta relación es tanto de ellos como mía. Los
amigos que iban leyendo el manuscrito, a medida que lo iba desarrollando, compartían la
misma opinión y aun la enriquecían con sus aportes. Personalmente, ha sido una
experiencia gratificante el haber podido escribirlo. Me ha ayudado grandemente a
desarrollar un mejor sentido de perspectiva y una mayor capacidad de evaluación en lo
que respecta al contexto de nuestras relaciones y la naturaleza de nuestro ministerio.
Uno de mis objetivos más importantes ha sido comunicar a mis lectores la necesidad
de ver los diferentes aspectos y énfasis, dentro del contexto de la iglesia.
Buenos Aires es una ciudad bulliciosa en la que viven más de diez millones de
personas a un ritmo intensamente activo y febril. Es un crisol étnico que durante décadas
ha abierto sus puertas a multitudes de inmigrantes provenientes en su mayoría del sur de
Europa. Pero no solamente italianos y españoles se han establecido en ella; miles de
alemanes, rusos, armenios, judíos y otros de diferentes nacionalidades han buscado en
sus playas refugio de las guerras que arrasaban Europa. Han venido tantos que, en
algunos períodos de este siglo, los nativos eran menos de la mitad de su población.
La primera impresión que el visitante extranjero recibe cuando camina por las calles
de esta ciudad, con la mezcla de su arquitectura antigua y ornamental, y sus modernos
rascacielos, es la de una típica ciudad europea. Algunos han estado tentados a
comenzar a dialogar con algún transeúnte en alemán, o en italiano, o en inglés, ya que
sus rasgos fisonómicos, o la vestimenta, parecían indicar claramente su origen.
Pero Buenos Aires no ha perdido del todo su estilo romántico y latino de vida. Aún
entre el tránsito vertiginoso, la gente encuentra tiempo para sentarse en un “café”, o para
pasear a su perro; o aun para recostarse sobre el césped, de un verde acogedor, que
abunda en las plazas que aparecen cada diez o doce cuadras a todo lo largo y ancho de
la ciudad.
Los bosques de Palermo son un paraíso para los soñadores. Se extienden sobre
varias hectáreas entre la costa del río y una de las áreas residenciales más sofisticadas.
Su césped, bien cuidado, y sus lagos artificiales, atraen multitudes de habitantes de la
ciudad para picnics y paseos.
Precisamente este fue el escenario que apareció ante Jorge Himitián durante un
sueño que tuvo en agosto de 1967. Jorge, joven y soltero en ese entonces, era el pastor
de una congregación de una de las áreas menos prósperas de Buenos Aires. Nos
habíamos conocido unos pocos meses antes, y muy pronto nos convertimos en buenos
amigos. En el sueño, su familia y la mía estaban juntas paseando en el parque. Mientras
estábamos charlando, oyó una voz desde el cielo ordenándole que construyera diques.
Sorprendido por lo que oía, levantó su vista para encontrarse con una mano gigantesca
que se movía trazando la forma de un dique. Y con ese trazo, un gran dique quedaba
erigido en medio del parque. Quedó asombrado, preguntándose: “¿Para qué un dique
aquí, si estamos a más de tres kilómetros del río?”
¿QUIENES SOMOS?
A esta altura, dos o tres cosas habían provocado cambios significativos en las
reuniones comenzadas a principios del año: Primero, la mayor parte de la gente había
sido llena del Espíritu Santo, lo cual dio una fisonomía coherente a un grupo que,
proviniendo de diferentes y variados trasfondos denominacionales, comenzaba a
descubrir una nueva y dinámica identidad en estos encuentros de los lunes. En efecto, la
mayor parte de ellos eran hermanos libres, pero había también bautistas, menonitas,
miembros de la Alianza Cristiana y Misionera, de la Unión Evangélica de Sud América y
algunos hermanos independientes; sin embargo, algo les llevaba a compartir e identi-
ficarse en esta experiencia vital y feliz.
En segundo lugar, la tónica general de las reuniones había cambiado. El clamor de
necesidad y las confesiones de aridez espiritual de un principio, dieron paso a
expresiones de júbilo; a testimonios de victoria y de oraciones contestadas; a
exhortaciones de fe. La oración se había convertido en la expresión sobresaliente; la
adoración, en la nota dominante. El amor entre los hermanos se agigantaba y la
creciente fe hacía que todos esperásemos cosas tremendas del Señor.
Finalmente, unos diez pastores y ancianos que participábamos regularmente en las
reuniones comenzamos a movemos hacia una relación de mayor intimidad. Estos
hombres empezaron a emerger como líderes de este nuevo movimiento de renovación
espiritual de las iglesias, y frecuentemente se les solicitaba colaboración y consejo.
Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio.
Salmo 50:5
A mediados de 1967, un visitante de EE.UU. nos contó una historia acerca de unos
patos de raza. El propietario de estas aves las había separado cuidadosamente por
medio de cercos, de acuerdo a sus varias especies. Todo anduvo bien hasta que llegó
una inundación que hizo subir el nivel de las aguas por encima de los cercos de
separación. Cuando esto ocurrió, todos los esfuerzos realizados para evitar que las dife-
rentes especies se mezclaran fueron vanos, y lo que es más, los patos parecían disfrutar
de la libertad que tenían, y de sus nuevos compañeros.
Todos captamos el mensaje. La ilustración se adaptaba perfectamente a nuestra
situación. Muchos de aquellos que asistían a las reuniones en la casa de Darling habían
estado celosamente encasillados dentro de cercos denominacionales. En general, las
relaciones entre las varias denominaciones evangélicas eran amistosas; y existía cierta
cooperación en algunas actividades especiales, como los programas de las Sociedades
Bíblicas, las campañas unidas de evangelizaron con figuras de renombre, como Oswald
Smith y Billy Graham, etc. Sin embargo, cualquier cosa que involucrara más que esto
tendía a ser resistida.
Probablemente, fue la situación legal de las iglesias en Argentina lo que fomentó esta
actitud sectaria. Desde la década del 40 ha estado en vigencia una ley nacional que
requiere que todos los grupos no católicos se registren ante las autoridades civiles,
indicando su filiación, lugares de reunión, estatutos, posición doctrinal y forma de
gobierno. La ley adquirió contornos rígidos en algunos momentos, así como se flexibilizó
en otros. Todo dependía del grupo político que hubiera en el poder. De cualquier forma,
esto tendió a frenar el crecimiento de los grupos espontáneos y a fortalecer la posición de
aquellos que tenían la debida autorización legal. Algunos de los líderes
denominacionales usaban esto como un medio para forzar la conformidad bajo la
amenaza de denunciar a quienes intentaban desviarse de la tradición.
Sin embargo, la vitalidad espiritual de estas reuniones de los lunes a la noche, junto
con la aclaración de que no teníamos intenciones de convertimos en otra denominación,
tendió a despejar el ambiente de cualquier lucha sectaria. Más aún, los responsables de
la dirección de estos encuentros, que actuaban siempre en forma plural y variada,
semana tras semana, eran en su mayor parte pastores, o ancianos, de distintas
congregaciones existentes en diferentes áreas de Buenos Aires.
Había otro miembro del mismo equipo evangelístico que, aún antes que Ericsson,
estaba experimentando profundas inquietudes. Ellas se originaban al ver la
inconsistencia de su posición como fundamentalista bíblico y, a la vez, su falta de
vitalidad espiritual. Este hombre, Ivan Baker, era un experto en ganar almas} desde su
Keith Bentson había servido ya durante cuatro años como misionero en Uruguay
cuando vino con su familia a la Argentina en 1958. De trasfondo presbiteriano, había
cursado estudios en la escuela bíblica BIOLA en Los Ángeles, California. Allí conoció a
Dick Hillis, quien había sido misionero en China y más tarde fundador de una misión de
vanguardia llamada Overseas Crusades (SEPAL, en Sud América). Luego de un primer
período con otra misión en Uruguay, Keith y Roberta, su esposa, se asociaron con la
misión de Hillis y vinieron a Argentina; se establecieron primero en la ciudad de Córdoba,
y luego en Buenos Aires, en 1965.
Keith ha sido siempre poseedor de un agradable don de gentes, así que pronto se
ganó el corazón de muchos creyentes y pastores en la Argentina, especialmente entre
las iglesias de la Unión Evangélica de Sud América, de los hermanos libres, bautistas y
de la Alianza Cristiana y Misionera. Pronto le fue ofrecida la dirección de un pequeño
periódico evangelístico mensual de cuatro páginas llamado LA VOZ, que tenía una
amplia distribución en las iglesias del país. También comenzó a predicar activamente en
conferencias especiales, campamentos juveniles, escuelas bíblicas, cruzadas
evangelísticas y dondequiera que se le abrieran las puertas. En todas partes su metro
noventa de estatura y su amplia sonrisa, sumadas a su gran calidad humana, causaban
buena impresión. Sus oyentes quedaban encantados por su sinceridad y su elocuente
presentación sobre el amor y la verdad del evangelio. • í
A pesar de que siempre estaba listo para enseñar y compartir con otros cualquier
cosa que el Señor hubiera hecho real en su vida, también estaba siempre dispuesto a
aprender; ya fuere a los pies de un simple granjero o de un teólogo experimentado: en
todo momento buscaba extraer lo mejor y más profundo de un hombre. Su espíritu
estaba abierto a la multiforme gracia y a los diferentes caminos de Dios. Nunca se cansó
de extender su mano generosamente, o de compartir cualquier carga o trabajo que
estuviera dentro de sus posibilidades. Keith ha sido siempre reconocido por los
argentinos como un hombre amante de la gente, cuyo corazón y cuyo hogar estuvieron
permanentemente abiertos para todos; tanto para los que buscaban consuelo y
orientación, como para los siervos de Dios, necesitados de descanso.
Pero, detrás de todas estas manifestaciones externas, fue siempre un hombre
consagrado a la oración, y un amante de la Palabra de Dios. Años atrás, un pastor del
interior del país, no particularmente afecto a Keith, me dijo: “Yo realmente no estoy de
UN SUEÑO SE CUMPLE
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Romanos 8:14
Jorge Himitián, otro joven pastor, participante activo en esas reuniones en la casa de
Darling desde el principio, fue destinado a jugar un papel principal en todo el contexto, y a
anunciar, con voz de clarín, muchos de los pasos que daríamos en los años sucesivos.
Nacido en Haifa, Palestina, bajo bandera británica y de nacionalidad armenia, su familia
tuvo que huir cuando los israelitas invadieron aquella tierra en 1948. Jorge tenía apenas
siete años, y era el único hijo varón de una familia que contaba con cuatro hijas. Pronto
se radicaron en Argentina, donde su padre y su tío comenzaron a trabajar, con otro
pariente, en un almacén de suelas.
Viviendo apretados en un departamento pequeño, Jorge pasaba una buena parte de
cada día en la calle, aprendiendo el lenguaje y las modalidades del mundo desde
temprana edad. En 1957 el evangelista Vahram Tatikian vino a Buenos Aires y tuvo un
ministerio fructífero entre la extensa comunidad armenia. Jorge cayó bajo la convicción
del Espíritu Santo y experimentó una profunda conversión a los 15 años. Casi
inmediatamente comenzó a testificar a otros, y pronto estuvo predicando en la calle y en
plazas atestadas de gente. Siendo muy despierto e inteligente, desarrolló muy pronto un
estilo fervoroso de predicación y aprendió a comunicar el evangelio con mucha con-
vicción y eficacia.
Por otra parte, y antes de terminar la escuela secundaria, ya estaba llevando los libros
de contabilidad de una fábrica de zapatos. Entretanto que se preparaba para rendir los
exámenes de ingreso a la facultad de ingeniería, el Señor trató con él profundamente
sobre la necesidad de dejar sus ambiciones. Una vez que hubo rendido con éxito dichos
exámenes, abandonó sus propios planes y se inscribió, en cambio, en el Instituto Bíblico
de la Alianza Cristiana y Misionera en el curso pastoral de cuatro años. Para la fecha en
que comenzó los estudios, ya tenía varios años de experiencia en la predicación del
evangelio, y había desarrollado una intensa vida devocional con el Señor. El rector del
instituto, Myron Voth, nos comentó, más tarde, a algunos de nosotros, que Jorge tenía el
coeficiente de inteligencia más elevado de todos los alumnos que habían pasado por la
escuela, y que su dedicación al Señor fue siempre un ejemplo para los demás
estudiantes.
Cuando Jorge y yo nos vimos por primera vez, el 1° de enero de 1967, ambos
habíamos sido invitados a dar conferencias en un campamento de Juventud para Cristo
DEMASIADA AGUA
Entre los que asistían noche tras noche había varios estudiantes del Seminario
Bautista. Uno de ellos tuvo una experiencia inolvidable. Al final de una de las reuniones,
estábamos orando con aquellos que querían ser llenos del Espíritu Santo. El joven
estaba suplicando, casi en angustia: “¡Oh, Dios, tengo tanta sed! ¡Oh, Dios, quiero beber
de tu río … Lléname esta noche!”. Cuando le impusimos las manos en oración, el Señor
le llenó y le hizo rebosar de tal manera que no sabía qué hacer consigo mismo. Lloró,
gritó, alabó a Dios en otras lenguas, saltó; en fin, desbordó de gozo.
La noche siguiente estuvo en la reunión de nuevo, y fue imposible contenerlo.
Entretanto que adorábamos al Señor, este poderoso río celestial saltó de su interior, y él
gritó, “¡Oh, Dios, ¿Qué hago con tanta agua?!”
Durante esas semanas, el Señor estaba transformando a la congregación entera.
Muchos eran llenos del Espíritu Santo, la mayoría estaba aprendiendo a adorar y dar
culto a Dios y todos cantaban coros nuevos que parecían elevamos a los portales de la
gloria. Una noche, les enseñé un coro suave de adoración que, evidentemente,
Fue durante esos días que Jorge tuvo el sueño acerca de los diques, relatado en el
primer capítulo. Esa revelación iba a tener una función rectora, con el devenir de los
acontecimientos, en la vida de la mayoría de nosotros durante los años siguientes. Entre
los pastores que se reunían los sábados por la mañana, conversamos sobre sus
implicancias a la luz de lo que estaba sucediendo en las reuniones de los lunes por la
noche. Todos, de común acuerdo, confesamos sentir la presencia de Dios con nosotros,
pero admitimos que no había mucha claridad sobre la dirección que debían tomar las
cosas. Creíamos que uno de los elementos más necesarios sería el poder contar con un
núcleo de hombres bien ‘sintonizados' con el mover del Espíritu Santo; hombres que
podrían colaborar inteligentemente y con fe en la obra del Espíritu; hombres
En su temprana juventud Jorge Himitián había frecuentado las reuniones del Ejército
de Salvación cerca de su casa, y había quedado fascinado por la banda de música. Algo
había en ella que atrajo su vivaz personalidad. Desde los nueve años, y hasta los
catorce, estudió violín por insistencia de sus padres. Y aunque esto le dio una formación
musical adecuada, nunca tomó demasiado en serio este instrumento.
A los dieciséis años comenzó a tocar la trompeta, y pronto la usó para reunir
auditorios considerables al aire libre, en las calles y plazas de Buenos Aires. Más tarde,
con el grupo JEU (Juventud Evangelizadora Unida) Jorge viajó por todo el país y el
Uruguay; siempre acompañado de su trompeta.
Aunque nunca se consideró un músico consumado, sí es un amante cultor de la
buena música; y un creador, ya que varias de las canciones que cantamos fueron
compuestas por él. Como ejecutante, Jorge parecía estar igualmente cómodo con una
guitarra en sus manos como ante el teclado de un piano u órgano, o con una trompeta.
Pero en la mente de la mayoría de los que lo conocemos bien, la trompeta es el
instrumento que asociamos con él más fácilmente, ya que parece compatibilizar mejor
con su estilo y temperamento.
La trompeta, a diferencia de los instrumentos de cuerda o de teclado, toca una sola
nota por vez. Si esa nota suena con precisión y vigor, generalmente sobrepasa a todos
los otros instrumentos de la orquesta. En materia espiritual Jorge siempre ha con-
siderado que, cualquiera sea la nota que deba comunicarse, debe expresarse con
claridad y convicción.
JESUS ES SEÑOR
TERMINOLOGIA MOLESTA
Algo se hizo especialmente claro: así como no puede haber marido sin esposa, ni
padre sin hijo, tampoco puede haber señor sin siervo. Por lo tanto, al establecerse el
señorío de Cristo, el rol del siervo (esclavo) quedaba clarificado. Este término, también
frecuente en el Nuevo Testamento, por ser comúnmente traducido como “siervo”, resulta
oscuro en su significado, especialmente para la mentalidad de nuestro siglo XX.
Todo esclavo del primer siglo —y había muchos- sabía perfectamente bien que el
deseo de su amo era una orden. Una correcta actitud de su parte se expresaba así:
“¿Qué desea mi señor de su siervo?” Jorge vio que esta actitud era justamente la que
faltaba en el cristianismo de nuestro tiempo. Tendemos más bien a argumentar y razonar
con el Señor que a obedecerle sin reservas. Con tal actitud no estamos reconociéndole
como Señor. Así que esta palabra nos coloca en una posición bastante incómoda.
El resultado de esta falta de sumisión es evidente. La palabra de Dios no es tomada
en serio; sus mandamientos son desobedecidos; su derecho a gobernar nuestras vidas
es cuestionado. En su lugar, encontramos iglesias plagadas de filosofías humanistas; de
ambiciosos programas estructurados por hombres; de falta de interés y efectividad en la
oración, y de una total pérdida de vigor espiritual.
¡Qué contraste con los primeros cristianos! Muchos dejaron literalmente todo para
seguir a Jesús. Algunos pagaron con sus vidas su lealtad a Cristo. La conciencia de su
necesidad espiritual, y su total rendición al Señor Jesús, les mantenía íntimamente
unidos en comunidades que brillaban como luminares en el oscuro mundo pagano,
motivado sólo por el egoísmo, la inseguridad y los temores.
El sencillo mensaje del evangelio comenzó a realzarse y otra vez a destacar sus
verdades básicas, es decir, que todos hemos pecado y nos descarriamos; que hemos
vuelto nuestras espaldas a Dios, prefiriendo conducir nuestras vidas de acuerdo a
nuestro propio criterio. Jesús vino para vivir como un hombre bajo la autoridad de Dios
sobre esta tierra, para restaurar el plan original de Dios para los hombres, para
mostrarnos que la paz y el gozo son el resultado de obedecer a Dios y de vivir en una
correcta relación con El. A causa de su total sumisión al deseo de su Padre, Jesús
En la medida que estas verdades empezaron a tomar forma, todo el cuadro comenzó
a enfocarse. Jesús hablaba acerca de un reino, un gobierno. Había denominado su
mensaje como “el evangelio del reino de Dios”. Ahora, en el contexto que iba apare-
ciendo en la mente de Jorge, el gobierno de Dios comenzaba a tener sentido; no como
algo relegado para el futuro o para la eternidad únicamente, sino más bien como algo de
una importancia extrema para “aquí y ahora”.
Supo en su interior que nunca había predicado este evangelio del reino. Pero
vislumbraba cuán poderoso instrumento podía llegar a ser en las manos de Dios, qué
desafío podía traer a pecadores indiferentes o desesperanzados, y qué esperanza sería
capaz de engendrar en los corazones de los enfermos espirituales.
Así fue como comenzó a exponer este evangelio del reino de Dios en aquel
memorable domingo de enero de 1968. Continuó durante los dos siguientes domingos
con el mismo tema. Luego Ortiz le pidió dar la misma serie en su congregación en la calle
Hidalgo. Pronto se corrió la voz en el interior del país, y Jorge se encontró predicando el
evangelio del gobierno de Dios en la ciudad de Santa Fe, y luego en las provincias de
Tucumán, Salta y Chaco.
Cuanto más predicaba, más surgía la convicción de que este evangelio sencillo y
contundente, era en verdad, el “poder de Dios para salvación para todo aquel que cree”.
A comienzos del siguiente año, habiendo pulido y refinado su presentación, desarrolló la
serie entera en Buenos Aires, los lunes a la noche. Esta vez los mensajes fueron
grabados y comenzaron a circular copias en cassette. Sin embargo, no fue hasta 1974
que la serie completa se imprimió como libro.
Aunque Jorge introducía variaciones menores, de acuerdo a lo que él sentía como
Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra, Por tanto, id, y haced discípulos a
todas las naciones.
Mateo 28:18,19
LLEVA TIEMPO
El interés por las reuniones de los lunes a la noche iba creciendo rápidamente. A
comienzos del año 1968 alquilamos un hermoso salón en el centro comercial de Buenos
Aires para estos cultos, ya que era obvio que la multitud era demasiado grande para
continuar en el hogar de los Darling. El propietario del salón, un judío, se sentía feliz de
tenernos, ya que era muy difícil alquilar el salón los días lunes. Tenía trescientas sillas,
que fueron suficientes para comenzar, pero no pasó mucho tiempo antes de que el lugar
estuviera repleto. Entonces, él compró doscientas más. A mediados de 1969, seiscientas
o más personas se apiñaban allí todos los lunes a la noche. Alguien hizo el comentario
que el lugar estaba tan lleno, que si uno levantaba las manos para adorar, luego ¡no
podía bajarlas!
La gente parecía venir de todas partes. Muchos líderes y pastores de iglesias,
importantes llegaban sigilosamente cuando la reunión ya había comenzado, y se
quedaban parados en la parte posterior.
A esta altura la reunión ya había adquirido una fisonomía propia. Los diferentes
pastores se turnaban en la conducción del culto, y durante la primera hora,
aproximadamente, había una victoriosa alabanza y una profunda adoración al Señor.
Uno o dos coros, o pasajes bíblicos, a los cuales se les había puesto música, se
enseñaban cada semana. Ocasionalmente, durante este tiempo de adoración, los
nuevos eran llenos del Espíritu, aunque con más frecuencia esto ocurría al terminar la
reunión.
La ofrenda se levantaba sin ningún tipo de presiones, y era siempre mayor que
nuestras necesidades inmediatas. Con el excedente de estos fondos, a menudo,
ayudábamos a pastores que estaban pasando por momentos duros; o cubríamos parte
de los gastos de algún retiro espiritual, o pagábamos el viaje de algún hermano que
estaba ministrando en otros lugares. Ortiz había dado una serie de mensajes sobre la
mayordomía cristiana mientras aún estábamos en el hogar de los Darling, que había
movido a la gente a diezmar y aún más que eso, de manera que nunca teníamos
problemas financieros.
Siempre había un ministerio de la palabra de Dios. Era muy difícil que alguien
predicara por menos de una hora. Generalmente, el ministerio se extendía a noventa
En alguna medida nos íbamos dando cuenta de que Dios estaba interesado en algo
más que la renovación de su iglesia; en algo más que un despertar carismático. Ya
éramos vistos, por muchos, como una amenaza para las iglesias existentes, más que
como una esperanza de renovación, como nosotros, ingenuamente, nos veíamos.
Muchos de los hermanos que estaban con nosotros eran acusados de pentecostales;
mientras que a Ortiz sus colegas de las Asambleas de Dios le cuestionaban por
asociarse con hermanos libres.
Todos deseaban identificarnos, colgamos alguna etiqueta. Debido a que con
frecuencia nos referíamos al “mover del Espíritu Santo para renovar la iglesia en
Argentina”, pronto fuimos conocidos por este nombre: “el movimiento de renovación
espiritual”. O más simplemente, por “el movimiento”. Esta identificación era tan buena
como cualquier otra, supusimos; de cualquier manera, nunca adoptamos un nombre
oficial.
Toda nuestra parte organizativa estaba limitada a lo necesario para funcionar con
decencia y orden. Se nombró un tesorero para las reuniones de los lunes, y el dinero
recogido era administrado en forma conjunta por el grupo de pastores. Cuando se
planeaban conferencias especiales, o un retiro, se establecía un comité, el cual cesaba
en sus funciones al terminar el evento. Las congregaciones continuaban siendo autó-
nomas, o seguían perteneciendo a sus denominaciones, de acuerdo al deseo de cada
grupo. No se realizó ningún esfuerzo para reunirlas bajo alguna clase de organización
madre.
Los pastores continuábamos reuniéndonos los sábados por la mañana para la
En nuestra trayectoria, los retiros espirituales celebrados de tanto en tanto han jugado
un papel muy importante. Desde el año 1965, muchos de los pasos significativos han
sido tomados, o claramente indicados por el Señor a nosotros, en los retiros. Estaban
destinados a cumplir una función vital aún en los próximos años. De modo que, a esta
altura, nos parecía lógico planear otro retiro, pidiendo al Señor que diera a su pueblo una
clara dirección a través de él. Recién nos habíamos enterado de que Keith Bentson,
después de una ausencia de diecisiete meses, estaría de paso por Argentina en octubre,
así que fijamos la fecha del retiro para coincidir con su visita y le invitamos a ser uno de
los oradores.
La elección del otro orador recayó unánimemente en Juan Carlos Ortiz, uno de
nuestro propio grupo que había sido inquietado como todos a buscar a Dios para recibir
orientación. A medida que se acercaba la fecha, aumentaba nuestra expectativa.
Teníamos la seguridad de que Dios nos daría justo lo que precisábamos.
Ortiz fue uno de los primeros en invitar a Himitián a su congregación para dar la serie
sobre el reino de Dios y estaba plenamente persuadido de la validez y actualidad de esta
verdad. También había pasado mucho tiempo con Baker y se estaba moviendo en la mis-
ma dirección que él, procurando reorientar a su pueblo, y ya había experimentado un
marcado crecimiento numérico. Ortiz tiene una mente excepcionalmente ágil y una
habilidad poco común de comunicar con elocuencia cualquier faceta de la verdad que
siente en su corazón. Por lo tanto, nos parecía muy apropiado que él nos expusiera la
Palabra de Dios en el retiro.
En su primer mensaje —sobre el tema general de la evangelización— hablo de la
base esencial para una extensión eficaz: el clima espiritual de la iglesia. Comparó la
iglesia a un matrimonio; donde hay armonía y amor, es casi seguro que habrá hijos.
Señaló que la cuestión de ganar a otros para Cristo no debe ser por un esfuerzo especial
de los creyentes, sino el resultado de una vida normal.
Su segundo mensaje consistió en un desarrollo del evangelio del reino, con énfasis en
Jesucristo como Rey y Señor. Subrayó la necesidad de una rendición incondicional a
A comienzos del año 1969 Pablo Pachalian, joven pastor bautista de la ciudad de
Pergamino, nos invitó a Jorge y a mí para una serie de conferencias. Había sido lleno por
el Espíritu Santo hacía un par de años y con un corazón ferviente y gozoso estaba
conduciendo a su congregación a una renovación espiritual.
Hubo una buena receptividad y nos gozamos en la comunión con los santos allí, pero
Jorge y yo estábamos especialmente contentos por la oportunidad que tuvimos de orar
juntos y de conversar intensamente. Algo se estaba gestando dentro nuestro y sobre
todo eso teníamos que profundizar.
A esta altura, ambos habíamos realizado ya un extenso ministerio itinerante en
iglesias, campamentos juveniles, retiros espirituales, conferencias en escuelas bíblicas,
convenciones denominacionales y seminarios para pastores y líderes. Era evidente que
el Señor estaba pasando por encima de toda clase de barreras eclesiásticas. Casi no
quedaba en el país ningún grupo evangélico que no hubiera experimentado en alguna
medida una brisa fresca del cielo. Algunos resistían con firmeza, pero otros la recibían,
encontrando un nuevo gozo en su andar, un nuevo interés en las Sagradas Escrituras y
una renovada fe en sus oraciones.
Otra cosa se nos hizo muy clara a los dos al evaluar el significado de todo lo que
estaba sucediendo en derredor nuestro: Dios estaba haciendo algo que iba más allá de
todas nuestras tradiciones, organizaciones y expectativas. Podíamos ver que este
derramamiento del Espíritu no había venido con el propósito de hacemos mejores
bautistas, metodistas, anglicanos o hermanos libres. Esto podría darse como
consecuencia inicialmente, pero no era la meta. Sencillamente, veíamos que el Espíritu
Santo no tenía interés en edificar estructuras denominacionales. El edifica la iglesia, el
cuerpo de Cristo. Los hombres edifican las estructuras denominacionales.
TENSION ECLESIASTICA
Sin embargo, no nos movía ningún sentido de hostilidad para con las diferentes
estructuras eclesiásticas donde nos tocó ministrar tan frecuentemente. Nos re-
gocijábamos al ver al Señor obrando gloriosamente entre todos, atrayendo la gente a sí
mismo, edificando a los santos, animando a los pastores y líderes de las iglesias y
A comienzos de abril del mismo año, en una reunión de los lunes, Jorge Himitián dio
un mensaje sobre la unidad de todo el pueblo de Dios. Señaló el error que cometen
muchos al considerar a la iglesia bajo dos aspectos: por un lado, como una entidad ce-
lestial, mística, hermosa, ideal* en la mente de Dios; y por el otro, como una
muchedumbre fraccionada, despreciada y esparcida en la tierra. Nos exhortó a no
separar más las epístolas de Pablo en secciones “doctrinales” y “prácticas” para justificar
la gran diferencia que existe entre estos dos aspectos de nuestra experiencia.
Enfatizó especialmente Efesios, cap. 4. Subrayó dos realidades establecidas por Dios
que debemos tener en cuenta, tanto en nuestros conceptos teóricos como en la práctica
de la iglesia: (1) que la conformación legítima de la iglesia local abarca todo el número de
los redimidos en una ciudad, y (2) que en esa misma área Dios ha dado a la iglesia dones
y ministerios, los cuales deben ser reconocidos por todos los cristianos allí. Además,
todos estos dones y ministerios deben ejercerse en unidad, para la edificación de la co-
munidad entera.
Todo esto fue ilustrado con el relato bíblico de la iglesia en Jerusalén, donde todos los
apóstoles ministraban a todos los santos. En parte debido a la enorme cantidad de
cristianos de la iglesia allí, la vida en comunidad encontró su expresión práctica en dos
niveles (Hechos 5:42; etc.): (1) todos juntos, y (2) por las casas, obviamente en pequeños
grupos. Los apóstoles no dividieron a los redimidos en doce grupos diferentes, a fin de
que cada uno pudiera pastorear una congregación. Más bien, guardaron en la práctica la
unidad del Espíritu.
Después de dar el mensaje, Jorge me confió que tenía algunas reservas, no con
respecto al contenido, sino más bien si habría sido ese el momento más apropiado para
darlo. Se preguntaba de qué manera habría sido recibida la palabra, y si él no habría
resultado demasiado apresurado o impositivo.
Pero no tenía por qué preocuparse. ¡El impacto fue tremendo! Un hermano tras otro
se nos acercó para decirnos que la proclamación de estas verdades había roto las
TORTUGUITAS
Hay una pequeña localidad suburbana al noroeste de Buenos Aires, sobre la ruta
nacional Nro. 8, llamada Tortuguitas. Fue allí, en una casa prestada, que una docena de
Los doce o más pastores de Buenos Aires que se reunían regularmente y llevaban la
responsabilidad principal de los encuentros los lunes por la noche éramos
eminentemente hombres de vocación pastoral. Todos amábamos a la iglesia y sentíamos
un creciente compromiso con la unidad de la misma. Nunca habíamos pensado de
nosotros mismos como teólogos en el sentido estricto del término, pero tampoco éramos
místicos. Nuestros intereses y experiencias en común habían amalgamado a un grupo de
hombres que ya eran líderes capacitados y efectivos. Ninguno de ellos podría haber sido
clasificado como ‘individualista’. Es decir, nadie desarrolló una mentalidad de “llanero
solitario”. Desde el principio se destacó en el conjunto de pastores un sincero
compromiso de permanecer unidos y trabajar en equipo.
Pienso que sería correcto decir que nuestros distintos dones se manifestaban
mayormente a través de la predicación; especialmente en los primeros años de nuestra
relación. Éramos articuladores; aunque, obviamente, algunos eran más elocuentes que
otros. Pero, a medida que crecíamos juntos a través de los años, nuestra intimidad y
honestidad nos impusieron otra prioridad: la necesidad de ser intensamente prácticos. En
una palabra, buscábamos hallar una expresión muy práctica de la vida llena del Espíritu
Santo.
Debido a la dimensión dinámica y efusiva del Espíritu Santo, diferentes
manifestaciones carismáticas se han evidenciado siempre entre nosotros. Por eso, mu-
chos de los que nos han visitado se han referido a nosotros como un movimiento
carismático. Como suele suceder (por lo menos, desde el tiempo en que Pablo tenía
problemas con los corintios), ha habido tanto manifestaciones espurias como genuinas.
En capítulos anteriores hice referencia a un par de sueños que sirvieron como
indicadores del camino en ciertas ocasiones. El hablar en lenguas ha sido una
experiencia común en la oración y adoración, mientras que el don acompañante de
interpretación ha traído edificación a los santos de tiempo en tiempo. Se han escuchado
palabras proféticas en las reuniones, pero no en demasiada abundancia.
Las sanidades físicas han sido parte de nuestra experiencia, y muchos son los
hermanos que dan testimonio de esta gracia de Dios. No obstante, no hemos dado gran
ELEMENTOS EXTRAÑOS
¿PRAGMATICO O MISTICO?
Nos dimos cuenta de que esta apertura al Espíritu Santo sólo tendría sentido si
estábamos ocupados en el trabajo que constituía nuestra tarea principal: evangelizar,
hacer discípulos, edificar a la comunidad cristiana hasta que llegara a formar una familia
de santos fieles y diligentes. Una de las cosas sobre la cual yo insistía en mis
conversaciones con los pastores, era la necesidad de concentramos en la formación de
congregaciones fundadas sobre familias. Durante mucho tiempo me había inquietado la
tendencia de muchos pastores y misioneros de ver a los jóvenes como casi los únicos
candidatos promisorios para la formación de líderes
Estaba seguro de que debíamos dedicar más tiempo a los hombres que eran cabezas
de familias. Por cierto, el trabajo era más difícil que con los jóvenes, pero sólo así
tendríamos familias estables. Comprendí que, si concentrábamos nuestra atención en la
vida en familia, luego la formación de los niños y jóvenes —y aún la de los nuevos
cristianos - sería más factible y coherente. Esta resultó ser una de las decisiones más
acertadas y felices que hicimos juntos en todo el proceso de renovación espiritual. A
través de los años, hemos puesto creciente énfasis en el núcleo familiar, que es la unidad
básica tanto de la iglesia, como de la sociedad, de manera que nuestras congregaciones
han llegado a estar caracterizadas por su composición en base a familias.
La última semana del año, entre la Navidad y el Año Nuevo de 1970, un poco más de
veinte pastores, tanto del interior del país como también de Buenos Aires, nos juntamos
para un retiro espiritual en un campamento cristiano en Soldini, en las afueras de la
ciudad de Rosario. Quizás el asunto que despertó más interés en esos días era la
naturaleza de nuestras relaciones los unos con los otros, y la forma en que podríamos
reestructurar mejor nuestras congregaciones para poner por obra las enseñanzas de las
Escrituras sobre el discipulado. Pero, como una corriente subterránea, en todos los
encuentros y conversaciones, se sentía latente un tema filosófico y teológico candente: el
conflicto entre el pragmatismo y el misticismo. Alguno que otro de los presentes se
mostró descontento con la postura más bien pragmática que había adoptado la mayoría.
La diferencia de enfoque salió a la superficie en un encuentro que tuvimos a mediados de
la semana.
Uno de los pastores estuvo involucrado en un significativo despertar espiritual que
comenzó unos veinte años atrás, y que por un buen tiempo se sostuvo con ciertos
elementos espectaculares y sobrenaturales, y donde las sanidades físicas ocuparon un
papel eminente, deseaba que llegáramos a comprender nuestra experiencia como
resultado de ese despertar y de la intercesión que resultó de ese mover del Espíritu. Pero
no podíamos hacer esto con honestidad, y nuestra resistencia le molestó.
Por la tarde del día mencionado, sentados debajo de los árboles, escuchamos una
exposición de él sobre el amor de Dios, un mensaje realmente hermoso que nos dejó
anonadados frente a la grandeza del Señor. Siguió luego una conversación en la cual
varios expresaron su gratitud por el ministerio recién recibido, mientras que revelaron su
preocupación por el distanciamiento y evidente desdén que el hermano nos mostraba. A
lo cual él respondió, “Su problema es que ustedes creen que este movimiento del Espíritu
Santo comenzó hace un par de años, cuando en realidad comenzó hace veinte.”
Uno de los pastores contestó: “No, hermano; no hace dos años, ni hace veinte . . .
comenzó hace dos mil años”.
Un dicho argentino expresa gráficamente su reacción: “Puso violín en bolsa”, y se
marchó. ¡Parecía estar seguro que ese era el fin del “movimiento”!
Todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con
el crecimiento que da Dios.
Colosenses 2:19
El cielo, despejado de nubes, estaba tachonado de estrellas la noche que nos
sentamos sobre el césped del amplio jardín en Soldini para presenciar el ocaso del año
viejo y la entrada del nuevo. Más de una veintena de pastores había convergido allí de
distintos puntos del país para orar y conversar. Repasamos los sucesos que el Señor nos
había hecho vivir juntos y a través de los cuales habíamos llegado al momento actual.
Aún con la oposición de los tradicionalistas, el interés de la gente iba aumentando a lo
largo del país. El compromiso entre los pastorea parecía firme y nuestros objetivos iban
aclarándose. Sentíamos que teníamos una sólida base escritural para nuestra proclama
del evangelio del gobierno de Dios y la unidad de la iglesia. Las líneas generales de
nuestros ministerios, variados pero complementarios, se veían ahora más definidas. Me
acuerdo que, al compartir esas horas finales del año 1969, expresamos nuestras expec-
tativas para 1970: este sería un “año de gloria”.
Al mirar retrospectivamente, se hace evidente que nuestras expectativas resultaron
demasiado ingenuas y pretenciosas. Todavía tenían que hacerse serios ajustes y,
principalmente, todo tenía qué ser probado. Nos habíamos detenido a considerar los
notables avances hechos en el terreno de los pensamientos, pero las estructuras
eclesiásticas tradicionales aún continuaban como antes. Aunque, por cierto, algunas de
ellas ya estaban resquebrajándose bajo la presión del vino nuevo que comenzaba a
fermentar.
ARREGLOS INFORMALES
Sin embargo, a esta altura ya los pastores estábamos sintiendo cierto desencanto de
las reuniones grandes. Más y más de la concurrencia asistía motivada por un deseo de
Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyera en ella. Aunque la
visión tardará aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque
tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará.
Habacuc 2:2,3
Obviamente, había mucho más que aprender y hacer aún, pero ya habíamos visto lo
suficiente como para saber que Dios nos había cautivado con una visión revolucionaria.
Durante cuatro años estuvo indicándonos cada paso a seguir y nosotros habíamos lle-
vado a la práctica la visión con diligencia. Los pocos contactos que logramos establecer
con otros, tanto en el interior del país como fuera de nuestras fronteras, nos habían
animado mucho pues encontramos una apertura gozosa hacia los temas que les
compartimos. La predicación del evangelio del gobierno de Dios, y la proclama del
señorío de Cristo, estaban despertando un vivo interés en muchas partes. Nuestras
propias congregaciones crecían y prosperaban, aprendiendo los primeros pasos del
discipulado cristiano y viendo el fruto de la obediencia a Dios.
Durante los dos próximos años, aumentaron grandemente nuestros contactos con
otros países. Recibimos unas cuantas visitas de los EE.UU., de América Central y del
Sur, las cuales hicieron una contribución valiosa y nos ayudaron a extender nuestros
horizontes espirituales. Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador y otros países fueron
visitados por varios pastores de Buenos Aires, y espontáneamente se establecieron cá-
lidas relaciones fraternas, a medida que el Espíritu de Dios soplaba en cada país.
En marzo de 1972 celebramos lo que se convertiría en nuestro primer retiro
latinoamericano, con líderes de iglesias de casi una docena de naciones diferentes. Al
preparar el programa del retiro, los pastores tuvimos la convicción de que debíamos
enfocar la naturaleza de la iglesia en tres facetas: como un pueblo, como un templo y
como un cuerpo. Keith desarrolló la figura de la iglesia como pueblo: una comunidad, una
nación santa, que tiene una misma identidad y una vida en común. Enfatizó los aspectos
prácticos de la vida espiritual en el hogar y en el trabajo, es decir, la expresión cotidiana
de la vida de Cristo en nosotros.
Yo presenté a la iglesia como el templo de Dios, el lugar de su morada y su presencia
en la tierra. Aquí vimos el significado del culto, de la santidad y de la comunión.
Consideramos la satisfacción de Dios con su pueblo y nuestra vocación de reflejar su
gloria y su gracia.
Jorge trabajó sobre el tema de la relación entre los miembros del cuerpo de Cristo.
EN EL INTERIOR DE ARGENTINA
Hace años, un anciano, varón de Dios de cabellos blancos como la nieve, me dio una
palabra de sabiduría: “Todo lo que proviene de Dios será puesto a prueba. . . pero todo lo
que es de Dios vencerá la prueba.” Vez tras vez, al ver sacudirse las cosas en derredor
—y a veces dentro mío— he recordado esas palabras. También he meditado sobre la
realidad de que uno nunca puede saber cuán firme es el fundamento de algo hasta que
no ha sido sacudido. Por eso, las conclusiones apresuradas, frecuentemente, resultan
erróneas. Hay que aguardar pacientemente los resultados objetivos, pues son los que
muestran la verdad, exhibiendo tanto el valor como las debilidades de lo que ha sido
puesto a prueba.
Mirando retrospectivamente, ahora nos parece perfectamente lógico que nuestros
descubrimientos y nuestra obra hayan sido sometidos a prueba. Nuestra relación de
unos con otros debía ser probada; nuestras teorías e ideas tenían que ser zarandeadas,
y también debía ser probada nuestra integridad. En nuestra trayectoria, de tanto en tanto,
hemos tenido algún sacudón. En verdad, nunca podremos decir que ya se * acabaron las
dificultades. Pero podemos asegurar que una vez que la situación ha decantado y se ha
realizado una revisión cuidadosa de todo, hemos visto que siempre la prueba ha
resultado saludable para la obra en general. En el proceso-, la paciencia y la madurez se
han ido edificando en las vidas de los que se apoyan más y más en el Señor. El entu-
siasmo humano tiende a acabarse, y el progreso se realiza simplemente en base a la
gracia de Dios y a nuestra obediencia.
¡Qué hermoso sería poder decir que nuestra experiencia de renovación espiritual ha
sido siempre una experiencia de amor, de gracia y de gloria! Pero no seríamos honestos,
ni realistas. Hemos sufrido problemas, acusaciones, tentaciones, fracasos y conflictos.
Al principio, como la mayoría de nosotros proveníamos de iglesias no pentecostales,
por haber experimentado el bautismo en el Espíritu Santo con manifestación de dones
como profecías y el hablar en lenguas, fuimos acusados de habernos vuelto ‘pente-
costales’. Algunos otros, más osados, nos acusaron de ‘espiritualistas’, diciendo que
estábamos introduciendo elementos ‘espiritistas’ en nuestros cultos.
Algunos pentecostales, en los primeros tiempos del derramamiento del Espíritu entre
nosotros, estaban felices esperando que en cualquier momento nos afiliaríamos a alguna
de sus denominaciones, ya que varios grupos habían sido expulsados de iglesias
Creo que no es exagerado decir que, en todos los años en que hemos estado juntos,
nada nos ha causado más preocupación y desasosiego que este asunto. Sin embargo,
no ha causado en nosotros resentimientos ni motivado actitudes ásperas; muy por el
contrario, a pesar de lo doloroso del proceso se ha levantado en cada uno un sentir
unánime de perdón y amor, deseando todos ver superado definitivamente este escollo y
completado el proceso sanador. Durante el tiempo que duró este conflicto, nos vimos
obligados a examinar cuidadosamente nuestras motivaciones y principios morales, y no
simplemente a considerar* los hechos y sus consecuencias inmediatas. A más de lo
señalado arriba, quiero mencionar algunas lecciones que aprendimos.
Primero, en medio del conflicto, tuvimos que ponemos firmes en nuestra posición ante
los elocuentes argumentos de nuestro colega acerca de la eficacia del amor. En verdad,
esta renovación espiritual en Argentina, como en muchas partes del mundo, se ha
caracterizado por un amor profundo y sincero. Ha mejorado la manera en que los
hermanos presentan el evangelio a otros; ha sanado las familias y ha ordenado y
ajustado nuestras relaciones dentro de la comunidad cristiana. ¡Los abrazos de los
hermanos son tan elocuentes! Ahora, frente al colapso moral de un hermano amado,
¿quién no sería movido a compasión? Nuestro propio colega fue ejemplo en este sentido.
PERDON Y RESTAURACION
Quiero ampliar un punto que fue grabado en nuestros corazones como consecuencia
de nuestro conflicto interno. Ya mencioné la diferencia que surgió al considerar la
relación entre el perdón y la restauración, especialmente con referencia a una persona
que ocupa un cargo de liderazgo en la iglesia. Reconocimos que el perdón es otorgado
por Cristo a la persona arrepentida, pero este perdón, por sí solo, no la califica
inmediatamente para un ministerio público. Al pensar y conversar entre los pastores
sobre este punto, concluimos en que hay, por lo menos seis ingredientes o factores que
califican a una persona para ejercer el ministerio pastoral.
Para comenzar, la persona debe tener la convicción interior que Dios le está guiando
a tomar esta responsabilidad. Implica inspiración o revelación, más un compromiso
personal manifestado en sumisión y obediencia a Dios. Es lo que algunos denominan un
‘llamado’ de Dios. Aún en una dosis mínima, el hombre debe tener la convicción y la fe de
que ésta es su vocación.
En segundo término, debe haber evidencias de la unción de Dios, manifestada en
dones específicos para la enseñanza, la evangelización, etc. Estas son características
que indican que la persona no está simplemente ‘dándose cuerda a sí misma’.
En tercer lugar, tiene que haber algún conocimiento —el mayor posible— de la
palabra y de los caminos de Dios. Este conocimiento y arraigo en la verdad eterna dan
cierta seguridad de que el ministerio y la conducta del hombre tendrá un asidero y
contenido escritural.
Cuarto, debe haber madurez y buen juicio, basados en su propia experiencia, y
también un testimonio sostenido de integridad moral personal. La palabra de Dios
especifica que un neófito no puede ser pastor o anciano. Para gobernar la casa de Dios,
debe gobernar bien su propia familia. Es un requisito muy importante, porque esto da
ciertas garantías de estabilidad a los que serán presididos y gobernados por el.
Esto nos lleva al próximo factor: la aprobación y aceptación de su autoridad y
liderazgo, por parte del rebaño del cual es responsable. Es otra manera de decir que uno
no puede ser pastor si no tiene ovejas bajo su cuidado.
Finalmente, debe haber un reconocimiento y autorización por parte de los que ejercen
autoridad espiritual sobre su vida. Comúnmente, esto se evidencia inicialmente en alguna
forma de reconocimiento público o de ordenación al pastorado. Representa, en alguna
medida, una constancia de integridad moral y teológica, en los términos entendidos por el
Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas
derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea
sanado.
Hebreos 12:12, 13
Aún antes del pequeño retiro de pastores que celebramos en enero de 1974, ya
habíamos conversado varias veces acerca de las ventajas y desventajas que había en
cuanto a unir en una sola comunidad las varias congregaciones de la ciudad de Buenos
Aires. Mayormente, nuestras actitudes sectarias e independientes se habían superado
con amor y confianza mutua; y por la obra profunda del Espíritu Santo en cada uno. Sin
embargo, quedaban unos cuantos detalles prácticos por resolver, y todavía no teníamos
una convicción exacta y unánime acerca de lo que bebíamos hacer. El asunto aún estaba
en la etapa de las conversaciones.
Veíamos varias ventajas en favor de dar semejante paso, por radical que éste
pareciera. Obviamente, sería una respuesta efectiva a aquella acusación tan común de
que los diferentes grupos cristianos no pueden trabajar juntos, excepto en proyectos de
corto plazo. Demostraría que los pastores pueden dejar de ser individualistas obstinados
y auto-suficientes. Sería una aproximación a la situación de la iglesia primitiva en
Jerusalén, Antioquía, etc., donde el liderazgo se ejercía en forma plural (doce apóstoles
en Jerusalén; profetas y maestros en Antioquía; un presbiterio, o ancianos, en otras
ciudades).
De esa manera, también veíamos la posibilidad de evitar dar una orientación doctrinal
estrecha o parcial a la congregación, como suele ocurrir cuando está bajo el ministerio de
un solo hombre por muchos años. Así, nuestras comunidades tendrían una dieta
espiritual más balanceada, y los pastores mismos tendrían también la posibilidad de
recibir, en lugar de estar siempre dando a otros.
Esto daría como resultado una comunidad más fuerte y sana. Nos llevaría a una
mayor estabilidad y nos proyectaría hacia la madurez. Ya que la soledad y las pesadas
cargas espirituales y psicológicas son frecuentemente motivo de desánimo y depresión
entre los pastores, un enfoque plural en cuanto al funcionamiento pastoral ofrecería una
alternativa interesante. Asimismo, cada uno encontraría mayor libertad para concentrar
sus energías en aquellas áreas que requirieran mayor atención como, por ejemplo, el
entrenamiento de los líderes que estaban emergiendo en la comunidad; o el ministerio
itinerante, especialmente con el propósito de fortalecer a otros grupos necesitados o para
PREGUNTAS DIFICILES
AMALGAMAR O NO AMALGAMAR
En enero de 1974, sin embargo, el clima para avanzar en este sentido no parecía
favorable. Las dificultades ya mencionadas en el capítulo anterior, comenzaban a hacer
surgir nubes en el horizonte. Varios estaban desanimados ante la perspectiva de avanzar
hacia la concreción de esta idea. Al aparecer escollos en el camino hacia la unidad de las
congregaciones, el asunto tendía a enfriarse.
Excepto en Baker e Himitián. Desconcertados por la pérdida de entusiasmo y fe que
los demás manifestaban para con el proyecto, ellos comenzaron a orar y considerar la
posibilidad de unir sus dos grupos. El de Baker, habiendo comenzado en forma casi
desapercibida en su hogar, ahora había crecido notablemente, y se había extendido en
varios nuevos grupos caseros, dinámicos y promisorios. Constantemente ellos estaban
ganando a otros. La forma pragmática de ser de su pastor, su diligencia en fomentar la
responsabilidad evangelística, su insistencia en un activo fi liderazgo laico, su clara visión
de los objetivos, estaban dando muy buenos resultados.
A diferencia de Himitián, la modalidad de Iván no era marcadamente carismática. Sus
reuniones, por ejemplo, no se destacaban especialmente por la adoración. Después de
una experiencia negativa, por algunas manifestaciones extremas entre algunos de sus
propios discípulos, Iván había decidido retroceder un poco en el aspecto místico. Con su
propio ejemplo, había imprimido en sus discípulos la preeminencia del trabajo personal,
tanto en la enseñanza como en la evangelización. Ellos no necesitaban ni querían
púlpitos o edificios religiosos; tampoco un orden predeterminado de culto. Eran muy
activos, sin mucho entusiasmo por las reuniones grandes.
ABRIL EN FLORES
En abril de ese año, se dio el paso concreto. Las dos congregaciones comenzaron a
reunirse los domingos, ahora con el liderazgo de dos pastores en lugar de uno. No era,
sin embargo, una unión total. Querían dejar pasar primero algunos meses, hasta ganar la
confianza de todos. Los diferentes grupos caseros siguieron funcionando en forma
separada. Cuando se añadían nuevos convertidos, los bautismos e integración posterior
se realizaban básicamente a nivel de los grupos de las casas. La administración de los
fondos también se manejaba en forma separada por parte de las dos congregaciones,
como así también el sostén de los pastores y los compromisos de cada grupo para con
los pobres, la extensión misionera, etc.
Esta separación de responsabilidades no se debía a dudas en cuanto a si la unión
El retiro que tuvimos en José C. Paz en agosto de 1974 merece un capítulo aparte.
Fue la apertura a un nuevo horizonte. Al mirarlo retrospectivamente, nos da la impresión
de que, hasta entonces, lo que estábamos haciendo era reunir las piezas de un
rompecabezas, sin entender adecuadamente la relación que había entre una y otra.
Ahora las diferentes partes del cuadro comenzaban a combinarse y estábamos viendo
cómo se inter-relacionaban dentro del contexto mayor.
Para decirlo de otra forma, vimos claramente la necesidad de edificar, y no solamente
de trabajar y de mantenemos activos. Necesitábamos edificar vidas; edificar familias;
edificar la iglesia. Había gente nueva que estaba convirtiéndose al Señor que necesitaba
ser incorporada a la familia de los fieles. Las reuniones no eran suficientes, ni tampoco
los sermones. La comunión no bastaba. No podíamos depender simplemente de una
inspiración pasajera para hacer el trabajo. Los cristianos pueden alcanzar juntos la ‘cima
del monte’ en una experiencia gloriosa, pero luego tienen que descender al valle de la
vida cotidiana, con sus luchas y sinsabores. Y allí, ¿qué viven?
Pablo, como perito arquitecto, sabía edificar, poniendo el fundamento y dirigiendo
todo el proceso posterior. El advirtió a otros sobre el peligro de edificar sin cuidado: el
trabajo es más costoso y el desenvolvimiento mucho más lento. Los materiales no pue-
den ser tirados en el lugar sin coordinación alguna. El personal no puede estar
compuesto de solo personas incompetentes. La construcción completa del edificio debe
obedecer a un proyecto predeterminado y debe ser realizada por obreros capacitados.
Nosotros también deseábamos construir sabiamente.
UN FUNDAMENTO FIRME
Fue en un frío día de invierno que nos juntamos en las hermosas instalaciones de un
centro católico de retiros espirituales, recientemente edificado en aquella zona
suburbana, al norte de Buenos Aires. El centro es mantenido por los “Focolares”, un
movimiento de renovación dentro de la iglesia católico romana. Este grupo nos había
hospedado en encuentros previos y habíamos estado tan cómodos que nos sentíamos
realmente felices de volver allí. El edificio principal está retirado del bullicio de la ruta y los
LA FE ES LA CLAVE
Más tarde, nos ilustró acerca de la relación entre kerygma y didaqué, entre verdad y
mandamiento. Estos dos elementos constituyen la esencia de la Palabra de Dios.
¿Por qué tantas veces encuentran los cristianos que los mandamientos de Dios son
pesados y gravosos? ¿Por qué nos resulta fácil excusarnos y no obedecer la voluntad
que Dios nos ha revelado? Muchos no son capaces de decir con el apóstol Juan: “Sus
mandamientos no son gravosos” (1° Juan 5:3).
Cuando este es el caso, el elemento que falta es la fe. La fe es lo que relaciona el
kerygma con la didaqué. Veamos cómo funciona esto en la práctica.
Primero, la verdad —eterna e invariable— es proclamada. El corazón, abierto,
responde con fe. La verdad genera fe, y ésta entonces comienza a operar en la vida.
Sobre la base de una verdad, el Espíritu Santo ministra gracia a los que creen. Esta
gracia trae vida, poder, esperanza; es un elemento sobrenatural que hace posibles los
cambios y ajustes que Dios requiere de nosotros. La proclamación de la verdad aclara la
confusión y aleja los temores y dudas. Se comienzan a ver las cosas de otra forma. El
corazón y la voluntad propia se disponen favorablemente a hacer la voluntad de Dios.
Esta gracia no nos ha sido dada simplemente para nuestro regocijo; su propósito es
hacer que se efectúe la voluntad de Dios en nuestras vidas, conformándonos a la imagen
de Cristo. Pablo le dice a Tito lo que la gracia nos enseña: “que renunciando a la
impiedad, y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente99 (Tito 2:11-15). Esta gracia no debe recibirse en vano, es decir, sin un
propósito definido.
Cuando la gracia y la fe comienzan a operar en nosotros por medio de oír la proclama
y recibir la verdad, entonces necesitamos los mandamientos e instrucciones precisos,
que hagan que la verdad sea efectiva en ciertas áreas y situaciones específicas de
nuestras vidas. Lo abstracto se hace específico, lo general se hace particular, y la gracia
y la fe son aplicadas a áreas definidas. De esta forma el Espíritu de Dios imprime en
nosotros la mente de Cristo, y somos conformados a su imagen. Cristo en mí opera de tal
forma que sujeta todas las cosas bajo su gobierno. A medida que esto ocurre, voy
encontrando propósito en la vida, genuino gozo y un sentido de realización. Me convierto
en un canal a través del cual Cristo es capaz de revelarse a sí mismo a todos los que me
rodean. Este es un proceso gradual que v& tomando lugar durante todo el curso de
nuestras vidas.
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por
mí.
Juan 14:6
Nos dimos cuenta de que, antes de poder concentramos en el camino, teníamos que
definir el objetivo, el propósito de la vida cristiana. Ya nos habíamos percatado de que el
cielo no era ese objetivo, sino parte de la recompensa. La meta, entendimos, tenía que
estar alineada con la intención original de Dios para con el ser humano en el acto de
creación. El propósito eterno de Dios no podía haber cambiado como resultado de la
desobediencia y caída del hombre. La redención por medio de la sangre de Cristo es
central en el plan de Dios para recuperar al hombre caído; pero es el medio y no la meta.
La meta fue determinada por Dios mismo en el momento de la creación, y luego
reiterada vez tras vez en otras Escrituras (Gén. 1:26,27; Rom. 8:28,29; 1 Cor. 11:7; 2a
ENSEÑANZA APOSTOLICA
A medida que Ivan y Jorge nos confrontaban a estos hechos, su significado cobraba
nueva dimensión dentro de nuestro contexto inmediato. Nuestra primera tarea sería
ahora revisar todas las instrucciones dadas por Cristo a sus discípulos, o a las multitudes
que le siguieron; así como todas las enseñanzas de los apóstoles de las que se guarda
registro.
Decidimos ser eminentemente prácticos en todo esto. Así que, en una de las
sesiones, nos separamos en tres o cuatro diferentes grupos para hacer una rápida
revisión de todas estas enseñanzas, agrupándolas por temas. Como conclusión, durante
la siguiente sesión, cada uno de los grupos presentaría una clasificación general de las
instrucciones dadas por Cristo o los apóstoles. Por supuesto, a causa del tiempo limitado,
no teníamos la pretensión de analizar todos los temas en profundidad. La idea era
simplemente introducimos en el terreno.
Luego del retiro varios de nosotros decidimos comenzar a reunirnos una vez por
semana, por la mañana, para comenzar este estudio. Primero, delineamos en términos
generales el camino a seguir. Decidimos anunciar con una semana de anticipación el
tema a tratar cada miércoles, de manera que todos tuviéramos tiempo para una
preparación personal del estudio. Luego de discutir el asunto y sacar las conclusiones
generales, el material sería resumido en forma de bosquejo para la preparación de
lecciones impresas. Estas irían acompañadas de versículos de las Escrituras para
memorizar, a fin de grabar en la mente de cada discípulo la palabra del Señor.
Jorge preparó una introducción escrita, y el primer grupo de lecciones sobre “La
Puerta”. Él y yo trabajamos juntos en la lección sobre el propósito eterno de Dios: “La
Meta”. Luego, con varios de los pastores, preparamos las primeras enseñanzas referen-
tes al Camino, o el andar cristiano, bajo la denominación general de “La Vieja y la Nueva
Manera de Vivir”. Usando nuestra experiencia en el trabajo con los nuevos convertidos,
procuramos señalar las principales áreas de pecado y oscuridad que se deben vencer; lo
que las Escrituras dicen acerca de estas áreas, y cómo ser libres y caminar en
Sin ningún esfuerzo de nuestra parte por relacionar lo que estaba ocurriendo en
Argentina con lo que sucedía en otras partes —especialmente en los EE.UU.— en 1973
nuestros caminos comenzaron a cruzarse con los de muchos pastores de ese país, como
también de Inglaterra y de varias otras naciones de Sud América, en un intercambio
mutuamente beneficioso. Como ya mencioné en un capítulo anterior, varios de nosotros
habíamos viajado y ministrado fuera de nuestras fronteras sobre los temas señalados en
este libro. En general, habíamos sido muy bien recibidos. Vimos que nuestros corazones
iban relacionándose íntimamente con muchos siervos del Señor a quienes respetábamos
mucho. Era evidente que lo nuestro no era un suceso aislado. Lo que el Señor estaba
haciendo en nosotros lo estaba haciendo también en otros lugares.
Aprendimos mucho de nuestros hermanos de otros países, y sentimos que nuestro
aporte para con ellos había sido igualmente apreciado. Los meses de octubre y
noviembre de 1973 habían sido especialmente significativos, ya que Ortiz, Bentson y yo
habíamos estado ministrando al mismo tiempo -aunque en diferentes lugares— en los
Estados Unidos. Éramos conscientes, también, de que varios pastores allí se estaban
moviendo en forma similar a nosotros. Se nos hacía claro que el Espíritu de Dios estaba
despertando a su pueblo por todo el mundo con verdades que comenzarían a revitalizar
nuestra obra e irían derribando las berreras sectarias.
Pero la situación allí no iba a continuar calma por mucho tiempo. Comenzaron a
tejerse historias. Algunos líderes de iglesias se levantaron contra estos hermanos.
Empezaron a abundar las distorsiones y exageraciones. Por un tiempo, la situación se
tornó muy densa. En 1975, era manifiesto que los carismáticos en EE.UU. estaban
divididos acerca de temas tales como autoridad espiritual, sumisión y discipulado.
Aunque nosotros aquí nunca habíamos sido bien mirados por ciertas denominaciones,
sin embargo, nunca enfrentamos los conflictos y ataques abiertos que experimentaron
nuestros hermanos en los EE.UU.
Teniendo en cuenta la difícil situación en aquel país, y, por otro lado, con todo el
bagaje que Jorge había puesto sobre nosotros durante el retiro en José C. Paz,
consideramos que teníamos mucho trabajo por hacer localmente. Nos pareció prudente
dejar de lado ciertas cosas por un tiempo -conversaciones, escritos, viajes— y
dedicamos a hacer la obra ‘en casa’. Como comprobamos más adelante, esto fue una
Bob Mumford nos visitó durante seis días, en mayo de 1975. Aunque su objetivo
principal era ayudamos a resolver algunos problemas (mencionados en cap. 12), accedió
a ministrarnos durante un breve retiro que contó con alrededor de un centenar de
ministros, incluyendo a las esposas.
Bob comenzó diciéndonos que mucho de lo que él intentaba compartir con nosotros
durante aquellos días eran temas que él había oído ya de algunos de nosotros con
quienes se había encontrado en los EE. UU. Pero cuando comenzó a hablarnos, brotaron
de su boca y de su espíritu esas mismas cosas marcadas por su propio y vigoroso estilo.
Todo lo que dijo fue recibido como ‘pan fresco’. No fue comida recalentada. Obviamente,
el Señor había hecho una obra profunda, tanto en él como en nosotros, y estábamos ex-
perimentando un hondo sentir de unanimidad y compañerismo.
También nos abrió una nueva área para nuestra consideración: nos exhortó a prestar
más atención a las relaciones verticales entre nosotros. Hasta ese entonces, decíamos
ser un grupo de pastores donde todos funcionábamos con un mismo nivel de autoridad.
En esto no éramos muy realistas; además, no era del todo cierto, pues en la práctica, por
propia gravitación, ya operaban entre nosotros distintos niveles de gracia y ministerio. Sin
embargo, a nivel consciente, éramos fuertes en reconocer que formábamos una
pluralidad de pastores, todos a un mismo nivel. Esto tenía la ventaja de evitar que alguno
señoreara sobre otro; pero en ciertas ocasiones encontrábamos poca práctica esta forma
de actuar, pues como ninguno era directamente responsable de llevar la carga o de
coordinar, resultábamos poco expeditivos, y ciertos asuntos se dilataban
innecesariamente en su ejecución.
Bob insistió en que este punto fuera clarificado entre nosotros. Esto nos ayudaría a ir
adelante y hacer el trabajo que el Señor nos había encomendado. También le resultaría
más fácil a cada uno ubicarse con respecto al resto. Cualquiera fuera el don o ministerio
que una persona tuviera, éste sería realzado al tener una correcta y amigable relación
con los otros miembros del cuerpo de Cristo.
‘CUCHILLO SUAVE’
CRECIMIENTO EN FLORES
Las conferencias de agosto de 1975 constituyeron el primer retiro que tuvimos los
pastores del grupo con nuestros hombres de primera línea. Cada uno de nosotros eligió a
aquellos varones de su congregación que estaban compartiendo la responsabilidad
pastoral. Todos ellos lideraban pequeños grupos en sus propios hogares. Como
trabajaban secularmente, elegimos un fin de semana para realizar el encuentro (desde el
viernes por la noche hasta el domingo al mediodía), e hicimos las reservas en el centro
de retiros de José C. Paz.
El principal motivo que nos reunía era el deseo de ajustar una situación que podría
ser problemática al fusionarse las diferentes congregaciones. Los pastores habíamos
conversado sobre esta situación en nuestras reuniones semanales, y la habíamos
planteado de la siguiente manera: Algunas de las congregaciones —por ejemplo, la que
se reunía en Flores— tenían grupos caseros fuertes, activos y de gran crecimiento. Pero
otras estaban aún experimentando, y no habían llegado a producir resultados
satisfactorios. Por lo tanto, eran más dependientes de su pastor y de las reuniones
dominicales. Entendíamos que, si esta situación no se modificaba antes de la fusión,
algunos de los cristianos de aquellos grupos se, sentirían desorientados, desconectados
de su pastor. También, el pastor sufriría y aún podría llegar a perder a alguna de sus
ovejas.
No deseábamos que ninguno de los pastores se sintiese amenazado. La unión, para
ser efectiva, tenía que ser vista como un avance y no como un retroceso.
Para que así fuere; era esencial que, primeramente, las diferentes congregaciones
aprendieran a delegar la mayor parte de las responsabilidades y funciones pastorales a
los líderes de las casas y a los encuentros de grupo. Evidentemente, el más efectivo en
este terreno había sido Ivan Baker.
Prácticamente todo el ministerio de este fin de semana fue dado por Ivan, excepto un
mensaje que se me pidió sobre el tema “El carácter del varón de Dios”. Ivan “dirigió la
batuta” durante las conferencias. Había preparado bien su material y captó la atención de
toda la audiencia. Este era el momento adecuado. Todos teníamos suficiente experiencia
en el trabajo por las casas como para darnos cuenta de que no todo era color de rosa,
Ivan comenzó señalando que el hogar era el ambiente natural para el nacimiento y
crecimiento en la vida cristiana. Aparte del templo judío o de la sinagoga, éste parecía ser
el único lugar de encuentros regulares de la iglesia primitiva. A decir verdad, no se hace
ninguna mención de que la iglesia utilizase edificios especiales de ningún tipo para sus
encuentros durante los primeros trescientos años de su existencia. Ivan subrayó que,
tanto por medio de los encuentros en las casas, como por las reuniones conjuntas en un
lugar amplio, la iglesia primitiva mantuvo su unidad esencial. En cambio, las iglesias de
nuestros días, tienen tal estilo de reuniones, que tienden, más bien, a dividir que unir al
pueblo de Dios. Y dio las siguientes razones:
— Los templos son demasiados pequeños para reunir en un solo lugar a todos los
creyentes de una determinada zona, pero por otro lado, son lo bastante grandes como
para que se pierda la intimidad que podría existir en un hogar.
--Tienden a resaltar nuestras divisiones sectarias y crean líneas de separación casi
permanentes entre los distintos grupos, al promover una identidad localizada. Y esto, a
su vez, tiende a desarrollar actitudes protectoras, defensivas y posesivas.
— Enfocan la atención, el trabajo y los recursos de una comunidad cristiana hacia el
templo y lo que ocurre dentro de él, en lugar de proyectarse hacia afuera.
Con diversas referencias al libro de Los Hechos de los Apóstoles y a varias epístolas
de Pablo, Ivan ilustró el hecho de que los primeros cristianos llevaban a cabo en sus
hogares muchas de las funciones que hoy son relegadas exclusivamente a los templos u
otros edificios de la iglesia: la predicación y la enseñanza (Hechos 5:42), la Cena del
Señor (Hch. 2:46) y la vida comunitaria de la iglesia (Fil. 2; Rom. 16:5; 1° Cor. 16:19; Col.
4:15).
Luego enumeró cuatro razones por las cuales entendía que la iglesia debía
considerar a los hogares como básicos para la realización del ministerio:
1) Es el lugar ideal para invitar a nuevos cristianos (o aquellos que están abiertos al
evangelio), para hacer de ellos discípulos efectivos de Cristo, y para iniciarles en el
trabajo y en el servicio. No hay mejor lugar que el hogar para la evangelización, el
nacimiento espiritual, la exhortación y la enseñanza; la oración, la comunión y el
aprendizaje para funcionar como cristianos.
2) Es el lugar que ofrece las mayores posibilidades de crecimiento continuo y de
Cuando un programa de este tipo se proyecta con fe y visión no hay límites a sus
posibilidades de crecimiento. Pero posibilidad y realidad son dos cosas diferentes. Así
que, Ivan nos llevó a considerar algunos de los detalles prácticos del funcionamiento de
los grupos caseros.
El primer paso es que cada matrimonio comprometido abra su casa. Esto es un acto
específico de fe, pues se coloca el hogar y las vidas de todos los que viven en él en las
manos del Señor para que se realice su soberana voluntad. Esto implica una clara
dependencia del Espíritu Santo y el desarrollo de una sensibilidad espiritual que nos
capacite para discernir cómo y dónde está trabajando el Señor, a fin de cooperar con esa
obra. El desarrollo de un testimonio dinámico en el hogar no es el resultado de planes
cuidadosamente elaborados ni de una actividad intensa, sino el de un accionar de Dios.
ENCUENTROS INFORMALES
A medida que el interés entre los vecinos crece y es satisfecho y los contactos se
incrementan, el Señor bendice y algunos se convierten. No hay una regla fija a seguir,
pero la fe, la oración y el testimonio, con el tiempo, darán su fruto. Esto nos lleva al
segundo punto.
Lo más lógico es esperar que estos nuevos convertidos deseen pasar tiempo con la
persona que los llevó al Señor. Tendrán preguntas, problemas, confesiones y cargas que
volcar1 sobre ella. Necesitan que se ore con ellos, que se les aconseje específicamente,
que se les instruya en la palabra de Dios. Evidentemente, el lugar adecuado para esto es
la casa de la persona que les ganó.
Cuando hay sólo uno o dos nuevos convertidos, no existe mayor problema. Pero
cuando el número crece, es imposible pasar mucho tiempo a solas con cada uno de
ellos. Ivan sugirió que a esta altura sería aconsejable comenzar encuentros semanales
con todos los nuevos convertidos juntos, en el hogar de la persona que los ha ganado y
les está instruyendo. Este no es un procedimiento mecánico. El paso debe darse en
forma simple y natural. Nuestra tendencia a apurar etapas podría, a esta altura, abortar el
proceso; debemos tener paciencia y fe, y estar en constante oración.
Ivan recalcó que, en la práctica esto es un paso intermedio. Este encuentro semanal
no puede ser llamado realmente “la iglesia en la casa”. Sin embargo, es una etapa muy
necesaria para el matrimonio en cuya casa se realizan las reuniones. Si bien ellos no
llevan la carga solos, están aprendiendo a llevar mayores responsabilidades. Durante
este tiempo continúan funcionando como miembros del grupo casero al que pertenecían,
Es posible que algunos no lleguen más allá de esta etapa. En este caso, los
encuentros semanales en su casa continuarán, aunque manteniendo una relación
dependiente del grupo casero de donde reciben la enseñanza. Pero es muy importante
que, cuando se abre un nuevo hogar, no presupongamos que esta limitación se va a dar.
En la gran mayoría de los casos, luego de algunos ensayos iniciales, estos pequeños
grupos continúan creciendo. Algunos de los nuevos convertidos, o quizás todos, se
integrarán al grupo mayor donde su líder está funcionando como discípulo fiel.
El tercer paso señalado por Ivan es la existencia de un grupo estable en la casa,
cuando el matrimonio ya haya ganado un número de cinco o más personas para el
Señor, a las cuales ha estado alimentando con fe y oración. Hay otro requisito
importante: la pareja responsable debe tener estabilidad espiritual, tal como Pablo lo
expresara al escribir a Timoteo: “hombres fieles que sean idóneos para enseñar también
a otros”. En la mayoría de los casos, el crecimiento del grupo evidenciará el crecimiento
de su líder.
Al constituirse un nuevo grupo de hogar, una de las cosas más importantes a tener en
cuenta es la paternidad. Todos los que dejan el grupo madre para formar el nuevo grupo
han sido ganado por los líderes que salen o por alguno de sus discípulos. Al asumir la
responsabilidad de velar por ellos, los nuevos líderes están calificados naturalmente por
su paternidad espiritual. Ellos son verdaderamente los padres espirituales. Y aunque
están dando un nuevo paso, la relación no es nueva, pues hasta ahora han sido
responsables por el desarrollo y crecimiento espiritual de todas estas personas.
Esta tercera etapa es muy significativa dentro del proceso, y causa un genuino
regocijo. Es un verdadero logro para el grupo original. Algunos que han sido ganados
para el Señor por el primer grupo, ahora han crecido hasta alcanzar un nivel que les
permite asumir responsabilidades. Ahora ellos serán los responsables de velar por el
A Ivan aún le quedaba un punto más para el retiro. Creía necesario establecer ciertos
principios referentes a la multiplicación y crecimiento de los grupos caseros. Estableció el
teorema básico de esta forma: “Si cada uno hace un poco y es constante, todos juntos
haremos mucho.” Este es un principio simple, pero de gran importancia. El crecimiento
de la iglesia no depende de expertos, sino más bien de que cada uno asuma su
responsabilidad. La simple obediencia al Señor es mucho más importante que tener
dones especiales. No debemos permitir que ningún sentimiento de inferioridad nos
impida a hacer lo que el Señor nos ha ordenado.
La fidelidad en las pequeñas cosas es la clave para alcanzar madurez. Ivan enfatizó
la necesidad de constancia y oración, tanto en el testimonio como en la fe. Esta
constancia es la que nos capacita.
Uno de los temas siguientes fue la necesidad de obreros calificados. El señaló que
este proceso de multiplicación en los hogares es el terreno ideal para la formación de
obreros. El crecimiento continuo es imposible si no se realiza una capacitación de líderes.
Además de ilustrar su tesis básica con muchos ejemplos de su propia experiencia,
nos trajo una ilustración muy apropiada, tomada de la naturaleza. Los pájaros, cuando
encuentran su pareja, hacen sus nidos, ponen algunos huevos y se sientan a
empollarlos. Luego, cuidan a sus pichones hasta que aparecen las primeras plumas. Una
vez que están cubiertos de plumaje los pichones son sacados del nido por sus padres,
quienes les enseñan a volar. Todo se hace de la manera más simple. En contraposición a
esto, Ivan nos señaló las desventajas de los sistemas y procesos que requieren cursos
especiales de entrenamiento o elementos elaborados y sofisticados. Todos podemos ser
productivos; todos podemos hacer discípulos; todos debemos llevar fruto.
UN NUEVO COMIENZO
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro... Lo
dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite... El celo de Jehová de los ejércitos hará
esto.
Isaías 9:6,7
OTROS CAMBIOS
Para noviembre de ese año, los pastores planeamos tener un retiro de fin de semana
que incluiría a pastores y responsables de grupos caseros y sus esposas, del área del
Gran Buenos Aires. Se me pidió que ministrara sobre el tema general del don profético.
Desde el comienzo el Señor derramó su bendición sobre el encuentro. Las oraciones, la
adoración, las profecías dadas por muchos de los presentes, combinaban con las
sesiones de enseñanza en una forma muy hermosa. Había un fluir carismático entre
todos nosotros que se podía apreciar claramente. El retiro tuvo, para cada uno, el efecto
de un glorioso refrigerio.
Luego, entre Navidad y Año Nuevo (época de verano en Argentina), los pastores y
sus familias nos reunimos en Castelar para unas mini-vacaciones de cuatro días. Una
tarde, mientras descansábamos cerca de la pileta, Jorge nos compartió una carga que
tenía en su corazón. Básicamente, su preocupación era que nuestra forma actual de
tener diferentes congregaciones ubicadas en toda el área metropolitana no se adaptaba
al modelo bíblico. En las Escrituras las reuniones de la iglesia como pueblo de Dios
parecían tener principalmente dos expresiones válidas: (1) todos juntos en un lugar,
como la comunidad de los redimidos, sin ninguna distinción entre ellos; y (2) pequeños
grupos —relativamente hablando— en los hogares; principalmente para comunión,
estudio, oración, ayuda mutua y edificación.
Jorge nos explicó que nuestro agrupamiento en diferentes congregaciones no
expresaba’ cabalmente nuestra unidad espiritual. Nos urgió a ser más abiertos al trabajo
del Espíritu Santo y a ser obedientes a sus impulsos. Nos dijo también que muchos nos
estaban mirando para ver si realmente íbamos a trabajar juntos, o si continuaríamos
separados.
La dimensión de nuestra gran ciudad continuaba siendo un problema de importancia,
pero en este punto no había realmente mayor insistencia para que todos nos uniéramos
en una sola congregación. La mayoría de nosotros había reconocido que tal idea era
El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta
alcanzará misericordia.
Proverbios 28:13
En mis tiempos de estudiante uno de los predicadores que más profundamente afectó
mi forma de pensar fue un misionero veterano en China y Taiwán, el doctor James R.
Graham. Nunca olvidaré el encargo que dio a los estudiantes: “Nunca dejen de predicar
cuatro cosas:
— la absoluta santidad de Dios;
— la absoluta pecaminosidad del pecado;
— la absoluta bienaventuranza del galardón; y
— el absoluto terror del juicio divino.”
Sus disertaciones sobre la santidad y la justicia de Dios produjeron raíces profundas de
integridad moral y espiritual en las vidas de muchos alumnos.
Dios desea que su pueblo le tenga un temor reverente. Dice el sabio Salomón: “El
principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. Cuando en la iglesia se da lugar a la
indiferencia y a la laxitud moral, el Espíritu Santo se entristece y, a menudo, aleja su
bendición y el dulce sentido de su presencia. El panorama se torna confuso y la Palabra
de Dios no hace más mella en nosotros.
Un despertar espiritual, si es que va a continuar, debe traer a la congregación de los
fieles un santo temor de Dios; un anhelo por una vida que agrade a Dios; una profunda
repulsión por la iniquidad. Los avivamientos genuinos a través de la historia comienzan
con arrepentimiento y una búsqueda genuina de Dios. Continúan con sinceridad,
honestidad y confesión de todo lo que es pecaminoso. Debemos aprender a mantener
cuentas claras con Dios. Si nos volvemos blandos para evitar situaciones embarazosas,
si cerramos nuestros ojos al pecado para evitar una escena desagradable, si nos
permitimos minimizar los problemas morales y, como un substituto, incrementa-
no iremos muy lejos: ¡Nuestro pecado nos alcanzará! La agudeza del discernimiento
espiritual se desvanecerá. La palabra de Dios no encontrará más en nosotros una pronta
respuesta, y la comunión de los fieles será una pesada carga.
Hemos descubierto que nada es más desagradable que tener que tratar con la
inmoralidad, tanto en nosotros como en otros. Ya fuere la deshonestidad, la mentira, el
robo, o el adulterio, despiertan en nosotros un temor natural que nos inclina a evadir su
consideración, a “lavamos las manos”.
DISCREPANCIAS RESUELTAS
EFECTOS DE LA DISCIPLINA
LA HERMOSURA DE LA SANTIDAD
Anualmente, durante la Semana Santa, tenemos una serie especial de tres o cuatro
conferencias, lo cual provee de una feliz ocasión para que los hermanos de todo Buenos
Aires se reúnan en un solo lugar. En 1977, Keith Bentson dio allí una serie de mensajes
acerca del temor de Dios. En el primer mensaje destacó el hecho de que Dios debe ser
temido; en el siguiente, subrayó la bondad y la santidad de la ley de Dios. Luego, trató
acerca de la justicia de Dios y la injusticia del hombre; y, finalmente, cómo Dios trans-
forma las vidas para que le agraden.
Muchos cayeron bajo la convicción de que habían mantenido una actitud liviana hacia
Dios y hacia el pecado. Al terminar el último encuentro hubo abundantes confesiones
mientras estábamos humillados ante Dios, en oración. Entonces, muchos de nosotros
nos volvimos a la persona que estaba a nuestro lado y les confesamos nuestros
pecados, y escuchamos sus confesiones; y oramos unos por otros. El toque de Dios
estaba sobre nosotros. Algunos hermanos católico romanos estaban presentes y
declararon que nunca habían visto a protestantes confesar sus pecados a otros como
aquí. ¡Se dieron cuenta de que ellos no eran ya los únicos que practicaban la confesión
oral!
Un par de semanas después tuvimos un retiro espiritual de cinco días de duración y a
nivel nacional, en el complejo turístico de Embalse del Río Tercero, en la provincia de
Córdoba. Las reuniones principales matutinas estaban a cargo de Dick Williams, pastor
de Chicago. Las restantes conferencias fueron dadas por pastores locales. No habíamos
hecho ninguna sugerencia a Williams referente al tema de su ministerio entre nosotros,
pero coincidió perfectamente con todo lo que el Señor había estado enfatizando acerca
de la integridad moral y la santidad de la vida.
Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia
hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía.
Santiago 5:7
Uno de los factores que hace más valioso el fruto de la tierra es, sin duda, la
paciencia; esta virtud otorga la correcta actitud de espera y sosiego — ¡tan necesaria! —
para ver, luego, la preciosa cosecha. Sólo los pacientes continuarán el trabajo durante
ese difícil tiempo en que la simiente comienza a echar raíces y no produce nada.
A través de los años, mirando el panorama de lo que parecía ser la forma tradicional
de la iglesia evangélica en América Latina, hemos experimentado una profunda
insatisfacción. El fruto, los resultados, eran apenas perceptibles. No nos sentíamos mejor
cuando mirábamos lo que nosotros habíamos hecho. Aún al repasar nuestros sueños y
teorías los encontramos totalmente irrelevantes. Por lo tanto, varios de nosotros
resolvimos juntarnos a plantar y sembrar en fe hasta que llegara el tiempo de la cosecha.
Sea cual fuere lo que aún falte —y somos conscientes de que todo aún es embrionario—
debemos confesar que la diferencia en el fruto que hemos visto en los años recientes
excede clara y abundantemente lo que habíamos conocido en los años anteriores.
Cualidades esenciales de la vida cristiana, largamente anheladas, pero ausentes en el
pasado, afloran ahora y se manifiestan en una realidad cotidiana. En efecto, la calidad de
vida; la frescura de la relación con Dios; la espontaneidad del testimonio y la extensión
evangelística; la informalidad e integración de los grupos hogareños; la fortaleza y el
entendimiento mutuo en el seno de la familia; el creciente espíritu comunitario, y otras
muchas virtudes que vemos en los santos hoy día, nos hacen abrigar esperanzas para la
iglesia en el futuro.
UN CRISTIANO NORMAL
Quizás un par de historias ilustren mejor lo que quiero decir. Pabló es un caso típico.
Había actuado por años en el comercio con escasa suerte. A pesar de su empeño y de
trabajar duramente, sólo conseguía mantenerse a flote. Su matrimonio no andaba mejor.
Sus impulsos, a veces descontrolados, y sus fracasos, habían creado un ambiente de
nerviosismo intolerable en el hogar. El más afectado, como siempre ocurre, era su único
hijo, un chico de edad pre-escolar, un manojo de nervios frecuentemente en estado de
desenfreno.
REACCION EN CADENA
Otro que encontró realidad y estabilidad en Cristo, fue Alberto. Uno de sus clientes le
sugirió que visitase un campamento cristiano en la provincia de Córdoba mientras estaba
de vacaciones. Alberto y su esposa estaban teniendo problemas y él ya había decidido
que éste sería su último viaje juntos antes de separarse. Pensaban tener en este lugar
una breve estadía, más por curiosidad que por algún interés real. Habiendo arribado a la
hora de la cena, se unieron a los acampantes en el salón comedor. La esposa de Alberto
ubicó a una dama que ella había visto accidentalmente en Buenos Aires (más tarde supo
que era la esposa de uno de los pastores de Buenos Aires). Inmediatamente, quedaron
envueltas en la conversación. Aquella noche ella asistió a la reunión y fue profundamente
tocada por las palabras de una de las canciones. Nunca había sentido algo así en su
vida.
La tarde siguiente el pastor invitó a Alberto y su esposa a acompañar a un grupo de
los acampantes que planeaban ir a un lago cercano para nadar y tener un día de picnic.
Aceptaron, pero sin un real entusiasmo. Mientras estaban en el agua, algunos de los
hermanos compartieron su fe y gozo en Cristo con Alberto, quien comenzó a abrir su
corazón. Después de un rato, Alberto pidió ser bautizado. Su esposa, que miraba desde
la orilla, quedó algo sorprendida al ver a su esposo rodeado por el grupo, ¡y mucho más
cuando lo sumergieron en el agua! Aquella noche la pareja tuvo una discusión sobre el
asunto. Pero, al día siguiente, ella también se rindió.
Cuando volvieron a su casa en Buenos Aires, se mantuvieron en contacto con el
El crecimiento continuo. Algunos denlos ganados por Alberto son ahora líderes de
grupos caseros. La madurez y la fecundidad son los factores primordiales que señalan a
los futuros líderes. A medida que estas cualidades se hacen evidentes en los creyentes,
son apartados para una atención especial. Se los anima para que asuman con seriedad y
con fe las responsabilidades que se les habrá de asignar; como una oportunidad de
servir a Dios y no como una carga.
Una vez que un grupo casero se hace estable, y el responsable y su familia muestran
una clara capacidad y un firme compromiso con la comunidad madre, gradualmente se le
da mayor responsabilidad ante ella, de tal manera que puede ganar la confianza de
todos. Se le anima a ejercitar sus dones y gracia con fe, pero sin empujarlo. Forma parte
de un equipo de ministerio, compartiendo las cargas y las alegrías de todos. Juntos
constituyen una parte vital de la gran familia de la fe. Dondequiera que encuentran a
otros cristianos, los tratan como a hermanos, sin importar el grupo al que pertenezcan.
Sentimos que, si todos hiciéramos el trabajo que el Señor nos asignó, compartiendo el
evangelio con otros y haciendo discípulos, y si reconociéramos que todos los cristianos
son parte de la iglesia de Jesucristo, podríamos mantener las líneas de comunicación y
EL CAMINO A RECORRER
En el prefacio dije que este libro fue escrito para responder a algunas preguntas.
Espero no haber defraudado a mis lectores. No obstante, estoy seguro de que
permanecen aún algunas de esas preguntas, incógnitas e inquietudes. Confieso que las
hay también en mí, y en el grupo de pastores que son mis colegas.
Nuestra trayectoria no ha sido muy larga hasta aquí: apenas unos doce años.
Juzgamos que es un tiempo muy breve como para hablar desde una perspectiva
histórica, aunque es suficiente como para dar un testimonio coherente de las cosas que
hemos experimentado, y que estamos experimentando aún. Lo presentado aquí es parte
del patrimonio de nuestra convicción y fe. Creemos que las transformaciones y ajustes
que hemos vivido —tanto teológicos como pragmáticos— merecen ser testimoniados
para que nuestros hermanos cristianos los consideren y, quizás, reciban algún provecho.
Sin duda, sería prematuro pretender sacar conclusiones finales.
Además, no ignoramos que el relato de una historia tan fresca y reciente está cargado de
cierto subjetivismo. Por lo tanto, apreciaríamos el esfuerzo del lector por esquivar esos
aspectos, a fin de considerar, más bien, los elementos objetivos, resultantes de nuestra
experiencia, que pudieran contribuir al enriquecimiento de la iglesia de Jesucristo.
Humildemente, creemos que tenemos un aporte que hacer al presente proceso de la
restauración de la iglesia. Asimismo, reconocemos que necesitamos el aporte de otros
sectores de la iglesia que están experimentando una renovación espiritual.
Entiendo, por otra parte, que no sería apropiado que fuéramos catalogados como “un
movimiento carismático”. Pues, aunque la experiencia carismática fue entre nosotros
como un puntapié inicial que puso en movimiento el proceso de renovación, no es ese
aspecto lo más relevante entre nosotros. Los protagonistas principales de esta historia
—más que líderes de un movimiento, o reformadores teóricos— somos pastores de la
grey. Por lo tanto, el foco principal de nuestra preocupación es la iglesia: su edificación,
su restauración y, consecuentemente, su misión en el mundo; es decir, la evangelización
de las naciones. Nuestros corazones arden con la pasión de ver en nuestros días un gran
avance en el proceso divino de la restauración de la iglesia.
LA ‘UTOPIA’ DE DIOS
Una reforma en la liturgia. Muchos cristianos están cansados y aburridos con los
servicios y cultos de la iglesia. Todo les parece un rito sin espontaneidad, una actividad
sin contenido vital. El acercamiento a Dios debe hacer vibrar las fibras más íntimas del
ser humano. Debe despertar esperanza y fe. Debe provocar adoración, asombro,
humillación. Cultivemos una participación más espontánea, de parte de toda la
congregación. No temamos las expresiones que combinan lo físico y lo emocional con lo
espiritual, como, por ejemplo, alzar las manos, batir las palmas, derramar lágrimas, orar
todos juntos, etc. Son todas experiencias con antecedentes bíblicos. Demos más lugar a
las canciones alegres, a los testimonios no programados.
Un redescubrimiento del evangelio del reino de Dios. El punto de partida para la vida
cristiana es de vital importancia. Si uno comienza ‘con el pie izquierdo’, tendrá mucha
dificultad en incorporar en su vida posterior todo lo que Dios quiera agregar. Un evangelio
‘barato’ hace sumamente difícil todo el trabajo subsecuente de edificación espiritual.
Aprendamos, entonces, a arrancar bien. A comenzar donde comenzó Cristo, donde
comenzaron los apóstoles, con un evangelio viril, una proclama que abre corazones, que