El Principio de Moralidad en El Derecho Procesal Civil
El Principio de Moralidad en El Derecho Procesal Civil
El Principio de Moralidad en El Derecho Procesal Civil
1. Introducción [arriba]
Entiende Podetti que “hoy ya nadie duda de que el ejercicio de la abogacía debe estar
sometido a ciertas reglas, no solo en interés de las personas que requieren el asesoramiento o
patrocinio, sino de la colectividad y por ende del Estado que la representa y de los propios
abogados. Paulatinamente se formará una conciencia de esa modalidad de la profesión y las
sanciones que se apliquen, contribuirán a mejorarla y enaltecerla, depurándola de prácticas
y de personas que la dañan…”[1] .
Resulta evidente que la finalidad que motivo las sanciones previstas por inconducta procesal
contenidas en distintos plexos procesales, ha sido la expresada anteriormente.
Configurando así el conjunto de reglas de conducta, presididas por el imperativo ético, al que
deben ajustar su comportamiento procesal todos los sujetos procesales (partes, procuradores,
abogados y jueces)[2].
Ahora bien, sin perjuicio que la garantía de defensa en juicio está sujeta a la reglamentación
de su ejercicio (arts. 18 y 14, CN), existen una serie de consideraciones de orden ético que no
pueden ser soslayadas.
Toda vez que si así no fuera, cualquier inmoralidad, cualquier incorrección, tendría amparo a
la vera de esta interpretación, porque si la garantía de defensa es absoluta e incompatible con
toda reglamentación de su ejercicio, entonces todo vale.
Adolfo Alvarado Velloso al referirse al principio de moralidad procesal dice que “la dificultad
está en saber si es posible convertir esa exigencia moral en un deber jurídico y, en caso
afirmativo, cuáles son los textos legales que lo sancionan”.
Agregando: “La obligación de conducirse con buena fe, lejos de ser materia de controversias,
es algo tan obvio que ni siquiera puede empezar a discutirse. En efecto, la moralidad es un
canon que debe presidir todas las conductas humanas, con absoluta prescindencia de que ellas
refieran al proceso o una competencia deportiva o a un juego de niños. No pensamos que el
hombre moral pueda dejar de serlo a poco que atraviese el tribunal” [3].
El ordenamiento adjetivo tanto nacional como provincial impone a los litigantes el debido
respecto a los deberes de probidad y buena fe y en caso de incumplirse, faculta al magistrado
a imponer al infractor una multa procesal[4].
Ahora bien, desde luego, el principio de moralidad no deroga la bilateralidad sino que sólo
atempera el predominio absoluto y desmedido del principio dispositivo, desde que impone un
comportamiento debido, impidiendo que la conducta contraria perjudique al justiciable o la
misma administración de justicia.
Por ende no implica un menoscabo o restricción al derecho de defensa sino que trata de evitar
que se desvirtúe el proceso, ocurre que el derecho de defensa, como cualquier otro derecho,
no es absoluto (art 14 CN), de modo que su ejercicio abusivo no puede ser amparado por la
ley (art. 10 CCC).
De todos modos no cabe duda que el centro del asunto reside en resolver -como vimos- el
aparente enfrentamiento entre la inviolable garantía de defensa en juicio y la necesaria
preservación del principio de moralidad que debe regir el debate judicial según lo predica la
ley.
Sobre el particular decía el maestro Clemente A. Díaz que “la cuestión sobreviene cuando el
imperativo ético, concretado en formulas atingentes a la buena fe, la verdad, la lealtad o la
probidad, que en su carácter de valores trascendentes no admiten la posibilidad de la conducta
contraria, se enfrenta en el ámbito procesal, con la bilateralidad del contradictorio, que por
hipótesis implica la posibilidad de una conducta opuesta, sea del actor o del demandado, a los
predicados de la verdad, buena fe, etc…el principio de moralidad no deroga la bilateralidad
del contradictorio ni afecta al principio dispositivo; en todo caso atempera el predominio
absoluto de estos conceptos procesales, en tanto es inadmisible científicamente que ellos
permitan la malicia o la deshonestidad. Sería perfectamente admisible limitar la libertad
dispositiva de las partes, pero el principio de moralidad no importa una limitación de esa
naturaleza: no impide infringir la regla moral; por ejemplo no impide mentir, de la misma
manera que el derecho penal no impide cometer delitos, ni el derecho comercial, impide las
bancarrotas, sino que imponiendo un comportamiento debido, impide que la conducta
contraria perjudique al justiciable o a la justicia misma”.
Citando al filósofo Radbruch dice Díaz que aquel “expresa cautelosamente que el derecho es
sólo la posibilidad de lo moral y cabalmente por eso, la posibilidad de lo inmoral…”[5].
Cabe aclarar -conforme correctamente lo apunta Mariano Díaz Villasuso- que, en virtud del
derecho de defensa, resulta válido y lícito que el demandado, aun teniendo clara conciencia
de la procedencia de la pretensión que se ejerce en su contra, se oponga a ésta, de modo que
de ello no puede derivarse perjuicio alguno en su contra, desde que se mueve dentro del
ámbito de reserva de la ley (art. 19 CN).
Por lo tanto se advierte que es una línea divisoria difusa que separa a esta conducta del
litigante malicioso[6].
El concepto de temeridad tiene un componente objetivo, que está dado por quien litiga sin
razón valedera, pero requiere completarse con uno de tipo subjetivo, que se configura con el
conocimiento cabal de la propia sinrazón.
Ello implica que se deducen pretensiones o defensas cuya injusticia o falta de fundamento no
puede ignorar de acuerdo con una mínima pauta de razonabilidad.
Conlleva que la facultad de accionar sea ejercida abusivamente, no siendo suficiente la mera
negligencia[7].
Es decir que en modo alguno se puede confundir la temeridad con el rechazo de la postulación,
desde que en todo proceso contencioso respecto de cada tópico litigioso sólo puede existir un
único vencedor y no podrá por ese solo motivo ser sancionado, de otro modo todo litigante
vencido sería pasible de ser multado.
En cambio existe malicia cuando se utiliza el proceso en contra de sus fines, al adoptar
actitudes dilatorias o incoar incidentes manifiestamente improcedentes con la sola finalidad
de obstaculizar o retardar el trámite y resolución del litigio, o su cumplimiento.
Ello puede ocurrir cuando sobrevienen sucesivos planteos impertinentes o basados lisa y
llanamente en hechos o pruebas irreales o falsas.
Incluso se ha resuelto que también se configura en caso de que se interponen recurso sin
ninguna fundamentación[8].
O basados en hechos inexistentes o sin respaldo probatorio[9] .
Entonces, se advierte que la temeridad tiene en mira al contenido de las peticiones, en cambio
la malicia refiere al comportamiento material observado por las partes del proceso.
Con razón se ha dicho que la conducta procesal dilatoria se resume en la clara intención de
ejercitar abusivamente los mecanismos procedimentales con el fin de postergar
innecesariamente el arribo a la solución del pleito[10].
La conducta perturbadora supone trastornar o alterar el orden o secuencia normal del proceso,
pero la aplicación de la multa requiere del elemento subjetivo que se configura por la
temeridad o malicia y el efecto dilatorio.
Dicha conducta determina la obstrucción procesal que se sanciona como violación al deber de
probidad procesal.
Implica la utilización de los remedios y recursos procesales sin razón valedera, la articulación
de incidentes cuya improcedencia sea manifiesta, la oposición sistemática a cualquier
resolución judicial o a cualquier pedido del contrario[12].
En el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, el juez puede apreciar el acto temerario,
maliciosos o dilatorio, en dos momentos distintos: si éste acto se exterioriza en el proceso en
una forma manifiesta (inequívoca, palmaria o evidente) que no deja ninguna duda en el ánimo
del juez, éste tiene el derecho – deber de aplicar de inmediatamente la sanción, que opera
en tal caso como preventivo moralizador.
Por otro lado, cuando los actos de inconducta procesal no tienen esa exteriorización
manifiesta, porque se disimulan en el aparente ejercicio normal de los derechos, solamente
se aplica la sanción por inconducta genérica al dictar sentencia, oportunidad en la cual, el
juez apreciará la conducta temeraria o maliciosa de la parte en el proceso.
En cambio, en el Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba, ante todo acto
de inconducta procesal genérico, el juez, a instancia de parte, tiene el poder-deber de aplicar
el art. 83 del CPCC, pero en un único momento que está constituido por la oportunidad de
dictar sentencia definitiva o incidental.
De acuerdo con el segundo párrafo del art. 83 del CPCC, la sanción será dispuesta en la
resolución que ponga fin “a la instancia o al juicio”, el concepto juicio -sostiene Venica- es
utilizado como sinónimo de proceso, para referirse al conjunto de actos que son necesarios en
cada caso para obtener la decisión de un caso concreto por parte de determinados órganos[13].
Debe tenerse en consideración que a los fines de no afectar el inviolable ejercicio del derecho
de defensa, la sanción regulada en el art. 83 del CPCC requiere la concurrencia indubitable
del elemento subjetivo que revele la intención de perturbar el proceso.
La conducta debe ser calificada como una verdadera obstrucción que importe acudir a remedio
razón valedera y cuya improcedencia luzca de tal modo manifiesta.
Lo cual implica que sólo se reserva para casos de real gravedad, lo que es lo mismo que decir
que en caso de duda estar por la amplitud de la defensa.
Como es lógico, por vía de consecuencia, si bien se trata de una facultad discrecional del
magistrado, al decidirse la procedencia -o improcedencia- de la multa, dicha resolución deberá
encontrarse debidamente fundada (art. 155 Const. Provincial y art. 326 del CPCC),
argumentación que debe ser autónoma con relación al fondo de la materia decidida.
El precepto se refiere a la falta de pago den las costas de los incidentes; no obstante se ha
dicho que su finalidad correcta se resume en que si el remiso en pagar fuere el actor implicaría
la paralización del trámite hasta que sea abonada salvo que el impulso proviniera de la
contraria.
Por ello algún autor se ha planteado que la solución resulta ilógica ya que difícilmente el
demandado tenga intereses en continuar con el trámite de la causa, máxime cuando en dicho
supuesto caber la posibilidad de que la instancia perima.
En este caso, la solución normativa hace extensivo sus efectos fuera del proceso.
Del texto del art. 83 del CPCC se advierte que la inconducta genera para el caso del letrado y
de la parte una doble sanción, imposición de la multa y además la suspensión de la matrícula
o eventualmente imposibilidad de proseguir el pleito.
Ha sido discutida la constitucionalidad del precepto por considerar violatorio del derecho al
acceso de la jurisdicción (del peticionar y de obtener una resolución jurisdiccional).
Bibliografía [arriba]
Alfredo R. Wetzler Malbran, Algunas reflexiones sobre la inconducta procesal, ED Tomo 124,
pág. 693.
Angelina Ferreyra De De La Rúa y Cristina González de la Vega de Opl, Código Procesal Civil y
Comercial de la Provincia de Córdoba, Tomo I, La Ley.
Isidoro Eisner, Sanciones por inconducta procesal y defensa en juicio, LL, 1991-A, 433.
Lino Enrique Palacio y Adolfo Alvarado Velloso, Código Procesal Civil y Comercial de la Nación,
Tomo 2, Rubinzal – Culzoni editores.
Mariano A. Diaz Villasuso, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba, Tomo
I, ADVOCATUS.
Mario Martínez Crespo y Nicolás Maina, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de
Córdoba, AVOCATUS.
Oscar Hugo Venica, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincial de Córdoba, Tomo I,
Marcos Lerner Editora Córdoba.
Rogelio Ferrer Martínez, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Códoba, Tomo I,
ADVOCATUS.
Notas [arriba]
[1] Podetti, Ramiro, Tratado de los actos procesales, Ediar, pág. 83; citado por Rogelio Ferrer
Martínez, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba, T 1, pág. 214.
[2] Díaz, Clemente A., Instituciones de derecho procesal civil, T. II-A, Bs. As., Abeledo Perrot,
1968, pág. 260; citado por Oscar Hugo Venica, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia
de Córdoba, T. I, Córdoba, Marcos Lerner, pág. 235.
[3] PALACIO, LINO E. y ALVARADO VELLOSO, Adolfo, “Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación, t. 2, pág. 385 y siguientes, Ed. Rubinzal – Culzoni, Santa Fe 1988.
[4] Al respecto dice Podetti que: “va de suyo que si la ley sólo hubiera reconocido el ´principio
de moralidad´ sin ninguna sanción tendiente a lograr su efectivo cumplimiento, una norma de
tal jaez carecería de toda utilidad práctica en el proceso. Al establecerse una multa al
infractor, el sistema funciona en un doble aspecto, desde que al reprimir la conducta inmoral
se sanea la litis al restablecer el orden jurídico alterado, y -al mismo tiempo- la sola posibilidad
de aplicar la sanción previene o disuade a los litigantes para que no se realicen actos contrarios
al deber de lealtad, probidad y buena fe… si la ley no prohíbe mentir, la mentira es permitida
y bajo el capcioso pretexto de defender de un derecho, miente el litigante, miente el testigo
y desgraciadamente, miente y enseña a mentir el profesional”. Podetti, Ramiro, Tratado de
la competencia, 2 da edición, Ediar, T. I, pág. 114.
[5] Díaz, Clemente A., Instituciones de derecho procesal – Pate general, T I, Introducción, Ed.
Abeledo Perrot, Buenos Aires, págs. 264/265; citado por Isidoro Eisner, Sanciones por
inconducta procesal y defensa en juicio, LL-1991-A, pág. 433.
[6] Mariano A. Díaz Villasuso, Código Procesal Civil y Comercial de Córdoba, T. I, ADVOCATUS,
pág. 243.
[7] CSJN, “ch., J. C., quiebra c/ G., J y otro”, 20/8/1996 (LL 1996-E, 533).
[8] En efecto, constituye una conducta reñida con la buena fe procesal el planteo del recurso
de apelación invocando razones inconsistentes, sin tener fundamentos mínimamente
atendibles y con la clara intencionalidad de dilatarla resolución definitiva de la causa, con el
consiguiente desgaste jurisdiccional y dispendio de tiempo que ello implica (conf. C1CC Cba.,
Carrara, Miriam Deolinda c/ Alves Dormelles, Héctor José – Desalojo. Sent. Nro. 35, 17/3/2011
Sem. Jur. Nro. 1814, pág. 16.
[9] CCC y Cont. Adm. de San Francisco, “Medrano, Susana Mercedes c/ Banco Hipotecario SA
– Habeas Data”, Sent. Nro. 168, 19/10/2010.
[10] Lino Palacio, Tratado de Derecho Procsal, T III, pág. 53, citado por Angelina Ferreyra de
De la Rúa y Cristina González de la Vega de Opl, Código Procesal Civil y Comercial de la
Provincia de Córdoba, Tomo I, La Ley, pág. 133.
[12] Oscar Hugo Venica, Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba, T. I,
Marcos Lerner, pág. 238.
[13] Palacio, Lino Enrique, Derecho procesal civil, T I, 2da ed., Buenos Aires, Abeledo Perrot,
nro. 43, b), pág. 222., citado por Oscar Hugo Venica, Código Procesal Civil y Comercial de la
Provincia de Córdoba, T. I, pág. 240.
[14] CSJN, “Chavanne, Juan Carlos su quiebra c/ Gravier, juan y otro”, 20/8/1996, Fallos
319:1586.