La Observación de Un Niño en Una Situación Fija
La Observación de Un Niño en Una Situación Fija
La Observación de Un Niño en Una Situación Fija
En el presente trabajo se va escribir la situación fija y como puede ser usada como instrumento para la investigación.
El caso que se va a describir trata de un niño de siete meses, que durante una observación hizo un ataque de asma y se sobre puso
a él , dato de interés psicosomático.
En la clínica de Paddington Green Children´s Hospital, las madres y sus hijos esperan en el pasillo, la sala donde atiende es grande
ya que es mucho lo que se debe observar desde que entran hasta que llegan.
Si se trata de un bebe, le pido a la madre que se siente ante mi, con la esquina de la mes entre ella y yo. Se sienta y pon el niño en
sus rodillas. Coloco en el borde de la mesa un bajalengua reluciente, invito a la madre a colocar al niño de forma que si quiere puede
acceder a él. Se le indica a la madre que por un rato ninguno de los dos va a intervenir, para que lo que haga el niño sea espontaneo.
Ante la respuesta que tenga la madre a esta indicación se va a reflejar como es ella en su casa. Se ponen en juego su angustia,
miedos, rechazo por meterse algo en la boca, su impulsiva, etc.
El comportamiento del pequeño.
El bebe se siente atraído por ese objeto metálico que reluce y a veces se balancea. Se describirá la secuencia normal de
acontecimiento:
Primera fase, el nene pone la mano por encima del bajalengua, pero descubre que debe meditar su accionar, está en un aprieto. Aquí
hay dos opciones, con la mano sobre el baja lengua y el cuerpo inmóvil m ira a su madre y a mi, o su interés se pierde y esconde la
cara en la blusa de su madre,. La madre no debe buscar tranquilizarlo, y se observa como el pequeño gradual y espontáneamente,
vuelve a depositar su interés en el bajalengua.
Segunda fase, durante «el período de hesitación», como yo lo llamo, el pequeño mantiene el cuerpo quieto, pero no rígido. El
momento en que esta primera fase da paso a la segunda es muy evidente, ya que la aceptación por el niño de la realidad de que
desea el bajalengua se ve anunciada por un cambio en el interior de la boca, que pasa a ser fláccido, mientras la lengua cobra un
aspecto grueso y flojo y la saliva fluye copiosamente. Al cabo de un rato el niño se mete el bajalengua en la boca y lo mastica con las
encías. Dos cosas a tener en cuenta, la expectación y la inmovilidad se ven ahora sustituidas por la confianza en si mismo, mientras
que el cuerpo se mueve con soltura. El segundo la manipulación del bajalengua.
Parece que ahora el bebé siente que el bajalengua está en su poder, del que ciertamente dispone para fines de autoexpresión. Da
golpes sobre la mesa o contra el cubilete con él armando todo el ruido que le es posible armar; de lo contrario, lo acerca a mi boca o
a la de su madre y se alegra mucho si nosotros fingimos que nos está alimentando. Decididamente lo que el pequeño desea es que
juguemos a que nos da de comer y se enfada si somos lo bastante estúpidos como para meternos el objeto en la boca, ya que
entonces el juego deja de ser tal. En este punto podría decirles que jamás he hallado pruebas de que los pequeños se lleven un
chasco debido a que, en realidad, en el bajalengua no haya comida ni sea comestible
Tercera fase, el niño deja caer el bajalengua como por accidente. Si le es devuelto se alegra, vuelve a jugar con él y de nuevo lo deja
caer, pero esta vez menos accidentalmente. Al serle devuelto esta vez, lo deja caer a propósito y disfruta una enormidad librándose
agresivamente de él y en especial disfruta al oírlo chocar con el suelo.
El final de esta tercera fase se da cuando el niño desea reunirse con el bajalengua en el suelo o se lo mete en la boca y vuelve a jugar
con él, o bien cuando se aburre de este objeto y quiere coger cualquier otro que esté a mano. En cuanto a descripción de lo normal,
esto es válido solamente para los niños de edad comprendida entre los cinco y los trece meses. Después de los trece meses, las
angustias del niño siguen siendo susceptibles de aparecer reflejadas en la situación fija. Su interés positivo desborda la situación fija.
Quisiera demostrarles que relación parece tener esto con el juego descrito por Freud (1920), en el que el chico llegó a dominar sus
sentimientos acerca de la partida de su madre. Creo que el carrete de algodón, que representa a la madre del niño, se lanza para
indicar el hecho de librarse de la madre, puesto que el carrete que había estado en poder del pequeño representaba a la madre en su
poder. Ya familiarizado con la secuencia completa de incorporación, retención y abandono, ahora veo que el hecho de arrojar el
carrete forma parte de un juego cuyo resto está implícito o ha sido jugado en una fase anterior. Dicho de otro modo, cuando la madre
se aleja, no se trata para el niño de una mera pérdida de la madre externamente real, sino también de la puesta a prueba de la relación
del niño con la madre interior. Esta, en gran medida, refleja los propios sentimientos del pequeño y puede ser algo amoroso o aterrador,
o bien algo que cambia velozmente de una a otra actitud. Cuando comprueba que es capaz de dominar su relación con la madre
interior, incluyendo su agresivo abandono de la misma (Freud lo señala claramente), el niño es capaz de permitir la desaparición de
su madre externa sin temer en exceso por su regreso.
He comprobado que en la citada situación es posible llevar a cabo una labor terapéutica. Les mostraré un caso que publiqué en 1931
y en el que afirmaba la creencia de que era posible realizar tal clase de labor.
Se trataba del caso de una niña pequeña que llevaba seis u ocho meses acudiendo a mi consulta debido a una alteración nutritiva,
probablemente iniciada por una gastroenteritis infecciosa. El desarrollo emocional de la niña se había visto turbado por esta
enfermedad que la hacía sentirse irritable, insatisfecha y propensa al vómito después de ingerir alimentos. Dejó de jugar, y a los nueve
meses, no sólo sus relaciones con la gente eran del todo insatisfactorias, sino que, además, empezaba a padecer convulsiones que,
a los once meses, eran ya frecuentes.
A los doce meses, las convulsiones eran ya de mayor cuantía e iban seguidas de un estado soñoliento. Por aquel entonces empecé
a verla con intervalos de pocos días, dedicándolo veinte minutos de atención personal, de un modo bastante parecido a lo que hoy
denomino «situación fija», pero colocándome a la pequeña sobre mis propias rodillas.
En una consulta tenía a la niña en las rodillas mientras la estaba observando. La pequeña hizo un intento furtivo de morderme los
nudillos. Tres días más tarde la tenía otra vez sobre las rodillas, esperando ver lo que haría. Me mordió los nudillos tres veces, con
tanta fuerza que casi me levantó la piel. Luego se puso a jugar arrojando bajalenguas al suelo. Así permaneció sin parar durante
quince minutos, sin dejar de llorar. Dos días después la tuve en mis rodillas durante media hora, al principio lloró como de costumbre.
Volvió a morderme los nudillos con gran ensañamiento, sin que esta vez mostrase sentimientos de culpabilidad, y luego se puso a
jugar a algo que consistía en morder los bajalenguas y arrojarlos a lo lejos. Mientras permaneció en mis rodillas empezó a ser capaz
de disfrutar con sus juegos. Al cabo de un rato se puso a manosearse los dedos de los pies.
Más adelante, se presentó un día la madre y me dijo que no sólo no había sufrido ninguna convulsión sino que por las noches dormía
bien, y estaba contenta todo el día, sin bromuro. Al cabo de once días la mejoría persistía sin necesidad de medicación: ya habían
transcurrido catorce días sin convulsiones, por lo que la madre pidió que la diese de alta.
Visité a la pequeña un año más tarde y comprobé que desde la última consulta no había tenido ningún síntoma en absoluto. Me
encontré con una niña totalmente sana, feliz, inteligente y amigable, aficionada a jugar y libre de las angustias.
La fluidez de la personalidad infantil, unida al hecho de que los sentimientos y los procesos inconscientes se hallan tan íntimamente
unidos en las primeras etapas de la infancia, permiten llevar a término algunos cambios en el curso de unas pocas entrevistas. No
obstante, no se halla absolutamente fuera de peligro. Sin embargo, si el primer año del pequeño transcurre sin contratiempos, los
pronósticos son buenos.
Desviaciones de la normalidad
Ya he dicho que resulta significativa cualquier desviación de lo que he llegado a considerar como la norma de comportamiento en la
situación fija. La variación principal y más interesante la constituye la hesitación inicial, que o bien es exagerada o brilla por su
ausencia. En otra de las variaciones de la norma, el pequeño coge el bajalengua e inmediatamente lo arroja al suelo, cosa que repite
tan pronto como le es devuelto por el observador. Casi con toda seguridad hay una correlación entre éstas y otras variaciones de la
norma y la relación del niño con los alimentos y las personas.
Discusión de la teoría
Está claro, en primer lugar, que la hesitación (duda), es un signo de angustia, aunque aparezca normalmente.
Como dijo Freud (1926), “la angustia es acerca de algo”. Así, pues, son dos las cosas que hay que discutir: lo que sucede en el
cuerpo y en la mente en estado de angustia, y ese algo que suscita la angustia.
Si nos preguntamos por qué hesita/ duda el pequeño después del primer gesto impulsivo, ésta es una manifestación del superyo. En
cuánto al origen de esto, la hesitación/ duda normal del pequeño no puede explicarse haciendo referencia a la actitud de los padres.
He comprobado que, en la medida en que los niños no se vean impulsados por la angustia, son capaces de ajustarse a este medio
ambiente modificado.
Pero sea o no sea la actitud de la madre lo que determina el comportamiento del bebé, sugiero que la hesitación/duda significa que
el pequeño espera que su acto cause el enfado y tal vez la venganza de su madre. Para que el pequeño se sienta amenazado,
incluso por una madre que esté verdadera, es imprescindible que en su mente infantil exista la noción de una madre enojada. Como
dice Freud (1926): «Por el contrario, el peligro externo (objetivo), si ha de tener significación para el yo, es necesario que haya sido
interiorizado».
Si la madre se ha enfadado de veras y el pequeño tiene motivos reales para esperar que ella demuestre su enfado durante la consulta,
al verle coger el bajalengua, nos vemos conducidos hacia las fantasías aprehensivas del pequeño, justamente en el caso corriente en
que el niño hesita pese a que la madre no sólo tolera tal comportamiento sino que incluso da por sentado que se producirá. El “algo”
que provoca la angustia se halla en la mente del niño, es la idea de una posible severidad o castigo. Y todo lo que se encuentra en la
mente del niño puede verse proyectado en esta nueva situación. Cuando no ha habido ninguna experiencia de prohibición, la
hesitación entraña conflicto o bien la existencia, en la mente del pequeño, de una fantasía correspondiente al recuerdo que de su
madre verdaderamente severa tiene el otro pequeño. En uno y otro caso, por lo tanto, en primer lugar el niño tiene que contener su
interés y su deseo, y solamente es capaz de reencontrar su deseo en la medida en que su puesta a prueba del medio le dé resultados
satisfactorios.
Es necesario postular el hecho de que un niño pequeño, incluso uno de siete meses, como el que padecía asma y cuyo caso he
citado, tiene fantasías. Tales fantasías no están aún asociadas con el uso de palabras, pero están llenas de contenidos son ricas en
emoción, y puede decirse que aportan los cimientos sobre los que se edificará toda fantasía posterior.
Estas fantasías del pequeño no sólo se refieren al medio externo, sino que también se refieren a la suerte y a la interrelación entre las
personas y fragmentos de personas que, por medio de la fantasía, son transportadas al interior del pequeño -primero junto con la
ingestión de alimentos y subsiguientemente a modo de procedimiento independiente- y que pasan a formar la realidad interior. El niño
presiente que las cosas interiores son buenas o malas, del mismo modo que lo son las cosas externas. Las cualidades de bueno o
malo dependen de la relativa aceptabilidad del objetivo en el proceso de ingestión. Éste, a su vez, depende de la fuerza de los impulsos
destructores en relación a los impulsos amorosos, así como de la capacidad de cada niño para tolerar las angustias que se derivan
de las tendencias destructoras. Asimismo, y relacionado con ambos factores, debe tenerse en cuenta la naturaleza de las defensas
del niño, incluyendo el grado de desarrollo de su capacidad para ofrecer reparaciones. Todo esto podríamos resumirlo diciendo que
la capacidad del niño para conservar la vida de aquello que ama y para retener su creencia en su propio amor ejerce una importante
influencia en el grado de bondad o de maldad que le parezcan poseer las cosas que le son internas y externas, y esto, en cierto modo,
cabe decirlo incluso del niño de escasos meses de edad. Además, tal como lo ha demostrado Melanie Klein, existe un intercambio
constante entre la realidad interior y la exterior, así como una constante puesta a prueba de las mismas. La realidad interior se ve
siempre edificada y enriquecida por la experiencia instintiva relacionada con los objetos externos y las aportaciones hechas por ellos
(en la medida en que tales aportaciones puedan percibirse); y el mundo exterior es constantemente percibido, mientras que la relación
del individuo con dicho mundo se ve enriquecida debido a que en este individuo existe un mundo interior dotado de vida.
La angustia puede caracterizarse por palidez, sudor, vómitos, diarrea y taquicardia. Sin embargo, resultó interesante comprobar en
mi clínica que existen varias manifestaciones alternativas de la angustia, sea cual fuere el órgano o función que se esté estudiando.
Durante el examen físico, si se lleva a cabo en una clínica cardíaca, al niño que padece angustia se le puede observar eretismo
cardíaco. Tal vez se observen bradicardia o taquicardia extremas. Para comprender qué es lo que está pasando cuando se constatan
estos síntomas creo que nos es preciso saber algo acerca de los sentimientos del niño y de sus fantasías y, por ende, acerca del
grado de excitación y rabia que se mezclan entre sí, así como acerca de las defensas contra ambas.
Si examinamos la hesitación de un niño en nuestra consabida situación fija, podremos decir que los procesos mentales que subyacen
a ella semejan a los que actúan a modo de trasfondo de la diarrea, si bien su efecto es contrario. He escogido la diarrea pero hubiese
podido referirme a cualquier otro proceso fisiológico que pueda ser exagerado o inhibido según la fantasía inconsciente que esté
afectando a aquel órgano o función concretos. De la misma manera, atendiendo a la hesitación del niño en la situación fija, cabe decir
que incluso cuando el comportamiento del niño es una manifestación de temor, sigue habiendo lugar para la descripción de los mismos
titubeos en términos de fantasía inconsciente. Lo que vemos es el resultado de que el impulso del pequeño a alargar la mano y coger
se vea sujeto a un control que incluso llega a la negación momentánea del impulso. Ir más allá para describir lo que hay en la mente
del pequeño no es cuestión de observación directa, pero, como he dicho, esto no quiere decir que en la mente del pequeño no haya
nada que corresponda a la fantasía inconsciente que a través del psicoanálisis podemos demostrar que existe.
En el caso que he citado especialmente como ejemplo de la aplicación de la técnica, el control incluye el de los conductos bronquiales.
Sería interesante analizar la importancia relativa del control de los bronquios como órgano (el desplazamiento del control de, por
ejemplo, la vejiga) y la medición de la espiración o de la inspiración en caso de no haber sido controlada. Cabe que el niño, al asociarla
con una idea peligrosa, sienta que la expulsión del aire es algo peligroso. Esta idea, por ejemplo, puede ser la de deglutir. Para el
pequeño, que se encuentra tan en contacto con el cuerpo de la madre y con el contenido de sus pechos, contenido que efectivamente
toma, la idea de deglutir del pecho no es en modo alguno remota y el temor de penetrar en el cuerpo de la madre pudiera muy bien
asociarse en la mente del pequeño con el de no respirar. La idea de una respiración peligrosa o de un órgano respiratorio peligroso
nos lleva una vez más a las fantasías del niño.
La hesitación/duda normal del niño que quiere coger el bajalengua, refiere q que en la mente del pequeño existe el peligro, y que
éste sólo puede explicarse partiendo del supuesto de que tiene fantasías o algo equivalente.
Ahora bien, ¿qué representa el bajalengua? La respuesta a esta pregunta es compleja porque el bajalengua representa diversas
cosas. Puede representar un pecho, un pene, no quiero enunciar mas que la posibilidad de que el pequeño tenga una fantasía en la
que aparezca algo semejante a un pecho y al mismo tiempo diferente, ya que se trata de algo más propio de su padre que de su
madre. Pensamos que, para forjarse su fantasía, el niño saca partido de sus propias sensaciones genitales y de la autoexploración
corporal.
Es como si, al acudir al pecho y beber leche, el bebé, en sus fantasías, meta la mano dentro, se tire de cabeza o irrumpa de cualquier
otro modo en el cuerpo de su madre, según la fuerza y la ferocidad del impulso, para arrancar del pecho todo lo que contenga de
bueno. En el inconsciente, este impulso de alargar la mano hacia dentro se ve asimilado con lo que más adelante se comprobará que
es el pene.
Aparte de representar pechos y pene, el bajalengua sirve también para representar gente. La observación ha demostrado que el
pequeño de edad comprendida entre cuatro y cinco meses puede ser capaz de captar personas enteras a través de los ojos, calibrar
el estado de ánimo de una persona, su aprobación o desaprobación, o distinguir entre una persona u otra.
En la situación fija, el niño que se halla en observación me da una serie de claves importantes con respecto al estado de su desarrollo
emocional. Puede que en el bajalengua vea solamente un objeto que puede coger o dejar y al que no relacione con un ser humano.
Esto quiere decir que en él no se ha desarrollado la capacidad para construir la persona completa partiendo del objeto parcial, o bien
que ha perdido dicha capacidad. También puede comportarse de tal modo que demuestre que detrás del bajalengua me ve a mí o a
su madre, y actúe como si el objeto formase parte de mí o de la madre. En tal caso, si coge el bajalengua, es como si tomase el pecho
de su madre. Finalmente, cabe también que vea a su madre y a mí y considere que el bajalengua es algo que tiene que ver con la
relación que hay entre su madre y yo mismo. En la medida en que éste sea el caso, al coger o dejar el objeto, el pequeño establece
una diferencia en la relación de dos personas que representan al padre y a la madre.
Se ha señalado que el adulto neurótico a menudo es capaz de sostener una buena relación con el padre o con la madre
individualmente, pero que le es difícil hacerlo con ambos a la vez. Este paso en el desarrollo del niño, en virtud del cual llega a ser
capaz de una relación con dos personas que para él revisten importancia (lo que, fundamentalmente, quiere decir con ambos padres),
y que es capaz de sostener dicha relación simultáneamente, constituye un paso muy importante y en tanto no lo da el niño no puede
ocupar satisfactoriamente su lugar en la familia o en un grupo social. Según mis observaciones, este paso importante se da por
primera vez en el primer año de vida.
Se recordará que en el caso de la niña asmática hice referencia a la relación existente entre los juegos del niño y su creciente
habilidad para juntar el bajalengua y el cubilete, así como a la mezcla de deseos y temores relativos al control de una relación
simultánea con dos personas.
Ahora esta situación, en la que el pequeño hesita entre satisfacer o no su gula sin suscitar ira y desaprobación en uno de los dos
progenitores, como mínimo se ve ejemplificado en la situación fija en que llevo a cabo mis observaciones, de modo fácilmente
comprobable por todos. En la medida en que el pequeño sea normal, uno de los principales problemas que se le plantean es el de
controlar a dos personas a la vez. A veces parece que en esta situación fija soy testigo del primer éxito en este sentido. Otras veces
veo reflejados en el comportamiento del pequeño los éxitos y fracasos que obtienen sus intentos para ser capaz de sostener una
relación simultánea con dos personas en casa. A veces presencio la aparición de una fase de dificultades en este sentido, así como
una recuperación espontánea.
La experiencia de atreverse a desear o a coger el bajalengua, cogerlo y hacerlo suyo sin que de hecho se altere la estabilidad del
medio inmediato, actúa como una especie de lección objetal que tiene valor terapéutico para el niño. A la edad que estamos estudiando
y durante toda la niñez tal experiencia no es sólo temporalmente tranquilizadora: el efecto acumulativo de experiencias felices y un
ambiente estable y amistoso en torno al niño es la confianza en la gente que habita el mundo exterior, así como su sentimiento general
de seguridad. También se ve reforzada la creencia del pequeño en las cosas y relaciones buenas que hay en su interior. Estos
pequeños pasos encaminados a la solución de los problemas centrales se dan en la vida cotidiana del bebé y del niño pequeño, y
cada vez que se resuelve el problema, algo viene a sumarse a la estabilidad general del sujeto, al mismo tiempo que se fortalecen los
cimientos del desarrollo emocional. No sorprenderá, pues, que afirme que en el curso de mis observaciones soy también el
responsable de la producción de cambios encaminados a la salud.
Lo que esta labor tiene de terapéutica radica, a mi modo de ver, en el hecho de que se permita el decurso completo de la experiencia.
Partiendo de ello se pueden sacar conclusiones acerca de una de las cosas que contribuyen a formar un medio positivo para el
pequeño. En la forma intuitiva de manejar al pequeño, la madre permite, como es natural, el decurso completo de las diversas
experiencias, actitud que mantendrá hasta que el niño sea lo bastante mayor como para comprender el punto de vista de su madre.
La madre odia entrometerse en experiencias tales como la nutrición, el sueño o la defecación. En mis observaciones, yo, de manera
artificial, otorgo al pequeño el derecho de completar una experiencia que le resulta especialmente valiosa en tanto que lección objetal.
En el psicoanálisis propiamente dicho hay algo que se parece a esto. El analista deja que sea el paciente quien lleve la iniciativa,
mientras él hace todo lo posible para permitirle moverse con libertad, ya que sólo fija el horario y la longitud de las sesiones, y esto lo
hace respetar. El psicoanálisis difiere de esta labor con los niños en que el analista siempre anda a ciegas, tratando de abrirse paso
entre la gran masa de material que le es ofrecida y procurando averiguar cuál es, de momento, la configuración de lo que él pueda
ofrecerle al paciente, es decir, lo que él llama la interpretación. A veces el analista verá que le es valioso mirar más allá de semejante
cúmulo de detalles para ver en qué medida el análisis en curso puede plantearse en los mismos términos en que podría plantearse la
relativamente sencilla situación fija que les he descrito. Cada interpretación es como un objeto reluciente que excita la gula del
paciente.
En los últimos años he llegado a comprender especialmente (aplicando la obra de Melanie Klein) el papel que incluso en la mente del
pequeño desempeña el temor a la pérdida de la madre o de los padres en tanto valiosas posesiones internas. Cuando la madre deja
al niño éste siente que ha perdido no sólo una persona real, sino también su duplicado mental, ya que la madre del mundo externo y
la que hay en el mundo interno siguen estando estrechamente ligadas entre sí en la mente del pequeño y son más o menos
interdependientes. La pérdida de la madre interna, la cual para el niño ha adquirido la importancia de una fuente interior de amor,
protección e incluso vida, refuerza en gran manera la amenaza de que se produzca también la pérdida de la madre real. Es más, el
niño que arroja el bajalengua -y creo que lo mismo es aplicable al niño que juega con el carrete de algodón- no sólo se libra de una
madre interna y externa que ha espoleado su agresividad y que está siendo expulsada -si bien es posible hacerla volver-, sino que,
en mi opinión, exterioriza además a una madre interna cuya pérdida teme, con el fin de demostrarse a sí mismo que esta madre
interna, que ahora se ve representada por el juguete que yace en el suelo, no ha desaparecido de su mundo interior, no ha sido
destruida por el acto de incorporación, sigue siendo amistosa y dispuesta a prestarse a su juego. Y mediante todo esto el niño lleva a
cabo la revisión de sus relaciones con las cosas y las personas que hay tanto dentro como fuera de sí mismo.
Así, uno de los significados más profundos de la tercera fase de la situación fija radica en que el niño se tranquiliza sobre la suerte de
su madre interna así como sobre su actitud. El estado depresivo que acompaña a la angustia en torno a la madre interna se ve aliviado,
con lo que se recupera la felicidad. Por supuesto, estas conclusiones nunca podrían sacarse mediante la simple observación, pero
tampoco hubiese sido posible la profunda explicación freudiana sobre el juego con el carrete de algodón sin conocimientos obtenidos
a través del análisis propiamente dicho. En el análisis de los juegos de los niños pequeños podemos ver que las tendencias
destructoras que ponen en peligro a las personas que el niño ama en la realidad externa y en su mundo interior conducen al temor, a
la culpabilidad y a la aflicción. Algo falta en tanto el niño no se dé cuenta de que mediante sus actividades de juego ha ofrecido
reparaciones y devuelto la vida a las personas cuya pérdida teme.