La Mujer y Los Libros de Caballerías. Recepción Del Género Caballeresco Entre El Público Femenino PDF
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' Es idea comúnmente aceptada que en la Edad Media las mujeres leían más
que los hombres. Así opinan M. Bartsch, (citado por A. A. Hentsch, De la littératu-
re didactique du Moyen Age s'adressant spécialement aux femmes, 1903; Ginebra,
Slatkine Reprints, 1975, p. 9, y por R. Pernoud, La femme au temps des cathédra-
les, París, Éditions Stock, 1980, p. 79; E. Auerbach, Lenguaje literario y público
en la Baja Latinidad y en la Edad Media, Barcelona, Seix Barral, Biblioteca Breve,
1969, p. 287; P. Zumthor, Essai de poétique médiévale, París, 1972, p. 30 y ss.;
C. García Guai, Primeras novelas europeas, Madrid, Istmo, 1974, pp. 44-48; J.
E. Ruiz Doménec, «La mujer en la sociedad aristocrática de los siglos xji y xiii»,
en La condición de la mujer en la Edad Media. Actas del Coloquio celebrado en
la Casa de Velázquez, del 5 al 7 de noviembre de 1984, Madrid, Casa de Velázquez,
Universidad Complutense, 1986, p. 382, recogido después en La mujer que mira
(Crónicas de la cultura cortés), Barcelona, Quaderns Crema, 1986, p. 19.
* María de Francia recoge ya en sus lais (véase en concreto Yonec, en Lais,
ed. bilingüe y prólogo de L. A. de Cuenca, Madrid, Editora Nacional, 1975, p.
209) la imagen de una vieja mujer que coge su salterio para leer unos versículos,
pero es Chrétien de Troyes en El Caballero del León (ed. de M. J. Leraarchand,
Madrid, Siruela, 1984, pp. 108-109), quien presenta otra más precisa en esa «donce-
lla que iba leyendo una novela no sé de quién ni de qué trataba y para escuchar
esta lectura, que iba siguiendo recostada, había acudido una dama».
' F. J. Sánchez Cantón, Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Cató-
lica, Madrid, CSIC, 1950, p. 23. M. D. Gómez MoUeda, «La cultura femenina
en la época de Isabel la Católica», Revista de Archivos Bibliotecas y Museos, LXI,
1 (1955), pp. 137-195, alude a sus gustos literarios, lo mismo que I. Michael,
«'From Her Shall Read the Perfect Ways of Honour'. Isabel of Castile and the
Chivalric Romance», en The Age of the Catholic Monarchs, 1474-1516. Literary
Studies in Memory of Keith Whinnom, edited by A. Deyermond and 1. Macpher-
son, Liverpool University Press, 1989, pp. 103-112.
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res» [fol. ix v]. Los recelos y ataques van obviamente contra los
libros de caballerías y no comprende «qué tienen que hazer las ar-
mas con las doncellas?» [fol. x r]. A su juicio, el mundo de la
caballería está reñido con el femenino y por esto no llega a aprobar
el que las mujeres frecuenten torneos y justas y se erijan en jueces
de quién es más valeroso y esforzado en las armas:
Hágote saber que no es muy católico el pensamiento de la muger
que se ceva en pensar en las armas y fuerzas de bra?os del varón.
¿Oy qué lugar seguro puede tener entre las armas la flaca y desarma-
da castedad? La muger que en estas cosas piensa heve poco a poco
la ponfoña, sin que la sienta; y la que ha passado o passa por ello
me lo diga: mortal es esta infición [fol. x rj.
" Diversos son los trabajos que recopilan las citas de todos estos autores. Para
los apuntados, véase H. Thomas, Las novelas de caballerías españolas y portugue-
sas. Despertar de la novela caballeresca en la Península Ibérica y expansión e in-
fluencia en el extranjero, Madrid, CSIC, 1952, pp. 124-134, y E. Glaser, art. cit.,
p. 405 y ss. Las críticas se dejaban sentir ya a comienzos del siglo xv cuando autores
como Bernat Metge censuran los vicios de los mujeres y aluden a la afición de
LA MUJER Y LOS LIBROS DE CABALLERÍAS 135
las jóvenes por los libros artúricos (véase C. Alvar, «El Lancelot en prosa: reflexio-
nes sobre el éxito y la difusión de un tema literario», en Serta Philologica F. Lázaro
Carreter, Madrid, Ediciones Cátedra, 1983, p. 9). Este tipo de textos son importan-
tes para trazar la historia de la mujer en el Siglo de Oro, como reconoce O. Green
en sus reseñas a los trabajos de P. W. Bomli, La ferrtme dans l'Espagne du siécle
d'or, Martinas Nijhoff, La Haye, 1950 reseña Hispanic Revíew, XX (1952), pp.
255-256]; R. Kelso, Doctrine for the Lady of the Renaissance, Urbana, Illinois Press,
1956 [reseña, Hispanic Review, XXVI (1958), pp. 71-75]. Un retrato aproximativo
a la mujer española del siglo xvi a través de estos textos de carácter doctrinal ofrece
J. Fitzmaurice Kelly, «Women in Sixteenth Century Spain», Revue Hispanique, 70
(1927), pp. 557-632.
" Siguiendo la doctrina de la Iglesia, Diego de San Pedro condena en su Despre-
cio de la Fortuna su obra amorosa, considerando la Cárcel de amor como «salsa
para pecar» (Diego de San Pedro, Obras completas.U. Cárcel de amor, ed. de K.
Whinnom, Madrid, Castalia, 1972, p. 11). En opinión de Fernán Xuárez, traductor
del Aretino, no es pecado mortal leer libros de historias profanas, como los libros
de Amadís y de don Tristán, siempre y cuando se vaya con cuidado «de no consentir
en cosa que alli lean que sea pecado mortal, ni holgarse de la pensar», Coloquio
de las damas (1548), M. Menéndez Pidal, Orígenes de la novela, IV, Madrid, Ed.
Bailly Bailliére, NBAE, 1915, p. 252b.
" Juan de la Cerda, Libro intitulado vida política de todos los estados de muge-
res, Alcalá de Henares, 1599, fol. 40 v. El pasaje del libro, citado por E. Glaser,
art. cit., p. 406, es una paráfrasis de parte del capítulo V del primer libro de la
Instrucción de la mujer cristiana.
" Reproduce parcialmente el prólogo H. Thomas, ob. cit., pp. 184-187.
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tan atractivo para los hombres como para las mujeres y ello es
en definitiva lo que le ha movido a ella a dar a conocer este libro
de caballerías español y a otras mujeres a su lectura.
La narrativa caballeresca es algo más que refriegas y combates,
que armas y heridas. A juzgar por algunas de las denuncias de los
críticos, su atractivo entre el público femenino radica sobre todo
en los asuntos tratados y en los amores que recrea. Si en la vida
real el deslumbrante mundo de la caballería, como comprueba Vi-
ves, atrae a las mujeres, que gustan de asistir a los torneos y justas
para ver y ser vistas, para presenciar los combates y sentenciar el
valor de los caballeros, no es extraño que les agraden también aque-
llas ficciones que lo retratan con tanta fidelidad y en las que ellas
mismas se ven reflejadas. La estética y el erotismo que se encierra
en estos embates bélicos tan minuciosamente descritos, «las fuerzas
de bracos del varón» de las que habla el filólogo valenciano, tam-
bién cautivarían el interés del público femenino ^°. Esta exhibición
del cuerpo y esta velada incitación a las pasiones corporales que
subyace en las luchas caballerescas, en especial en los torneos, es
en definitiva la que la Iglesia censuró al declarar la guerra a los
torneos y la que los moralistas persiguen también al atacar estas
ficciones que tantas pasiones pueden desatar en las doncellas. Lo
mismo puede decirse de la sensualidad que rezuman muchas apasio-
nadas e ilícitas historias de amor, en las que el acento está puesto,
como muy bien ha explicado S. Roubaud ^', «sur l'entrainement
sensuel, sur la forcé obscure du désir qui affirme superbement ses
droits», y en las que se les ofrece un completo muestrario del com-
portamiento amoroso.
Quizá la imagen literaria que estos libros ofrecen de la mujer
podría explicar también parte de su éxito, aspecto éste que merece-
ría un estudio detallado que escapa a estas páginas ^^. Efectivamen-
te la mujer no es la protagonista de estas ficciones, pero sí pieza
indispensable de las mismas. La existencia del héroe, protagonista
^ La fantasía erótica que supone el deporte del torneo medieval ha sido sugeren-
temente tratada por J. Huizinga, El otoño de la Edad Media. Estudios sobre la
forma de la vida y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y en los
Países Bajos, Madrid, Alianza Editorial, 1988, 7." reimpresión, p. 110 y ss.
^' S. Roubaud, «La fdret de longue attente: amour et mariage dans les romans
de chevalerie», en Amours legitimes. Amours illégitimes, ob. cit., p. 263.
^^ No existe hasta la fecha ningún trabajo dedicado a la mujer como personaje
literario en la narrativa caballeresca peninsular, pues el de E. de la Iglesia, La mujer
en ¡os libros de caballerías, Madrid, Imp. Fontanet, 1917 (parcialmente recogido
por L. A. de Cuenca, Floresta española de varia caballería. Raimundo Lulio, Alfon-
so X, Don Juan Manuel, Madrid, Editora Nacional, 1975, pp. 89-94) se ocupa sólo,
y de forma muy parcial, de las mujeres que aparecen en los textos artúricos.
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critos, sigue con el lavado de los dientes, para cuya correcta higiene
se ofrece una receta sacada al parecer del doctor Laguna '*', y con-
cluye con una larga disquisición sobre el maquillaje y los afeites
femeninos [fol. 128]. Es en esta última sección donde el autor
más se explaya, repitiendo los viejos argumentos de los Padres de
la Iglesia que consideraban el ornato femenino contrario a la volun-
tad de Dios, por desvirtuar su obra e incitar a la lujuria y al mal ^*.
Pasaje interesantísimo es también aquel en el que las dos damas
discuten sobre cómo las mujeres han de gastar su tiempo y emplear-
se para evitar la ociosidad, madre de todos los males [fol. 142r
y ss.], preocupación ésta que había llevado a muchos autores ecle-
siásticos a tratar el tema y a trazar incluso un orden del día de
sus ocupaciones. Es el caso de Hernando de Talavera, el confesor
de la Reina Isabel, que dirige a la Condesa de Benavente un peque-
ño opúsculo sobre De cómo se ha de ordenar el tiempo para que
sea bien expendido *'' o el del humanista valenciano Vives, que lo
trata detenidamente en un capítulo de su Instrucción de la mujer
cristiana. La teoría humoral se esgrime en Don Mexiano como de-
terminante y, en función de ella, las mujeres habrán de dedicarse
a unas actividades u otras. Entre las que se mencionan se cita tam-
bién la lectura, si bien Belisandra estima que los libros que tratan
verdades disfrazadas y mentiras (¿libros de caballerías?) no han de
caer en manos de doncellas muy mozas, porque la mocedad no
les enseña «a quevrar la cascara para comer el meollo» [fol. 142 v.].
Caso significativo es también el de Joaquín Romero de Cepeda,
que presenta en los primeros capítulos de La Historia de Rosián
de Castilla (Lisboa, 1586) un pequeño tratadito sobre el matrimo-
tres años antes que el Rosián, para guiar a las recién casadas en
el camino del matrimonio. Parejas pretensiones encierran también
estos capítulos del libro de Romero de Cepeda, que responden, jun-
to a otros componentes del mismo, a un intento de limpiar la mate-
ria caballeresca de sus notas más escabrosas, orientándola a un pro-
pósito educativo. Poco queda ya, sin embargo, de aquellos amores
y matrimonios secretos de los primeros libros estudiados por J. Ruiz
de Conde ' ' . Las censuras y las prohibiciones, si no modificaron
los hábitos de lectura, tal vez propiciaron algunos de estos cambios,
aminorando el componente fantástico y amatorio en aras de lo
didáctico-cristiano.
" Véase E. Rhodes, «Skirting the Men: Gender Roles in Sixteenth Century Pas-
toral Books», Journal of Hispanic Philology, XI, (1987), p. 133.
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" Recuérdense, por citar algunos ejemplos, las aventuras de corte sentimental
incluidas en el Palmerín de Olivia y en el Primaleón, los episodios pastoriles del
Amadís de Grecia y del Florisel de Niquea de Feliciano de Silva o los pasajes bizan-
tinos del Lidamarte de Armenia de Damasio de Frías. Las causas de esta intergeneri-
cidad tal vez haya que buscarlas en los exigencias de un público, añcionado a la
variedad, que repartía sus gustos por igual entre la rica oferta de la ficción idealista.