Diego Del Gastor
Diego Del Gastor
Diego Del Gastor
Parte 2
(Sigue…)
Diego, a todo lo que tocaba le ponía su alma. Sin alma no se puede sublimar el arte.
El arte es una mezcla de las cualidades expresivas del artista y del dominio y
conocimiento que se tenga de la técnica para conformarlo. Por eso, cuando algunos
entendidos, de forma intencionada, le quieren restar importancia al toque de Diego,
rápidamente se escudan en el déficit de sus carencias técnicas. Con ese entender se
valora únicamente, su aspecto más técnico, pero se olvida la esencialidad de los
átomos de sustancia flamenca con los que el artista debe dotar y capacitar a su obra.
Diego era muy delicado. Tenía y sentía un profundo respeto por el flamenco. Gustaba
del silencio y de la quietud, no de los aplausos del respetable ni de las voces de
aquellos que se querían hacer notar jaleando a destiempo. A éstos, continuamente les
reclamaba silencio con sólo una palabra: oído, oído... Sus actuaciones iban precedidas
de una gran elegancia y su saber estar era casi religioso. Para él, ésta era la regla de
conducta a seguir mientras se ejercitaba el rito del cante y del toque. Una mosca le
podía molestar. Y ello no era por consecuencia de que su persona fuese muy
quisquillosa, que en alguna medida lo fue, sino por consideración hacia este arte.
A Diego era tanto lo que le gustaba el cante, que, a veces, él mismo, buscaba arropes
en la tradición familiar para interpretar algunos estilos de soleá. Entre estos los que
cantaba su padre, y a los que él llamó, junto con su cuñado Joselero, cantes de la
Sierra de Grazalema.
Ustedes saben que Grazalema es un pueblo de Cádiz cuya sierra entronca con Arriate,
Ronda y El Gastor, ciudades en las que Diego nació, se bautizó y vivió en su niñez.
Esos cantes que él decía eran de su padre, no se han perdido gracias al apego que
Diego sentía por la lírica popular andaluza. Esos cantes se los enseñó a Joselero, y
posteriormente, fueron depositados en ese gran artista que es Juan Peña el Lebrijano.
Lo que pone de relieve que Diego, además de guitarrista, fue un transmisor de cantes.
No podemos precisar pero si intuir que esos viejos sones soleaeros, posiblemente
originados en esa comarca, se incardinan con las soleares de Anilla la de Ronda,
cantaora y guitarrista, a la sazón familia de Diego. Anilla, de apellido Amaya, de raza
gitana como Diego, fue admirada como una cantaora de soleares.
Una interpretación nada descabellada de estos sucesos nos hace decir, que esos cantes
recuperado por Diego tienen casi un siglo y medio, y la tradición familiar lo acercó a
este hoy.
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Esta es una muestra más, entre cientos, entre miles de sones, que con cierta justeza
me atrevo a proclamar, la evolución de los tiempos ha ido puliendo y conservando a
lo largo de los años, lo que pone de manifiesto la grandeza de esta música culta del
sur sin precedentes en la historia de la civilización. Diego Flores Amaya es un
eslabón más de esa cadena cuyo alcance nos ofrece una perspectiva de siglos.
Dicho esto, es justo resaltar que Diego fue un gran aficionado al cante, cualidad ésta
que no se da, últimamente, con notoria frecuencia, en los nuevos valores que han
surgido en la guitarra flamenca, a los que la técnica domina sus buenos haceres, pero,
a los que el corazón, motor de emociones jondas, les queda en muy segundo plano.
Al hilo de este último apunte quiero ofrecer unas reflexiones que expresan el
contraste entre la guitarra de Diego del Gastor y la nueva concepción que del
flamenco tiene la mayoría de muchos grandes guitarristas flamencos, cuyo prestigio
no voy a descubrir, y mucho menos a censurar.
Digerir, también es meditar de forma cuidadosa sobre una cosa para entenderla.
Cuando hablamos de sonidos armónicos, y aunque el oído humano, en tanto que
receptor de escucha, está preparado científicamente para acopiar de forma instantánea
la producción de éstos, su almacenaje y entendimiento requieren de un espacio
temporal para su conocimiento y posterior deleite.
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reflexiones. Creo como cierto afirmar, que, para dejarse embelesar por las notas de
una guitarra flamenca se requiere un gran sosiego. Sin esta predisposición es
imposible percibir todo su aroma.
Fijaros bien lo que dijo Fernanda de Utrera, respecto de Diego del Gastor en una
entrevista que le hicieron "Diego y yo formábamos la pareja que mejor se ha
compenetrado en el flamenco. Cada uno estaba enamorado del arte del otro. Yo era
las cuerdas de su guitarra y él la queja de mi voz” Y concluye Fernanda. “Nadie ha
sabido arrancar lo que yo llevo dentro como Diego el del Gastor”.
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Otra cita en esta ocasión de Francisco Ayala en un lúcido análisis de la figura de
Diego afirma: "El toque de Diego contiene más alma, más duende que el toque de
cualquier otro guitarrista flamenco hoy día. Diego no se adhiere a la corriente
moderna de la velocidad y el lucimiento personal, admitidamente necesarios para
aquellos que deben competir en el ambiente comercial del flamenco. Por el
contrario, retiene tenazmente la sencillez de los tiempos pasados, antes de que la
guitarra flamenca se convirtiera en un instrumento de virtuosismo, cuando todavía
era fundamentalmente un medio genuino y primitivo de expresar lo hondo”.
Diego se nos fue hace treinta y cinco años, nos dejó un enorme vacío, pero también
un mundo de magias que fui descubriendo con los años.
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Mi abrazo a Diego del Gastor es un abrazo más. Un abrazo más entre los muchos que
comparto con aquellos aficionados, cuyas sensibilidades destacan el hecho diferencial
y singular de un artista que nació asido al vientre de una guitarra, que supo recorrer
una a una sus seis cuerdas para provocar unas emociones tan fascinantes como
insólitas.