RCC LaCeja 1987 PDF
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CARISMÁTICA
Documento del Encuentro Episcopal Latinoamericano efectuado en La Ceja
(Colombia) - Septiembre de 1987
Introducción
I. Fundamento teológico de la renovación
II. Los carismas
III. Los grupos de oración
IV. Frutos que produce la renovación
V. Atención pastoral al movimiento de renovación
Conclusión
Participantes
Del primero al cuatro de septiembre de 1987 se llevó a cabo en La Ceja –Diócesis de Sonsón
Rionegro, Colombia– un importante Encuentro Episcopal Latinoamericano para estudiar en
un clima de oración y reflexión, los fundamentos teológicos, los frutos y posibles problemas
de la Renovación Carismática Católica, y dar orientaciones pastorales que ayuden a su
crecimiento y madurez.
Asistieron a dicho evento ciento nueve Arzobispos, Obispos y Prelados de casi todos los
países de América, los cuales cumplieron su cometido con gran interés y en un clima de
fraternidad admirable.
Uno de los resultados de este Encuentro es el Documento doctrinal y pastoral que
presentamos aquí, con la esperanza de que sea de mucha utilidad para quienes lo estudien
cuidadosamente.
Advertimos que no se trata de un Documento oficial y que ha sido firmado a título personal
por la mayoría de los participantes, y es enviado por cada Obispo a su respectiva Diócesis
para fijar los criterios que pueden animar y orientar la Renovación allí.
Ponemos este Documento a disposición de nuestros Sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos
de nuestras Diócesis respectivas y les pedimos que lo estudien con seriedad para que puedan
animar y orientar bien la Renovación Carismática en los distintos lugares de trabajo.
INTRODUCCIÓN
1 Como pastores que compartimos «los gozos y las esperanzas, las angustias y las
tristezas de los hombres de nuestro tiempo» y que estamos enfrentados a los múltiples
problemas pastorales que tienen nuestras iglesias, vemos la necesidad de un cambio
profundo y de una evangelización renovada que lleve a los hombres a un encuentro
personal con Jesús resucitado, único Salvador y Redentor del hombre, Camino, Verdad
y Vida y, a una auténtica conversión a su Persona y a su Evangelio bajo la guía y la
acción del Espíritu Santo, para la gloria del Padre.
2 Estamos convencidos de que «la renovación de los hombres y consiguientemente de la
sociedad dependerá, en primer lugar, de la acción del Espíritu Santo» (P., Nº 199).
3 Habiéndonos reunido para reflexionar en un clima de oración y comunión sobre la
Persona del Espíritu Santo y sobre su acción insustituible en la Iglesia, hemos tenido
presentes las palabras del Concilio Vaticano II: «Los Pastores, elegidos para apacentar
la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de
Dios, a quienes está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios y la
gloriosa administración del Espíritu y de la justicia» (L.G., Nº 21), y sabemos que «para
realizar oficios tan excelsos fuimos enriquecidos con una efusión especial del Espíritu Santo
por la imposición de las manos» (Ibid.).
4 Esta realidad tan grande y exigente nos obliga a una total apertura a la acción del
Espíritu Santo en nuestras vidas y en toda la Iglesia, y debe mantenernos prontos para
aceptar y seguir con docilidad las múltiples y diversas manifestaciones de su acción
santificadora.
5 Su Santidad Juan Pablo II en su Carta Encíclica “Dominum et Vivificantem” dijo
sabiamente: «El camino de la Iglesia pasa a través del corazón del hombre porque está
aquí el lugar recóndito del encuentro salvífico con el Espíritu Santo. Y éste en su
misterioso vínculo de comunión divina con el Redentor del hombre, continúa su obra,
recibe de Cristo y transmito a todos, entrando incesantemente en la historia del mundo a
través del corazón del hombre» (Nº 67).
6 Somos conscientes de la hora difícil que viven nuestras diócesis a causa principalmente
del secularismo y del materialismo que destruyen los valores cristianos y convierten al
hombre en esclavo de ídolos como el dinero, el sexo y el poder; lo mismo que del
avance constante de las sectas cuyo número de adeptos crece en todos nuestros países,
constituye un reto muy serio a nuestra labor pastoral, especialmente en el campo de la
evangelización, y destruye la comunión y unidad del Cuerpo Místico de Cristo. Como
también de las tensiones y dificultades interiores que vemos en la Iglesia y que impiden
su unidad.
7 Pero frente a esta realidad que nos preocupa e interpela seriamente oímos esperanzados
las palabras proféticas de Pablo VI en su exhortación Evangelii Nuntiandi: «Vivimos en
la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu. Por todas partes se trata de conocerlo
mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente feliz de estar bajo su moción. Se
hace asamblea en tomo a El. Quiere dejarse conducir por Él» (E.N., Nº 75).
8 Ya antes había dicho este gran Pontífice: «Para un mundo, cada vez más secularizado,
no hay nada más necesario que el testimonio de esta «Renovación espiritual» que el
Espíritu Santo suscita hoy visiblemente en las regiones y ambientes más diversos». Esta
«Renovación espiritual» ¿cómo no va a ser una «suerte» para la Iglesia y para el mundo,
y en este caso, cómo no adoptar todos los medios para que siga siéndolo?» (III Cong.
Int. mayo 19 de 1975).
9 El Documento de Puebla en el Nº 207 dice: «Los carismas nunca han estado ausentes en
la Iglesia». Pablo VI ha expresado su complacencia por la Renovación espiritual que
aparece en los lugares y medios más diversos y que conduce a la oración gozosa, a la
íntima unión con Dios, a la fidelidad al Señor y a una profunda comunión de las almas.
Así lo han hecho también varias Conferencias Episcopales. Pero esta Renovación exige
buen sentido, orientación y discernimiento por parte de los Pastores, a fin de evitar
exageraciones peligrosas.
10 Porque apreciamos bien esta gracia y porque sabemos que esta Renovación espiritual
encierra grandes riquezas y posibilidades pastorales vemos la conveniencia de estudiarla
mejor e impulsarla para que pueda producir los frutos que tanto necesitamos y evitar
que pueda desvirtuarse por exageraciones o desviaciones.
11 Estamos convencidos de que nuestra América le ha llegado su hora y que es «el
Continente de la Esperanza», llamado a realizar, dentro y fuera, una «nueva
evangelización» bajo la guía y la acción del Espíritu Santo, alma de la Iglesia.
12 La discreta pero maravillosa acción del divino Espíritu durante los veinte años de esta
Renovación Carismática Católica y los frutos abundantes que ya ha producido nos
muestran la importancia de esta corriente espiritual y nos animan a apreciarla y
promoverla diligentemente, ya que es uno de los medios para conseguir la Renovación
espiritual que necesita la Iglesia y que reiteradamente nos pide el Santo Padre.
81 En su «Informe sobre la fe», escribió el Cardenal Ratzinger: «Al igual que en toda
realidad humana, también la Renovación en el Espíritu queda expuesta a equívocos, a
malentendidos, a exageraciones. Pero el verdadero peligro estaría en ver solamente los
peligros y no el don que nos es ofrecido por el Espíritu» (Pág. 170).
82 Con frecuencia, cuando hablamos de la Renovación Espiritual se pone el énfasis en los
peligros y defectos que pueden presentarse y de hecho se han dado en varias partes, para
rechazarla, y no se estudian debidamente su riqueza doctrinal y los grandes valores
espirituales que aporta cuando es bien orientada y debidamente animada por los
Pastores.
83 Es también equívoca la posición de quienes permiten que está Renovación se desarrolle
al margen de la orientación pastoral y se quejan después y la descalifican cuando
aparecen los problemas y las desviaciones que bien hubieran podido evitarse. Si los
pastores cumplimos bien la misión de conducir, defender y alimentar a las ovejas, nada
podrá conseguir quien pretenda destruirlas.
84 Por eso Su Santidad Juan Pablo II dijo en la Cuarta Conferencia de Líderes el 10 de
Mayo de 1981: «Muchos obispos de todo el mundo bien individualmente o bien por
medio de declaraciones de sus Conferencias Episcopales, han dado impulso y
orientación a la Renovación Carismática –a veces también con una saludable palabra de
amonestación– y han ayudado en buena medida a la comunidad cristiana a comprender
mejor su situación dentro de la Iglesia. Mediante este ejercicio de su responsabilidad
pastoral, los obispos nos han prestado a todos un gran servicio en orden a poder
garantizar a la Renovación un modelo de crecimiento y desarrollo plenamente abierto a
todas las riquezas del amor de Dios en su Iglesia. Como consecuencia, el sacerdote tiene
una única e indispensable tarea que cumplir en y para la Renovación Carismática, lo
mismo que para toda la comunidad cristiana. Su misión no está en oposición, ni es
paralela a la legítima tarea del laicado. El sacerdote por el vínculo sacramental con el
obispo, a quien la ordenación confiere una responsabilidad pastoral para toda la Iglesia,
contribuye a garantizar a los Movimientos de Renovación espiritual y al apostolado
seglar su integración en la vida litúrgico y sacramental de la Iglesia, sobre todo
mediante la participación en la Eucaristía».
85 Y añadió: «El sacerdote no Puede cumplir su servicio en favor de la Renovación en
tanto no adopte una actitud de acogida ante la misma, basada en el deseo de crecer en
los dones del Espíritu Santo».
86 En la medida en que nosotros y nuestros sacerdotes nos abramos a la acción
santificadora y renovadora del Espíritu del Señor y descubramos su acción multiforme y
constante en nuestras Iglesias, esta Renovación espiritual, en todas sus distintas
manifestaciones crecerá y sorteará los peligros que puedan presentarse.
87 La experiencia ha detectado como peligros principales los siguientes:
1. Desconocer la ausencia y la riqueza de la Renovación por una deficiente formación
doctrinal respecto a la Persona y a la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Esto lleva
por ejemplo, a fijarse solamente en determinados carismas, a subvalorar la riqueza
sacramental, a interpretar la Sagrada Escritura con un criterio fundamentalista que
desconoce en ocasiones la debida interpretación que ha dado el Magisterio Jerárquico, a
menospreciar la verdadera devoción Mariana y a aceptar criterios y afirmaciones
protestantes equivocados.
88 Tenemos que lamentar el caso de no pocos católicos que abrazan la Renovación con
entusiasmo y que, por falta de pastoreo y formación doctrinal posterior se han pasado al
protestantismo o a varias de las sectas que hacen proselitismo entre nosotros. De ahí la
necesidad de una catequesis constante que «mediante la reflexión y el estudio
sistemático permita progresar incesantemente en la Buena Nueva de la Salvación»
(C.T., Nº 26). La ignorancia religiosa es causa de muchas deserciones en nuestra Iglesia.
89 Recordemos a nuestros Sacerdotes las palabras de Juan Pablo II en su Exhortación sobre
la Catequesis: «Los grupos de oración suscitan grandes esperanzas para la Iglesia del
mañana. Pero en el nombre de Jesús conjuro a los jóvenes que los forman, a sus
responsables y a los sacerdotes que les consagran lo mejor de su ministerio: no
permitáis por nada del mundo que en estos grupos, ocasiones privilegiadas de
encuentro, falte un verdadero estudio de la doctrina cristiana» (Nº 47).
Así evitamos el peligro de que la Renovación sea solamente emocional y no llegue a
producir la verdadera conversión que es su meta.
90 2. Uno de los aportes positivos de esta Renovación es la de causar la alegría espiritual,
hoy tan necesaria, y la de dar entusiasmo al apostolado y a las reuniones de oración.
Aquí también se requiere la orientación pastoral para evitar lo que de veras sea
exagerado y para no introducir en las celebraciones litúrgicas prácticas que vayan contra
las disposiciones oficiales que requieren el acatamiento de todos.
Así evitaremos también que «se dé una excesiva importancia a la experiencia emocional
de lo divino y la búsqueda desmedida de lo espectacular y de lo extraordinario» (Juan
Pablo II).
91 3. La verdadera Renovación abre a la persona hacia la comunidad y no permite que se
limite a orar sin preocuparse por la promoción integral de los hermanos. En la primera
Comunidad cristiana que estaba animada por el viento fuerte del Espíritu Santo en
Pentecostés, hallamos la doble apertura a la extensión del Reino de Dios y a un servicio
desinteresado y pronto a los necesitados de ayuda temporal.
Por eso es preciso evitar en los grupos de Renovación toda actitud elitista y cerrada, lo
mismo que la preocupación exclusiva por lo espiritual, sin comprometerse en la
solución de los graves problemas temporales que aquejan a nuestros pueblos.
92 4. Ecumenismo falso
Varios obispos han visto la necesidad de llamar la atención de sus fieles acerca de los
peligros que encierra un trato imprudente con los no católicos en los grupos de oración.
El Episcopado Canadiense dio esta orientación: «Varios grupos carismáticos permiten
la participación de no católicos. En nuestra opinión esta iniciativa laudable puede
contribuir a aproximar a los cristianos, pero desvía a veces hacia un ecumenismo falso.
En efecto, se constata aquí y allá en esos grupos, una marcada tendencia a hacer
desaparecer las diferencias que todavía dividen a los cristianos. Esto se hace con la
esperanza de estrechar entra ellos los vínculos de fraternidad, de solidaridad y comunión
en Cristo.
A pesar de las buenas intenciones que lo animan, este comportamiento es ilusorio, pues
al disimular las diferencias que separan a los cristianos, se establecen entre ellos
relaciones sin que ninguno se presente con su verdadera identidad. En tales
circunstancias, no puede haber encuentro auténtico, ni verdadero intercambio. Se
camina, pudiéramos decir, en dirección diametralmente opuesta a la del verdadero
movimiento en favor de la unidad de la Iglesia» (IV-28-85).
Las dolorosas experiencias que en este campo hemos tenido en muchas diócesis nos
indican que debemos alertar a los miembros de la Renovación y a todos los demás
católicos para que conserven con solicitud al tesoro de su fe y eviten todo lo que pueda
ponerla en peligro. Para no fallar en este campo es necesario seguir las normas que ha
dado la Santa Sede y las que han trazado algunos episcopados para sus diócesis.
93 Hemos anotado estos peligros con el deseo pastoral de que se eviten y no porque
tengamos un concepto negativo de este don del Espíritu a la Iglesia.
94 Deseamos vivamente que a ninguno puedan, ahora, dirigirse las palabras de san Pablo:
«Comenzando por el Espíritu, ¿termináis ahora en la carne? ¿Habéis pasado en vano por
tales experiencias?» (Gal 3, 3–5).
95 Y con el fin de que la Renovación en el Espíritu evite estos peligros y consiga los logros
que deseamos es preciso que se integre en la Pastoral de Conjunto para que enriquezca,
renueve y anime, con la fuerza del Espíritu y de la oración todos los movimientos y
empeños pastorales de la Diócesis.
CONCLUSION
96 Al finalizar este Encuentro Episcopal y después de haber orado y reflexionado sobre los
valores teológicos de la Renovación Espiritual, sobre sus posibilidades pastorales, sus
frutos y riesgos, expresamos nuestro vivo deseo personal de abrirnos totalmente a la
acción renovadora del Espíritu Santo, ya que hemos sido «puestos por Él como Pastores
de las almas, verdaderos y auténticos maestros de la fe y pontífices» (Ch. D., Nº 2).
97 Queremos «permanecer en la oración con un mismo espíritu en compañía de María, la
Madre de Jesús y de nuestros hermanos» (Hch 1, 14) para que en nuestras vidas y en las
de nuestros sacerdotes, religiosos y demás fieles se realice un constante Pentecostés.
98 Sólo así podremos responder a nuestra vocación especial a la santidad y «fomentar la de
nuestros clérigos, religiosos y laicos y dar ejemplo de santidad en la caridad, humildad y
sencillez de vida y santificar las Iglesias que nos han sido confiadas?» (Ch. D., Nº 15).
99 Y hoy, cuando el Santo Padre nos apremia a realizar una «Evangelización nueva en su
ardor, en sus métodos y en su expresión» vemos la necesidad de imitar a los Apóstoles
que, para cumplir bien su misión evangelizadora, «se dedicaron a la oración y al
ministerio de la Palabra» (Hch 6,4).
100 A nuestros sacerdotes, a quienes amamos como próvidos colaboradores, hermanos e
hijos, los invitamos con apremio a dejarse conducir siempre por el Espíritu de Dios (Rm
8, 14), reafirmar la docilidad a su acción y a «ejercer el ministerio del Espíritu y de la
justicia, pues si son dóciles al Espíritu de Cristo que lo vivifica y guía, se afirman en la
vida del Espíritu, ya que por las mismas acciones sagradas de cada día, como por su
ministerio, se ordenan a la perfección de vida» (P. Ord., Nº 12), y «conseguirán de
manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el
Espíritu de Cristo» (P. Ord., Nº 13).
101 Les encarecemos vivamente que conozcan y aprecien la verdadera Renovación
espiritual para que puedan animarla en sus comunidades y orientarla con solicitud
pastoral para evitar que caiga en exageraciones o desviaciones.
102 A todos aquellos que se hayan abierto a esta corriente espiritual, les pedimos que
perseveren fieles a la acción Santificadora del Espíritu, bajo la dirección y la compañía
de sus Pastores, sin «contristar a este divino Espíritu con el cual fuimos sellados para el
día de la redención» (Ef 4, 30) y «llenándoos de Él» (Ef 5, 1 8).
103 A imitación de los primeros cristianos deben buscar el crecimiento espiritual y para ello,
deben acudir asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, es decir al conocimiento de
la Palabra de Dios, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones (Hch 2, 42).
104 Con apremio invitamos a todos cuantos han abrazado esta Renovación y se han
beneficiado de ella a insertarse en la vida parroquial, a colaborar generosa y
desinteresadamente con todos los movimientos pastorales que hay a suscitado el
Espíritu Santo y a estar presentes activamente en la promoción de la justicia y de la paz
para todos los hombres, a fin de «estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que
os pida razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3, 15).
105 Escuchemos todos «lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias» (Ap 2, 7) y
abrámonos a su acción para que Él renueve la totalidad de la vida cristiana con su poder
y bajo el Señorío de Jesús para la gloria del Padre.
106 Unidos repitamos la súplica de Juan XXIII: «Dígnese el Divino Espíritu escuchar de la
forma más consoladora la plegaria que asciende a Él desde todos los rincones de la
tierra. Renueve en nuestro tiempo los prodigios de un nuevo Pentecostés, y conceda que
la Iglesia, permaneciendo unánime en la oración, con María, la Madre de Jesús y bajo la
dirección de Pedro, acreciente el Reino del Divino Salvador, Reino de amor y de paz»
(Diciembre 25 de 1961).
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