Los Tres Ciegos y El Elefante

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LOS TRES CIEGOS Y EL ELEFANTE

Adaptación de una antigua fábula de la India

(c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA

Había una vez tres ancianos que se conocían desde la infancia y


disfrutaban pasando buenos ratos juntos. Tenían en común que eran
hombres cultos e inteligentes, pero también que los tres eran ciegos de
nacimiento. Afortunadamente, a pesar de no poder ver, en su día a día se
desenvolvían muy bien, pues todavía estaban en buena forma física, sus
mentes funcionaban a pleno rendimiento, podían oler, tocar, escuchar,
saborear…

Un precioso día de verano se reunieron en su lugar favorito junto al río, se


sentaron sobre la hierba, y empezaron a conversar sobre temas científicos.
En medio del interesantísimo coloquio se sobresaltaron al escuchar el
sonido de varias pisadas.

El anciano que tenía la barba blanca se giró, y algo inquieto preguntó en


voz alta:

– ¡¿Quién anda ahí?!

Por suerte no era ni un espía ni un asaltante de caminos, sino un viajero


que llevaba a su lado un enorme elefante con una correa al cuello, como si
de un perrillo se tratara.

– Me llamo Kiran, caballeros. Perdonen si les he asustado. Mi elefante y yo


venimos a beber agua fresca y ya nos vamos, que para nada queremos
interrumpir su agradable charla.

Los tres pusieron una cara bastante rara, mezcla de sorpresa y emoción. El
segundo anciano, que tenía barba negra, quiso asegurarse de lo que Kiran
había dicho.

– ¿He oído bien?… Ha dicho usted… ¿elefante?… ¿Un elefante de verdad?


El desconocido reparó en los bastones tirados en la hierba y se fijó en la
mirada perdida de los tres viejecitos. Fue cuando se dio cuenta de que
eran invidentes.

– Sí señor, voy con mi elefante. Es un animal muy grande, pero no se


preocupen, no les hará ningún daño.

El tercer anciano se atusó la barba pelirroja y le confesó:

– Hemos oído hablar de la existencia de esos animales, pero a este pueblo


nunca ha venido ninguno y no sabemos cómo son. ¿Podríamos tocar el suyo
para hacernos una idea del aspecto que tienen?

Kiran se mostró encantado.

– ¡Claro, faltaría más! Es un ser muy pacífico y bonachón. ¡Vengan a


acariciarlo, no tengan miedo!

Los tres amigos se levantaron, dieron unos pasos y extendieron la mano


derecha. El anciano de barba blanca se topó con una de las patas
delanteras y durante un rato la palpó de arriba abajo.

– ¡Ahora ya sé cómo es un elefante! Es como la columna de un templo, o


mejor dicho, es como un el tronco de un árbol: cilíndrico, grande y muy
rugoso.

Mientras, la mano del anciano de barba negra había ido a parar a una de las
gigantescas orejas. El animal sintió unas cosquillitas y la sacudió
ligeramente hacia delante y hacia atrás.

– ¡Qué dices, querido amigo, un elefante nada tiene que ver con una
columna! Mi conclusión es que parece un enorme abanico por dos razones
muy obvias: primero, por su forma plana, y segundo, porque al moverse
produce un airecillo de lo más agradable. ¿Es que vosotros no lo notáis?

En ese momento, el anciano de barba pelirroja rozó con la punta de los


dedos algo blando que colgaba de algún lugar mucho más alto que él. Era la
trompa del cuadrúpedo, pero claro, él no lo sabía.

– ¡Pero qué me estáis contando! Por lo que puedo comprobar un elefante


es como una cuerda. Claramente, se trata de un espécimen alargado,
flexible y blandito, como una anguila o una serpiente. Sin duda una forma
extraña para un mamífero, pero en fin… ¡Por todos es sabido que la
naturaleza es sorprendente!

El dueño del elefante observaba la escena en silencio y no pudo evitar


pensar:

– ‘¡Qué situación tan curiosa!… Los tres ancianos han acariciado al mismo
elefante, pero al hacerlo en partes diferentes de su cuerpo, cada uno de
ellos se ha hecho una idea totalmente distinta de cómo es en realidad. Para
el anciano de barba blanca, un elefante es como una columna, para el
anciano de barba negra, tiene forma de abanico, y para el anciano de barba
pelirroja, es igual a una serpiente. Ciertamente, todos tienen parte de
razón, pero ninguno la verdad completa.’

Tras esta reflexión decidió que antes de que le preguntaran a él, lo mejor
era irse cuanto antes.

– Señores, me están esperando en el pueblo y temo que se me haga tarde.


Espero que les haya resultado interesante la experiencia de tocar un
elefante. Que pasen ustedes un buen día. ¡Adiós!

Acompañado de su voluminosa ‘mascota’ Kiran se alejó dejando a los tres


amigos inmersos en una ardiente discusión sobre quién tenía la razón. Una
conversación que, por cierto, duró horas y no sirvió de nada: los ancianos
fueron incapaces de ponerse de acuerdo sobre la verdadera forma que
tienen los elefantes.

Moraleja: Las personas opinamos en función de nuestra experiencia


personal y por eso siempre creemos que tenemos la razón. Si analizas esta
fábula verás que los demás, pensando distinto a nosotros y viendo las cosas
desde otro punto de vista, también pueden tenerla. Nunca menosprecies
otras creencias, otras formas de ver la vida, pues a menudo, la verdad
absoluta no existe y todo depende del color del cristal con que se mire.

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