Importancia de Los Transtornos

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IMPORTANCIA DE LOS TRANSTORNOS

DE LA

PERSONALIDAD Y SU EVALUACION FORENCE

INTRODUCCION.-

Los trastornos de personalidad son un grupo de afecciones en las que los individuos
muestran patrones de pensamiento, percepción, sentimiento y comportamiento de larga
duración que difieren de lo que la sociedad considera normal. Su manera de actuar y de
pensar, y sus creencias distorsionadas acerca de los demás, pueden provocar un
comportamiento extraño, pudiendo ser muy molesto para otras personas.

Estos individuos suelen tener problemas en distintas áreas de la vida, incluyendo el


funcionamiento social y laboral, y suelen tener habilidades de afrontamiento pobres y
dificultades para formar relaciones sanas. Los trastornos de personalidad suelen surgir en la
adolescencia y continúan en la edad adulta. Pueden ser leves, moderados o graves, y es
posible que estas personas puedan tener períodos de remisión en el que funcionan
relativamente bien.

A pesar de que las causas no están del todo claras, los trastornos de la personalidad pueden
estar asociados a factores genéticos y ambientales. Respecto a estos últimos, las
experiencias de angustia, estrés o miedo durante la infancia, así como el maltrato, el abuso o
la negligencia emocional, pueden causar futuro desarrollo de dichos trastornos.

Transtorno general de la Personalidad

A.Patrón perdurable de experiencia interna y comportamiento que se desvía notablemente de


las expectativas de la cultura del individuo.

Este patrón se manifiesta en dos (o más) de los ámbitos siguientes:

1. Cognición (es decir, maneras de percibirse e interpretarse a uno mismo, a otras personas
y a los acontecimientos).

2. Afectividad (es decir, amplitud, intensidad, labilidad e idoneidad de la repuesta emocional).


3. Funcionamiento interpersonal.

4. Control de los impulsos.

B. El patrón perdurable es inflexible y dominante en una gran variedad de situaciones


personales y sociales.

C. El patrón perdurable causa malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social,


laboral u otras áreas importantes del funcionamiento.

D. El patrón es estable y de larga duración, y su inicio se puede remontar al menos a la


adolescencia o a las primeras etapas de la edad adulta.

E. El patrón perdurable no se explica mejor como una manifestación o consecuencia de otro


trastorno mental.

F. El patrón perdurable no se puede atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia (p. ej.,
una droga, un medicamento) u otra afección médica (p. ej., un traumatismo craneal).

MARCO TEORICO

La personalidad podría decirse que es esa forma de ser en la que incluiríamos los
sentimientos, los pensamientos y como no, la conducta, que se mantiene más o menos
estable en el tiempo y que llega a definir a la persona. El desarrollo de la personalidad se
inicia desde la temprana infancia e intervienen diferentes factores como pueden ser la
biología, los modelos que tenemos más cercanos, los límites educativos, las situaciones más
o menos traumáticas, etc.

Los trastornos de la personalidad se caracterizan por una disfunción global de los patrones
de comportamiento y sentimientos del individuo. Constituyen por lo tanto patrones mal
adaptativos de la personalidad, que se manifiesta desde la adolescencia y acompañan al
individuo durante toda su vida y produce una clara limitación en su funcionalidad. La
diferencia entre una personalidad peculiar y una personalidad trastornada se encuentra en la
presencia de una limitación de funcionamiento normal, que afecta a sus relaciones
interpersonales, al trabajo, a su desarrollo personal y a su calidad de vida.
La personalidad normal y la patológica comparten los mismos principios y mecanismos de
desarrollo; las personalidades del mismo tipo, sean normales o patológicas, son
esencialmente las mismas en cuanto a los rasgos básicos que las componen. La diferencia
fundamental es que las personalidades “normales” son más flexibles cuando se adaptan a su
entorno, mientras que las personalidades con trastornos muestran conductas mucho más
rígidas y muy poco adaptativas. Así, se entiende por Personalidad normal los estilos
distintivos de adaptación que resultan eficaces en entornos normales. Los trastornos de
personalidad son estilos de funcionamiento inadaptados, que pueden atribuirse a
deficiencias, desequilibrios o conflictos en la capacidad para relacionarse con el medio
habitual.

Algunos trastornos de personalidad, los delitos más habituales y la imputabilidad:

Trastorno límite de personalidad:

Estas personas suelen presentar una marcada sensación de vacío y aburrimiento, se


implican en relaciones intensas e inestables (pasando de la idealización de la persona a su
devaluación), realizando continuos intentos y amenazas suicidas con autolesiones
recurrentes. Además suelen manifestar frecuentes cambios de humor.

Estas personas suelen tener como consecuencia de su trastorno reacciones de ira


inapropiada, conductas violentas y agresividad impulsiva reactiva a situaciones estresantes o
al ser criticados por otras personas, Tienden a frustrarse con frecuencia y sufren profundos
sentimientos de abatimiento, apatía, vergüenza y culpabilidad.

Los delitos pueden estar relacionados con robos, pequeños hurtos, conducción peligrosa,
actividades sexuales de alto riesgo y actos violentos. La mayoría de estas acciones son
llevadas a cabo por un intento de ser queridos o ser integrados en un grupo.

Hay datos que muestran que las personas con trastorno límite de la personalidad puede
actuar sin que pueda controlar su conducta (alteración de la voluntad) e incluso en ocasiones
debido a episodios psicóticos breves (alteración del juicio de realidad), por lo que la
imputabilidad se ve directamente cuestionada.

Trastorno paranoide de la personalidad:


Estas personas se caracterizan por ser suspicaces, desconfiados, cautelosos, vengativos y
responden con ira al interpretar que los actos de los demás cursan con engaño,
desaprobación y traición. Protagonizan constantes conflictos con su cónyuge debido a su
elevada predisposición a los celos patológicos y poseen una actitud autorreferencial
constante tendiendo a sentirse agraviados, por lo que suelen incurrir en injurias, falsas
denuncias…

Estas personas acuden de manera repetitiva a los tribunales para plantear quejas,
reclamaciones o denuncias, convirtiéndose en verdaderos pleitistas. Los actos delictivos más
probables en estos sujetos son los delitos contra las personas, particularmente lesiones,
homicidios, asesinatos, que rara vez no llevan aparejada violencia y generalmente cometen
también actos contra el orden social o jurídico.

En cuanto a la imputabilidad, en este tipo de trastornos es muy común que la capacidad


cognoscitiva y la volitiva estén afectadas ya que son personas que suelen tener muy
presentes síntomas alucinatorios o delirantes, estos hacen que su pensamiento se vea
alterado, con la consiguiente alteración de su conducta y por su puesto de su voluntad. Por
ello es importante saber que su imputabilidad podrá verse afectada ya que en ellos pueden
estar alteradas las capacidades que responsabilizan a las personas de sus actos.

Trastorno esquizoide de la personalidad:

Son personas pasivas y desvinculadas, que mantienen muy pocas relaciones afectivas e
íntimas. Reservados, poco espontáneos, y con mínima capacidad para expresar alegría o
amargura, son solitarios y por ello tienden a desempeñar trabajos nocturnos y aquellos en los
que no tengan que tratar con un gran número de personas.

Si llegan a delinquir, pueden cometer hurtos, robos y el consumo de drogas con las que
trafican en ocasiones.

En este trastorno se puede llegar a perder la propia identidad de uno mismo, ignorando su
propia identificación (la yoidad). Sabemos además que estos individuos tienen una mayor
vulnerabilidad al estrés y en ocasiones presentan cuadros psicóticos. En estos casos, su
conciencia y su capacidad cognitiva puede verse alteradas, razón para revisar su
imputabilidad.

Trastorno antisocial de la personalidad:

El comportamiento de estos individuos es generalmente contrario a las normas sociales y se


caracterizan por mantener relaciones interpersonales frías, superficiales, donde suele
aparecer la infidelidad y promiscuidad sexual y en las que únicamente valoran a las personas
en función de cuan útiles en la práctica les puedan resultar. Así mismo, son sujetos
manipuladores, mentirosos, que carecen de empatía, egocéntricos y crueles y se describen a
sí mismos como individuos intrépidos y ávidos de emociones intensas.

Estos sujetos son los que más delinquen y por tanto son los que mayor alarma social
producen. Su falta de sentimiento de culpa se traduce en todo tipo de justificaciones para sus
actos, de modo que se muestra a sí mismo como incomprendido o víctima de la sociedad,
guiándose siempre por sus propias reglas.

Robos, agresiones, chantajes, estafas, violaciones y hasta homicidios o asesinatos.


Impulsivos por naturaleza, no miden el peligro ni las consecuencias de sus acciones,
incurriendo repetidamente en actos arriesgados para sí mismos y para los demás.

Respecto a la imputabilidad del trastorno antisocial de la personalidad, el tema ha sido muy


debatido, sin embargo, la realidad es que, en sentido estrictamente jurídico-psicológico estos
sujetos tienen conocimiento de la ilicitud de sus acciones y voluntad clara de infringir la
norma legal.

Trastorno histriónico de la personalidad:

La personalidad histriónica está especialmente caracterizada por la afectividad. Aquellos


marcados por esta tendencia suelen ser bastante demandantes de la atención y la
aceptación de los demás, utilizando normalmente la seducción como mecanismo para
conseguirlo. Estas personas tienden a la teatralidad, representando un papel y realizando
actividades que les permita ser el centro de atención. Son personas preocupadas en exceso
por su aspecto físico, que necesitan ser apreciados por los demás así como altamente
sugestionables y desarrolladores de actitudes seductoras y expresiones exageradas de sus
emociones.

Lo más probable es que si este tipo de personas llegan a un juzgado sea para poder llamar
la atención y por una necesidad suya propia más que por que ellos hayan cometido un delito.
Para que estas personas consigan una eximente sobre su delito debe haber en su conducta
delictiva algo más que no sea este trastorno, algo que haga que el sujeto pierda alguna de
las dos capacidades, la cognoscitiva y/o la volitiva)

La elaboración de informes sobre personalidad es una práctica frecuente dentro del mundo la
psicología clínica y por supuesto la psicología forense.

Evaluación de los Transtornos de la Personalidad

Desde una perspectiva clínica, es fundamental llegar a determinar el alcance de los


trastornos de personalidad en el cuadro clínico presentado por el paciente. En primer lugar,
existe cierta evidencia empírica de la influencia que los trastornos de personalidad tienen en
el pronóstico terapéutico del caso clínico. En segundo lugar, la comorbilidad de un trastorno
mental con algún trastorno de personalidad aumenta considerablemente las dificultades en el
manejo clínico de estos pacientes. En tercer lugar, hay una relación significativa entre la
presencia de un trastorno de personalidad y el mayor riesgo de recaída o de abandono del
tratamiento. Y, por último, puede haber una eficacia terapéutica diferencial en función del tipo
concreto de trastorno de personalidad presente.

Por todo ello, los autores de este artículo han desarrollado en los últimos años distintas
investigaciones clínicas sobre la comorbilidad de los trastornos de personalidad con distintos
cuadros clínicos del Eje I. Fruto de esta línea de investigación, se ha observado una
importante discrepancia entre las tasas de comorbilidad obtenidas mediante la utilización de
cuestionarios autoadministrados y mediante las entrevistas clínicas, incluso cuando se utiliza
una misma muestra clínica.

Los cuestionarios autoadministrados y las entrevistas estructuradas son los sistemas de


medida más utilizados en la actualidad para la evaluación de los trastornos de personalidad.
Si bien hay un cierto acuerdo sobre la superioridad de las entrevistas sobre los cuestionarios
en este campo, las entrevistas requieren un tiempo de administración prolongado y un
personal especializado. Por ello, los cuestionarios son los instrumentos a los que más se
recurre en la clínica y en la investigación. Sin embargo, los autoinformes utilizados en la
evaluación psicopatológica son muy vulnerables a la manipulación, que reviste,
habitualmente, la forma de una simulación de los síntomas, de una exageración
(sobresimulación) de síntomas leves o, a veces, de un ocultamiento (disimulación) de los
síntomas.

Estas limitaciones se acentúan más aún cuando se trata de evaluar los trastornos de
personalidad. Debido al carácter egosintónico de la mayor parte de ellos, se producen con
frecuencia numerosos sesgos o errores en las respuestas de los sujetos. La falta de
reconocimiento del problema, la escasa motivación, la simulación o la deseabilidad social son
factores que se acentúan en este tipo de alteraciones. Por ello, en general, el valor de los
autoinformes es más limitado aún en el ámbito de los trastornos de personalidad.

En contraste con estas limitaciones, las entrevistas clínicas son de mayor utilidad para la
evaluación de los trastornos de personalidad. Así, por ejemplo, permiten evaluar aspectos de
difícil valoración con escalas autoaplicadas: conciencia de enfermedad, ideas delirantes,
etcétera. Además, ofrecen al clínico la oportunidad

de preguntar al paciente ejemplos concretos de situaciones reales, que, entre otras cosas,
sirven para distinguir los problemas situacionales de los rasgos de personalidad.

Sin embargo, las entrevistas estructuradas existentes en la actualidad para la evaluación de


los trastornos de personalidad -el Structured Clinical Interview for DSM-III (SCID-II) (Spitzer,
Williams y Gibbon, 1989) o el International Personality Disorder Examination (IPDE)
(Loranger, 1995), por citar las más utilizadas- son muy largas y farragosas y, por tanto,
requieren mucho tiempo para su aplicación. Ello las convierte en poco operativas, sobre todo
en Centros de Salud Mental, muy marcados por la presión asistencial existente.

Como consecuencia, se tiende a prescindir de ellas y a recurrir, en aquellos casos en los que
se sospecha la presencia de un trastorno de personalidad, a los cuestionarios -
principalmente el MCMI-II (Millon, 1997)-, que son más cómodos para el clínico y no
requieren un tiempo tan elevado para su cumplimentación.
Ahora bien, la pregunta resultante es la siguiente: ¿son fiables los resultados obtenidos con
este tipo de instrumentos a la hora de evaluar los trastornos de personalidad?

En el artículo que sirve de referencia para este texto (Fernández-Montalvo y Echeburúa,


2006), los autores comparan sus propios estudios que evalúan los trastornos de personalidad
mediante cuestionarios, con aquellos que utilizan entrevistas clínicas. En algunos casos, se
muestran incluso las discrepancias observadas cuando se utilizan ambos tipos de
instrumentos con una misma muestra clínica de pacientes.

No se trata, en modo alguno, de una revisión exhaustiva de todos los estudios sobre
comorbilidad con los trastornos de personalidad, sino de ejemplificar, en algunos trastornos
psicopatológicos (el alcoholismo, la adicción a la cocaína, el juego patológico y los trastornos
de la conducta alimentaria), este tipo de discrepancias observadas, según sean los
instrumentos de evaluación utilizados.

A modo de resumen, los resultados de esta revisión muestran, en primer lugar, una amplia
heterogeneidad de resultados en los estudios llevados a cabo hasta la fecha sobre la
comorbilidad de los cuadros clínicos del Eje I con los trastornos de personalidad. Al margen
de las imprecisiones conceptuales de la clasificación actual de los trastornos de
personalidad, resulta curioso observar las amplias diferencias entre los distintos estudios, en
función de los instrumentos de evaluación utilizados.

El grado de concordancia entre los autoinformes y las entrevistas clínicas es muy bajo, lo que
indica una baja fiabilidad en el diagnóstico de estos trastornos. Más en concreto, las
investigaciones que utilizan cuestionarios tienden a encontrar tasas significativamente más
altas de trastornos de personalidad que las que recurren a entrevistas estructuradas.

Se puede, por ello, concluir que los autoinformes presentan una tendencia a sobre
diagnosticar trastornos de personalidad. Las entrevistas clínicas, en cambio, son más
estrictas y conservadoras, por lo que las tasas de prevalencia son más bajas, incluso con
diferencias significativas cuando se utilizan ambos tipos de instrumentos con una misma
muestra clínica.
Las ventajas aparentes de los cuestionarios autoadministrados en el ámbito clínico -su mayor
comodidad, el ahorro de costes y de tiempo, etc.- comportan un detrimento en la calidad de
la evaluación y los hace, por tanto, poco fiables para, al menos, el diagnóstico de los
trastornos del Eje II.

Probablemente la causa de este hecho no se deba en exclusiva a los instrumentos de


evaluación utilizados. Los trastornos de personalidad constituyen, hoy por hoy, una categoría
diagnóstica de gran imprecisión conceptual. Como consecuencia, el diagnóstico de los
trastornos de personalidad en la práctica clínica tiende a ser poco fiable, en parte por la
definición poco precisa de estos trastornos, y en parte por la inexistencia de instrumentos de
medida adecuados.

Los trastornos de personalidad se caracterizan por la presencia de muchos síntomas


egosintónicos y socialmente indeseables, de los que el sujeto no es consciente o que tiende
a ocultar. Por ello, su criterio sobre su propia conducta no puede constituirse en el único
punto de referencia.

No es muy adecuado, por ejemplo, preguntarle a un paciente con una personalidad


antisocial, si ha mentido repetidamente, si le importa o no la verdad o si carece de
remordimientos. Asimismo, determinados cuadros clínicos presentan síntomas que también
forman parte de algunos trastornos de personalidad. Un ludópata, por ejemplo, puede
contestar afirmativamente a todos los ítems de un cuestionario que pregunten acerca de los
robos y de las mentiras, que son dos características habituales del juego patológico. Sin
embargo, ello no significa necesariamente que presente un trastorno antisocial de la
personalidad, aunque la mera corrección del autoinforme así lo indique.

Parece, por tanto, desaconsejable utilizar cuestionarios para evaluar trastornos de


personalidad en pacientes con una clara ausencia de conciencia de enfermedad y/o que
presentan síntomas socialmente indeseables.

Por otra parte, el diagnóstico de un trastorno de personalidad precisa ahondar más en las
características específicas del trastorno y valorar en qué medida obedece a una personalidad
alterada o a un cuadro clínico concreto.
La evaluación de los trastornos de personalidad requiere, por definición, una evaluación
longitudinal, es decir, de toda la biografía de la persona. Ello supone una gran diferencia -y
una dificultad adicional- respecto a la evaluación de los trastornos mentales del Eje I, que
suele ser más transversal y toma en consideración prioritariamente los síntomas presentes
en la actualidad.

Las fuentes de información actualmente disponibles son: a) las entrevistas y el juicio del
clínico; b) los cuestionarios auto administrados; y c) las informaciones complementarias de
los familiares o personas que conviven con el paciente. Respecto a esta última fuente, el
papel de la misma puede no ser importante en las alteraciones del Eje I (porque el síndrome
suele ser inmediatamente observable), pero sí en los trastornos de personalidad (por el
carácter histórico de dichos trastornos).

Si bien la validez de cada una de estas fuentes está aún por establecer, la utilización
conjunta de todas ellas, así como la observación a lo largo del tiempo, parecen potenciar la
validez del diagnóstico.

CONCLUSIONES.-

El contexto y el objeto de la exploración psicológica delimitan las diferencias entre la


evaluación clínica y la evaluación forense (Tabla 1). El marco mismo de la intervención (en
un caso un consultorio clínico, un ambulatorio o un hospital; en el otro, un calabozo, un
juzgado o una prisión) marca pautas relacionales distintas entre el profesional y el sujeto
evaluado (relación empática en el contexto clínico; relación escéptica en el contexto forense)
(Ackerman, 2010).

La evaluación forense presenta diferencias notables respecto a la evaluación clí-nica. Al


margen de que en uno y otro caso el objetivo pueda ser la exploración del estado mental del
sujeto evaluado, el proceso psicopatológico en la evaluación forense sólo tiene interés desde
la perspectiva de las repercusiones forenses de los trastornos mentales, a diferencia del
contexto clínico, en donde se convierte en el eje central de la intervención.

Evaluación forense y evaluación clínica. La evaluación psicológica forense se encuentra con


algunas dificultades específicas, como la involuntariedad del sujeto, los intentos de
manipulación de la información aportada (simulación o disimulación) o la influencia del propio
proceso legal en el estado mental del sujeto Además, el dictamen pericial no finaliza con un
psicodiagnóstico conforme a las categorías nosológicas internacionales (DSM o CIE), sino
que la psicopatología detectada debe ponerse en relación con el asunto jurídico demandado,
como así ha venido reiterándolo la jurisprudencia del Tribunal Supremo (STS de 1 de junio
de 1962 -RJ 1962/2502-)2. Por otro lado, determinados conceptos jurídicos, como el
trastorno mental transitorio, no tienen traslación directa a los sistemas diagnósticos utilizados
en la clínica (Fernández-Ballesteros, 2005).

El abordaje de la psicopatología en el ámbito forense debe ser descriptivo y funcional antes


que categorial. Por otro lado, la sobrevaloración y mal uso de las etiquetas diagnósticas en el
contexto forense aconsejan la reducción, en la medida de lo posible, de su utilización. En
este mismo sentido la Asociación Psiquiátrica Americana aconseja prudencia en el contexto
forense en cuanto al uso del DSM. Por ello, la utilización de etiquetas diagnósticas ni es
imprescindible ni necesaria en la mayoría de las intervenciones forenses (Delgado, Miguel y
Bandrés, 2006).

«Lo que en verdad interesa al Derecho no son tanto las calificaciones clínicas como su reflejo
en el actuar».

Evaluación forense Evaluación clínica Objetivo Ayuda a la toma de decisiones judiciales

Diagnóstico y tratamiento Relación evaluador-sujeto Escéptica pero con establecimiento de


un rapport adecuado Ayuda en el contexto de una relación empática Secreto profesional No
Sí Destino de la evaluación Variable (juez, abogado, seguros...) El propio paciente
Estándares y requisitos Psico-Legales Médico-psicológicos

Fuentes de información

Entrevista. Test. Observación.

Informes médicos y psicológicos.

Familiares. Expedientes judiciales

Las mismas (excepto los expedientes judiciales) y el historial clínico


Actitud del sujeto hacia la evaluación Riesgo de simulación o de disimulación o de engaño
(demanda involuntaria)

En general, sinceridad (demanda voluntaria)

Ámbito de la evaluación

Estado mental en relación al objeto pericial Global

Tipo de informe Muy documentado, razonado técnicamente y con conclusiones que


contesten a la demanda judicial.

Documento legal. Breve y con conclusiones.

Documento clínico Intervención en la sala de Justicia Esperable. En calidad de perito No


esperable. En calidad de testigo perito

A diferencia de la evaluación clínica, la evaluación forense suele estar marcada por la


limitación temporal de la intervención (número reducido de sesiones) y por la dificultad
añadida de tener que realizar valoraciones retrospectivas en relación al estado mental del
sujeto en momentos temporales anteriores a la exploración (por ejemplo, casos de
imputabilidad o impugnación de actos o negocios jurídicos) o prospectivas (por ejemplo,
opción de custodia, establecimiento de interacciones parento-filiales o valoración del riesgo).
Asimismo no siempre es fácil acceder a todos los elementos implicados (ambos progenitores,
víctima y victimario, etc.) para completar la información (Buela-Casal, 2006). Una exhaustiva
preparación de la sesión pericial (vaciado del expediente judicial) con anterioridad a la misma
es fundamental para aumentar el rigor del dictamen pericial, si bien se deberán evitar en la
exploración psicológica sesgos confirmatorios de hipótesis previas tras el estudio de la
información recogida en el expediente judicial (Vázquez-Mezquita y Catalán, 2008).

La población forense es más variada que la que se suele encontrar en la clínica.

El espectro de edades oscila desde niños de dos o tres años víctimas de abuso sexual hasta
ancianos de 90 años en procesos de incapacitación. En el entorno forense hay más personas
analfabetas funcionales o inmigrantes sin conocimiento del idioma español o profundamente
desarraigados. Todo ello limita el alcance de la exploración forense
Instrumentos de evaluación

El rigor exigido a la actividad pericial psicológica no debe confundirse con el abuso en la


administración de test. Si se trata de evitar la victimización secundaria en los sujetos
evaluados, se debe partir del principio de intervención mínima. El abuso de los test en el
entorno forense está vinculado a la mitología de los mismos (la creencia de los operadores
jurídicos de que los test son pruebas objetivas sobre el funcionamiento de la mente humana),
a la presión legal (los test como escudo científico frente a los contrainformes en las
ratificaciones, juicios o vistas), la competencia interprofesional (los test como herramienta de
trabajo del psicólogo frente a otros profesionales forenses, como psiquiatras, trabajadores
sociales y educadores) o incluso los incentivos econó-micos (a más test, mayor tiempo de
evaluación y mayores honorarios) (Brodzinsky, 1993; citado en Ramírez, 2003).

La técnica fundamental de evaluación en psicología forense es la entrevista pericial


semiestructurada, que permite abordar de una manera sistematizada, pero flexible, la
exploración psicobiográfica, el examen del estado mental actual y los aspectos relevantes en
relación con el objetivo del dictamen pericial (Groth-Marnat, 2009; VázquezMezquita, 2005).
Un ejemplo de entrevista clínico-forense, orientada al control de la simulación, ha sido
desarrollado por Arce, Fariña, Carballal y Novo (2006), Arce et al. (2009) y Vilariño, Fariña y
Arce (2009).

Las entrevistas pueden ser de más utilidad que los test en el caso de sujetos con dificultades
de concentración o con problemas para entender el lenguaje escrito. Asimismo se pueden
valorar síntomas de difícil valoración con escalas autoaplicadas: síntomas psicomotores
(retardo o agitación psicomotora), (conciencia de enfermedad), ideas delirantes, etc.

Los resultados de la entrevista pueden sugerir criterios adecuados para profundizar en


algunas áreas exploradas por medio de test. La estrategia combinada de entrevista y test
debe ponerse en cada caso al servicio de las necesidades específicas de cada sujeto, de las
circunstancias concretas y del objetivo de la evaluación. Por ello, la selección de los test
utilizados no debe basarse en una batería estándar, sino que debe atenerse a criterios de
pragmatismo (utilidad de la información recabada, nivel cultural del sujeto evaluado, dominio
del instrumento por parte del evaluador), a la calidad científica (fiabilidad, validez y
adaptación al entorno cultural) y a la economía de tiempo (brevedad y no repetición de las
pruebas a efectos de conseguir una mayor motivación y de evitar la fatiga). En cualquier
caso, se deben señalar las limitaciones de los instrumentos o del contexto de la evaluación
(art. 48 del Código Deontológico) (Colegio Oficial de Psicólogos, 1987), sobre todo cuando se
manejan técnicas que pueden crear unas expectativas muy altas en los operadores jurídicos
(por ejemplo, técnicas de credibilidad del testimonio, escalas de valoración del riesgo de
reincidencia o de violencia, etc.) (art. 32 del Código Deontológico) (Colegio Oficial de
Psicólogos, 1987; Del Río, 2005).

En resumen, el dictamen pericial debe integrar los datos obtenidos con métodos diversos (la
entrevista y los test específicos), así como contrastarlos con fuentes de información múltiples
(entrevistas a familiares o análisis de la documentación obrante en el expediente judicial). Si
hay discrepancias entre estas fuentes de información, la buena práctica requiere señalar las
contradicciones detectadas en el informe final y planteárselo así al Tribunal. Actuar de forma
contraria (es decir, excluir lo que resulta disonante e integrar en el informe sólo lo que es
coherente con la hipótesis inicial del evaluador) supone una mala praxis y un falseamiento de
la realidad de la evaluación psicológica.

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