Importancia de Los Transtornos
Importancia de Los Transtornos
Importancia de Los Transtornos
DE LA
INTRODUCCION.-
Los trastornos de personalidad son un grupo de afecciones en las que los individuos
muestran patrones de pensamiento, percepción, sentimiento y comportamiento de larga
duración que difieren de lo que la sociedad considera normal. Su manera de actuar y de
pensar, y sus creencias distorsionadas acerca de los demás, pueden provocar un
comportamiento extraño, pudiendo ser muy molesto para otras personas.
A pesar de que las causas no están del todo claras, los trastornos de la personalidad pueden
estar asociados a factores genéticos y ambientales. Respecto a estos últimos, las
experiencias de angustia, estrés o miedo durante la infancia, así como el maltrato, el abuso o
la negligencia emocional, pueden causar futuro desarrollo de dichos trastornos.
1. Cognición (es decir, maneras de percibirse e interpretarse a uno mismo, a otras personas
y a los acontecimientos).
F. El patrón perdurable no se puede atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia (p. ej.,
una droga, un medicamento) u otra afección médica (p. ej., un traumatismo craneal).
MARCO TEORICO
La personalidad podría decirse que es esa forma de ser en la que incluiríamos los
sentimientos, los pensamientos y como no, la conducta, que se mantiene más o menos
estable en el tiempo y que llega a definir a la persona. El desarrollo de la personalidad se
inicia desde la temprana infancia e intervienen diferentes factores como pueden ser la
biología, los modelos que tenemos más cercanos, los límites educativos, las situaciones más
o menos traumáticas, etc.
Los trastornos de la personalidad se caracterizan por una disfunción global de los patrones
de comportamiento y sentimientos del individuo. Constituyen por lo tanto patrones mal
adaptativos de la personalidad, que se manifiesta desde la adolescencia y acompañan al
individuo durante toda su vida y produce una clara limitación en su funcionalidad. La
diferencia entre una personalidad peculiar y una personalidad trastornada se encuentra en la
presencia de una limitación de funcionamiento normal, que afecta a sus relaciones
interpersonales, al trabajo, a su desarrollo personal y a su calidad de vida.
La personalidad normal y la patológica comparten los mismos principios y mecanismos de
desarrollo; las personalidades del mismo tipo, sean normales o patológicas, son
esencialmente las mismas en cuanto a los rasgos básicos que las componen. La diferencia
fundamental es que las personalidades “normales” son más flexibles cuando se adaptan a su
entorno, mientras que las personalidades con trastornos muestran conductas mucho más
rígidas y muy poco adaptativas. Así, se entiende por Personalidad normal los estilos
distintivos de adaptación que resultan eficaces en entornos normales. Los trastornos de
personalidad son estilos de funcionamiento inadaptados, que pueden atribuirse a
deficiencias, desequilibrios o conflictos en la capacidad para relacionarse con el medio
habitual.
Los delitos pueden estar relacionados con robos, pequeños hurtos, conducción peligrosa,
actividades sexuales de alto riesgo y actos violentos. La mayoría de estas acciones son
llevadas a cabo por un intento de ser queridos o ser integrados en un grupo.
Hay datos que muestran que las personas con trastorno límite de la personalidad puede
actuar sin que pueda controlar su conducta (alteración de la voluntad) e incluso en ocasiones
debido a episodios psicóticos breves (alteración del juicio de realidad), por lo que la
imputabilidad se ve directamente cuestionada.
Estas personas acuden de manera repetitiva a los tribunales para plantear quejas,
reclamaciones o denuncias, convirtiéndose en verdaderos pleitistas. Los actos delictivos más
probables en estos sujetos son los delitos contra las personas, particularmente lesiones,
homicidios, asesinatos, que rara vez no llevan aparejada violencia y generalmente cometen
también actos contra el orden social o jurídico.
Son personas pasivas y desvinculadas, que mantienen muy pocas relaciones afectivas e
íntimas. Reservados, poco espontáneos, y con mínima capacidad para expresar alegría o
amargura, son solitarios y por ello tienden a desempeñar trabajos nocturnos y aquellos en los
que no tengan que tratar con un gran número de personas.
Si llegan a delinquir, pueden cometer hurtos, robos y el consumo de drogas con las que
trafican en ocasiones.
En este trastorno se puede llegar a perder la propia identidad de uno mismo, ignorando su
propia identificación (la yoidad). Sabemos además que estos individuos tienen una mayor
vulnerabilidad al estrés y en ocasiones presentan cuadros psicóticos. En estos casos, su
conciencia y su capacidad cognitiva puede verse alteradas, razón para revisar su
imputabilidad.
Estos sujetos son los que más delinquen y por tanto son los que mayor alarma social
producen. Su falta de sentimiento de culpa se traduce en todo tipo de justificaciones para sus
actos, de modo que se muestra a sí mismo como incomprendido o víctima de la sociedad,
guiándose siempre por sus propias reglas.
Lo más probable es que si este tipo de personas llegan a un juzgado sea para poder llamar
la atención y por una necesidad suya propia más que por que ellos hayan cometido un delito.
Para que estas personas consigan una eximente sobre su delito debe haber en su conducta
delictiva algo más que no sea este trastorno, algo que haga que el sujeto pierda alguna de
las dos capacidades, la cognoscitiva y/o la volitiva)
La elaboración de informes sobre personalidad es una práctica frecuente dentro del mundo la
psicología clínica y por supuesto la psicología forense.
Por todo ello, los autores de este artículo han desarrollado en los últimos años distintas
investigaciones clínicas sobre la comorbilidad de los trastornos de personalidad con distintos
cuadros clínicos del Eje I. Fruto de esta línea de investigación, se ha observado una
importante discrepancia entre las tasas de comorbilidad obtenidas mediante la utilización de
cuestionarios autoadministrados y mediante las entrevistas clínicas, incluso cuando se utiliza
una misma muestra clínica.
Estas limitaciones se acentúan más aún cuando se trata de evaluar los trastornos de
personalidad. Debido al carácter egosintónico de la mayor parte de ellos, se producen con
frecuencia numerosos sesgos o errores en las respuestas de los sujetos. La falta de
reconocimiento del problema, la escasa motivación, la simulación o la deseabilidad social son
factores que se acentúan en este tipo de alteraciones. Por ello, en general, el valor de los
autoinformes es más limitado aún en el ámbito de los trastornos de personalidad.
En contraste con estas limitaciones, las entrevistas clínicas son de mayor utilidad para la
evaluación de los trastornos de personalidad. Así, por ejemplo, permiten evaluar aspectos de
difícil valoración con escalas autoaplicadas: conciencia de enfermedad, ideas delirantes,
etcétera. Además, ofrecen al clínico la oportunidad
de preguntar al paciente ejemplos concretos de situaciones reales, que, entre otras cosas,
sirven para distinguir los problemas situacionales de los rasgos de personalidad.
Como consecuencia, se tiende a prescindir de ellas y a recurrir, en aquellos casos en los que
se sospecha la presencia de un trastorno de personalidad, a los cuestionarios -
principalmente el MCMI-II (Millon, 1997)-, que son más cómodos para el clínico y no
requieren un tiempo tan elevado para su cumplimentación.
Ahora bien, la pregunta resultante es la siguiente: ¿son fiables los resultados obtenidos con
este tipo de instrumentos a la hora de evaluar los trastornos de personalidad?
No se trata, en modo alguno, de una revisión exhaustiva de todos los estudios sobre
comorbilidad con los trastornos de personalidad, sino de ejemplificar, en algunos trastornos
psicopatológicos (el alcoholismo, la adicción a la cocaína, el juego patológico y los trastornos
de la conducta alimentaria), este tipo de discrepancias observadas, según sean los
instrumentos de evaluación utilizados.
A modo de resumen, los resultados de esta revisión muestran, en primer lugar, una amplia
heterogeneidad de resultados en los estudios llevados a cabo hasta la fecha sobre la
comorbilidad de los cuadros clínicos del Eje I con los trastornos de personalidad. Al margen
de las imprecisiones conceptuales de la clasificación actual de los trastornos de
personalidad, resulta curioso observar las amplias diferencias entre los distintos estudios, en
función de los instrumentos de evaluación utilizados.
El grado de concordancia entre los autoinformes y las entrevistas clínicas es muy bajo, lo que
indica una baja fiabilidad en el diagnóstico de estos trastornos. Más en concreto, las
investigaciones que utilizan cuestionarios tienden a encontrar tasas significativamente más
altas de trastornos de personalidad que las que recurren a entrevistas estructuradas.
Se puede, por ello, concluir que los autoinformes presentan una tendencia a sobre
diagnosticar trastornos de personalidad. Las entrevistas clínicas, en cambio, son más
estrictas y conservadoras, por lo que las tasas de prevalencia son más bajas, incluso con
diferencias significativas cuando se utilizan ambos tipos de instrumentos con una misma
muestra clínica.
Las ventajas aparentes de los cuestionarios autoadministrados en el ámbito clínico -su mayor
comodidad, el ahorro de costes y de tiempo, etc.- comportan un detrimento en la calidad de
la evaluación y los hace, por tanto, poco fiables para, al menos, el diagnóstico de los
trastornos del Eje II.
Por otra parte, el diagnóstico de un trastorno de personalidad precisa ahondar más en las
características específicas del trastorno y valorar en qué medida obedece a una personalidad
alterada o a un cuadro clínico concreto.
La evaluación de los trastornos de personalidad requiere, por definición, una evaluación
longitudinal, es decir, de toda la biografía de la persona. Ello supone una gran diferencia -y
una dificultad adicional- respecto a la evaluación de los trastornos mentales del Eje I, que
suele ser más transversal y toma en consideración prioritariamente los síntomas presentes
en la actualidad.
Las fuentes de información actualmente disponibles son: a) las entrevistas y el juicio del
clínico; b) los cuestionarios auto administrados; y c) las informaciones complementarias de
los familiares o personas que conviven con el paciente. Respecto a esta última fuente, el
papel de la misma puede no ser importante en las alteraciones del Eje I (porque el síndrome
suele ser inmediatamente observable), pero sí en los trastornos de personalidad (por el
carácter histórico de dichos trastornos).
Si bien la validez de cada una de estas fuentes está aún por establecer, la utilización
conjunta de todas ellas, así como la observación a lo largo del tiempo, parecen potenciar la
validez del diagnóstico.
CONCLUSIONES.-
«Lo que en verdad interesa al Derecho no son tanto las calificaciones clínicas como su reflejo
en el actuar».
Fuentes de información
Ámbito de la evaluación
El espectro de edades oscila desde niños de dos o tres años víctimas de abuso sexual hasta
ancianos de 90 años en procesos de incapacitación. En el entorno forense hay más personas
analfabetas funcionales o inmigrantes sin conocimiento del idioma español o profundamente
desarraigados. Todo ello limita el alcance de la exploración forense
Instrumentos de evaluación
Las entrevistas pueden ser de más utilidad que los test en el caso de sujetos con dificultades
de concentración o con problemas para entender el lenguaje escrito. Asimismo se pueden
valorar síntomas de difícil valoración con escalas autoaplicadas: síntomas psicomotores
(retardo o agitación psicomotora), (conciencia de enfermedad), ideas delirantes, etc.
En resumen, el dictamen pericial debe integrar los datos obtenidos con métodos diversos (la
entrevista y los test específicos), así como contrastarlos con fuentes de información múltiples
(entrevistas a familiares o análisis de la documentación obrante en el expediente judicial). Si
hay discrepancias entre estas fuentes de información, la buena práctica requiere señalar las
contradicciones detectadas en el informe final y planteárselo así al Tribunal. Actuar de forma
contraria (es decir, excluir lo que resulta disonante e integrar en el informe sólo lo que es
coherente con la hipótesis inicial del evaluador) supone una mala praxis y un falseamiento de
la realidad de la evaluación psicológica.