Eugenio María de Hostos: Educador, Sociólogo y Americanista.

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EUGENIO MARIA

DE HOSTOS:
EDUCADOR,
SOCIOLOGO Y
AMERICANISTA

FELIPE HERRERA

BANCO INTERAMERICANO
DE DESARROLLO
Discurso pronunciado por el Presidente del Banco
lnteramericano de Desarrollo el día 22 de enero
de 1965 en la Sociedad de Amigos de Puerto Rico,
en Nueva York, al recibir el "Premio Eugenio
María de Hostos". La Sociedad confiere este
premio una vez por año al ciudadano de América
que, a su juicio, haya contribuido de manera sobre-
saliente a promover la unión cultural, económica
y política en el hemisferio.
EUGENIO MARIA DE HOSTOS:
EDUCADOR,
SOCIOLOGO Y
AMERICANISTA

E n uno de los acogedores prados del Parque


Forestal de Santiago de Chile, a la sombra de sus
árboles imponentes, se alza la sobria escultura
de un hombre maduro, de barba y cabellera
robustas, cuyos ojos profundamente sentados
parece que todavía escrutaren el porvenir. Allí,
como tantos otros niños santiaguinos, leí por
primera vez su nombre grabado en el bronce
conmemorativo: Eugenio María deHostos (1839-
1903).
Años más tarde, al iniciar mi vida de estudiante
universitario, mis ojos inquietos de adolescente
volvieron otra vez a leer el mismo nombre sobre
la testera del aula de primera reunión en la
Escuela de Derecho.
Dentro del aula, ya no supe sólo de su nombre,
sino de la figura y del ideario de Eugenio María
de Hostos. Mi viejo profesor Gabriel Amunátegui
le dedicó un extenso panegírico. Se refirió a su
obra, no sólo en el campo teórico de la ciencia
política y del derecho constitucional sino también
como uno de sus antecesores en esta cátedra de la
Universidad de Chile. Lo comparó a Andrés
Bello y a Domingo Faustino Sarmiento por su
calidad de americano completo y además por ser
como ellos hijo adoptivo de Chile que mucho
había contribuido al desarrollo intelectual y social
de su segunda patria. Lo describió como un
hombre que, nacido en Puerto Rico, había
actuado y luchado en España, en Francia, en
Estados Unidos y en toda América Latina, siem-
pre guiado por un profundo sentido de la unidad
de nuestros pueblos.

D os veces había estado en Chile, la primera


como mensajero de ideas y estudiante de la rea-
lidad americana; la segunda como maestro, lla-
mado por el gobierno del Presidente Balmaceda
1
para ayudar en la reforma de la enseñanza. Había
permanecido entonces cerca de diez años y había
sido rector de dos liceos. Aún perduraba su obra,
y aún perdura en el sistema educativo del país.
Como también es de inspiración hostoniana—en
el plano político—el principio del equilibrio de
los poderes adoptado en nuestra constitución de
1925.
Cuatro años más tarde de mi primera lección
en Hostos, su figura cobraría para mi valor aún
más vital y sugestivo. En representación de los
estudiantes de la Escuela de Derecho me tocó
plantear la necesidad de dar mayor base socioló-
gica a nuestros estudios jurídicos, asi como
vincularlos más directamente a las motivaciones
de la realidad nacional. Los reformadores de
entonces, en procura de antecedentes que sirvieran
de apoyo a nuestra demanda, encontramos que
nuestro alegato ya se había presentado cincuenta
años antes, cuando Hostos se había esforzado en
vano porque la sociología entrara a formar parte
del curriculum universitario. "Siendo ella la
ciencia primaria—había argüido Hostos—a la
sociología están surbordinadas todas las ramas de
la jurisprudencia, de la política, de la economía,
de la administración, y a ella deben referirse
todos los grupos de ciencias secundarias y todos
los estudios de esas ciencias".
Si he hecho este recuento de tipo personal es
simplemente para demostrar hasta qué punto me
es familiar este personaje de barba enérgica y
mirada bondadosa a quien consideré amigo desde
la infancia. Hasta qué punto estoy ligado afectiva-
mente a sus doctrinas, hasta qué punto admiro
su obra y respeto la trayectoria de su vida. Estas
razones vuelven más profundo si cabe mi agra-
decimiento y más agudo mi sentido de responsa-
bilidad al recibir este galardón con que la gene-
rosidad de ustedes ha querido honrarme por el
hecho de formar parte de esa falange de america-
nos que creen que nuestro continente es el crisol
donde se está forjando una civilización nueva y
que, en frase de Hostos, tratan de "formar una
patria entera con los fragmentos de patria que
tenemos los hijos de estos suelos".

II
N o se adentran en el verdadero espíritu de
Hostos quienes no comprenden que fue esta voca-
2
ción de luchar por la integración latinoamericana
la que le llevó a transformarse en educador, en
sociológo, en filósofo y en político, durante su
intensa y variada vida, en tantos y tan diversos
escenarios culturales y geográficos. A los 21
años, siendo aún estudiante de derecho en España,
se vincula ya al movimiento liberal y republicano
de la época, con Pi y Margall, Cast.elar y Fran-
cisco Giner, y aboga por una "Federación iguali-
taria de Hispanoamérica y España". Sufre en-
tonces su primera gran desilusión, cuando sus
compañeros españoles de lucha le dejan a solas
con su sueño de la independencia de Puerto Rico
y Cuba.
Con su sueño emprende su odisea que le lleva
a Francia, Estados Unidos, Colombia, Perú, Chile,
Argentina, Brasil y de nuevo a las Antillas. En
esos años evoluciona y madura su pensamiento.
Aboga por la "Federación Antillana" formada por
Puerto Rico, Cuba y República Dominicana que,
con otras confederaciones similares, llegara fi-
nalmente a conformar una América Latina Con-
federada.
Su labor integracionista no se detiene en el
planteamiento de soluciones teóricas sino que se
adentra en el terreno de las realizaciones posi-
tivas. En reconocimiento a su visión de adelan-
tado para la construcción del ferrocarril transan-
dino, entre Argentina y Chile, la primera loco-
motora que recorrió esa vía llevaba estampado
sobre la caldera el nombre de Eugenio María de
Hostos. Símbolo también de la potencia dinámica
de su obra que sigue arrastrando voluntades mo-
dernas hacia la meta de la integración.

Ricos como él percibieron el sentido de identi-


dad y de cohesión de América Latina. Sus grandes
esfuerzos y su lucha por librar a Puerto Rico y
Cuba de su estatuto colonial, no bastaron para
consumir sus energías. Tenaz y persistente fue su
acción en favor de los derechos humanos y so-
ciales, durante largos años de magisterio en Chile
y República Dominicana y durante períodos más
cortos en Colombia, Panamá, Perú y Argentina.
En todo momento mantuvo la convicción clara
y serena de la dignidad de América. No alegaba
grandes progresos y grandezas que no existían,
pero tenía un sentido histórico de la realización
3
humana. Se juzga a América Latina—decía—
"queriendo que sesenta o menos años de autono-
mía nacional y de formación independiente de la
vida produzcan en estas sociedades que se desa-
rrollan el resultado que han producido siglos de
trabajo y de lucha en Europa".
La acción, el peregrinaje, la inquietud insatis-
fecha nutrieron vigorosamente su formación in-
telectual. Llevaba en sí el sino goethiano de
construir en él una personalidad equilibrada de
acción y pensamiento. Como a Goethe le preocupa
la dualidad de Hamlet, y como él escribe un en-
sayo de extraordinaria percepción sobre este tema,
que lo demuestra literato excelente.
Pero Hostos era un literato enemigo de "hacer
literatura". Esta- debía estar, según él, al servicio
de una causa noble: destinarse, como él mismo
lo dice, "a servir, a construir, a levantar cora-
zones". Era, como González Prada, como Varona,
como Justo Sierra, lo que hoy llamamos un es-
critor comprometido. Y su compromiso era la
"Confederación de las Antillas" si hemos de
atenernos a su libro "La Peregrinación de Bayo-
án", ese legendario primer hombre originario de
Borinquen, hijo de un cacique de la Española y
cuya amada es Darien, símbolo de una de las
más hermosas regiones de Cuba.

III
Buscaba, como he dicho, su integración interior
como contrapunto de la integración exterior
que anhelaba, y porque su vena de político y
de estadista no encontraba asidero para lograr
los cambios anhelados, se volvía hacia la educa-
ción. Esta estaba llamada a ser la palanca pode-
rosa que superara la desunión, el despotismo y
las miserias materiales y morales de nuestras
nacionalidades.
Como siempre, la intuición americana de Ga-
briela Mistral acierta cuando expresa: "Civiliza-
dor de la misma batidura de los Sarmiento, en-
tendió que la faena por hacer era mixta, y que
no podía trabajarse sobre una sola arista del
bloque, y se puso a todo lo que podía, pudiendo
mucho. Fue sociólogo, crítico literario, hombre
de ciencia y conferencista popular, y en cada cosa
profesor porque el asunto americano gritaba su
hambre de didácticas por donde se le cogiese".
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Las ideas pedagógicas de Hostos denotan la
poderosa influencia de los filósofos de la educa-
ción que en su época estaban en boga, particular-
mente Pestalozzi, Froebel y Spencer. Pero la
verdadera importancia de la posición de Hostos
en este campo deriva de las originales relaciones
del sistema educativo con toda la realidad y evo-
lución social de su época, que Hostos proyecta
en sus escritos y en su enseñanza. Tuvo como
Andrés Bello la capacidad creadora de recoger
la validez permanente de los conceptos intelectua-
les y proyectarla en la realidad histórica que le
correspondió vivir.

M ucho ha cambiado la América Latina de hoy


con respecto a la contemporánea de Hostos. Sin
embargo, nadie negará que ahora más que nunca
el sistema educacional es una de las claves para
enfrentar el futuro de nuestros pueblos. Así se
entendió en la Carta de Punta del Este, al estable-
cerse las bases de lo que podía ser una nueva
filosofía de la cooperación interamericana y al
definirse los objetivos que los países debieran
lograr en el actual decenio. La Carta consigna
entre esos objetivos el de: "Eliminar el anal-
fabetismo en los adultos del Hemisferio y, para
1970, asegurar un mínimo de seis años de educa-
ción primaria a todo niño en edad escolar de la
América Latina; modernizar y ampliar los medios
para la enseñanza secundaria, vocacional, técnica
y superior; aumentar la capacidad para la investi-
gación pura y aplicada, y proveer el personal
capacitado que requieren las sociedades en rápido
desarrollo".
Nuestros países, en los afanes de programación
de su desarrollo, han entendido progresivamente
la conveniencia de atender en forma planificada
las necesidades educativas, tendiendo a calificar
el gasto público y privado destinado a este objeto,
como una inversión social de alta prioridad.
Nos ha correspondido, en el Banco Interameri-
cano de Desarrolo, administrar los fondos de la
Alianza para el Progreso con el propósito de
promover y de modernizar la educación y el
adiestramiento avanzados. Hemos puesto nuestros
recursos financieros junto al propio esfuerzo de
los países de América Latina para aumentar el
número y mejorar la calidad de los centros que
nuestras colectividades necesitan para la forma-
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ción de grupos dirigentes capaces de dar las
respuestas filosóficas, políticas y económicas,
educativas y científicas, técnicas y artísticas, que
reclama una América Latina cuya población crece
inmoderadamente y aspira al propio tiempo
a un goce más amplio de los frutos de la
tecnología y de la civilización contemporáneas.
Todo esto implica nuevas y enérgicas presiones
sobre nuestro sistema universitario. Si Hostos
estuviera hoy entre nosotros, y estuvieran Sar-
miento y Bello y Alberdi, todos volverían a ser
promotores apasionados de la educación superior;
seguramente los volveríamos a encontrar fun-
dando universidades o regentando escuelas nor-
males.

E n el curso dé los últimos cuatro años se han


efectuado significativos progresos en este campo.
Al momento de firmarse la Carta de Punta del
Este, en Agosto de 1961, había en América La-
tina un total de 160 universidades y estable-
cimientos de enseñanza técnica avanzada, con
una matrícula de 520 mil alumnos. En 1964
comprobamos la existencia de 196 estableci-
mientos con 680 mil alumnos, y se espera que
al término de este decenio la enseñzana superior
alcance una matrícula cercana a un millón de
alumnos, lo que significa un progreso a una tasa
del 6% anual. Es imperativo cumplir con estas
metas si se considera que la enseñanza superior
en Estados Unidos, con una población similar a
la total nuestra, acusó un enrolamiento de más
de cinco millones para el año que acaba de
terminar.
Es claro que el avance cuantitativo antes in-
dicado no basta para satisfacernos. Es indispensa-
ble reorientar a nuestros educandos hacia campos
con déficits notorios. Señalaré, por vía de ejemplo,
que en nuestra región, prevalecientemente agrí-
cola, la matrícula en agronomía y veterinaria es
solamente el 3,2% del total, en tanto que el
10% debiera ser la proporción mínima adecuada.
Urgentes mejoras cualitativas son necesarias
para combatir la deserción estudiantil. Al estudiar
las estadísticas de educación superior en 1960
se constató que en once países latinoamericanos,
los alumnos en cuarto año de estudios universi-
tarios eran menos que el 30% de los matriculados
en el primer año.
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Es innegable la necesidad de orientar mayores
recursos financieros a nuestra educación superior
para este proceso de mejoría. Gran parte del es-
fuerzo debe efectuarse con mejor orientación de
los fondos locales; sin embargo, la cooperación
financiera internacional puede desempeñar una
importante labor. Así, es estimulante constatar
que entre enero de 1962 y junio de 1964, los
organismos regionales, internacionales, del Go-
bierno de Estados Unidos y la fundaciones de
este país, han contribuido, con más de cien mi-
llones de dólares a esos fines, suma de la cual el
55% se destinó a las ciencias básicas y aplicadas
y a la agricultura.
El Banco Interamericano de Desarrollo ha
pretendido transformarse en el "Banco de la
Universidad Latinoamericana," basándonos en
nuestra estructura multilateral y en nuestro en-
foque global para apreciar las necesidades de
financiamiento del progreso de nuestros países.
De este modo hemos concurrido a financiar 22
proyectos por un total de 30 millones de dólares,
beneficiando 45 establecimientos de enseñanza
superior en 15 países.
* * *

M uy noble es sin duda la iniciativa de la So-


ciedad de Amigos de Puerto Rico al crear un
permanente estímulo a quienes tratan, a través
de sus respectivos campos de acción, de servir
con sentido continental a sus pueblos. Y nada
más apropiado que dar a ese galardón el nombre
de Eugenio María de Hostos, figura enraizada
en Puerto Rico que se agiganta cuando América
Latina se apresta a entrar en el último tercio de
este siglo: apóstol y visionario, maestro y lucha-
dor, portorriqueño y americanista.
La complejidad de la convivencia internacional
vuelve hoy más que nunca necesaria la formación
de grupos dirigentes capaces de superar sus par-
ticularismos vocacionales y sus afanes locales
inmediatos. Por eso al evocar el espíritu de Hostos
he creído del caso referirme a nuestras universi-
dades, crisoles de esas juventudes a las que él
tanto sirvió y amó. La inspiración de Hostos
concurrirá para formar en esas casas de estudio
hombres completos, en quienes el pensamiento
y la acción se equilibren. Porque Hostos al es-
cribir enseñaba y hacía algo más que enseñar:
7
edificaba conciencias. El se integró a sí mismo
para poder ser germen de la ambiciosa empresa
integradora que fué la razón de su esfuerzo y su
esperanza. Germen que mantiene incólume su po-
tencia creadora en nuestros días, porque Hostos,
como dijera uno de sus comentaristas, "fue de
aquellos varones que llegan a unificar en sí mis-
mos, la acción, la voluntad y el empuje de todo
un continente".

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Pueden obtenerse copias adicionales de este dis-
curso como de otras publicaciones del Banco
Interamericano de Desarrollo, dirigiéndose a:

División de Información
Banco Interamericano de Desarrollo
808 17th Street, N.W.
Washington, D. C. 20577

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