La Biblia es la Palabra de Dios escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo. Contiene la revelación de Dios a la humanidad a través de profetas, sueños y visiones, y alcanzó su clímax en Jesucristo. La Biblia muestra la relación de Dios con el hombre, su plan de salvación a través de Cristo, y es la regla infalible para la fe y conducta.
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La Biblia es la Palabra de Dios escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo. Contiene la revelación de Dios a la humanidad a través de profetas, sueños y visiones, y alcanzó su clímax en Jesucristo. La Biblia muestra la relación de Dios con el hombre, su plan de salvación a través de Cristo, y es la regla infalible para la fe y conducta.
La Biblia es la Palabra de Dios escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo. Contiene la revelación de Dios a la humanidad a través de profetas, sueños y visiones, y alcanzó su clímax en Jesucristo. La Biblia muestra la relación de Dios con el hombre, su plan de salvación a través de Cristo, y es la regla infalible para la fe y conducta.
La Biblia es la Palabra de Dios escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo. Contiene la revelación de Dios a la humanidad a través de profetas, sueños y visiones, y alcanzó su clímax en Jesucristo. La Biblia muestra la relación de Dios con el hombre, su plan de salvación a través de Cristo, y es la regla infalible para la fe y conducta.
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Propósito y autoridad de La Biblia
Es común encontrar en la visión de las gentes -y también en alguna ocasión en nuestra
vida antes de aceptar a Cristo-, la tentación de preguntar: ¿mediante nuestros propios esfuerzos podemos indagar o encontrar a Dios? Sea esta búsqueda mediante la observación de la naturaleza, por la reflexión y el pensamiento de los líderes de la historia humana, o por nuestra propia interiorización. La respuesta es un rotundo ¡no!. A Dios se le encuentra cuando a Él le complace revelarse conforme a su propósito perfecto para cada persona. Lo más que podemos hacer, con nuestro arsenal científico o filosófico se encuentra descrito en la alegoría de ‘la caberna’ de Platón (libro VII ‘La República’), pues solo expresaríamos ‘nuestra verdad’ a partir de sombras. La Biblia misma nos enseña que Dios se revela (descubre) a si mismo de diversas maneras. En la naturaleza despliega su gloria (Sal. 19); en los tiempos antiguos lo hizo mediante sueños, visiones y la voz de los profetas y en las Escrituras inspiradas. Cuando fue el tiempo establecido por Dios, la revelación llegó a su clímax por medio de Jesucristo. Así lo escribe el autor del libro a los Hebreos (He. 1: 1-2). Conforme al propósito salvifico de Dios, le complació revelarse a la humanidad, revelación hecha mediante inspiración (2 Ti. 3: 16-17) por medio de personas fieles, obedientes y elegidas para tal propósito (instrumentos) como apreciamos en la respuesta del profeta Samuel: «Habla, Jehová, porque tu siervo oye.» (1 S. 3: 9). ‘La voz de Dios’ o el verbum Dei, la Palabra de Dios, está contenida en libros escritos en un tiempo y un lugar preestablecidos por Dios en su plan perfecto de redención del género humano. Los escritores bíblicos no plasmaron sus propias opiniones. Así por ejemplo, en el caso de los profetas, su función no era la de predecir el futuro, sino proclamar la voluntad de Dios y hacer un llamado al pueblo que se apartaba de la voluntad de su Creador, para advertirle de las consecuencias. La Biblia es Palabra de Dios escrita en lenguaje oral y escrito de hombres. Es cierto que durante la lectura o el estudio de la Biblia encontremos que aparentemente varios pasajes no siguen un orden conforme a nuestro criterio, o que se contradicen, o son al parecer no importantes, entre otros elementos disuasivos, sin embargo habiendo sido escrita durante un periodo de 1600 años, por diferentes manos con variados estilos, en muy variados contextos y en distintos idiomas, existe una armonía e integridad probadas y los errores de la transcripción a mano de generación en generación son mínimos y no tienen importancia alguna, pues se originan en fallas humanas de los copistas no de Dios. En adición debemos destacar que son los propios autores bíblicos los que convalidan lo escrito por sus antecesores. Así por ejemplo, los profetas confirman la ley, los salmistas exaltan su verdad, y los escritores del Nuevo Testamento citan en sus escritos textos del Antiguo Testamento. El conocimiento de Dios que se obtiene de su lectura y asimilación no provienen de nuestro propio razonamiento, sino de la acción divina en cada hombre, pues es Dios quien acompaña a los hombres y cumple sus promesas. Tal verdad la conocía el pueblo judío, y los primeros cristianos -que sigue vigente hoy día-: ellos experimentaron a Dios, le creyeron y vivieron una relación personal con Él. La base autoritativa de la Biblia es la voluntad de Dios y el señorío de Cristo, que se muestran de inicio a fin en la Biblia, por lo que cualquier escrito que contradice tal principio no viene de Dios. En palabras del reformador Lutero: “Lo que no enseña a Cristo no es apostólico, aunque lo enseñen Pedro o Pablo. Por otra parte, lo que predica a Cristo es apostólico, aunque pudiera venir de Judas, Anas, Herodes o Pilato". Surgen otra pregunta: ¿Para qué me sirve la Biblia? Siendo un libro inspirado por Dios muestra la relación de Dios con el hombre como fue desde el momento de la creación. Nos desnuda y gratifica con el amor eterno de Dios. Como un perfecto cirujano muestra la condición humana, es como espada de dos filos; «que penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (He. 4: 12). Mediante la Biblia podemos conocerle y conocernos, encontrar su plan de salvación y obrar de manera práctica en nuestras vidas, de allí que la Biblia es la regla infalible de fe y de conducta para los hombres (Confesiones cristianas). El apóstol Pablo en su carta a Timoteo, el joven pastor, le muestra de manera resumida el propósito de la Biblia (2 Tim. 3: 15-17), texto donde se contienen las palabras ‘salvación’, ‘Cristo’ y ‘fe’. De Cristo como el cordero del sacrificio prometido por Dios para la redención de los pecadores arrepentidos que le buscan; de la fe que proviene de Dios para buscar y creer en Cristo, y de la salvación por medio de Cristo como un fin de caracter moral y judicial para librar al hombre de su condición pecadora y de sus consecuencias (la muerte espiritual eterna).
Conociendo a los musulmanes
Es preocupante como en los últimos años, por diversos motivos que no están en el propósito de este ensayo, se observa una deserción de las filas del cristianismo, en sus diversas modalidades, para enrolarse en otras religiones como el budismo, el islam, los mormones, los testigos de Jehová, entre otros o hacia corrientes del pensamiento como la cienciología. Tales movimientos se dan independientemente de la actividad propia de cada grupo religioso por captar nuevos miembros. No sólo es preocupante en términos de la verdad revelada sino porque en el caso de grupos musulmanes tienen una abierta posición de terrorismo (justificada como una nueva guerra santa -yihad-) y animadversión hacia los cristianos (p. ej. Azora V. 56, 76). Por tal motivo se hace énfasis en tal posición religiosa. La respuesta en los países afectados va desde la tolerancia hasta la represión y algún esfuerzo por presentarles El Evangelio. ¿En qué consiste la religión islámica? En los tiempos del Imperio Romano de Oriente habitaban tribus nómadas de paganos árabes (beduinos), que se conforme a la tradición musulmana son descendientes de Ismael, el hijo del profeta Abraham y la esclava egipcia Agar. Se establecieron en ciudades como La Meca, y compartieron rutas comerciales con cristianos y judíos; su sentido de la vida era la pertenencia tribal (solidaridad), la idea árabe de hombría y una moral que sólo aplicaba dentro de la familia. Adoraban a las estrellas, diversos ídolos y piedras sagradas, y una deidad llamada Alá (al parecer una deidad pagana), a quien dedicaron un santuario llamado la Kaaba, en la Meca (centro de culto de árabes politeísta). Mahoma, el fundador del Islam, provenía de uno de los clanes menores y a la muerte de sus padres fue criado por su abuelo y le acompañaba en caravanas comerciales donde se familiarizó con las enseñanzas del judaísmo y el cristianismo. Mahoma buscó dar legitimidad al islam al identificarse con Abraham, y su otro hijo, Ismael; intentó sustituir la ley de Moisés con sus propias leyes, y reemplazó a Jesucristo con una ley que lleva a la esclavitud y muerte eternas. Señalan Domo de la Roca como uno de sus santuarios y a Jerusalén como la ciudad santa del Islam junto con la Meca y Medina, después que la conquistaron a mediados del siglo VII. Tienen los musulmanes un especial respeto y hasta veneración por la virgen María, la madre de Jesús, (tal vez en recuerdo de Agar), situación que la Iglesia Católico-Romana ha estado usando como puente para acercarse al Islam. El Islam predica un evangelio de conversión por medio del Corán su libro sagrado, la tradición (sunna) y otros escritos, y su bandera contiene los símbolos de la espada y la luna creciente, representantes de su posición no pacífica. El Corán enseña a los musulmanes a no hacer amistad con los cristianos (Corán 2.144). El dios del Islam, Alá no es el Dios de la Biblia. Los musulmanes sostienen la unidad de Dios en abierta diferencia con la noción trinitaria de Dios, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, por lo que rechazan la deidad de Cristo, con el argumento de que el Hijo sería el resultado de una relación sexual, no aceptan la divinidad de la persona del Espíritu Santo (Jn. 1: 14; Col. 1: 15-19, Hch. 5: 3-4; Ro. 8: 11) de quien dicen es el arcángel Gabriel. Los musulmanes aceptan la falta de pecado de Cristo, pero niegan con firmeza su sacrificio sobre la cruz y su resurrección, al compararlo con otros profetas desde Abraham a Mahoma, el profeta de Alá. Dicen en sus escritos que Dios dispuso que otro muriese en lugar de Jesús (Sura 4:158). Para los cristianos, Jesús el Cristo es más que un profeta, es Dios encarnado que sacrificó su vida para redimir a los pecadores (ver 1 Jn. 2: 23). Lo importante no es el impacto del mundo musulmán entre los creyentes sino que Dios en su soberanía usa e interviene de manera sobrenatural en la historia de forma tal que cambia reinos y gobernantes a fin de que Su Plan de redención se cumpla conforme a su Palabra revelada (Is. 11). Comparando los dos mensajes, el del Islam y el del Evangelio, nos encontramos con un abismo insalvable. Por ejemplo: “Matad al enemigo, allá donde lo encontréis” (Sura 9: 92). «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen...» (Mt. 5:44). Pero todos los cambios están en las manos de Dios porque por ejemplo, durante muchos siglos, durante la Edad Media, hubo períodos de una sana convivencia entre varias comunidades judías, cristianas y musulmanes; el acercamiento al menos entre los pensadores de esa época fue la reflexión filosófica aristotélica (racionalista) de los santos escritos. El Señor mostrará y abrirá los caminos para el sano entendimiento con los musulmanes y los judíos, la llave es el amor porque «Dios es amor» (1 Jn. 4: 8); el Señor necesita pacificadores (Mt. 5: 9), y habrá reconciliación por medio de Jesucristo, porque Dios siempre cumple sus promesas y creemos lo que dice su Palabra en lo anunciado a Abraham de que sería bendición para todas las naciones (Gn. 12: 2-3). Abraham, “el amigo de Dios” (Stg. 2: 23; Corán 3.68) es reconocido como profeta por los judíos, cristianos y musulmanes. Una seria limitante para el evangelismo a los musulmanes es la multitud de etnias que componen el mosaico de países predominantemente musulmanes así como de lenguas; donde ha llegado el Evangelio los creyentes en Jesucristo sufren de una despiadada persecución. Sigamos orando por la promesa de Dios (Gn. 17: 18, 20) para que en los musulmanes incrédulos venga la desilusión y el hartazgo de su vida llena de odio, rencor y sangre originada por la predicación de los extremistas islámicos (Gn. 16: 12), y sean tocados por las amorosas palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mt. 11: 28). Amén.