236 - 99 Ovejas Justas
236 - 99 Ovejas Justas
236 - 99 Ovejas Justas
(En el primer artículo de esta serie sostuvimos que el silencio de Juan en su evangelio
en cuanto al tema del arrepentimiento es un argumento poderoso que él no consideraba
que fuera necesario el arrepentimiento para la vida eterna. En el segundo artículo
mostramos que las referencias frecuentes de Juan en el libro de Apocalipsis acerca del
arrepentimiento revelan que él trataba el arrepentimiento como necesario para evitar, o
poner fin a, los juicios temporales de Dios—sea para los salvos o los no salvos.)
Es una gran ironía, sin embargo, que estos tres relatos son a menudo mal
entendidos y se les lee mal también. Esta ironía es aun mayor en vista del hecho de
que el texto de Lucas nos da una clave clara e inequívoca del significado de estas
parábolas. En este artículo consideraremos los dos primeros relatos tal como se
encuentran en Lucas 15:1-10. En un próximo artículo, Deo volente, veremos la
Parábola del Hijo Perdido, mientras que en otro artículo trataremos el hermano mayor
del perdido, hermano que se creía justo en sí mismo.
Las tres parábolas de Lucas15 se introducen con los versos 1-3. Allí vemos a
los fariseos y escribas quejándose que nuestro Señor Jesucristo “a los pecadores
recibe, y con ellos come” (v. 2). Ellos se escandalizan del hecho que Él los acepta a
compañerismo en la mesa con Él mismo. Esto, ningún fariseo que se respeta a sí
mismo condescendería para hacer. En respuesta a las críticas, Jesús procede a
pronunciar estos relatos, principiando con la parábola de la Oveja Perdida.
Es claro al leer la parábola que el pastor mencionado aquí posee todas las cien
ovejas. Esto es evidente en las palabras, “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien
ovejas . . .?” (v. 4) y de las palabras “mi oveja” en verso 6. Como era frecuente en
Palestina, especialmente en la región sur llamada el Neguev (= “lo seco”), este pastor
estaba pastando su rebaño en territorio descrito como “el desierto.” Esta región apenas
habitada contenía suficiente vegetación para sostener ovejas, y el pastor los llevaba de
lugar en lugar donde había pastos. Así, en la parábola, el pastor está alimentando las
ovejas cuando se da cuenta que una de ellas se ha extraviado del rebaño.
Al hacer este descubrimiento, él deja las noventa y nueve “en el desierto” para ir
“tras la que se perdió” (v. 4). Desde la perspectiva del pastor del Medio Oriente, esto no
puede significar ninguna otra cosa sino que él siente que el rebaño está
razonablemente seguro y que permanecería junto.
Después de recobrar la oveja perdida, él la pone amorosamente “sobre sus
hombros” (v. 5) y la trae de regreso al rebaño. Cuando termina el apacentamiento del
día y “al llegar a casa” (v. 6), él hace una fiesta a la cual invita a sus “amigos y vecinos”
(v. 6) para que ellos puedan compartir la alegría por haber “encontrado mi oveja que se
había perdido” (v. 6). Que esta “fiesta” tiene un paralelo con las celebraciones
mencionadas en las próximas dos parábolas, no se discute.
La aplicación que nuestro Señor hace de este relato es clara como el cristal:
“Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por
noventa y nueve justos [griego, dikaios – justos] que no necesitan de arrepentimiento”
(v. 7; letra itálica añadida). Las palabras que hemos puesto en letra itálica son claves
en esta parábola. Las noventa y nueve ovejas representan personas que son “justas” y
que por lo tanto no necesitan arrepentirse. Esto es lo que el texto claramente establece.
Pero no es así como la interpretan muchos que leen o enseñan este relato. En
lugar de eso, “los noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” los
transforman en “noventa y nueve injustos que solamente piensan que no necesitan
arrepentimiento.” Esto contradice claramente al texto y lo pone patas arriba. Leer las
palabras del Señor de esta manera es una contradicción en sí mismo.
Claramente dicho, la Parábola de la Oveja Perdida no tiene nada que ver con la
salvación eterna. Se trata del cristiano que se extravía, yendo lejos del rebaño de Dios,
y busca el camino pecaminoso. La restauración a la comunión con su Salvador y
Pastor, tanto como a la comunión con el pueblo del Señor, que no se ha descarriado,
requiere arrepentimiento. Cuando se recobra al creyente extraviado, el Gran Pastor se
llena de alegría, y todo el cielo se regocija con Él. Y así, por supuesto, debe hacerlo el
pueblo de Dios también (un punto que se tocará en el relato del hermano del Hijo
Pródigo: Lucas 15:25-32).
Para encontrarla, sin embargo, ella debe “encender la lámpara” y usar una
escoba para “barrer la casa” (v. 8). Es evidente que el lugar donde ella vive es tanto
oscuro como sucio, y que ella cree que la moneda podría ser encontrada en algún hoyo
2
o rendija donde pudiera haber considerable cantidad de sucio o basura. La parábola así
encaja admirablemente en la realidad que la Iglesia cristiana vive en un mundo que
contiene suficiente oscuridad y suciedad moral y espiritual (2 Pedro 1:19—“como a una
antorcha que alumbra en lugar oscuro”).
Conclusión
Zane C. Hodges, Grace in Focus, Volumen 13, Número 5 (Irving, Texas: Grace Evangelical
Society, 1998). Traducido por Pablo Paredes y Harold Krause, con permiso.