236 - 99 Ovejas Justas

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LAS NOVENTA Y NUEVE OVEJAS JUSTAS:

Arrepentimiento en Lucas 15:1-10

Por Zane C. Hodges

(En el primer artículo de esta serie sostuvimos que el silencio de Juan en su evangelio
en cuanto al tema del arrepentimiento es un argumento poderoso que él no consideraba
que fuera necesario el arrepentimiento para la vida eterna. En el segundo artículo
mostramos que las referencias frecuentes de Juan en el libro de Apocalipsis acerca del
arrepentimiento revelan que él trataba el arrepentimiento como necesario para evitar, o
poner fin a, los juicios temporales de Dios—sea para los salvos o los no salvos.)

Tal como I Corintios13 es el capítulo clásico del amor en el Nuevo Testamento, y


Hebreos 11 es el de la vida de fe, así Lucas 15 es el capítulo clásico sobre el
arrepentimiento. Las tres parábolas que se encuentran en él son conocidas y muy
queridas. Ellos son, por supuesto, la Parábola de la Oveja Perdida, la Parábola de la
Moneda Extraviada, y la Parábola del Hijo Perdido.

Es una gran ironía, sin embargo, que estos tres relatos son a menudo mal
entendidos y se les lee mal también. Esta ironía es aun mayor en vista del hecho de
que el texto de Lucas nos da una clave clara e inequívoca del significado de estas
parábolas. En este artículo consideraremos los dos primeros relatos tal como se
encuentran en Lucas 15:1-10. En un próximo artículo, Deo volente, veremos la
Parábola del Hijo Perdido, mientras que en otro artículo trataremos el hermano mayor
del perdido, hermano que se creía justo en sí mismo.

La Parábola de la Oveja Perdida

Las tres parábolas de Lucas15 se introducen con los versos 1-3. Allí vemos a
los fariseos y escribas quejándose que nuestro Señor Jesucristo “a los pecadores
recibe, y con ellos come” (v. 2). Ellos se escandalizan del hecho que Él los acepta a
compañerismo en la mesa con Él mismo. Esto, ningún fariseo que se respeta a sí
mismo condescendería para hacer. En respuesta a las críticas, Jesús procede a
pronunciar estos relatos, principiando con la parábola de la Oveja Perdida.

Es claro al leer la parábola que el pastor mencionado aquí posee todas las cien
ovejas. Esto es evidente en las palabras, “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien
ovejas . . .?” (v. 4) y de las palabras “mi oveja” en verso 6. Como era frecuente en
Palestina, especialmente en la región sur llamada el Neguev (= “lo seco”), este pastor
estaba pastando su rebaño en territorio descrito como “el desierto.” Esta región apenas
habitada contenía suficiente vegetación para sostener ovejas, y el pastor los llevaba de
lugar en lugar donde había pastos. Así, en la parábola, el pastor está alimentando las
ovejas cuando se da cuenta que una de ellas se ha extraviado del rebaño.

Al hacer este descubrimiento, él deja las noventa y nueve “en el desierto” para ir
“tras la que se perdió” (v. 4). Desde la perspectiva del pastor del Medio Oriente, esto no
puede significar ninguna otra cosa sino que él siente que el rebaño está
razonablemente seguro y que permanecería junto.
Después de recobrar la oveja perdida, él la pone amorosamente “sobre sus
hombros” (v. 5) y la trae de regreso al rebaño. Cuando termina el apacentamiento del
día y “al llegar a casa” (v. 6), él hace una fiesta a la cual invita a sus “amigos y vecinos”
(v. 6) para que ellos puedan compartir la alegría por haber “encontrado mi oveja que se
había perdido” (v. 6). Que esta “fiesta” tiene un paralelo con las celebraciones
mencionadas en las próximas dos parábolas, no se discute.

La aplicación que nuestro Señor hace de este relato es clara como el cristal:
“Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por
noventa y nueve justos [griego, dikaios – justos] que no necesitan de arrepentimiento”
(v. 7; letra itálica añadida). Las palabras que hemos puesto en letra itálica son claves
en esta parábola. Las noventa y nueve ovejas representan personas que son “justas” y
que por lo tanto no necesitan arrepentirse. Esto es lo que el texto claramente establece.

Pero no es así como la interpretan muchos que leen o enseñan este relato. En
lugar de eso, “los noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” los
transforman en “noventa y nueve injustos que solamente piensan que no necesitan
arrepentimiento.” Esto contradice claramente al texto y lo pone patas arriba. Leer las
palabras del Señor de esta manera es una contradicción en sí mismo.

Claramente dicho, la Parábola de la Oveja Perdida no tiene nada que ver con la
salvación eterna. Se trata del cristiano que se extravía, yendo lejos del rebaño de Dios,
y busca el camino pecaminoso. La restauración a la comunión con su Salvador y
Pastor, tanto como a la comunión con el pueblo del Señor, que no se ha descarriado,
requiere arrepentimiento. Cuando se recobra al creyente extraviado, el Gran Pastor se
llena de alegría, y todo el cielo se regocija con Él. Y así, por supuesto, debe hacerlo el
pueblo de Dios también (un punto que se tocará en el relato del hermano del Hijo
Pródigo: Lucas 15:25-32).

Después de más de 40 años de ministerio al grupo de creyentes que ahora se


reúne en Victor Street Bible Chapel (la Capilla Bíblica de la Calle Víctor), agradezco al
Señor por haberme permitido ver esta parábola cumplida repetidamente. Vez tras vez,
varias de las ovejas extraviadas de Dios han sido halladas y restauradas al rebaño por
el amante Pastor.

La Parábola de la Moneda Perdida

La segunda parábola de nuestro Señor en Lucas 15 fortalece y complementa la


primera. Si el Pastor mismo se preocupa por alguna de sus ovejas descarriadas, así
también la Iglesia cristiana debiera hacerlo. Tal como a menudo ha sido sugerido, la
mujer en esta parábola se le toma naturalmente como representando a la Iglesia misma.

Otra vez, es obvio que la mujer de la parábola es la persona a quien las


monedas pertenecen. Una de ellas se pierde (v. 8), pero claramente las otras nueve no
se pierden. El relato da por sentado que la mujer sabe exactamente dónde están. Ella
busca la única perdida, no las otras nueve.

Para encontrarla, sin embargo, ella debe “encender la lámpara” y usar una
escoba para “barrer la casa” (v. 8). Es evidente que el lugar donde ella vive es tanto
oscuro como sucio, y que ella cree que la moneda podría ser encontrada en algún hoyo

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o rendija donde pudiera haber considerable cantidad de sucio o basura. La parábola así
encaja admirablemente en la realidad que la Iglesia cristiana vive en un mundo que
contiene suficiente oscuridad y suciedad moral y espiritual (2 Pedro 1:19—“como a una
antorcha que alumbra en lugar oscuro”).

Los cristianos nacidos de nuevo en realidad se descarrían en este mundo de


oscuridad y suciedad, pero ellos aun retienen la identidad y valor hacia Dios, tal como la
moneda perdida aun tiene valor, no importa bajo cuánta basura está enterrada. La
Iglesia es responsable de reconocer, como lo hizo la mujer en la parábola, que el
cristiano extraviado todavía tiene gran valor y necesita regresar a la compañía de otros
creyentes, de manera que el valor de ambos cristianos pueda ser utilizado propiamente
por Dios. Una iglesia cristiana “se enriquece” siempre cuando un cristiano descarriado
regresa al redil.

La restauración de tal cristiano es una fuente de alegría para la Iglesia y para


sus “amigos y vecinos” celestiales, los ángeles de Dios (v. 9-10). Que los ángeles se
interesan profundamente de lo que sucede en la Iglesia cristiana está claramente
indicado en pasajes como Efesios 3:10; I Corintios 11:10; Hebreos 1:14; 12:22-23; y
otros versos. En realidad, I Corintios 11:10 en particular implica que los ángeles
observan las prácticas cristianas y sus actividades (compare también Lucas 24:6-7).
Empleando las imágenes del Señor en la parábola, podemos decir que ¡dondequiera
que la Iglesia se reúna, los ángeles están “invitados” y de hecho asisten como visitas
invisibles! Así, ¡dondequiera que la iglesia se reúna y regocije por el regreso de un
creyente extraviado, lo hace en “la presencia de los ángeles” quienes están allí para
participar del regocijo (v. 10)!

Conclusión

No hay nada en absoluto en cualquiera de estas parábolas acerca de la


salvación eterna. De hecho, Lucas 15 como un todo es la celebración de una de las
experiencias más gozosas que la congregación cristiana pueda tener—el recobrar para
Dios, y para la congregación, a una de las preciosas ovejas y valiosa moneda de Dios.
Quiera Dios conceder esta alegría repetidamente a las iglesias que enfatizan la gracia
en todo el mundo.

La mala lectura de las parábolas de Lucas 15 como que ellos se aplican a la


salvación de los pecadores es desafortunada. Seguro, cuando un pecador no salvo se
salva es una alegría inmensa. Esta alegría ha venido también muchas pero muchas
veces a la Victor Street Bible Chapel. Pero ésta no es la alegría descrita en estas
parábolas acerca del arrepentimiento. Para ser salva, todo lo que una persona no salva
necesita hacer es ¡creer en el Señor Jesucristo (Hechos 16:31)!

Zane C. Hodges, Grace in Focus, Volumen 13, Número 5 (Irving, Texas: Grace Evangelical
Society, 1998). Traducido por Pablo Paredes y Harold Krause, con permiso.

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