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Consideremos que existían carreras consideradas menores, como obstetricia, odon-
tología y enfermería, que no requerían estudios secundarios previos y a las que se
accedían muchas veces con sólo rendir un examen. Las mujeres participaron durante el
sigo XIX y aún antes, en mayor o menor medida, de esas profesiones. Por ejemplo, la
partería constituía una práctica común entre ellas y en algunos países, en el siglo XIX
comenzó a reconocerse formalmente esa práctica, reconocimiento que se hacía con un
examen, que permitía a las parteras acceder al título correspondiente. No obstante, esto
formó parte de un proceso de exclusión de las mujeres del saber médico.
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Lemoine, Walewska (1986): “La mujer y el conocimiento científico”. En Revista
Latinoamericana de Historia de las ciencias y la tecnología, mayo-agosto de 1986, pp.
189-211 México.
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En 1875 un R.D. del 3 de octubre, firmado por el ministro Bonghi, permite a las
mujeres el acceso a la universidad, siempre que presenten un título secundario y un
certificado de buena conducta. Pero esta norma tropezaba con una dificultad, ya que
recién se reglamenta el ingreso de las mujeres a la enseñanza secundaria en 1883, con
lo cual sólo a partir de esa última fecha fue posible el ingreso de las mujeres en la uni-
versidad italiana (Branciforte, 2003).
Es una constante en las primeras universitarias que los temas de sus tesis estén vincu-
lados con la educación de las mujeres.
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Es una constante en las primeras universitarias que los temas de sus tesis estén vin-
culados con la educación de las mujeres.
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Los casos mencionados hasta aquí constituyeron, sin duda, una ex-
ceción y estaban circunscriptos a unas pocas mujeres aristocráticas o a
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Esta estrategia varió desde el travestismo hasta el simple uso de nombres masculi-
nos por parte de las mujeres que querían incursionar en actividades de las que estaban
excluidas. Recordemos a George Sand y Daniel Stern en Francia, a Ernest Ahlgren en
Suecia, George Elliot y Curre Bell en Inglaterra.
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El College es una institución que ofrece la primera parte de la educación universi-
taria, que otorga el título de Bachiller. La University ofrece los títulos más avanzados,
y entre ellos Máster y Doctorado. Sin embargo, hay Universities que solo son colleges
y algunos colleges que otorgan títulos de Máster y Doctorado (Gascón Vera, 2000).
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prestigio a los que, en principio acudían las mujeres de las clases diri-
gentes americanas y poco a poco, en el espacio de unos treinta años, se
fundaron siete (Barnard, Bryn Mawr, Mount Holyoke, Radcliffe, Smitt,
Vassar, Wellesley). Como en ellos se enseñaba el mismo currículum que
en los masculinos y eran paralelos y filiales de las siete universidades del
Ivy League se los denominó Seven Sisters” (Gascón Vera, 2000). Poco
después, otras universidades privadas y estatales aceptaron mujeres en
coeducación en la carrera de Medicina (Utha, Iowa, Baltimore, Yale,
Cornell).
El modelo universitario norteamericano de la época se distinguía de
los modelos napoleónicos de Francia y de la universidad humboltiana o
científica de Alemania (que reemplazaron a la antigua universidad me-
dieval). Se caracterizaba por la combinación de instituciones privadas
y públicas, en algunos casos poco profesionalizadas. Esta organización
favoreció la incorporación de las mujeres al posibilitar que sectores de la
sociedad más predispuestas a su educación pudieran abrirles las puertas.
Estudiaron en estos colleges mujeres de todo el mundo. En 1849 se
graduó en Estados Unidos Elizabeth Blackwell7, y en 1851 su hermana
Emily, ambas inglesas. También se recibieron allí la primera médica ca-
nadiense, Emily Harvard y la primera brasileña y latinoamericana Ma-
ría Augusta Generoso Estrella, esta última en 1881.
Mc Cabe (citada por Gay, 1992) publicó en 1893 un trabajo en el
que realizaba un recuento de mujeres que asistían en Estados Unidos a
instituciones de educación superior: eran 36.329 estudiantes (se incluía
en estos datos a las que asistían a seminarios para maestras); de ellas
11.718 estudiaban en coeducación y en 1890, las mujeres eran el 17 %
del total de graduados de licenciaturas en artes de colegios y universi-
dades estatales.
No podemos dejar de mencionar en todos estos logros, los reclamos
de las propias mujeres. “Si durante la primera mitad del siglo, las fe-
ministas sacan provecho en Europa del espíritu revolucionario y de la
disidencia religiosa, en Estados Unidos el feminismo está marcado ante
todo por el espíritu pionero. Las daughters of liberty de la revolución
norteamericana, como Abigail Addams, son teóricas aisladas, tal como
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Elizabeth Blackwell fue la primera médica inglesa.
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La partería fue una profesión ejercida por las mujeres desde la antigüedad. En la
Grecia antigua se destacó la figura de Agnodicia, quien ejerció la medicina, llegando a
tener una amplia clientela femenina.
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no sin obstáculos, los que se hicieron más fuertes a fines del siglo XIX y
principios del siglo XX.
Si el ideal de madre educadora exigía conocimientos de higiene y
de salud, esto no significaba dejar un espacio de poder tan importante
como el conocimiento médico en manos femeninas.
Esta preocupación porque las mujeres adquirieran conocimien-
tos médicos puede ser vista, no sólo desde la perspectiva del acceso
de ellas a la educación superior, sino desde la creación de alianzas
entre las familias y el Estado que se produce en los siglos XVIII y
XIX debido a la necesidad que tiene el Estado de controlar las pro-
blemáticas sociales que cuestionan el orden social. Recordemos que
Donzelot (1979) sostiene que la alianza fundamental era entre los
expertos (médicos, educadores, etc), en representación del Estado,
con las madres, en representación de las familias. De esta manera,
dicha preocupación de las mujeres no las estaría apelando como pro-
fesionales, sino como madres. Era necesario entonces restringir la
actuación de las pocas médicas a aquellas áreas de trabajo relaciona-
das con la mujer y el niño.
Gay (1992:71) afirma que “en términos generales, fue el acceso a las
universidades a finales del siglo XIX, lo que demostró ser la clave para la
causa de la mujer, más que el acceso al voto”.
Dicho acceso estuvo jalonado de energía por parte de las jóvenes que
aspiraban a los estudios universitarios y de resistencias por parte de los
que no estaban dispuestos a ceder ese espacio. La lucha se libró no sólo
en los debates entre quienes defendían una u otra postura sino, funda-
mentalmente en el plano de la acción, acción que se jugó también en el
ámbito de las leyes y reglamentaciones y en algunos casos, de la disputa
legal ante los jueces y tribunales.
Las mujeres debieron saltar una y otra barrera para lograr estudiar en
la Universidad primero, obtener el título en segundo lugar y acceder al
ejercicio profesional después, ya que cada una de estas cosas no implica-
ba necesariamente la otra, como ocurría con los varones.
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Esta crítica a las jóvenes rusas trascendió fuera de ese país.
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Josefina Amar y Borbón había publicado en 1790 el “Discurso sobre la educación
física de la mujer”.
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Hasta fines del s. XIX, las muchachas que en España accedieron a la universidad
fueron 107: el 43% lo hicieron en medicina, el 29% en farmacia, el 25% en filosofía y
letras y el 3% en ciencias.
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Para un relato de los logros y de las dificultades de las mujeres en la universidad y
en el ejercicio profesional, realizado a principios de s. XX, véase Elvira López (1901).
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En la Universidad de Gottigen había hacia fines de siglo 34 alumnas.
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No olvidemos que las mujeres ya habían accedido a la carrera de Medicina en va-
rios países del mundo, lo cual había generado un intenso debate sobre el acceso de las
mujeres a los estudios universitarios.
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versia.net.mex/contenidos/mujeres/mujeres.al.dia/primeramedica082203.jsp.
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1887 se convierte en un año clave para la educación universitaria ya que en él se
reciben tres mujeres de médicas en tres países distintos.
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del Río de la Plata aunque se expresó con más fuerza con posterioridad
a la Revolución de Mayo.
La literatura, el periodismo, los viajes por el mundo de algunos sectores
de la sociedad y posteriormente la inmigración europea, trajeron a nuestro
territorio las ideas iluministas y más tarde las anarquistas y las socialistas.
Marincevic y Guyot (2000) afirman que “a fines del siglo XVIII y co-
mienzos del siglo XIX, los ideales ilustrados provenientes de la España
católica circularon en el Río de la Plata con relativa libertad. Asimismo,
las ideas triunfantes en Francia e Inglaterra ingresaron en forma clan-
destina. Las nuevas representaciones en relación con la mujer y su dere-
cho a la educación sostenidas por la Enciclopedia17 y por Josefa Amar y
Borbón, por Olympe de Gouges, por Mary Wollstomecraft, se abrieron
paso en los diversos espacios discursivos, instalando públicamente esta
polémica cuestión también en los periódicos del Virreinato y de los pri-
meros tiempos revolucionarios”.
Ya en 1810 Manuel Belgrano sostenía, en el Correo de Comercio, pe-
riódico que fundó hacia fines del Virreinato, que la educación de la mu-
jer era la piedra fundamental de una nueva nación. Belgrano, consideró
a su vez la necesidad de crear escuelas públicas para niñas.
En 1816, el Observador Americano, también publicado en Buenos Ai-
res, destinó una sección permanente a la educación de la mujer. El pú-
blico femenino de ese periódico formó la Sociedad Amigas del Obser-
vador Americano, entablando permanentes polémicas en torno a este
tema. En 1816 un artículo afirmaba que “habrá pocos países en donde
debe lamentarse más el descuido de la educación del bello sexo que en
nuestras provincias” 18.
Por esa época, otros periódicos, tanto de Buenos Aires como del interior,
otorgaron espacios al debate sobre la educación de la mujer, nutriéndose
en las ideas de la Ilustración y teniendo gran influencia “en la conforma-
ción de representaciones de ideas vinculadas con el ciudadano, el progreso,
la civilización, el espíritu público, que sólo se pueden lograr por la educa-
17
Los autores se refieren a la Enciclopedie ou Diccionaire Rai Sonné des Sciences des Arts
et de Metiers, que comenzó a circular en Francia entre 1751 y 1752 en forma de publi-
cación periódica, y que luego fue reeditado en varios volúmenes.
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El Observador Americano número 1, Buenos Aires, 19 de agosto de 1816, pp. 4, 7.
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ción de los pueblos a los que todos tienen derecho” (Marincevic y Guyot,
2000).
El ideal de madre educadora surgido a partir de la Revolución Fran-
cesa se instaló con fuerza. Belgrano y Rivadavia primero, y más tarde
Sarmiento, defendieron la educación de la mujer en un momento en el
que la expansión de la educación primaria tenía como objetivo priori-
tario la construcción de identidades nacionales y la homogeneización
de las poblaciones en determinados valores.
En 1830 se empezó a publicar La Aljaba, dedicada al bello sexo femeni-
no, escrito por Petrona Rosende de Sierra. Este fue el primer periódico
femenino de nuestro país y en él se defendió la educación de las muje-
res. Aunque sólo llegó a publicar dieciséis números, el impacto de esta
publicación fue importante. Coronaba la emergencia de “un fenómeno
singular en el clima cultural de la aldea porteña: la irrupción de un gru-
po de mujeres en la palabra escrita, básicamente a través del periodismo
y de la literatura, pero también del epistolario y de los diarios íntimos...
esta novedosa movida cultural es inherente al espíritu de los feminismos
liberales, que por cierto impregnan con fuerza los movimientos eman-
cipadores de la época, más allá del interés expreso de sus protagonistas.
No obstante, dicha corriente se manifiesta en nuestros lares de manera
más tibia, sin los arrebatos creativos ni cuestionadores propios de las ac-
tivistas europeas. Ese mundo industrial y expansionista, que actúa como
motor de las expresiones civiles antisistémicas en auge, resulta aún ajeno
y desconocido a nuestro proceso de desarrollo. El estado del feminismo
en el Río de la Plata podría ser definido como una suerte de protofe-
minismo. Nuestras damas expresan malestares que están más ligados
a situaciones inherentes a la realidad de este país en formación que a
un sistema económico propio de las sociedades modernas hegemónicas”
(Bellucci, 1997).
Después de la segunda mitad del siglo XIX, los debates y las acciones
a favor de la educación de las mujeres tuvieron más fuerza. No fue ajena
a esto la acción de Sarmiento como periodista, como Jefe del Departa-
mento de Escuelas entre 1856 y 1861, y a partir de 1868 como presi-
dente. En el periódico chileno El Mercurio19 escribió diversos artículos
Sarmiento fue primero editorialista, luego director de este periódico entre los años
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1840 y 1842.
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La Sociedad de Beneficencia, creada por Rivadavia en 1823 con el propósito de pro-
mover la educación de las niñas, había fundado un Colegio de Enseñanza Superior para
Mujeres en la Parroquia de Monserrat en 1825. Este colegio tuvo corta duración.
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Yannoulas (1997) señala que la expresión de Escuela Normal se utilizó por primera
vez en Sagan (Prusia) en una escuela modelo para la formación de maestros, fundada
por el sacerdote católico Felbinger, quien luego fue contratado por la emperatriz María
Teresa para difundir las escuelas primarias y normales en el Imperio Austro Húngaro.
Alemania abandonó este modelo en 1820 y lo reemplazó por la formación universita-
ria de docentes. Las escuelas normales fueron incorporadas en Francia como modelo
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Cidanelia fue la única mujer en la época que perteneció a la Sociedad Odontoló-
gica del Río de la Plata.
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Este caso es conocido en la historia de la odontología como la familia Pecotche.
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Las primeras profesionales se recibieron en la Universidad de Buenos Aires. Esto
puede explicarse porque Buenos Aires, al ser una ciudad puerto, fue un ámbito donde
las formas más tradicionales de vida se flexibilizaron más (Mallo, 1990, citada por
Bellucci, 1997).
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ni que medicina haya sido una opción para las universitarias de princi-
pios del siglo XX. Los intentos de las primeras médicas por acceder a
ámbitos profesionales vedados al desempeño femenino, como la do-
cencia universitaria o la cirugía son un ejemplo de las limitaciones que
tenían las mujeres en el campo de la medicina.
En 1896 se creó la Facultad de Filosofía y Letras, y se permitió a
las maestras matricularse sin más requisito que su título. Este acon-
tecimiento produjo una reorientación en las elecciones universitarias
femeninas. Es así como desde principios del siglo XX fueron más las
que se graduaron en esta Facultad que las que estudiaron Medicina,
iniciándose un período caracterizado por la concentración de mujeres
en carreras ofrecidas por Filosofía y Letras. En la primera camada de
egresados, en el año 1901, de un total de 9 graduados, 4 eran mujeres
(M. A. Canetti, Ernestina López, Elvira López y Ana Mauthe).
Podemos comparar este hecho con lo sucedido en nuestro país con
el magisterio, profesión en la que “hubo una gran e inusual intuición
política para detectar el surgimiento de un cierto movimiento feme-
nino, darle cabida institucional y canalizarlo en la dirección deseada
por los grupos dominantes” (Morgade, 1997).
La creación de la Facultad de Filosofía y Letras, al orientar a las
mujeres a esos estudios, a la par que les brindó la posibilidad de acce-
der a la universidad, funcionó como un espacio segregado para ellas,
y como una elección acorde con la “naturaleza femenina”.
Esta facultad tuvo desde su creación poco número de estudiantes.
Las explicaciones que se daban de este hecho apuntaban a que “po-
cos son los que se dedican al estudio de las ciencias por las ciencias
mismas, las letras por sí solas, sin una vocación o talento especiales;
no abren camino para la fortuna y los que no la tienen adquirida por
otro medio no se sienten tentados a seguir una carrera que tan escasa
perspectivas de lucro les presenta”28. Como vemos, estos argumentos
podrían hacer de esta Facultad, para el pensamiento de la época, una
opción ideal para las mujeres, ya que les permitiría estudiar sin ne-
cesidad de ejercer la profesión, y mucho menos aún de ganar dinero.
Revista Anales de la Universidad de Buenos Aires, tomo XIV, 1901, página 13 (citada
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Hasta la creación de esta Facultad, como hemos visto, sólo dos mu-
jeres pudieron graduarse en una universidad argentina en una carrera
superior y lo hicieron en Medicina. En las primeras décadas del siglo
XX, producida ya la reorientación, son pocas las mujeres que estudiarán
esta carrera, la que seguirá siendo una opción masculina hasta casi me-
diados de siglo.
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Las primeras tres décadas del siglo XX, aún con pocas mujeres en las
aulas universitarias, muestran la participación de ellas en debates, con-
gresos, publicaciones, de tal modo que podemos decir que desarrollaron
un importante movimiento a favor de las demandas feministas e incluso
afirmará que constituyeron un antecedente de los estudios de género en
nuestro país.
Si, como decía Bellucci (1997), a principios del siglo XIX, las mujeres
que tomaron la palabra en nuestro país estaban dispersas y conformaban
una suerte de protofeminismo, a principios del siglo XX las encontra-
mos más organizadas y con mayor conciencia de las reivindicaciones
feministas. Y a principios del siglo XXI, ellas son mayoría en las aulas
universitarias.
Podríamos decir que los estudios de educación y género en nuestro
país tienen como antecedente a estas primeras universitarias o, dicho
de otro modo, con las primeras mujeres que accedieron a la univer-
sidad se inició en nuestro país una línea se preocupación teórica y
práctica que constituye un claro antecedente de los estudios de educa-
ción de género. El hecho de haber sido pioneras, las hizo reflexionar
sobre el lugar de excepción que constituían. Era una preocupación del
movimiento feminista en general y del debate de la época la reivindi-
cación por la educación de las mujeres. Este hecho no fue exclusivo de
nuestro país.
Recordemos que ya en 1754, cuando Dorotea Erxleben se graduó
de médica en la Universidad de Halle, el tema que eligió para su tesis
fue el exámen de las causas que alejan a las mujeres del estudio. Desde
ese momento, las mujeres en sus tesis o en otros escritos posteriores, se
ocupan del tema.
Como señala Flecha García (1999), otros acontecimientos contri-
buyeron para despertar en una gran parte de las mujeres de la época
una nueva conciencia acerca de la educación: la política educativa que
desarrolló Sarmiento a favor de la educación de las mujeres, la labor de
las maestras norteamericanas encabezadas por Mary Mann en escuelas
del interior del país, el desarrollo y funcionamiento de las Escuelas Nor-
males, la labor de Juana Manso a favor de la educación de la mujer y de
la responsabilidad que a los poderes públicos en su desarrollo, y poste-
riormente la creación de la Facultad de Filosofía y Letras.
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6. Conclusiones
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Estudiar una carrera universitaria implicó que las mujeres tuvieran que
desarrollar diversas estrategias: la elección de carrera, los viajes para acceder
a estudios universitarios o para ejercer la profesión, los recursos judiciales,
constituyeron estrategias que les permitieron aprovechar los intersticios que
el sistema de género de la época les dejaba, antes que enfrentarse abierta-
mente a él. Estas estrategias fueron exitosas, ya que les posibilitaron estudiar,
ejercer una profesión y participar del mundo social de la época.
La historia de la educación universitaria de las mujeres muestra me-
canismos de exclusión-inclusión29. Las que accedieron a la universidad
debieron desarrollar estrategias para sortear estos mecanismos.
Las primeras universitarias estudiaron carreras y se ubicaron en ám-
bitos profesionales que no representaban una ruptura brusca con las
concepciones de género de la época. De este modo, sus elecciones y sus
trabajos profesionales reflejaban el interjuego entre sus propios deseos
y lo “permitido” según el contexto socio cultural del momento histórico
en que vivieron. Sin embargo, muchas de estas primeras universitarias
percibieron claramente las discriminaciones hacia las mujeres y se pre-
ocuparon y lucharon de modo activo por cambiar esta situación. Esto lo
hicieron con distinto nivel de compromiso30.
7. BIBLIOGRAFÍA
29
La tesis de los mecanismos de inclusión-exclusión es de Barrancos (2002), quien
afirma que “la subordinación de las mujeres -perfeccionada a lo largo del siglo XIX- no
puede comprenderse si no se tiene en cuenta el juego pendular de inclusión- exclusión.
Un término convoca al otro”.
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Varias de ellas se definieron a sí mismas como feministas.
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