Gómez Osvaldo Martín Tfi - DPT
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ESCUELA DE HUMANIDADES
APELLIDO, Nombres
Calificación:
1. INTRODUCCIÓN Pág. 3
7. Conclusiones Pág. 11
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1. INTRODUCCIÓN.
El presente trabajo ha sido elaborado con el fin de acreditar la Diplomatura en Pensamiento
Tomista. El tema que desarrollaremos, la relación del fin último del hombre y los actos
humanos nos permitirá integrar distintas realidades presentes en la ciencia del Doctor
Angélico. En efecto, abordaremos temas antropológicos, morales, teológicos y metafísicos.
Consideramos que la temática elegida también es reveladora de la claridad y
sistematización que caracterizan el pensamiento tomista.
Comenzaremos presentando la necesidad de un fin último al cual tienden todas las cosas
para luego considerar, dentro de la realidad del hombre, su ser y su tendencia.
Posteriormente desarrollaremos el tema de los actos humanos, en tanto se ordenan hacia el
último fin. El conocimiento de este fin, por la naturaleza racional del hombre, es la visión de
la ciencia divina. Finalmente, desarrollaremos brevemente el tema de los medios que
fortalecen nuestras potencias, en orden a que nuestro obrar se oriente a la Bienaventuranza.
Aristóteles afirma: Todo arte y toda investigación científica, lo mismo que toda acción o
elección parece tender a algún bien, y por eso definieron con toda razón el bien los que
dijeron ser aquello a que todas las cosas aspiran1. Como se denota en la definición el bien y
el fin son intercambiables, podríamos decir que el fin es aquello que todo hombre tiende en
cada obra que realiza.
Sí todo hombre en cada obra tiende a un fin, no puede existir una serie infinita de fines sin
que ese anhelo o aspiración repose en un bien último porque esto sería absurdo. Por eso,
tanto Aristóteles y Santo Tomás postulan un fin último de nuestras acciones, que sería el
bien supremo y soberano a que todo hombre tiende. Ese bien tiene que ser necesariamente
acorde con su naturaleza para que lo perfeccione y complete en sus potencialidades.
Para poder encontrar ese bien donde reposa el anhelo de todo ser humano y cómo puede
llegar a él es de capital importancia entender al mismo hombre, saber cuál es su esencia y
comprender cómo funciona su aparato operacional.
Santo Tomás concibe el estudio del hombre (Antropología) desde la Sacra Doctrina. Él es
teólogo, por eso comienza su estudio antropológico desde la creación de Dios, analiza en
forma descendente desde el Señor a las creaturas. Dios Simplísimo, causa de todo lo
creado, plasma su perfección en la multiplicidad de sus creaturas, es decir, no agota en un
1
Ética I, 1, 1094 a 1-7.
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ser toda su Perfección, sino que las reparte en cada una de ellas. Cada creatura recibe las
virtualidades desde el Creador según su naturaleza. El universo entero se asemeja a su
Creador, por tanto, es perfecto. Cada creatura tiene la huella de su Hacedor y de una
manera u otra participa de las perfecciones de Dios.
Santo Tomás demuestra esta verdad de manera extraordinaria, partiendo de la demostración
de la conveniencia de la existencia de creaturas intelectuales para reflejar mejor la
perfección del universo. En el escalafón más alto se encuentran entonces estas substancias
espirituales que no están compuestas de materia y forma. Son substancias porque les
corresponde ser en sí mismas, pero no substancias como lo concibe Aristóteles quien
vincula la substancia a los seres fiscos corpóreos, sino que carentes de materia.
El Aquinate prueba esto de la siguiente manera: el intelecto humano al realizar su actividad
intelectual abstrae de la cosa cognoscible su materia individual, y esa misma cosa
aprehendida se hace uno en acto con el intelecto. Esto señala la inmaterialidad del intelecto
humano y como la facultad propia de las substancias intelectuales es el conocimiento
intelectual podemos decir que estas creaturas no están compuestas de materia ni tampoco
de forma. El intelecto no recibe la forma inteligible tal como recibe la materia a la forma, que
lo individualiza y lo singulariza, sino que, al contrario, por su propia naturaleza lo
universaliza.
Queda demostrada la existencia de creaturas intelectuales no provistas de cuerpo que se
asemejan mejor al Ser Espiritual del Creador. En el segundo escalafón se encuentra el
hombre que, como sabemos, está compuesto de cuerpo y alma, es una unidad substancial.
El alma del hombre, que por la actividad intelectual es capaz de hacerse uno en acto con la
especie intelectual y el intelecto, es inmaterial, substancial, y subsiste por sí en tanto el ser,
sin embargo, en cuanto a su naturaleza es forma del cuerpo y, por consiguiente, unido a la
materia, se completa y perfecciona. Es substancial y subsiste por sí porque el alma es capaz
de hacer una operación sin el cuerpo al abstraer la materia individual de la cosa cognoscible
porque como dice el axioma clásico: la operación sigue al ser. En cambio, en las
operaciones de la vida vegetativa y la vida sensitiva requiere el acto del alma en unión con
el cuerpo. El hombre no es ni alma sola ni cuerpo solo, sino una unidad substancial de
ambos, por tanto, es una creatura fronteriza en la creación entre lo corpóreo y lo incorpóreo.
En consonancia con esto, Dionisio, citado por Santo Tomás afirma: la Divina Sabiduría unió
los fines de las cosas superiores con los principios de las cosas inferiores 2. El alma del
hombre está comprendida en el género superior inmaterial e incorpóreo, pero unido al
cuerpo que pertenece a lo supremo del género inferior corpóreo.
El tercer y cuarto escalafón de creaturas vivientes creadas por Dios. Se encuentran los
animales y los vegetales respectivamente. Los primeros poseen un conocimiento sensible
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Suma contra Gentiles, II, c.68
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capaz de conocer objetos singulares y concretos; apetitos sensibles cuyo objeto es la
posesión real de otros seres, y finalmente, poseen locomoción para ir al objeto que
apetecen. Las plantas, por otro lado, tienen tres funciones o potencias principales que son la
nutrición, crecimiento y reproducción. La principal de todas es la función nutritiva que sin ella
es imposible poder realizar las otras dos potencias. Estas funciones principales de estas
formas de vidas las posee el hombre, sublimizada por su alma racional.
Como ya se ha dicho, la operación sigue al ser. Por tanto, la unidad substancial del hombre
en el orden del ser se traslada a la unidad de la operación. La definición de alma de
Aristóteles es: acto primero de un cuerpo natural organizado que tiene la vida en potencia o
la otra definición del mismo, aquello por lo que primero, vivimos, sentimos y entendemos.
Estos conceptos nos permiten afirmar que el primer principio del ser y de las operaciones
del hombre es el alma. Pero está no siempre ejerce las operaciones directamente. Por tanto,
es necesario deducir la existencia de facultades o potencias del alma que actúan como
principios próximos de acción.
En orden a una mejor comprensión de las potencias del alma y su relación con el acto
humano, realizamos el siguiente cuadro:
El cuadro es solo una división somera y estática de la clasificación de las distintas potencias.
Pero en la realidad todas éstas actúan de forma simultánea y coordinada, dando origen a
grandes síntesis funcionales unificadas, en orden a cumplir una determinada operación. Se
pueden reconocer las siguientes síntesis funcionales:
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a) Una síntesis funcional vital primaria: en esta síntesis actúa de manera integrada y
simultánea las potencias vegetativas. Es “primaria” porque implica el más elemental
grado de vida.
b) Una síntesis funcional cognitiva: Nuestro conocimiento puede ser sensible o
intelectual pero esa división es solo analítica. En realidad, nuestro conocimiento se
empieza a través de los sentidos para luego continuar con el intelecto, actúan los dos
planos potenciales en un proceso simultáneo.
c) Una síntesis funcional apetitiva: Como en lo anterior también en el apetito se da una
continuidad integradora de apetito sensible y apetito racional. Esta continuidad se
puede registrar en el acto voluntario, que también integran en dicho acto lo apetitivo
y lo cognitivo.
4. El acto voluntario
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sobre el acto concreto, repercutiendo en la afectividad, y por tanto tiene gran importancia en
la elección. Nuestros procesos electivos se reducen a tres actos cognitivos: el consejo, el
juicio acerca del obrar y el imperio. En el primero hay un verdadero silogismo, que influye
mostrando el carácter nocivo o deleitable del acto, además de repercutir en el juicio
universal. En segundo lugar, el juicio de la razón en el obrar se ve influenciado por la
afectividad. Finalmente, el imperio racional de la persona se ejerce a través de la cogitativa
que mueve las facultades sensitivas (pasionales y motrices) en orden a la operación.
Como vemos la cogitativa actúa como nexo entre la vida sensitiva y la vida racional, y es de
vital importancia en la vida moral porque su juicio particular repercute en el sistema electivo.
En tanto la segunda consideración, los actos humanos pueden ser calificados moralmente
porque el hombre tiene libertad para contradecir la perfección natural a la que tiende
necesariamente. Todo acto voluntario puede ser delimitado desde dos ángulos distintos que
se complementan entre sí. En primer lugar, uno objetivo, universal y esencial que es el acto
en sí mismo, el objeto que tiene calificación moral debido a los dictámenes de la ley moral.
En cambio, el acto particular, subjetivo y accidental realizado por un agente concreto que
tiene una intención (fin) y unas circunstancias específicas. Se complementan porque para
que un acto voluntario sea bueno deben ser bueno el objeto, el fin para el que se realiza la
acción y debe ser realizada en unas circunstancias convenientes. Sí alguno de éstos falta se
puede considerar el acto moralmente malo.
Atendiendo a la doble especificación moral del acto voluntario, en primer lugar, la norma
objetiva que dictará la moralidad del acto es la ley moral, en cambio, la norma subjetiva del
agente que discernirá el acto concreto es su conciencia.
La ley moral regula el obrar libre del hombre en orden a su fin último. Ordenar a un fin
implica el uso de la inteligencia que conoce ese Bien al cual tiende y los medios para
alcanzarlo. La ley moral es una preceptiva seguida del imperio de la razón práctica al cual
dirige y mide, mandando o prohibiendo. No es algo de la voluntad principalmente, sino de la
razón práctica que ordena el obrar hacia el fin último.
Por otro lado, la conciencia es un acto de conocimiento aplicado a algo. Posee dos
componentes: en primer lugar, una conciencia primaria, original, prerreflexiva, que llamamos
sindéresis; en segundo lugar, una conciencia segunda, reflexiva a la que propiamente se
denomina conciencia. La sindéresis es la inclinación natural dada al hombre, por el cual,
este hace el bien y evita el mal. Es un hábito natural de los primeros principios del obrar
práctico, y como tal no puede errar en el dictamen, ya que actúa en el ser humano como los
primeros principios de las ciencias especulativas por el cual todo conocimiento se asienta y
a partir de dichos principios se realiza toda ciencia.
En el segundo componente, Santo Tomás distingue una conciencia psicológica de una
conciencia moral. La primera advierte la rectitud del obrar antes del acto, o analiza si un acto
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realmente sucedió discurriendo en la memoria. En cambio, la segunda hace referencia a si
el acto ya cumplido a la luz de la ciencia es justo o no, apoyado por la sindéresis. La manera
que enjuicia la conciencia moral es acusando o remordiendo. La conciencia está sujeta a
crecimiento y maduración, debe ser modelada y formada constantemente. Es de vital
importancia la virtud de la prudencia y de la experiencia para su evolución.
Como vimos el hombre tiende a un fin último con su obrar. Toda ciencia o acción tiene un
objetivo marcado en la naturaleza del hombre: poder llegar al Bien Soberano que colme
todas sus potencialidades y virtualidades. Aristóteles quiere indagar a ese Bien que colme la
naturaleza del hombre, que en cuanto al nombre está de acuerdo con muchos doctos en
llamarla felicidad, en griego eudaimonia. Comienza examinando los distintos géneros de
vida que existen entre los hombres, estos son: la vida sensitiva o de placer, la vida política y
la vida contemplativa. En primer lugar, descarta las dos primeras vidas como la más alta
forma de vida porque en la primera existe una búsqueda de satisfacción de potencias que
compartimos con los animales, y no puede colmar, por consiguiente, la naturaleza del
hombre. Ni tampoco considera como felicidad los honores que se reciben en la vida política,
ya que estos son bienes superficiales, que están más en los que honran que en quienes son
honrados.
Luego el Estagirita analiza los diversos tipos de bienes: el primero, es el bien deleitable que
no se quiere en sí, sino en orden al placer; en segundo lugar, indaga en el bien útil, pero
tampoco es bueno en sí mismo, sino en función que nos proporciona una utilidad, y
finalmente, el bien honesto que es bueno en sí mismo porque es amable y capaz de llenar al
ser humano.
Teniendo en cuenta estos bienes hay que indagar cuál es el bien capaz de colmar el ser del
hombre. Aristóteles afirma que no puede ser otro que la contemplación de la verdad, que
colma su naturaleza racional. Contemplar es el acto de la divinidad, de los dioses, y poder
alcanzar la primera verdad es el fin del intelecto.
Santo Tomás está de acuerdo con la proposición de Aristóteles que la especulación de la
verdad es el grado más alto de felicidad, pero, señala, sólo en esta vida. Como el Estagirita
no tenía la Revelación no podía elevarse más alto de lo que lo hizo, por eso, el Santo Doctor
realiza el mismo camino que este, indagando si existía un bien que colme la naturaleza del
hombre. Pasa revista a todos los bienes que se ofrecen al ser humano: placer, riqueza,
honor, poder, bienes del cuerpo y del alma, pero ninguno de ellos colma totalmente la
naturaleza racional del hombre. Hasta aquí Aristóteles y San Tomás están de acuerdo en
todo. Pero, al analizar el Santo Doctor las verdades que el hombre puede conocer en esta
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vida, no percibe ninguna que lo llene completamente, porque la contemplación de la verdad
no es total, sino participada y, por tanto, no hace perfecto en grado sumo al intelecto que lo
contempla. Solo la contemplación de la misma Esencia Divina acompañada por la
delectación de la voluntad puede ser la Bienaventuranza del hombre. Esto es porque solo
puede ser el hombre totalmente Bienaventurado cuando no le quede nada a que aspirar o
qué buscar, cuando su alma repose en la contemplación del Bien Supremo.
Además, la perfección de cualquier potencia se aprecia según la razón de su objeto. En este
caso el objeto del entendimiento es la esencia de la cosa. Por lo tanto, si un entendimiento
conoce el efecto de una cosa, luego quiere saber naturalmente la causa de ese efecto visto.
Eso sucede con el conocimiento de Dios, el hombre a través de la razón se da cuenta que
Dios existe, conoce un efecto, pero como vimos, el intelecto humano no se contenta con
esto, sino que quiere naturalmente indagar su causa. Por consiguiente, no descansará hasta
conocer esa causa primera que es la misma esencia divina, que es su Bienaventuranza.
A ese Bien Supremo que el hombre está llamado a contemplar no ira necesariamente la
voluntad hasta que ese bien sea reconocido en su necesaria conexión con el fin último. El
hombre no es libre de asentir al Bien Supremo cuando sea reconocido, sino que su voluntad
reposará necesariamente en Él. Pero mientras no advierta la inteligencia la necesaria
conexión, el hombre podrá ir detrás de cualquier bien particular libremente. La voluntad del
hombre no está determinada, en esta vida lo único que queremos como necesidad es la
felicidad, que solo la podemos entrever. Todavía existe en este mundo la libertad de poder
adherirse o no a Dios, nuestro fin último, pero paradójicamente esta libertad llegará a su
perfección cuando ya no haya posibilidad de elegir, que solo será en el Cielo. La libertad
perfecta es de los bienaventurados donde no hay posibilidad de defecto en la aprehensión
del bien ni en el juicio de la elección, por eso en el Cielo se unirá necesariamente su
voluntad al sumo Bien, capaz de colmar su naturaleza racional.
El hombre en este mundo todavía tiene la posibilidad de no elegir a su Sumo Bien, que es
Dios, al que naturalmente desea y busca por su naturaleza racional. En este deseo
participan nuestras facultades naturales la inteligencia y la voluntad. De estas potencias
superiores depende nuestro acto voluntario como vimos, y que siempre tiene un fin como
perspectiva, y los fines no pueden ser hasta el infinito, sino que debe reposarse en uno, por
eso, decimos que existe un fin último de nuestras acciones. Santo Tomás afirma que existe
una doble beatitud: una humana, imperfecta, por la cual, alcanzan las virtudes naturales;
otra perfecta y plena, que es objeto de la naturaleza racional del hombre, que no se podría
alcanzar sólo por la fuerza humana, sino que necesita necesariamente la ayuda divina.
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Las virtudes hacen posible que el hombre realice aquellos actos por los cuales se ordenan a
la beatitud. Existen dos tipos de virtudes, según Santo Tomás: por un lado, las virtudes
infusas, que son una buena cualidad de la mente por las que se vive rectamente, de la que
nadie usa mal y que Dios obra en nosotros sin nosotros 3. Por otro lado, las virtudes
adquiridas, que son una buena cualidad de la mente por las que se vive rectamente, de la
que nadie usa mal4. Como se puede ver en estas definiciones del Aquinate hay una relación
intrínseca entre ambas virtudes porque él considera que luego de la encarnación del Verbo
no hay otra moral que la cristiana. Esta moral reposa en la unidad de indisoluble entre lo
natural y lo sobrenatural, es Dios quien actúa en ambas, en las virtudes infusas con nuestro
consentimiento, pero sin nuestro obrar, y en las adquiridas requiere de nuestro obrar porque
Dios obra en toda naturaleza y voluntad.
Santo Tomás afirma que las virtudes por lo mismo que son hábitos residen en las potencias
del alma a modo de sujeto. Existen virtudes que residen en el intelecto especulativo que se
denominan intelectuales o dianoéticas; como el entendimiento, ciencia y sabiduría; otras en
la razón práctica, como la prudencia y el arte. Estas virtudes apuntan a la perfección de la
vida teorética del hombre.
Luego están las virtudes morales que se encargan de perfeccionar los apetitos para
obedecer a la razón. Primero se encuentran la virtud de la justicia y sus derivadas, cuyo
objeto es rectificar las operaciones del apetito racional y luego están las virtudes de la
templanza y de la fortaleza y sus derivadas que moderan los apetitos inferiores. Estas tres
últimas, unidas a la prudencia se denominan virtudes cardinales porque es una especie de
puerta o de gozne que abre paso a las demás virtudes. Además, estas cuatro virtudes
implican una rectificación del apetito que inclina a hacer el bien y hace bueno al que obra.
Como dijimos existen dos beatitudes; una natural, que se puede alcanzar por las prácticas
de las virtudes adquiridas, pero por la cual el hombre no puede llegar a su fin último. Para
llegar al fin sobrenatural, el hombre necesita de las virtudes infusas llamadas teologales, que
son principios operacionales sobrenaturales, infundidas en el alma por Dios y su objeto es Él
Mismo. Dios auxilia nuestras facultades superiores en orden a hacer obras sobrenaturales
para alcanzar la vida eterna. Por eso hemos decido transcribir las definiciones de cada virtud
del teólogo Antonio Royo Marín para mostrar como estas virtudes iluminan y mueven
nuestras facultades superiores la inteligencia y la voluntad en orden al Bien Soberano que
es Dios. Estas virtudes son tres, la fe es una virtud teologal infundida por Dios, por la cual
asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas5; la esperanza es una virtud teologal
infundida por Dios en la voluntad por la cual confiamos con plena certeza alcanzar la vida
3
Comentario de las Sentencias (II, d 27, a 2)
4
Suma de Teología I-IIae, q 55, a 4, corpus
5
Royo Marín, Antonio, Teología de la Perfección Cristiana, Madrid, BAC, 1988, p. 474
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eterna y los medios necesarios para llegar a ella apoyados en el auxilio Omnipotente de
Dios6; la caridad es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la que amamos
a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por Dios7.
A las virtudes teologales es necesario que se le añada los dones del Espíritu Santo. Estos
son hábitos operativos por la que todas las facultades del alma se disponen a escuchar la
moción divina. Recibiendo esto dones el hombre empieza a realizar obras que va a tener su
coronación en las prácticas de las bienaventuranzas evangélicas que es la suprema
expresión de la vida feliz en esta tierra. Estas prácticas van a tener su coralario cuando el
hombre alcance la Bienaventuranza Eterna luego de esta vida.
CONCLUSIONES
Hemos visto que todo obrar tiende necesariamente a un fin. Sería absurdo pensar que
nuestras operaciones tiendan de manera infinita y no reposen en un bien supremo. Este fin
último es la contemplación de la Esencia Divina.
Nuestro obrar consciente puede ser calificado moralmente porque participan la inteligencia y
la voluntad que hacen al hombre libre. Por tanto, el hombre no tiende necesariamente hacia
el fin último, puede elegirlo o rechazarlo.
Para que el hombre se una a ese fin, viene en su auxilio la gracia, las virtudes infusas y los
dones, que le permiten perfeccionar su naturaleza en vistas a conseguir el fin último, al cual
tiende naturalmente. Porque, como dice San Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios
Espirituales: el hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro
Señor, y mediante esto salvar su alma8
BIBLIOGRAFÍA
La bibliografía consultada para la realización de este trabajo fue principalmente los
cuadernillos de estudios de los diferentes módulos.
6
Idem, p. 496
7
Idem, p.510
8
Ignacio de Loyola, Ejercicio Espirituales, Principio y Fundamento.
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