Tema de Descartes 2019
Tema de Descartes 2019
Tema de Descartes 2019
CONTEXTO CULTURAL
Descartes nace en Francia, inserto en el contexto europeo del siglo XVII, en el que
se consolida lo que se conoce como "mundo moderno" caracterizado por la
explicación científico-técnica del mundo y una nueva manera de concebir la filosofía.
B) La crisis religiosa
Producida por el movimiento de Reforma iniciado en el siglo XVI por Lutero,
Calvino, etc. y la respuesta dada por la Iglesia Católica con la contrarreforma
elaborada en el Concilio de Trento, dividió al mundo cristiano y provocando el
fin de la primacía de la Iglesia sobre el Estado y estableciéndose la
separación entre ambos poderes. Fruto de esta crisis religiosa fueron las
guerras de religión, como la de los 30 años entre católicos y protestantes en
la que intervienen casi todos los estados europeos, en la que participó
Descartes, y que culminó con el Tratado de Westfalia (l648) en el que se asentó
el principio de tolerancia religiosa.
CONTEXTO FILOSÓFICO
Se pasa de una filosofía realista y objetivista a una idealista y subjetivista:
La filosofía realista y objetivista desarrollada por los griegos y medievales aceptaba sin
discusión la existencia de "una realidad en sí", compuesta por un infinito número de
sustancias. Esta realidad que existía fuera del sujeto y que era totalmente
independiente de él, podía ser conocida mediante la razón. Por lo tanto, se aceptaba
que "El concepto o idea universal" que existe en la mente del sujeto procedía de
una realidad extramental.
La filosofía Idealista y subjetivista defendía que "el ser de las cosas" reside en la
conciencia del sujeto, la cual conoce directamente sus propias Ideas y no las cosas
externas. Por lo tanto, admitía que la existencia de un mundo extramental que se
corresponda con nuestras ideas es algo que debe ser demostrado. El problema ahora
se centra en saber de dónde proceden esas "ideas":
- Para el racionalismo, con Descartes, Leibniz y Spinoza, las ideas son construidas
por la razón a partir de ciertas ideas innatas.
- Para los empiristas, Locke, Berkeley y Hume, las ideas que existen en la mente del
sujeto tiene su origen en las sensaciones (la experiencia), de las cuales son sólo una
copia.
Con Descartes también se inicia "La filosofía moderna". Para él, "toda la sabiduría de
la época es un viejo edificio falto de unidad e inservible. Hay que derribarlo y construir
otro nuevo". Esta filosofía se caracterizó por el predominio de la "epistemología" ya
que su problema fundamental consistió en conocer el alcance y límite del conocimiento
humano.
Por otra parte, conviene resaltar la postura de Descartes ante la filosofía escolástica.
Aunque la descalifica abiertamente, no es capaz de superar por completo algunos de
sus conceptos y planteamientos. El sistema filosófico que pretende es de carácter
metafísico, organizado deductivamente en torno a las tres nociones metafísicas
fundamentales, Alma, Dios y Mundo.
II DESCARTES
EL OBJETIVO DE DESCARTES
La Razón es, para Descartes, la única que puede llevarnos al conocimiento verdadero.
De ahí el nombre de esta corriente de pensamiento. Según esto, con las capacidades
naturales y operaciones propias de la razón nos bastaría para conocer todo aquello que
podemos conocer. Hay por lo tanto una fe absoluta en la razón como motor y guía del
conocimiento (y por contra, como veremos, casi un desprecio absoluto por los sentidos
como fuente del conocimiento). La divergencia de opiniones entre los hombres sólo se
explica por el mal uso que hacemos de la razón. Y esto pone de manifiesto, además, la
necesidad de un método para dirigir correctamente a la razón misma, y con ella a los
hombres.
3) Pretendía alcanzar ideas claras y distintas, para trabajar sólo con aquellas y
rechazar las que no tenían un sentido claro (por ejemplo, los escolásticos no decían
nada claro al distinguir sustancia de extensión o cantidad de sustancia incorpórea).
Descartes concedió poco valor al saber histórico o libresco en general. Romper con el
pasado no significaba rechazar todo cuanto otros filósofos habían tenido por verdadero.
No pretendió ser nunca el primer hombre que descubriese proposiciones filosóficas
verdaderas. Sólo quería encontrar y aplicar el método adecuado para la búsqueda de la
verdad, un método que le capacitaría para demostrar verdades en un orden racional y
sistemático, independientemente de que antes hubieran sido conocidas o no. Así podría
construir una filosofía cierta y bien ordenada, con la que oponerse al escepticismo, más
que al escolasticismo.
RAZÓN Y MÉTODO
Tanto en la primera meditación como en la primera parte del Discurso del Método,
Descartes insiste reiteradamente en la necesidad de rechazar el error, lo que va
asociado inevitablemente a la búsqueda de la verdad. Reacio a aceptar los argumentos
de los escépticos que afirman la imposibilidad de que haya algún conocimiento
verdadero. Descartes se dispone a investigar con el fin de determinar algo con certeza:
incluso si ese algo es que no puede haber conocimiento verdadero alguno.
EL MÉTODO CARTESIANO
¿En qué obra se encuentra el método que nos propone Descartes? El método lo
encontramos en el "Discurso del Método", y en las "Reglas para la Dirección del
Espíritu". ¿Qué es el método? Por método entiendo, dice Descartes, "una serie de reglas
ciertas y fáciles, tales que todo aquel que las observe exactamente no tome nunca a
algo por verdadero, y, sin gasto alguno de esfuerzo mental, sino por incrementar su
conocimiento paso a paso, llegue a una verdadera comprensión de todas aquellas cosas
que no sobrepasen su capacidad".
La intuición es pues el elemento básico del conocimiento; unas líneas más adelante
nos dice que no puede ser mal hecha por el hombre. Efectivamente se reclama como
característica de la intuición la sencillez que va asociada en Descartes a la claridad y
distinción de lo conocido. La intuición establece, necesariamente, una relación directa
con el objeto, de tal manera que debe destacarse su carácter de inmediatez.
La intuición es una especie de luz o instinto natural que tiene por objeto las naturalezas
simples: por media de ellas captamos inmediatamente conceptos simples emanados
de la razón misma, sin posibilidad alguna de duda o error. Es la forma en que
entendemos las verdades más simples, como dos y dos son cuatro. La inmediatez de
tales verdades al entendimiento hace innecesaria toda abstracción intelectual.
Con esto quiere dejar Descartes bien clara su separación del aristotelismo y de la teoría
de la abstracción de la forma. De ahí que la intuición nos lleve de una manera inevitable
a la deducción, que consistirá en una serie sucesiva de intuiciones, apoyadas en la
memoria.
La deducción "consiste en una operación por la cual comprendemos todas las cosas
que son consecuencia necesaria de otras conocidas por nosotros con toda certeza". Y
más adelante nos dice que distinguimos la intuición de la deducción en que en ésta se
concibe un movimiento o cierta sucesión y en aquélla no, ya que la deducción no
necesita como la intuición una evidencia presente, sino que, en cierto modo, la pide
prestada a la memoria. En definitiva, la intuición nos ofrece el conocimiento de los
principios y la deducción el de las consecuencias lejanas, a las que no se puede llegar
de otro modo.
Hemos visto que el método que propone Descartes ha de ser matemático y universal,
sea cual sea su aplicación o campo del saber a que se refiera. Su definición: "Así pues,
entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe
exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no empleando inútilmente
ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará
al conocimiento verdadero de todo aquello que es capaz".
La primera ventaja que nos proporciona el método es escabullirnos del error. Pero,
además de proporcionarnos un conjunto de reglas o procedimientos para deducir lo que
ya conocemos, puede aplicarse a cualquier nuevo campo del saber. El método permitirá
que aumentemos nuestros conocimientos y descubramos verdades nuevas.
Estas reglas del método pueden resumirse en cuatro fundamentales, enunciadas por
Descartes en su Discurso del Método: la evidencia, el análisis, la síntesis, y el recuento.
1. Regla de evidencia
<<no admitir jamás como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era:
es decir, evitar con todo cuidado la precipitación y la prevención, y no comprender en
mis juicios nada más que lo que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu
que no tuviese ocasión alguna para ponerlo en duda>>.
Descartes llamó también naturalezas simples a las ideas que poseen las características
de claridad y distinción. Estas naturalezas simples son conocidas intuitivamente y
constituyen los pilares sobre los que se asientan las ideas o verdades complejas. Por
supuesto, Descartes sólo admite un reducido número de ideas simples (extensión,
sustancia, pensamiento, etc.).
La mayoría de nuestras ideas son complejas, por lo que hay que encontrar la manera
de reducirlas a ideas simples, por lo tanto, evidentes. Las naturalezas simples son,
además, ideas innatas.
Las ideas innatas son poseídas por todos los hombres por el hecho de ser racionales.
No son ideas que se adquieren a través de la experiencia o el aprendizaje y tampoco
dependen de la cultura o las condiciones históricas. Son verdades evidentes que se
hallan en nuestras mentes, independientemente del tiempo, el lugar y la persona que
las piense. Este postulado era necesario para poder garantizar un conocimiento
evidente o cierto. Las ideas innatas garantizan la veracidad de nuestros conocimientos
al convertirse en su verdadero y único sostén. Ellas mismas no necesitan (ni pueden)
ser demostradas ya que caen fuera de la cadena de deducciones.
2. Regla de análisis
La segunda regla del método se enuncia así: <<Dividir cada una de las dificultades que
examinase en tantas partes como fuera posible y como requiriese para resolverlas
mejor>>.
Cualquier problema que tengamos que estudiar no es más que un conjunto vertebrado
de ideas complejas. Analizar consiste en descomponer lo complejo en sus elementos
simples, elementos que podrán ser intuidos como ideas claras y distintas, esto es:
evidentes.
3. Regla de síntesis
<<El tercero, en conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más
simples y más fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta
el conocimiento de los más compuestos, suponiendo incluso un orden entre los que se
preceden naturalmente unos a otros>>.
Una vez que hemos llegado a los elementos simples de un problema hay que
reconstruirlo en toda su complejidad, deduciendo todas las ideas y consecuencias que
se derivan de aquellos principios primeros absolutamente ciertos. La síntesis es un
proceso ordenado de deducción, en el que unas ideas se encadenan a otras
necesariamente. En el proceso deductivo no sólo reconstruimos lo complejo a partir de
sus elementos simples y verdaderos, sino que ampliamos nuestros conocimientos con
nuevas verdades: de lo conocido (los elementos simples) accedemos a lo desconocido
mediante un proceso ordenado y riguroso de concatenación de ideas.
4. Regla de comprobación
<<Y el último, en realizar en todo unos recuentos tan completos y unas revisiones tan
generales que pudiese estar seguro de no omitir nada>>.
Se trata de comprobar y revisar que no haya habido error alguno en todo el proceso
analítico-sintético. La comprobación intenta abarcar de un sólo golpe y de manera
intuitiva la globalidad del proceso que se está estudiando. Se parte de la intuición y a
ella se vuelve. Una vez comprobado todo el proceso, podremos estar seguros de su
certeza.
Descartes intenta escapar al error regresando a lo más absoluto, que es aquello que el
espíritu, en tanto que “res cogitans” (cosa pensante), posee por sí mismo y no depende
de ningún factor externo. Todos los hombres podremos llegar a la verdad siguiendo las
reglas de nuestro propio pensar.
Las dos primeras conforman lo que se ha dado en llamar la parte analítica del método;
y las dos segundas la parte sintética. El método estaría compuesto así por dos
operaciones básicas: el análisis y la síntesis. Por lo que respecta al análisis,
representaría una forma de conocimiento propia para el descubrimiento y la
investigación; nos permitiría separar lo accidental, afirmando la primacía de lo simple.
La síntesis sería una forma de conocimiento útil para exponer, explicar, o enseñar lo
que hemos conocido a través de la investigación o del descubrimiento, así como la
constitución del saber como sistema.
Descartes utiliza la duda tan sólo para buscar la verdad. Dudar de todo es sólo un
procedimiento metodológico para encontrar una verdad indubitable. Descartes no es
pues un escéptico. La duda no es para él la postura mental definitiva; ni siquiera la
postura inicial: parte de la confianza de alcanzar la verdad. Por eso su duda es sólo
metódica.
¿Nunca te han engañado tus sentidos? Si por ejemplo introduzco un lápiz en un vaso
de agua, éste parece que se dobla por efecto de la refracción, pero no es así.
Sin embargo, podría parecerme exagerado dudar de todo lo que percibo por los
sentidos, ya que me parece evidente que estoy aquí y cosas por el estilo; pero, dice
Descartes, esta seguridad en los datos sensibles inmediatos también puede ser puesta
en duda, dado que ni siquiera podemos distinguir con claridad la vigilia del sueño, (lo
que no ocurre cuando creemos estar despiertos o cuando estamos dormidos). ¿Cuántas
veces he soñado situaciones muy reales que, al despertarme, he comprendido que eran
un sueño? ¿No has tenido nunca un sueño que, al despertar, no tuvieras la certeza de
si había sido real o no, de si realmente lo habías soñado o vivido? ¿Cómo podemos
saber entonces que esto que estoy viviendo no es un sueño? Esta incapacidad de
distinguir el sueño de la vigilia, por exagerado que me parezca, ha de conducirme no
sólo a extender la duda a todo lo sensible, sino también al ámbito de mis pensamientos,
comprendiendo las operaciones más intelectuales, que en absoluto parecen derivar de
los sentidos. La indistinción entre el sueño y la vigilia me lleva a ampliar la duda de lo
sensible a lo inteligible, de modo que todos mis conocimientos me parecen ahora muy
inciertos, y no sirven para fundamentar una certeza absoluta.
3º Desconfianza de la razón.
Aun así, parece haber ciertos conocimientos de los que razonablemente no puedo
dudar, como los conocimientos matemáticos. Sin embargo, Descartes plantea la
posibilidad de que el mismo Dios que me ha creado me haya podido crear de tal manera
que cuando juzgo que 2+2 = 4 me esté equivocando; de hecho permite que a veces me
equivoque, por lo que podría permitir que me equivocara siempre, incluso cuando juzgo
de verdades tan "evidentes" como las verdades matemáticas. En ese caso todos mis
conocimientos serían dudosos y, por lo tanto, según el criterio establecido, deberían ser
considerados todos falsos.
Descartes plantea otra opción: la de que exista un genio malvado que esté interviniendo
siempre en mis operaciones mentales de tal forma que haga que tome constantemente
lo falso por verdadero, de modo que siempre me engañe. En este caso, dado que soy
incapaz de eliminar tal posibilidad, puesto que realmente me engaño a veces, he de
considerar que todos mis conocimientos son dudosos. Así, la duda ha de extenderse
también a todos los conocimientos que no parecen derivar de la experiencia. Esta
hipótesis equivale a suponer que tal vez mi entendimiento es de tal naturaleza que se
equivoca necesariamente y siempre, cuando cree haber captado la verdad. Parece
entonces que el ejercicio de la duda metódica me lleva a negar la realidad misma, o, al
menos, la posibilidad de conocerla.
Como hemos visto, la duda ha puesto entre paréntesis incluso las certezas más
habituales: Descartes desconfía ahora de la existencia del mundo y de los objetos
externos a él; de la existencia de su propio cuerpo; duda, incluso, de las verdades
matemáticas. ¿Qué le queda entonces? ¿Dónde está esa verdad indudable sobre la
cual basar el sistema de la metafísica?
Lo único que no se puede poner en duda es el propio sujeto que duda, el propio sujeto
que piensa en la existencia de las cosas. Esta certeza me descubre como una cosa que
piensa, distinta a la realidad exterior. Puedo dudar de todo, menos de que existe un ser
que duda. Por tanto, mi existencia está exenta de toda duda o error posible. Del acto
mismo de dudar surge una verdad indubitable: "cogito, ergo sum", es decir, pienso,
luego existo. Esta verdad es tomada por Descartes como el primer principio evidente de
la filosofía. Es una verdad clara y distinta de la que pueden deducirse todas las demás
verdades.
Es curioso que no se diga "dudo, luego...", sino "pienso, luego...". Para Descartes
pensamiento es todo aquello que ocurre en nosotros: dudar, entender, afirmar, negar,
querer, imaginar, sentir; es decir, todo consciente del espíritu. Todo pensamiento goza,
pues, del carácter evidente de la duda. Ello implica una postura subjetivista: la evidencia
se da sólo en el interior del sujeto.
Esta evidencia, "pienso, luego existo", no es el resultado de una deducción; es, por el
contrario, una intuición, es decir, una evidencia inmediata, una idea clara y distinta
gracias a la cual me experimento a mí mismo directamente como una cosa que piensa
(como una res cogitans). Es un principio inmutable, del que no se puede dudar,
absolutamente verdadero.
IDEAS
La primera certeza es modelo de toda verdad porque la capto con total claridad y
distinción (intuitivamente). Aquí tenemos una referencia al primer modo de
conocimiento: por intuición captamos las ideas, las más fáciles de captar y sin
posibilidad de error, sin necesidad de demostración, inmediatamente. Es el que nos
muestra las verdades de la matemática, aritmética y geometría.
Las ideas complejas, sin embargo, las conocemos por demostración, lo que supone
posibilidad de dar paso si no utilizamos el método adecuado. Por tanto, tenemos ya el
criterio de certeza: será verdadero todo lo que perciba con igual claridad y distinción.
Esto valdrá como regla general.
Antes de seguir adelante con la deducción veamos qué elementos tenemos para llevarla
a cabo. Contamos con dos: el pensamiento como actividad y las ideas que piensa. En
"yo pienso que el mundo existe" aparecen tres factores: el yo que piensa, el hecho de
pensar y las ideas de mundo y existencia.
De aquí Descartes concluye que el pensamiento siempre piensa ideas. Para la filosofía
anterior, el pensamiento no recae sobre las ideas, sino directamente sobre las cosas. Si
yo pienso que el mundo existe, estoy pensando en el mundo y no en mi idea de mundo.
Para Descartes el pensamiento no recae directamente sobre las cosas sino sobre las
ideas.
CLASES DE IDEAS
Hay, pues, que partir de las ideas. Hay que analizarlas para ver si alguna de ellas nos
sirve para salir del pensamiento y saltar a la realidad extramental. Al realizar este
análisis, distingue tres tipos de ideas:
Ideas facticias: son las construidas a partir de otras ideas adventicias con la intervención
de la imaginación, como la idea de "un caballo con alas" o de un "marciano".
Hasta ahora Descartes ha demostrado que existe algo que piensa (esto es, dice, una
mente, un espíritu, un entendimiento o una razón). Pero todavía queda por demostrar la
existencia del mundo mismo (que ha sido puesto previamente en duda, no lo olvidemos).
Para resolver este problema Descartes tiene que recurrir previamente a la demostración
de la existencia de Dios en su sistema. Luego, una vez que ha conseguido demostrar
su existencia, entonces, a través del principio de veracidad divina (puesto que Dios es
bueno y bondadoso no puede querer que yo viva en el engaño) conseguirá demostrar
la existencia del mundo mismo.
Puede ser que a nuestros oídos suene extraño esta forma de proceder del autor, pero
hay que tener en cuenta el momento histórico concreto en el que vive (durante toda la
Edad Media la cuestión de la demostración de la existencia de Dios ha sido fundamental
en la filosofía).
La sustancia infinita:
La primera de ellas requiere previamente aclarar la teoría de las ideas innatas. Según
Descartes existen tres tipos de ideas: las ideas innatas, que están en nosotros desde el
momento mismo del nacimiento, al menos como potencialidad, las ideas adventicias, o
derivadas de los sentidos, y finalmente, las ideas facticias, o construcciones de nuestra
imaginación. Hecha esta distinción, la cuestión está clara. Si en nosotros habita la idea
de Dios como lo perfecto e infinito, ¿de qué tipo de idea se trata? Evidentemente, de
una idea innata; pero, ¿cómo está presente en nosotros esa idea de infinitud y
perfección, siendo nosotros seres finitos e imperfectos? La respuesta supone aceptar
que es Dios mismo quien ha introducido en nosotros esas ideas innatas.
Queda demostrada, así, la existencia del sujeto que la piensa y la existencia de Dios. A
continuación, Descartes considera que Dios, perfecto y sumamente bueno, no puede
engañarnos con respecto a la existencia del mundo exterior o a la certeza de los
conocimientos matemáticos.
Una vez demostrada la existencia de Dios, siendo éste bueno y perfecto, no puedo
pensar que permita que nos engañemos en todo caso, por lo que aquellas proposiciones
que veo muy clara y distintamente deben ser verdaderas y por tanto la idea de existencia
de la realidad corpórea no puede ser una mera fantasía.
Recupera de esta forma todo lo que había puesto en duda sobre la base de un Dios que
se erige en el garante de la veracidad del conocimiento. ¿Por qué nos equivocamos,
entonces?
Nuestros errores se deben a la "precipitación" con la que llevamos a cabo nuestros
razonamientos y nuestras deducciones.
Descartes definió la sustancia como "una cosa existente que no requiere más que de sí
misma para existir". Si pensamos en esta definición veremos que solamente es aplicable
a Dios. De esta forma se hace necesaria la distinción entre sustancia infinita y sustancias
finitas.
Lo que nosotros percibimos son sólo atributos de las sustancias, y gracias a ellos
obtenemos el conocimiento de éstas. Descartes dice que a cada sustancia le
corresponde un atributo. El atributo constituye la esencia de la sustancia y se identifica
con ella. Cada tipo de sustancia posee un sólo atributo: el alma es pensamiento, y los
cuerpos son extensión. Es decir, existen el pensamiento y la extensión como realidades
distintas, y puedo captarlas de una manera diferente. Los modos o modificaciones
particulares de cada sustancia son los diversos pensamientos, en el primer caso, y la
figura y el movimiento, en el caso de la sustancia extensa.
Sustancia, atributo y modo son, pues, los tres conceptos fundamentales de la metafísica
cartesiana.
Lo que define al ser humano es su capacidad de pensar. Descartes tiene una noción
bastante amplia de lo que es pensar: no solamente razonar, sino también sentir o soñar
forman parte de lo que él llama pensamiento.
Soy una cosa que piensa, dice en su famoso texto del Discurso del Método. El yo o
alma, la res cogitans, es entera y absolutamente distinta de mi cuerpo (res extensa);
incluso puede existir sin éste.
Pero si son tan diferentes, entonces se plantea el problema de la relación entre ambos.
¿Cómo interaccionan alma y cuerpo? ¿Qué relación guardan una y otro? Sabemos que
hay movimientos que son estrictamente físicos, mecánicos, similares a los del resto de
los animales (comparables a los movimientos de las máquinas, tan de modo por
entonces). Por otro lado, hay movimiento voluntarios, en los que se ejercita el alma (la
capacidad de decisión, la voluntad, y la capacidad de pensar están relacionadas).
La autonomía del alma con respecto al cuerpo, se justifica en la claridad y distinción con
que el entendimiento recibe la independencia de ambas. Puesto que poseo una idea
clara y distinta de mí mismo en cuanto que soy una cosa que piensa e inextensa; y por
otra parte poseo una idea distinta del cuerpo en tanto que es sólo una cosa extensa y
que no piensa, es evidente que yo soy distinto de mi cuerpo y que puedo existir sin él.
En la segunda parte Descartes ve conveniente abandonar todas las opiniones que hasta
entonces había aceptado, porque tenían muy diverso origen y aquellas que proceden
de uno solo son más perfectas porque tienden al mismo fin. Toma como norma no
aceptar más que aquellas opiniones que han sido sometidas al juicio de la razón y
establece cuatro reglas para dirigir bien nuestro pensamiento. Inmediatamente postula
el modelo matemático (“esas largas cadenas de trabadas razones simples y fáciles” de
los geómetras) y está admitiendo un presupuesto no demostrado: acepta que la razón
es un instrumento infalible y que si se la usa bien puede alcanzar cualquier verdad. El
método matemático incluye unas verdades generales intuidas y no demostradas
(axiomas) y tiene la ventaja de poder utilizar en las demostraciones posteriores todas
las verdades ya descubiertas (teoremas). Lo que más le gusta del método es que usa
la razón de la manera más eficaz posible y la acostumbra a estudiar los objetos muy
clara y distintamente, es decir, con evidencia. El método vale para todas las ciencias,
pero como las demás ciencias toman sus principios de la filosofía, lo que hay que hacer
es usar el método para fundamentar los principios de la filosofía.
No tenemos que abordar toda la segunda parte del Discurso, sino sólo su parte final. En
ella podemos distinguir las siguientes pautas:
- [3]: Los cuatro preceptos del método: criterio de certeza, análisis, síntesis y
enumeración.
“Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de
avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque
avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise
comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido
deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en
la virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar
el proyecto emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el
conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.
Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía;
de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que
debían contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté que
en relación con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para
explicar a otro cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio,
para hablar sin juicio de aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien
la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo,
mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de
modo que es tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque
de mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el
álgebra de los modernos, además de que no se refieren sino a muy abstractas materias
que parecen carecer de todo uso, el primero está tan circunscrito a la consideración de
las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin fatigar excesivamente la
imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido
en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia
que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso
indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus
defectos.
Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que
un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son
minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos
del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes
con tal de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su
observancia.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas
parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.
El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más
simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente,
hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre
aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.
Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente
los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían
proporcionado la ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del
conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de
admitir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario
para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro
conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos
llegar a descubrir.
No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuales era necesario iniciar el
estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples y las más fácilmente
cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado buscar la
verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido algunas
demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía
comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna
unidad si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad
y a no contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de
conocer todas las ciencias particulares que comúnmente se conocen como
matemáticas, pues viendo que aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no
dejan de tener en común el que no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y
posibles proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían un mayor
interés que examinase solamente las proporciones en general y en relación con aquellos
sujetos que servirían para hacer más cómodo el conocimiento. Es más, sin vincularlas
en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que
conviniera. Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones
tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en otras
ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi
memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban
entre líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera representar con
mayor distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias
conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo más
breves que fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis
geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los
procedimientos de la otra.
Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro
de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la
mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del
mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta
sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía
aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había
realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas
aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido
contrario al orden que el método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus
principios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto,
pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y puesto que era lo
más importante en el mundo y se trataba de un tema en el que la precipitación y la
prevención eran los defectos que más se debían temer, juzgué que no debía intentar tal
tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años,
que era mi edad, y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en
prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones y realizando
un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis razonamientos,
como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de
afianzarme en su uso cada vez más.”
“No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan
metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con
el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido,
me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había
advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones
opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, según he advertido
anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la
verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como
absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin
de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese
enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas
ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal
como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar
en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que
incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error,
rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como
demostraciones. Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos
cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en
tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces
habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo
que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna
cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan
segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de
hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de
la filosofía que yo indagaba.
Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que
carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me
encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario,
sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy
evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de
pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía
razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que
era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal
sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna
material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy,
es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo
no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.
Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para
afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar
una que cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste
esta certeza. Y habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me
asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es
necesario ser, juzgaba que podía admitir como regla general que las cosas que
concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay
solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que
concebimos distintamente.
Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran
dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás
elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados
a no considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (como de pensar
propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es
imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los
mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en
el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En efecto, las
ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que
desean emplear su imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran
servirse de sus ojos para oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra diferencia:
que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo
hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos
podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese.
Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la
certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando
dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos
que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que
se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse
alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con
el error más común de nuestros sueños, consistente en representamos diversos objetos
de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el
que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos
a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos que padecen de
ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado
alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues, bien,
estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino
por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón
y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy
claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos
y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo
de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la
razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por
el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún
fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y
veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Y puesto que nuestros
razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño como durante
la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la
razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos
verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe
encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que
en los que tenemos mientras soñamos.”
IV ACTUALIDAD
EL MÉTODO:
Actualidad filosófica: desde Descartes la cuestión del método ha sido uno de los temas
centrales, aunque hay filósofos y corrientes que lo rechazan, pero son minoría. No existe
acuerdo en la aplicación de un solo método. Entre los más usados cabe destacar el
método dialéctico, el método fenomenológico y el método analítico.
LA DUDA METÓDICA:
Actualidad científica: toda investigación científica rigurosa necesita, cono paso previo,
realizar una revisión crítica de las investigaciones anteriores.
EL COGITO:
EL DUALISMO ANTROPOLÓGICO:
LA EXISTENCIA DE DIOS:
Nietzsche, al contrario, realiza una defensa de los sentidos y de los instintos de vida.
Estos no nos engañan nunca, mostrándonos la multiplicidad, el cambio, el movimiento,
es decir, el devenir nos muestra tal cual es la realidad. Quien nos engaña con su
prejuicio es la razón.
Descartes, identifica al hombre con el alma. El cuerpo no es más que una máquina que
funciona como un engranaje, mientras que el alma posee el instrumento de la razón
capaz de llegar al conocimiento de lo real.
Nietzsche establecerá una nueva antropología, eliminando esta concepción dualista que
ya inició Platón, que continuó vigente durante la filosofía medieval y que culmina en
Descartes. Nietzsche propone la transvaloración de todos los valores y afirma que hay
que recuperar la inocencia primitiva y estar más allá del bien y del mal. La
transvaloración de los valores debe preparar el mundo para el advenimiento de la
superación del hombre actual. Esta superación se simboliza en Nietzsche en el término
superhombre. Sólo el superhombre es capaz de esa infinita afirmación de la vida y por
eso Nietzsche plantea que es un ser que todavía no existe, pero que indica la meta de
su existencia.