CASO MARBURY VS MADISON
Se trata del juicio más importante en la historia de Estados Unidos, el caso Marbury vs. Madison,
en el cual el juez John Marshall que presidía la Suprema Corte de Estados Unidos y los otros cinco
jueces de esa Corte, decidieron que tenían el poder de revisar las leyes hechas por los
representantes de la población y de los Estados en el Congreso de la Unión, y que tenían además
el poder de nulificar dichas leyes si, en su opinión, eran contrarias a la Constitución.
LOS ANTECEDENTES DEL CASO
En la noche del 3 de marzo de 1801, en su oficina de la Casa Blanca, John Adams, en su último acto
como presidente de Estados Unidos, nombra a 42 miembros de su partido para dejarlos como
jueces de paz en el Distrito de Columbia y Alexandria. Al día siguiente, Jefferson, el líder de la
oposición, fundador del partido demócrata–republicano, tomaría posesión como nuevo presidente
de Estados Unidos. Para entender el caso es conveniente regresar unos años atrás. En el año de
1800, el gobierno del presidente Adams y su partido federalista (llamado así por sostener la
superioridad del gobierno federal sobre los gobiernos de los Estados) se encontraban en una
situación desastrosa.30 En parte, como resultado de su dedicación a suprimir las libertades
políticas, especialmente a partir de la Sedition Act de 1798,31 además de las medidas económicas
contra los grupos mayoritarios y a favor de los miembros de la aristocracia financiera y de los
negocios; y, en otra parte, por la pugna entre el mismo presidente Adams y el gran ideólogo de su
propio partido, Alexander Hamilton.32 Para terminar su periodo como presidente, Adams, en el
mes de mayo de 1800 había recurrido a uno de los miembros más sagaces del partido federalista,
John Marshall, y lo nombra su Secretario de Estado, el cargo más importante en su gabinete. En el
mes de noviembre del año 1800 el grupo federalista pierde las elecciones presidenciales y pierde
también las elecciones de la mayor parte de los diputados y senadores en el Congreso de la Unión,
frente al partido de Thomas Jefferson, autor de la declaración de independencia y líder del
movimiento democrático, apoyado por James Madison, reconocido como el hombre más
conocedor de la teoría política en la Convención de Filadelfia y el principal artífice del proyecto de
Constitución aprobado por los Estados.33 A partir de entonces Adams, contando con el apoyo de
los miembros de su partido en el Congreso saliente, agrupados en torno a él después del desastre
de las elecciones, actúa como aquel capitán de un buque encallado que quiere salvar a algunos de
los miembros de su tripulación, dejarle el mando a su segundo y volver a su casa. Así, al haber
perdido la presidencia y el Congreso, busca colocar a los miembros relevantes de su partido
creando nuevas plazas de jueces federales y darles empleo a otros miembros de su partido, menos
importantes, como jueces de paz durante cinco años; deja a su Secretario de Estado, John
Marshall, a cargo de los asuntos de la presidencia y, para sentirse mejor, invirtiendo el orden de la
actuación de aquel capitán del buque encallado, lo primero que hace es regresar a vivir a su casa
en el pueblo de Quincy, Massachusetts. A continuación, aprovechando que había quedado
vacante el puesto de Jefe de Justicia en la Suprema Corte, Adams nombra precisamente a su
Secretario de Estado John Marshall para desempeñar dicho cargo. El Senado confirma el
nombramiento el día 27 de enero de 1801 y el día 4 de febrero Marshall empieza a desempeñar el
cargo de Jefe de Justicia de la Suprema Corte. Lo interesante en este punto es que después de
tomar posesión del cargo de Jefe de Justicia de la Suprema Corte, Marshall continuó siendo
Secretario de Estado y como tal selló y firmó el nombramiento de Marbury el 3 de marzo, un día
antes de entregar el poder presidencial a Jefferson. Así pues, cuando se hace el nombramiento de
Marbury, quien certifica ese nombramiento como Secretario de Estado es el Jefe de Justicia de la
Suprema Corte que iba a resolver su caso. Es importante precisar que por consejo de Marshall
(quien para entonces además de ser Secretario de Estado era Jefe de Justicia de la Suprema Corte
y era quien dirigía las oficinas de la presidencia) el presidente Adams presenta una nueva ley de
organización judicial, que se conocería después de aprobada como la Judiciary Act de 13 de
febrero de 1801, con una exposición de motivos firmada por el mismo Marshall.34 En dicha ley se
creaban diez y seis nuevos juzgados federales para darles empleos de por vida a algunos de los
políticos desplazados de su partido y se reducía el número de los jueces de la Suprema Corte de
Justicia de seis a cinco a partir de la muerte o el retiro de alguno de los que se encontraban en
funciones, para evitar que Jefferson, al entrar como nuevo presidente de Estados Unidos, pudiera
nombrar por un buen tiempo a ninguno de los jueces de la Corte controlada totalmente por los
miembros del partido federalista. Además de los juzgados federales, el 27 de febrero, cinco días
antes de dejar su cargo, el Congreso dominado todavía por los federalistas salientes, autoriza al
presidente Adams para que nombre a 42 jueces de paz que ejercerían sus empleos de tiempo
parcial durante cinco años. Estos son los nombramientos que el presidente Adams firma la última
noche de su mandato.
La historia de esos nombramientos ha dado lugar a muy diversas opiniones. Al referirse a ellos se
ha hecho ya una costumbre hablar de “Los jueces de media noche”, (Midnight Judges) 35 como si
todos los nombramientos hubieran sido hechos el 3 de marzo, en la última noche del periodo de
Adams como presidente de Estados Unidos.36 Probablemente Adams empezó a hacer los
nombramientos desde unos días antes y siguió haciéndolos hasta el 3 de marzo, fecha en que su
Secretario de Estado, John Marshall, debía hacérselos llegar a sus destinatarios.37 La cuestión de
la fecha precisa en que fueron hechos esos nombramientos es mas o menos irrelevante. Lo
importante para la historia del caso más trascendente en el Derecho Constitucional de Estados
Unidos y por imitación en el Derecho Constitucional de muchos países que invocan ese caso para
justificar el poder de sus jueces, es que 4 de los 42 nombramientos, los de William Marbury,
Dennis Ramsay, Robert Townsend Hooe, y William Harper,38 no llegaron nunca a manos de los
beneficiados.39 En el estudio y la investigación de este punto se han expresado varias hipótesis:
para unos, como Archibald Cox, Marshall no entregó o no ordenó la entrega de esos 4
nombramientos por descuido o negligencia,40 para otros que aceptan la explicación de Marshall,
el secretario de éste había apilado los nombramientos en su propio escritorio. En una declaración
jurada el hermano de Marshall, llamado James Marshall, quien trabajaba para aquel en su oficina,
manifestó que en la noche del 3 de marzo él, James Marshall, “había recogido ciertas comisiones
para entregarlas y que devolvió algunas porque era impráctico llevar todas”.41 Junto con estas
hipótesis naturalmente se ha expresado la sospecha de que Marshall no entregó esos
nombramientos por la antipatía que sentía hacia los 4 jueces a los que iban dirigidos. En lo que no
hay discusión es en que Marshall, como Secretario de Estado, debía haber estampado en cada uno
de los nombramientos el sello de la Presidencia del cual era guardián y debía haber entregado
oportunamente esos nombramientos a los destinatarios.
En estas condiciones, naturalmente cabe preguntarse si, dada su participación y su
responsabilidad en los hechos que dieron origen al caso Marbury vs. Madison, era correcto, en
términos de honestidad e imparcialidad, que Marshall conociera y resolviera ese asunto. La
cuestión es aún más grave si recordamos que la nueva ley de organización judicial (Judiciary Act)
de 13 de febrero de 1801, por la cual se habían creado los nuevos juzgados federales y los nuevos
puestos de jueces de paz de tiempo parcial había sido hecha precisamente por John Marshall,
quien siendo el Secretario de Estado estaba encargado de hacer llegar los nuevos nombramientos
a los jueces designados, quien además era ya el Jefe de Justicia de la Suprema Corte de Estados
Unidos y quien, en la realidad, gobernaba en lugar del presidente pues éste ya había abandonado
las oficinas de la presidencia y había regresado a vivir a su casa. Al tomar posesión de su cargo
como nuevo presidente de Estados Unidos, Thomas Jefferson nombra como su Secretario de
Estado a James Madison, reconocido como el creador de la concepción del sistema político
diseñado en el texto de la Constitución aprobado en la Convención de Filadelfia.42 En los días
siguientes Madison, como Secretario del presidente Jefferson, pone en posesión de sus cargos a
todos los jueces de paz que tenían en sus manos los nombramientos que había hecho en su favor
el anterior presidente, John Adams. William Marbury y los otros tres miembros del partido
federalista cuyos nombramientos nunca les fueron entregados por Marshall, reclaman al nuevo
Secretario que se le entreguen los cargos que les habían sido conferidos por el presidente anterior,
pero Madison rechaza la petición. En vista de la negativa de Madison, Marbury y los demás
afectados presentan una demanda judicial ante la Suprema Corte43 pidiendo que emita un writ of
mandamus contra Madison, el nuevo Secretario de Estado, en el cual se le ordene a éste que los
ponga en posesión de sus cargos. En este punto Archibald Cox, el famoso profesor de la Escuela de
Derecho de la Universidad de Harvard, señala: Tal vez Marbury buscaba el cargo porque realmente
lo quería, aunque dicho empleo difícilmente valía la pena. Más probablemente, la demanda era
parte de un plan de los federalistas que pensaban que podían avergonzar al nuevo presidente y
ganar puntos a los ojos del público con una resolución en la que se dijera que el presidente
Jefferson y su Secretario Madison habían actuado ilegalmente al rehusarse a entregarle el cargo
.... Marbury y los otros jueces deben haberse sentido alentados por el hecho de que el nuevo Jefe
de Justicia en esa Corte era John Marshall.44 Para poder entender la resolución, sus reticencias,
sus incoherencias y sus afirmaciones, el texto de la misma no debe verse solamente desde un
punto de vista jurídico, pues la resolución no tiene mucho que ver con el Derecho, del cual
Marshall sabía poco, sino con una lucha por las posiciones políticas que estaban en juego. Se trata
de una resolución que tenía únicamente propósitos políticos emitida en circunstancias muy
peculiares. Por otra parte hay que recordar que el ilustre juez, afortunadamente para él, no se
guiaba por sus profundos conocimientos teóricos pues, como se puede leer en cualquier relato
sobre su vida, sus estudios formales de Derecho se reducían a un breve curso de menos de dos
meses impartido por George Wythe en William and Mary College en 1780, pero en cambio tenía
un gran sentido práctico de su oficio, una simpatía excepcional y una sagacidad política notable.
Independientemente de lo que pudieran pensar y desear William Marbury y sus compañeros al
presentar su reclamación judicial en contra de James Madison, Secretario de Estado del nuevo
presidente de Estados Unidos, esa demanda pone al Jefe de Justicia Marshall en una situación muy
difícil. Casi todos los autores que comentan la resolución dictada en el caso, señalan los dilemas de
tipo político inmediato a los que se enfrentaba Marshall en ese caso. El problema práctico es el
siguiente: una vez que queda probado en el juicio que Adams, siendo todavía presidente, había
designado, junto con otros muchos, a Marbury y a los otros tres demandantes como jueces de paz
durante cinco años, es indiscutible que estos tenían derecho a que se les entregara el cargo para el
que habían sido designados, independientemente de que hubieran o no hubieran recibido los
documentos en los cuales se hacían constar dichos nombramientos. Ahora bien, si Marshall
hubiera resuelto a favor de Marbury, como era lo correcto, tenía inevitablemente que haber
expedido la orden de mandamus que éste pedía en contra del Secretario de Estado Madison para
que éste lo pusiera en posesión del cargo al que tenía derecho, pero seguramente Madison, igual
que había ignorado la notificación que le había hecho la Corte para que presentara las razones por
la cuales no le había entregado a Marbury ese cargo —como lo señala el texto de la decisión en su
primero y segundo párrafo45— también hubiera ignorado la orden que pudiera expedir la Corte
condenándolo a hacer tal entrega. En estas circunstancias la Corte no hubiera tenido forma de
hacer cumplir su resolución. Archibald Cox presenta el dilema señalando que: En este contexto el
Jefe de Justicia y sus jueces asociados sabían bien que si ellos expedían una orden (writ of
mandamus) ordenando al Secretario Madison entregar su cargo a Marbury, el presidente Jefferson
le hubiera dicho al Secretario que ignorara la orden. ..... Y algo todavía peor para Marshall, el
peligro de debilitar a los órganos judiciales mostrando su impotencia.46 Robert McCloskey, el
notable profesor de Derecho Constitucional, lo hace notar diciendo: Esto (la demanda presentada
por Marbury ante la Suprema Corte) planteaba lo que parecía un dilema doloroso y desalentador
para Marshall y su Corte. Si ellos sostenían el derecho de Marbury y ordenaban que se le
entregara su cargo, la orden sería seguramente ignorada por Madison, la Corte mostraría su
impotencia para hacer cumplir sus determinaciones y la debilidad del prestigio judicial quedaría
enfatizada dramáticamente.47 El otro cuerno del dilema parecía igualmente peligroso: sostener
que Madison había actuado correctamente al no entregarles sus cargos, no sólo sería equivocado,
sino que complacería a los enemigos políticos de Marshall y avergonzaría a su propio partido. Por
último, sostener que la Corte no tenía poder para expedir órdenes a un funcionario de la rama
ejecutiva apoyaría la posición de Jefferson y cancelaría la posibilidad de que los órganos judiciales
revisaran los abusos del órgano ejecutivo en el futuro.
Naturalmente Marshall tenía otros caminos frente a la demanda presentada por Marbury en lo
que se refiere a la competencia o la jurisdicción de la Corte para conocer del asunto: Uno, como lo
hace cualquier tribunal que estima que no tiene jurisdicción sobre un asunto por cualquier razón,
podía empezar por declarar eso, que la Corte carecía de jurisdicción, explicando esa carencia de
jurisdicción con cualquiera de las múltiples razones que los jueces pueden invocar cuando no
quieren conocer de un asunto, sin ninguna referencia a algo tan discutible como la
inconstitucionalidad de la disposición que le daba jurisdicción a esa Corte para expedir órdenes a
los funcionarios encargados de los órganos del gobierno; para lo cual no se necesitaba hacer
afirmaciones o declaraciones sobre el derecho de Marbury al cargo que demandaba, ni tampoco
sobre la obligación de Madison de ponerlo en posesión de ese cargo. Este camino probablemente
hubiera aparecido ante sus compañeros del mismo partido federalista como una claudicación y no
hubiera ayudado nada a mantener el control que quería tener Marshall sobre los otros jueces en la
Suprema Corte. Otro camino, que sería una variante importante del anterior, podía haber sido
empezar igualmente por declarar que la Corte carecía de jurisdicción en ese caso, porque la Ley de
Organización Judicial que le otorgaba esa jurisdicción en forma original —según él— era
inconstitucional y, por lo tanto, considerando que sólo podía expedir tales órdenes en jurisdicción
en apelación, enviar la demanda al tribunal inferior que tenía jurisdicción para conocer del asunto
en primera instancia. Esta vía tenía el peligro de que el tribunal inferior, como era correcto y
debido, le diera la razón a Marbury y después Marshall se encontrara en una situación aún más
difícil, pues Marbury no habría tenido entonces necesidad de acudir a la Suprema Corte para que
ésta le diera en apelación lo que ya le había concedido el tribunal inferior de primera instancia y
sólo pediría que la Corte expidiera la orden, el writ of mandamus, sin que Marshall pudiera evadir
su responsabilidad —como finalmente lo hizo— de enviar un mandamus a Madison, la cual, éste
igualmente hubiera ignorado, humillando de esta manera a la Corte y debilitando a los órganos
judiciales.
RESUMEN
El 31 de octubre es un día importante para todos los peruanos, puesto que celebramos el día de la
canción criolla, no obstante, otro gran sector de nuestra población también celebra Halloween.
Una de las características de nuestro Estado Constitucional es la tolerancia y la autonomía moral
que tienen todas las personas para decidir –de acuerdo a sus principios y valores– hacer lo que
mejor los permita ejercer su derecho constitucional al libre desarrollo personal, claro está,
siempre respetando los demás valores constitucionales que nuestra Ley Fundamental protege. Del
mismo modo, el 01 de noviembre también es otro día importante para la mayoría de nosotros,
dado que es una fecha especial para visitar y dejar un ramo de flores a nuestros difuntos. Estas
fechas nos sirven para reflexionar sobre diversas situaciones. En mi caso, la reflexión tiene algo de
tinte académico y ello en razón a que hoy terminé de volver a leer el famoso caso “Marbury Vs.
Madison”.
A diferencia de la primera vez que leí el caso antes citado, hoy tuve ciertos cuidados, como por
ejemplo, antes de leer el caso bajo comento, analicé brevemente el contexto político de los
Estados Unidos de Norteamérica, –correspondiente a los años 1800-1805–, también indagué un
poco respecto al historial del juez John Marshall. El caso Marbury Vs. Madison sin duda es uno de
los más famosos del Tribunal Supremo de los Estados Unidos y según el maestro español Eduardo
García de Enterría, quien en su libro “Democracia, jueces y control de la administración” publicado
por la Editorial Civitas, señala que dicho caso es el más importante de toda la historia del
constitucionalismo norteamericano.
A efectos de apreciar a posteriori la grandeza del caso –materia de análisis–, considero que es
conveniente tener en cuenta algunas consideraciones. Conforme se puede observar una carta
dirigida del propio John Marshall al juez Story –quien fue su colega en el Tribunal Supremo de los
Estados Unidos–, cuenta el juez Marshall que fue una persona con pocos estudios jurídicos, puesto
que su formación fue esencialmente castrense. Nació un 24 de septiembre de 1755 y fue el mayor
de quince hermanos, nos señalan sus datos biográficos que John Marshall pasó al retiro del
ejército en el año de 1779, y como consecuencia de ello, decidió recibir algunas clases de Derecho
en la “Universidad William y Mary”, para sucesivamente dedicarse al ejercicio profesional de la
abogacía.
Cuenta Miguel Beltrán de Felipe y Julio González García en su libro “Las sentencias básicas del
Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América”, que John Marshall también se dedicó a la
política, perteneciendo al Partido de los Federalistas. Fue parlamentario en la asamblea de
Virginia, en donde ganó algo de fama, tanto así que rechazó en la década del año de 1790 los
ofrecimientos de ser Attorney General del Presidente Washington y juez del Tribunal Supremo de
los Estados Unidos. En 1779 es elegido miembro de la Cámara de Representantes, seguidamente
en el año de 1800 acepta el ofrecimiento del Presidente Adams para ser su Secretario de Estado.
A consecuencia de la derrota en las elecciones presidenciales por parte de Thomas Jefferson al
saliente Presidente John Adams, éste decide de la noche a la mañana (el 20 de enero de 1801)
designar a John Marshall como juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos de Norteamérica,
el 27 de enero dicha designación es ratificada por el Senado, juramentando el cargo de juez de la
Corte Suprema el 4 de febrero de 1801. Aproximadamente un mes después, es decir el 4 de marzo
de 1981 Thomas Jefferson asume la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Es
necesario señalar que en el ínterin del nombramiento de John Marshall, el Presidente de los
Estados Unidos de Norteamérica, John Adams, también nombró a unas cinco decenas de jueces
que pertenecían a su partido (los llamados “jueces de media noche”), entre los que se encontraba
el señor William Marbury. Ahora bien, señalado algunos antecedentes, vale realizarnos las
siguientes preguntas: ¿en qué consiste y cuál es la importancia del caso Marbury Vs. Madison para
el constitucionalismo actual?, ¿Cuál es la contribución de su análisis para las reflexiones que
haremos en el presente artículo?
El litigio ante el Tribunal Supremo de los Estados Unidos era el siguiente: tal como hemos señalado
en los párrafos anteriores, en 1800, año donde se produjo la derrota del Partido Federalista por el
Partido Republicano, el todavía Presidente John Adams sabiamente –a fin de minimizar las
consecuencias de haber perdido el poder político–, decidió nombrar a algunos jueces, para de una
u otra manera poder controlar en parte al Poder Judicial de los Estados Unidos de Norteamérica.
En los últimos días como Presidente, John Adams nombró, –entre otros–, al banquero y
terrateniente William Marbury como Juez de Paz del Distrito de Columbia y su nominación fue
conferida por el Senado, pero descuidaron la notificación de dichos nombramientos, ya que a
algunos de dichos jueces la Administración saliente dejó el poder sin llegar a expedirles sus
respectivas credenciales.
Bajo la Presidencia de Thomas Jefferson, William Marbury y otros que no recibieron las referidas
credenciales solicitaron a Madison, –el nuevo Secretario de Estado de los Estado Unidos de
Norteamérica–, que el Presidente Thomas Jefferson les entregue sus respectivas credenciales.
Ante dicha solicitud, Madison no tuvo mejor idea que cruzar los brazos y no hacer nada. Resultado
de dicha omisión, Marbury decidió recurrir al Tribunal Supremo a fin que el Máximo Tribunal
ordene a Madison expedir sus nombramientos. Como se puede observar, en el presente caso
prácticamente se estaban enfrentando el Secretario de Estado del Presidente Thomas Jefferson
(Madison), el ex Secretario de Estado del ex Presidente John Adams (John Marshall), y además el
abogado de Marbury, quien fue Attorney General de los Gobiernos de Washington y de John
Adams.
Se puede decir que incluso el mismo John Marshall fue uno de los llamados jueces de media
noche, ya que su nombramiento fue días antes a que John Adams culmine su mandato
presidencial. Además, tal como expresaron Miguel Beltrán de Felipe y Julio González García: “es
muy posible que un descuido suyo (John Marshall cuando fue Secretario de Estado de John
Adams) o de su personal, fuese la causa de que en la precipitación de los últimos días del Gobierno
federalista de Adams, no se expidiese el nombramiento al señor Marbury. Hoy probablemente se
diría que estaría “contaminado” y se le obligaría a abstenerse de conocerse el caso”. Pues claro,
tienen toda la razón los citados doctores, dado que se estarían vulnerando de manera flagrante
diversos principios constitucionales que conforman al “debido proceso”, tales como los de
imparcialidad e independencia de los jueces, entre otros.
Ante la solicitud de William Marbury, la Corte Suprema tenía dos posibilidades:
a) Denegar la petición de Marbury.
b) Estimar el recurso, ordenando al Secretario de Estado expedir el exigido nombramiento.
Miguel Beltrán de Felipe y Julio González García señalan –en la obra antes citada– que: las dos
posibilidades referidas en el párrafo anterior eran peligrosas y arriesgadas, dado que la primera
habría dado a entender que el Tribunal Supremo actuaba con miedo y que además habría
socavado el prestigio del Tribunal Supremo (en la práctica equivalía a permitir a los nuevos
gobernantes incumplir obligaciones contraídas por los anteriores funcionarios), y la segunda era
muy arriesgada y de muy difícil ejecución, pues el nuevo Gobierno había dado a entender que no
se sentía vinculado por unos nombramientos que consideraba de ilegales. Además, el Tribunal
carecía de medios coercitivos para ejecutar su decisión, vale decir que la Corte Suprema de ese
entonces estaba conformado por jueces que tenían la posición ideológica de los Federalistas, en
ese sentido, les hubiese costado demasiado esfuerzo obligar a cumplir la sentencia a un Gobierno
del partido Republicano.
Pero el sentido de Estado de John Marshall, –tal como expresó el doctor Bernard Schwartz en su
libro “Una historia de la Suprema Corte”, publicado por la Universidad de Oxford–, hizo optar al
Tribunal Supremo por una tercera opción. A juicio de citado profesor, el presente caso se trataba
de saber si el Tribunal Supremo era o no competente para expedir el Writ of Mandamus, dado que
para el juez Marshall la ley[1] que lo regulaba, no encajaba con el segundo párrafo de la sección 2°
del artículo III de la Constitución, que distinguía[2], entre jurisdicción de primera instancia y
jurisdicción de apelación.
Sobre este tema, el Tribunal Supremo señaló que la Judiciary Act era opuesta a la Constitución de
los Estados Unidos, por vulnerar el ámbito de competencias que la Constitución le otorgaba, por lo
que en el presente caso se prefirió a la Constitución y de ese modo se declaró la nulidad de la ley
antes referida. Es pertinente mencionar que diversos investigadores sobre la materia han señalado
que los efectos prácticos de la sentencia fueron pocos, –puesto que al señor Marbury se le denegó
su nombramiento a juez de Paz del Distrito de Columbia–, pero lo que no hay duda con respecto al
caso “Marbury Vs. Madison” es que pasa a la historia del constitucionalismo, básicamente por
instaurar el control de constitucionalidad de las leyes[3].
Como se puede observar, hasta al momento me he dedicado a analizar algunas cuestiones del
caso en mención, a fin que en los siguientes párrafos reflexionemos juntos sobre la enseñanza
actual del Derecho Constitucional. Mi reflexión lo delimito en tres aspectos: el primero, sobre la
ausencia o el poco estudio de la jurisprudencia en la formación del abogado; el segundo, sobre la
importancia del estudio del contexto para la mejor comprensión del caso; y el tercero, sobre la
importancia que tiene la argumentación jurídica.
Respecto al primero, lamentablemente en la mayoría de nuestras universidades públicas y
privadas, el estudio y análisis de la jurisprudencia es mínima o nula, puesto que se da más
importancia al estudio de la legislación y a memorizar lo que unos cuantos han dicho respecto de
esa legislación. Considero, – y coincido con diversos juristas que están vinculados a la reforma de
la enseñanza del Derecho en Latinoamérica–, que el estudio de la jurisprudencia es de relevante
importancia, dado que es prácticamente el Derecho viviente o el Derecho hablado a través de los
fallos. No es lo mismo ver a un Ferrari en un exhibidor, que ver a un Ferrari correr por una pista, lo
mismo sucede en el Derecho, no es lo mismo leer el artículo 142° de la Constitución Política, que
leer el artículo 142° de la Constitución Política interpretada por la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional (por ejemplo el Caso Lizana Puelles).
Un ejemplo claro lo que estoy señalando es el siguiente: el artículo 138° de la Constitución Política
señala que: “(…) en todo proceso, de existir incompatibilidad entre una norma constitucional y una
norma legal, los jueces prefieren la primera (…)”. ¿Qué quiere decir el artículo constitucional antes
expresado? No es eso acaso lo que en la doctrina se llama control difuso y que por cierto está
desarrollado en el caso Marbury Vs. Madison, como se puede observar, no es lo mismo leer el
artículo 138° de la Constitución Política, –que palabras más y palabras menos desarrolla el control
difuso de constitucionalidad–, que leerlo e interiorizarlo leyendo el caso Marbury Vs. Madison.
Respecto al segundo, reiteradas veces nosotros al momento de revisar un caso, nos quedamos en
el caso en estricto sensu, es decir, procesamos e interiorizamos la problemática dentro del caso y
no recurrimos a las fuentes externas del caso, como por ejemplo indagar sobre el contexto, como
señalé párrafos arriba, la primera (primer ciclo de la formación universitaria) vez que leí el caso
Marbury Vs. Madison no indagué el contexto en el que se expidió dicha sentencia, en
consecuencia, no pude observar las razones que motivaron su emisión. Estoy seguro que si
hubiera tenido algo de conocimiento acerca del contexto político y social de los Estados Unidos de
Norteamérica –correspondiente a los años 1800-1805–, hubiera criticado en clase el citado fallo,
puesto que si bien es cierto el caso Marbury Vs. Madison es histórico y el más importante del
constitucionalismo norteamericano, pero no es menos cierto que al momento de expedirse, el
Tribunal Supremo de los Estados Unidos de Norteamérica vulneró una serie de garantías
constitucionales, tales como la imparcialidad e independencia de los jueces, entre otros. En ese
sentido, se puede decir que saber el contexto de cada caso en concreto, nos permite entender que
al momento de elaborarse una sentencia, no únicamente deben de ser trabajadas en abstracto, –
es decir no deben solamente fundarse en Derecho puro–, sino que el juez al momento de
expedirlas está obligado de ponderar su decisión (previsión política de las sentencias), quiere decir
que tiene el deber de evaluar las repercusiones políticas de su decisión jurisdiccional.
Respecto al tercero, la argumentación jurídica es de necesaria utilidad en la formación y en el
desarrollo profesional del abogado. En las últimas décadas la argumentación jurídica ha sido
desarrollada de manera seria por los filósofos del Derecho. Es pertinente decir que la
argumentación jurídica nos permite sustentar de manera adecuada nuestras posiciones, dado que
lo único que debemos hacer nosotros es elegir una teoría de la argumentación jurídica, –que sea
conforme a la Constitución y los derechos fundamentales– y a partir de ahí desarrollarnos
profesionalmente. No cabe duda que el estudio de la argumentación jurídica nos permitirá ser
mejores abogados, para de eso modo cuando estemos al frente de un Tribunal, nosotros podamos
sustentar de manera idónea nuestros fundamentos fácticos y jurídicos.
La intención del presente artículo es contribuir a la toma de conciencia sobre la necesidad de
reformar la enseñanza del Derecho Constitucional, pareciera que el tránsito del Estado Legal al
Estado Constitucional no ha tenido mayor impacto en la formación de los abogados, de ahí que
sea imperativo para la educación actual de los operadores jurídicos, dotarles de capacidades y
destrezas para aplicar principios que requieran complejas tareas de ponderación y argumentación
sustantiva, –a menudo de carácter moral y político–, que van mucho más allá del simple
conocimiento de las reglas legislativas, que pueden eventualmente aplicarse apelando a la simple
lógica deductiva. En ese sentido, espero haber contribuido en algo a la reflexión sobre este
importante tema, si es así, este texto habrá cumplido su finalidad.
OTRO RESUMEN
Por Juan Manuel Sosa, Asesor Jurisdiccional del Tribunal Constitucional.
El caso Marbury vs. Madison, no cabe duda, constituye uno de los principales hitos (e íconos) del
constitucionalismo. Ello está plenamente justificado, pues es la primera ocasión en la que, de
manera clara, una corte de vértice, afirmando la supremacía de la Constitución frente a la ley,
determina la inaplicación de esta última por ser inconstitucional.
Ahora bien, contra lo que podría pensarse desde la perspectiva actual –es decir, desde el
“constitucionalismo de los derechos”– no se trata de un caso en el que una norma legal fue
inaplicada por ser lesiva de derechos constitucionales. En Marbury vs. Madison se resolvió más
bien un writ of mandamus, es decir, algo equivalente a nuestro proceso de cumplimiento.
Además de la ya indicada, el caso presenta muchas otras singularidades y es importante (e incluso
actual) por varias razones. Lo primero que podríamos tener en cuenta al respecto es el contexto
en que surgió el caso.
De inicio, conviene mencionar es que el ponente en el caso Marbury (para abreviar) fue John
Marshall, tal vez el más importante juez en la historia de la Corte Suprema de Estados Unidos.
Marshall asumió la Presidencia de la Suprema Corte en 1801, en un contexto en que el Poder
Judicial se encontraba devaluado y carecía de protagonismo. Durante un tiempo, además
Presidente de la Corte, Marshall fue a la vez Secretario de Estado del presidente John Adams, del
partido federal.
Justo antes de que Adams deje la presidencia, para ser relevado por Thomas Jefferson (del partido
republicano), el gobierno del partido federal designó a varios jueces de paz. Este proceso de
designación involucraba el nombramiento por parte del Presidente con la posterior ratificación del
Congreso; tras ello, correspondía, como acto de perfeccionamiento formal, que el documento de
nombramiento sea sellado y remitido por correo por el Secretario de Estado (cargo que, hasta el
momento de los mencionados nombramientos, tenía Marshall).
Lo cierto es que William Marbury fue nombrado juez de paz casi el último día de gobierno del
partido federal y a John Marshall no le alcanzó el tiempo para sellar o enviar todos los
nombramientos que acaban de hacerse, entre ellos el de Marbury.
Ante ello, el nuevo Secretario de Estado nombrado por Jefferson, James Madison (uno de los
coautores de El Federalista y quien luego llegaría a ver presidente de los Estados Unidos), se negó
a sellar y a distribuir las credenciales pendientes, e incluso eliminó las plazas de juez creadas por
Adams. William Marbury, seguramente sin imaginar lo que resultaría de ello, presentó
un mandamus pidiendo al nuevo Secretario de Estado que le envíe su nombramiento, el cual ya
estaba sellado. Este pedido, en aplicación de una disposición de la Judiciary Act (equivalente a
nuestra Ley Orgánica del Poder Judicial), llegó directamente a la Suprema Corte.
Al resolver, la Corte (y especialmente Marshall, quien, como señalamos antes, era tanto Chief
Justice del Tribunal como ponente de la causa) resolvió que, aunque era cierto que le asistía un
derecho a Marbury y que este merecía tutela, la ley que habilitaba a la Suprema Corte a resolver
un mandamus como el presentado contravenía lo dispuesto por la Constitución. Más
específicamente, señaló que si bien la Judiciary Act habilitaba a la Corte Suprema para conocer
algunos mandamus en primera instancia (con competencia originaria), dicha competencia legal
resultaba inconstitucional, pues no se ajustaba a lo dispuesto por la Constitución (que disponía
que, salvo algunos pocos supuestos, la Corte Suprema solo ejercía competencia “por apelación”)
En esta línea, y con independencia de la situación de Marbury (a quien finalmente no se le tuteló
el derecho), la Corte sostuvo que la Constitución establecía límites para los poderes públicos, los
cuales no podían ser rasados por estos, prohibición que había sido desatendida por el Congreso al
dar la Judiciary Act. Y lo más relevante: precisó que cuando una ley se opone a la Constitución esta
deja de ser válida y, siendo así, declaró que la ley que establecía la competencia de la Suprema
para que esta resuelva mandamus de manera directa no podía ser aplicada, por ser
inconstitucional.
Con lo anotado, seguramente queda muy claro varios de los aportes que se derivan de esta
sentencia. Uno primero, es que con casos como Marbury vs. Madison la Corte Suprema no solo
afianzó el valor de la Constitución, sino también afirmó su propia legitimidad y poder (de hecho, al
revisar la historia de diferentes tribunales constitucionales, se constata que sus decisiones
iniciales, o también las de ruptura, son decisivas para su fortalecer su legitimidad). En este mismo
sentido es que el caso Marbury, con el paso del tiempo, se ha consolidado como la “sentencia
símbolo” de la judicial review (o del modelo de “control difuso de constitucionalidad”), relegando
a otras decisiones más bien lamentables de la Supreme Court (como la del caso Dred Scott vs.
Sandford), en las que también se declaró la inconstitucionalidad de normas legales, pero que no
abonaron a su engrandecimiento.
En segundo lugar, y esto es lo más importante para la historia del constitucionalismo, es que,
aunque existen antecedentes previos (y tal vez el Bonham Case, resuelto por el juez Edward Coke
en Inglaterra, en 1610, sea el más conocido) esta es la primera vez en que de manera expresa se
somete al poder político –ni más ni menos que a una ley del Congreso– al valor normativo de la
Constitución (Constitución, además, en sentido moderno: es decir, escrita y dada por “el pueblo”).
Ahora bien, tal vez porque hoy día referirnos a la fuerza normativa de la Constitución no genera
ninguna resistencia, puede que no sea tan notorio este último aporte del caso Marbury vs.
Madison al que nos hemos referido. Ante ello, consideramos necesario llamar la atención sobre
que este valor genuinamente jurídico de la Constitución es muy reciente en los países de tradición
legiscentrista (o de Civil Law) como el nuestro, y que el asunto resulta todavía más nuevo si nos
referimos a la aplicación efectiva de la norma magna por parte de los jueces, quienes han sido
considerados hasta no hace mucho como una especie de “poder nulo” frente al poder político.
Por último, creemos que vale la pena destacar que una decisión de tanta trascendencia como la
del caso Marbury vs. Madison, se ha debido, más que a cualquier otra cosa, a la sagacidad y la
persistencia de un juez como John Marshall. En este sentido, el caso Marbury demuestra
suficientemente que a veces los “casos pequeños”, en manos de grandes jueces, pueden dar lugar
a decisiones notables e imperecederas.
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http://www.miguelcarbonell.com/artman/uploads/1/Marbury_versus_Madison.pdf
https://revistas-colaboracion.juridicas.unam.mx/index.php/juridica/article/viewFile/11604/10615
http://www.uca.edu.sv/deptos/ccjj/media/archivo/4fa7a1_03carbonellmarburyvmadisonlosorige
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