Indianismo en La Literatura

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DEL INDIANISMO

Vicente Francisco Torres*

f l interés romántico que despe rtó el mundo indígena americano


en el siglo XIX recibió después, en la prosa narrat iva, una diver-
sidad de aproximaciones que aquí mostraré con unos cuantos
libros mexicanos, haciéndome cargo de qu e son apenas una mues-
tra del gran corpus que posee la narrativa iberoamerica na. Dichos
acercamientos fueron catalogados con diversos nombres, pero en
todos ellos subyace el interés por los va lores de esas culturas. Y
claro, los intereses también son diversos pues van desde la fasci-
nación arqueológica hasta el afán beligerante, que hoy se expresa
en lo que podemos llamar una narrativa india, con toda s las aco-
taciones del caso.
Con César Rodríguez Chicharro podernos decir que, mi entras
la novela indianista - corno la llamó la puertorriqueña Concha
Meléndez- es romántica y pinta los aspectos externos con una
emoción exotista, la indigenista muestra al indio con sus cualida-
des y defectos. "Mientras ésta alude ai radamente a las mi serables
condiciones de vida del indígena, aquélla lo ideali za y lo desc ribe
estilizado y bello. Como la simpatía de los indianistas se traduce
en conmiseración , sus obras casi siempre resultan "sentimenta-
loides, irreales y pueriles".1
La novela indianista, que resulta hi stórica pues toma sus ma-
teriales de cronistas y misioneros tmuy particularmente de los
jesuitas expulsados en el siglo XVIII , con Francisco Xavier Clavi-
jero y su Historia antigua de México a la cabeza), encontró sus
antecedentes filantrópicos en Fray Bartolomé de las Casas. Es-
ta narrativa tuvo acogida como refuerzo del nacionalismo, inten-
sificado a raíz de la Independencia e hi zo una interpretación
utópica de la vida americana pre-colombina. Mediante influencias
como las del vizconde de Chateaubriand, James Fenimore Cooper,

• Profesor investigador del Departamento de Humanidades, UAM -A .


L Cesar Rodríguez Chicharro, La novela indigenista mexicana, Méx ico, Uni-

versidad Veracruzana (Cuadernos del CILL), 1988, p. 15.

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Alexander von Humboldt y Walter Scott, contribuyó al desarrollo
del sentimiento de la naturaleza y del paisaje en la literatura his-
panoamericana. Entre las novelas indianistas, que muestran tem-
plos, ruinas, artes, creencias, vestidos, mercados, elementos ritua-
les, paisajes, historias de amor, evangelización, etcétera, tenemos
varios libros estudiados en el número 5-6 de América sin nom-
bre, como Jicotémcatl (1826), atribuida a José María Heredia,
Guatimozín, último emperador de México (1846), de Gertrudis
Gómez de Avellaneda, Los mártires del Anáhuac (1870), de Eli-
gio Ancona, y Doña Marina (1883) de ¡reneo Paz, el abuelo de
nuestro poeta. Es pertinente señalar que la fascinación histórica
no desaparece con el paso de los años, sino está ahí siempre, como
un imán, para alimentar La aventura equinoccial de Lope de
Aguirre (1967), de Ramón J. Sender, o Malintzin (1964), en donde
Miguel Ángel Menéndez recurre a la narración para hacer un
ensayo biográfico y cultural de tan vilipendiado personaje.
En suma, mientras la novela indianista se refiere a la época
precolombina, al periodo de dominación española y exalta el es-
plendor de las culturas prehispánicas y la bondad de los misione-
ros, aunque a menudo cuestiona la crueldad de los conquistado-
res; la indigenista, más cerca de nosotros y más lejos de la referencia
histórica, destaca la pobreza en que han vivido los nativos antes,
durante y después de la Revolución de 1910.
Chicharro designa como novelas de recreación antropológica
a las obras que muestran un deseo de reivindicación social, pero
además señalan los obstáculos que el indio tiene que salvar pa-
ra aprender la lengua nacional, para rechazar la superchería y
para superar calamidades como el alcoholismo. Estas novelas de
recreación antropológica son producto de una investigación no
sólo documental, sino de campo, a tal grado que obras como Juan
Pérez Jolote y Los hombres verdaderos (ésta segunda, de aútor
salvadoreño avecindado en Veracruz) son los relatos que de sus
vidas hacen los mismos indígenas. ...
A las categorías que plantea el maestro Chicharro tendríamos
que agregar una narrativa "indígena" que encontramos en las re-
copilaciones de Carlo Antonio Castro (Narraciones tzeltales de
Chiapas, 1965) y Lilian Scheffer (La literatura oral tradicio-
nal de los indígenas mexicanos, 1983), y los textos que, en la dé-
cada de los setenta, publicaba el suplemento Nuestra Palabra, del
desaparecido diario El Nacional.

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El profesor Lancelot Cowie, en su libro titulado El indio en
la narrativa contemporánea de México y Guatemala (Instituto
Nacional Indigenista, 1976) acuñó la expresión " indigenismo
cultural" para designar obras no costumbristas ni de denuncia, si-
no recreaciones de mitos y leyendas que ponen especial énfasis en
.el tono poético con que están contadas.
A estas alturas no podemos omitir libros que han abrevado en
las fuentes tradicionales para dar una nueva visión de esos temas
y personajes. Cuando digo esto me refiero a Benzulul (1959), de
Eraclio Zepeda, y a De Zitilchén (1981), de Hernán Lara Zavala,
que podrían definirse como neoindigenistas pero que, por la mo-
dernidad de sus tratamientos formales, resulta más conveniente
mantenerlas como literatura sin adjetivos.
En las novelas indigenistas el indio aparece como un peón mi-
nado por las enfermedades, el hambre, la pobreza, el alcoholismo,
los curas y la ignorancia. Es víctima de tinterillos, soldados, po-
líticos y hacendados que lo mantienen atado a las tiendas de raya
y a las deudas hereditarias. Ante esto los novelistas vieron en la
educación una probable salida.
Los centenares de cuentos y novelas estudiados por Lancelot
Cowie dicen que el mundo indígena es una mezcla de magia, su-
perstición y ritos paganos y muestran las costumbres, va lores, ce-
lebraciones y conocimientos. Su religiosidad es a un mismo ti em-
po animista, panteísta y politeísta, y hechos como el nacimiento,
el matrimonio y la muerte sirvieron para hacer amplias descrip-
ciones costumbristas.
El escritor de este tema vio al curandero como producto de la
superstición y la ignorancia y concluyó que si el indígena qui e-
re progresa r, debe descartar sus métodos empíricos y recu rrir a
la ciencia.
Las relaciones entre ladinos e indios siempre fueron de some-
timiento, hostilidad y violencia sexual. Aquéllos formaron un
triunvirato (policías-recaudadores, hacendarios-acaparadores o re-
gateadores) para la explotación en fincas, ingenios y pueblos.
Antes de hacer una breve visita a algunas de las novelas indi-
genistas mexicanas más reconocidas, quiero recordar que, a nivel
continental, son tres las novelas fundadoras del indigenismo, de la
forma beligerante de mostrar los padecimientos de los aborígenes.
Ellas son: Aves sin nido (1889), que plantea descarnada mente los
problemas del habitante de los Andes y le costó el exilio bonaeren-
se a la peruana Clorinda Matto de Turner; Raza de bronce (1904

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y 1919, según sus dos versiones) del boliviano A1cides Argue-
das, cuyamano paisajística no declina aún en la narrativa de
nuestros días; y Plata y bronce (1927), del ecuatoriano Fernando
Chaves, que incide en el estereotipo de la india enamorada del
amo blanco, descendiente de españoles (él es la plata y ella el
bronce). Es también la novela indigenista contra el indio, la que
critica los vicios del aborigen, como el alcoholismo, y pondera las
bondades del hijo del peninsular.

Narrativa indigenista

Contemporáneo de Jorge Icaza, Gregorio López y Fuentes fue el


primero que abordó en México, literariamente, los problemas de
los grupos indígenas. Atisbos de ese interés estaban en Campa-
mento (1931) y Tierra (1932), pues como sabemos "La narrativa
indigenista surge en sus comienzos como un desprendimiento
natural de la novela de la Revolución".2
El lirismo es un elemento de primer orden porque se pone al
servicio de minuciosas descripciones que exaltan la vida serrana
de los nahuas en armonía con la naturaleza y pintan con rasgos
oscuros y torvos a los enemigos de los grupos autóctonos: los
mestizos y los blancos que los explotan en sus fincas o mediante
leguleyos y politicastros; el clero los amedrenta y fanatiza para que
aporten dinero y construyan iglesias.

Cuando López y Fuentes expone costumbres y creencias, no las


idealiza , sino las muestra como algo ancestra l pero dañino, pues los
voladores, por ejemplo, se matan porque suben al mástil alcoholi-
zados; la herbolaria antiquísima es eficaz, pero el poder de los brujos
y las supersticiones resultan nocivos.

La novela indigenista casi nunca negó que tuviera tesis, y López


y Fuentes sostiene dos: en 1930, los indígenas padecen los mis-
mos sufrimientos que comenzaron en el siglo XV I, cuando los con-
quistadores los atormentaban para que entregaran oro, les roba-
ban a sus mujeres y destruían sus templos para construir, con esas
piedras, catedrales y edificios del gobierno impuesto. De aquí se

1 Sylvia Bigas Torres, La narrativa indigenista mexicana del sigloxA'. México.

Universidad de Puerto Rico-Universidad de Guadalajara, 1990, p. 53.

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desprende el segundo aserto de López y Fuentes: el contacto de
los indígenas con los mestizos es dañino, pues con todas sus limi-
taciones, los naturales viven mejor que si son incorporados al
progreso. y de la Revolución mejor ni hablar puesto que también
cobró su cuota de sangre.
No puede negarse que El indio está marcado con muchas pa-
rrafadas doctrinales, pero contra ellas pugna un trabajo con el
idioma y con el paisaje3 amén de una serie de cuadros plásticos
y la exaltación de algunas virtudes propias de la civilización pre-
colombina, como el interés por la comunidad y la autoridad mo-
ral de los ancianos generosos.
La bruma lo vuelve azul (1954) y El canto de la g rilla (1 952 ),
de Ramón Rubín, tienen como personajes a los indios nayaritas y
muestran el contraste entre los valores indígenas y los que cono-
cemos como occidentales o "mexicanos", según expresión de los
mismos protagonistas.
En La bruma lo vuelve azul observamos el papel que, sobre
todo durante el mandato de Lázaro Cárdenas, desempeñaron los
internados indígenas: reclutaban - los huicholes pensaban que para
engordarlos y después comerlos- a los muchachos para enseñarles
un oficio. Pero los jóvenes, en lugar de reintegrarse a sus pue-
blos para difundir lo aprendido, malbarataban sus herramientas, se
avergonzaban de sus orígenes y se dirigían a las ciudades a men-
digar o a convertirse en delincuentes.
Como podrá verse, esta novela de Rubín sigue teniendo vigen-
cia porque el mismo método de traer a los indígenas para que
estudien en las ciudades, con los resultados y.a conocidos, se repite
hasta nuestros días.
En El canto de la grilla se destaca el sentido de comunidad
que impera entre caras y huicholes frente a la marcada tenden-
cia hacia la propiedad privada que se da entre los avecindados de
las ciudades.
l "V la noche se derrumbó sobre el caserío. Desapareció el verde lejano de las

serranías, las que se recostaban sobre el cielo. Las casas se convirtieron en par-
dos conos, sin más seí'luelo para los ojos que la luz de los fogones rayando ver-
ticalmente las junturas de las empali zadas. Anocheceres tristes de ranchería indí-
gena; bultos gri ses, en cuclillas, a la puerta de las casas. Mujeres que ya vuelven
del pozo, con la tinaja en la cabeza. Aplaudir sordo de las que hacen las IOrt illas.
El nii\o, somnoliento, que llora incansable porque la madre no lo aúpa. Lejos, el
grito de la gallina de monte y el ladrar del perro milpero. En las goteras de las
casas, el vuelo curvi lineo de los murciélagos", Gregorio López y Fuentes, El in-
dio, México, Editorial Novaro, 1956. p. 18.

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El callado dolor de los tzotziles (1949) plantea el choque de dos
civilizaciones que, al enfrentarse, envuelven a sus protagonistas
en una verdadera tragedia: José Damián repudia a su mujer por-
que es estéril y, en lugar de buscar la procreación con otra compa-
ñera, deja su aldea serrana para ir a buscar trabajo en las hacien-
das que son propiedad de extranjeros. criollos o mestizos.
En una plantación cafetalera, un ladino, que conoce la venera-
ción que los chamulas tienen por los borregos, le ofrece trabajo
como matarife sólo para mirar morbosamente la disyuntiva en que
se debate el indígena: tiene que elegir entre morirse de hambre o
quebrantar sus creencias ético religiosas.
José Damián, que empieza sacrificando borregos porque no
tiene alternativa, se precipita en el alcoholismo y acaba por esta-
blecer una relación enfermiza con una prostituta. Pero tiempo
después, al darse cuenta de la degradación en que lo ha sumido
el mundo ladino, vuelve a su aldea pero ya nada es igual pues el
alcoholismo lo ha hecho su presa, se volvió pendenciero y no pue-
de librarse de la extraña fascinación de matar que le dejó su em-
pleo de carnicero. José Damián es un personaje trágico y comple-
jo si observamos el vértigo que siente por la sangre y los estertores
de los rumiantes frente a sus creencias religiosas.
Tal como ocurrió con la narrativa histórica, a la novela indi-
genista se le exigió veracidad,· olvidando que la novela no es un
testimonio antropológico sino una obra de ficción.

César Rodríguez Chicharro dijo que si los tzotziles se casaban con


mujeres estériles, tenían derecho a tomar otras, y que el borrego no
posee el carácter sagrado que le atribuye Rubín. Pero las cosas
no estaban planteadas tan tiránicamente como pretendía Chicha-
rro: José Damián simplemente no quiso otra mujer, y el hecho de
que identifique al borrego con el cordero de Dios, no deja de tener su
explicación perfectamente lógica.

En Cuando el Táguaro agoniza (1960), Rubín retnitó los desiertos


sonorenses de la década de los 40, cuando los indios pápagos y
pimas se mezclaban con mestizos y gringos que buscaban pol-
vo y pepitas de oro. Esta obra describe los desiertos y su pobla-
ción flotante constituida apenas por los gambusinos soñadores,
los vendedores de agua y de bacanora, el dueño de la romanita

• César Rodríguez Chicharro, op. cit., pp. 130-132.

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que cobra en polvo de oro sus servicios de pesaje y una que otra
prostituta derrengada.
Como en todas las novelas del autor, el costumbrismo ocupa
un lugar importante: hábitos alimenticios, viejas costumbres nup-
ciales y, sobre todo, sabremos que el Táguaro es una vieja danza
mágica que los pápagos efectuaban antes de enfrentarse a los
apaches, ese grupo que ha quedado casi al margen en las novelas
y cuentos mexicanos.
Es interesante que Rubín rescate la flora y la fauna (alimañas,
huizaches, árboles de palo fierro) de esa zona de la República que
ya entonces sufría la influencia estadounidense, pues ¿qué podría
ser más tragicómico que una murga de pápagos interpretando un
fax IrOI?
En Cajeme (1948), se combinan la novela histórica y la indi-
genista. Su personaje central es José María Leyva Pérez, indio
que nació en Hermosillo en 1837 y recibió el sobrenombre de
Cajeme por la supuesta crueldad que se le atribuía: Cajeme, en
lengua yaqui, significa "sin hígados". El autor, Armando Chávez
Camacho, conforme avanza la novela, va indicando los libros de
historia en que se basó para desarrollar los di stintos episodios de su
novela. Armando Chávez Camacho se propuso historiar la derrota
de Cajeme por las tropas ladinas porque en él cristalizaba la lu-
cha de 300 años que ópatas, mayos, yaquis, pi mas. pápagos y serÍs
sostuvieron contra distintos invasores. Pero junto a la biografía
del caudillo, el autor proporciona muchos datos antropológicos so-
bre los grupos mencionados y una diversidad de anécdotas que
llegan a convertirse en verdaderos cuentos independientes.
Para entregar el caudal de costumbres y creencias, Chávez
Camacho crea un personaje jorobado que va recorriendo di versos
pueblos en busca de Cajeme. y así, COIl todo lo que el jorobado va
mirando y oyendo, se forma la historia de las luchas de los indí-
genas y nos enteramos de algunas de sus costumbres, como por
ejemplo, su modo de preparar veneno para las flechas. También
utilizaban el otro procedimiento que consiste en matar una res,
sacarle los hígados, meter éstos en una olla y echar allí, vivos, mu-
chos ciempiés, tarántulas y otros insectos venenosos para que, ha-
ciéndolos enojar, piquen el hígado y dejen allí su ponzoña. "Aque-
lla masa informe debía ponerse luego a corromper y en seguida
bañar con ella la puntiaguda arma."5

s Armando Chávez Camacho. Caj eme. Hermosillo. Gobierno del Estado de


Sonora, 1948. p. 209.

Vicente Francisco Torres 339


Incluso el jorobado es el único que observa cómo muere Ca-
jeme bajo el pretexto de la ley fuga, que no es ley, sino exactamen-
te la violación de la ley, como afirma el autor.
Entre todas las anécdotas que corren paralelas a la biografía
de Cajeme, destaca la de Lola Casanova, una criolla que se hizo
esposa de un indio seri (Coyote-Iguana), vivió con los indios y lle-
gó a ser su reina. Este tema tan sugerente fue explotado al mis-
mo tiempo por Francisco Rojas González, quien en 1947 publicó
su novela Lola Casanova. Es indudable que no puede hablarse de
influencia o plagio porque Chávez Camacho presentó su novela
en 1947 a un concurso del diario El Nacional.
Nayar(194 1), de Miguel Ángel Menéndez, es un libro que reco-
ge muchos datos antropológicos sobre los indios coras y huicho-
les y entrega algunas estampas de la guerra cristera, pero como
construcción novelesca falla por su desproporción. Sylvia Bigas y
Rodríguez Chicharro coinciden al afirmar que en Nayar hay dos
libros: el primero es el que narra la huida de Ramón Córdova y su
amigo el recaudador de Hacienda. Ellos van a través de la selva
y de las salinas hasta que se integran a un grupo de coras entre
quienes vivirán. Esta experiencia nutre la novela con datos so-
bre festividades y creencias religiosas. Hay alegatos contra el cle-
ro opulento que convive con los indígenas paupérrimos. Como El
indio, Nayar contiene varios relatos independientes, pero no sólo
esto; su minuciosidad y todo el fárrago antropológico desbordan
cualquier forma, a despecho del hálito poético que se cierne so-
bre sus mejores páginas: "¡Boca del Azadero! ¡Río Santiago ! Padre
y Señor de cauce ancho, que vives a saltos, estirando y encogiendo
el encaje de tu espuma; que te echas al seno los paisajes, los rie-
gas, los dispersas y los juntas de nuevo, soberbio y voluntarioso,
para entregarlos aquí con suave majestuosidad".6

Obras de recreación antropológica

Aunque Juan Pérez Jolote apareció en septiembre de 1948 en Acta


Anthropológica, no fue sino hasta 1952 cuando lo publicó el Fon-
do de Cultura Económica, que comenzó a ser valorado:

• Miguel Ángel Menéndez, Nayar, México, Populibros La Prensa, p. 58.

340 Tema y variaciones de literatura 32


Juan Pérez Jolote es una novela de recreación antropológica. En ella
no se alude al pasado más o menos remoto y más o menos fe liz de
una determinada comunidad indígena (novela de reconstrucción ar-
queológica) ni tampoco se idealiza románticamente a un ind io o a
una india. Juan Pérez es un tzotzil que nos refiere, ruda y emotiva-
mente, su vida. Los sucesos de su azarosa existencia, insistimos, tie-
nen un marcado carácter novelesco. Es la suya, la de Jolote, una no-
vela memoriali sta, autobiográfica. Es lo que los antropólogos ll aman
una hi storia de vida. El libro que Juan Pérez Jolote le dictara a Ricar-
do Pozas, es el primero en su género que se ha escrito en México.1

A mi juicio, esta acertada caracterización del maestro Chicharro


merece ser matizada por cuanto que es precisamente por su ca-
rácter novelesco que se salva de ser una larga entrevista que sólo
tendría va lor para los antropólogos. Juan Pérez J% le tiene ele-
mentos picarescos porque, acosado por los golpes de su padre, se
ve obligado a permanecer con varios amos (incluido el ejército, ya
sea ca rrancista, delahuertista o villista), y a protagoni zar diver-
sas aventuras - la Revolución es la mayor de ellas- a través de va-
rias fincas, diversos empleos, la cárcel, y de los estados de Aguas-
calientes, Zacatecas, Puebla, Oaxaca, Veracru z, Hidalgo y el Dis-
trito FederaL Juan Pérez Jolote comparte con José Damián, el pro-
tagonista de E/ callado dolor de los Izolzi/es, el problema del de-
sarraigo y el enfrentamiento con el mundo ladino, pero mientras el
informante de Pozas salva los obstáculos y logra reintegrarse a su
comunidad, el personaje de Rubín, a pesar de haber protagonizado
hechos menos sangrientos que Jolote, se precipita en un abismo.
A nivel informativo, Jolote habla del chu/el, del ser tutelar que
trabajará Eraclio Zepeda en su cuento "Benzulul". Y aqu í vuelvo
al matiz del que hablaba antes: El callado dolor de los Izo/zi/es y
"Benzulul" son textos imaginativos que no descuidan la tensión
dramática, mientras que Juan Pérez J%le, entre las pág inas 80 y
106 proporciona escuetamente datos de interés sociológico. Sólo
al final, cuando Jolote concluye su relato y dice que ya tiene los
síntomas del alcoholismo que malaron a su padre, uno piensa en
la circularidad formal , aunque Chicharro nos informa que, cuando
el libro apareció en el Fondo de Cultura Económica, Jolote lo
mostraba con orgullo a sus amigos.

1 César Rodríguez Chicharro, op. cit., p. 122.

Vicente Francisco Torres 3.... '


Los hombres verdaderos (1959), de Cario Antonio Castro,
es un "relato de vida" que comparte algunas preocupaciones con
El cal/ado dolor de los tzotziles y Juan Pérez Jolote, como el al-
coholismo, las supercherías. la fe en el Labo, animal tutelar, el des-
pojo de las tierras comunales que los ladinos llevan a cabo $ racias
a una legalidad de papel y el trabajo pagado miserablemente en
las fincas. Ni el tzotzil de Pozas ni el tzeltal de Castro tienen una
infancia risueña; ambos deben trabajar desde niños. Como Rubín,
en La bruma lo vuelve azul, Castro aborda el problema de los
internados indígenas y tiene la oportunidad de recoger, de labios
de su informante, la narración de una visita que Lázaro Kártinas, el
peserente, hizo al internado de Amatenango: " ¡Qué poderoso era!
Serio, con bigote tupido pero pequeño, su mirada deCÍa mucho a
la nuestra. ¡Cuánto se parecía a uno de los viejos túnel de Oxchuc,
compañero de mi abuelo!".¡ Si el personaje de Pozas llega a cono-
cer los trenes y los rifles, el de Castro conocerá el cine.
Carla Antonio Castro, como buen antropólogo y hombre de
letras, no olvida que la historia de su informante se enmarca en
una tradición y por eso consigna relatos etiológicos como los
que ya estaban en el Popol Vuh: "Viéndolos así, y comprendien-
do que ellos dañaban su trabajo, los persiguió el xutil. Primero
agarró a T'ul; teniéndolo en sus manos, le cortó la trompita; por
eso el conejo lleva partidos los labios."9
El antropólogo Roberto Williams García, en el prólogo que
hi zo para Los hombres verdaderos, nos ha dicho en dónde estriba
la singularidad de la obra: es la única novela que capta la intimi-
dad de un grupo indígena porque su personaje se expresa en tzel-
tal y el escritor lo traduce al castellano.

Indigenismo cultural

El primer trabajo de lo que Lancelot Cowie denominó indigenis-


mo cultural fue La tierra del fa isán y del venado (1922), en don-
de Antonio Mediz Bolio quería, seg ún una carta dirigida a Al-
fonso Reyes

~ Ca rIo Antonio Ca stro, Los hombres verdaderos. 2a. ed .• México, Universidad


Veracruzana (Ficción), 1983, p. lOO
9 Ibídem , p. 41 .

342 Tema y variaciones de literatura 32


Hacer la estilización del espíritu maya, del concepto que tienen to·
davia los indios de sus orígenes, de su grandeza pasada, de la vida,
de la divinidad, de la naturaleza, de la guerra , del amor, todo dicho
con la mayor aproximación posible al genio del idioma y al estado de
ánimo en el presente. Le repito, para explicarme, que he pensado el
libro en maya y lo he escrito en castellano. He hecho como un poeta
indio que viviera en la actualidad y sintiera, a su manera peculiar,
todas esas cosas suyas. Los temas están sacados de la tradición , de
huellas de los antiguos libros, del alma misma de los indios, de sus
danzas, de sus actuales supersticiones (restos vagos de las grandes
religiones caídas) y, más que nada, de lo que yo mi smo he visto, oído,
sentido y podido penetrar en mi primera juventud, pasada en me·
dio de esas cosas y de esos hombres. 10

La obra consta de una introducción, siete libros y una especie de


epílogo. Allí se habla de los hombres que edificaron las grandes
ciudades con sus majestuosas construcciones, del origen del
hombre (quien fue hecho por Dios con heno y barro), del secuestro
de la princesa Sac-Nicté por Canek, de la leyenda del príncipe
Nazul y de la historia fantástica del rey enano, que fue hijo de una
bruja. Encontramos también la descripción de algunas danzas, la
recreación del mito de la Xtabay y varios relatos sobre animales,
árboles y flores.
El tono poético llega a ser empalagoso pero encontramos lo
que hoy podría ser un cuento fantástico humorístico, el relato del
rey enano que, por lo demás, es el mejor narrado. Cuando la emo·
ción y el lirismo son más contenidos, encontramos lo mejor del
libro. Por ejemplo, cuando habla de la tortuga, símbolo de la pru·
dencia y la humildad, leemos:

Quien la mata de intento hace gran daño y comete delito ante el


espíritu de arriba. Cuando ella muere de sí misma , está bien fabricar
adornos de su preciosa concha vacía y poner en ella una cuerda ten-
sa, para hacer música santa.
En los grandes tiempos del Mayab la tortuga fue esculpida en las
cornisas y en las puertas de los templos.
Era como una palabra de los dioses que los hombres sabian entender. "

10 Antonio Mediz Bolio, La tierra de/faisán y de/ venado. Méx ico. Ediciones

Botas, 1965, p. 14.


11 Ibídem , p. ISO.

Vicente Francisco Torres 343


Con Los hombres que dispersó la danza (I929) Andrés Henestro-
sa hi zo el Popol Vuh zapoteca. Dice Ernesto Mejía Sánchez:

Parece cosa de leyenda que el niño indio y desvalido, que hasta los
catorce años sólo sabía expresarse en la lengua de su raza, haya po-
dido, tras ávidos y cruentos años de ap rendizaje, con rapidez inigua-
lada , esc ribir en nítido español el Popol Vuh de su nación indígena ... 12

Se trata de un conjunto de leyendas zapotecas que el autor conoció


en su infancia y resumen la mitología antigua y mestiza del istmo
de Tehuantepec.
A diferencia de 10 que hicieron CarIo Antonio Castro y Ricardo
Pozas, Henestrosa no se conforma con recoger hi storias que an-
daban de boca en boca, sino las somete a un trabajo literario:

La mitad del material con que están compuestas estas leyendas fue
inventado por los primeros zapotecas. La otra mitad la inventé yo.
Inventé, también, una manera de narrarlas. Hice algo más: di unidad
a ese material, ante s disperso. Pero quizá lo único personal que halla
aqu í sea eso: la manera de contar estas mitologías.B

En Canek (1940), tercera y última obra del indigenismo cultural,


Ermilo Abreu Gómez rescata la fig ura histórica de Jacinto Canek,
quien en 1761 encabezó una rebelión contra los dominadores. El
caudillo fue derrotado y quemado vivo, y sus seg uidores ahorca-
dos o desorejados, pero Abreu Gómez, en lugar de darle un trata-
miento épico a ese episodio lo envolvió en un lirismo con deste-
llos filosóficos.

Narraciones indígenas. Neoindigenismo

Estamos lejos de contar con una literatura indígena, esto es, aque -
ll a que esté escrita por indígenas, lo cual, dado nuestro mesti zaje,
ya es mucho pedir. Sin embargo, hay publicaciones que preten-
den recoger relatos más o menos puros, como Nuestra Palabra,
suplemento de El Nacional y La literatura oral tradicional de
los indígenas de México. En ambas fuentes hallamos relatos cos-

12 Andrés Heneslrosa , Obra completa. México. Editorial Novaro, 1973. p. 9.


Il lbidem , p. 113.

344 Tema y variaciones de literatura 32


mogónicos, mitológicos, etiológicos, fantásticos, ejemplares y tes-
timonios diversos que no tienen una intención literaria segú n la
entendemos hoy.
Los hombres verdaderos y su trabajo de lingüista llevaron a
Carla Antonio Castro a recopilar las Narraciones tzeltales de Chia.
pas, porque tenía la intención de que los personajes hablaran en
tzeltal y fuesen comprendidos en español por el lector. Desgracia-
damente, todo se quedó en la fidelidad al dato antropológico sin
que pudiera entregarnos un conjunto de narraciones artísticas, con
una historia bella, ingeniosa o interesante.
En el terreno de lo que podríamos llamar narrativa indígena,
destacan los casos de dos autores chiapanecos.
El primero de ellos es el antropólogo Jesús Morales Bermúdez,
quien después de adquirir una formación universitaria mestiza,
fue a vivir cuatro años entre los chales y dos entre los tseltales y
salió de la selva y de la sierra dueño de dos lenguas más, que le
permitieron expresar en castellano el mundo indio con una es-
critura peculiar, lírica, mesurada y enriquecida con giros de las
lenguas autóctonas, que impresionó muy gratamente a los lectores
de Memorial del tiempo o vía de las conversaciones (1987) y
Ceremonial (1992) .
Josias López GÓmez. en La aurora lacandona, entrega un pu-
ñado bilingüe (español- tseltal) de relatos, mezcla de admoniciones,
mitos, leyendas. fábulas y cuentos realistas y maravillosos. Bajo
las tramas que se construyen con imaginación y no idealizan a los
lacandones que roban, traicionan y asesinan, corre una idea que
dominó el mundo pre-colombino: el hombre es un elemento más
de la naturaleza, no su dueño tiránico. De aquí que la cacería sólo
sirva para procurar el sustento; lo demás es matanza. Los habitan-
tes de la selva sirven unos a otros y, !'i el hombre depreda , rompe
el equilibrio de la vida (o de los ecosistemas, dirían los biólogos)
Como la literatura siempre es sensible a los cambios de la rea-
lidad, en los textos de Josías López ya hay señalamientos contra
el desarraigo y contra el cambio de los hábitos lacandones mile-
narios por los usos del mesti zo. Los turistas ecológicos, los fotó-
grafos y los antropólogos son caterva con la que es preciso con-
vivir, pero eso no significa que deba entregárseles el sentido de los
ritos más íntimos, tal como vemos en "Caminos separados", que
bien funciona como un discurso de resistencia contra el consumis-
mo ladino y como una invitación a mantener, reverencialmente, las
conductas ante lo sagrado.

Vicente Francisco Torres 345


Con plena conciencia artística, Josías López cierra el volumen
con una suerte de cuento histórico que relata cómo los grupos que
hoy conocemos como lacandones fueron empujados desde zonas
como Bonampak hasta lo profundo de la selva. Paradojas del arte:
la portada de La aurora lacandona es una fotografía de Gertrude
Duby, quien ganó fama internacional por las miles de tomas que
hizo de la selva lacandona y sus habitantes.

El inevitable B. Traven

Llegamos aquí a uno de los planteamientos que siempre suscitan


polémica. ¿Pertenecen a la literatura mexicana las novelas de B.
Traven que tienen tema mexicano y fueron escritas en nuestro
país? Digamos que son obras indisolublemente unidas a la reali-
dad mexicana y que sin la presencia de sus autores en México esos
libros no existirían. La lista puede encabezarla Malcolm Lowry
con Bajo el volcán, y podemos continuar con El poder y la gloria,
de Graham Green, o México. tierra india, de Jacques Soustelle.
Sin pretender apropiarnos de glorias pertenecientes a la literatu-
ra de otras lenguas, es preciso mencionar la obra de Traven en
todo recuento sobre el mundo indígena mexicano, y yo no he de
ser quien lo omita en un recuento como el que estoy desarrollan-
do. Sólo que en lugar de repetir lo que muchos colegas ya han
señalado, quiero enfocar al escritor alemán bajo el tema de la selva
y ponerlo en relación con un escritor prácticamente desconocido,
Pablo Montañez, hijo de madereros chiapanecos quien fundió en
una obra dispareja pero lírica y poderosa, la novela telúrica, la
histórica y la indigenista. Sé que una obra es literariamente valio-
sa, se apegue o no a la realidad, en función de su elaboración
estética y no confcrme a los criterios de veracidad. Sin embargo,
la tesis de Montañez sobre Traven es provocadora porque ambos
tienen el mismo escenario narrativo y Montañez afirmó que Tra-
ven escribía de lo que no había visto. Y Jan de Vos fue muy lejos
al suscribi rlo, después de señalar que ambos autores tienen en co-
mún la problemática de monteros y chicleros:

Están en primer lugar los seis volumenes del Ciclo de la caoba,


escritos por 8. Traven y publicados originalmente en alemán (1931-
1940). Dieron fama mundial a su misterioso autor, aunque éste no
escribía precisamente desde experiencias propias sino que las to-

346 Temo y variaciones de literatura 32


maba prestadas de otros. Yen este proceso de préstamos no pudo del
todo esconder su falta de conocimiento, tanto del mundo indígena
como del ambiente selvático. Es el tabasqueño Pedro Vega Martínez
(seudónimo de Pablo Montañez) el que tiene el mérito de haber es-
crito la primera genuina epopeya con el título Lacandonia (1961). 14

Final

Mucho se ha ironizado sobre la narrativa indigenista: se dice que


para qué se escribe esa literatura que los indios no pueden leer,
que la mueve un afán espurio y otras cosas por el estilo. Ese gran
mago del verbo que se llamó Luis Cardoza y Aragón, al escribir
la biografía de Miguel Ángel Asturias, apuntó unas palabras que
hablan de la vigencia de esta narrativa:

Las novelas indigenistas han casi desaparecido y se les lee poco. La


lucha indígena por el contrario está más viva que nunca . La actuali-
dad de la lucha les confiere cierto injusto arcaísmo a las novelas. La
realidad de los genocidios aleja lo pintoresco y tiende a distraernos
de lo concreto. ¿Por qué no lo concreto y también lo mítico? IS

En México, el movimiento insurgente chiapaneco muestra que


estamos muy lejos de haber cumplido las demandas en pro de los
pueblos indios que, por primera vez en América, enarbolara Fray
Antonio de Montesinos en Santo Domingo, en el año 1511 , para se r
exactos. De ahí que la novela indigenista combativa esté muy le-
jos de haberse convertido en una antigualla. De ahí el sentido de
las líneas expuestas ante ustedes ...

14 Jan de Vos, Una tierra para sembrar sueños. Historia reciente de la selva

lacandona , México, Fondo de Cultura Económica / Cl ESAS, 2002, p. 363.


IS Luis Cardoza y Arag6n, Miguel Angel Asturias. Casi novela. México, Edi-

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Vicente Francisco Torres 347


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