Francisco Romero - Filosofía de La Persona
Francisco Romero - Filosofía de La Persona
Francisco Romero - Filosofía de La Persona
Filosofía de la persona
1935
El problema es la doble naturaleza del hombre, que por un lado apunta a lo contingente, lo
que satisface sus apetencias naturales, y por el otro se orienta fuera de lo individual, hacia
lo objetivo y universal. A estas dos caras de nuestro ser, denominamos psique a la primera y
espíritu a la segunda.
El espíritu es la forma más reciente de la realidad (nace con la historia) y posee la debilidad
de un recién nacido. Es fácil aplastar a un recién nacido, pero no negar que existe. El
espíritu vive y se alimenta de la psique, pero es irreductible a ella.
El animal no posee un mundo, posee un medio ambiente. El hombre, gracias a su espíritu,
puede objetivar su contorno y convertirlo en mundo otorgándole significación propia e
independiente. (Scheler) Así también, el hombre se orienta hacia otras formas de
objetividad: hacia los valores. La esencia de estos es valer, mostrar cierta dignidad,
objetivamente, sin referencia a ningún impulso individual.
La marcha de las formas inferiores hacia las superiores se nos presenta como progresiva
unificación. La persona es unidad, pero también es voluntad de unidad: autoposesión,
autodominio. De este unidad derivan dos exigencias: deber de conciencia y deber de
conducta. El deber de la conciencia nos impone poseernos intelectualmente, sabernos. El
autoconocimiento se extiende hasta convertirse en exigencia de conocimiento total. Este
deber corrobora la propia naturaleza del espíritu que es el poder des-individualizar. Ciencia
y filosofía buscan la verdad porque son actividades en cuanto encarnamos el espíritu. Son
tareas infinitas que nos aproximan a una realidad infinita.
El deber de conducta nos impone obrar como personas. Ello supone impedir que a los
impulsos que se manifiesten por su cuenta, sin orden, ni norma.
El individuo actúa según su naturaleza. La persona se determina por principios, por puros
valores.
Por su esencia, los valores están fuera del tiempo, pero el espíritu humano que los descubre
sí está en el tiempo. Pueblos históricos han ignorado ciertos valores que ahora se nos dan
como evidentes. El espíritu de ellos carecía del órgano adecuado para captarlos. La
afirmación de los valores es esencial a la persona, pero ella participa de la relatividad
histórica del espíritu. No puede afirmar sino los valores que entran dentro de su campo
visual. Los valores en cuanto afirmados históricamente por el hombre, dan lugar a los
complejos valiosos que llamamos bienes y componen el mundo de la cultura. El espíritu
crea la cultura, pero a la vez es sostenido y alimentado por ella. Pero la cultura también
presenta un obstáculo para el espíritu, ya que los bienes logrados quieren imponer su estilo
a los venideros.
El individuo establece con su contorno y con los demás individuos únicamente relaciones
de hecho. La persona, en cambio, se interesa por lo que deber ser, en tanto para estimar lo
que es como para aspirar a los que no es todavía.
Persona y trascendencia
Ensayos, Montevideo, marzo 1937
El presente inviolable
Cuadernos Americanos, México, enero-febrero 1943