El Circulo Victimal

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Grado en Criminología 2014-2015

El “círculo victimal”
en la victimización
sexual infantil
Autora: Ainara Jauregui Sansinenea

Trabajo de Fin de Grado


Grado en Criminología 2014-2015
Euskal Herriko Unibertsitatea / Universidad del País Vasco
EHU / UPV

Dirigido por Gemma Varona Martínez


El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

ÍNDICE
I. INTRODUCCIÓN
1. Interés social y académico ................................................................................... 5

2. Objetivo general, marco teórico, metodología, estructura y desarrollo............... 6

II. CONTEXTUALIZACIÓN
A) Marco teórico: ¿Qué es la Victimología del desarrollo? ..................................... 8

B) Victimización sexual infantil:

1. Definición y mitos sobre el abuso sexual infantil........................................... 8

2. Factores de riesgo ......................................................................................... 12

3. Tipologías de victimización.......................................................................... 14

4. Tipologías de víctimas .................................................................................. 18

5. Impacto victimal ........................................................................................... 20

C) El “círculo victimal”, de víctima a agresor:

1. ¿Cómo llega un sujeto a cometer agresiones sexuales? ............................... 25

2. Perfiles de agresores sexuales infantiles ....................................................... 32

III. TRABAJO DE CAMPO


1. Objetivos específicos del trabajo de campo en relación con las fuentes
utilizadas ...................................................................................................................... 35

2. Detalle sobre las fuentes utilizadas: sus posibles limitaciones .......................... 36

IV. PRESENTACIÓN Y ANÁLISIS DE LOS RESULTADOS


A) Análisis de las sentencias condenatorias por abusos sexuales a menores
emitidas por la Audiencia Provincial de Gipuzkoa y el Juzgado de Menores de San
Sebastián entre los años 2004-2014............................................................................. 39

1. Tipologías de victimización............................................................................... 40

1.1 Modalidades o tipos de abusos ................................................................. 41

1.2 Ámbito de los abusos ................................................................................ 48

2. Tipologías de víctimas:

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Ainara Jauregui Sansinenea

2.1 Sexo de las víctimas .................................................................................. 88

2.2 Edad de las víctimas.................................................................................. 91

3. Duración de los abusos ...................................................................................... 93

4. Tipologías de agresores:

4.1 Sexo de los agresores ................................................................................ 96

4.2 Edad de los agresores ................................................................................ 98

4.3 Perfil psicológico ...................................................................................... 99

A.1) Análisis de los antecedentes de la infancia de aquellos sujetos que han


perpetrado abusos sexuales contra menores de edad ............................................. 101

B) El “círculo victimal”, de víctima a agresor:

B.1) Historiales extraídos de la muestra analizada ............................................. 106

B.2) Historiales extraídos de otras fuentes ......................................................... 110

V. CONCLUSIONES .......................................................................... 124

VI. BIBLIOGRAFÍA ............................................................................ 129

VII. ANEXOS
1. ANEXO 1 ........................................................................................................ 138

2. ANEXO 2 ........................................................................................................ 139

3. ANEXO 3 ........................................................................................................ 157

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El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Resumen: Mediante este estudio nos hemos acercado a la victimización sexual infantil
desde el concepto de “círculo víctimal”, entendiendo el mismo como el fenómeno en el
que víctimas de abusos sexuales en la infancia se han convertido en agresores sexuales de
menores. Tras una contextualización en la que realizamos una revisión de la bibliografía
más relevante desde la óptica adoptada, presentamos nuestro propio trabajo de campo con
datos de Gipuzkoa. Se han analizado un total de 51 sentencias, principalmente
condenatorias, emitidas tanto por la Audiencia Provincial de Gipuzkoa como por el
Juzgado de Menores de San Sebastián -incluyendo en este caso no sólo sentencias sino
también expedientes-. El periodo abarcado han sido los años 2004-2014. Dicho análisis
nos ha permitido considerar las características del abuso, de la víctima y del agresor, el
posible impacto victimal, así como la existencia o no de antecedentes de abusos en la
infancia en la vida de los agresores. Los resultados se han contrastado con los estudios
teóricos y empíricos de ámbito internacional referentes al “círculo victimal” en el ámbito
de los abusos sexuales infantiles, deteniéndonos especialmente en si la víctima fue
abusada en la familia o fuera de ella y si se convierte en abusador de su propia familia o de
alguien fuera de ella. Adicionalmente, con el objeto de introducir la voz de los propios
protagonistas, a través de fuentes secundarias, se han rescatado historiales de agresores de
menores con antecedentes de abusos. Asimismo se ha completado el trabajo de campo con
entrevistas a expertos.

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Ainara Jauregui Sansinenea

I. INTRODUCCIÓN

“Durante mucho tiempo me ha atemorizado la idea de llegar a convertirme yo mismo


en el verdugo. La idea me atormentaba, me daba terror estar con niños” 1

1. Interés social y académico

El abuso sexual infantil 2 constituye un grave problema de salud pública que, aún
hoy, es silenciado por muchos. Así, si bien es cierto que en la actualidad existe un gran
esfuerzo por parte de diferentes disciplinas, como la Criminología, la Psicología, la
Sociología o la Medicina, entre otras, para estudiar, pero sobre todo, para prevenir el
abuso sexual infantil, cabe señalar que aún se trata de una victimización que, en gran
parte, permanece oculta. De hecho, “(…) la mayoría de los abusos no son comunicados
ni denunciados” (López, 2014). Así, “(…) se estima que se conoce tan sólo el 58% de
los que se producen” (Estepa, 2005) . A pesar de ello, diversos estudios han intentado
establecer unas cifras de prevalencia. Centrándonos en el ámbito español, un ejemplo lo
encontramos en Pereda, Guilera, Forns y Gómez-Benito (2009), donde se estima que la
tasa de prevalencia de abuso sexual en varones menores de edad es de un 7,4%, mientras
que el de las mujeres es del 19,2%. Sin embargo, el único estudio realizado en España de
reconocimiento internacional ha sido el llevado a cabo por López et al. (1994), con una
muestra de 2000 sujetos, según el cual el 15% de los varones y el 23% de las mujeres
habían sido víctimas de abusos sexuales. En cuanto al País Vasco, existe un único
estudio llevado a cabo por De Paúl, Milner y Múgica (1995) en el que se analizó una
muestra de menores víctimas de abuso sexual y maltrato físico, la cual fue comparada
con otra muestra similar de Estados Unidos atendiendo a una posible relación entre el
maltrato físico y el sexual, al apoyo social y a la posibilidad de que tuviera lugar un
abuso.

Los estudios referentes al perfil de los abusos de una determinada comunidad, sin
embargo, son casi inexistentes, teniendo constancia de un único trabajo en territorio
español: el estudio de Cortés Arboleda, Cantón Duarte y Cantón-Cortés (2011), donde

1
Sencil, víctima de abusos sexuales por parte del párroco de su iglesia (Bonnot & Lepomellec, 2004).
2
Resulta imprescindible aclarar que el término “abuso sexual” cuanta con una acepción amplia, más allá
de las diferentes modalidades delictivas tipificadas en el Código Penal.

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El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

mediante una muestra de 2159 universitarios (344 hombres y 1815 mujeres) se


analizaron las características tanto del abuso como de las víctimas y de los agresores y
la salud mental de los participantes, comparando a los sujetos victimizados con los no
victimizados.

En definitiva, se aprecia una carencia notoria de este tipo de estudios en el


territorio español y, especialmente, en el vasco. Ello contrasta con el grave impacto
victimal que producen los abusos sexuales, particularmente en sus modalidades más
graves. Así, el abuso sexual puede dejar una huella patente que puede perdurar hasta la
edad adulta, configurando lo que en términos psicológicos se denominan “efectos a
largo plazo”. Por ello, si bien es cierto que la gran mayoría de víctimas superan esta
situación, existen víctimas que, por su inferior capacidad de “resiliencia” o su mayor
vulnerabilidad, quedan gravemente dañadas, pudiendo llegar a convertirse ellas mismas
en verdugos. De hecho, uno de los factores de riesgo de la violencia sexual establecidos
en el instrumento SVR-20, es, precisamente, que el sujeto cuente con un historial de
abusos sexuales en la infancia (Hilterman & Andrés-Pueyo, 2005). Asimismo, los
estudios retrospectivos llevados a cabo mediante auto-informes de agresores de
menores indican que un 75% cuenta con antecedentes de abusos sexuales en la infancia
(Ogloff, Cutajar, Mann, & Mullen, 2012).

Este hecho, nos hace plantearnos la existencia de un posible “círculo victimal” en el


ámbito de los abusos sexuales, una hipótesis tratada por la literatura científica durante
años, con diferentes resultados, si bien la mayoría viene a señalar que la variable de
previa victimización sexual debe ser contemplada en su interacción con otros factores
(individuales, relacionales y sociales) de forma integral. En todo caso, aquí también
constatamos la preeminencia de los estudios anglosajones y la escasez de estudios al
respecto en España y en el País Vasco, en concreto.

2. Objetivo general, marco teórico, metodología, estructura y desarrollo

Por todo ello, la presente investigación, una vez explicado en los párrafos anteriores
el interés del tema abordado, pretende aproximarse a la victimización sexual infantil en
el País Vasco, particularmente en Gipuzkoa, desde la hipótesis del “círculo victimal”
con el objetivo principal de identificar los factores relevantes en relación con el mismo y

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Ainara Jauregui Sansinenea

su posible incidencia. Para ello, dentro de un marco teórico victimológico, tras una
contextualización en la que realizamos una revisión de la bibliografía más relevante 3, se
procede a presentar un trabajo de campo propio consistente en el análisis de sentencias y
expedientes judiciales, junto con el resultado de entrevistas a expertos y la
consideración de historias de vida de infractores, obtenidas mediante fuentes
secundarias. El proceso de investigación se ha estructurado temporalmente según se
explica en la siguiente tabla.

CRONOGRAMA DE LA INVESTIGACIÓN

Febrero Marco teórico


Marzo Análisis de sentencias y revisión bibliográfica. Redacción
de capítulos
Abril Entrevistas y análisis de los estudios sobre el “círculo
victimal”. Redacción de capítulos
Mayo Redacción definitiva de Introducción y Conclusiones
Junio Revisión del texto definitivo
Julio Defensa

Finalmente deseamos agradecer la colaboración de todos los profesionales que,


desinteresadamente, han tomado parte en este proyecto, en especial al Presidente de la
Audiencia, Ignacio Subijana, así como de la Juez del Juzgado de Menores, Sara Mallén
Basterra, y al personal de dicho Juzgado por la confianza depositada. Sin su ayuda el
acceso a parte de los datos analizados en el trabajo de campo no hubiese sido posible.
Esperamos que los resultados de esta investigación exploratoria les resulten de interés a
la espera de trabajos más ambiciosos.

3
En cuanto a los estudios teóricos y empíricos que acompañan al análisis de estas sentencias, cabe
señalar que, han sido extraídos de diversas bases de datos y revistas, tales como PsychInfo, la revista
Child Abuse and Neglect, la Revista española de Medicina Legal o la revista International Journal of
Law and Psychiatry.

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El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

II. CONTEXTUALIZACIÓN

A) Marco teórico: ¿Qué es la Victimología del desarrollo?

La Victimología del desarrollo se ocupa del impacto de la victimización sufrida en


la infancia y la adolescencia a lo largo de la vida, bajo la hipótesis de que ese impacto es
relevante (Pereda, Abad, & Guilera, 2012). Tras esta definición conceptual, cabe señalar
que, al hallarse en esta etapa concreta de su vida, estos jóvenes son víctimas
especialmente vulnerables, ya que viven en una situación de dependencia respecto a los
adultos, los cuales, muchas veces, resultan ser sus agresores. Junto a esta posición de
dependencia, debemos tener en cuenta, además, que estos menores suelen tener un nulo
o muy escaso conocimiento sobre el hecho de estar siendo victimizados, lo cual los
convierte en víctimas ideales (Herrera Moreno, 2006).

B) Victimización sexual infantil:

1. Definición y mitos sobre el abuso sexual infantil

En primer lugar, cabe señalar que no existe una definición unánime sobre qué es el
abuso sexual infantil. Sin embargo, una de las definiciones más citadas es la de López,
Hernández y Carpintero (1995), corroborada recientemente por López (2014), según la
cual el abuso sexual infantil se establece bajo dos criterios: 1) la asimetría de la edad y 2)
la coerción. Así, se entenderá el comportamiento sexual como abuso, cuando exista una
asimetría entre las edades de víctima y agresor, de tal forma que obstaculiza la libertad
de decisión de la víctima, impidiendo una actividad sexual compartida, al existir una
gran diferencia entre ambas partes con respecto a la experiencia, madurez biológica y
expectativas. Tal asimetría supone que las posibilidades de una relación igualitaria entre
los componentes de la misma, queden anuladas (López, 2014). Asimismo, junto a esta
asimetría de edad, existe la necesidad de una coerción, entendiendo la misma como “la
utilización de la fuerza física, la presión o el engaño” (López, 2014, p.69) . De hecho
entienden que el uso de la misma debería suponer “criterio suficiente” para calificar
dichos actos como abuso sexual de un menor.

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Ainara Jauregui Sansinenea

Por otro lado, la definición que aporta De Paúl (2001), por ejemplo, es la siguiente:
“el contacto sexual de cualquier índole hacia un menor de 18 años por parte de un adulto
que se encuentre en una posición de autoridad o de poder” (p.20). Asimismo, De Paúl
aporta tres tipos de asimetría que pueden manifestarse en esa relación de víctima y
agresor: 1) asimetría de poder (la víctima es forzada por el agresor a mantener la
relación sexual, por tanto, dicha relación no puede ser tomada como un acto deseado por
ambos), 2) asimetría del conocimiento (el agresor posee un conocimiento mucho mayor
que su víctima sobre el significado de las relaciones sexuales y su implicación) y 3)
asimetría de la gratificación (la única finalidad del contacto sexual será la propia
gratificación o satisfacción del agresor).

Finalmente, cabe señalar que algunas definiciones han hecho hincapié en la


necesidad de tener en cuenta también a los menores agresores. Es el caso, por ejemplo,
de Intebi y Osnajanski (2003), cuya definición del abuso sexual infantil es la siguiente:

“El abuso sexual infantil consiste en adentrar al menor en actividades sexuales que no comprende del
todo, en situaciones donde es incapaz de dar su consentimiento o carece del nivel evolutivo de
madurez adecuado para realizar dichos actos; se podrá considerar como abuso sexual toda incitación
a un menor para llevar a cabo aquellas actividades sexuales penadas legal y socialmente. Los
comportamientos que implican un abuso sexual infantil, podrán llevarse a cabo por un adulto sobre
un menor o por un menor sobre un niño cuando sea superior a él por su edad o madurez biológica o
posición de responsabilidad, confianza o poder. Esas actividades que tiene como objetivo la
satisfacción de las necesidades del agresor, implican, entre otras, las siguientes situaciones: incitar al
menor a situaciones sexuales que no son legales, explotar al menor mediante la prostitución o
cualquier otra práctica sexual ilegal o promover la explotación mediante material y exhibición
pornográfica” (p.73).

Del mismo modo, el National Center of Child Abuse and Neglect define el abuso
sexual infantil como “los contactos e interacciones entre un niño y un adulto, cuando el
adulto (agresor) usa al niño para estimularse sexualmente él mismo, al niño o a otras
personas. El abuso sexual puede también ser cometido por una persona menor de 18
años cuando ésta es significativamente mayor que el niño (la víctima) o cuando (el
agresor) está en una posición de poder o control sobre otro menor” (López, 2014, p.69).
El hecho de tener en cuenta a los menores agresores es un aspecto muy importante, ya
que, según los estudios, el 20% de las violaciones son cometidas por menores de edad y
casi el 50% de los agresores llevan a cabo su primer abuso sexual antes de los 16 años

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El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

(López, Hernández & Carpintero, 1995). Además, “(…) el 20% del abuso sexual
infantil está provocado por otros menores” (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000,
p.10).

• Mitos

Durante años, los abusos sexuales a menores han sido -y, para muchos, siguen
siendo- un tema tabú que, además, acarrea un estigma a nivel social muy importante.
Así, se ha tendido a ocultar este tipo de situaciones, resultando prácticamente imposible
disponer de información adecuada al respecto. De hecho si bien en 1896 el psicoanalista
Sigmund Freud hizo alusión en su investigación sobre la histeria a que el origen de la
misma podría estar relacionado con los abusos sexuales sufridos por sus pacientes en la
infancia, no fue hasta los años ochenta que se llevaron a cabo estudios clínicos y
epidemológicos sobre este tema (López, 2014). En el caso de España, la existencia de
estudios significativos sobre la prevalencia de los abusos sexuales no se dio hasta los
años noventa (López, 2014).Todos estos elementos, según Echeburúa y
Guerricaechevarría (2000) “han contribuído al mantenimiento de pensamientos
erróneos respecto a los abusos sexuales de menores” (p.11). A este respecto, mediante
una tabla, López (1997) estableció cuáles eran los errores y las verdades sobre el abuso
sexual:
• “Los abusos sexuales son poco frecuentes”: según López, en el territorio
español, el 23% de las mujeres y el 15% de los hombres han padecido algún
tipo de abuso sexual durante su infancia. Accediendo a datos más actuales, el
porcentaje de mujeres víctimas oscila entre el 7 y el 36%, mientras que el de
los hombres es del 3-29% (Muela, 2007).
• “En la actualidad se producen con mayor frecuencia”: de acuerdo con lo
establecido por López, actualmente existe un mayor conocimiento, ya que
antes los abusos sexuales infantiles ni eran objeto de estudio ni tampoco se
denunciaban. Además, los mecanismos de detección de los que disponemos
actuamente son mucho más avanzados y existe una mayor concienciación
sobre la necesidad de denunciar este tipo de sucesos (Muela, 2007).
• “Sólo los sufren las niñas”: López advierte que el 40% de las víctimas de
abuso sexual son niños. Junto a esto, de acuerdo con los resultados de un
estudio realizado por Finkelhor (1986), un 10% de los víctimas eran niños,

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Ainara Jauregui Sansinenea

frente a un 20% de las niñas.


• “Quienes los cometen están locos”: los abusadores sexuales de menores
suelen ser sujetos “de apariencia normal, con un estilo convencional, de
inteligencia media y no psicóticos”.
• “Sólo se dan en determinadas clases sociales”: existe la posibilidad de un
abuso sexual, independientemente del nivel socioeconómico o cultural.
• “Los niños no dicen la verdad”: López advierte que, cuando los niños
denuncian un abuso sexual, no suelen mentir, existiéndo sólo un 7% de
denuncias falsas. De hecho, los expertos coinciden en que esa narración
espontánea resulta ser uno de los elementos más fidedignos para probar que
realmente ha existido un abuso (Muela, 2007; Pereda & Abad, 2013). Sin
embargo, a menudo dicha narración suele ser subestimada (Muela, 2007).
• “Los menores son responsables de los abusos”: el único responsable de los
abusos es el agresor.
• “Los menores pueden evitarlo”: si bien es cierto que los niños pueden
aprender a evitarlo, por lo general en el momento en el que se llevan a cabo
los abusos suelen estar desprevenidos, engañados o amenazados, por lo que
no suelen saber cómo reaccionar de forma adecuada.
• “Si ocurriera a un menor cercano nos enteraríamos”: sólo un 2% de los
casos de abuso sexual en el ámbito familiar son conocidos por los miembros
más cercanos en el momento que se están produciendo.
• “Los agresores son siempre desconocidos o siempre familiares”: “los
agresores pueden ser tanto familiares o conocidos de la víctima (65-85%)
como personas desconocidas (15-35%)”.
• “Los abusos van acompañados de violencia física”: únicamente un 10% de
los casos se asocian a la utilización de violencia física.
• “Los efectos son casi siempre muy graves”: si bien es cierto que de acuerdo
con López, un 70% de las víctimas presentan un cuadro clínico a corto plazo
y un 30% a largo plazo, es importante resaltar que la gravedad de los efectos
del abuso va a depender de muchos factores, algunos de los cuales pueden
ejercer un papel amortiguador (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).

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El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

2. Factores de riesgo

Se denomina “factores de riesgo” a aquellas situaciones o circunstancias que pueden


llegar a favorecer la victimización, en este caso, de un menor mediante el abuso sexual.
Es decir, no se trata de una relación causa-efecto entre esos factores y la victimización,
sino que simplemente significa que el hecho de darse dichos factores, aumenta la
probabilidad de que el menor sea victimizado (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).

En el caso de los abusos sexuales a menores, se han considerado como factores de


riesgo:

Con respecto a la víctima

• Ser de sexo femenino: atendiendo a los estudios existe una mayor incidencia de
abusos sexuales a niñas (2-3 niñas por cada niño), especialmente en el ámbito
intrafamiliar (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000). Esto puede deberse a que
los agresores son en su mayoría varones heterosexuales (Gil, 1997; Vázquez
Mezquita & Calle, 1997).
• Encontrarse en la prepubertad (especialmente entre los 6-7 y los 10-12 años)
(Finkelhor, 1993): por lo visto “más del doble de los casos de abusos sexuales a
menores se dan en la prepubertad” (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000, pág.
16). Es en esta etapa donde los menores empiezan a desarrollarse sexualmente,
pero, al seguir siendo niños, se les puede dominar con facilidad (López, 1989;
Pérez Cochillo & Borrás, 1996).
• Mostrar incapacidad para hablar, minusvalías (físicas o psicológicas) o retrasos
en el desarrollo: muestran una menor capacidad para resistirse a los abusos o
para darlos a conocer (Madansky, 1996).
• Estar sufriendo otro tipo de maltrato (polivictimización): desde una perspectiva
intrafamiliar, el hecho de que el progenitor se haya desinhibido hasta el punto de
maltratar al menor, incumpliendo así sus obligaciones parentales, facilita que
llegue a victimizarlo también sexualmente (Echeburúa & Guerricaechevarría,
2000).
• Carecer de afecto familiar (Pérez Cochillo & Borrás, 1996): el hecho de ser
víctima de abandono o rechazo físico o emocional por parte de sus cuidadores,

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Ainara Jauregui Sansinenea

hace que los menores estén necesitados de atención y afecto y, por tanto, sean
vulnerables ante el cariño que los adultos puedan mostrarles a cambio de sexo y
de su silencio (Vázquez Mezquita, 1995). Así, tienen una mayor probabilidad de
sentirse halagados, en un principio, ante la atención que les brinda su agresor, si
bien este placer inicial puede acarrear un posterior sentimiento de culpa.

Con respecto al agresor (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000)

• Contar con un consumo abusivo de alcohol u otro tipo de drogas


• Estar aislado socialmente
• Ser sobre protector o tener celos del menor
• Tener baja autoestima o algún trastorno psicopatológico
• Haber sido victimizado sexualmente en la infancia
• Tener conflictos de pareja
• Ausentarse frecuentemente del hogar

Con respecto a la familia (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000)

• Estar encabezada por un padre dominante o violento


• Existencia de conflictos de pareja (peleas, separaciones o divorcios, malos
tratos…)
• Ser una familia monoparental: en caso de vivir con un único progenitor
biológico, el riesgo tanto de los niños como de las niñas de sufrir abusos es el
doble (Boney-McCoy & Finkelhor, 1995).
• Estar encabezada por un padre no biológico: los padrastros suelen ser quienes
más llevan a cabo los abusos sexuales en el seno familiar, dándose dos veces
más en el caso de las niñas (Muela, 2007). Asimismo, aquellas menores que
viven con sus padrastros presentan un mayor riesgo de ser abusadas sexualmente
por otros hombres, en especial, por amigos de sus padres (siendo en este caso un
riesgo cinco veces superior) (Muela, 2007).
• Ser una familia caótica y desestructurada
• Que la madre esté frecuentemente enferma o ausente (por trabajo, por ejemplo),
por lo que los menores carezcan de una supervisión parental adecuada (Pereda &
Abad, 2013).

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El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

• Que la madre no muestre cercanía emocional


• Que la madre cuente con antecedentes de abuso sexual en su infancia
• Que existan problemas de hacinamiento
• Que los roles y funciones de los miembros de la familia estén difusos, de tal
forma que, por ejemplo, las hijas mayores asuman las responsabilidades de la
familia (parentification) (Pereda & Abad, 2013).

3. Tipologías de victimización

Con respecto al tipo de actividades sexuales llevadas a cabo entre víctima y


agresor, es preciso dejar claro que pueden darse con o sin contacto físico. Serán con
contacto físico: los tocamientos (en genitales, pechos, trasero…), el coita vaginal o anal
o el coito oral, entre otros. El coito suele ser el menos frecuente frente al resto de
conductas abusivas (Saldaña, Jiménez & Oliva, 1995). Por otro lado, serán abusos
sexuales sin contacto físico: la contemplación del cuerpo desnudo del menor, la
exhibición tanto de imágenes como de películas pornográficas o la narración de
historias de índole sexual, el exhibicionismo, así como la masturbación del adulto frente
al menor, entre otras (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).

Con respecto al ámbito donde se llevan a cabo los abusos, podemos distinguir dos
tipos: a) el intrafamiliar (es decir, los abusos perpetrados en el seno de la familia, “el
incesto propiamente dicho”, según Echeburúa y Guerricaecheverría (2000), p.14) y b) el
extrafamiliar (los abusos llevados a cabo fuera de la familia, también llamados
“pedofilia”). En este sentido se ha apreciado una mayor victimización de niñas en el
ámbito intrafamiliar, frente a una victimización mayor de niños en el extrafamiliar
(Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000). De acuerdo con un estudio realizado por
Finkelhor, Hotaling, Lewis y Smith (1990) en el que analizaron a 2626 adultos, el 27%
de las mujeres y el 16% de los hombres contaban con antecedentes de abusos sexuales
durante la infancia. Teniendo en cuenta estos resultados, se observó que el 40% de los
hombres fueron abusados en el ámbito extrafamiliar (frente a un 21% de mujeres),
mientras que un 29% de las mujeres habían sido abusadas en el seno familiar (frenta a
un 11% de los hombres) (Cortés Arboleda, 2011). Asimismo, se ha observado una
diferencia respecto a la edad de inicio de ambos sexos, siendo más temprana en niñas
(7-8 años), que en niños (11-12 años) (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).

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Ainara Jauregui Sansinenea

Si atendemos la relación entre víctima y agresor, los abusos sexuales pueden


llevarse a cabo a) en el ámbito intrafamiliar, por padres, madres, hermanos, primos,
abuelos… o b) en el ámbito extrafamiliar, por conocidos de la víctima (vecinos,
profesores, monitores, sacerdotes…) o por desconocidos (suelen darse de manera
aislada y pueden acarrear la utilización de la violencia (Echeburúa &
Guerricaechevarría, 2000)). La mayoría de las investigaciones coinciden en que el
agresor suele ser un conocido de la víctima (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000;
Cortés Arboleda, 2011). Así, según Elliott, Browne y Kilcoyne (1995), los casos de
abusos intra y extrafamiliares perpetrados por conocidos abarcan entre el 65 y el 85%
del total, y, además, resultan ser las situaciones más prolongadas en el tiempo. Junto a
estos, López (1995; 1997) advierte que en el 44% de los casos el abuso no se ha
producido de forma aislada. Es importante recalcar que, en estos casos, no es habitual la
presencia de conductas violentas asociadas (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).

• Relación incestuosa padres/padrastros-hijas: a pesar de que no más del 20% de


los casos incestuosos implican una relación entre padres e hijas, suelen acarrear
un mayor trauma, suponiendo la anulación de los vínculos familiares más
básicos (Herman, Russell & Trocki, 1986). Cabe señalar que en muchos de estos
padres se encuentran pobres relaciones con sus progenitores y antecedentes de
relaciones incestuosas en su infancia, bien vividas por ellos mismos o bien
habiendo sido testigo de ellas (será lo más habitual) (Vázquez Mezquita, 1995).
Además, tienden a negar la existencia de dichas relaciones incestuosas como
estrategia para proteger su autoestima y para evitar sentimientos de culpa o
vergüenza (Vázquez Mezquita, 1995). En cuanto a las relaciones incestuosas
entre padrastros e hijas, McCarthy (1992) establece que se dan entre un 15-20%,
mientras que en el 65% restante toman parte “hermanos, tíos, hermanastros,
abuelos y novios que vivien en el mismo hogar”.

• Relación incestuosa madres-hijos: este tipo de relaciones no son tan frecuentes


para muchos autores, entendiendo que se limitan únicamente a aquellos casos en
los que la madre “no mantiene una relación de pareja, muestra una adicción al
alcohol o a las drogas y tiene un historial de abusos sexuales en la infancia”
(Lawson, 1993). Aún así, López (1995) establece un número de mujeres
agresoras del 13,9%. En este sentido, Bolton, Morris y MacEachron (1989)

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El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

realizaron una clasificación de los diversos tipos de relación incestuosa


madre-hijo. Así, distinguieron entre a) abusos sutiles (son aquellas conductas
que, aunque no tengan una intencionalidad sexual, “sirven para satisfacer las
necesidades emocionales y/o sexuales de la madre, a costa de las necesidades
emocionales y evolutivas del hijo”: dormir juntos en la cama o bañarse juntos,
darse masajes entre ellos…), b) abusos seductores (se entiende que la madre es
consciente y tiene intención de estimular sexualmente a su hijo: exhibirse
desnuda ante el niño, mostrarle material pornográfico o llevar a cabo actos
sexuales delante de él…), c) abusos perversos (son aquellos actos que implican
que la madre pretende “humillar o mutilar la sexualidad del menor”: obligarle a
vestirse de mujer, hacer que dude sobre su sexualidad…), d) abusos manifiestos
(se trata de una relación evidentemente sexualizada entre la madre y su hijo que
suele implicar alguna variedad de coacción o amenaza para que no hable al
respecto) y, finalmente e) abusos sádicos (es la variedad más infrecuente en las
relaciones incestuosas madre-hijo e implica la intención de la madre de dañar al
menor mediante conductas sexuales. Puede formar parte de un conjunto de
conductas de abuso físico y emocional).

• Relación incestuosa abuelos-nietos: de acuerdo con los estudios realizados al


respecto, existen muy pocos casos que establezcan una relación de este tipo
(Cortés Arboleda, 2011). Además, de acuerdo con el estudio realizado por
López et al. (1994), sólo el 1,19% de todos los casos analizados fueron
perpetrados por los abuelos, las víctimas eran todas niñas y en ningún caso se
llevaron a cabo abusos por parte de las abuelas. Mediante el análisis de los
diversos estudios se ha apreciado, a su vez, que existe una mayor tendencia por
parte de los abuelastros de abusar de sus nietas frente a los abuelos biológicos y
que, un alto porcentaje de los abuelos abusadores, habían abusados previamente
de sus propias hijas (Cortés Arboleda, 2011).

• Relaciones incestuosas entre hermanos o primos: a pesar de ser una de las


modalidades más habituales de abuso sexual dentro del ámbito familiar, los
datos disponibles sobre las relaciones entre hermanos son más bien escasos
(Adler & Schutz, 1995). Aun así, Canavan, Meyer y Higgs (1992) establecen
que este tipo de relaciones incestuosas es, “al menos, cinco veces superior a las

16
Ainara Jauregui Sansinenea

de padres-hijo”. Sin embargo, rara vez se aprecian como abusos, ya que existe
una idea generalizada de que, durante la adolescencia, es normal que los jóvenes
experimenten con su sexualidad y que sus posibles contactos con sus hermanos
pequeños no son más que parte de un “proceso natural del desarrollo sexual”
(Worling, 1995).

Según el estudio realizado por De Jong (1989) en el que analizó las


características de los abusos sexuales entre hermanos y primos, de un total de
831 víctimas menores de 14 años, 49 habían sido abusadas por sus primos y 35
por sus hermanos. Por lo general, las víctimas eran menores en edad escolar (con
una edad media de 7 años) y los agresores adolescentes (con una edad media de
15 años), existiendo entre ambos una diferencia de edad de 8 años. En la
mayoría de los casos habían mediado intentos de penetración vaginal o anal y
era frecuente el uso de violencia, amenazas o coacciones. Destacaba el hecho de
que, mayoritariamente, tanto víctima como agresor provenían de familias
monoparentales, existiendo, en muchos de los casos de relaciones entre primos,
una convivencia entre ambas familias en un mismo hogar.

En lo que respecta a los estudios de los adolescentes que han abusado de sus
hermanos, se ha podido comprobar que tanto la violencia como la disfunción
familiar, suponen “variables etiológicas significativas” (Cortés Arboleda, 2011,
p.194). Así, O´Brien (1991) al analizar a 50 adolescentes que habían abusado de
sus hermanos, concluyó que en un 61% había sufrido malos tratos físicos, un
42% había sufrido abusos sexuales y un 47% vivían en un seno familiar
gravemente trastornado. En el 22% de los casos, además, existía algún otro tipo
de relación incestuosa. Del mismo modo, Worling (1995), al analizar a 90
adolescentes varones que habían abusado de sus hermanos, observó, que las
familias de estos jóvenes se caracterizaban por “conflictos matrimoniales,
castigos físicos, una atmósfera familiar más negativa, un mayor rechazo por
parte de sus padres y una menor satisfacción global con las relaciones existentes
en el seno familiar”. Además, estos jóvenes contaban con antecedentes de
abusos sexuales con mayor frecuencia. Atendiendo a estos resultados, Worling
(1995) trata de aportar una explicación a estas relaciones incestuosas entre
hermanos: a) en aquellas familias con progenitores abusivos o que rechazan a

17
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

sus hijos, es muy probable que los hermanos intenten buscar apoyo y afecto
entre ellos, existiendo el riesgo de que, al llegar la pubertad, dicha relación
pueda llegar a sexualizarse; b) es posible que estos jóvenes hayan encontrado en
los abusos un medio de compensar de alguna manera el maltrato y el rechazo
sufridos por ellos mismos y, finalmente, c) teniendo en cuenta que las relaciones
familiares conflictivas (conflictos matrimoniales, castigos físicos…) pueden
suponer una “fuente de modelado” para estos jóvenes, podemos decir que los
abusos pueden suponer un reflejo de la situación familiar que están viviendo.

• Relaciones incestuosas tíos-sobrinos/as: Margolin (1994) analizó a 171 sujetos


que habían sido abusados por sus tíos y tías. De acuerdo con sus resultados, la
mitad de los agresores tenían menos de 20 años que, por lo general, eran
hermanos de la madre de los menores abusados. Sólo se dieron 3 casos en los
que los abusos los perpetró la tía de los menores. Todos los demás casos fueron
llevados a cabo por los tíos de las víctimas. En el 19% de los casos, el tío
convivía con sus víctimas, en el 21% de los casos no convivía con ellas, pero las
cuidaba en ausencia de sus padres y en el 24% de los casos, los abusos se
perpetraban aprovechando las visitas de los sobrinos, en especial si se quedaban
a dormir. En cuanto al sexo y a la edad de las víctimas, 33 eran niños y tendían a
ser más jóvenes -como también lo eran sus agresores-, mientras que 143 eran
niñas.

4. Tipologías de víctimas

Para dar respuesta a este apartado, nos centraremos en dos características esenciales
en el ámbito del abuso sexual infantil, a saber, la edad y el sexo de las víctimas.

A) Atendiendo a la edad: de acuerdo con los estudios epidemológicos realizados al


respecto, el riesgo de victimización incrementa en la fase de la preadolescencia
(Cortés Arboleda, 2011), estimándose una franja de edad entre los 6 y 12 años
(Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000). Así de acuerdo con los resultados
obtenidos por Finkelhor (1993) tras analizar un total de seis investigaciones al
respecto de diversos países, se apreciaba una mayor vulnerabilidad entre los 6 y
los 7 años, incrementándose el riesgo de victimización a los 10. Unido a esto,

18
Ainara Jauregui Sansinenea

López et al. (1994) llegaron a la conclusión de que los abusos eran más
frecuentes entre los 12 y los 13 años de edad. Sin embargo, alrededor de los
14-15 años los abusos cesan porque el menor da a conocer los abusos -o
amenaza con hacerlo- o porque muestra signos emocionales o conductuales que
llevan a que se desvelen (Cortés Arbolda, 2011). Ante este hecho, López,
Hernández y Carpintero (1995) aportaron tres posibles explicaciones: 1)
contemplaron la posibilidad de que a partir de los 13 o 14 años los sucesos de
este tipo disminuyen debido a la posibilidad de las víctimas de ofrecer
resistencia o de hacer frente al agresor; 2) establecieron también que, cuando los
abusos tienen lugar a una edad muy temprana, las víctimas presentan una mayor
dificultad para recordarlos y, finalmente, 3) atendieron a la idea de que los
preadolescentes puedan resultar más atractivos debido a que, por un lado, siguen
siendo niños, pero, por el otro, se encuentran en el inicio de la madurez sexual.

B) Atendiendo al sexo: según los resultados de los estudios realizados al respecto,


las féminas son entre una y media a tres veces más propensas a ser abusadas
sexualmente en la infancia que los varones (Cortés Arboleda, 2011, Echeburúa
& Guerricaechevarría, 2000). Así, se ha solido apreciar que, con mayor
frecuencia, las víctimas de abuso sexual suelen ser mujeres (59,9%) que
hombres (40,1%) (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000). Sin embargo, si bien
es cierto que las niñas tienen un mayor riesgo de ser victimizadas, las diferencias
sexuales con los niños no son tan grandes (Cortés Arboleda, 2011). Así, según
Finkelhor (1993), “el 29% de las víctimas de abuso sexual son varones”. Aún
así, los resultados de algunos estudios nos hacen pensar que la cifra de
victimización masculina reflejada es inferior a la que debería ser en realidad.
Ante el hecho de esta inferioridad representativa de los varones en el ámbito de
los abusos sexuales infantiles, Bassard y McNeill (1987) plantearon tres
posibles motivos: a) en primer lugar, establecieron que es posible que los niños
tiendan a no revelar los hechos porque los perciben como menos traumáticos que
las niñas; b) en segundo lugar, hacen mención a “la doble naturaleza del tabú
roto (actividad sexual/homosexualidad)”, que, según ellos, supondría un mayor
recelo por su parte a la hora de dar a conocer los hechos; c) finalmente, se
refieren a las normas socialmente establecidas, según las cuales los hombres
deben ser fuertes y capaces de defenderse. Junto a esto, cabe señalar que las

19
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

víctimas masculinas tienden a minimizar más los hechos, bien sea para poder
ajustarse a ese rol de género socialmente establecido o bien por miedo a que se
ponga en duda su masculinidad mediante las sospechas de una posible
homosexualidad (Cortés Arboleda, 2011).

5. Impacto victimal

Al tratarse de un suceso traumático para el menor que los padece, los abusos
sexuales pueden acarrear efectos psicológicos negativos tanto a corto (será lo más
habitual) como a largo plazo (no suele ser tan frecuente) (Echeburúa &
Guerricaechevarría, 2000). Sin embargo, resulta imprescindible resaltar que no existe
un único patrón de síntomas, sino que dependerá de una serie de factores que atenuaran
o, por el contrario, agravarán las secuelas del suceso en cada caso, por lo que no
necesariamente estarán presentes en todas y cada una de las víctimas (Cortés Arboleda,
Cantón Duarte, & Cantón-Cortés, 2011). Aún así, de no recibir un tratamiento
psicológico adecuado, el malestar psicológico que produce un acontecimiento de estas
características, puede incluso prolongarse hasta la edad adulta (Jumper, 1995).

A) Efectos a corto plazo: se denomina “efectos a corto plazo o iniciales” a todas


aquellas alteraciones que se derivan del suceso traumático y que están presentes
durante los primeros 2 años desde que éste tuviera lugar. Sólo entre el 20 y el
30% de los menores abusados mantienen una estabilidad emocional después de
ser agredidos (Finkelhor, 1986; López, 1992). “El alcance de las consecuencias
va a depender del grado del sentimiento de culpa y de la victimización del niño
por parte de los padres, así como de las estrategias de afrontamiento de que
disponga la víctima” (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000, p. 45). Lo más
habitual es que “las niñas presenten reacciones ansioso-depresivas, mientras que
los niños suelen tener un mayor fracaso escolar, así como dificultades
inespecíficas de socialización” (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000,
p.45-46). Por ello, es más probable que los niños materialicen comportamientos
más problemáticos, como pueden ser las agresiones sexuales o las conductas
violentas (Bonner, 1999).

20
Ainara Jauregui Sansinenea

Junto a esto, cabe señalar, también, la existencia de algunos efectos que pueden
llegar a darse a lo largo de todo el periodo infantil, mientras que otros son
específicos de cada etapa (Dubowitz et al., 1993). Así, los efectos no serán los
mismos en menores en edad preescolar, en niños en edad escolar y en
adolescentes.

• Niños en edad preescolar: existe unanimidad por parte de los autores


respecto a que lo más habitual en esta etapa es la aparición de algún tipo de
conducta sexual no habitual. Junto a esto, suele ser habitual el desarrollo de un
desorden de estrés postraumático, la aparición de pesadillas, la ansiedad, los
problemas de conducta -tanto internos como externos- (Cortés Arboleda &
Cantón Duarte, 2011) o las conductas regresivas y somatizaciones (Pereda &
Abad, 2013). Asimismo, también suelen tender a emplear estrategias como la
negación o la disociación (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).

• Niños en edad escolar: en la etapa de 6-11 años de edad, suele ser


habitual que los menores presenten problemas de conducta internos y externos,
en especial depresiones (problema interno) y agresiones y desórdenes del
comportamiento (problema externo) (Cortés Arboleda & Cantón Duarte, 2011).
Al igual que en el caso de los preescolares, en los menores de estas edades
también se han apreciado conductas sexualizadas (masturbación excesiva,
exhibicionismo…), e incluso la iniciación de actividades sexuales (agresiones
sexuales, entre otras) (Cortés Arboleda & Cantón Duarte, 2011). También serán
habituales: los problemas en el ámbito escolar, tener miedo o pesadillas, la baja
autoestima, la aparición de posibles neurosis o de efectos en su funcionamiento
cognitivo, así como la hiperactividad (Cortés Arboleda & Cantón Duarte, 2011).
Cabe señalar, además que estos menores tienden a mostrar sentimientos de culpa
y de vergüenza por lo sucedido (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).

• Adolescentes: en esta etapa son típicos la depresión, la aparición de ideas


o conductas autolesivas o suicidas, la baja autoestima, el desarrollo de trastornos
somáticos, la presencia de conductas antisociales (huir del hogar, consumir
alcohol u otro tipo de drogas, involucrarse en actividades delictivas,
prostituirse…), lo cual pude suponer una mayor vulnerabilidad ante una posible

21
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

revictimización; el retraimiento social, un comportamiento sexual precoz, así


como posibles embarazos -en el caso de las mujeres- o problemas de identidad
sexual -en especial en el caso de los hombres- (Cortés Arboleda & Cantón
Duarte, 2011). Cabe señalar que se trata de una etapa especialmente delicada, ya
que es muy probable que el agresor intente mantener una relación carnal con el
menor. Además, a estas edades, los menores ya son conscientes de la esencia
“contra natura” de dichas relaciones (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).

Finalmente y a modo de ilustración de los efectos más habituales presentados a


corto plazo por las víctimas de abusos sexuales, Echeburúa y Guerricaechevarría
(2000) elaboraron una tabla (Tabla 1 4), que ha sido actualizada mediante el
presente trabajo, donde, además, incluyen el posible periodo evolutivo de dichos
efectos.

B) Efectos a largo plazo: a pesar de ser menos frecuentes que los efectos a corto
plazo, suponen un factor de riesgo de gran relevancia a la hora de desarrollar
algún tipo de psicopatología en la edad adulta (Flitter, Elhai, & Gold, 2003). En
concreto, los problemas disociativos -en especial la amnesia psicógena- son muy
habituales, particularmente si el menor es muy pequeño cuando se iniciaron los
abusos (Vázquez Mezquita & Calle, 1997). También suelen ser citados con gran
frecuencia: la baja autoestima, la depresión, las ideas o intentos de suicidio, la
ansiedad, el trastorno de estrés postraumático, los comportamientos
autodestructivos, la dependencia interpersonal, el retraimiento, posibles
problemas a la hora de entablar relaciones interpersonales, consumo de alcohol u
otro tipo de drogas, vulnerabilidad de cara a una revictimización, posibles
trastornos en el funcionamiento sexual (frigidez o promiscuidad sexual,
orientación sexual confusa, desarrollo de un interés sexual por los niños…), así
como trastornos físicos (trastornos somáticos, dolores crónicos generales,
bulimia nerviosa…) (Cortés Arboleda & Cantón Duarte, 2011). También es
posible que se muestre una inclinación a mantener relaciones afectivas con
personas potencialmente dañinas, una sensación de inutilidad para hacer frente a
los problemas de la vida diaria y, por consiguiente, la evasión ante dificultades o
una tendencia a complacer a los demás por encima de su propio bienestar.

4
Consultar ANEXO 1, p. 138

22
Ainara Jauregui Sansinenea

Asimismo, en el caso de las mujeres que fueron objeto de abusos sexuales en la


infancia, se han observado dificultades de crianza de sus propios hijos (Cortés
Arboleda, 2011).

• Factores que intervienen en la mayor o menor incidencia de los síntomas

Existe unanimidad por parte de los autores a la hora de establecer que los efectos
más relevantes se vinculan a: un mayor nivel de contacto físico, una mayor frecuencia y
duración de los abusos, que los abusos sean perpetrados por un familiar o conocido del
menor, así como a la utilización de fuerza o violencia.

• Tipo de acto sexual y uso de la fuerza: según algunos estudios sobre los efectos a
corto plazo, la utilización de fuerza y la existencia de un alto nivel de violación
física (penetración anal, vaginal o bucal), supone un mayor trauma para la
víctima (Cortés Arboleda & Cantón Duarte, 2011). Asimismo, los estudios que
han analizado los efectos a largo plazo (Russell, 1986; Bendixen, Muus, Schei,
1994) han apreciado que aquellas víctimas que durante la infancia mantuvieron
relaciones que implicaban coita vaginal, anal, felaciones… presentan un mayor
trauma.

• Duración y frecuencia de los abusos: de acuerdo con los resultados de la mayoría


de los estudios realizados al respecto (Friedrich, Urquiza & Bielde 1986; Sirles,
Smith, Kusama, 1989; Wolfe, Sas, Wekerle, 1994; Nash, Zivney, Hulsey, 1993),
cuanto mayor sea la duración, mayores serán también los efectos.

• Relación con el agresor: si bien existe una creencia generalizada de que los
abusos sexuales perpetrados por familiares de las víctimas resultan ser más
traumáticos, los resultados de los estudios realizados dejan entrever que puede
que sea así únicamente en algunos tipos de abusos (Cortés Arboleda & Cantón
Duarte, 2011). Así, como establecen Browne y Finkelhor (1986), es posible que
los abusos cometidos por un vecino con el que la víctima se siente íntimamente
ligada puedan suponer un mayor trauma que aquellos cometidos por un tío o un
abuelo con el que apenas tiene trato. Sin embargo, sí existe una relación de
parentesco sobre la que, por lo general, los estudios han establecido un mayor

23
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

efecto traumático, la de padre/padrastro e hijos (McLeer et al., 1988; Sirles,


Smith & Kusama, 1989). Esto puede deberse a: la existencia de un mayor
sentimiento de traición y a la pérdida de confianza, así como el hecho de
implicar un mayor trastorno en el seno de la familia (que el menor tenga miedo a
desintegrar la familia, que su familia no le crea al revelar lo sucedido…), por lo
que el menor dispondrá de un menor apoyo por su parte (Cortés Arboleda &
Cantón Duarte, 2011).

• Edad de inicio: los resultados de los estudios no permiten llegar a una conclusión
definitiva a este respecto (Cortés Arboleda & Cantón Duarte, 2011). Algunos
estudios establecen que las víctimas de abusos sexuales durante la prepubertad y
la adolescencia presentan trastornos más graves que aquellas abusadas a edades
más tempranas (Sirles, Smith & Kusama, 1989). Sin embargo, otros estudios
han revelado que aquellos menores que empezaron a ser objeto de abusos a
edades más tempranas (antes de los 7 u 8 años) presentaban trastornos
psicológicos más graves (Nash, Zivney & Hulsey, 1993). También existen
estudios que no han conseguido establecer una relación relevante entre la edad
de inicio de los abusos sexuales y sus efectos (Einbender & Friedrich, 1989).
Como respuesta a estas evidentes contradicciones, Beitchman et al. (1991)
establecieron una serie de posibles explicaciones: por un lado, hacen mención a
que existe la posibilidad de que las víctimas más jóvenes presenten síntomas a
edades posteriores y, por otro, hacen hincapié en una posible falta de control de
dos variables que influirían en los resultados, a saber, la duración y la gravedad
de los abusos.

• Funcionamiento familiar: el nivel de funcionamiento de la familia ejerce un


papel esencial en los efectos que produce el abuso sexual en el menor. Así, si se
trata de una familia disfuncional, aumentan las probabilidades de que el menor
sea víctima de abusos sexuales o presente problemas de conducta, ya que será
más vulnerable (Cortés Arboleda & Cantón Duarte, 2011). Así, varios estudios
han llegado a establecer la gran relevancia que tienen aquellos entornos
familiares disfuncionales, con escasas relaciones de apoyo, o con sucesos
familiares estresantes (enfermedades, muertes, conflictos, separaciones…) en la
aparición de efectos negativos más graves (Conte & Schuerman, 1987;

24
Ainara Jauregui Sansinenea

Friedrich, Beilke & Urquiza, 1988; Koverola et al. 1993).

• La reacción de la familia, de la sociedad y de las instituciones de apoyo ante la


revelación: la conducta de los miembros de la familia influye en gran medida
tanto en la tipología como en la intensidad de los síntomas que presentará el
menor victimizado sexualmente (Cortés Arboleda & Cantón Duarte, 2011). Así,
al tratarse de una de las fuentes de apoyo social más relevantes, la reacción de la
familia ejercerá un papel crucial en la capacidad de la víctima para superar su
situación (Simón Gil, 2014). Si, además de la familia, la sociedad en general o
las instituciones de apoyo le ignoran o le dan la espalda, privándole de un
posible apoyo social, su recuperación será imposible (Simón Gil, 2014).

C) El “círculo victimal”, de víctima a agresor:

También conocido como “teoría circular de la victimización” o “retroalimentación


victimal”, el “círculo victimal” es el fenómeno en el que o bien una víctima se convierte
en agresora, o bien un agresor se convierte en víctima, pudiendo darse tanto individual
como colectivamente (Rodríguez Manzanera, 2002). En nuestro caso hablaremos de
víctimas de abusos sexuales en la infancia que, en algún momento de sus vidas, se han
convertido en agresores de menores.

1. ¿Cómo llega un sujeto a cometer agresiones sexuales?

Con intención de comprender la etiología de las conductas sexuales delictivas,


Marshall y Barbaree (1990) desarrollaron un modelo en el que se atendía a diversos
factores, a saber, los factores socioculturales, las influencias biológicas y las
experiencias del desarrollo. De acuerdo con esta teoría, aquellos sujetos que se
convierten en delincuentes sexuales desarrollan una vulnerabilidad que es fruto de sus
experiencias infantiles. En este sentido, debemos tener en cuenta que los esquemas
cognitivos de todo ser humano se desarrollan en la infancia, por lo que es muy posible
que, como consecuencia de vivir experiencias desagradables a esta edad, se produzca
una disfuncionalidad en los esquemas cognitivos de estos sujetos respecto a su propia
imagen y al mundo en general (Carvalho & Nobre, 2014). Así, se considera que el

25
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

fracaso en la creación de vínculos de apego afectivos entre padres e hijos es el factor


principal que acarrea el surgimiento de dicha vulnerabilidad (Marshall & Marshall,
2002). Junto a él, existen otros factores que expondremos a continuación:

A) Los vínculos entre padres e hijos: Bowlby (1969, 1973 y 1980) hizo hincapié en
la importancia del apego entre padres e hijos al referirse al desarrollo saludable
de un niño, ya que, aquellos niños carentes de relaciones sustanciales con sus
padres tienden a desarrollar ansiedad, irritabilidad o depresión. De hecho, de
acuerdo con algunos estudios empíricos, modelos teóricos y revisiones
literarias, las relaciones disfuncionales padres-hijos son una de las
características más importantes a la hora de incrementar las probabilidades de la
adopción de conductas sexuales abusivas en el futuro (Maniglio, 2012).

Junto a esto, Ainsworth, Blehar, Waters y Wall (1978) establecieron tres tipos de
relaciones entre padres e hijos: 1) una relación confiada (posibilita al menor el
desarrollo de la autoconfianza y de aquellas habilidades necesarias para
relacionarse de manera efectiva con otros menores del ámbito extrafamiliar. Así,
el niño aprende que es querido por sus padres y, por tanto, que los demás
también pueden ser queridos por él, llevándole a confiar en sí mismo y en los
demás y desarrollando una resistencia que le permitirá hacer frente a los
problemas con surjan en su vida); 2) una relación ansioso/ambivalente (surge
cuando los padres del menor le ofrecen un nulo o muy escaso apoyo o
inconsistencia en sus respuestas. Como consecuencia, el menor carece de un
punto de vista positivo sobre sí mismo y presenta cierta ambivalencia al ansiar,
por un lado, estar con otras personas pero, por otro, al preferir mantener las
distancias por miedo a ser rechazado) y, finalmente, 3) una relación de
evitación (suele darse en los casos en los que los padres son fríos y distantes y
presentan carencias en su expresión emocional. Estos menores no suelen confiar
en los demás, por lo que procuran mantener las distancias para protegerse). Es
muy probable que tanto los menores cuya relación es ansioso/ambivalente,
como aquellos cuya relación es de evitación, presenten una “baja autoestima,
escasas habilidades para relacionarse e incapacidad para hacer frente a los
problemas diarios” (Marshall & Marshall, 2002, p.236) ya que, al estar sus
relaciones de padres-hijos cimentadas en la desconfianza, han sido incapaces de

26
Ainara Jauregui Sansinenea

desarrollar esa resistencia que está tan presente en las relaciones de confianza.
Asimismo, estos menores presentarán una mayor vulnerabilidad ante el estrés,
ya que no confían ni en sí mismos ni en los demás para resolver sus problemas.
Como consecuencia de ello, estos menores se ven incapaces de resolver sus
problemas y desarrollan estilos desadaptados de afrontamiento -o bien de
evitación o bien de respuesta impulsiva o esquiva- que desemboca en el recurso
de la autoindulgencia como mecanismo para hacer frente a los problemas, una
estrategia que conservarán en la edad adulta (Marshall & Marshall, 2002). Así,
teniendo en cuenta que el apego infantil se forja en base al comportamiento
parental, de este tipo de relaciones podría surgir un apego basado en la
inseguridad, que puede suponer un factor de riesgo de la delincuencia sexual
(Maniglio, 2012). De hecho, atendiendo a los resultados del estudio llevado a
cabo por Simons, Wurtele y Durham (2008), en el que se analizó a 269 agresores
sexuales (137 violadores y 132 agresores de menores), el 94% de la muestra
manifestó escasas o inseguras relaciones de apego con sus progenitores, dándose
en el 76% de los violadores una relación de evitación y en el 62% de los
agresores de menores una relación ansioso/ambivalente.

Asimismo, Bass & Levant (1992); Finkelhor (1984) o Knight, Prentky,


Schneider & Rosenberg (1983), han manifestado que las infancias de muchos
delincuentes sexuales se han caracterizado por la presencia de ambientes
familiares desestructurados y de abuso, donde, entre otras cosas, había
problemas de “alcoholismo, abuso físico y sexual, inconsistencia educativa,
negligencia o rechazo emocional, hostilidad, actividades delictivas o
aislamiento social”. Por ello, podemos concluir que las conductas llevadas a
cabo por los delincuentes sexuales guardan una conexión aparentemente
relevante con aquellas relaciones problemáticas que pudieron experimentar en el
ámbito familiar durante su infancia (Marshall & Marshall, 2002).

B) El riesgo de sufrir abuso sexual: en el caso de los menores cuya relación con
sus padres es ansioso/ambivalente, al contar con una baja autoestima,
incapacidad para relacionarse con los demás y una desesperada necesidad de
atención, será más probable que estén más receptivos ante la atención que pueda
brindarles cualquier adulto. De hecho, es probable que estén dispuestos a tolerar

27
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

relaciones de índole sexual con tal de sentir proximidad hacia otro ser humano.
Mientras tanto, aquellos menores con una relación de evitación, se mostrarán
reacios a confiar en los demás y, por tanto, será más probable que rechacen
cualquier avance de aquellos adultos que les muestren afecto físico. Por tanto,
podemos concluir que los menores con una relación ansioso/ambivalente
tendrán una mayor probabilidad de ser abusados sexualmente (Marshall &
Marshall, 2002).

En las investigaciones realizadas, se ha podido comprobar la prevalencia de


abusos sexuales en las infancias de violadores y agresores de menores con una
frecuencia mayor que en otro tipo de delincuentes (Dhawan & Marshall, 1996;
Marshall & Mazzucco, 1995; Marshall, Serran & Cortini, 2000). Así, el hecho
de haber sufrido abusos sexuales en la infancia, supone un factor muy relevante
a la hora de llegar a convertirse en un agresor sexual infantil (Muela, 2007).

Aunque las víctimas de abusos sexuales padecerán secuelas a corto y a largo


plazo (Beichman et al., 1992; Conte, 1988), no suelen apreciarlas como una
consecuencia de dichos abusos, sino, más bien, como problemas que ellos
mismos se han creado. Así, no es infrecuente que sujetos abusados en la infancia
abusen ellos mismos de niños en la edad adulta al apreciar que dichos abusos no
supusieron para ellos ningún mal y, por tanto, tampoco se lo supondrá a sus
víctimas (Marshall & Marshall, 2002). En el caso de que los delincuentes
sexuales hubieran sido abusados en la infancia y dichos abusos hubieran
resultado satisfactorios para su necesidad de atención, es posible que los vieran
como algo positivo y, por tanto, aprecien las relaciones entre adultos y menores
como algo inofensivo e incluso saludable, facilitando así la búsqueda de una
relación similar en la edad adulta. Si durante los abusos el menor, además, sintió
placer, es muy posible que posteriormente llegue a masturbarse sobre la fantasía
de relaciones entre adultos y niños, pudiendo incluso llegar a imaginarse a sí
mismo, primero en el papel de víctima y más delante de agresor (Marshall &
Marshall, 2002). De forma similar, Simons, Wurtele y Durham (2008)
observaron que la mitad de los agresores de menores que fueron abusados en la
infancia emplearon los recuerdo de sus propios abusos como medio
masturbatorio y eran más propensos a mostrar fantasías masturbatorias

28
Ainara Jauregui Sansinenea

desviadas sobre menores durante la adolescencia.

Finalmente, según los resultados del estudio realizado por Bagley, Wood y
Young (1994) donde analizaron una muestra de 117 hombres abusados en la
infancia, el mayor factor predictor del desarrollo de un interés y actividad sexual
con adolescentes varones y con niños de ambos sexos, eran la combinación de
un abuso sexual y emocional en la infancia.

C) Historia de la sexualidad juvenil: según las investigaciones de Abel y Rouleau


(1990), entre el 40 y el 50% de los agresores de menores y el 30% de los
violadores habían comenzado a mostrar interés por una sexualidad desviada
antes de los 18 años. Asimismo, Cortoni y Marshall (2000a, 2000b), mediante
un estudio de las actividades sexuales de los delincuentes sexuales durante la
adolescencia, observaron que estos sujetos presentaban una frecuencia
masturbatoria significativamente superior a la del resto. Así, se pudo establecer
una aparente relación entre la frecuencia de la masturbación y la utilización del
sexo como estrategia de afrontamiento de los problemas y, por consiguiente, el
recurso a la agresión sexual en la edad adulta.

D) El sexo como estrategia de afrontamiento: es más probable que, aquellos


menores carentes de amor y de afecto recurran a la autoestimulación para
sentirse mejor (Marshall & Marshall, 2002). “Cualquier cosa placentera puede
fácilmente servir como evasión de los problemas” (Marshall & Marshall, 2002,
p.241). Como todos sabemos, la masturbación supone una experiencia
placentera, por tanto, si un menor privado de afecto experimenta cierto consuelo
mediante la masturbación, aunque dicho consuelo sea momentáneo, es muy
probable que aprenda a recurrir a ella como medio de eludir los problemas que se
le presenten en la vida diaria (Marshall & Marshall, 2002). Asimismo, la
exposición a una posible masturbación compulsiva durante la adolescencia,
unido a una carencia de medios alternativos para mejorar el humor y aumentar la
autoestima, pueden llevar a una asociación del sexo con un estado de bienestar
(Ward & Beech, 2006).Ya hemos visto anteriormente que los violadores y
agresores de menores tenían tasas de masturbación superiores a las del resto, un
hecho que Marshall y Marshall (2002) atribuyen al recurso de la masturbación

29
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

inicialmente como medio de hacer frente a su falta de afecto y, posteriormente, a


todos sus problemas en general, por lo que aseguran que “(…) cabe esperar que
los delincuentes sexuales usen el sexo como estrategia primaria de
afrontamiento de problemas” (p.241). De hecho, la utilización del sexo como
estrategia de afrontamiento es mucho más frecuente en los casos de delincuentes
sexuales que en delincuentes no sexuales (Marshall & Marshall, 2002). En el
caso de los violadores tenderán a recurrir a fantasías de violación -o a realizar el
acto en sí-, mientras que los agresores de menores recurrirán a ellos -a través de
fantasías o mediante actos- en aquellas situaciones de estrés o problemáticas que
no saben resolver de otra manera (Marshall & Marshall, 2002).

E) Proceso de condicionamiento: de acuerdo con esta perspectiva, el hecho de


asociar de manera repetida fantasías sexuales que podríamos calificar como
desviadas -como son la violación o las relaciones con menores- con la excitación
sexual derivada de la masturbación, puede llevar al surgimiento de un fuerte
deseo de llevar a cabo dichas fantasías en la vida real (Marshall & Marshall,
2002). Así, se entiende que, mediante este proceso de condicionamiento, cada
sujeto desarrollaría ciertas preferencias que se ajustarían a sus fantasías
(hipótesis de preferencia). Por tanto, de acuerdo con esta perspectiva, los
abusadores infantiles buscan el contacto con los menores porque han
desarrollado una preferencia hacia ellos frente a los adultos, mientras que los
violadores se han “decantado” por aquellas relaciones sexuales no consentidas.
Sin embargo, Marshall y Marshall (2002) advierten que, si bien es posible que el
proceso de condicionamiento juegue un papel en el desarrollo de las conductas
desviadas, este proceso no puede ser tan simple como lo plantea la hipótesis de
preferencia. De hecho, afirman que existen pocos comportamientos humanos -si
es que hay alguno- que se fundamente en un único motivo. En el caso de los
abusadores sexuales, por ejemplo, la mayoría elude cualquier tipo de contacto
sexual con potenciales parejas adultas, les produce un gran temor, ya que las
perciben como amenazantes, mientras que relacionándose con los niños se
sientes cómodos desde el punto de vista emocional (Howells, 1979). Junto a
esto, Araji y Finkelhor (1985) establecen que, al relacionarse sexualmente con
los niños, los agresores de menores experimentan una sensación de control que
no se da ni relacionándose con adultos, ni en el resto de ámbitos de su vida.

30
Ainara Jauregui Sansinenea

Además, al carecer de habilidades interpersonales, a menudo estos sujetos ya


desde su juventud sólo pueden establecer relaciones con personas que perciben
como más débiles y, consiguientemente, se sienten emocionalmente cómodos
únicamente con ellos, en especial, con niños vulnerables (Marshall & Marshall,
2002).

Por tanto, Marshall y Marshall (2002) consideran que “(…) es el realce


paulatino de todos estos elementos de las fantasías de los delincuentes sexuales
lo que va estableciendo la disposición para el delito, por encima de los elementos
estrictamente sexuales” (p.247).

F) Factores desinhibitorios: Araji y Finkelhor (1985) por un lado y Barberee


(1990) por el otro han establecido que, para que se lleve a cabo la comisión de un
delito sexual, es preciso que el agresor supere aquellas inhibiciones que
impedirían la realización del acto. Sabemos que el consumo de alcohol, es un
medio muy utilizado por el ser humano para desinhibirse que, además, facilita el
surgimiento de expresiones agresivas (Bushman & Cooper, 1990), así como de
la excitación sexual (Wilson, 1981). Junto a esto, si bien es cierto que aún no
existen evidencias claras en su implicación para desinhibir las conductas
(Marshall & Marshall, 2002), muchos autores hacen también mención de las
distorsiones cognitivas. En este sentido, Abel mediante sus trabajos realizados
con Becker y Cunnigham-Rathner (1984) y con Gore, Holland, Camp, Becker y
Rathner (1989), estima que las distorsiones cognitivas que emplean los
agresores de menores (“los niños están disponibles para el sexo, provocan
sexualmente a los adultos, que no sufren daños al mantener relaciones sexuales
con adultos…”), les sirven para justificar sus actos y, por tanto, mantener dichas
conductas sin llegar a experimentar remordimiento o culpa.

G) Oportunidad: será la suma de todos los elementos anteriormente expuestos los


que llevarán a un sujeto a buscar -o aprovechar- una oportunidad propicia para
consumar el delito (Marshall & Marshall, 2002). Una vez que el acto se ha
llevado a cabo, existe una mayor probabilidad de que la experiencia le sirva para
alimentar nuevas fantasías de índole sexual que podrían conducirle a la adopción
de comportamientos sexuales delictivos en el futuro (Marshall & Marshall,

31
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

2002).

2. Perfiles de agresores sexuales infantiles

Además, de las consideraciones respecto al sexo, la edad, la proximidad y el contexto


del agresor, en este apartado aludiremos a otros aspectos no mencionados, sin perjuicio
de que toda perfilación conlleve el riesgo de generalización o reduccionismo.
Ilustraremos dichos aspectos mediante la utilización de extractos de testimonios de
infractores, obtenidos de fuentes secundarias.

De acuerdo con Lanyon (1986), existirían principalmente dos tipos de abusadores


sexuales de menores: a) los primarios y b) los secundarios o situacionales. En cuanto a
los primarios, serían sujetos que presentan una preferencia hacia los niños, debido a que
su orientación sexual está dirigida primariamente hacia ellos (Echeburúa &
Guerricaechevarría, 2000): “Por desgracia mi desviación hace que sólo me atraigan las
niñas antes de la pubertad. Quizás puedan comprenderme, en cuanto la niña se
transforma en mujer se convierte en un peligro para mí, se convierte en una mujer y ya
no confío en ella, ya no puedo fijarme en ella” (Robert, pederasta 5) (Denavarre, 2004).
Son sujetos que apenas muestran interés sexual o emocional por los adultos, por lo que,
en su mayoría, permanecen solteros y si se casan o mantienen relaciones con adultos es
símplemente como tapadera o para tener acceso a menores (Cortés Arboleda, 2011):
“(…) Con mis mujeres todo fue muy superficial. Yo las manipulaba, me hacía el bueno.
Sexualmente era una nulidad frente a la mujer, pero era un buen chico”. Su ámbito de
intereses y actividades tiende a ser muy reducido (Echeburúa & Guerricaechevarría,
2000). Tienden a mostrar “conductas compulsivas no mediatizadas por situaciones de
estrés” (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000, p.83). Sus víctimas suelen ser niños
varones cuyo papel consiste en representar a su pareja adulta (Cortés Arboleda, 2011).
Pueden atraer a los niños con estrategias como la “simpatía personal, comportamientos
infantiles, compartir los interéses de los niños, regalos…” (Echeburúa &
Guerricaechevarría, 2000, p.84) “(…) Un niño es inocente, no es malo, nos acepta como
somos. Es muy fácil manipular a un niño para hacer lo que tú quieres”.

5
Si no se indica lo contrario, las declaraciones siguientes pertenecen también a la misma persona
agresora.

32
Ainara Jauregui Sansinenea

Si atendemos al punto de vista cognitivo, estos sujetos no entienden sus conductas


como algo inapropiado, de hecho, suelen considerar que la sociedad debería aprender a
comprenderles, respaldándose en aquellas culturas que ensalzaban este tipo de
relaciones, como la griega en la antigúedad. Sus “ataques” suelen estar planificados
(Cortés Arboleda, 2011; Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000): “(…) Al principio, en
la terapia tendemos a decir que ha sido de improviso, que no has buscado que pasase,
pero es totalmente falso, es ridículo, todo está preparado. En el 99% de los casos ha
habido planificación, ha habido una elección, ha habido una víctima cercana. Aunque
haya sido de una forma inconsciente, en nuestra mente sabemos que las cosas no pasan
por que sí”. Suelen valerse de distorsiones cognitivas tales como responsabilizar a los
menores por adoptar una conducta seductora o entender que mediante ese tipo de actos
se está educando al menor. Es por esto que no muestran ningún tipo de sentimientos
reales de culpa o de vergüenza por sus actos (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000):
“(…) Llegas a pensar que, bueno, no es tan grave, no haces nada especial, a pensar que
seguro que a ella también le gusta, que todo ocurre porque ella quiere. Lo que ocurre
en nuestra mente es una distorsión, nosotros no hacemos nada mal”. Junto a esto, este
tipo de agresores pueden presentar fobias a mantener relaciones íntimas con mujeres
adultas, incluso cierto aborrecimiento hacia sus características fisiológicas (pechos
desarrollados, vello púbico…). Según Echeburúa y Guerricaecheverría (2000):

El orígen de esta tendencia anómala puede estar relacionado con el aprendizaje de


actitudes extremas negativas hacia la sexualidad o con el abuso sexual sufrido en la
infancia, así como con sentimientos de inferioridad o con la incapacidad para
establecer relaciones sociales y heterosexuales normales. A su vez, la repetición
reiterada de masturbaciones acompañadas de fantasías pedofílicas tiende a mantener
este trastorno (p.84).

En cuanto a los abusadores secundarios o situacionales, podemos decir que se trata


de sujetos con habilidades sociales y relaciones -por lo general, heterosexuales- más o
menos normales, si bien “presentan ciertos déficits de habilidades, especialmente en sus
relaciones íntimas” (Cortés Arboleda, 2011, p.202). Así, pueden sufrir una impotencia
ocasional, una pérdida de deseo e incluso tensiones o conflictos con su pareja
(Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000). Habitualmente se relacionan con adultos,
pero en situaciones de soledad o estrés, recurren a los menores. Sus relaciones, por

33
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

tanto, se dan de forma aislada. Se trata de actos que llevan a cabo “de forma episódica e
impulsiva” (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000, p.85). De hecho, si atendemos a su
cognición, veremos que estos sujetos perciben sus relaciones con los menores como
algo anormal y que consideran que tienen un problema (Cortés Arboleda, 2011) por lo
que no es infrecuente que después sientan profundos sentimientos de culpa y vergüenza
(Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000): “Después de que todo pasara, después de
haber abusado era como… ya podía respirar. No sé por qué, pero eso era lo que hacía
que me sintiera mejor después. Por supuesto que después de cometer los abusos
pensaba: “¿pero, qué es lo que he hecho?” Me enfadaba conmigo mismo, me odiaba a
mí mismo por lo que hacía, pero una o dos semanas después ya ni me acordaba”
(Jean-Claude, pederasta 6) (Denavarre, 2004). Estas conductas abusivas pueden servir
como medio de compensar su autoestima o de liberar aquella hostilidad acumulada que
no pueden desatar de otra manera (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000). Finalmente,
cabe señalar que, tanto las situaciones de estrés como el consumo excesivo de alcohol o
de otras sustancias pueden servir como desencadenante de este tipo de conductas
(Echeburúa, et al. 1995): “(…) ¿Cómo sucedía? Cuando tenía demasiadas
frustraciones. Nosotros, al menos yo, acumulaba mis frustraciones y cuantas más
acumulaba más ganas tenía de hacerlo, no me lo planteaba, sólo esperaba el momento
adecuado y lo hacía”.

6
Las declaraciones siguientes también serán del mismo sujeto.

34
Ainara Jauregui Sansinenea

III. TRABAJO DE CAMPO

1. Objetivos específicos del trabajo de campo en relación con las fuentes utilizadas

Tras el planteamiento del estado de la cuestión, mediante la revisión bibliográfica,


presentamos a continuación un trabajo de campo, a modo de estudio exploratorio sobre
los contextos de victimización sexual infantil en Gipuzkoa, en relación con el concepto
de “círculo victimal”. Para ello, se ha llevado a cabo, en primer lugar, un análisis de las
sentencias 7 de abusos sexuales infantiles emitidas tanto por la Audiencia Provincial de
Gipuzkoa como por el Juzgado de Menores de San Sebastián entre los años 2004 y
2014 8 con el fin de identificar cinco aspectos:

1) El sexo y la edad tanto de la víctima como del agresor en el momento de


producirse los abusos.
2) La naturaleza y duración de los abusos sufridos.
3) El impacto victimal (mediante los informes psicológicos de los peritos).
4) El ámbito de los abusos y la relación entre víctima y agresor.
5) La situación familiar de ambos (siempre que resulte posible ya que no siempre
se especifica).

En segundo lugar, con intención de dar respuesta a la existencia o no de un “círculo


victimal” en el ámbito de los abusos sexuales, mediante la información aportada por las
sentencias de ambos órganos judiciales y los informes facilitados por el Equipo Técnico
del Juzgado de Menores, se procura observar si el agresor cuenta con un historial de
abusos sexuales en su infancia y, de ser así y siempre que ha sido posible, tratar de
establecer (siempre respecto a la propia victmización sexual previa del agresor):

a) Su edad en el momento de los hechos.


b) El sexo y edad de su agresor.
c) La relación existente entre ambos.
7
Tanto condenatorias como absolutorias. Este último caso sucede, por ejemplo, por prescripción del
delito, si bien, en todo caso, los peritos han observado un impacto victimal (de la muestra estudiada
representan un total de 3).
8
Hemos considerado que este periodo de tiempo nos permitía acceder a una muestra manejable, dadas
las limitaciones del presente estudio. La muestra se ha obtenido mediante la consulta de bases de datos
electrónicas y mediante el trabajo de campo en el Juzgado de Menores, realizado en los cuatro primeros
meses de 2015.

35
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

d) La naturaleza y duración de los abusos.


e) Así como un posible impacto victimal a través de las características que
presentaba el agresor en el momento de su evaluación (problemas de relación
interpersonal, ansiedad, agresividad hacia los demás…).

A través de este análisis se persigue tratar de conocer cuáles han sido los factores
que han influido en que tuviera lugar el abuso y, en el caso de agresores con un historial
de abusos, qué otros factores, además del abuso pueden haber influido en ese tránsito de
víctima a agresor, de ahí el análisis de la situación familiar, entre otras cuestiones.

Adicionalmente, en este apartado se han utilizado también testimonios de


agresores que fueron a su vez abusados en la infancia, obteniéndolos de fuentes
secundarias. También se ha consultado a diversos profesionales en el ámbito de abusos
sexuales infantiles: por un lado, se ha entrevistado personalmente a un experto en
materia de abusos sexuales y a un psicoterapeuta que trabaja tanto con menores
victimizados o en riesgo de victimización de malos tratos en general, incluidos los
abusos sexuales, como con agresores infantiles, especialmente intrafamiliares y, por
otro, se han remitido diversos cuestionarios a: otra experta en materia de abusos
sexuales y a una terapeuta que trabaja con víctimas de abusos sexuales 9.

2. Detalle sobre las fuentes utilizadas: sus posibles limitaciones

Como ya hemos adelantado, la información de primera mano que se maneja en este


estudio deriva de aquellas sentencias principalmente condenatorias dictadas tanto por la
Audiencia Provincial de Gipuzkoa -en primera o segunda instancia-, como por el
Juzgado de Menores de San Sebastián, referentes a abusos sexuales infantiles. El acceso
a estos datos se ha llevado a cabo a través de la base de datos CENDOJ (Centro de
Documentación Judicial del Consejo General del Poder Judicial) para los casos
emitidos por la Audiencia y de los expedientes de menores facilitados por el propio
Juzgado de Menores de San Sebastián, tras contar con los permisos pertinentes y
asegurando la confidencialidad y anonimato de los datos.

9
Los cuestionarios, incluidos como ANEXO 3, fueron elaborados en virtud de las capacidades de cada
profesional y remitidos a un total de 4 sujetos, pero de 2 de ellos no se obtuvo respuesta.

36
Ainara Jauregui Sansinenea

Respecto a los adultos, cabe señalar que, como consecuencia del sistema jerárquico
establecido mediante el art.14 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, la Audiencia
Provincial es competente para juzgar en primera instancia, aquellos casos donde se
exigen penas de prisión superiores a 5 años y, en segunda instancia, aquellos casos
derivados de los Juzgados de lo Penal e Instrucción mediante recursos de apelación
(delitos y faltas con penas inferiores a 5 años). Asimismo, conocerá aquellos recursos
contra sentencias dictadas por: el Juzgado de Violencia sobre la Mujer, el Juzgado de
Menores, así como el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria. Sin embargo, estos últimos
no serán tenidos en cuenta en nuestro trabajo.

En esta investigación se han recopilado un total de 35 sentencias, siendo 12 de


ellas, apelaciones contra sentencias condenatorias dictadas en primera instancia por el
Juzgado de lo Penal de San Sebastián que han sido desestimadas total o parcialmente,
pero siempre manteniendo la condena. Asimismo, cabe señalar, también que la base de
datos CENDOJ carece de gran parte de aquellas sentencias dictadas por los Juzgados
de lo Penal en primera instancia (Tamarit, Guardiola, Hernández-Hidalgo, &
Padró-Solanet, 2014). Por tanto, debemos tener en cuenta que, salvo estos 12 casos
que han sido apelados ante la Audiencia Provincial, este estudio carece de datos sobre
aquellos posibles incidentes abusivos contra menores que hayan sido enjuiciados por
el Juzgado de lo Penal.

Respecto al Juzgado de Menores, atendiendo a los art. 1 y 2 de la Ley Orgánica


5/2000 reguladora de la responsabilidad penal de los menores, estos juzgados son
competentes para enjuiciar aquellos delitos y faltas cometidos por menores de entre 14
y 18 años de edad. Por tanto, en este caso tampoco se ha podido acceder a datos de
posibles actos cometidos por menores de 14 años, ya que no son penalmente
responsables. Aun así, en esta investigación se han recopilado un total de 16
sentencias en las que tanto víctima como agresor eran menores de edad. Se excluyen,
en todo caso, aquellos abusos de índole sexual llevados a cabo contra adultos, ya que
esta investigación se ciñe a una victimización infantil.

37
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

IV. PRESENTACIÓN Y ANÁLISIS DE LOS RESULTADOS

A la vista de los objetivos específicos del trabajo de campo, anteriormente


descritos, dentro de un marco teórico victimológico, se ha seguido una metodología
cualitativa que no ha buscado, ante las dificultades de acceso y límites temporales de
la investigación, obtener una muestra representativa, pero sí significativa.

Con todos los datos obtenidos, se ha realizado un análisis de contenido


identificando las variables más relevantes para el estudio. En lo que respecta al análisis
de sentencias y expedientes, se han efectuado estudios de caso en los que, cuando la
duración de la victimización se prolonga en el tiempo -fundamentalmente en violencia
intrafamiliar-, estamos, en cierto modo, ante historias de vida sobre el periodo
documentado en las sentencias.

Finalmente, respecto a la recogida de datos, cabe señalar que se ha barajado la


posibilidad de emplear el software SPSS, siguiendo la senda establecida por estudios
previos similares a éste como el de Cortés Arboleda, Cantón Duarte y Cantón-Cortés
(2011), pero finalmente se ha decidido descartar dicha opción, principalmente por un
motivo esencial para el trabajo que nos ocupa:

• La singularidad del impacto victimal de cada una de la víctimas como


consecuencia de la variedad de las secuelas sufridas y de la situación particular
de cada una de ellas (procesos de separación de sus padres, ser objeto de otro
tipo de victimización…). Así, teniendo en cuenta que este estudio pretende
atender a todos aquellos elementos que han podido favorecer a la
victimización, ha resultado imposible establecer una codificación que pudiera
abarcar de manera satisfactoria el impacto victimal sufrido por estos menores
que tuviera en cuenta, además, la situación particular de todas ellas.

Por todo lo indicado anteriormente, se ha preferido realizar un análisis de


contenido de los documentos buscando y analizando en ellos las variables previamente
indicadas, dentro de un estudio de corte cualitativo, ampliamente avalado en el ámbito
victimológico para abordar la complejidad de los procesos de victimización y
recuperación victimal. Los datos obtenidos en el estudio de campo han sido integrados

38
Ainara Jauregui Sansinenea

con los resultados de la revisión bibliográfica y de las entrevistas realizadas a expertos,


así como los relatos de agresores, recogidos a través de fuentes secundarias.

A) Análisis de las sentencias condenatorias por abusos sexuales a


menores emitidas por la Audiencia Provincial de Gipuzkoa y el
Juzgado de Menores de San Sebastián entre los años 2004-2014

A través de la presente tabla, se pretende ilustrar, de manera clara y ordenada, el


número de sentencias, víctimas y agresores analizados tanto en la Audiencia Provincial
de Gipuzkoa, como en el Juzgado de Menores de San Sebastián. Así, podemos
comprobar que esta investigación ha contado con un total de 51 sentencias de abusos
sexuales a menores de las cuales 35 provienen de la Audiencia Provincial y 16 del
Juzgado de Menores. De estas cifras se podría deducir que, afortunadamente y siempre
respecto de la criminalidad registrada judicialmente, en el ámbito de los agresores
menores de edad, los casos de abusos sexuales contra víctimas también menores en
estos 10 años no han resultado ser tan habituales como en los adultos.

Junto a esto, podemos ver, también, que han sido analizados un total de 69 víctimas
y de 63 agresores, pudiéndose apreciar un mayor número de víctimas frente a sus
agresores en el caso de la Audiencia Provincial (52 víctimas y 36 agresores), mientras
que en el caso del Juzgado de Menores existe un mayor número de agresores que de
víctimas (27 frente a 17). Esto se debe principalmente a que algunos de los agresores
adultos han cometido abusos a lo largo de los años contra más de una víctima (9
agresores han abusado de un total de 26 víctimas), mientras que algunos de los menores
de edad han perpetrado los abusos en grupos (frente a un total de 5 víctimas, existe un
total de 14 agresores menores).

39
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Tabla 2

Sede Número de Número de Número de


sentencias víctimas agresores
Audiencia Provincial 35 52 36
Juzgado de Menores 16 17 27
TOTAL 51 69 63
Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

1. Tipologías de victimización

Con el fin de asegurar una mejor comprensión y un mejor seguimiento, los


resultados obtenidos en el presente trabajo serán presentados siguiendo las líneas
establecidas en el apartado “Contextualización”. Así, en primer lugar nos referiremos a
las “Tipologías de victimización”, haciendo referencia a las modalidades o tipos de
actividades sexuales 10 advertidos mediante el análisis de sentencias, para después
hablar del ámbito donde se han llevado a cabo los abusos y la relación existente
entre víctima y agresor. En este apartado se incluirá, asimismo, el impacto victimal
presente en cada uno de los casos, ya que resulta importante tenerlo en cuenta junto a
las posibles relaciones afectivas entre víctima y agresor. Después, proseguiremos
centrándonos en las “Tipologías de víctimas”, donde serán analizadas tanto la edad
como el sexo de las víctimas. A continuación, se hará una breve referencia a la
duración de los abusos, para, finalmente, concluir refiriéndonos a los agresores,
atendiendo tanto a su sexo como a su edad y a su perfil psicológico general.

10
Siguiendo la línea de análisis de este trabajo, ya indicada anteriormente, no se trata de una
clasificación penal, sino descriptiva del tipo de actos realizados que permite una mayor riqueza en el
registro de conductas.

40
Ainara Jauregui Sansinenea

1.1 Modalidades o tipos de abusos

Tabla 3

Naturaleza de los abusos Número de casos


Exigencia de que la víctima se desnude o 6
muestre sus partes íntimas
Exhibicionismo 11
Exigencia de que la víctima bese o lama
los genitales o demás partes íntimas del 5
agresor
Tocamientos (genitales, pechos, 51
nalgas…)
Penetración vaginal fálica 24
Penetración vaginal dactilar 10
Penetración anal fálica 13
Penetración anal dactilar 5
Penetración anal instrumental 1
Realización de material pornográfico 3
(fotos, videos)
Realización de una felación (con
penetración bucal fálica) por 14
exigencia/obligación del agresor
Exhibición de material pornográfico 4
Besar o lamer partes corporales de la 17
víctima
Realización de prácticas sadomasoquistas 1
Froteurismo 4
Mantener relaciones sexuales delante de 2
la víctima
Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

41
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

La presente tabla refleja tanto la naturaleza de los abusos sufridos por las víctimas,
como el número de casos en los que se han llevado a cabo ese tipo de abusos. Para ello
se han tenido en cuenta las sentencias de ambas sedes en su conjunto. Vemos cómo se
han recopilado un total de 16 tipos distintos de abusos de diversa índole. Dentro de este
abanico de modalidades abusivas, como podemos apreciar, los tocamientos de las partes
íntimas (genitales, pechos, nalgas…) son, sin lugar a dudas, los más frecuentes, dándose
en 51 casos. Se trata del tipo de abuso que más se ha llevado a cabo sin distinción alguna
de edad -de víctima y agresor-, sexo o relación entre ambos.

La siguiente modalidad más presente, notablemente inferior a los tocamientos, sería


la penetración vaginal fálica, con un total de 24 casos, siendo 5 en grado de tentativa. En
cuanto a los agresores adultos (sujetos de edades comprendidas entre los 24 y los 48
años de edad) este tipo de abuso ha resultado ser relativamente habitual en el caso de
padres biológicos (4 casos) o padrastros (un caso), existiendo también 2 casos de amigos
de la víctima y un caso de su compañero de piso. En el caso de agresores menores de
edad (de entre 14 y 17 años de edad), sin embargo, la penetración vaginal fálica ha
resultado ser el tipo de abuso más habitual, habiendo sido llevado a cabo por 13 de los
27 agresores que suman el total, entre los cuales destacan los amigos o compañeros de
las víctimas (8 de los 13 casos). También hay 2 familiares, 2 parejas esporádicas y 2
desconocidos. La razón por la que constan 14 agresores cuando en realidad son 13, se
debe a que un mismo agresor, como consecuencia de su especial relación con la víctima,
figura como amigo y pareja esporádica. En cuanto a la edad de las víctimas, podemos
decir que la gran mayoría se encuentran entre los 12 y los 17 años de edad, existiendo 3
casos excepcionales de 6, 10-11 y de 10-12 años. Con respecto a aquellas víctimas
abusadas durante largos periodos de tiempo, cabe señalar que, por lo general, la
penetración vaginal fálica ha sido incorporada como una modalidad abusiva más
cuando las víctimas han llegado a la adolescencia.

La tercera modalidad más habitual sería aquella en la que el agresor besa o lame
partes corporales de la víctima, dándose en 17 de los casos. En lo que respecta a
agresores adultos (un total de 10 sujetos de entre 30 y 50 años, siendo imposible
establecer la edad de 2 de ellos al figurar como “mayores de edad”), existe un número
muy significativo de abusos de esta índole en el ámbito intrafamiliar, 6 para ser más
precisos. De entre ellos, 3 son padres biológicos de las víctimas, existiendo también un

42
Ainara Jauregui Sansinenea

padrastro, un tío y un primo. También hay otro sujeto que era amigo de la madre de la
víctima y, finalmente, 2 agresores más que han resultado ser desconocidos. Por otro
lado, en cuanto a los agresores menores de edad (un total de 6 jóvenes de entre 15 y 17
años y un único menor de 11 años), han resultado ser una pareja esporádica de la
víctima, su hermano y 5 sujetos desconocidos -amigos entre sí- que abordaron
conjuntamente a una única víctima. Atendiendo al sexo y edad de las víctimas, de las 14
que suman en total, 3 han resultado ser varones (2 de ellos abusados desde los 3 o 4 años
hasta los 10 y 15 y el tercero a los 13) y las 11 restantes son mujeres de entre 4 y 17 años
de edad (la más joven abusada desde los 4 hasta los 10 años, la siguiente desde los 6
hasta los 8, otra a los 6, para seguir con otra victimizada entre los 8 y los 16 y la
siguiente desde los 10 hasta los 12. También hay 2 víctimas de 12 años, otra de 14, 3 de
15 y finalmente, una de 17).

Las siguientes modalidades abusivas han resultado ser la realización de felaciones


(con penetración bucal fálica) por exigencia u obligación del agresor, con un total de 14
casos y la penetración anal fálica, dándose en un total de 13 casos. En cuanto a la
primera, podemos decir, en primer lugar que salvo uno en el que el agresor era
desconocido, todos los casos han resultado ser perpetrados por conocidos de la víctima
(8 casos de 9), entre los cuales existe un padre biológico, un primo, una pareja de la
madre de la víctima, un amigo íntimo de la madre de la víctima, 4 amigos y, finalmente,
una pareja esporádica de la víctima. Cabe señalar, además que de estos 9 agresores 7 han
resultado ser menores de edad, de entre 14 y 17 años. Los 2 restantes cuentan con 36-40
y 48 años respectivamente. Por otro lado, atendiendo al sexo y la edad de las víctimas,
podemos afirmar que han resultado victimizados 8 menores, de los cuales 6 son mujeres
y los 2 restantes varones (de 11 y 13 años). La edad de las mujeres resulta nuevamente
muy heterogénea, existiendo 2 menores de 4 y 5 años, mientras que las restantes son
jóvenes de entre 12 y 16 años.

En lo que respecta a la penetración anal fálica (un total de 13 casos, uno de los cuales
es en grado de tentativa), ha resultado ser un tipo abusivo muy presente en el ámbito
intrafamiliar, dado que 8 de los 9 agresores que suman el total, son miembros de la
familia de las víctimas, en especial padres biológicos (5 de los casos), existiendo
también 2 tíos, un primo y un hermano. En cuanto al último agresor, a pesar de no ser
familiar de la víctima, si que era alguien cercano a ella, siendo su compañero de piso.

43
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Atendiendo a sus edades, los padres se encuentran en una franja de edad entre los 25 y
los 50 años, no siendo posible conocer la edad de uno de los mismos, al constar
únicamente como “mayor de edad”. Este gran marco de edad se debe a que
prácticamente todos estos padres han venido abusando de sus retoños a lo largo de los
años, por lo que constan tanto sus edades al inicio de los abusos como en el momento de
finalizar. En cuanto a los tíos, el más joven cometió los abusos entre los 15 o 16 y los 22
años, mientras que el más mayor se encontraba en la treintena. Con respecto al hermano
y al primo, cabe señalar que ambos son adolescentes de entre 14 y 17 años. Finalmente,
el compañero de piso tenía entre 24 y 26 años durante los abusos. Atendiendo ahora a las
víctimas, podemos afirmar que son un total de 13, de las cuales 4 son varones y las 9
restantes mujeres. En cuanto a la edad, por lo general los varones han resultado ser
victimizados a edades muy tempranas y durante largos períodos de tiempo iniciándose a
los 3 o 4 años -e incluso antes- en 3 de los 4 casos y prolongándose hasta los 10-15 y a
los 7 en el caso del restante. Por lo que respecta a las mujeres victimizadas, la más joven
fue victimizada desde una edad indeterminada hasta los 6 años, habiendo 3 de entre 6 y
10 años y otras 5 de edades comprendidas entre los 11 y los 16.

Las siguientes modalidades abusivas más frecuentes serían el exhibicionismo (con


un total de 11 casos) y la penetración vaginal dactilar (10 casos). En lo que se refiere al
exhibicionismo, podemos decir que los agresores (un total de 4 sujetos) han resultado
ser un amigo íntimo de los progenitores de sus víctimas, un padre biológico y 2 sujetos
desconocidos. En cuanto a las edades de los mismos, el más joven es de 14 años de edad,
siendo los siguientes 2 agresores entre los 27 y los 29, finalizando con el mayor del
grupo de entre 36 y 40 años. En cuanto a las víctimas (un total de 11), todas ellas han
resultado ser mujeres salvo un único varón de entre 1 y 3 años. Las víctimas femeninas
más jóvenes, son 2 niñas de entre 3 y 5 años, encontrándose las restantes entre los 10 y
los 16 años de edad.

Refiriéndonos ahora a la penetración vaginal dactilar, cabe señalar que la mayoría de


los abusos de esta modalidad han sido llevados a cabo por familiares o conocidos de las
víctimas, existiendo únicamente 2 agresores desconocidos que, además, actuaron
conjuntamente. Así, de un total de 10 agresores, 4 son familiares de las víctimas (2 tíos,
un padre y un padrastro) y 4 han resultados ser amigos de las víctimas o de sus madres (2
sujetos), un compañero de piso y una pareja esporádica. Cabe señalar que de entre estos

44
Ainara Jauregui Sansinenea

10 agresores, 4 son menores de edad de entre 15 y 17 años. En cuanto a los restantes, son
adultos siendo el más joven de entre 18 y 22 años de edad y el mayor de 48. También
hay otro de 24-26 y otros 2 entre los 32 y los 40, siendo imposible determinar la edad del
restante, al constar como “mayor de edad”. En lo que respecta a las víctimas, la más
joven ha resultado ser una niña de 3 años, siendo las siguientes más jóvenes 2 menores
abusadas desde los 7 u 8 años hasta los 10 y 16, habiendo otra entre los 10 y los 12 y 5
más entre los 14 y los 17.

La exigencia de que la víctima se desnude o muestre sus partes íntimas, así como la
penetración anal dactilar y la exigencia de que la víctima lama o bese los genitales o
demás partes íntimas del agresor serían las siguientes 3 modalidades más habituales,
dándose en un total de 6 situaciones en el caso de la primera y en 5 en el caso de las 2
restantes. En cuanto al primer tipo de abuso, podemos decir que los agresores, un total
de 4 sujetos de entre 27 y 48 años de edad, han sido por un lado, conocidos o familiares
de las víctimas (un amigo íntimo de la madre y un padre biológico) y por otro, sujetos
desconocidos (los 2 restantes). Con respecto a las víctimas, todas ellas han sido mujeres
de entre 11 y 16 años de edad.

Centrándonos ahora en la penetración anal dactilar, podemos decir que los


agresores, 2 sujetos de entre 38 y 58 años de edad, han resultado ser muy cercanos a las
víctimas, siendo uno de ellos el padre biológico y el otro el entrenador deportivo. Es
importante señalar, además, que ambos han llevado a cabo abusos contra más de una
víctima. Refiriéndonos ahora a las víctimas (un total de 5), todas han resultado ser
varones de entre los 3 o 4 (2 víctimas) hasta los 12 años de edad (las 3 restantes).

Para finalizar con este sexto bloque y en atención a la exigencia de que la víctima
bese o lama los genitales o demás partes íntimas del agresor, podemos decir que,
nuevamente, el ámbito intrafamiliar está muy presente en esta modalidad, siendo 4 de
los 5 agresores que suponen el total, un tío, un primo, un padre y, sorprendentemente,
una madre de las víctimas. La presencia de esta madre resulta ser excepcional, dado que
es la única agresora que consta en la totalidad de la investigación. En cuanto al 5º
agresor, podemos decir que, a pesar de no ser un miembro de la familia, era un amigo
muy íntimo de los progenitores de sus víctimas, por lo que casi se lo podría considerar
como tal. Atendiendo a las víctimas, han resultado ser un total de 5, de las cuales 3 son

45
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

varones y las 2 restantes mujeres. En cuanto a las edades, cabe señalar que todos ellos
han sido abusados a edades muy tempranas, encontrándonos con 3 de entre un año y 5
(una mujer y 2 varones, uno de los cuales fue abusado hasta los 11 años), existiendo
también otra mujer de 6 que fue abusada hasta los 8 años y, finalmente, otro varón que
fue abusado cuando tenía 8 años de edad.

Las siguientes modalidades más habituales serían la exhibición de material


pornográfico y el froteurismo, dándose en 4 situaciones en ambos casos.
Refiriéndonos en primer lugar a la exhibición de material pornográfico, podemos decir
que todos los agresores (3 sujetos) han resultado ser muy cercanos a sus víctimas,
siendo 2 de ellos la pareja sentimental de su madre o de algún otro miembro de la
familia y los 2 restantes un padre y un primo. La existencia de 4 tipos de agresor
cuando en total son 3, se debe a que uno de los agresores abusó de 2 víctimas en
calidad de padre de una y de pareja sentimental de la madre de la otra. Con respecto a
las edades, el agresor más joven cuenta con 17 años de edad, siendo los restantes
adultos de entre 36 y 48 años. Centrándonos ahora en las víctimas (un total de 4),
podemos decir que son 3 mujeres de 4 (la más joven) y 12 años (las 2 restantes)
respectivamente y un único varón de 8 años de edad.

En cuanto al froteurismo, cabe señalar que la gran parte de los agresores son
miembros de la familia de las víctimas (3 de 4), siendo 2 de ellos los padres biológicos
y uno el tío. El 4º agresor ha resultado ser un vecino de la víctima. En cuanto a las
edades, 2 de ellos se encuentran entre los 42 y los 45 años, resultando imposible
establecer la de los 2 restantes, al figurar únicamente como “mayores de edad”.
Atendiendo a las víctimas, son un total de 4, 3 mujeres y un varón. Cabe señalar que
las mujeres han resultado ser victimizadas desde edades más tempranas y durante un
tiempo más prolongado, siendo una de ellas abusada desde los 7 u 8 años hasta los 12,
otra desde los 3 años hasta los 10 y, finalmente, otra desde una edad indeterminada
hasta los 11 años. En lo que respecta al varón, fue abusado de forma puntual cuando
tenía 11 años.

Tras la exhibición de material pornográfico y el froteurismo, encontramos 2


modalidades más, a saber, la realización de material pornográfico (3 casos) y mantener
relaciones sexuales delante del menor (2 casos). Con respecto a la primera modalidad,

46
Ainara Jauregui Sansinenea

podemos decir que 2 de los 3 agresores han resultado ser padres de las víctimas (uno
biológico y el otro adoptivo) y el tercero era la pareja de una amiga íntima de la madre
de la víctima. Los 3 agresores se encuentran entre los 31 y los 48 años de edad.
Atendiendo a las víctimas, son un total de 3: 2 mujeres de entre 12 y 16 años y un
varón de 10.

En lo que respecta a mantener relaciones sexuales delante de la víctima, podemos


decir que se trata de un matrimonio (un varón y una mujer) de entre 25 y 36 años -en
el caso del varón- y 20 y 31 -en el caso de la mujer- que han resultado ser los
progenitores de las víctimas (un varón abusado prácticamente desde el nacimiento
hasta los 11 años y una mujer abusada prácticamente desde el nacimiento hasta los 6).
Nuevamente cabe mencionar que la presencia de una mujer en calidad de agresora es
excepcional, siendo la única presente en toda la investigación.

Finalmente, las modalidades abusivas menos frecuentes han resultado ser la


penetración anal instrumental y los abusos de contenido sadomasoquista, estando
presentes en un único caso cada uno. De estos particulares tipos abusivos podemos
decir que han sido llevados a cabo en el seno familiar, por un padrastro y un primo de
las víctimas y que los agresores no podrían ser más distintos, siendo uno de ellos un
joven de 17 años y el otro un adulto “mayor de edad”. En cuanto a las víctimas, son un
varón y una mujer, abusados entre los 4 y los 8 años -en el caso de la mujer- y a los 8
años -en el caso del varón-.

Por tanto, teniendo en cuenta la totalidad de casos analizados, podemos concluir


que los abusos sexuales con contacto físico han resultado ser notablemente superiores
a los abusos sin contacto físico (una suma de 26 11 casos frente a otra suma de 145 12).
En este sentido y con el fin de corroborar los resultados obtenidos en la presente
investigación, conviene establecer que de acuerdo con Cortés Arboleda, Cantón
Duarte y Cantón-Cortés (2011), gran parte de los abusos sexuales se producen
mediante el contacto físico, estableciendo los tocamientos como tipología más
habitual. Así, de 269 sujetos victimizados (derivados de su muestra total de 2159), su
11
Exigencia de que la víctima se desnude, etc. + exhibicionismo + realización de material pornográfico
+ exhibición de material pornográfico + mantener relaciones sexuales delante de la víctima.
12
Exigencia de que la víctima bese o lama los genitales del agresor, etc. + tocamientos + penetraciones
(en sus diversas modalidades) + realización de felaciones + besar o lamer partes corporales de la víctima
+ realización de prácticas sadomasoquistas + froteurismo.

47
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

estudio solamente registró 34 casos de abusos sexuales sin contacto físico (12,6%
[1,6%]), mientras que en lo que respecta a los abusos con contacto físico, los
tocamientos (del agresor a la víctima o de la víctima al agresor) resultaron ser los más
habituales, dándose en 169 casos (62,8% [7,8%]), existiendo, a su vez, 66 víctimas
(24,5% [3,1%]), que sufrieron sexo oral, penetración (anal o vaginal) o ambos.

1.2. Ámbito de los abusos


Gráfico 1

Ámbito de los abusos


Intrafamiliar
26% 38% Extrafamiliar
35% conocido
Extrafamiliar
desconocido

Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

A) Abusos en el ámbito intrafamiliar

En este apartado se han tenido en cuenta las diversas relaciones presentadas en las
51 sentencias analizadas tomando como referencia a los 63 agresores que suman el
total. Así, se han recopilado un total de 65 situaciones referentes al ámbito de los
abusos. La razón por la que la presente cifra es superior al número de agresores, se
debe a la existencia de varias situaciones en las que un mismo sujeto ha abusado de
diversas víctimas en ámbitos diferentes, al ser condenado por abusar, por ejemplo de
un familiar y posteriormente de un menor conocido.

Según el estudio de Echeburúa y Guerricaechevarría (2011), los abusos sexuales


en el ámbito intrafamiliar son la modalidad más frecuente. Como podemos apreciar en
el Gráfico 1, del total de 65 situaciones presentes en nuestra investigación, 25 (38%)

48
Ainara Jauregui Sansinenea

corresponden al ámbito intrafamiliar. Atendiendo al tipo de agresor, podemos


clasificarlos de la siguiente manera (consultar Gráfico 2 13):

• Padre: de acuerdo con los resultados del presente estudio, 10 de los 25 casos
(40%) llevados a cabo en el ámbito intrafamiliar, han sido protagonizados por
los padres biológicos de las víctimas. Así, un total de 10 agresores han
perpetrado abusos de índole sexual contra 12 víctimas, de entre las cuales 3
eran varones y las 9 restantes mujeres.

Con respecto a las víctimas varones, podemos afirmar que han sido abusados
desde que contaban aproximadamente con 3 o 4 años de edad, hasta los 10-15
años, con una duración de 6 años -en el caso más tempranamente detectado- y
de 11 o 12 años en los otros dos casos restantes.

Sin embargo, la victimización femenina ha resultado ser más heterogénea, al


existir: a) 2 menores que han sido abusadas a la edad de 3 años, finalizando en
uno de los casos cuando la víctima tenía 4 y en el otro cuando tenía 10 años de
edad; b) una menor que ha sido objeto de abusos prácticamente desde su
nacimiento hasta los 6 años de edad; c) 2 víctimas de entre 6 y 7 años que han
sido abusadas durante un mes o en varias ocasiones en un mismo año; d) otras
2 víctimas de 10-12 años de edad, las cuales fueron abusadas durante 2 años
(entre los 10-12 años en uno de los casos y en varias ocasiones a lo largo del
mismo año en el caso de la otra); e) una menor victimizada desde una edad no
determinada hasta los 11 años y, finalmente, f) otra menor cuyos abusos se
iniciaron a los 12 años de edad y se prolongaron hasta los 16. Por tanto, la
prolongación de los abusos sexuales de las féminas por parte de sus padres
biológicos resulta ser muy variada, pudiendo abarcar desde un mes o varias
ocasiones en un mismo año, hasta los 6-7 años aproximadamente.

Si bien el número de víctimas resulta escaso, podríamos estimar, en atención a


estos resultados, que los 3 varones han sido victimizados a una edad más
temprana y que, en comparación con los resultados obtenidos respecto a las
féminas, esta victimización ha resultado ser más prolongada en el tiempo.

13
Pág. 61

49
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Considerando a los agresores, los 10 sujetos que han resultado de este estudio
son varones de entre 30-50 años -atendiendo al momento de iniciarse los
abusos y de interponer la denuncia-. Junto a esto, cabe señalar que uno de los
agresores padece un trastorno mental y otro una minusvalía que le dificulta
comunicarse de forma adecuada.

Por otro lado, realizando un análisis de la situación familiar en la que se


encontraban tanto víctima como agresor en el momento de los abusos,
podemos afirmar que un gran número de los casos presentaban una situación
familiar conflictiva, donde los progenitores estaban separados/divorciados y no
existía ya convivencia entre ambos (5 de los casos) en cuyo caso los padres
aprovechaban el cumplimiento del régimen de visitas para perpetrar los abusos
(en 4 de esos 5 casos) o, aún manteniendo la convivencia, las peleas y
discusiones entre ambos eran constantes, llegando a estar la relación muy
deteriorada (3 de los casos). Por tanto de estos 10 casos, podemos apreciar una
desestructuración familiar en 8 de ellos. Además de esto, resultan merecedoras
de mención la siguientes circunstancias: a) que ambos progenitores o uno de
ellos provenían de una familia también conflictiva (3 de los casos), b) que el
padre (agresor) fuera autoritario, vejando o maltratando tanto a su pareja como
a sus hijos (4 de los casos), c) que el padre (agresor) no diera muestras de
cariño a la víctima, le gritara y no se preocupara por ella (3 de los casos), d)
que el padre suministrara drogas a la víctima (uno de los casos), e) que la
familia fuera incluida en un programa de intervención familiar (3 de los casos),
f) que los progenitores acabaran cediendo la tutela de sus hijos a la Diputación
(2 de los casos), g) que la víctima tuviera miedo de su agresor y por ello no se
resistía o no se atrevía a hacerle frente (2 de los casos), h) que las víctimas,
debido a su escasa edad, percibían los abusos como un juego (3 de los casos) y,
finalmente, i) que el agresor recurría a la violencia para vencer la oposición de
la víctima una vez ésta fue consciente de la naturaleza de la relación (uno de
los casos).

Con respecto al impacto victimal, podemos apreciar que es mucho más notorio
en aquellas víctimas abusadas durante un tiempo más prolongado (entre 6 y 11
años), y que han sido victimizadas mediante tocamientos de sus genitales y

50
Ainara Jauregui Sansinenea

otras partes íntimas y/o han sido objeto de penetraciones de alguna índole.
Asimismo, se ha observado que la mitad de estas víctimas han sufrido, a su
vez, malos tratos físicos y/o emocionales (6 casos de 12). Así, el impacto
victimal presente en cada una de las víctimas, atendiendo a la edad, duración y
al tipo de abuso sufrido, sería el siguiente:

Víctima 1: abusada durante 11 o 12 años (desde los 3 o 4 años hasta los 15).
Sufrió tocamientos (partes íntimas) y penetraciones anales dactilares y fálicas.
También era objeto de maltrato físico y emocional
Consumo abusivo de sustancias desde los 12 años (cannabis y alcohol), baja higiene
corporal, problemas de comportamiento entre iguales (aislamiento, falta de
relaciones sociales, ansiedad ante distintos contextos sociales y sentimientos de
soledad), conductas autodestructivas y autolesivas, trastorno de conducta, rasgos
disociales de personalidad, Sd depresivo, sintomatología ansiosa-depresiva,
sentimientos de inutilidad, irritabilidad, pensamientos molestos y tendencia a ver las
cosas desde la perspectiva más negativa, miedo a perder el control e impulsividad.

Víctima 2: abusada durante 6 años (desde los 4 años hasta los 10). Sufrió
tocamientos (partes íntimas) y penetraciones anales dactilares y fálicas.
También era objeto de maltrato físico y emocional
Ansiedad, dificultades con el grupo de iguales y aislamiento social, además de
pensamientos intrusivos recurrentes.

Víctima 3: abusada durante un año (desde los 2 años hasta los 3). Sufrió
tocamientos (partes íntimas)
Masturbación compulsiva.

Víctima 4: abusada durante un tiempo indeterminado dentro de un mes


(cuando contaba con 6 años de edad). Sufrió al menos una penetración anal
fálica
Miedo y desconfianza a la hora de bañarse que se intensifica cuando se va acercando
el momento de irse con su padre.

51
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Víctima 5: abusada durante 7 años (desde los 3 años hasta los 10). Fue víctima
de froteurismo en sus genitales. También era víctima de abandono emocional
Síntomas de maltrato emocional, como comportamientos auto-agresivos y de
agresividad hacia los demás, sintomatología depresiva con sufrimiento infantil,
pega, muerde e insulta, retraso cognitivo, temor a encontrarse con su agresor,
ansiedad, problemas de socialización (aislamiento social y rechazo), interés sexual
inadecuado y conductas sexualizadas inadecuadas para su edad.

Víctima 6: abusada en varias ocasiones a lo largo de un año (cuando contaba


con 7 años de edad). Sufrió tocamientos (partes íntimas)
Ambivalencia frente a sus sentimientos hacia el agresor, dificultad para conciliar el
sueño, extremada reserva y evitación fóbica del tema referido al abuso sexual.

Víctima 7: abusada durante 4 años (desde los 12 años hasta los 16).
Inicialmente (a los 12 años) el agresor le exhibió una película pornográfica,
después le mostró sus genitales y la convenció de que le mostrara los suyos,
para después obligarla a realizarle una felación. A partir de ese momento fue
sometida a tocamientos (partes íntimas), así como a penetraciones bucales,
anales y (a partir de los 16 años) también vaginales fálicas
Miedo hacia su agresor y vergüenza por lo sucedido.

Víctima 8: abusada prácticamente desde su nacimiento hasta que cumplió 11


años. Era obligada a presenciar cómo sus progenitores mantenían relaciones
sexuales y obligada a participar lamiendo los pezones de su madre y siendo
sometida a tocamientos (partes íntimas) por parte de su padre. Más adelante
también sufría penetraciones anales fálicas. También era víctima de malos
tratos físicos y psicológicos desde que tenía meses de vida
Problemas de escritura y retraso en el lenguaje, epilepsia psicógena, alopecia
occipital, delgadez extrema, comportamientos disruptivos, síndrome depresivo
severo, baja autoestima, hiperactividad, gran agitación psico-motriz, enuresis
nocturna, algún episodio de encopresis, trastorno en el apego, constantes intentos
auto-líticos y agresividad externa, comportamiento y lenguaje sexual inadecuado
para su edad, trastorno por afectividad y déficit de atención, además de un trastorno

52
Ainara Jauregui Sansinenea

depresivo no especificado y Síndrome de Disociación masivo.

Víctima 9: abusada prácticamente desde su nacimiento hasta que cumplió 6


años. Era obligada a presenciar cómo sus progenitores mantenían relaciones
sexuales, sometida a tocamientos (partes íntimas) por parte de su padre y de su
hermano y a penetraciones anales y vaginales fálicas. También era víctima de
malos tratos físicos y psicológicos
Diversos episodios de enuresis nocturna y dificultades de control de esfínteres,
dolores de barriga, miedo (a la noche, a quedarse sola, al rechazo y al abandono),
comportamiento muy sexualizado (masturbación reiterada, tocar a otros menores,
desnudarse en clase…) y síndrome de estrés postraumático.

Víctima 10: abusada durante 2 años (desde los 10 años hasta los 12). Sufrió
tocamientos (partes íntimas), besos por todo el cuerpo, penetraciones vaginales
fálicas y también era obligada a tocar el pene de su agresor
Nerviosismo, dificultades para conciliar el sueño, problemas alimentarios (anorexia
nerviosa), miedo a quedarse sola por la noche y notable disminución de su
rendimiento escolar.

Víctima 11: abusada desde una edad indeterminada hasta los 11 años. Fue
sometida a tocamientos (partes íntimas) y a froteurismo por parte de su agresor.
También sufría abandono y malos tratos tanto físicos como emocionales y
ambos progenitores llevaban a cabo conductas inapropiadas (tanto la víctima
como su hermano un año menor dormían en la cama con sus padres)
Grave deterioro psicológico, ansiedad, aumento de peso, falta de habilidades sociales
(no sabe relacionarse de forma normalizada con iguales o adultos. Falta de recursos),
inmadurez (no sabe jugar, bromear, decir no, pedir atención, reconocer cuándo se ha
equivocado), sufrimiento derivado de la percepción de sus propias carencias, de su
incapacidad para expresar el sufrimiento pasado y pedir ayuda; estrategias de
búsqueda de atención extrañas, indicadores de posible sexualización traumática
(juegos, dibujos, comentarios…), búsqueda de contacto físico, fuertes dificultades en
la adquisición de aprendizajes escolares, importante retraso escolar asociado a la falta
de motivación y de interés por el aprendizaje, déficits de atención, concentración…

53
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Dificultades relacionales asociadas a comportamientos extraños, imprevisibles


ausencias, falta de habilidades sociales… Impulsividad y comportamiento
ocasionalmente violento, con iguales y/o adultos. Se registra un incidente de
conducta sexual inadecuada dentro del contexto escolar, ambivalencia notoria hacia
el sexo, conductas hipersexualizadas (conductas de seducción con adultos y con
iguales…), conocimientos inusuales (vocabulario, ha verbalizado haber sido
espectadora de películas…), trastorno de alimentación (ingesta compulsiva,
ansiedad…), alteraciones del sueño (pesadillas…), trastornos somáticos
(hipocondrismo), conductas agresivas y regresivas, retraimiento llamativo (amenazas
de suicidio…) y sentimientos de tristeza y desesperanza.

Víctima 12: con respecto a esta víctima (de 12 años sometida a tocamientos en sus
partes íntimas, besos en la boca y penetraciones vaginales fálicas en 2 ocasiones), se
desconoce el impacto victimal que los abusos han podido ejercer sobre ella 14.

• Padrastro/ padre adoptivo: atendiendo a los resultados, 3 de los 25 casos


(12%) de abusos sexuales en el ámbito intrafamiliar han sido llevados a cabo por
padrastros/padres adoptivos de las víctimas. Por tanto, un total de 3 agresores (2
padrastros y un padre adoptivo) han llevado a cabo abusos sexuales contra 3
víctimas de las cuales uno es un varón y las 2 restantes mujeres.

Con respecto al varón, fue abusado con 10 años de edad durante un año,
mientras que las féminas: una de ellas fue abusada durante 4 años (desde los 4
hasta los 8 años) y la otra durante 8 años (desde los 8 hasta los 16). Por tanto, al
contrario que en el caso de los padres biológicos, en este caso vemos que, a pesar
de que una vez más el número de víctimas resulta escaso, las mujeres han sido
victimizadas a una edad más temprana y durante más tiempo.

Atendiendo a los agresores, los 3 eran varones de entre 30-40 años -teniendo en
cuenta tanto el inicio de los abusos como el momento de interponer la denuncia-.
Uno de ellos presenta una parafilia pedofílica por la cual solamente siente

14
A lo largo de la sentencia, en ningún momento se hace referencia a los posibles daños psicológicos que
los hechos hayan podido acarrear a la víctima, centrándose únicamente en el informe facilitado por el
Equipo Psicosocial que estimaba la veracidad de su relato.

54
Ainara Jauregui Sansinenea

atracción sexual hacia varones prepúberes (en general de 8 a 12 años).

Con respecto a la situación familiar en la que se encontraban víctima y agresor


en el momento de los abusos, uno de ellos -el padre adoptivo- era soltero y
estaba criando a la víctima (desde que ésta tenía 9 años de edad) él solo, mientras
que los otros 2 agresores iniciaron una convivencia con las madres de las
víctimas después de que éstas se hubieran divorciado de los padres biológicos.
De hecho, una de las víctimas se encontraba psicológicamente muy afectada por
el proceso de separación de sus padres, circunstancia que el agresor aprovechó
para mostrarse como un gran padre para ella y, posteriormente, abusar de ella
disfrazándolo como “actos de amor entre padres e hijas”. Cuando, a medida que
iba creciendo la víctima fue consciente de la naturaleza de la relación, el agresor
recurrió a la violencia para vencer su resistencia. Por otro lado, cabe señalar que
todas las víctimas padecieron malos tratos (la víctima adoptada en su familia de
origen y las víctimas restantes por parte del padre biológico o del padrastro).

En cuanto al impacto victimal, pasamos a desgranarlo en cada caso estudiado,


víctima por víctima, a través de los siguientes cuadros:

Víctima 1: abusada durante 4 años (desde los 4 años hasta los 8). Fue sometida a
abusos con componente sadomasoquista. También era víctima de agresiones
físicas de gravedad muy elevada. Posteriormente, en la edad adulta fue violada
por su pareja mediante una penetración vaginal instrumental
Ausencias constantes del hogar, relaciones conflictivas con su madre, desequilibrio
en la estructura de personalidad con disociación, grave descontrol de la impulsividad,
severas dificultades a nivel empático, trastornos en el apego, consumos de tóxicos
desde la adolescencia, conductas de riesgo a nivel afectivo – sexual, maltrato físico
prenatal hacia su hijo, escasez de redes sociales, así como personalidad
autodestructiva (busca parejas maltratadoras o con perfiles de alta peligrosidad).

Víctima 2: abusada durante 8 años (desde los 8 años hasta los 16). Sufrió besos
y tocamientos (partes íntimas), a partir de los 11 era lamida por su agresor
(partes íntimas) y a partir de los 12 también sufrió penetraciones vaginales
dactilares y fálicas. Además, había sido víctima de malos tratos por parte de su

55
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

padre biológico
Tristeza, llanto, re-experimentación de algunos episodios así como olvido de los
aspectos más dolorosos de la vivencia sexual mantenida con el agresor y baja
autoestima, ambivalencia hacia el agresor, miedo a revelar los hechos, inestabilidad
emocional, estado de ánimo decaído, dificultades a la hora de dormir, carencia de
apetito, así como sintomatología ansiosa, depresiva e infravalorizante.

Víctima 3: abusada durante un año (cuando contaba con 10 años de edad). Fue
utilizada para elaborar material pornográfico. También había sido víctima de
malos tratos físicos y abandono por parte de su familia de origen y fue abusada
sexualmente por un grupo de desconocidos
Promiscuidad, conductas sexuales de riesgo, comportamientos disruptivos y
predelincuentes, consumos abusivos de cannabis, conducta violenta intra y extra
familiar con agresiones físicas y verbales y amenazas de agresiones físicas e incluso
de muerte a su padre, peleas en la calle con iguales, absentismo escolar,
funcionamiento desordenado con respecto a la alimentación, higiene y sueño;
diagnóstico de Trastorno de déficit de Atención con Hiperactividad de tipo
combinado, fugas del domicilio y no cumplimiento de los horarios.

• Madre: de entre estos 25 casos, tan sólo uno de ellos (4%) presenta a una
mujer como agresora, siendo ésta la madre de 2 menores de edad (un varón y
una mujer), de los que abusó (durante prácticamente 11 y 6 años
respectivamente) conjuntamente con su marido y padre biológico de los
menores. Su edad oscilaba entre la veintena y los 31 años -atendiendo al inicio
de los abusos de la primera víctima y al momento de la denuncia-.

En lo que respecta al impacto victimal, ya consta en el apartado “Padre”


(víctimas 8 y 9). Por tanto, resultaría innecesario volver a repetirlo.

Respecto a los progenitores agresores, Jean-Claude, un pederasta proveniente


de una familia abusiva dice: “(…) Cuando los que hacen esto son los padres, el
niño tiene mucha confianza. Después la confianza se va deteriorando un poco.
¿Cómo puede ser que sea ella la que lo hace? Al menos en mi caso, cuando a los

56
Ainara Jauregui Sansinenea

7 años vi a mi madre jugando con mi pene y queriendo que la penetrase, debo


confesar que no supe qué decir” (Denavarre, 2004).

• Hermano: de acuerdo con los resultados, 3 de los 25 casos (12%) de abusos


sexuales llevados a cabo en el ámbito intrafamiliar han sido perpetrados por
hermanos de las víctimas. Así, 3 agresores han abusado sexualmente de 3
víctimas.

En cuanto a las víctimas, todas ellas eran mujeres de entre 6 y 15 años de edad,
que fueron abusadas en varias ocasiones. Cabe señalar que todas ellas vivían en
un ámbito familiar maltratante.

Considerando a los agresores, todos ellos son varones de entre 11 y 14 años de


edad y compartían el mismo ámbito familiar maltratante que sus víctimas.

Atendiendo al impacto victimal:

Víctima 1: abusada sexualmente en varias ocasiones (cuando tenía 6 años de


edad) mediante tocamientos (partes íntimas), besos y también solía ser lamida
por su agresor en los genitales
Se trata de la víctima 9 de la sección “Padre”.

Víctima 2: abusada en 7 ocasiones a lo largo de un año (cuando tenía 13 años


de edad). Sufrió tocamientos (partes íntimas) y penetraciones anales fálicas
Nerviosismo e introversión.

Víctima 3: abusada en varias ocasiones (cuando tenía 15 años de edad). Fue


sometida a tocamientos (partes íntimas) y a penetraciones vaginales fálicas
Se trata de la víctima 11 de la sección “Padre”.

• Tío: analizando los 25 casos de abusos sexuales a menores llevados a cabo en el


ámbito intrafamiliar, podemos ver, mediante el Gráfico 2, que en 4 de ellos
(16%), el agresor ha sido el tío de la víctima. Así, 4 agresores han abusado de un
total de 6 víctimas (5 mujeres y un varón).

57
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Con respecto al varón, fue abusado en varias ocasiones a lo largo de un mismo


año cuando contaba con 7 años de edad.

En cuanto a las mujeres, sus abusos se prolongaron entre 2 y 5 años, cuando


contaban con edades comprendidas entre los 6 y los 14 años. Así, la víctima más
joven fue abusada a los 3 años, tratándose de una situación puntual, mientras que
la más adulta lo fue desde los 10 u 11 hasta los 13 o 14. Otra de las víctimas
desde los 6 hasta los 8. Finalmente, existen 2 víctimas cuyos abusos se iniciaron
alrededor de los 7 u 8 años, finalizando alrededor de los 10 y 12 años de edad.

Atendiendo a los agresores, todos ellos son varones, siendo 2 de ellos de entre 15
o 16 y 30 años de edad y resultando imposible establecer la edad de los 2
restantes al figurar únicamente como “mayores de edad”. Cabe señalar que uno
de ellos agredió a 3 de sus sobrinos, iniciando los abusos de su primera víctima
al rededor de los 15 o 16 y los de sus otras 2 víctimas -sin dejar de abusar de la
primera- a los 18, prolongándose esta situación hasta que el agresor contaba con
22 años. Asimismo, parece ser que otro de los agresores había llevado a cabo
conductas similares con la hermana de su víctima.

Con respecto al impacto victimal:

Víctima 1: abusada durante 4 o 5 años (desde que tenía 7 u 8 años hasta que tenía
12). Sufrió inicialmente froteurismo y tocamientos (trasero) y, a partir de los 12
años, también tocamientos de sus pechos
Pesadillas (la víctima ha estado en tratamiento psicológico a causa de los abusos).

Víctima 2: abusada durante 2 años (desde los 6 años de edad hasta los 8). Fue
sometida a tocamientos (partes íntimas), penetraciones anales fálicas y también
solía ser lamida en los genitales por su agresor. Además, era obligada a lamer el
pene del mismo
No se ha podido establecer por el tiempo transcurrido desde los abusos (12 años).

Víctima 3: en cuanto a esta víctima abusada en varias ocasiones durante un mismo año
(cuando tenía 7 años de edad) que fue sometida a penetraciones anales fálicas, no se

58
Ainara Jauregui Sansinenea

establece el impacto victimal que ello hubiera podido causarle 15.

Víctima 4: abusada durante 3 años (desde que tenía 10 u 11 años hasta los 13 o
14). Sufrió penetraciones anales fálicas
Miedo y evitación hacia su agresor.

Víctima 5: abusada durante 2 o 3 años (cuando tenía 7 u 8 años hasta los 10


aproximadamente). Sufrió tocamientos (partes íntimas), así como penetraciones
vaginales dactilares y anales fálicas
Sentimientos de culpabilidad y rabia, bloqueo sexual, poca confianza en sí misma,
ansiedad y miedo (a estar sola y a la oscuridad).

Víctima 6: en cuanto a esta víctima abusada en una situación puntual mediante


tocamientos (partes íntimas) y penetración vaginal dactilar, no se establece el impacto
victimal que estos hechos han podido acarrear.

• Abuelo: de los 25 casos de abusos que se han llevado a cabo en el ámbito


intrafamiliar, tan sólo uno de ellos (4%) ha sido perpetrado por el abuelo
biológico de la víctima, una mujer de 6 años de edad. Este sujeto, había
abusado previamente de su hija -y madre de la víctima- durante su infancia.

En lo que respecta a la edad del sujeto, al tratarse de un caso conocido por la


Audiencia Provincial a través de un recurso apelación, sólo podemos establecer
que -lógicamente- era mayor de edad.

En cuanto al impacto victimal, la víctima fue sometida a diversos tocamientos


(partes íntimas) y muestra: alteración en el área del desarrollo psico-sexual y
ansiedad a la hora de hablar de su abuelo.

• Primo: de los 25 casos de abusos sexuales en el ámbito intrafamiliar 3 de ellos


(12%) fueron llevados a cabo por los primos de las víctimas. Así, un total de 3
agresores perpetraron abusos contra 3 víctimas: 2 varones y una mujer.

15
No consta una evaluación psicológica de la víctima, ya que no llegó a denunciar los hechos.

59
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Con respecto a las víctimas varones, uno de ellos era de 8 años y el otro de 13 y
fueron abusados en una situación puntual mientras que la mujer contaba con 15
años y fue abusada durante 7 meses.

En cuanto al agresor, todos ellos eran varones de entre 17 y 20 años. Cabe


señalar que, uno de los agresores también había abusado previamente del
hermano mayor de su víctima.

En lo que respecta al impacto victimal:

Víctima 1: abusada en una situación puntual (cuando contaba con 13 años de


edad). Fue sometida a tocamientos (partes íntimas) y el agresor le realizó una
felación
Vergüenza y reticencia a la hora de narrar los hechos.

Víctima 2: con respecto a esta la víctima abusada en una situación puntual (cuando
tenía 8 años de edad) a la que, tras exhibirle una película pornográfica penetraron
analmente de forma instrumental y le exigieron que lamiera el pene de su agresor (sin
que llegara a hacerlo), se desconoce el impacto victimal que los abusos han podido
ejercer sobre ella. Si se sabe, sin embargo, que en el momento de los hechos la víctima
estaba recibiendo tratamiento psicológico como consecuencia de la muerte de su padre
y del inicio de una relación sentimental por parte de su madre. También presentaba un
interés excesivo por la sexualidad 16.

Víctima 3: abusada durante 7 meses (cuando tenía 15 años de edad). Sufrió


penetraciones anales y vaginales fálicas y era obligada a realizarle felaciones a su
agresor
Se trata de la víctima 11 de la sección “Padre”.

16
No consta una evaluación psicológica de la víctima.

60
Ainara Jauregui Sansinenea

Gráfico 2
Tipo de agresor en el ámbito intrafamiliar

45%
40%
40%
35%
30%
25%
20% 16%
15% 12% 12% 12%
10%
5%
4% 4% Intrafamiliar
0%

Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

Haciendo referencia al ámbito intrafamiliar, el psicoterapeuta que trabaja tanto con


menores victimizados como con agresores manifiesta lo siguiente: “(…) ¿qué hace que
en una determinada familia se den con mayor probabilidad casos de abusos sexuales?
Yo creo que ahí podemos hablar de factores de riesgo, que pueden ser más de tipo
formal e informal, de relaciones sociales formales e informales, es decir, que son
familias que carecen en muchos casos de un tejido social, es decir, tienen relaciones
endogámicas entre ellas porque no existe esa conexión social, ¿no? También existen
otros factores como son los indicadores de psicopatología, otro factor de riesgo podría
ser la existencia de otros malos tratos, por ejemplo y con la que me quería quedar es
con la falta de supervisión. En muchos casos de abuso sexual a diferencia de otros
casos de maltrato, se dan de forma secreta, es decir, no a la vista de otras personas que
puedan denunciar esa situación. Ahí hablo de la propia familia, imagínate que el padre
abusa de la hija. Si piensa que puede haber un riesgo de que la madre denuncie, si
piensa eso el padre, porque en muchos casos no ocurre, aunque lo sabe la madre no se
denuncia, pues claro, lo va a hacer en un lugar y en un horario donde tenga plena
libertad para hacerlo, donde la madre no se entere o los cuidadores no se enteren.
Entonces, claro, para hacer esto necesitas una planificación y una falta de supervisión.

61
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Y luego también otro factor de riesgo es el educativo, es decir, ¿cómo puedes prevenir
el abuso sexual? Pues hablando de ello, por ejemplo en el maltrato infantil es muy
importante que los niños entiendan y sepan qué es el maltrato infantil y hay que hablar
con ellos de qué son situaciones maltratantes” (E2 17). En nuestro caso, esa ausencia de
supervisión ha resultado ser crucial en la gran mayoría de los casos intrafamiliares
analizados, en especial en el caso de los padres biológicos, que aprovechaban la
ausencia de las madres para abusar de sus víctimas.

Con respecto al tipo de agresor más habitual en el ámbito intrafamiliar, uno de los
expertos en materia de abusos sexuales infantiles afirma que “una de las relaciones más
estudiada es la de la figura paterna, sea padre o padrastro, pero ello no supone que sea
la más frecuente sino sobre la que existe más investigación al respecto” (C1).

En opinión del otro experto, “los padres, padrastros, tíos, abuelos y hermanos
mayores, suelen ser los más habituales. La figura del padrastro suele ser muy habitual y
a veces más frecuente que la del padre porque parece que cuando hay unos lazos de
sangre, hay una inhibición de llevar a cabo ese tipo de conductas, pero también es
verdad que, a veces, esa inhibición bajo los efectos del alcohol, bajo los efectos de un
deterioro psicológico… por parte del padre puede romperse y puede llevar a cabo
también conductas de abuso sexual con su propia hija, vamos, no sólo con su hijastra”
(E1).

Sin embargo, el psicoterapeuta tanto de menores victimizados como de agresores


establece que “lo más habitual es padres de sexo masculino que abusa de una menor de
sexo femenino. Y añade que “la consanguinidad no te protege de más casos de abuso.
Yo creo que el abusador sexual más que pensar como un padre está pensando en sus
propias necesidades y en sus propias distorsiones y posiblemente tenga problemas
psicológicos, posiblemente no tenga claro cuál es su rol como persona, no sólo como
padre, de protector de un menor, sino también como persona, es decir, cómo debe
establecer relaciones íntimas con las personas, que deben ser de mutuo acuerdo y de
relaciones establecidas en la simetría. Entonces yo creo que el factor consanguinidad o
no, no es tan relevante, son relevantes otros factores distintos” (E2).

17
E= Entrevista
C= Cuestionario Ambos pueden hallarse en el ANEXO 3

62
Ainara Jauregui Sansinenea

Finalmente, la terapeuta que trabaja con víctimas de abusos sexuales afirma que los
abusos se dan con mayor frecuencia “en el ámbito intrafamiliar, siendo los agresores
más habituales padres, padrastros, abuelos, tíos, primos etc.”(C2).

B) Abusos en el ámbito extrafamiliar llevados a cabo por conocidos

Reparando nuevamente en el Gráfico 1, podemos ver cómo del total de las 65


situaciones analizadas, en 23 (35%) los abusos han sido llevados a cabo por conocidos
de las víctimas. Con respecto a la relación existente entre víctima y agresor, podemos
clasificarla de la siguiente manera (consultar Gráfico 3 18):

• Amigo: atendiendo a los resultados ilustrados en el Gráfico 3, 11 de los 23 casos


(48%) llevados a cabo por conocidos de la víctima, han sido perpetrados por
amigos suyos o de sus progenitores. Así, un total de 11 agresores han abusado de
10 víctimas, de las cuales 3 han sido varones y 7 mujeres.

En cuanto a las víctimas varones, cabe señalar que contaban con edades de entre
1 y 13 años, habiendo sido abusado el más joven durante 2 años (desde que tenía
1 año hasta los 3) por un íntimo amigo de sus padres y los 2 restante (de 11 y 13
años de edad), durante aproximadamente un mes por 4 de sus amigos.

Refiriéndonos ahora a las mujeres victimizadas, podemos decir que sufrieron


abusos entre los 3 y los 17 años de edad. Sin embargo, cabe señalar que esta
menor de 3 años resulta excepcional, ya que las 6 víctimas restantes se
encuentran en edades que oscilan entre los 11 y los 17 años. Resulta importante,
a su vez, establecer que la víctima más joven ha sido, asimismo, abusada durante
más tiempo que las demás, prolongándose los abusos durante 2 años (desde que
tenía 3 años hasta los 5), mientras que en 5 de los casos los abusos se produjeron
de forma puntual, existiendo un único caso (de una menor de 15 años) en el que
los abusos se perpetraron en 2 ocasiones a lo largo de 2 meses. Con respecto al
tipo de amistad existente entre víctima y agresor, podemos decir que 2 de las 7
mujeres abusadas -que, a su vez, fueron victimizadas durante un tiempo más

18
Pág. 75

63
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

prolongado- conocían a sus agresores por ser íntimos amigos de sus


progenitores, mientras que las 5 restantes tenían una amistad directa con ellos.

Si reparamos en la situación en la que se encontraban las víctimas en el


momento de su victimización, podemos destacar, en primer lugar, que 2 de las
10 víctimas vivían en centros de acogida. En segundo lugar, es merecedor de
mención el hecho de que el padre de otra de las víctimas fue asesinado cuando
ésta contaba con escasa edad, lo cual la hizo más vulnerable. Junto a esto, cabe
señalar que 2 de las víctimas pertenecían a familias conflictivas y que ambas
habían sido víctimas de abusos sexuales con anterioridad. Así en la familia de
una de ellas la madre cuenta con ciertas limitaciones -sin llegar a ser una
minusvalía- y es muy estricta con la víctima, mientras que su padre la sometió a
abusos de diversa índole. Además, tiene un retraso intelectual moderado que le
dificulta oponer resistencia ante un adulto. Por otro lado, la segunda víctima
pertenece a una familia desestructurada y multiproblemática en la que ambos
progenitores han estado encarcelados por tráfico de drogas, siendo la madre
dependiente de ciertas sustancias tóxicas. Así, ella y sus dos hermanos se criaron
en un ambiente conflictivo y carente de afecto en el que el padre -al que define
como rígido y autoritario- maltrataba tanto a su esposa como a sus hijos y la
madre no se hacía cargo de ellos, teniendo que ejercer la propia víctima como
madre de sus hermanos. Asimismo, como consecuencia del encarcelamiento de
ambos progenitores, los tres hermanos pasaron a vivir con sus abuelos, donde
tanto la víctima como su hermana pequeña, fueron objetos de abusos sexuales
por parte de su abuelo. Finalmente, cabe señalar, también que, en el momento de
los hechos, los progenitores de ambas víctimas se encontraban separados.

Atendiendo a los agresores, todos ellos son varones de entre 14 y 55 años de


edad. 7 de esos 11, han resultado ser menores de edad: uno de 14 años, 3 de 15
años y otros 3 de 17. Asimismo, existe otro de 29 años y otros 2 de 48 y 55
respectivamente. Finalmente, al tratarse de un recurso de apelación y, por tanto,
no constar su fecha de nacimiento, también hay un agresor calificado como
“mayor de edad”. Cabe señalar que uno de los agresores tenía una amistad tan
estrecha con los progenitores de sus víctimas (un niño y una niña), que, además
de haber sido nombrado padrino de una de ellas, acudía al domicilio familiar

64
Ainara Jauregui Sansinenea

asiduamente e incluso solía quedarse a dormir. Por otro lado, 5 de ellos, 4


menores y un adulto, contaban con antecedentes penales: uno por amenazas a su
ex-mujer, otro por robo, otros 2 por hurtos, robos, sustracción de un perro y
lesiones y el último por robo con violencia, sustracción de dinero, tentativa de
robo con fuerza, robo con intimidación, lesiones y agresión. Además, 2 de estos
agresores con antecedentes presentan rasgos psicopáticos y falta de empatía.
Finalmente, resulta destacable, a su vez, que 3 de estos 11 agresores pedían a sus
víctimas que no dijeran nada de lo sucedido y que 2 de ellos hacían regalos a sus
víctimas para ganarse su confianza y afecto (chucherías, libros, dinero…).
También es merecedora de mención la estratagema empleada por otro de los
agresores para atraer a su víctima, el cual le ofreció subir a su casa para ver a los
cachorritos que su perra acababa de tener.

En lo que respecta al impacto victimal, podemos observar, en primer lugar que el


tipo de abuso en las víctimas varones, ha resultado ser similar, a pesar de la gran
diferencia de edad existente entre ellas. Así, mientras a la más joven se le
mostraba el pene y se le incitaba a tocarlo y besarlo, los menores de 11 y 13 años
eran obligados a realizarles felaciones a sus agresores. Sin embargo, en el caso
de las mujeres victimizadas podemos apreciar una mayor heterogeneidad. Así,
mientras a la víctima de menor edad se le mostraba el pene y se le incitaba a
tocarlo y a besarlo, en el caso de las víctimas más adultas (de entre 12 y 17 años)
priman las penetraciones vaginales fálicas (5 de los 7 casos que hay en total)
consumadas (3 de los casos) o en grado de tentativa (2 de los casos). Además,
entre este último grupo de víctimas existe una menor de 15 años que, además de
una tentativa de penetración vaginal fálica, fue sometida a abusos de diversa
índole. También hay otra menor (de 11 años de edad) sometida a tocamientos.
Así, el impacto victimal presente en cada una de las víctimas, atendiendo a la
edad, duración y al tipo de abuso sufrido, sería el siguiente:

Víctima 1: abusada durante 2 años y 2 meses aproximadamente (desde que tenía


3 años hasta que tenía 5). Fue sometida a actos de exhibicionismo por parte del
agresor y a exigencias de tocar y besar su pene
Proceso evolutivo degradado, nerviosismo ante la presencia del agresor y evitación de

65
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

situaciones en las que tuviera que coincidir con él.

Víctima 2: abusada durante 2 años y 2 meses aproximadamente. Sufrió actos de


exhibicionismo por parte de su agresor y le exigió tocar y besar su pene
Proceso evolutivo degradado.

Víctima 3: abusada en 2 ocasiones a lo largo de 2 meses. Su agresor la sometió a


tocamientos (partes íntimas), la convenció para mostrarle sus pechos y sacarle
fotos, también sacó fotos de su vagina mientras ésta estaba en el baño, tentativa
de penetración vaginal fálica, obligarla a realizarle una felación, lamer sus
pechos y vagina, así como penetración vaginal dactilar. Cabe señalar que la
víctima había sido previamente abusada por su padre
Inadaptación general significativa, interés excesivo por el sexo, promiscuidad,
dificultades en el ámbito escolar y carencia de los síntomas habituales en este tipo de
sucesos (ansiedad, estrés postraumático…), consecuencia de la victimización anterior.

Víctima 4: abusada de forma puntual (cuando tenía 12 años). Sufrió una


tentativa de penetración vaginal fálica
Importante afección psicológica (recibe tratamiento con ansiolíticos), tres intentos
autolíticos que han requerido hospitalización y deterioro notable a nivel personal,
familiar, social y escolar.

Víctima 5: abusada de forma puntual (cuando tenía 11 años de edad). Fue


sometida a tocamientos (partes íntimas)
Nerviosismo.

Víctima 6: en el caso de esta víctima abusada de forma puntual (cuando tenía 16 años)
mediante una penetración vaginal fálica, no se establece el impacto que los hechos
hayan podido ejercer sobre ella 19.

Víctima 7: abusada de forma puntual (cuando tenía 14 años de edad) mediante


una penetración vaginal fálica. También había sido víctima de abusos sexuales
previos por parte de su abuelo y de maltrato físico y de abandono físico y

19
No consta una evaluación psicológica de la víctima.

66
Ainara Jauregui Sansinenea

emocional
Crisis de ansiedad, tendencia a juntarse con malas compañías y dificultades para
detectar situaciones de riesgo.

Víctima 8: abusada durante un mes aproximadamente (cuando tenía 11 años de


edad). Era obligada a realizarles felaciones a sus 4 agresores. También le
insultaban, le agredían, le amenazaban de muerte y le robaban el dinero e
incluso le obligaban a cometer robos para su beneficio. Su padre fue asesinado
cuando la víctima era pequeña
Bruscos cambios de comportamiento (agresividad hacia sus progenitores, inquietud y
nerviosismo hasta el punto de tener problemas respiratorios), sentimientos de
vergüenza y necesidad de disociarse (a través de la risa). Como consecuencia de la
muerte de su padre, también presentaba hiperactividad y problemas de adaptación.

Víctima 9: en cuanto a esta víctima abusada a lo largo de un mes aproximadamente


(cuando tenía 13 años de edad) a la que sus 4 agresores le obligaban a realizarles
felaciones, no se hace referencia al impacto victimal 20.

Víctima 10: abusada de manera puntual (cuando tenía 17 años de edad)


mediante penetración vaginal fálica. Fue agredida brutalmente durante el
ataque (golpes múltiples, oprimir su cuello…)
Trastorno emocional ansioso-depresivo, cuadro de estrés postraumático, abandono de
actividades sociales, distanciamiento de la gente, evitación de lugares y miedo a salir
sola, dificultades para dormir y sentimientos de tristeza y vergüenza.

• Vecino: si reparamos en los resultados ilustrados en el Gráfico 3, vemos cómo


en 2 de los 23 casos (9%) de abusos sexuales llevados a cabo por conocidos de
las víctimas, los agresores han sido vecinos de las mismas. Así, 2 agresores han
perpetrado abusos contra 2 víctimas, un varón y una mujer de 11 y 16 años
respectivamente.

20
No consta una evaluación psicológica de la víctima, ya que no quiso denunciar los hechos.

67
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Cabe señalar que ambos menores fueron abusados de manera puntual y que
fueron sometidos a tocamientos (partes íntimas). Junto a esto, el varón fue
víctima de froteurismo y la mujer de una penetración vaginal fálica. Una de las
víctimas padece una discapacidad física y psicológica que le dificulta tomar
decisiones sobre sus propios actos. Además tiene conducta infantil y pocas
habilidades sociales.

En lo que respecta a los agresores, ambos son varones, siendo uno de 45 y el otro
de 16 años de edad. Cabe señalar que uno de ellos padece un leve retraso mental
que le impide moderadamente comprender la ilicitud de sus actos -de hecho está
legalmente incapacitado-. Ambos agresores se valieron de diversas artimañas
para atraer a sus víctimas: uno de ellos le ofreció a la víctima unos cromos para
atraerla hasta su habitación y el otro le dijo a su víctima que dieran un paseo
porque debía contarle algo. Asimismo, uno de los agresores empleó fuerza para
someter a su víctima y le dijo "que no tuviera miedo porque ya lo había hecho
más veces", de lo cual podemos deducir que puede haber otras víctimas. El otro,
sin embargo, al haberse quedado su víctima completamente paralizada mientras
se perpetraban los hechos, no tuvo que emplear violencia, si bien tras finalizar -y
también posteriormente- la amenazó con que si contaba algo de lo sucedido lo
volvería a repetir.

Atendiendo ahora al impacto victimal, podemos decir que la víctima sometida a


tocamientos (partes íntimas) y froteurismo presenta: un trastorno de estrés
postraumático crónico manifestado mediante inestabilidad emocional (apatía,
desánimo y reacciones somáticas tales como inquietud, nerviosismo y
problemas de sueño, dolores de cabeza y de tripa, así como un temor elevado a
cualquier tema relacionado con el sexo).

Por otro lado, la víctima sometida a tocamientos (parte íntimas) y a una


penetración vaginal fálica, presenta: sentimientos de amenaza como
consecuencia de que su agresor la llamara constantemente tras la agresión para
amedrentarla.

68
Ainara Jauregui Sansinenea

• Entrenador: de acuerdo con lo establecido en el Gráfico 3, de los 23 casos de


abusos donde el agresor ha sido un conocido de la víctima, existe un único caso
(4%) en el que dicho agresor ha sido un entrenador. Se trata de un sujeto de 58
años que abusó de 6 de sus jugadores de forma puntual (en 5 de los casos) y en
dos ocasiones (en el caso restante). Todos los menores eran varones de 12 años
de edad y fueron sometidos a tocamientos (partes íntimas) y, en tres de los casos,
también a una penetración anal dactilar. Todos los abusos fueron perpetrados a
lo largo de las sesiones de masaje que les realizaba el agresor tras sufrir una
lesión o cuando tenía “sospechas” de una posible lesión. Cabe señalar que el
agresor se valía de su posición como figura de referencia en el ámbito deportivo
y del hecho de que la vida de todas las víctimas estuviera muy unida al deporte,
tanto, que una de ellas incluso percibía los abusos no “como una situación mala,
sino necesaria para subir de nivel, en el equipo”.

Con respecto al impacto victimal, la propia sentencia alude a que los menores
apreciaron los abusos como parte del “reconocimiento médico”, como algo
normal, y que, por tanto, no se aprecia un impacto victimal en ninguno de ellos.
Si bien los progenitores de uno de los menores referían episodios de enuresis
nocturna, no ha resultado posible deducir una relación directa con los hechos.

• Pareja sentimental de la madre o de algún otro miembro de la familia: si


reparamos en el Gráfico 3, podemos observar cómo en 3 de los 23 casos (13%)
de abusos por parte de conocidos, los agresores eran la pareja sentimental de la
madre o de algún otro miembro de la familia de la víctima. Así, un total de 3
agresores, han abusado de 3 víctimas, todas ellas mujeres.

En lo que respecta a la edad de las mismas, oscila entre los 4 y los 12 años,
siendo la víctima de 4 años excepcional, ya que las otras 2 víctimas son de
edades comprendidas entre los 10 y los 12. Asimismo, la víctima más joven ha
resultado ser abusada durante un periodo más corto de tiempo, tratándose de una
situación puntual, mientras que la más adulta fue abusada en 2 ocasiones en un
periodo de 2 meses. Atendiendo al tipo de abuso sufrido, ambas víctimas
coinciden en que les fue exhibido material pornográfico, siendo la más joven
convencida, además, para realizarle una felación a su agresor. La víctima de 10

69
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

años, sin embargo, ha resultado ser abusada durante el tiempo más prolongado
(un año) y, a su vez, ha sufrido abusos de mayor gravedad que la de 12, siendo
sometida a penetraciones vaginales fálicas a diario. Es importante señalar que la
madre de una de las víctimas sospecha de posibles abusos sexuales previos a los
enjuiciados por parte del padre biológico de la menor. Además, cabe establecer,
también, que una de las víctimas presentaba escasas habilidades para afrontar y
enfrentar situaciones y baja autoestima, lo que dificultó que revelara los abusos.

Atendiendo ahora a la figura del agresor, todos ellos eran varones de edades
comprendidas entre los 35 y 48 años, siendo el tercero de 40. Cabe señalar que
uno de los agresores llevaba años -y, de hecho, continuaba- abusando de su hija
biológica en el momento de perpetrar los abusos de la presente víctima y que
otro también llevó a cabo abusos contra otra menor aprovechando la estrecha
amistad que unía a su pareja con la madre de ésta. Asimismo, uno de los
agresores contaba con antecedentes por amenazas hacia su ex-mujer y
presentaba rasgos psicopáticos y falta de empatía.

Finalmente, el impacto victimal queda reflejado en las siguientes tablas:

Víctima 1: abusada en 2 ocasiones a lo largo de 2 meses (cuando tenía 12 años de


edad). Le fueron exhibidas imágenes pornográficas, entre ellas las de otra víctima
de la que su agresor estaba abusando
Embotamiento afectivo o racionalización de la situación.

Víctima 2: abusada de forma puntual (cuando tenía 4 años y 10 meses de edad).


Su agresor le mostró una película pornográfica y la convenció para que le
realizara una felación
Mutismo a la hora de hablar sobre los hechos.

Víctima 3: abusada durante un año (desde que tenía 10 años de edad hasta los
11). Sufrió penetraciones vaginales fálicas diarias
Vergüenza.

70
Ainara Jauregui Sansinenea

• Compañero de la víctima (de clase, de un mismo centro…): de acuerdo con


lo establecido en el Gráfico 3, 6 de los 23 casos (26%) de abusos sexuales
llevados a cabo por conocidos han sido perpetrados por compañeros de diversa
índole de las víctimas. Así, un total de 6 agresores han abusado sexualmente de 4
víctimas, siendo todas ellas mujeres.

En lo que respecta a la edad de las víctimas, todas ellas se encuentran entre los
14 (3 de los casos) y los 16 años (2 de los casos, ya que una de las víctimas fue
abusada desde los 14 hasta los 16 años). Resulta importante matizar que 2 de las
4 víctimas han sido abusadas de forma puntual, existiendo otra abusada en dos
ocasiones durante un mismo día. Finalmente, en lo que respecta a la cuarta
víctima, como ya hemos adelantado al referirnos a la edad, ha resultado ser
victimizada durante un periodo más duradero, iniciándose los abusos a los 14
años y finalizando a los 16.

Si reparamos en la situación personal de las víctimas, podemos decir que todas


ellas resultaban especialmente vulnerables, ya que:
a) Una de ellas fue testigo de los malos tratos ejercidos por parte de su padre
hacia su madre, por lo que desarrolló una personalidad sumisa y
conformista, baja autoestima, así como una tendencia a autoculparse.
b) Otra de las víctimas sufrió bullying en el colegio e intentó suicidarse,
presentando también baja autoestima.
c) Y, finalmente, las 2 víctimas restante presentan un nivel intelectual y un
desarrollo madurativo inferior al período evolutivo de la adolescencia, por lo
que una de ellas no es totalmente consciente de la gravedad de los hechos
acaecidos y la otra presenta dificultades para tomar decisiones sobre sus
propios actos, así como una conducta infantil. Asimismo, debido a su
condición, ambas presentan pocas habilidades sociales, siendo una de ellas
muy selectiva a la hora de escoger a sus amigos. En este caso, su madre
considera que los agresores han traicionado su confianza. Junto a esto, puede
apreciarse, también baja autoestima en una de ellas.

71
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Considerando a los agresores, los 6 sujetos que han resultados de este estudio
son varones en su mayoría adolescentes, siendo 2 de ellos de 14 años de edad,
uno de 15 y otros 2 de 16. Sin embargo, existe también un sujeto de 24 años de
edad, quien ha perpetrado los abusos durante un tiempo más prolongado (hasta
que contaba con 26). En cuanto al tipo de relación que les unía a sus víctimas:
uno de los agresores era el compañero de piso de la víctima, otro de ellos era
compañero de un centro de ocio, otro era compañero de la clínica en la que
estaba ingresada la víctima y, finalmente, los 3 restantes -que actuaron
conjuntamente- eran sus compañeros de clase. Cabe señalar que 5 de los 6
agresores se valieron de la fuerza y la violencia para llevar a cabo los actos y que
en 3 de los casos amenazaron a sus víctimas con que si lo contaban habría
consecuencias para ellas mismas o para alguno de sus seres queridos. Asimismo,
resulta vital establecer que uno de los agresores intentó un acercamiento previo
con la hermana de su víctima, pero al ser ésta mayor y oponer resistencia, cesó
en su empeño y se fijó en la víctima, a la que vio como más vulnerable. Además,
otro de los agresores presenta comportamientos disruptivos como violencia
filio-parental, baja empatía y escaso control de los impulsos, incapacidad para
responsabilizarse de sus actos, dificultades para manejar la frustración, así como
un escaso control emocional, en especial la ira, acompañado de elevada
impulsividad en forma de conductas agresivas reactivas al malestar que siente.
Finalmente, otro de los agresores reconoce que la víctima es más vulnerable y
que era consciente de ello, por lo que “no lo harían con otras chicas”.

Respecto al tipo de agresión sexual, en todos los casos existe una penetración
vaginal fálica consumada (3 de los casos) o en grado de tentativa (uno de los
casos). También es notable la presencia de tocamientos (partes íntimas),
dándose en 3 de los 4 casos analizados en este ámbito. Asimismo, existen 2
víctimas que también han sido penetradas vaginalmente de forma dactilar,
existiendo, en una de ellas, también una tentativa de penetración anal fálica.
Junto a esto, también se puede apreciar cómo la víctima abusada durante un
periodo más prolongado es la que, a su vez, presenta un mayor impacto victimal.
Así, atendiendo a la edad, duración y al tipo de abuso sufrido, el impacto
victimal presente en cada una de las víctimas sería el siguiente:

72
Ainara Jauregui Sansinenea

Víctima 1: abusada durante 2 años (desde los 14 hasta los 16 años de edad). Fue
sometida a penetraciones vaginales (dactilares y fálicas) y a una tentativa de
penetración anal fálica
Estado de decaimiento y tristeza, evitación de situaciones en las que pudiera coincidir
con el agresor, cambios de hábitos y comportamiento, deterioro emocional con
síntomas de ansiedad y depresión, temor incluso a salir sola a la calle (que se mantiene
en el momento del juicio), embarazo no deseado (la víctima decidió interrumpirlo),
anulación de cualquier tipo de vida social, falta de concentración, sintomatología de
estrés postraumático y de re-experimentación.

Víctima 2: abusada en 2 ocasiones a lo largo de un mismo día (cuando tenía 16


años de edad). Sufrió tocamientos (partes íntimas) y una tentativa de
penetración vaginal fálica
Miedo y pesadillas, llora cada vez que recuerda los hechos.

Víctima 3: abusada de forma puntual (cuando tenía 16 años de edad). Fue


sometida a tocamientos (partes íntimas) y a una penetración vaginal fálica
Sentimientos de amenaza como consecuencia de que su agresor la llamara
constantemente tras la agresión para amedrentarla.

Víctima 4: abusada de forma puntual (cuando contaba con 14 años de edad).


Sufrió tocamientos (partes íntimas) y penetración vaginal (dactilar y fálica)
Incomodidad respecto al sexo y vergüenza (aunque no es del todo consciente de la
gravedad de los hechos).

• Pareja esporádica de la víctima: de los 23 casos en los que un conocido ha


llevado a cabo abusos sexuales, en 2 de ellos (9%) el agresor era una pareja
esporádica de la víctima (consultar Gráfico 3 21). Así, 2 agresores han abusado de
2 víctimas, siendo ambas mujeres.

En lo que respecta a la edad de las víctimas, son 2 jóvenes de entre 15 y 17 años


de edad, que fueron abusadas de forma puntual y en ambientes festivos.

21
Pág. 75

73
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Refiriéndonos ahora a los agresores, se trata de 2 menores de edad de 15 y 17


años respectivamente. Vemos, por tanto, que sus edades coinciden con las de sus
víctimas. Resulta merecedor de mención que uno de los agresores empleó una
violencia extrema a la hora de perpetrar el ataque, llegando a propinar a su
víctima una brutal paliza. Además tiene antecedentes por robo con violencia,
sustracción de dinero, tentativa de robo con fuerza, robo con intimidación,
lesiones y agresión y presenta escasa capacidad responsabilizadora y empática,
un déficit en el control de impulsos, así como comportamientos disruptivos.

En cuanto a la posible relación entre víctima y agresor, cabe señalar que uno de
los agresores conoció a su víctima horas antes de llevarse a cabo los hechos,
mientras que el otro mantenía con su víctima una amistad “especial” incluyendo
relaciones sexuales consentidas un par de veces, pero siendo principalmente
amigos. Asimismo, resulta importante establecer que ambas víctimas iniciaron
un contacto sexual consentido, pero en un momento dado quisieron parar, siendo
forzadas por sus agresores a los abusos que se presentan a continuación.

En lo que respecta al tipo de agresión e impacto victimal, una de las víctimas fue
sometida de forma puntual a tocamientos (partes íntimas), besos (en boca y
pezones), así como a una penetración bucal fálica y a otras 2 penetraciones
vaginales (una dactilar y la otra fálica). Presenta crisis de ansiedad (gritos, lloros
e hiperventilación), así como repercusiones en la esfera afectivo-emocional.

Por otro lado, en lo que respecta a la segunda víctima, podemos decir que ya ha
sido analizada con anterioridad, siendo la víctima número 10 del apartado
“Amigo”, por lo que resulta innecesario volver a analizarla.

74
Ainara Jauregui Sansinenea

Gráfico 3
Tipo de agresor en el ámbito extrafamiliar conocido

60%

50%
48%
40%

30%
26%
20%
9% 4% 13% 9%
10%

0%
Extrafamiliar
conocido

Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

De acuerdo con uno de los expertos en materia de abusos sexuales “(…) muchas
veces, muchos abusadores sexuales, cuando son de ese círculo de amistades, o sea
cuando no son del círculo estrictamente intrafamiliar, se aprovechan de ciertas
víctimas más vulnerables. Más vulnerables son, pues, personas que son digamos hijos
únicos, personas que tienen una relación familiar mala y, por tanto, carecen de afecto y
entonces les venden el sexo o les ofrecen el sexo por la vía del afecto, les entran por la
vía del afecto y de esa manera consiguen tener una relación sexual en personas que son
más vulnerables porque no tienen ese nivel de afecto en casa. Otras veces, otras
personas vulnerables también son personas, por ejemplo, discapacitadas, porque
realmente no tienen conciencia de lo que está ocurriendo y la capacidad de testificar,
por ejemplo, acerca de la agresión sexual de la que están siendo objeto pues es mucho
menor. O personas inmigrantes, por ejemplo, digo personas inmigrantes o niños
procedentes de un orfanato, es decir, donde no tienen una red social o familiar de apoyo
que pueda realmente contrarrestar ese tipo de situación” (E1). En nuestro caso, hemos
visto cómo muchos de los agresores, en especial en la sección “Compañero” se han

75
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

valido precisamente de la vulnerabilidad que sus víctimas presentaban en esos


momentos para ganarse su confianza y perpetrar así los abusos.

A) Abusos en el ámbito extrafamiliar llevados a cabo por desconocidos

De acuerdo con los resultados reflejados en el Gráfico 1, del total de las 65


situaciones abusivas analizadas, en 17 (26%) de ellas los abusos sexuales han sido
llevados a cabo por desconocidos. Así, un total de 17 agresores abusaron de 19 víctimas,
de las cuales una es un varón y las 18 restantes mujeres.

En cuanto al varón victimizado, se trata de un menor de 11 años de edad que fue


abusado durante un total de 26 días.

Con respecto a las víctimas femeninas, podemos decir que, como en apartados
anteriores, se trata de un grupo muy heterogéneo, siendo la víctima más joven de 5 años
de edad y la más adulta de 17 (2 víctimas). En cuanto a las siguientes víctimas más
jóvenes, son 2 menores de 7 años, habiendo, también, 2 de 10 años, una de 11, 4 de 12,
2 de 13, 2 de 14 y, finalmente, otra más de 16 años de edad. Cabe señalar que todas ellas
fueron abusadas de forma puntual. En el momento de los hechos, una de las víctimas se
hallaba acogida en un centro de menores y presentaba importantes carencias afectivas,
lo cual la llevaba a ser extremadamente confiada con los adultos. Otra de las víctimas se
encontraba manteniendo relaciones sexuales con su pareja cuando fueron abordados por
el grupo de jóvenes autores de los abusos.

Por tanto, vemos cómo el único varón de esta sección ha resultado ser victimizado
durante un tiempo más prolongado, un hecho nada usual en abusos llevados a cabo por
desconocidos. Por ello, resulta indispensable establecer cuál fue la situación en la que se
llevaron a cabo dichos abusos: su agresor contactó con él por internet, mediante una red
social para jóvenes, haciéndose pasar por un menor de edad. Así, iniciaron un contacto
que se prolongó durante 26 días en el que el agresor convenció a la víctima para que se
desnudara delante de la webcam y se tocara, ofreciéndole, para ello, dinero en forma de
recargas del saldo de su teléfono móvil. Cabe señalar que el agresor ya había contactado
antes con otros jóvenes con iguales propósitos.

76
Ainara Jauregui Sansinenea

Considerando ahora a los agresores, podemos decir que todos ellos son varones
cuyas edades, como en el caso de las mujeres victimizadas, resultan ser de lo más
heterogéneas. Así, cabe señalar que, de estos 17 agresores 9 son menores de edad: los
más jóvenes (2 chicos) tienen 14 años, también hay 2 de 15, otros 2 de 16 y, finalmente,
3 más de 17 años de edad. Por otro lado, en cuanto a los agresores adultos, encontramos
a 3 “mayores de edad” -al tratarse de casos apelados ante la Audiencia-, otro agresor de
entre 27 y 28 años, 2 más de 36 y 37 años respectivamente y, finalmente, uno de 43 y el
más longevo de 63. Resulta imprescindible hacer constar las siguientes circunstancias
de dichos agresores:
a) uno de los agresores no conocía a su víctima pero sí al amigo que la acompañaba;
b) 4 de ellos ofrecieron algún regalo o recompensa a sus víctimas con el fin de perpetrar
los abusos, mientras que 6 se valieron de amenazas con objetos potencialmente
peligrosos para la vida o la integridad física. También hay 2 agresores que emplearon la
fuerza para asegurar sus propósitos;
c) 2 de los agresores aprovecharon que estaban ayudando a sus víctimas para abusar de
ellas;
d) otros 3 agresores contaban con antecedentes: uno por agresión sexual y violencia de
género, otro por hechos similares a los enjuiciados y, finalmente, otro más por 2 delitos
de lesiones;
e) podría apreciarse una posible parafilia pedofílica en 3 de los sujetos;
f) en el momento de los hechos 2 de los agresores presentaban sus capacidades volitivas
disminuidas -y, en uno de los casos, también las intelectivas-, al presentar uno de ellos
un leve retraso mental y el otro un estado de embriaguez;
g) un único agresor abusó de un total de 7 víctimas;
h) 6 de los agresores estaban acogidos en un centro de menores y carecían de un gran
número de amistades apreciándose, además, incapacidad para asumir la responsabilidad
de los hechos enjuiciados en 5 de ellos e incapacidad para entender las consecuencias
sufridas por las víctimas en 2, y,
i) 3 de los agresores han llevado a cabo comportamientos conflictivos en sus respectivos
centros.

Para finalizar, en lo que respecta a la modalidad de agresión y al impacto victimal,


podemos decir que se ha apreciado un gran número de tocamientos de las partes íntimas
de las víctimas, estando presentes en 12 de las 19 victimizaciones que suman en total,

77
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

así como las penetraciones (dactilares o fálicas) vaginales (3 casos) y bucales (un caso),
siendo uno de ellos en grado de tentativa. A pesar de la gravedad de esta última
modalidad de abusos, llama la atención cómo en la gran mayoría de ellos no se ha
reparado en el posible impacto victimal que los mismos hayan podido acarrear a la
víctima. Así, mediante los escasos datos de los que disponemos, podemos apreciar
únicamente que las víctimas más afectadas han resultado ser el único varón (cuyos
abusos se prolongaron durante 26 días) y la víctima más joven de todas, una niña de 5
años de edad. A pesar de la escasa información, resulta imprescindible describir tanto la
edad de las víctimas, como la naturaleza de los abusos sufridos, la duración de los
mismos y otros posibles elementos que hayan podido contribuir a una afección
psicológica mayor:

Víctima 1: abusada durante 26 días (cuando tenía 11 años de edad). Su agresor le


exigió por internet que se desnudara a través de la webcam y se tocara
Trastorno adaptativo de estrés postraumático y síndrome neurótico post-estrés.

Víctima 2: en el caso de esta víctima abusada de forma puntual (cuando contaba con
alrededor de 15 años de edad) que fue sometida a tocamientos (partes íntimas) y su
agresor también intentó besarla en la boca, no se hace referencia al posible impacto
victimal que los hechos han podido ejercer sobre ella 22.

Víctima 3: abusada de forma puntual (cuando tenía 14 años de edad). Fue


sometida a tocamientos (partes íntimas) y su agresor también intentó besarla en los
labios
Nerviosismo inmediatamente después de la comisión de los hechos y al reencontrarse
con el agresor.

Víctima 4: abusada de forma puntual (a los 7 años de edad) mediante tocamientos


de sus partes íntimas
La víctima se mostró asustada tras los hechos.

22
Al tratarse de un recurso de apelación, la Audiencia Provincial sólo se pronuncia respecto a las
cuestiones planteadas por las partes y el posible impacto victimal no es una de ellas.

78
Ainara Jauregui Sansinenea

Víctima 5: en lo que respecta a esta víctima abusada de forma puntual a los 10 años de
edad mediante tocamientos de sus partes íntimas, la sentencia no establece el posible
impacto victimal 23.

Víctima 6: abusada de forma puntual (cuando contaba con 12 años de edad, a


punto de cumplir 13). Su agresor la besó y la sometió a tocamientos en sus partes
íntimas. Cabe señalar que la víctima había sido previamente abusada por su tío
(Como consecuencia de los abusos previos) presenta importantes carencias afectivas,
lo que le lleva a ser extremadamente confiada con los adultos; introversión y
dificultades para expresar emociones, bajo nivel de autoestima y fragilidad emocional.
Además, se siente identificada con el rol de víctima sexual, viendo la experiencia
sufrida como algo que, por un lado, le permite llamar la atención de los adultos para
conseguir apoyo y protección y, por otro, esta situación le permite despertar en los
adultos de su entorno, sentimientos de compasión hacia ella. Junto a esto, como
consecuencia directa de los abusos que venimos a analizar, ha presentado también
miedo y nerviosismo.

Víctima 7: abusada de forma puntual (cuando tenía 7 años de edad) mediante


tocamientos (parte íntimas)
Incomodidad a la hora de hablar de los hechos.

Víctima 8: en cuanto a esta víctima abusada de forma puntual (con 11 años de edad) a
la que su agresor le exigió que se levantara la camiseta (se negó) y después le exhibió el
pene, no se hace referencia al posible impacto victimal 24.

Víctima 9: con respecto a esta víctima abusada de forma puntual (cuando tenía 10 años
de edad) a la que su agresor, le exigió que le tocara el pene después de exhibírselo (se
negó), no se establece un posible impacto victimal.

Víctima 10: en referencia a esta víctima abusada de forma puntual (cuando tenía 12
años) a la que su agresor le exhibió el pene y le obligó a tocárselo, no se establece un

23
Al tratarse nuevamente de un recurso de apelación, la Audiencia Provincial no hace referencia al
posible impacto victimal.
24
Las víctimas 8 a la 14 fueron objeto de abusos por un mismo agresor y no consta una evaluación
psicológica de ninguna de ellas.

79
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

posible impacto victimal.

Víctima 11: con respecto a esta víctima abusada a los 14 años de edad de forma
puntual a la que su agresor le exhibió el pene, le obligó a mostrarle sus pechos, le
sometió a tocamientos (pechos) y le exigió que le masturbara (fue interrumpido), no se
establece un posible impacto victimal.

Víctima 12: en cuanto a esta otra víctima abusada de forma puntual (cuando tenía 12
años de edad) a la que su agresor le exhibió el pene, le exigió que lo tocara (no lo hizo)
y tras obligarla a mostrarle sus pechos la sometió a tocamientos, no se hace referencia a
un posible impacto victimal.

Víctima 13: en lo que respecta a esta víctima abusada de forma puntual a los 12 años de
edad mediante la exigencia por parte de su agresor de que le tocara el pene tras
exhibírselo, no se establece el posible impacto victimal que pueda presentar.

Víctima 14: en referencia a esta víctima de abusos de forma puntual a la que su agresor
exhibió el pene, le exigió que lo tocara (no lo hizo) y la sometió a tocamientos (pechos),
no se establece un posible impacto victimal.

Víctima 15: Víctima abusada de forma puntual (cuando tenía 13 años de edad.
Sufrió tocamientos (partes íntimas): no presenta secuelas.

Víctima 16: con respecto a esta víctima abusada de forma puntual (cuando tenía 17
años) a la que un total de 5 agresores sometieron a tocamientos (partes íntimas), besos
(por todo el cuerpo), así como a una penetración vaginal dactilar, no se establece el
posible impacto victimal que los hechos hayan podido suponer para ella 25.

Víctima 17: abusada de forma puntual a los 5 años de edad. Su agresor le mostró
sus genitales y la sometió a una penetración bucal fálica
Resistencia a hablar cuando se le pregunta por los hechos, estallidos de llanto cuando se
le pide que los recuerde, evitación, angustia y sensaciones de agobio; ansiedad y
nerviosismo y miedo a quedarse sola en el lugar de los hechos.

25
No consta una evaluación psicológica de la víctima, sólo el informe de las lesiones físicas que sufrió.

80
Ainara Jauregui Sansinenea

Víctima 18: en cuanto a esta víctima abusada de forma puntual mediante una
penetración vaginal fálica (cuando tenía 17 años de edad), no se hace referencia al
impacto victimal 26.

Víctima 19: con respecto a esta víctima de 17 años de edad a la que de forma puntual
intentaron someter a una penetración vaginal fálica, tampoco se establece el posible
impacto victimal que ha podido sufrir.

Tras haber analizado los 3 apartados correspondientes al ámbito de los abusos,


podemos concluir haciendo referencia a los siguientes puntos:

En primer lugar, cabe señalar que de acuerdo con los resultados del estudio llevado
a cabo por Cortés Arboleda, Cantón Duarte y Cantón-Cortés (2011), de los 269 casos de
abuso sexual que resultaron de la muestra, 142 (52,8% [6,6%]) fueron llevados a cabo
por un familiar de las víctimas y los 127 restantes (47,2% [5,9%]) por sujetos sin
relación de parentesco, de los cuales únicamente un 10% eran desconocidos,
suponiendo un 21,3% de los abusos extrafamiliares. Del mismo modo, estudios como el
de Arcila, Castaño, Osorio y Quiroz (2013), aseguran que la mayoría de agresores (un
93%) son familiares o conocidos de sus víctimas. Un dato similar es el que aporta el
documental “En la mente de un pedófilo”, donde se establece que “el 80% de los
pederastas abusan de los niños de su entorno”. En nuestro caso, hemos visto cómo de
un total de 65 situaciones abusivas, 25 (38% del total) han resultado ser protagonizadas
por familiares de las víctimas, mientras que las 40 (61%) restantes lo han sido por
sujetos sin relación de parentesco, de los cuales 17 (%26) han resultado ser
desconocidos. Por tanto, si analizamos los tres ámbitos -intrafamiliar, extrafamiliar
conocido y extrafamiliar desconocido- por separado, vemos que la diferencia entre ellos
tampoco resulta tan abismal, al ser el ámbito intrafamiliar el más habitual pero
únicamente separándose por un 3% del extrafamiliar conocido y por un 12% del
desconocido.

26
En las víctimas 18 y 19, tampoco consta una evaluación psicológica de las mismas.

81
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Según uno de los expertos en materia de abusos sexuales, “el [ámbito] intrafamiliar,
probablemente, [sea el más habitual]. Pero, por un motivo, primero, porque los niños
están mucho más tiempo realmente con las familias, la confianza está cimentada en ese
aspecto y las posibilidades de que eso quede impune es mucho mayor, por ese concepto
de que “los trapos sucios se lavan en casa” o “lo que ocurre en casa no tiene que
traspasar las paredes del hogar”. Sin embargo, no duda en afirmar que, “(…) así como
en las agresiones sexuales de personas adultas se da prácticamente el fenómeno
opuesto, básicamente, el abuso sexual a menores se produce por personas conocidas,
aquellas personas que suscitan un nivel de confianza en la víctima, fundamentalmente
del entorno intrafamiliar y también lo es de personas que no están viviendo en el mismo
entorno familiar, pero que son de confianza, que se ganan la confianza realmente del
menor: profesores, monitores, sacerdotes, gente que ha tenido una relación muy
estrecha con el ámbito de los menores, es decir, que abusan de la confianza del menor,
el menor no los capta como posibles enemigos y entonces realmente son esas personas
quienes aprovechando esa situación llevan a cabo el abusos sexual. En cambio, el
abuso sexual de un menor que vaya solo por la calle y que le coja de repente un adulto
y abuse sexualmente de él, que normalmente ese abusador sexual sea un pederasta,
pues son circunstancias relativamente poco frecuentes. Es decir, el peligro no está en el
“Hombre del Saco” como se decía antes, sino que el peligro está en personas que están
mucho más vinculadas, por así decirlo, a la proximidad del menor” (E1).

De forma similar, la terapeuta que trabaja con víctimas de abusos sexuales afirma
que, según su experiencia, “por lo general el abusador es un miembro de la familia
inmediata del niño/a (padres, padrastros, abuelos, tíos, primos etc.) o alguien a quien el
niño/a conoce y en quien confía (amigos de los padres, padrinos, vecinos etc.)” (C2), si
bien estima que se dan con mayor habitualidad en el ámbito intrafamiliar.

Asimismo, el otro experto en materia de abusos sexuales advierte que “se habla de
abusos sexuales intrafamiliares y de personas del entorno del menor y abusos
extrafamiliares. Dividirlos en intrafamiliares y personas del entorno es poco frecuente.
Las víctimas suelen hablar de familiares y personas del entorno como victimarios
principales. El hecho que haya o no una relación sanguínea, biológica, de familia no es
lo grave. Estas dos tipologías se unen porque en ambas el abusador es una persona
cercana y de confianza del menor. Esto es lo que supone graves efectos psicológicos

82
Ainara Jauregui Sansinenea

para la víctima” (C1). Por tanto, si siguiendo estas indicaciones uniéramos los
resultados de los ámbitos intrafamiliar y extrafamiliar conocido, veremos que resultan
ser los más habituales, obteniendo una puntuación de 48 (74%) frente a los 17
desconocidos (26%).

En segundo lugar, respecto a la forma de llevar a cabo el abuso, uno de los expertos
en materia de abusos sexuales afirma que los abusos a menores cuentan “con la
peculiaridad de que, en el aspecto positivo, no se utilizan conductas violentas
adicionales, porque se doblega la resistencia que tiene el menor por las mayores
estrategias que tiene un adulto de seducción, de engaño, de comprar su afecto de otra
manera…” (E1). En este mismo sentido, el estudio de Cortés Arboleda, Cantón Duarte
y Cantón-Cortés (2011), establece que el empleo de fuerza y amenazas por parte del
agresor suele ser poco común (entre un 13 y un 18%), aunque advierten que es necesario
reparar en la edad del agresor y en las características tanto situacionales como de la
víctima. La razón por la que resulta interesante tener en cuenta este hecho en el apartado
del ámbito de los abusos se debe a que, en nuestro caso, vemos cómo el empleo de
violencia, que ha resultado ser escaso (19 víctimas frente a un total de 50), se ha
concentrado mayoritariamente en aquellas situaciones donde el agresor era desconocido
(4 casos con un total de 10 víctimas y 8 agresores), que, en ausencia de estrategias
mejores, se han tenido que valer de la violencia para poder llevar a cabo sus actos. Cabe
señalar que estos agresores han resultado ser principalmente jóvenes de entre 15 y 17
años, existiendo un único caso de un adulto de entre 27 y 28 años. En cuanto a sus
víctimas, han sido mujeres de entre 10 y 17 años. Pero, también observamos que se ha
recurrido al uso de la fuerza por parte de los conocidos, a saber: 1) por parte de
compañeros de las víctimas (3 casos con un total de 3 víctimas y 5 agresores), b) amigos
de las víctimas (2 casos con un total de 3 víctimas y 5 agresores), c) un vecino y d) una
pareja esporádica. En lo que respecta a los agresores, son sujetos nuevamente jóvenes en
su mayoría, de edades comprendidas entre los 14 y los 17 años, existiendo 2 agresores
de 24-26 y 45 años. Centrándonos ahora en las víctimas, de un total de 8, 5 son mujeres
de entre 14 y 17 años de edad, mientras que los 3 restantes son varones de 11 y 13 años.
Finalmente, también existen 2 casos intrafamiliares donde los padres de las víctimas (un
padre y un padrastro de entre 32 y 40 años), se han valido de la fuerza y las amenazas
para perpetrar sus actos desde el momento en que sus hijas (2 mujeres de entre 12 y 16
años de edad) alcanzaron la madurez psicológica suficiente para darse cuenta de que

83
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

dichas relaciones no eran correctas.

En tercer lugar, atendiendo a la interacción entre víctima y agresor en especial en


los ámbitos intra y extrafamiliar conocido, podemos decir que, de acuerdo con los
resultados del estudio llevado a cabo por Simón Gil (2014) en el que se analizaron 78
casos de abuso y agresión sexual conocidos por la UVFI de Álava entre los años 2009
y 2014, el secretismo de los abusos tiene una presencia muy relevante, así como el
miedo generalizado que siente la víctima como consecuencia de las amenazas, contra
ella misma o contra sus seres queridos, por parte del agresor para impedir su
revelación. Por otro lado, añade que a veces el agresor puede mostrarse a la víctima
como alguien cercano y amigable, que presenta los abusos como un juego e incluso
hacerle creer a la víctima que la quiere, dándose una manipulación del vínculo
afectivo. Otras veces, tergiversa la situación para hacer que parezca que es la víctima
la culpable de su situación. Junto a esto, la terapeuta que trabaja con víctimas de
abusos sexuales afirma que “[en el ámbito intrafamiliar] con frecuencia se emplean
formas más sutiles de presión como el chantaje, la amenaza, el soborno o la
manipulación” (C2). Asimismo, de acuerdo con los resultados obtenidos por Cortés
Arboleda, Cantón Duarte y Cantón-Cortés (2011), las estrategias más empleadas tanto
para asegurar la comisión de los abusos como el silencio posterior eran: convencer a la
víctima mediante engaños, disfrazar los abusos como un juego, valerse del afecto,
pedirle a la víctima que no dijera nada o decirle que era un secreto, entre otros.

En este sentido, el psicoterapeuta tanto de víctimas de abusos sexuales como de


agresores afirma lo siguiente: “(…) el agresor se tiene que asegurar de que le tiene muy
agarrada a la víctima y que no lo va a denunciar ni siquiera a sus personas más
allegadas. Entonces ese es el problema, todo lo que sea oculto, todo lo que sea
secreto… por eso es muy importante que a los menores no hay que enseñarles que “te
voy a contar un secreto”, eso por ejemplo, una de las experiencias educativas más
importantes es que al niño se le enseñe el mensaje de “pero esto es un secreto entre tú y
yo” o sea, los padres no tienen que jugar, por ejemplo, a ese tipo de mensajes
educativos, porque entonces, por ejemplo, cuando les venga un adulto y les diga “oye,
esto es un secreto entre tú y yo, que quede entre nosotros”, claro, el niño ha
comprendido que es como un vínculo especial que va a generar con esa persona, donde
ella va a seguir siendo especial”. Y añade que “el abuso sexual queda en secreto y se

84
Ainara Jauregui Sansinenea

ejerce en secreto. Y luego romper ese ciclo de coacción que existe entre la víctima y el
agresor es muy complicado. La víctima está totalmente agarrada, llega un momento en
que tiene mucho miedo a que le pasen cosas, llega a temer por su vida, entonces, claro,
ahí temes por tu vida, es decir, el poder más fuerte que se tiene en una agresión es que
alguien te venga y te diga, pero no necesariamente un abusador sexual, imagínate que
alguien te viene y te dice “mira te voy a matar” entonces aunque te lo diga en broma o,
bueno, una supuesta broma, y haya pocas probabilidades de que suceda, la experiencia
psicológica es traumática, o sea, la experiencia psicológica de que alguien te diga “te
voy a matar” tiene un impacto emocional que deja una tremenda huella. Entonces,
claro, si tú le das total fiabilidad a ese mensaje lo que ocurre es que estás bajo su
merced, porque te lo crees y tiene un gran impacto emocional sobre ti” (E2).

En la presente investigación hemos visto que ese secretismo establecido mediante


chantaje o amenazas ha resultado ser muy relevante, con especial aparición en la
sección de “Amigo”, aunque cabe señalar que ha estado presente en gran parte de los
casos en los que el agresor era un conocido o familiar de la víctima, para poder así
prolongar los abusos en el tiempo. Veamos algunos ejemplos:

“Él decía que no podían contar lo que ocurría a sus padres porque era un secreto. Si
lo contaba ya no sería vuestro amigo” (testimonio de la Víctima 1 de la sección
“Amigo” a través de la psicóloga-forense que la evaluó); “Tras avisar a [la víctima]
de que mataría a su madre y le alejaría de su familia para siempre si gritaba o se
resistía, le quitó la ropa y le tumbó en la cama (… )Después de realizar el acto
sexual, [el agresor] advirtió a [la víctima], si contaba lo ocurrido, con decirlo todo a
su madre a quien iba a explicar que era ella quien lo había querido y buscado, y con
hacerle lo mismo a su hermana” (fragmentos extraídos de los hechos probados
correspondientes a la Víctima 1 de la sección “Compañero”); “(…) En las ocasiones
en que hablaban de esta situación durante el día, [la víctima] le decía que se tenía
que acabar, que no quería, que le dejara en paz, insistiendo [el agresor] en que él le
quería, que era normal entre padres e hijas, y que ella también le quería a él,
porque no se resistía. (…) Le decía que le quería como algo más que su hija, que no
lo contara, que era su secreto, que lo hacían los padres con las hijas” (extracto de
los hechos probados de la sentencia correspondiente a la Víctima 2 de la sección
“Padrastro/padre adoptivo”).

85
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Respecto al impacto victimal uno de los expertos en materia de abusos sexuales


infantiles establece que “(…) una situación tan importante o tan dramática como puede
ser un abuso sexual, puede llevar a que la persona cree, digamos en términos de lo que
Finkelhor denominaba “una cicatriz psicológica”, es decir, que más que crearte una
repercusiones concretas, digamos que no se puede hacer un mapa, por así decirlo de: si
has sufrido un abuso sexual vas a tener tales consecuencias psicológicas, si has sufrido
una negligencia emocional, vas a tener tales consecuencias… sino que parece que una
situación traumática experimentada por un menor, lo que le crea a ese menor es un
nivel de vulnerabilidad muy grande, una especie de cicatriz psicológica que se puede
luego reabrir. Bueno, hay casos extremadamente traumáticos, los más traumáticos son:
cuando hay penetración, cuando el agresor ha sido un elemento que tenía obligación de
proteger como puede ser un padre o un sacerdote o un profesor y se ha prevalido de esa
situación para llevar a cabo ese tipo de conductas y que sea continuado en el tiempo,
porque, si una persona tiene la desgracia de ser víctima de una agresión sexual por
parte de una persona desconocida, puede provocarle un nivel de gran sufrimiento, pero
el sufrimiento es doble y está añadido si eso lo hace una persona con la que además tú
tienes unas relaciones de cariño y de afecto por ser tu padre, por ejemplo, y que,
además tú tienes interiorizado que tu padre está para protegerte y es tu modelo a
seguir. Si todo eso se desmorona en un momento determinado, el efecto es mucho
mayor. Si a eso se le añade una revictimización, porque es objeto de un maltrato físico o
es objeto cuando llega a la vida adulta de que una persona por ejemplo le pegue una
paliza o lo humillen públicamente o sea víctima de una agresión sexual por parte de un
desconocido, entonces todo eso parece que lo que hace es potenciar realmente el
impacto psicológico y el trauma psicológico que pueda vivir esa persona” (E1).

Asimismo, respecto al grupo de edad que podría verse más afectado estima que “no
está claro y probablemente es variable de unos casos a otros. En principio, podemos
pensar que los menores, cuanto más pequeños son, mayor impacto van a sufrir porque
tienen menores recursos psicológicos y menores estrategias de afrontamiento. Pero,
también es verdad que cuando los niños son mayores, cuando hablamos de mayores me
refiero a que están más cercanos a la adolescencia, pues realmente, aunque tienen más
recursos de afrontamiento y puedan frenar probablemente el abuso sexual antes, al
mismo tiempo son más conscientes de la gravedad de lo ocurrido, porque tienen un
nivel de desarrollo cognitivo en que se dan cuenta de que eso se trata de un abuso

86
Ainara Jauregui Sansinenea

sexual y, por tanto, el nivel de impacto psicológico es mayor, mientras que los menores
más pequeños pueden no darse cuenta de que lo que son toqueteos o lo que son caricias,
dónde termina lo que es una caricia y dónde empieza una conducta explícitamente
sexual, puede parecer más difuminado, por así decirlo. Entonces no hay una
explicación realmente convincente. Si estamos hablando de mayores donde se inicia ya
la penetración por ejemplo, entonces claro la conducta indudablemente se agrava, qué
duda cabe, pero no está claro el factor edad. Yo diría que, en principio, cuanto más
menor es peor y diría también que un elemento determinante es el aspecto de la
prolongación del hecho, es decir habitualmente son situaciones duraderas, pero cuanto
más duraderas sean, mayor es el riesgo de que haya un impacto psicológico y una
victimización mayor” (E1).

Sin embargo, dos de los otros profesionales consultados lo tienen más claro. Así, la
terapeuta que trabaja con víctimas de abusos sexuales, dice lo siguiente: “Mi opinión,
verificada en la práctica clínica y por numerosos estudios es que cuanto más pequeño
es el niño, el impacto a futuro y el daño psíquico es mayor. Se están empezando a
detectar en algunos países como Francia (equipo de Martine Nisse) que existen abusos
de madres a bebés que son devastadores para la construcción del psiquismo. Asimismo
se sabe ahora que en un número importante de trastornos psiquiátricos graves han
existido prácticas abusivas que si bien no aparecían hasta hace poco era sobre todo
porque nunca nadie hacia la pregunta. Es relevante como actualmente, los
profesionales mejor preparados en este tema y que preguntan a los enfermos sobre
posibles abusos encuentran con mucha frecuencia respuestas afirmativas” (C2).

Asimismo, el psicoterapeuta que trabaja tanto con menores victimizados como con
agresores, establece que “como todos los casos de maltrato infantil en general, cuanto
más temprano es el maltrato, mayor es el impacto psicológico. El abuso sexual, como
todos los casos de maltrato, tiene un mayor impacto psicológico que físico, el físico se
puede curar en unos meses dependiendo de cómo sea, pero el emocional, sin embargo,
puede durar toda la vida. Entonces, para valorar el impacto de un hecho traumático, lo
que tienes que tener en cuenta son las capacidades que tú tienes para hacerle frente. Es
decir, a nivel cognitivo y emocional, el niño tiene menos capacidades cuando tiene 6
años o 7 años que cuando tiene 14, principalmente porque lo que está ocurriendo no lo
entiende y porque tienen menos capacidades para gestionarlo. Tenemos limitaciones

87
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

cognitivas, por ejemplo una niña de 16 años, o de 15 o de 14 años ya tiene el


pensamiento formal adquirido, es decir, que es una estructura mental muy similar a la
que tenemos nosotros los adultos, es decir, que es capaz de tener pensamiento formal,
de ser consciente de que las cosas ocurren, que eso tiene unas consecuencias y que
puede tomar decisiones para poder modificarlas. Entonces, ¿qué es lo que ocurre? Que
los niños de más corta edad de 5 o 6, 7 años, que te puede ocurrir tranquilamente un
caso de abuso sexual con penetración, pues tienen menos habilidades para manejar
esos hechos traumáticos, entonces lo que hacen es disociar, es decir, o lo olvidan o
tratan de que eso no esté, de que eso no exista porque es la única manera de sobrevivir.
Como no tienes herramientas para hacerle frente, lo que haces es olvidarlo. Lo que
ocurre es que eso digamos que no se evapora, es decir, las experiencias traumáticas no
se evaporan y tiene un poso emocional que afecta a toda tu estructura psíquica y que,
por supuesto, tarde o temprano tiene una consecuencias a nivel social, a nivel
psico-sexual, a nivel de seguridad, de entender el mundo como un lugar seguro…
Entonces cuanto más joven, más impacto de los acontecimientos traumáticos” (E2).

2. Tipologías de víctimas
2.1. Sexo de las víctimas

Gráfico 4

Género de la víctima

26% Mujer
74%
Varón

Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

88
Ainara Jauregui Sansinenea

El presente gráfico (Gráfico 4) nos ilustra claramente la distribución por razón de


género de las 69 víctimas que conforman la totalidad, teniendo en cuenta los
resultados aportados por la Audiencia Provincial de Gipuzkoa y el Juzgado de
Menores de San Sebastián conjuntamente. Así, podemos ver cómo los resultados de la
presente investigación muestran un número significativamente superior de mujeres
victimizadas (51 suponiendo un 74% del total) frente a hombres (18 suponiendo un
26% del total).

En el ámbito científico, son muchos los estudios que han mostrado un mayor
número de víctimas femeninas frente a masculinas (Simón Gil, 2014; Pereda & Abad,
2013; Cortés Arboleda, Cantón Duarte & Cantón-Cortés, 2011; Stoltenborgh et al.,
2011; Pereda, Guilera, Forns & Gómez-Benito, 2009; Briere & Elliott, 2003), entre
otros.

En este sentido, uno de los expertos en materia de abusos sexuales a menores afirma
que “siempre es más habitual primero, que los menores sean las menores o sea, que
sean chicas, ¿por qué? porque normalmente los abusadores sexuales son
heterosexuales, entonces experimentan una excitación mayor en el hecho de
encontrarse con niñas (…)” (E1).

Junto a esto, el psicoterapeuta que trabaja tanto con víctimas como con agresores
dice lo siguiente:“Creo que en estos momentos las estadísticas no se confunden en que
son más los casos de abuso sexual de niñas que de niños, excepto en otros entornos con
unas características muy especiales como, por ejemplo, el entorno eclesiástico donde se
han dado más casos de abuso sexual de niños, pero yo creo que, a nivel general, se dan
más casos de abuso sexual sobre niñas que sobre niños y eso se ve en todas partes del
planeta. Y no sólo en los casos de abusos sexuales a nivel intrafamiliar, sino, por
ejemplo, en las zonas ocupadas o en las zonas de guerra (…) Entonces, yo creo que se
sigue dando más en niñas que en niños, claramente” (E2).

Del mismo modo, la terapeuta que trabaja con víctimas de abusos sexuales a
menores establece que “los estudios están en lo cierto, debido a mi entender a la
influencia cultural de una sociedad todavía muy impregnada por el patriarcado y el
machismo donde la mujer es considerada objeto sexual. Es cierto, sin embargo que en

89
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

la práctica clínica están apareciendo cada vez con más frecuencia casos de niños
abusados. Los estudios, los medios de comunicación... están permitiendo visibilizar
más esta lacra y es más fácil ahora que hace unas décadas atreverse a denunciar o
hablar de los abusos sexuales también perpetrados con demasiada frecuencia en
escuelas, u otros sistemas jerárquicos como la Iglesia, la armada, las experiencias de
guerra o de dictadura” (C2).

Una realidad parecida se ve reflejada en la opinión del otro experto en materia de


abusos sexuales infantiles, cuando afirma que “todos los estudios de meta-análisis que
se han publicado hasta el momento muestran la existencia de una mayoría de víctimas
de sexo femenino. Sin embargo, muchos de los estudios llevados a cabo en el contexto
occidental, no muestran diferencias estadísticamente significativas. Es decir, existe una
mayoría percentual de víctimas de sexo femenino pero esta diferencia no es tan grande
como la que pretende incluir el abuso sexual infantil como una forma de violencia de
género. La ciencia no ampara esta falsa creencia. Ambos, varones y mujeres son
víctimas de forma similar” (C1).

Siguiendo esta idea, Kohn Maikovich-Fong y Jaffee (2010) advierten que existe un
predominio de muestras femeninas en los estudios sobre abusos sexuales infantiles,
existiendo muy pocos donde la muestra esté formada exclusivamente por varones y
que, además, estas muestras han resultado ser bastante escasas en cuanto a número de
participantes y de perfiles, siendo la mayoría varones adultos de grupos especializados
provenientes de entornos terapéuticos como pedófilos encarcelados, presos comunes o
pacientes internos que, evidentemente no son representativos de la población victimal
masculina. Además, establecen que aún hoy, las denuncias de varones víctimas de
abusos sexuales infantiles son escasas, atribuyendo este hecho a tres razones
primordiales: 1) en primer lugar al miedo de ser etiquetados como homosexuales
cuando su agresor ha sido un varón; 2) en segundo lugar, cuando el agresor es una
mujer, a que es posible que estos varones vean esta relación como una forma de
iniciación sexual socialmente aceptada, por lo que deberían sentirse “afortunados” en
lugar de victimizados y, finalmente, 3) a que los agresores tienden a emplear una
mayor violencia o amenazas más graves cuando advierten a los varones victimizados
de que no cuenten lo sucedido, lo cual puede hacer que se sientan más intimidados a la
hora de denunciar los hechos.

90
Ainara Jauregui Sansinenea

Por tanto, podemos deducir que, si bien tanto sus predecesores como el estudio
actual muestran un mayor número de víctimas femeninas, asegurar que la prevalencia
de abusos sexuales sobre mujeres es siempre superior a la de los hombres sería una
generalización, sobre todo teniendo en cuenta que la “cifra negra” en este ámbito es
abismal y que dependerá del contexto estudiado.

2.2. Edad de las víctimas


Gráfico 5
Edad de las víctimas atendiendo al sexo
100%
1%
90%
6% 7% 22%
80%
70%
60%
50%
19% Varón
40%
11% 22% 42% Mujer
30%
20%
10%
0%
0 a 4 años 5 a 9 años 10 a 14 años 15 a 18 años

Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

Mediante el Gráfico 5, podemos apreciar el número de víctimas existente en cada


franja de edad atendiendo a su género. Teniendo en cuenta que gran parte de las
víctimas han sido abusadas durante largos periodos de tiempo, cabe señalar que este tipo
de víctimas han sido incluidas en cada franja de edad correspondiente a la edad
cronológica que iban alcanzando a lo largo de los años en los que se prolongaron los
abusos. Si reparamos en la totalidad del gráfico, podemos apreciar cómo la franja de
edad comprendida entre los 10 y los 14 años ha resultado ser la más habitual para ambos
sexos, encontrándose en ella 29 mujeres y 15 varones (42% y 22% de la totalidad
respectivamente). La franja de edad comprendida entre los primeros años de vida y los 4
años, también ha resultado relativamente similar entre varones y féminas, existiendo
únicamente una diferencia de 4 víctimas entre ambos (4 varones (6%) frente a 8 mujeres

91
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

(11%)). Sin embargo, en el caso de menores de entre 5 y 9 años, vemos cómo la


diferencia ha resultado ser más notoria, existiendo únicamente 5 varones (7%) frente a
10 mujeres (22%). Finalmente, podemos apreciar cómo en la franja de edad
comprendida entre los 15 y los 18 años, el número de mujeres victimizadas es
significativamente superior (13 víctimas que representan un 19% del total), existiendo
un único caso de un varón victimizado (1%). Cabe mencionar que, gran parte de estas
cifras comprendidas entre los 14 y los 18 años de edad pueden deberse a la inclusión de
aquellos casos enjuiciados por el Juzgado de Menores, cuyos agresores -salvo el caso de
un joven de 14 años que abusó de una niña de 5-, han llevado a cabo abusos contra
menores de edades similares a las suyas -aunque con abuso de superioridad-.

Se trata de cifras muy similares a las obtenidas por Simón Gil (2014), ya que, de
acuerdo con sus resultados, la franja de edad más habitual para ambos sexos era la
establecida entre los 10 y los 14 años, seguida de aquella entre los 5 y los 9.

Respecto a la edad, uno de los expertos en materia de abusos sexuales infantiles dice
que “(…) el menor muchas veces no distingue lo que es sexual de lo que es afectivo,
claro, dependiendo también de la edad del menor. No es lo mismo que estemos
hablando de una persona de 13-14 años que es menor técnicamente, jurídicamente
hablando, que una persona que tiene 3-4 años. Estamos hablando de casos distintos,
donde el nivel de conciencia acerca del acto abusivo pues realmente es diferente” (E1).

Asimismo, el psicoterapeuta que trabaja tanto con menores victimizados como con
agresores, establece que “(…) las niñas por ejemplo en la pre-adolescencia pues están
encantadas con que les atiendan los adultos porque están en plena efervescencia
sexual y física y bueno, el hecho de que un adulto, un hombre mayor les haga caso,
incluso que las pueda encontrar atractivas, les puede resultar muy excitante. Lo que
ocurre es que es el adulto el que frena esa situación y es el adulto el que dice “no, no, yo
contigo no pienso establecer ninguna relación porque no está bien” (E2).

92
Ainara Jauregui Sansinenea

3. Duración de los abusos

Gráfico 6
Duración de los abusos respecto al ámbito de los mismos

30%
26%
25% Intrafamiliar
25%

20%
Extrafamiliar
14%
15% conocido
10% 9%
6% 6% 6% Extrafamiliar
5% 4%
3% desconocido
1%1% 1% 1%
0% 0% 0% 0% 0%
0%
Situación Varias 1 mes a 6 7 meses a 2 años a 7 8 años a
puntual ocasiones meses 1 año años 13 años

Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

El presente gráfico (Gráfico 6) nos muestra la duración de los abusos perpetrados en


los casos enjuiciados por la Audiencia Provincial y el Juzgado de Menores en su
conjunto, reparando, a su vez en el ámbito donde se han llevado a cabo. En lo que
respecta a los abusos realizados de manera puntual, vemos que, como es lógico, han
resultado estar más presentes en aquellos casos donde el agresor era un desconocido
para la víctima, dándose un total de 18 casos (26%). Asimismo, vemos cómo los abusos
llevados a cabo por conocidos sólo se diferencian de los desconocidos en un punto (17
casos que suponen un 25% del total). Los presentes resultados se deben a que: 1) por un
lado, con respecto a los agresores adultos, en los 8 casos existentes, los agresores sólo
tuvieron la oportunidad de abusar de los menores en esa ocasión puntual y, 2) por otro,
la mayoría de menores de edad han cometido los abusos de manera puntual,
independientemente de su relación con la víctima. Finalmente, en cuanto al ámbito
intrafamiliar, vemos que, en comparación con los otros, ha resultado ser muy poco

93
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

frecuente, limitándose a 4 casos (6%) en los que, como ha ocurrido con los conocidos,
los agresores sólo han podido llevar a cabo los abusos una sola vez. Cabe señalar, sin
embargo, que se sospecha que uno de estos agresores intrafamiliares -un abuelo-
hubiera podida abusar en más de una ocasión de su víctima -y, de hecho, también había
abusado de su hija en la infancia-, pero no ha podido ser probado.

Refiriéndonos ahora a los abusos llevados a cabo en varias ocasiones, vemos cómo
ha resultado ser bastante escaso en los 3 ámbitos, estando más presente en el
intrafamiliar (3 casos que suponen un 4% del total) que en el extrafamiliar (un caso en el
ámbito conocido y otro más en el desconocido). Cabe señalar que la presencia de este
agresor desconocido resulta de lo más inusual, ya que la gran mayoría de abusos por
parte de desconocidos se limita a situaciones puntuales -como en gran parte de los casos
del presente estudio-.

Atendiendo al periodo establecido entre un mes y 6 meses, podemos ver cómo a


partir de este momento los abusos llevados a cabo en el ámbito extrafamiliar
desconocido ya no están presentes. Asimismo, vemos cómo los ámbitos intrafamiliar y
extrafamiliar conocido tampoco cuentan con una presencia demasiado significativa,
dándose más casos de conocidos (4 que suponen un 6% del total) que de familiares de
las víctimas (un único caso).

Sin embargo, en lo que respecta a las franjas establecidas entre los 7 meses y el año
de duración y el de 2 años a 7, vemos cómo giran las tornas, imponiéndose el ámbito
intrafamiliar frente al conocido, con un total de 16 casos (23%) frente a 3 (4%). Con
respecto a estos 3 casos de conocidos, cabe señalar que se trata de agresores adultos con
una relación muy estrecha con sus víctimas, existiendo, en todos los casos, una
convivencia entre ambos -permanente en 2 de los casos y habitual en el tercero- y es
precisamente debido a este hecho, que han podido llevar a cabo abusos que se prolongan
entre un año y 2. Por otro lado, en lo que respecta al ámbito intrafamiliar, podemos decir
que no resulta sorprendente que predomine frente al conocido y, sobre todo, al
desconocido, ya que, al tratarse de un entorno familiar, resulta más fácil para los
agresores mantener el contacto con sus víctimas y, al existir una relación afectiva
-especialmente en los casos de progenitores o hermanos-, la confianza de las víctimas
hacia sus agresores es mayor.

94
Ainara Jauregui Sansinenea

Finalmente, en lo referente a la franja establecida entre los 8 y los 13 años, podemos


decir que, por las razones anteriormente establecidas, no resulta sorprendente que sólo
esté presente el ámbito intrafamiliar, aunque en menor medida que en la franja de 2 a 7
años, dándose un total de 4 casos (6% del total). Resulta imprescindible mencionar que
en estos 4 casos todos los agresores han resultado ser los progenitores de las víctimas,
siendo 3 de ellos biológicos y el restante un padrastro.

De acuerdo con los resultados obtenidos por Cortés Arboleda, Cantón Duarte y
Cantón-Cortés (2011), las situaciones puntuales resultaron ser las más habituales,
dándose en 134 casos de los 269 que sumaban el total (49,8% [6,2%]), seguidas de una
continuidad en el tiempo con 72 casos (26,8% [3,3%]) y, finalmente, se estableció la
presencia de abusos en varias ocasiones con 63 casos (23,4% [2,9%]). En lo que
respecta a estos hechos prolongados, el tiempo máximo fue de 5 o 6 años, dándose
únicamente en 12 de los casos.

Teniendo en cuenta que lo habitual es que los abusos sean perpetrados por familiares
o personas cercanas a la víctima, uno de los expertos en materia de abusos sexuales
establece que “el aspecto negativo, es que [los abusos sexuales a menores] no se limitan
a hechos puntuales, cosa que ocurre en la vida adulta: cuando una persona es víctima
de una agresión sexual, lo es una vez, no lo vuelve a ser repetidamente, bueno, excepto
en situaciones excepcionales, es decir, secuestros, situaciones de prisión, donde hay un
ambiente forzado, donde está retenida una persona, en los demás casos no y aquí en
cambio cuando se produce, es decir, cuando el abusador rompe sus inhibiciones para
llevar a cabo una conducta de abuso sexual con un menor, ésta tiende a ser repetida,
porque ya considera que lo tiene en el bote o que si ya lo ha hecho una vez, ya sabe
cómo volver a hacerlo sin que ofrezca resistencias, por así decirlo, por parte del o de la
menor” (E1).

95
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

4. Tipologías de agresores

4.1. Sexo de los agresores


Gráfico 7

1% Género del agresor

Mujer
98% Varón

Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

Como claramente ilustra el Gráfico 7, del total de 63 agresores que han sido
analizados en el presente estudio 62 (98% del total) han resultado ser varones,
existiendo una única mujer que ha resultado ser una madre que abusaba de sus 2 hijos
conjuntamente con su marido y padre de los menores.

En el ámbito de la literatura científica, son muchos los estudios que han afirmado la
existencia de un número significativamente superior de agresores masculinos (Simón
Gil, 2014; Cortés Arboleda, Cantón Duarte & Cantón-Cortés, 2011; Salter et al., 2003 o
Briere & Elliott, 2003), entre otros. De hecho, según uno de los expertos en materia de
abusos sexuales infantiles, “(…) es excepcional que el abuso sexual esté protagonizado
por mujeres, puede darse algún caso, pero es excepcional. Mayoritariamente los
abusadores son hombres, ¿por qué motivos? Primero porque todos los delitos sexuales,
incluso todas las parafilias, son mucho menos frecuentes en mujeres que en hombres.
En todos los casos de pedofilia, de exhibicionismo, bueno quitando el exhibicionismo
con finalidades políticas o ideológicas pero que no es con un fin sexual, es con un fin
llamativo. Cuando hablamos de un fin sexual el exhibicionismo es exclusivo de
hombres, la pedofilia, si utilizamos como criterio la gente que se detiene, lo que se ve en
internet, el número de personas metidas en la cárcel por delitos sexuales…

96
Ainara Jauregui Sansinenea

fundamentalmente es de tipo masculino. Son datos que son objetivos, es rarísimo ver
una mujer. (…) En general la impulsión sexual está mucho más presente en los hombres
que en mujeres. (…)¿Puede ser que haya mujeres que intervengan en estos aspectos de
manera más sutil? Puede ser, estamos hablando de una minoría (…) habitualmente, yo
diría que el caso de la mujer, excepto que se trate de una mujer con un deterioro
psicológico muy grave, que esté muy aislada socialmente, que sea una persona a veces
colaboradora con un abusador sexual, es decir, que esté manejada, debido al grado de
emparejamiento con él, que eso puede hacer que muchas personas lleven a cabo
conductas como cómplices necesarios, no tanto por el hecho de que eso les produzca un
placer sexual genuino, parece, como en cambio ocurre en el ámbito de los hombres.”
(E1).

Sin embargo, Finkelhor (1994), por ejemplo, estima que aproximadamente un 20%
de los varones victimizados son abusados por una mujer, mientras que Mendel (1995)
asegura que el 60% de sus pacientes masculinos afirmó haber sufrido abusos por parte
de una mujer de edad superior a la suya. Asimismo, los propios Briere y Elliott (2003)
hacen referencia a que es muy posible que el ámbito de investigación de los abusos
sexuales infantiles haya subestimado el número de agresoras femeninas, especialmente
cuando la víctima es un varón.

97
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

4.2. Edad de los agresores

Gráfico 8
Edad de los agresores a lo largo de la comisión de los abusos

50%
44%
45%
40%
35%
30%
25% 21%
20%
14%
15% 11%11%
10% 8% 6% 6%
5% 1% 3% 3% 1% 1% 1% 1%
0%

Fuente: Estudio propio de sentencias y expedientes de menores (2004-2014)

El presente gráfico (Gráfico 8) nos muestra las edades de los agresores en el


momento de cometer los abusos. Así, en aquellos casos donde los abusos se han llegado
a prolongar durante años, al igual que con las víctimas, en este caso también los
agresores han ido incluyéndose en aquellas franjas de edad correspondientes a su edad
cronológica a través de esos años. Si analizamos el gráfico, podemos ver cómo la franja
de edad entre 14 y 17 años parece ser la más numerosa. Esto, sin embargo, no quiere
decir que los agresores menores de edad hayan llevado a cabo un mayor número de
abusos sexuales, sino que simplemente, al haber sido tenidos en cuenta en esta
investigación y haber cometido algunos de los abusos en grupo sobre una única víctima,
parece que su presencia es más notoria de lo que realmente es. Debemos tener en cuenta,
además, que prácticamente todos los agresores menores que se han analizado en la
presente investigación figuran en esa única franja de 14 a 17 años, mientras que los
agresores adultos están distribuidos a lo largo de un gran abanico de edades de lo más
heterogéneas. De hecho, si tenemos en cuenta el número total de agresores adultos,

98
Ainara Jauregui Sansinenea

vemos que es notoriamente superior al de los menores de edad (57 adultos que suponen
el 87% del total frente a un total de 29 menores que representan un 45%). Por otro lado,
en lo que respecta a ese único agresor menor de 14 años, podemos decir que realmente
no figura como tal -de hecho, es también una víctima de abusos-, pero al haber llevado a
cabo conductas abusivas de índole sexual contra otra de las víctimas, ha resultado
imprescindible incluirlo en este apartado -y en todos los referentes a los agresores-.

En este sentido, según Cortés Arboleda, Cantón Duarte y Cantón-Cortés (2011),


alrededor de la mitad de los casos de abuso sexual son cometidos por niños o
adolescentes. De forma similar, en el documental “En la mente de un pedófilo” se
establece que el “(…) 30% de agresores sexuales actúan en la adolescencia”.

En lo que respecta a los agresores adultos, vemos cómo el mayor número de ellos
figura como “mayores de edad”, lo cual se debe a que todos estos casos han sido
conocidos por la Audiencia Provincial mediante recursos de apelación contra sentencias
del Juzgado de lo Penal, por lo que, al contrario que las sentencias emitidas en primera
instancia donde figura la fecha de nacimiento de los agresores, la única información que
se aporta en los recursos de apelación es que son “mayores de edad”, resultando
imposible situarlos en la franja de edad a la que realmente deberían pertenecer.

Teniendo esto en cuenta, vemos cómo la franja de edad más habitual sería la
establecida entre los 26 y los 37 años (con un total de 23 agresores que suponen un
36%), seguida por aquella establecida entre los 38 y 49 años (10 agresores que suponen
el 15% del total). La siguiente franja más habitual sería la establecida entre los 18 y los
25 años (7 agresores, 11% del total) y, finalmente, la menos frecuente sería aquella que
va desde los 50 hasta los 65 años, con un total de 6 agresores (4%).

4.3. Perfil psicológico

Según el psicoterapeuta que trabaja tanto con menores victimizados como con
agresores, “En ellos [los agresores de menores] se da una especie de distorsión de las
necesidades de los niños. Es como que, de repente, las necesidades propias las
proyectan en el otro, es decir, “están enamorados de mí”, “lo he hecho porque ellos me

99
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

necesitan”, entonces tienen una distorsión cognitiva importante y para minimizar ese
hecho horrible que están cometiendo, lo que hacen es minimizarlo cognitivamente y
transformarlo y proyectar en los demás lo que ellos necesitan. En vez de decir “yo
necesito mantener relaciones sexuales con una niña”, fíjate, claro, esto no lo puedes
aceptar a nivel ético, entonces lo transformas, si yo dijese “yo necesito tener relaciones
con mi hija y necesito penetrarla” claro, si lo dices así, esto éticamente no lo puede
resistir ninguna mente, bueno, a no ser que tengas claros indicadores de psicopatía.
Entonces, claro, como son personas que están adaptadas en la sociedad, quiero decir,
tienen su familia, su trabajo, sus relaciones… parece ser que no tienen grandes
indicadores de psicopatía, así que lo que hacen es transformarlo. Entonces lo que
hacen es pensar que “somos diferentes pero estamos enamorados”, “ella me entiende,
tú no puedes entrar en nuestra relación porque tú no nos entiendes” es como que el
vínculo que ha generado es un vínculo de enamoramiento que está por encima de todo,
por encima de todas las cosas, “el verdadero amor es el que resiste”, “nos queremos”,
entonces, “que sea mi hija, pues ya, que tenga 12 años, pues ya, el amor no tiene edad”
(E2).

Añade, “(…) El caso de las mujeres agresoras es similar, establecen una relación
con alguien más joven y tienen carencias, al fin y al cabo hablamos de carencias para
relacionarte con los de tu edad, es decir, cuando una persona está buscando en los
niños o en los adolescentes, relaciones que no pueden tener con los adultos, es que en
las relaciones simétricas tienes dificultades para hablar de la intimidad, al final de lo
que estás hablando es de que tienes dificultades para establecer relaciones íntimas con
tus iguales y para construir un modelo de pareja o de familia y un modelo de cómo
sentirte en esa relación. Entonces, quiero decir que ahí la dificultad principal es similar
es “no puedo establecer relaciones con mi pareja o con otras personas adultas en
simetría, porque no confío en las relaciones, porque me han hecho mucho daño o
porque son frustrantes o porque tiene muchas exigencias… entonces lo hago con los
niños” que están en una situación de indefensión y, al final, en una relación asimétrica,
es decir, para ellos el cuerpo y las emociones van a niveles diferentes, eso es de lo que
no se dan cuenta los abusadores, es decir, que a ese cuerpo, en general, no le
corresponde el mismo crecimiento emocional, eso se ve en chicas de 12 o 13 años o
imagínate, una chica de 11 años y ya tiene la menstruación, en teoría está
biológicamente preparada para ser madre y emocionalmente está a años luz. El

100
Ainara Jauregui Sansinenea

desarrollo corporal no va equiparado al desarrollo emocional entonces, claro, para


estas personas pues todo va a la vez. Entonces no son capaces de discriminar sobre
todo las necesidades de los niños y sus propias necesidades y sus propias frustraciones
y en lugar de coger y de decir “me voy a trabajar mis problemas para relacionarme con
mujeres de mi edad, o a la inversa, con hombres de mi edad, o de edad similar o con
adultos, me da igual, en vez de trabajar eso voy a coger y voy a corromper a menores
para poder satisfacer mis necesidades y a disfrazar los déficits que tengo”. Y estás
poniendo en riesgo la vida de las personas, los adultos de lo que no se dan cuenta es de
que ponen en riesgo la vida de las personas, porque muchas de esas víctimas acaban
suicidándose o con un trastorno mental. Entonces lo que quiero decir es que ponen en
riesgo a las personas y les van a dejar marcados para toda su vida” (E2).

De forma relativamente similar, Benoit Dassylva, psiquiatra del Instituto Pinel de


Canadá y encargado del tratamiento que se aplica a los pederastas, dice lo siguiente:
“En primer lugar, en el origen del problema de estas personas hay un problema de
empatía. Son incapaces de ponerse en el lugar de otro, por eso realmente son incapaces
de sensibilizarse por las consecuencias en la víctima, por las vivencias de los niños y
eso facilita el paso al acto. Se centran en ellos mismos principalmente, es egocentrismo,
se centran en ellos. ¿Qué viven? Su bienestar, incluso llegan a proyectarlo sobre la
víctima. Creen que ésta está viviendo algo equivalente, aunque haya varios signos de
que no sea así. Al principio están demasiado centrados en sí mismos (Denavarre, 2004).

A.1.) Análisis de los antecedentes de la infancia de aquellos sujetos


que han perpetrado abusos sexuales contra menores de edad

De los 63 agresores que suman el total, la presente investigación ha tenido


conocimiento de los antecedentes de la infancia de 29 de ellos, siendo 3 adultos y los
restantes menores de edad de entre 11 y 17 años.

Teniendo en cuenta que la mayor parte de los agresores analizados en el presente


apartado son adolescentes, merece la pena señalar que, según Grimshaw (2008), existe
una gran heterogeneidad con respecto a la tipología y las necesidades que requieren
aquellos adolescentes que cometen abusos sexuales. Sin embargo, los estudios

101
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

presentan una serie de observaciones que suelen darse de forma habitual y que
comentaremos, a continuación, en relación con los resultados de nuestro trabajo de
campo:

1. Con frecuencia, este tipo de sujetos han sido víctimas de maltrato físico,
psicológico o sexual: establecer una relación entre el hecho de haber sufrido
abusos en la infancia y la subsecuente adopción de conductas abusivas es algo
complejo. Así, estudios han establecido que las características del abuso, tales
como la utilización de violencia o la vivencia de otras experiencias familiares no
abusivas, juegan un papel importante. De hecho, se ha podido establecer que los
adolescentes que llevan a cabo abusos sexuales, cuentan con las mismas
características que aquellos delincuentes adolescentes no sexuales provenientes
de un entorno problemático. Estudios recientes también han observado una
presencia importante de algún tipo de maltrato en aquellos agresores
adolescentes analizados (Hackett, Phillips, Masson, & Balfe, 2013). Asimismo,
de acuerdo con el estudio llevado a cabo por Dresdner et al. (2010), en el que se
analizó a 42 violadores encarcelados, estos sujetos provenían de entornos
familiares disfuncionales protagonizados por el consumo de sustancias
-principalmente alcohol- por parte de los progenitores o cuidadores, la violencia
intrafamiliar -maltrato físico y psicológico- y la delincuencia. En la presente
investigación, 6 de los 29 sujetos sufrieron malos tratos físicos y emocionales
durante su infancia, siendo 2 de ellos testigos directo de las peleas entre sus
progenitores. Además en 5 de esos 6 casos el padre era autoritario.

2. Un número significativo de estos jóvenes presentan escasas capacidades


sociales y una gran impulsividad: resulta importante recalcar que, en el
presente estudio, 6 de las 29 familias vivían aisladas socialmente, impidiendo a
sus hijos relacionarse libremente con personas que no fueran del entorno
familiar. Junto a esto, en 7 de los casos se aprecia una carencia de muchos
amigos, que, además, en 5 de ellos estos escasos amigos han resultado ser
antisociales. Asimismo, existen sujetos con un escaso control de los impulsos (5
casos). También han podido apreciarse rasgos como el retraimiento (3 casos), la
timidez (3 casos) y la introversión (3 casos), dificultades para confiar en los
demás (2 casos) o problemas para relacionarse con otras personas (4 casos).

102
Ainara Jauregui Sansinenea

3. Un número significativo de ellos también presentan problemas o


incapacidades de aprendizaje: muchos de los adolescentes que llevan a cabo
abusos de carácter sexual cuentan con un historial de dificultades de aprendizaje
o escasos logros académicos. Esto, sin embargo, no quiere decir que aquellos
jóvenes con este tipo de problemas presenten una mayor tendencia a adoptar
conductas abusivas. En la presente investigación 15 de los agresores
presentaban bajo rendimiento escolar (12 casos) o abandono académico (3
casos), dándose en 11 de ellos, problemas en la lectura, escritura o retraso en el
lenguaje castellano por haber sufrido malos tratos (3 casos), por ser extranjeros
(5 casos), por falta de escolarización (2 casos) y por ser de un caserío (un caso).
Junto a esto, cabe señalar que 3 de los agresores carecían de una educación
sexual adecuada. Respecto a esta idea, resulta interesante señalar que, de
acuerdo con los resultados obtenidos por Arcila, Cataño, Osorio y Quiroz (2013)
tras analizar las características socio-demográficas de 80 presos por delitos
sexuales, existe una asociación de la falta de educación sexual y la baja
escolaridad con la comisión de delitos sexuales.

4. A menudo, estos jóvenes soportan entornos familiares disruptivos y


negligentes. En este sentido, Maniglio (2012) afirma que los resultados de
algunos estudios sugieren que aquellos climas familiares caracterizados por
problemas interpersonales más allá del abuso sexual (tales como relaciones
disfuncionales, comunicación inefectiva, grandes niveles de conflicto o
disfuncionalidad o bajos niveles de satisfacción), pueden ejercer un papel en la
posterior adopción de conductas sexuales abusivas. De hecho, establece que los
delincuentes sexuales en su mayoría han venido presentando infancias
protagonizadas por métodos de crianza con bajos niveles de atención,
consistencia, supervisión y disciplina, altos niveles de control, rechazo y
negligencia. En la presente investigación, 5 de los 29 agresores recibieron una
vigilancia o atención deficitaria por parte de sus progenitores, mientras que un
total de 8 se encontraban en sendos centros de acogida en el momento de
perpetrar los hechos. Cabe señalar, además que 6 de los 29 agresores mantenían
malas o escasas relaciones con sus familias de origen, existiendo, en 2 de los
casos un encarcelamiento de uno o ambos progenitores. Por otro lado, los
progenitores de 5 de los agresores se encontraban separados en el momento de

103
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

perpetrar los abusos. Asimismo, 2 de las familias fueron sometidas a diversos


programas de intervención y un total de 8 recibían algún tipo de ayuda
económica por parte de diversas instituciones. Finalmente, uno o ambos
progenitores de 6 de los agresores padecían algún tipo de minusvalía (2 casos) o
algún trastorno mental (4 casos) que les impedían hacerse cargo de ellos de
forma satisfactoria, existiendo, también un único caso en el que uno de los
progenitores consumía sustancias tóxicas.

5. Una proporción sustancial de estos adolescentes presentan trastornos


comórbidos: suele tratarse de características relacionadas con trastornos no
sexuales tales como trastorno de déficit de atención hiperactivo o el trastorno de
estrés postraumático, que suponen una falta de atención adecuada y de control
de los impulsos. Así, algunos de estos jóvenes llevan a cabo sus actos como una
forma de hacer frente a un cúmulo de experiencias abusivas que les han
provocado una gran angustia o han sido víctimas de abusos en la infancia y han
asimilado ese ejemplo conductual que les fue enseñado en la infancia. Sin
embargo, trastornos tales como la esquizofrenia o demás trastornos psicóticos
no son nada habituales en este tipo de adolescentes. En la presente investigación
existen 2 sujetos que padecen un trastorno de personalidad, teniendo uno de
ellos tendencias psicopáticas, mientras que otro presenta un estilo de
personalidad pasivo-dependiente. Asimismo, también se han apreciado sujetos
con intolerancia a la frustración o dificultades para canalizarla (4 casos),
cambios bruscos del estado de ánimo y del comportamiento (4 casos) o
inestabilidad emocional (2 casos).

Además de estas características, 15 de los 29 sujetos que suman el total presentaban


dificultades o incapacidad para asumir cualquier tipo de responsabilidad, incluida la
derivada de los abusos llevados a cabo, apreciándose una escasa empatía hacia la
víctima (5 casos) o hacia los demás en general (2 casos) en 7 de ellos. Asimismo, al
tratarse en su mayoría de adolescentes, también se aprecia un desagrado por el propio
cuerpo (3 casos) o incomodidad respecto al sexo (6 casos). Junto a esto, en 10 de los 29
agresores se aprecian manifestaciones de agresividad, dándose comportamientos
disruptivos en 7 de ellos. Así, 7 de estos agresores contaban con antecedentes penales en
el momento de llevar a cabo los abusos, a saber: a) por violencia filio-parental, b) por

104
Ainara Jauregui Sansinenea

robo de coche, robo de pertenencias y dinero; c) por pequeños robos (pilas, chocolate,
pequeñas cantidades de dinero…), d) por hurtos, sustracción de un perro y lesiones; e)
por robo con fuerza, lesiones y sustracción de perro; f) por robo con violencia,
sustracción de dinero, tentativa de robo con fuerza, robo con intimidación, lesiones y
agresión; y, finalmente, g) por 2 delitos de lesiones. Se trata, pues, de sujetos que ven en
la violencia un medio de resolución de sus conflictos. Sin embargo, también existen
sujetos que presentan una personalidad sumisa (7 casos), de los cuales 6 tienen rasgos
conformistas y 5 también histriónicos.

También se aprecia un abuso de alcohol u otras sustancias tóxicas, dándose en 6 de


los casos, así como rasgos tales como: la baja autoestima (3 casos), la inseguridad (4
casos) y los sentimientos de inferioridad o de insatisfacción sobre sí mismo (2 casos),
llegando a haber un caso en el que el agresor padece episodios auto-lesivos. También se
ha apreciado un caso de aislamiento emocional y una inmadurez respecto a su edad
correspondiente en 3 de los sujetos. Para finalizar con este apartado, cabe señalar que 3
de estos 29 agresores se han enfrentado a pérdidas traumáticas de seres queridos que los
han dejado muy afectados.

Atendiendo a estos resultados, podemos ver que un gran número de las


características expuestas por los diversos estudios han estado presentes en los agresores
analizados, si bien es cierto que algunos de ellos no se ajustan a estas características,
contando con un entorno familiar favorable, un rendimiento académico adecuado o
careciendo de algún tipo de trastorno comórbido y/o adicción a sustancias, entre otros.
En estos casos podemos decir que, a pesar de no contar con factores de riesgo
relevantes, llevaron a cabo los abusos porque se dejaron llevar por la situación iniciada,
muchas veces, por compañeros que sí cumplen muchas de estas características -como en
la mayoría de los hechos perpetrados en grupo-, porque malinterpretaron la situación y
dieron por hecho que la víctima también deseaba dicho contacto sexual o porque
simplemente actuaron sin pensar en las consecuencias. Asimismo, resulta
imprescindible destacar cómo algunas de estas circunstancias que han llevado a estos
sujetos a convertirse en agresores, han resultado ser muy similares a aquellas que
hicieron que sus víctimas fueran más vulnerables ante posibles abusos.

105
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Finalmente y como medio de apertura al fenómeno del “círculo victimal”, cabe


señalar que 4, de estos 29 sujetos de los que hemos podido conocer más detalladamente,
fueron abusados en su infancia. Se trata de 3 varones (un adulto y 2 menores) y una
mujer adulta cuyas características, derivadas de los historiales incluidos como ANEXO
2, serán analizadas a continuación. Asimismo, con el fin de apreciar posibles similitudes
o diferencias, se indagará en los antecedentes de 6 agresores más que también fueron
abusados en la infancia y cuyos antecedentes se han extraído de fuentes secundarias.

B) El “círculo victimal”, de víctima a agresor

B.1) Historiales extraídos de la muestra analizada

Agresor 1 27

Abusos sexuales continuados a sus 2 hijos

Se trata de una mujer, la única en toda la investigación, proveniente de una familia


disfuncional y desestructurada basada en el conflicto y la violencia, donde fue objeto
tanto de maltrato físico como verbal. Asimismo, sufrió abusos sexuales por parte de su
tío, para posteriormente volver a ser victimizada por un vecino. Inició una relación con
un sujeto -con quien posteriormente se desposó- de antecedentes muy similares, al
contar él también con una infancia protagonizada por el maltrato físico y verbal. La
convivencia en pareja fue mala prácticamente desde el inicio, siendo constantes las
discusiones entre ambos y dándose episodios de violencia por parte de su marido.
Ambos mantenían malas o escasas relaciones con sus familias de origen, careciendo
prácticamente de amigos íntimos y viviendo socialmente aislados. Presenta baja
tolerancia a la frustración y un gran auto-control.

27
En los historiales facilitados en el ANEXO 2 figura como Agresora 2 debido a que ya existe otro
Agresor 1, pero, al carecer de antecedentes de abusos sexuales no será tenido en cuenta en este apartado.
Por ello, todos los agresores posteriores figurarán con un número inferior al que les corresponde en el
ANEXO 2.

106
Ainara Jauregui Sansinenea

Agresor 2

Abusos sexuales a su hermana pequeña en varias ocasiones

Se trata de un menor proveniente de una familia conflictiva donde, prácticamente desde


su nacimiento, ha sido objeto de maltrato físico, emocional y sexual severo por parte de
sus progenitores. Así, era objeto de golpes -su padre también le estrangulaba o le
apagaba los cigarros en la piel-, de rechazo y transmisión de una imagen negativa de sí
mismo y de aislamiento social, siendo privado de posibles relaciones con otros, de
acudir al parque e incluso de jugar con sus juguetes, quedando instrumentalizado en los
conflictos de pareja de sus progenitores. Debido a ello, creció como un niño retraído,
temeroso de los adultos que mostraba cierta agresividad manifestada por
comportamientos maltratantes hacia las mascotas del domicilio, llegando incluso a
pellizcar a una de las educadoras, así como ciertos comportamientos disruptivos.
También presentaba un retraso en el lenguaje y problemas de escritura. Junto a esto,
manifestaba sentimientos depresivos, así como episodios auto-lesivos,
comportamientos sexuales inapropiados y un lenguaje soez impropio para su edad.
Tanto él como su hermana buscaban el acercamiento entre ellos de forma sexualizada,
viviéndolo como algo natural, llegando incluso a dormir juntos. La familia fue
sometida a dos programas de intervención tras los cuales se cedió la custodia del menor
-y de su hermana pequeña- a la Diputación.

En lo que respecta a los abusos sexuales sufridos, el menor, desde su primera infancia,
fue testigo de las relaciones sexuales que mantenían sus progenitores, siendo animado a
participar tocando a su padre, lamiendo los pechos de su madre y sufriendo tocamientos
en el pene, así como penetraciones anales fálicas por parte de su padre.

Agresor 3

Abusos sexuales puntuales a 7 mujeres menores de edad

Se trata de un varón adulto proveniente de una familia aparentemente normalizada que


desde la infancia presenta una personalidad tímida, con graves dificultades para
relacionarse con otras personas, muy baja autoestima y valoración personal, gran

107
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

introversión y sentimientos de inferioridad, así como inseguridad e inmadurez. Si bien


es cierto que no presenta trastornos psicóticos, sus rasgos de personalidad pueden
relacionarse con un trastorno de personalidad por evitación (301.82) del DSM IV R.
De acuerdo con los expertos, su personalidad tiene un estilo pasivo-dependiente, débil
y poco comunicativa, con dificultades para mantener relaciones sociales y afectivas
sólidas, que necesita apoyos externos y presenta un autoconcepto débil y frágil.
Además, unánimemente aseguran que todas estas características se agravaron cuando
en la pre-adolescencia fue objeto de varios episodios de abusos sexuales -según se
indica, agresiones sexuales- por parte de un conocido mayor que él. Así, como
consecuencia de estos sucesos, el sujeto sufrió una desestructuración de su evolución
psico-sexual y se potenciaron el secretismo, la introversión, el aislamiento y la fobia
social respecto a sus iguales, especialmente a las mujeres. Este hecho provocó un
aumento de su inseguridad y de su falta de autoestima, llevándole a desarrollar un
impulso sexual desviado. Junto a esto, uno de los expertos que lo evaluó consideró una
posible personalidad psicopática. Asimismo, el sujeto reconoce un consumo abusivo de
alcohol desde la adolescencia, valiéndose de la bebida para inhibir su conducta y era
habitual que, como califican sus amigos y familiares, realizara “gau pasas”,
permaneciendo en algún pub incluso después de que sus amigos volvieran a casa,
llegando a pasar a menudo el fin de semana fuera del hogar. Cabe señalar, además, que
únicamente ha tenido dos novias en su vida, finalizando las relaciones poco después de
iniciarlas, que presenta problemas incluso a la hora de escoger ropa y que mantiene sus
amistades de la infancia porque ha sido incapaz de establecer nuevas relaciones.

Agresor 4

Abusos sexuales a su hermana en repetidas ocasiones

Proviene de una familia desestructurada en la que ha padecido abandono y maltrato


físico y emocional severo durante la infancia. Tanto él como su hermana mayor
pasaron a estar tutelados por la Diputación cuando tenía 9 años. Se apreciaron
conductas dudosas en el seno familiar, como, por ejemplo, que ambos menores
dormían en la misma cama con sus padres. Junto a esto, la dinámica familiar se
caracterizaba por la desatención y el caos donde, además, la madre imponía una
percepción sesgada de la realidad en virtud de la cual todo lo externo a la familia era

108
Ainara Jauregui Sansinenea

potencialmente peligroso o persecutorio, siendo lo único bueno lo ofertado por la


familia. El menor reveló a uno de los educadores que “unos adultos habían hecho
cosas sexuales con él”, pero luego lo negó.

Como consecuencia de las experiencias vividas, sufre malestar emocional, con


cambios de humor e inestabilidad de las emociones, aumentan las alteraciones de
conducta (reacciones agresivas, amenazas a educadores, desobediencia, conductas
desafiantes, dificultad para tolerar la frustración y admitir los límites sociales), los
rasgos de carácter suspicaz, de recelo, desconfianza… en las personas que le rodean
también se maximizan. También se aprecia un uso de los mecanismos de defensa de la
proyección y de la negación de sus responsabilidades. Y, finalmente, la configuración
cada vez más marcada, de unos rasgos de personalidad basados en el establecimiento
de vínculos personales centrados en sí mismo (narcisismo), a la vez que buscando el
placer a través de generar perturbación a otros (alienando al adulto, menoscabando los
derechos de los demás, generando conductas que humillen al otro… especialmente a
los educadores). Hay un trastorno de la capacidad empática. Parece que el menor,
debido al alto estrés emocional, puede experimentar cambios bruscos en sus conductas:
de la complacencia a la hostilidad, en un proceso de tipo disociativo. Presenta, además,
grandes dificultades para establecer vínculos personales constructivos, con altas
probabilidades de desarrollar trastorno de personalidad en la vida adulta -con rasgos
antisociales y paranoides, principalmente-, con un funcionamiento en el límite de la
normalidad psicológica. Le resulta muy difícil conectar con sus sentimientos y
necesidades de un modo asertivo, quizá porque podría suponer tomar contacto con su
desamparo que se niega a admitir, lógicamente porque se encuentra con alto dolor
emocional. Ha venido presentando un comportamiento hipersexualizado (pósters,
revistas, exhibicionismo, masturbaciones compulsivas…, promiscuidad sexual,
conocimientos sexuales inusuales para su edad (ha verbalizado actos propios y haber
sido testigo de ajenos, en películas…), juegos sexuales con otros niños menores, sobre
todo varones, utilización de fuerza física o la coerción para lograr la participación en
dichos juegos), trastornos somáticos (hipocondrismo), encopresis, conductas agresivas
(resolución de conflictos a través de la violencia física o verbal), dificultades de
aprendizaje (desmotivación y retraso escolar severo), hostilidad y agresividad en el
hogar y en el centro escolar (conflictos frecuentes con compañeros, falta de habilidades

109
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

sociales, insultos, agresiones…), sobreadaptación y pseudomadurez (“sabe cuidar de


sus padres“, ha dirigido el hogar familiar, “sabe cómo defenderse”…), conflictos con la
figura de autoridad (ambivalencia, rechazo, vivencias paranoides…), desconfianza
hacia los adultos de referencia y pequeños robos (pilas, chocolate, pequeñas cantidades
de dinero…), así como mentiras frecuentes). Finalmente, presenta dificultades para
establecer relaciones de amistad.

B.2) Historiales extraídos de otras fuentes

Agresor 5 (Beneyto Arroja, 2002)

Condenado por 2 violaciones y 4 abusos deshonestos a mujeres entre 13 y 18 años

“Está casado y tiene 2 hijos. Sus progenitores murieron cuando él era pequeño y su
cuidadora lo sometió a malos tratos físicos, psicológicos y sexuales -lo vestía como a
una niña y le puso un nombre de mujer-. Mantenía relaciones sexuales tanto con
mujeres como con hombres y presenta una homosexualidad que se niega a admitir, por
lo que su identidad sexual es confusa. Está convencido de que sus delitos son culpa de
las mujeres que desde pequeño siempre le han hecho daño y le han rechazado. Por
ello, ve a sus víctimas como mujeres que tenían que pagar por todo lo que le había
pasado a él. También veía en sus actos una forma de autoafirmarse como un
“macho””.

Agresor 6 (Beneyto Arroja, 2002)

“En mi infancia mis padres me maltrataban y mi hermana me violó. No sé por qué,


pero las chicas se lanzan sobre mí pidiéndome sexo, y yo sólo soy un alma pura que
busca amor. Y cuando por fin encontré ese amor en una criatura inocente, ella me dejó
por el alcohol y entonces me vi impulsado inconscientemente a proyectar mi odio hacia
los demás. Cuando cometía los delitos, más que excitación sexual, lo que sentía era
excitación de mi ego al sentirme superior en esos momentos, debido a mi baja
autoestima y a mis miedos interiores”.

110
Ainara Jauregui Sansinenea

Agresor 7 (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000)


Abusos sexuales a 52 menores

“Está soltero. De pequeño era una persona tímida y retraída, que no tenía amigos
íntimos y que era objeto de las bromas y burlas de sus compañeros de clase. Abandonó
los estudios y nunca ha tenido un empleo estable. A pesar de asegurar que su infancia
era normal, reconoce haber sufrido abusos sexuales por parte de uno de sus hermanos
-le obligó a masturbarle- cuando tenía 10 años, hecho que recuerda como algo muy
desagradable y negativo. En la actualidad no dispone de amigos de su edad y todas sus
actividades giran en torno a juegos y salidas con los niños del barrio. Nunca ha
mantenido una relación de pareja estable y sus contactos sexuales, al margen de los
abusos, se han limitado a relaciones con prostitutas en dos ocasiones. Presenta una
pedofilia preferencial de tipo homosexual por la que se siente atraído por menores
varones, si bien aparece de forma esporádica una excitabilidad sexual con mujeres
adultas. Siempre ha preferido la compañía de chicos menores tanto social como
sexualmente. La mayor parte de su tiempo libre lo dedica a estar con menores o a
cuestiones asociadas a aspectos sexuales (ver películas pornográficas, leer revistas de
este mismo estilo, visitar sex-shops o las secciones de películas eróticas de los
videoclubs, etc.). Presenta ideas erróneas y distorsiones cognitivas, así como fantasías
sexuales inadecuadas que favorecen la existencia de las conductas sexuales abusivas.
Por otra parte, presenta un grado de madurez emocional y cognitiva deficiente y una
importante carencia de habilidades de comunicación y de manejo de las relaciones
interpersonales. Todo ello contribuye a que se desenvuelva con mayor comodidad en
relaciones con personas de edad inferior a la suya. Asimismo, se detectan rasgos
propios del trastorno límite de personalidad -aunque no llega a cumplir los criterios
mínimos exigidos por el diagnóstico, según el DSM-IV-, que se caracteriza por un
patrón general de inestabilidades en las relaciones interpersonales y una gran
reactividad en el ámbito afectivo, así como por una gran impulsividad. Respecto a
otras variables psicopatológicas asociadas, presenta un nivel relativamente elevado
de ansiedad (STAI-E = 35) y síntomas depresivos no muy acentuados (BDI = 14). Sin
embargo, el paciente no percibe un malestar clínicamente significativo”.

111
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Agresor 8 (Bonnot & Lepomellec, 2004)

Abusos sexuales a 9 menores al menos durante 5 años

“Nunca quería estar sólo. Reconoció ante el juez que bebía todos los días y que eso le
empujaba a realizar tales actos. Tenía un pensamiento muy conservador. Los dos
informes técnicos que le realizaron hablaban de una homosexualidad no asumida, sólo
podía pasar a la acción con chicos jóvenes, de entre 13 y 14 años: “Cuando tenía 13
años me violó un sacristán. Yo era uno de los niños del coro y venía para preparar la
misa de la tarde a eso de las seis y media. El sacristán aprovechó que el cura no estaba
para cogerme en la sacristía y violarme”. “Más tarde el sacerdote explicaría que
aquella violación le bloqueó totalmente. Guardó el secreto hasta el día de su
detención”.

Agresor 9 (Denavarre, 2004)

Condenado en 3 ocasiones por pederastia. Abusó sexualmente de forma repetida de sus


2 hijas.

Ha estado casado y en el momento de su declaración mantenía una relación con una


mujer adulta que, casualmente, había sido víctima de abusos sexuales en la infancia.
Proviene de una familia abusiva en la que su padre abusaba sexualmente de sus
hermanas y su madre de sus hermanos y de él. Al ser algo que ocurría a diario, el sujeto
lo vivía como algo normal. Era obligado a penetrar vaginalmente a su madre y a tocarle
sus genitales, haciendo referencia a un recuerdo concreto cuando tenía 7 años. De sus
declaraciones, se pueden deducir también malos tratos físicos -cuando le confesó a su
tío lo que ocurría en el seno familiar su padre le propinó una paliza-. También se dice
que, de niño, nadie creyó su confesión de ser victimizado.

Como consecuencia de los abusos sufridos confiesa ser incapaz de mirar a sus parejas
adultas de cintura para abajo o de tocarlas en esa zona, ya que recuerda los actos que era
obligado a realizar con su madre. Reconoce también que lo acaba sexualizando todo, de
tal forma que ni siquiera es consciente de que piense tanto en la sexualidad. Asimismo,
declara que los abusos los llevaba a cabo tras ir acumulando frustraciones, ya que

112
Ainara Jauregui Sansinenea

cuantas más acumulaba más ganas tenía de cometer los abusos, sintiéndose liberado
tras perpetrar los hechos. Dice que después se arrepentía de sus actos, que se odiaba a sí
mismo, que no podía creerse que pudiera hacer algo así, pero semanas después volvía a
hacerlo. También manifiesta que nunca quiso tener hijos, que nunca quiso tenerlos
porque temía que pudiera abusar de ellos, cosa que, finalmente, pasó.

Agresor 10 (Denavarre, 2004)

Delincuente sexual desde los 14 años. Abusó de sus hermanas, después de su hija y,
finalmente, de niñas de su entorno.

Ha estado casado, pero él mismo reconoce que sus matrimonios eran una tapadera.
Proviene de una familia abusiva donde tanto su padre como su abuelo abusaban de sus
hermanas y de él. Declara que su madre lo sabía, pero que al no hacer nada la considera
también cómplice de los abusos. Confiesa que hasta los 12 años, los abusos eran vistos
como algo normal tanto por sus hermanas como por él. Sin embargo, llegó un momento
en que sus hermanas empezaron a negarse a ser abusadas, pero que él siguió siendo
victimizado, llegando un momento en que él mismo empezó a abusar de sus hermanas.
Después abusó de su hija cuando ésta tenía 10 años.

Como consecuencia de los abusos sufridos y, en especial, por sentirse traicionado por
sus allegados cuando confesó los abusos, manifiesta una gran desconfianza hacia los
adultos, llegando a desarrollar una atracción sexual desviada hacia niñas pre-púberes,
ya que después se convierten en mujeres y ya no puede confiar en ellas.

La literatura, a menudo ha recurrido a la búsqueda de una victimización sexual en el


pasado de aquellos sujetos que llevan a cabo agresiones sexuales (Dhawan & Marshall,
1996). Así, no son escasos los estudios que han apreciado la existencia de un “círculo
victimal” en el ámbito de los abusos sexuales. Dhawan y Marshall (1996), por ejemplo,
tras realizar una comparativa de los historiales de abuso sexual de delincuentes sexuales
y no sexuales que se encontraba en prisión (65 sujetos), pudieron comprobar que 18 de
29 violadores (62%), 8 de 16 agresores de menores (50%) y 8 de 20 delincuentes no
sexuales (20%), contaban con antecedentes de abusos sexuales en la infancia, siendo los

113
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

agresores sexuales más propensos a declarar haber sido victimizados. Así, el hecho de
haber sufrido abusos en la infancia resultó ser un factor importante en la vida de los
agresores sexuales, hallando, a su vez, una posible relación con otros aspectos presentes
en familias problemáticas.

En la misma línea, Glasser et al. (2001), tras analizar una muestra de 843 pacientes
(747 hombres y 96 mujeres) de un centro de psicoterapia, observaron que de los 747
sujetos varones, 227 (30%) eran agresores de menores, 79 de los cuales contaban con
antecedentes de abusos sexuales en la infancia (frente a 146 agresores de menores sin
antecedentes). En el caso de las mujeres, sólo 2 eran agresoras y únicamente una de ellas
contaba con antecedentes de abusos sexuales.

De forma similar, Craissati, McClurg y Browne (2002) llevaron a cabo un estudio


sobre agresores sexuales de menores convictos en Londres, donde casi la mitad de
ellos alegó haber sido victimizados sexualmente en la infancia. Por ello, los
investigadores decidieron analizar las diferencias entre aquellos agresores que fueron
abusados en la infancia y aquellos que no. Los resultados mostraron que aquellos
sujetos con un historial de abusos eran más propensos a haber experimentado una
infancia de abusos y demás dificultades asociadas (presentaban dificultades
psicosexuales, mayores niveles de actitudes ofensivas desviadas en el ámbito
psicométrico, tendían a reincidir más y a agredir a menores varones).

En 2003, Salter et al. llevaron a cabo un estudio longitudinal -entre 7 y 19 años-


donde se realizó un seguimiento a una muestra de 224 varones victimizados
sexualmente en la infancia. Pudieron comprobar cómo 26 (12%) de esos sujetos se
habían convertido en abusadores sexuales, mientras que el 83 restante, no lo eran.

Otro ejemplo lo encontraríamos en el estudio llevado a cabo por Simons, Wurtele


y Durham (2008) en el que se analizaron las diversas experiencias de 269 agresores
sexuales (137 violadores y 132 agresores de menores), con respecto a su
comportamiento, sus relaciones con sus progenitores así como su historial sexual. Los
resultados mostraron que el 73% de los agresores de menores afirmaron haber sido
víctimas de abusos sexuales en la infancia, mientras que los violadores presentaban con
mayor frecuencia malos tratos físicos (68%) y emocionales (70%), así como vivencias

114
Ainara Jauregui Sansinenea

de violencia de género en el seno familiar (78%).

Finalmente, Ogloff, Cutajar, Mann y Mullen (2012) realizaron un seguimiento de 45


años a una muestra de 2759 víctimas (masculinas 558 y femeninas 2201) de abusos
sexuales en la infancia y de un grupo control de las mismas características (2677
sujetos). Los resultados indicaron que aquellos sujetos con antecedentes de abusos
sexuales eran 5 veces más propensos a llevar a cabo conductas delictivas en la vida
adulta, en especial en delitos sexuales y violentos. En el caso de los varones
victimizados, un 5% (1 de 20) del total masculino se había convertido en agresor sexual,
frente al 0,6% (6 de 1000) de los no victimizados. Sin embargo, en el caso de aquellos
varones victimizados a los 12 años o a una edad más temprana, el número de víctimas
convertidas en agresor era del 9,25% (1 de 10). En el caso de las mujeres, sin embargo,
no se apreció esta transformación. Por tanto, concluyeron que los antecedentes de
abusos sexuales infantiles podían suponer un factor de riesgo importante para aquellos
varones victimizados antes de los 12 años.

Junto a esto, en el documental “En la mente de un pedófilo” se establece que “(…)


el 50% de los pederastas [pacientes del instituto Pinel] fueron a su vez víctimas de
abusos en la infancia y en los casos de los que no lo fueron, los educadores han
observado que han sido víctimas de malos tratos antes de la adolescencia”.

A pesar de estos resultados, Dhawan y Marshall (1996), citando a Hanson y Slater


(1988) establecen que, teniendo en cuenta que los agresores sexuales pueden tener
mayores motivos que los no agresores para identificar vivencias de su pasado que les
puedan ayudar a justificar de algún modo sus presentes actos, es muy probable que estas
cifras no se ajusten a la realidad, reflejando un mayor número de agresores victimizados
en la infancia del que debería. En la misma línea, Lambie et al. (2015) refieren una
sobrerrepresentación de víctimas de abusos sexuales en la infancia entre los agresores
sexuales. Asimismo, citando a Langevin, Wright y Handy (1989), Dhawan y Marshall
(1996), advierten que algunos agresores sexuales pueden afirmar falsamente haber sido
victimizados en la infancia o exagerar sucesos del pasado con el fin de lograr mayores
beneficios en el juicio o que la pena impuesta sea la realización de un tratamiento en
lugar de ir a prisión.

115
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Por otro lado, cabe señalar que, según Salter et al. (2003), el hecho de ser varón y
haber sido abusado sexualmente en la infancia, son los dos factores de riesgo más
citados a la hora de ejercer un papel de abusador en la edad adulta, de hecho, muchos
profesionales que trabajan con menores abusados creen que la gran mayoría de sus
agresores fueron, a su vez, abusados en la infancia. En este sentido, uno de los expertos
en materia de abusos sexuales infantiles afirma que “cuando la víctima es un varón y el
suceso ocurre en repetidas ocasiones o con la misma persona durante un tiempo
prolongado, existe un mayor riesgo de que esa persona se convierta en un agresor,
porque en este caso, como él lo único que ha vivido es el sexo violentado, por así
decirlo, porque a él le han violentado ante ese tipo de situación, puede aprender que eso
que ha experimentado en carne propia, también es la forma en la que él va a obtener el
mismo tipo de sexo” (E1). En nuestro caso, hemos visto que de los 10 agresores 9 han
resultado ser varones, una cifra nada descabellada si tenemos en cuenta las cifras
expuestas en el apartado “Sexo del agresor”. Asimismo, podemos apreciar cómo los
abusos sufridos por prácticamente todos los agresores analizados en este apartado, han
sido prolongados en el tiempo.

Sin embargo, si analizamos todos estos casos podemos decir que el hecho de haber
sufrido abusos sexuales en la infancia no ha llevado directamente a estos sujetos a
convertirse en agresores, sino que, también se han dado otros factores que, en su
conjunto, han supuesto esa transformación de víctima a agresor. Así, por ejemplo, los
propios expertos que evaluaron al “Agresor 3” afirman que “(…) la causa única de los
hechos enjuiciados no puede atribuirse a la agresión sexual sufrida por el propio
acusado, sino que éste ya presentaba unos rasgos de personalidad determinados sobre
la que actuó dicha agresión”. De hecho, debemos considerar que el hecho de que un
agresor sexual fuera objeto de abusos sexuales en la infancia no supone una relación
causa y efecto, ya que son muchos los factores que pueden llegar a influir en el hecho de
que una víctima de abusos sexuales llegue a convertirse o no ella misma en agresora
(Dhawan & Marshall, 1996). El ámbito donde sufrieron esos abusos, sin embargo, no
parece tener especial relevancia a la hora de darse dicha transformación, o al menos los
resultados de los escasos estudios que lo han tenido en cuenta así lo indican, siendo el de
Salter et al. (2003) uno de ellos. Del mismo modo, todos los profesionales consultados
sobre este aspecto han recalcado la existencia de otros factores de riesgo además del
abuso sexual en la infancia:

116
Ainara Jauregui Sansinenea

Así, uno de los expertos en materia de abusos sexuales establece que “el abuso
sexual infantil es un factor de riesgo para la comisión de conductas antisociales o
delictivas en la edad adulta. Sencillamente, es un factor que sitúa al menor en una
mayor posición de riesgo para estas conductas. (…) El abuso sexual es un factor de
riesgo y como tal debe entenderse. Existen otros factores de riesgo que también
posicionan al menor en un mayor riesgo de cometer conductas delictivas. La
acumulación de factores de riesgo incrementa esta probabilidad” (C1).

En una línea muy similar, el otro experto refiere lo siguiente: “(…)Yo creo que hay
otros factores que tienen una mayor influencia [que haber sido victimizado sexualmente
en la infancia], por ejemplo, el hecho de que una persona tenga unas tendencias
psicopáticas, de que tenga componentes de personalidad impulsivos, de que no haya
tenido una relación familiar adecuada o esté aislado o no haya adquirido una
conciencia moral acerca de lo que es bueno y lo que es malo, de que consuma alcohol,
de que se relacione con gente asocial, por así decirlo, esos pueden ser factores en donde
lleguen a pensar que las personas están a su servicio y quieran buscar emociones
fuertes y como, a lo mejor, ya han tenido relaciones con chicas, a lo mejor pueden
pretender tener otras relaciones con menores como un elemento de excitación. Pero
otro elemento de riesgo sería indudablemente tener una orientación pedofílica, que es
un factor de riesgo realmente muy importante” (E1).

Asimismo, según el psicoterapeuta que trabaja tanto con menores victimizados


como con agresores, “(…) debemos hablar de factores de riesgo. Haber sido víctima de
abusos es un factor de riesgo importante, pero no el más determinante, existen muchos
otros factores como haber sido maltratado en la infancia, no haber recibido una terapia
tras esos abusos, estar aislado socialmente, carecer de apoyo familiar o externo
(instituciones, organismos…), sufrir adicciones a sustancias, tener un bajo control de
los impulsos, padecer alguna psicopatología, no sólo una psicopatía, todo el mundo
piensa en el típico pedófilo psicópata, pero la realidad no es así” (E2).

En el presente estudio, cabe señalar que, en primer lugar, los agresores 2, 5, 9 y 10


provienen de entornos familiares donde los abusos sexuales eran algo habitual de tal
forma que vivían su propia victimización como algo normal. En el caso del “Agresor 4”,
atendiendo al comportamiento presentado por sus progenitores -hacer que sus hijos

117
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

durmieran junto a ellos- y al hecho de que su padre abusó de su hermana hasta los 11
años, también podríamos estimar posibles abusos por parte de sus progenitores hacia él.
Asimismo, 3 -4 si contamos con el “Agresor 4”- de ellos tienen hermanas que también
fueron abusadas por los mismos perpetradores, existiendo en los 4 casos una
participación, como agresora (3 casos) o encubridora (un caso) de las madres o tutoras.
En los agresores 5, 9 y 10, esta presencia femenina ha contribuido a que presentaran
dificultades a la hora de mantener relaciones con mujeres adultas, siendo incapaz el
“Agresor 9” de mirar a las mujeres que ha habido en su vida de cintura para abajo y
desarrollando, los agresores 5 y 10 un odio (“Agresor 5”) y una desconfianza (“Agresor
10”) hacia ellas. Junto a esto, los agresores 2, 3 y 6 presentan una baja autoestima. De
hecho, el “Agresor 6” reconoce que sus agresiones tenían el único propósito de sentirse
superior. Asimismo, en los agresores 2, 3 y 7 se pueden apreciar retraimiento y
sentimientos depresivos, dándose también en los agresores 2, 3 y 4 miedo o
desconfianza hacia los adultos. Los agresores 1, 2, 3 y 4 también estaban aislados
socialmente, dándose en los casos 3, 4 y 7 dificultades para relacionarse con los demás.
Por otro lado, los agresores 3 y 8 presentan consumos abusivos de alcohol que les
ayudaban a perpetrar sus actos, dándose en el caso de los agresores 5 y 8 una
homosexualidad no asumida que los ha llevado a cuestionar su identidad. Finalmente,
cabe señalar que los agresores 7, 8 y 9 presentan una pedofilia, mientras que el “Agresor
8” padece un trastorno de la capacidad empática.

Además, el psicoterapeuta añade: “Habría que hablar de factores de riesgo y de


factores de compensación, es decir un factor de riesgo podría ser, por ejemplo el hecho
de haber sido abusado en la infancia, pero un factor de compensación podría ser el
hecho de recibir terapia. Entonces habría que hacer un análisis de todos los factores de
riesgo y de todos los factores de compensación en su conjunto. Y luego también tener en
cuenta la situación, si esa persona no tienen oportunidades delictivas, pues el acto no se
consume, entonces eso también es importante” (E2).

En este sentido, basándose en estudios previos, Salter et al. (2003) enumeraron una
serie de posibles factores de riesgo y otros de protección que pudieran contribuir o
inhibir conductas abusivas por parte de aquellos varones victimizados sexualmente en la
infancia. Después, analizando una muestra total de 224 sujetos dividida en 2 grupos -el
formado por aquellas víctimas que ahora eran abusadores y el formado por aquellas

118
Ainara Jauregui Sansinenea

víctimas que no eran abusadores-, comprobaron cuál era la presencia de cada uno de
estos factores. Así, los factores de riesgo serían: a) haber sido victimizado por una
mujer, b) haber experimentado maltrato físico, c) haber sido testigo de maltrato
intrafamiliar, d) haber padecido negligencia física (falta de supervisión adecuada de
acuerdo con la edad del menor), e) haber sufrido rechazo por parte de los cuidadores
(incluyendo el maltrato emocional) y, finalmente, f) discontinuidad en el cuidado del
menor (atendiendo a una posible separación de los padres, periodos de cuidado en el
hogar del menor o en un hogar de acogida, o ambos). En base a sus resultados,
concluyeron que su investigación refuerza la idea de la importancia de la violencia
intrafamiliar como mediador entre ser víctima de abusos sexuales y convertirse en
agresor sexual. Asimismo, apreciaron una notoria relevancia del rechazo emocional
parental, de los efectos de ser testigo y experimentar violencia física y de la ausencia de
cuidado material o negligencia, por lo que entienden que las experiencias vividas a una
edad temprana pueden aumentar sustancialmente el riesgo de desarrollar un
comportamiento sexualmente abusivo, más allá de una victimización sexual. Cabe
señalar que el estudio de Salter et al. (2003) no ha sido el único que ha apreciado la
relevancia de la existencia de otro tipo de malos tratos además de la victimización
sexual, como (Craissati, McClurg & Browne, 2002; Simons, Wurtele & Durham, 2008;
Dresdner et al., 2010 o Spatz Widom, Czaja & DuMont, 2015), entre otros. En el
presente estudio, se puede apreciar cómo de los 10 casos analizados, en 6 de ellos los
agresores también sufrieron malos tratos físicos y/o emocionales por parte de sus
progenitores o tutores al tiempo que se perpetraban los abusos sexuales, dándose en el
caso de otro de ellos -el “Agresor 7”-, un maltrato psicológico en el ámbito escolar.

Con respecto a los factores de protección, fueron establecidos en función a la


influencia o no que pudieran tener sobre los factores de riesgo expuestos previamente.
Éstos eran: a) tener una buena relación con un adulto (tenía efectos siempre), b) tener
una buena relación con un pariente (tenía efectos siempre), c) tener una buena relación
con un compañero (tenía efectos siempre), d) años pasados al cuidado de una familia de
acogida, e) haber estado al cuidado de cuidadores masculinos no abusivos hasta los 12
años, f) haber estado al cuidado de cuidadoras femeninas no abusivas hasta los 12 años,
g) el tiempo trascurrido estando a cargo del mismo cuidador y h) el número de sujetos o
familias de acogida que se han encargado del menor hasta los 12 años. En nuestro caso
si bien es cierto que hablamos de sujetos victimizados que han pasado a ser agresores,

119
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

cabe señalar que los agresores: 2, 3, 4, 7, 9 y 10 han recibido sendos tratamientos


terapéuticos, apreciándose grandes mejorías en prácticamente todos ellos. Además,
muchos de ellos cuentan con personas que les proporcionan un gran apoyo. Así, por
ejemplo el “Agresor 9” fue tratado en el Instituto Pinel de Canadá y, como hemos
indicado previamente, en el momento de ser entrevistado estaba manteniendo una
relación sentimental con una mujer adulta víctima de abusos sexuales. Del mismo
modo, el “Agresor 10”, tras recibir el mismo tratamiento terapéutico, cuenta con el
apoyo de la hija que victimizó, la cual, confiesa, se ha convertido en su confidente.

Finalmente, según Echeburúa y Guerricaechevarría (2011), el hecho de que la


familia reaccione negativamente cuando la víctima revela los abusos, que no le crea o
que la culpabilice, puede suponer un obstáculo para su recuperación, llegando a poder
incluso agravar el impacto que el abuso haya podido tener sobre ella. En el caso de los
“Agresores 9 y 10”, podemos ver cómo el hecho de no ser creídos e ignorados cuando
tuvieron el valor de dar a conocer los hechos les ha afectado casi tanto -o más- como su
propia victimización. En este sentido, el psicoterapeuta que trabaja con menores
victimizados y con agresores expresa que “cuando existen abusos sexuales, en muchos
casos, [en el caso del “Agresor 10” la madre], para preservar la familia pues no
denuncia los hechos. Entonces, claro, la víctima es revictimizada, porque se encuentra
en una situación de indefensión absoluta, ya no sabe a dónde acudir. Entonces, aquí
todas las figuras de apego fracasan en esa protección y el hecho traumático del abuso
va más allá, se convierte en el hecho traumático de que no puedes confiar en nadie,
entonces tiene un gran impacto en el desarrollo del niño y eso no quiere decir que acabe
siendo un abusador, pero lo que sí promueve es la inseguridad” (E2).

Teniendo en cuenta todo lo anterior, podríamos concluir que:

a) En primer lugar, la mayoría de víctimas de abusos sexuales en la infancia no se


convierten en agresoras en la edad adulta. De hecho, Salter et al. (2003), por
ejemplo, reconocen que los resultados apuntan a que el riesgo de que víctimas de
abusos sexuales durante la infancia se conviertan en agresores es más bajo que lo
que se esperaba. Del mismo modo, los demás estudios que han observado una
posible existencia del “círculo victimal”, han presentado cifras de agresores muy
escasa en comparación con aquellas víctimas de abusos sexuales infantiles no

120
Ainara Jauregui Sansinenea

agresoras o de agresores sexuales sin antecedentes de abusos: 79 agresores de


menores con antecedentes de abusos frente a 146 agresores sin antecedentes en
Glasser et al. (2001) o un 5% de agresores de un total de 558 varones abusados
en la infancia en Ogloff, Cutajar, Mann y Mullen (2012), por ejemplo.

Siguiendo esta misma idea, Simons, Wurtele y Durham (2008) afirman que está
claro que no todas las víctimas de abusos sexuales se convierten en agresores y
que no todos los agresores han sufrido este tipo de malos tratos de forma
exclusiva. Así, los antecedentes de abusos en la infancia únicamente podrían
influir en conductas abusivas futuras cuando se hayan llevado a cabo en
contextos donde exista una patología sexual y escasas relaciones padres-hijos.

De forma muy similar, Lambie et al. (2015) afirman que un gran número de
víctimas de abusos no se convierten en agresoras. Así, entrevistando a 47 sujetos
no agresores victimizados en la infancia para conocer el por qué de no haberse
convertido en agresores, han establecido cuatro factores principales: 1) la
empatía, 2) la moral, 3) la existencia de un bajo deseo sexual y, finalmente, 4)
una combinación de las anteriores. Asimismo, indican que un gran número de
estos sujetos manifestó que la razón por la que no han cometido abusos estaba
directamente relacionada con la victimización sufrida por ellos mismos.

En este sentido, el psicoterapeuta que trabaja tanto con menores victimizados


como con agresores establece que “existe una estadística que habla de que sí
que existe un porcentaje de niños abusados que luego son perpetradores. Lo que
ocurre es que lo que sí dicen las estadísticas es que la mayoría de niños que son
abusados no son abusadores en la edad adulta. Entonces yo creo que es mejor
quedarse con ese dato, porque si no entraríamos en la idea de que alguien no
tiene derecho a cambiar, que hay una profecía autocumplida, es decir, “si tú
has sido abusado vas a ser abusador”. Entonces, claro, es víctima para toda su
vida. Entonces ahí hay algo que dicen los estudios, que la gran mayoría de niños
abusados no son abusadores” (E2).

Asimismo, uno de los expertos en materia de abusos sexuales infantiles afirma


lo siguiente: “En algunos estudios americanos hablan de que puede haber hasta

121
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

un 25% aproximadamente de abusadores sexuales adultos que han sido objeto


de abuso sexual en la infancia. Hombre, esta tasa es muy alta, quiere decir,
que 1 de cada 4 se han convertido en abusadores, pero también quiere decir
otra cosa, que 3 de cada 4 abusadores sexuales no han sufrido esa situación,
sino que el abuso sexual ha surgido ex novo a partir de la adolescencia y no
necesariamente en relación a un abuso sexual infantil. (…) Creo que [el “círculo
victimal” en el ámbito de los abusos sexuales infantiles] no existe, digamos
como norma, no hay un determinismo de que la persona abusada sexualmente
se vaya a convertir en abusador, he dicho que puede haber un 25% de agresores
que hayan sido victimizadas sexualmente en la infancia, pero eso quiere decir
que muchas personas que han sido victimizadas sexualmente en la infancia, la
mayoría, no se van a convertir en agresor. De hecho, las repercusiones mayores
que existen en el ámbito del abuso sexual no es que una persona se convierta en
abusador, es una de las posibilidades, pero hay muchos otros aspectos que
tienen que ver con problemas clínicos como el estrés postraumático, como
problemas adaptativos, y sobre todo el aspecto de la integración del sexo y el
afecto, que eso es muy importante. Si hablamos de diferencia de sexos, en los
niños abusados sexualmente muchas veces aparecen conductas agresivas y de
desprecio o de violencia hacia las mujeres y en ese sentido sí hay un riesgo de
abuso sexual, en algunos casos y, en cambio, correlacionan más en niñas
abusadas sexualmente con conductas vinculadas con la depresión, con ganas de
llorar injustificadas, con situaciones de bloqueo afectivo a la hora de abrirse,
por ejemplo, a otros chicos. Entonces yo no diría que existe, precisamente hay
que romper con esa situación, hay que romper por dos motivos: primero,
porque no responde a la realidad de los datos que tenemos, segundo, porque
introduce un determinismo en la conducta que contribuye a crear un pesimismo
en las víctimas y en los agresores, es decir, en las víctimas porque dices “bueno,
si a mí me ha ocurrido esto, entonces no tengo más remedio que convertirme en
un agresor sexual cuando sea mayor”, entonces ese determinismo que no
responde a la realidad es un pesimismo antropológico de lo que es la conducta
humana que no… la infancia nos puede condicionar, pero no nos determina
necesariamente nuestra vida adulta. Y luego también por parte de los agresores
porque en eso pueden encontrar también un elemento exculpatorio “claro yo
soy agresor porque como me han agredido, no tengo más remedio que serlo” y

122
Ainara Jauregui Sansinenea

eso tampoco responde a la realidad. O sea quiero decir que, primero, porque
empíricamente no se da esa situación, existe una cierta relación, pero no hay
una relación de causa-efecto, una relación de determinismo de la conducta. Y,
en segundo lugar, porque a nivel psicológico, las víctimas alcanzarían un nivel
de angustia al saber que su futuro ya está determinado por lo que han vivido y
luego, a los auténticos agresores, les daría pie para señalar que en función de
ese determinismos de la conducta, ellos no tienen más remedio que ser así, con
lo cual realmente justificarían sus actos, intentarían que en los tribunales se
utilizasen mecanismos exculpatorios en función de la situación que hayan
tenido”(E1).

b) En segundo lugar, aquellas víctimas que sí se han convertido en agresoras


-principalmente hombres-, han venido presentando otros factores de riesgo
además de la victimización sexual (en especial malos tratos, negligencia…)
cuyo cúmulo los ha llevado a asumir conductas abusivas en la edad adulta. Así,
por ejemplo, en el estudio prospectivo llevado a cabo por Spatz Widom, Czaja y
DuMont (2015) en el que se realizó un seguimiento durante 30 años de un grupo
de sujetos con un historial de maltrato o negligencia en la infancia y otro grupo
demográficamente equivalente que no contara con antecedentes de este tipo y de
sus hijos (una muestra total de más de 1100 progenitores y sus hijos), se ha
observado que los hijos de progenitores con antecedentes de maltrato o
negligencia infantil presentan un mayor riesgo para ser víctimas de abusos
sexuales o negligencia, aunque no de maltrato físico. De forma muy similar, otro
estudio llevado a cabo por Spatz Widom también en 2015, esta vez junta a
Massey, en el que se agrupó a menores de entre 0 y 11 años de edad víctimas de
maltrato físico o sexual (908 sujetos) y se creó un grupo equivalente respecto a
la raza, edad, sexo y clase social de menores no victimizados (667 sujetos), para
después realizar un seguimiento de ambos grupos hasta que alcanzaron los 51
años de edad, observaron cómo aquellos sujetos -varones, no mujeres- con
historiales de maltrato físico y negligencia corrían un riesgo significativamente
mayor de ser detenidos por delitos sexuales, mientras que los abusos sexuales no
mostraron un riesgo significativo. De estos resultados, por tanto, podríamos
deducir que los malos tratos físicos o la negligencia pueden suponer un mayor
factor de riesgo que la victimización sexual durante la infancia. Asimismo,

123
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

diversos estudios han mostrado cómo -además de la existencia de posibles malos


tratos o negligencia-, aquellas víctimas de abusos ahora agresoras han venido
presentando masturbación compulsiva o fantasías sexuales referentes a su propia
victimización -o a menores en general- (Lambie, Seymour, Lee & Adams, 2002;
Thomas & Fremouw, 2009).

V. CONCLUSIONES

1. Sobre la realidad de los abusos sexuales a menores. Los abusos sexuales a


menores -entendidos en este trabajo en un sentido amplio- se han dado a lo largo de la
historia de la humanidad, y, aún hoy, suponen un gravísimo problema para la sociedad,
produciéndose en ámbitos muy diversos. Si bien es cierto que, en la actualidad, existe
una mayor concienciación al respecto, la mayoría de casos no se detectan, dándose el
fenómeno que algunos califican como “la punta del iceberg”. Por ello se concluye que
existe una alta tasa de “cifra negra” o victimización oculta.

2. Sobre el impacto de los abusos sexuales a menores. La Victimología del desarrollo


ha evidenciado con datos empíricos que el impacto de los abusos sexuales se prolonga,
en muchos casos, en años posteriores y en la vida adulta del sujeto victimizado. En
relación con ello, una de las hipótesis estudiadas en la revisión bibliográfica sobre el
estado de la cuestión, presentada en este trabajo, es que el abusador haya sido
previamente abusado, en lo que se conoce como el “círculo victimal”.

3. Sobre el trabajo de campo aportado. Existen muy pocos estudios específicos para
el País Vasco y, en concreto, para Gipuzkoa. Esta investigación ha incluido un limitado
estudio empírico exploratorio, sobre la criminalidad registrada judicialmente en este
territorio, que ha sido contrastado con la bibliografía consultada, así como con las
entrevistas a expertos y las narrativas de agresores, obtenidas de fuentes secundarias.

4. Sobre los resultados obtenidos en relación con la contextualización del estudio y


su hilo conductor: “el círculo victimal”. En cuanto al perfil del contexto en que se
producen los abusos, el ámbito intrafamiliar se encuentra en 25 casos (38% del total), el
extrafamiliar conocido en 23 (35%) y el desconocido en 17 (26%). Respecto al agresor,

124
Ainara Jauregui Sansinenea

la gran mayoría han sido varones (62, que suponen el 98% del total, frente a una única
mujer) adultos (57 (87% del total) frente a un total de 29 menores (45%)), de edades
comprendidas entre los 26 y los 37 años (23 sujetos que suponen un 36%) y los 38 y 49
años (10 sujetos que equivalen al 15%).

El agresor más habitual en el ámbito intrafamiliar es el padre (10 casos, 40% del
total), mientras que en el extrafamiliar son los amigos de la propia víctima o de sus
progenitores (11 casos, 48%). Asimismo, se ha apreciado una mayor presencia de
abusos con contacto físico (145) que sin contacto físico (26), siendo el tipo de abuso
más presente los tocamientos (51 casos). En cuanto a la víctima, la gran mayoría han
sido mujeres (51, que suponen el 74% del total, frente a 18 varones, 26%) y la franja de
edad más habitual en ambos sexos ha sido la establecida entre los 10 y los 14 años,
dándose en un 42% en el caso de las mujeres y en un 22% en el caso de los varones. Con
respecto a la duración de los abusos, en los ámbitos extrafamiliar conocido y
desconocido han primado las situaciones puntuales (17 (25%) y 18 casos (26%)
respectivamente), mientras que en el intrafamiliar el mayor número se concentra entre
los 7 meses y los 7 años (26%). En cuanto al impacto victimal, ha resultado ser muy
heterogéneo. Cabe destacar, en todo caso, la falta de evaluaciones psicológicas por
parte de los diversos equipos psicosociales de muchas de las víctimas, especialmente
en el ámbito extrafamiliar desconocido, lo cual ha supuesto un obstáculo para la
presente investigación.

Se constata que entran en juego muchos factores como el tipo de abuso, la relación
entre víctima y agresor o la duración de los abusos. En todo caso, se ha apreciado un
mayor impacto en aquellas víctimas abusadas durante un tiempo más prolongado y en
edades más tempranas. Asimismo, cabe señalar que se han apreciado circunstancias
personales muy relevantes a la hora de determinar el grado de afección psicológica de
cada una de las víctimas, dándose en un gran número de casos -especialmente en el
ámbito intrafamiliar- malos tratos físicos o negligencia además de los abusos. Además,
también se han detectado bastantes casos de revictimización, siendo los casos
analizados en la presente investigación la segunda vez que estas víctimas eran
abusadas sexualmente. Por otro lado, cabe señalar que 3 de las víctimas presentaban
un déficit intelectual, haciendo que no fueran totalmente conscientes de la gravedad de
los hechos, lo cual también ha influido en su impacto victimal.

125
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

En lo que respecta al “círculo victimal”, cabe señalar, en primer lugar que, al igual
que en el caso de las víctimas, se ha apreciado una muy notoria carencia de
evaluaciones de los agresores en el ámbito de los adultos. Así, mientras en la justicia de
menores el Equipo Técnico de cada Juzgado está obligado por ley a evaluar a dichos
menores infractores, en la justicia de adultos, este tipo de evaluaciones dependen
prácticamente de manera exclusiva de la defensa del reo. Como consecuencia de ello y,
teniendo en cuenta que en muchas ocasiones los abogados defensores no tienen acceso
a sus defendidos hasta el mismo día de la vista oral, la realización de una evaluación de
este tipo queda relegada a un segundo e incluso tercer plano. Esta precisa carencia de
evaluaciones ha supuesto un gran obstáculo para la presente investigación, impidiendo
analizar los antecedentes infantiles de la gran mayoría de los agresores adultos. Por
ello, mediante este trabajo se considera que se trata de una carencia que hay que suplir,
ya que una de las finalidades primordiales de la Criminología es la prevención del
delito, ¿pero, cómo evitar la comisión de nuevos delitos, nuevas agresiones, si
ignoramos cuál es el origen de sus agresores?

En segundo lugar, si bien nuestro estudio se ha centrado en la criminalidad


registrada judicialmente en Gipuzkoa en relación con la victimización sexual infantil,
donde sabemos que existe una alta cifra negra, respecto al “círculo victimal”, sólo 4 de
los 29 agresores que se han podido analizar detalladamente en nuestra muestra contaban
con antecedentes de abusos sexuales en la infancia. Los resultados de otros estudios
empíricos más sólidos muestran un número escaso de víctimas que se convierten en
agresoras. Se subraya la presencia de otros factores de riesgo -especialmente maltrato
físico o negligencia-, cuyo cúmulo ha supuesto esa transformación de víctima a agresor
y no únicamente la victimización sexual sufrida en la infancia.

En definitiva, la mayoría de víctimas de abusos sexuales en la infancia no se


convierten en agresoras en la edad adulta. De hecho, Salter et al. (2003), por ejemplo,
reconocen que los resultados apuntan a que el riesgo de que víctimas de abusos sexuales
durante la infancia se conviertan en agresores es más bajo que lo que se esperaba. Del
mismo modo, los demás estudios que han observado una posible existencia del “círculo
victimal”, han presentado cifras de agresores muy escasas en comparación con aquellas
víctimas de abusos sexuales infantiles no agresoras o de agresores sexuales sin
antecedentes de abusos: 79 agresores de menores con antecedentes de abusos frente a

126
Ainara Jauregui Sansinenea

146 agresores sin antecedentes en Glasser et al. (2001) o un 5% de agresores de un total


de 558 varones abusados en la infancia en Ogloff, Cutajar, Mann y Mullen (2012), por
ejemplo.

Siguiendo esta misma idea, Simons, Wurtele y Durham (2008) afirman que está
claro que no todas las víctimas de abusos sexuales se convierten en agresores y que no
todos los agresores han sufrido este tipo de malos tratos de forma exclusiva. Así, los
antecedentes de abusos en la infancia únicamente podrían influir en conductas abusivas
futuras cuando se hayan llevado a cabo en contextos donde exista una patología sexual y
escasas relaciones padres-hijos. De forma muy similar, Lambie et al. (2015) afirman
que un gran número de víctimas de abusos no se convierten en agresoras. Así,
entrevistando a 47 sujetos no agresores victimizados en la infancia para conocer el por
qué de no haberse convertido en agresores, han establecido cuatro factores principales:
1) la empatía, 2) la moral, 3) la existencia de un bajo deseo sexual y, finalmente, 4) una
combinación de las anteriores. Asimismo, indican que un gran número de estos sujetos
manifestó que la razón por la que no han cometido abusos estaba directamente
relacionada con la victimización sufrida por ellos mismos.

Respecto a aquellas víctimas que sí se han convertido en agresoras -principalmente


hombres-, presentan otros factores de riesgo, además de la victimización sexual (en
especial malos tratos, negligencia…), cuyo cúmulo los ha llevado a asumir conductas
abusivas en la edad adulta. La modalidad o el ámbito donde sufrieron los abusos, sin
embargo, no parecen tener relevancia. Así, por ejemplo, en el estudio prospectivo
llevado a cabo por Spatz Widom, Czaja y DuMont (2015) en el que se realizó un
seguimiento durante 30 años de un grupo de sujetos con un historial de maltrato o
negligencia en la infancia y otro grupo demográficamente equivalente que no contara
con antecedentes de este tipo y de sus hijos (una muestra total de más de 1100
progenitores y sus hijos), se ha observado que los hijos de progenitores con antecedentes
de maltrato o negligencia infantil presentan un mayor riesgo para ser víctimas de abusos
sexuales o negligencia, aunque no de maltrato físico.

De forma muy similar, otro estudio presentado por Spatz Widom, también en 2015,
esta vez junto a Massey, en el que se agrupó a menores de entre 0 y 11 años de edad
víctimas de maltrato físico o sexual (908 sujetos) y se creó un grupo equivalente

127
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

respecto a la raza, edad, sexo y clase social de menores no victimizados (667 sujetos),
para después realizar un seguimiento de ambos grupos hasta que alcanzaron los 51 años
de edad, observaron cómo aquellos sujetos varones con historiales de maltrato físico y
negligencia corrían un riesgo significativamente mayor de ser detenidos por delitos
sexuales, mientras que los abusos sexuales no mostraron un riesgo significativo. De
estos resultados, por tanto, podríamos deducir que los malos tratos físicos o la
negligencia pueden suponer un mayor factor de riesgo que la victimización sexual
durante la infancia.

En estas conclusiones cabe cierto optimismo comprometido por prevenir estas


conductas, así como por recuperar a agresores y víctimas -en ocasiones, roles
compartidos por las mismas personas-, sabiendo que, en todo caso, el impacto victimal
afecta, como círculos concéntricos, más allá de a las propias víctimas directas, a su
familia y a toda la sociedad.

128
Ainara Jauregui Sansinenea

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137
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

ANEXOS

ANEXO 1
Tabla 1

Tipos de Síntomas Periodo evolutivo


efectos
Físicos • Dificultades para conciliar el sueño (pesadillas, • Infancia y adolescencia
insomnio, sueño excesivo o resistencia a dormir solo)
• Cambios en los hábitos alimentarios • Infancia y adolescencia
• Enuresis (micción incontrolada) y encopresis • Infancia
(defecación incontrolada)
Conductuales • Consumo de alcohol o demás sustancias • Adolescencia
• Huidas del hogar • Adolescencia
• Conductas suicidas o autolesivas • Adolescencia
• Hiperactividad • Infancia
• Bajo rendimiento académico • Infancia y adolescencia
• Representación reiterada del acontecimiento • Infancia
traumático a través de juegos y dibujos (Pereda &
Abad, 2013)
Emocionales • Miedo generalizado • Infancia
• Hostilidad y agresividad (comportamientos • Infancia y adolescencia
autodestructivos u oposicionistas, irritabilidad,
rabietas) (Pereda & Abad, 2013)
• Culpa y vergüenza • Infancia y adolescencia
• Depresión • Infancia y adolescencia
• Ansiedad • Infancia y adolescencia
• Baja autoestima y sentimientos de estigmatización • Infancia y adolescencia
• Rechazo del propio cuerpo • Infancia y adolescencia
• Desconfianza y rencor hacia los adultos • Infancia y adolescencia
• Trastorno de estrés postraumático • Infancia y adolescencia
• Atribución y percepción distorsionada de sí misma y • Infancia y adolescencia
del mundo (Pereda & Abad, 2013)
Sexuales • Conocimiento sexual precoz o inapropiado para su • Infancia y adolescencia
edad
• Masturbación compulsiva • Infancia y adolescencia
• Curiosidad sexual excesiva • Infancia y adolescencia
• Conductas exhibicionistas • Infancia
• Conductas sexualizadas o comportamientos • Infancia
erotizados (Pereda & Abad, 2013)
• Problemas de identidad sexual • Adolescencia

Sociales • Déficit en las habilidades sociales • Infancia


• Retraimiento social • Infancia y adolescencia
• Conductas antisociales • Adolescencia

138
Ainara Jauregui Sansinenea

ANEXO 2

Historiales extraídos de la muestra analizada

AGRESORES 1, 2 y 3

Desde los seis meses de edad, el Agresor 1 presenta un problema de sordera,


manteniendo además dificultades de comunicación en la propia lengua de signos. Tanto
el Agresor 1 como la Agresora 2 proceden de familias disfuncionales, donde las
relaciones han estado basadas en el conflicto y la violencia familiar. Los dos han sido
víctimas de episodios de maltrato físico y verbal, y también de abuso sexual en el caso
de la Agresora 2. La relación de pareja entre los Agresores 1 y 2 fue mala prácticamente
desde el inicio de la convivencia, siendo constantes las discusiones entre ambos.
Ambos progenitores mantenían malas o escasas relaciones con las respectivas familias
de origen, careciendo prácticamente de amigos íntimos. En el año 1993 nació la
Víctima 1 (que posteriormente se convertirá en el Agresor 3).

Los dos acusados, en plurales ocasiones propinaban golpes al niño, provocándole


hematomas por todo el cuerpo, no le dejaban jugar con sus juguetes, ni salir al parque,
le privaban y aislaban de relaciones sociales. La Víctima 1 creció como un niño
retraído, con temor al adulto, quedó estrangulado e instrumentalizado en el conflicto de
la pareja. No obstante, respondía positivamente a los estímulos, aunque mostraba
también cierta agresividad, llegando en alguna ocasión a maltratar a los animales
domésticos (perro, gato), que habitaban en la vivienda. Dentro del domicilio familiar, la
Víctima 1, desde su primera infancia, y en reiteradas ocasiones, ha visto a sus padres
mantener relaciones sexuales, estando ambos acusados, al igual que la Víctima 1,
desnudos, participando el niño en estas relaciones sexuales, sufriendo tocamientos en el
pene por parte de su padre, tras lo cual éste, excitado sexualmente, penetraba
vaginalmente a su madre, mientras la Víctima 1 chupaba los pechos a la Agresora 2.

Tras una consulta particular que la madre realiza al pediatra, éste, que llevaba tiempo
constatando los diversos hematomas que el niño presentaba, y su actitud temerosa y
asustadiza ante la exploración médica, decidió poner el caso en conocimiento de los
Servicios Sociales de la Excma. Diputación Provincial de Guipúzcoa, y tras la

139
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

aceptación de los padres, la familia quedó sometida a un programa administrativo de


intervención familiar.

La Víctima 1 comenzó a presentar problemas con la escritura y retraso en el lenguaje,


precisando ayuda especializada por parte de logopedas. El programa de intervención
familiar finalizó y la familia fue dada de alta con un resultado favorable.

En el año 1998 nació la Víctima 2.

Los Servicios Sociales del Ayuntamiento son alertados por el Colegio en el que cursaba
estudios la Víctima 1 de los comportamientos disruptivos que el niño presentaba. Se
solicita la intervención de la Excma. Diputación Foral de Guipúzcoa, quien de nuevo
somete a la familia al programa familiar y evoluciona negativamente. Por ello se opta
por iniciar con la familia otro programa que se mantiene durante un año, fecha en la
que, ante la gravedad de la crisis de la pareja y su repercusión negativa en los niños, se
decide someter a los menores a un "servicio de respiro" en forma de acogimiento
residencial, por un plazo máximo de treinta días. Ese mismo año, la madre firma la
cesión formal de la guarda de ambos menores a favor de la Excma. Diputación Foral de
Guipúzcoa.

La Víctima 1 está sometida a terapia.

El Agresor 1 había sido maltratado por su padre durante su propia infancia.

La Agresora 2 niega que las Víctima 1 y 2 hayan tenido, al menos en el domicilio


familiar, algún tipo de contacto sexual entre ellos, que sólo en una ocasión la Víctima 2
se quejó de que su hermano "me está tocando la potota", el resto de comportamientos
sexuales del niño los atribuye a los comportamientos adquiridos en el colegio, o
aprendidos en el piso de acogida.

Informe de los encargados de la terapia familiar: En este informe se objetiva ya, un


maltrato físico moderado del padre hacia el menor, un supuesto maltrato físico
moderado de la madre hacia el menor, y un maltrato emocional moderado por parte de
ambos padres, puesto que hay intolerancia hacia los comportamientos de exploración
del niño, se le privan de relaciones sociales, vive aislado e instrumentalizado en el

140
Ainara Jauregui Sansinenea

conflicto conyugal. La contradictoria versión ofrecida individualmente por cada


progenitor, unidas a las carencias presentadas por la madre, con baja tolerancia a la
frustración, gran auto-control delante de los trabajadores, hizo pensar que también la
madre era parte activa del maltrato físico y emocional hacia el menor. En esta época la
Víctima 1 se presentaba como un niño retraído, con temor al adulto, que no obstante,
respondía positivamente a los estímulos, aunque mostraba cierta agresividad, en una
ocasión pellizcó a la trabajadora familiar, y también maltrataba al perro y gato
(estirándole de la cola) que había en el domicilio. Ambos progenitores proceden de
familias desestructuradas, han sido víctimas, a su vez, de maltrato físico y la Agresora
2, aunque posteriormente lo niega, ha sufrido dos episodios de abuso sexual, con un tío
y un vecino respectivamente.

Informe del nuevo programa: se constata, hacia los dos menores, la existencia de
abandono físico a nivel leve, en el área de alimentación y sueño, abandono emocional
moderado, en el área de estimulación cognitiva y relación social, así como en la
expresión adecuada de sentimientos y emociones, maltrato emocional de nivel medio,
hacia la Víctima 1, porque le rechazan y le transmiten visión negativa de sí mismo y
porque instrumentalizan a ambos niños, en el conflicto de pareja, siendo incapaces
como padres de controlar la conducta de los hijos, sobretodo de la Víctima 1. Ya en este
período la trabajadora familiar manifiesta que la Víctima 1 le ha expresado que no
merece la pena vivir, que desearía estar muerto, elude hablar de su familia presentando
en tales ocasiones un comportamiento regresivo, tiene episodios auto-lesivos,
poniéndose en constante riesgo, se golpea contra la pared, iba a sitios altos, con
intención de tirarse, refiere episodios de violencia de su padre hacia su madre, y hacía
él, vivencia la masculinidad como agresiva y amenazante, tiene sentimientos
depresivos, de "patito feo", de ser feo, torpe, distinto. Pide a la trabajadora familiar y a
ella misma que les llevaran, que no le dejasen allí, tratándose de una petición que
también fue expresada por la Víctima 2. La Víctima 1 tenía ya importantes dosis de
sufrimiento y los dos progenitores tenían conductas de rechazo hacia el niño, al que
decían "contigo no sé puede, eres malo".

Al día siguiente, habló con la Víctima 1, quién ya sabía lo que había pasado con la
Víctima 2, y éste confesó que "mi papá me toca, me pega, pero la culpa es mía por
dejarle". Esta manifestación la hizo en un estado de gran nerviosismo, saltando de una

141
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

cama a otra.

Es cierto que en el piso de acogida, los dos hermanos manifestaron, en repetidas


ocasiones, comportamientos sexuales impropios entre sí, para con otros niños y
también con los educadores, manifestando la Víctima 1 un lenguajes soez, un
vocabulario no propio de su edad. La Víctima 2 dijo que su hermano le había tocado,
que estos tocamientos consistían en que se daban besos, la Víctima 1 tocaba a su
hermana y chupaba sus partes intimas, dato que obligó a que los educadores extremaran
las precauciones, y finalmente tuvieran que sacar a la Víctima 2 de este piso de acogida
y llevarla otro, dado que la relación fraternal estaba muy dañada. La Víctima 1 hablaba
de que su padre le había tocado, y también su madre, con un gran sufrimiento,
sentimiento de culpa, vivenciando, en definitiva, una sexualización traumática. Se
auto-lesionaba en numerosas ocasiones. Sí dijo que su padre le pegaba, manifestando
mucho miedo a la figura paterna. También decía constantemente expresiones como
"feo, malo gilipollas" que se lo habían dicho muchas veces y él "lo sabe", "mi papá me
tocaba, no me gustaba, la culpa es mía porque le dejo", su mamá ya le decía que no le
tocara, pero "me da igual, que me pegue, y me toque el pito y ya está". Preguntado,
reconoció que aunque no quería hacerlo, no podía evitar tocar a su hermana, y de hecho
esa misma noche habían vuelto a dormir juntos, señalando la Víctima 2, según dijo la
Víctima 1 que "no quiere que le toque nadie, ni su papá ni él, que le hacen daño". La
Víctima 1 presenta cambios bruscos de estado de ánimo y de comportamiento.

La Víctima 2, por el contrario, era una niña introvertida, no se relacionaba con nadie,
sin embargo, al ser separada de su hermano y trasladada al otro piso cambió su
comportamiento, inicialmente el comportamiento pasivo e inhibido demostrado, pasó a
ser activo evidenciando claros síntomas de estrés-postraumático, manifestando un
comportamiento muy sexualizado, con masturbaciones, intentos de tocamientos a otros
niños, con un conocimiento sexual claramente impropio para su edad, que también se
manifestó en el ámbito escolar, se bajaba la ropa en clase, iba con otros compañeros al
baño para intentar tocarles, tuvieron que solicitar ayuda en el colegio.

Es más, la niña no tenía conciencia de lo incorrecto en lo sucedido, la educadora le dijo


que los papas no tenían que hacer eso.

142
Ainara Jauregui Sansinenea

Desde el momento inicial de ingreso de ambos menores en el piso de acogida


constataron, sobretodo en referencia a la Víctima 1, que era un niño con una carga
enorme de sufrimiento, los dos hermanos buscaban un acercamiento entre sí de forma
sexual, también con las educadoras, pero vivenciado como algo natural: la Víctima 1
tocaba a la Víctima 2 y decía "le voy a tocar la chocha", le buscaba la boca, en alguna
ocasión, con un hilo de pita utilizado en la construcción de los barcos de juguete que
realizaba, se estranguló el pene, se lo estiraba y al inquirirle por el motivo de este
comportamiento, decía: "porque soy malo". Tenía también un lenguaje muy soez y
adelantado para su edad, decía "chúpamela”, conocía el significado de expresiones
sexuales comunes como "hacer una mamada", también la Víctima 2 se tocaba
constantemente.

La Víctima 2 era una niña con un comportamiento muy sexualizado, que con otro niño
un año y medio mayor, decía "estamos jugando a hacer el amor", esta circunstancia
obligó a que tuvieran que adoptar medidas especiales, prohibiendo jugar en las
habitaciones de la casa, pidiendo permiso para entrar en la habitación de cada residente,
fijando límites físicos en el sofá, con clara distinción entre adultos y niños. Se trataba de
un comportamiento repetido, que la menor realizaba tanto en el colegio, como en la
miniresidencia, con otros niños de la misma.

Testimonio de la educadora del piso donde se hallaba la Víctima 1: la Víctima 1 le


dice que está nervioso, que tiene miedo, que hay algo que quiere contarle, le comenta
que su padre le pegaba cuando estaba en la cama, muchas veces, tras una discusión que
tenían entre su padre y su madre, el padre se acercaba a la habitación y le daba golpes en
la tripa, le solía pegar pegatinas en la cabeza y se reía, le decía: "mira qué pinta tienes",
que muchas veces le cogía de los pelos y le pegaba una y otra vez contra la pared,
también le solía apagar los cigarros en la mano, que le decía a su padre que parase y no
paraba, su madre venía a defenderle, pero su padre le pegaba y acababa sangrando de la
nariz en el suelo, "no voy a perdonar a mi padre por todo lo que nos ha hecho a la
Víctima 2 y a mí". Le dice que él con sus padres había visto cosas, que el niño
manifestaba estar más a gusto con ellos que con la madre, que cuando sus padres se
peleaban, el padre amenazaba a su madre con un cuchillo y él se colocaba debajo de la
mesa y la niña en un armario, que su padre rompía platos y no recogía los cristales para
que los niños se hiciesen daño. Que solía ponerle una cuerda alrededor del cuello,

143
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

apretaba, y no le dejaba respirar. Dice que se pone nervioso al ver a la gente fumar,
porque le recuerda que su padre fumaba y luego le quemaba. Le dijo que él les iba a
cuidar para que no se pusiesen malos, no quiere que nadie tome café porque la gente se
pone nerviosa con eso.

Es también la educadora a la que la Víctima 1, expresa los abusos sexuales sufridos: Le


dice que tiene un secreto, en su casa veía como sus padres hacían el acto sexual y sus
padres les animaban tanto a él como a su hermana a que estuvieran con ellos, que su
madre participaba en estos episodios, que el niño lo situó en un contexto de juego en el
que los cuatro estaban desnudos, la Víctima 1 tocaba a su padre, éste se excitaba, y
luego penetraba vaginalmente a su madre, que la Víctima 1 chupaba los pechos a su
madre mientras su madre era penetrada vaginalmente y decía a su padre, refiriéndose a
la Víctima 1, "niño malo, no tienes que hacer eso". La Víctima 1 dijo que "nos
desnudaban a mi hermana y a mí y mientras mis padres follaban yo le chupaba las tetas
a mi madre", su padre le pedía que le chupara el pecho a su madre, pero él no lo hacía.
Dice que "mis padres juntaban la chocha con el pito y chillaban de forma rara", en la
ducha, muchas veces su padre le tocaba sus órganos genitales, y él a su padre, y éste se
ponía muy contento y luego a veces solía llamar a su madre, iban al cuarto y "follaban"
los dos. Dijo que a veces su padre le introducía el pene "por donde se hace cacas" y
añadió que le hacía "mogollón" de daño, y aunque la Víctima 1 le decía que parara su
padre no le hacía caso. Después explicó que también le hacía cosas a su hermana, que
muchas veces desnudaba a la Víctima 2, "lo hacía, con ella", le metía "el pito" a la
Víctima 2, pero que él le enseño un truco para que no le hiciera nada, que era que le
diera una patada en los genitales pero que el padre se enfadó y pegó a la Víctima 1.
También comentó que a la Víctima 2 le penetraba "por donde se hacen cacas". La
Víctima 2 también les dijo, muy nerviosa y tensa, que solían estar desnudos sus padres,
que su papá le solía tocar y entonces su mama le decía "papá castigado", añadiendo que
en una ocasión su padre tiró platos y vasos, los rompió, que ella se cortó un poco y
sangró, estaba muy asustada, no recordaba el lugar.

La Víctima 2 presentaba una sexualidad muy temprana para su edad, muy despierta,
con un tipo de juego muy inadecuado tanto en el hogar como en el colegio, se bajaba los
pantalones, decía "voy a follar", desnudaba a las muñecas barbies, y decía que iban a
follar, escenificando con ellas el acto sexual, tomando parte activa en este tipo de

144
Ainara Jauregui Sansinenea

juegos y mostrando también un comportamiento muy provocativo en este ámbito.

La Víctima 1 invitaba a otras niñas a tener relaciones con él diciendo "es que a mí me
han enseñado mal, a hacerlo, me han enseñado a follar".

Suele ser habitual, según contesta a las preguntas de la defensa del acusado, que los
niños expresen el abuso una vez separados del entorno donde se ven sometidos al
mismo, las figuras sonríen porque al niño en algún momento le tratarían bien, está
confuso, asustado, le presentarían las relaciones como algo agradable, normal, y el
niño, que sabe que está siendo abusado, por otro lado lo vive como fuente de cariño,
generando una gran confusión el abuso sexual intrafamiliar, sobre todo si participa una
mujer, a la que el niño chupa los senos.

AGRESOR 4

En el momento de comisión de los hechos el acusado se encontraba con sus facultades


volitivas disminuidas, debido a la ingesta previa de alcohol, unida a la personalidad que
entonces presentaba: muy tímida, con graves dificultades para relacionarse con otras
personas, muy baja autoestima, gran introversión, sentimientos de inferioridad,
inseguridad e inmadurez, factores que se incrementaron en cuanto a su maduración
sexual y de relación con personas del otro sexo, debido a relaciones sexuales no
consentidas que padeció en su preadolescencia. Al ingresar en prisión como preventivo
por esta causa solicitó ayuda psicológica, que está recibiendo con resultado muy
positivo y que aún no ha terminado.

Su psicólogo informó que la experiencia de padecer el aquí acusado una agresión


sexual en su pubertad desestructuró su evolución psíquico-sexual y le llevó a potenciar
el secretismo, la introversión, el aislamiento y la fobia social para con sus iguales, en
especial con el otro sexo, lo que ha dado paso a una gran inseguridad y falta de
autoestima, que presentaba al inicio del tratamiento, todo lo cual generó en el mismo un
impulso sexual desviado. Consideró que padecía una personalidad psicopática, al no
madurar sus elementos de infancia, afirmó que sólo el 20% de los agresores sexuales
asumen su delito y que el aquí acusado lo ha hecho y presenta una actitud muy positiva
frente al tratamiento, que se está reestructurando, siendo capaz de empatizar con la

145
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

víctima y no siéndolo de hacer ahora algo parecido. Afirmó que está descubriendo su
personalidad, que, al no fluir antes la misma, pudo consumir alcohol para desinhibirse y
que debe finalizar el tratamiento, tanto si permaneciera en prisión, como si saliera en
libertad.

Manifestó que presenta una personalidad con déficits y carencias importantes,


caracterizadas por un alto grado de inhibición social, muy bajo nivel de autoestima y
valoración personal, aspectos propios de una personalidad inmadura, con desarrollo
madurativo inadecuado fruto de experiencias tempranas no abordadas, afirmando el
acusado haber sido objeto de abusos sexuales en la preadolescencia, generándole
emociones negativas que no fueron expresadas, iniciándose un desarrollo de la
personalidad insana, utilizando libros de autoayuda, pero no solicitó demanda
terapéutica externa, por la imposibilidad de expresar y aceptar ante otros su problema.
Informó asimismo que el acusado se reconoce como abusivo de alcohol desde la
adolescencia dentro de un contexto de grupo de pares y en un ambiente lúdico y que en
el momento de cometer los hechos se encontraba bajo los efectos del alcohol, utilizando
la bebida como un elemento desinhibidor de su conducta, no existiendo una alteración
de la conciencia. Manifestó que la imagen actual del acusado no tiene nada que ver en
estos momentos con la que presentaba en el momento de ingresar en prisión, que
entonces era retraído, con dificultades para relacionarse, que falta mucho por
conseguir, pero que se ha ganado mucho con el tratamiento. También afirmó que la
causa única de los hechos enjuiciados no puede atribuirse a la agresión sexual sufrida
por el propio acusado, sino que éste ya presentaba unos rasgos de personalidad
determinados sobre la que actuó dicha agresión. Informó asimismo que la evolución del
acusado está siendo muy buena, pero que debería continuar la terapia que está
siguiendo, que su personalidad ha mejorado hasta valores normales y que si termina la
terapia y se relaciona en un ambiente normal, el riesgo de recaída en el delito puede ser
igual al de cualquier otra persona.

Los médicos forenses expusieron que el informado refiere haber tenido dos novias que
terminaron la relación por decisión de ellas al poco tiempo de iniciadas, que no se sentía
capaz de llevar ninguna iniciativa, que tenía dificultades incluso para realizar compras,
que mantiene los amigos de la infancia al no haber sido capaz de entablar nuevas
relaciones, que se sentía inferior al resto de la gente, que hace referencia a haber sufrido

146
Ainara Jauregui Sansinenea

agresiones sexuales en la preadolescencia por parte de un conocido mayor que él, que
no se atrevió a contárselo a nadie, que es bebedor de fin de semana, que no presenta
trastornos psicóticos, pero que sus rasgos de personalidad permiten orientar hacia un
trastorno de personalidad por evitación (301.82) del DSM IV R, que dicho trastorno, en
relación a los hechos enjuiciados, no implica una modificación de las facultades
intelectivas y volitivas del informado, si bien, en el contexto de consumo de alcohol
previo a la realización de los mismos y la desinhibición asociada a dicho consumo,
podría entenderse una limitación de sus capacidades volitivas, sin afectar a las
intelectivas.

Las psicólogas forenses informaron que realizaron una amplia batería de técnicas para
emitir su dictamen, que el acusado no presenta trastorno de la personalidad
identificado, ni una afectación global de la misma y sí un estilo de personalidad
pasivo-dependiente caracterizado por inmadurez personal, con dificultad para
mantener relaciones sociales y afectivas sólidas, que necesita apoyos externos y
presenta un autoconcepto débil y frágil, que refiere que sufrió abusos sexuales durante
su preadolescencia, manteniendo este hecho en secreto, que comenzó a leer libros de
autoayuda, que los fines de semana cuando salía consumía alcohol, que se quedaba en
algún pub que cerraba más tarde cuando sus amigos regresaban a casa, pasando en
muchas ocasiones el fin de semana fuera de casa y que en ese contexto se producían las
agresiones sexuales. Afirmaron también que en estos momentos está realizando un
proceso de reestructuración de la personalidad, fortaleciendo su identidad, seguridad,
independencia, asertividad y responsabilidad, de manera coherente y positiva, en muy
buena dirección y que no debe abandonar. Concluyeron que en los hechos enjuiciados
no sólo influyó la agresión sexual sufrida en su pubertad, sino sus rasgos de
personalidad dependiente, débil y poco comunicativa. Expusieron también que no
detectaron a lo largo de su estudio simulación alguna en el acusado y que éste muestra
una capacidad para reconocer su culpa muy importante.

Además de los peritos referidos, declararon en el acto del juicio sus padres, su hermano
menor, un amigo y un primo. Todos ellos expusieron también que el acusado
presentaba los rasgos de personalidad que fueron detectados por todos los peritos
informantes; sus padres y hermano declararon que se han enterado ahora de los
presuntos abusos que sufrió durante su niñez y ratificaron que en la época de los hechos

147
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

solía realizar "gau pasas". El hermano, el amigo y el primo manifestaron también que
en dicha época hacían "gau pasas" con el acusado, en las que bebían alcohol, aunque se
retiraban antes que él, quien seguía en la calle, incluso quedándose solo y durante gran
parte de la mañana y que era pasivo, permaneciendo al margen del grupo, que bebía
alcohol, pero no se atrevía a pedir las consumiciones en los bares…

AGRESOR 5

Ha estado bajo la tutela de la Diputación desde los 9 años de edad junto a su hermana
mayor -desde los 11-, ya que se les retiró la tutela a los padres por incapacidad parental
(presentaban signos evidentes de abandono, maltrato físico, emocional…). La dinámica
familiar precedente, desde los informes previos e información directa de los
responsables del centro de guarda, ha estado caracterizada por la desatención y el caos
así como una ideología o representación de la realidad en la que se impone la creencia
de que todo lo externo a la familia es potencialmente peligroso o persecutorio, siendo lo
único bueno lo ofertado por la familia. Parece que es la madre quien lidera la familia e
impone esta percepción sesgada de la realidad en la que se incluye también a la familia
extensa paterna, sin que el padre sea capaz de confrontar o aportar una visión
alternativa de la de la madre.

Sufre malestar emocional, sufriendo cambios de humor e inestabilidad de las


emociones, aumentan las alteraciones de conducta (reacciones agresivas, amenazas a
educadores, desobediencia, conductas desafiantes, dificultad para tolerar la frustración
y admitir los límites sociales), los rasgos de carácter suspicaz, de recelo,
desconfianza… en las personas que le rodean también se maximizan. La hipótesis que
parece confirmarse con alta probabilidad es el uso de los mecanismos de defensa de la
proyección y de la negación de sus responsabilidades. Y, finalmente, la configuración
cada vez más marcada, de unos rasgos de personalidad basados en el establecimiento de
vínculos personales centrados en sí mismo (narcisismo), a la vez que buscando el placer
a través de generar perturbación a otros (alienando al adulto, menoscabando los
derechos de los demás, generando conductas que humillen al otro… especialmente a
los educadores). Hay un trastorno de la capacidad empática. Finalmente, aparecen al
tiempo, rasgos de personalidad complaciente, que intenta agradar, en determinadas
ocasiones. Parece, por las observaciones de los educadores, que el menor, debido al alto

148
Ainara Jauregui Sansinenea

estrés emocional, puede experimentar cambios bruscos en sus conductas: de la


complacencia a la hostilidad, en un proceso de tipo disociativo. El menor presenta
grandes dificultades para establecer vínculos personales constructivos, con altas
probabilidades de desarrollar trastorno de personalidad en la vida adulta -con rasgos
antisociales y paranoides, principalmente-, con un funcionamiento en el límite de la
normalidad psicológica. Ha padecido abandono y maltrato físico y emocional severo en
la infancia. Su área lecto-escritura es muy baja, debido a la escasa estimulación recibida
y ello condicionaba su escolaridad. En el centro escolar ha aumentado su desinterés, su
apatía y su negativa a estudiar. Siempre ha mostrado una gran resistencia a residir en el
centro de acogida al ser un menor altamente apentalizado, con rasgos pseudo adultos,
que participa de los procesos ambivalentes y de la negación y proyección de los padres,
a quien le resulta, precisamente por esta lealtad que le atrapa, muy difícil percibirse
como víctima. Además hemos de añadir el fracaso en el acogimiento familiar en la
familia extensa (con una fuerte rivalidad con sus progenitores), abortado por los padres,
hecho que dolió emocionalmente al menor. Esto ha activado en él la percepción de la
realidad de sus padres, pero, al tiempo, ha reactivado las defensas contra ese dolor:
negación (no quiere creerse esta realidad: “si la niego no existe”, sería el mecanismo
básico), y proyección (los demás tienen la culpa). La angustia y el miedo por su
situación personal se incrementan, por lo que también se defiende de las mismas
mediante la creación de unos rasgos y conductas desadaptativas: una fachada
omnipotente que maximiza la agresividad (“si he recibido daño, yo voy a dañar” sería
su creencia nuclear) y proyecta, casi obsesivamente, toda la culpa en los otros y
especialmente la desplaza hacia la figura del educador, que se convierte en una suerte
de chivo expiatorio. El joven cree que podrá con todo e incluso refiere poder regresar a
su casa, con sus padres, para hacerse cargo él de sus inadecuaciones. Sus relaciones
interpersonales están condicionadas por las relaciones que estableció con sus padres:
pivota entre complacer a los demás y mostrarse agresivo, sobre todo cuando cambia de
humor, posiblemente como estrategia que le ayuda a disociar del malestar emocional y
del alto estrés. Finalmente, la intolerancia a la frustración la cual no tolera en el ámbito
educativo, sobre todo, y que oculta carencias primarias (afecto, amor…). En el discurso
mental del menor siempre parece haber otro que es culpable, un objeto de su mente,
persecutorio, que le frustra, le perjudica, le daña… Le resulta muy difícil conectar con
sus sentimientos y necesidades de un modo asertivo, quizá porque podría suponer
tomar con tacto con su desamparo que se niega a admitir, lógicamente porque se

149
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

encuentra con alto dolor emocional. Ha venido presentando un comportamiento


hipersexualizado (pósters, revistas, exhibicionismo, masturbaciones compulsivas…,
promiscuidad sexual, conocimientos sexuales inusuales para su edad (ha verbalizado
actos propios y haber sido testigo de ajenos, en películas…), juegos sexuales con otros
niños menores, sobre todo varones, utilización de fuerza física o la coerción para lograr
la participación en dichos juegos, hay informes sobre conductas dudosas de los adultos
que convivieron con él: ambos hermanos dormían con frecuencia en la habitación de
sus padres), trastornos somáticos (hipocondrismo), encopresis, conductas agresivas
(resolución de conflictos a través de la violencia física o verbal), dificultades de
aprendizaje (desmotivación y retraso escolar severo), hostilidad y agresividad en el
hogar y en el centro escolar (conflictos frecuentes con compañeros, falta de habilidades
sociales, insultos, agresiones…), sobreadaptación y pseudomadurez (“sabe cuidar de
sus padres“, ha dirigido el hogar familiar, “sabe cómo defenderse“…), conflictos con la
figura de autoridad (ambivalencia, rechazo, vivencias paranoides…) desconfianza
hacia los adultos de referencia y pequeños robos (pilas, chocolate, pequeñas cantidades
de dinero…), mentiras frecuentes). A su anterior educador le reveló que “unos adultos
habían hecho cosas sexuales con él”, pero luego lo negó. Presenta dificultades para
establecer relaciones de amistad. Abusa de su hermana con 13 años.

Historiales extraídos de otras fuentes

AGRESOR 6 (Beneyto Arroja, 2002)

“H.S.T., casado y con dos hijos, actualmente cumple condena por un delito de
escándalo público, otro de amenazas, cinco raptos, dos violaciones, cuatro abusos
deshonestos y un robo con intimidación. Sus víctimas tenían entre 13 y 18 años.
Generalmente se aproximaba con un vehículo hasta las víctimas, llamaba su atención y
las introducía violentamente en él, trasladándolas hasta un descampado, camino de
tierra, etcétera, donde las agredía.
H.S.T. comete los delitos entre sus 25 y 35 años. Durante su infancia y adolescencia
lleva una vida muy tormentosa. Sus padres mueren siendo un niño y la persona que se
responsabiliza de él- su tutora- lo viste de niña y le pone nombre de mujer. Sufre malos
tratos físicos, psicológicos y sexuales. Mantiene relaciones sexuales con hombres y

150
Ainara Jauregui Sansinenea

mujeres. No acepta su tendencia homosexual y muestra una identidad sexual confusa.


H.S.T. está convencido de que sus delitos ocurren por culpa de las mujeres, que desde
pequeño le han hecho mucho daño y le han rechazado (la tutora vistiéndole de mujer,
su vecina que le rechazó estando enamorado de ella, las amigas que se reían de él, su
mujer con la que siempre tenía problemas, etc.). Cuenta que en las víctimas veía a
mujeres que tenían que pagar por ello, recibir un castigo por lo que él había sufrido,
pero además al buscar a mujeres se autoafirmaba en su patrón de <<macho>> y no de
<<mariquita>> como algunos le llamaban”.

AGRESOR 7 (Beneyto Arroja, 2002)

“En mi infancia mis padres me maltrataban y mi hermana me violó. No sé por qué,


pero las chicas se lanzan sobre mí pidiéndome sexo, y yo sólo soy un alma pura que
busca amor. Y cuando por fin encontré ese amor en una criatura inocente, ella me dejó
por el alcohol y entonces me vi impulsado inconscientemente a proyectar mi odio hacia
los demás. Cuando cometía los delitos, más que excitación sexual, lo que sentía era
excitación de mi ego al sentirme superior en esos momentos, debido a mi baja
autoestima y a mis miedos interiores”.

AGRESOR 8 (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000)

“CASO Nº 6: IGNACIO
a) Motivo de consulta
Ignacio, soltero, de 30 años, natural de San Sebastián, acude a consulta en diciembre
de 1998 para someterse a tratamiento psicológico como condición de cumplimiento
obligatorio para la suspensión de la sentencia por un delito de abuso sexual.
Asimismo, con posterioridad al inicio del tratamiento, se tiene conocimiento de la
existencia de otras dos denuncias interpuestas contra el paciente por delitos contra la
libertad sexual: una por agresión sexual a un menor; y otra por exhibicionismo y
provocación sexual.
(…)

151
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

b) Resultados de la evaluación
En relación con los delitos cometidos, el paciente reconoce su existencia, así como su
preferencia sexual por los niños pequeños. En concreto, el abuso sexual del que está
acusado tuvo lugar en una ocasión en la que el paciente salió de acampada con un
menor <<amigo>> suyo, de 11 años de edad. A éste le dijo que irían también otros
chicos, pero finalmente acudieron los dos solos. Bebieron diferentes licores y jugaron
a las cartas, apostando prendas de vestir que debían quitarse a medida que uno de los
dos perdía. El paciente acabó desnudo y, en un momento dado, propuso al menor que
le hiciera una felación. El chico se negó y fue entonces cuando Ignacio bajó la cabeza e
introdujo el pene del niño en su boca. El menor trató de apartarle, pero él finalmente
consiguió su propósito. Al poco tiempo se sintió mal y le pidió perdón.
En cuanto a la agresión sexual, según consta en la denuncia y es reconocido
posteriormente por el paciente, éste abordó a un menor que cruzaba el parque de la
ciudad, le hizo entrar en la zona ajardinada, le tiró al suelo y le realizó tocamientos en
la zona genital.
Por último, en el caso del delito de exhibicionismo y provocación sexual, el paciente
admite que alrededor de 50 menores, de edades comprendida entre los 12 y los 15
años, habían visitado su vivienda para ver películas pornográficas. También reconoce
que, en alguna de estas ocasiones, besó y acarició a alguno de estos menores, y que se
masturbaba con fantasías sobre ellos.
Al margen de las denuncias existentes, Ignacio expresa que siempre ha preferido la
compañía de chicos menores tanto social como sexualmente. Sus fantasías sexuales se
centran exclusivamente en menores, y en más de una ocasión ha abordado a niños en
sitios solitarios y luego ha salido huyendo. Asimismo, se pone de manifiesto que la
mayor parte de su tiempo libre lo dedica a estar con menores o a cuestiones asociadas
a aspectos sexuales (ver películas pornográficas, leer revistas de este mismo estilo,
visitar sex-shops o las secciones de películas eróticas de los videoclubs, etc.).
En cuanto a su historia clínica, el paciente refiere una infancia normal, pero considera
que ya de pequeño era una persona tímida y retraída, que no tenía amigos íntimos y
que era objeto de las bromas y burlas de sus compañeros de clase. Abandonó los
estudios y nunca ha tenido un empleo estable. En estos momentos se encuentra
trabajando de repartidor y vive en un piso de alquiler de protección oficial. En la
actualidad no dispone de amigos de su edad y todas sus actividades giran en torno a
juegos y salidas con los niños del barrio. Nunca ha mantenido una relación de pareja

152
Ainara Jauregui Sansinenea

estable y sus contactos sexuales, al margen de los abusos, se han limitado a relaciones
con prostitutas en dos ocasiones. Por otro lado, refiere haber sido víctima de abuso
sexual por parte de un hermano -le obligó a masturbarle- cuando contaba 10 años.
Recuerda esta experiencia como algo muy desagradable y negativo.
Por lo que se refiere a la evaluación psicológica realizada, los resultados indican la
existencia de una pedofilia preferencial de tipo homosexual, si bien aparece de forma
esporádica una excitabilidad sexual con mujeres adultas. Asimismo, se detectan
numerosas ideas erróneas y cogniciones distorsionadas (<<son mayores de 12 años y
saben lo que hacen>>, <<lo hacen también entre ellos>>, <<son ellos los que lo
buscan>>, etc.), así como fantasía sexuales inadecuadas y recurrentes que favorecen
la existencia de las conductas sexuales abusivas.
Por otra parte, el paciente presenta grado de madurez emocional y cognitiva deficiente
y una importante carencia de habilidades de comunicación y de manejo de las
relaciones interpersonales. Todo ello contribuye a que se desenvuelva con mayor
comodidad en relaciones con personas de edad inferior a la suya. Asimismo, se
detectan rasgos propios del trastorno límite de personalidad -aunque no llega a
cumplir los criterios mínimos exigidos por el diagnóstico, según el DSM-IV-, que se
caracteriza por un patrón general de inestabilidades en las relaciones interpersonales
y una gran reactividad en el ámbito afectivo, así como por una gran impulsividad.
Respecto a otras variables psicopatológicas asociadas, presenta un nivel
relativamente elevado de ansiedad (STAI-E = 35) y síntomas depresivos no muy
acentuados (BDI = 14). Sin embargo, el paciente no percibe un malestar clínicamente
significativo”.

AGRESOR 9 (Bonnot & Lepomellec, 2004)

Padre Philippe, abusó sexualmente de 9 menores durante, al menos, 5 años, era muy
querido en la comunidad. Nunca quería estar sólo (minuto 15:36). Ante el juez
reconoció que bebía todos los días y que eso le empujaba a realizar tales actos.
Utilizaba en alcohol para atraer a sus víctimas (a menudo las invitaba a restaurantes, a
beber y después se dedicaba a acariciarlos). Tenía un pensamiento muy conservador.
Los dos informes técnicos que le realizaron hablaban de una homosexualidad no
asumida, sólo podía pasar a la acción con chicos jóvenes, de entre 13 y 14 años (minuto
21:25): “Cuando tenía 13 años me violó un sacristán. Yo era uno de los niños del coro

153
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

y venía para preparar la misa de la tarde a eso de las seis y media. El sacristán
aprovechó que el cura no estaba para cogerme en la sacristía y violarme”. “Más tarde
el sacerdote explicaría que aquella violación le bloqueó totalmente. Guardó el secreto
hasta el día de su detención” (minuto 24:42).

AGRESOR 10 (Denavarre, 2004)

Jean-Claude, condenado en tres ocasiones por pederastia. Ha seguido un programa de


reinserción durante un año en el Instituto Pinel de Canadá (aplica programas desde
1979 y trata a 20 pacientes al año): “Después de que todo pasara, después de haber
abusado era como… ya podía respirar. No sé por qué, pero eso era lo que hacía que me
sintiera mejor después. Por supuesto que después de cometer los abusos pensaba:
“¿pero, qué es lo que he hecho?” Me enfadaba conmigo mismo, me odiaba a mí mismo
por lo que hacía, pero una o dos semanas después ya ni me acordaba (minuto 01:29).
(…) Abusé de mi hija durante… unos 5 años y después empecé a abusar de mi otra hija,
aunque abusé con menos frecuencia, de la primera abusé más tiempo. En el fondo de
mí nunca quise tener hijos, es una estupidez, pero, de repente me vi con hijos, sabía
muy bien lo que podía pasar, no debería haber tenido hijos. Mire lo que pasó, no
debería haber tenido hijos (minuto 02:09). (…) Yo no me preocupaba por la psicología
de la niña de la que abusaba y, sin embargo, me preocupaba mucho porque no
estuviera mal físicamente, era eso más bien. No sé cómo explicarlo con palabras, era
como si yo no aceptase cierto tipo de violencia, pero, había violencia psicológica,
porque, abusar no sólo es violencia física, también implica violencia psicológica. Pero
el hecho de que fuera así me permitía repetirlo. Es una estupidez, ¿no? (minuto 14:21).
(…) Yo vivía en mi propio mundo y no dejaba que nadie entrase en mi burbuja.
Además no se trataba de que nadie se interpusiera ahí dentro. Por supuesto que tenía
amigos, sólo que mis amigos no me conocían. Era como si no tuviese a nadie en mi
vida, porque yo tenía mi propio mundo, mis amigos no formaban parte de mi mundo,
formaban parte de mi vida cotidiana, pero no de mi mundo (minuto 17:00). (…) Mi
madre abusó de mis hermanos, mi padre de mis hermanas, era algo normal, normal
entre comillas, era algo que pasaba todos los días (minuto 20:37). (…) Cuando los que
hacen esto son los padres, el niño tiene mucha confianza. Después la confianza se va
deteriorando un poco. ¿Cómo puede ser que sea ella la que lo hace? Al menos en mi
caso, cuando a los 7 años vi a mi madre jugando con mi pene y queriendo que la

154
Ainara Jauregui Sansinenea

penetrase, debo confesar que no supe qué decir (minuto 21:01). (…) Mi tío era mi
héroe, así que yo pensé que si se lo contaba a mi tío, él haría algo, haría algo para que
no abusasen continuamente de mí. Le conté la historia y me dijo: “espera un minuto,
voy a resolver el problema”. Llamó a mi padre y le dijo: “no está bien lo que les haces
a tus hijos. ¿Cómo puede ser que tu hijo me cuente estas cosas?” Cuando volvió me
dijo: “voy a llevarte a tu casa”. Cuando llegué a casa mi padre me estaba esperando y
me llevé una buena (minuto 21:48). (…) He sido incapaz de mirar de cintura para
abajo a las mujeres que ha habido en mi vida, incapaz. ¿Por qué? Porque en mi
infancia, voy a volver a mi infancia para explicarlo, en mi infancia fui obligado a
realizar el acto con mi madre, tocándole sus genitales. Cuando me casé no pude hacer
eso, me repugnaba demasiado, veía mucho peligro (minuto 25:40). (...) Acabas
sexualizando todo lo que pasa. Imaginemos que, todavía sigo dentro de todo esto.
Pues, cuando la mirase a usted, me la imaginaría desnuda y desearía que usted me
tocase. Después desearía tocarla yo. Da igual que usted sea una mujer o una niña, es lo
mismo. Para nosotros, todo es tan sexual que no podemos imaginarnos que pensemos
tanto en la sexualidad. ¿Cómo sucedía? Cuando tenía demasiadas frustraciones.
Nosotros, al menos yo, acumulaba mis frustraciones y cuantas más acumulaba más
ganas tenía de hacerlo, no me lo planteaba, sólo esperaba el momento adecuado y lo
hacía” (minuto 26:31).

AGRESOR 11 (Denavarre, 2004)

Robert, delincuente sexual desde los 14 años. Fue condenado por primera vez por
abusos a su hija, en 2001 fue juzgado por reincidir con niñas de su entorno. En la cárcel
ha seguido una terapia: “Por desgracia mi desviación hace que sólo me atraigan las
niñas antes de la pubertad. Quizás puedan comprenderme, en cuanto la niña se
transforma en mujer se convierte en un peligro para mí, se convierte en una mujer y ya
no confío en ella, ya no puedo fijarme en ella (minuto 03:08). (...) Yo no me comporto
como un depredador. No voy a los parques, no corro detrás de las niñas, no compruebo
dónde están las niñas para aislarlas. Todo pasa en mi vecindario, con mis vecinitas.
Por desgracia, mi afecto, mi comportamiento, las atrae hacia mí. Me detuvieron, me
encarcelaron durante un largo año. Esto va a sobrecoger a muchos espectadores, pero
es así, un año de prisión que no ha cambiado nada. Está bien meter un año a uno en la
cárcel, durante un año la sociedad está protegida, ¿pero, qué ocurrirá después?

155
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

(minuto 03:51). (…) Al principio, en la terapia tendemos a decir que ha sido de


improviso, que no has buscado que pasase, pero es totalmente falso, es ridículo, todo
está preparado. En el 99% de los casos ha habido planificación, ha habido una
elección, ha habido una víctima cercana. Aunque haya sido de una forma inconsciente,
en nuestra mente sabemos que las cosas no pasan por que sí (minuto 07:49). (...) No es
fácil admitir que eres pederasta, no es fácil admitir que has hecho daño, que has
infligido daños irreparables a algunas personas, a unos niños (minuto 11:54). (…)
Llegas a pensar que, bueno, no es tan grave, no haces nada especial, a pensar que
seguro que a ella también le gusta, que todo ocurre porque ella quiere. Lo que ocurre
en nuestra mente es una distorsión, nosotros no hacemos nada mal. Un niño es
inocente, no es malo, nos acepta como somos. Es muy fácil manipular a un niño para
hacer lo que tú quieres (minuto 15:01). (…) Mi padre abusó de mí y mi abuelo también.
Por desgracia indirectamente mi madre se convirtió en cómplice de estas acciones
(minuto 20:50). (…) ¿Cómo quieren que confíe en los adultos? Le conté a mi madre lo
que hacía mi padre, se lo conté a mis tías, se lo conté a mis tíos, se lo conté a la policía
y el culpable era yo (minuto 21:35). (…) Hasta los 12 años, para mí era normal, para
mis hermanas era normal. Pero cuando mis hermanas empezaron a negarse… yo
seguí, por lo que, a partir de ese momento empecé a abusar de mis hermanas (minuto
22:32). (…) Con mis mujeres todo fue muy superficial. Yo las manipulaba, me hacía el
bueno. Sexualmente era una nulidad frente a la mujer, pero era un buen chico (minuto
25:22). (…) El acto sexual es una necesidad, una necesidad afectiva. Pero buscamos
algo en esa necesidad afectiva, buscamos el placer. De modo que se trata de una lucha
entre nuestro placer y nuestra voluntad. Por desgracia el placer es más fuerte que la
voluntad (minuto 27:48). (…) Aunque me cortaran el pene, me cortaran las manos y
luego las dos piernas, mi cerebro seguiría trabajando y ese es el problema (minuto
29:35). (…) Mi hija tenía 10 años cuando abusé de ella (…)” (minuto 43:24).

156
Ainara Jauregui Sansinenea

ANEXO 3
Entrevista 1 (E1): Experto en materia de abusos sexuales infantiles

1. Muchos autores aseguran que los abusos sexuales infantiles en los ámbitos
intrafamiliar y extrafamiliar llevados a cabo por un conocido, abarcan entre el 65
y el 85% del total. ¿En qué ámbito de los dos citados diría usted que se dan con
mayor frecuencia?
2. Dentro del ámbito intrafamiliar, ¿qué tipo de relación incestuosa diría usted que
es la más habitual?
3. La mayoría de estudios muestran un número mayor de víctimas femeninas frente
a las masculinas. ¿Diría usted que realmente son victimizadas más féminas o
sería posible que gran parte de los varones victimizados por vergüenza, etc. no
lleguen a denunciar los hechos?
4. Con respecto al impacto que producen los abusos en los menores, existen
discrepancias respecto al grupo de edad que se podría ver más afectado. Algunos
opinan que, cuanto menor sea la víctima, mayor será el impacto y otros, en
cambio, todo lo contrario. En base a su experiencia, ¿cuál sería su opinión a este
respecto?
5. En uno de los testimonios que he analizado, una de las víctimas, un varón
abusado en la infancia por el sacerdote de su parroquia, dice lo siguiente:
“Siempre que me he enamorado de una mujer he sido incapaz de expresar mi
deseo porque tenía la sensación de que si lo hacía iba a abusar de ella. Siempre
me las arreglo para estar en lugares, en entornos sin niños. No quiero tener que
enfrentarme a esta situación. Durante mucho tiempo me ha atemorizado la idea
de llegar a convertirme yo mismo en el verdugo. La idea me atormentaba, me
daba terror estar con niños”. Asimismo, uno de los pederastas (victimizado en
la infancia), aseguraba que nunca quiso tener hijos, que nunca debería haberlos
tenido porque sabía que podía llegar a abusar de ellos. ¿Este tipo de
pensamientos suelen ser habituales en las víctimas de abusos infantiles?
6. Con respecto a las mujeres agresoras, muchos autores aseguran que el número de
mujeres agresoras es muy escaso (de un 13% aproximadamente) y que
prácticamente se limita a aquellos casos en los que una mujer adulta mantiene
relaciones sexuales con muchachos adolescentes. Sin embargo, varios estudios
comparativos entre víctimas de abusos sexuales en la infancia que hoy son

157
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

agresoras y víctimas que no son agresoras, han observado que un importante


número de los agresores fue abusado en la infancia por una mujer, por lo general,
del ámbito familiar. ¿Cuál es su opinión al respecto?
7. En un documental del 2004 llamado “En la mente de un pedófilo” sobre el
Instituto Pinel en Canadá, se atribuye a los pederastas características como: que
son egocéntricos y tienen miedo a los demás, que presentan mucha dificultad
para enfrentarse a determinados sentimientos como la humillación, la
culpabilidad o la vergüenza, que presentan una autoestima muy baja que
compensan encerrándose en sí mismos, que tienen un problema de empatía e
incluso que, mediante los abusos, sienten un bienestar que proyectan en sus
víctimas, llegando a pensar que ellas también están viviendo algo equivalente.
¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Estas características serían atribuibles a todos
los abusadores de menores o únicamente a los primarios?
8. ¿Cree que realmente existe un “círculo victimal” en el ámbito de los abusos
sexuales infantiles, es decir, ese traspaso de víctima de abusos sexuales a
agresor?
9. ¿Qué diría usted que puede llevar a una víctima a convertirse en agresor?
10. ¿Considera usted que el hecho de haber sido abusado en la infancia es el factor
de riesgo más determinante para aquellas víctimas que se han convertido en
agresoras o cree que otros factores de riesgo (otro tipo de malos tratos, ausencia
de apoyo social…) tienen una mayor influencia?

Entrevista 2 (E2): psicoterapeuta que trabaja tanto con menores victimizados


como con agresores de menores, principalmente en el ámbito intrafamiliar

1. Muchos autores aseguran que los abusos sexuales infantiles en los ámbitos
intrafamiliar y extrafamiliar llevados a cabo por un conocido, abarcan entre el
65 y el 85% del total. ¿En qué ámbito de los dos citados diría usted que se dan
con mayor frecuencia?
2. Aunque debido a su trabajo tenga un mayor conocimiento de casos de
progenitores que abusan de sus hijos, dentro del ámbito intrafamiliar, ¿qué tipo
de relación incestuosa diría usted que es la más habitual?

158
Ainara Jauregui Sansinenea

3. En base a su experiencia, ¿cómo diría usted que suelen ser las familias en las
que se han llevado a cabo abusos sexuales?
4. La mayoría de estudios muestran un número mayor de víctimas femeninas
frente a las masculinas. ¿Diría usted que realmente son victimizadas más
féminas o sería posible que gran parte de los varones victimizados por
vergüenza, etc. no lleguen a denunciar los hechos?
5. Con respecto al impacto que producen los abusos en los menores, existen
discrepancias respecto al grupo de edad que se podría ver más afectado.
Algunos opinan que, cuanto menor sea la víctima, mayor será el impacto y
otros, en cambio, todo lo contrario. En base a su experiencia, ¿cuál sería su
opinión a este respecto?
6. Según uno de los expertos a los que he consultado, en muchos casos los abusos
llevados a cabo por los padres biológicos de los menores suelen ser menos
frecuentes que los llevados a cabo por padrastros (o padres adoptivos) ya que, al
existir una línea de consanguinidad, es posible que se produzca una inhibición
de este tipo de actos. ¿Cuál es su opinión al respecto?
7. Por lo general la literatura científica insiste en que la presencia de mujeres que
abusen sexualmente de menores suele ser excepcional. ¿En el ejercicio de su
trabajo ha podido conocer algún caso de abusos sexuales por parte de una
mujer (madre, hermana…)? De ser así, ¿cuál ha sido su papel en el ejercicio de
los abusos?
8. En base a su experiencia, ¿qué diría usted que puede llevar a un padre a abusar
de sus hijos? (¿Cómo justifican ellos sus actos?)
9. En un documental del 2004 llamado “En la mente de un pedófilo” sobre el
Instituto Pinel en Canadá, se atribuye a los pederastas características como: que
son egocéntricos y tienen miedo a los demás, que presentan mucha dificultad
para enfrentarse a determinados sentimientos como la humillación, la
culpabilidad o la vergüenza, que presentan una autoestima muy baja que
compensan encerrándose en sí mismos, que tienen un problema de empatía e
incluso que, mediante los abusos, sienten un bienestar que proyectan en sus
víctimas, llegando a pensar que ellas también están viviendo algo equivalente.
¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Estas características serían atribuibles a todos
los abusadores de menores o únicamente a los primarios?

159
El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

10. Ahora me gustaría conocer su opinión respecto a las declaraciones de dos


pederastas que fueron a su vez abusados en la infancia.
a) El primero de ellos ha sido condenado por pederastia en tres ocasiones y
abusó de sus hijas: (...) Acabas sexualizando todo lo que pasa. Imaginemos que,
todavía sigo dentro de todo esto. Pues, cuando la mirase a usted, me la
imaginaría desnuda y desearía que usted me tocase. Después desearía tocarla
yo. Da igual que usted sea una mujer o una niña, es lo mismo. Para nosotros,
todo es tan sexual que no podemos imaginarnos que pensemos tanto en la
sexualidad. ¿Cómo sucedía? Cuando tenía demasiadas frustraciones.
Nosotros, al menos yo, acumulaba mis frustraciones y cuantas más acumulaba
más ganas tenía de hacerlo, no me lo planteaba, sólo esperaba el momento
adecuado y lo hacía”.
b) El segundo es un delincuente sexual desde los 14 años. Primero abusó de sus
hermanas, después de su hija y después pasó a abusar de sus vecinas y demás
niñas de su entorno: “Por desgracia mi desviación hace que sólo me atraigan
las niñas antes de la pubertad. Quizás puedan comprenderme, en cuanto la
niña se transforma en mujer se convierte en un peligro para mí, se convierte en
una mujer y ya no confío en ella, ya no puedo fijarme en ella. (…) Al principio,
en la terapia tendemos a decir que ha sido de improviso, que no has buscado
que pasase, pero es totalmente falso, es ridículo, todo está preparado. En el
99% de los casos ha habido planificación, ha habido una elección, ha habido
una víctima cercana. Aunque haya sido de una forma inconsciente, en nuestra
mente sabemos que las cosas no pasan por que sí. (…) Llegas a pensar que,
bueno, no es tan grave, no haces nada especial, a pensar que seguro que a ella
también le gusta, que todo ocurre porque ella quiere. Lo que ocurre en nuestra
mente es una distorsión, nosotros no hacemos nada mal. Un niño es inocente,
no es malo, nos acepta como somos. Es muy fácil manipular a un niño para
hacer lo que tú quieres. (…) ¿Cómo quieren que confíe en los adultos? Le
conté a mi madre lo que hacía mi padre, se lo conté a mis tías, se lo conté a mis
tíos, se lo conté a la policía y el culpable era yo. (…) El acto sexual es una
necesidad, una necesidad afectiva. Pero buscamos algo en esa necesidad
afectiva, buscamos el placer. De modo que se trata de una lucha entre nuestro
placer y nuestra voluntad. Por desgracia el placer es más fuerte que la
voluntad.

160
Ainara Jauregui Sansinenea

¿Este tipo de pensamientos son habituales en los agresores de menores o


simplemente en aquellos que presentan una pedofilia?
11. ¿Cree que realmente existe un “círculo victimal” en el ámbito de los abusos
sexuales infantiles, es decir, ese traspaso de víctima de abusos sexuales a
agresor?
12. ¿Qué diría usted que puede llevar a una víctima a convertirse en agresor?
13. ¿Considera usted que el hecho de haber sido abusado en la infancia es el factor
de riesgo más determinante para aquellas víctimas que se han convertido en
agresoras o cree que otros factores de riesgo (otro tipo de malos tratos, ausencia
de apoyo social…) tienen una mayor influencia?

Cuestionario 1 (C1): Experta en materia de abusos sexuales infantiles

1. Muchos autores aseguran que los abusos sexuales infantiles en los ámbitos
intrafamiliar y extrafamiliar llevados a cabo por un conocido, abarcan entre el 65
y el 85% del total. ¿En qué ámbito de los dos citados diría usted que se dan con
mayor frecuencia?
2. Dentro del ámbito intrafamiliar, ¿qué tipo de relación incestuosa diría usted que
es la más habitual?
3. La mayoría de estudios muestran un número mayor de víctimas femeninas frente
a las masculinas. ¿Diría usted que realmente son victimizadas más féminas o
sería posible que gran parte de los varones victimizados por vergüenza, etc. no
lleguen a denunciar los hechos?
4. ¿Cree que realmente existe un “círculo victimal” en el ámbito de los abusos
sexuales infantiles, es decir, ese traspaso de víctima de abusos sexuales a
agresor?
5. ¿Considera usted que el hecho de haber sido abusado en la infancia es el factor
de riesgo más determinante para aquellas víctimas que se han convertido en
agresoras o cree que otros factores de riesgo (otro tipo de malos tratos, ausencia
de apoyo social…) tienen una mayor influencia?

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El “círculo victimal” en la victimización sexual infantil

Cuestionario 2 (C2): Terapeuta que trabaja con víctimas de abusos sexuales


infantiles

1. Muchos autores aseguran que los abusos sexuales infantiles en los ámbitos
intrafamiliar y extrafamiliar llevados a cabo por un conocido, abarcan entre el 65
y el 85% del total. ¿En qué ámbito de los dos citados diría usted que se dan con
mayor frecuencia?
2. Dentro del ámbito intrafamiliar, ¿qué tipo de relación incestuosa diría usted que
es la más habitual?
3. La mayoría de estudios muestran un número mayor de víctimas femeninas frente
a las masculinas. ¿Diría usted que realmente son victimizadas más féminas o
sería posible que gran parte de los varones victimizados por vergüenza, etc. no
lleguen a denunciar los hechos?
4. Con respecto al impacto que producen los abusos en los menores, existen
discrepancias respecto al grupo de edad que se podría ver más afectado. Algunos
opinan que, cuanto menor sea la víctima, mayor será el impacto y otros, en
cambio, todo lo contrario. En base a su experiencia, ¿cuál sería su opinión a este
respecto?
5. Según su criterio, ¿cuáles serían los efectos a corto y a largo plazo más
habituales?

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