Formalismo Ruso - Bardaduil
Formalismo Ruso - Bardaduil
Formalismo Ruso - Bardaduil
Año 2019
Si pudiera sintetizarse cuál fue el gesto central del formalismo ruso, qué fue aquello
que lo caracterizó, quizás podría encontrarse ese gesto en su férrea voluntad por abordar y
definir su objeto de estudio, la literatura, de un modo “sistemático”, con una rigurosidad
con la que no había sido abordado hasta entonces.
Los formalistas rusos, cuya reflexión se extiende entre 1915 y 1930, recibieron ese
nombre, en realidad, de sus adversarios. En su artículo “La teoría del „método formal‟”,
Boris Eichenbaum, uno de los miembros del grupo, explica que ellos prefieren llamarse a sí
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mismos “cultores del método formal”. Pero finalmente terminaron asumiendo ese nombre
que usaron los demás para identificarlos.
Hay muchos trabajos sobre el formalismo ruso, algunos de ellos surgidos en las
últimas décadas. El primero de ellos, de Víctor Erlich, es de 1955 y se llama El formalismo
ruso. Erlich lleva adelante un estudio muy minucioso del grupo al que considera “un equipo
intelectual raramente igualado en la historia de la ciencia literaria” (p. 99). Dicho equipo
estuvo conformado por teóricos, críticos de la literatura y lingüistas que trabajaron en
estrecha conexión entre sí, si bien no siempre estuvieron completamente de acuerdo en las
posiciones que fueron adoptando.
Otro que se interesó tempranamente por los formalistas fue Tzvetan Todorov, ligado
con el estructuralismo francés. Todorov, que sabía ruso, es el primero que hace una
traducción sistemática de los formalistas y compila sus principales trabajos en una famosa
antología que se llama Teoría de la literatura de los formalistas rusos y que fue publicada
en francés en 1965. Veinte años después Todorov escribe un artículo sobre los formalistas
llamado “El lenguaje poético” que está en Crítica de la crítica. Allí Todorov cuenta su
relación con el formalismo. Cómo fue que al principio, cuando los descubrió, sintió una
suerte de encandilamiento. Y cómo se fue dando cuenta, a través de los años, que los
formalistas no formaron un grupo tan homogéneo. Cuando uno se adentra en las reflexiones
de cada uno –dice Todorov- empieza a percibir notorias diferencias. De hecho, en su
artículo se propone dar cuenta de las tres definiciones del lenguaje poético que los
formalistas fueron proponiendo a lo largo de su reflexión y a marcar algunas diferencias
entre ellas que no fueron advertidas ni por los formalistas ni por sus primeros críticos.
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primera iría desde 1915 hasta 1921 o 1923, fechas entre las cuales los formalistas empiezan
a pensar una cuestión que estaba completamente ausente en sus reflexiones iniciales que es
la de la evolución literaria. Este primer momento está liderado claramente por Víctor
Shklovski, fundador y referente principal del movimiento. Shklovski escribe en 1917 un
texto clave de este primer período que se llama “El arte como artificio”. Cabe recordar que
1917 es también el año de la revolución rusa de cuyo impacto –no solo en Rusia sino a
nivel mundial- este artículo parece estar, curiosamente, completamente al margen.
La segunda etapa se extendería entre 1921 o 1923 hasta 1930. Si bien Shklovski
sigue escribiendo, las reflexiones más interesantes corresponden a otro crítico literario más
joven, que se suma después al movimiento, y que es Iuri Tinianov. Tinianov escribe varios
textos importantes, entre los cuales se destaca “Sobre la evolución literaria” que es del año
1927, es decir, 10 años posterior al de Shklovski, y que constituye una suerte de
condensación de los conceptos fundamentales que cristalizan en este segundo período.
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debates del círculo las reflexiones de Husserl sobre el lenguaje. Y, más adelante, un texto
que será clave para el formalismo: el Curso de lingüística general, de Ferdinand de
Saussure, de 1916. Jakobson recibe el Curso de uno de los discípulos de Saussure y es
gracias a él que, sobre todo a partir del segundo período formalista, empezará a gravitar
cada vez con más fuerza el pensamiento saussureano. La incidencia de Jakobson en el
formalismo, sin embargo, es algo que está en discusión. En la compilación de Todorov sus
artículos ocupan un lugar central y el propio Jakobson escribe una introducción. Algunos
historiadores del formalismo dicen que Jakobson infló su actuación en el grupo y que, en
realidad, su participación no fue tan importante.
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El manifiesto de los poetas futuristas, de 1912, se llama “Una bofetada al gusto del
público” y pueden consultarlo en este enlace:
http://poesiaabierta.blogspot.com/2010/08/una-bofetada-al-gusto-del-publico.html. Fue
publicado, curiosamente, en una edición rústica,
totalmente opuesta a lo que uno entiende por “futuro”.
Ahí también hay un gesto que indica por dónde pasa para
los futuristas la renovación. Como la mayoría de los
manifiestos, a excepción del Manifiesto Surrealista y el
Dadá, es una declaración de principios colectiva. Lo
firman 7 poetas entre los que se destacan Vladimir Maiakovski y Velemir Klebnikov. Es un
manifiesto muy breve. Tal como queda claro desde el título su intención principal es
sacudir a su público.
Pushkin, Dostoievski y Tolstoi son, sin lugar a dudas, los principales exponentes de
la tradición romántica y realista rusa del siglo XIX. Entre los “etcétera” del manifiesto
habría que sumar muy especialmente a la poesía simbolista rusa de Andréi Bieli y
Aleksandr Blok, emparentada con el simbolismo francés. Si los simbolistas rusos ponen un
gran énfasis en los contenidos y apelan al símbolo como condensación de sentido, los
poetas futuristas se declararán anti contenidistas. Rechazan toda poesía que pretenda
transmitir o comunicar sentidos trascendentes.
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El lenguaje legado por la tradición literaria es, para los futuristas, una suerte de
cárcel que debe ser renovado, transformado y ampliado. Es preciso inventar un lenguaje
nuevo (“con palabras arbitrarias y derivadas”) sobre las ruinas del anterior.
4. Autotelismo de la literatura.
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precisamente porque surge fuera o más allá de la esfera de la razón. Se trata da un lenguaje
cercano a la glosolalia de los bebés, cuando todavía no pueden formular palabras
coherentes.
Los poemas futuristas son muchas veces juegos de palabras que se dan,
básicamente, en el nivel fónico (es decir, de los sonidos) y en el de los morfemas (las
unidades de significación). Muchas veces surgen de la combinación de morfemas que,
unidos, construyen un sentido nuevo. Resulta difícil explicar qué es el lenguaje transmental
en una traducción pero veamos, a modo de ejemplo, un poema de Klebnikov que se llama
“El Saltamontes”:
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corresponden a palabras diferentes (en el primer verso las palabras serían “horizonte” y
“montaña”). Y luego arma todo un juego de palabras con “golondrina” conservando el
prefijo “golon” y modificando el sufijo:
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quieren decir nada pero que en el interior del poema adquieren un sentido, o tal vez mejor,
un “efecto” de sentido más o menos concreto.
“Mi Lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus eropsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y
gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
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mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía”.
En la prosa resulta un poco más difícil encontrar ejemplos, pero me parece que el
glíglico, en el capítulo 68, de Rayuela de Cortázar es uno de ellos. Se trata de una prosa por
otra parte muy próxima al lenguaje poético en donde la cuestión rítmica está muy presente
ya desde la abundante aliteración. Se trata de una prosa que tiene un componente musical
muy fuerte.
Toda esta práctica vanguardista que presta mucha más atención a la forma y a los
modos de composición de las obras que a sus contenidos o a su significación abren el
camino para la reflexión formalista que, sobre todo al comienzo, también va a estar mucho
más interesada en la forma que en el sentido de los textos literarios.
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Es en esta línea que los formalistas rusos se van a hacer una pregunta clave que se
va a convertir en una marca distintiva del movimiento: la pregunta por la especificidad.
¿Existe algo que sea “propio” del arte y que permita identificarlo y distinguirlo como tal?
¿Posee la literatura o el lenguaje poético alguna característica específica que permita
distinguirlo de los restantes discursos? ¿Qué es lo que hace que un determinado objeto
pueda ser definido como un objeto estético?
Los propios formalistas no van a dar a la pregunta por la especificidad una respuesta
única. De hecho, a lo largo de esta clase y la que viene nosotros vamos a ver cuáles son las
3 respuestas más importantes que los formalistas ofrecieron. Más allá de las diferencias, lo
definitorio es que la cuestión de la especificidad fue para todos los formalistas una
preocupación común.
Esta cuestión es abordada por Boris Eichenbaum en su artículo “La teoría del
„método formal‟” (1925) que está incluido tanto en la compilación de Todorov, La teoría
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de la literatura de los formalistas rusos como en otra posterior de Emil Volek, que se llama
Antología del formalismo ruso y el Grupo de Bajtin en la que aparecen otros artículos que
la compilación de Todorov no recoge. Eichenbaum es un formalista ruso que traza una
historia del movimiento con gran perspicacia si se tiene en cuenta que él mismo es parte de
esa historia y que esta además todavía no ha terminado porque todavía quedan por
escribirse algunos de los textos más importantes. Dice Eichenbaum:
Según Eichenbaum, el formalismo ruso no puede ser definido por una metodología
específica ni por ninguna preferencia estética sino –y en esto no podemos sino acordar con
él- en arreglo a su interés por definir su objeto “sobre la base de las cualidades específicas
del material literario”, es decir, aquellas características que permiten identificar a la
literatura, al discurso literario como tal.
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b) El sociologismo, una corriente que también viene del siglo XIX y que se va a hacer
aún más fuerte después de la revolución bajo la hegemonía del paradigma marxista.
Lo que le importa a la crítica sociológica, otra vez, es menos la obra literaria que las
condiciones sociales, políticas, económicas en las que esta tiene lugar.
¿Qué quiere decir que los estudios literarios sean “científicos”? ¿De dónde
proviene esta pretensión de convertirlos en “ciencia”? En principio, Eichenbaum hace
depender la existencia de una ciencia literaria de los “hechos” literarios concretos. En la
medida en que uno sea capaz de observar los “hechos” por sí mismos, entonces una ciencia
literaria será posible:
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“Había que ocuparse de los hechos [...] El arte exigía ser examinado muy de cerca y
la ciencia quería hacerse concreta”. (75).
¿Pero qué es un “hecho literario”? ¿Un texto, un conjunto de textos, una escuela
literaria, un movimiento? ¿Y, sobre todo, en qué medida un “hecho literario” es algo
independiente de la mirada que se posa sobre él? Los objetos no son algo que tenga una
significación propia o autónoma que una mirada exterior debería venir a descubrir. Hay en
esta noción de “hecho literario” -de cuya “observación” hace depender Eichenbaum la
posibilidad de una ciencia literaria- un empirismo un tanto ingenuo, seguramente derivado
del positivismo del siglo XIX, que no vemos en otros formalistas rusos.
Por otra parte, esta pretensión de convertir a los estudios literarios en “ciencia” –que
los restantes formalistas sin duda comparten- debería ponerse en relación con otros saberes
y disciplinas contemporáneas que también han manifestado una pretensión similar. Así por
ejemplo la lingüística a la que Saussure pretende conferir un rigor científico que hasta ahora
no ha tenido. Algo semejante ocurre en el campo del psicoanálisis y del marxismo. Incluso
la filosofía husserliana tiene la pretensión de desarrollar un saber riguroso sobre el modelo
del pensamiento científico.
Este cientificismo al que aspiran estos saberes debe ponerse en relación con el
prestigio que tienen por entonces las llamadas ciencias “duras”: la física, la química, la
biología, que se habían desarrollado notablemente en el siglo XIX y parecían detentar un
saber cada vez más preciso y acumulativo. A comienzos del siglo XX “ciencia” es
sinónimo de rigurosidad, imparcialidad, objetividad y conocimiento progresivo que son
supuestos que subyacen permanentemente al artículo de Eichenbaum.
Vistos desde hoy, sin embargo, puede afirmarse que los formalistas no
“describieron” meramente su objeto sino que lo “crearon”, lo “construyeron”. Y lo
construyeron a partir de una serie de exclusiones que son, no casualmente, aquellas cosas
que habían sido centrales en los estudios literarios del siglo anterior: el autor, la época y el
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literatura en general, no son las obras literarias concretas sino algo mucho más específico y
al mismo tiempo más abstracto que va a llamar, dependiendo de las traducciones,
“literariedad” o “literaturidad” (literaturnost es el término en ruso). Literariedad es aquellas
propiedades específicas que hacen que una determinada obra sea una obra literaria. Dice
Jakobson en La poesía rusa actual (1921):
poético (o literario) y lenguaje práctico. Para Iakubinsi el lenguaje literario constituye una
forma particular del lenguaje general. Y para distinguirlos propone lo siguiente:
Lenguaje práctico o de la vida cotidiana es aquel que tiene como finalidad principal
la comunicación y en el que los formantes lingüísticos serían un medio, un canal que estaría
a su servicio. Continúa Iakubinski:
“Pero pueden imaginarse y existen otros sistemas lingüísticos en los que la finalidad
práctica retrocede a un segundo plano (aunque sin desaparecer por completo) y los
formantes lingüísticos adquieren un valor propio” (77)
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a) En primer lugar, constituye una toma de distancia sino una ruptura con toda una
tradición que, de Aristóteles al siglo XIX, considera a la literatura como mímesis o
representación de algo exterior. Para Iakubinski y los formalistas la finalidad
principal del lenguaje poético no es representar nada sino referirse a sí mismo.
El romanticismo alemán, que surge entre fines del siglo XVIII y comienzos del
siglo XIX, recoge esta idea de Kant sobre la no finalidad del arte de la cual obtendría, como
contrapartida, una compensación. Todorov cita a Karl Philipp Moritz que dice:
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“[...] frente a un objeto bello debo sentir placer únicamente por él mismo; por ese
motivo, la ausencia de finalidad externa tiene que compensarse mediante una
finalidad interna; el objeto tiene que ser algo acabado en sí mismo” (Todorov, 23)
El arte debe compensar su ausencia de finalidad externa con una finalidad interna.
Dicha definición es indudablemente cercana a la caracterización del lenguaje poético
propuesta por Iakubinski.
Un correlato muy gráfico del autotelismo literario es, en las artes plásticas, el
llamado “arte abstracto” o “no figurativo” que surge con las vanguardias en oposición a la
pintura realista y romántica del siglo XIX. Uno
de sus representantes más importantes es el
ruso Vasili Kandinski que tiene un momento
cubo-futurista mientras vive en Rusia y
después se pasa completamente a la
abstracción cuando emigra a Alemania. En su
cuadro que se llama simplemente
“Composición 7”, de 1913, no parece posible
Vasili Kandinski, “Composición 7” (1913)
reconocer un referente exterior. Ni siquiera
podemos aferrarnos al título para inferir algún intento de comunicación de un sentido.
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poemas.
Viktor Shklovski (1893-1984)
Por ser previo a la constitución oficial del grupo, este texto no aparece en ninguna
de las compilaciones del formalismo. Las citas las recojo de un crítico argentino, que se
llama José Amícola, de la Universidad de La Plata, que tiene un texto que se llama De la
forma a la información que tiene varios capítulos dedicados al formalismo. En “La
resurrección de la palabra”, Shklovski llama por primera vez la atención sobre una cuestión
en la que va a insistir más adelante: el papel que juega la percepción en el arte:
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“Hemos perdido el sentido del mundo. Solo la creación de nuevas formas en el arte
puede devolver al hombre la vivencia del mundo y resucitar las cosas y matar al
pesimismo”. (ibid, 50)
Frente a un objeto artístico percibimos su forma. Pero esa forma, al mismo tiempo,
nos permite renovar nuestra percepción del mundo exterior cuyo sentido hemos perdido. Y
acá, en este artículo temprano de un jovencícisimo Shklovski, ya se sugiere la segunda
noción clave en su concepción de la literatura que es la de extrañamiento.
Nuestra vivencia del mundo exterior, nuestro sentido del mundo se ha perdido. Solo
aquel que –como el futurista- sea capaz de crear formas nuevas nos ofrecerá una percepción
renovada de él. Solo aquel arte que cree nuevas formas será capaz de “resucitar” aquella
vivencia del mundo que hemos perdido. Esa capacidad de crear formas nuevas es el valor
que Shklovski encuentra en el futurismo y sobre el cual sostiene su fervorosa defensa de él.
“El arte como artificio” (1917) (en algunas traducciones “El arte como
procedimiento”) es el texto clave en la primera etapa del formalismo. En él Shklovski
retoma los planteos sugeridos en “La resurrección de la palabra” y, ya en plena actividad de
la OPOJAZ, busca adaptarlos a la definición autotélica de la literatura propuesta por
Iakubinski. Diche Shklovski retomando su antigua noción de percepción:
Esto es, es preciso que haya una consciencia perceptiva para que un objeto pueda
ser juzgado como literario. Inmediatamente después, Shklovski continúa apelando a la
definición autotélica de Iakubinski:
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Pero Shklovski no se detiene allí. Las formas, los procedimientos artísticos no solo
llaman la atención sobre el objeto sino que posibilitan una percepción “renovada” del
mundo exterior. En “El arte como artificio” Shklovski desarrolla esta cuestión de cómo el
arte nos permite renovar nuestra vivencia de un mundo cuyo sentido hemos perdido.
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“Para dar sensación de vida, para sentir los objetos, para percibir que la piedra es
piedra, existe eso que se llama arte. La finalidad del arte es dar una sensación del
objeto como visión y no como reconocimiento [...] El arte es un medio de
experimentar el devenir del objeto: lo que ya está ´realizado´ no interesa para el
arte” (60).
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“En esa época, no era capaz de entender lo que significaba el que yo fuera
propiedad de un hombre. Las palabras mi caballo, que se referían a mí, a un caballo
vivo, me resultaban tan extrañas como las palabras: mi tierra, mi aire, mi agua.
[...] Muchas personas de las que me llamaban su caballo ni me montaban siquiera y,
en cambio, lo hacían otros. No eran ellos los que me daban de comer sino otros
extraños. [...] El hombre dice: „mi casa‟: pero nunca vive en ella. Tan solo se
preocupa de construirla y de mantenerla. El comerciante dice: „mi tienda‟, „mi
pañería‟, por ejemplo; pero no utiliza la ropa del mejor paño que vende en ella. Hay
gentes que llaman a la tierra „mi tierra‟ pero nunca la han visto y jamás la han
recorrido. Hay hombres que llaman a algunas mujeres „mi mujer‟, „mi esposa‟ y, sin
embargo, estas viven con otros hombres” (Shklovski, 62)
A través de la mirada ingenua del caballo, el relato extraña una idea de propiedad
que en la vida cotidiana burguesa está tan naturalizada que ya no advertimos su
artificialidad, su carácter convencional. A través de este procedimiento que consiste en
darle la voz a alguien que normalmente no podría tenerla el cuento de Tolstoi extraña
nuestra percepción adormecida del mundo. La mirada adánica, de aquel que ve las cosas
como si fuera la primera vez, es un procedimiento habitual de la llamada literatura de
viajes. Así, por ejemplo, Los viajes de Gulliver, de Swift, que a través de la mirada de
Gulliver ironizan absolutamente sobre los sistemas políticos contemporáneos.
Volviendo a la relación con las artes plásticas, me parece que lo que mejor ilustra la
noción de extrañamiento de Shklovski son aquellas escuelas de vanguardia que, a
diferencia de las que apelan a la pura abstracción, conservan algo de la tradicional
figuración, aunque transformada o distorsionada. Así, por ejemplo, el cubismo. El cubismo
no rompe completamente la relación con el referente pero sí la somete a un fuerte
extrañamiento. Por ejemplo, el famoso cuadro de Picasso (también en el Museo de arte
moderno de Nueva York) “Las señoritas de Avignon” (1907).
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Para cerrar el primer período formalista vamos a ver los problemas involucrados en
esta definición de la literatura de Shklovski. El primero y más evidente es la propia noción
de percepción. Esta cuestión es planteada ya por el primer historiador y crítico del
formalismo, Viktor Erlich, que la formula más o menos así. Quien percibe un objeto como
estético es siempre, necesariamente, un sujeto. Toda percepción involucra siempre una
conciencia subjetiva más allá de las nominalizaciones a las que recurre Shklovski para
disimular el agente de la percepción. Pero esta introducción de un sujeto perceptivo resulta
contradictoria con aquella ciencia de la literatura que, para definir la especificidad su
objeto, reclamaba, en términos de Jakobson, no echar mano de todo lo que se encuentra
alrededor. Los formalistas habían cuestionado la crítica impresionista porque descansaba en
las impresiones subjetivas del crítico. En esta noción de percepción, el lector expulsado por
la puerta, reaparece por la ventana.
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A mí, sin embargo, no me parece que haya incompatibilidad en esta doble finalidad.
Tal como vimos en el caso del cubismo, es posible imaginar un arte que al mismo que
tiempo que llama la atención sobre su propia construcción, sea capaz de señalar,
extrañándolo, el objeto referido.
9. Bibliografía
Eichenbaum, Boris, “La teoría del „método formal‟” [1925]. En Volek, Emil (comp.),
Antología del formalismo ruso y el grupo de Bajtin, Madrid, Fundamentos, 1992.
Shklovski, Viktor, “El arte como artificio” [1917]. En Todorov, Tzvetan (comp.), Teoría de
la literatura de los formalistas rusos. México, Siglo XXI, 1970.
Tinianov, Iuri, “Sobre la evolución literaria” (1927). En Todorov, Tzvetan (comp.), Teoría
de la literatura de los formalistas rusos. México, Siglo XXI, 1970.
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Teoría A y B 2019
Sanmartín Ortí, Pau, Otra historia del formalismo ruso, Madrid, Lengua de trapo, 2008
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