El Evangelio de La Riqueza
El Evangelio de La Riqueza
El Evangelio de La Riqueza
Andrew Carnegie
Applewood Books, 1998
Reseña
Teniendo en cuenta que Andrew Carnegie (1835-1919) ha sido uno de los hombres
más ricos de la historia de EE.UU., su apoyo sin reparos al sistema capitalista es
fácil de comprender. Carnegie, inmigrante escocés, amasó su vasta fortuna
principalmente en la industria acerera a fines del siglo XIX. Cuando vendió
Carnegie Steel Company en 1901, la empresa valía más de US$400 millones de hoy,
según la Fundación Carnegie. En 1889, el North American Review publicó el
tratado de Carnegie sobre la obligación moral de los ricos de usar su dinero en
beneficio de la sociedad. Este ensayo, aunque breve, está lleno de la sabiduría, el
instinto y la previsión de Carnegie, quien creía que la ley de la competencia es la
base de una sociedad capitalista y, por ende, sólo un selecto grupo de competidores
podía – y debía – controlar mayores proporciones de riqueza. Sin duda, no es
precisamente un punto políticamente correcto en el mundo actual, pero Carnegie
imploró a los grandes acaudalados de su época a reconocer y aceptar su obligación
inherente de usar la riqueza con fines filantrópicos. Practicaba lo que predicaba:
donó más de US$350 millones a una variedad de causas, incluyendo la creación de
numerosas bibliotecas y la Universidad Carnegie Mellon. Si bien es un reto aplicar
las ideas de este hombre rico y caritativo del siglo XIX a la sociedad del siglo
XXI, getAbstract recomienda su perspectiva histórica.
Ideas fundamentales
El verdadero valor de la riqueza depende de su distribución eficaz.
La ley de la competencia es la base del capitalismo.
A pesar de sus defectos, el capitalismo crea las condiciones económicas más
favorables para la sociedad.
El sistema capitalista crea una división entre las clases acomodada y trabajadora.
Es inevitable que una gran porción de la riqueza caiga en manos de unos cuantos.
La gente adinerada debe llevar un estilo de vida modesto y proyectar una imagen
pública positiva.
Quienes tienen medios económicos están obligados a ayudar al prójimo.
Sin la supervisión adecuada, es probable que los receptores de donativos de
beneficencia no manejen bien los fondos.
Los donativos de beneficencia hechos al azar son típicamente ineficaces y no logran
beneficiar a toda la sociedad.
Los filántropos deben desempeñar un papel activo en el manejo de sus recursos.
Resumen
El capitalismo como vehículo para el crecimiento
La ley de competencia
“No ha resultado nada malo, sino bueno ... de la acumulación de la riqueza por
parte de quienes han tenido la capacidad y la energía de producirla”.
La ley de la competencia crea un ambiente que impulsa a los líderes empresariales
a tener especiales destrezas gerenciales y organizaciones. Ellos comprenden que la
rentabilidad es el parámetro adecuado para medir el crecimiento en una economía
de libre mercado. El capitalismo permite que las personas que destacan obtengan
mejores resultados, en contraposición a la filosofía comunista que desalienta los
logros individuales. El sistema capitalista, anclado en el principio de la
competencia, ha probado ser muy superior al comunismo, que no recompensa al
laborioso ni castiga al indolente.
La distribución de la riqueza
“El precio que la sociedad paga por la ley de competencia, como el precio que
paga por comodidades y lujos baratos, es también alto; pero las ventajas de esta
ley son también mayores que sus costos”.
La historia demuestra que a menudo los herederos son malos administradores.
Para la nobleza europea, preocupada por mantener vivo el nombre de la familia,
era típico legar el patrimonio al primogénito, aunque el despilfarro y la vida frívola
garantizaran su autodestrucción económica. Frente a esa conducta irresponsable,
surge la pregunta fundamental de si los padres deben dejar su fortuna a los hijos en
primer lugar. Una gran fortuna puede pesar mucho sobre los hombros de quienes
no están bien preparados para manejar ingresos inesperados. Por supuesto que
nadie sugiere que los padres confinen a su descendencia a una vida de miseria.
Garantizar un estilo de vida moderado para un hijo es, después de todo, una
obligación. Sin embargo, existe la posibilidad de perjudicarlos al colmarlos de
millones si no han aprendido a valerse por sí mismos o si sus instintos filantrópicos
son casi inexistentes. La gente privilegiada que desea preparar a sus herederos para
continuar una tradición familiar de filantropía debe criarlos con un sentido de
responsabilidad y brindarles la educación apropiada.
El mandato para los ricos es claro: vivan modestamente y sin jactancia; mantengan
razonablemente a su familia y a otras personas a su cargo, y consideren todo el
ingreso innecesario como un medio para beneficiar a la sociedad en general. Las
personas adineradas actúan simplemente como “administradores y representantes”
de sus “hermanos más pobres”. Los ricos deben usar sus habilidades cognitivas,
prácticas y administrativas para hacer mejor uso de sus bienes en beneficio de la
comunidad.
“No hay otra forma de disponer del excedente de la riqueza que se pueda atribuir
a hombres considerados y serios ... que no sea usarla año tras año para el bien
general”.
Obviamente, no hay estándares objetivos (no hay definición universal de
extravagancia) que determinen si un individuo adinerado vive una vida de excesos.
Tampoco es posible juzgar hasta qué punto alguien actúa dentro de los límites de la
prudencia o la sensatez. El “sentimiento popular”, sin embargo, a menudo surge
como árbitro del buen gusto, ya sea en cuestiones de vestimenta, estilo de vida o
conducta. Una familia que hace ostentación de su riqueza, valora la apariencia más
que la esencia y considera que la filantropía es frívola, se encontrará con que el
público la juzga conforme a sus acciones. Y, a este respecto, el veredicto de la
comunidad es generalmente el correcto.
“Por cada US$1 mil invertidos en la llamada caridad de hoy día, probablemente
US$950 se gasten de manera imprudente”.
El objetivo primordial de la caridad es beneficiar a quienes sinceramente desean
mejorar la vida que les ha tocado, pero carecen de los medios necesarios. En
algunos casos, ciudadanos que de otra manera serían productivos y responsables se
convierten en víctimas de la mala suerte y necesitan apoyo económico temporal. En
la mayoría de los casos, sin embargo, los donantes deben ser caritativos sólo con
quienes tengan motivos genuinos y no busquen simplemente una dádiva. Si ofrece
apoyo filantrópico, debe procurar saber lo más que pueda adónde va el dinero y
cómo lo usarán los receptores.
“Al realizar una obra de caridad, la consideración principal debe ser ayudar a
quienes se ayudarán a sí mismos”.
Siga los ejemplos de los benefactores que crean infraestructuras y promueven el
crecimiento y el desarrollo de la sociedad. Por ejemplo, las bibliotecas, los parques
y las instalaciones recreativas permiten que los ciudadanos expandan sus
capacidades físicas e intelectuales. Los museos de arte satisfacen los sentidos y
elevan a la sociedad como un todo. El excedente de la riqueza que apoya esas
instituciones beneficiará a mucha gente y ayudará a garantizar la viabilidad de la
sociedad a largo plazo.
Sobre el autor
Andrew Carnegie fue un magnate de la industria acerera de EE.UU. en el siglo
XIX y se convirtió en el hombre más rico del país. Fue un renombrado filántropo.