El Tabernáculo y Sus Utensilios
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El tabernáculo
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Es el primer objeto que se encontraba al entrar al atrio. Sus dimensiones eran: 5x5x3 codos, de
manera que era cuadrada, símbolo que recuerda el alcance universal del Sacrificio de la Cruz (4
vientos, 4 puntos cardinales, etc.). El altar es una figura de Cristo (madera de acacia, o de Sittim),
pero de Cristo como objeto de juicio de Dios sobre el pecado (bronce) (ver Números 16:36-40).
La finalidad esencial del altar era la de ser el lugar donde se ofrecía los sacrificios y se vertía la
sangre, la única que hacía expiación sobre el altar por las almas (Levítico 17:11; ver también
Hebreos 9:22: n2"Sin derramamiento de sangre no se hace remisión). El altar nos habla de Cristo;
los sacrificios nos hablan de Cristo, el sacerdote nos habla de Cristo. El conjunto de lo que sucedía
en el altar nos presenta la cruz. Dos verdades fundamentales se desprenden del altar de bronce y
de los sacrificios que eran ofrecidos en él.
a. La necesidad de la sangre para quitar el pecado. Esta verdad es puesta en evidencia desde
Génesis hasta Apocalipsis: "La paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23); la sangre derramada
nos habla de la muerte del culpable o de una víctima ofrecida en su lugar. No hay otro medio para
quitar el pecado de delante de Dios;
sola vez por los pecados, el justo por los injustos" (1 Pedro 3:18); "al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado" (2 Corintios 5:21).
La rejilla de bronce del altar, la que soportaba el fuego del juicio, nos recuerda también a Cristo,
quien pasó a través del fuego del juicio de Dios. Al ser así sondeado en todo su ser, no manifestó
más que sus propias perfecciones.
Los sacrificios eran ofrecidos sobre el altar: holocausto, ofrendas vegetales, sacrificios de peces,
sacrificios por el pecado o por la culpa (Levítico Caps. 1 al 7).
El Sacerdote tomaba la sangre de la víctima, la ponía sobre los cuernos del altar y vertía el resto al
pie del altar; luego quemaba la grasa y hacía propiciación por el culpable. Este sacerdote nos habla
de Cristo, quien lo hizo todo por la purificación del pecador. La Palabra declara entonces
formalmente en dos ocasiones: "y será perdonado" (v.31 y 35). El israelita podía volver a su tienda
con la seguridad de haber sido perdonado, no porque sintiera algo en sí mismo, sino porque
estaba escrito en la Palabra inspirada: "Y será perdonado". Igualmente, hoy, la obra de Cristo nos
da la seguridad de la Salvación, pero es la Palabra de Dios la que nos da la certidumbre de ello: "El
que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Juan 3:36; ver también Hebreos 10:10 y 14). Si alguien no
esta seguro de su salvación, tome su Biblia y bajo la mirada de Dios acepte lo que esta escrito y
créalo.
Para los holocaustos (Levítico 1) el israelita que se acercaba al altar debía también "poner su mano
sobre la cabeza del holocausto" (v.4.). En este caso no se trataba de ser perdonado; aquel que
traía la ofrenda ya estaba perdonado, pues precedentemente había tenido que traer un sacrificio
por el pecado. Ofrecía este holocausto como prueba de agradecimiento y de adoración. De alguna
manera los méritos de aquella. Dios "nos hizo aceptos en el Amado" (Efesios 1:6). Dios ve a los
suyos en Cristo; a causa del holocausto que sube "a Dios en olor fragante" (5:2).
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La Fuente de Bronce, cuyas dimensiones no nos han sido dadas, estaba situada entre el altar de
Bronce y el Tabernáculo. No servia para ofrecer sacrificios, sino para lavarse en ella, lo que Aarón y
sus hijos debían hacer cada vez que entraban al altar para ofrecer un sacrificio.
En Juan 13 el Señor Jesús mismo nos muestra la significación de la Fuente de Bronce. Al celebrar la
ultima cena con sus discípulos, Él se levanta de la mesa y se pone a lavar los pies de ellos. Pedro no
quería que lo hiciese con él, pero Jesús le dice: "El que esta lavado, no necesita sino lavarse los
pies, pues todo esta limpio" (v.10).
Para aquel que tiene todo el cuerpo lavado, es decir, que ha pasado por el nuevo nacimiento a la
conversión no es necesario repetir lo ha sido cumplido una vez para siempre (Tito: 3:5); pero
ocurre demasiado a menudo que el creyente, a causa de la carne que está aun en él, ha pecado,
ha manchado sus pies en el camino. No se trata entonces de ser "convertido" de nuevo, sino de
que sus pies sean lavados. El Señor muestra por medio de la Palabra en que se ha faltado; luego es
preciso confesar su falta a Dios (1 Juan 1:9) y recordar que por ese pecado Cristo murió (véase
también la figura de la novilla roja en Números 19). Una vez que el rescatado lavó así sus pies,
puede tener parte con el Señor, es decir, gozar de la comunión con Él. Pregunto ¿Por qué no
practicamos en el Templo?.
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En efecto: cuando un creyente ha faltado, la comunión con el señor se interrumpe. No hay más
gozo, ni gusto por la Palabra. La salvación no se pierde. La vida eterna está siempre allí, pero hay
una nube. Es necesario pues, volver al Señor, confesarle la falta, discernir sus causas juzgándose a
uno mismo, recordar la eficacia de sus sacrificios, y entonces es cuando uno es restaurado. Pero
recordemos siempre que todos los recursos están a nuestra disposición para no ceder al pecado,
tal como lo escribe el apóstol Juan: "Estas cosas os escribo para que no pequéis" (Juan 2:1).
Es importante realizar cada día ese juicio de nosotros mismos y ese lavamiento de los pies; pero,
así como los sacerdotes debían hacerlo antes de entrar en el santuario o antes de acercase al altar,
es particularmente importante que lo hagamos, cada uno para sí, antes del culto y antes de tomar
parte en la cena, según la enseñanza de 1 Corintios 11:26-32. En esos versículos se nos revela que
cualquiera que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente será culpable respecto del
cuerpo y de la sangre del Señor. Pero no se agrega que a causa de la mancha del camino sea
menester para abstenerse de la cena; al contrario, se añade: "pruébese cada uno así mismo, y
coma así". Antes de entrar en el santuario, juzgarse a sí mismo, pasar por la fuente de bronce, y así
comer. Con un profundo sentimiento de lo que es la gracia que, a causa únicamente de la obra de
Cristo, nos permite acercarnos, se participará en el memorial de su muerte para responder a su
último deseo.
Descuidar el diario juicio a nosotros mismos y participar de la cena en tal estado nos expone a
juicio del Señor. Así muchos en Corinto estaban débiles, enfermos o incluso dormían, es decir,
estaban muertos; pero vemos en ello una enseñanza también moral, pues si dejamos de
enjuiciarnos a nosotros mismos y tomamos la cena con ligereza (abstenerse en tal vez aún más
grave), estaremos espiritualmente débiles, o enfermos (¡Una oveja enferma se aparta del
rebaño!), o incluso seremos vencidos por el sueño espiritual (Efesios 5:14). Si tal es el caso, cuan
importante es despertarse, "levantarse de los muertos" (V.M) para reencontrar la luz de la faz de
Jesucristo.
La Fuente de Bronce había sido hecha con los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del
tabernáculo de reunión (Exodo 38:8). Ello configura una doble enseñanza:
a. Los espejos nos hablan, según Santiago 1:23, de la Palabra de Dios, la cual pone en
evidencia nuestras faltas, la suciedad de nuestros pies;
b. Las mujeres que se allegaban al Tabernáculo de Reunión con aquellos que buscaban a
Jehová (Exodo 33:7) tenían un corazón dispuesto para Él. Como gozaban de su Presencia, les fue
fácil abandonar gozosamente por el Señor lo que precedentemente era objeto de vanidad.
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La mesa, de pequeñas dimensiones (dos codos de largo, un codo de ancho y ½ codo de alto) era de
madera de acacia (o de Sittim), cubierta con una lámina de oro puro. Era, evidentemente, una
figura de Cristo llevando a su pueblo ante Dios.
Los panes sobre la mesa, en número de doce (Levítico 24:5-9), tienen un doble significado. Hechos
de flor de harina, recubiertos de incienso, como la ofrenda vegetal (Levítico 2), nos hacen pensar:
b. En los Santos: Vistos en Cristo, teniendo su naturaleza (flor de harina), aceptos a Dios
(incienso), en el orden establecido por Dios (seis por hilera), tal como los describe por ejemplo la
epístola a los Colosenses. Son los creyentes a la luz del Santuario, en su posición ante Dios; una
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moldura de un palmo alrededor de la mesa impedía que los panes pudieran caerse, lo que es
emblema de la seguridad que los rescatados tienen en Cristo;
c. En las doce tribus de Israel, sea en la época del desierto, sea en tiempo futuro, cuando la
administración en la tierra sea confiada a ese pueblo; y, en el santuario, siempre presentes en el
pensamiento de Dios (Romanos 11).
Contrariamente a los otros objetos del Tabernáculo hechos de madera de Acacia recubierta de
oro, el candelero era totalmente de oro puro, forjado en una sola pieza. Él nos habla de lo que es
esencialmente divino. Era de oro batido ("labrado a martillo"), recordando que aquel a quien
representa Cristo pasó por el sufrimiento. El becerro de oro, por el contrario, había sido
simplemente fundido (Exodo 32:34). El propio candelero, pues, es una figura de Cristo, mientras
que el aceite es, como en toda la Palabra, una figura del Espíritu Santo.
Uno de los elementos del candelero que es mencionado varias veces lo constituyen las flores de
almendro. Esas flores nos hacen pensar en la vara de Aarón que había brotado, producido flores y
almendras, tal como vemos en Números 17:8, lo que es una figura de la resurrección de Cristo. El
almendro, según Jeremías 1:11-12, manifiesta que Dios cumple sus promesas en Cristo.
Precisamente fue un Cristo resucitado y glorificado el que dio el Espíritu Santo a los suyos.
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En el conjunto formado por el candelero, el aceite y las siete lamparas ardiendo en el santuario se
puede ver también a Cristo tal como es presentado por el Espíritu Santo por mediación de los
vasos humanos del ministerio.
En efecto, bajo este aspecto, había necesidad de "despabiladeras" (Exodo 25:38) para quitar todo
lo que habría impedido el libre curso del aceite para producir la luz. Por otra parte, las siete
lamparas nos muestran que el ministerio de Cristo por el Espíritu se ejerce mediante diversos
canales.
a. Hacia delante de él (Exodo 25:37), pues el mayor y primer testimonio que da el Espíritu
Santo es respecto del mismo Cristo; por eso el primer objeto que atraía las miradas al entrar al
santuario era el candelero totalmente iluminado.
El Señor Jesús, al hablar del Espíritu Santo, dice: "Él me glorificará; porque tomara de lo mío, y os
lo hará saber" (Juan 16:14).
b. El candelero iluminaba la mesa de los panes (Exodo 26:35); es el Espíritu Santo que pone
evidencia la posición de los santos en Cristo en el santuario.
e. En Éxodo 27:21 y 30:8 se ve que el candelero ardía toda la noche. (Cabe hacer notar que,
en el templo de Ezequiel, durante "el día" del milenio, no hay candelero). Solo durante la noche
del rechazo y la ausencia de Cristo el Espíritu Santo ilumina el santuario en la tierra y produce la
oración de intercesión y el culto.
Si bien el alimento es indispensable para crecer, la luz no es lo menos. Una planta ubicada en un
lugar oscuro, aunque sea bien regada, perecerá. Un joven cristiano que no ande en la luz no puede
hacer progreso alguno. Al contrario, se apartará cada vez más del Señor. Y la luz del Espíritu Santo
generalmente no se apaga en forma súbita para nosotros, sino que dejamos poco a poco que una
cosa primero y luego otra se coloque entre el Señor y nosotros como un ligero velo, el cual se va
espesando más y más hasta privarnos de la comunión con Él, del gozo de su Persona y trabar la
acción del Espíritu Santo en nosotros. Entonces no puede haber ni crecimiento, ni gozo. ¿Qué es
necesario hacer? Volver a Él con oración, buscar su rostro y tomar el tiempo necesario para pasar
con Él, como María (Lucas 10:38-42) si es posible horas que se dejen correr hasta que Él nos haya
devuelto el gozo de nuestra salvación.
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El Altar de Oro era de dimensiones mucho más reducidas que el Altar de Bronce, o sea un codo de
ancho, un codo de largo (cuadrado) y dos codos de alto. Era de madera de Acacia cubierta de oro
puro y nos habla esencialmente de Cristo. Ubicado frente al velo (v.6), esta legítimamente ligado al
Arca y al Propiciatorio.
En el Altar de Oro el sacerdote ofrecía el perfume, mientras afuera el pueblo oraba (Lucas 1:9-10).
Es una hermosa figura del Señor Jesús que presenta a Dios las oraciones de su pueblo, ya sea
como intercesión, ya sea como adoración (Apocalipsis 8:3-4).
En el Altar de Oro, el Sumo Sacerdote intercede por el pueblo, tal como Cristo en Juan 17, Hebreos
7:25 y Romanos 8:34.
Pero también al Altar de Oro puede acudir hoy el Hijo de Dios para ofrecer el incienso, es decir, las
perfecciones de Cristo que suben hacia Dios. Tal es el culto, el servicio más elevado del cristiano.
Es un culto que se ofrece ante todo en Asamblea (1 Pedro 2:5), pero cada uno de nosotros ¿no
puede, mañana y tarde como el sacerdote con el incienso, hacer subir a Dios su reconocimiento
por el Don inefable de su Hijo?
El incienso era únicamente para Dios (Exodo 30:34-38); ni podía ser ofrecido más que en el lugar
Santo y no debía ser consumido por fuego extraño, sino solamente por el tomado del Altar de
Bronce (véase Nadaba y Hábil en Levítico 30:34-38). ¡Cuán importante que estemos recogidos en
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Por otra parte, sólo a Dios, Padre e Hijo, se dirigen nuestras oraciones y nuestra adoración. En
ninguna parte de la Palabra vemos que las oraciones deban ser dirigidas a alguien más. Sólo Él
puede ser el objeto del culto: ¡"¡Inclínate a Él, porque Él es tu Señor”! (Salmo 45:11).
En las ordenanzas para el Tabernáculo dadas por Dios a Moisés, en los capítulos 25 a 27, el Arca
ocupa el primer lugar. De igual manera, cuando Dios se nos revela, parte del Santuario y sale hacia
el Atrio; nos presenta primeramente lo que es el objeto supremo de su Corazón; la Persona de
Cristo. Cuando consideramos el camino por el cual nosotros nos acercamos a Dios, acudimos
primeramente al Atrio, al Altar, luego a la fuente y sólo entonces podemos entrar en el Santuario.
Por eso en nuestra charla hemos colocado ante nuestros ojos en estos capítulos, es sin duda
porque la Persona de Cristo debe tener el primer lugar en nuestro corazón. En el Salmo 132 vemos
que importancia tenía el Arca para David. Es notable que este Salmo este seguido por el 133, en el
cual se ve "Cuán bueno y cuan delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía". Es preciso
primeramente el Centro para que la reunión se realice.
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No se podía ver el Arca más que en el Lugar Santísimo. El acceso a Él esta abierto para nosotros
hoy en día; pero conviene que al ocuparnos en la Persona del Señor lo hagamos siempre con la
mayor reverencia.
El Arca tenía 2 ½ codos de largo, 1 ½ de ancho, 1 ½ de alto, estaba hecha de madera de acacia y de
oro puro (para las tablas no se dice de oro puro), pues una figura de la Persona de Cristo, "el Verbo
(La Palabra)…hecho carne" (Juan 1:14), "Dios… manifestado en carne" (1 Timoteo 3:16). ¡Misterio
ante el cual adoramos! Pero de ninguna manera nos conviene querer hacer la disección de la
humanidad perfecta (la madera de acacia) de la divinidad (el oro), siempre presentadas en la
Palabra maravillosamente unidas en una sola Persona, tal como nos la revelan los evangelios y
otras páginas de la Escritura. Por haber querido mirar el Arca, los hombres de Bet-Semes murieron
(1 Samuel 6:19) y, por haber tocado el Arca, Uza fue herido de muerte (2 Samuel 6:6-7).
Una cornisa o coronamiento de oro se encontraba alrededor del Arca (Exodo 25:11), hablándose
de la excelsa gloria de Cristo, pero formando también como una especie de protección contra toda
irreverencia ante el ministerio de su Persona (la misma cornisa se ve en el Altar de Oro y en la
Mesa de los Panes).
Como los otros objetos del Tabernáculo, el arca estaba unida de varas para llevarla. Estas últimas
tienen una importancia particular en la relación con el Arca, sea que se piense en todas las etapas
que ella recorrió desde Sinaí hasta su reposo final en el Templo de Salomón (1 Reyes 8:8), sea que
una vez más haga subrayar la santidad de lo que representaba el propio Cristo: el Arca siempre
debía ser llevada en andas y no puesta en un carro (1 Crónicas 15:2).
En Números 4:4-5 vemos el Arca marchando a través del desierto, cubierta azul, tal como Cristo en
este mundo: "el que viene del cielo" (Juan 3:31). Bajo el azul, las pieles de tejones cubrían sus
glorias diversas: el velo (v.5) el cual era el único que podía estar en contacto con el Arca misma.
"No hay parecer en Él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos" (Isaías
53:2). Sólo la fe podía discernir las glorias del velo, bajo las pieles de tejones. En cuanto a la propia
Arca, "nadie conoce al Hijo, sino el Padre" (Mateo 11.27). Es el inescrutable misterio.
En el desierto (pero después de haber pasado el Jordán), el Arca es llamada "El Arca del
Testimonio" (Exodo 25:16). Hubo en el desierto de este mundo un Testigo fiel que respondió en
todo a la voluntad de Dios (tablas de la ley en el Arca) y que le glorifico en la tierra.
En Números 10:33 tenemos "el Arca del Pacto", base de las revelaciones de Dios con su pueblo; y
por último, está "el Arca de Jehová", cuando se trata de mostrar su poder, como en el Jordán, en
Jericó o en la casa de Dagón (Josué 4:5; 6:6-13; 1 Samuel 5:3).
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El Arca era un cofre y tenía una tapa llamada propiciatorio. El término hebreo traducido por
propiciatorio deriva "cubrir o cubierta". En el Antiguo Testamento, la propiciación (expiación en la
Reina-Valera 1960) de los pecados significa que estos eran "cubiertos", como en el Salmo 32:1;
mientras que en el Nuevo Testamento, una vez que la obra de Cristo fue cumplida, los pecados
son "quitados" (Hebreos 9:26; 10:4, 11-18). La palabra propiciatorio, traducida en la versión
alemana por "Gnadenstuhl" y en la versión inglesa por "mercy-seat" (sea "el asiento de la gracia")-
contiene también la idea de gracia, de misericordia.
El propiciatorio estaba enteramente hecho de oro puro, lo que nos habla de la justicia inherente a
la naturaleza divina. Por otra parte, encima del propiciatorio había dos querubines de oro batido,
de una sola pieza con el propiciatorio. Los querubines, asiento del trono de Dios (Salmo 80:1;
89:14), hablan fundamentalmente del juicio de Dios; así la justicia divina reclama el juicio
inexorable de Dios sobre su pueblo pecador; el cual de ninguna manera observo la ley (Exodo
32:19).
Pero los querubines y el propiciatorio estaban colocados sobre el Arca, que es como decir sobre
Cristo, quien si cumplió plenamente la voluntad de Dios y la permitió a esta el cumplimiento de
amor a favor del hombre (el Arca contenía las tablas de la ley); luego, sobre el propiciatorio, se
encontraba la sangre de la víctima que el sacerdote había llevado allí el gran día de la expiación
(Levítico 16:14-15). Los querubines no tenían una espada, como en Edén, sino, al contrario, alas
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para proteger, y sus rostros uno enfrente del otro – estaban vueltos hacia el propiciatorio, es
decir, ¡miraban la sangre!.
El conjunto – el Arca, el Propiciatorio y los Querubines – vino a ser así no ya trono de Dios en
juicio, sino el de la gracia. Todo nos habla de Cristo y de su obra; vemos en ello, de una manera
sorprendente y profunda, cómo Él respondió plenamente a la justicia y al amor de Dios (Salmo
85:10), el trono de la gracia esta fundado sobre la obediencia de Cristo hasta la muerte.
El propiciatorio era el lugar de encuentro de Dios con el hombre den un doble sentido:
b. Moisés, el enviado de Dios, el apóstol, recibía allí los mensajes de Dios para el pueblo
(Exodo 25:22).
El Señor Jesús, en Hebreos 3:1, reúne el doble carácter de Moisés y de Aarón cuando . . es llamado
el "apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión".
Las primeras tablas habían sido quebradas ente la idolatría del pueblo (Exodo 32:19). Las segundas
tablas nos son presentadas en Deutoronomio 10:3-5 como no hechas hasta después de la
construcción del Arca y colocadas allí en cuanto a Moisés descendió del monte: solo Cristo podía
cumplir la ley de Dios (Salmo 40:8); solo a causa de Él, figurado por el pueblo.
Esta vasija de oro que contenía el maná nos presenta dos pensamientos:
• La fidelidad de Dios, quien durante cuarenta años había alimentado a su pueblo a través
del desierto; convenía tenerlo presente: "te acordaras de todo el camino" (Deuteronomio 8:2).
• Ella es un memorial de Cristo descendido del cielo, pan de vida, alimento de su pueblo en
el desierto (Juan 6:31-38, 58).
Cabe señalar al respecto que los israelitas recogían cada día un omer de maná; tal es nuestra
parte: alimentarnos de Cristo cada día. Pero el último versículo de Exodo 16 nos dice que "un
gomer (u omer) es la décima parte de un efa", vale decir que lo poco que podemos captar de
Cristo aquí abajo no es más que una débil parte de la plena medida que tendremos en la gloria.
Esta Vara, que, había brotado, producido flores y almendras, nos habla de la gracia y de la
resurrección. Así, todo lo que el Arca nos enseña acerca de la Persona de Cristo es completado por
su contenido: su obediencia perfecta, su humillación como descendido del cielo, su gracia y su
resurrección.