Por Qué No en Todas Las Iglesias Se Habla de Misiones y Cuál Es El Rol de Mi Iglesia en La Misión
Por Qué No en Todas Las Iglesias Se Habla de Misiones y Cuál Es El Rol de Mi Iglesia en La Misión
Por Qué No en Todas Las Iglesias Se Habla de Misiones y Cuál Es El Rol de Mi Iglesia en La Misión
¿Por qué no se habla de misiones en todas las iglesias y cuál es el rol de mi iglesia en la misión?
Para poder desarrollar de forma más efectiva esta pregunta, dividiré en dos partes la pregunta, dando una
respuesta inicial a cada una de ellas.
Por la falta de una conciencia más profunda de la misión de Dios en el mundo y del papel de la iglesia,
Cuerpo de Cristo, como parte de esa misión.
La misión de la iglesia forma parte de la esencia misma de la iglesia y es constitutiva de su ser en tanto
que es iglesia “una, santa, católica y apostólica” (Credo Niceno - 325d.c.).
Una vez dada estas dos respuestas iniciales a cada pregunta planteada, trataremos de cimentar los
aspectos bíblicos y teológicos que den forma a lo planteado.
El tema del envío del pueblo de Dios al mundo para anunciar la irrupción del reinado amoroso de Dios en
Cristo aparece en todo el Nuevo Testamento, aun cuando la palabra “misión” no se encuentra en las
Escrituras.
Desde el siglo XVI, las circunstancias históricas llevaron a la misión a ser relacionada con la conquista, el
colonialismo, el imperialismo cultural y religioso, y la implantación del cristianismo occidental por todo el
orbe.
Hoy, la palabra “misión” tiene distintas connotaciones y existe confusión y hasta rechazo hacia este
término.
La misión de Dios
Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
La Misión de Dios en basé al texto Juan 3:16 podríamos definirla como sigue:
“Dios Padre envía a su Hijo al mundo en el poder del Espíritu Santo para traer la salvación en todas sus
dimensiones, incluyendo en última instancia la reconciliación de todas las cosas, esto es, el reino de Dios
en su plenitud.” La misión de la iglesia se deriva de esta acción del Dios uno y trino. “Es encarnar y
proclamar la buena noticia del reino de la salvación a través de Jesucristo.”
Si hablamos de la Misión de Dios debemos referirnos a la Economía de la Misión.
La visión bíblica de la misión de Dios en la creación afirma la existencia de una relación entre Dios y el
mundo. Dios creó el mundo de la nada por su voluntad amorosa. Por eso, el mundo depende totalmente
de Dios quien, como fuente de toda vida, sostiene, alimenta, transforma y renueva la vida en el mundo
(Salmo 104).
En este sentido, la Biblia comienza mostrando a Dios como creador (Génesis 1) y finalmente como re-
creador (Apocalipsis 21, 22). Es el Dios de la vida, una vida abundante y plena sobre todo aspecto: en la
relación del hombre y de la mujer con Dios, y a partir de allí ellos mismos, con los demás y con el medio.
Aunque la humanidad y la creación entera sufren a causa de los poderes y consecuencias del pecado
(Romanos 8), tal como lo atestigua dolorosamente el contexto, estos no tienen la última palabra.
El mensaje y la realidad de la creación incluyen también la promesa de que Dios “hará nuevas todas las
cosas” (Apocalipsis 21:5). El Dios trinitario, por lo tanto, llama a las personas a participar en la misión
dentro de la creación, la cual aún en el presente, en medio de todo mal, anticipa la consumación venidera.
La vida de Jesús, su obra, sufrimiento, muerte y resurrección revelan el amor incondicional de Dios por el
mundo que Dios creó (Juan 3:16). La integralidad de la misión requiere que todos los aspectos cristológicos
esenciales sean tomados en cuenta.
Por lo tanto, es necesario que miremos nuevamente a nuestro Señor y Salvador, que repasemos los seis
acontecimientos principales de su obra salvífica, y que tomemos nota de la ineludible dimensión de cada
uno de ellos para el cumplimiento de la Misión de Dios.
Adoptó nuestra naturaleza, vivió nuestra vida, soportó nuestras tentaciones, experimentó nuestros
sufrimientos, sintió nuestros dolores, llevó nuestros pecados y murió nuestra muerte.
Penetró profundamente en nuestra humanidad. Jamás se mantuvo apartado de gente de la que se podría
haber esperado que trataría de evitar. Se hizo amigo de los desahuciados por la sociedad. Hasta tocaba a
los intocables. No podría haberse identificado más con nosotros de lo que lo hizo. Se trataba de una total
identificaci6n por amor.
Ahora bien, Cristo nos manda a nosotros al mundo, así como el Padre lo mandó a él al mundo. En otras
palabras, nuestra misión se ha de modelar en la de él. Mas aún, toda misión autentica es una misión
encarnacional. Exige la identificaci6n sin pérdida de la identidad propia. Significa entrar en el mundo de
los demás, así como el entró en el nuestro, aunque sin comprometer nuestras convicciones, valores y
norma cristiana.
Uno de los aspectos más descuidados de la misión bíblica en el día de hoy es el lugar indispensable en ella
del sufrimiento, incluso de la muerte. Esto, a pesar de que es algo que está muy claro en la Escritura.
Esto lo vemos claramente en el siervo sufriente de Isaías. Antes de que el siervo pueda ser una luz para
las naciones y llevar la salvación a los extremos de la tierra, tiene que ser «despreciado y desechado entre
los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto». Más todavía, lleva nuestros pecados y
muere por nosotros como ofrenda por la culpa.
“La misión, tarde o temprano, nos encamina a la pasión. En categorías bíblicas el siervo tiene que sufrir...
tiene aquello que hace efectiva la misión Todas las formas de misión llevan a alguna forma de cruz. La
forma misma de la misi6n es cruciforme...».
Las cicatrices del Señor resucitado no sólo comprueban la identidad de Jesús: constituyen, además, un
modelo que todos los que han sido comisionados por él están llamados a emular. Es una misión donde
uno se despoja a sí mismo, sirve humildemente, y aquí radica la validez permanente de la idea de
Bonhoeffer de «la Iglesia para los demás». En la presencia de la cruz la Iglesia-en-misión ha de arrepentirse
antes de emprender la misión.
En las palabras de Käsemann en su presentación ante la conferencia de Melbourne: Las iglesias que no se
arrepienten niegan su realidad y rechazan al Señor que también tuvo que morir por ellas. Se niegan a
colocarse bajo la cruz, donde todos nuestros pecados salen a la luz y donde nosotros en nuestra
humanidad somos crucificados juntamente con él.
Es de la mayor importancia recordar que la resurrección precedió a la Gran Comisión. El Señor resucitado
fue quien emitió la comisión a sus seguidores para que salieran a hacer discípulos a todas las naciones.
No podía emitirla antes de haber resucitado y de haber sido revestido de poder y autoridad. «Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra -podía decir ahora-. Por tanto, id, y haced discípulos”
Es decir, en lugar de que las naciones corran hacia la iglesia, la iglesia va hacia las naciones. En la
resurrección de Cristo las fuerzas del futuro ya fluyen en el presente transformándolo, aun si todo lo
visible parece continuar igual.
Misionológicamente esto significa, primero, que el tema central de nuestro mensaje misionero es que
Cristo ha resucitado y que, segundo, como consecuencia de ello, la Iglesia está llamada a vivir la
resurrección en la vida aquí y ahora y ser señal de contradicción frente a las fuerzas de la muerte y la
destrucción; está llamada a desenmascarar los ídolos modernos y los falsos absolutos.
La motivación primaria para la misión no es la obediencia a la Gran Comisión, ni siquiera el amor por los
oprimidos, los solitarios, los perdidos y los que perecen, por importantes que sean dichos incentivos, sino
más bien el «celo» por la gloria de Cristo.
Ya durante su ministerio público Jesús había llamado la atención a la naturaleza y el propósito misioneros
del Espíritu Santo. Lo había asemejado a «ríos de agua viva» que riegan el desierto, y había prometido
que esos ríos habrían de fluir del interior de cada creyente.
William Temple “Donde está el Espíritu, desde allí fluye hacia afuera; si no se da ese fluir hacia afuera, es
que él no está allí”
Solo el Espíritu Santo de Dios puede tomar las palabras dichas en debilidad humana y hacer que lleguen
con poder a la mente, la conciencia, y la voluntad de los oyentes. Sólo él puede abrir los ojos de los ciegos
para que vean la verdad tal como es en Jesús, destapar los oídos de los sordos para que oigan su voz, y
soltar la lengua de los mudos para que confiesen que él es Señor. El Espíritu Santo es el principal testigo;
«sin el testimonio de él nuestro testimonio es vano».
Hubo algo fundamentalmente anormal en la actitud de los Doce inmediatamente después de la ascensión
de Jesús. Habían sido comisionados para llegar «hasta lo último de la tierra», pero ellos se quedaron en
el monte de los Olivos «mirando al cielo». Entonces se les prometió que el Jesús que acababa de
desaparecer, a su debido tiempo reaparecería. Debían esperar este acontecimiento; por más que miraran
al cielo el regreso no se adelantaría. Mientras tanto, una vez que hubiesen sido revestidos del poder del
Espíritu, debían emprender la tarea encomendada.
La tierra, no el cielo, había de ser su preocupación. Entre el primer evento y el cuarto, la ascensión y la
parusía, la desaparición y la reaparición de Jesús, había de darse un periodo «inter-adventual» no
especificado. Durante dicho periodo no habría ningún evento salvífico adicional. La brecha habría de ser
llenada con el testimonio mundial de la iglesia.
De esta manera la parusía de Jesús está ligada con la misión de la iglesia. La parusía terminara el periodo
misionero que comenzó con Pentecostés. Sólo tenemos un tiempo limitado en el cual completar la
responsabilidad que nos ha dado Dios.
[c] La misión de Dios como Santificador
En primer lugar, el Espíritu es una fuerza movilizadora. Uno de los libros bíblicos más ricos sobre este tema
es “Hechos de los Apóstoles”.
En este sentido podemos decir que el Espíritu moviliza a la iglesia como cuerpo de Cristo en el mundo a la
misión transformadora del Padre.
En segundo lugar, vemos al Espíritu como fuerza de transformación. El Espíritu no sólo nos moviliza sino
que también actúa-en-misión en la historia. Los “resultados” de la misión no dependen de la iglesia sino
de la obra del Espíritu a través de ella.
El Espíritu Santo es el Espíritu del Dios de la vida y del Cristo que se identifica y sufre por la humanidad.
Por lo tanto, representa aquella fuerza vivificante que obra en la historia, siendo la iglesia uno de sus más
importantes “agentes”.
Los frutos perennes de la misión son obra del Espíritu Santo. El Espíritu permite que los esfuerzos humanos
imperfectos lleguen a ser instrumentos de la misión de Dios. El Espíritu Santo transforma las palabras
humanas que proclaman las buenas nuevas, el agua del Bautismo y el pan y el vino de la Eucaristía en
signos de la presencia de Cristo en la iglesia, empoderándola para la misión de Dios. El Espíritu Santo
capacita a los/as cristianos/as y a la iglesia toda con una diversidad de dones (1 Corintios 12, Romanos 12,
Efesios 4).
2 La iglesia en misión
La Trinidad, como “comunidad de envío divino”, ha creado un espacio para que la iglesia participe en la
misión de Dios, para ser enviada, empoderada y acompañada por la gracia hasta “los confines de la tierra”.
El hecho de que la iglesia, aun con toda su fragilidad humana, sea recibida dentro de la comunión misional
divina (1 Corintios 1:9), refleja la profundidad del amor de Dios y la dimensión de la vulnerabilidad de
Dios.
La iglesia en misión hace referencia a la asamblea local de creyentes empoderados por la Palabra de Dios
y dirigidos por el Espíritu Santo para participar en la misión de Dios.
La participación de la iglesia en la misión de Dios es, por lo tanto, un don de la gracia de Dios. Este don
tiene su fundamento en el reinado de Dios en Cristo que irrumpe en el mundo y que brota de él.
Creada por gracia para ser parte de la comunión divina, la iglesia no vive para sí misma sino para Dios y
para el mundo. “Predestinada a ser conformada a la imagen del Hijo de Dios” (Romanos 8:29), la iglesia
no sólo participa en el cumplimiento de la misión de Dios, sino es al mismo tiempo el signo de su presencia.
Por lo tanto, la misión de la iglesia es la del Evangelio, no la de la Ley, porque la gracia redentora de Dios
ha liberado a la iglesia de una búsqueda compulsiva de éxitos y buenos resultados como fin en sí mismo.
El éxito de la misión no puede ser medido principalmente con expectativas y razonamientos humanos.
Al seguir la iglesia fielmente a su Señor, confiando en la presencia del Cristo resucitado en su vida y
testimonio, su misión también refleja la vulnerabilidad del amor incondicional revelada en la cruz de
Cristo. En la misión de Dios, la derrota humana frecuentemente se convierte en victoria, porque el poder
de Cristo se perfecciona en la debilidad (2 Corintios 12:9).
La misión forma parte de la esencia de la iglesia
La razón de ser de la iglesia, tal como lo indica Jesús, es participar en la misión de Dios: “Como el Padre
me envió a mí, así yo los envío a ustedes” (Juan 20:21).
La iglesia es el pueblo propio de Dios creado para declarar los hechos maravillosos de Aquél que los llamó
de la oscuridad a la luz maravillosa de Dios (1 Pedro 2:9). Por lo tanto, la misión forma parte de la esencia
misma de la iglesia. Estar en misión no es algo opcional para la iglesia. La misión es constitutiva de su ser
en tanto que es iglesia “una, santa, católica y apostólica” (Credo Niceno).
La iglesia como Cuerpo de Cristo es una, y participa en la misión del Dios Triuno, que también es una.
Debido a la debilidad humana, la iglesia no ha realizado todavía la unidad que confiesa ser, pero ha
intentado a través de los siglos aproximarse a esa unidad, buscando involucrarse en la misión en “unidad
en la diversidad”.
El pueblo cristiano siempre ha confesado que la falta de unidad de la iglesia es perjudicial para su
testimonio del amor de Dios. La oración sacerdotal de Cristo para que “todos sean uno… para que el
mundo pueda creer…” (Juan 17:21) también se ha convertido en oración de la iglesia en tanto que anhela
el día en que llegue a ser un solo “Cuerpo de Cristo”. La unidad de la iglesia es uno de los propósitos de la
misión.
Para las diferentes iglesias, participar juntas en la misión de Dios a través de iniciativas ecuménicas
conjuntas constituye una manera de experimentar la unidad, fortaleciendo así su esfuerzo en diálogos
ecuménicos.
La iglesia es santa porque es una comunión que Dios ama y santifica al apartarla para la misión. La santidad
de la iglesia, por lo tanto, no consiste en su “alteridad” frente al mundo, sino más bien se expresa
precisamente en el hecho de existir en el mundo, donde la iglesia participa en la misión de Dios a través
de su existencia, presencia y actividad dentro de un mundo violento y herido.
En la medida en que la iglesia apunta hacia la gracia y el amor del Dios santo en medio de un mundo que
se destruye a sí mismo, hay un sentimiento profundo de anhelo y esperanza de santidad. La iglesia en su
misión apunta hacia lo sagrado de la vida y de toda la creación de Dios.
A través de su presencia da testimonio de la dignidad y la santidad de la creación sostenida por Dios, aun
sin pronunciar palabras.
La iglesia en misión es apostólica por ser empoderada, enviada y acompañada en misión por la
“comunidad divina de envío”, esto es, el Dios Triuno. La apostolicidad de la iglesia radica principalmente
en el hecho de haber sido enviada al mundo con un mensaje de buenas nuevas (Mateo 28:18-20). De esta
manera, apunta hacia el papel crucial del ministerio de la Palabra y los Sacramentos en el fortalecimiento
de la iglesia para la misión.
Ser misional en el mundo de hoy exige pasar de centrarse en la iglesia a comprender que la misión debe
estar centrada en Dios. La iglesia no es, según esta perspectiva, la finalidad del evangelio, sino el medio
[señal] por el cual se da testimonio del evangelio al mundo.
La iglesia misional es una comunidad de salvación, una comunidad de vida activa, fiel respuesta al reino
bondadoso de Dios en la tierra.
Sin embargo, la iglesia ha tendido a separar la buena nueva de la salvación de Dios de la actividad
redentora constante de Dios en el mundo donde la iglesia se encuentra. Esta clase de separación no es
bíblica.
La iglesia no es el equivalente del reino de Dios. Es una señal y un instrumento del reino de Dios. Una
iglesia activa como señal e instrumento enfoca la evangelización como algo más que un reclutamiento de
miembros. Es una invitación al compañerismo, una invitación a unirse a otros en la comunidad redentora.