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Prismas

Revista de historia intelectual

6
2002
Anuario del grupo Prismas
Programa de Historia Intelectual
Centro de Estudios e Investigaciones
Universidad Nacional de Quilmes

Prismas
Revista de historia intelectual
Nº 6 / 2002
Universidad Nacional de Quilmes
Rector: Ing. Julio M. Villar
Vicerrector de Gestión y Planeamiento: Julián Echave
Vicerrector de Asuntos Académicos: Luis Wall
Vicerrector de Investigaciones: Mariano Narodowski
Vicerrector de Posgrado: Daniel Gómez
Vicerrector de Relaciones Institucionales: Mario Greco
Centro de Estudios e Investigaciones
Director: Alberto Díaz
Programa de Historia Intelectual
Director: Oscar Terán

Prismas
Revista de historia intelectual
Buenos Aires, año 6, No. 6, 2002
Consejo de dirección
Carlos Altamirano
Adrián Gorelik
Jorge Myers
Elías Palti
Oscar Terán
Secretario general
Alejandro Blanco
Comité Asesor
José Emilio Burucúa, Universidad de Buenos Aires
Roger Chartier, École de Hautes Études en Sciences Sociales
François-Xavier Guerra, Université de Paris I
Charles Hale, Iowa University
Tulio Halperin Donghi, University of California at Berkeley
Martin Jay, University of California at Berkeley
José Murilo de Carvalho, Universidade Federal do Rio de Janeiro
Adolfo Prieto, Universidad Nacional de Rosario/University of Florida
José Sazbón, Universidad de Buenos Aires
Gregorio Weinberg, Universidad de Buenos Aires

Este número contó con el apoyo de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.

Diseño original: Pablo Barragán


Realización de interiores y tapa: Silvana Ferraro

Precio del ejemplar: 15$


Suscripción internacional: 2 años, 40$
A los colaboradores: los artículos recibidos que no hayan sido encargados
serán considerados por el Consejo de dirección y por evaluadores externos.

La revista Prismas recibe la correspondencia,


las propuestas de artículos y los pedidos de suscripción en:
Roque Sáenz Peña 180 (1876) Bernal, Provincia de Buenos Aires.
Tel.: (01) 365 7100 int. 155. Fax: (01) 365 7101
Correo electrónico: [email protected]
Índice

Artículos
9 La crisis de la experiencia en la era pos-subjetiva, Martin Jay
21 Conciencia histórica y memoria electiva, José Sazbón
45 Literatura y política. La Librería Schmidt y la génesis de una oposición
elemental en la cultura brasileña (1930-1935), Gustavo Sorá
65 Ciudades traducidas: Nueva York en Victoria Ocampo, Sylvia Molloy
79 Jeremy Bentham y la “Feliz Experiencia”: presencia del utilitarismo
en Buenos Aires 1821-1824, Klaus Gallo
97 Del éxito popular a la canonización estatal del Martín Fierro: tradiciones
en pugna (1870-1940), Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian

Argumentos
123 Para una historia conceptual de lo político (nota de trabajo),
Pierre Rosanvallon

Lecturas
137 Sufragio, representación y soberanía en la democracia contemporánea,
por Darío Roldán

Dossier
Cultura y política: nuevas aproximaciones a la historia
de la izquierda en la Argentina

151 Presentación, Carlos Altamirano


153 Entre Lucifer y Prometeo. Primera recepción de Marx en la prensa argentina
(La Nación, 1871-1872, 1883), Horacio Tarcus
167 En defensa de los oprimidos. El anarquismo y la formación de una cultura
de izquierda en la Argentina, Juan Suriano
179 Lecturas anarquistas de la revolución rusa, Roberto Pittaluga
189 La experiencia comunista en el mundo de los trabajadores, 1925-1935,
Hernán Camarero
205 Rojos. Algunas reflexiones sobre las relaciones entre los comunistas
y el mundo del trabajo en la década de 1930, Mirta Zaida Lobato
217 Rodolfo Puiggrós, historiador marxista-leninista: el momento
de Argumentos, Jorge Myers
231 Imágenes de la crisis: el socialismo argentino en la década de 1930,
Juan Carlos Portantiero
243 De la revisión de la táctica al Frente Popular. El socialismo argentino
a través de Claridad, 1930-1936, Mariana Luzzi
257 De Acción Argentina a la Unión Democrática: el civismo antifascista
como prédica política y estrategia partidaria del Socialismo Argentino
(1940-1946), Andrés Bisso
265 Debates y rupturas en los partidos Comunista y Socialista durante
el frondizismo, María Cristina Tortti
275 Una izquierda universitaria peronista. Entre la demanda académica
y la demanda política (1968-1973), Ana M. Barletta

Reseñas
289 Mónica Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider, Homogeneidad y nación.
Con un estudio de caso: Argentina, siglos xIx y xx, por Oscar Terán
291 Laura Malosetti Costa, Los primeros modernos. Arte y sociedad en Buenos Aires
a fines del siglo xIx, por Ana Longoni
297 Tulio Halperin Donghi, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930),
por Luis Alberto Romero
303 Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943-1973), por José Luis de Diego
306 Eduardo P. Archetti, El potrero, la pista y el ring. Las patrias del deporte argentino
y Masculinities. Football, Polo and the Tango in Argentina, por Pablo Alabarces
310 Horacio González (comp.), Historia crítica de la sociología argentina. Los raros,
los clásicos, los científicos, los discrepantes, por Ricardo H. Martínez Mazzola
316 Carmen Mc Evoy (ed.), Juan Espinosa, Diccionario para el pueblo:
republicano democrático, moral, político y filosófico, por Jorge Myers
319 Sergio Visacovsky, El Lanús. Memoria y política en la construcción de una tradición
psiquiátrica y psicoanalítica argentina, por Mariano Plotkin
Artículos

Prismas
Revista de historia intelectual
Nº 6 / 2002
La crisis de la experiencia
en la era pos-subjetiva*

Martin Jay

University of California

“E l desvanecimiento de la experiencia”, como lo denominó Theodor Adorno, “en última


instancia se remonta al atemporal proceso tecnificado de la producción de bienes ma-
teriales”.1 En otro lugar agrega: “podría decirse que la experiencia es la unión de la tradición
con un expreso anhelo de lo que es ajeno. Sin embargo, es la misma posibilidad de la experiencia
la que está en peligro”.2 El lamento de Adorno sobre la amenazadora atrofia de la experiencia
fue compartido por muchos intelectuales de su generación. Lo que su amigo Walter Benjamin
definió como “la pobreza de la experiencia”3 pareció asolar a muchos pensadores que sufrieron
los shocks traumáticos de la historia del convulsionado siglo XX. En el año 1978 el filósofo ita-
liano Giorgio Agamben escribía: “La cuestión de la experiencia sólo puede ser abordada en la
actualidad si se reconoce que ya no es accesible para nosotros. En la medida en que el hombre
moderno ha sido privado de su biografía, también le fue expropiada su experiencia y de hecho,
su incapacidad para tener experiencias y comunicarlas es acaso una de las pocas certezas que
pueden afirmarse”.4
No resulta nada sorprendente entonces que se haya dedicado una gran cantidad de energía
creativa a seguir buscando la manera de recapturar aquello supuestamente perdido o en crisis.
En los escritos de pensadores tan disímiles como Martin Buber, Ernst Jünger, Hermann Hesse,
Georg Simmel, Georges Bataille, Michel Foucault, Michael Oakeshott y Raymond Williams
puede discernirse con claridad el anhelo de poder volver a vivir experiencias auténticas o genui-
nas. Lo que se dio en llamar un verdadero culto de la experiencia emergió como un antídoto pa-
ra las vidas supuestamente estériles o alienadas de los hombres y mujeres modernos y para la
no menos extenuada conciencia de sí, mayormente teórica, que acompaña dicha alienación.

* Conferencia del autor en el Goethe Institut, Buenos Aires, 12 de noviembre de 2001. Traducción de Silvia Fehr-
mann.
1 Theodor W. Adorno, Notes to Literature, 2 vols. (ed. Rolf Tiedemann, trad. de Shierry Weber Nicholsen), Nueva
York, 1992, vol. 2, p. 101.
2 Ibid., vol. 1, p. 55.
3 Walter Benjamin, “Erfahrung und Armut”, Gesammelte Schriften, II (eds. Rolf Tiedemann and Hermann Schwe-
penhäuser), Frankfurt, 1957, p. 218.
4 Giorgio Agamben, Infancy and History: Essays on the Destruction of Experience [1978] (trad. de Liz Heron),
Londres, 1993.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 9-20.


Nadie familiarizado con la historia cultural del siglo pasado puede dejar de sentirse im-
presionado por el alcance de esa ansiedad por aquello llamado experiencia, ansiedad que su-
peró las fronteras políticas y nacionales. Dicha ansiedad incluso influyó, tal como lo definió
el crítico norteamericano Philip Rahv, en gran parte de la literatura norteamericana.5 Sin em-
bargo, resulta menos evidente que no solamente la experiencia atraviesa una crisis, sino tam-
bién el concepto mismo de “experiencia”; con justa razón, Hans-Georg Gadamer señala que
este concepto es “uno de los más oscuros que tenemos”.6 No queda claro, por lo tanto, si el
término significa algo específico o si llegó a significar tantas cosas diferentes que virtualmen-
te se ha vuelto ininteligible.
En este análisis habré de referirme a la crisis de la “experiencia”, al concepto o la pala-
bra, y no a la experiencia misma, lo que el concepto o la palabra putativamente significan. Es
que si no comenzamos por desenredar la maraña de denotaciones y connotaciones a menudo
contradictorias e incompatibles que vienen adheridas sobre el término “experiencia”, no cabe
esperar que lleguemos a comprender a qué se debe la crisis, supuestamente tan profunda, ni
podemos determinar si se justifica hablar incluso de una crisis como tal. Más que un mero
ejercicio semántico, revelar los múltiples niveles de significado y rastrear los diferentes usos
que fueron dados a esta palabra permite apreciar aspectos fundamentales de la ansiedad del
siglo XX (y de nuestro incipiente siglo XXI) ante la supuesta declinación de la experiencia. Al
hacerlo, nos enfrentamos inmediatamente con una aparente paradoja. Hete aquí que la pala-
bra “experiencia” ha sido usada con frecuencia para apuntar precisamente a aquello que ex-
cede los conceptos y el lenguaje mismo, para designar aquello que de tan inefable e indivi-
dual, no puede ser referido en términos meramente comunicativos. Se argumenta entonces
que a pesar de que podemos intentar comunicar las experiencias que vivimos, sólo el sujeto
sabe realmente en qué consiste su experiencia. Dicho en otros términos, la “experiencia” no
puede ser definida, puesto que hacerlo sería reducirla a otras palabras o términos conmensu-
rables –precisamente lo que se busca impedir cuando se invoca el término en cuestión–.
Después de lo que se dio en llamar el “giro lingüístico”, que se volvió cada vez más pre-
dominante en la filosofía del siglo XX, también apareció, sin embargo, el planteo contrario.
Dado que nada significativo puede aparecer fuera de las fronteras de la mediación lingüísti-
ca, ningún término puede escapar a la fuerza de gravedad de su contexto semántico. Para al-
gunos defensores extremos de esta posición, la “experiencia” no es sino una palabra, un pro-
ducto de un sistema discursivo que le da lugar, que no refiere a nada real fuera de su posición
diacrítica en dicho sistema.7 En este enfoque, más que fundacional o previa a la reflexión, la
“experiencia” misma es una función de contraconceptos que se le oponen, como por ejemplo
“reflexión”, “teoría” o “inocencia”.
En mi opinión, ninguna de estas alternativas puede ser compartida plenamente. En su lu-
gar sería mejor conservar la tensión creada por la paradoja. Es decir que tenemos que ser
conscientes de las maneras en que la palabra “experiencia” es a la vez un concepto lingüísti-
co colectivo, un significante que se refiere a una clase de significados que comparten algo en
común, y un recordatorio de que tales conceptos siempre dejan un excedente que escapa a su

5 Philip Rahv, “The Cult of Experience in American Writing”, en Literature and the Sixth Sense, Nueva York, 1969.
6 Hans-Georg Gadamer, Truth and Method, Nueva York, 1975, p. 310.
7 Para un ejemplo de este planteo, véase Joan W. Scott, “The Evidence of Experience”, Critical Inquiry, 17, l, ve-
rano de 1991.

10
dominio homogeneizador. Podríamos decir entonces que la “experiencia” es el punto nodal
en la intersección entre el lenguaje público y la subjetividad privada, entre la dimensión com-
partida que se expresa a través de la cultura y lo inefable de la interioridad individual. A pe-
sar de ser algo que debe ser atravesado o sufrido en lugar de adquirido de una manera indi-
recta, no obstante puede volverse accesible para otros a través de un relato ex post facto, una
suerte de elaboración secundaria en el sentido freudiano, que la transforme en una narrativa
llena de sentido.
Para desentrañar entonces los múltiples sentidos de este término quisiera comenzar por
un rastreo etimológico, por más que la etimología nunca alcance para dar cuenta de un senti-
do original o primero. Aparentemente hay antecedentes griegos de la palabra “experiencia”,
que se remontan a la “empiria”. Existen otras palabras griegas, como “pathos”, que funcio-
nan para expresar ciertos significados que luego se agregaron al término, en el sentido de
aquello que nos sucede cuando estamos en estado de pasividad.8 En este sentido, “experien-
cia” tiene que ver con algo que sucede cuando uno no lo espera, cuando uno no lo planifica,
cuando uno se ve sorprendido por los hechos. Fue el término latino “experientia” el que cons-
tituye el antecedente más directo, un término que no solamente anticipa “experimento” sino
que también, a través de sus afinidades con “peirä” y “experiri”, puede estar vinculado con la
palabra moderna “peligro”.9
Las variantes alemanas para “experiencia” tienen ricas connotaciones etimológicas que
merecieron considerable atención incluso fuera del ámbito germanoparlante. La más antigua,
“Erfahrung”, contiene la palabra viaje, “Fahrt”, lo que sugiere una duración temporal con posi-
bilidades narrativas, permitiendo la connotación de la acumulación histórica o tradicional de sa-
biduría. Es decir que emprendemos un viaje que nos da una continuidad lineal, que da lugar a
una narrativa. La segunda palabra, “Erlebnis”, viene de “Leben” (vida), y sugiere una inmedia-
tez vital, una unidad primitiva que precede a la reflexión intelectual y a la diferenciación con-
ceptual. Única e inconmensurable, “Erlebnis” resiste la dominación de la cantidad sobre la ca-
lidad. En el vocabulario de teóricos tan diferentes como Wilhelm Dilthey, Martin Buber y
naturalmente Walter Benjamin, la distinción crucial entre “Erfahrung” y “Erlebnis” ha sido
planteada temáticamente, aunque con connotaciones muy diferentes e incluso opuestas entre sí.
Para resumir entonces lo que nos ha enseñado la evidencia etimológica, la “experiencia”
puede implicar conocimiento empírico y experimentación; puede sugerir lo que nos sucede
cuando somos pasivos y cuando estamos abiertos a nuevos estímulos y lo que obtenemos
cuando integramos esos estímulos en el conocimiento acumulado que nos ha dado el pasado;
también puede connotar un viaje, a veces una travesía peligrosa y difícil, con obstáculos y
riesgos, que acaso lleve a un resultado al final del día; al mismo tiempo puede connotar una
interrupción dramática en el curso normal de nuestras vidas, cuando sucede algo más vital,
algo más intenso, no mediado.
No todos estos sentidos sedimentados están presentes en los usos del lenguaje ordinario;
sólo algunos han sido privilegiados por los teóricos, que tratan de hacer que el término fun-
cione de una manera u otra en su sistema conceptual. Algunos de estos sentidos han cobrado
autoridad por ejemplo cuando se distinguen diferentes “modos de experiencia”, como el es-

8 Entrada léxica para “Erfahrung” en el diccionario histórico de filosofía Historisches Wörterbuch der Philosophie,
p. 610, y F. E. Peters, Greek Philosophical Terms: A Historical Lexicon, Nueva York, 1967.
9 Jean-Luc Nancy, The Experience of Freedom (trad. de Bridget McDonald), Stanford, Ca., 1993, p. 20.

11
tético, el histórico, el práctico, el científico o el religioso.10 Como habremos de ver, sólo al-
gunos de estos sentidos tienen un papel en el discurso del siglo XX acerca de la crisis de la ex-
periencia. Pero todas estas dimensiones en su momento contribuyeron a darle al término su
efecto tan poderoso y sobredeterminado.
Por cierto ese efecto no siempre fue de signo positivo. Los griegos, por lo menos a partir
de Platón, solían preferir la certeza del conocimiento racional y deductivo a la incierta “empi-
ria”. De acuerdo con John Dewey, quien fue un vigoroso defensor de una noción pragmática de
la experiencia, la filosofía clásica había atacado la experiencia señalando tres fallas principales:

Por lo pronto, el contraste entre el conocimiento empírico (en sentido estricto, creencia y opi-
nión, más que conocimiento) y la ciencia; luego, la naturaleza restringida y dependiente de la
praxis en contraste con el carácter libre del pensamiento racional; por último, la base metafí-
sica de ambos defectos de la experiencia: el hecho de que los sentidos y la acción física estén
confinados al ámbito de los fenómenos, mientras que la razón por su naturaleza inherente se
asimila a la realidad última. El triple contraste implica por lo tanto una devaluación metafísi-
ca de la experiencia, una desvalorización epistemológica y una depreciación que se extiende
a las otras dos y les confiere su valor humano, siendo de índole moral. La diferencia de valor
entre una actividad que se limita al cuerpo y los objetos físicos, que se origina y depende de
fines próximos, y otra que aspira y se eleva a valores ideales y eternos.11

Superar el desprecio que suscitaba esta falla tomó siglos, hasta que aparecieron Francis Ba-
con y la revolución científica. Mientras Platón pensaba que la experiencia significa ser escla-
vo del pasado y de los hábitos más que de la razón y Aristóteles limitaba su uso a la confir-
mación de leyes universales, Bacon consideró la razón deductiva como una forma de
esclavitud que nos impide comprobar las conclusiones en el presente y en el futuro. Pero al
reemplazar la razón por la experiencia, Bacon introdujo una importante innovación que supu-
so desconfiar de aquello que hasta entonces había sido considerado experiencia (su mejor de-
fensor quizás haya sido Montaigne, cuya noción humanista de la experiencia –ahora eclipsa-
da– se basaba en el cuerpo y en el sentido común).12 Para Bacon, la experiencia va más allá
de registrar de manera pasiva lo que nos sucede o incluso de tratar de prestar atención a la
percepción sensorial del mundo exterior. En su lugar, la experiencia implica una confronta-
ción más activa e incluso agresiva con el mundo, que de esta manera activa el vínculo entre
experiencia y experimento que siempre constituyó la base del método científico. Como seña-
la Agamben, la experiencia sin apoyatura era considerada en la ciencia de Bacon como fuen-
te de probable error o al menos de incertidumbre, lo que llevaba a desplazar la experiencia “lo
más lejos posible del individuo y trasladarla a los instrumentos y a los números”.13
Cabe señalar una segunda implicación importante que se deriva de la variante científica
de la experiencia y que concierne la devaluación del conocimiento histórico. En lugar de per-

10 Véase por ejemplo Michael Oakeshott, Experience and its Modes, Cambridge, 1933.
11 John Dewey, “An Empirical Survey of Empiricisms”, en John Dewey: The Later Works, 1925-1953, vol. II, 1935-
1937 (ed. Jo An Boydston), Carbondale, Ill., 1987, p. 74. Véase también el capítulo “Changed Conceptions of Ex-
perience and Reason”, en Reconstruction in Philosophy, Nueva York, 1920.
12 Michel Montaigne, “Of Experience”, en Essays (trad. de D. M. Frame), Nueva York, 1957; para un contraste en-
tre Bacon y Montaigne como dos senderos hacia la modernidad, véase Stephen Toulmin, Cosmopolis: The Hidden
Agenda of Modernity, Chicago, 1990.
13 Agamben, Infancy and History, cit., p. 17.

12
mitir que el pasado determinara el presente y el futuro, la nueva concepción de la experiencia
como experimentación implicaba que el pasado nos enfrenta con problemas a resolver y con
falsas soluciones a evitar. La experiencia se volvía tanto más valiosa no cuando confirmaba las
hipótesis del pasado, sino cuando las refutaba, abriendo así la posibilidad de un nuevo conoci-
miento sin precedentes.
Si Dewey tiene razón, esta implicación práctica y activa cayó en el olvido cuando el em-
pirismo de Locke y de sus sucesores ocupó el centro de la escena en el siglo XVII y en el si-
glo XVIII. Para estos autores, la experiencia significaba simplemente el input sensorial de al-
go llamado sensación o percepción, fuente de todo conocimiento y no de las ideas innatas.
Aquí la mente era entendida como la repetición pasiva y habitual fuente de conocimiento en
las inscripciones acumuladas en una suerte de pizarra en blanco. En este sentido, la experien-
cia podía ser defendida por conservadores como Edmund Burke, quien subrayaba el carácter
vinculante de la tradición contra la fuerza corrosiva de la teoría deductiva, pero también co-
mo fuente de la fe liberal en la infinita maleabilidad de la naturaleza humana.
La crítica de Kant a las sensaciones y al innatismo fue celebrada e influyente y produjo
una noción de la experiencia mucho más sofisticada, que combinaba las facultades mentales
activas, a priori, con las pasivas, a posteriori. A pesar de que los juicios sintéticos a priori de-
pendían de las facultades trascendentales de la mente, podían producir no obstante nuevo co-
nocimiento sobre el mundo, en lugar de confirmar únicamente las presunciones ya dadas. Es
más, ese conocimiento era universal en su implicación y no únicamente expresión de la idio-
sincracia individual.

La segunda y tercera crítica de Kant exploraron ámbitos de la experiencia humana que no po-
dían ser subsumidos bajo el título de experimentación científica o de juicios a priori sintéti-
cos. A través de ese planteo, Kant sentó las bases para futuras elaboraciones de esos modos
de la experiencia, como lo es la experiencia estética. Sin embargo, hubo dos respuestas gené-
ricas a lo que se percibió como las limitaciones de su concepción, posturas que anticipan las
tendencias filosóficas más importantes del siglo XX. La primera respuesta afirmaba el estatus
de aquellas experiencias excluidas o denigradas por Kant. La segunda respuesta era aquella
que buscaba dar forma a una noción más abarcativa, restauradora de la totalidad que Kant ha-
bía hecho estallar. La primera anticipaba en ciertos aspectos el culto del “Erlebnis” tan im-
portante en la “Lebensphilosophie” de los siglos XIX y XX. La segunda puede ser vista como
el origen del concepto dialéctico de “Erfahrung” que animó a marxistas como Adorno y Ben-
jamin y a hermenéuticos como Gadamer.
El intento de rescatar ámbitos denigrados de la existencia humana fue planteado con par-
ticular vehemencia por ciertos teóricos en tiempos de Kant como Hamann y Schleiermacher,
que buscaban defender la especificidad de una experiencia religiosa única. En Sokratische
Denkwürdigkeiten de 1759 Hamann había criticado el fetiche iluminista de la razón y la cien-
cia y había argumentado que la fe religiosa era una experiencia sin mediación, como una sen-
sación que producía su propio tipo de conocimiento válido.14 El carácter íntimo, no mediado

14 Johann Georg Hamann, Sokratische Denkwürdigkeiten (ed., Sven-Aage Jfrgensen), Stuttgart, 1968. Para una re-
flexión sobre este texto y otros debates poskantianos sobre la experiencia, véase Frederick C. Beiser, The Fate of
Reason: German Philosophy from Kant to Fichte, Cambridge, Mass., 1987. Demuestra que también en Alemania
había discípulos de Locke que se quejaban de que Kant hubiera vuelto a la escolástica por su confianza en un mo-
mento a priori en el conocimiento que permitía que la metafísica volviera por la puerta trasera.

13
y en última instancia inefable de la fe es anterior a los sistemas de creencia y al dogma; es tan
primario como la sensación de ver colores. Críticos posteriores recurrieron a un panteísmo
spinoziano; planteaban que la luz de la experiencia interior es una fuente de revelación a la
misma altura de la Biblia porque Dios está en todos nosotros.
Acaso hubo que esperar hasta que apareciera el teólogo berlinés Friedrich Schleierma-
cher, en 1799, para que se llegara entonces a una defensa plenamente elaborada de la especi-
ficidad de algo llamado “experiencia religiosa”.15 Schleiermacher buscaba determinar los
fundamentos de la religión como algo más que un conjunto de creencias doctrinarias o de
prácticas rituales. En este sentido se diferenciaba de Kant y no subordinaba la religión a los
imperativos morales. “La verdadera religión –insistía– es sentir el gusto por el infinito”,16 al-
go que no puede ser reducido a ningún modo de conocimiento o de entendimiento y que im-
plica un estado de unidad que precede la diferenciación de sujeto y objeto, o la diferenciación
de pensamiento, emoción y percepción. Schleiermacher luego reformuló su definición como
un sentimiento de “absoluta dependencia”, pero dejó el argumento clave, es decir que la reli-
gión es irreductible a otros modos de experiencia y previa a la reflexión.
A pesar de que ha sido fácil criticar a Schleiermacher por hacer entrar de contrabando
mediaciones conceptuales que precisamente buscaba excluir, su intento de proteger una re-
gión irreductible de experiencia pre-reflexiva y llamarla religión, tuvo un fuerte impacto que
duró hasta el período romántico, tan proclive a la propagación de estas ideas. No solamente
se escuchan ecos de esta posición en estudiosos de cuestiones específicamente religiosas, co-
mo Rudolf Otto, Martin Buber o William James, sino que también se puede escuchar en los
sacerdotes seculares de la Erlebnis como Dilthey o Georg Simmel. Lo que puede ser llama-
do una noción redentora de la experiencia, como un antídoto para todas las desilusiones e in-
certidumbres del mundo cada vez más desencantado, mantuvo gran parte de su atractivo mu-
cho después de los tiempos de Schleiermacher.
Pero también existía una segunda alternativa a los límites de Kant a la experiencia, que
buscaba otra clase de solución. Siguiendo a Gadamer, la noción dialéctica de experiencia fue
desarrollada por Hegel, a pesar de que ya había antecedentes en el Fausto de Goethe, por
ejemplo. Hoy en día puede parecer excesiva la hostilidad de Hegel hacia lo que consideraba
implicaciones subjetivas, irracionales y autoritarias de las ideas de Schleiermacher; pero lo
que buscaba Hegel era una noción más abarcativa de la experiencia que superara la distinción
misma entre la variante científica defendida por Kant y la variante religiosa apoyada por Sch-
leiermacher. Incluso la Fenomenología del Espíritu de Hegel llevaba como subtítulo Ciencia
de la experiencia del consciente.
Éste no es el ámbito para explorar todas las implicaciones de lo que Hegel pensaba cuan-
do se refería a las Wissenschaft, a la ciencia –Martin Heidegger llegó a dedicarle todo un libro
a la cuestión–,17 pero sí podemos plantear un par de observaciones generales. En su Fenome-
nología Hegel escribe que el “movimiento dialéctico que la conciencia ejerce sobre sí misma
y que afecta tanto su conocimiento como su objeto, es precisamente lo que se llama experiencia”.

15 Friedrich Schleiermacher, On Religion: Speeches to its Cultured Despisers (trad. de J. Oman), Nueva York, 1958.
Un aporte muy útil al debate y una crítica contundente en Wayne Proudfoot, Religious Experience, Berkeley, 1985.
Véase también George P. Schner, “The Appeal to Experience”, Theological Studies, 53, 1992.
16 Ibid., p. 39.
17 Martin Heidegger, Hegel’s Concept of Experience, Nueva York, 1970.

14
Recurriendo a esta idea de la experiencia como un viaje en el tiempo, como proceso de apren-
dizaje que debe extenderse más allá de todo momento singular de iluminación, Hegel emplea
el término para implicar un proceso que supera la distinción misma entre activo y pasivo, en-
tre sujeto y objeto. La experiencia es saber acumulado, en el sentido de juicio sagaz, en lugar
de mero conocimiento de cómo son las cosas, generado por la mediación dialéctica que desa-
comoda las posiciones iniciales. En este sentido el concepto hegeliano va más allá de la distin-
ción entre entendimiento reflexivo, los juicios sintéticos a priori y la aprehensión prerreflexi-
va, intuitiva, de verdades más profundas que privilegiaba Schleiermacher. El telos último de
esta concepción es la reunificación de lo que ha sido dividido. “La experiencia en sí”, escribe
Hegel, “que atraviesa la conciencia puede, en concordancia con su noción, abarcar nada me-
nos que el sistema entero de la conciencia, o el ámbito entero de la verdad del espíritu”.18
Gadamer apunta a la fundamental diferencia entre las nociones dialéctica y científica de
la experiencia, entre Hegel y Bacon.19 La ciencia busca lo que puede ser confirmado a través
de la repetibilidad, lo que en última instancia supone abolir la prehistoria de los experimen-
tos como meros esfuerzos fallidos para encontrar la solución correcta, como prejuicios obso-
letos que deben ser superados. En cambio, la dialéctica incluye la prehistoria como una par-
te valiosa de la experiencia misma, entendiendo la importancia de la tradición, del error y del
obstáculo. En ese sentido, Gadamer señala:

La negatividad de la experiencia tiene un curioso sentido productivo; no solamente hay una


decepción que nos lleva a la corrección sino un conocimiento abarcador que vamos adqui-
riendo. La negación por la que llegamos a este conocimiento es una negación determinada.
Llamamos a este tipo de experiencia una experiencia dialéctica.20

Como argumenta Gadamer, Hegel confiaba demasiado en que la experiencia pudiera negar
toda negación y generar un conocimiento universal que sería el autoconocimiento del espíri-
tu absoluto. Lo que Hegel logró fomentar fue un concepto post-científico de la experiencia
como Erfahrung que incluía el tiempo histórico, la importancia de aprender de ejemplos ne-
gativos y finalmente la conciencia del grado de intrincada interdependencia entre la reflexión
y sus otros, conceptos como intuición, sensación, percepción, etcétera.
El legado de la noción hegeliana de experiencia fue formidable y extraordinario, especial-
mente si recordamos cuán importante resultó para la teoría y la práctica marxista.21 Pero el mo-
vimiento de retorno a Kant, que tuvo tanta importancia en la segunda mitad del siglo XIX, es-
pecialmente en Alemania, y la diseminación del pensamiento positivista en otras regiones,
significó la emergencia de una noción de experiencia más limitada y menos totalizadora que se
transformó en el mayor obstáculo para aquellos que favorecían las alternativas desarrolladas

18 G. W. F. Hegel, Phenomenology of Spirit (trad. de A. V. Miller), Oxford, 1979, p. 56.


19 Gadamer, Truth and Method, cit., p. 311.
20 Ibid., p. 317. Para una observación similar véase Theodor W. Adorno, Minima Moralia: From Damaged Life
(trad. de E. F. N. Jephcott), Londres, 1974: “El conocimiento nos llega a través de una red de prejuicios, opiniones,
inervaciones, autocorrecciones, presuposiciones y exageraciones, en suma, a través del medio de la experiencia,
denso, firmemente fundado pero en absoluto uniformemente transparente” (p. 80).
21 Incluso marxistas como Louis Althusser, que a menudo criticaron las nociones ingenuas de experiencia, no po-
dían prescindir de ellas. Véase esta discusión en Ted Benton, The Rise and Fall of Structural Marxism: Althusser
and his Influence, Londres, 1984, p. 203f.

15
por Schleiermacher y Hegel. Estas alternativas no tuvieron que esperar demasiado para gozar
de un revival a principios del siglo XX, cuando Erlebnis y Erfahrung desarrollaron resonancias
aún más venerables. Claramente, estas palabras significaban algo que era entendido como una
fuerte necesidad, algo que las nociones científicas de experiencia o los sistemas tradicionales
de creencias no llegaban a cumplir.
Pero ahora había una diferencia crucial. Mientras que los correctivos anteriores de los
conceptos de experiencia, de las sensaciones y de Kant, podían basar sus posiciones en una
noción relativamente fuerte del sujeto, los nuevos conceptos, los más recientes, no podían ba-
sarse en esta fuerte subjetividad. Estamos hablando, claro está, de la crisis del sujeto cartesia-
no, del sujeto de la Ilustración, del sujeto burgués o liberal, una crisis cuyas múltiples causas
sería imposible enumerar en este contexto, pero que significó que ya no quedaba claro quién,
si acaso había alguien, podía vivir las experiencias. Los nombres de Nietzsche, Kafka y Freud
representan un decisivo clima de opinión que registra la erosión del yo, del sujeto o del agen-
te centrado, cuya formación o cuyo cultivo de sí podía plantearse como objetivo de la expe-
riencia. Incluso el sujeto romántico, tan importante para la tradición inaugurada por Schleier-
macher, había sido subvertido por la aparición del modernismo estético.22 Podríamos decir
que el Fausto de Goethe,23 que buscaba ansiosamente pasar por alguna experiencia, se trans-
formó en el Hombre sin atributos de Musil, que tenía problemas en experimentar nada.
Sin embargo, la experiencia seguía siendo un concepto venerado y a la vez continuaba
beneficiándose del aura redentora que la rodeaba desde los tiempos de Schleiermacher. De he-
cho, se podría afirmar que la elaboración de una noción de “experiencia sin sujeto” se con-
vertiría en una de las tareas paradójicas de buena parte del pensamiento del siglo XX. Las so-
luciones para esta experiencia sin sujeto tomaron diferentes formas. Un intento destacado fue
el realizado por aquellos que buscaron extrapolar la noción de la Erlebnis y llevarla a una no-
ción comunitaria en lugar de individual. Martin Buber por ejemplo estaba entusiasmado por
los esfuerzos de una fraternidad llamada “Neue Gemeinschaft” en la Universidad de Berlín,
donde había estudiado entre 1899 y 1901, que intentaba promover una noción mística de la
experiencia colectiva, que fuera más allá de lo que Schopenhauer había condenado como
principium individuationis.24 Al atacar la mera Erfahrung que identificaba con la dimensión
neokantiana y no con el modelo hegeliano de experiencia, Martin Buber por el contrario buscó
desarrollar una mística de la Erlebnis que le permitiera hacer realidad la vida comunitaria plena
que veía en los shtetl, pequeñas ciudades judías de Europa Oriental.
A pesar de que Buber más adelante abandonó su misticismo de la Erlebnis comunitaria
en favor de una noción más modesta y dialógica de la interacción subjetiva, otros siguieron
buscando la verdadera experiencia a través de alguna forma de éxtasis colectivo. El caso más
notorio fue celebrado como Fronterlebnis, la experiencia límite, es decir el vínculo atávico
entre los varones en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Hasta un personaje tan im-
probable como Siegfried Kracauer, quien más adelante se burlaría de sus pretensiones, su-

22 Véase Judith Ryan, The Vanishing Subject: Early Psychology and Literary Modernism, Chicago, 1991.
23 Goethe mismo se transformó en un modelo de experiencia realizada, de exitosa transformación del caos de la vi-
da en una forma con sentido. Para una reflexión sobre esta imagen en escritores como Dilthey, Simmel, Meinecke
y Lukács, véase Massimo Cacciari, Architecture and Nihilism: On the Philosophy of Modern Architecture (trad. de
Stephen Sartarelli), New Haven, 1993, p. 70f.
24 Véase Paul Mendes-Flohr, From Mysticism to Dialogue: Martin Buber’s Transformation of German Social
Thought, Detroit, 1989, cap. 3.

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cumbió brevemente a esta concepción.25 El exponente más importante de la posguerra fue el
novelista conservador Ernst Jünger, que en novelas como Tormentas de acero (1920) y La lu-
cha como vivencia interior (1922) glorificaba el autosacrificio bélico como una manera de lle-
gar a una existencia más elevada e intensa. Aquí la Lebensphilosophie, la filosofía de la vida,
llegaba a la paradójica conclusión de que enfrentar el peligro y la muerte era el camino hacia
una vida con mayor sentido. A pesar de que Jünger más adelante pareció preferir ser testigo
de un espectáculo estético a participar del riesgo violento, postulaba que la muerte del sujeto
individual, literal o metafórica, no significaba el fin de la experiencia. En muchos casos la
guerra sirvió como una experiencia generacional que implicaba compartir algo mucho más in-
tenso que lo que ocurría en tiempos de paz. En el período de entreguerras esto incluso llevó
a alimentar muchas políticas fascistas.
Otros observadores del siglo XX, entre los cuales están los que mencioné al principio de
mi trabajo, no fueron seducidos tan fácilmente por estas concepciones. Walter Benjamin por
ejemplo en su ensayo de 1936 sobre el narrador protestó sobre la posibilidad de recuperar una
experiencia llena de sentido: “¿Acaso no es notable que hacia el fin de la guerra los hombres
volvieron del campo de batalla en silencio, no más ricos sino más pobres en experiencias co-
municables?… Nunca la experiencia ha sido contradecida de manera más contundente que la
experiencia estratégica por la inflación, la experiencia física por la maquinaria bélica, la ex-
periencia moral por los hombres en el poder”.26
De hecho, tanto Benjamin como sus amigos Theodor Adorno y Siegfried Kracauer coin-
cidían en ver que las posibilidades de la genuina experiencia estaban en franco peligro. En
uno de sus primeros ensayos, “Sobre el programa de la filosofía futura” (1918), Benjamin ha-
bía rechazado el intento de Hermann Cohen de salvar una noción neokantiana de la experien-
cia.27 En busca de una alternativa unificadora, absoluta, francamente metafísica, Benjamin
afirmaba que “la gran reestructuración y corrección que debe ser lograda en el concepto de
experiencia sólo puede ser lograda a través del lenguaje, tal como lo intentó Hamann en tiem-
pos de Kant”.28 A pesar de que Benjamin no logró presentar una teoría del lenguaje que fuera
capaz de apuntar hacia un concepto renovado de experiencia, un lenguaje de nombres mimé-
ticos más que de meros signos comunicativos, llegó a darse cuenta de cuán imposible era su
propósito si no ocurrían cambios sociales y políticos fundamentales.
Es que en el mundo moderno se enfrentaba una versión disecada, “matemático-mecáni-
ca” de la experiencia científica con una concepción no menos problemática, la celebración vi-
talista de la Erlebnis en crudo como su complemento irracional. Esa clase de experiencias
eran shocks aislados que no se dejaban asimilar en una narrativa dotada de sentido. Es que se
había vuelto irrealizable una noción más dialéctica de Erfahrung basada en la continuidad y

25 Siegfried Kracauer, “Vom Erleben des Krieges”, Schriften, 5,1, Frankfurt, 1990; original en Preussische Jahrbü-
cher, 1915.
26 Walter Benjamin, “The Storyteller”, Illuminations: Essays and Reflections (ed. Hannah Arendt), Nueva York,
1969, p. 84. Para una comparación de Jünger y Benjamin con respecto a este tema, véase Andreas Huyssen, “For-
tifying the Heart-Totally: Ernst Jünger’s Armored Texts”, New German Critique, 59, primavera/verano de 1993.
27 Hermann Cohen, Kants Theorie der Erfahrung, 3a. ed., Marburgo, 1918. Para conocer las discusiones de Cohen
con Benjamin, véase Gershom Scholem, Walter Benjamin: The Story of a Friendship (trad. de Harry Zohn), Nue-
va York, 1981, pp. 58-60.
28 Walter Benjamin, “Sobre el programa de la filosofía futura”, en Benjamin: Philosophy, Aesthetics, History (ed.
Gary Smith), Chicago, 1989, p. 9.

17
el desarrollo históricos, en la integración del individuo en una comunidad de sentidos y en un
lenguaje compartido que permite a los narradores transmitir los “relatos de la tribu” de gene-
ración en generación. “El reemplazo de la antigua narración por la información, de la infor-
mación por la sensación, refleja la creciente atrofia de la experiencia”, se lamentaba Benja-
min en “Sobre algunos motivos en Baudelaire”.29
Aunque Benjamin en muchos momentos pareció lamentar la pérdida del orden social in-
tegrado que permitía el florecimiento de la experiencia dialéctica, también llegó a desconfiar
de todos los esfuerzos, incluso los de Jünger, de recuperar el encantamiento en el mundo mo-
derno.30 A falta de una interrupción apocalíptica en el curso indetenible de la historia moder-
na, sólo quedaban tenues restos de la Erfahrung genuina, o acaso sólo prefiguraciones utópi-
cas de sus futuras posibilidades.31 Algo similar determinaba las reflexiones de Adorno sobre
las posibilidades de la experiencia en las vidas dañadas de los hombres modernos.32
Un pesimismo comparable aparece en la obra de pensadores franceses como Georges
Bataille y Michel Foucault, que buscaron realizar las “experiencias límite” o las “experien-
cias internas”.33 A pesar de que proponían la transgresión de las fronteras de la subjetividad
convencional (y Foucault lo experimentó él mismo), terminaron reconociendo cuán imposible
era su búsqueda de intensidad transgresora. Al mismo tiempo que se resistían a lo que suele ser
visto como la disolución posestructuralista de toda noción de experiencia en una red de rela-
ciones discursivas, tanto Bataille como Foucault sospechaban de todo concepto dialéctico de
sabiduría acumulada a lo largo del tiempo en el sentido hegeliano. Tampoco creían en la su-
puesta inmediatez de una Erlebnis empírica o fenomenológica. Aunque Bataille y Foucault
no estaban dispuestos a abandonar su búsqueda de una alternativa no dialéctica, no brindaron
una guía concreta acerca de cómo llegar.
Como resultado, para muchos pensadores y comentadores recientes se ha vuelto tenta-
dor abandonar la búsqueda de toda realización de aquello llamado experiencia, e incluso bur-
larse de ese afán como de la búsqueda imposible de una totalidad perdida.34 Entre los pensa-
dores contemporáneos tal vez el análisis más desesperanzado de las posibilidades de
recuperar algo llamado experiencia se encuentre en la obra del filósofo italiano Giorgio
Agamben, quien radicalizó las lecciones de Walter Benjamin y Adorno sobre la “destrucción
de la experiencia”. En su libro Infancia e Historia Agamben afirma lisa y llanamente que la
búsqueda de la experiencia genuina, sea cual fuere su definición, siempre está condenada al
fracaso, no únicamente en la modernidad sino por todos los tiempos.

29 Benjamin, “On Some Motifs in Baudelaire”, Illuminations, cit., p. 161.


30 Un análisis de este rechazo puede ser leído en Axel Honneth, “A Communicative Disclosure of the Past: On the
Relation between Anthropology and Philosophy of History in Walter Benjamin”, New Formations, 20, enero de
1993. Para una discusión de algunos de estos temas en el contexto de la literatura, véase Martin Jay, “Experience
Without a Subject: Benjamin and the Novel”, en Rediscovering History: Culture, Politics, and the Psyche (ed. Mi-
chael S. Roth), Stanford, 1994.
31 Un intento de discutir estas tesis en el contexto de la literatura puede ser leído en Martin Jay, “Experience Without
a Subject: Benjamin and the Novel”, en Michael S. Roth (ed.), Rediscovering History: Culture, Politics, and the
Psyche, Stanford, 1994.
32 El subtítulo de Minima Moralia de Adorno es Reflexiones sobre la vida dañada.
33 Para un ánalisis de este tema, véase Martin Jay, “The Limits of Limit Experience: Georges Bataille and Michel
Foucault”, Constellations, en prensa.
34 Véase por ejemplo Leo Bersani, The Culture of Redemption, Cambridge, Mass., 1990, p. 49f, donde Benjamin
es el objetivo del análisis.

18
La experiencia –sostiene Agamben– es otra manera de referirse a la condición imaginaria de
una infancia feliz previa a la adquisición del lenguaje. La ilusión de superar la fisura entre el
sujeto y el objeto, de entrar en contacto con la realidad vivida sin que medie la reflexión, no
es sino una nostalgia de un paraíso perdido que nunca se podrá recuperar, porque nunca exis-
tió verdaderamente […]. Vivir una experiencia necesariamente significa volver a acceder a la
infancia como el origen trascendental de la historia. El enigma que la infancia plantea a los
hombres sólo puede ser resuelto en la historia, en la medida en que la experiencia, que es in-
fancia y lugar de origen, siempre es un lugar del cual el hombre corre el riesgo de caerse, de
caer en el lenguaje y en el discurso”.35

En suma, la historia puede llegar a ser un viaje peligroso, un experimento para darse forma,
puede ser la búsqueda del saber, pero al menos para Agamben, la historia no puede generar
una experiencia consciente en el sentido de una inmediatez o de una presencia plena, puesto
que éstas son impedidas por definición por la caída en el lenguaje. Un sistema por siempre
ajeno a quienes lo hablan. En consecuencia Agamben considera irrealizable la esperanza de
Benjamin de que la experiencia genuina pudiera ser recuperada en un lenguaje redimido, en
el que los nombres y las cosas constituyeran una unidad. Para Agamben, esto es imposible e
irrealizable.
Como parece haber entendido Montaigne en su gran libro sobre la experiencia, escrito
cuando despuntaba la modernidad, sólo cuando dejamos atrás la experiencia, esa experiencia
límite, última, que es la muerte, es cuando nos podemos aproximar a algo similar a nuestra
infancia perdida. Hay algunas experiencias, especula Agamben, que “no nos pertenecen, que
no podemos llamar ‘nuestras’ pero que por alguna razón, precisamente porque son experien-
cias de lo inexperimentable, constituyen el límite extremo contra el cual nos empuja nuestra
experiencia, y nos hace ir hacia la muerte”.36 Lo que diferencia la posición de Agamben de la
celebración de Jünger de la experiencia límite es la comprobación de que ninguna autoinmo-
lación puede producir el éxtasis de la unidad prelingüística con el universo. La experiencia en
este sentido maximalista es inevitablemente una causa perdida.
Pero como hemos visto, el término “experiencia” no puede ser identificado siempre con
una búsqueda tan grandiosa e irrealizable. De hecho, una de las ironías de esta identificación
es que el concepto de Agamben de la experiencia como restauración de la perfecta felicidad
pre-lingüística infantil no se diferencia virtualmente de lo que normalmente es construido co-
mo su término opuesto, la inocencia. Una vez que ambos se fusionan, ¿acaso resulta sorpren-
dente que toda valorización de la experiencia sea condenada como ejercicio de una nostalgia
de una totalidad perdida? Si recorremos las múltiples denotaciones y connotaciones que se
han acumulado en torno del término experiencia no podemos sino comprobar que no existe
una definición que logre capturar su significado preciso de una vez y para siempre. Por lo tan-
to, no podemos permitir que Agamben nos intimide con su idea de que la experiencia no es
sino nostalgia de esta infancia.
Pero quizás la crisis de la “experiencia”, la conciencia de este término, sea todo menos
inocente; tal vez se trate de una oportunidad para una respuesta creativa, en lugar de un lla-
mado a la desesperación saturnina. Es que una vez que reconocemos que el concepto apunta

35 Agamben, Infancy and History, cit., p. 53.


36 Ibid., p. 39

19
a diferentes formas de ser y que funciona en tensión con una multitud de contra-conceptos,
que incluyen variantes de la “experiencia” misma, acaso entonces sea posible revelar y pon-
derar los costos y beneficios de cada definición. En lugar de contrastar aquello simplemente
llamado experiencia con la teoría o la reflexión, o incluso con el lenguaje, quizás sea más sa-
bio reconocer su intrincada dependencia de sus aparentes opuestos. En lugar del culto o del
mito de la experiencia, que proyecta sobre el término una plétora de deseos no cumplidos o
quizás irrealizables, reconocer sus múltiples significados y diferentes funciones acaso brinde
una suerte de guía prudente en tiempos convulsionados en los que parece demasiado fuerte el
deslumbramiento de cultos y mitos. Como nos recordó recientemente el filósofo inglés Stuart
Hampshire en su pequeño libro Experience and Innocence, “la idea de la experiencia es la
idea del conocimiento culpable, la expectativa de la mugre y de la imperfección inconfesa-
bles, de las necesarias decepciones y de los resultados inciertos, de los éxitos y de los fraca-
sos a medias. Una persona de experiencia ha llegado al punto en que espera que lo usual sea
elegir entre el menor de dos o más males”.37 A pesar de que esta definición pueda resultar
también inadecuada, sería recomendable atenerse a la lección que contiene. Tal vez la “expe-
riencia” no sea el lugar de una posible redención cuya supuesta pérdida es causa de lamento,
sino una advertencia contra los desastres que nos esperan si buscamos hacer realidad ese lu-
gar de manera literal. Nuestra experiencia con el concepto de “experiencia” tal vez nos deje
alguna enseñanza, después de todo. o

37 Stuart Hampshire, Innocence and Experience, Cambridge, Mass., 1989, p. 170.

20
Conciencia histórica
y memoria electiva

José Sazbón

UBA / CONICET

L a rápida acumulación de estudios sobre la memoria y de trabajos que ponen a ésta en tán-
dem con la “historia” –en una conjunción de contenido flotante, pues el nexo es a veces
con las res gestae, a veces con una historia rerum gestarum– ha convertido a la temática en
una zona familiar del paisaje intelectual. No es difícil, sin embargo, advertir tanto la novedad
de este interés (y del consenso en su designación) como el hecho de que la “memoria” dise-
ña, en la actualidad, un campo extenso de problemas que admite un tratamiento diseminado
de sus contenidos o incitaciones. En cuanto a lo primero, la concentración en el término y la
noción, baste notar que aunque ahora “memoria” aparezca corrientemente en los estudios cul-
turales, esta habituación es de muy reciente data. Por ejemplo, la palabra no figuraba como
voz singular, acreedora de la correspondiente entrada, en el “vocabulario de cultura y socie-
dad” que Raymond Williams elaboró en 1976 y amplió en 1983,1 si bien fue en torno a esta
última fecha cuando se inició el boom académico2 de la memoria, con la publicación –en

1 Raymond Williams, Keywords. A Vocabulary of Culture and Society, Nueva York, Oxford University Press, 1976;
íd., revised edition, 1983. Es conveniente agregar que si bien la influyente obra general de Williams, con sus cono-
cidos énfasis en la recuperación (y conceptualización) de la “experiencia”, es obviamente relevante en el marco de
algunas direcciones de estudio sobre la memoria, el propio Williams manifestó en varias oportunidades su reticen-
cia en cuanto a la validez de ciertas apelaciones al pasado que estarían en esa línea. Así, por ejemplo, en una entre-
vista de marzo de 1984 advirtió sobre los equívocos de “esa modalidad retrospectiva” de apelación: “Esta intermi-
nable reconstitución nostálgica [da por sentado] que hay algo que, si puede ser grabado, es una esencia del pueblo,
una esencia del mundo popular que de algún modo se ha perdido pero que se puede reconstituir si se la reconecta
con su pasado. […] El mayor peligro es hacerse fantasías respecto a una conciencia del pasado que, si sólo pudiese
ser revivida y provista de algunos ajustes contemporáneos, transformaría el presente”. Cf. Stephen Heath y Gillian
Skirrow, “Interview with Raymond Williams”, en Christopher Prendergast (ed.), Cultural Materialism. On Raymond
Williams, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1995, p. 367. Por otro lado, en el mismo medio intelectual de
Williams surgió un ambicioso proyecto, lamentablemente frustrado por la muerte del autor, que buscaba ilustrar, en
múltiples cuadros, los “teatros de la memoria” hoy vigentes en la vida social inglesa, proyecto –concebido con la ex-
tensión de una trilogía– que respondía a una “idea de historia como forma orgánica de conocimiento, forma cuyas
fuentes son promiscuas, basadas no sólo en la experiencia de la vida real sino también en la memoria y en el mito,
en la fantasía y en el deseo; no sólo el pasado cronológico del registro documental sino también el intemporal de la
‘tradición’”. Cf. Raphael Samuel, Theatres of Memory. Volume I: Past and Present in Contemporary Culture, Lon-
dres, Verso, 1994 (cf. p. X); y el volumen póstumo Island Stories. Unravelling Britain. Theatres of Memory, Volume
II (ed. de Alison Light, Sally Alexander y Gareth Stedman Jones), Londres, Verso, 1998.
2 Scholarly boom define K. L. Klein la referida profusión y data sus inicios justamente de la aparición de las obras
de Yerushalmi y Nora (véanse n. 3 y 4). El texto de Klein es una aguda y concisa evaluación de la rápida aclima-

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 21-43.


1982 y 1984– de dos libros emblemáticos: Zakhor. Jewish History and Jewish Memory, de
Yosef H. Yerushalmi3 y el primer tomo de Les Lieux de Mémoire,4 obra colectiva que su di-
rector, Pierre Nora, encabezara con un texto programático: “Entre Mémoire et Histoire”; la
relativa discontinuidad, hasta años recientes, de ese léxico convocante, podría también docu-
mentarse con la consulta de algunas obras indicativas.5
El segundo aspecto, es decir la diseminación de problemáticas bajo el prisma de la me-
moria, puede ser ilustrado con una sucinta compulsa de media docena de obras de muy diver-
sos contenidos y perspectivas disciplinarias, todas ellas publicadas entre 1993 y 1999. Sólo
en el primero de esos años aparecen Philosophical Imagination and Cultural Memory, donde
bajo el rótulo abarcativo de “memoria cultural” se inscriben los transitados problemas de la
relación de la filosofía con su pasado;6 Modernity and the Memory Crisis, un examen de las
figuras del recuerdo en la literatura y el psicoanálisis;7 History as an Art of Memory, un in-

tación del término en los estudios históricos y crítico-culturales del presente, así como una sobria apreciación de
las interpretaciones alternativas que se han dado de un fenómeno cuyas dimensiones justifican la fórmula inicial de
su artículo: “Welcome to the memory industry”. Cf. Kerwin Lee Klein, “On the Emergence of Memory in Histori-
cal Discourse”, Representations, No. 69, invierno de 2000, pp. 127-150 (la cita es de p. 127).
3 Yosef Hayim Yerushalmi, Zakhor. Jewish History and Jewish Memory, Seattle y Londres, University of Washing-
ton Press, 1996. Esta edición registra, en los sucesivos prefacios, momentos significativos de la irradiación de la
obra y de algunas inesperadas concomitancias. Situado por el autor en continuidad con los trabajos emprendidos
por Maurice Halbwachs desde la década de 1920 en el sentido de establecer que “aun la memoria individual está
estructurada por marcos sociales y, sobre todo, que la memoria colectiva es... una realidad social transmitida y sos-
tenida por los esfuerzos conscientes y las instituciones del grupo” (“Prologue to the Original Edition [1982]”, p.
XXXIV), Zakhor es visto por Yerushalmi unos años después como emergente de un “clima cultural” que, en cuanto
a “la problemática de la memoria colectiva y la escritura de la historia”, suscitó coincidentemente el proyecto de
Pierre Nora sobre los “lugares de la memoria” (“Preface to the 1989 Edition”, p. XXIX), en tanto el último prefacio,
más breve, consigna algunas discusiones a que dio lugar el libro e incluso acepta una corrección fáctica puntual de-
bida a un doctorando del mismo Yerushalmi (“Preface to the 1996 Edition”, pp. XXVII-XXVIII). Por lo demás, des-
de la edición de 1989, Zakhor se enriqueció con un reflexivo prólogo de Harold Bloom (“Foreword”, pp. XIII-XXV).
4 Pierre Nora (dir.), Les lieux de mémoire, París, Gallimard, 1997, 3 vols. Reedición, en la colección Quarto, de los
siete volúmenes originales publicados por Gallimard en su “Bibliothèque illustrée des histoires” entre 1984 y 1992.
La nueva presentación de la obra abarca en su integridad los textos de la primera edición, aunque limitando consi-
derablemente la iconografía entonces incluida. En un conciso prefacio a esta edición, Nora deja en claro que el es-
tado definitivo de la obra excede en mucho la concepción inicial, ya que “de una etapa a otra, la empresa pasó de
una simple ilustración de aquellos lugares portadores de una memoria particularmente significativa al proyecto mu-
cho más ambicioso de una historia de Francia por la memoria” (vol. 1, p. 7). Les lieux de mémoire fue objeto de
atención y exámenes críticos, por parte de la crítica especializada, en la última década. Para limitarnos a una sola
publicación del área, el Journal of Modern History, cabe consignar el amplio comentario de Steven Englund: “The
Ghost of Nation Past” (vol. 64, No. 2, junio de 1992, pp. 299-320) y la recapitulación reciente de Peter Fritzsche,
“The Case of Modern Memory” (vol. 73, No. 1, marzo de 2001, pp. 87-117).
5 En efecto, la problemática de la memoria en su articulación con los estudios históricos y culturales o con la teo-
ría social está ausente, por ejemplo, en Lynn Hunt (ed.), The New Cultural History, Los Angeles, University of Ca-
lifornia Press, 1989; Paul Rabinow y William M. Sullivan (eds.), Interpretive Social Science. A Second Look, Ber-
keley, University of California Press, 1987; Bryan S. Turner (ed.), The Blackwell Companion to Social Theory,
Oxford, Blackwell, 1999. Esta última obra, publicada originalmente en 1996, contiene fugaces alusiones al tema de
la memoria, pero refiriéndolo a Bergson y Bachelard, no a Halbwachs, como ahora es corriente.
6 Patricia Cook (ed.), Philosophical Imagination and Cultural Memory. Appropiating Historical Traditions, Dur-
ham, Duke University Press, 1993. La colección comprende tanto estudios más convencionalmente situables en la
inextinguible agenda de la historia de la filosofía (aunque denotando la reciente conciencia autocrítica de esta dis-
ciplina) como otros, moderadamente exploratorios de un continente de tan indefinidos contornos como la “memo-
ria cultural”, el cual en la mayoría de los casos parece indiscernible de lo que siempre se llamó “tradición”.
7 Richard Terdiman, Present Past. Modernity and the Memory Crisis, Ithaca, Cornell University Press, 1993. Lue-
go de un capítulo inicial sobre la historización de la memoria y las modalidades de teorización del recuerdo, el au-
tor analiza algunas representaciones significativas de la reminiscencia en la literatura del siglo XIX (la novela auto-
biográfica de Alfred de Musset Confession d’un enfant du siècle y el poema de Baudelaire “Le Cygne”) y,

22
novador enfoque de la disciplina histórica examinada desde una perspectiva desencantada que
acompaña la relativización de la certeza con una conciencia del decisivo papel de la memo-
ria en la práctica historiográfica.8 En 1996, The Memory of the Modern aspiró a unir diversos
escenarios y momentos en la Francia del siglo XIX (cuerpos, espectáculos, monumentos, iden-
tidades, etc.) como otras tantas articulaciones de una función general;9 en 1998, History and
Memory after Auschwitz situó su elaboración conceptual –como ya el título sugería– en la
muy sensible área de los problemas teóricos y éticos que plantea al historiador el tratamiento
del Holocausto10 (en este caso con una consecuente adopción de nociones psicoanalíticas in-
corporadas por el autor, para análogas cuestiones, antes y después de este texto);11 por último
en esta muestra, Acts of Memory, en 1999, agrupó una variada e interesante colección de in-
dagaciones cuyo común denominador es su inscripción en la visiblemente ensanchada y fle-
xible dimensión de la memoria cultural.12
Entre las varias direcciones de análisis que parece posible adoptar ante esta eclosión del
interés por la memoria y, en particular, por un reflexivo cotejo de su índole y la de la historia

finalmente y con mayor extensión, la función de la memoria en la ficción de Proust y en las elaboraciones concep-
tuales de Freud. A diferencia de otras descripciones meramente panorámicas, las incluidas en el libro de Terdiman
tienen la virtud de enriquecer la percepción del corpus examinado a través del prisma de la noción y sus extensio-
nes (“hipermnesia” en Proust, “mnemoanálisis” en Freud).
8 Patrick H. Hutton, History as an Art of Memory, Hanover, University Press of New England, 1993. Ésta es una
de las primeras contribuciones sistemáticas a la conceptualización contemporánea de la conexión historia/memo-
ria. Mediante incisivas recapitulaciones de los modos en que ese nexo fue pensado por historiadores (y aun filóso-
fos de la historia) de siglos anteriores, el autor fija un umbral significativo a las innovaciones de perspectiva que
introducirán historiadores, científicos sociales y filósofos en el siglo XX. Hutton no aspira a establecer un compen-
dio exhaustivo de esas posiciones, pero sí a situar a aquellas que elige en torno de algunos ejes, de los cuales el que
distingue entre la memoria como repetición y la memoria como recuerdo es el más pregnante. En este marco dis-
tributivo, el desarrollo del libro pone el énfasis en la emergencia y articulación de una perspectiva “posmoderna”
esbozada en Halbwachs y desplegada en nuestro tiempo por Foucault, Pierre Nora y otros.
9 Matt K. Matsuda, The Memory of the Modern, Nueva York, Oxford University Press, 1996. Los ensayos que in-
tegran este volumen se ocupan de una variedad de temas (políticos, culturales, criminológicos, etc.) que tienen en
común el ser desprendimientos posibles de la gran trama constituida por la historia francesa en el período que va
de 1879 a 1914. Ese itinerario, a primera vista errático, estaría soldado –piensa el autor– por un haz de problemá-
ticas (relativas a “ausencia, distancia, testimonio, tradición, nostalgia, huella, primitivo/moderno y olvido”: cf. p.
7) vinculadas con la plasticidad de la memoria. Dada la vivacidad de los cuadros presentados –desde el derribo de
los monumentos napoleónicos por la Comuna hasta la fascinación por el tango argentino en vísperas de la Gran
Guerra–, el lector no se siente obligado a seguir a Matsuda también en su aspiración a leer esos hechos en función
de aquellas problemáticas.
10 Dominick LaCapra, History and Memory after Auschwitz, Ithaca, Cornell University Press, 1998. Interesado so-
bre todo por “las interacciones entre la historia, la memoria y las preocupaciones eticopolíticas surgidas luego de
la Shoah” (p. 2), el enfoque de LaCapra se singulariza –dentro de la amplia red de encuadres y perspectivas que
también tienen por objeto esas interacciones– por una adopción firme y, al mismo tiempo, libre, de nociones y cues-
tiones psicoanalíticas (transferencia, duelo, repetición-compulsión, trauma, etc.). Se trata, por eso, de una apropia-
ción selectiva de la reserva freudiana que el autor ha practicado también en otros trabajos no vinculados con la te-
mática del presente volumen y que responde a su concepción de una teoría crítica en la que el psicoanálisis exhibe
su fecundidad al articularse con el marxismo y algunas corrientes postestructuralistas (cf., por ejemplo, también de
LaCapra, Soundings in Critical Theory, Ithaca, Cornell University Press, 1989).
11 Antes, en Representing the Holocaust. History, Theory, Trauma, Ithaca, Cornell University Press, 1994; después,
en Writing History, Writing Trauma, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 2001.
12 Mieke Bal, Jonathan Crewe y Leo Spitzer (eds.), Acts of Memory. Cultural Recall in the Present, Hanover, Uni-
versity Press of New England, 1999. Los autores, casi todos académicos del Dartmouth College, consideran la ac-
ción de la memoria por su incidencia en tipos de experiencia, formas de nostalgia, efectos de trauma y represión, y
lo hacen analizando prácticas literarias, tipos de conciencia política, crisis de identidad nacional, formas arquitec-
tónicas y monumentales, etc. También es amplia la selección de países estudiados: Alemania, Sudáfrica, Chile,
Francia, comunidades de Medio Oriente, etcétera.

23
(término bajo el cual, como sugerimos, se entiende en muchos casos la historiografía), mi pro-
pósito en este trabajo es el de indicar la génesis de un influyente desarrollo y esbozar algunas
consideraciones sobre los desemboques de ese curso en el presente. Tratándose, por tanto, de
un enfoque selectivo, no se toman aquí en cuenta, por ejemplo, las disquisiciones sobre la no-
ción de “memoria colectiva” (que han conducido, entre otras cosas, a un renovado examen
del estudio de Halbwachs de 1925 y de otros textos posteriores del mismo autor) o los esti-
mulantes estudios de Yerushalmi a propósito de la secular exclusividad de la memoria por so-
bre la historia en la tradición de autoconocimiento del pueblo judío, o el problemático recu-
brimiento o coordinación de la memoria en cuanto reserva experiencial y la historia como
reconstrucción documentable (algunos, entre varios otros importantes núcleos de atención en
la actualidad).
Es, más bien, la creciente notoriedad de la empresa de Pierre Nora mi punto de partida,
una notoriedad y una influencia de la que pueden encontrarse testimonios incluso en la míni-
ma selección de trabajos que hace un momento citábamos. El panorama historiográfico de
Hutton, por ejemplo, da amplio relieve a Les lieux de mémoire, obra que el autor considera
“el proyecto más ambicioso de la nueva historia de la política de la memoria y el logro defi-
nitivo del género hasta la fecha”, juicio introductorio que más adelante encuentra su respaldo
en la sección de History as an Art of Memory consagrada a Nora como creador de una “ar-
queología de la memoria nacional francesa”.13 En cuanto a Dominick LaCapra, éste mueve
algunas de sus nociones psicoanalíticas más estratégicas hasta situarlas en proximidad dialó-
gica con el sintagma fundador de Nora: postula, en efecto, que los lieux de mémoire, además
de sitios de conmemoración, “pueden ser también lieux de trauma y la cuestión es si y cómo
podrían convertirse en lieux de deuil”.14 Y en la introducción a The Memory of the Modern,
Matsuda declara inspirarse en el proyecto de los Lieux de Nora para el diseño de su propio
campo de la “memoria”, aunque modificando la configuración del objeto de estudio.15 Una
similar conjunción de inspiración asumida e independencia de tratamiento respecto de la idea
de los Lieux encontramos en otro estudio, hasta ahora no aludido: el de Robert Gildea sobre
The Past in French History, cuya estructura organizativa sugiere un verdadero contrapunto de
la concepción de Les lieux de mémoire.16
Ahora bien, consideraremos aquí la empresa de Nora no tanto en su admirable expan-
sión –originalmente siete volúmenes a los que contribuyeron varias decenas de especialistas–
cuanto más bien en su principio fundador. Éste se explaya en el artículo del mismo Nora que
encabeza la serie17 y en el prefacio del autor a la edición inglesa de la obra (edición, de todos

13 P. Hutton, op. cit. en n. 8, pp. 8-10 y 147-153.


14 D. LaCapra, op. cit. en n. 10, p. 44.
15 M. Matsuda, op. cit. en n. 9, pp. 7 y 14. Esa diferente perspectiva de acceso sería la que va de “las memorias pre-
servadas de la aceleración de la historia”, en Nora, a las “historias de acelerada memoria, sometidas a los ritmos
dramáticos de una época”, en el propio Matsuda.
16 Robert Gildea, The Past in French History, New Haven, Yale University Press, 1994. El propósito de este alter-
nativo tratamiento de la memoria del pasado francés es explorar la relación entre la cultura política y la memoria
colectiva bajo la doble premisa de la existencia de memorias colectivas paralelas en competencia y de la conexión
de esas diferentes recuperaciones con postulaciones políticas diferenciales por parte de las comunidades en cues-
tión. El contrapunto indicado con la obra de Nora deriva de que la “profunda deuda” hacia ésta no le impide a Gil-
dea desplazar su atención hacia un estudio global que asume “como punto de partida y tema general la rivalidad
entre culturas políticas paralelas y la elaboración de las memorias colectivas que las definen” (pp. 10-11).
17 Pierre Nora, “Entre Mémoire et Histoire. La problématique des lieux”, en P. Nora (dir.), Les lieux de mémoire
(cit. en n. 4), vol. 1, pp. 23-43.

24
modos, abreviada, apenas “un microcosmos” del original, pero representativo de su “espíritu
y estilo”).18 Es conveniente tener presente que entre uno y otro incipit han transcurrido doce
años, pero asimismo –y sobre todo– que en un caso se trata de la fundamentación programáti-
ca que acompaña el primer conjunto de materiales y en otro caso del balance de la obra reali-
zada y ya conclusa: de allí la importancia de ciertos énfasis y los contextos en que ellos apare-
cen. De todos modos, su lectura conjunta permite reconstruir una serie de asunciones, planteos
metódicos y convicciones teóricas que pueden leerse como una opción caracterizada (hay otras
convergentes), tendiente a la remoción de la conciencia histórica como nudo de enlace entre la
actividad del historiador, la ilustración reflexiva de la sociedad y la proyección política de un
saber crítico. De hecho, si se tiene en cuenta la paulatina acumulación de impulsos disoluto-
rios y de marginamientos tenaces a que fue sometida la coordinación solidaria de conocimien-
to histórico y praxis emancipatoria en el último medio siglo, la presentación razonada que ha-
ce Nora de su empresa –en la cual esa decantación gradual se trasluce en sus efectos activos y
funciona como un a priori incuestionado–, ese discurso de la memoria y el olvido, de la dis-
continuidad y la dispersión, de la huella evanescente y el sentido aleatorio, es un verdadero ré-
quiem de la conciencia histórica del que se pueden reconstruir algunas estaciones previas, jus-
tamente las que contribuyeron a perfeccionar las apariencias de una figura difunta.
No hay, desde luego, un solo itinerario, pautado y normativo, sino múltiples instancias
de convalidación19 de una tendencia por último prevaleciente. Nos atendremos, por eso, a al-
gunos momentos significativos tomados sobre todo del medio intelectual francés y de otros a
él receptivos. Utilizando términos que la moda favorece, podemos decir que basta apelar a
una narrativa del estructuralismo y el post-estructuralismo para situar suficientemente las pre-
misas de Nora como ideador de un proyecto que se edifica sobre las ruinas de la conciencia
histórica.
No se trata de recrear los avatares de la corriente ni de contar de nuevo el balanceo de
sus componentes sistemáticos: la complementariedad, desigualmente repartida en cada autor
entre una pars destruens y una pars construens; alcanza con indicar que el objetivo de esta
pars destruens era desmontar tanto los privilegios de la conciencia como los de la historia y
que, cuando ellos se adicionaban –como en este caso–, el rechazo era tanto más enfático: la

18 Pierre Nora, “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, prefacio a la edición en inglés, en P. Nora (dir.),
Realms of Memory. Rethinking the French Past, Nueva York, Columbia University Press, 3 vols., 1996; vol. I: Con-
flicts and Divisions, pp. XV-XXIV (cf. p. XIX). Se puede observar cómo el subtítulo de la obra –inexistente en el ori-
ginal francés– tiende a aclimatar la perspectiva de Nora en el ámbito de las revisiones historiográficas. El “Rethin-
king” es una expresión codificada de connotación paradigmática y fácil de asociar con enfoques críticos de similar
vocación (verbigracia George C. Comninel, Rethinking the French Revolution. Marxism and the Revisionist Challen-
ge, Londres, Verso, 1987; Dominick LaCapra, Rethinking Intellectual History: Texts, Contexts, Language, Ithaca,
Cornell University Press, 1983; desde 1997, circula la revista Rethinking History (editada por Routledge); etc. Otra
remisión, más patentemente intencional e igualmente paradigmática, es la del prólogo del introductor norteamerica-
no, cuyo título vincula directamente la empresa de Nora con la de Proust: cf. Lawrence D. Kritzman, “In Remem-
brance of Things French”, pp. IX-XIV. Remembrances of Things Past es el título inglés, resistido en su momento por
Proust, de su À la recherche du temps perdu, una obra en la que el mismo Nora redescubre los objetos de su propia
búsqueda cuando alude a la posibilidad de “to enumerate the many lieux de mémoire that appear in his text” (p. XX).
19 Pensemos, por ejemplo, en los diferentes linajes (teóricos y políticos) de estas pocas obras: Hannah Arendt, On
Revolution (Nueva York, The Viking Press, 1963); Michel Foucault, Les mots et les choses, une archéologie des
sciences humaines (París, Gallimard, 1966); Hayden V. White, “The Burden of History” (en History and Theory, vol.
V, No. 2, 1966); Agnes Heller y Ferenc Feher, Anatomía de la izquierda occidental (Barcelona, Península, 1985); Lu-
dolfo Paramio, Tras el diluvio. La izquierda ante el fin de siglo (Madrid, Siglo XXI de España, 1988). Etcétera.

25
conciencia histórica, en esa época, fue vista como una facultad languideciente; con Nora, se-
rá una pieza de museo. Es conveniente seguir el decurso argumentativo de un importante pen-
sador que, siendo la encarnación emblemática del estructuralismo, puede ser considerado
también el responsable del post-estructuralismo como esbozo luego desplegado;20 en efecto,
si este “post” es sólo módicamente descriptivo cuando indica una secuencia temporal, en
cambio cuando se lo entiende como enlace de sentido entre canon científico y expansión fi-
losófica expresa más adecuadamente su índole conectiva. En Lévi-Strauss (de él se trata) po-
demos asistir al remate de un método y a su discreta conversión en doctrina y, para lo que aquí
interesa, a la devaluación de la conciencia, la relativización de la historia y –como corolario–
el adelgazamiento irrisorio de la conciencia histórica, posteriormente convertida en reliquia
de la modernidad en el planteo inflexible de Pierre Nora.
En lo que se refiere a la conciencia, Lévi-Strauss la convierte en blanco de un recelo sis-
temático. En el caso de las ciencias humanas, que ya tenían dificultades para resguardar el
dualismo del observador y su objeto, ella es una “enemiga secreta” que desbarata el rigor de
la observación, pues se presenta como conciencia espontánea en el objeto y como conciencia
reflexiva, “conciencia de la conciencia”, en el científico.21 En cuanto a los modelos conscien-
tes mediante los cuales un grupo humano da cuenta de sí mismo, ellos son también desecha-
bles ya que perpetúan costumbres y creencias sin revelar los resortes profundos que las expli-
can. Sólo bordeando esa instancia insegura e instalándose en el terreno del inconsciente es
posible acceder a un conocimiento válido,22 pero entonces ya no estamos en el nivel de la ac-
ción sino en el de la significación, el cual en principio escapa a los interesados y se inscribe
en una dimensión constructiva: comparatista, formal, codificada; en el límite, hay “sistemas
de verdades” que el científico puede volver “mutuamente convertibles” una vez que encuen-
tra las condiciones abarcativas pertinentes, condiciones que constituyen “una realidad propia
e independiente de todo sujeto”.23 Es este relegamiento de la conciencia y la primacía de las
estructuras inconscientes lo que explica la subordinación epistemológica de la historia a la et-
nología. Para Lévi-Strauss, la primera estudia los fenómenos conscientes y la segunda, las es-
tructuras inconscientes y esta mera asignación distributiva24 es ya una jerarquización de la
mayor o menor realidad de los objetos a los que, en cada caso, acceden. Pero además, su mis-
ma concepción de la disciplina histórica debilita la posibilidad de una articulación entre sus
hallazgos y el autoconocimiento de la sociedad. La historia, en efecto, es para él una discipli-
na clasificatoria que agrupa franjas del pasado de desigual amplitud poniéndolas entre sí en
una conexión lógica de inclusión de acuerdo con las escalas en que hayan sido concebidas
(milenios, siglos, etc.).25 Es una historia que no supone historicidad ni conduce a ella: sólo

20 Esta tesis está desarrollada en José Sazbón, “Razón y método, del estructuralismo al post-estructuralismo”, en
Oscar Nudler y Gregorio Klimovsky (comps.), La racionalidad en debate, Buenos Aires, Centro Editor de Améri-
ca Latina, 1993, t. II, pp. 230-254.
21 Claude Lévi-Strauss, “Critères scientifiques dans les disciplines sociales et humaines”, en Revue Internationale
des Sciences Sociales, París, Unesco, vol. XVI, No. 4, 1964, p. 583.
22 Claude Lévi-Strauss, Anthropologie structurale, París, Plon, 1966, pp. 30-33, 224-225, 308-309; íd.: “Introduc-
tion à l’oeuvre de Marcel Mauss”, en Marcel Mauss, Sociologie et Anthropologie, París, Presses Universitaires de
France, 1966, pp. XXX-XXXI.
23 Claude Lévi-Strauss, Mythologiques I. Le cru et le cuit, París, Plon, 1964, p. 19.
24 Formulada con vigor particularmente en “Histoire et ethnologie”, capítulo introductorio de Anthropologie struc-
turale, citado.
25 Cf., a este respecto, el cap. IX de El pensamiento salvaje, citado.

26
clases de fechas imponen la latitud de la interpretación, de acuerdo con los rangos envuel-
tos, pero no hay en este esquema un pasaje a la densidad de una experiencia o a la significa-
ción singular del acontecimiento para quienes lo vivieron o lo produjeron.
Estas significaciones poseen el mismo estatus que los “modelos” conscientes de que se
ocupa el antropólogo y su ilusoriedad no autoriza ninguna atribución de sentido al propio de-
curso histórico: en los términos de Sartre (con quien discute), sólo habría “totalizaciones” par-
ciales26 y no una de conjunto, correlativa de la verdad de la historia. Disminuida en su alcan-
ce epistemológico; particularizada como, apenas, una ciencia clasificatoria; situada a la
sombra de la etnología, cuyo saber del inconsciente la relega a la función instrumental de pro-
veer materiales que ella recompondrá “conforme a otro plan”,27 la historia, en la concepción
de Lévi-Strauss, tiene pocas posibilidades de instruir válidamente a la conciencia histórica.
Esta misma, de hecho, y dada la vasta relativización de todos los procesos mentales que for-
man la base de las culturas de antiguos y modernos, primitivos y civilizados, sobrelleva el
destino común de las efusiones míticas: el de ser expansiones de un sentido local, interno a
esas formaciones contingentes y sin pretensión alguna de detentar certidumbres y saberes que
las volvieran inherentes a las articulaciones objetivas de una historia en curso.
La gran enseñanza de la antropología estructural, inferida sin indulgencia por Lévi-
Strauss a las filosofías de la historia para erosionar su aplomo, era la parificación del saber
que ellas ofrecían al saber que contienen los mitos indígenas: contra toda alegación en con-
trario (de Sartre o de Paul Ricoeur,28 por ejemplo), sostuvo la equivalencia de principio de las
elaboraciones del pensamiento “salvaje” y las del pensamiento “civilizado”, particularmente
en sus versiones más ambiciosas y abarcativas. De allí que, para él, la idea de historia, en su
función de soporte de la conciencia moderna y de habilitadora del autoconocimiento de nues-
tras sociedades, es estructuralmente simétrica del mito en las sociedades “primitivas” y con-
fiere la misma plenitud de significado, sin ser entonces, respecto del mito, un recurso de ma-
yor consistencia conceptual o un instrumento de control fáctico desprovisto de fantasía
ideadora. Respecto de la posterior demolición de la historia como “gran relato”, o de la con-
sistencia del proyecto annaliste de una “historia global”, y también respecto del escepticismo
nihilizante sobre las adquisiciones de la modernidad, Lévi-Strauss es responsable de estas in-
novadoras certezas: antes que mediante la historia, el acceso conveniente a las sociedades mo-
dernas lo da la antropología, ya que ésta evita las ilusiones de la interioridad; la historia mis-
ma, como tipo de conocimiento sintético y totalizador, debe ser entendida propiamente como

26 Jean-Paul Sartre, Critique de la raison dialectique, París, Gallimard, 1960, t. I, p. 142. Cf. también Jean Poui-
llon, “Sartre et Lévi-Strauss. Analyse dialectique d’une relation dialectique analytique”, en L’Arc, No. 26, Aix-en-
Provence, 1967, pp. 60-65.
27 C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, cit., p. 362.
28 Las posiciones polémicas de Sartre respecto a Lévi-Strauss y –con una aspereza mayor– respecto al estructura-
lismo figuran en “L’écrivain et sa langue”, Revue d’Esthétique, t. XVIII, fasc. 3-4, París, 1965, pp. 306-334; “Entre-
tien sur l’Anthropologie”, Cahiers de Philosophie, No. 2-3, París, febrero de 1966, pp. 3-12, y “Jean-Paul Sartre
répond”, L’Arc, No. 30, Aix-en-Provence, 1966, pp. 87-96. En cuanto a Ricoeur, más abierto al intercambio dialó-
gico (sin resignar una actitud cautelosa), su posición ante la antropología lévistraussiana se expresó en distintas
oportunidades, incluyendo la interlocución directa con Lévi-Strauss en ocasión del encuentro con este último orga-
nizado por la revista Esprit. Cf. Paul Ricoeur, “Symbole et temporalité”, Archivio di Filosofia, No. 1-2, Roma,
1963; íd., “Structure et herméneutique”, Esprit, año 31, No. 322, París, 1963, pp. 596-627 y las contiguas “Répon-
ses à quelques questions”, de Lévi-Strauss, cuya transcripción incluye las intervenciones de Ricoeur (y de otros),
pp. 628-653.

27
un mito occidental; la normal dimensión imaginaria de los mitos cumple, en nuestras socie-
dades, un papel integrador. Hasta tal punto hicieron su camino estos postulados (y otros co-
nexos) que, luego de su prolongada decantación en vulgata, Pierre Nora puede tranquilamen-
te ahora (1996) informar a sus lectores de habla inglesa que “Francia es una realidad
enteramente simbólica” y también, en cuanto al proyecto de los lugares de memoria, que “su
inspiración es casi etnográfica”.29
La subsunción de lo vívidamente cercano en un horizonte de brumosa lejanía, la conver-
sión de lo propio en ajeno, el extrañamiento de la identidad a los que impulsa la mirada etno-
lógica (en este caso aplicada a demarcar “lugares de memoria”) ya habían sido practicados
por Lévi-Strauss en función polémica contra el historicismo sartreano y, más allá de éste, con-
tra los filósofos que encumbran a la historia por sobre las demás ciencias humanas (llegando
a hacerse de ella “una concepción casi mística”).30 Lo que Lévi-Strauss veía como necesaria
nivelación de la cultura histórica y la cultura indígena (a propósito de Sartre, quien, según él,
“se situa[ba] ante la historia como los primitivos ante el eterno pasado”) se expresaba egre-
giamente en la apelación de la primera al “mito de la Revolución Francesa”.31 Todo el desa-
rrollo que dedica a este tema en El pensamiento salvaje tiende a cancelar las iluminaciones
de la conciencia histórica, para la cual la Revolución es un acontecimiento fundador. Esa abo-
lición, que afecta a sus premisas teórico-cognoscitivas, deja en cambio a salvo su funcionali-
dad político-práctica: “para que el hombre contemporáneo pueda desempeñar plenamente el
papel de agente histórico, tiene que creer en este mito”.32 Pero el reverso de ese gesto conce-
sivo era un severo veto a la coordinación de saber histórico e intervención política, de inte-
lección y praxis: esa articulación, para él, no era sino un espejismo que demoraba en disipar-
se, ya que las condiciones de su existencia estaban en trance de extinción.
Éste es un punto crucial del texto de Lévi-Strauss, en el cual, aunque con fórmulas elu-
sivas que prescinden de una fundamentación en regla, se marca un antes y un después a la
conciencia histórica, afectada, según el diagnóstico, de una sobrevida efímera: dos y tres dé-
cadas más tarde (épocas de aparición de Les lieux de mémoire y de Realms of memory), su
postulada desaparición será la tácita premisa de la iniciativa “etnográfica” de Pierre Nora,
quien puede transitar imperturbable el trayecto “entre memoria e historia”. El tramo en cues-
tión asevera que “el hombre de izquierda se aferra todavía a un período de la historia contem-
poránea que le dispensaba el privilegio de una congruencia entre los imperativos prácticos y
los esquemas de interpretación. Quizá esta edad de oro de la conciencia histórica ya ha termi-
nado”,33 donde los índices temporales –“período” (période), “todavía” (encore), “terminado”
(révolu)– son puramente asertivos, sin ilustración empírica. Tampoco la posterior convicción
que expresa el autor en cuanto a que la Revolución Francesa “dejará pronto de ofrecernos una
imagen coherente conforme a la cual podamos modelar nuestra acción”34 es algo más que una
advertencia ominosa que, sin embargo, otros –en este caso, historiadores con vocación doc-
trinaria– convertirán, años después, en liquidación triunfal: Furet afirmará, en efecto (1978),

29 P. Nora, “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, cit. en n. 18, pp. XVIII y XX.
30 C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, cit. p. 371.
31 Ibid., p. 368.
32 Ibid.
33 Ibid., pp. 368-369.
34 Ibid., p. 369.

28
que es la propia Revolución, es decir su memoria movilizadora, la que ha “terminado” (ter-
minée).35
Pero antes de ocuparnos de él, no es ocioso señalar que a partir de estas páginas de ace-
rada polémica de El pensamiento salvaje se dirime no sólo la pérdida de convocatoria de la
dialéctica sartreana –es decir, de la mutua fecundación de existencialismo y marxismo (y, en
grados variables, de la apelación de uno y otro componente)– sino, más sutilmente, de un mo-
do conceptualizable a posteriori, la transición del estructuralismo al post-estructuralismo.
Pues esta última mutación, a despecho de una lectura linealmente consecutiva del “post”, es-
tá inscripta ya en la extrapolación teórica que el más brillante exponente del estructuralismo
se autoriza a efectuar en sus años de apogeo como tal. Fórmulas como “la lengua es una ra-
zón humana que tiene sus razones, y que el hombre no conoce”, o “el pensamiento comienza
antes que los hombres”, o “los mitos se piensan entre ellos”, escalonadas entre 1962 y 1964,36
son indicativas de un sesgo extracientífico, conscientemente irónico, con latencias agnósticas
y lúdicas que preceden bastante el momento del giro hacia el post-estructuralismo que los co-
mentaristas suelen fechar en la decantación consecutiva a los desemboques de mayo del 68.37
Para lo que aquí importa –es decir, la génesis del desplazamiento de la conciencia histórica
que da lugar al nuevo objeto memoria en la fundamentación de Pierre Nora–, el giro post-es-
tructuralista interno a la obra de Lévi-Strauss es el antecedente más firme y especiosamente
argumentado de la denegación de una figura de la razón en la historia que arrastra consigo
tanto las certidumbres del conocimiento histórico como los conatos de un saber que en él se
apoya para trasvasarse en intervención política reflexiva y racional.
El encarnizamiento iconoclasta de Lévi-Strauss con la Revolución Francesa en su doble
carácter de cuna de la conciencia histórica moderna y paradigma motivador de las empresas
del “hombre de izquierda” en el presente era el gesto provocador de un no historiador que,
con un fulgurante esquema epistemológico armado para la ocasión, se atrevió a dictaminar
que “la Revolución Francesa, tal como se la conoce, no ha existido”.38 François Furet, en
cambio, es un practicante del oficio que pone en juego sus recursos para aseverar lo mismo
que el etnólogo y lo hace con el fin de expandir y, al mismo tiempo, especificar aquel juicio
desalentador. Dado que la historiografía de la Revolución Francesa es una especialidad con
un frondoso dossier y cualquier contribución a este último adquiere automáticamente un va-
lor de posición en el continuo conflicto de interpretaciones, Furet es considerado habitual-
mente un historiador de la escuela “revisionista” que, prolongando en Francia las tesis de
fuente anglosajona (Cobban, Taylor, Eisenstein, etc.), enfrenta las certezas de la “ortodoxia”

35 François Furet, “La Révolution française est terminée”, primera parte de Penser la Révolution française (1978),
París, Gallimard, 1999.
36 C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, cit., p. 365; íd., “Réponses à quelques questions”, cit., p. 646; íd., Myt-
hologiques I. Le cru et le cuit, cit., p. 20. Un cotejo de estas fórmulas con otras, científicamente programáticas, pue-
de encontrarse en J. Sazbón, “Razón y método, del estructuralismo al post-estructuralismo”, cit. en n. 20.
37 “El postestructuralismo fue producto de esa mezcla de euforia y desilusión, liberación y disipación, carnaval y
catástrofe de 1968” dice, por ejemplo, Terry Eagleton en Una introducción a la teoría literaria [orig. ingl. 1983],
México, FCE, 1988, p. 172. En el mismo año en que se difundía este juicio, sin embargo, Perry Anderson mostraba
una actitud más escéptica sobre tal transición: “structuralism proper, contrary to every expectation, passed through
the ordeal of May and re-emerged phoenix-like on the other side […] where structuralism once had been, now post-
structuralism was”. Cf. P. Anderson, In the tracks of historical materialism, Londres, Verso, 1983, p. 39.
38 C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, cit., p. 374.

29
marxista y socava su legitimidad.39 Pero esta descripción, aunque correcta, es limitada si no
conectamos esta práctica disciplinaria con una iniciativa más amplia de reconfiguración de la
escena intelectual francesa40 que, además de cuestionar las pretensiones teóricas de la izquier-
da política, desestabiliza en el mismo impulso las coordenadas más arraigadas de la izquierda
intelectual. En uno y otro nivel, la dinámica histórica (cuyo emblema epocal es la Revolución
Francesa) y el involucramiento subjetivo en una praxis transformadora tienen el valor de axio-
mas y son ellos precisamente los que aparecerán devaluados con la serie de operaciones re-
ductivas que autorizan la antropología estructural, la “nueva historia”, la arqueología del sa-
ber y el nuevo sentido común que asigna la conciencia histórica a los implausibles “grandes
relatos” que se trata de deconstruir. Las posiciones de Furet son un eslabón importante en es-
ta trama porque, además de expresarse individualmente en marcos influyentes, también pro-
pagan sus efectos a través de los múltiples relevos –personas, instituciones, medios de difu-
sión– que, en vida del historiador (desaparecido en 1997), constituyeron la llamada “galaxia
Furet”;41 precisamente Nora fue –y continuó siendo– un astro de esa galaxia, y no sólo por su
adscripción personal a la red de conexiones académico-publicísticas furetiana,42 sino por apli-
car creativamente las enseñanzas de Furet hasta el punto de crear una especialidad: la arqueo-
logía de la memoria, una perspectiva imposible de sustentar sin la pars destruens de la histo-
riografía del autor de Penser la Révolution française.
Son varios los puntos cruciales de esta obra en los que el autor recupera o convalida las
tesis lévi-straussianas sin aludir a ellas, pero sí en consonancia con el espíritu y, en algunos

39 El primer texto significativo del revisionismo historiográfico de Furet fue el que éste compuso en colaboración
con Denis Richet en 1965 y reeditó con modificaciones en 1973, La Révolution française: cf. su reimpresión por
Marabout, París, 1979.
40 Esa reconfiguración lo contó, además, como cronista. Cf., por ejemplo, F. Furet, L’Atelier de l’histoire, París,
Flammarion, 1982, especialmente el primer artículo allí compilado: “Les intellectuels français et le structuralisme”,
publicado originalmente en Preuves de febrero de 1967. En lo que se refiere a las tendencias de cambio en la prác-
tica de los historiadores franceses, cf. en este volumen: “De l’histoire-récit à l’histoire-problème” (originalmente
en Diogène de enero-marzo de 1975) y asimismo el “Préface”.
41 La descripción más completa, expresiva y chispeante de esta galaxia se encuentra en el monumental estudio
(unas 900 páginas) que el norteamericano Steven L. Kaplan, especialista en la historia francesa con varias obras en
su haber, dedicó a la organización, avatares y realización de la celebración del Bicentenario en su Adieu 89. Bajo
este título –suficientemente elocuente respecto de la tendencia que prevaleció durante el evento–, el autor describe
los antecedentes de la celebración (particularmente las alternativas institucionales, la rotación de responsables, las
incertidumbres y vaivenes sobre el carácter deseable de los festejos, etc.), presenta semblanzas pregnantes de los
historiadores involucrados y cuadros explicativos de las estrategias en juego y, sobre todo, evalúa, con equilibrio y
humor ecuánime, el crédito intelectual que cabría asignarle a las principales tendencias historiográficas concurren-
tes. Dada la considerable gravitación de la figura de Furet en la orientación interpretativa dominante sobre la Re-
volución Francesa –es decir, su irresistible hegemonía–, este historiador, su obra, su influencia y su firme coman-
do de la galaxia ocupan varios extensos capítulos. En cuanto a la denominación de “galaxia” para la vasta red de
acólitos, instituciones universitarias, editoriales, revistas, etc. en los que pesan con fuerza las opciones personales
de Furet, Kaplan la toma de un colaborador de Le Monde, Pierre Lepape, quien inicialmente la había adjudicado a
los redactores del Dictionnaire critique de la Révolution française convocados por Furet (la obra, dirigida por éste
y por Mona Ozouf, fue publicada por Flammarion, París, 1988). Cf. Steven L. Kaplan, Adieu 89, París, 1993 (la re-
ferencia a Lepape figura en p. 678).
42 Sobre la que hay varias referencias en la summa de Kaplan, quien juzga, entre otras cosas, y a propósito del agre-
sivo revisionismo historiográfico de Furet, que hacia la época del Bicentenario Pierre Nora “había contribuido per-
sonalmente durante diez años a orquestar la campaña de Furet” (p. 81), algo para lo cual estaba en una inmejora-
ble posición como “gran ‘archipámpano’” en el ámbito de la edición de obras de ciencias humanas (p. 295). Este
lugar de excepción ocupado por Nora y que se ve reforzado por sus simultáneas funciones de director de Le Débat
y “pilar de la prestigiosa Ecole des Hautes Etudes en Sciencies Sociales”, es comentado también por Steven En-
glund en su artículo sobre Les lieux de mémoire (cf. n. 4), p. 301.

30
casos, con la letra de la refutación antihistoricista de Lévi-Strauss. Algunos son filosóficos o
epistemológicos: Furet copia la figuración irónica que le inspira a Lévi-Strauss el apriorismo
eurocéntrico de Sartre, quien –decía– “cautivo de su Cogito”, al poner a la sociedad histórica
como sujeto, no hace más que “socializar el Cogito [y así] cambia solamente de prisión”;43
Furet aplica esa figura a la burguesía revolucionaria en la versión de Mazauric: “el cogito, ex-
pulsado de las conciencias individuales, se refugia en los sujetos colectivos”;44 asimismo, re-
toma la tesis de la discontinuidad entre cronología e interpretación y entre discurso historio-
gráfico y experiencia histórica: así como la “verdad vivida” por los actores revolucionarios
no es un criterio pertinente para el historiador, según Lévi-Strauss,45 así para Furet sólo con-
duce a “aporías” el intento de fundar la historia de la Revolución “en la vivencia interna de
los actores de esa historia”.46 Otros prolongan la decisión epistemológica en reflexión políti-
ca disuasiva: para ambos autores, el estudio de la Revolución y su legado impone de entrada
un desplazamiento categorial antropologizante. Lévi-Strauss entiende que la Critique de la
raison dialectique se ocupa de las “condiciones [en que] es posible el mito de la Revolución
Francesa”; más aún: “para el etnólogo”, la filosofía sartreana representaría “un documento et-
nográfico de primer orden”, apto para “comprender la mitología de nuestro tiempo”;47 Furet,
quien todo el tiempo considera la versión consensual, ortodoxa, de la Revolución Francesa
como un “mito”,48 es en algunos lugares aún más específico sobre la Revolución misma, la
cual, dice, “al igual que el pensamiento mítico, inviste el universo objetivo de voluntades sub-
jetivas”.49 Pero la mayor normalización historiográfica del hecho, con la consiguiente neutra-
lización de su sedimento activador, está dada por la prolongación lógica del planteo: el anti-
comprensivismo (uno y otro autor rechazan la “interiorización” de las ideas revolucionarias;
Furet llega a sugerir sarcásticamente a Soboul que titule su próximo libro “Recuerdos de un
revolucionario”)50 y la representación irónica, desacralizadora, de la Revolución como “mi-
to”, es decir como una fabulación más de las que asedian a las comunidades como memorias
ficticias, culminan en el gesto conceptual que morigera la historicidad del acontecimiento al
subsumirlo en escalas aleatorias: Lévi-Strauss acota su significación a un “dominio de histo-
ria” cuya elección contingente no autoriza el acceso a una inteligibilidad privilegiada que, en
cambio, es más factible de alcanzar fuera de la propia dimensión histórica: “la historia lleva
a todo, pero a condición de salir de ella”.51 Furet, por su parte, sobreactúa su decepción ante
lo que ve como “identificación del historiador con sus héroes y con ‘su’ acontecimiento” y re-
clama estentóreamente una “etnología” que emancipe al estudioso de “un paisaje tan fami-
liar”:52 el ideal sería, lisa y llanamente, asumir una actitud de extrañamiento ante el fenóme-
no (es decir, dirigir “[un] regard étranger sur la Révolution française”).53 Años después, y ya

43C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, cit., p. 361.


44F. Furet, “Le catéchisme révolutionnaire” (1971), en Penser la Révolution française, cit. (en n. 35), p. 192.
45En op. cit., p. 368.
46F. Furet, “La Révolution française est terminée”, cit., p. 32.
47C. Lévi-Strauss, op. cit., pp. 361 y 368.
48F. Furet, art. cit., pp. 22, 27, 31, 34, 60, 62.
49Ibid., p. 50.
50C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, cit., p. 370; F. Furet, “Le catéchisme révolutionnaire”, cit., p. 184.
51C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, cit., p. 380.
52F. Furet, “La Révolution française este terminée”, cit., pp. 25-26.
53Ibid., p. 26. Aún podría continuar la lista de paralelismos entre la argumentación de El pensamiento salvaje y la
de Pensar la Revolución Francesa. Dos ejemplos: uno, sobre la legitimidad del pluralismo narrativo (es decir, con-

31
aclimatado el reclamo furetiano (con todo lo que éste ideológicamente implica),54 será un
miembro de su escuela, Pierre Nora, quien, disolviendo el aura de la Revolución al adjudicar
a ésta el mismo tipo de atención que a muchos otros “objetos históricos” y “representacio-
nes”, explicará, como razón de esa conjunción heteróclita, que la inspiración de Les lieux de
mémoire “es casi etnográfica”.55
Finalmente, la conciencia histórica, ya devaluada polémicamente por el antropólogo del
pensamiento salvaje, que le adjudicaba una vigencia limitada y languideciente, es objeto aún
de mayor severidad por parte del historiador, quien la acecha en su mismo origen, como “una
especie de hipertrofia” que agobió a los actores del acontecimiento.56 Furet se hizo un lugar
en la historiografía contemporánea como el demoledor más tenaz de la explicación de la ra-
dicalización revolucionaria en virtud de la resistencia opuesta al nuevo orden social por la
aristocracia y el establishment europeo, explicación a la que opuso su tesis de la deriva de una
producción imaginaria que instala la “simbólica”, el lenguaje, el discurso desorbitado como
“árbitro”57 de la dinámica del proceso de tal modo que, en definitiva, “el circuito semiótico
[será] el amo absoluto de la política”.58
Este dispositivo heurístico tiene el doble efecto reductivo de extinguir tanto las justifi-
caciones de los protagonistas de la Revolución como las razones de quienes reivindican su
herencia: en los dos extremos de ese desarrollo bicentenario, la conciencia histórica no habría
sido sino un espejismo, una recidiva moderna de la pulsión mitologizante que en todas las so-
ciedades segrega la contradicción entre la realidad y el deseo, entre la opacidad de la inme-
diatez y la plenitud de un sentido por venir; la conciencia histórica sería el saber vicario de
una reconciliación postergada. Furet ha sido elocuente en el rechazo de lo que considera una
carga exorbitante sobre el espíritu del francés de nuestros días: la Revolución cumple una fun-

tra la unicidad del “mito de los orígenes”, PRF, p. 34, o del “eterno pasado”, PS, p. 368). Como el historiador, se-
gún Lévi-Strauss, debe “renunciar a buscar en la historia una totalización de conjunto”, está constreñido a admitir
que las totalizaciones respectivas “del jacobino” o “del aristócrata” o cualquier otra, “porque hay una infinidad”,
son “igualmente verdaderas”: PS, p. 374. Del mismo modo, para Furet, que la Revolución Francesa haya inspirado
historias realistas, liberales, jacobinas, anarquistas, en una lista “ni excluyente… ni, sobre todo, limitativa”, se ex-
plica porque la Revolución misma “permite todas las búsquedas de filiación”: PRF, pp.25-26. El otro ejemplo tiene
que ver con una temporalización relativista de la propia comprensión histórica: cuanto más “la historia se aleja de
nosotros en la duración” , dice Lévi-Strauss, ella “pierde su inteligibilidad”, es decir, se diluye su componente nor-
mativo, esa “imagen coherente conforme a la cual podemos modelar nuestra acción”: eso ya pasa con la Fronda del
siglo XVII y pronto pasará con la propia Revolución Francesa (PS, pp. 369-370); Furet piensa, de modo similar, que
el mismo estupor que sentimos ante la inagotable variedad y violencia de los conflictos religiosos europeos entre
los siglos XV y XVII lo experimentaremos seguramente en cuanto a las creencias políticas que desde la época de la
Revolución siguen alimentando los debates en detrimento de una deseada “actividad gratuita de conocimiento del
pasado” (PRF, pp. 26-27).
54 Por ejemplo, una exhortación disuasiva a quienes persisten en considerar a la Revolución en términos de heren-
cia articulable con la política contemporánea. Aun un comentarista receptivo a la posición de Furet como Claude
Lefort hizo notar en su momento que el “‘enfriamiento’ del objeto ‘Revolución francesa’, para hablar en términos
lévistraussianos” al que se refería Furet (en op. cit., p. 27) iba acompañado también de un “‘enfriamiento’ del su-
jeto” y que la ciencia histórica así orientada se hacía “cada vez más reticente a la reflexión política al tratar de ocu-
par una situación en la que podría eludir la prueba de su implicación recíproca”. Cf. “Penser la révolution dans la
Révolution française” (1980), en Claude Lefort, Essais sur le politique, xIxe-xxe siècles, París, Seuil, 2001, pp.
120-152 (véase p. 129).
55 Pierre Nora, “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, cit., p. XXI.
56 F. Furet, “La Révolution française est terminée”, cit., p. 48.
57 Ibid., p. 88.
58 Ibid., p. 84.

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ción “tan tiránica en la conciencia política contemporánea” que es hora, piensa, de desemba-
razarse de ella para liberar el potencial de asombro desinteresado que sería propio del histo-
riador, es decir, algo así como su “primum movens… la curiosidad intelectual y la actividad
gratuita de conocimiento del pasado”.59
Poco tiempo después de escrita esta requisitoria, Pierre Nora pondría en práctica esa lí-
nea lúdica de gratuidad y exploración, iniciando lo que en una recapitulación posterior llama-
ría “intento experimental, casi juguetón [an experimental, almost playful attempt], de rastrear
lieux de mémoire”, empresa que le permitiría obtener “excitantes panoramas novedosos”.60 Re-
sulta evidente la concatenación lógica, metodológica e ideológica entre el despejamiento de la
conciencia histórica, su inducida vacancia, su olvido61 y el nuevo diseño de la indagación en
historia, donde la antigua agenda de causas estructurales, articulación de determinaciones y
diagnósticos de conflictos –que constituirían un saber regulador de la acción práctica y los pro-
gramas políticos– ceden su lugar a una recolección de imágenes, representaciones y costum-
bres heredadas para constituir el nuevo territorio del historiador:62 la memoria, en la versión
de Nora y de la nueva historia cultural. El terreno abonado por la antropología estructural (que
degrada a ilusión las empresas de la razón civilizada) y el revisionismo historiográfico (que
equipara la invención revolucionaria a recidiva mitológica), reforzado a su vez por el giro cul-
turalista de los estudios sociales y el vuelco semiótico de la historia de las ideas –que, en con-
junto, recomiendan atender más al juego riguroso de las apariencias que a los soportes de una
configuración objetiva sobre la que puedan predicarse juicios veritativos– establecerán, me-
diante una torsión léxica luego perdurable, a l’imaginaire como el campo de borrosos confines
en que se dirimen la eficacia y la misma pertinencia histórica de las conductas.
Entendido como una fusión de representaciones cuya ley de organización ejerce sus
efectos a espaldas de la razón oficial (la del pensamiento autocentrado y dueño de sí) y aun
prescribiéndole sus funciones, “el imaginario” conquista en la segunda mitad de la década de
1960 una amplia autoridad y un vasto dominio: nada más expresivo de ese estatus alcanzado
que una ilustración (dada a conocer por La Quinzaine littéraire de julio 1967) en la que el di-
bujante Maurice Henry representa a Foucault, Lévi-Strauss, Barthes y Lacan como indios pla-
ticando animadamente en la foresta. La consigna del momento es abrirse a las voces anóni-

59 F. Furet, “La Révolution française est terminée”, cit., p. 26.


60 P. Nora, op. cit., p. XVIII.
61 Los años de preparación de Les lieux de mémoire son también los iniciales de la revista Le Débat, otro de los re-
sonantes emprendimientos de Nora y cuya creación, opina François Dosse, mostró “la reconciliación de los inte-
lectuales con los valores de la sociedad occidental, una reevaluación de la democracia, de las Luces y una conver-
sión progresiva al aronismo”, es decir al pensamiento político liberal de Raymond Aron. La plena conciencia de
esta significación por parte del mismo Nora está presente en la fórmula emblemática que escogió para definir su
iniciativa: “Le Débat es lo contrario de Les temps modernes y de su filosofía del compromiso”. Cf., respectivamen-
te, François Dosse, Histoire du structuralisme, París, La Découverte, 1995, t. II, p. 323 y, del mismo autor, L’his-
toire en miettes. Des “Annales” à la “nouvelle histoire”, París, La Découverte, 1987, p. 216, donde Dosse cita una
declaración de Nora a Le Monde en mayo de 1980, época de lanzamiento de la revista. (“La guerra de treinta años”
entre las dos figuras-símbolo aludidas puede seguirse en Jean-François Sirinelli, Sartre et Aron, deux intellectuels
dans le siècle, París, Hachette, 1999, cuya tercera parte lleva el título aquí entrecomillado).
62 “Vivimos una historia destrizada, ecléctica, dilatada hacia curiosidades a las que no hay que negarse” había dicho
Nora en 1974, en concordancia con su texto de presentación de la “Bibliothèque des histoires”, poco antes creada
por él, donde justificaba el plural enunciado –historias, y no la Historia– con la fórmula: “Vivimos el astillamiento
de la historia”. Cf. F. Dosse, Histoire du structuralisme, cit., t. II, p. 303, y L’histoire en miettes, cit., p. 179, libro es-
te último cuyo título está inspirado precisamente en la idea de histoire en miettes sugerida en aquel año por Nora.

33
mas que murmuran detrás de los lenguajes canónicos y aceptar la ficcionalidad de los sabe-
res instituidos. Pero conquistar esa disponibilidad implica abstraerse de las identidades here-
dadas y, particularmente, de los esquemas inteligibles que provee la historia: de allí la unani-
midad del gesto proscriptor y el consenso en presentar a la conciencia histórica bajo las
especies de una tiranía obsolescente. Lévi-Strauss y Furet la denuncian sobre todo en la preg-
nancia de la Revolución Francesa, Althusser la reniega como culpable “historicismo”, Fou-
cault y Derrida la neutralizan anteponiéndole una mirada arqueológica o una desfundamenta-
ción antimetafísica,63 todo ello en nombre de una iniciativa liberadora que ya en esa década
trasvasará su impulso, sus recursos y su inspiración “deconstructiva” al medio intelectual an-
glosajón:64 en 1966, Hayden White publica en History and Theory un incisivo artículo-pro-
grama, orientado desde el título mismo a desembarazarse de “The Burden of History”.65 Bur-
den es, en ese texto, carga, peso, lastre, incómodo gravamen que es preciso liquidar a toda
costa: a ese objetivo emancipador de “liberar al hombre occidental de la tiranía de la concien-
cia histórica”66 dedica White una argumentación laboriosa astutamente centrada en la depen-
dencia literaria de la historiografía y en la consiguiente atención que debería prestarse a la tó-
nica dominante en la literatura moderna. Ésta sería la de un decidido rechazo de la conciencia
histórica en cuanto falseadora de la índole auténtica de la experiencia moderna, repudio que
en la óptica del autor aparece como un topos notorio en todos los escritores modernistas del
siglo, desde Ibsen hasta Sartre y que tendría su formulación emblemática en la convicción del
protagonista del Ulysses joyciano, según la cual la historia es una pesadilla de la que es pre-
ciso despertar.67 El planteo era tanto teórico-epistemológico como ético-político68 y puede
verse en él la forma embrionaria de lo que luego sería el narrativismo en la versión del mis-
mo White y de su creativo seguidor Frank Ankersmit: se trata de una requisitoria contra una

63 En el caso de los dos últimos filósofos, con una significativa inspiración nietzscheana. Cf. a este respecto, entre
muchos otros estudios, Alan D. Schrift, Nietzsche’s French Legacy. A Genealogy of Poststructuralism, Nueva York,
Routledge, 1995.
64 Una fecha clave en la instalación perdurable del pensamiento francés moderno en los Estados Unidos es octubre
de 1966: durante este mes se realiza en la John Hopkins University un coloquio donde, junto a colegas norteame-
ricanos, disertan Jacques Derrida, Jacques Lacan, Roland Barthes, Gérard Genette, Tzvetan Todorov, etc. y otra uni-
versidad de ese país, la de Yale, da a conocer, en un órgano especializado, el número “Structuralism” con textos de
y sobre Lacan, Lévi-Strauss, Martinet, etc. Cf. Richard Macksey y Eugenio Donato (eds.), Los lenguajes críticos y
las ciencias del hombre. Controversia estructuralista [orig. ing. 1970], Barcelona, Barral, 1972; el importante tra-
bajo de Derrida, presentado en Baltimore, “La structure, le signe et le jeu dans le discours des sciences humaines”,
incluido en L’écriture et la différence, París, Seuil, 1967; Yale French Studies, No. 36-37, octubre de 1966.
65 Hayden V. White, “The Burden of History”, History and Theory, vol. V, No. 2, 1966, pp. 111-134. El título del
artículo y parte de su desarrollo evocan el gesto similar –e influyente– de Nietzsche en la segunda de sus Conside-
raciones intempestivas, “De la utilidad y del inconveniente de la historia para la vida” (1874).
66 H. V. White, art. cit., p. 123.
67 En un amplio ademán comprensivo que abarca a un nutrido contingente de novelistas, dramaturgos y ensayistas
europeos del siglo XX, Hayden White descubre que todos ellos “han condenado implícitamente la conciencia his-
tórica” y, de ese modo, comparten “la convicción expresada por el Stephen Dedalus de Joyce en el sentido de que
la historia es la ‘pesadilla’ de la que el hombre occidental debe despertar” para poner a salvo a la humanidad (art.
cit., p. 115). White no especifica lo “implícito” en quienes integran ese vasto censo y, por otro lado, une la apela-
ción arquetípica (“el hombre occidental”) a una extrapolación no fundada. La frase en cuestión –“History, Stephen
said, is a nightmare from which I am trying to awake”– es la reflexión del personaje ante la abrumadora insensa-
tez de un discurso nacionalista más bien paródico. Cf. James Joyce, Ulysses (1922), Harmondsworth, Penguin,
1979, pp. 35-42 (especialmente p. 40).
68 Este último aspecto tendrá, más adelante, un desarrollo característico en el artículo de White “The Politics of His-
torical Interpretation: Discipline and De-Sublimation”, en W. J. T. Mitchell, The Politics of Interpretation, Chica-
go, The University of Chicago Press, 1983, pp. 119-143.

34
concepción de objetividad ya superada (outmoded) en virtud de la cual el historiador no asume
plenamente la índole “construida” y no “dada” de los hechos que maneja: y la dependencia en
que esto lo sitúa respecto al positivismo ochocentista le impediría incorporar con audacia, en su
relato, técnicas de representación literaria más actualizadas (surrealistas o expresionistas, por
ejemplo).69 Que los hechos no están dados y que su constitución figurativa es aleatoria son
corolarios gemelos de varias importantes postulaciones: a) la historia no vehiculiza significa-
dos constituidos; b) el historiador, por consiguiente, debe aprovechar la resultante “ambigüe-
dad metodológica de la historia”; c) como no hay una única visión correcta del pasado, sino
varias posibles, no se puede requerir una imposible “objetividad comprensiva”; d) la “casta
conciencia histórica” así obtenida implica el abandono de la “especiosa continuidad entre el
mundo actual y el precedente” que hasta ahora agobió la agenda moral del historiador. La
nueva agenda, en cambio, debe tomar muy en cuenta tanto el efecto liberador de la adjudica-
ción de sentido al pasado como las exigencias de nuestra propia época, y éstas obligan a ad-
vertir que el presente está afectado por fuerzas disruptivas y dinámicas; por tanto, la historia
debe “educarnos para la discontinuidad, ya que lo que nos ha tocado en suerte es discontinui-
dad, disrupción y caos”.70
Ahora bien, lo que Lévi-Strauss debía argumentar en 1962 (La pensée sauvage), Hay-
den White en 1966 (“The Burden of History”) y François Furet en 1971 y 1978 (“Le catéchis-
me révolutionnaire”, “La Révolution française est terminée”), es ya una premisa adquirida en
1984. El historicismo humanista, la dialéctica histórica, el asedio del pasado, han quedado
atrás y Pierre Nora puede iniciar la fundamentación de “su” objeto memoria con la simple
comprobación de una aceleración de la historia que arrastra a todas las cosas a “un pasado de-
finitivamente muerto”; de hecho –afirma– si, en el presente, “se habla tanto de memoria es
porque ya no la hay”.71 Éste es el comienzo, sólo en apariencia paradójico, de una meditación
sobre la naturaleza elusiva de una forma de conciencia que sólo se deja apresar por su antó-
nimo: si la historia es reconstrucción de lo que fue y la memoria, en cambio, captación viva
de una permanencia, el lenguaje convencional es engañoso y requiere un correctivo: “todo lo
que hoy se llama memoria no es memoria, sino ya historia”, asunción voluntaria y conscien-
te de una mediación instruida: es el historiador quien define –demarca y prescribe– la memo-
ria. Extinguida ya la fuerza viva que en otras épocas ligaba a las generaciones y apremiados,
no obstante, a la instauración de un sucedáneo, habría que concluir que “la necesidad de me-
moria es una necesidad de historia”.72 En la firme estela de las adquisiciones desacralizado-
ras del nietzscheísmo francés y del conceptualismo historiográfico adverso a la reconducción
de las promesas del pasado, el incipit de Nora asume plenamente los funerales de la concien-
cia histórica. Ciertamente, esas exequias están lejos de regocijarlo (como sí ocurre con Hay-
den White, para quien ellas abren amplios horizontes de autorrealización): su tónica es más
la del duelo por the world we have lost y, de hecho, su descripción de las transiciones entre
un mundo y otro –el de la inmediación histórica y el del pasado reconstruido– podría colocar-
se en paralelo con la clásica metamorfosis vista por Tönnies como el paso de la Gemeinschaft
a la Gesellschaft. Ya “memoria” es, para él, un término problemático para rotular el tipo de

69 H. V. White, “The Burden of History”, cit., p. 127.


70 Ibid., pp. 131-134.
71 Pierre Nora, “Entre Mémoire et Histoire”, cit. (en n. 17), p. 23.
72 Ibid., p. 30.

35
experiencia al que cabría adjudicarle “lugares”. Pero, dice, como es imposible eludir la pala-
bra, deberíamos tener clara la diferencia entre “la memoria verdadera” por un lado y, por el
otro, “la memoria transformada por su conversión (passage) en historia, que es casi su contra-
rio”: la analogía con los atributos opuestos que indicaba el sociólogo alemán es perceptible, ya
que la segunda memoria, como la “asociación” tönniesiana, es “voluntaria… individual y sub-
jetiva, y no ya social, colectiva, englobante”.73 Aún podrían citarse otras consonancias con
esa sociología alemana aprensiva ante el avance de la modernización, por ejemplo en la we-
beriana fórmula de la “desacralización” a la que recurre Nora74 para mostrar, también aquí, el
paso de lo auténtico a lo impostado, de lo permanente a lo efímero. La constancia de esta to-
nalidad nostálgica, melancólica, a veces lúgubre, en el texto de Nora no debe hacernos olvi-
dar su premisa general: la extinción de la conciencia histórica, que transfigura lo antes inte-
riorizado en actual objeto extraño, ya que la otra cara de esa extinción es la consolidación del
espíritu autocrítico de la historia como actividad académica.
La memoria “verdadera”, indiscernible de la conciencia nacional, había legado a la dis-
ciplina (bastaría pensar en Michelet o en Lavisse) sagas compactas que fomentaban una con-
tinuidad identitaria, un saber de reconocimiento y permanencia, pero, agotada esa reserva de
espontaneidad en la conciencia colectiva, el desencanto revierte sobre la índole de la discipli-
na. Así debe entenderse, quizás, la alusión de Nora a una “preocupación historiográfica” que
conduce a la historia a algo muy similar a una autodepuración de marcas obsolescentes; en el
presente, ella busca expulsar de sí lo que le es ajeno, por lo cual “al descubrirse víctima de la
memoria, se esfuerza por liberarse de ella”.75 Pero hablar de estas cuestiones en Francia es
convocar sobre todo lo que Furet había llamado “mito de los orígenes”,76 escena central de la
historia moderna y pesadilla de la que se trata de despertar. En perfecta sintonía con el recien-
te linaje de conspicuos archivadores de la Revolución –Lévi-Strauss, Furet, Ozouf, etc.–, No-
ra no puede menos que ilustrar su perspectiva de esta manera: “Hacer la historiografía de la
Revolución Francesa, reconstituir sus mitos y sus interpretaciones, significa que ya no nos
identificamos completamente con su legado”.77 Y entre las condiciones formales de esa no
identificación reencontramos, bajo las especies de una “memoria-distancia”, el mismo recur-
so de método que Lévi-Strauss había antepuesto a la conciencia histórica sartreana: mientras
esta última se legitimaría por la seudocontinuidad de la dimensión temporal (calco, a su vez,
de “la pretendida continuidad totalizadora del yo”), en cambio una sobria inspección episte-
mológica indicaba, decía el antropólogo, que “la historia es un conjunto discontinuo” al que
sería vano demandar una plenitud de sentido.78 Nora presentará su problemática de la memo-
ria-distancia, la que señala la transición cumplida entre la anterior “continuidad de la memo-
ria” y la presente “discontinuidad de una historia”, en los mismos términos.

73 Ibid., Cf. también la alusión al paso de “un mundo en el que teníamos antepasados a un mundo de la relación
contingente con lo que nos ha hecho” (p. 29).
74 Ibid., p. 29. Los lugares de memoria son un índice de “la desritualización de nuestro mundo”. Museos, archivos,
monumentos, etc., “son los rituales de una sociedad sin ritual; sacralidades pasajeras en una sociedad que desacra-
liza”, de tal modo que la memoria que nos asedia encuentra su lugar “entre la desacralización rápida y la sacrali-
dad provisoriamente reconducida” (pp. 28-29).
75 Ibid., p. 26.
76 F. Furet, “La Révolution française est terminée”, cit., p. 34.
77 P. Nora, “Entre Mémoire et Histoire”, cit., p. 26.
78 C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, cit., pp. 372 y 376.

36
La relación con el pasado no supone, como en otra época (aquella que Lévi-Strauss
nombraba “la edad de oro de la conciencia histórica”), “una continuidad retrospectiva”, sino
la puesta en evidencia de la discontinuidad. Instalados como estamos en una época ajena a los
mitos reconfortantes de la tradición y al confiado saber de una inalterada conciencia nacional,
el pasado se nos presenta “como radicalmente otro”, “un mundo del que estamos distancia-
dos para siempre”.79 Hay así un “sentimiento de la discontinuidad” y “un régimen de discon-
tinuidad”, cuya definitiva asunción está, entonces, en la génesis del interés por los lugares de
memoria y en la misma fuente de esta novedosa noción. Este encumbramiento de la discon-
tinuidad80 como principio descriptivo del tipo de acercamiento al pasado que nos está permi-
tido y razón de fondo de la disipación de las imágenes fuertes que en otro tiempo marcaban
los estadios de la conciencia colectiva, encontrará, en el prefacio de la versión inglesa del li-
bro, un marco dilatado y una secuencia compleja en la que la discontinuidad figurará como
avatar recurrente en un doble plano de incidencia: la propia realidad histórica y el (correlati-
vo) tipo de conocimiento que el historiador tiene de ella. Cada modificación decisiva en este
último estaría asociada a un importante viraje histórico de resultas del cual la aprehensión del
pasado cambia de carácter. La derrota de Francia ante Prusia en 1870 impulsó una reconside-
ración de la tradición nacional en términos de evidencia documental probatoria: así, los his-
toriadores positivistas suscitaron una discontinuidad crítica en la disciplina; la Gran Guerra y
el “crash” de 1929 revelaron la importancia de las tendencias económicas y demográficas, im-
pulsando en el grupo de Annales un énfasis en la discontinuidad estructural; ésta, a su vez,
propuso a la atención la disparidad de tiempos (o “duraciones” braudelianas) que, unidas a las
de espacio y ritmo de desarrollo (descolonización, “despegue”, etc.), indujeron una disconti-
nuidad etnológica, etc. En el presente, cree el autor, se experimenta “una expansión y profun-
dización del mecanismo de la discontinuidad”81 que, en el caso de Francia, lleva a un cues-
tionamiento de toda la tradición histórica. Se trata, así, de una discontinuidad historiográfica
que reflejaría la convergencia de varios fenómenos: Nora indica tres, uno de los cuales no es
posible entender sin la insistente prédica revisionista de la escuela furetiana: “las consecuen-
cias de la muerte (demise) de la idea revolucionaria”,82 en efecto, representan un fenómeno
emergente que, en el plano de la nación, se corresponde con la redefinición que ésta requiere
como consecuencia del “marchitamiento de la ecuación nacional-revolucionaria de 1789”,83
todo lo cual nos sitúa ante una nítida alteración de la percepción del pasado de la que surgirá
la nueva predisposición a la “memoria”. Está en juego, otra vez, la conciencia histórica y sus
figuraciones: el hecho de asistir a la “transición de un tipo de conciencia nacional a otro”84
suscita una mirada extrañada sobre modos de vida extinguidos y tradiciones perdidas. En sín-
tesis: la productividad de la nueva perspectiva se rige por la conciencia de estar viviendo un

79 P. Nora, op. cit., pp. 34-35.


80 Tributario, por lo demás, de la orientación antisubjetivista y antifenomenológica de una considerable franja del
pensamiento francés en las décadas de 1960 y 1970: se puede recordar la coupure althusseriana –inspirada en la
epistemología e historia de la ciencia de Bachelard y Canguilhem (quien, por su parte, denunciará el “agotamiento
del Cogito”)–, la dislocación de las episteme de Foucault, el constructivismo antiempirista de los modelos en Lé-
vi-Strauss, etcétera.
81 P. Nora, “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, cit. (en n. 18), p. XXII.
82 Ibid.
83 Ibid., p. XXIII.
84 Ibid.

37
“nuevo viraje histórico”:85 los lieux de mémoire son configuraciones que sólo pueden apare-
cer como tales en una óptica desencantada cuyas premisas –indica Nora en una infrecuente
alusión a fechas concretas– se gestaron en la década de 1970.
Esta última precisión (que Nora defiende concisa y alusivamente invocando tanto una
cierta periodización de la sociedad y el Estado franceses como la incidencia en éstos de orien-
taciones mundiales) pone en evidencia –junto con otros componentes discursivos– la existen-
cia, en los análisis del autor, de una amalgama de perspectivas cuya desintrincación ayuda a
percibir las claves de su fuerza retórica y, en ese marco, el cúmulo de sentido que sobrelleva
la preposición en el incipit evocativo de la obra (“Entre memoria e historia”). Pues Nora ha-
ce converger, sin decirlo, dos planos muy disímiles en naturaleza y en escala: uno, dilatado y
omnicomprensivo, remite a la transición epocal, topos de la reflexión histórica y filosófica (de
Marx y Weber a Blumenberg y Koselleck),86 que da cuenta de la alteración y reconfiguración
de los marcos mentales que la modernidad decanta y establece. Otro, acotado y coyuntural,
describe apenas el cambio de humor y de convicciones que afectó a la sociedad, la política y
la cultura del “Hexágono” –como los franceses llaman a su país– en los decenios anteriores a
la composición de la obra (cambio que el autor lee a través de la grilla local del post-estruc-
turalismo87 y la historiografía revisionista). El resultado es que el vuelo de antropología his-
tórica que fomenta el primer nivel, de respiro multisecular, se aplica sin mediaciones al se-
gundo nivel, de un discurrir decenal, potenciando y realzando el cuadro de la nueva escena
político-cultural francesa con tonalidades e iluminaciones panorámicas que encuentran su
mayor adecuación descriptiva en la otra mutación, histórico-mundial y de índole civilizatoria.
“La calidez de la tradición”, “el silencio de la costumbre”, “la repetición de lo ancestral”, “la
aceleración de la historia”, “la desritualización de nuestro mundo”, etc. son, todos ellos, tro-
pos y sintagmas que convienen a un fresco verbal del dislocamiento de edades históricas pe-
ro que aquí aparecen, sin garantía de congruencia, en una vecindad no mediada con la cróni-
ca de la Francia post-gaullista.
Ahora bien, este telescopamiento, que inscribe los contornos de una experiencia recien-
te sobre el escorzo de un horizonte lejano (por lo demás, tipológico) y transfiere los rasgos
del desencantamiento del mundo de la temprana modernidad al desencanto de la política de
izquierda de la modernidad tardía (“la extenuación reciente de la idea revolucionaria”),88 per-
mite que en el mismo cauce argumental y figurativo fluyan indistintamente, como cuadros pa-
rejamente desertados de vida, los saberes y creencias de un pasado remoto y las convicciones
y expectativas del inmediato ayer. Nora arqueologiza la historia inmediata cuando ésta recu-
pera un legado movilizador, pero la exhibe prístina, en cambio, cuando ella discierne en tal
herencia un objeto de museo: al prestar “el mismo tipo de atención al Bicentenario de la Re-

85 “This transition from one type of national consciousness to another, this shift from one model of the nation to
another, is what underlies this project and gives it meaning. […] This polyphonic study of lieux de mémoire is in-
tended to be a response to this new historical turning pont” (ibid.).
86 Cf. Hans Blumenberg, The Legitimacy of the Modern Age [orig. alemán 1976], Cambridge, Mass., The MIT Press,
5a. reimp. 1993; Reinhart Koselleck, Futuro passato. Per una semantica dei tempi storici [orig. alemán 1979], Gé-
nova, Marietti, 1986.
87 Particularmente es de destacar la afinidad de Nora con la orientación de Foucault, sobre todo en la concepción
y programa de la “Bibliothèque des histoires” (cf. n. 62). Esa proximidad, ya esbozada en 1966 cuando Nora pu-
blica Les mots et les choses para iniciar su “Bibliothèque des sciences humaines” –en la misma Gallimard– es alu-
dida y comentada por François Dosse en Histoire du structuralisme, cit., t. I, cap. 34 y t. II, cap. 24.
88 Pierre Nora, “La nation-mémoire” (1986), en Les lieux de mémoire, cit., t. 2, pp. 2207-2216 (cf. p. 2215).

38
volución Francesa que a la Revolución misma”89 no pone sólo en juego una discontinuidad
historiográfica, sino también otra de percepción política: juzga, así, que la celebración “tran-
quila y casi unánime” del Bicentenario se debió a que “Francia había salido globalmente de
la ecuación revolucionaria”.90 No otra cosa figuraba en la puesta a distancia de Lévi-Strauss
cuando sugería la caducidad de “la edad de oro de la conciencia histórica” que había entroni-
zado a la Revolución como mandato permanente, o François Furet en el acta de extinción que
la declaraba “terminada”, o Mona Ozouf en su dubitación irónica sobre la posibilidad misma
de conmemorarla. Este último antecedente es, de hecho, el más consonante con el espíritu de
Nora y, en cierto modo, prefigura algunas de sus elaboraciones iniciales respecto de la cons-
trucción del objeto “memoria” en el sentido operativo y programático que él le dará en el di-
seño de los Lieux.
El año anterior a la publicación del primero de los volúmenes de la serie (justamente el
encabezado por las reflexiones fundadoras de “Entre Mémoire et Histoire”), Mona Ozouf ha-
bía distinguido –a propósito de la organización del Bicentenario– entre la conmemoración
identificatoria (y, por eso, abismalmente problemática) y la rememoración neutra, alejada de
su referente por la objetivación descomprometida. Es decir, efectuaba una discriminación en-
tre la inevitablemente fallida conjunción del culto y la siempre disponible disyunción de la
memoria. Leídas después de Nora, sus formulaciones son un buen resumen del encuadre de
este último y vale la pena citarlas. En un comentario ácidamente irónico a propósito de las
múltiples e inconciliables valencias de la Revolución Francesa –artículo, por lo demás, difun-
dido en Le Débat, la revista de Nora–, la historiadora hacía notar que la conmemoración,
“afirmación obsesiva de lo mismo”, se oponía a la rememoración, definida como “una se-
cuencia de pasado elaborada en forma de relato” y, sobre todo, a diferencia de la primera,
“una alteridad por comprender y por evaluar”.91 En tanto la conmemoración anhelaba la pro-
ximidad, la rememoración mantenía las distancias. En tanto una fomentaba la adherencia, la
otra promovía el desapego, ya que, al fin de cuentas, la rememoración “separa y se arriesga a
descubrir lo extraño y lo impensable”. Las dos formas de orientarse al pasado suponían, por
tanto, “dos memorias” distintas y la admonición de Ozouf se dirigía a desmontar y, en defi-
nitiva, a escarnecer el tipo de convocatoria que suponía “la memoria eufórica y fusional de la
conmemoración” –en el caso de la que formalmente evocaba la Revolución Francesa–, ya que
“sólo se celebra un acontecimiento cuando éste nos habla todavía, es decir, se integra de al-
gún modo al tejido de nuestras existencias y a nuestros proyectos”.92 Y esto era justamente lo
que todo el aliento de ese artículo de Le Débat tácitamente descartaba tanto por sus figuracio-
nes categoriales –celebrar la Revolución era recaer, parasitariamente, en “la lógica de lo mis-
mo”– como por su retórica invitación a “elegir entre amar la Revolución o conocerla”. Esta
última opción era, desde luego, la única congruente con “la memoria desapegada y recelosa
del trabajo histórico”,93 fórmula que nos conduce de lleno a la vocación “epistemológica”, a

89 Pierre Nora, “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, cit., p. XXI.


90 Pierre Nora, “L’ère de la commémoration” (1992), en Les lieux de mémoire, cit., t. 3, pp. 4687-4719 (cf. p. 4698).
(Se trata del artículo de cierre de la compilación.)
91 Mona Ozouf, “Peut-on commémorer la Révolution française?” (1983), en L’école de la France. Essais sur la Ré-
volution, l’utopie et l’enseignement, París, Gallimard, 1984, pp. 142-157; cf. pp. 143 y 155.
92 Ibid., pp. 155-156 y 153.
93 Ibid., pp. 143 y 156.

39
la “discontinuidad historiográfica”94 que constituyen, para Nora, las aceptadas condiciones de
su proyecto de los Lieux. Dado que “el marchitamiento de la ecuación nacional-revoluciona-
ria de 1789” constituía un elemento decisivo de la “transición de un tipo de conciencia nacio-
nal a otro”, la memoria sólo podía ser museal, inerte, residual, apenas “el capital agotado de
nuestra memoria colectiva”.95
Este rodeo por algunas páginas de Ozouf resulta servicial para poner en perspectiva la
empresa de Nora, en varios sentidos: 1) hace visible, con bastante nitidez, las corresponden-
cias internas de la “galaxia Furet”;96 2) exhibe la conexión estratégica entre la marginación
histórica de la Revolución Francesa y un presentismo desencantado que desactiva los cona-
tos emancipatorios del pasado;97 3) muestra el compartido énfasis de los furetianos en memo-
rializar para neutralizar, en inscribir a la historia en un metalenguaje, en fabricar –como dice
el mismo Nora– “una historia de Francia, pero de segundo grado”;98 4) finalmente, permite
advertir una convergencia significativa en las actitudes de Nora y de Ozouf ante el Bicente-
nario (extensible, a fortiori, a otros miembros de la “galaxia”, empezando por quien le presta
su nombre).99 Pues no sólo Nora, en la apertura de los Lieux (1984), justifica su diseño con-
ceptual de la memoria en virtud del hiato que el historiador percibe entre sus contenidos y las
voces del pasado, es decir en cuanto “memoria desapegada” y ajena “al tejido de nuestras
existencias” (fórmula de Ozouf en 1983), sino que, en su artículo de cierre (1992), coincide
nuevamente con Ozouf, esta vez de forma explícita, elogiando la “lucidez” con que ella anti-
cipara la dinámica del Bicentenario. Contribución final del editor a su recopilación, “La era
de la conmemoración” presenta ese evento (de 1989) como un caso ejemplar de las tesis ge-
nerales sobre la memoria en cuanto deriva emancipada del peso vinculante de la historia. Le-
jos, por tanto, de lo que Ozouf rechazaba, al igual que Nora, como viciosa identidad, como
“afirmación obsesiva de lo mismo”, el Bicentenario debió continuamente “perseguir su pro-
pia significación”, un resultado previsible (como también había anticipado Ozouf) si se tiene
en cuenta lo que distingue a 1989 de 1889 y de 1939, los grandes aniversarios anteriores. En
el presente, piensa Nora, el “modelo memorial” predomina sobre el histórico, la remisión al

94 P. Nora, “Entre Mémoire et Histoire”, cit., p. 37; íd., “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, cit., p.
XXII.
95 P. Nora, “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, cit., p. XXIII; íd., “Entre Mémoire et Histoire”, cit., p. 43.
96 El mencionado artículo de Ozouf refrendaba su alegato anti-conmemorativo consignando una inspiración: “ya es
hora de que terminemos con nuestra manía celebratoria: es lo que reclama François Furet con un talento muy esti-
mulante” (op. cit., p. 155). Publicado en Le Débat de Nora, al año siguiente lo incluyó en un volumen que (al igual
que otro de 1976: La fête révolutionnaire 1789-1799) apareció en la “Bibliothèque des Histoires” del mismo No-
ra. Por lo demás, el volumen mismo, como figura en la presentación de la autora, fue concebido “en respuesta a un
pedido amistoso de Pierre Nora” (L’école de la France, cit., p. 8).
97 Después de haber sentenciado, con particular referencia al aniversario de 1939, que “toda memoria no sostenida
por un proyecto está condenada a la asfixia y a la muerte”, Ozouf asegura, hablando en 1983 del Bicentenario pró-
ximo, que “no estamos muy dispuestos a celebrarla [a la Revolución] como una promesa” (art. cit., pp. 152 y 154).
98 En “Comment écrire l’histoire de France” (1992), Nora deja en claro que al definir a Francia, como él lo hace,
“en cuanto realidad simbólica […] queda abierta la vía a una historia muy diferente: ya no los determinantes, sino
sus efectos […] no los acontecimientos por sí mismos, sino su construcción en el tiempo […] no el pasado tal como
ocurrió, sino sus reempleos permanentes […]. Es decir, una historia de Francia, pero de segundo grado”. Cf. art. cit.
en Les lieux de mémoire, t. 2, pp. 2229-2230.
99 La actitud de Furet ante el Bicentenario, no obstante, posee una complejidad mayor en razón de que su gran ex-
posición pública como jefe de la corriente revisionista lo obligó a ciertos acomodamientos ante la opinión para no
convalidar las posiciones agresivamente contrarrevolucionarias que, en la época de la celebración, se sentían forta-
lecidas por su enseñanza. Para todo esto, cf. el libro de Kaplan, cit. (en n. 41), cuarta parte, especialmente cap. V.

40
pasado es “caprichosa”, ese pasado “ha perdido su carácter orgánico, perentorio y constricti-
vo”.100 Y, como decía lapidariamente Ozouf, la Revolución Francesa ya no se integra con
“nuestros proyectos”.101
Ahora bien, si –de acuerdo con la lectura anterior– el Bicentenario se afanó por adquirir
una significación que finalmente no obtuvo sino en el desdoblamiento que lo transformó, so-
bre la marcha, en objeto de investigación (“curioso destino de este Bicentenario al que la his-
toria convertirá, para la historia, en el acontecimiento que no fue”),102 es quizá porque los he-
chos conmemorados carecieron de lo que Nora, en su artículo de apertura, había considerado
la primera condición de existencia de los “lugares de memoria”: que estén sostenidos por una
intención configuradora. Pues tal texto deja claro que sólo una “sobredeterminación recíproca”
de la memoria y la historia hace de ciertos referentes lugares de memoria. “Lo que hace falta
de entrada es que exista voluntad de memoria […] intención de memoria”, había remarcado
Nora,103 pero sólo después de especificar, unas líneas antes, que era el historiador quien deten-
taba esa función mediadora: “es él… quien da sentido y vida a lo que, en sí y sin él, no tendría
ni sentido ni vida […] el historiador es aquel que impide que la historia no sea otra cosa que
historia”.104 Por tanto, es legítimo cuestionar, sobre la base de las propias postulaciones del au-
tor, si es sólo un general clima de época el que vuelve “caprichosa” la evocación del pasado y
suscita desafección hacia el objeto conmemorado en el Bicentenario, o si también los historia-
dores, o una parte de ellos (Nora, por ejemplo), han fomentado “el trabajo del olvido”105 so-
bre el acontecimiento y, por tanto, decretado la caducidad de sus “promesas”. En las diversas
contribuciones de las que es autor en los Lieux, Nora ha insistido en componer sus diagnósti-
cos a la altura de una “conciencia nacional” que, si bien sufre mutaciones en cuanto portadora
de una “conciencia colectiva”, tácitamente representaría la vía real de la memoria, respecto de
la cual otras elaboraciones aparecerían como “contra-memorias”.106 Pero ni el criterio de la
discriminación entre una y otras es hecho explícito (un atisbo, sin embargo, figura en la opo-
sición, apenas sugerida, entre “lugares dominantes y lugares dominados”)107 ni tampoco la
propia nación a la que remite la “conciencia nacional” es objeto del trabajo teórico que la pre-
servaría de aparecer –así la han visto algunos– como una entidad “demasiado mística”.108
Que esto no era inevitable, aun tratándose de la captación de configuraciones de la con-
ciencia colectiva tan sujetas a la alteración en el tiempo y la refiguración en el sentido como
las asociadas con la memoria social, lo prueba el enfoque, muy diferente pero afín al de No-

100 Pierre Nora, “L’ere de la commémoration”, cit. (en n. 90), pp. 4690, 4696.
101 Justamente la distribución contradictoria, incongruente o, en todo caso, no unificable de lo abarcado por “nues-
tros proyectos” es lo que Nora describe en la transición “de lo nacional a lo patrimonial”, desplazamiento este úl-
timo que muestra, en el caso característico de las conmemoraciones, una “conmoción en profundidad” del susten-
to de la conciencia colectiva. Cf. P. Nora, “L’ère de la commémoration”, cit., p. 4699.
102 P. Nora, “L’ère de la commémoration”, cit., p. 4691. Nora se refiere a las encuestas y estudios que tuvieron por
objeto de investigación la preparación y realización de las celebraciones; concluye que “sin duda” los resultados de
ese trabajo “darán retrospectivamente [al Bicentenario] la compacidad y el espesor histórico que, en su momento,
le faltaron”, cit., pp. 37-38.
103 P. Nora, “Entre Mémoire et Histoire”, cit., pp. 37-38.
104 Ibid., p. 36.
105 Ibid., p. 38.
106 P. Nora, Les lieux de mémoire, t. 1, sección “Contre-mémoire”.
107 P. Nora, “Entre Mémoire et Histoire”, cit., p. 42.
108 Steven Englund, en el art. cit. (en n. 4), lamenta la carencia, en los Lieux, de una elaboración crítica sobre “this
orherwise all-too-mystical ‘Nation’” (p. 316).

41
ra en escala comprensiva, que dio a la cuestión Raphael Samuel en su ambiciosa restitución
de los “teatros de la memoria”.109 No sólo en este aspecto es cotejable el proyecto (que la
muerte del autor condenó a la inconclusión) de este historiador. Lejos de complacerse en una
deriva nostálgica de las imágenes del pasado nacional o de las constelaciones míticas frecuen-
tadas acríticamente aún por intelectuales e historiadores, Samuel –recuerdan los exhumado-
res de su obra– no sólo tuvo en cuenta “la complementariedad de mito e historia”, sino tam-
bién el riesgo de que “aún el historiador más adherido a lo empírico puede verse atrapado en
las profundas estructuras del mito”.110 Es oportuno tener a la vista la empresa de Samuel –pa-
ralela a la de Nora en la exploración de las articulaciones de historia y memoria, pero dife-
rente de ella en encuadre, motivación, premisas políticas, ámbitos de circulación y destinos
de recepción– para advertir que existen modos de eludir los efectos más parasitarios de la
“memory industry”111 y el sedimento de autocomplacencia cultural que en muchos casos –in-
cluyendo el de Nora– fomenta, en los gustos del público lector y en las agendas de los histo-
riadores à la page, el nuevo culto de la memoria.
Como Nora, Samuel fue un productivo organizador cultural en ámbitos que una mera in-
dicación descriptiva muestra análogos a los del historiador francés: impulsor de revistas, edi-
tor de colecciones y de compilaciones, animador de departamentos universitarios, profesor, in-
vestigador, figura pública.112 Pero cada una de esas intervenciones se ejerció en un marco de
interacción y con un horizonte social muy divergentes de los que activaba la “galaxia Furet”;
su idea misma del eventual aporte de la profesión y de la práctica de los especialistas en el Rus-
kin College de Oxford poco tenía que ver con la que regía en la Ecole des Hautes Etudes de
París; y sus history workshops eran de muy distinta índole que aquellos ateliers de l’histoire,
así como su impulso de una práctica intelectual participativa y de una política socialista113 es-
taban en las antípodas del entre-nous furetiano y del liberalismo aroniano cultivado en Le Dé-
bat. ¿No deberían incidir todas estas marcas en su concepción de la memoria como reserva de
sentido una y otra vez cribada para derivar de ella recursos emancipatorios (y no estímulos con-
formistas, “patrimonialmente” dispersos y autocelebratorios)? Ya los títulos iniciales de su tex-
to introductorio (“Unofficial Knowledge. 1. Popular Memory”, etc.) nos orientan en esa opción
diferencial que, a su vez, se apoya en una definición de la historia como una actividad que “no
es la prerrogativa del historiador ni tampoco –como pretende el posmodernismo– una ‘inven-
ción’ del historiador sino, más bien, una forma social de conocimiento; la obra, siempre, de mil
manos diferentes”.114 Igualmente la memoria, lejos de estar “ineluctablemente asaltada por la

109 Cf. el texto (inconcluso) “Epical History: The Idea of Nation”, en Raphael Samuel, Island Stories, cit. (en n. 1),
pp. 3-20.
110 Alison Light, Sally Alexander, Gareth Stedman Jones, “Editors’ Preface” a Island Stories, cit., p. XI.
111 Iniciado con esta fórmula irónica, el art. de K. L. Klein cit. (en n. 2) concluye afirmando que en una época de
“crisis historiográfica” la memoria adquiere realce “precisamente porque figura como una alternativa terapéutica al
discurso histórico” (p. 145).
112 Referencias a estas actividades en el contexto de una evaluación del marxismo cultural inglés pueden encontrar-
se en Dennis Dworkin, Cultural Marxism in Postwar Britain. History, the New Left, and the Origins of Cultural
Studies, Durham, Duke University Press, 1997, especialmente cap. 5.
113 Además del cit. libro de Dworkin, puede consultarse para un desarrollo de estos aspectos de la actividad de Sa-
muel el estudio de Michael Kenny, The First New Left. British Intellectuals After Stalin, Londres, Lawrence & Wis-
hart, 1995.
114 Raphael Samuel, “Introduction. Unofficial Knowledge”, en Theatres of Memory, vol. 1, cit. (en n. 1), pp. 1-48
(cf. p. 8).

42
historia” cuando ésta ha entrado en su “edad epistemológica”,115 es vista por Samuel como una
dinámica fuerza activa que “está relacionada dialécticamente con el pensamiento histórico y
no es, por tanto, algo así como su alteridad negativa”.116 Cualquier visión crítica actual de las
variedades de conexión entre la memoria y la historia debería tener en cuenta que aun en un
período de “discontinuidad historiográfica”117 –como define el presente Pierre Nora– existen
recursos, intelectuales y políticos, para oponerse a aquellos “ajustes de cuenta posmodernos
con la historia” que designan inflexiblemente a “la conciencia histórica como una ficción opre-
siva”.118 En esa dirección, los Theatres of Memory de Samuel –así como otros textos últimos
del mismo autor–119 resultan serviciales y estimulantes. o

115 P. Nora, “Entre Mémoire et Histoire”, cit., p. 37.


116 R. Samuel, “Preface: Memory Work”, en Theatres of Memory, vol. 1, cit., p. X.
117 P. Nora, “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, cit., p. XXII.
118 K. L. Klein, art. cit., p. 145.
119Raphael Samuel, “Reading the Signs”, History Workshop Journal, No. 32, otoño de 1991, pp. 88-109; “Reading
the Signs: II. Fact-grubbers and mind-readers”, History Workshop Journal, No. 33, primavera de 1992, pp. 220-251.

43
Literatura y política.
La Librería Schmidt y la génesis de una oposición
elemental en la cultura brasileña (1930-1935)*

Gustavo Sorá

CONICET / Universidad Nacional de Córdoba

E n el Brasil actual, el sentido común literario deja poco margen para dudar de que Augusto
Frederico Schmidt, Rachel de Queiróz, Jorge Amado y José Lins do Rego representan
eminencias de la literatura nacional, o que Plinio Salgado y Gustavo Barroso caracterizan el
llamado pensamiento autoritario. Los primeros autores son periódicamente revalorizados a
través de los mecanismos de consagración que instituyen las publicaciones periódicas, las ex-
posiciones de libros, las bibliotecas, las colecciones de clásicos, que los instalan ante un pú-
blico masivo. La producción del restante par de autores, en cambio, sólo es recuperable en al-
guna oscura biblioteca o librería de viejo y mayormente en los textos de corte más literario
que político. Sin embargo, a comienzos de la década de 1930, cuando Barroso y Salgado te-
nían un éxito masivo, Schmidt se afirmaba como valor modernista1 y Amado, Queiróz y do
Rego apenas empezaban a ser editados, era posible hallarlos reunidos en un mismo catálogo,
el de la Livraria Schmidt editora, junto a otros nombres esenciales del actual panteón litera-

* Parte de este trabajo es desarrollada en mi tesis de doctorado (Sorá, 1998). Su evolución se debe a las discusio-
nes con mis directores Afrânio Garcia y Luiz de Castro Faria y con los profesores Federico Neiburg y Moacir Pal-
meira del Museu Nacional de Río de Janeiro. Agradezco la lectura y comentarios de Carolina Sancholuz.
1 A diferencia del mundo hispanoamericano, en el Brasil la palabra modernismo fue usada para designar las van-
guardias estético-políticas que desde fines de la década de 1910 afirmaron valores “nacionales” contra el orden po-
lítico-cultural de la Primera República, caracterizado como aristocrático, galómano, decadente. La historia literaria
habitualmente cede al mito fundador de un “período” originado con la Semana de Arte Moderno de 1922, desarro-
llada en el Teatro Municipal de San Pablo. Las referencias para lecturas sobre el modernismo en el Brasil son in-
numerables. El lector de lengua española puede encontrar someras apreciaciones en Afrânio Coutinho, La moder-
na literatura brasileña, Buenos Aires, Macondo, 1980. Pese a su esquematismo, este autor presenta interesantes
datos sobre las progresiones en el uso de la palabra “moderno”, “modernismo” entre los intelectuales. Otros clasifi-
cadores consagrados de la historia literaria brasileña, como Otto Maria Carpeaux (por ejemplo, Pequena Bibliogra-
fía Crítica da Literatura Brasileira, Río de Janeiro, Serviço de Documentação, Ministério de Educação e Cultura,
1955, 2ª ed.), diferencian “dos fases” del modernismo: la primera caracterizaría casi exclusivamente la producción
de aquellos escritores y artistas activos en el espacio cultural paulista de la década de 1920: Mário de Andrade, Ani-
ta Malfati, Oswald de Andrade, Menotti del Pichia, etc. La segunda desplaza el centro geográfico hacia Río de Ja-
neiro, donde recalaron numerosos escritores de otros estados, y tendría inicio hacia 1928 con los poetas y roman-
cistas sociais o realistas mencionados con diferente énfasis en el presente artículo. Como pretendo mostrar, lejos
estaba el modernismo brasileño de caracterizar una comunidad homogénea, apenas caracterizable por sus proyec-
tos de “concientización sobre la brasilianeidad”. Como análisis ejemplares sobre la diferenciación interna y las de-
terminaciones políticas y sociales de las élites intelectuales brasileñas entre las décadas de 1910 y 1960, véase Mi-
celi, 1979, 1996, y Garcia, 1993.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 45-64.


rio brasileño, como Octavio de Faria, Gilberto Freyre, Amando Fontes, Afonso Arinos, entre
otros. ¿Cómo se compuso esta reunión? ¿Qué implicaba tal proximidad?
Tal como enseñan Durkheim y Mauss (1971), para explicar cómo el mundo llega hoy en
día a ser como es resulta imperativo comprender los procesos a través de los cuales la historia
cultural dispersa universos que alguna vez estuvieron genéticamente imbricados. Al componer
estados precedentes de las configuraciones sociales y culturales, la antropología histórica re-
cupera relaciones entre unidades de significación que, con el pasar del tiempo, se bifurcan has-
ta ofuscar cualquier rastro de su génesis común. El estudio de las relaciones entre literatura y
política como géneros editoriales permite iluminar las características y razones de las distan-
cias y aproximaciones de dos universos naturalizados al extremo, ya que representan fuerzas
de imposición del orden del mundo en las culturas nacionales.2
Propongo analizar aquí la difusa superposición entre lo que hoy distinguimos como obras
literarias y obras de política en el interior de un catálogo editorial de comienzos de la década
de 1930. Esta unidad de análisis representa un objeto tipográfico de extraña3 potencia para in-
ducir la comprensión de los sistemas de autores y obras de un tiempo y espacio cultural deter-
minado. Sin embargo, el catálogo es un punto de llegada que sólo recobra significados una vez
que se enfoca a los agentes que intervienen en los procesos de selección que autorizan la publi-
cación de un texto. El catálogo de la Librería Schmidt es la obra de su fundador-propietario, Au-
gusto Frederico Schmidt, cuyo rol resulta indispensable para comprender, por ejemplo, la pro-
ximidad en tiempo y espacio de la publicación de obras literarias y de política claves en la
historia cultural brasileña y que hoy no dejan vestigios de tal vecindad. ¿Quién fue Schmidt?
¿Qué condiciones reunió para jugar el papel de articulador y difusor de intelectuales de peso en
la construcción de la esfera pública brasileña? ¿Cuáles eran las características del campo de pro-
ducción, circulación y consumo de obras impresas en el cual se diferenció su obra de editor?

El tiempo de la crítica

Para apreciar los principios de clasificación y valoración de libros en aquel tiempo, podemos
seguir los avatares del lanzamiento de O Quinze y Menino de engenho, títulos de debut de Ra-
chel de Queiróz y José Lins do Rego. A través de ellos vemos hasta qué punto en el pasaje de
la década de 1920 a la de 1930 la crítica como institución era el tamiz determinante del sis-
tema de producción, edición, propaganda, circulación y aprehensión de las ideas impresas.
Según el testimonio de Rachel de Queiróz:

2 Razón por la cual los campos político e intelectual periódicamente se contraponen o invaden los principios de fun-
cionamiento del otro. Como estudios ejemplares en este dominio véase, por ejemplo, Almeida, 1979; Neiburg,
1997; Sapiro, 1999.
3 “Extraña” en la medida en que pocos análisis históricos o sociológicos toman los catálogos como fuente de infor-
mación. Como estructura de unificación de un sistema de autores y títulos, un catálogo ofrece evidencias materiales
contundentes sobre las acciones de los editores como fuerza de imposición de obras en un espacio y tiempo determi-
nados, como fuerza de invención de posiciones y disposiciones. Como artefacto que condensa las marcas de la “obra”
de una editorial y sus editores, a lo largo de mis investigaciones me he valido de este recurso como “documento de
identidad” (por ejemplo, Sorá, 1997, p. 165) que permite extraer datos relacionales difícilmente recuperables cuando
los estudios se circunscriben al análisis de la obra de un autor (sin sistema) y sus discursos (sin soportes).

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Nessa época existia uma coisa que desapareceu, que era o crítico oficial da imprensa: Tristão
de Athayde no Jornal do Brasil; Agrippino Grieco, Gastão Cruls que escrevia romances mas
também fazia crítica; o Gilberto Amado também fazia crítica, o Odilio Costa Filho. Então, a
gente escrevia um livro e saiam cinco, dez artigos. Em São Paulo tinha os críticos de São Pau-
lo… a gente tinha uma porção. Era a chamada fortuna crítica. Hoje não tem mais. Acabou-se
a critica no jornal. Os livros saem e você sabe se o livro é bom se esta na lista dos dez mais
vendidos. A minha Maria Moura ficou trinta e seis meses!!4 Naquele tempo, todo mundo mo-
rria de medo dos críticos. Agrippino então! Quando Agripino falou bem de min! Uhsh! Por
que Agripino era muito irônico, muito sarcástico. Ele gostou muito de min e depois… foi ami-
zade. Alceu Amoroso Lima me recebeu também clamorosamente. Mas quem me descobriu
foi Schmidt. Quando saiu O Quinze ele escreveu uma resenha titulada “Romancista ao Nor-
te”, e ali o livro ganhou prêmios, etc. (entrevista con la autora, febrero de 1997).

En el caso de Menino de Engenho, el amplio tratamiento que le dio la crítica llevó a que se
agotara en tres meses. Pero la tarea de los críticos no se limitaba a la escritura de reseñas pa-
ra suplementos de periódicos. Para la acumulación del tipo de autoridad que elevaba a la crí-
tica como centro de la cultura en el cambio de décadas, esta clase de agentes se distinguía a
través de la fundación y/o dirección de revistas literarias. Más aún, ante la escasez de casas
editoras dispuestas a correr riesgos con nuevos autores, fundaron librerías-editoriales. La crí-
tica en la época sólo se comprende teniendo en cuenta este sistema difuso de prácticas a tra-
vés de las cuales los jueces del gusto y la acción cultural se aliaban, se distanciaban, compe-
tían entre sí. Una evidencia de esta dinámica es el cambio de editorial entre los dos primeros
libros de José Lins do Rego: Aizen y Hersen, dueños de Adersen, editorial que arriesgó con
Menino de Engenho, pertenecían al medio periodístico pero no gozaban de renombre como
críticos. Gastão Cruls y Agripino Grieco, en cambio, eran jueces temidos que a partir de 1931
fundaron la revista y editorial Ariel. Después del eco de la crítica, estos “activistas” literarios
capturaron la edición del segundo título de do Rego, Doidinho (1932).
La posición de los críticos como editores fue un precipitado más de las crisis del mundo
del libro en el Brasil entre 1925 y 1930, capítulo del sistema de transformaciones que marcó
la mutación de la aristocrática esfera literaria de la República Velha hacia otra público-bur-
guesa (Miceli, 1979, cap. 3). Para comprender la diversidad de acciones y estrategias edito-
riales posibles en esta fase, es preciso remitirse a las repercusiones del cierre de la gráfica-
editora Monteiro Lobato en 1925, considerada como primer modelo de empresa especializada
en la producción de libros,5 que hasta ese momento había realizado lanzamientos de riesgo en
favor de una literatura nacional (Garcia, 1993, p. 27). Su rápida falencia puso al desnudo las
dependencias de la edición con el mundo de la librería y de las élites, sus limitaciones como
actividad institucionalizada o de alcance supra-regional, la falta de autonomía del editor co-
mo corporación. Esta crisis se arrastró hasta el crash financiero y del sistema de exportación-

4 Editada por Siciliano en 1992, el éxito de ventas de este título estuvo asociado con la producción de una teleno-
vela por la TV Globo. En la actualidad la obra de Rachel de Queiróz está depositada al cuidado de una agente lite-
raria. Por contraste histórico, la referencia de la televisión o de la especialización del agente literario advierten so-
bre la relegación progresiva de la “crítica” hacia el cerrado circuito académico y sobre la diversificación de las
fuentes de autoridad y publicidad que intervienen en el mundo del libro.
5 A diferencia de las librerías-editoras, modelo de asociación que subsumía los factores productivos al motor co-
mercial y social de la demanda librera, la editorial-gráfica marcaba un primer intento por ordenar un mercado a par-
tir del riesgo con la producción cultural de ofertas y de públicos.

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importación de 1929, que alcanzó a los comercios libreros del país, sostenidos por amplios
stocks de libros importados, y la producción de libros, dependiente de papeles e insumos del
exterior. Escasos sellos editores traspasaron la década. Sin embargo, un puñado, como la
Companhia Editora Nacional de San Pablo o la Livraria do Globo de Porto Alegre, surgió for-
talecido de la crisis: estas empresas se consolidaron e hicieron evolucionar la edición como
industria, al restringir sus apuestas a la publicación de libros con altas tiradas y de rápida ro-
tación: libros escolares, literatura de autores brasileños ya consagrados y extranjeros de éxi-
to efímero. Lo que aquí interesa resaltar es que este ajuste produjo una inflación de textos de
escritores pretendientes sin alternativas para publicar en editoriales capaces de arriesgar en
ellos. A comienzos de la década de 1930 esta fuerza acumulada fue capitalizada por un con-
junto de críticos de renombre que fundaron editoriales. Entre éstas sobresalió la fundación de
Schmidt y Ariel, dos sellos de Río de Janeiro insertos en la misma lógica de diferenciación de
la crítica como autoridad central en el sistema de producción simbólica.6
Alrededor de los sellos que balizan el triunfo del tiempo de la crítica, se observa un pro-
fundo cambio en las relaciones de concurrencia editorial-cultural. Los críticos monopolizaron
todas las instancias necesarias de un sistema de legitimación de las apreciaciones a través de
las cuales echaban luz sobre un conjunto de escritores nuevos que, como José Lins do Rego,
Rachel de Queiróz o Jorge Amado, fueron presentados en el escenario cultural como una “re-
velación”7 de que la literatura brasileña era posible. Aun cuando esta clase de editoriales du-
ró apenas un par de años, es preciso detenernos en sus experiencias, ya que compusieron un
estado evolutivo en el sistema de producción y circulación de ideas y obras de los autores de
vanguardia del período. Es decir, produjeron un efecto de campo al punto tal que es posible
afirmar que la mayoría de los autores de renombre consagrados en la década de 1930, época
seminal en la consolidación del canon de escritores brasileños del siglo XX, fue catapultada a
través de tales sellos.
El caso de la Livraria Schmidt es paradigmático de la clase de principios de producción
editorial que aquí vinculo; expone los elementos necesarios para comprender hasta qué pun-
to la literatura y la política como géneros editoriales, lejos de existir como realidades diferen-
ciadas, mezclaban sus contornos. Su elección se impone al considerar que Ariel, el otro sello
de esta clase que podría servir de referencia, ganó renombre al capitalizar ciertos “segundos
libros” de autores que se fugaron de Schmidt, antes de que los autores de ambas marcas flu-
yeran hacia la Livraria José Olympio.8 Schmidt implantó un catálogo modelar con los géne-

6 Es necesario insistir en las relaciones genéticas con la producción cultural durante la República Velha, en la me-
dida en que la idea de Revolución del 30 (qué llevó a Getúlio Vargas al poder como líder de una Alianza Liberal
cívico-militar) opaca (a excepción de Pontes –1988–) los análisis de la historia editorial de este período, al montar
afirmaciones del tipo: “Ninguém naquela época punha em dúvida uma realidade: a de que uma indústria editorial
brasileira, viável, havia surgido praticamente do nada no período que se seguira à revolução” (Hallewell, 1985, p.
337 –cursivas mías–).
7 Luiz de Castro Faria (2002) llama la atención sobre el lenguaje religioso que imperó en la primera mitad de la dé-
cada de 1930 en las apreciaciones literarias y políticas sobre la revelación de una cultura brasileña. Otra palabra re-
dundante en los discursos era milagro.
8 Al hilvanar las historias y concurrencias de estas editoriales, se comprende cómo José Olympio, principal sello de
literatura nacional entre 1935 y 1950 (una Gallimard brasileña, podríamos decir, si esta analogía ayuda a nuestro
intento expresivo), generó su catálogo como en un movimiento de monopolización de vanguardias ya consagradas
por sellos “de riesgo”, propios del tiempo de la crítica. Para una demostración completa de este cuadro de concu-
rrencias editoriales, véase Sorá, 1998 y 1999.

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ros y autores que marcaron todos los catálogos “culturales” del período, inclusive el de la edi-
torial José Olympio. Por el hecho de tratarse de una pequeña empresa, las características de
la librería-editorial se presentan indisolublemente unidas a la trayectoria de su mentor.

Historia de un aprendiz de comercio

En enero de 1922 un joven de Río de Janeiro consiguió realizar el sueño de muchos adolescen-
tes sin recursos: entrar en la vida prática a través de la Casa Costa, Pereira & Companhia.9 Au-
gusto Frederico Schmidt tenía 16 años y ya había pasado por una breve experiencia comercial
en la Casa Barbosa Freitas de la Avenida Rio Branco. Situada en la Rua da Quitanda,10 la Ca-
sa Costa, Pereira & Cia era un poderoso comercio de fazendas e armarinhos por atacado que
poseía sucursales en las principales capitales. En la tienda, Augusto enfrentó tres años de ini-
ciación comercial. Comenzó por el tercer piso, armando abanicos con un japonés; pasó por el
departamento de ventas, donde se fogueó con el maestro Coutinho; siguió hacia el depósito
de tejidos, toallas y manteles, hasta llegar a la planta baja como auxiliar de acomodación. Los
empleados como Augusto permanecían todo el día en pie. Subían las escaleras rodantes para
acomodar y retirar telas, botones, perfumes franceses, pó-de-arroz, lustraban los estantes con
paños húmedos. El máximo escalafón dentro de las tiendas estaba señalado por los antiguos
empleados, que ya no usaban corbata.11
Todas las mañanas a las seis, Augusto salía de su casa, ubicada en Botafogo, y tomaba
el tranvía hacia la Galería Cruzeiro, epicentro de la ciudad. Al llegar a este sitio, hacía tiem-
po para esperar a un colega que arribaba desde otro punto de la zona sul. El trabajo comen-
zaba a las siete de la mañana y cubría medio expediente. Al mediodía subía de nuevo a los
tranvías para aterrizar en lo de tía Julia Schmidt, viuda de su tío Frederico, quien le daba de
almorzar y ayudaba en la manutención del pariente pobre (Miceli, 1979, pp. 26 y ss.).

9 “Entrar para a Casa Costa, Pereira & Cia. significava ter futuro garantido e mesmo riqueza, se a sorte ajudasse. Fo-
ram numerosos os interessados: saíram ricos e foram contentes e rápidos morrer na terra, depois de longas penas nas
seções diversas e no balcão. Muitos empregados envelheceram com o pão seguro, embora pouco” (Schmidt, 1959,
p. 71). Si sumamos esta generalización a idénticos anhelos registrados en el estudio del editor José Olympio (So-
rá, 1998, pp. 20-24), podemos afirmar que este empleo era un modelo de ascenso para jóvenes de escasos recursos
como José Olympio Pereira o desclasados como Schmidt. Si bien los orígenes sociales de este agente son trabaja-
dos más adelante, es preciso anticipar que el poeta-editor-empresario Augusto Frederico Schmidt provenía de una
familia de comerciantes y empresarios de origen alemán. La muerte prematura del padre acarreó la falencia mate-
rial de la familia y la socialización de Augusto fue tortuosa. Esta condición lo alinea con las características típicas
de las trayectorias de la mayoría de “los modernistas” y los agentes que, a partir de sus experiencias de reconver-
sión de capitales, protagonizaron las “cruzadas” de construcción de una cultura y Estado nacionales en Brasil. Como
estudio modelar de estos procesos, véase Garcia, 1993.
10 El inmenso local tenía frente hacia la Rua da Quitanda, entre Sete de Setembro y rua do Ouvidor, y por los fon-
dos salía hacia la rua Sachet.
11 La autobiografía, género que aquí tomo como punto de partida descriptivo, es casi un tipo ideal de lo que Lévi-
Strauss llama modelo consciente. Alertado para no asumir como verdad absoluta el interés o punto de vista del au-
tor, me “dejo llevar” por trechos de su relato que revelan la reconversión de dramas en obras. El discurso orienta-
dor es luego canalizado analíticamente al interpretar las razones de los claroscuros autobiográficos producidos por
el protagonista y al verificar una posición social particular asentada en la multiplicidad de funciones desarrolladas
por Schmidt en la tensión entre el mundo de los negocios y de la literatura. Vemos así las particularidades de esta
trayectoria que puede ser clasificada entre aquélla de agentes liminares, protagonistas de invenciones decisivas en
el mundo editorial.

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Para el resto de los empleados, Augusto era raro rapaz; un lector compulsivo. Viajaba
en el vagón de remolque y consumía sin parar traducciones de novelas francesas, ediciones
populares portuguesas que compraba en una librería del Largo de Machado de la que ya no
hay vestigios. Entraba a la tienda con libros bajo el brazo, postura que lo excluía de lo co-
mún.12 Por las rejas del fondo del negocio el joven aprendiz de comerciante espiaba a inter-
valos hacia la Livraria Briguiet, donde se reunían celebridades de la Acadêmia Brasileira de
Letras, juristas, políticos:

Não serei exagerado se afirmar que o paraíso perdido era para mim essa livraria, com os seus
freqüentadores. Falar-lhes, comprar livros em língua estrangeira com um cigarro na bôca, era
sonho que me parecia inatingível. Com o nariz para a Rua Sachet, os olhos pregados na casa
do Briguiet, espreitando pelas frinchas das portas fechadas da loja, não raro me esquecia on-
de estava. Mas sempre os gritos do Sr. Pinto Vieira, da seção de encaixotamento ou de algum
outro interessado, tiravam-me da contemplação beatífica do meu sonho, que a livraria vizin-
ha configurava, “Lá está o Senhor Schmidt na vagabudagem! Ande, homem, para o trabalho!
O gajo não dá mesmo para esta vida!…” (Schmidt, 1959, p. 70).

En sus primeros años de iniciación en la vida de comercio, Augusto sufrió en extremo la con-
tradicción entre hacer carrera, mantener puestos, arribar a un futuro estable y “a sedução de
sair também daquela espécie de colégio, onde não se estudava, de trocar pela aventura, pelo
negócio incerto, o futuro repousado e gordo…” (ibid., p. 72). Al cerrar el día, Schmidt volvía
hacia la Galeria Cruzeiro, donde se encontraba con Cornélio Pena, periodista del Jornal de
Comércio con quien alimentaba valores culturales modernistas.

Aprendiz de artista

Cornélio Pena participaba del círculo de intelectuales católicos y producía cierta fascinación
en Augusto. Al salir de la tienda, Schmidt iba al Café Gaúcho de la Rua Rodrigo Silva. Allí
se sumaba a una rueda de artistas donde Pena lo había introducido, y esperaba por el periodis-
ta que salía al atardecer del Jornal de Comércio, también situado en la Rua da Quitanda. Aun-
que Pena era diez años mayor que Schmidt, ciertos imperativos biográficos aproximaban a es-
tos agentes. Pena sufrió una trayectoria crítica. Su padre, médico, murió cuando tenía dos años.
Fue criado con parientes por línea materna, desplazando la residencia entre Petrópolis, Cam-
pinas y San Pablo. Aquí se inició en la pintura, cursó derecho y se formó como bacharel.13 En
la década de 1920 se mudó a Niterói, ciudad vecina a Río de Janeiro (cf. Lima, 1966, p. 328).

12 “Êsses livros causavam estranheza e mesmo certa irritação nos colegas, na sua maioria portuguêses, trabalhado-
res sérios, dedicados inteiramente à conquista do pão e da tranqüilidade futura […] O amor do livro sempre me
acompanhou, e bem intenso, desde essa época, e principalmente nessa época” (Schmidt, 1959, p. 70).
13 Bachareis se denominaba a los egresados de la Academia de Derecho, máxima institución cultural de San Pablo,
locus de formación de las élites dirigentes hasta la fundación de la USP en 1934. Pero antes que nada esa categoría
expresaba un conjunto de prácticas entre las que se destacaban el estudio de oratoria y retórica junto a un uso em-
blemático del latín. En literatura exigía la aproximación del parnasse, del simbolismo. Anatole France era una va-
ra de autoridad y estilo (cf. Miceli, 1975). Durante la República Velha, el habitus que engendraban estas eleccio-
nes aportaba las herramientas imprescindibles para asistir a los salones literarios, las reuniones de comensales y las
ruedas de librería donde un intelectual pretendiente moldeaba su nombre.

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Para Schmidt, Cornélio Pena era un modelo de intelectual puro: “travalhava pintando e de-
senhando, exercia com extrema facilidade o jornalismo, discutia política, lia e encontrava
tempo para saber muitas coisas da vida dos outros, e examinar o tecido da sociedade em que
viviamos” (Schmidt, 1959, p. 228). Esta multiplicidad de disposiciones prácticas evidencia el
estado de indiferenciación de los campos artístico e intelectual (cf. Miceli, 1996; 1979, p. 95),
en un momento inicial de la expansión de un Estado central que progresivamente propició la
diferenciación de posiciones intelectuales y políticas (cf. Miceli, 1979, cap. 3). A comienzos
de la década de 1930 Pena consiguió un puesto como oficial-amanuense en el Ministerio de
Justicia. A diferencia de Schmidt, esta “dependencia” dio a Pena condiciones para una dedi-
cación mayor a la formación de una carrera literaria, hasta autonomizarse a mediados de la
década gracias a una herencia familiar. Finalmente, cuando se inauguró la Universidade do
Distrito Federal, en 1935, ocupó el cargo de director del Instituto de Artes.
Cuando conoció a Cornelio Pena, Augusto tenía dieciséis años y ya no estudiaba. La
decisión de enfrentar el mundo del trabajo había sido tomada por “los suyos” como último
recurso para encarrilar al joven en la vida, luego de que hubiera fracasado en diversos cole-
gios secundarios “sin progresar ni aprender nada”. Construyendo una imagen de autodidac-
ta, Schmidt en sus memorias valoró la tienda de fazendas e armarinhos como su universi-
dad, su escuela superior (Schmidt, 1959, p. 70) ¿Cómo puede ser que al mismo tiempo haya
pensado que allí fue un “gran infeliz”, un “triste prisionero”, un “rotundo fracasado” donde
el tiempo fue “perdido”?:

Entrei, pois, para o comércio, mocinho, como quem se considera e é considerado vencido, in-
capaz para as altas coisas da vida, para as profissões liberais […] Enquanto os conhecidos da
minha idade estudavam ou faziam que estudavam, eu aprendia as marcas dos perfumes da
França e a diferença entre botão de osso e de marfim. E tudo quanto nessa época me parecia
o fim da esperança, a escravidão ao medíocre pelo tempo todo que o destino me reservara, tô-
da essa confinação no mundo comercial, constitui afinal o que possuo de melhor no pouco
que tenho de meu, e que há em mim de mais humano: essa incapacidade de ser livresco […]
(Schmidt, 1959, p. 70).

Para Schmidt, tiempo de oro fue el que transcurrió en Lausana, entre 1911 y 1917. Allí vivía
con sus tres hermanos, tres hermanas, sus padres y una abuela que ya había vivido en Rio
Grande do Sul. Rodeados de compañeros de variadas nacionalidades, los niños estudiaban co-
mo internos en el distinguido colegio Champs-Soleil. Para cuidarlos la familia contaba con
una babá (niñera) brasileña y la formación se depositaba al abrigo del británico preceptor
Abrahms y su señora, con quienes vivieron por 10 meses. Fue un tiempo de felicidad y trage-
dia. Su padre Gustavo murió en Montreux-Territé cuando Augusto tenía 10 años.
En las memorias, Schmidt sólo escribe breves notas sobre parientes maternos con los
que pasó a criarse en Río de Janeiro. Primero vivió con los abuelos en la rua Araújo Leitão,
en Vila Isabel. Su abuelo materno realizaba escrituração comercial, oficio que ya les había
permitido mudarse a la calle das Marrecas en los tiempos de vacas gordas, cuando había nu-
merosas criadas. La madre, quien había transmitido a sus hijos una intensa devoción católica,
murió al poco tiempo de llegar a Río. Augusto pasó a vivir entre tías, mudándose de un lado
al otro de la ciudad. En un comienzo la formación secundaria parecía asegurada en el tradi-
cional colegio São Bento de los monjes benedictinos. Pero Augusto interrumpió ésta y otras
opciones escolares y parece haber vivido una larga fase depresiva:

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Revejo-me a ler as Mémoires d’Outre-Tombe na casa da Rua Hilário de Gouveia, aos dezoi-
to anos não estudava, nem tampouco suportava a monotonia do emprego no comércio. Sem
dinheiro e sem passeios, secretamente ambicioso de glória, pus-me a ler infatigavelmente os
livros de uma velha mala, herança de minha mãe (materialmente falando, foi tudo o que her-
dei). Voltado contra a parede do quarto exíguo eu lia por dias inteiros […] tudo encontrava
socorro e prêmio no vicio da leitura. Eu podia ler em francês, língua que principiei a estudar
em menino, num colégio na Suíça, em 1914. Foi o que me valeu (Schmidt, 1959, p. 129).14

Desde pequeño Augusto usaba anteojos y de joven ya era obeso como su padre. Sus herma-
nas también sufrían la convivencia con mozas de la alta sociedad de Copacabana. Buscando
un mundo propio, el joven emigró en 1924 a la región de San Pablo, donde probó suerte co-
mo caixeiro-viajante, representando a una fábrica de aguardiente de Minas Gerais. La ambi-
güedad entre devenir un ser de cultura y un gran agente de comercio no lo abandonaba:

À noite, no meu quarto do Hotel de France [en Santos], lia eu Dostoievski, diante da lâmpa-
da triste. Libertava-me da aguardente, do Senhor Pimenta, da vida comercial, e mergulhava
no mundo desconhecido do Crime e Castigo, dos Irmãos Karamazov. A minha vida já então
começara a revestir-se de duplo aspecto: luta pela manutenção, por meio do trabalho mais co-
mum no comércio, e refúgio em outros mundos, no deserto literário, na crueldade da desam-
parada vida das letras brasileiras” (Schmidt, 1959, p. 86).

En el período paulista, entre 1924 y 1928, Augusto llevó a un límite esta dualidad. Como via-
jante conoció gente de influencia, obtuvo apadrinamiento, destreza, hasta fijarse como em-
pleado en un comercio de la capital que “importaba”15 maderas de Paraná. En este negocio
sintió de un modo concreto la posibilidad de tornarse gran hombre de negocios. Al terminar
el expediente, sin embargo, realizaba el circuito de cafés y librerías del triângulo, barrio “aca-
démico”, “social” y político del centro paulista. Obligatorio era pasar por la vieja y monu-
mental librería Garraux,16 ver de lejos a los ilustres, juzgarlos en silencio con sensibilidad
modernista, hojear las ediciones francesas y salir sin comprar nada rumbo a la librería de li-
bros viejos (sebo) de Monsieur Gazeau:

[...] lá ia deliciar-me ao encontrar volumes de teatro de Ibsen a preços convenientes, ou ro-


mances famosos que eu devorava nas noites desertas e inconfortáveis, passadas numa pensão
da Rua Rêgo Freitas […] Tôda a minha segurança diurna desaparecia no quarto minúsculo da
pensão. O dinheiro era mais do que curto. Quase nada sobrava para os livros. Sofria muito
(Schmidt, 1959, p. 75).

14 Leer en francés era un requisito obligatorio para transitar “el mundo de la cultura”. El significado para Schmidt
de este único capital de lengua y libros resalta al observar cómo en las memorias recordó la recuperación de este
capital “inicial” en conexión con un viaje de peregrinación literaria que realizó por Francia en la década de 1940,
una vez que acumuló fortuna y consiguió viajar a Europa con regularidad. Visitó el Castillo de Chateaubriand en
la Bretagne, la casa de la abuela de este mismo autor, la casa de Renan, el túmulo de Péguy, etcétera.
15 Téngase en cuenta que hasta entrada la década de 1930 cada Estado regulaba su propia legislación económica y
financiera. Por ende existían barreras aduaneras, fiscales y en algunos casos para transitar entre provincias eran pre-
cisos permisos especiales.
16 Sobresaliendo en el mundo del libro paulista hasta fines de la década de 1920, Garraux era un verdadero salón
social, literario, político. Como teatro de representación, establecía una jerarquía de valores culturales dominantes
(véase Sorá, 1998, cap. 1).

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Solo, en una pensión de trabajadores y estudiantes, Augusto parecía alcanzar el estado típico-
ideal para la conversión poética. Allí escribió los primeros sonetos: “poetava eu como um es-
túpido que era. Dava a impressão de um pedante, de um caixeiro inconformado, mas na rea-
lidade era um desamparado, um pobre de Deus, tímido e com aparências de ousado. As águas
do destino começavam a levar-me para onde queriam” (Schmidt, 1959, p. 76).

Poeta-editor-librero-empresario: Schmidt y el dilema típico del editor cultural

A partir de 1926 aparecieron sus primeros artículos en diarios y revistas,17 hasta que en 1928
consiguió publicar Canto do Brasileiro,18 libro que en la época obtuvo gran repercusión y le
abrió las puertas del reconocimiento modernista.19 A fines de la década de 1920 la ambigüe-
dad entre el mundo literario y el de los negocios era extrema. Por un lado la posición de Sch-
midt en el mundo del comercio había mejorado sensiblemente. Por otro, el año de su debut li-
terario regresó a Río de Janeiro y comenzó a frecuentar el Centro Dom Vital, que congregaba
a la intelectualidad católica detrás de Jackson de Figueiredo y, a partir de ese año, de Alceu
Amoroso Lima.20 En este círculo Schmidt promovió y dirigió la revista Literatura. Esta pla-
taforma le otorgó nombre y relaciones. Ya en 1930 una segunda condición de renombre cul-
tural fue promovida cuando invirtió recursos en la fundación de su propio comercio de libros
en la rua Sachet Nº 27, a pocos metros de la deseada Briguiet.
La librería comenzó con el nombre de Católica; acaparó funciones de integración del
centro Dom Vital y diversificó sus proyectos de acción cultural. Allí pasó a congregarse el lla-
mado “Círculo Católico”, del cual también participaron Manuel Bandeira, Hamilton Noguei-
ra, Afonso Arinos de Melo Franco, Sobral Pinto, Jayme Ovalle, además de Schmidt y Lima.
Antes que una intención doctrinaria-religiosa, unía a este grupo un rechazo visceral a la Re-
pública Velha y una intensión de introducir “lo social” en la producción intelectual. El renom-
bre acumulado por el conjunto de los integrantes formó una red de relaciones utilizada para
promover, entre otras cosas, actividades de edición. Entre 1930 y 1933 Schmidt formó un ca-
tálogo modelar para la década de 1930, década decisiva en la formación del Estado y, corre-
lativamente, del canon literario nacional.

17 Por ejemplo A. F. Schmidt, “Carta aberta” (Revista do Brasil 1 (5), pp. 33-34, noviembre de 1926, 2ª fase), apre-
ciación del resonante romance O Estrangeiro de Plinio Salgado.
18 Otros libros de poesías del período fueron Canto do Liberto (1928), Navio Perdido (1929), Pássaro Cego (1930),
Desaparição da Armada (1931), Canto da Noite (1934), Estrela Solitária (1940).
19 En consonancia con el tipo de visión que los críticos profesionales pasaron a aplicar sobre “lo nuevo”, a comienzos
de la década de 1930 las obras de Schmidt fueron juzgadas como directas y realistas: “como poeta, foi acentuada
sua importância na segunda fase do Modernismo, quando se voltou contra o pitoresco e o malabarismo, buscando
uma poesia quase direta, espontânea e espiritualista, de aparente simplicidade, que exerceu grande influência no de-
cênio de 1930 e parte do de 1940” (Cândido, Antonio y J. Aderaldo Castello, Presença da Literatura Brasileira, ci-
tado en Lima, 1966, p. 340).
20 El movimiento intelectual católico creció en la década de 1920 alrededor de Jackson de Figueiredo, como un re-
fugio de parientes pobres de grandes familias en declinación, como una de las variantes de reacción al poder oligár-
quico de la república. Su crecimiento está balizado por la fundación de la revista A Ordem en 1921, el Centro Dom
Vital en 1922, la Ação Católica Universitária en 1929 y la Ação Católica en 1932 (cf. Miceli, 1979, pp. 51-53). Uno
de sus triunfos, en la década de 1920, fue la introducción de la enseñanza católica en las escuelas y capellanías mi-
litares de Minas Gerais. La confirmación del movimiento se dinamizó con el suicidio del líder en 1928 y la asun-
ción del liderazgo por el crítico Alceu Amoroso Lima (Hallewell, 1985, p. 339).

53
La acción innovadora de Schmidt se manifestó cuando lanzó y unificó a una diversidad
de autores que, en esencia, abarcó el universo de las elecciones estéticas y editoriales posibles
desarrolladas a lo largo de la década de 1930, y fue condensada en el sistema de géneros, pro-
blemas, temas, estilos editoriales que gravitó en su catálogo.21 Es por ello que, como ya ex-
presé, es indispensable recuperar algunos puntos de apoyo del catálogo para comprender el
significado cultural y político de este sello. En la publicidad de sus libros se observa una di-
ferenciación progresiva de la literatura y la política como géneros de aceptación pública. En
este período, la oposición complementaria entre literatura brasileña y política fue modelar pa-
ra todos los catálogos de aquellas empresas que pretendieron luchar por la edición de la cul-
tura nacional legítima.
El primer lanzamiento de la Livraria Schmidt fue Oscarina, novela debut de Marques
Rebêlo: “a obra não era exatamente modernista, mas empregava um português simples, bra-
sileiro, com expressões típicas de seus personagens e foi aplaudida pelos críticos. Em segui-
da Schmidt lançou o primeiro livro de Octávio de Faria (23 anos). Seu pequeno livro, Ma-
quiavel e o Brasil, associava uma apreciação de Niccolo Machiavelli aos chavões políticos
populares de então: difamação da República Velha positivista, louvor ao bom governo de D.
Pedro II e admiração por Benito Mussolini”22 (Hallewell, 1985, p. 340).
El trayecto hasta el primer libro de cualquier escritor de la época demostraría que, da-
das las condiciones de la vida intelectual, en realidad ningún editado era un verdadero desco-
nocido o llegaba al librero-intelectual por vías indirectas. Faria era hijo de Alberto de Faria,
miembro de la Academia Brasileira de Letras. Fue criado entre Río de Janeiro y Petrópolis,
donde “pasaba los veranos”. Como todo joven varón de buena familia, en la época siguió de-
recho y se recibió con distinción (Lima, 1966, p. 298).23 En la facultad fundó, junto con los
compañeros Gilson Amado, Américo Lacombe, Thiers Martins Moreira y San Tiago Dantas,
el Centro Acadêmico Cajú. En 1927 publicó sus primeros escritos en la revista católica A Or-
dem y en Literatura, a través de la cual trabó relación con Schmidt y el círculo católico.
El carnaval fue el tema central de los dos lanzamientos que siguieron: A mulher que fugiu,
del escritor José Geraldo Vieira, y O paiz do carnaval, de Jorge Amado, joven bahiano de 19
años. La librería era el motor de la edición, el foro de discusión y calibre de los principios de
selección, el nudo de las alianzas. Los escritores se promocionaban unos a otros hasta que un
texto inédito entraba en la librería y se depositaba en los famosos cajones de Schmidt. El pri-
mer título de Amado llegó por intermedio de Octavio de Faria. Según Hallewell (op. cit.), los
originales fueron hallados en el cajón de Schmidt por el crítico Tristão da Cunha, quien lo

21 Al menos en lo que toca a un polo de producción restringida, que así comenzaba a diferenciarse en el incipiente
campo editorial nacional.
22 Lúcia Lippi de Oliveira (1982) demuestra cómo este libro de Faria fue pionero en la aplicación de comparacio-
nes entre las variantes europeas del fascismo y la realidad brasileña post-revolución del ‘30. El tema fue reapropia-
do e impuesto como problemática obligatoria de la época con Introdução à realidade brasileira (1933) de Afonso
Arinos de Melo Franco; O Estado Moderno (1935), de Miguel Reale e Introdução à política moderna, de Cândido
Mota Filho (Oliveira, 1982).
23 Tanto el no haber ejercido su profesión, como el refugio en la literatura, el catolicismo y una crítica sistemática
a la burguesía son la manifestación de la declinación que sufrió su familia en la época. La expresión literaria radica-
lizada hizo que los críticos reunieran su obra como un proyecto premeditado: “Octavio de Faria é autor de uma obra
programada, a principio, em 20 volumes, numero mais tarde reduzido para 15. Nela, conforme indica seu título ge-
ral de Tragédia Burguesa, se propôs a levar a cabo a história da burguesia e de sua crise”, en la primera mitad del
siglo en Río de Janeiro (Adonias Filho, citado en Lima, 1966, p. 298).

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sentenció con un comentario favorable. El libro salió en septiembre de 1931, tiempo en que
Amado emigró hacia la capital.24
Cuatro títulos en un año evidencian que la edición era una práctica más, no disociada de
la crítica y la librería. La publicación de libros de ninguna manera fue pensada por estos in-
telectuales como oficio de dedicación especializada. Otra evidencia era el volumen de las ti-
radas: 1.000 ejemplares. Como en el caso de los libros del concurrente Adersen (por ejemplo,
Menino de Engenho de J. Lins do Rego, Poemas, de Jorge de Lima), las ventas dependían de
la crítica y la posibilidad de que los comentarios repercutieran en cascada. Así sucedió con
los libros de Amado, que en junio de 1932 tuvo una segunda edición de 2.000 ejemplares, y
con Vieira, que en 1933 ya iba por su tercera edición. En 1931 el catálogo de Schmidt balan-
ceó la literatura con títulos de política como Outubro de 1930, de Virgilio de Melo, líder re-
volucionario de Minas Gerais, publicado con prefacio de su homólogo gaúcho Oswaldo Aran-
ha. El mismo año apareció un libro de su hermano Caio de Mello: O inconfidente Cláudio
Manuel da Costa, o parnaso obsequioso e as ‘Cartas Chilenas’.
La cohesión del círculo católico parece no haber durado mucho tiempo. La conjunción
de la posición como crítico-editor-librero puso a Schmidt en la cumbre cultural de su penoso
trayecto. Al año de abierta la librería “católica”, cambió el nombre y estampó el de Schmidt
en el frente del comercio y de los libros editados. Asimismo, la presencia selectora del círcu-
lo católico disminuyó al tiempo que el catálogo balanceó la “nueva literatura brasileña” con
la publicación de escritos políticos. Este cambio estuvo estrechamente vinculado con la toma
de posición de Schmidt en apoyo a las propuestas fascistas que comenzaba a divulgar Plinio
Salgado; una alternativa entre otras provocadas por los ecos de la abortada contrarrevolución
paulista de 1932. Si la Revolución del ’30 congregó un abanico muy diverso de fracciones de
élite estancadas durante la República Velha, no todas fueron contempladas con las nuevas po-
sibilidades de ascenso. Desencanto, radicalización, nuevos esfuerzos de diferenciación.

Salgado-Schmidt y la política como género

La Legião Revolucionária de San Pablo fue uno de los grupos políticos organizados por “te-
nentes”, después de la Revolución de octubre de 1930. Ese mes Plinio Salgado había regre-
sado de un viaje de seis meses por oriente próximo y Europa, que realizó como tutor del hijo
del empresario Sousa Aranha, primo del líder revolucionario Oswaldo Aranha. Durante el viaje

24 Jorge Amado nació en Itabuna, Bahía, en 1912. Fue el primero de los tres hijos varones de un fazendeiro de ca-
cao. Desarrollando la típica trayectoria tortuosa de los herederos de élites tradicionales en declinación, en 1930 se
mudó a Río de Janeiro para tentar mejor suerte con los irregulares estudios secundarios. En Río vivía en una pen-
sión de Copacabana y fue introducido por su primo Gilson Amado en los círculos estudiantiles de la Facultad de
derecho, a la que ingresó un año más tarde. Allí trabó amistad con otros jóvenes filo-católicos como Faria, Santia-
go Dantas, Américo Jacobina Lacombe y Almir de Andrade (Martins, 1961, p. 30). Según el testimonio de Amado,
“Otávio de Faria leu os originais, neste tempo havia aparecido uma editora chamada Schmidt Editor […] Então ele
pegou o livro e levou pra Raquel, e levou para a Schmidt” (Amado, citado en Almeida, 1979, p. 41). Rachel de
Queiróz también “descubrió” Cahetés, primer libro de Graciliano Ramos, en los cajones de Schmidt. Como afir-
mé, la escritora había sido “revelada” por este crítico-editor a través del artículo “Romancista ao Norte”. Desde en-
tonces y principalmente a partir de la publicación de su segundo libro, João Miguel, ella fue una importante me-
diadora de otros títulos. El crítico recibía originales pero sólo los largaba por incentivo de su círculo de consulta
literario en un trabajo colectivo de promoción cultural.

55
Salgado sufrió una experiencia “profética” de revelación motivada por el fascismo de Mus-
solini, con quien llegó a entrevistarse. En París, al final del viaje, había escrito el esbozo de
un manifiesto que más tarde divulgó a través de la Legión (cf. Beloch, 1984, pp. 3051 y ss).25
Otros intelectuales que junto a Schmidt se tornaron portavoces de las ideas de Salgado
fueron San Tiago Dantas, Raimundo Padilha, José Madeira de Freitas, Antônio Gallotti y
Lourival Fontes. En un primer congreso de grupos políticos que apoyaban al gobierno provi-
sorio de Vargas, Salgado fue expulsado por su actuación como diputado estadual por el PRP
de San Pablo, al igual que otros modernistas del grupo verde-amarelo, como Menotti del Pic-
chia. Desplazado, Salgado fundó el diario A Razão financiado por su padrino Souza Aranha.
Allí se consolidó el núcleo de colaboradores a su causa y se formó una plataforma de apoyo
a un poder unipersonal de Vargas y de oposición a la convocatoria de una asamblea constitu-
yente, como proponían las élites de San Pablo. Paralelamente, Salgado fue tejiendo alianzas
con otros pequeños grupos fascistas como la Liga Cearense do Trabalho, liderada por el te-
niente Severino Sombra, la Ação Imperial Patrionovista y el Partido Nacional Sindical, lide-
rado por Olbiano de Melo.
Decepcionado con la indefinición política del régimen de Vargas, a comienzos de 1932
Salgado orientó su política hacia acciones culturales canalizadas por núcleos de intelectuales
dispuestos a colaborar en la Sociedade de Estudos Políticos (SEP). Schmidt y los intelectua-
les mencionados se destacaron entre los 148 miembros que congregó esta organización con
sedes regionales. En estos centros, las diatribas anticosmopolitas y anticomunistas de Salga-
do fueron normatizadas en una doctrina que exaltaba el corporativismo y la instauración de
un “Estado Integral”. El objetivo explícito de esta entidad fue divulgar la literatura fascista
producida en el exterior y en el país. Como resultado del primer año de actividades, estas so-
ciedades de estudos brasileiros divulgaron el Manifesto Integralista, base programática y fun-
dacional de la Ação Integralista Brasileira –AIB– (cf. Beloch y Abreu, p. 1309). La campaña
nacional de divulgación de la nueva doctrina se realizó bajo el clima de incertidumbre provo-
cado por el fracaso de la contrarrevolución constitucionalista de San Pablo. En Recife, por
ejemplo, hubo buena recepción entre estudiantes de derecho, académicos como Álvaro Lins
y por el padre Helder Câmara. En abril de 1933 fue creada la sede de Río de Janeiro, donde
hubo un apoyo inicial de la Liga Eleitoral Católica conducida por Alceu Amoroso Lima. La
AIB tuvo un crecimiento sostenido hasta 1937. Su organización se apoyaba en una jerarquía
de mandos que incluía segmentos de inteligencia, militares, de propaganda, etc. La adhesión
era incentivada a través de rituales típicamente fascistas, como los desfiles uniformados y el
culto a Salgado como jefe supremo. El saludo entre miembros y otras formas de comunica-

25 Plinio Salgado nació en São Bento do Sapucaí, estado de San Pablo, en 1895. Fue el primogénito de una familia
de raíces quatrocentonas, de tradición católica y de marcada presencia en las alianzas conservadoras de la política
imperial. Su educación primaria transcurrió con su madre. La secundaria se inició en el Externato São José de su ciu-
dad, prosiguió en el Ginásio Diocesano de Pouso Alegre (interior de Minas Gerais) hasta ser interrumpida por la
muerte de su padre en 1911. A partir de entonces pasó a sufrir la típica y tortuosa trayectoria de declinación: conti-
nuo pasaje entre instituciones de enseñanza, cambios abruptos en las experiencias de socialización y migración en-
tre varias ciudades antes de la radicación en San Pablo. Escribiendo columnas literarias y políticas en el Correio de
São Bento, fue “descubierto” por Monteiro Lobato, quien le abrió las puertas para ser editado por la Revista do Bra-
sil. Su radicalización católica se produjo en 1918 cuando quedó viudo después de un año de casado y su única hija
apenas tenía 16 días. Durante la década de 1920 tuvo una actuación centrada en la literatura y el periodismo, parti-
cipando de manera activa en la fracción verde-amarela del movimiento modernista (Beloch, Abreu, 1984, p. 3051).

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ción oral e impresa eran cifrados con palabras en lengua tupí. Un denso espiritualismo cató-
lico armaba los discursos: el lema del movimiento era Deus, Pátria e Família.26
Empujado por un inédito éxito de crítica y público por su romance O Estrangeiro de 1926,
Salgado debutó como ensayista político en 1927, cuando se publicó Literatura e Política. Él,
Miguel Reale y Gustavo Barroso, joven académico aclamado por Brasil, terra de banqueiros,
fueron los encargados de escribir una profusa literatura doctrinaria cuya difusión fue encami-
nada por un sistema de periódicos especialmente fundados por la AIB y por editoriales comer-
ciales de intelectuales aliados, como Schmidt u otros, que aprovecharon el mercado asegura-
do por una institución que o financiaba ediciones o compraba gran parte de las tiradas para
divulgación como propaganda (Beloch y Abreu, op. cit.).27
El vínculo entre Plinio Salgado y Augusto Frederico Schmidt provenía de los círculos
del “renascimento católico” de la década de 1920 y la intensidad del mismo es puesta en evi-
dencia cuando se comprueba que Schmidt fue uno de los primeros intelectuales de Río de Ja-
neiro que a mediados de 1931 adhirió a la corriente de opinión y divulgación del Manifesto

26 Para un análisis interno de la producción ideológica y literaria de P. Salgado, véase Araújo, 1987.
27 Esta mezcla de aporte a la causa y pragmatismo comercial no fue exclusiva de Schmidt, según comprobamos al
estudiar la edición de libros sobre política en los primeros años de la Livraria José Olympio y de la sociedad edi-
torial formada entre la Companhia Editora Nacional y Civilização Brasileira (Sorá, 1998).

57
da Legião Revolucionária de San Pablo, escrito por Salgado. La influencia de este movimien-
to sobre el catálogo de Schmidt fue nítida en títulos como Alberto Torres e o tema da nossa
geração, de Cândido Mota Filho y con prefacio de Plinio Salgado. La difusión de este pro-
yecto colectivo se acentuó hacia 1932, cuando Schmidt lanzó la Coleção Azul. Allí aparecie-
ron títulos de Virgílio de Santa Rosa, Martins de Almeida y Plinio Salgado, contrabalancea-
dos por otros de Alcindo Sodré y Estêvão Leitão de Carvalho.28
En un estudio del proyecto ideológico condensado en la Coleção Azul, Edgard Carone
concluye que la misma fue una manifestación de los cambios de rumbo que tomó el tenentis-
mo y otras fracciones desencantadas con los avatares de la Revolución de octubre de 1930.
Antes que un alineamiento programático hacia alguna tendencia definida, esta colección ex-
presaba la ambivalencia de orientaciones que posteriormente irían a desarrollar movimientos
radicalizados a la izquierda y a la derecha:

[...] a Coleção Azul, tentativa única na época, que pretende ser, nesse clima de decepção e in-
certezas posterior à Revolução de 1930, um instrumento de análise e orientação ideológica da
pequena burguesia. Obra de elementos desta classe, reflete seus problemas e deficiências. To-
dos os ensaios surgidos, mesmo o de Afonso Arinos de Melo Franco (que pertence a velha fa-
mília da oligarquia mineira), estão dentro desta linha (Carone, 1969, p. 252).29

Interesa en la apreciación de Carone la recuperación de un estado de incertidumbre y ambi-


valencia de elecciones, en medio de las cuales se trazaba el perfil de Schmidt, editor y edito-
rial imposibles de ser encuadrados en un par de categorías fijas lanzadas desde la actualidad.
Si bien hoy las marcas de la portada de este libro de Barroso no dejan duda sobre la fuer-
za del fascismo en las elecciones de la publicación, el anuncio contiguo de la solapa del libro
(“En prensa, Casa Grande & Senzala de Gilberto Freyre”) dispara la interrogación sobre las
unidades que en aquella época se yuxtaponían para formar significados político-literarios. Es-
te panorama se torna más complejo aún si, en sincronía, completamos las características lite-
rarias del catálogo de Schmidt, hasta descubrir una lista de títulos que, plasmados en la contra-
tapa del mismo libro, tensiona al extremo los criterios de clasificación posibles en el presente.

Contigüidad de la literatura

La edición de literatura expresaba una clara apuesta al modernismo. Schmidt sólo editó auto-
res brasileños legitimados por los juicios sobre “la vanguardia” que sancionaba la crítica: en
1932 lanzó João Miguel, el segundo libro de Rachel de Queiróz; en 1933 el primer libro del

28 Los libros de estos dos autores fueron A gênese da desordem, donde Sodré atacaba la presencia de los milita-
res en el gobierno, y Na Revolução de 1930, donde Carvalho legitimaba la defensa armada del derrocado gobierno
de Washington Luís. Como se ve en el estudio de otros catálogos, la revolución y las respuestas constitucionalis-
tas de las élites de San Pablo marcaron una problemática obligatoria del pensamiento político de la época.
29 El primer título que apareció fue, según el orden cronológico trazado por Carone, Brasil Errado, de Martins de
Almeida, lanzado en octubre de 1932, inmediatamente después de la Revolução Constitucionalista. Los restantes
habrían salido entre febrero y junio de 1933: Introdução à realidade brasileira, de A. Arinos de Melo Franco, O
sentido do tenentismo, Virgílio Santa Rosa, A gênese da desordem, de Alcindo Sodré, A Psicologia da Revolução,
de P. Salgado. Según Carone, en esa época ya se anunciaba la publicación de O Norte, de Lauro Palhano, Para além
da Revolução, de Martinho Nobre de Melo y Machiavel e o Brasil, de Octavio de Faria.

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poeta Vinicius de Moraes, O Caminho para distância, y el primero de Amando Fontes, Os
Corumbas.30 En 1934 Schmidt publicó Maleita, el primer libro de Lúcio Cardoso, y Cahetés,
de Graciliano Ramos. El único ensayo que en el catálogo ocupó la sección “antropología” fue
Casa Grande & Senzala, de Gilberto Freyre, un libro publicado en 1933 que se tornó un re-
lativo best-seller, gracias a la batahola de opiniones públicas que provocó con el “nuevo len-
guaje” que proponía para interpretar al Brasil (Sorá, 2001).
En virtud de la consagración posterior de los autores de literatura editados por Schmidt
y de la reprobación internacional al fascismo durante la década de 1940, resultaría sencillo
afirmar que cada “línea editorial” de este sello se generaba de manera autónoma. Cuando se
observan las fuentes diferenciales de selección de los títulos de política y literatura, los indi-
cios que aportamos pueden reafirmar esta visión. Pero es preciso concluir que tanto aquella
clase de libros de política como éstos de literatura contribuían a la sensibilización colectiva
sobre “el despertar del Brasil real en su zero hora” y no contaban con soportes diferenciados
de divulgación. La extensión de este estudio hacia otras esferas de sociabilidad de la intelec-
tualidad agregaría evidencias sobre la proximidad social y física de todas las fracciones esté-
ticas y políticas de la época. Se verificaría, además, el frecuente “tránsito” entre posturas, un
tiempo hacia la izquierda, otro hacia la derecha, de numerosos autores posteriormente apre-

30 Según Carpeaux, Fontes (nacido en Santos en 1899 en el seno de una familia de inmigrantes sergipanos) “é, entre
os nordestinos, o primeiro romancista da vida urbana. Daí a importância histórica de Os Corumbas” (1955, p. 282).

59
ciados como abanderados de “una posición”.31 La sincronización entre los esquemas de per-
cepción del editor, sus autores y lectores, posibilitaba la reunión de dos mundos que la histo-
ria separó con la rigidez tajante de una división de obras sacralizadas y otras desplazadas ha-
cia las antípodas de lo profano. La reconstrucción de estos sistemas de elecciones es
fundamental para recuperar significados de época que la historia cultural nacional desdibujó.
Si la solapa del libro O Integralismo de Gustavo Barroso era buena para divulgar Casa Gran-
de & Senzala, libro de un joven prometedor, la contratapa agregaba un conjunto de ediciones
disímiles en géneros (novela, poesía, actualidad y doctrina política, ensayo, religión), temas
y autores (Ribeiro Couto, Jorge Amado, Almir de Andrade, Coronel Leitão Carvalho, Padre
Leonel Franca, Amando Fontes, José Geraldo Vieira, etc.) pero unificadas alrededor de las ac-
ciones para sensibilizar sobre la brasilianeidad.

31 La simbiosis entre los géneros aquí considerados podría ser demostrada de manera completa con el análisis del
consumo de libros y sus usos, tal como permite realizar el estudio de bibliotecas particulares.

60
Conclusión

La opacidad de los límites entre literatura y política en el catálogo se correspondía con la an-
gustiosa situación de Schmidt entre ser poeta y arribar a alguna posición sólida en el mundo
de los negocios (comerciales, políticos). En Florestas, segundo libro de memorias escrito por
Augusto Schmidt que tomé como descriptor de su trayectoria, la iniciación en la vida comercial
es ampliamente retratada: “As minhas recordações da fase de trabalho passadas na Casa Costa,
Pereira & Cia., as observações, os conhecimentos hauridos, tôda a riqueza dessa experiência que
tanto me beneficiou, encheriam páginas de um livro de memórias, que naturalmente nunca es-
creverei” (Schmidt, 1959, p. 70). A fines de la década de 1950, cuando salió Florestas, Schmidt,
ya retirado del medio literario, gozaba de una sólida posición como empresario de arenas mo-
nacíticas y disfrutaba del reconocimiento retrospectivo como pionero del modernismo en poe-
sía. Una vez recuperado el orden del mundo y asumida su herencia simbólica de hijo de una
buena familia de la Primera República, la experiencia como editor, por contraste, no dejó ras-
tros en sus memorias, ni, por ende, en los estudios literarios. La aventura editorial de Schmidt
marca el clímax de su dilema entre una buena posición temporal y la cultura, entre las presio-
nes de un mundo de los negocios y otro del arte en el momento exacto en que, en el Brasil,
éstos acentuaron la mutua diferenciación de sus contornos.
Como pocos objetos, el catálogo de esta librería condensó un tiempo breve e intenso de
la historia cultural brasileña, cuando la combinación entre vanguardia literaria y vanguardia
política fue, más allá de las pretensiones individuales de los autores de uno y otro género, una
fatalidad.32 El catálogo, como toda otra elección en el campo editorial (o literario, o político),
se entiende no como el resultado de acciones racionales de sus mentores, sino como una ma-
nifestación diferencial entre las otras posibles en los espacios estéticos y políticos. No sólo
para Schmidt los límites entre el modernismo y el fascismo, la vanguardia y el comunismo
eran difusos. El tránsito entre posturas era la norma. En el pasaje de décadas esta clase de ex-
periencias manifestaba las búsquedas de herederos sin herencia ni posiciones estables, para
quienes sólo restaba la reconversión de sus historias. En los mejores casos, el resultado contri-
buyó a la invención de la cultura nacional auténtica. Ya al promediar la década de 1930, la di-
ferenciación del Estado y de las diversas esferas de producción cultural permitió asentar carre-
ras que, al estilo Cornelio Pena, no dejaban trazos del turbio panorama de antaño; se afirmaban
como vocación. No fue el caso de Schmidt. Sus vacilaciones como editor ahuyentaron a los
pares intelectuales, que pasaron a valorar el trato profesional en la producción cultural: pagos
de derechos de autor, concursos docentes, premios, etc. Desprestigiado, sólo a comienzos de
la década de 1940, apostó todo en el mundo empresarial. La edición de las memorias tal vez
marcó, en la vida de Schmidt, la resolución de las tensiones de juventud. Al menos las domes-
ticó con la rigidez de los documentos impresos. A su tiempo, las historias literarias ajustaron,

32 La observación del campo de poder desde el punto de vista editorial permite recuperar relaciones negadas o que
pasan desapercibidas cuando se piensa desde los tradicionales mundos de la política o de la literatura. Así este tra-
bajo se inspira y se suma a perspectivas como, por ejemplo, las que aborda Anne Simonin para el caso francés: en
la posguerra, la comprensión de la imposición de un género decisivo en la reinvención de la literatura nacional co-
mo el Nouvelle Roman (Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Hénri Alleg, etc.) sólo es comprendido en su simbio-
sis con la imposición de una colección de política (Documents) que cristalizó el problema de Argelia: “C’est aussi
parce qu’elle mêle subversion politique et révolution romanesque que la stratégie éditoriale des Éditions de Minuit
est d’avant-garde” (Simonin, 1996, p. 68).

61
como instrumentos de normalización, el valor histórico del poeta entre la vanguardia de una
segunda fase del modernismo (por ejemplo, Carpeaux, 1955). De la edición, mejor no hablar.
La iluminación de los contrastes entre lo recordado y lo silenciado en la historia de Au-
gusto F. Schmidt revela las dificultades de los actores de cualquier presente para predecir los
destinos en la recepción u olvido de toda obra. Para este caso, la arbitraria cualidad de la his-
toria cultural se tornó más nítida a partir de observaciones sistemáticas del actual mundo del
libro. Si, por ejemplo, Amando Fontes, Jorge Amado y Gilberto Freyre parecen agraciados con
la reedición ininterrumpida y la consagración periódica ritualizada, la literatura del catálogo de
Schmidt que se puede rotular como fascista desapareció del mapa. Raros sebos o bibliotecas
especializadas podrán contener algún volumen.33 Pero estos libros salieron, “naturalmente”, de
toda antología o comentario. Después de años de intentar adquirir alguno de esos volúmenes,
descubrí un par en un puesto del mercado de pulgas del centro de Río de Janeiro. En un pues-
tito atendido por dos jóvenes encontré el Manifiesto Integralista de 1932, al lado de Mafaldas
y publicaciones “inconexas”. Pasos más allá otro joven cuidaba de un tablero con pocos libros,
unificados por un sesgo fascista que sólo podía ser revelado después de observar debajo de li-
bros encuadernados o de temas de mayor “generalidad” visibles al público. Cuando los descu-
brí, el feriante me testó: “Ah, na Argentina tem muito mais objetos do nazismo que no Brasil.
Um amigo meu acaba de trazer um capacete SS que lá adquiriu por 500 dólares!”. Las cente-
nas de ediciones integralistas y fascistas en general son resguardadas en un oscuro circuito in-
ternacional de admiradores y coleccionadores. La derrota simbólica del fascismo y la continua
vigilancia internacional sobre su resurgimiento actualizan permanentemente un principio de di-
visión que en la época que aquí observamos no estaba vigente.
Una vez que los diversos grupos y proyectos colectivos de acción literaria y política “re-
velados” por Schmidt ganaron nuevos umbrales de diferenciación, los escritores procuraron
encaminar “segundos” libros para su publicación por editores mejor organizados que el poli-
facético Schmidt. Sin embargo, la Librería Schmidt estableció, en un par de años decisivos,
el espectro de géneros y estilos impresos que revelaron la edición brasileña como una fuerza
central para lo que fue sentido como una década de descubrimiento de la “auténtica” cultura
nacional. Al igual que Schmidt, José Olympio,34 la Companhia Editora Nacional, Civilização
Brasileira también explotaron la edición y difusión de “obras” y “propaganda” del movimien-
to integralista y de las doctrinas políticas dominantes de períodos posteriores, como el corpo-
rativismo varguista. A partir de Schmidt se comprenden las cualidades que debía contemplar
un catálogo que pretendiera participar de las luchas de legitimación cultural de la primera mi-
tad de la década de 1930: literatura nacional y ensayos de interpretación del Brasil (coleccio-
nes brasilianas) eran los géneros en posición superior. La literatura clásica y de moda extran-
jera seguían a continuación, con igual peso que las colecciones de debate político doctrinario.
Libros infantiles, para mujeres, jóvenes y didácticos eran apuestas para un público cada vez
más numeroso. Los libros religiosos, técnicos, de “auto-ayuda” (entre los cuales sexología y

33 Esta censura histórica, la imposibilidad de conocer un mundo impreso moralmente deplorado, es denunciada por
Alfredo Wagner de Almeida quien junto a Luiz de Castro Faria reconstruyó la constelación de publicaciones edita-
das o financiadas por el Departamento de Imprensa e Propaganda del Estado Novo. Para ello recorrieron insólitos
depósitos de libros de todo el país (Almeida, 1981).
34 Para un análisis de la Coleção Política Contemporânea de la livraria José Olympio y su posición jerárquica en
relación con otros géneros y colecciones (por ejemplo, Documentos Brasileiros, Romances da Bahia, Ciclo da Can-
na de Assúcar), véase Sorá, 1998, cap. 3.

62
psicanálise) ganaban contornos cada vez más nítidos. Sólo a fines de la década la literatura y
la política separaron definitivamente sus polos de diferenciación. La librería Schmidt hizo
marca; marcó el espacio de lo posible; hizo el tiempo editorial en un momento definitivo pa-
ra la cultura brasileña.
Por detrás de los casos, nos topamos con una diversidad de agentes activos que se unen
en la reconversión de trayectorias tortuosas. Tanto en las experiencias de declinación como en
Schmidt y los “autores” modernistas en todas sus variantes, como en las rupturas de ascenso
provocadas por personas como José Olympio Pereira, se combinan las alternativas que a lo
largo de la década de 1930 desparramaron un abanico de innovaciones intelectuales y profe-
sionales decisivas en la formación de los contornos de los actuales esquemas de sensibilidad
sobre lo que es la legítima cultura brasileña. El estado difuso de la expresividad de los géneros
y la proximidad de obras y agentes en aquella época desgarra creencias cristalizadas que en la
actualidad impiden una clara comprensión de aquellos mundos del pasado, a menos que nue-
vas formas de objetivación iluminen inéditos cuadros de referencia. o

63
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64
Ciudades traducidas: Nueva
York en Victoria Ocampo

Sylvia Molloy

New York University

No poder orientarse en una ciudad no significa gran cosa. Pero perderse en


una ciudad, como quien se pierde en una selva, requiere toda una educación.
Walter Benjamin, Sentido único

Este trabajo es parte de una reflexión más amplia sobre cómo se construye la ciudad de Nueva
York en el imaginario latinoamericano. Más específicamente: cómo transmite –es decir, cómo
traduce– el viajero latinoamericano la ciudad extranjera para consumo local y qué valor simbó-
lico le da a ese trabajo de traducción, qué representatividad le adjudica al objeto traducido.
No pretendo postular un modelo de viaje latinoamericano porque tal cosa no existe. Elijo
trabajar con Victoria Ocampo porque la composición de lugar que hace de Nueva York, entu-
siasta pero sobre todo ansiosa, me parece particularmente rica en sentidos.
Una observación más: Ocampo viaja a Nueva York por primera vez en 1930, para con-
tinuar discusiones sobre la revista interamericana que habría de ser Sur y asentar un diálogo
tanto entre culturas como entre ciudades. Pero cabe señalar además que este viaje ocurre jus-
to después de las conversaciones de Ocampo con Le Corbusier, quien viajó a Buenos Aires
en 1929, sobre cómo “arreglar” la ciudad de Buenos Aires.

1930: An American Place

Victoria Ocampo viaja a Nueva York en 1930, a pedido de Waldo Frank. El viaje es resulta-
do de una deliberada elección cultural pero no por eso resulta menos difícil, incluso perturba-
dor. De hecho, al hablar de él en su autobiografía, Victoria Ocampo lo presenta más como de-
sarraigo que como promesa de aventura: “En la primavera de 1930 me arranqué de París para
desembarcar, una mañana, de acuerdo con lo prometido, en Nueva York y hablar allí de la re-
vista con Frank” (Testimonios 7a, serie, p. 179). A pesar de esa promesa, el viaje se le hace
cuesta arriba y es postergado varias veces: “Estaba adherida a París sin decidirme a dar ese
salto sobre el Atlántico en dirección opuesta a la de mi país. Me sentía condenada a ese sal-
to, mucho más que deseosa de hacerlo” (Autobiografía VI, p. 64). En su ensayo sobre Waldo
Frank, Ocampo es aún más tajante, presenta el viaje como sacrificio, ruptura desquiciadora.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 65-77.


Recuerda cómo en París, luego de organizar una exposición de dibujos de Rabindranath Ta-
gore, debe rechazar la invitación de éste de viajar con él a la India y visitar Santiniketan:

La idea de viajar con él me seducía no poco. Le expliqué los inconvenientes, mi viaje a Nue-
va York, Frank, la revista a que aspiraban jóvenes argentinos. Él comprendió […]. Antes de
decidirme a sacrificar una cosa a la otra, lo pasé muy mal. Hubiese deseado siempre lo impo-
sible: no sacrificar nada a nada. Frank estaba lejos, Tagore cerca: lo veía diariamente. Él era
incapaz de intentar convencerme de que la India podía interesarme más que los Estados Uni-
dos y una hipotética revista. […] Éste fue mi primer gran sacrificio a la revista aún nonata
(Testimonios 10a. serie, pp. 93-94).

“Me arranqué de París”; “adherida a París”; “condenada a ese salto”; “Lo pasé muy mal”; “los
inconvenientes”; “sacrificar una cosa a la otra”: a primera vista esta retórica de violencia y re-
nunciamiento, apenas mitigada por el deber patriótico y continental que le impone Waldo
Frank, es poco apropiada para hablar de un nuevo espacio y de una nueva aventura cultural,1
corresponde más a la obligación engorrosa que al descubrimiento feliz. Refleja, eso sí, una
característica importante de la imagen de Nueva York en Ocampo, su recurso a una lógica de
reemplazo. Nueva York, a través de su obra, sustituye otro espacio de producción cultural,
mejor conocido por Ocampo, París, pero nunca pierde (será uno de los argumentos de este tra-
bajo) su carácter inasible, indefinible. Como Trac, aquel cocinero vietnamita de Gertrude
Stein que al nombrar frutas y verduras, llamaba por ejemplo a la manzana “no una pera” y a
la frutilla “una guinda no guinda”, Ocampo construye Nueva York por aproximación y exclu-
sión, acudiendo a lo familiar para obliterarlo pero no suprimirlo del todo, de manera que que-
de, como en un negativo fotográfico, la imagen de lo contradicho en potencia, contaminando
la perspectiva. Resumiendo esa lógica, puede decirse que Nueva York, para Ocampo –además
de ser “no Santiniketan”– es París-no-París. Y también es Buenos Aires-no-Buenos Aires. O,
como ella misma escribe, en letras mayúsculas: es OTRA COSA.2
No es mi propósito analizar aquí en detalle el lugar y el modo de representación de Nue-
va York dentro del imaginario cultural argentino. Sólo quiero señalar algunas características
de esa representación que encuentran eco, o acaso origen, en el texto de Ocampo. Nueva York
es la ciudad que queda fuera del itinerario, ritualizado y provechoso, que sancionan años de
dependencia cultural. En notable contraste con otros latinoamericanos, provenientes sobre to-
do de México y del Caribe, el argentino (pese al viaje pedagógico de Sarmiento) no viajaba
con frecuencia a Nueva York o, por lo menos, no viajaba a Nueva York directamente. Aún en
los años cincuenta del siglo pasado (es decir cien años después del viaje de Sarmiento) el via-
je directo entre las dos ciudades era la excepción y no la regla. Se iba a Nueva York de vuel-
ta de Europa, es decir, Nueva York no era meta sino escala del otro viaje cultural, el verdade-
ro; era como una yapa. En el famoso boleto de avión “triangular”, Buenos Aires/París/Nueva
York/Buenos Aires que se precipitaban a comprar intrépidos viajeros, Nueva York era el vér-
tice menos prestigioso del triángulo, no tanto desvío cultural como ventaja económica: a Nue-

1 En la autobiografía, Ocampo no sólo recalca el “sacrificio” que constituye el viaje sino la ordalía del viaje en sí,
tan incómodo por el mar revuelto que tuvo que pasar la mayor parte del tiempo en cama, aun cuando “rara vez me
ataca el mal de mar” (Autobiografía VI, p. 65). Todo, en este viaje, incomoda.
2 Imposible no asociar este “OTRA COSA” con el intento de autodefinición de Ocampo en su autobiografía, igual-
mente dificultoso: “Soy lo otro. ¿Pero qué?” (Autobiografía I, p. 61).

66
va York se iba de compras, pero no se compraba cultura. La propia Ocampo reconoce esa tra-
dicional falta de interés por Nueva York, de la que los salva, dice, a ella y a sus compatriotas,
la oportuna intervención de Waldo Frank: “Algunos (entre los que me cuento) le debemos a
Frank el haber vuelto la mirada hacia el Norte de nuestro Nuevo Continente. Hasta entonces
–salvo raras excepciones, y pienso en Sarmiento– la teníamos continuamente fija en Europa”
(“Postdata a Waldo Frank”, Testimonios 7a. serie, p. 178).3
Nueva York, en el primer viaje de Ocampo en la primavera de 1930, es por cierta terra
icognita, el tan anunciado perfil de la ciudad obliterado por la neblina a medida que el Aqui-
taine entra en dársena. La llegada, en más de un aspecto molesta, queda resumida, como a me-
nudo en Ocampo, en el detalle frívolo pero significativo: “Hacía calor y el calor siempre me
ha incomodado. Me ahogaba con un tailleur de lana (el más lindo tailleur de la colección
Chanel 1930, que debí dejar casi abandonado a causa de la temperatura” (Autobiografía VI,
p. 65). El traje francés, superlativamente elegante, no sirve en Nueva York, hay que abando-
narlo. A Nueva York no se la puede prever, ni hay guión que permita descifrarla:

Nueva York no era para mí más que una nueva, inmensa gran ciudad desconocida. No me
siento atraída sino por las ciudades jalonadas de recuerdos o de sueños personales. Y todavía
no había soñado con Nueva York. Había conocido París, Londres, Roma, desde mi infancia.
Y jamás he hecho otra cosa que retornar a ellas, donde viví –por lo demás– continuamente
(París y Londres) a través de los libros. Había conocido Madrid cuando tenía 18 años sin que
dejara rastros en mí. Nueva York era absolutamente nueva (Autobiografía VI, p. 64).

Pese a Waldo Frank, por cierto empeñado en hacerle ver este viaje a Nueva York como retor-
no a “Our America”,4 la ciudad resulta completamente nueva y completamente extraña, me-
nos espacio de reflexión (Ocampo ha ido para continuar sus conversaciones con Frank) que
espacio de incorporación: “la ciudad, lo inédito de su grandeza (a partir de la entrada en su
puerto) me asombró a tal punto que olvidé casi el resto […] Mi apetito de Nueva York era
omnívoro. Iba desde un rascacielos hasta un griddle cake” (Testimonios 7a. serie, p. 179).
Significativamente, para cifrar su desconcierto ante la ciudad, Ocampo recurre a una
suerte de exotismo a la inversa. A la bruma inicial que le esconde el perfil urbano de Nueva
York sigue la percepción, desde su ventana sobre Central Park, de un desorden primordial,
donde el ruido del tráfico y las sirenas de los autobombas se mezclan con los rugidos de leo-
nes y tigres del zoológico de Central Park, particularmente de madrugada, cuando le impide
dormir “el antediluviano y lejano rugir de alguna fiera enjaulada” (Testimonios 7a. serie, p.
180). Años más tarde, en su segundo viaje, recurrirá una vez más a la nota exótica al descri-
birle a Caillois las grandes mansiones neoyorkinas:

En todas las grandes casas (suerte de palacios de estilo híbrido) y en todos los museos, hay
siempre grandes patios cubiertos con fuentes y plantas que recuerdan el trópico. Imagínate

3 Señala agudamente Cristina Iglesia el carácter iniciático de este viaje, “americano” en su sentido más amplio: “El
primer viaje americano de Victoria Ocampo arranca en Europa, hace escala en Nueva York, atraviesa el canal de
Panamá y toca puertos del Pacífico hasta llegar a Valparaíso” (p. 117).
4 “Estoy viviendo en tu América, esperando tu regreso (parece ser un regreso después de todo, esta primera visita
tuya a Nueva York)” (Frank a Ocampo, enero 24 de 1930, citado en Autobiografía VI, p. 94).

67
que por momentos tengo la impresión de estar en Río aquí. Cosa que no me ocurre nunca en
B. A. (Correspondance, p. 198).5

La jungla urbana atravesada por rugidos de fieras y los patios de Nueva York que remiten a
Río de Janeiro (ciudad que apenas conoce): propongo que este insólito exotismo, que despla-
za a Nueva York hacia el trópico, no es un mero acercamiento del tipo de las Lettres persa-
nes de Montesquieu sino una manera de manejar la extrañeza fundamental de una nueva ciu-
dad americana, más americana (en el sentido de no europea) que la propia Buenos Aires
donde nunca se tiene la impresión de estar en Río pero sí de estar en París. “¿Estábamos en
la selva o en la metrópoli más moderna del planeta? –añade–. Todo era inverosímil” (Testi-
monios 7a. serie, 180). Desde esa inverosimilitud describe Ocampo el grupo humano que más
le llama la atención; no la muchedumbre neoyorkina que a menudo llama la atención del via-
jero (piénsese en “Coney Island” de Martí), sino la colectividad negra:

En ese primer breve viaje a Nueva York, fueron los negros los que me interesaron en primer
lugar, porque les encontré más sabor que a los blancos. El americano del Norte me parecía un
inglés deslavado, como después de haber estado en España, el americano del Sur me pareció
un español desteñido. Ingleses y españoles, al atravesar el Atlántico y remojados en el crisol,
habían perdido el color (Autobiografía VI, p. 70).

Los negros neoyorquinos encarnan la diferencia norteamericana. Antes bien, la representan,


en el sentido teatral del término. Esto literalmente: Ocampo queda deslumbrada con la repre-
sentación de Green Pastures de Marc Connelly en el Mansfield Theatre.6 Pero también asis-
te a otro tipo de performance, va en compañía de Waldo Frank y Emmanuel Taylor Gordon
al Cotton Club, donde la orquesta de Duke Ellington la lleva a declarar que “La violencia rít-
mica del jazz de Duke Ellington es única. Me haría volver a Nueva York, aunque no fuese más
que para sumergirme en ella de nuevo” (p. 125). Con los mismos acompañantes va también
al Savoy, y, con ellos y Sergei Eisenstein, a un servicio en una iglesia evangélica negra. Har-
lem, obligación turística entonces como ahora, se ve como “un gran teatro” (p. 71) y los ne-
gros como “actor[es] nato[s]”: pasaría horas, dice Ocampo, escuchándolos cantar, viéndolos
bailar, o simplemente caminar, “como gatos”, por la calle (p. 71). El espectáculo de Nueva
York negra causa impresión, y Ocampo le dedica más de un texto. Envía una descripción de
su visita a Harlem, en francés, y en prosa resueltamente “artista,” a su familia (Cartas a An-
gélica, pp. 42-46). Retoma la misma descripción, ampliándola, en una conferencia que da en
Madrid al año siguiente en la Residencia de Señoritas y que luego publica como ensayo en su
primer tomo de Testimonios. Por fin, dedica varias páginas a los negros de Nueva York en el
tomo sexto de su autobiografía. En todos estos ejercicios se observa la misma entusiasmada
negrofilia, para usar el acertado término de Petrine Archer-Straw, la misma objetivación del
sujeto negro (tiene “sabor”, tiene “color”), la misma simpatía paternalista (los negros le re-
cuerdan los criados y criadas de su infancia y los juegos que compartía con los hijos de ellos)

5 Salvo indicación, las traducciones del inglés y francés son mías.


6 Inexplicablemente, al describir la obra, declara que “El papel de Jehová es encarnado por un blanco. Los demás ac-
tores son negros” (Testimonios 1a serie, p. 121). El actor que representaba a Dios era un conocido actor negro, es-
pecialista en Shakespeare, Richard Harrison, quien a su muerte, en 1935, había representado el papel 1.657 veces.

68
y el mismo desaprensivo racismo. En todos, el negro funciona como fetiche, para significar,
en términos de una alteridad vigorosa y a la vez estéticamente persuasiva, una diferencia nor-
teamericana que sólo más tarde formulará Ocampo en términos distintos.7 Cuando procura
formularla, sin embargo, volverá a recurrir al estilo “guinda-no-guinda” del cocinero de Stein:
“[C]ambié de opinión. El americano no me pareció más un inglés deslavado o un español des-
teñido, sino OTRA COSA, un nuevo producto en elaboración” (Autobiografía VI, p. 70). El ame-
ricano –ya sea del norte o del sur– no es copia inferior del metropolitano sino lo otro del me-
tropolitano.8
Ocampo usa el término testimonio, género en que escribe su obra entera, como título del
capítulo que cierra su primera colección de escritos (también titulada, desde luego, Testimo-
nios). El ensayo está dedicado a Alfred Stieglitz y a su galería neoyorquina, An American Pla-
ce. Por su lugar al final del volumen y por su título redundante, “Testimonio” sirve por un la-
do de epílogo y por otro de manifiesto programático, extensivo a los lectores que comprenden
su americanismo. Cito el último párrafo de ese texto:

Hombres y mujeres que sufrimos del desierto de América porque llevamos todavía en noso-
tros Europa, y que sufrimos del ahogo de Europa porque llevamos ya en nosotros América.
Desterrados de Europa en América; desterrados de América en Europa. Grupito diseminado
del Norte al Sur de un inmenso continente y afligido del mismo mal, de la misma nostalgia,
ningún cambio de lugar podría definitivamente curarnos. De continuo amenazados por el te-
mor a ver la tierra –en que querríamos echar raíces– dejar de ser tierra, esto es: alimento, pa-
ra convertirse en trampolín que nos invita al salto, a la partida hacia la otra ribera.
An American Place… Jamás se me habría ocurrido que un oasis pudiera tener este nombre
(Testimonio, p. 300).

Esta fervorosa proclama –que, como indica Blas Matamoro, simplifica una coyuntura cultu-
ral con el fin de realzar el rol heroico que se atribuya Ocampo (p. 224)– nace de un múltiple
reconocimiento espacial. Cuando entra Ocampo al American Place de Stieglitz en Madison
Avenue,9 por primera vez en su estadía neoyorquina reconoce físicamente un espacio, lo ha-
ce suyo, se siente por fin, dice, “como en mi casa” (p. 296). Este reconocimiento instantáneo
se completa con la lección de Stieglitz, quien comparte con ella, más allá de la “casa”, el es-
pacio urbano:

El día de mi visita a su estudio, cuando Stieglitz hubo acabado de mostrarme sus fotografías
y los numerosos lienzos de Georgia O’Keefe, Marsden, Narin, Dove, nos aproximamos jun-
tos a una ventana. Nueva York subía frente a nosotros, en grandes surtidores de rascacielos.
Stieglitz me señaló con un ademán la ciudad: “I have seen it growing. Is that beauty? I don’t
know. I don’t care. I don’t use the word beauty. It is life” [‘La he visto crecer. ¿Es esto belle-
za? No sé. No me importa. No empleo la palabra belleza. Es vida’] (p. 298).

7 Prueba de esta equiparación entre lo negro y lo diferente americano sea acaso el hecho de que el primero (y du-
rante bastante tiempo único) poeta americano que publica Sur sea Langston Hughes, traducido por Borges en el se-
gundo número de la revista.
8 Que Ocampo llegue a esta revelación, ya implícita en Sarmiento y elaborada en Martí (a quien sin duda no ha leí-
do) tan tardíamente parecería apoyar la propuesta de Carlos Alonso, en su The Spanish American Regional Novel:
Modernity and Autochtony, acerca del carácter iterativo de los planteos de modernidad en América Latina.
9 Su tercera galería neoyorquina. Stieglitz tuvo dos estudios previos, uno de ellos el célebre 291 Fifth Avenue.

69
Como apunta agudamente Beatriz Sarlo, “Nueva York le permite pensar Buenos Aires de un
modo diferente de lo que, hasta ese momento, le había permitido París. En efecto, la relación
Buenos Aires-París (o Londres) era una relación marcada por la ausencia de cualidades en uno
de los dos puntos: Buenos Aires no tenía lo que tenía París. Ahora bien, en Nueva York, Vic-
toria Ocampo descubre una ciudad que tampoco tiene lo que tiene París y que sin embargo es
igualmente fascinante. Nueva York le enseña otra posibilidad, americana, de la cultura” (Sar-
lo, La máquina, p. 135). En sus comienzos Sur trabaja esa posibilidad, se presenta como re-
flexión sobre esa OTRA COSA americana, pero la postura americanista de la revista, como bien
lo han observado John King y Cristina Iglesia, es inestable, difícil de mantener, pronto reem-
plazada por un previsible cosmopolitismo de raigambre europea.

uSA 1943: An American Place y París-no-París

Describe Waldo Frank en sus Memorias el malestar que siente en París, el hecho de que “el
europeo occidental presentaba una suficiencia [completeness] que dejaba algo afuera, algo
que yo necesitaba para vivir y que América necesitaba. El hispanoamericano con quien me
había cruzado tampoco tenía esa suficiencia, y esa carencia, como la mía, equivalía a su in-
suficiencia fecunda” (Frank, p. 128). Aunque Ocampo cita este pasaje haciéndolo suyo en
uno de sus ensayos sobre Frank,10 la noción de insuficiencia fecunda, ideológicamente ha-
blando, no prospera en su obra como en la de Frank. Insuficiencia, sí; fecunda, no: Ocampo
tiende a presentar su insuficiencia como circunstancia patética (para gran irritación, por
ejemplo, de Virginia Woolf), no como provocación ni como ventaja cultural. Waldo Frank,
también unido a Europa (recuérdese que escribe Our America a pedido de Gaston Gallimard
y Jacques Copeau), se despoja de su influencia al forjar una unión (simplificada, idealizada)
con la otra América cuya base es una compartida “deficiencia”: a medida que el eje Norte-
Sur se fortalece, Europa, y en especial Francia, pierden su brillo. En Ocampo, en cambio, la
operación es mucho más vacilante, los resultados mezclados, cuando no contradictorios. A
pesar suyo, y a pesar de los ambiciosos planes que Frank forja para ella y para su revista,
Ocampo nunca permite que las Américas desplacen del todo la atracción, tanto emocional
como ideológica, de Europa, esa suficiencia, precisamente, tan estéticamente satisfactoria.
Esa ambivalencia, que ya puede observarse en el primer número de Sur pese a la declaración
de principios, también lleva a Ocampo a acumular imágenes disímiles de Nueva York, en
cuanto centro fuerte de cultura.
Recuerdo esta presencia de Europa, de Francia en especial, en el americanismo de
Ocampo –si es que cabe darle tal nombre– para considerar esas nuevas, notablemente contra-
dictorias imágenes de Nueva York que Ocampo propone a distintos lectores en su segundo
viaje a los Estados Unidos en 1943. En mayo de ese año, invitada por la fundación Guggen-
heim, Ocampo pasa seis meses en ese país, la mayor parte del tiempo en Nueva York, dando
conferencias. Como en el caso del viaje de 1930, hay más de una versión de esta estadía, en
cartas, por un lado, y testimonios por otro. Cabe aquí una reflexión sobre el género utilizado

10 “Las Memorias de Waldo Frank”, en Testimonios 9a. serie, p. 35.

70
para medir plenamente el impacto de estas nuevas reflexiones sobre la ciudad. ¿Cómo se es-
cribe una ciudad, y para quién se la escribe? La cuestión que deliberadamente evité al comien-
zo, dejando que el proyecto de Ocampo hablara por sí mismo sin preguntarme por sus lecto-
res o interlocutores, merece ahora mayor consideración.
El lugar, esto es, la descripción de un lugar, es siempre producto de una dislocación, tan-
to geográfica como narrativa, de un traslado o traducción. Al practicar la escritura de viaje,
escribimos acerca de lugares adonde hemos ido o adonde han ido otros cuyos textos hemos
leído. Toda escritura de viaje cuenta con conocimientos previos, cuenta además con una com-
plicidad entre narrador y lector, donde el primero hace inteligible el espacio narrado median-
te una serie de maniobras que remiten a códigos compartidos: yo estoy aquí y tú no, pero yo
puedo hacerte ver lo que veo (o lo que me han dicho que estoy viendo) porque, en un senti-
do, tú ya lo conoces (es decir ya lo has leído aun cuando lo estés leyendo por primera vez).
Si bien Ocampo no es principalmente escritora de viajes –sus testimonios son curiosamente
estáticos– asume una complicidad semejante con su lector.
En más de un aspecto, estos testimonios se asemejan a las crónicas modernistas: son re-
latos de viajera cosmopolita a un público de compatriotas, menos ilustrados, que se han que-
dado atrás –de modo tanto literal como figurativo– pero que pueden seguirla. En este senti-
do, los testimonios sobre Nueva York cumplen una función pedagógica. Esto ya era
observable en los textos sobre el primer viaje de Ocampo: la expedición a Harlem, en su pri-
mera versión, fue una conferencia, impartida a las alumnas de la Residencia de Señoritas de
Madrid, y el ensayo sobre Stieglitz, como se vio, es una propedéutica americanista. Otro tan-
to ocurre con “USA-1943,” cuya intención didáctica (reflejada en el uso de fotografías y en es-
to semejante al primer número de Sur), si bien sutil, es indudable.
La función pedagógica que cumplen estos testimonios no es necesariamente una función
informativa, documental. En Ocampo además hay poca descripción del espacio en sí. Decla-
rándose inepta para tomar notas, escribe: “[U]na fatalidad parece perseguirme. Jamás he
apuntado en ellas nada utilizable o interesante. En cuanto no me dirijo a alguien (como en las
cartas), en cuanto no tengo mentalmente un interlocutor para contarle lo que veo, siento, obser-
vo, pienso, las palabras se me marchitan” (Testimonios 3a. serie, p. 218). Al lector/interlocutor
se le enseña a gozar la ciudad, a sentirla, no necesariamente a conocerla en detalle. Con la ex-
cepción de Harlem, de los Cloisters (volveré sobre ellos) y de sus hoteles (el Sherry Netherlands
en el primer viaje, el Waldorf Astoria en el segundo), no abundan las indicaciones espaciales
en estos textos. No sabemos, por ejemplo, por qué barrios camina. No sabemos si tiene idea
de que Nueva York está compuesta de barrios, aunque tampoco parece tener esa idea de Bue-
nos Aires. Acaso fuera pedirle demasiado: la mirada de clase se aúna aquí con una perspecti-
va de alto modernismo que trabaja conjunto urbano mas que desagregación barrial. Ocampo
comparte con el lector la emoción, no la localización.
Hay en “USA-1943” una soltura que no existía en los textos del viaje de 1930, un “como
estar en casa” que denota no sólo una familiaridad nueva con el espectáculo urbano sino cier-
to entusiasmo que a falta de mejor nombre llamaré cultural. Esta vez no se viaja a la “nueva,
inmensa gran ciudad desconocida”: esta vez sí se trata de un retorno. El prefacio de “USA-
1943” retoma el diálogo con Stieglitz de 1930, recuerda la visita a An American Place, a Stie-
glitz mirando los rascacielos y preguntándose Is this beauty? Con la diferencia de que, en es-
te viaje, Ocampo responde ella misma a la pregunta:

71
¡Quién lo duda, querido Stieglitz! La belleza ya nació junto a la vida en su desconcertante
país. […] He aprendido no sólo a admirar sino a querer a los Estados Unidos: eso es lo que
quiero decir sin tardanza (Testimonios 3a. serie, p. 215).

Mencioné el entusiasmo de este texto, su aparente ligereza, su tono excitado. No poco tiene
que ver con este tono el hecho de que los Estados Unidos han entrado por fin en la Segunda
Guerra Mundial y ésta se manifiesta en una serie de detalles que rompen con la rutina ciuda-
dana, creando una atmósfera febril cuya energía, entre gozosa y desesperada, capta admira-
blemente Ocampo:

Era la segunda primavera de la guerra en Manhattan. Los adolescentes fanáticos hacían cola
para escuchar a su ídolo, Harry James, y los diarios empezaban a inquietarse con esta locura.
La trompeta mágica difundía a su alrededor quién sabe qué hipnosis. En los dancings, los mu-
chachos y muchachas de uniforme, mejilla contra mejilla, bailaban sus adioses al son de As
time goes by (Casablanca, Warner Bros. Picture) Las colegialas se enamoraban de Humph-
rey Bogart. Había que esperar semanas para ver Oklahoma (The Theatre Guild), musical play,
éxito de la temporada, pero no para oírlo. Las canciones de esa opereta habían invadido la ciu-
dad: “Oh! what a beautiful mornin’…”, “People will say we’re in love….” El duque de Wind-
sor cenaba en el Ritz y tiraba miguitas de pan a los patos del lago microscópico que allí tie-
nen. Fiorello La Guardia desafiaba a la Luftwaffe a que viniese a bombardear sus dominios.
Nueva York era –decía– el “blanco número uno” de la guerra. Pero todo estaba preparado pa-
ra recibir la visita de esos señores. Se hacían periódicamente ensayos de obscurecimiento. En
la voz de Frank Sinatra se hamacaban millares de ensueños. Los marineros del “Richelieu”
se paseaban por Broadway con la gorra de pompón rojo ladeada sobre la cabeza, sin compren-
der una palabra de inglés. Lentamente el “Normandie” se enderezaba sobre las aguas del Hud-
son. En Central Park, en Pennsylvania Station, los enamorados se besaban en la boca en ple-
no día. Tenían poco tiempo que perder y se les importaba un bledo de los espectadores. El
azúcar estaba racionado; sólo daban dos terrones para el desayuno. En las tiendas, ya casi no
había elástico para las ligas. Sólo se tenía derecho a un reducido número de zapatos por año.
Había cada semana un día sin carne.
A pesar de múltiples pequeños inconvenientes, aquella juventud parecía estar in the pink, a
las mil maravillas (Testimonios 3a. serie, pp. 245-246).

En este tenor resueltamente optimista, risueño y conversador –la escritura misma parece es-
tar in the pink– continúa el resto del texto de “USA-1943”. Ocampo observa el racionamiento
de taxis; es interrogada y reprendida en una exposición de armamentos de guerra por tomar
notas; visita el centro naval de entrenamiento de las WAVES en el Bronx, aprovecha para de-
clarar su feminismo, y se entusiasma con los uniformes diseñados por Mainbocher; se queja
de los chicles que ensucian las aceras de la ciudad; regresa a Harlem donde, después de un
servicio, la presentan al predicador, Father Divine, no por su nombre sino como “South Ame-
rica”; descubre las doughnuts, las hamburguesas, las griddle cakes “cuyo sabor […] se des-
cubre poco a poco, a fuerza de comerlos” (p. 260) y que se echan de menos, proustianamen-
te, en cuanto se sale del país. Importantemente, Nueva York le permite a Ocampo un contacto
con una pujante y exitosa cultura popular urbana –las cafeterías, los griddle cakes, los musi-
cals, Frank Sinatra, el cinematógrafo, el jazz– que hasta ahora desconocía o desdeñaba, y que
de pronto adquieren legitimidad cultural.

72
Me ha ocurrido muchas veces subir hasta el último piso del Empire State Building. De codos
en el parapeto me gustaba mirar hasta sentir vértigo a Manhattan surgiendo del suelo. Pensa-
ba entonces en la trompeta de Harry James, que se lanza sin vacilaciones hasta las notas más
agudas y se mantiene allí, mientras los adolescentes fascinados se miran extáticos en ese es-
pejo sonoro.
Es corriente decir que París no es Francia, ni Buenos Aires la Argentina, ni Nueva York los
Estados Unidos. No lo creo. Quien toca a Manhattan toca a Whitman, como asegura Lewis
Mumford, y quien toca a Whitman toca a los Estados Unidos en una de sus encarnaciones más
asombrosas, bajo una de sus formas más excesivas, espléndidas y desordenadas.
Y si algún consejo tuviera yo que dar a esta metrópolis, se reduciría a
Submit to no model
but your own, oh City (p. 267).

Ocampo reclama para sus testimonios la inmediatez y la interlocución personal de la corres-


pondencia: “Yo no consigo articular mis sentimientos, mis observaciones, mis pensamientos
sino por el placer y la prisa de comunicarlos directamente a X, Y o Z (un X, un Y, un Z bien
determinados)” (Testimonios 3a. serie, p. 218). Sin embargo, no todo queda registrado en ese
género: en el prefacio a “USA-1943” escribe que: “Algo de lo que más me conmovió en USA
ha quedado en cartas dirigidas a dos o tres amigos. Algún día, después de otro viaje (que se-
rá el tercero), quizá trate de aprovechar ese material” (pp. 214-215). Acaso las numerosas car-
tas a Roger Caillois escritas durante ese viaje (y sólo publicadas recientemente) fueran parte
de ese “material” que quedó al margen de “USA-1943”, desaprovechado en vida de Ocampo,
ahora aprovechable para la crítica.
En 1943, Roger Caillois está en Buenos Aires, donde lo ha sorprendido la guerra. Hués-
ped de Ocampo, con ayuda de ésta ha fundado la revista francesa del exilio, Lettres françai-
ses, de portada idéntica a la de Sur. Como los lectores de las crónicas modernistas, o como
las señoritas del internado de Madrid, Caillois no conoce Nueva York, ni siquiera habla in-
glés. En cierto sentido también él se ha quedado atrás, de manera tanto más dramática cuan-
to que la mayoría de sus compatriotas exiliados se han refugiado en Nueva York.11 Ocampo,
que ocupa la posición fuerte en esa relación –“conoce” Nueva York, tanto la ciudad como a
sus gentes, habla inglés, y last but not least, es, para Roger Caillois, la “mujer mayor” bien
conectada, ex amante y mecenas– Ocampo le “cuenta” Nueva York a Caillois, pero una Nue-
va York notablemente diferente de la que ofrece al público lector más amplio de “USA-1943”.
Distinto punto de vista, distinto género, distinto interlocutor, distinto propósito: otra ciudad.
A estas diferencias cabe agregar una diferencia temporal. Si bien el viaje es el mismo, no así
el momento de su escritura: las cartas a Caillois se escriben inmediatamente, mientras Ocam-
po está en Nueva York. La escritura de los testimonios está mediada por la distancia tempo-
ral y geográfica: Ocampo redacta el texto de “USA-1943” ya de vuelta en la Argentina, al año
del viaje, en Mar del Plata, durante el verano de 1944. Con su viaje de 1943, Ocampo no só-
lo arma una imagen de Nueva York que difiere notablemente de la imagen que había propues-
to en 1930, arma dos imágenes de Nueva York que difieren notablemente entre sí.
Si nos atenemos sólo a la lectura de las cartas a Caillois, olvidando por un momento la
lectura de “USA-1943”, Nueva York no se presenta como an American place, o más bien, no

11 Sobre el tema de la emigración francesa a Nueva York, véanse Nettlebeck y Melhman.

73
sólo como an American place. Los conocidos o amigos norteamericanos de Ocampo de la dé-
cada anterior han sido desplazados por otra comunidad que de algún modo conoce mejor (y
que Caillois sin duda conoce mejor), la de los intelectuales franceses exiliados en Nueva York
durante la guerra. Ocampo retoma amistades interrumpidas: Jacques y Raissa Maritain, De-
nis de Rougemont, Etiemble, Saint-John Perse, y pasa buena parte de su tiempo tratando de
armarle giras de conferencias a Caillois, para que se reúna con ella. Nueva York, en estas car-
tas, dista de ser la ciudad llena de vigor que ha pintado antes. Ocampo admira, sí, cierta fuer-
za técnica, anónima y estandardizada, cuya metáfora sería la perfectamente sincronizada ac-
tuación de las Rockettes de Radio City. Aquello es “bello como los autos y los puentes, bello
como los aviones cuando vuelan en V, como los pájaros” (Correspondance, p. 189).12 Pero la
imagen de Nueva York que comunica a Caillois es, sobre todo, la de una ciudad melancólica,
lugar de nostalgia y de morosos inventarios, donde se rememora no la lejana Buenos Aires,
no la Nueva York de diez años antes, sino el París borrado por la guerra. Cuando Ocampo va
al museo, el retrato de Montesquiou pintado por Whistler le recuerda la vez en que Montes-
quiou por equivocación se le metió en el cuarto a su hermana Pancha en el Majestic, y ese re-
cuerdo, le escribe a Caillois, “hizo que me atragantara con París” (Correspondance, p. 198).
Cuando va a una exposición, las puntas secas de Helleu son como “un álbum de fotos de fa-
milia” (p. 200). Cuando emprende una conversación en el hotel, es con una norteamericana
“que ha vivido treinta y cinco años en París y ha escrito un libro, la Francia que amo” (p.
200). Cuando sale de paseo, va a los Cloisters a ver la tapicería del unicornio, o más bien su
reproducción fotográfica, ya que los originales se han mandado a depósito durante la guerra.
O bien va a la dársena a ver el Normandie varado en el Hudson, el mismo barco que, de no
haberse declarado la guerra, hubiera llevado a Paul Valéry a Buenos Aires, “y me parecía que
esa especie de enorme osamenta quemada, vomitando agua por todos los orificios, y endere-
zándose tan lentamente que el movimiento era casi imperceptible a la vista, era el símbolo de
muchas cosas” (p. 202). La “horrible melancolía” que dice sentir sólo es mitigada por el es-
pectáculo del Richelieu, anclado más arriba en el Hudson, con sus banderitas francesas que
le recuerdan, dice, la bandera de la Cámara de Diputados en la Place de la Concorde, tan be-
lla de noche. Esta reconstrucción del París inaccesible y derrotado de 1943, París del cual el
Normandie es símbolo, reemplaza a Nueva York en estas cartas. Si bien subsisten en ellas pe-
queños restos de una cotidianeidad diurna, la ciudad se borra para dar lugar a la ausencia de
la otra, se vuelve lugar de duelo. Funciona en esta correspondencia como negativo de París,
hasta en las recriminaciones: “Comprendo que para los europeos la estadía en las Américas
sea una especie de purgatorio (infierno, par algunos). Pero no es culpa de las Américas que
hacen lo que pueden. Y es gracias a las Américas que los europeos respiran en estos momen-
tos” (p. 188). Prueba adicional de esta francofilia que opaca entusiasmos americanos es el he-
cho de que nunca aparezcan en esta correspondencia nombres de los amigos norteamericanos
de Ocampo, Alfred Stieglitz, Lewis Mumford, los Young Intellectuals que le ha presentado

12 Esta belleza estandardizada (norteamericana, podría decirse), se complementa, para Ocampo, con la otra, la ar-
tística (la europea, la que ella y Caillois comparten). Así, después de elogiar a las Rockettes, observa: “Pero no ol-
videmos que hay también algunos grandes escritores que han llegado a la cumbre, a otras cumbres, por otros cami-
nos. La belleza de ellos no es la de la estandardización. Poco importa que por el momento esa belleza sea menos
popular (¡y cuánto!) que la otra. Poco importa incluso que esté relegada. Existe y algún día triunfará. No seamos
demasiado impacientes” (p. 190). El uso del nosotros es aquí notable.

74
Waldo Frank. Sólo aparece el nombre de Langston Hughes, “le poète nègre” (p. 189), como
lo describe a Caillois. De nuevo Nueva York negra, pero sólo en un encuentro episódico. Re-
firiéndose años más tarde a esta estadía en Nueva York filtrada por una amenazada sensibili-
dad francesa, escribe Ocampo: “Francia estaba allí pero como en un ataúd. Ya era Grecia”
(Testimonios 7a. serie, p. 131).13

3. Viajes posteriores: deriva

Las dos imágenes de la ciudad –la animada Nueva York de la guerra, el swing, y los griddle-
cakes, o la Nueva York llena de exiliados franceses desde donde se añora París– si bien con-
dicionadas por los interlocutores a quienes están destinadas resumen además la ambivalencia
de Ocampo, una suerte de inseguridad cultural. “Siempre he sido mala viajera porque mis ver-
daderos viajes prescinden de aviones, de transatlánticos, de ferrocarriles. Y sin embargo, de no
haber viajado, habría mucha gente –o mejor dicho algunas personas y algunas cosas– que no ha-
bría conocido nunca” (p. 195), escribe Ocampo a Caillois. Mientras no aparezcan esas “quel-
ques personnes et quelques choses” que suministren asidero para la futura memoria, anclando
el recuerdo de lo que se ve por primera vez y volviéndolo prestigioso, es decir, digno de ser
atesorado, hay desajuste. Así entre Nueva York y Ocampo: una frase de una carta a Caillois
es elocuente: “Nada de lo que siento, nada de lo que amo tiene appeal para este país. Esto me
deprime a ratos, pero sé que es tonto esperar otra cosa. Ni el momento, ni las circunstancias
me son propicios. Lo importante es permanecer flexible” (Correspondance, p. 190). La resig-
nada frase, con sus ecos flaubertianos, parece más desengaño amoroso que decepción cultu-
ral. Habla más de malentendidos, de desencuentros,14 que de una relación significativa con la
ciudad y sus gentes. Esta desazón, tan elocuentemente captada en la frase a Caillois, suplan-
ta la curiosidad del primer viaje y el ambivalente entusiasmo del segundo. En viajes posterio-
res a 1943 la desazón es más pronunciada, se traduce en errancia, deriva sin rumbo: “Ayer,
volví a casa, pues, y como tenía hambre me fui a comer un griddle cake a la cafetería del May-
flower de la Quinta Avenida. Caminé un poco; miré las tiendas. Entré en las tiendas. Salí por
el calor. Me volví a meter en otras por el frío de la calle. En cuanto me calentaba salía. En
cuanto me enfriaba entraba de nuevo por alguna revolving door de gran tienda” (Cartas a An-
gélica, p. 104). Nueva York toda parece una revolving door, adonde se entra sin cesar y de
donde sin cesar se sale, pero donde uno nunca se aposenta. Significativamente, entre la gen-
te que ve Ocampo en Nueva York en estos viajes posteriores se destacan los exiliados, a su
vez expertos en revolving doors. No se trata ya de exiliados franceses sino, a excepción de

13 Esta extraña noción de que Nueva York se ha vuelto el museo de París se vuelve explícita en “Cocteau en Nueva
York”, Testimonios 7a. serie, pp. 130-138). La contrapartida de esta construcción de Nueva York es la que le de-
vuelve el propio Caillois cuando por fin llega a Nueva York, solo, en 1945. Mucho más disponible, a pesar de su
falta de inglés, Caillois describe una ciudad llena de contrastes, asombrosa pero no melancólica (véase Correspon-
dance, pp. 216-221). Caillois extraña, sí, la mirada de Ocampo: “Mucho quisiera que estuvieses aquí. Quisiera que
me mostraras las cosas, las vería mejor contigo. Temo verlas de pasada, o al revés. Porque, entre otros méritos, tú
sabes hacer ver” (p. 217).
14 No descarto desde luego el hecho de que estas cartas estén dirigidas a un ex amante cuya pérdida bien puede ha-
ber influido en la representación de la ciudad. Nueva York significa un duelo doble: por Francia, y por una rela-
ción. Sobre el tema del malentendido en Ocampo, véanse Sarlo y Molloy.

75
Stravinsky y su mujer, de exiliados en su mayoría hispanohablantes: Gabriela Mistral, Fran-
cisco Ayala, Victoria Kent.
Si a partir de 1943 Ocampo viaja a menudo a Nueva York, su contacto con la cultura de la
ciudad, y de Estados Unidos en general, no por ello se volverá más profundo. Señala John King
cómo esa falta de contacto se ve reflejada en las mismas páginas de Sur, de donde casi desapa-
recen las colaboraciones norteamericanas: “Estados Unidos seguiría siendo un aliado durante la
guerra fría, pero no se registraría su desarrollo cultural” (King, p. 140). Nueva York es lugar de
encuentros fugaces con interlocutores cuyo prestigio es más social que intelectual y que, como
ella, ejercen cierto mecenazgo: la familia Crane, Nelson Rockefeller, Mildred Bliss, por ejem-
plo. Nueva York es también el lugar de cierto desamparo: “Anoche pues, me fui a vagar por las
calles, a buscar un cine que me sirviera de compañía” (Cartas a Angélica, p. 146).15
Esto no significa que Nueva York no deje su marca en la perspectiva de Ocampo, pro-
blematizando (si bien no reemplazando) su relación con Europa y sobre todo Francia. Si Pa-
rís fue filtro para ver Nueva York en las cartas de Ocampo a Caillois, Nueva York, en esta úl-
tima etapa de los viajes de Ocampo a los Estados Unidos, se vuelve filtro para ver París. Esta
perspectiva contaminada queda notablemente captada en una carta de 1963:

Hace tiempo que no llegaba de N. Y. a París (generalmente salgo de aquí para allá). La im-
presión es distinta. […] Las calles preciosas siempre, son (dado lo que traigo en los ojos) las
de una maravillosa ciudad de provincia deslumbrante […] París es Roma (Aunque no sé có-
mo estará Roma): incomparable pero… pièce de musée, en cuanto a la época contemporánea
cuyo “exponente” sería Nueva York (Cartas a Angélica, p. 151).

“Todo resulta más chico” (p. 151), concluye Ocampo, comparando a París con Nueva York.
Y en carta a otra hermana, hablando de “Detective Story,” el film que acaba de ver en París,
observa: “Cuando vi las calles de New York y aparecieron los americanos, y hablaron, y se
movieron en la pantalla fue como si respirara aire fresco y volviera a casa. […] Veo las ca-
lles de Nueva York y respiro” (p. 174). Así como en Nueva York de 1943 se añoraba París,
en París de la década de 1960 se añora Nueva York.
Nueva York, al final, no habrá sido para Ocampo verdadera ciudad de trueque, como las
de Calvino, “caracterizadas por intercambios: de recuerdos, de deseos, de recorridos, de des-
tinos” (p. 14) –y cabría añadir, de culturas–. Estuvo muy cerca de serlo: de haber prosperado
el proyecto con Waldo Frank, Sur acaso habría sido otro American place y Nueva York se ha-
bría vuelto una de las capitales de Ocampo, el tercer vértice, vital, del triángulo. Son conje-
turas. En cambio la Nueva York de Ocampo queda como lugar de contactos más que de rela-
ciones y de cierta soledad. Si bien altera la estructura binaria de la cultura europeo-argentina
de Ocampo, modificando su percepción de Francia, no se impone lo suficientemente para que
la haga culturalmente suya: para que se vuelva, verdaderamente, lugar de intercambio. o

15 Cuando en 1979 se me pidió un artículo sobre Victoria Ocampo en los Estados Unidos, me fue sumamente difí-
cil rastrear a sus amistades neoyorquinas. Hablé al azar con Vera Stravinsky, con Victoria Kent y Louise Crane, con
Sylvia Marlowe. Nadie parecía tener idea clara de lo que hacía en Nueva York salvo ir mucho al cine. “Parecía de-
primida”, recuerdo que me dijo Marlowe.

76
Obras citadas

Archer-Straw, Petrine [2000], Negrophilia. Avant Garde Paris and Black Culture in the 1920’s, Nueva York, Tha-
mes and Hudson.
Alonso, Carlos [1990], The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochtony, Cambridge y Londres,
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Calvino, Italo [1972], Le città invisibili, Turín, Einaudi.
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ton, University of Massachusetts Press.
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de la revista Sur”, Boletín del centro de estudios de teoría y crítica literaria, Rosario, 8, octubre de 2000, pp. 113-124.
King, John [1986], Sur. A Study of the Argentine Literary Journal and Its Role in the Development of Culture, 1931-
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Melhman, Jeffrey [2000], Emigré New York: French Intellectuals in Wartime Manhattan, 1940-1944, Baltimore,
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tura autobiográfica en Hispanoamérica, México, FCE/El Colegio de México.
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Sarlo, Beatriz [1998], La máquina cultural. Maestras, traductores y vanguardistas, Buenos Aires, Ariel.

77
Jeremy Bentham
y la “Feliz Experiencia”
Presencia del utilitarismo en Buenos Aires 1821-1824

Klaus Gallo

Universidad Torcuato Di Tella

L a supuesta influencia que ejercieron el filósofo inglés Jeremy Bentham y sus ideas utili-
taristas en el itinerario político de Bernardino Rivadavia, particularmente durante la ges-
tión de éste en la llamada “Feliz Experiencia” del gobierno porteño de Martín Rodríguez
(1821-1824), ha sido mencionada por numerosos historiadores en el pasado. El epistolario
que mantuvieron estos dos hombres durante el período que abarca los años 1818-1824 es se-
ñalado usualmente como la evidencia más conclusiva para determinar la filiación ideológica
de Rivadavia con las ideas benthamianas. Dicha vinculación ya había atraído la atención de
algunos prestigiosos políticos y escritores argentinos del siglo XIX, como Domingo Faustino
Sarmiento y Bartolomé Mitre, entre otros. Este último, precisamente, pronunció un discurso
con motivo del centenario del nacimiento de Rivadavia, el 20 de mayo de 1880, en el cual se
remarcaba el legado benthamiano del homenajeado:

Fue entonces [la década de 1820], también, cuando en la fuente original de ingenio profundo
de Jeremías Bentham, su maestro y amigo –gran pensador y mal escritor como él [Rivada-
via]–, bebió las nuevas inspiraciones de la reforma en el orden político y moral, emancipán-
dose del formalismo y de las trabas de la rutina, para marchar con paso atrevido y sin bagaje
inútil por el ancho camino del progreso y del liberalismo moderno.1

Unos años antes, Sarmiento había reflejado de manera irónica, en su célebre Facundo, el im-
pacto que generaban en el incipiente ambiente académico rioplatense de comienzos de la dé-
cada de 1820 los escritos del filósofo inglés, y de qué manera se convertía en un ingrediente
más dentro del antagónico contexto Buenos Aires/Interior:

––¿…Por qué autor estudian ustedes legislación allá?, preguntaba el doctor Jijena a un joven
de Buenos Aires… —Por Bentham. ––¿Por quién dice usted? ¿Por Benthancito?, señalando
con el dedo el tamaño en dozavo en que anda la edición de Bentham…, ¡ja, ja, ja!… ¡por
Benthancito! En un escrito mío hay más doctrina que en esos mamotretos. ¡Qué universidad
y qué doctorzuelos!2

1 Publicado en Bernardino Rivadavia, Páginas de un Estadista, Buenos Aires, 1945, pp. 196-197.
2 D. F. Sarmiento, Facundo [Santiago de Chile, 1845], Buenos Aires, 1999, p. 135.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 79-96.


Fue presumiblemente en Gran Bretaña, sin embargo, donde surgió a la luz la evidencia de la no
poco trascendente vinculación entre estos dos hombres, cuando John Bowring editó el décimo
volumen de las obras completas de Bentham en 1843, en el cual se incluía parte de la corres-
pondencia que el filósofo había mantenido con Rivadavia.3 A poco de comenzar el siglo XX, Elie
Halévy publicaba en París su célebre La Formation du Radicalisme Philosophique. En un capí-
tulo del libro que hacía referencia al impacto generado por los escritos de Bentham en los más
diversos rincones del planeta, señalaba la influencia que éstos habían ejercido sobre Rivadavia.
Al promediar el siglo pasado, Ricardo Piccirilli dedicó al tema un capítulo de su biogra-
fía de Rivadavia y, a comienzos de la década de 1960, Sergio Bagú resaltó la trascendencia de
esa vinculación en el estudio preliminar de su antología sobre las ideas económicas del grupo
rivadaviano.4 En la década de 1980, Miriam Williford escribió un libro sobre la divulgación de
las ideas de Bentham en Latinoamérica, donde enfatizaba claramente su influencia sobre Ri-
vadavia, visión compartida por John Lynch y David Bushnell en sendos trabajos publicados
también por aquellos años.5 John Dinwiddy, por su parte, sostuvo que los alcances de la in-
fluencia de Bentham en Sudamérica eran relativos, aunque exceptuaba el caso de Rivadavia,
y, más concretamente, las reformas del gobierno de Buenos Aires durante 1821-1824.6
Poco tiempo atrás, Jonathan Harris, un miembro del Bentham Project –institución lon-
dinense fundada por el mismo Bentham a comienzos del siglo XIX que funciona en el Univer-
sity College–, publicó un artículo en el cual cuestionaba fuertemente los verdaderos alcances
de la influencia de Bentham sobre Rivadavia, por más que este último fuera considerado por
el propio Bentham como su discípulo. Pretextando que el filósofo inglés solía aplicar el rótu-
lo de disciple a cuanto admirador, más o menos famoso, se le presentaba, relativizaba la di-
mensión que ejercieron las ideas utilitaristas en Rivadavia y concluía además que el modo con
que el rioplatense se desvinculó súbitamente de su “maestro”, a mediados de la década de
1820, ponía en evidencia la endeblez de su supuesta vinculación ideológica.7 Un escepticis-
mo similar había manifestado también el director del Bentham Project, Fred Rosen, en su tra-
bajo sobre la influencia que tuvieron las ideas de Bentham y el poeta romántico Lord Byron
en el proceso político griego durante la gesta emancipatoria de esa nación.8 Al mismo tiem-
po, sin embargo, fueron apareciendo trabajos de historiadores argentinos dedicados al estudio
de diversos aspectos del llamado período rivadaviano, en los cuales se hace referencia al im-
pacto provocado por la introducción de algunas ideas de Bentham y del utilitarismo en diver-
sos ámbitos de la sociedad porteña.9

3 J. Bowring, The Works of Jeremy Bentham, 11 vols., Edinburgo, 1843, vol. X, p. 500.
4 E. Halévy, La Formation du Radicalisme Philosophique, 3 vols., París, 1901-1904; R. Piccirilli, Rivadavia y su
tiempo, 2 vols., Buenos Aires, 1943; S. Bagú, El plan económico del grupo rivadaviano, Buenos Aires, 1966.
5 M. Williford, Jeremy Bentham on Spanish America, Baton Rouge, 1980; J. Lynch, The Spanish American Revo-
lutions [Londres, 1973], Nueva York, 1986, p. 72; D. Bushnell, Reform and Reaction in the Platine Provinces.
1810-1852, Gainsville, 1983.
6 J. Dinwiddy, “Bentham and the Early Nineteenth Century”, en J. Dinwiddy (ed.), Radicalism and Reform in Bri-
tain 1780-1850, Londres, 1992.
7 J. Harris, “Bernardino Rivadavia and Benthamite ‘Discipleship’”, Latin American Research Review, vol. 33, No.
1, 1998, pp. 129-149.
8 F. Rosen, Bentham, Byron and Greece, Oxford, 1992.
9 Por ejemplo: J. Myers, “La cultura literaria del período rivadaviano: saber ilustrado y discurso pepublicano”,
en F. Aliata y M. L. Munillla Lacasa (eds.), Carlo Zucchi y el Neoclacisicismo en el Río de la Pata, Buenos Ai-
res, 1998, pp. 31-48; F. Aliata, “El Teatro de la Opinión: La Sala de Representantes de la época rivadaviana”,
inédito; véase, también, un trabajo anterior que sirvió como una primera aproximación al tema; K. Gallo, “Un

80
Más allá de la validez del cuestionamiento planteado por Harris con respecto al exage-
rado y poco conducente uso del término discipleship para definir la relación Bentham-Riva-
davia, su artículo tiende a desestimar no solamente las alusiones a temas políticos e ideológi-
cos hechas por estos dos hombres en algunas de las cartas que se enviaron, sino también la
visible influencia de algunos elementos de la doctrina utilitarista que se perciben en el más
amplio espectro de la política, la educación y la cultura bonaerenses durante buena parte de
la década de 1820.
El presente trabajo se centra precisamente en algunas evidencias puntuales que permi-
ten, a nuestro entender, corroborar esta última aseveración.

un viraje radical. Rivadavia y la escena político-intelectual londinense

Podría afirmarse que Rivadavia entró en contacto con Bentham y las ideas utilitaristas en el
transcurso de su larga residencia en Europa, entre 1815 y 1820, cuando fue designado por el di-
rector supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata, Gervasio Posadas, para llevar a
cabo una gestión diplomática ante algunos países de ese continente junto con Manuel Belgra-
no. El objetivo principal de esta empresa era conseguir el reconocimiento español y el apoyo
de los gobiernos británicos y franceses en favor de la independencia argentina. Las gestiones de
los dos agentes diplomáticos se vieron entorpecidas por el espíritu de conservadurismo y reac-
cionarismo que imperaba en los principales gobiernos europeos como consecuencia de la he-
gemonía del Congreso de Viena y la Santa Alianza. Luego del ciclo revolucionario francés y
la caída del imperio bonapartista, los mencionados organismos continentales, en su afán por
restablecer el equilibrio del poder y afianzar las monarquías en toda Europa, veían con res-
quemor el proceso de emancipación en las antiguas colonias hispanas en América. Abonaba
esta postura el que la mayoría de estas nuevas naciones hubieran adoptado el modelo republi-
cano de gobierno.10
Ante esa particular coyuntura de la política europea, las probabilidades de que Belgra-
no y Rivadavia pudieran plasmar los objetivos de su misión eran remotas. Esta encrucijada
motivó que ambos agentes diplomáticos, con la anuencia de los directores supremos Carlos
María de Alvear, en un principio, y Juan Martín de Pueyrredón a partir de 1816, comenza-
ran a pensar en la alternativa de adoptar un modelo de gobierno monárquico en el Río de la
Plata. Suponían que así podría moderarse la desconfianza que generaba entre la mayoría de
los gobernantes europeos el rumbo tambaleante y violento que había tomado el sistema re-
publicano en el Río de La Plata desde la declaración de la independencia, y se presentaría
un escenario más aceptable para el reconocimiento de la independencia argentina por parte
de esas naciones.
Durante esos años de desventuras diplomáticas en Europa, Rivadavia conoció a algunas
figuras del mundo intelectual parisino y londinense. En la capital francesa –ciudad en la que
pasó más tiempo durante su misión en Europa– trabó amistad con Dominique De Pradt y Des-
tutt de Tracy, mientras que en Londres –urbe que visitó en tres ocasiones durante su misión–

caso de utilitarismo rioplatense: la influencia del pensamiento de Bentham en Rivadavia”, en C. Malamud (ed.),
La influencia española y británica en las ideas y en la política latinoamericanas, Documentos de Trabajo del
Instituto Universitario Ortega y Gasset, Madrid, 2000, pp. 14-30.
10 W. W. Kauffmann, British Policy and the Independence of Latin America 1804-1827, New Haven, 1951, pp. 81-93.

81
hizo lo propio con Bentham y James Mill. ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a Rivada-
via a establecer vínculos con estos dos últimos pensadores y no con otros referentes de los cír-
culos político-intelectuales londinenses? La pregunta surge sobre todo porque en esos años
tanto Mill como Bentham se oponían resueltamente a la opción monárquica para las nuevas
naciones sudamericanas, que era contemplada con agrado por algunos círculos aristocrático-
liberales de Londres, como el afamado enclave Whig denominado Holland House.11
A raíz de la escasa información disponible sobre las actividades desplegadas por Riva-
davia durante sus sucesivas estadías en la capital inglesa, la respuesta no es simple. Pero a
partir de los detalles que se conocen acerca de las redes y contactos que fueron establecién-
dose en Londres entre políticos e intelectuales británicos y agentes sudamericanos, por un la-
do, y las particularidades del complejo contexto político, social y cultural británico de esos
años, por el otro, intentaremos trazar un cuadro de situación que, a pesar de no resolver ple-
namente el interrogante, pueda servir para entender mejor las diversas circunstancias que fa-
vorecieron la relación de Bentham y Rivadavia en particular.

El clima político en Inglaterra en el momento de arribar Rivadavia a mediados de 1815 era


bastante agitado. A pesar de que el gobierno Tory de lord Liverpool, primer ministro desde
1812, había logrado afianzarse en el poder gracias al rol decisivo desplegado por su adminis-
tración durante las guerras napoleónicas, las negativas derivaciones económicas que surgie-
ron en Gran Bretaña, precisamente como consecuencia de esas guerras, contribuyeron a crear
un cuadro social inestable entre 1816 y 1820.12 Evidencia de esta crisis fueron las reiteradas
manifestaciones populares organizadas por trabajadores y artesanos en razón del desempleo
en alza y de la baja en los salarios, de las cuales las de Spa Fields, en 1816, y “Peterloo”, en
1819, fueron las más resonantes. Esta última, que se llevó a cabo en la localidad de St. Peters,
cerca de Manchester, terminó con serios disturbios que provocaron once muertos y cientos de
heridos, como consecuencia de la acción del ejército que acudió para reprimir por orden del
gobierno. A raíz de este episodio, se procedió a suspender el hábeas corpus.13
La política exterior de la administración Liverpool se caracterizaba por una tendencia en
favor de los principios conservadores impulsados por el Congreso de Viena. Esta orientación
se reflejaba en el rol preponderante que cumplía su ministro de Relaciones Exteriores, lord
Castlereagh, en la confección y tramado de algunos de los principales lineamientos políticos
de esa organización diplomática. Uno de esos principios, como ya se ha dicho, contemplaba
precisamente una marcada oposición a las independencias de las ex colonias españolas en
América. Gran Bretaña no favorecía el envío de expediciones europeas para asistir a su recu-
peración por parte de España, alternativa propiciada por otras naciones europeas, con Rusia a
la cabeza, pero tampoco parecía bien predispuesta para promover el reconocimiento de los
nuevos estados latinoamericanos.14

11 Acerca de los contactos de agentes sudamericanos con círculos políticos londinenses durante este período, véase
J. Dinwiddy, “Liberal and Benthamite Circles in London 1810-1829”, en J. Lynch (ed.), Andrés Bello. The London
Years, Londres, 1982, pp. 119-136; M. T. Berruezo de León, La lucha de Hispanoamérica por su Independencia en
Inglaterra 1800-1830, Madrid, 1989.
12 Sobre esta crisis, véase especialmente F. Crouzet, “The Impact of the French Wars on the British Economy”, en
H. T. Dickinson, Britain and the French Revolution 1789-1815, Londres, 1989, pp. 189-209.
13 Véase E. P. Thompson, The Making of the English Working Class [1963], Harmondsworth, 1974, pp. 734-768.
14 W. W. Kauffmann, British Policy and the Independence of Latin America, pp. 81-126; K. Gallo, Great Britain
and Argentina. From Invasion to Recognition 1806-1826, Houndmills, 2001, pp. 115-128.

82
Para algunas consagradas figuras de la cultura popular inglesa de entonces, como es el
caso de los poetas románticos lord Byron (que, al igual que una porción significativa de la
opinión pública de su país, era un ferviente simpatizante de causas emancipadoras tanto en
Sudamérica como en Europa), y Percy Bysshe Shelley, Castlereagh simbolizaba, probable-
mente más que ningún otro, el espíritu pacato y reaccionario que reinaba en el establishment
político británico. Shelley le dedicó su poesía “The Mask of Anarchy”, días después de la tra-
gedia de “Peterloo”, en la que sentenciaba:

I met Murder on the way –


He had a mask like Castlereagh –
Very smooth he looked, yet grim; –
Seven blood-hounds followed him.

Por su parte, Byron había decidido abandonar su país en 1816, harto de las rígidas pautas po-
líticas, sociales y morales que predominaban.
El gobierno era también resistido por grupos políticos como los Whigs, principal facción
opositora a los Tories dentro del Parlamento, y por los Radicals, quienes a pesar de contar con
escasos niveles de representación en la Cámara de los Comunes tenían el apoyo de un núme-
ro importante de personas aún sin derecho para sufragar. En esos años, sin embargo, estos dos
grupos políticos no ostentaban índices de apoyo popular lo suficientemente importantes co-
mo para hacer tambalear a los Tories. Más allá de los esfuerzos de algunos miembros del ala
reformista Whig y de los Radicals por promover la reforma parlamentaria –que apuntaba
esencialmente a ensanchar el derecho al sufragio– algunos sectores de la opinión pública in-
glesa aún desconfiaban de ellos, ya que no olvidaban la simpatía profesada por algunos miem-
bros de estas facciones hacia la Revolución Francesa.15
Rivadavia tampoco sentía afinidad por el gobierno de lord Liverpool, al que no dudó de
calificar de “anti-social” en una carta enviada a Pueyrredón en 1817.16 Al año siguiente, Riva-
davia conoció a Bentham por mediación de Antonio Álvarez Jonte, agente chileno radicado ha-
cía un tiempo en Londres.17 El estudio de la relación y la comunicación entre estos dos perso-
najes debe hacerse necesariamente a partir de la correspondencia que mantuvieron. Poco se sabe
de los temas que trataron en las ocasiones en que se reunieron en la casa de Bentham en Lon-
dres, aunque existe una anécdota acerca de uno de sus encuentros, que narra John Bowring:

When Rivadavia, the Buenos minister dined at his [Bentham’s] table, he (a not uncommon
trick of foreigners) spat on the carpet. Up rose Bentham, ran into his bedroom, brought out a
certain utensil, and placed it at his visitors feet, saying “There sir, there – spit there”.18

Por aquel entonces, Bentham seguía de cerca la situación de las antiguas colonias españolas
en América. Había trabado amistad con numerosos diplomáticos y comerciantes sudamerica-

15 Véase H. T. Dickinson, “Popular Conservatism and Militant Loyalism 1789-1815”, en H. T. Dickinson (ed.), Bri-
tain and the French Revolution, pp. 103-125.
16 B. Rivadavia a J. M. de Pueyrredón, 22 de marzo de 1817. Carta publicada en Comisión de Bernardino Rivada-
via ante España y otras potencias de Europa (1814-1820), 2 vols., Buenos Aires, 1933-1936, vol. 1, p. 178.
17 M. Williford, Jeremy Bentham on Spanish America, cit., p. 20.
18 Citado en J. Bowring, Works of Jeremy Bentham, cit., vol. X, p. 566.

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nos e incluso había escrito acerca de lo impracticable y perjudicial que resultaría para Espa-
ña mantener las colonias americanas que aún poseía, y –lo que para él sería más incompren-
sible aún– intentar recuperar las que ya se habían emancipado.19
Por otro lado, textos de Bentham como Tratado de Legislación, publicado en 1802, y
Tácticas de las Asambleas Legislativas, de 1817 –en sus versiones francesas, traducidas del
inglés y editadas por el publicista ginebrino Etienne Dumont–, se habían difundido en algu-
nos círculos políticos y literarios en Sudamérica, y es probable que para aquel entonces más
de un publicista o político rioplatense hubiese entrado en contacto con alguno de esos traba-
jos. Ciertamente, en estos años el filósofo inglés disfrutaba de considerable nivel de prestigio
en Latinoamérica, a tal punto que en 1824 el afamado escritor inglés William Hazlitt sostenía
irónicamente que a Bentham se lo conocía más en las minas de México y Chile que en la pro-
pia Gran Bretaña.20

Según John Dinwiddy, el radicalismo político de Bentham se fue afianzando en los años 1809-
1810, período en el cual comenzó a elaborar una serie de escritos en favor de la reforma par-
lamentaria.21 A partir de entonces, Bentham abogó cada vez con mayor insistencia en favor del
sistema republicano de gobierno, el cual debía consistir de una estructura unicameral democrá-
ticamente elegida, en detrimento de sistemas monárquicos o aristocráticos que, según su opi-
nión, atentaban contra los intereses de las mayorías.22 Este afianzamiento de su postura repu-
blicana lo ubicaba, dentro del espectro político inglés, cada vez más cerca de los Radicals que
de los Whigs o de los Tories, ya que estas dos últimas facciones, pese a que mantenían relevan-
tes diferencias ideológicas sobre algunos temas concretos, coincidían en defender el modelo
monárquico-constitucional. Cabe aclarar, sin embargo, que el radicalismo del filósofo inglés
estaba más en sintonía con la vertiente más moderada de esa facción. El principal referente de
este grupo era Francis Place, el notorio Radical pionero del movimiento cartista y dueño de
una sastrería ubicada en Charing Cross Road, debajo de la cual se hallaba la librería que se ha-
bía convertido en uno de los principales puntos de reunión de algunos de los más renombrados
reformistas ingleses, justamente durante los años de la estadía de Rivadavia en Londres.
Para entonces, Place ya se estaba distanciando de aquellos Radicals con inclinaciones
más extremistas, como era el caso de los publicistas Henry Hunt y William Cobbett. Place
desconfiaba cada vez más de los actos de violencia política en la vía pública, el llamado “Lon-
don rabble”, que propiciaban algunos referentes Radicals, y estaba cada vez más en favor de
la idea de una alianza entre artesanos y reformistas provenientes de la clase media comercial.
Creía que Cobbett era demasiado “ignorante” para comprender la necesidad de promover una
alianza de este tipo entre el pueblo y la burguesía. Estas disputas entre los principales refe-
rentes del radicalismo británico acerca de cuál debía ser el modus operandi de su facción –ex-

19 Los dos artículos más importantes escritos por Bentham acerca de España y sus colonias americanas fueron ti-
tulados “Emancipation Spanish” y “Rid yourself of Ultramaría”, que fueron publicados durante el transcurso del
año 1820. Para más detalles acerca de este tema, véanse M. Williford, Jeremy Bentham on Spanish America, pp.
44-68; C. Rodríguez Braun, La cuestión colonial y la economía clásica. De Adam Smith y Jeremy Bentham a Karl
Marx, Madrid, 1989, pp. 109-129; J. Harris, “An English Utilitarian looks at Spanish-American Independence: Je-
remy Bentham’s Rid Yourselves of Ultramaría”, publicado en The Americas, 53:2, octubre de 1996, pp. 217-233.
20 J. Dinwiddy, “Bentham and the Early Nineteenth Century”, cit., p. 294.
21 J. Dinwiddy, Bentham, Oxford, 1989, p. 12.
22 Ibid., p. 81.

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haustivamente analizada por E. P. Thompson en su clásico estudio sobre los orígenes de la
clase trabajadora en Inglaterra– se profundizarían en el transcurso de los años siguientes.23
Place se fue acercando cada vez más a Whigs reformistas como Henry Brougham, in-
fluido a su vez por ciertas ideas de Bentham, particularmente las referidas a sus propuestas de
reformas en el sistema judicial. A pesar de las reiteradas críticas de Bentham hacia los Whigs,
esto no impedía que Brougham acudiera asiduamente el reducto de dicho filósofo.24 Broug-
ham también asistía con frecuencia a Holland House y escribía regularmente en la Edinburgh
Review, que se transformaría en el principal órgano de difusión de las ideas Whig y liberales.
Otros colaboradores de esa publicación no sentían la misma simpatía hacia el utilitarismo, y
no reparaban en catalogar a James Mill como “jacobino” o en criticar a Bentham por soste-
ner que sus ideas carecían de sentido común.25
Esta visión acerca de los principales referentes del Utilitarismo era compartida por al-
gunos otros concurrentes asiduos a ese bastión de la “inteligencia Whig” que fue Holland
House. A diferencia de Bentham, el anfitrión de la célebre casa, lord Holland, no era procli-
ve a invitar a agentes sudamericanos, aunque sí a liberales españoles exiliados en Londres,
como José María Blanco White, editor del diario El Español, que seguía muy de cerca las vi-
cisitudes políticas en los países sudamericanos. Este hombre se había vinculado en la capital
inglesa con varios agentes sudamericanos, especialmente con Andrés Bello. Sin embargo, el
venezolano sólo tuvo contactos muy tenues con Holland House.26
Varios miembros de Holland House tenían vínculos estrechos con liberales españoles
como Gaspar de Jovellanos, entre otros.27 La posición que tomaban con respecto a la causa
emancipadora americana era por demás cauta, y a lo sumo profesaban una simpatía modera-
da, ya que esencialmente desconfiaban de los experimentos republicanos puestos en marcha
allí. El mismo Blanco White le transmitía a lord Holland, en una carta que le envió en 1819,
sus serias dudas acerca de la capacidad de los sudamericanos para gobernarse a sí mismos.28
Como ya se ha mencionado, la mayoría de los miembros de este círculo se inclinaba por la
adopción del sistema monárquico constitucional por parte de los países sudamericanos, alter-
nativa apoyada por Andrés Bello.29 No hay evidencias de posibles contactos en Londres en-
tre Rivadavia y Bello, ni tampoco entre Rivadavia y Blanco White, y es más que probable que
dada la escasa disposición de Holland House a recibir agentes sudamericanos, el rioplatense
no haya tenido oportunidad de frecuentar ese círculo. Sin embargo, Rivadavia había vertido
palabras de elogio hacia Brougham.30 Estos elogios del rioplatense no derivaban, sin embar-

23 E. P. Thompson, The Making of the English Working Class, cit.; J. Stevenson, “Popular Radicalism and Popular
Protest 1789-1815”, en H. T. Dickinson, Britain and the French Revolution, cit., pp. 80-81; acerca del radicalismo
británico de comienzos del siglo XIX véase también M. Philp (ed.), The French Revolution and British Popular Po-
litics, Cambridge, 1991.
24 J. Dinwiddy, Bentham, cit., p. 17; R. Stewart, Henry Brougham. His Public Career 1778-1868, Londres, pp. 88-89.
25 B. M. Fontana, Rethinking the Politics of Commercial Society. The Edinburgh Review 1802-1832, Cambridge,
1985, pp. 92-93.
26 J. Dinwiddy, ”Liberal and Benthamite circles”; L. Mitchell, Holland Hose, Londres, 1980; I. Jaksic, “Bridges to
Hispania: Andrés Bello and José María Blanco White”, en C. Malamud (ed.), La influencia española y británica,
cit., pp. 63-70; M. Murphy, Blanco White. Self banished Spaniard, New Haven, 1989, p. 98.
27 L. Mitchell, Holland House, cit., pp. 217-239.
28 J. Dinwiddy, “Liberal and Benthamite Circles”, cit., p. 130.
29 Ibid., p. 131; I. Jaksic, “Bridges to Hispania”, cit., p. 71.
30 B. Rivadavia a J. M. de Pueyrredón, 22 de marzo de 1817, publicada en Comisión de Bernardino Rivadavia,
vol. 1, p. 204.

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go, de su admiración por los ideales políticos del reformista inglés, sino que se alimentaban
de las críticas que Brougham había dirigido al gobierno de Liverpool por el apoyo de éste a
Fernando VII, en sesiones parlamentarias llevadas a cabo durante el transcurso de los años
1816 y 1817, y por su simpatía manifiesta hacia la causa de la emancipación sudamericana.31

Resulta por demás sugerente que a comienzos de 1820, al enterarse por William Lawrence,
un amigo en común, de las negociaciones entre Pueyrredón, Rivadavia y diversos príncipes
europeos, que surgían como posibles candidatos para ocupar el trono de una eventual monar-
quía rioplatense, Bentham haya decidido escribirle una carta en tono enérgico a Rivadavia en
Francia, advirtiéndole sobre los males que provocaría la puesta en práctica de esa idea:

You wish for a king for Buenos Ayres and Chili: so, at least, I understand from our friend
Lawrence. If so, much good may it do you. But how much better would you be with a king
than the Anglo-Americans without one? The Spaniards have a reason, such as it is, for having
a king. But you have not that reason – nor ever had.32

Al poco tiempo, Rivadavia finalmente desechó por completo la alternativa monárquica, con lo
cual se podría concluir que, en buena medida, Bentham y sus ideas utilitarias tuvieron un efec-
to decisivo para reorientar en dirección del republicanismo al futuro presidente argentino.

un ideario reformista con el sufragio universal como punto de partida

Al poco tiempo de regresar a su tierra natal, más concretamente a mediados de 1821, Rivada-
via fue elegido ministro de Gobierno en el gobierno bonaerense del general Martín Rodrí-
guez. Para entonces, la situación política en el Río de La Plata daba la sensación de estar dis-
tendiéndose lentamente tras el delicado período conocido como “la anarquía del año ‘20”; las
provincias de la región del litoral habían impuesto a Buenos Aires la descentralización del sis-
tema político y la consecuente creación de una estructura confederada dio lugar al surgimien-
to de gobiernos provinciales autónomos.
Rodríguez, que había asumido la gobernación de Buenos Aires en los últimos meses de
1820, partió al poco tiempo a la frontera bonaerense para combatir los embates indígenas en
la zona sur de esa región. Las reiteradas expediciones que encabezó el jefe del Ejecutivo a ese
escenario durante buena parte de su gobierno motivaron que, en la práctica, quedaran al fren-
te del gobierno Rivadavia y Manuel José García, el ministro de Hacienda. A partir de la se-
gunda mitad de 1821, estos dos hombres comenzaron a diseñar una serie de reformas moder-
nizadoras tendientes a reforzar la incipiente y endeble estructura republicana de una sociedad
que, según la visión de una parte de la élite porteña, no había logrado liberarse aún de algu-
nos remanentes anacrónicos e irritantes de su reciente pasado colonial.

31 J. Lynch, “Great Britain and Spanish American Independence 1810-1830”, en J. Lynch (ed.), Andrés Bello, cit.,
pp. 15-16.
32 J. Bentham a B. Rivadavia, 9 de marzo y 30 de abril de 1820. Carta reproducida en J. Bowring, The Works of Je-
remy Bentham, vol. X, pp. 513-514 y en P. Schwartz, The Foreign Correspondence of Jeremy Bentham, Madrid,
1979, pp. 137-138.

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Una de estas primeras reformas dictadas por aquel gobierno fue la Ley de Sufragio del
14 de agosto de 1821. En ella se establecía la universalidad del voto masculino, que se intro-
ducía, como sostiene Marcela Ternavasio, “bajo la fuerte noción de que su aplicación traería
disciplina y orden en un espacio altamente movilizado luego de la guerra de independen-
cia”.33 Según Tulio Halperin Donghi, la ampliación del sufragio significó “la vuelta de una
caja de resonancia popular” que, al igual que durante los primeros momentos de la revolución
de Mayo, “había dado una dimensión nueva al equilibrio del poder dentro de la élite”. De to-
das maneras, según este autor, el poder seguiría dependiendo de las decisiones políticas de un
grupo reducido.34
La ley electoral establecía una pequeña distinción entre los llamados votantes “activos”
–“todo hombre libre, natural del país o avecinado en él, desde la edad de 20 años, o antes si
fuera emancipado”– y los “pasivos” –“todo ciudadano mayor de 25 años, que posea alguna
propiedad inmueble o industrial”–.35 Existían también otras distinciones, como por ejemplo la
cláusula por la cual se asignaban a la junta de representantes bonaerense doce representantes
para la ciudad de Buenos Aires y once para la provincia, creando, como sostiene José Carlos
Chiaramonte, una suerte de distinción jerárquica entre la esfera urbana y la rural.36
Las características eminentemente democráticas de esta reforma fueron supuestamente
producto de la inspiración de Rivadavia, y, más allá de sus ya mencionadas distinciones, re-
flejan claramente la orientación radical del gobierno en materia política. Esta tendencia se ad-
vierte sobre todo si se toma como parámetro la postura de las más representativas vertientes
del liberalismo europeo con respecto al tema del sufragio, durante ese período.37 Precisamente
sobre este tema, Esteban Echeverría escribía en 1846 que “el vicio radical del sistema unitario,
el que minó por el cimiento su edificio social, fue esa ley de elecciones: el sufragio universal”,
en su muy crítica reflexión acerca de la aplicación de esta ley electoral.38

Es sabido que Bentham sostenía que solamente a través del sistema democrático de gobierno
se podía evitar que un individuo antepusiera sus intereses personales por sobre los intereses
de los demás. Argumentaba también en su Constitutional Code –que había comenzado a re-
dactar en 1820– en favor de un sistema de gobierno republicano y unicameral que se centra-
ra en una legislatura elegida democráticamente; por su parte, los miembros del Poder Judicial
y las autoridades administrativas debían ser, según él, elegidos por los legisladores. Bentham

33 M. Ternavasio, “Nuevo régimen representativo y expansión de la frontera política. Las elecciones en el Estado
de Buenos Aires: 1820-1840”, en A. Annino (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, Siglo xIx, Méxi-
co, 1995, p. 68.
34 T. Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina, Buenos Aires, 1972,
pp. 381-382.
35 Ibid., p. 379.
36 J. C. Chiaramonte, “Acerca del origen del Estado en el Río de la Plata”, publicado en el Anuario del IEHS, Tan-
dil, 1995, pp. 36-37. El autor sostiene, además, que la falta de una constitución en la gobernación de Buenos Aires
enfatizaba aún más esta tendencia gradualista.
37 Me refiero particularmente a la idea más gradualista y censitaria de facciones como los Whigs en Gran Bretaña
y los Doctrinaires en Francia para el mismo período. Sobre este tema en particular, véase el clásico trabajo de E.
Halévy, The Growth of Philosophic Radicalism, Londres, 1928. También K. Gallo, “Reformismo radical o liberal.
La política rivadaviana en una era de conservadurismo europeo. 1815-1830”, publicado en Investigaciones y ensa-
yos, No. 49, 1999.
38 Esta cita se encuentra en “Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 1837”,
en Esteban Echeverría. Antología de prosa y verso, Buenos Aires, 1981, p. 297.

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se oponía categóricamente a la creación de una segunda cámara, ya que sostenía que si ésta
no era elegida democráticamente no tendría justificación alguna para bloquear la voluntad de
la otra, que sí era elegida por voto popular.39 Enfatizaba también, como lo venían haciendo
en los últimos años los reformistas radicales británicos, que la base del sistema debía residir
en cuatro medidas claves: voto secreto, sufragio masculino, equidad de los distritos electora-
les y elecciones anuales.40
Como se podrá observar, la ley electoral de Buenos Aires de 1821 no cumplía con el re-
quisito estipulado por Bentham en cuanto a la equidad del sufragio entre los distritos electo-
rales, ni tampoco con el referido al voto secreto, al que Bentham le asignaba una importancia
fundamental por considerar que sin su cumplimiento, las demás medidas reformistas podían
perder toda validez. Sin embargo, la inclusión en dicha ley del sufragio universal masculino
y del voto directo para la elección de legisladores estaría claramente en consonancia con las
ideas sostenidas por el filósofo inglés con respecto a este tema.41
No existen claras evidencias de que la ley de sufragio universal impulsada por Rivada-
via haya sido consecuencia directa de las ideas de Bentham. En su exhaustivo estudio sobre
el sufragio en Buenos Aires en la primera mitad el siglo XIX, Ternavasio sostiene que la ley
de sufragio impulsada por el gobierno de Rodríguez no obedecía necesariamente a motivacio-
nes ideológicas tendientes a instaurar un régimen democrático, sino que más bien se introdu-
jo este sistema de voto por cuestiones pragmáticas; la ausencia de menciones explícitas a
Bentham, con referencia a esta ley concreta, por parte de Rivadavia u otros miembros de su
entorno dan sustento a esta afirmación.42 De todas maneras, no parece descabellado dar algún
margen a la posibilidad de que la emergencia de la ley de sufragio universal en Buenos Aires
haya sido consecuencia del contacto establecido poco antes por Rivadavia con Bentham. Pre-
cisamente durante esos años el filósofo inglés acentuaba en sus escritos su postura en favor
de ese tipo de sistema electoral, cuya práctica no era la más usual en esos tiempos.

Aboliendo lo arcaico: erradicación del Cabildo y de las corridas de toros

En afán de ir desterrando tradiciones consideradas ahora obsoletas por la nueva élite dirigen-
te porteña, se procedió por ejemplo a suprimir el Cabildo de Buenos Aires. Su presencia era
vista como un estorbo innecesario, especialmente luego de haberse conformado una nueva
asamblea de representantes provincial, razón por la cual se había decidido erigir un nuevo edi-
ficio. Como sostiene Chiaramonte, el Cabildo aparecía como una institución anacrónica lue-
go de las reformas legislativas y jurídicas promovidas por el gobierno de Buenos Aires.43 Tal
como queda reflejado en las palabras de Julián Segundo de Agüero, la abolición del Cabildo
respondía a la urgencia de poner fin al “germen de los males que se quieren remediar”, lo que
prueba, como ha señalado Ternavasio recientemente, que la abolición del Cabildo fue produc-

39J. Dinwiddy, Bentham, cit., p. 81.


40E. Halévy, The Growth of Philosophic radicalism, cit., p. 259; J. Dinwiddy, op. cit., p. 82.
41J. Dinwiddy, op. cit., p. 82.
42M. Ternavasio, “Nuevo régimen representativo”, cit., p. 92.
43J. C. Chiaramonte, “Vieja y nueva representación: Buenos Aires 1810-1820”, publicado en A. Annino (comp.),
Historia de las elecciones..., cit., p. 62.

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to de la necesidad del llamado “Partido del Orden” de erradicar el fantasma de las asambleas
y de los cabildos abiertos, que se tendía a relacionar cada vez más con el caos político que ha-
bía predominado durante buena parte de la década anterior.44
Como destaca Fernando Aliata, el diseño arquitectónico de la nueva sala obedecía a las
normas de funcionamiento dispuestas para la legislatura de Buenos Aires que estaban conte-
nidas en el Reglamento y policía de la Sala de Representantes elaborado por miembros de la
élite porteña; éste no era más que un plagio de la Táctica de las Asambleas Legislativas de
Bentham, como el mismo Rivadavia se encargaría de transmitirle en una carta que le envió
en 1822.45 El filósofo inglés establecía allí que para que se pudieran encauzar eficazmente y
“sin trampas” los debates en una asamblea, la aplicación de ciertas normas arquitectónicas es-
pecíficas resultaría esencial.46
En las descripciones hechas por algunos diarios locales respecto de las características de
la recién estrenada sala de la legislatura porteña, se destacaban las similitudes de aquélla con
el modelo de asamblea trazado por Bentham en su Táctica.47 Asimismo, algunos residentes in-
gleses en Buenos Aires se sorprendían por el funcionamiento armónico que observaban en la
asamblea, tales los casos del primer cónsul británico en el Río de La Plata, Woodbine Parish,
y del autor anónimo conocido por su obra como Un Inglés, que destacaba el hecho de que los
oradores de la sala permanecían sentados “de tal modo que no tienen oportunidad de lucirse”.48
Casi dos años después de haberse inaugurado la Sala de Representantes de Buenos Ai-
res, Rivadavia le enviaba al filósofo inglés, en la carta mencionada arriba, una copia del re-
glamento de la misma. Al recibirla, Bentham procedió, a su vez, a mandársela a los revolu-
cionarios griegos como modelo legislativo a seguir:

Legislators! Annexed is a present which I take the liberty to offer you. It is not merely what
a work of my making would have been –a simple project and nothing more; it is a regulation,
which already, during three years, has directed all the proceedings of a legislative assembly.
This assembly is that of the Republic of Buenos Aires, in South America. The copy, for which
I beg the honour of your acceptance, is probably the only one that now exists. The date, as
you see, is wanting. It was sent to me by its author, Bernardino Rivadavia, in a letter dated 26
of August 1822, and which, by some means, did not reach my hands until the 5th April 1824.

Más adelante agregaba, con cierto desparpajo, con relación al “inestimable” documento:

44 M. Ternavasio, “La supresión del Cabildo de Buenos Aires: ¿crónica de una muerte anunciada?”; publicado en
el Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, No. 21, 2000, pp. 69-70.
45 F. Aliata, “El Teatro de la Opinión”, cit.; B. Rivadavia a J. Bentham, 26 de agosto de 1822, British Library, Ad-
ditional Manuscripts, 33545; carta escrita en francés y traducida al español por R. Piccirilli, Rivadavia y su tiem-
po, cit., t. 2, pp. 442-443.
46 Acerca de este tema, véase F. Aliata, “El Teatro de la Opinión”, cit., pp. 11-12; También, J. Dinwiddy, “Bentham
and the Early Nineteenth Century”, en J. Dinwiddy (ed.), Radicalism and Reform in Britain, 1780-1850, Londres,
1992, p. 304.
47 Al respecto, Bentham afirmaba que la sala debía tener “una forma circular con corta diferencia; algunas gradas
que se eleven en anfiteatro; el asiento del presidente colocado del modo que él vea toda la asamblea…”, en F. Alia-
ta, “El Teatro de la Opinión”, cit., p. 12.
48 Woodbine Parish a George Canning, 12 de mayo de 1824, Public Records Office, Foreign Office Papers 6; Un
Inglés, Cinco Años en Buenos Aires. 1820-1825, Buenos Aires, 1986, p. 23.

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Legislators! I send you these regulations [Reglamento de la Asamblea de Buenos Aires], and I
have not even read them. This is the reason: There was no inmediate motive for my doing so,
and I have contended myself with causing an English translation to be made which I retain.

Por lo visto, Bentham creía ciegamente en el reglamento legislativo porteño que le envió Ri-
vadavia, quien, como ya mencionamos, le había aclarado que estaba enteramente basado en
su obra Tácticas políticas. No deja de asombrar, sin embargo, el alto grado de confianza que
Bentham depositaba en el texto legislativo ideado por Rivadavia y, como se verá más adelan-
te, en todas sus demás medidas de gobierno.49 Luego de transcribir la citada carta en las obras
completas de Bentham, Bowring concluía que, de todos los representantes sudamericanos que
había contactado Bentham, Rivadavia era el que mayor consideración le merecía.50
En consonancia con la tendencia de ir suprimiendo modalidades anacrónicas y de poca
utilidad para la sociedad, encontramos, a principios de enero de 1822, al gobierno de Buenos
Aires prohibiendo las corridas de toro en la ciudad por considerarlas excesivamente sangui-
narias. Algunos conspicuos publicistas del nuevo régimen, como el caso de Ignacio Núñez por
ejemplo, veían en este deporte una rémora de tradiciones españolas que era deseable erradi-
car del nuevo contexto cultural rioplatense, a lo que agregaba, en tono despectivo, que ese es-
pectáculo se realizaba, por ese entonces, únicamente en España.51
El desdén manifestado por algunos ministros y publicistas bonaerenses hacia ciertas tra-
diciones políticas y culturales del pasado colonial hispánico parecía estar en sintonía con
aquellas máximas del utilitarismo, elaboradas a partir de una clave teórica desprovista de no-
ciones iusnaturalistas, que suponían que la elaboración de leyes debía conducir indefectible-
mente a la promoción del mayor bienestar para la mayor cantidad de individuos en una socie-
dad. En términos prácticos, según Bentham, este objetivo sólo podía lograrse a partir de la
erradicación de las leyes obsoletas que atentaran seriamente contra la armonía y el bienestar
social de la comunidad. En su lugar debían dictarse leyes de mayor utilidad general que per-
mitieran a las sociedades ir, como afirmaba Mitre, “emancipándose del formalismo y las tra-
bas de la rutina” y de un “bagaje inútil”, que, a su vez, contribuirían a crear hábitos y costum-
bres más acordes con los de una sociedad que buscaba promover mayor igualdad y progreso
a partir de la consolidación del sistema republicano de gobierno.

Educación, religión y opinión pública

Otras reformas promovidas por Rivadavia que podrían sugerir la presencia de una cierta influen-
cia utilitarista son las que se llevaron a cabo en las áreas de la religión y la educación. También
se percibe esta influencia en los visibles esfuerzos realizados por miembros del gobierno y al-
gunos publicistas ligados al mismo por promover un mayor espacio para la difusión de las ideas
y de la cultura en general. En este sentido, la introducción de la Ley de Prensa, dictada por el

49 J. Bentham a la Asamblea Legislativa de Grecia, 21 de septiembre de 1824; en J. Bowring, Works of Jeremy Bent-
ham, vol. IV, pp. 584-585.
50 Ibid., p. 500.
51 J. Myers, “Una revolución en las costumbres: Las nuevas formas de sociabilidad de la élite porteña, 1800-1860”,
publicado en F. Devoto y M. Madero (eds.), Historia de la vida privada en Argentina. País antiguo. De la Colonia
a 1870, Buenos Aires, 1999, p. 125; R. Prestigiácomo y F. Uccello, La pequeña aldea. Vida cotidiana en Buenos
Aires 1800-1860, Buenos Aires, 1999, p. 52.

90
gobierno de Buenos Aires en 1822, dio lugar a la aparición de un mayor número de diarios y
publicaciones, lo que reflejaba un afán por ampliar el espectro de la opinión pública.52
La reforma eclesiástica ocuparía un lugar prominente en el itinerario reformista de Ri-
vadavia, y apuntaba esencialmente a promover una mayor secularización de la Iglesia. Este
objetivo cuadraba plenamente con el latiguillo de raigambre neoclásica, al que hacían alusión
frecuente algunos de los más conspicuos integrantes del entorno rivadaviano, que exhortaba
a “estar a la altura de las luces del siglo”, y en el que estaba implícita la firme voluntad de es-
te grupo de constreñir a la iglesia a sus funciones específicas. Esto quedaría reflejado en cier-
tas restricciones impuestas a la iglesia católica por el gobierno de Buenos Aires, como fueron
la supresión de casi todas las órdenes religiosas, la Ley de Reforma del Clero de Noviembre
de 1822, que entre otras cosas establecía la abolición de los tributos eclesiásticos, y la intro-
ducción de una ley, dos años más tarde, que garantizaba la libertad de cultos.
En su estudio crítico de las políticas religiosas de Rivadavia, Guillermo Gallardo soste-
nía que tenía una visión utilitaria de la religión, a la que consideraba indispensable para el or-
denamiento de un Estado, siempre y cuando estuviera sujeta a los principios del gobierno del
país.53 Bushnell, por su parte, afirmó que las medidas adoptadas por Rivadavia en esta área
representaban el principal “paquete” de reformas de su gobierno, y que fueron llevadas ade-
lante con un mayor grado de atrevimiento que en otros países latinoamericanos.54 Agregaba
también este autor que las reformas religiosas aplicadas en Buenos Aires y otros puntos de
Latinoamérica durante ese período obedecían esencialmente a la inconsistencia de los gober-
nantes liberales de esas regiones, que creían en la necesidad de restringir las libertades de la
iglesia como institución para poder promover mayor libertad al mayor número.55
Según Halévy, tanto Bentham como su discípulo James Mill sostenían que el vínculo de
los humanos con Dios era como el del oprimido con su opresor, y trasladaban bastante con-
fusamente esta relación de desigualdad al análisis de la vida política de su país.56 Dinwiddy
sostiene que Bentham era fundamentalmente antirreligioso, en parte porque creía que la reli-
gión había demostrado ser nociva para la felicidad humana, y también porque era básicamen-
te un empirista que no creía en la existencia de Dios.57
Como afirma Roberto Di Stefano, la reforma eclesiástica propiciada por los rivadavianos
fue una suerte de “experimento” que se dio en Buenos Aires y no en otras regiones del territo-
rio argentino, salvo más adelante en Cuyo, debido sobre todo a la estrecha vinculación que
mantenía la ciudad portuaria con el continente europeo por esos años. Prueba de ello es, por
ejemplo, el aumento en la circulación y difusión de las obras de pensadores reformistas euro-
peos, fácilmente apreciable cuando se observa cuáles eran los temas que se debatían en las ter-
tulias de los cafés y de diversos círculos políticos y literarios de la Buenos Aires de entonces.58

52 Acerca de la libertad de prensa en las primeras décadas posrevolucionarias en el Río de La Plata, véase N. Gold-
man, “Libertad de imprenta, opinión pública, y debate constitucional en el Río de La Plata”, publicado en Prismas,
Revista de historia intelectual, No. 4, Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2000.
53 G. Gallardo, La política religiosa de Rivadavia, cit., p. 228.
54 D. Bushnell, Reform and Reaction, cit., p. 30.
55 Ibid., p. 26.
56 E. Halévy, The Growth of Philosophic Radicalism, cit., p. 294.
57 J. Dinwiddy, “Bentham and the early nineteenth century”, cit., pp. 298-299.
58 R. Di Stefano y L. Zanatta, Historia de la Iglesia argentina. Desde la conquista hasta fines del siglo xx, Buenos
Aires, 2000, p. 209.

91
Este afán del gobierno de Buenos Aires por ir estableciendo pautas más laicisistas en la
sociedad porteña estaría en definitiva vinculado con la necesidad de crear también innovacio-
nes en el área educativa. La educación, según Bentham, era un medio indispensable para ins-
trumentar la conversión de la nación a una moralidad de tipo utilitaria. Sostenía también que
el llamado método lancasteriano, basado en un sistema de enseñanza a través de los alumnos
más avanzados –llamados monitores– supervisados por preceptores, era el ideal para lograr
ese fin.59 En 1822 Rivadavia introdujo ese sistema como obligatorio en los colegios públicos
y privados de Buenos Aires, lo cual provocó una reacción de los docentes por considerar que
la efectividad de un sistema que otorgaba tanta responsabilidad a preceptores no había sido
comprobada aún, y que, además, representaba una sobrecarga de trabajo.60 Al poco tiempo,
como para ratificar plenamente su confianza en dicho sistema educativo, Rivadavia envió a
dos de sus hijos al Hazelewood School, un colegio experimental basado en el método lancas-
teriano cerca de Birmingham en Gran Bretaña, a principios de la década de 1820.61
La creación de la Universidad de Buenos Aires se produjo a fines de 1821 y el cuerpo do-
cente de la misma fue nombrado en febrero del año siguiente. El profesor nominado para la cá-
tedra de Derecho Civil fue Pedro Somellera, quien según Juan María Gutiérrez enseñó allí “con
tanta claridad y maestría las ideas de Jeremías Bentham en materia de legislación, que la Uni-
versidad de la Paz y el Colegio del Cuzco, siguiendo el ejemplo de Buenos Aires, adoptaron
dicho curso por texto de enseñanza para sus aulas de Derecho Civil”. Un texto de las referidas
clases fue publicado en Buenos Aires en 1824 con el título de Principios de Derecho Civil, res-
pecto del cual Gutiérrez sostiene que su aparición significó “la introducción de las ideas de es-
te célebre reformador [Bentham] en la Universidad de Buenos Aires”.62 En la ya citada carta
de 1822, Rivadavia le informaba a Bentham que fue a instancia suya que dicha cátedra fue
creada.63 Asimismo, en su estudio sobre la influencia ejercida por el filósofo inglés durante el
siglo XIX en diversos continentes, Dinwiddy corroboraba también la idea de que el texto de So-
mellera estaba enteramente basado en el Traité de Legislation de Bentham.64
Sin embargo, no sería posible percibir el mismo grado de influencia benthamiana en la
cátedra de filosofía de la mencionada universidad porteña, a cargo del controvertido clérigo
Juan Manuel Fernández de Agüero. En 1824 este profesor sería removido de su cargo acadé-
mico por el rector de la universidad, el también clérigo Antonio Sáenz, quien consideraba que
las enseñanzas impartidas por Fernández de Agüero se correspondían con “las doctrinas im-
pías y contrarias a la Religión Santa del estado que enseña”.65 Sin embargo, al poco tiempo el

59 E. Halévy, The Growth of Philosophic Radicalism, cit., p. 282. Este novedoso método de enseñanza fue introduci-
do por los profesores británicos Andrew Bell y Joseph Lancaster a principios del siglo XIX, y fue diseñado para difun-
dir la enseñanza entre los sectores sociales más bajos a un costo mínimo. El sistema fue adoptado en muy poco tiem-
po por varios países de Sudamérica, y, además de Rivadavia, algunos otros renombrados hombres de Estado de dicho
continente decidieron enviar a sus hijos a Inglaterra a establecimientos educacionales que seguían este método.
60 Sobre este tema en particular, y el desarrollo de la educación en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo
XIX, véase C. Newland, Buenos Aires no es Pampa: la educación elemental porteña 1820-1860, Buenos Aires,
1992, pp. 82-99.
61 M. Williford, Jeremy Bentham on Spanish America, cit., p. 103.
62 J. M. Gutiérrez, Noticias históricas sobre el origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Ai-
res. 1868, Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 1998, pp. 417 y 546.
63 B. Rivadavia a J. Bentham, 26 de agosto de 1822, BL, Add. Mss. 33545.
64 J. Dinwiddy, “Bentham and the Early Nineteenth Century”, cit., pp. 302-303.
65 J. M. Fernández de Agüero, Principios de ideología elemental, abstractiva y oratoria, Buenos Aires, 1940, pró-
logo, pp. 28 y 29; J. M. Gutiérrez, Noticias históricas, cit., p. 103.

92
gobierno bonaerense restituyó a Fernández de Agüero en su cátedra. La influencia filosófica
que más se percibe en los cursos dictados en esa materia era fundamentalmente la del Ideolo-
gue francés Destutt de Tracy, con quien Rivadavia había trabado amistad en París durante su
gestión diplomática, autor muy frecuentemente aludido en el texto del curso de Fernández de
Agüero. Mas allá de ciertas coincidencias de la citada corriente filosófica francesa con el uti-
litarismo, en dicho texto no se hacía mención a esta última doctrina ni tampoco a Bentham.66

Los esfuerzos del gobierno de Buenos Aires por generar una mayor amplitud del espacio pú-
blico estaban en consonancia con las ideas que sostenía Bentham acerca del rol fundamental
que debía jugar la opinión pública en una sociedad. En su Constitutional Code, concebía a la
opinión pública como un cuerpo judicial informal, al que refería como “public opinion tribu-
nal”, el cual, a los efectos de lograr significativa trascendencia dentro de la esfera social y po-
lítica, iría configurándose esencialmente a través de la organización de reuniones públicas y
por la efectiva difusión de variados medios de prensa; por lo tanto, sostenía que era indispen-
sable la existencia de regulaciones que permitieran promover los diversos procedimientos le-
gislativos, jurídicos y administrativos del Estado.67
En su muy sugerente artículo sobre el rol de los publicistas rivadavianos durante la Fe-
liz Experiencia, Jorge Myers sostiene que fue el mismo Estado bonaerense el que procuró de
manera muy consciente, en una sociedad carente de prácticas de sociabilidad e instituciones,
generar a través de la publicidad hábitos y costumbres acordes con el ideal republicano.68 El
tenaz despliegue llevado a cabo por llamados “escritores públicos” como Ignacio Núñez y
Juan Cruz Varela, editores de algunos de los principales diarios porteños, para ir moldeando
un ideario republicano a partir de la expansión de la opinión pública, parecía corresponderse
con cierta lógica utilitarista. Esta necesidad de publicitar, especialmente a través de la pren-
sa, cuanta medida o acuerdo era rubricado por el gobierno, no dejó de llamar la atención del
recién llegado cónsul inglés Woodbine Parish. Visiblemente alarmado, informaba a George
Canning, el ministro de Relaciones Exteriores británico, acerca de lo que consideraba una ina-
propiada decisión de Rivadavia de informar a sus ciudadanos, a través del diario El Argos, so-
bre la marcha de las negociaciones diplomáticas entre Gran Bretaña y el Río de La Plata:

I did not hesitate to express to M. Rivadavia my feelings upon this subject and how much I
regretted that he should have given publicity in such manner to such a document, and how
much inconvenience might be occasioned if all the communications we were to hold in futu-
re were to be so abruptly laid upon to the general observation, that I had only to hope it would
not be productive in this instance of inconvenience, and that on any other occasion he would
at least, have the goodness to apprise me of any similar intentions.69

Más allá de las disculpas expresadas por Rivadavia al emisario diplomático inglés, el minis-
tro rioplatense sentía la necesidad de aclararle la significación especial que atribuía a esta
modalidad:

66 J. M. Fernández de Agüero, op. cit.


67 J. Dinwiddy, Bentham, cit., p. 83.
68 J. Myers, “La cultura literaria del período rivadaviano”, cit., pp. 44-45.
69 W. Parish a G. Canning, 7 April 1824. P.R.O., F.O.6/3.

93
M. Rivadavia expressed his regret that he had taken any step which I could think might pos-
sibly lead to inconvenience, but pleaded the general custom of this government to send to the
newspaper any documents of general importance, and that it was impossible for him to lay
before the public one of greater interest than this.70

Este ejemplo es señal evidente de la intención del gobierno de involucrar y hacer partícipe a la
población porteña de las más importantes tomas de decisión, con la esperanza de poder generar,
al hacer públicas estas cuestiones, un sostenido consenso de tales medidas. Esa tendencia publi-
citaria promovida por el gobierno de Martín Rodríguez fue dando lugar a lo que Myers llama
“cultura literaria rivadaviana”, que, por apuntar principalmente a lo político y social, paradóji-
camente no tendría mucho de literario, más allá de la difusión de poesías de Varela, cuya temá-
tica, visible en obras como Dido, oda a la libertad de la prensa, Corona de Mayo, entre otras,
aludía en especial a las epopeyas patrióticas y a la exaltación de las virtudes ciudadanas. Sin em-
bargo, no se percibía en la literatura rioplatense giros expresivos propios del romanticismo eu-
ropeo que dieran lugar a la exaltación de los sentimientos y de las pasiones.71
La poesía constituía según Bentham un género arcaico de poca utilidad para la sociedad,
ya que a su modo de ver era esencialmente incompatible con la verdad y la exactitud.72 Riva-
davia, por su parte, tampoco ahorraba críticas a la obra de autores románticos ingleses como
lord Byron, a quien definía como un “inglés mal criado”,73 y no daba la sensación de tener
mayor interés ni sentir verdadera inclinación por la literatura como expresión artística. Por lo
tanto, es muy probable que su apoyo y difusión de las obras poéticas de Varela respondiera
más que nada a su afán de que dicho género literario adquiriera utilidad para su gobierno sir-
viendo como vehículo para la afirmación de ciertos valores políticos y sociales dentro de la
comunidad porteña.
Es interesante notar cómo otras expresiones culturales que se desarrollaban en la Bue-
nos Aires de aquel entonces, como el teatro, por ejemplo, concordaban con esa tónica fuerte-
mente laica y racionalista impulsada por el gobierno bonaerense, el cual, como observaba Un
Inglés, parecía ir impregnándose en buena parte de los habitantes de la ciudad. Llamaban es-
pecialmente la atención de ese autor anónimo las reacciones de gran entusiasmo que provo-
caba entre los asistentes al teatro la aparición en escena de un actor cómico, quien, por estar
representando la figura de Voltaire, provocaba grandes aplausos.74

En cuanto a las reformas impulsadas por el gobierno de Buenos Aires durante el período 1821-
1824 en esferas consideradas vitales para Bentham como la justicia y la economía, resulta más
complejo establecer asociaciones entre esas reformas y los postulados benthamianos con rela-
ción a esas áreas de gobierno. La reforma del sistema jurídico era la que más obsesionaba a
Bentham, quien consideraba como algo absolutamente indispensable ir separando la esfera ju-
dicial de los otros dos poderes en su país. Según Bushnell, Rivadavia había confesado que su

70 W. Parish a G. Canning, citada.


71 Myers, op. cit., p. 39. Sobre la influencia de la obra de Juan Cruz Varela durante ese período, veáse la clásica
biografía de J. M. Gutiérrez, Juan Cruz Varela. Su vida, su obra, su época, Buenos Aires, 1918, especialmente las
pp. 173-240.
72 J. Dinwiddy, Bentham, cit., p. 40.
73 R. Piccirilli, Rivadavia y su tiempo, cit., t. 1, p. 286.
74 Un inglés, Cinco Años en Buenos Aires. 1820-1825, cit., pp. 115-116.

94
objetivo en esta área era alcanzar el ideal benthamiano de lograr una simplificación de la es-
tructura jurídica.75 Sin embargo, a pesar de algunas reformas lanzadas por el gobierno de Ro-
dríguez en el régimen de justicia, creando por ejemplo el cargo de jueces de paz en la ciudad
y la provincia de Buenos Aires y estableciendo en las mismas jurisdicciones el Departamento
de Policía, no se logró en definitiva efectivizar una total separación del Poder Judicial.76
Con respecto a la política económica seguida por el gobierno de Buenos Aires y sus po-
sibles vinculaciones con el utilitarismo, es de destacar la asociación hecha en tal sentido por
Bagú en su conocido libro sobre las políticas económicas del llamado grupo rivadaviano. Allí
hace explícita referencia a la influencia que ejerció sobre el gobierno porteño el texto de 1821
Elements of Political Economy, escrito por James Mill, que Rivadavia hizo traducir un año
después, el cual, como destaca Bagú, introducía aspectos de teoría económica elaborados por
David Ricardo que se corresponderían con algunas de las medidas impulsadas por el gobier-
no de Rodríguez, destinadas a reducir tarifas aduaneras. Estas medidas encajaban a su vez con
los principales lineamientos de las ideas comerciales sostenidas por el propio Bentham; resul-
ta más difícil, sin embargo, establecer similares niveles de asociación con algunas otras sig-
nificativas medidas económicas tomadas por el mismo gobierno, como, por ejemplo, la Ley
de Enphyteusis.

Conclusiones

Poco tiempo después de recibir noticias sobre la actuación política de Rivadavia, en el gobier-
no de Martín Rodríguez, a través del diario londinense The Morning Chronicle en 1824, Bent-
ham le escribió una carta en la cual dejaba traslucir un inocultable grado de orgullo personal,
pero al mismo tiempo dejaba entrever también cierta preocupación por el aparente desinterés
que su “discípulo” rioplatense venía demostrando hacia él últimamente:

Time after time accounts of your res gestae found their way into our newspapers: each time
they exhibit the picture not merely of the greatest stateman late Spanish America has produ-
ced, but alas! the only one: and in this conception I have found myself confirmed by every
opinion I have heard. At the same time, never has the pleasure produced by these cheering ac-
counts been unalloyed, accompanied as it has been with the idea of my having been cast off
by a disciple, if I may taking the liberty of calling you so, of whom I have so much reason to
be proud.77

Para ese entonces, Rivadavia se encontraba ya fuera del gobierno y, más preocupado por ges-
tionar en Londres acuerdos diplomáticos, y, sobre todo, medios de financiación para sus pro-
yectos de explotación minera en el norte argentino. Ciertamente, mostraba ya pocas señales
de interés con respecto a Bentham y sus principios, a pesar de haberlo visitado durante su es-
tadía en esa ciudad en 1824. Sin embargo, dos años antes Rivadavia le había enumerado, en
lo que sería a la postre su última carta al filósofo inglés, las diversas reformas que había con-

75 D. Bushnell, Reform and Reaction, cit., p. 21.


76 M. Ternavasio, “Expansión de la frontera política”, cit., p. 89.
77 J. Bentham a B. Rivadavia, 5 de abril de 1824, University College Library, Box XII.

95
tribuido a promover desde su cargo de ministro del gobierno porteño, señalando al final de
esa carta:

Así pues Vd. sabrá que me he dedicado a reformar los viejos abusos de toda especie que po-
dían encontrarse en la administración de la Junta de Representantes y la dignidad que le co-
rresponde; a favorecer el establecimiento de un banco nacional sobre sólidas bases; a refor-
mar, después de haberles asegurado una indemnidad justa, a los Empleados Civiles y
Militares que recargaban inútilmente al Estado; a proteger por leyes represivas la seguridad
individual, a ordenar y hacer ejecutar trabajos públicos de una utilidad reconocida; a proteger
el Comercio; las Ciencias y las Artes; a provocar una Ley sancionada por la Legislatura que
reduce en mucho los derechos de la Aduana; a provocar igualmente una reforma eclesiástica
muy necesaria y que tengo la esperanza de obtener: en una palabra de hacer todos los cam-
bios ventajosos, que la esperanza de su honorable aceptación me ha dado la fuerza de promo-
ver y me suministrará la necesaria para ejecutarla.78

Admitiendo que la medición de influencias ideológicas en el desarrollo de los procesos políti-


cos puede llevar a generalizaciones un tanto apresuradas, y que colocar tan fácilmente el rótu-
lo de “discípulo” a figuras políticas latinoamericanas que tuvieron algún tipo de contacto con
Bentham resulta poco conducente, la carta citada, sin embargo, da crédito a las vinculaciones
que es posible apreciar entre algunos lineamientos del pensamiento utilitarista y las reformas
impulsadas por el gobierno de la provincia de Buenos Aires durante el período 1821-1824, es-
pecialmente las aplicadas en las esferas política, social y cultural. o

78B. Rivadavia a J. Bentham, 26 de agosto de 1822, BL; Add. Mss, 33545. Publicada y traducida del francés en R.
Piccirilli, Rivadavia y su tiempo, cit., vol. 2, pp. 443-444.

96
Del éxito popular
a la canonización estatal
del Martín Fierro
Tradiciones en pugna (1870-1940)*

Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian

UBA / UNR UNR

En la escuela nos enseñaron que William Rufus era un rey pelirrojo y mal-
vado, pero no podían esperar que lo odiásemos.
(Richard Digby, en realidad Arthur Rowe, quien ha perdido la memoria, en
El ministerio del miedo, de Graham Greene, 1943)

1 En la Argentina actual, la convicción acerca de la existencia de una relación evidente en-


tre la figura del gaucho, la nacionalidad y la historia del país parece muy extendida. Hacia
1995, la vigencia de ese acuerdo era planteada críticamente por uno de los historiadores de-
dicados a la historia agraria en estos términos:

Existe cierto consenso sobre el curso que tuvo la historia del mundo rural pampeano desde los
inicios de la colonización española hasta el presente. […] Este territorio se orientó […] a la mo-
noproducción ganadera, y surgió también ese mítico personaje de las pampas, el gaucho. Siem-
pre a caballo, recorriendo una tierra sin límites, sin necesidad de trabajo continuo por la posibi-
lidad de apropiarse en cualquier momento de una vaca para satisfacer su hambre y muchas de
sus otras necesidades. Valiente, libre, solitario, soñador. Yéndose a una toldería cuando le aco-
saba la justicia […]”. Ese gaucho se transformó “en héroe y símbolo del Río de la Plata”.1

* Este artículo es resultado de las tareas llevadas adelante, entre 1998 y 2000, en el marco del Proyecto de Investi-
gación AF03, titulado “Representaciones del pasado en las revistas culturales y los manuales escolares. Argentina,
1890-1940”, cuya sede fue el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, de la Universidad de
Buenos Aires, así como de las que se desplegaron en los Proyectos de Investigación y Desarrollo “Entre la histo-
riografía y la literatura”, e “Historia profesional y campo intelectual en la Argentina, 1890-1940”, ambos radicados
en el Programa de Fomento a la Investigación Científica y Técnica, de la Universidad Nacional de Rosario. Todos
ellos fueron dirigidos o codirigidos por los autores. Una versión previa del trabajo se publicó en Rivista di Storia
della Storiografia Moderna, Roma/Pisa, 2000.
1 La cita, en J. Gelman, “El gaucho que supimos conseguir. Determinismo y conflicto en la historia argentina”, en
Entrepasados, año V, No. 9, Buenos Aires, 1995, p. 28. Sobre las varias posiciones en torno de estos temas véanse
los artículos de C. Mayo, “¿Una pampa sin gauchos?”, J. C. Garavaglia, “¿Existieron los gauchos?” y J. Gelman,
“¿Gauchos o campesinos?”, todos ellos en Anuario IEHS, II, 1987, pp. 23-59. Una bibliografía amplia puede con-
sultarse en Juan Carlos Garavaglia y Jorge Gelman, “Rural History of the Río de la Plata, 1600-1850: Results of a
Historiographical Renassaince”, en Latin American Research Review, No. 30, 1995, pp. 108-132.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 97-120.


Sin embargo, tales certezas no estuvieron siempre allí. Por el contrario, ellas se construyeron
sólo muy paulatinamente y en medio de controversias intensas, que pasaron de estar anima-
das por funcionarios y hombres de letras, a convocar, de modos diversos, a grupos sociales
más vastos. En la forja de aquellas representaciones, y en su lenta transformación en datos
que no se revisaban, puede reconocerse una etapa que se desplegó entre fines de siglo XIX y
los últimos años de la década abierta en 1930; en ese lapso, sus escenarios fueron muy varia-
dos espacios sociales, en los que intervenía también el Estado. Poetas e historiadores profe-
sionales, filólogos, funcionarios ministeriales e intelectuales dedicados a la política, pero tam-
bién anónimos lectores del Martín Fierro, asistentes a los centros criollistas, oyentes devotos
de los “cuentos pamperos” transmitidos por radio todavía en la década de 1930, activistas que
promovían un homenaje, participaron de aquel proceso, que involucró de este modo tanto zo-
nas de la llamada cultura letrada como de la popular. Las interpretaciones que se propusieron,
muchas veces en disputa entre sí, no sólo estaban fundadas en actitudes ideológicas encontra-
das sino que, al mismo tiempo, se relacionaron con la pertenencia a un grupo social, a una co-
lectividad étnica o aun a una comunidad profesional.2
Es posible ubicar el inicio de esa etapa a comienzos de la década de 1870, cuando José
Hernández publicaba el Martín Fierro con gran éxito entre los públicos populares y críticas
severas a cargo de buena parte de la élite intelectual. Setenta años más tarde, hacia 1941, el
autor de un Romancero publicado por la Facultad de Filosofía y Letras sostenía que “el gau-
cho propiamente dicho es […] la vigorosa levadura del pueblo argentino, por cuya libertad
arrostró penurias sin cuento desde las primeras horas de la Revolución de Mayo”.3 Ese mis-
mo año, podían leerse los argumentos que un especialista en poesía gauchesca exponía en su
estudio del Martín Fierro: en opinión de los críticos literarios, planteaba, “el gaucho es el ti-
po representativo de la nacionalidad”.4 A su vez, en las revistas políticas y en las de actuali-
dad, que buscaban públicos más amplios, los autores de caricaturas e ilustraciones apelaban
al recurso de evocar inequívocamente al argentino a través de la imagen de un gaucho, no po-
cas veces convertido de manera explícita en “Juan Pueblo”.5
Desde ya, opiniones y actitudes de esta índole no eran del todo nuevas, pero hacia fines
de la década de 1930 tuvieron lugar dos fenómenos que merecen atenderse. Por una parte, se
hacía evidente, incluso más allá del mundo de los intelectuales y del público culto, lo extendi-
do del acuerdo acerca de la condición que el gaucho exhibía de genuino y excluyente tipo so-
cial representativo de la “argentinidad”, y de su papel en la historia nacional. El otro suceso
importante fue la incorporación formal de la figura del gaucho al conjunto de rituales estatales

2 No parece ser éste el lugar para pasar revista a la amplísima bibliografía referida a la pertinencia de las denomi-
naciones “cultura popular” y “cultura letrada”, al problema de sus relaciones y a las diferentes posibilidades que se
abren al aplicar perspectivas como la de la historia de mentalidades o la historia desde abajo. Esbozos recientes de
balances pueden hallarse en algunos artículos compilados en I. Olábarri y F. Capistegui (dirs.), La “nueva” histo-
ria cultural: la influencia del postestructuralismo y el auge de la interdisiciplinariedad, Madrid, Complutense,
1996, en particular el de Peter Burke titulado “Historia cultural e historia total”; más específico es el artículo de W.
Beik. “The dilema of popular history”, en Past and Present, No. 141, 1993, pp. 201-233.
3 Cf. I. Moya, Romancero, I, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras/Instituto de Literatura Argentina, 1941,
p. 78.
4 Cf. E. Tiscornia, “Estudio, notas y vocabulario”, en J. Hernández, Martín Fierro, Buenos Aires, Losada, 1941,
p. 405.
5 Este recurso era muy frecuente; puede consultarse, para esos años, Ahora, año II, No. 113, Buenos Aires, 1936,
p. 19. Véase también la publicación nacionalista La Maroma de los años 1939 y 1940.

98
celebratorios del pasado de la nación, a través del homenaje al Martín Fierro y a su autor. En
estos varios niveles, el gaucho había dejado de estar excluido de la definición de la tradición
nacional, como ocurría a fines del siglo XIX, para transformarse en uno de sus centros.
Resulta entonces posible sostener que mientras se construía una imagen del gaucho ca-
paz de simbolizar la tradición argentina, se organizaba, en la misma acción, una peculiar vi-
sión colectiva del pasado; una visión sumaria, poco desplegada, pero de enorme capacidad de
evocación, que ha logrado estabilizarse y perdurar. Como en otros contextos culturales, en esa
invención de un pasado se jugaban elementos cruciales para la constitución, o para el intento
de constitución, de identidades sociales en clave nacional. El contexto de estos procesos pue-
de concebirse como el de las “agitadas relaciones entre Estado, sociedad civil, identidad cul-
tural y legitimidad”.6
Este artículo está dedicado al análisis de algunas de estas cuestiones en el largo plazo,
atendiendo al desarrollo de ciertas disputas y discusiones sobre el papel del gaucho en la his-
toria nacional y sobre su condición de “arquetipo de la argentinidad”. No se trata entonces de
considerar en una perspectiva acotada cada una de las coyunturas evocadas a lo largo del tra-
bajo, sino de examinar, entre 1870 y 1940, un largo proceso cuyas múltiples derivaciones pue-
den rastrearse hasta el presente, un “proceso fluido, que elude el análisis si intentamos dete-
nerlo en seco en un determinado momento”.7
Una tentativa de esta naturaleza se topa con algunos límites obvios. En principio, convie-
ne tener en cuenta los cambios profundos que la sociedad y la cultura sufrieron, en la Argenti-
na, entre 1870 y 1940; debe evitarse, en consecuencia, la suposición de estabilidad absoluta de
actores y argumentos. Pero esa misma circunstancia brinda la ocasión de examinar la construc-
ción de imágenes colectivas del pasado en un período que incluye dos momentos que suelen
entenderse importantes: “el pasaje de la cultura oral a la cultura escrita que […] se efectúa […]
sobre todo gracias a la alfabetización, y la implantación durable de los medios de comunica-
ción de masas”.8 Por otra parte, el análisis atañe en muchos casos a escenarios urbanos, en par-
ticular porteños, más que a todo el territorio. A su vez, lo que aquí hemos llamado Estado, antes
que una estructura uniforme, estática y acabada, era un complejo de reparticiones en construc-
ción, con dinámicas más o menos propias, que tendía a hacerse más complejo y en el cual las
diferencias de acuerdo con cada jurisdicción solían ser importantes; finalmente, la apelación a
los sectores subalternos parece aludir a una homogeneidad que sabemos dudosa.
Sin embargo, con las precauciones que impone el registro de esas dificultades, entende-
mos que es posible proponer la explicación de un proceso como el que tratamos, amplio y
temporalmente extendido. El intento se funda, por otra parte, en una convicción que Marc
Bloch ponía, hace ya muchos años, en estos términos: “para conocer bien una colectividad,
es importante, antes que nada, encontrar nuevamente la imagen, verdadera o falsa, que ella
misma se formaba de su pasado”.9

6 Resulta imprescindible, y ya clásica, la cita de E. Hobsbawm y T. Ranger, The invention of tradition, Cambridge/
Nueva York, Cambridge University Press, 1982. La cita, en E. Gellner, Cultura, identidad y política, Barcelona,
Gedisa, 1998 [primera edición inglesa: 1987], p. 10.
7 Abusivamente, apelamos a la fórmula que utilizara Edward P. Thompson, en La formación de la clase obrera en
Inglaterra, Barcelona, Crítica, 1989 [primera edición inglesa: 1963], tomo I, p. XIII.
8 Véase B. Baczko, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visión,
1991, p. 31.
9 La cita de Bloch, en Massimo Mastregregori, El manuscrito interrumpido de Marc Bloch. Apología para la histo-

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2 En 1875, Guillermo Coelho, inspector de escuelas de las colonias en Santa Fe, advertía
en uno de sus informes que allí “algunos preceptores no conocen el idioma castellano y
sólo enseñan el idioma francés y alemán, cuando gran parte de los niños son hijos de este sue-
lo”. Y se preguntaba: “¿De qué nos sirve que los hijos de la patria sepan un idioma extranje-
ro si no saben el idioma nacional?”.10 Observaciones de este tenor no eran inusuales entre los
funcionarios escolares por la época. Pero, desde fines de la década abierta en 1880, políticos,
intelectuales, funcionarios del Estado y asociaciones civiles, comenzaron a insistir con perse-
verancia en la necesidad de consolidar el sentimiento de nacionalidad, ante la llegada conti-
nua de grandes contingentes de inmigrantes y los problemas que suscitaba su integración a la
sociedad receptora, en una coyuntura peculiar de las relaciones internacionales.
Lilia A. Bertoni, en un estudio sobre ciertos aspectos de ese proceso, ha citado la inter-
vención de Estanislao Zeballos en el Congreso de la Nación, cuando sostenía en 1887 que ha-
bía “llegado el momento de que el Congreso se ocupe, con cualquier pretexto, y en cualquier
circunstancia, de que el extranjero […] sea afecto a la nacionalidad argentina [porque] pues-
to que los extranjeros no tienen una patria aquí, se consagran al culto de la patria ausente”.11
Con ese objetivo, se apeló tanto a la revitalización de las fiestas patrias como a la instaura-
ción de monumentos, a menudo fracasada; también se tuvieron en cuenta las posibilidades
que ofrecía la escuela primaria, y la enseñanza de la historia y el idioma nacional en ellas, pa-
ra lograr la deseada constitución de una cultura homogénea.
Zeballos aludía a acciones que, impulsadas por asociaciones y activistas inmigrantes, lo-
graban amplias convocatorias entre sus connacionales, manifestándose en nutridos desfiles y
movilizaciones que conmemoraban las fechas patrias de los países de origen. Sin embargo, su
mirada no había percibido la existencia de fenómenos de otra naturaleza, también relaciona-
dos con la constitución de identidades colectivas, que estaban teniendo lugar desde hacía ya
más de una década.
Tales procesos se manifestaron con cierta claridad hacia 1872, en ocasión de la publica-
ción de El gaucho Martín Fierro.12 El éxito de la primera edición de esta obra de José Her-
nández, plagada de erratas y en papel barato, hizo evidente la presencia de un público popu-
lar, que hasta el momento la cultura letrada rioplatense no sólo despreciaba potencialmente,
sino del cual ignoraba su efectiva existencia. Tal ignorancia se revelaba tanto en los cánones
literarios definidos por la élite intelectual como en las políticas editoriales y en los canales es-
tablecidos para la circulación de bienes culturales.13

ria o el oficio de historiador, México, FCE, 1998, p. 42; datos sobre su localización en p. 108. Acerca de estas cues-
tiones, remitimos a Alejandro Cattaruzza, “Por una historia de los modos en que una sociedad intenta dar cuenta de
su pasado”, en Rivista di Storia della Storiografia Moderna, XVI, I-III, Roma/Pisa, 1995, pp. 163-192. Señalamos,
por otra parte, que sólo ocasionalmente se utilizarán en este trabajo aproximaciones cercanas y disponibles, que pue-
den hallarse en la producción referida a la llamada “conciencia histórica”, la memoria y la memoria colectiva.
10 En Archivo de la Legislatura de la Provincia de Santa Fe, Cámara de Senadores, Actas de 1872 a 1881, folio 94.
11 Citado en L. A. Bertoni, “Construir la nacionalidad: héroes, estatuas y fiestas patrias”, en Boletín del Instituto de
Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, III ser., 5, 1992, pp. 77-109. Remitimos a este trabajo para los
temas en cuestión.
12 Voluntariamente eludimos algunas aproximaciones posibles al Martín Fierro, particularmente la que resulta de
la confrontación del poema con la labor periodística y el derrotero político de Hernández. Respecto de este punto,
sin duda la investigación más exhaustiva es la que llevó a cabo Tulio Halperin Donghi en José Hernández y sus
mundos, Buenos Aires, Sudamericana,1985. Véanse en particular pp. 289-317.
13 En torno de estos problemas, cf. A. Prieto, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Bue-
nos Aires, Sudamericana, 1988; J. Ludmer, El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, Buenos Aires, Suda-

100
La venta de 48.000 ejemplares de la obra entre 1872 y 1878, junto con las once edicio-
nes publicadas entre esos años, son prueba del impacto que el poema había producido en lec-
tores que se distribuían, en su mayoría, entre las orillas de la ciudad de Buenos Aires, en tran-
ce de expandirse, y la extensa campaña bonaerense. El éxito llevó a Hernández a editar en
1879 una secuela, titulada La Vuelta de Martín Fierro, que obtuvo una repercusión similar a
la de su antecesora. En la década de 1870, para alcanzar la categoría de éxito en el mercado
cultural bonaerense –que era por entonces una buena parte del mercado nacional–, bastaba
una venta que oscilara entre 500 y 1.500 ejemplares. La amplia recepción del poema de Her-
nández provocó, en ese horizonte, una fuerte reacción de muchos hombres de letras, quienes
con frecuencia lanzaron críticas adversas a la obra.
Cierto es que un sector de la crítica puso el acento en los riesgos que el libro acarreaba
para los asuntos públicos, atendiendo al carácter de denuncia de la situación social que pare-
cía dominar la primera parte del poema: un pacífico campesino que se ve empujado, por las
injusticias que las autoridades cometieron, al mundo del delito y, finalmente, al desierto. Esa
lectura, preocupada por el impulso que el texto pudiera dar a la crítica social o al abandono
de pautas morales entre el público, no tenía como destinatario exclusivo el Martín Fierro, si-
no que incluía en su condena algunos de los folletines de prestigiosos escritores franceses que
habían alcanzado una notable repercusión en la prensa, como Naná de Emile Zola o El affaire
Clemenceau de Dumas.
Sin embargo, en el caso del poema de Hernández, la preocupación era desatada especial-
mente por su difusión entre un público extraño a las élites, que leía el poema o accedía a él a
través de otras prácticas, ratificando que la crítica letrada no actuaba con eficacia sobre la re-
cepción popular. Este contraste se manifiesta en el juicio publicado en el Anuario Bibliográ-
fico de Buenos Aires, dirigido por Manuel Navarro Viola, acerca del drama en verso Espinas
de una flor, de Francisco Compadrón. Allí se sostenía que, al igual que el Martín Fierro, se
trataba de dramas representados en los arrabales de la ciudad por negros que los habían adap-
tado corrompiendo su lenguaje. En la interpretación del crítico, era precisamente esa profana
divulgación de los poemas, que no carecían de cierta belleza, la que los había alejado de la
gente culta de la ciudad.14
Las evidencias acerca de la existencia de estos públicos populares nada dicen, sin em-
bargo, del proceso de su constitución. Se ha conjeturado que la ampliación del público lector
fue el resultado de las políticas alfabetizadoras que el Estado había llevado adelante desde co-
mienzos de siglo XIX, y en particular a partir de los años próximos a 1860. Sin embargo, aun

mericana, 1988; L. Rubinich, “El público de ‘Martín Fierro’ 1873-1878”, en Punto de Vista, año IV, No. 17, Buenos
Aires, 1983; B. Sarlo y M. T. Gramuglio, Historia de la literatura argentina 2. Del romanticismo al naturalismo,
Buenos Aires, CEAL, 1980-1986, pp. 1-48; A. Eujanian, Públicos, autores y editores. La cultura argentina en los años
de la organización nacional, en M. Bonaudo (dir.), Liberalismo, Estado y orden burgués (1852-1880), Buenos Ai-
res, Sudamericana, 1999 (“Nueva Historia Argentina”, IV), pp. 545-605. Muchos de los temas aquí asumidos han si-
do tratados por Ezequiel Martínez Estrada en Muerte y transfiguración del Martín Fierro, México, FCE, 1948; algu-
nos de los argumentos expuestos allí habían sido anticipados en “Lo gauchesco”, publicado en Realidad, año I, No.
1, Buenos Aires, enero-febrero de 1947, pp. 28 a 46, artículo que citaremos más adelante. Para un período anterior,
sugerimos la consulta de N. Shumway, La invención de la Argentina. Historia de una idea, Buenos Aires, Emecé,
1993 [primera versión inglesa: 1991].
14 Véase Anuario Bibliográfico de Buenos Aires, I, I, 1880, p. 67. En “Lo gauchesco”, cit. en nota 14, Ezequiel Mar-
tínez Estrada destacaba, en este sentido, que había sido el “número de lectores […] lo que levantó una protesta en
la clase culta”; véanse pp. 43 y 44.

101
reconociendo su importancia, es excesivo colocar ambos fenómenos en una relación directa de
causa-efecto.15 Por otra parte, como ya ha apuntado Roger Chartier en referencia a otros ca-
sos, el analfabetismo no constituía por si solo un límite fatal para el acceso al material impre-
so y, al mismo tiempo, la alfabetización tampoco suponía el surgimiento automático de un nue-
vo tipo de lector.16 Los canales de circulación que terminaban organizándose en la campaña
sobre los recorridos de vendedores ambulantes, y la venta en las pulperías, colocaban los libros
al alcance de un público ajeno al circuito de las librerías y las bibliotecas de las ciudades. A su
vez, la lectura en voz alta para un auditorio reunido alrededor del fogón y la declamación de
fragmentos del poema memorizados se transformaban en medios de difusión entre la pobla-
ción analfabeta, lo que generaba un efecto multiplicador del público de la obra.17
Es casi innecesario señalar que esos auditorios no constituían el universo completo de
los grupos populares, y que las prácticas de estos grupos no se ceñían exclusivamente a la lec-
tura y el recitado. Sin embargo, el estudio del público popular puede ser una vía de entrada al
mundo cultural de los sectores subalternos. Para los lectores nativos –gran parte de ellos, in-
sistimos, de origen popular y afincados en la zona pampeana–, la recuperación de esa tradi-
ción criollista parece haber sido una manera de enfrentar el proceso de modernización, a par-
tir de representaciones construidas con elementos de una realidad social que, si había existido
alguna vez con las características que se le atribuían, estaba en camino de desaparecer a fines
del siglo XIX. Las observaciones de Baczko acerca de la transmisión de recuerdos, símbolos
y rituales a través del contacto intergeneracional, en lo que llama la “memoria a mediano pla-
zo”, pueden brindar en este caso una pista a seguir, aun con dificultad.18 En tanto, para los in-
migrantes, que hacia 1869 eran aproximadamente el 12% de la población total, la adopción
de rasgos de lo que se suponía era la cultura criolla podía constituirse en una herramienta de
integración social, en un país que no terminaba de asimilarlos políticamente.19
En la producción de los grupos ilustrados, por el contrario, los elementos criollistas se
hallaban expurgados o eran convertidos en motivo de escarnio. Muchos funcionarios públi-
cos, a su vez, tendían a ver en hábitos que presumían gauchescos peligrosos presagios de in-
disciplina social. Así, el mismo año en que se publicaba Martín Fierro, el inspector de escue-
las Guillermo Wilcken hacía referencia, con marcada inquietud, a la apropiación que los
inmigrantes estarían realizando de ciertas prácticas adjudicadas al gauchaje en las colonias
agrícolas de la provincia de Santa Fe:

15 Los índices de analfabetismo eran todavía demasiado altos: de acuerdo con el Censo Nacional de 1869, el anal-
fabetismo alcanzaba, en todo el territorio, al menos a 1.000.000 de personas sobre una población total de 1.736.923
habitantes. Se calcula que en la campaña de Buenos Aires –donde residía el grueso de los lectores del poema–, el
77% de los peones no sabían leer. Entre los comerciantes, donde predominaban los inmigrantes, el analfabetismo
llegaba al 50%. La estructura administrativa del Estado se hallaba todavía en trance de consolidarse, y su debilidad
afectaba también a la escuela, no el único, pero sí el principal agente de alfabetización. Datos y estadísticas referi-
dos a estos temas figuran en la edición de los resultados del censo, publicada en Buenos Aires, y también en J. C.
Tedesco, Educación y sociedad en la Argentina 1880-1910, Buenos Aires, Solar, 1986; H. Sabato y L. A. Romero,
Los trabajadores de Buenos Aires. La experiencia del mercado, 1850-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1995; A.
Puiggros, Sociedad civil y Estado en los orígenes del sistema educativo argentino, Buenos Aires, Galerna, 1991.
16 Puede consultarse, por ejemplo, R. Chartier, El mundo como representación, Barcelona, Gedisa, 1994, y El orden
de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos xIV y xVIII, Barcelona, Gedisa, 1996, passim.
17 Véase, acerca de estos problemas, B. Sarlo y M. T. Gramuglio, “Martín Fierro”, en Historia de la Literatura Ar-
gentina, Del Romanticismo al Naturalismo, Buenos Aires, CEAL, 1980-1986, p. 37.
18 Véase Baczko, op. cit., p. 186.
19 Véase A. Prieto, op. cit., p. 18. El porcentaje de inmigrantes creció, entre 1869 y 1895, del 12% a poco más del 25%.

102
Los habitantes de las colonias pertenecen por lo general a la clase más ínfima de Europa. Gen-
te robusta, pero sin educación, que en el viejo mundo vivió en cierta esfera de esclavitud, a
causa de la apremiante necesidad […] jamás conoció los goces de lo que puede llamarse di-
versiones inocentes, juegos públicos.
[…] Esta gente que arriba como inmigrante, y que se constituye como colono, poniéndose en
contacto con nuestro gauchaje, acaba de apoderarse como éstos del vicio de la pulpería […].20

La observación de Wilcken planteaba la primacía de los “vicios populares” autóctonos sobre


los importados; años más tarde, el cuadro sería invertido, lo que convertía a los inmigrantes
en agentes de “contaminación” de la cultura auténticamente argentina.
Como hemos señalado, el aparato estatal comenzaría poco después a desplegar acciones
más amplias buscando consolidar identidades en clave nacional y cívica. Desde ya, ellas es-
taban lejos de ser uniformes en lo que hace a los contenidos que se proponían para esa peda-
gogía cívica, y su intensidad variaba; sin embargo, la tendencia se manifestó con claridad des-
de fines de la década de 1890 y se sostuvo por décadas. Ese esfuerzo convocó y fue en muchos
casos alentado también por hombres de la cultura, que compartieron el anhelo de hacer de
esos gauchos e inmigrantes unos mucho más previsibles y disciplinados “ciudadanos y patrio-
tas”. Estas dos últimas condiciones, asociadas con virtudes cívicas y aun morales, ocupaban
en cambio un lugar muy poco destacado en la imagen del gaucho que comenzaban a construir
los grupos populares. Así, la invención del gaucho puede ser leída como expresión de una re-
sistencia cultural, tenue e incierta, que anunciaba la organización de identidades alternativas
a la propuesta desde el Estado y desde los sectores ilustrados. La historia argentina posterior
impide, sin embargo, atribuir a esa identidad diversa un carácter disruptivo frente al orden po-
lítico y social establecido.21
Si se atiende a la situación en la primera mitad del siglo XIX, es posible registrar una in-
versión de roles, que vuelve a demostrar la complejidad de los vínculos establecidos entre las
culturas subalternas y las dominantes. En las décadas iniciales del siglo XIX, “mientras se fa-
bricaba al gaucho en la realidad, también se lo fabricaba en la ficción, para justificar la ofen-
siva proletarizadora y militarizadora de la época”. La creación del gaucho en la ficción, en
aquel período, se fundaba más en la “infinidad de escritos de funcionarios y estancieros” que
en textos literarios, y resultaba una operación de los sectores dominantes rioplatenses.22 Me-
dio siglo más tarde, parecían ser los grupos subalternos los que se apropiaban de la figura del
gaucho, inventándose una tradición desde ya tan ajena a “lo efectivamente ocurrido” como
cualquier otra. Ellos encontraron en los valores, costumbres y representaciones de las cuales

20 Cf. G Wilcken, Las Colonias. Informe sobre el estado actual de las Colonias Agrícolas de la República Argen-
tina, presentado a la Comisión Central de Inmigración por el Inspector Nacional de ellas, Buenos Aires, s/e, 1872,
p. 308.
21 Cabe señalar que no se plantea aquí la existencia de una suerte de nacionalismo popular espontáneo en la Argen-
tina. Tampoco asumimos el planteo de Gramsci en torno de la existencia de un sentimiento nacional-popular opues-
to al sentimiento nacional, ligado el primero a “la realidad” y a factores e instituciones objetivas –la lengua, la cul-
tura, entre otras–, y considerado el segundo puramente subjetivo y propio de los intelectuales. Véase Los
intelectuales y la organización de la cultura, Buenos Aires, Nueva Visión, 2000, p. 59. En cuanto a la cuestión del
patriotismo en el Martín Fierro, señalaba Martínez Estrada en 1947 que en la obra “ha desaparecido en absoluto el
sentimiento patriótico, y esa ausencia de la sustancia mater de toda nuestra literatura acentúa su propio sabor arcai-
co, de obra que pudo haber sido escrita antes de la Revolución”. Cf. “Lo gauchesco”, cit., p. 31.
22 Cf. J. Gelman, op. cit., pp. 34 y siguientes.

103
la tradición gauchesca era portadora, el material inicial para forjar una identidad anclada en
una etapa de la Argentina criolla que la élite social e intelectual juzgaba, ahora, irremediable
y felizmente superada. Paradójicamente, la modernización había creado las condiciones para
la aparición de públicos que hallaban un principio de identificación en el pasado que los pro-
pios empeños modernizadores buscaban abolir.23
Los hombres de letras, por su parte, seguían con cierta atención los derroteros de sus
obras entre los públicos amplios, y el propio José Hernández intentó con celeridad volver a en-
cauzar el sentido que los lectores habían asignado a su obra. Dos años después de su edición
original, en el “Prólogo” a la octava edición de 1874, Hernández demostraba su preocupación
por las consecuencias morales que en esos públicos inesperados podía provocar la lectura del
poema, destacando que era la integración del peón a la vida civilizada lo que esperaba que su
texto transmitiera. Por ese camino, imaginaba Hernández, se lograría que olvidaran su condi-
ción de parias para convertirse finalmente en ciudadanos. En 1879, al publicarse La Vuelta de
Martín Fierro, la operación destinada a restablecer el sentido en el que debían leerse sus crea-
ciones se encontraba concluida. La vuelta… mostraba un gaucho arrepentido por sus errores,
más dispuesto a dar consejos que a resistir la acción de la autoridad; explícitamente, en el “Pró-
logo”, el autor se preocupaba por demostrar de qué modo, “con medios rigurosamente escon-
didos”, su poema podía cumplir un fin moralizante, una vez ganada la complicidad del lector.
Pero es sabido que los intentos de los autores por develar, e imponer, el sentido en el que sus
creaciones deben leerse son vanos. Aquella interpretación del poema en clave de denuncia que,
sin dudas junto a otras, ensayaron los públicos populares, se reveló muy duradera y reapareció
en múltiples oportunidades, hasta la segunda mitad del siglo XX.24
El Martín Fierro, por estas sendas, comenzaba a convertirse no sólo en un relato de las in-
justicias sufridas por los miembros de los sectores populares sino en una interpretación históri-
ca dado que el poema remitía al pasado, un pasado individual pero potencialmente colectivo, y
su héroe empezaba a ser visto como el habitante que, desde tiempos remotos, había poblado es-
tas tierras. La obra convocaba a su lectura como una representación del pasado; sin aspiración
alguna de erudición, y menos directa en sus referencias que aquellas ofrecidas por los pocos in-
telectuales dedicados a la investigación histórica, resultaba sin embargo más adecuada a las ex-
pectativas, intereses, hábitos de lectura y de sociabilidad de los lectores populares.
Por su parte, la alta historiografía producida en esta coyuntura, a pesar de las polémicas
que, como la librada entre López y Bartolomé Mitre a comienzos de la década de 1880, cada
tanto la sacudían, era una de las expresiones de un consenso amplio entre la élite política y
social, que esta vez se tejía en torno de los itinerarios que la nación habría seguido a lo largo
del siglo XIX, luego de Mayo, que era concebido como el “momento culminante de la histo-

23 Joaquín V. González, en 1888, trazaba una genealogía de la tradición nacional que recuperaba las raíces indíge-
nas precolombinas y la cultura hispánica como escalones sucesivos de un proceso ascendente del que la Argentina
criolla sería a la vez consecuencia y superación. Los gauchos, en ese relato, representaban una paradoja que, en ri-
gor, no permitía asimilarlos plenamente. Concebidos como hijos genuinos de la tradición, representaban tam-
bién una nefasta influencia en la evolución institucional del país. Joaquín V. González, La tradición nacional, Bue-
nos Aires, La Facultad, 1912. Sobre González, véase el parágrafo titulado “Modernidad y tradición en J. V.
González”, en M. Svampa, El dilema argentino: civilización o barbarie, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994,
pp. 89 y ss.
24 Las citas, en José Hernández, “Cuatro palabras de conversación con los lectores”, en Martín Fierro, Buenos Ai-
res, Biblioteca de Literatura Universal, 2000, pp. 89-93.

104
ria argentina”. Esa interpretación, cuyos grandes rasgos gozaban de una aprobación extendi-
da, relataba la historia de una colectividad que, guiada por sus héroes, había logrado sobre-
ponerse a la etapa de las guerras civiles para alcanzar la organización nacional e iniciar el ca-
mino hacia el progreso.25 Para los sectores populares, tanto de origen nativo como extranjero,
la producción de la historiografía erudita era demasiado ajena como para transformarse en
agente de difusión de algún sentimiento identitario estructurado en torno de la pertenencia a
una nación. La escasa eficacia de esa producción, más allá de sus contenidos, iba en paralelo
con la de dos de los soportes privilegiados para su difusión, el libro y la escuela.
En el caso de la escuela, los problemas vinculados con la infraestructura, la ausencia de
maestros calificados, los altos índices de deserción escolar y la competencia que inicialmen-
te representaban las escuelas controladas por las colectividades, constituían obstáculos para
el avance del proceso de penetración social. Hacia fines de siglo, mientras la población seguía
creciendo y la sociedad se hacía más compleja, la escolarización entraba en una meseta que
resultó difícil de franquear hasta entrado el siglo XX.26
En cuanto a los libros, los 48.000 ejemplares de Martín Fierro vendidos entre 1872 y
1878, a un promedio de unos 8.000 por año, contrasta con los mil de la Historia de Belgrano,
cuyo autor, Bartolomé Mitre, modelo de historiador erudito, lograba colocar entre el público
culto que accedió a la segunda edición de 1859; por ello, en el Prólogo a la tercera edición de
la obra, aparecida en 1876, Mitre no sólo se mostraba más que satisfecho con esa cifra sino que
justificaba la publicación apelando a ese dato. Pero, por otra parte, el libro competía con des-
ventaja con el folletín en el mundo de los lectores populares, a pesar de la excepción que re-
presentó la obra de Hernández. Durante mucho tiempo, el folletín fue considerado un género
menor y en muchos casos hasta pernicioso, aunque los autores cultos lo frecuentaran. Desde el
punto de vista formal, sin embargo, el sistema del folletín cubrió más acabadamente las deman-
das de los públicos ampliados y colaboró en la expansión de nuevos hábitos de lectura.27
Fue Eduardo Gutiérrez, desde el periódico La Patria Argentina, uno de los primeros en
captar la demanda representada por los nuevos lectores; su obra significó el paso del folletín
de alcoba impuesto por el romanticismo francés, a la manera de Dumas y Sue, a uno en el cual
el protagonista era, nuevamente, un gaucho.28 En su obra más popular, Juan Moreira, de 1880,

25 La cita corresponde a J. L. Romero, El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo xx, Buenos Ai-
res, Solar, 1983 [primera edición: 1965], p. 31. Remitimos, acerca de estos temas, a A. Eujanian, “Polémicas por la
historia. El surgimiento de la crítica en la historiografía argentina, 1864-1882”, Entrepasados, No. 16, Buenos Ai-
res, 1999, pp. 9-24, y a E. Palti, “La Historia de Belgrano de Mitre y la problemática concepción de un pasado na-
cional”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, III ser., 21, 2000, pp. 77-100.
26 Véase J. C. Tedesco, Educación y sociedad en la Argentina (1880-1945), cit., p. 133.
27 El éxito de Martín Fierro podría utilizarse como impugnación a lo afirmado, pero debe tenerse en cuenta lo se-
ñalado sobre sus características materiales y formales. Para un período posterior, el problema del folletín y sus lec-
tores ha sido analizado por B. Sarlo en El imperio de los sentimientos, Buenos Aires, Catálogos, 1985.
28 El folletín de Gutiérrez fue para la crítica culta el paradigma de una literatura venal, promotor de un género cu-
yo éxito era asociado con su capacidad para apelar a los bajos instintos de los lectores. Refiriéndose a él, Ernesto
Quesada diría: “Todos los que viven en pugna con la sociedad, desde el ladrón hasta el desterrado de la fortuna […]
todos los fermentos malsanos de la sociedad experimentaron verdadera fruición al leer las hazañas de esos matre-
ros […]”, “El criollismo en la literatura argentina”, en A. Rubione (comp.), En torno al criollismo. Textos y polé-
micas, Buenos Aires, 1983, p. 137. Un juicio similar le merecía a Martín García Mérou: “El autor de los dramas ha
encontrado el origen de una popularidad que no discuto y que es uno de los hechos que condenan el género de sus
escritos, falseando las nociones más rudimentarias de la moral, levantando la plebe contra la cultura social y ha-
ciendo responsable a la justicia de las acciones de un hombre dejado por la mano de Dios”, citado por Alejandra
Laera en “Prólogo”, Juan Moreira, Buenos Aires, La Biblioteca Argentina, Clarín, 2001, p. 7.

105
el gaucho carecía de la ejemplaridad del héroe clásico: a diferencia del personaje del poema
de Hernández, que huía del mundo y de la autoridad forzado por el azar y la mala fortuna,
Moreira, “empujado a la pendiente del crimen”, ya no tenía posibilidades de retorno, ni tiempo
para el arrepentimiento.29
La imaginación popular, sin embargo, hizo de Moreira un héroe rebelde contra las injus-
ticias del poder político, y en esa clave se siguió leyendo el texto hasta la década de 1970,
cuando menos; el trágico final del gaucho, al ser sorprendido por una partida policial, resul-
taba en esa lectura una redención antes que una condena. A mediados de la década de 1880,
el circo criollo, un espectáculo ciertamente popular, se apropió del relato de las peripecias de
Moreira, transformándolo en la base de una representación teatral. La historia se expandió aún
más en su nuevo formato: como pantomima en los primeros tiempos, y posteriormente en una
versión con diálogos, constituyó un notable suceso de público.30
Es posible conjeturar que muchos de quienes accedían a la historia de Moreira, fuera a
través del folletín o de la representación teatral, disponían de una enciclopedia que les permi-
tía traducir el relato en el sentido que mencionamos.31 La figura del bandolero rebelde contra
la autoridad formaba parte del tesoro cultural de los grupos populares campesinos de Europa
todavía a mediados del siglo XX, como ha señalado Hobsbawm, y del mundo aldeano prove-
nían muchos de los inmigrantes que llegaban a la Argentina en las últimas décadas del siglo
XIX. El propio Hobsbawm destacó lo uniforme y extendido tanto del fenómeno como del mi-
to del bandolero. En la Argentina, ya la recepción del Martín Fierro insinuaba una interpreta-
ción en ese sentido; demostrando la persistencia de esa lectura, y de rasgos asociados con ella
específicamente autóctonos, la tumba de Juan Bairoleto, un bandolero generoso con los humil-
des muerto a tiros por la policía de Mendoza en 1961, indica que en ese lugar “yace el último
gaucho”, y es todavía en la actualidad un sitio de veneración popular. Poco cuenta en estos ca-
sos, es obvio, que se trate de bandoleros efectivamente existentes o de bandidos de ficción.32
A estas reinterpretaciones de creaciones literarias se sumaría, a partir de la década de
1890, la actividad de centenares de centros criollistas con una gran convocatoria popular, cu-
ya presencia significativa se prolongaría, al menos, hasta la década abierta en 1920. Allí, la lec-
tura, el baile, la recuperación de la vestimenta, los recitados y las canciones que se querían tra-
dicionales, eran elementos importantes en la constitución de una sociabilidad particular, que
contribuía a la organización de pertenencias a comunidades imaginarias, uno de cuyos ejes se
hallaba, como siempre, en el pasado.33 El mercado editorial musical, por ejemplo, estaba do-

29 Juan Moreira se publicó entre noviembre de 1879 y enero de 1880 en la sección “Dramas policiales” del perió-
dico La Patria Argentina. El éxito del folletín apuró la edición en libro que, rápidamente, agotó 10.000 ejemplares.
La cita, en E. Gutiérrez, Juan Moreira, cit., p. 15.
30 Véase A. Prieto, op. cit., p. 66.
31 Sobre un problema que no es exactamente el que aquí se trata, pero que se le aproxima, sugerimos el artículo de
S. Fish, “¿Hay algún texto en esta clase?” [1987], en E. Palti, Giro lingüístico e historia intelectual, Buenos Aires,
Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 1998.
32 Acerca de estos problemas, véase E. Hobsbawm, Rebeldes primitivos, Barcelona, Ariel, 1974, en particular el ca-
pítulo titulado “El bandolero social”. Por su parte, el mencionado Quesada consideraba al gaucho matrero como un
verdadero outlaw, y lo incorporaba a una tradición a la vez literaria, Las aventuras de Rocambole, y social: las ven-
dettas corsas, la maffia siciliana, la camorra calabresa y la campaña europea de los peores tiempos medievales; op.
cit., p. 137.
33 Sobre los centros criollistas, remitimos a A. Prieto, op. cit., pp. 145 y ss. Puede atenderse, en este punto, la obser-
vación realizada por P. Burke, en Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000 [primera edición inglesa: 1999],

106
minado en esos años por “gatos, estilos, chacareras, vidalitas o el pericón”, todos ellos tipos
característicos de la “música rural tradicional argentina”, que se vendían en “versiones para
canto y piano o canto y guitarra”. Naturalmente, las tradiciones que estas prácticas buscaban
recuperar no sólo eran invenciones relativamente libres, sino que su materia prima era funda-
mentalmente literaria, mucho más que rigurosamente histórica. Así, a pesar de la heterogenei-
dad social, cultural y de origen de los grupos involucrados, un horizonte de interpretación co-
mún del pasado de la sociedad, del que se nutría la tradición, comenzó a afirmarse entre ellos.34
De la popularidad del criollismo y de lo resistente de la imagen del gaucho rebelde pare-
cía tomar nota, poco después, el intelectual anarquista Alberto Ghiraldo, quien llamaba Mar-
tín Fierro a la publicación que bajo su dirección aparecía en 1904, luego transformada, por al-
gún tiempo, en el suplemento cultural del periódico ácrata La Protesta. Allí sostenía Ghiraldo:

[El poema Martín Fierro] es el grito de una clase en lucha contra las capas superiores de una
sociedad que la oprime, es la protesta contra la injusticia […], es el cuadro vivo, palpitante,
natural, estereotípico de la vida de un pueblo. Y José Hernández, su creador.35

La actitud de Ghiraldo no se detenía en ese punto: la publicación incluía una sección titulada
“Clásicos criollos”, en la que se publicaban los autores criollistas del siglo XIX, y una colum-
na firmada por Camilucho Tresmarías, que de manera más explícita enlazaba las desventuras
del gaucho con la prédica anarquista. En muchos casos, la figura del gaucho se hacía devenir
en la del proletario urbano de la época.
Posiciones de este tipo no eran habituales en la izquierda argentina; quizás ellas se de-
ban, en este caso, a una estrategia de coyuntura. Poco antes, en 1902, había sido sancionada
la ley de residencia, en el marco de permanentes observaciones de funcionarios y periodistas
que denunciaban la condición extranjera de muchos activistas anarquistas como la razón úl-
tima de su militancia. Un anarquismo acriollado, parece calcular Ghiraldo, estaría menos ex-
puesto a esas críticas en un marco de represión severa; también nosotros, parece decir la de-
cisión de invocar al gaucho, compartimos la tradición de estas tierras. De todos modos, esta
posibilidad explicativa no debe relegar otras circunstancias al olvido: es dudoso que un gru-
po de intelectuales vinculados con el anarquismo hubiera apelado a un complejo simbólico
que no tenía demasiados antecedentes en su propia tradición si no le atribuyera alguna virtud
en su empresa de conquista de las conciencias obreras y populares.

p. 71, que retomamos más adelante: indica que las acciones, de las que los rituales forman parte, “constituyen re-
cuerdos, pero también tratan de imponer determinadas interpretaciones del pasado, moldear la memoria y por tanto,
construir la identidad social”. Burke, de todas maneras, se refiere a los rituales conmemorativos estatal-nacionales.
34 Cf. H. Goyena, “El tango y el tradicionalismo en Buenos Aires en la década del veinte. Una aproximación”, en
[Instituo de Teoría e Historia Del Arte “J. Payro”/CAIA], Ciudad/Campo en las artes en Argentina y Latinoaméri-
ca, Buenos Aires, FFyL, 1991, pp. 127 y 128.
35 Cf. “Martín Fierro”, I, Buenos Aires, 13 de marzo de 1904. Al respecto, recomendamos la consulta del trabajo
de A. L. Rey, “La revista Martín Fierro como suplemento cultural de La Protesta. Proyecto político y proyecto
cultural del anarquismo a principios de siglo”, mimeo, ponencia presentada en las V Jornadas InterEscuelas de
Historia, Mar del Plata, 1995. Muchos de los argumentos aquí expuestos acerca del emprendimiento de Ghiraldo
se inspiran en el trabajo citado. Consultar también, sobre estos puntos, J. Suriano, “Banderas, héroes y fiestas pro-
letarias. Ritualidad y simbología anarquista a comienzos del siglo”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina
y Americana Dr. E. Ravignani, III ser., 15, 1997, pp. 77-100. Cf. “Martín Fierro”, I, No. 1, Buenos Aires, 3 de mar-
zo de 1904.

107
En mayo de 1910, la conmemoración del Centenario de la Revolución de Mayo se trans-
formó, entre otras cosas, en el momento de balance de un siglo, que ha sido examinado des-
de distintas perspectivas. En relación con el problema que asumimos, cabe señalar que la pre-
sencia de la figura del gaucho en la iconografía y la literatura oficial que celebraba el
Centenario fue muy débil. Ello bien podría explicarse por la reconocida voluntad de exhibir
una nación pujante y moderna, cuyo paradigma era sin duda la ciudad de Buenos Aires; el
gaucho desentonaba en aquella imagen de conjunto. Pero deben recordarse también otras cir-
cunstancias: en la propia conmemoración estaba entramada la celebración de un pasado, y él
fue, una vez más, el pasado de los héroes patricios. La reconsideración de la herencia espa-
ñola, la aparición de las primeras expresiones del llamado nacionalismo cultural, y aun un
“criollismo [que] parecía robustecerse en la imaginación de los sociólogos”, fueron insufi-
cientes para incorporar al gaucho en los festejos oficiales. Todavía en 1910, la nación era ca-
paz de organizarse simbólicamente sin atender a su figura.36
Pero muy pocos años más tarde, en una nueva vuelta interpretativa a cargo de los hom-
bres de letras, el poema de Hernández sería elevado a la condición de obra central de la li-
teratura nacional. En esta oportunidad, algunos intelectuales hallaron allí el núcleo de una
nacionalidad que, una vez más, sospechaban amenazada por el aluvión inmigratorio. Simul-
táneamente, tendían a su utilización en la defensa de los derechos que, creían, le asistían a
la élite criolla cuya hegemonía política comenzaba a ser puesta en duda por la sanción de la
nueva legislación electoral de 1912, y naturalmente por el ascenso social de algunos de los
recién llegados.37 La inscripción del poema de Hernández en una tradición a la vez aristo-
crática y nacionalista tuvo su episodio más significativo en las conferencias dictadas por
Leopoldo Lugones en el teatro Odeón de Buenos Aires en 1913, publicadas luego con el tí-
tulo El Payador; en ellas, el poeta modernista filiaría a Martín Fierro con los poemas homé-
ricos.38 Desde otras coordenadas ideológicas, que combinaban elementos del nacionalismo
cultural con posiciones laicas y democráticas, Ricardo Rojas lo instalaba en la huella de la
épica medieval, tanto en la apertura de su curso de literatura en la Facultad de Filosofía y
Letras como luego en su Historia de la literatura argentina. Más allá de las diferencias, tan-
to Lugones como Rojas consideraban al Martín Fierro el poema nacional por excelencia al
mismo tiempo que lo integraban a vertientes de la literatura universal.39 Pero más importan-
te aún era que propiciaban un cambio en el centro de las cuestiones atendidas: de la contro-
versia sobre la moral de su protagonista se pasaba a ponderar las virtudes estéticas del poema.

36 La cita, en J. L. Romero, El desarrollo…, cit., p. 65. Véase [Taller de Historia de las Mentalidades], “La Argen-
tina de 1910: sensibilidad, alegorías, argumentos en torno de un Centenario”, en Estudios Sociales, III, No. 4, 1993.
Allí sólo se registra un poema popular de homenaje al gaucho. Véase también M. Gutman y Th. Reese (eds.), Bue-
nos Aires 1910. El imaginario para una gran capital, Buenos Aires, Eudeba, 1999.
37 Remitimos a C. Altamirano y B. Sarlo, Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, Buenos Aires, CEAL,
1983, pp. 97-100; véase también C. Payá y E. Cárdenas, El primer nacionalismo argentino, Buenos Aires, Peña Li-
llo, 1978, y M. Svampa, El dilema…., cit., en particular pp. 108 y siguientes.
38 Cf. L. Lugones, El Payador, Buenos Aires, Centurión, 1961, p. 16. De todos modos, las conferencias de Lugo-
nes, como gran parte de la literatura dedicada a dilucidar el problema de la nacionalidad, forma un corpus con las
discusiones literarias que enfrentaron a románticos y neoclásicos y, posteriormente, con los debates en torno del pu-
rismo de la lengua y del criollismo a comienzos del 1900. Sobre el particular, A. Rubione, op. cit.
39 Véase R. Rojas, Historia de la literatura argentina [primera edición, 1917-1922], I, Buenos Aires, Kraft, 1960,
p. 529. El comentario acerca del curso de Rojas, en la presentación de la revista Nosotros a su encuesta sobre el
Martín Fierro, en el tomo 10, No. 50, junio de 1913.

108
De ese modo, quedaba definitivamente despejado el camino para la posterior canonización
por parte del Estado.40
Sin embargo, la cuestión suscitó polémicas. En junio de 1913, la revista Nosotros co-
menzaba la publicación de una encuesta acerca del poema de Hernández, que luego de evo-
car las posiciones de Lugones y Rojas, se abría con esta pregunta: “¿Poseemos, en efecto, un
poema nacional en cuyas estrofas resuena la voz de la raza?”. El último interrogante del cues-
tionario se refería a si el Martín Fierro era “una obra genial de las que desafían los siglos, o
estamos por ventura creando una bella ficción para satisfacción de nuestro patriotismo?” Las
respuestas, a cargo de un grupo amplio de intelectuales, eran variadas, e incluían la desmedi-
da proclama de Manuel Gálvez, que hacía de Hernández el poeta mayor de la lengua caste-
llana.41 La pregunta de la revista expresa, en una versión singularmente económica, una su-
posición muy de época acerca de la vinculación entre los problemas de la nacionalidad, la
“raza” y su expresión en una obra literaria. La variedad de las respuestas indica, por su par-
te, que hacia 1913 se trataba más de problemas abiertos que de certezas.42
Tanto los recelos como el fervor ante la figura que evocaba este tipo de creaciones lite-
rarias volvían a manifestarse pocos años después. Así, por ejemplo, Alfredo Bianchi ofrecía
un balance de la actividad teatral desarrollada en 1916 en el que sostenía que había reapare-
cido un tipo de obra “netamente criolla, nacionalista en el peor concepto del vocablo, antiex-
tranjera, que quiere hacernos creer que en el gaucho y en sus virtudes están todas las bellezas
del alma nacional”. Bianchi completaba el argumento llamando a “desterrar de nosotros todo
lo que aún nos queda del gaucho, si es que queremos civilizarnos”.43 Ese mismo año de 1916,
“los trabajos iniciados por una comisión de jóvenes para erigir un monumento al gaucho, tra-
bajos que parecen prosperar y contar con la aprobación de muchos universitarios y hombres
de letras”, llevaron a Carlos María Urien, miembro de la Junta de Historia y Numismática, a
dedicar una conferencia al gaucho en la sede de la entidad. Sin dudar, Urien sostenía que “el
gaucho no representa nada, y si dice algo será de barbarie y nada más”.44
La intervención de Urien ante la iniciativa no debe interpretarse, sin embargo, como ex-
presión de la opinión de una profesión. En la historiografía argentina recién comenzaba, por
entonces, un muy tenue proceso de organización de algunas instituciones propias de la histo-
ria profesional, que encontraba antes en la universidad que en la Junta su centro. Inclinados al
estudio de la constitución de la nación en clave político-institucional, los historiadores enfren-
taron una disputa con los hombres de letras en torno de la primacía en la tarea de interpreta-

40 Jorge Luis Borges ha señalado que luego de El Payador, cuando hablamos del Martín Fierro hablamos del Mar-
tín Fierro de Lugones. Ello explicaría que la historia de un prófugo, borracho, asesino, “un soldado que pasa al ene-
migo”, haya gozado, incluso, de la aprobación de los militares. A. Carrizo, Borges el memorioso, México, FCE,
1982, p. 12.
41 Cf. la citada presentación en Nosotros, No. 50. Las respuestas en ese mismo número, así como en los Nos. 51,
52, 54 y 56.
42 Sobre las cuestiones de la raza y la nacionalidad, véase por ejemplo J. Ingenieros, “La formación de una raza ar-
gentina”, en Revista de Filosofía, vol. I, segundo semestre de 1915, pp. 464-483, y en las páginas 415 a 422 del
mismo volumen, la crítica de Salvador Debenedetti, titulada “Sobre la formación de una raza argentina”. Ingenie-
ros postulaba, para el siglo XIX, la existencia de “dos civilizaciones opuestas: la ‘argentina’ y la ‘gaucha’”, esta úl-
tima mestiza y barbarizada. La cita, en p. 473.
43 Cf. Nosotros, año 11, No. 93, enero de 1917, p. 126.
44 La noticia del evento en Nosotros, año 11, No. 93, enero de 1917, p. 131; las citas de Urien, en el folleto titulado
Monumento al gaucho, reproducidas en esa publicación.

109
ción del pasado, evidenciando de esta manera lo reciente del proceso de profesionalización y
la debilidad del reconocimiento cultural y estatal. Así, Ricardo Rojas consideraba que la tarea
“evangelizadora” de fundar una tradición debía estar en manos de los jóvenes escritores.45
A lo largo de este período, cuyos límites podemos establecer entre 1870 y 1915, aproxi-
madamente, el Estado había ensayado acciones para lograr la consolidación del sentimiento
de nacionalidad, que sin embargo apuntaban en otras direcciones. A fines de la década de
1880, como indicamos, junto a otras posibilidades se había considerado la difusión entre los
alumnos de las escuelas primarias de un pasado glorioso, y se conmemoraron efemérides di-
versas con intensidad. Una década más tarde, hacia 1900, ciertos funcionarios registraron con
preocupación los límites de esas acciones. Naturalmente, el planteo de esos límites por parte
de agentes del Estado, o de políticos e intelectuales vinculados con las élites locales, se halla-
ba en relación con los propios anhelos de esos hombres, pero es posible percibir en ellos ras-
gos de algunos fenómenos sociales de interés. Estanislao Zeballos, trece años después de ha-
ber reclamado desde el Congreso una acción decidida que lograra que “el extranjero sea
afecto a la nacionalidad argentina”, sostenía en el Informe del Consejo Escolar del Quinto
Distrito de la Capital de la República, fechado en 1900:

[…] la enseñanza cívica y moral en las escuelas ha fracasado. Las causas de ello son nume-
rosas y complicadas; [algunas] dependen […] del medio social, que resiste, pervierte o este-
riliza la obra redentora de la escuela […].

Y agregaba:

Los retratos, las alegorías, las fiestas extranjeras de sus hogares y de sus círculos graban en
ellos [, los hijos de los inmigrantes,] huellas más hondas. Por eso cuando se representa en cir-
cos de la capital La Cenicienta, la aparición de Garibaldi o de Kruger es saludada con delirio,
la de San Martín con aplausos y la de Rivadavia y de Belgrano, y de Moreno, con cierta sor-
presa y cortesía. Falta siempre el entusiasmo para los próceres nacionales […].46

Esos mismos circos eran los ámbitos donde, desde años antes y todavía por entonces, idénti-
cos públicos convertían la adaptación teatral de Juan Moreira en un éxito, y el bandido gau-
cho que protagonizaba la pieza era transformado en un héroe. Los “próceres nacionales”, de
acuerdo con Zeballos, no despertaban mayor entusiasmo; el panteón extranjero y un bando-
lero rebelde, en cambio, parecían gozar de mejor recepción entre quienes hacían del circo uno
de los caminos de acceso popular al mercado de bienes culturales.
Un balance similar al de Zeballos, al menos en sus líneas maestras, alentó años después
la llamada educación patriótica. Hacia el Centenario, Ricardo Rojas y José María Ramos Me-
jía volverían a insistir como muchos otros en la necesidad de fundar una conciencia nacional
sobre la base de “nuestras tradiciones”, y a destacar el papel que la escuela habría de jugar en

45 Citado por C. Altamirano y B. Sarlo, op. cit., p. 100. Sobre la situación de la disciplina, remitimos a N. Pagano
y M. Galante, “La Nueva Escuela Histórica: una aproximación institucional del Centenario a la década del 40”, en
F. Devoto (comp.), La historiografía argentina en el siglo xx, Buenos Aires, CEAL, 1993, y a A. Cattaruzza, “La his-
toria y la profesión de historiador en la Argentina de entreguerras”, en Saber y tiempo, No. 13, Buenos Aires, 2001.
46 Cf. Informe del Consejo Escolar del Quinto Distrito de la Capital de la República, Buenos Aires, 1900, pp. 70
y 71, respectivamente.

110
esa tarea, en particular a través de la enseñanza de la historia y la lengua nacional. Así, sos-
tenía Rojas que “no constituyen una nación, por cierto, muchedumbres cosmopolitas cose-
chando su trigo en la llanura que trabajaron sin amor. La nación es, además, la comunidad de
esos hombres en la emoción del mismo territorio, en el culto de las mismas tradiciones, en el
acento de la misma lengua, en el esfuerzo de los mismos destinos”. Rojas, sin embargo, se
precavía: “No preconiza el autor de este libro una restauración de las costumbres gauchas que
el progreso suprime por necesidades políticas y económicas […]”.47
Años más tarde, en 1923, Pablo Pizzurno –que fuera presidente del Consejo Nacional de
Educación– revelaba las disidencias que existían en torno de la educación patriótica, en su
conferencia “El fracaso de la escuela primaria”. Su título no puede menos que remitir al diag-
nóstico que Zeballos había planteado casi un cuarto de siglo antes, aunque la referencia pare-
ce aludir a los tonos que el esfuerzo nacionalizador tomara hacia 1910:

[…] hicimos cantar el himno a cada momento con cualquier pretexto o sin pretexto; hicimos
jurar la bandera a niños de seis años con tanta solemnidad exterior como inconsciencia […]
pero son los jóvenes de la generación que empezó a educarse bajo ese gobierno escolar ex-
tremadamente “patriótico” o “nacionalista” los que, en proporciones desusadas […] eluden el
servicio militar.48

El balance de Pizzurno era francamente desalentador, y no resultaba una excepción. Otros in-
telectuales dudaban de la eficacia pasada y presente de la escuela como herramienta de con-
solidación de la nacionalidad y aun se llegaba a cuestionar el contenido ideológico del sistema
de ritos y símbolos propuestos a los alumnos.49
De todas maneras, Pizzurno no consideraba aún la posibilidad de recoger la tradición
criollista popular, que todavía se hallaba extendida y vigorosa. Ello, incluso a pesar de que
ese vigor no era pasado por alto por prestigiosos e influyentes intelectuales. En esos mismos
años, Juan Agustín García, después de recorrer con “bondad y paciencia” los centros criollis-
tas, concluía que allí se expresaba una actitud patriótica de sentido diverso al que fomentaba
la liturgia escolar:

La guitarra es, en todos estos cantos, el símbolo de la patria; de una patria más dulce y sua-
ve, que no viene rodeada de banderas y músicas de clarines. La patria popular no es, en estos
tiempos, la heroica y envuelta en el humo de las batallas que se enseña en los colegios. Es
una patria civil del tiempo de paz, amable, sentimental, algo bulliciosa y alegre.

47 Cf. Rojas, La restauración nacionalista [primera edición: 1909], Buenos Aires, Peña Lillo, 1971, pp. 87 y 140,
respectivamente. Acerca de Ramos Mejía, véase A. Bozzo, “Una aproximación a la obra de José María Ramos Me-
jía: el campo intelectual y el uso de la historia en el marco de las ciencias sociales”, en Anuario, XVI, Rosario, Es-
cuela de Historia/UNR, 1993-1994.
48 Cf. P. Pizzurno, “El fracaso de la escuela primaria”, en Revista de Filosofía, IX, 5, 1923, Buenos Aires, pp. 305
y 306. Se trata de la reproducción de una conferencia. Debe señalarse, a pesar de todo, que un diagnóstico que se
basara exclusivamente en la resistencia al reclutamiento parece poco convincente: salvo en coyunturas muy pecu-
liares, la prevención popular ante la leva y luego ante el servicio militar obligatorio fue un fenómeno de larga du-
ración en la cultura popular.
49 Entre otros ejemplos, puede verse R. Melgar, “Educación moral”, en Revista de Filosofía, VI, 6, 1920; y “Plan de
Estudios y Programas para las Escuelas de Nuevo Tipo”, en El Monitor de la Educación Común, Buenos Aires, 1929.

111
La nota de García no sólo pretendía diferenciar esa amena tertulia criollista, que cultivaba la
tradición en su faz emotiva convocando a una “capa social en la que los recursos son muy mo-
destos”, de los ritos escolares, sino también de un teatro que, aun convocando a públicos po-
pulares, no lograba más que aplausos artificiales mediante el recurso de exhibir la bandera “en
una atmósfera de gritos y de vivas”, e invocar a Moreno, Belgrano y San Martín, junto al
nombre de las batallas en las que se consiguió la independencia.50 Luego de finalizar la Gran
Guerra, las críticas a la enseñanza de una historia excesivamente marcial, y a un patriotismo
belicoso que habría llevado a la catástrofe, no eran notas excepcionales, ni en Europa ni en la
Argentina. La observación de Pizzurno, las que en esas fechas realizaba Ramón Melgar, rec-
tor de la Escuela Normal de Dolores, o las de algunos grupos de docentes porteños iban en
un sentido similar, y la creación de comisiones revisoras de textos escolares, que debían ex-
purgarlos de las referencias ofensivas para los vecinos, fue corriente en los países involucra-
dos en la guerra; la Argentina y el Brasil organizarían una similar poco después. Pero lo que
distingue la argumentación de García es el planteo que hace de una celebración más informal,
sin tantos rigores protocolares, propia de una sociabilidad menos pautada por la intervención
estatal, el núcleo posible de lo que llama una “patria popular”, organizada alrededor de la evo-
cación de lo que se creía era el pasado criollo.
A sostener esta inclinación popular al criollismo contribuían, en la década de 1920, pro-
ducciones culturales diferentes de las disponibles en etapas anteriores. Cuando menos para
Buenos Aires, el proceso de organización de una nueva modernidad, relacionado estrechamen-
te con la consolidación de la cultura de masas y la industria cultural que se anunciaban en el
período anterior, ha sido analizado con detalle. Nuevos públicos urbanos accedían ahora a co-
lecciones de libros baratos, que venían a sumarse a los folletines ya presentes en las bibliote-
cas de los sectores populares. Los diarios comenzaban a asumir definitivamente su condición
de medios masivos de comunicación, a través de transformaciones técnicas y editoriales, y
creaban a su vez una instancia de inserción profesional para los escritores. En el mundo de las
letras rioplatense, las vanguardias aparecían también más atentas a la política de lo que se pen-
só durante mucho tiempo. El cine y la radio, a su vez, completaban el cuadro.51
En un escenario así transformado, los motivos criollistas tuvieron destinos curiosos. En
1919 y en 1924, grupos de intelectuales vanguardistas llamaban Martín Fierro a sus revistas; se
ha indicado incluso que en las letras porteñas puede registrarse la presencia de un “criollismo
urbano de vanguardia”.52 Pocos años más tarde, en 1925, una nueva obra tomaba al gaucho co-
mo su personaje central: Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. También, nuevamente, la
novela implicaba un relato del pasado: en este caso, la campaña de comienzos de siglo era plan-
teada como un ámbito sin conflictos sociales, culturalmente homogéneo, evocado con nostalgia
frente a la inseguridad y la tensión de las ciudades.53 Dado que la novela sugería su extinción,

50 Juan Agustín García, “El gusto. Los sectores populares”, en Sobre el teatro nacional y otros escritos y fragmen-
tos, Buenos Aires, Agencia General de Librería, 1921, pp. 23-31.
51 Véase, acerca de estos procesos, B. Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930, Buenos Ai-
res, Nueva Visión, 1988, y L. Gutiérrez y L. A. Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la
entreguerra, Buenos Aires, Sudamericana, 1995. Sobre las vanguardias y la política, sugerimos el artículo de F. Ro-
dríguez, “Inicial. Revista de la nueva generación. La política en la vanguardia literaria de los años veinte”, en Es-
tudios Sociales, 5, 8, 1995.
52 Cf. C. Altamirano y B. Sarlo, Ensayos argentinos, cit., p. 159.
53 Remitimos al trabajo citado de Sarlo, en particular pp. 31-43.

112
en los años siguientes y hasta la década de 1930 se suscitaron discusiones entre los intelectua-
les argentinos en torno de la efectiva existencia del gaucho en esos años del siglo XX.
A su vez, los productos de la industria cultural exhibieron también las marcas del crio-
llismo. En el universo de la música popular, se produjo en la década de 1920 una recupera-
ción del tradicionalismo, atenuado en los años anteriores, que tiene en el éxito entre el públi-
co porteño de las compañías de bailes y cantos tradicionales una de sus pruebas; los temas
rurales fueron asumidos no sólo por el sainete, sino también por el cine.54 Aun el tango, que
era entendido como un género clásicamente urbano, aunque “nacional”, recogía en sus títu-
los, sus letras y sus formas musicales motivos y tonos del repertorio rural tradicional, al tiem-
po que el diario Crítica, por entonces de gran circulación, anunciaba una encuesta sobre el
gaucho en estos términos: “Símbolo de la nobleza argentina, el gaucho no ha muerto ni mo-
rirá jamás en el alma del pueblo argentino. Crítica […] es el diario gaucho del país”.55
Atento a la cuestión, y sugiriendo el tono de las relaciones existentes entre ámbitos tan
diferentes, Aníbal Ponce sostenía inmediatamente después en la Revista de Filosofía que
“cierta encuesta reciente, al detener la marcha de la urbe afanosa, le ha invitado a pensar so-
bre un pasado que creemos remoto”, para concluir que “la leyenda del gaucho se ha extingui-
do”. Ponce encuentra razones para alegrarse de esa circunstancia en una interpretación del pa-
sado nacional: “En complicidad con la iglesia, que supo explotar su salvajismo, y con el señor
feudal, que lo supo amarrar a su interés, el gaucho fue indiscutiblemente el peor enemigo de
la revolución. Todo culto enternecido a su memoria tendrá, pues, una honda raigambre antiar-
gentina”. El argumento parecía recoger, junto a una muy amplia tradición interpretativa pro-
pia del siglo XIX, algunos razonamientos de Ingenieros planteados hacia 1915, y culminaba
anunciando, contra la inmortalidad que proclamaba Crítica, que “la ciudad de Buenos Aires
acaba de celebrar los funerales del gaucho”. El análisis de Ponce dibujaba así una alternativa
al tradicionalismo de base cultural y étnica: la auténtica tradición argentina se definía en cam-
bio en torno de un conjunto de principios políticos, y la nación volvía a hallar su momento
inicial en Mayo.56
La universidad albergó también a ciertos grupos de profesores e investigadores que se
mostraron inquietos por la interrogación acerca de las especificidades nacionales. Sin embar-
go, las zonas de la estructura universitaria que podían buscar respuesta fuera de la tradición
jurídica eran por la época particularmente débiles, y sus elencos y su producción resultaban
todavía absolutamente vulnerables a las críticas que literatos y aficionados desplegaban des-
de el activo mundo de la cultura. Más allá de las cátedras de historia y literatura, otras disci-
plinas parecían involucradas en el estudio de los rasgos culturales que distinguían a esta so-
ciedad, tal como había ocurrido más de un siglo atrás en Europa: la filología y los estudios
folclóricos. En la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aries fue crea-

54 Acerca del criollismo en el cine, consultar E. Tranchini, “El cine argentino y la construcción de un imaginario
criollista”, en Entrepasados, año IX, No. 18-19, pp. 113 a 142; véase también, sobre la música, H. Goyena, “El tan-
go…”, citado.
55 Véase Crítica, Buenos Aires, 1 de agosto de 1926. Poco más tarde, en 1930, el diario organizaba una Gran Pa-
yada Nacional. Cf. S. Saítta, Regueros de Tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudameri-
cana, 1998, pp. 117 y 299.
56 Cf. A. Ponce, “Los funerales del gaucho”, en Revista de Filosofía, año XII, No. 5, septiembre de 1926; las citas
en páginas 274 y 272, respectivamente. Sobre Ponce, sugerimos la consulta de O. Terán, “Aníbal Ponce, o el mar-
xismo sin nación”, en En busca de la ideología argentina, Buenos Aires, Catálogos, 1986.

113
do el Instituto de Filología en 1922, con la intención expresa de inaugurar la práctica cientí-
fica de la disciplina en el país y formar un núcleo de investigadores. Por otra parte, los maes-
tros habían sido encargados un año antes de la primera recopilación de piezas folclóricas en
todo el país, que impulsaba el Consejo Nacional de Educación; el conjunto de la documenta-
ción obtenida fue entregada al Instituto de Literatura Argentina de aquella misma facultad,
que desde su creación en 1922 tuvo entre sus propósitos el estudio del folclore argentino,
asunto al que se dedicaba uno de los pocos miembros rentados. Como era previsible, en el
Instituto de Filología se desarrollaron estudios sobre el castellano en América y se organizó
una sección de Lingüística Indígena; tampoco resulta sorprendente que en el balance de 1926
su director señalara que una de las líneas de investigación se dedicaba a la etimología de la
palabra gaucho. El estudio científico del idioma y de las producciones de la cultura popular
autóctona venía a sumarse, así, a la búsqueda de los rasgos propios de la nación.57
A fines de la década de 1920, entonces, la figura del gaucho parecía seguir convocando ad-
hesiones entre los públicos amplios, mientras que entre los intelectuales la recepción de los plan-
teos sobre el Martín Fierro efectuados hacia el Centenario ganaba terreno. A pesar de los plan-
teos de Ponce, el gaucho solía aparecer convertido en “legendario cruzado épico”, y el mismo
Fierro, “el viejo gaucho”, invocado “como numen tutelar” en la apertura de una exposición de
cuadros de Pedro Figari, que el orador tenía por “tan nuestra como un galope del pampero o una
sangre de ceibo”. Parece significativo que semejante pieza fuera publicada por Renovación, re-
vista publicada en La Plata por los estudiantes herederos de la Reforma y cercana a las vanguar-
dias, entre textos de Alejandro Korn, críticas de libros firmadas por Jorge Luis Borges y artícu-
los de Pedro Henríquez Ureña y Francisco Romero.58 Pero, a pesar de estas presencias, el
Estado continuó relativamente ajeno a la exaltación gauchesca, al menos en sus formas más evi-
dentes. Fue sólo a partir de mediados de la década de 1930 cuando algunas señales comenzaron
a anunciar cierta recepción, que culminaría en la definitiva canonización estatal del Martín Fie-
rro, y con él de la figura del gaucho, en un proceso iniciado a fines de esa década.
Así, hacia 1934, en ocasión del centenario del nacimiento de Hernández, los diputados
Alejandro Castiñeiras y Silvio Ruggieri, del Partido Socialista, que había sido, a comienzos
de siglo, renuente a la conmemoración gauchesca, presentaban al Congreso Nacional un pro-
yecto de ley que contemplaba autorizar el emplazamiento de un monumento a Hernández en
la ciudad de Buenos Aires, recogiendo la iniciativa de una comisión popular de homenaje.
El proyecto fue aprobado en Diputados sin discusión y girado al Senado, donde tampoco hu-
bo polémicas, para finalmente transformarse en la Ley 12.108. Castiñeiras, en un enlace clá-
sico del pasado con el presente, fundamentaba el proyecto más que en las virtudes literarias
del Martín Fierro, en su condición de “documento valioso y educativo que permite descu-
brir el origen lejano de prácticas políticas viciosas, de abusos y desmanes que, aún hoy, des-

57 Los datos consignados en P. Buchbinder, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, Eudeba,
1997, pp. 70, 135 y 138. Sobre la recopilación folclórica mencionada, puede verse A. Cattaruzza, “Descifrando pa-
sados: debates y representaciones de la historia nacional”, en A. Cattaruzza (dir.), Crisis económica, avance del Es-
tado e incertidumbre política [tomo VII de la Nueva Historia Argentina], Buenos Aires, Sudamericana, 2001, p. 467.
En torno de la cuestión del valor del Martín Fierro como testimonio folclórico y, en rigor, sobre la intermediación
del poema en los estudios posteriores, pueden verse los planteos de Martínez Estrada en “Lo gauchesco”, cit., en
particular, pp. 33 y siguientes.
58 Las citas, respectivamente, en el comentario al libro Cosas de negros, de Vicente Rossi, firmado por Borges en
Valoraciones, No. 10, La Plata, agosto de 1926, pp. 39-40, y en J. M. Villarreal, “Figari pintor”, en la p. 53 de la
misma publicación.

114
graciadamente, perduran en algunas zonas de la República, para desdicha de los innumera-
bles nietos de Martín Fierro”. En Senadores, en cambio, el conservador Rhode hacía del poe-
ma “el último canto de la epopeya comenzada por Valdivia […] y clausurada con el triunfo
de la civilización por el genio y la espada del general Roca”. Las diferencias interpretativas
no devenían, sin embargo, en decisiones legislativas encontradas; como señalamos, la ley se
aprobaba sin debates.59
Poco tiempo después, en 1938, un conjunto de iniciativas se presentaron en ambas cá-
maras de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, con el objetivo de instituir el Día de
la Tradición, que habría de celebrarse cada 10 de noviembre, día del nacimiento de José Her-
nández; al parecer, las autoridades porteñas habían tomado una decisión en ese sentido poco
tiempo antes.60 En 1939, una ley aprobada por unanimidad establecía la incorporación de la
nueva efemérides al calendario provincial, y en los años siguientes los sucesivos gobiernos,
desde el conservador hasta el peronista, decretaban el feriado. En 1948 se extendería la cele-
bración a todo el territorio nacional, a través de un decreto del gobierno peronista. En la tem-
prana década de 1940 se contempló la instalación de un monumento al gaucho en la ciudad
de La Plata, propuesta que se trató en la legislatura provincial también en 1948.61
Un nuevo consenso que articulaba diversas tradiciones culturales, políticas e ideoló-
gicas parecía reinar en torno de la asociación entre el gaucho y la nacionalidad en los años
finales de la década de 1930. Así, el secretario de la Agrupación Bases, activa participante
en la campaña para erigir un monumento a Alberdi hacia 1934, promovía los homenajes
gauchescos en 1938 citando el artículo de uno de los socios, en una nota elevada al Sena-
do provincial:

El poema gauchesco de Hernández, simboliza en su esencia más profunda, espiritual y nacio-


nalista […] lo que sirve para estructurar […] el motivo básico de la iniciativa. La Patria […]

59 Cf. [Congreso Nacional], Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados. Año 1934, Tomo IV, Sesiones Ordina-
rias [2 de agosto al 29 de agosto], Buenos Aires, Imprenta del Congreso, 1935, p. 303. En esa misma página, la ci-
ta de Castiñeiras; la aprobación en Diputados, en pp. 767 y 768. El trámite en Senadores puede seguirse en [Con-
greso Nacional], Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores. 1934 Período Ordinario. Tomo II [1º de
septiembre a 30 de septiembre], Buenos Aires, Cuerpo de Taquígrafos del Honorable Senado de la Nación, 1935;
la intervención de Rhode en p. 919.
60 Véase E. Coni, El gaucho. Argentina, Brasil, Uruguay, Buenos Aires, Solar/Hachette, 1969, 2ª ed., p. 203, nota.
El dato no ha podido verificarse. Acerca de las iniciativas provinciales, véase [Honorable Senado de Buenos Ai-
res], Día de la Tradición y monumento al gaucho. Antecedentes legislativos, La Plata, 1948.
61 Ese mismo año de 1948 aparecía Muerte y transfiguración del Martín Fierro, de Ezequiel Martínez Estrada. So-
bre la obra de Martínez Estrada y el contexto en el que fue producida, sugerimos C. Altamirano y B. Sarlo, “Mar-
tínez Estrada: de la crítica a Martín Fierro al ensayo sobre el ser nacional”, en Ensayos Argentinos, cit. Por otra
parte, la historia necesariamente parcial de varios monumentos al gaucho fallidos resulta curiosa. En 1922 funcio-
naba una comisión popular, probablemente la que se organizara en 1915, aquí mencionada, a la que la intendencia
reclamaba datos para decidir sobre el emplazamiento del monumento. Cf. La Nación, 24 de octubre de 1922, p. 5,
col. 7-8. En 1928, la Municipalidad adquirió “El resero”, una figura que puede reputarse gauchesca; instalado con
anterioridad en Posadas y Av. Alvear sería desplazado a Mataderos en 1934, y reinaugurado el 25 de Mayo de ese
año. Cf. Boletín municipal, Ordenanza 3650/934. De todas maneras, quienes participaron en la discusiones de 1947
en la Legislatura provincial, que hemos citado, insistían en que no existía todavía el monumento al gaucho. En la
actualidad, la documentación reunida por los investigadores del Instituto de Teoría e Historia del Arte J. Payró, de
la Facultad de Filosofía y Letras, UBA, registra tres monumentos al gaucho, dos en La Plata y uno en Las Flores,
pocos más que los dedicados a un mucho menos telúrico cartero. Agradecemos la información que los investigado-
res del Instituto nos proporcionaron, así como la posibilidad de consulta del Archivo Monumenta, fruto de proyec-
tos de investigación UBACyT subsidiados.

115
tiene en el “Martín Fierro” […] el vértice de nuestra propia idiosincrasia. “Martín Fierro” de-
be ser para todo argentino como un catecismo.62

Por su parte Carlos Sánchez Viamonte, diputado provincial por el Partido Socialista, sostenía
en la cámara de diputados provincial un año después que “el poema de José Hernández con-
tiene mucha parte del alma nacional, del alma argentina con sus defectos y virtudes, es decir
con su fisonomía propia que jamás es desdeñable y la cual no podría desdeñar un pueblo sin
traicionar su propio destino, que aparece involucrado en su pasado y su presente”.63
Por fuera del Estado pero no de la política, Álvaro Yunque, intelectual cercano al Parti-
do Comunista, había reivindicado en 1937 a José Hernández, quien “en 1869 […] fundó un
periódico […] en el que pueden leerse sus protestas contra el abuso que se cometía arriando
al gauchaje hacia los contingentes, a pelear contra los indios, para defender la tierra de
otros”.64 Quizás más significativo aún sea el hecho de que el propio Aníbal Ponce iniciara ha-
cia 1934 una reconsideración de la figura del gaucho, en el contexto de su nueva reflexión so-
bre la cuestión nacional.65 Y en 1936, una xilografía representaba una movilización del falli-
do Frente Popular en la que aparecía un cartel de la AIAPE con el retrato de Hernández
acompañado por los de Lenin y Marx.
Pero la derecha política y cultural argentina, en sus varias versiones, hacía también su-
ya la figura del gaucho y en particular de Martín Fierro, aunque atribuyéndole otros rasgos.
Las víctimas de la usura judía y de la rapiña inglesa eran, en las caricaturas del nacionalismo
filofascista, gauchos, que representaban al argentino; en diciembre de 1940, en la revista pu-
blicada por los revisionistas se sostenía que “la catolicidad de Martín Fierro no ofrece dudas”,
que “en su servicio militar de fronteras ejerció hasta extremos inconcebibles su espíritu de
obediencia”, creyendo “servir a la nación”, y que era él un “símbolo de la raza”.66 Dos años
después, en 1942, el decreto del gobierno provincial bonaerense, encabezado por Rodolfo
Moreno, que establecía el feriado correspondiente, señalaba que “todo el acervo de las tradi-
ciones patrias nace, reposa y se concreta” en el gaucho, que “canta el oprobio de la tiranía y
la alabanza de la libertad”, “contribuye a la caída del tirano y a la organización nacional, si-
guiendo a Urquiza hasta los campos de Caseros y a Mitre hasta Pavón”.67
De este cruce de interpretaciones posibles que, sin embargo, retenía el acuerdo central
en torno del gaucho, parece dar cuenta también el discurso que en 1939 Justiniano de la Fuen-
te, funcionario provincial en tiempos de Fresco, miembro de la ya mencionada Agrupación
Bases y presidente de la Federación Gaucha Bonaerense, pronunciaba en La Plata al finalizar
la “caravana de la argentinidad” celebrada el 10 de noviembre. En la oportunidad, se reafir-

62 En [Honorable Senado de Buenos Aires], Día de la Tradición y Monumento al Gaucho. Antecedentes legislati-
vos, La Plata, 1948, p. 12. Sobre las discusiones en torno del pasado en la década de 1930, consultar A. Cattaruzza,
Historia y política en los años treinta, Buenos Aires, Biblos, 1991.
63 Véase la intervención de Sánchez Viamonte reproducida en el texto citado en la nota anterior, pp. 22 y siguientes.
64 Cf. A. Yunque, “Echeverría en 1837. Contribución a la historia de la lucha de clases en la Argentina”, en Clari-
dad, XV, 313, mayo de 1937, sin número de página.
65 Consultar O. Terán, “Aníbal Ponce…”, cit., p. 173.
66 El periódico nacionalista La Maroma, publicado en Buenos Aires en la segunda mitad de la década de 1930, es
quizás el ejemplo más vulgar y extremo, entre otros muchos que pueden evocarse, en lo que hace al antisemitismo.
La cita, en J. Luna Álvarez, “Una fantasía sobre Martín Fierro”, en Revista del Instituto de Investigaciones Histó-
ricas Juan Manuel de Rosas, II, 6, 1940, p. 177.
67 En [Honorable Senado de Buenos Aires], op. cit., p. 36.

116
maba el “valor de nuestro gaucho en la evolución social e institucional de la República”, tras
invocar a Moreno y los revolucionarios de Mayo, a Carlos Pellegrini, a San Martín, Rivada-
via, Sarmiento y también a Juan Manuel de Rosas.68
Por su parte, en el todavía reducido mundo integrado por los individuos dedicados a la
práctica profesional de las ciencias sociales, la preocupación por fijar dónde podía hallarse
la auténtica tradición nacional se hacía también presente, aunque las respuestas fueran menos
homogéneas. Esa inquietud los aproximaba a los ámbitos menos académicos: investigadores del
folclore, filólogos e historiadores, estos últimos dotados de instituciones algo más consolida-
das, parecían llamados a ofrecer una opinión científica acerca de aquellas cuestiones. En este
sentido se pronunciaba Ricardo Levene, probablemente el historiador que en la competencia
institucional por el reconocimiento del Estado había logrado ocupar el lugar más destacado
en la década. Levene afirmaba en el “Prólogo” a la Historia de la Nación Argentina que “res-
pondiendo a un imperativo moral, esta generación de estudiosos entregará a las venideras la
Historia de la Nación Argentina tal como la ha visto y sentido, realizándola con espíritu cien-
tífico, por el ideal de la verdad histórica y con espíritu patriótico, con amor por la tradición y
las instituciones de la Patria”. Esa versión del pasado tenía por objeto “auscultar el alma de
una nación y descubrir sus sentimientos dominantes y sus virtudes esenciales”, para lo cual
“es necesario fomentar el estudio por la investigación científica”.69 Levene se planteaba así
un programa que era, a un tiempo, científico y patriótico.
Desde estos puntos de partida, muy extendidos en la historiografía a fines de la década
de 1930, se ensayaron interpretaciones que exhibían algunas diferencias con las que otros in-
telectuales proponían. Esas diferencias, en ocasiones, se debían a las distintas perspectivas
ideológicas puestas en juego. En otros casos, en cambio, se trataba al mismo tiempo de dis-
putas que concernían a la defensa del lugar de la disciplina en la construcción de imágenes
del pasado. Emilio Coni, miembro desde 1927 de la Junta de Historia y Numismática, fue uno
de los historiadores que se dedicó con continuidad a la historia agraria y de la ganadería. A su
cargo quedó un capítulo del cuarto volumen de la ya citada Historia de la Nación Argentina,
aparecido en 1937; a ese trabajo se sumaban libros y artículos anteriores, publicados en revis-
tas de las instituciones de historiadores. La inserción de Coni en la trama de la historia profe-
sional argentina de la década de 1930 era, así, muy firme.70
Uno de los asuntos que frecuentó Coni fue el del gaucho. Algunos artículos específicos,
y un libro de 1937, anticipan la obra póstuma que apareció en 1945, cuya producción debe si-
tuarse entre 1940 y 1943. La obra no sólo contenía una serie de planteos eruditos acerca de la
historia de estos territorios desde la conquista europea, sino que sugería tanto el tono de las
reflexiones que alrededor del gaucho, en tanto figura histórica, se realizaban a fines de la dé-
cada de 1930, como las dimensiones político-culturales involucradas en esos planteos. En la
“Introducción” a El gaucho, fechada en febrero de 1943, sostenía Coni:

La leyenda gauchesca […] ha tomado una amplitud y seriedad tales, que hoy la mayoría de
las gentes ignora que se trata de una leyenda y le asigna con toda buena fe el carácter de he-

68 En ibid., pp. 102 y 103.


69 Cf. R. Levene, Prólogo [1934], en [Academia Nacional de la Historia], Historia de la Nación Argentina, Bue-
nos Aires, El Ateneo, 1961 [1ª ed., 1936], p. XXV.
70 Acerca de la labor historiográfica de Coni, puede consultarse B. Bosch, Estudio Preliminar [1968], en E. Coni,
El gaucho, citado.

117
cho histórico. A este resultado se ha llegado, por cuanto el tema ha sido monopolizado por
poetas y literatos, a los cuales poco les preocupa la verdad histórica […].71

Instalado en el papel del historiador científico, Coni confesaba sin embargo que la “necesidad
de restablecer la verdad histórica no habría sido motivo suficiente” para la publicación de su
obra. El impulso decisivo surge ante otra circunstancia: “cuando sobre una leyenda que se infla
día a día, se estructura toda una doctrina seudonacionalista, que pretende para una sola provin-
cia el monopolio de la argentinidad y la representación exclusiva de la Patria”, el autor sí se de-
cide a “bajar a la arena para tratar de restablecer el imperio de la verdad”. Y continúa Coni:

Sobre la leyenda gauchesca descansa hoy una doctrina, según la cual la pampa y el gaucho
representan la nacionalidad, lo que viene a significar que las diez provincias no pampeanas,
no gauchescas, no cuentan para nada en la argentinidad. Y sin embargo […] son ellas las que
tienen más derecho que la cosmopolita Buenos Aires a representar la nacionalidad.72

Evocando sus años juveniles, y retomando sin citar antiguas interpretaciones previas, el his-
toriador recordaba haber comprendido “que las verdaderas tradiciones argentinas eran las que
perduraban” en las provincias interiores, pasando a mirar críticamente “el martinfierrismo del
Litoral con sus pretensiones de representación argentina”.73
En la argumentación del autor, era éste un asunto histórico, no sólo en el sentido de que
se hallaba en juego una interpretación del pasado sino también en otro, quizás menos eviden-
te, que indicaba que era la voz de los historiadores la que debía venir a enmendar los desati-
nos, pasados y presentes, cometidos por quienes no se preocupaban por cumplir los procedi-
mientos de método que la historia prescribía, fueran “poetas y literatos” o sociólogos. Coni
se alarmaba ante la decisión del Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras
de Buenos Aires de tomar el Martín Fierro como “fuente de investigaciones” para temas ta-
les como las clases sociales o la familia.74 El problema no era banal, ya que daba en el cen-
tro de uno de los presupuestos metodológicos irrenunciables para la historiografía profesio-
nal, y remitía a una ya antigua discusión sobre el poema de Hernández. Esa polémica giraba
sobre cuánto había en él del lenguaje efectivamente empleado por los grupos criollos popu-
lares, aun de los bonaerenses, a mediados del siglo XIX, y todavía no se hallaba saldada. En
la perspectiva de Coni, el Martín Fierro era impensable como fuente, y no hablaba más que
de la inventiva de su autor. Coni citaba en su apoyo la autoridad de algunos filólogos e inves-
tigadores del folclore, aunque en esas disciplinas las opiniones estaban divididas.
Finalmente, el eje de discusión que elegía Coni habla de certezas que, tal vez a su pesar,
compartía con intelectuales ajenos a la academia: el historiador, armado de su instrumental
científico, se propone recuperar la “verdadera” tradición nacional allí donde no ha sido con-
taminada, y una auténtica representación de la nacionalidad. Desde cierto punto de vista, la

71 Cf. Coni, El gaucho, cit., p. 25.


72 Ibid., p. 24. Manuel Gálvez había esbozado una interpretación similar, hacia 1910, en El diario de Gabriel Qui-
roga. Opiniones sobre la vida argentina.
73 Cf. Coni, op. cit., p. 26. La imagen del interior como sede de la auténtica tradición puede rastrearse, aún en cier-
nes, en ciertos argumentos de J. V. González, por ejemplo.
74 Cf. Coni, El gaucho, cit., p. 248, haciendo referencia al primer número del Boletín del Instituto, de 1942. El pro-
blema del valor testimonial del poema había sido ya objeto de discusiones. Años más tarde, Martínez Estrada reto-
maba el asunto en “Lo gauchesco”, mencionado con anterioridad.

118
disidencia en torno de si ella debía encontrarse en el gaucho a lo Martín Fierro o en los cam-
pesinos sedentarios de las provincias interiores se torna una disidencia menor. Tampoco Co-
ni, historiador académico, dudaba de la existencia de una nacionalidad que pudiera ser repre-
sentada por algún tipo social autóctono, al que reclamaba la casi imposible condición de
“haber dado pruebas palpables de su argentinidad” por varias generaciones.75
De todos modos, la voz de Coni fue solitaria. En las décadas siguientes, la inclinación a
hacer del gaucho la figura clave de la “argentinidad” continuó siendo evidente en las accio-
nes estatales, a pesar de la existencia de algunas discrepancias.

3 Las razones que contribuyen a explicar que la apropiación estatal del mito gaucho haya
comenzado en estos años pueden hallarse, inicialmente, en aspectos específicos de la co-
yuntura. La autorización otorgada por el Congreso para la instalación de un monumento a
Hernández se produjo en ocasión del centenario del nacimiento del poeta, ya legitimado por
Lugones y Rojas. La iniciativa de 1938, a su vez, partió en La Plata de una asociación civil y
su ámbito de recepción fue el Poder Legislativo provincial, pero es posible que la cercanía de
grupos nacionalistas al gobierno de Fresco haya jugado algún papel.76 También fue visible,
en los años iniciales de la Segunda Guerra, una preocupación de las autoridades por apelar a
viejos procedimientos que, suponían, habrían de consolidar la unidad nacional: en las inter-
venciones oficiales durante los actos patrios, por ejemplo, se enlazaba la cuestión de la sobe-
ranía, reactualizada por la neutralidad decidida ante el conflicto, con la apelación a la tradi-
ción nacional. Quizás ese ambiente favoreciera la incorporación de la imagen del gaucho al
arsenal estatal utilizado.
Pero, como señalamos al comienzo, otro elemento que merece destacarse es el acuerdo
que, en los años cercanos a 1940, parecía reinar en torno de la asociación entre el gaucho y
la tradición argentina, clave de la nacionalidad. Para explicar ese acuerdo conviene atender a
tendencias que exhibían mayor antigüedad.
Desde fines del siglo XIX, la evocación de un pasado gaucho, que funcionó como inicial
principio identitario, fue corriente entre amplios grupos populares, y parece haber persistido,
aun conviviendo con otras imágenes, hasta laa década de 1930. En el clima del Centenario,
fueron algunos hombres de letras quienes rescataron al Martín Fierro como poema nacional,
con argumentos que no se extendieron sin controversias, y que desplazaban el foco de aten-
ción de una cuestión de contenido –la rebeldía frente a las injusticias–, hacia una vinculada a
la forma –la originalidad de un idioma y de un género nativo–. Paulatinamente, fueron que-
dando en el olvido algunos de los aspectos del poema que, en su hora, se habían juzgado los
más riesgosos para el orden social. Estas transformaciones fueron una de las condiciones de
posibilidad para que, a fines de la década de 1930, el Estado recogiera tardíamente aquella in-
clinación popular al criollismo.
Las iniciativas desplegadas por el Estado con el fin de afirmar el sentimiento de naciona-
lidad se concentraron desde fines del siglo XIX y por décadas, sin embargo, en una celebración

75 Cf. Coni, El gaucho, cit., p. 320.


76 Puede consultarse sobre este punto M. D. Béjar, “Altares y banderas en una educación popular. La propuesta
del gobierno de Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires”, en AA.VV., Mitos, altares y fantasmas. Aspec-
tos ideológicos en la historia del nacionalismo argentino, La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación/UNLP, 1992.

119
ajena al criollismo. El acento se ponía, en cambio, en el papel jugado por la élite y sus héroes
en la “fundación de la nación”. La escuela, una de las herramientas que intentaron utilizarse pa-
ra la intervención sobre la sociedad, siguió esa misma línea, al igual que la historia profesional,
en cuya organización el Estado estuvo más involucrado de lo que se ha supuesto con frecuen-
cia y cuyas producciones eran uno de los insumos que alimentaba el discurso de docentes y fun-
cionarios escolares. Durante mucho tiempo, los debates en torno de qué contenidos debían atri-
buirse a la nacionalidad que aspiraba a fortalecerse habían sido agitados, aunque en general
indirectos. Sin embargo, a la hora de consagrar al gaucho a fines de la década de 1930, en sec-
tores amplios del aparato estatal parecía haberse impuesto una concepción que tendía a definir
la identidad nacional en términos que se querían étnicos, con un eje en formas culturales a las que
se atribuía tanto un carácter popular como una antigüedad que las hacía en verdad argentinas.
De todas maneras, debe tenerse en cuenta que, tal como hemos sostenido, ni las inicia-
tivas del Estado ni las propuestas provenientes de la alta cultura se desarrollaron sobre unos
destinatarios que permanecieran inactivos o inertes. Por el contrario, el Estado intentó operar
sobre unos grupos sociales notoriamente heterogéneos que leían, interpretaban, atribuían sen-
tidos, construían relatos, inventaban tradiciones que no se alineaban con la que les proponían
la cultura letrada y el Estado. Esas acciones constituyeron esbozos de puja con la acción es-
tatal, que naturalmente variaba en intensidad de acuerdo con el momento, pero cuya existen-
cia no puede soslayarse. Como es evidente, planteos de este tipo se apoyan en la presunción
de la existencia de cierta autonomía cultural en los sectores subalternos y, simultáneamente,
en la observación de Baczko que insiste en que los imaginarios sociales resultan un lugar y
un objeto de conflicto. Desde estos puntos de vista, la apelación a un pasado gaucho fue, des-
de fines de siglo XIX y hasta la década abierta en 1930, una herramienta de integración y co-
hesión alternativa a la que el Estado proponía a los grupos populares. Tal carácter alternativo
suponía algún modo de disputa simbólica.
En ese espacio de intercambio y apropiación de bienes simbólicos, los autores ven for-
zados sus anhelos originales, y las interpretaciones más predecibles de los textos se pierden;
de este modo, un poema como Martín Fierro, referido a un personaje de ficción, pudo trans-
formarse en una versión del pasado, que a su vez se tornó una pieza clave de la identidad co-
lectiva. Parece entonces evidente que los grupos sociales, y entre ellos los sectores populares,
construyeron sus vínculos con el pasado con los relatos que les ofrecieron los manuales esco-
lares, la historia erudita y las arengas que, cuando alumnos, escucharon los días de fiesta na-
cional, pero también con un complejo mucho más amplio de textos, entendido el término en
un sentido amplio.
En este punto, es posible volver a considerar si una de las especialidades tradicionales
de la disciplina, la historia de la historiografía, tiene algún papel en el estudio de estos proce-
sos, dado que se la supone dedicada al análisis de la producción intelectual referida al pasa-
do. La respuesta sólo puede ser afirmativa si se entiende que “los sucesos y los problemas de
la historia de la historiografía son en realidad los sucesos y los problemas de la […] relación
global de una sociedad con las huellas reales o imaginarias de su pasado”.77 En la Argentina,
entre fines de siglo y 1940, los textos del criollismo fueron una de esas huellas. o

77 Cf. M. Mastrogregori, “Historiographie et tradition historique des souvenirs. Histoire ‘scientifique’ des études
historiques et histoire globale du rapport avec le passé”, en C. Barros (ed.), Historia a debate, I, Santiago de Com-
postela, HAD, 1995, p. 278.

120
Argumentos

Prismas
Revista de historia intelectual
Nº 6 / 2002
Para una historia
conceptual de lo político
(nota de trabajo)*
Pierre Rosanvallon

École des Hautes Études en Sciences Sociales

E l historiador de las ideas, el filósofo y el historiador de los hechos y las instituciones com-
partieron durante mucho tiempo la aprehensión del campo político, que recortaban en
tres territorios disciplinarios estrictamente estancos. Los herederos de Langlois-Seignobos y
Fustel de Coulanges, los émulos de Émile Faguet y los descendientes de Victor Cousin culti-
varon apaciblemente, durante más de medio siglo, sus pequeños jardines de “especialistas”
universitarios sin pensar siquiera en echar una mirada sobre los de sus vecinos. Y adoptaban
esa actitud cualesquiera fueran, por otra parte, las preferencias partidistas y las orientaciones
filosóficas que impregnaban sus trabajos. De allí el desgaste progresivo de esos géneros tra-
dicionales. En lo que les concernía, los jóvenes historiadores más dotados tomaron claramente
distancia desde la década de 1930. Los términos en que formularon su crítica son bastante co-
nocidos y no hace falta volver a ellos. En su contribución a Faire l’histoire,1 Jacques Julliard
explica de esta manera, y con justa razón, la mala prensa de que goza la historia política en-
tre los historiadores franceses desde hace unos cuarenta años.
¿Significa esto decir que el estudio de lo político se abandonó de manera progresiva y
que cedió por completo su lugar a los nuevos intereses en lo económico, lo social o lo cultu-
ral cultivados por la generación de los Ariès, los Braudel y los Febvre? En verdad, las cosas
no pasaron así. La declinación de la historia política tradicional también estuvo acompañada
del desarrollo de la historia de las mentalidades políticas y sobre todo de la sociología política.

* Asigno a este texto el estatus de nota de trabajo con la intención de preservar su carácter abierto. La reflexión
epistemológica y programática que desarrolla se inscribe, en efecto, en el período de redacción de una obra dedi-
cada a la Histoire de la démocratie française, que intenta poner prácticamente en acción las preocupaciones y orien-
taciones metodológicas que aquí se sugieren. En Le Moment Guizot (París, Gallimard, 1985) ya había efectuado
una primera tentativa, aún limitada y vacilante, encauzada hacia la historia conceptual de lo político, procurando
tomar distancia tanto con respecto a la historia política tradicional como a lo que se conviene en llamar historia de
las ideas. A medio camino entre un libro en lo sucesivo apartado de mí y que, en consecuencia, puedo releer con
una mirada crítica, y una obra que todavía tengo en mis manos, esta nota de trabajo refleja el sentido de un esfuer-
zo en marcha y no formula en modo alguno, por lo tanto, las conclusiones metodológicas de un trabajo que haya
dejado de interrogarse sobre sí mismo.
El presente artículo, cuyo título original es “Pour une histoire conceptuelle du politique (note de travail)”, se publi-
có en la Revue de synthèse, 4(1-2), enero-junio de 1986, pp. 93-105. Traducción de Horacio Pons.
1 J. Le Goff y P. Nora (comps.), Faire l’histoire, vol. 2, Nouvelles approches, París, Gallimard, 1974 [traducción
castellana: Hacer la historia, vol. 2, Nuevos enfoques, Barcelona, Laia, 1985].

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 123-133.


En La République au village,2 Maurice Agulhon dio sus cartas de nobleza a la primera, en
procura de allanar el camino a un nuevo enfoque de la historia política deseosa de mantener
distancia frente a las problemáticas deterministas (cf. Ernest Labrousse: “Lo social atrasa con
respecto a lo económico, y lo mental atrasa con respecto a lo social”) y las estrictas descrip-
ciones etnológicas. La sociología política, por su lado, conoció un indudable privilegio, la crea-
ción de un concurso de ciencias políticas por oposición que consagró a mediados de la década
de 1970 su especificidad universitaria. Además del renovado interés por la historia de las ideas
que resultó de ello, el desarrollo de esta disciplina se tradujo, sobre todo, en la multiplicación
de los trabajos referidos a las fuerzas políticas y el sistema político. Por el camino abierto a
principios del siglo XX por Roberto Michels3 y Moisei Ostrogorski,4 Annie Kriegel,5 Maurice
Duverger6 y Georges Lavau,7 por no citar más que a algunos, dedicaron libros, hoy clásicos,
al Partido Comunista Francés o al estudio global de los partidos. Por otra parte, abundaron los
trabajos sobre las élites políticas y el funcionamiento general del sistema político.
Muchos de los libros publicados en esas dos direcciones, la de la historia de las menta-
lidades y la de la sociología política, representaron una innovación y permitieron renovar el
enfoque del campo político. Pero no colmaron el vacío dejado por la desaparición gradual de
la historia de las ideas y la historia de las instituciones. El desplazamiento de método y de ob-
jeto que efectuaron también marcó rápidamente sus límites. Esto se advierte con claridad si
se toma el ejemplo del hecho comunista. La multiplicación de los estudios sobre el Partido
Comunista Francés o el movimiento comunista internacional –y los hay excelentes– no per-
mitió en verdad una mejor captación de la esencia del totalitarismo, y limitó por eso mismo
la comprensión que podíamos tener del funcionamiento de las sociedades comunistas. De allí
el interés creciente en la filosofía política desde principios de la década de 1970.8
Así, el abordaje de los problemas políticos ha estado marcado desde hace treinta años
por una serie de desplazamientos sucesivos, ya fuera simplemente por deslizamiento dentro
de la profesión misma de los historiadores, ya por modos de reactivación disciplinaria. Por un
lado, los historiadores de las mentalidades sucedieron a los llamados historiadores de los
acontecimientos. Por el otro, los sociólogos tomaron el relevo de los historiadores, y los filó-
sofos, luego, el de los sociólogos. Podría ya entablarse una primera discusión sobre la base de
esa comprobación, para intentar evaluar el aporte respectivo de las grandes obras que carac-
terizaron cada una de esas etapas. Planteada en esos términos, no estoy seguro de que la cues-
tión sea de mucho interés. Me doy cuenta tanto mejor de ello cuanto que yo mismo sentí en

2 M. Agulhon, La République au village, París, Seuil, 1979 (primera edición: París, Plon, 1970).
3 R. Michels, Les Partis politiques (1911), París, Flammarion, 1971 [traducción castellana: Los partidos políticos.
Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, Buenos Aires, Amorrortu edito-
res, 1972, 2 volúmenes].
4 M. Ostrogorski, La Démocratie et les partis politiques (dos volúmenes, 1902), reedición compendiada por P. Ro-
sanvallon, París, Seuil, 1979.
5 Cf. en particular A. Kriegel, Les Communistes français. Essai d’ethnographie politique, París, Seuil, 1968 [tra-
ducción castellana: Los comunistas franceses, Madrid, Villalar, 1978].
6 M. Duverger, Les Partis politiques, París, Armand Colin, 1951 [traducción castellana: Los partidos políticos, Mé-
xico, FCE, 1994].
7 G. Lavau, À quoi sert le parti communiste français?, París, Fayard, 1982.
8 Entre otros signos de ese interés, puede mencionarse el lanzamiento de nuevas colecciones como “Les classiques
de la politique” en Garnier, “Critique de la politique” en Payot y “Recherches politiques” en las PUF, o la publica-
ción de revistas como Libre y más adelante Passé-Présent.

124
algún momento la tentación de pensar desde ese punto de vista la renovación del estudio de
lo político (haciendo de la filosofía política, desde luego, la nueva vía regia de acceso a lo po-
lítico, que supuestamente opera con respecto a los sociólogos y los historiadores de las men-
talidades una ruptura equivalente a la que los padres fundadores de los Annales habían efec-
tuado con referencia a sus predecesores). No tengo dudas, claro está, de que el aporte de la
filosofía política es decisivo e insoslayable. Del mismo modo, estoy íntimamente convencido
de que ella abrió nuevos horizontes a la comprensión del mundo contemporáneo. El vigoroso
ascenso de la filosofía política al primer plano del escenario intelectual francés de la década
de 1980 es en verdad un fenómeno fundamental, que se explica sin duda por cierto agota-
miento de las grandes corrientes que marcaron el desarrollo de las ciencias sociales en la dé-
cada de 1960. Pero no se confunde con otro fenómeno más difuso, conexo pero, sin embargo,
distinto: la formación progresiva de una historia conceptual de lo político, que supera el juego
de los clivajes y desplazamientos que acabo de evocar.
Me parece que el hecho intelectualmente más interesante de estos últimos diez años es
el acercamiento gradual de las problemáticas de análisis de lo político de los especialistas sa-
lidos de disciplinas diferentes. Poco a poco, todo un conjunto de reorientaciones disciplina-
rias, autónomas en un inicio, pudieron dibujar un lugar común. Para ilustrar lo que decimos,
citemos a título indicativo las siguientes:

– el redescubrimiento y la renovación de la historia de las ideas con trabajos como


los de C. Nicolet (Histoire de l’idée républicaine en France),9 P. Manent (Naissan-
ce de la politique moderne),10 P. Bénichou (Le Sacre de l’écrivain)11 o L. Dumont
(Homo aequalis);12
– la renovación filosófica de la historia política con los libros de F. Furet (Penser la
Révolution française)13 o B. Baczko (Lumières de l’utopie);14
– la filosofía política del acontecimiento con los ensayos de C. Lefort reunidos en
L’Invention démocratique;15
– el desarrollo de una antropología política en el linaje de las obras de P. Clastres (La
Société contre l’État)16 y M. Gauchet y G. Swain (La Pratique de l’esprit humain);17
– la reactivación de la filosofía del derecho por obra de jóvenes filósofos como L.
Ferry y A. Renaut (Des droits de l’homme à l’idée républicaine).18

9 C. Nicolet, Histoire de l’idée républicaine en France, París, Gallimard, 1982.


10 P. Manent, Naissance de la politique moderne, París, Payot, 1977.
11 P. Bénichou, Le Sacre de l’écrivain, París, José Corti, 1973 [traducción castellana: La coronación del escritor.
Ensayo sobre el advenimiento de un poder espiritual laico en la Francia moderna, México, FCE, 1981].
12 L. Dumont, Homo aequalis, París, Gallimard, 1976 [traducción castellana: Homo aequalis. Génesis y apogeo de
la ideología económica, Madrid, Taurus, 1999].
13 F. Furet, Penser la Révolution française, París, Gallimard, 1978 [traducción castellana: Pensar la Revolución
Francesa, Barcelona, Petrel, 1980].
14 B. Baczko, Lumières de l’utopie, París, Payot, 1978.
15 C. Lefort, L’Invention démocratique, París, Fayard, 1981 [traducción castellana: La invención democrática, Bue-
nos Aires, Nueva Visión, 1990].
16 P. Clastres, La Société contre l’État, París, Minuit, 1974 [traducción castellana: La sociedad contra el Estado,
Barcelona, Monte Ávila, 1978].
17 M. Gauchet y G. Swain, La Pratique de l’esprit humain, París, Gallimard, 1980.
18 L. Ferry y A. Renaut, Des droits de l’homme à l’idée républicaine [traducción castellana: Filosofía política, III.
De los derechos del hombre a la idea republicana, México, FCE, 1991].

125
Todas estas obras comparten cierta dimensión filosófica. Pero ese rasgo no basta para carac-
terizar su aire de familia. La unidad de esos trabajos reside, más precisamente, en un presu-
puesto metodológico y una cuestión. El primero obedece a la definición implícita de lo polí-
tico sobre la cual se fundan. Para ellos, lo político no es una “instancia” o un “dominio” entre
otros de la realidad: es el lugar donde se articulan lo social y su representación, la matriz sim-
bólica en la cual la experiencia colectiva se arraiga y se refleja a la vez. ¿La cuestión? La de
la modernidad, su advenimiento y su trabajo.
Me parece ahora llegado el momento de superar la mera constatación de esta convergen-
cia muy globalmente definida para construir de manera más rigurosa la noción de historia
conceptual de lo político de la que participan estos diferentes trabajos. El primer paso de esa
construcción implica diferenciar con claridad esta historia conceptual de la historia tradicio-
nal de las ideas. Diferenciación tanto más necesaria cuanto que se advierte con nitidez que los
autores y las obras que acabamos de citar suscitan con bastante frecuencia la impresión de es-
tar sobre el filo de la navaja: posición precaria que, por supuesto, también hago mía.

***

La historia tradicional de las ideas me parece marcada por cierta cantidad de debilidades me-
todológicas que hay que catalogar con cuidado. Podemos señalar por lo menos cinco de ellas:
1) La tentación del diccionario. Consideremos obras clásicas de fines del siglo XIX como
las de Émile Faguet, Politiques et moralistes au xIxe siècle,19 o Paul Janet, Histoire de la phi-
losophie morale et politique.20 De hecho, están compuestas por una suma de monografías con-
sagradas a distintos autores. Cada uno de esos estudios puede tener méritos intrínsecos, pero
su agrupamiento no constituye, propiamente hablando, una obra que permita comprender el
movimiento intelectual del siglo. Podemos hacer el mismo reproche a libros más recientes, co-
mo el de Pierre Mesnard, L’Essor de la philosophie politique au seizième siècle.21 Si no leí a
Althusius o Hotman, este libro me dará una idea de su obra, pero la presentación sucesiva de
una veintena de grandes autores de la época no proporciona las claves del balanceo de conjun-
to que se produce por entonces en la filosofía política. Le Temps des prophètes de Paul Béni-
chou22 o la Histoire des idéologies dirigida por François Châtelet23 tienen el mismo inconve-
niente. Esto no significa que haya que rechazarlos. Al contrario, la mayoría de las obras que
hemos citado constituyen preciosos instrumentos de trabajo. Pero no tienen nada de histórico.
Son en realidad diccionarios especializados de obras o manuales de doctrinas políticas. Pueden
ser notables en el detalle de sus análisis, proporcionar un enorme caudal de útiles indicaciones
bibliográficas, presentar una diestra síntesis de tal o cual obra e incluso renovar el juicio sobre
un autor en particular, pero en general no están sostenidos por ninguna problemática global.

19 É. Faguet, Politiques et moralistes au xIxe siècle, París, s.f., tres volúmenes.


20 P. Janet, Histoire de la philosophie morale et politique, París, 1858, dos volúmenes.
21 P. Mesnard, L’Essor de la philosophie politique au seizième siècle, París, Vrin, 1969 (primera edición: 1936)
[traducción castellana: El desarrollo de la filosofía política en el siglo xVI, Puerto Rico, Ediciones de la Univer-
sidad, 1956].
22 P. Bénichou, Le Temps des prophètes, París, Gallimard, 1977 [traducción castellana: El tiempo de los profetas.
Doctrinas de la época romántica, México, FCE, 1984].
23 F. Châtelet (dir.), Histoire des idéologies, París, Hachette, 1978, tres volúmenes [traducción castellana: Historia
de las ideologías. De los faraones a Mao, Madrid, Akal, 1989, tres volúmenes].

126
Son libros hechos para la consulta, no es necesario leerlos de manera continua para descubrir
su aporte. Los colocamos en nuestra biblioteca en los anaqueles de los volúmenes de uso fre-
cuente, al lado de los diccionarios. Se trata ya de un lugar de preferencia.
2) La historia de las doctrinas. Sea en un inicio una “doctrina” cualquiera: la idea de pro-
greso, el socialismo, el liberalismo, el contrato social, el utilitarismo, etc. La “historia” de es-
ta doctrina consiste generalmente en un laborioso trabajo de señalamiento del avance de la
“idea” en la historia. Ejemplos de este género son obras como La Formation du radicalisme
philosophique de E. Halévy,24 J.-J. Rousseau et la science politique de son temps de R. Derat-
e
hé25 o Le Socialisme au xVIII siècle de A. Lichtenberger.26 Estos autores presuponen, de he-
cho, que la doctrina estudiada representa algo consumado y estable. Concepción abiertamente
finalista que hace de esas obras extensos rastreos de precursores. Se parte de Rousseau, Bent-
ham o Marx para identificar a todos los que los “anuncian”, los “prefiguran” o “marcan una
etapa” en la formación de la doctrina que ellos encarnan. El lector ve desfilar ante sí capítulos
en los cuales las obras sólo se examinan con referencia a un punto de llegada ya conocido. En
su forma culta (R. Derathé, E. Halévy), estas historias tienen al menos el mérito de reunir un
verdadero material documental y la prudencia de fijarse límites bastante estrictos en su bús-
queda de anticipaciones de la doctrina que estudian. En su forma vulgar, tienden de manera
inevitable a ampliar su campo, para hacer de la doctrina considerada la consumación resplan-
deciente de toda la historia filosófica. Hay, por ejemplo, historias del materialismo histórico
que, partiendo de los filósofos de la Antigüedad, trazan laboriosamente la larga lista de todos
aquellos que “columbraron” –al mismo tiempo que, en general, la pasaban por alto– la susodi-
cha doctrina hasta que ésta fue en definitiva comprendida en su totalidad por Marx. Las doc-
trinas son como gérmenes cuyo crecimiento se completa en obras que, en el fondo, no tienen
otro interés que el de reflejar su tortuoso avance. Paradójicamente, una historia semejante no
tiene nada de histórico. Lo que se pone en entredicho es aquí la noción misma de doctrina.
3) El comparatismo textual. Cohabita a menudo con la historia de las doctrinas. Consis-
te en no pensar una obra sino con referencia a las que la siguen o la preceden, y en darle exis-
tencia sólo en relación con lo que le es exterior. Cuántas presentaciones de Maquiavelo, Au-
guste Comte o Locke en las cuales no se trata de sus obras sino, sobre todo, de aquellas de las
que son deudoras o de los trabajos futuros cuyo camino abren. La historia de las ideas con-
siste entonces en manipular una especie de calidoscopio por medio del cual se puede dispo-
ner una multitud de figuras siempre bien ordenadas. Este comparatismo sistemático suele di-
simular una ausencia total de capacidad de interrogación de los textos. El arte del comentario
equivale a protegerse permanentemente detrás de la presuposición de un carácter explicativo
en sí mismo de la referencia. Decir que Sieyès anuncia a Benjamin Constant no nos enseña
nada, desde luego, si sólo se sabe que este último anuncia a Tocqueville o se opone a Joseph
de Maistre. La historia de las ideas, sin embargo, actúa a menudo de ese modo. Este compa-
ratismo generalizado señala por lo común una indigencia de la reflexión que se oculta detrás
de un ejercicio de pseudo erudición. En la mayoría de los casos, a ese defecto básico se su-
ma, además, una ceguera ante las diferencias de contexto en las cuales las obras cobran sen-

24 E. Halévy, La Formation du radicalisme philosophique, París, 1901-1904, tres volúmenes.


25 R. Derathé, J.-J. Rousseau et la science politique de son temps, París, Vrin, 1974 (primera edición: 1950).
26 A. Lichtenberger, Le Socialisme au xVIIIe siècle, París, 1895.

127
tido. Se compara a Adam Smith y Benjamin Constant como si sus obras procuraran respon-
der a la misma cuestión. De tal modo, la obra se aprehende implícitamente como un texto au-
tónomo y jamás se la concibe como un trabajo cuyos determinantes es preciso comprender.
Por otra parte, de ello resulta, en general, una acumulación de equívocos por los cuales se su-
pone que las palabras mismas no tienen historia. Se comparará a Rousseau, Tocqueville y
Gambetta sin tener en cuenta que el término “democracia” no tiene el mismo sentido para ca-
da uno de ellos.
4) El reconstructivismo. En este caso, el análisis y el comentario tienen como objeto
práctico reescribir una obra para presentarla con una coherencia y una claridad que se supo-
nen ausentes en el autor. El Marx de Althusser es el ejemplo casi demasiado perfecto de ese
reconstructivismo. Pero cualquiera puede tener también su Burke, su Maquiavelo o su Toc-
queville. Se trata de una manera de pensar por procuración, al abrigo de una obra sobre la
cual, en última instancia, puede proyectarse cualquier cosa. En el fondo, la obra no se toma
en serio y no es más que el soporte de una interpretación que la asfixia y la invade; se la con-
templa a la distancia.
5) El tipologismo. Reina sobre todo en los manuales, como la Histoire des idées politi-
ques de Jean Touchard (PUF, colección “Thémis”) o la obra de igual título de Marcel Prélot
(Dalloz), que por desdicha aún constituyen el alimento con el cual se atiborra a los universi-
tarios en las facultades de derecho y ciencias políticas. En ellos la historia de las ideas se re-
duce a la elaboración de una especie de vasto catálogo de las escuelas de pensamiento y las
doctrinas. Los autores distribuyen algunos centenares de obras en pequeños cajones con cu-
riosas etiquetas. Abramos el Prélot. Con él aprendemos a distinguir el nacionalismo “emoti-
vo” (Barrès, Péguy), “integral” (Maurras), “totalitario” (Hitler, Mussolini), “personalizado”
(De Gaulle). En cuanto al liberalismo, puede ser “puro” (Constant), doctrinario, democrático,
católico, constructivo, extremista; por lo demás, el término “liberalismo” nunca se define. No
hay ninguna historia en esos manuales que tienden a considerarlo todo en términos de escue-
las, etapas, períodos, corrientes. En ellos, el arte de la clasificación sustituye la reflexión y la
comprensión de las obras. Me parece que calificar de liberal puro a Benjamin Constant no
contribuye en absoluto a comprenderlo, así como el hecho de saber que Saint-Simon es un so-
cialista utópico tampoco puede ser de gran ayuda para nadie.
Estas cinco debilidades de la historia de las ideas se mezclan con frecuencia en grados di-
versos. El problema, señalémoslo, no se limita al mero debate entre texto y contexto tal como
se desarrolló, por ejemplo, en Inglaterra y los Estados Unidos a principios de la década de 1970.
La desventaja más grosera de todas esas obras tradicionales de historia de las ideas consiste en
que no nos hacen comprender nada histórico, aun cuando aprendamos mucho de otras cosas.
El aporte de la historia conceptual de lo político debe considerarse ante todo en función de este
límite fundamental.

***

El objeto de la historia conceptual de lo político es comprender la formación y la evolución


de las racionalidades políticas, es decir, de los sistemas de representación que gobiernan el
modo como una época, un país o unos grupos sociales conducen su acción e imaginan su por-
venir. Si partimos de la idea de que esas representaciones no son un continente exterior a la
conciencia de los actores –como lo son, por ejemplo, las mentalidades–, sino que resultan, al

128
contrario, de un trabajo permanente de reflexión de la sociedad sobre sí misma, la meta de la
historia conceptual de lo político es: 1) hacer la historia de la manera como una época, un país
o unos grupos sociales procuran construir respuestas a lo que perciben más o menos confusa-
mente como un problema, y 2) hacer la historia del trabajo efectuado por la interacción per-
manente entre la realidad y su representación, definiendo campos histórico-problemáticos. Su
objeto, así, es identificar los “nudos históricos” en torno de los cuales se organizan nuevas ra-
cionalidades políticas y sociales y se modifican las representaciones de lo político en relación
con las transformaciones de las instituciones, las técnicas de gestión y las formas de la rela-
ción social. Es historia conceptual porque la inteligibilidad de las situaciones y el principio de
su activación se anudan y se ponen a prueba en torno de conceptos: la igualdad, la soberanía,
la democracia, etcétera.
Algunos ejemplos de esos nudos y esas cuestiones: ¿cómo trabaja la cuestión “terminar
la Revolución” en la cultura política del siglo XIX en su relación con la percepción de termi-
dor? ¿Cómo se anuda la cuestión del liberalismo y la democracia durante la Revolución? ¿Có-
mo y por qué se transforma la reflexión sobre el lazo social en la Inglaterra del siglo XVIII?
Estos ejemplos puntuales nos llevan a hacer una observación fundamental: la historia concep-
tual de lo político, si bien puede aprehender un cúmulo de objetos distintos, siempre se rela-
ciona, no obstante, con una perspectiva central, la de la interrogación sobre el sentido de la
modernidad política, su advenimiento y su desarrollo; modernidad política ligada al surgi-
miento progresivo del individuo como figura generadora de lo social, que pone la cuestión de
las relaciones entre el liberalismo y la democracia en el corazón de la dinámica de la evolu-
ción de las sociedades.
Contrariamente a la historia de las ideas, la materia de esta historia conceptual de lo po-
lítico no puede limitarse al análisis y el comentario de las grandes obras, aun cuando éstas pue-
dan en ciertos casos considerarse con justa razón como polos que cristalizan las cuestiones que
una época se plantea y las respuestas que intenta darles. Esa historia conceptual toma de la his-
toria de las mentalidades27 la preocupación de incorporar el conjunto de los elementos que
componen ese objeto complejo que es una cultura política: el modo de lectura de las grandes
obras teóricas, las obras literarias, la prensa y los movimientos de opinión, los panfletos y los
discursos de circunstancia, los emblemas y los signos. No podemos conformarnos, por ejem-
plo, con aprehender la cuestión de las relaciones entre liberalismo y democracia durante la Re-
volución Francesa suponiendo que consiste en una especie de debate en la cumbre entre Rous-
seau y Montesquieu. Hay que tomarse el trabajo de ver qué retenían de estos autores quienes
los reivindicaban, examinar la masa de los petitorios enviados a la Asamblea, sumergirse en el
universo de los opúsculos y los libelos, releer los debates parlamentarios, penetrar en los clu-
bes y las comisiones. Es preciso, también, hacer la historia de las palabras y estudiar la evolu-
ción de la lengua (por ejemplo, cuando se habla de democracia no se entiende lo mismo en
1789 que en 1793). En términos aún más amplios, debe tomarse en cuenta en forma permanen-
te la historia de los acontecimientos y las instituciones. Desde este punto de vista, no hay ma-

27 Sobre este punto remito al número especial “Histoire des sciences et mentalités” de la Revue de synthèse, 111-
112, julio-diciembre de 1983, y en particular al artículo de Roger Chartier, “Histoire intellectuelle et histoire des
mentalités. Trajectoires et questions”, que aboga legítimamente por un acercamiento de la historia de las ideas y la
historia de las mentalidades.

129
teria específica de la historia conceptual: ésta consiste ante todo en la recolección del conjun-
to de los materiales sobre los cuales se apoyan, cada uno por su lado, los historiadores de las
ideas, de las mentalidades, de las instituciones y de los acontecimientos.
Su originalidad reside más en su método que en su materia. Ese método es a la vez in-
teractivo y comprensivo. Interactivo, porque consiste en analizar el modo como una cultura
política, unas instituciones y unos acontecimientos trabajan unos en otros, componiendo figu-
ras más o menos estables: análisis de los pliegos, de las distancias, de las superposiciones, de
las convergencias, de los vacíos que acompañan ese trabajo y señalan tanto sus equívocos o
ambigüedades como sus formas de realización. Comprensivo, porque se esfuerza por captar
una cuestión resituándola en sus condiciones concretas de emergencia. En esas circunstancias
es imposible atenerse a un enfoque “objetivista” que presuponga que el historiador se cierne
y domina desde el exterior un objeto inerte. El enfoque comprensivo procura aprehender la
historia en marcha, mientras aún es posibilidad y antes de quedar establecida en su estatus de
necesidad. En el campo histórico, comprender en el sentido de Max Weber (verstehen) impli-
ca reconstruir el modo como los actores elaboran su inteligencia de las situaciones, identifi-
car las recusaciones y atracciones a partir de las cuales piensan su acción, dibujar el árbol de
los callejones sin salida y las posibilidades que estructura implícitamente su horizonte. En es-
te aspecto, método empático, por lo que supone de capacidad de retomar una cuestión situán-
dose en el interior de su trabajo. Pero empatía naturalmente limitada por la toma de distancia
que permite pensar las zonas de enceguecimiento y las contradicciones de los actores o los
autores. Empatía controlada, si se quiere.28
Este enfoque comprensivo se justifica por el presupuesto de un invariante entre la situa-
ción del autor o actor estudiados y la nuestra. Para el sociólogo weberiano, ese invariante es
el de la naturaleza humana. En el caso de la historia conceptual de las ideas, consiste en tener
conciencia de que seguimos inmersos en las cuestiones cuyo trabajo se estudia. Así, la obra
del historiador puede allanar el camino a un nuevo tipo de compromiso intelectual. Éste no
consiste en investir ideas, preferencias o a priori en una lectura o una ponencia; y tampoco es
la simple puesta en escena de los grupos sociales o los autores hacia los cuales una simpatía
espontánea puede inclinar al intérprete. La meta es hacer de esa historia conceptual un recur-
so de comprensión del presente. Idea extremadamente banal, podría aducirse con razón: el in-
terés de la historia del pasado siempre consiste en esclarecer el presente. Sin embargo, si se
observan con más detenimiento, las cosas no son tan simples. En efecto, muchos libros de his-
toria tratan antes bien de reinterpretar el pasado en función del presente e incluso del futuro
tal como lo imaginan. Esta inversión de los términos de la operación de comprensión me pa-
rece particularmente asombrosa en el ámbito de la historia política. Tomemos el ejemplo de

28 La empatía, al contrario de la simpatía, no implica ninguna identificación. Esta distinción elemental no siempre
parece comprenderse. Me di cuenta de ello cuando algunos me reprocharon que escribiera sobre el liberalismo de
principios del siglo XIX a partir de Guizot. La empatía requiere a la vez un trabajo de información (que me haga
capaz de evaluar los datos de la situación en la cual se encontró un autor y captar con claridad la estructura del cam-
po histórico intelectual en el que se movió) y un trabajo de distanciamiento (que me haga evaluar permanentemen-
te la diferencia entre mi propia situación y la del observado). P.-H. Maucorps y R. Bassoul escriben en Empathie
et connaissance d’autrui, citado en Jean Foulquié, Dictionnaire de la langue philosophique, París, PUF, 1969: “La
empatía exhibe un carácter más desinteresado, más conjetural y en cierto modo más especulativo que la simpatía.
Por eso aparece esencialmente como un proceder participativo tendiente a la comprensión del otro en tanto otro, y
a la previsión de sus potencialidades”.

130
la historia política de la Revolución Francesa. El libro de Aulard,29 que constituye la obra clá-
sica de referencia sobre el tema, analiza el movimiento político de la Revolución relacionan-
do permanentemente los discursos y las instituciones políticas del período con lo que el autor
considera la forma estable y consumada de la idea democrática.30 Sigue así los avances y re-
trocesos de la democracia desde 1789 hasta 1799 a partir de su propia visión de ésta (el go-
bierno para el pueblo y por el sufragio universal). Juzga este período desde el presente toma-
do como punto fijo. De tal modo, una historia gradualista y lineal de este tipo considera un
elemento dado y una experiencia cierta (sufragio universal = democracia) lo que es, en reali-
dad, el lugar de trabajo de un problema (la reducción progresiva de la idea democrática a la
del voto). Aulard hace como si la idea democrática estuviera presente en el inicio, y que sólo
impidieran su plena realización las circunstancias, el discernimiento insuficiente de los acto-
res o los datos de la lucha de clases entre el pueblo y la burguesía. Comprendida de esta for-
ma, la historia siempre es simple: es el lugar en el cual se enfrentan fuerzas opuestas (la ac-
ción y la reacción, lo progresista y lo retrógrado, lo moderno y lo arcaico, lo burgués y lo
popular) cuya resultante explica los avances y retrocesos de la idea. El pasado se juzga des-
de el punto de vista de un presente que en sí mismo no se piensa. En tales condiciones, la his-
toria se convierte en un verdadero obstáculo a la comprensión del presente. La historia con-
ceptual de lo político, en su dimensión comprensiva, permite al contrario suprimir la barrera
que separa la historia política de la filosofía política. Comprensión del pasado e interrogación
sobre el presente participan de un mismo rumbo intelectual. Por eso mismo, aquélla ofrece,
además, un terreno de encuentro del ensayismo y la erudición que suelen presentarse de bue-
na gana como antagónicos. La erudición es la condición indispensable de la aprehensión del
trabajo que se efectúa en la historia (para tomar un rumbo comprensivo, en efecto, la suma de
las informaciones que es preciso poner en juego y las lecturas que deben hacerse es conside-
rable) y el ensayismo, como forma de intervención en la actualidad, es el motor de la interro-
gación que funda el deseo de conocer y comprender.

***

Estas observaciones, voluntariamente esbozadas con trazo grueso, sugieren que la historia con-
ceptual de lo político no conduce tanto a rechazar los caminos tradicionales de la historia de las
ideas y la historia de los acontecimientos y las instituciones, o los más recientes de la historia
de las mentalidades, como a recuperar su materia en una perspectiva diferente. Trabajo de recu-
peración que en algunos casos puede explicar el riesgo de un simple retorno. Que es particular-
mente visible en materia de historia de las ideas. Ese campo, en efecto, permaneció abandona-
do durante tanto tiempo que a menudo hay que reconstruir su materia más tradicional antes de
hacerla trabajar en la perspectiva de la historia conceptual. Doble esfuerzo de recuperación e in-
novación que, por la fuerza de las circunstancias, es preciso llevar a cabo simultáneamente.
La historia conceptual así definida debe, por último, distinguirse además de algunas ten-
tativas hechas recientemente para renovar la historia de las ideas: en especial la de la historia

29 F. Aulard, Histoire politique de la Révolution française, París, Armand Colin, 1913.


30 El subtítulo del libro –“Origines et développement de la démocratie et de la république”– es en sí mismo una
ilustración de esta concepción.

131
contextual de las ideas (cf. los trabajos de Quentin Skinner). Skinner, autor del magnífico The
Foundations of Modern Political Thought,31 procuró superar el antagonismo, particularmen-
te marcado en los países anglosajones, entre la lectura “filosófica” de los grandes autores,32
fundada en la transformación del texto en un objeto cerrado y autosuficiente,33 y la lectura
“histórica” que, impregnada de resabios de marxismo, tiende a hacer de las obras meros pro-
ductos ideológicos derivados de las circunstancias y determinados por ellas. Muy influido por
los trabajos de John Langshaw Austin,34 Skinner, además de su deseo de no atenerse a los
“grandes autores”, intentó leer los textos como “actos lingüísticos” situados en “campos de
significación convencionalmente reconocibles”. El texto se lee como un discurso cuyo meo-
llo sólo puede comprenderse si las intenciones del autor se resitúan en un contexto de con-
venciones. Enfoque que provocó una gran renovación en la historia de las ideas y permitió
entablar un diálogo entre el historiador y el filósofo, pero cuyo carácter innovador se vio li-
mitado, me parece, por la falta de distinción entre la problemática de los “problemas eternos
de la filosofía” y la del trabajo de las cuestiones. En efecto, los términos en los que se realizó
el debate metodológico sobre la manera de hacer historia de las ideas en los Estados Unidos e
Inglaterra35 llevaron a Skinner a sospechar de manera demasiado sistemática de “philosophia
perennis” todo lo que tendía intelectualmente a articular la lectura de las cuestiones del pre-
sente con la del pasado.36 Las condiciones en que desarrolló su crítica de la historia tradicio-
nal de las ideas lo indujeron a no dar el paso que lo habría impulsado con toda naturalidad a
prolongar su marcha hacia la historia conceptual de lo político: quiso o tuvo que mantenerse

31 Q. Skinner, The Foundations of Modern Political Thought, Cambridge, Cambridge University Press, 1978, dos
volúmenes [traducción castellana: Los fundamentos del pensamiento político moderno, México, FCE, 1993, dos vo-
lúmenes]. Puede compararse este libro con la obra citada de P. Mesnard para apreciar el abismo que los separa.
Skinner explicó su método en una serie de artículos muy interesantes. Citemos en particular: “Meaning and unders-
tanding in the history of ideas”, History and Theory, 7(1), 1969; “Some problems in the analysis of political thought
and action”, Political Theory, 2(3), agosto de 1974 (todo el número reproduce las actas de un simposio dedicado a
Skinner); “Motives, intentions and the interpretation of texts”, New Literary History, 3, 1972.
32 Como representantes de la “text school”, cf. en especial Leo Strauss y J. Cropsey, que resumen con claridad su
punto de vista en History of Political Philosophy, Chicago, University of Chicago Press, 1963 [traducción castella-
na: Historia de la filosofía política, México, FCE, 1996].
33 Hace poco conocí a un joven estudiante de Chicago a quien el profesor, que es un discípulo de L. Strauss, había
dado la tarea de analizar la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith, ¡prohibiéndole que leyera ninguna
obra de comentario y ningún libro de historia sobre el período!
34 Cf. J. L. Austin, How to Do Things with Words, Oxford, Clarendon Press, 1962 [traducción castellana: Cómo ha-
cer cosas con palabras: palabras y acciones, Barcelona, Paidós, 1988]. Recordemos que para Austin el lenguaje
es una actividad que realiza algo; no es únicamente un operador pasivo de la significación.
35 Este debate, que tuvo muy pocos ecos en Francia, generó una inmensa bibliografía. Para hacerse una idea de ello,
podrán consultarse dos artículos fundamentales: J. G. A. Pocock, “The history of political thought: a methodological
enquiry”, en Peter Laslett (comp.), Philosophy, Politics and Societies, second series, Oxford, Oxford University Press,
1962 (Pocock es también el autor del notable The Machiavellian Moment, Princeton, Princeton University Press, 1975;
la dimensión de este artículo no nos permite discutir el método de su obra y tampoco el de Sheldon Wolin, Politics
and Vision, Boston, Little, Brown and Co., 1960 [traducción castellana: Política y perspectiva: continuidad y cam-
bio en el pensamiento político occidental, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1973]; estas dos obras abrieron una
perspectiva muy próxima a lo que aquí llamo historia conceptual de lo político, a la vez que se asignaron por ob-
jeto un período quizá demasiado amplio); Peter L. Janssen, “Political thought as traditionnary action: the critical
response to Skinner and Pocock”, History and Theory, 24(2), 1985. Todo este debate merecería presentarse exten-
samente al público francés (en inglés se le dedicaron millares de páginas).
36 Lo cual plantea, señalémoslo, el problema del tratamiento de la modernidad como un campo problemático en tér-
minos relativamente constantes. Esta cuestión merecería que se consagrara un debate a la pertinencia del concepto
de modernidad en filosofía política.

132
en su papel de profesor de Cambridge. Su aporte, no obstante, sigue siendo ineludible y en
este aspecto reconozco mi deuda con él.

***

La historia conceptual de lo político no se funda en la aplicación de recetas que, mecánica-


mente administradas, basten para redactar un libro capaz de ilustrar, mejor de lo que podría
hacerlo una “declaración de intenciones” necesariamente torpe, lo que ella aspira a hacer. To-
da obra sigue siendo un frágil intento de producir un complemento de inteligibilidad median-
te la escritura. Acaso aquí más aún que en otros lugares. o

133
Lecturas

Prismas
Revista de historia intelectual
Nº 6 / 2002
Sufragio, representación y soberanía
en la democracia contemporánea
Darío Roldán
UTDT / CONICET

En torno de Le Sacre du Citoyen. Histoire du suffrage universel en France (1992), Le Peuple


Introuvable. Histoire de la représentation démocratique en France (1998) y La Démocratie
Inachevée. Histoire de la souveraineté du peuple en France (2000), de Pierre Rosanvallon.

Luego de haber desaparecido durante siglos de la mismo ha denominado “historia conceptual de lo


paleta de regímenes posibles o deseables, el ideal político”.1 De este modo, en estos libros se
democrático irrumpe como utopía y como ofrece a la vez una clave de comprensión de la
desafío en el contexto del ciclo de revoluciones crisis política mayor que atraviesa la democracia
de fines del siglo XVIII. Dos siglos después la contemporánea y una perspectiva original inédita
democracia se ha instalado como un sinónimo acerca de cómo vertebrar la historia política, la
del bien político. Paradójicamente, esta tan historia de las ideas, la sociología política y la
reciente como extendida aceptación de la filosofía política.
democracia –por cierto, en su versión Por ello, sería erróneo suponer que
“representativa”– coincide con la crisis de sus Rosanvallon analiza sólo los disfuncionamientos
fundamentos. de la democracia contemporánea o que los
Los síntomas de ese malestar son múltiples y compara con una época dorada o con un tipo
a pesar de que divergen según las regiones y la ideal o que rastrea la historia de la aparición de
historia, algunos son comunes e incluso los síntomas animado por una voluntad
trascienden las diferentes performances correctiva o prescriptiva. Su enfoque no se
económicas. El incremento de la abstención entrega ni a la nostalgia ni a la prescripción:
electoral, la dificultad que enfrentan los partidos tampoco cede a imputar defectos a corregir para
tradicionales en expresar las expectativas un buen funcionamiento de un modelo. Su trabajo
ciudadanas, la ruptura entre los ciudadanos y las se aparta así de una nutrida bibliografía sobre la
élites, visible tanto en las elecciones como en las democracia centrada en el análisis de modelos
encuestas de opinión, son sólo algunos ejemplos. (Held, Macpherson y otros) o en intentos de
A ellos se han sumado condicionantes inéditos definición y problematización de sus componentes
que limitan las decisiones emanadas de la principales (Arblaster, Dahl, etcétera).
voluntad popular: en particular, los efectos Alejado de estas perspectivas, el análisis de
políticos de la globalización y, en algunos países, Rosanvallon se concentra en comprender aquella
el rol creciente de instituciones –como la crisis partiendo de una idea central: las
Justicia– cuyo poder en el proceso de toma de
decisiones se ha incrementado
significativamente. 1 Es imposible, en el espacio disponible, ofrecer aunque sea
La democracia parece haberse impuesto una somera indicación de esta idea. Sobre el particular, cf.
indiscutiblemente como ideal político al mismo Rosanvallon, P., “Pour une histoire conceptuelle du
tiempo en que se fragiliza su funcionamiento. politique”, en Revue de Synthèse, 1986, Nº 107, p. 93-105
–reproducido en este mismo número de Prismas– y la Leçon
Precisamente, la comprensión de esta fragilidad Inaugurale de la Chaire d’histoire moderne et contemporaine
de la democracia contemporánea es lo que du politique al Collège de France, pronunciada el 23 de
vertebra el conjunto de los textos aquí marzo de 2002 (Agradezco a P. Rosanvallon el haberme
presentados y cuya originalidad no sólo reside en comunicado este texto). A lo largo de los textos aquí
presentados, Rosanvallon también aborda esta cuestión. Por
la profundidad del análisis sino en la propuesta ejemplo, cf. La démocratie inachevée, pp. 32 y ss. y Le
que Rosanvallon vehiculiza en ellos y que él Peuple Introuvable, pp. 361 y ss.

137
dificultades de la democracia se enraizan en un partes de un mismo cuerpo pero la equivalencia
conjunto de indeterminaciones conceptuales y de calidad implicada en la reivindicación de la
filosóficas que pueden verse ya en acción en el igualdad política sólo puede elaborarse a partir
momento de su irrupción como ideal político y de una visión, a la vez y paradójicamente,
que se despliegan y construyen en la historia. Su individualista y abstracta del lazo social. La
perspectiva es por ello, antes que nada, igualdad política sólo es pensable abstrayendo
conceptual. las diferencias “reales” que separan a los
Pero, en la medida en que se explaya en el hombres, ya sea que ellas provengan de la
“largo plazo” –grosso modo, desde la Revolución Naturaleza o de la Historia y luego de haber
Francesa hasta fines del siglo XX– su perspectiva decidido voluntariamente hacer caso omiso de
es también histórica. Pero tampoco ella podría las diferencias de saber y de poder. La igualdad
comprenderse a partir de una historia “lisa” de política requiere entonces hacer abstracción de la
los problemas que la democracia ha enfrentado y realidad social. Aquí reside, al mismo tiempo, su
del repertorio de respuestas ofrecido a ellos. extraordinario vigor y su radical debilidad, la
Rosanvallon no se limita a construir una historia explicación de su fuerza y las razones de la
de la idea democrática ni a relatar las diferentes persistente desconfianza que –aún veladamente–
maneras en que ella fue concebida. Para él, la sigue despertando.
historia es el “laboratorio en actividad del Pero, según Rosanvallon, la originalidad de la
presente y no la iluminación de su telón de igualdad política no se agota en la visión
fondo” y sólo el diálogo renovado entre pasado y individualista y artificial de lo social que ella
presente permite “hacer legible el proceso impone. También vehiculiza una imagen del lazo
instituyente de las sociedades”. social en contraposición con las representaciones
Fundados en la perspectiva de contribuir a que desde el siglo XII pensaban el vínculo entre
elaborar los fundamentos de una “historia los hombres a partir de la idea de un mundo
conceptual de lo político”, los textos que aquí se jerarquizado y dividido en órdenes o de las que
presentan parten del imperativo de comprender desde el siglo XVIII lo escrutaban a partir de la
las indeterminaciones originarias inscriptas a la división del trabajo bajo la forma del mercado.
vez en la idea de la democracia y en los desafíos Transmutada bajo la forma del sufragio
de su realización. Rosanvallon ha identificado universal, la igualdad política introduce una
hasta ahora tres2 y ha consagrado un libro a concepción del lazo social alternativa al Cuerpo
explorar cada una de ellas: la que anida en la y al Mercado, fundada en la noción de
conceptualización del sufragio que lleva a Ciudadanía. Al hacerlo, introduce una forma de
explorar las dificultades que revela la historia de derecho también original en la medida en que, a
la ciudadanía; la que se revela en los diferencia de los derechos “individuales” de la
mecanismos representativos que exige interrogar tradición liberal, que son típicamente de
el déficit de figuración del Pueblo; por último, la protección, o de los derechos sociales que son de
que aflora en la realización de la soberanía distribución, los derechos políticos inherentes a
popular que requiere exponer la indeterminación la noción de ciudadanía son derechos
conceptual en torno de las formas de comprender “constructivos”; ni atribuyen ni protegen:
la soberanía popular. producen la sociedad en una suerte de identidad
con la ciudadanía. De este modo, la historia de la
*** constitución de la noción de ciudadanía también
se inscribe en una historia de los modos de
Le Sacre du Citoyen. Histoire du suffrage pensar lo social.
universel en France parte de la convicción según Ahora bien, si un aspecto de la
la cual la noción de igualdad política, es decir, de indeterminación concerniente al sufragio
una equivalencia radical entre los hombres,
introduce una ruptura intelectual esencial en la
reflexión sobre la política y la sociedad 2 Hasta ahora, se ha señalado que los tres libros constituyen
modernas aún más importante que la idea de la una suerte de “trilogía” sobre la democracia contemporánea.
igualdad social. En efecto, esta última puede Así lo dio a entender Rosanvallon en Le Peuple Introuvable
hundir sus raíces en el cristianismo o provenir de (p. 22, nota 1). Sin embargo, en las conclusiones de La
démocratie inachevée sugiere que la exploración de estas
la extensión de la noción de solidaridad entre indeterminaciones será enriquecida con otros volúmenes.

138
universal remite a las dificultades, implicaciones asociar el derecho al sufragio universal con la
y supuestos políticos y filosóficos que supone la escolarización, instalándose así en la continuidad
irrupción de la noción de igualdad política que de una de las ideas fuertes de los doctrinarios
Rosanvallon explora con gran detalle, otro según la cual el voto no podía pensarse disociado
aspecto es el que exige la comprensión moderna de la capacidad (La educación de la
del voto. Ello supone advertir las dificultades y, democracia). Finalmente, un último capítulo
a veces, los fracasos en pasar de la soberanía cierra con las consideraciones relativas a la
pasiva del pueblo –en la que sin duda se dejan historia de la aprobación del voto femenino (El
escuchar ecos pre-modernos– al individuo trabajo de la universalización).
elector moderno. El voto “antiguo” y el voto Como se ve, el siglo XX no recibe la misma
“moderno” están así separados tajantemente por atención que el XIX, anunciándose aquí un patrón
esta oposición que distingue entre la elección de análisis repetido en las otras obras, como si lo
producida por el pueblo considerado como un esencial de la historia conceptual de lo político
cuerpo y el pueblo considerado como una suma debiera recluirse en la experiencia del siglo XIX.
de individuos; entre “la soberanía autorización y Sin embargo, por detrás de esta presentación
el autogobierno, entre el consentimiento cronológica discurren al menos cuatro
colectivo que se da a un hombre designado y la perspectivas que vertebran una lectura diferente
elección individual y razonada de un candidato”. del texto, confiriéndole no sólo su indudable
La historia del sufragio universal se despliega originalidad sino una extraordinaria capacidad
así como respuesta a la transformación de la para constituirse en modelo de análisis para otras
soberanía pasiva del pueblo en individuo elector experiencias.
moderno. Es, por ello, la historia del pasaje del La consagración del ciudadano supone la
consentimiento al autogobierno, y del pueblo aceptación de la igualdad política y la
–considerado como un cuerpo– al individuo emergencia del elector moderno. Ambos
autónomo. Pero es, también, una historia que, procesos sólo se hacen verdaderamente
según Rosanvallon, se sitúa en el doble inteligibles, según Rosanvallon, en el
movimiento que implica la secularización entrecruzamiento de varias historias. En primer
(autoinstitución de lo político y lo social) y la lugar, la más evidente, la dimensión jurídico-
subjetivización (advenimiento del individuo institucional jalonada en Francia por la
como categoría organizadora de lo social). consagración del sufragio universal en 1848,
Rosanvallon examina la cuestión a través de finalmente consolidado a partir de la III
una presentación cronológica. Esta elección es República y completado en 1944 con el voto
más “rígida” en el siglo XIX que en el XX puesto femenino. Esta dimensión incluye otra, de
que el texto analiza sucesivamente la experiencia naturaleza social. Ella se hace presente antes de
bonapartista (La ciudadanía sin democracia), El 1848 puesto que, en su origen, la definición de la
orden capacitario (fundado en la noción de ciudadanía expresa claramente una forma de
soberanía de la razón y del ciudadano capacitario delimitar la inclusión social y es, por lo tanto,
elaborada por Guizot, en boga durante la una historia relacionada con la incorporación de
Monarquía de Julio), la experiencia de La excluidos y marginales (extranjeros,
República utópica (que alude a la fracasada dependientes, mendigos, etc.). Pero también
experiencia de articular el sufragio universal con recubre otra –antropológica– que se hace
un régimen republicano entre 1848 y el coup evidente cuando se la considera desde la
d’Etat de Luis Napoleón), las vicisitudes del perspectiva del voto femenino. Ésta no puede ya
voto durante el Segundo Imperio que reemplazó comprenderse sólo bajo la forma de la historia
a la República, legitimado por un plebiscito social, como el producto de un conflicto de
fundado en el sufragio universal (El poder de la sectores marginados que luchan por su inclusión.
última palabra) y, en fin, la experiencia Rosanvallon sugiere que lo que la subtiende en
inaugurada a partir de 1875 con la III República profundidad exige movilizar una perspectiva
cuyos principales impulsores siempre pensaron a antropológica en la medida en que la historia de
la República por encima del sufragio universal. la universalización del sufragio es también la del
De allí que la conjunción de ambos requiriera un paso de individuos considerados dependientes al
considerable esfuerzo “pedagógico”. Ése fue el reconocimiento de su condición de autonomía.
sentido, obviamente, de la propuesta de Ferry de Dicho de otro modo, la historia de la lucha

139
contra el voto censitario es de naturaleza particulares que el sufragio universal tiende a
diferente que la lucha por el voto femenino. Esta expresar. De aquí, concluye Rosanvallon, el
dimensión antropológica –que implica un sufragio universal es, en Francia, antes que nada,
extraordinario cambio en la percepción del otro– un símbolo de la pertenencia social, una forma
se inscribe en la realización de una sociedad de de “reapropiación colectiva del antiguo poder
individuos. Pero ésta es una historia sólo real”. De allí, las dificultades de la cultura
parcialmente cerrada con la plena política francesa en aceptar las implicaciones
“incorporación” de la mujer como individuo últimas de la igualdad política que, obviamente,
autónomo3 puesto que aún plantea cuestiones exigen comprender el espacio político como
pendientes como las restricciones “clínicas” “irreductible al de la gestión o al de la técnica”.
(enajenados mentales) o de edad (menores) a la Esta dificultad se hace visible en la concepción
categoría de ciudadanos. Si, como sugiere del campo de lo político puesto que éste tiende
Rosanvallon, esta historia no ha terminado es más bien a asociarse a la gestión que a un
porque ella remite al proceso de espacio de invención social de normas,
individualización de lo social que anuncia el definiendo así una “democracia de integración”
advenimiento del individuo radicalmente antes que una “democracia de gobierno”. “La
abstraído de toda “determinación”, considerado democracia ha tiunfado como religión pero sólo
como un ser viviente sin ninguna distinción de se impuso como régimen tardíamente”, concluye
condición, de sexo o de edad. Rosanvallon.
Las dimensiones jurídica, social y La crisis de la democracia de integración no
antropológica encubren finalmente otra,4 remite sólo a los mecanismos asociados con el
epistemológica: la del reconocimiento de la sufragio. La comprensión profunda de sus
validez del sufragio universal como patologías, ambigüedades y dificultades requiere
procedimiento óptimo de decisiones. Según una explorar los vericuetos a través de los cuales el
fórmula clásica, ella involucra el conflicto entre sufragio universal crea las condiciones para la
el número y la razón y el de la legitimización de “expresión” de la soberanía popular. Por ello, su
las decisiones. Igual que la historia antropológica comprensión exige examinar los mecanismos
del sufragio, la historia epistemológica es representativos que subtienden la democracia.
también una historia abierta. Es cierto que ella
no persiste en la oposición al sufragio universal ***
–cuya aceptación es indiscutida–; sin embargo,
las ambigüedades que aún despierta se hacen Le Peuple Introuvable. Histoire de la
visibles en algunos aspectos como la représentation démocratique en France explora
clarividencia que se atribuye a algunos frente a las indeterminaciones concernientes a la
la ceguera de la mayoría, al retraso atribuido a representación. Rosanvallon parte aquí de
las capas populares en relación con los límites de constatar que desde el mismo momento en que
lo que puede ser sujeto de referéndum, etc. En se reabre el debate en torno de la democracia se
suma, la consagración del ciudadano remite a un instala la cuestión de la representación. Es en su
entrecruzamiento de una historia de la inclusión origen que la idea democrática conlleva un
social, de una historia del sujeto moderno y de
una historia de la tensión entre la racionalización
política y la afirmación de la soberanía de la 3 De paso, esta distinción permite introducir una comparación
voluntad de los individuos. entre el modelo francés y el modelo inglés a propósito de las
La historia de la consagración del ciudadano maneras de explicar la inclusión de las mujeres y el relativo
retraso con el que esa incorporación se produjo en Francia. Si
es uno de los grandes affaires del siglo XIX. En en Inglaterra, las mujeres acceden al voto como expresión de
Francia, ella adopta un aspecto especial puesto una “particularidad social”, en Francia sólo lo hacen cuando
que se inserta en el legado del racionalismo se piensa a las mujeres como parte de la “universalidad”. El
político del siglo XVIII que se había construido, mismo argumento fue luego retomado por M. Ozouf en Les
mots des femmes, Paris, Fayard, 1995.
precisamente, en la oposición entre la noción de 4 Rosanvallon deja de lado otra posible perspectiva, que
Evidencia y la de Opinión. Esta impronta califica de “cultural” y que remite a la historia del significado
permite comprender la especificidad política de las vicisitudes relacionadas con las prácticas electorales, el
francesa de asociar el Interés General con la fraude, la organización de los padrones, el voto secreto, en
suma, todo lo que se vincula con la garantía de la libre
Verdad antes que con la adición de intereses expresión del elector.

140
problema: el poder del pueblo es un imperativo a de mandatos o la reintroducción subrepticia de
la vez político, puesto que implica definir un formas de mandato imperativo –como el control
régimen de autoridad, y también sociológico, partidario de la acción de los representantes–;
puesto que implica también definir el sujeto que tampoco en analizar la reflexión que asocia la
ejerce esa autoridad. identidad sociológica con la “buena”
La cuestión fue planteada desde el inicio del representación o con debatir acerca de la mejor
ciclo revolucionario. Baste recordar las forma de resolver los disfuncionamientos de las
consideraciones célebres de Burke en su discurso instituciones representativas –sean éstas partidos,
a los electores de Bristol, las reflexiones de El sindicatos, u otras–. Aun estando presentes y
Federalista x, los desarrollos de Sieyès a desgranadas a lo largo del texto, estas cuestiones
propósito del debate acerca del poder real. El no constituyen el núcleo del libro.
debate en torno de ella se desarrolla Para Rosanvallon, la indeterminación
ininterrumpidamente a lo largo del siglo XIX y ni fundamental de la representación moderna
siquiera vale la pena recordar que él recrudece adopta la forma de una “dificultad de figuración
en la segunda mitad del XX. de la democracia”. En efecto, según
Ya sea porque, a través de la representación, Rosanvallon, la irrupción de la idea democrática
la soberanía popular es víctima de una no puede prescindir de coexistir con formas de
apropiación, ya sea porque ella misma se entrega “representación”. Esta asociación entre
a un proceso de autodesposesión o de representación y democracia o entre representación
delegación, ya sea porque el “lazo y soberanía popular es independiente de que ella
representativo” se desdibuja por el desinterés de sea el producto de una filosofía positiva o
los representados –debilitando así el compromiso negativa de la representación –más allá de que el
ciudadano–, por la ambición de los impacto de una u otra es de significativa
representantes, o por la confiscación de la importancia– y proviene de un impedimento
voluntad en manos de algunas instituciones técnico: la democracia directa es, en la práctica,
representativas –aspecto especialmente referido a imposible.6 Ahora bien, porque es
la “crisis” tanto de los parlamentos como luego inevitablemente representativa, la democracia
de los partidos políticos como instituciones debe aportar una respuesta a dos problemas al
representativas–, el debate sobre la unísono: en primer lugar, debe “encarnar” el
representación en los últimos dos siglos conoció poder del pueblo, definirlo, reconocerlo, darle
una nutrida enumeración de problemas que no existencia; en segundo lugar, debe realizar el
hace sino reproducir la dificultad de elaborar, poder del pueblo a través de instituciones y
construir y combinar el principio de la soberanía formas políticas. Dicho de otro modo, la
popular con el inevitable carácter representativo democracia requiere resolver un problema de
que asume la democracia. “figuración” y un problema de “mandato”.
Pero este conocido debate se centra en el Explícitamente, el texto se concentra en el
problema de la “distancia”, en los “desajustes” problema de la “figuración” dedicándole menor
de diverso orden que se instalan junto con el lazo importancia a los problemas “institucionales”, de
representativo. Sin embargo, y no es la menor realización del mandato.
originalidad del texto, Rosanvallon no busca En la medida en que la democracia presupone
comprender el problema de la representación que existe un sujeto que puede llamarse “pueblo”
bajo la perspectiva de la historia de una y que ese pueblo puede expresar su voluntad,
distancia5 o del elenco de desajustes de la
democracia representativa; tampoco instruye el
proceso de una “traición” que habría llevado a 5 Plantear el problema de la representación basado en un
los representantes a alejarse irremisiblemente de disfuncionamiento de la distancia entre el pueblo y los
sus representados ni, menos aún, denuncia las representantes equivaldría –como se comprenderá enseguida–
aporías de una renuncia colectiva que finalizaría a negar el planteo que sugiere Rosanvallon pues ello
supondría la existencia no problemática del pueblo, el cual,
en anteponer la felicidad privada a la invención en la perspectiva de Rosanvallon, sólo puede “figurar” a
de una empresa colectiva. Por ello, no se centra través de la representación.
6 Rosanvallon retoma esta cuestión en La démocratie
en observar los mecanismos de miniaturización
de la sociedad (leyes proporcionales), ni los de inachevée. Al respecto, cf. más adelante en este comentario.
Este punto forma parte de algunas de las inevitables
reducción de la distancia a través de la reducción repeticiones que incluyen estos textos.

141
aquella dificultad alude entonces a las el libro –aun conteniendo observaciones de
condiciones de posibilidad de su definición y de carácter general e intuiciones punzantes para
su reconocimiento. Ahora bien, la dificultad reflexionar la cuestión en abstracto– se concentra
reside en que la política moderna confía al en la experiencia francesa. La exploración se
pueblo el poder en el momento en que lo social divide en tres tiempos. En primer lugar, la “era
se abstrae al desaparecer los “cuerpos” que le de la abstracción” en la que la idea del pueblo
daban visibilidad. Esta opacidad no debe ser soberano permanece como un principio, como el
percibida simplemente como el producto del programa político de un espectro de los
advenimiento del individuo sino del hecho de herederos de la revolución. Aquí Rosanvallon
que el imperativo igualitario que la “sociedad explora los meandros de la dificultad hasta
democrática” impulsa requiere, para hacer de grosso modo mediados del siglo XIX, en que la
cada individuo un sujeto de derecho y un cuestión de la figuración se expresa de manera
ciudadano, considerar a los hombres de manera indefinida en la medida en que ni la soberanía
abstracta, des-inmersos de la sociedad. La popular es el fundamento de legitimidad del
voluntad popular se instala como principio régimen político en Francia ni, por supuesto, el
exclusivo de legitimidad cuando la percepción sufragio universal está en vigor. La cuestión
sociológica del pueblo se transforma en una irrumpe verdaderamente como problema a partir
dificultad. Es la producción de la visibilidad de de 1848 pero, una vez más, coincide con una
lo social lo que constituye la base del problema concepción universalista del sufragio.
de figuración de la democracia y el corazón de la Precisamente, la brevedad de la experiencia
cuestión representativa. republicana coincide con la desaparición de la
La misma dificultad, según Rosanvallon, era de la abstracción que es superada a partir de
puede comprenderse desde otra perspectiva: la las reivindicaciones de representación identitaria
consagración jurídica del individuo requiere del mundo obrero –condensadas en un célebre
expulsar las determinaciones de la naturaleza o documento: El “Manifiesto de los 60”–8 que
las herencias de la historia; sólo de ese modo es proponen repensar el universo representativo a
posible crear condiciones de equivalencia entre partir de la crítica a la concepción universalista
los individuos. Como advierte Rosanvallon, “Lo del pueblo y reclaman vincular la representación
social pierde toda consistencia propia para ceder con las variables sociológicas.
el lugar a un principio formal de construcción La segunda etapa concentra lo esencial del
jurídica”. De allí, por supuesto, el carácter texto. Rosanvallon la llama la “democracia de
convencional, abstracto, ficcional del lazo social equilibrio”. Ella surge como una respuesta al
al que Rosanvallon ya había aludido en La desafío que había implicado la irrupción de una
consagración del ciudadano. Al contrario de las demanda de involucramiento de la diferencia
sociedades tradicionales que hacían de las social en los mecanismos representativos. El
diferencias un factor de integración de lo período –cronológicamente incluye en lo
múltiple a la unidad, la integración a la sociedad esencial el momento de la III República aunque
democrática sólo es posible en la ficción y en la sus características se extienden hasta la V
abstracción. En síntesis, el punto esencial es el República–9 se caracteriza porque en él surgen
carácter indeterminado del pueblo concreto; es las reivindicaciones de enraizar los mecanismos
que el sujeto que debe expresar su voluntad sólo representativos en las diferencias “visibles” de la
puede ser percibido bajo la forma de una ficción sociedad y, sobre todo, las soluciones que se van
y como una identidad en construcción. “Toda la precisando y dándole cauce a esas
dificultad –advierte Rosanvallon– reside en la
distancia entre un principio político –la
afirmación de la supremacía de la voluntad
general– y una realidad sociológica”.7 7 P. Rosanvallon, Le Peuple Introuvable, p. 12.
8 “El Manifiesto de los 60” es un manifiesto publicado el 17
Es precisamente esta oposición entre el
de febrero de 1864 en el marco de las elecciones legislativas
principio sociológico y el principio político de la parciales en París y firmado por 60 obreros reclamando la
democracia lo que se explora a lo largo del texto. representación obrera.
9 En rigor, es la crisis de esa democracia de equilibrio (cuyas
A diferencia del libro sobre la ciudadanía, en este
caso Rosanvallon adopta una periodización más instituciones centrales –partidos, sindicatos e instituciones de
“conocimiento social”– se forjan durante la III República) a la
independiente de los regímenes políticos aunque que asistimos, según Rosanvallon, desde la década de 1980.

142
reivindicaciones. Así, demandas obreras, ideas sindical y la desociologización de la vida
de proporcionalidad en las elecciones, política. Se anuncia, así, la entrada en una nueva
representaciones parlamentarias de intereses, edad de la democracia.
etc., dan lugar a la progresiva emergencia de Si el pueblo es “inhallable” (introuvable),
instituciones de figuración de la democracia. entonces es porque la tarea de la figuración y, por
De este modo, la “democracia de equilibrio” lo tanto, de su representación –la de hacerlo
se asienta sobre tres “muletas” –bequilles– que visible y la de darle existencia– es, después de
resultarían del proceso de involucramiento social todo, una tarea sin fin. En este punto, destaca la
en las instituciones representativas: los partidos dimensión cognitiva involucrada en la cuestión
políticos, que profesionalizan la función del representativa. En efecto, esta dimensión es un
representante y permiten formular identidades imperativo resultante del carácter opaco que
políticas; los sindicatos, que reconstruyen y emerge de la necesidad de hacer que la sociedad
vehiculizan una concepción menos volátil de lo pueda ser más legible y de dar forma a un mundo
social, y los cuerpos intermedios –consejo del en el que los individuos se orientan cada vez con
trabajo, consejo económico y social–, que más dificultad. Punto central, para Rosanvallon
implican un vínculo con la sociedad a través de se articulan aquí la política y la investigación
la representación. A ello debe agregarse una social. Si bien es cierto que los medios de
formidable expansión de las ciencias sociales investigación social se muestran cada vez más
–cuyo desarrollo está formidablemente ineficientes para comprender los movimientos
analizado– que participan tanto de la tarea de dar recientes de la sociedad (en parte porque las
cuerpo a lo social como a la de facilitar y categorías socioprofesionales que los articulan se
proceder a su desciframiento. Son, entonces, las diferencian crecientemente), no lo es menos el
dificultades de los fundamentos de la democracia que la investigación social es parte ella misma de
de equilibrio –articulada en lo esencial entre la complejidad de la dilucidación representativa.
fines del XIX y principios del XX– las que Los excluidos no constituyen un grupo social; la
explican la crisis actual de la representación y, exclusión no es un estado sino un proceso, no es
por lo tanto, de la democracia. En suma, crisis de una situación sino una historia. Por ello,
los partidos, de los sindicatos, de las instancias Rosanvallon insiste en una idea central: antes de
burocrático-administrativas encargadas de algo que ya existe, es más vale la presuposición
representar intereses en el seno del Estado y de del pueblo lo que constituye el sujeto político de
las ciencias sociales se anudan para dar tono a la la democracia. Por ello, “el objeto de la política
crisis representativa contemporánea. es hacer vivir y activar esta presuposición”.
Tal como lo presenta Rosanvallon, el De este modo, el problema de la
problema esencial es que esa “democracia de representación debe comprenderse en el contexto
equilibrio” ha sido incapaz de “darle forma de una historia que comienza con el origen de las
política a lo social”. En rigor, la democracia de ambigüedades en que podría articularse la
equilibrio sólo logró –y parcialmente– figuración del pueblo, que permite observar y
domesticar los inconvenientes de la disociación entender históricamente las formas con las que la
“entre el momento político y el momento democracia de equilibrio intentó resolverlas y
sociológico” de la democracia moderna. De esta que, en el mismo movimiento, hace posible
manera, aun en el contexto general de una explicitar las dimensiones que caracterizan la
historia compleja y por su propia naturaleza crisis de la representación contemporánea.
condenada a la irresolución –puesto que, como se El texto ofrece entonces la historia inacabada
verá, es posible prever la imposibilidad de e inacabable de darle figuración al pueblo en el
estabilizar la figuración del pueblo en la medida contexto de un proceso de abstracción de lo
en que él también es parte de las continuas e social que tiende, además, por la complejidad de
inevitables transformaciones de la sociedad–, este su evolución, a diseminarse e individualizarse
marco permite comprender la fase contemporánea cada vez más. Dicho de otro modo, el problema
del problema de la representación como una de la representación posee una dimensión
crisis de las instituciones privilegiadas de la cognitiva. Por ello, la crisis de la representación
“democracia de equilibrio” acelerada desde la también se expresa en la crisis de las ciencias
década de 1980 por la disolución de las sociales, es decir, de aquellas actividades cuya
identidades partidarias, la descomposición finalidad es producir conocimiento de lo social

143
en un contexto en el que las transformaciones en un proyecto colectivo de ejercicio del poder
sociales han convertido en experiencias social. Desde el origen, la democracia
individuales lo que antes se percibía como una representativa enfrenta la dificultad de expresar
sociedad claramente articulada en grupos o la soberanía popular y la de conciliar la
clases. En la sociedad, los individuos ya no aspiración a la autonomía individual con la de la
existen en “estados” sino más bien en participación en un proyecto colectivo. Es en ese
situaciones, en trayectorias: los moldes de las sentido que, para Rosanvallon, la democracia ha
ciencias sociales no pueden percibir a los constituido siempre, y al mismo tiempo, una
excluidos con la misma eficiencia con que solución y un problema para instituir una ciudad
podían observar la clase obrera. De este modo, la de hombres libres. Es por eso, además, que el
cuestión de la representación no es la historia de problema esencial es el de la relación entre el
los mecanismos representativos, ni tampoco es la liberalismo y la democracia.
historia del agotamiento de formas Pero la soberanía popular es en sí misma,
representativas que habrían intervenido para también, un concepto ambivalente. Por un lado,
estabilizar espasmos o crisis democráticas, sino alude a una concepción pasiva, que asocia la
más bien la expresión de una búsqueda perpetua, soberanía con un principio de legitimidad que se
de una dinámica de la producción de la figura expresa bajo la forma de una soberanía
del Pueblo. autorización; por el otro, remite a una
concepción activa, que la vincula con el efectivo
*** gobierno popular que se realiza en la idea de una
soberanía instituyente en torno de la que se
La Démocratie Inachevée. Histoire de la organiza el contrato social. A fines del siglo
souveraineté du peuple en France parte también XVIII, coinciden confusamente, por así decir,
de la constatación de la fragilidad de la Jurieu y Rousseau, la antigua doctrina del
democracia. Pero esta vez, a diferencia de las consentimiento popular y la de una imagen del
dificultades que revela la historia de la pueblo como creador de sus normas políticas.
constitución de la ciudadanía o de las que Estas ambigüedades se despliegan
expresa el déficit de figuración del pueblo, la descarnadamente en la Primera Parte del texto,
fragilidad está asociada con una indeterminación confiriéndole su arquitectura. En “Los bordes de
conceptual mayor inherente al principio mismo la democracia” Rosanvallon explora las formas de
que caracteriza la democracia: la soberanía del la democracia y sus variaciones desde la crisis
pueblo. Esta indeterminación mayor remite, de la monarquía hasta la III República. Desde su
según Rosanvallon, a dos equívocos visibles perspectiva, el punto de partida es el derrumbe
también desde el inicio de la revolución. En de la monarquía y el concomitante eclipse de los
primer lugar, a una ambigüedad referida a los representantes frente al pueblo. Ese contexto se
procedimientos representativos. Aun cuando define, además por dos características: por un
todos los constituyentes de 1789 –arguye lado, una desinstitucionalización de lo político
Rosanvallon– acordaban en la necesidad de esos –debido a la desaparición de las instituciones
mecanismos, las visiones de la política en la que monárquicas–; por el otro, la multiplicación de la
se volcaba ese consenso abarcaban tanto a soberanía en asambleas y pequeños polos
quienes percibían al gobierno representativo en autónomos. El Terror –la exaltación del poder de
conformidad con el espíritu democrático como a la calle– y Thermidor –la confiscación de la
quienes lo percibían en ruptura con él, como si soberanía popular por un puñado de jefes–
se tratara de una “compensación” a la ejemplifican los dos grandes modelos en los que
imposibilidad de realizar la “verdadera la revolución fracasa en articular la soberanía
democracia” en el mundo moderno. En segundo popular. Así, “El fracaso de la democracia
lugar, esta indeterminación remite también a la representativa –concluye Rosanvallon– se
“dualidad de la idea moderna de emancipación”. resuelve por la espada”.
En efecto, sostiene Rosanvallon, el mundo Este primer fracaso en pleno proceso
moderno nace en la coincidencia de dos revolucionario se reproduce en las cuatro
aspiraciones de autonomía: la que sostiene la tentativas de disipar la indeterminación
noción de la autonomía individual y la que se democrática que se escalonan entre el Imperio
nutre de la participación del individuo autónomo y la III República. En cada una de ellas la

144
democracia termina por disolverse tratando de republicanas sustituyen la soberanía del pueblo
realizarse. En un extremo cronológico, el por la soberanía de la nación y privilegian la
liberalismo no democrático de la experiencia naturaleza republicana del régimen por encima
doctrinaria retoma la perspectiva de Thermidor del carácter universal del sufragio. El
de organizar el orden y de consolidar la advenimiento de una democracia de partidos que
democracia como forma de la sociedad pero al modifica el lazo representativo, la ampliación del
precio de una negación absoluta de la soberanía espacio público y de las formas de expresión
popular. En el otro, la democracia iliberal del II políticas que contribuirán a relativizar las críticas
Imperio intenta resolver el problema de la al sistema parlamentario crean un clima inestable
realización de la soberanía popular a través de la e imperfecto pero suficiente como para crear un
encarnación-representación de la figura del espacio que diluye la antigua alternativa entre el
Emperador. Entre ambas –nótese al pasar que consentimiento resignado, encarnado en las
sólo ellas dos constituyen efectivos regímenes experiencias del liberalismo no democrático y de
políticos– la soberanía popular se piensa en torno la democracia iliberal, y las ilusiones de un
de otras dos tentativas que se expresan en las recomienzo absoluto, expresadas por la
inmediaciones de la experiencia republicana. Por insurrección permanente y por la absolutización
un lado, la cultura política de la insurrección, de los procedimientos electivos. Su mayor
que también encuentra sus raíces en Thermidor y mérito es haber aliado evolutivamente el
su gran teórico en Blanqui, ve la parlamentarismo y la democracia.
desinstitucionalización de la política –la Como se sabe, la evolución de este vínculo es
barricada y la acción inmediata– como la interrumpido por las guerras mundiales y, de
condición de la emancipación de los hombres. hecho, la III República fenece por la invasión
Por el otro, la absolutización y la generalización alemana. Del mismo modo en que Rosanvallon
del procedimiento electoral, que se funda en una presenta los cuatro bordes inquietantes de la
política de ratificación popular permanente, y democracia del siglo XIX, analiza los “precipicios
que constituye la clave de la prédica de la terroríficos” que en el siglo XX angostan “la ruta
izquierda en la década de 1850. hesitante de la soberanía del pueblo: el
La consolidación de las instituciones de la III comunismo leninista-staliniano y el nacional-
República estabiliza una forma de democracia socialismo”. Aun cuando Rosanvallon presenta a
que Rosanvallon llama democracia media los totalitarismos como una versión brutalmente
(moyenne) y cuyo análisis constituye lo esencial agravada de los bordes de la democracia del
de la Segunda Parte del libro. Esta démocratie siglo XIX, muestra cómo ellos permiten
moyenne que abarca de la III a la V República comprender el origen de una reformulación
coincide con la democracia de integración –tal “modesta” de la idea democrática. Es el
como ella había sido presentada en La momento de Kelsen, Popper, Schumpeter,
consagración del ciudadano– y con la quienes “formulan filosóficamente la ambición
democracia de equilibrio –tal como ella había democrática en la era del totalitarismo y del
sido presentada en Le Peuple Introuvable–. Esta realismo sociológico”. El cambio en la
Segunda Parte finaliza con el análisis de la crisis conceptualización de la soberanía popular es,
contemporánea de la democracia y es, por dos entonces, significativo. La democracia deja de
razones, una de las partes más atractivas del remitir a la visión de un pueblo “legislador y
texto. Primero, porque ofrece una interpretación magistrado” para designar un régimen protector
de la naturaleza de la crisis de la democracia de libertades: la democracia se transforma en el
contemporánea; segundo, porque muestra un giro anverso de la dictadura. La emergencia de la
significativo en la perspectiva de Rosanvallon, Autogestión en la década de 1970 no sólo
quien progresivamente abandona su rol de demuestra la insatisfacción con esa idea de una
“historiador de la idea democrática” para ofrecer democracia negativa sino que expresa también el
elementos de una “teoría de la democracia combate por la emancipación, desfigurada por el
contemporánea”. socialismo burocrático y reducida por la
Acechadas por los fantasmas del cesarismo democracia negativa. Es el síntoma de la crisis
–la impronta bonapartista– y de la revolución de la démocratie moyenne. Es el momento en
social –la Comuna– y vivificadas por una visión que se inaugura la crisis de la democracia
elitista de la política, las instituciones contemporánea.

145
Desde la formulación republicana a la idea de Dos ilusiones, la soberanista y la mundialista.
autogestión se despliega un segundo momento en La primera reivindica la “verdadera” soberanía,
la construcción de la democracia que cambia traicionada por instancias que limitan el libre
radicalmente en la década de 1980: la ejercicio de su poder, como las decisiones de
globalización de los mercados y la caída del organismos internacionales o las de instituciones
comunismo muestran un malestar en la jurídicas. La segunda sólo ve en el problema de
democracia y una suerte de declinación de la la democracia una cuestión de escala. Se contenta
voluntad. La comprensión de la naturaleza de con suponer que basta trasponer a nivel europeo
esta crisis cierra la Segunda Parte. o mundial los procedimientos del gobierno
Para Rosanvallon, en ella termina un ciclo representativo. A igual distancia de la tentación
largo de representaciones heredadas de lo de olvidar la soberanía popular como de las dos
político, organizadas en torno de la idea de la ilusiones evocadas, Rosanvallon concluye que la
Voluntad. Se cierra así el ciclo que Maquiavelo gran cuestión pendiente es la “redefinición del
había inaugurado pensando la construcción de la imperativo democrático en la edad de una
ciudad como potencia autónoma y que Rousseau sociedad civil plenamente emancipada”.
había enriquecido superponiendo el Pueblo a la Ahora bien, ¿cómo pensar el impasse de la
figura del Príncipe y haciendo de la democracia democracia contemporánea, atrapada entre una
un régimen fundado sobre la voluntad humana. noción “minimalista”, aspiraciones frustradas e
Rosanvallon parece sugerir entonces que si el ilusiones vanas? Punto clave del libro –aunque
primer ciclo del problema teológico-político se ubicado en las conclusiones–, Rosanvallon
cierra con la secularización de la política, el avanza esencialmente el esqueleto de una
segundo finaliza con el agotamiento de la noción respuesta y anuncia elementos de una teoría de la
de Voluntad General, núcleo básico de la crisis democracia escandidos –al menos por ahora– en
contemporánea de la noción de soberanía popular. tres puntos principales: la elaboración de la
Esta crisis de la voluntad se explica, entre noción de soberanía compleja, la reflexión sobre
otras razones, por transformaciones que afectan la pluralización de las temporalidades de lo
las formas de regulación económica y social –la político y la perspectiva de una emancipación
desregulación, entre otras–; por la generalizada.
complejización de la sociedad –que eclipsa al La soberanía compleja difiere de la
sujeto de voluntad–, etc. La conclusión es que la concepción tradicional en que rompe con la
democracia no puede pensarse ya bajo el modo visión monista de la política y con la
teológico-político. Aún más: Rosanvallon sugiere polarización que ella implica. Ella busca superar
que se asiste a la entrada en una “era ordinaria la convicción de que el voto es la única opción
de lo político”. de formación de la soberanía, rechaza la idea de
El análisis de una tentación y dos ilusiones que el crecimiento de instancias no electas sea
que obstruyen ese camino y que son parte de la un atentado al poder de las urnas y vehiculiza
crisis antes que su solución completa el una concepción positiva de las divisiones
diagnóstico. Primera tentación: olvidar la idea de sociales. La idea de una soberanía plural se
la soberanía del pueblo reduciendo la democracia inserta entonces en la superación de la soberanía
a su definición negativa y recluyendo en el monista y en la vocación de pensar la soberanía
pasado la perspectiva de una sociedad que se incorporando diversas formas de participación
autogobierna. El reino de mercado, de los ciudadana, multiplicando los niveles de la
derechos del hombre y de los derechos de representación y haciendo del reconocimiento
opinión bastan, desde esta perspectiva, para del pluralismo representativo la clave de un
prevenir la tiranía, único fin atribuido a la gobierno más fiel a la voluntad general. Al
democracia. Se combinan en esta opción una multiplicar las instancias de participación y de
justa denuncia del “constructivismo social” con representación, esta perspectiva permite
la descalificación de todo proyecto colectivo. A reformular la relación entre democracia directa y
pesar de la percepción correcta del agotamiento gobierno representativo incrementando la
de la metafísica de la voluntad general, esta influencia de la sociedad en el proceso político.
perspectiva renuncia a percibir la democracia Pero, sobe todo, se corresponde con la idea del
“como el intento de instituir un conjunto de Pueblo Inhallable puesto que el pueblo
individuos en una comunidad”. permanece como un poder que nadie puede

146
encarnar, transformándose así en el sujeto, a la El equilibrio finalmente hallado –la democracia
vez central y ausente, del proceso político. La de equilibrio– es inestable, tal como lo muestra
soberanía compleja pretende resolver el la crisis actual. Rosanvallon concluye entonces
problema de darle forma política a lo social, que ya no se trata de “mettre en puissance le
reconociendo, al mismo tiempo, la inexistencia peuple” sino de instituir una colectividad
de un pueblo uno y de existencia real y la vasta coherente; de pasar de “una democracia de la
complejidad de la sociedad moderna. voluntad a una democracia de la institución cuyo
La reflexión sobre las temporalidades de la objetivo es organizar la vida común por la
política ha estado ausente de la teoría política regulación de la distribución de derechos y de
excepto por las consideraciones que asocian la bienes entre los hombres y las mujeres”. Por
duración de los mandatos con formas de reducir ello, el concepto clave no es ya el de la voluntad
la distancia entre representantes y representados. sino el de Justicia.
Sin embargo, para Rosanvallon se trata de un
punto clave en la medida en que la democracia ***
“no adquiere sentido sino como la construcción
de una historia”. Desde su perspectiva, las En la democracia habita la incertidumbre. Desde
definiciones procedurales (mecanismos de principios del siglo XIX, quienes se habían
legitimación y de decisión) o los enfoques dedicado a escudriñar los contornos inéditos de
esencialistas (tomando en cuenta la calidad la sociedad posaristocrática lo habían evocado.
social del poder y sus representantes) son Tal como lo muestran estos textos, la democracia
insuficientes puesto que no pueden dar cuenta se funda también en indeterminaciones que sólo
del hecho de que la voluntad general es pueden ser observadas con lucidez; que se
sustancialmente una elaboración del tiempo. El resisten a resolverse. Por ello, la democracia es
pueblo, como sujeto colectivo, es en sí mismo una forma política en esencia incompleta. La
una figura del tiempo. Desde la perspectiva de democracia no sólo tiene una historia;
Rosanvallon, la democracia no es sólo el sistema Rosanvallon señala bien que ella es una historia.
que permite a una colectividad gobernarse a sí De allí la paradoja que estos textos sugieren: la
misma sino el régimen en el que se construye lucidez de la crítica de las indeterminaciones
una identidad común. democráticas no puede resolverse en la
La emancipación generalizada retoma la elaboración de una teoría de la democracia.
tensión clásica entre el objetivo de la De este modo, estos tres textos ofrecen una
democracia de sustituir los poderes externos por exploración profunda de las indeterminaciones
la autoinstitución con el principio de la constitutivas e insalvables de la democracia.
autonomía individual. La historia de esta tensión Pero ofrecen también, y no es un interés menor,
es conocida: el riesgo de la tiranía de la mayoría una forma inédita de pensar lo político. Así, no
que involucra el principio democrático es sólo constituyen una crítica lúcida de la
paralelo con el peligro de que la protección de democracia sino un manifiesto renovador para
los individuos frustre un proyecto colectivo. quienes se interesan por articular la reflexión
Esta oposición está ilustrada en el siglo XIX política, la historia política y el compromiso
francés por la oscilación entre el liberalismo no ciudadano partiendo de una comprensión
democrático (Restauración y Monarquía de penetrante de los desafíos que plantea la política
Julio) y la democracia iliberal (bonapartismo). contemporánea. o

147
Dossier
Cultura y política: nuevas aproximaciones
a la historia de la izquierda en la Argentina

Prismas
Revista de historia intelectual
Nº 6 / 2002
Este dossier está compuesto por los
materiales presentados en el encuentro
“Cultura y política: nuevas aproximaciones
a la historia de la izquierda en la
Argentina”, que se realizó los días 12 y 13
de septiembre de 2002 en la Universidad
Nacional de Quilmes. El encuentro, que fue
organizado por el Programa de Historia
Intelectual de dicha universidad, constó
de cuatro secciones y una mesa redonda.
En la primera de las secciones se
presentaron las ponencias de Horacio
Tarcus, Juan Suriano y Roberto Pittaluga
con comentarios de Oscar Terán. En la
segunda, las de Hernán Camarero, Mirta
Lobato y Jorge Myers, comentadas
por Juan Carlos Torre. En la tercera,
las de Juan Carlos Portantiero, Mariana
Luzzi y Andrés Bisso, con comentarios
de Fernando Devoto. La cuarta sección
contó con las ponencias de Samuel Amaral,
María Cristina Tortti y Ana Barletta con
comentarios de Carlos Altamirano.
Finalmente, en la mesa redonda
participaron Luis Alberto Romero, Horacio
Tarcus y Alfredo Pucciarelli. El dossier
reproduce solamente las ponencias
presentadas por escrito.
Presentación
Cultura y política:
nuevas aproximaciones a la historia
de la izquierda en la Argentina
Carlos Altamirano

UNQ / UBA / CONICET

Durante los días 12 y 13 de septiembre de es- proyecto de ofrecer un discurso de legitima-


te año se desarrollaron en la Universidad Na- ción a actores políticos, tal como habían sido
cional de Quilmes y organizadas por el Pro- concebidas anteriormente las historias oficia-
grama de Historia Intelectual dos jornadas de les u oficiosas de los grupos de izquierda, ni
exposiciones y debates sobre el tema que in- tampoco por la determinación contraria, aun-
dica el título de este dossier. A los integrantes que simétrica, de demoler a un rival. Aun
del Programa de Historia Intelectual nos pare- quienes la conciben como historia militante
ció que éste no podía ser indiferente al hecho la piensan a distancia del combate ideológico
observable de que estaba escribiéndose una o político inmediato. De lo cual resulta que,
nueva historia de la izquierda en el país. En independientemente del sentido público que
efecto, desde la segunda mitad de la década cada investigador le asigne a su labor, lo co-
de 1990 comenzaron a hacerse cada vez más mún es el empleo cuidadoso de los recursos y
frecuentes los trabajos académicos –artículos, las reglas de la investigación histórica. El
tesis de maestría y de doctorado– consagra- otro dato registrable es que esta labor de re-
dos a reexaminar historiográficamente el pa- visión no obedece a la iniciativa de un solo
sado de la experiencia de las izquierdas en la estudioso, círculo o centro de investigación.
Argentina. Es probable que algunos libros, como Nues-
Hasta poco tiempo atrás la historia de las tros años sesentas (1991) de Oscar Terán, o
izquierdas parecía un campo reservado al El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio
combate ideológico. Lo que predominaba en Frondizi y Milcíades Peña (1996), de Hora-
ese terreno eran las versiones del pasado des- cio Tarcus, así como la actividad del Centro
tinadas a exaltar la trayectoria de un partido, de Documentación e Investigación de la Cul-
o bien su réplica, que eran las historias que tura de Izquierdas (CEDINCI), hayan obrado
tenían como objetivo criticar y restarle auto- como estímulo de un espíritu de examen que,
ridad política a una fuerza de izquierda ad- de todos modos, tiene focos múltiples y ha
versaria. La mayor parte de lo producido lo- hallado acogida en universidades públicas
calmente sobre los partidos Socialista y como privadas.
Comunista se ubicaba hasta hace poco en al- Por estas razones que hemos consignado
guna de estas dos posiciones. ¿Qué es lo dis- rápidamente, nos pareció que el Programa de
tintivo de la revisión histórica que se halla en Historia Intelectual debía ofrecer el espacio
curso? Que no aparece impulsada ni por el para reunir, en el marco de un debate univer-

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 151-152


sitario, al menos una parte de las investiga- publican a continuación son algunas de las
ciones y de los investigadores que están pro- ponencias presentadas durante las jornadas
duciendo esta renovación. Los textos que se de septiembre. o

152
Entre Lucifer y Prometeo
Primera recepción de Marx en la prensa argentina
(La Nación, 1871-1872, 1883)

Horacio Tarcus

UBA / UNLP / CeDInCI

El diario La Nación del 18 de mayo de 1871 Es en este clima de redefinición del con-
informa que el 13 de abril había muerto en cepto de “socialismo” y de alarma de las cla-
París Pierre Leroux, el socialista saint-simo- ses dominantes ante el riesgo de una irrup-
niano que tan grande influjo había ejercido ción revolucionaria de la clase trabajadora,
sobre la generación argentina de 1837. En la que el nombre de Marx escapa de los peque-
misma página se transcribía una larga carta ños cenáculos obreros y socialistas para al-
del antiguo “cuarentaiochista” Luis Blanc, en canzar un lugar destacado dentro de la opi-
la que hablaba de un “París sublevado” y pre- nión pública internacional. En efecto, durante
sentaba de modo crítico las primeras medidas la década de 1870, tanto en Europa como en
tomadas por el gobierno de la Commune, na- América, el nombre de Marx adquiere una
cido de la rebelión del pueblo de París pocos significativa difusión periodística, ligado al
días después. La muerte de Leroux parecía destino de la Asociación Internacional de los
cerrar definitivamente un ciclo, el de sintonía Trabajadores. Si bien esta organización había
de la élite liberal argentina con el socialismo sido fundada en Londres en 1864, van a ser
romántico europeo. La irrupción de la Comu- los acontecimientos de la Comuna de París
na abrirá uno nuevo, dentro del cual el “so- los que concitarán la atención de la opinión
cialismo” perderá su identificación con la pública mundial sobre el programa, la moda-
perspectiva del “progreso indefinido” que se lidad de organización y de acción de la Inter-
alcanzaría promoviendo una creciente “so- nacional. A su vez, Marx aparecerá inmedia-
ciabilidad”: a partir de 1871, el socialismo tamente en las páginas de la prensa mundial,
comienza a aparecer a los ojos de la élite vin- en su carácter de líder político e inspirador
culado y por momentos confundido con el teórico de la Internacional.2
“comunismo”, una ideología que amenazaba
los derechos sagrados de la libertad, la pro-
piedad y la seguridad, y que ponía en riesgo simoniana nel pensiero italiano del Risorgimento, Tu-
rín, Giappichelli, 1973. Para las metaformosis del con-
a la misma civilización.1 cepto “socialismo” véase R. Williams, Palabras clave,
Buenos Aires, Nueva Visión, 2000.
2 Según Haupt, “La Comuna de París tuvo notable im-
1 Sobre Leroux y el socialismo romántico en la genera- portancia en la notoriedad europea alcanzada por Marx.
ción del ’37 hay una profusa bibliografía. Véase particu- La prensa lo señala como el jefe de la omnipotente In-
larmente Treves, Renato, “Il sansimonismo e il pensiero ternacional, y a través de la identificación de la AIT con
italiano in Argentina e in Uruguay”, en La dottrina san- la insurrección parisina, el ‘partido de Marx’ y Marx

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 153-165


Un recorrido por el recientemente fundado de la cual la Comuna de París adoptó una or-
diario La Nación a lo largo de 1871 y comien- ganización municipal independiente.3
zos de 1872 nos mostrará cómo se va despla- La insurrección de los obreros de París que
zando la atención de los medios de prensa: el 18 de marzo de 1871 tomaron –según la vi-
entre mayo y junio el foco de interés es la Co- gorosa metáfora de Marx– “el cielo por asal-
muna; a partir de junio, cuando llegan a Bue- to”, tuvo en vilo durante más de dos meses a
nos Aires las noticias de su derrota, todas las la prensa mundial. “El pánico y la histeria ro-
miradas se dirigen a la asociación supuesta- dearon su vida y su muerte, sobre todo en la
mente responsable de la experiencia comune- prensa internacional, que la acusó de estable-
ra: la Internacional; y a partir de agosto, co- cer el comunismo, expropiar a los ricos y
mienzan a dirigirse las miradas sobre el compartir sus esposas, aterrorizar, matar en
presunto jefe de la Internacional: “el prusia- masa, provocar el caos, la anarquía y todo lo
no Karl Marx”, una suerte de Lucifer de la que constituían pesadillas para las clases res-
modernidad. petables; y todo, no es preciso decirlo, lo ma-
quinaba la Internacional” (Hobsbawm, cit.,
pp. 248-249).
1. La Comuna de París La prensa argentina no fue ajena a la fiebre
informativa, el pánico y la histeria, cubriendo
La Comuna fue, al decir de Hobsbawm, “un casi diariamente el acontecimiento en primera
régimen acosado, hijo de la guerra y del sitio plana. La actitud hostil de la prensa no impe-
de París”. Para 1870 el avance de los prusia- día que se transcribieran las proclamas de la
nos había destrozado el régimen de Napoleón Comuna, se comunicasen las declaraciones de
III. Los republicanos moderados que lo suce- la Internacional y se brindase una precisa in-
dieron no tardaron en comprender que la úni- formación política e intelectual sobre Marx. El
ca resistencia posible era “una movilización lector argentino contemporáneo estaba pues,
revolucionaria de las masas, una nueva repú- desde 1871, al corriente del nombre y de los
blica, jacobina y social”. En París, “asediada principales títulos del autor de El Capital.
y abandonada por su gobierno y su burgue- Las noticias se reciben en Buenos Aires
sía”, el poder recayó sobre los alcaldes de con un mes de atraso. A fines de marzo de
distritos y sobre la Guardia Nacional; en la 1871, las primeras referencias en la prensa
práctica, observa Hobsbawm, “cayó en ma- argentina a los “tumultos en París” son toda-
nos de los ambientes populares y de la clase vía confusas (LN, 31-III-1871, p. 2). La edi-
obrera”. El intento del gobierno de Thiers de ción del 11 de abril habla de “revolución en
desarmar la Guardia Nacional luego de la ca- París” y la del día 25 de ese mes hace referen-
pitulación frente a los prusianos provocó la cia a “elecciones de una Comuna”. En mayo
revolución del 18 de marzo de 1871, a partir se habla claramente de “guerra civil” y se ha
instalado en la prensa el término Commune,
luego castellanizado como Comuna, para de-
adquirieron una fama que contribuyó notablemente a signar este novísimo fenómeno de una ciudad
suscitar interés por su obra en amplios sectores de la que, controlada por sus trabajadores, se erige
opinión pública”. Véase G. Haupt, “Marx y el marxis-
mo”, en Hobsbawm y otros, Historia del marxismo,
en autónoma frente a los poderes del Estado
Madrid, Bruguera, 1980, v. 2, p. 215. Para la difusión nacional (LN, 11-V-1871, p. 2).
del marxismo en este período, véase también E. Hobs-
bawm, “La cultura europea y el marxismo entre los si-
glo XIX y XX”, en Hobsbawm, Historia del marxismo, 3E. J. Hobsbawm, La era del capitalismo, Barcelona,
cit., vol. 3. Guadarrama, 1981, p. 250

154
De un lado Versalles, las fuerzas del dere- mitrista condene el proceso electoral en la
cho y del orden; del otro París, las fuerzas de Comuna del 26 de marzo, donde habrían
la revolución comunista. Es a partir de aquí, triunfado “canónicamente” los candidatos
cuando las dos fuerzas que se enfrentan en la del Comité provisional, sancionando un “go-
guerra civil aparecen en su manifiesto con- bierno de los obreros”. Escribe Gutiérrez:
traste, que se exaltará la imaginación política “Aparte de la tremenda insensatez que domi-
de los corresponsales argentinos. Veremos, na en las masas del pueblo parisiense –multi-
pues, cómo casi al mismo tiempo que los tud heterogénea de voluntades, aspiraciones,
marxistas, estos liberales argentinos –claro creencias y necesidades inarmónicas… que
que con otra disposición– teorizan sobre el hoy levantan a Napoleón, mañana lo hunden,
proletariado moderno, la “revolución obre- votan una Asamblea, la condenan y levantan
ra”, las situaciones de “doble poder”… un Comité…; aparte de esas fuerzas desorde-
Para La Nación de aquellos días,4 la Co- nadas e indomables del momento, que debían
muna parisina no era sino un acto de insensa- poner su sello de ridículo y de desquicio a esa
tez política, producto de masas enardecidas elección… Además, y aun cuando oficial-
libradas a su propia suerte, en un marco de mente la elección fue convenida y decretada
debilidad de las instituciones y de ausencia por los dos poderes –la Asamblea y el Comi-
de liderazgos políticos tras la derrota france- té–, la prensa parcial a la autoridad legal, no
sa ante Prusia. Pero al mismo tiempo era la encontrando en tales procederes la garantía
ocasión para alertar sobre los riesgos de las de una libertad completa, aconsejó una abs-
políticas conservadoras frente a lo que ya co- tención que dio por resultado el completo
mienza a llamarse la “cuestión social”, y una triunfo del Comité, y París al otro día vio
invitación a resolverla a tiempo, antes de que constituida su Comuna por los mismos jefes
sea tarde… también en América. de la insurrección”.5
En ese sentido, son por demás elocuentes Los hombres de la élite ilustrada porteña
las corresponsalías que desde Bruselas envía descubren súbitamente otro París, un París
a su antiguo general y ahora director del dia- sumergido, el París del proletariado. Se en-
rio La Nación el médico y poeta Ricardo Gu- frentan, estupefactos, a la paradoja de la élite
tiérrez (1836-1896). Entonces está becado en francesa: en enero Thiers, Dufaure y Simon,
Europa, estudiando en las clínicas más avan- en nombre de las academias francesas, ha-
zadas; cuatro años después (1875) será fun- bían protestado enérgicamente contra el
dador y director del Hospital de Niños. Gu- bombardeo de París. En el mes de mayo, son
tiérrez sabe de lo que escribe, pues había ellos mismos, devenidos hombres de Estado,
prestado sus servicios médicos en Pavón, Ce- los que bombardean a la que cuatro meses
peda y en la Guerra del Paraguay. También atrás llamaron “la capital de la civilización
sabe lo que dice cuando habla de elecciones
amañadas, aunque es por lo menos una para-
doja histórica que este hombre de la facción 5 “Correspondencias familiares de La Nación”, en LN,
25-V-1871. La corresponsalía esta fechada en Bruselas,
el 9-IV-1871, y publicada, como todas las precedentes y
4 La Nación había sido fundada por Bartolomé Mitre las siguientes, sin firma. Una breve referencia del co-
apenas un año atrás, aspirando a exceder los intereses rresponsal a sus antiguos servicios al general Mitre y a
de la fracción mitrista y convertirse, según el editorial de su actual condición de médico en una de sus notas (LN,
su primer número, en “tribuna de doctrina” para toda la 6-VI-1871, p. 1) nos permitió inferir que se trataría de
nación. Véase Ricardo Sidicaro, La política mirada des- Gutiérrez. Sus datos biográficos nos confirmaron que
de arriba. Las ideas del diario La Nación 1909-1989, residió en Bruselas el año 1871 y que, efectivamente,
Buenos Aires, Sudamericana, 1993. enviaba desde allí sus corresponsalías a La Nación.

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moderna” (LN, 11-VI-1871, p. 1). Visiblemen- piada para dar cuenta de este “extravío” de las
te desengañado, Gutiérrez relata hasta qué masas. Es así que en otra “corresponsalía fa-
punto, “en un pueblo como París […] la ilus- miliar”, fechada el 19 de abril (LN, 25-V-1871,
tración no existe fuera de las clases científicas p. 2), Gutiérrez corresponsabiliza, junto a “la
y literarias que han hecho una profesión de imbecilidad de las masas”, al “maquiavelismo
ella”. Véase, si no, la condición social de los de la Internacional”. La imagen espectral de la
hombres elegidos por París: carpinteros, lus- Internacional aparece desde entonces constan-
tradores, sombrereros, zapateros… Los ciu- temente en las páginas de la prensa a lo largo
dadanos electos no son, según el corresponsal de todo el año. Gutiérrez adhiere rápidamente
de La Nación, “sino una turba de ignorantes a la visión conspirativa: “La Internacional es
feroces. Ignorantes, porque no tienen la más una asociación formidable: ella ha hecho lo
leve idea no ya de las instituciones republica- que sucede hoy en París”.6
nas, sino del derecho común; y feroces por- Pero será con la derrota de la Comuna, la
que pretenden establecer los principios de la última semana de mayo, que la atención de la
igualdad y la justicia a impulsos de la guillo- prensa se centrará en la Internacional. Poco
tina y la lapidación”. antes del ingreso definitivo del ejército de
No había concluido la experiencia de la Versalles en París, otro corresponsal de La
Comuna cuando Gutiérrez propone que sirva Nación, que firma “D.” desde esa ciudad, di-
de “elocuente lección” a los gobernantes: ce estar “seguro de satisfacer la legítima cu-
“¿Todo esto se necesita para que los gobier- riosidad de los lectores dándoles algunos de-
nos y los hombres conservadores de los pue- talles sobre la organización de la sociedad
blos de origen latino miren el insondable Internacional, esa sociedad que acaba de sus-
abismo que han abierto a sus pies el egoísmo citar en París la terrible insurrección… Los
de unos, el indiferentismo de otros y el olvido caracteres más culminantes de estos esfuerzos
de sus deberes en casi todos? ¿Esperan acaso me parecen ser los siguientes: El primero es el
esas clases sacudir su letargo cuando el as- carácter revolucionario, esto es, el romper de
pecto animado del reinado del terror les indi- una manera completa con todo lo que se refie-
que el camino del cadalso o cuando llame a re a lo pasado. La asociación Internacional
su puerta la mano famélica y codiciosa para proclama que hasta nuestra época no ha habi-
empezar esa operación interminable de la ni- do más que miseria, baldón y esclavitud para
velación de la fortuna? Ante un peligro tan toda la parte de la sociedad que pretende re-
positivo e inminente que depende quizás tan presentar. El ‘viejo mundo gubernamental y
sólo de un acto de debilidad del gobierno de clerical, el militarismo, el funcionarismo, la
Francia, vale la pena de que se pongan sobre explotación, el agiotaje, los monopolios y los
sí y de que se entiendan todas las personas privilegios a los cuales debe el proletariado
amenazadas” (LN, 31-V-1871, p. 1). su servidumbre’, todo esto ha acabado para
siempre: novus rerum nascitur ordo.
”El segundo carácter es el menosprecio
2. La Internacional profundo a la idea de patria. ‘La idea de pa-
tria, dicen los doctores de la Internacional, es
Pero, ¿hasta dónde podía un hombre de la éli- una vetusta idea, muy difundida y muy tenaz
te liberal ilustrada avanzar en esta descalifica-
ción del “populacho”? Las denuncias del go- 6“Noticias de Europa. París bajo el terror. Correspon-
bierno de Versalles contra la acción subversiva dencia particular de La Nación”, fechada en Bruselas,
de la Internacional ofrecían una vía más apro- 27 de abril de 1871, en LN, 6-VI-1871, p. 1.

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aún, pero que representa un pasado irrevoca- nal, sobre la organización clandestina del so-
blemente destruido, y no puede ser admitida corro en París: “la audacia de los miembros
en el día’. Se ha dado a la asociación el títu- de la Internacional pasa todos los límites”.9
lo Internacional, no tan sólo para consignar La Internacional, por su parte, ha sufrido
que tiene adherentes en diversas naciones, si- un golpe muy duro con la derrota de la Co-
no para protestar contra la antigua idea pa- muna. Buena parte de la prensa liberal euro-
triótica que rechazan los adherentes. pea que informaba con simpatía de la vida de
”El tercer carácter es el ser una asociación la Internacional, se vuelve hostil tras la expe-
social más bien que una asociación política. riencia comunera, mientras los gobiernos
La sociedad Internacional ha declarado repe- –Francia, España, Alemania– buscan coali-
tidas veces que se cuidaba muy poco de las garse en una suerte de Anti-Internacional. Pa-
cuestiones políticas, y que se ocupaba exclu- ra peor, en el interior de la AIT la fractura entre
sivamente de la solución de los problemas del “marxistas” y “bakuninistas” se ha abismado,
orden social. Puede decirse de una manera ge- y los líderes de los poderosos sindicatos in-
neral que el programa de la Internacional se gleses abandonan el Consejo General como
ha observado siempre sobre este punto. Sin consecuencia de la alocución de Marx en so-
embargo, ha habido algunas excepciones, y la lidaridad con la Comuna.10 No obstante esto,
insurrección de París, por ejemplo, en la que la Internacional goza en 1871 de una imagen
tanta parte toma la Internacional, es un movi- pública que tiende a magnificar fantástica-
miento político al mismo tiempo que social. mente su alcance mundial, su número de
La Municipalidad [la Comuna] afirma en la adeptos y su poder. En diciembre, La Nación
declaración oficial del 20 de abril que la ‘Re- informa que la Internacional edita 28 periódi-
pública es la única forma de gobierno compa- cos en Europa, uno en Nueva York, y se pre-
tible con los derechos del pueblo y el desen- para para publicar, a partir del 5 de enero de
volvimiento regular y libre de la sociedad’”.7 1872, “simultáneamente en Washington,
Al mes siguiente, cuando el “terror blan- Nueva York, Berlín, San Petersburgo, Lon-
co” domina París, persiste con todo la pre- dres, Munich, Bruselas, La Haya, París, Ma-
sencia fantasmagórica de la Internacional. drid, Florencia, Roma y Lisboa el primer nú-
“Su programa –señala un corresponsal–, pu- mero de un periódico cosmopolita que se
blicado hoy mismo en todas partes, aun en titulará La Internacional”.11 Las informacio-
París, donde no se puede descubrir la conspi- nes sobre la historia de la Internacional, su
ración que fija los carteles en las calles, se re- mítica fundación en Saint Martin Hall, sus
duce a estos cuatro principios: abolición de sucesivos congresos, sus declaraciones, co-
todo culto; exterminio de todo mandatario; mienzan estos meses a reiterarse.12
abolición del capital; advenimiento de los
obreros al gobierno de la sociedad humana.
9 “Sigue la Internacional” , en LN, 25-VIII-1871, p. 2.
Su primera batalla ha sido el incendio de Pa- 10 Para este período, véase el interesante estudio de Mi-
rís. Su segundo combate será acaso la ruina klós Molnar, El declive de la Primera Internacional,
de la Europa entera”.8 Un mes después, La Barcelona, Edicusa/Cuadernos para el Diálogo, 1974.
11 “La Internacional en Londres” y “El periódico de la
Nación transcribe un artículo del Paris Jour-
Internacional”, en LN, 8-XII-1871, p. 2.
12 Véase, por ejemplo, “El reinado de la Internacional”,
en LN, 12-XII-1871: “El gran desarrollo que va tomando
esta sociedad, el alarde que hace de sus fuerzas y las
7“La Internacional”, en LN, 29-VI-1871, p. 2. manifestaciones públicas a las que se entrega en todos
8“Europa. Correspondencia familiar de París para la los países de Europa y en algunos de América, los nu-
Nación. París, Junio 29 de 1871”, en LN, 30-VII-1871. merosos afiliados a ella, merecen bien la pena de que se

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En los diarios argentinos de septiembre, la diados de diciembre, un corresponsal de La
Internacional vuelve a ocupar la primera pla- Nación en Madrid que se escondía tras las si-
na, cuando comiencen en Versalles las au- glas F. P. M. ensaya una defensa de la AIT fren-
diencias de los líderes de la Comuna ante el te a las acusaciones de los conservadores: “Se
Consejo de Guerra.13 La prensa mundial cree ha presentado a la Internacional por los orado-
ver la mano de la Internacional detrás de cada res del Gobierno como un peligro para la se-
acontecimiento: sea en el movimiento huel- guridad del estado y como una sociedad inmo-
guístico inglés,14 o en el “primer meeting de ral, cómplice de los incendios y asesinatos de
obreros” en Suiza, “los trabajos de la Interna- París que ocurrieron en mayo. Mas no han po-
cional se hacen sentir en todos los países”.15 dido probar que sea obra de la Internacional
Finalmente, los diarios argentinos de no- aquella sangrienta revolución, ni que los inter-
viembre y diciembre de 1871 siguieron ocu- nacionales hayan apelado en ninguna parte a
pándose abundantemente del tema, a partir la conspiración ni a la sociedad secreta”.
del intenso y prolongado debate desatado en El corresponsal ironiza sobre la alarma del
las Cortes españolas cuando el gobierno vol- gobierno ante la acción de la Internacional en
vió a la carga con el tema de la ilegitimidad España: “¿Por qué por otra parte se ha de te-
jurídica de la Internacional, paso previo a la mer aquí a la Internacional más que en otras
disolución de los sindicatos y las secciones.16 naciones, cuando aquí es menos terrible? Ex-
La prensa local cubrió ampliamente el debate, ceptuando las provincias catalanas y alguna
durante semanas, a través de corresponsales que otra de las del Norte y Mediodía, ¿dónde
en Madrid o incluso transcribiendo los discur- tenemos aquí esas grandes ciudades indus-
sos en contra de la medida, por parte del dipu- triales donde se cuentan por miles los obreros
tado federalista Francisco Pi y Margall, del de- y haya llegado la división del trabajo a sus úl-
mócrata krausista Nicolás Salmerón y del timas consecuencias? ¿Qué ejército puede
republicano liberal Emilio Castelar.17 A me- aquí cantar La Internacional, cuando vivimos
principalmente de la agricultura y tenemos
fije por un momento la atención, así en los fines de la diseminada la población por los campos?”.
primitiva institución como en las consecuencias que En verdad, para los conservadores “la
pueden arrastrar sus tendencias y doctrinas”. Y repite a cuestión de la Internacional no ha sido más
continuación la información sobre su historia, forma or-
ganizativa, programa, etcétera. que un pretexto para volver a poner en tela de
13 “Proceso a los gefes de la Commune. Diez y ocho
juicio el absolutismo de los derechos indivi-
reos”, en LN, 7-IX-1871; “Noticias de París. El proceso duales”. Pero el balance del debate había sido
de la Comuna. Correspondencia de La Nación. París,
agosto 23 de 1871”, en LN, 24-IX-1871; “Noticias de positivo, porque había tomado estado público
Europa. Correspondencia familiar de La Nación. París, la “cuestión social”: “Las clases medias, lle-
setiembre 1° de 1871”, en LN, 11-XI-1871.
14 “Noticias generales. Manejo de la Internacional en nas de egoísmo, no querían ni pensar en los
Inglaterra”, en LN, 5-X-1871, p. 1. problemas sociales que se alzaban a sus ojos,
15 “Noticias generales. Crónica europea”, en LN, 6-X-
hoy han comprendido que esos problemas son
1871, p. 1.
16 Véase Josep Termes, Anarquismo y sindicalismo en para todos un gran peligro si se sigue miran-
España. La Primera Internacional (1864-1881), Barce- do con desdén a las clases inferiores”.18 Las
lona, Ariel, 1972, especialmente el parágrafo “La Com- iniciales F. P. M. corresponden, sin duda, a
mune y sus repercusiones en España”.
17 “Discurso pronunciado por el D. Emilio Castelar en Francisco Pi y Margall, futuro presidente de
las Cortes españolas acerca de la Internacional”, en LN, la Primera República Española.
22-XI-1871, pp. 1-2; “España. La Internacional. Impor-
tantísima discusión en el Congreso español”, en LN, 24-
XI-1871, p. 1; “Noticias de Europa. España”, en LN, 18 “España”, en LN, 15-XII-1871, p. 1, corresponsalía
26-XI-1871, p. 1; “España”, en LN, 8-XII-1871, p. 1. firmada en Madrid, noviembre 9 de 1871.

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Otro corresponsal de La Nación, en víspe- gault, uno de los líderes de la Comuna fusila-
ras de la reunión de la Asamblea Nacional en do el 24 de mayo, se había encontrado una
Versalles, relataba el debate que se había carta de Marx, el inspirador del “Consejo Su-
abierto en Francia sobre las formas político- premo” (sic) de la Internacional. “Karl Marx,
constitucionales que adoptará la república. Se que gobierna tres millones de obreros, es un
agita “la cuestión del trabajo…, la tan trabajo- verdadero y completo Lucifer, una criatura
sa y vidriosa cuestión social!… que tanto da- bellísima dotada de una inteligencia suprema
rá que hacer a la Francia y al mundo entero”. que ha consagrado a la ruina de la humani-
Y refiere, a continuación, las resoluciones de dad. He aquí la carta de este hombre extraor-
la Conferencia de Londres de la Internacio- dinario”. Y transcribe a continuación varios
nal, para concluir con esta reflexión: “El pro- párrafos de la presunta carta de Marx, donde
letariado se organiza en Europa como una puede leerse, entre otros tramos:
fuerza formidable. En pueblos donde el sufra-
gio universal será muy pronto la ley común, […] la Comuna de París sitiada por Thiers y
como lo es ya en algunos de ellos, y la base de Julio Favre está fatalmente condenada a su-
todo derecho público y de toda legislación, cumbir si un movimiento irresistible de la
esta organización del proletario ha de tener provincia no vuela a ampararlo, sobre todo
forzosamente una trascendencia cuya exten- moralmente… Deténgase en este camino fa-
tal para nuestra causa, que es la causa de la
sión no puede ocultarse a la vista menos pers-
humanidad. Trate con Versalles. El momento
picaz. El hecho en sí, lejos de ser un mal sería
no ha llegado aún, y los movimientos prema-
un bien si esa fuerza colosal, en vez de cons- turos no han sido jamás sino abortos desas-
tituirse en una amenaza y un peligro para to- trosos… Depongan las armas. Todavía no so-
das las demás fuerzas vitales de la sociedad, mos más que tres millones. En veinte años
en vez de renegar del pasado, sin mirar sino al seremos cincuenta, cien millones acaso, y en-
porvenir, y no a un porvenir negro y siniestro, tonces el mundo nos pertenecerá, porque no
en vez de destruir con el fuego y el hierro las serán sólo París, Lyon y Marsella los que se
grandes conquistas de la civilización, del pro- levantarán contra el capital odioso, sino tam-
greso de tantos siglos, obedeciera ella al im- bién Berlín, Munich, Dresde, Viena, Lon-
pulso y dirección de un poder moral y tutelar, dres, Liverpool, Manchester, Bruselas, San
que urge ya sobre manera el verle surgir del Petersburgo, Nueva York y el mundo entero.
seno mismo de estas tan combativas y atribu- Y ante esta insurrección universal que no ha
visto la historia, el pasado desaparecerá co-
ladas naciones… si ha de salvar de la gran ca-
mo una horrible pesadilla, porque el incendio
tástrofe la transición social, de la evolución
popular, encendido sobre cien puntos a la
histórica que estamos atravesando”.19 vez, como una inmensa aurora, disipará has-
ta su recuerdo.20

3. “El prusiano Karl Marx” Para la prensa mundial, así como para el co-
rresponsal argentino, la carta era la prueba
La primera referencia a Marx en la prensa ar- flagrante de que la Comuna había sido obra
gentina aparece el 10 de agosto de 1871. Un de la Internacional, y que ésta, su vez, estaba
corresponsal anónimo informa desde París a
La Nación que entre los papeles de Raoul Ri-
20 “Noticias de París. Correspondencia para La Nación.
París, julio 7 de 1871”, en LN, 10-VIII-1871, p. 2, sin
19 J. S. Flores, “Revista de Europa”, LN, 21-XII-1871, p. 1. firma.

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manejada por este moderno Lucifer. “Esta del proletariado de París. Es cierto que de los
página tremenda –concluye el corresponsal– noventa y dos communards elegidos por su-
viene a iluminar con un fulgor de incendio la fragio popular el 28 de marzo, diecisiete eran
historia y el origen de la fatal Comuna de Pa- miembros de la Internacional. Pero “Marx no
rís. Ella no era más que la guardia avanzada podía contar entre sus allegados y correligiona-
de una conspiración fanática que ha resuelto rios ni a la mayoría blanquista de la Comuna,
el exterminio de la sociedad actual” (ibid.). ni tampoco a la minoría, que aun pertenecien-
La autenticidad de esta carta es un proble- do a la Internacional, abrazaba y practicaba
ma complejo. El propio Marx se quejaba en- fundamentalmente las ideas de Proudhon”
tonces ante la prensa de la época y en su co- (Mehring, op. cit., p. 328). La Internacional,
rrespondencia privada de la publicación de por su parte, como confesaba Engels en carta
cartas apócrifas en la petit presse francesa.21 a Sorge, “no ha movido ni el dedo meñique
Según sus biógrafos más autorizados, las nu- para constituir la Comuna”. Aunque añadía,
merosas cartas de Marx a los comuneros se ha asumiendo globalmente la responsabilidad po-
perdido casi en su totalidad, y entre las pocas lítica de la experiencia, que la Comuna “era,
piezas rescatadas, ninguno de ellos recoge la indiscutiblemente, el hijo espiritual de la Inter-
carta a Rigault.22 No obstante, y a pesar de nacional”.23
que algunos giros delatan una intervención Es sabido que Marx asumió la defensa pú-
sobre el texto, los consejos de Marx a Rigault blica de la Comuna y tras su derrota le tribu-
tienen el mismo tenor que los dirigidos por tó un histórico homenaje al pronunciar el cé-
Marx a otros comuneros en las pocas cartas lebre informe en el Consejo General de la
que se conservaron. Y el estilo, en lo funda- Internacional, “La guerra civil en Francia”.
mental, es revelador de la prosa marxiana. Pero son conocidas también las prevenciones
Por otra parte, si se lee la carta con aten- de Marx ante muchas de las medidas de la
ción, es demostrativa de la tesis opuesta a la Comuna, y una de las principales era el aisla-
sustentada por la prensa francesa y el corres- miento de París respecto del interior, tal como
ponsal argentino: Marx, desde un lugar de rela- aparece en la carta a Rigault. En una carta a
tiva exterioridad en relación con la experiencia otros dos comuneros aparece una alerta seme-
comunera, aconseja prudencia. La Comuna jante.24 La recomendación de “deponer las ar-
había sido el producto de la acción espontánea mas”, tal como está formulada en la carta a
Rigault, parece poco convincente en la pluma
de Marx. Pero según Nicolaïevski y Maen-
21 Un periódico francés había publicado el 19 de marzo chen-Helfen, desde el inicio mismo de la in-
de 1871 una presunta carta de Marx, que éste se apresu- surrección parisina Marx entendía que se “ha-
ró a desmentir en una carta al Times como una “falsifi-
cación desvergonzada”. Véase Franz Mehring, Carlos
bía emprendido un camino que le quitaba toda
Marx. El fundador del socialismo científico, Buenos posibilidad de éxito. Marx ponía todas sus es-
Aires, Claridad, 1958, p. 328. “Lo que me consuela son peranzas en un compromiso, en una paz vene-
los disparates que publica a diario la Petit Presse sobre
mis escritos y mis relaciones con la Comuna; me los en-
vían diariamente desde París. Esto demuestra que la po-
licía de Versalles tiene grandes dificultades para conse- 23 Citado por B. Nicolaïevski/O. Maenchen-Helfen, op.
guir documentos auténticos”, Carta de Marx a Beesly, cit., pp. 392-393. Para la carta de Engels a Sorge del 12
Londres, 12-VI-1871, en Marx/Engels, Corresponden- (y 17)-IX-1874, véase Marx/Engels, Correspondencia,
cia, Buenos Aires, Cartago, 1972, p. 267. cit., pp. 280-281.
22 Véase Franz Mehring, op. cit.; B. Nicolaïevski/O. 24 “En provincias empieza la efervescencia. Desgraciada-
Maenchen-Helfen, La vida de Carlos Marx, Madrid, mente, la acción ahí es sólo local y ‘pacífica’”. Carta de
Ayuso, 1973; Jean Bruhat, Marx/Engels. Biografía crí- Marx a Leo Frankel y Louis-Eugene Varlin, 13 de mayo
tica, Barcelona, Martínez Roca, 1975. de 1871, en Marx/Engels, Correspondencia, cit., p. 265.

160
rable entre París y Versalles. Pero tal arreglo referencia a las dificultades de Marx por dar ci-
no podía alcanzarse, a menos que la Comuna ma a su opera magna: “Karl Marx lleva una
obligase al enemigo a un arreglo… Marx pen- existencia muy activa. Él es quien corresponde
saba que el gobierno aceptaría un compromi- con los delegados de la Internacional, inspira al
so, únicamente si el combate –militar, econó- comité, compone los manifiestos y negocia
mico, moral– se lanzaba contra Versalles con con las sociedades de trabajadores para obte-
una extraordinaria energía” (op. cit., pp. 394- ner su afiliación a la gran sociedad. Ha publi-
395). Es plausible, pues, que Marx intentase cado el primer volumen de una obra titulada
persuadir a Rigault, un joven militante blan- El Capital. Crítica de la economía política,
quista, de la conveniencia de encontrar un obra que sus ocupaciones de revolucionario no
compromiso honroso que evitase una derrota le permiten terminar, indudablemente”.26
sangrienta: París debía saber esperar que la
revolución, como en 1848, se extendiese co-
mo un incendio, por las principales capitales, 4. El Prometeo de los humildes
ya no de Europa, sino del mundo entero.
Diez años después la imagen se ha transfor-
En enero de 1872 se publica en la prensa ar- mado. Con el reflujo de la Internacional a
gentina el primer perfil biográfico de Marx. partir de 1872, y el repliegue de Marx a su la-
La nota aparece justificada con la siguiente bor silenciosa de investigación, apenas vol-
introducción: “Se ha hablado mucho última- vió la prensa a ocuparse del moderno Lucifer
mente, sin conocer su vida, del fundador de en los diez años siguientes.27 A partir de en-
la Internacional, el prusiano Karl Marx”. tonces, la difusión del programa de la Inter-
La información biográfica es aquí comple- nacional y de algunos textos de Marx estará a
ta y fehaciente. Y si bien se hace referencia a cargo de la sección argentina de la Asocia-
su formación universitaria, el acento del rela- ción Internacional de los Trabajadores, que
to está puesto en el Marx periodista revolu- acaba de constituirse, sobre la base de los
cionario de la juventud, en el expatriado, en communards exiliados en Buenos Aires. En
el organizador de la Internacional. El “econo- efecto, una carta fechada en Buenos Aires el
mista social”, el autor de El Capital está en un 10 de febrero de 1872 comunica al Consejo
segundo plano: las “ocupaciones de revolu- General que un grupo de ciudadanos france-
cionario” están por encima de las ocupaciones ses ha decidido fundar una Sección Francesa
del científico.25 Es por demás significativa la de la Internacional en la Argentina. Lleva al
pie veintiséis firmas. La correspondencia en-

25 La nota original del Journal de Debats tenía un pá-


rrafo final que fue suprimido en La Nación, pero que 26 “Detalles biográficos”, en LN, 26-I-1872. La misma
nos da la tónica de todo el discurso: “Karl Marx es un nota, con distinta traducción, había sido publicada el
hombre de buena presencia, realzada por una larga ca- 11-XI-1871 por El Siglo de Montevideo, aclarando que
bellera blanca y una barba del mismo color. Usa anteo- fue traducida del Journal de Debats de París. Véase
jos, y el que mire su aspecto distinguido no adivinará en Diógenes de Giorgi, op. cit., pp. 124-126.
este hombre al célebre agitador universal. Esos indivi- 27 La Internacional volvió a las primeras planas de la
duos que hacen revoluciones desde sus gabinetes, son prensa argentina en 1875, cuando la policía detuvo a los
los más peligrosos y los más indisculpables también. miembros de la sección local de la Internacional, acusa-
Mientras los gobiernos no los declaren fuera de la ley, dos de participar en el incendio del Colegio del Salvador.
la sociedad, que incesantemente mina, correrá graves Véanse entre otros, Hilda Sábato, La política en las ca-
peligros”. En: D. de Giorgi, La Comuna de París en la lles, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, cap. 9; y “Sec-
prensa montevideana de la época, Montevideo, Biblio- ción francesa de Buenos Aires de la AIT: documentos pa-
teca de Marcha, 1971, pp. 125-126. ra su historia”, en Estudios del trabajo, No. 14, 1999.

161
tre Londres y Buenos Aires se hace regular, mora en salir, entre los asociados prevalece el
mientras la asociación crece súbitamente a lo espíritu mutualista y las secciones, en lugar
largo del año: en abril cuenta con 89 miem- de bregar por la formación política, la propa-
bros y en julio con 273, divididos ahora en ganda y la acción, se entretienen en activida-
tres secciones idiomáticas (francesa, italiana des sociales: “Ayer se ocupaban del crédito
y española), coordinadas por un Consejo Fe- mutual, hoy de la educación mutual. Vienen
deral. Marx se entusiasma, y escribe a su de cursos de dibujo, de aritmética y de len-
amigo Sorge: “Tenemos ahora relaciones con guas…”. Wilmart termina de comprender
América del Sur” (27-V-1872).28 que, por fuera de algunos exiliados franceses
Por las cartas que envía a Marx el belga o españoles que llegan a estas tierras con una
Raymond Wilmart desde Buenos Aires, relativa conciencia política, no hay, en la Ar-
adonde lo ha enviado el Consejo General pa- gentina de 1873 sujeto social para el interna-
ra fortalecer el trabajo de la sección argenti- cionalismo socialista. “Comienzo a creer
na, sabemos que este emisario de Marx fue […] que no hay nada que hacer con los ele-
portador de folletos de la AIT y de libros de mentos de aquí. Hay demasiadas posibilida-
Marx. El 13 de mayo de 1873 Wilmart acusa des de hacerse pequeño patrón y de explotar
recibo en una carta a Marx de un envío de su a los obreros recién desembarcados como pa-
amigo y reclama una remesa de folletos –La ra que se piense en actuar de alguna manera”.
guerra civil en Francia y el Manifiesto Co- Incluso su optimismo de unos días atrás
munista, entre otros–. Es la primera referen- sobre la difusión de la opera magna de su
cia precisa que tenemos de la circulación de amigo Marx se desvanece: “Hasta ahora na-
textos de Marx en el medio local. Queda cla- die me ha dicho nada de El Capital y yo creo
ro que aquí, como en Europa, “La difusión de que nadie terminó de leerlo, pues nadie se to-
las ideas de Marx se realiza, en los años ‘60 ma el trabajo de pensar en este país”.29 Segu-
y ‘70 del siglo XIX, sobre todo a través de los ramente, Wilmart fue portador de fascículos
documentos fundamentales de la AIT redacta- de la traducción francesa del primer tomo de
dos por él, en primer lugar el Manifiesto El Capital, que acababa de aparecer en París,
Inaugural, y posteriormente las resoluciones en forma sucesiva, entre agosto de 1872 y
de los congresos, y finalmente los Mensajes principios de 1873. Por otra parte, es com-
del Consejo General, entre los cuales los más prensible que El Capital no encontrase lecto-
importantes y difundidos son los que tratan la res disponibles entre los communards exilia-
‘guerra civil’ en Francia. Esta ‘propaganda dos. Como ha señalado Segall, estos hombres
educativa’ observa Mehring, expresa y resu- no eran intelectuales ni dirigentes destaca-
me el marxismo de la Primera Internacional” dos, sino militantes de base, sin mayor for-
(Haupt, op. cit., p. 214). mación política. Habrá que esperar la llegada
Pero tan sólo dos semanas después, en una
nueva carta a Marx (27 de mayo de 1873),
predomina el desaliento: el periódico se de- 29 Originales en el IISG, Amsterdam. Las cartas fueron
identificadas en 1972 en el IISG por el historiador chile-
no Marcelo Segall, el primero en llamar la atención so-
28 Segall, Marcelo, “En Amerique. Development du bre la figura de Wilmart y en señalar la necesidad de
mouvement ouvrier et proscription”, en International una biografía seria del belga. Para Segall, Wilmart en-
Review of Social History, No. 17, Amsterdam, 1972; carna la penetración del marxismo en la Argentina, ge-
Falcón, Ricardo, Los orígenes del movimiento obrero neralmente atribuida a los inmigrantes alemanes de la
(1857-1899), Buenos Aires, CEAL, 1984; Tarcus, Hora- década del ’90, así como el esfuerzo por integrar a los
cio, “Un heraldo de Marx en la élite criolla: Raymond socialistas extranjeros, aislados en grupos nacionales,
Wilmart”, en Zona, supl. de Clarín, 2-IV-00. en la clase obrera argentina.

162
del alemán Germán Avé Lallemant, lector de un israelita de alta fama, Karl Marx, fundador
El Capital en su versión original alemana y de La Internacional, esa terrible asociación
difusor de esta obra aquí, y la de Juan B. Jus- socialista que ha tenido suspendida por mu-
to luego, su traductor al castellano (1898), chos años sobre Europa su espada de Damo-
para abordar la recepción de esta obra en la cles y cuyos miembros produjeron la Comuna
Argentina. Pero aclaremos que también en de París y el movimiento cantonal en España,
Europa la de Marx iba a ser “una lectura a la vez que todas las huelgas ocurridas en el
compleja”, no sólo para los militantes obre- Viejo Mundo desde 1866 a la fecha”.
ros, sino incluso para muchos dirigentes.30 A A pesar de esta introducción, bajo el título
partir de la década de 1870 el resumen de El de “Karl Marx. Fundador de la Internacio-
Capital del italiano Carlo Cafiero y desde nal”, se brinda una información seria y llena
1883 el del francés Gabriel Deville allanaron de simpatía hacia Marx. Es probable que la
en parte el camino de muchos lectores. Am- nota provenga de un periódico británico, y
bas obras iban a conocer numerosas edicio- que esas líneas introductorias hayan sido aña-
nes en castellano. Incluso un dirigente socia- didas por el corresponsal en Pernambuco o
lista como Nicolás Repetto confesaba años por el editor argentino. Pero también es indu-
después “que no alcancé a leer todo El Capi- dable que para 1883 ha crecido en Europa la
tal…; me resultaba más comprensible el imagen de “Marx científico” en relación con
compendio escrito por Gabriel Deville, el el “Marx revolucionario” de los años de la
exégeta francés más autorizado del fundador Internacional.
del llamado Socialismo Científico”.31 La nota comienza con la formación uni-
versitaria de Marx, su labor político-periodís-
Desaparecida la sección argentina sin dejar tica al frente de la Rheinische Zeitung de Co-
demasiadas huellas, el trabajo de difusión de lonia, los Anales franco-alemanes en París, el
las ideas de Marx recaerá en los años siguien- encuentro con Engels y la publicación con-
tes sobre los exiliados alemanes que se nu- junta de “un panfleto de crítica del idealismo
clean en el Club Vorwärts y editan un perió- alemán”, La Sagrada Familia. Refiere el pe-
dico del mismo nombre; algunos de ellos, a ríodo de exilio en Bruselas, en que publica
principios de la década de 1890, publican el Miseria de la Filosofía, hasta la elaboración
periódico El Obrero. Sin embargo, algunos del Manifiesto Comunista. “El Manifiesto es
años antes de estas experiencias aparecen en un documento que un Congreso obrero reuni-
La Nación dos documentos por demás signi- do en Londres en 1847 había aprobado. Des-
ficativos. de la época de su redacción y más acentuada-
Con motivo de la muerte de Marx en Lon- mente desde su publicación, data el giro
dres, el 14 de marzo de 1883, el diario de Mi- definitivo de las ideas políticas y económicas
tre publica una detallada biografía intelectual de Marx. Es el verdadero padre del comunis-
y política que envía el corresponsal desde mo contemporáneo, que se ha llamado lasa-
Pernambuco: “el vapor llegado ayer de Euro- lismo [sic]. Rechazando a la vez las teorías de
pa a ese puerto trae la noticia de la muerte de Saint-Simon, Fourier, Cabet, Luis Blanc,
Proudhon, etc., pretendía Marx fundar una
‘escuela científica’ para arreglar el mundo y
la sociedad enteramente de acuerdo con la
30 Andreucci, Franco, “La difusión y la vulgarización
ciencia, haciendo caso omiso del pasado y
del marxismo”, en Hobsbawm, op. cit., vol. 3, pp. 67 y ss.
31 Repetto, Nicolás, Mi paso por la política, Buenos Ai- atendiendo sólo a un colosal experimentalis-
res, Rueda, 1956, vol. 1, pp. 34-35. mo sociológico. La sociedad, según él, debe

163
rehacerse según los dictados de la medicina, La Internacional fue su obra: vienen a hon-
antropología, demografía, etc.”. rarlo hombres de todas las naciones…
El informe prosigue con las actividades de “Karl Marx estudió los modos de enseñar
Marx en las revoluciones de 1848, la expe- al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los
riencia de “la Nueva Gaceta Rhiniana, en dormidos, y les enseñó el modo de echar a
que se hizo notar por la audacia singular de tierra los puntales rotos. Pero anduvo de pri-
sus ideas revolucionarias” y su exilio defini- sa, y un tanto en la sombra, sin ver que no na-
tivo en Londres. Destaca, desde luego, su la- cen viables, ni de seno de pueblos en la His-
bor al frente de la Internacional. De sus toria, ni de seno de mujer en el hogar. Aquí
obras, cita además El 18 Brumario de Luis están los buenos amigos de Karl Marx, que no
Bonaparte, Revelaciones sobre el proceso de fue sólo un movedor titánico de las cóleras de
los comunistas de Colonia, Observaciones los trabajadores europeos, sino veedor pro-
críticas [sic] sobre la Economía Política y El fundo en la razón de las miserias humanas, y
Señor Vogt. Agrega luego: “La última y prin- en los destinos de los hombres, y hombre co-
cipal obra de Marx es El Capital. Crítica de mido del ansia de hacer el bien”. El corres-
la Economía Política (Hamburgo, 1869 [sic: ponsal es un cubano que vive entonces exilia-
1867]), donde expone metódicamente sus teo- do en Nueva York y se llama José Martí.33
rías sociales y económicas”. Y concluye con Según Fornet-Betancourt, estamos ante “el
este retrato: “De 1873 acá había sonado muy primer texto histórico-filosófico relevante so-
poco y su nombre iba cayendo casi en el olvi- bre el marxismo en América Latina”.34 Hay,
do, a pesar de las temibles facultades de revo- no obstante el homenaje, algunas reservas que
lucionario y los talentos portentosos de cons- se trasuntan cuando Martí menta a Marx co-
pirador de que estaba dotado. Era un filósofo mo aquel que “anduvo de prisa, y un tanto en
y un pensador, y a la vez un hombre afable, la sombra”: un Marx que no rehuye la acción
atrayente y simpático en su trato, con cierto conspirativa o la violencia revolucionaria. In-
prestigio de la palabra que su mirada domina- cluso el final del texto es en este sentido sig-
dora y brillante aumentaba. Conocía todas las nificativo, pues luego de trazar el perfil de los
lenguas europeas, las hablaba con singular oradores humildes que tributan su homenaje a
habilidad y no retrocedía ante ningún estu- Marx, Martí concluye: “suenan músicas, sue-
dio, por árido que fuese, desplegando en to- nan cantos; pero se nota que no son los de la
dos un talento maravilloso”.32 paz”. Que las reservas de Martí en relación con
Apenas un mes después, otro corresponsal la teoría social de Marx se refieren a la lucha
relata a los lectores de La Nación, desde Es- de clases está sin duda ligado con su posición
tados Unidos, un homenaje tributado a Marx filosófica fuertemente influida por el “krau-
en aquel país por una asamblea obrera: “Ved sismo religiosamente interpretado. Partiendo
esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como de esta posición, que Martí afirmó principal-
se puso del lado de los débiles, merece ho- mente durante sus años de estudio en Espa-
nor… Ved esta sala, la preside, rodeado de ña, se apoya en la posibilidad del amor re-
hojas verdes, el retrato de aquel reformador conciliador y juzga la lucha de clases como
ardiente, reunidor de hombres de diversos un camino de dureza y de odio, fatal para el
pueblos, y organizador incansable y pujante.
33 “Cartas de Martí. Honores a Karl Marx, que ha muer-
to”, en LN, 13-V-1883.
32 “Karl Marx. Fundador de La Internacional”, en LN, 8- 34 Fornet-Betancourt, Raúl, O marxismo na América
IV-1883. Latina, São Leopoldo, Unisinos, 1995, p 14.

164
desarrollo de las jóvenes repúblicas de Amé- efecto, nunca exento del todo de sosería evan-
rica Latina. Él rechaza estrictamente el cami- gelista, condenó en ellos y en Marx la violen-
no de la lucha de clases” (ibid., p. 26). cia revolucionaria, es decir, justa […], olvi-
Paradójico reproche a Marx por parte de dando, honrada, pero trágicamente, que era la
quien iba a morir combatiendo, arma en ma- misma violencia que él se preparaba a usar
no, doce años después. Como recordó hace contra la opresión en Cuba”.35
años Luis Franco, Martí iba a asistir, tres años
más tarde, “a uno de los más vomitables ase-
sinatos legales de cualquier época y país: el
de los siete obreros anarquistas de Chicago”.
Martí escribió sobre los “mártires de Chica- 35 Franco, Luis, Sarmiento y Martí, Buenos Aires,
go”, devenidos desde entonces un símbolo in- 1958, p. 455. Martí sólo iba a aceptar la violencia in ex-
tremis, cuando se hubiesen agotado los recursos pacífi-
ternacional de la lucha por la jornada de ocho cos en la lucha por la emancipación. Y escribió, justifi-
horas de trabajo, “una de las páginas más en- cándose ante los demás y ante sí mismo: “Ésta no es la
cendidas de indignación justiciera y de belle- revolución de la cólera. Es la revolución de la refle-
xión”. Véase al respecto Martínez Estrada, Ezequiel,
za que se conozca”. Pero, agrega Franco, “de- Martí: el héroe y su acción revolucionaria, México, Si-
jó en el tintero la clave del problema. En glo XXI, 1966, pp. 18 y ss.

165
En defensa de los oprimidos
El anarquismo y la formación de una cultura
de izquierda en la Argentina

Juan Suriano

UBA

La aparición y desarrollo del anarquismo, así ras ganarían la polémica interna y lograrían
como de otras corrientes de izquierda, en el una notable simbiosis con los sectores popula-
país coincide en el tiempo con la propia for- res, estos principios básicos remiten central-
mación de aquello que se ha denominado mente a la fe absoluta en la libertad individual,
“Argentina moderna”. Desde fines de la déca- la impugnación de la autoridad y del poder así
da de 1870, llegados junto a las corrientes in- como también de la religión y de la formación
migratorias provenientes de Europa, circula- y existencia de las naciones. A partir de estas
ron en el país individuos (sin duda, el más convicciones el anarquismo combatiría de ma-
famoso de ellos fue Enrico Malatesta) que di- nera frontal y sin matices al Estado, al sistema
fundieron las ideas y principios libertarios, de representación política (parlamentarismo),
editaron folletos, libros y periódicos y confor- al ejército como custodio de la nación y de los
maron grupos de acción y discusión. La gran intereses burgueses y a la iglesia.
mayoría de estos activistas y divulgadores ad- Al comenzar el siglo XX el anarquismo lo-
herían a las corrientes individualistas de un cal salió de su ostracismo y se produjo su
movimiento anarquista europeo que, después despegue, cuya virtud principal fue articular
del fracaso de la Primera Internacional y de la y combinar las expresiones y las fuerzas so-
dura derrota de la Comuna parisina, se habían ciales más heterogéneas a través de su inser-
replegado a una militancia ultraindividualista ción en las sociedades de resistencia, de la
con un fuerte sesgo hacia la acción terrorista, creación de una infinidad de centros y círculos
aunque en la Argentina la adhesión al terroris- culturales, escuelas, bibliotecas y periódicos.
mo fue retórica y no práctica. Sin olvidar el significativo rol desempeñado
El anarquismo de este período tuvo escasa por el socialismo o, más tarde, el sindicalis-
influencia tanto entre intelectuales con preo- mo, el anarquismo se convirtió durante un
cupaciones sociales como entre los sectores breve lapso de tiempo ocupado centralmente
populares puesto que, acorde con su visión eli- por la primera década del siglo XX en la fuer-
tista de la lucha social, no se proponía ganar a za contestataria más importante de la socie-
las masas. No obstante, esta estrategia aisla- dad argentina. Y como tal anticipó e inaugu-
cionista y cerrada en sí misma de alguna ma- ró numerosas ideas y prácticas inexistentes
nera puso en locución los principios libertarios hasta ese entonces en la sociedad argentina,
básicos, que no cambiarían a lo largo del tiem- muchas de las cuales fueron adoptadas por
po; aun cuando las corrientes pro organizado- diversos sectores de la izquierda argentina y

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 167-177


convertidas en tradiciones de la cultura de iz- mente a los trabajadores en tanto éstos eran
quierda que han perdurado hasta la fecha: la los sectores más oprimidos de la sociedad y
noción de un mundo alternativo, las formas que sus prácticas alentaban la lucha de clases,
de compromiso militante, las ideas de insu- el mensaje libertario pretendía ser universalis-
rrección y rebelión social, las prácticas solida- ta y no clasista: “La revolución que nosotros
rias, la difusión de ritos y símbolos como la preconizamos –sostenía Ricardo Mella– va
bandera roja o la conmemoración del Primero más allá de tal o cual clase, quiere llegar a la
de Mayo, la prensa obrera y contestataria así liberación completa e integral de la humani-
como las formas de definir al enemigo y con- dad”.2 El clasismo implicaba para ellos su-
frontar con los grupos dominantes. bordinar el individuo a las clases superiores y
En esta comunicación voy a detenerme en esta idea era percibida como autoritaria y re-
este último aspecto. Esto significa analizar, presora de las libertades individuales. Ahora
ante todo, cómo definía el movimiento liber- bien, si esta concepción no clasista estaba en
tario1 el campo popular (el conjunto de los la base de la doctrina anarquista, las prácticas
oprimidos) y, en sentido contrario, cuál era la políticas y sociales específicamente orienta-
percepción del enemigo (los opresores), pues das a los trabajadores operaron sobre la mis-
el anarquismo, a diferencia de las diversas co- ma complejizando la idea de clase social,
rrientes provenientes del marxismo predomi- provocando tensiones sobre una producción
nantes en la Segunda Internacional y que mar- discursiva que a veces se tornaba ambigua y
carían en buena medida el derrotero de la hasta contradictoria. Esta peculiar forma de
izquierda argentina, concebía el enfrenta- percibir las clases y la lucha de clases provo-
miento social de manera diferente, si se quie- có constantes debates internos y problemas
re de manera más universalista o policlasista, concretos para orientar a los trabajadores y al
y relegaba la lucha de clases y la propia iden- propio movimiento obrero que contribuyeron
tidad de clase a un segundo plano. a conformar.
De manera generalizada, la historiografía Esto fue así porque el movimiento liberta-
sobre los trabajadores y la izquierda ha tendi- rio los representaba y los contenía a todos y
do a subsumir la experiencia de las corrientes no transitaba una sola línea doctrinaria sino
anarquistas en nuestro país entre las tenden- varias simultáneamente. Un verdadero caos
cias específicamente obreras, aunque el anar- doctrinal en donde individualistas, colectivis-
quismo parece haber sido algo más que eso. tas, comunistas, organizadores, antiorganiza-
Sin negar que su discurso apelaba esencial- dores, partidarios y adversarios de las vías
violentas, así como otras posturas enfrenta-
das se identificaban y rechazaban en el hete-
1 Para la definición del anarquismo como un movimien-
rogéneo y variado mosaico del anarquismo
to político me he valido de la definición de Gianfranco
Pasquino, quien sostiene que porteño. Quizás esta característica hacia el
[...] una definición correcta de movimiento polí-
matiz y la mezcla, en tanto ampliaba el mar-
tico debe hacer palanca sobre dos elementos de la co de interpelación, haya sido un motivo de
expresión: Movimiento se diferencia de partido, atracción y una de las causas del arraigo que
especialmente, e indica la no institucionalización
de una idea, de un grupo, de una actividad. Polí- este movimiento consiguió entre aquellos tra-
tico se refiere a los objetivos del movimiento, a bajadores más radicalizados o quienes se
su actuar en la arena de las decisiones colectivas,
a su intento de poner en el banquillo a los deten-
tadores del poder […] (Gianfranco Pasquino,
“Movimiento político”, en N. Bobbio, N. Mat-
2Ricardo Mella, La lucha de clases, Buenos Aires, B.
teucci y G. Pasquino, Diccionario de política,
México, Siglo XXI, 1994, t. II, p. 1014). Fueyo Editor, s/f, p. 5.

168
mostraban descontentos con la situación eco- perar la perspectiva de clases e interpretar el
nómica y social imperante en la sociedad ar- fenómeno capitalista en términos diferentes
gentina de entonces. No caben dudas de que la al marxismo, desde que sus presupuestos po-
amplitud y laxitud doctrinaria le permitieron líticos y filosóficos abrevaban centralmente
abarcar buena parte del espectro contestatario, en una vertiente liberal que sustentaba con-
en tanto podía albergar en su seno una amplia ceptos tales como derecho natural, igualdad,
variedad de tendencias y opiniones sin estar libertad o armonía. En la base de la concep-
encorsetados en los marcos de un partido. ción anarquista se hallaba fuertemente arrai-
Esta amplitud se relacionaba con la hetero- gada la idea de libertad, una libertad que te-
doxia clasista sustentada por los anarquistas. nía por objeto hacer feliz al individuo pues
Al contrario de las diversas corrientes comu- era un derecho natural inherente al hombre
nistas y socialistas influidas por el marxismo, mismo que no debía ser perturbado por ele-
la definición de las clases y la lucha de clases mentos extraños:
no constituía un problema central. Puede sos-
tenerse que la doctrina libertaria era vaga- [...] nuestro liberalismo –sostenían– es tal
mente anticlasista y negadora de la conciencia que después de no reconocer la propiedad
de clase marxiana al sustentar su tesis de individual, admitimos que si hay quien
participación política en la voluntad de cada quiere oponerse a que otros hagan uso de
individuo. Por otro lado, era populista pues lo que esté detenido en su poder, que lo
haga. Pero admitimos también, y sin ad-
aspiraba a unir a todos los sectores sociales
mitirlo sucedería lo mismo, que los nece-
oprimidos para liberarlos de la explotación
sitados se valgan de los medios tan caute-
económica.3 Pero las prácticas sociales se ha- losos y sanguinarios como les convenga
llaban inmersas, casi naturalmente, en un con- para conseguir la satisfacción de sus nece-
flicto donde primaba el enfrentamiento de sidades, de lo que resultaría una lucha in-
clases tanto en la práctica cuanto en la pro- terminable.4
ducción discursiva. Y los anarquistas alenta-
ban constantemente la lucha de los trabajado- Y aunque no se descartaran muchos de los
res contra los empresarios y el Estado y, por problemas planteados por el marxismo, un
lógica consecuencia, incentivaban la lucha de sector importante del anarquismo argentino
clases sin ser clasistas. Sin embargo, insisto, reforzó el análisis no clasista a partir de la in-
su actitud y su mirada frente a la organización fluencia de las ideas de Kropotkin, especial-
económica capitalista y a la consecuente es- mente a través de las interpretaciones realiza-
tructura social clasista los diferenciaba nítida- das por los españoles José Prat y Anselmo
mente de las interpretaciones marxistas. Lorenzo, muy difundidos en los medios loca-
Para la constitución del sujeto social, la les. Incluso en 1897 el mismo Prat colaboró
doctrina libertaria ponía énfasis no en deter- personalmente en la creación de La Protesta
minadas relaciones con los medios de pro- Humana, sin duda el periódico más impor-
ducción sino en las formas de opresión. Po- tante del movimiento anarquista. Más allá de
seía, en términos generales, una dimensión las escasas referencias de la historiografía ar-
moralista y universalista que la llevaba a su- gentina al tema, parece evidente que la línea
anarco-comunista de Kropotkin tuvo una am-
plia difusión y adhesión en los medios loca-
3 Tomo el término populismo de José Álvarez Junco,
“Los dos anarquismos”, en Cuadernos del Ruedo Ibéri-
co, París, No. 55/57, enero-julio de 1977, p. 139. 4 El Rebelde, 11 de diciembre de 1898.

169
les. Y si bien es cierto que su predominio fue Kropotkin, de dar menor importancia al análi-
claro entre los doctrinarios puros5 a partir de sis crítico de la economía capitalista, mientras
1905, ya en la década de 1880 sus escritos centraba su atención en la condena moral. Es-
eran conocidos y difundidos en el Río de la ta concepción derivó en la elaboración de un
Plata: en 1887 en Buenos Aires y dos años esquema de conflicto más flexible y genérico
más tarde en Montevideo se editaban sus pri- que el sustentado por el marxismo, puesto que
meros folletos y artículos; poco después eran la causa de la división social no se hallaba só-
reproducidos en periódicos como El Perse- lo en el régimen de propiedad y salarios sino
guido, La Protesta Humana, El Rebelde6 y, también en la enorme distancia cultural entre
especialmente, en La Liberté, una hoja en los sectores sociales. Esta brecha cultural se
francés dirigida por Pierre Quiroule que re- producía pues un actor social minoritario de-
producía La Revolte, orientada en el país galo tentaba el saber que el otro (mayoritario) no
por el propio Kropotkin. Durante la década de poseía y esta cuestión excedía la contradicción
1890 los grupos editaron varios folletos y li- clase burguesa-clase obrera para establecer, en
bros. Pero el verdadero auge de las ideas de términos de Kropotkin, una dualidad entre po-
Kropotkin se generó a partir de 1905, coinci- bres y ricos, explotados y explotadores, deshe-
dentemente con la imposición del principio redados y privilegiados, pueblo y burguesía.
comunista anárquico en el seno de la Federa- Como sostiene Álvarez Junco,
ción Obrera (FORA) y con la publicación en
La Protesta durante cien números consecuti- [...] al introducirse el elemento ético-cul-
vos de las Memorias de un revolucionario.7 tural entre los factores de opresión o des-
posesión se añaden, como mínimo, dos
La interpretación libertaria no clasista re-
variantes respecto del enfoque socialista
forzaba la idea, omnipresente en la obra de
clásico: por un lado se amplía el grupo de
desposeídos… por otro lado, no se consi-
dera que la situación se caracterice por la
5 Ésta es una caracterización del autor a los efectos de progresiva polarización de las clases, sino
poder distinguir los diversos sectores que tejían la en- por la creciente posibilidad de la supera-
marañada trama del movimiento libertario local. Llamo ción de la tensión gracias a la inevitable
doctrinarios puros a aquellos activistas, especialmente ilustración de los oprimidos.8
intelectuales y publicistas, que defendían la doctrina
desde una supuesta perspectiva ortodoxa y se compor-
taban casi como intelectuales orgánicos y funcionaban La lucha de clases se convirtió en un concep-
como una verdadera élite con el propósito de programar to que, aunque frecuentemente utilizado, era
la línea política y de inducir a los militantes de base a
aceptar las decisiones de la élite. En cambio, denomino
casi negado por el discurso anarquista y os-
intelectuales heterodoxos a aquellos sectores del movi- curecido por otras divisiones mas amplias
miento, generalmente proveniente de las letras, más que condujo a un ataque a la autoridad per se.
abiertos doctrinariamente y reacios a encolumnarse de-
trás de las orientaciones de los dirigentes “orgánicos”.
Eduardo Gilimón, la figura predominante
6 Este periódico publicó “El concepto de revolución”, del grupo doctrinario puro que predominó en
El Rebelde, 11 a 27 de noviembre de 1898, y las “Ba- la redacción de La Protesta a partir de 1906,9
ses Científicas de la Anarquía”, durante varios meses
en 1902. fue uno de los más firmes defensores de la
7 Kropotkin fue el teórico europeo más transitado por
La Protesta. Entre 1904 y 1910 aparecieron 28 artícu-
los del autor ruso, 27 de Eliseo Reclús, 10 de Enrique 8 José Álvarez Junco, La ideología política del anar-
Malatesta, 13 de Juan Grave (en cierta forma, los tres quismo español (1868-1910), Madrid, Siglo XXI, 1976,
últimos estaban emparentados teórica e ideológicamen- pp. 182-183.
te con Kropotkin) y sólo aparecieron tres artículos de 9 Gilimón accedió a una posición hegemónica en La Pro-
Stirner y otros tantos de Bakunin, el mismo número que testa al desplazar de la dirección, después de una durísi-
mereció Herbert Spencer. ma disputa, al intelectual heterodoxo Alberto Ghiraldo.

170
concepción policlasista. Si bien no parece ha- terminada clase social sino de todas. Van
ber tenido influencia directa en el movimien- contra un principio –el principio de auto-
to obrero organizado, ejerció un fuerte ascen- ridad– contra la organización social que es
diente sobre el movimiento libertario que, a autoritaria en todos los órdenes de la vida
la vez, orientó durante buena parte de la pri- desde el político hasta el moral y desde el
mera década del siglo al movimiento obrero intelectual hasta el económico, y contra
todas las clases sociales que se opongan a
organizado representado en la FORA. Como
la libertad, a la anarquía.10
un intelectual orgánico y autopromovido en
intérprete de la doctrina anarquista, atacó sis-
Para Gilimón la clase obrera era una cantera,
temáticamente el clasismo de corte marxista
la más importante de la sociedad, de donde el
existente en el seno del movimiento gremial al
anarquismo habría de nutrirse y adquirir su
que asimilaba ya el socialismo, ya el sindica-
fuerza fundamental, pero nada más. En su
lismo. Sus ideas básicas en el tema giraban en
concepción, también los sectores dominantes
torno de la negación de la lucha de clases y de
podían nutrirse de la cantera obrera pues par-
la existencia de una élite revolucionaria for-
te de ellos militaban en el bando opuesto ya
mada por intelectuales y pensadores encarga-
fuese por no desprenderse de sus prejuicios
da de educar y concientizar a la masa de traba-
serviles o de cierta veta autoritaria que era
jadores. Según su criterio, el cambio social y
explotada por las fuerzas de seguridad, que
la revolución no estaban condicionados por la
reclutaban a sus miembros en las filas de los
lucha de clases sino por la lucha del pueblo
trabajadores. Por lo tanto, ser obrero no repre-
contra sus explotadores. Pueblo era una cate-
sentaba un atributo en sí mismo, a lo sumo
goría más abarcadora que englobaba mayori-
los trabajadores podrían llegar a adquirir una
tariamente una inmensa gama de trabajadores
conciencia mejorista a través de los gremios,
pero también a los miembros de profesiones
pero la anarquía no era
liberales, comerciantes y hasta “capitalistas de
toda especie”. Esta amplia idea de pueblo in- [...] un sistema de mejoras sino la aboli-
cluía también a los desheredados en términos ción de todo principio de autoridad… que
generales (enfermos, viejos, niños, miserables, la adquieren otros hombres que pertene-
prostitutas) y en ella está latente la concepción cen a distintas clases sociales, vale decir,
bakuninista de la energía política de las masas todos los que tienen un elevado concepto
y del pueblo como depositario permanente de de su individualidad, de la dignidad huma-
la semilla de la revolución social. En este sen- na, de la libertad.11
tido, toda la energía revolucionaria estaba co-
locada contra la autoridad del Estado que re- En definitiva, la lucha crucial en la que se ju-
presentaba a los factores de explotación y de garían los destinos del porvenir no enfrentaría
opresión, de poder y de sometimiento de toda a capitalistas y obreros sino a los autoritarios
la sociedad (pueblo) expoliada y no de una (opresores) y a los libertarios (oprimidos).
clase en particular. Frente al concepto de lucha de clases o,
De este razonamiento se desprendía que la más aun, de conciencia de clase marxista que
lucha de clases no era un hecho anárquico penetraba el discurso anarquista por varios
puntos, los doctrinarios puros bregaban por
[...] y no es anárquico porque los anarquis-
tas no van precisamente contra una clase 10 Eduardo Gilimón, “La Anarquía”, La Protesta, 20 de
social, ni contra un sistema económico, ni agosto de 1908.
proceden ellos exclusivamente de una de- 11 Ibid.

171
una conciencia moral basada en valores que bre desarraigado visto desde una perspectiva
apelaban al individuo, a la libertad, a la rebel- ética y cultural que privilegiaba en su análisis
día o a la dignidad humana. Pocos años des- elementos educacionales, culturales y mora-
pués, Diego Abad de Santillán, presionado les frente a las caracterizaciones específica-
por el impacto de la revolución bolchevique y mente socioeconómicas; los hombres no se
la propagación del comunismo marxista entre diferenciaban por el lugar ocupado en la so-
los trabajadores radicalizados, ratificaría la ciedad sino por los ideales que profesaban y,
postura anticlasista. Insistía con la idea de que en este sentido, las clases sociales nacían y
ser proletario no era suficiente para convertir- existían más en el pensamiento que en la rea-
se en revolucionario: “la demagogia marxista lidad concreta. El hombre era antes que nada
atribuyó a los trabajadores una razón histórica individuo y esta condición adquiría mayor re-
fatal y se esmeró en divulgar la idea del pro- levancia que la pertenencia a una clase social
letariado como clase; partiendo de este punto determinada y cuando asumía el ideal liberta-
de vista, toda escisión de esa clase unitaria se- rio se identificaba con el universalismo del
ría un atentado contra los intereses revolucio- anarquismo y no con el particularismo de la
narios”.12 Santillán sostenía que esta premisa clase obrera. Sin llegar al extremo de negar
era totalmente falsa pues no consideraba al absolutamente la lucha de clases, la instala-
proletariado como una clase unitaria sino ban en un segundo plano puesto que para
como un conjunto inconexo de seres humanos ellos los intereses de clase no expresaban ne-
que si bien nutría a los contingentes revolu- cesariamente un ideal revolucionario.
cionarios también, coincidiendo con Gilimón, El posible atractivo de esta visión parecía
abastecía de materia prima a los opresores: residir en que la doctrina libertaria no sólo
brindaba una salida al obrero alienado o al in-
[...] en el obrero revolucionario está por telectual desplazado o marginado de las élites
encima el hombre que el obrero. Por enci- culturales, sino también a aquellos sectores
ma del concepto del proletario está el con- que, aspirantes a pertenecer a la clase media,
cepto de la humanidad; en la conciencia
habían quedado excluidos del proceso de as-
del proletario que lucha por un mundo me-
censo social. Aunque en una escala menor,
jor encontraréis en primer lugar la digni-
dad humana ultrajada por la tiranía o la como ocurriera con el cartismo inglés, el
opresión y sólo en segundo plano el zapa- anarquismo supo interpretar con su lenguaje
tero, el albañil, el carpintero.13 político la miseria y el descontento popular y
parece haber brindado respuestas para el ma-
Esta ausencia de una cosmovisión clasista de lestar y los estados de ánimo insatisfechos.14
la sociedad dotó al anarquismo de la aspira- Estas propuestas deben haber tenido su peso
ción de representatividad universal de los ex- en el Buenos Aires de principios de siglo que,
plotados en términos generales, acercándose si bien permitió de manera amplia el ascenso
a la idea del hombre desarraigado. Un hom- social, también destruyó la ilusión de mu-
chos. El anarquismo creía que la frustración
de las expectativas de mejoramiento mate-
12 Diego Abad de Santillán, “Suplemento semanal de
rial de los ilusionados inmigrantes abría un
La Protesta”, en Frank Mintz y Antonia Fontanillas,
“Diego Abad de Santillán. Historia y vigencia de la
construcción social de un proyecto libertario”, en Su-
plementos. Materiales de trabajo intelectual, Barcelona,
Anthropos, Editorial del Hombre, No. 36, enero de 14 Gareth Stedmann Jones, Lenguajes de clase. Estu-
1993, p. 14. dios sobre la historia de la clase obrera inglesa, Ma-
13 Ibid., p. 16. drid, Siglo XXI, 1989, p. 91.

172
camino de segura adhesión a su causa. El diá- la hoguera. Por eso dirigieron y alentaron la
logo de dos deportados –imaginado por Gili- huelga de inquilinos de 1907 mientras el Par-
món– en la cubierta de un barco que los trae tido Socialista se debatía en una discusión sin
de regreso al país desde España expresa bien salida para determinar si una rebelión de con-
esa concepción: sumidores constituía o no una huelga en el
sentido clásico; lucharon por los presos polí-
¿Ves éstos? –sostiene el interlocutor del ticos y sociales; apoyaron conflictos cuasi
autor, refiriéndose a los inmigrantes que ludditas como la lucha de los obreros cigarre-
viajan hacia Buenos Aires–. Son futuros ros contra la incorporación de máquinas mo-
anarquistas. Cuando la decepción llegue; dernas;16 denunciaron en grandes titulares en
cuando sus ilusiones de hoy se desvanez- sus periódicos el maltrato a que eran someti-
can; cuando la realidad brutal les hiera, se
dos los conscriptos en el ejército e, incluso,
irán su republicanismo y americanismo al
intentaron organizarlos;17 criticaron dura-
diablo. Van engañados y el desencanto los
enfurecerá. Sí –responde el autor–. Si en mente la persecución de las prostitutas o
vez de ilusionarlos, les expusieran un cua- efectuaron llamados sin éxito a la policía a
dro real y verdadero de lo que es Argenti- plegarse a las filas de la rebelión de los opri-
na, vendrían igualmente, porque aunque la midos. Indudablemente la heterodoxia clasis-
vida en América es más ingrata que en Es- ta, reforzada por la forma pasional y casi dra-
paña, siempre hay alguna mayor ventaja mática de emitir sus discursos, fue una de las
económica y no tendrían que desesperarse claves de su arraigo entre los sectores popu-
y volver contra su país, siendo elementos lares en los momentos de conflicto. Aunque
de desorden, usando el vocabulario y el es probable que en determinados conflictos
modo de ver de los gobiernos. Y aunque obreros el mensaje de socialistas y anarquis-
sea doloroso para estas pobres gentes, tal tas haya sido muy similar, intercambiable si
vez sea mejor así. El progreso requiere,
se quiere. Es allí donde adquiría importancia
como los dioses antiguos, sus víctimas.15
la forma de emisión del discurso libertario,
dramática, elocuente, acompañada de una
Los anarquistas volcaron todo su esfuerzo en
ese sentido e intentaron denodadamente con-
vencer a esas “víctimas”, apuntando precisa-
16 Una vez más las contradicciones; fervientes defenso-
mente a esa zona de desilusión, de frustra- res del progreso, aplaudieron la mecanización y el ma-
ción y de deseos no satisfechos, explotando quinismo en tanto significara un alivio y ahorro del tra-
muy bien el descontento, la decepción, la bajo humano y de hecho consideraban a las máquinas
un elemento vital del bienestar de los hombres en la so-
bronca y el resentimiento de los trabajadores ciedad futura; pero cuestionaban la desocupación pro-
que no lograban cumplir los sueños que ha- vocada por las máquinas en un régimen de tipo capita-
bían motivado el desarraigo de su suelo natal lista puesto que los empresarios no buscaban mejorar
las condiciones de trabajo sino mejorar su rentabilidad.
y alcanzar el lugar ansiado en la sociedad. La Mientras existiera este tipo de relaciones sociales de
desilusión material de los oprimidos debía producción algunos proponían, junto a la huelga, la des-
trastocarse en conciencia revolucionaria. trucción de cuanta máquina privara de su trabajo a los
obreros. Véase, por ejemplo, Carmelo Freda, “Dinami-
Bastaba una manifestación de protesta a mo- ta a las máquinas”, Fulgor, No. 2, 25 de marzo de 1906.
do de chispa para que los militantes liberta- 17 No sólo publicaban frecuentes notas de carácter anti-

rios aportaran el combustible para encender militarista en la prensa partidaria sino que también edi-
taron periódicos específicamente pacifistas como El
cuartel (1909) o La luz del soldado (1909-1914), que al-
canzaron una importante difusión. Véase Juan Suriano,
15 Eduardo Gilimón, Hechos y comentarios, Buenos Ai- Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Ai-
res, Imprenta B. Puey, 1911, p. 104. res, 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001, cap. VII.

173
gestualidad exagerada y acentuando siempre cionaria anarquista como la respuesta a un
el carácter binario de su discurso. Los dirigen- proceso socioeconómico de cambios bruscos
tes socialistas Jacinto Oddone y Enrique Dick- y acelerados, signado por el carácter aluvial
man recalcan estas características (irracionales de la sociedad urbana argentina con altos ni-
a su criterio) y reconocen que atraían a los tra- veles de movilidad horizontal y vertical que,
bajadores. Pero el arraigo libertario entre los indudablemente, generaron dificultades y
sectores populares fue efímero puesto que no precariedades en la constitución de una iden-
se tradujo en una conversión masiva de éstos tidad común de los trabajadores. Tal vez las
a las filas anarquistas. características de este proceso social, econó-
En realidad, los anarquistas no lograron mico y cultural hayan contribuido a abortar,
atraer masivamente a sus filas a los obreros, hacia adentro del movimiento libertario, un
sólo fueron eficaces para articular sus reivin- crecimiento y desarrollo de la elaboración
dicaciones de manera coyuntural. La hetero- teórica en detrimento de la búsqueda de res-
doxia ideológica, la dinámica de su acción puestas rápidas y contundentes a un proceso
práctica y la “categórica frontalidad”18 per- tan cambiante. Da la impresión de que se hu-
mitieron al anarquismo adaptarse perfecta- biera apoderado de los activistas cierta urgen-
mente a una sociedad de carácter aluvial, ex- cia por organizar su acción y golpear sistemá-
cesivamente cosmopolita, con un mundo del ticamente al sistema para cambiar la sociedad
trabajo heterogéneo y en continuo movimien- aunque, paradójicamente, las referencias a
to y transformación, ofreciendo respuestas esa utópica sociedad futura no haya merecido
inmediatas a las necesidades cotidianas y a demasiadas reflexiones mas allá de la notable
las expectativas de una vida mejor de los tra- excepción constituida por la utopía construi-
bajadores. La constitución de sociedades de da por Pierre Quiroule.19
resistencia, círculos culturales, escuelas al- Por otro lado, la militancia de urgencia en-
ternativas y la construcción de una amplia cuentra una explicación en la misma concep-
red de prensa tendieron a cubrir y satisfacer ción libertaria. Significaba subordinar el pen-
esas demandas. Para cubrir estas esperanzas samiento a la acción y, en cierta forma, la
no parecían necesarias grandes disquisicio- planificación a largo plazo del proceso revo-
nes teóricas ni una extremada coherencia lucionario por un inmediatismo aunque esta
ideológica. Sólo había que estar allí donde última afirmación no sea del todo verdadera
aparecieran las demandas y, en este sentido, puesto que algunos autores sostienen la con-
el anarquismo pudo cubrir ciertas expectati- vivencia en el movimiento libertario de dos
vas populares en el corto plazo pues ofreció posturas ante el modelo de sociedad: por un
un efectivo marco de contención en una so- lado el espontaneísmo, tributario del indivi-
ciedad donde pocos cubrían ese rol. dualismo, que se resistía a cualquier planifi-
Las prácticas anarquistas de la primera dé- cación por autoritaria y por atentar contra la
cada del siglo adquirieron características de
una militancia de urgencia, resultado de la
convergencia de dos procesos diferentes. Por 19 Pierre Quiroule, La ciudad anarquista americana,
un lado podría explicarse la urgencia revolu- Buenos Aires, La Protesta, 1914. Para un análisis de es-
ta obra, véanse Felix Weinberg, Dos utopías argentinas
de principios de siglo, Buenos Aires, Solar/Hachette,
1987; Fernando Ainsa, “La ciudad anarquista america-
18 La oportuna expresión pertenece a David Viñas, Li- na. Estudio de una utopía libertaria”, en Caravelle, No.
teratura argentina y política. De los jacobinos porteños 46, Toulouse, 1988; Luis Gómez Tovar, Ramón Gutié-
a la bohemia anarquista, Buenos Aires, Sudamericana, rrez y Silvia A. Vázquez, Utopías libertarias america-
1995, p. 219. nas, Madrid, Tuero, 1991.

174
espontaneidad de las masas. Por otro, una lí- tervenían extremaban las posiciones, tensan-
nea constructiva, derivada de los organiza- do siempre la cuerda para llegar un poco más
cionistas que se esforzaban por anticipar un lejos. La idea del todo o nada, de alcanzar sus
modelo de sociedad.20 objetivos en forma inmediata se hallaba a
Y si bien es cierto que esta polémica exis- menudo presente en su horizonte: “los hom-
tía y tensionaba el discurso anarquista, tam- bres libres deben ir derecho a la conquista del
bién lo es que la urgencia, el inmediatismo y pan y no detenerse a recoger migajas”.23
el intento de aceleración de los tiempos polí- Esta militancia de urgencia privilegiaba la
ticos constituían la impronta dominante del acción y la propaganda y, en ese sentido, re-
movimiento anarquista local en su conjunto y legaba la teoría a la descripción sistemática y
se justificaba por una concepción, en parte reiterada de los problemas sociales. La enor-
utópica, que ponía el énfasis en objetivos que me mayoría de artículos publicados en los
iban más allá del presente, como la destruc- distintos medios periodísticos locales hacían
ción del Estado en forma total, definitiva, sin referencia, generalmente desde una perspec-
etapas intermedias (contra el gradualismo so- tiva moralista, a los males de la sociedad ca-
cialista) y sin mediaciones del tipo dictadura pitalista: la perversión del Estado, la hipocre-
del proletariado ni de ninguna clase social. sía y la lujuria de la iglesia, la codicia y el
Existía la convicción de que era el movi- carácter explotador de la burguesía o el sufri-
miento espontáneo el que creaba las condi- miento del proletariado, para mencionar algu-
ciones para el progreso del ideal anarquista. nos de los tópicos más importantes. Había un
Esta forma de movimientismo era una mane- hilo conductor en la forma de abordar todos
ra de privilegiar la acción por sí misma apun- estos temas consistente en cierto grado de
tando, más que a la concreción de objetivos abstracción e intemporalidad, que ocultaba la
concretos, a la realización repentina de un fin especificidad de la sociedad en la que estaban
abstracto que los llevaba constantemente a operando políticamente.
impulsar nuevas acciones espontáneas.21 Esta Precisamente, las simplificaciones de la
manera de analizar el cambio desembocaba producción anarquista local no se limitaron al
en la necesidad de golpear sistemáticamente campo del pensamiento teórico abstracto sino
a las instituciones integrantes del Estado ca- también, y esto es lo que interesa aquí, a las
pitalista.22 Así, en cada acción en donde in- formas de pensar, mirar y analizar la sociedad
argentina. Predominaba una tendencia a ana-
lizar la sociedad concreta y real desde vagas
20 L. Gómez Tovar, R. Gutiérrez y S. A. Vázquez, op. postulaciones generales, de un alto grado de
cit., pp. 37-43. abstracción, a partir de las cuales parecía di-
21 Sobre el componente espontáneo e insurreccional en
el anarquismo, véase Gian Mario Bravo, “El anarquis-
fícil elaborar interpretaciones y conclusiones
mo”, en Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfran- medianamente certeras. Y aunque hayan de-
co Pasquino, Diccionario de política, cit., pp. 29-36. mostrado una notable adaptación y pragma-
22 Algunos historiadores del anarquismo abonaron la
idea del espontaneísmo y la falta de componentes utó-
tismo ante el conflicto social en las prácticas
picos, por ejemplo George Woodcock, El anarquismo, concretas, los activistas que se dedicaban a
Barcelona, Ariel, 1979, p. 25. Desde el marxismo siem-
pre se criticaron los rasgos inmediatistas y últimamente
un autor, a la luz de las movilizaciones del mayo fran-
cés de 1968, ha denominado a estos rasgos, casi peyo- lucionarias adecuadas, pensando la revolución como un
rativamente, como “impaciencia revolucionaria”. En acontecimiento actual, siempre posible. Véase Wolf-
una explicación con un fuerte sesgo psicologista se sos- gang Harich, Crítica de la impaciencia revolucionaria,
tiene que los anarquistas son (y eran) impacientes en Barcelona, 1988.
tanto no pueden y no saben esperar las coyunturas revo- 23 El Rebelde, 12 de enero de 1902.

175
pensar la sociedad no acertaban a elaborar vida económica, política y espiritual de la
diagnósticos relativamente certeros, en tanto época; nos hemos retraído demasiado, de-
repetían mecánica y machaconamente fór- sinteresándonos por todo lo que no tiene
mulas en las cuales las connotaciones negati- una atingencia inmediata y bien visible
vas o positivas de los actores sociales poco se con nuestras ideas. Esto nos condena más
diferenciaban aquí de las elaboradas en cual- y más al aislamiento.24
quier otro lugar del mundo. Deliberadamente Sin duda ésta fue la impronta dominante en el
o no, los propagandistas locales eran poco su- anarquismo local que, sin embargo, adquirió
tiles a la hora de definir los diversos grupos un peso relativamente importante en la socie-
sociales y la crítica era centralmente moral. dad urbana de comienzos del siglo. Aunque,
Así, los burgueses, los trabajadores, los sacer- si se considera un plazo de tiempo más largo,
dotes, los militares o los funcionarios estatales las propuestas anarquistas se habrían demos-
aparecían despojados de los matices naciona- trado repetitivas y poco flexibles a los cam-
les o locales. Un patrón, un obrero, un cura, un bios que, aceleradamente, se producían en
general o un ministro tenían las mismas con- distintos niveles de la sociedad argentina, es-
notaciones aquí, en Italia o en cualquier otro pecialmente en la esfera política. Por ejemplo,
país. Esta falta de diferenciación de las espe- la postura libertaria contraria a la nacionaliza-
cificidades nacionales no se debía sólo a la ción de los extranjeros para participar de la
tendencia internacionalista inherente a la política electoral puede haber sido adecuada a
doctrina anarquista. También hay que tener comienzos de siglo, con un sistema electoral
en cuenta el grado de movilidad geográfica y predominantemente restrictivo, pero no lo era
la escasa permanencia en el lugar de quienes tanto quince años después, con la vigencia de
escribían en los periódicos y revistas locales. la ley Sáenz Peña. La rigidez doctrinaria y la
En múltiples ocasiones estos propagandistas falta absoluta de pragmatismo alejaban al
eran individuos recién arribados al país y tan- anarquismo de las masas. Frente a estas trans-
to su pensamiento como su discurso estaban formaciones, la escasa predisposición a anali-
cargados de influencias del lugar de origen. zar teóricamente el abanico de problemas que
Así, la lectura de la sociedad local estaba te- cruzaban la sociedad argentina, sumada a la
ñida por transposición mecánica de las viven- rigidez doctrinaria, se habrían convertido en
cias anteriores. serias trabas para la comprensión, y posterior
Por otro lado, y a pesar de la influencia po- transformación, de una realidad que se les es-
sitivista, la pasión por la observación y la capaba de las manos rápidamente. De todas
cuantificación de los datos de la realidad eco- maneras, el interrogante subsiste pues aquí nos
nómica y social estaban casi ausentes de sus interesa desentrañar la relación entre la esca-
análisis. Predominaba la denuncia moralista y sa atención analítica sobre la sociedad local y
ni en la prensa periódica ni en los numerosos su relativa inserción entre los trabajadores en
libros y folletos publicados durante este pe- el momento de auge del anarquismo.
ríodo se perciben diagnósticos estructurales
sólidos. Pocos años después del período ana-
24 Diego Abad de Santillán, “Los anarquistas y la políti-
lizado en este trabajo, Abad de Santillán reco-
ca colonial de los estados civilizados”. El artículo fue
nocería el escaso apego del movimiento liber- publicado en el suplemento semanal de La Protesta del
tario a analizar los problemas del presente: 12 de enero de 1925. Tomado de Diego Abad de Santi-
llán, “Historia y vigencia de la construcción de un pro-
yecto libertario”, en Suplementos. Materiales de trabajo
[...] aparte de alguna que otra campaña pro intelectual, Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre,
presos vivimos demasiado al margen de la enero de 1993, p. 21.

176
Si bien la respuesta es compleja, puede sos- de la sociedad y, de no ser así, su capaci-
tenerse, en principio, que no existe una rela- dad de movilización desaparece. Lo im-
ción necesaria y mecánica entre la intensidad portante no es su grado de coherencia teó-
del conflicto social y la intensidad de la pro- rica […] sino su fuerza de aglutinamiento
ducción ideológica. La coherencia y la profun- y credibilidad.25
didad teórica no son requisitos indispensables
para atraer a las masas a un movimiento polí- Y en esos componentes parece haber radica-
tico. Tanto el radicalismo como el peronismo do la potencialidad del anarquismo local ha-
bien podrían ser un ejemplo en ese sentido. En cia comienzos del siglo XX. o
un estudio sobre esta misma problemática pa-
ra el anarquismo español se sostiene con acier-
to que
25 Javier Paniagua, “Una gran pregunta y varias res-
puestas. El anarquismo español: desde la política a la
[...] una ideología no es un todo acabado; historiografía”, en Historia social, No. 12, Valencia, in-
responde, en todo caso, a las necesidades vierno de 1992, p. 39.

177
Lecturas anarquistas
de la revolución rusa

Roberto Pittaluga

UBA / CeDInCI

En 1927, en oportunidad de hacer un balan- Este contraste tan evidente en la pluma de


ce de las últimas tres décadas de actuación una de las figuras más influyentes del anar-
del anarquismo en la Argentina, Diego Abad quismo local, que no ocultaba cierta decep-
de Santillán no dudaba en resaltar la intensi- ción entre las promesas abiertas y el derrote-
dad con que, en los tres o cuatro años inme- ro final de la república de los soviets, permite
diatamente posteriores a 1917, los militantes apreciar momentos distintos y también diver-
libertarios habían abrazado la revolución ru- gentes en las lecturas anarquistas del proceso
sa, hasta el punto de hacerles pensar que, en revolucionario ruso. Dichas lecturas estuvie-
virtud de los acontecimientos que siguieron ron atravesadas por determinaciones de dis-
al levantamiento ruso en varios lugares del tinto orden. Por un lado, las consideraciones
globo, la revolución estaba próxima incluso políticas y teóricas que se hicieron del fenó-
en estas latitudes. Si esta suerte de contagio meno ruso estuvieron sesgadas por las repre-
revolucionario que alteró los horizontes de sentaciones y conceptualizaciones preexis-
expectativas del anarquismo argentino es tentes de la revolución, las cuales, sumadas a
una marca indeleble que perdura en esa mi- la coyuntura sociopolítica argentina y a las
rada retrospectiva de Santillán casi diez años mismas prácticas del anarquismo local, con-
después, la misma es contrastada por la eva- formaban el contexto de reconocimiento de la
luación que a esa altura le merece la recep- revolución rusa. Por otro lado, el aconteci-
ción de la revolución rusa en los grupos li- miento revolucionario conmovió los imagi-
bertarios: su único efecto destacable habría narios y las formulaciones previas: interpre-
sido el vuelco de muchos e importantes mi- tar la revolución rusa era también interrogarse
litantes hacia otras corrientes políticas, y por sobre los mismos presupuestos teóricos y po-
ello perdidos para la verdadera causa revolu- líticos de las prácticas locales, sobre su plas-
cionaria.1 mación en representaciones e imágenes y aun
sobre la conformación de determinadas iden-
tidades. La revolución rusa se constituyó en-
1 Diego Abad de Santillán, “La Protesta. Su historia, tonces como un desafío a la vez teórico y po-
sus diversas fases y su significación en el movimiento lítico que obligó a reformulaciones, a nuevas
anarquista de América del Sur”, en Certamen Interna- afirmaciones o, al menos, a nuevos funda-
cional de “La Protesta”, Buenos Aires, La Protesta,
1927.
mentos para viejas conductas e identidades.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 179-188


Las primeras recepciones nían lugar en Rusia había llegado a su cenit:
y los desafíos implícitos la revolución rusa era, así, el momento y el
lugar del (re)encuentro con una naturaleza
La revolución que tenía lugar en Rusia fue humana perdida cuyos rasgos más eminentes
objeto de atención de numerosas miradas eran la libertad y la igualdad.4
que, más allá de las diferentes apreciaciones Este carácter redentor proyectado sobre la
que motivara, eran coincidentes en un punto: revolución de los soviets si bien permitía
su significación mayor para el nuevo rumbo conservar, aunque alterada, esa dimensión
histórico que se creía había abierto la Prime- progresista de la historia de la que se nutrió el
ra Guerra Mundial.2 En tanto el anarquismo anarquismo, al mismo tiempo le otorgaba un
se constituyó como una de las corrientes re- estatuto que la convertía en un nudo de la his-
volucionarias de la modernidad en la que toria, y como tal imponía una reconsidera-
–para decirlo en palabras de Michael Löwy– ción del pasado y del futuro. Para quienes,
el componente romántico, utópico y restaura- como el grupo editor de La Protesta, explica-
dor a la vez, se desplegó con más potencia,3 ban que la revolución rusa era “[…] el aplas-
las primeras recepciones de la revolución ru- tamiento total del régimen estatal por el go-
sa en las filas libertarias tendieron a destacar bierno de sí mismo”, y que el final del largo
lo que pensaban eran sus atributos utópicos y camino estaba ya al alcance de los pueblos,
redentores. no había duda que el presente se constituía en
De tal forma, un rasgo que matrizó estas bisagra clave de la propia historia, fijando un
primeras lecturas e interpretaciones consistió antes y un después.5 De tal forma, leían en la
en ubicarla como momento culminante de un revolución rusa una ruptura epocal abismal:
multisecular proceso de lucha por la emanci- “Este mundo que nace será edificado sobre
pación que entre sus jalones previos podía los escombros del viejo mundo sin valerse de
contar tanto a la revolución francesa como a ningún material usado para que su solidez sea
la comuna parisina –sin que faltaran por cier- bien cimentada”.6 La entidad que así se le
to quienes decidían llevar sus antecedentes otorgaba a la revolución rusa sólo podía ser
hasta el Renacimiento–. Si estos aconteci- plasmada integralmente por medio de imáge-
mientos servían como acervo conceptual e nes que apelaban a las fuerzas de una natura-
histórico para la interpretación del que ahora leza desatada: la “tormenta revolucionaria”,
tenía lugar, al mismo tiempo su invocación el “incendio social” que recorría el mundo,
instituía, en el mismo proceso interpretativo, eran las figuras apocalípticas utilizadas para
una genealogía de un movimiento de emanci- dar cuenta de la inequívoca señal de que “una
pación universal que en los sucesos que te- nueva era […] pugna[ba] por nacer a la luz
de los siglos”; así planteada, la revolución
era una irrupción en la historia, era “el Ideal
2 Véase Tulio Halperin Donghi, Vida y muerte de la re-
en marcha”, una entidad autónoma e inde-
pública verdadera (1910-1930), Buenos Aires, Ariel,
2000.
3 Michael Löwy, Redención y utopía. El judaísmo liber-
tario en Europa Central, Buenos Aires, El Cielo por
Asalto, 1997; Löwy retoma las elaboraciones de Karl 4 Véanse varios artículos en este sentido en los números
Mannheim en Ideología y utopía, México, FCE, 1993. de La Protesta del 11, 13 y 14 de noviembre de 1917; 4
Para el imaginario del anarquismo de la Argentina, véa- de diciembre de 1917 y 17 de febrero de 1918.
se Roberto Pittaluga, “Un imaginario utópico-restaura- 5 “La Revolución Rusa y su influencia moral”, en La
dor en el anarquismo de la Argentina”, en El Rodaba- Protesta, 17 de febrero de 1918, p. 2.
llo. Revista de política y cultura, Buenos Aires, No. 6 Santiago Locascio, Maximalismo y anarquismo, Bue-
11/12, primavera de 2000, pp. 74-77. nos Aires, Atilio Moro, 1919, p. 46.

180
pendiente de los sujetos que la promovían, pero también frente a socialistas y sindicalis-
reproduciendo ese acento trascendental pro- tas, y desde ese momento también frente a los
pio del sentido moderno de revolución.7 “comunistas políticos”–.9
Al designar el momento que los aconteci- El acontecimiento revolucionario que mar-
mientos soviéticos inauguraban como el ini- caba el inicio de un nuevo calendario posibili-
cio de una nueva época histórica –y por tan- taba también puntos de fuga perspectivistas
to la dimensión mundial de la revolución era hacia el pasado y hacia el futuro, motivando
no sólo incuestionable sino un directo deriva- un reexamen que promovía la formulación de
do de la caracterización propuesta–,8 los es- un nuevo espacio de experiencia mediante la
critores anarquistas realizaban una operación resignificación de los acontecimientos pretéri-
discursiva destinada tanto a mostrar la cisura tos a través de la proyección de nuevos hori-
histórica como a entroncarla, implícitamente, zontes de expectativas.10 Estas modificaciones
con el pensamiento y la práctica ácratas. Las de los “pronósticos” influyeron en la lectura
intervenciones que buscaban edificar una in- de los acontecimientos locales por parte de
terpretación sobre los acontecimientos que te- muchos anarquistas. El aumento de la conflic-
nían lugar en Rusia, además de tener como ob- tividad social, la presencia de la clase obrera
jetivo confrontar con las rivales, se proponían como sujeto de envergadura en esta coyuntura,
otorgarle un sentido histórico que revirtiera en alentaron esas lecturas “anhelantes” de eman-
términos legitimantes sobre las actuaciones lo- cipación y la misma conflictividad local fue
cales de los revolucionarios anarquistas. La vista a través de la lente de la revolución mun-
significación de la revolución rusa como “rup- dial ya iniciada. Más aún, la democratización
tura epocal” constituía la prueba fehaciente de recientemente iniciada en la Argentina, que
la más vasta transformación del orden mun- imponía al anarquismo un terreno para el de-
dial ya anunciada por los profetas del anar- bate y la acción en el que mostrarían dificulta-
quismo, por lo que el corpus libertario sobre des crecientes, fue raudamente descalificada
la revolución adquiría un signo confirmatorio ya no sólo desde los principios anti-políticos
y relegitimante. Por otro lado, estas recepcio- sino desde la experiencia de la democracia
nes de la revolución rusa que destacaban la en la Rusia del Gobierno Provisional, la cual
ruptura del tiempo histórico a partir de con- había fracasado, argumentaban los escritores
cebirla como generadora de una alteridad ab- ácratas, por estar imposibilitada de resolver
soluta entre el pasado y el futuro, se corres- los problemas del pueblo.11
pondían con una gestualidad revolucionaria
afincada en posiciones principistas atravesa-
das a su vez por énfasis morales sobre la ac-
9 La intransigencia como normativa de las acciones
ción, todo lo cual trazaba con meridiana cla- anarquistas ha sido suficientemente resaltada; para un
ridad los perfiles identitarios de esa franja de estudio reciente de la cultura anarquista en la que se
la izquierda –frente a las clases dominantes, examina esta dimensión de las prácticas e ideas liberta-
rias, véase Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y políti-
ca libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos Ai-
res, Manantial, 2001. Para las disputas por el sentido
7 “El Ideal en marcha”, en La Protesta, 17 de febrero de del término comunismo luego de la revolución rusa,
1918, p. 2; véase también Tribuna Proletaria, No. 30, 31 véase Roberto Pittaluga, “Los significados del comu-
de agosto de 1919, p. 1. La dimensión trascendental del nismo o la lucha por el nombre”, en Taller. Revista de
concepto de revolución en la modernidad es señalada por Sociedad, Cultura y Política, vol. 6, No. 17, Buenos Ai-
Reinhart Koselleck en Futuro Pasado. Para una semán- res, diciembre de 2001.
tica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993. 10 Véase Reinhart Koselleck, op. cit.
8 Véase, por ejemplo, Tribuna Proletaria, No. 32, 3 de 11 “De la Revolución. La dictadura del proletariado”, en
septiembre de 1919, p. 1. La Protesta, 5 de marzo de 1919, pp. 1 y 2.

181
De tal forma, durante este primer momen- En igual sentido, no resulta extraño que la
to (1917-1919), a medias obnubilados por sus controvertida figura de la “dictadura del pro-
deseos y a medias por encontrar respuestas a letariado” fuera también rápidamente incor-
desafíos de orden local, los principales voce- porada como parte del legado de la revolu-
ros del anarquismo se embarcaron en la exal- ción rusa en la prédica ácrata:
tación de la revolución rusa, incluso tomando
de ella aspectos difícilmente compatibles con La dictadura del proletariado, primera con-
el ideario ácrata y con las imaginaciones li- secuencia de la revolución social, instru-
bertarias preexistentes de la revolución –al mento de progreso que emplean los pue-
menos en sus formulaciones decimonónicas–. blos para destruir todos los anacronismos
Al dotar a dichos aspectos de su específica sociales y que servirá de base a una organi-
zación basada en el principio humano de la
experiencia de la legitimidad de una revolu-
producción libre y el libre consumo.13
ción efectivamente realizada, la revolución
rusa actuaba como una nueva referencia his-
Este régimen era concebido no sólo en térmi-
tórica, y esta referencialidad para el movi-
nos transicionales sino que se mantenían pre-
miento revolucionario corría el riesgo de eri-
sentes las claves destructoras de la revolución:
gir el particular derrotero ruso en el modelo
el objetivo de la dictadura del proletariado no
que los revolucionarios de otras tierras debían
era otro que la destrucción de la vieja socie-
emprender si querían triunfar.
dad.14 Pero además no era esta dictadura un
En esta senda, el entusiasmo que se des-
producto exclusivo del itinerario revoluciona-
prende de las escrituras ácratas sobre la revo-
rio ruso, sino una etapa necesaria e inevitable
lución rusa –prolongadas en una euforia polí-
para toda revolución, como razonaba Emilio
tica en torno de las posibilidades de una
López Arango cuando decía:
revolución en la región rioplatense– no deriva-
ba tan sólo de las lecturas catastrofistas, sino
[…] la dictadura constituye la esencia, el
también de aquellas que asignaban un desme- fundamento de todo gobierno y en el perío-
surado peso a la élite de los revolucionarios. do revolucionario, la dictadura es necesa-
Lecturas del “maximalismo” en clave van- ria, ineludible para destruir las fuerzas de la
guardista que comenzaban a perfilar un mode- oposición y matar el espíritu conservador
lo de revolución en el cual, a través de un giro acomodaticio de la clase productora.15
que no era del todo ajeno al anarquismo, la
confianza en las virtualidades de la élite diri- La necesidad de la dictadura era planteada
gente opacaban todo rol autoemancipador de tanto como instrumento para enfrentar a la
las masas, a la par que el proceso revoluciona-
rio era concebido según los criterios de una es-
trategia de toma del poder, de encumbramien- mez Tovar, Ramón Gutiérrez y Silvia Vázquez, Utopías
to de dichas élites para, desde la cima, destruir libertarias americanas, vol. I, Madrid, Fundación Sal-
vador Seguí/Ediciones Tuero, 1991.
lo viejo y construir el nuevo orden.12 13 “De la Revolución. La dictadura del proletariado”, en
La Protesta, 5 de marzo de 1919, pp. 1 y 2.
14 Emilio López Arango, “Características esenciales de
la revolución rusa. Las teorías frente a la realidad de los
12 “La Revolución Rusa y su influencia moral”, en La hechos”, en Nuevos Caminos, publicación quincenal
Protesta, 17 de febrero de 1918, p. 2. Que las élites más del Centro Cultural y Artístico “Nuevos Caminos”,
que las masas eran el sujeto de la revolución puede ver- Avellaneda, No. 5, 20 de septiembre de 1920, p. 7.
se en la obra utópica de Pierre Quiroule, La ciudad 15 “El sentido histórico de la Revolución”, en La Pro-
anarquista americana. Obra de construcción revolucio- testa, 9 de diciembre de 1919, p. 1. Véase también el ci-
naria con el plan de la ciudad libertaria, en Luis Gó- tado artículo de La Protesta del 5 de marzo de 1919.

182
burguesía como a la apatía de los mismos tra- taban de construir una interpretación que so-
bajadores (una dictadura, entonces, sobre el brepasara aquellas nociones e imágenes de
proletariado). por sí imprecisas que caracterizaron las con-
Al ser el aniquilamiento de la sociedad pre- cepciones e imaginaciones previas de la re-
rrevolucionaria el elemento distintivo de la volución social. Tampoco parecían preocu-
dictadura obrera, López Arango podía, ade- parse en demasía por construir un análisis
más, despojar de todo “sentido político” al coherente en sí mismo y con los principios
gobierno soviético, presentándolo como una anarquistas, sino que el esfuerzo principal
estructura piramidal de gremios y apelando, consistía en un ejercicio de construcción de
al igual que lo hiciera Ingenieros, al concepto sentido para los nuevos elementos que la rea-
de democracia funcional para calificar al “go- lidad revolucionaria aportaba al proceso his-
bierno de los soviets”. Aducía que dicho sis- tórico, de forma de integrarlos en lo ya sabi-
tema, al que denomina “Estado-sindicato”, do sobre la revolución, como una ratificación
era la representación de “voluntades e intere- en la historia de lo dicho y hecho por el anar-
ses concordantes” justamente por ser “una fe- quismo. Pero si bien los enfoques vanguar-
deración de sindicatos” que representaba “a distas y aun la aceptación en clave destructo-
todos los trabajadores en su diversidad de ofi- ra de la dictadura del proletariado podían
cios”.16 Que el reputado dirigente asturiano conjugarse con una revolución social enten-
pudiera aglutinar, en la figura del “Estado- dida básicamente como consecuencia de una
sindicato”, las ideas de la federación de aso- revolución moral e ideológica que acaecería
ciaciones libres con el Estado surgido de la re- mesiánicamente, al mismo tiempo la revolu-
volución, que no evidenciara preocupación ción en Rusia implicaba la puesta en debate
por analizar la diferencia entre soviets y sin- de un conjunto de problemas con el que el
dicatos, refleja con bastante nitidez la profun- anarquismo tendría que enfrentarse, y que
didad del atractivo que la insurrección rusa importaba una puesta en entredicho a sus
causó en las filas libertarias. A su vez, pare- imaginarios sobre la revolución. Entre tales
ciera que el objetivo de la intervención de Ló- problemas contaban en no menor medida
pez Arango se despliega en dos vertientes: por componer una explicación de todos aquellos
un lado, debatir con la franja anarquista que a aspectos cuya notoria continuidad desdibuja-
esa altura ya era crítica de la revolución bol- ban el imaginario mesiánico y apocalíptico
chevique, y sus dardos se dirigen, entonces, a de la revolución. Pues si la revolución era
los “antorchistas”, a los que confronta invo- conceptuada como un corte absoluto con el
cando la realidad como campo de prueba y de pasado, sin elementos antiguos que pudieran
eventual rectificación de las ideas. Por otro la- subsistir en la sociedad revolucionaria, la di-
do, pretende evitar una identificación entre la ficultad estribaba en explicar, entre otras
revolución rusa y el recién formado Partido cuestiones, la permanencia del Estado y de la
Socialista Internacional (que luego cambia su política –sin mencionar, por ejemplo, los an-
denominación a Partido Comunista, Sección tagonismos de clase, nacionalidad o género–.
Argentina de la Tercera Internacional). Junto con esas perduraciones emergían ele-
Estas primeras recepciones de la revolu- mentos tanto o más perturbadores para el
ción rusa por los anarquistas rioplatenses dis- pensamiento ácrata: los problemas de la or-
ganización política, de la relación entre van-
16 Emilio López Arango, “Características esenciales de
guardia y movimiento de masas, del sujeto de
la revolución rusa. Las teorías frente a la realidad de los la revolución y aun del momento de la transi-
hechos”, cit., p. 8. ción no sólo eran cuestiones que el anarquis-

183
mo había eludido sistemáticamente –más allá la potencial pérdida de la principal referencia
de formulaciones generales–, sino que su ins- política e identitaria ácrata, la FORA del V Con-
cripción en la prédica y la doctrina libertaria greso, que entre 1920 y 1921 parecía correr el
no era posible sin una revisión de ese mismo riesgo de desaparecer bajo los impulsos fusio-
credo. Quizás lo más notable era que la revo- nistas que darían luego lugar a la USA.17
lución rusa parecía imponer una doble defini- A continuación me detendré brevemente en
ción: por un lado, se constituía en una inter- el más acotado campo de las caracterizaciones
vención que reconstruía la vieja –y nunca en las que finalmente decantan las recepciones
suficientemente revisada– dicotomía refor- del proceso revolucionario ruso para los dos
ma/revolución a partir de la adhesión incon- sectores que terminarían hegemonizando el
dicional o el rechazo frontal de la experiencia movimiento libertario de la Argentina.18
y el proyecto bolchevique (situación que se
profundiza con los famosos 21 puntos de la
17 Una visión de conjunto de los factores y problemas
Tercera Internacional). Por otro lado, como
que llevaron a la reevaluación de la revolución rusa por
señala Tulio Halperin Donghi, forzaba –o de- parte de cada una de las corrientes anarquistas, y sus co-
bía forzar– a quienes se proclamaban revolu- nexiones con la disolución de las formas identitarias del
cionarios a una indagación de lo que se en- anarquismo finisecular, puede consultarse en Roberto
Pittaluga, “La recepción de la revolución rusa en el
tendía por revolución social que superara las anarquismo argentino”, tesis de licenciatura, Buenos
imprecisiones políticas y teóricas tanto como Aires, marzo de 2000.
18 Dado que este artículo está centrado en las lecturas de
remodelara las imaginaciones sobre su acaecer
la revolución rusa –y sus distintos momentos–, realizadas
y sobre el tránsito hacia la sociedad emanci- por algunas corrientes libertarias, no puedo referirme
pada. Pero tal examen requería tanto de un aquí a las elaboraciones que hiciera el grupo anarco-bol-
estudio específico del particular itinerario ru- chevique. Sin embargo, tengo que destacar que las lectu-
ras que hizo este grupo, además de ser claves para la
so (que para el anarquismo, a diferencia de la comprensión del proceso de recepción, estuvieron orien-
mayoría de los socialistas, no podía tampoco tadas por una voluntad de apropiación de dicha experien-
detenerse en la evaluación de las condiciones cia que implicaba una reformulación de los principios
teórico-políticos del anarquismo, a la vez que tenía im-
previas necesarias para que una revolución portantes consecuencias en sus prácticas políticas. Entre
efectivamente se realizara en una nueva socie- estas últimas es sumamente importante destacar que los
dad que removiera la vieja desde sus bases), anarco-bolcheviques encontraron en la revolución rusa
una confirmación y una legitimación –además de nuevos
como de un estudio similar para las estrate- elementos teórico-prácticos– para sostener prácticas con
gias viables que podrían desplegarse en el tan perspectivas más abiertamente clasistas que las predomi-
distinto escenario argentino. nantes hasta entonces en el anarquismo rioplatense, y que
ello los llevó a otorgarle mayor centralidad a los conflic-
Para fines de 1921, los principales voceros tos por el control del proceso de trabajo y a colocar la
de lo que cada día eran contingentes más re- unidad del movimiento obrero y la formación de una or-
ganización específicamente política del anarquismo entre
ducidos de militantes anarquistas, ostentaban sus objetivos prioritarios. Para la trayectoria de la co-
una furiosa y cerrada crítica de la experiencia rriente anarco-bolchevique, véase Andreas Doeswijk,
bolchevique. En este viraje desde la exalta- “Camaleones y cristalizados: los anarco-bolcheviques
rioplatenses, 1917-1930”, Tesis de doctorado, Universi-
ción inicial a la estigmatización final, influ- dad de Campinas, 1998; para las interpretaciones que es-
yeron un conjunto de factores sobre los que te grupo realizara de la revolución rusa, véase Roberto
no puedo detenerme aquí. Sólo mencionaré Pittaluga, “Recepciones de la revolución rusa: el caso de
los anarco-bolcheviques”, ponencia presentada en las
la decisiva influencia que tuviera en este re- Primeras Jornadas de Historia de las Izquierdas, Buenos
posicionamiento lo que era sentido como la Aires, Centro de Documentación e Investigación de la
disolución de la identidad anarquista, tanto a Cultura de Izquierdas en la Argentina, 8 y 9 de diciembre
de 2000; para las perspectivas clasistas de sus integrantes
través de lo que creían era la “marxistiza- incluso una vez disuelta la corriente como tal, véase Fer-
ción” de ciertos sectores libertarios como en nando López, “El clasismo en los años ’20”, mimeo, 1997.

184
La crítica del “ejemplo ruso” y el retorno transitoriedad del régimen soviético, su auto-
del imaginario utópico-redentor disolución futura, era una ficción, y el paso
hacia una sociedad emancipada habría de re-
Ya en 1919, quienes luego de 1921 serían co- querir de otra revolución.23 Esta argumenta-
nocidos como los “antorchistas” alertaban ción buscaba diluir la oposición entre dictadu-
sobre las potencialidades burocratizantes de ra burguesa y dictadura proletaria –ya que
la experiencia soviética, en tanto se trataba concebir la revolución como tránsito de la pri-
de un poder político.19 Si el bolchevismo pa- mera a la segunda de las estatalidades men-
recía ser una vía más rápida a la revolución, cionadas no era otra cosa que mantener la su-
era a costa de colaborar con la burguesía a jeción de los individuos–, para devolverle la
través de la participación política, lo cual no centralidad al antagonismo que los libertarios
podía tener otro resultado que provocar una encarnaban en su cruzada contra el Estado y
escisión entre medios y fines que conduciría la Iglesia.
a perder de vista los objetivos libertarios e Pero al evaluar estos magros resultados pa-
igualitarios: su irremediable resultado sería, ra una revolución que no por ello perdía ese
quizás, otra sociedad, pero no aquella soñada nombre, estos escritores debían indagar las
tierra del Ideal.20 Desde este punto de vista, causas que llevaron a ese final: éstas radica-
la impugnación a la revolución rusa descan- ban, a su juicio, en el marxismo de los bolche-
saba en la distancia que la separaba de lo que viques, pues justamente en dicho corpus teóri-
debería haber sido una revolución anarquista. co como en su práctica política, el comunismo
No se habían conformado allí las federacio- –que era en definitiva el objetivo de la revolu-
nes de asociaciones libres, y la continuidad ción– era sinónimo de dictadura del proletaria-
del Estado, más allá de las justificaciones, ve- do al estilo jacobino, y la creación de los so-
nía a marcar la permanencia de la domina- viets –materialización de esas ideas– no era
ción política.21 Por otro lado, esas justifica- más que “una perfecta forma de democracia
ciones del nuevo régimen en tanto sacrificio proletaria”, difícilmente distinguible de las
necesario y transitorio para la defensa de la formas parlamentarias y los sistemas electo-
revolución triunfante eran recusadas desde rales que regían en el capitalismo.24 Lo que
un razonamiento que volvía a fusionar me- antes era visto como una necesidad para la
dios y fines: salvaguardar la revolución no supervivencia de la revolución pasó a ser es-
podía llevarse a cabo a través de la implanta- tigmatizado como la razón de su sepultura.
ción de otro Estado, por más que fuera éste No se trataba, entonces, de un momento ex-
un Estado proletario.22 Por lo tanto, la alegada cepcional debido a las urgencias defensivas de
una transformación incompleta porque estaba
acosada por fuerzas internas y externas que
A pesar de haber realizado el más importante y detallado pugnaban por volver al pasado; por el contra-
trabajo sobre los anarco-bolcheviques, Andreas Does- rio, la dictadura del proletariado era la nueva
wijk simplifica las elaboraciones que hiciera este grupo
sobre la revolución rusa.
forma que asumían las fuerzas que pretendían
19 Tribuna Proletaria, No. 14, 13 de agosto de 1919, p. 1. aplastar lo genuinamente revolucionario de la
20 Ibid., No. 27, 28 de agosto de 1919, p. 1.
21 Ibid., p. 1.
gesta rusa, y particularmente la manifestación
22 Ibid., No. 46, 19 de septiembre de 1919, p. 2. Artícu-
lo firmado por Fernando del Intento, que fue director de
Ideas (La Plata), y que junto con Tribuna Proletaria (y
luego La Antorcha), y con Pampa Libre (La Pampa), 23 Teodoro Antillí, Comunismo y anarquía, Buenos Ai-
conformaban las principales publicaciones del “antor- res, Grupo Editor Acracia, 1919, p. 13.
chismo”. 24 Ibid., pp. 21 y 22.

185
más elocuente de “la nueva casta surgida del esta revisión de la revolución en Rusia des-
partido comunista”.25 La práctica bolchevi- plegaron un importante política editorial de
que, orientada hacia “la conquista del poder”, folletos, y las páginas de sus periódicos (sobre
no podía más que desembocar en la formación todo del Suplemento Semanal de La Protesta,
de un nuevo tipo de dominación, pues a dife- lugar de explicitación, discusión y propaga-
rencia de la “revolución social” que propugna- ción de las ideas y la doctrina anarquista, co-
ba el anarquismo, la “revolución política” no mo decían sus editores)29 se cargaron de ar-
tenía connotaciones de transformación del or- tículos dedicados a narrar otra historia para la
den social sino tan sólo la apropiación del po- revolución rusa, buscando reconstruir el pro-
der por esa “nueva casta”.26 Esta característica tagonismo libertario en la misma, tarea en la
“política” del marxismo –además de sus con- que jugaron un rol relevante las más presti-
cepciones de un “estrecho clasismo”– consti- giosas plumas del anarquismo internacional.
tuían una “valla infranqueable” que lo separa- Este desdoblamiento entre etapas o fases
ba del anarquismo, a pesar del reconocimiento antagónicas en la revolución rusa que delimi-
de un origen común de ambas corrientes.27 taba con claridad lo que fuera una auténtica re-
De tal forma, lo que emergía con el “sovie- volución social y lo que ahora pasaba a deno-
tismo” era otra forma de poder político, en ri- minarse como la traición bolchevique, estaba
gor una de las formas de la democracia, so- orientada más que por propósitos vinculados
viética allá, parlamentaria aquí. Octubre de con la elucidación profunda del acontecimien-
1917, anteriormente nominado como el ini- to ruso y su significación histórica, por la ne-
cio de una revolución destinada a ser la auro- cesidad de resituar las conexiones entre esa
ra de una nueva época, pasó a ser designado revolución y las ideas anarquistas, reprodu-
como el “golpe de Estado” que permitió a los ciendo esa delimitación entre la dimensión li-
bolcheviques encaramarse en el poder, y pun- bertaria y la autoritaria de la revolución en
to de corte entre dos momentos de la revolu- los futuros implícitos de las distintas co-
ción rusa, el momento libertario y el autorita- rrientes de la izquierda actuantes en el ámbi-
rio. Instituir este corte interno en el proceso to local. Si, como creían estos anarquistas, lo
revolucionario entre esa fase verdaderamente que estaba en juego era la permanencia del
revolucionaria y el inicio de la etapa que aho- anarquismo como corriente ideológica y como
ra se criticaba ácidamente, posibilitaba soste- movimiento autónomo, no es extraño que “an-
ner una tradición revolucionaria autoritaria torchistas” y “protestistas” atacaran al uníso-
para el bolchevismo (desde el jacobinismo a no el emprendimiento de fusión de las fede-
la dictadura del proletariado, pasando por la raciones obreras que promovían sindicalistas
teoría marxista) contrapuesta a otra, liberta- y anarco-bolcheviques, planteando que las
ria, que enlazaba en una misma genealogía al propuestas de organización del movimiento
anarquismo contemporáneo con la Conspira- obrero que estas corrientes alentaban eran la
ción de los Iguales de Babeuf.28 Para apoyar lógica consecuencia de una concepción de la
revolución derivada de la experiencia rusa, li-
mitando por ello la acción obrera a los estre-
25 “Estado y burocracia”, en La Protesta. Suplemento
Semanal, No. 2, 16 de enero de 1922, p. 5.
26 La Protesta. Suplemento Semanal, No. 1, 16 de ene-
ro de 1922, p. 1. El mismo razonamiento se esgrime en de 1922, p. 1. Cf. también, entre otros números, el No.
numerosos artículos posteriores. 2 (16 de enero de 1922), No. 4 (30 de enero de 1922),
27 La Protesta. Suplemento Semanal, No. 2, cit., p. 5. No. 10 (13 de marzo de 1922), No. 14 (10 de abril de
28 “La consolidación de los derechos adquiridos”, en La 1922), No. 15 (17 de abril de 1922).
Protesta. Suplemento Semanal, No. 8, 27 de febrero 29 La Protesta. Suplemento Semanal, No. 1, cit., p. 1.

186
chos objetivos de “establecer la dictadura del El vuelco en las caracterizaciones cristali-
proletariado y reemplazar al capitalismo en zó en la construcción de la figura del “pérfi-
sus funciones económicas”, un programa cla- do bolchevique”, ese “demócrata que aspira a
ramente “economicista” por cuanto la revolu- agarrar el poder, a organizar y a mandar a las
ción comprendía sólo la subversión de las re- masas”, como se lo describía en las páginas
laciones de explotación económica.30 La tarea de La Antorcha.34 Su imagen, la del “enemi-
de derribar la tentativa fusionista era por de- go más peligroso” del anarquismo, mezclaba
más imperiosa en tanto implicaba despejar astucia con seducción y su posición amena-
“estos momentos de confusión” en que se ha- zante residía en su capacidad de intervención
llaba la militancia libertaria, confusión que política a la par que ocultaba sus verdaderos
provenía de las tendencias bolchevizantes y intereses.35 Esta virtualidad del bolchevismo
de la fascinación sentimental que había cau- anidaba en esa combinación de marxismo y
sado la revolución rusa.31 democracia, en la cual el socialismo marxis-
Estas lecturas de la revolución rusa que se ta había encontrado la forma de construir un
limitaban a señalar su dimensión subversiva en poder disciplinador que, tras la fachada de la
el plano de la explotación económica fueron fraseología revolucionaria, mantenía inalte-
también finalmente abandonadas, pues en defi- rado el esquema de opresión. O, desde otro
nitiva –razonaban– los trabajadores seguían ángulo –como se hacía desde La Protesta–,
siendo asalariados, sólo que bajo el Estado-pa- era posible identificar el bolchevismo como
trón era un partido político el que se había parte de un mismo proceso contrarrevolucio-
transformado en el único burgués. Además, al nario que más allá de sus diferentes expresio-
equiparar la estatización de los medios de pro- nes tenía en común su articulación desde el
ducción con la trustificación del capitalismo corpus marxista: bajo la forma del “marxis-
occidental no sólo sostenían que el sistema so- mo democrático” de Ebert, del “marxismo
viético había dejado intacto el orden social si- bolchevique” de Lenin o del “marxismo fas-
no que era la más reciente forma que asumía el cista” de Mussolini, las viejas instituciones e
capitalismo, ya que “el capitalismo de Estado ideas burguesas que entraron en crisis desde
no es otra cosa que el Super-Estado capitalista, la guerra mundial estaban siendo reemplaza-
esto es, el capitalismo transformado de hecho das por el marxismo, pero sólo para mantener
en Estado”.32 Si la revolución bolchevique sig- inalterado el proceso histórico capitalista.36
nificaba la continuación del capitalismo, era Aun así, desde una u otra de estas perspecti-
posible extraer de ello una lección: los bolche- vas, el movimiento que había surgido con la
viques habrían demostrado cómo no había que revolución rusa mantenía una dimensión uni-
hacer una revolución.33 versal tanto como el estatuto de ser el inicio
de un nuevo tiempo histórico, ya que era la
concreción de una de las nuevas formas de
30 Consejo Federal de la FORA Comunista, “El proble-
dominación sobre los oprimidos que reem-
ma de la unidad obrera”, Buenos Aires, edición de La
Protesta y Consejo Federal de la FORA Comunista, ene-
plazarían, paulatinamente, a la desvencijada
ro de 1922, p. 2. y ya anticuada “democracia burguesa”.
31 Ibid., p. 14.
32 “Los anarquistas y la revolución rusa”, en La Protes-
ta. Suplemento Semanal, No. 88, 24 de septiembre de
1923, p. 1. 34 “El espíritu de clase del bolchevismo y del sindica-
33 “La lección de la Revolución Rusa”, en La Protesta. lismo revolucionario”, en La Antorcha, No. 63, 8 de di-
Suplemento Semanal, No. 15, 17 de abril de 1922, p. 2, ciembre de 1922, p. 3.
tomado de Arb Freind, No. 5, 18 de febrero de 1922 y 35 Ibid., p. 3.
firmado por Sacha Pietro. 36 La Protesta. Suplemento Semanal, No. 88, cit., pp. 1-2.

187
Breve conclusión ción rusa. Desde el atrincheramiento princi-
pista, que suturaba la distancia entre lo que su-
Hacia fines de 1924 poco queda, en el anar- cedía y lo que se anhelaba que sucediera, los
quismo, que se identifique con la revolución anarquistas rioplatenses se propusieron recu-
rusa. Lo más importante quizás, porque per- perar las representaciones utópicas y redento-
mitió en su momento esas lecturas esperanza- ras de la revolución y afirmar la ética liberta-
das de la revolución, fue que la actividad ria, que no era más que reafirmar su distintiva
huelguística y movilizadora de gran parte de identidad. Así, desde 1924 se publicó una pro-
los trabajadores en la inmediata posguerra se fusa cantidad de artículos que intentaban pre-
trocó en pasividad desde 1922. Aún así, las cisar las ideas anarquistas en torno de la revo-
intervenciones en torno de la revolución rusa lución imaginada. Algunas cuestiones clave
seguirán hasta los años finales de la década. fueron abordadas en clara confrontación con
No es necesario remarcar que fue la sensi- lo que decían era la concepción revolucionaria
bilidad de los escritores anarquistas ante las del marxismo, pero más que nada con ese nue-
tendencias autoritarias presentes en la revolu- vo imaginario revolucionario en el que las tra-
ción rusa uno de los factores determinantes a zas de la experiencia bolchevique –descifrada
la hora de replantear sus posiciones respecto en términos sumamente esquemáticos– pare-
de la misma. Aun así, muchas de sus interven- cen haber sido de una densidad sólo reconoci-
ciones tienen además otras motivaciones. Más da por la hegemonía que alcanzó varios años
que a desentrañar los derroteros del proceso después. Las corrientes anarquistas se propu-
ruso, parecen haber estado dirigidas a recons- sieron entonces recuperar los rasgos del ima-
tituir el imaginario revolucionario anarquista ginario ácrata como parte de la recomposición
tras el profundo impacto a que lo sometiera la de su perfil militante y revolucionario. Las
revolución rusa, un imaginario que aunque va- claves milenaristas y apocalípticas nutrieron
gamente elaborado tenía de todas formas una nuevamente las ideas que sobre la revolución
profunda inscripción en su configuración propiciada tenían los pequeños cenáculos li-
identitaria. En tanto las imaginaciones anar- bertarios. Sin embargo, tanto el universo de la
quistas de la revolución social reposaban so- izquierda militante –e incluso el ya pequeño
bre todo en sus dimensiones morales e ideoló- mundo del anarquismo local– como las imá-
gicas, eran útiles herramientas con las que genes de la revolución habían sido drástica-
confrontar la trayectoria que tomaba la revolu- mente tocados por la revolución rusa. o

188
La experiencia comunista
en el mundo de los trabajadores,
1925-1935*
Hernán Camarero

UBA / UTDT

En esta ponencia queremos explorar la actua- cendentales, y se convirtió en la fuerza polí-


ción del Partido Comunista argentino en el tica de mayor expansión en el proletariado
mundo de los trabajadores durante las déca- industrial, dentro del cual participó en la fun-
das de 1920 y 1930.1 Explicitemos la rele- dación y dirección de algunos de los sindica-
vancia del tema. El comunismo desarrolló tos únicos por rama más importantes.
una práctica militante decisiva en la historia
social, política y cultural de la clase obrera
preperonista, a la que coadyuvó a constituir
como sujeto colectivo. Hasta el golpe militar
I ¿Cuánto y cómo ha sido indagado este fe-
nómeno? Ubicamos, en primer lugar, el
campo de la “historia oficial” comunista, de-
de 1943 y la emergencia del populismo, el PC finida por una tónica propagandística y un es-
experimentó un proceso de fortalecimiento tilo pedagógico en su exposición que desa-
imposible de subestimar: agrupó a miles de lentó todo carácter reflexivo en el tratamiento
activistas, montó una densa red de agitación del tema.2 Proveyeron de cierta información
y propaganda, constituyó múltiples institu- básica, pero con un criterio de selección/ma-
ciones socioculturales en el seno de la clase nipulación de las fuentes que siempre buscó
trabajadora, lideró conflictos gremiales tras- la justificación de las distintas políticas sos-
tenidas por la dirección partidaria histórica

* Éste es un avance de una investigación más amplia


que estamos encarando sobre el tema. Agradecemos los
invalorables comentarios y críticas que nos ha formula- 2 Distinguimos en este espacio: las historias “institucio-
do el doctor Juan Carlos Torre. nales”, centradas en la descripción de las políticas del
1 Mundo de los trabajadores nos resulta una noción am- PC, y en las vicisitudes del aparato partidario (como el
plia y compleja, que permite reconocer las diversas expe- Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Argen-
riencias de la clase obrera: las que aluden a su lucha, en tina, Buenos Aires, Anteo, 1947, editado por su Comité
tanto productores y consumidores, por el mejoramiento Central); la voluminosa Historia del movimiento sindi-
de sus condiciones materiales de existencia (nivel y cali- cal (Buenos Aires, Fundamentos, 1973), del dirigente
dad de vida definidos por los procesos de trabajo, el sa- de los albañiles R. Iscaro, que fue la primera obra que
lario o la tasa de desempleo, pero también por la alimen- abordó en forma sistemática la presencia del PC en el
tación, la vestimenta, la vivienda, la salud o el confort); ámbito gremial; y las biografías y autobiografías de los
las que refieren al conflicto y la organización entabladas militantes obreros J. Peter, J. Manzanelli, R. Gómez, P.
en el plano sindical, ideológico y político; y las que se Chiarante, M. Contreras, L. de Salvo, F. Moretti, entre
entretejen en los ámbitos de sociabilidad vinculados con otros, pertenecientes a oficios y gremios clave (metalúr-
la instrucción y la recreación (lo que globalmente puede gicos, vestido, carne, construcción, petrolero, calzado y
ser entendido como el espacio de la cultura obrera). ferroviario).

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 189-203


(en particular, la dupla Codovilla-Ghioldi).3 entre los trabajadores que se multiplicaban al
En todos estos textos se brindaron elementos compás del proceso de industrialización por
para demostrar una certeza: que hasta 1945 el sustitución de importaciones, diseñado para
comunismo había alcanzado una influencia otorgar justificación histórica a la emergencia
de masas en la clase trabajadora argentina. La del peronismo, terminaría empalmando con
tosquedad de la mayor parte de esta literatu- algunos planteos que, hacia la misma época,
ra y las vicisitudes del partido posteriores a la presentaban la incipiente reflexión sociológica
irrupción del peronismo fueron desacreditan- promovida por Germani, carente de toda em-
do aquella convicción. A ello también contri- patía con el fenómeno populista.5 Allí se pre-
buyó la difusión que adquirieron, desde las sentaba a la Argentina industrial emergente en
décadas de 1950 y 1960, una serie de “con- las décadas de 1920 y 1930 como escenario
tra-historias oficiales”, de cuño nacional-po- de un corte abrupto entre una “vieja” y una
pulista de izquierda, también escritas como “nueva” clase obrera, en donde la primera (en
instrumentos de un combate político.4 A par- su mayoría descendiente de inmigración eu-
tir de una labor de investigación endeble, es- ropea) aparecía “naturalmente” inclinada a
tos ensayos argumentaron que la presencia ideologías “de clase”, portaba un carácter au-
comunista en el movimiento obrero en las dé- tónomo y poseía una extensa experiencia in-
cadas de 1920-1940 fue insignificante o polí- dustrial, urbana, política y sindical, y la se-
ticamente improductiva, debido a la impronta gunda (proveniente de una migración interna
“antinacional” del PC, un partido que habría desde las provincias rurales) se mostraba he-
comprendido mejor al inmigrante y al peque- terónoma y privada de aquella experiencia.
ño burgués que a la joven camada de trabaja- Por estas razones, estos nuevos contingentes
dores nativos. A este “vicio de origen” se ha- laborales habrían sido totalmente esquivos a
brían agregado los “errores” en la aplicación los partidos de clase, como el PC y el PS, y se
de sus orientaciones estratégicas: primero, la habrían convertido en “masa en disponibili-
línea ultraizquierdista de clase contra clase dad” para el ejercicio de proyectos autorita-
y, desde 1935, la política del frente popular, rios y demagógicos como el que practicaría
cuando el PC habría impuesto al movimiento Perón desde 1943. En suma, tanto en la visión
obrero una táctica de “tregua laboral”, en nacional-populista como en la “germaniana”,
función del acuerdo con la “burguesía pro- sea porque Perón opera sobre un “vacío de re-
gresista”. Esta “traición” a los trabajadores presentación” o porque actúa sobre una “ma-
habría provocado el repudio de éstos al co- sa en disponibilidad”, queda “teóricamente”
munismo, dejándolos en un “vacío de repre- imposibilitado el avance que “históricamen-
sentación” que, luego, con toda legitimidad te” los comunistas sí habían logrado en el
sería llenado por el peronismo. Este diagnós- mundo de los trabajadores entre 1925 y 1943.
tico que postulaba la irrelevancia comunista Desde fines de la década de 1960, como
producto de una importante discusión de so-
ciología histórica, varios estudios fueron
3 Véase J. Cernadas, R. Pittaluga y H. Tarcus, “La histo- contestando aquellas visiones convergentes,
riografía sobre el Partido Comunista de la Argentina. Un erosionando los contornos de la supuesta an-
estado de la cuestión”, en El Rodaballo, IV, 8, 1998; y
D. Campione, “Los comunistas argentinos. Bases para la
tinomia absoluta entre “vieja/nueva” clase
re-construcción de su historia”, en Periferias, I, 1, 1996.
4 R. Puiggrós, Historia crítica de los partidos políticos
argentinos (1956), y J. A. Ramos, El partido comunista 5 G. Germani, Política y sociedad en una época de tran-
en la política argentina (1962), fueron las obras para- sición. De la sociedad tradicional a la sociedad de ma-
digmáticas de esta visión. sas, Buenos Aires, Paidós, 1962.

190
obrera, resignificando los orígenes del pero- comunista. Según Aricó, el PC alcanzó una
nismo y redescubriendo la inserción del co- influencia sindical de masas en las décadas
munismo en el movimiento obrero.6 Arriba- de 1930 y 1940, pero no logró traducir ésta a
ron a una conclusión bifronte y novedosa: a) un nivel político-ideológico, ganando una au-
la “vieja” clase obrera y el sindicalismo apor- téntica posición hegemónica entre los traba-
taron decisivamente a la conformación del jadores (aunque hasta 1943 parecía la co-
peronismo (sin negar el fuerte respaldo que rriente en mejores condiciones de lograr tal
éste concitó entre los nuevos componentes objetivo), pues la orientación del frente popu-
del proletariado fabril); b) desde una década lar habría ido alejando al partido de su inte-
y media antes de la emergencia de aquel mo- rés por las reivindicaciones obreras mínimas
vimiento político importantes sectores del y la autonomía sindical en aras de un desea-
nuevo proletariado fabril, ya venían siendo ble acuerdo con sectores de la burguesía po-
representados por el comunismo, un actor tencialmente integrantes del bloque aliado
tradicionalmente concebido como de la “vie- antifascista. Por otra parte, en las investiga-
ja” clase obrera. De este modo, consideraron ciones de las dos últimas décadas que abor-
como un hecho histórico la contribución del daron globalmente al movimiento obrero pre-
PC al desarrollo de un movimiento sindical peronista, se hizo frecuente el señalamiento
moderno durante las décadas de 1930-1940, de la inserción que allí había logrado el PC,
dejando pendiente el desafío de rastrear las pero alcanzaron a describir sólo las tácticas
causas por las cuales dicho partido había sido que el partido desplegó en las instancias di-
fagocitado con la emergencia del populismo. rectivas del sindicalismo.8 Finalmente, algu-
José Aricó se preocupó explícitamente por re- nas de las ocasiones en que actuó el activis-
tomar estas cuestiones, aunque sólo alcanzó a mo comunista en el mundo laboral fueron
elaborar un breve ensayo de carácter proyec- analizadas en una serie de estudios recientes
tivo, en donde diseñó algunas hipótesis que que tuvieron como objetivo indagar en proce-
permitiesen entender tanto la creciente inser- sos históricos en los que aquella militancia
ción del comunismo en el movimiento obrero tuvo un papel decisivo (como la organización
desde principios de la década de 1930 como de conflictos y gremios en los sectores textil,
la posterior erosión de ésta.7 Su interpreta- metalúrgico, construcción y carne).9
ción, si bien se distanció en varios aspectos de
la construida por la visión nacional-populista,
8 I. Cheresky, “Sindicatos y fuerzas políticas en la Ar-
terminó abrevando en las mismas aguas que
gentina preperonista, 1930-1943”, en P. González Casa-
ésta, pues remite a causas esencialmente en- nova, Historia del movimiento obrero en América lati-
dógenas, vinculadas con la estrategia política na, vol. 4. México, Siglo XXI, 1984; M. Rapoport, Los
partidos de izquierda, el movimiento obrero y la políti-
ca internacional (1930-1946), Buenos Aires, CEAL,
1988; J. Godio, El movimiento obrero argentino (1930-
6 C. Durruty, Clase obrera y peronismo, Buenos Aires, 1943). Socialismo, comunismo y nacionalismo obrero,
Pasado y Presente, 1969; M. Murmis y J. C. Portantie- Buenos Aires, Legasa, 1989; H. Matsushita, Movimien-
ro, Estudios sobre los orígenes del peronismo, Buenos to obrero argentino, 1930-1945. Sus proyecciones en
Aires, Siglo XXI, 1972; H. del Campo, Sindicalismo y los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Hyspaméri-
peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable, ca, 1986; D. Tamarin, The Argentine Labor Movement,
Buenos Aires, CLACSO, 1983; J. C. Torre, La vieja guar- 1930-1945. A study in the origins of peronism, Albu-
dia sindical y Perón. Sobre los orígenes del peronismo, querque, U. of New Mexico Press, 1985; J. Horowitz,
Buenos Aires, Sudamericana, 1990. Argentine unions, the State & the rise of Peron, 1930-
7 J. Aricó, “Los comunistas y el movimiento obrero”, en 1945, Berkeley, U. of California, 1990.
La Ciudad Futura, 4, 1987. Inicialmente, “Los comu- 9 T. S. Di Tella, “La Unión Obrera Textil, 1930-1945”,
nistas en los años treinta”, en Controversia, 2-3, Méxi- en: Sindicatos como los de antes…, Buenos Aires, Bi-
co, 1979. blos, 1993; R. Elisalde, “Sindicatos en la etapa pre-pe-

191
El balance que nos arroja este recorrido
historiográfico evidencia que la experiencia
comunista en la clase obrera antes del pero-
II A partir del análisis de estas fuentes nos
surgieron nuevas reflexiones e hipótesis
acerca del problema en cuestión. Sólo pode-
nismo es un tema aún deficientemente explo- mos exponer aquí algunas de ellas. Partimos
rado (tanto descriptiva como analíticamente), del siguiente planteo: por su composición so-
sobre el que se ha ejercido un pobre releva- cial y su tipo de actividad, el PC fue, hasta la
miento empírico y se han brindado escasas irrupción del populismo, un partido de bases
explicaciones rigurosas. Con el objetivo de netamente proletarias, inserto en los barrios y
superar estas falencias, decidimos encarar un sitios de trabajo, y articulado en torno de una
impostergable trabajo de archivo, que nos identidad y una cultura obrera. ¿Cuándo, có-
condujo al examen de un conjunto de fuentes mo y por qué se produjo esta estrecha vincu-
primarias que habían sido poco transitadas o lación entre comunismo y clase trabajadora
eran sencillamente desconocidas por la bi- preperonista? Es cierto, tal como puntualizó
bliografía, y al que, desde hace un lustro, es Aricó, que esta relación se vio impulsada
posible acceder como en ningún otro mo- desde fines de 1928 cuando el PC adoptó la lí-
mento de la historia.10 nea de clase contra clase, propiciada por el
VI Congreso de la Comintern (ya dominada
por la burocracia estalinista), donde se pro-
ronista. De la huelga metalúrgica de 1942 a la creación clamó el inicio de un tercer período que sólo
de la UOM”, en Realidad Económica, 135, 1995; N. Iñi- reconocía la existencia de dos campos anta-
go Carrera, La estrategia de la clase obrera, 1936, Bue-
nos Aires, La Rosa Blindada-PIMSA, 2000; M. Z. Loba- gónicos, fascismo/comunismo. Desde enton-
to, La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política ces, el segundo gobierno de Yrigoyen fue ca-
en una comunidad obrera, Berisso, 1904-1970, Buenos racterizado como impulsor de políticas
Aires, Prometeo/Entrepasados, 2001.
10 Este material está conformado por una numerosa se- fascistizantes y los de Uriburu y Justo como
rie de volantes, proclamas y folletos, y dos centenares regímenes lisa y llanamente fascistas; térmi-
de colecciones de diarios, periódicos y revistas políti- nos aproximados cayeron sobre la CGT y los
cas, ideológicas, culturales, sindicales, de las células fa-
briles, femeninas, juveniles, infantiles, barriales, de organismos gremiales comandados por socia-
grupos idiomáticos, de ligas y comités de solidaridad, listas, sindicalistas e, incluso, anarquistas. Con
de bibliotecas obreras y de agrupaciones deportivas, to-
dos editados por el PC; documentación interna del par-
esta concepción, el PC quedó encerrado en
tido (actas de reunión de sus direcciones, circulares con una táctica aislacionista y hostil a todas las
noticias partidarias, informes de sus congresos, e inter- corrientes políticas y gremiales, y orientado a
cambio epistolar entre sus dirigentes y con miembros
de la Comintern; publicaciones de las corrientes políti-
una perspectiva obrerista y anticapitalista de
cas y gremiales con las que el PC disputaba espacios en tono sostenido. Pretendió liderar la resisten-
el movimiento obrero (socialistas, sindicalistas, anar- cia laboral a los nuevos procesos de acumu-
quistas). El nuevo acceso a todo este vasto corpus de
fuentes es posible por una convergencia de aconteci-
lación industrial y a las iniciativas políticas
mientos. En primer lugar, el Archivo Histórico del PC represivas, y se lanzó a conformar una serie
argentino fue recientemente reordenado y abierto a la
consulta pública; el universo de este registro, sin em-
bargo, es limitado, debido a las mutilaciones que sufrió
durante la azarosa vida política de nuestro país. Estas
importantes lagunas documentales pudieron ser com- de la Nación. Otro porcentaje, aún mayor, de fuentes
pensadas con los papeles que se encontraban en la sede fueron rescatadas, catalogadas y puestas a disposición
de la Comintern, en Moscú –señalemos que era costum- por el Centro de Documentación e Investigación de la
bre que los partidos comunistas enviaran allí una copia Cultura de Izquierdas en la Argentina, institución que
completa de su archivo–; en 1997, luego de la perestroi- abrió sus puertas en 1998. Por último, también resulta
ka y la disolución de la URSS, esos materiales, muchos clave el acceso a la valiosa colección de prensa del mo-
de los cuales resultaban inhallables en nuestro país, fue- vimiento obrero preperonista que T. Di Tella logró reu-
ron microfilmados y traídos a la Biblioteca del Congreso nir en la Fundación Simón Rodríguez y en la UTDT.

192
de sindicatos rojos, agrupados en el Comité un creciente protagonismo en esa central (al-
de Unidad Sindical Clasista (que rivalizó con canzando la codirección con los socialistas en
la USA y la COA, primero, y con la CGT, lue- 1939-1943), y lideraron los gremios metalúrgi-
go). Este desesperado intento por conquistar a co, textil, construcción, madera, carne, calza-
las masas obreras fomentó la proletarización do, vestido, entre otros, que reunieron unos
del PC. Sin embargo, creemos que el inicio de 120.000 afiliados (un quinto del total de obre-
este proceso había ocurrido ya antes del giro a ros industriales del país). Este desarrollo co-
esta estrategia ultraizquierdista. Ese fenóme- munista logró sortear las políticas estatales que
no se inició en 1925, es decir, cuando el par- lo enfrentaron: la dura persecución caída sobre
tido aún se enmarcaba en la estrategia de fren- sus militantes, que conformaron una lista de
te único postulada por la Comintern, que cientos de detenidos, torturados y deportados
abría la posibilidad de los comunistas a esta- durante los gobiernos de Uriburu y Justo; y las
blecer acuerdos con otras fuerzas obreras o de trabas que el DNT puso para negociar con los
izquierda para objetivos definidos. Fue en ese sindicatos controlados por ese partido. Resulta
año que el partido impuso la estructura celu- mitológico afirmar que hacia inicios de la
lar para el agrupamiento y la acción de sus década de 1940 el PC aplicó una “tregua labo-
militantes. Blindados con una ideología fina- ral”, pues fueron los gremios orientados por los
lista (el “marxismo-leninismo”) y una estruc- comunistas los que encabezaron las mayores
tura partidaria burocrática de notable eficacia, huelgas (en los gremios metalúrgico, de la
los militantes comunistas deciden desde en- construcción, de la madera y otros). Al mismo
tonces insertarse en todas los ámbitos del uni- tiempo, los comunistas mostraron eficacia en
verso obrero, empezando, claro está, por los las tareas trazadas por el movimiento obrero en
sitios de trabajo. Se conciben a sí mismos co- la época: impulsar la movilización detrás de
mo “abriendo picadas en la selva”, encarando reivindicaciones económico-sociales mínimas
una tarea para la cual ni los socialistas ni los (aumentos de salarios, lucha contra los despi-
sindicalistas ni los anarquistas parecían estar dos, mejoras en las condiciones laborales,
tan bien preparados o predispuestos. etc.); organizar y unificar a estos trabajadores
En octubre de 1935 el PC se adecua a la lí- en sindicatos únicos por rama de actividad pa-
nea del VII Congreso de la Comintern e ingre- ra potenciar su capacidad confrontativa; y de-
sa en otra orientación, la del frente popular. A sarrollar audazmente una estrategia de presión/
partir de allí, la estrategia fue la búsqueda de negociación sobre los poderes Ejecutivo y Le-
aliados en sectores de la “burguesía progresis- gislativo en vistas a la obtención de conquistas.
ta”, en función de construir una alianza socio- En definitiva, coadyuvaron decisivamente a la
política con objetivos democráticos antifascis- creación de nuevas y sólidas estructuras sindi-
tas. No obstante, la inserción obrera del cales, dotadas de mayores complejidad, mag-
comunismo no se interrumpió, sino que se pro- nitud y profesionalidad, y con estrategias que
fundizó. A los pocos meses de iniciada dicha fueron superando la mera acción directa. Por
orientación, los militantes del PC estuvieron en eso es que todo análisis del surgimiento del
la dirección de la decisiva huelga de los obre- sindicalismo industrial y moderno debe nece-
ros de la construcción, condujeron la creación sariamente explorar la intervención del comu-
de la federación nacional que agruparía a estos nismo, pues fue el actor político que orientó
últimos (la FONC, en ese entonces, el segundo mayoritariamente aquel proceso.
gremio del país en términos cuantitativos) y Finalmente, creemos que la clave para ex-
decidieron el ingreso de las organizaciones que plicar el eclipse del PC en el movimiento obre-
controlaban a la CGT. A partir de allí, lograron ro y la conversión mayoritaria de este último

193
al peronismo no residió en eventuales errores Para ello, seleccionamos dos tópicos muy dis-
en la orientación política o en un esencialismo tintos: la organización de células y periódicos
antinacional de ese partido, ni en un cambio de empresas; y la creación de ámbitos de so-
en la composición social de la clase obrera ciabilidad cultural que hacían al uso del tiem-
que habría ido erosionando la influencia de po libre conquistado por la clase obrera.
las viejas organizaciones de clase, sino en la
fuerza misma con la que surgió el populismo,
es decir, en el desacople entre el crecimiento
rápido y exponencial de la alianza entre un
III Como ya hemos señalado, desde me-
diados de 1925 los comunistas impu-
sieron una política de captación masiva de
sector del sindicalismo y la élite militar-esta- obreros a sus filas. Tenemos datos precisos
tal encabezada por Perón, y el desarrollo más sobre la incorporación de miembros al PC de
lento y gradual que venía experimentando el la Capital Federal, que se hizo muy intensa a
avance comunista entre los trabajadores. An- partir de ese año.11 Hacia agosto de 1926 di-
tes que agotarse en su propia dinámica por li- cha regional contaba con unos 700 cuadros
mitaciones o equívocos estratégicos, es decir, militantes (algo menos de la mitad de los de
antes que fenecer de “muerte natural”, la in- todo el país). Midiendo su fecha de ingreso,
fluencia del comunismo en el movimiento se comprueba que el 55% de los mismos ha-
obrero fue obturada, reprimida y finalmente bía sido reclutado en el año y medio anterior,
extirpada por el poder peronista emergente. y que su componente obrero había aumenta-
En el próximo tramo de esta exposición do de manera perceptible. Hasta junio de
realizamos algunas descripciones y análisis en 1925 el 55% de los militantes comunistas de
torno de nuestro objeto de estudio con tres re- la ciudad eran obreros; el 45% restante esta-
cortes, de carácter temporal, espacial y temáti- ba constituido por empleados, maestros, co-
co. 1) Sólo consideramos el período 1925- merciantes, trabajadores independientes, es-
1935, lo que nos permitirá dar cuenta de la tudiantes y otros. Para agosto de 1926, luego
primera implantación orgánica de los comu- de la campaña de “reclutamiento proletario”,
nistas en la clase obrera urbana, pues, como ya las cifras habían variado mucho: el porcenta-
hemos adelantado, no puede entenderse el cre- je de operarios era del 77% y el de los em-
cimiento del PC pos 1935 sin el desembarco pleados era del 13%, lo que arrojaba un total
que el partido realiza en aquel medio social de un 90% de trabajadores asalariados. Casi
desde diez años antes. 2) Nos detenemos en el el 60% de los militantes comunistas capitali-
Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). nos pertenecían a siete ramas industriales
Las razones son evidentes: se trataba, según que, en orden de importancia, eran: metalúr-
censos de 1935-1936, de la aglomeración más gicos, de la madera, albañiles, sastres, gráfi-
poblada del país (3.500.000 habitantes), y del cos, textiles y del calzado.
principal centro fabril (concentraba la gran Este proceso fue mediado por una serie de
mayoría de los 40.600 establecimientos exis- importantes cambios organizativos encarados
tentes, y de los 470.000 obreros empleados en por el PC. Hubo una mutación en su armazón
ellos). 3) Dado que el análisis del papel del PC interna y una precisión mayor de las caracte-
en las cuestiones referentes a la organización y rísticas que debía asumir su militancia. Todo
conflictividad en el nivel sindical ha sido el te- se colocaba en sintonía con el objetivo de
ma más tratado por la bibliografía, decidimos “bolchevizar” al partido, es decir, ponerlo bajo
abordar el que aparece completamente ausen-
te en la misma: el proceso de inserción de ba- 11Informe de organización del Comité Local a la se-
se de ese partido en el seno del proletariado. gunda conferencia de la Capital, agosto de 1926.

194
los cánones pontificados por la Comintern. forme indica que en el PC metropolitano y de
La transformación que nos interesa señalar es ciertos partidos del GBA había 95 células, que
la adopción de la estructura celular, consisten- agrupaban a casi 800 militantes.13 La inser-
te en el reagrupamiento de los afiliados acti- ción de estos organismos en los medios pro-
vos en un organismo de base, denominado cé- letarios fue encarada en forma metódica:
lula, que podía reunir entre 3 y 20 individuos.
La célula sería entendida de allí en más como La mayoría de las células han hecho el cen-
la unidad fundamental y reproductora del PC, so industrial de su radio, es decir, especifi-
la base de su funcionamiento y el puente de car claramente las casas, negocios, indus-
vinculación entre el partido y la clase obrera. trias, talleres, etc., que tienen instalados sus
La incorporación a las células fue lograda pro- lugares de trabajo en cada radio; saber la
cantidad de obreros, obreras y menores que
gresivamente, mientras se iba abandonando la
desempeñan sus funciones en cada una, y
organización que el partido había heredado de
conocer la situación económica de los mis-
la tradición socialista de agrupar a los afiliados mos. Averiguar el estado en que se encuen-
en centros barriales o locales. Se consideraba tra el taller o la fábrica; si hay defectos en
que esta nueva estructura permitiría una cola- el trabajo, falta de condiciones de higiene,
boración más estrecha entre la masa de afilia- horario, salarios y muchos otros datos inhe-
dos y la dirección, que aumentaría la intensi- rentes a la actividad de los obreros. Hecho
dad y el compromiso de los afiliados, y que se esto se tomaba a la fábrica que estuviera
posibilitaría una mayor eficiencia en el control en peores condiciones, buscando con pre-
de sus actividades. El objetivo principal era ferencia donde trabajaran afiliados o sim-
constituir células de empresa, es decir, confor- patizantes que pudieran proporcionar los
madas por todos los que trabajaban en la mis- datos necesarios, y comenzar en forma la
ma planta. Si en un taller no existía una con- agitación dentro del establecimiento.14
centración de militantes que permitiera la
organización de una célula propia, aquéllos se No importa de qué año se trate, la orientación
agrupaban mezclados en las células mixtas. era invariable: “Abusos patronales, compa-
Existían además las células de calle, confor- dradas del capataz, poco salario, desocupa-
madas por vecinos, a las que se les asignaba ción. Son temas que las células comunistas
un radio determinado de acción en función de deben utilizar para correspondencias y confe-
las fábricas adonde efectuar la agitación. A las rencias a la salida del taller”.15 La acción de
células que se dedicaban a apoyar a otra de las células revestía un carácter absolutamen-
una empresa se la denominará luego como de te clandestino, y la concepción que se halla-
bloqueo, constituida por vecinos del barrio en ba en la constitución de cada una de ellas era
el que se hallaba ubicado el establecimiento. la de una infiltración en terreno “enemigo”,
Hacia abril de 1927 la organización celular es- el de la patronal. Son múltiples las referen-
taba completamente instaurada en la Capital, cias al sistemático despido de comunistas de
parcialmente en la provincia de Buenos Aires, las fábricas. El balance que se hacía de estos
algo menos en las ciudades de Rosario, Cór- hechos era invariable: “conviene que esto sir-
doba y Tucumán, y en sus inicios en el resto
del país.12 Para octubre de ese año, otro in- 13 Informe sobre la situación del PC argentino a la reu-
nión del Secretariado Latinoamericano de la IC, octubre
de 1927.
14 Ibid.
12 CC del PC de la Argentina, “Al CE del Komintern”, 15 ¡Alerta! (“Comité de Barrio de Avellaneda”), I, 1, no-
Buenos Aires, 28/04/27. viembre de 1927.

195
va de enseñanza a los comunistas para que se- parque fabril desplegado sobre crecientes ni-
pan efectuar mejor el trabajo en lo sucesivo, veles de dispersión geográfica y de dispari-
haciéndolo lo más ilegal posible”.16 dad en las escalas y complejidad productiva
La actividad de cada célula del AMBA era de las empresas, que incluían algunas grandes
controlada permanentemente por el Comité y tecnificadas unidades de producción y co-
Local, que procuraba capacitar a los obreros mercialización, y muchos talleres medianos y
para comportarse eficazmente en esos orga- pequeños, con capital y personal reducido,
nismos y acrecentar sus responsabilidades. tecnología poco avanzada, a veces trabajando
Se castigaba al que continuaba en la célula a un nivel casi artesanal. Sin embargo, aun
anterior a su cambio de trabajo y se prohibía respetando esta dispersión, la inserción co-
a los afiliados que cambiaran de ocupación, munista resultó ser especialmente marcada
oficio o domicilio sin previa comunicación a en el cordón sur de Buenos Aires, cercano al
dicho Comité. El PC se comportaba como una Riachuelo, que constituía uno de los ámbitos
maquinaria que pautaba el funcionamiento de clave de ubicación del proletariado fabril,
cada uno de sus engranajes y ejercía un con- desde los puntos de vista laboral y habitacio-
trol absoluto de todos sus integrantes. En es- nal: los barrios de La Boca, Barracas, N.
te contexto, ser obrero comunista era una op- Pompeya y P. Patricios; y, dentro del GBA,
ción de vida que requería de mucho esfuerzo, Avellaneda. Pero eran divisibles otras tres
dedicación, e, incluso, coraje. Uno de los ele- áreas de concentración industrial, que tam-
mentos que nos muestra lo abnegado de esta bién presentaban ventajas para la localiza-
militancia es el sostenimiento económico que ción de las plantas: Villa Crespo y zonas de
ésta debía hacer de la organización a través Palermo; Balvanera, con una vieja tradición
del pago de contribuciones. La célula estaba industrial, y ciertos perímetros de San Nico-
obligada a exigirle a cada afiliado que tuvie- lás, Monserrat, San Telmo y Constitución. El
ra el carnet con las cuotas al día. Los montos desarrollo fabril tampoco estaba ausente de la
variaban en función de la situación económi- Chacarita y de los barrios que se le despren-
ca del afiliado, pero también incluía una es- dían al oeste: Paternal, Villa del Parque y Vi-
cala de valoraciones que “castigaba” al no lla Urquiza. En muchas fábricas y talleres de
obrero o no sindicalizado. Es claro que todos todos estos vecindarios también hubo una
los militantes no podían cumplir con estos importante presencia comunista. No fue un
ritmos y exigencias de actividad. Por eso, la hecho casual que el PC ubicara en los lugares
fluctuación de los inscriptos era muy alta. Hay antes mencionados la gran mayoría de sus lo-
varias referencias a un ingreso y egreso per- cales, bibliotecas y clubes de fútbol. Por otra
petuo de miembros. Las “salidas” muchas parte, las células se implantaron, durante es-
veces no eran voluntarias, sino que era la pro- tos diez años, en firmas de casi todos las ra-
pia organización la que las fomentaba, y ha- mas industriales (metalúrgica, textil, carne,
cía una selección rigurosa, tamizando el pa- madera y mueble, gráfica, alimentación y be-
drón de afiliados en forma permanente. bidas, calzado, tabaco, bolsas, electricidad,
La implantación de las células comunistas confección y vestido, farmacología, química,
desde mediados de la década de 1920 reflejó cuero), en algunas del transporte (especial-
las propias características de la industrializa- mente en el sector ferroviario), y, en menor
ción en el AMBA, es decir, la existencia de un medida, del comercio y los servicios. El ru-
bro en donde la penetración comunista tuvo
mayor éxito fue el metalúrgico: casi un 14%
16 Informe de organización…, citado. del total de miembros del PC porteño en 1926

196
provenían de ese sector. Durante la segunda ción. Estos periódicos eran, como las células,
mitad de la década de 1920, el PC se había clandestinos, tanto en la esfera de su elabora-
implantado en más de 40 establecimientos de ción como en la de su distribución. Ninguna
esa rama, de múltiples dimensiones y capital nota aparecía firmada con nombre, sino con
de origen (muchos talleres pequeños, varios una anónima referencia: “un obrero”, “un tra-
medianos, como SIAM y la Cromo Hojalatería bajador organizado”, “una explotada”. No se
de Bunge y Born, y algunos grandes, como mencionaba el nombre de ningún trabajador,
Klöckner). Asimismo, desde los años ’20, el activista o militante; sí el de capataces, geren-
PC contó con unos 50 cuadros militantes en tes o dueños, para descargar sobre ellos las
las fábricas textiles, como las de Campomar más gruesas acusaciones, insultos o amenazas.
(en Belgrano y Valentín Alsina), una de las Aquí los sentimientos de pertenencia y exclu-
mayores firmas de ese rubro, o la Fábrica Ar- sión que definían una identidad proletaria en
gentina de Alpargatas (en Barracas). La acti- oposición a la de los capitalistas y sus “servi-
vidad comunista también fue significativa a dores” estaban presentes de modo cristalino.
partir de los primeros años de la década de ¿Cómo llegaban estos periódicos a manos de
1920 en los frigoríficos Swift y Armour (Be- los obreros, en medio de la represión patronal
risso), Anglo y Wilson (Avellaneda) y Smith- y/o estatal? Una forma era la distribución en
field y Anglo (Zárate). las puertas de la empresa por miembros de
En la estructuración y desarrollo de las cé- las células de bloqueo. Probablemente, los
lulas fabriles del PC resultaron claves los pe- comunistas hayan sido los que iniciaron, des-
riódicos por empresa. Empezaron a aparecer de mediados de la década de 1920, ese nuevo
desde 1926, y hacia la segunda mitad de la hábito de la militancia proletaria: el de aren-
década de 1930 superaban el centenar, sólo gar, en el pórtico de la fábrica, a los emplea-
en el AMBA. Hasta el momento, dada la impo- dos que entraban y salían. El otro modo era
sibilidad de acceder a su consulta, nunca ha- que los propios operarios comunistas del es-
bían sido analizados por ningún investigador. tablecimiento los repartiesen a sus compañe-
Sin embargo, su utilidad es inmensa porque ros de labor más confiables, en lugares ocultos
nos permite un examen detallado del modo (como el vestuario o el baño de la planta). La
como se produjo la inserción concreta del co- dirección del PC orientaba a que los artículos
munismo en los sitios de trabajo. El objetivo no fueran muy extensos, o referidos a cues-
que estos órganos de prensa mejor parecieron tiones demasiado generales, destacando la
cumplir fue el agitativo. Su tirada variaba, ló- necesidad de publicar notas expresivas, con
gicamente de acuerdo con la envergadura de denuncias contundentes acerca de los proble-
la planta fabril, y su periodicidad era, general- mas cotidianos del sitio de trabajo. “Hay que
mente, de carácter mensual. La mayor parte buscar el asunto interesante, la cuestión sensa-
de ellos se difundieron en empresas y talleres cional de la fábrica, la actitud del capataz, del
metalúrgicos, textiles y ferroviarios; también jefe, del gerente o de aquel que sirva los inte-
existieron en establecimientos gráficos, de reses de los mismos. ¿Que hay un lugar insa-
alimentación, curtiembres, de calzado, de la lubre en la casa, una pared que amenaza de-
madera, farmacias y droguerías, vitivinícolas y rrumbarse, un lugar donde no entra el aire o
frigoríficos, entre otros. Los periódicos eran el sol, servicios malolientes, descuidados, sin
de un tamaño pequeño y en su gran mayoría limpieza, que el horario es excesivo, el salario
consistían en una simple hoja mimeografiada pequeño, el trato malo? Muy bien: tómense
de ambos lados. En esas dos páginas había esos asuntos aislados, uno por uno, y sobre ca-
pocas notas, algunos recuadros y una ilustra- da uno hágase un artículo conciso, sin ocupar

197
mucho espacio y sin generalizar tampoco. Ve- gían. Los llamados se orientaban siempre en
rán entonces los compañeros cómo son apre- dirección de despertar conciencias adormeci-
ciados por los obreros a quienes va dirigido”.17 das y convocaban, invariablemente, a comen-
Si realizamos un recorrido por los periódi- zar o reiniciar la lucha: “Es necesario que ter-
cos, podemos apreciar la característica que mine esa apatía perniciosa y cobarde que hace
define la identidad obrera: una contraposi- que todo lo aguantemos sin una queja”.20 Los
ción entre el “nosotros” proletario y el cuestionamientos a la supuesta indolencia de
“ellos” de la clase dominante, de sus repre- muchos trabajadores, y los llamados a supe-
sentantes y de sus servidores, aquel “mundo rarla, se repiten en todos estos órganos de
de los jefes” al que se refiere Hoggart.18 Ve- prensa. Pero si la apatía del obrero era recri-
mos reaparecer este tema a cada momento, minada, la “traición” era estigmatizada sin
expresándose en la denuncia de los gestores contemplaciones. Por ejemplo, los que nunca
de la disciplina fabril, y la convocatoria a en- se plegaban a las huelgas eran apodados como
frentarlos: “Lo que más indigna en esta fábri- “perros fieles de la patronal”.21 El “carnero”
ca es la manera brutal y soez con que somos era retratado como un intruso, un agente del
tratados por Don Vicente, el capataz. Cabría mundo de “ellos” en el mundo de “nosotros”.
preguntarle a ese señor si nos ha confundido Al mismo tiempo, los periódicos pretendían
a nosotros, obreros que honradamente nos convertirse en armas de una lucha por barrer
venimos a ganar el pan, con elementos de las “falsas conciencias” que amenazaban a
prostíbulo”.19 En estos periódicos podemos los trabajadores. Siempre había un espacio
observar una serie de valores, como la pobre- para atacar los principios de colaboración de
za digna, la valentía, la honradez, la digni- clases o de confianza en una eventual benig-
dad, el ser portador de justicia, operando a nidad de la burguesía: “Mientras un obrero
manera de construcciones imaginarias que no trate de lesionar los intereses del patrón,
conforman el “mundo de los obreros”; el vale decir, mientras se deje explotar pacífica-
atropello, el vocabulario soez, la arbitrarie- mente, la fiesta seguirá en paz, pero el día
dad, la alcahuetería, la discriminación racial, que los trabajadores se organizan, o lo que es
junto a la explotación, claro está, son las dis- lo mismo, en el momento que no se dejan co-
tinciones del mundo de “ellos”, de los jefes y mer mansamente, aparece tal cual es”.22 Del
capitalistas. Pero aunque postulaban formar mismo modo, se denunciaba las maniobras
parte de ese mundo proletario, los trabajado- de la iglesia para atemperar la lucha social y
res comunistas nunca dejaban de presentarse crear los Círculos de Obreros Católicos.
como porción esclarecida de aquél y de asu- Encontramos un segundo gran aspecto en
mirse con una función misionera. Eso le con- estos periódicos obreros: el de la crítica a las
fería a estos periódicos cierto carácter peda- situaciones laborales que experimentaban los
gógico. Esta concepción de asumirse como trabajadores en los establecimientos. Estas
vanguardia de su clase se autolegitimaba en denuncias aparecían en secciones tituladas
el momento de definir el estado en que se en-
contraban los trabajadores a los que se diri-
20 Avanti! (“Órgano de los obreros y obreras de la fábri-
ca de cigarros Avanti”), I, 3, junio de 1927.
17 Informe de organización…, citado. 21 Cais (“Órgano de los obreros de la casa de ascenso-
18 R. Hoggart, La cultura obrera en la sociedad de ma- res Stigler”), I, 1, octubre de 1927.
sas, México, Grijalbo, 1990, p. 79. 22 El Cromo Hojalatero (“Órgano de los obreros del ta-
19 El telar (“Órgano de los obreros y obreras de la fábri- ller de Cromo-Hojalatería de Bunge & Born”), I, 3, ma-
ca de tejidos de Cayetano Gerli”), I, 1, agosto de 1927. yo de 1927.

198
“Como nos explotan”, compuestas por notas tomáticas. Ésta era una denuncia muy fre-
enviadas por los operarios, en donde se des- cuente en los periódicos que se editaban entre
cribían las iniquidades de la vida laboral. Los los metalúrgicos. También se marcaban va-
comunistas se mostraban preocupados por riados abusos: las multas, con descuento de
montar detrás de cada periódico una red de sueldo, ante errores cometidos por los opera-
corresponsales obreros, que permitiera que rios; las obligaciones a mostrar la cédula de
estos órganos pudieran decir las “verdades identidad y una fotografía (tomada en una ca-
que los trabajadores esbozan entre dientes”, sa designada por la empresa) cada vez que in-
ser un canal de la angustia, la furia y los de- gresaban a la planta;23 por mencionar algunos
seos de reaccionar frente a la experiencia la- casos. Además, estaban los planteos relacio-
boral. En buena medida, los artículos nos nados con la desocupación y los salarios, que
aportan un balance muy preciso de los recla- cobraron creciente peso luego de la crisis de
mos que levantaba el movimiento obrero, es- 1930. Había toda una serie de artículos vin-
pecialmente el industrial, ante la organización culados con el pedido de aumento en los ha-
de los procesos de trabajo entre 1925 y 1935. beres mínimos, el cumplimiento de las fechas
Algunos convocaban a la lucha para obtener de pago, lograr el cobro quincenal y conseguir
el mejoramiento de los horarios, y por la con- la equiparación salarial entre operarios y ope-
quista del “sábado inglés” y la jornada labo- rarias. Otra temática recurrente era el llamado
ral de 8 horas diarias, reivindicaciones que a la organización de los obreros de la planta y
eran presentadas como un apoderamiento, a la conformación o fortalecimiento de comi-
justo y necesario, de tiempo libre para el pro- siones internas y sindicatos por oficio o rama,
letariado. Haciéndose eco de la explicación lo que confirma la imagen de que los comunis-
que Marx hacía en El Capital del modo en tas arribaban a un escenario industrial en gran
que los capitalistas procuraban aumentar la medida carente de estructura gremial.
plusvalía absoluta “carcomiendo” tiempo de En síntesis, lo que hemos querido mostrar
descanso de los obreros, también era frecuen- en este punto es cómo, desde mediados de la
te, especialmente entre los periódicos meta- década de 1920, la inmensa mayoría de los
lúrgicos y textiles, la denuncia del “hurto” de militantes del PC provinieron del mundo de
minutos de los trabajadores, a los que se les los trabajadores industriales y cómo la aspi-
estiraba la jornada antes o después del hora- ración más básica de ese partido fue su pene-
rio establecido. Encontramos un segundo te- tración orgánica en los ámbitos fabriles. En
ma en los insistentes llamados a luchar con- función de este objetivo fue que se produjo
tra la explotación de niños y mujeres. Un una reorganización partidaria, específica-
tercer ítem es posible ubicarlo en las denun- mente con la creación de las células de em-
cias de las malas condiciones de higiene, sa- presa, con su red de periódicos, con los que
lud y seguridad en las que se desarrollaban el comunismo procuró acercarse a las necesi-
las tareas dentro de las empresas, la falta de dades más básicas de los trabajadores. Tenga-
botiquines y médicos, la violación de las or- mos en cuenta que para una entidad tan con-
denanzas municipales sobre el tema y los ac- dicionada por planteamientos obreristas, la
cidentes de trabajo. Otro punto recurrente era
el repudio del trabajo a destajo, que aún regía
en muchos talleres, pues no estaban totalmen- 23 La Lanzadera (“Órgano de los obreros y obreras de
te generalizados ni los sistemas tayloristas de la Fábrica de tejidos Campomar y Soulas-Capital Fede-
ral”), I, 1, julio de 1927; Vasena (“Órgano de la Célula
medida y valoración del tiempo de labor ni las Comunista de los Talleres Metalúrgicos Vasena & Cía-
tareas en cadena con cintas de transporte au- San Martín”), I, 1, mayo de 1927.

199
lucha contra el capital se libraba fundamen- A. France, F. Ameghino, E. Echeverría) y tam-
talmente en el puesto de trabajo, o sea, en el bién a una serie de valores y símbolos ligados
nivel de las relaciones sociales de produc- con ellas (“Renovación”, “Sol de la Humani-
ción. Pero hubo otras formas muy diferentes dad”, “Día a día más luz”, “Trabajo”, “Antor-
con las que el PC se vinculó con los obreros. cha de la Verdad”). En los periódicos obreros
Las examinaremos en las páginas que siguen. impulsados por el partido se instaba a los tra-
bajadores a asociarse con estos centros y en los

IV Durante las décadas de 1920 y 1930,


aún mantenía su vitalidad el desplie-
gue cultural del PS: más de 400 bibliotecas
órganos de carácter interno se planteaba esta
tarea como una obligación para todo militan-
te comunista. Como también era frecuente en
obreras, centros de estudios, “escuelas libres las que animaban las otras tendencias de iz-
para trabajadores”, ateneos de divulgación, quierda, estas instituciones, además de las ta-
universidades populares, conjuntos teatrales reas formalmente asignadas (la promoción de
y musicales, conferencias y visitas a museos, la lectura y el almacenamiento de libros), rea-
proyecciones cinematográficas, etc.24 La ex- lizaban múltiples experiencias de instrucción
periencia cultural comunista durante este pe- y sociabilidad cultural: cursos, lecturas co-
ríodo no alcanzó la envergadura que presentó mentadas, conferencias, obras de teatro, con-
la socialista, pero se orientó más claramente cursos de poesía, veladas literarias y musi-
hacia la clase obrera, constituyendo otro de cales, visitas a museos, entre otras. Es decir,
los modos clave con los que el PC se insertó eran al mismo tiempo ámbitos de erudición
en el mundo de los trabajadores. Veamos só- y de entretenimiento. Detrás de la actividad
lo dos ejemplos de esto, uno en el campo de de estas instituciones percibimos un eco, pe-
la instrucción, el otro en el de la recreación. ro atemperado y mucho más aggiornado, de
Para el primero de los casos, exploremos aquel propósito que definía a las bibliotecas
las “Bibliotecas Obreras” comunistas. He- y centros del PS: el de comportarse como fa-
mos localizado durante estos años la existen- ros para la “elevación cultural y moral” de la
cia de una treintena de estas instituciones en clase obrera. Ciertamente, advertimos en las
la zona del AMBA (casi todas ubicadas en los bibliotecas comunistas el intento por irradiar
barrios y localidades de mayor presencia pro- una cultura erudita basada en modelos letra-
letaria), que generalmente funcionaban al la- dos “clásicos”, pero, al mismo tiempo, encon-
do de los locales partidarios. Una cifra similar tramos en estos centros una creciente tenden-
sumaban los de los sindicatos, asociaciones cia (mayor aún que la que aparecía en el caso
de trabajadores inmigrantes y otros organis- socialista) a realizar concesiones o adaptacio-
mos en los que los comunistas tenían una in- nes con respecto a sus fines originarios de
tervención decisiva. Sus nombres nos remiten ilustración, dejándose llevar hacia activida-
a un conjunto heterogéneo de “próceres” po- des sociales más profanas, como festivales y
sibles de reivindicar por las tradiciones mar- salidas campestres. Por otra parte, consigne-
xista o “progresista” (como Engels, K. Liebk- mos que el PC logró montar una decena de
necht, R. Luxemburgo, M. Gorki, E. Zola o “escuelas obreras” en la Capital, con un pro-
medio de doscientos alumnos regulares cada
una. La mayoría fueron erigidas por trabaja-
dores comunistas judíos y se ubicaron en los
24 D. Barrancos, Educación, cultura y trabajadores
barrios de La Paternal y Villa Crespo. Tenían
(1890-1930), Buenos Aires, CEAL, 1991; La escena ilu-
minada. Ciencias para trabajadores, 1890-1930, Bue- maestros del partido, programas propios y
nos Aires, Plus Ultra, 1996. textos escolares para cada grado, la mayoría

200
escritos en idish. Hubo intentos de agrupar di- financieros propios, y su vida resultó efímera
chos centros, como el Consejo Escolar Obre- (entre cinco y siete años), pero realizaron una
ro. Pero es evidente que los esfuerzos fueron actividad casi constante y parecieron poder
vanos frente al prestigio y los recursos con construir ciertos lazos identitarios. Tenían un
que contaba la educación pública, de modo promedio de medio centenar de socios, quie-
que aquel intento “autonomista”, sin que fue- nes podían ser de dos categorías: cadetes o ac-
ra abandonado, quedó finalmente subsumido tivos. La mayoría alcanzó a conformar varios
por propuestas de reformas de aquel sistema teams, pero algunos no superaron la categoría
público, para hacerlo más propicio, útil y ac- de “clubes-equipos”. Sus precarias canchas se
cesible a los hijos de los trabajadores. ubicaban en esos terrenos urbanos sin edificar
Por otra parte, otro modo de inserción que que los porteños, durante las primeras déca-
el PC buscó construir sobre las posibilidades das del siglo XX, reclamaron y usaron como
de tiempo libre de los asalariados, en este ca- espacios verdes para la recreación. Estos
so en el terreno más recreativo, fue el genera- campos baldíos se encontraban en barrios ale-
do en el área deportiva. Por considerar que el jados de sus secretarías (Villa Soldati o Li-
deporte, dentro de la sociedad capitalista, era niers). La distancia entre el lugar de juego y la
un privilegio de clase, por aquellos años el PC sede nos sugiere que, aunque siendo expre-
promovió la formación de “Clubes Obreros”, sión de la vida del vecindario en donde esta-
por supuesto, basados en una actividad ama- ban insertas estas últimas, estos clubes traspa-
teur. Si algunas de las prácticas que en este saban naturalmente los límites barriales y se
campo desplegó la izquierda han sido breve- constituían esencialmente a partir del gremio
mente analizadas o aludidas por parte de al- o el grupo de fábricas a las que pertenecían
gunos estudios, la experiencia de los clubes sus miembros.
comunistas ha sido completamente ignorada. Estos clubes obreros comunistas se agru-
Comenzaron a surgir en 1923 y para 1926 ya paron desde 1924, o se fueron sumando lue-
alcanzaban el medio centenar en el ámbito de go, en una institución madre: la Federación
la Capital y del GBA; otra veintena se despa- Deportiva Obrera (FDO). Tengamos en cuenta
rramaban en otras provincias del país. Sus que el PS recién logró constituir una entidad
nombres remitían a la liturgia anticapitalista: similar, la Confederación Socialista Deporti-
un “panteón” en el que aparecen líderes mar- va, en 1926. La FDO pareció mostrar una acti-
xistas (“R. Luxemburgo”, “Lenin”); la icono- vidad más vasta que su símil socialista. Orga-
grafía del socialismo y la clase obrera mun- nizaba un campeonato de fútbol de cinco
dial (“Hoz y Martillo”, “1º de Mayo”, “Hijos divisiones, en el que intervenían los equipos
del Pueblo”, “La Internacional”, y todas las de los clubes antes nombrados. Tenía su pro-
conjugaciones posibles de “rojo”); y una se- pio reglamento de disciplina, una agrupación
rie de valores universales de redención (“Jus- de referees y un boletín de informaciones en
ticia”, “Salud y Fuerza”, “Unión y Trabajo”, donde se resumían sus actividades; periódica-
“Valor y Verdad”). Estaban mayoritariamente mente, realizaba congresos nacionales. Llegó
dedicados a la actividad futbolística y, ocasio- a desplegar una actividad tan vasta que La In-
nalmente, al atletismo, el basketball y el aje- ternacional, el órgano oficial del PC, pasó a
drez. También hacían actividades culturales, tener desde el 1º de mayo de 1925 una sec-
organizando festivales y conferencias sobre ción deportiva diaria en sus páginas, donde
las virtudes del “deporte obrero” en teatros pú- se informaba acerca de los eventos realizados
blicos barriales. Como tantos otros de esa épo- por cada club, se presentaba el fixture de en-
ca, apenas contaban con recursos materiales y cuentros, se comentaba el desarrollo de los

201
diferentes match y se ofrecía la tabla de posi- taciones que, en los años siguientes, sufrieron
ciones de los campeonatos. La mayoría de los varios de sus miembros.
clubes de la FDO (y la propia FDO) estaban El examen de todas estas experiencias, en
controlados por el PC, y funcionaban al lado o las que puede detectarse la búsqueda de for-
en los comités barriales del partido, pero ha- mas socioculturales autónomas, ancladas en
bía algunos clubes independientes, y en casi el mundo de los trabajadores, nos conduce a
todos su composición comunista distaba mu- reflexionar en torno de la existencia de una
cho de ser absoluta, pues al revisarse sus co- cultura obrera. Habría que explorar si aquella
misiones directivas puede observarse la par- singular cultura popular barrial, reformista, in-
ticipación de individuos sin filiación política. terclasista y mayormente argentinizada, surgi-
Por otra parte, la FDO siempre procuraba des- da en la Buenos Aires de entreguerras, se con-
prenderse de la imagen de colateral del PC virtió en la única y excluyente de las clases
con la que se la solía asociar, pero sí se jacta- subalternas, y si terminó por evaporar la iden-
ban de ser dentro del país “los únicos propul- tidad proletaria y por anular las expresiones
sores del verdadero deporte: el deporte colec- de cultura obrera.27 ¿No es posible reconocer,
tivo, de las masas, al impregnarle el espíritu acaso, una cultura obrera, en la que los comu-
vivificador de las luchas obreras”.25 Había nistas ocuparon un papel, teniendo en cuenta
aquí un discurso específico respecto de esta una serie de determinaciones materiales, so-
actividad social, especialmente en la futbolís- ciales, políticas o históricas: la presencia en la
tica. Lo que se hacía era una reivindicación ciudad de un proletariado industrial numeroso,
de un deporte rojo y proletario, contrapo- con muchas demandas insatisfechas, mante-
niéndolo a la mercantilización que habría su- niendo niveles fluctuantes pero no inexisten-
frido bajo el régimen capitalista, en donde el tes de movilización y organización, y donde
amateurismo perdía espacios frente al avance la incidencia de la extranjería siguió siendo
de la práctica profesional y los jugadores iban muy alta (más de un tercio de la población, la
encontrando en ella un medio para obtener ré- mayor parte trabajadora). Podríamos hipoteti-
ditos económicos (recordemos que en 1931 zar, entonces, que subsistió una cultura de los
surgió la primera organización profesional, la trabajadores, algunas veces compartiendo un
Liga Argentina de Football, y tres años des- territorio común con aquella cultura popular
pués la definitiva Asociación del Fútbol Ar- barrial, pero que nunca perdió su especificidad.
gentino). El PC se enfrentaba a esta perspecti- ¿Pudieron los comunistas haber conformado
va, levantando la consigna de “¡Contra los una variante dentro de esta cultura proletaria,
clubes empresas! ¡Por el deporte popular y inclinada a conformar sus propias normas y va-
obrero!”.26 Los comunistas no pudieron pro- lores, proclive a recrear rasgos particulares y
seguir mucho tiempo con esta experiencia. localizada en ámbitos específicos? No tene-
Como tantas otras instituciones socio-cultu- mos elementos suficientes para responder
rales y órganos de prensa asociados con el PC, afirmativamente, pero es claro que los comu-
la FDO fue formalmente disuelta por la dicta- nistas manifestaron mucho más explícitamente
dura de Uriburu a fines de 1930. Los clubes que el PS una vocación por crear una cultura
terminaron languideciendo en medio de la alternativa a la impulsada por las clases domi-
persecución policial, las torturas y las depor- nantes, al tiempo que expresaron algunos ma-

25 Boletín de la Federación Deportiva Obrera, I, 1, 27L. H. Gutiérrez y L. A. Romero, Sectores populares,


24/10/25. cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Bue-
26 La Internacional, VIII, 1018, 01/05/25. nos Aires, Sudamericana, 1995.

202
tices a la oferta presentada por el partido de dencias conformistas, confiadas en las posibi-
Justo. El principal fue la renuncia a asignarle lidades de la integración social y de la movi-
aquel lugar central que le otorgaban los socia- lidad ascendente individual (tal como se ana-
listas a su propuesta pedagógica, erudita y lizan en los estudios sobre la cultura popular
cientificista, clave para su objetivo de incor- barrial), las iniciativas comunistas parecían
porar a los trabajadores a la vida cívica y al revelar tanto la persistencia de actitudes de re-
juego electoral. Ésta era una operación que sistencia a la explotación y alienación capita-
los comunistas reputaban como “reformista”: listas que seguían germinando en los viejos y
no sería la pura educación en ciertos valores nuevos componentes de la masa laboral, como
de la cultura universal ni la obsesión por crear las dificultades de incorporación social que
ciudadanos virtuosos, sino la lucha de clases manifestaban esos miles de trabajadores inmi-
extraparlamentaria y antisistémica el camino grantes que continuaban arribando a la metró-
para la liberación de la clase obrera. Las prác- poli. El relativo éxito que alcanzó el discurso
ticas de socialización cultural debían servir y la práctica comunista en determinados am-
para alimentar ese proceso de autoemancipa- bientes proletarios muestra que la “aventura
ción, que siempre se resolvía en la lucha polí- del ascenso social” no parecía estar disponible
tica revolucionaria. Nos parece que los traba- para un porcentaje de los asalariados. De eso,
jadores adherentes al PC absorbieron, y a la y de tantas otras cuestiones relacionadas con
vez promovieron, los valores contestatarios y el mundo de los trabajadores en las décadas de
las resonancias utópicas y revolucionarias, 1920 y 1930, permite dar cuenta la experien-
que desde fines del siglo XIX ocuparon un si- cia comunista, de la que aquí apenas pretendi-
tio en la cultura obrera. Antes que reflejar ten- mos dibujar un perfil. o

203
Rojos
Algunas reflexiones sobre las relaciones entre los comunistas
y el mundo del trabajo en la década de 1930

Mirta Zaida Lobato

UBA

…La izquierda corre el peligro de convertir la necesaria autocrítica en una palinodia que la lleve a hundirse en
una especie de “complejo de culpa” que ignore el papel positivo jugado por ella misma a pesar de sus errores,
y hasta disolverse como izquierda.
Ismael Viñas1

I Esta presentación, como lo indica su título,


es un acercamiento a la historia del Partido
Comunista a partir de la experiencia de esa
refiere inmediatamente a la acción del Partido
Comunista.2 Las historias tradicionales sobre
trabajadores suponían que la experiencia de
militancia en las fábricas y, más específica- la fábrica se traducía en un lenguaje político
mente, de las situaciones vividas en un campo que organizaba la comprensión de esa expe-
particular de la producción, como fue la ma- riencia; cuando esto no sucedía se acudía a la
tanza de animales y la elaboración de carnes noción de alienación, y si se tomaban rumbos
para la exportación. Se trata de un mundo del diferentes a los esperados podía recurrirse a
trabajo bastante particular y quiero dejar la falsa conciencia para explicar la situación.
planteado que aunque las cuestiones que se Me parece que he mostrado en el examen del
señalan a partir de esa peculiar experiencia trabajo, de las formas de organización y de
no pueden generalizarse, sirven, en todo ca- las protestas, la existencia de una multiplici-
so, como signos, como huellas del pasado dad de lenguajes políticos que tomaron al
que aún están esperando que los historiadores trabajador ciudadano como sujeto de su in-
encuentren sus sentidos. terpelación y que en la práctica múltiples len-
guajes competían para dar coherencia a la ac-

II Son varios los aspectos de la experien-


cia en el mundo fabril que he examina-
do en mi libro La vida en las fábricas, pero
ción de los trabajadores. En el plano de los
vínculos posibles entre trabajadores y políti-
ca la lectura de la experiencia laboral me lle-
en esta oportunidad voy a retomar uno de los vó a revisar un punto olvidado de esa expe-
problemas: la relación entre identidad de cla- riencia: el papel del Partido Comunista.
se e identidad política, pues es el punto que
2Mirta Zaida Lobato, La vida en las fábricas. Trabajo,
protesta y política en una comunidad obrera, Berisso,
1 Carlos Strasser, Las izquierdas en el proceso político 1904-1970, Buenos Aires, Prometeo libros/Entrepasa-
argentino, Buenos Aires, Palestra, 1959, p. 256. dos, 2001.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 205-215


Al introducirme en los pliegues de las fá- gar central para el partido. Resalta además la
bricas la figura de la militancia fabril comu- “eficacia” demostrada por los comunistas pa-
nista adquirió un sentido nuevo. Pero para ra conducir las luchas por reivindicaciones
que este cambio se produjera hubo que pro- económicas, lo que se tradujo en una crecien-
ducir una ruptura en la historiografía tradi- te capacidad de movilización gremial.5
cional, tanto sobre los trabajadores como so- Por otra parte, en la renovada historiogra-
bre los partidos políticos de izquierda en fía sobre los partidos políticos y la política, el
general. Por un lado, la historia de los traba- examen de la experiencia comunista no se
jadores, en particular la que corresponde a la constituyó en un tema de indagación;6 sólo
década de 1930, quedó subsumida en el de- en el plano de la historia de las ideas y como
bate más amplio sobre los orígenes del pero- parte de una re-lectura de la disidencia de la
nismo. Así, las cambiantes tácticas del Parti- década de 1960 aparecieron algunos trabajos
do Comunista se encontraban en la base de que se concentraban en la experiencia cultu-
las explicaciones sobre la pérdida de algunos ral marcada por esa ruptura.7
sindicatos en el período 1943-1946 y la con- Los estudios clásicos sobre el Partido Co-
formación de un sindicalismo más afín con munista y su política tampoco ayudan a deli-
las ideas y las prácticas de Perón.3 Además, near un cuadro posible de sus prácticas.8 Más
se señalaba que el PC, cuyos orígenes se re- allá de sus divergencias, la historiografía sobre
montan a la formación del Partido Socialista el Partido Comunista discute la historia oficial
Internacional en 1918 y que cambió su nom- tal como surge del Esbozo de Historia del
bre en 1920 por el de PC, permaneció como Partido Comunista de la Argentina, donde se
fuerza política minoritaria en las décadas de reconoce como el partido “de la clase obrera y
1920 y 1930 y que como miembro de la III del pueblo, como un partido proletario inde-
Internacional y leal sostén de las 21 condicio- pendiente, de nuevo tipo, inspirado en la doc-
nes estuvo a merced de los cambios del Co-
mintern. Esa dependencia se tradujo en pro- 5 Celia Durruty, Clase obrera y peronismo, Córdoba,
blemas y contradicciones para los comunistas Pasado y Presente, 1969.
6 Para un análisis de la bibliografía sobre el Partido Co-
argentinos, especialmente en el área de las re-
laciones laborales.4 Hay una sola excepción munista véase Jorge Cernadas, Roberto Pittaluga y Ho-
racio Tarcus, “La historiografía sobre el Partido Comu-
en los estudios sobre trabajadores: es el tra- nista de la Argentina. Un estado de la cuestión”, en El
bajo de Celia Durruty sobre la Federación Rodaballo, No. 8, otoño/invierno de 1998.
7 Por ejemplo en algunos pasajes del texto de Oscar Te-
Obrera de la Construcción (FONC). Durruty
rán, Nuestros años sesentas, Buenos Aires, Puntosur,
demostró que los comunistas habían logrado 1991.
8 Me refiero en particular a Rodolfo Puiggrós, Las iz-
conformar un sindicato que no podía califi-
quierdas y el problema nacional, Buenos Aires, Edicio-
carse como de militantes minoritarios y que nes Cepe, 1973, y Jorge Abelardo Ramos, Breve histo-
la lucha por las reivindicaciones laborales y ria de las izquierdas en la Argentina, Buenos Aires,
mejores condiciones de trabajo ocupó un lu- Claridad, 1990 (una reedición de la agotada Historia
del stalinismo en la Argentina). Se pueden consultar
también Emilio J. Corbiere, Orígenes del comunismo
argentino (El Partido Socialista Internacional), Buenos
3 Hugo del Campo, Sindicalismo y peronismo. Los co- Aires, CEAL, 1984; Oscar Arévalo, El Partido Comunis-
mienzos de un vínculo perdurable, Buenos Aires, CLAC- ta, Buenos Aires, CEAL, 1983; Rina Bertaccini, Paulino
SO, 1983; Hiroschi Matsushita, Movimiento obrero ar- González Alberdi, Julio Laborde, María Liter y Euge-
gentino 1930-1945. Sus proyecciones en los orígenes nio Moreno, El nacimiento del PC. Ensayo sobre la fun-
del peronismo, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1983. dación y los primeros pasos del partido comunista de la
4 David Tamarín, The Argentine Labour Movement, Argentina, Buenos Aires, Anteo, 1988, y Leonardo Pa-
1930-45. A Study in the Origins of Peronism, Albur- so, Origen histórico de los partidos políticos, Buenos
querque, University of New Mexico Press, 1985. Aires, CEAL, vol. 3, 1988.

206
trina más avanzada de la humanidad: el mar- cutir las cuestiones laborales y publicar un
xismo-leninismo-stalinismo”.9 Autores como periódico fabril.
Rodolfo Puiggrós o Jorge Abelardo Ramos, Los datos de los registros del personal en
aun con sus matices, consideraban que los co- los frigoríficos Swift y Armour dan cuenta de
munistas habían heredado el pecado original la conformación de esas células. La informa-
del socialismo, que era su adhesión al interna- ción de fábrica coincide con numerosos testi-
cionalismo y su desconocimiento de los pro- monios orales y con la prensa local (Berisso,
blemas nacionales. El Partido Comunista era La Plata y Ensenada), que informa sobre ma-
incapaz de organizar y dirigir a las masas po- nifestaciones, reuniones y mitines. Se narran
pulares, ya sea porque entendieron mal las re- tanto las manifestaciones de cada 1º de mayo
soluciones de la Internacional Comunista o (Día del Trabajador) como las reuniones de
porque eran un instrumento del “oro de Mos- agitación y propaganda. La información de fá-
cú”. Esa dependencia no sólo los convertía en brica es importante pues también da cuenta
“extranjerizantes” sino también en “mecani- de la existencia de un sistema represivo inter-
cistas”, ya que no sabían adaptarse a las parti- no que convertía a la militancia fabril en una
cularidades del país. Estos autores tienen una aventura a veces peligrosa. Comunista o noto-
imagen cristalizada de la dependencia del rio cabecilla comunista eran los motivos es-
Partido Comunista de la ex URSS y sus críticas grimidos por las compañías para expulsar a
se concentran en la cúpula dirigente.10 Sus los trabajadores disconformes. Las empresas
lecturas son engañosas, porque parecen suge- estudiadas realizaban una verdadera tarea de
rir que las organizaciones políticas surgen, se “espionaje” y los resultados eran consigna-
organizan y permanecen siempre igual. dos en la ficha de personal. Así, uno puede
leer la fecha en que una persona ingresó al PC

III ¿Qué nos dicen las fábricas de Beris-


so sobre la experiencia militante del
PC? En un nivel se puede delinear un cuadro
y su participación en reuniones y protestas. A
veces las fichas de personal se asemejaban a
un prontuario. No sólo tenían los datos perso-
de la conformación de las primeras células nales de los obreros o la información sobre su
de fábricas y de la persecución de la que fue- comportamiento productivo, sino que tam-
ron objeto los comunistas. La formación de bién se incorporaban recortes periodísticos
esas organizaciones de base estaba en estre- (si el trabajador había participado o era acu-
cha relación con la “Carta Orgánica de las sado de haber cometido algún delito) y algu-
Células de Fábrica”, que se estableció en el nas anotaciones en lápiz rojo, como “protes-
VII Congreso partidario realizado en diciem- tó por las 8 horas”, “se niega a trabajar”, “no
bre de 1925. Los fines de las células eran ha- tomar, ver lista”, “¡comunista!”. Este control
cer propaganda, difundir publicaciones, dis- cuasi policial sobre las actividades de los
obreros era percibido hasta por aquellos tra-
9 Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Ar-
bajadores que no tenían una activa militancia
gentina (origen y desarrollo del Partido Comunista y
gremial o política.
del Movimiento Obrero y Popular Argentino), redacta- En los frigoríficos Swift y Armour ser des-
do por la Comisión del Comité Central del Partido Co- pedido por “comunista” no era excepcional al
munista, Buenos Aires, Anteo, 1947.
10 La crítica a la dependencia del PC de la política de la finalizar la década de 1920, aunque la asocia-
ex URSS es común en toda América Latina. Para el Bra- ción entre activista gremial y comunismo se
sil se pueden consultar los textos publicados en Cader- hizo más intensa en la de 1930 con la activi-
nos AEL, 2, Comunistas e comunismo, Arquivo Edgard
Levenroth, Instituto de Filosofía e Ciencias Humanas, dad desplegada por los organizadores comu-
Universidade Estadual de Campinas. nistas en diferentes ramas industriales.

207
Muchos de los despedidos integraban las puede afirmar que incluso los conflictos entre
listas negras que tenían un significado impor- nacionalistas y comunistas, que fueron impor-
tante: desocupación. Quisiera recordar que los tantes en las asociaciones polacas, ucranianas,
medios coercitivos utilizados por los patrones lituanas y búlgaras de Berisso, incidían en el
eran el lock-out, esto es el cierre de los estable- trabajo, pues en numerosas oportunidades las
cimientos, y las listas negras, y que ambos fue- entidades asociativas otorgaban “certifica-
ron utilizados de manera reiterada por las dos dos” donde constaba que el futuro obrero no
compañías estudiadas. La militancia comunis- simpatizaba con las ideas de anarquistas y co-
ta en las fábricas se desarrolló bajo el impacto munistas.
de la represión que se vivía en los espacios la- Las tensiones alrededor de la palabra co-
borales y se constituía como discurso y como munista se advierten claramente en las fábri-
práctica en las esferas gubernamentales. cas y en las asociaciones étnico-nacionales.12
Dentro de un contexto más general, duran- El conflicto político adquirió densidad en el
te la década de 1930 se exacerbó el senti- seno de algunas de esas asociaciones. Por
miento de temor a las “ideologías disolven- ejemplo, en la sociedad ucraniana Prosvita un
tes” y a las protestas de la clase obrera como grupo nacionalista (anticomunista) se separó,
consecuencia de la difusión de las ideas na- constituyendo otra organización (Renaci-
cionalistas, que tenían una visión maniquea miento). Comunismo y antifascismo genera-
del mundo y que rechazaban tanto el libera- ban tensiones, enfrentamientos y divisiones.
lismo como el socialismo y el comunismo.11 Balcarce/Velázquez, un militante comunista
Cuando los nacionalistas, con sus diferencias que escribió un folleto que he denominado
y matices, llegaron al gobierno –tras el golpe “manual del militante”, denunciaba ese aso-
militar de 1930– realizaron una activa cam- ciacionismo como un complot de los frigorí-
paña para erradicar los males del “liberalis- ficos, de la policía, del gobierno y de los con-
mo y de su hijo bastardo el comunismo”, se- sulados. Decía que “cada club es un comité
gún una expresión de Fresco, el gobernador fascista. La provocación se organiza en alta
de la provincia de Buenos Aires. El pensa-
miento de este sector de la élite se alimenta-
12 Las referencias orales sobre la presencia del comu-
ba tanto de la memoria del pasado, sobre to-
nismo en las fábricas y en la localidad se reiteran. Por
do de la más cercana, en particular con los ejemplo: —“[...] estaba la guerra y aquí hervía el comu-
episodios de la Semana Trágica o de los su- nismo y todo el mundo gritaba viva Rusia”, Taller de
cesos de la Patagonia, como con la creciente Historia Oral Sociedad Búlgara Iván Vazov, sesión del
14 de octubre de 1986.
presencia de los comunistas en algunos sindi- En otro diálogo la palabra comunista aparece acom-
catos industriales. La huelga de la construc- pañada de la de peligro:
P: —A veces escucho búlgaro como sinónimo de co-
ción de 1936, el predominio de los comunistas munista…
en el gremio de la carne o entre los obreros Violeta: —Ahora también, por ejemplo mi padre sí,
textiles y las pujas en distintas organizaciones él era luchador.
Stana: —Tenía simpatía.
étnico-nacionales generaban inquietud en di- Violeta: —Estando allá fue miembro y creo que es-
ferentes grupos de intelectuales y políticos tuvo preso… acá no, porque la lucha por la subsis-
nacionalistas y en las fuerzas armadas, vincu- tencia se lo impedía pero sus simpatías siempre las
tuvo…
ladas con ellos. En un nivel más particular, se P: —¿Las visitaban otros comunistas?
Stana: —Yo no quería… yo les dije que no aparez-
can más… para que vivamos tranquilos… era peli-
11 Cristián Buchrucker, Nacionalismo y peronismo. La groso, en este momento se puede hablar pero no sa-
Argentina en la crisis mundial, Buenos Aires, Sudame- bemos por cuanto tiempo (ibid., sesión del 25 de
ricana, 1987. octubre de 1986).

208
escala. Preparan los nombres de obreros, co- España fue un elemento movilizador del acti-
munistas, socialistas y antifascistas para de- vismo político local y se conformó un Comité
nunciarlos”.13 pro ayuda al pueblo español. Durante la Se-
En Berisso y en las fábricas, las naciones gunda Guerra Mundial, se constituyeron
europeas estallaban en varios pedazos y sus otros comités de ayuda (“al pueblo búlgaro”,
asociaciones se involucraron cada vez más “al pueblo ucranio”, “al pueblo ruso y a la de-
en las luchas políticas. Al mismo tiempo, los fensa democrática”, entre otros).
comunistas, en su mayoría obreros de los fri- En la fábrica, un obrero identificado como
goríficos, actuaban cegados por la oposición comunista era inmediatamente despedido. En
al nazi-fascismo y cada crítico u opositor se la localidad, la amenaza residía en la posibi-
alzaba amenazante sobre su vida, su seguri- lidad de ser detenido o directamente encarce-
dad y el futuro de la revolución. El ascenso lado. Despido y cárcel dejaron sus huellas en
del fascismo, la Guerra Civil Española y la la experiencia de algunos viejos militantes
Segunda Guerra Mundial acrecentaron esas que he entrevistado. Las palabras de los mili-
tensiones. Incluso al comenzar la década de tantes refieren al mundo heroico y peligroso
1930 se realizaban en Berisso actos y reunio- de la militancia, pero más que en esas imáge-
nes antifascistas.14 Los lugares elegidos eran nes de combate y sufrimiento quiero detener-
las calles más cercanas a los establecimien- me en el tema de la represión, pero desde otro
tos cárnicos y estaban organizadas por los ángulo. Para hacerlo utilizaré un recurso em-
clubes étnicos, el Partido Comunista y el pleado en diversas oportunidades en mi libro
Partido Socialista.15 La vida en las fábricas...: alejar aún más la
Hacia 1936 y 1937, el conflicto que en- lente de los espacios de producción para te-
frentaba a los republicanos y franquistas en ner una vista más amplia del problema de la
represión ejercida sobre los comunistas.
En la década de 1930 el comunismo y los
13
comunistas se habían convertido en una
Héctor Balcarce, Carne de Frigorífico, Buenos Aires,
Juventud Obrera, Folleto No. 1, enero de 1935, p. 39. En preocupación importante para las fuerzas ar-
otro lugar dice: madas, que asumieron la tarea de vigilarlos.
“Tuvimos que luchar bastante con el club búlgaro por su Recordemos que durante los gobiernos de
aislamiento y nacionalismo cerrado que los hacía un or- Alvear e Irigoyen se había autorizado el fun-
ganismo aparte y sin control. Esto los condujo a que pu-
dieran introducirse agentes provocadores que entrega-
cionamiento legal del Partido Comunista.
ron a varios miembros del partido y de la juventud. La Cuando Uriburu llegó al gobierno, creó la
combatividad de los compañeros búlgaros es ejemplar, Sección Especial contra el comunismo, orga-
pero sienten en su nacionalismo cierto menosprecio por
las demás razas”, p. 45. nizada por el coronel Carlos Rodríguez y di-
14 La ola antifascista también llegó a uno de los frigorí- rigida, ya bajo el nombre de Orden Político,
ficos. Al menos en un caso se consigna como causa de por Leopoldo Lugones (hijo), quien ejecutó
despido el “profesar simpatías a los nazis”. una política represiva sistemática en contra
15 Por ejemplo, el 25 de junio de 1933 se organizó un
acto en el que hablaron el diputado nacional Américo
de las ideas y las prácticas del comunismo,
Ghioldi, el doctor Carlos Sánchez Viamonte y el enton- del socialismo y de lo que quedaba del anar-
ces concejal Guillermo Korn. En el acto, una banda de quismo.
música tocaba “himnos proletarios”, El Día, 24 y 25 de
junio de 1933. He visto también fotografías sobre actos
Al dibujar a los enemigos se desarrolló
antifascistas en manos de un militante comunista de ori- una tesis que se convertiría en un dogma de
gen búlgaro. Si se le reconoce a la fotografía la capaci- larga duración en la vida política de la Argen-
dad de decirnos algo sobre el pasado, habrá que consi-
derarla como una evidencia más sobre la actividad tina: la negación de la diferencia y la afirma-
desplegada por los comunistas. ción de la existencia de un único enemigo

209
multiforme y mutable. La imagen de un ene- dadas por algunos hombres del Consejo Na-
migo que adquiere todas las formas y colores cional de Educación por radio Municipal.19
posibles para no ser identificado es expresa- Me parece importante resaltar, como parte
da por Leopoldo Lugones cuando señalaba del contexto en el que desplegaban su acción
que “El izquierdismo como el laborismo in- militante los comunistas, esta preocupación
glés y el obrerismo de nuestros radicales vie- por adoctrinar, por difundir un modelo exclu-
nen a ser el socialismo con otro nombre, del yente de virtud nacional y los “valores nacio-
propio modo que este último es un sinónimo nales”. Esos valores encarnaban una fuerte
del comunismo”.16 Esas mutaciones le per- oposición entre la nación (nativa, telúrica,
mitían, por otra parte, inocular un virus pode- patriótica y única) frente a los elementos ex-
roso que provocaba una infección social, en tranjerizantes, subversivos, expresados en las
palabras de Matías Sánchez Sorondo, o sim- ideologías foráneas como el comunismo. És-
plemente destruir el alma nacional, según te era un enemigo interno, era el mal que co-
Benjamín Villafañe.17 La destrucción del al- menzaba a enquistarse en la nación. Este mo-
ma nacional podía ser evitada con una ade- tivo se agigantaría durante el peronismo y el
cuada educación de los jóvenes. Para los par- fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando las
tidarios de la educación nacionalista que cuestiones internacionales asociadas con la
permitiera la “renovación espiritual”, la es- “guerra fría” dieron más fuerza a la noción de
cuela, y los maestros en particular, tenían que enemigo externo y se enfatizaron los compo-
enseñar de acuerdo con la ideología del Esta- nentes represivos y excluyentes en las políti-
do.18 Esta idea de la acción nacionalista en el cas de los gobiernos.
plano educativo puede advertirse en las pági- Mientras buscaba información sobre “ges-
nas de la revista probablemente más consul- tos anticomunistas” encontré dos tipos de or-
tada por los maestros: el Monitor de la edu- ganizaciones aún poco conocidas. En el nivel
cación común. Desde sus páginas se advertía local, los clubes nativistas y, en el nivel na-
sobre los peligros del comunismo. No es mi cional, la conformación de organizaciones
intención abundar en citas y referencias sobre anticomunistas. En este último caso, se cons-
la prédica nacionalista y anticomunista en las tituyeron en el contexto de la segunda pos-
escuelas; sólo quiero remarcar un clima de guerra y bajo el clima de la guerra fría, tanto
época que se completa con las conferencias en la Argentina como prácticamente en todos
los países de América Latina, organizaciones
de diferente tipo y origen que se autodefinían

16 Leopoldo Lugones, Antología de la prosa (selección


y comentarios de Leopoldo Lugones (h), Buenos Aires, 19 La prédica nacionalista en las escuelas buscaba afian-
Centurión, 1949, citado por Buchrucker, op. cit., pp. zar el sentido de nación, educar a los niños en “una at-
464-465. Este autor señala que las tesis del enemigo mósfera nacional que sustituya la atmósfera europea”,
único se formularon en la década de 1930 desde las pá- promover que a la patria “hay que defenderla y resguar-
ginas de la revista Criterio, colocando en un mismo pla- darla no de enemigos exteriores, que no los tiene, sino
no la democracia representativa, con los rasgos que le del enemigo de adentro”, en Monitor, octubre y noviem-
había dado el radicalismo, y el régimen de la URSS, bre de 1932. Esta tendencia se extendió a las provin-
ibid., p. 56. cias, que establecieron en sus leyes provinciales explí-
17 Matías Sánchez Sorondo, Represión al comunismo: citamente los fines patrióticos y argentinizantes de la
informe y réplica, Buenos Aires, Senado de la Nación, educación y señalaban que “la profesión de ideas con-
sesiones del 24-26 de noviembre, 3, 4, 10 y 30 de trarias a nuestra nacionalidad, a nuestro régimen insti-
diciembre de 1936, y Benjamín Villafañe, Hora obscura, tucional inhabilita para la docencia”. Véase la Constitu-
Buenos Aires, 1935. ción de la provincia de Buenos Aires de 1934 y la Ley
18 Carlos Escudé, El fracaso del proyecto argentino. 3290 de la provincia de Entre Ríos, promulgada el 2 de
Educación e ideología, Buenos Aires, Tesis, 1990. diciembre de 1940.

210
como anticomunistas. Sólo como ejemplo se ciones anticomunistas se podrá aceptar que
pueden citar al Frente Revolucionario Argen- ellas marcaban la experiencia de la militancia
tino y el Frente Argentino Antibolchevique y que la actividad gremial no quedaba al mar-
(1949). También entre 1955 y 1958 se realiza- gen. Además, en las memorias militantes se
ron varios congresos latinoamericanos en el encuentran innumerables referencias al he-
Brasil, Perú y Guatemala contra “La penetra- cho de ser comunista y obrero y sobre las im-
ción Soviética en América Latina” y en Gua- plicaciones que ello tenía. “Ser comunista”
temala se realizó el Cuarto Congreso Conti- significaba exponerse al peligro de las deten-
nental Anticomunista.20 ciones, a la cárcel y a vivir en un permanente
Un breve recorrido por las publicaciones e combate acompañado por el sufrimiento, ade-
informes de los grupos nacionalistas y anti- más de la desarticulación de la familia o de
comunistas da cuenta de la existencia “real” los conflictos que se suscitaban en su seno.
de un peligro rojo que se constituye en ame-
naza continental, más allá de las posibles
exageraciones que puedan tener. Un informe
realizado por una organización anticomunis-
IV Otra vez propongo a los lectores re-
gresar a los frigoríficos Swift y Ar-
mour para tomar otro aspecto de la práctica
ta señalaba que al finalizar la década de 1950 militante de los comunistas. Como he señala-
había en la Argentina 160.118 militantes y do más arriba, hacia fines de la década de
más de 200.000 simpatizantes. Los datos son 1920 se conformaron las primeras células en
difíciles de comprobar, tal vez un estudio es- las fábricas. Para movilizar a los trabajadores
pecífico sobre la organización partidaria pue- utilizaron dos herramientas clave: la identifi-
da aportar más información. En el contexto cación de la reivindicación del día, que iba
de mi investigación sobre las fábricas de Be- acompañada de la discusión sobre las condi-
risso fue imposible establecer el número de ciones de trabajo, y la publicidad de esas con-
militantes y simpatizantes, incluso en un es- diciones a través de la prensa.
pacio tan acotado como el de la localidad. La reivindicación del día fue la consigna
Además, era difícil porque el PC era un parti- que utilizaron los militantes para identificar
do de militantes golondrinas y, aunque parez- los problemas y debatir sobre los mismos.
ca una exageración, se asemejaba bastante al Aun en los marcos de un contexto fuertemen-
trabajo de los frigoríficos, donde los obreros te represivo, se organizaban grupos que me-
entraban y salían como en una puerta girato- diante la identificación de la reivindicación
ria. Las persecuciones de las que fueron ob- del día buscaban elaborar las demandas más
jeto los militantes agravan la dificultad para sentidas que en algún momento presentarían
obtener otras fuentes de información. a las empresas.
Si se considera este desvío discursivo so- ¿Qué sentido le atribuyo a esta experien-
bre la constitución de un lenguaje anticomu- cia de organización? En un nivel, el inter-
nista y se presta atención a las huellas de la cambio de opiniones entre los obreros dentro
conformación de una densa red de organiza- y fuera de la fábrica sobre las condiciones de
trabajo creó las condiciones para presentar
demandas sobre salubridad, higiene, salarios,
20 Informe de Wilson Townsend, Latin American Sec- jornadas laborales y seguridad en el trabajo.
tion, 1942; Subversive Activities in South America No sólo eran demandas; los obreros presenta-
Confidential, 10 de febrero de1942; Alberto Daniel Fa- ban también cuáles podrían ser las solucio-
leroni, La subversión comunista en América Latina,
Ediciones Frente Americano de la Libertad, s/f (circa nes. En otro plano, cada uno de los tópicos
1960, MZL). debatidos daba cuerpo al conjunto de recla-

211
mos y peticiones que se presentaron a las au- de los obreros y empleados en la industria de
toridades de las empresas y en el Congreso la carne, así como sobre el cumplimiento de la
Nacional. legislación obrera.
En este sentido, me parece que la historio- El pedido de constitución de una Comisión
grafía tradicional sobre el Partido Comunista investigadora daba estado parlamentario a la
ha mirado con mayor detenimiento, aunque situación de un grupo específico de trabajado-
de manera insuficiente, al papel del partido y res. La presentación ante el Congreso se orga-
su relación con el Comintern, tal vez como nizaba alrededor de dos ejes relevantes: las
consecuencia de la curiosidad que despierta condiciones de trabajo bajo el “sistema están-
el misterio de una organización dedicada a dar”, que estaba en la base de la organización
conspiraciones y actividades secretas,21 de- y de las formas de trabajo en los frigoríficos, y
jando de lado un aspecto de la lucha interna- el incumplimiento de las leyes. El reclamo de
cional de distintas agrupaciones de izquierda, cumplimiento de la LEY es también una de-
donde incluyo al PC, por DERECHOS. Los de- manda para hacer realidad aquello que se les
rechos derivados y asociados con la condi- presentaba como parte de un ideal imaginario:
ción obrera son uno de ellos.22 transformar en un sentido positivo las condi-
El trabajo en las fábricas destinado a iden- ciones de vida y de trabajo. Además, la de-
tificar los problemas y proponer las solucio- manda de justicia se basaba en la idea de que
nes fue dando forma a una práctica de deli- las condiciones de trabajo deben ser reguladas
beración que incluía la toma de decisiones, por parámetros claros y definidos.
cierto que limitadas, para producir una modi-
ficación sustancial de las condiciones de tra-
bajo. En estrecha relación con esta práctica,
los militantes comunistas buscaron también
V La prensa fue otra de las herramientas
utilizada por la militancia comunista,
aunque no sólo por ella, para movilizar a los
construir una opinión favorable y decisiones trabajadores. En el “manual del militante” de
autorizadas fuera del recinto de las fábricas. Balcarce/Velázquez se define al periódico co-
Para ello recurrieron al Congreso Nacional, mo fundamental para el trabajo militante
pues, probablemente, confiaban en el valor dentro y fuera de las fábricas. Los periódicos
de las leyes para generar transformaciones. abarcaban todo un sector de la industria, por
En 1936 buscaron la conformación de una ejemplo El obrero del frigorífico, El trabaja-
comisión investigadora en el Congreso con el dor de la carne, El obrero de la construcción,
objetivo de estudiar e informar sobre siste- o estaban más circunscriptos a una compañía,
mas de trabajo y condiciones generales de vida como en el caso de La voz de la fábrica. La
prensa tenía un claro objetivo: debía reflejar
la vida de cada departamento o sección y
21 Tomo esta idea de William Waack, Camaradas, San ayudar a “impulsar la marcha revolucionaria”
Pablo, Companhia das Letras, 1993, p. 19. de toda la empresa. La noticia era la fábrica:
22 Un camino para pensar las estrategias del PC en la di-
rección que estoy planteando puede residir en estable-
datos, chimentos, comentarios y cartas bus-
cer algunas comparaciones con las experiencias comu- caban dar un panorama íntimo de todo lo que
nistas en otros países. En el Brasil, los estudios sobre la sucedía en los espacios de producción. Se in-
clase obrera tienen más vitalidad que en la Argentina.
Se pueden consultar Hélio da Costa, Em busca da me-
corporaban dibujos, ilustraciones y fotogra-
mória. Comissao de fábrica, Partido e Sindicato no fías y los títulos de las notas podían reprodu-
Pós-guerra, San Pablo, Scritta, 1995, y John D. French, cirse como consignas.
Afogados em leis. A CLT e a cultura política dos trabal-
hadores brasileiros, San Pablo, Editora Fundação Per- El análisis de la prensa es fundamental en
seu Abramo, 2001. la historia contemporánea. En los últimos

212
años buena parte de la historia política se ha grafías de dirigentes sindicales editadas por
apoyado en los diarios y publicaciones perió- el PC desde aproximadamente la década de
dicas para dibujar el cuadro de las ideas de 1970 y particularmente en la década de 1980,
los grupos políticos que actuaban en la Ar- se puede obtener alguna información que
gentina y en otros países latinoamericanos.23 permita hacer una breve caracterización.25 La
En menor medida algunos trabajos focalizan prensa fabril comunista, como otros periódi-
sobre la prensa obrerista como parte de estu- cos gremiales de la década de 1920 y, sobre
dios específicos sobre el socialismo y el anar- todo, de la década de 1930, presenta claras
quismo.24 El examen de la prensa gremial diferencias en su estructura y en su organiza-
tiene su complejidad porque la pérdida de ción si se la compara con la prensa socialista
esos materiales deja sin respuesta numerosos y anarquista de principios de siglo. La repro-
interrogantes. ducción de temas de debate de carácter gene-
Durante la búsqueda, a veces difícil e in- ral fue cediendo su lugar a artículos cortos, a
fructuosa, de periódicos gremiales y de los la publicación de recuadros con noticias fa-
comunistas, me he formulado innumerables briles, a la inclusión de imágenes. El objetivo
preguntas sobre cómo se hacían los diarios, era claro: facilitar la lectura de la prensa por
cuáles eran los medios técnicos con los que parte de los obreros pues se partía del supues-
contaban, quiénes y cómo los escribían e im- to de la dificultad para la adquisición de esta
primían, de qué manera se financiaban y de destreza por medio de la escolarización. Mu-
qué manera eran distribuidos. Muchos de chas ediciones eran a mimeógrafo y los re-
esos periódicos se han perdido irremediable- cursos eran escasos. Los diarios y periódicos
mente. El obrero del frigorífico y El trabaja- eran herramientas para la difusión de ideolo-
dor de la carne (comunistas), que estaba en gías pero también para generar una clara con-
la Biblioteca Nacional, desapareció en el edi- ciencia sobre la situación laboral. En Berisso,
ficio de la calle México para siempre, pues los comunistas recorrían los conventillos de
ahora tampoco se encuentra en la sede actual la calle Nueva York y las viviendas de los ba-
de la biblioteca. rrios más alejados buscando hacer realidad la
Sin embargo, de algunas hojas sueltas premisa de que la prensa “ayuda a impulsar
conservadas por unos pocos militantes, de las cotidianamente la marcha revolucionaria”.
memorias escritas y de las “vidas ejempla-
res”, como he designado al conjunto de bio-
VI Las actividades desplegadas en las fá-
bricas de la industria cárnica favore-
cieron la organización de sindicatos bajo la
23 Un síntoma de la importancia que están adquiriendo
orientación de los comunistas. En 1932 se
los estudios sobre la prensa fueron las jornadas organi-
zadas por la Universidad Nacional de Rosario (2001) y
formó la Federación Obreros de la Industria
la Universidad de San Andrés (2002). En esta última de la Carne (FOIC), a la que se integraban los
reunión fue notoria la ausencia de trabajos sobre los sindicatos por empresas, y en 1937 se consti-
contrapúblicos subalternos. He explorado algunos vín-
culos entre prensa y mundo obrero en Mirta Zaida Lo-
tuyó la Federación Obrera de la Alimentación
bato, “La Patria degli italiani and Social Conflict in
Early-Twentieh-Century Argentina” , en Donna R. Ga-
baccia y Fraser Ottanelli (eds.), Italian Workers of the 25 En las vidas ejemplares comunistas el eje de la histo-
World. Labor Migration and the Formation of Multieth- ria es el compromiso político con el Partido. El esquema
nic States, USA, University of IIlinois Press, 2001. En la de trabajo es que los nuevos militantes entrevistan a las
actualidad estoy desarrollando una investigación sobre viejas generaciones. Esas entrevistas son publicadas con
la prensa gremial. notas y una selección de documentos. Algunas de ellas
24 Manuel Tuñón de Lara, “Prensa e historia”, en AA.VV., fueron realizadas por el Ateneo de Estudios Históricos
Prensa obrera en Madrid, Madrid, Alfoz-Cidur, 1987. Manuel Belgrano bajo la dirección de Leonardo Paso.

213
(FOA). Los sindicatos de los frigoríficos Swift las tensiones eran el resultado de un comple-
y Armour de Berisso se sumaron a los de los jo proceso cuyo centro estaba ocupado por un
frigoríficos Anglo (Dock Sud) y La Blanca. conjunto de personas que, como dijo el gene-
No hay aún un estudio detallado de la FOIC y ral José Epitafio Sosa Molina, portaba bande-
la información local sobre ella es absoluta- ras rojas al frente, llevaba los puños en alto y
mente fragmentaria. Sin embargo, aun consi- cantaba la Internacional. Esas personas “pre-
derando esas limitaciones, es innegable que sagiaban horas verdaderamente trágicas para
fue la Federación la que impulsó diferentes la república” y las “fuerzas armadas no po-
movimientos de protestas. Algunos de esos dían permanecer indiferentes a ese peligro” .
movimientos huelguísticos tuvieron escasa re- En contraposición con las palabras de este
percusión, como la huelga de 1932, y otros se militar, las palabras de los obreros de los frigo-
produjeron rodeados de una intensa moviliza- ríficos que entrevisté en 1985 daban cuenta de
ción, como en 1943. Además, la FOIC fue la una percepción diferente del problema. Zaca-
organización que impulsó las demandas por rías, oriundo de Santiago del Estero, me dijo
“derechos” en el Congreso Nacional. “había gente que afiliaba a escondidas […]
Los logros de la FOIC eran limitados pero porque a la persona que estaba afiliada capaz
importantes. Hacia 1942 habían obtenido el que la echaban”; Florentino, otro trabajador de
reconocimiento por las empresas de una ga- origen santiagueño, que se definía a sí mismo
rantía horaria de sesenta horas quincenales y como el primer santiagueño comunista, seña-
ocho días de vacaciones pagas, que se au- laba: “el comunismo siempre fue ilegal, siem-
mentó a quince en 1943. Obtuvieron la provi- pre fue combatido, inclusive la palabra impe-
sión gratuita de zapatos, zuecos y delantales rialismo no se podía escuchar en el frigorífico,
y hasta un pequeño aumento salarial. Cada el que decía imperialismo, a ése lo buscaban
uno de estos logros fue el resultado de un lar- para echarlo porque ése comprendía”.26
go y paciente trabajo. Las confrontaciones entre las organizacio-
Cuando se produjo el golpe militar de ju- nes sindicales, entre ellas y las fuerzas políti-
nio de 1943, los militantes gremiales comu- cas del momento y con las instituciones del
nistas fueron perseguidos y encarcelados. Va- Estado, ya sea el Departamento Nacional del
rios miembros de la FOIC, como Peter, y Trabajo, el Congreso Nacional o las legisla-
algunos obreros de los frigoríficos de Berisso turas provinciales, no eran sólo un problema
fueron encarcelados. En el período que se ex- político; eran también un auténtico campo de
tiende entre el golpe militar de junio de 1943 batallas por los sentidos que se asignaban a
y la elección de Juan Domingo Perón como las palabras y a las acciones prácticas.
presidente de la nación en 1946, los sindica-
tos de los frigoríficos Armour y Swift de Be-
risso y la propia FOIC estuvieron en el centro
de una tormenta que terminó con la propia di-
VII El análisis de la experiencia obrera
en las fábricas de Berisso me per-
mitió reconsiderar el papel del Partido Co-
solución de la Federación. En Berisso, el sin- munista en la organización de los trabajado-
dicato de la carne se enfrentó con la creación res. En un punto retomo argumentos que
del sindicato autónomo, con la presencia de habían sido expuestos por Celia Durruty ha-
la Secretaría de Trabajo y Previsión y su po- ce tres décadas: la organización de sindica-
lítica de establecer contactos directos con tra-
bajadores y patrones en la localidad.
Aunque la confrontación se corporizaba 26Taller de Historia Oral Centro de Residentes Santia-
en las figuras de José Peter y Cipriano Reyes, gueños, sesión del 18 de noviembre de 1986.

214
tos, las luchas por reivindicaciones salariales, bían ser regulados y que las normas tenían que
condiciones de trabajo, donde en el caso del ser claras y definidas. Desde otro ángulo, la
gremio de la carne se incluye específicamen- reivindicación del día y la movilización obre-
te el debate alrededor del sistema estándar y ra dieron lugar a una práctica de deliberación
la garantía horaria, y en el gremio de la cons- que puede considerarse importante para la in-
trucción la cuestión de las fuentes de ocupa- tegración de los trabajadores en los problemas
ción, que aumentaron la capacidad moviliza- del trabajo y en cada una de las empresas.
dora de los comunistas en los gremios. Esa Mi investigación sobre las fábricas de Be-
capacidad de movilización puede extenderse risso me llevó a interrogarme una y otra vez
además a la Unión Obrera Textil (UOT) y a sobre el papel de las izquierdas en el pasado.
los sindicatos de la rama de vestido. Encontré que buena parte de la literatura esta-
Tanto en los gremios de la construcción ba inmersa en el complejo de culpa señalado
como en el sindicato de la carne los comunis- por Ismael Viñas en el epígrafe de este artícu-
tas recurrieron a las instituciones del aparato lo y que se ignoraban aspectos importantes
estatal, ya sea para encontrar canales de ne- del papel que habían jugado. La historia del
gociación o para buscar la intervención arbi- PC es sólo una parte del pasado de las izquier-
tral del Estado. Además, la acción de la FOIC das que tal vez permita explicar la compleji-
en el Congreso Nacional es una expresión de dad del proceso histórico en el cual surgió y
los impulsos que se daban al afianzamiento se desarrolló un vasto arco de agrupaciones
de los derechos asociados con el trabajo. La políticas. Revisar la historia del Partido Co-
condición de trabajador estaba en la base de munista tal vez permita superar las visiones
la conformación del ciudadano. caricaturescas de algunas etapas, dar cuenta
Junto a los derechos estaba la demanda de de las diferencias existentes en cada momen-
cumplimiento de la ley. Ley y justicia forma- to, establecer tanto el papel jugado por la aris-
ban (y forman) parte de un ideal imaginario tocracia del Comintern y por figuras como las
que a partir de las intervenciones políticas del de Victorio Codovila pero también las prácti-
Partido Comunista buscaban hacer realidad. cas de una militancia de base que para mí co-
No era sólo eso: se basaban en la idea de que bran cuerpo en las figuras de Jaime, Juan y
el trabajo y los derechos asociados con él de- Pablo, obreros en las fábricas de Berisso. o

215
Rodolfo Puiggrós,
historiador marxista-leninista:
el momento de Argumentos
Jorge Myers

UNQ / CONICET

Un fantasma recorre Europa


El mundo.
Nosotros le llamamos camarada.
Rafael Alberti, 1937

Introducción: el Frente Popular por Rodolfo Puiggrós antes de su expulsión


y los orígenes de la investigación histórica del Partido Comunista en 1947: en primer tér-
ligada al Partido Comunista mino, que los orígenes de la visión historio-
gráfica reconocida como propia por el PC ar-
En 1962 Jorge Abelardo Ramos pronunciaba gentino se sitúan en la década de 1930 y no
la siguiente sentencia sobre la historiografía antes; y en segundo término, que ese primer
del Partido Comunista argentino en la década esfuerzo por producir una interpretación espe-
de 1930: cíficamente marxista-leninista del pasado na-
cional no puede entenderse plenamente si no
Después de negar en bloque todo el pasado se toma en cuenta la política del Frente Popu-
nacional y todos sus partidos representati- lar. En esto la situación del comunismo argen-
vos, bajo el común dicterio de “burgueses” o
tino no se diferenciaba demasiado de la de
“fascistas”, el stalinismo adoptará paso a
otros partidos comunistas del mundo, ya que
paso una visión de la historia argentina to-
mada en préstamo y absorbida como propia, la etapa anterior a la del Frente Popular –aqué-
del mitrismo antinacional. Este oportunismo lla de la lucha de clase contra clase–2 había
histórico estará íntimamente vinculado al implicado para todos los partidos comunistas
carácter de los partidos del Frente Popular y nacionales entonces en existencia una tenden-
de las clases sociales de la ciudad puerto.1 cia, por un lado, a desechar todo el pasado an-
terior a la Revolución de Octubre por pertene-
Más allá de la falta de matices y exageraciones cer a una época cuya superación (mediante la
retóricas que aparecen en esta observación, revolución proletaria en curso) privaba de to-
ella señala dos cuestiones fundamentales para do sentido; y una representación, por otro la-
la comprensión de la obra histórica producida do, internacionalista (con su eje colocado en la
Unión Soviética) de las problemáticas nacio-
1 Jorge Abelardo Ramos, El partido comunista en la po-
lítica argentina. Su historia y su crítica, Buenos Aires,
Coyoacán, 1962, p. 110. 2 Decidida en el Sexto Congreso, celebrado en 1928.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 217-230


nales. En otras palabras, la Revolución de Oc- El hecho de que la primera cristalización de
tubre habría convertido en prehistoria a toda una historiografía comunista haya tenido lugar
la existencia humana anterior a esa fecha, en la década de 1930 difícilmente pueda ser
mientras que la revolución proletaria interna- desvinculado de la nueva preocupación por la
cional implicaba un énfasis que, sin descono- historia como una herramienta fundamental en
cer la problemática nacional, la relegaba a un la lucha revolucionaria, posición adoptada por
segundo plano.3 Si hubo algunas excepciones los dirigentes de la Internacional Comunista en
a aquella tendencia general durante la década el marco de la nueva política del “Frente Popu-
de 1920 (los casos de Gramsci y de Mariáte- lar”. En un momento político marcado por la
gui son los que más inmediatamente saltan a predisposición del PC a sellar alianzas con los
la vista), no por ello dejó de ser cierto que en partidos denominados “democrático-burgue-
la mayoría de los países en los que se había ses”, la elaboración de una interpretación del
organizado un partido comunista local, el es- pasado nacional que se adecuara a esa política
fuerzo por elaborar una interpretación propia se volvía ahora más pertinente. El principal ob-
del pasado nacional sólo comenzó en la déca- jetivo que perseguía la nueva política era el de
da de 1930 o más tarde. En Gran Bretaña, para intensificar la lucha contra el fascismo, enten-
dar sólo un ejemplo, las primeras reinterpreta- dido ahora como el principal enemigo de la
ciones del pasado nacional desde una pers- clase obrera. Esa lucha exigía un estudio pro-
pectiva comunista tuvieron lugar entonces, fundo de la historia nacional de cada pueblo,
como en el primer libro de Joseph Needham ya que sus resultados contribuirían de un modo
(publicado bajo el seudónimo de Henry Holo- decisivo a desvirtuar las representaciones “dis-
renshaw), sobre los “niveladores” (the Leve- torsionadas” de la misma que subtendían la po-
llers), o en la primera versión de la biografía lítica fascista. Así como todo el esfuerzo políti-
del militante sindicalista de izquierda (deci- co del PC debía propender a la formación de
monónico), Tom Mann, escrita por Dona Torr. una alianza amplia con los demás partidos de
En los Estados Unidos, el desarrollo de una izquierda (salvo el siempre anatematizado
historiografía propiamente comunista siguió trotskismo) y con aquellos denominados “de-
un patrón de desarrollo similar, ya que recién mocrático-burgueses”, la revisión de la historia
en la década de 1930 comenzaron a ser publi- nacional debía propender a una recuperación
cadas interpretaciones generales del pasado de los elementos propiamente “revoluciona-
nacional de ese país (o de problemas puntua- rios” de la misma, con el propósito de producir
les de su historia, como la cuestión de la es- una versión alternativa tanto a la tradicional
clavitud africana), como aquéllas de V. F. Cal- como a la de los “revisionistas” fascistas.5
verton (quien no era, por otra parte, miembro
del partido), Leo Huberman o Philip Foner.4
queza de la tradición historiográfica marxista anterior a
la fundación del PC francés, asi como las repercusiones
de la tradición revolucionaria en toda la cultura de la iz-
3 Cabe recordar en este sentido, tanto las polémicas de quierda local, implicaron el desarrollo de una rica tradi-
Lenin con Rosa Luxemburg y con Nicolás Bujarin, en ción historiográfica marxista que el comunismo local
torno a la defensa del derecho de autodeterminación de pudo reconocer como propia, aun antes del giro políti-
las naciones, defendida por el futuro gobernante bol- co adoptado en el VII Congreso Mundial del Partido Co-
chevique durante la primera guerra mundial, como el munista. Por ejemplo, la primera edición de la Histoire
temprano reconocimiento en la propia estructura políti- de la Révolution française de Georges Lefebvre es de
ca de la Unión Soviética de la existencia legítima de 1930, sin mencionar obras anteriores como las de Jean
“nacionalidades” en un estado socialista. Jaurès o las primeras obras de Maurice Dommanget.
4 La excepción a esta regla general (aparte de la propia 5 En el caso de los primeros historiadores marxistas in-
Unión Soviética) quizás haya sido Francia, donde la ri- gleses, uno de sus mayores lamentos tuvo que ver con la

218
El Frente Popular en la Argentina bocado en una dictadura militar primero y
y su impacto cultural una restauración democrática de dudosa legi-
timidad después, eran datos de la realidad
En el caso argentino, esa nueva configura- contemporánea que impactaban por igual so-
ción político-ideológica desembocaría en una bre los distintos partidos de izquierda, más
política favorable a la constitución de un allá de las acusaciones que mutuamente se
“Frente Unido” o “Frente Popular” en alian- dirigieran. De todos modos, la adopción por
za con el Partido Socialista, el Partido Demó- el PC local de la política de Frente Popular
crata Progresista, el Partido Socialista Obre- creó una situación mucho más favorable a la
ro y la Unión Cívica Radical. Debido a la cooperación interpartidaria que la que había
dura represión de la que había sido objeto existido antes, al menos entre aquellos secto-
desde 1930 en adelante, la política de “frente res que favorecían la constitución de un am-
popular” revestía una particular urgencia pa- plio frente anti-fascista.
ra el Partido Comunista local, y si bien nun- Esa nueva situación se vería reflejada en la
ca llegó a constituirse formalmente en la política cultural del Partido Comunista.6 Si
década de 1930 ese “frente”, el acercamiento ésta siempre había sido sumamente ambicio-
entre el PC y otras fuerzas políticas a través sa, como lo demuestra el temprano surgi-
de actos compartidos, espacios cedidos en las miento de todo un universo de publicaciones
respectivas publicaciones partidarias, y la culturales financiadas desde Moscú o alinea-
instrucción impartida a los miembros del par- das en líneas generales con la posición ideo-
tido de votar por el candidato “democrático- lógica de la dirigencia soviética y la igual-
burgués” Alvear en las elecciones de 1938, mente temprana conformación de una red
contribuyó a mejorar, aunque más no fuera internacional de artistas e intelectuales, la vo-
de un modo marginal, su posición en el cam- luntad de ampliación y de cooptación de es-
po político argentino. Conviene de todos mo- critores y artistas se volvería aún mayor luego
dos subrayar que las líneas divisorias entre de 1935. Por un lado, las nuevas publicacio-
las distintas agrupaciones de la izquierda ar- nes asociadas al Partido abrirían sus páginas
gentina fueron más fluidas y permeables de a escritores que no eran comunistas o inclu-
lo que las historias “oficiales” del PC y de las so, en algunos casos, a quienes se definían
otras agrupaciones de izquierda, como el Par- como anticomunistas (nuevamente con la ex-
tido Socialista, darían lugar a suponer, crean- cepción de la “ultra-izquierda” formada por
do así un clima favorable a la constitución de los seguidores de León Trotski). La revista
un frente político común en sectores de casi Argumentos es un ejemplo claro de esta nue-
todos esos partidos aún antes de 1935. El as- va apertura. Si la mayoría de quienes publica-
censo de los movimientos de tipo fascista en ron en sus páginas fueron miembros del PC, y
muchos países europeos, por un lado, y la cri- si la línea editorial supo ser claramente aque-
sis institucional argentina que había desem- lla del partido, no por ello dejaría esa revista
de alentar cierta polémica –como aquélla en-
tablada en sus páginas entre críticos y defen-
sores de la obra del etnólogo José Imbelloni–,
ausencia –durante los últimos trecientos años– de pro-
yectos revolucionarios exitosos; hecho por el cual la pri-
ni de hacerse eco de la protesta de algunos re-
mera generación de historiadores marxistas británicos
eligió concentrarse en la historia de las revoluciones del
siglo XVII (Christopher Hill et al.) o en los antecedentes 6 Conviene enfatizar que el comienzo de la guerra civil
ideológicos y organizativos del marxismo y del Partido española en 1936 impulsaría aún más ese clima ideológi-
Comunista en Gran Bretaña (Dona Torr et al.). co-político favorable a algún tipo de unión anti-fascista.

219
visionistas nacionalistas que se habían senti- partido, su tradición disciplinar era necesa-
do agredidos por la descripción que de ellos riamente más compleja, ya que además de
había publicado la revista. En el marco de ese reposar sobre la bibliografía teórica marxista
nuevo clima cultural, y en torno de esa revis- y la historiografía marxista-leninista de otros
ta muy particularmente, tomaría forma la obra países, debía incorporar los aportes de la his-
del primer grupo de historiadores miembros toriografía conformada por obras e interpre-
del Partido Comunista, integrado por Rodolfo taciones “burguesas”.
Puiggrós, Eduardo Astesano, Alberto Mendo-
za, Bernardo Kordon y Carlos Cabral.
El universo cultural en cuyo seno aquella Puiggrós y la discusión histórica
nueva historia comunista había nacido era el en la revista Ar­gu­men­tos
que conformaba la bibliografía de la Tercera
Internacional. Expresaba el sistema de lectu- En el plano historiográfico, el director de la
ras autorizado e impulsado por las máximas revista Argumentos, Rodolfo Puiggrós, emer-
autoridades del Partido Comunista (Bolche- gería en los últimos años de la década de 1930
vique) de la Unión Soviética y del Partido y primeros de la de 1940 como el historiador
Comunista Argentino. Como había ocurrido más representativo del Partido Comunista: el
con otras corrientes de izquierda desde la se- intérprete “oficial” del pasado argentino. An-
gunda mitad del siglo XIX en adelante, el Par- tiguo periodista de La Crónica de Rosario,
tido Comunista inspiraba (y aspiraba a diri- autor (en colaboración con Antonio Berni,
gir) en sus militantes la participación intensa que había estado a cargo de la parte fotográ-
en una sub-cultura partidaria “holista” o total.7 fica) de una investigación periodística acerca
En el caso de los nuevos historiadores comu- de la prostitución en esa ciudad, Puiggrós se
nistas, el centro intelectual de esa sub-cultura había afiliado al Partido Comunista en 1926.8
estaba constituido por el amplio acervo de Habiéndose especializado en temas históri-
obras clásicas del marxismo, seleccionadas cos durante los años subsiguientes, emergería
según los criterios de legitimidad aprobados entre 1938 y 1946 como el principal historia-
por las autoridades nacionales e internaciona- dor con que contaba el partido, tanto por sus
les del partido. Los autores vetados luego del publicaciones como por su tarea docente. Su
ascenso de Stalin a la jefatura del Partido y dirección de Argumentos. Revista Mensual
de la Unión Soviética –Trotsky primero, sus de Estudios Sociales9 se extendió de noviem-
seguidores como Victor Serge o Boris Souva- bre de 1938 a septiembre de 1939. Profesor
rine, después, y, finalmente, al compás de los en el Colegio Libre de Estudios Superiores,
procesos de Moscú en la segunda mitad de la su primer libro de historia fue el producto del
década de 1930, Bujarin, Radek, y un núme- curso que había dictado allí sobre la historia
ro muy amplio de otras figuras– eran leídos colonial de la Argentina (una primera versión
en algunos casos pero nunca citados ni apro- de cuyos capítulos había aparecido en Argu-
bados, como también ocurriría con la mayo-
ría de los escritores vinculados con el Partido
8 Tomo estos datos del muy documentado y ecuánime
Socialista. En el caso de los historiadores del
estudio de Omar Acha, “Nación, peronismo y revolu-
ción en Rodolfo Puiggrós (Primera parte: 1906-1955)”,
Periferias. Revista de Ciencias Sociales, Año 6, No. 9,
7 Cómo señaló Annie Kriegel en su notable estudio so- 2º Semestre 2001, Ediciones FISyP, pp. 95-131.
bre la formación del Partido Comunista Francés, la es- 9 Cuyo título en los últimos dos números se convirtió en
tructura de los partidos comunistas hacía de ellos “la Argumentos para la Emancipación Nacional. Duró 10
Iglesia de los que no la tienen”. números esta publicación.

220
mentos): De la colonia a la revolución, publi- do nacional, sería “progresista” precisamente
cado por Ediciones AIAPE en 1940. En el lap- por constituir la expresión de la clase social
so de muy pocos años Puiggrós elaboraría que vehiculizaba las fuerzas del progreso his-
una obra histórica relativamente nutrida, tórico en el orden nacional: el proletariado.
compuesta de libros que abordaban una gama Mientras que según Puiggrós la historiografía
amplia de períodos y temas históricos: La he- vinculada con las dos clases dominantes del
rencia que Rosas dejó al país (1940, Proble- pasado –el feudalismo terrateniente y la bur-
mas), A 130 años de la Revolución de Mayo guesía– no podía sino distorsionar el pasado
(1940, AIAPE), Mariano Moreno y la Revolu- y reivindicar los aspectos conservadores del
ción democrática argentina (1941, Proble- mismo,11 aquélla vinculada con el proletaria-
mas), Los caudillos de la Revolución de Ma- do y armada con el instrumento científico
yo (1942, Problemas), Rosas el pequeño que ofrecía el materialismo dialéctico, logra-
(1944, Montevideo, Pueblos Unidos), Los ría superar ambos escollos.
utopistas (1944, Futuro), e Historia económi- La historia que proponía Cabral –y que ya
ca del Río de la Plata (1945, Futuro). comenzaba entonces a ser escrita por Puig-
En la revista Argumentos escribía además grós– era científica, militante y colectiva. Su
Carlos Cabral como teórico de la historia cientificidad derivaba de su uso de las herra-
desde una perspectiva materialista-dialéctica. mientas teóricas que ofrecía el materialismo
Para lograr una comprensión más precisa del dialéctico para producir una interpretación
sentido de la obra histórica de Puiggrós, con- del pasado que descubriera las leyes inque-
viene colocarla en relación con los argumen- brantables que debían gobernar el desarrollo
tos elaborados por Cabral. Este autor sostenía, de las sociedades, y de ese modo poder colo-
por una parte, que la historia elaborada por las car los hechos concretos que componían esa
distintas clases dominantes en la época de la historia en su justa perspectiva. En esto radi-
lucha de clases no había podido sino ser caba, según autores como Cabral, Puiggrós o
“tendenciosa”, ya que la conciencia de clase más adelante Sommi, la superioridad de la
que determinaba la visión histórica de cada interpretación marxista-leninista del pasado
escritor había determinado una visión parcial argentino. Orientada según una teoría y un
y distorsionada de la totalidad del devenir so- método que sólo podía producir conocimien-
cial. Según Cabral: tos verdaderos acerca del pasado, la historio-
grafía comunista no por ello debía dejar de
Solo cuando la clase destinada histórica- ser militante. Ella debía estar presidida no
mente a construir una sociedad sin clases por un mero afán de erudición –como habría
elaboró su concepción científica del mundo, sido, según Puiggrós y Cabral, la principal
la humanidad adquirió un instrumento, tam- falencia de la “Nueva Escuela Histórica”– si-
bién científico, para la interpretación de la no por el deseo de explicar el presente y de
realidad. Con él recién el hombre tiene la
poner esa explicación al servicio de la lucha
posibilidad de desarrollar la ciencia en un
revolucionaria del proletariado.
verdadero terreno objetivo, de encontrar el
camino de un continuo progreso histórico.10 Finalmente, la historia era concebida co-
mo una tarea esencialmente colectiva. Ello
Esa nueva historia, habilitada para alcanzar por dos razones: primero, porque era necesa-
una comprensión justa y verdadera del pasa-
11O, en el caso de los escritores ligados a la burguesía
comercial, aspectos progresistas de alcance parcial, y
10 Argumentos, Año 1, No.1, noviembre de 1938, p. 95. por ende, a la postre, falsos.

221
ria una división del trabajo que facilitara y al estudio del Cabildo de Buenos Aires”–, y
profundizara la tarea de investigación, y se- uno de Bernardo Kordon sobre “La trata de
gundo, porque la polémica era considerada la negros en el Río de la Plata”. Revistieron, sin
condición sine qua non para que los historia- duda, mayor importancia los tres trabajos
dores perfeccionaran su propia perspectiva históricos publicados allí por Puiggrós, re-
sobre el pasado. Cabral había enfatizado el dactados a partir de sus conferencias en el
primer elemento en el artículo de Argumen- Colegio Libre de Estudios Superiores, y reu-
tos en que lanzaba la propuesta de constituir nidos un año más tarde en un formato expan-
un grupo nacional de historiadores comunis- dido y parcialmente modificado bajo el mis-
tas (que de haberse hecho realidad hubiera mo título que había llevado el último de ellos,
precedido en siete años al “Communist Party De la colonia a la Revolución.
Historian’s Group” de Gran Bretaña). Allí
había declarado:
Puiggrós: su interpretación marxista
Decididos, como lo dijéramos desde el pri- de la historia argentina
mer número de Argumentos, a impulsar to-
do aquello que tenga relación con el estu- La interpretación elaborada por Puiggrós en
dio histórico, hacemos hoy un llamado a sus sucesivos estudios dedicados a explorar
los lectores interesados en él para consti- el pasado argentino estuvo presidida por la
tuir, de común acuerdo, un grupo nacional
constatación de que en la Argentina no había
que, rompiendo con la tradición de trabajo
tenido lugar una revolución democrático-
individualista, encare la tarea de investiga-
ción e interpretación sobre la base de un burguesa. Tanto los estudios dedicados a ana-
plan organizado de trabajo colectivo.12 lizar la sociedad y la economía del período
colonial como sus diversos trabajos sobre la
Además de los trabajos teóricos y didácticos Revolución de Independencia y el período ro-
de Cabral, aparecieron otros trabajos históri- sista, giraron en torno de la búsqueda de una
cos, monográficos en algunos casos, de inter- respuesta a la pregunta de por qué ella no ha-
pretación más general en otros. Entre los ar- bía tenido lugar. En el tercer artículo de la se-
tículos monográficos se encuentran dos de rie que luego compondría su libro De la colo-
Eduardo Astesano –“Instrumentos de la pro- nia a la Revolución, Puiggrós había esbozado
ducción y el transporte empleados en el Lito- una hipótesis relativamente sistemática. Por
ral argentino en la época colonial” y “Don un lado sostenía que la Conquista de las
Domingo Cullen, comerciante progresista”–, Américas por España había implantado una
uno de Alberto Mendoza (quién además pro-
tagonizaría una larga polémica con Cabral en
torno del valor de la obra Estudios de Cultu- Pokrovskii. Esta última cita demuestra hasta qué punto
era posible que autores condenados por sus errores teó-
rología de José Imbelloni)13 –“Contribución ricos siguieran en circulación entre los comunistas de
otros países. Pokrovskii, autor de una Historia cultural
de Rusia muy conocida, y fundador en gran medida de
la primera escuela de historiadores marxistas en la
12 Argumentos, No. 3, enero de 1939, p. 279. Unión Soviética, había sido acusado póstumamente por
13 Mientras que Cabral impugnaba esa obra de Imbello- su débil dominio de la teoría marxista de la historia: a
ni, acusándola de ser “idealista” en su concepción y muy partir de 1934, sus obras dejaron de ser citadas o reedi-
inferior –desde una perspectiva materialista dialéctica– tadas, situación que se mantuvo vigente hasta la década
a la de Lewis Morgan, Mendoza defendía la legitimidad de 1960. Véase al respecto Anatole G. Mazour, The
de la misma mediante la invocación de autoridades Writing of History in the Soviet Union, Hoover Institu-
marxistas como Armand Cuvillier o el historiador ruso tion/Stanford, 1971.

222
sociedad cuyo modo de producción era esen- de capital que habría conocido la Colonia, se-
cialmente feudal. La situación española pre- gún Puiggrós: el capital comercial devenido
via a la Conquista había sido abordada por en capital usurario mediante los préstamos
Carlos Cabral en un artículo de Argumentos, otorgados por comerciantes y contrabandistas
cuya línea general sería seguida por Puiggrós a los productores agrarios de la región. Los
en De la colonia a la revolución: según la in- comerciantes, pero también los miembros de
terpretación de Cabral y Puiggrós, la socie- las órdenes religiosas y en especial los jesui-
dad española habría estado encaminada hacia tas, se convertían de ese modo en explotado-
una transición del feudalismo al capitalismo res de las unidades económicas que formaban
en el siglo anterior al descubrimiento de la economía doméstica del interior. Ésta era
América. Esa transición no se produjo, fue la razón detrás del estancamiento económico
abortada por el propio descubrimiento: según colonial:
el argumento de Cabral, mientras que los re-
cursos de América fortalecían una monarquía Las fuerzas productivas de la Colonia ha-
que se tornaba absoluta, permitiéndole aho- bían llegado a un punto muerto. Estanca-
gar de raíz las nuevas fuerzas económicas das bajo la doble opresión del comercio y
destinadas a reemplazar el régimen feudal en de la usura –ángeles guardianes del mono-
descomposición, ese feudalismo se traslada- polio mercantil y político de España– se
mantuvieron así años y años.14
ba –por su parte– a las Américas de la mano
de los conquistadores. La historia económica
De este cuadro general, Puiggrós deducía tres
posterior de la colonia consistió en el desa-
conclusiones entrelazadas entre sí. Primero,
rrollo progresivo de las fuerzas productivas
que el desarrollo de esa economía no podía
sin que jamás se llegara a liquidar el régimen
provenir de su interior; era necesario un
feudal. Siguiendo a Marx y –sobre todo– a
agente externo, siendo éste el comercio in-
Lenin, Puiggrós analizó cómo en el territorio
glés. Las semillas del imperialismo, según
de la futura República Argentina se habían
este análisis, habrían sido sembradas ya en la
desarrollado dos sociedades contrapuestas:
época colonial. Por otra parte, esa incapaci-
aquélla de las provincias del interior, presa
dad para ascender a una etapa superior de de-
aún dentro de los moldes difícilmente modi-
sarrollo implicaba que en el momento de pro-
ficables de la “economía doméstica”, y aqué-
ducirse la Revolución de Mayo, las fuerzas
lla de Buenos Aires y el litoral, en cuyo seno
sociales necesarias para que una revolución
germinaba una burguesía comercial. En la
democrático-burguesa pudiera tener lugar ha-
primera de esas regiones un tipo de sociedad
bían estado ausentes. El fracaso de Mariano
señorial, basada en la explotación de una cla-
Moreno y de todos los intentos posteriores
se servil indígena, hallaría su pleno desarro-
por llevar a cabo una revolución auténtica-
llo. En el litoral, en cambio, la ausencia de in-
mente democrática en la Argentina hallaban
dios sedentarios había tornado imposible
su explicación en la ausencia de una auténti-
–según Puiggrós– la creación de un régimen
ca burguesía: “No habían madurado en las
económico como el que prevalecía en el inte-
entrañas del orden feudal de la Colonia las
rior. Los encomenderos nunca habrían llegado
fuerzas que hicieran posible una transforma-
a cristalizar como clase, ya que les era impo-
ción radical hacia el orden capitalista”. La re-
sible retener su fuerza de trabajo. El contra-
bando y el comercio constituirían la actividad
económica preponderante en aquella región. 14 Rodolfo Puiggrós, De la Colonia a la Revolución (1ª
En esas actividades se originaba el único tipo ed.), Buenos Aires, Ediciones AIAPE, 1940, p. 127

223
volución incompleta y fallida que había teni- cionario, Los caudillos de la Revolución de
do lugar luego de 1810 había encontrado sus Mayo, Puiggrós sentenciaba:
condiciones de posibilidad en el desarrollo
económico posterior a la creación del Virrei- La contradicción esencial de la revolución
nato del Río de la Plata, y sobre todo a partir argentina es el siguiente hecho, que le es
de la creciente penetración del comercio in- peculiar: la insurrección de las masas se
glés en la región. Ese desarrollo había inten- ha producido al margen y contra el poder
sificado los antagonismos entre sectores pro- de la burguesía comercial. La burguesía co-
mercial no logró ponerse a la cabeza de las
ductivos contrapuestos: “entre las fuerzas
masas y buscó entonces apoyo en fórmulas
productivas en desarrollo (ganadería y agri-
monárquicas y en el arreglo por arriba con
cultura) y los intereses monopolistas de los las potencias extranjeras.15
comerciantes porteños agentes de Cádiz”,
por un lado, y por el otro, “entre las propias El retrato que allí pintaba Puiggrós de More-
fuerzas productivas (ganadería y agricultura no está inspirado en la imagen heroica de Le-
del litoral, por una parte, y economía domés- nin que la historiografía soviética y comunis-
tica del interior, por la otra)”. Esta última ob- ta había construido luego de su muerte –la de
servación le permitía ofrecer una explicación un revolucionario profesional, animado por
precisa y coherente –siguiendo una línea de un plan de acción global, y dispuesto a tomar
análisis teórica inspirada en la entonces céle- cualquier medida que fuera necesaria con tal
bre obra de José Stalin, El marxismo y la de garantizar el triunfo de la revolución que
cuestión nacional y colonial– de las guerras dirigía. Mientras Juan José Passo formulaba
civiles (que habían sido desencadenadas por en el Cabildo Abierto la teoría de la democra-
la Revolución de Mayo) y de la disgregación cia, enunciada en “bellas palabras”, Moreno
territorial sufrida por el antiguo Virreinato. pasaba a la acción con la intención de reali-
La falta de “comunidad de vida económica, zarla en los hechos. Para Puiggrós: “Nadie
de cohesión económica” desembocaba en la entre los argentinos, ha desplegado tan enor-
imposibilidad de constituir una nación plena- me caudal de energías para poner en movi-
mente unida luego de la Revolución. miento a las masas como Mariano Moreno, si
En la sección final de De la colonia a la se exceptúa al partido de la clase obrera en
revolución y en los textos dedicados a la figu- nuestros días”.16 A través de la obra histórica
ra de Mariano Moreno, Puiggrós produciría de Puiggrós, Moreno era rescatado para la
una reinterpretación de la década revolucio- tradición comunista argentina como un revo-
naria a la luz de aquella situación: la burgue- lucionario ejemplar, un modelo de acción re-
sía que debía invocar la ayuda del pueblo, de volucionaria, de dedicación abnegada a la
las masas proletarias, para lograr el triunfo de causa del pueblo, que servía para demostrar
la revolución democrático-burguesa, no lo que también en la Argentina el revoluciona-
había hecho porque no era realmente una cla- rismo era una posibilidad latente.
se revolucionaria; quienes sí eran revolucio- Sin embargo, como se desprende de la
narios pertenecían a la pequeña-burguesía y contradicción fundamental señalada por
no podían por ello mismo plasmar un proyec- Puiggrós, el momento histórico en que le ha-
to de transformación radical de la sociedad
que fuera factible; y las masas, finalmente, a
la espera del liderazgo burgués terminarían 15 Rodolfo Puiggrós, Los caudillos de la revolución de
por seguir a caudillos de la campaña. En su Mayo, Buenos Aires, Problemas 1942, pp. 185-186.
libro más complejo sobre el período revolu- 16 Ibid., p. 32.

224
bía tocado actuar a Moreno no era el más gas era el heredero natural de Moreno, porque
propicio para que una revolución democráti- al igual que el miembro de la Primera Junta
co-burguesa resultara exitosa: las condicio- impulsaba un proyecto democrático y federal.
nes objetivas no estaban dadas. La imagen de Más aún, había sido señalado en el Plan revo-
Moreno que construye Puiggrós cobra a par- lucionario de operaciones como una de las
tir de esa constatación una dimensión trágica: dos figuras más idóneas para atraer a la cam-
si el autor de la “Representación de los Ha- paña oriental a la causa de la Revolución. So-
cendados” ha sido el único revolucionario bre la base de su aceptación de la autenticidad
auténtico de la historia argentina (hasta la de ese documento y de que Moreno era su au-
aparición del Partido Comunista), todo su es- tor, Puiggrós establecía un vínculo directo y
fuerzo revolucionario no ha podido sino ser explícito entre la línea revolucionaria de Mo-
en vano, por la simple razón de que la heren- reno y aquella desarrollada durante los años
cia socio-económica española precluía la ne- subsiguientes por el Protector de los Pueblos
cesaria transición de un régimen feudal de Libres. De todos modos, si algunas de las ban-
producción a otro capitalista. Es por ello que deras del morenismo habían pasado a ser enar-
Puiggrós estimaba que las palabras pronun- boladas por Artigas y sus seguidores –funda-
ciadas por Federico Engels en su libro Las mentalmente las de la democracia (entendido
guerras campesinas en Alemania acerca de la este término en su doble acepción de sobera-
situación en que se hallaba el líder de aquel nía del pueblo y de abolición de los “distin-
movimiento de masas eran enteramente apli- gos” y servidumbres del Antiguo régimen) y el
cables a Moreno. El secretario de la Primera federalismo– no por ello dejaba de estar lejos
Junta estaba destinado al fracaso por la pro- ese movimiento de alcanzar el estadio de una
pia situación histórica que le tocó vivir; y sin auténtica revolución democrático-burguesa.
embargo, si la revolución democrático-bur- Los caudillos se convertían en los líderes inor-
guesa no podía realizarse aún, no por ello de- gánicos de las masas porque la burguesía co-
jarían las masas de tener una intervención no mercial las había dejado huérfanas de lo que
sólo significativa, sino decisiva en el curso debió haber sido su conducción “natural”:
de los acontecimientos posteriores a Mayo,
ya que ellas darían por tierra con la faz más Después de Mayo aparecieron los caudillos
reaccionaria de la política de la élite porteña. enarbolando la bandera de intereses locales
En la interpretación de Puiggrós, la burgue- o regionales, bandera que tenía un doble y
sía comercial porteña –encarnada en el partido contradictorio significado: por una parte,
directorialista durante la segunda mitad de la era la defensa del estrecho mercado local o
década revolucionaria– alentaba un proyecto regional, de las viejas formas de produc-
monarquista y antipopular, cuyo éxito hubiera ción, de las antiguas relaciones patriarcales
implicado una clausura total de cualquier po- dentro de la casa entre el amo y su perso-
nal, del derecho a vivir como antes, de la
sibilidad de cambio que la revolución hubiera
economía propia ante la avalancha de mer-
abierto. Es por esa razón que la acción de los
caderías, costumbres e ideas que venían de
caudillos de la otra orilla y del litoral cobran Europa por Buenos Aires y arrasaban con
una presencia central en su estudio sobre la el pasado; por otra parte era la insurrección
Revolución de Mayo. En un contexto en el de las masas, que sacudían y destruían pri-
cual la acción de las masas estaba enfrentada vilegios seculares y aspiraban confusamen-
con los designios políticos de la burguesía, el te a liberarse de sus antiguas servidumbres.
proyecto artiguista adquiría un sesgo revolu- En la medida que se desmoronaban los
cionario. Según Puiggrós, José Gervasio Arti- puntales del viejo orden social, las masas se

225
apartaban de él, sin atinar a encontrar uno de Mayo una revolución democrático-bur-
nuevo. […] Las montoneras vacilaban, guesa no lo fueron, por el simple hecho de
pues, entre la reacción y la revolución, es que al contrario de lo ocurrido en Francia en-
decir, no podían ser de ninguna manera tre 1789 y 1799, el modo de producción do-
conservadoras, puesto que canalizaban co- minante seguía siendo feudal y no capitalista.
rrientes de un profundo descontento y se Una vez que habían sido desplazados del po-
lanzaban contra los españoles, portugueses
der los funcionarios de la Corona y los co-
y porteños con una finalidad en que las fa-
cetas reaccionarias se confundían con las
merciantes monopolistas españoles, la bur-
revolucionarias.17 guesía comercial había buscado restaurar el
orden social, enfrentándose de ese modo con
Ese carácter ambivalente de la insurreción de las masas lideradas por sus respectivos caudi-
las masas se habría traducido en énfasis mar- llos. Mientras que el proyecto político de la
cadamente distintos, según el caudillo y la burguesía porteña consistía en el estableci-
época. Mientras que Artigas y los caudillos miento de una monarquía y la imposición de
de Santa Fe y Entre Ríos habían enfatizado límites a la soberanía popular, los caudillos
en su accionar el aspecto mas revolucionario orientales y del litoral buscaban imponer un
de aquellas insurrecciones, el de Juan Facun- régimen democrático y federal, que por defi-
do Quiroga había sido “totalmente regresi- nición debía ser además republicano –en este
vo”, ya que le habría abierto las puertas del punto de su argumento, Puiggrós se hacía eco
gobierno a Rosas. de la interpretación de Mitre en torno del fe-
El esquema interpretativo de la revolución nómeno de la “democracia inórganica”–. La
y sus secuelas, que emerge, pues, en los tres burguesía comercial porteña se vería obliga-
libros de Puiggrós examinados aquí –De la da a invocar la ayuda de potencias extranje-
colonia a la Revolución, Los Caudillos de la ras –la monarquía portuguesa para sofocar
Revolución, y Rosas el pequeño– puede resu- las revueltas en la Banda Oriental, el imperio
mirse del siguiente modo: enfatizadas de un británico para garantizar su continuidad en el
modo creciente las contradicciones internas poder en Buenos Aires–, pero ni siquiera de
del orden colonial a partir de la creación del ese modo pudo consolidar su dominio en el
Virreinato, ese orden había debido necesaria- interior del nuevo Estado. La explicación, se-
mente sucumbir como consecuencia de un gún Puiggrós, era económica: como la revo-
proceso revolucionario. Cuatro clases domi- lución se había hecho antes de efectuada la
nantes se disputaban en un primer momento transición al capitalismo, ni se había consti-
el escenario: los funcionarios de la Corona y tuido un mercado interno unificado, ni había
los comerciantes monopolistas españoles logrado el capital comercial subordinar la
–representantes ambos del régimen feudal-, economía del campo a sus propios intereses.
por un lado, y, por el otro, la burguesía co- Es por ello que le era aún posible a la clase
mercial porteña y los ganaderos –siendo és- producto de esa economía campesina dispu-
tos los sectores destinados a ser beneficiados tarle el poder a la burguesía comercial, y po-
por la revolución–. Las masas que debieron ner fin de un modo contundente al proceso
haber sido convocadas por la burguesía co- revolucionario iniciado en Mayo. El artífice
mercial porteña para hacer de la revolución de ese proceso restaurador sería Rosas.
En franca –y políticamente urgida– polé-
mica con las versiones revisionistas de la
época de Rosas, el sentido general que se le
17 Ibid., p. 133. asignaba a ese período en la versión de Puig-

226
grós coincidía en sus líneas generales con ahora había cobrado una nueva urgencia de-
aquélla desarrollada por José Ingenieros en bido a la situación política que a partir de
su Sociología argentina y en su Historia de 1943 se había instaurado en la Argentina. El
las ideas argentinas: el Restaurador habría propio Puiggrós –como tantos otros dirigen-
sido el restaurador del orden colonial. Rosas tes e intelectuales comunistas– había sido
era el representante de la clase de los terrate- perseguido por la policía y obligado a buscar
nientes ganaderos del hinterland de Buenos refugio en la República Oriental, mientras
Aires, en cuyo interior se había refugiado el que sus anteriores libros de historia eran pro-
orden social colonial luego de su derrumbe hibidos por las nuevas autoridades militares.
en la ciudad de Buenos Aires y otras partes Rosas el pequeño, que ya desde su título hu-
del país como consecuencia de la Revolución goniano aludía a la intencionalidad política
de Mayo. Si la clase de los terratenientes ga- perseguida por su autor, debió ser editado en
naderos surgida de ese hinterland había podi- Montevideo, bajo el sello de la principal edi-
do estar temporariamente aliada con la bur- torial comunista del Uruguay de aquel mo-
guesía comercial porteña, el progresivo mento, Ediciones Pueblos Unidos. Mientras
desarrollo de su propia base económica y la que en los dos textos anteriores la crítica a la
creciente contradicción entre sus intereses y obra revisionista había ocupado un lugar me-
los de aquella clase, tornados patentes en la nor –en parte por la propia temática (sin du-
última etapa de la experiencia rivadaviana, da, Rosas era el tema revisionista por exce-
no pudo sino determinar un enfrentamiento lencia)–, Rosas el pequeño estaba organizado
decisivo entre ambas. En ese enfrentamiento, íntegramente en torno de los argumentos y
la mayor conciencia de su propio interés de aserciones de autores como Carlos Ibarguren,
clase condujo a Rosas y a su partido a la vic- Julio Irazusta, Manuel Gálvez y otros meno-
toria, frente al idealismo poco realista de Ri- res que se buscaba refutar. Más aún, es por
vadavia y los unitarios. ello que Puiggrós buscó enfatizar el rol posi-
El proceso revolucionario iniciado por tivo de las fuerzas que impulsaban el antirro-
Moreno, continuado por Artigas y los caudi- sismo: si Rosas había podido imponer una
llos democráticos del Litoral, abandonado larga restauración del orden colonial durante
por Rivadavia y por Quiroga, hallaba ahora su gobierno, no por ello habían dejado de
una clausura de más de dos décadas, aunque germinar nuevas fuerzas sociales capaces de
por cierto temporaria. El orden rosista con- poner fin a su gobierno e instaurar un régi-
sistía en la restauración de un régimen econó- men más idóneo para que la Argentina efec-
mico que el desarrollo de la economía mun- tuara su tan largamente postergada transición
dial había vuelto anacrónico hacía mucho al capitalismo. En este sentido, Esteban
tiempo, por lo cual sólo podía mantenerse en Echeverría aparecía señalado como el conti-
pie sobre la base del terror y la violencia del nuador natural de la obra revolucionaria de
despotismo. El grueso de ese penúltimo tomo Moreno y Artigas. Poseedor de herramientas
dedicado a analizar la historia argentina co- científicas de análisis de las que habían care-
mo parte de un proyecto intelectual que aún cido los rivadavianos y los rosistas, Echeve-
se reconocía comunista, estuvo dominado rría había podido desarrollar un análisis de la
por la polémica en contra de los revisionistas. sociedad que una vez asumido como propio
Si esa polémica había habitado desde un co- por una fuerza política con capacidad de lle-
mienzo la nueva historia auspiciada por el var sus conclusiones a la práctica, pondría fin
Partido Comunista Argentino –como parte del a la dictadura rosista y abriría el camino a un
esfuerzo general de combate al fascismo– estadio superior de desarrollo.

227
La conclusión a la que arribaba Puiggrós las fuerzas del retroceso, el pueblo recoge
al final de ese libro era sombría y contradic- la experiencia triunfal de la marcha de la
toria. En ella, pese a la tradicional tendencia humanidad hacia la libertad. Y la tiranía
de los escritores comunistas a expresar un será efímera mientras el renacer del pue-
optimismo quizás demasiado elevado en blo será definitivo.18
cuanto a la capacidad progresista del proleta-
riado (o en cuanto a la verdadera capacidad
del propio Partido Comunista de convertirse Conclusión
en vanguardia de esa clase social), se traslucía
el terrible impacto cultural que había tenido Este último pensamiento –poco original des-
sobre todos aquellos que habían participado de la perspectiva del discurso comunista refe-
en los movimientos asociados con el frente- rido a los momentos de derrota de ese movi-
popularismo de las décadas de 1930 y 1940 miento, aunque quizás más elocuente que la
la irrupción de un nuevo gobierno militar me- mayoría de tales enunciados– encierra la cla-
nos de 15 años después del primero. La Ar- ve para comprender la intención política que
gentina aún no terminaba de completar su presidió la confección de Rosas el pequeño.
transición al capitalismo –como lo venía a La tarea histórica debía servir como herra-
confirmar la instauración de un nuevo go- mienta en la lucha militante. No sólo no po-
bierno dictatorial– y era por ello que la doc- día quedar al margen de la realidad de su mo-
trina de Echeverría parecía estar aún a la es- mento, sino que debía establecer un vínculo
pera de su realización en los hechos. “dialéctico” entre su investigación del pasado
Por otra parte, si todo ese libro había in- y los datos de la realidad presente. Es por ello
tentado formular un analisis marxista-leni- que las lecturas dudosas y marcadas por omi-
nista preciso del rosismo original, ello res- siones de las obras de Moreno y Echeverría
pondía en parte al hecho de que la dictadura parecían tener un sentido muy poco signifi-
de 1943 pretendía imponer un nuevo régimen cante a la luz del proyecto historiográfico ge-
rosista en la Argentina. Ya en el “Prólogo” a neral alentado por el Partido Comunista. La
este libro, Puiggrós había establecido de un eficacia de esa obra histórica debía partir de
modo explícito el parentesco entre uno y otro su capacidad de ofrecer una explicación cohe-
régimen. La única esperanza en 1943 seguía rente y teóricamente consistente del pasado
estando en manos de la clase a la que había nacional a la luz del marxismo-leninismo. Las
dedicado su primer libro de historia. El pue- discusiones acerca de la autenticidad de las
blo que (según la interpretación desarrollada fuentes no sólo eran una actividad accesoria,
a lo largo de sus varios libros) siempre había sino que ni siquiera tenían que ver con la ver-
actuado como depositario de la tradición de dadera tarea del historiador comunista. Mien-
Mayo y fuerza democrática y progresista en tras que la primera actividad quedaba relega-
el desarrollo nacional, no podría menos que da a autores como aquéllos criticados por
actuar en consecuencia ante esta nueva situa- Puiggrós –Groussac, Levene, Hansen, juzga-
ción de crisis y retroceso. Por ello concluía el dos típicos representantes de la pequeña-bur-
prólogo a su “Rosas” diciendo: guesía conservadora– el historiador comunis-
ta debía hacerse cargo de la tarea enunciada
Pero mientras arriba reconstruyen las ca-
denas de la tiranía, el pueblo reconstruye
abajo los vínculos de su unidad. Si la tira- 18Rodolfo Puiggrós, Rosas el pequeño, Montevideo,
nía recoge la hoy marchita experiencia de Ediciones Pueblos Unidos, 1944, p. 382.

228
en la undécima tesis sobre Feuerbach: debía do como una posibilidad latente por cualquier
interpretar el pasado con la intención de ac- lector medianamente atento a la argumenta-
tuar sobre el presente y transformar el futuro. ción precisa dedicada a los caudillos de la
Más aún, su historia tenía un destinatario Banda Oriental y del Litoral, cumplía riguro-
privilegiado: la clase obrera, cuya aspiración samente con estas dos exigencias. Su premi-
revolucionaria decía encarnar el Partido Co- sa fundante era que la revolución democráti-
munista. Ésta debía ser, por consiguiente, una co-burguesa no había tenido lugar; su tarea
historia docente y normativa. Debía educar a general, la de descubrir por qué ella no se ha-
los militantes y obreros acerca de la tradición bía producido. Su objetivo más inmediato era
revolucionaria de su propia nación; debía de- demostrar la importancia de la unidad de los
mostrar la coincidencia entre el proyecto co- sectores progresistas sobre la base del ejem-
munista y la propia tradición nacional; y de- plo de la propia historia argentina y refutar la
bía elaborar una explicación general de ese versión “fascista” de esa historia que los re-
pasado capaz de ejemplificar la unión de teo- visionistas nacionalistas estaban elaborando
ría y praxis en los momentos revolucionarios entonces. Su destinatario, finalmente, era, co-
del mismo. Más aún, debía hacerse cargo de mo lo indica esta última cita, la clase obrera:
dos problemas precisos, sin cuya considera-
ción dejaría de ser marxista: debía identificar He escrito este libro teniendo presente a la
primero cuáles eran las clases sociales que ha- clase obrera argentina, heredera y conti-
bían actuado en el pasado nacional, qué carac- nuadora de la tradición progresista y liber-
terísticas precisas habían demostrado tener, tadora que parte de los días iniciales de
qué relación de fuerzas habían guardado entre nuestra sociedad. Sólo ella puede contem-
plar el sol sin cerrar los ojos. Sólo ella
sí; y segundo, debía
puede aceptar que el pasado sea como es,
[…] establecer en qué momento histórico la sin velos piadosos que oculten sus lacras y
clase obrera se convirtió necesariamente en sin deformaciones que oculten sus virtu-
la clase dirigente de la revolución democrá- des. A ella se lo dedico.20
tico-burguesa en nuestro país, o, en otros
términos, cuándo las condiciones objetivas La obra de Puiggrós estuvo siempre atravesa-
(el grado de desarrollo de la economía del da por múltiples tensiones, producto tanto de
país y de las relaciones de clase) indicaron a aquella pasión por la clase obrera que la cita
la clase obrera como la única que podía en- previa trasluce como de su voluntad de some-
cabezar la revolución democrático-burgue- ter esa pasión espontánea a la disciplina que
sa, prescindiendo de las condiciones subjeti- imponía la práctica partidaria comunista. La
vas (grado de conciencia y de organización historia de Rodolfo Puiggrós, comunista, es
de las grandes masas proletarias).19 una historia agonística. Ella consiste en una
La obra de Puiggrós, a pesar del hecho de que lucha entre la pasión y la disciplina, entre la
su futuro pasaje al peronismo puede ser intui- opción por el pueblo y la opción por la orto-
doxia partidaria. Ésta, tan destructiva en la
mayoría de los casos, había marcado siempre
19 Rodolfo Puiggrós, Los caudillos de la revolución de la relación entre los intelectuales –con su ne-
Mayo, Buenos Aires, Problemas 1942, p. VIII. Este últi- cesidad de autonomía– y el partido que se con-
mo objetivo hallaba un modelo muy específico en la
obra de Lenin, en especial en “Las dos tácticas de la so-
cial-democracia en la revolución democrática”, pero
también en otras de sus obras de la etapa de la Revolu- 20Rodolfo Puiggrós, De la colonia a la Revolución, 1ª
ción Rusa de 1905. ed., p. 6.

229
sideraba la vanguardia de la revolución prole- no al que pronosticaba y fijaba el Partido Co-
taria y a la vez guardián de la ortodoxia mar- munista. A la luz del ejemplo de Puiggrós,
xista-leninista. En cierto sentido, podría decir- puede quizás insinuarse la sospecha de que en
se, la dinámica de la militancia comunista aquella lucha irresuelta entre la voluntad de
había sido siempre aquélla de “la pasión y su autonomía y la disciplina, la opción por la pri-
freno”. Puiggrós, como ya se vislumbra en mera –indudablemente necesaria y vital para
aquella cita, optó finalmente por la pasión cualquier intelectual que deseara seguir sién-
–aquella que declaraba sentir por la clase dolo– no siempre haya representado una pura
obrera– aun cuando ella siguiera un curso aje- ganancia. o

230
Imágenes de la crisis:
el socialismo argentino
en la década de 1930
Juan Carlos Portantiero

UBA

La crisis económica mundial de 1929 y la crisis La crisis económica con su secuela de deso-
política desatada en 1930 con el derrocamien- cupación, el viraje proteccionista de las eco-
to del presidente Yrigoyen, tras sesenta años nomías centrales, el ascenso de los autorita-
ininterrumpidos de gobiernos constitucionales, rismos y la reanudación del fraude en las
colocó al socialismo argentino ante nuevos de- costumbres políticas argentinas tras el retor-
safíos. Un mundo se derrumbaba: el del libe- no al poder de las oligarquías conservadoras,
ralismo económico y político, que había pro- abrirían nuevos escenarios que necesaria-
piciado el marco cultural con el cual el partido mente obligaban a un replanteo.
fundado por Juan B. Justo había obtenido un No se encontraba el Partido Socialista ini-
lugar significativo en la vida social argentina. cialmente en las mejores condiciones para ha-
Por esos años y en el vértice de la crisis cerlo. La muerte de Juan B. Justo en 1928, su
general, el joven Américo Ghioldi podía tra- figura más esclarecida, dejaba un vacío, agra-
zar un balance complacido de esa historia. En vado por la escisión de los socialistas inde-
un curso dictado en 1933 reclamaba un lugar pendientes encabezados por Federico Pinedo
principal para el socialismo en la integración y Antonio de Tomaso, que en las elecciones
en la modernidad de la Argentina: de 1928 y 1930 desplazarían al socialismo de
la Casa del Pueblo a un tercer lugar en el
Sólo la escuela primaria puede mostrar una electorado de la Capital Federal, con un solo
tan grande obra de asimilación nacionalis-
diputado en el Parlamento tras 18 años en los
ta como la desarrollada por los órganos del
que su desempeño electoral en el distrito
movimiento autónomo e integral de la cla-
se obrera organizada sobre bases socialis- nunca había bajado del 30 por ciento. En ese
tas. La lucha de clases ha cumplido y cum- marco, y con plena participación de los escin-
ple una tarea profundamente civilizadora. didos, en alianza con las viejas fuerzas con-
Asimiló a los extranjeros, elevó al pueblo servadoras, triunfa el golpe militar encabeza-
educándolo políticamente y mejoró la po- do por los generales Uriburu y Justo.
lítica, obligando a los partidos burgueses a El partido tuvo una actitud ambigua frente
darse una organización moderna.1 a él: aunque no participó de su gestación, era
tan grande su oposición al régimen de Yrigo-
1 Américo Ghioldi, El socialismo en la evolución nacio- yen que lo vivió como un alivio, siempre que
nal, Buenos Aires, Escuela de Estudios Sociales Juan B. se retornara rápidamente a la vigencia de la
Justo, 1933. Constitución. Sin embargo, en la medida en

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 231-241


que alrededor de Uriburu se fortalecían las de los comunistas, llega a controlar la CGT, y
ideas corporativistas y se alentaba el fraude hasta la división en 1942, cuando las dos cen-
electoral, los socialistas pasaron rápidamente trales creadas tienen en su dirección a afilia-
a la oposición, sus periódicos fueron clausu- dos o simpatizantes del Partido Socialista.
rados y sus principales dirigentes encarcela- Todo esto se esfumará con la aparición del
dos. Cuando finalmente se convocó a comi- peronismo. La crítica habitual señala que es a
cios, con la abstención del radicalismo, por partir de los errores y desviaciones cometidos
primera vez en su historia los socialistas en- durante la década que el socialismo permite
cararon la construcción de una alianza electo- capturar su base social por el nuevo movi-
ral, esto es, se colocaron como horizonte la miento. Como la izquierda en general, el PS
posibilidad de ser gobierno. –paralizado por visiones eticistas, sectarias e
Con la Alianza Socialista-Demócrata Pro- ideologistas que venían de su tradición de
gresista y su fórmula Lisandro de la Torre-Ni- partido de élites– no habría interpretado las
colás Repetto, el PS abandonaba una tradición nuevas corrientes que se abrían en la socie-
secular de intransigencia práctica, aunque no dad argentina en esos años de profundas
teórica, porque su segundo Congreso, en transformaciones. No se trata de discutir la
1898, había aceptado la tesis justista que per- pertinencia de estos juicios –que fueron espe-
mitía las coaliciones políticas. Sumado a la cialmente bandera de la llamada “izquierda
ausencia de los radicales, ese paso le permi- nacional”– sino de destacar, objetivo de estas
tió incrementar enormemente su caudal legis- notas, que el proceso abierto en el interior del
lativo: de un diputado en 1930 pasó a tener partido en torno del carácter de la crisis y de
43 y 2 senadores entre 1932 y 1935 y, luego la posición del socialismo en ella abarcó un
de diversas oscilaciones en el contrapunto rico espacio de discusión. Los grandes temas
con la Unión Cívica Radical, en la última sometidos a debate giraron en torno del com-
elección anterior al golpe militar de 1943 ga- bate del fascismo, del cual el socialismo fue
nó la mayoría en la Capital contra el radica- pionero en la izquierda, y de la ampliación de
lismo y obtuvo 17 diputados nacionales en las alianzas con ese fin; la nueva relación que
1942. Este crecimiento se verificaba también debía entablarse entre partido de clase, sindi-
en el número de afiliados y de centros: si en catos y trabajadores; el enfrentamiento entre
1929 registraban 9.600 afiliados y 252 agru- tácticas reformistas y revolucionarias y, por
paciones, en 1934 las cifras ascendían a alre- fin, las alternativas de política económica
dedor de 30.000 (contando a los miembros de que el socialismo debía levantar como plan
las juventudes) y 552 centros. Asimismo, con- de gobierno. De todos ellos nos centraremos
trolaban las comunas en 16 ciudades de 10 en este último, en el que la herencia justista,
provincias y territorios nacionales.2 construida en otro mundo cultural, era tam-
La década también muestra un salto en su bién, discretamente, puesta en juego.
presencia en el movimiento sindical, sobre
todo a partir de 1935, cuando, en compañía
La discusión económica
2 Es necesario incluir en este crecimiento la incorpora-
ción al partido de figuras significativas de la vida inte-
En noviembre de 1933 Federico Pinedo, minis-
lectual, como Alejandro Korn, Deodoro Roca, Alfredo tro de Hacienda del general Justo, da a conocer
Orgaz, Enrique Mouchet, José María Monner Sans, Ju- una serie de decretos por los que se produce
lio V. González y Carlos Sánchez Viamonte, entre otros.
Además, se reincorporarían a sus filas Alfredo L. Pala- una devaluación de la moneda, la instrumenta-
cios y, fugazmente, Manuel Ugarte. ción del control de cambios y la creación de

232
juntas reguladoras de la producción. Más allá La ola de proteccionismo mundial encabe-
de que sus intenciones iniciales no fueran ésas zada por las grandes potencias tras la crisis
sino la defensa de los precios agrícolas, las era vista como un paréntesis que prontamen-
medidas constituirían –junto con otras toma- te debía ser superado. “Una locura pasajera”,
das durante la primera permanencia de Pine- dice Dickman, hasta “que el mundo vuelva a
do en el Ministerio, hasta 1935– las bases de la cordura (y se retorne) a una gran unidad
un proceso de crecimiento industrial que carac- económica internacional, donde a cada na-
terizaría a la década a través de la sustitución ción le toque una parte en la producción y el
de importaciones. Pero la visión de la dirección comercio mundial”.5
partidaria, encarnada en el debate parlamenta- Para los socialistas, el mecanismo que ha-
rio por Enrique Dickman, se enmarcaría es- bía desatado la crisis residía en un desequili-
trictamente en los lineamientos tradicionales brio entre los precios agrícolas, a la baja,
del socialismo precrisis: contra toda deprecia- mientras subían los precios industriales, de-
ción de la moneda y contra el proteccionismo sequilibrio que obligaba a los agricultores a
comercial y a favor de la estabilidad moneta- reducir el consumo y con ello provocaba el
ria y el librecambio. Así lo señalaba Dickman descenso de la producción industrial y el con-
en el curso de una interpelación parlamentaria secuente incremento de la desocupación. Ni-
sobre la cuestión: colás Repetto lo expresaba así:

Hace bastante tiempo que estamos libran- El capitalismo liberal de la anteguerra ha


do una batalla a brazo partido contra las sido reemplazado por un capitalismo auto-
ideas erróneas de bastarse a sí mismo, del ritario que ha alcanzado una concentración
nacionalismo económico, de exportar todo formidable. Las peores empresas se han
y no importar nada, sino oro. Esa idea del aprovechado de ese proteccionismo y otros
proteccionismo cerrado consiste en ven- nuevos se han creado para aprovecharse de
der a todo el mundo y no comprarle a na- los precios artificialmente elevados. Prote-
die, y contra ella hace muchos años que gidos por altos derechos de aduana han
estamos luchando a brazo partido. Alguna surgido, se han mantenido y han crecido
vez hemos contado con la eficaz colabora- numerosas industrias.
ción de los actuales ministros de Hacienda
y Agricultura.3 Para culminar con esta expectativa: “El libre-
cambio y las cooperativas agrícolas serán los
Toda la intervención de Dickman para fijar la agentes del renacimiento económico mun-
posición del PS transcurrió en el mismo tono dial”.6
ideológico que Nicolás Repetto caracterizaba Por supuesto que esta defensa del statu quo
como de repudio de “las dictaduras económi- anterior a la crisis y que tenía como clave de
cas” y de afirmación “de la necesidad de vol- bóveda interna la defensa del valor de la mo-
ver al comercio libre, al cambio de mercade- neda –un tema vital de la ideología económi-
rías por mercaderías, en una palabra, al noble ca de Juan B. Justo– aparecía como reivindi-
y fecundo comercio que por mucho tiempo cación del salario de los trabajadores, como
aún desempeñará en el mundo una finalidad protección para su capacidad de consumo. Su
inseparable de su bienestar y su progreso”.4 antiproteccionismo, su desvelo por los equili-

3 Enrique Dickman, Salarios, moneda y cambios, Bue-


nos Aires, Partido Socialista, 1934, p. 62. 5 Ibid., p. 154.
4 Ibid., p. 10. 6 Cf. La Vanguardia, No. 8791, 8 de octubre de 1931.

233
brios fiscales, su combate contra cualquier ele- cialismo Emile Vandervelde, entonces titular
mento inflacionario descansaba en una visión de la IOS (Internacional Obrera Socialista), a los
del trabajador como consumidor y, en ese ca- nuevos desafíos planteados por la crisis.9
rácter, en la posibilidad de ampliar los cauces En los cuadros sindicales y políticos euro-
de un partido de clase a un partido popular. 7 peos no cabían dudas acerca de los cambios
El Partido Socialista no estaba ideológica- producidos en el mundo. En 1933, la Confe-
mente preparado para analizar el período co- rencia Socialista Internacional expresaba:
mo algo más que coyuntural, para verlo como
lo que fue: una ocasión de cambio de régimen La crisis mundial ha modificado esencial-
macroeconómico a partir de una política mo- mente la estructura de la economía capita-
netaria más expansiva inaugurada por Pinedo lista. La fase de desarrollo liberal-indi-
en 1933. Como ella coincidía con la escasez vidualista del capitalismo ha terminado.
de divisas el resultado fue un nuevo y gran Bajo el peso de la crisis se desarrolla en
forma acelerada un capitalismo monopo-
impulso a la industrialización sustitutiva de
lista concentrado y organizado […]. Las
importaciones, que movilizaría a nuevas fuer-
nuevas formas de una economía controlada
zas ideológicas y sociales: el nacionalismo, y organizada por el Estado pueden llegar a
civil y militar; la nueva clase obrera y la nue- ser formas de transición del capitalismo al
va burguesía, en un cuadro mundial que que- socialismo si los obreros y campesinos pa-
braba las viejas normas del liberalismo. san a controlar el Estado y la influencia de
éste sobre la economía encuentra su con-
trapeso en organizaciones libres de la cla-
Otras miradas sobre la crisis se obrera.10

Pero la visión ortodoxa no sería la única vigen- Con este encuadre se abrió una rica discusión
te en la década. La crisis, la desocupación ma- en el socialismo local, que tuvo tres líneas
siva y el ascenso de los totalitarismos, especial- maestras. Por un lado la que seguía enfati-
mente el fenómeno del nazismo en el país de zando la temática tradicional del partido, en-
mayor tradición socialdemócrata en el mundo, cabezada por Repetto y Dickman. En segun-
condicionarían la aparición de nuevas pregun- do lugar, la de la izquierda, que abrirá una
tas y de nuevas respuestas.8 “Tiempos difíciles discusión sobre la táctica, colocando el eje en
y nuevos deberes”, titulaba el patriarca del so- la dicotomía Reforma versus Revolución,
impulsada por la Federación Socialista Men-
docina liderada por Benito Marianetti, que
habrá de impulsar, a mediados de la década,
7 Muchos años antes, en 1915, Repetto caracterizaba así
un frente común con el Partido Comunista.11
al Partido Socialista: “Existe en el país un gremio que
es el más importante de todos y que está por encima de
todos […] Ese gremio es el de los consumidores”. “¿A
quién defienden los socialistas? Pero es que el señor di- 9 Publicado en la Revista Socialista, No. 31, diciembre
putado no ha comprendido hasta ahora […] que un pun- de 1932.
to de vista muy importante para el Partido Socialista es, 10 “Estrategia y táctica del movimiento obrero interna-
precisamente, la defensa del punto de vista de los con- cional en la época de la reacción fascista”, París, 21 de
sumidores”, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, agosto de 1933, en Historia de la Internacional Socia-
I, 1915, pp. 278-279. lista, México, Nueva Sociedad-Nueva Imagen, 1979. El
8 Un hermoso libro de Adolf Sturmthal, La tragedia del texto se publicó en el No. 41 de la Revista Socialista,
movimiento obrero, México, FCE, 1945, sintetiza ese Buenos Aires, octubre de 1933.
debate. Otro clásico sobre estos cambios de época es el 11 El texto canónico de esa corriente fue un libro de Ma-
de Karl Polanyi, La gran transformación, México, Juan rianetti, La conquista del Poder, publicado por la Edi-
Pablos Editor, 1975. torial Claridad en 1933. Importante papel jugó también

234
La tercera línea, que es la que nos interesa y evolutiva, lo que le permitía no romper con
desarrollar, intentará, sin abandonar el partido la línea general de la fracción ortodoxa, aun-
ni enfrentar abiertamente a su dirección, arti- que ésta siempre mirara con recelo sus proyec-
cular reformismo económico con reformismo tos. Contra el reformismo tradicional precrisis
político a través del impulso de un programa y contra el catastrofismo de la revolución in-
de gobierno. Hasta 1930 y bajo la dirección minente, estos defensores de una “revolución
justista el horizonte principal de la política so- constructiva” buscaban superar la escisión en-
cialista había sido la obtención de reformas tre Reforma y Revolución que caracterizó la
desde el Parlamento que mejoraran las condi- discusión de la primera mitad de la década.12
ciones de vida de los trabajadores. En la déca- El punto de partida de sus posiciones fue la
da de 1930 el partido habrá de aumentar su definición que la IOS y la Federación Sindical
apuesta y bregará por una participación más Internacional habían dado sobre la nueva eta-
directa en el gobierno, como lo demuestra la pa, amenazada por los fascismos, en la cual las
experiencia de alianza con los demócratas pro- formas liberales del capitalismo eran estructu-
gresistas en 1931 y los diversos intentos de ralmente reemplazadas por una fase de capita-
unidad política más amplia hasta mediados de lismo organizado y de economía dirigida. La
la década de 1940. La búsqueda de contenidos línea sostenida por el socialismo debía aceptar
para la realización de ese objetivo será el eje esas condiciones pero para reemplazarlas por
de la nueva corriente, que encontrará en los otra, planificada también, pero no por los car-
economistas Rómulo Bogliolo y José Luis Pe- tels y trusts sino por la asociación entre traba-
na –ambos diputados nacionales– sus figuras jadores y Estado. Los temas del planismo y de
principales. La Revista Socialista, dirigida por la intervención del Estado sobre los mercados
Bogliolo desde 1930, y la Escuela de Estudios ocuparían el centro de la escena.
Sociales “Juan B. Justo” fundada en 1933, se- Un aspecto central de la cuestión residía en
rán baluartes de esa lucha ideológica, a la que el papel de los sindicatos en un momento en
se sumaría la colección Pequeño Libro Socia- que en su interior crecía la acción de los so-
lista que, mensualmente, publicaría textos de cialistas. La posición justista sobre el proble-
autores locales e internacionales. ma sostuvo la necesidad de afirmar su autono-
Este sector del socialismo se propondría re- mía con relación al partido, afirmación que
formar constructivamente el reformismo tradi- habría de ser revisada, no para disminuir su
cional, introduciendo, en el clímax de la crisis, autonomía, pero sí para no confundirla con
la necesidad de discutir el problema del poder neutralidad política. La dirección partidaria
–lo que lo acercaba a las posiciones de la iz- compartía ese criterio y de hecho los socialis-
quierda partidaria– pero en clave democrática tas libraron en la CGT una dura lucha por el
alineamiento político de ésta en relación con
los grandes problemas nacionales. En 1933
la revista Cauce, dirigida por Ernesto Giudici, y la re- Dickman escribía: “La neutralidad reduce al
vista Izquierda, dirigida por Carlos Sánchez Viamonte,
Benito Marianetti, Bartolomé Fiorini y Urbano Eyras.
movimiento gremial proletario a un campo
Otra tribuna de esa polémica fue la revista Claridad estrecho e infecundo de un corporativismo
hasta mitad de la década. Estas líneas fueron derrotadas
en el XXII Congreso Ordinario realizado en Santa Fe en
mayo de 1934 y la mayoría de sus líderes fueron aban-
donando el partido a partir de 1934. El fruto más impor- 12 Véase sobre el tema el excelente trabajo pionero de
tante de esa división fue la creación del Partido Socia- María Cristina Tortti, “Crisis, capitalismo organizado y
lista Obrero, que en la década de 1940, debilitado, se socialismo”, en Waldo Ansaldi, Alfredo Pucciarelli y
integrará al Partido Comunista. Algunos, como Giudici, José C. Villarruel, Representaciones inconclusas, Bue-
ingresarán directamente a dicho partido en 1934. nos Aires, Biblos, 1995.

235
egoísta y mezquino”.13 Esa línea con la que El problema estriba, entonces, en dar una
coincidían, con orientaciones diversas, la iz- orientación definida a esa intervención, pero
quierda y los neorreformistas, habría de ca- en forma orgánica y de conjunto”.15
racterizar las relaciones entre sindicatos y Bogliolo habría de desarrollar estas tesis
partido durante toda la década, incrementada durante la década, ya sea en cursos dictados
sobre todo entre 1932 y 1935 por la importan- en la Escuela de Estudios Sociales Juan B.
te presencia socialista en el Parlamento, lo Justo o en numerosos artículos y comentarios
que le permitía intervenir decisivamente en la publicados en la mensual Revista Socialista,
producción de una nutrida legislación en fa- de la cual fuera director.16
vor de los trabajadores. En efecto, entre 1932 Influido por el clima de discusión que vi-
y 1935 se aprobaron 27 de las 69 leyes sobre vía por entonces el socialismo internacional
el trabajo sancionadas entre 1903 y 1942 –sobre el cual la revista daría abundante in-
–cerca del 40 por ciento–, entre ellas la ley formación a través de artículos de Vandervel-
11.729 de indemnización por despido y vaca- de, Kautzky, Otto Bauer, Karl Renner, Max
ciones pagas, la 11.640 sobre “sábado inglés”, Adler y Henri de Man, entre otros– Bogliolo
la 11.837 sobre cierre de los comercios a las bregaría por una redefinición de las tareas del
20 horas y varias sobre jubilaciones para di- partido para colocarlo ya no como oposición
versos gremios.14 parlamentaria sino como eje de una política de
gobierno. Su prédica sólo encontró un eco re-
lativo en la mayoría de la dirección –que no lo
Planismo e intervención acompañó en su proyecto de Consejo Econó-
mico Social de 1933– pues tampoco la fracción
Los neorreformistas irían más allá en cuanto a de izquierda consideró confiables sus núcleos
intervención obrera pues otorgaban a los sin- doctrinarios. Pero finalmente el XXIV Congre-
dicatos un papel central en la fijación de polí- so Ordinario del partido, en 1938, habría de re-
ticas de Estado. El punto de partida legislativo coger lo esencial de su proyecto.
de las ideas de Bogliolo fue el proyecto pre- Las propuestas se centraban en la idea de la
sentado en la Cámara de Diputados en 1933 planificación de la economía a través de la na-
sobre creación de un Consejo Económico cionalización de las industrias estratégicas,
Nacional, integrado por 15 miembros, entre del sistema bancario y de la apropiación para
los cuales deberían contarse representantes la colectividad de las grandes extensiones
de los sindicatos y de los consumidores, ade- agrarias, pero de manera progresiva y acom-
más de delegados del Poder Ejecutivo, de las pasada con la evolución mundial hacia formas
cámaras empresariales y de las universida- de economía dirigida, por cuanto el proceso
des. En los fundamentos del proyecto señala- no podría tener lugar plenamente en condicio-
ba: “En estos momentos la realidad indica nes de autarquía.
que el Estado interviene cada día con más En un artículo de 1935 Bogliolo traza un
fuerza en las relaciones entre los individuos. balance político sobre los cambios operados

13 Enrique Dickman, “Gremialismo y socialismo”, en 15 Rómulo Bogliolo, La economía colectiva, Buenos


Revista Socialista, No. 30, 1932. Aires, La Vanguardia, 1932.
14 Véase ¿Qué es el socialismo en la Argentina?, por 16 Además del citado anteriormente, las publicaciones
Alicia Moreau de Justo, Buenos Aires, Sudamericana, principales de Bogliolo en la época fueron dos cursos
1983, y Mario R. Tissenbaum, La codificación del De- en la Escuela de Estudios Sociales: Organización de la
recho de Trabajo ante la evolución legislativa argenti- economía nacional, 1933 y Los problemas del capita-
na, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1947. lismo organizado, 1934.

236
en el socialismo. “Va modificándose –señala– Unos meses antes escribía en la misma re-
el criterio reformista simple de esperarlo todo vista:
de unos leves retoques a la fachada de la ac-
tual sociedad.” “Los últimos veinte años de Fuimos los primeros en hablar y escribir
acción socialista fueron de destrucción inter- sobre economía dirigida. Fuimos los pri-
na y pérdida de influencia exterior.” Destruc- meros en hablar de un plan socialista. To-
ción interna porque no se planteaba la resolu- davía nadie ha creído oportuno ocuparse
ción de los problemas concretos de los de esos problemas socialistas modernos.
Pero ya empieza Bélgica. El Partido Socia-
trabajadores. La crisis
lista diose un plan y se lanzó a la acción.
Reclamó el gobierno y la nación entera
[…] hizo que los trabajadores negaran su
aceptó, contra la minoría reaccionaria, un
apoyo a los partidos incapaces de demos-
gobierno casi socialista.
trar energía y capacidad para un mejora-
miento inmediato de su situación. Ahora
ya se actúa de otra manera. Se va compren- Y agregaba: “Actuar en la economía nacional
diendo que para tener alguna posibilidad de no quiere decir nacionalismo ni autarquía, ni
éxito es indispensable la aquiescencia de la economía cerrada. Hay que empezar por
amplia mayoría. arreglar las cosas internas si queremos res-
taurar la economía internacional pues lo con-
Y refiriéndose al viraje comunista oficializa- trario es imposible”. Y concluía:
do por el VII Congreso de la Comintern, agre-
ga “hasta los comunistas lo han aprendido: lo Hay que lanzarse a una acción concreta,
del Frente Popular es una vuelta entera que estableciendo una economía mixta, provo-
indica el error sostenido a costa de la organi- cando reformas de estructura y no de sim-
ple repartición. Ni con las reformas sola-
zación obrera y socialista”. En cuanto a in-
mente, aunque siempre necesarias, ni con
fluencia exterior, Bogliolo sostiene que la
la estridencia inconducente y en desuso.18
pérdida se ha revertido gracias al “llamado
cordial a las capas intermedias de la pobla-
Si la influencia de la discusión europea y en
ción para que aporten sus energías para el lo-
especial de la tradición austromarxista es evi-
gro de comunes aspiraciones de bienestar en
dente en esos planteos, la figura y la acción
una lucha de liberación nacional”. Y final-
partidaria que más siguieron los difusores ar-
mente insiste en la necesidad de autocrítica
gentinos de este neorreformismo fueron las de
partidaria. Al hacer referencia a un documen-
Henri de Man y el Partido Obrero Belga.
to del Comité Ejecutivo Nacional del partido,
Junto con Otto Bauer, el belga Henri de
señala que se trata de “un tímido llamado que
Man aparece en el horizonte del socialismo
requiere una continuación, una explicación
europeo, sobre todo luego de la crisis de
acabada de nuestros planes concretos”. Pero
1929, como una de las figuras más polémicas
se pregunta; “¿Tenemos esos planes? ¿Está el
e innovadoras. La tesis principal de De Man
partido preparado para esa acción? Es indis-
sostiene que el fin del socialismo de Weimar
pensable conocer nuestros problemas; hay
significa el agotamiento de una fase del mo-
que formar una generación apta para manejar
vimiento socialdemócrata que, habiendo acu-
nuestra economía”.17

17 “Preocupaciones socialistas del momento”, en Revis- 18“Por un Plan Socialista”, en Revista Socialista, No.
ta Socialista, No. 67, diciembre de 1935. 60, mayo de 1935.

237
mulado una gran fuerza organizativa y rei- frente anticapitalista de clase obrera y clases
vindicativa, dejó a los trabajadores desarma- medias, con la condición –señala– “de radi-
dos frente a la crisis capitalista y al nazismo, calizar en sentido anticapitalista la propues-
debido a una política corporativa y sectaria, ta” y no sólo, como hasta ese momento, plan-
poco creativa, en la relación entre partido, tear “reformas de redistribución”. No se
sindicatos, cooperativas y clases medias. puede ya, en opinión de De Man, “repartir la
Luego de varios trabajos en los que busca torta sino hacer otra torta”.
una actualización del pensamiento de Marx Los temas fundamentales del político bel-
–su obra más importante en ese sentido es Au ga que la corriente neorreformista del socia-
dela du marxisme, de 1926– en 1933 redacta lismo argentino recogerá casi puntualmente
un “Plan de Trabajo” que el socialismo belga serán la necesidad de que el movimiento
adopta como su programa de gobierno, con el obrero y socialista abandone su actitud pasi-
que participa como ministro de Obras Públi- va frente a la crisis porque el reformismo de
cas y luego de Finanzas en un gobierno de reparto ya ha perdido vigencia y se impone la
coalición entre socialistas y católicos. instalación de una economía mixta y dirigida
Las tesis de De Man se orientan contra la a través del uso del poder político y de un
disyuntiva entre ideología revolucionaria y Plan nacional. Dicha conquista del poder de-
práctica reformista y coloca como alternativa berá basarse en la constitución de una mayo-
superadora de ese conflicto secular en el mo- ría que englobe a las clases medias. Las me-
vimiento socialista la problemática de las didas principales serían: nacionalización del
“reformas de estructura”, entendidas como crédito, para poner en marcha políticas que
opción entre capitalismo y socialismo para la desarrollen el mercado interno; nacionaliza-
realización de una “economía dirigida”. ción de las industrias básicas; creación de un
La influencia de sus puntos de vista –com- Consejo Económico Social con participación
batidos duramente por la ortodoxia socialde- de los sindicatos y reforma política que re-
mócrata y por el estalinismo– se expandirá en fuerce la capacidad de gobierno del Ejecuti-
Europa a autores franceses como André Phi- vo y la capacidad de control del Parlamento.
lip –autor de un libro titulado La Revolución La prédica que la Revista Socialista hará
Constructiva– y Lucien Laurat, frecuente co- sobre estas cuestiones será insistente, al me-
laborador de la Revista Socialista; a la co- nos hasta 1936, en que las referencias a De
rriente laborista inglesa liderada por G. D. H. Man habrán de diluirse, aunque no los temas
Cole y dentro del movimiento sindical a la por él planteados. La dirección del partido no
CGT francesa, que en 1935 adopta el Plan de hará demasiado hincapié en ellas –no hay
Trabajo como su programa. Entre nosotros, ninguna referencia a favor por parte de sus lí-
el principal vocero de sus tesis será la Revis- deres más tradicionales– y la fracción de iz-
ta Socialista, que en numerosas de sus edi- quierda combatirá los planteos de De Man
ciones publica artículos de De Man y sus co- agresivamente.19
laboradores e informes sobre las actividades
del Partido Obrero Belga y sobre los sindica-
19 En su primer número de octubre de 1934 la revista Iz-
tos y confederaciones europeas que adherían
quierda se enfrenta con las ideas de De Man a las que
a sus planteos. En su edición 45, de febrero califica como “centristas” por no plantearse la “cues-
de 1934, publica el Plan de Trabajo, antece- tión del poder”, que era la obsesión ideológica de la
dido en el número 44 de ese año por un artí- fracción de izquierda. La peligrosidad del “centrismo”
deriva de que “impide el pasaje a la verdadera izquier-
culo de De Man que presenta la temática de da”. Curiosamente, ése era el mismo argumento utiliza-
las reformas de estructura. Sostenidas por un do por Rodolfo Ghioldi contra Marianetti y Giudici

238
un texto renovador ciones a los congresos internacionales, fun-
dando esta proposición en el carácter universal
Un hito importante del desarrollo de la co- de la expansión inglesa y en el aspecto semi-
rriente neorreformista fue la publicación del colonial de nuestra producción agropecuaria.
libro de José Luis Pena, diputado nacional Y agrega (p. 30):
durante toda la década, ¿Patrón oro y libre-
cambio?. Editado por La Vanguardia en País el nuestro atado a fuertes obligaciones
1936, señala el punto más alto dentro de los financieras con Inglaterra, acostumbrados
intentos de renovación de las ideas económi- desde el comienzo de nuestra vida inde-
pendiente a exportar a dicho país los gran-
cas que quedaban como herencia justista. El
des saldos de nuestra producción agrope-
libro es prologado por Alfredo Palacios –fi-
cuaria, lógico era que nos decidiéramos
gura descollante en la tribuna y en el Senado por el librecambio como lo hicimos.
pero que no ocupa cargos partidarios–, quien
advierte que en el texto se planteaban “pro- Pero la guerra trastornó en pocos años la obra
blemas tales como la protección aduanera y de todo un siglo y después de la década de
el librecambio que conducen a una necesaria 1930 la situación se agravó: cada país debió
revisión de conceptos y criterios que el socia- recurrir entonces al control de cambios. Así
lismo hasta ayer había considerado inamovi- (p. 152),
bles”. Que se trata de un libro polémico lo
expresa el propio autor al describir las difi- El control de los cambios es un precioso
cultades que sus posiciones, similares a las elemento de información económica para
de Bogliolo,20 tuvieran con la dirección del el Estado. La economía dirigida tiene en
partido y en el interior del Grupo Parlamen- ese control una base estadística de primer
tario, en el que sólo encontró solidaridad en orden para apreciar en todo su valor las
Palacios, en relación con la “necesidad de verdaderas necesidades del país. Debemos
buscar entonces, por medio del sufragio
elaborar un plan de acción más en consonan-
esclarecido y conciente, el apoyo a un plan
cia con la verdadera realidad económica del
socialista de reconstrucción económica y
país y del mundo”. financiera usando los nuevos moldes que
Atendiendo a lo central de su argumenta- el capitalismo ha creado para su marcha.
ción, Pena señala que en el momento anterior
a la crisis los socialistas eran fervientes parti- Si bien insiste en que sigue creyendo en las
darios del librecambio, tanto en la política in- ventajas del librecambio, “la economía del
terna de nuestro país cuanto en las proposi- mundo está ahora más enferma que nunca y
es imposible esperar ingenuamente que ope-
ren leyes ocultas o divinas que restablezcan
el ansiado equilibrio”.
cuando éstos planteaban posiciones de izquierda dentro Luego de la crisis, la situación argentina
del PS: bloquear el pasaje de los trabajadores a su ver-
dadero “partido de clase”. ha variado y si bien la Argentina está lejos de
20 En una nota bibliográfica publicada en el No. 75 de
ser un país industrial, no puede negarse que
agosto de 1936 de la Revista Socialista, Bogliolo salu- las industrias se desarrollan cada vez más en-
da la aparición del libro de Pena como parte de una lu-
cha “que desde 1931 se propone la divulgación de con- tre nosotros:21
ceptos sobre los nuevos aspectos que presenta la
economía mundial y para difundir la economía dirigi-
da”. Señala también que el autor “analiza la marcha de
la economía mundial dejando traslucir su simpatía por 21 La idea de una distinción entre industrias “naturales”
el gran economista Keynes”. y “artificiales” viene de Justo. En un país de base agro-

239
Cuando la política económica de cada país de la época, cuando el partido había perdido
–dice Pena– toma la orientación que se lla- abruptamente, por el levantamiento de la abs-
ma nacionalista, los socialistas debemos tención radical, su base parlamentaria. En lo
hacernos cargo de la realidad y presentar político, el eje se colocó en la construcción
las soluciones que consultan nuestros prin- de las alianzas necesarias para defender la le-
cipios y finalidades. No ganaremos nada si galidad y el sufragio libre, quebrados por la
continuamos sosteniendo teóricamente las
“oligarquía fraudulenta” de manera descara-
grandes ventajas de un sistema económico
(el librecambio) que cada vez más se aleja
da en la elección presidencial de 1937. Esa
de las posibilidades inmediatas o remotas iniciativa, que buscaba ampliar las bases de
de la acción práctica. la Alianza Civil de 1931 a través de la pre-
sencia de los radicales, fue sistemáticamente
El diagnóstico culmina con la descripción de rechazada por éstos. Comenta Repetto:
un mundo en el que domina el capital finan-
ciero y en el que la crisis del liberalismo eco- Planteada la cuestión de un frente común
fue descartada inmediatamente por el doc-
nómico ha eliminado la competencia. “Ya no
tor Alvear, quien invocó la idiosincrasia
hay más capitalismo sano.” La economía de-
propia de su partido y la tradición de in-
be ser ordenada por un Plan, “convencidos de transigencia que mantiene en materia de
que por largos años el mundo no puede espe- unión o colaboración con otros partidos.23
rar la vuelta del librecambio”.
Pero el tema central de los cambios que se
expresa en el XXIV Congreso está relaciona-
Cambios al fin de la década do con las medidas económicas propuestas,
que marcan un claro viraje hacia la defensa
El último gran congreso del Partido Socialis- de la intervención estatal en la economía. El
ta en la década fue el XXIV, realizado en ju- Congreso elabora un Plan, llamado de “De-
lio de 1938. En él se formalizará un viraje ha- fensa Nacional”, que incluye la nacionaliza-
cia nuevas posiciones en materia económica, ción y municipalización de los ferrocarriles y
inspiradas en buena parte en las tesis del neo- todo tipo de transporte en manos extranjeras,
rreformismo, y se explicitará la necesidad de de la electricidad, del petróleo, de las fuentes
construcción de frentes políticos de defensa hidroeléctricas, de los minerales y del crédito
de la democracia.22 y la banca. Asimismo, se proyecta el control
El congreso se plantea la necesidad de nacional sobre los monopolios extranjeros en
ajustar la propuesta tradicional, expresada en las distintas ramas de la producción.
el Programa Mínimo, a las nuevas realidades Este cambio de rumbo hacia el nacionalis-
mo económico se complementaba con la in-
tensificación de las demandas para una legis-
pecuaria la industrialización sana supone un encadena- lación que incluyera la semana laboral de 40
miento agroindustrial que aproveche, sin recurrir a un horas, el salario mínimo y la implantación de
proteccionismo arbitrario y artificial, nuestras ventajas
comparativas. En cuanto al control de cambios vale de- un seguro contra el desempleo, los accidentes
cir que cuando fue implantado por Uriburu en 1930 en- de trabajo, la enfermedad, la invalidez, la ve-
contró una firme oposición del Partido Socialista y de la jez y la muerte y un plan nacional de obras
CGT.
22 Con respecto a lo primero Bogliolo manifestará su
satisfacción “ya que desde 1932 venimos sosteniendo
estos puntos de vista”. Cf. Revista Socialista, No. 97, 23 Nicolás Repetto, Mi paso por la política, Buenos Ai-
junio de 1938. res, Santiago Rueda, 1957, p. 201.

240
públicas. Quedaban en pie las tradicionales ticas– mientras las demandas de justicia de
propuestas sobre la cuestión agraria, la políti- los trabajadores permanecían en pie y el so-
ca fiscal, la política educativa y se incorpora- cialismo perdía lo ganado durante la década.
ban reformas políticas como la elección del La dicotomía fascismo-antifascismo era
Presidente por el Congreso y la supresión del un tema significativo para las clases medias
Senado.24 pero no necesariamente para los trabajadores,
Este intento de “aggiornamiento” progra- que recogían del yrigoyenismo una vieja tra-
mático marcará el punto más alto del proceso dición de neutralidad.
de adaptación del partido a los cambios ex- Una figura central de la vieja guardia par-
presados por la poscrisis argentina y por la tidaria habría de advertir ese peligro un par de
discusión nacional e internacional: la herencia años antes de su muerte. En septiembre de
de Justo parecía encontrar una reinterpreta- 1942, Mario Bravo sostenía en el Parlamento:
ción acorde con el fin del marco ideológico
del liberalismo económico y político. Pero Ha muerto el viejo mundo antes, mucho
otros acontecimientos ralentarían esa trans- antes de este momento. Viene la hora de la
formación hasta que, a comienzos de la déca- revolución de la postguerra: la revolución
da de 1940, ese impulso habría de orientarse en la economía, la revolución en las finan-
hacia otras metas. En efecto, el estallido de la zas, la revolución en la política. Porque el
régimen es el que se está dilatando hoy y
Segunda Guerra Mundial y la vuelta al fraude
algunos creen eterno porque viven su pro-
y el autoritarismo, tras la renuncia y muerte
pio horario, porque viven su propio reloj,
del presidente Ortiz y la asunción del mando porque viven su propio almanaque, que no
por Ramón Castillo, habrían de colocar la di- es el horario de la historia ni es tampoco el
cotomía fascismo-antifascismo en el núcleo almanaque de los acontecimientos. No lo
de la acción partidaria. La orientación social y van a presenciar, pero serán los responsa-
nacional prevaleciente en el Congreso de bles de haber dejado al país sin los resor-
1938 iba a ser desplazada por la defensa, inte- tes necesarios, sin las previsiones indis-
rior y exterior, de las libertades democráticas pensables para canalizar las inmensas
–acentuada tras el golpe militar de 1943 y la corrientes que de todos los lados van a
consiguiente persecución de las fuerzas polí- agitar la vida social argentina.25

24Cf. XXIV Congreso Ordinario del Partido Socialista,


Talleres Gráficos La Vanguardia, s/f. Y Problemas Ar-
gentinos, Planes socialistas para su solución, Buenos 25 Citado en Dardo Cúneo, Mario Bravo, poeta y polí-
Aires, Casa del Pueblo, 1938. tico, Buenos Aires, CEDAL, 1985.

241
De la revisión de la táctica
al Frente Popular
El socialismo argentino a través de Claridad, 1930-1936*

Mariana Luzzi

UBA / CONICET

Introducción El desarrollo de la industria sustitutiva, la


creciente intervención del Estado en la eco-
No fue sino en los últimos años que, desde nomía y la consolidación de una numerosa
diferentes ópticas, la historia y la sociología clase obrera industrial, nutrida por migracio-
volvieron su mirada sobre la década de 1930. nes internas masivas, fueron los rasgos sa-
Hasta ese momento, sepultado bajo el rótulo lientes de aquel movimiento. Pero la década
de “década infame”, el período que se extien- de 1930 también fue un tiempo de crisis po-
de de 1930 a 1943 no había despertado más lítica, de restructuración institucional y de as-
que un interés marginal por parte de las cien- censo y autonomización de actores que luego
cias sociales. Habitualmente relegado al lugar serían claves, como las Fuerzas Armadas.
menor del epílogo o de los antecedentes, sólo Para el universo de la izquierda argentina,
se había considerado su exploración como ésos fueron tiempos de represión y persecu-
parte de los estudios sobre la crisis del régi- ción política, pero también de un espectacu-
men oligárquico o –fundamentalmente– sobre lar crecimiento organizacional y electoral. El
la génesis del peronismo. socialismo fue sin duda la organización más
Momento de crisis y transiciones, la década fuertemente signada por esta tendencia, lo
de 1930 constituye, sin embargo, un momen- cual contrasta con su derrotero posterior de
to clave en la historia argentina. Esos años progresiva desaparición del escenario políti-
fueron el escenario de una nueva configura- co nacional.
ción social, económica y política del país y El presente trabajo se propone dar cuenta
sellaron las características de una imagen de de la manera en que el socialismo caracterizó
la sociedad –hoy completamente subvertida– las transformaciones sociales derivadas de la
que fue dominante a lo largo del resto del si- crisis económica y política de la década de
glo XX. 1930, a partir del análisis de los debates pu-
blicados en la revista Claridad,1 en el período

* Los resultados expuestos en este trabajo forman parte


de una investigación titulada “Los socialistas argenti-
nos frente a las transformaciones de la década de 1930. 1 La revista Claridad se editó en la Ciudad de Buenos
El caso de la revista Claridad”, llevada adelante con Aires entre 1926 y 1941. Como publicación periódica
una Beca de Formación de Posgrado del CONICET bajo era la segunda que emprendía su director, Antonio Za-
la dirección de Juan Carlos Portantiero. mora, desde la Cooperativa Editorial Claridad, y cons-

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 243-256


que va del golpe de septiembre de 1930 a fi- vista Americana de los Hombres libres”. En
nes de 1936. cierto modo, se trata del fin de un período en
Este recorte temporal tiene más de una el que el eje en torno del cual giran los deba-
justificación. Por un lado, se trata de un pe- tes es la oposición entre lucha revolucionaria
ríodo señalado no sólo por las inflexiones del y reforma política –lo que en el socialismo
debate nacional, sino fundamentalmente por local asume la forma de un debate entre la
los cambios que se producen dentro del so- primacía del Programa Máximo o del Progra-
cialismo en escala internacional. En ese mo- ma Mínimo, para pasar a ser la confrontación
mento, entre el colapso de la economía capi- entre democracia y fascismo–. Nada más elo-
talista y la antesala de la Segunda Guerra cuente, en este sentido, que el editorial con el
Mundial, y al calor de estos procesos, se pro- que Zamora cierra la “vieja época” de Clari-
duce una restructuración de las fuerzas de la dad y da paso a la nueva, libre y americana.2
izquierda mundial que se refleja, entre otras En él, el director saluda la presencia de F. D.
cosas, en la política impulsada por las inter- Roosevelt en Buenos Aires con motivo de la
nacionales socialista y comunista en esos celebración de la Conferencia Americana por
años. Así, el inicio del período podría en rea- la Paz, resaltando su capacidad para lograr la
lidad ubicarse en la convocatoria a una nueva unión americana que haga posible “el impe-
discusión de los medios de lucha para alcan- rio de la democracia, de la libertad y la paz”.3
zar el poder lanzada en 1932 por la IOS, mien- Se marca fuertemente, así, el pasaje de una
tras que su final estaría signado por la políti- publicación preocupada centralmente por las
ca de Frentes Populares proclamada por la posibilidades de superación de la sociedad
Tercera Internacional en 1935 y encarnada capitalista, a otra movilizada en defensa de la
fundamentalmente por las experiencias espa- paz y las libertades democráticas. En otras
ñola y francesa de 1936. palabras, del camino que va de la revolución
Por otro lado, y de manera no completa- a la guerra.
mente autónoma de estos movimientos, la re-
vista Claridad también cierra un ciclo en
1936. Es aquel signado por el subtítulo “Tri- Cinco claves en el pensamiento socialista
buna del Pensamiento Izquierdista”, que al argentino de la década de 1930
año siguiente será reemplazado por “La Re-
Aun admitiendo que en su carácter de publi-
cación independiente del partido Claridad
tituía la profundización del proyecto iniciado en 1922 puede no ser la expresión más fiel de los de-
con Los pensadores, incorporando al objetivo original
de difusión de “obras selectas” la voluntad de crear un
espacio de debate cultural e ideológico. Pese a la vincu-
lación de Zamora y de varios de los colaboradores más 2 Se trata del editorial “Los problemas de la paz en
permanentes de la revista con el Partido Socialista, Cla- América”, publicado en el No. 308 de diciembre de
ridad nunca fue un órgano oficial del partido –como sí 1936. El número lleva en la tapa la foto de Roosevelt,
lo fueron La Vanguardia o Revista Socialista–. Sin em- con el epígrafe “El gran presidente de la república del
bargo, puede decirse que la revista fue espacio de deba- norte, que ha demostrado, con ejemplar consagración,
tes de aquello designado como “pensamiento socialista” su fe en la paz, la libertad y la democracia, señalando el
de la época, que incluiría tanto a quienes formaban par- camino para la independencia y el progreso de los pue-
te del Partido Socialista como a quienes militaban en blos de América”, e incluye, a continuación del edito-
otras organizaciones políticas –en el país y en el resto rial de Zamora, el discurso pronunciado por aquél en la
de América Latina–, o a quienes desde el movimiento Conferencia Americana por la Paz (“Por la paz, la liber-
universitario o como intelectuales compartían con los tad y la democracia”).
primeros la opción por la transformación del orden so- 3 Para un análisis de este cambio en la línea editorial de
cial vigente. Claridad, cf. Cattáneo (1991), pp. 27-32.

244
bates que atravesaron el pensamiento socia- lón de fondo de la totalidad de los debates.
lista en la década de 1930, debe reconocerse En líneas generales, todas las contribuciones
que en tanto círculo intelectual –espacio de coinciden en advertir el carácter mundial de
producción de ideas y de sociabilidad para las transformaciones del capitalismo, a la vez
sus miembros–,4 integrado por buena parte que interpretan los cambios a partir del mar-
de la izquierda socialista, la revista constitu- co tradicional marxista, que señala, por un la-
ye una fuente privilegiada para dar cuenta de do, la recurrencia de crisis cíclicas en la eco-
aquellas discusiones. nomía capitalista, producto del desarrollo
Así, a partir de la lectura y análisis de sus irrefrenable de las fuerzas productivas, y, por
páginas podríamos afirmar que son cinco los otro, la inevitabilidad del derrumbe del siste-
problemas que organizan los debates dentro ma por el estallido de la contradicción entre
del pensamiento socialista argentino entre aquel desarrollo y las relaciones de produc-
1930 y 1936, tanto en el terreno económico ción vigentes. El espectro a lo largo del cual
como en el de la acción política. Se trata, en se disponen las diferentes opiniones es enton-
primer lugar, de la caracterización de la crisis ces el que va del diagnóstico de la crisis final
económica mundial y sus consecuencias; en al de la crisis cíclica, pasando por una suerte
segundo lugar, de la oposición entre libre- de zona gris en la cual no se objetan las op-
cambio e intervención estatal como alternati- ciones pero se duda sobre la correcta caracte-
vas de política económica; en tercer término, rización del fenómeno.
de la tradicional política socialista de “prescin- Para la mayor parte de los autores que co-
dencia gremial”; en cuarto lugar, del rol del laboran en Claridad, la crisis de 1930 resulta
socialismo en el Parlamento y, finalmente, de notoriamente distinta de las anteriores (entre
la posibilidad de colaboración y acción con- ellas, la previa crisis mundial abierta hacia
junta del socialismo con otras fuerzas políti- 1870), tanto por su duración como por su in-
cas, tanto dentro como fuera de la izquierda. tensidad. En sus palabras, se trata de un fenó-
Desde luego, cada uno de estos tópicos in- meno más intenso, más persistente y demole-
volucra en mayor o menor medida a los res- dor, más absurdo y más durable que todos
tantes y difícilmente se presenta de manera los que puedan haberlo precedido. Su exis-
aislada, no obstante lo cual posee una especi- tencia anuncia sin más un final expresado de
ficidad que es conveniente subrayar. Al mis- muchas maneras, pero con un único sentido:
mo tiempo, a lo largo del período considera- es el fin del mundo capitalista, la bancarrota
do las posiciones que se organizan en torno de sistema, el desmoronamiento del edificio
de cada uno de los temas van variando, de del régimen, el derrumbe del capitalismo, su
manera tal que resulta difícil –si no imposi- disolución. Así se desprende de los textos
ble– armar un único mapa de las oposiciones consagrados a la discusión del problema, tan-
encontradas que conserve su validez a lo lar- to al comienzo como al final del período ana-
go de los seis años considerados. lizado:
Las discusiones en torno de la naturaleza
Toda la prensa extranjera habla de la crisis
de la crisis económica capitalista atraviesan
mundial. ¿Tendrá solución? Por los medios
todo el período y son, de alguna manera, te- legales, no. Los gobiernos luchan desespe-
radamente contra tal desorganización, pero
4 A propósito de la relevancia de las revistas en tanto
están desorientados. El mal es demasiado
“estructuras de sociabilidad” [structures de sociabilité],
grave. No es un problema de emergencia;
y de su especificidad como “obras plurales”, cf. Pluet- se trata de algo fundamental. El momento
Despatin (1992). histórico señala el derrumbamiento de una

245
gran organización como consecuencia lógi- el ala no revisionista de la Segunda Interna-
ca e inevitable.5 cional y por la Internacional Comunista, en el
cual se continúa señalando que la principal
La descomposición del capitalismo es un amenaza para la sociedad capitalista está da-
fenómeno de carácter universal que obra da por el despliegue de sus contradicciones
sobre sus más consagradas instituciones internas, visibles fundamentalmente en el te-
políticas, incluso sobre la ideología liberal
rreno de la política imperialista.7
que las ha fundamentado. […] La desinte-
gración del sistema repercute en todos los
Obviamente, esto no excluye la elevación
sectores de la vida social. Los movimientos de algunas voces discordantes –las menos–,
de partido, los movimientos culturales, el que aun a contracorriente de la línea editorial
movimiento sindical y obrero, los hasta de la revista afirman una evaluación que avi-
hoy considerados más sólidos, giran en el zora una solución capitalista –y no inevitable-
torbellino de este descenso. […] Nada se mente socialista– de la debacle económica.
salva del oleaje provocado por la descom- Los debates en torno de la oposición libre-
posición capitalista.6 cambismo-economía dirigida, estrechamente
vinculados con el anterior, se hacen explícitos
Son los menos quienes consideran que sólo en Claridad a partir de 1933, si bien de algu-
se trata de una crisis más, de un hecho habi- na manera están presentes desde antes en las
tual que, lejos de producirse esporádicamen- notas que discuten las alternativas a las que la
te, constituye la normalidad del sistema capi- crisis económica da lugar. No obstante, es en-
talista. Junto con ellos se cuentan quienes, si tre 1934 y 1935 que las discusiones se inten-
bien firmes en la opción teórica a la que ads- sifican, mayormente a través de los análisis de
criben, dudan con respecto a la caracteriza- la experiencia norteamericana del New Deal.
ción de esta situación histórica particular, Hemos dado cuenta en otro artículo de las dis-
considerando que en realidad resulta imposi- cusiones específicas en torno de este tópico;8
ble afirmar que en este caso el movimiento baste señalar aquí que los textos publicados
no llegue a trascender los límites del “hecho en Claridad insisten, salvo escasas excepcio-
normal” y se transforme en el derrumbe tan- nes,9 en una inequívoca condena a las políti-
tas veces anunciado. cas de intervención estatal y planificación
En síntesis, en términos generales Clari- económica, considerando que en tanto medi-
dad retoma, en la mayoría de las colaboracio- das de “salvataje” de la economía capitalista
nes y desde los editoriales, una lectura de la deben ser enérgicamente rechazadas por quie-
crisis enmarcada en la teoría de la catástrofe, nes luchan por el fin de la misma. Es notable,
donde el elemento central es la aparente com-
probación de la incapacidad del capitalismo
para superar las dificultades que su propio de- 7 Para un análisis exhaustivo de la génesis y el desarro-
sarrollo acarrea. En este sentido, los autores llo de la llamada “teoría de la catástrofe” dentro del
editados por Claridad son claramente deudo- marxismo, cf. Coletti (1978).
8 Cf. M. Luzzi, “El viraje de la ola. Las primeras discu-
res del discurso sostenido para esos años por siones sobre la intervención del Estado en el socialismo
argentino”, en Estudios Sociales. Revista Universitaria
Semestral, No. 20, Santa Fe, 2001, pp. 165-180.
5 Alberto Maritano, “Recrudece la miseria”, en Clari- 9 Cf. Carlos Manuel Cox, “Las ideas económicas del
dad, No. 234, 11 de julio de 1931. aprismo peruano”, No. 265, 27 de mayo de 1933; S. Li-
6 Horacio Badaraco, “Una hora decisiva para los traba- bedinsky, “Los curanderos del capitalismo”, No. 282,
jadores. Contra el confusionismo, contra el equívoco, octubre de 1934; Alfredo Muzzopappa, “¿Marx o Roo-
por la recuperación revolucionaria del movimiento sevelt? Ensayo de crítica sobre experiencias realiza-
obrero”, en Claridad, No. 300, abril de 1936. das”, No. 283, noviembre de 1934.

246
además, la ausencia de toda mención a la entre grupos enfrentados en el interior del
existencia de un proyecto socialista de plani- partido, que signará el XXII Congreso Ordina-
ficación económica –nos referimos aquí al rio de 1934 y que, al cabo de no pocas infle-
proyecto de creación de la COPLAN, elabora- xiones, culminará en 1937 con la escisión del
do por Rómulo Bogliolo en 1932–10 que no grupo liderado por Benito Marianetti y la for-
sólo fue redactado por un prestigioso dirigen- mación del Partido Socialista Obrero.
te del PS sino que fue presentado como pro- El conflicto se inicia en octubre de 1932,
yecto de ley ante la Cámara de Diputados, in- cuando la Federación Socialista de Mendoza
cluso antes de que el New Deal se hubiera (FSM), encabezada por Benito Marianetti, soli-
convertido en un tema de debate para los co- cita al Comité Ejecutivo Nacional del Partido
laboradores de Claridad. Socialista (PS) la convocatoria a un Congreso
En relación con la cuestión política, los tres Nacional Extraordinario de la organización,
ejes señalados también están presentes a lo lar- en el cual se sometan a discusión básicamen-
go de todo el período considerado. Tanto la te tres puntos vinculados con lo que debería
política de independencia gremial como la la- ser la táctica del Partido Socialista: la organi-
bor parlamentaria del socialismo son tópicos zación de una “fuerza nacional de defensa”
que atraviesan las discusiones internas del para asegurar la protección de la clase obrera
Partido Socialista –y se proyectan fuera de él– frente el avance de las fuerzas de la burgue-
a lo largo de la década de 1930, como ya lo ha- sía, formada por afiliados y simpatizantes del
bían hecho en el pasado.11 No obstante, hay PS; el fin de la prescindencia gremial, que
sin duda un momento en que esta discusión permita que cada socialista con afiliación sin-
cobra centralidad y virulencia: el inicio del en- dical forme un grupo que actúe en forma afín
frentamiento entre la Federación Socialista de a las líneas del partido y de manera paralela a
Mendoza y el Comité Ejecutivo Nacional del éste; y la recuperación del Programa Máximo
PS acerca del cambio de táctica, entre fines de del PS (aunque sin que esto implique el des-
1932 y comienzos de 1933. Claridad será eco medro del Programa Mínimo), olvidado co-
de las alternativas de este debate durante todo mo objetivo central tras años de énfasis en las
el año 1933 –y también más adelante, pero políticas electorales y parlamentarias.
fundamentalmente dará cuenta de él en su co- El planteo de la FSM es nítidamente un re-
nocida encuesta titulada “¿Debe cambiar de flejo de las discusiones que, para el momento,
táctica el socialismo?”, organizada y publica- circulaban en el socialismo internacional. En
da entre febrero y marzo de aquel año–.12 1932 la Internacional Obrera Socialista (IOS)
Entre otras cosas, esa encuesta marcará había comenzado a consultar a todas las orga-
simbólicamente el inicio de una controversia nizaciones afiliadas acerca de la posible reali-
zación de un Congreso en el cual se discutiera
10 Cf. Luzzi (2001), citado. la revisión de las tácticas de acceso al poder,
11 Cf., al respecto, los trabajos de Tortti (1989) y Por- en vistas de las transformaciones de la situa-
tantiero (1999).
12 La encuesta se publica en los números 262 y 263 de fe- ción social y política en el nivel mundial (fun-
brero y marzo de 1933. La revista recibe en total treinta damentalmente la crisis económica, la derrota
y tres respuestas, entre las cuales se cuentan las del pro- de la socialdemocracia en Europa y el ascenso
pio director de la publicación, Antonio Zamora, las de al-
gunos miembros de la Federación Socialista Mendocina
de los fascismos).13 Ese congreso debería pro-
(B. Marianetti, S. Castromán y G. Cisternas) y las de di-
versos militantes y afiliados del partido, con participa-
ción gremial, estudiantil o territorial, tanto de la ciudad
de Buenos Aires como del interior. No participa de la ini- 13Cf. Vandervelde, E. “Tiempos difíciles y nuevos de-
ciativa, en cambio, ninguno de los miembros del CEN. beres”, Revista Socialista, No. 31, diciembre de 1932.

247
nunciarse sobre tres puntos fundamentales: dinario del PS lo lleve al centro de la escena.15
“medios de lucha para alcanzar el poder por la En dicha asamblea, reunida entre los días 23
clase obrera en las condiciones económicas y y 26 de mayo en la ciudad de Santa Fe, una
políticas actuales”; “medios de lograr la unión comisión especial, organizada bajo el rótulo
con la clase obrera” y “deberes de la clase “Organización y Táctica”, discutirá los puntos
obrera en caso de estallar la guerra”. agendados por la Federación Socialista de
La reacción del Comité Ejecutivo Nacional Mendoza en 1932. El debate será en realidad,
del PS frente a la demanda de los socialistas más allá de sus inflexiones particulares, un
mendocinos fue absolutamente descalificadora enfrentamiento casi personal en el que la diri-
y resume la posición de la FSM como una “des- gencia del partido, encarnada en el Grupo
viación lamentable” de la línea del partido. Parlamentario, medirá sus fuerzas con el ala
En su contrarréplica, la Federación Socia- izquierda de la organización, liderada enton-
lista de Mendoza sostiene sus demandas y ces por el grupo mendocino. En los hechos,
denuncia que el órgano máximo del partido será un duelo entre las dos figuras más rele-
afirma cuestiones que no habían sido plantea- vantes de ambos grupos, Américo Ghioldi16 y
das (centralmente, la idea de la “militariza- Benito Marianetti.17 El trabajo de la comi-
ción del partido”), que en realidad el CEN “ol- sión culminará con la elaboración de dos des-
vida” el programa político del socialismo, pachos; uno por la mayoría, firmado por
consistente en la derrota del capitalismo y la Ghioldi, y otro por la minoría, elaborado por
sociedad burguesa y, finalmente, que mien- Marianetti. Finalmente, el primero será san-
tras el CEN acepta frente a la IOS la conve- cionado por el Congreso por 10.085 votos
niencia de la revisión de la táctica que aqué- contra 3.909.18
lla plantea, la rechaza dentro del ámbito La posición triunfante en el congreso vuel-
nacional, demostrando una actitud “incohe- ve sobre la desestimación inicial del CEN con
rente y cobarde”.14 más violencia. En la opinión de la dirigencia
Finalmente, ante la negativa del CEN a del PS, el planteo tendiente a un cambio de
convocar a un Congreso Extraordinario don- táctica no es más que el resultado de la “ac-
de se someta a discusión el problema de la ción disolvente de la propaganda izquierdista
táctica, el debate correrá por sendas laterales
hasta que en mayo de 1934 el Congreso Or-
15 Para un análisis exhaustivo de los resultados del con-
greso, y en especial del debate referido a la cuestión de
Reproducido en Claridad, No. 262, febrero de 1933 (cf. la táctica, cf. Tortti (1989). Asimismo, para un análisis
Respuesta de Juan B. Novello a la “Encuesta sobre la de la política del PS hacia el movimiento obrero en el
táctica”). mismo período puede consultarse Godio (1989).
14 Tanto el documento original de la FSM (del 29 de oc- 16 Diputado nacional en esa fecha. Lo acompaña en la
tubre de 1932) como la respuesta del CEN (del 12 de Comisión de Orientación y Táctica, por el Grupo Parla-
enero de 1933) y la contrarréplica de la primera (del 21 mentario, Enrique Dickman.
de enero de 1933) están reproducidos en Claridad, No. 17 Vicepresidente electo del Congreso; el presidente era
261, enero de 1933. El Comité Ejecutivo Nacional del Repetto.
PS estaba formado en ese momento por Mario Bravo, 18 Cf. La Vanguardia, 27 de mayo de 1934, p. 2, y 28 de
Joaquín Coca, J. Della Latta, E. Dickman, Andrés Jus- mayo de 1934, p. 6. El número de votos de cada moción
to, Alicia Moreau de Justo, Manuel Ramírez, Nicolás no responde, obviamente, al número de delegados que
Repetto, J. E. Rozas, Adolfo Rubinstein y Silvio L. votaron por ellas, sino al número de afiliados represen-
Ruggieri. Integran la Junta Ejecutiva de la Federación tados por esos delegados. Es importante notar que ésta
Socialista de Mendoza: Arturo P. Balmaceda, Albino es la única votación cuyo resultado se publica utilizan-
Casteller, Santiago F. Castromán, Gustavo B. Cisternas, do la referencia al número de afiliados representados,
José Cobas, Renato Della Santa, José V. García, Benito dado que el resto es reflejado según el número de votos
Marianetti y Andrés Moroy. emitidos.

248
en el seno del partido”, a la que no dudan en El despacho de la minoría insiste sobre los
asociar directamente con una infiltración co- argumentos que había esgrimido en la carta
munista en las filas de la organización.19 Los de 1932, poniendo especial énfasis en la re-
sectores que defienden la redefinición de la cuperación del Programa Máximo del PS, ol-
táctica –dice Ghioldi–, encerrados en el mo- vidado tras décadas de privilegio del Progra-
delo de la lucha de clases, no son capaces de ma Mínimo. En este caso, el discurso de
“reconocer que es imposible establecer una Marianetti reclama dos operaciones por parte
incompatibilidad entre interés de clase e inte- del Congreso: la afirmación del PS como par-
rés general”, que “todo interés de clase que no tido de clase y su definición como organiza-
siga la corriente del interés general está desti- ción internacional. Ambas demandas sinteti-
nado a morir”.20 Lo que pretenden quienes zan las que para el grupo disidente son las
defienden la posición de la Federación men- mayores falencias del socialismo argentino:
docina –afirma– no es sino reemplazar “la lí- su tendencia a constituirse en un partido de
nea constructiva seguida hasta ahora” por el sectores medios, alejándose progresivamente
partido con “la militarización de la clase tra- de la clase obrera, “única clase verdadera-
bajadora”.21 mente revolucionaria”, y su fuerte apego a
valores e ideales nacionalistas, consistentes
con la creciente participación socialista en
los órganos de la república.
19 Claridad, que había tenido un protagonis-
Uno de los blancos centrales de estas críticas es Er-
nesto Giudice, ex dirigente de la Federación Universi- mo notable durante el primer debate sobre la
taria Argentina, que había ingresado al PS en 1932 –lue- táctica, no se comporta de igual manera du-
go de su exilio en Montevideo durante el gobierno de
Uriburu– y que finalmente dejará el partido meses des-
rante el XXII Congreso. En un año en el cual
pués del XXII Congreso, en 1934. Durante el XXII Con- abundan las colaboraciones referidas a la po-
greso Giudice y Ghioldi sostienen una agitada polémi- lítica del partido y a la situación del socialis-
ca, en la cual el segundo acusa al dirigente estudiantil
de ser un “infiltrado comunista” en el PS, dueño de una
mo internacional, la revista no continúa la po-
conducta política errática y oportunista. Cf. La Van- lémica editada y avivada más de un año atrás.
guardia, 28 de mayo de 1934, pp. 2 y 3, y 29 de mayo Sólo un editorial, el correspondiente al mes de
de 1934, p. 6.
20 La Vanguardia, 28 de mayo de 1934, p. 2. El discur- mayo, hace referencia explícita al Congreso,
so de Ghioldi retoma en este punto el argumento contra pero lejos de recuperar la posición de la mino-
la posición clasista esgrimido por N. Repetto en la dis- ría, como lo había hecho entusiastamente en
cusión del informe del CEN al XXII Congreso (cf. La
Vanguardia, 27 de mayo de 1934, p. 12). En este discur- 1933, se limita a desestimar los conflictos
so, y polemizando con C. Sánchez Viamonte, Repetto producidos en Santa Fe. Antonio Zamora, que
afirma: en la presentación de la encuesta “¿Debe
La revolución operada desde 1926 a 1929 por la téc- cambiar de táctica el socialismo?” decía:
nica dirigida por la clase capitalista ha desarrollado
una cantidad nueva de clases y ha originado otras. Es
enorme la diversificación en este terreno y ya un es- Nuestras fuerzas son fuerzas dispersas que
critor ruso lo hacía notar en 1919 cuando manifestó por estar en esa condición no son lo sufi-
que dentro de la propia clase trabajadora existen an- cientemente eficaces que debieran serlo.
tagonismos. El socialismo no puede excluir de su
seno a todas las clases que son útiles a la sociedad. No tenemos influencias decisivas en las or-
[…] Hay actualmente en el partido muchas catego- ganizaciones obreras en su acción de con-
rías de hombres: proletarios, profesionales, literatos, junto, porque se ha pregonado siempre la
técnicos, periodistas, hombres de ciencias, etc. ¿Va-
mos a decir que no es el nuestro un movimiento so- prescindencia de la acción política en la di-
cialista porque hay, además de los proletarios, otros rección gremial y porque las organizacio-
hombres de trabajo? nes obreras también han sido prescindentes
21 La Vanguardia, 28 de mayo de 1934, citado. de la acción política cuando ésta es la fun-

249
damental. Sin el predominio político las de- guna manera, podría pensarse que las variacio-
más conquistas obreras no pasarán de ser nes en torno de este tópico son uno de los ele-
una simple cataplasma para sus males. El mentos clave para comprender la trayectoria
movimiento socialista necesita de la fuerza del socialismo en la década estudiada, conside-
de las organizaciones obreras, como las or- rando tanto su dirigencia, como las minorías
ganizaciones obreras necesitan del movi- luego disidentes y el espectro que ampliamen-
miento socialista, para completar la acción
te llamamos “pensamiento socialista” y que no
de supremacía para la conquista definitiva
de sus derechos y lograr la realización de
formaba parte de la organización.
transformar el mundo en un orden social Punto histórico de conflictos en el interior
nuevo por la socialización definitiva.22 del PS,24 la discusión acerca de la convenien-
cia o no de llevar adelante una política de
Y afirma en 1934: cooperación con otras fuerzas se despliega
en la década de 1930 en dos coyunturas cla-
No obstante el anhelo ferviente de un cam- ves al promediar 1931, con la conformación
bio de táctica y los pronósticos formula- de la Alianza Civil junto con el Partido De-
dos, el congreso se ha celebrado con pocas mócrata Progresista, y a comienzos de 1936
variantes de los anteriores, por más que sus con el llamamiento a la construcción de un
sesiones han sido agitadas y las tendencias Frente Popular con el resto de las “fuerzas
de derecha e izquierda se hayan perfilado
democráticas”.
con matices más definidos que en los rea-
En septiembre de 1931, el socialismo selló
lizados en los últimos años. Sin embargo
no ha primado en ese congreso ninguno de una alianza electoral con el Partido Demócra-
los extremos. Ni uno ni otro se pronuncia- ta Progresista al proclamar la fórmula presi-
ron por un cambio absoluto, en tanto que el dencial Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto
grueso del Partido, con acentuada tenden- para las elecciones de noviembre de ese año,
cia de centro izquierda positivista, coloca- en las que resultaría vencedor –con interven-
da entre los dos extremos, determinó la ex- ción del fraude– el general Agustín P. Justo.25
presión real y más conveniente para Por primera vez en su historia el socialismo
afrontar la situación actual, de acuerdo con abandonaba su política de no cooperación
las posibilidades con que se cuentan y las con otras fuerzas y lo hacía con un partido si-
fuerzas que se tienen. […]. El Congreso ha
revelado la potencialidad del partido, su
poderosa organización, pero de ninguna 24 En el Congreso fundacional de 1896, donde triunfa la

manera arroja otro balance que el de un opción ‘intransigente’ en relación con la colaboración
congreso más que ha servido para eviden- con otras fuerzas, Juan B. Justo se enfrenta con el gru-
po liderado por José Ingenieros y Leopoldo Lugones a
ciar otra vez que el movimiento socialista propósito de esta cuestión, y resulta derrotado. Cf. Por-
es la más alta expresión de las organizacio- tantiero, Juan Carlos, Juan B. Justo. Un fundador de la
nes sociales y políticas del país.23 Argentina moderna, Buenos Aires, FCE, 1999, p. 24.
25 Los resultados finales de la elección otorgaron 234
electores a la fórmula conservadora Justo-Roca y 124 a
Distinto es el lugar de las discusiones sobre la la fórmula De la Torre-Repetto. La alianza demócrata-
política de coaliciones, que experimenta cam- socialista obtuvo el 31,7% de los votos en el nivel nacio-
bios sustantivos a lo largo de la década. De al- nal; el 51,2% en la Capital Federal y el 48,1% en Santa
Fe –distritos en los cuales se impuso– y logró constituir-
se en primera minoría en la provincia de Buenos Aires,
con el 32,1% de los sufragios. En cuanto a la represen-
22 Antonio Zamora, “Al margen de una encuesta”, en tación parlamentaria del Partido Socialista, a partir de
Claridad, No. 264, abril de 1933. estas elecciones, éste logró 43 bancas en la Cámara de
23 Antonio Zamora, “Al margen del Congreso socialis- Diputados y 2 en la de Senadores. Cf. Cantón (1973),
ta de Santa Fe”, en Claridad, No. 277, mayo de 1934. pp. 119-121 y 269-271, y Godio (1989), pp. 34-42.

250
tuado claramente por fuera del espectro de la radicales y comunistas.27 Pero la iniciativa,
izquierda. lejos de provocar el rechazo de la militancia
Si bien el Comité Ejecutivo Nacional del PS socialista, es recogida con entusiasmo, y la
había refrendado su decisión de cooperar con participación de afiliados y militantes del PS
el PDP en un Congreso Extraordinario,26 no to- en el acto es multitudinaria. No han cambiado
do el partido recibía con el mismo júbilo la de- los actores; éstos siguen siendo los mismos y
cisión de cooperar con una fuerza tan lejana –aún más– el espectro de la convocatoria se
ideológicamente de los principios del partido. ha extendido hasta un punto imposible de
La dirigencia del partido, y quienes la imaginar cinco años atrás, abarcando inclusive
acompañaban apoyando la coalición con los al radicalismo. Son los parámetros de la dis-
demoprogresistas, defendían la iniciativa cusión política los que han cambiado. Lenta-
apelando a dos argumentos diferentes, pero mente, de manera casi inadvertida, el trasfon-
vinculados entre sí. El primero y principal, la do de la política nacional ha ido variando, y
necesidad de hacer frente a las fuerzas “re- mucho más lo ha hecho el contexto interna-
presentantes del pasado” que volvían a cer- cional. El fascismo se consolida en Europa y
nirse sobre la república. El segundo, la ur- la amenaza de una segunda gran guerra pare-
gencia de oponer los valores de la civilidad y ce inevitable; sólo la unidad de las fuerzas
el republicanismo de cara al frente militarista democráticas se muestra como una opción
y corporativo instalado en el poder en sep- viable frente a la reacción. El Frente Popu-
tiembre de 1930. lar28 es el nuevo tamiz por el que pasará el
Pero para una parte importante de la mili- problema de las alianzas con otras fuerzas
tancia, sin embargo, la colaboración con el políticas. La discusión, en realidad, ya no es
PDP no podía ser más que un nuevo indicio la de las ventajas y desventajas de la coope-
del excesivo colaboracionismo de la cúpula ración con otras organizaciones, sino la de las
del partido con las fuerzas de la burguesía, vías posibles para hacer frente al avance del
hecho que sólo contribuía al alejamiento de fascismo, en la Argentina y en el mundo.
los verdaderos objetivos del socialismo. Las reivindicaciones que unían a la hetero-
Pese a la adscripción de la dirección de Cla- génea coalición que organizó el acto en mayo
ridad a la iniciativa de colaboración, durante la de 1936 se resumen en la misiva con que se
segunda mitad de 1931 la revista fue eco de las abría la manifestación: “¡Por la paz, por la li-
voces que señalaban su oposición a la Alianza bertad, por la Justicia Social!”. Sin embargo,
Civil. Más aún, las consecuencias de aquella el tópico que recurrentemente se destaca en
acción electoral y las críticas a la misma toda- los discursos no es el de los peligros de la gue-
vía se señalaban en 1933, en ocasión de la ya rra, sino el de la relevancia de la cooperación
comentada Encuesta sobre la Táctica. entre “fuerzas democráticas”. Una confluencia
Distinta es la situación en 1936. Ese año, que de todos modos no ocultaba dificultades
el 1º de mayo encuentra reunidos en un gran
acto público a socialistas, demoprogresistas,
27 La convocatoria había partido de la recientemente re-
constituida CGT, controlada por los socialistas y encabe-
zada por el diputado por el PS Francisco Pérez Leirós y
26 Se trata del VI Congreso Extraordinario del PS, reali- el dirigente ferroviario José Doménech.
zado en la Casa del Pueblo de la Capital durante los días 28 La política de Frentes Populares fue impulsada por la
30 y 31 de agosto de 1931. Para un análisis de los de- Internacional Comunista a partir de su VII Congreso,
bates internos del PS en torno de la conformación de la realizado en agosto de 1935, y las experiencias de los
Alianza Civil, cf. Fernández Irusta, Pablo, “El partido frentes populares español y francés de 1936 fueron los
socialista y la Alianza Civil de 1931”, 2001, mimeo. casos más resonantes de dicha política.

251
y rispideces. Así se desprende de las palabras “de las libertades políticas y civiles del pue-
que pronuncia Enrique Dickman: blo argentino, de la integridad de la ley Sáenz
Peña y de las instituciones democráticas que
En defensa de la constitución, de las insti- consagra la constitución”. En dicho frente
tuciones democráticas y de las libertades participarían “todas las fuerzas democráticas
populares, estamos los socialistas, dispues- y obreras, sindicales y políticas, sin mengua
tos a hablar junto a las otras fuerzas de-
de su respectiva organización autónoma y
mocráticas y libres, con la decisión y ener-
con los fines propios de cada una de ellas”.32
gía que tal defensa exige y en los terrenos
que sean necesarios y eficaces. […] El vie- A lo largo de ese año, Claridad se sumará
jo y glorioso Partido Socialista acepta aho- con entusiasmo a la campaña favorable a la
ra colaborar con las fuerzas obreras y de- formación del Frente Popular, y lo hará ade-
mocráticas con absoluta lealtad, con gran más haciendo lugar en sus páginas a repre-
diginidad y con total inteligencia en los co- sentantes de las distintas corrientes involu-
munes propósitos de defender la libertad, la cradas en la convocatoria.33 En abril de 1936,
democracia y la justicia. Y exige la misma Zamora inaugura el número 300 de la revista,
inteligencia de sus actuales y futuros alia- dedicado casi íntegramente al tema, con un
dos en tan grande y noble tarea.29 editorial en el cual el frente popular constitu-
ye el “perfil de una gran esperanza redentora
Sin embargo, pese a estas y otras prevencio- que ha empezado a iluminar las concien-
nes,30 el XXIII Congreso socialista de junio de cias”.34 En dicha edición se sucederán las
1936 encomendará al Comité Ejecutivo la contribuciones que, de un modo u otro, abo-
implementación de una política encaminada narán la misma confianza en la confluencia
a la formación de un “Frente Popular Demo- con el resto de las organizaciones democráti-
crático”31 para la defensa, entre otros puntos, cas en la lucha contra la reacción. Después

29 Cf. La Vanguardia, 3 de mayo de 1936, p. 3 (las cur-


sivas son nuestras). bros de dicha comisión Enrique Dickman y Mario Bravo
30 Son muchos los socialistas que se muestran recelosos
por el CEN; Silvio Ruggeri y Américo Ghioldi por el
frente a la política comunista de frentes populares. Para Grupo Parlamentario; José E. Rozas por el Consejo Na-
ellos, la colaboración con quienes apenas unos años an- cional y los delegados Adolfo Dickman, Jacinto Oddone,
tes los acusaban de “socialtraidores” y “puntales de los José Bogliolo, Alejandro Hermida, Aristóbulo Martínez,
gobiernos burgueses” debe ser tomada –como mínimo– Agustín L. Caraballo, Antonio Zamora, Felipe Aguado,
con abundantes recaudos. Ésta es la opinión de Rómu- R. Spinelli y Luis Satulosky. Sólo firma el despacho en
lo Bogliolo, quien en ocasión del acto del 1º de mayo de disidencia el diputado Ghioldi. De todas maneras, pese
1936 afirma en La Vanguardia: a la existencia de un único despacho de la comisión, las
Y si los propósitos enunciados son sinceros, si la deliberaciones de la misma no están exentas de debates.
táctica es la misma, si las tareas se cumplen en un En este caso, se trata del que enfrenta a Benito Marianet-
mismo plano, entonces, naturalmente, por lógica ti –presidente del Congreso– con Adolfo Dickman, sobre
gravitación, la fuerza mayor, vale decir, la organiza- el carácter del frente y el alcance de sus objetivos. Cf. La
ción socialista, absorberá a los distintos grupos del Vanguardia, 30 de junio de 1936, p. 1.
antiguo núcleo disidente. […] Y como condición 32 Cf. La Vanguardia, 1 de julio de 1936, p. 1.
primordial la independencia del movimiento socia- 33 En este sentido es de destacar la publicación, a fina-
lista debe seguir manteniéndose, para poder actuar y les de 1936, de un debate entre Liborio Justo y Rodolfo
apreciar los asuntos internos de cada país con el cri- Puiggrós a propósito de la política comunista de frentes
terio propio de cada agrupación nacional. Otra de- populares. Cf. Liborio Justo, “Carta abierta a los cama-
terminación sería suicida, pues las consecuencias radas comunistas (a propósito del Frente Popular)”, en
flotan en el ambiente” (La Vanguardia, 1 de mayo
Claridad, No. 306-307, octubre-noviembre de 1936, y
de 1936, suplemento especial 1º de mayo, p. 6)
Rodolfo Puiggrós, “Respuesta a una epístola de Liborio
31 La Comisión Especial sobre Asuntos Políticos del XXI- Justo”, Claridad, No. 308, diciembre de 1936.
II Congreso elabora un solo despacho en el que se aprue- 34 Antonio Zamora, “El perfil de una esperanza”, Clari-
ba la política de frente popular democrático. Son miem- dad, No. 300, abril de 1936.

252
del acto del 1º de mayo, el tema continuará puede constituir sin duda un obstáculo, pero
presente en la publicación, fundamentalmente también un desafío. Si la existencia de ten-
en los textos de su director, quien afirmará: dencias contradictorias y la convivencia de
elementos pertenecientes a signos y épocas
La comunión de las fuerzas democráticas diferentes puede implicar, por un lado, una
constituye, en esta hora de arrebato reac- particular dificultad para identificar la natura-
cionario, el único medio eficaz para salvar leza de los procesos en curso, por otra parte
las instituciones civiles y asegurar el ejer- esta misma característica puede convertirse
cicio de las libertades públicas. […] Co- en la clave de lectura de un momento comple-
rresponde a las fuerzas populares manco-
jo, cuya comprensión no debería agotarse en
munar sus energías para dar a la próxima
la cristalización a que posteriormente aquellas
contienda presidencial el carácter de una
cruzada libertadora.35 transformaciones dieron lugar.
De este modo, así como la década de 1930
Así, la revista cerraba filas con una iniciativa adquiere otros matices y otras valoraciones si
que ponía por delante de cualquier otro objeti- se presta atención particular a los diferentes
vo el del enfrentamiento con las fuerzas de la procesos que la atravesaron, sin reducirlos a
reacción conservadora, en un movimiento que las mutaciones que se consolidaron en la dé-
incluía tanto al resto de la izquierda como al cada de 1940, de la misma manera los con-
conjunto de las consideradas “fuerzas demo- flictos, los debates y las transformaciones del
cráticas”. De este modo, no sólo se dejaban socialismo argentino durante aquellos años
atrás las objeciones que en 1931 se habían des- pueden ser evaluados de otro modo si no se
plegado frente a la constitución de la Alianza los explora con las lentes de su fracaso poste-
Civil, sino que se daba un paso más respecto rior frente al peronismo.
del modelo del “Frente Único Proletario” que Durante años las ciencias sociales hablaron
aun a contracorriente de la dirigencia socialis- de un socialismo anquilosado, completamen-
ta la revista había reclamado en 1934.36 te perplejo e inmóvil frente a los cambios que
atravesaban a la sociedad argentina en la dé-
cada de 1930, lo cual se constituyó en la ex-
Conclusiones plicación por excelencia para la derrota de
aquél frente al peronismo en el terreno de las
Según una afirmación ya clásica, los momen- clases populares. Este argumento, que en sín-
tos de crisis se definen como aquellos en los tesis plantea la creación gradual de un cierto
cuales mientras “lo viejo no termina de morir, hiato entre los actores políticos y la realidad,37
lo nuevo no termina de nacer”. Para quienes es enunciado de diferentes maneras según los
pretenden explorar las transformaciones que en autores, pero siempre con el mismo desenla-
dichos períodos tienen lugar, y la posición de ce: el desencuentro entre el socialismo y su
los actores sociales frente a ellas, aquel rasgo supuesta base social, la clase obrera, a partir
del ascenso del peronismo.
Sin embargo, pese a esta seguridad en los
35 Antonio Zamora, “Significación histórica del home-
diagnósticos, son muy pocas las investigacio-
naje popular al presidente Sáenz Peña”, Claridad, No.
nes que se dedicaron a analizar la manera en
304, agosto de 1936. que el socialismo argentino enfrentó ese mo-
36 Cf. al respecto las colaboraciones de Emanuel Suda
(No. 273, enero de 1934); Antonio Zamora y Antonio
Marcellino (No. 274-275, febrero-marzo de 1934) y
Francisco Gianfrini (No. 277, mayo de 1934). 37 Cf. Forster en La Ciudad Futura, No. 4, 1987.

253
mento signado por la crisis capitalista y las que se pueda hablar de posiciones invariantes
tensiones entre la política oligárquica y la a lo largo del período.
emergencia de una sociedad de masas. En es- Esto puede verse a lo largo de los cinco ejes
te trabajo nos propusimos justamente explo- de discusión presentados en este trabajo. El
rar qué reflexiones, diagnósticos y debates llamado “debate sobre la táctica” de 1932-
habían atravesado al pensamiento socialista a 1933 marca sin duda la línea divisoria más
lo largo de la década de 1930, intentando de clara entre la izquierda y la derecha del Parti-
alguna manera reflexionar sobre la justeza de do Socialista, la cual seguirá vigente en oca-
ese modelo de perplejidad e incomprensión sión de los congresos de 1934 y 1935 y en los
frente a las transformaciones en curso, que conflictos que llevarán finalmente a la esci-
tantas veces fue sostenido. sión de 1937. Tal como esto es planteado por
Del análisis de las discusiones sostenidas la Federación Socialista de Mendoza en 1932,
en Claridad a lo largo de la década se despren- el ala izquierda o revolucionaria se construiría
de que, más allá de la efectividad de las diver- sobre la coincidencia en la reafirmación del
sas acciones encaradas por el socialismo, no es Programa Máximo del PS, la condena de la co-
la idea de parálisis la que mejor caracteriza sus laboración con fuerzas burguesas (tanto en el
actitudes a lo largo del período. Más bien, la plano electoral como en el seno del Parlamen-
década de 1930 resultó un período de extre- to) y el fin de la prescindencia gremial. Sin
mada movilidad, de fuerte debate ideológico, embargo, salvo el núcleo más próximo a B.
conflictos internos e innovación política. Marianetti, quienes apoyan la moción de los
Si bien a lo largo de la década el Grupo Par- mendocinos en 1933 no necesariamente ha-
lamentario del PS fue consolidando su liderazgo bían coincidido con sus reclamos anterior-
dentro de la organización, esto no se logró sin mente –en ocasión de la conformación de la
conflictos ni eliminó por completo la influencia Alianza Civil, por ejemplo– ni apoyarán sus
que los sectores opositores pudieran tener den- iniciativas con igual virulencia en el futuro
tro del partido y fuera de él, en el espacio inte- –como puede verse en el Congreso Ordinario
lectual de las izquierdas. Efectivamente, lo que de 1934–. Un ejemplo paradigmático de esta
resulta difícil afirmar en este período es la exis- flexibilidad en las posiciones político-ideoló-
tencia de una organización sólidamente agluti- gicas es el del director de Claridad, Antonio
nada tras el liderazgo de sus figuras principa- Zamora. Amigo personal de buena parte de la
les, aun admitiendo que el poder de ellas fue dirigencia del PS y al mismo tiempo principal
indudablemente en ascenso. acicate del llamado a un Congreso Extraordi-
Ahora bien, la presencia de grupos enfren- nario en 1933, apoya inequívocamente la cam-
tados con la conducción partidaria no es la paña de la Alianza Civil en 1931 y se muestra
única prueba de la “vitalidad” organizativa e distante del conflicto sostenido entre los dele-
ideológica del socialismo. Aún más importan- gados mendocinos y el grupo parlamentario
te es el hecho de que durante la década de en 1934. Del mismo modo, apenas meses des-
1930 no resulta sencillo identificar bloques pués de saludar entusiastamente la construc-
ideológicamente diferenciados o corrientes in- ción de un Frente Popular que emule al espa-
ternas con cierta identidad y permanencia. Ex- ñol de 1936, no duda en celebrar la visita de F.
ceptuando el caso del grupo liderado por Ma- D. Roosevelt a la Argentina en ocasión de la
rianetti, que más adelante formará el Partido Conferencia Panamericana por la Paz.
Socialista Obrero, los sucesivos debates mues- De esta manera, a partir de la lectura de
tran participantes situados sucesivamente a Claridad, resulta difícil suscribir la imagen
uno y otro lado de la contienda política, sin de un socialismo relativamente desconcerta-

254
do y atravesado exclusivamente por el cliva- en este momento no son más que los extre-
je entre una izquierda revolucionaria y una mos visibles de una sociedad convulsionada.
conducción reformista. Más bien, la situación Por último, cabe interrogarse sobre si esta
de la organización y del círculo intelectual situación, que hoy describimos como imagen
que la rodeaba en la primera parte de la déca- del socialismo argentino en la década de 1930,
da de 1930 es la de un colectivo enfrentado a no es en realidad la que corresponde a todo un
un momento de profundas –y en muchos ca- período que, dentro y fuera del espectro de la
sos rápidas– transformaciones, en el cual son izquierda y tanto en el país como en el nivel
desafiados no sólo la realidad, sino funda- internacional, estuvo signado, en sentido am-
mentalmente los instrumentos con los cuales plio, por la redefinición de un modelo de so-
se la interpretaba. Así, conviven en un mismo ciedad. Redefinición que no sólo cambió las
universo ideológico y político tradiciones y respuestas, sino que fundamentalmente obligó
lecturas diferentes que, si pocos años más a que los actores, más tarde o más temprano,
tarde serán pensadas como irreconciliables, supieran cambiar sus preguntas. o

255
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moderna, Buenos Aires, Hyspamérica.
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256
De Acción Argentina
a la Unión Democrática
El civismo antifascista como prédica política y estrategia
partidaria del Socialismo Argentino (1940-1946)
Andrés Bisso

CISH / UNLP

En el presente trabajo se analizarán la recep- zarse con la defensa de la democracia y el re-


ción, usos y difusión del civismo antifascista pudio del fraude electoral.1
como prédica política del Partido Socialista En dicho período, la utilización de la pré-
durante la primera mitad de la década de 1940. dica antifascista tendrá, no sólo un eficaz po-
Asimismo, será considerado el peso que di- der de oposición al fraude conservador, sino
cha prédica tuvo en la estrategia partidaria también un tentador efecto movilizador para
del socialismo argentino y se rastrearán sus las fuerzas democráticas, desgastadas ellas
consecuencias en la construcción de alianzas mismas por su participación en el esquema
políticas y electorales encaradas por dicho fraudulento.2 Así, ante cierta imposibilidad
partido en este período, impactado particular- de encarnarse en un idealismo local, que po-
mente por la resonancias que la Segunda seyera una comprobada capacidad de movili-
Guerra Mundial producía en el país. zación ciudadana, la apelación antifascista
funcionará como plausible mito de moviliza-
ción interna en el campo socialista y liberal
Introducción democrático.3

El comienzo del uso de la apelación antifas-


cista argentina por parte del Partido Socialis- 1 Para un rastreo de la evolución de la apelación antifas-
ta es, indudablemente, anterior al período que cista argentina, véase Andrés Bisso, “¿Batir al nazipero-
nos ocupa directamente en esta ponencia. nismo? El desarrollo de la apelación antifascista argen-
tina y su recepción en la práctica política de la Unión
Desarrollada lentamente, a partir de conexio- Democrática”, Tesis de Licenciatura, UNLP, 2000.
nes dadas entre la realidad política europea y 2 Ya que como señala Luis Alberto Romero, “quienes

la nacional, la eficacia de la apelación anti- debían enfrentar categóricamente al gobierno fraudu-


lento optaron por las transacciones, y contribuyeron a
fascista para combatir a enemigos internos un progresivo descreimiento ciudadano”, Breve historia
tendrá su bautismo de fuego a mediados de la contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, FCE,
década de 1930, especialmente a partir de la 1995, p. 117.
3 Para un análisis de la utilización de cuestiones relacio-
recepción a escala nacional del proyecto de nadas con la Segunda Guerra Mundial como motoriza-
Frentes Populares en 1935, y de la moviliza- doras de disputas internas, véase Leonardo Senkman,
ción en favor de la República Española entre “El nacionalismo y el campo liberal argentinos ante el
neutralismo: 1939-1943”, en Estudios Interdisciplina-
1936 y 1939, durante la cual dicha prédica rios de América Latina y el Caribe, vol. 6, No. 1, ene-
gozará de una especial popularidad, al enla- ro-junio de 1995, p. 23-49.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 257-264


Por otro lado, la apelación de carácter cívi- una desconexión paralela frente a los otros
co, que suponía la necesidad de nuclear a los partidos democráticos, especialmente frente al
sectores representativos de la sociedad en un radicalismo, al que se denunciará como cóm-
movimiento que tendiera al progreso y al desa- plice del conservadurismo en la permanencia
rrollo de la política democrática del país, tam- del fraude y como fuerza desnaturalizadora de
poco era desconocida para los socialistas. Sin la democracia argentina.7 La expresión más
embargo, su prédica había sido oscurecida por fuerte de la introspección partidaria de esos
su carácter meramente electoral, como en el momentos estará dada durante el 1º de mayo
caso de la Alianza Civil de 1931, o había sido de 1939, en el que los socialistas retomarán un
eclipsada por consideraciones negativas hacia discurso revolucionario y obrerista, en un tono
el Partido Socialista, al que se suponía rodeado que parecía olvidado.8
de un carácter antinacional, por parte de mu- El estallido de la guerra, en septiembre de
chos de los sectores con los que, al menos en 1939, detendrá paulatinamente ese corto pro-
teoría, esa unión cívica podía realizarse. Esto ceso de introspección partidaria. Con fuerza
llevaba a los socialistas, en mayo de 1939, a la- creciente en el transcurso del año 1940, fren-
mentarse por la suerte del “civismo argentino, te a los triunfos nazis en la guerra y la involu-
de inquieta tradición aunque no siempre clara, ción del proceso de normalización democráti-
que hoy yace postrado y abatido”.4 ca llevado a cabo por Ortiz, será retomada por
Finalizada la Guerra Civil Española y con los líderes socialistas la tentadora idea de ex-
la derrota republicana, el Partido Socialista presarse como la avanzada del progreso de-
Argentino, aunque sin dejar su ímpetu anti- mocrático, a través de la prédica cívica y anti-
fascista, con el que se denunciaba especial- fascista.9 Esta estrategia mostrará rápidamente
mente la complicidad del conservadurismo sus frutos, ya que el Partido Socialista comen-
argentino con el triunfo franquista,5 se reple-
gará internamente, combinando una estrate-
gia de recrudecimiento de los ataques al co- 7 En ese sentido, Nicolás Repetto señalaba que “el ad-
munismo a partir del pacto Hitler-Stalin,6 con venimiento del primer gobierno radical torció y desna-
turalizó [el] feliz comienzo de la democracia argentina”
y que existía “una similitud de método y falta de escrú-
pulos en las dos grandes fuerzas tradicionales de la po-
lítica argentina” . “Los males de la democracia argenti-
4 Isidoro Oliver, “Esperanza en el porvenir”, La Van- na”, Suplemento de La Vanguardia del 1º de mayo de
guardia, 1º de mayo de 1939, p. 22. 1939, p. 3.
5 Los principales acusados de profranquismo por el Parti- 8 Así, Nicolás Repetto dirá en el acto socialista del Día
do Socialista eran los conservadores bonaerenses, acau- del Trabajador: “El Primero de Mayo no es un día de
dillados por Manuel Fresco. Así, en La Vanguardia podrá fiesta, sino de afirmación y de esperanza […] Conviene
leerse, luego de la caída de Madrid: “Dos años debieron recordar su significado originario: reclamar la jornada
aguantarse los facciosos de este partido [el fresquismo, de ocho horas de trabajo y protestar contra el militaris-
A.B.] para exteriorizar bárbaramente su regocijo por la mo y la política agresiva de las naciones”, La Vanguar-
conquista de la heroica ciudad de Madrid”, La Vanguar- dia, 3 de mayo de 1939, p. 2.
dia, 29 de marzo de 1939, p. 8. 9 Ya en diciembre de 1939, los socialistas se presenta-
6 Para los socialistas, el pacto de no agresión entre Hitler
ban como el sector más desinteresado en la búsqueda
y Stalin pareció ser la confirmación final de la traición de de la unión civil frente al fraude, señalando que
los comunistas a los trabajadores. En la revista mensual
[…] los socialistas cumplen en todas partes su misión
del partido, poco después de producido el pacto: con un criterio objetivo y general. Por sobre cual-
[…] si durante veinte años el comunismo ha colabo- quier clase de consideraciones electorales o circuns-
rado eficazmente en la destrucción del movimiento tancias de comodidad personal o de conveniencias
obrero, del brazo casi siempre con la reacción, en es- de grupo, hacen valer siempre los altos móviles de
tos momentos acaba de asestar un golpe de muerte a bien público que animan su acción constructiva,
las últimas ilusiones de sus simpatizantes leales,
Revista socialista, año X, No. 115, diciembre de 1939,
Revista Socialista, año X, No. 112, agosto de 1939, p. 136. p. 473.

258
zará a descubrir las ventajas relativas que le antifascistas, despojado de cualquier interés
deparaba su prédica en favor de una acción cí- electoral o de beneficios partidarios.
vica que superase las diferencias partidarias. Al presentar la necesidad de la unión de
De esta manera, la unidad cívica y anti- los demócratas como una premisa dada por
fascista no sólo comportaba beneficios abso- la urgencia del momento bélico, que evitaba
lutos para los partidos democráticos en sus cualquier intento de espíritu sectario u opor-
intentos de ampliación y coordinación de sus tunista, los socialistas buscarán expresarse
esfuerzos de movilización frente al fraude, como la avanzada de un nuevo movimiento
sino que abría también una brecha de compe- que defendiera la independencia nacional y
tencia entre dichos partidos, produciendo ré- reavivara la llama cívica perdida por los vi-
ditos políticos relativos dentro de dicha uni- cios del fraude y el fascismo nativo.11
dad, para aquellas fuerzas que se presentaran
como las más eficaces y desinteresadas pro-
motoras de la lucha contra el fraude. El Partido Socialista, Ac­ción­Ar­gen­ti­na y
Por otro lado, desde el pacto Hitler-Stalin la la confluencia cívica, antifascista y liberal
exclusión de los comunistas de cualquier posi- durante los años del Pacto Hitler-Stalin
ble diálogo con las llamadas fuerzas democrá- (1939-1941)
ticas dotaba al Partido Socialista de un lugar
especialmente beneficioso en aquellas agrupa- Los paralelos que se cruzaban entre la políti-
ciones cívico-antifascistas de extracción libe- ca local y la realidad internacional fomenta-
ral-democrática, que como Acción Argentina ban el propósito de los diferentes grupos po-
procuraban alejar al país de las amenazas que líticos de utilizar los ideales de la Segunda
suponían tanto el extremismo nazi como el co- Guerra Mundial como mito de movilización
munista. De esta manera, el Partido Socialista interna.
podía presentarse como el ala izquierda de una Era la forma de encuadrar bajo una apela-
coalición democrática que no excluía, en prin- ción heroica y dramática una necesidad de
cipio, ni a los sectores del conservadurismo in- unión ante una realidad política local mucho
dispuestos con la estrategia de retorno al frau- menos vistosa y menos reductible a la polari-
de del vicepresidente Ramón S. Castillo, ni a zación de ideales, tan antagónicos en sus tér-
los antipersonalistas que continuaban apoyan- minos como lo era el binomio “democracia-
do al enfermo presidente Ortiz.10 dictadura”. De esa polarización se nutría la
La perspectiva de la Segunda Guerra agrupación Acción Argentina, que entre sus
Mundial, adepta a los posicionamientos anta- postulados tenía el siguiente axioma: “el que
gónicos de bloques, superará en gran medida no está con nosotros, está contra nosotros”.12
las dificultades previas que acarreaba el so- Como de ese nosotros estaba excluido, jun-
cialismo con sus compañeros demócratas, to con los fascistas, el Partido Comunista,13 el
haciendo más verosímil su pretensión de par- Partido Socialista logrará identificarse como
ticipar y promover grandes alianzas cívicas y
11 El diputado Juan Antonio Solari señalará que “en las
horas presentes del mundo y del país, la posición socia-
lista se destaca inconfundible, porque no admite equí-
10 Como señala Halperin Donghi, Acción Argentina se vocos”, La Vanguardia, 2 de octubre de 1941, p. 2.
había organizado “primero en torno a la búsqueda de 12 “Acción Argentina en marcha”, ¡Alerta!, año 1, No.
soluciones políticas mediante la adhesión de núcleos 4, 5 de noviembre de 1940, p. 6.
conservadores disidentes frente a la política de Casti- 13 Como lo expresaba la Junta Provincial de Acción Ar-
llo”. Tulio Halperin Donghi, Argentina en el callejón, gentina de Mendoza, en las filas de esta organización
Buenos Aires, Ariel, 1995, p. 134. no había otra “exclusión que la de nazistas, fascistas y

259
el más decidido promotor de la agrupación jugaba lo que pedía el socialismo a las agru-
Acción Argentina. De esta manera, en junio paciones multipartidarias de ese momento: ci-
de 1940, el Partido Socialista difundirá un vismo, antifascismo y oposición al fraude.
manifiesto a la opinión pública, mediante el Así, la forma de atraer la atención de los di-
que instaba a sus miembros y a la ciudadanía ferentes sectores ante los que se apelaba se
en general a: centraba en el carácter apartidario que busca-
ba desarrollarse en la agrupación, más allá de
[...] alistarse sin pérdida de tiempo en las la participación numerosa en sus filas de diri-
filas de Acción Argentina [ya que] no se gentes partidarios. Ricardo Pederzet, miembro
trata de un partido político, ni de una agru- del Comité Ejecutivo de Acción Argentina de
pación de índole parecida [sino] de un
Capital Federal, explicaba de la siguiente ma-
gran movimiento de opinión, netamente
nera la dinámica por la cual pensaba evitarse
argentino, que aspira a poner en actividad
a la Nación toda en defensa de sus institu- la primacía de alguna corriente partidaria o
ciones libres, su soberanía política y de su política en la agrupación al decir:
integridad territorial.14
No somos una fuerza política con fines
De hecho, Acción Argentina respondía al ide- electoralistas. Hay políticos enrolados en
al cívico y antinazifascista que los socialistas nuestra causa, porque nuestra causa es de
creían necesario incentivar en la República.15 interés público, pero están representadas
todas las tendencias y por estar todas, se
Y según lo recordaba Nicolás Repetto, la im-
neutralizan.17
portancia de Acción Argentina para los socia-
listas estribaba en lo que ellos consideraban
Sin embargo, y a pesar de esta pretendida di-
su calidad de “auténtico y espontáneo movi-
námica de neutralización ideológica, pueden
miento popular aparecido para combatir el
rastrearse en la práctica política de esta agru-
nazismo y la política reaccionaria del vicepre-
pación formas en que la prédica cívica y an-
sidente Castillo”.16 En esta referencia se con-
tifascista se entremezclaba con estrategias
partidarias específicas, en las que el socialis-
comunistas. Consecuencia lógica del repudio de los to- mo no permanecía aparte.
talitarismos de extrema derecha y de extrema izquierda.
Cualquier extremismo que llegare a infiltrarse subrepti- Para comenzar, el carácter de órgano repre-
ciamente, será radiado en forma expeditiva”, La Van- sentativo del civismo hacía que en las filas di-
guardia, 2 de septiembre de 1940, p. 6. rectivas de Acción Argentina participaran de
14 Repetto, Nicolás, Mi paso por la política. De Uriburu
a Perón, Buenos Aires, Salvador Rueda, 1957, p. 208. una manera más equitativa (de lo que una po-
15 En su manifiesto fundacional, Acción Argentina se- sible representación electoral supondría) per-
ñalaba claramente su apoyo a los aliados, señalando que sonas independientes y hombres del socialismo
[…] de las dos fuerzas que luchan en Europa sólo una frente a los del radicalismo, el partido político
es enemiga implacable de la libertad de los demás
pueblos, sólo una aspira a extender su dominio por claramente mayoritario en las urnas (al menos
todo el globo terrestre, sólo una reniega de todas las en unas supuestas urnas sin fraude).
normas que han hecho el progreso moral de la huma-
nidad, sólo una pretende destruir la civilización de Estos intentos de balance se veían aprove-
Occidente, a cuyo amparo hemos nacido y nos he- chados por la mayor disposición de los diri-
mos desarrollado como colectividad nacional.
gentes socialistas a participar de la campaña
Esta enemiga de la libertad era, indudablemente, Ale- de Acción Argentina en comparación con los
mania. Manifiesto fundacional de Acción Argentina lla-
mado “¡Argentinos!” y reproducido en La Vanguardia radicales, que, salvo en casos específicos, pa-
del 7 de junio de 1940.
16 Repetto, Nicolás, Mi paso por la política. De Uribu-
ru a Perón, cit., p. 224. Cursivas mías. 17 La Prensa, 2 de julio de 1940, p. 12.

260
recían más dispuestos a acompañar que a so- nes de índole similar. Así, La Vanguardia pu-
bresalir en la misma. La impresión que logra- blicaría una nota de la organización sionista-
ban dar los socialistas en movimientos cívi- socialista Poale Sión, en la que se acusaba al
cos y antifascistas era la de una verdadera Comité Contra el Racismo y el Antisemitismo
participación desinteresada, y esto podía ter- de seguir la “política bizantina del Kremlin” y
minar jugando a su favor en relación con de ser una “manifestación conciente o incons-
aquellos grupos cívicos movilizados que no ciente de quintacolumnismo”.19
pertenecían a ningún partido político. La estrategia del socialismo de excluir de
Junto con los intentos de lograr ventajas Acción Argentina a posibles competidores en
relativas dentro de la unidad cívica, convi- la izquierda también incluiría al Partido Socia-
vían las estrategias para direccionar dicha lista Obrero, escisión del socialismo, que tenía
unidad hacia objetivos en los que el partido su centro más importante en la provincia de
estaba particularmente interesado. Así, dentro Mendoza. Será precisamente sobre las filia-
de las premisas que buscaba subrayar el Par- les de Acción Argentina en esta provincia que
tido Socialista a través de sus miembros, en el periódico socialista La Vanguardia pondrá
cada acto de Acción Argentina, la más impor- un énfasis especial, especialmente cuando és-
tante era la que señalaba que no había lugar tas desmientan a las agrupaciones cívicas que
para aquellos que no creyeran en los ideales contenían una prédica antiimperialista, más a
democráticos y fundadores de la nacionalidad, tono con el discurso del socialismo obrero.
con los que el Partido Socialista comulgaba y De esta manera, La Vanguardia reproduci-
con los cuales se quería identificar especial- rá un comunicado de la Junta Provincial de
mente, en contraste con lo que se suponía el Mendoza de Acción Argentina, en la cual se
carácter extranjerizante del Partido Comunista respondía de manera negativa a la solicitud
y otros grupos de izquierda. de la Comisión Pro Neutralidad y Emancipa-
En esta perspectiva, se buscaba denunciar ción Económica Argentina que pedía la inte-
cualquier intento de penetración de elementos gración de las dos organizaciones en una úni-
comunistas en las filas de Acción Argentina, ca organización, en la cual se completaran los
ya que se consideraba que su antifascismo era fines cívicos de Acción Argentina, con reivin-
fingido y que en su credo antiimperialista, se dicaciones de índole social y económica. En
olvidaban “del imperialismo soviético que se la respuesta de Acción Argentina, se resalta-
ha comido la mitad de Finlandia, la mitad de ban las siguientes ideas que justificaban la
Polonia y la mitad de una parte de los Balca- negativa:
nes”.18
Bajo esta misma lógica, el Partido Socia- Los fines de “Acción Argentina” son,
lista atacaba a las agrupaciones cívicas que se pues, amplísimos. Aspira al perfecciona-
miento espiritual y material de la Nación
suponían dominadas por el Partido Comunis-
[…] Para cristalizar en hechos estas aspi-
ta. Para ello, no solían utilizar su palabra par-
raciones, “Acción Argentina” busca el cli-
tidaria, que podría verse condenada por inte- ma propicio, la base previa: un período de
resada, sino el testimonio de agrupaciones de tregua en la lucha política y en la lucha
espíritu cívico que denunciaban la infiltración económica, que permita aunar todos los
comunista que operaba en otras organizacio-
19 Reproducción en La Vanguardia del 14 de mayo de
18 Palabras de Américo Ghioldi en el Cabildo Abierto 1941 de la nota del secretario general de Poale Sión al
de Acción Argentina. Citadas en La Prensa, 24 de ma- presidente del Comité Contra el Racismo y el Antisemi-
yo de 1941, p. 11. tismo.

261
esfuerzos para realizar tan grande y no- que podía expresarse, cuando era necesario,
ble tarea. Por ello, “Acción Argentina” ha en los términos combativos y provocadores
hecho un llamado abierto a todos los ha- que el socialismo argentino había sabido de-
bitantes de la Provincia: de arriba a abajo sarrollar en su experiencia de medio siglo.
y de izquierda a derecha. Resultaría así
inoficiosa y redundante la aceptación de
un entendimiento para un trabajo en co-
Los socialistas y el proyecto de “unión
mún, que importaría la existencia de una
diarquía perturbadora en la dirección del
Democrática” como problemática forma
movimiento […] es mucho más lógica y de traducción del civismo antifascista al
deseable la incorporación lisa y llana de plano electoral (1941-1946)
los adherentes de esa entidad, en forma
individual a Acción Argentina.20 El 22 de junio de 1941, las tropas nazis inva-
dirán la Unión Soviética, transformando la
Aunque extenso, el párrafo citado resulta, a posición del Partido Comunista argentino, no
nuestro entender, particularmente sintomático sólo con respecto a la guerra, sino también en
y revelador de la existencia de silenciadas dis- relación con la política interna. Así, los co-
putas en torno de los intentos de unidad cívica munistas quedarán incorporados, no sin rispi-
y antifascista que recorren el período de la Se- deces, como compañeros en la cruzada cívica
gunda Guerra Mundial en la Argentina. La sen- y antifascista que intentaban llevar a cabo los
sación que surge de la lectura de esta respuesta partidos democráticos.21
es la de la imposibilidad de lograr, como ansia- La pretendida unidad, sin embargo, no se-
ban los militantes de Acción Argentina, que en rá fácil de llevar a cabo. Los años de distan-
el seno de una agrupación abierta a todos, las ciamiento y la acumulación de rencores, ha-
tendencias políticas se neutralizaran. rán que las agrupaciones del antifascismo
Dicha imposibilidad de neutralización democrático como Acción Argentina tarden
abría grietas en la llamada unidad cívico-anti- en reconciliarse con aquéllas de tendencia co-
fascista, pero también producía efectos políti- munista como la AIAPE (Agrupación de Inte-
cos para aquellos partidos que, como el Socia- lectuales, Artistas, Periodistas y Escritores).22
lista, se habían colocado de manera ventajosa
en dicha coalición. Habiendo aceptado la con-
21 Como contraprestación de esta actitud, Victorio Co-
dición de tregua económica, el socialismo po-
dovilla, líder del comunismo, podía congratularse en
día ampliar su capacidad de convocatoria en 1941 al comprobar que “La Vanguardia (con excepción
grupos que antes le estaban dificultados. de algún francotirador) no sólo defiende a la URSS […]
La presencia del socialismo en una agrupa- sino que asume, de más en más, la defensa debida a los
comunistas víctimas de las persecuciones policiales”,
ción como Acción Argentina, que pedía tre- Victorio Codovilla, La Unión Nacional es la victoria,
gua económica y política, lo dotaba de respe- Buenos Aires, Problemas, 1943, p. 22.
22 En ese sentido, continuarían las restricciones existentes
tabilidad en el campo cívico y lo incorporaba
para pertenecer a esos dos grupos a la vez. Así, los proble-
definitivamente como una fuerza nacional, mas entre las agrupaciones atacaban el principio de pleno
sin dejar de proveerle, por otro lado, la flexi- inclusionismo que intentaba portar el civismo. Recién en
bilidad de una apelación como la antifascista, el año 1942, cambiarán las relaciones entre estas dos
agrupaciones, y finalmente, el secretario general de Ac-
que tenía un amplio nivel de convocatoria y ción Argentina irá a un homenaje organizado por AIAPE en
honor de Emilio Troise, rompiendo el aislamiento mutuo.
Véase James Cane, “Unity for the defense of Culture: the
AIAPE and the Cultural Politics or Argentine Antifascism,
20 La Vanguardia, 2 de septiembre de 1940, p. 6. Cursi- 1935-1943”, Hispanic American Historical Review, vol.
vas mías. 77, No. 3, agosto de 1997, pp. 443-482.

262
Pero más allá de los distanciamientos en- conversaciones electorales era tan fuerte, que
tre las agrupaciones cívicas, la entrada del los socialistas retomarán, durante el año 1943,
Partido Comunista a la confluencia antifas- el apelativo “comunazi” que solían usar con
cista se dará paralelamente, sobre todo a par- profusión en la época del pacto Hitler-Stalin
tir de 1942, con los intentos de transformar para separar al comunismo de la comunidad
dicha confluencia de carácter cívico, en un antifascista.25
proyecto electoral conjunto que lograra de- Luego del golpe de 1943, las conversacio-
rrotar al candidato concordancista en las nes electorales dejarán de tener sentido, sobre
elecciones de 1943, finalmente truncas por el todo cuando la ilusión de una normalización
golpe de Estado del 4 de junio de ese año. democrática se desvanezca y en diciembre se
Así, las disputas en latencia que podían prohiban los partidos políticos, y posterior-
producirse en Acción Argentina y que tendían mente, en enero de 1944, las agrupaciones an-
a silenciarse por las características no electo- tifascistas como Acción Argentina.
rales de la misma, serán expresadas de mane- Los años de 1944 y 1945 serán, bajo el sig-
ra muy fuerte en el proyecto de Unión Demo- no de la “Resistencia” frente al gobierno mi-
crática. Frente a este panorama, el Partido litar, los de apogeo de un discurso cívico-an-
Socialista intentará demostrar su rol de prin- tifascista en los sectores democráticos,
cipal motorizador de la unión electoral y de particularmente combativo y no dispuesto a
ser el único partido capaz de negociar con el ningún tipo de negociación. El fruto final de
radicalismo de igual a igual.23 esa creciente oposición hará que los demócra-
En este sentido, Acción Argentina apoyará tas, con el estímulo de la definitiva victoria
la estrategia del socialismo de presionar al ra- aliada, se presentaran dispuestos a derrotar a
dicalismo en una más decidida motorización Perón, de quien creían que “representa(ba) la
de la Unión Democrática, cuando ella misma resurrección en América del nazifascismo”.26
dirija al radicalismo, una nota en la que fusti- Para ello, los socialistas concebían una nueva
gaba a este partido por no aceptar una fórmula Unión Democrática que le hiciera frente y
extrapartidaria para dicha confluencia electoral que fuera concebida como “la significación
y lo instaba a que “la Convención Radical hi- trascendente de una milicia civilizadora y
ciera el sacrificio que espera la Patria, de rever aguerrida de la civilidad nacional”.27
su resolución a la designación del binomio que
sostendría en los comicios”.24
25 Uno de los más curiosos usos del “comunazismo” por
Paralelamente a esta presión sobre el radi-
parte de los socialistas puede verse en el soneto “La mu-
calismo, el Partido Socialista expresaba sus la comunazi” de Fray Hortiga, que presenta en tono hu-
ataque más duros contra los comunistas. La morístico el posicionamiento de los socialistas frente a los
diferentes partidos: “Para salvar al pueblo de la ‘mula’ /
necesidad de excluir al comunismo de las fue la Unión Democrática anunciada / la que por socialis-
tas proyectada / en estos días por el país circula // Pero del
comunismo audaz, la gula / por ciertos radicales alentada
/ con su acción deletérea y solapada / amenaza la idea de
23 Así, con respecto al proyecto de Unión Democrática, dejar nula // ¡Tengan mucho cuidado, radicales / con esos
el diputado socialista Américo Ghioldi señalará que comunazis desleales! / ¡Ojo con la canción confusionista
aunque “la idea no surgió como alianza de partidos pa- // que cantan sus sirenas desde ‘La Hora’! / Mala la ‘mu-
ra servir fines partidarios”, no se debía olvidar que “el la’ si es conservadora / también mala la ‘mula’ comunis-
Partido Socialista estructuró la idea; convenció ciuda- ta”, La Vanguardia, 12 de mayo de 1943, p. 4.
danos y partidos que al principio no creían en ella; creó 26 Palabras de Alberto Gerchunoff, reproducidas en La
el movimiento; le dio el nombre en el bautismo de Sa- Prensa, 9 de diciembre de 1945, p. 10.
ladillo; acaba de darle la plataforma o programa”, La 27 Juan Antonio Solari, “La jira triunfal es precursora de
Vanguardia, 9 de mayo de 1943, p. 1. la victoria”, Antinazi, año II, No. 49, 31 de enero de
24 La Vanguardia, 8 de mayo de 1943, p. 3. 1946, p. 1.

263
Para pesar de los socialistas, los años que elecciones presidenciales bajo la Unión De-
transcurrieron del gobierno militar, hacían mocrática, en la que, por otra parte, no habían
impensable que los comunistas quedaran ex- podido evitar que el radicalismo pusiera los
cluidos de esa coalición electoral, ya que dos términos (presidente y vice), sino también
ellos habían integrado en forma activa la de- en las elecciones legislativas y provinciales
nominada “Resistencia”, durante la cual, ade- en las que llevaban candidatos propios, en las
más, habían experimentado una notoria libe- que su desempeño fue particularmente negati-
ralización de su prédica. vo, quedando excluidos, por primera vez des-
Sin embargo, esto no imposibilitaba que de 1912, del Congreso Nacional.
frente a la llamada “Lista de la Unidad y la Re- Hacia 1946, la apelación antifascista había
sistencia” que en Capital Federal presentaban cumplido su edad útil, desgastada por el in-
demócrata-progresistas y comunistas, los so- tenso y constante uso al que había sido some-
cialistas replicaran duramente el uso de ese tida durante más de una década. Había gene-
nombre, diciendo que “nuestro partido ha sido rado en su último acto que los demócratas, y
la antorcha de la Resistencia. Es por defini- entre ellos especialmente los socialistas, con-
ción, el partido de la Resistencia Civil […] la fiaran demasiado en su esplendor, logrado en
resistencia fue y es nuestra bandera”,28 no du- difíciles situaciones de fraude, estado de sitio
dando en señalar que el Partido Socialista era y dictadura militar. Su poder de convocatoria
“el pulmón […] por el que ha respirado la ciu- bajo la forma del civismo parecía no poder
dadanía argentina”.29 Era hora, por lo tanto, de transformarse en una herramienta eficaz en la
recoger los frutos electorales de aquella movi- disputa electoral.
lización que fuera de las urnas, en los mítines A pesar de ello, los socialistas serán quie-
y en las calles, el socialismo había propulsado. nes con más fuerza, durante todo el gobierno
El resultado electoral del 24 de febrero de peronista, reivindiquen la tradición democrá-
1946 desmentiría las esperanzas de los socia- tica antifascista y continúen fieles a la inicial
listas de poder transformar el prestigioso cau- identificación que la Unión Democrática ha-
dal de movilización cívica en votos en las ur- bía labrado entre peronismo y fascismo. Ac-
nas. Habían sido derrotados no sólo en las titud que no parece haber ayudado mucho a
una buena performance electoral durante
esos años, pero que al menos les serviría pa-
ra poder colocarse durante la Revolución Li-
28
bertadora en una ventajosa situación, en ese
Palabras del candidato socialista Silivio L. Ruggieri,
La Prensa, 3 de febrero de 1946, p. 8. período rebosante (aunque –ay– efímero) de
29 Ibid. antifascismo liberal. o

264
Debates y rupturas
en los partidos Comunista y Socialista
durante el frondizismo
María Cristina Tortti

UNLP

I Dentro del desparejo campo de los estudios


sobre la nueva izquierda argentina, resulta
un lugar común aludir a su irrupción como un
tórico” alejamiento de los sectores populares,
en particular del peronismo.
De manera casi natural, ese malestar se
fenómeno engendrado por el Cordobazo y convirtió en crítica a los partidos Socialista y
propagado luego a la década de 1970. Y si Comunista (PS y PC), que si bien tenían esca-
bien es cierto que esta nueva izquierda alcan- so peso político-institucional, gozaban de
zó su máxima expansión a partir de la eclosión considerable prestigio en los sectores medios
social del ’69, y del crecimiento de la guerrilla e intelectuales. De modo que ellos sufrirán
durante la década siguiente, su presencia se primero el embate crítico, y luego el aleja-
venía manifestando sostenidamente a lo largo miento, de los sectores en proceso de radica-
de la década anterior. Como es sabido, una de lización que, en muchos casos, también era
las raíces de ese proceso se encuentra en el de “peronización”. En Peronismo y cultura
campo intelectual y cultural de la década de de izquierda, C. Altamirano (2001) identifica
1960, signado por el cruce entre tendencias las cuestiones que, a su juicio, habrían provo-
modernizantes e ideas de corte revolucionario cado la emergencia de la “situación revisio-
y en el que ocupó un lugar destacado el tema nista” respecto del peronismo y analiza los
del “compromiso” de los intelectuales, que, principales núcleos de resignificación que hi-
desde la simpatía por la “causa del pueblo”, cieron posible la articulación –discursiva, y
evolucionaría hacia formas de participación luego política– entre peronismo y socialismo.
política directa –incluyendo muchas veces un Desde el punto de vista que aquí se adop-
cierto desdén por la tarea propiamente intelec- ta, y porque entre nosotros estos procesos
tual–. La amplia recepción de temas del deba- trascendieron los límites de una “revuelta”
te teórico y político internacional se articuló puramente cultural para conectarse con pro-
con el entusiasmo despertado por la revolu- cesos sociales y políticos más amplios, pare-
ción cubana y otros procesos de liberación na- ce necesario identificar no sólo los términos
cional, y ambos con cuestiones nacionales del debate teórico sino, además, avanzar en la
que, como la del peronismo, permanecían irre- reconstrucción de los procesos mediante los
sueltas. O. Terán ha señalado (1991) que ese cuales las nuevas ideas se convirtieron en
recorrido intelectual y político fue acompaña- ideales, y éstos en proyectos políticos de cor-
do por un proceso de “autoculpabilización” te revolucionario. Pensamos que, en buena
por parte de los intelectuales, debido a su “his- medida, ello puede rastrearse en el surgi-

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 265-274


miento de numerosos grupos que durante los tantes el recuerdo de la Unión Democrática
años del “frondizismo” buscaron primero la se volvía insoportable y reclamaba una pro-
renovación de sus propios partidos, para lue- funda autocrítica, así como una rápida recti-
go protagonizar variadas experiencias de rup- ficación del rumbo político. Este proceso fue
tura. Dichos grupos, a su vez, actuaron como particularmente agudo en las filas socialistas
“eslabones” en un proceso que puede califi- en virtud de la actitud de colaboración asumi-
carse como de reorganización de las vanguar- da por su dirigencia frente al golpe de Estado
dias y que condujo a la temprana fragmenta- de 1955 y al papel cumplido por muchos so-
ción –casi estallido– del Socialismo y a la cialistas –y sus “gremios democráticos”– en
irreversible erosión del prestigio del PC –has- el hostigamiento al mayoritario sindicalismo
ta que sobrevino la gran ruptura de los años peronista, fuertemente reprimido por los go-
1967-1968–. Aunque de vida generalmente biernos militares (Cavarozzi, 1979; James,
efímera, esas experiencias permiten apreciar 1990; Godio, 1991). A mediados de 1958, ese
la emergencia de “puntos de ruptura” en las malestar estalló durante el Congreso realiza-
certezas de la izquierda que, a la vez, opera- do en Rosario que culminó con la división
rían como “puentes” con otras tradiciones po- del Partido en “Democrático” (PSD) y “Ar-
líticas –también en proceso de radicalización– gentino” (PSA) –al que se integraron los sec-
y que ya no encontraban cauce natural en los tores juveniles y críticos y algunos dirigentes
respectivos partidos. Por otra parte, la manera “históricos”, tales como A. Palacios y A. Mo-
fluida en que en estos grupos circulaban ideas reau de Justo (Blanco, 2000)–.
y personas, así como el horizonte de las El PC, si bien se diferenció de esa actitud
apuestas políticas en las que cifraban expecta- cerrilmente antiperonista y llamó insistente-
tivas, muestran que por entonces, pese al co- mente al “trabajo unitario” en el movimien-
mún entusiasmo por la Revolución Cubana, to sindical –participando activamente en la
aún no se había consolidado la convicción de creación de la Comisión Intersindical y de
que había una sola “vía” al socialismo. las “62 Organizaciones”–, confiaba en que en
las nuevas condiciones políticas se produciría

II Después de 1955, las tensiones que re-


corrían a los partidos Socialista y Co-
munista se habían visto sensiblemente agra-
la “desperonización” de la clase obrera que,
entonces, afluiría a sus filas abriendo amplias
posibilidades para la creación de un “Frente
vadas cuando a los clásicos cuestionamientos Democrático Nacional” en el que ellos ten-
por su “histórico” fracaso, se agregó la evi- drían un importante papel.1
dencia de que no habría “desperonización” Sin embargo, a tres años de derrocado el
de la clase obrera sino que, por el contrario, peronismo, ni la colaboración de los socialis-
los trabajadores reafirmaban su identidad po- tas con los “libertadores”, ni la línea del “tra-
lítica en medio de un inusitado despliegue de bajo unitario” de los comunistas habían pro-
combatividad. Muchos pensaron entonces ducido en la clase obrera los frutos esperados
que había llegado el momento de producir un
encuentro que proporcionara nuevos cauces
políticos y organizativos a esa aguerrida ma- 1 Este “frente”, dentro del cual el PC debería tener hege-
sa a la que consideraban “en disponibilidad” monía, era el instrumento para la primera etapa de la re-
y en la que, a la vez, comenzaban a descubrir volución –antiimperialista y antioligárquica– que la Ar-
rasgos y potencialidades revolucionarias. gentina debía completar o recorrer debido al carácter
atrasado y dependiente de su economía. Véase, por
Si bien en toda la izquierda podían obser- ejemplo: R. Ghioldi, “El carácter de la revolución”, en
varse signos de malestar, para muchos mili- Escritos, t. 3, Buenos Aires, Anteo, 1976.

266
por sus impulsores. Cuando se produjo el lla- rialistas, la represión al movimiento obrero y
mado a las elecciones presidenciales que se el conflicto universitario le alienaron la sim-
realizarían en febrero de 1958, el PC propuso patía que había despertado en buena parte de
a todas las fuerzas políticas “populares y de- la opinión pública. Además, su alianza con el
mocráticas” la constitución de un “frente” so- peronismo comenzó a precarizarse a raíz de
bre la base de cinco puntos programáticos2 que mantuvo las prohibiciones que pesaban
que expresaban su tradicional línea para la sobre Perón y su partido. Hacia fines de
etapa “democrático-nacional”. Pero cuando 1958, la fórmula que había propuesto al país
fue evidente que dicho frente no se constitui- salir del atraso mediante el “desarrollo nacio-
ría, los comunistas, como gran parte de la nal” y la resolución del problema de la exclu-
opinión de izquierda –además del peronis- sión del peronismo ya mostraba su fracaso y
mo–, decidieron apoyar a A. Frondizi, candi- estaba claramente instalada la certeza de que
dato de la Unión Cívica Radical Intransigen- la “traición” de Frondizi era un dato irreversi-
te (UCRI), en virtud del perfil “antioligárquico ble. Entonces buena parte de los sectores pro-
y antiimperialista” de su propuesta, expresa- gresistas y de izquierda, al igual que el pero-
do en un programa que reflejaba el espíritu nismo, pasaron claramente a la oposición. En
de la histórica Declaración de Avellaneda3 las mismas filas de la UCRI se produjeron
que representaba, dentro del radicalismo, una fuertes disidencias que llevaron a algunos de
tradición “de izquierda democrática, nacio- sus políticos e intelectuales a denunciar abier-
nalista y socializante” . tamente la política gubernamental y a crear
Por su parte, el PS –aún unificado– concu- nuevos nucleamientos políticos que oscilaron
rrió presentando su propia fórmula “A. Pala- entre la reafirmación del ideario radical plas-
cios-C. Sánchez Viamonte”, si bien el pro- mado en el Programa de Avellaneda y la
yecto frondizista no dejaba de despertar adopción de posturas propias de la naciente
expectativas favorables en algunos de sus “nueva izquierda” .
sectores más jóvenes (Blanco, 2000). Pero la El PC, que también pasó a la oposición, no
sensación optimista que el triunfo de Frondi- consideró necesario revisar su línea política ni
zi había despertado se desvanecería rápida- rever las decisiones que en función de ella ha-
mente ya que, si bien el gobierno inicialmen- bía tomado. Por el contrario, reafirmó sus pos-
te tomó algunas medidas que parecían turas al explicar que la “traición” del gobierno
cumplir sus promesas electorales, a poco de al “programa progresista” se había debido a la
andar el abandono de las consignas antiimpe- “insuficiente presión” de los sectores popula-
res que, por haber permanecido “desunidos o
prisioneros de dirigencias vacilantes”, no ha-
2 Editorial “La gran tarea de la hora es derrotar al conti- bían logrado constituir el “Frente Democráti-
nuismo”, Nueva Era, No. 1, Buenos Aires, 1958. Esos co y Nacional” que el PC les había propuesto.
“5 puntos” habían sido aprobados por la Convención La dirección comunista se entusiasmaba
Nacional de 1957 y se referían a la defensa y explota-
ción de las riquezas naturales por parte del Estado, res-
con la combatividad demostrada por la clase
peto a las conquistas de los trabajadores, reforma agra- obrera –particularmente durante 1959 (Ja-
ria, restablecimiento de todos los derechos democráticos mes, 1990)– y exhortaba con insistencia a sus
y política exterior independiente. La mencionada revis-
ta era la publicación teórico-política del PCA.
militantes a la “unidad de acción” con el pe-
3 La Declaración de Avellaneda –abril de 1945– es con- ronismo, llamándolos a superar los resabios
siderada como el documento fundante del Movimiento de “sectarismo” antiperonista que impregna-
de Intransigencia y Renovación (MIR) que, dentro de la
UCR, se oponía a la incorporación del radicalismo a la
ban a muchos de ellos. A todas luces el PC,
Unión Democrática. como otras organizaciones de izquierda, se

267
esforzaba por conquistar a esa aguerrida ma- Así, la consigna del “Frente de los Trabaja-
sa de trabajadores a la que, desde el punto de dores” aprobada por el congreso partidario
vista político, consideraba como un “electora- realizado en diciembre de 1960 fue objeto de
do vacante”. Con vistas a lograr ese objetivo, dispares interpretaciones que se ligaban, a la
los comunistas profundizaron su acercamien- vez, con distintas propuestas en torno del tipo
to a los sectores combativos del peronismo y de organización que el Partido debía adoptar.
llamaron, junto con ellos, a votar en blanco Un reflejo de esas disputas, y del progresivo
en las elecciones legislativas del 27 de marzo avance de los sectores más radicales, pudo
de 1960, denunciando el carácter “fraudulen- verse en ese mismo congreso al producirse el
to” de unos comicios viciados por las pros- desplazamiento de A. M. de Justo de la direc-
cripciones, la vigencia del estado de sitio y ción de La Vanguardia, que pasa entonces a
del Plan Conintes.4 David Tieffenberg. Pero la franja renovadora,
Sin embargo, a algunos sectores de la iz- a su vez, también estaba signada por la hete-
quierda, la decepción con el frondizismo los rogeneidad, ya que en ella coexistían posicio-
llevaría mucho más allá y comenzarían a des- nes cercanas a la línea del PC con otras más
creer de las posibilidades de realizar la “revo- proclives a un audaz acercamiento con el pe-
lución democrática” –y de contar para ello ronismo, tal como lo muestran los debates re-
con sectores de la “burguesía nacional”–. Pa- producidos por la revista Situación.6 Final-
ra ellos, la traición al “programa nacional y mente, a mediados de 1961 se produjo la
popular” no hacía más que mostrar el error división del PSA en PSA-Secretaría Visconti y
insalvable de la línea del PC. Iniciaron enton- PSA-Secretaría Tieffenberg, en la cual se
ces un sostenido viraje hacia horizontes más agruparon los sectores más radicalizados y
radicales, alentados por el éxito de diversas que, un poco más adelante, conformarían el
experiencias revolucionarias –en particular la Partido Socialista Argentino de Vanguardia
cubana–, al tiempo que el PC comenzaba a ser (PSAV) –que, a su vez, volvería a fragmentar-
acusado de no ser un partido “verdaderamen- se en muy corto tiempo–.7
te revolucionario”, tal como lo muestra la en- En el PC, en cambio, el monolitismo de la
cuesta a dirigentes políticos realizada por C. organización y la férrea disciplina impuesta
Strasser.5 por su dirección, impidieron que el debate se
En las filas del Socialismo Argentino este manifestara abiertamente, y en consecuencia,
debate se manifestó tempranamente y de ma- la disidencia discurrió por canales subterrá-
nera abierta, como continuación casi natural de neos. La dirigencia partidaria, a la vez que
los conflictos que habían llevado a la división propiciaba el “trabajo unitario”, alertaba a sus
en 1958. Es que pese a haberse separado del militantes frente a las tendencias que reinter-
“ghioldismo”, el PSA era una fuerza heterogé-
nea, integrada tanto por grupos fuertemente ra-
dicalizados como por otros de orientación más 6 Esta revista se editó entre marzo de 1960 y septiem-
tradicional que convivían dificultosamente. bre de 1961; su comité de redacción estaba integrado
por L. Bergonzelli, Buenaventura Bueno, A. A. Laten-
dorf y A. Parrondo. En los primeros números se desta-
can las notas firmadas por P. Giussani, y en el último
4 Editorial “El balance de los resultados de las eleccio- número se registra la incorporación de E. Semán al co-
nes del 27 de marzo”, y F. Nadra, “La lucha electoral mité de redacción.
bajo el Plan Conintes”, Nueva Era, No. 3, Buenos Ai- 7 La fractura se precipitó cuando, ante el triunfo de la
res, abril de 1960. corriente de izquierda en las elecciones internas del
5 C. Strasser, Las izquierdas en el proceso argentino, PSA, el sector más tradicional desconoció los resultados
Buenos Aires, Palestra, 1959. y ocupó el local partidario.

268
pretaban al peronismo en clave revolucionaria Y si bien durante estos primeros años el PC
ya que, a su juicio, no debía confundirse el evitó la división, su rigidez doctrinaria y or-
“necesario acercamiento” con el abandono de ganizativa no pudo evitar que el disconfor-
la propia “línea independiente” ni con la su- mismo se tradujera en un apreciable desgra-
bordinación del Partido al “nacionalismo bur- namiento de su militancia más joven, tal
gués”. En tal sentido, buena parte de las notas como ocurriría más adelante –a partir de los
publicadas en el número 50 de Cuadernos de años 1962-1963– con los grupos de Pasado y
Cultura (CC), en diciembre de 1960, no deja- presente, La rosa blindada, “Vanguardia Re-
ban de alertar sobre los “errores de la llamada volucionaria” (Tortti, 1999; Kohan, 1999), o
izquierda nacional” –y de recordar episodios los que actuarían como “grupos de apoyo ur-
que años atrás habían involucrado a notorios bano” –o directamente se incorporaron– al
ex militantes, como R. Puiggrós y J. J. Real– Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), núcleo
y estigmatizar el “ultraizquierdismo” de gru- guerrillero instalado por J. R. Masetti en Sal-
pos trotskistas como Praxis, el “verbalismo ta, y directamente vinculado con la estrategia
revolucionario” de los ex frondizistas desen- continental del Che Guevara (Rot, 2000).
cantados o la “impaciencia” de la corriente de
izquierda que crecía dentro del PSA.8
Sin embargo, en ese mismo número de CC
es posible advertir una posición más abierta
III Pero antes de que las escisiones y di-
visiones se precipitaran, se desarrolló
un interesante intento de confluencia entre
hacia la “neoizquierda”. Es que en un sector comunistas y socialistas argentinos que im-
del comunismo, en particular en el “frente” pulsaron la edición de la revista Che. Esta
cultural y universitario orientado por Héctor empresa político-periodística surgió a fines
P. Agosti, se estaba más atento a los cambios de 1960 por iniciativa de un grupo de mili-
que se estaban produciendo, diferenciándose tantes de la izquierda del PSA cuya intención
de la actitud de cerrada condena y mostrando era la de “crear un área de acuerdos para los
mayor disposición a tender puentes hacia al- debates en la izquierda” y que, en palabras de
gunos de esos grupos –en particular los del A. A. Latendorf, se proponía “llegar al pro-
socialismo argentino– con el fin de capitali- gresismo” que, por entonces, incluía a “gran
zar la izquierdización que advertían se estaba parte de la juventud universitaria, de la inte-
produciendo en sectores de las capas medias lectualidad y los sectores más esclarecidos
y del peronismo.9 Así es como algunos gru- del sindicalismo”.10
pos, sin romper con el Partido, comenzaron a El grupo original estaba compuesto por Pa-
trazar planes destinados a producir en él una blo Giussani –su director– y otros socialistas
reorientación revolucionaria a la vez que en- entre los que se contaban Abel A. Latendorf,
traban en contacto con socialistas, trotskistas Manuel Dobarro, Julia Constenla o Elías Se-
y peronistas que, como ellos, se radicalizaban mán, además de algunos intelectuales inde-
ligados por el fervor pro-cubano. pendientes o provenientes del frondizismo co-
mo Carlos Barbé, Susana Lugones, Francisco
Urondo y David Viñas. Las expectativas esta-
8 Cuadernos de Cultura, No. 50, Buenos Aires, diciembre
ban puestas en lograr la reorientación de los
de 1960. Véase particularmente E. Giúdici, “Neocapita-
lismo, neosocialismo, neomarxismo”. La revista Cuader-
partidos de la izquierda y en el desarrollo revo-
nos de Cultura era editada por la Comisión de Cultura del lucionario del peronismo, esperanzas que eran
PC y dirigida por Héctor P. Agosti.
9 J. C. Portantiero, “Algunas variantes de la neoizquier-
da”, Cuadernos de Cultura, No. 50, Buenos Aires, di-
ciembre de 1960. 10 Entrevista a A. A. Latendorf, octubre de 2000.

269
compartidas entre otros por J. W. Cooke –por Tucumán, donde la situación de cañeros y
entonces en Cuba–, con quien los miembros obreros es presentada como contracara de la
del grupo editor mantenían fluido contacto. reforma agraria cubana.12
Con el fin de mantener su independencia, Por otra parte, el espacio dedicado al mo-
los socialistas decidieron que el financia- vimiento huelguístico –sobre todo el protago-
miento de la revista estuviera a cargo del nizado por los obreros ferroviarios– va de la
mismo grupo que, en más de una ocasión, se mano del atento seguimiento de las disputas
encontró con serias dificultades económicas. entre “conciliadores” y “duros” en el sindica-
El primer número apareció en octubre de lismo, emblematizados en las figuras de E.
1960, y después del número 6 la publicación Cardoso por un lado y S. Borro o J. Di Pas-
debió interrumpirse a raíz de los menciona- cuale, por el otro. A la vez, la línea de los
dos problemas financieros. En ese momento “duros” es el hilo que les permite seguir la si-
el PC manifestó su interés por participar de la tuación interna del peronismo y tomar posi-
revista, aportando fondos e incorporando a ción por aquellos con quienes, teniendo ya
algunos de sus militantes al grupo editor. De importantes coincidencias, esperan conver-
esta manera ingresaron Juan C. Portantiero ger en un gran movimiento político “popular
–quien figura en el Comité de Redacción a y revolucionario”.13 Además, la presencia
partir del número 10– e Isidoro Gilbert –por permanente de artículos referidos a Cuba y a
entonces corresponsal de la Agencia Checa los movimientos de liberación y procesos re-
de Noticias–. De modo que, cuando a partir volucionarios en América Latina, Asia y
del número 7 Che volvió a publicarse, ya era África son expresivos del horizonte dentro
un proyecto compartido por ambos grupos, del cual se inscribe Che.
habiendo quedado la responsabilidad política Uno de los focos que concentraba la aten-
por el lado de los comunistas a cargo de Héc- ción de Che, particularmente en los artículos
tor P. Agosti, aunque esta presencia nunca fue de P. Giussani y C. Barbé, es el referido a la
explicitada por la revista.11 descripción de las sinuosidades de Frondizi,14
Si algo caracterizó a Che fue su tono mar- de su tensa convivencia con los “factores de
cadamente “cubanista” y antimperialista así poder” –en particular con las Fuerzas Arma-
como el estilo osado y desafiante con que das–, de su política económica y de su acele-
analizaba la situación nacional y enfrentaba a rado deslizamiento represivo. Podría decirse
la dirigencia política –incluida la de la izquier- que Che fue una mirada desde la izquierda del
da “reformista” y la del peronismo “integra- “juego imposible” en el que se debatía la po-
cionista”–. Un recorrido por sus páginas per- lítica argentina a raíz de la proscripción del
mite apreciar la convicción que la animaba peronismo, y que en ella pueden apreciarse
respecto de que, con Cuba, se había abierto el rasgos –y síntomas– de lo que J. C. Torre
ciclo de la revolución en Latinoamérica y que, (1994) calificara como la “alienación políti-
en la Argentina, ya estaban dadas las condi- ca” de una generación que, decepcionada con
ciones en virtud del alto grado de combativi- el frondizismo, poco más adelante abrazaría
dad que demostraba la clase obrera. Extensas con fervor un proyecto decididamente revolu-
notas hacen la crónica de la conflictividad so- cionario.
cial en el interior del país, particularmente en
12 Che, Nos. 16, 17 y 23.
11Entrevistas a J. C. Portantiero, junio de 1999; J. 13 Che, Nos. 7, 9, 13, 22, 24 y 25.
Constenla, octubre de 2000; I. Gilbert, diciembre de 14 Particularmente las notas de P. Giussani –en todos los
2001, y la ya mencionada a A. A. Latendorf. números–, y también las de C. Barbé.

270
En las páginas de la revista pueden adver- De acuerdo con su caracterización del ni-
tirse, tanto en la crónica como en el juicio, al- vel alcanzado por la oposición popular al go-
gunas certezas que funcionaban como ejes bierno –y de la tensión que dominaba la polí-
articuladores del análisis. Una de ellas es la tica nacional–, el grupo de Che vislumbraba
referida a que la “traición al programa nacio- para los próximos dos o tres años sólo dos al-
nal y popular” marcaba el fin de las expecta- ternativas: “el encumbramiento legal de las
tivas respecto de la viabilidad de los “frentes fuerzas populares o el derrumbe de la legali-
nacional-populares” y de la participación de dad”. Ante esa perspectiva, la tarea de la iz-
sectores de la burguesía nacional “progresis- quierda no podía ser otra que la de encarar
ta” en el proceso de liberación nacional. decididamente la creación de un “nuevo nu-
Una y otra vez se señala que, abandonados cleamiento popular” que permitiera volcar
los objetivos del “Programa del 23 de Febre- hacia él al peronismo y a los sectores medios.
ro”,15 la política sólo podía envilecerse y re- Para ello, y atendiendo a las características
ducirse a un mero juego de intrigas para rete- de un país que como la Argentina contaba
ner el poder frente al hostigamiento de los con un poderoso movimiento de masas, era
“factores de poder”, y diseñar estrategias es- necesario diseñar una estrategia socialista
purias destinadas a desactivar al peronismo que no desdeñara incluir la utilización del re-
mediante las mil fórmulas del “integracionis- curso electoral.
mo”. Así, al promediar el gobierno de Frondi- Así, ante el llamado a elecciones para ele-
zi, Che avisora que en el panorama político gir senador por la Capital –a realizarse en fe-
nacional “todo tiende a partirse”, y que “el brero de 1961–, la revista trabajó intensa-
país evoluciona hacia los extremos” dejando mente por la candidatura de A. Palacios, en la
sin espacio a “los partidos intermedios” en los convicción de que era posible enfrentar unifi-
que, a la vez, se multiplican las disidencias in- cadamente a la derecha si se utilizaba la es-
ternas. En tal sentido, se sigue con atención el tructura legal del PSA, presentando un candi-
cimbronazo producido en la UCRI por el cam- dato socialista que, a la vez, pudiera concitar
bio de rumbo de Frondizi y el itinerario que apoyos extrapartidarios y captar al electorado
van recorriendo los grupos disidentes, tanto “vacante” por la proscripción de peronistas y
en el caso de los nueve parlamentarios que se comunistas. Pensaban, además, que si eso
apartan del bloque partidario para crear otro ocurría, se le estaría demostrando a Perón lo
–el Bloque Nacional y Popular–, como en el que para ellos era evidente: que su movi-
de los sectores juveniles que se orientan hacia miento se estaba orientando decididamente
posiciones más claramente izquierdistas –que hacia la izquierda y que quedaría en la orfan-
desembocará en la creación del Movimiento dad política si sus dirigentes no lo acompaña-
de Liberación Nacional (MLN)–.16 ban en ese tránsito.17
Producido el triunfo de Palacios, que ha-
15 Solía nombrarse así el programa sobre la base del
bía desarrollado su campaña con un fuerte to-
cual A. Frondizi ganó las elecciones realizadas el 23 de
no opositor al gobierno y de exaltada adhe-
febrero de 1958. sión a la Revolución Cubana, la revista
16 El MLN, orientado por I. Viñas, adoptaría posiciones
reflejó su euforia con títulos tales como “Cu-
típicas de la “nueva izquierda”, mientras que otros ex
frondizistas constituyeron agrupaciones como el Movi-
ba plebiscitada en Buenos Aires” y en notas
miento Nacional y Popular que tendían a coincidir con
el PC, o formaban parte de partidos que los comunistas
consideraban “amigos” –tal el caso del Partido del Tra-
bajo y el Progreso que participó en las elecciones en 17C. Barbé, “Hay que poner un senador en órbita”, en
Santa Fe, en diciembre de 1961–. Che, No. 4, 25 de octubre de 1960.

271
que destacaban que el éxito alcanzado se de- Partido según sus propios términos. Así, la
bía al vuelco del electorado peronista. Mos- dirigente capitalina Elisa Rando afirmará que
traban, sobre todo, que en circunscripciones la “avalancha roja” de la Capital había mos-
de fuerte composición obrera –como Matade- trado que el socialismo había podido expre-
ros– el retroceso del voto en blanco se corres- sar a la mayoría “antiimperialista, antioligár-
pondía con el aumento del voto al PSA. Afir- quica, proletaria y revolucionaria” recién
maban que, “por encima del hartazgo que después de haber logrado desprenderse del
provoca este simulacro de democracia”, en el “reformismo” y avanzar hacia la construc-
país estaba tomando cuerpo un nucleamiento ción del “frente obrero”, propugnado por el
de izquierda que comenzaba a canalizar a los 45º Congreso del Partido.20
sectores populares ya que, en su opinión, los Expresiones como ésas no hacían más que
votos a Palacios habían tenido un contenido anunciar tiempos de ruptura que, como ya
“netamente clasista” y revolucionario. Y que, fuera dicho, finalmente llegarían con los epi-
en consecuencia, había llegado la hora de de- sodios de mediados de 1961 –en los que A.
jar atrás los “vicios de la izquierda liberal” Palacios tuvo un importante papel–. A partir
para encarar decididamente la construcción de entonces, Che descargó duras críticas so-
de un “movimiento de liberación nacional” bre el senador y sobre la “vieja” dirigencia
que, siguiendo el ejemplo de Cuba, se hicie- socialista a la par que potenció su discurso
ra cargo de la “idiosincrasia del pueblo”.18 radical,21 incrementó notablemente las notas
Si bien la revista no era expresión oficial referidas a Cuba, y dedicó una extensa cober-
de ninguno de los dos partidos, las posiciones tura a la Conferencia de Punta del Este y un
allí sustentadas eran observadas con atención minucioso seguimiento a las intervenciones
por las respectivas conducciones. Así, la di- de E. Guevara.22
rección del PC marcó su postura a través de Más allá de la cerrada defensa del proceso
dos breves notas en las que Ernesto Giúdici cubano y de la permanente referencia a la
advierte a los jóvenes de Che que la unidad “primera derrota del imperialismo yankee en
buscada no debería ser reducida a un “frente América Latina” –en alusión a la derrota de
de las izquierdas” sino que, por el contrario, la invasión a Bahía Cochinos–, en esas notas
debería ser situada en un marco más amplio, adquieren presencia algunos temas que serían
capaz de incluir tanto a peronistas y radicales centrales en los debates que comenzaban a
desencantados como a sectores “progresis- desarrollarse en el campo de la izquierda, ta-
tas” de la “burguesía nacional”.19 les como el de las “vías” para acceder al po-
En el PSA, y desde el punto de vista de las der, el carácter y las etapas de la revolución,
disputas internas que lo atravesaban, la situa- y la actitud a asumir frente al peronismo. En
ción se volvía crecientemente tensa. Mientras
el recientemente electo senador Palacios sua-
20 E. Rando, “Socialismo argentino y socialismo demo-
vizaba su discurso y tomaba distancia respec-
crático”, en Che, No. 9, 9 de marzo de 1961.
to de los “jóvenes iracundos”, Che publicaba 21 P. Giussani, “Don”, y A. A. Latendorf, “Me despido
notas en las que éstos dibujaban el perfil del de Ud. muy atentamente, Dr. Palacios”, en Che, No. 15,
2 de junio de 1961.
22 J. C. Portantiero, “¿Qué es Cuba socialista?”, en Che,
No. 18, 13 de julio de 1961; J. C. Portantiero, “Detener-
18 A. A. Latendorf, “Cuba plebiscitada en Buenos Ai- se es retroceder. Con Raúl y el Che en Santiago de Cu-
res”, y C. Barbé, “Más allá de la euforia”, en Che, No. ba”, y H. Benítez, “Definición católica sobre Cuba”,
8, 17 de febrero de 1961. Che, No. 19, 27 de julio de 1961; Che, No. 20, 21 y 22,
19 E. Giúdici, “El 5 bajo la lupa”, en Che, No. 8, 17 de agosto y septiembre de 1961 (sobre la Conferencia de
febrero de 1961. Punta del Este).

272
relación con el tema de las “etapas”, punto si bien no fueron reproducidas por los edito-
sensible para la ortodoxia comunista, puede res de Che, muy probablemente ya eran obje-
observarse que en la revista se produce un to de discusión entre la militancia radicaliza-
paulatino deslizamiento respecto de la posi- da de la cual formaban parte.
ción del PC: desde afirmaciones acerca de Pero, paralelamente a este desarrollo de la
que en la Isla se cumplieron las fases “demo- cuestión cubana, la “coincidencia más fácil”,
crático-nacional” y “socialista”, sólo que de según los testimonios, socialistas y comunis-
manera “acelerada”,23 hasta la posición sus- tas –así como los socialistas entre sí– encon-
tentada por J. W. Cooke quien, en una entre- traban crecientes dificultades para marchar
vista, sostendrá que “la liberación nacional y juntos en las cuestiones de política nacional,
la revolución social son la misma cosa”, ade- en particular en lo referente a la complejidad
lantando de esta manera su crítica a la políti- de las líneas internas que cruzaban al peronis-
ca “reformista” del PCA, desarrollada luego mo. Así, las diferentes posiciones a asumir
en un informe escrito para Fidel Castro en frente a las elecciones a realizarse en Santa Fe
ese mismo año 1961, y que recién será publi- en diciembre de 196127 volvieron insalvables
cado en nuestro país en 1973.24 las diferencias: Che dejó de publicarse28 y el
En cuanto al tema de las “vías”, las notas grupo se dispersó. Y, al mismo tiempo que
y entrevistas que Che publicó no fueron más profundizaban sus disidencias dentro de los
allá de la entusiasta justificación de la lucha respectivos partidos, declinaban sus expectati-
armada en el proceso cubano pero nunca vas respecto de la utilidad de seguir apelando
planteó abiertamente la cuestión para la Ar- al recurso electoral, sobre todo a partir de la
gentina. Sí pueden leerse entrevistas en las anulación de las elecciones que el peronismo
que F. Castro y E. Guevara señalan la ejem- ganó –con apoyo de la izquierda– en la pro-
plaridad de Cuba para todos los pueblos que vincia de Buenos Aires en marzo de 1962.29
quieran liberarse del imperialismo y construir
el socialismo, o Raúl Castro afirma que ellos
–los cubanos– nunca quisieron “media revo-
lución”.25 Sin embargo, y aunque la revista
no fue más allá, la cuestión aparecerá reitera- 27 En esas elecciones el peronismo concurrió dividido:
damente –en la misma época– en la corres- una parte con el Partido Tres Banderas y la otra con el
pondencia de J. W. Cooke así como en decla- Partido Laborista –apoyado por las “62 Organizacio-
raciones y documentos de E. Guevara26 que, nes” y al cual se sumó el PSA-Secretaría Tieffenberg (en
el que se ubicaban los socialistas de Che); el PSA-Secre-
taría Visconti presentó sus propios candidatos; y el PC
propició la fórmula del Partido del Trabajo y del Pro-
greso, cuyo candidato a vicegobernador era el ex vice-
23 Véase nota anterior. presidente de A. Frondizi, A. Gómez.
24 “Reportaje a J. W. Cooke”, Che, No. 22, 8 de sep- 28 Si bien la revista fue clausurada por el gobierno a
tiembre de 1961. La revista Pasado y Presente, No. 2/3 raíz del artículo especialmente belicoso “Ya no puede
de julio/ diciembre de 1973, publicó por primera vez en haber huelgas lampiñas”, firmado por J. Constenla en
el país el documento de J. W. Cooke “Aportes a la crí- Che, No. 27 del 17 de noviembre de 1961, la autora ex-
tica del reformismo en la Argentina”, en el cual además plica –en la entrevista citada– que las verdaderas cau-
de sus críticas al PC, se dirige a los sectores peronistas sas del fin de la revista radicaron en las mencionadas
que “no comprenden que los procedimientos de 1945 disidencias.
tampoco sirven ahora para nosotros”. 29 A raíz del triunfo de la fórmula peronista encabezada
25 Véase nota 22. por A. Framini, las Fuerzas Armadas presionaron al
26 Por ejemplo, E. Guevara, “Cuba: ¿Excepción históri- presidente Frondizi y lograron que éste anulara las elec-
ca o vanguardia de la lucha contra el colonialismo?”, ciones. Pese a ello, el presidente no pudo evitar su de-
revista Verde Olivo, La Habana, 9 de abril de 1961. rrocamiento.

273
Bibliografía mencionada Kohan, N. (1999), La Rosa Blindada. Una pasión de los
60, Buenos Aires, Ediciones La Rosa Blindada.
Altamirano, C. (2001), Peronismo y cultura de izquier- Rot, G. (2000), Los orígenes perdidos de la guerrilla en
da, Buenos Aires, Temas Grupo Editorial. la Argentina, Buenos Aires, El cielo por asalto.
Blanco, C. (2000), “El Partido Socialista en los 60: en- Terán, O. (1991), Nuestros años sesentas, Buenos Aires,
frentamientos, reagrupamientos y rupturas”, en Socio- Puntosur, 1991.
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Torre, J. C. (1994), “A propósito del Cordobazo”, en Es-
Cavarozzi, M. (1979), Sindicatos y política en Argenti- tudios, No. 4, Córdoba.
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Godio, J. (1991), El movimiento obrero argentino. Argentina. El caso del Partido Comunista”, en Sociohis-
1955-1990, Buenos Aires, Legasa. tórica, Cuadernos del CISH, No. 6, Buenos Aires.
James, D. (1990), Resistencia e integración, Buenos Ai-
res, Sudamericana.

274
Una izquierda universitaria peronista.
Entre la demanda académica y la
demanda política (1968-1973)
Ana M. Barletta

UNLP

“Nuestra metodología consistirá, en primer lugar, en liberarnos de las antinomias falsas con que se presenta la
realidad educativa, como signo evidente de la propia decadencia del sistema […] tales como reforma-antirrefor-
ma; enseñanza estatal-privada; gobierno estudiantil-gobierno de claustros; autonomía universitaria-dependencia
de gestión; cuestión docente-política educativa. Se trata de atacar revolucionariamente las situaciones de fondo
[…] será necesario incorporar todas las aspiraciones positivas” (Mensaje de Héctor Cámpora ante la Asamblea
Legislativa, 25 de mayo de 1973, en Cámpora, Héctor J., La Revolución peronista, Eudeba, 1973, p. 151).

Cuando en los últimos días de mayo de 1973, ronista de la primera época, que ya había sido
la Juventud Peronista y sus seguidores tomen decano de la Facultad de Humanidades en los
las universidades nacionales esto parecerá un períodos 1953-1955 y 1969-1970, y en la Uni-
fenómeno nuevo. Con el objetivo de “consti- versidad del Sur, Víctor Bennano, antiguo
tuirse en gobierno […] hasta tanto el Poder miembro de la vieja Confederación General
Ejecutivo designe al delegado interventor”, o Universitaria, que a esa altura parecía inexis-
“como repudio ante las medidas tomadas por tente. Cuando el ministro de Educación, Jorge
el anterior gobierno y que comprometen el pa- Taiana, pone en el Rectorado de la UBA a estos
trimonio de la Universidad”, o “para evitar el primeros tres rectores –de distintas proceden-
continuismo” de las políticas de la dictadura, cias– en posesión de sus cargos y recibe de los
estudiantes, docentes y trabajadores ocupan el ocupantes,2 en forma simbólica, el control del
espacio universitario con el apoyo de las nue- Establecimiento, declama:
vas autoridades nacionales y provinciales que
se estaban constituyendo en esos momentos. 2 Para citar un ejemplo que conocemos de estas ocupa-
Las universidades son nuevamente interveni- ciones, en la UNLP, una autodenominada “Comisión Po-
das1 e inmediatamente comienzan a designar- lítica”, integrada, además de estudiantes, por docentes y
no-docentes, tomó el Rectorado, manifestando “la vo-
se los nuevos interventores. En la Universidad luntad de transformar esta casa de estudios del viejo ré-
de Buenos Aires, Rodolfo Puiggrós, figura gimen en un instrumento del pueblo para su liberación”.
emblemática de la izquierda peronista; en la La Comisión estaba integrada por Raúl Carnese y Juan
Hochberg, por APTDULP (Agrupación Peronista de Tra-
Universidad de La Plata, Rodolfo Agoglia, pe- bajadores Docentes de la Universidad de La Plata), Ro-
dolfo Negri y Carlos Sanguinetti, por FURN (Federación
Universitaria de la Revolución Nacional); Gustavo Era-
sun y Jorge Aluato por FAEP (Frente de Agrupaciones
1 Juan Carlos Onganía había intervenido las universida- Eva Perón) y Gustavo Álvarez y Sergio Ramírez por
des nacionales a través del Decreto-Ley 16.912 del 29 ATULP (Agrupación de Trabajadores No-Docentes de la
de julio de 1966. UNLP), El Día, 29 de mayo de 1973, p. 5.

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 6, 2002, pp. 275-286


Acepto la entrega de este patrimonio ocu- su cargo de rector, diez días después, una par-
pado en nombre del pueblo y protegido en te importante del trabajo ya había sido hecho
nombre del pueblo […] todo esto significa por la intervención estudiantil: supresión de
algo más que ocupar la Universidad, sig- los cursos de formación política y de los cer-
nifica impulsar la Universidad en el pro- tificados de buena conducta, incorporación de
ceso popular en toda su amplitud. No se los expulsados por el régimen, suspensión del
trata de que las puertas de la Universidad
pago de sueldos al personal comprometido
se abran al pueblo; eso es una concesión.
Es la Universidad del pueblo; es el pueblo
con la “dictadura”…5 Eso sí, fueron acciones
dentro de la Universidad. Éste es el signi- certificadas por escribano y respetando todas
ficado de la presencia de Uds. aquí.3 las formas de la legalidad democrática que
creían estar instaurando.
Y Baldrich, su colega de la provincia de Bue- Una práctica similar (“tomas”6 apoyadas
nos Aires, agregaría unos días después en La por las autoridades recientemente constitui-
Plata, en parecidas circunstancias: das) que simbolizaba la decisión de dejar
atrás –aunque por medios distintos– una uni-
[...] los que hemos encanecido en las cáte- versidad que se rechazaba y la instauración
dras universitarias vemos con profunda de un “nosotros” que también, como en la dé-
emoción este renacimiento de la patria… cada de 1950, se había ido construyendo den-
Si bien hemos llegado en un proceso elec- tro del “viejo régimen” pero que esta vez, en
toral esto no quiere decir que se pueda im- 1973, estaba claramente identificado con una
pedir o mermar el proceso revolucionario corriente política que venía a reparar 18 años
constructivo. La revolución se realizará a de proscripción en el país y en la Universidad
pesar de las formas electorales con las y lo venía a hacer en nombre del pueblo y de
cuales se ha llegado al poder.4 la revolución. Esta institución, que había sido
tan menospreciada por el peronismo como
¿Qué antecedentes tenía esta práctica? A ve- “institución del régimen”, “república de los
ces es difícil recordar que, en 1955, antes de estudiantes”, “isla democrática”, ajena a los
que las universidades fueran intervenidas por intereses del pueblo, y en la que ellos mismos
el gobierno de la llamada Revolución Liberta- se habían sentido ajenos, empezaba a ser va-
dora, los estudiantes de la FUBA, detrás de la lorada, ahora, como escenario propio.
consigna “Somos la Universidad” y tras apo- Es complejo reconstruir cómo se había ar-
yar públicamente la revolución cívico-militar, mado este nuevo “nosotros” dentro de los
ocuparon las facultades para hacerse cargo sectores universitarios que ahora se sentían
del gobierno en forma provisional, exigir la llamados a cumplir con la misión de erigir la
derogación de la ley universitaria del régimen
depuesto, proponer los candidatos para ocu-
par los cargos directivos y resguardar la docu- 5 R. Almaraz, M. Corchon y R. Zemborain, ¡Aquí FU-
mentación que comprometía a las autoridades BA! Las luchas estudiantiles en tiempos de Perón
peronistas. Cuando José Luis Romero asume (1943-55), Buenos Aires, Planeta, 2001, p. 9.
6 Las universidades no fueron las únicas instituciones to-
madas después de la asunción del nuevo gobierno, el 25
de mayo, ya que puede decirse que allí empezó un pro-
3 El Día de La Plata, 31 de mayo de 1973, p. 5 (las cur- ceso de tomas generalizadas que prácticamente acompa-
sivas son nuestras). ñó a todo el gobierno de Cámpora. Un registro de éstas
4 Palabras del ministro de Educación, cuando Agoglia puede consultarse en F. Nievas, “Cámpora: primavera-
asume el Rectorado de la Universidad de La Plata, El otoño. Las tomas”, en A. Pucciarelli (ed.), La primacía
Día de La Plata, 1 de junio de 1973, p. 5 (las cursivas de la política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda en
son nuestras). tiempos del GAN, Buenos Aires, Eudeba, 1999.

276
“Universidad del pueblo”. ¿De qué manera el extrauniversitarias o que tuvieran que resistir
peronismo había podido generar un discurso las presiones de cooptación de las organiza-
universitario y difundirlo? ¿A cuáles tradicio- ciones revolucionarias del peronismo.9
nes universitarias había recurrido esta co-
rriente para legitimar su presencia en una
Universidad que hasta no hacía mucho tiem- La idea de universidad en An­tro­po­lo­gía
po había sido un territorio hostil a sus postu- 3er.­Mun­do (AtM)
ras políticas y prácticas académicas? Y, sobre
todo, cuando hasta mediados de la década de Esta revista apareció en noviembre de 1968,
1960 ese “nosotros” universitario no admitía en el contexto de las “cátedras nacionales”10
la identificación político-partidaria de su mi- de la Carrera de Sociología de la UBA, expe-
litancia.7 ¿Con qué ideas acerca de la Univer- riencia novedosa que pudo desarrollarse en el
sidad se pretendía, ahora, gobernar esta insti- contexto de la Universidad intervenida por la
tución? ¿Se volvía a los fundamentos de la Revolución Argentina como aprovechamien-
primera universidad peronista, la que con to de un espacio vacante por las renuncias y
tanto empeño el movimiento estudiantil se cesantías masivas de profesores que se fue-
había consagrado en destruir, de la mano de ron produciendo desde julio de 1966 hasta
un fuerte movimiento antiperonista y despe- marzo de 1967. ATM reflejó la tensión entre el
ronizador,8 sobre el que, por otra parte, había desarrollo de una ciencia social interesada
construido su propia identidad desde la déca- por la producción de categorías teóricas ori-
da de 1940? ginales y crítica con respecto a lo que consi-
Podríamos empezar a esbozar una primera deraban la ciencia oficial –en este sentido
aproximación a las características de este
nuevo “nosotros” en la Universidad a través
de la lectura de dos revistas, Antropología 9 Antropología 3er. Mundo publicó 12 números entre
3er. Mundo y Envido, ligadas de distintas ma- noviembre de 1968 y mayo de 1973, dirigida por el an-
tropólogo Guillermo Gutiérrez. La revista Envido pu-
neras al Movimiento Peronista y al mundo blicó 10 números entre julio de 1970 y noviembre de
universitario. Ellas reflejaron este debate y lo 1973 y estuvo dirigida por Arturo Armada. No deja ser
tensaron en los pocos años en que pudieron llamativo que ambas dejaran de publicarse en 1973. Por
un lado, las condiciones del debate y del compromiso
mantenerse como publicaciones sostenidas habían cambiado; por otro, J. P. Feinman, que hasta el
por sus lectores, principalmente universita- No. 9 había integrado el Consejo de Redacción de En-
rios, antes de que sus miembros se sintieran vido, en una nota titulada “La historia con pasión” (pu-
blicada en Página/12,11 de marzo de 2000), nos ilustra
atraídos por otras actividades más directa- sobre esa invasión en la revista de la disputa por la he-
mente vinculadas con las disputas políticas gemonía dentro del Movimiento Peronista y los plan-
teos de la organización Montoneros para cooptarla.
10 Gonzalo Cárdenas dictaba Sociología de América
Latina y alguna de las sociologías especiales como, por
ejemplo, Conflicto social y problemas socio-económi-
7 Varios testimonios de viejos militantes estudiantiles cos argentinos; Juan Pablo Franco y Alejandro Álvarez
de las décadas de 1950 y 1960 (Gibaja, Murmis, Gada- dictaban Proyectos hegemónicos y Movimientos nacio-
no, Laclau y otros) aluden a esta característica de la mi- nales, y el sacerdote jesuita Justino O’ Farrell, Sociología
litancia estudiantil como no partidizada hasta por lo sistemática y Estado y nación. En “Politización de las
menos la mitad de la década de 1960, en M. Toer, El ciencias sociales en la Argentina. Incidencia de la revis-
movimiento estudiantil de Perón a Alfonsín, Buenos Ai- ta Antropología 3er. Mundo, 1968-1973” puede encon-
res, CEAL, 1988. trarse una caracterización panorámica de la revista y re-
8 Este proceso “desperonizador” en la Universidad de ferencias a las cátedras nacionales y a la bibliografía
Buenos Aires ha sido estudiado por Federico Neiburg, que hasta ese momento se ocupó de ellas (A. M. Barlet-
Los intelectuales y la invención del peronismo, Madrid, ta y M. L. Lenci, en Sociohistórica, No. 8, La Plata, se-
Alianza,1988. gundo semestre de 2000).

277
proveía de material de discusión y análisis a La unidad de referencia: la Universidad
las Cátedras Nacionales–11 y la necesidad de no es viable. Las contradicciones tienen
acompañar el movimiento social y político an- lugar al nivel de la sociedad en general y
tidictatorial, especialmente a partir de que el la Universidad forma parte de ella casi en
proceso electoral, abierto por el Gran Acuerdo bloque. La mayoría de los profesores y de
Nacional, se encontró más llanamente encami- los estudiantes están ligados a la conser-
vación del orden y únicamente una mino-
nado. La producción intelectual aparecía en la
ría puede tomar parte en el movimiento de
revista como una necesidad imperiosa a partir repulsa que se desarrolla en las metrópolis
de la discusión política en las cátedras: mu- y en los países explotados.13
chos de los artículos que se publicaban en ATM
van a ser elaborados para ellas, al calor de las Para ser efectiva, esa minoría debería romper
polémicas que se suscitan en las clases.12 ese doble cerco sociológico y político a lo cual,
En este contexto y sobre la base de una vi- desde las primeras páginas, invitaban Rodolfo
sión negativa de la función ejercida por la Walsh –“Un intelectual que no comprende a su
Universidad, la revista se propone, desde el pueblo es una contradicción andante y el que
número inaugural, “Crear una cultura nueva, comprendiéndolo no actúa tendrá un lugar en
una nueva ciencia, un nuevo arte”, consignas la antología del llanto, no en la historia viva de
fuertes a las que se agregaba la elección de la su tierra”–,14 y su símil,15 Cohn Bendit –“Una
Antropología como disciplina abarcadora pa- minoría intelectual permanece totalmente ine-
ra la construcción de este “nuevo pensamien- ficaz si sufre o incluso se complace en el ghet-
to”. El primer vocero de esta actitud crítica to que se le ha reservado”–.16
hacia la Universidad será un representante de La mayoría, los “sectores ilustrados (los
una “Nueva Izquierda” heterogénea que bus- hombres de cabeza)”, son, como “agentes del
caba redefiniciones similares en otras partes coloniaje”, los promotores de una ciencia so-
del mundo. Daniel Cohn Bendit, en una nota cial no-valorativa17 universalista, a la que se
escrita en Francia, pero que no desentonaba
con la perspectiva elegida por la revista para
situarse en el ámbito universitario y en la
13 ATM, No. 1, noviembre de 1968, “Documento de la
que, sorprendentemente, tampoco se ilusio-
época: ¿Para qué sociólogos?”, Daniel Cohn Bendit,
naba con la posibilidad de una perspectiva extraído de la revista Esprit, abril de 1968, p. 17 (cursi-
crítica por desarrollarse desde el movimiento vas nuestras).
14 ATM, No. 1, noviembre de 1968, “Antropología, an-
estudiantil como conjunto, comentaba:
tropologías”, s/p. La conocida frase de Rodolfo Walsh
parece ligarse con el No. 1 de la publicación CGT de la
CGT de los Argentinos, de mayo de ese mismo año, pu-
blicación escrita y dirigida por este escritor. Esta rela-
11 Los números 5 y 6 (1970 y 1971), por ejemplo, están ción no está mencionada explícitamente en el editorial
especialmente dedicados a las cátedras nacionales y de G. Gutiérrez.
presentan los artículos bajo el gran título “Aportes para 15 En “Protesta social y ‘Nueva Izquierda’ en la Argen-
una ciencia popular en la Argentina”, en dos partes. tina del Gran Acuerdo Nacional”, M. C. Tortti se refie-
12 Horacio González, un colaborador de la revista y de re a la receptividad en la Argentina de ciertos temas de
las cátedras nacionales, da testimonio de esto en el nú- la nueva izquierda europea de amplia circulación en el
mero 6, enfatizando acerca de la necesidad del material mundo occidental. En A. Pucciarelli, op. cit.
que presenta para las discusiones políticas que tienen 16 ATM, No. 1, noviembre de 1968, p. 17.
lugar en los trabajos prácticos de la cátedra “Problemas 17 “¿Es posible pensar en una ciencia social ‘no valora-
de sistemática”. Esta necesidad impone que cada texto tiva’?”. Con esta pregunta empieza una entrevista a
sea ajustado, abreviado, de carácter declarativo, “aho- Humberto Cerroni, también en el primer número de
rrador de largas fundamentaciones y exposición de su- ATM, titulada “Problemas de las Ciencias Sociales” (en-
puestos”; en H. González, “Estrategia, Ideología, análi- trevista por V. F. Olea, reproducida de Revista Mexica-
sis institucional”, ATM, No. 6, s/f, p. 113. na de sociología, año XXIX, No. 1, 1967, pp.18-34.

278
responsabiliza de la formación de obsecuen- “desanda[ba]n su antiguo antiperonismo”22
tes “técnicos de la investigación del mercado ya había empezado a producirse y es visuali-
y de la opinión pública, casi siempre violenta- zada por los miembros de la revista, quienes
mente izquierdistas”. A través de esta “disolu- se vieron a sí mismos como responsables del
ción imaginaria de la ciencia en la política”, proceso “de esclarecimiento” que se abriría
como decía Eliseo Verón, en 1974,18 se colo- en 1966,23 cuando “las juventudes comenza-
caba a la capa ilustrada y a la intelectualidad ron a mirar a sus maestros –los llamados
de izquierda “en la vereda de la dominación” ‘maestros de la juventud’– con cierta descon-
y se instalaba, así, el proyecto de ATM en la fianza”. La Intervención de 1966 habría
creación de “una cultura al servicio de la libe- constituido, así, el punto de partida de la ex-
ración”,19 enfrentada a la cultura de la depen- pansión del proceso de nacionalización de los
dencia, a la cultura ilustrada o, simplemente, universitarios gracias al surgimiento de una
a “los selectos”, como llamaba O’ Farrell al nueva intelectualidad –ellos mismos se per-
campo de la dominación cultural representa- ciben como tal– que “reniega del prestigio de
do por las profesiones.20 Esta cultura ilustra- los moldes del pensamiento imperialista y
da, concebida como una “superestructura” adhiere al proyecto popular”. El mismo Cár-
–en oposición a la cultura popular, que no lo denas, a fines de 1969, se considera como
sería–, era atacada en la base misma de la es- parte del grupo de profesores que, a partir del
tructura profesional diseñada en las universi- golpe de Estado, pudieron
dades, adscripta a la dinámica del mercado y
de la dominación. La transformación deseada [...] dar nivel a sus cátedras e influir polí-
implicaba, entonces, una tarea inmensa: ticamente sobre el estudiantado aceleran-
do el proceso de nacionalización de los
[...] desprenderse del grupo y de la cultura universitarios [situación que] implicó la
de los selectos, de sus criterios acerca de lo liberación mental de los universitarios que
que es racional e irracional, de lo que es su- dejaron de discutir los puntos programáti-
perior y de lo que es inferior, acerca de lo cos de sus escritos ultarizquierdistas para
que es cáscara y de lo que es substancia.21 centrar la discusión política sobre el pro-
blema peronista.24
Esta redefinición de la intelectualidad y de
importantes sectores del estudiantado que y se entusiasma por esta nueva posibilidad de
encuentro de los sectores universitarios con
el movimiento de liberación nacional des-
18 E. Verón, Imperialismo, lucha de clases y conoci-
miento. 25 años de sociología en Argentina, Buenos Ai-
pués de los sucesos de Córdoba y Rosario, en
res, Tiempo Contemporáneo, 1974. los cuales constata la importante participa-
19 ATM, No. 2, mayo de 1969, “La idea de la revista An-
ción de los estudiantes.25
tropología 3er. Mundo” por G. Gutiérrez, pp. 1-7. Este
artículo está en sintonía con lo que declara la contrata-
pa del No. 2 de Envido, en relación con los objetivos de
construcción de un pensamiento nacional alternativo. 22 G. Gutiérrez, “Pensamiento nacional y política”, en
20 ATM, No. 2, mayo de 1969, “La Cultura popular lati- ATM, No. 4, septiembre de 1970.
noamericana”. J. O’Farrell, p. 21. 23 Las perspectivas abiertas para el peronismo en la Uni-
21 Ibid., p. 22. Dentro del subtítulo “Cultura popular y versidad que estaría posibilitando el golpe de Estado de
cultura ilustrada. Pueblo” y “Selectos”, el autor enfati- 1966 fueron esbozadas en un trabajo anterior (A. M. Bar-
za: “El pueblo y su cultura […] se yerguen en oposición letta, “Peronización de los universitarios (1966-1973)”,
a la cultura ilustrada, en contra de su sistema y de sus en Pensamiento Universitario, No. 9, UNQ, 2000.
bases de legitimación.”, p. 22. En ese mismo sentido, en 24 Gonzalo Cárdenas, “El movimiento nacional y la Uni-
la p. 65, Roberto Carri denunciaba “el exclusivismo es- versidad”, ATM, No. 3, noviembre de 1969, pp. 59-60.
tudiantil y cientificista”. 25 Ibid., p. 41.

279
Pero esta ruptura del cerco impuesto por la sectores? ¿Qué podía exhibir el primer pero-
universidad del régimen, ¿cómo se lograba? nismo como modelo para captar a quienes, en
Dos pasos eran necesarios y eran concebidos su memoria colectiva, no encontraban fuertes
como dos actos de violencia consigo mismo: identidades vinculadas con esa universidad?
“romper las expectativas de la profesionali- Conscientes de que el peronismo no había te-
dad”, primero y “negarse como intelectual” y nido demasiados logros en este campo, Cár-
transformarse en militante peronista, después. denas intentaba una explicación que podía
Sólo quedaba la política como desempeño vá- sintetizarse en que el peronismo en el poder
lido y sólo dejaba de ser “verborragia” cuando no había tenido tiempo de consolidar una
el desempeño político se orientaba “según la nueva fuerza universitaria: “El movimiento
determinación masiva del pueblo argentino: el nacional abrió las puertas de la universidad al
Movimiento Peronista”, identificado con el Mo- pueblo en 1945. Pero desde afuera. A partir
vimiento Nacional desde 1945 y convertido, del año 1955 ha venido creando las condicio-
además, en “una concepción del hombre propia nes políticas para que los mismos estudiantes
e irreductible, elaborada por el pueblo argenti- las abran desde adentro”, decía este profesor
no”, lo que, para estos nuevos intelectuales, de las “cátedras nacionales”, en 1969. ¿Qué
volvía “imposible pensar que la continuidad era ese “desde afuera”? Simplemente, el “ac-
futura del pensamiento y del Movimiento Na- ceso de jóvenes procedentes de nuevas cante-
cional tenga otro contenido que no sea pero- ras sociales, que van a ir abriendo ‘desde
nista”.26 Esta imposibilidad declarada de pen- afuera’ la Universidad al pueblo”.28
sar fuera del peronismo y de los lineamientos Es justamente este efecto democratizador
de Perón parecía ir más lejos que lo propicia- del acceso a los estudios superiores casi el
do por algunos intelectuales del pensamiento único aspecto reivindicado de esa etapa.
nacional y llama la atención más de una vez, a Cuando Gutiérrez, en su historia de la univer-
lo largo de los doce números de la publica- sidad, haga la defensa de la experiencia uni-
ción, esta adhesión incondicional y primaria a versitaria del primer peronismo, se limitará a
la doctrina de Perón. Lo que hoy podemos ver su función democratizadora desde el punto de
como una cierta trampa en la que se debatió vista social: menciona la ley 12.321, que su-
esta lógica en ese entonces se sustentaba en el primió los aranceles, jerarquizó la situación
hecho de que no sólo el movimiento no se de- del docente y proporcionó amplios recursos a
sintegraba, como parecía ser la expectativa de las casa de estudio que permitieron que la po-
distintos sectores políticos,27 sino que, por el blación estudiantil aumentase a 201.437 estu-
contrario, iba incorporando a quienes en el pa- diantes (1949) sobre 63.000 (1943).29
sado habían sido sus opositores, como estaba
ocurriendo con los universitarios. Pero –reconoce– todo ello no alcanzó a
¿Y cuál sería finalmente la Universidad a cambiar la mentalidad colonial de la mayo-
ría de la población universitaria […] Las
la que se estaban incorporando estos nuevos
Federaciones reformistas prosiguieron con-
trolando gran parte del estudiantado y opo-
26 G. Gutiérrez, “Pensamiento nacional y política”, en niéndolo al gobierno peronista; en el nivel
ATM, No. 4, septiembre de 1970. Esta transformación
del profesional al intelectual y después al político y, fi-
nalmente, al revolucionario también fue rastreada por
de J. L. Diego, ¿Quién de nosotros escribirá el Facun- 28Ibid., pp. 41 y 49.
do? Intelectuales y escritores en Argentina (1970- 29El período 1946-1955 es efectivamente considerado
1986), La Plata, Al Margen, 2001, cap. II. como uno de los de mayor crecimiento de la matrícula.
27 C. Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda, D. Cano, La Educación Superior en la Argentina, Bue-
Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 2001. nos Aires, FLACSO-CRESALC/UNESCO, 1985.

280
profesoral, el sabotaje de liberales, marxis- tunidad de la caída de lo que denominan el
tas y católicos reaccionarios fue la nota pre- “régimen antinacional” de la década infa-
dominante [y] una vez más, “fuístas” y con- me;34 por eso pedía la urgente “remoción to-
servadores se dan la mano contra el malón tal de las actuales estructuras de la Universi-
peronista (el aluvión de cabecitas negras en dad como medio para su identificación con el
el centro de la ciudad).30 país y su integración con el pueblo”. La nue-
va Universidad debería ser una “universidad
Por eso, es significativa la publicación del al servicio de la república” en la que pudiera
“Manifiesto de la Organización Universitaria superarse la “traición de la inteligencia”, sub-
de FORJA”, de junio de 1943 que, según sus título debajo del cual denunciaba la función
editores de 1970, “mantiene plena vigencia de la Universidad desenvuelta “de espaldas al
en muchas de sus afirmaciones”,31 en un mo- país,35 ajena a su drama y a la gestación de su
mento en que se estaba percibiendo el vuelco destino”, traición que, por otra parte, se con-
de importantes sectores estudiantiles hacia el sumaba en una relación de tres patas: Univer-
peronismo, como si constituyese un modelo sidad, Empresas y Política como comple-
previo a esa experiencia que convendría ex- mentarias en una misma “obra antinacional”,
humar. Desde el número anterior Cárdenas con su siguiente distribución de tareas: “la
muy francamente y ahora también Guillán no primera, dotaba de los maestros y las doctri-
dejaban de advertir y de entusiasmarse con nas del engaño; las segundas, de los medios
esta nueva presencia a la que particularmente del soborno; y la tercera, de los medios de
Cárdenas consideraba indispensable integrar ejecución” y que terminó encontrando en “el
para triunfar.32 título profesional la satisfacción […] de la
El Documento de FORJA de 194333 está propia comodidad”, convirtiendo, así a la
claramente dirigido a los estudiantes en opor- Universidad en “un enseñadero sin alma”.36
Hace una defensa de la Reforma Universita-
30 ATM, ria centrada en el papel del estudiante, como
No. 4, septiembre de 1970, G. Gutiérrez utiliza
aquí citas del Documento de FANDEP “Peronismo y el principio rector fecundo que ésta aportó:
Universidad”, de agosto de 1967. Conceptos semejan- “ese vivir político del estudiante”, “la actitud
tes referidos al menosprecio de los valores del reclamo crítica frente a la Cátedra”, “la denuncia de
opositor también son exhibidos por G. Cárdenas, op.
cit., pp. 50-51. las camarillas académicas”. En varios pasa-
31 Ibid., p. 11. Esta revista incluye, además, los siguien-
jes, se defendía abiertamente al estudiante,
tes artículos: “Pensamiento nacional y política”, por
Guillermo Gutiérrez; “Poder y dependencia”, por Ro-
berto Carri; “La tercera posición justicialista y el mar-
xismo”, por Norberto Wilner y “Movimiento nacional y
movimiento obrero”, por Julio Guillán; junto con el Do- 34 La Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argen-
cumento de FORJA, este número de la revista parece tina se había constituido dentro del Partido Radical en
constituir un modelo de intervención política: desarro- 1935. Están asociados a ella los nombres de A. Jauret-
llo del pensamiento nacional, cátedras nacionales y mo- che, A. García Mellid, L. Dellepiane, H. Manzi, G. del
vimiento obrero. Guillermo Gutiérrez en ese momento Mazo, M. Ortiz Pereyra y otros. Cabe recordar que el 4
se desempeñaba como secretario del Ateneo de Estu- de junio de 1943, ya fuera de la UCR, FORJA había salu-
dios Sociales de FOETRA. dado el nuevo orden con la expresión “Con la revolu-
32 “Por lo que la salida es posible sólo a través de la or- ción, pero no con el gobierno de la revolución. Con el
ganización política que integre las capas intermedias y país”. Véase J. J. Hernández Arregui, La formación de
la clase trabajadora peronista. Esa estructura política es la conciencia nacional, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973,
el peronismo […]”, op. cit., p. 65. 3ª ed., p. 363.
33 “Manifiesto de la Organización Universitaria de FOR- 35 Palabras casi idénticas a las utilizadas por Guillermo
JA”, Publicaciones de FORJA, Colección Folletos, No. 2, Gutiérrez en “Pensamiento nacional y política”, en el
UCR, 29 de junio de 1943, p. 15, transcripto por ATM, mismo número.
No. 4. 36 Documento de FORJA, pp. 4-5.

281
“transfusión del pueblo en las aulas”, porta- estudio el pretexto de sus ocios” y permitirá
dor del “rumbo intuitivo del interés nacional” el acceso a “aquellos que teniendo las aptitu-
y se consideraba, entonces, la participación des necesarias no pueden hoy llegar por razo-
estudiantil como la única tradición universita- nes económicas”
ria que “debe salvarse”.37 Unos años después, La publicación del documento de FORJA pa-
en 1947, cuando el gobierno peronista sancio- rece sugerir no sólo una mayor identificación
ne su ley universitaria es justamente este as- de los nuevos intelectuales con las ideas de los
pecto tan reivindicado por Jauretche en este pensadores nacionales que con las realizacio-
documento el que quedará descartado, al des- nes de la Universidad del primer peronismo,
plazar a los estudiantes de la centralidad su sino la necesidad de rescatar alguna tradición
función político-representativa en el gobierno en la que colocar su inserción en este también
de la Universidad. nuevo ámbito. Estos nuevos intelectuales, difí-
En cambio, la autonomía de la universidad cilmente podían reivindicar completamente a
reformista, invocada en forma abstracta “pa- la Universidad de la época de Perón. Es ilus-
ra salvar su dependencia de los extranjeros”, trativo, en este sentido, el testimonio brindado
no podía salvarse. Una verdadera autonomía por un testigo parcial como era José María Ro-
daría a la Nueva Universidad “el signo de la sa, en donde encontramos una admisión de
misión. Misión para con el país y misión de rasgos negativos, casi en los mismos términos
Argentina en América y en el mundo. Servi- en que lo había hecho el movimiento reformis-
cio”. La idea de “misión”, si bien no era aje- ta de la década de 1950:
na a los primeros reformistas, se acentuaba
aquí como “servicio”. Esta idea, que será re- Tenía sus claros y sus oscuros. Si nos refe-
tomada por el peronismo posterior, el docu- rimos a las autoridades universitarias, eran
mento de 1943 la desarrolla hacia dos aspec- de lo peor que he visto: decanos y rectores,
en su mayoría, eran gente de afuera de la
tos de la extensión de las relaciones entre
universidad, que querían hacer méritos par-
Universidad y sociedad: la enseñanza experi-
tidarios poniéndose el escudito peronista o
mental, a la que “la república entera” conce- mandando a cantar la marcha de los mucha-
bida como laboratorio será sometida y, algo chos peronistas o de Evita capitana; u orde-
todavía más interesante y novedoso, que será nando que se aprobara a un alumno […] El
retomado explícitamente por las “Bases de la peronismo a la Universidad no la entendió y
Nueva Universidad” de principios de 1973: viceversa. Pero eso es lo oscuro; había un
el trabajo remunerado de los estudiantes, que claro que es necesario hacer notar: que ha-
“eliminará del claustro al que ha hecho del bía una absoluta libertad de cátedra […] co-
mo nunca […yo fui amonestado en la Uni-
versidad liberal]. En cambio, los peronistas
37 Ibid., pp. 8-9. Este papel otorgado a la juventud uni- me dejaron hablar todo lo que quisiera.38
versitaria será retomado por el peronismo de la década
de 1970 (en confrontación con el papel asignado por el
primer peronismo al estudiante que le era adverso). Así, La Nueva universidad en En­vi­do
por ejemplo, lo establecía Héctor Cámpora en su “Men-
saje ante la Asamblea Legislativa” de 25 de mayo de
1973: “Es a la juventud universitaria a la que asignamos La Revista Envido, que aparece recién en ju-
un papel definitivo como creadora hacia el futuro, de un lio de 1970, también está ligada al ámbito
espíritu definidamente nacional para la inteligencia ar-
gentina, capaz de conjugar los contenidos de la ciencia,
la tecnología y la cultura con una sustancial vivencia
del país”, en Héctor J. Cámpora, La revolución peronis- 38 J. M. Rosa, reportaje biográfico que se le hace para
ta, Buenos Aires, Eudeba, 1973, p. 159. el No. 2 de Envido, noviembre de 1970, pp. 43-44.

282
universitario; es una revista de política y masas se concrete en la Universidad a través
ciencias sociales, vinculada claramente con de su expresión universitaria”. Se hace evi-
la izquierda peronista. Si bien está situada en dente el cambio que se estaba instalando en un
el ambiente universitario de los setenta, pare- sector del peronismo que comenzaba a ver a la
ce estar más directamente planteada que ATM Universidad con cierta especificidad y suscep-
en la perspectiva de incidir dentro del pero- tible de contar con políticas propias, “la nece-
nismo para llevarlo hacia las posiciones del sidad de algo más que el número… cuadros
socialismo nacional desde una problematiza- medios capacitados política y moralmente que
ción de las profesiones.39 En casi todos los vayan haciendo posible la transformación del
números hay una nota sobre las ciencias y sus número en fuerza, la espontaneidad en orga-
aplicaciones y desde el primer número inclu- nización”.41
ye una “Crónica política” que sigue los acon- El proyecto, que vendría recién a princi-
tecimientos del cronograma nacional además pios de 1973, está esbozado en varios docu-
de publicar, en forma permanente en sus pá- mentos, gran parte de ellos publicados en En-
ginas, documentos de agrupaciones universi- vido.42 Con la idea de que “la Patria entre en
tarias peronistas o vinculadas al debate polí- la Universidad” y se integre a la tarea de Re-
tico de la Universidad, y de los Sacerdotes construcción Nacional y Construcción del
del Tercer mundo.40 Socialismo Nacional, se establece que la for-
Desde que la vuelta de Perón se torna más mación superior incluya tres áreas: Área téc-
probable, aparecen indicios de lo que parece nico-científica, orientadora de los contenidos
cada vez más necesario “la elaboración de una de la enseñanza que permitan romper con la
Política Universitaria Peronista y Combativa
para hacer frente a la situación especial de la
Universidad y de los Estudiantes, de manera
tal que la lucha liberadora y descolonizante 41 Declaración Del Congreso Nacional De Estudiantes
del peronismo como Movimiento Nacional de Peronistas, Envido, No. 7, octubre de 1972. Firman
Agrupaciones de Santa Fe (Ateneo, MUP, Integralis-
mo), Rosario (JUP, JULN), Corrientes (Ateneo, FAUIN-
Integralismo), Chaco (FAUIN-Integralismo, Integralismo
39 J. P. Feinmann describe de este modo el staff perma- Secundario), Tucumán (JUP, FERBA de base antiimpe-
nente de la revista: “Éramos distintos entre nosotros, los rialista), Paraná (Grupo Universitario Peronista), La
que la hacíamos. Horacio González venía de Sociología Plata (FURN, FAEP), Buenos Aires (MAS, CENAP, CEP,
y las cátedras nacionales. Yo venía de Filosofía y teóri- FANDEP, GUP, Cimarrón –Agronomía–), BP Derecho,
camente de Hegel, Marx y Sartre; Abrales estaba con el Grupo Teatro Peronista, MIF, AEP (del MRP), LEN (Neu-
grupo de ingenieros y matemáticos en el que estaba quén), ESP (secundarios de Viedma y Patagones). Cur-
Llach; Armada de Filosofía y del cristianismo militan- sivas nuestras.
te, Bresci era un cura del Tercer Mundo y Bernetti era 42 “Documento presentado por la JP, a pedido del com-
periodista estrella de Panorama; Abel Posadas y San- pañero Cámpora”, en enero de 1973, en Envido, No. 8,
tiago González venían de Letras. Era distribuida por las marzo de 1973; Documento de trabajo “La nueva Uni-
organizaciones estudiantiles y por nosotros que reco- versidad: Resumen de pautas para su implementación”;
rríamos los kioscos”, Página/12, 11 de marzo de 2000. Extracto del documento “Análisis y propuestas de una
40 La presencia de CENAP (Corriente Estudiantil Nacio- política nacional para la Universidad”, FURN, Ciudad
nalista Popular), CEP, del Primer Cabildo Abierto del Eva Perón, abril de 1973, en Envido, No. 9, mayo de
Peronismo Universitario, de los Congresos Nacionales 1973; “Documento completo Juventud Universitaria Pe-
de Estudiantes Peronistas, Documentos de la JUP y ronista: El peronismo en la Universidad” , Reunión del
FURN sobre “La nueva Universidad”, de las cátedras na- 9 de abril de 1973, también en Envido, No. 9; “Docu-
cionales como, asimismo, de los mensajes de Perón a las mento de los Secretarios Académicos y Delegados Inter-
Juventudes (que aparecen en Envido, desde el primer ventores frente a la futura Ley Universitaria”, 29 de ju-
número) y la proliferación de consignas (especialmente nio de 1973, y “Bases Para La Nueva Universidad”, 2 de
desde el No. 7 Perón Vuelve, de octubre de 1972), nos mayo de 1973, Documento del Gremio de Trabajadores
estarían mostrando la preocupación por ocupar un lugar no-docentes de la UNLP, ATULP, en E. Godoy, La Histo-
en el debate estrictamente político. ria de ATULP, 1995, p. 117. Cursivas nuestras.

283
dependencia cultural que obliga al país a de- responsabilidad social y servicio al pueblo;
sarrollar las ramas de la ciencia y de la técni- promoción social de carenciados, igualdad de
ca que no necesita ni puede aplicar. Área pro- oportunidades; defensa de los intereses nacio-
ductiva, que incorpora al estudiante al trabajo nales y regionales; asesoramiento al gobierno
social a fin de promover la desaparición pro- y desarrollo de la extensión, recuerdan los fun-
gresiva de las diferencias entre trabajo ma- damentos doctrinarios del proyecto de FOR-
nual e intelectual, aprovechando al máximo JA,43 de la Constitución del ’49, la Ley 13.031
los recursos humanos disponibles, sean técni- de 1947 y también la que posteriormente san-
cos o simple mano de obra. Finalmente, Área cionará Perón el 14 de nmarzo de 1974, la Ley
político-doctrinaria, responsable de insertar 20.654, aunque esta última va a resultar de
al universitario en la actividad política del cierta compatibilización de fundamentos pero-
pueblo, promoviendo su concientización, nistas y radicales. Estos últimos pudieron lo-
movilización y organización. grar que la ley garantizase la autonomía en lo
Con el propósito de garantizar el real acce- referente a la libre elección de las autoridades
so de sectores de menores ingresos, se propo- por los claustros44 en sintonía, como puede
ne algo nuevo: rentar el trabajo universitario, apreciarse en nuestra cita del epígrafe, con las
“controlando simultáneamente que éste redi- intenciones del presidente Cámpora en su
túe en beneficio del país”. La idea también se Mensaje a la Asamblea Legislativa.
sustenta, siguiendo el viejo documento forjis-
ta, en el aspecto negativo de la universidad li-
beral-reformista: con el régimen de trabajo Ese “nosotros”, entonces, se había ido confor-
manual obligatorio y la remuneración de los mando en la Universidad post-Cordobazo en
trabajos prácticos en las áreas de producción, donde cierta izquierda peronista se instituía
fábricas y servicios bajo la coordinación del como denunciante del rol político de la Uni-
Estado, se tiende a la “superación del carác- versidad como institución del régimen, ligada
ter económicamente improductivo y parasita- con el rol conservador de la clases medias in-
rio del aprendizaje actual”. telectuales. A esta altura, si bien la Universi-
Control estatal de la enseñanza y desapari- dad seguía siendo el centro de concentración
ción progresiva de las privadas; dedicación y de irradiación de influencia de las capas me-
exclusiva para los docentes que estén forma- dias de la sociedad, las preocupaciones, las
dos en las tres áreas mencionadas (estudio, ideas, las prácticas, los comportamientos y los
trabajo e inserción política); la incorporación ideales de éstas habían comenzado a cambiar
integral de los no-docentes en todos los nive- y a aceptar cierta peronización de la cultura y
les de la vida universitaria; todo con presu- del mundo universitario: una parte importan-
puesto genuino del Estado ya que “no con- te de las juventudes de clase media se hacían
templará la aceptación de subsidios de origen
privado y/o extranjero”. (No obstante, cuan-
do se habla del corto plazo, agrega que no se 43 No deja de resultar significativo que la Revista Cri-
aceptarán los que “que condicionen su utili- sis vuelva a reproducir este Documento intacto en su
zación”.) número 11 del mes de marzo de 1974.
44 Un comentario de estas negociaciones entre ambos
La concentración del poder planificador y partidos es relatado muy sintéticamente por F. Migno-
la consiguiente limitación de la autonomía re- ne, Política y universidad. El Estado legislador, Lugar
formista, la insistencia en los aspectos doctri- Editorial, IDEAS, 1998, pp. 49-52, donde afirma que es-
ta ley constituyó “una amalgama de los principios sus-
narios: formación política, capacitación profe- tentados históricamente por el justicialismo y el radica-
sional, afirmación de la conciencia nacional, lismo”, p. 50.

284
peronistas en la Universidad,45 fenómeno que ción de 1960, había denunciado “el carácter
fue registrado por cierto peronismo, vinculado anticientífico de la enseñanza superior disi-
por distintas vás con el medio universitario. mulado tras la farsa de la libertad del espíri-
Este viraje de las capas medias estudianti- tu”;48 había atacado a la clase media de ori-
les y profesionales hizo que una izquierda gen inmigrante, identificándola con la masa
universitaria peronista se deslizase de la crí- estudiantil obnubilada por las ideas abstrac-
tica demoledora de una institución del viejo tas de democracia, libertad y cultura para en-
régimen a intuir la oportunidad estratégica cubrir sus aspiraciones de clase. No obstante,
que este ámbito brindaba para el crecimiento diez años después, este autor incluirá en el
político a través del desarrollo y expansión Anexo de 1970 –como una manera de mos-
de un pensamiento ambiguo,46 mezcla de to- trar el éxito de su libro en haber contribuido
das las tradiciones posibles (cristianismo, al cambio ideológico de la juventud de la cla-
marxismo, peronismo) pero cuya eficacia es- se media universitaria– una serie de docu-
taba dada por la asociación a un partido de mentos que mostraban esta transformación,49
masas que, además, tenía la ventaja, para es- ese cambio mental hacia la línea nacional que
te crecimiento, de que había sido proscripto y se había operado gracias al trabajo de “la iz-
podía rodearse, así, de una aureola que pare- quierda nacional”.50
cían haber perdido hacía tiempo los partidos En este contexto, la elaboración de una
de la izquierda argentina. política universitaria peronista no podía tener
Juan José Hernández Arregui, el intelec- como modelo excluyente la Universidad del
tual peronista que proclamaba haber acuñado primer peronismo, más allá de la valoración
tempranamente la expresión “izquierda na- positiva de sus rasgos democratizadores. Es-
cional”, constataba este cambio en la segun- to no sólo era así porque, como marca el tes-
da edición de su clásico libro La formación timonio del mismo José María Rosa, no pare-
de la conciencia nacional, cuando en 1970, cía haber mucho para defender en este
al analizar los hechos más notorios de la dé- modelo sino, además, por la clase de elemen-
cada, puntualizaba “el rápido cambio ideoló- tos nuevos que, en la coyuntura abierta en
gico de la clase media” que se expresaba, se- 1966, se pretendía reclutar. Su forma de ga-
gún este ideólogo, en la adhesión a la lucha nar adhesiones, entonces, no podía ser desde
antiimperialista, en la alianza de los estudian- un modelo de Universidad del que sólo se te-
tes con los obreros y en la aparición de orga- nía una experiencia fallida y un conjunto de
nizaciones ilegales que ligaban su acción a la normas jurídicas, sino desde la impugnación
resistencia de las masas.47 En la primera edi- más eficaz del modelo reformista y de las tra-
diciones de la militancia universitaria. Por lo

45 Se encuentran múltiples testimonios de este proceso


en La voluntad, de E. Anguita y M. Caparrós, Buenos 48 Ibid., pp. 89-90.
Aires, Norma, 1997, t. I; en M. Diana, Mujeres guerri- 49 Anexo a la segunda edición, ibid., pp. 500-558.
lleras, Buenos Aires, Planeta, 1996, y otros libros de 50 Esta expresión, según dice, fue acuñada por el autor
testimonios. en 1957. Los militantes que la componen serían: Puig-
46 Altamirano considera esta combinación de tradicio- grós, Astesano (de origen comunista), E. Rivera (de ori-
nes gracias a una puesta “en comunicación” con el gran gen trotskista), S. Frondizi e I. Viñas (intermedios entre
motor del peronismo de católicos, nacionalistas y mar- el pasado y la nueva realidad), J. W. Cooke (de origen
xistas que habrían posibilitado, en el caso a que particu- peronista), E. Rey (peronista), Spilimbergo, García Le-
larmente se refiere, los Montoneros, op. cit., p. 125. desma, el grupo Espartaco, artistas como Carpani, Ber-
47 J. J. Hernández Arregui, La formación de la concien- ni, Gambartes y Grela (pintura nacional), el PSIN de E.
cia nacional, Buenos Aires, Plus Ultra, 3ª ed. de 12.000 Dickman y J. A. Ramos (izquierda nacional, no incor-
ejemplares, 1973, p. 499. porada al peronismo), op. cit., pp. 475-476.

285
tanto, politizó y partidizó de entrada su pre- los territorios donde prefirieron o tuvieron que
sencia en un ámbito que sabía hostil, promo- dirimir sus propios enfrentamientos.51
viendo, así, la invasión de ese espacio con las
consignas del Movimiento Peronista. No obs-
tante, si bien las revistas fueron arrolladas por
51 En “Estilos nacionales de institucionalización de la
la dinámica de ese mismo movimiento, prove-
cultura e impacto de la represión en Argentina y Chile”,
yeron de elementos cuestionadores sobre la Halperin Donghi se refiere a este momento en su histo-
institución, la ciencia y la cultura que termina- ria de las relaciones entre universidad y sociedad di-
ron confluyendo en un proyecto diferente de ciendo que los principales responsables de la experien-
cia universitaria, si bien advertían que la universidad
Universidad, que no pudo evolucionar cuan- era una de las pocas bazas con las que contaban para el
do, finalmente, “el pueblo recuperó el poder” juego político en que se habían involucrado, no pudie-
en mayo de 1973, debido a que en ese enton- ron, en cambio, advertir, en la demoledora dinámica de
esa historia, “hasta qué punto las reglas habían sido fi-
ces diferentes sectores del movimiento pero- jadas en su contra”, en El espejo de la historia, Buenos
nista convirtieron a esta institución en uno de Aires, Sudamericana, p. 318.

286
Reseñas

Prismas
Revista de historia intelectual
Nº 6 / 2002
Mónica Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider,
Homogeneidad y nación. Con un estudio de caso: Argentina, siglos xIx y xx,
Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000, 260 páginas

Los diversos trabajos que única capaz de imponerse con la aculturación o adaptativo, sino
componen este libro se fuerza de un elemento externo y que contribuyó a la producción
estructuran en torno de la previo a la demografía” (p. 33; de una cultura “porteña”, de
búsqueda de la homogeneidad cursivas mías). Así, dado que en una “cultura urbana general”
nacional; homogeneidad Hispanoamérica la concepción (p. 162). Con ello se plantea de
entendida no como un “real” “cultural” de la nación carecía manera estimulante el problema
sino como una representación de capacidad diacrítica o del tipo de mezcla cultural
ideológica o imaginaria. Al diferenciadora, se apeló –se nos generado entre una supuesta
centrarse empíricamente en el dice– al territorio, como si éste “base” y su “agregado”, con la
“caso” argentino, se resalta la (en contra de lo que en otros peculiaridad de que aquí podría
dificultad de encontrar una pasajes se ha afirmado) no fuera haberse dado una inversión
experiencia histórica “en que la una noción tan culturalmente respecto de la gravitación
pulsión homogeneizadora haya construida como la tradición y correspondiente entre la
tenido tanto éxito en la otros elementos definidores de sociedad receptora y la
consolidación de una los rasgos identitarios de una extranjera.
percepción colectiva de nación nacionalidad. Empero, si bien la etnicidad
pretendidamente uniforme en En este sentido, significativo ítalo-argentina resultó de tipo
términos culturales, étnicos y para la dilucidación del proceso inclusivo, predominando como
raciales” (p. 10). Habiendo de incorporación o exclusión de criterio divisorio la diferencia
albergado grupos de origen la otredad resulta la indagación clasista más que la de raza o de
indígena, español y africano, de Arnd Schneider destinada a etnicidad, sin embargo ese
así como grandes contingentes analizar la fabricación de la resultado no respondería al
inmigratorios europeos, podría Argentina como país de “mito del melting pot”,
haberse consumado allí un inmigrantes europeos (sobre ideología sostenedora de que
resultado análogo al de los todo italianos), para concluir todos los componentes son
Estados Unidos de América: comparativamente que en ese iguales a pesar de sus diversos
pero mientras este último se país del Cono Sur hubo tanto orígenes nacionales o étnicos.
asume como un país mestizaje cuanto continuidad de En cambio, el autor sostiene
multirracial, “el imaginario fidelidades étnicas, mientras en que no hubo asimilación sino
argentino tiende a desconocer los Estados Unidos se impuso sincretismo. De esa manera se
el mosaico étnico que la una política de segregación y concede la razón a la línea
compone”, viéndose como una de conformidad forzosa a la interpretativa que aduce
sociedad blanca de cultura cultura blanca, anglosajona y pruebas del mantenimiento de
europea (p. 9). Esta protestante (p. 142). En el giro las viejas diferencias de origen
representación imaginaria de del siglo XIX al XX, justamente (como los altos índices de
homogeneidad hallaría su ante el fenómeno inmigratorio homogamia en la población de
explicación en la función de la –como es sabido y aquí se origen italiano), pero sin que
variable territorial en la reitera–, la élite construye una tampoco se realizara una
construcción de la identidad identidad que recupera valores experiencia de “pluralismo
nacional. Esta circunstancia fue hispánicos y criollos. cultural”. Y si esto último no es
sobredeterminada porque, “en Además, la experiencia sustentable se debe a que
una sociedad tan migratoria italiana contendría simultáneamente se producían
característicamente multiétnica ambigüedades, ya que esa sociabilidades de mezcla, en
como la hispanoamericana, la inmigración no fue meramente ámbitos tan paradigmáticos
identificación territorial era la pasiva dentro de un proceso de como los barriales (p. 173).

289
Sólo queda por seguir pacífica de diversas identidades porque la recomposición del
preguntándose si ésta no es, que subsisten y que el espíritu proyecto alberdiano, centrado
precisamente, la mejor territorial permite proyectar en en la teoría del trasplante, habla
ilustración del funcionamiento una totalidad abarcadora. En tal demasiado elocuentemente de
de un “dispositivo crisol de contexto, “el territorio se que era a partir del “gajo” de la
razas”, según los términos de convierte en uno de los inmigración como la Argentina
quienes entonces planteaban principales, si no el principal podía ingresar cabalmente en la
(liberales consecuentes como nexo comunitario”, pudiendo modernidad, en la medida en
Barroetaveña, socialistas como actuar “como principio que el “desierto” nacional lo
Juan B. Justo…) que la suficiente de diferenciación era no sólo de habitantes sino
nacionalidad argentina estaba nacional allí donde fallan los también de valores y
no en el pasado sino en el elementos de linaje o costumbres.
porvenir, y que se construiría especificidad cultural” (p. 182; Libro en suma que
sobre la base de la fusión de cursivas mías). No obstante, y desarrolla con argumentaciones
esos elementos heterogéneos. como vuelve a mostrar el consistentes y documentación
Sobre estas bases, en el reciente libro de Lilia Ana atinada algunos de los rasgos
capítulo de cierre se refuerza Bertoni, Patriotas, del proceso que estudia,
una propuesta alternativa a la cosmopolitas y nacionalistas, la contiene junto con ello esta
del “melting pot”. Se reitera afirmación gubernamental en persistente tesis que no alcanza
para ello el papel fundamental 1888 del principio de la ley a ser argumentada con
del territorio como elemento territorial como criterio de verosimilitud. Libro, por fin,
básico de integración de la nacionalidad fue acompañada que posee el mérito de
heterogeneidad. “La alquimia estrechamente por un enérgico proseguir un debate
de la tierra” sería así la figura operativo estatal y societal de considerable para la historia
que intenta hablar de un unificación culturalista. Crítica argentina, y, en una escala más
proceso en el cual diversos que se fortalece cuando en el amplia, para todos los procesos
elementos se agregan a una texto comentado se apela como de transculturación e
sociedad sin llegar a fusionarse, demostración a una cita de hibridación tan definitorios de
aun cuando “reflejándose en Alberdi (“El suelo prohíja a los la configuración de las culturas
una totalidad, sin fronteras hombres, los arrastra, se los latinoamericanas.
internas” (p. 179). Si no asimila y los hace suyos”) (p.
entiendo mal, se trataría no de 216). Y no sólo porque a ésta
la visión del crisol de razas ni se le podría oponer fácilmente
tampoco del multiculturalismo, otra más célebre (“La patria no Oscar Terán
sino de una convivencia es el suelo…”), sino sobre todo UBA / UNQ / CONICET

290
Laura Malosetti Costa,
Los primeros modernos. Arte y sociedad en Buenos Aires a fines del siglo xIx,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001, 455 páginas

El poder de las imágenes lo contrario: son de alguna Malosetti se arriesga a


manera, y luego de las pinturas revisar ciertos lugares comunes
¿A quién no le resulta familiar de Prilidiano Pueyrredón, sus al desplazarse de un parámetro
“El despertar de la criada” o pilares constitutivos. Pero reiterado en los relatos del arte
“Episodio de la fiebre amarilla contra la lectura formalista, argentino: la medición de la
en Buenos Aires”, “La vuelta estilística o estrechamente sincronía o asincronía entre la
del malón” o “Sin pan y sin biografista que caracteriza las evolución del arte local y la
trabajo”? Esas pinturas de fines historias del arte anteriores, la escena artística internacional,
del siglo XIX, vistas una y otra investigación de Malosetti cuya aplicación conducía a que
vez en el museo o en los libros, repone otras dimensiones: sólo se encontrara en la
pueden llegar a parecer explora las condiciones de producción finisecular “retraso”
imágenes mudas, que de tan producción, los proyectos y “mediocridad”, copias
recurrentes desaparecieron de creadores individuales y deslucidas y a destiempo de los
los límites de nuestra colectivos, las estrategias de estilos impuestos en y por los
curiosidad. circulación, los juicios de la centros del arte mundial.
Y sin embargo, contra el crítica, las circunstancias de la Contra las lecturas que
anatema que las juzga como recepción –especializada y consideraron a posteriori estas
poco interesantes, el libro de masiva–. Y en todos estos obras como “ejemplos tardíos
Laura Malosetti revela en ellas planos articula niveles de de un lenguaje convencional y
nuevas luces, al reponerles análisis diversos: las imágenes, académico”, Malosetti recuerda
minuciosamente el espesor que los discursos, las prácticas, las que en su tiempo despertaron
alcanzaron en su tiempo y estrategias autoconscientes, las encendidos entusiasmos o
recolocarlas en la trama regulaciones autónomas del (adjetivo) rechazos en el
compleja en la que campo, las relaciones del arte público, y postula que aún hoy
intervinieron. Justamente Los con la sociedad y la política. se sostienen como lo mejor de
primeros modernos se plantea, Incorporando una profusa la producción artística del
como señala la autora, “nuevos documentación y desde período: no pueden rescatarse
interrogantes sobre ciertas perspectivas teóricas e producciones alternativas más
tradiciones culturales fuertes, historiográficas modernas o vanguardistas.
instaladas y cristalizadas como contemporáneas, la autora Ellos fueron, pues, nuestros
estereotipos. Hurgar en esos apunta a la drástica revisión de primeros pintores modernos.
lugares comunes, en cosas tan los relatos establecidos sobre
‘obvias’ como que los grandes los inicios de la pintura
cuadros de fines del siglo XIX argentina. Así, sendos capítulos La profesionalización
no merecían más que una del libro se detienen en pintores del pintor
displicente adscripción a una como Sívori, Schiaffino o De la
estética europea y Cárcova, quienes “no han La hipótesis que sustenta el
desactualizada gracias a lo cual merecido hasta ahora ninguna libro es que a fines del siglo
quedaron fuera de los aproximación historiográfica XIX “ocurre la emergencia,
programas de estudio del arte que vincule críticamente sus apogeo y crisis de un proyecto
argentino con los que me obras en el complejo panorama llevado adelante por una
formé”. de la historia de esas décadas”, formación, y que la existencia
No es que estos cuadros no esto es, el período que va de la de ese proyecto y de esa
hayan sido inscriptos en el generación del ’80 al sociedad de artistas articula y
canon del arte argentino. Todo Centenario. otorga una coherencia que

291
hasta ahora no ha sido puesta escribía que buscaba “defender la crítica y (en la medida en
en evidencia, entre aquellas en mis cuadros los derechos del que ello puede reconstruirse)
prácticas y las imágenes que artista”. por el público de su tiempo:
crearon esos artistas”. La lectura que propone el
El esfuerzo de la empresa libro se instala, entonces, “entre Nuestros pintores pretendieron
emprendida por Laura un entramado de relaciones y operar activamente con la
Malosetti en “un campo hasta decisiones colectivas que van difusión de sus obras [sobre la
esfera de la civilización].
ahora marginal en el panorama produciendo un campo Pretendían “educar el buen
de los estudios culturales del artístico, y la presencia de gusto”, “inculcar ideales”,
período, el de las artes ciertos artistas y de ciertas “enseñar verdades que dicta el
plásticas”, es en cierta medida obras clave que significaron espíritu”, erradicar no sólo la
análogo y a la vez deudor avances decisivos en la ignorancia y el “mal gusto” de
reconocido de los trabajos formación y fortalecimiento de las masas “inertes” y de los
pioneros de David Viñas y de esas redes y circuitos”. nuevos burgueses materialistas
sino también los hábitos
Beatriz Sarlo-Carlos
violentos de un pasado
Altamirano sobre la “bárbaro”.
constitución del campo literario Imágenes para civilizar
y el proceso de la nación Como volvería a ocurrir –casi
profesionalización del escritor un siglo más tarde– en la
en la Argentina. A diferencia Dentro de los procesos de década de 1960, la élite
del escritor, la figura del pintor construcción de un imaginario intelectual sostuvo entonces
no contaba con el prestigio de nacional, el libro se aboca a la con rotundo optimismo que
una actividad intelectual, sino detección de aquellos nudos Buenos Aires podía llegar a ser
que era apenas considerado un problemáticos de la cultura del la capital futura del arte
oficio en el que la habilidad se período que posibilitan articular mundial. Esa ambición definió
demostraba en la copia fiel de y dar sentido al momento estrategias y posicionamientos
la “realidad”. inaugural de la modernidad del que hoy pueden resultar
A mediados de la década de arte argentino. cargados de ingenua
1870, un núcleo de pintores Malosetti explora como desmesura.
inventa en nuestro medio “la punto de partida la ecuación Y también como en la
vida de artista”. Schiaffino, arte y civilización: una nación década de 1960, fue evidente
Sívori y otros jóvenes artistas asentada sólo en la producción la dificultad de los críticos para
se agruparon en la SEBA vacuna (un destino “bárbaro”) aproximarse conceptualmente a
(Sociedad Estímulo de Bellas no podía progresar. En el lo nuevo. Con la excepción del
Artes), la primera agrupación esquema evolucionista que escritor entonces vinculado con
independiente de artistas con sustentaba el imaginario el socialismo Roberto J. Payró
características modernas, que nacional de la élite ilustrada, un (y sus textos en defensa de
“llevó a los artistas plásticos a futuro próspero sólo podía Schiaffino), la incomprensión
tomar la delantera en términos nutrirse del desarrollo científico de la crítica contemporánea
de profesionalización de sus y artístico. Y las bellas artes frente al proyecto moderno fue
actividades”. Con un programa eran la manifestación más por momentos unánime.
explícito, de intervención “acabada y perfecta” del
autoconsciente, no sólo se progreso de la nación. Pero el
abocaron a alentar la aparición ideal de artista no alentaba un Blanes y el éxito de la fiebre
de las primeras instituciones ser dócil frente al gusto
del campo, que funcionaron dominante ni a la opinión El crítico del diario La Nación,
como ámbitos de sociabilidad y pública: era un avanzado, un cuando describe “Un episodio
de legitimación, sino a la visionario, un rebelde. de la fiebre amarilla en Buenos
intervención pública a través de En torno del concepto clave Aires”, del uruguayo Juan
la difusión de ideas y de “civilización”, el libro Manuel Blanes, remarca el
polémicas en la prensa. rastrea tanto las ideas como las efecto moralizador de la
También sus obras eran parte representaciones icónicas, y el imagen: “después de haber
de este programa: Schiaffino modo en que fueron leídas por visto el tan conocido cuadro

292
[…] adoramos la caridad y morbo de la noticia en un el crítico de El Censor), sino el
aprendemos a honrar el objeto codiciable, apetecible, exacerbado naturalismo de su
heroísmo”. en un recuerdo ‘civilizado’ de tema: una criada
El masivo impacto público la peste”. Se trata de “un completamente desnuda
que produjo el cuadro en 1857 tránsito del pathos al ethos, de colocándose una media. La
no tiene parangón: durante la barbarie a la civilización”. representación de su cuerpo no
semanas desfiló una multitud Entre otros señalamientos, estilizaba su silueta, sino que
para verlo en el teatro Colón. los cambios en el motivo de la mostraba crudamente su pose,
Este acontecimiento ha sido madre permiten asomarse a la su desaliño, las marcas físicas
interpretado como un “ritual operación de construcción de de su condición (“el tema es
fúnebre colectivo” por el sentido que efectúa el artista. injustificadamente grosero y el
historiador del arte Roberto “En el cuerpo de la mujer del personaje demasiado sucio”,
Amigo, quien identifica a los boceto pueden leerse sigue el artículo ya citado). Y
personajes retratados en la fácilmente las huellas de la Malosetti sugiere: “Percibimos
escena como dos “héroes miseria: es un cuerpo ajado por una regla no escrita en el Salón
masones”. Ello puede explicar el sufrimiento, avejentado”. En que Sívori contrariaba: las
–dice la autora– la repercusión cambio, en la versión final, mujeres pobres, las criadas, se
que alcanzó la obra entre la “Blanes embelleció a la mujer representan vestidas”. Incluso
élite de poder, en cuya trama y su niño, los idealizó”. Ella el mismo artículo de El Censor
operaban las logias secretas, pasa a ser “horriblemente se cierra recomendando que el
pero no alcanza para entender bella”, como refería la prensa: artista se dedique de allí en más
la “marea hirviente y se había transformado en un a pintar el despertar ¡de la
rumorosa” que colmó el teatro. cuerpo deseable. patrona!
Las críticas periodísticas dieron El cuadro de Sívori
cuenta de este éxito masivo resultaba, para el gusto
haciendo hincapié en aspectos De la criada a la patrona burgués, un cuadro
formales de la obra, y “antierótico”, inaceptable no
señalando el deseo colectivo El análisis de la recepción sólo por la inexistente tradición
(de la nación) de poseer el escandalosa de una serie de de desnudo sino
cuadro, que había sido desnudos femeninos poco fundamentalmente por el
adquirido por el gobierno convencionales para su tiempo, excéntrico gesto de elegir
uruguayo. Pero el dato que enviados por Eduardo Sívori y mostrar sin ropas ni afeites a
definitivamente repone la Eduardo Schiaffino desde París una mujer de “clase baja”.
pintura en su época es la a Buenos Aires en la década de
noticia de que el punto de 1880, le permite a la autora leer
partida de la anécdota es un ese gesto como radicalmente Artes plásticas e izquierdas
episodio real ocurrido durante moderno dentro del proyecto
la epidemia, difundido en los compartido por ambos de En 1894, Ernesto de la Cárcova
diarios y conocido a partir del conformar un “arte nacional”. presenta en la exposición del
boca a boca: en un cuarto de la En particular, “Le lever de Ateneo (dirigida por
calle Balcarce un sereno había la bonne” (“El despertar de la Schiaffino) su cuadro “Sin pan
encontrado el cadáver de una criada”), la obra con la que y sin trabajo”. Ambos artistas,
mujer de cuyo pecho mamaba Sívori debutó en el Salón de junto a Payró, que desde las
un niño. París de 1887, logró despertar páginas de La Nación saludó
¿Qué transformaciones airadas repercusiones tanto en efusivamente la obra,
opera el artista desde esta París como en Buenos Aires, integraban el recientemente
noticia escalofriante hasta su adonde fue enviada más tarde. fundado Centro Socialista
presentación en el cuadro? La No molestaba su ejecución, que Obrero, una de las primeras
aguda comparación que se consideraba correcta e agrupaciones socialistas de la
propone Malosetti entre la incluso prometedora (“esto no Argentina, que orientaba el
versión definitiva y el boceto impide que el cuadro de Sívori médico Juan B. Justo. Si hoy la
de la pintura arroja luz sobre la esté bien, pero muy bien dimensión política del cuadro
conversión de “la crudeza y el pintado”, escribía por ejemplo aparece como evidente,

293
Malosetti saca a la luz que la implicaciones del ámbito Vanguardia en sus primeros
primera recepción local hizo adonde se exhibía, como por el años: ¿podría aventurarse que
hincapié en rasgos de la público de “buen tono” que allí el mandato de Justo operó
pincelada y el color que la podía apreciarla, y efectivamente sobre la
convertían en una “gran obra fundamentalmente por el medio producción del artista, y lo
de arte”, y que desplazaban o expresivo elegido (la pintura al llevó a optar por desplegar su
inadvertían su carga política. óleo). “Para La Vanguardia el crítica social en el formato de
En cambio, diez años más arte era asunto de ricos ociosos, la ilustración inserta en
tarde, cuando el cuadro es parte quienes no sólo explotaban a publicaciones políticas
del envío argentino a la los obreros sino que también se masivas, mientras sus pinturas
Exposición Universal de Saint daban el lujo de conmoverse se mantenían desde entonces al
Louis (Estados Unidos), no frente a sus desdichas”. margen de esa línea temática?
sólo recibió el Gran Premio, Justamente, la prevención Lo cierto es que todavía hoy
sino que fue interpretado por la sobre “la pertinencia de “Sin pan y sin trabajo” sigue
crítica y apropiado por la pretender difundir las ideas concitando fuertes resonancias
audiencia en términos socialistas con una ‘obra de políticas: durante el año 2001
ciertamente políticos. arte’” es una discusión que esa obra fue el disparador de la
La imagen del grupo atravesará, a lo largo de todo el intervención del joven artista
familiar pauperizado, el siglo siguiente, a los artistas Jorge Pérez, que reproduce el
hombre impotente y crispado, vinculados con las izquierdas. cuadro de De la Cárcova en
la mujer demacrada y sin Explorarán distintas una pancarta negra y blanca
fuerzas para alimentar al resoluciones de esa tensión: si que lleva a diferentes
párvulo, deja entonces de algunos tenderán a disociar la concentraciones y piquetes, y
entenderse como una más de militancia política de la luego organiza la visita de un
las infinitas imágenes actividad artística, muchos grupo de piqueteros al Museo
naturalistas de la pobreza otros pretenderán que sus Nacional de Bellas Artes para
urbana que se produjeron a producciones intervengan como registrar en video sus
fines del siglo XIX, para pasar a herramientas concretas en la observaciones y
ser leída como una imagen lucha política o social; y comportamientos (rituales)
simbólica, claramente deberán lidiar con los mandatos frente al cuadro.
vinculada con las luchas de la explícitos o implícitos de las Por otra parte, el libro de
clase obrera. organizaciones políticas. Malosetti deja entrever otra
Por cierto, los dos Estos cruces y opciones dan paradoja cuando señala la
momentos analizados en la lugar a una trama común de compleja y por momentos
recepción del cuadro presentan producción, circulación y ambigua posición de
entornos bien distintos: si en el recepción de obras, un terreno Schiaffino: si por un lado en
Buenos Aires de 1894 era de tensiones, conflictos y tanto director del Museo
todavía incipiente la acción afinidades, polémicas públicas Nacional de Bellas Artes era
obrera (la fundación del Partido y adhesiones secretas. considerado la voz cantante del
Socialista argentino tendrá Reconstruir los momentos más Estado argentino en materia de
lugar dos años después), Saint sobresalientes de los vínculos arte, “la suma del poder
Louis en 1904 era una entre artes plásticas e estético”, al mismo tiempo
industrializada ciudad con una izquierdas en la Argentina es colaboraba junto con su amigo
pujante tradición sindical. una empresa compleja y en su Rubén Darío en El Sol,
Malosetti deja señalado un mayor parte pendiente. Y si publicación dirigida por el
aspecto complejo de los cruces bien indudablemente no es ése escritor anarquista Alberto
entre arte y política que merece el eje de Los primeros Ghiraldo. O cuando señala que
ser retomado. Un artículo modernos, aparece en ciertos al volver Martín Malharro de
anónimo aparecido en La momentos como una dimensión Europa, acompaña su primera
Vanguardia, y que ella atribuye contemplada. Es de hacer notar exposición con un discurso de
con seguridad a Juan B. Justo, que De la Cárcova es el fuerte tono revolucionario, y
se distancia con mordacidad de principal ilustrador del sin embargo obtiene un buen
la obra, tanto por las periódico socialista La éxito en las ventas. ¿La

294
explicación de esta paradoja periferia, al ubicarse en una teóricas comunes, podrían
radicará en que –como señala perspectiva que considera las inscribirse en la sugerencia de
Viñas– todavía a fines del siglo relaciones entre centro-periferia Gonzalo Aguilar –en un
XIX los gestos radicales no en términos de difusión sino artículo publicado en esta
socialistas y anarquistas podían de conflicto. misma revista–1 de que
ser tolerados en los jóvenes Podríamos aquí transponer estamos ante “una inflexión en
intelectuales y artistas, mientras la observación de Raymond la crítica [cultural] argentina”.
esas ideologías no llegaran a Williams en La política del Un salto cualitativo respecto
marcar su presencia en la calle. modernismo, acerca de cómo la de buena parte de la
Por último, si la oposición condición de emigrados de historiografía de arte argentino
entre vanguardistas en el arte y buena parte de los integrantes anterior es el trabajo de
vanguardistas en la política ya de los movimientos de documentación exhaustivo, la
se mostró insuficiente para vanguardia es explicativa del consulta de archivos de
pensar los años 1920-1930, ya carácter extrañado, “enajenado” instituciones públicas y
a fines del siglo XIX puede de sus percepciones y su privadas, en el país y en el
rastrearse –como insinúa trabajo distanciado con el exterior. Muchas veces, en las
Malosetti– en los planteos de lenguaje y las formas. notas al pie del libro de
los artistas e intelectuales La cuestión del viaje, del Malosetti, aparecen los rastros
anarquistas la defensa a desplazamiento (del artista, de de los límites en esas
ultranza de la modernidad en la obra) no puede pensarse de búsquedas, límites que
las letras y las artes visuales. ninguna manera en forma evidencian las dificultades para
unidireccional (el artista la reconstrucción de la historia
argentino que se forma en París en la Argentina: obras robadas
“Periféricos cosmopolitas” y regresa a su patria a o extraviadas, archivos
reproducir lo aprendido). destruidos o inaccesibles.
La puesta en evidencia (en sus Aparecen más bien múltiples Como el sendero de migas de
obras, sus intervenciones y sus viajes, idas y vueltas (desde pan que señalaba en el bosque
textos) de la conciencia de París a Buenos Aires, o desde el rastro a seguir por
Schiaffino del “carácter aquí hacia Chicago, etc.) que Pulgarcito, esas materialidades
periférico en el que pretendía permiten considerar la perdidas dejaron vacíos que ni
desenvolverse como artista” recepción distinta de las siquiera la persistente
permite revisar y complejizar la mismas obras en otros insistencia del investigador
relación de estos artistas contextos: “un permanente puede subsanar.
argentinos con Europa y los juego de miradas desde y hacia Malosetti recurre a
Estados Unidos. Las críticas fuera”. herramientas conceptuales
que escribe Schiaffino acerca provenientes de un vasto marco
de la Exposición de Arte que va desde los “modos de
Italiano Contemporáneo en Inflexión ver” del crítico y escritor inglés
Turín (1884) permiten inferir John Berger, pasa por los
no sólo un público lector Para cerrar esta lectura, infaltables R. Williams y P.
sumamente informado de los quisiera enmarcar este valioso Bourdieu, incluye a T. Clark,
pormenores acaecidos en el arte libro en su contexto. Th. Crow , E. Said, R. Rydell,
europeo, sino además la mirada En los últimos años y las consideraciones acerca del
impertinente de un joven cobraron estado público (a estilo del historiador del arte
periférico que critica la calidad través de la defensa de tesis, la polaco Jan Bialostocki. De este
de la selección. publicación de libros o la último proviene la noción
El interés en inscribir las curaduría de exposiciones)
obras analizadas en “sus algunas investigaciones
condiciones históricamente históricas rigurosas y de largo 1
descriptibles”, como propone aliento sobre el arte argentino, “La presencia de una nueva voz”,
en Prismas. Revista de historia
Svetlana Alpers, cobra aquí un que por sus recorridos
intelectual, No. 5, Buenos Aires,
sesgo particular al encarar el similares, preocupaciones Universidad Nacional de Quilmes,
estudio de obras creadas en la compartidas y referencias 2001.

295
“temas de encuadre”: las como repertorio de recursos de referencia”. Pero, además,
configuraciones iconográficas formales sino considerar las persistencias
que tipifican o gravitan en la fundamentalmente como actuales y los poderes
recepción de una nueva intervenciones complejas, concentrados en ciertas
imagen. Por ejemplo, la escena como artefactos culturales que imágenes que, según la noción
del rapto o la escena de la delinean estrategias: del historiador Pierre Nora, “se
mujer prisionera, sometida a entenderlas como “gestos convirtieran en lugares para la
los designios del hombre en los deliberados que resultan de una memoria colectiva”.
cuadros que abordan la toma de posición respecto de
cuestión de la cautiva blanca en las problemáticas del arte, la
manos de los malones indios. política y la sociedad en el
Un esfuerzo que redunda en medio al que pertenecían y que Ana Longoni
leer las obras de arte no sólo constituía su permanente punto UBA / CeDInCI

296
Tulio Halperin Donghi,
Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930),
Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Ariel Historia,
2000, 671 páginas

Un fragmento de la experiencia incorrecta, y la “verdadera”, revolucionaria, movilizada por


de la sociedad argentina, sus fundada en la ley Sáenz Peña, una revolución soviética sobre
ideas y sus prácticas, la que gana en corrección política, la que se proyectan las más
correspondiente a la segunda y pero a costa de ir perdiendo el variadas expectativas, la
tercera década del siglo XX, es progreso, el orden, y finalmente Reforma Universitaria, en la
presentada por Tulio Halperin la ley. El razonamiento que se unen de manera
Donghi en este nuevo volumen principal transcurre entre los contradictoria la reacción
de la Biblioteca del debates, expectativas y espiritualista, la valoración de
Pensamiento Argentino. Como perplejidades que acompañaron la juventud, el comunismo
en los casos anteriores, incluye su origen, y el derrumbe de genérico y el
un conjunto de textos y una 1930, que sólo a posteriori se latinoamericanismo, que
extensa introducción de más de sabría catastrófico, puesto que deviene en indigenismo o en
doscientas páginas, que no es para muchos de sus antiimperialismo. Finalmente
un simple prólogo: el autor protagonistas sólo se trataba de –la enumeración no es
desarrolla un argumento volver al principio. exhaustiva– el vasto
propio, adecuadamente En torno de esta historia movimiento que revitaliza el
complejo, y los textos discurren otras, que unas veces catolicismo, le da consistencia
seleccionados funcionan como se agregan al argumento intelectual y lo arraiga en la
apoyatura o probatoria de principal y otras siguen su densa corriente antimoderna del
aquél. En ellos, las voces propio camino. Una de esas integralismo.
destacadas se mezclan con historias se refiere a los Por otro carril corre el
otras de menor relieve, a las movimientos y corrientes registro de los cambios en la
que se apela para contextuarlas, intelectuales, y en primer lugar sociedad y la economía. En
relativizarlas o simplemente a los intelectuales mismos, un primer lugar, por obra de la
desmentirlas. Los textos están conjunto de profesionales Primera Guerra, que altera el
seleccionados y recortados en nacidos a la vida pública con el mercado mundial, cuestiona la
función del ensayo preliminar, siglo, que piensan en el futuro y inserción natural del país y el
pero en la mayoría de los casos el pasado, son escuchados por papel de la agricultura y la
son lo suficientemente ricos y un público amplio y expresan ganadería, y empuja a mirar
complejos como para insinuar los cambiantes consensos de la con nueva simpatía la
–y a veces más que eso– opinión: Leopoldo Lugones, subestimada industria. En ese
caminos de lectura e José Ingenieros, Ricardo Rojas, clima confuso de la posguerra
interpretación diferentes. Manuel Carlés, Manuel Gálvez, se le plantean al Estado nuevas
Otro rasgo de esta colección tan diferentes en sus ideas exigencias que obligan, como
es que, tras la amplia apelación como parecidos en su nunca, a perfeccionar sus
al Pensamiento, hay un interés egocentrismo. Distintas herramientas: su propio
central y casi exclusivo en la corrientes animan este mundo y financiamiento, amenazado por
política, la pensada y también el debate de ideas, los vaivenes de la recaudación
la simplemente practicada. En particularmente intenso en una aduanera, y la necesidad de
este volumen, el título remite a posguerra, que pone en cuestión orientar o regular de alguna
la clásica distinción entre dos las viejas certezas: el boyante manera las fluctuaciones de la
repúblicas: la “posible”, nacionalismo, la crítica al vida económica. Ese avance del
diseñada por Alberdi y vigente positivismo, el “juvenilismo”, Estado resulta forzado por la
hasta 1916, legal, ordenada, tan propio de la crisis cultural decisión de las nuevas
progresista pero políticamente de la entreguerra, la utopía autoridades, surgidas del

297
sufragio universal, de intervenir ser el instrumento constructor lugar: ¿cuántos son allí los
en la “cuestión social” de la “República verdadera”, políticos e intelectuales que
mediante una política de concebida y nacida en un creen con sinceridad en los
“interés social”, que aunque contexto más sencillo, con valores del sufragio? No es
fuera mera demagogia opciones simples y necesario remitirse a Maurras.
electoralista, como quieren sus transparentes, que tuvo que De Taine a Durkheim, de
adversarios, obliga igualmente procesar una trama compleja de Weber a Mosca, de Michels a
a ampliar sus instrumentos. problemas y terminó Guesde, quizá con la salvedad
Inseparable de esta cuestión es fracasando. En el centro de esta de Jaurès o Bernstein, no hay
el desafío que, de manera breve historia Halperin coloca un en Europa más que críticas,
pero contundente, provocó el problema capital: la “extraña reticencias o resignación.
ciclo de protesta social y parálisis legislativa de la Luego la Alemania imperial,
revolución en las mentes que República verdadera”, la tenida por modelo de nación
siguió al final de la Guerra y a prueba de fuego de la eficiencia exitosa, no brilla por la
la Revolución de Octubre. de un nuevo ordenamiento democracia. Finalmente, la
En suma, se trata de un político en el que la democracia Guerra pone en cuestión
Estado que inicia una marcha debió construir un espacio, al cualquier imagen progresista
hacia el centro de la escena, menos complementario, para la del desarrollo social. Halperin
que rematará en la década negociación de los intereses, y encuentra huellas de esas dudas
siguiente. Simultáneamente, fracasó. Me parece que esa en la critica cada vez más
una sociedad que se hace más sección funciona como extendida al regeneracionismo
compleja, y a la vez precisa y parteaguas entre una larga rampante, de inspiración
organiza sus intereses: el primera parte, dominada por el española, de los reformadores
asociacionismo espontáneo de tema de las expectativas, más del ’12. La clase política
la segunda mitad del siglo XIX bien resignadas, que suscita la realmente existente, que se
deriva en aguerridas transición hacia la democracia, resignó a la reforma a golpes
corporaciones, de trabajadores, y la segunda, cuando la de autoridad presidencial, no
empresarios, profesionales o acumulación de críticas, que la quiere perderlo todo: su historia
simplemente vecinos, que parálisis gubernativa hace y sus tradiciones de patricios
demandan al Estado, y en ilevantables, lleva a la ruptura fundadores; tan malos no han
primer lugar reclaman su del orden democrático. debido de ser los viejos
acción reguladora. Del Estado Examinemos primero las métodos políticos, concluyen.
mismo se va desprendiendo imágenes de la transición. La incertidumbre se potencia
una, el Ejército, que quiere Halperin valida, rápida y con los primeros resultados
identificarse directamente con contundentemente, la electorales y los triunfos de los
los intereses superiores de la interpretación ampliamente “partidos nuevos” a los que,
Nación, sin la mediación del aceptada acerca del proyecto generosamente, se asignaba el
gobierno representativo. De la reformista de 1912 y sus tercio minoritario. Dos
sociedad se perfila otra, la intenciones: coronar el preguntas orientan la nueva
Iglesia, que por sus propios progreso de la sociedad, inquietud: ¿el sufragio secreto
motivos y con sus propios estimular la formación de y obligatorio basta para
argumentos marcha hacia una partidos “de ideas”, lograr a convertir a la plebe en
posición similar. través de ellos la integración de ciudadanos? ¿Dónde quedarán
Estas historias, de las que las masas en el orden estatal y representados los “intereses
Halperin da cuenta apoyándose establecer una relación morales y materiales” de la
principalmente en las voces de transparente entre la sociedad y nación? Esta pregunta está
sus actores –a los que convoca la dirigencia política, llamada a tener historia, cuando
para decir las partes de un adecuadamente renovada por la existencia de esos intereses,
guión trazado por él mismo– los aires frescos del sufragio. todavía tenuemente dibujados,
confluyen en el cauce principal Dicho esto, abre el registro de no pueda ser negada. De
de este volumen: una política las perplejidades y los temores. momento, esa falta de
democrática perfeccionada con Los que se recogen en el representación es puesta en la
la ley Sáenz Peña. Ésta debía mundo europeo en primer cuenta del proyectado partido

298
conservador programático, que iniciales, al tiempo que amplifica una preocupación
quería liderar Lisandro de la repudiaba al “régimen” recibía previa: la crítica a la
Torre. ¿Por qué fracasó? A la sin cuestionamiento a todos sus “mesocracia”, a la mediocridad.
reticencia de la vieja clase tránsfugas, al fin los únicos José Ingenieros rechazó la
política, que no quiere ir más expertos disponibles para igualdad en nombre del
allá en su propia inmolación, montar la gigantesca “privilegio del mérito” y
Halperin agrega un argumento maquinaria necesaria para la vislumbró, con argumentos
filoso: el propio De la Torre, política nacional. A ello agrega similares a los de Max Weber
que declamó sobre el programa, un tercer elemento, del que defendiendo el
estuvo lejos de formularlo, de quedan pocos testimonios: la parlamentarismo, que la nueva
encontrar cómo articular capacidad de Yrigoyen para democracia no permitiría la
políticamente intereses sociales desarrollar con éxito una vasta emergencia de los grandes
concretos, e inclusive de tarea de convencimiento, líderes políticos, complemento
dirigirse a un electorado íntima, personal y nunca de esa “aristocracia del
ampliado. Durante la fallida interrumpida. espíritu” por él representada.
campaña de 1915 y 1916 sus En este texto hay, sin Un repudio similar de
interlocutores fueron los embargo, un insight de lo que Leopoldo Lugones a la “ralea
mismos viejos dirigentes pudo haber sido: el diálogo mayoritaria” alerta sobre el
políticos, a quienes de manera telegráfico entre Marcelo de carácter corporativo de estos
simple convocó a evitar, de Alvear, embajador ante la Liga argumentos: los intelectuales
cualquier modo, el triunfo de las Naciones, y el presidente no quieren ser igualados al
radical. Yrigoyen acerca del retiro de la hombre común, que puede
Hipólito Yrigoyen, en Argentina de dicha Liga. acceder a un título
cambio, encontró cómo hacerse Conviene leer primero el universitario. Juan Agustín
cargo de las características de diálogo, verdaderamente García denuncia también los
la nueva política. En primer esotérico, para valorar mejor la efectos excesivamente
lugar, con un discurso sutileza del análisis de movilizadores de la educación
adecuado a la democracia de Halperin, capaz de despejar el pública, que atentan contra las
masas. Halperin subraya sus camino entre las abstrusas legítimas elites, así como el
raíces en la política previa a frases de Yrigoyen, y las no empobrecimiento que el
1880, y –con menos énfasis– su menos abstractas de Alvear, utilitarismo allí reinante,
adecuación a la era de las para reconstruir los complejos criatura del positivismo,
“pasiones democráticas”: la términos de la relación entre provoca en las nociones más
tradicional religión cívica, maestro y discípulo pero, a la raigales de patriotismo. Joaquín
transmutada en identificación vez, entre jefe de partido y V. González, veterano del
con el pueblo y la nación, y la disciplinado soldado. reformismo, se desilusiona del
exclusión del otro, arrojado a Las expectativas generadas pueblo real y por contraste,
las esferas tenebrosas de la por la transición democrática, declara que la democracia
antipatria. Recientemente se cruzadas por la imagen de sus puede en cambio funcionar en
han explorado otras fuentes de primeras realizaciones, domina la Universidad, debido a la
esta religión cívica, en primer las interpretaciones de los años educación de los estudiantes.
lugar la misma religión, que en iniciales de la experiencia Lugones mismo retoma el
una época de secularización radical. En momentos en que clásico argumento de
galopante traslada imágenes y la Guerra y la crisis de Tocqueville: la democracia que
mitos a la figura de un caudillo posguerra complican todo lo iguala atenta contra la
convertido en santón. Todo esto infinitamente su desempeño, libertad.
reposa, como por entonces una pregunta aparece en todos El sabor antañón de estas
explicó minuciosamente M. los ámbitos, por cierto muy críticas se transmuta en otro
Ostrogorski, en la construcción variados, que recorre Halperin: muy moderno. Deodoro Roca,
del partido como máquina ¿funciona la democracia en prócer de la Reforma, que
electoral, y allí residió para ese mundo alterado? había comenzado cuestionando
Halperin la suprema habilidad La primera línea de la “democracia plebeya”, poco
de Yrigoyen. En esos años respuestas desarrolla y después centra sus críticas en el

299
“parlamentarismo”, la nueva Bunge, Alfredo Palacios y Estado para que organice,
bête noire de derechas e Alejandro Korn. Ingenieros, reglamente y legisle. No se
izquierdas, condenado desde con palabras dignas de Mosca o trata ya de decisiones gruesas y
Hitler a Lenin. A él se debe que Pareto, elogia la eficacia de las claras, como reprimir o no un
la democracia no llegue a nuevas élites soviéticas y movimiento huelguístico, sino
concretar su objetivo: la destaca la organización de un trabajo más fino y
solución de los problemas funcional del Estado soviético, matizado, donde es difícil
sociales. Esta solución, que descarta las instituciones establecer cuál es exactamente
entendida de manera más donde, según la tradición el interés general. En todas las
amplia que la “ingeniería democrática, habría de democracias que funcionaban,
social” de principios de siglo, constituirse el interés común. y que servían de modelo a la
entusiasma a todos: Halperin Monseñor De Andrea y el argentina, ésa era la función del
constata la recepción simpática padre Franceschi dudan entre Congreso y de los
y optimista de la Revolución encabalgarse en el entusiasmo representantes: mientras los
soviética de Octubre, sobre la democrático, siguiendo la intereses corporativos
que, a falta de noticias precisas, recomendación de León XIII construían sus propios
cada uno vuelca sus propias –todo sistema es aceptable, escenarios de confrontación y
aspiraciones. Para Ingenieros, hasta la democracia, siempre sus maneras de gestionar ante
la revolución es la que no se discuta el último el Estado, el Parlamento debía
manifestación rusa de un origen divino del poder– o ser el lugar donde se
movimiento que en otros pensar, de acuerdo con los construyera y defendiera el
lugares, como la Argentina, nuevos vientos europeos, en interés general, aquel que,
habrá de seguir los caminos formas de representación según la fórmula roussoneana,
más pacíficos de la reforma. El corporativa más acordes con las deriva de la concurrencia de
mismo entusiasmo por la ideas de Santo Tomás, también razones iguales y despojadas.
reforma social se encuentra, de recomendado por León XIII. En este terreno, donde la
manera menos previsible, en Lo más singular es la posición democracia empieza a ser
los voceros de una Iglesia de la Liga Patriótica: su progresivamente juzgada,
todavía no encuadrada práctica antirreformista violenta encuentra Halperin que se
plenamente en el integralismo coexiste con la valoración de la produce una “extraña
de Pio XI y que, con tradición constitucional parálisis”: el Congreso fracasa
reminiscencias “modernistas”, elaborada en el siglo XIX, y en su tarea de producir
aboga por la formación de hasta con su remate: una legislación de fondo, aun en
sindicatos obreros. Hasta la democracia que sólo necesita aquellas cuestiones en las que
Liga Patriótica, cuando hace ser “fuerte”. reina el acuerdo. Mientras la
una pausa en su tarea de Las invocaciones a la legislación de urgencia,
represión violenta, reúne representación funcional coyuntural y puntual, puede
sesudos congresos para discutir anuncian un dato nuevo en la avanzar, fracasan las leyes
la situación de la mujer, los política argentina, que destinadas a ordenar problemas
trabajadores, la educación o los cambiará el eje de las generales: el arrendamiento
niños abandonados. discusiones sobre la rural, las cuestiones del trabajo,
En muchos de los textos democracia: la definición de el impuesto a los réditos. Hay
presentados por Halperin ronda distintos intereses en la explicaciones conocidas: la
una fórmula de moda: la sociedad y su organización en resistencia de la oposición a
“justicia social”, apelada por corporaciones dedicadas aprobar cualquier iniciativa del
unos y otros. ¿La reforma explícitamente a abogar por Ejecutivo, lo que a su vez
social y la democracia han de ellos. La complejidad de los remite a su decisión de
marchar juntas? La respuesta, problemas –desde la definición ignorarla. Pero hay algo más, y
matizada, no responde ni a las de una tarifa de avalúos a la sobre este punto, vital en su
ilusiones de 1912 ni a las delimitación de las argumentación, Halperin no
decepciones de 1930. Los competencias profesionales en puede convocar testimonios de
socialistas contestan por la el campo de la salud– se época convincentes y
afirmativa sin vacilar: Augusto traduce en una demanda al explicativos.

300
Apenas el del presidente industria, del coronel Mosconi ruptura: grupos minoritarios
Alvear, quien reclama a los sobre la necesidad de la pero de acción espectacular que
congresistas que se aparten de autarquía industrial o del cuestionan las bases mismas del
las tareas más propias de las propio general Justo, quien orden institucional. Se trata del
elecciones, que de todos modos vislumbra una reestructuración nuevo movimiento intelectual
valora, y a la hora de legislar institucional que, católico, que busca adecuar el
atiendan al interés general. O el redimensionando la función de tomismo y el boyante
de Juan B. Justo, dirigente de las Fuerzas Armadas, permita a integralismo del papa Pio XI a
un partido que aspira a ser el la nación retomar el camino del los problemas argentinos, y por
vocero de la clase obrera, quien progreso emprendido a fines la vía de instaurar a Cristo Rey
reclama a los diputados –según del siglo XIX. Tan significativas cuestiona todo el orden político.
los más ortodoxos principios de como sean para el futuro esas Se trata también de grupos
la representación democrática– reflexiones, el hecho es que, nacionalistas, de inspiración
que obren de acuerdo con su durante bastante tiempo, ellos similar y distinta a la vez (los
conciencia y convicciones y se mismos descartan cualquier seguidores de Maurras
desentiendan de los rumores de otra alternativa que la mantienen su fidelidad pese a la
una opinión pública a menudo encuadrada en la Constitución. condena papal a Action
manipulada. Por cierto, el Quienes lo miran desde la Française), que subrayan otros
interés general no puede política suman otra decepción: aspectos: Halperin se divierte
constituirse sin discusión, y los socialistas desesperan de encontrando en los Irazusta una
ésta es imposible cuando la que un electorado sumido en el crítica del imperialismo sesgada
facción yrigoyenista ha resuelto fango de la “política criolla” por la perspectiva de
atribuirse la representación de los acepte como guía; de Gualeguaychú y un rechazo del
la nación y negar estatuto de manera más dramática, reformismo social en nombre
interlocutor a sus adversarios, Lisandro de la Torre, recitando de una lógica capitalista
quienes a su vez identifican a a Ibsen, reniega de la totalidad estricta. Los ejemplos bastan
los yrigoyenistas con una de la clase política. Para unos y para mostrar la dificultad de
barbarie incapaz de razonar. otros el gran obstáculo está en integración de ambas
Pero subsiste algo no el partido Radical, y en su perspectivas –todavía el
explicado: aún en los períodos invencible maquinaria revisionismo histórico no les
de mayor concordia, cuando el electoral, cuya legitimidad es ofreció un terreno para la
Ejecutivo dispone de una difícil de discutir en los convergencia– que sin embargo
mayoría benevolente en ambas términos de la fe cívica que la pueden unirse en tanto
cámaras, sobre todo entre 1924 sustenta –más allá de suministran un apoyo táctico a
y 1926, los proyectos se ocasionales referencias a quienes, por otras razones,
“cajonean” y las leyes siguen fraudes o manipulaciones– pero empiezan a decidirse a
sin aparecer. que constituye un obstáculo interrumpir el orden
Si las causas son oscuras, para que el Estado alcance su constitucional.
las consecuencias se van legitimidad por el camino de la Quienes así coinciden están
imponiendo gradualmente. eficiencia. lejos de acordar en una
Quienes lo miran desde el En la última parte Halperin dictadura militar o en una
punto de vista de los intereses y se dedica a explorar en qué refundación de la república
creen –según la fórmula que momento y de qué modo la sobre bases institucionales
Halperin ha establecido en ecuación comenzó a dar un nuevas. Halperin recoge y
textos ya clásicos– que la resultado negativo; quienes autoriza una opinión fuerte
legitimidad del Estado se funda demandaban eficacia entre los historiadores hoy. El
en su eficacia, comienzan a empezaron a aceptar –quizá con golpe del 6 de septiembre se
advertir que la mediación ejemplos de otros países a la pareció menos al del 4 de
democrática es una traba para vista– que los costos de la fe junio de 1943 que a las
las soluciones que proponen. cívica eran demasiado altos. revoluciones de 1890 o 1893:
Así aparece en las ideas de Esto ocurre lentamente. Pero en levantamientos cívico-militares
Alejandro Bunge sobre la esa explicación gradualista que aspiraban a restablecer el
nueva importancia de la Halperin introduce un factor de buen orden institucional, a

301
devolver la Constitución a su caótico. Halperin ha hecho un punto los textos de época,
cauce legítimo. El vigor de la notable esfuerzo de sobre la que se vertebra,
tradición liberal y democrática, organización, a su manera y en suministran todas las
recogido entre otros lugares por su estilo. Al analizar los textos, respuestas? El problema se
la Reforma Universitaria, acotó confronta al autor y su manifiesta particularmente en
de momento el ímpetu biografía con el medio en que aquello que no ha pasado por la
integralista y postergó por trece vivió y habló, y contrapone sus conciencia de los
años la resolución del conflicto. dichos con la realidad a la que contemporáneos, y que ni
Este desenlace de la historia de se refieren, la que a su vez está siquiera el “hábil
la República Verdadera, que compuesta de otros tantos interrogatorio” de Halperin
encaja bien con las ideas de su discursos, autores y logra extraer. Me parece que la
principal protagonista, el circunstancias. Ese juego de cuestión de la “extraña
general Justo, es a la vez un espejos se traduce en frases parálisis” es uno de esos casos.
nudo. Luego de ella empieza complejas, donde abundan las Otra zona oscura del texto se
otra historia: mientras se dobles negaciones: así, las aclarará pronto: el problema del
redefinen las relaciones entre el cosas siempre tienen dos nacionalismo, en sus distintas y
Estado y los intereses de la aspectos, las posibilidades de contrapuestas versiones, está
sociedad, el retorno a las encadenamientos y relativamente al margen en esta
prácticas democráticas se hará resoluciones son infinitamente reconstrucción. Seguramente en
cada vez más difícil. variadas, y la senda principal el próximo volumen, sobre el
Final abierto, de una de las está permanentemente cruzada período 1930-1943, se
historias que es posible por caminos secundarios, atajos recogerán más sistemáticamente
encontrar en este libro y callejones ciegos. los fragmentos de su historia,
complejo. El período está Esta reconstrucción de una aquí relativamente marginados.
relativamente poco estudiado, realidad multiforme e
de modo que uno de los irreductible a esquemas simples
méritos de esta obra es es algo menos y mucho más
proponer un orden para un que historia de las ideas o Luis Alberto Romero
universo que nos resulta algo historia intelectual. ¿Hasta qué UBA / CONICET

302
Beatriz Sarlo,
La batalla de las ideas (1943-1973),
Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VII, Buenos Aires, Ariel Historia,
2001, 468 páginas

La Biblioteca del Pensamiento responden al formato previsto superponiéndose. Sin embargo,


Argentino es una colección para la colección: un “estudio es posible advertir ciertas
dirigida por Tulio Halperin preliminar” y una “antología”; constantes que tienden a
Donghi que consta, según el el autor, por tanto, cumple la unificar los procesos y a
proyecto difundido en los doble función de compilar el cuestionar cada vez más la
volúmenes ya aparecidos, de material documental y de relativa autonomía de los
siete tomos, y abarca un postular, a partir de ese campos; lo que Sarlo llama
período que va de 1810 a 1973. material, una lectura crítica. “una línea narrativa”, definida
El lapso de treinta años entre Resulta llamativa, a primera precisamente por la pérdida
1943 y 1973, debido a su vista, la decisión de los cortes creciente de especificidad con
complejidad, exigió, a juicio de de inicio y final del período en relación a los “grandes temas”:
los autores, un desdoblamiento estudio. Los datos políticos “ciencia y técnica (de la
en dos tomos diferenciados. más evidentes parecen investigación a la denuncia de
Así, en marzo de 2001 apareció relacionar los cortes con la las condiciones dependientes
Bajo el signo de las masas, de aparición en la escena política del saber); literatura y artes (del
Carlos Altamirano, y en de Perón en junio de 1943 y el compromiso al arte político, de
septiembre La batalla de las inicio de su tercera y efímera la modernidad y la vanguardia
ideas, de Beatriz Sarlo. Ambos presidencia en octubre de 1973; a la revolución); universidad (el
autores, en sendas en palabras de Sarlo: “fechas fin de la cuestión universitaria
“advertencias”, ponen de marcadas por el surgimiento, la propiamente dicha, que se
manifiesto las razones del caída, la proscripción y el disuelve en la revolución en la
necesario desdoblamiento. Dice regreso del peronismo” (p. 14). universidad y una universidad
Sarlo: “Altamirano se haría Sin embargo, la estrategia de para la revolución); catolicismo
cargo del pensamiento político ambos libros se diferencia en y socialcristianismo (de las
en un sentido bastante estricto los modos de ordenar el encíclicas a la teología de la
porque son los militares, los material documental. En liberación)” (pp. 14-15).
sindicalistas, los partidos, los Altamirano prevalece un “¿Qué hacer con las
políticos y, entre ellos, las ordenamiento que privilegia lo masas?” se titula el primero de
figuras dominantes de Perón y cronológico en tres bloques los bloques y tanto el estudio
Frondizi, quienes se bien diferenciados: el primer preliminar como la compilación
pronuncian; […]” (p. 13). Por peronismo, el desarrollismo del material fueron realizados
su parte, Sarlo se ocupará de frondicista y la polarización en colaboración con Carlos
los “discursos sobre la política entre la consolidación del Altamirano. Allí se recogen los
y la sociedad, […]; sus militarismo y la radicalización textos que ponen en discusión
emisores no eran políticos sino ideológica del peronismo y la el fenómeno peronista durante
intelectuales […]. Se trata, izquierda. Sarlo –en nuestra los años posteriores a la caída
tanto en este caso como en el opinión, acertadamente– opta del régimen. El itinerario
primero, de hombres y de por respetar la relativa incluye las reacciones de la
organizaciones, de grupos y de especificidad de los discursos revista Sur, que tienden a
instituciones: intelectuales y de los diferentes actores enmascarar el debate político
artistas, universitarios, la –especificidad que se irá en apelaciones éticas
Iglesia, el movimiento diluyendo progresivamente– y (“Moralmente, bajo la
estudiantil” (pp. 13-14). las cronologías a menudo se dictadura uno se sentía más
Recortados los objetos de proyectan en el tiempo, libre en la cárcel que en la
estudio, ambos libros imbricándose y calle”, dice Victoria Ocampo

303
[p. 119]) o en ironías sobre el la Democracia Cristiana desde escritura ensayística tributaria
mal gusto (“Más curioso fue el mediados de la década de 1960, en gran medida de Martínez
manejo político de los y en intervenciones públicas de Estrada y que no encontró, en
procedimientos del drama o del hombres (en especial, el R. P. los años posteriores, cauces de
melodrama”, dice Borges [p. Mugica) y organizaciones (el continuidad. La renovación de
122]), que anatemizan a Perón Movimiento de Sacerdotes para las diferentes prácticas
desde los célebres eufemismos el Tercer Mundo). disciplinarias (historia,
del “presidente depuesto”, “el En “Los universitarios” es sociología, literatura) ocupa un
tirano” o equivalentes; la posible distinguir tres núcleos. lugar central en la antología.
temprana toma de distancia de En el primero de ellos se Así, la tarea decisiva de Tulio
Mario Amadeo respecto de las plantea el antirreformismo del Halperin Donghi en la
casi unánimes diatribas; las peronismo en discursos de historiografía y de Gino
derivaciones de la controversia Jordán Bruno Genta y del Germani en los estudios
en la llamada “nueva propio Perón –en oportunidad sociológicos tiene su correlato
izquierda” de Contorno; la de promulgar la Ley en las novedosas miradas
reinterpretación del fenómeno Universitaria del ’47–, en los críticas de David Viñas y Noé
desde la “izquierda nacional” que se insiste sobre los Jitrik sobre la historia literaria
(J. A. Ramos); y la intervención necesarios límites de la argentina, y en los arduos
de Germani a partir de las por autonomía para mejor integrar debates sobre estructuralismo,
entonces novedosas armas de la el trabajo de la universidad en marxismo y psicoanálisis que
sociología. los objetivos e intereses de la enfrentan a Juan José Sebreli,
El segundo de los bloques, nación. En oposición a ellos, Eliseo Verón y Oscar Masotta,
“Cristianos en el siglo”, incluye las intervenciones de los que terminaron por
dos textos de monseñor universitarios como Dell’ Oro convertirse en un verdadero
Gustavo Franceschi, director de Maini, José Luis Romero y emblema de la época, toda vez
la revista Criterio, en los que, Risieri Frondizi en el momento que se mencionan las
por un lado, adopta, frente a los que rescatan la tradición polémicas que atravesaron la
debates de “derechas e reformista buscan ampliar sus década de 1960. La
izquierdas”, la conocida alcances mediante una radicalización que se había
posición de equidistancia frente actualización del concepto de planteado en vastos sectores de
al liberalismo capitalista y al extensión universitaria. El la Iglesia y en la actividad
comunismo, y por otro, entra segundo núcleo se centra en universitaria retorna en
en polémica contra los debates más internos a la “Intelectuales y artistas”: los
“cristianos progresistas” y institución universitaria, con debates sobre la función del
advierte sobre el equívoco de relación a las políticas de intelectual no hacen más que
suponer viable una alianza de ciencia y técnica y a las subsumir, una vez más, la
cristianismo y marxismo. polémicas abiertas entre actividad intelectual y artística
Según Sarlo, “Criterio reitera estudiantes reformistas y en la lucha revolucionaria.
un leitmotif: es imposible humanistas. El tercer núcleo se Tres notas finales. Primera:
luchar contra el comunismo sin titula, significativamente, “El Parece redundante, a esta
abrazar al mismo tiempo la fin de la cuestión altura, destacar la lucidez
causa de la justicia social” (p. universitaria”, ya que en los crítica de Beatriz Sarlo; en su
44). En este sentido deben testimonios de Ramón Alcalde “Estudio preliminar” se
leerse sus implícitas simpatías y Rodolfo Puiggrós se puede acompaña el itinerario que la
con el peronismo y sus advertir la disolución de las antología sugiere a través de
reticencias ante la cuestiones específicas en la una lectura interpretativa que
radicalización de los jóvenes primacía excluyente del conecta ideas y discursos
militantes cristianos. Este proyecto revolucionario. mediante un ajustado y
creciente proceso de Por último, el cuarto de los riguroso proceso de
radicalización se encuentra bloques, “Historiadores, contextualización. Segunda: La
testimoniado en una entrevista sociólogos, intelectuales”, se antología cumple acabadamente
al profesor Eggers Lan, en las abre con textos de Murena y con el objetivo de la colección
transformaciones producidas en Sebreli, que documentan una y brinda un panorama

304
ilustrativo de treinta años de obviamente a una un discurso ya codificado, y lo
pensamiento argentino. Tanto la interpretación: la de que a que se propala es, más que
selección como el partir de entonces ninguno de nada, repetición y exceso de lo
ordenamiento responden al los actores en presencia mismo” (pp. 12-13). La lectura
criterio al que deben ajustarse invocará, para dar validez de la antología no hace más
las antologías: que los textos pública a sus acciones o a sus que confirmar este aserto,
que “faltan” se encuentren expectativas, razones que no como si la tragicidad cíclica de
representados en los textos formaran parte de un repertorio nuestro fracaso tuviera su
presentes. Tercera: En la de estereotipos ya establecidos. correlato en un pensamiento
“Advertencia” del libro de Lo que se enuncia, sea para empecinadamente repetitivo.
Altamirano que citamos al definir relaciones de alianza o
comienzo, el autor procura de oposición, sea para indicar
justificar el cierre del período qué tipo de autoridad se
en el año 1973: “El criterio considera legítima o cuál es la José Luis de Diego
para fijar este término responde sociedad deseada, pertenece a UNLP

305
Eduardo P. Archetti,
El potrero, la pista y el ring. Las patrias del deporte argentino,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, Colección Popular 593, Serie Breves,
2001, 128 páginas
Masculinities. Football, Polo and the Tango in Argentina,
Oxford, Berg, Global Issues, 1999, xviii + 212 páginas

1. ¿Qué escribió Archetti? Y, menor debe producir una obra en los que la sociedad argentina
dolorosamente: ¿qué leímos de menor, por lo tanto merecedora ha articulado históricamente su
Archetti? de menor –o nula– lectura. Por identidad nacional, popular y
Desde hace treinta años la eso, los pocos trabajos de masculina.
obra de Archetti es una de las Archetti publicados en español La producción de Archetti
más interesantes en la han tenido una difusión abarca un panorama cuyos
antropología y la historia inversamente proporcional a su efectos son acumulativos: la
cultural argentina (por sujetar importancia. Este círculo de invención de la identidad
disciplinariamente un trabajo clausura ya ha mostrado nacional argentina en el fútbol
que se resiste al encasillamiento). fisuras, afortunadamente: tanto (fundamentalmente en relación
Sin embargo, presa de un doble en Prismas como en Punto de con la construcción de un estilo
desplazamiento, es una obra vista, en Desarrollo Económico de juego) y en el polo, pero
poco conocida, aun en los o en Nueva Sociedad –aunque, también la manera como esas
medios académicos y en este último caso, narrativas banales intersectan y
especializados. Ese doble nuevamente limitado a un complementan las narrativas
desplazamiento consiste, en un dossier sobre deporte e legítimas de la nacionalidad en
primer movimiento, en su identidad en América Latina–, la década de 1920; el
colocación geográfica: desde la en la Historia de la vida imaginario en torno de los
década de 1970 Archetti trabaja cotidiana en la Argentina o, héroes deportivos
en la Universidad de Oslo, de la más recientemente, en el libro (especialmente en relación con
que es hoy el director del que editara Fondo de Cultura la figura de Diego Maradona);
Departamento de Antropología. Económica en el 2001. Pero su los fenómenos de violencia en
Por ello, además de sujetarse a obra mayor, Masculinities. el deporte; las figuras
las reglas que impone la Football, Polo and the Tango masculinas en el tango, en un
distancia, sufre el in Argentina, permanece juego relacional con las
distanciamiento “exótico” desconocida en nuestro país, femeninas; la invención de una
escandinavo; así, a diferencia de resistente a varios intentos de cocina argentina. Archetti no
otros exiliados contemporáneos traducción y publicación local. sólo delimitó objetos nuevos
(pienso en Ernesto Laclau, por para las ciencias sociales
ejemplo), su trabajo tiene menos 2. Archetti no hace fútbol: hace argentinas, nutriéndose del
difusión local, menos una antropología que se trabajo pionero de Roberto
traducciones –la mayoría ha desplaza y se toca, DaMatta en el Brasil, que
sido publicada en inglés–, en continuamente, con la historia enunciaba programáticamente
definitiva una mucho menor cultural. Sus objetos han sido la posibilidad de estudio del
circulación y lectura. numerosas problemáticas deporte y la danza como
Pero el segundo movimiento concernientes al deporte constructores de identidad
es más crítico: cierta vulgata (particularmente el fútbol y el nacional en América Latina.
insiste en creer que Archetti polo), la danza (el tango), la También inició nuevas
trabaja sobre fútbol. Y el cocina y la alimentación. Y tradiciones disciplinares sobre
equívoco –trataré de demostrar más importante aún, ha la base de estos objetos: una
en qué consiste– arrastró una mostrado cómo estas prácticas socio-antropología y una
carga peyorativa: un objeto sirven para estudiar los modos historia del deporte argentino.

306
Masculinities puede leerse típicamente modernas: el tango, que se desliza su definición
como un clímax que es, a la el fútbol y el polo, entendiendo simultáneamente en el interior
vez, un resultado. A partir de que constituyen arenas públicas del género, en tanto distintas
los argumentos en relación con en donde pueden indagarse masculinidades en oposición, y
la invención de la masculinidad identidades nacionales y entre los géneros, entre una
y la nacionalidad deportivo- genéricas. Para el caso imagen de madre y esposa y
popular argentina, despliega su argentino se trataría del análisis otra de femme fatale; o, lo que
mayor brillantez argumental y de la hibridación y de las es lo mismo, entre una
su mejor destreza formas variadas en que fueron moralidad convencional y otra
metodológica. En relación con y son clasificados los géneros romántica.
estas herramientas, masculino y femenino, y en Por último, el análisis de la
Masculinities presenta la donde analizar sus relaciones figura del pibe, representante
innovación y la fertilidad de con la cultura nacional de la identidad nacional y viril
una etnografía que nace de la moderna y con la cultura por excelencia, el modelo de
combinación de trabajo de internacional globalizada. jugador de fútbol argentino,
campo con análisis textual, y Hibridación funciona, señala la dominancia de una
que se realiza sobre entonces, como concepto clave, masculinidad y una moral
textualidades múltiples (orales, designando la manera particular particular, desplegada en el
escritas y audiovisuales), que en que se construye campo liminal del potrero. Allí
no hacen más que reponer las tempranamente la identidad la lectura de las andanzas de su
complejas tramas en las que nacional en una sociedad de máximo representante por
son creadas y recreadas modernidad periférica como la abundancia y por destreza,
contemporáneamente las argentina y con un masivo Maradona, permite mostrar
identidades. proceso inmigratorio en las cómo se anudan imaginario e
El trabajo analiza la relación primeras dos décadas del siglo historia, al poner en escena las
entre narrativas nacionales XX. Así, los híbridos resultan narrativas producidas
políticas y deportivas, construcciones ideológicas del históricamente y constituir su
desplegándose en una zona ya orden social y son, en este superación (¿definitiva?).
tratada por la academia europea sentido, productores de
y estadounidense. Sin embargo, tradición. Los argumentos de 3. El potrero, la pista y el ring
el texto resulta especialmente Archetti exceden –y en ese trabaja en la misma dirección,
novedoso. Al ya mencionado movimiento, discuten– las pero ampliada en sus objetos y
carácter pionero de esta clase posturas popularizadas por desplazada en su metodología.
de estudios en la Argentina, se García Canclini: la hibridación Lo que en Masculinities era la
suman las particularidades de deja de ser una suerte de combinación de etnografía y
su historia, caracterizada, entre característica posmoderna para análisis textual, en El potrero…
otras cosas, por la complejidad recuperar densidad es básicamente historia,
de las operaciones ideológicas de problemática y espesor analizada a través de fuentes
sus clases dominantes, la histórico. periodísticas y documentales,
mezcla entre lo tradicional y lo Retomando, por otro lado, el con una pauta que conecta los
moderno, el temprano argumento de George Mosse objetos: su condición –sólo en
desarrollo de su industria sobre la relación establecida principio– periférica. El deporte,
cultural, la inmigración europea modernamente entre belleza y ahora ampliado del fútbol y el
y la alfabetización masiva de moral en los estereotipos polo al automovilismo y el box,
los sectores populares. masculinos, Archetti argumenta y el tango sobre fútbol; en todos
Partiendo de la hipótesis de que en la Argentina la los casos, la reconstrucción
que el estereotipo masculino moralidad es más pertinente diacrónica de los hitos centrales
emergió durante el proceso de que la belleza. Esa importancia en la invención de sus
modernización, como parte de deviene de que la moralidad narrativas.
una indagación general sobre articula públicamente lo La selección de esos
imaginarios, símbolos e afectivo y lo racional, y de que deportes sobre otros no es
identidades, Archetti trabaja sus contenidos y valores se azarosa, no se basa en criterios
prácticas corporales presentan en tensión, toda vez de popularidad ni de expansión

307
de la práctica. Como señala que Archetti no trabaja sobre deportivas y, en especial, los
Archetti, podría objetarse la no fútbol; sostuve que este libro deportes de equipo permitieron
inclusión del básket –en el que analiza la invención de una establecer un ‘espacio nacional’
Argentina obtuvo un nación, pero en sus márgenes. de competencia real y de
campeonato mundial en 1950–, En un artículo de 1994, movilidad social –ya que los
el tenis –con el peso Archetti afirma que una mejores deportistas de las
internacional de las figuras de identidad nacional o étnica está provincias pudieron hacer
Vilas o Sabatini–, el rugby o el vinculada con prácticas sociales carrera en Buenos Aires– y de
golf. Sin embargo, El potrero… heterogéneas (la guerra, las unificación territorial y
no es una historia deportiva, ideologías de los partidos simbólica. La prensa y la radio
por lo que la lógica de políticos, la naturaleza del en la década del veinte jugaron
selección de casos no puede ser Estado, los libros de cocina o el un papel crucial en esta
endógena, proporcionada por el deporte) y se produce en dirección. El Gráfico […]
objeto. Este libro narra la tiempos y espacios enfatizará la importancia de los
invención de una nación a discontinuos. Así, ante la deportes de equipo ya que
través de sus relatos predilección de la teoría y la permiten que una nación se
marginales: en consecuencia, la historia sobre nacionalismos de exprese, que sus integrantes
selección permite, según analizar los espacios oficiales, tengan una ‘conciencia
propone Archetti, la legítimos, sólo en principio nacional’ y superen las
combinación entre los diversos más visibles, de invención de identidades locales de clubes o
factores que le interesa analizar: una nacionalidad,2 Archetti se de provincias, y porque hacen
lo colectivo –fútbol y polo– y lo dedica a las prácticas posible que las diferencias de
individual –box y marginales, limítrofes, sean estilo, en competencia con
automovilismo–; lo rural –la ellas populares o no (el box o otros equipos, puedan ser
épica ecuestre del polo– y lo el polo); pero son básicamente pensadas como manifestaciones
industrial –en los vericuetos no centrales e ilegítimas, en un de ‘estilos nacionales’” (p. 13).
técnicos de la mecánica–; las doble sentido, de su legitimidad De la misma manera, el
dimensiones sociales y de clase como narrativa hegemónica y análisis de estas prácticas le
–lo que va de la miseria como objeto académico. Entre
suburbana de un Maradona o un Lugones y Borocotó, entre San
Monzón a los mitos chacareros Martín y Maradona, tanto la
y pampeanos de Fangio y la hagiografía escolarizada como 1 El reciente pentacampeonato
aristocracia terrateniente y pro- la investigación científica no automovilístico de Michel
británica del polo–; y por muestra fisuras: hay objetos Schumacher mostró hasta el
último la repercusión legibles y hay proceratos paroxismo el peso del relato de
Fangio en el imaginario deportivo.
internacional, en tanto esas instituidos. Archetti propone un
Schumacher igualaba la cifra de
narrativas se pretenden desvío, y lo despliega cinco campeonatos mundiales
nacionales y fuertemente consistentemente. ganados por Fangio, por lo que la
narcisistas y especulares, Así, en El potrero… pueden prensa debía demostrar,
atentas a la imagen que el verse con nitidez, a través del paradójicamente, que Fangio era
espejo, la prensa internacional, análisis histórico, cómo el inigualable, so pena de perder una
devuelve de una identidad en deporte trabaja eficazmente en referencia central en esa narrativa
construcción. En ese sentido, la construcción de un espacio y de la patria. Siguiendo nuestra
argumentación, los testimonios
entonces, Maradona, Fangio y un imaginario unificado: “La solicitados insistían en informantes
Monzón aparecen como los expansión del deporte en la internacionales: Stirling Moss o
soportes privilegiados de esos Argentina se puede asociar al Alain Prost, antes que las
relatos:1 son los héroes de desarrollo de la sociedad civil previsibles declaraciones de
narrativas que, por definición, ya que las organizaciones y Froilán González.
2 Con la excepción de Hobsbawm,
deben ser épicas. clubes deportivos generaron
espacios de autonomía y que tanto en Naciones y
nacionalismos como en The
4. Pero esta descripción participación social al margen
Invention of Tradition dedica
permite explicar el equívoco al del Estado. En ese contexto varias páginas al rol del deporte en
que aludiera más arriba. Dije particular las prácticas esas construcciones.

308
permite demostrar cómo el mitologías diversas: el pibe y el 5. Lo nacional como un
debate sobre la globalización, potrero, como dijimos, pero caleidoscopio complejo. La
demasiado rápidamente también el jinete, el sueño del imagen no es mía, sino de
caracterizada como fenómeno pibe, la muñeca y la inventiva Archetti: “en la presentación de
puramente contemporáneo, técnica, la potencia de Monzón prácticas deportivas tan
adolece de espesor histórico; la pero también el estilismo de diferentes encontramos la base
globalización deportiva es un Locche. El deporte –esta de lo nacional como compuesto
invento de comienzos del siglo selección de deportes, por un caleidoscopio complejo
XX, y en ese fenómeno el argumenté– posibilita la y, en muchas ocasiones,
deporte argentino inscribe una construcción de un imaginario contradictorio. No solo hay
discontinuidad crucial en la nacional extenso y ampliado, ‘contradicciones’ individuales
invención de un imaginario de más democrático que la pura sino también dimensiones de
nación: “La globalización narración de las élites patricias o clase que parecen
temprana del deporte no debe las clases dirigentes, construido incompatibles. Si el polo es
verse como un proceso en torno de épicas individuales terrateniente y el automovilismo
necesario de homogeneización, y colectivas, populares o de las chacarero, el boxeo
sino como un espacio en donde clases medias. Imaginario que supuestamente bien popular, e
producir imaginarios, símbolos es siempre relacional, atento a incluso marginal, y el fútbol
y héroes que establezcan una mirada del otro que lo relativamente multiclasista es,
discontinuidades. Las reglas instituye: “La Argentina […] precisamente, a través de esta
universales y las prácticas son exporta cuerpos, caras, gestos y combinación heterogénea que
uniformes pero los resultados eventos deportivos, y a partir de las imágenes de lo nacional se
impulsan no sólo las ellos una imagen de lo nacional construyen” (p. 114). Una
diferencias sino a pensarlas se construye, al mismo tiempo, imagen sin duda afortunada, que
como tales” (p. 14). afuera y adentro. Monzón no califica a la vez el objeto –lo
A su vez, el análisis de solo es un ‘macho’ para nacional– y su retrato.
prácticas que remiten a señales consumo interno sino que es
variadas –de espacios, de clases, percibido como un ‘macho
de sujetos involucrados– le argentino’, con todo lo negativo
permite proponer un fresco o positivo que esto pueda tener” Pablo Alabarces
variopinto, donde se representen (p. 114). UBA

309
Horacio González (comp.),
Historia crítica de la sociología argentina. Los raros, los clásicos, los científicos,
los discrepantes,
Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2000, 535 páginas

Desde hace muchos años irreductible. Así, se vislumbra entre prescripción y análisis,
Horacio González viene la influencia que tópicos del sobredeterminada por la
llevando adelante desde la discurso positivista tienen sobre consideración o no de la
docencia, desde las diferentes autores como Jauretche, o se especificidad nacional, a través
revistas que anima y desde subrayan, ya sea para de la construcción de una
trabajos como Restos ensalzarlos o criticarlos, agenda de exclusiones y
pampeanos un importante motivos ensayísticos en el destierros, de instituciones que
esfuerzo por pensar los discurso de Germani. ignoran lo que las precede.
problemas del presente El libro recorre dos veces Entre los olvidos, González
partiendo de la tradición del este camino: el artículo de subraya el del socialismo con el
pensamiento social argentino. González, que abre la que se vinculaba en sus
Es en este proyecto que se compilación, es en sí mismo orígenes y que se manifestaba
inserta la Historia crítica de la una historia de la sociología aún a fines de siglo, cuando
sociología argentina por él que plantea los tópicos y los desde La Montaña se postulaba
compilada. Presentar un texto debates que serán retomados en una ciencia capaz de profetizar
de más de 500 páginas y el resto de los trabajos. En él la redención social.
compuesto por más de 30 encontramos los sucesivos Uno de los primeros
trabajos de diferentes autores, recomienzos de la sociología: esfuerzos explícitos por la
géneros y estilos no es tarea Echeverría y, casi en secreto, el definición de un discurso
fácil. A hacer la tarea realizable Facundo, Quesada, el sociológico científico, alejado
contribuye un elemento que positivismo y el ensayo sobre de las interpretaciones morales
opera como hilo conductor de el ser nacional, Germani y la y el saber novelístico, es el de
la obra: la historia de la sociología académica, y Ernesto Quesada. En su debate
sociología “nacional” es leída finalmente el regreso de la contra el criollismo se
por los diferentes autores a sociología universitaria después encontraría un llamado a
partir del “eterno” combate de 1983. El viaje comienza en remover los obstáculos que se
entre ensayistas, que buscan Europa: la sociología nace en la oponen a la modernización,
interpretar, y cientificistas, más estela del socialismo utópico, prefigurando el proyecto de
que científicos, que persiguen que la marca y la tensiona entre Germani. Sin embargo, subraya
los hechos brutos. Situados la investigación despojada de González, sus vastos intereses
ante esta oposición la mayoría supuestos y la presentación de culturales evitaron que se
no duda y rescata la primera un sistema lógico que permite produjera una escisión
tradición, a la que consideran prescribir comportamientos irreversible de la sociología
más fructífera y profunda, la deseables. Es Esteban respecto de la literatura, la
que habría sido sepultada por Echeverría quien, junto a otras historia y la crítica. El gesto
una hueca retórica cientificista, novedades, la trae a la rupturista es más claro en
aupada además por las agencias Argentina. En estas tierras la Ingenieros, quien, despojado
de financiamiento foráneas. Sin tensión fundacional se del respaldo de una tradición
embargo, y creemos que aquí complejiza con la vacilación, familiar, se propone interpretar
se encuentran algunos de los que caracterizará el debate la historia y la realidad
aportes más interesantes, nacional en el futuro, entre la argentina desde un fundamento
podemos encontrar en los adhesión a un ideal universal y científico, y aun desde una
trabajos que forman parte del el reconocimiento de las interpretación biológica de lo
libro elementos para desmontar particularidades locales. La social. El surgimiento de una
esa polaridad que aparecía sociología procesará la tensión raza neo-latina, unida a

310
condiciones geográficas y Luego de prestar una concepto de modernización las
económicas, permitirá a la considerable atención a los tareas de construcción de
Argentina escapar del destino debates de principios de siglo, conocimiento científico y de
de atraso que, en cambio, ata a el recorrido se hace más leve. transformación de la sociedad
países como el Brasil. Es el Llamativamente, en una mirada argentina. En dicho proyecto,
descuido de estas que valora la profundidad propone González, podía leerse
determinaciones, sumado a lo analítica del ensayismo, el la preocupación gramsciana por
impreciso de sus recorrido entre el positivismo los asincronismos culturales
formulaciones, lo que permitirá de principios de siglo y la volcada en la vasija de la
a Ingenieros criticar el análisis figura de Germani se resume a scienza nuova sociológica que
de las multitudes por parte de rápidos comentarios sobre las debía enfrentar la tarea de
José María Ramos Mexía. En figuras de Roberto Arlt, explicar porqué la historia
esta crítica González encuentra Alfredo Poviña y Raúl vivida había desviado las
“el modelo de todas las Scalabrini Ortiz, deteniéndose predicciones realizadas con
discusiones sobre el método y solamente en Ezequiel respecto de la sociedad
sentido de las ciencias Martínez Estrada. González argentina. Las definiciones de
sociales”, de Sarmiento y destaca que éste, apoyándose Germani, sintetiza González,
Alberdi a Milcíades Peña y en Simmel pero también en un rozaban la complejidad de las
Jorge Abelardo Ramos. El vago funcionalismo, mantuvo ideologías políticas de fusión
gesto de separar ciencia de un recorrido paralelo al de la pero, resistiéndose a buscar en
literatura, gesto que González academia, desde donde sería ellas la cifra de las prácticas
equipara con el de Mitre frente desconocido por Germani. sociales históricas, apelaban al
a Vicente Fidel López, no Subraya González que la abstracto historicismo de la
permite valorar que la fuerza preocupación de Martínez noción de transición para
del planteo de Ramos Mexía Estrada por la relación entre conjurar la proliferación de
surge de una escritura en la que cultura popular y cultura imágenes sociales.
se muestra transido entre el cosmopolita y la crítica a la González dedica lo mejor de
desprecio hacia la cultura cultura de aula hace posible un su análisis a describir el haz de
popular y la fascinación por lo fructífero diálogo con la obra propuestas enfrentadas al
oscuro. De todos modos, de Antonio Gramsci, al que lo diagnóstico germaniano, desde
sostiene González, la crítica une la común referencia a el “nacionalismo marxista” de
“científica” de Ingenieros se Rodolfo Mondolfo. La Hernández Arregui a la crítica
diferencia de la de Germani en referencia a éste permite a que en el mismo espacio de la
que no niega todo valor a sus González anticipar las carrera de sociología
predecesores “precientíficos”. transformaciones del planteaban figuras como
Más que desde la ruptura con gramscianismo en la década de Miguel Murmis o Eliseo Verón.
sus mayores, González 1980 y soñar con una Carrera Será el mismo Verón quien,
interpreta el itinerario de de Sociología fundada por otro desde un pensamiento que
Ingenieros desde la inversión italiano, en la que figuras como combinaba criterios marxistas y
de su propia mirada, pasando Gramsci y problemas como el estructuralistas, intentará
de mirar el Estado desde La de la revolución ocuparán un reconstruir condiciones de
Montaña a ver La Montaña lugar importante desde el producción del debate del
desde el Estado, y comienzo. período. Propondrá la paradoja
considerando a ésta como Pero, casi lamenta de que el gobierno pro-
descabellada y patológica, González, la Carrera de imperialista de Onganía
siendo necesario el gesto de Sociología fue fundada recién a expulse de la Universidad a los
control del Estado. Esta fines de la década de 1950 por cientificistas aliados del
inversión permite a González Gino Germani, quien adscribía imperialismo para
tomar en cuenta la constitución a un proyecto que, por fuera y reemplazarlos por los
literaria de la ciencia, y en oposición al “anticientificistas de derecha”
subrayar la forma en que ésta “especulativismo” con que que en las Cátedras Nacionales
incorpora su propia sinrazón o asociaba a la universidad adoptarán posiciones anti-
desatino. peronista, reunía bajo el imperialistas. González explica

311
la situación por el énfasis que reflexión teórica y política. Con argentina” y la inauguración
el golpe de 1966 puso en la similar rapidez, y tal vez esto del mal en política. En una
oposición entre liberales y sea más comprensible, se pasa interpretación cercana a la de
nacionalistas, la expulsión de por sobre “la vida vegetativa” Martínez Estrada, encontramos
docentes asociados con la de la sociología durante el los “invariantes históricos” que
primera tendencia generó un Proceso y sobre los avatares de atrapan al hombre y a la
vacío sobre el que “otros” la “disciplina” en la vuelta a la nación, y lo condenan a repetir
profesores construyeron el democracia, en la que ya no el acto de origen. De la misma
espacio de las Cátedras cuenta para nadie. La rápida forma, encontramos a la
Nacionales. Entre ellos descripción de los trabajos en sociología argentina condenada
sobresale la figura de Roberto curso pone en evidencia el a oscilar entre ciencia y ensayo,
Carri quien, desde una carácter heteróclito y atrapada en los polos de la
sociología “fanoniana” donde la descentrado de la situación operación sarmientina que la
violencia era una forma de presente, en el que no existen hizo nacer.
conocimiento, delineaba un ámbitos de debates comunes. A continuación encontramos
primitivismo político que González lamenta que la varios textos que tratan el
rechazaba la fundación ilustrada oportunidad abierta por la prolífico momento positivista
de la sociología universitaria. pérdida de su quilla, la cuestión de la sociología argentina. Se
Mientras desde las Cátedras de la cientificidad, no haya problematiza así la difícil
Nacionales se impugnaban los derivado en la liberación de relación entre descripción y
límites de la sociología, desde todos sus lenguajes, desde el explicación en Ramos Mexía y
el marxismo se cuestionaba el estadístico al novelístico. se siguen los esfuerzos de
saber sociológico en nombre de Podemos preguntarnos si tal Quesada para postular una
una racionalidad científica como se manifiesta en los dos explicación de la crisis del ’90
capaz de abarcar la totalidad de períodos “densos” del libro y que supere la retícula moralista,
la experiencia. De esta forma se del artículo, el del positivismo así como sus disputas en torno
volcaban en el interior del y el de la “sociología de la definición del idioma
espacio académico para intentar científica”, no fue justamente la nacional. Particularmente
dirimir con sus recursos ciertos pretensión de centralidad del interesante es el artículo en que
debates políticos, como el discurso científico y las Lisandro Kahan cuestiona la
referente a los orígenes del reacciones contra dicha fácil comodidad en que nos
peronismo, que en círculos más pretensión lo que animó las sitúa la designación, planteando
amplios había sido planteado idas y vueltas de la sociología. un cuadro anticipatorio que
por figuras como la de La cantidad de trabajos que limita nuestra posible lectura.
Milcíades Peña. continúan y amplifican el de Concentrándose en la obra de
La minuciosa descripción González hace imposible que Ingenieros, muestra que aún su
del escenario de debate de la nos refiramos específicamente período más canónicamente
década de 1960 no es seguida a cada uno; por ello, positivista está cruzado por la
por una similar consideración seguiremos el recorrido que autoasignación de las categorías
por el de los primeros años de plantean por la historia de la empleadas para delimitar lo
la década de 1970, a los que sociología, deteniéndonos patológico: la simulación y el
explícitamente se identifica con solamente para plantear algunas fumismo. Kahan toma en serio
aquéllos. Aunque, como se consideraciones específicas o esta postulación, lo que lo lleva
plantea, unos y otros para subrayar ciertos a sostener la posibilidad de leer
compartieran la tensión entre la problemas. Dada la importancia la entera teoría de la simulación
politización autorreflexiva del que el artículo introductorio de como siendo ella misma una
sujeto y el garantismo González asigna a la simulación. Partiendo de una
sociológico, de todos modos Generación del ’37, en lectura fuertemente deudora de
sería necesaria una mayor particular sorprende que sólo el la crítica de Derrida a Foucault,
reflexión acerca de las formas artículo de Gustavo Nahmías se Kahan niega la unidad de una
específicas adoptadas por ocupe del tema presentando al episteme, de la obra de un
dichos discursos así como la Facundo a la vez como “la autor, o de un texto en
ausencia de una comparable primera obra sociológica particular, e invita a releer la

312
totalidad de nuestra historia los que se definen como tales. intelectuales predominates
intelectual, a no interrumpir la Esta valoración abre la sección durante el peronismo, Germani
lectura. del libro dedicada a los rechazó como intuicionista y
Esta apertura a una “clásicos discrepantes”, entre carente de sustento empírico la
interpretación más compleja del los que destaca a Carlos sociología que había
momento positivista, que hace Astrada y Ezequiel Martínez sobrevivido en Filosofía y
posible recuperar la Estrada. Ezequiel Ipar presenta Letras. Al hacerlo no
desbordante imaginación con al primero como un filósofo desconocía el pensamiento
que esta corriente pensó los desgarrado entre la búsqueda social anterior sino que
“bordes de lo social”, permite de autenticidad en el origen y construía sobre la negación,
postular un vínculo con el la constitución de una que alcanzaba a importantes
posterior ensayo de dialéctica “telúrica” en la que antecedentes, su propuesta
interpretación. Bibiana Del el silencio rige la historicidad teórica y metodológica. La
Brutto señala la casi obsesiva americana. En los artículos de operación a través de la cual
preocupación por las raíces de Gabriela Antonowicz y Karina Germani redefinió el
la mentalidad nacional como un Casella encontramos a un significado de la sociología es
elemento compartido. Así, la Martínez Estrada que descubre analizada por Buccafusca,
explicación del caudillismo por la esencia bajo la superficie, lo Serulnicoff y Solari. El italiano
la herencia hispánica, en Lucas eterno en el nivel de la tierra. habría cambiado y fijado el
Ayarragaray, y la El relato de la historia nacional sentido a través de la
caracterización negativa de la en perpetuo cambio es el adjetivación: la sociología era
organización política por el adoquín que cubre la tierra de sociología científica y nacía en
sustrato criollo, en Carlos la pampa, el invariante del ese momento, lo que implicó la
Octavio Bunge, son tópicos de origen, el trauma original que devaluación de los pensadores
una psicología esencialista que, sigue operando y no permite anteriores, en particular de los
invertidos, encontramos en la que haya historia. Es frente a antipositivistas que lo habían
sociología de Jauretche. Este este fatalismo caracterológico precedido. Los antecedentes no
pensador reaparece en el que Enrique Berger delinea el se buscaban aquí sino en las
artículo de Matías Manuele proyecto de Hernández ciencias sociales americanas,
como el portador de una Arregui, una sociología que que si bien no eran perfectas,
sabiduría del “estaño”, que es permitiría atender los procesos tenían lo que aquí faltaba: rigor
más acorde a la realidad social concretos de constitución de la y método. Se adscribía también
argentina que el dato conciencia nacional sin caer en a una teoría de la
estadístico que podría servir la especulación metafísica de modernización, de carácter
para el capitalismo avanzado. Martínez Estrada o Astrada. La teleológico, la que, aun
Reencontramos aquí el tópico contraposición cientificismo reconociendo la presencia de
del combate entre ensayo y ensayo vuelve a ser puesta en diferentes ritmos en las
ciencia y, aunque se sostiene cuestión por la figura de distintas sociedades, lo que
que no son antagónicos, todo lo Hernández Arregui, un explicaba fenómenos desviados
valioso es colocado en una sola “ensayista” que con armas como el del populismo,
posición, mientras la otra sigue científicas, provenientes más postulaba que la historia
siendo leída como ajena a la del marxismo que de la marchaba en una dirección: la
realidad local. sociología académica, se de la modernización. Esta
Este juicio sumario puede enfrenta al telurismo del ensayo confianza en la dirección del
contraponerse al juicio de nacional. cambio que concluía en la
González, quien se niega a Al prologar la sección democracia se vio minada
equiparar el ensayo con el destinada a la “sociología después, cuando encontró en
amaneramiento literario o el científica”, González plantea las mismas tendencias a la
ocultamiento de los datos. El importantes precisiones sobre modernización y la
ensayo más bien se vincularía la operación de Germani. individuación elementos que
con la vacilación interna, con la Apoyándose en los aires de llevaban hacia la sujeción. Esto
indeterminación radical, que modernización, a los que se derivó en la adopción de un
trabaja textos que no sólo son habían resistido los círculos pesimismo lúcido que, para

313
González, lo acercaba a su gran reconstruida por Valentina Luego de una serie de
rival, Martínez Estrada. En esta Salvi. Carri denuncia el vínculo entrevistas a figuras
lectura, de una amplitud sólo entre sociología y sociedad: la importantes de la historia de la
aparente, lo rescatable de objetivación que caracteriza a la disciplina y de un silencioso
Germani parece sólo aparecer primera sólo sería posible por el paso por la década de 1970, no
cuando abandona su proyecto carácter fetichista de las sólo por la dictadura sino por el
inicial y la búsqueda de certeza relaciones sociales, por la período de radicalización
científica. Una mirada más disolución de las singularidades política que caracterizó a la
positiva sobre la figura de en la igualdad formal de la primera mitad de esa década, el
Germani la encontramos en el mercancía. Sólo tenemos libro concluye con un artículo
artículo de Lucarini, donde la objetos e individuos aislados y de Eduardo Rinesi que analiza
distancia con el optimismo la ciencia se propone ligarlos la sociología posterior a 1983.
germaniano no es interpretada exteriormente sobre la base de La caracterización es
como lúcido desencanto, sino leyes universales. Pero, en la claramente negativa: se ha
asociada con una sociedad sin lectura de Salvi el planteo no perdido la carga de utopía que
mayores ilusiones. De esta concluye en la apelación, había hecho de la sociología un
forma se abre la vía para lukacsiana, a una nueva discurso capaz de intervenir en
retomar, al menos, parte de la totalización sino que recuerda, el mundo de la política y de la
herencia de Germani para anticipando motivos vida social. Y esta defección de
intentar repensar el lugar de la posestructuralistas, que lo que la sociología se da justamente
ciencia como constructora de se borra es la particularidad, o en el momento en que el fin de
un relato colectivo inclusivo. mejor aún singularidad, que se las grandes certezas le da la
Los puntos ciegos del opone al orden universal y oportunidad de tomar a su cargo
proyecto de Germani pronto tiende a disolverlo; lo que se las preguntas fundacionales
fueron denunciados tanto desde borra es la política. Finalmente acerca del sentido de la vida
el marxismo, como del merece destacarse la social. Esta oportunidad no fue
nacionalismo peronista y aun reconstrucción de la posición de aprovechada, ya que se
desde el propio espacio Milcíades Peña quien, abandonaron las viejas
académico. Entre las críticas invirtiendo los planteos cuestiones e instrumentos, y
“internas” se destaca la de tradicionales, define el planteo aquí podemos volver a
Verón, quien se propone germaniano como ensayístico e preguntarnos si lo que se
sostener una práctica científica ideológico. Éste se festeja, el abandono de las
alejada del cientificismo. La caracterizaría por construir una grandes explicaciones, y lo que
ciencia se caracterizaría por su imprecisa interpretación de las se añora, la presencia en el
capacidad de tematizar sus transformaciones de la sociedad debate público y la
condiciones ideológicas de argentina en la que no se interrogación acerca de los
producción, poniendo en definirían los sujetos sociales, fundamentos del orden social,
evidencia el carácter subjetivo las modalidades del cambio ni no se hallan estrechamente
de la constitución del objeto de las formaciones sociales ligados. Rinesi considera que al
análisis, lo que no borraría el emergentes de la nueva adherir, desde el campo
componente ideológico del estructura. La acusación se cultural, a la discontinuidad que
discurso pero sí permitiría sustentaba en una postura el alfonsinismo intentaba
neutralizar el objeto ideológico. epistemológica, que colocaba al establecer con una tradición y
El problema, sostiene el investigador dentro de la una cultura política que se
artículo, es que la totalidad social a dilucidar, en calificaban como autoritarias, se
reconstrucción de la elección contacto con sus tensiones, y en intentó saltar por sobre los
subjetiva sólo se lleva adelante una interpretación de la historia problemas del pasado, a los que
desde el punto de vista que la nacional, a la argentina, como se consideraba superados,
realiza, por lo que es incapaz de una sociedad cuyas clases reemplazándose el
objetivarla. Esta crítica al dominantes se habían mostrado economicismo por un
cientificismo contrasta incapaces de constituir un politicismo igualmente
fuertemente con la que le proyecto de desarrollo nacional reduccionista. Así, de la teoría
realiza Roberto Carri y que es independiente. de la dependencia a la de la

314
transición a la democracia, rupturas coloca el énfasis en la extenderse para interpretar a
construida sobre la base de continuidad de la tensión que pensadores como Germani, sin
oposiciones simplistas que enfrenta al ensayo con el necesidad de establecer un corte
recordaban demasiado la teoría discurso científico, gesto abrupto entre el sociólogo
de la modernización. El continuista que permite incluso científico y el trágico ensayista
artículo, y el libro, culminan equiparar. El rechazo de la idea de los últimos años. La misma
marcando el contraste entre la de episteme, rechazo que atención que permite tener en
apagada sociología del presente, Kahan sostiene sobre la cuenta que la salvaje
a la que tal vez se trata con la exhibición de las fracturas y imaginación de un Ramos
injusticia con la que ella trató a excesos que la cruzan, tiende a Mejía o un Ingenieros excede el
su antecesora de la década de resolverse no en una noción de marco de la defensa del orden
1970, y lo que la sociología fue, continuidad histórica. La crítica existente, permitiría apreciar la
presentada en forma algo a reducir el análisis al contexto sutileza de trabajos como los de
idealizada. El desafío, para proponiendo seguir la deriva Germani o la trágica situación
Rinesi, pasa por recuperar la del nombre sociología concluye de quienes en la década de
vocación de intervención en la fijación del nombre y así 1980 intentaron refundar sus
pública presente en el pasado y en una concepción tradicional sueños en torno de la promesa
que hoy falta. de la historia de las ideas. El democrática. Más que en la
Concluyendo, la Historia diálogo con la tradición se apelación retórica a una síntesis
crítica de la sociología funda entonces en un gesto en la que, tal como está aquí
argentina... es un trabajo continuista que permite la clave definido, el discurso científico
importante y ambicioso, del conflicto “eterno” entre no tendría nada que aportar,
asociado con un proyecto que ensayo y discurso científico. deberíamos depositar nuestra
intenta reactivar la tradición de Estos rasgos: desatención del esperanza en la desconstrucción
la sociología para restablecer contexto de producción y gesto de los polos en conflicto y en la
un diálogo con ella. Al llevarlo continuista que hacen posible la promesa de una lectura que
adelante no puede más que equiparación del debate entre sepa encontrar, y apreciar, tanto
presentar una lectura selectiva, Mitre y López con en el que las razones de la tradición
donde el restablecimiento de la enfrenta a Germani con ensayística como la desmesura
tradición del ensayo deja poco Milcíades Peña. y la capacidad de invención del
espacio, a pesar de las Afortunadamente, como ya proyecto científico.
declaraciones en contrario, para planteamos, el mismo libro
la sociología científica y brinda instrumentos con los que
figuras como la de Germani. combatir sus limitaciones. La
Por otro lado, el diálogo con la crítica al reduccionismo de las Ricardo H. Martínez
tradición parece sostenerse en etiquetas que planteado con Mazzola
un gesto que más que en las respecto al positivismo podría UBA / CONICET

315
Carmen Mc Evoy (ed.)
Juan Espinosa, Diccionario para el pueblo: republicano-democrático, moral,
político y filosófico,
Pontificia Universidad Católica del Perú/University of the South-Sewanee,
Lima, 2001, 611 páginas

Uno de los rasgos más figuras –como Francisco demuestra con un impecable
llamativos del campo histórico Bilbao, Santiago Arcos, o rigor argumentativo su
latinoamericano es en la Antônio Pedro de Figueiredo (o importancia fundamental para
actualidad el creciente interés Cousin fusco de Pernambuco)– una comprensión más profunda
por la historia del pensamiento que forman parte de aquello del republicanismo, del
político de la región. Relegado que podría denominarse su “catolicismo cívico” y de los
durante muchas décadas a un “familia” ideológica, Espinosa discursos emanados de la élite
espacio marginal y subsidiario es en gran medida un letrada que interpelaban en
por las corrientes hegemónicas desconocido. Perteneciente a clave democrática o populista
en las distintas historiografías de una generación anterior a la de al pueblo en el Perú
la región, sería sólo a partir de los republicanos “radicales” o décimonónico.
la década de 1980 cuando un “populistas” antes Mc Evoy declara que su
renovado interés por el mencionados, ausente del ciclo propósito al interrogar el
pensamiento y los discursos de luchas sociales que Diccionario será abordar “el
elaborados en torno de lo sacudieron a varios países de estudio del discurso
político comenzaría a ocupar un América latina en la estela del republicano y de su imaginario,
lugar destacado en la práctica de ’48, y marginal a la vida partiendo de la teoría de la
esta disciplina en América política de su patria adoptiva, ‘política del lenguaje’”. Es por
Latina. Entre los aportes más han sido escasas las veces en este motivo que su
novedosos a esta recuperación que Espinosa y su obra se interpretación está organizada
de la historia del pensamiento hayan convertido en objeto de en torno de tres núcleos de
político latinoamericano se sitúa análisis, siendo las más análisis, referidos 1) al género
la obra de la historiadora importantes un ensayo del al que pertenece ese texto, 2) a
peruana Carmen McEvoy. patriota puertorriqueño su filiación ideológica, y 3) a
Autora de La utopía Eugenio María de Hostos y un su valor para el estudio
republicana1 (un estudio de artículo del historiador histórico no sólo del
consulta imprescindible acerca peruano, Jorge Basadre. Esta republicanismo sino también de
de la construcción del Estado presencia opaca y marginal de la situación de los intelectuales
republicano en el Perú entre la obra de Espinosa en el en la América latina
1871 y 1919), de Un proyecto corpus del pensamiento no sólo poscolonial. En tanto la obra
nacional en el siglo xIx: Manuel latinoamericano, sino peruano, ahora reeditada reviste la forma
Pardo y su visión del Perú,2 y podría en efecto contribuir a de un “diccionario” formado
de Forjando la nación: ensayos refrendar la sospecha de que si sobre la base de un vocabulario
de historia republicana3 (por esta obra ha permanecido político, social e histórico, y
mencionar sólo sus dos obras enterrada durante tanto tiempo, cuyas definiciones son más
más importantes), ahora ha ha sido consecuencia de la bien normativas que
realizado una invalorable tarea verdadera importancia de la descriptivas, Mc Evoy explora
de arqueología intelectual al misma. Sin embargo, no es el la intencionalidad del autor al
reeditar, acompañándolo de un menor de los méritos del
enjundioso estudio preliminar, estudio preliminar de Mc Evoy
el Diccionario para el pueblo el haber sabido poner de 1Lima, PUCP, 1997.
de Juan Espinosa. manifiesto por qué semejante 2Lima, PUCP, 1994.
Al contrario de lo que conclusión sería por demás 3Lima, University of the
ocurre en el caso de otras apresurada, ya que allí se South/Instituto Riva-Agüero, 1999.

316
elegir ese género como excelente estudio preliminar, estado de tensión permanente
vehículo de su pensamiento. Mc Evoy encara la tarea de con otra zona del pensamiento
Por un lado, vincula el establecer con gran precisión de Espinosa, aquélla definida
Diccionario con la tradición las diversas filiaciones por su adhesión al discurso
“Enciclopedista” y con la ideológicas de esta obra. Por un liberal de mediados del siglo XIX
pedagogía ilustrada que desde lado, la vincula a la cultura y que se expresaba
el siglo XVIII en adelante católica peruana –que como en fundamentalmente en su
habían buscado difundir los todos los países andinos defensa irrestricta del libre
conocimientos modernos entre mantuvo una presencia mucho comercio, pese a que esa
un público lector que se más evidente que en la Buenos posición mal podía conciliarse
ensanchaba año tras año, Aires decimonónica– y con otro núcleo de su
mientras que por otro lado lo específicamente a una veta de pensamiento, su ideal del
inscribe –con mayor precisión– esa cultura que ella denomina artesanado como pilar de la
en la serie decimonónica “catolicismo cívico”. Esta ciudadanía republicana.
europea de diccionarios para el corriente ideológica habría Finalmente, Mc Evoy señala la
pueblo, es decir, de estado claramente demarcada presencia de una matriz
diccionarios que buscaban de otras más tradicionalistas o ilustrada en el discurso de
interpelar de un modo activo y conservadoras, como aquella Espinosa, que habría subtendido
pedagógico a ese nuevo actor encarnada en la obra teocrática tanto su voluntad pedagógica
no sólo social sino también de Bartolomé Herrera, en tanto como su defensa de reformas
político que la doble revolución incorporaba tópicos disciplinadoras a las prácticas
de comienzos del largo siglo XIX republicanos y “populistas” (en culturales del pueblo (como la
había engendrado: las clases el sentido del discurso que prohibición de la riña de gallos,
populares. Como dice Mc valoraba al “pueblo” como el combate al alcoholismo,
Evoy, “los diccionarios para el actor político legítimo, à la etc.). La imagen de conjunto
pueblo publicados en Europa Lamennais) a su discurso. Una que emerge de este análisis de
durante el siglo XIX […] cuestión intrigante y que apenas Espinosa es la de un reformista
tuvieron como meta principal aparece aludida en este trabajo moderado, distante del discurso
mejorar el nivel de alfabetismo tiene que ver con la relación –si más radical de otros miembros
entre la clase trabajadora, a la es que la hubo– entre Espinosa de su familia ideológica, como
vez que contribuir de una y el mayor representante del Bilbao o los “Gólgotas” de
manera sencilla en su republicanismo católico en Nueva Granada, cuyo propósito
socialización política”. (E. P., América latina, Francisco principal era transformar la
p. 48). Es por ello que Bilbao, ya que la publicación cultura del pueblo como paso
considera que la opción de del Diccionario coincide con su previo a su plena incorporación
Espinosa por el género etapa de residencia en Lima. De a la vida republicana.
lexicográfico estuvo guiada por todos modos, si Mc Evoy no Quizás sea la porción más
su deseo de incidir sobre la señala ninguna relación rica y sugerente del trabajo de
formación política del pueblo. personal entre ellos, coloca la Mc Evoy su discusión del lugar
El diccionario, en su obra de ambos en una misma del intelectual en las sociedades
interpretación, podía operar “familia” ideológica. Por otra hispanoamericanas del siglo
como un “puente” entre la parte, al mismo tiempo que se XIX. Partiendo de una
cultura letrada y la popular, y inscribiría en la línea del observación de Ernst Gellner
por ende como vehículo de un “catolicismo cívico”, ésta es –desarrollada en su último
discurso que, aunque complejo, una obra marcada, según Mc libro, Language and Solitude–,4
podía ser transmitido de un Evoy, por un discurso ella identifica la condición
modo simple y atrayente a republicano clásico que
lectores que carecían de enfatizaba la virtud cívica y que
recursos culturales suficientes se plasmaba en un sistema de
para acceder a obras más referencias permanentes a los 4El título completo es: Language
complejas o sistemáticas. ejemplos de la antigüedad
and Solitude. Wittgenstein,
En una de las porciones más clásica. Ese republicanismo Malinowski and the Habsburg
ricas y complejas de este clásico habría convivido en un Dilemma., Cambridge, CUP, 1998.

317
poscolonial de los intelectuales perdida”. En el Diccionario de período es algo anacrónico en
hispanoamericanos con una Espinosa, Mc Evoy percibe, tanto la nacionalidad uruguaya
condición posabsolutista, pues, la voluntad de superar el –entendida en el pleno sentido
semejante en sus implicaciones dilema desgarrador que la de ese término– sólo llegó a
al “dilema Habsburgo” referido condición poscolonial habría cristalizar entre las décadas de
por el antropólogo austro- impuesto a los intelectuales 1850 y 1880. Sospechamos que
inglés. Ese dilema consistía en hispanoamericanos a través de los gentilicios “montevideano”,
la necesidad de conciliar una síntesis republicana. “oriental”, o “rioplatense”
universos mentales, tradiciones Elegantemente hubieran resultado más
culturales, sistemas de argumentado, este trabajo apropiados en el marco de ese
creencias, contrapuestos y en histórico tan ampliamente período de nacionalidades
gran medida inconciliables, satisfactorio despierta sin poscoloniales aún muy
como la voluntad liberal embargo algunas dudas e ambivalentes.
–individualista– y el imperativo interrogantes. En primer Pero éstas son
nacional –comunalista–, o término, y ello pese al esfuerzo observaciones menores, que no
–para decirlo en los términos de contextualización realizado restan méritos a esta
ya clásicos de Tönnies– la por la autora, la figura de intervención tan inteligente e
Gesellschaft y la Gemeinschaft. Espinosa permanece algo ilumidora en el campo de la
Siguiendo esta clave, Mc Evoy desdibujada. Al lector le queda historia intelectual
se pregunta por las antinomias el deseo incumplido de saber latinoamericana. El
que marcaron el pensamiento algo más acerca de sus vínculos Diccionario para el pueblo de
político hispanoamericano intelectuales con la élite Juan Espinosa merece hallar un
luego de la independencia, así política peruana, del rol que su público amplio no sólo en el
como por la dicotomía tan paso por los ejércitos de la Perú, sino también en la
evidente entre la realidad independencia pudo haber Argentina y en otros países de
política de las nuevas jugado en la formación de su América Latina, tanto por el
repúblicas y el universo de ideología republicana, o de las divertido y fascinante contenido
principios y valores sobre los razones que motivaron su del propio Diccionario cuanto
cuales ellas decían estar irrupción y desaparición tan por el admirable estudio
construidas, para concluir que repentinos en el escenario preliminar de Carmen Mc Evoy.
“la salida al ‘dilema borbónico’ político e intelectual peruano. Los problemas y las temáticas
fue […] un nacionalismo con Por otra parte, la pregunta por que ella aborda son comunes a
características peculiares”. Ese el público de esta obra todas nuestras experiencias
nacionalismo era el que se permanece abierta: ¿tuvo ella históricas en el fragmentado
plasmaba en la figura y en el algún impacto sobre los espacio cultural
ideal de la república: “A sectores a los que se dirigía el hispanoamericano, siendo por
diferencia de lo que se ha discurso de Espinosa, existen ello que la lectura de este libro
sostenido durante varias referencias acerca de su lectura no puede hacer más que
décadas, pareciera ser que la por fuera del círculo mágico de enriquecer el debate acerca de
salida cultural ensayada por los la élite? Finalmente, debemos nuestra historia intelectual del
intelectuales post-coloniales no señalar una leve discrepancia siglo XIX y del rol que el
fue ni un liberalismo en cuanto a la filiación nacional republicanismo jugó en ella.
químicamente puro ni un que Mc Evoy hace de
conservadurismo negador del Espinosa, ya que somos de la
progreso, sino una peculiar opinión de que el gentilicio
reconstrucción, en el seno de la “uruguayo” aplicado a un Jorge Myers
república, de la unidad cultural hispanoamericano de ese UNQ

318
Sergio Visacovsky,
El Lanús. Memoria y política en la construcción de una tradición psiquiátrica
y psicoanalítica argentina,
Buenos Aires, Alianza, 2002, 355 páginas

¿Cómo se construye y legitima Goldenberg era un médico los últimos tiempos: me refiero
una memoria institucional? ¿De psiquiatra de ideas progresistas a la conformada por los
qué manera y por qué se cruza y se le atribuye el mérito (no estudios sobre las formas de
esta memoria con la historia menor en un país como el constitución y usos de la
política reciente? El Lanús de nuestro) de haber introducido el memoria en la Argentina. Se
Sergio Visacovsky intenta psicoanálisis (o al menos una podría decir (sin quitar por ello
responder a estas preguntas forma psicoanalítica de pensar mérito al aspecto propiamente
desde dos niveles que se el paciente) en el hospital histórico del trabajo, basado,
entrecruzan en la estructura del general. Pero en realidad por otro lado, en una sólida
texto. Por un lado, Visacovsky Goldenberg representa más que investigación) que la historia
nos cuenta la historia del casi eso y su figura ha adquirido en del “Lanús” que nos cuenta
mítico servicio de lo que podríamos llamar la Visacovsky se trataría en
psicopatología del hospital memoria oficial del servicio y realidad casi de una excusa
Evita, antes llamado Gregorio en una cierta manera de pensar para penetrar en estos otros
Aráoz Alfaro (y antes aún la historia del psicoanálisis la temas más amplios y analizar el
Evita), más conocido como el estatura de un verdadero “héroe proceso de construcción de la
“Lanús” (y mantengo las civilizador”. Como veremos, memoria, y en particular su
comillas porque como señala Visacovsky reconstruye cruce con la política.
Visacovsky, referirse al servicio hábilmente los hilos de la La política ocupa un lugar
como “el Lanús” está muy lejos creación de este mito. En este central en la argumentación de
de ser inocente). Este servicio, sentido este volumen es hasta El Lanús. Es que la memoria
dirigido por Mauricio donde yo sé la primera historia del servicio está inundada por
Goldenberg desde 1956 hasta sobre este importante servicio la política. Como dice
1972 ha ocupado un lugar muy publicada en forma de libro. Y Visacovsky, “el Lanús ha
particular en la historia de la esto no es poco. narrado su pasado apelando a
psiquiatría y en particular del Pero el mérito mayor del categorías de índole política”.
psicoanálisis en la Argentina. libro de Visacovsky no radica La “hipótesis fuerte” del autor
Se trató, si no del primero, sí solamente (y uno podría decir es que la historia política
del más famoso de los servicios que ni siquiera principalmente) argentina después de 1955 (y se
de psiquiatría instalados en en lo que nos dice de nuevo podría sin duda argumentar que
hospitales generales luego de la sobre la historia del antes también) ha sido una
caída de Perón y como psicoanálisis o de la psiquiatría “fuerza activa proveedora de
consecuencia de las políticas en la Argentina, un campo que marcos interpretativos de los
modernizadoras que las sólo bastante recientemente ha pasados de sectores sociales e
autoridades de la llamada comenzado a ser explorado instituciones no definidos
Revolución Libertadora seriamente y sobre el que aún como “políticos” (p. 23). El
aplicaron en el área de la salud queda muchísimo por hacer. “Lanús” sería así una ventana
mental. El establecimiento de Más bien, creo que la a través de la cual el autor
este tipo de servicios, y en importancia central de este accede y nos permite acceder a
particular del “Lanús”, abrió un libro reside paradójicamente en un sofisticado análisis del
importante espacio para la su contribución a un área que complejo proceso de
difusión del psicoanálisis (o parece haberse puesto de moda conformación de la memoria
más bien, y en un sentido más últimamente y sobre la que ha colectiva y sus contactos con
amplio, de una cultura “psi”) a habido una producción la historia política reciente.
lo largo de la década de 1960. importante aunque despareja en Como señala el autor, el

319
“Lanús” constituye “un caso partir de categorías políticas (como tantos otros) fue muy
privilegiado para estudiar las cuando de lo que se hablaba, castigado durante la última
formas de producción de supuestamente, era de una dictadura, contándose miembros
imágenes públicas del pasado institución en principio no de su personal en la lista de
en la Argentina definida como “política”. Y es desaparecidos. El problema es
contemporánea”, imágenes en el proceso político que en la construcción de esta
públicas que, como sostenía argentino, y en particular en el memoria de pluralismo y
Renan para aquellas que parteaguas que significó el democracia no hay lugar para
soportan a la nación, llamado Proceso de todos y es precisamente en ese
están conformadas por Reorganización Nacional, espacio constitutivo en el que
memorias selectivas y por donde el autor busca las se fundan exclusiones que se
olvidos selectivos. Y Visacovsky razones “que expliquen por qué hicieron evidentes en la
enfatiza adecuadamente ambas es el pasado político la matriz conmemoración, y que
dimensiones. Es que, nos dice interpretativa de las narrativas Visacovsky analiza con
Visacovsky, “las imágenes del del Lanús”. Es precisamente originalidad. Lo que muestra
pasado del servicio del Lanús se frente al Proceso y con Visacovsky es que en realidad
sustentan en la apropiación referencia a él que se esta conmemoración de alguna
selectiva del pasado político construyen las memorias del manera puede ser vista como
nacional, a través del cual los Lanús y que cada grupo un punto de condensación de
actores participantes en el construye su propia identidad y los muchos dilemas implícitos
campo psiquiátrico y la del oponente. que han afectado la
psicoanalítico legitimaron Es que el “Lanús” construcción de la memoria
determinadas perspectivas y representa en la memoria sobre el pasado político
estigmatizaron otras”. (p. 25) construida por el que reciente e inconcluso de la
El primero y último capítulo podríamos llamar “grupo Argentina, y esto es
del trabajo –sin duda los más fundador” –Goldenberg y sus precisamente lo que la torna
originales desde el punto de colaboradores más inmediatos–, interesante. El autor se formula
vista teórico y metodológico–, mucho más que un servicio de preguntas (que responde con
consisten en el resultado de un psicopatología donde se podían solvencia) tales como ¿qué se
sofisticado “estudio de campo” aplicar ideas de avanzada. El conmemoraba?, ¿quiénes se
(cabe recordar que Visacovsky “Lanús” es recordado además sentían legitimados a participar
es antropólogo) llevado a cabo como un símbolo de los en la ceremonia y quiénes eran
por el autor durante unas proyectos modernizadores que los excluidos?, ¿en qué punto
jornadas realizadas en el año en el área de la salud mental, se generaban y se rompían los
1992 con el objeto de como en tantos otros, se hilos simbólicos de
conmemorar los 35 años de intentaron implementar luego continuidad?, ¿cómo se
vida del servicio del “Lanús” y de la caída de Perón. El utilizaba el pasado para dirimir
al mismo tiempo celebrar los “Lanús” se constituyó en la cuestiones sobre el presente?
76 años de vida de Goldenberg. memoria también como un También ocupa un lugar central
Esta conmemoración, nos espacio de pluralismo ilimitado en el análisis el tema de las
muestra Visacovsky, se tanto en lo político como en lo filiaciones. Tal como ha sido
constituyó en un espacio denso, teórico, y al mismo tiempo analizado para otros ámbitos,
cargado de sentido y a la vez como una alternativa moderna en particular para la literatura y
conflictivo, lleno de y progresista a la psiquiatría para otros espacios de
contradicciones, ambigüedades, tradicional, percibida como memoria, el Proceso destruyó
tensiones e intentos de formular represiva. En otras palabras, y cadenas de filiación, lo que
memorias contrapuestas. Pero aquí estaría el centro de la lleva a Visacovsky a
sobre todo Visacovsky se cuestión: el “Lanús” se instala preguntarse en qué espacio se
pregunta porqué estos en ciertos imaginarios como un constituye el sujeto (el ego) a
conflictos a la vez símbolo de la democracia (y partir del cual se definen estas
profesionales, generacionales y, sus avatares) en la Argentina. cadenas. En este sentido, el
en algunos casos, simplemente Esta imagen se vio reforzada análisis que hace el autor de lo
personales, se articulaban a por el hecho de que el servicio que podría caracterizarse como

320
la historia de la memoria del gobierno (el de la Revolución espacios “no políticos” se carga
“Lanús”, cuyas contradicciones Libertadora) de más que de contenido político parece
se pusieron de manifiesto en la dudosa legitimidad relevante. Sin embargo, las
conmemoración, constituye un democrática; y, finalmente, que cosas (al menos en la
modelo metodológico para el Goldenberg mismo –quien Argentina) no son tan simples.
estudio de otros espacios de debió exiliarse en Venezuela Recordemos que una de las
construcción de la memoria. durante el Proceso– no consecuencias del peronismo
En el camino de contarnos abandonó el servicio de manera fue precisamente la politización
cómo la memoria del “Lanús” compulsiva, sino voluntaria, de áreas de la vida cotidiana
fue construida y cargada de cuatro años antes del golpe de tradicionalmente consideradas
contenido político, Visacovsky 1976, y para irse a un sanatorio como pertenecientes a la esfera
la des-mitifica y nos muestra privado: el Hospital Italiano. privada. Las reglas de juego de
sus contradicciones internas. De paso, Visacovsky también numerosos espacios de
Así, el autor nos recuerda que nos recuerda que el “Lanús” no interacción pasaron a ser
en realidad el policlínico Evita fue el primer servicio de definidas desde la política.
fue en su momento considerado psicopatología en ser creado en Recordemos simplemente que
como una de las un hospital general. Pero el el nombre oficial original (y
“realizaciones” del régimen objetivo del autor no es, tal actual) del hospital donde se
peronista (en este sentido es como él mismo lo señala, instaló el servicio de
importante destacar, como contraponer “mito” con Goldenberg era (y es) “Evita”.
señala Visacovsky, que la “realidad empírica”, sino Por lo tanto, definir un hospital
elección del nombre con el cual rastrear el proceso de cuya identidad y orígenes
referirse al hospital y al construcción del mito y su estaban tan anudados con el
servicio en particular está lugar en la constitución de la gobierno de Perón, y un
cargado de contenido pasado y memoria. servicio que se ocupaba de la
presente); que en sus años “pre- A esta altura debería ser salud mental en un país y en
lanusinos” Goldenberg estaba obvio que el libro me pareció una época en que buena parte
inserto en el sistema excelente. Sin embargo, no de los debates sobre ésta en
psiquiátrico tradicional, que puedo evitar formular una realidad escondían solo
luego pasaría a ser definido crítica que tiene que ver con tenuemente debates sobre temas
como el antónimo de lo que uno de los objetivos que se que indudablemente tenían que
representaba el servicio a su propone Visacovsky: la ver con la política1 como un
cargo; que el lugar que ocupaba pretensión de poner en
Goldenberg dentro del campo manifiesto cómo la historia
de la psiquiatría fue el producto política argentina reciente ha 1 En la década de 1960, y aún
de procesos mucho más provisto marcos interpretativos
antes, una parte importante de los
complejos que su mera a los pasados de sectores debates dentro del campo
existencia como “héroe sociales e instituciones no psiquiátrico giraba alrededor de las
modernizador” (y en este definidos como “políticos”. Un tensiones entre reflexólogos,
sentido es interesante comparar problema surge inmediatamente afiliados al partido comunista por
el “mito Goldenberg” con el al no hacer explícito el autor lo general, y aquellos que
“mito Freud”); que el mismo qué noción de lo “político” está proponían otro tipo de terapias. En
Goldenberg, quien luego utilizando. Se intuye que muchos casos estas discusiones en
realidad se fundamentaban en
perdería dos hijos durante la Visacovsky hace suya una cuestiones vinculadas con
última dictadura, había definición restringida de lo ideologías políticas más que con
colaborado en carácter de político y que por lo tanto sólo cuestiones estrictamente teóricas.
funcionario en gobiernos entrarían dentro de esta Al respecto, tengo que cometer la
militares anteriores, sin duda categoría aquellos espacios de descortesía de citarme a mí mismo.
menos sanguinarios que el interacción social vinculados Véase Mariano Plotkin, Freud in
último, pero no por ello menos directamente con el poder y con the Pampas. The Emergence and
Development of a Psychoanalytic
ilegítimos; que el origen mismo los partidos políticos. Si esto es
Culture in Argentina, Stanford,
del servicio estuvo muy así, entonces su pregunta Stanford University Press, 2001,
fuertemente vinculado con un acerca de porqué la memoria de especialmente cap. 5.

321
espacio “no político” es al relaciones familiares y otras con la construcción de la
menos problemático. Los áreas de interacción memoria, pero que también será
límites entre las identidades habitualmente consideradas una referencia importantísima
“políticas” y las “no políticas” como parte de la esfera privada. para los estudiosos de la historia
son, en realidad, más difusos de En cualquier caso este problema de la psiquiatría y del
lo que Visacovsky parece creer. no quita méritos a un libro psicoanálisis en la Argentina.
Por supuesto, el Proceso valiosísismo como El Lanús,
contribuyó de una manera que está destinado a convertirse
diferente a confundir las en una obra de consulta
fronteras entre lo público y lo obligatoria para todos aquéllos Mariano Plotkin
privado, politizando las interesados en temas vinculados IDES / CONICET

322
Se terminó de imprimir
en el mes de noviembre de 2002
en imprenta Nuevo Offset,
Viel 1444, Buenos Aires.

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